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La caída comenzó alrededor del 385 d.C. cuando los godos comenzaron a saquear sin ser neutralizados muchas de
las poblaciones romanas de occidente. Cuando Odoacro entró en Roma, el imperio ya no era lo que antiguamente, y
Rómulo Augusto fue desterrado y con él, Roma pasó a la historia en Occidente. Este tuvo como impacto en la humanidad
con el comienzo de una nueva era para todo el mundo conocido. Quedando el cristianismo divido a partir de entonces,
con una parte, la occidental, libre para establecer sus modos de vida, para generar ese maravilloso renacimiento, para
crear sus propias costumbres y hacer nacer a las naciones que hoy son las más avanzadas en el mundo, mientras que
la otra, la oriental, estaba cada vez más bajo el dominio turco, servía al Imperio Otomano, y solamente existía bajo su
autoridad. La humanidad tuvo que aprender a vivir consigo mismo para poder hacer frente al creciente peligro turco,
por lo tanto la relación entre los distintos Estados occidentales se fue haciendo más armoniosa y toda Europa consiguió
un mayor equilibrio, necesario para vencer en una guerra permanente y sin la presencia tranquilizadora del «cismático»
Imperio Bizantino, el cual había logrado mucho antes ese mismo equilibrio para luchar contra el infiel con éxito por más
de mil años. Europa debió esforzarse durante más de dos siglos hasta poder doblegar al Imperio Otomano, y eso sólo
fue un factor que hizo que los Estados occidentales evolucionaran lo suficiente y maduraran como para contrarrestar el
gran peligro turco.