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capítulo

Desarrollo y ambiente
Es claro que los humanos no solo somos entidades biológicas o naturales, por
tanto su influencia en los ecosistemas no tiene que ver exclusivamente con
las funciones de ese tipo, sino también con la forma como nos organizamos
para vivir (alimentarnos, educarnos, trabajar, divertirnos …); por ello, para en-
tender cabalmente la situación actual del ambiente, es necesario realizar
una discusión sobre las sociedades humanas desde la lógica del desarrollo y
el debate que suscita a nivel mundial, recurriendo argumentos filosóficos, so-
ciales, políticos y económicos, pero también presentando consideraciones
de orden práctico relativas a cómo medir ese desarrollo.

Este contenido se organiza de la siguiente manera:

2.1. El debate sobre el desarrollo y el crecimiento económico


2.1.1. Crecimiento y desarrollo
2.1.2. Los límites sociales al crecimiento
2.1.3. Los límites ecológicos al desarrollo
2.1.4. La defensa del crecimiento económico
2.1.5. Aceptación y negación latinoamericanas
2.1.6. Límites, crecimiento, desarrollo
2.1.7. La manera correcta
2.1.8. Contexto y urgencias latinoamericanas
2.2. El desarrollo sustentable y los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS)
2.2.1. La desigualdad en el Mundo
2.2.2. Los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM)
2.2.3. La Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible

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2.3. Indicadores del desarrollo
2.3.1. PIB per cápita
2.3.2. Índice de Desarrollo Humano (IDH)
2.3.3. Huella Ecológica

2.1. El debate sobre el desarrollo y el


crecimiento económico

El desarrollo “es un concepto histórico que ha ido evolucionando, por lo que


no tiene una definición única” (Pérez, 2015); además, no se puede dejar de
mencionar que “el concepto de desarrollo es uno de los conceptos más de-
batidos y controversiales de las ciencias sociales, prácticamente convertido
en palabra-fetiche, cruzado densamente por ideologías y prejuicios, y que a
su vez ha sido sometido a revisión desde varias perspectivas relacionadas con
los fracasos y las contradicciones provenientes de proyectos o políticas de
desarrollo” (García, 2016).

Para plantear este debate se puede partir señalando que el desarrollo “es el
proceso por el cual una comunidad progresa y crece económica, social, cul-
tural o políticamente” (Pérez, 2015), aunque esta definición debe ser anali-
zada en mayor detalle y criticada con una visión crítica, a fin de identificar
las trabas y proponer alternativas creativas para superarlas y manejarlas.

Para este propósito se presenta el artículo “Desarrollo y límites al crecimiento


económico: una polémica persistente” (Gudynas, 2019), escrito por el ecolo-
gista social uruguayo Eduardo Gudynas (Montevideo, 1960 -), secretario eje-
cutivo del Centro Latino Americano de Ecología Social (CLAES). El texto se
reproduce textualmente y en extenso en esta sección, con el añadido de
algunas notas al pie de página, debidamente identificadas, que pretenden
ayudar a la comprensión de algunos términos por parte de los estudiantes no
especializados en economía. También se han incorporado unas breves refe-
rencias biográficas de los autores o personajes mencionados, a fin de con-
textualizar en el tiempo la discusión.

Aquí el artículo:

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Las posturas convencionales sobre el desarrollo de una manera u otra lo con-
ciben como un proceso de crecimiento económico1. Se cultivaba la imagen
de futuros abiertos donde la producción, el consumo, los bienes y servicios
podrían expandirse continuamente. Las discusiones quedaban restringidas a
analizar cómo debería ocurrir esa expansión.

Estas ideas tienen una larga historia por detrás y gozan de un enorme res-
paldo en la academia, y son esgrimidas por muy distintas corrientes político
partidarias a nivel global. Sea en Londres como en Pekín, los analistas, políti-
cos y empresarios están preocupados por el crecimiento, evalúan sus indica-
dores, lanzan propuestas para acelerarlo o se lamentan cuando se estanca.
El mismo fenómeno se repite en América Latina adentrado el siglo XXI, con la
particularidad que incluso bajo las experiencias del progresismo2, que se pre-
sentaban como innovadoras, de todos modos, repitieron el viejo apego al
crecimiento económico.

En este capítulo se analizan algunas de estas cuestiones. Se parte de un muy


esquemático y breve resumen de la construcción de las ideas de desarrollo y
crecimiento, para seguidamente abordar los planteamientos sobre límites a
una expansión perpetua. Se recuerdan las reacciones a esas advertencias,
especialmente en el terreno ambiental y en particular desde América Latina.
Esas resistencias persistieron y explican, por ejemplo, la reformulación de al-
gunas concepciones sobre la sustentabilidad en función de las metas del cre-
cimiento económico.

Los discursos desarrollistas latinoamericanos en el siglo XXI persisten en su ad-


hesión a que es posible el crecimiento y no aceptan que existan límites. En
ello operan distintos factores, tales como las concepciones prevalecientes en
ciencias económicas al viejo mito latinoamericano de riquezas ecológicas
inmensas. Las nuevas discusiones sobre el desarrollo, y en especial aquellas
basadas en el Buen Vivir, ponen en cuestión no solamente al crecimiento

1 El crecimiento económico es la evolución positiva de los estándares de vida de un territorio, ha-


bitualmente países, medidos en términos de la capacidad productiva de su economía y de su
renta dentro de un periodo de tiempo concreto. El indicador más utilizado para medir la evolu-
ción económica suele ser las fluctuaciones del producto interno bruto o PIB [nota CPP]
2 En el contexto de este artículo, el progresismo en América Latina se refiere a los gobiernos enmar-
cados dentro del espectro de las izquierdas, pero sobre todo alrededor de la centroizquierda,
que estuvieron vigentes en Sudamérica desde finales del siglo XX en Venezuela (Chávez y luego
Maduro), hasta las primeras décadas de este siglo en Brasil (Lula), Ecuador (Correa), Bolivia (Evo),
Argentina (los Kirchner) y Uruguay (Mujica) y que todavía mantiene en algunos países o han re-
gresado al poder en años recientes [nota CPP]

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económico como esencia del desarrollo, sino que además obliga a tener pre-
sentes los límites sociales y ecológicos.

Crecimiento y desarrollo

Las ideas convencionales englobadas bajo el término “desarrollo” comenza-


ron a formalizarse a finales del siglo XIX en el marco de relaciones coloniales.
Correspondía, por ejemplo, a discusiones en el Reino Unido sobre lo que cali-
ficaban como desarrollo en sus colonias, como la India. El primer texto que
se volvió una obra de referencia sobre desarrollo fue escrito por el austro-es-
tadounidense Joseph A. Schumpeter (1883 – 1950); la versión original en ale-
mán (“Theorie der wirtschaftlichen Entwicklung”) es de 1911 o1912, fue tradu-
cido al inglés (publicado en 1934 como “The theory of economic develop-
ment”), y en 1944 aparece en castellano como “Teoría del desenvolvimiento
económico”. Se puede apreciar que en esa época se utilizaban diversos tér-
minos más o menos como equivalentes, tales como progreso, evolución, de-
senvolvimiento y desarrollo, hasta que finalmente se decantó en este último.
Ese libro, junto a otros textos clásicos, que fueron sucesivamente editados en
español por la editorial mexicana Fondo de Cultura Económica, se convirtie-
ron en las obras de referencia para los estudios universitarios, los investigado-
res y políticos, en toda América Latina.

Schumpeter tenía en aquel tiempo una visión particular del desarrollo, conci-
biéndolo como cambios acotados que implicaban abandonar un estado de
equilibrio promovido por nuevas combinaciones de factores como los medios
de producción o el crédito.

Continuando con un resumen muy abreviado, un siguiente paso destacado


fue el libro de W. Arthur Lewis (1915 – 1991), publicado en inglés como “The
theory of economic growth”, y que en castellano fue presentado en1958 sim-
plemente como “Teoría del desarrollo económico”. Lewis indica con toda
claridad que su interés es abordar el crecimiento económico y no la distribu-
ción, y ese proceso es descrito bajo los términos crecimiento, desarrollo o pro-
greso (Lewis, 1958: 10). De hecho, el Apéndice de su libro está dedicado a
describir los beneficios del crecimiento económico (aunque fue incorrecta-
mente traducido al castellano como “desarrollo económico”). Lewis, oriundo
del Caribe, negro y vinculado a las variantes socialistas del laborismo britá-
nico, generó muchas simpatías en América Latina.

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En 1960, se publica una versión resumida de las ideas de Walt Whitman Rostow
(estadounidense, 1916 – 2003), un economista que además desempeñaba
importantes roles políticos en Estados Unidos, “Las etapas del crecimiento
económico” (la versión en castellano se editó en 1961). Se ofrecía un modelo
muy simple, donde las sociedades de cualquier país podían ser ordenadas
en una secuencia de crecimiento económico, desde estadíos que se presen-
taban como primitivos y atrasados hacia otros que eran avanzados y moder-
nos. En un extremo estaban las sociedades tradicionales y en el otro las del
gran consumo de masas, que correspondía a la situación de los países de
Europa Occidental o Estados Unidos. A los efectos de este resumen, lo rele-
vante es que Rostow naturalizó el crecimiento económico como esencial
para entender el desarrollo, y legitimó una marcha evolucionista desde el
atraso a la modernización. Se estigmatizaban como atrasadas las socieda-
des agrícolas, por ejemplo, y se jerarquizaban como superiores a los países
industrializados. El modelo era tan simple y esquemático que brindaba un
marco para ordenar a todos los países del mundo, lo que sirvió para que in-
fluyera en muchas estrategias de desarrollo y cooperación internacional y ti-
ñera todos los planes de desarrollo en el sur.

A los aportes de estos autores se deben sumar a muchos otros que aquí no se
comentan por razones de espacio, pero que son analizados por ejemplo en
Arndt (1978, 1992) y Rist (2002), que sirvieron para popularizar la idea de cre-
cimiento económico.

En América Latina, las ideas de modernización e industrialización no eran aje-


nas a los movimientos desarrollistas3 que se organizaron por lo menos desde
la década de 1930, y que pueden ejemplificarse con Getúlio Vargas (expre-
sidente del Brasil en cuatro períodos, 1882 – 1954) en Brasil y más tarde con
Juan Domingo Perón (expresidente de la Argentina en tres ocasiones, 1895 –
1974) en Argentina. Ese tipo de regímenes además promovió la difusión de

3 De acuerdo con Martins (2017), el desarrollismo estuvo ligado a los procesos de industrialización
por sustitución de importaciones. Con este modelo, la región superó el paradigma de las ventajas
comparativas que había dirigido su inserción en el mercado mundial entre los años 1870-1930.
Presentó tres grandes fases: la primera, vinculada a la sustitución de bienes de consumo livianos;
la segunda, asociada a la internalización de la producción de bienes de consumo durables; y la
tercera, relacionada con la nacionalización de la producción de bienes de capital. El desarro-
llismo surgió como una práctica política, a partir de la ascensión al Estado de los movimientos
revolucionarios de corte nacionalista, en los años 30. Alcanzó su más alta elaboración conceptual
con las tesis de la CEPAL, en los años 1950-1960, pero la asociación de las burguesías latinoame-
ricanas al capital extranjero fue limitando su influencia, al punto que se tornó una práctica mar-
ginal con la ascensión del neoliberalismo durante los años 1980-1990 [nota CPP]

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ese tipo de ideas entre sus bases de apoyo ciudadanas, y en particular los
sindicatos. Mientras que unos preferían un crecimiento hacia “adentro”, otros
persistían en que fuera hacia “afuera”, se disputa cuál debería ser el papel
del Estado, la necesidad de industrializarse o no, y así en varios otros temas.
Siguiendo esos y otros derroteros, puede señalarse que para la década de
1960 en América Latina ya estaban generalizadas las ideas que sostenían una
íntima vinculación entre crecimiento y desarrollo (para abordar con más de-
talle esas historias puede recurrirse entre otros a Urquidi, 2005, o Bértola y
Ocampo, 2013). Incluso en las visiones latinoamericanas heterodoxas más
conocidas, como el estructuralismo4 inspirado en Raúl Prébisch (economista
argentino, primer secretario ejecutivo de la Comisión Económica para Amé-
rica Latina - CEPAL, 1901 – 1986), o las distintas vertientes del dependentismo5,
no ponían en discusión la necesidad y posibilidad del crecimiento (esto re-
sulta de examinar los aportes originales, complementariamente se puede ver,
entre otros a Thesing, 1976, Sheahan, 1990 o Rodríguez, 2006).

Los límites sociales al crecimiento

El reconocimiento de la existencia de límites al crecimiento, en el sentido que


esa expansión chocaría con barreras que de una manera u otra resultaban
infranqueables a una expansión económica, se inició por lo menos a fines de
la década de 1950. Las primeras voces introducían esta cuestión al advertir

4 Según Achig (2013), el enfoque histórico estructuralista basado en la relación centro-periferia


“analiza la forma cómo las instituciones y la estructura productiva heredadas del pasado condi-
cionan la dinámica económica de los países en desarrollo, y generan comportamientos que son
diferentes a los de las naciones más desarrolladas. En este método no hay ‘estadios de desarrollo’
uniformes. El ‘desarrollo tardío’ de nuestros países tiene una dinámica diferente al de aquellas
naciones que experimentaron un desarrollo más temprano. Las características de nuestras eco-
nomías son mejor captadas por el término ‘heterogeneidad estructural’, acuñado en los años
setenta” [nota CPP]
5 Uno de los mayores exponentes de la teoría de la dependencia, Theotonio Dos Santos, citado
por Achig (2013) señala que “la teoría de la dependencia fue un movimiento intelectual que
apuntó a entender que el origen de los problemas latinoamericanos no reside en un atraso eco-
nómico sino en la manera en que nos insertábamos en la expansión del capitalismo mundial. Fue
una manera subordinada, con una posición desventajosa en la división internacional del trabajo,
especializándonos en productos con poca creación de valor y teniendo como principal instru-
mento para ajustarse a esa situación la sobreexplotación del trabajo, que es el centro de nuestra
propuesta de inserción en la economía mundial. Son formas que mantienen a nuestra población
en un nivel bajo de desarrollo, acentúan la debilidad de nuestro mercado interno y, por lo tanto,
de nuestra capacidad de crecimiento, y aumenta la exclusión social y la concentración. Profun-
diza más la dependencia a través del endeudamiento y otros mecanismos, en lugar de permitir-
nos salir” [nota CPP]

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de ciertos efectos negativos que achacaban específicamente al creci-
miento económico o en modo más general al desarrollo.

Un ejemplo de una temprana alerta es la del John Kenneth Galbraith (eco-


nomista canadiense, 1908 – 2006) con su texto “La sociedad opulenta”, pu-
blicado originalmente en 1958 (o sea, antes que el clásico de Rostow). Cues-
tionó ácidamente a lo que llama la “ansiedad” por aumentar la producción
y la productividad, donde esos incrementos se convierten en fines en sí mis-
mos. Esto es alimentado de diversos modos, y entre ellos Galbraith señala
especialmente a la publicidad, hasta llegar a situaciones donde el “consumo
que realice un hombre se convierte en el deseo de su vecino” lleva a que
cuanto “más se produzca, más se deberá poseer para mantener un prestigio
adecuado” (Galbraith 1992: 152).

A estas advertencias siguieron las de otros autores, tales como Esdras J.


