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ÍNDICE

Prólogo .. ................ ....... .. ...... .. .. .............. ......................... 9

l. Problemas de escritura .. .................................... ............ 11


C ubi e rta de G ustavo :viacri
2. De la caricia(!) .. ................. ... ....... .. .. .... ......... ............. ..... 31
3. De la caricia (II) ................................ .. ........ .................... 51
1'1 edición 1999
4. Las escenas de escritura .... ...... ......... ...................... ...... . 69
Ln n.·producciún fot<1J n parcinl de C':;te lib1·0 . en cun lqui cr rorma
~ 5. Ligazones y mamarrachos............................. ............... 89 .
i
qu e 5L'R . idéntica o modifirn dn . cscri trc n m ri.qu in a. por el sis t e-
mn "multi graph ... mim eógraf'o. impre::-o po r fot 0cnpiu. fot odupli - 6. Apertura de la satisfacción (I) ........... .. .. ............... .. '. ..... 113
rn dón. etc .. no autorirndn por !os cdítore.s . ,·iola de rrchos rc ser·
\"Mios. Cun!quier utitirnrión clc>b~ se r pn.· ,·i amente so li cita da. 7. Apertura de la satisfacción (U) ....................... ....... ...... 131
8. La sensación desbanalizada: retorno sobre
(1) 1999 de todas las edicion es
Editorial Paiclós SAICF
lo musical ...................................... ... ........ ..... ... .... .. .. ...... 153
Defensa 599. Bue nos Aires 9. Juegos de espejos ......... .... .................. .. ... ...... .. ... .. .... ... 169
e-mai 1: paiclolit@1 n te rn et .siscot e l .com 10. Dibujos ....................................... ~ ............. .... ....... ..... .... ... 183
Ediciones Paidós Ibé rica SA
:.rariano Cu bí. 92. Ba rcelona
11. Historia del paseo interrumpido .. .... .... ....... ... .. ....... 203
Editorial Paicl ós '.\ Jex ican a SA 12. Juguemos en el trazo ............. .. ........... .. .............. ... ....... 219
Rubé n Daría 118. :.léxico DF
13. Del nombre al apellido ........... ....... .......... .. ........ .... ........ 235
Queda hecho e l depósito qLie pre,·ienc la Ley 11.723 14. Lo oral de vuelta ............................................................ 253
Impreso en la Argenti1H1. Printecl in Argentina 15. El poblamiento y el vacío .............. ... .. ...... ....... .. .. .......... 263
16. lnconclusiones ......................... .. ........ ................ ......... ... . 275
[rnpreso en Gráfica SfPS. Santiago del
Est ero 338 . Lanus. e n a bril ele 1999

!SS:\ 9 5 0-12-4220-~

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PRÓLOGO

1
1

Este libro se propone una continuación (una prosecu-


1 ción, una persecución) de El niño y el signif'icante, así co-
1 mo de algunos de los capítulos de Estudios clínicos. (Por
/.'
1
otra parte, de cabo a rabo, es un estudio clínico.) Las ins-
1
tancias del jugar están menos a la vista que en aquél; pe-
ro sólo eso. El subtítulo más legítimo que podría llevar
f
debería especificar su género: tema con variaciones: die-
r ciséis variaciones de un tema que se expone en las pocas
líneas iniciales describiendo los andares de "la niña de la
i
i tiza".
1 1 Sólo que la contextura de la variación se despliega so-
l L
1
~ bre varios ejes y no sólo en el de la estructura del relato
1 clínico que es su punto de partida: por dar algunos ejem-
f' plos -pues seguramente no podría mencionar todos-, el
j l del va y viene entre metapsicología y psicopatología, el
que contrasta y reúne materiales de pacientes de la más
diversa edad, el -lo subrayaría- que hace variación de
términos tan clásicos como "oralidad", "ligazón", etcéte-
t ra. De allí su hechura de insistidos. Esto lleva una hue-
11 a muy concreta: la de la enseñanza universitaria del
psicoanálisis, de grado y de posgrado, y la frecuentación
de colegas jóvenes, los más expuestos -y a la vez los rriás

,.,
¡
r
a tiempo- a los efectos de prejuicios pertinaces, de esque-
matismos no cuestionados, de malentendidos sobre los
que -una tradición- "da vergüenza" preguntar. No po-

¡~!;;1. dría ocultar que mi exposición está impregnada de esa

,,
t'
¡ 9

l ~··.
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r
ré:.
preocupac10n "pedagógica" '(siempre y cuando advirta- l. PROBLEMAS DE ESCRITURA

~
I
mos que ésta no es una palabra que fuera posible invocar ,.
técnica, inocentemente, siendo una de las palabras más \
1

políticas que existen), así como de las costumbres del tra- 1


bajo en el consultorio, bien apto para ser pensado como ¡l.
un interminable trato con la variación, aun con la más ~'
mínima.
En otro sentido, la intertextualidad psicoanalítica -se
verá el esfuerzo por no incurrir en exclusiones y particio-
r
nes demasiado groseras, esfuerzo más que seguramente
fallido por los límites del que firma una escritura- a su
vez está pensada en el libro como un juego de variaciones
cuyo tema, por otra parte, no se termina de ceñir: ya no
¡ Empezaremos por algunos problemas de escritura: el
material -escuchado por mí en posición de supervisor- 1
corresponde a una niña de 6 años, presuntamente psicó-
estamos en los tiempos en que se creía conocer "el obje- t tica (es el diagnóstico previo que se me comunicó). Lo que
to" del psicoanálisis. Hasta ocurre que eso hace pensar a
algunos en un psicoanálisis sin objeto. Por mi parte, es-
! extraje es una secuencia, 2 una secuencia que ella repite,
no sólo en el curso de una sesión, sino a lo largo de va-
taría dispuesto a pensar que al menos alguna de las di - 1 rias . Tal tenacidad en la repetición la constituye en enig-
recciones en que una proposición tal puede emprenderse, ma, pero, como veremos, nos trae algo de más, un azar
contiene una promesa de lo más vivificante. I'

~
afortunado , proporcionándonos un modelo que nos per-
mitirá abordar una serie de cosas. Escribiré una prime-
ra versión de este modelo bajo la forma, precisamente, de 1
una secuencia:
1:¡


1

¡'
Cuerpo espejo
--------...pizarrón
madre (hoj a )

l. El mater ia l m e fue narrado en Porto Al egre, en el curso ele un


seminario dictado en 1989, por una colega brasileüa cuyo nombre no
he logrado r ete ner. Si esto llega a su lectura , vaya mi agradecimiento.
2. Des taco la palabra en bastardilla a los efectos de rescatar este
término, que en los textos de Winnicott configura un verdadero con-
cepto, sólo que indi cado a través de referencias tan mínimas, tan di-

10 11

I~
...
~
.fr ¡

.'.r'1

¡r

El punto de partida todavía no permite sospechar lo espejo y pizarrón tenderá a reproducirse indefinidamen-
.J te, en una circularidad sin aberturas. (En cada ocasión se
que sucederá: la niña -que está junto a su madre, pre-
sente en la sesión- comienza por alejarse de ella, sale de repite el comer la tiza.)
allí. Llega a un espejo, disponible entre los elementos del f' Empezaremos a comentar esta notable observación
. 1
con algunas preguntas.
consultorio, donde tiene lugar una acción poco habitual: 1'
ha agarrado una tiza y dibuja sobre el espejo algunos de La primera: ¿qué pasa aquí? (para situarnos en un
sus propios rasgos, reduplicando así -pero de una mane- plano clínico aún elemental pero insoslayable). Aparen-
ra discontinua, fragmentaria- su imagen en él reflejada temente, el comienzo no estaba mal para un niño: ella
(reflejo de conjunto, imagen global que no parece bastar- había arrancado a partir del cuerpo materno para diri-
le, puesto que intenta ese sobreañadido). Siempre con la girse hacia otro sitio. ¿A partir de qué momento las cosas
tiza en la mano reanuda su camino hasta detenerse fren- empiezan a andar mal, a complicarse como en una im-
te a un pizarrón (en mi esquema agregué "hoja" entre pa- passe? Dar un principio de respuesta a esto ya obliga a la
réntesis, porque lo que allí sucede de hecho podría tam-
bién ocurrir ante una hoja de papel, y, como superficie de ¡- ,,
,;''
complejidad. Por de pronto, porque hay más de un enig-
ma en la extraña secuencia: ¿por qué no consigue hacer
inscripción, el término "hoja" posee un potencial de gene- en el pizarrón siquiera una rayita, teniendo una edad en
ralización mayor). Ahora frente a este pizarrón, la niña '1 ...
la que ya encontramos al sujeto encaminado a escribir su
intenta, hace el gesto, pero fracasa: no consigue trazar ni nombre, o al menos ensayando letras?, ¿por qué se come
la más pequeña raya sobre él; la mano, súbitamente im- !;" la tiza como inesperado desenlace de ese fracaso que pa-
potente o invalidada, se detiene y cae antes. Muestra sig- rece sumirla en la angustia?, ¿por qué retorna al espejo?
nos inequívocos de malestar o de angustia, y acaba por y, en especial, ¿por qué sobre él sí puede dibujar?, y ¿por
comerse la tiza. Tras lo cual vuelve al espejo y reinicia su qué este sobreañadido de rasgos superpuestos a los ya
tarea de copiar rasgos ele sí sobre su propia imagen, de la ¡L allí reflejados, claramente ofrecidos a la percepción, com-
misma forma discontinua, en fragmentos, como ya seña- ¡ portamiento éste nada habitual en un niño? Y, suplemen-
(, to de interrogación: ¿a partir de qué factores los elemen-
lamos. 1 HE!cho que la volverá a impulsar hacia el piza-
rrón, a fracasar ele nuevo; el ciclo de idas y venidas entre tos de esta secuencia se desencajan?
Antes de seguir adelante con el peso de estas pregun-
tas quizá sea más adecuado inventariar lo que ya tene-
seminadas aquí y allá, que puede entenderse que haya sido inadver- ¡:..
mos, a fin de determinar con qué contamos para nuestra
tido (un excelente lugar para encontrarlo un poco más explicitado
puede localizar:; e en un trabajo tardío: en Exploraciones psicoanalíti- t inquisición. En principio, tres lugares que la secuencia ·
cas, t. I, Buenos Aires, Paidós, 1991). Por lo menos, caben dos indica- ¡, planteada delimita, tres lugares cuyo recorrido no culmi-
ciones: 1) que Winnicott establece la posibilidad de la construcción de na en un acto de escritura. El primero es el cuerpo de la
una secuencia como un logro psíquico fundamental, pleno de implic i
cancias patológicas en sus fallos y fracasos, y 2) que el primer lugar, 1
l.

el lugar por excelencia, para dicha constitución es el campo del jugar.


Allí es donde el niño tiene la posibilidad de construirla. sido señalado como característico en producciones esquizofrénicas. La
3. Éste es un hecho muy asociable a los dibujos donde el contorno afección de la superficie es clara. Véase mi libro El nilio y el signifi-
(por ejemplo, del cuerpo humano) es discontinuo, "en flecos'', lo que ha cante, Buenos Aires, Paidós, 1993; en particular el capítulo 4.

12 '13
F~r.,.
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;.

madre; escribirlo así ya trae una multiplicidad y una t·. ña nunca vuelve a donde está la madre, no desancla el ca-
multiplicación de resonancias para el psicoanalista, par-
!'.'. mino en su totalidad, se queda en el espejo. Conviene
tiendo de un hecho litera l: el cuerpo de la madre es el pri- 1·
' destacarlo , pues podría ser de otra manera (incluso se
mer lugar donde vive el m amífero que aquí nos ocupa. Ya
podría citar abundante material clínico al respecto). No
desde Freud este sencillo dato "biológico" provoca un
lo podemos fundamentar ahora pero adelantemos la im-
irres istible entramado de m e táfo ras. Bástanos de mo-
presión de que tal reversibilidad sería algo bastante más
mento recordar que el vivir en el cuerpo de la madre es ~· .:
pobre, hasta nos haría correr el riesgo ele no descubrir es-
un acontecer psíquico y no solamente físico (mantenién-
f: ta secuencia y estos espacios como sí puede hacerlo una
donos por ahora en estas categorizaciones ya excesiva- h
¡+ ; irregularidad. 5
mente deficientes , per o siem pre en vigencia en nuestra
Por otra parte, la manera misma en que la niüa enca-
cultura, en tanto hacen a sus fundamentos míticos),
dena sus pasos lleva a pensar que ella trata de r esolver
acontecer del que un psico an alis ta tiene numerosas opor-
tunidades para ocuparse. Más aún, no puede evitar h a - ,. algo en el espejo, algo que le pasa frente al pizarrón.
' Vuelve a aquél como si dijera: me olvidé algo allí, voy en
cerlo, le guste o no. Esto es todavía más válido, y con más
razón , para el psicoanali sta que trabaja habitualmente
¡. 1 su busca. Ésta es una hipótesis de trabajo que no parece
con nii'ios. i.1 forzar demasiado los hechos.
Pero enuhciarla y tratar de sostenerla obliga a una
A continuación reconocemos u n segundo lugar, situa-
nueva pregunta, de mayor complejidad que las anterio-
do en una ele la s paradas ele la niüa: el esp ejo. Sabemos
res: ¿qué es lo que va a buscar, de vuelta por el espejo?
que desde la introducción en la t eoría psicoanalítica del
Guí.a nuestra relación con esta nueva pregunta una
concepto de narcisismo , el espejo es un emplazamiento
apelación al paradigma, de esos que cualquier psicoana-
de extraor d inaria importancja en nuestra reflexión.
lista invoca en su tarea. Imaginemos una niüa de 6 años
Por último nombramos como hoja (el piza ri'ón en la más típica en sus procederes: colocada en una secuencia
secuen~ia clínica) un tercer es pacio menos considerado, o así no se detendría tanto ante el espejo (en todo caso, no
cons iderado menos abiertamente por nosotros los psi- para dibujarse en él); en cambio, una vez llegada al piza-
coanalistas. Se trata básicamente de la hoja en blanco, rrón muy plausiblemente dibujaría una pequeña figura
precisemos . La problemática ele cómo algo de esta índole humana en él. Se dibujaría, al decir ele Dolto. Pero aun
ll ega a constituirse, ha siclo bas tante poco examinada." cuando nos rehusáramos a la "violencia" de interpretar
Tres lugares pues, y cu atro momentos en este itinera- algo en este sentido, quedaría en pie, inamovible, lo si-
rio, consid erando que la niüa, tras recorrerlos en orden, guiente: dibujaría muy habitualmente una figura huma-
vuelve al espejo después de cada fracaso . Aquí la enume- I·
1
ración de los lugares nos presta un primer servicio, al po-
n er ele 1·elieve que, a lo largo de toda la observación, la ni- 5. Sobre este valor de irregulari dad en lo que se elige como "mito
de referencia" (y ya no como "ejemplo"), consúltese Lévi-Strauss, C. :
4. Aunque ya podernos mencionar un libro como El nil'io del dibu- Mitológicas, I. Lo crudo y lo cocido, México, FCE, 1972, capítul o I. De
jo, de Mar isa Roclulfo rn uenos Aires, Paidós, 1992), qúe se ocupa de hecho , con esta observación, Lévi-Strauss desbarata toda la "regula-
esta y otr as cuest iones . ridad" clásica que se le pedía a aquello que, en una exposición, fun-

.. cionara como ejemplo .

14
15
'lt:·
·, r.:F-··
-~~i.;
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·.~.·

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na (que también muy habitualmente podríamos recono- f ¿Y tiene que ver con esto el que la tiza sufra tan extra-
cer como femenina por diversos índices plásticos).
Volviendo a nuestra niña, está suficientemente claro
~· . ño tratamiento al cabo del trayecto? Pongámoslo así: en
j el segmento que media del espejo al pizarrón, la tiza ex-
que ella se ve en el espejo; es más, ve que ella está allí. f~' perimenta una devaluación en su estatuto de ente: de
Pero también que eso no le basta, lo cual la lleva al pro-
cedimiento de suplir añadiendo fragmentos de sus rasgos ~~
medio de escritura a objeto consumido bajo todos los sig-
nos de la desolación, desolación todavía redoblada cuan-
~
sobre sus rasgos, sin avanzar nunca, no obstante la repe-
tición, al dibujo de la silueta entera. f· do la niña la come; ¿no es la soledad más extrema el que-
darse privado de todo instrumento de escritura? Tamaña
¿Podríamos entonces conceptualizarlo como que se ve,
sí, pero sin terminar de verse allí, sin la culminación en
1
t
capitulación podemos desplegarla con más precisión de
"júbilo" (Lacan)? ~1
la siguiente manera: donde debía emerger el gesto de la
mano que traza, determinando con su acto la constitu-
Quizá nos ayude a clarificar el problema el recurso,
que tan útil ha resultado en psicoanálisis, de distinguir
', ción de un espacio nuevo, habitualmente oculto, recu-
t! bierto por la miríada de garabatos que en verdad tejen su
entre el sentido literal y el figurado o metafórico (oposi- ';,
ción ésta también muy fértil y de mucho empleo en el I ~' trama, tiene lugar - en cambio- un comportamiento oral
i]•
análisis estructural) . Así sería posible pensar que la ni- 1&
m
harto más antiguo. El gasto de la tiza no deja un exce-
iía se ve en el plano literal, pero falla en algo el verse, el ii dente de escritura. ;

¡¡, Pero esta inesperada reaparición del elemento oral,
r econocerse, el encontrarse a sí misma en el plano meta-
fórico, no termina de implantarse del todo "toda" allí. No ~· ¿no nos ·conduce por sí misma a la relación y al espacio
obstante lo cual hay que rescatar cierta posibilidad de del cuerpo de la madre donde aquella pulsión se encla va
hacer rayas, cierta posibilidad de trazo que respira en el f., tan firmemente?
espejo. Tendremos que interrogarla: el psicoanalista -y Entonces, si esto es así, desembocamos en una nueva
tanto más con pacientes severamente restringidos en su ~\'
l'' pregunta fundamental para nuestro examen de la situa-
Jj'
hacer- debe mantenerse muy atento y cuidadoso ante los ~,. ,1

¡·ti ción (y para el desarrollo que a partir de ella queremos


fenómenos de trazo , por mínimos que aparenten ser. ¡.'
hacer): ¿qué es lo que no comió de la madre, en la m a dre,
Considerar las cosas desde otro ángulo nos abrirá a f' con la madre, que debe ahora restituir comiéndose la ti-
nuevos matices en nuestra interrogación: ella emprende
un camino, digamos un viaje; en esos casos no sólo la co-
r za?, ¿qué es lo que no comió de la madre que hacía falta
:¡.: para hacer trazo sobre el pizarrón?
tidianeidad, el mito, el cuento, nos enseñan que siempre 1f' (Conviene tener presente, además , que la respuesta
el héroe del relato acarrea algo consigo (algo a su vez ne- 1¡
de la niña ante aquél es de lejos el momento de mayor in- .
cesario para realizar cumplidamente su camino). Pero il. tensidad afectiva de toda la secuencia. La angustia y la
¡;
aquí hay algo que la niña no puede transportar, y si bien ), desolación testimonian que la niña es consciente a su
llega al pizarrón tiza en mano, no ha conseguido llevar manera de su fracaso , lo cual es congruente con los es-
hasta él la posibilidad de dibujar, todo lo que en un pe-
queño de esa edad se manifiesta de una manera tan im-
:f fuerzos vanos para regresar a él en otra posición, por

·k arreglar su estatuto. Es tan cierto que no lo logra como
presionante como potencia de trazo. ¿Qué ha sucedido •!;
que de eso se duele.)
para que este acarrear fracase de semejante modo? $"

16 17
Nuevas preguntas que necesitamos acarrear, teniendo emergente es describiendo a un ser que deja nwrcas por
en cuenta que no soltarlas ni perderlas de vista nos va a todos lados; en los oídos que perfora el grito , a través de
llevar por un extenso y nada recto camino. los objetos que arroja, que rompe, que hace sonar, en las
· Podemos proseguir estos juegos de acercamiento (que composiciones heteróclitas de lo que junta (la baba o el
se van variando entre sí)" planteándolo ahora de esta moco en el chiche y ya parte del chiche), vale decir, nw-
manera: el pizarrón deviene para la niüa un muro impe- cho antes del acto "inaugural" de las rayas en el papel, y
netrable, contra el cual se estrella silenciosamente, en por muchos otros medios (de escritura). El mismo llama-
lugar de funcionar como una superficie abierta al trazo. do del niüo -que el psicoanálisis hizo célebre como de-
·Un muro que se op aca. Comparemos esta escena con la manda, aunque no es del todo igual- nos deja una hue-
de cualquier niño sorprendido por el acontecimiento, que lla del amor que nos pide, bajo la forma de la extracción
accidentalmente ha causado, de una hoja de papel ma- más feroz . (Ferocidad de la extracción inmortalizada por
marracheada , atiborrada de rayas: vemos cómo el cuerpo ¡•:' Melanie Klein, neutralizada en los retratos contemporá-
fl exible de esa hoja se ilumina para él con la alegría del neos del niüo donde la psicología se desenfrena en lo que
.t~ Winnicott condenaba con el nombre de "sentimentalis-
descubrimiento (y r etengamos aquí este afecto por exce-
lencia, de tanta trascendencia como el de la angustia en mo''.) Ahora bien, este curso de pensamiento ha de califi-
la subjetivación, sólo que muy descuidado por el psicoaná- ,·, ~.; car como algo verdaderamente grave el que un niño no
lisis). ; .(·· encuentre el modo de marcar una superficie, valga el ca-
Digamos que , mucho más allá de la anécdota, nos so de la del pizarrón, una vez cumplidas determinadas
guiamos por esta ca pacidad de un niüo para dejar mar- condiciones de edad y de funciones de contexto. ~
cas, hL¿ellas de su paso, en toda evaluación que de él ha- Evocamos por contraste asociativo esa figura popular
gamos. La mejor "definición" que la experiencia y la pers- (y psiquiátrica) del loco golpeando su cabeza contra el
pectiva ' psicoanalítica puede enunciar de la subjetividad muro, justo en la medida -estamos ahora en condiciones
de escribir- en que la mano no atina a esculpir la carne
en la pared. Entonces se estrella. Lo que el vocabulario
6. Es preciso explicitar es ta refe rencia a la va riación como proce- lacaniano coriceptualiza pasaje al acto se esclarece por
dimie nto fund am ental de la música (podría decirse que el hecho mu- este sesgo: al no ser posible escribir algo en la forma de
sica l consiste, e.m er ge, nace con la variación más o menos sistemática
de una secu encia so nora); el movimi ento de giro que en este capítulo
una huella, marca, trazo , sobre una superficie que se de-
va producie ndo preguntas en torno de Ja secuencia clínica punto de ja penetrar, el intento extremo, ciego y desesperado es es-
partida tran s fi ere este resorte de la variación a otro campo, y no por cribirlo con el cuerpo sobre el cuerpo, así sea €3trellándo-
mero aza r metodol ógico: he insistid o sobre la textualidad musical de lo desde un balcón (Lacan había señalado la función del
lo qu e ll amam os el inconsci ente, y desde h a ce mucho; véase mi traba-
jo "Cin co pi ezas fáciles", de 1979, con ve rtido con el tiempo en un ca-
pítulo de mi l.i bro Estudios cUnicos (Buenos Aires , Paidós , 1992). P ar- 8. La secuencia de "la niña de la tiza" también puede cotejarse,
ticularmente toda la problemática de la diferencia repetición se deja t con ventaja, con el modelo de la "situación fija" de Winnicott, a su vez
vuelto a desplegar por mí en otro capítulo del libro cita do en la nota
aborda r más e fi cazm ente en un sólo térm ino, precisamente, el ele va-
riación .
7. El e mentos para subsa nar este desc uido histó rico , en mi peque-
... '\ 6: "De las fobias universales a la función universal de la fobi a" . Par-
ticularmente, el ángulo del agarrar, profundamente socavado en esta
r1o estudio "El juego del humor", R evista de EPSIBA , nº 2, 1995. niña, si uno deja atrás un enfoque conductista.

18
'\ 19

\
marco de la ventana en la defenestración suicida; agre- comerse la tiza ~ romper la hoja
garía que ese marco de ventana le acude a él porque no (medio de escritura) (espacio de escritura)
es un muro y deja pasar aunque más no sea la muerte), 9 ...
lo que debe ponerse en relación con un elemento que, an- comportamiento oral ~ comportamiento sádico-
teriormente a este pasaje al acto, funcionó como un muro muscular (o anal)
opaco a toda escritura.
La problemática de si algo funciona o no como super- ¿Se trata de una puesta en acto de algo roto en él, que
ficie de inscripción es comentada por otro paciente niño así se espeja en la destrucción en pequeños trozos de la
de una manera que permite el registro de un aspecto di- hoja? Leerlo así, en todo caso, da al hecho una trascen-
ferente. Se plantea co;mo la apertura de un cuerpo que dencia muy otra que la de una "conducta" adaptativa-
permanece cerrado. El paciente, niño también, dedica mente poco exitosa. (Como decir que, entre las terapias,
gran número y gran parte de sus sesiones a practicar un sólo el psicoanálisis se abstiene de banalizar esfas pro-
orificio en una masa compacta y grande de plastilina. Pa.- blemáticas de escritura y otorgarles todo su estatuto en
ra su edad, esto es duro "en serio". Mientras lo hace, no tanto tales.)
faltan comentarios asociativos: esta gran masa está com- Prosigamos con la asociación de diversos materiales a
puesta de materiales radiactivos, sintéticos, extraterres- este naciente paradigma; no dejamos de hacer una mo-
tres, en todo caso invariablemente de una naturaleza desta "aplicación" del método inventado por Freud a par-
muy particular, extraña u hostil al trazo. Los agujeros tir de La interpretación de los sueños, consistente en la
que en ella se logren hacer, son siempre insatisfactorios contraposición diferencial: el primer paso es acumular
desde el punto de vista del deseo de dejar marcas. materiales fragmentarios descansando en la suposición
"·:'·
1!·,.
de que se van a interpretar los unos a los otros. 10 Esta vez
:
\
se trata de un niño que deja escrito esto en el pizarrón:
Introduciremos a continuación un fragmento de mate- !'

rial de otro paciente, en este caso tratado por mí. Para


este niño, el espacio "hoja de papel" es accesible en pri-
mera instancia, pero su dificultad se ciñe a una acentua-
da demora en prenderse a la lectoescritura. La primera
reacción llamativa al respecto, ya en el curso de su aná-
lisis, es romper en minuciosos pedacitos una hoja sobre
la cual no había conseguido escribir letras identificables
como tales. Esto es pensable para nosotros como una
transformación del comerse la tiza: 10. En el capítulo IV de esa obra, poco antes del sueño del "tío ,Jo-
sé", Freud caracteriza este procedimiento como el de agregar a una
dificultad otra nueva, esperando cierto efecto de retroacción. Más
adelante, en las páginas del capítulo VI consagradas al simbolismo
9. Lacan, J.: Seminario. La angustia, Buenos Aires, Escuela Freu- onírico, Freud extrema esa acumulación exasperando las yuxtaposi-
diana de Buenos Aires, 1986. ciones. La confianza en el efecto de iluminación así producido -sin

20 21
Es un niiio de 5 afíos a la sazón, en análisis por una taüoso" (pero de manera más intensa y acusada) el ma-
neurosis fóbica de envergadura. Según él, lo hecho sella- terial nos indica un camino, hecho de pasos de adquisi-
ma "pasto montaiioso". Es de h acer notar la direccionali- ciones, que nuestra niña de la tiza no ha podido recorrer.
dad de un mo vimiento por el cual lo que empezó siendo Conviene detenerse un poco en la factura del trazado:
un garabato -o un mamarracho, según se lo conoce entre el nifi.o empieza por abajo hasta llegar al "yo" en lo alto:
nosotros- va vira ndo hacia la forma de letras definidas. de ser la hoja un espejo, este "yo" correspondería aproxi-
En es te sentido, el niño se va adentrando en la hoja, se madamente al emplazamiento del rostro en él, es decir, a
establece con creciente firmeza en ella, al pasar de las la zona corporal más intensamente subjetivada. Vale la
curvaturas indetermina das del t razo de garabato a la pena proporcionar alguna contextuación a su dibujo: es
precisión que requi ere la confección de una letra por to- un niño de 5 años que no presenta ninguna neurosis de-
dos reconocible. clarada, no como el anterior; la inquietud que lleva a los
Cons id er emos a ho ra lo s iguiente: padres a consultar es su percepción de un esfuerzo del hi-
jo por asumir actitudes de "grande", nótase esto en el so-
bredimensionamiento de su vocabulario así como en pos-
turas de relacionamiento; en una de las primeras
entrevistas me preguntó sobre mi actividad analítica (los
padres eran colegas) afectando los tics de un par. (Había
,.~~
que sopesar todo esto cuidadosamente, para no maltra-
tar o desconsiderar los elementos de genuina precocidad
de los que un niño de esta modalidad su ele estar dotado.)
Por otra parte, observé que, al lado de las letras que ya
sabía hacer, inventaba otras que reemplazaban las que
aún desconocía, cosa que no quería reconocer, racionali-
zándolo todo con un "me gusta más inventar". Una acti-
tud de esta índole , no siendo superada, puede dar lugar
a futuras impasses en el aprendizaje, si el niño se obsti-
na en experimentar el no saber como una mortificación
También producto ele un niño aún en los 5 aüos. Aquí humillante .
los arabescos del garabato desembocan en una culmina- . Éstas son las condiciones iniciales. El garabato en
ción inesperada, el "yo" que - sin solución ele continuidad cuestión llega unos meses des pués, cuando, con 5 años ·
a lguüa- emerge de ellos. Como en el caso del "pasto rn on- aún, ha comenzado la escuela primaria. Empiezo a notar
que la sesión se llena de garabatos y de otros juegos de
"rincón" típicos del jardín (hasta entonces había rechaza-
que ape na s te nga que in te r ven ir el "au tor", "re baj ado" al ofi cio de
do, con un "no es eso, te equivocaste", todas las interpre-
compil ador ele sueños-. es ex pli citada por Freud. Mu chos a ti.os más
tarde (1964) Lévi-Strauss su brayará que los mitos se interpretan en- taciones y señalamientos que apuntaran a un duelo, a un
tre sí. trabajo de despedida no exento de nostalgias y ambiva-

22 23

\.
lencia en cuanto al período de su vida que iba dejando toescritura, de ese tejido de garabatos, de ese tejido infor-
atrás). En alguna ocasión, estas actividades las comentó me garabateante que ya es otra escritura y que a su vez
con un "es lindo hacer esto"; acompañé este proceso plan- nos enviará a escrituras más antiguas aún, según vere-
teándolo domo una búsqueda de lo lúdico en él, como un mos. Y el éxito de este niño es verse allí, en el "yo" de ga-
mantener los puentes intactos y despejados con la fuen- rabatos que ha logrado trazar, pero esto quiere decir que
te de donde salen los mamarrachos. Lo peor que le pue- el pizarrón, sin dejar de funcionar como pizarrón, se ha
de ocurrir a un niño (más aún con las tendencias mencio- transformado en un espejo.
nadas) es que lo que llamamos "crecimiento" (cuando no, La niña que nos ha enseilado la secuencia inicial no
"rendimiento") quede separado, en el sentido de la repre- conseguía reconocerse en algún trazo propio sobre aquél,
sión, de lo informe potencial en la subjetividad humana. 11 ni, por otra parte, había concluido su dibujarse en el es-
Peor aún cuando esa disyunción es la plataforma de erec- pejo. El niño del "yo" garabato, en cambio, no necesita del
ción de una "brillantez" fálica que colma los deseos de no paso por éste; ya juega con mirarse en esos otros trazos.
pocos adultos. Su escritura del "yo" al cabo de los laberintos informes
Precisamente puede leerse esa trayectoria donde el debemos asimilarla, en su estructura, a la de un niño
garabato conduce ya a los trazos de la lectoescritura co- más pequeño diciendo "nene" con alegría ante una super-
mo una tentativa de integración que junta lo nuevo en ficie especular. 13 En el mismo punto en que la primera ni-
emergencia y adquisición con la rica práctica temprana ña practica el consumo oral de la tiza, él se enuncia y se
del garabato, plasmación de lo informe si la hay. Acen- ve "yo" (garabato). Sumados , ambos nos interrogan:
tuada aquélla por su culminación no en cualquier térmi- ¿Cuántas cosas hubo que escribir (y que no solemos pen-
no: el "yo" corona la entera operación (si no nos limita- sar como escrituras por un prejuicio logocén trico que
mos a homologarlo con el yo ele la segunda tópica "angosta" este término -re ducción de la escritura a la es-
freudiana; sería un error grande, no apreciaríamos lFl critura fonética, que duplicaría la voz-) antes de poder
a
conquista que el niño lleva cabo) significando su estoy- escribir este singular "yo" jer.oglificado en lo informe de
ahí, su ser-ahí-subjetivo implicado en juego en esos tra- los trazados más espontáneos?
zos y sobre todo en la articulación "sintética" que reali-
zan. i:! La conjunción de trazo mamarracheado con letra
de código nos enseña de dónde salen las letras de la lec-
na! de juntar sin conflicto, "supe rando" el conflicto; cl enla zarse al
sentido kantiano, donde escribir "síntesis" o "sintético" es tanto como
reconocer la formación de una diferencia., entonces, la apa rición de al-
11. Recojamos cuidadosamente este término de Winnicott - cuya go nuevo, no contenido en los elementos precedentes. Pero ésta es to-
función estratégica no es equivalente al del ello freudiano y sí puede da una meta en el trabajo psicoanalítico, a ella va la interpretación en
acercarse más al último real en Lacan- ; lo primero es procurar leerlo lo que apunta a suscitar en el trabajo asociativo del paciente .
no ligeramente. Remito a las primeras páginas de R ealidad y juego 13. Marisa Rodulfo ha h echo notar cómo este dibujo del yo-gara-
IBarcelona, Gedisa, 1982), haciendo la salvedad de una traducción no bato conjuga bellamen te las instan cias del "moi" y del "je", según La -
siempre satisfactoria. can las h a conceptualizado, al poner en juego una ima go de r econoci -
12. "Sintética" a condición de: a) alejarse de la noción banal de un miento en simultaneidad con una instancia, y una práctica, de
"r esum en", de un comprimido; bJ también de la noción no menos ba- enunciación.

24 25
(Simultáneamente, estas ·d~ferencias se ofrecen a los Hay efectivamente un trozo de carne que la niña no con-
juegos -y a las necesidades- del diagnóstico diferencial sigue, con toda su insistencia, llevar y colocar -trans-
en psicoanálisis.) puesto- en la espesura del pizarrón.
Volviendo a los términos del pequeño dispositivo pro- También prefiero formular esto por la vía de ur:ia nue-
puesto, los escribiremos designando lugares. Nos intere- va pregunta, la cuarta si numeramos:
sarán e involucrarán como psicoanalistas no por su cali-
dad ele "objetos" materiales sino por la ele lugares donde 1) ¿qué pasaba allí, ante el pizarrón-hoja de papel?;
el sujeto ha de aposentarse : en su marcha, en sus proce- 2) ¿por qué iba a buscar al espejo y qué?;
sos de estructuración, el suj eto ha de poder uiuir en ellos, 3) ¿qué no comido del lugar madre se ha tenido que co-
necesidad para esa "estructuración" sea lo que fuere . mer en la tiza?, y
(Nos cuidaremos de "entend er" muy rápidamente un vo- 4) ahora: ¿por qué los niños tien en que hacer caricias,
cablo como és te). Más todavía: h a de conseguir articular- tienen que tocar?
los, ponerlos en injunción, 1 1 pues no es tan simple como
que habitar uno sucede a dejar de habitar otro. Por lo ;\¡
,.1.
Esta cuarta pregunta nos instala de lleno en el cuerpo
;~ .'

pronto, manejaremos Ja hipótesis de que los tres lugares ¡ ~:1 de lo, madre, territorio por excelencia del acontecimiento
-~'

conocen un despliegue en la diacronía -es decir una "his-


l:i,.¡
del acariciar, y que el niüo procura recibir lo mismo que
toria", incluso una "cronologfa"- a la vez que , tras un pe- dar. Como psicoanalistas sabemos que debemos saber
ríodo breve en apariencia pero densísimo en sus trabajos, hacer estas preguntas, sin contentarnos con afirmacio-
un régimen de por vida de coexistencia, de despliegue nes triviales al estilo de que "expresa afecto" o "necesita
sincrónico. recibir afecto", etcétera. Aun sin desdeñar esa referencia
Aun nu estra niña de la tiza , en su desgracia, nos en- habitual, apenas si nos deja entrever la punta de un tém-
seña algo de más, considerabl emente más difícil para pano de insospechadas dimensiones . Pues cosas más
quien no cuente con la perspectiva psicoanalítica (no só- esenciales se juegan en este juego. El niño "hace" decir-
lo ni mucho menos la "teórica'', sino la que resulta del nos, o "le hacen" (verbo aquí pleno de sugerencias), pe-
trabajo cotidiano del psicoanalista): cuando ella amaga llizca, hunde el dedo, toca y agarra, sobre el cuerpo de la
esos trazos sobre el espejo que ora reduplican una ceja, madre -del Otro, podríamos también escribir- porque
ora a lgo de su nariz , etcétera, nos r evela que , en el fondo tiene que aposentarse allí, ése es su trabajo de aposenta-
que nunca se va al fondo, un traz o es un troz o de carne. miento. También, esos acariciares van a constituir la ma-
triz de sus futuros trazos.
Lo hasta aquí expuesto testifica lo que entiendo por
14. l11ju11 ció11 tiene la ventaja de va lorizar una pluralidad informe trabajar un material psicoanalíticamente, lo que he con-
sincrónica, no sometida a l principio el e no contradicción ni a los re- ceptualizado poco a poco bajo el nombre de estudio clfni-
que rimientos que se exigen pa ra pensar en un "sistema", es decir, una co .i 5 No he escrito para empezar al comienzo, exponiendo
serie ele prescrip ciones de conjun ción. Tampoco está regida por oposi-
ciones. Pero "vi ene todo junto'', y eso no es obviable, salvo al precio de
s implificar. Véase Derrid a, J .: S pect res de Marx, Pa rís , Ga lilée, 1993; 15. Véase mi Estudios clínicos (ob. cit.), donde este enfoque, soste-
en particulul' el capítul o l. nido a lo largo ele diversos capítulos, titula finalmente el libro.

26 27

' l!~
en torno a un "ejemplo"; he evitado incluso, deliberada- Estas mismas consideraciones explican que no haya-
mente, escribir "por ejemplo'', "un ejemplo de e·sta ... ", no mos atiborrado precipitadamente estos fragmentos clíni-
he convertido a la niña de la tiza, para añadir a sus des- cos con la terminología propia de alguna burocracia psi-
gracias, en un ejemplo de la entidad nosológica "psicosis coanalítica. En cambio, invitarán al recorrido que
infantil". Si se quiere, he seguido cierto sendero que po- empezamos a emprender, vocablos no de tipo técnico que
dría -si el psicoanálisis no se hubiera entregado tan irre- han sido sujetos a enumeración, cuyo peso iremos entre-
flexivamente a una política de la disociación teoría/prác- viendo de a poco, de a paso. Muy señaladamente, la "me-
tica que no sólo no inventó sino que ha desarrollado táfora" del camino , eje de la secuencia extraída para usar
elementos para cuestionar- constituirse en tradición, si de modelo en nuestro estudio. También, por supuesto, los
·¡ recordamos ciertas observaciones críticas de Freud sobre que designan diversos lugares cuyas condiciones de pro-
el caso "ejemplar", a la entrada del análisis fragmentario ducción, funcionamiento y estatuto están aún lejos de
de una histeria. (Y de hecho, pese a contumaces dogma- una suficiente elucidación. Y aun las cosas que en esos
tismos y cerrazones, los historiales freudianos, en su es- espacios acontecen: el niño que esboza la más simple de
critura, tienen todo que ver con esta idea de estudio y las rayas nos lleva a preguntar, cuando no nos ahogan
muy poco con la rutina del ejemplo). las "líneas", "por ejemplo": ¿qué decisivas operaciones es-
Una tradición más difundida pero a nuestro entender tán en juego cuando se trata, nada menos, que de esto: de
difícilmente r ecomendable en psicoanálisis parece confir- hacer una raya? Serán elementos éstos que nos"reten-
mar este punto de vista: en ella, el hueco que se deja en- drán por mucho tiempo.
tre teoría ~' práctica se sutura, falsamente, con un ejem- No podríamos concluir adecuadamente este capítulo
plo. Y he aquí la tradición de siempre, los mismos sin recordar la conexión de todo lo en él expuesto con una
ejemplos que en otro lugar me llevaron a evocar la ima- "vieja" pregunta escrita en el libro que coescribimos con
gen de un museo y que mereciera de Luis Hornstein la Marisa Rodulfo: 16 ¿dónde viven los niños?, ¿y merced a
comparación con una clínica pervertida en anatomía pa-
"i qué trabajos? (Se evidencia ya cómo la niña de la tiza no
tológica, perennemente disecando a "Juanito", "Dora", h logra vivir en un pizarrón o en una hoja de papel, en
r..
etcétera. 1 11· aquel espacio ligado al trabajo del trazo .) El "yo" con que
¡s'Lrr~~ su congénere sabe llevar a su apoteosis el garabato que
Parecería más atinado que una disciplina empeñada
en continuar viviendo se aboque a considerar más las ha emprendido vale como elemento de dilucidación de su
producciones de gente que está tratando de vivir. Y que se posibilidad como de su potencia para existir allí (mucho
vuelva más atenta a sus producciones genuinas: en este más que para "aprender" a escribir).
caso, el término "material" sí es bien específico del psi- ,~~~r De estas preguntas derivan consecuentemente otras: ·
coanálisis, y tiende a conjurar la escisión teoría/práctica ¿qué conflictos afronta un niño en el lugar donde se alo-
que el ejemplo ejemplifica. El material no ilustra: plantea ja, en cada uno de los sitios donde su subjetividad se em-
problemas, da a pensar, sobre todo es capaz de dar a pen- plaza? Pero no queremos apresurarnos a olvidar aquellas
sar lo no pensado por la teoría y sobre todo si lo respeta- primeras.
mos verdaderamente como tal, resiste la "aplicación" de 16. Rodulfo, Marisa y Rodulfo, Ricardo : Clínica psicoana lítica con
la teoría que de inmediato lo volvería cristalino y manso. niiios: una introducción, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1986.

28 29

,a¡¡~1..,!.
2. DE LA CARICIA (l)

Cuerpo materno
.....------....
espejo .., pizarrón
(hoja)

Volvemos a insertar el modelo que hemos abstraído de


la situación clínica descripta porque nos va a interesar
sostenerlo y tratar de desarrollarlo. Después de todo , en
el psicoanálisis se ha echado mano a modelos del más di-
verso tipo y extracción, hidráulicos, mecánicos, biológi-
cos, lingüísticos, comunicacionales, etcétera. No nos vie-
ne mal probar con uno puramente clínico y narrativo, por
así decirlo (como en aquellos cuentos donde el héroe em-
prende un viaje), y nacido en el seno mismo de nuestra
práctica. Claro que apelar a la narración conlleva todos
los riesgos de no sobrepasar el plano de lo mítico, pero a
esto podemos responder haciendo notar que , por lo me-
nos, en este caso el riesgo está a la vista, lo que no suele
1
suceder con los otros, especialmente con los que vienen
recargados con emblemas de cientificidad.
Junto a esto, una segunda nota prelimina r para agre-
gar algo a lo escrito más arriba acerca del "género" que
hemos bautizado estudio clínico. No le damos ese nombre
pensando en su contenido, en su temática dominante: lo
esencial reside en la manera de contar y de pensar que
hemos adoptado, la cual creemos más es congruente con
el particular decurso del tratamiento psicoanalítico, y
''\ '
sus flujos y reflujos en contadísima excepción y por muy
, ~p. t

31

[i
corto trecho lineales, y con las particularidades del tra- . vuelva habitable para ella. Habitar un lugar, toscamen-
bajo de pensamiento del analista, que en general no se . te expresado, es poner cosas propias ahí, pero el punto es
parece mucho a lo que suele llamarse "lógica". Sinuosi- que esto no se hace sin profundas modificaciones subjeti-
dad es una palabra que conviene como pocas al estudio vas en quien los pone ahí. El trazado de una raya produ-
clínico y a toda escritura propensa a mantenerse fiel y lo ce un impacto estructurante en el "sujeto" de la opera-
más próxima posible al psicoanálisis, no sólo como méto- ción. (Las comillas van por cuenta de que ésta no se
do, sino más abarcativamente, como actitud. ' ajusta a los cánones occiden't ales en cuanto al par suje-
Entonces, si esto es así, no nos queda otro remedio que "' to/objeto.) Justificamos en todo esto nuestra hipótesis de
seguir desplegando preguntas, material tras material, ·' que la cura no debe obstinarse en "descubrir" qué signi-
sin respuesta inmediata; más aún, evitando (como por fica "inconscientemente" el pizarrón y sí dirigirse a que
·'
precaución metodológica) caer en cualqui~r ping-pong de ' · signifique algo para ella: no importa qué, mientras sirva
pregunta-respuesta: he aquí el abe de la forma psicoana- como superficie de inscripción.
lítica de procesamiento de materiales, tampoco asimila- Segunda proposición: la manera que un niño tiene - la
ble a h1 a plicación de un molde sobre una masa. En todo única consistente- de aposentarse en un lugar es a tra-
caso, d r~l amasar, del amasado irá deviniendo la concep- vés de las marcas que hace y deja en él. El núio es un ser
,,
tualiza,;:ión. En el estudio se procura reproducir cierto mareante, ser de marca, demarcado por las marcas que
modo de la marcha que afrontamos como podemos coti- es capaz de escribir. En la práctica, allí comienza cierta
dianamente en el consultori o. evaluación diagnóstica. 2 Luego, toda una forma de mati-
Con estas reservas; no obstante, una conclusión se ces en la relación con este marcar nos irá permitiendo
desprend'o' de lo desarrollado en el primer capítulo: de no aproximaciones más finas y hasta el uso de categorías
haber un niño que lo invista, lo invente como tal, un pi- psicopatológicas, de ser necesario .
zarrón, una hoja de papel, no es más que una "cosa" iner- Supongamos, por ejemplo, que entramos en un consul-
te entre las demás cosas. Sólo por una suerte de ilusión torio de donde acaba de irse un niño razonablemente pe-
óptica -dada por la perspectiva adultocéntrica del obser- queño (4 o 5 años), y supongamos que no encontramos
vador- preexiste al niño. Y aun cuando pueda fundamen- nada desparramado por el suelo, los juguetes "en su lu-
tarse una precedencia, no menoscaba en nada lo inelimi- gar" (donde no lo son); tampoco encontramos hojas dibu-
nable: un niño la hace hoja al aposentarse allí. 1 jadas o plastilina moldeada o fragmentada: enseguida el
Esto mismo nos procura cierta idea general de hacia asunto nos obligaría a descartar que ocurra por lo menos
dónde apuntar el proceso de la cura en una niña como la algo de una inhibición considerable. Tendremos que ocu-
de la tiza. Sería perder el tiempo interpretar "significa- parnos de una suposición así.
dos" del pizarrón que determinarían su extraño compor-
tamiento: hay que lograr que consiga ocuparlo, que se
2. Desarrollamos así la interrogación de "¿en qué trabajo anda?"
l. Desarrollo de una de las paradojas de Winnicott: el niño crea lo propuesta en nuestro primer libro en común: Rodulfo, 1\ilarisa y ·Ro-
que encuentra o lo que se le ofrece desde el Otro. Véase Realidad y dulfo, Ricardo , Clínica psicoanalítica con niiios y adolescentes: una in-
juego, Barcelona, Gedisa, 1982. troducción, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1986.

32 33
Si Lacan señalaba hace muchos años) el interés es- tracción muy alejado de los asuntos humanos) - hecho
pontáneamente disparado del niüo por el mito y el cuen- además importante porque implicaba vencer ter.aces di-
to, otro tanto -pero más temprano aún- se comprueba ficultades y resistencias para participar de la vida cien-
respecto a su inmediata disposición libidinal hacia todo tífica de su campo escribiendo y publicando-, se refiere a
lo que tenga que ver con la marca y la acción de marcar. ello diciendo en sesión "me vi reflejado en lo que escri-
Una confirmación cuasi experimental de esto la tuve un bí.. .". Ahora estamos en condiciones de evaluar la inmen-
día en que, ya no recuerdo por qué razones, olvidé en mi sa utilidad que el trabajo con niños y con adolescentes
consultorio de niños un sello ya en desuso (pero con tin- tiene para el mismo trabajo con pacientes adultos, siem-
ta). Cada uno de los niños que vi esa tarde reparó en él y pre que sepamos acarrear elementos de un campo a otro.
lo usó a su manera, según estilos, posibilidades y proble- Después de ese "yo" dibujado en la punta de un mama-
máticas a menudo limitativas: estuvo el que en torno a él rracho, ya no podríamos contentarnos con declarar el co-
montó una escena de juego de oficina y estuvo el que lo mentario del paciente de más edad como una mera figu-
empleó toscamente sellando a diestra y siniestra: pero a ra retórica, de hecho fuertemente convencionalizada, un
ninguno le fue indiferente y me asombró en todos los ca- simple modo de decir. Hay que aceptar pensar, en cam-
sos la velocidad con que todos repararan en él. Tanto así bio, que, abstracto como es, el texto de su trabajo dibuja
que a partir de aquel día el sello quedó incorporado al su "yo" implantado en esas páginas para él.
"elenco" ele objetos del consultorio; los niños le habían Resortes apasionantes del trabajo analítico con el ni-
otorgado un estatuto que sobrepasaba lo accidental de su ño: su práctica nos enseña cómo aquella locución a la
inclusión. (Si lo queremos , lo mío podría leerse como un cual sólo le concedíamos valor en sentido figurado, en la
acto fallido: la convergencia más importante con éste es figura retórica de la "metáf9ra", valor de "comparación"
que ¿no se trata acaso de pequeñas marcas en la psicopa- (nociones, según se ve, propias del sistema preconscien-
tolbgía de la vida cotidiana?, ¿no se trata ele marcas mar- te), en lo inconsciente revela tener otro tipo de atadura
ginales como las del objeto roto u olvidado?, ¿y no pensa- (Bindung) umbilicada a una literalidad carnal irreducti-
mos que cuanto más marginal e imprevista la marca, ble a un epifenómeno de lenguaje (en la concepción tra-
más intE)nso el fodice d e subjetividad que encarna?) dicional que imagina el lenguaje a} modo de un revesti-
El "yo" saliendo del garabato en otro de los materiales miento superestructural). Los usos del niiio son la
expuestos es pensable como una de las culminaciones y verdad de los "usos de lenguaje".
decantaciones, compleja s decantaciones, de esos laberin-
tos de marcas. Una incursión en otras edades -como pa-
¿Cómo se hace esto, por qué medios un niño, en prin-
cipio apenas si aposentado en el cuerpo de la madr e, luego l.
ra no creernos que esto concierne solamente al niño- nos de aprender a reconocerse en el espejo, sólo y acompaña-
ofrece lo siguiente: un paciente adulto que acaba de es- do, va a parar 'a un medio tan distinto , tan heterogéneo
cribir un trabajo ele su es pecialidad (ele un nivel de abs- a los anteriores como parece serlo una hoja de papel o su-
perficie de inscripción similar (como según lo veremos,
:3. Camino que va del pictograma al significante en mi libro Estu- una mesa ele trabajo o aun un rincón en el suelo donde se
dios chnicos: de un tipo de escritura a otro, para soslayar el mitema despliega una geografía con diversos juguetes)? Aquí es
de la "profundidad" en Freucl y en Jung. donde no basta con la afirmación de que "ingresa en lo

34 35
simbólico", de una generalidad tan vaga que no puede escuchando una orquesta sinfónica, un conjunto de rock
orientarnos en ningún punto concreto de trabajo, equiva- o sólo un piano ha percibido seguramente que siempre
lente a la invocación, en otras épocas, al "instinto de con- hay un bajo en nuestra escritura musical. El lego -sobre
servación" o al "instinto maternal", aunque se presente todo si su intuición para la escucha espontánea de mati-
bendecida por el "estructuralismo". Insiste el ¿cómo reco- ces no es muy grande- le prestará muy poca atención,
rre este camino, merced a qué medios? tenderá a considerarlo como algo superfluo o secundario.
Neces•i tamos ahora de un nuevo salto para poder va- Si rebasamos esa actitud superficial estaremos en condi-
lernos de elementos propios de lo musical. No figura en ciones de preguntar, menos rutinariamente: ¿por qué
la bas:l:ante matizada enumeración que Freud proponía siempre tiene que haber un bajo? ¿Qué hace necesaria,
en El análisis profano, ni en ninguna que se haya hecho por ejemplo, la presencia de ese enorme contrabajo emi-
después (dentro de las referencias de que disponemos), tiendo sonidos sordos sin ningún protagonismo? ¿Qué
pero lo 6erto es que un cierto grado de formación en mú- función viene a cumplir? ¿Es· una mera burocracia, irier-
sica, y particularmente en cuestiones de escritura y de cia de hábitos sin sentido? ¿Qué razones, si _las hay, dan
estructura musical, vendría muy bien a la labor teórica y cuenta de esa invisibilidad constante, que nunca se gana
a la clínica del psicoanalista. Según insistiré en mostrar- los aplausos?
lo, el inconsciente "es" (puede ser muy estrechamente Hemos de juntar todas estas preguntas con la qu\= re-
aproximado) un fenómeno musical, sobre todo en referen- sumiera nuestra hipótesis actual sobre la niña de la tiza:
cia a la música occidental,• especificada por un tejido
. po- su rotundo fracaso delante del pizarrón lo preguntare-
lifónico que lleva la sincronía a insospechados espesores.' mos cómo: ¿Qué cosas, en lo que a ella respecta, no se es-
Por eso mismo, el conocimiento de la trama de lo musical cribieron antes? ¿Y en dónde no se escribieron? ¿Qué
es una guía inapreciable cuando debemos enfrentar al- marcas no se produjeron y en qué otros lugares? Y vamos
gunos de los problemas teóricos (y de los enigmas clíni- a necesitar -cascando las nueces de a dos, según lo acon-
cos que los causan) más arduos en nuestro propio campo. sejaba Freud- un puente que vincule este caso, tan "psi-
De todos modos, aunque esa formación falte, quien quiátrico" en su aroma a psicosis, con hechos harto me-
más quien menos tiene sus aficiones musicales y ya sea nos insólitos de la vida cotidiana.
Se trata esta vez de un fenómeno tan común y corrien-
4. Una fundamentación teórica extremadamente rigurosa de esto .
~,¡;· te o tan universal como el de la caricia. Lo abordaremos
:d•
en otro terreno y sobre otro objeto teórico -pero un objeto teórico muy por la vía de un juego, juego que se da entre el niño y al-
en resonancia con el del psicoanálisis- la lleva a cabo Lévi-Strauss en ·;.?"i
la obertura y en el final de las Mitológicas (tomos I y IV respectiva-
gún "grande" muy especial para él, 5 y que constituye una
J ~'.
}• :¡
mente, México, FCE, 1972l, cuando utiliza los grandes géneros musi-
cales de Occidente para estudiar la trama interna del mito, lo cual, '"" '
~~·

5. Se verá que recurro con frecuencia a esta denominación de


por lo demás, insiste y retoma a lo largo de toda esa obra monumen-
"grande'', tomada prestada del léxico infantil, en razón de una serie
tal, y nunca analógicamente ni por someterse a un "modelo" extrínse-
de ventajas: a) des-edipiza-des-familiariza un tanto el vocabulario
co al asunto . No. Lévi-Strauss puede llegar a demostrar que un mito
psicoanalítico, tan sobrecargado en ese sentido; bl no oculta las rela-.
o un conjunto mítico está escrito de los mismos procedimientos que un
ciones de poder que tensan el campo de relación, como sí lo hace es-
rondó o una fuga, según el caso. De punta a punta, los cuatro tomos
cribir "adulto"; también pone de relieve Ja dimensión müica que para
son un gigantesco tema con t'ariazioni.
el niño resuena en todo lo que es grande, en tanto "adulto" biologiza

36 37
~
~
verdadera escena de escritura:(; con un solo dedo, éste de- ligado a las problemáticas del narcisismo a las que sole-
be recorrer lentamente el rostro del niño (bastante pe- mos dar el equívoco nombre de identidad. En este caso,
queño, seüalemos que no ha llegado aún a la lectoescri- se trata de una hoja de papel, pero es evidente de dónde
tura), contorneando primero el óvalo de la cara, sale, su derivación histórica. De manera más acotada, lo
deteniéndose luego en cada particularidad geográfica, mismo encontramos cuando un niño extiende su mano
sea el espesor de las cejas o los orificios de la nariz. Una sobre una hoja en blanco y hace con un lápiz el contorno.
enumeración verbal ele cada uno de estos elementos sue- Tampoco es rara la transición a relatos ya vecinos al
le acompañar este "dibujado". Digamos que aquí el acari- cuento. La madre de una de mis pacientitas h a bía encon-
ciar -en otras ocasiones más errático o más casual- se trado el modo de articular el juego a la cuestión del ori-
organiza un poco más, planificando su recorrido por el gen de los niüos. Así, le iba diciendo cómo el padre y ella
sistema del rostro y por una exigencia de totalidad: el ni- la habían gestado mezclando sus elementos y haciendo
ño no consiente que alguna parte quede excluida. Diga- un día, por ejemplo, la nariz (y aquí la dibujaba), otro día
mos también que - con una universalidad sólo limitada la boca, etcétera.
por cuestiohes de patología grave: fobias al tocamiento Varias observaciones se desprenden de estos materia-
en pequeüos autistas u obsesivos- el niño pide la repeti- les:
ción del juego tal cual lo ha hecho con el cuento y la can-
ción. Disfruta también con la introducción de pequeüas 1) El acariciar se revela en su valor de juego, acto de
variaciones: en el curso de la escena. jµego, manifestación del jugar. No es simplemente una
No es raro que ésta se transponga a la situación ana- "expresión" de afecto de carácter más o menos "natural".
lítica. En una paciente de Marisa Rodulfo, la niña, des- Su desplegarse constituye ~un auténtico campo de juego
pués de haberle solicitado que dibujara su rostro, consi- intersubjetivo. (Apreciamos la exactitud de designar co-
guió llevárselo a la casa. Al tiempo, la analista se enteró mo juego amoroso lo que Freud llama "placer prelimi-
de que el retrato estaba sobre la mesa de luz de la pa- nar". Este juego amoroso está compuesto fundamental-
ciente, es decir, un lugar nada casual, inmediatamente mente por caricias.)
Arrancarla de su habitual versión "expresiva" (que
nunca puede considerarla otra cosa que un epifenómeno)
permite preguntar: ¿qué hace una caricia? ¿Es que el ni -
esa dimensión con su connotación evolutiva banal y profundamente ño -si acudimos a las primerísmas emergencias del aca-
impregnad a de id eología. riciar- ya tiene un cuerpo y con él acaricia y es acaricia-
6. Para este término, remitirse a Derrida . Por ejemplo, "El carte-
ro de la verdad", en La tc11jetn postal, México , Siglo XXI , 1986; La es- do? Esto desemboca en la siguiente observación.
crituro y la diferencia, Barcelona , Anthropos, 1989 (particularmente 2) El acariciar es una de las prácticas, uno de los dis-
el ensayo "Freud y la escen a de la escritura"). ,, ... ,
.~.~ i-
positivos, secuencia de jugares, en fin, que van formando
7. En e l caso de un a hija mía - que fue qui en en verdad me ayudó lo que decimos "cuerpo", que entonces deja de ser pensa-
a va lorar este juego- la variación más apetecida, porque introducía a
la vez la irregularidad imprevista y oscilaciones de ritmo, era que yo ble como una unidad previa al trazado de un tejido de ca-
"borrara'' algún rasgo recién hecho, decl ará ndome insatisfecho con el ricias. Junto a otras operaciones, funda cuerpo. Lápiz
resultado , y lo \'ol viera a hacer. a.uant la lettre (apréciese la inexactitud de esta locución

38 39
en este cont exto ), el dedo del grande tran sfor ma en ros- conciencia qu e -ha sta la entra da del psicoanálisis- la
tro la cara del pequeño. medicación no lograba controlar del todo. A él no se le ha-
bía dicho una palabra sobre lo que le pasaba, sobre esos
Nos servirá recordar ahora nuestra caracterización intervalos en que su subjetividad se hundía, sobre la ra-
anterior del niño lobo ser mareante para mantenernos a zón de tantas visitas al médico. Lo primero que en el tra-
cierta distancia de una formulación estructuralista, que tamiento pudo hacer -tras meses áridos a causa de mi
inmediatamente se reapropiaría de esa ¿potencialidad? falta de recursos para pensarlo hasta el afortunado azar
de marca para difundir la imago de un niño como acari- de unas páginas de Eduardo Pavlovsky sobre terapia de
ciado, vale decir, pasivo en la operación. Es a la vez una grupo con niños epilépticos- fue una escenificación bien
ilusión de observador conductista, cuya superficialidad de cuerpo, una suerte de psicodrama espontáneo, (ade-
nunca se podrá exagerar: .el niño es tan acariciante como más era un niño de muy escasos recursos verbales y lú-
acariciado, el esquema dar/recibir es singularmente ina- dicos en general), donde por primera vez escribió, le dio
decuado para representar la complejidad de una opera- alguna figura a sus ataques, en la forma de un violento
ción como ésta; no sólo por los acariciares que ya el lac- asesino que venía de noche a estrangularlo. n Si lo pensa-
tan te emite de modos bien explícitos, sino también por mos detenidamente, ésta es otra variación del acariciar.
las manifestaciones intensamente libidinales con que el
niño acompaña las caricias que le hacen, que lo hacen. Es de recordar que ya se lee en Freud un primer 'reco-
Siguiendo el declive de la distinción y del pasaje de lo nocimiento de la función estructurante del acariciar, par-
litera} a lo figurado (que ñemos subrayado como uno de ticularmente de la caricia materna . Observaciones tem-
los ej es del estudio clínico) tomaremos en cuenta otros pranas dispersas, per o retomadas bien t ardíamente,
modmi de aparición del acariciar fuertemente típicos. Por sobre todo en el sesgo de la seducción que el grande ejer-
ejemplo, cuando un niño acomete la búsqueda de sí mis- ce sobre el niño, y, en no pocas observaciones , el herma-
mo - de un sí mismo fut,ui:-o, en verdad- a través de esos no o la hermana mayor o la institutr iz. Por esta óptica de
particulares dibujos que son los diversos relatos familia- lo traumático, por exceso de sexuación prematura, ingre-
res acer;;a de su nacimiento y de otras circunstancias de sa la caricia como objeto de estudio psicoanalítico. Y; en
su historia y de su prehistoria. Lo mismo puede decirse lo esencial, son observaciones que no han envejecido. En
del apasionado interés por los álbumes familiares de fo- particular su valor como "punto de fijación" en la consti-
tografías. Y la contrapartida de esto nos la ofrece el daño tución de condiciones eróticas se mantiene con plena vi-
que sufre un niño cuando estos diversos registros de su gencia clínica, pese a todo el apalabramiento que ha su-
cuerpo se encuentran ocluidos por formaciones patológi- frido la teoría psicoanalítica por parte de las tendencias
cas (y patógenas) en el archivo familiar.ª Recuerdo el pri-
mer niño epiléptico que atendí, cerca de treinta años 9. Véanse las observaciones que he consignado sobre la importa n-
atrás, un niño de 8 años con convulsiones y pérdida de cia táctica de ingresar al niño a través de Ja dramati zación corporal,
cuando no juega con juguetes, ni dibuja, ni narra fantasías, en Tras-
8. Evoco el concepto de arch ivo que, inspirado en Foucault, desa- tornos narcisistas no psicóticos , Buenos Aires, Paidós, 1995 (en parti-
rrollé en El nilio y el signifi'cante , Buenos Aires, Paidós , 1993. cular en el capítulo "Jugar en el vacío").

