JOSÉ  NATANSON  SERGIO  MORRESI  FERNANDO  ROSSO  FEDERICO KUKSO

ANNE VIGNA  MARTINE BULARD  DOMINIQUE PINSOLLE  SERGE HALIMI

el dipló, una voz clara en medio del ruido Capital Intelectual S.A.
Paraguay 1535 (1061)
junio 2021 Buenos Aires, Argentina
Publicación mensual

522005
Año XXII, Nº 264
Precio del ejemplar: $190
En Uruguay: 130 pesos

9 771514
www.eldiplo.org

Dossier

Lejos del consenso inicial, la oposición cuestiona la política sanitaria

frente a un gobierno que no logra encontrarle una salida a la crisis.

Los usos políticos

de la pandemia
Artur Widak / NurPhoto / AFP

Israel-Palestina, sin paz

Escriben: Tras once días de conflicto que dejaron un saldo de 230 muertes palestinas y 12 israelíes,
Alain Gresh
Israel y Hamas alcanzaron un cese el fuego sin condiciones previas. Pero el fin de las
Ezequiel Kopel hostilidades no apaciguó las tensiones en Jerusalén Este ni en Cisjordania. El fondo de
Rubén Paredes Rodríguez la disputa no se solucionará hasta que los palestinos no cuenten con un Estado viable.
2|
Pelopincho
por José Natanson
C
reada a comienzos de los años 70
en la localidad santafecina de San
Carlos Centro por los hermanos
Benvenutti, la pelopincho inno-
vaba respecto de las viejas pile-
tas de tela de algodón encerada,
que se empapaban, resultaban difíciles de limpiar
y desteñían, lo que hacía que los bañistas salieran
coloreados del tono del estampado. Luego de pro-
bar varias opciones, los Benvenutti se decidieron
por una tela vinílica ultrarresistente que prime-
ro importaron de Brasil y luego fabricaron ellos
mismos, con el clásico dibujo de olitas al comien-
zo y un símil venecitas después, en color azul mar.
Llamada así por un personaje de historieta de Bi-
lliken, la pelopincho se popularizó rápidamente
y comenzó a venderse por decenas de miles cada
verano. El Rodrigazo y la dictadura todavía no ha-
bían arrasado con los sueños de consumo y bienes-
tar de la Argentina peronista.
Si las clases altas contaban con pileta en la ca-
sa o la quinta y las clases medias podían ir al club,
las clases populares tenían que contentarse con
el chorro impreciso de la manguera, hasta que la
pelopincho revolucionó para siempre la refresca-
da argentina. Alcanza con recorrer un fin de se-
mana de calor las calles de cualquier barrio po-
pular del Conurbano para escuchar, entre el hu-
mo de los asados, los ruidos de las zambullidas y
los chapoteos de los chicos. ¿Quién no se pateó
con un amigo tratando de estirar las piernas en
el agua de una pelopincho? En verano, las pelo-
pinchos se instalan en patios y terrazas, directa-
mente en las veredas de las ciudades del interior
y hasta en los espacios que forman las esquinas
de los pasillos de las villas.
La pelopincho es la escenografía de El asadito,
la película del rosarino Gustavo Postiglione en la
que un grupo de amigos conversan e intrigan me-
tidos en el agua, mientras se hacen los chorizos.
También una pelopincho, en este caso en medio
de un campo vacío, es la imagen que ilustra la ta-
pa de Los Llanos, la bellísima novela de Federico
Falco sobre un hombre triste que huye-busca-se
encuentra. Y es, por supuesto, uno de los tópicos
recurrentes del enorme artista plástico Marcos
López. Suite bolivariana, la mezcla de pintura y es-
cultura expuesta en el Palais de Glace en el marco
del Festival Buenos Aires Photo de 2009, muestra
a una serie de personajes icónicos latinoamerica-
nos –Hugo Chávez, el Che, Gardel, Evo Morales–
junto a una pelopincho en donde los mediocuer-
pos de Perón y Evita –él en uniforme de gala, ella
con collar de perlas y una flor en el ojal– flotan ale-
gremente en salvavidas (1).
Sobre todo, la pelopincho es el signo de una
obstinación argentina: la reivindicación del dere-
cho al disfrute más allá de crisis, tragedias y ajus-
tes. Y es también un signo de la capacidad del pe-
ronismo para llevarlo a la práctica: ¿qué une los
mejores años de los tres grandes líderes peronis-
tas, Perón, Menem, Kirchner? Fácil: la expansión
del consumo y, como subproducto de ella, la de-
mocratización del ocio. Si la ortodoxia económi-
ca concibe la fiesta como un problema, un placer
populista de corto plazo que hipoteca el futuro, el
peronismo reconoce el disfrute como un derecho
humano. De hecho, parte del rechazo visceral que
provoca viene precisamente de ahí, del repudio
a ese “exceso de placer” que es parte esencial de
cualquier gobierno peronista exitoso.
Repasemos.
Con sus políticas de pleno empleo, salarios
altos y vacaciones pagas, Perón elevó el poder
adquisitivo de las masas y creó la novedosa figu-
ra del “consumidor obrero”, reflejada por ejem-
plo en el boom de heladeras SIAM, que investi-
gaciones posteriores comprobaron como un hi-
to familiar en la memoria emotiva de las clases
populares (2), e impulsó el turismo masivo a tra-
vés de los hoteles sindicales, los viajes grupales
de jubilados y los balnearios obreros. Durante
los primeros años de la convertibilidad y gracias
al milagro con pies de barro del uno a uno, Me-
nem abarató el acceso a una larga serie de bienes
que llegaban empujados por los nuevos vientos
de la globalización capitalista, festejó la aper-
tura del primer shopping urbano de Argentina
(el Alto Palermo, sugestivamente inaugurado un
17 de octubre) y elevó a rango constitucional los
derechos del consumidor en la reforma del 94.
Kirchner retomó el ciclo: durante su gobierno,
los hogares con microondas pasaron del 7 al 45
por ciento, las casas con computadora aumen-
taron del 8 al 57 y las familias con televisor del
93 al 97 (3). En el verano del 2007 se vendieron
un millón de aires acondicionados. Cristina, fi-
nalmente, inauguró Tecnópolis y el Fútbol para
Todos, y Capusotto, el gran intérprete de la épo-
ca, creó la banda Con-Sumo, que con el acento
inconfundible de Luca Prodan proponía “dejar
de pensar, porque pensar es entrenar la tristeza,
y salir a gastar”.
Resultado del recuerdo de la Argentina de la
abundancia de comienzos del siglo XX, de la me-
moria igualitarista del primer peronismo o de la
conciencia de derechos creada por la educación
pública, este auténtico rasgo nacional contrasta
con la situación de otros países latinoamericanos,
donde el derecho al ocio no forma parte de las rei-
vindicaciones de las mayorías.
Por eso el precio de la carne es mucho más que
el precio de la carne. Como escribió Christian Fe-
rrer en un texto clásico (4), la carne es el símbolo
de la riqueza nacional y la primera fuente de nues-
tra puja distributiva, y esto por un motivo simple:
los argentinos exportamos lo mismo que consumi-
mos. En efecto, excluyendo la soja (y hasta cier-
Edición 264 | junio 2021
to punto, dado que funciona como materia prima
para la proteína animal), las exportaciones están
compuestas en un alto porcentaje por productos
que se consumen internamente, como trigo (es de-
cir pan), maíz (es decir polenta, pollo y cerdo) y,
sobre todo, carne. Los chilenos no comen cobre,
los peruanos no comen hierro, los bolivianos no
comen gas. Los argentinos nos comemos nuestra
canasta exportadora.
El problema no es nuevo. Se remonta a la incor-
poración de Argentina al mercado mundial de ali-
mentos entre fines del siglo XIX e inicios del XX,
cuando las exportaciones de lana y cuero permi-
tían utilizar la carne sobrante para consumo inter-
no, fueron reemplazadas por las de carne vacuna
gracias a la llegada de las tecnologías de enfria-
miento y la introducción de nuevas razas, al tiem-
po que la demanda local aumentaba por el arribo
masivo de inmigrantes europeos. No es casual que
el Presidente que reestableció los derechos de ex-
portación haya sido también el primero en ser ele-
gido por el voto popular (es decir el primero que
necesitaba garantizar su legitimidad popular): Hi-
pólito Yrigoyen, que en el marco del aumento de
los precios internacionales de los alimentos debi-
do a la demanda de la primera posguerra intentó
desacoplar los precios internos de los mundiales
imponiendo las primeras retenciones móviles de
la historia argentina.
El precio de los alimentos es hoy el principal
problema político de Argentina. Fuera de la ges-
tión de la pandemia, no hay nada más importan-
te. Cuesta a veces entender la energía volcada a
cuestiones sin duda relevantes pero decidida-
mente ajenas a las preocupaciones sociales, como
la mayoría legislativa con la que será designado el
próximo procurador general, por parte de un go-
bierno al que todos los días se le escapan las tor-
tugas de la leche, la carne y los fideos. ¿Qué hacer
frente a la suba de precios? Alertado por intenden-
tes, líderes sociales y encuestas, el gobierno orde-
nó cerrar por 30 días las exportaciones de carne. Si
se trata de una táctica para negociar desde una po-
sición de mayor fortaleza, la medida puede tener
sentido. Pero si se convierte en una política per-
manente de cuño morenista podría convertirse en
un problema. Como escribió Claudio Scaletta en
el Dipló (5), el cierre de las exportaciones produce
dos efectos negativos: desalienta la producción e
induce una caída de los stocks, lo que finalmente
eleva los precios por falta de oferta; y recorta los
recursos que ingresarían por vía de las retencio-
nes cobradas a esas exportaciones. Scaletta sugie-
re un aumento de las retenciones a la carne y al tri-
go (insumo extendido para la producción cárnica)
como alternativa.
No hay solución fácil. A diferencia de otras pre-
ocupaciones sociales como el desempleo y la inse-
guridad, la inflación es un problema con el que la
 |3

Staff

Di­rec­tor: José Natanson

Re­dac­ción
Pablo Stancanelli (editor)
Creusa Muñoz (editora)
Luciana Garbarino
Nuria Sol Vega

Se­cre­ta­ria
Pa­tri­cia Or­fi­la
se­cre­ta­ria@el­di­plo.org

Co­rrec­ción
Alfredo Cortés

Diagramación
Ariana Jenik

gente, al cabo de unos años, se acostumbra a con-
vivir. Los enormes beneficios de vivir sin que los
precios aumenten de manera constante se olvidan
y la sociedad se habitúa a la gimnasia de correr de-
trás de las ofertas, especular con cuotas y tarjetas
y, los que pueden, ir y venir en el tiqui-tiqui del pe-
so al dólar. Al tratarse de un fenómeno progresivo
que extiende sus efectos al conjunto de la sociedad
(lo que no quiere decir que todos lo sufran de la
misma manera), la inflación impide que un sector
social determinado asuma el liderazgo y articule
una coalición política que la enfrente. No hay fren-
te anti-inflacionario ni luchas contra la inflación
que generen una épica social. Hay, a lo sumo, lide-
razgos que la aplastan mediante un shock dolorosí-
simo, al estilo de Carlos Menem, Fernando Henri-
que Cardoso o Alberto Fujimori, o caminos lentos
y progresivos, al estilo de los países europeos en los
50 y 60. Argentina, que desde hace un par de dé-
cadas figura en el top five de los países con más in-
flación del mundo, sigue sin encontrarle la vuelta.
Decir que la inflación es multicausal es como
decir que el agua moja: una que sabemos todos. El
asunto es ponderar las causas, entender cuál pe-
sa más en cada momento y construir una solución
consistente y, lo más difícil de todo, sostenible. Sin
embargo, la impresión es que últimamente se ha
creado un consenso que parece haber llegado in-
cluso a los economistas liberales. Luego del fracaso
rotundo del macrismo, la mayoría coincide en que,
bajo las condiciones de tiempo y espacio de la Ar-
gentina del siglo XXI, no se puede contener la in-
flación si no se contiene el dólar, y que para conte-
ner el dólar se necesitan... dólares. ¿Y de dónde sa-
len los dólares? Mientras Argentina no logre com-
petir en el mercado del 5G, exportar tecnología de
uno de los comentarios que más le llamó
Co­la­bo­ra­do­res lo­ca­les
la atención en los estudios cualitativos
previos a la derrota macrista en las PASO
de 2019 era la comparación en la frecuen-
Editorial Fernando Bogado
Julián Chappa
cia con la que los sectores populares po- Verónica Engler
dían permitirse un asado: “Con Cristina
todos los fines de semana, con Macri una Bruno Fornillo
vez por mes”. Ezequiel Kopel
La carne, decíamos, es mucho más Federico Kukso
que carne: es el símbolo mítico de nuestra rique-
za nacional, el animal elegido para que los niños Sergio Morresi
de escuela primaria ensayen sus primeras com- Rubén Paredes Rodríguez
posiciones y la zona oscura de muerte y sexo en la Diego Picotto
que se juega nuestra lucha eterna de civilización
y barbarie: es El Matadero de Esteban Echeverría Fernando Rosso
pero también la Coca Sarli pronunciando la frase Josefina Sartora
que condensa la obsesión erótica del ser nacional Bárbara Schijman
(“¿Qué pretende usted de mí?”), desde el fondo del
camión frigorífico de la película de Armando Bo ti-
tulada, precisamente, Carne. Ilustrador
Concluyamos. Gustavo Cimadoro
Resistente como la tela de vinílica de una bue-
na pelopincho, la vocación por disfrutar de la vida Diseño original
y ejercer el ocio constituye uno de los rasgos más
Javier Vera Ocampo
sobresalientes –y valorables– de la cultura popu-
lar argentina. Si el asado es la gran comida nacio-
nal, el precio de la carne no es solo un signo de la Publicidad
capacidad adquisitiva de los sectores populares, Maia Sona
como sucede con la nafta y los servicios públicos;
publicidad@eldiplo.org
es un indicador de la sensibilidad popular de un
cierto gobierno, casi diríamos un medidor de pe- contacto@eldiplo.org
ronismo (por eso el Perón soft del pacto social se
definía como un león herbívoro). Y en este sentido ww­w.el­di­plo.org
agreguemos un último comentario: nadie pretende Fotocromos e impresión: Kollor Press S.A., Uruguay 124,
que Alberto Fernández, que heredó el desastre so- Avellaneda. Le Monde diplomatique es una publicación de
Capital Intelectual S.A., Paraguay 1535 (C1061ABC) Ciudad
cioeconómico del macrismo y tiene que lidiar con Autónoma de Buenos Aires, Argentina, para la República

punta y autoabastecerse de insumos industriales,
es decir mientras no se convierta en un país ple-
namente desarrollado, los dólares seguirán prove-
niendo sobre todo de las exportaciones basadas en
recursos naturales. Por eso es tan sensible el cierre
el drama de la pandemia, solucione en cuatro años
el problema de la suba de precios, que ya lleva una
década y media y que ni Kirchner, ni Cristina, ni
Macri lograron resolver. Pero todavía estamos es-
perando que alinee los planetas y consiga que los
Argentina y la República Oriental del Uruguay.
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de las exportaciones de carne y por eso resultan tan
perjudiciales los cantos de sirena del ambientalis-
mo bobo, la corriente prohibicionista de ecologismo
salarios le ganen a la inflación.g Capital Intelectual S.A. © Le Monde diplomatique y Capital
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extremo que resiste la minería, los hidrocarburos y
la agricultura de alta productividad, precisamente
los sectores económicos capaces de generar las di-
visas necesarias para que el país funcione.
El año pasado fue, según los datos del Instituto
de Promoción de la Carne Vacuna (6), el de menor
consumo de carne de vaca desde que hay registros:
50 kilos per cápita, contra casi 70 en el momento
más brillante del kirchnerismo y un promedio de
80 durante las décadas del 60 y 70. Atribuible tanto
a los cambios en los hábitos alimenticios como a la
etapa de recesión y pérdida de poder adquisitivo
abierta en 2018, la disminución en la ingesta de la
proteína favorita de los argentinos es un termóme-
tro del humor social: cuenta Jaime Durán Barba que
1. Se puede ver acá: www.arte-online.net/Agenda/
Exposiciones_Muestras/Marcos_Lopez2
2. Natalia Milanesio, Cuando los trabajadores salieron de Capital intelectual S.A.
compras. Nuevos consumidores, publicidad y cambio cultural
durante el primer peronismo, Siglo XXI, Buenos Aires, 2014
3. Carla del Cueto y Mariana Luzzi, “Salir a comprar. El consumo Le Monde diplomatique (París)
y la estructura social en la Argentina reciente”, en Gabriel
Kessler (comp.), La sociedad argentina hoy, Siglo XXI, 2015.
Fundador: Hubert Beuve-Méry
4. “Vaca flaca y Minotauro. Ascenso y caída de la imaginación
Presidente del Directorio y
política argentina”, Nueva Sociedad, Nº 179, junio-julio de 2002. Director de la Redacción: Serge Halimi
5. www.eldiplo.org/notas-web/hay-que-subir- Jefe de Redacción: Benoît Bréville
salarios-no-restringir-exportaciones/ 1-3 rue Stephen-Pichon, 75013 París
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6. www.ipcva.com.ar/estadisticas/vista_consumos_promedio.php
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 4| Edición 264 | junio 2021
Dossier
Los usos políticos
de la pandemia

A poco de comenzar la cuarentena, en mayo de 2020, la derecha salía a las calles, dando
inicio a un ciclo de protestas que sigue hasta hoy. Sus consignas son heterogéneas y
van desde el derecho a trabajar hasta la denuncia conspiranoide, pero no deben ser
subestimadas, ya que simbolizan el malestar de amplios sectores con el gobierno.
Política en tiempos de coronavirus

La pandemia como
arma de la derecha
por Sergio Morresi*

Movilización contra el gobierno nacional, Buenos Aires, 25-5-21 (Hernan Vitenberg / Ig: @hernanvitenberg)