Mishan (economista inglés, 1917 – 2014) que en 1969 alertó sobre los “costes”
del desarrollo con duras críticas a la problemática social, especialmente ur-
bana (Mishan, 1983), hasta llegar a la idea de unos “límites sociales” al creci-
miento, tal como tituló el internacionalista austríaco Fred Hirsch (1931 – 1978)
en 1975 (1984). Existieron múltiples abordajes, y no todo necesariamente des-
creían del crecimiento, pero concordaban que cuando se convierte en una
meta en sí mismo las dinámicas económicas caían hacia el consumismo, la
desigualdad, desequilibrios urbanos, violencia y deterioro de los servicios pú-
blicos, entre otros problemas (véase también a Arndt, 1978, 1992).

Estas ideas de límites sociales enfatizaban consecuencias indeseadas o ne-


gativas del crecimiento, pero que podían ser superadas o manejadas por de-
cisiones políticas, sociales o culturales. Por lo tanto, estos límites eran flexibles,
aunque sirvió para alentar una discusión que intentó distinguir entre el mero
crecimiento económico y el desarrollo, entendido como un proceso mucho
más amplio. De todos modos, expresan advertencias que las consecuencias
del crecimiento pueden ser tan negativas que se volvían un límite.

Los límites ecológicos al desarrollo

En paralelo a los debates sobre los límites sociales, desde finales de la década
de 1960 comenzó a quedar en evidencia que era necesario atender la di-
mensión ambiental. Surgió de esa manera el concepto de límites ecológicos
al crecimiento económico, pero éstos eran de una naturaleza muy distinta a
los que eran sociales. No eran elásticos, sino que estaban determinados por

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los contextos ambientales y por ello no podían ser modificados por decisiones
políticas.

El aporte clave en esta temática resultó de una iniciativa del “Club de Roma”,
un grupo no gubernamental de empresarios y algunos intelectuales que en-
cargaron un estudio a un equipo de académicos especializados en la diná-
mica de sistemas en el Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT por sus
siglas en inglés). Su resultado fue el informe “Los límites del crecimiento”, a
cargo de la ambientalista estadounidense Donella Meadows (1941 – 2001),
su esposo el científico estadounidense también Dennis Meadows (1942 -) y sus
colaboradores, publicado en inglés y en castellano en 1972.

El reporte ofrece una serie de modelaciones cuantitativas hacia el futuro, in-


novadoras en su momento. Los autores recopilaron informaciones sobre los
usos de los recursos naturales y el funcionamiento de la economía a escala
planetaria, entre los años 1900 y 1970. Construyeron modelos para explicar
los procesos y dinámicas que observaban, y los utilizaron para proyectar lo
que sucedería al futuro, al año 2100. Abordaron cinco tendencias: la marcha
de la industrialización, el aumento demográfico, el acceso a los alimentos, el
agotamiento de recursos naturales no renovables y el deterioro del ambiente.

Su modelo de referencia extrapolaba lo ocurrido en el siglo XX hacia el siglo


siguiente, asumiendo que se mantendrían las mismas tendencias (denomi-
nado “secuencia tipo”; Figura No. 2.1.1). En éste se registraba una pérdida
gradual de recursos naturales que no eran renovables, como minerales, y un
incremento de la población mundial y de la contaminación. Esas tendencias
llevaban a un colapso por la caída en los recursos disponibles y la alta con-
taminación, que sobre todo se expresaba en la reducción de la oferta de
alimentos y un desplome de la población. Se predecía una suerte de apo-
calipsis antes del año 2050. Los autores realizaron modelaciones alternativas,
por ejemplo, asumiendo que se descubrían más recursos naturales, pero que
de todos modos resultaban en crisis, aunque en otros momentos y con algu-
nas características distintas.

Las conclusiones del reporte fueron alarmantes: “Si se mantienen las tenden-
cias actuales de crecimiento de la población mundial, industrialización, con-
taminación ambiental, producción de alimentos y agotamiento de los recur-
sos, este planeta alcanzará los límites de su crecimiento en el curso de los
próximos cien años. El resultado más probable sería un súbito e incontrolable

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descenso tanto de la población como de la capacidad industrial” (Meadows
et al., 1972: 40).

Figura No. 2.1.1. La ejecución del modelo mundial "estándar" no supone ningún cambio im-
portante en las relaciones físicas, económicas o sociales que histórica-
mente han gobernado el desarrollo del sistema mundial. Todas las variables
trazadas aquí siguen valores históricos de 1900 a 1970. Los alimentos, la pro-
ducción industrial y la población crecen exponencialmente hasta que la
base de recursos que disminuye rápidamente fuerza una desaceleración
del crecimiento industrial. Debido a los retrasos naturales en el sistema,
tanto la población como la contaminación siguen aumentando durante
algún tiempo después del pico de la industrialización. El crecimiento de la
población se ve finalmente detenido por un aumento de la tasa de morta-
lidad debido a la disminución de los alimentos y los servicios médicos (Mea-
dows et al., 1972: 124)

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Se lanzaron esas advertencias en un contexto donde ya estaban en marcha
todo tipo de discusiones sobre la temática ambiental, abarcando temas
como contaminación, extinción de especies, aumento de la población,
smog, consumismo, etc. En 1972 también se celebró la primera cumbre or-
ganizada por Naciones Unidas para tratar específicamente la cuestión am-
biental (Conferencia sobre el Medio Humano o Conferencia de Estocolmo).

El reporte “Límites del Crecimiento” se insertó en ese contexto y tuvo un ex-


traordinario impacto (se estima que ha sido traducido a más de 30 idiomas, y
que se vendieron más de 12 millones de copias; Bardi, 2011). Produjo un
enorme debate, tanto desde la academia como desde ámbitos políticos (y
que escaló rápidamente, como muestra las contribuciones en Oltmans,
1975). Algunos lo apoyaron y celebraron, pero a la vez, tuvo lugar un extraño
consenso entre la izquierda y derecha política para rechazarlo6.

La defensa del crecimiento económico

El reporte al Club de Roma fue tildado de imprudente, irresponsable, apoca-


líptico y así sucesivamente. Aquí no es posible abordar ese debate en toda
su complejidad, aunque algunos aspectos se resumen en Bardi, 2011; (ver
además Gardner, 2004; Jackson y Webster, 2016). El aspecto que se desea

6 En 1992, 20 años después de la publicación original, se actualizó y publicó una nueva versión del
informe titulado “Más allá de los límites del crecimiento”, en la cual, con base en los datos reco-
lectados desde entonces, se exponía que la humanidad ya había superado la capacidad de
carga del planeta para sostener su población. El 1 de junio de 2004 se publica la versión actuali-
zada e integral de las dos versiones anteriores, con el título “Los límites del crecimiento: 30 años
después”. En esta publicación se aborda la discusión sobre el imparable crecimiento de la pobla-
ción mundial, el aumento de la producción industrial, el agotamiento de los recursos, la contami-
nación y la tecnología. Entre otras cosas se señala que “no puede haber un crecimiento pobla-
cional, económico e industrial ilimitado en un planeta de recursos limitados”. En 2012 se edita en
francés el libro “Les limites à la croissance (dans un monde fini)”, última edición de “Los límites del
crecimiento”. En esta edición los autores disponen de datos fiables en numerosas áreas (el clima
y la biosfera, en particular), según los cuales ya estaríamos en los límites físicos. La conclusión por
tanto es menos polémica y los autores no tienen ningún problema para mostrar, mediante el ins-
trumento de la huella ecológica, que el crecimiento económico de los últimos cuarenta años es
una danza en los bordes de un volcán que nos está preparando a una transición inevitable. Ade-
más, se dedican dos capítulos para proponer posibles transiciones que deben ser rápidas, apo-
yados en ejemplos, para evitar el temido colapso. Los autores destacan la importancia de las
inversiones que tendrán que comprometerse con la necesaria transición hacia una sociedad que
consuma recursos sostenibles [nota CPP]

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subrayar es que más allá de esa diversidad, muchas respuestas constituían
una defensa de un crecimiento económico que podía ser perpetuo.

Algunos sostuvieron que los datos estaban errados, que se había exagerado
la cuestión de la escasez de los recursos por una subestimación de las reservas
de recursos naturales, o que se minimizaba la capacidad de encontrar alter-
nativas tecnológicas (Beckerman, 1974). Otros apuntaron a cómo se elaboró
el modelo, a la idoneidad de una aproximación sistémica, e incluso a la au-
sencia de datos relevantes (entre esos cuestionamientos se destacó, por su
virulencia, el de Nordhaus, 1973). Hubo consideraciones con tintes más ideo-
lógicos acusando al informe de maltusiano7 (Arndt, 1978). No faltaron los que
no lo soportaban por considerarlo demasiado pesimista.

Las críticas políticas estaban montadas a las resistencias de los países del sur,
y muchos intelectuales y activistas de esas regiones, que consideraban que
ese informe y la conferencia de Estocolmo en 1972, eran una maniobra del
norte para impedir el desarrollo. Por ejemplo, el gobierno militar de Brasil con-
sideraba que el temario de la cumbre de Estocolmo ponía en peligro el “de-
recho al desarrollo” de los países del sur. Por lo tanto, si se invoca el desarrollo
como un “derecho”, y éste se concreta por medio del crecimiento, se llega
a una situación donde la idea de límites es impensable. Bajo esa racionalidad
cristalizó la idea que en el sur la pobreza era un problema mayor que la po-
lución (ese fue el punto central del discurso de la primera ministra de la India,
Indira Gandhi en la Conferencia de Estocolmo, el 14 de junio de 1972; véase
el recuento en Macekura, 2015). Se puede adelantar aquí, que esa misma
idea persistió en América Latina hasta el día de hoy.

Entre otros cuestionamientos merece comentarse a William Nordhaus (eco-


nomista estadounidense, 1941 -), ya que revela el estado de ánimo de los
economistas convencionales del momento. En su artículo de 1973, y en otros,
Nordhaus atacó el reporte y a sus autores con argumentos que iban de de-
nunciar que Meadows y su equipo carecían de humildad a la calidad de los

7 El malthusianismo o maltusianismo es una teoría demográfica, económica y sociopolítica, desa-


rrollada por el economista británico Thomas Robert Malthus (1766 - 1834) durante la revolución
industrial, según la cual el ritmo de crecimiento de la población responde a una progresión geo-
métrica, mientras que el ritmo de aumento de los recursos para su supervivencia lo hace en pro-
gresión aritmética. Por esta razón, de no intervenir obstáculos represivos (hambre, guerras, pestes,
etc.), el nacimiento de nuevos seres aumentaría la pauperización gradual de la especie humana
e incluso podría provocar su extinción, lo que se ha denominado catástrofe malthusiana [nota
CPP]

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datos y de la modelación sistémica. Como analiza en detalle el químico ita-
liano Ugo Bardi (2011), la realidad es casi inversa, y fue Nordhaus el que no
comprendió el tipo de modelación que se había realizado.

Nordhaus es muy conocido en América Latina al ser el coautor junto a Paul


A. Samuelson (economista estadounidense, Premio Nobel de Economía 1970,
1915 – 2009) de unos de los libros de texto sobre economía más usados en el
continente (“Economía con aplicaciones a Latinoamérica”), y desde allí es
esperable asumir que han influenciado en muchos economistas del conti-
nente. Ha sido galardonado con el “Nobel” de economía en 2018 por sus
análisis económicos sobre el cambio climático, bajo unos procedimientos co-
nocidos como modelos integrados de evaluación, aunque años antes criti-
caba al equipo Meadows por usar modelos. Nordhaus sostiene que puede
calcular el “costo social” de las emisiones contaminantes de carbón, y a partir
de ese valor propuso un impuesto como medio para frenar el recalenta-
miento global.

Pero como se ha advertido desde la economía ecológica8 y desde otras dis-


ciplinas, esos ejercicios sí están plagados de incertezas. Desde un punto de
vista conceptual es muy difícil asignar valores económicos a muy diversos
efectos del cambio climático sobre el ambiente, y además a distintas escalas.
Preguntas sustanciales tales cómo cuánto vale una especie de ave que se
extinguirá por el calentamiento global, ensombrecen cualquier pretensión
económica de poder asignarle un precio al carbono con rigurosidad.

Es por limitaciones como esa que no puede sorprender que la metodología


de Nordhaus de otorgar un “precio” al carbono en el aire, desemboque en
un entrevero que va de unos pocos dólares a unas decenas (en unos de sus
textos le asigna 8 dólares por tonelada de carbono, y años más tarde lo re-
calculó en 21; un resumen de las polémicas se encuentra en Komanoff, 2014;
ver además Nordhaus, 1994). No sólo la variación es importante, sino que los

8 La economía ecológica no se considera una rama de la economía convencional, sino más bien
una alternativa; en efecto, de acuerdo con Falconí (2017), la economía ecológica ve más allá
de la economía convencional: utiliza variables sociales, biológicas y ambientales, y por ello pro-
clama su carácter revolucionario, en el sentido de ser diferente de las ciencias modernas, alta-
mente especializadas, encontrando más semejanzas con la antropología, ya que utiliza métodos
y conceptos de otras disciplinas, buscando integrar a la sociedad y a la cultura. Otro autor, Joan
Martínez Alier (2005), identificado como uno de los fundadores de la economía ecológica, la
considera como una crítica a dos de las premisas básicas de la economía convencional: 1) igno-
rar los pasivos ambientales en las cuentas privadas y públicas, y 2) creer que la economía puede
crecer ad infinitum [nota CPP]

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valores son muy bajos, y además todo ello descansa en muchas suposiciones
clave, que van desde cómo estimar un valor económico hacia el futuro a los
modos de incorporar o no, eventos críticos como el derretimiento del suelo
helado en el Ártico.

Aceptación y negación latinoamericana

Las cuestiones ambientales no alcanzaron a convertirse en un tema clave al


interior de las más importantes discusiones sobre desarrollo en América Latina
en las décadas de 1970 y 1980. Por cierto, que existieron aportes, y algunos
de ellos muy valiosos como ser verá más abajo. Pero un repaso a los debates
que involucraban a estructuralistas, dependendentistas y otros, deja en claro
esa limitación. Un ejemplo de esto es el clásico de Fernando Velasco Abad
(economista, intelectual y político ecuatoriano,1949 – 1978) sobre el subdesa-
rrollo en Ecuador, publicado formalmente en 1981. Velasco consideraba la
estructura productiva del país, el papel del Estado, y la dependencia en ex-
portar materias primas, y sus preocupaciones están en cómo promover el
desarrollo del país, distribuir la riqueza y atender las demandas sociales (Ve-
lasco Abad, 1990).

Énfasis como estos se repiten en muchos otros autores. Como lo advirtió agu-
damente en 1969 otro ecuatoriano, Agustín Cueva (sociólogo y crítico litera-
rio, 1937 – 1992), había un trasfondo desarrollista, incluso entre los dependen-
tistas, tal vez una nostalgia por un desarrollo capitalista propio que se frustró
(Cueva 2007: 71, 72). Esos desarrollismos latinoamericanos en cualquiera de
sus formulaciones estaban anclados en el crecimiento.

Incluso entre quienes coincidían en la necesidad de incorporar la dimensión


ambiental al desarrollo estaban dispuestos a aceptar la existencia de límites
ecológicos. Un ejemplo son las tempranas propuestas de “eco‐desarrollo”
promovidas por Ignacy Sachs, y que fueron influyentes en América Latina (Sa-
chs, 1974). Sachs consideraba que el planteamiento de límites ecológicos
del informe de Meadows era una banalidad. A su juicio, sostener que existen
límites era una propuesta que servía a grupos muy distintos, por un lado, lo
que llamaba “utopistas de izquierda” que describía como defensores de un
retorno a la Naturaleza, y por el otro lado a las empresas transnacionales y los
países del norte (según analiza Estenssoro, 2015). Al final de cuentas, Sachs
seguía creyendo en el desarrollo, pero quería rectificarlo incluyendo una di-
mensión ambiental.

