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Los judíos en el exilio

Después que los judíos fueron deportados por Nabucodonosor en grupos más o menos numerosos
durante un período de alrededor de un cuarto de siglo (Dan. 1: 1-3; 2 Rey. 24: 16; 25: 11; Jer. 52:
28-30), la mayoría de los súbditos del anterior reino de Judá vivieron en exilio en Babilonia. A la
nobleza, los intelectuales, los militares, los profesionales y muchos de los agricultores se los había
llevado cautivos y trasladado a Mesopotamia. Vivían en ciudades y pueblos, algunos de los cuales
se mencionan en los libros de Daniel, Ezequiel, Esdras, Nehemías y Ester (Babilonia, Susa, Tel-abib,
Adón, Querub, Imer, Casifia, Tel-harsa y Tel-mela), y probablemente también en distritos rurales.

Durante los primeros años de su exilio, muchos de los judíos pueden haber sido esclavos y algunos
tal vez soportaron penalidades. Sin embargo, las leyes babilónicas permitían que un esclavo se
ganara la libertad de diversas maneras, y los judíos progresistas deben haber aprovechado toda
oportunidad que se ofrecía para recuperar su libertad individual. Ezequiel, que había ido cautivo
en 597 AC, pudo hablar seis años más tarde de " "mi casa" (Eze. 8: 1), y la admonición de Jeremías
a los judíos deportados de edificar casas y plantar jardines en Babilonia (Jer. 29: 5-7) no habría
tenido sentido si eso no hubiese sido posible.

En el año 37 del cautiverio de Joaquín (561 AC), éste fue liberado de la prisión por Amel-Marduk
[Evil-merodac], hijo de Nabucodonosor, y sin duda recibió un trato honorable de allí en adelante (2
Rey. 25: 27-30; Jer. 52: 31-34). El mismo hecho de que los babilonios libertaran a Joaquín sin
temor de desasosiego o agitación contra Babilonia, revela que los judíos deben haber ganado el
respeto de sus señores y que se los consideraba como ciudadanos decentes y respetables. Con el
transcurso del tiempo, algunos de los judíos llegaron a ocupar posiciones honorables en el
gobierno, y otros progresaron en el mundo profesional y comercial. Los libros de Daniel, Esdras,
Nehemías y Ester revelan cómo los exiliados participaron en cada actividad gubernamental, y
hasta ocuparon los cargos públicos más elevados. Los judíos eran porteros reales, coperos,
gobernadores provinciales, y consejeros reales (Est. 2: 19; 10: 3; Neh. 2: 1; 5: 14; etc.). Su rápido
ascenso en la vida social del imperio puede haber provocado el odio que encontraron en tiempos
de Jerjes (descrito en Ester).

Pero la Biblia no es la única fuente por la cual nos enteramos del ascenso social y material de los
judíos en la tierra de su cautiverio. También dan informaciones los documentos descubiertos
durante las excavaciones de Nippur hechas por la expedición de la Universidad de Pensilvania. Los
archivos de una gran empresa bancaria de la ciudad de Nippur, " Hijos de Murashu", formados por
muchos miles de tablillas de arcilla, nos permiten conocer la vida comercial de esa importante
ciudad. Aunque datan del tiempo de Artajerjes I y Darío II -es decir de un período posterior al
exilio- proporcionan valiosa información de la cual pueden derivarse conclusiones respecto de
épocas anteriores. Hallamos que entre los clientes de "Hijos de Murashu" había muchos judíos
miembros de una minoría rica e influyente en Nippur y la región circunvecina. Aparecen en estos
documentos como arrendatarios, acreedores con grandes sumas de dinero, aun inspectores de
impuestos y dirigentes administrativos de distritos. Estos documentos de Nippur confirman los
datos de Daniel y Esdras acerca de judíos que ocupaban cargos importantes en Babilonia y Persia.
Los judíos no sólo eran progresistas en un sentido material, sino también experimentaron un
cambio espiritual durante los años del exilio. La desgracia común, el desastre nacional, la pérdida
de su patria, del templo y de la libertad, impulsaron a los exiliados a buscar los valores espirituales
y a escuchar a los dirigentes religiosos más de lo que lo habían hecho en su patria. Por ejemplo,
después del exilio abandonaron la idolatría, pecado en el cual habían caído periódicamente sus
padres y que había sido una de las causas principales de las grandes catástrofes que habían caído
sobre ellos en los siglos VII y VI AC. Hombres como Daniel y Ezequiel deben haber desempeñado
importantes papeles como educadores espirituales del pueblo.