E
n abril de 2020, menos de dos
meses después de que comenza-
ra el primer confinamiento, cir-
culó una invitación para desa-
fiar las restricciones a la circula-
ción que el gobierno nacional (en
acuerdo con gobernadores de la oposición) aca-
baba de extender como medida preventiva con-
tra la pandemia. La convocatoria instaba a usar
barbijos y respetar distancias pero también a de-
cirle “basta” al autoritarismo del gobierno. La
“marcha contra el comunismo”, tal como fue pre-
sentada, estaba pautada para el 7 de mayo, pero fue
un fracaso que solo provocó ironías en las propias
redes sociales de donde la iniciativa había salido.
Sin embargo, apenas unas semanas después se
produjo una manifestación en la Plaza de Mayo.
Con banderas celestes y blancas, los participan-
tes no pretendían celebrar la fecha patria sino
mostrar su descontento con la cuarentena. Esta
vez los medios de comunicación tomaron nota
de que algo estaba pasando, aunque resaltaron
el bajo número de asistentes y la disparidad de
las consignas (desde reclamos para poder abrir
negocios hasta la denuncia de la pandemia co-
mo una mentira para instalar un “Nuevo Orden
Mundial” orquestado por Bill Gates o George
Soros). Pero a partir de ese momento, como en
cascada, se eslabonaron cacerolazos, carava-
nas, banderazos, marchas y actos de distinto tipo
contra el gobierno con una frecuencia vertigino-
sa. Pronto los manifestantes pasaron de ser unas
pocas decenas a varios miles, y tanto los líderes
de partidos de derecha minoritarios como
importantes dirigentes y referentes de Juntos
por el Cambio expresaron su adhesión entusiasta
y participaron activamente de las convocatorias.
Siempre es discutible determinar cuándo una
manifestación forma parte de un mismo ciclo
de protestas y cuándo resulta suficientemente
significativa como para tenerla en cuenta por sí
sola. Aun así, cabe notar que, solo en la ciudad
de Buenos Aires, entre mayo de 2020 y mayo de
2021 se llevaron adelante no menos de veinte pro-
testas públicas relevantes en las que los grupos de

derecha jugaron un papel activo y en las que las
temáticas relacionadas con la pandemia ocupa-
ron un lugar fundamental: “cuarentena caverní-
cola”, “infectadura”, “vacunados VIP”, etc. En
muchos casos, las protestas fueron replicadas en
distintos puntos del país. Asimismo, en algunas
provincias tuvieron lugar manifestaciones dere-
chistas que no repercutieron en la Capital. Pero
al mismo tiempo, además de aludir a la pande-
mia, vale notar que estas demostraciones calle-
jeras procuraron poner en primer plano temas
ligados al ideario republicano (como la división
de poderes), a la vertiente liberal-conservado-
ra (como el carácter sacrosanto de la propiedad
privada y la oposición a los intentos de estatiza-
ciones) e incluso a concepciones de la derecha
radical (como la “ideología de género”).
La polisemia y la variedad de las consignas
parecen indicar que la caracterización de esos
actos como “marchas anti-vacunas” o “mani-
festaciones negacionistas” no captan del todo la
amplitud del fenómeno. Más que actos contra la
cuarentena, son manifestaciones contra un go-
bierno considerado de izquierda y populista (en
los muchos sentidos en que el populismo y la iz-
quierda pueden entenderse). Por supuesto, asis-
ten a las marchas personajes que enarbolaban vi-
siones conspiranoides y defienden perspectivas
contrarias a la de la Organización Mundial de la
Salud y a los epidemiólogos y sanitaristas argen-
tinos. Sin embargo, en la mayoría de los casos se
trata de ciudadanos que encuentran una oportu-
nidad para mostrar un descontento genérico con
el rumbo del oficialismo. En una entrevista que
pude realizar en una de estas marchas, una de
las concurrentes me comentó que tenía “mucho
miedo” de contagiarse, pero que aun así era im-
portante para ella estar allí, expresando su com-
promiso con la libertad y contra el gobierno.
Ciclo largo
En este contexto, quizás valga la pena pensar
este conjunto de acciones como una extensión
– bajo las condiciones particulares de la pande-
mia– de un ciclo de manifestaciones orientadas
hacia la derecha que comenzó bastante antes de
la irrupción del coronavirus y que fue adquirien-
do contornos más o menos claros en los actos del
“Sí se puede” que jalonaron el tramo final de la
campaña macrista de 2019. Lo que caracteriza-
ría a este ciclo es la convergencia entre distintos
actores de derecha, desde liberal-conservadores
moderados a nacionalistas-reaccionarios, desde
aquellos identificados con Juntos por el Cambio
hasta quienes veían a Macri como a un “tibio”
apenas aceptable como second-best (1).
Pero, ¿son relevantes las reuniones de algunas
centenas de personas en una plaza o los miles de
likes a un referente en una red social? Sí. Las ma-
nifestaciones importan no solo por lo que expre-
san (ahí están, son esos, piensan tal cosa), sino
por lo que producen (la capacidad de mostrar,
generar identidad, poner temas sobre la mesa de
discusión, de que se visibilicen y converjan gru-
pos diversos, de impulsar iniciativas y poner en
marcha un activismo cotidiano). Pero, además,
en Argentina las manifestaciones de la derecha
tienen distintos grados de performatividad: pro-
ducen efectos.
En un primer nivel, y aquí importa el contexto
de pandemia, la derecha “gana la calle” después
de un largo tiempo en el que el espacio público
era una carta de triunfo que progresistas y pero-
nistas consideraban exclusiva. Ocupar ese lugar,
aunque sea de modo parcial y transitorio, tiene
entonces una impronta épica, ayuda a remodelar
la identidad de la derecha y a apuntalar su visión
de sí misma y del mundo.
Por otro lado, las manifestaciones de la de-
recha acuden a repertorios y a banderas que la
izquierda considera propios. El derecho al tra-
bajo, por ejemplo, fue transformado en el dere-
cho a desobedecer las normas socio-sanitarias,
mientras que el uso de bolsas mortuorias (origi-
nalmente expuestas para denunciar la guerra de
Vietnam o los femicidios) fue resignificado por
las agrupaciones Jóvenes Republicanos y Unión
Republicana para llamar la atención sobre fun-
cionarios y referentes que se vacunaron de modo
indebido, durante un acto en la Plaza de Mayo.
La derecha ocupa el lugar y adopta los ritos y los
conceptos para invertir su sentido, logrando no
solo ganar presencia pública sino también colo-
nizar la base cultural del otro.
En un tercer nivel, la sucesión de marchas y
manifestaciones es una impugnación activa que
coloca a los sectores derechistas en el lugar de
víctimas de una omnímoda opresión populista,
pero también (al mismo tiempo) de la desidia,
la puerilidad y la incapacidad para actuar de un
progresismo empecinado en mirar con nostalgia
al pasado y no reconocer sus limitaciones. Esta
victimización se combina con una suerte de vi-
talismo de la indignación de derecha, en un lla-
mado a la resistencia frente al izquierdismo y en
una mirada puesta de cara al sol. La rebeldía se
vuelve de derecha y las miradas sobre el futuro,
también (2).
Finalmente, el ciclo de manifestaciones im-
porta por el modo en que permitió conjugar
valores y discursos derechistas con expresio-
nes ciudadanas más amplias. En este punto, por
ejemplo, la discusión pública sobre el retorno a
las clases presenciales durante la segunda parte
de 2020 acabó enmarcándose, ya en 2021, en una
serie de iniciativas polarizantes y partisanas so-
bre las que se montaron dirigentes políticos de
centroderecha y de derecha, que se presentaron
como defensores de la educación pública frente
a un izquierdismo al que acusaron de no respetar
los derechos de niños y niñas. La actuación errá-
tica del gobierno nacional y el discurso cambian-
te de algunos sectores del Frente de Todos juga-
ron un rol importante, pero la forma en que se
terminó imponiendo el debate dice mucho sobre
la capacidad de los actores políticos ubicados del
centro a la derecha para hacer confluir y dar un
nuevo marco a reclamos que no les eran propios.
Qué derecha
La alusión a una diferencia –muchas veces olvi-
dada, negada o menospreciada– entre centrode-
recha y derecha es pertinente, porque la prolon-
gación de la pandemia facilitó los deslizamien-
tos entre uno y otro sector. Si en mayo de 2020 la
amenaza del coronavirus había llevado a la ma-
yoría de los líderes opositores a ofrecer su co-
laboración a Alberto Fernández, a medida que
el fracaso del gobierno de Macri se fue alejan-
do en el tiempo y algunas iniciativas oficialistas
se mostraron limitadas, inadecuadas o proble-
máticas, los sectores más inclinados hacia la de-
recha radicalizaron su discurso, incluso contra
sus propios compañeros de ruta. Ya no era solo
la derecha dura la que señalaba tibieza, sino que
entre las filas de Juntos por el Cambio se eleva-
ron voces que, al mismo tiempo que pulseaban
en una pugna interna por futuras candidaturas,
exigían posturas más firmes y extremas. Algunos
dirigentes del PRO llegaron incluso a firmar de-
claraciones internacionales –junto con partidos
de extrema derecha como Vox de España o los
posfascistas Fratelli d’Italia– contra el intento
de “secuestro” regional de “los regímenes tota-
litarios de inspiración comunista” que estaría
siendo promovido por el Foro de San Pablo y el
Grupo de Puebla (3).
El coqueteo de la centroderecha argentina
con el extremismo se puede explicar en térmi-
nos de estrategia electoral y puede ser, por lo
tanto, coyuntural. No obstante, conviene prestar
atención a estos flirteos porque van corriendo el
marco de lo decible. Lo que era vergonzante se
expone a plena luz, lo que era descartado de pla-
no adquiere un lugar relevante. Quizás este gi-
ro carezca de implicancias políticas claras, pero
|5
puede incidir de manera concreta en el conteni-
do de la conversación pública.
De hecho, si alejamos la lente de Argentina y
buscamos una mirada más amplia puede notar-
se que, con especificidades nacionales, las dere-
chas políticas, incluso las extremas, avanzan. La
pandemia ha significado distintas cosas para dis-
tintas derechas. Algunos gobiernos que, como el
de Donald Trump, minimizaron el impacto del
virus y eligieron el discurso de la libertad indivi-
dual sufrieron consecuencias. Pero también po-
dría señalarse a gobiernos de derecha que desde
el comienzo adoptaron una posición más firme
en defensa de la salud pública, como el de Benja-
min Netanyahu. En otros contextos, como en los
Países Bajos, las elecciones de marzo determina-
ron un buen resultado para la derecha.
Aq ue l l o s par ti do s
de derecha o centro-
Entre mayo de derecha que no tienen
responsabilidades de
2020 y mayo de gobierno a nivel nacio-
nal disponen de otro
2021 se llevaron margen de acción. En
condiciones de auto-
adelante no nomía local, por ejem-
menos de veinte plo cuando gobiernan
provincias o munici-
protestas públicas pios, suelen apelar a
una cierta ambigüedad:
relevantes. se benefician de las res-
tricciones impuestas
desde el gobierno fede-
ral y al mismo tiempo las critican por excesivas,
buscando ganar espacio por medio de la diferen-
ciación (4).
Con un panorama tan heterogéneo no resul-
ta sencillo extraer conclusiones. Por lo pronto,
y sin caer en diagnósticos alarmistas, conviene
prestar atención a que la pandemia parece ha-
ber facilitado y precipitado deslizamientos y
convergencias al interior del campo derechista.
Así, incluso si las versiones radicalizadas siguen
ocupando un lugar marginal en términos electo-
rales, son capaces, en parte por esa misma mar-
ginalidad, de extremar sus posturas políticas y
desplegar una agenda que no solo impacta en la
derecha convencional, sino, a la postre, en am-
plios sectores de la sociedad. El impacto concre-
to de este fenómeno dependerá en parte de las
reacciones en el mundo de las izquierdas y los
progresismos. En el caso argentino, todavía hay
actores relevantes que ven la presencia de las de-
rechas como una anomalía, como un espasmo
del pasado, un episodio irritante al que se pue-
de conjurar impugnándolo en un sentido moral.
Hay motivos para pensar que eso no es así, que
no alcanza con indignarse desde la izquierda con
aquellos que se indignan desde la derecha. El de-
safío es ante todo político, e implica una recons-
trucción que también sea renovación. g
1. Véase Sergio Morresi, Ezequiel Saferstein y Martín Vicente,
“Ganar la calle. Repertorios, memorias y convergencias de las
manifestaciones derechistas argentinas”, Revista Clepsidra,
Vol. 8, Nº 15, 2021: https://ppct.caicyt.gov.ar/index.php/
clepsidra/article/view/MORRESI-SAFERSTEIN-VICENTE
2. Véase al respecto, Pablo Stefanoni, ¿La rebeldía
se volvió de derecha?, Siglo XXI, Buenos Aires,
2021; y Alejandro Galliano, ¿Por qué el capitalismo
puede soñar y nosotros no?, Siglo XXI, 2020.
3. Véase la “Carta de Madrid” en https://
fundaciondisenso.org/carta-de-madrid/
4. Ernesto Calvo, “El inepto es el otro”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur: www.eldiplo.
org/notas-web/el-inepto-es-el-otro/
*Politólogo, investigador del CONICET.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
 6| Edición 264 | junio 2021
Dossier
Los usos políticos
de la pandemia

En contraste con una América Latina convulsionada, Argentina atraviesa una rara calma
social a pesar de una crisis que ya lleva tres años. El gobierno despliega una gestión
apaciguadora pero poco audaz, que retrocede cada vez que percibe peligro, y se resiste a
aprovechar la oportunidad abierta por la pandemia de introducir cambios más radicales.

Avances y retrocesos del gobierno de Alberto Fernández

La sociedad aplacada y
el “extremo centro”
por Fernando Rosso*

M
Alberto Fernández en el operativo de vacunación en el Hospital del Bicentenario de Ituzaingó, 5-3-21 (Casa Rosada)

ientras una parte de Améri-
ca Latina se manifiesta con el
lenguaje áspero de la revuel-
ta, la crisis política o la movi-
lización social, la Argentina
contenciosa parece domada
por el gradualismo de los pequeños cambios, aneste-
siada en una agonía infinita o resignada a las mezqui-
nas opciones de los males menores.
El terremoto político chileno, las violentas esce-
nas que tuvieron lugar en las calles de Bogotá o Ca-
li en Colombia, la polarización caliente en Perú o el
desmoronamiento del sueño bolsonarista en Brasil
contrastan con la aparente armonía de una Argenti-
na que todos los días observa el deterioro de sus indi-
cadores sociales, mientras que en la pequeña política
cada diez minutos cambia todo para que diez años
después no cambie nada.
Desde las movilizaciones contra la reforma previ-
sional propuesta por el gobierno de Mauricio Macri
en diciembre de 2017 (que contuvieron tendencias
revueltistas en su seno), se vino impulsando y cons-
truyendo una quietud inédita para los parámetros
históricos de la sociedad argentina. Primero fue la
excusa de la dulce espera del recambio electoral (con
la consigna “Hay 2019”); luego, el aliento a las expec-
tativas por la asunción del nuevo gobierno del Frente
de Todos; y, finalmente, la irrupción de la pandemia.
Sin embargo, en un escenario en el que casi la mi-
tad de los argentinos y argentinas habitan el conti-
nente que se encuentra debajo de la línea de pobreza,
la desocupación, aunque incontable por la distorsión
de la pandemia es, sin embargo, muy alta, y la infla-
ción estalla con cada informe del Indec, la crisis pa-
rece suspendida antes que superada.
La relación de fuerzas, combinada con una crisis
económica de por lo menos una década y agravada por
la pandemia, delineó el sendero estrecho en el que se
mueve el gobierno de Alberto Fernández. La paradoja
–si es que se la puede calificar de esa manera– reside
en que el principal “éxito” autopercibido por la admi-
nistración del nuevo kirchnerismo ampliado (la con-

