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Historia del misterio cristiano

Paulo López, o.s.a.1


FACULTAD DE TEOLOGÍA
PONTIFICIA UNIVERSIDAD CATÓLICA DE CHILE
pilopezs@uc.cl

Abraza al Dios amor y abraza a Dios por amor. […]Cuanto más inmunizados estemos contra la
hinchazón del orgullo, más llenos estaremos de amor. Y el que está lleno de amor, ¿de qué está henchido
sino de Dios? (De Trin. 8, 8, 12).

Este trabajo tiene como objetivo proponer una visión de conjunto del misterio
cristiano para aquellos que se dedican a la enseñanza de la religión cristiana, desde la
óptica de la cercanía, por parte de Dios y, el alejamiento por parte del hombre (Os 11, 1-
11). Nuestro método es presentar ‘el misterio cristiano’ como una historia dialéctica entre
humildad y soberbia, donde la divinidad creadora, redentora y salvífica se revela al
hombre como un Dios Padre que desea establecer un vínculo en su Hijo con toda la
humanidad llamada, por vocación, a unirse a este amor oblativo, ya que “El Verbo se
encarnó para salvarnos reconciliándonos con Dios” (CIC 457, Cf. 1 Jn 4, 10).
En este trabajo profundizaremos algunos acontecimientos del misterio cristiano que
manifiestan esta historia de salvación como obra, enteramente libre, de un Dios que se da
al hombre desde el principio de la creación hasta su advenimiento definitivo con Cristo
Jesús, su hijo. Estos acontecimientos son: la Creación del mundo, la Creación de Adán y
Eva y la caída, la Alianza con Israel, el clamor de los profetas, la Encarnación, el anuncio
del Reino, la muerte y resurrección de Cristo, Pentecostés, el surgimiento de la Iglesia y
la Parusía.
En nuestra metodología proponemos una definición de cada uno de estos
acontecimientos para luego mostrar las grandes relaciones con el conjunto del misterio
cristiano, relaciones que están marcadas por nuestros ejes centrales: humildad y soberbia.
La palabra humildad viene del latín humilitas, (grie. Tapeinos) que significa abajamiento
o perteneciente a la tierra, bajo, despreciable. Se relaciona con la ignominia y la
enfermedad, entendida como miseria, debilidad, ausencia de gloria e incluso modestia.
En el cristianismo es la reina de las virtudes, opuesta a la soberbia. Esta virtud no tiene la
misma importancia en la antigüedad que para el mundo cristiano. “Para los antiguos se
exigía la virtud de la sofrosyne (templanza)” 2 o como afirma Aristóteles: “el hombre tiene
una función en el mundo según sus dotes; si en virtud de ellas tiene a las cosas grandes,
es magnánimo; si a las pequeñas, es modesto (Eth. IV, 7, 1123b, 4)”3
En este trabajo tendremos siempre a la base que: “nuestro conocimiento de Dios es
limitado, nuestro lenguaje sobre Dios lo es también. No podemos nombrar a Dios sino a
partir de las criaturas, y según nuestro modo humano limitado de conocer y de pensar”.4

1
Profesor asistente de la facultad de teología, Doctor en Bioética.
2
«Humildad», en Enciclopedia de la religión católica., 4 (Barcelona: Dalmau y Jover, 1953).
3
E. Kaczynski, «Humildad», en Nuevo diccionario de teología moral, ed. M. Vidal et al. (Madrid:
Editorial San Pablo, 1992), 881.
4
Catecismo de la Iglesia católica, conforme al texto latino oficial de 1997. (Madrid: Asociación
de Coeditores del Catecismo, 2005), n° 40.

1
La preferencia por el uso de las fuentes bíblicas5 y del magisterio de la Iglesia6 tiene como
fin, ayudar a aquellos que se inician en el estudio de la teología o de aquellos que, ya
iniciados, desean relacionar los contenidos de la teología al interno del misterio cristiano,
por ello, no realizaremos abundantes citas a pie de página, sino aquellas fundamentales a
nuestro tratado.

1. El origen originante
La teoría del Big Bang (George Gamow, 1904-1968) expresa que ‘al comienzo’ el
universo con una alta densidad y temperatura se expande producto de una gran explosión
(de ahí Big Bang) el que, al enfriarse lo suficiente, permitió la formación de las partículas
que originan el todo físico de nuestra realidad, creando este evento dos realidades, por un
lado, materia/energía y, por otro, tiempo/espacio. La teoría del big bang trata de responder
a la pregunta sobre el origen de todo, pero no responde a la pregunta religiosa de la
creación.
La pregunta religiosa por la creación tiene su origen en una pregunta anterior: ¿Qué
existía antes de lo creado? Y sí, ‘Este Existente’ sin origen, ¿tiene alguna relación con la
realidad creada? o ¿Cómo o de dónde ‘este Existente’ crea toda la realidad? y, ¿cuál es el
fin de todo lo creado? Para Israel, su propia historia se concibe como historia de salvación,
es decir, la entrada de Dios en la historia humana, como acto de gracia de parte de Dios,
que transforma la existencia del pueblo de Israel y, por medio de él, manifiesta su mensaje
de salvación a todos los hombres. El pueblo de Israel escribe su historia-salvífica en el
momento del postexilio, una historia que trata de explicar, por un lado “la tragedia
nacional provocada por la destrucción de Jerusalén” y, por otro, “la continuidad de la
promesa divina sobre la que descansaba el ideal patrio y religioso del reino de Judá
fundado (o refundado) por el rey Josías (cf. 2Sam 7, 6-18) y su pretensión de albergar
bajo su dominio a «todo Israel» (Dt 1, 1)”7-
La historia de salvación, para Israel, tiene su origen, no en el relato detallado de
acontecimientos cronológicos, sino en la percepción paradójica que, a pesar de todos sus
males, “destrucción de su Santuario, la pérdida de la libertad y del propio territorio, y la
imposición del duro exilio”8, lo único que asegura la existencia del pueblo elegido “es la
alianza con el Señor —el verdadero rey de Israel—, que no solo elige a los hebreos, sino
que también les enseña el camino, la Torá, para alcanzar la plena realización personal y
comunitaria aún sin entrar jamás en la tierra.”9 Dios se hace presente en esta historia como
una Dios salvador, que libera y salva a su pueblo.

5
Fundación Palabra de Vida (Argentina), El libro del pueblo de Dios, la Biblia (Madrid: Ediciones
Paulinas, 1987).
6
Catecismo de la Iglesia católica, conforme al texto latino oficial de 1997 se abreviará CIC y
luego el n° correspondiente; Heinrich Denzinger y Peter Hünermann, eds., El magisterio de la iglesia
enchiridion symbolorum definitionum et declarationum de rebus fidei et morum (Barcelona: Herder, 2017)
se abreviará DH y luego el n° correspondiente.
7
Andrés Ferrada Moreira, «Teología e historia en el Antiguo Testamento», Teología y vida 52, n.o
3 (2011): 369-89, https://doi.org/10.4067/S0049-34492011000200003.
8
Ferrada Moreira.
9
Ferrada Moreira.

2
2. ¿Quién es Dios Salvador?
En Dei Verbum10, (DV, 2; cf. CIC 203-221) se afirma que Dios al revelarse y darse
al hombre lo hace manifestando su nombre y con él, su identidad personal: El sentido de
su vida. “En la revelación Dios invisible habla a los hombres como amigos, movido por
su gran amor y mora con ellos, para invitarlos a la comunicación consigo y recibirlos en
su compañía” (DV 2). Por ello, la revelación, como movimiento de Dios hacia el hombre
es: diálogo, invitación y, manifestación de su amor y cercanía.
La revelación manifiesta, como movimiento iniciado por Dios, por un lado, la
humildad y condescendencia de Su parte y, por otra, muestra la total asimetría del hombre,
su creatura. La revelación, como presencia real de Dios en la historia, inaugura un espacio
compartido para que el ser humano pueda conocer y entrar en relación con su Dios creador
y salvador. Esta asimetría entre Dios y el hombre – en la revelación – se resuelve a favor
del hombre. Es Dios que se comunica y con él, comunica al hombre, quién es él y su
proyecto de felicidad y vida eterna.
Dios se hace presente como un Dios vivo (Ex 3,6), un Dios fiel a su pueblo (Ex 3,
12), un Dios de perdón: misericordioso y clemente (Ex 34, 5-6), un Dios que es la verdad
(2 S 7, 28) porque en sus palabras no existe el engaño, en esta verdad se encuentra el
orden de la creación y el gobierno del mundo (Sb 13, 1-9; Cf. CIC 215-217) y, de esta
verdad su Hijo es testimonio para nosotros (Jn 17, 3; 18, 37). Con la revelación, Dios se
manifiesta como el Dios que se deja conocer, que se deja encontrar por parte del hombre.
Esta proximidad divina, manifiesta el ser propio de Dios: cercano y accesible, que habla
con lenguaje humano y para todos los hombres.
Tal es, este anonadamiento de parte de Dios que, manifiesta en la elección de Israel
su pueblo (Ex 19, 5-6; Lv 20, 26) el designio divino de amistad y fidelidad que Yahvé
desea con todos los hombres. Esto se explicitará más adelante bajo la categoría de alianza,
momento solemne donde esta asimetría es consagrada y elevada por parte de Dios el fiel,
que exige fidelidad a un pueblo pecador.
Dios también es ‘Amor’. El pueblo de Israel comprende esta realidad divina como la
única forma de explicar la donación y comunicación libre de Dios hacia su pueblo:
Sin embargo, sólo con tus padres se unió con lazos de amor, y después de ellos
los eligió a ustedes, que son su descendencia, prefiriéndolos a todos los demás
pueblos. (Dt 10, 15)