73
Otros, como Amílcar Herrera (1974), aceptan que existen unos límites en los
recursos no renovables, pero consideran que, bajo los ritmos de extracción y
uso de su tiempo, durarían miles de años; además, seguramente habría alter-
nativas tecnológicas al futuro. Por ello, a su juicio, enfocarse en el año 2100
como hacían los Meadows, no tenía mucho sentido.

Estos y otros cuestionamientos a los límites ecológicos y las defensas del cre-
cimiento se sumaron a lo largo de los años setenta, y terminan en extrañas
coincidencias de Celso Furtado a Nelson Rockfeller, de la derecha con la iz-
quierda, y algunos en el sur como en el norte (VV.AA., 1976).

Posiblemente una de las críticas más organizadas a nivel mundial partió de


América Latina, y desde la perspectiva de la izquierda de esos años. En el
marco del Consejo Latino Americano de Ciencias Sociales (CLACSO), un
grupo de intelectuales decidieron hacer sus propias modelaciones. El trabajo
fue coordinado por Amílcar O. Herrera y realizado desde la Fundación Barilo-
che en Argentina. Su resultado es el informe “Catástrofe o nueva sociedad:
modelo mundial Latinoamericano”, publicado en 1977. El equipo incluía a
destacadas figuras como Gilberto Gallopín, Jorge Hardoy, Enrique Oteiza,
Juan V. Sourrouille, Helio Jaguaribe, Carlos Mallmann, Osvaldo Sunkel y Jorge
Sábato. Es importante analizar brevemente ese estudio ya que ofrece ade-
lantos de muchos de los argumentos que se usaran en el siglo XXI para
desechar la existencia de límites ecológicos.

En el estudio de la Fundación Bariloche no se niega que exista una crisis am-


biental, pero se sostiene que es el resultado de un “sistema de valores en gran
parte destructivos”, con una desigual distribución del poder dentro y entre
países. Por lo tanto, la solución no sería la aplicación coyuntural de “medidas
correctivas” sino la “creación de una sociedad intrínsecamente compatible
con su medio ambiente”. El ejercicio es muy distinto al realizado por Mea-
dows y sus colaboradores, ya que no busca señalar posibles tendencias al
futuro. El punto de partida del modelo Bariloche es normativo, y desde ese
marco se indican cuáles son las acciones a tomar para alcanzar ese futuro
deseado.

Proponen un “cambio hacia una sociedad básicamente socialista, basada


en la igualdad y plena participación de todos los seres humanos en las deci-
siones sociales”. A juicio de los autores, bajo ese marco se puede “probar
más allá de toda duda legítima que en el futuro previsible el medio ambiente

74
y los recursos naturales no impondrán límites físicos absolutos”. Esto es, se de-
fiende un resultado que es opuesto al del informe de Meadows y otros (1972).
Por detrás de esos dichos hay otro mensaje, y es que bajo un cierto socialismo
es posible lograr el crecimiento económico y que a la vez se pueden anular
sus consecuencias negativas sociales y ambientales.

Se niega la existencia de límites desde varios frentes. Por un lado, consideran


que se dispone de enormes dotaciones de recursos, afirmando que es “im-
posible determinar la cantidad total de recursos no renovables existentes en
el planeta”. Este es un argumento muy similar al esgrimido desde el campo
conservador en el hemisferio norte en aquellos años, pero además está a
tono con la creencia latinoamericana de contar con enormes riquezas eco-
lógicas.

Por otro lado, enfatizan la posibilidad de desarrollar tecnologías que permiti-


rían aprovechar nuevos recursos, ahora inútiles y más abundantes. El equipo
de la Fundación Bariloche es entusiasta defensor de la energía nuclear, y ce-
lebra que a su juicio existirían enormes reservas de uranio para usar en esos
reactores. Con el mismo espíritu, se matiza la problemática de la “contami-
nación”, sosteniendo que sería controlable en casi todas sus formas. También
se minimiza el límite a la disponibilidad de las tierras de cultivo, postulando
como soluciones incrementos de productividad, aumento en el uso de agro-
químicos o la expansión de la frontera agropecuaria. Se olvida que todo esto
tiene efectos ambientales negativos. El mensaje que ofrece es el de convertir
enormes áreas, como la Amazonia, en tierras de cultivo. Como puede verse
con estos ejemplos, los autores no tienen consciencia de los impactos sobre
la biodiversidad, la Naturaleza casi no existe en ese informe, y hay una fe casi
ciega en la tecnología.

Al margen de este aporte, en América Latina a lo largo de las décadas de


1980 y 1990, entre los activistas y académicos que desde la izquierda estaban
interesados en temas ambientales, prevalecieron otros recorridos. No es po-
sible revisar esa rica diversidad, pero puede señalarse que se enfatizaban los
vínculos entre la crisis ambiental y la pobreza, y desde allí se evidenciaba el
talante de izquierda por los reclamos de justicia social. Pero eso mismo hacía
que se defendiera el desarrollo, y aún en casos que hubiera escepticismos
con el énfasis sobre el crecimiento, al final de cuentas se entendía que en la
práctica ese desarrollo era imposible sin crecer.

75
Por lo tanto, las esencias del desarrollo persistieron durante toda la segunda
mitad del siglo XX, y se adentraron en el siglo XXI. Se generaron todo tipo de
versiones que respaldaban al crecimiento: crecimiento inclusivo, verde, en-
dógeno, etc. El Banco Mundial, la OCDE y hasta la CEPAL defendían de
forma directa o indirecta el crecimiento. En todos los discursos gubernamen-
tales latinoamericanos aparecía el crecimiento. Es así que, en el año 2007, el
gobierno de Lula da Silva en Brasil lanzaba su “Programa de Aceleramiento
del Crecimiento”, popularizado como PAC. Al frente de ese plan estaba Di-
lma Rousseff, quien luego sucedería en la presidencia a Lula. Se insistía no
solamente en crecer, sino que deseaban hacerlo todavía más rápido. La
propuesta recibía un amplio consenso político y social, incluido un férreo res-
paldo de las centrales sindicales. Pocas eran las voces que alertaban que
ese estilo de desarrollo profundizaba el papel del país como proveedor de
materias primas; bajo los gobiernos del Partido de los Trabajadores, Brasil se
volvió el mayor exportador de minerales y productos agrícolas del continente.

Límites, crecimiento, desarrollo

Después del breve resumen sobre las polémicas alrededor de las ideas de
crecimiento y límites, es necesario examinar algunos argumentos con mayor
detalle. A mi modo de ver, las alertas sobre los límites al crecimiento eran
rechazadas porque revestían una doble condición que no siempre es adver-
tida. Por un lado, expresaban un cuestionamiento sustancial al desarrollo
como crecimiento, y de ese modo estaban diciendo que distintas variedades
de desarrollo, unos más conservadores otros más heterodoxos, a la larga no
puede asegurar bienestar y finalmente colapsarían. No habría diferencias
sustanciales en este sentido en las estrategias que pudiera seguir, por ejem-
plo, el capitalismo alemán o el de Estados Unidos, pero tampoco el socialismo
real soviético de la década de 1970, ya que también apostaba al rápido cre-
cimiento, devoraban los recursos naturales y generaban serios impactos am-
bientales.

Las demandas del sur por seguir su propio desarrollo y hasta los aportes del
estructuralismo y del dependentismo sudamericano de aquellos años, tam-
bién compartían el sueño de crecer, o bien de desarrollarse, y para ello el
crecimiento era indispensable. Por ello, el informe al Club de Roma les pare-
cía errado, y para la izquierda convencional encerraba una maniobra de los
países industrializados para condicionar a las naciones del sur. Por este tipo
de razones un enorme conjunto de economistas, planificadores, políticos y
más, desde un muy amplio abanico ideológico, reaccionó en contra.

76
Por otro lado, aquel estudio ponía en jaque a prácticamente todas las co-
rrientes de pensamiento económico, fuesen clásicos, neoclásicos o incluso los
distintos marxismos. Un mensaje implícito en las páginas del libro de Meadows
y sus colaboradores era que las concepciones compartidas por todas esas
escuelas de pensamiento estaban equivocadas. Las economías no eran sis-
temas abiertos que pudieran crecer por siempre al carecer de límites. En
realidad, eran sistemas cerrados con dotaciones finitas de recursos y capaci-
dades también acotadas en ser transformados y contaminados. De alguna
manera, desnudaban a la economía como ciencia que no entendía el
mundo en el que vivimos.

Además, para la economía convencional no solo no hay límites, sino que no


tiene sentido plantear la cuestión. Es que entienden que, si un recurso esca-
sea y finalmente se agota, el mercado estará generando las señalas (sobre
todo por altos precios) para buscar alternativas, sean otros recursos u otras
opciones tecnológicas. La necesidad del crecimiento económico obligaría
a buscar alternativas.

Esta es la doble condición. Cuando se plantean límites sociales y ambientales


al crecimiento económico no sólo se ponen en jaque las aspiraciones del
desarrollo como crecimiento, sino que también se revelaban las muy serias y
sustanciales limitaciones en el pensamiento económico contemporáneo.

Las advertencias como las del Club de Roma no eran las primeras sobre el
sueño del progreso, tal como se anticipó en las secciones de arriba. Por ejem-
plo, cuando Galbraith cuestionaba la obsesión con la opulencia al mismo
tiempo advertía sobre la obsesión en crecer. Advirtió que ese énfasis dejaba
al descubierto problemas en cómo opera la economía como disciplina. Gal-
braith sostenía que eso se debió a un divorcio de la “ciencia económica de
cualquier juicio sobre los bienes que constituyen su campo de trabajo”, y los
análisis sobre si los bienes producidos eran necesarios o superfluos, útiles o inú-
tiles, fue “rigurosamente excluido” de su objeto de estudio (Galbraith, 1992:
145).

En un sentido similar apunta Mishan (1983: 42): la “creencia en que tan sólo
un desarrollo económico más rápido capacitará a cualquier país para que
‘cumpla con su misión en el mundo’, o en que un desarrollo económico más

77
rápido genera más exportaciones, no resiste un análisis”. Agrega que “evi-
dentemente, podemos llegar, incluso, a sugerir que debe rechazarse el desa-
rrollo económico per se cómo un fin independiente”. Esto ocurre por limita-
ciones en las posturas económicas, pero además en las relaciones de los eco-
nomistas con el poder político. Sobre esto, advierte Mishan que “…siempre
que el economista se acerca demasiado a la maquinaria del gobierno, se
halla demasiado dispuesto a utilizar el lenguaje de lo que es ‘políticamente
factible’” (1983: 35).

La adhesión al crecimiento desde las escuelas económicas convencionales


no sorprende. Pero debe admitirse que casos como los de la Fundación Ba-
riloche deja en evidencia que estaban enfrascados en un debate que opo-
nía un desarrollo socialista a otro, pero que de todos compartían elementos
básicos como perseguir el crecimiento. Esto a su vez muestra las posibilidades
y límites del marxismo para repensar el desarrollo o los aspectos ecológicos.

Existen algunos pocos casos de marxistas que se adentraron en la polémica


sobre el crecimiento. Entre ellos se destaca Wolfgang Harich, ciudadano en
ese tiempo de lo que era la República Democrática de Alemania. Harich era
un marxista dogmático que defendía el control político desde el partido, pero
que a la vez defendía al reporte del Club de Roma como un insumo indispen-
sable para el comunismo. Sostenía que aquel informe no era “un instrumento
del enemigo de clase”, y que, por el contrario, ese “enemigo” estaba “detrás
de las fuerzas políticas que en Occidente combatían sus advertencias (Harich
1978: 252). Consecuentemente, cuestiona severamente al modelo de la Fun-
dación Bariloche, afirmando que tiene un “fallo fundamental” al considerar
la provisión de materias primas, de energía y los impactos en el ambiente,
apelando a “ilusiones y optimismos”, con “frases huecas en torno a unas re-
servas ‘prácticamente’ inagotables” (Harich 1978: 267‐268). Da unos pasos
más, casi burlándose de las alabanzas del estudio latinoamericano de la
energía nuclear y que ésta fuera capaz de elevar el nivel de vida de los gru-
pos atrasados (Harich 1978: 268). Harich era un entusiasta defensor del co-
munismo, pero entendía que éste se debe integrar al “sistema finito de la biós-
fera”, promovía abandonar el automóvil privado y depender solamente del
transporte público, proponía reorganizar toda la industria a nivel planetario y
confiaba en la planificación global.

78
En América Latina uno de los que más se acercó a comprender las implican-
cias de la idea de límites para la pretensión de un desarrollo como creci-
miento fue el brasileño Celso Furtado. Si bien rechaza muchos argumentos
del informe al Club de Roma, al que califica de “alarmista”, su propio análisis
le lleva a admitir que el desarrollo en los países del sur, entendido como lograr
una situación equivalente a las naciones del norte, sería un “mito”. Decía
Furtado en 1975 que se tiene la “prueba definitiva de que el desarrollo eco-
nómico – la idea de que los pueblos pobres podrán algún día disfrutar de las
formas de vida de los actuales pueblos ricos – es simplemente irrealizable”
Furtado, 1975: 90; cursivas de Furtado). A su juicio, el desarrollo fue una ilusión
movilizadora en el sur, incluso para imponer y aceptar sacrificios como la des-
trucción del ambiente, convertido en “uno de los pilares de la doctrina que
sirve para encubrir la dominación de los pueblos de los países periféricos den-
tro de la nueva estructura del sistema capitalista” (Furtado 1975: 91).

La manera correcta

Las dificultades desde la economía convencional para abordar la existencia


de límites en parte se deben a que considera a cada economía como un
sistema en sí mismo. Se estudia, por ejemplo, su estructura y función interna
(Figura No. 2.1.2a). Bajo esa perspectiva, una economía puede crecer por
siempre. En cambio, desde la década de 1960 comenzó a quedar en claro
que cualquier economía nacional en realidad es un subsistema que está den-
tro de otro mayor, que es ecológico (Figura No. 2.1.2b). Una economía
puede crecer, pero tarde o temprano chocará contra los límites de ese otro
sistema, como pueden ser la disposición de tierras cultivables o el stock de
minerales.

Esta brevísima explicación sirve para introducir un ejemplo concreto de los


problemas de la economía convencional para asumir esa condición. Her-
man Daly (1996) relata que cuando se preparaba el reporte del Banco Mun-
dial sobre ambiente y desarrollo de 1992, el año de la conocida Cumbre en
Ambiente y Desarrollo en Rio de Janeiro, en los borradores iniciales se incluyó
un esquema donde de un subsistema económico dentro de otro ecológico
(similar a la Figura No. 2.1.2.b). Finalmente, ese esquema fue removido. El
economista en jefe del Banco Mundial de aquel entonces era Lawrence H.
Summers, y tenía responsabilidades directas en armar aquel reporte. Sum-
mers concurrió a dar una conferencia en un evento sobre el libro que el
equipo de Meadows acababa de publicar (“Beyond the limits”), y Daly apro-
vechó la ocasión. En la sesión de preguntas y respuestas, Daly tomó el libro

79
de Meadows y sus colaboradores, donde había un diagrama de aquel tipo,
y le preguntó a Summers cuál era la escala óptima que debería tener la eco-
nomía en relación al ambiente en la que estaba insertada. La respuesta de
Summers fue que esa no era la manera correcta de mirar a la economía.