tención y la función apaciguadora) es también lo que
marca sus límites. Entre el Escila de la relación de
fuerzas y el Caribdis de las limitaciones económicas,
el gobierno no sabe, no puede o no quiere moverse
más allá de los objetivos minimalistas de un “extre-
mo centro”.
Según la definición acuñada por el escritor y ac-
tivista anglo-paquistaní, Tariq Ali, el “extremo cen-
tro” vivió su auge en la vieja Europa en los 90, cuan-
do se produjo el corrimiento hacia el centro de los
partidos socialdemócratas (1). Un desplazamiento
que difuminó las fronteras con la derecha neoliberal
y horadó no sólo la legitimidad política de los pro-
gresismos sino también los pilares de los sistemas
democráticos en los que se apoyaban. La alternancia
entre distintas fuerzas políticas sólo operaba como
válvula de escape para el desencanto que más tem-
prano que tarde seguía a cada ilusión como la som-
bra al cuerpo. Tony Blair y el llamado “Nuevo Labo-
rismo” en Gran Bretaña –que para Tariq Ali fue “la
continuación del thatcherismo por los mismos me-
dios”– era el ejemplo ideal de este modelo político.
Toma de indecisiones
En la siempre sinuosa traducción argentina (con
el peronismo como partido dominante y eje or-
denador del sistema político), el desplazamiento
hacia el centro a partir de la designación de Al-
berto Fernández como gestor de la unidad y la
vuelta de Sergio Massa (un temprano y generoso
colaborador de Macri) habilitó el triunfo electo-
ral y la capitalización de la crisis catastrófica de
la olvidable experiencia cambiemita. Sin embar-
go, como aprendió el macrismo a golpes de crisis,
sudor y derrotas, la audacia táctica o la destre-
za para ganar elecciones no es sinónimo de peri-
cia para gestionar, ni decanta por sí misma en un
programa de gobierno.
Traducido a política concreta, en los grandes
temas el gobierno del Frente de Todos se rigió por
las ambivalencias de una práctica que –un poco en
serio y un poco en broma– fue bautizada como “to-
ma de indecisiones”, un anuncio adelante y diez
pasos atrás.
Un momento bisagra fue la no expropiación de la
cerealera Vicentin en el lejano 2020 y el blindaje que
logró el oligopolio privado del comercio exterior en
manos de un minúsculo grupo de empresas. El en-
deudamiento perpetuo y la estafa de la empresa al
Estado y a los bancos públicos (con triangulación de
productos no declarados hacia países vecinos) recla-
maba una expropiación que, aunque no se realizara
“en nombre del pueblo”, por lo menos podía hacer-
se en honor al decoro y las buenas costumbres. Sin
embargo, el gobierno retrocedió desde donde ni si-
quiera había llegado a avanzar y se allanó al lobby del
poder real que reina en la zona núcleo y que hizo una
defensa cerrada de la empresa al grito de “Vicentin
somos todos”. Una consigna que era también una
confesión de parte.
Muy vinculada con el incidente Vicentin, se pro-
dujo otra (ir)resolución inclinada para el lado priva-
do de la vida: la concesión de la hidrovía, es decir la
licencia de los trabajos de dragado y señalización del
Río Paraná y del Río de la Plata a cambio de un peaje
que abonan los barcos que transitan por allí. El 80%
de las exportaciones nacionales pasan por ese estra-
tégico corredor fluvial. A fines de agosto del año pa-
sado, Alberto Fernández anunció la creación de la
Administradora Federal Hidrovía Sociedad del Esta-
do, integrada por el Estado Nacional y las provincias
ribereñas. Parecía que se encaminaba hacia la esta-
tización, pero finalmente emitió el Decreto 949/20
que ordenó una nueva privatización y prorrogó la
concesión. La triangulación de exportaciones y los
números “contradictorios” que en su momento pre-
sentó Vicentin sobre las cantidades de granos com-
pradas a Paraguay pasaron por esa ruta de la soja que
se mantendrá bajo control de los actuales gestores y
continuará luego en manos privadas.
La legitimación del fraude de la deuda externa fue
otro “hito” del retroceder siempre y rendirse quizás.
La querella penal contra los ex funcionarios macris-
tas que firmaron el acuerdo stand-by con el FMI en
2018, anunciada por el Presidente en el discurso de
apertura de sesiones del Congreso en marzo pasado,
no implicó una revisión o auditoría que sólo podrían
llevar a una conclusión: el desconocimiento sobe-
rano. El informe realizado por el Banco Central en
2020 e incluso la denuncia presentada por el actual
director del Banco Nación, Claudio Lozano, en 2019,
contenían elementos suficientes que comprobaban
el fraude. Pero no hubo investigación –ni de la deu-
da con el Fondo ni la contraída con los privados– y se
avaló la presencia del organismo, que luego de que
llegue a una renegociación controlará la economía
del país por largos años.
Algo similar sucedió en otra área espinosa de la
gestión económica: se tomaron como hechos con-
sumados los tarifazos de los servicios públicos here-
dados de la era Macri. La “grieta” que enfrenta a las
distintas “sensibilidades” del Frente de Todos sepa-
ra (y une) a quienes creen que hay que aumentar algo
con aquellos que consideran que hay que aumentar
mucho. El debate sobre la estructura de los servicios
públicos esenciales quedó desplazado o anulado y el
horizonte de lo discutible se redujo a “cuánto ajuste
aguanta la sociedad”.
Por último, asistimos a la consolidación y profun-
dización de la pérdida salarial que se arrastra desde
hace tres años. Una de las demandas básicas que po-
dría ubicarse en el corazón del mandato electoral del
Frente de Todos (recuperar lo perdido) no ha tenido
lugar. Bajo la gestión macrista, los salarios perdieron
más de veinte puntos y durante el gobierno actual la
caída se profundizó. Según datos de la Encuesta Per-
manente de Hogares (EPH), a fin de 2020 la pobre-
za había alcanzado a más del 45% de la población.
Además del incremento de la desocupación debido a
la crisis económica y la pandemia, los bajos salarios
son uno de los principales factores que explican el
aumento de la pobreza. Los microdatos publicados
por el Indec correspondientes al cuarto trimestre
del año pasado muestran un aumento cualitativo de
los asalariados que pese a tener trabajo viven por de-
bajo de la línea de pobreza: 32,4%.
Para completar el panorama de quienes están aun
más abajo en la escala social, en el preciso momen-
to en el que el país surfea una violenta segunda ola
de la pandemia el gobierno decidió recortar el In-
greso Familiar de Emergencia (IFE) en función de
una ecuación que no puede recibir otro nombre que
un ajuste hecho y derecho, música para los oídos del
FMI. Según un relevamiento de la Oficina de Presu-
puesto del Congreso (2), las erogaciones destinadas
a la pandemia disminuyeron de manera significativa:
“En este rubro las prestaciones sociales y las trans-
ferencias a provincias registraron caídas reales este
año en relación al 2020 de 26,8% y 64,9%, respecti-
vamente. En abril, el gasto Covid fue de 25.602 mi-
llones de pesos, mientras que el mismo mes del año
pasado había ascendido a 230.469 millones de pesos.
En otros ítems, como las estructuras anquilosa-
das de un privilegiado aparato judicial o la posición
dominante de grupos oligopólicos en la industria de
la comunicación con algunos dueños que hegemoni-
zan el mercado de la información, el resultado no es
muy diferente.
Pandemia
Al cierre de esta nota, los muertos por coronavirus
llegaban a 80.000. El “momento PowerPoint” y de
unidad nacional a golpes de filminas fluorescentes
parecía confirmar el axioma del ex presidente bra-
sileño Fernando Henrique Cardoso: “Gobernar es
explicar”. Pero las cifras estratosféricas de aproba-
ción de la gestión presidencial registradas en esa co-
yuntura duraron lo que la primera cuarentena, y el
apotegma pareció virar hacia otro más demandante:
“Mejor que decir es hacer”. Pero es en el terreno de
las realizaciones donde se presentan todas las tona-
lidades de la duda.
La pandemia abrió otro debate: ¿era un límite o
una oportunidad? Si bien es cierto que paralizó gra-
vemente la economía y achicó recursos, también
es verdad que habilitó todos los fundamentos y ar-
|7
gumentaciones posibles para avanzar con medidas
excepcionales. Comparada muchas veces con otras
catástrofes y hasta con una guerra, ¿no legitimaba
acaso resoluciones audaces cuando se trataba nada
más y nada menos que de la salud, la vida y la muer-
te? La respuesta está a la vista, pero el interrogante
queda abierto porque el gobierno no se animó a ex-
plorar el amplio universo de posibles que la crisis
del coronavirus abría en el horizonte. Como sea, los
resultados son claros: en la tierra árida que está de-
jando la peste quedaron, como en toda crisis, gana-
dores y perdedores.
No se trata solo de economía. Entre los aconteci-
mientos que tuvieron lugar durante este año y me-
dio inédito que pareció transcurrir en cámara lenta,
hubo dos reclamos “corporativos” cuyas resolucio-
nes fueron todo un símbolo: el levantamiento de la
Policía Bonaerense en
septiembre de 2020 y la
El gobierno se toma de tierras en la lo-
calidad de Guernica y su
rigió por las posterior desalojo en oc-
tubre del mismo año. Con
ambivalencias métodos extorsivos (que
incluyeron movilización
de una práctica de efectivos armados
hasta la Quinta de Oli-
bautizada vos), los policías lograron
la “paritaria 9 mm” más
como “toma de rápida de la historia, con
indecisiones”. aumentos otorgados gra-
cias a la intervención del
Gobierno Nacional. Por
otro lado, quienes reclamaban un lugar para vivir en
paz fueron desalojados a palos, gases y balas de go-
ma. Las dos facetas del ministro de Seguridad de la
provincia de Buenos Aires, Sergio Berni, quedaron
develadas en estos hechos: el tamaño de su cobardía
ante las sombras azules y su dudoso valor frente a los
condenados de la tierra. (3)
Si se toma la dinámica de conjunto, la derrota-
da experiencia de la derecha macrista parece haber
conseguido, sin embargo, un triunfo: fijó los límites
de lo discutible y hasta de lo pensable. La opción del
gobierno actual se inclina siempre al “extremo cen-
tro”, que implica un allanarse siempre a la imposi-
ción de los poderes fácticos, un triunfo del cálculo
sobre la audacia.
Si releemos el famoso “empate” argentino en tér-
minos futbolísticos, parece difícil salir de ese labe-
rinto si la apuesta se reduce a tirar a todos los juga-
dores atrás. Dicho epigramáticamente, en términos
más políticos: la relación de fuerzas no es un hecho
natural como el pronóstico del tiempo; es una rela-
ción dinámica que se modifica de acuerdo a una lu-
cha de fuerzas vivas. La dificultad para que se esta-
bilicen los famosos consensos duraderos no es un
problema de limitación ideológica, política o de vo-
luntad, sino el producto de una crisis social que de-
rrumba cualquier intento de pacto que reconcilie lo
irreconciliable, por más razonable que parezca la
utopía consensualista.
Pero, además, todo este álgebra termina fortale-
ciendo a los que dice combatir. Con la ironía ácida
y un poco siniestra que lo caracterizaba, Winston
Churchill dijo que “un apaciguador es alguien que
alimenta al cocodrilo esperando que se coma a otro
antes que a él”. Consideraba que era una falta recu-
rrente y riesgosa, porque la política “es casi tan exci-
tante como la guerra y casi igual de peligrosa. Pero en
la guerra sólo te pueden matar una vez; en política
muchas veces”. g
1. Tariq Ali, El extremo centro, Alianza Editorial, Madrid, 2015.
2. “Análisis de la ejecución presupuestaria de la Administración
Nacional – Abril 2021”, 13-5-21. Disponible en: www.opc.
gob.ar/ejecucion-presupuestaria/analisis-de-la-ejecucion-
presupuestaria-de-la-administracion-nacional-abril-2021-2/
3. “Sergio Berni es un relato”, Le Monde diplomatique, edición Cono
Sur, www.eldiplo.org/notas-web/sergio-berni-es-un-relato/soc
*Periodista.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
 8| Edición 264 | junio 2021
Dossier
Los usos políticos
de la pandemia

El apoyo de Biden a una suspensión de las patentes de vacunas contra el Covid reavivó el
debate. La historia de cooperación en la lucha contra la viruela y la polio, la acción enérgica
de EE.UU. para masificar la producción de penicilina y la liberación de tratamientos
contra el HIV muestran que tales acciones producen resultados rápidos y concretos.
Nueva fase de la pandemia

La guerra de las patentes

por Federico Kukso*

D
Cercanías del hospital municipal de Ankara, Turquía, 2021 (Adem Altan/AFP)

esde el arranque del segundo año
de la pandemia de Covid-19, y en
especial a partir de la aceleración
de la vacunación en los países del
Norte, una pregunta cobra cada
vez más fuerza: ¿cómo será recor-
dada la actual crisis sanitaria dentro de cien años?
La pandemia de gripe de 1918, por ejemplo, pese a
haber infectado a un tercio de la población mundial y
matado a entre 50 y 100 millones de personas en todo
el planeta –más personas que la Primera y la Segunda
Guerra Mundial juntas–, con el tiempo fue práctica-
mente olvidada: no hay estatuas o memoriales. De al-
guna manera se desvaneció de la imaginación pública.
Con raras excepciones, no dejó heridas ni referencias
en novelas, pinturas, obras de teatro o películas.
Una de las posibles razones que explican este cu-
rioso fenómeno de invisibilización es que la Prime-
ra Guerra, el gran evento que aceleró la propagación
del virus H1N1, terminó eclipsando uno de los mayo-
res desastres humanos de todos los tiempos.
“La llamada ‘gripe española’ se recuerda perso-
nalmente, no colectivamente. No como un desastre
histórico, sino como millones de tragedias privadas
discretas”, sostiene la periodista Laura Spinney, au-
tora de Pale Rider: The Spanish Flu of 1918 and How
It Changed the World (El jinete pálido: cómo la epide-
mia de gripe de 1918 cambió el mundo). “Las guerras
y las pandemias se recuerdan de manera diferente.
Durante las pandemias, la gente muere en gran nú-
mero en poco tiempo, en una vasta extensión de es-
pacio. Además, no hay un principio ni un final claros,
ni héroes obvios. Las guerras tienen un vencedor; en
las pandemias solo hay vencidos”.
El trauma impone su olvido. El filósofo Walter
Benjamin pensaba que los silencios públicos ante
ciertos eventos son esenciales para superarlos porque
nos permiten dejar atrás las ruinas del pasado. En to-
do caso, esta amnesia masiva provocada por las diver-
sas crisis sanitarias que azotaron el mundo –las epide-
mias de polio, la pandemia de cólera, de HIV/sida y de
gripe aviar o la epidemia de SARS– ayuda a compren-
der la falta de preparación para la crisis actual. Y, so-
bre todo, borra de la memoria colectiva los recuerdos
sobre cómo estas tragedias fueron sofocadas.
Un ejemplo es el de los intentos por eliminar la
viruela en los años 60 y 70. En aquella oportunidad,
la Organización Mundial de la Salud (OMS) asumió
el papel de coordinador global: mantuvo un registro
de técnicas de fabricación de vacunas, evaluándolas y
ayudando a compartir la tecnología a nivel global para
acelerar su producción. Incluso en el momento más
álgido de la Guerra Fría, la Unión Soviética y Estados
Unidos unieron fuerzas para luchar contra el enemigo
común. Esto condujo al mayor éxito en salud pública
de la historia: el 8 de mayo de 1980, la Asamblea Mun-
dial de la Salud declaró oficialmente: “El mundo y to-
dos sus habitantes se han liberado de la viruela”.
Muchos lo han olvidado, pero otra pandemia vi-
gente, la de VIH/sida, proporciona también una guía
de acción para combatir al coronavirus: a finales de los
años 90, los medicamentos antirretrovirales para tra-
tar la infección por VIH eran básicamente inasequi-
bles en los países en desarrollo –en particular en Áfri-
ca– porque las compañías farmacéuticas se negaban a
liberar las patentes. Una ardua batalla que enfrentó a la
industria farmacéutica con activistas, médicos, ONG
y líderes políticos de Sudáfrica e India derivó en 2001
en la llamada Declaración de Doha de la Organización
Mundial del Comercio, que reconoció el derecho de
los gobiernos a tomar las medidas necesarias para eli-
minar las barreras de propiedad intelectual con el fin
de priorizar la salud pública frente a los intereses co-
merciales y producir versiones genéricas de los trata-
mientos. Los precios cayeron de mil a cien dólares en

