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SELFIE

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Ulises Cremonte

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X
Cremonte, Ulises
Selfie. - 1a ed. - La Plata : Club Hem Editores, 2015.
104 p. ; 20x14 cm. - (Sinfonia Emergente; 6)

ISBN 978-987-3746-04-8

1. Narrativa Argentina. 2. Novela. I. Título


CDD A863
Fecha de catalogación: 28/05/2015

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Primera edición junio 2015


La Plata - Argentina - Indoamérica
Este es un trabajo impulsado por Club Hem Editores
Colección Narrativa Sinfonía Emergente #6

Fotografía de tapa: Leonel Arance


C orrección y edición: Francisco Magallanes
Diseño de tapa e interiores: Agustina Magallanes
agustinamagallanes@gmail.com
Dirigen esta colección: Club Hem Editores por Francisco Magallanes y Leonel Arance
franciscomagallanes@hotmail.com // leoarance@hotmail.com
Agente de prensa: Club Hem Editores por Leonel Arance
leoarance@hotmail.com Contacto: (221) 421-2946

Club Hem Editores


e-mail: clubhem@gmail.com
Facebook Club Hem Editores
Diagonal 78 #506 esquina 6
PRÓLOGO

Un profesor describe los perfiles de las personas que


frecuenta en las redes sociales. El grado de distancia y
cercanía con cada una de ellas es inestimable porque son,
al mismo tiempo, un enigma individual y una proclama.

Desvío actual de la vieja tradición de mirarse a sí


mismo, la selfie es un modo de hacerse ver en el teatro
cada vez más público de la intimidad. Pero a diferencia
del autorretrato clasicista, no es una composición sino
una toma. ¿Dónde está el interior de la imagen, y qué
hay en él?
Ulises Cremonte hace girar a su narrador y no lo
abandona hasta verlo dar la vuelta completa. El giro
es un sabotaje formal que va de la contemplación a
la introspección, porque el plan secreto del narrador
desorientado de Selfie –que él mismo desconoce– es el de
abandonarse a la revelación de sus secretos.

En un regreso a los viejos protocolos de la confesión


–que, sin dudas, podrían convertirse en una próxima
vanguardia–, Cremonte derrota las espectacularidades
trilladas de la imagen y sus epígrafes industriales (los
portfolios caseros de las redes sociales, los comentarios
polidramáticos que los auxilian) con el único armamento
capaz de llegar a las profundidades: el lenguaje.

La diferencia entre el punto de partida de Selfie y su


punto de llegada es la del abismo que separa el acto de
ver del acto de confesar. En ese transcurso, la escritura
de Cremonte, sólida y vaporosa como la realidad de un
sueño, nos ofrece un libro y nos da otro.


JUAN JOSÉ BECERRA
PRIMERA PARTE
Autofoto. Marzo de 2014.
CAPÍTULO 1

G uadalupe nació el mismo día que yo pero diez


años después. Tiene labios gruesos, eso me gusta.
No siempre se pone anteojos, pero hay unos, de marco
grande y color rosa que le quedan muy bien. Si se pasa
la mano por la cabeza, sus cabellos caen como ramas de
sauce llorón. Una vez se tiñó un mechón de rojo. No sé por
qué decidió hacerlo. No le quedaba bien, pero tampoco
mal. Tiene, hasta donde yo sé, un solo tatuaje.
Guadalupe no es pudorosa con su cuerpo. Le gusta
usar vestidos. Tiene uno blanco, con lunares rojos. Es
cortito. Se lo pone con medias y borceguíes. En mayo
de 2013 cocinó ñoquis. En la mesada podían verse las

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Ulises Cremonte

pelotitas de harina, el paquete de Blancaflor, una Paso


de los toros, una pava eléctrica, un vino Alma Mora, una
gallinita de plástico con reloj para medir el tiempo de
cocción, cucharas y un repasador amarillo flúor. Le gusta
jugar al billar en un local de San Telmo. Su lengua es
larga, literalmente digo. Lo suyo son definitivamente los
escotes, en camisas o en remeras con el cuello amplio.
Una vez dijo que sus tetas eran naturales y abundantes. 
A veces escribe frases rimbombantes como esta: “Que
Dios bendiga a las mujeres hermosas, libertinas y
amantes del amor”. Suele decir que los taxis son droga
y que le calienta la buena prosa. Le gusta disfrazarse y
también los pantalones animal print.
Me gusta cuando Guadalupe no usa maquillaje,
aunque no es de pintarse mucho. Antes, de chica tenía
rulos, pero con el tiempo fueron perdiendo la forma,
como los cables de los teléfonos de la compañía Entel.
Por momentos sus poses me intimidan un poco. Debe
ser ese aire de independencia o la actitud desafiante,
sobre todo cuando se pone un vestido negro y naranja,
cortito. Los hombres la abrazan seguido: a veces dos
a la vez. Ella mira a la cámara, hace la “v” de la
victoria, frunce la boca y ¡click!.
Nunca la vi fumar y a veces se recoge el cabello y
se pone una vincha amarilla. No me gusta cuando se

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pone aros, sobre todo unos que son de madera con


forma de lágrima.
 Cuando quiere mostrarse como si fuera una niña
inocente hace que sus ojos miren para arriba y pone
carita de yo no fui. Hay otro amigo que es artista o
dibujante, que le hizo una caricatura en una servilleta.
En el dibujo lleva puesto un vestido negro cortito, muy
escotado, aros redondos como los que usan los loros para
pararse, cabello recogido, sonrisa amplia y botas. En
la mano derecha lleva un cigarrillo, así que, es posible,
entonces que fume.
Recostada en el marco de la puerta sonríe sin abrir
la boca, lleva una musculosa negra, escotada como a
ella y a mí nos gusta. Tiene el cabello lacio y está teñida
de castaño. En el fondo, fuera de foco, se llega a ver un
escenario sobre el cual están un hombre y una mujer. Del
techo cuelgan tres lámparas de papel de color azul.  Al ser
su foto de perfil fue la primera de las muchas imágenes
que vi de ella. La había buscado en Facebook después
de haber leído una nota que escribió para una revista
digital. Le envié una solicitud de amistad y un mensaje
que decía: “¿Hola, una consulta, escribís en la revista
Dardo?”. Me respondió: “Sí, a veces. ¿Puedo preguntar
quién pregunta?”. Le contesté: “Podes… soy lector de
Dardo (también a veces) Buena nota (salvo la opinión

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Ulises Cremonte

de Eco sobre la tele). Firmé con mi nombre. Ahora que


lo pienso fue un poco al pedo porque era Facebook. Ella
cerró la charla con un “Bueno, gracias”, enviado desde el
celular. Nunca más volvimos a hablar.

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CAPÍTULO 2

L eo vive en el Mondongo, uno de los barrios más


futboleros de La Plata, pero no creo que haya
jugado alguna vez a la pelota. Es flaco como un fideo
tallarín, con una barba cuidadosamente recortada, ojos
verdes y un premeditado jopo al que le gusta entrelazar
con los dedos de la mano izquierda. Sus cejas son gruesas.
A veces usa chombas y casi siempre bermudas y no solo
cuando hace calor. Su habitación está ubicada junto a
una pequeña terraza. Como la persiana está rota tapa
la luz con papel afiche negro. En una de sus paredes
hay un afiche de la película Gitano, protagonizada por
Sandro. Tiene también un perchero, donde suele haber

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Ulises Cremonte

ropa sucia y un televisor de 14 pulgadas. En enero del


2010 fue a Gualeguay y con los pies sumergidos en una
pileta levantó sus brazos y los movió como si fueran olas.
Desconozco si era la coreografía de un tema que estaban
escuchando al momento de sacarse la foto. Las personas
que lo acompañaron rieron. Una chica –algo narigona y
con el cabello rubio en las puntas– sostuvo una cerveza.
Junto a la pileta había una sombrilla con la tela gastada.
Esa noche, ante el flash de la cámara Leo entrecerró los
ojos y frunció el ceño. Más tarde posó en una estructura
de madera que tiene un agujero para que, al colocar la
cabeza, se complete el retrato. Eligió el cuerpo de una
escultural muchacha y por un momento fue la reina del
corso. Ese mismo verano, ya lejos del carnaval, en una
pileta de lona se acostó en una reposera inflable. En
sus brazos colocó dos pequeños salvavidas de Kitty. Por
entonces se había rapado los parietales. Le gustaba decir
que era un homenaje a “la Raulito”. El cigarrillo siempre
los sostiene al comienzo de sus dedos, casi a la altura de
las uñas. Tiene una camisa leñadora roja, azul y blanca.
En las últimas elecciones quiso ir a votar con un gorrito
judío pero como temió que lo denunciaran de voto cantado
finalmente no se lo puso. En un billete de diez pesos
escribió su nombre y un corazón. Mantuvo la plata en
su billetera hasta que una vez lo gastó para comprar un

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SELFIE

paquete de cigarrillos. Le gustan los buzos con capucha


y los pulóveres con escote en forma de “v”. Para limpiar
el piso utiliza Poett, fragancia “momentos déjà vu”. De
perfil su nariz aparece en toda su dimensión. Tiene una
amiga fotógrafa con la cual va a todos lados y una remera
con un dibujo de una camioneta Volkswagen de las que
usaban los hippies en los 60. En uno de sus cumpleaños
armó la torta con alfajores triples. Alguna vez tuvo el
pelo más largo y enrulado. No lo favorecía ese look. Su
amiga le sacó una foto genial: vestido con una bata de
toalla azul, sostiene con sus manos un rifle. Detrás de él
hay una puerta azul. La puerta tiene un cartel de Coca
Cola. En la siguiente imagen se lo ve sentado, delante de
la misma puerta. Lleva pantuflas y medias.

Este año compró un almanaque con una imagen del


Papa Francisco. Ama este tipo de gestos camp. Durante
el invierno pasado se quebró la mano derecha. Su brazo
lo sostenía con una pañoleta verde con rombos negros.
Para una Navidad se disfrazó de filósofo: túnica blanca,
un diccionario enorme y en la cabeza un muérdago
verde con adornos rojos. Defiende con uñas y dientes
el siguiente slogan: “consumir huevos es consumir
naturaleza”. Cuando se sacó el yeso de su mano, se puso
una cintita roja. Verlo montado a un sube y baja le da un

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Ulises Cremonte

aire de encantadora juventud. Si se ríe inclina la cabeza


hacia atrás. Saluda la llegada de cerveza Diosa, con la
“v” de la victoria. Dice que comenzó a fumar para tener
la voz de Lalo Mir. Cuando posa para las fotos se esmera
en mostrar un rostro serio, concentrado. Es un lindo
pibe. Había una película que transcurría en un futuro no
demasiado lejano donde las personas intercambiaban su
cuerpo. Yo elegiría el de Leo, al menos un par de días para
saber que se siente ser así de flaco. Tiene un gato o gata,
no sé bien. Usa zapatillas sin medias. En una mudanza
cargó, junto a unos amigos, un ropero viejo de cinco
puertas. Para la foto todos rieron, pero a la noche seguro
le dolieron los brazos. En una fiesta se puso una peluca
azul: daba personaje de animé. Tiene un disco vinilo de
ABBA y una taza blanca que dice “Jesús es mi guía”. Vive
con un compañero de la Facultad en una casa que parece
ocupada. Pero pagan alquiler. La casa tiene un tanque de
agua de cemento y un termotanque viejo. Supongo que en
invierno se debe bañar lo mínimo e indispensable. Una
vez fue a un programa de televisión en Canal 7 y se sacó
una foto con el conductor. Cuando su gato puso un pájaro
descuartizado en la alfombra de su habitación le pareció
que su mascota le había dejado un mensaje mafioso. En
febrero de este año le pidió a un taxista que le convidara
un cigarrillo y le suele recomendar a sus amigos que no

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SELFIE

se droguen porque después se terminan enroscando con


los tiempos verbales. Tiene una fotografía de Eva Duarte
de la cual dice, un poco en broma, un poco en serio, que
se parece a un alien. Su madre una vez animó una fiesta
judía. Hizo de vedette.