(a) (b)

Figura No. 2.1.2. Representación esquemática de dos concepciones de las economías na-
cionales: (a) como un sistema en sí mismo sobre el cual se estudia su estruc-
tura y dinámica interna y carece de límites; (b) como un subsistema dentro
de la biósfera, desde la cual recibe aportes y emite materia (M) y energía
(E); a su vez el ecosistema mayor depende de la energía solar y registra
pérdida de calor. Esquema basado parcialmente en Daly (1996).

La respuesta es impactante porque muestra cristalinamente que Summers no


sólo no tenía argumentos para responder, sino que esa cuestión le resultaba
impensable. Para la economía neoclásica como buena parre de las visiones
heterodoxas, las economías son entendidas como conglomerados que no
tienen un entorno, que reciben aportes desde no sabe dónde, y generan
desperdicios que van a ninguna parte, tal como advierte Daly (1996).

Los países industrializados, y dentro de ellos sus políticos y académicos, no han


percibido esos límites por la enorme transferencia de recursos provistos desde
el sur global. Sus economías siempre se podían expandir porque importan
materias primas desde otras regiones, usualmente a muy bajo precio, y de-
jando allí sus impactos. Los economistas que por ejemplo estaban en el

80
Banco Mundial no sólo no advertían esta desigualdad, sino que insistían en
que se debían exportar más materias primas desde el sur para asegurar el
crecimiento.

Esta asimétrica relación queda en evidencia con los nuevos indicadores físi-
cos sobre la extracción de recursos naturales y los intercambios comerciales.
Las evaluaciones realizadas con datos que se inician en 1970, muestran que
desde entonces América Latina ha sido una enorme proveedora de recursos
naturales a los mercados globales. La balanza comercial que compara las
exportaciones con las importaciones, pero mensuradas en toneladas, arroja
un déficit de más de 200 millones de toneladas en 1970, que aumenta conti-
nuamente hasta al nivel de los 700 millones de ton hacia 2005 (PNUMA, 2013).
Este fenómeno se explica por la expansión de los extractivismos, y en especial
por incrementos en las exportaciones de minerales e hidrocarburos. El mayor
déficit se registra en Brasil y el mismo patrón se repite en los países andinos.
En el caso de Ecuador, por ejemplo, en el período de 1980 a 2003, se extraía
un promedio de 52,8 millones de toneladas de materiales de la Naturaleza,
como hidrocarburos, productos agropecuarios, etc., y de ellos se exportaban
más de 11 millones; la balanza comercial física arroja un saldo negativo de
11,5 millones ton. (Vallejo Galágarra, 2006).

Esto conforma una subvención ecológica, especialmente desde el sur global,


que se mantiene por medio de activas operaciones conceptuales en la eco-
nomía tales como una distorsión en la valoración de las materias primas, ya
que por ejemplo sus costos sociales y ambientales son externalizados.

Las discusiones sobre el desarrollo sustentable (o sostenible) no son inmunes a


toda esta problemática. Es así que, los aportes tempranos sobre sustentabili-
dad desde finales de la década de 1970, eran prometedores porque reco-
nocían los límites ecológicos, y los diferenciaban entre aquellos propios de los
recursos renovables (como ocurría con la extracción de bosques, pesquerías
o en la agropecuaria) y los de recursos no renovables (minerales o petróleos)
(Gudynas, 2004). Evidentemente esa posición resultaba intolerable para los
defensores del mito del desarrollo como crecimiento, y es por ello que desde
amplios sectores se promovió una redefinición de la sustentabilidad.

Esto ocurrió en el marco de la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desa-


rrollo, liderada por Gro Harlem Bruntdland (médica salubrista y política no-

81
ruega, 1939 -). Su reporte, “Nuestro futuro común”, publicado en 1987, rede-
finió la sustentabilidad comprometiéndose con las generaciones futuras y ad-
mitiendo que existen límites, unos rígidos y otros más flexibles, pero deberá
servir al crecimiento económico para remontar la pobreza (CMMAD, 1987).
Lo que realmente hizo la comisión fue tomar la vieja contradicción ecología
– economía, la deshizo, y pasó a afirmar que el crecimiento económico era
indispensable para la sustentabilidad ecológica (la cuestión se discute en Gu-
dynas, 2004). De ese modo, el desarrollo sustentable mantenía una retórica
verde, aceptaba que existían algunos límites, pero simultáneamente refuerza
el apego al crecimiento. Esa ambigüedad permitiera que fuera abrazado
por muy distintos sectores, ya que cada uno leía aquella sección de la defini-
ción que le generaba más simpatía. En los hechos se instaló una “sustentabi-
lidad débil” funcional al crecimiento (Gudynas, 2004).

Maniobras de ese tipo, por un lado, con fuertes retóricas ambientales y por
otro lado convencionalmente desarrollistas, se diseminaron por toda América
Latina. Sus expresiones en los últimos años han sido los discursos que dicen
defender la Amazonia, pero permiten la explotación petrolera, que invocan
a la Pacha Mama, pero liberalizan la minería, y así sucesivamente.

Al mismo tiempo, toda la información que se ha acumulado en las últimas


décadas confirma la existen de esos límites ecológicos al crecimiento. Los
subsiguientes análisis realizados por el equipo liderado por los Meadows en
1992 y en 2004 ofrecen ajustes, pero confirman el problema. Asimismo,
cuando se compararon las proyecciones del reporte original con lo que real-
mente ocurrió en los treinta años que van de 1970 a 2000, se encontraron
muchas coincidencias y algunas divergencias (por ejemplo, con la pobla-
ción), concluyéndose que en general aquella modelación tuvo buenas ca-
pacidades de predicción (Turner, 2008, 2014).

Otros estudios que se enfocaron específicamente en ciertos recursos también


confirman la limitación de sus stocks. En el caso de los hidrocarburos, un re-
curso clave para los países petroleros sudamericanos, se confirmaron esos lí-
mites y que seguramente ya se pasó el “pico del petróleo” (véase por ejem-
plo Hall y Day, 2009). Al mismo tiempo se precisaron los llamados “límites pla-
netarios” que agregan nuevos indicadores, tales como la acidificación de los
océanos o los desbalances en los ciclos de nitrógeno o fósforo, y así sucesi-
vamente (por ejemplo, Rockström y colab., 2009; Nash y colab., 2017; además
véase el resumen de Delgado Ramos y colab., 2015). Sobre todo, esto se

82
superpone la discusión sobre el cambio climático que en su esencia refleja
los límites de la biósfera en lidiar con los gases invernaderos producidos por
las estrategias de desarrollo que descansan en hidrocarburos.

Contexto y urgencias latinoamericanas

El reconocimiento de límites al crecimiento económico como elemento fun-


damental en las variedades de desarrollo reviste una enorme relevancia para
América Latina. El desconocimiento de esas condiciones, y la insistencia en
buscar el crecimiento a cualquier costo, se han vuelto uno de los principales
factores de la diseminación de los extractivismos con todas sus secuelas. La
región sigue siendo proveedora de materias primas para el consumismo pla-
netario, pasando por sucesivas alzas y caídas en los desempeños económi-
cos y sociales, pero con un permanente incremento del deterioro ambiental.
No puede pasar desapercibido que los déficits físicos, en especial en recursos
como minerales e hidrocarburos, representan pérdidas patrimoniales netas
que se suman de un año a otro. A su vez, la esperanza de un crecimiento
económico que lanzaría el despegue al desarrollo, nunca se concretó.

La actual evidencia de la existencia de límites al crecimiento es abrumadora.


Cuando esos datos e indicadores se observan con rigurosidad, queda en evi-
dencia que existen esos límites, y que en algunos casos son muy próximos. Por
ejemplo, el horizonte de reservas probadas de hidrocarburos en los países an-
dinos es muy cercano (por ejemplo, estimado en menos de 10 años para Co-
lombia), pero independientemente de ello, los límites ante el cambio climá-
tico hacen que no se debería extraer buena parte de esos hidrocarburos por-
que no es posible quemarlos.

Sin embargo, también se debe reconocer que esas evidencias, así como los
llamados de alerta que se sumando a lo largo de medio siglo, han tenido un
éxito muy modesto. Prevalece el apego al crecimiento, no solamente en po-
líticos, empresarios y académicos, sino también en buena parte de la ciuda-
danía, incluyendo muchos movimientos sociales (particularmente los sindica-
tos).

Detrás de todo esto están las creencias que conciben a América Latina
como una región con inmensos espacios geográficos y enormes dotaciones
de recursos naturales. Tal vez en algunas zonas de América Central exista
una conciencia de los límites, pero en el resto del continente sigue prevale-

83
ciendo la idea de concebirse como depositarios de grandes riquezas ecoló-
gicas. Por ello, la existencia de límites ecológicos, de la escasez de los recur-
sos naturales o de la fragilidad o deterioro de nuestros ambientales, no es fá-
cilmente aceptable. Esta es una cuestión clave para el campo de los estu-
dios críticos sobre el desarrollo en América Latina.

A partir de esa condición, se originan todo tipo de coincidencias en defender


opciones cada vez más intensivas sobre los recursos naturales desde muy di-
versas tiendas político partidarias. Hace unos años atrás, el entonces presi-
dente ecuatoriano Rafael Correa, desde el progresismo defendía el ingreso
de la megaminería sosteniendo que el país no debería ser un mendigo sen-
tado sobre un saco de oro. Años después, en 2017, el presidente de Perú,
Martín Vizcarra, ubicado casi en el otro extremo ideológico, usaba una ima-
gen similar para defender sus extractivismos: el país tenía una gran riqueza
bajo la tierra, pero era pobre en la superficie.

La metáfora de concebir a los países andinos como pobres que disponen a


sus pies de una enorme riqueza minera es muchas veces referida a Alexander
von Humboldt, pero su origen seguramente está a finales del siglo XIX, y aun-
que se la atribuye a Antonio Raimondi fue popularizada por César Cantú en
su muy conocida “Enciclopedia Universal” (Bonfiglio, 2004). En cualquiera de
sus variantes la postura es similar: América Latina tendría unas riquezas casi
ilimitadas, de donde los problemas del desarrollo no están en la escasez o en
carecer de recursos, sino en la capacidad o incapacidad de sus habitantes
de extraerlas y aprovecharlos. En esos términos esta es una concepción pro-
pia del clásico apego al progreso propio del siglo XIX.

Estos entendidos están diseminados en todo el continente y están profunda-


mente arraigados. Cruzan a todos los grupos políticos, desde los neoliberales
a los marxistas, desde los conservadores a los progresistas. De este modo,
buena parte de los debates sobre desarrollo en realidad expresen enfrenta-
mientos sobre los modos, instrumentos y roles del mercado y el Estado, en ase-
gurar el crecimiento económico. Todos quieren ser desarrollistas, todos con-
ciben a la Naturaleza como proveedora de recursos prácticamente inagota-
bles, y todos desean crecer. Discuten, en cambio, como concretar esa tarea.

Los debates sobre los límites al crecimiento son uno de los flancos que mues-
tran que esas ideas del desarrollo ya han dejado de ser adecuadas. Esos
límites son tan cercanos en el caso latinoamericano, que estamos obligados

84
a abandonar la idea de un desarrollo motorizado por el crecimiento econó-
mico. Por razones de este tipo, así como por otros factores, el mismo pro-
blema se discute en otros continentes, y desde allí se exploran vías para lograr
el bienestar sin crecimiento económico (por ejemplo, Jackson, 2011). Incluso
existe un conjunto de posturas que hacen un llamado al “decrecimiento” en
el hemisferio norte.

En el caso sudamericano, y en especial en los países andinos, los debates


sobre el Buen Vivir9 (entendido en sus versiones originales), tienen ventajas
para esta tarea. Por un lado, obligan a reconocer los límites ecológicos dado
su mandato por los derechos de la Naturaleza. En el caso de Ecuador, si ese
mandato constitucional se asume con seriedad, eso implicaría suspender la
explotación petrolera en las zonas amazónicas dados sus impactos ambien-
tales. Por otro lado, es una postura que aborda esas raíces profundas que se
comparten entre todas las variedades de desarrollo. La reacción que se pro-
movió desde el Estado en el pasado gobierno para generar una versión al-
ternativa del Buen Vivir, etiquetado como un socialismo del Buen Vivir, en
realidad buscaba anular esas capacidades críticas para hacerlo funcional al
crecimiento económico. Por lo tanto, la insistencia en un Buen Vivir como
alternativa a cualquier variedad de desarrollo, todavía defendida desde al-

9 El Buen Vivir es una apuesta de cambio que se construye continuamente desde reivindicaciones
de los actores sociales de América Latina durante las últimas décadas por reforzar la necesidad
de una visión más amplia, la cual supere los estrechos márgenes cuantitativos del economicismo,
que permita la aplicación de un nuevo modelo económico cuyo fin no sea los procesos de acu-
mulación material, mecanicista e interminable de bienes, sino que incorpore a los actores que
históricamente han sido excluidos de las lógicas del mercado capitalista, así como aquellas for-
mas de producción y reproducción que se fundamentan en principios diferentes a dicha lógica
de mercado. Asimismo, el Buen vivir, se construye desde las posiciones que reivindican la revisión
y reinterpretación de la relación entre la naturaleza y los seres humanos, es decir, desde el tránsito
del actual antropocentrismo al biopluralismo (Guimarães citado en Acosta 2008), en tanto la ac-
tividad humana debe realizar un uso de los recursos naturales adaptado a la generación (rege-
neración) natural de los mismos. (SENPLADES 2009, 24). El sumak kawsay en su máxima expresión
es vivir en comunidad, plenitud, hermandad, complementariedad, relacionalidad entre seres hu-
manos, seres humanos y la naturaleza, seres humanos y espiritualidad. En este sentido, resaltamos
que el pensamiento ancestral es eminentemente colectivo: necesariamente recurre a la idea del
nosotros porque el mundo no puede ser entendido desde la perspectiva del individualismo [...]
Finalmente podemos señalar que el Buen Vivir no es simplemente un discurso romántico sino im-
plica asumir retos orientados a definir profundas transformaciones en nuestras sociedades, en
oposición a la lógica capitalista de crecimiento económico y acumulación de ganancias. (CO-
DENPE 2001, 23) [nota CPPP]

85
gunos ámbitos ciudadanos, sigue manteniendo toda su originalidad y poten-
cialidad. En un mundo donde los límites son inminentes, ese tipo de posturas
serán las más valiosas para iniciar las alternativas de cambio.

2.2. El desarrollo sustentable y los Objetivos


del Desarrollo Sostenible (ODS)
Como síntesis del debate planteado por Gudynas (2019), puede decirse que
el desarrollo es todavía un sueño anhelado, aunque combatido, una idea
que se despliega para enseguida recibir críticas y reconfigurarse bajo nuevas
versiones, como por ejemplo la experimentada en la reciente etapa progre-
sista en América Latina, calificada por sus críticos como de neoextractivismo,
debido al impulso de la minería, el petróleo y la agroindustria como fuente de
recursos para financiar la inversión pública y la ampliación del acceso a los
servicios por parte de las poblaciones (Torres y Ramírez, 2019).

En esta lógica de construcción y crítica sobre el desarrollo se ha fortalecido


la clasificación entre desarrollos alternativos y alternativas al desarrollo, pues
la primera nomenclatura sirve para encasillar a las distintas opciones de rec-
tificación, reparación, o modificación del desarrollo contemporáneo, acep-
tando sus bases conceptuales de crecimiento perpetuo y apropiación de la
naturaleza, incluso, asimilando el cuño terminológico de etno, eco, auto, co-
munitario, sustentable, con identidad, y demás clichés, que sólo han ador-
nado la reproducción del paradigma occidental del desarrollo sin reflejar la
realidad y las comprensiones holísticas de los pueblos indígenas. Y la segunda
clasificación: alternativas al desarrollo, agrupadas bajo el rótulo de buenos
vivires compartidos, con propuestas como el sumak kawsay, el suma
qamaña, y demás análogos (Torres y Ramírez, 2019).