pocos años. Lejos de perjudicar a la industria farma-
céutica, la liberación de las patentes marcó el comien-
zo de una era de medicamentos contra el VIH.
La situación se repite hoy. Un puñado de empre-
sas con fines de lucro, protegidas por gobiernos cau-
tivos, tienen la clave de resolver la pandemia. Se nie-
gan a compartir el conocimiento y la información
que podrían acelerar drásticamente la producción
y distribución de dosis y salvar millones de vidas al
remediar el acceso desigual de la inmunización, una
situación conocida como el “apartheid de las vacu-
nas”. Como ocurre con la lucha contra el cambio cli-
mático, las estructuras endémicas del capitalismo
están asfixiando la capacidad para actuar coopera-
tivamente por el bien común.
“En el pasado, los gobiernos intervenían en si-
tuaciones de emergencia sin tener necesariamente
mucho respeto por la propiedad intelectual –señala
Graham Dutfield, profesor de gobernanza interna-
cional en la Universidad de Leeds en el Reino Uni-
do, especializado en propiedad intelectual y derecho
comercial–. Ahora son mucho más reacios. Casi se lo
ve como un crimen. Pero los gobiernos deben actuar
por el interés público.”
La tiranía del mercado
Hasta hace poco más de un año eran desconocidas
para el gran público, pero en los últimos meses co-
menzaron a protagonizar las noticias. Empresas far-
macéuticas grandes y no tanto, como Pfizer, Moder-
na, BioNTech, AstraZeneca y Johnson & Johnson, se
han convertido en nombres familiares, cotidianos,
sinónimos de las vacunas para el coronavirus y, por
ende, de esperanza. Para algunos, representan los
grandes campeones –y salvadores– de la pandemia.
Pero están lejos de serlo.
En países donde impera la salud pública y en los
que hay una fuerte regulación de precios de medica-
mentos, el sector conocido como “Big Pharma” sue-
le pasar desapercibido. Pero en países como Estados
Unidos es sinónimo de maldad corporativa. Después
de años de aumento de los precios de los tratamien-
tos y de su papel protagónico en la crisis de los opioi-
des, esta industria es vista como poco confiable. Lo
mejor que le pudo pasar fue la pandemia, que le dio
la oportunidad de redimirse, revertir décadas de ma-
la imagen y obtener ganancias ilimitadas.
Hoy se muestran como los grandes vencedores. Y
en efecto, en un hito científico de la misma altura que
el programa Apollo, no una sino varias vacunas efica-
ces y seguras fueron desarrolladas a casi un año del
descubrimiento del virus SARS-Cov-2. El pequeño
gran detalle es que ninguna de las vacunas autoriza-
das para su uso de emergencia surgió exclusivamen-
te de los programas de investigación internos de es-
tas empresas. Todas recibieron una inyección masi-
va de dinero público –como la Operación Warp Spe-
ed en Estados Unidos, que les otorgó 18.000 millones
de dólares– y se basaron en investigaciones anterio-
res financiadas con fondos públicos.
AstraZeneca adquirió la vacuna desarrollada por
la Universidad de Oxford, respaldada por el gobier-
no del Reino Unido, fruto de lo aprendido previamen-
te de las epidemias de SARS y MERS. Pfizer se aso-
ció con la pequeña empresa alemana BioNTech –que
obtuvo más de 500 millones de dólares del gobierno
alemán–, en tanto que la compañía Moderna recibió
2.500 millones del gobierno estadounidense. “Esta es
la vacuna del pueblo. La vacuna de los Institutos Na-
cionales de Salud. No es simplemente la vacuna de
Moderna –dice Peter Maybarduk, director del Pro-
grama de Acceso a Medicamentos de la ONG Public
Citizen–. Los científicos del sector público ayudaron
a inventarla y los contribuyentes están financiando su
desarrollo. Debería pertenecer a la humanidad.”
En realidad, la principal contribución de las gran-
des farmacéuticas fue la logística para organizar los
ensayos clínicos a nivel mundial –en los que partici-
paron países del Sur global como Argentina– y acele-
rar la producción en tan solo unos meses. A cambio,
los gobiernos simplemente recibieron la oportuni-
dad de comprar las vacunas resultantes a precios li-
geramente por debajo del mercado.
A diferencia de lo que ocurrió con la viruela, no
existe hoy un plan general para organizar la produc-
ción de vacunas contra el coronavirus o para socia-
lizar los conocimientos y avances. Su fabricación y
su distribución se han dejado completamente en ma-
nos del mercado. Solo hay compañías farmacéuticas
–con sus propias fórmulas, cadenas de suministros
y contratos secretos– que negocian individualmente
con gobiernos desesperados por inmunizar a su po-
blación y recuperar sus economías.
Las compañías farmacéuticas asumieron escasos
riesgos a la hora de desarrollar la vacuna y ahora co-
sechan las ganancias y protegen celosamente sus pa-
tentes, mientras miles de personas mueren por día.
De hecho, la pandemia no solo mató a más de diez
millones de personas, según nuevas estimaciones,
también creó 40 nuevos billonarios, entre ellos el di-
rector ejecutivo de Moderna, Stéphane Bancel, y el
cofundador de BioNTech, Uğur Şahin.
En este contexto de nula colaboración interna-
cional apareció un nuevo desequilibrio: la brecha
entre países ricos y pobres se amplió. Los países de
ingresos más altos, que representan el 16% de la po-
blación mundial, compraron colectivamente mil
millones de dosis más de las que necesitan: Gran
Bretaña ordenó más de 9 dosis por cada adulto y
Canadá más de 13. Hoy están cerca de vacunar a la
mayoría de sus poblaciones.
En contraste, solo el 0,3% de las más de 1.250
millones de dosis que se han aplicado en el mundo
se administraron en países de ingresos bajos y me-
dios, que recurrieron a Rusia y China para proteger
a su población. Mientras que en Estados Unidos ya
se vacunan adolescentes, 7.000 millones de perso-
nas aguardan recibir un pinchazo y el coronavirus
sigue devastando los países más pobres de Asia,
América Latina y África.
Patentes
Anticipando esta situación de escasez y avaricia cor-
porativa –en una especie de déjà vu de lo sucedido
con los antirretrovirales a fines de los 90–, en octu-
bre de 2020 Sudáfrica e India se volvieron a unir pa-
ra reclamar ante la OMC la suspensión temporal de
las patentes de vacunas y medicamentos contra el
Covid-19. Desde que anunciaron su intención de pre-
sionar por una liberación de las patentes, los países
de mayores ingresos como Estados Unidos, la Unión
Europea, Suiza y Japón, que son también el hogar
de las principales farmacéuticas, y sorpresivamente
Brasil, bloquearon la propuesta.
En los últimos meses, un conjunto de premios No-
bel, líderes políticos, activistas, decenas de naciones
y la propia OMS han apoyado el reclamo. Todo indi-
caba que sería nuevamente postergado cuando el 5
de mayo pasado, en un gesto histórico, el gobierno de
Joe Biden se pronunció a favor de la renuncia tempo-
ral de las patentes.
Habían pasado pocas horas del anuncio de Biden
cuando los CEO de las farmacéuticas y sus medios
afines –de The Wall Street Journal a Financial Times
y The Economist– exhibieran casi en sincronía su des-
contento, al igual que el gobierno de Alemania, sede
de farmacéuticas como BioNTech y CureVac. Las em-
presas aducen que ceder la fórmula es solo el primer
paso para producir estas vacunas de ARN mensajero
extremadamente complicadas. Los laboratorios de-
ben estar diseñados específicamente con equipos es-
pecializados y contar con el conocimiento adecuado.
Argumentan además que una multiplicación de com-
petidores conduciría a un tironeo por los ya escasos
ingredientes básicos: la vacuna de Pfizer/BioNTech,
por ejemplo, necesita 280 componentes de 86 pro-
veedores en 19 países. Sostienen también que podrían
surgir problemas de calidad, seguridad y eficacia.
En especial, el sector de las Big Pharma denun-
cia que liberar las patentes atenta contra el motor de
su industria: la innovación. “Históricamente, la ra-
zón de ser de las patentes ha sido la de brindarles a
las empresas farmacéuticas un período necesario de
protección legal para que recuperen sus costos tras
invertir grandes cantidades de dinero en investiga-
ción y desarrollo de medicamentos –explican Robin
|9
Feldman y Evan Frondorf, autores de Drug Wars:
How Big Pharma Raises Prices and Keeps Generics
Off the Market (Guerra de drogas: cómo las grandes
empresas farmacéuticas aumentan los precios y dejan
a los genéricos fuera del mercado)–. A cambio, la so-
ciedad se beneficia de los nuevos tratamientos y es-
peramos que algunas de las ganancias se devuelvan
a la investigación y desarrollo de productos futuros.”
Pero en este caso no hubo riesgo ni inversión to-
talmente propia sino un cuantioso apoyo público.
Además, lejos de lo que se piensa, la propuesta de
suspensión de patentes tiene antecedentes. Duran-
te la Segunda Guerra Mundial, los gobiernos de Es-
tados Unidos y el Reino Unido se propusieron pro-
ducir de manera masiva penicilina, el primer an-
tibiótico descubierto en 1928 por Alexander Fle-
ming. Cuando investigadores de Pfizer encontraron
la manera de hacerlo, la
Junta de Producción de
A diferencia de lo Guerra de Estados Uni-
dos obligó a la empresa
que ocurrió con la a que renunciara a la pa-
tente y compartir su fór-
viruela, no existe mula. Esto aumentó rápi-
damente la capacidad de
hoy un plan general producción, y la penicili-
para organizar na se volvió barata y am-
pliamente disponible. “A
la producción de largo plazo, la industria
farmacéutica estadouni-
vacunas contra el dense se benefició de esa
combinación de cono-
coronavirus. cimientos y experiencia
para desarrollar otros an-
tibióticos –recuerda Dut-
field–. Esto ayudó a las empresas a convertirse en los
líderes mundiales en el campo.”
Patentar el sol
Vacunar contra el coronavirus a toda la población
del mundo no solo es un imperativo moral. También
debería preocuparles a los propios habitantes de los
países ricos que ya han sido vacunados: el acceso
desigual a las vacunas amenaza la vida en todas par-
tes. Cuantas menos personas se vacunen, más proba-
ble será que surjan variantes resistentes a las vacu-
nas. A los únicos que les conviene que las cosas sigan
como están es a las grandes farmacéuticas, ya que les
garantiza ingresos millonarios permanentes en for-
ma de dosis de refuerzo por varios años.
En este contexto, más allá de las deliberaciones
en la OMC, que durarán meses, lo interesante a se-
guir serán los efectos geopolíticos provocados por
el anuncio de Biden. Es probable que, a medida que
sus poblaciones se vacunen y aumente la produc-
ción, más países ricos se verán moralmente obliga-
dos a donar las dosis de sobra a la iniciativa COVAX
de la OMS y a levantar las trabas a las exportaciones
de materias primas, una forma de contrarrestar el
avance de China y Rusia. Por otro lado, ante la (leja-
na) posibilidad de perder el monopolio si las paten-
tes se universalizan, los gigantes farmacéuticos oc-
cidentales podrían verse movidos a firmar acuerdos
de transferencia tecnológica, como AstraZeneca hi-
zo con el Serum Institute de India y con mAbxience
y la Fundación Carlos Slim.
Pero otros exigen más: la ONG PrEP4All, por
ejemplo, ha recomendado que Estados Unidos
–principal financiador de Moderna– cambie a un
modelo de producción pública para ampliar rápida-
mente la capacidad de fabricación de dosis.
En la historia de las pandemias y de la ciencia hay
varias lecciones a tener en cuenta. En una entrevis-
ta en los años 1950, el periodista Edward Murrow le
preguntó a Jonas Salk quién era el propietario de la
patente de su vacuna contra la polio. El virólogo esta-
dounidense respondió: “Bueno, la gente, diría yo. No
hay patente. ¿Podrías patentar el sol?”. g
*Periodista científico, miembro de la comisión directiva de
la World Federation of Science Journalists. Su último libro
es Odorama. Historia cultural del olor, Taurus, 2019.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
10 |
Gracias a Bolsonaro, los militares gozan de una representación inédita
en el seno de la administración pública brasileña. Los desacuerdos
entre el jefe de Estado y generales de alto grado alimentaron
rumores de un golpe de Estado. Pero, ¿por qué los militares
abandonarían el barco que pusieron a flote y del cual tienen el timón?
Una lenta colonización del poder
Brasil, democracia
militarizada
por Anne Vigna*
E
sta es la historia de un gran
malentendido. El 30 de mar-
zo pasado, los jefes del Ejér-
cito, la Fuerza Aérea y la Ma-
rina de Brasil anunciaron su
renuncia conjunta. La prensa estalló de
júbilo: para ella, el presidente Jair Bol-
sonaro, al que vitupera, acababa de ser
abandonado por los militares. “Misión
cumplida”, tituló el diario Folha de São
Paulo el 31 de marzo, mientras su prin-
cipal competencia, el Estado de São
Paulo, subrayaba la “resistencia del Es-
tado Mayor a las pretensiones de Jair
Bolsonaro de incluirlo en una aven-
tura autoritaria” (1). Una semana an-
tes el Presidente había dicho a sus se-
guidores: “El pueblo puede contar con
las Fuerzas Armadas para defender la
democracia y la libertad”... o sea: para
defender el derecho a oponerse a las
restricciones impuestas por algunos
gobernadores frente a la pandemia de
Covid-19. Pero esta vez rebalsó el va-
so, aseguraban los medios brasileños,
a menudo replicados por la prensa in-
ternacional: la dimisión de la terna de
altos mandos demuestra que los mili-
tares ya no dejarán que el Poder Ejecu-
tivo dicte su conducta. El diario econó-
mico Valor concluía que no existe hoy
“riesgo alguno de politización de las
fuerzas militares” (2).
La realidad es muy distinta. “Es
cierto que los militares activaron sus
contactos en el seno de la prensa para
hacer pasar ese discurso, pero es muy
poco creíble a la luz de los hechos”,
estima Christoph Harig, investigador
de la Universidad Helmut Schmidt de
Hamburgo. En realidad, la operación
de comunicación apuntaba a presen-
tar a los militares como querían apa-
recer: los garantes de la democracia,
los únicos capaces de poner un freno a
lo que la elite política y mediática de-
nuncia como la “locura bolsonarista”.
Especialista en militares brasileños, la
historiadora francesa Maud Chirio am-
plía: “En efecto, hay algunos desacuer-
dos entre el Presidente y los militares.
Pero los militares ya están en el poder.
Están más politizados que nunca y no
tienen ninguna intención de dejar sus
puestos”. La “ruptura” anunciada por
la prensa se parece más a una simple
rencilla. De hecho, no le quitó el sueño
al presidente Bolsonaro: tres semanas
después de la renuncia que iba a cam-
biar todo, amenazaba nuevamente con
hacer intervenir a “su Ejército” contra
los gobernadores que juzga demasiado
poco dóciles (3).
Presencia inédita
El discurso que erige a los cuerpos ar-
mados al rango de campeones de la de-
Cláudio Tozzi, Parafuso, 1973
mocracia es un estribillo muy conocido
en Brasil. Ese mismo 31 de marzo, ani-
versario del golpe de Estado de 1964 y
de la instauración de una dictadura que
duró 20 años, ofrece tradicionalmente
la ocasión de proclamarlo a través del
también tradicional comunicado del
Ministerio de Defensa que se lee en
todos los cuarteles del país. Este año,
el flamante ministro –su predecesor
Edición 264 | junio 2021
había sido destituido dos días antes por
el Presidente en una reestructuración
de su gabinete– declaró: “Hace 57
años, las Fuerzas Armadas asumieron
la responsabilidad de pacificar el
país para garantizar las libertades
democráticas que disfrutamos hoy”.
En aquella época, la amenaza era
comunista. Hoy el Ejército se enrola
con Bolsonaro en nombre de la “lucha
contra la corrupción” y contra la “des-
composición de los valores”, estima el
general de reserva Paulo Chagas, parti-
dario del Presidente.
Aunque las Fuerzas Armadas no son
las únicas responsables de que Bolso-
naro accediera al poder (4), de todas
formas cumplieron un rol clave. Su to-
ma de posición más significativa (y más
eficaz) contribuyó a excluir a Luiz Iná-
cio Lula da Silva de la campaña presi-
dencial de 2018, cuando las encuestas
lo presentaban como el gran favorito.
El 4 de abril de 2018, en Twitter, en la
víspera del juicio decisivo en la Cor-
te Suprema que trataba un recurso del
ex jefe de Estado para evitar su encar-
celamiento, el entonces jefe del Ejér-
cito, el general Eduardo Villas Bôas,
había amenazado al país con una in-
tervención militar en caso de una de-
cisión favorable a Lula. Luego se supo
que ese tuit había sido redactado con el
consentimiento del Estado Mayor: re-
flejaba no sólo la opinión del oficial al
cual Bolsonaro le haría un homenaje en
2019 como “uno de los principales res-
ponsables de su elección”. Según un es-
tudio sobre los militares abonados a la
cuenta Twitter de Villas Bôas, al menos
115 militares en actividad, seguidos en
su conjunto por cerca de 670.000 per-
sonas, publicaron 3.427 tuits de carác-
ter político entre abril de 2018 y abril
de 2020 (5). Normalmente prohibido
por la disciplina militar, este activis-
mo, así como la campaña a favor de Bol-
sonaro en los cuarteles, no dio lugar a
ningún tipo de sanciones.
Una vez que su favorito fue elegido,
los generales incrementaron su pre-
sencia en el seno de la administración
pública a un nivel jamás visto incluso
en la época de la dictadura. Según un
informe del Tribunal de Cuentas de la
Unión (TCU), en julio de 2020, 6.157
militares, la mitad de ellos en activi-
dad, ocupaban puestos normalmente
reservados a los civiles. En 2016, cuan-
do Dilma Rousseff estaba en el poder,
llegaban a 2.957 (sin que en ese perio-
do se hubiera producido una inflación
particular del número de funciona-
rios). El ascenso de los militares ha si-
do una constante en los mandatos del
Partido de los Trabajadores (PT). El
ex presidente Lula (2003-2010) había
preferido desprenderse de su primer
ministro de Defensa antes que enfren-
tarse a ellos, y ningún general fue cas-
tigado por las críticas –bastante nutri-
das– a su política, en particular en lo
que concierne a la demarcación de las
tierras indígenas. Rousseff, en el poder
de 2011 a 2016, aprobó la participación
de los militares en misiones de “pacifi-
cación” en las favelas de Río de Janeiro,
en particular durante las operaciones
de “seguridad” vinculadas con la Copa
del Mundo de Fútbol en 2014 y con los
Juegos Olímpicos de 2016 (6).
La “elite de la nación”
Hay pues una continuidad, con la sal-
vedad de que las responsabilidades que
se confían a los militares actualmente
revisten otra importancia: 7 de los 23
ministros son oficiales, quienes dirigen
16 de las 26 empresas que controla el