Para su cumpleaños, Leo escribió una tarjeta de


invitación donde cambió la letra de un tema de María
Elena Walsh. La primera estrofa decía: “estamos
invitados/ a tomar fernet/ a la jarra le falta hielo/ pero ya
fue/ dame más fernet”. Cree que es una falta de respeto
que haya mosquitos en junio. Le envidia la tupida
melena que aún sabe conservar un veterano cantante
venezolano. Reclama “tolerancia cero” con los que dejan
el borde de la pizza. En su fiesta de egresados se puso un
traje con corbata y todo. La corbata era azul, con vivos
violetas. En una foto grupal posó al pie de una bandera
que decía “Ten el valor de ser tu mismo y sigue tu propia
estrella”. Tuvo una bufanda de lana verde y amarilla.
Viajó a Rosario en las vacaciones de invierno del 2010 y
en el Parque Independencia comió un copo de nieve. Hay
dos gestos que repite en varias fotos: el pulgar arriba y
la boca levemente inclinada. En su información de perfil
sostiene que Marta Minujín es su tía y Andy Warhol y
David Bowie son sus padres.

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Ulises Cremonte

Hay una aplicación de Facebook llamada “La máquina


de compatibilidad” donde en base a gustos comunes,
cantidad de “me gusta” y fotos compartidas, se decreta
cuál es la pareja perfecta. Leo fue el elegido cuando probé
escoger el ítem “hombre-hombre”.

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CAPÍTULO 3

A na es la madre de mi ahijada. Trabaja como


diseñadora en una imprenta que publica libros
por demanda. Tiene una vieja pileta de lona a la cual le
tuvo que cambiar los caños porque el uso y el calor los
habían doblado. El año nuevo pasado hizo el circuito de
los muñecos con su hija y se sacó varias fotos. Llevaba
una remera gris, sin mangas, pollera de jeans y anteojos
oscuros que usó como vincha. Sale a correr todos los días
y siempre que puede participa en alguna maratón. Tiene
un pantalón negro, con tiritas blancas y unas zapatillas
Nike verde flúor y tres hermanas. Una de ellas, la que le
sigue, fue la primera novia con la que conviví.

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Ulises Cremonte

Ana se cortó el pelo hace poco. Su flequillo generó un


pequeño debate entre sus conocidos. El fallo fue dividido.
Creo que le queda mejor en persona que en foto. En
Punta Lara tuvo que correr entre el barro. En marzo
del 2012 viajó, junto a su marido, su hija y una pareja
amiga a Córdoba. Pararon en una cabaña en el medio de
la sierra. Una tarde ella usó un buzo naranja. Tomaron
mate y salieron a recorrer el lugar. Ana llevó a su hija a
upa y también su cámara Nikon. Estuvieron cinco días.
El lugar tenía cinco mesas de madera y tres parrillas.
Supongo que deben haber cenado más de una vez asado.
A veces Ana se pone jeans con sandalias, sobre todo
cuando tiene que ir a trabajar. Una noche, con Pedro, su
marido posaron junto a la estatua de Olmedo y Portales
que está en la calle Corrientes. Ana y Pedro son dos de
mis mejores amigos. Así que cuando ella fue seleccionada
como mi pareja ideal en “la máquina de compatibilidad”,
sentí que Facebook me ponía en el lugar de Judas.

Todos los años Ana participa en el carnaval que se


organiza en 17 y 71, aunque cuando su hija no caminaba
estuvo solo un rato. En el último casamiento que fue
invitada se puso un vestido azul, con un moño en la
cintura. Su mejor sonrisa es en las fotos que se saca con
el grupo que corre maratones. El rostro se le ilumina.

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SELFIE

No se toma vacaciones en enero, pero pasa los fines de


semana en la quinta que alquila una de sus hermanas.
La quinta tiene una pileta relativamente grande, con
un deck de madera, cuatro reposeras, dos sombrillas,
un parque enorme y una heladerita de plástico donde
guardan té frío y cerveza. A la salida de su embarazo
usaba malla entera, pero desde hace un año volvió a
ponerse bikini.

Una mañana de verano del 2014 salió, cámara en


mano, a su patiecito de cemento. Todo se volvió blanco
y negro. Había una silla, una maceta y un bebedero de
plástico. Faltaba Leona, la mascota que tenían desde el
97. Ana se la había regalado a Pedro para un cumpleaños.
En aquella época yo vivía con ellos. A Pedro el obsequio
le pareció inapropiado. Utilizó otras palabras, pero
el concepto era ese. Discutieron y durante algunas
horas la permanencia de Leona estuvo en suspenso.
Finalmente llegaron a un arreglo y la perra se quedó.
Cuando Leona murió, Ana me llamó para preguntarme
si podían enterrarla en mi patio. Le dije que sí. Cerca
de la medianoche Ana, Pedro y yo, terminamos de hacer
un modesto pozo. Es una tarea más difícil que lo que las
películas te muestran. Después Ana y Pedro bajaron de
su camioneta a la perra muerta. La traían en un aguayo

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Ulises Cremonte

que olía a geriátrico. “Es pis”, dijo Pedro. Tiraron a la


perra en el pozo. Ana fue la encargada de acomodar
el cuerpo. Leona tenía los ojos abiertos. “Parece como
si estuviera viva”, dijo Ana. La tapamos con tierra y
pusimos unas lajas de cemento arriba. Era uno de los
últimos martes de febrero. Los martes son uno de los
cuatro días de la semana que mi hija está conmigo.
Mientras cavábamos nos iluminó con la linterna del
celular. No dejé, pese a que ella quería, que presenciara
el momento en que tirábamos la perra al pozo. Como
la ventana de la habitación de mi hija da al patio esa
noche ella durmió en mi cama. A la madrugada, entre
sueños, escuché que decía: “Por favor, limpien todo”.

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CAPÍTULO 4

A gustina fue madre cuando tenía 20 años. No es


demasiado alta y tiene un cuerpo tan chiquito que
nunca entendí cómo dentro suyo vivió un bebé. Alguna
vez pensó en hacerse las tetas, pero después no se animó.
Cuando tiene un casamiento adquiere cierta sofisticación:
vestido con franjas verticales azules y verdes, hombros
descubiertos, aros y cabello de peluquería. O con
un vestido negro, un poco transparente y aros más
llamativos para distraer. Siempre que la oportunidad
lo amerita, hace la “v” de la victoria. En las fotos suele
inclinar su cabeza levemente hacia abajo y mirar para un
costado. Sonríe: labios finitos, casi sin pómulos, dientes

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Ulises Cremonte

blancos. Tiene una remera que dice “love” y le gusta usar


musculosas. Para su cumpleaños en el muro de Facebook
la saludaron dos o tres personas que sé que no se banca.
Alguna vez fumó cigarrillos electrónicos. Ahora continúa
con Lucky. Su padre es médico. Su hermano y su novio
también. Ella, en cambio, escribe crónicas periodísticas.
A veces coincidimos en nuestros gustos literarios. Le
gustó la película El diablo viste a la moda porque le hace
acordar a la jefa de redacción de la revista para la que
trabaja. Tiene una amiga llamada Alcira a la cual le
concede cada uno de sus caprichos: es como si fuera su
segunda hija. Es hincha de Estudiantes de La Plata y en
diciembre del 2009 viajó a Dubai. No sólo va a la cancha,
sino que es una de las pocas mujeres con las que puedo
hablar de fútbol.

Hubo una época en la que su casa todos los días se


rompía algo nuevo: el techo, la calefacción, las canaletas,
el aire acondicionado. Por pedido de su madre llamó a
un cura para que la purificara. En cambio, su tía, que
es atea, le limpió la casa con vinagre. Cuando lleva a
bañar a su caniche lo encuentra parecido a una oveja. A
nadie vi llorar tanto por amor como a Agustina. Es una
excelente tenista amateur: las dos veces que jugamos

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SELFIE

me ganó. También me ganó a la Play. Fui su director


de tesis.

Para el verano suele viajar a Miramar. Usa bikini y


lleva varios libros. Puede pasar con su novio largas horas
en la playa sin hablar, cada uno encapsulado en lo que
está leyendo. Envidio un poco eso. Cuando el aire del
mar trae un poco de frío su novio se pone una camiseta
de Rosario Central y ella una remera rosa. Suele recoger
las mangas para que quede tipo musculosa.

Me llevo bien con ella, pero tiene un problema: es un


poco insegura. No hay nadie más peligroso, cuando se
comparten tareas en común, que una persona con la
estima baja. Se vuelven perros callejeros que no dejan
de gruñir ante cada movimiento. Y obviamente, si te
descuidás un poco, te muerden. Seguro cuando lea esto
se va a enojar. Eso no haría más que abonar mi teoría de
que es insegura.

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CAPÍTULO 5

I nés es profesora de danza contemporánea y no le


gusta estar a la moda: en plenos Juegos Olímpicos
de Invierno se quejó de que todos amaban el curling y
cuando a los diez años Facebook le regaló un video a
todos sus contactos dijo que eso que se mostraba no era
su vida. Cree que a veces es mejor nunca que tarde y
que el fin de semana está sobrevalorado. Para ella el
verano tiene sentido si pudo irse de vacaciones. Es flaca,
con buena elongación y le gusta sacar la lengua para las
fotos. Tuvo el pelo de color naranja, pero también castaño
y negro. Suele enfrentar la lente con confianza. En enero

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Ulises Cremonte

del 2010 apareció acodada en una barra, con un vaso de


cerveza. El brazo derecho sostenía su cabeza. Sonrió y
sus labios adquirieron un volumen que por lo general
no suelen tener. Llevaba una gorra de lana. Hacía frío
y creo, por la secuencia que continuaba a esa foto, que
estaba en una ciudad de Europa, posiblemente Berlín.
Al viaje fue con su novio o, como le gusta decir a ella, su
“compañero de la vida”. Llevaron un termo de acero y un
mate de tamaño mediano.

A veces debe usar anteojos. No le quedan mal. Quizás


es un poco narigona. Hace un tiempo se colocó un piercing
en la ceja derecha. Para hacer reír a su abuelo se puso
una corona de princesa. Era Pascuas y llevó una rosca
gigante. Cuando grita sus fosas nasales se hinchan y
muestra sus dientes perfectamente alineados. A veces,
frunce su boca para contener la risa. Tiene un gorrito coya
muy simpático. Toma vino, si es en copa, mejor. Tiene
una bikini negra que no le queda bien. Frente a la torre
de Pisa su figura parece diminuta. En una campera negra
inflable enganchó un pin de la bandera de Rumania y si
bien no es católica pasó por el Vaticano. La arquitectura
italiana parece combinar con ella. En Florencia su sonrisa
parecía pintada por Botticeli, aunque el pañuelo violeta
usado como vincha no la favorecía. También recorrió

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SELFIE

museos y seguramente detuvo su mirada en las tensiones


musculares de las estatuas.

Definitivamente el color de cabello que mejor le queda


es el morocho. Para la Wii armó un avatar muy parecido
a ella. A veces envuelve su rostro en una bufanda, deja
solo al descubierto sus ojos, junta las palmas de sus
manos y juega a ser una mujer islámica. Sus uñas no son
largas pero las mantiene prolijas.