Algunos economistas han buscado actualizar el concepto convencional del


desarrollo económico. Unos trataron de imaginar un desarrollo con menor
crecimiento; otros pensaron que primero debía existir mayor crecimiento para
luego distribuir mejor; un tercer grupo veía viable crecer y redistribuir simultá-
neamente.

Pero todos olvidaron un cálculo esencial: la posibilidad o imposibilidad física


del crecimiento económico, según lo determinado por el inventario de recur-
sos naturales y la degradación ambiental. La razón es clara, el capitalismo

86
tiene un objetivo primordial: crecer y crecer, ignorando la limitación evidente
dada por el carácter finito de la naturaleza.

No han faltado quienes han propuesto un “desarrollo sustentable”, postu-


lando una opción compuesta que, por definición de sus componentes, es
una abierta contradicción (Naredo, 1997). La sustentabilidad mide la capa-
cidad del ambiente para soportar una población humana dada, según sus
actividades económicas. La población animal simplemente perece si crece
más allá de los límites impuestos por el ambiente; la población humana, en
cambio, puede forzar durante un tiempo esa limitación. Pero a la larga ter-
minará superada por los límites naturales. Relacionar desarrollo con sustenta-
bilidad ambiental es la peor forma de forzar una situación que, de entrada,
es insostenible.

El capitalismo verde. En el actual mundo capitalista, dominado por una com-


petencia sin escrúpulos que recurre frecuentemente al mimetismo, aparecen
versiones light hasta de los venenos. Por definición, el verdadero capitalismo
no puede ser verde, es decir ecológico.

El capitalismo verde suele disfrazarse con el nombre de economía verde (Na-


dal, 2014) aparentando ser una modalidad de la economía ecológica, pero
los problemas radicales solo se resuelven con soluciones radicales, no con
maquillajes temporales

El capitalismo verde propone una economía baja en carbono, eficiente en


el uso de recursos y socialmente inclusiva; pero continúa tratando a la natu-
raleza como capital, y no mide en términos éticos el impacto ambiental cau-
sado por la actividad económica. Las Naciones Unidas (UNDP 2011) ya pro-
pusieron “enverdecer la economía” y en la Cumbre de la Tierra veinte años
después (Río de Janeiro 2012) se planteó la iniciativa “crecimiento verde”.
Sabemos que el crecimiento es el mayor enemigo de la sustentabilidad am-
biental, de modo que, al hablar de crecimiento, el calificativo de verde sería
más adecuado para el ingreso tóxico, pensando en el color del cloro.

Empecemos por aclarar que el calificativo “verde” (en el sentido de amiga-


ble con el ambiente), sea que esté precedido por economía o crecimiento,
es sinónimo de capitalismo verde. Este se resume en dos propuestas: primera,
procesos productivos y bienes que causan menos impacto ambiental, más
reciclaje y eficiencia tecnológica. Segunda, el mercado, aparentemente,

87
repara el ambiente mediante la privatización de la naturaleza. De esta ma-
nera, el crecimiento desmedido ya no tendrá controles estatales; sin la poca
vigilancia estatal del ambiente, quedará suelta la codicia.

En las condiciones actuales, se ve cada vez con más claridad la necesidad


de integrar los estudios con la realidad. Una economía ciega frente a la na-
turaleza es anticientífica. Una economía que prescinda de la justicia social
es irreal. Pero la publicidad no se detiene, y si el término “verde” deja de
convencer, habrá que buscar otro adjetivo de moda.

La economía circular quedó enredada en su concepción. En la Antigüedad,


un símbolo de la inmortalidad era la serpiente que se mordía la cola. La gente
había observado a la serpiente cambiar de piel y dieron al animal fama de
inmortal. Ese ideal de renovación constante ha adquirido hoy un nombre
nuevo: reciclar. ¿Qué tal si crecemos y destruimos, para volver a crecer y vol-
ver a destruir? Así no paramos de crecer, pero nos burlamos de las limitacio-
nes planetarias... Esta tendencia no resulta viable porque la realidad es mu-
cho más compleja.

La comunidad europea creyó haber encontrado en 2014 la solución al gran


desafío ecológico, al proclamar en un documento muy difundido su adhesión
a la economía circular: “programa de cero residuos”, en sus propias palabras.
Pero, tal como había ocurrido hace medio siglo con al aún invento europeo
(cuando se descubría que Japón lo había inventado antes), Europa constató
con sorpresa que en 2008 China había expedido su propia Ley de Economía
Circular. A decir verdad, el campesino chino de hace 60 años ya era un
ejemplo de ese concepto: reciclaba todo, hasta sus heces servían de abono
y tenía hornos para fundir el hierro recolectado entre la chatarra. La idea de
la economía circular era alcanzar un reciclaje perpetuo que permitiese un
desarrollo perenne.

Sin embargo, la economía circular se desploma al advertir la mayor deficien-


cia, señalada por el economista ecológico español Jesús Ramos (2015). La
falla que la derriba es su imposibilidad física: ningún reciclaje es total, siempre
deja desechos y desperdicia energía. En este mismo sentido, Martínez Alier
(2017) señala que “la energía no puede reciclarse y, por tanto, incluso una
economía que no creciera y que use combustibles fósiles, necesitaría suminis-
tros “frescos” que vengan de las fronteras de la extracción. Lo mismo se aplica
a los materiales que en la práctica se reciclan solamente en parte (como el

88
cobre, el aluminio, el acero, el papel), no más del 40 o 60 por ciento. Si la
economía crece, la búsqueda de fuentes de energía y materiales es mayor,
la presión en las fronteras de la extracción es más intensa y de ahí la fuerza
de tantos movimientos de protesta a favor de la justicia ambiental”.

Otro error que cometieron los europeos al proponer la economía circular es


el aislacionismo, doctrina que funcionaba antes en economía, pero que hoy,
y especialmente en términos ecológicos, es insostenible. No es posible man-
tener limpia la casa sin importarnos el vecino, cuando la casa es el planeta
entero.

Los países ricos aparentan ser los que mantienen limpio el planeta, pero olvi-
dan que debido a su codicia se paga precios de miseria a los países pobres
por sus materias primas. Al hacerlo, obligan a los pobres a extraer más y más
recursos, batallando en una competencia entre pobres. La economía ya no
funciona en aislamiento. Hasta los juegos especulativos en los mercados in-
ternacionales y en las bolsas de valores se fundamentan en las existencias de
materias primas en los países pobres.

Ramos (2015) recuerda un caso histórico de aislamiento: el Japón de 1700.


Un país muy poblado, con poco territorio. El abono para el cultivo de arroz lo
proporcionaban los mismos labradores, la pesca era artesanal y ciertas ver-
duras se cultivaban en huertos familiares. Casi no había ganadería, ni defo-
restación. La población, sin embargo, escasamente crecía: las guerras y las
deficiencias sanitarias la mermaban constantemente. Hoy esos casos son im-
posibles de repetir porque el planeta entero está interconectado. La solución
debe ser global y diferente a las propuestas formuladas desde el desarrollismo
clásico, muy asociado a la idea de explotar sin consideraciones los recursos
naturales. Por ello, adquiere relevancia el debate sobre su concepción de la
extracción y el aprovechamiento de estos recursos.

Aunque los antecedentes del desarrollo sustentable se remontan a los años


50 del siglo XX, cuando germinan preocupaciones en torno a los daños al
medio ambiente causados por la segunda guerra mundial, es hasta 1987
cuando la Comisión Mundial del Medio Ambiente y del Desarrollo (CMMAD)
de las Naciones Unidas, creada en 1983 y presidida por la salubrista y política
noruega Gro Harlem Brundtland (1939 -), presenta el informe titulado “Nuestro
Futuro Común”, conocido también como “Informe Brundtland”, en el que se
difunde y acuña la definición más conocida sobre el desarrollo sustentable:

89
“es el desarrollo que satisface las necesidades del presente sin comprometer
la capacidad de las generaciones futuras para satisfacer sus propias necesi-
dades”, considerando una visión tridimensional donde confluyen las conside-
raciones económica, social y ambiental.

La Cumbre de la Tierra organizada por las NNUU en Río de Janeiro 1992,


adoptó formalmente este concepto del desarrollo sustentable dentro de sus
políticas y directrices y actualmente la ONU ha establecido una Agenda para
alcanzar este nivel, la cual se analizará más adelante, partiendo de algunos
necesarios antecedentes.

Cumbre de la Tierra es la expresión que se utiliza para denominar las Confe-


rencias de Naciones Unidas sobre el Medio ambiente y su Desarrollo, un tipo
excepcional de encuentro internacional entre jefes de estado de todos los
países del mundo, con el fin de alcanzar acuerdos sobre el medio ambiente,
desarrollo, cambio climático, biodiversidad y otros temas relacionados. La pri-
mera Cumbre de la Tierra se realizó en Estocolmo (Suecia), del 5 al 16 de junio
de 1972. Veinte años después se realizó la segunda en Río de Janeiro (Brasil),
del 2 al 13 de junio de 1992. La tercera se realizó en Johannesburgo (Sudá-
frica), del 23 de agosto al 5 de septiembre del 2002. La cuarta cumbre se
reunió en junio de 2012 en Río de Janeiro, bajo la denominación de Confe-
rencia de Desarrollo Sostenible Río+20.

Población y sustentabilidad

Según estimaciones de las Naciones Unidas (ONU, 2019), se espera que la po-
blación mundial aumente en 2 000 millones de personas en los próximos 30
años, de 7 700 millones en la actualidad a 9 700 millones en 2050, y que al-
cance su punto máximo a fines del siglo actual, con un nivel de casi 11 000
millones de personas. Para poner estos números en contexto, cabe puntuali-
zar que en el año 1800, la población era de 1 000 millones. Este crecimiento
tan drástico se ha producido en gran medida por el aumento del número de
personas que sobreviven hasta llegar a la edad reproductiva y ha venido
acompañado de grandes cambios en las tasas de fecundidad, lo que ha
aumentado los procesos de urbanización y los movimientos migratorios.

En ese estudio se establece también que la población mundial está enveje-


ciendo debido al aumento de la esperanza de vida al nacer y la disminución
de los niveles de fecundidad, y que el número de países que experimentan
una reducción en el tamaño de su población está creciendo.

90
Un 61% de la población mundial vive en Asia (4 700 millones), un 17% en África
(1 300 millones), un 10% en Europa (750 millones), un 8% en Latinoamérica y el
Caribe (650 millones) y el 5% restante en América del Norte (370 millones) y
Oceanía (43 millones). China (1 440 millones) e India (1 390 millones) continúan
siendo los países con mayor población y representan el 19% y 18% de la po-
blación mundial respectivamente; se espera que, sobre 2027, India supere a
China como el país más poblado del mundo.

Figura No. 2.2.1. Distribución de la población mundial en los últimos 5 000 años, expresada
en la densidad poblacional (Roser et al., 2013)

Cuando se habla de sostenibilidad, es inevitable mencionar el tema de la


sobrepoblación, ya que es claro que, con los parámetros actuales, alimentar
atender otras necesidades de una población creciente, constituye una pre-
sión enorme sobre los recursos. En este escenario, este debate suele polarizar
la discusión en dos extremos: quienes lo miran con ojos religiosos, pero poco
científicos, y quienes creen verlo objetivamente, escudándose en conceptos
seudocientíficos (Falconí, 2017).

En el primer bando, hay quienes creen que las parejas deben procrear sin
restricciones, amparándose en el precepto bíblico del Génesis de crecer y
multiplicarse, pero desconociendo que aquello corresponde a un momento

91
histórico de la humanidad cuando escaseaba la población, en especial la
masculina, debido a las guerras, y al alto índice de mortalidad infantil y baja
esperanza de vida.

Al otro bando del debate están los maltusianos, que validan el postulado del
clérigo inglés Thomas Robert Malthus (1766 – 1834) que a finales del siglo XVIII
publicó una obra de alto impacto en la cual señaló que la población hu-
mana crece bastante más rápido que la producción de alimentos. En esta
línea de pensamiento, más recientemente, el entomólogo estadounidense
Paul Ehrlich (1932 -), conmocionó a la opinión pública en 1968 con su libro
“The Population Bomb”, coescrito con su esposa Anne que, sin embargo, no
aparece en los créditos, donde señala que la población humana estaba au-
mentando tanto que se produciría una hambruna en los años venideros. Si
bien su vaticinio no se cumplió, desde el lado positivo puede señalarse que
aquello dio pábulo a la incorporación de políticas públicas de control de la
natalidad.

Figura No. 2.2.2. Distribución de la población mundial en los últimos 5 000 años, expresada
en la densidad poblacional (Roser et al., 2013)

Los desastres relacionados con la población que predijo Ehrlich no se han


materializado en gran medida, tanto por la desaceleración de las tasas de

92
crecimiento de la población, ya que los “demógrafos advierten de que, en
realidad, la mortalidad infantil, la fecundidad y el índice de crecimiento de
la población están descendiendo –con altibajos y marcados desequilibrios–
a escala planetaria” (Bretón, 20109), cuanto por las nuevas tecnologías de
producción de alimentos que aumentan el suministro de alimentos más rá-
pido que la población, al punto que según varios estudios, la producción
mundial de alimentos es tan alta que debería permitir el abastecimiento mun-
dial; sin embargo la desigualdad y la mala distribución, causadas por relacio-
nes internacionales injustas y por una falta de solidaridad, generan hambru-
nas que resultan vergonzosas frente al desperdicio de alimentos en los países
ricos (Falconí, 2017). En palabras del exdirector de la FAO, la organización de
Naciones Unidas para la Alimentación y Agricultura, “si bien a nivel global la
producción de alimentos ‘está bien’, hay problemas y desafíos locales en la
distribución, lo que limita el acceso a éstos productos básicos para la super-
vivencia”, por lo que la FAO, “exige una mejor distribución de la producción
alimentaria en el mundo para evitar situaciones de hambre en zonas pobres
o sacudidas por conflictos” (El País, 2014). En este mismo sentido, el IPBES
(2019), señala que “aunque en la actualidad la producción de alimentos es
suficiente para satisfacer las necesidades mundiales, alrededor del 11 % de
la población mundial sufre de desnutrición y las enfermedades relacionadas
con la dieta son causa del 20 % de la mortalidad prematura relacionada
con la subalimentación y la obesidad”.

Es claro que la población seguirá creciendo y con ello existirá mayor presión
sobre los recursos, por lo que es necesario reflexionar sobre el actual patrón
de desarrollo, con los problemas y límites señalados, para actuar de manera
distinta: mejorando la producción de alimentos, reduciendo el impacto que
generan y optimizando su distribución y acceso con criterios de solidaridad y
responsabilidad global.

La desigualdad y el desarrollo sustentable

Varios autores y estudios sobre el desarrollo sustentable señalan que mientras


el Mundo no supere las grandes brechas existentes entre países ricos y países
pobres y entre los ricos y pobres dentro de un mismo país, las lógicas de la
sustentabilidad estarán lejanas. Por ejemplo, de acuerdo con la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL, 2018), “la igualdad está
en el centro del desarrollo por dos razones. Primero, porque provee a las po-
líticas de un fundamento último centrado en un enfoque de derechos y una

93
vocación humanista que recoge la herencia más preciada de la moderni-
dad. Segundo, porque la igualdad es también una condición para avanzar
hacia un modelo de desarrollo centrado en la innovación y el aprendizaje,
con sus efectos positivos sobre la productividad, la sostenibilidad económica
y ambiental, la difusión de la sociedad del conocimiento y el fortalecimiento
de la democracia y la ciudadanía plena”.

