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MASCOTAS

Desde el otro extremo de la Vía Láctea dejo este testimonio para


conocimiento de quien lo encuentre.

Somos humanos, o lo fuimos. El sino de nuestra especie nadie lo sabe.


Cuando alguien encuentre esta bitácora quizás nos hayamos extinguido en la
nada. Soberbios y androcéntricos siempre habíamos sonreído a las estrellas
viajeras cuando para ellas somos nosotros los fugaces.

Esta nave generacional sigue la ruta de una raza que nos antecedió, tan
antigua que causa vértigo. Nuestra propia salida de la Tierra ya casi cae en el
olvido. Se habla de nuestro planeta como cuando la habitábamos se hablaba de
nuestra salida de África.

A base de nuestro propio esfuerzo conseguimos casi aniquilarnos.


Exponencial reproducción humana, polución, guerra, egoísmo y apropiación
insana generaron la irreversible variación de la atmósfera hasta hacer inviable
nuestra vida allí. Solo quedaban dos caminos: el genocidio generalizado o la
búsqueda de otro lugar en donde seguir subsistiendo. Ambas opciones fueron
ampliamente discutidas por los sabios responsables del mundo humano. Se
evaluaron los costos y beneficios, se debatieron las implicaciones morales y las
viabilidades técnicas; se armaron los cuerpos argumentales de ambas opciones y
se las comunicó al mundo. Después shock llegó el pánico y el caos. La disyuntiva
ligada a la propia extinción exacerbó o mejor y lo peor de nuestra especie.

Se rompieron las artificiales identidades de origen, credo y raza; nuevas


comunidades se formaron en base a elevados objetivos y, también, a pérfidas
ambiciones. Los nostálgicos de las identidades nacionales cerraron sus fronteras
armados hasta los dientes esperando al invasor invisible; los nostálgicos de las
identidades religiosas culparon a los infieles de todos los males y se lanzaron a
modernos pogromos pretendiendo colaborar así con la redención de la especie
humana; los amantes de la exclusividad racial iniciaron una limpieza étnica sin
precedentes por los cuatro puntos cardinales.

Fue como si todo el odio hacia sí mismo hubiera estado contenido en el ser
humano y solo hubiera esperado el permiso para, libre de toda convención social,
lanzarse a la autodestrucción desbocada.

Pasada la tormenta viene la calma y disfrutado el pecado viene el


arrepentimiento. El fin era inevitable y las matanzas no lo iban a detener. Un
sentimiento de hermandad universal invadió entonces a la humanidad entera y
como de repente, casi jugando, se preguntaron ¿por qué no? Y el miedo a
desaparecer sin intentarlo fue más fuerte al miedo a lo desconocido: nuevos
horizontes se abrían y tal vez valdría la pena intentarlo. En la Tierra o allá arriba
en el espacio igualmente habrían de morir juntos. La suerte estaba echada pero
¿cómo dejar el hogar amado sin sentir nostalgia? ¿quién va a velar por lo que
velábamos? ¿no dejaremos el testigo a nadie para que, heredando lo mejor de
nuestro mundo, construya el suyo a su medida, imagen y semejanza?

II

Nos habían acompañado en el proceso de humanización, ayudaron en las


guerras de extinción contra las otras especies de homínidos y los habíamos
adoptado como nuestros fieles guardianes y compañeros; con ninguna otra
especie habíamos empatizado tanto y a ninguna otra le habíamos dado el
privilegio de convivir e manera tan estrecha con nosotros. El canis canis alcanzó,
con los siglos, un lugar preponderante en la cultura humana. Aprendieron a
conocer nuestros deseos y estados de humor, aprendieron que nuestro hábitat es
su hábitat y lo defendían con la vida, aprendieron a interpretar nuestras órdenes
sin importar el idioma en que se les hablaba. Y entonces, por cariño, y porque
somos los amos y así lo quisimos, decidimos ir más allá.