40 41
,,
li
ib
logocéntricas directameüte derivadas de la metafísica oc- envolvente que se construye acariciando. La noc1on ya
cidental. 111 clásica de equivalencias posibilitadoras de pasajes y cir-
Pero además Freucl alcanzó a esbozar, en su vuelta culaciones entre las zonas erógenas facilita esta línea de
tardía sobre el tema, una función más abarcativa de ero- consideraciones.)
tización del cuerpo del niño atribuida a la caricia mater- Ahora bien, el paso del tiempo y de nuestro trabajo
na, ya fuera del campo psicopatológico. autoriza un pequeño, pero útil, subrayado: la experiencia
El paso que a partir de aquí propongo es el siguiente: de la vivencia de satisfacción funciona, y justifica su es-
de mantenernos atentos a la idea de una caricia que pro- tatuto, como experiencia de subjetivación, acarrea ese
duce placer en el nü'ío, y en este estado (la invocación al efecto, es la consecuencia del experienciar la satisfacción.
pl acer y a la satisfacción eximiría de mayores inquisicio- Esta perspectiva destraba todo lo que haya que destra-
nes), nos quedaríamos encerrados en el circuito corto de . bar en cuanto a una concepción estrecha, de fin en sí mis-
una referencia hedonista "porque sí". Esta concepción ma, del placer, a la cual la pluma ele Freucl no es siempre
(base ele muchas críticas conservadoras al "freudismo") aJena.
cierra el paso a pensar lo que, no obstante sus frecuentes Aún podemos recurrir a una contraprueba: lo que es-
tics mecanicistas y biologi stas, Freud llega a pensar: no tamos desarrollando sobre el acariciar es innecesario y
en la forma de un "más allá" sino en la de un a traués del no .tiene cabida en los tratados de fisiología; en el plano
placer; a su través el niño se subjetiva, pasa del organis- en que las creencias biológicas sitúan el organismo, la re-
mo al cuerpo, se escribe en tanto corporeidad. En este lu- ferencia a la satisfacción (sobre todo en su aspecto más
gar, exactamente, revemos el extraordinario valor del conceptual) carece de sentido y de lugar: podríamos es-
concepto "Ja experiencia de la uiuencia de satisfacción", cribirlo como que está precluida de ese siste:m a teórico.
pertinente como ninguno para pensar el estatuto ele lo La biología no tiene ningu;a necesidad de categorizar co-
que estoy llamando caricia y acariciar. 11 sas como las del placer o la satisfacción para est udiar el
(Y no dejemos ele tomar nota de los múltiples canales funcionamiento general del cuerpo humano. En un trata-
por los que algo llamado "caricia" ele hecho circula: el len- do ele fisiología en vano esperaríamos encontrar una
guaje de la calle nos dice ele desnudar a alguien con la mención sobre hechos sin embargo tan "físicos" como el
mirada, de una voz acariciante, de "empaquetar" a otro de una mano materna acariciando zonas del cuerpo del
incluso, lo cual sería un uso psicopático de esa función bebé al lavarlo y cambiarlo. Y siendo tan difícil encontrar
algo tan "concreto" como un hecho de esta naturaleza. En
10. La reducción ele la caricia a la palabra -sustituyendo un estu- cambio no podemos prescindir de estos actos, de estos
dio de sus complejas relaci ones , y del carácter prímo.rdialmente to-
gestos, cuando nos proponemos estudiar los procesos de
conte de la palabra- es uno de lo s rasgos más acusados y objetables
ele la obra de Lacan. Hasta el fin. En su introducción al primer en- subjetivación tempranos.
cuentro "lacanamericano" ele Caracas (1980) puede leerse una última (Contraprueba de distinta clase nos la ofrece la pato-
manifestación sobre este punto. logía grave: en su extremo más extremado, el ele las per-
11. Un primer estudio ele este punto -mliy cercano a diversos acer- turbaciones autísticas primarias, nada tan dañado y
camientos de Piera Aulagnier, Frances Tustin y David Maldavsky- se
encuentra en el capítulo 17 de mi Estudios clínicos, Buenos Aires, desconstituido como ese intercambio de tocares que cons-
Paiclós, 1992.. tituye el acariciar.)

42 43
A manera de recapitulación: partiendo del juego de la cimas a la función del bajo en la escritur a alcanzar á ma -
caricia, nuestro camino nos ha llevado a un punto en que yor desarrollo con este material.
el placer se desdobla a sí mismo, al encontrarse en él una Por otra parte, su recurrir al análisis parece muy mo-
1 tivado en lo que diríamos su desencuentro interior con las
1 función más "profunda" que él mismo.
¡ Concomitantemente, estamos en condiciones de otor- mujeres, y un tiempo de sesiones llama la atención sobre
I, gar toda su complejidad e importancia a la pregunta: el modo o los modos y la mucha habitualidad con que pa-
/, ¿qué hace una caricia?, al decir que la caricia subjetiva, sa o salta o asocia un motivo al otro, frecuentemente .co-
es una operación crucial para esa transformación de un mo si hubiera una relación de interferencia: estar de al-
l1 gún modo con una chica de algún modo le impide
tj pequeño mamífero, un animalito más, en sujeto desean-
. 11 te.1 ~ escribir, reunirse para ensayar, etcétera .
Antes de seguir viaje vale la pena constatar que nos Pero otras veces, ambos motivos desembocan en una
1¡,:
i' hemos alejado de la niña de la tiza muchísimo menos de misma escena, donde lo que prima él alguna vez lo nom-
lo que podríamos creer: lo expuesto ilumina ahora de bra "desolación" (subrayamos el recuerdo de haber ape-
li otra manera ese segmento de la observación donde ella lado a esta palabra para dar cuenta de cierto estado de
J,I dibuja algunos rasgos parciales de su rostro sobre la ima- la niña de la tiza ante el pizarrón). Así se da frente a una
1~ chica que presuntamente podría gustarle (forma parte de
gen aparentemente tan plena en el espejo, dejándolo pen-
l1 sus más serias dificultades que esto sólo pueda aparecer
11
sar como un intento trunco de reproducir algo de ese jue-
,¡ go de la caricia en otro esP.acio y con otros elementos de como una presunción para el paciente, nunca esa certeza
1 • fácil, inmediata, que fluye cuando algo se desea).
ti escritura.
11 Por las huellas de tal desolación (nos tentaría escribir
lf,j1 1 "experiencia de la vivencia de desolación") desemboca-
r Es ahora un adolescente en análisis, con 19 años y mos en un manojo de actitudes contradictorias hacia la
una neurosis muy complicada, en la que resulta fácil des- mujer: la facilidad con que surgen el asco, la repulsa, y el
madejar numerosas formaciones de tipo obsesional. (Só- apuro compulsivo en acercarse sexualmente, compulsivo
lo que el material que expondremos nos mostrará cuán porque no coincide con un grado de "calentura",· todo lo
equivocados estamos al reducir la neurosis a un simple contrario, en frío.
rótulo, "claro y distinto") . Es músico, ha formado y parti- A partir de estos fragmentos el análisis llega a deter-
cipado en diversos conjuntos de rock, con resultados más minar la existencia de una escena que no puede tener lu -
bien modestos; no sólo toca un instrumento, también gar entre la mujer y él: es la escena de un abrazo. (Sobre
compone (es lo que le interesa más) y la mención que hi- todo , se establecerá, ese abrazo donde es imposible sepa-
rar los elementos de la excitación erótica de los tiernos y
cariñosos; precisamente el abrazo en su plenitud abraza
12. Hay que cuidarse a quí de los males de una dicotomización rí- estas distintas cosas además de distintos cuerpos .) Es
gida (como la que Derrida objeta en Lacan en "El cartero de la ver- una imposibilidad concreta, manifestada en una . condi-
dad" J, pue3 la observación de los animales domésticos, los que convi-
ven .cotidianamente con nosotros, testimonia de los efectos mareantes ción rígida: él no tolera o tolera poco y mal el cara a cara
y subjetíva ntes del acariciar de modo no menos rotundo. del abrazo, busca el boca abajo de la mujer, el amor de es-

44 45
pal das (aunque la pe netración sea vaginal), el beso fu- Este conjunto de síntomas, vivencias e impresiones en
gaz . Aquellos ascos y repulsas son la respuesta a un be- general penosas, desoladoras , se engrosa con nuevos ele-
so prolongado e intenso.
mentos que el trabajo del análisis (durante mucho tiem-
Conjuntamente, su impresión dominante es la de no po cei).ido a explorar y esclarecer la fenomenología de lo
acceso a auténticos orgasmos, antes bien, se trataría de '
que el paciente traía, en principio , vaga y parcamente)
eyaculaciones. No es un muchacho que conozca episodios va extrayendo de a poco. Repetitivamente, cada vez que
de impotencia explícitos, pero la experiencia del orgasmo
algo le gusta en el rostro de una chica, y esp ~~ cialmente
como tal -y aquí estamos ante todo un paradigma en
teniéndolo cerca, sucede lo siguiente: de golpe lo percibe
cuanto a Ia vivencia de satisfacción- es apenas esporádi-
como "feo" (¿proyección?), pero cuando va precisando esa
ca. No falta inclu so la tendenci a a la eyaculaci ón dem a-
siado rápida. fealdad, cede el paso a una cosa distinta: una especie de
"juego" de animalización de ese rostro, un "jugar" a ima-
Regularmente, si un coi.to se prolonga, experimenta
ginarse a qué animal se lo podría referir (el "juego" enc'Ll;-
un franco desdoblamiento : una parte de él se pregunta,
bre una dimensión menos "especulativa", la de ese oscu-
mientras observa, qu é está haciendo allí (latentemente,
¿quién es el que est;:í h ac ie ndo allí?); la otra sufre Jo que ro instante en que el rostro es apresado por la impresión
es menester conceptuali zar corno clesubjetivaci ón (o sub- de una extraña e inhumana fealdad). En ocasiones, si el
jet ación n egativa), como que se pone de relieve, mons- "juego" dura lo suficiente, la percepción de lo animalesco
t ruosamente , todo lo que el coito tiene de movimiento llega al impreciso borde de lo alucinatorio (a nuestro jui-
mecánico (si se presci ncle del elemento desiderativo, si no cio, un fon do alucinatorio es responsable de ese giro de
se lo ve en la escena l, todo lo que a él enseguida le evoca "lindo" a "feo" que, en r ealidad, encubre una oposición
~

el funcion amiento de m áquinas, con émbolos, válvulas y humano/no humano). En este punto recordemos el h echo,
pis tones. Se entiende qu e en esas condiciones la expe- nada sorprendente , de que un esquizofrénico dibuj e un
riencia del orgasmo no sea accesible como tal y que el hombre con facies de lobo; como para urdir gradaciones
abrazo resulte imp osib le; lo envolvería peligrosamente en serie de un fenómeno que dejan atrás esquematismos
en un estrechamiento de piezas y partes deshumaniza- como los que oponen linealmente "neurosis" a "psicosis".
das, lo cü al lo hace violento y fru strado las pocas veces El paciente no "es" un psicótico, pero vivencias de esta
qu e se da. (Sólo que enseguida nos cuestionamos el "la clase no se dejan enmarcar en el concepto clásico de sin-
evoca", si ha de ser concebido en el marco clásico de la toma o, pensado de otra manera, abre n en éste un punto
"asociación de ideas", pues lo que el paciente tran smite de umbilicación que aquí ensambla formaciones obsesi-
- dificultosamente- se arrima más bien al orden de la vas con experiencias con toques, con matices, de esquizo-
sensación, como cuando alguien dice "tuve la sensación frenia , y con reductos , o "núcleos" o barreras autistas 1'1
de que ... ". Y es to es muy irnporta nte para la ubicación ele (en este paciente detectables en la atracción por lo ma-
un fenómeno de este tipo en el modelo clínico que esta- quinal, y en la tendencia a reducir a eso vivencias afectivas
rnos introduciendo.) El es pacio del abrazo, merced a vi- y pulsionales). Cuando un carica turista trabaja explo-
ve ncias semejantes, no es un es pacio en el que él pueda
implantarse.
13. Según la expresión propues ta por F. Tustin.

46 47
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tando el potencial zoomórfico de un rostro, verdadera- Notemos que la aparición borrosa, tenue, de esta esce-
¡¡11 ' ' mente juega con aquello que para mi paciente es una na deseada es el reverso de la que él monta en la reali-
ji fuerza torturante que lo arrastra cerca de lo que en un
esquizofrénico sería alucinación efectiva. (También pode-
dad, con una mujer de espaldas a la que no se le puede
ver la cara, donde el contacto, invirtiendo la globalidad
11
mos recordar la escena del primer beso a Albertine, en del abrazo, se controla a fin de que sea lo más acotado po-
I[;
¡,
Proust, con la maravillosa descripción del rostro de la sible, de parte a parte: pene-vagina, y sobre todo, boca-
'¡, , muchacha descomponiéndose a medida que el amante se pene. Al respecto, es interesante que el paciente hable
1
aproxima: al protagonista se le pierde, se le diluye el ros- del aburrimiento que le depara la vida sexual bajo estas
¡,11' tro de ella en lo que diríamos su "unidad narcisista", pa- condiciones, y lo asocie al aburrimiento que se respira en
·¡ , ra quedarse sólo con una miríada de poros y otros frag- las películas pornográficas.
¡I¡
1 mentos sueltos; al fracasar la caricia, estalla esa unidad El hecho es que así pone el dedo en la llaga: la diferen-
!1 que creemos un rostro "humano".) cia cualitativa que separa lo pornográfico de lo erótico re-
¡:, side esencialmente en que aquél precluye lo propiamen-
/ U na segunda metamorfosis del rostro femenino, bas-
tante menos angustiante para el paciente, aunque igual- te subjetivo; el cuerpo está tratado como lo que el
mente involuntaria y repetitiva, consiste en masculini- psicoanálisis clásico denomina "objeto pa·rcial", y aún
zarlo. Por lo general, él expone esto en forma de queja: más allá de este concepto, como un fenómeno de máqui-
todas las chicas que le gustan acaban por exhibir rasgos na, anónimo y carente de marcas. El paciente ha' hecho
chocantemente varoniles. En este caso el proceso no per- algo más que "comparar": esboza un insight de lo que le
manece tan fijado al rostro, puede atribuirse también al falta por recorrer para arribar a una genuina experien-
vocabulario de ella o a determinadas actitudes. Pero el cia de la vivencia de satisfacción, y no sólo en el plano de
resultado final es el mismo: imposibilidad de permanecer lo circunscribible como genitalidad.
a su lado.
No f;e trata de "tendencias homosexuales". Lo "mascu-
,,i',
I' lino" en cada caso postulado, suele responder a particiones
i
de género extremadamente míticas y prejuiciosas en el pa-
ciente. En cambio, hay sesiones en las que llega a decir,
con cierto matiz de nostalgia, de un anhelo de apoyar su
cabeza en el regazo de una chica y de lo imposible de ese
anhelo ante esa emergencia de un elemento viril o viriloi-
de. (Creemos reconocer un progreso en el vislumbre d-e
nostalgia, pensándolo como índice de un deseo de inclusión
y de aposentamiento en el regazo o en el seno femenino en
intenso contraste con la postura tensa -muscular, postu-
ralmente, incluso-, crispada, preñada de distanciamien-
tos defensivos que signa su relación con la mujer.)

48 49
3. DE LA CARICIA (II)

Cuerpo Espejo Hoja


(madre)

En su esquemática desnudez, la secuencia que volve-


mos a escribir, clínicamente interrogada no cesa de ha-
blarnos, de plantearnos cuestiones. Fundamentalmente,
por reducirse a un trayecto. Un trayecto siempre, como
mínimo, implica: ¿cómo se va de una posición a otra? Más
específicamente, ¿qué condiciones tienen que darse para
que un niño vaya, migre, de una posición a otra?, ¿y qué
tiene que acarrear para eso, tal como la niña de nuestro
primer relato lleva la tiza en la mano?
Una pequeña modificación en la escritura del modelo:
"cuerpo" en el plano principal, "madre" entre paréntesis,
todo eso en sustitución de "cuerpo materno", ¿por qué?
Pensam0s que, en última instancia, lo que llamamos
"cuerpo" se mantiene siempre umbilicado a una ligazón
arcaica , originaria, con la instancia que decimos "ma-
dre".1 Nuestro propio cuerpo, una vez que lo hemos ad-

l. Y si se quiere hablar, un tanto mfticamente, de "represión ori-


ginaria", no se debería olvidar que ésta consiste en la constitución de
una fijación - vale como decir: una marca de escritura indeleble, no
borrable y no en una separación que, por ejemplo, opusiera "cuerpo"
a "rrtadre"- .

51
quirido, significado como tal, es un heredero, una deriva- siado cargados de tradición metafísica como para rehuir
ción o, quizá mejor aún, un injerto de ese lugar denomi- indefinidamente una mayor especificación de su uso: sin
nado con la abreviatura "madre", O aun: lo de "madre" se embargo, evitaremos una definición académica, a la es-
injerta en eso, nuestro cuerpo, lugar básico de implanta- pera de que nuestro recorrido los vaya dilucidando mejor,
ción de nuestra existencia. lo que impone asimismo dar cuenta de cierto desplaza-
Lo cual nos obliga a considerar cierta redundancia en miento que en estos términos se efectúa con relación al
lo de "cuerpo materno". "sujeto" del psicoanálisis en la dirección Lacan. Por eso
Si ahora quisiéramos retomar el hilo de lo anterior mismo, evitamos también una sustitución sistemática
1': con cierto toque de redondeamiento que tomara bien en pura y simple, "sujeto" reaparece en ocasiones; no se tra-
, , '~
1

serio y se ciñera muy estrechamente a la materialidad de ta de borrar prolijamente las huellas. Añadamos, eso sí,
lo expuesto, recapitularíamos: el acariciar parece cum- que esperamos del estudio clínico luz sobre la subjetiva-
plir una función de escritura del cuerpo en tanto subjeti- ción a la que insinuamos pensarla como proceso. Y que
¡1 vidad. No se lo debe relegar a "expresión" de un afecto; este juego de términos a la vez desplaza otro tan nodal
es una escritura. Y esto sin "metáfora" alguna. Siguiendo en algunos de nuestros discursos como "estructura", "es-
. if a Derrida, hablamos además, pensando en cierta juego tructuración", "estructurante'', etcétera. (Se leerá que es-
de intercambios madre-niño, de escena de escritura, cribimos "subjetivación" o "proceso de subjetivación",
puntuando así el enmarcamiento de una espacialidad di- mucho más que "estructuración subjetiva", exp'tesión
ferente que allí se arma, en .esos apretados sobresaltos de que abundaba en El niño y el significante.)
los que se palpan. Sea de todo esto lo que llegue a ser, nos hace posible
Llegados a este punto es urgente aclarar que nos es- seguir la hipótesis de que en la niña de la tiza pasa algo
t

tamos manejando con una perspectiva psicoanalítica y que cercena brutalmente la potencialidad inherente a to-
¡,,
no conductista en lo referente al acariciar; por lo tanto no do sujeto de subjetivizarse en el pizarrón, subjetivar el
1 va a tratarse para nosotros de cualquier tocar ni de un pizarrón. Éste permanece impenetrable e inanimado, sin
,..¡ tocar cualquiera. Ni de preguntar a los padres durante el júbilo de un "yo" figurado que venga a alojarse en su
li ' ~
una entrevista: ¿acarician ustedes a su hijo? Para que al- seno. (Esta referencia a un espacio posible de animarse
go cumpla esa función estructurante escriturante que al ser habitado se desmarca de la noción excesivamente
atribuimos a la caricia no bastará con lo que corriente- formalista de "soporte maternal"; aquélla se vincula me-
,¡¡:
11¡.
mente llamamos recurriendo a esa palabra. (Tampoco jor a la categoría de lo transicional en Winnicott, consi-
•!¡'
1· proponemos una inversión "estructuralista": no diremos derablemente mas compleja. Por eso mismo prestaremos
i' "lo que se conoce como caricia no tiene nada que ver con cuidado a que algo se escriba en un pizarrón y no en un
,,
1

nuestro concepto de caricia".) Por el momento saldremos espejo, incluso a que algo pase de escribirse en el piza-
del paso de una manera formal: ha de haber una cierta rrón a escribirse sobre una hoja de papel o en la pared
cualidad inconsciente en la caricia para que se realice a su del consultorio. 2 Este pensar y errar de un espacio con
través esa función de escritura que le estamos asignando. "seno" a otro, nos hizo al fin desembocar en la interroga-
Paralelamente hemos dejado deslizarse un juego de
términos: subjetivación, subjetividad, subjetivar, dema- 2. En el caso de una pequeña , hija adoptiva tras casi un año de vi-
1:

\,
¡:
,1 52 53
¡:

I'
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l
ií¡ 1
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ción de qué pasaba entre esa niña y el cuerpo de lama- En cambio, nos interesan ahora esos casos donde el
dre, qué h abía sucedido con el trabajo de la caricia en su paciente, chico o grande, no puede agarrarse de su ha-
caso.) blar, de su juego asociativo, de lo que está dibujando o
Pero hay que observar que ya pudimos tomar el acari- modelando, de la escena trazada con distintos juguetes,
ciar más allá de sus condiciones de emergencia relativa- y, ante la labilidad de todo eso, sólo encuentra para apo-
mente simples, complicado con el trazo y con el rasgo en sentarse el rostro del analista, que se vuelve espacio de
el espejo . Esto nos permite afirmar que -lejos del "afecti- referencia y superficie de inscripción privilegiada. He
vismo" empirista- participa de la escritura con iguales tí- aquí ese paciente tan (de)pendiente del cara a cara y del
tulos que las operaciones con las que lo hemos agrupado ping-pong verbal (intolerante también al silencio, sordo a
(que incluyen la escritura fonética) y a su vez hemos ido la dimensión tan finamente escuchante que éste tiene en
abriendo la posibilidad de pensar todas estas escrituras el analista) . (En algunos niüos esto avanza hasta la ne-
corno modos de aposentarse o de habitar diferentes espa- cesidad de tocar frecuentemente al terapeuta, o de sen-
cios indispensables para que haya vida psíquica huma- tarse en su falda; en todo caso , se evidencia la búsqueda
na. (Otra formulación válida, siguiendo anteriores vías, de una extrema cercanía corporal, rozándose continua-
es considerar el acariciamiento como una práctica signi- mente .)
ficante).~i Pues bien, lo precedente nos devuelve a lo enigmático
En esta dirección, introduciremos una nueva pregun- de la función de soporte, de bajo, que localizarnos como
ta derivada del trabajo clínico, tal como lo hemos venido una invariante en la música occidental. Podríamos aven-
haciendo: ele pregunta en pregunta, y cada una aparen- turar, con un poco de cuidado, que la función de ese bajo
temente muy puntual: ¿por qué algunos pacientes no está en una relación de isomorfismo con la del diván en
pueden estar en el diván, resultándoles imposible o inso- la situación psicoanalítica.. clásica: apenas se la percibe,
portable mantenerse recostados en él? Si alguien pensa- nunca ocupa el centro de la escena, parece innecesario
ra "he aquí una pregunta limitada al campo del adulto", prestarle atención, pero quien penetre en esa partitura
erraría por superficialidad; existen niños, incluso peque- descubrirá que está estructurada desde abajo, o de abajo
üos, capaces de una relación bien mediatizada con el hacia arriba: el bajo no se limita a "acompaüar" (término
analista: la presencia física de éste es olvidable para ambiguo en música) un a encantadora y lJamativa melo-
ellos tan pronto se dedican a jugar o a dibujar. día, es la columna vertebral de la obra. (Es lo que permi-
tió a Süssmayr terminar decorosamente en un cincuenta
por ciento el Réquiem de Mozart, inconcluso al morir és-
te, gracias a la costumbre del compositor de escribir pri-
vir en situaci.ón de abandono, dm:ante bastante tiem.po sólo toleraba
escribir en la pared del consu ltorio: una hoja de papel, un pizarrón,
mero el bajo de cabo a rabo en todas sus obras; Süssmayr
eran espacios demasiado borrables para ell a, 'signados por Jo efímero, pudo entonces encaramar melodía y contrapunto).
lo inestable. ·· Cuando el paciente es capaz de aposentarse sobre el
3. llecordando que as.í empezamos a pensar el jugar -y a injertar diván o la hoja de papel o la mesa donde juega, se da una
Lacan con Winnicott-- en nuestro primer J-ibro en común con Marisa
Rodulfo antes mencionado. A su manera, resultó una operación "sig-
suerte de efecto de sustitución: el analista como cuerpo
nificante", al derivar en una multitud de cosas . tiende a eclipsarse, el paciente no precisa estar "a upa"

54 55
de él o de su mirada. Diván, hoja, etcétera, funcionan co- tiza, ha de emprender una vía de regresión al cuerpo en
mo equivalentes que reemplazan el regazo, si lo quere- sentido literal. Y habrá quien sólo pueda mantenerse lú-
mos, como su metáfora. dicamente en ese plano, como los niños que no pueden
Un paciente de 7 años nos proporciona una refinada armar una pelea con juguetes, pero sí en una escena más
muestra de esta capacidad adquirida. Tras enojarse por o menos teatral con el analista (más o menos porque en
una interpretación, anuncia que nos va "a hacer pelota"; muchos de estos casos es el analista quien debe a cada
entonces dibuja una silueta reconociblemente humana instante recordar el "como si"; caso contrario la escena
en el pizarrón, bien que evidentemente fea y desagrada- tiende a la intensifi{;ación de lo físico per se, la distancia
ble, la bautiza con mi nombre y se dedica meticulosa- entre acto-acting out-pasaje al acto se reduce demasiado,
• l! i
mente a tacharla primero (apreciemos la complejidad de los términos se superponen).
un trazo semejante, destinado a negar otro), la acribilla Es este tipo de cosq.s las que hacen del psicoanálisis
a tizazos después -ciertamente no se come la tiza-, di- una suerte de embrollo dirigido (mucho más que una téc-
ciendo a cada golpe acertado: "mirá cómo te di". Además, nica basada en un contrato sustentado, a su vez en un
.11 hay una indicación de libreto: debo gritar de dolor a cada sistema teórico); un embrollo que renuncia a cierta direc-
paso de este apuñalamiento minucioso, haciéndome car- cionalidad; un método consistente en embrollar los hilos
go de la voz que le falta a la imagen. Pero él no me tiene de las textualidades por las que cursa. La razón de ser de
que hacer nada a mí, ni tampoco a él en su propia mate- este embrollo pareciera residir en un principio ele 'diferi -
rialidad; ni necesita de un .. suplemento de imago para ción, que ante todo retarda las respuestas y - punto esen-
tratar de alojarse en un lugar (como la. niña que esboza cial- debe temer como a su peor enemigo a las consignas
fragmentos de su cuerpo en trazos sobre una imagen es- sistematizadas que brotan y pululan en su propio campo
pecular que debería haberle bastado en su propia virtua- de emergencia. Todo a cambio de algunos pedacitos de
lidad), ni recurre a tratar de pegarme, como sí lo hacen luz entrevistos en los rodeos que componen el embrollo.
pacientitos más "descontrolados" (nuestro modelo nos Es preciso situar en estos pocos recursos de método,
permite una lectura más fina de ese "descontrol"). En nuestro punto de partida: éste no remite a una exigencia
otras condiciones, de no conseguir operar esa sustitución "diagnóstica" -exigencia siempre igual a sí misrna, poco
que pasa un cuerpo al pizarrón o al diván, un paciente importa si "estructural" o psiquiátrica- ni a ninguna in-
debe apelar a una relación metonímica: ya que no al di- terrogación de orden global: un sólo enigma nos puso en
ván o al papel, se agarra al analista que está al lado, a lo movimiento, enigma de aristas en extremo concretas:
que siente de más presente en su presencia corporal: su ¿por qué una niña se ha comido la tiza en lugar de escri-
voz, sus ojos, su piel. El contiguo eclipsado, que era el bir con ella?; ¿por qué no al pizarrón?; nos fue derivando
analista, deviene contiguo convocado. a materiales analógicamente imposibles, como el del ado-
Si esto es así, podemos despejar un sistema de ecua- lescente (capítulo 2): ¿por qué no la mujer?
ciones, donde diván, pizarrón, hoja de papel, reconducen Introduzcamos ahora, para poder seguir pensando en
a la instancia designada cuerpo (madre). Cada vez que torno a estas preguntas, la hipótesis de un déficit en los
un paciente se ve imposibilitado de valerse de los medios procesos de subjetivación o la hipótesis de una subjetiva-
que el dispositivo analítico le ofrece, desde el diván a la ción deficiente. En principio no es mucho, pero es un po-

56 57
.
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co más que un nombre en di'rección a que una experien- En una ocasión el paciente encontró en una novela •ii

cia erótica se deshaga y se redoble en su caricatura me- una imagen plástica que coincidía profundamente con
cánica; como le sucedía al adolescente en cuestión. sus sensaciones: allí se hablaba de una casa vacía y de
Volvamos a acercarnos al relato analítico: cuando por cómo, en la piscina de esa casa, la huella del vado era
alguna razón el vínculo con una mujer se prolonga -por una "pátina fungosa" sobre la superficie del agua aban-
ejemplo, algunas semanas-, y asume cierta apariencia donada. Trajo esa imagen a sesión como un hallazgo (for-
de regularidad, emerge otro racimo de vivencias penosas: maba parte de sus dificultades una gran indisponibilidad
en términos del paciente, al estar junto con "se deforma" de medios para habar de sí); la asociaba con un elemen-
o "se disgrega", todo se va "descomponiendo": no sabe qué to (¿elemento o dimensión?) "asqueante, resbaladizo, sin il
está haciendo allí, le es imposible reconocer la existencia esqueleto, sin estructura, sin armazón". Pero traduce
de algún deseo, sexual o el que fuere; menos todavía la exactamente lo que le pasa cuando se pone a escribir mú-
de algún tipo de placer. Al mismo tiempo, tampoco puede sica. El tiempo nos llevará a reencontrar la "pátina fun-
efectuar los movimientos indispensables para retirarse. gosa" también en los genitales femeninos, sobre todo por
Por otra parte, y retroactivamente, aprendimos a valori- adentro (sin que nada pruebe la prioridad que Freud es-
zar y retener con cuidado estas "expresiones" de él, en tablecería allí de inmediato). La creencia, ingenua en su
tanto reaparecerán o se asociarán a problemáticas en el no cuestionamiento, de que la vagina no tiene nada que
terreno de lo musical. Por ejemplo, cuando emp:r;ende la ver con un órgano, con una musculatura entubada, la
escritura de una canción (ya provisto de la letra), se re- creencia en que es realmente un "agujero" se incorpora-
pite la experiencia de una secuencia melódica que se le rá con el tiempo a este tejido asociativo. Esto vuelve a ser
va perdiendo, diluyendo; no encuentra el modo de escri- importante por dar razón. a su creencia consecutiva en 1111
bir una melodía con cierta definición (y ello en un campo que no hay posibilidad alguna de que pene y vagina se
fuertemente convencionalizado como el de la canción abracen, ciñendo ésta a aquél. Durante el coito, el pene
tipo de rock), capaz de conducir a su propia clausura. Pe- se encuentra como perdido en una cavidad que o no pro-
ro tampoco encuentra un modo de prolongarla que esca- cura placer ninguno o se vuelca en la vivencia rechaza-
pe a esa fatal convicción de encontrarse frente a algo que ble, repulsiva, de la "pátina fungosa", superficie de lo que
ya no sabe lo que es ni hacia dónde va, sin un propósito él no alcanza a estructurar en tanto órgano.
que asigne sentido. 4 En definitiva, la imposibilidad de Cuando el análisis pudo llevar interrogación a estas
concluir no parece sino un avatar de la ,imposibilidad pequeñas (pero tenaces) mitologías, recordó otra lectura
de continuar, de un dafío en la secuencia y en sus condi- sin uso posible hasta entonces: en algún momento, en al-
ciones de posibilidad. gún lugar había leído cómo las mujeres hindúes eran ins-
truidas desde niñas en ejercitar su musculatura vaginal
-yo diría, en escribirla como tal, hecho mucho más capi-
4. Por supuesto, es un caso muy diferente de aquel donde el no sa-
ber hacia dónde se va (nada infrecuente en diversas aventuras del tal que el de un trainíng educativo-, con lo cual su com-
pensamiento) está absolutamente imbricado en un "proyecto" trans- portamiento genital ulterior superaba grandemente al
gresivo, por ejemplo, en cuanto a los estereotipos sintagmáticos que de la media occidental, alejándose al extremo de la ima-
constriñen la invención melódica en tal o cual época. go del receptáculo vacío y pasivo.
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58 59
. !¡
Llegados a est e punto, nos enfrentamos al riesgo de lo como para verdaderamente relacionarse y ocuparse de
familiar (el peor de todos, parece, a quien se propone otro. Un recuerdo infantil, nos sacó de estas generalida-
pensar): tanto se ha explayado el psicoanálisis sobre ma- des: un genuino recuerdo infantil si atendemos a que su
teriales de este tipo, tan decididamente los ha interpre- estatuto en el psicoanálisis lo enlaza a la represión; "re-
tado en la dirección Freud que ¿qué otra cosa correspon- cuerdos" hay muchos y de todo tipo pero, en sus orígenes,
de si no el reenvío a las citas de siempre, a las citas el psicoanálisis destaca y a un tiempo conceptualiza un
adecuadas (que, si el analista tiene ciertas ambiciones de homónimo, el recuerdo infantil como una formación en-
"modernizarse'', tendrán una dirección Lacan comple- tre mítica e histórica que retorna tras el levantamiento
mentaria )? de una represión.
Es aquí donde el apego a los hechos que Lévi-Strauss Determinados detalles permitían fechar el recuerdo
subraya como ética de la actitud genuinamente científi- como anterior a los 5 años. Se encuentran en la calle, su
ca inten'iene ... si lo llamamos (y entendiendo por "he- madre y él, esperando un colectivo. Mientras tanto, él le
~

chos" no una fetichización de lo empírico, sino más bien está haciendo una de esas confidencias -no recuerda
aquello que no se deja administrar por el estado actual qué- tan importantes para los niños cuando "tienen ahí"
·¡ii
! de una teoría y le plantea problemas). He aquí que el pa- a la mamá o al papá. Le está hablando sin verla, puesto
11

li
cienté\venía de un tratamiento donde, por espacio de dos que ella se mantiene detrás. Hasta que extiende suma-
años (y dado que había consultado por angustias muy no buscándola y, casi al mismo tiempo, descubre que se
agudas y muy agudamente ligadas a su vida sexual), ha- ha agarrado de la de un hombre, el diariero de esa esqui-
bía recibido generosas dosis ae interpretaciones cuyo eje na, que se ríe por el equívoco de la situación. También
era la "angustia de castración", y todo sin que se produ- descubre que su madre se había alejado unos cuantos pa-
jera el más pequeño de los efectos (yo mismo había vuel- sos, los suficientes, en todo caso, para no poder haber es-
to a comprobar por mi cuenta la inutilidad de ese cami- cuchado sus confidencias. El recuerdo mantiene intacto
no .. . y algunas/os jóvenes estudiantes de psicología que un sentimiento de "desorientación" soldado a lo que el
le habían obsequiado un sinnúmero de interpretaciones paciente nombra como la ya conocida desolación y un sa-
salvajes). Todo seguía absolutamente igual. por de fondo decepcionado por el desencuentro entre lo
11'

¡' Así que emprendimos otra dirección, ayudado yo por invertido de confiarse y la escucha, la percepción toda, de
ese interés en la historia, en las historias, en lo históri- la madre dirigida hacia otra parte, a la espera del colec-
~ :~
co, que forma parte tan espontáneamente de la actitud tivo que tardaba en llegar.
11
psicoanalítica. La madre del paciente era una depresiva Por de pronto, este material nos abrió un chorro de luz

! ~·,
1I : ~ '
crónica, siempre, desde sus recuerdos más tempranos,
medicada, automedicada, en alguna ocasión internada,
en toda ocasión bajo cuidados de tipo psiquiátrico y psi-
coterapias más o menos ambiguas (de las que, en Buenos
Aires, no pocas veces pasan por "análisis"). Sea como fue-
inesperado en dirección a uno de sus síntomas más per-
tinaces y opacos, haciéndonos inteligible el a qué venía lo
de la mujer de espaldas en el acto sexual, .descifrable
ahora como un invertir la situación original (dicho de pa-
so, desde el vamos este muchacho había rechazado la
re, la imago dominante que el joven traía de ella era la instauración de la disposición tradicional analista-pa-
!i ;' de alguien demasiado embebido en sus estados de ánimo ciente).
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Como suele ocurrir, la emergencia de un -conceptual- Planteado en otros términos, cuando alguien enuncia
mente- genuino recuerdo infantil se pone a prueba desen- "estoy con ... " le da consistencia a ese enunciado, cierta
cadenando otro más, fechable seguramente un tiempo inscripción del.Junto con , o del nosotros que resiste a tra-
después. Una tarde de verano ha ido al club con suma- vés de las inevitables ausencias y alejamientos . Nuestro
dre . Se da una zambullida, sale de la pileta y va a poner- paciente nos ayuda a entender que, en casos como el su-
se lo más cerca posible de ella. Entre tanto, la madre se yo, esta inscripción se diluye, no consiste. Popularmente
ha puesto a conversar con unas amigas que ha encontra- se hablará entonces de "dependencia".6
do y se pasa la tarde con ellas. ¿Y qué hace él entonces? En el curso del análisis que nos está acompañando y
Pues quedarse allí, seguir allí. Es éste el punto donde se acompasa nuestra reflexión, la instalación de una dife-
empieza a vislumbrar algo nrny importante: ese estar de rencia estar cerca/ estar con (que en principio se instauró
él ahí muy cerca, hasta excesivamente cerca, este niño va- opositivamente, como entre t érminos contrarios) supuso
rón que permanece como adherido en lugar de irse a ju- una alteración en cuanto a cómo el joven percibía sus co-
gar, a nadar, o a buscar a otros de su edad. En lugar de sas. La imposibilidad del estar con devino una matriz
eso, se queda toda la tarde esperando que la madre le reordenadora de infinidad de situaciones, así como gene-
preste atención. Repárese en el destino de su motricidad. radora de nuevas asociaciones. De esta manera infirió
Pero reparemos antes en lo esencial como punto de in-
cómo el beso en tanto primera aproximación erótica ple-
flexión y de estructura. Se trata de que, en la escena di-
na, que se supone debería intensificar el deseo, lo lleva-
bujada, él está nwy (al borde de lo demasiado) cerca, pe-
ba a él a una orilla opuesta, donde lejos de esa intensifi-
ro no está "con". Diríamos que la escena narra, al modo
del mito, cómo fracasa la constitución de un estar con, ex- cación la excitación decaía vergonzosamente. Más se
periencia intersubjetiva bien heterogénea a la de la adhe- acerca, más se disgrega et rostro de la mujer y los afec-
rencia y Ja proximidad física por tiempo indeterminado tos propios del deseo de reunirse con ella; sólo quedan (a
(que "el microscopio analítico descubre como un patrón re- una velocidad cinematográfica que encubre un poco el to-
petitivo en sus vínculos con mujeres). Otra escena muy no alucinatorio y delirante de un puñado de impresiones)
posterior comenta y confirma el carácter paradigmático los planos agigantados del rostro de la chica, la viva,
de aquélla. Ya adolescente, cuando él va a una fiesta con nauseosa sensación de lo fea que es, el rostro animalesco
una chica, la sensación de haber ido con ella, del juntos, leído en algún gesto. He aquí lo que designamos como
se disuelve apenas llegan (aun cuando ella permanezca a
su lado "bien cer ca"); lo precario de la adquisición de esta
categoría se revela en la torturante convicción de que la más lejos que la de la clásica "representa ción'', "idea", etcétera. Véa-
se sobre este punto los dos primeros capítulos de Bleger en Simbio-
"ella" ele la ocasión está atraída por algún otro de fisono- sis y ambigüedad, BuenosA:ires, Pa idós, 1966.
mía muy imprecisa, pues sólo debe cumplir la condición 6. Sobre esta inflexión bien precisa - metapsicológicam ent e ha-
de no ser él. A todo esto él lo 11 ama en una sesión "la sen- bl ando- anticipo un pequeño escrito mío incluido en un libro en pre-
sación de no estar con", conceptualización de no poco inte- paración (quizá un "Estudios clínicos II"): "Un nuevo acto psíquico: la
rés.5 Buscando paliarla, refuerza el quedarse cerca, sin- escritura del 'nosotros' en la adolescencia" (1995, inédiw). Trabajo leí-
do en las jornadas de rüayo de ese mismo año en Porto' Alegre, orga-
ti én dose progresivamente aburrido y angustiado. nizadas por la Fundación Elsa Coriat, centradas en problem á ticas de
5. Sobre todo porque la metáfora de la "sensación" lleva las cosas adolescencia.

62 63
una desub)etivación, producida sorpresivamente en el se- En los transtornos que responden a lo que designo de-
no de una experiencia tan subjetivante como el beso y el subjetivación -en la medida en que o bien exceden el ve-
abrazo. rosímil analítico de las neurosis y de "la estructura" neu-
Un trabajo clínico hecho con instrumentos más finos rótica o bien llevarían a una revisión que lo alteraría
nos da lugar, llegados a este punto, a distinguir cuidado- profundamente- es en primer lugar ese "con" lo dañado:
samente todo lo que concierne a la insatisfacción de los fe- no es lo mismo estar insatisfecho "con" que no experien-
nómenos que venimos discutiendo. En principio, podría- ciarlo verdaderamente en tanto tal, el acento no n;cae
mos escribir de una insatisfacción de estructura, como en principalmente sobre el "objeto" como sobre ese "con" que
el horizonte o en uno de los polos de una serie comple- ·. debería anudarlo de alguna manera, aunque más no fue -
mentaria, teóricamente necesaria ante la imposibilidad ra bajo los significantes de la insatisfacción. Este déficit
(más lógica que práctica) de postular una Sfttisfacción ab- es el que el paciente logra comunicar por fin bajo el tér-
soluta, total, sin restos. A ésta opondríamos otras dos bien mino de una "sensación" que falta, término al que apela
concretas y empíricamente localizables: la insatisfacción dos veces, además de la ya mencionada, cuando se queja
.¡f ligada a la relación del sujeto con el ideal del yo, que de- de no tener "la sensación" de ] a erección, por más que és-
.'
ja siempre subsistir el surco de una distancia entre una ta se cumpla fisiológicamente y el paciente no se vea
realización efectiva y sus ideales de referencia, la insatis- afectado manifiestamente de impotencia. Se trata de
facción neurótica, tan abundante, indisolublemente liga- "datos" que no hacen mella en lo esencial: la sensación de
da a represiones e inhibiciones patógenas. En los tres ca- erección br illa por su ausencia, en un agujer o que no
sos, es de notar lo vivo que se mantiene el "con" y cómo puede agarrarla.
cada una de estas insatisfacciones se da con algo o con al- Esta última formulación se escribe para detenernos,
. guíen. Retomando el material precedente en su giro más ya que caricaturiza un enunciado que, en Freud, asume
específico, hay quien (o que) ciñe, aunque la "satisfacción la fórmula de una ley: me estoy refiriendo, claro, a ese
obtenida" por ese abrazo se mantenga neuróticamente pasaje de los Tres ensayos de teoría sexual donde se loca-
:•1J disyunta de la "satisfacción esperada" (decimos "neuróti- liza la experiencia de amamantamiento como "la matriz
camente" en la medida en que el análisis no registra un · de toda experiencia erótica ulterior", párrafo tan célebre
esfuerzo por acordar una a la otra en el campo de la rea- como dudosamente trabajado en la medida de su apresu-
il'
11 lidad sino que la disyunción confina a la última en un rada reducción a "la oralidad", conjuradora del fantasma
l'I,

11
gueto, más que en una reserva ecológica imaginaria. 7 ) de un bebé "todo boca". Sin necesidad de entrampamien-
to en ninguna minimización de ese oral y de su multipli-
r 7. Apartándome un tanto de lo consagrado sobre las formaciones cidad de pasadizos con lo genital, es preciso destacar con
! neuróticas en el psicoanálisis, he procurado desarrollar un nuevo en-
fuerza -en bien de la fineza y eficacia de nuestra prácti-
foque que se detiene particularmente en lo que Freud llamó -pero sin
un acuse de recibo en su metapsicología, a menos que la tengamos to-
dos (no es imposible) muy mal leída- "dar las espaldas a la realidad",
pensado como una grave disyunción de lo imaginario. Esta perspecti- .. mientos", publicado en el libro colectivo de la Fundación Estudios Clí-
va sólo es posible revisando el estatuto progresivamente idealizado de 11icos en Psicoanálisis compilado por Marisa Rodulfo y Nora Gonzá-
la represión en los textos psicoanalíticos, lo que también comencé a lez: La problemática del síntoma, Buenos Aires, Paidós , 1997.
hacer. El lector encontrará este estudio en mi "Ensayo en dos movi-

64 65
iií.;,J
--·.111

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¡:11

ca clínica- la presencia de ·múltiples componentes de esa !' primeros dibujos, masas que son self, según lo desarro-
1

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escena primordial independientes de la oralidad, que .llan Dolto y Mansa Rodulfo. ¡1

acuden a ella por su cuenta. En primer lugar, la pintura Desplegados todos estos matices, tomadas las precau- ,¡

de Freud no impide destacarlo, es una escena de abrazo " ciones para que no se obliteren, la experiencia del psi- 1:
y de acariciamiento mutuo, 8 y es éste -y no el de la suc- coanalista trabajando con niños a veces muy perturbados
ción del pecho-- el aspecto más global y envolvente en la ,valoriza con una intensidad mucho más clínica la propo-
escena. En una dirección esto pone de relieve el peso cru-. sición de Freud sobre esa escena matriz, y sobre su ca-
cial de la mano en ella -largamente olvidada por los psi- 1 rácter constituyente, a futuro (pues lo más rico está jus-
coanalistas en su fascinación por la boca- (y nuevamen- tamente en que no se limita a la presencia de un goce
te, no sólo de la mano materna, véase el vigor con que el 'actual). Con una ampliación posible, que bien puede sin-
chiquito desprende las manos apenas puede en el casi sin tetizar, en el paso que media de Freud a Winnicott, déca-
poder aún de la incipiente maduración neuronal): los dos ., das de trabajq con chicos: no es sólo matriz de la sexua-
verbos puestos en juego necesitan de manos. En otra di- lidad humana, también lo es del "narcisismo", de los
rección se debe enseguida saber reconocer el polimorfis- , procesos de subjetivación en el sentido más lato.
mo del acariciar, los trabajos allí de la mirada, de la voz, ¿Qué hace una matriz? Dispone, vertebra, ordena una
de la olfación, etcétera. Ahora bien, todo esto nos inclina serie de elementos de un modo determinado. Viene al ca-
a reconsiderar la "matriz" en el sentido de determiriar so hacer notar cómo se suele banalizar la noción de "so-
qué es lo matricial en ella, y aquí propongo considerar la · porte", dejándola adherida a sus connotaciones laberínti-
prioridad lógica del abrazo sobre lo oral, o dicho de otra cas más elementales. Pero si la tomo en serio y escribo,
manera que nos parece más justa con los hechos, del por ejemplo, que esta hoja s~orta mi escritura, está im-
abrazo uno de cuyos componentes o en cuyo seno se eje- plicado un lugar, y un lugar cuyas características orien-
cuta la operación del amamantar (se). Más aún teniendo tan la disposición de cualquier serie de términos que se
cm cuenta que en la experiencia del abrazo la madre es- • aloje en él. En lo concreto de los materiales examinados,
tá funcionando como un lugar, el hijo la habita, se aloja, < se concluye que si falla esa matriz del abrazo con una
en el acto del mutuo estrechamiento. Al respecto, cabe to- . mujer, mal puede haber coito: éste se diluye en una serie ,,··¡··
'
¡,
davía detenerse en la forma redondeada del abrazo, dia- de conexiones parciales de "máquinas" (Deleuze-Guatta- ·t¡
grama (en el sentido deleuziano) de esas masas de gara- ~L
.ri) u "órganos" (Freud), perdida la referencia a una expe-
batos redondeadas que irán abriéndose v&so en los 'riencia subjetiva matricial. De donde será inútil o de .~
escaso provecho analizar la perturbación erótica del
8. Es indispensable subrayar este "mutuo" resignificador -y resig- \,r paciente en el plano conceptual de la angustia de castra-
nificante- del acariciar y abrazar, pues la persistencia inconsciente ción salteándose la enormidad de la ausencia de una ma-
del adultocentrismo en la reflexión teórica lleva una y otra vez a pen-
sar al nifi.o pequefi.o bajo la figura del objeto: objeto de la caricia ma-
triz de abrazo y acariciamiento consistente. Y si se quie-
terna, etcétera, operando una verdadera represión sobre la actividad '. re pensarlo en el vocabulario de la "falta", entonces
acariciadora y abrazadora del pequeflo. Aspecto vigorosamente real- habría que formularlo así: no es, por ejemplo, que algo
zado por Jessica Benjamin. Véase Los lazos de amor (Buenos Aires, faltaría en la mujer sino que falta la mujer, como lo plas-
Paidós, 1996), y ya desde su primer q1.pítulo.
. ma escuetamente la escena del diarero. Revisando el ma-

66 67
terial que hemos expuesto y discutido en el hilo de esta 4. LAS ESCENAS DE ESCRITURA
interpretación se ilumina todo de nuevo. Avanzando un
poco más, se dibuja esta contraposición, este paralelismo
diferencial: la niña de la tiza no tiene hecho el pizarrón,
"matriz" o "soporte" de la escritura, así como nuestro
adolescente no tiene hecha la mújer, matriz endeble que
justifica tantas diluciones y desfiguraciones.
Es notable que el primero y gran efecto de esta labor
analítica sobre el paciente fuera una franca mejoría en
sus posibilidades de escribir música; particularmente ca-
yó en la cuenta de cuándo se resentía por la carencia de Cuerpo ---!)»- Espejo --~ Pizarrón
una función de bajo, totalmente descuid~da o no incluida , (madre) (hoja, etcétera)
por él hasta entonces. La ausencia de una vertebración
armónica que condujese y regulase el sintagma melódico Caricia Rasgo ---·~ Trazo
t derrumbaba paulatinamente la secuencia. Salido de esta
"pátina fungosa", empezó a concluir un montón de piezas ....
bosquejadas, interrumpidas, languidecientes a medio ca-
mino. Esta referencia estratégicamente decisiva de ,Jacques
· Derrida, esta escena abierta en la escritura que es la es-
. cena de escritura, en el encabezamiento de este capítulo,
ha presidido más o menos silenciosamente lo anterior. 1
S,i guiendo este camino es que volvimos a poner en esce-
, na la escena definida por Freud como "matriz" de cual-
quier goce humano, el que sea, a fin de pensarla como
¡.una muy singular escena de escritura entre madre e hi-
. 'jo', que va a regular la vida erótica posterior pero tam-
r bién muchas otras cosas, la posibilidad misma de escri-
bir en otros espacios y sobre otras superficies, según ya
entreveíamos.

: l. Por supuesto, son innumerables los lugares donde buscar esta


.. escena en Derrida (dejando en suspenso que todos sus escritos están
puestos en juego según ella); no sólo Freud y la escena de la escritu-
,ra, más familiar a los psicoanalistas por razones obvias, también "La
doble sesión" (en La diseminación, Barcelona, Espiral, 1980) y De la
gramatología (México, Siglo XXI, 1976).

68 69
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Por otra parte, y según lo habitual en Derrida, hay ¡), Si la escena (y la secuencia que le es inherente) espa-
una toma de distancia respecto al orden del concepto con · i~a a su manera un conjunto de términos, destaquemos
su cortejo burocrático de definiciones, oposiciones, etcéte- ~ u.e espaciar es también hacer existir, dar lugar a existir.
ra. Más bien a la escena de escritura se llega poniéndola fo.es que haya "sujetos" que gobiernen la escena de ~s­
en escena, por tanto voy a escribir poniéndola en juego .ritura bordeándola por su afuera: recién en el campo de
de alguna manera que , además, no es cualquier manera .. 'uerza de una escena de escritura se hace distinguible lo
Por de pronto, conviene llamar nuestra atención hacia el qhe podamos llamar un "sujeto" o más. La escena no es
.'entonces expresiva, en ella se fabrican y suceden cosas, '
punto de que esta implicación compleja entre ambos tér-
\!'
minos hace de todo escribir un acto más complejo que si sin excluir la primera vez de las cosas. i1'

lo ]imitamos a una técnica, a la cuestión de ciertos ins- · '.,,. Las historias del psicoanálisis entre nosotros en las
trumentos (como la tiza) y cosas así. No se constituye una , , :l:últimas tres décadas y las rutinas de vocabulario deriva-
escena sin fantasrnas intersu~jetiuos, sin el fantasma de · !qas hacen que también merezca puntuarse la manera en
la su~jetiuidad incluso, y sin ciertos ritmos e intervalos que la escena de escritura se desmarca de una "lógica" de
que Derrida designa espacianúentos. ihi escritura. Allí donde abrimos la puerta fascinadamen-
Aquí no está de más tampoco convocar cierta tradición. Je a esa lógica, allí nos va a regir sin ningún reparo el sis-
psicoanalítica: la escena forma parte de algo más funda- ·, ·\ tema de la metafísica occidental, y con él, todas sus obli-
mental que la rutina del sistema de los conceptos, forma gadas impasses. Sólo recordemos que el psicoanálisis
parte del modo de pensar de algunos textos psicoanalíti- · aebiera mostrarse aquí especialmente cuidadoso, toda
cos, desde la escena originaria, la escena del niño a quien -· ; v.ez que se emplaza en una de estas impasses (soportan-
le pegan (Freud), a la escena del júbilo especular (Lacan) :: ::.do así no pocas paradojas): la.. que opone "ciencia" a "no
o a la escena del niño agarrando el bajalenguas (Winni- .:i ·.: c~encia" como términos de una división firme. (De man-
cott), sólo por hacer un itinerario corto. Al decir "tradi- tenerse sin fisuras ni incertidumbres, el psicoanálisis no
t iene medio para respirar, se queda sin espacio.)
ción" también insinuamos un orden de cosas de mayor (
: Que nada se escriba fuera de una escena de escritura '~'
¡e:
peso que el académico conceptual del discurso universi~
~uyas condiciones en cada caso habrá que establecer, es 't"
tario. El establecimiento de escenas en psicoanálisis guía i,
iin principio claro de inmensa ayuda para el trabajo clí-
la interpretación, análogamente a como las escenas en el'·
nico. Para empezar, permite un mejor estudio de situa-
iiiterior de la clínica psicoanalítica suponen una configu-
bones cotidianas que, sin la consideración analítica, que-
ración particular de ciertos elementos que han de gravi~ :; :Oan sumidas en la trivialidad al no percibirse sus
tar drásticamente ·-hasta cruelmente- en todo lo que,· alcances. Tomemos por ejemplo esa decisión del adoles-
sean puntos de inflexión de la estructuración subjetiva. ' '·' cente de mutar su entorno, barriendo con los significan-
Esto no deja de involucrar enseguida otro término de / tes de la niñez que pueblan su espacio y reemplazándo"
foncionamiento más bien silencioso, el de secuencia. La : los con diversos pósters y graffdi con citas de Charly
escena (se) dispone (como) una cierta secuencia; la se- 1
García y del Che Guevara. No es lo mismo pensar esto
cuencia despliega en lo sintagmático una escena que n¿ .· como una muestra de "conducta" evolutivamente signifi-
siempre sabemos cuál es. ' . cada que reparar en que las paredes de ese cuarto son

70 71
hojas, pizarrones, superficies de inscripcjón, y la escena, escribir una composici ón , que no consigne su despliegue
una aparentemente solitaria donde él se está reescribien- · sin columnas armónicas ,2 cúyo cimiento tendrá durante
1

do en tanto subjetividad deseante, "reterritorializando" ·: muchos siglos un nombre sumamente instructivo para
(Deleuze-Guattari) su espacio habitual de reconocimien-·' 'nosotros: bajb continuo . Hemos esbozado al respecto las
to, el espejo de su cuarto. En este poner y sacar se juegan :ideas bien de desubjetiuaciones más o menos parciales ,
operaciones de escritura, de borrado y vuelta a escribir 'füen de fallas o déficit en lo que podríamos llamar la es-
tanto o más importantes como tales que las que las defi- \1crituración del cuerpo y/o en los procesos ele subjetiva-
nicionés convencionales de escritura connotan bajo esté > 'Ción. Hemos también al respecto evitado deliberaclamen-
nombre. Se libera, si procedemos así, una fuerza teórica .te entrar o caer en el vocabulario psicopatológico al uso,
incalculable. "··" particularmente en la alterna ncja neurosis/psicosis que
Lo mismo reexaminando otra situación harto cotidia- . · lo gobierna (ele un modo que nos resulta excesivamente
na: el acto de la comida montado entre madre e hijo, tam- · unilateral).3 En principio corno una precaución de rnéto-
bién concebido en los mismos términos desbanalizadores. :~do. para no sofocar nuestra investigación con el recurso
·'
·11!
Bien pensado, es una situación muy predispuesta a un ':.demasiado rápido a esquernatismos. Antes de deterrni-
.a
denso entrecruzamiento de motivos míticos: de lo oral en : par si lo que le pasa a nuestro paciente es "neurótico" o
esa familia, de los fantasmas en torno de lo lleno/vacío, !;,:'psicótico" nos interesa mucho más que la dir~cción de lo
de lo limpio y de lo sucio , del lugar concedido al empuje t'i que trabajamos interrogue hasta el borde de la puesta 'en
lúdico (que tiende a una relegación benéfica del comer tela de juicio la competencia de aquellas categorías, que
stricto sensu, "por añadidura" (Lacan), si se le deja mar- ~.
gen para ello sin excesivas "llamadas al orden" de la "lí-)
2. Una de las grandes diferencias entre música (la occid~mtal muy
nea" del cuerpo que impone como ideal según el hijo sea} " en particular) y narración literaria o poética es el modo de articular
varón o nena, etcétera. Nuevamente, allí donde el obser- ,r. las dimensiones de sintagma y paradigm a. La escritura polifónica,
vador conductista sólo puede ver pautas de condiciona- ", que se libera con un prodigioso desarrollo durante la Edad Media, im-
miento, la perspectiva psicoanalítica que propongo abre ., plica un trabajo en la sincronía incompara bl emente más intensivo y
. complejo que el de todos los géneros dependientes de la escritura fo-
"- la mirada a una multiplicidad de escrituras en juego en , :. pética. Es imposibl e ejecutar la composición más sencilla sin tener
\ una escena que aportará tantos motivos constituyentes que leer a un tiempo sobre dos ejes, horizontal y vertical. La figura,
de lo que molarmente designamos "sexualidad", "narci-, ·,. específica de nuestra música, del director de orquesta, la necesidad de
sismo", "imagen inconsciente del cuerpo'', etcétera, así , su comparecencia viene a encarnar e~te tipo tan particular de t exto ,
. ·ausente o sólo latente en otras culturas . De ahí el gran interés que ,
como a sus di versas inflexiones de perturbación. El tra- · ,en mi opinión, tiene la música como modelo de repl'esentación para el
bajo teórico de llevar distintas situaciones típicas de la :¡ psicoanálisis: cualquier partitura, orquestal o solista, es mucho más
cotidianidad al rango de escenas de escritura e interro- ipa'recida a los encadenamientos inconscientes que un cuento o un
i poema. Claro que habría que considerar apúte, también, el caso de
gar qué se escribe allí se ve largamente recompensado . ,.
.-: l~s artes plásticas.
Dejamos a nuestro adolescente en ese punto donde la 3. Y no nos parece nada casual que lo,s textos más ricos en la in-
falta de mujer -a la que localizamos con un matiz difei ; vestigación y el inventario de distintas y aún "nuevas" formaciones
~encial como no lo mismo que la falta en la mujer- deri-. :·•·y~ínicas respondan a idéntica ~·eserva: por ejemplo, y entre nosotros,
vaba en sorprendentes efectos, tal la falta de bajo para los de David Maldavsky y Juan David Nasio.
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72 73


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desde hace mucho se úos vienen antojando demasiado' 1etorno de lo reprimido pues más bien cerca lo innombra-
gr~esas, desmedidas y, en última instancia, de limitada· ~le y hasta lo unheimlich si aceptamos la acepción de "in-
"
eficacia clínica. 'qµietante"5 para traducirlo. Hay que decir, además, que
El "de" de la desubjetivación, las fallas, los déficit, los ; }o basta para nada con la idea de "poner nombre"; eso :no
fracasos, constituyen un régimen de nominación aparen-> a cuenta del trabajo del paciente; disponemos de un
temente un poco vago , pero menos comprometido con el: oncepto mucho mejor como es el de (re) construcción. Es
orden psiquiátrico, 4 tanto más abierto entonces a posi~ . :por una reconstrucción trabajosa y que tiene además to- ''
bles hallazgos e incluso a una renovación en profundidad: ~os los signos de lo afectivamente denso que el joven lle- 'I
de nuestros esquemas de clasificación. ' , , ga a contarnos esto (tampoco basta aquí con recurrir a la
La sensibilidad del muchacho a los efectos de su larga ¡.;~ ~'~sociación", referente demasiado vago).
exposición a la depresión crónica materna que permitió ·r . Le ocurre conversando, cara a cara con el interlocutor
descubrir el análisis nos llevó a levantar síntomas y re~ · 'prncisamente sentir, -¿alcanza con "sentir" para hacer
nómenos de vivencia hasta aquel momento desapercibi~
dos: también intensificó su percepción, antes tan borrosa(
1,s~ntir lo que se esfuerza por su emergencia?- que "no tie-
pe cara'', "la sensación" de que "no tiene cara". Y ver ahí ~
'
,,.
Estos síntomas o vivencias podían parecer de pequeña ~nfrente el rostro del otro acentúa penosamente la no te-
1

dimensión, o de baja intensidad, pero uno concluía eni \encia subjetiva del suyo en insensible crescendo. Por su-
que contribuían pródigamente al sufrimiento generaliza-¡. ·puesto, la experiencia se repite. Y una vez reconstruida,
do y al notorio estado de infelicidad en que transcurría la parece fundar en ella lo intransitable de todo lo que lla-
vida del paciente. Consideremos primero uno de los más . 'mamos "vida social" para este adolescent e.
interesantes para nuestra investigación: sabíamos ya·' Enseguida, lo contado se asocia irresistiblemente al
que él, sobre todo en reuniones con cierta cantidad de· ,1complejo "niujer de espaldas" así como con la citada ani-
gente, padecía del no poder hablar de nada (sensación . :malización cuasi alucinatoria del rostro de la mujer
que no disminuía en absoluto porque hablara), así corno li
no poder escuchar sostenidamente lo que le dijeran. Pe'.' ¡~ 1 r
. 5. En distintos contextos he insistido sobre la necesidad clínico- H
ro acercar la lente analítica a estas manifestaciones le:' ;f'eórica más que la simple comodidad o conveniencia de introducir es- .1¡,,,
hizo dar algunos pasos más. Primero a encontrar la pa 't e vocablo para la traducción de unheimlich; Ja exclusiva apelación a
:
¡~
1
;::siniestro" tiene más de un inconveniente. Primero el de la exagera-
labra más adecuada en su sentir para tales estados: él~ :. ción; hay vivencias unheimlich que transmite un paciente que son
pasaba a ser "inexistente" (y esto no era mera "repres·en-. '' bien inquietantes sin llegar en absoluto a los .thárgenes de lo propia-
tación palabra" sino bien "represer1tación cosa" para ' lnente siniestro. Esto a su vez hace correr el nada infrecuente riesgo ~~
!
nuestro héroe). Los mil hilos que Freud evocó de Goeth~ ·; de banalizar totalmente este término, cuya cualidad propia debería- ¡
mos preservar. Me parece mucho mejor seguir el ejemplo francés e in- !
salían y concurrían de aquel término. A continuación, un glés donde se dispone de dos matices semánticos alternativos (un - 'Ji
descubrimiento que no parece congeniar con la idea d 'canny-sinister; inquietante étrangeté-sinistre); no se consigue advertir '';t

:ganancia alguna en disponer de uno solo.