Más allá de consideraciones éticas, que son muy relevantes en este debate,
hay que recalcar que empíricamente está demostrado que la igualdad ge-
nera mayor productividad y ello, es un escenario favorable para reducir los
impactos. Al respecto, la Figura No. 2.2.3 (CEPAL, 2018) muestra la relación
entre la igualdad, expresada en el Índice de Gini y la productividad, expre-
sada en producto por empleado en dólares internacionales constantes del
2011. Es procedente explicar que el índice de Gini o coeficiente de Gini es
una medida económica que sirve para calcular la desigualdad de ingresos
que existe entre los ciudadanos de un territorio, normalmente de un país; su
valor se encuentra entre 0 y 100, siendo cero la máxima igualdad (todos los
ciudadanos tienen los mismos ingresos) y 100 la máxima desigualdad (todos
los ingresos los tiene un solo ciudadano) (Montero, 2014).

Figura No. 2.2.3. Productividad e Índice de Gini 2014 (CEPAL, 2018))

94
Siendo un tema relevante para la sustentabilidad, conviene aclarar qué es la
igualdad, desde el punto de vista de este debate. La CEPAL (2018), señala
que “la igualdad se refiere a igualdad de medios, oportunidades, capacida-
des y reconocimiento. La igualdad de medios se traduce en una distribución
más equitativa del ingreso y la riqueza, y una mayor participación de la masa
salarial en el producto; la de oportunidades, en la ausencia de discriminación
de cualquier tipo en el acceso a posiciones sociales, económicas o políticas.
La igualdad en materia de acceso a capacidades hace referencia a habili-
dades, conocimientos y destrezas que los individuos logran adquirir y que les
permiten emprender proyectos de vida que estiman valiosos. Por otro lado,
la igualdad como reconocimiento recíproco se expresa en la participación
de distintos actores en el cuidado, el trabajo y el poder, en la distribución de
costos y beneficios entre las generaciones presentes y las futuras, y en la visi-
bilidad y afirmación de identidades colectivas”.

Sobre la base de esta conceptualización es necesario conocer la actual si-


tuación mundial. En esta dirección, un reciente informe de la organización
internacional Oxfam (2020) señala que “la desigualdad económica está
fuera de control. En 2019, los 2 153 milmillonarios que hay en el mundo po-
seían más riqueza que 4 600 millones de personas. Los 22 hombres más ricos
del mundo poseen más riqueza que todas las mujeres de África. Estos ejem-
plos de riqueza extrema conviven con un enorme nivel de pobreza. Según
las estimaciones más recientes del Banco Mundial, prácticamente la mitad
de la población mundial vive con menos de 5,50 dólares al día, mientras que
el ritmo de reducción de la pobreza ha caído a la mitad desde 2013”; lo cual
es más alarmante y ciertamente desgarrador si se considera que “en lo más
alto de la economía global se encuentra una pequeña élite de personas con
fortunas inimaginables, que van incrementando exponencialmente su ri-
queza sin apenas esfuerzo, independientemente de si aportan o no un valor
añadido a la sociedad; mientras, en la parte más baja de la escala econó-
mica, encontramos a las mujeres y las niñas, especialmente aquellas que es-
tán en situación de pobreza o pertenecen a colectivos excluidos”.

En este mismo sentido, el economista francés Thomas Piketty (1971 -), uno de
los estudiosos contemporáneos más renombrados sobre el tema, en una en-
trevista reciente lo señala más gráficamente (Garavakis, 2020): “Si uno tiene
una buena educación, una buena salud, un buen empleo y un buen salario,
pero necesita destinar la mitad de su salario a pagar un alquiler a los hijos de

95
propietarios que reciben ingresos por alquileres durante toda su vida, creo
que hay un problema. La desigualdad de la propiedad crea una enorme de-
sigualdad de oportunidades en la vida. Algunos tienen que alquilar toda su
vida. Otros reciben rentas durante toda su vida. Algunos pueden crear em-
presas o recibir una herencia de la empresa familiar. Otros nunca llegan a
tener empresas porque no tienen siquiera un mínimo de capital inicial para
empezar. Más que nada, es importante darse cuenta de que la distribución
de la riqueza se ha mantenido muy concentrada en pocas manos en nuestra
sociedad”.

Figura No. 2.2.4. Evolución del número de milmillonarios a nivel global y su riqueza en el pe-
ríodo 2000 – 2017 (Oxfam, 2018)

Para enfrentar esto, muchas voces más desde la academia y las organizacio-
nes sociales plantean medidas radicales a nivel global y también local; por
ejemplo, la propia Oxfam (2020) señala que “un incremento de tan solo el
0,5% adicional en el tipo del impuesto que grava la riqueza del 1% más rico
de la población en los próximos diez años permitiría recaudar los fondos ne-
cesarios para invertir en la creación de 117 millones de puestos de trabajo en
sectores como la educación, la salud y la asistencia a las personas mayores,
entre otros, acabando así con los déficits de cuidados en estos ámbitos”. En

96
esta misma línea, y a propósito de la emergencia sanitaria por el coronavirus
y sus impactos sobre la economía mundial, un grupo de famosos economistas
que incluyen a los mencionados Stiglitz y Piketty, entre otros, sostienen que “la
pérdida de ingresos del gobierno debe compensarse con mayores impuestos
para las corporaciones multinacionales y los oligopolios, los gigantes digitales
y los multimillonarios” y que esta situación debería “marcar el final de la era
de los paraísos fiscales” (Chiaretti, 2020).

Agenda 2030 del Desarrollo Sostenible

Frente a la evidencia sobre la situación de la humanidad frente a los desafíos


del desarrollo sustentable y las tendencias futuras, en septiembre de 2000, ba-
sada en un decenio de grandes conferencias y cumbres de las Naciones Uni-
das, los dirigentes del mundo se reunieron en la sede de las Naciones Unidas
en Nueva York, aprobando la Declaración del Milenio, comprometiendo a
sus países con una nueva alianza mundial para reducir los niveles de extrema
pobreza y estableciendo una serie de objetivo con metas e indicadores, co-
nocidos como los Objetivos de Desarrollo del Milenio (ODM) cuyo venci-
miento llegó en el 2015.

Los ODM estaban compuestos de ocho objetivos que se especificaban en 18


metas y 48 indicadores. Los ODM del 1 al 7 buscaban que los países en vías
de desarrollo tomaran nuevas medidas y aunaran esfuerzos en la lucha con-
tra la pobreza, el analfabetismo, el hambre, la falta de educación, la de-
sigualdad entre los géneros, la mortalidad infantil y la materna, el VIH/sida y
la degradación ambiental; mientras que el ODM 8 instaba a los países desa-
rrollados a adoptar medidas para aliviar la deuda, incrementar la asistencia
a los países en desarrollo y promover un mercado más justo.

El último informe de la ONU (2015) sobre el cumplimiento de los ODM señala


que “aunque se han alcanzado logros significativos en muchas de las metas
de los ODM en todo el mundo, el progreso ha sido desigual a través de las
regiones y los países, dejando enormes brechas. Millones de personas siguen
desamparadas, en particular los más pobres y los desfavorecidos debido a su
sexo, edad, discapacidad, etnia o ubicación geográfica. Se necesitarán es-
fuerzos específicamente dirigidos a alcanzar a aquellas personas más vulne-
rables”. La Figura No. 2.2.5 presenta un resumen gráfico parcial de la valua-
ción del cumplimiento de los ODM, según el análisis de la ONU.

97
Objetivo 1: erradicar la Objetivo 2: lograr la en- Objetivo 3: promover la Objetivo 4: reducir la
pobreza extrema y el señanza primaria uni- igualdad de género y mortalidad de los niños
hambre versal el empoderamiento de menores de 5 años
la mujer

Objetivo 5: mejorar la Objetivo 6: combatir el Objetivo 7: garantizar Objetivo 8: garantizar


salud materna VIH/sida, el paludismo la sostenibilidad del la sostenibilidad del
y otras enfermedades medio ambiente medio ambiente

Figura No. 2.2.5. Evaluación del cumplimiento de los Objetivos de Desarrollo del Milenio
(ODM), según el informe de la ONU (2015)

Siendo que no se cumplieron a cabalidad los objetivos esperados, en 2015,


luego del cumplimiento del plazo de esos ocho ODM, la ONU aprobó la
Agenda 2030 sobre el Desarrollo Sostenible, como una oportunidad para que
los países y sus sociedades emprendan un nuevo camino con el que mejorar
la vida de todos, sin dejar a nadie atrás. La Agenda cuenta con 17 Objetivos
de Desarrollo Sostenible (ODS), que incluyen desde la eliminación de la po-
breza hasta el combate al cambio climático, la educación, la igualdad de la
mujer, la defensa del medio ambiente o el diseño de nuestras ciudades, se-
gún se ilustra en la Figura No. 2.2.6.

A través de estos 17 ODS con sus 169 metas y 231 indicadores, los Estados
miembros de Naciones Unidas han expresado firmemente que esta agenda
es universal y profundamente transformadora. Con esta agenda se dejan
atrás viejos paradigmas donde unos países donan mientras otros reciben
ayuda condicionada. Esta agenda busca también expresar el principio de
responsabilidades comunes pero diferenciadas y construir una verdadera
alianza para el desarrollo donde todos los países participan.

98
Figura No. 2.2.6. Afiche divulgativo de los ODS (ONU, 2015)

Los ODS según la literatura oficial, tienen las siguientes características:

 Son universales: los ODS constituyen un marco de referencia verdadera-


mente universal y se aplicarán a todos los países. En la senda del desarrollo
sostenible, todos los países tienen tareas pendientes y todos se enfrentan
a retos tanto comunes como individuales en la consecución de las múlti-
ples dimensiones del desarrollo sostenible resumidas en los ODS.

 Son transformadores: en su condición de programa para “la gente, el pla-


neta, la prosperidad, la paz y las alianzas”, la Agenda 2030 ofrece un cam-
bio de paradigma en relación con el modelo tradicional de desarrollo ha-
cia un desarrollo sostenible que integra la dimensión económica, la social
y la medioambiental. La Agenda 2030 proporciona una visión transforma-
dora para un desarrollo sostenible centrado en las personas y el planeta,
basado en los derechos humanos, y en la dignidad de las personas.

99
 Son civilizatorios: la Agenda 2030 trata de que nadie quede rezagado y
contempla “un mundo de respeto universal hacia la igualdad y la no dis-
criminación” entre los países y en el interior de estos, incluso en lo tocante
a la igualdad, mediante la confirmación de la responsabilidad de todos
los Estados de “respetar, proteger y promover los derechos humanos, sin
distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o
de otro tipo, origen nacional o social, propiedad, nacimiento, discapaci-
dad o cualquier otra condición.”

Los ODS también son una herramienta de planificación y seguimiento para


los países, tanto a nivel nacional como local. Gracias a su visión de largo
plazo, constituirán un apoyo para cada país en su senda hacia un desarrollo
sostenido, inclusivo y en armonía con el medio ambiente, a través de políticas
públicas e instrumentos de planificación, presupuesto, monitoreo y evalua-
ción.

Avances en los ODS en América Latina y el Caribe

Los países de América Latina y el Caribe están ante el desafío de implementar


la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible en la búsqueda de un nuevo
modelo de desarrollo basado en la igualdad, la inclusión social y laboral, la
erradicación de la pobreza, la sostenibilidad ambiental y el crecimiento eco-
nómico.

Hacer frente a este desafío implica impulsar las tres dimensiones del desarrollo
sostenible: la social, la ambiental y la económica.

La Comisión Económica para América Latina y el Caribe señala que lo social


no se juega en lo social exclusivamente, sino también en la economía, la po-
lítica y el medioambiente.

Durante la Tercera Reunión de la Conferencia Regional sobre Desarrollo So-


cial de América Latina y el Caribe, que concluye este jueves en la Ciudad de
México, el organismo de la ONU presentó un estudio, de 70 páginas, en el que
identifica ocho obstáculos que impiden el desarrollo social en la región:

1. La persistencia de la pobreza

100
En 2017, el número de personas en situación de pobreza en América La-
tina llegó a los 184 millones, equivalente al 30,2% de la población, de los
cuales 62 millones, un 10,2%, vivían en la pobreza extrema.

Además, en 2016, el 41,7% de las personas ocupadas en América Latina


recibían ingresos laborales inferiores a los salarios mínimos nacionales.
Este porcentaje era especialmente elevado entre las mujeres jóvenes, un
60,3%.

Aunque, entre 2002 y 2014, la pobreza bajó del 44,5% al 27,8% y la pobreza
extrema, del 11,2% al 7,8%; entre 2015 y 2016 se registraron aumentos su-
cesivos de ambos indicadores, lo que representó un retroceso significa-
tivo. Las cifras de 2017 revelaron un incremento adicional de la pobreza
extrema y un estancamiento de la tasa de pobreza registrada en 2016.

A pesar de las diferencias que se observan de país en país, la pobreza


presenta rasgos comunes en toda la región:

 mayor incidencia entre las mujeres


 mayor incidencia entre los menores
 mayor incidencia entre las comunidades indígenas, afrodescendien-
tes, campesinos y las personas con discapacidad

2. Las desigualdades estructurales y la cultura del privilegio

“Los altos niveles de desigualdad existentes en la región conspiran contra


el desarrollo y son una poderosa barrera para la erradicación de la po-
breza, la ampliación de la ciudadanía, el ejercicio de los derechos y la
gobernabilidad democrática”, asegura la CEPAL.

Y añade que “la desigualdad es una característica histórica y estructural


de las sociedades latinoamericanas y caribeñas que se ha mantenido y
reproducido incluso en períodos de crecimiento y prosperidad econó-
mica”.

Entre 2002 y 2017, la desigualdad en la distribución del ingreso, expresada


mediante el índice de Gini del Banco Mundial -que mide la desigualdad
de ingresos de los ciudadanos en un país-, se redujo de 0,534 a 0,466, lo
que es un resultado significativo.

101
Sin embargo, el ritmo de la disminución entre 2014 y 2017 se ha ralentizado
y, a pesar de los avances, América Latina y el Caribe continúa siendo la
región más desigual del mundo.

Más allá del apartado económico, las desigualdades abarcan la de-


sigualdad en el ejercicio de los derechos, las capacidades y los niveles de
autonomía. También incluye la desigualdad de género, la étnica y racia-
les, y la territorial, entre otras.

Esas desigualdades se ven acentuadas y bloqueadas por la llamada cul-


tural del privilegio que naturaliza las jerarquías sociales y las profundas asi-
metrías de acceso a los frutos del progreso, la deliberación política y los
activos productivos.

3. Las brechas en educación, salud y de acceso a servicios básicos

La CEPAL observa que, en las últimas décadas, América Latina ha experi-


mentado importantes avances en ámbitos como la salud y la educación,
así como en el acceso a la vivienda, los servicios básicos tales como el
agua potable, la electricidad y el saneamiento, e internet.

Sin embargo, persisten las brechas. A nivel regional, 6 de cada 10 jóvenes


de entre 20 y 24 años concluyeron la educación secundaria, lo que mues-
tra una mejora desde comienzos de la década de 2000, pero que aún
debe ampliarse para universalizar la conclusión de este nivel educativo.
En ese sentido, es necesario fortalecer las estrategias para prevenir la tem-
prana deserción del sistema escolar.