Estado, empezando por la principal, la
empresa de hidrocarburos Petrobras.
“Hay más militares en la administra-
ción de Brasil que en la de Venezuela,
descripta por Brasilia como un ‘régi-
men militar’ –observa Marcial Suarez,
profesor de Relaciones Internaciona-
les de la Universidad Federal Flumi-
nense (UFF) de Río de Janeiro–. En
realidad, yo no veo ninguna democra-
cia que tenga tantos generales en pues-
tos tan elevados.”
Para Adriana Aparecida Marques,
investigadora en temas de Defensa de
la Universidad Federal de Río de Ja-
neiro, no es casualidad que la “clase
de Haití”, como se la llama, se encuen-
tre al mando del país. Nueve militares
de alto rango de la reserva, que ocu-
pan hoy funciones de primer orden en
Brasilia, fueron parte de la misión de
la ONU para la estabilización en Hai-
tí (MINUSTAH) que Brasil dirigió de
2004 a 2017. “Uno de los objetivos de
esa misión era justamente evitar la po-
litización de las Fuerzas Armadas ale-
jándolas de la escena política local. Pe-
ro produjo el resultado exactamente
inverso, porque las tareas que les con-
fió la ONU no eran únicamente milita-
res, sino también políticas”, explica la
investigadora.
Luego de esta misión, que los mi-
litares brasileños consideraron como
un éxito (7), a pesar de que suscita-
ron un mar de críticas, comenzando
por las de las ONG haitianas, ya esta-
ban disponibles para servir a su país.
Un golpe de suerte para Bolsonaro,
quien, sin partido político digno de
ese nombre, carecía penosamente de
cuadros para poblar su gobierno. Y co-
mo lo recuerda João Roberto Martins
Filho, profesor en Ciencias Sociales
de la Universidad Federal de São Car-
los, quien acaba de coordinar una pu-
blicación sobre el Ejército y la crisis
que atraviesa el país (8), “desde hace
al menos diez años, los militares per-
siguen una estrategia de profesionali-
zación. Los altos grados completan su
formación con diplomas en adminis-
tración, en comunicación, en manage-
ment, especialmente en las dos princi-
pales escuelas de Economía de ideolo-
gía liberal, la Fundación Getulio Var-
gas y la Fundación Don Cabral”.
A partir de 2014, aumentó el número
de candidatos militares a las elecciones
locales y federales. “Apelar a los mili-
tares es algo bueno para Brasil, porque
son competentes e incorruptibles”, nos
afirma, sin dudar, el general de reser-
va Aléssio Ribeiro Souto. Parece olvi-
dar que las relaciones ilícitas que unen
al mundo político con las empresas
de construcción y de obras públicas, y
que están en el centro de los escánda-
los de corrupción, comenzaron duran-
te la dictadura militar. “No sólo quieren
tomar el poder –observa Chirio–, sino
que también quieren servir a sus carre-
ras. La nueva generación de militares se
Sigue siendo
poco probable
que las Fuerzas
Armadas sigan
al Presidente en
una aventura
anticonstitucional.
considera maltratada, mal remunerada,
siendo que se ve como la elite de la na-
ción. De hecho, quieren su parte de la
torta.” De allí proviene quizás su visión
bastante más liberal en cuestiones eco-
nómicas que la de sus predecesores (9):
en el seno del gobierno de Bolsonaro, la
relación de los militares con el ministro
de Economía ultraliberal Paulo Guedes
es excelente. “Prepararon privatizacio-
nes importantes, como la de la empre-
sa energética Electrobras y las infraes-
tructuras de transportes. Están muy a
favor de la venta de Petrobras y de los
recursos petroleros”, recuerda Eduardo
Costa Pinto, profesor de Economía en la
Universidad Federal de Río de Janeiro.
Sin embargo, luego de dos años y me-
dio de presencia de las Fuerzas Arma-
das en la cima del poder, las competen-
cias de sus miembros no saltan a la vis-
ta. La lucha contra la deforestación en
la Amazonia, dirigida por el vicepresi-
dente y general de la reserva Hamilton
Mourão, no produce ningún resultado e
inquieta a la comunidad internacional.
La gestión de la pandemia llevada ade-
lante durante casi 10 meses por el gene-
ral en actividad Eduardo Pazuello fue
un desastre que costó la vida a cientos
de miles de brasileños. En 2021, la con-
fianza de la población en el uniforme se
hundió 18 puntos (10), cuando la insti-
tución era hasta ahora una de las pocas,
junto con la Iglesia, en beneficiarse de
un crédito sin fisuras.
Politización policial
“La renuncia de los tres jefes de las
Fuerzas Armadas no va a cambiar su
implicación en este gobierno –resu-
me Martins Filho–. Pero les permite de
todas formas reservarse una puerta de
salida si la situación empeora aun más.”
Desde el retorno al primer plano polí-
tico del ex presidente Lula, absuelto
de las acusaciones de corrupción que
pesaban sobre él, y frente a la caída de
popularidad del actual mandatario, los
militares apelan a una “tercera vía”:
una candidatura de centroderecha que
correspondería a su ideología, evitaría
el retorno de la izquierda desprestigia-
da al poder y, sobre todo, les permitiría
conservar sus nuevos privilegios. “Va a
ser muy difícil desmilitarizar el Estado
brasileño –concluye Cirio– porque eso
implicaría que miles de militares acep-
ten dividir su salario por diez.” Algunos
de ellos, como el vicepresidente Mou-
rão, ya se ven postulándose para una
banca en el Senado.
Ciertamente, las diatribas de Bolso-
naro amenazando a un país aún dema-
siado poco sumiso con una interven-
ción militar se han redoblado desde los
acontecimientos en el Capitolio esta-
dounidense en enero pasado. Sin em-
bargo, sigue siendo poco probable que
las Fuerzas Armadas sigan al Presiden-
te en una aventura anticonstitucional,
aun cuando la democracia brasileña se
muestra más frágil que la de Estados
Unidos, y aun cuando Bolsonaro hace
pasar a Donald Trump por una fuente
de sabiduría.
Más allá de los cuarteles propiamen-
te dichos, preocupa más la politización
creciente de los policías, que son más
de 750.000 (y más de 250.000 reservis-
tas), muy comprometidos con el movi-
miento bolsonarista. Según un recien-
te estudio (11) basado en su compor-
tamiento en las redes sociales, el 35%
de los oficiales de la policía militar y el
40% del personal de rango interactua-
ron con páginas bolsonaristas, inclui-
das las del movimiento radical. Esta
| 11
tasa desciende al 12% entre los inspec-
tores y al 13% entre los policías federa-
les. La violencia de los comentarios, so-
bre todo contra el resto de los poderes
(Corte Suprema y Congreso) que Bol-
sonaro toma regularmente como blan-
co, sugiere una radicalización. “Consi-
dero que hay grandes chances de que
las tropas sigan a Bolsonaro en una ac-
ción ilegítima, como ocurrió en febre-
ro de 2020 en el estado de Ceará, don-
de asistimos a una rebelión de la poli-
cía para desestabilizar a un gobernador
opositor al Presidente”, declara Adil-
son Paes de Souza, coronel de la reser-
va de la policía militar de San Pablo y
especialista de esta institución. Luego
de 13 días y de más de 240 muertos en
su capital, Fortaleza, Bolsonaro juzgó
que no era más que una huelga y limi-
tó el envío de soldados para restablecer
el orden. Este apoyo sin precedentes a
una rebelión ilegal y violenta es perci-
bido hoy como un precedente grave. g
1. “Entre golpistas e velhacos”,
Estado de São Paulo, 31-3-21.
2. Andrea Jubé, Fabio Murakawa y Matheus
Schuch, “Cresce temor de politização das Forças
Armadas”, Valor Econômico, San Pablo, 31-3-21.
3. Entrevista en la cadena A Critica, Manaos, 23-4-21.
4. Véase Renaud Lambert, “¿Los brasileños son
todos fascistas?”, Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, Buenos Aires, noviembre de 2018.
5. Marcelo Godoy, “Soldados influenciadores:
os guerreiros digitais do bolsonarismo e
os tuítes de Villas Bôas”, en João Roberto
Martins Filho (ed.), Os militares e a crise
brasileira, Alameda, San Pablo, 2021.
6. Anne Vigna, “Pacification musclée”, Le
Monde diplomatique, París, enero de 2013.
7. Celso Castro y Adriana Marques, Missão
Haiti: a visão dos force commanders,
FGV, Río de Janeiro, 2019.
8. João Roberto Martins Filho (ed.), Os
militares e a crise brasileira, op. cit.
9. Raúl Zibechi, “Qué quieren los militares
brasileños?”, Le Monde diplomatique,
edición Cono Sur, febrero de 2019.
10. Sondeo Exame/IDEA, 10-4-21.
11. “Política e fé entre os policiais militares,
civis e federais do Brasil”, Forum da
Segurança Publica, San Pablo, 2020.
*Periodista, Río de Janeiro.
Traducción: Pablo Rodríguez
12 |
En un país donde la mitad de la población es pobre, la presentación
en abril de una reforma impositiva regresiva generó protestas
masivas. El gobierno terminó reculando, pero no sin antes desatar
una violenta represión. Punta de lanza de Estados Unidos en la
región, Colombia sigue regida por doctrinas anacrónicas.
Violencia represiva frente al descontento popular
En Colombia, fuego sobre
el “enemigo interior”
por Lola Allen y Guillaume Long*
U
na reforma impositiva podría
haber abierto una nueva pá-
gina en la historia política de
Colombia, país que presenta
la segunda recaudación fiscal
más baja entre los países de la Organización
para la Cooperación y el Desarrollo Econó-
micos (OCDE). Según el presidente conser-
vador Iván Duque, que presentó la reforma
el 15 de abril pasado, el proyecto no tenía
más que ventajas: debía aportar 23,4 billo-
nes de pesos, el equivalente a 6.400 millo-
nes de dólares, contribuir a reducir el déficit
presupuestario –estimado en 8,6% del Pro-
ducto Interno Bruto (PIB) en 2021–, sacar a
2,8 millones de personas de la pobreza ex-
trema y alimentar un fondo de lucha contra
los efectos del cambio climático.
Pero no todas las reformas fiscales son
progresivas. En este caso particular, se trata-
ba de extender el Impuesto al Valor Agrega-
do (IVA) –uno de los impuestos más inequi-
tativos– a productos hasta ahora exentos; de
gravar ingresos salariales antes considerados
demasiado bajos como para ser pasibles de
contribución, y de suprimir numerosas exen-
ciones que beneficiaban a los hogares de cla-
ses medias, ya duramente golpeados por la
crisis del Covid-19. Incluso formaciones de
centro, como el Partido Social de Unidad Na-
cional (llamado “Partido de la U” o PU) del
ex presidente Juan Manuel Santos, y el Par-
tido Liberal (PL) se pusieron rápidamente de
acuerdo para denunciar que la medida perju-
dicaría a los ciudadanos más débiles. “Se trata
de una reforma fiscal regresiva destinada a fi-
nanciar el reembolso de la deuda externa co-
lombiana y mantener su nota ante las agen-
cias de calificación financiera”, resumía por
su parte la organización no gubernamental
(ONG) Internacional Progresista (1).
“Blancos militares legítimos”
Al día siguiente del anuncio de la reforma,
la Central Unitaria de Trabajadores (CUT),
la principal confederación sindical del país,
llamó a una huelga general para el 28 de abril
y recibió el apoyo de una amplia coalición de
movimientos sociales. La huelga dio lugar
a manifestaciones masivas. El desconten-
to suscitado por el proyecto de ley despertó
numerosas demandas acumuladas. El 29 de
abril, un informe de la agencia de estadísti-
cas gubernamental revelaba que el 45% de
los colombianos viven bajo la línea de pobre-
za, es decir, un aumento del 10% en relación
con 2020, y que el 15% se encuentra en situa-
ción de extrema pobreza.
A medida que crecían las multitudes en
las calles, Duque fue perdiendo el control de
la situación. El 2 de mayo, finalmente, retiró
el proyecto. Su ministro de Finanzas, Alberto
Carrasquilla, renunció al día siguiente. Pero
ninguna de estas señales alcanzó a calmar la
cólera popular. Y mientras los manifestan-
tes sufrían una violenta represión policial,
las protestas contra el proyecto de reforma
abrieron paso a la denuncia de la estrategia
securitaria del poder. La marea humana si-
guió creciendo en las calles del país.
“El aparato de seguridad colombiano si-
gue operando sobre la base de una doctrina
anacrónica –constata el politólogo Pedro
Piedrahita, de la Universidad de Medellín–.
La del anticomunismo, del ‘enemigo inter-
no’, de tal modo que los manifestantes no son
vistos como ciudadanos, sino como blancos
militares legítimos” (2). Las redes sociales
del mundo entero pronto se inundaron de
imágenes de los ESMAD, los escuadrones
móviles antidisturbios, atacando a los ma-
nifestantes. El 12 de mayo de 2021, el muy
reputado Instituto de Estudios para el De-
Selçuk
sarrollo y la Paz (Indepaz) contabilizaba 39
homicidios cometidos por las fuerzas poli-
ciales, 1.055 casos de detención arbitraria y
16 hechos de violencia sexual.
Estos excesos provocaron una ola de
condenas internacionales, entre ellas la del
vocero del Alto Comisionado para los De-
rechos Humanos de las Naciones Unidas,
quien el 4 de mayo se manifestó “extrema-
damente alarmado” por los acontecimien-
tos. Por su parte, el portavoz adjunto del
Departamento de Estado estadouniden-
se publicó un comunicado más matizado,
afirmando que “la violencia y el vandalis-
mo son un abuso del derecho”, instando a
manifestarse pacíficamente e invitando a
“las fuerzas policiales a mostrar la mayor
moderación para evitar nuevas pérdidas
de vidas humanas”. El mismo día, duran-
te la 51ª Conferencia anual de Washington
Edición 264 | junio 2021
sobre las Américas, el secretario de Estado
Antony Blinken habló de las violaciones a
los derechos humanos y el déficit demo-
crático en Venezuela, Cuba, Nicaragua y
Haití... sin decir una palabra sobre Colom-
bia. Salvo Argentina y Venezuela, América
Latina permaneció en silencio. La Haba-
na protestó contra la expulsión de uno de
sus diplomáticos, acusado de llevar a cabo
“actividades incompatibles con las dispo-
siciones de la Convención de Viena” (3) y
estima que Bogotá “busca desviar la aten-
ción de la comunidad internacional de la
violenta represión ejercida por las fuer-
zas militares y policiales contra los mani-
festantes, que dejó un saldo de decenas de
muertos y centenares de heridos” (4).
El presidente Joseph Biden siempre in-
dicó que no deseaba ruptura alguna con
Colombia: su administración seguirá con-
siderando al país “como una pieza maestra
de la política de Estados Unidos en Améri-
ca Latina y el Caribe”. Durante la campaña
que lo condujo a la Casa Blanca se encargó
de seducir a los electores latinos de Florida
–particularmente a los de origen colombia-
no– exhibiendo su apoyo al Plan Colombia,
piedra angular de la política de seguridad de
Bogotá. “Defendí el Plan Colombia desde el
principio y me aseguré de que recibiera un
apoyo bipartidista en el Congreso –escribió
en un diario de Florida–. Se trata de uno de
nuestros más grandes éxitos en términos de
política exterior desde hace medio siglo” (5).
No exageraba. Inaugurado por el presi-
dente William Clinton en 1999, ampliado
por George W. Bush, mantenido por Barack
Obama y Donald Trump, el Plan Colombia
orquesta lo que es sin dudas una de las más
sólidas relaciones de seguridad bilaterales
tejidas por Washington en el mundo. Des-
de hace décadas, Bogotá es el primer recep-
tor de ayuda militar y uno de los principales
compradores de equipos de combate esta-
dounidenses en el continente. La alianza en-
tre las Fuerzas Armadas de ambos países no
dejó de reforzarse, además del hecho de que
organizan operaciones conjuntas, empresas
de seguridad y asesores estadounidenses es-
tán presentes en suelo colombiano. Estados
Unidos provee sistemas de guía instalados en
las municiones para que puedan alcanzar a
los dirigentes de las guerrillas por medio de
“bombas inteligentes”, y la Agencia de Se-
guridad Nacional (NSA, en inglés) ayuda al
país –el único “socio” de la Organización del
Tratado del Atlántico Norte (OTAN) en la re-
gión– para las escuchas y el espionaje. La em-
bajada estadounidense en Bogotá sigue sien-
do una de las más imponentes del mundo.
Los anuncios de Biden de que se disponía
a romper con la política exterior de Trump
para situar a la democracia y a los derechos
humanos en el núcleo de sus preocupacio-
nes deberían llevarlo a interrogarse sobre las
consecuencias de la relación que mantiene
Washington con su socio del Sur. Asimismo,
su apoyo a los acuerdos de paz firmados en
2016 entre Bogotá y la guerrilla de las Fuer-
zas Armadas Revolucionarias de Colombia
(FARC) se revela incompatible con su ali-
neamiento incondicional con las posiciones
de Duque, que parece hacer todo lo posible
para sabotear el proceso.
Un círculo vicioso de violencia
Protegido político del ex presidente Álvaro
Uribe (2002-2010), cuya proximidad con las
organizaciones paramilitares es indudable,
Duque siempre se opuso a las negociaciones
con las FARC. El desinterés demostrado por
Trump respecto de la continuidad del proce-
so de paz le dejó las manos libres para dedi-
carse a debilitar el acuerdo y sus institucio-
nes –y con más libertades aun respecto a su
aliado del Norte pues Colombia jugó un rol
clave en las diversas tentativas de derroca-
miento del presidente venezolano Nicolás
Maduro, que fue durante mucho tiempo una

prioridad para Trump–. Las consecuencias
en términos de derechos humanos se hicie-
ron sentir. El año pasado, Colombia sufrió 91
masacres, que dejaron 384 víctimas (6). En
marzo de 2021, Naciones Unidas denunció
que 262 combatientes de las FARC habían
sido asesinados desde la firma de los acuer-
dos de paz, a pesar del compromiso del go-
bierno de asegurar su protección (7).
Para mostrarse firme en su país respecto
del tema de las drogas, Trump exigió a Co-
lombia que acentúe sus esfuerzos para erra-
dicar los cultivos de coca: “Hará falta regar”,
lanzó, en referencia a la reanudación de las
fumigaciones con glifosato, un producto que
la Organización Mundial de la Salud (OMS)
declaró genotóxico y probablemente cance-
rígeno en 2015 (8). Duque estaba feliz de eje-
cutar la orden, pero la Corte Constitucional
de su país le puso condiciones. Numerosos
actores políticos y sociales se oponen a este
método, que contraviene los acuerdos de paz
de 2016, que habían observado su peligrosi-
dad. El 12 de abril, a pesar de la movilización
de decenas de organizaciones, Duque final-
mente emitió un decreto que permitía la re-
anudación de las fumigaciones, pero prome-
tiendo respetar los límites establecidos por
la Corte Constitucional.
El presidente colombiano se esfuerza en
convencer a la administración de Biden, co-
mo antes a la de Trump, de que el crecimien-
to de la producción de droga en su país se
produjo por el margen de maniobra ofrecido
a los traficantes por los acuerdos de paz. Sin
embargo, hay otro factor que explica mejor
el auge de las organizaciones criminales, in-
cluido el de los carteles mexicanos, ya bien
implantados en el país: la incapacidad del
poder para colmar el vacío creado por el re-
tiro de las guerrillas. La insistencia de Duque
en erradicar los cultivos ilícitos, mientras se
debilitan los programas que apuntan a per-
mitir a los agricultores que se lancen a pro-
ducciones sustitutas, los lleva a continuar
con su actividad buscando la protección de
potentes organizaciones criminales. En su-
ma, un círculo vicioso de violencia.
En esa misma lógica, Duque puso térmi-
no a las negociaciones de paz con el Ejérci-
to de Liberación Nacional (ELN). En ene-
ro de 2019, el ELN puso una bomba en una
escuela de policía, causando 23 muertos.
El presidente aprovechó el pavor nacional
provocado por el atentado para poner fin
al diálogo. Luego exigió a Cuba, que auspi-
ciaba las discusiones, que devolviera a los
miembros de la delegación del ELN a las
autoridades colombianas para juzgarlos
por terrorismo. La Habana rechazó el pe-
dido: semejante acto habría violado el pro-
tocolo de negociación firmado por el con-
junto de las partes –una decisión saludada
por Noruega, uno de los países garantes del
proceso–. Inmediatamente, Trump volvió
a colocar a Cuba en la lista estadouniden-
se de los Estados que apoyan el terrorismo
(había sido retirado por Obama): pura ga-
nancia para quien buscaba entonces sedu-
cir al electorado latinoamericano de Flori-
da con la esperanza de ser reelecto.
La carta conspirativa
La relación entre Duque y Trump descansa-
ba en bases sólidas. El partido del primero, el
Centro Democrático, apoyó la candidatura
del segundo en las presidenciales de 2020.
El ex presidente Uribe se invitó él mismo a
la campaña al evocar la amenaza del “castro-
chavismo” en la región, en momentos en que
los republicanos de Florida alertaban sobre
el hecho de que el Partido Demócrata podría
inclinar a Estados Unidos hacia el socialismo.
Esta iniciativa obligó al embajador estadou-
nidense en Bogotá, Philip Goldberg, a tomar
la palabra unos días antes del escrutinio: “El
éxito de las relaciones entre Estados Unidos
y Colombia se basa desde hace años en el apo-
yo bipartidista de Estados Unidos [...] Exhor-
to al conjunto de los dirigentes políticos co-
lombianos a abstenerse de implicarse en las
elecciones estadounidenses” (9).
Preocupados por la brutal respuesta de
Bogotá a las manifestaciones, ciertos alia-
dos naturales de Biden –como las organiza-
ciones de defensa de los derechos humanos
y algunos think tanks críticos de la actitud de
Duque sobre los acuerdos de paz– quisieran
incitarlo a cambiar de rumbo en este tema.
Hay muchos representantes demócratas en
el Congreso que se están dedicando a ello de
manera cada vez más activa. El 6 de julio de
2020, 94 miembros de la Cámara de Repre-
sentantes dirigieron a Michael Pompeo, en-
tonces secretario de Estado, una carta abierta
expresando su extrema preocupación por el
estado del proceso de paz en Colombia. Algu-
nos de ellos denuncian hoy con firmeza la re-
presión de las manifestaciones.
Por su parte, el gobierno de Duque se es-
fuerza por presentar las movilizaciones co-
mo el signo de una conspiración internacio-
nal de la cual su país sería la víctima. La can-
ciller Claudia Blum –renunció el 12 de ma-
yo– publicó un video en inglés donde ase-
gura que el senador Gustavo Petro, probable
candidato de la izquierda en 2022, “buscó
aprovecharse de la situación con el apoyo
del presidente Nicolás Maduro y de organi-
zaciones narcoterroristas y organizó atenta-
| 13
dos y pagó a personas para que aterrorizaran
y vandalizaran las ciudades” (10). Por sobre
todas las cosas, Duque buscará convencer a
su par estadounidense de que mantiene su
colaboración más decidida y esencial sobre
el tema que sigue siendo prioritario para una
buena parte de las elites de Washington: el
derrocamiento de Maduro y la lucha contra
la “narcoguerrilla”. Colombia ejercerá toda
la influencia de la que dispone para bloquear
cualquier vía de solución negociada a la cri-
sis que atraviesa Venezuela. g
1. “SOS Colombia”, Internacional Progresista,
5-5-21, https://progressive.international
2. Citado por Joe Parkin Daniels, “UN condemns
violent repression of Colombia protests after at
least 18 die”, The Guardian, Londres, 4-5-21.
3. Comunicado del Ministerio de Relaciones
Exteriores de Colombia, Bogotá, 7-5-21.
4. Tuit del Ministerio de Relaciones
Exteriores cubano, 7-5-21.
5. Joe Biden, “Colombia is the keystone of US
policy in Latin America and the Caribbean”,
Sun-Sentinel, Fort Lauderdale, 7-10-20.
6. “Informe de masacres en Colombia durante el 2020
y 2021”, Indepaz, 2-5-21, www.indepaz.org.co
7. “United Nations Verification Mission in
Colombia”, informe del Secretario General, 26-
3-21, https://colombia.unmissions.org
8. “Colombia will have to restart aerial spraying
to destroy coca: Trump”, Reuters, 2-3-20.
9. Citado por Tracy Wilkinson, “Colombia’s far-
right wing backs Trump, aiming to help him in
crucial Florida vote”, Los Angeles Times, 1-11-20.
10. Laura Gil, “La Canciller Blum circula video
que acusa a Petro de terrorismo”, La Línea del
Medio, 8-5-21, http://lalineadelmedio.com
*Investigadores asociados del Center for Economic
and Policy Research (CEPR), Washington, DC.
Traducción: Pablo Rodríguez
14 | Edición 264 | junio 2021

administración demócrata, estimaba que

la incapacidad del presidente republicano
para reaccionar frente a los “esfuerzos ru-
sos por masacrar a sangre fría a las tropas
estadounidenses” confirmaba que este “fa-
vorece activamente los intereses nefastos
de nuestro principal adversario”. Con res-
pecto a Joseph Biden, exclamaba: “Toda la
presidencia de Trump fue un regalo para
Putin, pero esto, excede los límites. Es una
traición a nuestro deber nacional más sa-
grado: proteger a nuestras tropas cuando
las enviamos a enfrentar el peligro”. “Un
regalo para Putin”, ¿en serio? Durante su
presidencia, Trump ordenó el lanzamiento
de misiles contra Siria (aliada de Moscú), la
liquidación de decenas de mercenarios ru-
sos, el envío de armas antitanques a Ucra-
nia, un ciberataque contra Rusia, así como
el retiro de Estados Unidos de un acuerdo
nuclear con Irán (del que Moscú era signa-
tario) y del tratado Start firmado entre las
dos superpotencias nucleares (3).
No importa. El 1º de julio, menos de una
semana después de la primicia de The New
York Times, que fue inmediatamente apo-
yada por varios parlamentarios, el Comi-
Gustavo Cimadoro (instagram.com/oldemar_cimadoro) té de las Fuerzas Armadas de la Cámara de
Representantes votó por 45 votos a favor
Desde hace varios años, la política estadounidense se mueve al contra 11 una resolución que supeditaba la
retirada prevista de Afganistán a varios re-
ritmo de las fake news. Fabricadas en conjunto por los servicios de quisitos previos, casi imposibles de cumplir.
A continuación, aprobó, en este caso por 56
inteligencia y la “prestigiosa” prensa liberal, estas falsas primicias votos contra 0, un presupuesto militar de
740.000 millones de dólares (tres veces el
providenciales, de alto impacto y rápida difusión, pero escaso de China, quince veces el de Rusia...).
respaldo, sirven a crear enemigos, influir políticas, prolongar guerras... ¿Misión cumplida para el contrapoder?
Casi: no queda ya ningún elemento fáctico
que apoye la “información” inicial. En un
Las fake news y la construcción de enemigos artículo publicado el pasado 15 de abril, The
New York Times admite lastimosamente
que los servicios de inteligencia estadouni-
denses “califican la acusación de recompen-

Fábulas mediáticas
sa con una confianza de baja a moderada”.
Tal es así que no figura siquiera en la lista
de agravios de la administración de Biden
cuando adopta nuevas medidas de sanción
contra Rusia.