1;· J;. ' El trabajo clínico cotidiano agradecerá estas matizaciones. Queda
4. Consúltese el indispensable texto de Robert Castel, El orden: '. para otro lugar elucidar los alcances y confluencias del par cuyo uso
psiquiátrú:o, México, Siglo XXI, 1982. ' .'estoy proponiendo .

74 75
cuando se acerca no de espaldas. También a lo que él lla, . rotro (más allá de las apariencias de similitudes campar-
ma volverse "mecánico" en algún momento de esas situa~. ' tidas, que para él son "mecánicas"). Éste es uno de esos
ciones. La no figuración de su rostro, pensada con cuida~. procesos que Winnicott comenta, se "dan por sentado" en
do, deja interpretar su ostensible (y quejada) falta de multitud. de casos. No aquí. 6 •

(Y análogamente aún, el "agujero" en lugar de la vagi-


interés en cualquier cosa que sea tema de una conversai,
, na refleja el agujero en algún punto de su proceso de sub-
ción, como emanada de su certeza de que en nada de lo
jetivación.) (Véase análogamente el "no siento que la ten-
que se habló va a figurar él (extraigo lo de "figurar" de su
, go parada" aun en el pleno de la erección).
propio léxico). Enlazándolo a cuestiones desarrolladas
La conclusión más important~ (también porque aleja
supra, todo sucede, diríamos, como que no logra habitar,
al paciente de permanecer resistencialmente detenido en
aposentarse, en el discurso de los otros, del grupo, de los
las "relaciones de objeto"), y hasta aquí generalizable, es
am1gos.
, que algo de su propio cuerpo no se escribe sino bajo for-
La conversación más "de actualidad" y aun más trivial mas muy débiles o negativas a lo largo de diversos pr oce-
sostenible (la mayoría, entonces) se puede llevar a cabo sos. Volviendo a la matriz f:reucliana donde propusimos
satisfactoriamente en la medida en que sus interlocuto- acentuar el abrazo -regreso para ordenar en ella este
res se sienten figurando en el contenido de ella. Al Pª' manojo de elementos más o menos conjuntos más o me-
ciente prácticamente le ocurre lo contrario: así se hable nos dispersos-, Piera Aulagnier nos ha enseñado a c,letec-
de lo que más le concierne no se localiza allí; afinemos la tar allí, allí donde se consuma alguna experiencia matri-
formulación: no localiza una sensación de su cuerpo allí. · cial como experiencia de la vivencia de satisfacción, la
·,¡
Si el tedio de esa vida "social", "el espantoso aburrimien- formación de una zona objeto (por ciertas razones tam-
to de la vida burguesa" (Flaubert) se mitiga no sobrepa- bién podríamos escribir la erección ele una zona objeto).
sando cierto standard de soportabilidad, es merced a que Esta formación es simultánea para ambos componentes
por lo menos figuro allí en algún nivel y aspecto de lo que
y sin delimitación opositiva, lo que no equivale a decir sin
se dice. Para el paciente, el vacío y el aburrimiento alcan- delimitación; es un exponente a nivel de la subjetivación
.¡.,. zan, en cambio, una dimensión totalmente mayúscula . del cuerpo propio de lo que Derrida designa diferencia no
Llegados aquí se impone también escribir que hay un
' desmayo o un colapso de la identificación, o de las iden-
tificaciones, así como de la posibilidad misma de la iden-
tificáción, ya en lo manifiesto, como primera instancia de 6. Los analistas solemos usar de un modo metafórico muy laxo tér-
la iden tificación que hace que más o menos cualquiera minos como "imposibilidad", con el inconveniente, repetidamente ex-
reconozca rasgos de sí en algún elemento de un "tema" de perimentado en la enseñanza del psicoanálisis, ele una comprensión
conversación. estrictamente literal. Aquí Ja "imposibilidad" del paciente se ciüe al
subterráneo y habitual gozar de tener rostro al verse en el del seme-
Análogamente, si carece de rostro frente al de su in- jante, gozando así no subterráneamente de un encuentro con el otro.
terlocutor (o podría tener ese rostro en negativo corno se- "Objetivamente", claro está, el paciente registra los rasgos que confor-
ría bajo un aspecto animal), ello implica la imposibilidad man lo que llamamos rostro. Luchamos siempre fracasadamente con- """
o al menos, matizando las cosas, la extrema dificultad ': tra la tremenda imprecisión (y pobreza) del lenguaje, de la cual la me-
táfora se hace significante en el vuelco de "la riqueza".
del paciente para verse libidinalmente en el rostro del

76 77

"
.,,
Jm -¡,-·

oposicional.1 (Que Piera Aulagnier lo escriba zona-objeto pel), y a las vicisitudes diacrónicas de esos dibujos las lla-
es una inconsecuencia de su escritura con su concepto, ya mamos historia. Si el acariciar nos detuvo, es en la me-
que el guión así utilizado pertenece al proceso secunda- dida en que constituye una dimensión privilegiada de es-
rio, al régimen de las oposiciones binarias. ) (También ta escritura. 8
una inconsecuencia con la práctica clínica y con la esce- Como si dijéramos: eso, el eso, dibujado por la anato-
na de escritura que se está esforzando en traducir. ) (Ca- mía, hay que volver a dibujarlo para que sea propio cuer-
be ahora discutir si es más ventajoso escribir zona obje- po.
to o zonaobjeto; ambas dan cuenta de los espaciamientos - La constitución del cuerpo del niño resulta de diver-
no "indiscriminados" ni binarios, pero a la primera se le 1 sas escenas de escritura en red, componiendo una se-
podría reprochar su fidelidad a la oposición entre pala- cuencia de tiempos lógicos y cronológicos. Tomemos otro
bras, así como a la segunda cierta huella del mitema de ejemplo, el habitualmente descripto como "iniciación se-
lo confusional.) xual" en la adolescencia. Metapsicológicamente, debería
El caso es que en nuestro paciente hay testimonios de tener que ver con el paso de estructura de la fase fálica a
deseo como de construcción insuficiente de zonas objeto
del tipo pene vagina, lo cual craterea y erosiona su desa-
la fase genital. De la trivialidad de las dataciones la sa- .,'
ca considerar esta "iniciación" como toda una escena de
rrollo libidinal. Y esto acerca muchas de sus experiencias escritura donde algo nuevo se pone a punto: el orgasmo,
eróticas distorsas a esa imaginería medieval donde a tra- valga el caso, o la configuración de un tubo comola vagi-
vés de la belleza y la perfección fálica del cuerpo se en- na con elementos acarreados desde lo oral y desde lo
trevé el esqueleto como significante del cadáver en el anal. Esto implica que "órganos" como estos no estaban
cuerpo, ya en el cuerpo, anticipando la muerte, la deten- terminados de hacer (radicalmente otra concepción que
ción extrema de los procesos de subjetivación. la que imagina ingenuamente una "iniciación" llevada a
S¡:iquemos algunas cuentas: cabo con órganos preexistentes), estaban a medio escri- 1w
bir, bocetos de los genitales propiamente dichos. Bocetos lij
- Los órganos libidinales (para atenerse cortésmente que se "terminan" de hacer en el coito, en el primer coi- il
a un término clásico; también podríamos decir "imagina- to, para ponerlo en lenguaje mítico. (Más verazmente, , ~, ,

rios", "fantasmáticos", "subjetivos") se escriben, literal- tendríamos que acotar: se vuelven disponibles para futu-
,,¡.,
!1 11~

mente, se dibujan (tal cual se dibuja una figura en un pa- '!j


ros conflictos, conflictos que antes no podían contar con ti,.~
,¡¡
'ellos.)
7. En este punto, el lector encontrará una significativa diferenda !w

con textos anteriores, como El núio y el significante, donde no utilizar


- Cuando un niño dibuja, modela o le hace hacer cier- '~ .
esta distinción asimila aspectos no opositivos del vínculo temprano a tos recorridos a sus juguetes, está repitiendo, con toda la j"
11\
confusión, no discriminación, etcétera, lo que menos toscamente da a
pensar en esa no identidad de diferencia y oposición. Una demolición
psicoanalítica y clínica del motivo de la "indiscriminación" (entre ma- 8. Por supuesto , se puede ligar con ventaja lo expuesto sobre la ca-
'~
dre y niño, sujeto y objeto, etcétera) se encuentra, insuperable, en Da- . ricia a lo anteriormente desarrollado por nosotros en otros textos so- ; : ~ij
niel Stern (El mundo interpersonal del infante, Buenos Air.es, Paidós, ;", bre las funciones tempranas del jugar, en particular la que ubicamos ¡11

1991); una alternativa no siempre epistemológicamente clara, en la en primer término como fabricación de superficies. Véase en El núio
obra de Sami-Ali. y el significante la sección de las "Tesis sobre el jugar".

78 79
enorme carga de tensión diferencial que la transposición nuestro adolescente de la pátina fungosa, no adelantan
supone, pasos de escritura que antes se cumplieron en el gran cosa en su elucidación apelando a aquel criterio co-
plano de ese singular dibujo, la caricia. El ponerse el ni- mo criterio rector para pensar el narcisismo humano. La
1
ño a trazar rayas dispersas sobre una hoja, tan "elemen- consecuencia derivada que acabamos de exponer es lo
tal" como parece, es el desemboque de largos trabajos de más erróneo de todo: nadie puede vivir en la desintegra-
escritura cumplidos sobre otro terreno. De estos trabajos ción, sin unificarse de alguna manera (véase ya en Spitz
depende la existencia y funcionamiento de esa cosa tan los niños que mueren por una temprana desintegración
compleja que tan abreviadamente llamamos cuerpo. El psicosomática en los casos de hospitalismo .agudo no re-
dibujo más "primitivo" es una transposición y un deriva- suelto). Por lo tanto, el punto no será si sí o si no unifica-
do de procesos de escrituración muy complejos y acciden- ción, sino la cualidad de ésta, por qué medios se adquie-
tados. .re, a través ele la identificación con qué. El caso de un
- Cuarta consideración, que se abre con la introduc- pequeño autista, cuando su referencia unificante es una
ción en la escena teórica de la escena de escritura. Con- máquina, por ejemplo las aspas de un ventilador giran-
cierne a Ja manera de pensar el narcisismo, sobre todo en do, es patognomínico. Que este proceso se cumpla con
• su constiti.1ción primaría (adviértase que al centrar nues- una suerte de "objeto parcial", y además no humano, ni
tra atención en el motivo del cuerpo como algo a escribir- siquiera viviente, no nos autoriza en absoluto a postular
se nos movemos en el interior de aquel concepto funda- que ese niño viviría en estado de fragmentación. La pri-
mental). Desde el principio, lo dominante ha sido el niera operación que proponemos es entonces desplazar la
motivo de la unificación, con el yo como su resultado; to- pregunta, interrogándonos - con la ventaja suplementa-
do discurso sobre el narcisismo, en particular el prima- ria de exceder el esquema de la lógica binaria o fálica-n
l~.- rio, ha creído indispensable enfatizar este punto. en cada caso sobre cómo se da la unificación, a través, in-
Estimamos que el trabajo en la clínica ha vuelto insu- cluso, de qué formaciones patológicas 1º (no pocas veces
ficiente esta referencia, sobre todo si la idea es que la tanto más patológicas por su misma compulsión unifi-
función principal, lo que viene principalmente a hacer el cante ).
narcisismo en la psique, es cierto efecto, más o menos en-
"'
"
gañoso, unificador. Idea cuyo inmediato inconveniente es
9. Para un examen brev e de este punto pu ede con s ultarse en el
alimentar la suposición de que habría estados o patolo-
número inicial de Diurios clínicos mi :-irti<.:ulo "Las teoría s psicoanalí-
~¡: gías donde el sujeto no habría alcanzado cierto tipo de
ticas infantiles".
unidad, conclusión irremediable a la que lleva el pensar 10. Es una perspectiva que, ya que hay muchos que se interesan
\1 1
ti1 binariamente todo cuanto se dice u ocurre. Así, será fácil en eso, tiene el derecho de reivindicar pa ra sí el título ele "freudiana":
escuchar en ateneos, supervisiones y otros lugares de in- el concepto capital de tentativa, de cumción sucede en Freud a una ex-
tercambio, que un paciente autista o psicótico (los favori- periencia desintegradora como la del "fin del mundo" en el hundi-
miento esquizofrénico. Dicha tenta tiva recon struye corno puede el
tos de esta concepción) "no está unificado" . mundo, y el estado en que encontramos siempre al paciente es el es-
Más pobre que errónea, toda esta visión puede y debe tado en que lo tiene enfermo (pero uno) su tentativa de curación. La
afinarse. Las problemáticas que hasta ahora nos han de- vivencia de desintegración, destrucción y fin no es un estado en el que
tenido, particularmente la de la niña de la tiza y la de alguien pueda perdurar.

80 s+
• - -
..

(Para no reducir la cuestión a patologías de extrema .''que se produce más corrientemente son fenómenos de
gravedad, vale la pena recordar la recurrencia a identifi- .piecanización maquinización como los que hemos estu-
caciones animales unificantes en muchos niños con diado. Es decir, los dos términos sufren una alteración,
transtornos narcisistas no psicóticos.) 1 t no sólo el segundo: el esperado -por los cánones de la me-
El segundo paso de desplazamiento lleva la considera- 1;-tafísica occidental- retorno al "estado de naturaleza" (en
ción de la unificación a la problemática de la subjetiua- . el que todavía solía creer Freud) no se produce. En lugar
ción que hemos abierto desde el primer capítulo. En esta ,:: de·"instinto animal", por ejemplo, una sexualidad robóti-
perspectiva podemos decir: si un niño se unifica en torno ' ¿ ca (y puede apreciarse esta metamorfosis no esperada en
a una referencia no humana, no como n:iiembro de la es- · multitud de fenómenos contemporáneos).
pecie humana, se trata de un fracaso de cuantía en los .' No estaría de más examinar por las vías que nos pro-
procesos que lo van subjetivando. Vivir el coito o el juego · pone el eje al que estamos recurriendo algunos lugares
(
amoroso entero como un acople mecánico de piezas es comunes del psicoanálisis que alguna vez fueron concep-
otro grado y otro tipo de subjetivación deficiente o nega- •,. tos pensados. Por ejemplo, lo decisivo en el "corte" opera- '
~
tiva (pero el paciente no está "fragmentado" en esa con- .' do por la función paterna sobre las políticas incestuosas
dición). t~ .es si ese corte se {lace de modo y en condiciones tales que
¿Cómo ir especificando un poco más esa subjetivación, ' tenga un efecto subjetivante sobre el protagonista de la
con qué juegos de la "teorización flotante" (Aulagnier)? operación. Pues un "corte" con todas las reglas del arte
Escojamos primero el motivo (mítico) del paso de la na- .·de lo "simbólico" puede, en la realidad escrutada por la
turaleza a la cultura, concebido como trabajo en la auto- clínica, funcionar como mutilante.
génesis. La escena de la alimentación planteada como es- La diferencia que nuestro adolescente articuló en su
cena de escritura que describimos es un m aterial tan .propio vocabulario entre "estar cerca" y "estar con" vale
bue1'lo como muchos otros . Si comer no es sólo una activi- ser recordada ahora: la segunda formulación exhibe un
dad "natural", el niño podrá luego metaforizar en el de- ·. grado exitoso de subjetivación ausente o muy disminuido
seo de ese verbo su amor o su ambivalencia. Si comer es :· en la primaria. Sólo que, viniendo esto de tiempos de
escribirse, ya no es pura cuestión de naturaleza, de cosas · constitución donde la zona objeto no había aún llegado a
t ales como proteínas, etcétera; y no es de poco interés !posteriores inscripciones de ~ontraposición (zona-objeto,
que cuando algo esencial del paso se ve perturbado, lo zona/objeto, etcétera), le impide al paciente a la vez que
gozar con alguien gozar de su pene. No sólo entonces fal-
" fo la mujer, falta también de sí. 1ª Provisionalmente al
11. Véase el libro colectivo de la Fundación Estudios Clínicos en Psi-
coanálisis, compilado por mí bajo ese mismo título (Buenos Aires, 13. Prefiero escribir "sí" a "sí mismo" por divergencia con la habi-
Paiclós, 1995), particularmente el historial de Mariano (capítulds I y VI). :• tual traducción que se hace de self. Esta traducción no tom a e n cuen-
12. Corresponde mencionar también a Dolto; su teoría de la espe- , ta los casos en que se escribe "selfsame" o "self.~ameness" y cae con
cularidad y, más tardíamente, de lo que se juega en lo que ella llama precipitación en un término tan discutible, tan metafísicamente com-
imagen inconsci.ente del cuerpo, sobrepasa largamente el motivo del prometido, tan problematizado contemporáneamente (y no sólo por el
unificarse como principio rector de las vicisitudes narcisistas y con- psicoanálisis), como "ntismo". Los recientes avances y entusiasmos
verge -como que ha contribuido a pensarlo- con nuestra categoría de por la clonación deberían bastar para tener un poco más de precau-
súbjetivación.
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82 83 't
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menos vamos a hacer una enmienda al vocabulario de mente intersubjetiva. Sigamos entonces la tarea de espe-
Winnicott, cuidando el espíritu de una formulación capi- cificar nuestro concepto alternativo; si ha de ser un con-
tal: cuando ocurre no sólo que falte el "objeto", sino esa cepto y no una vaga referencia, hay mucho trabajo por
:: ' "falta de sí", Winnicott precisa, se llamará a eso depre- hacer.
sión psicótica, en oposición a la depresión neurótica, con- He escrito trabajo, palabra con tantos usos y niveles
centrada en la categoría clásica de pérdida de objeto. A de funcionamiento en la emergencia misma del psicoaná-
mi entender, el apelativo "psicótico" complica mal las co- lisis: remitámonos a la evidencia de que no sólo aparece
sas (acorde con la enérgica crítica de Nasio al respecto): 14 como contenido en un sistema lexical teórico, envuelve,
por lo pronto, el paciente considerado no lo es, y bien que un poco a la manera de Karl Jaspers, aquél, ya que
·¡¡'· abunda en fenómenos de "depresión psicótica". Siguien- nociones tan indispensables y globales como la de psi-
!. do el cammo que abre mi propio uso del término depre- quismo están desde antes del desenvolvimiento diacróni-
1,
i'! sión,15 me atendré ahora a escribir sencillamente "depre- co de la · conceptualización pensadas como trabajos.
sión" cuando hay en juego algo de esa falta de ser falta de Tratándose de Freud no es "como un lenguaje'', es "como
IJ
sí, reservando para "la otra" depresión, bien "duelo", bien un trabajo". Detengámonos ahora en una ele sus apari-
"q ciones más capitales: a propósito de Ja relación con la
• 1
.J¡ '~·
"tristeza" según los casos. Con la ventaja que se gana en
u
L
cierta despsiquiatrización del léxico, y con la ventaja pulsión, a propósito de su estatuto no simple de definir,
,.
~ añadida de contemplar una diferencia que la clínica nos
enseña a respetar, cual es la distinción entre un estado
Freud enuncia una dimensión funda,mentalísima d.el tra-
bajo psíquico, del trabajo entendido como trabajo psíqui-
~· depresivo y uno de tristeza común. (Una honda tristeza co, trabajo al que condenaría (en el sentido de Piera Au-
1:!1·
puede darse exenta de toda depresión, una leve depre- lagnier) nuestra "ligazón con lo corporal". En esta
~
sión es otra cosa que sentirse triste.) dimensión, la exigencia de trabajo como exigencia que se
Lo expuesto ya basta para percibir la insuficiencia de le impone al psiquismo (un psiquismo que , por otra par-
recurrir a la unificación para esclarecer problemas como te, ¿sería localizable como ta] fuera de ella?) es una con-
1~i;
los expuestos. El no lograr "sentirse con" no obvia la po- secuencia de aquella ligazón a lo somático . J~ sta es su
causa, tal cual Freud lo enuncia. Y entonces viene al ca-
-
~

\
"
1
sibilidad del paciente de unificarse en diverso género de
cosas ... mientras no lo sea en una dimensión genuina- so recordar que, a su turno, el conéepto metáfora de liga-
zón (Bindung) es tan antiguo, tan desde siempre, y tan
importante en Freud, no menos que el de trabajo; entre
ambos existe, además , un-a irnpli.cación textual muy fuer-
ciones con una noción tan cara a la mitología de Occidente, tan intrín- te: el trabajo de la ligazóp., se p_oclría decir, la ligazón co-
seca a sus fantasmas . Véase Lévi-Strauss, C., Historia de lince, Bar-
celona, Anagrama, 1990.
mo trabajo que media el proces o primario y su paso a] se-
1.4. Particularmente en Los ojos de Laura (Buenos Aires, Amorror- cundario. Pero la primera fórmula excede un paso el
tu, 1993). Ya su delimitación de formaciones del objeto a se dirige cla- campo teórico de Freucl.
ramente a forjar una alternativa a la partición brutal del campo en Es con materiales comó los estudiados que podemos
neurosis/psicosis. alcanzarla. Freud da po1~sentada la ligazón con lo corpo-
15. Véanse los dos capítulos a ella consagrados en mi Estudios clí-
nicos ya citado. ral; ele ella parte, para ocuparse de las ligazones (sexua-
les, eróticas) que se hacen ~l partir de la demanda que

84 85

,
;

..
una ligazón ya constituida con lo corporal plantea. No es nos propondremos pensar en ese hacer de su dibujo como
en absoluto sólo una cuestión "teórica": en el horizonte de "un nuevo acto psíquico" en que se vuelve a plantear el li-
una clínica centrada en las neurosis de transferencia no gar su cuerpo, ligarse a su cuerpo, ligar su cuerpo a: to-
hay espacio aún para desuponer la ligazón. Será el tra- do eso junto. Con este giro, el dibujo pasa a ser uno de los
bajo del último medio siglo con pacientes autistas, con
modos fundamentales, uno de los trabajos concretos, en
síndromes genéticos, con depresiones de diverso rango,
que toda esta ligazón se opera, lo cual, de un golpe, acla-
con psicosis de diverso tipo, en fin, con transtornos psico-
ra su universalidad en determinado período de la vida.
somáticos, y más allá, con inclasificables, el que pondrá
(Retrospectivamente, se vuelve a valorar la sabiduría de
en evidencia que la ligazón con lo corporal no es un dato,
no es algo que un psiquismo se encuentre ya hecho y ase- la fórmula de Dolto, inmejorable, al señalar que dibl\jan-
gurado; cada vez, cada nifio debe emprenderla y conse- do lo que fuera y cada vez que lo hace el pequeño "se cli-
buja".)16 No agotará esto ehproblema de las otr as signifi-
guirla .
Ahora bien, la hipótesis que nos permite examinar y caciones, donde el psicoanálisis se ha detenido bastante; \
eso sí, transcurre como su reserva de sujeto primordial. 17 ....
defender el recorrido previo es que esta ligazón con lo
corporal es la escritura misma del cuerpo; el niño la ob- Ahora estamos en mejores condiciones para apreciar ~

tiene escribiendo a un tiempo su cuerpo propio y el cuer- el término de subjetivación introducido, entendiéndolo
po nlaterno en el cual aquél se apuntala. No otra cosa es- como nombre global de un heterogéneo montaje de ope-
tuvo en juego si hablábamos de "irse a vivir" o de raciones de escritura que tienen a su cargo plasmar esa
"aposentar" el propio cuerpo (en) el cuerpo de la madre. ligazón con lo corporal (salvo que se prefiera decir direc- .,..
(El autismo es probablemente el extremo del cabo en el tamente que lo son). En este curso de ideas, el acceso a
fracaso que testimonia el trabajo de la ligazón, de la cual la hoj a de papel o al pizarrón -acceso cuya detención nos
sólo qµedan restos como de un naufragio: los estereotipos puso en marcha- no se limita a ser otro paso de escritu-
hi persensoriales recurrentes .) ra en un sentido "técnico", más bien se deja considerar
Ampliarnos o modificamos entonces la fórmula clási- como otra vuelta de tuerca en los procesos de subjetiva-
ca: la "primera" exigencia de trabajo que se le plantea a ción temprana o relativamente temprana. Una formula-
lo que (antes de eso no) es psiquismo será el entramar ción así tendría que permitirnos el acceso al asombro, i::
cuerpo. Sólo después de esta operación (que podemos sos- que las rutinas del adulto extravían, por el enorme salto 1::~:
l\1irl~

pechar ardua y larga) se podrá imaginar una situación que supone,i en el niño que va de los 2 a los 3 afios, ese :,:¡¡
!

donde un cuerpo reclarna a un psiquismo cierto trabajo. trazado "primero" de rayas informes sobre un papel, sal-
Pero no es éste el caso si un joven no logra experimentar to sin garante alguno en la fatalidad evolutiva.
la sensación de la erección o se le disgrega el rostro de la Asimismo, podemos ya entrever la multiplicidad de
mujer que tiene cerca.
¿Qué hace el niño al dibujar? La perspectiva puesta en 16. Dolto, F. y Nasio, J. D.: El nil'ío del espejo, Buenos Aires , Gedi-
juego se aleja radicalmente de la noción de una superes- sa, 1989.
tructura expresiua cómodamente instalada sobre una li- 17. Aquí nos parece útil el juego de la distinción que t raza Nasio
gazón con lo corporal regalada de antemano. En cambio, entre primordial y principal. Véase Los gritos del cuerpo, Buenos Ai-
res, Paidós, 1996.

86 87
repercusiones metapsicológicas que ocasiona la introduc- 5. LIGAZONES Y MAMARRACHOS
ción de la escena de escritura. Sobre la repetición -en su
vertiente no compulsiva, de apertura libidinal- que pue- Hornenaje a María Elena Walsh
de pasar. a ser entendida como un trabajo (y no un meca-
nismo) o como el trabajo por excelencia de escribir la li-
gazón; sobre el autoerotismo, que ya no admitiría ser
concebido como emanación de un cuerpo que ya-estaría-
ahí y que ya-estando-siendo-ahí lo practicaría, ahora lo
pensaríamos en la perspectiva de un a través en cuyas vi-
cisitudes se irá dibujando el saldo de un cuerpo (a su vez
esto forzará una interrogación acerca de la función del Cuerpo • Espejo Pizarrón (Hoja)
lI'. placer en la subjetivación, apartándonos de situarlo co- (madre)
1
mo un fin de los procesos psíquicos). Sobre el narcisismo,
l
·¡1:
en fin, categoría tan global, si no demasiado, para las ne-
cesidades de nuestra práctica clínica contemporánea, pe-
Caricia .. Rasgo Trazo

i'' ro que en ningún caso podríamos alejar demasiado de la


q:
problemática de la ligazón con lo corporal. Y siendo en Ampliando nuestro n10delo gráfico inicial, lo "hemos
exceso tan "molar", el poner la lupa sobre una miríada de redoblado con otra serie que pretendernos articulada a la
operaciones de escritura ha de contribuir a su especifica- primera; y lo que desenvolvimos en lo relativo a las fun-
ción interna, al deslinde de sus componentes. ciones estructurantes de la caricia y del abrazo es lo que
¿Anidaremos justificadamente la esperanza de que el nos legitima la hipótesis de un ponerla en secuencia con
movimiento de escrituración emprendido haga algo por el rasgo y con el trazo. Las flechas en dirección "progre-
nosotros, en relación al dualismo metafísico de la mente diente" se destinan a marcar una relación de transforma-
y el cuerpo , tan rebatido como duradero y de efoctos per- ción (mucho más que un "progreso", motivo que, sin em-
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- '•1
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manentes en el trabajo clínico de todos los días? bargo, no puede dejarse simplemente de lado): algo del
orden del acariciar, indican, se traslada a los otros dos
términos u operaciones, algo como necesario a su consti-
tución. El dibujo del cuerpo propio y del materno que lla-
mamos caricia se adelanta así, a esta altura de nuestra
exposición, a los juegos de encuentro en el espejo y a los
diversos dibujos en los que el niño se "representa" sobre
una superficie plana.
Pero por otra parte también encontramos una flecha
en dirección "regrediente" según los criterios clásicos que
abre otra vinculación en la serie presentada y ha de ser-
virnos para diluir un primer mito obstáculo de cllalquier

88 89

posible lectura: la de la caricia como presencia "más con- suerte de sus juegos y fantasías, implica exactamente el
creta" y "menos simbólica" que sus compañeros de serie.1 concurso y la concurrencia íntima de factores de la en-
Esta flecha dice de una acción que en la constitución ín- vergadura del mito familiar, así como conoce facilitacio-
tima del acariciar podrían ejercer el rasgo y el trazo, nes genéticas). 3
complicando la ilusión (extremadamente fantasmagóri- Entrevemos otro destino histórico de este concepto de
ca) de conocretitud "aquí y ahora". Un indicador de ad- ligazón en el psicoanálisis: su ingreso sacude la reparti-
vertencia nos lo dio ya el juego de los niños a ser dibuja- ja de campos entre psicología y biología, y eso no deja de
dos ; "cuidado, no piensen que una caricia está terminada incrementarse al desplazar el con a de, la escritura de la
como tal sin la inclusión del rasgo y del trazo". Esto de- ligazón (tanto en la teoría, tanto en la manera de enca-
termina . otra manera de pensar los tres términos de rar los materiales de la clínica) obstruye volver a disociar
nuestra serie, no como una sucesión clasificatoria donde lo corporal de todo cuanto implique la noción de psiquis-
cada uno fuera "clar o y distinto" de los demás. Provisio- mo y de subjetividad. No es sólo decir entonces que el
nalmente al menos, juguemos a considerarlos modos, for-
m as de la ligazón no con sino de lo corporal.
cuerpo del niño se ligue como tal, como cuerpo, también
es decir de un reacomodamiento en la teoría que nos per-
~ ~

Sólo que (y esto marca una diferencia sensible, una mita otro cuerpo imaginado: imaginar lo subjetivo ape-
vuelta de tuerca con anteriores trabajos nuestros) 2 será nas se oye o se lee (en) lo corporal.
·· ~
preciso ampliar y matizar este "lo corporal". Hasta aho- Si en cambio se limitara uno a la suposición de dos te-
ra dimos por sentada la instancia cuerpo de la madre, co- rritorios, biológico-corporal y psíquico-mental, vinculados
"; ¡.'
mo si el hijo la encontrara h echa y en ese sentido el es- entre sí por puentes de ligazón, aquel destino se malogra-
cribir "aposentarse" puede tomar una inflexión de ría sin remedio. No sería quizá lo peor el mantenimiento
· !.:
comodidad engañosa: las cosas ya estarían resueltas. No de dos regiones o "niveles" tan ligados a los procedimien- 111:
es lo que la experiencia clínica nos acompañaría en afir- tos de la metafísica occidental, peor aún pensarlos como 1lt':
mar, en cambio sí a resaltar cómo aquel trabajo de liga- ya montados, previos a los trabajos de la ligazón. Esta i!~l
perspectiva vuelve ininteligibles las patologías graves de r,11~.¡¡ ·
zón -que es a la vez una ligazón del trabajo- de lo corpo- . ,~~:
ral concierne al armado de ese espacio "cuerpo de la la niñez, sólo para ilustrar una de sus consecuencias bien ~· ...
,

madre" tanto como al propio. (Por supuesta este proceso cotidianas, y de paso hacer notar que no se trata para no- 11111\

'"
1·•1

no lo podría llevar a cabo sólo un niño abandonado a la sotros sólo ni principalmente de una refutación "filosófi- ~. ;riifi

ca" sino que se juega la eficacia de nuestra labor clínica.


l . Motivo mítico común en todo el conjunto que abreviamos "el psi- Los efectos de la metafísica no son únicamente "textua-
coanálisis", su función mistificadora e "ideológica" nunca se h ace tan
conmovedora como en Lacan, tanto por los alcances filosóficos que to-
ma como por lo que en el mismo texto de Lacan amaga otras posibili- 3. A riesgo de ser didácticos, pero tan acendrada es "la estrechez
dades. En cuanto al uso "callejero" del lacanismo, la dualidad caricia: de la necesidad causal de la mente humana", pronta siempre a "dar-
concreto :: trazo: simbólico o metafórico funciona con una rigidez(~ in- se por contenta con un único factor causal" (Freud, y Ja agudeza de la
genuidad feroz . observación no deja de concernirle), que al menor descuido la vemos
2. Por ejemplo, ya nuestro primer libro en común con Mari.sa Ro- reaparecer con toda su fuerza. De allí la necesidad de estos recorda-
dulfo (Clínica psicoanalítica con nii'íns: una introducción , Buenos Ai- torios para hacer avanzar a un tiempo un modelo de varias facetas y
res, Lugar Editorial, 1986) de múltiples dimensiones.
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90 91

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les" -al menos no en una versión restringida de texto- , . manifestándose tor pe y como ajeno a la tridimensionali-
ganan la calle, mejor dicho, la han ganado siempre, la .dad; si un niño desnutrido, aun cuando no llegase al pun-
han trazado incluso. ·/to de ios daños cerebt ales irreparables, padece crónica-
Entonces se plantea también la necesidad de tener su- mente del hecho de la desnutrición como traumatismo no
mo cuida.do con el entre, con la estrategia en la cual pen- sólo proteínico; estos "ejemplos" hacen temblar la duali-
sarlo, valiendo esto para ese mismo peculiar emplaza- dad espíritu/materia de un modo no conocido antes del
miento, incómodo y difícil para hacer equilibrios en él, psicoanálisis, pero que el psicoanálisis a menudo retroce-
del psicoanálisis entre la medicina y la psicología. Se ha- de en sostener.
!i!: bla además, significativamente, de dominios, y apenas Rastros más contemporáneos de la recaída de siempre
alguien con su cuerpo dice "cuerpo" lo supone bajo el do- y .de aquel no afrontamiento los podemos encontrar en el
minio de lo biológico; ¿y cuál es el dominio del psicoaná- vocabulario psicoanalítico, tal y muy pertinente el caso
lisis? ¿La cuestión es encontrarle uno, volviendo a repar- de la oposición conceptual necesidadJdeseo, estandariza-
tir las barajas en una negociación epistemológicamente da en la década del '50. Nadie iría a discutir, creemos, Ja
arbitrada, el "inconsciente" por ejemplo -que en sí mis- necesidad teórica y clínica de diferenciación (que no se
mo ha tendido, sí consideramos su comportamiento con- confunde con la premura de la partición binaria), otra co-
creto, a inquietar muy poco aquella supremacía que colo- sa es que, tras los diversos arabescos de Lacan, venga a
niza el cuerpo por las ciencias biológicas-, o se trata de parar a un redoblamiento de la cuerpo biológico/mente
un asalto más a fondo al motivo del dominio en sus pre- psicológica. ¿Se ha ganado o se ha perdido? Es un para-
rrogativas, protocolos burocráticos y en su vigencia más digma de uno de los tantos puntos donde la ambigüedad
o menos aggiornada'? freudiana tiene la ventaja de una mayor riqueza poten-
Tampoco es una salida ... más que del paso, esa fre- cial y donde un vocabulario moderno, al no estar pasado
cuente y enfática declaración que invoca la "unidad psi- de moda, acarrea un coeficiente más elevado de poder
cosomática" (infaltable en toda reunión acerca de ciertas
mistificador. La continuidad de una tradición rnetafisica
problemáticas y afecciones del cuerpo). Empezando por
a prueba de fuego se pone a prueba -como si hiciera fal-
\l no pasar de una declaración política (que acostumbra
ta- en la ineluctabilidad con que la vulgata lacaniana del
; ~ ¡¡; mentar la unidad donde campea la discordia), siguiendo
,, psicoanálisis asimilará sin mayores problemas necesidad
,. :' porque conserva intactos los términos de la oposición a
~¡,,

subvertir, terminando porque, de nuevo, recae inmedia- a necesidad fisiológica y deseo a sujeto del lenguaje .
tamente en la imagen de la ligazón como nexo entre dos Indeseable consecuencia de este "progreso" en la con-
órdenes perfectamente discernibles. Eso no es penetrar a . ceptualización es, allí donde se nos prometía una diferen-
fondo en su trabajo. Si un niño autista no contrae üingu- . cia, privar al psicoanalista de un concepto de necesidad
na de las enfermedades corrientes de la infancia, al no . que le sirva en su práctica. Con .los desequilibrios meta-
habitar su cuerpo; si un niño con depresión anaclítica no bólicos denominados "hambre" y "sed" no tenemos mucho
erige sus barreras inmunológicas ni gana peso al no con- que hacer; pero en cambio todo nos concierne de las ne-
seguir alojamiento seguro en un cuerpo materno consis- cesidades narcisísticas del niño, o sea, aquellas cuyo
tente; sí un niño con una afección visual o una anomalía cumplimiento es condición para el desenvolvimiento de
neurológica estructura dificultosamente su narcisismo, la estructuración de aquél. Y todo nos concierne en la ne-

92 93

1 •
'1:¡•ur.

':,!

cesidad que el niño tiene d·e Ja intervención de las funcio- más que con el verbo satisfacer, etcétera.) Un comentario
nes parentales así como de la del mito familiar sin el cual al pasar de Lacan5 ofrece su punto de vista bien acabada-
sería un desnutrido irremediable. En términos más ge- mente: la escena es una escena de comida, una escena
néricos, capitalizar los descubrimientos de Spitz, que oral digamos, transcurre en el restaurante. Allí La.can
justamente venían a poner en muy serio entredicho la se- hace gravitar, y exclusivamente, el deseo en torno a la
cuencia positivista de "primero" comer (la necesidad bio- lectura del inenú.
lógica), "después" la cosa psíquica del juego, del afecto, Trátase de una de esas afirmaciones que dependen
etcétera, y para eso delimitar como necesidad bien pri- mucho del quien de la enunciación: en boca del paciente
mordial del pequeño la necesidad de lo i.ntersubjetivo, de · Juan de los Palotes olería inmediatamente a anorexia, o
su dimensión. Condición sine qua non para que se verifi- , por lo menos a neurosis severa, y movería a la recomen-
quen las operaciones de la subjetivación, no es lo mismo dación de análisis hasta los días de guardar; en la boca
que el deseo de lo intersubjetiva. Y aún más, los psicoa- ' · de un personaje prestigioso funciona sin transición en to-
(
nalistas necesitamos de un concepto de necesidad inma- . no de verdades teóricas bien pronto establecidas. Pero,
nente a nuestro campo que ponga un límite a la desafo- ¿qué nos escamotean ese género de verdades, ese género (\
rada hipertrofia que afecta hoy al concepto de deseo. Por tan bien urdido en atractivas oposiciones que enseguida
eso recurrimos a Winnicott, cuya inflexión de necesidad presionan a optar? Es bien cierto que la escena de la co-
se diferencia por su cuenta de la positivista que constri- mida no es asunto sólo de "oralidad", que la comida tam-
ñe el horizonte de Freud (y que por eso puede pasar por . bién "entra por los ojos" -dimensión escópica pu~sta en
"ortodoxa") corno de la típicamente estructuralista de La- juego en la presentación de los platos, en la paleta del
can, por tal demasiado proclive a caer en la fascinación ' . chef, y que Lacan no incluye-; más todavía, vale su fun-
de la oposición binaria como hecho en sí. (En general, no cionamiento significante y de escritura no solamente fo -
se ha prestado atención alguna a la concepción de Winni- nética: así, la redacción de un menú con ciertas ambicio-
cott, a lo decisivo que la hace girar -explícitamente- no . nes se detendrá en espaciamientos y otros recursos
en torno a una "satisfacción" orgánicamente motivada si- ·tipográficos estrictamente suplementarios a "la pala-
no al rneeting que, si habla de encuentro, se ac ~ta al que . bra", dimensión que tampoco incluye Lacan, en general
1
ocurre entre subjetividades.'1 La necesidad, así pintada : i apurado en remitir la escritura a "Jo simbólico" verbal.
como nece sidad de encuentro , y de encuentro de mucho ~, Pero de ahí a ~xcluir del argumento la oralidad y todo un
más u otro que el encuentro de un objeto del orden del se- '.· cortejo a la par de diferencias táctiles, olfativas, térmi-
no , como necesidad es congruente con el verbo encontrar cas, etcétera, media un abismo, el que va de un modelo
· inclusivo (para el caso el pictogramático de Piera Aulag-
nier acude muy oportuno) a otro demasiado proclive a
4. Agn1dezco especialmente a mi colega Jorge Rodríguez (comuni-
disyunciones exclusivas. El juego del vino en la boca pa-
ca ción persona]) e] instruirme sobre el punto. A diferencia del espa- ra concluir de sus destellos lo incisivo de un Chardonnay
ñol, el idioma inglés separa cuidadosamente to f!nd (encontrar obje-
tos, .cosas) ele to meet, limitado a la dim ensión intersubjetiva. De éste 5. Se ]o halla en Los cuatro conceptos fundam entales del psicoaná-
deriva el anglicismo "mitín", que designa un ,encuentro grupal. lisis, México , Siglo XXI, 1976.

94 95

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o la frescura del Chemin no es menos "simbólico" que las ~ .;Dinamarca, el inconsciente también huele, no se limita a
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1:!
variaciones fonemáticas que nos divierten si en el menú .. !.h ablar. Sería otro extravío vislumbrar en esto algún "re-
·1,
se ofrece Tarte tartine. Y aquel juego está bien inscripto [
,l to:rno" a alguna "primordialidad" sensorial (y sería com-
en el paladar, no funda en diferencias verbales: de ahí la !; prometerse en un reparo reaccionario a las ideas de
pertinencia de la degustación a ciegas. Y más allá de la Lacan). Antes ap~ntaríamos a la neutralidad, a la indi-
¡ ¡:.
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gourmandise, para el psicoanalista no incluir estas cosas
es lo mismo que renunciar a incluirse con su reflexión en
::Íerencia del inconsciente respecto a preferencias por uno
:. :u otro tipo de materialidad. Contrariamente a aquellas
un sinnúmero de materiales, de planos de un material, o 'corrientes naturalistas en psicoanálisis, que frente a La-
de perturbaciones en la subjetividad de sus pacientes. ' can alzan el estandarte de una primitiv,idad "preverbal"
Imaginar un analísta -anoréxico a su vez en relación a ael psiquismo, habría que pensar en éste como más abs-
l. su campo de trabajo- sólo interesado en el menú como .;tracto en sus operaciones, si nos apoyamos en los nota-
material, relegando lo demás al mito de una cruda nece- bles desarrollos de Stern sobre la amodalidad de la per-
sidad a saciar, resto "real" de la dimensión desean te, es ' cepción niás temprana. 7 (La perspectiva .que ya hemos
cuidar· muy poco el porvenir del psicoanálisis, es divoh ·irecordado de la zona objeto también resulta de lo más
ciarlo del porvenir. '; pertinente para pensar la intervención de Dolto, toda vez
Una intervención narrada por Dolto es particular- 'que el olor de la madre viene con pedazos del nifio que su
~: ... mente punzante para el relieve de nuestra posición. Un ' ausencia le había arrancado peligrosamente, involuctan-
"i:do depresión.)
l;il
bebé que, por motivos de internación hospitalaria, entra
ii
en depresión al verse separado -mutilado, es más correc- Así las cosas, podemos ahora retomar y echar parn
I~! to escribir- de su madre. Sabemos que estas depresiones , -adelante otra cuestión en suspenso: las particularidades
~: ~ son por sí mismas lo suficientemente peligrosas, sin con- '. 'del material del joven paciente considerado supra nos
tar con las complicaciones de una respuesta autista pos- . · llevaron a concluir que el recurso, vuelto ya demasiado
1:1
terior o una desintegración psicosomática generalizada. tradicional o rutinario, a la insatisfacción del deseo, era
ti'
¿Cuál es la intervención? Proveer al bebé del olor de la iasuficiente para esclarecer su problemática y ele eficacia
madre, dejándole una prenda impregnada. ¿Cuál es el ;; prácticamente nula en cuanto a producir algún efecto en
resorte de esta intervención? No ciertamente un condi- .' su vida (un "pequefio detalle" en algunos círculos psicoa-
11:: :
cionamiento biológico: el olor a una madre es un olor im- ',, nalíticos). El complejo de sensaciones "no estar la mujer
pregnado a su turno de esa intersubjetividad que el pe- 1
, _ no estar la erección no estar su rostro" unido estrecha-
queño necesita. Ningún significante verbal podría mente al perder el rumbo en la escritura de una obra mu--
reemplazarlo aquí, pero no es menos psicoanalítica la in- sical, la dilución de una melodía en "pátina fungosa" sin
tervención por ocuparse de un hecho olfativo. 6 Como en ... bajo vertebrante, sin la erección de columnas armónicas,
:( no resultaba penetrable ni analizable por aquel camino.
6. Sobre el problema del componente logocéntrico en la teorización
de Lacan es suficiente y es decisivo r emitirse a "El cartero de Ja ver-
dad", de Jacques Derrida, en La twjeta postal, México , Siglo XXI, 7. Stern, Daniel: El mundo interpersonal del infante, Buenos Ai-
1984. . res, Paiclós, 1991, capítulo III.

96 _ 97
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No tratándose tampoco de un paciente del que se pudie- . ' plantea "la diferencia entre la satisfacción obtenida y la
J:·~
se decir que "deliraba" o "alucinaba" sin forzar grotesca- ; '.,satisfacción buscada". 10 Está en juego una difereneia, lo )!!
#1
mente las cosas, las alternativas lacanianas al uso de- ;ri'positivo de la diferencialidad. 11 Pero hay satisfacción ob- 1
sembocaban en una impasse. ij tenida y no es lo mismo la satisfacción obtenida que la in- ~-
.i
¿Pero no descansan estas alternativas en una lectura atisfacción, como no es lo mismo la positividad de lo di- }¡1
·11:
doblemente sumaria de los textos de Lacan y de los tex~ :ferencial y el signo menos de aquélla. La no satisfacción .1¡..
tos de la clínica? Levantarla exige rodeos: :no traduce ni "expresa" ningún malestar neurótico, nin- r1
gún resentimiento 12 que socave el placer, dice sencilla- 1
j
l. La premura por jugar y sorprender jugando con las :mente que no es congruente el hecho de desear -también l1
.,.
palabras y con los sentidos establecidos, cierta inconti~ · 1excesivamente sustantivado en Lacan, y no es lo mismo- ~

nencia ante la tentación del efecto de una frase, ª entur-' i'~on el par opositivo satisfacción/insatisfacción, y no se ~
.,,11
bian en Lacan el trazado de la diferencia entre la insatis-.r <deja encerrar en ese esquema circular. Detenerse tanto ~~

facción neurótica del deseo -lo que hace un proceso· ' :en la inversión perjudica la causa de lo que Lacan ensa-
1
'~~
,.,
neurótico con el deseo, enfermándolo de una insatisfac;
ción harto más agobiante que estimulante- y el plano
:Ya abrir desmarcando al deseo de lo "natural". La no sa-
itisfacción consiste en que no es lo mismo el deseo que la
:

j
.
d~¡

"estructural" de la insatisfacción del deseo como una con~· ·satisfacción, en particular la "satisfacción absoluta" que
dici.ón digamos metapsicológica (y no psicopatológica) de 'Winnicott sefi.ala como inconseguible (que tampoco es lo
éste. No son lo mismo. Conocemos bien la primera, ya'. 'mismo que declarar la primacía de una insatisfacción "en
claramente descripta por Freud (en 1900 la anudará a ' ' general"). Por mi parte, procuro en otro lugar sostener
"los niños predispuestos a la histeria"), 9 plasmada tan ca- ::.~,­ :ese no lo mismo diferenciando mejor el deseo, determina-
racterísticamente en ese niño o niña demandante y dis~·1;~ :'1do deseo, del hecho de desear, que me parecía (y me pa- f :11
conforme_: con tan viol~nta expec~ati~~ la vísp~ra de su.'·fü~i hce) una formulación más precisa y específica que la L 1
i1I
c~mpleanos, con tan v10lenta des1~us10n al abnr los an\;~~1~
siados regalos. El deseo no es aqm "deseo de otra cosa''.,1::~
\1pelación a un deseo en general, de inmediato en riesgo
;de hacernos caer en una "metafísica del deseo" carente ,:.-,·.!•'
1¡.,··jl
1~~.1i'I
'"""V li ,

se ha distorsiona~o en deseo de la i1:sa~isfacció1:. (lo que j~fl ., de rigor clínico. 13 El hecho de desear siempre sigue abier- ....~.·¡.
,..:!i; I
~os padres me d.ecian como lo "reto_rc1do' de su hiJOj no es t,~
igual ser retorcido que ser compleJo), a veces lo mas ma- :~,i( . :;:1_.

1
,,í¡~¡I

ligno de una neurosis , (supongo que es lo que le hizo a·'¡, 10. Freud, S.: Más allá del principio del placer, capítulo 2, ed. cit. ::¡:
Guattari. declararla "incurable"). Se trata de muy "otra::/· · . 11. Véanse Bennintgon, G. y Derrida, J.: Jacques Derrida, Barce-
~.!
~' lqna, Cátedra, 1995. Sección "La diferencia".
cosa" en lo que distingo escribiendo no satisfacción . Se ·;~ · '12. El envío a la categoría de Nietzsche es decisivo para destacar
conceptualiza de un modo promisorio en Freud cuando:;.{~, ·:el carácter no resentido, no reactivo, en la búsqueda y en la producción ~:
·,,
·iil '"e la diferencia. Véase en particular La genealogía de la moral (Bue- ·11¡

Pre-.'·1
.: ~ ~'.i
1
9s Aires, Aguilar, 1960, t. L), entre otros textos posibles y pertinen-
8. Sobre este punto ve.' ase Derrida, J.: Posiciones, Barcelona, . ,fes.
textos 1976 -~~~ 1
:e•' 13. Según el reparo de Lévi-Strauss a Lacan. Véase el Finale en
'g. J<'reud: S.: La interpretación ele los sueiios, Buenos Aires, Amo- '.~'.;¡ /'
·El hombre desnudo (volumen cuarto de las Mitológicas), México, Fon- !J
rrortu, 1980, sección V, capítulo "Material y fuentes ele los sueños", ·( 1

i'µo de Cultura Económica, 1972. !1



J.
t~'!.'
,-,_, ,
' -:.1 . :'¡'1
1,1

98 99 if!
1J
to - en ausencia de patologías que lo comprometan- inde- • en. Tengamos en cuenta que, en el desarrollo de las hi-
pendie.ntemente y sin perjuicio del cumplimiento de un ptesis que proponemos, la ligazó n es lo psíquico, el tra-
deseo con la satisfacción que acarree. Pero este seguir ajo de la ligazón es lo psíquico y al mismo. tiempo, pero
abierto poco tiene que ver con la insatisfacción neurótica: ~Óes lo mismo, hemos de llamar "cuerpo" a los recorridos
que a menudo lo recubre. Confundir estos dos órdenes, "é' esa ligazón, a lo que ella subjetiva, a lo que ella ani-
lleva a yerro en el trabajo del analista, manda a vía , ~,en términos de Winnicott. 1G Por ejemplo la experien-
muerta el poder de la interpretación; lo peor: idealiza o .ia de una erección insatisfactoria -comparada en un
fetichiza las neurosis, elevándolas -bajo su entelequiza- . 1aterial donde otro paciente comenta, abriendo su. pri-
ción "estructuralista" en "la" neurosis- al rango de un ob- , iera sesión, que todos sus amigos le dicen "pito de oro"
jetivo a alcanzar, desvío no poco irónico en la trayectorüi. br las mujeres que consigue, pero que desde siempre él
histórica del psicoanálisis. 1• Malversa la "dirección de la siente "corto" y ninguna proeza alcanza para dis~par
cura" que en la orientación que estamos planteando dec. a.castración- no equivale a la de esa no sensación que
bería tender a llevar la insatisfacción a su transforma-< n.• nuestro adolescente funciona como una verdadera
ción en no satisfacción. Este movimiento capital no pue; érección negativa o antierección pues lo saca de la mujer
de ni siquiera intentarse si el analista no advierte que la.: en lugar de hacerle penetrar en ella. Hay por lo tanto un
insatisfacción es tan cerrada, tan clausurante, como .. lJ,antum de subjetivación negativa o desubjetivación en
cualquier circuito corto de satisfacción concreta, 1'' por fa manera en que el joven no experirnenta el abrazo ,se-
ejemplo el del consumo vulgar. 1xual, aquel matiz que obliga a introducir la palabra eró-
2. Pero los dos polos del eje, satisfacción e insatisfac- '{ico en una situación dada, manera no alcanzable tampo-
ción, se apoyan en un requisito de subjetivación tramita- <sq por la referencia al par satisfacción/insatisfacción,
do: la ligazón de lo corporal cuyo saldo es un "mi cuerpo" i:mucho más no alcanzable por la fórmula "deseo de otra
' capaz de pendular de un extremo al otro y capaz tam-' fosa" siendo no deseo de otra cosa, sino activa retracción
bién, en algún momento, de esa inflexión que transforma. c6ntra, cernible de una mera indiferencia pasiva (se pue·-
la insatisfacción común o "miseria común" en insatisfac-< !ae abundar aquí en la frecuencia de vivencias de asco, re-
u' ción neurótica, cualitativamente diferente. Si esta liga.: pulsa y diversos grados del desagrado en mi paciente lJe-
zón se encuentra alterada, parcial o globalmente, fallada ;. gado al lugar donde el encuentro supuesto revelaba su
de up. modo u otro, aquellas categorías ya no nos respon- há.turaleza de esencial contraencuentro).
3. Si hacer la ligazón es lo psíquico, será indispensa-
qle separar con cuidado (lo positivo de) la ligazón insatis-
14. Que tanto procedimiento estructuralista tenga por resultado )
'f&ctoria -tan fácil de encontrar en vínculos crónicamen-
la producción de entelequias un poco "sustanciales" es una de las pa- '
radojas del texto de Lacan: se suponía que el estructuralismo venía a
terminar con ell as. !
15. Se abre ventajosamente la reflexión aquí acudiendo al breve 16. La pregunta de Winnicott -·que no remite a una cita puntual
comentario de Gilles Deleuze "Deseo y placer: mi pensamiento y el de , orque es la pregunta de Winnicott- por cómo llega alguien a "sentir-
Foucault", aparecido en Zona Erógena, n º 32. Especialmente aconse- . e real" , "vivo", "existente", alguien no algo, es una incidencia decisi-
j able para aquellos colegas que dan por supuesto que "todo" lo del de; ' a·en mi elección ele realizar el pasaje teórico desde la "estructuración
seo ya está "establecido'' por Lacan. ' ¡.ubjetiva" a la subjetivación, a los procesos de subjetivación.
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100 101

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te neuróticos- de una experiencia parcial o extrema (cd\ .~sitamos usar de "psíquico" y de "corporal" el estatuto
mo en el autismo, la catatonía, la depresión anaclítica)_!
de no ligazón , de negatividad de la ligazón, tan bien cap~·
le derivaciones de aquel trabajo, sofisticadas derivacio-
qes incluso. Esto no nos satisface, pero nos parece más
'J!i
tada al vuelo por Bettelheim cuando la pequeña Lawrie ;i:igenuo y mucho más peligroso darlas por salteables con i}i
rota la cabeza en dirección contra.ria a. la fuente humana :i l poco de esfuerzo, "superarlas" merced al artilugio de
1
~\¡
sonora.. 17 Diagnóstico, pronóstico y tratamiento cambian' . a declaración "de corte", de corte efectista, subestima- ,
'!

radicalmente si se lleva a cabo o no dicha separación . .\\,: ·qóra del peso de la sombra de la metafísica occidental en
'1

"'~' dos nuestros movimientos. Este reconocimiento -tan ·¡

La estrategia a la que da pie el concepto de ligazón en·. i


,otente, tan sensible en la obra de Derrida en contraste 1
1

el uso que de él estamos haciendo desmarca un poco má~i '}r el goce maníaco del "corte" en Althusser- es lo con- ,,
al psicoanálisis de una acendrada tradición (que el lacaf' ;,:vario de una capitulación. "Nada está adentro, nada está (1

;¡1 l
nismo estuvo muy lejos de inquietar) según la cual "pri-' ,Juera; lo que está adentro es lo que está afuera" , escri- ·'·
mero" al nacer tenemos el cuerpo, con toda la inmediatez ía admirablemente Goethe siglo y medio ha; parafra-
"estúpida" de lo corporal, 1" "después" se añade el psiquis", s'eándolo escribimos: nada es psíquico, nada es corporal; 1,1
. ¡11
l..
,,,
mo y en todo caso la ligazón entre ambos. Introducir la'} fo psíquico es lo corporal, a fin de precisar una relación \;)' '·
,,.,i'

Nachtráglichkeit de la manera que se lo ha hecho en ge-''. ¡psicoanalítica con el soma helénico.


~ ~1

,f.
neral no altera en lo esencial la primordialidad "real" de ,\;;';'.: Dicho de otra manera, proponemos el psicoanálisis co-
ese primero; simplemente suaviza un poco los contornos' 1 ,:; :·¡•ino deconstrucción de la medicina y de la psicología en su
más toscos de la concepción positivista sin atinar a despreri::: fµncionamiento epistémico. Pero para hacer esto (en lu-
derse verdaderamente del positivismo de la concepción. 1:,, 1

'. gar de verse permanentemente asediado por los fantas-


En cambio , nos proponemos emplazar la ligazón, su '.1inas de su psiquiatrización y su psicologización) el psi-
trabajo, en el punto de partida de nuestro modelo teóri"' ·.~oanálisis no puede seguir eludiendo la deconstrucción
co , reservando en todo caso a las denominaciones que ne~ . de sus propios sistemas conceptuales. Tal cosa es imposi-
.:'.61e de hacer manteniendo el esquema religioso de la or-
.,,¡

';todoxia/desviación que Freud instaló en el corazón de la


17. Bettelheim, B.: L a fo rtaleza uacia , Barcelona, Laia, 1970, en el·. in~titución analítica. Es difícil imaginar algo más anta-
capítulo correspondiente al caso citado. Pero la agudeza del autor no:· ónico al espíritu que preside la estrategia deconstructiva.
se detien e en con signar un "ej emplo" ; él -hace más de cuarenta años-
a punta con lucidez la in ept itud ele todo punto ele vista deficitario pa, Consideraremos entonces la ligazón de lo corporal co-
ra la captación de lo que esté en juego, la necesidad consecutiva db o lo psíquico misnw, o como la formulación más radical
pen sar en serio la nega ti vidad, no bajo el significante ele la cleficieni·"' .que podemos hacer de lo que llamamos procesos de sub-
cía , cues tión tanto más crucial hoy, cuando arrecian los intentos neu- ·· ·Jetivación. También la formulación más justa para cali-
rologis tas para copar la probl emática del autismo y reducirla a défi-
cit genét ico . 'brar el peso de esos materiales en los que tanto hemos in-
18. Pa r a el "es túpido" es instructivo leer la breve apertura de La;,,: ·Sistido desde hace más de diez años: esos juegos de
{·:!'
can al Encuentro ele 1980 en Caracas, centrada en una crítica ele l~ . embadurnamiento -tan contrastantes con los de nuestro
llamada "segunda tópica " de Freucl. !Ed. Biblioteca Freudiana de Ro-· :adolescente impregnado de ajenidad y asco, que no pue-
sa ri o, 198 1. )
:; de embadurnarse de mujer- del bebé con su baba, su mo-

102 103
coy su papilla; esa retícula de juegos de la caricia con las. ativa. 2º De otras maneras, un nifio autista exhibe una
manos, con la boca, con los ojos, con todo cuanto ligando singular disociación de lo corporal al punto que, en un
se liga, y que requieren de tan afinado equilibramiento ~uerpo que no habita, tampoco lo habitan las afecciones
li , en el involucrarse de las funciones de los diversos otros: 18 jhás corrientes de la infancia. Y un niño muy dañado en
El punto de vista al que nos acostumbra el trabajo clíni; '"il.plano orgánico acusa en su comportamiento el relieve
co, por otra parte, se opone a la preocupación clasificato-,: iue torna anómalo su cuerpo (por ejemplo en el caso de
ria (característicamente obsesionada por la distinción: Üna particularidad cromosómica). Vale decir, la precoz
'.1·
entre "biológico" y "psíquico"): nos parece de buen augu- 'psíquico/somático es un índice de perturbaciones en ge-
rio que ciertas distinciones caigan en lo indecidible cuan- 7 ' iieral severas. Freud lo había pensado metapsicológica-
do observamos analíticamente un niño, sobre todo si es , hnente, la clínica con niños lo confirma en exámenes mi-
c.
! ,
pequeño. Consideremos para el caso la espontaneidad, · ···n.uciosos.21 Cuando el trabajo de la ligazón funciona sin

acaso el elemento más específico de la subjetividad: legí'. ' impasse de importancia estorba distinguir en ella una co-
timo sería definir ésta por ese único atributo, ser capaz éa de la otra.
de espontaneidad -nótese que no estamos replicando la , Y todas estas consideraciones para nada son ajenas al
:¡; partición tradicional viviente/no viviente a la que el de'> destino histórico del psicoanálisis, rechazado simultá-
sarrollo de lo tele-tecno-mediático asegura un futuro de 'n eamente en las carreras médicas y en las carreras psi-
crisis; en principio el ser capaz de espontaneidad no pue- cológicas de todo el mundo, si exceptuamos su experien-
rt' i de exduirse a priori de la robótica electrónica. Conside- · ', cia de "retorno" tan particular en Buenos Aires . De la
rada de cerca esta espontaneidad revela un intrincado misma manera encontraremos significativo que esto
1"·;.1 entrecruzamiento de disposiciones genéticas, de respues- .:'nunca suceda en las psicoterapias "alternativas" en tan-
tas impredecibles al medio y de propuestas que emana~ ' to cuiden de "hacer semblante" de cientificidad, se funda-
del niño sin mediación por la conciencia, vinculando de ; ;mente esto en lo "humanístico" o en el culto de las cien-
un modo propio aquellas (pre)disposiciones con las condi- ·: cias "exactas".
f')
ciones ambientales (particularmente los matices de las ,, . Retenemos el hilo de la caricia y su juego -pues la ca-
funciones parentales, etcétera). Es una pretensión típica ¡:;;;·icia es un juego, detalle a no olvidar-, aún lejos del es-
!:i;::: de una obsesividad estéril discriminar los componentes , ·¡'.: clarecimiento profundo de su estatuto. Para seguirlo, he-
lf• i~'
"somáticos" de los "psicológicos" aquí. Y fue Winnicott el • . de introducir una nueva pregunta, repitiendo el
primero en hacer notar que cuando en un niño pequeño .
i\.
se pueden distinguir con claridad procesos "mentales" de ·
20 . En ese curioso ensayo que es "La mente y el psique-soma", re-
procesos "físicos" se trata en verdad de una mala señal, cogido en Escritos de pediatría y psicoanálisis (Barcelona, Laia, 1972).
patológica en principio, por ejemplo, de sobrecarga adap- En general olvidado, parece un preámbulo teórico indispensable a to-
da reflexión sobre la patología psicosomática.
21. Quienes gustan de acentuar el dualismo freudiano deberían
19. Al proveernos del concepto de afinamiento (o entonación) hacerse cargo de que, siempre, Freud tiene una palabra para recordar
Stern nos brinda un instrumento para pensar ciertas situaciones de que la nitidez de ese dualismo sólo es tal en estados patológicos. Y es-
extrema finura, allí donde sólo quedaba el recurso a la "especulari::, , fo es válido incluso y sobre todo en el terreno de las oposiciones más
dad" sin precisar el aspecto del trabajo que el afinamiento comporta. cáras a Freud, como la Inconsciente/Preconsciente.

