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El encanto no duró mucho, tuvo que aguantar horas sobre un cajón de madera,
mientras median aquí y allá, probaban telas, realizaban ajustes, etc., esa clase de
cosas que una niña no quiere hacer, además al terminar, quisieron que esperara
un par de horas más sentada inmóvil en un sillón mientras hacían lo mismo con su
madre.
Nuevamente enormes letreros pedían «No tocar» a los maniquíes, pero la niña no
podía hacer otra cosa que ignorarlos y seguir sus impulsos, puso sus dedos sobre
aquella hermosa tela de colores vibrantes, la cual conservaba mayor suavidad que
sus propias manos. La hermosura no se limitaba al vestido, también el maniquí
lucia muy bien, parecía una niña igual que ella, solo que algo inmóvil.
Magui no pudo resistir la curiosidad, y tomó su mano, en ese momento los ojos del
maniquí brillaron, y un humo negro salió de su interior, directo hacia la boca de la
niña, no hubo ocasión de gritar… el cuerpo de Magui se fue endureciendo
rápidamente, en unos instantes, lo terrible estaba hecho; ahí estaba Magui,
inmóvil en un rincón de la bodega, un nuevo maniquí para la colección.