por Serge Halimi y Pierre Rimbert* Orquestación política

Las fábulas mediáticas no solo conciernen

C
uando una guerra se estanca,
aquellos que desean prolongarla
pueden proceder de diferentes
maneras. Sostienen que ha lle-
gado el “último cuarto de hora”,
que ceder frente al enemigo sería lo mismo
que “apuñalar por la espalda” a los soldados
que se han sacrificado durante años. Pro-
nostican, también, que cualquier retirada
en el frente precipitará una desbandada
general, una “caída de dominós”. Traición
al ejército por parte de los civiles, ceguera
frente al apocalipsis, pacto con el enemigo:
la Primera Guerra Mundial, la Guerra de
Argelia y las guerras de Indochina han de-
clinado al infinito esta retórica extremista.
Pero, desde hace algunos años, en Estados
Unidos se impone otro método: las fake
news fabricadas en conjunto por los servi-
cios de seguridad y la prensa liberal. Esta
falsa primicia providencial asegura que Es-
tados Unidos, blanca paloma democrática
con alas de ángel, sería el blanco de un com-
plot urdido por los rusos en el exterior y por
los “extremistas” en el interior. ¡Y ni cues-
tión de dejarles ganar la apuesta!
El fin justifica los medios
Los halcones de Washington han presenta-
do su “carta Putin” respecto de Afganistán.
Poco después de que el presidente Donald
Trump anunciara el retiro, antes del 1º de
mayo de 2021, de todos sus soldados toda-
vía presentes en el país que ocupan desde
hace veinte años, el sitio de The New York
Times titulaba: “Rusia ha ofrecido en secre-
to incentivos a los militantes afganos para
ejecutar soldados estadounidenses, afir-
man los servicios de inteligencia” (26 de
junio de 2020). Frente a esta “enorme es-
calada de la guerra híbrida de Rusia contra
Estados Unidos”, la Casa Blanca se man-
tuvo inerte, se indignaban los autores de la
primicia (cuatro premios Pulitzer entre los
tres), conforme a la tesis defendida desde
hace años por el diario: “Trump ha adopta-
do una postura favorable a Moscú”.
Aunque la revelación de The New York
Times no aportaba ningún elemento de
prueba, The Washington Post y The Wall
Street Journal la confirmaron al día siguien-
te y los medios estallaron (1). Se desató un
escándalo tanto más estrepitoso cuanto
que la campaña electoral estaba en su apo-
geo. Porque, ¿cómo justificar una retirada
estadounidense si es también el objetivo
que busca Vladimir Putin? ¿No será acaso
una nueva prueba “impresionante” y “re-
pugnante”, según sostiene la presentadora
de la MSNBC, Rachel Maddow, de la conni-
vencia entre la Casa Blanca y Moscú?
Sin embargo, a priori, el asunto suena ex-
traño. ¿Por qué querría alguien matar sol-
dados estadounidenses cuando están en
retirada? Y ¿cómo se explica que los resul-
tados de este fraude sean tan escasos, con
sólo 24 soldados estadounidenses asesi-
nados en Afganistán en 2019, el año en que
la política de incentivos habría sido puesta
en marcha? La indignación también es bas-
tante hipócrita: en los años 1980, Estados
Unidos había apoyado, sin esconderlo, a
los mujahidines afganos, entre los cuales se
encontraba un tal Osama Ben Laden, ofre-
ciéndoles cientos de millones de dólares y
misiles Stinger tierra-aire, gracias a los cua-
les habían matado a miles de soldados so-
viéticos.
Enseguida, el presidente Trump calificó
la revelación de The New York Times como
“fake news”. La fuente, como se supo luego,
era un agente anónimo de la Agencia Cen-
tral de Inteligencia (CIA, en inglés) que a
su vez habría obtenido la información de
las autoridades afganas tras el interrogato-
rio de un prisionero talibán. No obstante, la
Agencia Nacional de Seguridad (NSA) du-
daba de la acusación; el Pentágono se ne-
gaba a corroborarla y el gobierno de Kabul
tenía interés en que, verdadera o falsa, des-
barate la retirada –que teme—de las tropas
estadounidenses.
El 23 de julio, en ocasión de una video-
conferencia con su homólogo ruso, Trump
no mencionó este asunto. La indignación
aumentó entonces dentro del Partido De-
mócrata, entre los republicanos neocon-
servadores y en la prensa; incluido, por su-
puesto, The New York Times, a pesar de que
el periódico tuvo que reconocer, dieciséis
días antes, que “faltan algunos elementos
en las informaciones según las cuales Rusia
pagó para que atacantes apunten a las fuer-
zas estadounidenses y las de la coalición en
Afganistán”.
Pero el tiro ya se había disparado (2). El
senador republicano Ben Sasse (hostil a
Trump) exigió que Estados Unidos reser-
ve “bolsas mortuorias” para los oficiales de
inteligencia rusos en represalia. Susan Ri-
ce, una de las llaves maestras de la actual
a los teatros de operaciones exteriores. Per-
miten, también, construir el enemigo inte-
rior con el fin de preparar a la opinión pú-
blica para una legislación represiva. En las
décadas de 1960 y 1970, la prensa escrita y
audiovisual representaba incesantemen-
te a los militantes de los derechos cívicos
–los Black Panthers, estudiantes radica-
les– como una amenaza tal para el orden
social que justificaba su persecución judi-
cial y, a veces, su eliminación por parte de
agentes de la Oficina Federal de Investiga-
ciones (FBI, en inglés) (4). En esta línea, los
medios de comunicación conservadores no
han cesado de representar al movimiento
Black Lives Matter (“Las vidas negras im-
portan”) y a los “antifa” como una amenaza
para Estados Unidos. Desde la elección de
Biden, el periodismo institucional ha agre-
gado la escalofriante galería de ultracon-
servadores a la de “terroristas domésticos”.
El 8 de enero pasado, dos días después
de la invasión del Congreso por parte de se-
guidores de Trump convencidos, sin mo-
tivo, de que un fraude había privado a su
campeón de la victoria, The New York Ti-
mes publicaba, basándose en las fuentes
policiales, una revelación crucial: “Un ofi-
cial de policía del Capitolio muere a causa
de las heridas recibidas en el furioso ataque
de los pro-Trump”. Su nombre: Brian Sic-
knick. Durante el día, el periódico afina la
información. “Soñaba con ser policía y fue
asesinado por una turba de partidarios de
Trump”, titula el sitio web, antes de agre-
gar: “El miércoles, los manifestantes pro-
Trump atacaron esta ciudadela de la demo-
cracia, dominaron a Sicknick y, según dos
 | 15

agentes, lo golpearon en la cabeza con un
extintor. Sicknick fue trasladado de urgen-
cia al hospital, con un corte sangrante en el
cráneo, y puesto en reanimación”.
Todo esto es falso. Sicknick no fue gol-
peado y, en el momento en que The New
York Times publicaba su relato, el hermano
del difunto afirmaba al sitio ProPublica ha-
pronto como los asaltantes del Capitolio
fueron dispersados o detenidos, el presi-
dente electo Biden los calificó de “terro-
ristas domésticos”. Dado que, como revela
Interseccional lava
The Wall Street Journal del 7 de enero, “tie-
ne la intención de dar prioridad a una ley
contra el terrorismo doméstico, y se ha su-
más blanco
gerido que cree un puesto en la Casa Blan-

ber recibido, en la tarde del 6 de enero, un
mensaje de texto reconfortante: el policía
ha sido expuesto en dos ocasiones a gases
lacrimógenos, pero se encuentra en “buen
estado”. Murió unas horas más tarde de un
infarto cerebral. Los exámenes médicos no
revelaron ningún rastro de un golpe y la Ofi-
cina Forense del Distrito de Columbia con-
cluyó que se trató de una “muerte por cau-
sa natural”. Pero la ira homicida atribuida
a los asaltantes exige una víctima ejemplar
de “primera plana”, ya que, de lo contrario,
todas las muertes del día habrían pertene-
cido a las filas de los manifestantes. La As-
sociated Press, The Wall Street Journal, Ca-
ble News Network (CNN) y luego la mayor
parte de los medios de comunicación del
planeta –desde The Guardian de Londres
hasta el Himalayan de Katmandú– recogen
la noticia falsa sin verificarla.
Los días 2 y 3 de febrero de 2021, la pre-
sidente de la Cámara de Representantes,
Nancy Pelosi, hizo exponer las cenizas del
difunto en el centro de la rotonda del Capi-
tolio para una ceremonia especial para ho-
menajear el “sacrificio” del oficial. El pre-
sidente y la vicepresidente de Estados Uni-
dos estuvieron presentes antes de que la
urna del héroe fuera llevada al cementerio
ca consagrado a la organización de la lucha
contra los extremistas violentos”. Tres me-
ses más tarde, el texto está siendo estudia-
do por el Departamento de Justicia, mien-
tras que los funcionarios de seguridad na-
cional planean nuevos métodos de vigilan-
cia y de control de la población, que, todo el
mundo puede imaginar, no se limitarán a la
extrema derecha.
La publicación, el 19 de abril, de los infor-
mes médicos que invalidan la tesis del asesi-
nato de Sicknick no suscitó ningún mea cul-
pa. Pero podemos estar tranquilos: la lucha
contra las fake news sigue siendo una priori-
dad para el gobierno y los medios de comu-
nicación de calidad. g
1. Alan MacLeod, “In ‘Russian Bounty’ story,
evidence-free claims from nameless spies
became fact overnight”, Fairness and Accuracy
in Reporting (FAIR), 3-7-20, https://fair.org
2. Véase “Journalists, learning they spread a CIA fraud
about Russia, instantly embrace a new one”, Glenn
Greenwald, 16-4-21, https://greenwald.substack.com
3. David Foglesong, “With fear and favor: The russophobia
of The New York Times”, The Nation, Nueva York, 17-7-20.
4. Véase Marie-Agnès Combesque, “El FBI contra
las Panteras Negras”, Explorador. 1968. El año
de todas las revueltas, Le Monde diplomatique-
Capital intelectual, Buenos Aires, 2018.
U
na mujer camina en cámara lenta por los
pasillos de mármol de lo que parece ser
una prestigiosa institución estadouni-
dense. Está radiante, feliz: “Soy una mujer de
color. Soy madre. Soy una millenial cisgénero
(1) –declara–. Soy interseccional, pero mi exis-
tencia no consiste en rellenar casillas... No me
colé en la CIA [Central Intelligence Agency]. […]
Me gané mi lugar y fui subiendo escalones” (2).
Este video subido a fines de marzo en el canal
de YouTube de la agencia de inteligencia es-
tadounidense no es una parodia realizada por
militantes de Black Lives Matter para denun-
ciar la apropiación de su movimiento. Tampo-
co un spot feminista, a pesar del puño levan-
tado en la cruz de Venus impresa en rosa en la
remera de la joven mujer. “Soy instruida, cali-
ficada, competente –continúa–. Luché durante
mucho tiempo contra el síndrome del impos-
tor. Pero, con 36 años, me niego a interiorizar
las ideas patriarcales erróneas sobre lo que
una mujer puede o debe ser.” Aviso urbi et orbi:
la CIA ya no es un antro de reaccionarios. Pode-
mos imaginarnos el alivio de los sobrevivien-
tes yemenitas al enterarse de que su familia
reunida para un casamiento fue volatilizada
por un dron interseccional.
Especializada en la organización de gol-
pes de Estado en América Latina o en Medio
Oriente y en el financiamiento de grupos pa-
ramilitares de extrema derecha, la CIA reclu-
ta su personal entre los graduados de las más
prestigiosas universidades estadounidenses,
donde los secuestros arbitrarios y los ahoga-
mientos simulados no son bien vistos. ¿Seducir
a los estudiantes conservadores? Las relacio-
sado 6 de enero, ven en la juventud ultracon-
servadora más una amenaza interior que un
semillero. Por el contrario, los demócratas y
los servicios secretos sellaron una alianza im-
probable contra Trump y Rusia. Y actualmen-
te hablan el mismo idioma. Los arquitectos del
putsch contra el presidente socialista chileno
Salvador Allende en 1973 adoptaron de buen
grado esta jerga de moda, pues le ofrece una
lavada de imagen gratuita a una de las insti-
tuciones antaño más odiadas por la izquier-
da. “Estoy cada vez más avergonzado de ser
un hombre blanco”, confesaba sin inmutar-
se John Brennan, su ex director, invitado el
pasado 1º de marzo en el canal de izquierda
MSNBC...
Al igual que los dirigentes de los grandes
bancos que se arrodillan en homenaje a Geor-
ge Floyd al tiempo que expulsan de sus ho-
gares a familias agobiadas por las deudas, la
CIA apuesta a que los graduados progresistas
se preocupen menos por cuestionar el orden
económico y el imperialismo estadouniden-
se que por escuchar a los dominados reivin-
dicar su identidad individual. “Estoy orgullo-
sa de mí misma –afirma la heroína del video–,
represento con orgullo a la hija de inmigran-
tes hispanos y a la oficial de la CIA que soy. No
pido disculpas por ser yo misma. Y deseo que
sean ustedes mismos sin reservas, quienquie-
ra que sean.” Militantes de izquierda, abando-
nen sus prejuicios anticuados: la CIA les abre
los brazos.
1. Persona nacida en los años 1980 o 1990 cuya identi-
dad de género corresponde al sexo biológico.

bajo una guardia de honor, escoltada con
gran pompa por un centenar de motoristas.
La orquestación de este gran sollozo
nacional coincidió con otra ofensiva: tan
*Respectivamente, director y redac-
tor de Le Monde diplomatique, París.
Traducción: Emilia Tasende
nes execrables entre los jefes de los servicios 2. “Humans of CIA”, canal de YouTube de la CIA, 25-3-21,
de espionaje y el ex presidente Donald Trump www.youtube.com
cavaron una brecha entre los republicanos y
las agencias de inteligencia. Las cuales, desde P.R.
la invasión del Capitolio en Washington, el pa- Traducción: Micaela Houston

El Atlas de las
desigualdades
Claves para entender un mundo injusto

A través del análisis de reconocidos especialistas

y un amplio despliegue de mapas, gráficos e info-
grafías, El Atlas de las desigualdades denuncia las
múltiples y crecientes desigualdades que agobian
al mundo y desentraña sus causas profundas, el
modo en que se retroalimentan entre ellas y las
intolerables injusticias que producen.

Creusa Muñoz (compiladora)

Thomas Piketty · Branko Milanovic · François Dubet · Bernardo
COS
EN KIOS ÍAS
Kliksberg · Nora Lustig · Patricia Aguirre · Gabriel Kessler · Gabriela

Y LIBRER
Benza · Mélany Barragán · Mariela Belski · Sergio Federovisky ·
Mabel Bellucci...
16 |
El USS Ronald Reagan navega cerca de las costas de Busan, Corea del Sur, 22-10-17 (MacAdam Kane Weissman/US Navy/AFP)
Ante el creciente poderío chino, la idea de un “eje Indo-Pacífico”
liderado por Estados Unidos resurge con fuerza en Asia. Sin embargo,
los límites de esta organización que busca emular a la OTAN
permanecen difusos, y los países que la integran siguen objetivos
distintos. ¿Una alianza propia de un mundo que ya no existe?
El retorno del eje Indo-Pacífico
Delirios atlantistas
en Asia
por Martine Bulard*
¿
Qué va a hacer Francia en este
enredo? Según el contraalmi-
rante Jean-Mathieu Rey, que
comanda las Fuerzas Arma-
das francesas de Asia-Pacífico
(1), la República Francesa acumula en
Asia-Oceanía 7.000 militares, 15 buques
de guerra, 38 aviones presentes perma-
nentemente. A esta armada se le suma-
ron, entre fines de marzo y principios de
junio, el portaaviones de propulsión nu-
clear Charles de Gaulle, el submarino de
ataque de propulsión nuclear Émeraude,
varios aviones (cuatro Rafale y un avión
cisterna A330), el grupo de batalla anfi-
bio Jeanne d’Arc, el portahelicópteros
anfibio Tonnerre, la fragata furtiva Sur-
couf... Todo este contingente participa
en una serie de maniobras militares con
Estados Unidos, Australia, Japón e India.
Ciertamente, no es la primera vez que
Francia exhibe su arsenal bélico en el
área; ya en 2019 una de sus fragatas había
cruzado el Estrecho de Taiwán, provo-
cando un incidente con Pekín. Pero París
nunca lo hizo a esta escala. Y, sobre todo,
el presidente Emmanuel Macron ins-
cribe esta política de despliegue militar
“en el eje Indo-Pacífico” (2), con la mi-
ra puesta en China. A veces lo niega. Sin
embargo, durante un viaje a Australia, en
2018, definió el rumbo: “China está cons-
truyendo su hegemonía paso a paso. No
se trata de agitar los miedos, sino de ver
la realidad. […] Si no nos organizamos,
será pronto una hegemonía que reducirá
nuestras libertades, nuestras oportuni-
dades, y que padeceremos” (3). La hege-
monía estadounidense en la región –re-
al, en este caso– no parece plantearle a
Macron problema alguno.
La geografía y la historia cedieron su
lugar a las alianzas militares y diplomá-
ticas. Subrepticiamente –y sin ningún
debate nacional–, Francia pasó entonces
del estatuto de “potencia Indo-Pacífica”,
como le gusta definirse, haciendo valer
sus territorios y departamentos de ultra-
mar (Nueva Caledonia, Polinesia Fran-
cesa, Saint-Pierre-et-Miquelon...), al de
potencia del “eje Indo-Pacífico” dirigido
por Estados Unidos. Un cambio semánti-
co cargado de significación: desde junio
de 2019, en un informe oficial (4), el De-
partamento de Defensa estadounidense
se felicitaba por este giro, que elevaba a
París al mismo rango que sus aliados mi-
litares (Japón, Australia, Singapur...).
Una región “libre y abierta”
Antes de convertirse en una consigna es-
tadounidense, el concepto de “Indo-Pací-
fico” navegó mucho. El capitán Gurpreet
S. Khurana, director del think tank indio
National Maritime Foundation, reivin-
dica su paternidad desde 2006. Lo defi-
nía entonces como “el espacio marítimo
que integran el Pacífico y el Océano Índi-
co” (5). La idea fue recuperada y llevada
al plano político por el entonces primer
ministro japonés, Shinzo Abe, y por sus
sucesores, preocupados por ver a China
superar a su país en la escena económica
mundial y encontrar el amor verdadero
con Estados Unidos, convertido en su pri-
mer cliente. Le temían por sobre todas las
cosas a una pareja “ChinAmérica” que los
dejaría de lado. Orgullosos de ser la cabe-
za de puente de Washington en Asia, salu-
daron con entusiasmo los ejercicios con-
juntos llevados a cabo por las marinas es-
Edición 264 | junio 2021
tadounidense, india, japonesa, australia-
na y singapurense en el Golfo de Bengala
en 2007. ¡Una primera! No obstante, este
“acto de la libertad” –como lo calificó To-
kio– terminó por desaparecer del paisaje.
Hubo que esperar una década pa-
ra que este “eje Indo-Pacífico” salga del
olvido, gracias a Donald Trump. Con su
sentido de la comunicación, en 2018 a la
autoridad que controla los cuerpos del
ejército estadounidense en la región, el
Comando del Pacífico de Estados Unidos
(US Pacific Command, PACOM), lo rede-
finió bajo el nombre de Comando del In-
do-Pacífico (INDOPACOM). En el mismo
impulso, resucitó el Diálogo de Seguridad
Cuadrilateral (QUAD, en inglés), que reú-
ne a Australia, Estados Unidos, India y Ja-
pón en una alianza informal de evidente
contenido militar. La Ley de Defensa 2019
adoptada por el Congreso estadouniden-
se marca el tono: “La gran prioridad de
Estados Unidos es hacerle frente a la in-
fluencia de China” (6).
Este objetivo resuena agradablemen-
te a oídos de los dirigentes neoliberales
y ultranacionalistas que actualmente
están a la cabeza de los tres países asiá-
ticos de la alianza: el paréntesis laboris-
ta se cerró en Australia; Abe, el militante
de choque del QUAD, volvió al poder en
Japón, y el nacionalista hindú Narendra
Modi tomó las riendas de India, recibien-
do incluso con fasto inaudito al presiden-
te estadounidense algunos meses antes
de que los electores lo reenviaran a su ca-
sa. Las gesticulaciones de Trump y de sus
equipos limitaron el alcance efectivo de
este giro. Pero el rumbo se mantiene.
A principios de 2021, Joseph Biden
siguió inmediatamente los pasos de su
predecesor, sin tanta alharaca, pero su-
mando la defensa de los derechos huma-
nos y la acción coherente. Hizo suya la
designación de China como “rival estra-
tégico” y del QUAD como arma política y
militar central de su estrategia. A menos
de dos meses de su entrada en funciones,
antes de cualquier encuentro bilateral
con dirigentes de la región, el nuevo pre-
sidente estadounidense organizó una
reunión por videoconferencia con los
otros tres jefes de Estado y de Gobierno
de la alianza, el 12 de marzo de 2021. Un
encuentro inédito para este nivel de res-
ponsabilidad, saludado por un comuni-
cado común. Si bien el texto es muy ge-
neral, los cuatro líderes se comprometen
a desarrollar “una región libre, abierta,
inclusiva, sana, arraigada en valores de-
mocráticos y libre de cualquier restric-
ción”, dicho de otro modo, un “Indo-Pa-
cífico libre y abierto”, según la expresión
consagrada (7).
Enseguida, los secretarios de Estado
y de Defensa estadounidenses, Antony
Blinken y Lloyd Austin, emprendieron
un recorrido para asegurar el servicio
posventa e incluir a Corea del Sur en un
formato “QUAD +” que podría también
reunir a otros países asiáticos, junto
con países europeos como Francia, Rei-
no Unido o Alemania. Se trata, explica
Chung Kuyoun, investigadora de la Uni-
versidad Nacional de Kangwon (Corea
del Sur), de “‘multilateralizar’ un siste-
ma de alianza en estrella dirigido por
Estados Unidos” (8). Otros expertos ha-
cen directamente referencia a la Orga-
nización del Tratado del Atlántico Nor-
te (OTAN), nacida de la Guerra Fría en
1949 y todavía en vigor, apuntando a la
posible extensión de su campo geográ-
fico, o al nacimiento de una hermana
menor –una “OTAN asiática” contra la
“dictadura china”–.
La hipótesis no es descabellada. El ser-
vicio de investigación del Congreso esta-
dounidense que, en un informe publica-