104 105
· .~
. 2.:..+ú.~

1•f

procedimiento que venimos'cursando: ¿Qué es el mama- :~:, bntinuidad sin forma -que debe leerse todo junto, pues /~!
rracho (o garabato)?: ¿Qué hace un chico cuando hace un .· no es lo mismo que la continuidad a secas o a la figurati- "
:' ft\
mamarracho? -;va: continuidad-sin-forma- y el "requisito" de la ocupa-
Fácil de observar a partir de los 2 años, con su paro-: éión a fondo del espacio disponible, sin la cual el mam;l- 'l'I
'·.·.·· . !'¡11

... ! ~
)
1

xismo en torno a los 3, el mamarracho aparece como la · '.rracho queda como anémico y no plenamente logrado.
primera actividad a la que universalmente se entregan :Enseguida advertimos -lo advertimos en el mouiniiento
los niños a poco de empuñar el lápiz para intentar algu- ,· ,mismo de la escritura- una tercera: por definición el ga-
nas rayas dispersas. Polícromo si el niño tiene a mano los · xabato excluye la reproducción de lo mismo; cada vez que ·1¡iil
instrumentos, su carencia de forma y de plan reconocible :'· ,l1no es no lo mismo que el anterior, su factura lo hace 1

induce al observador superficial a una percepción defici- / 1irrepetible, inesperado -caemos en la cuenta-, paradig-
'1i'11 ...

1}
taria, dejando en el camino un aspecto fundamental: la 'ffia de la espontaneidad (no en el culto "naturalista" con
continuidad exhaustiva o la exploración exhaustiva de la . e] que se ha solido malversar este término; estrictamen-
continuidad que el garabato manifiesta, en la que exac- ', ~e la espontaneidad de un trazo de cuyo destino no pue-
tamente consiste. Se trata, entonces, de una continuidad •· ' ser garante un sujeto como su autor). Cada mamarra-
·de
,11

sin forma , que a primera vista evoca el horror vacui: la 1cho pues, en su renuncia de antemano a significar
hoja sobre la cual se hace, se sobrepuebla de trazos has- convencionalmente, una diferencia. (Tienta pensar si no
ta su último resquicio, como si ocuparla toda fuese el im- ' es la mejor "ilustración" de otro texto, "La différance")Y
perativo, aquel núcleo de "compulsión" que Freud reco- Recalando nuevamente en la primera surge una aso-
noció en el juego. ciación posible. Uno de los materiales estudiados nos de-
Tradicionalmente los psicoanalistas no se interesaron ·1., , tuvo en la cuestión de la función del bajo en la práctica
en el mamarracho; 22 no podían, interesados como estaban musical de Occidente. Una pesquisa histórica verifica có- : ~i'.\;ji
.....¡¡
en descifrar el significado inconsciente de una figura. De · . .mo se va promoviendo esa función capital de sostén, de .Jl
~·!111
ahí que hayamos de entrada formu lado la pregunta por , • cimiento, 24 a medida que a partir de la Edad Media va te-
::::~1
el garabato ele modo de inducir un desplazamiento tajan- , . niendo lugar un acontecimiento inédito hasta entonces .111·¡··1 ·
,.,,,1·.. -
te: no por el significado, qué hace un niño al hacerlo. És- ·" en la cultura humana (a posteriori, la pesquisa antropo- t'
ta es otra calidad de "inconsciente", y más radical; en ' lógica revelaría la originalidad incomparable de esta ;::1,
,;:j
efecto, el niño no puede dar cuenta de lo que hace en tér- ; ' novedad): la escritura musical polifónica, la dimensión 1'11
·,¡
minos del desarrollo preconsciente que haya alcanzado. . de sinwltaneidad -y simultaneidad compleja- en una es- :~!
Hasta ahora extraemos dos particularidades tjpe esca-
pan a las concepciones deficitarias adultocéntricas: la

."11
,J.
23. Derrida, J.: "La différance", en Teoría de conjunto, Barcelona,
22. Exceptuando, por su puesto , el texto de Marisa Rodulfo (El ni- Seix Barral, 1971. .
1io del dibujo, Buenos Aires, Paidós, 1992) que se ocupa de él especí- 24. Es un término no antojadizamente "metafórico". Véase Ja serie
ficamente. El libro usa el colorido y vigoroso mamarracho de un pa~ de Concerti grossi de Antonio Viva ldi titulada, precisamente, ll ci-
cientito para ilustrar la tapa, lo cual es bien congruente con el . mento della armonía e della inuenzione, a final es del siglo XVII, cuan-
espíritu y la dirección que preside sus páginas , toda una actitud "po- do· resplandecía la estabilización de esos cimientos en la secuencia ar-
lítica '' de "co mpromiso" con el garabato y su importancia. mónica de la composición.
>ill

106 107
11

1'


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~

critura hasta entonces narrativa lineal; más aún, una si- , ,mio se saca, cuando ya no se te!nen caídas. Del basso con-
multaneidad caracterizada por la individuación de cada tinuo recién se prescindirá en los umbrales del siglo X lX:
parte o "voz", para atenernos al significativo léxico de la · hacía rato que el sostenimiento del conjunto estaba ase-
música. Esa ascensión de la heterogeneidad en una escri- gurado por un rico tejido de voces intermedias y graves,
tura conoce varios picos, pero digamos que hacia el 1600 , pero seguía por inercia, cual si faltara tomar Ja decisión
tiene su primera gran coronación: surge la ópera, se mul- de decir "ya no requerimos de esa superficie ininterrum-
tiplica violentamente la producción de géneros instru- pida, monocorde pero sólida, confiable". Hay que volver a
mentales, desasidos de la metafísica subordinación a la evaluar su papel silencioso, tan "técnico" en apariencia
palabra. (generalmente no se escribían todas las notas , el compo-
El caso es que toda esta prodigiosa arquitectura sono- sitor se limitaba a cifrar la superficie del bajo, el ejecu-
ra, tan notoria en su floración melódica, en su volumen , tante sabía poner los acordes según los intervalos consig-
armónico, en su espaciamiento rítmico, se recuesta sobre nados), acompañ,ando con su trazado sin solución de
una función "silenciosa" y extremadamente poco visible. continuidad el despliegue de un espacio sonoro Lan inau-
Hasta finales del siglo XVIII se encarna o se asegura en dito en su complejidad como el occidental.
la presencia inconspicua para el oyente desprevenido o Referencia de tipo similar - y más conspicuarnente ve-
1
1
1 poco formado de un clavicordio infaltable y que toca todo cina al mamarracho- en la pintura al óleo, donde la es-
1
¡ el tie111po aunque nadie lo escuche (pues es muy impro- critura de las figuras o traza dos que constituyen el asun-
,li,,,
bable detectarlo cuando suena una masa orquestal o de to del cuadro se van destacando lentamente de un fondo,
f.i"':, voces humanas). lnfaltable escribimos, y por partida do-
ble: a 'd iferencia de los demás instrumentos, que pueden
1
de una cubierta de óleo cuya extens1:ón coincide con la de
la tela, tal cual la del basso continuo va de la a a la z de
1"
!~ ' alternarse unos con otros, su tocar nunca cesa en tanto , cada pieza de música de cuya secuencia es una vertebra-
1J¡¡, haya música sonando. Como si la composición "se fuera a ción primordial.
[!!· '
caer" si cesara, así sea un breve lapso. Lo que toca pue- Si ahora tenemos en cuenta la función histórica del
de pare'c er muy sumario y escasamente atractivo: la lí- basso continuo -más allá de su función concreta en un

)l nea sonora de más abajo de todo, a lo cual se agregan es- texto determinado-: producir, ser la condición de, la ocu-

-'°' ¡,
porádicamente acordes con el esqueleto armónico de lo
que arriba va transcurriendo. Tal práctica, costumbre,
pación, la invención de un nuevo espacio sonoro - un es-
pacio literalmente inaudito hasta ese momento en las so-
ciedades humanas- , tal conclusión nos guía corno un
podríamos decir, tiene su nombre musical: basso conti-
11 nuo. Cabe su redefinición, en términos de lo que venimos puente a otra en el corazón de lo que nos ocupa: lejos de
~ desarrollando, como continuidad sin forma, al carecer de ser un fenómeno de pura inmadurez vital, su reflejo in-
1 configuración melódica o rítmica reconocible, lo que invi- mediato y ajeno al sentido,2" el mamarracho comporta

l 1
sibiliza su constante y discreto machacar. Resaltaríamos
su lugar aparte, allí entre los demás que sí se escuchan,
como si él no tocara la verdadera pieza concreta que se
una función de ocupación de un espacio inédito antes de
él; no escrito, no generado corno espacio. El mamarracho

25. Cualquier analogía con la situación epistémica del sueúo que


1
1 esfa ejecutando. Su copresencia no debe oscurecernos es-
desgaja Freud es "pura coincidenci a".
1 to, su carácter de andamio. En algún momento el anda-
1
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1 108 109
l
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1
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hace materialmente la espacialidad de ese espacio; de lo "simbólico", alcances del trazo (del cual la palabra
idea de "ocupación" debe aclararse, pues no es la ocupa- ·• •es uno de sus exponentes) del "Otro", del trazo sobre el
ción de algo que preexistía sino la ocupación como hacer-
emerger un a dimensión novísima en los procesos de sub-
'f sujeto-. Esta hipótesis también nos permite apreciar, de
..., una manera no "evolutiva" tradicional, por qué el mama-
jetivación . Este punto de vista valoriza la "compulsiva"
necesidad del niño que garabatea de enchastrar con su
rracho en lo manifiesto desaparece cumplida su función;
;~
'·en lo manifiesto, claro. Una observación más penetrante ,',1 '

trazado hasta el último rincón de la hoja o su propia ma- : sugiere más su Untergang, su fragmentación en trocitos
no , irregularidad del contorno que desgeometriza el es- con los cuales el niño hará de todo , incluso más tarde le-
pacio y que por eso mismo 11a sido retomada en algunos tras.
exponentes de la pintura contemporánea, donde la pared Consecutivamente, sostendremos que la trama del
y el suelo pasan a formar part e ele un marco ya no encua- · acariciar, tal cual la localizamos, cumple, en un tiempo i
drado. '';
anterior -puntualización que habrá que complicar más ~:Í!,.¡.~:~ i:
Nuestra hipótesis , entonces, es que, lejos de la "com-
paración" pintoresca, analógica, o levemente erudita, el
garabato del niño cumple - en lo que hace a la constitu-
adelante- exactamente la misma función que el mama-
rracho en lo concerniente a la espacialidad que nuestro
modelo clínico llamó "cuerpo". El mamarracho con el lá-
.J!
:~·;;\
.::f
I,_

'•
-
ción de una espacialidad inédita como la de la pizarra o ,,,.. ~·

la hoja de papel o aun la mesa o el rincón donde con ju-


piz es pensable como transposición de ese otro mamarra- jfd
. cho fundamental que es la caricia. El término freudiano . C.ij
gu etes se monta una escena "total"- exactamente la mis- de "polimorfo" conviene muy adecuadamente a ambas t:I'
nw función que el basso continuo, en lo atinente al espa- ,,, . fj
manifestaciones, pero nuestra concepción desplaza el ......~
cio donde la música podrá desplegarse, y que la capa de acento hacia una actividad dejuego a usente en Freud (si ~j¡
óleo como Ja verdadera tela o La uerdad de la tela, la re- él, no obstante, dirá del juego sexual, nosotros lo escribi- '•j!
velac;ión ele la verdad de la tela aparentemente "en blan- : il
i\ remosjuego sexual). 27 Bajo esta luz nos replanteamos to- •'·:¡,
•I'
co", para el pintor. Demolición de la tabla rasa y en general ...,l..
do el campo de prácticas autoeróticas tempranas, las di-
de las categorías aristotélicas , particularmente la mate- versas modalidades según las cuales el niño se acaricia, ...
~ ' ,"· f
.: !':
ria/forma, ya que el principio lúdico amasa tanto la pri- así como su simultánea orientación de investidura hacia ..... ..

.,.•! '
1

mera como la segunda (pero, por otra parte, no a la ma- el cuerpo de la madre y su reverso, el flujo de acariciares
l.11

~I
nera de un principio es piritual autoconsciente). Merced que parte desde ésta hacia el pequeño. Si lleváramos to- lol!

al garabato, con más just eza, merced al garabatear, al da esta maraña al papel, ¿qué dibujo resultaría .s i no el
garabateando , se ocupa un espacio de escritura determi- del mamarracho, irónicamente aquel que siempre quedó
nado, de largos y complejos efectos sobre el psiquismo I~ .
por fu era de la noción de dibujo en la consideracíón tra-
-por ejemplo, todos los que Lacan destacará como efectos ·. •· dicional? ¿No estaríamos con él frente a una especie de
:·. ecografía, de tomografía computada o de resonancia
26 . En este punto, ca be una reflexión sobre el concepto de "encua- magnética de los procesos de subjetivación? (lo que Ma-
dre" en psi coa ná l is is, s u te ndenciosa traducción de setting , y su ina-
dec uación profunda co n el espíritu del psicoanálisis. El niño preten-
di endo dibujar e n sesión con regla es su prototipo patológico. 27 . Consecuentemente, si Lacan se concentrará en el juego del sig-
nificante, nuestra formulación reescribirá juego del significante.

110 111
risa lfodulfo ha llamado "diagnóstico por imágenes", va- 6. APERTURA DE LA SATISFACCIÓN (1)
lorizando así el dibujo por caminos distintos a los del
"test proyectivo").""
Demandamos a nuestro pequeño dispositivo de escri-
turas que también nos deje escapar del ideologema de la
"representación", clásica o más o menos; sobre todo, en·
psicoanálisis, a la idea dominante por inercia de que un
dibujo "representaría" -a esto se le suele añadir la adje-
tivación de "simbólico"- un cuerpo en sí más acá del or-
den representacional, cuando en cambio estamos plan-
teando un trabajo del garabatear que podría ser pensado /Lugares de aposentamient\
como una reconstrucción que nos diera acceso a inferen- ---
cias sobre otra práctica de escritura tal cual pensamos la Cuerpo Espejo Hoja
caricia. El vínculo entre dos prácticas de escritura no materno (pizarrón)
puede i>er homologado al existente entre una corporeidad - -- ~
"natural" o "real" y su representación "simbólica" cultu- Caricia ® Modos
ral. Pero eso sí, en la medida en que el campo del acari- ------ de l\a
ciar temprano no es recordable, esperamos que el del ma- Rasgo ® Jjgazón
marracho nos permita reconstrucciones indispensables -
para una clínica más eficaz. Trazo ® /
Proponemos también discutir una hipótesis derivati-
va : porque hubo estructuración corporal a través de la ca-
ricia, el niiio tiene ulteriormente abierta la posibilidad de
. •
-

Relaciones de acarreo, de investimento, de ocupación.


.... la hoja a través del garabatear. De nuevo henos en el
... )
punto de partida, allí donde una niña presumiblemente
psicótiÚ-l se come la tiza. De pasada estos trabajos de Lo antedicho da lugar a un mayor despliegue de mies-
aposentamiento son nuestra propia contribución a lo que tro modelo, de cuyas imperfecciones y groseras impreci-
Freud nombró como Besetzung, alejándonos así de su pri- siones nos valdremos para seguir pensando. Por de pron-
mera y más tosca traducción por "carga" . . to, hemos derivado la problemática del cuerpo -respecto
al cual una niña que se come la tiza en un gesto anties-
critural nos fuerza a interrogarnos- hacia una cuestión
28. Las limitaciones teóricas de estos últimos han sido también fundamental de ocupación (aposentamiento) del cuerpo.
profundamente estudiadas por Sami-Ali en De la proyección (Barcelo-
Así procediendo, Jo tratamos como un lugar, en el fondo
na, Petrel, 1985), no por casualidad uno de los poquísimos autores
que pudo proporcionar al texto de El niño del dibujo referencias y más material que su sola materialidad "anatomofisioló-
puntos de apoyo consistentes en el plano específico de lo que hemos gica" . ¿Puede haber algo de mayor materialidad que un
llamado trazo. · lugar? Esta ocupación, por otra parte, la recobramos co-

112 113
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mo una vieja preocupación' freudiana, en nada ajena a lo Enseguida, el esquema mismo nos instiga a re parar
corporal, incluso al "yo corporal". La clínica posterior, ,, en los casilleros vacíos. Trabajaremos con la hipótesis de
particularmente en niños y adolescentes, particularmen- i:des dando contenido, además no es con un propósito tor-
te en patologías no neuróticas, desenvuelve una riqueza pemente clasificatorio que introdujimos el diagrama; en-
insospechada en el término "metapsicológico", empezan- seguida algo de la clínica nos dice que ni la caricia es co-
do por hacerlo clínico de cabo a rabo . ·. saque se circunscriba al cuerpo ni el trazo cosa ajena a
De ahí se deriva la posibilidad de escribir tres lugares la constitución de un cuerpo psíquicamente habitable.
en igualdad de condiciones como lugares "simbólicos", Por lo pronto, ya habíamos adelantado en dos de ellos. El
.niño que, en el primer capítulo, sabe coronar su garaba-
construidos por procesos de ocupación, vale decir, escritu-
to con un "yo" a la altura del rostro, elocuente artificio ~
· ,1 !

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ras. La escritura de una casa viene a cuento siempre que ~
tengamos en cuenta esos actos en que sus ocup antes para indicarnos el incipiente reconocimiento de sí en un
·'l;:J
nuevo orden que vuelve a poner en juego la constitución ~
también escriben poniendo un "adorno", por ejemplo. Lo
narcisista, de hecho está dejándonos tocar cierta dimen- ~• 1r 1
,,
que llamamos una subjetividad ha de anclarse en los tres
sión de espejo en la hoja , la hoj a funcionando de espejo; ~
¿t ._
lugares por igual ; de lo contrario, suceden complicacio-
nes patológicas de consideración. Marcamos con una diríamos que su producción toma el carácter de un rasgo ~l.
•I
•··'' 1
t'. il !
inscripto en la hoja, a la manera en que decimos: un ras-
cruz sucesiv as intersecciones, valorizando ciertos en-
go del rostro. Por su parte, la niña de la tiza, incapaz de
t
,,
cuentros, ci ertas correspondencias privilegiadas, como la i,_ ¡a

que asocia cuerpo materno a caricia. El círculo envuelve . gesto alguno de trazo sobre el casillero "fuerte" de la ho- '
)<·'

~
la cruz en ese lugar para detener mejor no sólo o no tan- ja, sí en cambio sobrecarga de un modo desconcertante
~!
to su dimensión de primordialidad, mejor todavía en pro los rasgos de su rostro en el espejo con trazos de tiza, co-
de hacer valer ese carácter de escritura, esa jeroglifica- . mo si se tratara de una necesidad de reforzarlos. Proce-
diendo así, la intersección debe ser leída entre trazo y es- 1
ción 'de la caricia muy dificultosamente abordada por el "
!· pejo. (No está de más observar el movimiento hacia atrás
'''!
psicoanálisis pese a Ja posición eminentemente favorable
que Je otorgan lat;Ú·ea clínica y las posibilidades de ella
derivadas , como la observación psicoanalítica de bebés. 1
en el esquema, así como la marcha hacia adelante en el
otro niño.)
-1• •!
~

d
Aún resta una mayor explicitación del término aca- 1~
l. Diferenciación ésta qu e nos parece muchísimo más conveniente . rreo que figura abajo: impide que los tres lugares de apo-
y fecunda qu(" aquell a formali sta y logocéntrica que opone una "escu- sentamiento se lean desvinculados entre sí; contesta a la
cha " psicoananlítica a una "m irada" médi ca o a la observación psico- pregunta ¿qué condiciones deben cumplirse en el niño ,¡
lógica corriente, empirista y corta de conceptualización. A su vez en la
observación ano. lítica podrá distingu.irse una de aplicación, que sólo .
para acceder a la hoja, valga el caso?: debe poder aca - .1

!
ve lo que ha puesto de antemano (como la ensayada por Melanie rrear hasta allí -o sea, en el sitio donde tiene que hacer-
Klci n y sus co labor adoras .en "Observando la conducta de bebés", en la- elementos extraídos, recogidos, en las instancias
Desarrollos en psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1960, ) y otra de es· cuerpo materno y espejo . Nos hemos representado el ma-
ludi o, cuyo exponente rnás ca bal es Stern (EL mundo interpersonal del
infante, Buenos Aires, Paiclós, 1991), a lo cual se suman otros esfuer-
.marracho como una suerte de fotografía indirecta -vale
zos muy dignos de interés: véase Brazelton, T. B. y Cramer, B., La re· decir, y esto es esencial, en absoluto un reflejo puro y sim-
!ación mcís temprana, Buenos Aires , Paidós, 1994. ple- del estado de cosas en el campo que la caricia debe

114 115

~
~

urdir. E s como concebir lo com puest o por materiales aca- binación de estas alternativas a la manera de las series
rreados desde las primeras dos localidades. Por lo tanto, complementarias de Freud.) Y enseguida estarnos en
supondrá todo un transtorno llegar allí con las manos va- condiciones de apreciar cómo el modelo cambi a la percep-
cías o provistas de una carga muy exigua. Si usamos del ción de un garabato que el niño hace, o de las figuras hu-
1 polimorfismo heterogéneo para una "ilustración" (en el manas que de él se desprenden; ya no se trata sólo de "có-
sentido que le da N asiof de la caricia -heterogeneidad mo" el pequeño dibuja, lo conceptualizamos como su
que en algunas empresas plásticas del niño lleva al colla- capital corporal , giro bancario para nada ajeno a lastra-
ge, cu ando se pega entre los trazos una lluvia polícroma diciones t extuales psicoanalíticas. En el caso de la niña
r
1
de pedacitos de papel- , es también porque nos sirve pa- de la tiza con la que iniciamos nuestro recorrido, dicho
1;, ra dar cuerpo imaginado a nuestra conceptualización de capital está muy ei:i serio entredicho .
~
\ cuánto se reúne, ele la miríada de hilos reunidos que se ¿A través de qué concreciones , por la vía de qué opera-
juntan caricia mediante , lo que más globalmente se lla- ciones se hace la ligazón que es lo corporal? Está cl aro
fL ma unificación narcisista. Hilos de trazos cruzados y que no se desprende de un solo acto glob al, es preciso
¡
f:'
1
,! vueltos a entrecruzar, creando permanentemente dife- concebir una pluralidad de ligazones. Pero, ¿cómo se im-
rencias pero no oposiciones binarias: el mamarracho es plantan? E s en este punto donde la dimensión de la sa -
l
indiferente al principio de no contradicción cuya no vi- tisfacción alcanza toda su est atura , difícil de imaginar
~I gencia en el inconsciente constató Freud. fuera de los criterios psicoana líticos así como fu era de la
El acarrear introduce entonces el modelo del viaj e, del práctica donde se vent il an . El modo más concr eto posibl e
..
~~

trayecto a r ecorrer: con el bagaje que fuere, atesorado de dar cuerpo a esa ligazón de ]o corporal se opera me -
I•"'
~.
primeramente en el lugar del cuerpo materno, el niño de- diante la experiencia de la vivencia de satisfacción.ª
~: be afrontar el llegar hasta la hoja de papel. Adoptada es- Se trata de una categoría freudiana fundamental,
~
t a perspectiva, la cuestión de si el bagaje alcanza, t anto hundida en lo más profundo de la subjetivación tempra-

~-

para el recorrido en sí como para la mudanza que le si- na . Por eso mismo , dio pie a un largo des encuentro con-
~; gue, se revela capital. Por ejemplo, ¿hay algo del orden sigo misma; sólo el desarrollo pleno de un trabajo con ni-
1 1~·
' -:l'1 de un vigoroso mamarracho en la implantación del niño
al cuerpo materno? En este punto ya evocamos ciertos di-
ños, y especialmente con los más pertur ba dos, podía
hacerle justicia y promoverla a un primer plano, más
~:
bujos de pacientes esquizofrénicos donde la superficie allá de las cosas que un alumno m emoriza cuando estu-
corporal aparece desvaída y en flecos . De todos modos, el dia m etapsicología. Examinemos sus notas m ás destaca-
1 planteo de este esquema deja otra cuestión por exami- bles:
nar: cuando la llegada no se produ ce o es débil, ¿es que
no se sali ó con lo suficiente, es que las bases de aprovi- l. Es una vivencia efecti va , teóricamente locali zable
sionamiento se cortaron demasiado pronto o es que se como acontecimiento histórico. No es cualq iú er vivencia
perdieron elementos por el camino? (Sin excluir la com- efectiva, por precaución .
!¡ 2'. Véase por ejemplo Nasio, J. D.: Los oj os de Laura , Buenos Ai -
res, Amorrort u, 1993.
3. Por supuesto , remitimos a La interpreta ción d e Los sue1ios , capí-
tulo VII, sección C, "La complejidad de rodeo de la expresión no debe
ser abrevia da".
1

1
1 116 117
1
¡¡
:
1

2. No es una sola, no es "la" más que por comodidades manera multiforme, un cuerpo que era no humano, aún
de exposición. Es impracticable -y poco práctico- concep- no, mediante ella pasa al orden de lo humano, se escribe
tualizarla sin el recurso al tejido, al apretado grupo, al cuerpo de subjetividad humana. La satisfacción ya no
enjambre, a la vez detallado y diseminado. ' puede ser de un organismo.
3. Pone en juego una peculiar descentración de lo cor- Es interesante el agregado de que el término alemán
poral, indisociable de lo polimorfo. Si Freud recurre a la así traducido también comporta el motivo del apacigua-
boca pecho para exponerla ello no es más que un punto miento, del traer la paz, rico matiz teniendo en cuenta
que por visible es tentador para el ejercicio de la ejempli- que aquello que apacigua no es un objeto "natural", en
ficación; pero no tiene valor de jerarquía: la experiencia primer lugar porque tampoco lo es la paz." La paz: no se
como tal no lleva ningún apellido, tampoco el de lo oral. puede llegar a ella por el expediente único de una satis-
4. Tampoco requiere su concepción de una oposición facción "de órgano" que no estuviera firmemente anclada
de principio (cara al estructuralismo) entre el rodeo y el en un lazo intersubjetiva, llámese aquí la función mater-
cumplimiento: nada más efectivo que el trabajo del rodeo, na o la que fuere. (
él es ya la satisfacción, que sólo llega después en un plan- Digamos en este sentido que las fundamentaciones de \
teo sometido al mecanicismo y al positivismo. los extremos de lo corporal que Freud esperaba de "otro
5. El segundo rasgo notable, y diríamos no negociable lugar" que no era sino la biología (al no tener clínica
ya en el primer planteo freudiano, es que la satisfacción Freud para seguir ese hilo) es la clínica psicoanalítica
es de entrada, en su entrada misma, otra cosa más que con niños y con adolescentes quien las proporciona: es
una satisfacción "física" consecutiva a efectos fisiológi- · ella ahora nuestro "otro lugar", a condición de no autoli-
cos, metabólicos, etcétera. Ella núsma es una inscripción mitarse al campo establecido de las formaciones neuróti-
psíquica a la que bien podríamos llamar, si lo quisiéra- cas. La posición del autismo es en este punto verdadera-
mos, \ma zona objeto determinada (la voz de la madre, la mente ejemplar (tal vez sólo alcanzada por la depresión
escucha regocijada, la propia voz del bebé rehaciendo por temprana grave, aquella que puede desembocar en la
su cuenta aquella música). Este hecho se pierde y se ' muerte de no intervenirse a tiempo). Su centro de grave-
adultera cuando se limita satisfacción a "biológica" y a
dad reside en un fracaso rotundo de la experiencia que
una "necesidad" biológicamente pensada. Es bien ins-
hemos reintroducido, por consiguiente una implantación
tructivo el modo en que en el texto de Freud se abre pa-
defectuosa, marcadamente negativa, en el cuerpo mater-
so la idea de huella, de acto de escritura. Y todo lo que
no (subsumiendo este lugar las especies empíricas del
hasta ahora escribimos del acariciar y su eminente fun-
cuerpo de la madre y del propio nifio). Digamos que aquí
ción se deja pensar sin violencia bajo la faz de la expe-
riencia de la vivencia de satisfacción. A su vez, retornar la experiencia de la vivencia de satisfacción fracasa en
a la caricia permite enfrentar esta categoría fundamen- subjetivar globalmente al nifio, dejando como saldo esa
tal en una referencia no sólo clínicamente amplia sino
desbordadora del estereotipo de lo oral. 4. Sobre esta cuestión véanse los desarrollos de Lacan concernien-
tes al "día", concernientes a su pertenencia a otro registro que el em-
Pero entonces la satisfacción se nos muestra como el pírico-natural. Consúltese El Seminario. Libro 3. Las psicosis, Barce-
lona, Paidós, 1984, capítulo XI.
camino por excelencia de la subjetivación. Dicho de una

118 119

~
i!

¡
11·1
procurarse, restituir , algo de este orden. Sabemos cómo
i!
i~
frágil pertenencia al género que caracteriza al autista,
dando sitio a las figuras del pequeño robot o del extrate- lo hace, intensificando hasta la exasperación estas u
rrestre. Más aun, el terror pánico, la violencia de una ra- otras prácticas (en general) sobre su propio cuerpo, sobre
dical fobia al contacto que inevitablemente es una fase todo en el momento y en el lugar en que se esperaría· el
del tratamiento si la retracción disminuye, es un índice ,, llamado, la necesidad del llamado, al otro humano. Saca
elocuente de que en la posición autista no se espera de lo la caricia del espacio intersubjetiva, lo cual tiene por con-
humano, de lo intersubjetivo, nada que tenga que ver secuencia la forma extravagante, marginal, descontex-
con el orden de la satisfacción y con el orden ,que la satis- tuada, que ésta toma cuando, por ejemplo, se gira y se gi-
facción pone; antes bien, según ya lo hemos propuesto, la ra una mano clavando la mirada en ella (compárese con
vivencia se invierte en experiencia de la vivencia de ani- el niño deprimido girando y rondando siempre en torno
quilación. ' Ésta es proporcional en su intensidad a la de al cuerpo de algún adulto imprescindible). Por extravia-
•:
la renuncia y el rechazo tan extremos a anudar la satis- das que juzguemos estas prácticas de exacerbación sen-
facción al encuentro con el cuerpo materno en tanto alte- sorial fragmentaria, no cabe duda de que en ellas el niño
ridad subjetivante. El cuerpo del pequeño duro y tieso en se unifica férreamente (contra la trivial noción de que vi-
el abrazo, sordo a los juegos sonoros de la llamada, in- viría en un estado de fragmentación, que de hecho -nue-
mortaliza la negatividad de una caricia vuelta en su con- vamente- de ser tal sería incompatible con la vida, aun
trario. en tan bajos niveles de espontaneidad), edifica una 'Pecu-
Pero esto no puede ser todo, ya que, al fin de cuentas, liar ligazón de lo corporal, se reconoce a sí en el extraño
el niño autista no se muere. Literalmente al menos, en espejo de esta caricia fuera-de-madre. Entonces, la expe-
absoluto. Si las cosas se ciñeran al establecimiento de riencia de la vivencia de satisfacción se transforma en lo
;( una vivencia de aniquilación como retorsión aberrante contrario en el espacio a ella destinado y retorna restitu-
de la esperada vivencia de satisfacción, el niño no encon- tivamente en otro desubjetivado, condenándose al circui-
traría cómo continuar vivo en cierto grado; el expediente to vacío de un placer confinado a fragmentos de cuerpo,
de la satisfacción debe continuar su curso, encontrarlo y que recuerda extrañamente el "placer de órgano" al que

' '
por algún lado si aceptamos -sensibles en este punto a Freud a veces refiere la experiencia autoerótica corrien-
) J
r ~ las ideas de Piera Aulagnier, quien abrió paso a una vi-
sión no hedonista de la satisfacción- que la posibilidad
de la existencia se cancela sin ningún género de expe-
te. (Curiosamente, en esos puntos de texto al menos, el
niño imaginado que Freud tiene en mente es un niño au-
tista auant la lettre.) Tal desfiguración de la caricia, co-

l riencia de vivencia de satisfacción.6 El niño, pues, debe mo es de suponer, no es condición de ningún recorrido
transformador posible, se dirija a la hoja o al espejo; só-
lo estructura su perpetuación. Y cuando el niño en estas
5. Rodulfo, R.: Estudios clínicos, Buenos Aires, Paidós, 1992, capí-
1 tulo 17.
condiciones parece "avanzar", porque empuña un lápiz o
~ se apodera de algún juguete, no tardamos en comprobar
1
6. La frecuentemente observada investidura masoquista de una si-
tua~ión de encierro y tortura puede ser con ventaja analizada en esta que el trazo en cuestión poco tiene de él; cierra sobre otra
perspectiva como una investidura defensiva cuya función es de "auto- espacialidad idéntica figura motora sensorial (ahora la
[' conservación": el goce masoquista da sentido en el sentido ele una sa· sensación se procura girando el lápiz). El "punto de fija-
1 lis/acción a una experiencia que antes carecía totalmente de ella.
1

1 120 121

1

1
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.'.111

ción" a una caricia tan trastornada domina por sobre el monía irrestricta de lo genético. Es decir que la esponta- ¡,

rasgo y el trazo aún en los espacios que más se especifi- neidad nombra la oscilación en una franja que el anuda- ,f'
can por éstos. miento de constitución y ambiente no consigue dominar.
En suma, la intensificación sensorial autística restitu- Cualquier concepción que haga del niño un reflejo pasivo
ye algo de la especie de la satisfacción pero a través de de lo que fuere: su programa genético o el deseo de la.ma-
una experiencia de tal manera abortada que resulta inú- dre o aun las condiciones sociales, no la necesita y la pre-
til para subjetivar al nifw. Esto da todo su valor a la re- cluye. Dicho de otra manera: en la óptica del "prematu-
comendación de Tustin en cuanto a la no pertinencia de ro", cara a Lacan, es lo único que no obstante y en rigor
intentar el camino clásico de interpretar una supuesta el niño tiene, precisamente por "carecer" de dispositivos
dimensión "inconsciente" en esos actos autistas, postura instintuales rígidos. (Inscribrir esto en el registro de la
del todo ineficaz que ella personalmente sustituye por in- falta es una maniobra textual de enormes consecuencias
·1"'':
y de implicaciones ideológicas poco esclarecidas, ya que

.
tervenciones que procuran forzar la renuncia del niño a i-11r•~
( ·-;·:,
dichas prácticas. (El hecho cierto del automatismo de sa- la supuesta "falta" de instinto no tiene por qué no ser leí- n11·,

tisfacción que procuran, explica lo arduo del trabajo que


tal meta exige.) Balancea rse constantemente, o girar las
da hasta como un "exceso" o un excedente respecto no
tanto a "lo biológico" en el ser humano como a una con-
"' '!
-.::·
:. . . '
,,,,..
l
.
!...

manos o reiterar el mismo canto de frase sólo garantizan cepción a la vez estrechamente médica e idealista de la ;:Ji:!
,-1•''

biología. La interpretación lacaniana de la maleabilidad .::


la continuidad de un modo extremadamente acotado de
' " ~~·
mantenerse vivo. ; Para medir todo el daño implicado en de los funcionamientos vitales, alcanzado cierto grado de
este mínimo de restitución es menester referirlo a la desarrollo en los mamíferos, como "falta" da en el blanco
perspectiva de la espontaneidad. Apenas escribimos "es- al dejarnos un bebé sin recursos, privado de la fuerza de
pontaneidad" conjuramos el máximo de flexibilidad posi- su espontaneidad-ni.)ª
"I'
ble en los movimientos subjetivos , designa aquello que Esta espontaneidad como potencial de respuesta im- •!'

resiste -o el coeficiente de resistencia- a los esquemas preuisible, lo más alejado del modelo del "reflejo" que, re-
deterministas. De esta manera, mantiene una relación cordemos, pesa epistemológicamente -¡y cómo!- sobre ";~
·· · ~
ambigua con lo constitucional en el sentido de Freud: si Freud, es la que el conjunto de los procesos autistas con- 11• •1'
r 1!".

por una parte designa con su emergencia un tono por lo vierte en su caricatura fabricando automatismos legibles
menos (musical más que neurológicamente pensando) como anticaricias o una teratología del acariciar. Puesto u¡
irreductible a las variaciones y condiciones del medio fa- en términos metapsicológicos, espontaneidad se escribe
miliar -incluyendo allí lo mítico familiar-, por otra par-
te garantiza un resto de imprevisibilidad informe frente
a cualquier crispación biologista que postule una hege- 8. Ni "biológica" ni "psicológica", por supuesto. En el fondo de es-
ta maniobra textual, secreto de su éxito de público , está el viejo nar-
cisismo humano, complacido de -a través, paradójicamente, de una
7. Todo lo que hemos escrito sobre la función superficie es apenas deficiencia- encontrarse "superior" y sin "nada que ver" (expresión
un cabo para pensar el trabojo que supone el mantenerse subjetiua- que acude tanto a Lacan cuando se refiere a estos asuntos) con Jos
m ente vi vo, cuestión adelantada insistentemente por Winnicott, y que animales. Una vez más , véase Derrida, J.: "El cartero de Ja verdad",
requiere mucho mayor desarrollo. en La tarjeta postal, México, Siglo XXI, 1984.

122 123
sobre lo que se ha escrito "inconsciente" en el vocabula- cisamente dañado o fracasado en el paciente. Éste luego
rio psicoanalítico; no con la implicación de un topos orga- pudo empezar a inventariar en qué prodigiosa cantidad
nizado inaccesible a un "sistema Precs-Cc" sino como ese de situaciones de la vida cotidiana, desde las más compli-
potencial de emergencia de un "saber que no se sabe" y cadas hasta las más elementales, las cosas se le atasca-
que -como el bricoleur- no sabe lo que va a hacer y que ban por la negatividad de su suposición: no hay dos (o
descoloca permanentemente el saber-poder del adulto o más) produciendo juntos. La contracara de esta imposi-
de "lo" adulto. bilidad es la manipulación autística del partenaire, ya
De entrada, la espontaneidad es apertura a lo inter- evidenciable en los materiales consignados. El anclaje de
subjetivo, previa a toda "demanda". Es esta apertura la todos y cada uno de los aspectos clínicos en cuestión en
lesionada en el autismo y Tustin ha sabido entreverla y una patología de la experiencia de la vivencia de satisfac-
enseüárnosla, esta lesión es más importante que los fe- ción ensancha el horizonte del trabajo analítico de un
"
\:~ nómenos estereotipados de restitución que malamente la modo insospechado.
: li'.¡
restañan y que en otros casos pueden afectar maniobras
!¡,.,
más sutiles. En el adolescente cuyas desventuras consig-
namos pudimos detectar el alcance de aquella lesión en Siguiendo en este punto a Dolto, y balanceando los
lo íntimo de la transferencia: el paciente nunca sentía ni efectos de lo histórico y lo mítico, hemos concluido en la
esperaba que ele la trama de nuestro encuentro y de necesidad para la subjetivación de que la experienci.a de
....
~; ...
nuestro trabajo proviniese un beneficio para él, y eso era la vivencia de satisfacción se efectúe en ciertos períodos
·.::: mucho más que la obstinación de un enfrentamiento en claves, a diferencia de quienes le otorgarían únicamente
el marco de una "resistencia" clásica, algo harto más si- el estatuto de una retroacción fantasmática. No habien-
lencioso e.inaccesible , en algo evocador del no querer sa- do ligazón de lo corporal si no es por su medio; en lo que
ber nada del Verworfen freudiano cuya honda pasividad hace al pequeño sujeto (pues su alcance no se confina a
a menudo olvidamos, subyugados por la imagen más so- esos primeros avatares) eso no le deja otra opción que la
muerte también crudamente efectiva o la restitución que
, e
noramente violenta del rechazo. Después de bastante
tiempo. pudo asociarla a sus atmósferas de desencuentro cursa en las patologías más graves.
) e improductividad en las reuniones con los compañeros En cambio, sobre la base de su efectuación, que ancla
·I~ !
,, del grupo de rock que trataba de integrar: la no-composi- cuerpo, se hace posible el establecimiento de una diferen-
ción de música juntos. Fue mucho después cuando llegó cia de estructura entre la satisfacción obtenida y la satis-
a suponer en él una suposición que disyuntaba deljuntos facción buscada, desnivel constituyente del circuito del
(dos o más juntos) toda experiencia de creatividad o de deseo. Pero es esencial aquí no modelizar este desnivel
engendramiento. La referencia a la escena originaria pa- bajo la forma binaria fálica usual: la diferencia no tiene
rece imponerse, a condición de no detenerse en la imagi- por qué leerse como más y como menos, ni volcarse abu-
nería más obvia (el tercero excluido, sus celos, etcétera) sivamente en el molde de la enfermedad neurótica para
para reparar en ese fondo fundamental de mutua aper- hacer de ella insatisfacción o no satisfacción; tal diferen-
tura al otro que la escena tiene por condición, el fardas- cia puede en cambio, es lo que estamos proponiendo,
. ma de encuentro (el fantasma "dice": hay encuentro) pre- leerse como la satisfacción m.isnw., la diferencia. entre la

124 125

1
~.

.
satisfacción obtenida y lo, satisfacción buscada -su no
1, coincidencia, su no completa superposición- es la satis-
I;
facción . Lo que h a pasado desde Lacan a tematizarse -en
¡; general de maneras bas tante monocordes y sin esa dife-
¡¡
"·1
rencia entre el texto de Lacan y el propio que haría sen-
;;¡ sible un texto- con la muletilla de que "el deseo no se
i satisface" es en realidad la diferencia entre dos satisfac-
·I
ciones; la obtenida vale, tiene su lugar (y su función en la
economía psíquica). No es el mismo caso que el de sufrir
la insatisfacción: la no coincidencia de dos satisfacciones
no ti ene por qué reducirse apresuradamente a una expe-
!~ 1;¡
¡1 ;
riencia - y repetida, o crónica- de insatisfacción. Y si bien
no somos buscadores ansiosos de la continuidad ni le te- ,,::¡
~ 11·

memos a los conílictos textua les, hay que decir que nada
de lo que acabamos ele escribir es incompatible con las (
enunciaciones de Lacan, a condición de que se reconozca
y se respete la paradoja - recurso tan de Lacan como de
"' •
Winnicott- cuando aquél escribe de la no satisfacción del
deseo: una no satisfacción entrama da y efectuada de un
ent retejido de satisfacciones; una satisfacción que es una
no satisfacc ión.
.. . 1
La experiencia autista vuelve a ser una referencia pa- "'
ra te'nder un tapiz en el que estas diversas modulaciones
se acomoden. En va no buscaríamos en ella algún mito de
la satisfacción buscada, algo como "aquello sí que se- ':J..
·: ~ 1

ría ... ". Al otro extremo, la verdadera neurosis afecta la


,.'"I',.¡¡
satisfacción tenida en tanto tal, la reduce a polvo: el pa-
dre de un pequeño paciente m e decía de sus ganas de
"'I
i if. .,

"asesinarlo" cuando, después de una jornada de agotado-


res paseos y múltiples consumos, su hijo le demandaba
"¿Y ahora a dónde vamos?", no en el tono del entusiasmo
y la exuberancia propios del niño, más bien con el des-
contento del que no lia ido a ninguna parte. Es otra ma-
nera, igualmente eficaz, de perder el flujo del ir y del ve- 9. Véanse nuestros retratos bien impregnados de cotidianidad del
nifi.o del trans torno en TI·astornos narcisistas no psicóticos, Buenos
nir entre las dimensiones de lo encontrado y Io esperado. Aires, Paidós, 1995 .
Contrasta el material de una adolescente relativo al or- 10. Véase mi "... pero además es cierto ... ", capítulo 6 de Estudios
clínicos, que a dela ntaba esta cuestión ya en 1979.

126
127
No propugnamos con esto una romántica abdicación originaria signada por la satisfacción o por la frustración
de la nosografía; nos referimos a cómo el modo "estructu- y el desinvestimiento. Una sobredeterminación conden-
ralista" de oponer neurosis y psicosis, amén de muchos , sada en la zonaobjeto que tampoco se detiene aquí.
otros inconvenientes, reintroduce con un desplazamiento
la dicotomía entre el hombre de la normalidad y el enfer-
mo que el psicoanálisis había empezado por levantar. Y
es por demás curioso que aquello se acompaña con un as-
censo de las neurosis en el escalafón de la psicopatología
psicoanalítica, cuando antes que una "fiesta del lengua-
je" son fo rmaciones donde tanto fracasa nuestra discipli-
na, cuando las encuentra verdaderamente constituidas.
;;¡; Reencontrado en nuestro camino, promovido a un ran-
'"'11'1i;
go de mucho mayor peso clínico (incluso en la elaboración
f::.. ele criterios para el diagnóstico diferencial), el concepto
-11::::•' '
"·~ : ' de la experiencia ele la vivencia ele satisfacción debe ser
:·:· I
fl''
a continuación desmontado --a la manera en que el niño
t , .,,

k: desarma un objeto para ver de qué y cómo está hecho-,


alejándonos de una consideración demasiado global, que
~-·::;
lo limitara a una fisonomía homogénea en cada acto de
invocación: es preciso llegar a la comprobación de que es
una experiencia conglomerante, compuesta de una canti-
dad diversa de cosas, de las que hay que proceder a hacer
un inventario. Volviendo a tomar su imagen socorrida, no
t se reduce al punto de una boca en un pezón: forman par-
' 11 te entraüable de ella elementos como el deseo materno
.1
lfll t
i·ll
hacia ese hijo (de tanta incidencia en las cualidades del
~lll

encuentro), los motivos del mito familiar respecto a qué


1
¡ es un hijo (y sobre todo ése que allí adelanta su boca: el
' mito también se le mete en la boca; y va en el pezón), el
tejido de las disposiciones constitucionales prontas a ac-
1 tivarse (el niño pasivo, atónico, el niño cuya violencia
1

oral se lleva por delante hasta las eventuales represiones


~ de la madre, interpelándolas), la huella del padre en el
cuerpo materno (lo que Melanie Klein plasmó c.asi almo-
do d12 un dibujo animado como el pene paterno en la sor-
prendente interioridad de la mujer) según una escena

128 129
~

- ... . ·- - -··-·

:1
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7. APERTURA DEL i\ SATISFACCIÓN (Il) 1
1:1
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Designa la sul~je tivación primaria


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Designa la individuación •·
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Cu1rpo Espe o Pizarrón 1J,;

maUerno (hoja) ,..

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Caricia ® ~ 1

Formas
Rasgo ® de la 1;,
ligazón ..'"
Trazo ® / .. 11
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"
Designa la escrituración

.. ____.,.

..
Relaciones de icarreo
...
Tras los pasos de la niña de la tiza, le opondremos un
fragmento de material por mtero diferente, extraído del

31

'
análisis de un niño de 7 años , aquejado de muy notorias Pequeño en sí mismo -pero, ¿hay material pequeño?-,
inhibiciones, las suficientes como para que mereciera el este fragmento resalta para el diagnóstico diferencial en
título de fóbico, título aquí bien legítimo por poco que se . su rasgo de contraste con el primero. Por lo demás , el día
consideren sus dificultades en el movimiento pulsional. , anterior el niño había venido a sesión con uri cuento es-
En la ocasión que evocamos, entra a la sesión refunfu- ' crito a medias que entonces terminó de compaginar, dis-
ñando (lo que no es su hábito), viene acompañado por su poniendo y pegando hojas en el formato de mi libro. El
madre (siempre lo hace solo), se dirige a ella con un tono cuento se llamaba "El arroz con leche", alimento por el
de la voz que un psicoanalista sólo puede asociar a regre- que se apasiona su protagonista, un niño varón , según
sivo; trae además un abultado paquete de galletitas. Es era de esperar. Tanto engulle un día que la panza se le
un gran dibujante, no considerándolo desde el punto de .~ pone hecha un globo descomunal; no puede mover brazos
.i'[
,'ni piernas, sólo esa panza guarda cierta movilidad. Re-
t,
IFh!;r.
vista estético sino como paciente, ya que la mayor parte
de su producción de material aflora por este medio . Plan- ·. vienta finalmente, y sus padres se encargan de llevarlo a
:~,¡~; ,.1 una tumba.
tea sus cosas dibujando y, sin una destacable facilidad,
dibujando siempre se las arregla. Pero en esta sesión, El desenlace es algo ambiguo. Por una parte el héroe
después de vacilar visualmente ante las hojas y los mar- atiborrado retorna de noche (en forma de es queleto),
~~-· ·•
cadores, se sienta, come, y no hace más nada. En tanto el aparentemente para vengarse, puesto que se dedica a
paquete es verdaderamente grande la situación puede asustar. Por la otra, la mañana siguiente a la prim~ra
prolongarse, con él devorando de un modo apresurado, ., noche, cuando la familia se sienta a desayunar y es la
ansioso (no espera a terminar con una cuando ya está in- hermana quien ahora desea atracarse (de tostadas), la
troduciendo otra en su boca). madre recurre al expediente ele darle en su lugar un pe-
Enseguida echamos de ver un trazo diferencial rele- ' '. dazo ele jabón. (En este punto intervengo, comentando
t, J . vante: él viene -por lo que sea- en un estado de resisten- ~. que seguramente lo hace para evitar que le ocurra lo
cia inédito en un niño destacadamente fecundo en aso- mismo que al muchacho demasiado goloso) .

, 1J 11 11
,,¡
ciaciones, pero no por eso se come la tiza, trae con él
comida genuina. Queda temporariamente inhibido de
Es relativamente fáci l para el analista remitir el pos-
tre tan excesivamente consumido al elemento de lo ma-
·"
·'
agarrar tiza o lápiz y pasar a la hoja o al pizarrón, espa- terno y reconstruir una suerte de conjunción desmedida,
'" cios donde suele moverse con mucha soltura. En cambio, ' incestuosa entonces, oral. A su vez, dándole jabón inco-
I',. ' muy quieto, salvo la boca, se atraganta, se atosiga. No mestible, antigolosina, a la hermana , la madre del h éroe
¡ ,introduce un término separador, toda una incitación a
1 obstante, los instrumentos que pueden ligarlo a aquellos
1
espacios no son destruidos, se conservan intactos. Por destetarse por la vía de un objeto repugnante en la boca,
eso, terminado el paquete, ya hacia el final de la sesión, prácticamente un vomitivo. La moraleja parece bastante
se decide a borronear algo. Tal relativa fluida reversibi- obvia,
lidad la conceptualizamos primeramente entendiendo Por el contrario, el comerse la tiza de la primera niüa
que no se trata de una situación agujereada, ni en suma- no se refiere al desenfreno de un placer libidinal por eso
no ni en la conjunción potencial de ésta con un instru- , mismo peligroso; conspicuos indicios clínicos Jo colocan
mento de escritura se manifiesta agujereamiento alguno. ··en el registro del agujero en el cuerpo -en lugar ele un

132 133

..

cuerpo demasiado lleno~ y de un malestar angustioso él


sí devorador, en la medid?- en que, a su vez, lo inaccesi- ser acariciado, debe acariciar al otro y debe acariciar-
bl e del pizarrón lo convierte en un agujero por donde la se, abriendo esa diseminación autoerótica que va pro-
niúa se cae y su posibilidad de diferencia desaparece. gresivamente escribiendo su cuerpo (y no sobre él, co-
mo en la teoría clásica del apuntalamiento). 2
2) Pero a nadie puede extrañar que el método psicoana-
Más o menos tácitamente, las cosas nos han llevado a lítico ilumine lo que en una mano no es sólo la mano.
considerar como aún muy pobre y sobre todo unidimen- Y no sólo por imaginarla cargada de libido. Menos
sional la mirada que se ha echado sobre la caricia en la conjeturalmente, a partir de los Tres ensayos ... hemos
mayoría de los casos. Hemos dado aigunos primeros pa- ido vislumbrando y descubriendo un entretejido de
sos apunta ndo a hoj aldrarl a , pensándola tal como un equivalencias funcionando activamente en el cuerpo y
verdadero dibujo, vale decir, en pleno derecho una escri- no sólo funcionando, constituyendo su nervadura: lla-
tura tanto del propio cuerpo cuanto del materno. No marlas "simbólicas" puede oscurecer la conjunción de
siendo la caricia un concepto en psicoanáli sis, por eso la factores constitucionales y experienciales en su exis-
r elacionamos a uno , y de gran peso m etapsicológio, como tencia (a menos que el "simbólico" se despegue un po- (
l,, t
es la experiencia de la vivencia de satisfacción. Aun así,
hay que seguir tomando y midiendo la distancia con res-
co de su connotación lacaniana, inclinándose más ha-
cia la visión estructural de Lévi-Strauss). O es menos
·¡
'·1
1
'
pecto a un empiri smo siempre simplificador, del estilo de " equívoco remitir a la huella -que no precluye lo gené- .¡
1

"técnicas corporales", siempre disponible y dispuesto a · tico- y a la escritura. Como sea, muchas de estas equi- 1

apla narlo todo sobre una id eología del "contacto". Por el valencias están presentes de entrada: Daniel Stern :..1¡
contrario , sólo el psicoa náli sis dispone de medios de re- las ha recogido en su concepto de percepción amodal,
fle xión pa ra r econocer los componentes, los diversos ele- poniendo fin , ¡esperemos!, al mitema de la percepción
m1:mtos que trabajan en el interior de una "simple" cari- congrua con lo concreto, homóloga del pensamiento .:¡
cia. Cuanto más simple el fenóm eno, menos simplista es congruo con lo abstracto; dos mil quinientos años de
ca paz de ser la perspectiva analítica: platonismo pendiendo y pesando sobre el psicoanáli-
.:.:].
'

sis. Frances Tustin, paralelamente, habla de "series


1) En un cierto orden el e aparición debe destacarse la li- :
t eralidad de la caricia o del abrazo como tal , t eniendo
de sensaciones", series que habría que pensar si se co-
nectan y cómo a la secuencia de Winnicott. 3 ~ 1

en cuenta que el b echo de su concreción es ineludible, 1


1

indispensable; sin él, el niúo no dispondría de mate-


riales para erigir su n a rcisismo tan primario como lo reflexión teórica sobre el acariciar y su estatuto- no para echar aún
quer amos (o aun ori ginario). 1 Entonces , este hecho no más atrás, en algún nuevo neoarcaismo, el narcisismo, como pensan-
puede fa ltar, no es su stituible por palabras ni por mi- do en las operaciones que son condición eficaz y no contingente de su
tos ni por "estructuras" de ningún tipo. El niño debe origen.
2. En el término "autoerótico" conviene retener el semantema
esencial de lo que no tiene un centro organizador al cual remitirse -y
l. Teni endo en cu enta la di stin ción desarrollada por Pi era Aulag- ';~ someterse- , haciendo a un lado las resonancias míticas que atestan el
nier - ele seguro en sus textos, corno en los ele pocos, se posibilita una "autós": autosuficiencia, autoengendramiento, etcétera.
3. Véanse para percepción amoclal, Daniel Stern: El mundo inter-

134
135
Todo esto para entender que cuando la mano se estira dante no cura a nadie" decía José ltzigshon hace mu-
y toca se encienden otros circuitos: el cuerpo no es sólo chos años, cuando despuntaba en Buenos Aires una
un pegado, es un enredo también. "Con esto, yo muevo a carrera de psicología que lo tuvo como uno ele sus pri-
Sirio": acaso, más seguro conmuevo lo viscerorreceptivo o meros profesores, indicando así la incidencia del com-
altero algo en mi voz, añadiéndole un matiz que no tenía: ponente musical en la transferencia (lo que es más in-
Más tarde se desplegará todo un trabajo de resignifica: teresante al no ser él un psicoanalista). Para el
ción y de recubrimiento por lo verbal, pero la serie es an- paciente, esta musicalidad se extiende m etonímica~
terior e independiente de él y su vinculación, estricta- mente: cada consultorio, por ejemplo, tiene la suya, y
mente suplementaria. hasta la hora de una sesión influye en eso, como no se-
En su propia clínica de antropólogo, Lévi-Strauss lle- ría lo mismo escuchar una serenata de Mount en un
gó al mismo punto con su "lógica de las cualidades sensi- jardín al atardecer, mezclando los sonidos con los ro-
·1:ii1
:;¡~
bles" :1 Podría recordar que füe él quien me orientó en la ces del crepúsculo en deliberación, que por la radio en
comprensión del temor fóbico a los ruidos y sonidos fuer- un sitio demasiado encendido y ruidoso de domestici-
1
I·"'
,, , tes, haciéndome notoria su equiparación inconsciente a dades . Nos resta mucho por investigar de los tirnbres,
, f; ;,._

.t '"
•,1 al
otras intensidades sensoriales, como el movimiento des- , de los ritmos, de las gamas entre el forte y el piano, ele
hinibido, desencadenado, o la emergencia de la excita- · los crescendi, según se ponen en juego en aql1el1os con-
ción genital, otra violencia, o su mismo olor, neurótica- trapuntos y según su régimen de producción ele fohó-
mente repelido. rnenos subjetivos, según afectan, afectúan lo a fect ivo .
Ergo: una mano que toca nunca va sola, sin una dise- (Por esto mismo el dE;sglose, por la rápida asirnil ación
minación de resonancias multiplicadoras que lleva el se- de la voz al lenguaje ordenado bajo los parámetros ele
¡....T llo de la singularidad. la lingüística, lenguaje -curiosamente- tan poco su-
¡ .. perponible a aquel en que se interesa el psicoanalista
i· 3). Merece al menos tácticamente un desglose aparte el en los trajines ele su práctica. l
1.::
• ¡
·'
""
'
elemento' de la voz, sobre todo considerando el largo
contrapunto que se establece entre la del niño y la de En una sesión con un nifi.6 de 4 aüos decido intervenir
II"'.r.
su madre y otras personas, Es un viejo lugar común el ironizando sobre la postura fálica que asume y sus
i registro, en el lenguaje común y en el literario, de las abruptas incongruencias. Me aprovecho de un cochecito
notas táctiles de la voz. "La voz seca de un médico pe- que ha estado intentando la proeza de andar sobre un
costado en dos ruedas solamente, siempre desernbocando
\
en una patinada, revolcón o choque, lo asocio a sus com-
personal del infante (Buenos Aires, Paidós, 1991) y, para el segundo portamientos cotidianos (así como a un dibujo donde la
concepto, Frances Tus tin: Estados autísticos en los niiios, de esa mis- cabeza del niño se emparejaba a la altura del sol, en una
ma editorial, 1988.
. postura corporal oblicua como la del allto, Ícaro en el ai-
4. Y bastante antes que el psicoanálisis pueda dar todo su peso al
ele~ento de lo musical sin fundirlo en el lingüístico. Véanse Lo crudo re) y le digo que este cochecito pretende hazaüas desme-
y lo cocido, ya a partir de su Obertura: Mitológicas, México, FCE, didas para al mínimo contratiempo descolgarse con un
1966, t. 1, y El pensamiento salvaje, México, FCE, 1964. "ay mami mami mami". El tono de esta intervención pro-

136 137
..
voca en mi paciente esa· e'x plosión de risa que Freud fue lo revela un sueño típico bien conocido, atravesando la
el primero en registrar como índice de un ser tocado el compostura de la omnipotencia del niño falo en que de
incónsciente por la interpretación: pero la entonación "'• otro modo podría enredarse; numerosos elementos de la
(que además implica una oferta de juego así como una ,~j teoría psicoanalítica incitan a ello). 6
desposesión por parte del analista de lo que Winnicott ''"<~! La voz no es entonces un accesorio del trabajo analíti-
llamab a "ínfulas de profesional"), ~q~1,e él reproducirá a · 'l~ co, un "soporte material i1:1dife~;nte" -fórmula de 1~ ~1;1e
5

menudo de ahora en adelante, convutiendola en una con- !';: :'· . gustan Lacan y los "lacamanos -, correa de transm1sion
traseña entre nosotros- , no un significante lingüístico ni ;·::;,,L. de significados "profundos" (como en el kleinismo) o de
un contenido semántico comunicado según las reglas. ·\: ~\~.. significantes lingüísticos; es al contrario un elemento ca-
Para llegar al punto es menester escribir así mi interven- ~~ !: pital irreductible de lo más nuclear de la intervención del
ción: analista y un elemento que constituye una dimensión
que no puede faltar para que haya verdadero espacio
analítico, verdadero espacio de juego transicional. Y todo
- ----~ ---
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.
esto a fin de cuentas depende del que sea -aparentemen-
te en todas las culturas humanas conocidas- 'el primer
instrumento musical. (La importancia del punto merece
'
una vigilancia cuya necesidad debiera enfatizarse en to-
.:1
das las políticas de transmisión en cuanto a desmarcar i
nuestra práctica de una actitud intelectualista que se ~
¡ay mami mami mami mami! manifiesta en tantas "lógicas" del sentido, merece subra- ~
yarse, merece los paréntesis. Aquellas políticas deben _;¡
'(El pentagrama lo hágo discontinuado para dejar hacerse responsables de que el estudiante y en general el
constancia de lo aproxinrntivo de mi canto en relación a
lo "bien templado" de la música occidental desde finales ".¡·j.'•· ..

del siglo XVII.) 6. Alusiones, que fácilmente pasan ina dver tidas, a la dim ensión
fundamentalmente musical del significante se enc uentran en el "Tú ,)
Con la imprecisión anotada del caso es visible el trazo eres el que me seguirás", cap. XXII del seminario Las psicosis, de Jac- ¡'

descendente y -por lo apretado de la contigüidad- el ero- · ques Lacan (Barcelona, Paidós, 1984) donde se insiste sobre el "acen- '1
matismo de la frase transmitiendo la caída a pique del '. to" y el "tono" de la frase (cuestión que no deja de reaparecer en otros
pequeño e inconsistente Ícaro. (Procediendo así, además, capítulos) amén de zaherir la dependencia de la gramática que carac-
teriza al aprendizaje escolar del lenguaj e. Las mismas incursiones de
la voz del analista tiene la posibilidad de alcanzar el Lacan en lo que denomina "el zumbido" del discurso, en la "vocifera-
punto del fantasma fóbico de cuerpo en peligro(s) tal cual ción", "el alarido", remiten al mismo fondo musical por otra parte no
asumido en su magnitud por el que lo está reconociendo desconocien-
do. Entre todo esto, el término acento se impone por su conjugación de
5. Véase "El valor de la consulta terapéutica", en Exploraciones dos dimensiones esenciales: la del ritmo (toda acentuación genera di-
psicoanalit/cas II, Buenos Aires, Paidós, 1989; texto notable para ferencias rítmicas) y la de Ja intensidad "afectiva" (toda acentuación
cualqui er discusión contemporánea sobre la posición. del psicoanálisis genera diferencias de intensidad que afectan lo corporal del ejecutan-
en el campo de las psicoterapias. te y del oyente).