Serían nuestras mascotas favoritas, los perros, quienes en nuestra


benevolencia y gratitud heredarían la Tierra y todo lo que en ella dejáramos:
industria, obras de ingeniería, viviendas, caminos, legado cultural, etc. Solo el
tiempo diría si serían capaces de empezar de cero a construir su propia historia..
La ciencia se abocó en la mejora paulatina de las habilidades cognitivas de
distintas razas de perros. En el camino muchas razas fueron descartadas y
condenadas a seguir en la animalidad y sobrevivir. El resultado fue la creación de
un perro extremadamente inteligente, intuitivo y hasta reflexivo. Se dio nacimiento
al canis sapiens, la nueva especie que dominaría la Tierra.

III

En nuestra búsqueda no encontramos jamás un planeta similar al nuestro.


Alguna que otra “luna” en distintos sistemas planetarios invitaban a quedarse pero
siempre alguna anomalía truncaba los sueños. Poco a poco fuimos perdiendo la
esperanza o, más bien, a ésta la fuimos trocando por desesperanza.

Si bien no nos cruzamos con vida similarmente inteligente sí encontramos


indicios, huellas de una raza que pareciera hizo intentos por asentarse en los
mismos lugares que visitábamos. Esos indicios nos trazaban una ruta a seguir.

La monotonía y la desesperanza dieron paso a un nuevo reto: alcanzar a


esa raza o pueblo.

IV

La experiencia nos fue enseñando que la forma más perecedera de dejar


una señal, un mensaje de nuestro paso por cada planeta explorado es dibujar en
las paredes de cavernas, ocultas o semiocultas, pero siempre protegidas de las
inclemencias atmosféricas. Cualquier otra manera era apostar a la degradación,
evaporación y/o destrucción de los materiales contenedores de nuestro mensaje.

La raza a la que seguíamos el rastro había pensado lo mismo e íbamos


encontrando imágenes donde al igual que nosotros relataban su historia.

No fue después de llegar al otro lado de la Vía Láctea, en donde estamos


ahora, que encontramos un sistema planetario similar al nuestro y un planeta
similar a la Tierra.

Ellos al parecer también lo encontraron y se asentaron un buen tiempo


antes de lanzarse al vacío intergaláctico.

Y encontramos riquísimos murales y edificios erigidos en la roca viva. Y


esos murales nos contaban su historia, su aparición, apogeo y decadencia. Y ha
sido conocer su historia lo que nos provocó esa pena tan profunda que sentimos.
He aquí, más o menos traducido, el relato final de su decadencia.

“No fue sino hasta después de darnos cuenta que el cambio de la atmósfera
era irreversible y que habríamos, con el tiempo, de huir o extinguirnos que
decidimos lo antes impensable. Nuestras mascotas, esos simios que antaño
huyendo de sus predadores llegaron a nuestros lagos y manglares y se asentaron
en sus islotes, heredarían nuestro legado. Cuando los adoptamos no eran más
que unos sucios, ruidosos y asustadizos cuadrumanos, pero extremadamente
inteligentes y curiosos. Al sentirse seguros en nuestro hábitat (y, entre nosotros)
se adaptaron. Su morfología se adaptó, con nuestra ayuda, a nuestro hábitat
semiacuático: perdieron el vello corporal, desarrollaron capa de grasa subcutánea,
aprendieron a bucear y aguantar la respiración lo cual modificó su capacidad
torácica y su aparato fonador y, sobre todo, para sus desplazamientos en nuestro
hábitat semiacuático adoptaron el bipedismo.

A este homínido tan fiel y sumiso, tan alegre y astuto le dejaremos nuestro
legado. Nuestros científicos modificarían a nuestro fiel hydropithecus en homo
sapiens. No sabemos qué futuro le espera. Esperemos sea promisorio y no
cometan nuestros errores”.

Ad portas de lanzarnos a la oscuridad intergaláctica, luego de millones de


años de evolución, de civilización, de progreso y de viaje interestelar conocer la
causa de nuestra eterna angustia existencial, motor de nuestro progreso y
destrucción, no es más que una cruel ironía. No somos más que mascotas
abandonadas a su suerte.

La vida es un fenómeno geológico más, tan igual que las mareas, la


actividad volcánica y las placas tectónicas. La vida, vista desde la prisma de los
largos procesos geológicos, es un hervidero constante que de cuando en cuando
arroja materia al espacio, Nosotros somos esa materia.

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