do el día anterior a la reunión de los mi-
nistros de Asuntos Exteriores, el 23 y 24
de marzo de 2021 en Bruselas, estableció
la lista de “las prioridades-clave” de la
OTAN, incluyó allí la necesidad de “res-
ponder a los potenciales desafíos de segu-
ridad planteados por China y sus crecien-
tes inversiones en Europa” (9). La econo-
mía asoma tanto como los misiles balísti-
cos, todo envuelto con la bandera de la li-
bertad, levantada permanentemente por
los partidarios de la organización.
Sin embargo, en esta materia, el pri-
mer ministro indio no es un caballero
blanco: Cachemira, a la que le quitó la au-
tonomía, vive bajo férula militar: los opo-
sitores son detenidos y torturados, cuan-
do no son asesinados; su ley sobre la ciu-
dadanía discrimina a los musulmanes; la
represión a los manifestantes no cesa...
Pero es sabido: los derechos humanos no
tienen la misma importancia si se es alia-
do o adversario de Estados Unidos.
Midiendo fuerzas
En realidad, como nos recuerda Dennis
Rumley, profesor de la Universidad de
Curtin (Australia) y coautor de una obra
sobre “el ascenso y el retorno del Indo-
Pacífico” (10), el Indo-Pacífico guarda
poca relación con los valores morales,
y mucha con “la transición mundial en
curso”. Para él, vivimos “el pasaje a un
nuevo mundo bipolar: Estados Unidos,
China”. En Estados Unidos y en su esfe-
ra de influencia, “muchos lo temen, en
el sentido literal del término. En China,
muchos aspiran a ello y reclaman que sea
tenido en cuenta en las decisiones mun-
diales. La interacción de estas perspecti-
vas diametralmente opuestas induce de-
terminados comportamientos de ambos
lados”, incluso el hecho de que “la actitud
china puede percibirse como agresiva”.
Al romper con décadas de modera-
ción, la muy ofensiva “diplomacia del
lobo guerrero” (“wolf warrior diploma-
cy”), que hizo su aparición en determi-
nados círculos de embajadores chinos,
no modifica en absoluto esta imagen.
Fundamentalmente, China dio vuelta la
página de la acción discreta de los años
1980-2000. No sólo aumenta su presu-
Es sabido: los
derechos humanos
no tienen la misma
importancia si
se es aliado o
adversario de
Estados Unidos.
puesto militar cada año y moderniza rá-
pidamente su marina, sino que sostiene
fuerte y alto sus reivindicaciones en el
Mar de China Meridional sobre el con-
junto de las Islas Paracelso y del archi-
piélago de las Spratley, donde rellenó
siete arrecifes para construir infraes-
tructuras de doble uso (civil y militar).
Extendió los poderes de coerción de
sus guardacostas con la nueva ley ma-
rítima adoptada en febrero pasado. Los
incidentes se multiplicaron con Japón,
Vietnam, Filipinas...
“Hay disputas sobre las rocas en el
Mar de China. Es lamentable –recono-
ce un ex diplomático chino en Europa,
al tiempo que recuerda la tesis oficial de
‘los derechos históricos chinos’ en la zo-
na–. Necesitamos puntos de anclaje en
el Mar de China para protegernos, no
para atacar a nuestros vecinos. No hace
mucho tiempo, en 2014, un comandan-
te de la marina estadounidense, en un
informe serio publicado por el US Navy
Institute, explicaba que los puertos y las
rutas comerciales chinos estaban ‘muy
expuestos y [eran] fáciles de bloquear’.
Proponía colocar ‘minas submarinas’ a
lo largo de nuestras costas para poder
establecer un bloqueo del país en caso
de que fuera necesario.” El escenario
es plausible –nuestro interlocutor nos
envía la prueba (11)–, pero el miedo ra-
ra vez es buen consejero. Si los aliados
de Estados Unidos y sus tropas efecti-
vamente obstruyen el acceso de China
a alta mar, nada indica que el país ganará
en seguridad con una política de hechos
consumados que ya amedrenta a buena
parte de sus vecinos.
Tratándose de Taiwán, la agresividad
no parece en absoluto más eficaz. Pe-
kín considera a la isla como una de sus
provincias, en nombre del principio de
“Una sola China”, aceptado a partir de
los años 1970 por la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) y por casi la to-
talidad de los países del planeta. “La se-
paración es imposible, pero la integra-
ción no es urgente”, declara nuestro di-
plomático. No es seguro que su opinión
refleje la del poder chino. En todo caso,
las incursiones en los alrededores del
espacio aéreo de la isla crecen de forma
| 17
exponencial. Por orden de Pekín, que
efectuó miles de salidas, rozando peli-
grosamente la línea oficial que separa
los espacios navales y aéreos de las dos
orillas, y a veces incluso cruzándola.
Pero también, y de esto se escucha ha-
blar menos, por orden de Washington,
que se autoproclama guardián de los
mares: en el primer semestre de 2020,
el investigador Daniel Schaeffer conta-
bilizó más de dos mil operaciones de la
aviación estadounidense, y cerca de una
por día a lo largo del verano del mismo
año (12). Estados Unidos acaba de ins-
talar un sistema de radares móviles so-
bre las Islas Pescadores, a menos de 150
kilómetros del continente chino. Sería
ingenuo creer que sólo le interesa la
protección de Taiwán...
Así, la estrategia de la fuerza elegi-
da por China preocupa a sus vecinos, y
Washington lo aprovecha. En primer lu-
gar, para reforzar sus capacidades mili-
tares, que el actual dirigente del INDO-
PACOM, el almirante Philip Davidson,
juzga desequilibradas. Parece que ha lle-
gado la hora para la reconstrucción de
la Primera Flota de Estados Unidos, que
dominó la región entre 1946 y 1973. Lan-
zado por el secretario de la Marina Ken-
neth Braithwaite bajo Trump, el proyecto
fue confirmado por el almirante durante
su audición en el Congreso estadouni-
dense. Las Islas Palaos deberían alber-
gar esta nueva base estadounidense, a
pesar de que la región ya cuenta con cien-
tos de ellas, particularmente en Japón –
donde se encuentran estacionados cer-
ca de 55.000 soldados–, en Corea del Sur
(28.500), en Hawai (42.000) o en Guam,
sin olvidar Australia, Nueva Zelanda... d
18 |
d Por lo demás, los gastos militares
estadounidenses alcanzaron los 778.000
millones de dólares en 2020, es decir, el
triple que los de China (252.000 millo-
nes). Pekín cuenta con el segundo presu-
puesto militar del mundo, pero el ejem-
plo de la Unión Soviética, que se había
lanzado a una carrera armamentística
con Washington a riesgo de su existen-
cia, marcó la memoria de los dirigentes
chinos. No quieren seguir esa vía: por el
momento, le destinan 1,7% del Producto
Interno Bruto (PIB), contra el 3,7% de Es-
tados Unidos, según el Instituto Interna-
cional de Estocolmo para la Investigación
de la Paz (SIPRI, en inglés) (13).
A pesar de lo que diga el Pentágono, a la
caza de créditos suplementarios, Estados
Unidos suma por sí solo el 39% del total de
los gastos militares del planeta, y mantie-
ne una amplia ventaja. Sobre todo porque
la experiencia está de su lado, como seña-
la el sinólogo Barthélémy Courmont: “Las
fuerzas estadounidenses se involucran
constantemente en operaciones milita-
res, lo que no es el caso del ejército chino”
(14). Los estadounidenses van a la guerra
en todas partes, pero sospechamos de los
objetivos bélicos chinos.
Aprender a compartir
El Indo-Pacífico es su nuevo campo de
juego. Sus contornos fluctuaron, yendo
del Pacífico Occidental hasta la costa Es-
te de África, excluyendo a Estados Uni-
dos bajo Barack Obama, luego integrán-
dolo bajo Trump. Actualmente, “el Indo-
Pacífico forma parte de la ‘vecindad de
Estados Unidos’”, apunta Rumley –una
vecindad a ser defendida al mismo nivel
que su patio trasero, según la doctrina
estadounidense tradicional... que Pekín
imitaría–. “Se puede interpretar el com-
portamiento chino en el Mar de China
Meridional en parte en función de esta
posición. Después de todo, una presen-
cia china en el Caribe no sería tolerada
por Estados Unidos”, continúa Rumley,
que desaprueba esta actitud de gran po-
tencia en un momento donde habría que
(finalmente) imaginar otros tipos de re-
laciones internacionales.
Más aun cuando ni siquiera los países
incluidos en el Indo-Pacífico tienen una
visión única del asunto. Si Australia re-
tomó su rango de sheriff de Estados Uni-
dos (15), Japón sigue siendo un “socio
aliado del segundo círculo”, sin “coman-
do militar unificado con las tropas esta-
dounidenses”, a diferencia de Canberra,
señala Robert Dujarric, director del In-
stitute of Contemporary Asian Studies
(ICAS) en Tokio. Le “resultaría difícil
llevar adelante operaciones armadas en
el exterior, porque siempre hay muchas
reticencias del electorado”. El primer
ministro Suga Yoshihide, al igual que su
mentor Shinzo Abe, ve en el Indo-Pacífi-
co la ocasión de cumplir el sueño de una
“pareja nipo-estadounidense que dirigi-
ría los asuntos de la región”, cortándo-
le las alas al hermano-enemigo chino.
Agobiado por la política interna, Suga se
jactó de haber sido el primer dirigente
extranjero recibido por el nuevo presi-
dente estadounidense, y más aun de ha-
ber sido promovido de hecho a cogestor
de “la resolución pacífica de los proble-
mas del cruce del Estrecho de Taiwán”,
según el comunicado común del 17 de
abril de 2021. Nunca antes, desde hace
cincuenta y dos años, un dirigente japo-
nés se había atrevido a mencionar la isla,
que el país ocupó con mano dura de 1895
a 1945. Una movida que seguramente
no aporta tranquilidad a sus vecinos, en
particular a Corea del Sur, donde el pa-
sado colonial siempre ha sido motivo de
tensión con Tokio.
Por el contrario, la alianza con Nueva
Delhi no podría estar mejor. Se organi-
zan maniobras militares comunes regu-
larmente. Según Dujarric, “la gran ambi-
ción de Tokio es hacer de India una pla-
taforma logística, un nuevo patio trasero
productivo, en reemplazo de China”. Por
ahora, el “desacoplamiento” no es más
que una expresión de deseos, y China si-
gue siendo su primer socio comercial.
India, por su parte, espera que esta
estrategia indo-pacífica le proporcione
un rol crucial en la región, volviéndola
imprescindible. En el plano económi-
co, el primer ministro Modi emprendió
un vasto programa de privatizaciones y
busca atraer inversiones extranjeras –
por lo tanto, el objetivo de Tokio no le
resulta para nada desagradable–. Pero
las infraestructuras del país siguen sien-
do pobres, reduciendo las perspectivas
inmediatas de beneficios.
En el plano diplomático, el jefe de Go-
bierno se ve como un posible contrape-
so reconocido de China, sobre todo des-
pués de los incidentes en Ladakh el año
pasado (16). “India alberga más de 1.000
millones de habitantes, es una potencia
nuclear reconocida y posee uno de los
ejércitos permanentes más grandes del
India busca
escapar de las
patas del dragón
económico chino
sin caer en las
garras del águila
estadounidense.
mundo. No sorprende que Nueva Delhi
quiera ser un actor indispensable para
forjar el futuro del siglo asiático”, nos ex-
plica el ex diplomático y diputado indio
Shashi Tharoor, no obstante opositor de
Modi. Pero, “fundadora del Movimiento
de Países No Alineados durante la Gue-
rra Fría, India fue siempre alérgica a las
alianzas y no tiene ningún interés en po-
ner todos sus huevos estratégicos en la
misma canasta”.
Incluso los más fervientes partida-
rios del Indo-Pacífico –como el espe-
cialista indio en relaciones internacio-
nales Brahma Chellaney, que veía en
el QUAD una “nueva dinámica […] en
respuesta al expansionismo agresivo
de China” (17)– se desilusionaron rápi-
damente frente a lo que nombran como
la “arrogancia estadounidense”. En el
origen de este viraje está la penetración
en las aguas de la Zona Económica Ex-
clusiva (ZEE) india de un destructor de
misiles guiados, durante unos ejercicios
navales llamados “Libertad de navega-
ción”, el 7 de abril. Lejos de disculpar-
se, Washington volvió a poner a Nueva
Delhi contra las cuerdas, al considerar
que esas zonas no significaban nada en
materia de derecho internacional y que
India tenía “reivindicaciones marítimas
excesivas”. ¡Es sin embargo en nombre
del respeto de las ZEE reivindicadas
por Pekín que la marina y la aviación es-
tadounidenses como las del QUAD van
y vienen en el Mar de China!
“Aunque sea la democracia más pode-
rosa del mundo, Estados Unidos comparte
ciertos rasgos con la más grande autocra-
cia del mundo y su principal competencia,
China. Ambos países tienen un complejo
de superioridad extremo –constata Che-
llaney, que recuerda numerosos ejem-
plos de incursiones no autorizadas en las
aguas de sus aliados–. La utilización de
las proezas navales para hacer valer las
reivindicaciones marítimas estadouni-
denses contra un amplio abanico de paí-
ses muestra que, incluso si no es la única
superpotencia del mundo, Estados Uni-
dos conserva viejos hábitos.” Y agrega:
“Mientras que 167 Estados firmaron la
Convención de las Naciones Unidas so-
bre el Derecho del Mar [UNCLOS, en in-
glés], Estados Unidos [que no la ratificó]
se arrogó a sí mismo el derecho de super-
visar y de hacer aplicar sus disposiciones
interpretándolas unilateralmente” (18).
Por eso Francia debería pensar dos
veces antes de involucrarse en manio-
bras militares y acercamientos ideológi-
cos con Washington. Y, con ella, la Unión
Europea, que quiere definir una “estra-
tegia Indo-Pacífica” común. Tanto una
como la otra deberían preguntarse, a
la manera de Camilla Sorensen, profe-
sora asociada en el Royal College de la
Defensa danesa: ¿Está lista Europa pa-
ra “compartir el objetivo primordial de
Washington, [que es el] de preservar su
dominio en la región Indo-Pacífica”, y
reconocer la “pertinencia de la estrate-
gia estadounidense, marcada por la con-
frontación frente a los desafíos que re-
presenta China” (19)? Hacer estas pre-
guntas, implica responderlas...
En India, el embargo establecido por
Biden a ciertos componentes vitales pa-
ra la producción de vacunas, mientras el
Covid-19 empezaba a desvastar el país,
reforzó las dudas. Incluso si el presiden-
te estadounidense terminó levantándo-
lo, al menos parcialmente, Modi usó am-
pliamente el argumento para hacer olvi-
dar sus propias responsabilidades. Difícil
celebrar las nupcias indo-americanas en
estas condiciones, incluso bajo la ban-
dera Indo-Pacífica. Por el momento, In-
dia busca escapar de las patas del dragón
económico chino –que es también su pri-
mer socio comercial– sin caer en las ga-
rras del águila estadounidense.
Es el dilema de muchos países de la re-
gión, que quieren continuar cooperando
económicamente con China y estratégi-
camente con Estados Unidos. Ambos de-
ben aprender a “respetar a cada país por
lo que es, y no por lo que ellos quisieran
que fuera”, considera el ex ministro de
Asuntos Exteriores australiano Gareth
Evans (1988-1996). Se acabó el tiempo
de “las tres ‘P’: primacía, predominancia,
preeminencia [“primacy, predominance,
pre-eminence”]”, agrega (20).
Símbolo del giro económico y estra-
tégico hacia Asia, el concepto de Indo-
Pacífico es rara vez rechazado. Pero sus
interpretaciones divergen. Vietnam, obs-
truido por su poderoso vecino, se siente
próximo a la concepción estadouniden-
se; Corea del Sur busca más bien contra-
balancear la presencia de las tropas de
Washington y el poder japonés entablan-
do relaciones más estrechas con China;
Indonesia, sede de la Asociación de las
Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN),
reivindica una posición equidistante en-
tre los dos grandes, al igual que Singapur;
Filipinas pasa de uno a otro en función de
sus intereses y de los ataques chinos en
los arrecifes que controla.
En efecto, es absurdo pensar en tér-
minos de alianzas militares e ideológi-
cas, como en tiempos de Guerra Fría,
cuando las relaciones económicas son
intrincadas y que asociaciones estra-
tégicas fluctuantes permiten a países
de los dos supuestos “campos” trabajar
juntos: la organización informal de los
BRICS (Brasil, Rusia, India, China, Sud-
áfrica), la Organización de Cooperación
de Shanghai (China, Rusia, India, Pa-
Edición 264 | junio 2021
kistán…), o incluso la Asociación Eco-
nómica Integral Regional (RECP, en in-
glés), el mayor acuerdo de libre comer-
cio jamás firmado, entre los países de la
ASEAN y Corea del Sur, Japón y China
(21). Pero aún hace falta que ninguno de
estos países se sienta amenazado.
“China debería mejorar sus lazos de
amistad con sus vecinos del Asia-Pací-
fico –advierte un analista militar chino
del muy oficial Global Times–. Debería
otorgar más importancia a países co-
mo Corea del Sur, Nueva Zelanda y los
miembros de la ASEAN” (22). Esta críti-
ca en forma de recomendación es tan ra-
ra que merece ser subrayada, aun cuan-
do su autor reclama un incremento de
las Fuerzas Armadas.
Para el ex diplomático singapuren-
se Kishore Mahbubani, “pensar que se
puede contener la potencia económica y
tecnológica de China por medios milita-
res es absurdo”. Aquellos que lo creen se
equivocan de siglo. Pekín no es Moscú.
Estados Unidos sigue siendo la primera
potencia mundial, pero no domina más
el mundo. “Tiene que aprender a com-
partir”. Vasto programa. g
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Asia-Pacific outlines Paris’ Indo-Pacific defense
plans”, The Diplomat, Washington, DC, 13-4-21.
2. Emmanuel Macron, discurso frente
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au risque d’hégémonie”, Reuters, 5-5-18.
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1-6-19, https://media.defense.gov
5. Gurpreet S. Khurana, “Security of sea lines:
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Authorization Act for Fiscal Year 2019”, Congreso
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8. Chung Kuyoun, “Why South Korea is
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11. Victor L. Vescovo, “Deterring the Dragon...
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12. Daniel Schaeffer, “Chine – États-Unis – Mer
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13. “World military spending rises to almost 2 trillion
dollars in 2020”, Stockholm International Peace
Research Institute (SIPRI), 26-4-21, www.sipri.org
14. “Le Pentagone agite la menace de la Chine pour
réclamer d’énormes hausses de son budget : excuse facile ou
anticipation fondée ?”, Atlantico, 23-4-21, www.atlantico.fr
15. Véase Vince Scappatura, “L’Australie, pièce centrale
du ‘pivot’ américain”, en “Poudrières asiatiques”,
Manière de voir, N° 139, París, febrero-marzo de 2015.
16. Véase Vaiju Naravane, “Enfrentamiento en el
techo del mundo”, Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, Buenos Aires, octubre de 2020.
17. Brahma Chellaney, “Biden follows
Trump’s footsteps in the Indo-Pacific”,
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18. Brahma Chellaney, “US fails to
understand that it no longer calls the shots
in Asia”, Nikkei Asia, Tokio, 21-4-21.
19. Remi Perelman, “Indo-Pacifique-Danemark :
Mais pas seul”, Asie21, N° 149, París, abril de 2012.
20. Gareth Evans, “What Asia wants from
the Biden administration”, Global Asia,
Seúl, Vol. 16, N° 1, marzo de 2021.
21. Martine Bulard, “Bomba librecambista en Asia”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, enero de 2021.
22. Song Zhongping, “China must prepare for US new
QUAD schemes”, Global Times, Pekín, 10-11-20.
*De la redacción de Le Monde diplomatique, París.
Traducción: Victoria Raffaele
 Tensión en la Explanada de las Mezquitas, Jerusalén, 7-5-21 (Ammar Awad/Reuters)