138 139
joven colega nunca piensen en la voz y siempre piensen , que en ningún lado funciona de modo tan contunden-
en la significación de un modo hiperracionalista, y tien- te corno en la manera en que se acaricia o se deja de
dan a sobrevalorar desmedidamente las diferencias "teó- , acariciar, se acoge en plenitud o éQn un abrazo tenso
ricas" en el interior del psicoanálisis, creyendo que de . o desencontrado, a un bebé: todas esas maneras y
ellas _depende la curación o su fracaso.) cualesquiera otras "dicen" qué es esa pequeña criatu-
ra para el mito . Piera Aulagnier lo subrayó inmejora-
4) El mismo punto que acabi;tmos de considerar libera blemente: ¿es congruo en ese mito particular el naci-
miento de un hijo con algo del orden de "hay placer" ,
con más claridad otro ingrediente importante del aca-
riciar: la palabra en ese 'sesgo en que algo de ella se "el placer existe"?
desborda, ambiguamente, con la voz. En toda expe- 6) Por vías de consideración distintas, más de una co-
riencia, de las que estamos investigando, hay pala- rriente psicoanalítica ha señalado la importancia de
,,"·'' la huella del padre en la m a dre -con todas las varian-
bras que pasan a formar parte del conjunto "caricia",
lil ' ~ ' tes empíricas que podamos imaginar- y antes de ser
de su conglomeración. Incluso en el plano bien con-
creto de su sentido. 7 En realidad uno de los rasgos , ésta una consideración conceptual fue un hecho con
que la práctica se tropezó y tuvo que reconocer, típi-
más importantes de ella es no quedarse restringida a ,
camente en la figura de esa madre cuyo acariciar - lle-
su campo mismo, al sistema de la palabra, lo que La-
can no deja de destacar en su pintura del significan- vado hasta el colecho- comunica su represión o su
te (por ejemplo, insistiendo en sus encarnaduras his- insatisfacción genital, lo desvaído que deriva an~gra­
téricas) y no deja asimismo de neutralizar por medio máticamente en desviado de su vida erótica. O bien,
de su logocentrismo. con no poca frecuencia, se tropezó con una abuela en
5) Este mismo acto de escritura del cuerpo tiene otro esa posición, ensombrecida por más de un duelo im-
¡¡: componente inevitable en el mito familiar. Hemos in- plant(e)ado.
sistido supongo lo suficiente (lo que luego cada situa- El cuerpo que viene del orgasmo, que lo frecuenta,
, •
r'"
·I" ción de enseñanza revela en su no bastar) en su no es-
tar por fuera ni siquiera de un modo solamente
abraza distinto.
7) Lo que a su vez deja espacio mejor para el elemento
)
~"
de la caricia paterna, masculina, o para el elemento
narrativo en relación a los acontecimientos más pro-
i!l masculino de la caricia, tan poco puesto en juego en
piamente corporales de la subjetivación del niño. Más
nuestros textos en la medida misma en que encerra-
aún, lo propio de una perspectiva clínica es concluir
mos al padre en la triangulación edípica, la ley y re-
ferencias sobreabundantemente similares. Es raro
7. Véase el "qué fea que es" como elemento de caricia negativa en encontrar unas líneas en la literatura psicoanalítica
la constitución de una experiencia de vivencia de satisfacción depri- dedicadas al tocar de un hombre sobre el niüo , a sus
mida en el capítulo "Crónica de una depresión temprana" correspon-
diente a Cristina Fernández Coronado -R. Rodulfo (comp.): Pagar de
especificidades lúdicas potenciales, al elemento viril
más, Buenos Aires, Nueva Visión, 1986-. Pu\=)de cotejarse el punto a del cuerpo a cuerpo en juegos físicos que raramente
la luz de mi emplazar lo decisivo de que el niño sea vivencia de satis- emergerían en una mujer (a menos que dispusiera de
facción de la madre; véase "Sin espejo", capítulo .final de Estudios clí- un archivo de escenas con su padre o sustituto al res-
nicos, oh. cit.

140 141

.
pecto, lo cual es raro). ' .Carestía tanto más curiosa por
la relativamente abundante nostalgia de un contacto
una entidad sólo corpórea, sin alteridad subjetiva en
esa carne; disponer del potencial erótico erotizable !1

directo siempre frustrado que campea incluso en el del niñ.o en su conjunto -no sólo físico, físico subjetua- l1
material de pacientes adultos como algo que les faltó
en su historia y en su cuerpo.
d~- para compensar y equilibrar frustraciones y pri-
vaciones en \a vida sexual de los adultos (probable-
l
8J En el acariciar, en su emergencia y trazado a medida mente, lo que el psicoanálisis tendió a pensar como !
que se despliega, intervienen también formando par- "seducción"). La sola enumeración es útil para solici-
te regulaciones concernientes a la problemática del tar la pregunta por en qué medida estas distintas co- 1
poder entre los chicos y los grandes, vale decir, regu- sas caben sin violencia en la prohibición del incesto
laciones políticas y de lo político en la familia, y que globalmente considerada y en la terminología a que 1
1
el ps icoanálisis acostumbra reducir, si n pensarlo mu- diera lugar, incluida la más moderna: castración sim- l
1

cho, a la prohibición del incesto. Clínicamente consi- bólica, simbolígena, Nombre del Padre, etcétera. 1n So-
deradas , estas regulaciones limitan (dejando subsis- bre todo, y además, dada la particular mitopolítica se- 1
tir partículas que no parecen poderse impedir, ni xual que sustenta todas estas enunciaciones, donde el .1
~ ( '
siquiera estamos seguros de si sería deseable impe- término "ley" es siempre altamente congruente con el -~

dir.Y' disponer del niño/a como un paquete o accesorio
del cuerpo del Otro; disponer y explotar elementos de
de "padre" así como el de "incesto" con el de "madre". 11
No nos puede sorprender que el tufo paternalista re- i
~

la sensorialidad sensualidad del niño como si fuese

8. Teóricamente, el punto es abo rdado minuciosamente por J essi-


ca fü¡njamin r véase el capítulo III de Los lazos del amor, Buenos Ai-
sultante ahogue la percepción de lo político, término
sin el cual nos perdemos en estas cuestiones.

Pero está claro de todas maneras que, aun constriñén-


dose a la noción de "prohibición", ésta no podría ser enten-
l
1

1

res, Paidós, 1996!; la primera, en nuestro conocimiento , en encarar dida como prohibición "de" la caricia, del acariciar, sino

i
una vinculación de padre con hija e hijo no m ediado por la madre ni
en E;l interior de un a es lru ctura que lo deja siempre en tercero (¡es
al modo de una cualificación ingrediente en su composi-
verdaderamente interesante que esta cons ideración independiente ción interna, por eso mismo la enumeración que estamos
hay a siclo iniciada por Freucl! -véasela por ejemplo en EL yo y el ello-, intentando. Por ejemplo: "No acariciarás a tu hija como
dando así pruebas suplementarias de una sagacidad clínica infre- si fuera un apéndice tuyo, un objeto de tu propiedad". Al-
cuente, así como es sugestivo que esas indicaciones leves, dispersas, !
go ganaríamos, probablemente, liberándonos de la tenaz
pero repetidas , quedasen inarticuladas y luego reprimidas a poslerio-
ri a medida qu e el carácter "nu clear" del complejo de Edipo hegemo- inercia que identifica prohibición con borde -siendo el
ª
ni zara imperativa e imperialmente el pensamiento freudiano). borde cosa de la caricia-, imaginando ésta en la entrafi.a:
Más allá ele esto, exce pcionalmente, Paulette Godard consigna el
punto de los juegos corporales padre-hijo en su "¿Existe el padre del 10. Respecto a la segunda regulación , cuya violación define un es-
bebé?", ReL·/sta de AMERP!, n º 3, México, 1996. tilo verdaderamente perverso (hay muchos abusos analógicos y meta-
9. Las advertencias de Benjamin (ob. cit.) sobre una sexualidad fóricos de este concepto) consúltese Khan Masud: Alineación en las
"desinfectada", "sanitarizacla", toman su valor aquí. Podría seguirse perversiones, Buenos Aires, Nueva Visión, 1991..
al respecto todo el complejo trayecto del motivo de la contaminación 11. Véase Benjamín, J., ob. cit. Al respecto puede consultarse todo
en Derrida. lo desarrollado en nuestro medio sobre este tema por Ana Fernández
y Eva Giberti.

142 143
que figura al borde no es lo mismo que creer que figura dado el conflicto siempre latente entre pareja sexual y fa-
el borde.
milia, con prohibiciones necesarias y "simbolígenas"
Y además, aun haciendo constar dos disposiciones es- (Dolto). Las primeras se pueden disfrazar -'-Y no es raro
pontáneas del niño al respecto: que un psicoanalista o un psicólogo alquile los trajes- de
justa intervención del tercero pero de hecho lesionan o
- a proponer activamente regulaciones que el psicoa- · perturban la constitución de una zona objeto adecuada-
nálisis en general le supone únicamente recibidas; mente fusiona!. Contrariamente, el trabajo con niños pe-
- a jugar con el límite -y sin esto no hay nada que val- queños no hace sino valorizar en todo su peso la inciden-
ga denominar así o lo que es lo mismo funcionaría muy cia de un trabajo de la función paterna (así como por otra
mal así-, y para esto debe poder jugar lo incestuoso mis- parte, un trabajo de la función abuela) destinado a favo-
mo, transformarlo en un material de juego como cual- recer la constitución de un denso tejido entre madre e hi-
quier otro, fuente de malentendidos para la habitual re- ja/o.
ligiosidad del tipo de "las tablas de la Ley".

l..
I···
(Así, Fran~oise Dolto escribe lapidariamente que el ni- El despliegue simultáneo de todos esos elementos ha-
1t'~q~.
,.,,,, . ño debe renunciar al incesto hasta en sus pensamientos. ce que lo que creíamos un dedo singular tocando una par-
.. ,,.
."
.... ,
Pero, ¿qué tipo de proceso podría hacer un niño sin sus te determinada de (otro) cuerpo resulte una verdádera
,··:·· pensamientos? ¿Qué que no fuera lisa y llanamente re- orquesta, tanto si la caricia es autoerótica como entre
····· presión, y de la más patógena? Pues se podría bien decir: dos . (Tampoco el autoerotismo es entendible sin el entre-
...
"aquello a lo que renuncio hasta en mi pensamiento re- tejido del entre.) De ordinario no hace falta detenerse a
¡;.··..· ··•
tornará como real". Precepto tanto más raro cuanto que individualizar uno u otro de estos componentes , salvo
~- la misma Dolto se ha encargado de señalar la frontera in- cuando la consulta nos impone de una falla cuyas articu -
[: cierta y riesgosa entre prohibir el deseo incestuoso y pro- laciones necesitamos despejar. Allí nuestra "lista" pon-
,
... ' ) j l.
·' ,,,,1
j
J~ 11

"'i
1111
hibir el deseo incestuoso). 1 ~ ·

Formular estas sugerencias para un trabajo descons-


tructivo en torno de la prohibición y sus políticas se lo
drá a prueba su valor en el di agnóstico diferencial.
Pero aún tenemos dos elementos pendientes.
::~
puede hacer invitando a pensar que lo incestuoso debe 9) Remitiéndonos, si lo queremos , a la conclusión de
entrar en el juego, que sólo es trabajable por su medio y Freud sobre la inexistencia de una libido pasiva
que ninguna "ley" ajena al juego es eficaz. (De aquí po- - afirmación que pude coexistir en buena sociedad con
dríamos derivar hasta la función de los "juegos de mesa" distintos retratos de niño pasivizados en la teoría-,
en la subjetivación del niño.) tanto la práctica clínica como la observación (aun
El interés clínico nos aconseja, por otra parte sobre la aquella extraña a criterios psicoanalíticos) son con-
importancia de no confundir interferencias ir1:trusiuas, tundentes en lo que hace al peso de la espontaneidad
del niño en su emerger no calculado. Ningún acari-
12. La tajante sentencia se encontrará en "El complejo de Edipo,
las eta.pas est ructuran tes y sus accidentes", en En el juego del deseo, ciar genuino se forma sin ella. Y ni siquiera basta ya
México, Si glo X.XI, 1983. con seguir el trazado de la distinción entre reacción y

144 145

¡¡1 •
,i,.,.

respuesta que propusiera a su tiempo Fiera Aulag- nes de la experiencia de la vivencia de satisfacción,
nier; 11por mucho potencial de polimorfidad que tenga sus "saltos cuánticos" (Stern), de por sí un capítulo
esa capacidad de responder hay que dar un nuevo pa- abierto en la investigación psicoanalítica, afrontado
so y reconocer la capacidad de propuesta espontánea de hecho por el practicante y a la vez no suficiente-
como la dimensión más propia y consustancial de la 1. mente subrayado. Consideremos para el caso al nil'ío
subjetividad desde sus más remotos albores. Es como · de'l relato, ese que empieza a interesarse por las fotos
decir, también, de la voz concreta en que se encarna "de cuando era chiquito" y a preguntar "cómo era",
lo constitucional en la medida en que pone algo muy "qué hacía'', etcétera. En nuestro trabajo, localizamos
poderoso de las cualidades y de las coloraturas de ese allí un trabajo del trazo, de su narración, que arma
proponer, como se muestra por contraste cuando acci- un niño ficcional en "la hoja de papel" del cuento y de
dentes genéticos o congénitos entorpecen aquella las novelas individuales, neuróticas o no: he aquí una
emergencia del proponer y limitan severamente al niño completa remodelación de la caricia que no deja in-
constituyéndose además en una pesada exigencia de !!
·~
tacta una supuesta arkhé inaccesible ni podría arra-
trabajo para las funcion es del medio.
Pero dejando eso a un lado, en los niveles de deman-
sar sin "consideración por la fi.gurabilidad" alguna,
huellas estatuidas y en diversos cursos de transfor-
1l r
( ,'

da que operan desde el principio en todo bebé, en los mación que ponen sus propias condiciones a todo vol-
acentos que privilegian relativamente tal o cual zona .: 1
ver a significar. .. 1

del cuerpo como zona erógena potencial, en los ritmos r:I


de las prirneras manifestaciones , reconocemos tanto
la s modalidades más singulares y espontáneas de un
Hemos insistido en otros lugares sobre la tendencia a
hacer del a posteriori un movimiento tan lineal como
-~I !

niüo - incausadas por la función ambiental- como su aquel que en su momento de forjación venía a compleji- ·~
.."
~J ¡
~~

enraizamiento en particularidades biológicamente zar y sobre la no menos conspicua tendencia a concebir •111 "
reguladas. la vivencia de satisfacción como una experiencia ya con- ~
10) Como al otro extremo, la Nachtrdglichkeit de Freud, cluida en un pasado remoto, inalcanzable por las pericias
hiJ .
ul¡ ·

llii'
lo que se ha traducido por a posteriori, movimiento de históricas, 1'1 algo que ya pasó. Clínicamente hablando, es- 11
vuelta a significar hacia atrás, que repetidas veces en ta manera de considerar las cosas vuelve impracticable lil!'' ll

el curso de la historia moldea de nuevo y en lo nuevo w


el concepto; le deja el dudoso estatuto de una finta "teó-
el dibujo y los colores del acariciar(se)_ Que esto ocu- rica" , de erudición "metapsicológica" supernumeraria.
rra varias veces - como cuando la caricia sobre el clí- El lugar de la experiencia del orgasmo es probable-
toris desemboca en lo no esperado del orgasmo mar- mente uno de los mejores materiales para historizarla y
cando una época de "pre" puberal- complica para su desmarcación de la oralidad que desde un prin-
insondablemente cualquier planteo esquemático de
las relaciones sincrónico-diacrónico. Las remodelacio-
14. Véanse los capítulos "Notas sobre la resignificación" (con la co-
laboración de Marisa Rodulfo), en Pagar de más, ob. cit., y "La expe-
13. Ya en ln s prim eras pciginas de La uiolencia de la interpreta- riencia de la vivencia de satisfacción y la patología temprana grave",
ción. en Estudios clínicos, ob. cit.

146 147
~

~. c1p10 la demarcó en demasía. Entendida en su sacudi- tica en su conjunto, tanto la "clásica" como la "estructu-
miento cabal, esta culminación del cuerpo desconocido , ral". (Esta última significa de nuevo bien poco de la ,pri-
por el niüo trastorna todas las referencias al goce de las mera en lo que a la adolescencia y sus trabajos se refiere
que hasta el momento se disponía: es además inimagina- 1 y, peor aún, hasta elimina oscilacionestextuaies nada in-
ble, es decir, no ¡;¡.parece en los espejos que el niño pueda hallables en Freud al respecto, por poco que uno se atu-
inventarse. Pero para esto no basta con la mera eyacula- viera a las "metamorfosis" de lo puberal.)
ción y con un placer de frotación (como hemos encontra- (La noticia, siempre vuelta a repetir, de un "brote" de
do en algunas evoluciones esquizofrénicas juveniles); es corte esquizofrénico a partir de un primer intento de coi-
menester "un nuevo acto psíquico" (un nuevo tipo de fu- '. to, bautismo iniciático que termina mal, es una prueba
sión con el otro) para que alcance el estatuto de genuina adicional de la importancia mareante de esta desarrolla-
experiencia (de la vivencia de satisfacción) erótica que da modalidad del acariciar inherente a lo que conduce al
Freud reconstruyó para el abrazo del amamantamiento. orgasmo, y en un lugar más vertebrante que el que le
En mi opinión, éste es uno de los trabajos capitales de la concede la idea de "placer preliminar", bien que en éste
adolescencia, de largo trámite y previsibles complicacio- se acusa algo del impacto en el cuerpo de un a posteriori
nes. (La nada del polvo -"polvo eres y en polvo te conver- que desaloja del centro circuitos pulsionales que hasta
¡ •::
tirás"- ase dia el acontecimiento de la magnificencia entonces reinaban en aquél.) 16
erótica del orgasmo.) 1 ; Simétricamente, sólo este adveni- No quisiéramos cerrar esta parte sin un home'naje a
1¡.,1
miento del orgasmo y la multiplicidad de sus repercusio- dos conceptos que hoy resultan objetables, insatisfacto-
nes (piénsese, por tomar un solo punto, su incidencia en rios, pero que en su momento ·se l1icieron cargo por vez
f 1i
la autoestima) deberían bastar para prevenirnos de re- primera de la problemática cuyos aontornos y pliegues
ducir el complejo pubertad adolescencia a una recapitu- estamos recorriendo: los de pre-genital y pre-edípico. La
lación cualquiera, sin valores nuevos de estructuración marca del "pre" nos suena impregnada de linealidad y de
per se, sin algo más que la "reedición". Si hay algo que cronologismo , pero sería injusto desconocer que ponía en
puede "ilustrar" sobre un uso posible del motivo del su- juego tanto una valoración de lo muy t~mprano como de
1 ;'!
) plemento y del suplemento de producción en Derrida, cla- lo no adultomórfico, así como ponía un reparo a la pro-
.... ro que lo que gira en torno al orgasmo como aconteci- gresiva centración en lo edípico que tantas simplificacio-
miento de escritura del cuerpo en el cuerpo es lo más nes habría de deparar.
adecuado . Pero es difícil hacer esto sin verse arrastrado
a replantear y desconstruir la metapsicología psicoanalí-
La decena de componentes que hemos identificado in-
15. Tratándose de adolescentes, puede leerse en la novela 1r·ains- tervienen en el encuentro de y con ese lugar que nuestro
potting, de Irvine Welsh, en la pequeña sección titulada "El primer
polvo en siglos", una magnífica descripción de un (des)encuentro en- 16. Un paciente ya de otra edad, con una caracteropatía especifi-
tre dos jóvenes que casi li ega a (parecerse a un) orgasmo, sin horadar c11da por "barreras autistas" ('I'ustin), manifestaba en una sesión: "Yo
la pared de ese casi. Para un comentario sobre el estatuto de este tér- no hago el amor, lo compro hecho ... una cosa es el polvo, al orgasmo
mino' a partir de la pubertad consúltese a Phillippe Gutton, Lo pube- no se llega". (Marisa Rodulfo, comunicación persona]). Clínicamente
ral, Buenos Aires, Paidós, 1993, capítulo l. considerada, Ja oposición es de lo más pertinente .

148 149
•.
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".'·.·.1 ·
,,
"

pequeño "a parato" designa cuerpo materno, lugar que materno, diríamos: hela aquí provista de uno escuálido,
constituye un verdadero yacimiento de donde extraer pe- agujereado , que no le sirve para viaje tan largo. No suce-
dacitos de los más diversos materiales que con el tiempo diendo nada que por el camino la ayude, el comerse la ti-
irán a parar, más o menos irreconocibles, al espejo y a la za se ofrece como el testimonio patético de una devasta-
hoja. Por tanto , de lo alcanzado en esta subjetivación pri- ción corporal que no deja ele escribirse negativamente en
maria dependerá en buena m edida qué se consigna aca- la negra hondura del pizarrón que queda en blanco. Agu-
rrear para aquellos sitios . E ste acarreo puede ser colocado jero blanco. Como siempre, lo roto en la boca.
bajo el si gn o ele la substitución m etafórica, si entende- En este orden de cosas, comerse la tiza es pensable co-
mos que exi ge sus renuncias, sus incisiones parciales, mo un acto de restitución -un pasaje al acto psicótico de ' i
1

qi1e no deben lastimar cierto potencial de reversibilidad;


puede ta mbién invocarse o asociarse - iremos viendo con
restitución- relativo a una experiencia de vivencia de
agujereamiento y vaciamiento en el espacio del cuerpo. ¡
qué r eservas- el moti vo de la "castración simbólica" (La- ..
·· 1 '
canJ y "s irnbolígena" (Dolto J.
Si dejando esto r etornamos a la niña de la tiza, es
CODETTA
i 1
1 (
'
plausibl e la sigui ente recon s trucción hipotética: Justificaremos un cambio sobre la marcha en el nom- .,·¡·
La nii1a falla el salto ("cuántico") que sería la inven- bre propuesto para designar la tercera operación, presio- '!
ción ele la hoja y su aposenta miento allí¡¡ en la medida en nados además por estar en juego la escritura en las tres
!
i
qu e no ha concluido lo neces ario de su inscripción en el operaciones propuestas. De nuevo provisoriamente, rec-
espejo, donde un trám ite no le alcanza por lo visto , lo tificaremos lo expuesto proponiendo ahora el t érmino de
cual nos interroga acerca ele un aca rreo insuficiente y un realización. Justificamos éste en ciertos sesgos de los '
yacimiento deteriorado del cuerpo m aterno que la deja textos de Winnicott, donde real invoca la dimensión de .'.[
ya ciet\te en la desol ación y la impotenci a. No es .un lugar alteridad, de lo que escapa o resiste una manipulación ., ,:
ol cual pu.ed a uolu er pcira 1-ertsegurarse-reaprouisionarse, proyectiva, y donde alcanzar ese estatuto de real implica ifii
según el modo tan común como ordinariamente fructuo - "poder desaparecer": pero ganar un espacio como el de la
so en los nil1os . La pregunta que ahora nos obliga es: ¿con "t
ª'.
hoja de papel es un requisito absolutamente indispensa- ~·
qu é carencias y, m ejor a ún , negativida des de escritura, ble para el acceso a tal capacidad de desmarcarse del ~i
ha salido de vi aje en lo que a la instancia cuerpo mater- cuerpo y de la mirada. Privada de ese poder, la niña de
no se r efi er e , con cuüles pa ra pod er andar tan poco tre- la tiza se empuja a un espejo siempre para ella precario.
cho?
(Una lectura minuciosa de lo que Winnicott desmaña- 1
Si r etomá ramos el m amarracho , la alegre zafaduría damente llama "objeto objetivo" u "objeto verdaderamen-
1

de sus enredo s, como una tomografía computada que nos te externo" , o aun, "real externo", avala este giro que aca- 11
informa del esta do previo de impl a ntación en el cuerpo bamos de presentar en cuanto a la realización. Una
referencia decisiva son los tres bocetos yuxtapuestos bajo
17. Sobre esta in ve nción de la hoj a, la en te ra obra de P a ul Auster el nombre de "La agresividad en psicoanálisis" (1951-54),
ofrece un o de los m ás exc itan tes recorridos contemporán eos . Se debe en Escritos de p ediatría ... ).
particulari za r El pala cio d e lu lu na , Barcelona , Anagrama , 1994.

150 151
::
11
1
8. LA SENSACIÓN DESBANALIZADA: RETORNO
l SOBRE LO MUSICAL
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1
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.•. Pizarrón
,, Cuerpo Espejo

m aterno
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-- Caricia Subjetivación
primaria
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Formas
V Rasgo indivi- de'la
cluación ligazón
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':rrazo identificación
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realización
~ metafórica
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) 1 ~·i
' ! Relaciones de acarreo

' 1
1

1
Desmontando la experiencia de la vivencia de satis-
1
facción reagudizada por el concepto de pictograma vamos
en camino a un uso propiamente psicoanalítico de la sen-
1

l sación, un vocablo que recibimos con resonancias y com-


1
plicidades tan problemáticas que pudo tentar al psicoana-
1
1
lista a prescindir de él, desconfiando de zozobrar en el
empirismo más banal y banalizador, tal como el que cam-
1 pea en no,.pocas psicoterapias que predican una suerte de
relación transparente y "natural" con el cuerpo, aliándo-
se en Ja afinidad con distintas elaboracione~ de las hipo-

153
..
.· \~lli
l!?i .
en cuenta que su sensacionalidad más íntima las umbili-
condrías contemporáneas, banalízadoras a su turno de ca al registro de todo cuanto podemos llamar afectivo. ll
¡
una verdadera alternativa a las impasses y efectos sub- Al respecto, un hecho incontrovertible de nuestra t
jetivos más cuestionables de la medicina occidental. Pe- práctica nos da el hilo: nada de nuestra experiencia ava-
1
1

ro nunca una simplificación se arregla con otra: lo que . la el reparto verbal o no verbal ni la polarización entre .1

seguimos necesitando es una teoría psicoanalítica de la afecto y otra cosa, que pueda ser el significante, el repre- !I
:\
sensación, utilizable en el tratamiento de los estratos sentante representativo, etcétera. 2 Si hay un primer lo- ¡,
más graves de diversas patologías. Finalmente, una re- gro que alcanza la posición de atención flotante -al me-
ducción verbalista del psicoanálisis es cómoda, pero a la nos en la medida en que un analista de carne y hueso la
larga termina en una banalización no menor: es el desti- puede concretar-, es liberarnos de contraposiciones tan
no de tantas fórmulas demasiado contundentes de Lacan
esquemáticas como tenaces.
("la relación analítica es una relación de palabra", "el psi- En cambio, nos parece que un reconocimiento cuida- ·'';c.~.·
coanálisis habita el lenguaje") 1 que enseguida tienden a doso de los textos de Lacan obliga a formular preguntas
,, ..J
revelar un formato demasiado publicitario (y de excelen- de este orden: ¿cuál es la calidad de la palabra en la que '
te factura) en cuanto se las extrae de su contexto y de un
trabajo de lectura para citarlas a boca de ganso . Y los
el analista se interesa, lo tenga claro o no? ¿Cuáles son
sus dimensiones específicas? ¿A qué llama o a qué apun-

problemas siguen intactos.
ta cuando llama palabra a un cierto tipo de fenómenos?
Cualquier teoría de la palabra en psicoanálisis que (se puede seguir, en el seminario de Las psicosis, la serie
-demasiado impaciente por hacer de la lingüística su pa- de esfuerzós, los empujones de Lacan para alcanzar una ,.,
¡ ·.

radigma- no trabaje y no nos esclarezca sobre los ele- dimensión que no deja de referir en el mismo texto como
mentos no lingüísticos en aquélla -y no de lo que tosca- fallida en alcanzar, una para la que la gramática no le
mente se llamó "preverbal"-, en su entraüa misma, tiene sirve de mucho). ¿De qué palabra se trata, de qué calidad
alcances limitados para ayudarnos en el tratamiento de ,: !:1
de la palabra se trata? El desplazamiento de la lingüísti-
pacientes tan arduos como los comprometidos en alguna ca a la lingüistería no deja de al menos amagar una pro-
modalidad ele adicción, sea positiva o negativa (por ejem- blematización del verbalismo que ya se había "desenfre- :1'
!.:·1·'
plo anorexias, ínyectomanía, etcétera), entre otros di- nado" (Laplanche), pero la misma teoría del significante I'
versos.
nos prohibiría dar por resuelta la dificultad con él. Es un ¡¡
Sí es propio de los hombres, según escribía Freud, to- término típicamente de transacción: despeja y nubla al i
mar las cosas demasiado al pie de la letra y exagerar las mismo tiempo que lo esencial de "lo verbal" para el psi- 1
prescripciones, no podía ser impropio que quien hace coanalista no son las ciencias del lenguaje las que po- !'
tanto hincapié en a la lettre termine (o empiece) por asi- drían ayudarle a alcanzarlo. Algo mejor indicado en su
milar la letra a la palabra. Nosotros vamos en otra direc- simplicidad por el lalangue ya que, conjurando el laleo de
ción, tratando de llevar a la letra, de leer como letra los
funcionamientos de lo corporal, tradicionalmente dispen-
sados de pensarse por ser sensaciones, teniendo además 2. Adviértase -otra vez- que me estoy refiriendo a su oposición,
que no es lo mismo que su diferencia en las direcciones largamente
l. Lacan, J.: El Serninarw. Libro 3. Las psicosis , Barcelona, Pai- abiertas por Derrida.
dós, 1984.

155
154
111
~i1

los bebés -¡retorno a la nursery , en fin!-, hace compare- 'junciones (y su disyunción siempre más de una) entre
1

¡, cer lo musical, la música como referencia posible y como ; ·significante y pictograma, a condición de concebir ambos
1'¡ ::·: modelo para un modelo del cual servirse. También es po- .en un mutuo encajonamiento propio del espacio de inciu-
,.
r
¡:
sible comentar: lo "preverbal" rechazado retorna en esa siones recíprocas y no como dos entídades enfrentadas,
I' intromisión desbordadora de "las leyes del lenguaje" (en · cada una exterior a la otra.3
i'
1 rigor, las de la lingüística estructural europea) a las que Propondría entonces: el ir y venir del analista con el
! se habían asimilado las ya no propias del inconsciente. niño, de la sala de espera al consultorio, de éste al baño,
¡ Lo musical comparece pues allí, "naturalmente", "lógi- de aquí a diversos rincones del consultorio que cada niño
camente", diríamos, debido a que la palabra en la que el dibuja a su manera, indica múltiples intervenciones del
trabajo del analista está metido es palabra con cuerpo, analista cuyo efecto propiamente "interpretativo" se le
justamente un con precluido en la ciencia lingüística que escapa, para las cuales es totalmente irrelevante la ver-
1 se había tomado de paradigma y de ideal. El con, para el bal/preverbal. Y no para privilegiar unilateralmente uno
caso es más decisivo que los términos que conjuga. · de los dos términos: desechamos su utilización. Decimos
;,,.<1 ,:
(Nuestro primer adolescente, valoricémoslo ahora, no po- así: la interpretación más verbal del analista en lo con-
día en más de un sentido dar con ese con, reemplazándo- creto, no es verbal (pero tampoco no o pre). En cambio, en
·~
• li.- ~
. lo por un estar físicamente cerca adherido que siempre todos ·esos deambulares hay secuencias. Y esto sí merece
•""·
se quedaba corto.) De la misma manera, por idénticas ra- ' destacarse, por este lado sí alcanzamos lo propiamente
zones, la herramienta por excelencia del psicoanalista, la interpretativo de Ja interpretación.
'"
interpretación, tan "verbal" como parece, no debería re- Un pequeño se enrollaba conmigo en una cortina, tra-
!i.)::
ducirse al plano representacional clásico: un conjunto de tando así de entubarse;• ahí se le podía decir algo que no
:t representaciones comunicadas a otro "aparato" de forjar funcionaba de ninguna manera de la misma si el analis-
representaciones que las aloja de alguna manera: ta prefería abstener su cuerpo y permanecer fuera de la
cortina (sustrayéndose a la secuencia de juego en reali-
"Words without thoughts neuer to heaven go." dad). Todo desglose en términos de "verbal", "preverbal",
, ::11
·.ti:

-~i! en su torpeza, rompería el rico tejido de los elementos


.... 1 '1 !,~j
'
sólo que aquí, paradojalmente, los "thoughts" están he- compenetrados en la situación, Pues este niño necesita
~!¡ chos de la trama del cuerpo (como la "representación de
cosa" de la metapsicología clásica), de su pesadez que no
atina a remontar vuelo. 3. La formulación más general de Piera Aulagni.er sobre el picto-
grama y su diferencia con la dimensión signifi cante cae, y más de una
Lo que -no sin abuso- solemos designar "escucha" vez, en esta retardadura de la verdadera opción, que era descubrir lo
analítica por lo menos tendría que aclarar quién se limi- pictogramático en los entresijos del significante, liberándolo de su
ta a esa definición de su trabajo, que concierne al punto carga verbalista verborrágica. Sobre este problema, una reflexión
sensible de cierta ligadura, vale decir del con palabra preliminar en el capítulo 16 de mi Estudios clínicos, Buenos Aires,
cuerpo que puede faltar o verse tropezado de más de una Paidós, 1992.
4. "Conmigo" desi gna aquí a Adrián Grassi, a qui.en agradezco la
manera. Provisionalmente lo podemos redondear como la comunicación y discusión del material que me orientó en su momen-
cuestión de las articulaciones (y sus destinos), las con- to a la mejor comprensión ele un caso propio.

~...

156 157

...
.
¡,í
experimentar al otro como .un tubo que habla y como que . q1
se habla en un tubo; no necesita·'I'eproducir una disocia- eso, ya no tenemos que pensar la transferencia como un ,,,,.,¡
ción que lo llevó a categorizar todo típo de tubos como acontecimiento "de palabra" o como un acontecimiento '[¡:'
¡,:
mudos y agujereados. (Léase como pleonasmo: aquí "mu- "afectivo pre-verbal", o aun como una sumatoria eclécti-
do" dice del ser agujereado .) ¡ ca compuesta de cualquier manera de estas dos impasses.
Tras un juego similar, otro niño luego de hacer caca in- Un hecho hoy olvidado, y que merece volver a pensar-
troduce un pie en el inodoro: a continuación se unta de la se es que -a diferencia de lo más corriente en la actuali- (li
materia fecal de la que se siente continuación, consus- dad- el diván tal como Freud lo disponía le daba la ple-
tanciación. Si la voz del analista lleva el asco de las va- na posibilidad de ver el rostro de sus pacientes. Y en los
loraciones más reactivas de lo excrementicio, no dice lo textos freudianos hay atentas referencias a ese rostro y,
mismo: la voz no es lo verbal. Enunciándolo con mayor muy en particular, a la armonía o la contradicción entre
extremo: la referencia prematura y sumaría a lo verbal y lo que en él se dibuja y lo que resuena en lo dicho. La di-
ferencia entre ambos, y no "la escucha", es de sumo inte-
a la palabra en el trabajo del psicoanalista, la superposi-
rés para Freud (una culminación de esta habilidad, por 1
ción de todo lo que se injunta en la experiencia con el pa-
supuesto, en la narración de la tortura de las ratas). Más '
ciente por parte de un psicolinguocentrismo, estorba la
comprensión del funcionamiento de la voz con palabra en
aún, y más allá, el conocido análisis del juego de su nie- l :;~
, . '
to autoriza a hablar conceptualmente -oficializando algo ,' .":.o.
el tratamiento. La apelación a lo verbal reprime lo verbal. ·"
largamente en juego desde la Psicopatología de la vida
Pero antes que "criticar" vale el reconocimiento de
cotidiana- de la observación psicoanalítica como una en-
una secuencia histórica: considerar el núcleo de la expe-
tidad por derecho propio, un tipo de observación con sus
riencia analítica como pre-verbal primero, considerarla
propias pautas, a títulos iguales que la consulta o la en-
luego como esencialmente hecha "de palabra" ha despe-
trevista con fines diagnósticos, o la sesión misma. ¡,
jado --gracias precisamente a lo que más podemos agra-
Eso sin olvidar que la huella del olor del que entra al ;g
decei:le a un intento de pensamiento: el ofrecernos su fa-
consultorio es ya de por sí índice para el registro de un
lla- y, por lo tanto, llevado a un punto nuevo la cuestión ¡¡::
cambio de posición o de una determinada inflexión trans-
de establecer en qué consiste la experiencia analítica y
ferencia! en el analista verdaderamente dispuesto a la
qué repite en su consistir de lo más singular de la (in-
atención flotante. (Este último concepto es tanto más ri-
ter)subjetividad .5 Llevar esto al punto en que la cuestión :j
co y polimorfo en su indecisión que no se puede menos 1
puede plantearse hoy no era rápido ni evitaba seguir ca-
que volver a extrañarse de su reemplazo por "escucha",
minos que a la larga encontrarían su límite. Gracias a
como por cualquier otra constricción particular.)

5. Sobre esta cuestión ele la falla consúltese Nancy Jean Luc: La


experiencia de la libertad, Bueno;; Aires, Paidós, 1997; donde su pro- Hemos empujado la vivencia de satisfacción, y más de
blemática se deja apresar en una red de referencias epistémicas hoy una vez. Primero haciendo de ella una experiencia, la ex-
indispensables, en particular para los psicoanalistas asediados entre
un empirismo renovado (para el viajero fatigado de tanto abstraccio-
periencia de la vivencia de satisfacción. 6 En segundo lu-
nismo ) y los sesgos neofortnalistas del pensamiento estructural talco-
mo se fue refractando en nuestra disciplina (y en nuestro país). 6. En el capítulo 16 de Estudios clínicos ya mencionado. Efectiva-
mente, lo hicimos a la manera de un lapsus de lectura, pues el origi-

158
159
gar haciendo de ella una experiencia de subjetivación (y ic10n de estructura cual es el primado relativo de los
aquí, tercero, haciendo del vocablo "experiencia" en psi- ~rimeros. No para que el niño sea más feliz sino para que
coanálisis uno que toma su pertinencia de la referencia a · .:$e humanice. (Las contrafiguras de lo monstruoso y de lo
esos procesos que cumplen el subjetivar). Lejos de limi- :I?Obótico acechan tan pronto fracasa seriamente esta me-
tar la satisfacción a un hecho placentero, la ponemos en diación.)
hipótesis de ser una llave para la inscripción "simbólica" Enjambres de experiencias de vivencia de satisfacción
del cuer po; mejor aún, la ponemos (a prueba) como la ins- ,·acaban por dejar configuraciones de huellas en última
cripció¡-, misma de los diversos ingredientes de lo cor- Jnstancia imborrables en cuya nominación seguimos a
poral.
'Riera Aulagnier (zona objeto), pero no sin relevar al con -
(Y si guardamos la palabra sinibólica entre comillas 7 ·cepto de cargar con un guión que introduce una oposición
es para ir rlbriendo el paso a la interrogación de si tal re- , ,poco consecuente con su espíritu. Es más, en la realidad
~~¡;
ferencia a un nivel simbólico de lo corporal -referencia :!¡:del nifl.o pequeño, la existencia de algo como un guión así

r
L
de lo más corriente en el vocabulario de los psicoanalis~ '.;haría pensar en una perturbación temprana de la econo-
t< 1
tas de nuestro medio- no denuncia una resistencia -car- ' mía del placer y de la subjetivación, que exigen una con-
gada con un peso metafísico ancestral- a los funciona-

r
f
. mientos simbólicos propios del cuerpo; no tanto por lo de
un cuerpo marcado o habitado por el significante, un
cuerpo en cambio cuya abertura a lo otro del cuerpo-má-
; tínuidad tranquila de ir y venir respecto al cuerpo de la
' madre y ele ninguna manera una oposición tajante res-
pecto de él. '

~
Pero no es conveniente encerrarse en Ja problemática
quina [siglos XVII y XVIII] y el cuerpo-organismo [siglo
de la primerísima infancia. La experiencia del coito es
1 XIX] posibilita la instauración de algo como "el signifi- • otra, y más al alcance , donde encontramos esa misma

r e
cante".)
Lo antedicho también es reformulable considerando el
1
· franja de indecibilidacl, con momentos donde "no se sabe"

,
'
..
)
1 ll
1.
~
placer como un medio para lá. subjetivación: si el niño es-
cribe trazo a trazo, caricia a caricia, rasgo a rasgo, lo que
qué órgano es de quién, y no por una "pérdida" de discri-
minación sino por una intensificación que en sí misma
indica la emergencia de una zona objeto, en todo caso
un observador llama "su cuerpo", es gracias a los aconte- irrepresentable en términos de una contraposición suje-
f
1. cimientos de placer que van jalonando su trabajo, dife- . to/objeto. Y en todos los casos que consideremos -el anu-
~
¡· renciando bien pronto lo displacentero, pero con una con- . damiento en lo corporal de pene vagina, boca seno, etcé-
1

tera-, el resultado de una experiencia de vivencia de


satisfacción genuina es el pictograma, originariedad del
nal freudiano de referencia pone en bastardilla "viven<.:ia de satisfac-
ción" sin incorporar "experiencia" a ese subrayado delimitador; "expe- cuerpo sin origen, podríase decir. Su introducción corno
riencia" queda así escrita como un recurso lexical, afuera de un ver- concepto reestructura secuencias teóricas ya clásicas, co-
dadero abrochamiento conceptual. Pero queda escrita y contigua. Mi mo la que hace del "estadio del espejo" de Lacan un pun-
primer empujón se opera aquí, levantando o extendiendo la bastardi- tq de partida más o menos absoluto. Los anclajes en el
lla para situar un rodeo llamado la experiencia de la vivencia de sa-
tisfacción . cuerpo de diversos conglomerados pictogramáticos flu-
7. Ac•:.rc<l de esta función del entrecomillado como pin:z.amiento, , yen hacia una especularidad que sin ellos nunca podría
puede cor·;mltarse Derrida, J .: Del espíritu, Valencia, Pretextos, 1994. : .advenir como experiencia de reconocimiento (y de deseo
~

160 161

de reconocimiento) que 'es a su vez otra variante de las mo -realidad- anatomofisiológica, que exista como escri- :.1;;;: •
vivencias de satisfacción (recuérdese el "júbilo" que La- i tura de boca. En tanto tal, no forma parte de aquel enca-
can acentúa como eu]minación de la experiencia). EL. denamiento que sí posibilita. Los objetos en cuestión aca-
punto de partida se ha convertido en un punto de llega- .'. ban por componerse en una secuencia apoyándose en su
da: imposible para un bebé reconocerse en la escena del ·' existencia subjetiva de boca. Cabe agregar, im¡::'ortai{te :
espejo sin un largo trabajo de reconocimiento en otra es- ··· .~ en esta condición es tan "simbólíca" en su régirn rm picto-
~
cena y poniendo en jlH~ go otros elementos; particular- ' gramático como el puñado de significantes que ·m len de 't1
mente en la que proponemos llamar cuerpo (materno) . .• ella. 1
La unificación en el espejo sólo puede ser situada como la ,:¡ La cadena significante debe necesariamente apunta- 1
primera a través de una colosal simplificación (que em- , larse en un esculpimiento corporal absolutamente no re-
.~; memorable. En nuestro concepto, no encontramos n.unca
pieza por un tratamiento atemporal de la teoría; al igual :
que en el tango, para muchos impartidores de doctrina '!' f·. fenómenos de índole psicótica sin la apoyatura en :d.ltera-
. ciones muy singulares de vivencias contundentemente
· "veinte años no es nada", ni muchos más siquiera).
modificadoras del orden pictogramático. Por ejemplo, un ¡'
niño de 12 años se refiere reiterativamente a cómo le cre-
Insistimos en una de terminada secuencia: el resulta-
cen pelos en la lengua, al par que pasa el tiempo arran-
.cándoselos (alucinaciones táctiles y epidérmicas). Lo que
J
'•'• 1
'
do de "una" experiencia de vivencia de satisfacción es
"un" pictograma. ¿Cuál es el modo en que podríamos in-
viene creciendo en la pubertad es, principalísimamente,
.
~
t (
'
sertar ahora el significante y cuál la forma más esclare-
cedora de diferencia en una r elación de los dos conceptos?: "
1
el vello pubiano, sombreando la genitalidad que cursa.
En la medida en que hay algo roto en su cuerpo se veri- 1
.

Empezaremos por la tentativa de una, seguramente
no la mejor que nos sea dado concebir: las formaciones
fica: a) no encuentra el lugar para la inscripción de un
·. pictograma genital, lugar inexistente del cual la alucina- 1
•1
il l
.' ción trata de forzar su aparición; b) de nuevo, lo aguj e- '. 11
pictogramáticas como basamento para el montaje de en-
reado se hace presente en la boca, adoptando la figura de !A
cadenamientos significantes. Para discutirlo, retornemos
a ese tiempo en que un a niña hace pasar todo por subo-
un vello invasor y amenazante en su proliferación, por
entero perteneciente al orden de fenómenos que agrupa-
J'
ca, "bautizando" así -según mi propia expresión-8 una ·
interminable cantidad de objetos que ingresan con un es-
mos en la caricia. (Es interesante que este vello singular l
no es visible en un espejo, acotándose enteramente a las .1
btuto y salen con otro, precisamente es lícito afirmar: . ·sensaciones táctiles y epidérmicas mencionadas.)
salen como miembros de una cadena significante, su cor , ~· Con ese pictograma GOnstituido, el niño se puede po-
mún paso por la boca los engarza así y los hace sustitui- i. ner a escribir significantes.
bles uno por otro. P ero para que una tal seriación se
constituya ha m enester que haya boca, que exista no co-
Pensar psicoanalíticamente la sensación nm empuja
entonces lejos de su campo de referencias tradicionales
8. Véase el capítulo IV ("El bricoleur de sí mismo") en Clínica psi·
coanalítica con niii.os y adolescentes: una introducción (Buenos Aires,
1
en la psicología "general" y quizá más lejos aún 1le 3U va-
Lugar Editor ial, 1986); mi prim era escena de escritura para el jugar. , go e1~pleo nocional en psicoterapias que carecen d1~ pará-

162 163
..,
metros de reflexión para pensarla en serio. El niño de los. damos llamar "afectivo" tiene su arraigo de fondo en ese
pelos en la lengua nos da el ejemplo de una sensación, ,:paso por el cuerpo de una sensación, satisfr1.ctoria o no,
harto distante de todo registro de placer; si hay vivencia/ ,, pero en última instancia mareante.
es de aniquilación: el crecimiento es una franca y aguda. Las repercusiones de esta subjetivación primaria, se
amen:aza, por lo cual otro de sus comportamientos orales\ lo ve, son múltiples e ingresan en circuitos de alta coi11-
es negarse a comer para neutralizar ese incremento me- ¡ plejidad: la unificación narcisista, centro de atención en
tastásico, destructivo. Abunda en ideas persecutorias, coo · f:,la literatura psicoanalítica, a fin de cuentas no es más
mola de que lo han de matar si llega a dejar la niñez: las · que uno de sus efectos. Rectificamos así un desplaza-
sensaciones más terroríficas de aniquilación campean en miento teórico al detalle (pues las nociones de "unifica-
toda la relación con su cuerpo creciente. Sensaciones que , do", "despedazado", etcétera, se hicieron muy "po pula~
no pasan sin dejar su inscripción, en este caso negativa. · res"); aquélla es la esencial.
.¡,I
Psicoanalíticamente sólo reconoceríamos el carácter de ; A su vez, este ensayo de una delimitación clíni ca da-
sensación al acontecer que deja un saldo de huella, inte- rn entre los planos del significante y del pictograma vuel-
grándosf:~ de una forma u otra al dibujo del cuerpo y a( ve operacional la distinción entre el deseo insa tisfecho,
proceso del cuerpo como u;n acontecimiento dibujado. · tal como es detectable en una secuencia significante, y la
(Semejante concepción, tomemos nota, no necesita ex-
rl;
"•
.;I
cluir la dimensión de lo constitucional, ni oponer lo bio- ·
lógico a lo psíquico ya que, por otra parte, la transmisión
· desatisfacción por una experiencia de vivencia fracasa -
da, deformada, que acaba por hacer un agujero de lo cor-
,.. poral, un agujero que lleva, por ejemplo, a comerse la tiza,
genética misma puede incluirse en una gramatología ge-
a qú.e la tiza se escurra, triturada, por él. Comprobamos
neral de la huella). 9
r'•
Del adolescente cuyas vicisitudes ya expusimos se
más aún el carácter automático de este fenómeno, el de-
'!
solado encuentro humano con su "estupidez" radical,
I."1 compre.nde mejor en esta perspectiva uno de sus puntos
opacamiento -de todo sentido que, en última maniobra,
í' sintomáticos, su queja por la falta no de la erección sino
fi sólo atina al devorar el vacío mismo corno "solución" a lo
de la sensación de falo. La erección empíricamente está, ·
'.... ) t -¡:
¡·
pero parece no dejar huella de sí, lo cual el paciente lo vi- '
vencía "orgánicamente" dado el arraigo decisivamente
que no encuentra el menor remedio. Siernpre , en estos
casos, alguien come, Ello come.
! El cuidado de esta distinción afina nuestra capacidad
corporal del pictograma. Y como bien lo destacó Aulagnier,
para el diagnóstico diferencial. Al azar: la consulta por
la "representación" de esta marca es su afecto mismo, en
un niño encoprético requiere movilizar preguntas bien
este caso de rechazo , ya que él rechaza globalmente la
precisas : ¿se ha fijado la orientación deseante del niño a
experiencia genital como asunto de goce. Todo cuanto po-
satisfacciones perversas, en Ja medida en que bloquean
otros desarrollos posibles de su subjetivación para tener-
9. A retomar aquí en la dirección abierta por "Freud y la escena se en cuenta sólo como cuerpo que se hace caca? ¿Es ésa
de la escritura'', de Jacques Derrida (en La escritura y la diferencia, la táctica del niño para manejarse con tensiones edípicas
y en De la gramatología, ob. cit.). La enorme ventaja comparativa de (desde la obtención de manipulaciones excitantes en la
trabajar con la huella reside sobre todo en que no inclina prejuiciosa- .
mente el intelecto haci a un tipo de fenómenos por encima de otros,
zona anal por quien lo limpia hasta el desafío a lo que las
sean los del lenguaje , sean los de la imagen, etcétera. autoridades autorizan) que no puede tramitar de otro

164 165
tJI

'
"'

modo? ¿O el hacerse encima pone de relieve la no fabri- ta le arranca trozos de su juventud (todo un significante
cación de un esfínter, un agujero donde debiéramos en- fálico de nuestra época, por otra parte). Son trozos de su
contrar un orificio con válvulas, lo que hace imposible cuerpo a diseminarse en la generación que adviene como
desprenderse reguladamente de la caca? De uno u otro rasgos y como trazos (por ejemplo, el lápiz labial dibujan-
sesgo resultan direcciones de la cura bien distintas. do nuevos labios). La hija extrae según las maneras de la
Volvamos a insistir en esa delicada trayectoria -a su identificación, distinta según el rasgo y según el trazo.
vez interior al pequeño modelo clínico en que nos esta- Pero también hay en ellos un retorno transformado de lo
mos apoyando- donde la experiencia de la vivencia de sa- que alguna vez fue la caricia materna sobre el rostro del
tisfacción dibuja algo de cuerpo en el cuerpo 1º mediante bebé, retorno transformado posible gracias a un silencio-
el reguero del placer obtenido y sus juegos de encuentro so, invisible y menudo trabajo de acarreo (gracias al cual !
y desencuentro con el placer buscado. El conjunto más o esta niña no tiene que comerse el lápiz labial; untándose- 1

menos estabilizado de ese reguero es la zona objeto, y


pictograma el nombre "técnico" de la especificidad de es-
lo hace una superficie nueva de su boca). :l
te tipo de huella, a fin de no confundirla con otras. "Pic-
.,
tograma" es el nombre más abstracto para el amarre de ...
(
la subjetividad al cuerpo, amarre sincrónico, ya que pone 'jr
,.
también nuestro ser-cu erpo. "Pictograma" es abreviatura '
1
de una mínima unidad de enlace al cuerpo (pero sólo a ,.j
posteriori de él hay cuerpo, incluso para disociarlo, pre-
cluida su carga anímica, como objeto anatomofisiológico). :1
Las patologías más ]eves, o bien la rutina usual en cuan- ."I
d
to a cómo encararlas, no parecen ponerlo en cuestión. ti
Tampoco los momentos ordinarios de la vida, ajenos a
una intensidad sobrepasada.
Escena de escritura suplementaria para el fin del ca-
Jr
'•I
pítulo: sus protagonistas, una madre y una hija aproxi- ·'I

madamente púber; ésta le demanda por máscaras y ta- 'I


1
tuajes de la femineidad: cómo pintarse los ojos, etcétera.
En su sencilla cotidianeidad, rastreemo¡,; las complejida- · !.
des de la escena: la madre puede (jugar a) dejarse matar, 1

imaginarse sustituida por la niña; puede jugar a que és-

10. Para el caso, esta formulación es ubica ble según lo que hemos
designado "la tercera paradoja" de Winnicott, inventar to que ya se en-
cuentra allí; la entera subj etivac ión de lo corporal se ordena d¡:i acuer-
do a los lineamientos de aq u élla .

166 167
9. JUEGOS DE ESPEJOS

Punto por punto, los motivos y las problemáticas que


' •;-..
hasta aquí hemos desp1egaclo - el hacer ele la experiencia
de la vivencia de satisfacción una experiencia de apertu-
, ra de la subjetivación, la detención en el acariciar conce-
bido como una autoescritura del cuerpo, la determina-
ción de ciertos espacios privilegiados en la constitución
i:: '' del sel{ como los que llamé "cuerpo materno" y "espejo"-·
1, caben o se sitúan en cierta fluctuación entre el narcisirno
originario y el narcisismo primario. Desglosan así lo que
estas grandes denominaciones tienen de excesivamente
~ ·~
genérico, lo cual debe traducirse en ventajas para el tra-
"' bajo y la investigación clínica.
)
Es tanto como balizar un campo que se extiende entre
las primeras marcas de subjetivación que hacen del cuer-
"'' po algo por siempre irreductible a un organismo y cierta
coronación de una posición como es el yo, indecisa a su
vez entre el "júbilo" especular (Lacan) y los primeros ac-
tos de lengua en cuanto a nornbrarse "yo".
Si aceptamos provisionalmente el itinerario abierto,
exige afrontar otro trabaj o, que es volver a pensar el es-
tatuto de la especularidad, particularmente en Ja concep-
ción inaugurada por Lacan, y que hace del espejo algo así
como el lugar de origen, una focha inicial , de la vida psí-
quica, no habiendo "antes" nada que decir que no fuera
pura retroactividad. Lo que hemos expuesto se aparta re-
sueltamente de esta concepción, devenida "Iacaniana".

169
~
li
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'"\\'·¡
La atemporalidad de sw reiteración la ha banalizado .,, ticamente llamados por Lacan "Naturaleza" y "Cultura";
tanto que parecería ocioso evocarla detalladamente. En con las mayúsculas y todo, por sí alguien no percibiera !,¡j
~· ;Í i
cambio es importante destacar un par de cuestiones que allí el olor -o el hedor- de ciertos filosofemas.
no han sido suficientemente discutidas: i !\
Un tercer punto a añadir, y probablemente el de ma- l
1) La lógica del par fragmentación/unificación que yor importancia, es que la conexión demasiado exclusiva !!
propone Lacan resulta, más de medio siglo después, de- entre "Lacan" y "espejo", hacer de Lacan un sinónimo y
masiado racionalista, en el fondo demasiado cerca del un autor del espejo, reprimió, como siempre ocurre, un !!
'¡!
mito del todo y las partes; minimiza además, y de un mo- trabajo grupal psicoanalítico concerniente al tema, y eso
do desconfirmado por las investigaciones posteriores no en una fecha puntual, a lo largo de varías décadas,
(tanto psicoanalíticas como psicológicas), el valor subjeti- ' que son también décadas de creciente compromiso del
,.~'
vante activo -y no sólo retroactivo- de los juegos de aca- psicoanálisis con patologías graves no contenidas en las ,.,
riciamiento anteriores y contemporáneos al estadio que fronteras, más académicas que efectivamente históricas '.'.j 1
Lacan delimita: unificantes en sí mismos, por ende. 1 ...
del psicoanálisís. 2 En el campo mismo del significante
2) La interpretación de Lacan en cuanto a la "prema-
turacíón" ligada a una "falta de ser" que hace del bebé al-
Lacan, fue Juan David Nasio quien inició una revisión
"
guien singularrnente mal dotado desde el punto de vista
decisiva de aquella reducción de la problemática especu-
lar a la teoría del estadio del espejo, recuperando así la
:J 1 ("'

biológico (como si la programación instintiva rígida pu- de Fran~oise Dolto, más receptiva a los matices de la clí-
diera ser asimilada así no más a una culminación por ex- nica y harto más acorde a los hechos a explicar del desa-
celencia en el plano del organismo), idea que termina por rrollo.:i Por otra parte, en 1968 aparece un texto capital
limitar lo que el psicoanálisis podía extraer de la etología ' de Piera Aulagnier, 4 uno de los primeros en permitir un ,.
.<

y que termina por reprimir observaciones del mismo La-


can potencialmente más fértiles en cuanto a evaluar el
!l
2. " .. .más académicas que efectivamente históricas", sí, porque es
verdadero peso y el verdadero lugar de los factores cons- más que dudoso que, en la práctica histórica del psicoanálisis, haya :J
titucionales, tal así su subrayado de una facilitación ge- habido algo así como pacientes "clásicos", regulares, admitidos a prio- 1

nética para interesarse más detenidamente, entre tantos ri. Desde los primeros casos que Freud consigna, en cambio (y eso no
objetos, en el rostro humano. Una facilitación genética deja de repetirse en Abraham, Stekel, Ferenczi ... ), los pacientes del
psicoanálisis merodean en lo marginal, en lo inclasificable ... y en lo
para la subjetivación no es la misma cosa que una defi- muy grave. La "ampliación" del psicoanálisis es constitutiva: el psi- •
ciencia biológica originaria, y abre el paso (podría haber- coanálisis nace ampliado. Los ensayos y las incursiones se multipli-
lo abierto), a otra articulación entre los órdenes tan mí- can de tal modo que hacen de la entidad "psicoanálisis clásico" un
ente de ficción en el que probablemente sólo creen psicoanalistas fic-
l. Para apreciar que esta manera de pensar continúa vigente,
cionales. (Y hay que recalcar que esto es válido para las más diversas
puede consultarse la versión del primer año de vida que propone tendencias del psicoanálisis, cuando se escribe sobre Dick y cuando se
Alfredo Jerusahnsky en su Psicoanálisis del autismo (Buenos Aires, escribe sobre Aimée.)
Nueva Vi sión, 1990); antes de lo especular, apenas un débil puñado 3. Véase Nasio, J. D. y Dolto, F.: El niño del espejo, Buenos Aires,
de reflejos. Curiosa inercia en un psicoanalista con una experiencia Paidós, 1992.
clínica tan poco convencional. 4. Observaciones sobre la estructura psicótica, Buenos Aires, Letra
Viva, 1980.

170 171
~~i

desarrollo nuevo, menos fijado a lo escópico, de la espe( de 'una combinatoria teórica librada a su suerte, derivan
cularidad no a la sola manera de un estadio puro, más ·de la fuerza de dificultades concretas en la práctica clíni-
bien en tinte de categoría, al proponer el concepto d~. ,ca: ejemplar por excelencia de ellas es el niño Qlte, o bien
cuerpo imaginado. La entrada posterior de la ciencia en .no - ni se localiza en el espejo, no lo tiene inscripto en
el ex claustro materno permitirá enriquecer aún más la .,,tanto tal, resbala o pasa por allí como si se tratara de
captación de las vicisitudes que este concepto intenta or~ .¡una cosa más del montón, o bien, lejos del júbilo, se an-
denar. Yo mismo pude agarrarme de él para plasmar una ./' gustia irremediablemente viéndose allí.
Ir imagen del mito familiar como un gigantesco espejo, de ' El texto en el que por la mi.sma época culmina Winni-
naturaleza muy compleja, al que, arrimándose al borde . .cott6 ofrece un penúltimo capítulo cuyo solo título es elo-
del abismo, el sujeto es incitado; mejor: el sel( en tanto cuente para lo que rastreamos: "El papel de espejo de la
sujeto es incitado a mirarse y reconocerse, puesto que madre y de la familia en el desarrollo del individuo", des-
... ~~1~ · 1
aquel cuerpo imaginado es un ensamble del procesa- , centración radical de la especularidad respecto al espejo
f '""
miento de los más diversos materiales que se acumulan de Gesell... y Lacan.
en ciertas zonas diversificadas del mito en cuestión. Mi , Se trata, entonces, de dirigir Ja lectura hacia un des-
hipótesis, lo que desde El niño y el signif1cante procuro , .. plazamiento transformador: el que va de una primera
insertar en este punto, es que la propiedad especular de( .etapa en la que el acento se pone sobre los efectos estruc-
:·•,
cuerpo imaginado y del mito familim: en el que aquél se ' turantes de por sí del espejo, y del espejo como estadi,o (la
. ;:,

~
., nutre resiste la tranquilizadora divü¡ión que separa un .. psicología afuera del psicoanálisis aporta un Wallon en
íl'
;1,,

:1:
sentido metafórico de uno, más acá, literal. No es un mo- · esta perspectiva, junto a otros nombres acaso menos in-
do de decir que el cuerpo imaginado funcionará como es- teresantes), a otra en la que los interrogantes se plan-
r~, ~;
''lñ
:~ 1
pejo para ir el niño a mirarse, encontrándose al des-en- tean en torno a qué condiciones a la vez previas y míni-
J. contrarse. Ni siquiera un modo de decir a la manera mas deben darse y cumplirse, y qué trabajos psíquicos
"productora" que el decir tendría en la teoría del signifi- llevarse de cabo a rabo para que un simple espejo de la
) ii cante.
¡· , vida cotidiana pueda operar como tal e implantar sus
'\
Y apenas un año después, un psicoanalista cuyos mi- ': propios efectos en la subjetividad. 7
.. tos de referencia se hunden en otros terrenos publica un
libro que abrirá un inmenso camino para sacar el espejo
Este itinerario sigue abierto, sobre todo desde que Da-
niel Stern y Jessica Benjamín proporcionaron otros crite-
del espejo y para considerar el rostro del Otro primor- rios metapsicológicos para pensar los fenómenos agrupa-
dial, en primer término, un espejo que funda todos los ob- bles en la especularidad, a lo cual entre nosotro8 se
jetos-espejo de este mundo. 5
Un hilo de hallazgos clínicos singúlares subtiende es- 6. Realidad y juego, Barcelon a , Gcclisa , 1982.
tos movimientos, que no derivan entonces de la "lógica" 7. El libro, injustamente olvidado , de nues tro malogr ado Am 6rico
Vallejo , Topología ele[ narcisismo (Buenos Aires, Helgucr o, 1979 ), ha-
ce de bisagra en este desplazamiento articulando de un modo eftcaz
5. Véase Sami-Ali: Cuerpo real, cuerpo imaginario (en particular el punto de vista estructural con el plano de Jo empírico en su faceta
el estudio titulado "Cuerpo y narcisimo: para una teoría del rostro"), más cotidiana, que por Jo general incomoda al estructuralismo psi-
Buenos Aires, Paidós, 1978.
coanalítico y lo lleva a procurar orillado.