El amor de Dios es el vínculo, junto a los elementos jurídicos y de elección que fundan
la alianza del pueblo con Yahvé. Es el sello de la elección divina que arranca de la pura
iniciativa divina (Ex 24, 8; Jos 24, 25; 2 R 23, 3). “Al hesed o «benevolencia» de Yahve
que «elige» y se vincula con una Alianza histórica debe corresponder el hesed del pueblo
agradecido en una entrega personal y total a sus misteriosos designios.” (cf. Dt 6, 4)11. El
amor en la alianza abre al pueblo elegido a la promesa, a un futuro renovado con Yahvé,
donde estas son cumplidas por su fidelidad y amor, en una restauración del mundo, en

10
Concilio Vaticano II, Dei Verbum (18 noviembre1965), Constitución dogmática sobre la Divina
Revelación, en AAS 58 (1966), 817-835 vols., s. f.
11
Maximiliano García Cordero, «La noción de “Alianza” en el Antiguo Testamento»,
Salmanticensis 16, n.o 2 (1 de enero de 1969): 258, https://doi.org/10.36576/summa.6698.

3
una nueva creación, donde el proyecto de Dios se cumple en la libertad de los hijos fieles
y humildes frente al absoluto amor y donación de Yahvé que salva. (cf. Jr 31, 31 -34)
El amor de Dios da sentido y comprensión a la relación que Dios tiene con su pueblo:
salvando (Is 43, 1-7) y perdonando la infidelidad (Sab 12, 22; Mi 7, 18-19). El Catecismo
afirma que el amor de Dios es,
“comparado al amor de un padre a su hijo (cf. Os 11,1). Este amor es más fuerte
que el amor de una madre a sus hijos (cf. Is 49,14-15). Dios ama a su pueblo más
que un esposo a su amada (Is 62,4-5); este amor vencerá incluso las peores
infidelidades (cf. Ez 16; Os 11); llegará hasta el don más precioso: “Tanto amó Dios
al mundo que dio a su Hijo único” (Jn 3,16). (CIC 216)

La comunicación de Dios como amor, revela un Dios que no se cierra en sí mismo.


Es don que se abre a otros distintos de Él. Esta apertura graciosa, como comienzo de
relación de Dios para con nosotros y el mundo, es fruto de su cercanía y de la
automanifestación de su propia verdad, como verdad eterna. Por esta razón, amar y
conocer son dos movimientos del mismo acto de revelación: Dios ama y se deja amar,
manifestando quién es e invitando a su seguimiento. De modo similar, San Juan afirma:
“Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él.
Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece
en él” (1 Jn 4, 16).

En la revelación, Dios se manifiesta y comunica. Esta manifestación de Dios revela


su presencia, por medio de su obrar/actuar, en la historia humana, el Ser propio de Dios
en sí mismo; en su intimidad. Por esta razón Dios en su intimidad y en su obrar es Uno y
Trino. La fe en la Trinidad “es el misterio central de la fe y de la vida cristiana […] Toda
la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los
cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela a los hombres,
los aparta del pecado y los reconcilia y une consigo” (CIC 234).
Al confesar la fe en la Trinidad, afirmamos que “La Trinidad es una. No confesamos
tres dioses sino un solo Dios en tres personas […] El Padre es lo mismo que es el Hijo, el
Hijo lo mismo que es el Padre, el Padre y el Hijo lo mismo que el Espíritu Santo, es decir,
un solo Dios por naturaleza” (CIC 253, Concilio de Toledo XI, año 675: DH 530/24).
Esta divina unidad trinitaria, a su vez, proclama la diferencia, con relación al origen, de
las tres personas: “El Padre es quien engendra, el Hijo quien es engendrado, y el Espíritu
Santo es quien procede” (Concilio de Letrán IV, año 1215: DS 804).
Agustín (354-430), tratando de comprender la Trinidad como Dios Amor12, ve en el
Padre al eterno amante, en el Hijo el eterno amado y, en el Espíritu Santo el amor eterno
entre el Padre y el Hijo. Él afirma:

12
Mas el amor supone un pícaro y un objeto que se ama con amor. He aquí, pues, tres realidades:
el que ama, lo que se ama y el amor. ¿Qué es el amor, sino vida que enlaza o ansía enlazar otras dos vidas,
a saber, al amante y al amado? Esto es verdad incluso en los amores externos y carnales; pero bebamos en
una fuente más pura y cristalina y, hollando la carne, elevémonos a las regiones del alma. ¿Qué ama el alma
en el amigo sino el alma? Aquí tenemos tres cosas: el amante, el amado y el amor. (Agustín, De Trin. 8,
10, 12)

4
“Y he aquí por qué no existen más de tres personas. Una que ama al que procede
de ella, otra que ama a aquel de quien procede, y el amor. Porque si el amor no existe,
¿cómo Dios es amor? Y si no es substancia, ¿cómo Dios es substancia?” (De Trin.
6, 5, 7).

Conclusión: Dios es amor, esta realidad divina la conocemos por pura iniciativa suya,
que se comunica a nosotros en la historia. Esta comunicación nos revela no solo el ser de
Dios, sino su cercanía al hombre. Este movimiento gracioso de Dios escapa a la idea
antigua de dios como el totalmente otro, para hacerlo el Emanuel, Dios con nosotros (Mt
1, 23). Esto ubica a Dios como el humilde por excelencia, el cual siendo todopoderoso se
abaja por amor y establece un diálogo cercano y libre con su creatura sin pedir nada, solo
amor y fidelidad.

3. Sobre la Creación, destacar la alteridad y la diferencia


Este Dios, Uno y Trino, es anterior a la creación, los salmos lo manifiestan en un
lenguaje simbólico: “Antes que fueran engendradas las montañas, antes que nacieran la
tierra y el mundo, desde siempre y para siempre, tú eres Dios” (Sal 90, 2). Para el texto
bíblico lo creado se caracteriza por el tiempo, la historia y el devenir. El mundo es y existe
porque Dios conserva esta existencia en cada momento13, como un Dios amoroso y
providente):
“Si escondes tu rostro vienen a menos; les quitas el suspiro, mueren y vuelven
al polvo. Envías tu espíritu, son creados y renuevas la faz de la tierra” (Sal 104, 29-
30).

Si, nuestro Dios Trino es amor, su existencia se manifiesta amando, en este derroche
de amor. La creación tiene su origen en el don, el amor y la bondad del creador y, para
Israel, esta verdad es fruto de su experiencia con Dios y de su historia de fe, por esa razón,
el mundo ha sido creado para gloria de Dios (CIC 293), el cual manifiesta/revela su
perfección por los bienes que reparte a las creaturas, con libérrimo designio (DH 3002).
La creación como manifestación de la gloria de Dios, pone al hombre frente a esta
relación con Dios, su origen y con su propio fin: la comunión con Dios. Como afirma san
Irineo de Lyon:
“Porque la gloria de Dios es que el hombre viva, y la vida del hombre es la visión
de Dios: si ya la revelación de Dios por la creación procuró la vida a todos los seres
que viven en la tierra, cuánto más la manifestación del Padre por el Verbo procurará
la vida a los que ven a Dios” (San Ireneo de Lyon, Adversus haereses, 4,20,7).