Inés fue mi alumna en un taller que di sobre crítica


de arte. Ella me envió una solicitud de amistad al
Facebook cuando terminó la cursada. Este gesto, supuse
erróneamente, tenía como interés conocerme más allá de
nuestra ya terminada relación pedagógica. Al tiempo de
que le acepté la solicitud me escribió un mensaje privado
que decía: “Hola, ¿tenés un ratito para consultarte algo?
Le respondí que sí. Ella estaba armando una nota sobre la
relación entre arte y reflexión y quería saber mi opinión.
Le respondí que la creación artística debe pensarse como
un acto reflexivo desde su propio hacer. La reflexión sólo
sirve si se traduce en un ejercicio estético concreto. Ella
me repreguntó si para mí siempre era subsidiaria la
reflexión de la creación. Le dije que sí. Me dijo que mi
postura era un tanto reduccionista. Le dije que era mi
postura. Me dijo: “está bien” y que ella en cambio era

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Ulises Cremonte

un poco cartesiana y lo que le había dicho no le había


servido demasiado. Entre paréntesis aclaró que esto
último era un chiste y me dijo “gracias” con cinco signos
de admiración. Al tiempo me volvió a escribir: “¿Tenés
ganas de leer mi nota sobre el arte y la reflexión?”. Le
respondí: “Hola, gracias pero no me interesa mucho el
tema, ¡beso!” Ella puso: “Bueno. Decime… ¿hice algo que
te molestara? Lo del pedido no era tanto porque pensara
que te podía interesar, sino más bien porque quería
saber tu opinión”. Le respondí: “Sí, entendí, pero eso no
significa que tenga que leer algo que no tengo ganas.
Perdón. Creo que estás poniendo muchas expectativas
en mi opinión, no valgo tanto, niña.” Ella cerró la charla
con un “Puede ser que tengas razón. Quizás no valgas
tanto. ¡Beso!”.

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CAPÍTULO 6

C on Lorena estoy –en forma discontinuada–


desde hace casi quince años. Fue mi alumna de
Semiótica de la Cultura durante el primer cuatrimestre
de 1999. En octubre de ese año pasó a verme al final
de una clase, con alguna excusa que no recuerdo. Tenía
19 años. Yo venía de terminar una relación de dos años
que había incluido una convivencia en La Plata, luego en
Mar del Plata y finalmente de nuevo en La Plata. Días
después de aquel primer encuentro, fuimos al cine a ver
Los Idiotas, una película que respondía al protocolo de
lo que se conoció como Dogma. En esta primera etapa,
que habrá durado un par de meses, fuimos novios. Corté

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Ulises Cremonte

con ella en la plaza Rivadavia, frente al Ministerio de


Seguridad de La Provincia de Buenos Aires. Hace un
tiempo me dijo que en algún lugar de su nueva casa tenía
una foto de aquella época.

A Lorena le gusta viajar. En el 2010 pasó su cumpleaños


en Nueva York y posó con el Empire State a sus espaldas.
Llevaba una campera de cuero negra y el cabello rubio.
Tiene párpados un poco grandes. Los anteojos oscuros le
quedan muy bien. En un restorán comió un sándwich
de atún y pepinos. Un día de lluvia usó paraguas y una
bufanda marrón. En esa foto está muy sexy. En una
tienda compró sombreros a 3,99 dólares y se sentó en
esas típicas escalinatas de las casas, esas que aparecen
en tantas películas y series. Otro día le sacó una foto a
una pareja de negros y visitó una iglesia que en uno de
los bancos tenía un cartel que decía: “Reserved”. Comió
pizza y tomó cerveza. También posó frente a un cartel
que promocionaba la serie Mad Men y en un museo
de máquinas de coser. Ese día llevaba calzas negras,
zapatillas al tono, un vestido cortito, camisa de jeans. No
fue al MOMA, pero le sacó una foto a una lata de sopa
Campbell´s. Es la última imagen de ese álbum.

Nuestra segunda etapa fue a finales del 2006. Esta


vez yo me había separado de la madre de mi hija. Lorena

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SELFIE

vivía con su novio uruguayo, así que fuimos amantes,


pero no tan clandestinos, porque un domingo viajamos
a Buenos Aires, almorzamos en un restorán llamado La
gallina turuleca, paseamos por la avenida Santa Fe y
compramos un par de libros en Yenny. Pero por lo general
nos veíamos en el departamento que yo había alquilado
después de separarme. El departamento tenía una sola
habitación. Había comprado un futón para que mi hija no
durmiera en mi cama los días que me correspondía estar
con ella. Tenía tres años recién cumplidos y finalmente
durante esa época durmió siempre conmigo.

Lorena restaura muebles. Tiene un delantal blanco con


pintitas azules que le queda divino. Para ser más precisa
debe usar anteojos de aumento. Se enteró después de los
25 años que tenía cierta miopía. A veces también usa
otro delantal, negro y con el rostro de Marilyn Monroe.
Me gusta más el otro. Para algunas tareas específicas se
pone guantes de goma. El resultado de ese taller fue una
mesita ratona. Supongo que la debe tener en su casa.
También un banquito.

La tercera etapa incluye algunos encuentros durante


los últimos meses del 2009. Ella seguía de novia con el
uruguayo y yo comenzaba a conocer a Soledad. Como
era enero cenamos en el patio de casa. Por entonces tenía

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Ulises Cremonte

un perro labrador que era insoportable. Después de que


le saltó encima más de tres veces me dijo en un tono
imperativo: “hacé algo”.

A veces Lorena se autodefine como ñoña. Creo que un


poco lo es, pero yo también, así que no me molesta. En
el invierno del 2013 fue a visitar a una amiga que vive
en Río de Janeiro. Una tarde en la playa usó una remera
negra con la cara de Sandro y un shorcito floreado.

En la casa de sus padres, en Necochea tiene una


perra raza Dálmata y en La Plata un gato. Antes leía la
revista Barcelona. Tiene un hermano menor, al cual aún
amenaza con pegarle cuando no le da bola en algo.

Ella ya no está con el uruguayo, ahora vive con otro


hombre, que creo que también es uruguayo, porque unas
fotos en la playa él aparece con la típica camiseta celeste.
En la arena escribieron un corazón que dice L y M. El
pibe tiene algo de facha. Se los nota enamorados. La otra
noche, después de coger estuve a punto de comentarle lo
lindo que se veían, pero no dije nada.

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CAPÍTULO 7

A Daniel lo conocí en el 2000. Necesitábamos un


locutor para armar el demo de un programa de
radio. Había egresado del ISER y tenía 30 años, un bebé
recién nacido y una voz imponente. Se había casado –
por civil– y andaba con un Fiat 147 blanco. Siempre
vivió en Berisso. Hace un tiempo le empezaron a salir
canas. Cuando era joven nadaba y le hubiese gustado ser
bombero voluntario. Cuando necesito hacer un arreglo
en mi casa lo llamo. Este verano me colocó un ventilador
de techo. Lo hizo en tres tandas, pero supongo que no
tengo mucho derecho a quejarme porque no le pagué.
Alguna vez trabajó en YPF. Lo echaron en los 90 y recién

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Ulises Cremonte

en el 2012 ganó el juicio por desempleo. Le pagaron una


miseria. Chela, su mamá, hace las mejores empanadas
de carne que probé en mi vida.

Daniel es impuntual, pero no lo va a reconocer nunca.


Usa chombas y jeans, pero cuando conduce un evento
utiliza un traje color negro. Tiene una motito y una combi
Volkswagen. Hace un tiempo acompañó a su hijo a que
se hiciera un tatuaje. El tatuaje era de Michael Jordan.
Por esos días mi hija, sin saber lo del tatuaje, me pidió
comprarse una remera roja que decía “Bulls” y tenía
inscripto el número 23.

Desde comienzos del 2014 Daniel está construyendo


una casa con troncos y barro. Es un método utilizado por
un alemán. Compartió un video del tipo ese en Facebook.

Sus últimas vacaciones fueron en el 2012 en Santa


Teresita. Alquilaron un departamento de un ambiente. Por
suerte no llovió ninguno de los cinco días que estuvieron.

Daniel compra y vende autos y tiene una revista por


la que sale a buscar publicidad. Siempre está detrás de
algún negocio nuevo. No le suele ir bien. No sé cuál es su
falla. Porque ganas no le faltan. Pese a que suele tener
más voluntad que yo, le va peor que a mí. Por cosas como
esta la gente suele decir que la vida es injusta.

42
CAPÍTULO 8

M icaela tiene el pelo castaño y varios tatuajes. Es


de estatura baja y una sonrisa que le ilumina
el rostro. En diciembre del 2013 se puso un vestido
negro, tan cortito como ella y se fue a pasar el día al
Parque Pereyra con Pachu. Él llevó la cámara de fotos.
Tomaron cerveza del pico. El envase era descartable.
Cuando el sol se reflejaba en el cabello de Micaela, su
figura adquiría algo de virginal. Siempre que puede
anda descalza. Usa aros grandes de colores y cuando
hace calor se ata el pelo con una colita negra. De la
tarde del Parque Pereyra quedó inmortalizada una
imagen de ella, acostada en el pasto. De su boca puede

43
Ulises Cremonte

verse salir el humo de un cigarrillo o quizás un porro,


porque no llega a verse bien qué es lo que sostiene con
su mano izquierda. ¡Es tan linda! Le gusta llevar la cara
lavada y los hombros desnudos. Tiene una amiga que se
llama Flor que suele hacerle muy buenos retratos. Hay
uno donde la cámara se ubica justo arriba de ella que
está acostada, con los ojos cerrados, pero no dormida.
Posiblemente haya estado desnuda, pero el encuadre de
la foto llega hasta antes de que se vean sus tetas.

Micaela estudia en La Plata, pero nació en Tres


Arroyos, así que para las fiestas ya se instala nuevamente
en su pueblo. Allí tiene una habitación donde hay una
cama de dos plazas, una ventanita diminuta y paredes
descascaradas que se parecen al cielo antes de que
comience a llover. Suele dormir un rato la siesta con
una musculosa azul. Tiene un piercing en la parte
superior de la oreja derecha. Con Flor hacen monerías
para la cámara. Lo típico, el gesto del pulgar y el índice
formando la “L” de “Looser”. Por la casa de Tres Arroyos
anda dando vueltas un gato negro que usa un collar rojo.
También hay un sillón bordó, donde Mica suele tirarse.
El 22 de diciembre del 2013 se juntaron a comer con una
enorme parentela. Había una mesa larga con un mantel
marrón con frutas estampadas: horrible. Los vasos eran

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SELFIE

de plástico, salvo un par de metal que suelen llevarse a


los campamentos. Tomaron fernet, sirvieron pan dulce y
ella se sacó una foto con una pareja de padres primerizos.
Las paredes eran de ladrillo a la vista y en una de ellas
colgaba una guitarra. Jugaron al truco.

Pese a que tiene 19 años, a veces se comporta como


una nena de diez. Quizás sea su aire eterno de inocencia.
Aunque de chica, parecía más grande. “Lo digo sin
modestia: salimos requetebeios”, puso al pie de una foto,
donde hacía el mismo gesto de Uma Thurman cuando
bailaba con Travolta en Pulp Fiction. Tiene una amiga
que nació en Bélgica. Es rubia, con el cabello corto, raya
al costado. Una parte de su cabeza está rapada. Hay
que verlas abrazadas, la boca de su amiga en su mejilla
izquierda, la sonrisa de ella, su rostro sonrojado. Juntas
emanan vitalidad. Y dulce libido. La rubia suele hacer
morisquetas con su cara. Parece una chica divertida e
hiperquinética. Cuando se juntan, Micaela está feliz. En
realidad no es una chica que se haga drama con nada.
Envidio su optimismo. Y también su juventud. Hay una
foto donde la rubia mira cómo ella coloca la lengua sobre
sus dedos índice y anular: estimulante imagen. Toda
esa secuencia es muy divertida y sexy. Definitivamente
lo mejor de Micaela es poner caras: una mano en el

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Ulises Cremonte

mentón, la boca sonriente, pero con los labios cerrados,


balanceados para ambos lados como si fuera un barquito
movido por las olas. Le gustan las flores y a veces las usa
en su oreja, lo cual despierta una catarata de piropos. Si
está aburrida se le nota.