Además, la educación superior sigue reservada para una proporción re-


ducida de la población: en promedio, en 2016, mientras que más de un
40% de los jóvenes de entre 25 y 29 años del quintil de mayores ingresos
concluyeron al menos cuatro años de educación terciaria, solo el 3,6% de
quienes pertenecen al quintil de menores ingresos alcanzaron ese nivel.

Lo mismo ocurre con la salud, donde los indicadores generales han mejo-
rado, pero donde la región aún enfrenta grandes desafíos, especialmente
con respecto a ciertas poblaciones.

102
Como ejemplo, la CEPAL señala que, en algunos países, la mortalidad in-
fantil entre los afrodescendientes llegaba a ser hasta 1,6 veces mayor que
la registrada en el caso de los no afrodescendientes, mientras que la tasa
de mortalidad entre los niños indígenas casi duplica las de los no indíge-
nas.

4. La falta de trabajo y la incertidumbre del mercado laboral

“El trabajo es la llave maestra para la igualdad, el desarrollo personal y el


crecimiento económico”, asegura el documento.

Sin embargo, la estructura y las dinámicas de los mercados de trabajo en


la región siguen caracterizándose por su incapacidad para generar em-
pleos productivos y un trabajo decente, rasgo que nuevamente hunde
sus raíces en las profundas desigualdades de género, raza y edad.

En América Latina, los ingresos de los ocupados en sectores de baja pro-


ductividad no alcanzan a la mitad de los que perciben los ocupados en
los sectores de productividad media y alta. Además, la tasa de pobreza
entre las personas ocupadas en empleos de baja productividad (30,4%)
triplica la de los ocupados en empleos de alta productividad.
El desempleo juvenil es motivo de especial preocupación, mientras el tra-
bajo infantil “representa una de las antítesis más claras de la noción de
trabajo decente y un fuerte obstáculo para el desarrollo social inclusivo”.

Al reto de proporcionar mejores empleos, se añade ahora la incertidum-


bre que crea el impacto de los cambios tecnológicos. No obstante,
puede ser un momento de oportunidad a condición de que se combine
con políticas dirigidas a la promoción del trabajo decente.

5. Acceso parcial y desigual a la protección social

A pesar de que la protección social es un derecho y es clave para eliminar


la pobreza, que evita la marginación; y a pesar de los grandes avances
registrados, la capacidad efectiva de los Estados de América Latina para
proveer garantías universales de protección social a lo largo del ciclo de
vida sigue siendo limitada.

103
La CEPAL destaca que la protección social representa una de las funcio-
nes más relevantes del gasto público, a la que en 2016 se destinó un
monto equivalente en promedio al 4,1% del PIB, según datos de un con-
junto de 17 países de América Latina y el Caribe.

También se ha hecho un gran esfuerzo en la afiliación o cotización a siste-


mas de salud de los ocupados de más de 15 años, ya que entre 2002 y
2016, aumentó del 36,8% al 57,3% en 14 países.

No obstante, los avances, persisten las brechas de cobertura, sobre todo


entre los trabajadores pertenecientes a los estratos de ingreso más bajos,
aquellos que viven en zonas rurales y las mujeres.

Por ejemplo, en 2016, mientras que el 65,1% de los ocupados de 15 años y


más del quintil de mayores ingresos estaban afiliados o cotizaban a un
sistema de pensiones, solo el 19,4% de los ocupados del primer quintil de
ingresos estaba en esa situación, proporción que se reducía al 16,3% en el
caso de las mujeres de este grupo.

6. La institucionalización de política social aún en construcción

Desde el punto de vista de la Agenda 2030, la institucionalidad es el


marco en el que deberían expresarse los compromisos para su cumpli-
miento, a través de la implementación de políticas a largo plazo y con
amplia legitimidad social.

Esto, sin embargo, está lejos de ser una realidad, y más bien constituye un
proceso en curso en la mayoría de los países de la región.

“En muchos casos, las políticas y programas sociales en general, y la pro-


tección social en particular, descansan sobre bases institucionales frágiles
y están sujetas a cambios abruptos de orientación, a una limitada capa-
cidad de coordinación entre los actores gubernamentales relevantes y a
poca claridad en sus objetivos y alcance”, explica la CEPAL.

7. Una inversión social insuficiente

104
Financiar las políticas sociales es un factor clave para el logro del desarro-
llo social inclusivo, así como transformar la idea de gasto corriente en la
de inversión social.

Un elemento clave para destinar recursos a políticas sociales es la carga


tributaria. En 2017, los ingresos tributarios totales en América Latina y el Ca-
ribe ascendieron al 22,8% del PIB, en comparación con un promedio del
34,2% del PIB en el caso de los países de la OCDE.

Además de aumentar la tributación, parte del problema del financia-


miento de las políticas sociales podría resolverse mejorando la efectividad
de la recaudación.

Este es un gran desafío para la región, considerando que el nivel de eva-


sión fiscal en América Latina ascendió a un total del 6,3% del PIB, el equi-
valente a un total de 335.000 millones de dólares en 2017.

“Si los países pudieran reducir una parte de este incumplimiento, esos in-
gresos adicionales podrían dar un ímpetu importante para lograr las metas
sociales y económicas incorporadas en los Objetivos de Desarrollo Soste-
nible”, resalta la CEPAL.

8. Obstáculos emergentes

A los obstáculos anteriores, la CEPAL añade cinco trabas emergentes para


el de desarrollo social:

1. La violencia: América Latina y el Caribe es la región más violenta del


mundo, algo inesperado dado su nivel de desarrollo económico, polí-
tico y social. Por ejemplo, la tasa de homicidios de la región es cinco
veces mayor que el promedio mundial. La violencia no solo se refiere
a homicidios, sino también a otras expresiones de violencia, como asal-
tos e incidentes de violencia sexual
2. Los desastres naturales y el cambio climático: La mayor frecuencia
con que ocurren desastres naturales y fenómenos extremos relaciona-
dos con el calentamiento global hace que sea indispensable diseñar
estrategias para reducir la exposición de la población.
3. La transición demográfica: Si bien existen grandes diferencias entre los
países de la región respecto del descenso de la fecundidad, las tasas

105
de fecundidad pasaron de un promedio de 5,5 hijos por mujer entre
1965 y 1970 a 2,05 hijos entre 2015 y 2020. Al proyectar estas tendencias,
se espera que en el futuro las tasas de dependencia aumenten debido
al incremento en la proporción de personas mayores.
4. Las migraciones: Las nuevas presiones en el entorno mundial, comen-
zando por la actual política migratoria estadounidense, han imprimido
mayor urgencia a esta temática. A su vez, la región no está exenta de
flujos migratorios forzados por desastres naturales y climáticos poco
predecibles, así como por crisis económicas e inestabilidad política.
5. Los cambios tecnológicos: Las transformaciones tecnológicas están te-
niendo notables efectos en la educación y la formación. De no univer-
salizar el acceso para aprovechar las nuevas herramientas, continuará
reforzándose la desigualdad.

2.3. Indicadores del desarrollo


De manera simple, un indicador puede ser entendido como un concepto
que refleja el comportamiento de las principales variables sociales, económi-
cas, financieras o naturales, elaborado a partir de datos estadísticos, que per-
mite hacer comparaciones entre distintos periodos y distintos territorios o en-
tidades de interés, ya que su cálculo suele estar estandarizado. Entonces,
cuando se habla de desarrollo y ambiente, conforme ha sido manifestado en
los textos anteriores, es necesario establecer indicadores, para medirlo y com-
pararlo.

El empleo de indicadores cuantitativos constituye una herramienta muy útil,


que permite apoyar los análisis y proyecciones con datos objetivos, superar
lo anecdótico y subjetivo, comparar el desempeño actual con el alcanzado
en etapas anteriores y con el de otros países o instituciones similares (Rodrí-
guez, 2017).

PIB per cápita

Como se ha visto, desde sus inicios las teorías relacionadas con el desarrollo
se interesaron por los procesos de enriquecimiento material, es decir, por el
incremento del volumen de producción de bienes y servicios. Estas teorías
economicistas entendían que el medio para alcanzar el desarrollo era la acu-
mulación de capital físico.

106
En esta línea de pensamiento, el producto interno bruto (PIB) mide la produc-
ción total de bienes y servicios de un país, por lo que su cálculo es bastante
complejo y se tiene que conocer todos los bienes y servicios finales que ha
producido el país y sumarlos. Es decir, la producción de manzanas, leche,
libros, barcos, máquinas y todos los bienes que se hayan producido en el
país hasta los servicios de un taxi, un dentista, un abogado o un profesor, en-
tre otros. Hay algunos datos que no se incluyen simplemente porque no se
pueden contabilizar ni conoce o porque no se consideran actividades eco-
nómicas.

El PIB es un indicador económico que refleja el valor monetario de todos los


bienes y servicios finales producidos por un país o región en un determinado
periodo de tiempo, normalmente un año. Se utiliza para medir el tamaño de
la economía de un país. Puede expresarse en términos nominales; es decir,
cuando en la contabilidad se utilizan los precios vigentes de los bienes y ser-
vicios producidos en un periodo, o en precios constantes a un año determi-
nado, lo cual es más utilizado para comparar la evolución del parámetro en
base multianual, aislando los resultados monetarios de los efectos de la infla-
ción, de manera de tener una idea más real de la producción. El cálculo del
PIB a nivel mundial lo impulsó las Naciones Unidas, desde 1945 estableció la
metodología conocida como de cuentas nacionales.

Una fuerte crítica al PIB como indicador del desarrollo proviene de la econo-
mía feminista que “ha mostrado que más del 50% de todo el trabajo humano
no es remunerado y por lo tanto no se registra en el PIB” y ello no expresa
solamente una limitación metodológica o de colección de datos, sino que es
“una construcción social, basada en prácticas hegemónicas” (Duhagon,
2010) que invisibiliza la especialización de las mujeres en el trabajo doméstico
y otras actividades no remuneradas, como una forma de poner en un sitio
secundario su aporte al desarrollo de una comunidad a través de lo que
ahora se denomina economía del cuidado.

Otra crítica importante al PIB tiene que ver con la falta de vínculo con la con-
servación ambiental y la sustentabilidad del desarrollo, incluso en los términos
más economicistas; por ejemplo, un bosque prístino inaccesible que perma-
nece intocado no aporta a las cuentas nacionales: mientras que, si se talara
dicho bosque y se vendiese la madera, el PIB se incrementaría por el resultado
de esa venta, más los pagos a los trabajadores y la compra de herramientas

107
e insumos, sin ninguna consideración por la pérdida de los servicios ambien-
tales que generaba el bosque o la pérdida de biodiversidad.

El PIB per cápita, también denominado ingreso per cápita o renta per cápita,
por su parte es un indicador económico que mide la relación existente entre
el nivel de renta de un país y su población. Para ello, se divide el Producto
Interior Bruto (PIB) de dicho territorio entre el número de habitantes. Es un in-
dicador de la riqueza media de los habitantes de un país y se defendía que
un aumento del producto interno bruto (PIB) per cápita reduciría la pobreza
e incrementaría el bienestar de la población, pero los resultados son bien di-
ferentes.

Figura No. 2.3.1. Evolución del PIB per cápita mundial y del Ecuador, expresado en dólares
constantes del 2010, para el período 1960 – 2017 (Roser, 2018)

Índice de Desarrollo Humano (IDH)

Una herramienta importante para avanzar frente a las limitaciones señalada


en el PIB per cápita es medir la calidad de vida y el desarrollo y sus impactos
sociales y ambientales, de manera más adecuada, superando la visión me-
ramente economicista del capital y el producto interno bruto.

108
Como lo señala Pérez (2015), “durante los años setenta, gracias a autores
como el economista indio Amartya Sen (1933 -) o su colega estadounidense
Theodore William Schultz (1902 – 1998), el concepto de desarrollo pasó a en-
tenderse como un proceso de ampliación de las ‘capacidades de las perso-
nas’, más que como un aumento simplemente económico. Se amplió la vi-
sión y se dejó de hablar únicamente del desarrollo ligado a la acumulación
de capital físico, para pasar a considerar el capital humano (educación, in-
vestigación y desarrollo…). Los estudios empíricos han demostrado que, efec-
tivamente, el gasto en capital humano produce rendimientos económicos
mayores que la inversión en capital físico”.

El concepto desarrollo humano se estableció definitivamente en 1989 y a par-


tir del año 1990, el PNUD comenzó a publicar anualmente un “Informe sobre
Desarrollo Humano”. Estos informes anuales han servido de plataforma de di-
vulgación y han conseguido convertir al desarrollo humano en un referente
obligado del debate actual sobre el desarrollo.

El IDH es una medida sinóptica del desarrollo humano. Mide el promedio de


los logros de un país en tres dimensiones básicas del desarrollo humano: una
vida larga y saludable, medida por la expectativa de vida al nacer; el acceso
al conocimiento, medido en el máximo para los años de escolaridad espera-
dos y por el máximo para los años promedio de escolaridad; y, un nivel de
vida digno, medido por el PIB per cápita en términos de paridad del poder
adquisitivo (PPA) en dólares estadounidenses.

Antes de calcular el IDH, es necesario crear un índice para cada una de estas
dimensiones. Para calcular estos índices (esperanza de vida, educación y
PIB), se eligen los valores mínimos y máximos (límites) para cada uno de los
indicadores básicos. Los límites correspondientes al informe del IDH 2019 fue-
ron los mostrados en la Tabla No. 2.3.1.

Tabla No. 2.3.1. Dimensiones e indicadores utilizados para calcular el IDH para el año 2019
(PNUD, 2019)

Dimensión Indicador Mínimo Máximo

Salud Esperanza de vida (años) 20 85


Años de escolaridad esperados (años) 0 18
Educación
Años promedio de escolaridad (años) 0 15

109
Dimensión Indicador Mínimo Máximo

Estándar de vida PIB per cápita (USD 2011PPA) 100 75 000

La justificación para escoger estos límites es la siguiente:

• Colocar el mínimo para la expectativa de vida a los 20 años se basa en


evidencia histórica de que ningún país en el siglo XX tenía una esperanza
de vida de menos de 20 años. La esperanza de vida máxima se establece
en 85, un objetivo realista de aspiración para muchos países en los últimos
30 años. Debido a la mejora constante de las condiciones de vida y los
avances médicos, la esperanza de vida ya se ha acercado a los 85 años
en varias economías: 84,7 años en Hong Kong, China (Región Administra-
tiva Especial) y 84,5 años en Japón.
• Las sociedades pueden subsistir sin educación formal, justificando la edu-
cación mínima de 0 años. El máximo para los años de escolaridad espe-
rados, 18, es equivalente a obtener un título de maestría en la mayoría de
los países. El máximo para los años promedio de escolaridad, 15, es el má-
ximo proyectado de este indicador para 2025.
• El bajo valor mínimo para el ingreso nacional bruto (INB) per cápita, USD
100, se justifica por la considerable cantidad de subsistencia no medida y
producción no comercial en economía. -mies cerca del mínimo, que no
se captura en los datos oficiales. El máximo se establece en USD 75000 per
cápita. Algunos autores han demostrado que prácticamente no hay ga-
nancia en el desarrollo humano y el bienestar del ingreso anual per cápita
superior a USD 75 000. Actualmente, solo cuatro países (Brunei Darussalam,
Liechtenstein, Qatar y Singapur) superan el límite de ingresos de USD 75
000 per cápita.