La mejor forma de expresar esta relación nueva que plantea la creación: relación de
persona a persona, es bajo la categoría de presencia. Dios establece una presencia gratuita,
presencia amorosa, presencia trasformadora, por la que el hombre es transformado en hijo
de Dios. La presencia de Dios en el hombre alcanza su máxima intimidad, con la
inhabitación divina en el hombre (cf. Jn 14, 23), movimiento por el cual, el hombre no
solo conoce a Dios, sino puede participar de la intimidad de esta vida divina, ser su amigo,
logrando, por regalo de la gracia y acción del Espíritu Santo, la divinización del propio
hombre. Ahora bien, “esta presencia exige una respuesta libre por parte del hombre en la

13
cf. Pontificia Comisión Bíblica, Biblia y moral, (11 de mayo de 2008), Raíces bíblicas del
comportamiento cristiano (Madrid: Biblioteca de Autores Cristianos, 2009), 9 (de ahora: ByM).

5
que entra la confianza en Dios y el seguimiento que busca la identificación con Cristo,
imagen de Dios invisible”14
El relato de la creación no solo manifiesta en un “lenguaje figurativo y adaptado a la
inteligencia de una humanidad […] las ‘verdades fundamentales’ presupuestas en la
economía de salvación”15 que son: la creación de todas las cosas por Dios al principio de
los tiempos; la creación particular del hombre; la formación de la primera mujer
procedente del primer hombre; la unidad de la raza humana16. El relato de la creación
contenido en el libro del Génesis tiene como fin dar respuesta a:
“Los fundamentos mismos de la vida humana y cristiana: […] “¿De dónde
venimos?” “¿A dónde vamos?” “¿Cuál es nuestro origen?” “¿Cuál es nuestro fin?”
“¿De dónde viene y a dónde va todo lo que existe?” Las dos cuestiones, la del origen
y la del fin, son inseparables. Son decisivas para el sentido y la orientación de nuestra
vida y nuestro obrar.” (CIC 282).

El libro del Génesis o beresit, es el libro de los orígenes: origen del mundo, origen del
mal, origen de la cultura y origen de la salvación, en él se dan respuesta a los grandes
enigmas del hombre, del cosmos, la vida y la muerte, el bien y el mal, el individuo y la
sociedad, la cultura y la religión. Tales problemas reciben una respuesta no teológica o
doctrinal, sino histórica, como acontecimientos de la humanidad, no decide una teoría,
sino una historia, una historia dirigida por Dios donde, el hombre es responsable de los
acontecimientos. Es en esta historia donde Dios como pastor, salva.
Para la fe cristiana, la creación finita es, esencialmente, distinta al Dios creador que
es Eterno. Ambas cosas son, la diferencia radica no solo en su origen, sino en su ontología.
Dios es el Ser con mayúscula, de dónde proviene y a dónde descansa todo; en la creatura
su ser es con minúscula, un ser que participa en su existir del ‘Ser’ de Dios. Esta
aclaración evita igualar a Dios con lo creado (cf. DH 3023), manteniendo la relación
creatural entre lo divino y las cosas.
La creación, de las creaturas espirituales y corporales (DH 3002), como acto libre de
la voluntad divina es realizada desde la nada, sin una materia preexistente sino como acto
de libertad, soberanía y gracia absoluta del Creador (DH 3024-25): “todo lo que Dios
creó, con su providencia lo conserva y gobierna, alcanzando de un confín a otro
poderosamente y disponiéndolo todo suavemente (cf. Sg 8,1). Porque todo está desnudo
y patente ante sus ojos (He 4,13), aun lo que ha de acontecer por libre acción de las
criaturas” (DH 3003).
Conclusión: Dios, Uno y Trino, ha creado de la nada un ser – la creación toda –
distinta de sí, que participa y es sostenida en el Ser de Dios. Esta creación que es en última
instancia, propiedad de Dios (cf. Ex 19,5)17. Es obra de su libertad, tiene como fin: la
gloria de Dios, manifestando, en los bienes que reparte a las criaturas, su propia
perfección. Desde un principio, Dios establece una relación con la creación (Sab 16, 24).

14
Gonzalo Lobo Méndez, Dios Uno y Trino (Madrid: Ediciones Rialp, 2002), cap. X.
15
Pontificia Comisión Bíblica, «Le fonti del pentateuco e il genere letterario dei primi undici
capitoli della genesi (16 de enero 1948)» en AAS 40 (1948) (s. f.): 495-505.
16
Pontificia Comisión Bíblica, «Sobre el carácter histórico de los tres primeros capítulos del
Génesis (30 de junio de 1909)» en AAS 1 (1909) (s. f.): 241.
17
Pontificia Comisión Bíblica, ByM, n° 31, 2.2.3.1, 4.

6
Esta relación es salvífica, graciosa de parte de Dios, inaugurando la acción de Dios en la
historia. La creación es además lo otro – distinto – de Dios. Esta alteridad es una
condición necesaria para que exista cercanía. Solo se da cercanía cuando existe una
diferencia, donde dos distintos se unen y forman una realidad nueva, un nosotros distinto
a lo anterior.

4. Sobre la Creación de Adán y Eva


La historia de la creación presenta una trama simple y elegante. Dios único y soberano
(Gn 2, 4), creador de todo lo que existe (Gn 2, 5) ‘toma y coloca’ en su creación un jardín
ideal, lleno de comida y de vida por doquier. En este paraíso, Dios como alfarero modela
al hombre de la tierra – a su imagen – y a diferencia de los animales, le infunde su propio
aliento de vida – a su semejanza – conformando al hombre como un ser viviente.
La persona humana, como realidad nueva, “creada a imagen de Dios, es un ser a la
vez corporal y espiritual” (CIC 362) en una constitución dual de hombre y mujer, como
dos realidades de la misma persona humana, de igual dignidad y signo visible de esta
apertura relacional, querida por Dios. Esta primera pareja, es creada buena, en amistad
con el creador y en armonía consigo mismo y con la creación (CIC 374).
Esta nueva humanidad, recibe de Dios un don específico: ha sido creada a imagen del
creador (Gn 1, 26). El hombre como vicario de Dios en la creación, seña una realidad
teológico-antropológico de gran profundidad: “puede hablar de Dios sólo el que habla del
hombre y viceversa, sólo puede hablar del hombre el que habla de Dios”18. El hombre es
imagen de Dios: por su racionalidad, capaz de conocer y de comprender la creación; por
su libertad, capaz de decidir y ser responsable; por ser vicario, al modo de Dios en la
creación; por la capacidad de actuar en conformidad con aquél de quien la persona
humana es la imagen (imitar a Dios); por la dignidad relacional del ser persona, capaz de
abrirse a otros y a Dios; por la santidad de la vida humana19.
Desde, un principio, el hombre, amigo de Dios, es llamado, “por la gracia, a una
alianza con su Creador, a ofrecerle una respuesta de fe y de amor que ningún otro ser
puede dar en su lugar” (CIC 357). En este estado paradisiaco, de perfecta relación, querida
por Dios, excluían en el hombre, el dolor, la enfermedad y la muerte (CIC 377). Su ser
libre de la concupiscencia (lat. Concupiscĕre=dar bramidos) de la carne, de los ojos y de
las riquezas (1 Jn 2, 16; Mt 4, 1-11) se orienta en perfecto orden y armonía en cultivar
esta familiaridad con Dios20.

18
Pontificia Comisión Bíblica, 8.
19
Pontificia Comisión Bíblica, 8.
20
Cf. CIC 34, Se podría argumentar desde la relación tomasiana del orden hacia el fin (STh c. 1,
a.3, r. 1 «El fin no es algo del todo extrínseco al acto, porque el acto se refiere a él como a principio o como
a término. Y pertenece a la naturaleza misma del acto el proceder de un principio, en la medida que es
acción, y dirigirse a un término, en la medida que es pasión») que la humildad es el camino, por imitación
al creador, que hace al hombre alcanzar, no solo la perfección, sino su propia felicidad como don de Dios
hacia el hombre. Cf. Agustín, Ep. 118, 22 «Quisiera, mi Dióscoro, que te sometieras con toda tu piedad a
este Dios y no buscases para perseguir y alcanzar la verdad otro camino que el que ha sido garantizado por
aquel que era Dios, y por eso vio la debilidad de nuestros pasos. Ese camino es: primero, la humildad;
segundo, la humildad; tercero, la humildad; y cuantas veces me preguntes, otras tantas te diré lo mismo. No
es que falten otros que se llaman preceptos; pero si la humildad no precede, acompaña y sigue todas
nuestras buenas acciones, para que miremos a ella cuando se nos propone, nos unamos a ella cuando se