En su cumpleaños de 2012 tomó ron con Coca y limón


concentrado y comió alfajorcitos de maicena y maníes,
aunque no en ese orden. Tiene unos antejos negros
que imitan al modelo que usaba John Lennon que no
parecen cuadrar demasiado con su flequillo “rolinga”. A
veces se despeina a propósito, frunce el ceño, levanta el
hombro izquierdo y dice: “mirame de nuevo”. También
tiene un piercing en la nariz. Es un puntito metálico:
sutil. Escribe poesía y suele repetir que el amor hace
más bonito al mundo. A principios del 2013 estaba un
poco más gorda, pero no parecía molestarle. El rostro se
le había hinchado como si fuera una piñata. Ese mismo
año se hizo un tatuaje en el hombro. Le gusta Mafalda
y en abril pasó el día en la República de los Niños. Una
amiga la llama: “mi zurdita linda” y una vez posó frente
al monumento a Monzón. Cuando se pinta los ojos, su
rostro pierde espontaneidad. Tiene unas zapatillas que
son piezas multicolores de un rompecabezas y cuando está
frente al micrófono de su programa de radio le encanta

46
SELFIE

entrelazar los dedos de sus manos y mantener un tono


serio. No le gusta usar los auriculares y a veces pone los
pies encima de la mesa del estudio. Tiene algunas fotos
de sus pies en ojotas. Para una fiesta se pintó el rostro
de verde, no sé bien de qué estaba disfrazada. Quizás de
“mujer Hulk”, pero no estoy seguro. Una de sus amigas
se disfrazó de elefante, con trompa y orejas y otra de
tigresa. Si me llevo por esa tendencia animal, quizás con
la pintura verde haya querido parecer una iguana.

Con el pelo mojado, tirado hacia atrás, su frente,


amplia deja en evidencia sus cejas delgadas. Alguna
vez tuvo el cabello corto. Parecía un chaboncito. Me
gusta más el corte que tiene ahora. De perfil muestra
un rostro armonioso, casi dibujado. Fuma, con la mirada
en el horizonte y su codo apoyado en el respaldo de la
silla. Una vez se hizo bigotes tipo manubrio de bicicleta.
Le quedaban simpáticos. Tiene una campera gris con
capucha y en una época usaba un crucifijo y también
vincha. Creo que comenzó a fumar a los 16 años y en la
fiesta de egresados de la secundaria se puso un vestido
negro y rojo. En el momento del carnaval carioca se le
agregó a su vestuario una corbata de muchos colores.
Anduvo con dos maracas naranjas y con un birrete de
plástico en la cabeza. Tiene una foto en una marcha

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Ulises Cremonte

de ese movimiento feminista que tiene como lema: “Ni


sumisa, ni devota, te quiero libre, linda y loca”. A veces
usa anteojos con aumento. Son chiquitos y ovalados. No
le quedan bien. Suele dormir con una foca de peluche.

Antes de venir a estudiar a La Plata usaba una camisa


de leñador blanca y verde. Cuando infla las mejillas
y hace trompa queda graciosa. Escribe con la mano
izquierda. Empuña la lapicera como si fuera un pica
hielo. Sabe hacer globos con los chicles. Supo tener un
gorro jamaiquino de lana. Por entonces se pintaba los ojos
con delineador negro. Lloró la muerte del flaco Spinetta.
Hace poco escribió: “Llorar por chicas bonitas y ser un
helecho es mi nuevo estado”. Le gusta escuchar Tom
Waits cuando llueve. No quiere que nadie use remeras
con la bandera de Estados Unidos o de Inglaterra.

Micaela fue mi alumna en Semiótica de la Cultura. La


agregué al Facebook pese a que siempre llegaba tarde a mis
clases. Alguna vez le sugerí ir a tomar una cerveza, pero
nunca quedamos en nada. Yo tampoco insistí demasiado
porque creo que le gustan las mujeres. Aunque quizás me
equivoque. Una vez compartió en su muro una frase de
Woody Allen que decía que la bisexualidad aumentaba
las posibilidades para una cita un sábado a la noche. Ella
firmó esa publicación con un “Es así”.

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CAPÍTULO 9

C uando Sebastián tenía ocho o nueve años se puso


un pantalón negro, cinturón, camisa y corbata:
esa típica elegancia de juguete de todo chico que se viste
como adulto. En la foto aparece con las manos en los
bolsillos y una sonrisa pícara que aún conserva. Hay algo
de esa imagen que anticipa lo que es hoy: un tipo fachero,
seductor, masculino. Lo veo como no me veo a mí; es mi
reverso, mi sombra inversamente proporcional. Ahora
tiene barba, 33 años y el cabello corto. La barba tiene
la cantidad de canas necesarias para darle un aire de
autoridad. Suele usar camisas y también reloj. Le dicen
el negro. Estuvo en pareja con una estudiante de Trabajo

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Ulises Cremonte

Social por más de diez años. Cuando se separó sufrió


un poco, pero al poco tiempo ya estaba nuevamente de
novio. Volvió a vivir con los padres y hace unos meses con
su flamante novia pidieron un crédito y compraron una
casa. Es hincha de Estudiantes de La Plata pero hace
tiempo que no va a la cancha. Tiene un cargo directivo
en el departamento de cultura de la Municipalidad,
un despacho para él solo y dos secretarias. Viajó solo
a España. En Zaragoza, frente a un castillo medieval
usó lentes oscuros. En el País Vasco anduvo por unas
callecitas angostas. En la selfie no sonríe. En Madrid
estuvo en un acuario y también en un museo de cera. Usa
un crucifijo dorado. Nunca le pregunté si era de oro, pero
supongo que sí. Le gusta cocinar al disco y a la parrilla.
Cada tanto me invita a cenar. Con Sebastián jugamos al
squash. Son pocas las veces que le gano.

Hace varios años, la madre de mi hija y Sebastián


compartieron un viaje a Mar del Plata. En esa época yo
creía que eran amantes. Ahora ya no importa si entre
ellos pasó algo o no. Supongo que llegado el momento
le preguntaré: che, aquella vez ¿te cogiste a la que era
mi mujer? Pasó mucho tiempo, es una causa prescripta.
Además a mí también me gustaba la que por entonces
era su pareja. Nunca pasó nada. Ni siquiera lo intenté.

50
SELFIE

Pero formaba parte del elenco cercano de fantasías: la


mujer de un amigo. Sebastián es peronista así que no
creo que lo escandalice demasiado la idea de que alguien
desee lo que es de él. Quizás cuando lea esto se enoje un
poco, sobre todo porque mi última frase le puede llegar
a parecer un poco gorila. Pero no veo nada de malo en
desear lo que tiene el otro, salvo cuando me encuentro en
la posición de haber perdido algo que tenía.

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CAPÍTULO 10

L a esposa de mi papá le hizo una cuenta de


Facebook. Puso como foto de perfil una imagen
de Marcos Patronelli subido a su cuatriciclo. De fondo
aparece un acantilado y más atrás el mar. Supongo que
es de cuando el Dakar largó desde Mar del Plata, donde
él vive.

El 21 de marzo es mi cumpleaños y a fines de febrero


le comenté a mi papá que me gustaría que viniera para
esa fecha a La Plata. Me dijo que sí. Días más tarde me
preguntó si para mí era lo mismo festejarlo el viernes
21 o el sábado 22, porque si lo festejaba el viernes iba
a tener que faltar al taller de cine italiano. Le respondí

53
Ulises Cremonte

que, como cumplía cuarenta, cifra simbólica si las hay, y


caía un viernes, no un martes o un jueves, tenía ganas de
festejarlo justo ese día y no uno después. Le aclaré que si
lo deseaba podía venir el sábado, que no iba a ofenderme
si no estaba. Me dijo que de ninguna manera, que no
había problema, que no pasaba nada si faltaba una clase
al taller.

Mi mamá no tiene Facebook. Con ella me llevo para el


orto. Hace más de un año que no la veo. La última vez
que la vi, discutimos. La había pasado a buscar por la
pensión donde por entonces vivía y fuimos hasta un bar
que quedaba en la esquina. Ella pidió un tostado y una
Coca Cola Zero, yo café con leche y dos medialunas. Al
promediar el encuentro me preguntó si podía prestarle
un poco de dinero. Era la tercera vez en dos meses que
me pedía plata. Hasta donde yo sé no tiene problemas
con el juego, simplemente es muy despelotada con la
guita. Su gordura le generó una renguera crónica y gasta
mucho en taxi. Nunca le gustó demasiado cocinar, así
que suele pedir comida hecha. Creo que en eso se le va
la plata. Le expliqué que ese mes tenía muchos gastos
y que esta vez no podría ayudarla. Me preguntó si me
animaba a pedirle a mi viejo. Mis padres se separaron
cuando yo tenía dieciocho años. Ella dijo: “¿Y si le pedís

54
SELFIE

a papá?” Respondí: “No”. Comenzó a llorar. Mi primera


reacción fue comprobar si la gente que estaba en el
bar nos miraba. Al rato se calmó. La acompañé hasta
la puerta de la pensión. Nos saludamos con frialdad.
A la semana me llamó pero no la atendí. Entonces me
mandó un mensaje que decía: “Yo sabía que no me
ibas a atender y van…” Le respondí: “Con esta clase de
mensajes no sólo no puedo atenderte sino que no quiero.
No me llames más, por favor.” Un mes después volvió
a escribirme: “Aunque no quieras hablarme más y pese
a que esta canción seguro te parece cursi yo te seguiré
queriendo. Aquí va: Nadie me habla de ti y sin embargo
te extraño/ no me resigno a olvidarte aunque pasen los
años que será de ti/ por donde andarás, a qué distancia
te encuentras de mi soledad/ como quisiera saber si aún
me recuerdas/ si has preguntado por mí, si te duele mi
ausencia/ que ha cambiado en ti y en tu corazón, como ha
seguido tu vida después de mi amor/ desde que no estás
aquí ya no puedo encontrar de nuevo el sentido de la
soledad/ sin ti no imagino volver a empezar, quiero saber
que fue de ti, desde que no estás aquí, solo me habita el
dolor/ se me va la vida sin saber de ti, amor”.

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CAPÍTULO 11

M aru fue mi novia durante tres años, pero nunca


me quiso agregar al Facebook. No tengo fotos de
ella. Nos separamos tres días después de la inundación
del 2 de abril del 2013. Mi casa no se inundó. La de
ella tampoco. Recién volvimos a hablar en septiembre.
Tuvimos una primera charla a la hora de la merienda.
Desde ese día comenzamos a intercambiar mensajitos
por WhatsApp. En octubre me pidió que le comprara un
libro en Buenos Aires cuando fuera a dar clases. Pero
nunca arreglamos para que se lo llevara. A mediados
de diciembre le dije que tenía cosas de ella, que cuando
quisiera se las daba. Así fue que pasé por su casa. Le

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Ulises Cremonte

llevé todo, menos el libro que me había pedido que le


comprara. No pudimos hablar mucho porque estaba su
madre. No la vi bien, estaba, en sus propias palabras
“un poco desbordada”. En Nochebuena me mandó un
mensajito que decía “Feliz navidad”. Recién puede
responderle al otro día porque estaba en una quinta en
Tandil donde no había señal. Para Año Nuevo no nos
saludamos.

El 5 de enero le mandé un mail. Era su cumpleaños.


Me respondió: “Gracias, espero que andes bien. Beso”.
En febrero volví a mandarle un mail. Le dije si podía
recuperar mi primera edición de La Semiosis Social de
Eliseo Verón. No me respondió. Le mandé un whats.
Ahí sí me respondió. Dijo que nunca le había llegado el
mail. Quedamos en que en algún momentito pasaba y
me dejaba los libros. Su tono, amable, parecía ser la más
clara evidencia de que ya no estaba enamorada de mí. La
conozco, cuando cierra una puerta, no la vuelve a abrir
más. Eso le comenté una semana después del último
mensaje, cuando pasó por mi casa. Además del libro que
le había pedido trajo otros, que había olvidado que ella
tenía. Le preparé café. Nos pusimos al día. Quiero decir,
supe y supo los acontecimientos de la última semana.
Antes de despedirnos, ya en la puerta de mi casa, le

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SELFIE

pregunté cómo estaba: bien. Me propuso que todas las


veces que quisiera podía pasar a tomar unos mates por
el estudio donde trabaja con su madre. Le dije que le
agradecía pero que por ahora no, no porque no quisiera,
sino porque me encontraba en pleno duelo y que, hasta
que no dejara de estar enganchado con ella iba a ser difícil
que pudiera tomar algunas situaciones con naturalidad.
Nos abrazamos. Mis ojos se llenaron de lágrimas y creo
que los de ella también. Después se fue. Cerré la puerta.
Sólo literalmente, digo.

