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3. Muchas veces nosotros tampoco sabemos ver el paso de Dios por nuestra historia, no
sabemos reconocer a nuestros profetas. Es siempre más fácil esperar o cosas extraordinarias y
espectaculares, o mirar alguien de afuera. Es mucho más espectacular mirar un testimonio en
Calcuta que uno de los cientos de miles de hermanas y hermanos cotidianos por las tierras de
América Latina que trabajan, se gastan y desgastan trabajando por la vida, aunque les cueste la
vida. Es mucho más maravilloso mirar los milagros que nos anuncian los predicadores itinerantes y
televisivos, que aceptar el signo cotidiano de la solidaridad y la fraternidad. Es mucho más fácil
esperar y escapar hacia un mañana que ‘quizá vendrá’, que ver el paso de Dios en nuestro tiempo,
y sembrar la semilla de vida y esperanza en el tiempo y espacio de nuestra propia historia. Todo
esto será más fácil, pero ¿no estaremos dejando a Jesús pasar de largo?
4. «¿No es acaso el carpintero?»: Jesús no tenía poder cultural como los escribas. No era un
intelectual con estudios. Tampoco poseía el poder sagrado de los sacerdotes del templo. No era
miembro de una familia honorable. Jesús era un «obrero» de una aldea desconocida de Baja
Galilea. No se dedicaba a explicar la Ley. No se interesó nunca por los ritos del templo. La gente lo
veía como un maestro que enseñaba a entender y vivir la vida de manera diferente. Jesús sanaba
la vida y aliviaba el sufrimiento. Jesús sigue hoy «imponiendo sus manos». Sólo se sanan quienes
creen en él.
5. Rechazado entre los suyos: Jesús sabe que le espera una vida difícil y conflictiva. Los dirigentes
religiosos se le enfrentarán. Es el destino de todo profeta. No sospecha todavía que será
rechazado precisamente entre los suyos, los que mejor lo conocen desde niño. El rechazo de Jesús
en su pueblo de Nazaret era muy comentado entre los primeros cristianos. Tres evangelistas
recogen el episodio con todo detalle. Según Marcos, Jesús llega a Nazaret acompañado de un
grupo de discípulos y con fama de profeta sanador. Sus vecinos no saben qué pensar. Creen que lo
saben todo de Jesús. Se han hecho una idea de él desde niños. En lugar de acogerlo tal como se
presenta ante ellos, quedan bloqueados por la imagen que tienen de él. Esa imagen les impide
abrirse al misterio que se encierra en Jesús. Se resisten a descubrir en él la cercanía salvadora de
Dios. Pero hay algo más. Acogerlo como profeta significa estar dispuestos a escuchar el mensaje
que les dirige en nombre de Dios. Y esto puede traerles problemas. Ellos tienen su sinagoga, sus
libros sagrados y sus tradiciones. Viven con paz su religión. La presencia profética de Jesús puede
romper la tranquilidad de la aldea.