7
En este jardín llamado Edén, (Gn 2, 8) Dios pone al hombre, y lo nombra
administrador, encargándole su cultivo y su cuidado (Gn 2, 15). Este llamado al hombre
a labrar (entendido como cultivar, arar o trabajar) y, a cuidar (entendido como proteger,
custodiar, preservar, guardar, vigilar) implica “una relación de reciprocidad responsable
entre el ser humano y la naturaleza”21 donde, el hombre “dotado de inteligencia, respete
las leyes de la naturaleza y los delicados equilibrios entre los seres de este mundo”22. De
ahí que, el hombre deba ejercer esta responsabilidad de una manera “prudente y benévola
imitando el dominio de Dios mismo sobre su creación”23.
En este contexto, surge la primera exigencia divina: “puedes comer de todos los
árboles que hay en el jardín, exceptuando, únicamente el árbol del conocimiento del bien
y del mal. De él no deberás comer, porque el día que lo hagas quedarás sujeto a la muerte”
(Gn 2, 17). Esta orden divina, viene de la mano, con una explosión de vida animal creada
como una “ayuda adecuada al hombre, ya que “No es cosa buena que el hombre este solo”
(Gn 2, 18).
La creación de los animales, con arcilla del suelo y su presentación al hombre para
ser nombrados (Gn 2, 19) implica un doble movimiento al interno del hombre: (Gn 2, 20)
por un lado, se reconoce su señorío sobre el reino animal. El hombre al nombrar
“distingue, identifica, organiza: actividad básica del lenguaje”24 y, por otro, se reconoce
su soledad (Gn 2, 21). Entre los animales que Dios toma y coloca frente al hombre, no
encuentra una ayuda adecuada (Gn 2, 20). Como el plan de Dios no se logra, pasa a una
segunda táctica, para mostrar su bondad y amor, lo hace caer en un profundo sueño.
Este sueño divino (1 S 26, 12; Is 29, 10) es un elemento hermoso de la creación, “la
actividad de Dios siempre es un secreto, la criatura no debe ver como Dios trabaja, pero
recibe aquello que ha producido”25 . Asumiendo, el descontento del hombre, Dios toma
una parte de él, su costilla, para crear a la mujer (Gn 2, 22) la cual, es presentada a Adán.
Etimológicamente, el término ‘Adán’ significa ‘el barroso’ (heb= hā’āḏām), que a su vez
viene de hā’ăḏāmāh (en hebreo) ‘polvo del suelo’, mientras que ‘Eva’ significa ‘la
varona’ viene de ‘iš (en hebreo), el varón. Esta relación “certifica el vínculo indisoluble
que une al varón y a la mujer, como una al hombre y a la tierra. Por lo demás, que la mujer

nos allega y nos dejemos subyugar por ella cuando se nos impone, el orgullo nos lo arrancará todo de las
manos cuando nos estemos ya felicitando por una buena acción. Porque los otros vicios son temibles en el
pecado, mas el orgullo es también temible en las mismas obras buenas. Pueden perderse por el apetito de
alabanza las empresas que laudablemente ejecutamos. A un nobilísimo retórico le preguntaron cuál era el
primer precepto que se debía observar en la elocuencia. Contestó, según dicen, que era la pronunciación.
Preguntáronle por el segundo precepto, y dijo que era la pronunciación. Le volvieron a preguntar por el
tercero, y sólo contestó que era la pronunciación. Del mismo modo, si me preguntas, y cuantas veces me
preguntes, acerca de los preceptos de la religión cristiana, me gustaría descargarme siempre en la humildad,
aunque la necesidad me obligue a decir otras cosas.» es importante destacar que Agustín une la
humildad/soberbia con el conocimiento/ignorancia.
21
Francisco, «Laudato si’ (24 mayo 2015), Carta encíclica sobre el cuidado de la casa común», en
AAS 107 (2015), s. f., n° 67.
22
Francisco, LS n° 68.
23
Pontificia Comisión Bíblica, ByM, 11, 3.
24
Luis Alonso Schökel, Biblia del Peregrino I. Edición de Estudio: Antiguo Testamento. Prosa
(Bilbao: Editorial Verbo Divino, 1997), I, 73.
25
Angelo tosato, «On genesis 2:24», en Matrimonio e Famiglia nell’antico Israele e nella chiesa
primitiva (catanzaro: Rubbetino, 2013), 134.

8
haya sido sacada del varón como este ha sido sacado de la tierra, insinúa que ella es más
humana que él, es humana desde su mismo origen; el varón es “la tierra” de la mujer”26.
El relato continúa cuando Dios toma y presenta la mujer al hombre. Los padres
griegos usaban la palabra nymphagogos (νυμφαγωγός), es decir, aquel que lleva la novia
de la casa del padre y la presenta a su marido (Gn 2, 22). Esta presentación nupcial desvela
a la mujer como don y ayuda adecuada para Adán: otro yo. El cual exclama con gozo:
“¡Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne! Se llamará Mujer,
porque ha sido sacada del hombre” (Gn 2, 23).

Gozo y reconocimiento van de la mano. Adán reconoce a la mujer/esposa como un


Tú. Acogiendo a la mujer/esposa, el hombre acoge y asume su propia humanidad,
distinguiéndola de la animalidad. Con la creación de la mujer llega a su término la
creación del hombre27. La humanidad implica esta comunidad interpersonal, donde “la
sexualidad humana nos habla necesariamente de relacionalidad”28. Adán de frente a la
mujer/esposa, se reconoce como hombre/marido y reconoce a su mujer como a otra
persona. Ambos (Gn 2, 25) forman esta nueva humanidad, esta familia creada y bendecida
por Dios.
La desnudez, antes de la caída, de Adán y Eva no produce vergüenza (Gn 2, 25). Aquí
la desnudez es signo de dignidad, de reconocimiento y de unidad, pero también de
nostalgia. El autor mira con nostalgia el bien que se ha perdido.
Conclusión: Dios crea, a través de un proceso, al hombre y la mujer como dos
realidades de la misma persona humana. Esta nueva humanidad es creada buena y querida
por Dios, desde un comienzo. El paraíso, signo de la bondad del creador, es el lugar donde
el hombre y la mujer, sin esta concupiscencia de los sentidos, viven en armonía y
orientados hacia Dios, como su único fin: “El hombre – afirma el catecismo – constituido
en un estado de santidad, estaba destinado a ser plenamente “divinizado” por Dios en la
gloria” (CIC 398).

5. Sobre la Caída de Adán y Eva


En el capítulo 3 presenciamos el clímax del relato: la tentación (Gn 3, 1-4), la caída
(Gn 3, 6-13) y el castigo (Gn 3, 14-24). La serpiente, el más astuto de todos los animales
del campo (Gn 3, 1), como ‘realidad mítica’ acompaña al hombre en el pecado de origen,
desfigurando, por un lado, la imagen de Dios, cómo si este ocultara información
importante al hombre: “Dios sabe muy bien que…” (Gn 3, 5) y, por otra, deforma la
imagen del hombre “serán como dioses” (Gn 3, 5), haciendo, la serpiente, promesas que
no puede cumplir.
La bondad divina y la creaturalidad humana son puestas en ‘tela de juicio’ por la
serpiente. Esta es su astucia: falsear la realidad y, por esas falsedades, la humanidad cae
en tentación y peca, rompiendo la relación que Dios deseaba establecer con ellos y con el

26
Juan Luis Ruiz de la Peña, Imagen de Dios: antropología teológica fundamental, 3.a ed.,
presencia teológica 49 (Santander: Editorial Sal Terrae, 1996), 39-40.
27
Ruiz de la Peña, 67.
28
Sabino Palumbieri, Antropologia e sessualità: presupposti per un’educazione permanente
(Torino: SEI, 1996), 126.

9
mundo. Esta ruptura trae consecuencias: se ha traspasado el límite “el hombre ha tomado
el centro, a saber, el lugar de Dios; cree así poder ser por naturaleza lo que solo podía ser
por gracia. Aquí, el sujeto de la transgresión no es ni la mujer sola ni el varón solo, sino
ambos conjuntamente; peca el ser humano completo, la unidad de dos en una sola carne”29
.
Este ‘traspasar el límite’ entre Creador y creatura, pervierte el corazón del hombre.
Surge el orgullo y la soberbia, que como “una planta maligna hecha raíces en él” (Si 3,
28). Este ‘querer ser como dioses’, llamado también, desobediencia o rebelión, tiene
como consecuencia inmediata: el alejamiento de Dios.
El orgullo comienza cuando el hombre se aparta del Señor y su corazón se aleja
de aquel que lo creó. Porque el comienzo del orgullo es el pecado y el que persiste
en él, hace llover la abominación (Si 10, 12-13)

Este alejamiento o ruptura con Dios, origina el pecado. El hombre se prefiere a sí


mismo en lugar de Dios (CIC 397).
El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros
corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios
por el deseo de hacerse “como dioses”, pretendiendo conocer y determinar el bien y
el mal (Gn 3, 5) (CIC 1850).