59
SEGUNDA PARTE
Autorretrato. Mayo de 2014.
SELFIE

L os 11 capítulos anteriores son ficción y si bien


algunas cosas pasaron tal como las cuento, los
nombres están cambiados y ciertas situaciones tienen un
subrayado novelesco o algo así. En esta segunda parte la
cosa será distinta.

Me llamo Ulises Salvador Cremonte. Nací en Mar


del Plata en 1974. Si al año se le agrega que mis padres
eran universitarios se comprende porque me pusieron
ese segundo nombre. Y el que no lo entiende que lea un
libro de historia de América Latina. La primera foto de
mi álbum es en brazos de mi mamá. Tengo seis meses
y la cabeza redonda como un bebé de juguete. Hace un

63
Ulises Cremonte

día divino en Parque Camet. Debe haber sido domingo.


En otra foto estoy dormido, en una sillita mientras de
fondo una docena de chicos corren en el pasto. Después,
ya más grande, llevo puesto un gabán muy monono.
Uno de mis pies está cerca de una pelota pulpito. Mi
papá me sostiene para que no me caiga. Se esfuerza
por intentar que patee la pelota: siempre tan exigente.
Quizás exagero. Tiempo después me obligaron a posar
en una larga secuencia vistiendo una camiseta de River.
Tengo dos años, botines, medias rayadas y nunca miro
la cámara del fotógrafo profesional que contrataron.
Pero como era chico supongo que me perdonaron. Eso
sí, no dejo de sonreír. Por esa época aparezco también
en Necochea, con mis abuelos y mi tía Susana. Ahora
todos ellos están muertos. Suele ocurrir cuando uno mira
fotos viejas. Era un cumpleaños y la torta una calesita.
Tengo una polera azul muy mayo francés. Divino. En
un segundo plano aparece la hermana de mi abuela.
Estaba loca, pobrecita. Era como un personaje de teatro,
aunque verla no resultaba para nada artístico, sino más
bien patético o triste. En otra foto queda claro que no me
gusta lo que mi abuela me da con una cuchara: mi rostro
arrugado por el llanto incontenible. ¡Qué malcriado que
era! Y hay más: rubio y con un pijama, una mañana que
si no estuviese fotografiada pensaría que forma parte de

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SELFIE

una imagen onírica. Después hay varias fotos en blanco


y negro. Llevo una gorra. Mi mamá escribió al pie de las
imágenes: ¿No me parezco a Reutemann?

Así llegamos a marzo del 77: primer día de Jardín de


Infantes. Pintor rosa, jeans con el dobladillo hacia afuera,
zapatitos marrones. Estoy junto a un Peugeot 404 rojo.
En esa página del álbum hay en total seis fotografías.
En una aparece un hombre que no recuerdo quién era.
Debajo de su foto mi mamá escribió: “¡El loco Diego!” En
esa misma página mi mamá también escribió: “Mamá
adelgazá”. No se la ve tan gorda. Ese año me festejaron
el cumpleaños en el Jardín Unión del Sur. Usé un gorrito
hecho de cartulina verde, similar al que tiene en todas
su representaciones gráficas Robin Wood. La Señorita
aparece en dos fotos. Era muy linda: si en el 77 hubiese
tenido mi edad actual, habría intentado seducirla. Pese
a que el álbum tiene nueve páginas más, la serie de fotos
concluyen en marzo del 77. Pero donde no hay fotos hay
recuerdos.

***

El Jardín de Infantes al que iba tenía juegos de


cemento: eran como enormes cloacas lúdicas. Al pasar a
la primaria comencé a usar un portafolio marrón, grande

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Ulises Cremonte

para mi cuerpito. De la guerra de Malvinas recuerdo


estar formado frente a la bandera y también delante
del televisor mirando el noticiero. Había una casa que
vendía materiales para la construcción que se llamaba
“El inglesito” y que cambió su nombre por “El indiecito”.
Por esa época compramos el primer televisor color y un
par de años después la videocasetera. Tendría 12 años y
vi El pájaro de las plumas de cristal de Darío Argento.
Fue en 1986. Mundial 86. Mi papá no podía manejar
sus miedos cuando Argentina iba ganando y entonces
dejábamos de ver los partidos. Así fue como después del
primer gol de Maradona a los ingleses, me encerré en
mi habitación y por lo tanto, el segundo gol no lo vi en
vivo: una herida irreparable. En el 90 igual: los penales
contra Italia los pasamos en una plaza cerca de Punta
Mogotes. No andaba ni un alma. Recién prendimos la
radio con los primeros bocinazos. La vida en diferido.
Vuelvo al 86: en mi casa no había minicomponente, así
que los primeros casetes los escuchaba en el estéreo del
Renault 12. Allí conocí a Virus y Soda. No alcanzaba a
entender el sentido de las letras de Virus, pero sí las de
Soda. Todos entendíamos a Soda: de ahí su masividad. Mi
mamá me regaló Piano Bar, de Charly García. También
escuchaba a Nacha Guevara: todos tenemos un muerto
en el pasacasete. Yo extraño mi ciudad cantaba ella, pero

66
SELFIE

yo no la extraño. Ni a la ciudad, ni su voz. La secundaria


fue un martirio: en el viaje de egresados mis compañeros
de habitación me robaron 50 pesos. En esa época era
mucha plata. Algo parecido me ocurrió cuando viví en
una pensión ubicada en calle 8: me fui a bañar y al volver
me habían afanado 200 pesos. Aunque ya estaba en la
Facultad seguía siendo tan boludo como siempre.

***

Mi debut sexual fue a los 16: no recuerdo su nombre,


creo que era Cecilia. Tenía 30 o 38 años, dos hijos, un
marido, tetas grandes y limpiaba en casa. Desde entonces
el olor a lavandina me resulta afrodisíaco. El último año
de la secundaria, como no quería estar con mi mamá y
mi papá comenzaba una relación con una mujer con la
que no me llevaba bien, viví solo en un departamento
que quedaba en el barrio La Perla. En el momento lo
disfruté, pero ahora no puedo dejar de sentir cierto
desamparo retroactivo. Por esa época tuve una historia
con una compañera de secundaria, que era un año mayor
que yo. Ella estaba de novio pero igual cada tanto pasaba
la noche en casa. Recién cogimos dos años después de
histéricos escamoteos. Ella no quería que usara forros,
así que quedó embarazada. El aborto me salió 1.000
pesos, pero como estábamos en plena Convertibilidad

67
Ulises Cremonte

ahora debería decir que eran 1.000 dólares. A las 9 de la


mañana la acompañé a un consultorio que estaba en la
calle España. Fuimos en su auto. Yo no sabía manejar,
así que a la salida fue una amiga quien nos llevó hasta mi
departamento. Pasó el resto del día en la cama. La atendí
como a una reina. Me sentía tan aliviado que podría
haberle preparado cien panqueques sin quejarme. Cerca
de la medianoche nos subimos a su auto: ella al volante.
Casi no hablamos. Sus padres no sabían nada. La despedí
en la puerta y regresé caminando treinta cuadras. No me
pesó el trayecto, estaba liviano como una pluma. Hace
un tiempo volví a charlar con ella por el Messenger del
Facebook. Vino a La Plata para Semana Santa. Se quedó
en lo de una pareja amiga. Había quedado en que podría
llegar a invitarla a ver un espectáculo de Stand Up, pero
finalmente no nos encontramos. Mejor así, ¿no?

***

Conviví con dos mujeres. La primera fue hace tanto


que solo recuerdo lo mal que cogíamos y que cocinaba
muy bien. La segunda fue la madre de mi hija. Estuvimos
cinco años juntos y me dejó por un Dj que tenía un video
club que quedaba frente a la cervecería más conocida de
La Plata. Por esa época fui a almorzar ahí con mi hija.
Nos sentamos en las mesas de afuera y ella me dijo que

68
SELFIE

en el negocio de enfrente atendía el novio de su mamá.

La mayoría de las mujeres con las que después


estuve fueron ex alumnas. Parte de mi éxito lo debo a
que la materia de la cual soy adjunto pasó de ser anual
a ser cuatrimestral. Es el tiempo justo para que el
encantamiento docente haga mella. La extensión de dos
cuatrimestres muchas veces terminaba por aburrirlas. Y
a mí también.

La última vez que me enamoré lo pasé bastante mal.


Siempre mi mayor temor es que me dejen de querer. Así
no se puede estar, aunque durante un tiempo la cosa
funciona. Yo trato de hacer todo lo que ellas me piden,
pero mientras tanto germina dentro de mí un, cada
vez más inocultable, resentimiento. “Encima que hago
todo esto me vas a dejar de querer”. Cuando quiero ser,
al menos, un poco más auténtico ya es tarde. Ahora
pienso que es muy difícil que pueda volver a convivir
con alguien y mucho menos que me vuelva a enamorar.
Típico del duelo, ¿no? Los días que no viene mi hija a
casa me dedico a comer y a tomar Fernet Branca con
agua tónica. De postre, un cuarto de helado de Kukú.
No es que me deprima, aunque paso esas horas como si
fueran un feriado. Hay algo que entendí: ya está, no creo
que haya mucho más que esto. De acá, al final de mis

69
Ulises Cremonte

días las cosas van a ser así. ¿Por qué habría que esperar
algo más? Pero no me quejo. Mi único temor es que no
quiero terminar como mi mamá.

***

La primera vez que escribí en este texto la frase


anterior decía: “Mi único temor es que no quiero terminar
CON mi mamá”. Meses después, al corregirlo descubrí el
fallido: me preocupó un poco.

Mi mamá vive en una pensión. Está tan gorda que


no puede caminar. Usa bastón y cobra una mísera
jubilación. Como conté en la primera parte, alguna vez
quise ayudarla, aunque no creía que lo mereciera: casi
nunca supo actuar como una madre. Un día me llegará
la noticia de que murió. Seguro deberé hacerme cargo
de varios trámites. No creo que el Estado, existiendo un
hijo, se haga cargo. Ante mi hija deberé sobreactuar una
tristeza que no sentiré. Temo que si me muestro frío y
distante, ella crea que uno puede no lamentar la muerte
de sus progenitores. Eso sí, trataré de nunca mostrarme
débil frente a mi hija. No quiero que sienta esa lástima
neutra que siento por mi madre. Tampoco quiero ser una
carga para ella. Eso lo heredé de mi papá. Él ya me dijo
que cuando comenzara a ser una molestia le dejara un

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SELFIE

frasco con pastillas y una botella de whisky. Siempre que


pienso en esa frase, me imagino el día después. Entrar a
su departamento, encontrarlo en un sillón, el vaso caído,
su rostro arrugado y quieto, la cabeza inclinada sobre su
hombro y la tele prendida en Crónica TV. No es que él mire
Crónica, ni que haya un metonímico puente morboso con
ese canal. La asociación es, también, familiar. Cuando
su madre murió, es decir mi abuela, estaba mirando
Crónica. Mi papá me contó que la última vez que habló
con ella, le dijo que le hacían reír las “mellizas griegas”.
Nos gusta, con mi papá digo, recordarla así y por eso
cuando pienso en su futura eutanasia aparece Crónica
TV. Aunque no sé si llegado el momento me atreva a
cumplir con su pedido. Quizás le cambie las pastillas por
Tic Tac. Espero que sea la enfermera quien le cambie
el pañal para adultos. Cuando pienso en una enfermera
me aparece la imagen de Maradona en el mundial 94.
Los argentinos deberíamos cambiar la representación
de la parca. Para nosotros no debería ser un esqueleto
encapuchado, sino una enfermera gordita que nos lleva
de la mano rumbo al infierno. Maradona sabía y sin
embargo durante esos metros no dejó de sonreír. Quizás
creía que no le iba a pasar nada, preso de la impunidad
del ídolo. Estoy divagando un poco. Vuelvo: cuando digo
que no hay mucho más que esto, que mi suerte ya está

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Ulises Cremonte

echada, pienso en el día de mi muerte. Sentado en el


mismo sillón en el que imagino a mi papá. Veo venir la
enfermera gorda del Mundial 94 y me digo: “bueno, listo
llegó el día, pasó hoy, podría haber pasado antes y quizás
era más o menos lo mismo”. Pero está bueno que sea hoy.
No hoy, sino ese hoy, porque quiero conocer a mis nietos,
quiero ser abuelo, ya que padre seguro no voy a volver a
ser.