172 173
··' ~3. :

añaden los nuevos enfoques sobre el narcisismo global~< ,·


· Nasio también se ha encargado de mostrarnos cómo el ·
l •

mente considerado desarrollados por Silvia Bleichmar y'.


David Maldavsky, junto a nuestros propios esfuerzos.ª Al.:·
génfasis exclusivo en lo visual podía encandilar, obstru-
/ yendo el punto realmente decisivo: que el humano para
¡1
trabajo teórico en el sentido de una creciente metaforizac i
~ estructurarse, para subjetivarse, se espeja en otro de
ción del espejo inicial, se agrupa una mutación cualitatü;.:.,;
más de una manera y de más de un otro. En Lacan el jue-
va en la concepción misma de lo dual. Por otra parte, des- •~
go es entre mayúsculas y minúsculas cada vez que del
de el costado de la formación del analista, la lección que .',·
. .otro se trata, pero yo apuntaría ahora al singular y al
se desprende es que la elaboración de una problemática'..'.,
requiere de un trabajo de grupo, no hay un "autor" que al A .plural; el juego de su diferencia no puede ser retenido por
''~J
.,,el pensamiento estructural psicoanalítico, cuya formali-
estudiarlo nos brinde un panorama suficiente en relación'•r:~. :¡
a los innumerables matices con los que nos medimos en zación, cuyo formalismo , opera desconociendo los plura- ::1
1!
Ja clínica. Tampoco basta con la idea de una progresión ' les y las pluralidades así como el juego de las diferencias J
; .~ 1

lineal desde un punto determinado, ya que, como N asio '· de género: el otro y el Otro, no los otros, no el otro(s) ni ~'.' 1 11
:.·~¡
lo dejó claramente expuesto, la teoría del espejo en psi- la otra(s). :,¡¡!
coanálisis nace bifurcada, y no en detalles de coloratura, De entrada, entonces, polimorfismo del espejo que no ¡~:
'
"es" de una sola materia. Punto de entronque con ciertas ;;~,
irreductiblemente. Esa división, ese nacimiento dividido,
lleva las huellas de un descubrimiento ya intuido cua:t1- ·complicaciones patógenas, por ejemplo cuando desde el j
,~,¡
,'itl (
"
do el psicoanálisis conjura el mito de Narciso sin parecer medio familiar se valora o se toma en consideración sólo >;.•J
'' 1
durante bastante tiempo saber qué hacer con él; el tiem- :~. una dimensión de espejamiento ignorando las demás. Al ~)l
,1... r

po de la conjuración mantiene un intervalo ancho con el , " niño entonces sólo puedo verlo, no puedo identificarme y
tiempo en que se puede empezar a usar verdaderamente hacerme resonancia de otras experiencias de su cuerpo, :1·.1
el Illito, mal o bien. Pero esto recién se pone en marcha no lo puedo tocar ni ofrecerle mis vísceras de espejo. Pe- .:1
cuando el psicoanalista, algún psicoanalista, se da cuen- ro he aquí que el "perverso polimorfo" necesita de un es- ¡j
ta de que algo decisivo ocurre entre un sujeto o el self' y pejo polimorfo. El ingreso, tan musical , del bebé al len- ·I
algún lugar en el que encuentra, y hasta se choca, con su guaje es tan especular como cualquier experiencia (de) ·.¡.
imagen, su imago , dicho mejor. Es mucho más eso que un mirada. Pero hay unilateralidades en las familias, como
acontecimiento perceptual, más bien un acontecimiento hay unilateralidades en las teorías.
que altera de raíz todo lo pensado sobre la "percepción" De entrada, entonces, el espejo de Dolto es tanto me-
en la psicología y aun en Ja filosofía.ª tafórico como literal, no es que aquella reverberación su- 1 ~

cedería "después", al modo en que ordena las cosas la re-


8. Stern, Daniel: El mundo interpersonal clet infante, Buenos Ai- tórica clásica: ya el espejo lo encontramos desde antes ¡·
res, Paidós, 1991. Benjamin, Jessica: Los lazos de amor, Buenos Aires, más y otra cosa que su consistencia óptica.
Paiclós, 1991. Bleichmar, 'Silvia: Fundación del úiconsciente , Buenos 1
Aires, Amorrortu, 1995. Maldavs ky, David: Teoría y clínica de los pro- De entrada, entonces, también lo especular: la tensión
cesos tóxicos , Buenos Aires, Amorrortu, 1992. angustiada de una madre primeriza se replica en el cóli-
9. Un reciente trabajo de Eckart Leiser pone el acento con un én- co súbito de su bebé, he aquí un interjuego no menos es- 1
fasis exacto sobre este punto. Véase en el n º 5 de Reuista de EPSIBA pecular que un intercambio de miradas. 1
el texto "Sobre el yo cognitivo". ¡

174
175
1
Todas estas cosas nos han empujado a encuadrar esa ; en juego; tan cargado uno como el otro de una pesada his~
experiencia que no debemos perder de vista, el encuentro · toria político-conceptual, el que elegimos al menos desig-
con la imagen de sí en un espejo puro y simple, en térmi- na con mayor filo algo que sí está en juego cuando niños
nos de una experiencia preparada, condicionada, deter- y adolescentes se ponen a experimentar con los espejos.
minada., activada por un complejo tejido de procesos que Otros eran los problemas a resolver en tiempos de la
retroactúan, culminando algo de todo lo que venía estan- constitución de la zona objeto: implantación en el cuerpo
do sobre la mesa y bajo la mesa. De ahí que no sólo el jú- mediante una fusión, rica fusión, fusión creadora, al
bilo venga a cuento (aunque tampoco debemos olvidarlo, cuerpo materno entendido no como objeto sino como es-
que más no sea por el escaso sitio que la teoría psicoana- pacio, espacio del otro, espacio fundamentalmente tran-
lítica ha hecho a la alegría),1° la inquietud, el rechazo, la sicional, ajeno a las contradicciones opositivas . Ahora se
- angustia también confluyen en la misma experiencia, se-
gún en qué condiciones el niño arribe allí. Para un nifi.o
autista que no quiere ver sus cambios, cuyo deseo de ser
trata de los primeros juegos de la oposición, provocada
para individuarse, provocadora de individuación, jugan-
do el yo/no yo y jugando el ser un yo. 11 .
grande se ha invertido totalmente en deseo de inmovili- La primera tarea del sujeto no puede ser la diferencia-
dad, la confrontación con una imagen suya que siempre ción, donde de entrada lo mete un esquema como el que
1;,: lo apura provoca entre desazón y pánico. Adhiere enton-. se propone en un léxico evolutivo (que incluso aflora en
ces su cara a él para ocultarse la perspectiva de su cuer- Winnicott): de la dependencia a la independencia, pw· más
po, rechazado porque no para de crecer, y ver únicamen- matices que se incorporen. Donde lo mete no menos, por
¡.:: te sus propios ojos. mucho que se multipliquen las denegaciones, el esquema
t Todo el último tramo de la obra de Dolto, cuyo fruto alineación-separación de Lacan. Cualquier apareamien-
más notorio es la imagen inconsciente del cuerpo, afian- to binario que haga hincapié en oposiciones, estructura-
za un desplazamiento donde en el horizonte de nuestras lista o no, es demasiado tosco para iluminar los sutiles
investigaciones ya no está sólo el acontecimiento del en- procesos de implantación que ocupan al bebé y luego,
)
cuentro con la imagen de sí sino también la formidable más de una vez en la vida, se repiten con los más diver-
'\
cuestión de cómo se llega al espejo, en qué condiciones, sos contenidos.
acarreando qué cosas.
' 11. Éste es un ángulo en el que habría que insistir : el del .Juego al
yo/no yo, que no es lo mismo que la presentación pelada, sin hacerla
Polimorfismo del espejo y reubicación de la experien- pasar por el juego, demasiado seria entonces, de esta operación. Poder
jugar al yo/no yo implica, por lo menos y por lo pronto , que el sel{ no
cia "clásica" del estadio. Con estos elementos Dolto define
se lo cree , que por consiguiente el nombre de la operación debería
una función del espacio de la especularidad que denomi- reformular se "yo/no yo (no del todo)". La no consideración de esta
na personalización; éste es un término que proponemos dimensión lúdica en la teoría psicoanalítica orienta los "mismos" con-
1 sustituir por el de individuación, que nos parece más ceptos hacia una rigidificación poco conveniente y a distorsiones en la
preciso en lo relativo al tipo de procesos de subjetivación aprehensión clínica del niño . Tomando nota de que es propio de
derivaciones patológicas tempranas creer en la oposición en un mon-
tante inversamente proporcional a la capacidad parajugarla; no sólo
10. Intenté empezar a reparar esta gran omisión en "El juego del
dije jugar con ella, más básicamente juga.rla, esto es, hacerla aljugar
humor", Revista ele EPSIBA , nº 2, 1995.
(con) ella.

176 177
..
~~:1 ~

Suponiendo ahora un cuerpo más que organismo en la lenguaje, etcétera: siempre la misma dificultad y la mis-

medida misma en que se ha subjetivado por una implan- ma arrogancia adultocéntrica) se significa como de frag-
tación o aposentamiento exitoso en la instancia cuerpo mentación, incoordinación, etcétera. Pero Freud conjuga-
materno, los trabajos psíquicos en la instancia espejo ya ba dos modos del tiempo: el que plasma en el modelo del 1\

no los centraremos en la unificación, para pensarlos de ejército que avanza y se despliega ocupando posiciones y :¡

aquí en adelante bajo el significante de la individuación. el de un movimiento de la temporalidad hacia atrás. Por
Hay muchas razones para este relevo, situemos primero · muy lineal que pueda llegar a ser, el primero deja espa-
las más evidentes desde lo clínico: ¿cuál es el precio de la cio para pensar e imaginar un antes donde allí antes pa-
unificación en ciertas condiciones patológicas? ¿De qué le saron cosas, además de la remodelación por lo que acae-
sirve a un niño "lograr su unificación" -así solemos ex- ce después. ¿Cuál es en realidad la ventaja de quedarse
presarlo- cuando ésta requiere de la presencia constante con una sola dirección temporal, autolimitándonos a in- 1
de un otro en posición de cuerpo acompañante o de ver- vertir la que el pensamiento evolucionista difundió y :'!
hasta popularizó? Uno pensaría que ya estas dos juntas ;¡
tebrador de la actividad psíquica, tal cual sucede en fo-
bias tempranas severas y en los transtornos narcisistas resultan al fin de cuentas bastante pobres para las ar- 1 ....
duas custiones de temporalidad que nos plantea todo
no psicóticos, respectivamente? 12 ¿Y de qué le sirve unifi-
carse con referencia a conjuntos maquínicos, conjuntos abordaje histórico no simplificador. La idealización del
t~h

"
con ruedas, por ejemplo (obviamente cito un material de apres-coup no lleva demasiado lejos ni de un modo tan (
análisis), como ocurre en las problemáticas autísticas, o distinto a la linealidad progrediente anterior. Como se
aun -en el mismo caso- unificarse relativamente a se- dijo en su momento de la proyección, no se retroacciona
cuencias espacio-temporales, siempre las mismas, sin en el vacío, la fuerza del a posteriori recae sobre materia-
margen para la variación? lidades que ya tenían su propio grado y modo de organi-
Ot:rn problema de la unificación es más específico del zación, no hay razón para pensarla como si fuera una l

punto de vista estructural, en Lacan particularmente. creación ex nihilo. No hay ninguna necesidad para justi-
Estriba en una inversión lisa y llana -maniobra muy ca- preciar la fuerza y la importancia del Nachtraglichkeit
racterística en Lacan- de la temporalización evolutiva freudiano, no le quita nada de su emergencia, hacerlo
más habitual, recortando de un modo unilateral la tem- chocar con vivencias, experiencias y procesos previamen-
poralización apres-coup. En ese caso, el niño se unifica te conformados, derivándose de allí una rica y conflictiva
frente al espejo y, retroactivamente, un período anterior interaccióil.
donde no se postulaba vida psíquica alguna (remanente La tercera dificultad, siguiendo este recorrido, en
~
psicoanalítico de "los niños no entienden" al que Freud cuanto a la unificación puede formularse rebatiendo el
asestó un primer golpe - pero sólo un primer golpe-, re- gesto teórico o la esperanza demasiado habitual de fijar,
trocedido desde entonces a edades más tempranas bajo el con mayor o menor violencia y arbitrariedad, un punto
mito de un bebé sin psiquismo antes del espejo, antes del de partida absoluto para el "origen" del psiquismo; repe-
tidamente nuestras investigaciones nos llevan a recono-
12. Sobre este punto, r emito nuevamente a nuestro 1}astornos cer procesos que ya habrán estado y que además segui-
narcisistas no psicóticos, Buenos Aires, Paidós, 1995. rán estando: los hechos del aposentamiento, por ejemplo,

178 179
~.;

se vuelv~n· a plantear en varios tiempos decisivos de la y tomamos nota de su convencionalidad e insuficiencia.


existencia. Habrá que perseguir más adelante el inter- Pero queremos avanzar un poco más en la cuestión del
juego entre sus trámites y los de una individuación que niño imaginado por toda esta concepción. Ni la clínica
no se cumpliría, advirtámoslo, sin una adecuada anida- psicoanalítica per se ni la investigación psicológica con-
ción en el espacio de la especularidad. temporánea avalan la idea de un niño estructuralmente
reacio a todo movimiento de separación. Al contrario, de-
jan pensar y descubrir cómo aquél se fabrica, se procura
APÉNDICE
sus propios instrumentos y mitos individuales ele corte, y
no es ésta la menos importante de las funciones del ju-
• Los procesos que designamos como de individuación gar. Por lo tanto hay ya espacio para esbozar otras, nue-
pueden ser mejor esclarecidos apelando al motivo de la vas, articulaciones entre los procesos de individuación
singularidad tal como se delimita en diversos textos de ' que toman al espejo como espacio privilegiado y el moti-
Derrida. No para un reemplazo liso y llano, porque po- vo del corte, incluso en su conceptualización específica
dríase objetar que la singularidad en cuanto singulariza- como castración y como complejo de castración. En lo que
ción también está en juego en los procesos involucrados sigue, habremos de volver sobre este punto.
en esos espacios del cuerpo materno y de la hoja, pero sí
:: para corregir, en el término individuación su referencia
¡)1
•j:
al mito de lo indiviso, acercándolo en cambio al matiz de
lo único en tanto no sustituible precisamente a causa de
esa dimensión de singular.
Otro problema lo constituye el que cuando de indivi-
duación se trata, ese recorte, pronto comparece en el psi-
) 1 coanálisis la invocación al corte. Ahora bien: hace ya mu-
chísimo tiempo, o demasiado, que toda cita del corte
~ 1 viene pegoteada a toda una concepción de niño y a toda
una concepción de género, viene así, en ese bloque, acrí-
ticamente. En ese estado de cosas el corte se concibe co-
mo una fuerza de intervención externa al niño, impuesta
desde su afuera, y especificada como operación masculi-
na, paterna. No es éste el lugar para despejar los mite-
mas de género occidentales, largamente penetrados en el
cuerpo t eórico del psicoanálisis.13 Sólo dejamos planteado

13. El r eciente Los lazus de amor (ob. cit.) de Jessica Benjamín


aporta mu.chas elementos para un replanteo profundo de toda la
relación entre el niño/a y el corte, particularmente en sus capítulos I
y v.

180 181
m
l~ 1 ~

·I
10. DIBUJOS
~
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l
\
l1
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!
1

1
1

Nuestra investigación sobre algunos problemas de es- i

critura-incluso de los caminos que conducen a la lectoes- 1'1


critura en sentido propio- nos llevó a desplegar una se-
rie no meramente sucesiva de espacios correlativa a un 1j
'1
l '
manojo de operaciones esenciales para la subjetivación +4
.
'
temprana. Recapitulándolo con otra figura: ~
4 I· (
~1

Trazo
1 1

'1
Formas de
ligazón-desligazón !
'
Espejo (Bindung)

Caricia
Rasgo

Relaciones de acarreo, investimento, ocupación 1.


1
..
(Besetzung)

Por lo menos la figura no plantea fronteras tajantes,


al modo binario tradicional, entre los tres espacios; nada
entonces de un uso clasificatorio de este pequeño borra-
dor clínico. El agregado de "desligazón" tiene que ver con
tener en cuenta lo que implica de complejo trabajo "psí-

183
quico" el paso de un espacio a otro, el paso de transferen- Cascando nueces de a dos, según la recomendación
cia o transposición, que no se podría hacer sin desligazo- freudiana, volveremos a contrapuntear este material con
nes -relativas, no masivas- para pasar y volverse a ligar el de otro paciente, también entrevisto en una supervi-
por retroacción, trayéndose de vuelta, pero ya como una sión y, coincidencia a pensar, también de otro país lati-
subjeti.vidad diferente, a un espacio anterior. 1 Cuando, noamericano, aunque el análisis esta vez se realiza aquí.
puesto el caso, un niño "se copa" disparando rayas en Es un niño de edad similar, unos 7 años. La madre con-
una hoj a de papel, "se olvida" del espejo en el que jugaba sulta por la impasse de un relacionamiento entre ellos a
a aparecer y desaparecer, ese espejo al que retornará con la vez abusivo y agresivo. Desde los 2 años del hij o los pa-
aquel "yo" triunfante que delata la subterránea injeren- dres están separados, y el hombre ha seguido resi diendo
- cia de elementos especulares en la hoja (véase capítulo 1).
La niña de la tiza, que nos enseñó este recorrido, ilu-
en Perú. En realidad, ya el embarazo se desarrolla bajo
los signos de franca ruptura, como que él tenga otra mu-
¡~::..
minaba la posibilidad de su plenitud con su propio circui- jer y la embarace casi en simultaneidad. Él es además un
to, más vicioso y r estringido, con sus interminables remi- "jugador empedernido" y h ay otro hijo adolescente de un
siones del pizarrón al espejo que indican algo de una antiguo matrimonio que es adicto a las drogas . (El curso
:1 1t
:Y , comunicación interrumpida o nunca abierta (más proba- del material justificará el subrayado de estos i ngredien-
¡:· blemente) que debía ligar pizarrón a cuerpo y cuerpo a tes adictivos en la prehistoria del niño.)
f
rl
pizarrón (son dos trayectos diferentes; un solo segmento
no puede representa rlos) .
También nos será vital saber que, cuando emba'raza-
da, atormentaba a la mamá la idea fija ele que le faltara
r· comida a ella y, por éoJ1siguiente, a su bebé. Si bi en la si-
tuación económica era precaria a causa ele la crec1ente

)
• disyunción de la pareja y por el carácter de "ju gador em-
pedernido" (imposible no evocar este giro de viejas nove-
las) de él, se estaba siempre lejos del nivel en que verda-
\
deramente puede falt ar la comida; era evidente la

' ' naturaleza fantasmática del t emor. Finalmente, andan-


do el niño ya por los 2 años de edad la pareja se separa
de manera irreversible.
Consideremos ahora esta descripción que h ace la ma-
Las lineas punteadas reproducen su circuito y su do- dre : "Él tiene una fuerza destructiva en contra mío; le
loroso fracaso, que culmina en esa ingesta desolada. Co- gusta, disfruta de verme mal ". A poco añade cómo pare-
mo si la niña se comi era sus manos. cen ambos "una pareja a punto de separarse" y, algo más
reflexivamente, "la verdad, parecemos dos chicos", "nos
amamos pero nos sacamos la cabeza" (se verá cómo ha-
l. Sobre esta articulación entre ligar y desligar, véase de Jacques bremos de volver sobre est a representación de una vio-
Derrida, Resistencias del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1997;
en particular el primer estudio , "Resistencias".
lencia corporal).

184 185
Por otra parte, en el trariscurso de la entrevista no de- una casa muy pobre en su composición y un marcada-
ja de ocurrir ese típico desplazamiento del motivo de con- mente largo camino hasta la calle (en proporción, más
sulta a:l que la práctica psicoanalítica nos tiene tan acos- largo aún en el original) y un cartel con esa extraña pa-
tumbrados. Ocurre al manifestar la mujer que no es la labra que no parece decir nada concreto, según él escrita
gordura de su hijo la razón principal para venir, eso no la así para que nadie entienda. Añade un comentario suma-
inquieta tanto como la nwnera voraz que él tiene de co- mente interesante, señalando la parte signada por noso-
mer (por ejemplo tomando hasta tres desayunos). Allí re- tros con la (a): "Este lugar siempre me queda vacío, este
cae el acento. "Casi casi me come a mí", acota. Retroacti- lugar, este sitio, siempre me queda vacío". Y a continua-
vamente , esta asociación echa luz de modo diferente ción -como efecto de su propio señalamiento-, agrega lo
sobre el temor, cuando embarazada, de que faltara la co- siguiente:
mida, haciendo pensar en una proyección del sentirse ella
devorada por el hijo, tubo vaciado por su avidez (en algu-
nos embarazos, se encuentra en esta vivencia inconscien- f! :>·¡
...
te la raíz de un aurn.ento de peso excesivo de la madre). \
i.,,.L
Éstas son las cosas en las que ella se detiene. Por otra D
parte, la situación comporta presiones adicionales, en la "' (
medida en que este niño, con sus 7 años y su gordura a •.. !

cuestas, está haciendo agua en la escuela: no obedece, t

aprende poco, pelea mucho con sus compañeros, y no se


hace de amigos, lo que a su vez lo lleva a pasar demasia- 1 PRUVE-¡
do tiempo con la madre a solas, por lo general en conti-
nuos -encontronazos.
En su propia primera entrevista el chico realiza espon-
tánearnente el dibujo que reproducimos a continuación: una parrilla con un pedazo de carne roja encima; el pe-
dazo de carne es el único detalle marcado de color, el res-
to del dibujo está hecho con lápiz común. Primer hecho
significativo en lo más ruidosamente visible, que no debe
(al hacernos dejar pasar otro, no menos visible pero bajo

D
otro régimen: ¿en el lugar de qué elemento típico del di-
bujo infantil está la parrilla, manifiestamente, en un
principio, asentada sobre un vacío? Cualquier observa-
-
dor medio de dibujos de niños podrá responder: "de un
árbol".
¡-PRUVE 1
Efectivamente, el lugar que siempre le quedaba vacío,
donde una transferencia naciente permitió al fin hacer
una parrilla con su trozo de carne roja, es el lugar tradi-

186 187
cionalmente reservado en innumerables dibujos infanti- infantil, la realización de una ni ñ a pequeña cuyo á rbol-
les al árbol, ese árbol que se yergue o se erige al lado de al-lado--de-una-casa se condensa con una señal de trán;;i-
la no menos prototípica casa, y que él nunca consigue ha- to que prescribe no estacionar.:i Se reconoce allf una bien
cer (aspecto que lo aproxima a la niña de la tiza), aunque determinada función del árbol-cartel: desbloquear el mo-
sí consigue consignar un pensamiento sensación que nos vimiento de cualquier inhibición que dejara un potencial
entrega un término, "vacío" (que no es lo mismo que el de investidura detenido a la vera de la casa, cuya entra-
agujero en el caso y la situación de aquella niña); es un ñable dimensión de cuerpo materno, en los términos de
término valioso para nosotros, que ya tenemos cómo en- nuestro pequeño modelo, es legítimamente evocable aquí.
lazarlo a problemáticas de entubamiento.; Es en esta perspectiva también que se debe valorizar la
- El esfuerzo por llenar ese vacío acaba por generar una
producción atípica. La casa, en cambio, nada tiene que se
salga de lo más trillado. Es banal (otro término no ino-
introducción después de la casa (en proporción estadísti-
camente aplastante) del árbol y de otros elementos de
paisaje en el dibu'jo infantil, así como su ausencia en si-
1-1·1
,, tuaciones desoladas de exterioridad. No se trata del pai-
..
cente en este contexto clínico). En cambio, el simple cote-
jo paradigmático no con otros dibujos de él sino con dibu- saje como decoración (significativamente, la crítica que
: ~r¡¡ jos de otros chicos haría enseguida resaltar la colocación Eisenstein hacía a los dibujos de Walt Disney); se trata
de la parrilla como algo extremadamente singular. en cambio de un nuevo despliegue de escrituras que el
Entrando ahora en otro género de asociaciones pode- chico urde para pasar, para abrir el paso. Pongámoslo
mos evocar lo dicho por autores como Dolto en cuanto a así: nadie puede salir (y tengamos presente la compleja
interpretar el árbol contiguo a la casa como un elemento modificación narcisista que se abrevia en ese verbo) de
masculino -bien pronto un símbolo fálico- y de terceri- su casa a un desierto. Es necesario poblar ese mundo ex-
dad. Este tipo de conexiones -vuelto una muletilla ruti- terior potencial, animarlo -según los criterios que empu-
naria en tantos protocolos de tests proyectivos-, de vieja jan a Winnicott a preocuparse por esta cuestión; también
) raigambre psicoanalítica, aquí vuelve a cobrar de golpe se impone la conceptualización de Sami-Ali en cuanto a
todo su interés. El paso del tiempo, claro está, hace que la proyección sensorial primaria-, poner en él referen-
'' éste se desplace para nosotros de una ecuación incons-
=
ciente árbol padre (lo que hubiera retenido la atención
cias que sirvan para orientarse. En estos trabajos la apa-
rición del árbol toma un inmenso valor simbólico. (La
de Freud y su banda) a -análisis estructural mediante- aventura posterior en el tiempo de la casita en el árbol,
determinar qué funciones cumple el árbol (que no está) y esa casa de niños fuera de la casa de los padres, vale co-
la parrilla que asoma en su lugar. Un nuevo rodeo nos mo prueba de esta hipótesis, así como las hazañas del
conducirá al punto. "barón rampante" en la bella historia de Italo Calvino.)1
Marisa Rodulfo destaca, en su estudio sobre el dibujo
3. Rodulfo, Marisa, El nil1o del dibujo , Buenos Aires, Paidós , 1992,
2. Véase el trayecto que va desde las referencias al tubo en El ni- cap. 5.
iio y el significante hasta los estudios consagrados a "jugar en el va- 4. Siendo seguramente más familiar a la memoria Stond by me
cío" y al aburrimiento en Trastornos narcisitas no psicóticos, pasando que la novela El barón rampante, no está de más repasar algunos
por "La fabricación de un elemento duro" (capítulo 7 de Estudios clí- puntos ele la historia significativos para lo que estamos considerando.
nicos l. En la primera página de aquélla el protagonista, un niüo de 8 o 9

188 189

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De hecho, considerado expresamente en el funciona- punto de partida; llega finalmente al extremo, a lo que ten-
miento más característico de los dibujos infantiles, la dría que ser el umbral ele la vereda, pero resulta que allí
emergencia del árbol pone fin a un período en que la casa no hay nada y cae al abismo, al puro blanco de la hoja del
--transformación a su vez de la primera gran bola-masa- sueño. La paciente experimenta ella vívidamente e.l ma-
magma esfé rica u ovoide donde se asienta la im agen de lestar de la caída, lo cual delata que se trata de ella en la
ba se- era la única referencia en el espacio de la hoja. De perrita y ubica el sueüo como una bella variante de los
ahora en más ésta se desdobla, importarán las distancias sueños típicos de caída y angustia sin fin. Más allá de es-
y las posiciones relativas a aquél como asimismo las re- to, nos proporciona una especie de ecografía del mundo
laciones que se tejan entre casa y árbol, etcétera. La ca- en que vive la paciente: de una casa en estas condiciones
sa deja de ser lo único en el blanco de la hoja. Esto nos no se puede salir, entonces ella come. Come todo lo que i
ll eva a pensar a aquél corno un resultado y una pieza cla- no sale. i
ve en la activid ad transic ional del niüo. ~ ;j
El sueño comenta de una manera más dramática lo
¿Cómo es un mundo donde sólo h ay casa? ¿Y cuál pue- que en el niño peruano aparecía bajo el signo de una cier- ''il
de ser la experiencia subjetiva de él? Nos ayudará el sue- ta reflexión verbal: "Este lugar siempre me queda vacío" q '\
11.0 de una mujer de .30 años , marcadamente obesa y que,
sin poder remediarlo , vive adherida a sus padres adopti-
(con lo que el camino dibuj ado no lleva a ninguna otra 1:,-

i
J
parte que a este vacío); la ausencia del árbol no es un he- ~ ¡
vos: su perrita sale de la casa por un larguísimo pasillo cho anecdótico, se deja pensar como índice de una serie 1 1 (
similar en todo al camino dibujado en nuestro material de funciones de salida del espacio del cuerpo materno
malogradas, mal-logradas, de-constituidas (positividad
de lo negativo toda vez que el chico ha puesto en marcha
Rúos. enfurecido contra la prclcnsión de l padre que le impone comer una sintomatología de angustia oral extrema). Doble-
caracoles. deja la casa y se a loja en uno ele los árboles que la circun-
dan le1l. ri gor, un vasto bosqlle se extie nde e n torno a ella y en toda la mente interesante, entonces, es que él por primera vez
región : este poblamiento, esta di rncnsión de la "ecología" del medio en ponga alg0, haga algo, en ese lugar vacío que nos conec-
que IR historia transcurre, es la condición - ele posibilidad- del re lato). ta directamente con su resolución patológica del conflic-
En la medida en que el conflicto se pro longa y se comp lica la rebelión to: la parrilla con la carne asándose, el comer voraz como
del peq ueño, clejL1 de ser transitoria, y el árbol, y a continuación el
grupo ele t'1rbolcs. devien e morada, nuevo lugar de aposentamiento, y
una tentativa de curación de naturaleza bien rudimenta-
red vial por Ja que e l niño circu la sin tocar nunca tierra. (Esta di syun- ria. (Lo alentador, transferencialmente hablando, de es-
ción de un joven héroe hacia lo ali o ha sido extensamente tratada por ta primera vez no debe inducirnos a error festejando la
Lé vi- St rauss tod o a lo largo el e sus Mi tológicas.) Sólo que e l texto ele
Cah·ino se a parta en un punto esencialísimo de la simbo logía psicoa-
n alít ica más común: la casa no es aqui un equivalente de lo materno
"simbolización" de su problemática; esto sería olvidar la
fuerza con que el niño actúa permanentemente -después -
o del cuerpo materno sino el ámbito dominRclo por "la ley" fálica del del dibujo también- la impulsión a atiborrarse de comida.)
padre; consecuen temente. e l rirliol no es un "sustituto paterno" sino Volvámonos con todo esto ahora a interrogar más de
un con t ra-espacio alternativo a su hegemo nía cultural. Tampoco cerca el cartel: "Pruve" . Para esclarecerlo lo pusimos en
- prof'undidacl del escritor- su movimiento es el ele un retorno a la Na-
tura leza ("madre"!: el protagonisla inventé\ un a zona periférica por la
relación paradigmática con ese árbol transformándose
cual 111overse, en cuyo rasgo distintivo ele "entre" reconoce mos una de- en señal del código de tránsito, donde a un primer nivel
term inacla y si ngnlar in fl exión el e lo lransicional. de escritura plástica propiamente dicha se le superponía

190 191
(overlap ); otro ya perteneciente a la lectoescritura. En ,; .tónoma, "específica" de acuerdo a Freud. Pern hay que
contraste con ese paso de realización, el cartel de nuestro ' .'notar la lejanía del cartel respecto de la casa, el demasía-
pequeño está hecho para que nadie entienda, es una an- : do largo y despoblado sender:o que Jos vincula, un espa-
ti-señal (no es que no hay ninguna señal, hay una pero , cío, se diría, demasiado extenso para que un niño lo reco-
cuya función es des-orientar). Según como se lo quiera rra solo, demasiado desnudo sobre todo, hasta llegar al
mirar, no tiene sentido, no sirve para nada o sirve para ámbito más socializado de la calle. Éste es el punto don-
des-orientarse y toma en esa función su sentido parali- ' de, si mejora, en este chico puede despuntar una fobia to-

- zante.
Ahora bien, desde el punto de vista de los chicos, los
carteles son cosas hechas y puestas ahí por los grandes.
i. da vez que trate de salir, hasta que logre en su espacio
.imaginario acortar el camino o mojonarlo, poblarlo, lo
,,· cual disminuye Ja posibilidad y también la intensidad de
Un cartel hecho para que nadie lo entienda es, sobre to- crisis agorafóbicas.
~I do, un cartel para que no lo entiendan los chicos (por tí- '' Ésta es la casa del país del cual él proviene, la casa
J1 pica inversión pasivo-activo, el niño hace sufrir a la ana- . donde él vivía antes. Un segundo dibujo nos cuenta dón-
¡¡
fl lista esta ignorancia) y son ellos quienes llevan las de ,' de vive ahora, un edificio de departamentos y al lado una
:º~¡ · heladería . Se repite el mismo esquema, nuevamente en
perder si un cartel no transmite algo inteligible (no sería
i''f.
el mismo caso si lo que transmite es un imperativo exce- . el lugar de la comida recae la única nota ele color quepo-
~!
!
sivamente severo, por ejemplo, o un mandato que susci- ., ne en la hoja. Y añade un comentario muy interesa ntB:
ta un conflicto con un deseo o con otro mandato del orden 'los chicos tienen prohibido ir a la terraza en ese edificio,
de los ideales). Como el viajero que llega a un país extra- ·' debido a su altura. Ahora bien, "ir a la terraza" es una in-
ño, el chico va a ser el más perjudicado por una indica- . flexión concreta, en los niüos, del deseo de ser grande o
)
ción que no indica nada que se pueda metabolizar psíqui- ·' de crecer: invariablemente ellos catectizan lo más eleva-
camente. do o lo de mayor tamaño como lo mejor y lo más desea-
Cuando la analista hurga en el potencial asociativo y . ·ble. Sólo a un niño muy inhibido (o con algo aún peor) no
'' le invita a interrogarse, el niño admite que podría signi-
ficar (error de ortografía mediante) "pruev(b)e". ¿Remi-
,: le interesará visitar la terraza si lo invitamos a ella. La
·· ascensión de la planta baja a la terraza reproduce un mo-
sión, otra vez, a la comida, en términos engañosos, con : vimiento no sólo "madurativo", primero que nada subje-
una incitación supuestamente compuesta por significan - ·! tivo cual es el acceso a la bipedestación.

tes del sujeto pero en realidad emanada de los del super- Pero no podemos olvidar, además, que ellos "se sacan
yó? Por otra parte, "pruev(b)e" es ya una interpretación · la cabeza", y si a un niño un vínculo le saca la cabeza,
del chico legible como un ll amado a la acción motriz au- 1
' ¿con qué desear ese fabuloso deseo de ser grande? (Tam-
; poco, lo sabemos, ha hecho un árbol al cual pudiera jugar
5. Esta referencia como sei'lalamiento de un trabajo adeudado: ' a treparse.)
pensar con algún cuidado el valor conceptual del superponer (ouerlap ) Y· (Asociaciones suplementarias: en Buenos Aires se di-
en Winnicott . Véase en Realidad y juego tBarcelona, Gedisa, 1982) el '-'ce que alguien "está mal de la azotea" si se lo encuentra
papel de este término en la cuestión de cómo se intrincan, cuando
Winnicott intenta pensar cómo se articulan dos o más zonas de juego,
. un poco loco; en muchos edificios dibujados es transpa-
por ejemplo las de paciente y analista . ·rente el isomorfismo profundo con el cuerpo humano.)

192 193
--- ----
il
~
i

A continuación - y sierr1pre de manera espontánea, sin, ·cabeza, como efecto del amor, perder la cabeza, queda
intervenciones "psicológicas" de la analista que mellen la una mesa-parrilla con un trozo de carne igual al de un
asociación libre- dibuja de nuevo una casa más algunos 1'' . bebé en una cuna también asimilable a una fantasía fe-
elementos adosados . Extraeré sólo tres: , tal (la cuna vientre en otra lectura estrictamente plásti-
ca). El vacío de ese cuerpo descabezado se puede conec-
tar con la zona hasta entonces repetidamente vacía en el
primer dibujo y con ese aire de desierto general en él.
Siempre esto es reemplazado por comida o elementos en

9f relación metonímica con ella. (La referencia a lo fetal no


es impresionista, remite al concepto de castración umbi-
lical -mal tramitada en este caso- de Franvoise Dolto).
Comida canibalística además, según manifestaciones
maternas. Y a dos puntas; en el espacio de inclusiones re- ...
Una mesa, una madre , la casa con una cuna en su in: cíprocas toda devoración es mutua.
terior, donde se sitúa él mismo. Puntualizaciones a des- En contraste con ese vacío descolorido, la única nota
de color intensa -definitivamente descubierta por Freud
'
tacar: la madre no excede el tama.ño de la mesa, no im- (
presiona visualmente como la representación de un : , como el punto máximo de condensación- pertenece al
grande ("somos dos chicos"); él se identifica con un bebé, ,;· campo de lo comestible: la heladería, el pedazo de carne.
no en la edad que tiene, y su posición en la cuna y la cu~ ! Designa muy bien lo que los psicoanalistas de la prime-
na misma se superponen a la de la parrilla con el peda- ' ra generación tematizaron como punto de fijación. No se
zo de carne encima; a su vez, la mesa tiene una forma puede crecer, no se puede salir, no se puede subir, no se
idéntica a la de la parrilla, pero además, al verla, me di · puede pensar: se puede comer.
cuenta de algo que no había aún percibido en aquéllá: Recordemos que tampoco, claro está, se puede apren-
siempre y cuando nos olvidemos de los nombres oficiales ·. . der. Para cualquier chico el aprendizaje es un "crecimien-
de esas cosas que é l dibuja, atravesando esos contenidos , , to", una "ascensión" a la terraza en sentido figurado. Todo
manifiestos a menudo demasiado pregnantes, allí puede ' el material, por otra parte, es inapreciable para esclare-
leerse con toda claridad un cuerpo sin cabeza (escondidÓ · cer cómo la adicción a la comida surge en respuesta a un
en ese contenido manifiesto a la manera de la ca:rta roba- ,fracaso radical en la deambulación que tan vigorosa y
da de Poe). (Es notable que los psicoanalistas solemos ol~ ' violentamente irrumpe en el segundo aüo de vida. Para-
vidar que el doble sentido no es sólo asunto de las pala~ dójicamente, la quietud del árbol bulle secretamente con
bras y que entonces nos cueste más reconocer l~ la animación del movimiento de ese niño que todo toca y
polisemia en lo visual; también el tratamiento habitual ,~ todas partes que sean "afuera" quiere ir. La regresión
que sufren -literalmente- las producciones gráficas en el :masiva de la deambulación hace su caricatura en una
marco de los test [su prototipo es el HTP] influencia mti'~ oralidad exasperada que se pasa el día comiendo allí
cho para esta dificultad en hacer con las figuraciones del 'donde otro chico se pasaría el día yendo y viniendo, yen-
. dibujo lo que Freud hace con las del sueño.) Al sacarse la 'do y viniendo.

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~
l

Vol vamos ahora al diálogo con la niña de la tiza, nues- · . ción más compulsiva? ¿Se demuestran capaces de modi-
tro punto de partida. En ambas situaciones, el comer '' ficar algo en relación a crudas manifestaciones irnpulsi-
aparece colocado en una posición singular e irregular; ;, vas o estereotipadas? Porque muchas son las ocasiones
sea Pº] el consumo de lo no comestible, sea por la inges~ • en que se trata de relámpagos sin lluvia en el desierto, o
tión desaforada y sin freno . En cambio, a primera vista los procesos de disociación permiten la coexistencia de
es grande la diferencia entre una nena que no puede ni un dibujo revelador, aparentemente cargado de insight,
trazar una rayita sobre el pizarrón y un chico que llega con la opacidad de conductas in solubles en los juegos de
la simbolización.
- incluso a dibujar el vacío y lo que lo recubre, la comida. · ·
Pero no hay que embarcarse en el entusiasmo de esa di-
ferenciación sin reparos : más allá de los dibujos, come r:
Entonces no nos basta una di stinción tranquilizadora
que oponga al silencio gráfico.de la niña de la tiza el que
"en lo r ea.1'', y se le nota, y su producción no parece tener el otro chico pueda -en ciertas condiciones- dibujar. Los
fuerza para detener ese pasaje al acto . Esto no nos inte- métodos del análisis estructural sobreviven a "refutaCio-
resa por un ideal "estético" o de "salud" médicamente nes" meramente especulativas del "estructuralisrno"; es
fundamentado, sino en la medida en que el material nos insustituible su recurso toda vez que queramos estable-
deja fuertes motivos para suponer que esa hipertrofia de cer diferenciaciones sin caer en comparaciones superfi-
lo oral es a expens as de otros procesos subjetivos del ni- • ciales y analogías conductistas (a veces con contenido y
ño. No es la gordura "en sí". Si el pequeño apuntase co~ vocabulario psicoanalítico). '
mo un Orson We11 es en ciernes nos interesaría bien poco Antes necesitarnos de un nuevo rodeo para no simpli-
o de muy otra manera desde el punto de vista terapéuti- ..", ficar de un modo aplastante en la transmisión del psi-
co. Es éste un ángulo de interrogación decisivo para acer- coanálisis ciertos pliegues esenciales al pensar en este
carse a cualquier manifestación comportamenta1 con una terreno . La escena de escritura implícita en el desenvol-
inquietud "psicopatológica": el rasgo co~i.siderado, ¿daña vimiento de un libro y dirigida en este caso a circunscri-
significativamente otros procesos subjetivos acaso más . bir los contornos de otra escena de escritura como "mate-
valiosos? Sin esta precaución la psicopatología queda li/ rial" punto de partida, lleva en sí un elemento de ficción,
"... sa y llanamente entregada a prejuicios sin freno prove- ,., a componer una escena dándole bordes de ficción . Está
nientes de lo que se da en llamar "la realidad" (¡y hasta,·;. muy lejos de la reproducción "fiel" de una realidad empí-
invocando el principio de realidad!) , "la realidad compar- . ·, rica. Por otro costado, más insuficientemente, se puede
tida", la "normalidad", etcétera. ., apelar a la puesta en proceso secundario cuando uno ar-
Correlativamente, tampoco puede el clínico confiarse ma una escena como la de la niña ele la tiza. Otro plano
en que el niño dibuj e o diga cosas que apuntan directa- · de esa ficción de que estoy ofreci.endo un vívido "ejemplo"
mente al corazón de sus dificultades, sobrevaloración de · pescado en la realidad objetiv a: la escena está inevitable-
la producción "simbólica" en que no es raro se incurra .., mente compuesta -como en toda narración- por cosas
Un examen más atento y menos fascinado ("pero habló"ji' que se han ido pensando no sólo al escuchar un relato so-
"lo dice", "pudo dibujarlo") debe esclarecernos el estatuto . '' bre esta niña la primera vez (por otra parte, esa "prime-
digamos económico de esas producciones: ¿tienen fuerza . ra vez", que una colega asistente a un seminario que yo
de reemplazo respecto a síntomas basados en la actua- ·! dictaba en Porto Alegre contase eso no era tampoco un

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"ejemplo" a secas, era una interpretación, su interpreta- La primera niña come lo incomestible: incurre en lo
ción -interpretación que en posición de docente-paciente que psiquiátricamente se llama pica, lo cual se da como
recibí de lleno , y todo este libro se escribe para elaborar- un elemento regular en niños psicóticos, que pueden tra-
la y como su elaboración a la vez- de mi planteo sobre có- tar un trocito de plastilina como un chicle. Come de 19 in-
mo el jugar arrancando en la infancia desborda indócil comestible tanto cultural como biológicamente, engloba-
los preceptos logocéntricos del psicoanálisis lacaniano y miento a precisar. El niño de la parrilla, en la parrilla,
funciona entonces corno un suplemento a la teoría del come en exceso ele lo comestible, a la manera del "ataque
significante, en aditamentos posteriores, en un de vuelta de comer" bulímico, y bordea de otro modo no lo incomes-
volver a pensar, corno esas escenas cuya configuración se tible sino lo no comestible por prohibición cultural: el ca-
ha ido dar1do a lo largo de un tratamiento o de una serie nibalismo, del que su madre lo "acusa" metafóricamente.
de entrevistas . La escena viene a luz no tanto como un Ambos se entrecruzan en el apuntar, designar, un espa-
"contenido" s ino más en su trama como una forma de cio donde algo se encuentra muy alterado: el vacío en la
pensar. Por muy "descriptivo" y "fiel a los hechos" que hoja localizado por el niño, el agujero en las manos de la
quisiera ser, un psiquiatra imbuido de geneticisrno la niüa, el agujero en que se abisma el pizarrón a Ja hora de ~

desmenLizaría hasta tornarla irreconocible . hacerle alguna marca. Es decir, desde el punto de vista
La comparación estructuralmente inspirada (es decir, de ella no hay superficie alguna de escritura allí, el piza-
más allá del analogisrno, psicoanalítico o no), el cotejo de rrón sólo existe desde el punto de vista del observador.
un material con materiales de otra procedencia, su pues- La mudez de la niña contrasta con el comentario del ni-
ta en paradigma con textos del mismo paciente sí, pero ño en transferencia, pero la calidad del comentario, su
muy fundamentalmente con el de otros, no es una supe- peso específico, según hemos dicho , está en cuestión, por
restructura asomada sólo a la hora de una teorización de ejemplo comparándolo con niños que juegan a que un
segÚndo grado. Tanto inconscientemente como ele modo monstruo todo lo devora sin pasar para nada al plano del
deliberado -u na de las razones ele ser de la supervisión comer real.
yace aquí- se practica todo el tiempo en el tratamiento Afinando el análisis podríamos decir que la niña
de cualquier paciente y es un recurso indispensable para transforma lo incomestible en comestible al ingerirlo, en
poder anali zar, precisamente, lo más singular de al- tanto el segundo niño, atiborrándose como lo hace, de-
guien. Es de nuevo indispensable que el trabajo de pen- grada la comida (que deja ele serlo y ele funcionar como
samiento del analista {Lote sin detenerse en supuestas tal) al plano ele lo incomestible y la connota con la condi-
fronteras que h a rían de un material propiedad privada. ción de no comestible prohibido. En todo caso él traga co-
. Y tal actividad no se ·]imita al grupo ele pacientes que sas, no saborea comida en el enmarcamiento del placer
atiende ese analista: recoge migajas ele fragmentos escu- libidinal.
chados de otros colegas, de pacientes leídos, provisiorial- No incluimos todavía el hecho de que, si la niüa no
rnente recurriendo a la ficción de emparejarlos a todos en puede acceder al pizarrón, el niüo no puede acceder al
un pie de igualdad, pasando por alto diferencias de reco- padre y hay en su vida cotidiana una marcada carencia
lección. de personajes masculinos (quizá por eso estoy escribien-
do yo y no su analista sobre él). Todo esto parece asomar

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1

en el árbol no dibujado, cuya ausencia se percibe al fin ., La identidad de la niña parece afectada de otra mane -
como vacío. Si aceptamos provisionalmente el simbolis- ',; ra en su no acceso al pizarrón como a algo más que un es-
mo psicoanalítico que hace del árbol un elemento mascu- pejo al tiempo que sitio nuevo para espejarse, hacerse ~
lino y hasta paterno, consecuentemente aceptamos que reconocerse: es su humanización la comprometida, su
en el inconsciente existan algunos refranes aunque no identificación a la especie como especie que escribe y que
siempre nos gusten y vale entonces decir que en su vida goza de la escritura. Comerse la tiza la arrincona en un
tal cual se organizó falta el "cabeza de familia". ¡"Pruve" lugar muy marginal en el seno de todos los que dibujan ,
a vivir sin eso! (Suplemento de asociación: la madre con- 1' y escriben y trazan con ella en el suelo Jos caminos má-
sulta a una mujer, allí donde muchas en su situación ex- gicos de la rayuela. Posibilidad identificatoria rota en es-
plícitamente buscan un analista varón, con una fantasía ta pequeña. Por otra parte, insistiremos en remitir su no
de curación respecto al hijo y a ellas mismas, cuya pre- acceso a un instrumento cultural y privilegiado y decisi-
sencia efectiva es un hecho de transferencia no poco im- vo a perturbaciones a establecer en el acc.eso al cuerpo
portante en el pronóstico que hagamos de la situación.) materno, ya que es en el seno de los juegos con ese cuer-
En ambos casos esta imposibilidad de acceso efectivo po que un niño "aprende" qué cosas son para comer y
se "soluciona" comiendo. La imposibilidad no es del mis- cuáles son para otra cosa'.
mo tipo, sin embargo, ya que el pizarrón le falta a la ni- Esta segregación está acotada de manera diferente en
ña como espacio potencial de escrituras, espacio simbóli- el niño: en tanto gordo, apegado a la madre, corre peligro
co por excelencia, en tanto que para el niño la falta de de quedar fuera de la especie ele lo s varones, o en un po-
padre y de hombres que pesan en su vida es una realidad · .,, sicionamiento muy periférico y débilmente valorizado
innegable; de hecho, él conserva perfectamente la "cate- allí, con un bajo gradiente de falizac'ión. Ni siquiera ha
gorfa", la "representación"-padre: dice a veces extraüar- hecho transformaciones en esa modalidad de incorpora-
lo, por ejemplo, y no muestra perturbación alguna en ha- ción que en todo caso lo hagan relacionarse conílictiva-
cer diferencias de género. Conviene apresurarse en este mente con otros varones pero desde una posición poten-
punto a añadir el sentido a nuestro juicio más importan- cialmente virilizante para él también (definirse como
.... te de esta constatación: falta de acceso al padre. Es que "tragalibros", por ejemplo). Es suficiente esto, adjuntado
determina una falta de acceso a sí mismo en tanto varón. al hecho de la fijación en lo más concreto de su corporei-
En efecto, el padre no es un fin, el acceso a él, la llegada, dad y al estancamiento en los modos de vincularse con la
tampoco lo es: constituye un medio, un puente para el ni- madre, para pensar en un transtorno narcisista, quizá
ño, a través de un recorrido identificatorio sumamente de naturaleza depresiva, se verá, pero plano del trans-
complejo y matizado, etcétera. Pero el punto esencial a torno y no de la neurosis . Este transtorno compromete
destacar y a mantener -porque se pierde en las fascina- su posición en el interior de lo humano, particularmente
ciones paternalistas del psicoanálisis- es su condición en lo que sea su desarrollo fálico-genital.
no-de-fin ni de desenlace con un "happy encl" en lo sim- La niüa se encuentra m ás radicalmente amenazada
bólico, sino de medio que a la par suscita una exigencia en cuanto a quedar sin acceso a lo humano. La degrada-
de tr'abajo y proporciona materiales para hacerlo. Si lo ción que sufre la tiza de instrumento de escritur,a a obje-
hay, el /'in es que el niiio advenga a sí, no al padre. to comestible, a una cosa que también podría comerse un

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1· •
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avestruz (ni siqui era un elemento de juego para hacer ro- 11. HISTORIA DEL PASEO INTERRUMPIDO
dar, corno lo haría un gatito), rebota sobre ella dejándola .
en una soledad incontenible: la de quien carece de ins- ··
trumentos para escribir, no en lo empírico, al carecer de
la "idea" misma de ellos.

Lugares de apostamiento (apu.nta lamiento)

Cuerpo ...
~

cancia trazo
espejo
rasgo

Relaciones hoja
de
acarreo
(Besetzung)

Dejamos el capítulo anterior en ese contraste cuya


unidad se da en diversos grados de detenciones en la es-
critura considerada ya no sólo como un acto "expresivo"
o una técnica supletoria del lenguaje, prolongación de lo
verbal, considerada en cambio como un proceso coexten-
sivo a todo lo que pueda abarcar un término como el de
"subjetivación'', término que hemos ido eligiendo en el
curso de nuestro recorrido: agujero paradójicamente im-
penetrable donde se esperaría encontrar una superficie
apta para el trazo, vacío en sitios habitualmente pobla-
dos, faltas de sentido. Nuestro cotejo diferenció una difi-

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..
..
cultad radical para el acceso a un tipo de espacio como la la, tiza r etrocede hasta el espejo dond;e sí -en el plano de
hoja de papel o el pizarrón globalmente considerado y un .dos rasgos- puede hacer algo con aquella herramienta.
·. Nos interrogábamos sobre cómo justificar la necesidad
vacío en el interior de ese espacio, que ligamos en prime-
ra instanci.a a una disyunción efectiva del niño con su pa- subjetiva de ese refuerzo, reforzamiento (la cuestión eco-
nómica aquí vuelve a plantearse), por qué no le basta con
dre y en una segunda instancia a un no acceso a sí mis-
lo que su mirada ve (de sí misma), y en todo caso por qué
mo en tanto varoncito, hombre en potencia, instancia
psicoanalíticamente más sustancial. En ambos casos el dibujo que allí esboza es intrasladable al pizarrón. Si
asistimos a la aparición del comer como respuesta del ni- prosiguiendo nuestro análisis diferencial pasamos a la
situación especular del niño de la parrilla, la cosa es bas-
ño/a a la falla, nos interesamos particularmente en lo
tante distinta: si falta algo es del orden de una mirada
que podría considerarse un prístino ejemplo de pictogra-
masculina donde verse, porque en relación con la madre
· 1 ma de rechazo: el comerse la tiza en el momento (y en el
la situación invita más bien a pensar en el exceso: exce-
lugar) de valerse de ella como medio de escritura. (Sobre
so de confrontación retaliativa, de ecos, de guerra ciI~cu­
todo, el acto es muy esclarecedor en cuanto a la positivi-
lar. De por sí, todo esto ya viene reforzado por demás.
dacl fenoménica de ese rechazo, que no se ciñe a una me-
La introducción de un nuevo material nos ayudará a
ra omisión o carencia.) Desde que Freud caracterizara la
seguir pensando aquéllos. Se trata de lo que Sami-Ali lla-
pulsión de muerte por la mudez, resultó difícil en gene-
ma una estructura alérgica, una mujer de unos treinta
ral a los analistas pensar un comportamiento antilibidi-
años en análisis (la riqueza de la vida imaginativa y'del
nal bajo modos tan "visibles" y estruendosos como los de
potencial de insight en ella no se ajustan al "tipo" que di-
un movimiento libidinal corriente, y cuando esto no se ha ,
buja Sami-Ali). Tras unas vacaciones, cuenta la siguien-
podido negar por ser demasiado el estrépito, se ha apela-
te situación, que no carece de matices oníricos: está de
do a la coartada de la "mezcla" pulsional para seguir de-
excursión por una serranía, junto a sus hijas y su actual
jando en manos de "la vida" toda la responsabilidad del
pareja. En un momento dado el grupo se propone subir a
ruido; pareciera un reducto de resistencia para reconocer
un cerro más empinado y por un sendero bastante largo,
el peso de lo destructivo en la vida humana. 1 En el otro ca-
las chicas deciden no hacerlo tras el primer trecho, si-
... so, comer no se produce en relación con una imposibilidad
guen ellos solos. Cada tanto, la madre vuelve la cabeza y
de entrar en trazo, sino con otra de trazar determinados
las ve paulatinamente más lejos , hasta que las vueltas y
trazos que servirían para salir de una posición de pura in-
revueltas sin verlas suscita una oleada de angustia que
fancia y a la vez para que esos trazos y otros tengan la
rápidamente se propaga incontenible y total. En verdad,
fuerza suficiente para impulsar metamorfosis subjetivas. ,
algunas preocupaciones en cuanto a que se quedaran so-
Es tiempo de volver sobre un punto susceptible de pa-
las eran previas, alguna tensión; pero mientras las veía
recer el más enigmáfaco de todos: aquel en que la niña de
eso permanecía como ligado a "razones" razonables de ti-
po preconsciente, de esas en las que cualquier madre sa-
l. Un libro reciente de Ana Berezin (La oscuridad en los ojos,
Rosario, Horno Sapiens, 1998) trata de renovar el pensamiento y la be abundar. Lo que ahora se desata es mucho más im-
investigación psicoanalítica sobre el tema, sin taponarle con gestos pensable: vuelve sobre sus pasos "a ver cómo están" (a
"teóricos" o "metapsicológicos" apresurados. Esa oscuridad no es ver si están). Le ha pedido al hombre que la espere unos
silencios a.

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1
momentos. Pero el mismQ ~stilo sinuoso del sendero ha- ta de la violenta inversión que durante la escena se pro-
l
ce que bien pronto tampoco lo vea a él (pues también se duce; ya que ella la empezaba como madre protectora,
volvía para certificar su presencia) . Ahora no ve ni a con inquietudes aprensivas en relación con sus hijas, pa-
unas ni al otro. E ste momento marca el pasaje fulminan- ra terminar desmantelada por un pánico que la sume en 1
te de la angustia al pánico, a un verdadero ataque angus- regresión al desamparo que nos acostumbramos a pensar
tioso o, si se quiere, un ataque agorafóbico agudo . Perdi- como más propio de la tempranísima infancia.
do el contr ol, se desata bajando a la carrera, se cae, se Unos meses más tarde se agrega el siguiente mate-
lastima, llama a gritos, su pensar destituido . rial: por razones de trabajo debe viajar al interior sola
'El análisis enfoca ese punto en particular, allí donde (en general, su trabajo se hace siempre en equipo). La
ella, al no ver a nadie ele los ele su compañía, se pierde y primera cosa a señalar es que en esta ocasión se antici-
ya no r econoce el camino que había hecho (el ataque tie" pa: trae el tema a sesión antes y no después de los he-
ne, pues, el matiz preciso de la agorafobia). En sesión re- chos. Así puede asociar el que en la situación que debe
cuerda y toma conciencia a la vez de hasta qué punto, en
qué forma absoluta, se sentía totalmente perdida: la po-
sibilidad de sosiego - lentamente- sólo llega cuando de-
afrontar van a faltarle "caras amigas", las que habitual-
mente la acompañan en sus tareas cotidianas. Esto le re-
cuerda el texto de una poesía donde se dice que en el ca-
-
semboca en sus hijas, sobre todo, digamos, cuando las mino de la vida, nosotros, los seres humanos, dejamos
vuelve a ver . huellas, rastros del paso. Es decir, retomando la vieja
Probabl emente sea éste el punto más interesante e metáfora de la vida como camino, el poema habla de ras-
instructivo, cómo al dejar de ver a lo que Lacan designa- gos vueltos trazos, pues se juega algo ya distinto de pre-
ría como sus seniejantes, ella pierde toda referencia para sencias corporales concretas. De éstas queda un saldo
orientarse en una situación y para mantenerse alejada utilizable, esas marcas por el camino (más exactamente,
de cualquier desarrollo de angustia económicamente sig- el camino se compone de ellas, en un cierto montaje de
nifi~ati vo. Pongámosio así: se enceguece sin un rostro o ellas) que en la escena primera están completamente bo-
silueta humana en su campo escópico. Nos enteramos rradas, desaparecidas. Para ir al fondo, entonces, el ca-
entonces --los dos- de que sin otras presencias humanas mino como tal desaparece al no verse la presencia de los
concretas, efectivas, ella no ha adquirido la capacidad de otros (por más que no dejara de saberla en algún rincón
reconocer trazos en un espacio determinado. Téngase en de su mente) .
cuenta el lugar de que se trataba: no era naturaleza vir- ¿Cuál es la principal ensefianza a extraer del. mate-
gen, era un lugar de naturaleza trabajado por escrituras rial? El trazo en su dimensión más propia es algo que
l.
viales humanas, con sus senderos así fueran rudimenta- ella pierde por no estar acompañada -situándose entre 1

úos, con señales de cría de ganado, algún cartel, algún la fobia universal y el transtorno narcisista no psicótico
cruce de caminos deliberadamente articulado, algún res- (antecedentes retroactivos del episodio: comentarios de
to de turistas anteriores. Toda esta red de trazos se ano- la paciente sobre no saber si tenía que tomar a la dere-
nada cuando deja de percibir rasgos. cha o a la izquierda al salir de un lugar determinado)-.
. Esto último convoca, claro está, el espejo como espacio En la medida misma entonces en que la introyección del
de anidamiento . En relación a él vale también tomar no- trazo no ha terminado de estabilizarse, debe aferrarse a

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"1

las "caras amigas", como ella dice , a lo que pertenece orí-· t e adulta, quien r ecurre excesivam ente a otros como es-
ginariamente al campo definido como rasgo en nuestra pejos auxiliadores -bien que al modo de un emparche
terminología, aferramiento indudablemente regresivo y más calmante que genuinamente curativo- , en tanto la
defensivo. Por ejemplo, contará cómo la visión de estas niña sólo atina a recurrir a su propia imagen; al no lla-
caras amigas mientras habla en público le va proporcio- mar, su posición es más devastada.
nando pautas para evaluar la marcha de su trabajo. No Suplemento de información: en ese consultorio, que es
habría nada que decir si se tratase de un índice entre el de un hospital, hay dos altoparlantes arrumbados que
otros, pero era el único. Sin ese recurso también se per- no funcionan. De eso ella ha tomado nota, pese o por lo
día en d interior de lo que estaba haciendo y no se sen- cual en algunos momentos varía su circuito dirigiéndose
tía disponer de otros indicios para decir "más o menos a ellos en actitud de ir a escuchar algo que precisamente
bien", "más o menos mal". Es justamente el trazo quien los aparatos descompuestos (a la manera "collágica" de
nos sostiene solos en una situación así. (Incluso las refe- símbolo de la atención estatal a la salud psíquica en His-
rencias humanas, las "caras amigas" transmutadas en él panoamérica) no pueden darle . Ningún sonido humano
como lo que Freud llamaba "identidad de pensamiento".) emana de ellos, como ningún trazo es factible en ese pi-
El análisis minucioso de todo esto lleva a la paciente zarrón. ¿Pero no es eso lo qu e espera a fin de cuentas de
a otra conclusión: en la escena primera, cuando pierde un Otro primordial: el silencio activo de un pictograma
toda referencia a caminos orientados, pierde simultánea- de rechazo? (Su dirigirse allí a ellos en lugar de a. otros
mente el anclaje en su cuerpo, literalmente "no tiene "aparatos" humanos mucho más sonoros que hay en el
dónde meterse", lo cual explica mejor la magnitud del consultorio es toda una viva muestra de lo que Piera Au-
ataque sobrevenido. lagnier resume en ese concepto, con la ventaja de ser uno
En relación con esto, la situación metapsicológica de micro, más útil en la clínica que la tosquedad de decir,
\
la niña de la tiza parece más afligente; pues no se trata por ejemplo, "pulsión de muerte" globalmente y a secas.)
·de una capacidad de trazar no estabilizada, frágil, de- Sin dejar de subsistir cierta pequeña franja en com.ún:
pendiente del orden del rasgo especular, sino de no poder si ella ve su rostro, algo de trazo asoma en sus manos; de-
de ninguna manera llevar su cuerpo al trazo, resultando saparecido el rostro, desaparecido el trazo. Ausencia de
insuficiente e inexitoso su pedir ayuda al espejo para sa- un paso antropológicamente decisivo en la filogenia cuya
car de él la capacidad ausente. Este esfuerzo infructuoso aparición emocionaba a Lacan: cuando en la pared de
se ilumina si lo pensamos como una tentativa de tomar una caverna alguien empieza a trazar cosas ya desgaja-
posesión de su cuerpo en el espejo, haciendo trazos sobre ' das de la necesidad de la presencia como tal. 2
rasgos, como si su imago no estuviera firmemente conso- Todo ocurre, pero a otra escala, como cuando un niño
lidada en él, no contando entonces, al no poseerla, con ya domina la figura humana en la hoja y puede entonces
ella para otros emprendimientos. Cual si la niña nos di-
jera: "si terminara de arraigarla aquí (espejo), acaso po-
dría llevarla hasta allí (pizarrón)", apertura imposible. 2. Véase esta referencia en su seminario sobre la identificación
Al mismo tiempo su situación parece harto más expues- (Buenos Aires, Escuela Freudiana de Buenos Aires, 1980). Lacan des-
ta a la desolación en lo especular que en nuestra pacien- plaza el acento a la realización de trazos de mayor abstracción, un pa-
so más allá del dibujo propiam ente dicho. .