El pecado, como un amor desordenado, implica30 el amor de sí mismo hasta el


desprecio de Dios; la gloria en sí misma, que se ensoberbece en el poder del hombre; el
amor al poder que genera ambición de dominio que somete, el amor a las propias fuerzas,
que desprecia lo vulnerable, el amor intelectual a los bienes del cuerpo y del espíritu que
pudiendo conocer a Dios, no lo honraron ni dieron gracias como Dios (Rm 1, 21-25).
Esta soberbia del hombre tiene su origen – como pecado – en su propio corazón y en
su libre voluntad (Cf. Mt 15, 19-20; CIC 1853), ya en el hombre esta “fascinación por el
mal engaña al bien y el torbellino de la pasión (deseo) corrompen una mente ingenua”
(Sb 4, 12). Este desorden en el amor provoca un desorden en el deseo del hombre
(concupiscencia), ya que “nosotros no sabemos pedir como conviene” (Rm 8, 26).
Agustín lo explica bajo la categoría de “ordo amoris”. El amor como fuerza de la vida
puede ser en el hombre signo de salvación o de perdición. Para Agustín existen dos
amores contrarios entre sí: el amor de sí mismo hasta el desprecio de Dios, creador de la
ciudad terrena, y el amor de Dios hasta el desprecio de sí, creador de la ciudad celeste 31.
No se debe entender que todo amor a sí mismo es malo, o despreciable. Aquello que
Agustín califica como perverso o amor desordenado se trata «del amor egoísta, que la
lengua latina lo llama privatus, ya que comporta una privación de aquello que espera al
Creador o a sus propios símiles»32. Frente a estos amores y tomando distancia del
dualismo platónico, Agustín considera un tercer amor, que no es ni caridad, ni soberbia,
sino un amor que nace de la naturaleza misma. Se trata de un amor «puramente humano,

29
Juan Luis Ruiz de la Peña, El don de Dios: antropología teológica especial, presencia teológica
63 (Santander: Editorial Sal Terrae, 1991), 66.
30
Cf. San Agustín, De civitate Dei, 14, 28.
31
Cf. Agustín, De civ. Dei 14, 28 (CCL 48, 451).
32
Cipriani, N., Molti e uno solo in Cristo, 213.

10
natural, que une a los hombres a motivo del vínculo de parentela, de amistad o
simplemente de convivencia o vecindad»33.
Este amor natural, para ser un amor recto debe respetar el orden de la creación. Desde
el momento en que el hombre ha sido creado orientado hacia Dios, «su perfección se
encuentra solo cuando toda su vida se orienta hacia la vida inmutable y se une a ella con
todo el corazón»34. El amor desordenado, es decir, aquel que no tiende a Dios, es para
Agustín el origen del mal y de la pérdida de sí. Agustín reconoce que en este orden del
amor «Dios no te prohíbe amar estas cosas, sino que las ames poniendo en ellas tu
felicidad; más bien, apruébalas y ámalas en modo de amar al creador»35.
El problema nace, en Agustín, cuando se ama mal, se ama a las criaturas en lugar del
Creador. Cipriani afirma que «El amor a las criaturas es santo, a condición de que sea
ordenado (dilectio ordinata), es decir, que respete la escala de valores, donde el amor de
aquello que es inferior sea subordinado al amor de aquello que es mejor. Cada amor debe
conducirnos siempre al amor del único Dios»36.
Este es el orden en el amor (ordo amoris), cuando nuestro amor se ordena a Dios
como a su fin y en él se aman las demás cosas. En este orden, en vista de las cosas
inmudables y eternas, son cuatro los objetos de nuestro amor: Dios, nosotros mismos,
nuestro prójimo y nuestro cuerpo37.
Ahora bien, el Creador, si de verdad es amado, es decir, si es amado Él mismo,
no otra cosa en su lugar que no sea Él, no puede ser mal amado. El mismo amor que
nos hace amar bien lo que debe ser amado, debe ser amado también ordenadamente,
a fin de que podamos tener la virtud por la que se vive bien. Por eso me parece una
definición breve y verdadera de la virtud: el orden del amor38.

En forma simbólica ‘el árbol del conocimiento’ representa este límite infranqueable,
este amor ordenado, donde el hombre como creatura “debe reconocer y someterse a las
leyes de la Creación y a las normas morales que regulan el uso de la libertad” (CIC 396).
La primera secuela de la desobediencia y rebeldía de los primeros progenitores y, de
ahí, el carácter de hereditario del ‘pecado original’, es “la ruptura de la unidad originaria,
de la que gozaba el hombre en el estado de justicia original: la unión con Dios como
fuente de la unidad interior de su propio «yo», en la recíproca relación entre el hombre y
la mujer («comunión personal»), y, por último, en relación con el mundo exterior, con la

33
Cipriani, N., Molti e uno solo in Cristo, 215;
34
Agustín, Ep. 155, 3, 15 (CSEL 44, 444).
35
Agustín, In Io. Ep. tr., 2, 11 (PL 35, 1995).
36
Cipriani, N., Molti e uno solo in Cristo, 218;
37
«Cuatro son los géneros de cosas que han de amarse: uno, el que está sobre nosotros; otro,
nosotros; el tercero, lo que se halla junto a nosotros; y el cuarto, lo que es inferior a nosotros. Sobre el
segundo y cuarto no era necesario se diesen preceptos. Pues, por mucho que el hombre se aparte de la
verdad, siempre le queda el amor de sí mismo y el de su cuerpo; porque el alma que huye de la luz inmutable
que reina sobre todos los seres, lo hace para imperar en sí misma y en su cuerpo y, por lo tanto, no puede
menos de amarse a sí misma y a su mismo cuerpo», en Agustín, doctr. 1, 23, 22 (PL 34 col. 27).
38
Agustín, De civ. Dei 15, 22 (CCL 48, 488).

11
naturaleza”39. De ahí que, el pecado original se presenta como “el reverso de la buena
nueva de Jesús el Salvador de todos los hombres” (CIC 389)
Asimismo, esta ruptura trae una doble consecuencia, por un lado, provoca la ofensa y
el agravio hacia Dios. Dios – afirma Juan Pablo II – es “ofendido ciertamente en el
corazón mismo de aquella donación que pertenece [a su] designio eterno en su relación
con el hombre”40 y, por otra, el castigo divino. El hombre herido por el mal del pecado y
separado de esta gracia de Dios es castigado con la fatiga en el trabajo (Gn 3, 17-19) y
los dolores en el parto (Gn 3, 16), junto con “la necesidad de la muerte, que constituye el
final de la vida humana sobre la tierra. De este modo el hombre, como polvo, «volverá a
la tierra, porque de ella ha sido extraído»: «eres polvo y en polvo te convertirás» (Gn 3,
19)” 41.
La expulsión de Adán y Eva del Edén manifiesta este alejarse, por obra de sus actos
de rebeldía, de la participación de la vida misma que Dios creador les había ofrecido. Es
abandonar, por soberbia, la plenitud de bien y la felicidad sobrenatural que existen en
Dios, de ahí el concepto de paraíso. Este alejamiento humano y la posterior cercanía
divina será leitmotiv de toda la historia de salvación.
Lo verdaderamente importante en este relato, más antiguo, sigue siendo el hecho de
que el problema de la humanidad acerca del pecado, el dolor y la muerte solo se entiende
desde la relación entre el hombre y Dios, relaciones que, a su vez, se fundan en su ser
ético, y que están sostenidas por la vida natural en la comunidad; pero esas relaciones
están siempre amenazadas por unos poderes enemigos de Dios, que quisieran destruir la
genuina imagen de Dios y del hombre. De esa recta imagen divina y humana depende la
salvación misma del hombre42. Imagen que se concretizarán en la figura del Hijo de Dios,
Jesucristo: verdadero Dios y verdadero hombre.
Frente a esta ruptura de relaciones por parte del hombre y de la mujer hacia Dios. Él
no abandona a sus criaturas y, en la lucha entre la mujer y la serpiente, Dios se bandera
por la parte de la mujer y de su descendencia (Gn 3, 15). Más allá del pecado, Dios no
retira su bendición de fecundidad y Eva genera un hijo (Gn 4, 4). La bendición sobre la
primera pareja viene después renovada con la alianza hecha a Noé: “Dios bendijo a Noé
y a sus hijos, y les dijo: Sed fecundos, multiplicaos y llenad la tierra” (Gn 9, 1).
El pecado original no ha podido destruir la imagen y la semejanza de Dios en el ser
humano, sea hombre o sea mujer, pero la han ofuscado y deformado; el pecado no ha
frustrado completamente este plan divino, el cual tendrá que ser recuperado lenta y
fatigosamente a través de un camino de salvación y de redención.
Conclusión: En este ‘plan de salvación’, desde un principio, la persona humana,
creada por Dios libre, se encuentra en una relación radical y esencial con Él y con su
comunidad de hermanos. En esta alianza originaria, Dios establece un vínculo con el
hombre, hecho a su imagen y semejanza.