***

El primer perro que tuve se llamaba Cumpa. Era


un Bretón Español y como una tarde rompió todas las
bolsas de algodón de la farmacia de mi papá, él decidió
venderlo. Con esa plata me compró una campera inflable
de Alpine Skate. El perro era incontrolable. Una vez se
me escapó. Lo perseguí dos cuadras hasta que se metió
en una casa. La casa tenía la puerta abierta, así que lo
seguí. Cuando entré a buscarlo me encontré con una
familia sentada a la mesa. Cumpa se encargó de romper
la armonía del lugar. Había una chica, jovencita y flaca
que tenía puesta una musculosa y una bombacha. Fue la
primera vez que vi a una chica en bombacha. Por cosas
como estas los perros se han ganado el derecho de ser los
mejores amigos del hombre.

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SELFIE

***

A veces tengo la siguiente fantasía: la vida es como


un partido de fútbol y todos nuestros movimientos
dependen de un Director Técnico que nos da indicaciones
al otro lado de la línea de cal. Si tuviera oportunidad de
elegir al encargado de llevar a cabo mi vida no tendría
dudas en seleccionar al Cholo Simeone. Lo bueno de esta
fantasía es que si las cosas no salen bien, como siempre
el primer responsable es el DT. Ante una seguidilla de
malas decisiones alcanzaría con traer a otro técnico. Si
lo pienso más de un minuto, mi psicólogo podría ocupar
ese lugar. Pero claro una cosa es la metáfora y otra la
literalidad de la vida. Como siempre el lenguaje hace de
las suyas.

***

Desde marzo de este año voy a dar clases a Avellaneda.


Como tengo que estar a las 8 me levanto a las 5 y media.
A las 6 ya estoy en la autopista. Tengo tres alumnos, uno
de ellos se queda sistemáticamente dormido. La materia
que dicto es sobre un tema que me aburre. Lo que gano, al
menos hoy, no lo necesito para vivir. Nada para aquello
que emplee ese excedente parece justificar el esfuerzo
que significa levantarme una vez por semana a las 5

73
Ulises Cremonte

y media de la mañana. Pero soy una persona culposa


y entonces me digo que tengo la suerte de trabajar en
algo que no requiere demasiado sacrificio, que es sólo
una vez por semana y esas cosas. El resto de los días me
levanto pasada las 9 y media. Incluso a veces a las 10.
Mis otros trabajos no me requieren demasiado tiempo.
Sé que no debería quejarme. Ahora que lo pienso: gracias
a este pequeño sacrificio de los martes logro sentirme un
poco mejor con el resto de mi vida laboral. Es como si me
sirviera de coartada. Las clases en Avellaneda son una
especie de plusvalía psíquica. “Plusvalía Psíquica”, me
gusta ese concepto que acabo de inventar. Si un psicólogo
leyera esto seguro objetaría su validez. Y bueno, se verá,
como suelo decir en el diván al que voy cada jueves. Me
cae bien mi psicólogo, aunque no creo que podría ser su
amigo. En realidad soy de esas personas que les cuesta
incorporar nuevos amigos. Comenzar una relación con
una persona es como si nos reseteáramos. La metáfora
informática es efectiva, aunque poco poética. La dejo
porque en literatura me gustan las cosas directas. Decía:
ante una persona que no nos conoce tenemos que volver
a presentarnos y eso siempre me pone en la obligación
de repensarnos. Así elijo, dentro de ciertos márgenes,
cambiar algunas cosas que me incomodan de mí. A
veces lo logro, a veces no. Todo esto implica poner en

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SELFIE

funcionamiento un despliegue extra que hoy no considero


relevante usar para hacer un nuevo amigo. Reservo ese
caudal de energía para las mujeres. De ahí que considere
primordial racionalizar los recursos. Igual a la larga
siempre termino siendo un poco el mismo. Así es que
terminan diciéndome: ya no sos el de antes. Qué frase
de mierda. Una vez me dijeron una peor: “ya no brillás
para mí”. Fue durante unas vacaciones, en Oceanía del
Polonio, con mi última novia, la que aparece en el capítulo
11. Siempre que pienso en lo saludable que fue haber
tomado la decisión de no seguir con ella recuerdo esa
frase. Es una especie de talismán al que me aferro en los
días más nostálgicos. Es que hay que ser muy conchuda
para decir eso. O muy boluda, no sé. Por suerte en ese
momento no compré la frase. Tuve una sorprendente
lucidez para darme cuenta de la pavada que acababa de
decir. Ya no brillas para mí. Recuerdo que pensé: “quizás
te falte Blem en tu mirada”. Para los que no lo saben,
Blem es un limpia muebles. Una aclaración al pedo,
¿no? Salvo que esto se publique en otros países, ahí sí
que se volvería necesaria. Vuelvo: visto desde hoy, creo
que si tuviera que elegir una situación donde comencé
a separarme fue esa. Ahora me dieron ganas de hablar
un poco más sobre ella. Se ve que alguna espina todavía
tengo clavada, qué mufa. Creía que ya lo había superado,

75
Ulises Cremonte

porque pasó un año y medio desde que rompimos y más


de siete meses que no tengo noticias de ella. El otro día
la vi en una foto de un contacto de Facebook que tenemos
en común. Estaba igual. No sé por qué digo esto, si no
pasó tanto tiempo. Es que a veces parece que mi relación
con ella ocurrió en otra vida. Típico, también. Mejor no
escribo sobre ella. Es como con el juego de la copa: a los
fantasmas no hay que invocarlos.

En cuarto año de la secundaria salí segundo en un


concurso de cuentos. El relato se llamaba La risa loca
de July. Me ganó un compañero de mi división al que
apodaban “lechero”, debido a su supuesta insistencia
masturbatoria. Es una pena que no recuerde su nombre.
Quería buscarlo en Facebook para comprobar que nunca
más en su vida volvió a escribir.

19 de diciembre del 2001. A la vuelta de mi casa había


un Supermercado Chino. Pese a que la cosa estaba
áspera, sus dueños lo mantuvieron abierto. Mientras
tanto en la tele a cada rato pasaban la imagen de un
hombre, también chino, que no paraba de llorar. Yo
tenía 27 años, vivía en pareja y trabajaba dando clases.
Ganaba muy poco. Recuerdo que pensé: quiero volver a
ser hijo.

76
SELFIE

En el primer cumpleaños de 15 que me invitaron


usé botas texanas, pantalón nevado y una campera de
corderoy. No recuerdo de quién era el cumpleaños, pero
sí haber bailado “Vía México”, de Sueter. Se hizo en un
boliche y fue la primera vez que sentí que no era solo hijo,
sino también una persona. O algo así. Recuerdo haber
deambulado por las distintas habitaciones creyendo que
eso era ser más grande. No entendía demasiado como
venía la mano. Ahora que lo pienso no debe haber sido
un cumpleaños de 15 porque no hubo vals, ni esas cosas.
Sí recuerdo lo extraña que me parecía la propuesta de
casarse vía México de la canción. “No puedo casarme con
vos, porque yo, yo ya estoy casado” ¿Cómo si alguien ya
estaba casado se quería volver a casar? Hace un par de
noches, dominado por el insomnio, puse C5N. Volví a
quedarme dormido pero con la televisión prendida. Así,
la voz de Miguel Zavaleta se metió en mi sueño. Era un
recital acústico. Ayer fui a verlo en vivo. Tocaba en uno
de los mejores bares de La Plata. No había mucha gente.
A la semana siguiente, en el mismo bar, se presentó una
banda que hacía covers de Sueter. Estaba lleno.

***

Hace un tiempo vi una filmación de la vez que Perón


expulsó a los Montoneros de la plaza. Al comienzo

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Ulises Cremonte

del acto y luego de que se escucharan las estrofas del


himno, Isabelita condecoró a la “Reina del Trabajo
y Unidad Nacional”. El nombre de la muchacha era
María Fernández y representaba al gremio de Obras
Sanitarias. Por entonces yo tenía tan sólo 41 días de
vida. Debo haber tomado la leche (de la clemencia) que
salía de los pezones de mi mamá con la misma voracidad
con la que hoy me doy mis clásicos atracones de comida.

***

El día que nació mi hija pensé que la paternidad


era un don que se incorporaba a mi cuerpo de manera
automática, como la sustancia arácnida que picó a Peter
Parker. Con el tiempo yo también descubrí que todo
poder implica una gran responsabilidad. En las nursery
deberían obsequiar comics de Spiderman.

***

Raúl Alfonsín ganó las elecciones el 30 de octubre


de 1983. Tuve que buscar la fecha en Google. Ese
domingo a mi mamá le toco ser presidenta de mesa. En
aquella época supongo que se decía “presidente”, con “e”.
El escrutinio lo seguí con mi papá por radio. Recuerdo
que él había comprado Tiempo Argentino. A las diez de
la noche fuimos hasta la escuela donde estaba mi mamá.

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En el Renault 12 gris escuchamos que en la Rioja el


próximo gobernador sería peronista. “Nos vamos a tener
que mudar a La Rioja”, dijo mi viejo. Era un chiste, pero
yo durante un largo rato creí que lo había dicho en serio.
De la supuesta mudanza lo que más me preocupaba era
si en los kioscos de La Rioja conseguiría la revista Humi.

***

Cuando mi hija estaba en tercer grado, la tuve que


llevar a una Feria de Ciencias que se realizaba en el
colegio industrial Albert Thomas. Antes de entrar, a
una cuadra, comimos en el auto unos choripanes que
habíamos comprado en un puestito. Cuatro años después,
comenzó la secundaria en ese mismo colegio. Ese día ella
me dijo: “¿Te acordás del choripán?”

***

Me gusta festejar mi cumpleaños. De la niñez el que


particularmente recuerdo es el de los once porque es el
único del que tengo más de una fotografía. Llevaba puesta
una camisa blanca con tucanes que, modestia aparte,
me quedaba divina. Por lo que se ve en la imágenes
jugamos al basket en el aro que tenía colgado en el patio,
tomamos jugos, comimos sanguchitos y cantamos el
“happy birthday” frente a una incomible torta de crema

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Ulises Cremonte

moca. Mi mamá había comenzado un curso de repostería


y se le dio por innovar justo en mi cumpleaños.

***

Durante varios años participé en una banda que


se llama “La Secta”. Como no tengo cualidades para
la música, mi lugar siempre fue el de una especie de
comodín histriónico. Mi primera participación consistió
en sostener el marco de un cuadro durante las dos horas
que duró el recital. Llevaba puesto un traje. Estaba
maquillado y peinado a la gomina. Esa noche vino a
vernos el titular de la cátedra donde yo era Ayudante
Alumno. Al otro día me dijo que el grupo le había gustado,
pero que mi papel le había resultado denigrante y que
debía pelear por un lugar un poco más digno.

***

A principios de 1992 comencé a estudiar en La Plata.


En la primera salida que tuve con mis nuevos compañeros
me emborraché con cerveza. La reunión fue en la casa
de un pibe que se llamaba Danese. A eso de las 5 de la
mañana salimos a caminar. Al llegar al Pasaje Dardo
Rocha grité: “No quiero ser un puto burgués”. Cada vez
que pienso en esa frase me acuerdo del chiste que dice:
“Putos sobran, lo que faltan son capitalistas”.

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***

En todos los finales que rendí en mi carrera


universitaria me puse la misma remera. Era blanca y
tenía estampado un cuadro de Molina Campos. Como
con el paso de los años fui engordando la remera me fue
quedando cada vez más chica. Así el gaucho y su caballo
tuvieron amplias hectáreas de panza para pastorear.