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desprender de ella pequeños·trozos con los que componer jada. La sola remisión a "especularidad" no deslinda es- \~
letras, números , etcétera, Jo que falla si aquélla no se es- tos matices a la postre decisivos . Sin contar con que lo \l
tabiliza como nueva imago especular al nivel del trazo. desencadenante de las extraüas reacciones de la niü.a es il
Sólo que en el caso de la nií'i.a de la tiza es insuficiente la confrontación con un espacio -el del pizarrón, el del ,¡

hablar de fallo, se trata de un fracaso rotundo en el aca- trazo en su emergencia singular- perdido permanente- !
rreo de su cuerpo de ]a madre al pizarrón, no sin conno- mente y de antemano, en contrapunto con la mujer cuya i
tar tropiezos de importancia en la estación intermedia angustia se desata cuando pierde el espejo después. La
del espejo, mientras que en el niúo de la parrilla y del consecuencia de esta pérdida es el desmantelamiento
"Pruve" sí parece lícito referirse a una falla localizable en transitorio de toda posibilidad de registro y de hechura
el trazo, dej ando un lugar vacío, intrazable, que se llena de trazos, cuando para la niü.a es el ponerse de relieve el
con impulsos bulímicos. espejo en un retorno que lo muestra con algún trabajo
De donde para la primera ese desvío tan considerable pendiente, pero no arrasado.
respecto a la media: algo de calcado ele su propia cara so-
bre el espejo, en lugar de hacer una nena en el pizarrón
como es lo usual, nombrándose en ella. La pacientita no
Del fracaso al fallo, podríamos agregar en relación al
itinerario que ella cursa, ya que el esfuerzo de sobreirn-
posición al que se entrega no deja de indicarnos cierto ni-
-
ve nada con lo que identificarse en la hoja de papel (un vel no alcanzado en la ocupación del propio cuerpo, cons-
eco morfológicamente muy distinto de esto lo reencontra- picuo ya a nivel especular; pensarnos sobre todo en ese
mos en el acceso de pánico en medio de la sierra). reconocimiento certero, fulminante, de inmediato, en que
La riqueza y complejidad de los materiales contrasta- un sujeto encuentra allí la subjetividad de su propio
dos ofrece además -especialmente a los colegas en su pri- cuerpo y no hay nada más que agregar, sólo hay que go-
mera etapa de formación- la oportunidad de comprender zar (esta fulminancia ha sido bien descripta por Lacan).
que fü) basta en absoluto para la fineza del trabajo clíni·· Es tiempo de aü.adir una conceptualización suplementa-
co el recurrir a categorías globales de un modo, para ria y recordar, con Dolto, el logro de la individuación co-
peor, esquemáticamente binario, hablando entonces, por mo punto culminante de los trabajos de todo niü.o en el
ejemplo, de "especularidad" grosso modo y en término de espejo, perspectiva desde la cual concluimos que en esta
"hay/no hay". Apreciaciones de ese estilo nos precisan niña dicho paso de individuación no se ha verificado -pa-
poco y nada en qué niveles y con qué recortes ocurren las ra seguir usando conceptos de Dolto, quien dio uno teóri-
cosas que tratamos de descifrar y modificar. Pomposas camente privilegiado-; hacerlo implica una integración
generalizaciones hechas de frases hechas sobre aquélla aceitada de la imagen ele base y la imagen dinámica que
no nos ayudan mucho sí.n el esclarecimiento de ¿qué es- es justamente la condición necesaria requerida para mo-
pecularidad, qué puntos de ella, ordenada en qué dispo- ver la imagen inconsciente del cuerpo de un sitio a otro y
sitivos? En el caso de la mujer cuya ayuda requerimos realizar diversas operaciones de escritura con ella. Preci-
para proseguir nuestra investigación, el lugar al qve ella samente todo lo que la niña, detenida y vuelta a detener
acude desesperadamente por espejo ordenador-orienta- en el espejo, tratando de asegurar algo de su base de
dor es el cuerpo del semejante, mientras que nuestra ni- aprovisionamiento allí, no consigue hacer.
üa busca algo equivalente en su propia corporeidad espe-

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..
~

El niño del lugar vacío, en cambio, lo que no consigu~:¡,. cho antes de que el niño se interese en la problemática de
es integrar un elemento de virilidad a su imago de sí pa~ la firma , aspectos todos independientes de la temática:;
ra seguir creciendo, lo cual lo mantiene en una posición del significado de cada dibujo en particular (a estas sin-
bebé-que-come-a-su-mamá que no debería confundirse gularidi;tdes irreductibles dedicó Marisa Rodulfo una aten-
sin más con una genuina pretensión "edípica". A diferen- ción particular, introduciendo así una perspectiva nueva
cia de la niña, descolocada en su identificación a la espe- en el psicoanálisis sobre esta cuestión). Si esto es impor-
cie, él se come lo humano, pasa demasiado de comer de tante, no lo es porque se trate de despreciar lo que siem-
lo humano a comérselo. Es una conjunción violenta, se- pre fue el "contenido" sino porque muestra lo temprana-
ñalada varias veces en el relato de la madre, incestuosa mente que en estas producciones (tan pronto el niño se
si se quiere en el sentido lévi-straussiano de excesivi- interna en sus mamarrachos) es reconocible una autén-
dad,3 pero que se mantiene siempre en un plano a la vez tica dimensión intertextual que es precisamente la condi-
metafórico y regresivo.• Mientras que para la niña brasi- ción sine qua non para poder hablar de significante, así
leña los seres humanos son altoparlantes mudos y piza- como una auténtica dimensión de engendramiento gra-
rrones agujereados de los cuales no se puede esperar (co- cias a la cual un mismo trazo se abre a una multiplicidad
mer) nada -y he aquí lo desolado de su ingesta solitaria-, de significaciones potenciales.
para él los seres humanos son demasiados comestibles, Es para volver a insistir, entonces, sobre la profunda
al menos en su vertiente femenina. metamorfosis negativa que sufre la tiza al ser corµida,
Otro ángulo de la cuestión que cercarnos, señalaría devaluada de su potencia como instrumento significante
otra convergencia de fondo entre tantos matices de dife- para devenir signo de un objeto comestible y signo tam-
rencia: en ambos niños, algo de su subjetivación queda bién de un malestar radicalmente corporal. Ya no signifi-
enredado en el plano del signo en vez de advenir al pla- ca la posibilidad de rayar o de escribfr. Apoyada en los
no del significante propiamente dicho, esa leve inflexión. rasgos de la niüa en el espejo, procura la ilusión de poder
Comerse el instrumento de escritura testimonia de esto. funcionar en ese sentido, pero ese amago se desvanece
¿Qué es lo que surge ante cualquier chapurreo de dibujos apenas se deshace ele la imagen. La dimensión propia-
de un niño? Por muy poco que los atendamos o los enten- mente significante no atina a remontar vuelo .
damos no dejará la mirada de descubrir elementos inva- En lo que hace al otro niño, el interrogante principal
riantes que pasan de un dibujo a otro, peculiaridades de es qué ocurre allí donde él "se ataca" comiendo: comer de
estilo que son como "la firma" del que los hace aun mu- esa manera se acordará signo de un vacío generador de
un malestar del que se intenta salir oralmente, pero ese
signo no deja (como lo señalara Tustin a propósito de las
3. Para la concepción de Jo incestuoso en el análisis estructural de
Lévi-Strauss, en una perspectiva antropológica y no patogénica, véase prácticas autistas) 5 vías abiertas para esa vuelta de tuer-
Girard, René, La violencia y el sacrificio , Barcelona, Anagrama, 1996. ca de la actividad simbólica que hace el significante. Afo-
4. Este doble carácter sólo podría sorprender a quien se haga una risticamente enunciado, allí donde eso en él come, la di-
versión y una visión idealizada, normalizadora y normativizante de
los procesos metafóricos, visión muy dirigida por cierta lectura de La-
can. Pero el estancamiento puede campear presidido por una firme 5. Véase su posición categóric:a al r especto en Estados autistas en
metaforización. los niños, Buenos Aires, Paiclós, 1987.

212 213
mensión significante no puede advenir, por más que sí lo Pero entonces hay que "retroceder" -que no es regre-
haga en otras zonas y aspectos de su vida psíquica. Más sar como regresión- al plano de la caricia, de su naci-
aún, allí donde él come no recurre ya a los rasgos del miento, pues es allí que debe darse la primera y decisiva
otro, sean los implícitos en el trazo, sean los especulares, transgresión del signo al significante: no es lo mismo to-
para demandar remedio a su "lugar vacío", agarrándose car al niño como un objeto que la supuestamente igual
en cambio de las sensaciones ligadas al devorar. En este caricia hecha a un bebé pletórico de subjetividad según
punto qtw sólo se puede dibujar en negativo se choca con quien lo está acariciando (la firme distinción no opositi-
una dificultad severa en la escritura de su propio cuerpo va que Jessica Benjamin hace entre estas dos, la del ob-
que genera una (de)formación particular de autoacaricia- jeto y la del otro, es la más operativa aquí). 7
miento (el comer sin fondo). Sólo de algo plenamente escrito como caricia se pue-
Volvamos ahora a la circularidad sin rumbo p:rogre- den extraer y llevar al espejo materiales para la emer-
diente en que se ensambla con la función materna, sobre gencia de rasgos. Y así no sucesivamente.
la cual su progenitora se explaya. En ningún momento Si lo queremos, el sistema de transcripciones o traduc-
parece la madre introducir alguna otra cosa, algún otro ciones que estoy proponiendo tiene un lejano anteceden-
elemento que de splace un enfrentamiento siempre el
te y puede ser leído como un dilatado comentario -desde
mismo. El modelo desplegado por Rosine y Robert Lefort
otro horizonte clínico- de la célebre Carta 52 de Freud. Y
nos ayudará a profundizar en la situac:ión:(i en la situa-
después de haber tomado -Derrida mediante, análisis
ción abierta, no patógena, el niño emite un signo y lama-
estructural también mediante- todas las precauciones
dre devuelve un significante que lo metamorfosea. En la (
del caso para mantenernos lejos de la linealidad y su me-
situación cerrada que estarnos examinando, la madre, a
la par, devu elve signo por signo, no solo sin cambiar el canicismo congénito, es bueno ahora no reprimir cierto,
juego sino sin introducir el juego que transmutaría el cir- un poco de, nivel en que se marcha de un espacio a otro,
cuito', sin interposición ele palabras, fantasías, pensa- y si no hubo cierta producción de excedente de escritura
mientos, acciones lúdicas específ[cas que interrúmpan el en el anterior, es imposible el pasaje, o sufre alteraciones
ping-pong por el sesgo de un rodeo salvador. A cambio de locales de considerable significación.
eso, el chico se precipita sobre la comida de la madre
cuando termina la suya y ella no lo detiene con el ofreci- 7. Queda por trazar el cuadro de las aproximaciones y diferencias
miento de otra cosa; signo de malestar (hambre impulsi- con el par objeto/otro en Lacan, en quien la cuestión de la alteridad
vo), signo de su taponamiento (comida y más comida) (el propiamente dicha, de la subjetividad como alteridad, no deja de
mismo circuito para las interminables peleas entre am- aparecer en su teorización sobre el significante. Pero en Lacan la
atención tiende a desplazarse hacia la rúayúscula del otro, dicho de
bos, un signo de angustia y enojo por otro reduplicado). otra manera, a su fascinación por una máquina de lenguaje que fun-
En nuestro concepto, esta relación de signo a signo inter- ciona sola, sujetando al sujeto a sus efectos, con lo cual se practica en
viene ele rnodo príncipalísimo en la constitución ele confi- cierta ma.instream del texto una reducción de la alter idad a sujeto .
guraciones adictivas y/o psicosomáticas. Pero aun en seminarios tan dominados por "lo simbólico" como el con-
sagrado a La carta robada pt..eden leerse pasajes donde la articu-
lación entre significante y alteridad se enuncia de una manera muy
6. Lefort , Rosine (con la colaboración de Robert), El nacimiento del fuerte. Véase por ejemplo en los Escritos, México, Siglo XXI, 1972, t.
otro, Buenos Aires, Paidós, 1980. II, pág. 20.

214 215
..
,

POSDATA tamiento lacaniano no alcanza a dar cuenta (pues todo el


tiempo debemos tener presente que en ese ámbito teóri-
Ese programa para el desarrollo de una metapsicolo- co el signo queda, si no del lado de lo natural, al menos
gfa como para su psicopatología sigue sonando atractivo. no del lado de lo plenamente simbólico, partición que
El párrafo fue muy celebrado en las últimas décadas, pe- reintroduce la especificidad metafísica del hombre res-
ro después de tantas reverencias no mucho se hizo. Es pecto del resto de las especies animales. En esta concep-
que el programa era incompatible con el logocentrismo ción, el estatuto del signo es resbaladizo porque así lo .re-
de Lacan y también con el endeble marco "preverbal" que quiere la promoción de lo que se llamará significante) .
campeó en otras corrientes psicoanalíticas. Abrigamos la Escritura con tanto derecho a ese nombre como la que el
esperanza y el deseo de que nuestro pequeño modelo clí- discurso pedagógico ha sancionado como lectoescritura.
nico despegue un poco esa carta de su archivo histórico y
de su condenación a ser citada sin despliegue consecuti-
vo alguno. La neutralidad del programa con respecto a
cualquier énfasis unilateral en un tipo de escritura -di-
bujo, lenguaje, la que fuere- es uno de sus rasgos más
abiertos e interesantes.
El otro es la extensión de la categoría de simbolización
y de procesos simbólicos, en una dirección retomada mu-
cho tiempo después por Nicolás Abraham y María Torok. 8
Desarrollar el programa potencialmente contenido en
esa Carta 52 implica transtornar drásticamente la idea
de la caricia como algo material, signo de un proceso que
también lo es. El curso de nuestro estudio clínico apunta
a demostrar, por lo menos en uria de sus facetas, que el
acariciamiento temprano -y de ahí en más- no es la "ex-
presión" directa de una relación también directa madre/
niño cualificada como del orden de la Naturaleza, "antes"
-ora cronológicamente en un esquema evolutivo, ora ló-
gicamente en un esquema estructural- qué legalidades
culturales asociadas a lo paterno hagan intervenir el sig-
nificante como medio de lo específicamente humano, ver-
bal por supuesto. La caricia es ya y desde antes, y desde
el principio, una escritura para la que el signo en su tra-

8. Véase de ambos autores L'écorce et le noyau, París, Flamma-


rion, 1986.

216 217
1F
1¡I-;'
1

~-
12. JUGUEMOS EN EL TRAZO ~1
~1

Lo hasta aquí recorrido no deja de remitir a una pre-


gunta que, formulada hace ya varios años, balbuceada en
nuestros primeros escritos,1 no soltamos nunca el hilo de
sus hilos. Nuestro pequeño y hasta trivial modelo clínico
no es sino otro de sus desarrollos: sin entender, por ejem-
plo, hasta qué punto un niño vive en sus trazos, poco es
lo que podremos verdaderamente profundizar sobre la
naturaleza de éstos. Hemos ya también jugado con mati- (

ces de la pregunta, con modos de su dicción menos gené-


ricos, como al decir: ¿en qué espacio o lugar se encuentra
predominantemente un niño? (pensando ahora en uno
determinado por quien nos consultan). Desde un punto
de vista diagnóstico (pero psicoanalítica, no psiquiátrica-
mente hablando) es -y concibiéndolo como una instancia
de orientación de nuestra tarea y de fijación de sus prio-
ridades- difícil encontrar pregunta más fundamental en
nuestra clínica.
Aun cuando en lo fenoménico la primera pregunta pa-
rezca ser, cuando alguien viene a vernos o lo traen, ¿qué

l. Paradigmáticamente, se la encuentra con todo su despliegue en


el capítulo segundo de El niño y el significante, dando justamente su
nombre a ese capítulo ("¿Dónde viven los niños?") . Pero se la encuentra
ya operando en nuestro primer texto en común con Marisa Rodulfo, ya
mencionado, y vuelve transformada en diversas variaciones, como por
ejemplo cuando esta autora escribe El niño del dibujo; su estudio se
apoya en que los chicos viven en esos dibujos, no se limitan a hacerlos.

219

.,
,

le pasa? -y no hay por qué despreciarla burlándose de su dos muy diversos en su interiorización, pudiendo ser el
sencillez: es nada más y nada menos que la pregunta por caso -y en porcentajes nada escasos- que funcione esen-
el sufrimiento humano-, la experiencia clínica nos ense- cialmente de un modo "externo": es el superyó si me mi-
ña a desplazarla injertándole la otra, lo cual genera un ran, en tanto me estén mirando, no avanzándose más en
efecto de cornplejización perceptible: ¿dónde le pasa lo su introyección. La percepción de esta particularidad
que le pasa?,' pregunta a la que nuestro modelo intenta -nos gustaría no hablar inmediatamente de "déficit"-
ayudar a deE:plegarse y a precisar. Adelantémonos a su- suele dar lugar a una multiplicación de instancias exte•
brayar que' esta pregunta queda bloqueada cuando se le riores para cubrir lo que el sujeto continúa sin aportar
pone por delante una nominación psicopatológica forma- por sí solo. Por otra parte, Freud no se refiere expresa-
lista y apresurada en la que nada o muy poco subsiste de mente a un fenómeno patológico, no hace de esto un "cua-
ella. En cambio es posible trabajarla remitiendo a ella la dro" entre otros, antes bien lo m antiene en el plano de la
aparición de síntomas, inhibiciones, transtornos, forma- "psicopatología de la vida cotidiana" hablando como de
ciones del vacío y del agujero, que no se localizan en un un fenómeno común y corriente (de últimas, es m á s
topos uniforme e indistinto. probable que Freud refiriese el punto a su creciente con-
Para proseguir por este camino es necesario ahora vicción ética de que el ser humano en general es "despre-
despejar un malentendido tan previsible como pertinaz: ciable" y no a una clasificación psiquiátrica), numérica-
cada uno de los lugares que hemos designado, respecti- mente encontrable con mayor frecuencia que el ele quienes
vamente, cuerpo materno, espejo, hoja o pizarrón, es un han reemplazado una fuente ele sanción externa por otra
lugar de manifestación y producción de fenómenos sim- interiorizada que no requiera de presencias efectivas (el
bólicos, vale decir que los tres son espacialidades de acti- comportam~ento de nuestros ciudadanos por teños frente
) vidad simbólica, y en ese sentido se presentan en paridad a las señales de tránsito es un ejemplo contundente a fa-
de condiciones, no tratándose ...'..como fácilmente podría vor de la observación de Freud. Y no se trata de niños.
creerse de acuerdo a una larga tradición de la metafísica Nada, pues, de un hecho explicable por lo "evolutivo").
occidental- de que el espacio originariamente vinculado Esto no significa que para Freud en estos casos sim-
al trazo es el propio de lo simbólico, negando esa perte- plemente "no exista" el desarrollo simbólico del superyó;
nencia a los otros dos. Una concepción semejante cuyo especifica las condiciones -y lugares- en que existe. En
fundamento se reduce al de un puñado de prejuicios, así realidad, el estatuto en que un determinado agente ex-
sean venerables, induce a grandes errores en la aprecia- terno determinado o indeterminado ("me ven") funciona
ción clínica y pierde la riqueza de los intercambios entre en calidad de superyó es toda una adquisición simbólica
estos tres espacios, plena de articulaciones, pasajes, en el niño y en absoluto un fenómeno "natural", no se
transmutaciones, retroacciones, en el seno de una dispo- puede dar sin una metamorfosis compleja del "objeto na··
sición siempre confüctual (la armonía preestablecida es tural". Llegados a este punto t enemos dos posibilidades:
µn régimen ajeno al inconsciente y a los procesos de sub- la clásica propone una escala de des arrollo que es tam-
jetivación de él derivados, a él ligados). bién una escala valorativa, donde este superyó será - ine-
Una puntualización de Freud acerca del superyó es vitablemente- un "estadio primitivo"; la segunda fue
pertinente de ser evocada, allí donde se distinguen gra- abierta por Lévi-Strauss al disponer las diver sas cultu

220 221

ras humanas no en línea sino- en un abanico divergente, abierto. Jessíca Benjamin recientemente ha sacado a luz
lo que da lugar a desarrollos cualitativamente diferen- los presupuestos metafísicos de esta oposición, sobre la
ciados . Claro que considerar así las cosas requiere el que se apoyan toda suerte de concepciones deficitarias,
sacrificio del pensamiento binario que campea en el psi- psicopatologizantes y moralistas del narcisismo.)2.
coanálisis y que repetidamente nos estrella contra diag- Pero tampoco bastaría con decir -amén de que haría
nósticos del tipo "hay/no hay". (Así pudo hablarse cómo- escasa justicia a la penetrante observación de la clínica
damente en el pasado de seres "sin" superyó.) Dolto- que todos esos diversos objetos que el niño dibuja
Volviendo ahora a la pregunta que recordamos y cuya "simbolizan" o "significan" su cuerpo, en una estereotipa-
importancia seguimos sosteniendo, es ella la que otorga da estratificación contenido manifiesto-contenido laten-
algún sentido a nuestro pequeño dispositivo de lugares. te. Parece más riguroso con los hechos señalar que el ni-
A sus variaciones ya ensayadas, tendremos que añadir ño va montando (en sentido cinematográfico) su cuerpo
una tercera: ¿por qué medios, mediante qué operaciones en tanto conjunto de trazos a partir de todas las cosas
y de qué funciones ayudado vive ese niño donde vive? que dibuja, también nííios.
¿Cómo se mantiene allí? ¿Y qué particularidades de ese Nuestra propia paráfrasis, e hipérbole, de la sentencia
cómo le obstruyen vivir además también en otro lado? de Dolto nos ha hecho concluir que al acariciar, al jugar
Así considerándolo, caricia, rasgo y trazo los identificare- a hacer espejos con los más diversos materiales, este ni-
mos como los medios por excelencia para implantarse en fi.o también se escribe o se dibuja, no sólo en lo que al tra-
aquellos espacios . zo atañe. "Entre el cielo y la tierra" hay muchas más co- (
11
Esto da todo su valor a una proposición aforística, her- sas que son del orden de la escritura que las que han
mética, de Dolto a la que siempre volvemos porque siem- soñado (sí cabe el términ9 a disciplinas con antecedentes
pre nos pareció notable: cuando un niíio dibuja, "se dibu- tan crasamente positivistas) la psicología y el psicoanáli-
ja". U11 extenso seminario podría desarrollarse con sólo sis con sus concepciones habitualmente tan limitativas
comentar esta proposición, este motivo, así como en el de "lo simbólico". 3
Allegro con brio de la 59 Sinfonía de Beethoven todo con- No habría cómo subrayar lo suficiente, además, el he-
siste en el ceñido despliegue del silencio y las cuatro no- cho de que estas escenas de escritura se repiten, se
tas iniciales. De hecho, el niño dibujará una multiplicidad transforman a lo largo de toda la vida, en diferentes
de "cosas", empezando por sus mamarrachos inaugurales tiempos de estructuración subjetiva, ante la emergencia
sin jamás dejar de "retratarse" él en esa multiplicidad. de diferentes problemáticas y de diferentes crisis. La vi-
Una preconcepción demasiado arraigada podría hacer-
nos equivocar interpretando esto como "encierro" o "clau-
2. Véase el segundo libro de la autora ya citado, en particular los ca-
sura" narcisista, cuando en verdad se trata de la apertu-
pítulos 2 y 3. Las impasses teóricas y clínicas de enfrentar narcisismo
ra -narcisista-, de la puesta en escena del cuerpo a objetabilidad son magistralmente analizadas por Benjamín.
subjetivado, subjetivamente cargado, como apertura al 3. En este sentido hay que rescatar el intento de Pichon Riviere por
"mundo" . (E:l prejuicio de una antinomia entre "narcisis- desmentalizar la subjetividad con su modelo de las áreas, que apunta-
mo" y "mundo" deriva de una típica manifestación de la ba al mismo tiempo a desreificar el inconsciente. Cierta ingenuidad del
esquema, producto del injerto conductista que practica, no quita nada
lógica binaria que los cont rapone como lo cerrado a lo de valor a su valor de plantear una postura así de radical.

222 223
#
#

El comportamiento de un niño autista más pequeño


rulenta recrudescencia de los debates con todo tipo de es-
pejos en la adolescencia es una muestra a la cual se re- puede servir para cerrar provisionalmente este desplie-
curre muy fácilmente por lo "ejemplar" pero en absoluto ;. gue comparativo-estructural, uno de cuyos ejes es el
aislada de esta recurrencia . El erotismo en su plenitud acontecimiento del trazo y sus diversas impasses, masi-
"genital" redibuja con un acariciar inédito -esto es, des- vas o localizadas. Teniendo 4 años, en situaciones donde
bordando el cliché freudiano de la sexuación- los cuerpos es universal el llamado a la mamá de vientre o de fun-
amantes. Curiosamente en este punto, silencio del psi- ción, él se muerde la mano hasta dejarse una marca du-
coanálisis (el silencio que Lacan achacaba sólo a las pa- radera como su silencio: se agarra de un autoacaricia-
cientes y a las analistas). Pero el acontecimiento del or- miento desfigurado y que suprime totalmente la apelación
gasmo y todo lo que haga de lo genital algo distinto a una al otro allí donde la mujer en el camino de la sierra todo
referencia ideológica normalizadora debe reconceptuali- lo que puede es buscar la imagen del semejante desorga-
zarse en términos de nueva escritura de lo corporal si ha nizándose su cuerpo en un acceso angustioso sin un en e
de tener algún sentido suplementario. clave pictogramático que lo compagine a través de una
Entre la pubertad y la adolescencia esa mutación in- sensación.
troducida por la genitalidad busca curso en rodeos de
estridencia paradigmática para pensar el cuerpo en es- Para avanzar en lo del trazo introducimos otro peque-
crituras : el filo del trazo acuña los tatuajes, la masturba- ño dispositivo que, en su tosquedad, no deja de llevar su
ción intensificada hace de acariciamiento que vuelve a
marca:
plantear los del bebé, el diálogo con los rasgos de un ex-
traño que se busca y se reduce en el espejo y en el espe-
JI
jo de los pares se multiplica. Compárese -para medir la
incidencia de una no realización del paso de la genitali-
dad por el conjunto de las zonas erógenas con los medios
de escritura que genera-4 con la situación de un pacien- ,;·,'
ti Plano del signo caricia, rasgo
--- ---- - -- --------- ---------------- ---- --
Plano del significante _ _.,....trazo

te autista cuya pubertad en lo físico ya ha advenido. Al " planos concebidos ambos como formas de lo simbólico a
no control de esfínteres que desde siempre traía, añade
_ distinguir (pero no haciendo de uno algo "más" siro bólico
ahora el embadurnamiento con su caca como maquillaje
· que el otro; menos aún arrogándose una coextensividad
bizarro que lo muestra fijado a la caricia de la mano des -
nuda, hecho tanto o más importante que la analidad no- monopólica con "lo" simbólico). El punteado y la doble fle-
toria de su singular escena de escritura. La pintura de •:'•J: cha acentúan que la delimitación separa. sin oponer cuer-
guerra de adolescentes menos perturbados, en su colo- po materno y espejo del espacio que se encarna en la ho-
rinche tan estruendoso para las miradas convencionales, ja de papel, pictograma y rasgo especular de significante,
injerta el trazo en la mano en un plano muy diferente. lo cual excluye doblemente una línea o "barra" ininte-
rrumpida demasiado familiar al psicoanálisis, aunque
4. Bien caracterizado por Gutton. Véase Lo puberal, Buenos Aires, Freud mismo se encargara expresamente de desvanecer-
Paidós, 1993.

224 225

"'
la. 5 Esto para pensar. mejor los envíos, las complicidades, desaparece el rostro, desaparece el trazo. (Para la niña,
los pasajes, las retroaccíones, los anudamientos indecidi- si aparece el espacio propio del trazo, desaparece el ros-
bles entre ambos niveles. Al mismo tiempo esta diferen- tro, que entonces intenta recomponer en su lugar de
ciación se propone refrenar la tendencia, entre nosotros emergencia.)
desmesurada, de o bien desconocer la dimensión signifi- Por otra parte nuestro modelo, con todos sus agrega-
cante o darle una extensión tan abusiva que pierde toda dos, deliberadamente introduce un caso muy extremo en
la textura ele la psicopatología de la vida cotidiana, don-
propiedad conceptual, llevándose por delante simboliza-
de alguien entra en pánico porque no ve a sus hijas, o co-
ciones que corresponden a lo pictogramático o a los jue-
me por demás, siendo la idea precisamente despsiquia-
gos de desdoblamiento especular.
trizar el psicoanálisis tejiendo modelos que lo alejen de
Es una característica de la mayoría de los materiales
las diversas dicotomías al uso.
discutidos el exhibir algo roto en cuanto al trazo o algo de
En esta búsqueda de matices, parece válido por el mo-
trazo roto, dando lugar a una violenta emergencia de lo
mento sostener que si fracasa o falla algo que concierne
roto en la boca y, mejor aún, en el seno objeto al que de-
al plano significante, hay que esperar una reactivación
bería jalonar un circuito aquí interrumpido o bacheado;
compensatoria en el campo del signo. Si todo fracasara,
también en el pictograma de fusión boca seno. De este
el sujeto quedaría expuesto a la vivencia de aniquilación
modo, obligándonos a ir y venir constantemente, estos
más radical, que dadas ciertas condíciones no es sólo un
materiales se abren a dos puntas, ya que las roturas de
estado "psíquico" ni un "afecto": el colapso prolongado y 11
trazo nos llevan como ele rebote a roturas de boca, en la
sin restituciones tiene que llevar a la muerte; cuando un
entraña de los acaríciamientos primordiales. También se
duelo es imposible, el estallido de esa imposibilidad de-
visibilizan mejor las tentativas de curación: la niña de la
sata una experiencia anonadante que culmina, por ejem-
tiza compensa su fracaso con su incremento de lo picto-
plo, en un cáncer, en un infarto, o en un proceso infeccioso
gr'amático como el niño de la parrilla cierto vacío de tra-
incontenible. Y puede enseguida notarse que no habla-
zo localizado con agresiones en espejo y accesos caniba-
mos de nada insólito.
lísticos, más "personalizados" en su alusión a una mutua
Por el contrario, la entrada en trazo de la subjetividad
devoración de la madre por el hijo y del hijo por la madre
propicia un trabajo de introyección en el espacio de la ho-
que la oralidad de la niñ a, cuya selectividad se limita a
ja de lo ya adquirido en los otros dos; y es interesante re-
la destrucción del instrumento mismo de hacer trazo. La
descubrir allí aquella ley de recapitulación tan usada por
mujer, por su parte, pone de rnlieve la porosidad del pun-
el psicoanálisis en otros contextos: entonces vemos un ni-
teado, en algunos casos demasiada: su capacidad de tra-
ño ya muy adelantado en el espacio del cuerpo materno
zo se pierde apenas no la sustenta estrechamente la tra-
sumergirse en mamarrachos "primitivos" con el lápiz,
ma de rasgos en su cotidianidad narcisista. Para ella, si
mamarrachos que en el espejo y en su lazo con la madre
ya dejó atrás. Coexisten así en el mismo sujeto distintos
5. Véase por ejemplo en El yo y el ello, donde nunca falta, cuando se
plantea la cuestión ele las relaciones entre las tres "provincias" psíqui- niveles, y esto durante toda la vida. (Una mujer puede
cas, el comentario sobre la ausencia ele fronteras "c:laras y distintas" en destrazarse durante su embarazo mientras ingresa en
ausencia de patología. una nueva dimensión pictogramátíca, sobre todo en lo

226 227
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#

que hace a la categoría de lo entubable en su corporei- do de la carici a por la palabra ni la palabr a como caricia
dad.) La "regresión" para ocupar un nuevo espacio como en un juego recíproco interminable. Reposa aquí la para-
el del trazo prepara su retroacción que tan hondamente doja a partir de la cual hemos preguntado por la escritu-
modificará en lo sucesivo la experiencia misma de acari- ra a quien no sabía escribir.
ciar y espejarse. Toda descripción es esquemática por Es lo que ya había hecho Lévi-Strauss cuando su tra-
fuerza teniendo en cuenta que estos procesos ocurren a bajo en Brasil (se recuerda su relato en Lo crudo y lo co-
cada paso y en complejas simultaneidades superpuestas, cido), 1 dejándose sorprender por la sorpresa del jefe de
disfrazadas de sucesiones. una banda nómade ágrafa, para los criterios occidenta-
Otro desprendimiento de la escritura elegida para les, ante el lápiz y e] papel del antropólogo. Con todos los
nuestro modelo clínico es, acentuando como acentuamos temores y precauciones con que se aproxima, el jefe de-
el trazo y el trazar, un reposicionamiento distinto del tér- muestra una captación fulgurante de lo que está en jue-
mino significante, subsidiario ahora de complejos y lar- go. Tres cosas lo demuestran: no permite que ningún otro
gos procesos de escritura que incluyen lo verbal, sin colo- miembro de su grupo se acerque a esos instrumentos,
carlo en el centro de una subjetividad que pretendemos usa de los trazos que ha garabateado para disolver una
descentrada. No es sólo una propiedad genética: sin "ar- rebelión contra su persona haciéndolos valer como un ac-
chiescritura" (Derrida) del cuerpo no hay que esperar la to de poder mágico; en fin, lo que ha ensayado hacer so-
emergencia de la palabra hablada. Con archiescritura se bre el papel -reproducido en el libro por Lévi-StrausS-"· se
designa la pura posibilidad de trazar, "antes" que ese tra- asemeja enteramente a esos trazados continuos de gara-
zo figure algo o traduzca el sonido de una lo una o. En el bato que hacen los chicos cuando juegan a escribir, sea
terreno de la clínica psicoanalítica tenemos abundantes que aún no hayan accedido a la lectoescritura, sea que
materiales y motivos para asociar esta archiescritura a este acceso es precario y dificultoso por una limitación
la variada trama de los juegos de abrazo y de acaricia- del tipo del retraso, lo cual los propulsa a retroceder al
miento que escanden la relación madre niño. Y más allá, :,,,
'f••· trazo pre-fonemático. En los tres casos, los tres han per·
más aún,, pensamos que una concepción psicoanalítica de '~ '¡' cibido bien algo: que se trata, para escribir, de ocupar

escritura (es algo que el psicoanálisis brinda a la psico- una superficie trazando, que este trazar debe guardar
pedagogía, camino que ésta ha seguido en sus represen- cierto ritmo. 8 Aun sin un contenido melódico determina-
tantes no convencionales) 6 tiene su punto más singular y ble, ritmo es lo que no le falta al garabato infantil, ritmo
especifico en esta estrecha articulación que hace de la ca- '·I'· cuya existencia en la hoja se vuelve a confirmar cuando,
ricia una protoescritura fundamental. Este rodeo de la it
1 por nuestro trabajo o nuestra relación con un niño, lo ve-
escritura por la caricia excluye hacer de aquélla un me- i~:!
\!'
ro apéndice logocéntrico. No excluye, en cambio, el teñi- 7. 'lbmo I de sus Mitológicas, México, FCE, 1972.
8. Un estudio bastante pormenorizado sobre el ritmo, en Abra-
ham, Nicolás y Torok, María, (L'écorce et le noyau, París, Flammarion,
6. Baste citar en nuestro medio la obra de Alicia Femández que ha 1986) capítulo (firmado sólo por Abraham) "Le temps, le rythme et
fertilizado, sobre todo, tantas iniciativas en Brasil. Consúltese, por
· ·:
1: l'inconscient", en la primera parte del libro. Más recientemente, de
ejemplo, La sexualidad atrapada de la señorita maestra, Buenos Aires, Greimas y Jacques Fonteuille, Semiótica de las pasiones, México, Si-
Nueva Visión, 1992. glo XXI, 1995.

228 229
.
1 ' l~
..

mos nacer, ritmo que define el modo de ocupación de ese vacío . (Me viene también a la memoria en este punto el
m;ievo lugar para las escrituras subjetivantes. Y todavía hall de entrada de la Facultad de Psicología, tan invadi-
hablar de modo de ocupación es insuficiente o superficial do por carteles y afiches que literalmente h ay que aga-
psicoanalíticamente hablando, ya que no se trata de un charse para pasar o abrirse camino como en una. selva,
espacio asegurado preexistente: siguiendo el hilo de las por eso mismo depreciado el carácter simbólico con que
paradojas ele Winnicott sabemos más adecuado pensar esos elementos se postulan a la mirada. No nos extrañe
en términos de una invención o fabricación de ese espa- que tamaüa ocupación demasiado literal de un espacio
cio a la vez ya-ahí. En esa caverna de la que Lacan se ad- desencadene por parte de quienes ingresan un reflejo de-
mira, lo primero que hacen Jos trazos antes de toda "re- fensivo por el cual no se lee nada, se atraviesa ese des-
presentación" es la metamorfosis que la convierte en un pliegue como entre cosas opacas al signo.)
mural, una superficie de inscripción que luego demostra-
rá sus constricciones y sobre todo el hecho de sus bordes,
su efecto de marco, tanto más actuante cuanto más invi- Este trazo definido en una relación de precedencia, es
sible. (A veces algún nüío, en la misma superficie de la -nuevo punto crucial- una transformación de la mano (y
hoja, dibuja primero que nada el contorno de su enmar- no sólo su extensión metonímica), un nuevo modo de ser
camiento que ingenuamente se creería una reduplicación de la mano que excede la posesión pictogramática (véase
ociosa del que "ya estaba" por el hecho del cuadrilátero la mano como objeto succionado por el bebé). La niano se
de la hoja. Pero siempre este enmarcamiento es trazado hace trazo; para el psicoanalista es postulable una "repre-
sin sabérselo, apenas el niño empieza sus ejercicios de (. "'·
sentación cosa" de mano en el fondo de cada trazo. El trazo
rayar no a tontas y locas sino un espacio que se determi- sale del cuerpo no sólo "metafóricamente", sale en el sen-
nará como resistente a un atravesamiento sin más por tido más crudamente literal que lo queramos plantear.
ese ,mismo trazar.) Si esto es así, es la mano dañada, mutilada en esta re-
Esta precedencia del trazo se puede seguir en su cur- conversión al trazo, lo que nos va a detener al cabo en la
so en dos direcciones, una literal, otra figurada. Una pe- niña de la tiza: el mal que la aqueja se ciñe a su mano y
queüa cuyo retraso condicionaba mucho su ingreso a lo no a un exterior "funcional" de ésta ligado a la habilidad
que a su edad se esperaba ya de lectoescritura testimo- para trazar. Y la parte mutilada de esta mano, como ti-
nia de la primera. inflexión. Ella había entrevisto las car- za, desaparece en el interior de una boca a la vez reduci-
petas, a veces muy abultadas , de otros pacientes, y de- da a su plano más arcaico -filogenéticamente hablando-,
seaba equiparan:ie: entonces optó por una solución ya que no es la boca de la demanda, del grito que inau-
rápida, conforme al "principio del placer", amontonando
gura al otro.
pilas de hojas vacías o apenas marcadas en su propia Pero hemos llegado a pensar, siguiendo a Fiera Aulag-
carpeta. Pero con vacío y todo -y sobre todo inscribiéndo- nier, la boca como un pecho alucinado a propósito del ca-
lo en su misma maniobra para superarlo- no hay duda rácter no opositiuo del pictograma de fusión 9 y de cómo a
de que se apoderaba de ese espacio que no le estaba tan
al· alcance al nivel en que más podía. Y no se comía la ti-
9. Desarrollé esta idea en el seminario "La espontaneidad la repeti-
za, lo qu e ya indicaría un agujereamiento y no sólo un
ción", dictado en el primer cuatrimestre: de 1988 en la Facultad ele Psi-

230 231
,
#

No todas las aventuras del trazo conciernen al dibujo,


partir de éste -y su pareja, el de rechazo- se alcanza una
comprensión totalmente nueva y clínicamente utilizable más fácil de retener. La mesa o el suelo del juego, con los
de la vieja noción de sensación. Digamos que la sensación mismos bordes generalmente invisibles pero delineados
a la que Freud cerca imaginando la alucinación del pe- firmemente, es un espacio para el trazo igualmente váli-
cho, la sensación pecho alucinado -que no habría que re- do. Las experiencí.as con el carn)tel que se arroja y (a ve-
presentarse enseguida en términos "mentales"- hace, es ces) se reacerca, valga el caso, ocurren allí, lo mismo que
inherente a una boca temprana que se desenvuelve como tantas pistas de carrera o escenarios de guerra que un
¡
es de esperar en el sentido de una subjetivación emergen- paciente monta en el espacio convencionalmente llama-
te1º in crescendo. do "consultorio".
La boca es entonces un pecho alucinado como el rostro Por otra parte en cada uno de estos tres lugares debe-
-en el plano del espejo-, el resto de un haz de miradas mos atender al registro de un doble movimiento de fu-
que han dejado su sedimento de incorporación activa (es- sión y de diferenciación. Nos hemos supuesto decir: el
to es, a través de un metabolismo singular y no de "im- trazo es la mano, donde la cópula funde los términos.
presiones" recibidas). En esta misma secuencia es que Tustin al respecto señalaba lo engañoso de leer como di-
"definimos" el trazo como la mutación de una mano, su bujo (en su acepción corriente) producciones de niños au-
alteración como máquina significante en una acentua- tistas donde para ellos es su cuerpo lo que está allí dibu-
ción distinta a la de Lacan. ¿Cuáles son, se plantea aho- jado, y eso sin matiz "metafórico" alguno. Con semejante
ra, los equivalentes corporales y especulares inconscien- convicción, lo sabemos, alguien puede morir si se destruye
temente puestos en juego cada vez que hay trazo? Por el muñeco o la imagen que, creíamos, sólo lo representa-
... \ ejemplo, una niña dibuja arco iris, puentes, túneles; ¿a ba. En este caso no se ha desplegado el segundo momen-
qué corresponden en los otros dos espacios que hemos de- to, no necesariamente oposicional, en que un niño man-
limitado? Supongamos que empezamos a leerlas como tiene con su dibujo una relación de suplemento, una
modos de aparición del andar (como en una cierta niña mutua restancia transicional entre uno y otro.
asaz inhibida, que siempre parecía anticipar abismos), Con el tiempo, mano y trazo pueden llegar a separarse
de la escritura de sus piernas y de la posibilidad de ale- muero más, se producen fenómenos de corte o de "castra-
jarse sin angustia. Si la realización de esos dibujos y el ción simbólica" entre ambos como ya había ocurrido, por
trabajo eón ellos en sesión tiene valor terapéutico, algo ejemplo, en el plano del pictograma a lo largo del proce-
de ellos ha de pasar a sus piernas como entidades picto- so conocido como destete, caída del seno objeto a de esa
gTamáticas, generando un cambio al nivel mismo de la boca que era y no puede dejar del todo de ser . Y otro tan-
motricidad más concreta. to. signa los avatares de la especularidad: la mirada, tác-
til al principio -según convergencias de Lacan, Lefort,
Sami-Ali, Winnicott y otros--, la mirada que se va con el
cología de la UBA, Buenos Aires, Centro de Estudiantes ele Psicología
objeto, llega también a articularse en una distancia que
y Ed. Tekné, 1988. sin embargo no "supera" -dialéctica opositiva mediante-
10. Para la importancia ele este término véase Daniel Stern, El sin resto el ritmo de fase fusional anterior.
mundo interpersonal del infante, Buenos Aires, Paidós, 1991.

232 233
·I~ ,
.,
Dicho de otra manera: cada uno de los espacios en jue- 13. DEL NOMBRE AL APELLIDO
go sólo pueden ocuparse por una operación f'usional, por
un acto en que la fusión consiste (tendremos que volver
más adelante a la explicación de este término) . No hay
otra manera y eso debería bastar para alejar de "fusión"
todas las connotaciones patológicas en que de inmediato
y sin reserva se la envuelve en lo que podríamos llamar ,¡,..:

el nivel standard de la práctica psicoterapéutica y su pe-


culiar uso de la conceptualización (que no es exactamen-
te el de los libros donde esos conceptos se dan a leer).
Enseguida, a esto hay que agregar que el corte nunca __,....Ha·
corta del todo , que si se insiste en denotar con "castra- 1


1
ción" algo que no constituye una amputación o mutila- l - -...~e E H
ción, conviene tener presente que aquélla ha de ser pen- Real Simbólico
sada (la que Dolto quería "simboHgena" y no "patógena") '! '
1 1 1

como corte no del todo , que es también como decir un cor- 't • 't
te no comprometido en el esquematismo de los pares opo-
sitivos. Si por ejemplo se escribe boca/pecho, queriendo
definir un corte del todo en el pictograma de fusión boca
pecho se malentiende peligrosamente el tipo de texturas
y procesos sobre los cuales tra bajamos. Si el que escribe
ªªª
Una niña de 6 años dibuja un paisaje, uno de esos pai-
sajes más o menos típicos en alguien de su edad, donde
l. ....

seccipnase íntegramente el paso de ligadura que conjun- no faltan la casa, el árbol, etcétera, pero además la luna.
ta trazo y mano, cesaría el flujo de escritura. El corte, pa- El caso es que esta luna, en una transición que ocupa va-
ra realizarse como operación simbólica y subjetivante, rios trabajos de ese período, se va convirtiendo, en sus
tiene que fracasar en cortar (del) todo. Y consecuente- posiciones de menguante y ele creciente, en la letra C,
mente un corte absoluto con la fusión originaria al cuer- que es la inicial del nombre de la niña.
po materno discapacitaría al sujeto para cualquier expe- '~
Es interesante cómo en un espacio muy de la mirada,
riencia erótica digna de ese nombre. El orgasmo, como 1 y por eso mismo propio de lo especular, ella introduce un
1
algo suplementario de la mera eyaculación (en el caso del :¡ elemento de mayor abstracción a través ele lo que mere-
'.1 .t~
hombre) , no se conviene con ninguna perfecta "discrimi- cidamente designaríamos una condensación, pues la lu-
nación" yo/no yo. l1
na corno tal no desaparece, que integra de manera muy
l !
particular el rasgo y el trazo, y el trazo de su nombre na-
da menos. Esta última es una referencia fundamental ,
para nada alejada de la caracterización ele corte no del
todo que hicimos para la castración no patógena. En efec-
to, que sea su inicial implica que esa letra tan abstracta

234 235
#
*
to fallido no falla en escribir que hay un conflicto, aunque
no sólo funciona como significante: en el plano puramen~ más no sea el topológico que supone el paso de un espa-
te sonoro forma parte de los pictogramas más "primiti- cio a otro, del trazar un rasgo a rasgar el trazo , etcétera.
vos" puestos en juego en la constitución del cuerpo de la
El conflicto no es un fallo, sí su falta; es desde el punto
niña; lo más concreto en lo más abstracto. 1 de vista psicoanalítico el modo subjetivo y subjetivante
Ahora bien, hasta aquí no sabemos nada en cuanto a por excelencia de ocupar un espacio, la marca de fábrica
si hay intencionalidad consciente en los dibujos de la ni- de que hay actividad subjetiva y no sólo actividad sujeta-
ña. Podría muy bien ser que no, que ese deslizamiento de da. Por eso mismo, debemos revisar la tendencia siempre
la luna a la C tuviese un valor como de acto fallido. Eso
latente a psicopatologizarlo y a estrechar demasiado la
no menos indicaría un éxito en los procesos de escritura-
distancia entre metapsicología -en la cual la dimensión
ción subjetiva de ella, puesto que es parte indesanudable del conflicto es nodal- y psicopatología. Esto lleva a pre-
del buen funcionamiento del "aparato" que la represión servar o reinstituir la diferencia entre conflicto y sínto-
falle, si el corte ha de ser no del todo. La capacidad de fa- ma, a menudo apresuradamente sinonimizados. Pero si
llar es entonces un elemento positivo, no deficitario. De se trata de "formaciones del inconsciente", creemos que
ella resultan singulares procesos de escritura, al contra- no debería dejar de considerarse la importante línea di-
rio del silencio de la inhibición, donde falta ese tercer visoria entre fenómenos fugaces, creaciones de una sola
tiempo que es el retorno de lo reprimido. (Un criterio que
vez, como el sueño o el lapsus, y la propensión a la ftjeza
de esto se deriva es considerar de mayor severidad o gra- y a la cronicidad que vuelve tan temible al síntoma. (Las
vedad una situación con franco predominio de inhibicio- corrientes lacanianas en particular -desde que el estruc-
nes respecto de otra donde prevalezca la formación de
turalismo a ultranza no tiene lugar para el concepto de
síntomas.)
conflicto- se han caracterizado por reimplantar el de sín-
Para precisar entonces que una cosa es un fracaso fla- toma en ese sitio y así mezclar insensiblemente ambos
... \
grante en la ocupación de un espacio determinado, otra conceptos, que en Freud son bien distintos.) Por otra par-
cosa un transtorno que produce fallos en esa ocupación te, la clínica constata una disimetría verificable: todo
(el caso de la paciente "perdida" en la sierra), y una ter- ,,
síntoma desemboca, una vez analí.zado, en' un conflicto,
cera cosa muy distinta un confiicto dando lugar a fenó- pero de ningún modo la afirmación recíproca es sostenible.
menos singulares de escritura como el acto fallido: el ac- Esta superposición ha traído otra consecuenci.a de du-
t '. doso valor: cierta idealización del síntoma, cierta exalta-
l. Es Daniel Stern quien más ha hecho por romper la ecuación que
liga todo lo sensorial a lo "concreto" (El mundo inte1personal del in·
r ción de su valor de denuncia, genuino por cierto, siempre
.,J, y cuando tengamos muy en cuenta que no se trata de una
/ante, Buenos Aires, Paidós, 1991). De una manera definitiva, diría
yo, con su concepto de percepción amodal (véase capítulo 3, en parti- denuncia creativa; cierto olvido de la experiencia clínica,
cular). La problemática de la inscripción fonemática del nombre ha si- '\ en fin, donde el síntoma no parece ser ninguna maravi-
1
do muy estudiada por Serge Leclaire a partir de 1960. Véase en espe- lla: duele y limita, ambas cosas, a menudo de manera fe-
cial su ya clásico texto en colaboración con Laplanche en el coloquio ·¡
de Bonneval, en la compilación de Henri Ey (México, Siglo XXI, 1970),
roz. Procediendo con tal formalismo metafórico puede ol-
así como su Psicoanalizar (de la misma editorial, 1972). También Ma- vidarse también 1.o más obvio, que el psicoanálisis es
risa Rodulfo (El niño del dibujo, Buenos Aires, Paidós, 1992) se ha puesto en movimiento por alguien que desea liberarse de
ocupado de la misma cuestión.

2:37
236

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su síntoma, sacárselo de e.n cima. Siempre se asoció a es- ::


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no fracasa: su escritura es entonces en negativo, hecha
to cierto entusiasmo por afirmaciones vagas, del tipo de de espacios en blanco y silencios, de espacios de silencio,
·.:· ..)"''"
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"todos somos neuróticos", que han acabado por embotar '" ·"
de tropismos francamente invertidos. Y es ésta su expan-
la fuerz a que, en la calle incluso, tuvo el término. 2 Como sión silenciosa, la cifra de su gravedad potencial, de su
dicen los chicos, además están las neurosis, y los sínto- :1 cualidad tanática cuando logra culminar en rasgos o tra-
mas, "en serio".
zos de carácter estabilizados.
El grupo formado en torno de la noción de formaciones .J Psicoanalíticamente concluimos que los modos del
del inconsciente corno eje necesita a nuestro juicio la in- ! conflicto son los modos de ocupar subjetivamente un es-
tersección de otro eje de partición, el que podernos llamar
de los destinos no sintom áticos del conflicto. Metapsico-
¡ pacio y no fallos o fracasos de esa ocupación, consideran-
do aquél como el modo por excelencia de la vida psíquica
lógicamente, ésta es la posición clave de la sublimación humana.
en el discurso clásico del psicoanálisis. Pero si querernos El culto al síntoma aplastó también otra categoría
evitar ahora las discusiones a las que ese término nos lle- freudiana que nos conviene restablecer según veremos:
varía, podemos apelar a exponentes francamente clíni- la de la acción específica, que resuelve el conflicto por
cos: el jugar, en primer término, esa práctica que tantas .11,

obra y gracia de una modificación eficaz (en rigor, perte-


veces impide fra¡:,rüe un conflicto en síntoma; el humor, ·: / nece a los primeros principios de la metapsi.cología freu-
cuya denotación de una actitud subjetiva tiene alcances j diana) que se sitúa en el extremo opuesto al síntoma
más vastos que el fenómeno del chiste stricto sensu; el (aunque de Freud mismo se desprende que no porque és-
sueño, por supuesto, y esas patologías sin psicopatología 1 te deje de tener incidencia en el campo de la realidad, se- . )1
ni psiquiatría de base que son las de la vida cotidiana.ª gún lo demuestra el concepto de beneficio secundario). \
En todos estos casos el fracaso de la represión es más que Después de todo, Freud aspira a que el psicoanálisis mis-
el n~torno sintomático de lo reprimido , y en los dos pri- 1 mo sea una de esas "acciones específicas" de circuito lar-
meros se trata de un fracaso permanente de aquélla. Y el ¡, go. Y en la perspectiva que estamos siguiendo es perfec-
punto a destacar no es la división del sujeto según Lacan, tamente válido situar las escrituraéiones del cuerpo a
sino el carácter permeable, poroso, oscilante, de esa divi- través del juego como todo un paradigma de acción espe-
sión, cuestión que no queda incluida en el formalismo cífica, 10' mismo que la actitud subjetiva del humor.
con que se establece en aquel autor aquella Spaltung. A grandes trazos distinguimos entonces:
Eú contraste, hablamos de inhibición cuando hay au- 'I: '
sencia de ese tercer tiempo de la represión o cuando ésta - el conflicto y sus destinos no patológicos;
- dos destinos patológicos particularizados: síntoma e
inhibición;
2. He tratado esto des de otro ángulo en el capítulo 2 del libro co-
lectivo La problemática del síntoma, compi lado por Marisa Rodulfo y - transtornos que implican un fallo en el estableci-
Nora González (Buenos Aires, Paidós , 1997) miento de planos de conflicto;
3. En cambio, es interesante cuán a menudo los suei'íos perennes - fracasos de la escritura subjetivante que imposibili-
(e incluso ciertos suei'íos típicos), que no cumplen ese requisito gene- tan al conflicto como régimen de funcionamiento .4
ral de por única vez y exhiben insistencia estructural, son manifesta-
ciones oníricas sü1tomáticas de procesos abiertamente neuróticos. 4. Por supuesto, esta seriación no es taxonómica y en el mismo pa-
ciente bien pueden coincidir dos o más de estos diversos destinos.

238 239


Nuestro concepto de escritura, entonces, debe leerse te bipartición- y a cerrarle el paso a esas manifestaciones,
siempre como escritura en conflicto, realizándose en una que tan fácilmente acuden a la boca en el medio psi(co-
multiplicidad de procesos conflictivos; no es lo mismo analítico) donde "lo simbólico" es algo fundanHmtalmen-
cuando circunstancias más desfavorables nos llevan a te extracorpóreo, opuesto a la "concretitud" pertinazmen-
encarar la cuestión de la escritura en conflicto. Y es un te asociada a la materialidad del cuerpo. (Derrida pudo
concepto del que no debemos además olvidar su costado demostrar inequívocamente cómo la "materialidad" del
ético, toda vez que el psicoanálisis toma partido por el significante en Lacan era en realidad una idealidad tras-
conflicto, lo valoriza, consiste en desplegarlo sin a cudir a cendental.)5
lo que Winnicott llamaba "soluciones fáciles". La escritura que propongo en segundo lugar, en cam-
bio, torna en consideración lo apretado de 1os n udos que
Iniciamos este capítulo con una escritura identificada Lacan sugiere y los hace entrar en juego a cada paso de
como mala, desechable, y otra aceptada, la buena escri- mi esquema, en cada uno de los lugares designados, con
tura del asunto. El asunto es la relación o qué relación se la incomparable ventaja de complejizar y des-homogeneizar
puede pensar entre los términos cuerpo (materno)-espejo- lo que de otro modo podría concebirse como "unidad sim-
hoja, que hemos introducido en un uso particular, y los ple" en ellos.
tres de Lacan, imaginario-simbólico-real (priorizando su Desban1tada toda jerarquía que colocara "arr iba" lo
orden de presentación teórica). La asociación espontánea simbólico en congruencia con hoja y trazo, se hace .n ece-
que -desde que propusimos este pequeño modelo clínico sario especificar un poco más qué riquezas , qué adquisi-
en la enseñanza universitaria- se produce regularmente ciones caracterizan cada uno de estos tres espacios, pun-
entre ambos sistemas de nominación impone el examen tuación tanto más indispensable cuanto el predominio de
.... de su correlación eventual. consideraciones deficitarias y psicopatologizantes ha es-
Es lo que hago en el primer intento de escritura luego trechado en exceso la perspectlva del psicoanalista (véa-
rechazado, que vi más de una vez surgir en labios de al- se por ejemplo la "mala prensa" que ha tenido ]a especu-
gunos colegas como "interpretación" de mi esquema. Des- laridad).
de el principio la descarté por reduccionista y largamen- Por el espejo empecemos pues: ¿qué fenómenos agru-
te errónea, pero hay que reconocer que responde a una pa como espacio simbólico, vale decir, como uno de los es-
manera plausible de leer Lacan no poco autorizada en pacios en que se escriben procesos que sea legítimo de-
Lacan mismo. Pero una lectura tal es más arcaizante que signar así?
eso, nos devuelve a la escisión cuerpo/mente (o alma), de- En primer término localizamos en él todo lo que el psi-
saloja al cuerpo de lo subjetivo y reduce lo simbólico pre- coanálisis acostumbra a llamar demanda. Antes de acce-
juiciosamente a algunas de sus producciones (caracterís- der al lenguaje ésta se efectúa sobre todo a través ele la
ticamente, la palabra y la escritura fonética). Ahora bien,
todo el esfuerzo de nuestro pequeño dispositivo está
5. Derrida, J acques : "El cartero de la verdad", en La twjeta postal,
orientado a poder pensar lo subjetivo en la entraña más México, Siglo XXI, 1986. Más recientemente, "Por el amor de Lacan",
íntima, más "física'', de lo corporal -lo que es lo mismo, a en Resistencias del psicoanálisis, Buenos Aires, Paidós, 1997. Véase su
liberarse lo más posible de aquella siempre sobrevivien- enumeración de ocho puntos como motivos metafóricos en aquél.

240 241
.
mirada, muy a menudo acompañada por el extender los mos antes en Bettelheim). Todo lo que podamos decir,
brazos hacia ese otro primordial al que aquélla solicita. enunciar, conjeturar, especular, de lo imaginario como di-
Ninguna descripción psicoanalítica de una escena de es- mensión, encuentra su último apoyo en esa sencilla pro-
critura en que la mirada toma sobre sí todo el peso y la posición: la capacidad subjetiva para que el contacto con
fuerza de una demanda más punzante que la de Rosine otra u otras altere, cambie algo, genere reacciünes, en
Lefort relatando su primer encuentro con Nadia, muda la primera. De esto deriva todo el formidable poder de la
por entonces debido a una severa depresión analítica. To- capacidad imaginitiva y ele la imagen en su acepción más
do lo que h ace Nadia en ese encuentro es esa sola mira- concreta.
da que convierte a la entonces médica en analista. Corre- En otra dirección, pero en estrecha relación con las ca-
lativamente , Ja afección que conocemos más radical en racterísticas ya apuntadas, el espejo es también el lugar
cuanto a ausencia de demanda y aun demanda negativa, de asentamiento de las fantasías más arcaicas en lo que
apartamiento de su circuito, el autismo, exhibe entre sus 1
hace a un estatuto donde escribir "fantasía" o "fantasma"
fenómenos clínicos esa abolición de la mirada tan patog- no sea un abuso adultocéntrico.
nomónica de una subjetivación detenida. Así como el espejo es el espacio de la demanda, el cuer-
Una segunda nota es el espejo como lugar de los sen- po materno se distingue como el de la sensación (en una
timientos; para ayudarnos sigamos el hilo de la defini- vertiente psicoanalítica que le debe todo y tanto a Piera
ción lacaniana que los describe siemp re recíprocos, emer- Aulagnier y Frances Tustin, es a partir de ellos que nos es
giendo de un campo de ju ego intersubjetiva -y no como posible pensar psicoanalíticamente la sensación, insisti-
fenómenos "psicológi cos" aislados, unilaterales--; esta mos). Como pictograma, entonces; un conglomerado de .,..
condición ele reciprocidad es impensable sin una densa impresiones que devienen inscripciones y posibilitan que
trama de espejamientos, y las observaciones contempo- una subjetividad habite el cuerpo, lo cual no es una "psy-
ránea~ ele las más tempranas interacciones no dejan ché", es una torsión de ese mismo cuerpo que se habita a
nunca ele registrarlos. sí subjetivándose. El cotidiano tocamiento de la mano
Por otra parte el espejo es el lugar privilegiado de las (I materna al bebé ofrece ya todo un problema de interpre-
identificaciones, sobre todo de aquellas más decisivas pa- tación: un observador ilustrado y decidido a no hacer con-
ra la constitución narcisista . Sin embargo, antes ele ex- ductismo hablaría de una marca en el cuerpo así produci-
traviarnos en su demasiada hojarasca atrapemos el nú-
J· da desde la intervención del otro primordial. Insistimos
cleo crucial sin el cual no existiría algo como ellas. Me en que esto es parcialmente erróneo o erróneamente par-
refiero a esa disposición humana básica a que la presen- cial al presuponer un "ya cuerpo" de ese bebé: nosotros
cia del otro provoque algo, tenga efecto sobre la subjetivi- preferimos dar un nuevo paso acorde con la clínica y ha-
dad, que tenga el potencial de causar alguna modifica- blar de marca de cuerpo en un caso semejante. Por lo me-
ción. Nuevamente la experiencia con pacientes autistas nos existe una prioridad: hace falta un tejido - una super-
es una pied·r a de toque para medirnos con la inmensa di- ficie- de marcas de cuerpo para que nos sea lícito pensar
ficultad de que esto o bien no suceda en absoluto o sólo en marcas en el cuerpo (la prioridad es tan "lógica" o "cro-
suceda de una manera negativa (como cuando el niño se nológica" como se quiera). Claro que este paso requiere un
aleja de la fuente humana estimuladora, según lo evoca- resistir a la evidencia y desuponer el cuerpo "ya ahí".