El desempeño en cada dimensión se expresa como un valor entre 0 y 1 tras


aplicar la siguiente fórmula general, aplicada en base del logaritmo natural
para el caso del cálculo del estándar de vida:

𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟 𝑟𝑒𝑎𝑙 − 𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟 𝑚í𝑛𝑖𝑚𝑜


𝐼𝑛𝑑𝑖𝑐𝑒 𝑑𝑒 𝑑𝑖𝑚𝑒𝑛𝑠𝑖ó𝑛 =
𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟 𝑚á𝑥𝑖𝑚𝑜 − 𝑣𝑎𝑙𝑜𝑟 𝑚í𝑛𝑖𝑚𝑜

El IDH es la media geométrica de los índices normalizados para cada una de


las tres dimensiones.

110
El Informe sobre Desarrollo Humano 2014 introdujo puntos de corte fijos para
cuatro categorías de logros de desarrollo humano. Los puntos de corte (PDC)
son los valores de IDH calculados utilizando los cuartiles (q) de las distribucio-
nes de los indicadores de componentes promediados durante 2004 - 2013:

PDCq = IDH (EVq, AEEq, AEPq, PIBpcq), q = 1,2 3.

Por ejemplo, EV1, EV2 y EV3 denotan tres cuartiles de la distribución de la es-
peranza de vida entre países.

El último Informe 2019 mantiene los mismos puntos de corte del IDH para la
agrupación de países que se introdujeron en el Informe 2014:

· Desarrollo humano muy alto 0,800 y superior


· Desarrollo humano alto 0,700 - 0,799
· Desarrollo humano medio 0,550 - 0,699
· Desarrollo humano bajo por debajo de 0,550

Dado que el IDH se basa en agregados a nivel de país, como las cuentas
nacionales de ingresos, el IDH debe recurrir a fuentes de datos adicionales
para obtener información sobre la distribución. Las distribuciones se observan
en diferentes unidades: la esperanza de vida se distribuye en una cohorte
hipotética, mientras que los años de escolaridad y los ingresos se distribuyen
entre las personas.

La desigualdad en la distribución de las dimensiones del IDH se estima para:

• La esperanza de vida, utilizando datos de tablas de vida resumidas pro-


porcionadas por UNDESA (2019). Esta distribución se presenta en intervalos
de edad (0–1, 1–5, 5–10, ..., 100+), con las tasas de mortalidad y la edad
promedio de defunción especificadas para cada intervalo.
• Promedio de años de escolaridad, utilizando el datos de encuestas de ho-
gares armonizados en bases de datos internacionales, incluido el Estudio
de Ingresos de Luxemburgo, la Encuesta de Ingresos y Condiciones de
Vida de la Unión Europea de Eurostat, la Base de Datos de Distribución
Internacional de Ingresos del Banco Mundial, Encuestas Macrodemográ-
ficas y de Salud del ICF, Encuesta de Clústeres de Indicadores Múltiples del
Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia , el Centro de Estudios Dis-
tributivos, Laborales y Sociales y la Base de Datos Socioeconómicos del
Banco Mundial para América Latina y el Caribe, la Organización de las

111
Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, el Instituto de
Estadística, Tabla de Logros Educativos y la Base de Datos de Desigualdad
Mundial de Ingresos de la Universidad de las Naciones Unidas.
• Los ingresos o el consumo per cápita disponibles de los hogares utilizando
las bases de datos y encuestas de hogares y para algunos países, los in-
gresos imputados basados en una metodología de comparación de índi-
ces de activos que utilizan índices de activos de encuestas de hogares.

Más recientemente se ha desarrollado un Índice de Desarrollo Humano ajus-


tado por la desigualdad (IDHD) que considera la distribución de cada dimen-
sión entre la población. Se calcula como una media geométrica de índices
dimensionales ajustados a la desigualdad. El IDHD explica las desigualdades
en las dimensiones del IDH "descontando" el valor promedio de cada dimen-
sión de acuerdo con su nivel de desigualdad. El IDHD es igual al IDH cuando
no hay desigualdad entre las personas, pero cae por debajo del IDH a me-
dida que aumenta la desigualdad.

Figura No. 2.3.2. Mapa mundial que muestra el índice de desarrollo humano basado en el
Informe sobre Desarrollo Humano 2019 (PNUD, 2019)

Con la aplicación de esta metodología el Informe IDH 2019 señala que en


todos los países hay muchas personas con escasas perspectivas de vivir un
futuro mejor. Carecen de esperanza, sentido de propósito y dignidad; desde
su situación de marginación, solo les queda contemplar a otras personas que

112
prosperan y se enriquecen cada vez más. Muchos seres humanos han esca-
pado de la pobreza extrema en todo el mundo, pero aún son más los que no
tienen oportunidades ni recursos para tomar las riendas de sus vidas. Con de-
masiada frecuencia, el lugar que ocupa una persona en la sociedad sigue
estando determinado por su género, su etnia o la riqueza de sus progenitores.

Por tanto, continúa el Informe, “más allá del ingreso, más allá de los prome-
dios y más allá del presente, la exploración de las desigualdades del desarro-
llo humano conduce a cinco mensajes clave:

1) pese a que muchas personas están consiguiendo superar los logros míni-
mos en materia de desarrollo humano, las desigualdades continúan
siendo amplias;
2) está surgiendo una nueva generación de desigualdades severas en el te-
rreno del desarrollo humano, pese a que se están reduciendo muchas de
las desigualdades no resueltas en el siglo XX;
3) las desigualdades del desarrollo humano se pueden acumular a lo largo
de toda la vida y con frecuencia se agravan debido a profundos desequi-
librios de poder;
4) la evaluación de las desigualdades del desarrollo humano requiere una
revolución en lo que atañe a su medición; y,
5) corregir las desigualdades del desarrollo humano en el siglo XXI es posible,
pero para ello debemos actuar ahora, antes de que los desequilibrios de
poder económico se traduzcan en un profundo dominio político.

El enfoque del desarrollo humano cuestiona que exista una relación directa
entre el aumento de los ingresos y la ampliación de las operaciones que se
ofrecen a las personas. No basta con analizar la cantidad, es más importante
tener en cuenta la calidad de ese crecimiento. Por eso, el desarrollo humano
no es que muestre desinterés por el crecimiento económico, sino que enfatiza
la necesidad de que ese crecimiento debe evaluarse en función de que con-
siga o no que las personas puedan realizarse cada vez mejor. Al cambiar la
óptica son la que se estudia el desarrollo, la preocupación principal es que
se establezcan relaciones positivas entre el crecimiento económico y las op-
ciones de las personas.

Huella ecológica

113
La Huella Ecológica es un indicador que permite medir el impacto sobre los
ecosistemas y la biodiversidad derivado del consumo de recursos naturales
requerido para satisfacer las necesidades de la humanidad, y compararlo
con la disponibilidad de recursos naturales renovables. Es un sistema de indi-
cadores basado en la contabilidad nacional cuyo contexto subyacente es el
reconocimiento de que la Tierra tiene una cantidad finita de producción bio-
lógica que sustenta toda la vida en ella.

Asociado al concepto de Huella Ecológica se tiene el de la Biocapacidad,


entendida como la habilidad de los ecosistemas para proveer de servicios
ambientales y recursos naturales necesarios para la humanidad, incluyendo,
la producción de materiales biológicamente útiles y la absorción de dióxido
de carbono. Se define también como la capacidad regenerativa de la na-
turaleza y es una medida del área de tierra y agua, biológicamente produc-
tiva, disponible para proveer recursos para el uso humano. En otras palabras,
es la oferta de recursos o presupuesto ecológico.

La aplicación más utilizada de la contabilidad de la Huella Ecológica son las


Cuentas de la Huella y la Biocapacidad Nacionales (National Footprint Ac-
counts, NFA), iniciada por Wackernagel et al. (1997), que proporcionan cuen-
tas anuales de biocapacidad y Huella Ecológica para el mundo y todos los
países. Desde el 2003, la Global Footprint Network se ha desempeñado como
generador de estas NFA y la metodología de cálculo subyacente para la
Huella Ecológica de los países que ha sido adoptada y aplicada en varios
países. Para garantizar resultados consistentes, cada edición proporciona re-
sultados actualizados para todo el cronograma disponible desde 1961 hasta
el año actual de datos de la NFA.

La contabilidad de la Huella Ecológica está impulsada por una pregunta sim-


ple y medible: ¿qué proporción de la capacidad regenerativa de la biosfera
(o de cualquier región) demanda la actividad humana (las "actividades" pue-
den referirse a todo el metabolismo del consumo de la humanidad; el con-
sumo de una población determinada, como una ciudad; un proceso de pro-
ducción; o algo tan pequeño y discreto como producir un kilogramo de es-
paguetis de trigo duro)? O más específicamente: ¿cuánta capacidad rege-
nerativa del planeta (o región) requiere de la naturaleza una actividad defi-
nida? Para responder a estas preguntas, la Huella Ecológica integra princi-
pios básicos de sostenibilidad y contabilidad y los aplica al contexto de la
actividad humana en la Tierra (Lin te al., 2018).

114
Los principios básicos de la sostenibilidad, son los postulados por Daly (1990):
(1) los recursos renovables no deben consumirse más rápido de lo que se re-
generan; y, (2) los residuos no deben crearse más rápidamente de lo que
puedan ser asimilados por sistemas naturales.

Los principios contables de aditividad y equivalencia se utilizan para medir y


mapear la dependencia humana de la biocapacidad. Aditividad, dado que
la vida humana compite por superficies biológicamente productivas, estas
áreas de superficie se pueden sumar y la Huella Ecológica suma todas las
demandas humanas sobre la naturaleza que compiten por el espacio bioló-
gicamente productivo como proporcionar recursos naturales, albergar infra-
estructura urbana o absorber el exceso de carbono de la quema de com-
bustibles fósiles; así, la Huella Ecológica se vuelve entonces comparable al
espacio biológicamente productivo disponible o biocapacidad. Por otro
lado, la equivalencia considera que las áreas biológicamente productivas
varían en su capacidad para producir flujos biológicos (es decir, recursos y
servicios biológicos utilizados por las personas); por lo tanto, las áreas se esca-
lan proporcionalmente a su productividad biológica, para lo cual se adopta
como unidad de medida para la contabilidad de la Huella Ecológica, la hec-
tárea global (hag), que representa una tasa de regeneración biológica igual
a la de una hectárea biológicamente productiva promedio mundial, que se
podría utilizar para la producción de recursos, el secuestro de desechos o la
ocupación física, que son mutuamente excluyentes (por ejemplo, la infraes-
tructura urbana puede ocupar áreas productivas).

Los cálculos subyacentes de la Huella Ecológica (HE) aplican los principios


básicos descritos anteriormente para derivar la cantidad de área bioproduc-
tiva mutuamente excluyente en el planeta apropiada por las actividades hu-
manas. El flujo de cosecha humana o producción de desechos se cuantifica
en masa por tiempo y se traduce en hectáreas globales mediante la siguiente
ecuación:
𝑃
𝐻𝐸𝑝𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑐𝑖ó𝑛 = 𝐹𝐸𝑄
𝑌𝑤

P: producción (o cosecha) en toneladas por año,


Yw: rendimiento promedio mundial en toneladas por hectárea por año,
FEQ: factor de equivalencia.

115
Para cada tipo de uso de la tierra, el FEQ es el cociente de la productividad
global media de un tipo de tierra determinado dividido por la productividad
global media de las superficies productivas del planeta entero. El FEQ per-
mite comparar la tierra utilizada para una categoría de producto determi-
nada con la superficie bioproductiva global media, que puede ser de pro-
ductividad media superior o inferior.

Para cada país, la Huella Ecológica de producción (HEproducción) de una sola


categoría de huella se calcula sumando todos los productos de esa catego-
ría de huella (como arroz, trigo, maíz para tierras de cultivo). La HEproducción
total de un país es la suma de la Huella Ecológica de todas las categorías de
productos combinadas. La Huella Ecológica de consumo de un país se es-
tima calculando la Huella Ecológica de todo lo que se produce dentro de un
país, luego sumando la Huella Ecológica incorporada en las importaciones y
restando la Huella Ecológica incorporada en las exportaciones:

𝐻𝐸𝑐𝑜𝑛𝑠𝑢𝑚𝑜 = 𝐻𝐸𝑝𝑟𝑜𝑑𝑢𝑐𝑐𝑖ó𝑛 + (𝐻𝐸𝑖𝑚𝑝𝑜𝑟𝑡𝑎𝑐𝑖ó𝑛 − 𝐻𝐸𝑒𝑥𝑝𝑜𝑟𝑡𝑎𝑐𝑖ó𝑛 )

De manera similar, la biocapacidad se puede medir en hectáreas globales a


cualquier escala, desde una sola granja hasta todo el planeta. La siguiente
fórmula detalla cómo se calcula la biocapacidad a nivel nacional para cada
categoría de uso de la tierra de biocapacidad (BC):

𝑌𝑛
𝐵𝐶 = 𝐴𝑛 𝐹𝐸𝑄
𝑌𝑤

An: área en el país “n” para esta categoría de uso de la tierra en hectáreas
Yn: rendimiento promedio nacional para esta categoría de uso de la tierra en tone-
ladas por hectárea por año.

La Figura No. 2.3.3 presenta la evolución de la Huella Ecológica del mundo


por tipo aporte de 1961 a 2014, expresada en el número de planetas Tierras
necesarias para satisfacer el consumo global del año correspondiente y mos-
trar el rebasamiento ecológico; es decir, el sobrepaso de la biocapacidad
del planeta, que ya ocurrió en 1969 y sigue creciendo año tras año; en efecto,
Lin te al., (2018) estiman que el crecimiento de la Huella Ecológica es del 2,1%
anual desde 1961, mientras que la biocapacidad solo ha crecido en el 0,5%
anual. A nivel nacional, los países que mayores déficits presentan los países
de Norte y Centroamérica (excepto Canadá y Costa Rica), Europa y Asia,

116
junto con China, la India, Sudáfrica, los países árabes y los del norte del África;
por otro lado, las mayores reservas ecológicas las tienen los países sudameri-
canos, los del África central, Oceanía, Canadá y Rusia.

Figura No. 2.3.3. Huella ecológica del mundo por tipo de huella de 1961 a 2014, de la edi-
ción 2018 de la National Footprint Accounts. Los valores de la Huella Ecoló-
gica están representados por "Número de planetas Tierras", una métrica
que divide la Huella Ecológica por la biocapacidad global disponible para
cada persona en el mundo en 2014. Se traza una línea horizontal en 1 Tierra
para ilustrar las tendencias globales en el rebasamiento ecológico (Lin te
al., 2018)

La propuesta de enmarcar la Huella Ecológica como un sistema de contabi-


lidad, basado en las cuentas nacionales, en lugar de un indicador normativo
de progreso permite que la métrica se aplique en contextos muy amplios, que
incluyen una amplia gama de sectores y entidades sociopolíticas, cada uno
con sus propias culturas, sistemas naturales y enfoques metodológicos únicos
para las soluciones de sostenibilidad. Además, esta lógica de cálculo ha de-
rivado en otros indicadores de uso cada vez más frecuente como la Huella
Hídrica (uso de agua dulce que hace referencia tanto al uso directo del agua

117
de un consumidor o productor, como a su uso indirecto) o la Huella de Car-
bono (la totalidad de gases de efecto invernadero GEI emitidos por efecto
directo o indirecto de un individuo, organización, evento o producto)

118
Referencias

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realizado por la Secretaría de la Comisión Económica para América Latina y
el Caribe CEPAL de las Naciones Unidas México. Enero de 1954. Ministerio
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