39
Juan Pablo II, «Mulieris Dignitatem (15 agosto 1988), sobre la dignidad y la vocación de la
mujer con ocasión del año mariano», en AAS 80 (1988), s. f., 9.
40
Juan Pablo II, MD 9.
41
Juan Pablo II, MD 9.
42
Ruiz de la Peña, El don de Dios, 196.

12
Este hombre libre, por obra de su propia voluntad desobedece a Dios, rompiendo esta
relación originaria, por obra de la serpiente – el tentador – que, engañando orienta el
corazón del hombre lejos de su Creador, ofuscando y deformando la imagen y la
semejanza que de Dios en el hombre había. El pecado original, es el reverso de la buena
nueva de Jesús.
El orgullo/soberbia que se enraízan en el corazón del hombre, por querer ser como
dioses, niega a Dios y, con él, su Plan divino: ofendiendo y agraviando este don gratuito
de Dios a sus creaturas. Es en este punto donde se da la máxima distancia entre Dios y el
hombre por elección libre de este último. Como consecuencia, esta nueva humanidad,
pierde la armonía radical de ‘un principio’ con Dios, consigo mismo, con los otros y la
creación; siente miedo frente a la presencia de su creador; la desnudez de los cuerpos da
vergüenza; las relaciones son transformadas en dominio y deseo, en la familia se da el
fratricidio, etc. Pero Dios, que es el Señor de la vida, buscará los medios necesarios para
que el hombre libre, vuelva atraído por el amor de su Creador a esta relación querida por
Dios desde el inicio. Dios deseas volver a re-establecer esta comunión rota con el hombre,
su creatura. Por ello, la alianza será el punto de inflexión en esta cercanía de Dios hacia
el hombre.

6. La alianza: Est

San Pablo exhortando a la comunidad de los Romanos a que no decaigan frente al


poder del mal, afirma: “vence al mal, haciendo el bien” (Rm 12, 21). Esta sentencia
resume el actuar de Dios en nuestra historia: Ni el pecado original, pudo acabar con el
plan de salvación, más aún, gracias a esta culpa, “¡Oh feliz culpa que mereció tal y tan
grande Redentor!” (Pregón Pascual), Dios manifiesta su poder, trasformando nuestra
historia en historia de salvación. Demostrando que su cercanía es más fuerte que el
pecado.

En esta historia de salvación, se desarrolla una trama dónde entre más crece el pecado
del hombre, más Dios pasa del castigo a la misericordia, sin nunca caer en el abismo de
la destrucción. «Pues cada vez que parece que la historia llega a su fin, en el último
instante Dios, da un golpe de timón, pone un nuevo comienzo y señala un nuevo rumbo
de salvación. […] Sion será salvada por el juicio (Is 1, 27)»43, incluso los juicios de Dios
son juicios de salvación.
En la alianza realizada en el Sinaí, este ‘Dios que salva’, revela la gratuidad de su
elección divina (Ex 3, 10) y manifiesta el momento de máxima cercanía hacia su pueblo.
Con una poderosa humildad declara “Ustedes han visto cómo traté a Egipto, y cómo los
conduje sobre alas de águila y los traje hasta mí” (Ex 19, 4). La alianza expresa este deseo
de Dios (CIC 27-30) de re-fundar en Israel la relación con toda la humanidad (Is 2, 3; Za
8, 23). Una relación fundada en la fidelidad y la obediencia (Dt 4, 39-40).
La alianza como acontecimiento del obrar gratuito de Dios, crea/funda históricamente
un pueblo nuevo: “Ahora, si escuchan mi voz y observan mi alianza, serán mi propiedad

43
HERBERT, Hang, «La palabra de Dios se hace libro en la Sagrada Escritura», en Mysterium
Salutis, vol. 1, Manual de teología como historia de la salvación, Johannes FEINER - Magnus LÜHRER (eds.),
Ediciones Cristiandad, Madrid 1980, 372-373.

13
exclusiva entre todos los pueblos, porque toda la tierra me pertenece” (Ex 19, 5). La
alianza compromete tanto a Dios (por obra de su Gracia) como a los hombres (por la
obediencia a la Ley). Este compromiso necesita de la ‘libre respuesta del hombre’, esto
es, aceptar a Dios como ‘camino de vida’, donde la Ley, manifiesta la plenitud del bien y
la felicidad sobrenatural (Dt 4, 40) y sólo a continuación, como la práctica/cumplimiento
de precisas determinaciones jurídicas 44.
La alianza, como un pacto entre ‘contrayentes desiguales’45, es decir, Soberano y
vasallo, manifiesta un doble movimiento contractual, por un lado, Dios se compromete
por medio de la Gracia y el Señor compromete al pueblo que pasará a ser de su propiedad
(Ex 19, 5-6):
En este marco teológico la gracia puede ser definida como el don que Dios hace
de sí mismo. Y la Ley como el don que Dios hace al hombre colectivo, de un medio,
de una vía, de un “camino” (‘derek’) ético-cultual que permite al hombre entrar y
permanecer “en situación de alianza”46.

Así entendida, la alianza como marco legal, no es otra cosa sino el camino mínimo
fijado por Dios para que el hombre pueda mantener y conservar, en fidelidad y
obediencia, esta relación que Dios desea realizar con su creatura. La Ley, además revela
al hombre quién es en relación con Dios, con el mismo y con los otros. Este conocimiento
nuevo expresa hacia el hombre el contenido mismo del amor que Dios le tiene. Dios
revela al hombre, por así decirlo, el propio manual humano, para que este hombre por
medio de la obediencia y la fidelidad puede llegar a la plenitud de su ser como ser en
relación con otros y con su Dios.
En esta relación entre Soberano fiel y vasallo infiel, la alianza tropieza con
resistencias humanas. La fidelidad de Dios se encuentra garantizada, por su propia palabra
y su acción salvífica47 pero, por el lado del hombre, esta desarmonía con Dios y consigo
mismo, esta soberbia de poner sus propias leyes, lo hacen olvidar rápidamente el obrar de
Dios. El texto del Éxodo, de forma gráfica y pedagógica, muestra esta actitud de cercanía,
por parte de Dios y, de un radical alejamiento por parte del hombre.
Mientras Dios, revelaba su poder liberando y salvando a su pueblo, abriendo el mar
rojo (Ex 14, 21); enviando alimento y consuelo a su pueblo (Ex 16;17); manifestándose
sobre el monte Sinaí (Ex 19, 16-25) el pueblo, por el contrario, reunido fabrica un dios a
su imagen y pide a Aarón: “Fabrícanos un Dios que vaya al frente de nosotros, porque no
sabemos qué le ha pasado a Moisés, ese hombre que nos hizo salir de Egipto” (Ex 32, 1).
El becerro de oro, como signo de idolatría y, por ello, de alejamiento, es ejemplo de
este hombre que desea, por orgullo, imponer su propio ser en la realidad y establecer sus
propios parámetros de legalidad, olvidando la relación que Dios como creador y salvador
ha realizado con todos los hombres por medio de Israel. La idolatría, es negar a Dios,
olvidar su alianza, renegar esta libertad ofrecida por el Señor. ¿Qué hacer entonces con
esta humanidad, con este pueblo rebelde, que no quiere escuchar? (Ez 2, 7-8). Este clamor

44
Pontificia Comisión Bíblica, ByM, 18.
45
Pontificia Comisión Bíblica, 18.
46
Pontificia Comisión Bíblica, 18.
47
“Pero a él (David) no le retiraré mi amor ni desmentiré mi fidelidad; no quebrantaré mi alianza
ni cambiaré lo que salió de mis labios” (Sal 89, 34-35)

14
de los profetas, que denuncia la infidelidad del pueblo elegido a Dios (Jr 17, 1), es
contrastada con el anuncio de la salvación gratuita dada por Dios, en vista de restablecer
esta alianza: “Aunque grande sean tus pecados, esto serán borrados y, Dios de ellos, no
se recordará” (Is 43, 25; 1, 18). Dios perdona a su pueblo, pero este perdón no deja afuera
el castigo (Ex 32, 34).
Así pues – afirma Agustín - esta vida de la que está escrito: «¿Acaso no es una
prueba la vida humana sobre la tierra?», durante la cual cotidianamente gritamos al
Señor «Líbranos del mal», el hombre está forzado a tolerarla aun perdonados los
pecados, aunque la causa de que llegase a esta desventura haya sido el primer pecado.
En efecto, la pena es más larga que la culpa, para que no se tuviera por pequeña la
culpa, si con ella se acabase también la pena. (Agustín, In Io. Ev. tr., 124, 5).