***

La cervecería más famosa de La Plata se llama


“Modelo”. Es en el único lugar que conozco donde los
mozos te obligan a tirar la cáscara de maní al suelo.
En los 90 se comía muy bien y relativamente barato.
Allí solía ir con la primera novia que conviví. Pedía un
“monstruo de milanesa”. Comenzado el nuevo milenio la
cervecería cambió de dueño y la cocina bajó su calidad.
Yo ya estaba con la que es la madre de mi hija y como a
ella le gustaba mucho comer, dejé de ir. Con mi última
novia fui una sola vez y al final de la noche terminamos
peleados. Seguro ella pretendía que cambiara algún
aspecto de mí siempre endeble personalidad. Como solía
tomarme en serio sus sentencias, creo que en algo tenía
razón: con ella mi personalidad era endeble. A veces
me pregunto cómo hice para aguantarla tanto tiempo.
Supongo porque tenía tetas grandes.

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Ulises Cremonte

***

Tengo una amiga que cuando se enteró que me iba a


Disney me dijo que le parecía una chiquilinada o algo
por el estilo. Estábamos en un Centro Cultural en La
Plata. Ella había insistido que fuéramos ahí. Yo no
tenía muchas ganas porque en esos lugares se come
mal y tardan en atenderte. Cuando me quejé por la
demora me dijo que no me vendría mal dejar de comer
así adelgazaba. Posiblemente haya tenido razón, pero,
¿acaso eso importa?

***

Cuando cumplí 8 años mi mamá me regaló un atril


de metal. Repito: cuando cumplí 8 años. ¡Un atril! Entre
esa edad y los 10 lo usé como rampa para mis autitos
Matchbox. Después quedó perdido entre papeles de la
escuela. Creo que alguna vez lo usé en la secundaria
y vaya a saber porqué lo mudé conmigo cuando vine a
estudiar a La Plata. Ahora lo uso bastante seguido y creo
que es la única vez que algo de mi mamá me sirvió de
sostén.

***

Esta tarde, a la salida de mi sesión de terapia, pasé

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SELFIE

por el kiosko a comprar cigarrillos. Mientras esperaba


el vuelto se me acercó una muchacha y me obsequió
un encendedor. Me quiere coger, pensé. El encendedor
tenía los mismos colores del atado que había comprado
y la muchacha era una promotora. Pero, como no estaba
vestida con una típica vestimenta identificatoria, mis
expectativas resultaron un tanto desmedidas.

***

Mi hija me pidió que cambiara la manera en cómo había


guardado su nombre en los contactos de mi celular. Le di
mi teléfono y le dije que lo pusiera como más le gustara.
Ahora cada vez que llama me aparece en la pantalla: “Mi
hija me domina”.

***

Mi padre me enseñó la ley del Offside cuando tenía


12 años. En mi habitación tenía un pizarrón que nunca
usaba. Un varón necesita reafirmar su tendencia
heterosexual negándose a jugar a la maestra. ¿Por qué
mis padres me habían regalado un pizarrón? Como sea
una noche de invierno me explicó durante más de dos
horas la dinámica que hace que un futbolista quede
fuera de juego. Recuerdo que, agotado por tantas
proposiciones, cerca de las once de la noche le dije que sí,

83
Ulises Cremonte

que ya lo había entendido. No creo que me haya creído.


Tardé entre dos y tres años en comprender el offside. Me
ayudó más haber visto fútbol en televisión que aquellas
palabras de mi papá. Ya se sabe un hijo necesita sentir
que su progenitor se preocupa por uno, más allá del
grado de efectividad.

***

Cosas que me asustan: que me roben el Iphone, la


vejez, que mi hija ande sola por la calle, que mi novia
me meta los cuernos, que gane Mauricio Macri, no hacer
goles los lunes cuando juego al fútbol 5, que el auto
me falle en la autopista, mostrarme como soy, hacer
migraciones en Estados Unidos y morirme antes de que
Argentina vuelva a salir campeón Mundial.

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TERCERA PARTE
Apetito desviado
SELFIE

D ías después de que perdiéramos la final del


Mundial en Brasil, Lorena, de quien ya hablé
en el capítulo 6 de la primera parte, vino a casa y me
preparó milanesas rellenas. Había que cubrir el vacío
de la derrota. Mientras cocinaba notó que tenía un
repasador muy feo. Te voy a comprar uno, dijo. Se
quedó a dormir y a media mañana se fue. Esa tarde me
escribió: te aviso que hoy te compré un repasador (ya
sé, estoy más incogible que nunca). Le respondí: salvo
que use el repasador para vengarte los ojos. Enseguida
le aclaré que había querido escribir “vendarte” en vez
de “vengarte”. Ella puso: jajaja. Yo: Igual a esta altura
valoro más un repasador nuevo que un chiche sexual, así
estamos. Ella: Algo capté y me hizo comprar el repasador

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y no una tanga ajajajaa. Yo: Jaaaaa, además creo que
es muy productivo ir de a poco restándole importancia
al sexo. No sabés lo que en 20 años me voy a ahorrar de
Viagra.

Cuando se llega a cierta edad las listas de prioridades


ya no son las mismas. Creo, no lo sé. Hace unos meses
una ex alumna me dijo que coger le aburría. Cómo
terminé hablando sobre eso con ella no viene al caso. O
sí: durante la cursada me había parecido atractiva. Un
día la encontré en el buffet y nos pusimos a hablar. Su
argumento se basaba en que coger era siempre igual,
que después de hacerlo una vez, ya alcanzaba, que
la aliteración la aburría. Creo que no se refería sólo a
hacerlo con la misma persona, sino al acto en sí. No le
aburría repetir sujetos, sino situaciones. ¡Qué horror!,
pensé. ¿Cómo alguien tan joven y linda puede creer eso?
Algo debe haber notado en mi cara porque rápidamente
se apresuró a decir que quizás debía probar coger con
una chica o incluso hacer un trío. Entonces volví a
entusiasmarme y no porque confiara que yo podría
participar en un hipotética escena con ella y, por ejemplo,
una amiga suya. Lo que me estimuló fue su apuro por
romper la imagen de frigidez que había construido.
Prometí escribirle, pero finalmente nunca lo hice. Había
mejores opciones que ella. Ya tenía a Lorena y también
tenía a Romina.
SELFIE

***

A Romina no la nombré en ninguno de los 11 capítulos


de la Primera Parte aunque estuvo muy presente
mientras los escribía. Por entonces Romina estaba recién
separada, ahora tiene un hijo de 8 años. Habíamos sido
amantes cuando ella aún estaba casada. Una de las
primeras noches de nuestro reencuentro me dijo que
en aquel momento –se refería por supuesto a nuestra
aventura– huyó de mí porque yo había sido demasiado
bueno. Tendrías que haberme tratado un poquito mal,
viste como somos algunas mujeres. Escucharla decirme
eso me enojó un poco y no por lo que podría haber pasado
si hubiese sido premeditadamente ingrato, sino porque
tenía razón. Solía desvivirme por estar siempre bien
dispuesto. Lo que más me molestó fue que no estaba
enamorado de ella, no tenía un visible miedo a perderla,
sino que mi gentileza extrema era más bien una reacción
automatizada. Romina no era la mujer indicada. Vuelvo
a Lorena: lo que más me gustaba es que con ella yo no
me parecía a mí. Releo lo que escribí y quizás la frase
sea un poco confusa. Para hacerlo simple: con Lorena
tenía la impunidad que por ejemplo nunca logré tener
con Romina.

***

89
Ulises Cremonte

Además de Lorena y Romina también estaba Lucía.


Lucía podría haber formado parte de los 11 capítulos,
pero me agregó al Facebook después de que ya los había
escrito. Fue alumna mía pero cuando acepté su solicitud
no la recordaba. Raro, porque a juzgar por las fotos era
muy linda. Pasaron un par de días desde que acepté su
solicitud y si bien la veía conectada nunca me hablaba.
¿Para qué me había agregado? Soy un poco ansioso, así
que finalmente opté por saludarla: Hola Lucía… Ella:
¡Hola, Ulises! Yo: Bah en realidad nada, bienvenida, ja,
era un saludo. Al pedo puse los puntos suspensivos, ja.
Ella: ¡Jajaja, son un poco fuertes esos puntitos! Yo: Sí,
malísimos, después de que los puse me di cuenta y me
dije QUÉ PAPELÓN. Ella: No pasa nada, pueden ser
simpáticos también. Yo: Pueden, sí. Ella: ¿Todo bien?
Yo: Sí todo bien… ¿Vos? ¿Cerrando el cuatrimestre? Ella:
Sí POR FIN. ¿Vos? ¿Dando clases? Yo: Sí. ¿Cursaste
conmigo Semiótica o el Seminario de Escritura? Ella: ¡Los
dos! ¡Soy peor que el fan de Wanda! Yo: Jaaaaaa. Ella:
Me imagino con la vincha en tu clase y vos echándome.
Yo: Ahora entiendo por qué me mandaste la solicitud de
Face… ¿Vos decís que debería preocuparme? Ella: No
sé, posiblemente… es que necesitaba la aprobación para
crear una fan page tuya… Yo: Tenés mi aprobación. Ella:
Jaaaa, no mentira. Posta lo que me pasa es que en algún

90
SELFIE

momento te voy a molestar por algo relacionado con tu


materia. Yo: ¿La de escritura? Ella: Con tus materias.
(Me siento el fan en serio). Yo: Me viene bien al ego.

Así empezó la cosa con Lucía.

***

Debía tener un tema con los puntos suspensivos. Mi


hija fue, durante la segunda semana de las vacaciones
de invierno, a un cumpleaños de una amiga que vivía
en Gorina. Gorina está en las afueras de La Plata. No
es tan lejos como China, pero casi. El cumpleaños era
de 12 a 18. A las 15.30 mi hija me mandó un mensaje
que decía: “Cuando vengas a buscarme te conviene salir
a las 5, así llegas a tiempo”. Mi respuesta fue: “Ok…”.
Ella: “¿Por qué los puntos suspensivos?” Más tarde,
cuando volvíamos en el auto me dijo: “Lo de los puntos
suspensivos fue porque te hinché las pelotas, ¿no?”.

***

Un par de horas después de la primera charla


con Lucía le envié una foto de una lapicera para que
comenzara a armar mi futuro museo. Al ver la foto Lucía
me respondió que había armado una carpetita que decía
ÍDOLO donde pensaba guardar todo lo que le mandara.

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Ulises Cremonte

Le adjunté una foto de la taza en la que había tomado


café con leche y también de mi almohada. Ella seguía
el juego muy bien dispuesta. Me entusiasmé. En una
de las charlas le pregunté si era vegetariana. Ella: No.
Yo: Mejor así, porque alguien vegetariano no puede ser
presidenta de mi club de fan.

***

Andrea era vegetariana. La conocí en un taller de


lectura donde asistía como alumno. Ella, al igual que
Lucía me agregó al Facebook y al WhatsApp. Tenía dos
hijos. Todavía los tiene. Por entonces chateamos varias
veces y en una de esas la invité a cenar. Me preguntó
si me gustaba cocinar. Le dije que sí, aunque no era
un Master Chef. Ella: Bueno inspirate y acordate que
no como sangre. Yo: Si, por suerte no sos vampiro.
Supongo que haré pastas… ¿vino tomás? Ella: No. No
consumo ni drogas ni alcohol. Y así ando. Yo: Bueno será
una cena con agua saborizada. Ella: Dale no te hagas
drama. ¿Llevo postre? Yo: Dale, si. Ella: ¿Es una cena
con segundas intenciones? Yo: Vos me gustás, ahora de
ahí a que lleguemos a segundas intenciones… ¡que sé
yo!... Ella: Bueno no le demos tanta importancia. No
es aconsejable generarse grandes expectativas. Yo: Tal
cual. Ella: Lo único que quiero saber es si estás en pareja.

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Yo: No, estoy solo. Sino no tendría segundas intenciones.


Ella: Ok. Tendrías primeras intenciones, jaaaaaaaa. Yo:
O terceras. Ella: Trucho, sos muy trucho.