242 243
~.· ',•

*
"'

El cuerpo materno es además el sitio de lo que llama-


cer solución de continuidad (función superficie que ya
mos éxtasis o goce y aun lo que en ''.joy" el vocablo caste-
nos detuvo en capítulos anteriores). De esta matriz, im-
llano marra en recoger como alegría, lo cual, a nuestro
pensable sin movilizar nociones como la de espontanei-
entender ya urge incluir. Éxtasis-goce-alegría: mucho
dad, goce fusiona!, etcétera, decantan con el tiempo y "el
más que "estados", la matriz de todo proceso de lo que
trabajo histórico de la diferencia" (Derrida) todas las len-
Winnicott deslinda como creación y de todo lo que se
guas que conocemos, cada una con su propio recorte, con
quiere alcanzar con un término como el de erotismo. For-
su singular perfil sonoro, reprimiendo músicas que otra
mulado esto de una manera abarcativa, ha de incorporar
lengua impulsará. Se advierte que un sencillo "ejemplo"
las dimensiones más estériles o destructivas del goce,
como éste requiere de las distintas notas sémicas que
igualmente asentadas en el cuerpo materno como instan-
cia simbólica. conjuramos para explicar este territorio del cuerpo ma-
terno en nuestra perspectiva de investigación.
Avanzando más, lo que Winnicott destaca como dimen - Cuerpo materno es también el lugar de las relaeiones
sión de lo informe remite también como a su "origen" a
metonímicas: la posición tan importante de la dimensión
ese cuerpo. Era lo que supra "ilustrábamos" con el mama-
táctil en su seno se valoriza de otro modo asociándola a
rracho en la hoja, como ecografía de una experiencia de
aquella localización. El mismo cuerpo del niño se va ar-
fusión inseparable de esa continuidad dinámico-energética
mando en contigüidad y por contigüidad, en ese equívoco
sin forma que conceptualizamos como informe. De ese po-
"ser parte de". A nuestro entender se funda aquí el carác-
tencial de rica fusionalidad se extraerán por largos traba-
ter más "primitivo" de la metonimia y su subsistencia
jos psíquicos variaciones de estructuración cuyo fondo de
cuando la potencialidad metafórica se halla dañada. Co-
...,, informe no significa la amenaza de un retorno tanático si-
'¡ mo lp señala agudamente Mar ía Torok, si el niño fuera
no una umbilicación nutricia con lo más viviente.
metáfora del pene faltante a la madre no tendría ningu-
De lo que de este informe -que en realidad no "es" una
na salida como sujeto autónomo; en cambio, la ambigüe-
entidad o estado definible- pase a registros posteriores
dad metonímica que hace a la madre y al niño "partes"
depende una serie de efectos de máxima importancia:
contiguas permanentemente desdoblándose en una rela-
que no haya una causación lineal en la vida psíquica, que
ción narcisista es el rasgo decisivo de una situación por
tenga lugar esa indeterminación en cuña en la sobrede-
excelencia informe. 6
terminación, que tome su sentido la espontaneidad, "pro-
La metonimia ordena por contacto, está en el centro
piedad" de la materia subjetiva. La textualidad que lla-
de situaciones adhesivas donde las relaciones metafóri-
mamos cuerpo (materno) se compone de esta urdimbre. cas poniendo en juego discontinuidad y distancia no han
Detengámonos para seguir precisándolo -y no correr el logrado establecerse. A uno de nuestros pacientes -un
riesgo de reiteración de términos sin contenido clínico ex-
pequeño al que le cabe un diagnóstico de psicosis- los
plicitado- en ese otro gran mamarracheo que es el afinar
compañeros de jardín le dicen "queso": amorfo -no es lo
sonoro de un bebé: sin "metáfora" es la estrictura (Derri- mismo que informe, además lo informe conceptualmente
da) de un mamarracho, cuyo rigor estriba en siempre di-
ferir -ningún trazo es reproducido como idéntico a otro
6. Torok, María: "La 'envie du penis' chez la femme", en L' écorce
trazo--, mantenerse entre el dibujo y la letra y sin cono- et le noyau, París, Flammarion, 1986.

244
245
.
no es el adjetivo para una persona, es más bien el adver- considerado, capaz de enunciarse). El acontecimiento del
bio de su actividad lúdica- , de poco sirve a los demás en trazo -tan imposible para nuestra desdichada heroína-
,\;,1
los juegos, y además toma lo que fuere literalmente, sin f;l es un advenir, nuevo, dicho de otra manera, la proposi-
connotación de un sentido figurado. Ahora bien, es de lo '~::~¡1 ción de Freud debe complicarse porque lo que se escribe
más sugestivo el modo en que los padres se adosan a ese ,ji "yo" no sabría emerger y tomar su lugar en la misma es-
funcionamiento dando su propia explicación metonímica: 1
pacialidad donde encuentro lo que se escribe "ello". Es no
le dirían "queso" por lo pálido y lechoso de su tez ... Se re- un primero -diríamos ahora- pero un nuevo adveni-
produce la Jiteralización. miento de la subjetividad -resignificador y reordenador-
¿Qué decir, por último, del espacio donde situamos la del que la niña de la tiza se encuentra excluida. Para ter-
emergencia de fenómenos ele trazo: hoja, pizarrón, mesa minar de entenderlo es necesario reconocer una ambi-
o suelo para la escena de los juguetes, tela donde se pin- '!~1! güedad freudiana (de las más ricas) en cuanto al "yo" en
ta, voz desplegando relatos? En principio, ya lo hemos ¡ este párrafo célebre, pues el contexto -naturaleza anóni-
adelantado, decir de la letra, planteada como un giro ma en sus fuerzas -7 trabajo de la cultura en su efecto de
transformador que hemos sorprendido cuando el niño ju- firma, asunción de un nombre subjetivante- despeja es-
gaba a escribir, pero no es sólo esto; el niüo la vuelve a te "yo" no como el "subsistema" de la "segunda tópica" (la
descubrir garabateando y así traza dibujos propiamente cuarta, por lo menos, si se hace preceder la del "Proyecto
dichos, donde es posible detectar ci~rtas unidades sémi- de psicología" y se intercala la del narcisismo), sede de
cas; también en el paso de musicar a hablar que requie- las defensas y de la angustia, antes bien el "yo" usado co-
re de una nueva marca del cuerpo en el plano mismo de ;,,
mo referencia de que hay en ese lugar algo que responde i,
su voz (lo mismo cuando entrevé la posibilidad de dispo- ,-t: como siendo alguien, al modo en que, interrogado por un
ner los juguetes como elementos de una narrativa). La "¿qué fue ese ruido?" en Ja oscuridad, se escuchara la
voz se vuelve entonces una hoja donde escribir palabras, contestación "soy yo" -7 ese ruido viene de una subjetivi-
paso que sólo se realiza en este espacio así categorizado. dad moviéndose, punto éste del mayor acercamiento po-
Como tal, es el espacio propio de la metáfora y de la abs- sible del término "yo" al más amplio e indeterminado (en
tracción, nos lo enseñaba unas páginas atrás la niña que relación con una tópica sistematizada) de self. (Pero "el
articulaba a Ja luna "su" letra C. Por eso mismo es el es- mayor acercamiento posible" no es una sinonimia, no au-
pacio donde é}l signo cobra dimensión significante. Va a toriza reemplazos.) Extendida sobre estos carriles, la afo-
ser aquí donde se desarrolla tanto lo que llamamos pen- rística sentencia freudiana señala una dirección esencial
samiento corno todo un plano estratificado de actividad del trabajo de lo psíquico como trabajo de subjetivación.
de la fantasía , "mestiza" (Freucl) ahora, en tanto uno de ' ~~' Es también la dirección en la que discurre otro "slo,
sus apoyos es el régimen de la letra (y no sólo los juegos gan" psicoanalítico más contemporáneo, el que dice del
visuales d(~ la especularidad). atravesamiento del fantasma, toda vez que la gramática
El espacio de la hoja es el espacio donde se vuelve pen- del fantasma a la que se refiere tiene el sello "se" de la
··~:'
sable el "Donde Ello era, Yo he de advenir" (he de adve- fuerza impersonal que en tanto tal arrastra al sujeto
nir a f~ste espacio, precisamente, e] único para un "yo" así mientras éste no encuentra el modo de flexionar el "se"

246 247

...
...

hacia la primera persona del singular, 7 que no necesaria- ma como estructura corporal de reconocimiento, y nótese
mente hay que asimilar al ego trascendental de la filoso- en este punto la importancia del movirniento de la escri-
fía idealista o al "yo" del repertorio de la psicología tradi- tura en el acto de firmar, sin él no se constituiría lacere-
cional. "Yo" aquí -como self más generosamente y en monia y él guarda la memoria de la firma, inaccesible a
otros contextos- funciona como "made in", marca de fá- un razonamiento lógico. Hacia los 8 o 9 años ya puede
brica de la subjetividad subjetivante, la subjetividad que aparecer una primera estabílización de ella y por lo mis-
no consiste en una substancia sino en operaciones de mo un nuevo paso de reconocimiento del niño de su sin-
subjetivación desanonimizadoras. (Además, desde la teo- gularidad en un trazo cuya única obligación es la singu-
ría del significante o como su legado, sabemos que la eti- laridad irreductible . Pero es además espej arse en una
queta no es exterior al producto, y de hecho en ella lee- abstracción trazada sin correspondencia icónica con el
mos una serie de cosas relativas al quien del producto). "yo corporal'', y que -paradoja de una abstracción sólo al-
Es todo lo que se juega cuando un chico nos propone "da- canzable psicoanalíticamente- en su seno lleva esos ca-
le que yo era .. .", momento de advenir, momento del trazo racteres de espejo y de cuerpo materno que explican por
actuante en ese "dale ...". qué es tan impensable que alguien no reconozca su firma
Hemos e;<puesto ya algunas reflexiones sobre otro y por qué la exigencia de constancia para que un trazo
tiempo capital en la lucha por el trazo, por advenir a su merezca ese estatuto, la misma constancia exigible a la
través, en el interés del niño latente por la firma, en sus imago especular y a las repeticiones pictogramátiaas .
juegos para armarse de una (característicamente, es al- Hay aún otra particularidad de la estructuración subje-
go que él se debe inventar, que nadie puede darle) que tiva para destacar: la irrupción del deseo de firma coin-
por lo general lo lleva a primeramente imitar la de los cide con el desplazamiento que por primera vez centra la
JI padres hasta diversos tanteos y mudanzas para procu- gravedad del niño en su apellido donde antes sólo se to-
rarse la definitiva. Todo este trabajo ha sido muy poco maba en consideración el nombre de pila, lo cual es tan\ -
considerado por el psicoanálisis pese a su obvio interés bién una intervención de la escuela difiriendo del jardín.
elínico (¿qué diagnóstico nos invitaría a ensayar un ado- (Para la niña de la luna-C, en cambio, ese tiempo aún no
lescente tardío que aún no la tuviera?). Por esa desaten- ha llegado). Y he aquí esta abstracción introduciendo
ción . ¿qué es la firma?, sigue pendiente. otra -la apellidación-; al par que se afirma como mama-
rracho al margen del portarse-bien de la escritura foné-
tica. (Todo esto es una razón suplementaria para tradu-
PREPAHATIVOS DE RESPUESTA
cir "Apellido del Padre" el concepto de Lacan, según lo
proponíamos hace ya mucho tiempo). 8 El círculo se cierra
Empezando por su posición inconsciente de espejo; el
si volvemos a evocar la dimensión metafórica de los pro-
niño firmante se mira y se ve en ella, como "antes" en
cesos de subjetivación, tan palpable en el apellidarse. (El
aquél; por su posición no menos inconsciente de pictogra-
7. Para el planteo de este movimiento sígase el seminario de Jac- S. Véase el capítulo tercero de n uestro libro en común con Marisa
ques Lacan; La lógica del fantasma, Buenos Aires , Escuela Freudia- Rodulfo (Clínica psicoanalítica con niíios y adolescentes: una intro-
na de Buenos Aires, 1987. ducción, Buenos Aires, Lugar Editorial, 1986).

248 249
.
uso habitual que vemos hacer del "Nombre del Padre" in- al diseño del nudo borromeo precisamente para evitar
distingue las vicisitudes y promociones del niño en rela- esas estratificaciones jerárquicas (que por otra parte se
,:¡
ción con su nombre y las que se producen en torno de su
apellido, bastante tiempo después, indistinción que por ¡ propiciaban en su propia teorización). Hemos mostrado
en este mismo empeño los ingredientes y dimensiones es-
supuesto sólo acarrea desventajas en el trabajo clínico, al ·1 pecíficas que cada uno de ellos aporta a la formación de
empaquetarse fenómenos y problemas diversos bajo un la subjetividad. De ahí que ninguno de estos espacios
único rótulo pasando de largo por su diferencialidad. No pueda sustituir a otro, su existencia es irreductible y no
1
es lo mismo, para nada, una pequefía que no puede nom- coyuntural, lo cual va junto con permanentes transfu sio-
·¡
brarse más que en el rodeo ele la tercera persona que un nes entre ellos (en ese sentido la del cuerpo en la firma
niño eon un conflicto insoluble en la apellidación a la 1
es ejemplar). Si lo queremos, en el marco de estas trans-
cual remitirse por la incidencia de fantasmas transgene-
racionales y el ejercicio distorsionado de ciertas funcio-
l
1
fusiones se puede situar con más fisonomía clínica el con-
cepto de represión originaria, sobre el cual tanto ha vuel-
nes que lo llevan a rechazar y a no r econocerse en su ape- to a insistir Silvia Bleichmar. 9 Así, la "atracción" de la
llido legal. En el interior ele lo que el psicoanálisis
conceptualizó "complejo de Edipo", la apelliclación se lo-
l
1
firma por lo informe del garabato es legible y leíble en es-
ta dirección.
caliza como incidente de inscripción decisiva, mientras La aparición de trazos del nombre precluido en dibu-
que los hechos y los entuertos de la nominación de pila jos de firma de niños adoptados renominados (y sin infor-
remiten al narcisismo prímario. Distintos tropismos po- mación explícita sobre esta situación) descubierta por
Marisa Rodulfo 10 parecen confirmar nuestro punto de
.
sitivos y negativos hacia la madre y el padre o hacia las \
famihas de las cuales aquéllos provienen se juegan en es- vista en cuanto a lo no literal de las castraciones y al cor-
ta cuestión. te no del todo como aspecto fundamental de las relacio-
La intrincación en el nüsmo trazo abstracto ele la fir- nes entre los tres espacios. Lo pictogramático dispone de
ma (imposible, recordemos, sin un dominio acabado de modos y de medios para imponer su propia memoria. De
los códigos de la escritura fonética, de elementos que la allí la posibilidad de transfusiones múltiples e imprede-
hacen funcionar en calidad de espejo - el niño cuyo "yo" cibles. En el extremo opuesto nos encontramos con la im-
emergía de un garabato al comienzo de nuestro recorrido potencia de la interpretación cuando funciona sólo como
nos enseñaba ya que toda firma es una paráfrasis de es- un ejercicio intelectual sin acceso a los espacios del espe-
te "yo" que en la hoja quedaba a la altura en que se ve el jo y del cuerpo materno.
rostro en un espejo-) y de caracteres formales que cons- " ... Words without thoughts neuer to heauen go", de
picuamente nos conectan con una a ctividad garabateaclo- nuevo. Para Shakespeare, el pensamiento estaba tejido
ra en pleno funcionamiento, nos permite reforzar una ad- de carne.
vertencia en la que ya habíamos insistido: nuestro
modelo ele cuerpo materno-espejo-hoja no se erige a~ mo- 9. Bleichmar, Silvia: Los orígenes del si~jeto psíquico, Buenos Ai-
res, Arnorrortu, 1989, y Fundación de lo inconsciente, Buenos Aires,
do de una pirámide jerárquica, con pisos inferiores y su- Amorrortu, 1995.
periores; no es ésa la relación entre los tres espacios. La , 10. Marisa Rodulfo. Comunicación personaL Seminario sobre el
tendencia "natural" metafísica a leerlo así llevó a Lacan dibujo infantil dictado en Ja Fundación Estudios Clínicos en Psicoa-
nálisis, 1996.

250 251

.
. 1"·. : ~~~~ "~
.::111 .
,

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··1.H
14. LO ORAL DE VUELTA

·r

Un niño de 9 años cuyos ensayos en torno a la firma


nos acicatearon a reflexionar, inventó una vez un juego
singular: firmar con los ojos cerrados, verificando des-
pués qué tal le había salido. ¿Qué era lo que así practica-
ba? De acuerdo a lo que venirnos desarrollando, sin duda
un paso de desprendimiento del espacio especular nece-
sario para una verdadera consolidación del trazo. 'Ya no
se trata de los largos juegos de ver ser visto, ahora lo que
\
le importa es la subsistencia del trazo más allá de la pro-
~·(1 blemática de lo visible. Situación muy distinta es la de
... nuestra primera niña: para ella los pocos trazos que es
capaz de hacer dependen de que se vea: a) su rostro en el
espejo; b) que los trazos se superpongan a los rasgos .
Como siempre, este proceso de implantación sigue la
. i¡11
alternancia rítmica ya se.11.alada, donde a un tiempo de
fusión en el que para el caso de esta nüía la mano es el
trazo -tiempo en que se operan todas las transfusiones
señaladas- le sigue un tiempo de diferenciación y de cier-
·¡,.,
to desprendimiento no del todo: el espacio ele inclusiones
i:
1f1
recíprocas ya no gobierna él solo. P ero si nada de la fu -
!·~~ t
1,¡ sión al cuerpo materno subsistiera en la firma no sólo no
estaría ésta libidinizada, además sería imposible plan-
tear (y hasta resolver) un conflicto haciendo un dibujo,
no siendo ésta una operación meramente "intelectual".
··:1;,
1 Si lo queremos por razones "didácticas", un poco arti-
ficiosamente, aun podríamos hablar de un tercet tiempo
·~
¡>¡

253
de volver a significar o de suplemento de significación,
Si volvemos sobre esto en la perspectiva del pictogra-
donde el trazo, al que concebimos como mano transfor- ma, al que tanto hemos apelado desde nuestra teoriza-
mada, transforma a su vez la mano de la que salió. Si lo ción de la caricia, resulta un punto importante a desta-
queremos, éste podría acercarse a un esquema como el car que aquél no se hace sólo con pictogr amas; en su
de sustitución metafórica de Lacan , donde el numerador formación como marca de cuerpo intervienen rasgos y
es ocupado por una nueva in stancia y lo de antes cae al trazos del campo del otro, intervienen -para decirlo tos-
denominador como reprimido , pero sólo a condición de camente-- pedaz os del mito familiar: lo que para el obser-
discutir el estatuto de la raya que separa y articula am- vador supuesto conductista es una simple caricia de la
bas posiciones : la única que sirve es la porosa; en reali- madre lleva-como envasados en el pictograma- toda esa
dad no tiene que ser una raya, se representa mejor en on- serie de elementos (que por lo demás modula n una cari-
dulación di scon tinua permanente, más próxima a lo 'í' cia, haciéndola culpable, angustiada o dichosa) . Los ma -
inform e. teriales pictogramáticos que el niño extrae vienen con es-
Para aclarar un poco más estas relaciones es menes- quirlas de todas esas cosas, incluso con dibujos del
~i¡,'
ter tener en cuenta que en el psicoanálisis la distinción ••~;1
cuerpo imaginado. Por eso mismo si un pacientíto me di-
entre las dimensiones literal y metafórica no debe redu- ce jugando "te comía", no es la mejor formulación la con-
cirse a la convencionalidad de s u oposición. Psicoanalíti- sagrada de que lo dice en lugar de hacerlo, afirmamos en
:,:1
camente considerado, lo li teral es lo metafórico, éste se •.:.-;
cambio que me come "en serio" según gustan decir los
encuentra como incrustado en aquél, lo literal es ya uno
<!j
'ii chicos, sólo que en el plano del trazo. Y ahí reside el efec-
....
ele los modos ele lo metafórico , a lo cual hay que estar to propiamente metafórico. Es preciso que algo literal del l.
muy atento para un estatuto rnatizado de lo corporal y de comer, de la succión, de la devoración y de la voracidad
lo especular en el niño así como para justipreciar cabal- pase al decir; no tanto "muerte de la cosa", siguiendo la
mente "metáforas" del tipo de "el trazo es la mano". Ha- fórmula idealista, como transfiguración, nueva figurabi-
ce al problema general de cómo entender las equivalen- lidad, metamorfosis. Sin todo esto, la palabra no tendría
cias en psicoanáli sis, que no es al modo común de ningún peso libidinal.
considerarlas "simbólicas" y punto. Esto es insuficiente. (En sus propios términos, Freud trabajó metapsicoló-
..•.
El psicoanálisis comienza allí donde ternúna o fracasa o gicamente con estos problemas; sus propios términos son
no alcanza la sola co nsideración "s irnbóLica." del símbolo, representación-palabra y representación-cosa, Freud
allí donde a éste le cuelga un pedazo de carne. Si por discute la posibilidad de que el sujeto haya perdido las
ejemplo tomamos la ecua ción comer = a mar, de cuyo al- amarras con esta última y la primera procure infructuo-
cance universal testimonia Lévi-Strauss, esto es tanto samente sustituirla reificándose.)
como decir que no hay coito posi ble (de intensida d eróti- Sobre esta base de no oposición o de diferencias no
ca cierta) sin comerse un poco al otro. Y todo' esto el psi- oposicionales, lo que algunos autores nombran castra-
coanálisis lo tiene que plan te ar forcejeando con términos ción o 'Castraciones simbólicas o simbolígenas, separa
y categorías inadecuadas, neutralizadoras a cada instan- '' 1
luego más firmemente cierta literalidad de cierta meta-
te de la punta que asoma de un pensar otro . foricidad, pero separa lo de la condición de muy unido y
bien unido .

25 4
255

.
.
Fuente de malentendido también, como en sueños o condiciones, de las condiciones para designar con ella
fantasías de muerte de un otro demasiado imponedor en una apertura. La primera entre todas: ese proceso de ex-
el psiquismo de un adolescente, por ejemplo, equívoco de tracción, lo bien arrancado del cuerpo materno, la boca
lo literal por lo metafórico que causa angustia y que co- henchida de pecho. (El uso desbordado y sin precaucio-
rresponde al ,analista lentamente disipar, lo cual no se nes del término cas,t ración a menudo se ha salteado dar
hace desculpabilizando superficialmente sino guiando a todo su tiempo y su envergadura a que el niño "logre la
reconocer la muerte en el trazo. Tampoco aquí es cosa de fusión"). 2 •

pensar en el malentendido como en una especie de A su manera el niño de la parrilla comenta de esto con
"error" que el sujeto cometería, pues "no se trataba de" (y sus conductas de atiborramiento: su boca es de la comi-
ciertas maneras de manejar el concepto "muerte simbóli- da, se llena de materiales que no le sirven para pasar a
ca" hacen acordar más a un deseo de tranquilizar que a otro espacio; su boca queda del lado de la comida. Y a la
un esclarecimiento): no, se trata de, se trata de la muer- niña de la tiza es como si la mano se le cayera por un pi-
te, el malentendido reposa en lo que hemos postulado es- zarrón baqueteado. Insuficiente trabajo de fusión -1 cas-
cribiendo "lo literal es lo metafórico". 1 tración "simbólica" imposible -1 dimensiones de aguje-
Así planteadas las cosas, la castración cumple una reamiento, no necesariamente globales.
función eminente en cuanto a instituir una separación Internado en estos territorios, el psicoanalista que no
algo más espaciosa entre los dos regímenes de funciona- se ha autolimitado en relación a la edad de sus pacientes
miento, el literal y el metafórico o figurado, entre el pla- tiene repetidamente la experiencia de cómo el trabajo
no del signo y el plano del significante tal como hemos con niños fecunda el llevado a cabo con adultos, ilumi-
\ propuesto distinguirlos. Pero nada sería de ella sin el he- nando sectores del material que de otro modo se volve-
11'
cho de cortes bien "físicos" por muy "simbólica" que se la rían difíciles de apreciar en su característica de reflotar
proponga. Su pre-condición es un trabajo de extracción vivencias de instancia. Un hombre de 40 aüos que lleva
exitoso tanto en la niñez como en la adolescencia. Este una existencia desolada, sumida en una retracción no
trabajo de extracción culmina en que algo quede bien :¡¡ exenta de algún componente autista, llega a la siguiente
arrancado del otro, la zonaobjeto culmina a su vez en una l·íli
?¡¡ evocación, trabajosamente recobrada: se trata de la cale-
zona que se apropia del objeto, y es sobre este terreno de sita y, en particular, del juego de sacar la sortija, arran-
consecuciones que tendrá sentido la referencia a la cas- cándola al pasar; recuerda una sensación penosa, de im-
tración. A su turno, la fusión toma su propio sentido de posibilidad total, como si no tuviera brazos para hacerlo,
ser la condición adecuada indispensable para que operen a lo que se aüade un segundo elemento, el de los demás
los procesos de extracción, sobre cuyo fondo y cuya trama chicos apiñados y tomando posiciones adecuadas para lo-
son pensables cortes (no del todo). Dicho desde otro án- l grarlo, en medio de un bochinche excitado que él recuer-
gulo, en las abundantes referencias psicoanalíticas a la
castración ha faltado considerar el delicado punto de sus
·~
,I 2. Winnicott., D.: E l proceso de maduración en el núio y el ambien-
te facilitador, Buenos Aires, Paidós, 1992, cap. XVII; texto fechado en
1963, uno de los primeros lugares en la literatura analítica donde la
l. Véase la e:;cena del "Mira cómo te olvido" en el filme ele Alain fusión es planteada como un trabajo y no como un estado , normal o
Resnais: Hiroshima man amour. patológico.

256 257
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da causarle miedo, miedó a un fermento de cuerpos agru- perarla, es el paciente quien introduce la mano mientras
pados que pudiera lastimarlo, miedo entonces a la vio- su amigo sostiene la tapa demasiado pesada para él, y
lencia del entusiasmo, lo cual lo llevaba a buscar en la que termina por caérsele sobre el brazo de aquél. En los
calesita sitios incompatibles con agarrar la sortija en hechos tan sólo fue un golpe , pero que se asocia reforzan-
cuestión. A partir de esto, fue posible concluir que para él do la arraigada creencia y la teoría de que nada benéfico
el punto es tribaba en que la sortija se llevara la mano en podría esperar de la interacción con otro. Por otra parte,
lugar de ésta posesionarse de aquélla (escena de escritu- lo transferencia! queda convocado y se comprende la pro-
ra de la extracción del cuerpo del otro, inmejorable en su pensión del paciente a interpretar pequeüas modulacio-
vivacidad). De esa castración se guarecía. nes de nuestros encuentros -que yo no lo atendiera con
El análisis de esta situación dio paso a un sueüo puntualidad inalterable, que el consultorio estuviese "in-
transferencial. Él estaba en Ja sala de espera y en lugar vadido" por unas cuantas sillas de más- como acciones
de hacerlo pasar yo me sentaba a su lado allí mismo; ha- motivadas en el no tenerlo en cuenta o hacerlo sentir in-
bía, además, chicos revoloteando alrededor junto con la cómodo. Por más lejos -es lo más instructivo del caso- de
idea de que yo me proponía incorporarlo a un grupo for- la niüez que el sujeto se encuentre, los efectos de una ex-
mado por ellos. Esto le causaba gran enojo. La última tracción insuficiente y nunca consolidada se mantienen
imagen se detenía en uno de estos chicos, con un pie am - en una fragilidad crónica de sus tejidos de fusión. Y eso
putado Oas restricciones en el movimiento eran de tre- es lo que ni siquiera la más "simbólica" de las castracio" ,li
menda magnitud en la vida diaria del paciente). El sue- .¡~ nes puede modificar operando sobre esta base: todo cor-
\,,
ño nos ayudó a entender más profundamente -es decir, ·~
!¡,
te, por mínimo que sea, propenderá a la mutilación, y el
más corporalmente- una especie de recuerdo encubridor potencial -en principio no olvidable- de volver a signifi-
que justificaba la desconfianza extrema de este hombre car ha de tropezar aquí con dificultades que tienden: a ser
- desconfianza de matices autistas- en los beneficios de insalvables.
cualquier relación inters ubjetiva. El recuerdo volvía a Ahora bien, entre las muchas cosas que siguen opa-
llevarnos a los días de la niüez, yendo él al potrero con su cas, el relato de la niüa de la tiza, paradigma de aquéllas,
pelota de fútbol en busca de con quienes jugar. Y he aquí destaca una, la más frontal acaso: ¿por qué la "solución"
que los chicos que encontraba se hacían de la pelota -una ::~ arbitrada es comerse la tiza y no, por ejemplo, dejarla
pelota ele cuero "de verdad"- y lo dejaban de lado. Lo que '¡!
caer o sencillamente no registrar su existencia? ¿Por qué
por fin entendimos es que junto con ella se quedaba tam- ,' ·~ el comer? (Otro niüo, también con un diagnóstico de psi-
bién sin el pie, a su vez así se volvía más inteligible su cosis, avistado en supervisión, extrema este recurso co-
sometimiento pasivo en la escena, su no poder pelear por rroborando de paso los argumentos que hemos desplega-
un lugar. do: se come las uñas pero con un grado tal de violencia e
La interpretación de este recuerdo paradigmático pro- insistencia que destroza sus falanges.) En principio pare-
duce otro como retorno de lo repri:rvido (esta vez era una ce indicarnos una "interpretación" que la niüa hace de su
escena largo tiempo olvidada): jugando a la pelota con fracaso, pues donde todos dirían que es en la mano, ella
otro chico, ésta se les escurre por una tapa de la calle afirma que es en la boca. Le está faltando algo de boca en
parcialmente mal puesta. Entre los dos, intentando recu- ,..\¡ la boca con boca para poder escribir. Abriendo una inte-
.!.·~

258 259

.
.
erecta con préstamos de la boca y del ano, etcétera). Se
rrogación m ás amplia, ¿qué es comer? ¿Qué se hace al co- trata de nuevo, claro, de una perfecta figura pictogramá-
mer? ¿Qué tipo de escritura del cuerpo pone en juego pa- tica. (La reversibilidad en sus principios de este entuba-
ra que tenga incidencia e.n otra tan distinta como lo es el miento se comprueba en las situaciones de vómitos bulí-
escribir "propiamente dicho"? 3 ¿Y es que las más diversas micos, entre otras.)
clestrucciones:vienen a desembocar, como en su desagüe, La experiencia oral , entonces, es la que aporta los ma-
en la "zona .oral" o es que una temprana e insidiosa res- teriales para la constitución de las categorías de lo lleno
quebrajadura en esa zona viene a extenderse sobre las y de lo vacío, los materiales y los instrumentos, como una
demás? pala puede cavar un túnel en la tierra. Bisagra de este
La tentativa de orientar una respuesta tiene que vol- modo el paso de un cuerpq superficie continua informe a
ver a pasar, creemos, por 1a escritura del cuerpo localiza- un cuerpo tejido por una red de tubos. Con el tiempo, es-
da por mí como "segunda" función del jugar, vale decir la tos entubamientos deben ordenarse según una sola. di-
del cuerpo como un laberinto -no un sistema- (laberinto rección, problemática también inexistente en la fase del
que transforma -según lo pautan secuencias de dibujo cuerpo superficie. El niño que jugaba a firmar con los
regulares en los niños- el garabato como superficie ini- ojos cerrados se planteó esto en el espacio de la hoja a1
cial) de tubos, de pliegues en la superficie entubados, tu- añadir una nueva condición para su juego: no levantar
bos cuyo primer acceso psicoanalítico fue toda la dialéc- 11 nunca el lápiz o la tiza ni volver atrás, renunciando para
'~
tica de lo lleno y lo vacío, la dialéctica, también la el caso al recurso de la reversibilidad. '
mecánica y la dinámica. Lo vacío y lo lleno son categorías i En el plano de la hoja, juegue o dibuje, esto dará lugar
nuevas, inexistentes en el plano de la función superficie
cuya única propiedad es la continuidad informe, es im-
portante que volvamos a sorprendernos de ellas; son
s
.,¡

;.1
a multiplicidad de caminos, puentes , escaleras: e1 tubo es
el prototipo de la comunicación.'

afectos que dan lugar a un extenso repertorio de emocio- 1


·.¡
nes filtradas por el trabajo del yo. ,·::1

Resaltado esto proponemos la siguiente construcción:


es el pasaje de la comida, su recorrido "de cabo a rabo",
¡
j
el que va escribiendo lo del tubo como su huella sujeta ll
luego a múltiples transformaciones que dibujan otros tu- '
bos por transposición (por ejemplo el cas? de la vagina

3. Por supuesto estas consideraciones, de sostenerse, tendrían que


involucrar el ·hoy tan sonado campo de la anorexia y los transtornos
alimentarios anexos. Sobre este punto remitimos a Jos desarrollos de
David Maldavsky (Teoría y clínica de los procesos tóxicos, Buenos Ai-
res, Arnorrortu, 1992) y a mi trabajo "El territorio de las fobias ali- 4. A esto hay que agregar las categorí.as de \o duro y de lo blando
mentaria's'', Actualidad Psicológica, n" 216, 1994. Por supuesto, nin- cuya formación empecé a estudiar en el ya citado Estudios clfnicos
guna de estas cuestiones se aclara repartiendo a mansalva el adjetivo (capítulo: "La fabricación de un elemento duro").
de "psicótico".

260 261
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,! 15. EL POBLAMIENTO Y EL VACÍO
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Lleno vacío lleno I vacío
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BJGO D) /

,J., La investigación clínica nos induce a diferenciar dos


modos de relación en ese ciframiento oral de lo lleno y de
lo vacío, siendo el primero aprehensible como una oscila-
ción ambigua entre ambos términos, sin separación de-
masiado definida. Un segundo paso establece la oposi-
'( ción que escribí a su turno, la oposición ya signada por la
i égida de la lógica fálica, donde -si no se trata de una ano-
1; 1 rexia o algo vecino- el término valorizado será el "lleno".
Por otra parte la frecuencia con que encontramos a un
' .J
paciente lleno de vacío o vacío porque lleno nos incita a
'J no magnificar imprudentemente los alcances de aquella
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263
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oposición, cuyo predominio es siempre relativo, sobre to-
1
redondeado o a lo ovoide (puntos A y B del esquema).
do en los estratos en que a los psicoanalistas nos intere- J. "Naturalmente" esta masa se desdobla, a la manera de
sa trabajar. ciertas reproducciones celulares. Y si se quiere decir que
En el pequeño esquema (E) apuntamos una propiedad "no se distinguen" gran cosa una de otra, se podría repli-
directamente desprendida de los procesos de entuba- car que nada distingue tanto como el hecho de que sean
miento, la que da lugar al confuso -pero ineludible- dos. Este hecho es "simbólico" y no sólo "imaginario", y
nombre de "interioridad", y si aquí se la representa por además es una partición bien real.
pares es en razón de la tempranísima incidencia de lo es- Dos en espejo implica un paso decisivo en el entuba-
pecular, que todo lo redobla . miento, consistente en que lo oral se articula a lo visual,
A su vez, todo tubo se apuntala en una superficie (que acoplamiento decisivo para. que en otra instancia se pue-
no conviene pensar como lo más arcaico sino como lo más dan dibujar tubos en espejo o desplegar juguetes en di s-
potente, el dispositivo corporal más violento que existe). posiciones simétricas. Si este acoplamiento no se instau-
Se apuntala en una superficie, no en la sustitución de ra firmemente, esto sólo se dej a escribir en términos de
una superficie. Y actúa sobre ella modificándola: como si una dimensión de agujereamiento, no necesariamente
dijéramos que la invariabilidad de una continuidad sin masivo pero como decía Mercucio "es suficiente", no bace
forma fija permite modificarla una y otra vez. Toda perio- falta que una gran bestia pu eda pasar por él. Sin boca, la
dizacjón (y no tenemos por qué temerle a la periodiza- mirada se queda vacía, la boca sin ella gira en círculo sin
ción, se trata del modo y de los criterios para plantearla, producir avances de valor subjetivo: el niño de la parrilla
no de atraparse inocentemente en la alternativa si/no a "no ve" qué poner donde sólo solo come . Desligadura que
\ su implementación) debe tener en cuenta estas difíciles e desagrega la boca en su carácter de zona, también la po-
intrincaciones para proponer Una serie que no fracase ne de relieve un niüo autista que no acepta el paso a los
demasiado en el terreno de los hechos clínicos. Winnicott alimentos duros (precariedad ele su entubamiento hecho
abrió un claro al seüalar que las fechas no tienen dema- únicamente del correr de lo líquido) o el enfrentamiento
siada importancia, pero no es lo mismo el caso de la se- antagónico entre la mirada y lo pulsivo oral que se juega
cuencia. Los dibujos y los modelados en plastilina que en la anoerxia.
hacen los niüos nos permiten destacar que la "continui- (C): estiramiento verti:cal de la masa o bola cuya uni-
dad sin forma" o "informe" propia de la superficie como versalidad destacará Dolto, replicando el movimiento de
primer modo de la subjetivación se escribe mejor acla- la bipedestación (identificación con el adulto por los ca-
rando "sin forma fija". Es éste el punto que justifica des- minos de la mirada), conquist a en sí misma tan "sim bó-
marcar el concepto de informe en Winnicott de una no- lica" como la del lenguaje o la prohibición del incesto y
ción cualquiera de arnorfia. Lo informe no se signa como
cargada con una dimensión de ideal no menos intensa. 1
privado de forma sino con el potencial multiplicador que
no se cierra sobre ninguna forma fja, sobre ninguna Ges-
talt. Con el tiempo, lo atestiguan bien las producciones l. Aspecto certeramente marcado por Pierre Legendre (L'amour de
de niüos y niñas, esa continua segregación de mamarra- la. danse, París, Seuil, 1980). Su enfoque permite una fácil articu-
lación con el deseo de ser grande t al como hemos procurado ponerlo
cho se aquieta un tanto en formaciones que tienden a lo de relieve.

264 265
~

Aquí también ciertos niños autistas ofrecen el fracaso ex- bral montaba escenas de escritura lúdica donde disfruta-
tremo de su mirada comportándose corno si fueran inver- ba del estar erguida.)2
tebrados, es decir, absolutamente desentubados. Tener en cuenta la tremenda trascendencia de la for-
Y (D ): en algún momento la mano se acopla formida- mación de este dispositivo en lo pictograniático, en los
blemente a la máquina oral visual suplementándola con engranajes más "concretos" del cuerpo, para el ulterior
su propia violencia extractiva, que no tarda mucho en juego del arrojar al que el psicoanálisis ha prestado tan-
duplicarse con las piernas. El tubo dispone ahora de ele- ta atención, subraya la insuficiencia y el portentoso re-
mentos centrífugos : son justamente los daüados en la ni- duccionismo de vertebrar este juego en un hecho de len-
üa de la tiza; en lugar de, por consiguiente, llenar con guaje a secas y a solas, en la "pura" oposición fonemática
trazos ele sus manos un nuevo espacio, se llena ele comer "f'ort /da". En particular esto se asienta en un descuido
el arruinamiento de sus manos (que busque desatascar radical de las funciones subjetivantes y descantes de la
algo en el espejo parece indicar que allí se desacomoda la mano, cuyo deseo de agarrar, corno su "esencia", emerge
independientemente de las vicisitudes del bebé con el
máquina ojos mano boca, "la lleva al taller" de donde al-
lenguaje. Cómo se conjugan, es otra cuestión, en realidad
go no salió bien arreglado, como si dijera "no me veo con
una nueva suplementación del tubo que incorpora una
rnanos ahl, todo Jo que veo es una boca sola"). Más allá
oralidad de segundo grado no ligada al comer sino al so-
de ella y de s u destino, todo el futuro del futuro arrojar y
nar y bastante más tarde al hablar (bastante más tarde
(a veces) traer de vuelta depende dE~ la consistencia de es- si consideramos la densidad de los meses que separan r"
te nuevo tubo con manos (y después piernas ). una cosa de la otra). Un examen menos verbalista de lo \ ..
(Significativa de un desplazamiento inconsciente en el verbal que el realizado por Lacan llama nuestra atención
que no participamos, las sucesivas portadas de El niiio y sobre el papel que los juegos sonoros tienen en el entuba-
el signif'icante acentúan la emergencia de la mano y del miento progresivo del niüo, incluso en la construcción
consiguiente agarrar de una manera no tan en primer misma de las categorías de lo lleno y de lo vacío. Piénse-
plano en el texto.) se, por ejemplo, en los vacíos del silencio depresivo como
Cuando otras circunstancias, corno la parálisis cere- pictograma en el interior del cuerpo, lo mismo que en su
bral o la debilidad mental por razones genéticas, resien- contrapartida el atiborrarniento de palabras o sonoriza-
t en 1a adquisición del tubo erecto en el mismo cuerpo del ciones en los funcionamientos maníacos. Pero retenga-
niúo, el analista está acostumbrado a encont r arse con mos sobre todo que la voz no es sólo objeto a que se des-
identificaciones animales - el niño posicionado más bien prende: paralelamente a la comida, es un instrumento
corno el "monstruo" o el animal doméstico de sus padres-- fundamental para dibujar tubos en lo corporal para vol-
que se instalan y persisten incólumes si el trabajo analí- ver lo corporal anudamiento de tubos. El reaseguro que
tico no las desactiva. Con frecuencia, en estos casos el ni- f en situaciones fóbicas produce cantar, corno el entibia-
¡
ño re pi te jugar a ser el animal en cuatro patas, cuando i rniento de la atmósfera anímica en situaciones deprimí-
no lo actúa directamente. (Curada en cambio de esta 1

identificación, una pequeúa de 5 años con parálisis cere- ,I 2. Véase mi texto "La escritura deshojada", Desbordar, nº 2,
,I
Buenos Aires, 1991.

266 ·~ 267
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das, tiene mucho que ver con ese lleno pictogramático go. ~o es sólo "fantasía": literalmente traga todos los
que procura y que alternativamente acompaña o colorea días litros y litros de gelatina que en tanto sustancia in-
la autoestima en sus agrisamientos. Lacan "amenazó" forme calza justo en lo de que se trata, restituir con una
meterse con este tipo de cosas cuando declaró la "mate- superficie suplementaria un tubo dañado donde el vacío
rialidad" del significante; pero siguiendo los hilos de la mana por sus indebidos agujeros. La actuación del vómi-
lingüística estructural, esa "materialidad" -que tendría, to somete repetidamente a volver a experienciar, trau-
que habría podido conducir a la dimensión pictogramáti- máticamente, el mismo daüo. Media una enorme distan-
ca de la palabra- no podía no disolverse en una idealidad cia con una verdadera fantasía, fenómeno de trazo, como
formalista subrepticiamente dependiente del significa- la de una pacientita que, seductoramente, nos juega a
do. 1 En el caso del trabajo con niños, y con dificultades "¡te como!", mimando la masticación, etcétera, escenifica-
serias por añadidura, esta unilateralidad es particular- ción que bien puede manifestar un deseo edípico transfe-
mente obstructora para el clínico. La constitución del rencia] en la niña.
lenguaje y sus múltiples funciones y efectos debe ser es- Un tercer paciente, un adulto extremadamente obeso
tudiada desde estos dos niveles simultáneamente y ade- aporta otro material esclarecedor, después ele mucho
más sin escindir el juego del significante del jugar del niüo. 1
1
tiempo en que es infructuosa cualquier aproximación a
(A esta altura puede resultar instructivo releer las de- .~ sus opacos ataques de comer que Jo llevaban a "depre-
claraciones de Schreber -o las equivalentes de otro pa- dar" kioscos. Lo primero que el análisis logra empujar a
ciente hipocondríaco o esquizofrénico- sobre el lamenta- un registro algo más comunicable es una especie de aura
ble estado, que llega hasta la necrosis, de sus tuberías.) como la que precede a los accesos epilépticos; en su caso,
\
ésta consiste solamente en una sensación en la boca, co-
"' En resumidas cuentas parecería que algo podemos
mo si dijéramos, prestándole palabras, una suerte de an-
siedad en la boca, ansiedad de órgano como Freud ha di-
contestar: la aparición tan frecuente de lo destruido en la cho "placer de órgano", que él consigue registrar como
boca, que comanda -recordémos1o- nuestra investiga- señal de la inminencia. Testimonia la rotura de tubería
ción, se explica por e l hecho de que a ella le está enco- que se subsanaría con un taponamiento de sustancias
mendada en lo esencial la fabricación del tubo. Aun te- dulces. Cuando, por el contrario, aquellas funcionan sin
niendo muy en cuenta lo intrincado de esa tríada ojos hemorragias se irá poniendo de relieve una eminente
manos boca, en lo que al tubo concierne la boca tiene la función de los procesos de entubamiento que es poblar el
iniciativa y la principal r esponsabilidad, en los dos pla- espacio. Así, una niña que proporciona muchos materia-
nos de su bifurcación incluso, sea como boca de comida les a la investigación emprendida por Marisa Rodulfo , en
sea como boca de palabra. Una joven bulímica nos cuen- cuyo libro la encontramos, se dibuja con su cabeza emi-
ta que su boca , cuando se abre, se abre hasta el estóma- tiendo cubos y otras figuras geométricas, emisión que irá
a parar a la implantación de una casa en la hoja, por
3. Éste no es el lugar para desa rrollar esta cuestión, decisiva-
ejemplo. Así, los procesos de entubar no se constriüen a
mente ana li zada por Derrida en su desconstruccíón de la teoría del
significante. Una vez más, consLi ltese La tarjeta postal, México, Siglo acumulaciones "interiores", tal corno el psicoanálisis lo
XXI, 1984. difundió en los retratos de una oralidad voraz y de una

268 269
·~
.
anahdad retentiva. Las formas del cuerpo entubado "van Otra niña extrae los colores de la pollera de una figu-
saliendo" de la mano del niño que juega y que dibuja. ra que ha dibujado y con ellos arma un arco iris y pilas
Creemos que esta dimensión de poblamiento acompaña y de nubes entrelazadas.
despliega un poco más la proyección sensorial priniaria Claro que sin perder de vista el régimen de inclusio-
con la que Sami-Ali hizo dar una vuelta de tuerca a la nes recíprocas que fija su estatuto a la actividad incons-
manera tradicional de tratar lo proyectivo, que por regla ciente espontánea, por lo que los términos de "exteriori-
solía detenerse exclusivamente en los usos defensivos de dad" e "interioridad" los pinzamos para poner de relieve
la proyección (y aunque la misma Klein y hasta José Ble- su alcance muy relativo. El poblamiento es narcisista, no
ger formalmente encuadran la proyección, en pareja con una "donación" altruista a objetos en contraposición.
la introyección, como proceso de base rnetapsicológica- (Remarquemos el contraste, tan esclarecedor, con esas
mente hablando, en su manera clínica de tratarla no es hojas tremendamente vacías donde apenas se vislumbra
posible distinguir otra cosa que una defensa). alguna silueta humana hecha con débiles trazos, carente
Otra pequeña paciente nos lo confirma as.í: en dibujos del "soplo de la vida", tan coincidente con la s vivencias
bastante típicos -casas con árboles, soles arriba, etcéte- desoladas que en transferencia percibimos de pacientes
ra- ella añade y multiplica, sobre todo en el amplio espa- depresivos. No es lo mismo, nos adelantarnos a señalar
cio intermedio entre tierra y cielo, multitud de corazo- -pues campea un alarmante esquematismo en el psi -
nes, característicamente un elemento de su cuerpo coanálisis cada vez que se encaran los fenómenos del va-
afectivo (una buena muestra de esa coalescencia de re- cío-, cuando los intervalos en blanco del espaciamiento,
el sile~cio de la hoja , está consagrado a un trabajo acti- 1, ••
presentación y afecto en el pictograma según Aulagnier)
correspondiente al entubamiento Oos tubos desembocan vo que no sólo puebla con "objetos"; después de Mallar-
o se transforman en órganos, en "órganos afectos" que a mé, después del "nada en el centro" de Winnicott, inclu-
su türno dan los diversos "equival entes" [Freud] de an- so, ésta es una concepción demasiado rudimentaria, es
gustia y de alegría) . Desparramo de esos corazones colo- como suscribir las creencias corporales de un adicto en lo
ridos que mer ece un matiz: el usual "lleno" "llenar" del que hace a vaciar y llenar.)
vocabulario nuestro, ¿no es o se presta demasiado a con- Ocurre que la mera inferencia escribiendo o diciendo
cepci ones muy toscas del cuerpo imaginado por la teoría? "vacío" es por lo menos confusa sin discutir a través de
Estimamos más adecuado el término de poblar y de po- materiales cuán diferentes estatutos de vacío es posible
blaniiento, dej ando lo 11eno para una inflexión, o más diferenciar. Una adolescente en tratamiento se muda con
adherida a experiencias orales o más descriptiva de pa- sus padres a una casa más grande, donde además ya no
tologías del poblamiento (véase el obeso aburrido y ansio- comparte su habitación. La cuestión es que pasan las se-
so que "se llena" limitando su mano a ser mano de boca manas y no consigue ni fijar un póster, tropieza con un
vacío "lleno" de algo que no deja poner(se) (en) cosas. Es
no disponib le para otras actividades). La distinción nos
una chica que en sesión sólo puede hablar con muchos es-
parece muy ú til para afinar el lápiz tanto en el diagnós-
tímulos por parte del analista. Diversamente, otra ado-
tico como en el trabajo clínico en general. (En este punto
lescente de la misma edad (y con "el mismo" diagnóstico
se nos asocia la caj a de Pandora ... )
en los más bien inútiles cánones psicopatológicos cornu-

270
¡ ¡ ·~
271

l
nes), transcurrido un tiempo despeja su cuarto de casi to- frecuencia esto funciona como un apuntalamiento meto-
do lo que había puesto. Dijérase que hay que hacerle lu- nímico en lo oral que parece ayudar a los trabajos de la
gar a cierto silencio, a cierto blanco en su propio ser, aquí metáfora en que el paciente está empeñado, jugando o di-
lo que necesita poner es el vacío( totalmente ajeno a "depre- bujando. Lo que puebla "recuerda" su umbilicación al
sión" o a "futilidad" esquizoide), siguiendo la inflexión de "llenado" de la boca.
lo que en ella se busca sin búsqueda deliberada. Por el Es la conexión de apoyatura en que fracasa nuestra
momento, prima todo de lo que hay que des-identificarse.
A la primera, en cambio, le lleva un tiempo usar las r niña.'1

sesiones para poner cosas, jugar imaginativamente a qué


se podría introducir en ese cuarto por ahora suyo sólo en
apariencia . Verbalmente la escena es análoga a como si
nos dedicáramos a dibujar y borrar en el pizarrón, propo-
niendo y descartando. Con más tiempo, inferimos ciertas
dificultades en sus trabajos de entubamiento corporal
que se fotografían, por así decirlo, en el estado de su ha-
bitación; "está vacío pero no hay lugar", dice la paciente
llegando a una lucidez auspiciosa (no había lugar corre-
lativamente, puntualicemos, para cuerpo de mujer y ge-
nitáles de mujer en ella, cuya menarca se había hecho es-
.., \ perar por demás) .
A su vez, discriminar en torno al vacío obliga a intro-
ducir la cuestión del agujero, no pensamos ahora en el
"orificio" (Tustin), pensamos en el agujereamiento que
enferma o es expresión d.e enfermedad. No son sinóni-
mos. De hecho un proceso de agujereainiento impide po-
líticas de vacío subjetivante como la que hemos referido;
sobre todo, el agujero no es "falta", vale más retratarlo
como un tumor en expansión, una formación maligna
que se opone por igual al poblar y al despoblar como fe-
nómenos propios de la vida psíquica corriente e incluso
sana.
Este relevamiento no puede dejar ele lado un compor-
tamiento bastante frecuente en el análisis de niños, pa- 4. Sin llegar a ese extremo, otros niños - como un adulto en el que
recido y a la vez hondamente diferente al de la niña de la irrumpe un fumar compulsivo en sesión·- traen esas golosinas y sólo
pueden dedicarse a comerlas, si el analista no regula la situación de
tiza: evocamos esos casos en que niñas o niños disponen otra manera. Se aproximan más a ella, por los caminos de una
caramelos o galletitas que traen a la sesión. Con mucha propensión adictiva incipiente.

272 273
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16. INCONCLUSIONES
'
1\
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Una nena de 6 años dibuja en el pizarrón del consul-


torio un helado, un típico helado, de aspecto bastante su-
culento, emergiendo redondeado, voluptuosamente, de
un cucurucho. El detalle es que a continuación le otorga
rostro, pintándole ojos, boca, etcétera. Es un chiste gráfi-
co, lo hace con ese tono. Sólo que interesa a nuestro asun-
to cuál es la apoyatura en el espacio "cuerpo materno"
que hace posible el chiste en el espacio "hoja": recorde-
mos nuestra "definición" metapsicológica de la boca como \,
un pecho alucinado. Aquí, por otra parte, se pasa de que
el helado esté en la boca a que el helado dibujado tenga
boca: ha salido así de su experiencia de boca este helado
singular y divertido. La pequeñez casual del "ejemplo"
deja entrever de nuevo la complejidad insondable de pro-
cesos de poblamiento silencioso, de fusiones que transfu-
sionan una dimensión viviente de un espacio a otro, de
"pequeñas" experiencias que hacen al bullicio "interior"
de la vida imaginativa. No siempre nos representamos
con el asombro indispensable la fuerza de todo esto cuan-
do asistimos a un niño que puebla el cuerpo tubo qu e
acaba de dibujar con botones y otros pequeños detalles, y
luego colorea esas formas minuciosamente, hasta la últi-
ma gota de blanco. (El desborde frecuente de ese color
más allá de los contornos de la silueta no es índice sólo
de inmadurez, sino también de la apertura de ese pobla-
miento expansivo que ya nos detuvo.)
t
275
Si esto es así, habremos aportado algo para que, de
Es aventurable entonces la hipótesis de que en todo
aquí en más, no sea tan impresionista hablar de sensa-
fragmento hipertrofiado, en cada "pedazo de tiza" de las
ción, de sentir, de sentimiento y de afectividad, términos ·
figuras autistas (giros, aleteos, balanceos, ecolalias) hay
que heredamos , que no podemos eliminar así como así y
un pedazo de madre no metaboliza do, signo opacado del
que no podemos tampoco introducir en la metapsicología
fracaso de un encuentro irradiador de subjetivación. Pe-
de cualquier manera. Así como tampoco nos sirve repro-
dazos de "goce" (Lacan) o de "éxtasis" (Tustin) dando
ducir rutinariamente la distinción freudiana, su arma-
zón más .bien, entre afecto y representación, que funcio- vueltas incesantes porque no hay otra cosa.
nó un trecho para procesar cuestiones relativas a las ¿Retornan como real? Si lo queremos formular así,
neurosis en adultos pero que más allá de eso resulta to- propondría una enmienda personal: no considerar el tér-
talmente insuficiente, sin contar con la pesada carga me- mino "real" real en bruto, en su acepción corriente, antes
tafísica que trae a la rastra. Todo este libro que ya toca a bien pensar cada término de la trilogía que Lacan propo-
su fin puede leerse como una paráfrasis de la proposición ne: a) antedatado por el término "simbólico" (entonces un
de Pi era Aulagnier haciendo del afecto la representación, [simbólico1rea1 vuelve como -diferidor clave- real ; el có-
!
. !
paradoja que si no es leída con cuidado oculta lo esencial: mo en general no ha sido leí.do, pasado por alto), cada
la no pertinencia de esos dos vocablos y de su oposición uno de los registros es interior a un campo simbólico ·-yo
tradicional. diría aquí subjetiuo- que los abarca; b) haciéndolos pasar
Jonathan Miller ha propuesto la idea de considerar to- a los tres , procesarlos, por la categoría de espacio de in-
.da imagen sentida como ficción , al modo de un molde pa- clusiones recíprocas, abismando, volviendo vertiginosa la
ra la gelatina. Claro, ese "molde" está construido con ele- distinción y arruinándola manteniéndola arruinada (en
\
mentos tan varios como nada menos que trozos del mito lugar de eso la escolástica de línea no sabe sino concebir-
familiar así inmiscuido en la entraña de las más "concre- las siempre como un sistema ele oposiciones de fondo bi-
tas" y "elementales" sensaciones "físicas" o tempranas y nario; para la "primera" época de Lacan escribirán I/S,
no tempranas. Asimismo, la metáfora del molde estruc- para el "último" Lacan, IS/R).
turando lo informe de la gelatina se ajusta muy bien al (Lo que dijimos de lo real vale ele la misma forma pa-
proceso descripto de entubamiento de superficies. ra el espejo : el espejo es un acontecimiento simbólico, in-
¿Qué come la niña de la tiza en fin, de cuya desventu- cluso desde el punto de vista antropológico , sus reverbe-
ra partimos y que tan largo camino nos hizo recorrer? raciones imaginarias se inscriben allí.)
Come por lo pronto de una manera no metafórica peda- Llevando la cuestión al extremo, pero sin forzamiento
zos intransformables del cuerpo materno que en otro alguno , la misma "serie" de lo constitucional planteada
sentido no se revelan utilizables para crecer. Guarda así por Freud lleva incrustada la dimensión simbólica, la
una estricta relación de transformación con el sueño de propensión simbólica, escrita en los genes. Ya s in ningún
la monografía botánica de Freud, el insaciable Buch- anacrónico lamarckismo, no hay por qué oponer en este
wurm, este come-trazos. La posesión metafórica del cuer- punto lo innato a lo adquirido.
po materno que es la acción específica del niño vienés se En nuestra propia conceptualización o manera, que
contrapone a la des-posesión metafórica que padece la subsume las diferenciaciones escritas por Lacan que a su
niña brasileña. vez refundían las de la "segunda tópica" freudiana , da-

276
277
mos en pensar lo singular como un exiliado de tipo muy
particular, puesto que va y viene entre cuerpo espejo ho-
ja sin descanso y sin remedio, pues sólo existe y accede a
experienciar en la inestabilidad definitiva de su diferen-
ci.a.
Desde todo y cualquier punto de vista, éste es un tra-
bajo inconcluso . "Por estructura'', "por historia". No es la
idea de lo interminable ni la -banalizada- de la imposi-
bibdad, es un inconclusivo esencial. 1

l.

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1

1
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l. E,l si lencio de las nulas sil encia las "conclusiones''.

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278

' .{t
Biblioteca de PSICOLOGIA PROFUNDA
(últimos títulos pub1icados)

169. Gutton, P. - Lo puberal 1D9. V. Korman - El oficio de analista


172. C.G. Jung - Psicología y educa- 200. ,J.-D. Nasio - Los gritos del cuerpo
ción 201. ,J.E. Milmaniene - El holocausto
173. D.W. Winnicott - El hogar, nues- 202. J . Puget (comp. ) - La. pareja. En-
tro punto de partida cuentros, desen cuen tros , reen-
174. D.W. Winnicott - Los procesos de cuentros
maduración. y el ambiente facil i- 203 . L. Ka ncyper - La confrontació n.
tador generacional
177. P.-L. Assoun - Introducción a la 204. E. Gal ende - ne un horiwnte ln-
meta.psicología freudiana ciertn . Psicoaná.li.~is y salud men-
1?8. O. li'ernández Mouján - La crea-
tal
ción como cura
205. A. Bauleo - Psicormá.l.isis y gru.pa-
179. O.F. Kernberg - La agresión en
las perversiones y en los desórde- lidacl
nes ele la personalidad 206. D.W Winnicott - Escn:tos de pe-
180. C. Bollas - Ser un personaje diatría y psicoanálisis
181. M. Hekier y C. Miller - Anorexia.- 207. l. Berenstein y J. Puget - Lo vin-
Bulimia: deseo de nada • cular
182. L.J. Kaplan - Perversiones feme- 208 . D.W. Winnicott -Acerca di)· los ni-
ninas 1ios
183. E. C. Mer e a - La. extensión del 209. ,J. Benjarnin - Sujetos iguales, ob-
\ psicoanálisis jetos de amor
184. S. Bleichman (comp.) - Tempora- 210. E. Dio Bleichrnar - La sexualidad
lidad, determinación, azar fernenina : de /.a 1ii1la. a la mujer
185. J.E. Milmaniene - El goce y la ley 21.:l. N. Bleichmar y C. Liberman de
186. R Hodulfo (comp .) - Tra.stomos Bleichmar - El psicoanálisis des-
narcisistas no psicóticos p u.és de F're u.d
187. E. Grassano y otros - El escenario 212 . M. Rodulfo y N. González
delsu.eño (cornps.) - La problemática del
190. O. Kernberg - Relaciones amoro- síntoma
sas 213. J. Puget (comp.) - Psicoanálisis
191. F. Ulloa - Novela clínica psicoa- de pareja
nalítica
214. J. McDougall - Las mil y una ca-
192. M. Burin y E. Dio Bl e ichmar
ras de Eros
(comps.) - Género, psicoanális 1:s,
subjetividad
215. M. Budn e l. Mell e r - Género y
193. H. Fiorini - El psiquismo creador familia
194. J. Benjamin - Los lazos de amor 216. H. Chbani y M. Pércz-Sánchez -
195. D. Maldavsky - Linajes abúlicos Lo cotidiano y el inconsciente
196. G. Baravalle - Manías, eludas y 217. I. Vcgh - Hacia una. cllnica. de lo
rituales real
197. J.D. Nasio - Cómo trabaja un psi- 218. J. Milmaniene - Extrwi.as pal'!;jas
coanalista. 219. P. Verhaeghe - ¿Existe la. mujer?
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