En este Dios, Amante, la humanidad toda participa del ser Amado por el Padre como
hijos por la adopción filial. Dios no olvida a sus hijos (Is 44, 21), es más, ante la lejanía
de ellos, por el orgullo de ser como dioses, Dios responde: “¡Vuelve hacia mí, porque yo
te redimí!” (Is 44, 22). Es, en este deseo de Dios hacia el hombre, “que quiere que todos
se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” (1 Tm 2, 4), donde la alianza con el
pueblo de Israel prefigura la salvación definitiva concretizada y actualizada en Cristo
Jesús, Dios hecho hombre que habla al hombre diciendo:

“Hombre, ¿de qué te ensoberbeces? Dios por ti se ha humillado. Quizá te daría


vergüenza imitar a un hombre humilde; imita al menos al Dios humilde. Vino el Hijo
de Dios en la naturaleza humana y se hizo humilde; se te preceptúa que seas humilde,
no que de hombre te hagas una bestia; Él, Dios, se hizo hombre; tú, hombre, conoce
que eres hombre. Toda tu humildad consiste en el reconocer que eres hombre”
(Agustín, In Io. Ev. tr., 25, 16).

Conclusión: La alianza del Sinaí, como acto gracioso de Dios con su pueblo es, en la
historia, una actualización de la relación de Dios con todas las naciones, debido a que, en
Israel se reunirán todos los pueblos, es decir, momento de máxima cercanía por parte de
Dios. La alianza exige fidelidad, de parte de Dios y del hombre, pero también obediencia
a la ley, como camino para su vida.
El pueblo de Israel no fue ni fiel ni obediente, mientras más Dio se acercaba, más el
hombre, por su orgullo, se alejaba de Él. Esta historia entre fidelidad, de Dios e infidelidad
del hombre, continúa en el Pueblo de Israel siendo los profetas aquellos que tendrán la
misión de anunciar, denunciar y bendecir a este pueblo que tiene su corazón lejos de Dios.

7. Los profetas, acá se refleja la mayor tensión


Para los profetas, el pueblo elegido, ha pecado contra Dios y olvidado su alianza (Jr
11, 10). Esta ruptura, se manifiesta en la historia del pueblo que: ni cree, ni teme, ni sigue
el camino ofrecido por Dios:
“Este pueblo – dice el Señor – se acerca a mí con la boca y me honra con los
labios, pero su corazón está lejos de mí, y el temor que me tiene no es más que un
precepto humano, aprendido por rutina” (Is 29, 13).

Los profetas son testigos de las abominaciones del pueblo (Ez 8, 12): abusos de
autoridad (Is 30, 1), violencia y fraude (Is 5, 8), opresión contra los pobres, actos

15
sacrílegos en la casa de Dios e inmoralidades, (Cf. Ex 22). A causa de esto, el exilio (Os
2; Jer 2,1-3,5), la invasión de extranjeros, el hambre y la guerra (Is 8, 22), la destrucción
del sagrado templo de Jerusalén (Jr 25, 11) son el castigo merecido por estas infidelidades.
La pregunta que surge es ¿pueden estas abominaciones hacer que Dios se arrepienta de
su alianza? ¿puede Dios romper esta relación con la humanidad?
Los Profetas responden en forma simbólica: Dios es el esposo o el novio fiel al pacto
de amor – la alianza – mientras Israel, es la esposa o la novia muchas veces infiel. Los
profetas recurren a la imagen matrimonial para exprimir la relación de amor y de fidelidad
entre Dios y su pueblo. Esta conexión entre el matrimonio humano y la relación exclusiva
entre Dios e Israel sirve a los profetas para superar una lectura legal de la alianza y
subrayar la dimensión íntima y personal.
El profeta Oseas es el primero que aplica la alegoría nupcial a la historia de Israel. El
Pueblo es como una prostituta, infiel, que no tiene ni dueño ni señor (Os 1, 2). Frente a
las infidelidades, Dios elige, bajo este signo matrimonial: el amor. Este amor hace
imposible calcular un castigo meritorio a las faltas cometidas, por amor, el esposo fiel se
rinde ante el perdón.
“Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en
derecho en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás
a Yahveh” (Os 2, 21-22).

El Señor, es el esposo enamorado y fiel, capaz de gozar intensamente y de transmitir


afecto, pero también es capaz de experimentar celos y desilusión (Ml 2, 14-15), capaz de
sufrir, de esperar, de perdonar (Jr 2, 2; Is 54;): “como a una esposa abandonada y afligida
te ha llamado el Señor: «¿Acaso se puede despreciar a la esposa de la juventud?». dice el
Señor” (Is 54, 6). Pero el Pueblo como esposa infiel (Is 50-51), entregada a la prostitución
(Os 1, 2), y a la idolatría (Jr 44, 23), se niega a obedecer a este Señor, que sale a su
encuentro y desea, a pesar de sus abominaciones, renovar su alianza y manifestar
humildemente, su total cercanía al hombre.
El profeta Ezequiel, en un largo y potente relato (c. 16) expresa por medio de ejemplos
dramáticos como el Señor se conmueve y desposa con Israel: Israel, como la futura esposa
de Yahvé, es un aborto que Él recoge en el desierto (v. 4-5), la limpia, viste y llena de
regalos (v. 11-13), el Señor hace crecer esta joven, la cual hermosa por sus atavíos, se
entrega la prostitución, en forma empedernida (v. 30) vende sus posesiones y ofrece
incienso a los ídolos (v. 18), sacrifica a sus hijos (v. 20) y aun así, aunque grande fue la
ofensa al final del capítulo el Señor responde:
“Yo estableceré mi alianza contigo, y tú sabrás que yo soy el Señor, para que te
acuerdes y te avergüences, y para que en tu confusión no te atrevas a abrir la boca,
cuando yo te haya perdonado todo lo que has hecho –oráculo del Señor–.” (Ez 16,
62)

El pueblo de Israel, a pesar de las obras del Señor, es testarudo y no escucha (Ba 2,
30), de ahí que esta ‘bendita liberación’ del poder extranjero que el pueblo esperaba: con
mano fuerte y brazo extendido, no se realizará (Am 5, 18-21). A ejemplo de la viña y el
viñador, el Señor derivará la cerca y parará la lluvia, ya que, “él espero equidad y obtuvo
sangre, esperó justicia y obtuvo angustia” (Is 5, 1-7). Por esta razón, el Señor, convocará

16
en un tiempo futuro (escatológico) a un resto fiel (Is 49,13; 66,2), que en su pobreza y
humildad: reconozca, crea y obedezca a este Señor Todopoderoso Creador, Salvador y
dador de todos los bienes:
“Yo dejaré en medio de ti a un pueblo pobre y humilde, que se refugiará en el
nombre del Señor. El resto de Israel no cometerá injusticias ni hablará falsamente; y
no se encontrarán en su boca palabras engañosas. Ellos pacerán y descansarán sin
que nadie los perturbe” (Sof 3, 12-13).

Este resto fiel, cuya espiritualidad se resume en: “Descansa en el Señor y espera en
él” (Sal 37, 7) son: “los humildes que temen y ponen su confianza en Dios, que lo buscan
y por eso se consideran el verdadero Israel: el heredero de sus promesas. La actitud
contraria “está en los orgullosos, en los convencidos, en los impíos, en los que confían en
sí mismos, en la persona altiva, vanidosa e impertinente y sin noción de humildad
cristiana”48.
La humildad en los profetas se establece como la virtud que caracteriza a aquellos
que, por un lado, obedecen la ley del Señor y, por otra, reconocen que, sin Dios, nada se
puede hacer. Esta doble relación entre obediencia a la ley y dependencia de Dios abrirá
las puertas al totalmente otro e impensado, movimiento de Dios. La encarnación de su
Hijo:
Él “que era de condición divina, no consideró esta igualdad con Dios como algo
que debía guardar celosamente: al contrario, se anonadó a sí mismo, tomando la
condición de servidor y haciéndose semejante a los hombres. Y presentándose con
aspecto humano, se humilló hasta aceptar por obediencia la muerte y muerte de cruz”
(Fil 2, 6-8).