Finalmente a Andrea no la invité. Al día siguiente


de esa charla la vi en el taller de lectura. El taller era
los sábados a la mañana, pero ella estaba arreglada
como si fuera a una fiesta. Era la primera vez que la
veía con los labios pintados. No me gustan las mujeres
con maquillaje. Mi mamá se pintaba, para mi gusto
demasiado: está todo dicho. Me pregunté, al ver el exceso
de producción de Andrea si realmente tenía ganas de que
pasara algo con ella o simplemente estaba acumulando
puntos para alcanzar un bonus track en mi inventario
femenino. La clase aún no había comenzado y el profesor
hablaba de algo que le había preparado de comer su
mujer. Sin que nadie me lo pidiera dije que la única
minoría que no comprendía era la de los vegetarianos.
El dardo tenía una dirección. Andrea sintió el impacto, o
al menos eso entendí al ver que su rostro se apagaba un
poco. Durante la semana siguiente no volvimos a chatear.
Si ahora me detuve a hablar sobre ella, interrumpiendo
incluso el relato sobre Lucía, es porque hay algo que me
preocupa. ¿En qué pensaba cuando la invité? Era linda,
salvo cuando usaba maquillaje. ¿Alcanza eso? ¿Por qué

93
Ulises Cremonte

soy así? Voy a dar otro ejemplo: en una casa de comidas


rápidas que queda en el centro de La Plata atiende una
chica que me gusta mucho. Es rubia, un poco petisa, ojos
verdes, rostro precioso. Su cuerpo, detrás del delantal,
resulta prometedor. Incluso llegué a ver que tenía una
muy linda cola: no sigo porque ya se entiende. Cada vez
que me atiende siento el impulso de pedirle el teléfono o
algo así. Y no es que ella me trate particularmente bien.
Para nada. Incluso es bastante apática. Conmigo y con
todos. Debe estar harta de laburar todo el día haciendo
sánguches a gorditos pajeros como yo. El punto es por qué
siento ese impulso. Es como si creyera que no puedo dejar
pasar delante mío una chica linda sin intentar seducirla.
Kafka decía que tenía una especie de compulsión por
comprar libros, aun cuando no los leía. A esa actitud le
llamaba “apetito desviado”. Algo similar me pasa con
las mujeres. Otro ejemplo: hay una piba de la Facultad
que salió en una publicidad Estatal en el entretiempo de
la final del Mundial de Brasil. La vio todo el mundo. La
cámara la amó. Yo también. Días después me la crucé
en la Fotocopiadora. Era la última semana antes de
las vacaciones y una de las empleadas, que se ve que la
conocía, le dijo que no rompiera las bolas, que en un rato
cerraban. Le sugerí a la empleada que la tratara mejor,
que era una estrella de la tele. Después, mirándola a

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SELFIE

ella, la felicité por su participación. Se sonrojó. ¿Cómo


hago para gustarte?, pensé. No sabía ni siquiera cómo se
llamaba. La cosa quedó ahí, seguí con lo mío, ella con lo
suyo. Aunque algunos días después conseguí su apellido.

***

Mejor vuelvo a Lucía. El asunto de su supuesta


devoción por mí era una excelente excusa para mantener
un diálogo fluido. Mi siguiente movimiento fue enviarle
una encuesta y si la respondía de manera correcta se
ganaba la distinción de ser presidenta mi club de fan.
El archivo se llamaba “¿Cuánto conocés a tu ídolo?”. La
encuesta cerraba con una pregunta que pretendía ser
una especie de anzuelo:

¿A dónde te gustaría que tu ídolo te invitara por


primera vez?
a) A tomar un café en el Buffet de la Facultad.
b) A almorzar a una cervecería.
c) Al cine.

Ella respondió la opción C. Yo: Respuesta correcta.


Como estamos en vacaciones de invierno la cartelera
está llena de películas para niños. Pero algo puede
encontrarse. Recibirá nuevas instrucciones sobre este
punto a la brevedad.

95
Ulises Cremonte

La nombré Presidenta de mi Club de Fan. Su primera


reacción fue enviarme una carita feliz. Me dijo que en
el siguiente cuatrimestre la mayoría de mis alumnos
tendrían vinchas con mi nombre y pines. Un par de días
después la invité formalmente al cine. Eso fue un lunes,
la invitación era para el miércoles. No volvió a hablarme
justo hasta ese día. Me dijo que había caído en las garras
del calor-frío y que iba a tener que declinar la invitación.
“Hoy mi programa es: cama, Ibuprofeno, Bayaspirina C
y tecito Bick”. Yo: Dale, que te mejores, lo dejamos para
otra vez… (Al ser ídolo no puedo caer en la imprudencia
de dos invitaciones y dado que tu condición de presidenta
te habilita impunemente el postergado encuentro lo
armás vos, ¿dale?). Ella: Dale, perfecto, tengo el poder
entonces. Como todo presidente. Yo: Espero que lo uses
a mi favor (y como soy tu ídolo por ende al tuyo). Ella:
Así será.

Un par de días después de la cancelación de la cita me


escribió: “He pecado”. Le pregunté a que se refería. Ella:
Anoche fui a una cena familiar que no tendría que haber
ido, y hoy tengo la tos de Patán.

¿Por qué me contaba eso? Había una explicación


operativa: antes de que me dejara ese mensaje una
chica llamada Daniela la etiquetó en una foto y escribió:

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“Arrancó la ronda de chupitos”. En la foto se veían tres


copitas sostenidas por delicadas manos femeninas.
Parecía una “salida de chicas” más que una reunión
familiar. Le respondí que era joven, que si no salía a su
edad, cuándo y que justamente por eso me sorprendía
que conociera a Patán. Ella: Jaajaaa. ¿Cómo no voy a
conocer a Patán? Otro ídolo entre los ídolos.

Varias charlas después, con algo de retraso en las


respuestas de ella, finalmente pude arreglar una cita.
Le dije que la oferta de cine era bastante pobre y que si
quería podíamos ir a comer a un lugar o podía venir a
cenar a casa. Eligió venir a cenar a casa. La confirmación
me llegó mientras en otra ventana del Face chateaba con
Lourdes.

***

Y mientras todo eso pasaba, mi perfil en Tinder parecía


comenzar a dar sus frutos. Tinder es la aplicación de
moda para hacer una cita que usa un principio básico:
la coincidencia en la elección entre usuarios. Eso me
ocurrió con “Lurdes 35 años”. Ella inició la charla con
un saludo. Al responderle le dije que teníamos muchos
amigos en común y le pasé mi nombre y apellido para
que me agregara al Facebook. Ella: Fui alumna tuya. Me
regalaste unas fotocopias de un libro. Qué bueno saber

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Ulises Cremonte

de vos. Yo terminé Bellas Artes, ahora estudio Psicología,


para complicarme un poco más la vida. Ahí te agrego.

Ya en Facebook le escribí: ¿Así que fuiste alumna mía?


¿Te aprobé? ¿Qué fotocopia te regalé? Ella: No recuerdo
el nombre del libro. Cuando me mudé lo busqué y no
lo encontré. Me mudé tantas veces que perdí cosas en
el tránsito. Y sí, me aprobaste. Tardé en responderte
porque estaba dando un taller. Yo: ¿De qué? Ella: De
pintura, ahí te invito a la página así mirás mis obritas.
Yo: Dale. Ella: (carita feliz).

Me gustaron sus pinturas, sobre todo una, con


luciérnagas y una puerta color lila. Ella: Gracias, ahí vi
que compartiste uno de los cuadros, buenísimo que hayas
mirado las obras. Qué bueno volver a hablar con vos, tengo
un relindo recuerdo de tus clases, fue una buena época,
después me cayó la realidad encima, jajaja. Yo: ¿Por?
Ella: Me pasaron muchas cosas, igual todo enriquece
si uno sabe capitalizar las vivencias. Me gustaría leer
algo tuyo, ¿me mandás? Yo: Tengo una sola en papel, las
otras ya no se consiguen. ¿Lees en la compu? Ella: Siiii!
Igual la que se consigue si te queda una te la compro.
Yo: Dale, después vemos, arrancá por la que te mando y
si te gusta, seguís con otra. Ella: Dale. Yo: Bueno niña,
la seguimos luego. Ella: Dale, me voy a dar un baño, me

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acuesto y voy a leer tu novela. Después te cuento que me


parece. Yo: Dale. Ella: Besos, que descanses.

Por la mañana le escribí nuevamente: ¿Mañana estás


ocupada? Ella: Sólo un rato a la tarde, ¿por?, ¿qué tenés
pensado? Yo: Si querés vamos a comer algo o venís a
cenar a casa, como quieras… Ella. Dale… ¡sería lindo!
Si querés arreglamos mañana bien que hacer, pero si me
encantaría que nos veamos. Te paso mi celu.

Al otro día me mandó un mensaje: ¿Cómo estas? Se me


va a complicar más tarde. Dos opciones: nos vemos un
rato ahora tempranito o cenamos mañana. Le respondí:
Mañana no puedo, pero sí en un rato. (Al otro día venía
a cenar Lucía) Ella: Dale, si querés paso a tomar unos
mates. Eran las 7 menos cuarto. Siete y media me
mandó un mensaje: Estoy en la puerta. Así descubrí que
el timbre no funcionaba. La hice pasar, tenía los ojos
maquillados y estaba demasiado perfumada. Noté que
era más flaca de lo que la recordaba. Nos sentamos en la
mesa del comedor. Habló mucho más ella que yo. Estuvo
una hora, que se me hizo eterna. Le presté un libro.
Como nunca volví a verla, no lo recuperé. Esa semana me
propuso juntarnos a cenar, le dije que sí, pero finalmente
nunca concreté nada. Mi constelación amorosa parecía
necesitar de un cierto equilibrio entre rechazos sufridos
y rechazos ocasionados.

99
Ulises Cremonte

***

Minutos después de aquella única visita de Lourdes,


y luego de que se fuera, vi en el chat que Lucía estaba
conectada. Le escribí: Ya tengo pensado el menú para
mañana. Ella: Ah, genial, ¿se puede saber? Yo: Si,
sanguchitos de peceto con papas fritas. Cerveza para
tomar. Ella: Excelente. Yo: Creo que mi timbre anda mal,
mañana cuando vengas probá y si no atiendo patéame
la puerta. Ella: O aplaudo, como en los pueblos. Yo: Ja,
claro. Bueno niña me voy a ver una peli tapado con una
frazada (que imagen juvenil la mía) Nos vemos mañana,
¡beso! Ella: Ja, dale que la disfrutes. Nos vemos mañana,
¡besote idol!

Al día siguiente me dejó el siguiente mensaje: Idol,


me va a tener que disculpar. No voy a poder asistir hoy,
surgió algo importante que revolucionó varios entornos,
ja. Tengo que ir a otro lado (voy a ser tía, básicamente).
Mi respuesta fue: ¡Felicitaciones! Quizás sea otra vez. Al
día siguiente me llegó la respuesta por las felicitaciones:
¡Gracias Idol! ¡Parece que pueden ser dos! ¡Están todos
locos! Horas después le escribí: Che, para certificar, que
lo de la cena ya fue, ¿no? ¿Te doy una chance más?

Nunca me respondió. Es lógico, yo hubiese hecho lo


mismo.

100
SELFIE

***

Ayer conocí a alguien. Es la hermana de una ex


alumna de la materia que doy en Avellaneda. Tiene 37.
Justo cumplía años dos días antes de que la pasara a
buscar por la avenida Mitre. Cenamos en un (auténtico)
restorán de Boedo. Después fuimos a su casa. Era la
noche del sábado. Me quedé hasta el domingo a la tarde.
Durante los días previos al encuentro, chateamos por
Messenger. En una de las primeras conversaciones se
dio que terminamos hablando de nuestros síntomas.
Cuando la vi sentí que ya la conocía. Era como si me
hubiese encontrado con un antiguo amor, pero sin el
lastre que implica una relación fallida. Por alguna razón
no me pareció necesario transcribir aquí los diálogos. Es
como si quisiera mantenerla por fuera del resto de mis
personajes.

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clubhem@gmail.com
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