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Había una vez un campesino que se pasaba el día cuidando sus tierras.

En ellas
crecían muchos productos de la huerta y decenas de árboles frutales. Con mucho
esmero cultivaba hortalizas con las que después elaboraba deliciosos guisos y sopas.
En cuanto a los árboles,  le proporcionaban ricas manzanas, naranjas jugosas  y otras
frutas maduradas al sol.
Arrinconado, en una esquina de la finca, había  un arbolito que nunca daba frutos. Era
pequeño y ni siquiera en primavera nacía de él una sola flor. Era un árbol tan feo que
la mayoría de los animales le ignoraban, pues sólo tenían ojos para los frondosos y
floridos árboles que abundaban por allí. Parecía que su única misión en la vida era
servir de refugio a lo

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