Sin duda, muchos judíos estudiaban los libros venerados de sus profetas, que habían llevado a
Babilonia, y comparaban las palabras inspiradas de Isaías y Jeremías con las señales de los
tiempos. Que esta declaración es verdad puede colegirse de Daniel, quien había aprendido "en los
libros el número de los años" de la cautividad de su pueblo, y menciona como testimonio
documental a "Jeremías" (Dan. 9: 2). Este texto muestra también que los fieles judíos lectores de
la Biblia creían en el cumplimiento de esas profecías. Habían sido testigos del cumplimiento literal
de profecías pronunciadas contra naciones tiránicas como Asiria, y también habían visto cumplirse
predicciones increíbles acerca de la ruina de Jerusalén. Ahora, esos fieles esperaban ver el
cumplimiento de profecías referentes a Babilonia, respecto del surgimiento de un hombre llamado
Ciro y del restablecimiento de su propia nación. Leían que su profeta Isaías había predicho el
surgimiento de los arios más de un siglo antes que desempeñasen algún papel en la historia:

"He aquí que yo despierto contra ellos a los medos, que no se ocuparán de la plata, ni codiciarán
oro" (Isa. 13: 17). A causa de la debilidad de Babilonia después de la muerte de Nabucodonosor,
las profecías contra Babilonia pronunciadas por Isaías (caps. 13, 14, 21) y Jeremías (cap. 50: 2, 3,
10, 11) deben haber cobrado un nuevo significado. Puede ser que durante los primeros años de su
cautiverio nadie supiera de donde, vendría el libertador descrito en Iza. 44 y 45, pero cuando a
mediados del siglo VI CA, llegaron a los judíos exiliados noticias de que Cirro, el hasta entonces
desconocido príncipe de las tribus persas de Irán, había derrocado al imperio de Media, los judíos
deben haberse interesado vivamente. ¿No mencionaban acaso las Escrituras a un hombre llamado
Cirro?

"Así dice Jehová a su ungido,"

"a Cirro, al cual tomé yo por"

"su mano derecha,"

"para sujetar naciones delante de él"

"y desatar lomos de reyes;"

"para abrir delante de él puertas,"

"y las puertas no se cerrarán."


"Yo iré delante de ti,"

"y enderezaré los lugares torcidos;"

"quebrantaré puertas de bronce,"

"y cerrojos de hierro haré pedazos;"

"y te daré los tesoros escondidos,"

"y los secretos muy guardados,"

"para que sepas que soy Jehová,"

"el Dios de Israel,"

"que te pongo nombre."

"Por amor a mi siervo Jacob,"

"y de Israel mi escogido,"

"te llamaré por tu nombre;"

"te puse sobrenombre,"

"aunque no me conociste"

(Isa. 45: 1-4).

Estas palabras no podían entenderse mal. Revelaban claramente de quién podían esperar los
judíos su liberación, y nombraban al hombre que les permitiría regresar a su patria después que
hubiera expirado el cautiverio de 70 años profetizado por Jeremías (caps. 25: 11, 12; 29: 10; véase
también Isa. 44: 28).

Por lo tanto, no es sorprendente que el pueblo observase en suspenso el surgimiento meteórico


de Ciro al poder. Debe haber sido un período de regocijo para la nación esclavizada y exiliada y un
período de tensión, de grandes esperanzas y ambas expectativas. Fue también un tiempo en el
cual varones piadosos como Daniel oraron con mayor fervor e hicieron un detenido examen de
conciencia a fin de quitar todo pecado oculto de su vida para que pudieran prosperar los planes de
Dios para su pueblo (ver Dan. 9).

Babilonia cayó sin lucha ante las fuerzas de Ciro, y un hombre de la nación judía, Daniel, cuyo
servicio abnegado para los babilonios era conocido por los nuevos gobernantes, recibió un cargo
de amplia influencia en la nueva administración (Dan. 6: 3). Aunque muchos de sus colegas lo
odiaban, Daniel pudo mantenerse y consiguió presentar a Ciro las aspiraciones de su pueblo.
Cuando dio a conocer al nuevo monarca las profecías de Isaías, y Ciro vio cuán claramente había
sido descrito él por una pluma inspirada más de un siglo antes de su nacimiento, debe haber
quedado embelesado por tales declaraciones divinas. Concedió de buena gana el pedido de Daniel
y permitió que los judíos regresaran a su patria y reconstruyeran su templo. En el prefacio de su
decreto significativamente admite: "Jehová el Dios de los cielos me ha dado todos los reinos de la
tierra, y me ha mandado que le edifique casa en Jerusalén" (Esd. 1: 2). Este decreto señaló el fin
del cautiverio judío.

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