Conclusión: Los profetas, con una profunda experiencia de Dios, denuncian las
abominaciones del Pueblo elegido: idolatría, infidelidad, abusos de poder, violencia,
fraude, opresión e injusticia. Estos hechos que rompen la alianza con Yahvé, no logran
cambiar la actitud de Dios a favor del hombre. El Señor sigue siendo el Esposo fiel que
renueva: una y otra vez, la alianza con su pueblo. Oseas refleja extraordinariamente este
exceso de amor: “Porque yo soy Dios, no un hombre: soy el Santo en medio de ti, y no
vendré con furor” (Os 11, 9). Esta salvación, abre pasó a la elección y anuncio de un resto
fiel, que traerá la verdadera y auténtica salvación al pueblo. Con el advenimiento del
Jesucristo: Dios hecho hombre.

8. La Encarnación/Kenosis
Antes de comenzar, es necesario afirmar junto con Pikaza que:
Sólo el cristianismo es religión de encarnación: la teofanía o manifestación de
Dios se identifica con la historia concreta de Jesús, con su persona […] Jesús forma
parte de la historia y de la eternidad de Dios. En lenguaje de historia, afirmamos que
Jesús es el Hijo de Dios que nace en el tiempo, de manera que sólo en el tiempo
podemos encontrarle, no fuera del tiempo, en algún tipo de eternidad previa, sino

48
Bonaventura Kloppenburg, «Puebla: opción preferencial por los pobres», Medellín 5, n.o 19
(1979): 346.

17
que brota de Dios al estar naciendo (realizándose) en el mundo; por eso, su misma
encarnación (humanización) ha de entenderse como surgimiento divino.49

La encarnación manifiesta esta realidad completamente nueva de un Dios que, desde


un principio, sale al encuentro del hombre y desea habitar en medio de ellos, de un Dios
“que es capaz de renunciar (en cierto modo) a lo que le es más propio, el ser-Dios, para
comunicárselo a los hombres (cf. también 2 Cor 8, 3); y así precisamente es como muestra
la omnipotencia de su Ser como Amor”50. Manifestando su ser en plenitud como Dios de
amor, donándose él mismo (creación, alianza, renovación de la alianza, encarnación,
pasión y muerte, resurrección, pentecostés, etc.) como manifestación de su propio ser.
Llegando el tiempo establecido, “Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer y sujeto
a la Ley, para redimir a los que estaban sometidos a la Ley y hacernos hijos adoptivos”
(Gal 4, 4-5). La encarnación es el hecho, por medio del cual, el Hijo de Dios, la segunda
persona de la Trinidad asume la naturaleza humana para “llevar a cabo por ella nuestra
salvación” (CIC 461).
La primera enseñanza de la encarnación, como este totalmente otro e impensado
movimiento de Dios hacia el hombre, es la humildad. Es, como afirma el himno a los
Filipenses (2, 6-11), un Dios que por nosotros y por nuestra salvación (DS 150), por
nuestra reconciliación con Dios (CIC 457), para que conociéramos su amor (CIC 458) y
participáramos de su naturaleza divina (CIC 460) se despoja de su condición divina, se
anonada a sí mismo, toma la condición de siervo, se hace semejante a las creaturas, se
humilla, hasta aceptar la muerte y una muerte en cruz.
La encarnación como movimiento de máxima cercanía y humildad de parte de Dios
se establece como la siempre antigua y siempre nueva forma de ser de nuestro Dios. Dios
en la encarnación se hace, a sí mismo pequeño, por nosotros51. Transformando esta
historia de salvación en “la historia de la humillación de Dios. Cristo es humildad”52. Por
ello, el evento de la encarnación cambia radicalmente, todo lo que sabíamos de Dios, es
un nuevo testamento. El catecismo afirma:
“La transmisión de la fe cristiana es ante todo el anuncio de Jesucristo para
conducir a la fe en Él. Desde el principio, los primeros discípulos ardieron en deseos
de anunciar a Cristo: “No podemos nosotros dejar de hablar de lo que hemos visto y
oído” (Hch 4, 20).” (CIC 425).

El evento de Jesucristo afirma Pablo en la carta a los Gálata, seña el principio y el fin
de nuestra fe. Toda predicación, a de nacer, mostrar y orientar a Jesucristo, el hijo de
Dios. Esta nueva revelación, continuidad de la antigua, (3, 17) crea un abismo entre la
nueva y la antigua ley. La ley no salva, solo la fe en Cristo, aunque la ley nos sirve de
guía para llevarnos a Cristo (3, 24), pero una vez que la fe llega, no necesitamos de esta
guía (3, 25).

49
Xabier Pikaza Ibarrondo, «Encarnación», en Diccionario de la Biblia historia y palabra
(Navarra: Editorial Verbo Divino, 2007), 313.
50
Piero Coda, «Encarnación», en Diccionario teológico El Dios cristiano, ed. Xabier Pikaza,
Nereo Silanes, y Secretariado Trinitario (Firm) (Salamanca, España: Secretariado Trinitario, 1992), 278.
51
M. Magrassi, «humildad», en Diccionario de mística, ed. Maria Rosaria Del Genio, Luigi
Borriello, y Edmondo Caruana (Roma: San Pablo, 1999), 857.
52
Magrassi, 857.

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En Jesucristo, se revela el verdadero rostro del Dios (Jn 14, 7-14), en Él se da pleno
cumplimiento (Mt 5, 17) y la correcta interpretación a la Ley (Mt 5, 22. 28. 32. 34. 39.
44), es la palabra de Dios (Jn 1), reflejo de su propia sabiduría (1 Cor 1, 30) y de su poder
contra el demonio (Mt 4, 1-11) y la enfermedad (Mt 8, 17). En Jesucristo se hace presente
este gran deseo de Dios de hacer una nueva y eterna alianza con toda la humanidad, como
una humanidad renovada. La petición constante al hombre, de fidelidad y obediencia a la
alianza se ven cumplidas en Jesucristo, el cual como hombre/Dios, tiene como su alimento
en hacer la voluntad del Padre (Jn 4, 34).
La encarnación es signo además de esta recreación que restaura, sana, cura, ilumina
aquello que había queda oscurecido por el pecado de origen, signo de alejamiento por
parte del hombre. San Gregorio afirma:
Nuestra naturaleza enferma exigía ser sanada; desgarrada, ser restablecida;
muerta, ser resucitada. Habíamos perdido la posesión del bien, era necesario que se
nos devolviera. Encerrados en las tinieblas, hacía falta que nos llegara la luz; estando
cautivos, esperábamos un salvador; prisioneros, un socorro; esclavos, un libertador.
¿No tenían importancia estos razonamientos? ¿No merecían conmover a Dios hasta
el punto de hacerle bajar hasta nuestra naturaleza humana para visitarla, ya que la
humanidad se encontraba en un estado tan miserable y tan desgraciado? (San
Gregorio de Nisa, Oratio catechetica, 15: PG 45, 48B en CIC 457).

Jesús es el modelo de humildad, con su palabra y obra nos revela esta forma originaria
del actuar de Dios que opta por el hombre y su salvación. Jesus integra, perfectamente,
estas características de obediencia y fidelidad que Yahvé desde siempre había solicitado
a su pueblo: es manso y humilde de corazón (Mt 11, 29), obediente a la voluntad del Padre
(Jn 3, 34), no viene a ser servido, sino a servir (Mt 20, 28). Esta actitud modelar es exigida
también a sus discípulos, bajo dos puntos de referencia Dios y los hermanos. Afirma
Kaczynski:
El cristiano debe ser humilde como su maestro, debe seguirle (Flp 2,5), y, por
que se somete a él (1 Pe 5, 5; Sant 4, 6), encuentra gracia y benevolencia ante el
Señor (Sant 4, 10; 1 Pe 5, 6). A este propósito San Pablo exhorta a los fieles a
considerar a los demás mejores que uno mismo; y san Pedro escribe: “Dios se
enfrenta a los soberbios, pero da su gracia a los humildes” (1 Pe 5,5).53

Por ello, en la vida cristiana la humildad será la reina de las virtudes que “como
principio y camino nos lleva a la cúspide la conversión a Dios, unida al conocimiento de
sí mismo también como pecador”54.

53
Kaczynski, «Humildad», 882.
54
Kaczynski, 883.

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