Dossier

Israel-Palestina,
sin paz
Tras once días de conflicto que dejaron un saldo de 230
muertes palestinas y 12 muertes israelíes, Israel y Hamas
alcanzaron un cese el fuego sin condiciones previas.
Pero el fin de las hostilidades no apaciguó las tensiones
en Jerusalén Este ni en Cisjordania, así como no resol-
vió las cuestiones de fondo. Mientras no dispongan de
un Estado viable y sigan sufriendo la colonización, los
palestinos seguirán luchando por sus derechos.

Guerras sin fin contra los palestinos  por Alain Gresh 20 |  L a farsa del "proceso
d e   p a z "   p o r  E ze q uie l  Ko p e l  22  |   I s r a e l ,   cib e r p o t e n cia   r e g io n a l   p o r  R u b é n
P a r e d e s  R o d r í g u e z   2 4   | U n   p u e b l o   d e   p i e   p o r  S e r g e   H a l i m i | 3 6
20 | Edición 264 | junio 2021

Dossier
Israel-Palestina,
sin paz

Jan Yunis, Gaza, 26-5-21 (Said Khatib/AFP)

Pese a haber sido presentado como una victoria para Israel, el último capítulo de
la incesante catástrofe que se repite en los territorios ocupados demuestra que
mientras no haya un Estado viable para los palestinos, estos seguirán luchando
por sus derechos y ningún muro o sistema defensivo podrá garantizar la paz.
Una dominación israelí cada vez más brutal

Guerras sin fin contra

los palestinos
E
por Alain Gresh*

n Palestina, la historia se repite. Re-
gularmente, inexorablemente, des-
piadadamente. Y es siempre la mis-
ma tragedia: una tragedia que se po-
día anticipar, a tal punto los datos en
el terreno son enceguecedores, pero
que continúa sorprendiendo a aquellos que inter-
pretan el silencio de los medios de comunicación co-
mo una aceptación de las víctimas. Y, cada vez, la cri-
sis adopta contornos particulares y toma caminos in-
éditos, pero se sintetiza en una verdad transparente:
la persistencia desde hace décadas de la ocupación
israelí, de la negación de los derechos fundamen-
tales del pueblo palestino y de la cruel voluntad de
echarlo de sus tierras.
Hace mucho tiempo, luego de la guerra de junio
de 1967, el general De Gaulle ya había comprendido
lo que iba a suceder: “Israel organiza, en los territo-
rios que tomó, la ocupación, que no puede ocurrir sin
opresión, sin represión, sin expulsiones; y se mani-
fiesta en su contra una resistencia que, a su vez, cali-
fica de terrorismo” (1). Asimismo, declaraba en oca-
sión del desvío de un avión israelí, en 1969, que no
se podían poner en el mismo plano la acción de un
grupo clandestino, el Frente Popular para la Libera-
ción de Palestina (FPLP), calificado en ese entonces
de “terrorista” y las “represalias” de un Estado como
Israel, que, en 1968, había destruido la flota aérea ci-
vil libanesa en el aeropuerto de Beirut. Impuso en-
tonces un embargo total sobre las ventas de armas a
Tel Aviv. Otra época, otra visión.
Se inició entonces, en Jerusalén, el capítulo más
reciente de esta catástrofe que se repite sin cesar. Los
elementos son conocidos: la brutal represión de jó-
venes palestinos echados de los espacios públicos de
la Puerta de Damasco y de la Explanada de las Mez-
quitas, en donde celebraban cada noche el final del
ayuno del Ramadán. Resultado: más de trescientos
heridos; la invasión de esa misma explanada por par-
te de la policía israelí que no dudó ni en lanzar gases
lacrimógenos sobre los fieles ni en tirar balas preten-
didamente de goma (2); la expulsión programada de
familias enteras del barrio Sheikh Jarrah; incursio-
nes, al grito de “muerte a los árabes”, de suprema-
cistas judíos envalentonados por su reciente victoria
electoral, obtenida gracias al apoyo del primer mi-
nistro Benjamin Netanyahu. Violar el mes sagrado
del Ramadán, profanar un santuario del islam, usar
la fuerza bruta: muchas voces en Israel denunciaron,
a posteriori, los “errores” cometidos.
¿Errores? Más bien una arrogancia ciega y un
desprecio por los colonizados. Como señaló un
periodista de Cable News Network (CNN), ¿qué
podían temer las autoridades, que utilizan “una
tecnología que permite seguir los desplazamien-
tos de los teléfonos celulares, drones para vigilar
los movimientos dentro y alrededor de la Ciudad
Antigua, así como cientos de cámaras de video-
vigilancia”? Más aun cuando se apoyan en “miles
de policías armados desplegados para reprimir los
disturbios, ayudados por camiones que escupen
eso que los palestinos llaman ‘el agua de cloaca’,
un líquido putrefacto pulverizado sobre los mani-

festantes, los transeúntes, los autos, los negocios
y las casas” (3).
No se tuvo en cuenta la determinación de los jóve-
nes de Jerusalén, que, fuera de toda organización po-
lítica, se enfrentaron a las fuerzas de represión. Otra
“sorpresa”: lo hicieron con el apoyo de sus hermanos y
hermanas de las ciudades palestinas de Israel, de Na-
zaret a Umm al-Fahm, haciendo estallar por los aires
el mito de un Estado que trataría a sus ciudadanos de
manera igualitaria. Para anticipar estos levantamien-
tos, alcanzaba sin embargo con leer los informes pu-
blicados recientemente por dos grandes organiza-
ciones de defensa de los derechos humanos, la israelí
B’Tselem y la estadounidense Human Rights Watch.
Estos concluyen que el sistema de gobierno en todo el
territorio de la Palestina del Mandato, no únicamen-
te en los territorios ocupados, es un sistema de apar-
theid según la definición establecida por las Naciones
Unidas, y que podemos resumir en una frase: en una
misma tierra coexisten, a veces a pocos metros unas
de otras, poblaciones que no disponen de los mismos
derechos, no dependen de las mismas jurisdicciones,
no son tratadas de la misma manera (4). Esta dispari-
dad produce los mismos efectos que en Sudáfrica an-
tes de la caída del régimen de apartheid: la insumisión,
la revuelta, los disturbios.
En las ciudades en las que son mayoría, los pales-
tinos de Israel sufren la desinversión del Estado, la
ausencia de infraestructura, el rechazo de las auto-
ridades a actuar contra la criminalidad; en las ciu-
dades mixtas, son relegados en barrios sobrepobla-
dos, empujados a exiliarse por la presión de la colo-
nización judía, conscientes de que la meta final del
gobierno israelí es deshacerse de todos esos “no-
judíos”. Un joven palestino de Israel explica su so-
lidaridad con Sheikh Jarrah de este modo: “Lo que
sucede en Jerusalén corresponde exactamente a lo
que sucede en Jaffa y en Haifa. La sociedad árabe en
Israel sufre una expulsión sistemática. Llegamos al
punto de ebullición. Nadie se preocupa por saber si
podemos seguir existiendo; al contrario. Nos empu-
jan a irnos” (5).
En Lod, una ciudad de 75.000 habitantes, los cho-
ques entre judíos y palestinos –que representan un
cuarto de la población– fueron particularmente bru-
tales. Estos últimos siguen marcados por la depura-
ción étnica de 1948, cuando los grupos armados sio-
nistas expulsaron manu militari a 70.000 de los su-
yos (6). El mismo objetivo sigue en pie, aunque se
manifieste bajo otras formas: se trata de “terminar el
trabajo” empujándolos afuera. Las 8.000 viviendas
en construcción están todas reservadas a los judíos y
allí, como en Jerusalén o en Cisjordania, es práctica-
mente imposible para un palestino obtener un per-
miso de construcción. El hecho de tener un pasapor-
te israelí no cambia nada.
Jerusalén aun más dividida
El primer acto del actual drama concluyó el 10 de
mayo. Las autoridades israelíes debieron retroce-
der, al menos parcialmente. La juventud palestina
retomó el control de las calles; la mezquita de Al Aq-
sa fue evacuada; la Corte Suprema, que debía ratifi-
car la expulsión de varias familias de Sheikh Jarrah
–del mismo modo que apoya regularmente la judai-
zación de Palestina (7)– pospuso por un mes su deci-
sión. Hasta la manifestación prevista para celebrar
la “liberación” de la ciudad y de sus lugares santos en
1967 se convirtió en un fiasco. Su itinerario se modifi-
có para esquivar los barrios palestinos, confirmando
la división en dos de la “capital unificada y eterna de
Israel” y la resiliencia de los palestinos: representan
el 40% de la población –aunque la Municipalidad só-
lo les conceda el 10% de su presupuesto (8)–, cuando
no eran más que un 25% en 1967.
Ese mismo día, después de haber lanzado un ulti-
mátum exigiendo el retiro de los policías de Jerusa-
lén, Hamas, en el poder en Gaza, lanzaba una salva
de cohetes contra las ciudades israelíes, inauguran-
do un nuevo acto de la revuelta. Fuimos rápidamen-
te testigos del fuego de artillería mediático contra la
“organización terrorista”, peón de Irán, cuyo uso de
la violencia impediría cualquier solución política.
Pero, ¿en qué momento los “períodos de calma” (es
decir aquellos períodos en los cuales únicamente se
mata a los palestinos, sin que ello llegue nunca a la
primera plana de los diarios) llevaron al gobierno de
Netanyahu a negociar una paz verdadera? Como re-
cordaba Nelson Mandela en sus Memorias, “es siem-
pre el opresor y no el oprimido, quien determina la
forma de la lucha. Si el opresor utiliza la violencia, el
oprimido no tendrá otra opción más que responder
con violencia” (9).
Ni el carácter violento de Hamas ni su etiqueta de
movimiento “terrorista” le impidieron por otra parte
a Netanyahu convertirlo en su interlocutor privile-
giado en varias ocasiones desde su primer acceso al
cargo de Primer Ministro, en 1996, para debilitar a la
Autoridad Palestina. Esperaba así fragmentar la cau-
sa palestina entre Gaza y Ramallah –lo que le permi-
tía, además, explicar que... ¡no se podía negociar con
palestinos divididos! Fue su gobierno el que autorizó
la transferencia de cientos de millones de dólares de
Qatar a Gaza para restaurar parcialmente el territo-
rio, bajo bloqueo desde 2007 y devastado durante la
guerra de 2014 (10). Nadie duda de que una parte de
ese dinero le permitió a Hamas, con la ayuda de Irán
y del Hezbollah libanés, reconstituir y desarrollar su
arsenal militar y su capacidad de combate.
El ejercito israelí, convencido de haber dado a la
vez un golpe mortal a Hamas en el curso de su ofen-
siva de 2014 y de haber “comprado la paz” por un pu-
ñado de dólares, se dejó sorprender por su entrada
en la batalla de Jerusalén –una prueba adicional de
su arrogancia y de su incapacidad para comprender
la “mentalidad de los colonizados”–. Todos los pa-
lestinos, sean musulmanes o cristianos, consideran a
Jerusalén como el corazón de su identidad. Fotogra-
fías o pinturas de la ciudad, a veces incluso maquetas
de la mezquita de Al Aqsa adornan sus casas. La am-
plitud del movimiento en torno a Sheikh Jarrah, que
se extendió hasta los palestinos de Israel, llevó a Ha-
mas a meterse en la batalla, máxime considerando
que las perspectivas de algún avance político habían
En librerías y www.editorialcapitalintelectual.com.ar
| 21
sido bloqueadas por la decisión del presidente de la
Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, de posponer
las elecciones legislativas y presidencial; una deci-
sión motivada por el temor a ser desaprobado por el
voto popular y por el rechazo de Israel a permitir que
el escrutinio se lleve a cabo en Jerusalén Este.
Al involucrarse, Hamas contribuyó a reunificar
los palestinos: aquellos de la Palestina del Mandato,
aquellos de los campos de refugiados, pero también
aquellos que viven dispersos a través del mundo.
Testigo de ello es la huelga general en la que parti-
ciparon tanto los palestinos de Jerusalén, los de los
territorios ocupados y los de Israel, el 18 de mayo
–una primera en más de treinta años–. Este éxito se
obtuvo a pesar de las persistentes divisiones políti-
cas, tanto entre Hamas y la Autoridad Palestina co-
mo al interior mismo de Fatah. Estas divisiones pe-
sarán en la manera en que los palestinos podrán con-
solidar sus logros.
Inencontrable victoria militar
En el plano militar, el ejército israelí hizo lo que sabe
hacer: aplicó la doctrina del general Gabi Eizenkot,
elaborada tras la guerra contra el Líbano de 2006.
Llamada “doctrina Dahi-
ya”, por el nombre del
Estalló por los barrio del sur de Beirut
aires el mito de donde estaban situadas
las oficinas de Hezbollah,
un Estado israelí ésta preconiza una res-
puesta desproporciona-
que trataría a sus da y “represalias” contra
las zonas civiles que pue-
ciudadanos de dan servir como bases
para el enemigo. Ningún
manera igualitaria. otro ejército en el mun-
do se animó a formular
abiertamente tal “doctri-
na terrorista” –aun cuando, evidentemente, muchos
de ellos no dudan en ponerla en práctica, sean los es-
tadounidenses en Irak o los rusos en Chechenia–. El
ejército israelí dispone además de un pretexto ideal:
como Hamas controla Gaza desde 2007, cualquier
oficina encargada de los impuestos, de la educación
o de la ayuda social puede ser calificada como un
blanco legítimo. El balance es terrible: más de 230
palestinos muertos, entre los cuales unos sesenta
niños; 1.800 heridos; seiscientas casas y una decena
de rascacielos completamente destruidos; centros
médicos, universidades, estaciones eléctricas gol-
peados. Un resultado al que seguramente le prestará
atención la Corte Penal Internacional, que incluyó a
la situación en Palestina en su agenda.
¿Todo esto para qué? Es “la operación más fallida
y más inútil de Israel en Gaza”, denuncia Aluf Benn,
jefe de redacción del diario israelí Haaretz. No sólo
el ejército no anticipó nada –un ejército que se glo-
rifica tras cada nuevo round de haber “erradicado las
organizaciones terroristas y su infraestructura”–,
sino que además “no tiene la menor idea de cómo
paralizar a Hamas y desestabilizarlo. Destruir sus
túneles con bombas poderosas […] no le hizo nin- d
LAVES DEL SIGLO XXI
EL CONFLICTO PALESTINO-ISRAELÍ
100 preguntas y respuestas
Pedro Brieger
MEDIO ORIENTE, LUGAR COMÚN
Siete mitos sobre la región más caliente del mundo
Ezequiel Kopel
HISTORIA CONTEMPORÁNEA DE MEDIO ORIENTE
Detrás de los mitos
Leyla Dakhli
Disponibles en ebook
22 |
d gún daño serio a las capacidades de combate del
enemigo” (11). Más grave aun, si bien la “Cúpula de
Hierro”, el dispositivo de interceptación de cohetes,
permitió limitar a doce el número de muertos entre
los habitantes de las ciudades israelíes, no impidió la
conmoción de su vida cotidiana, ya que estuvieron
obligados a ponerse a salvo en refugios, tanto en Tel
Aviv como en Jerusalén. Los cohetes y misiles cam-
bian la ecuación: de ahora en más, ninguna ciudad de
Israel está a salvo –ya se había comprobado durante
la guerra llevada a cabo contra Hezbollah en 2006–.
Y es posible imaginar el día de mañana una guerra
en varios frentes: Gaza y el Líbano, e incluso Yemen,
donde los hutus, que disponen de una significativa
capacidad de fuego con misiles –utilizados en res-
puesta a los bombardeos sauditas–, amenazaron con
usarlos contra Israel.
Ya en el curso de la guerra de 2014, los observado-
res habían notado el creciente desem-
peño militar de Hamas; siguió aumen-
Dossier tando en el rubro balístico. “El núme-
ro de altos dirigentes de Hamas que el
Israel-Palestina, ejército israelí mató demuestra que no
sin paz se trata de una ‘organización efímera’,
como pretenden muchos analistas –ob-
serva Zvi Bar’el en Haaretz–. Algunos
de estos hombres ocupaban puestos im-
presionantes –comandante de la briga-
da de la ciudad de Gaza, jefe de la unidad cibernética
y del desarrollo de misiles, jefe del departamento de
proyectos y de desarrollo, jefe del departamento de
ingeniería, comandante del departamento técnico
de inteligencia militar y jefe de producción de equi-
pos industriales–. Se trata de un ejército con un pre-
supuesto, jerarquizado y organizado, cuyos miem-
bros poseen el grado de formación y el conocimien-
to necesarios para manejar la infraestructura, tanto
para la supervivencia como para las ofensivas” (12).
Asesinar a algunos cuadros de Hamas no cambiará
nada: una nueva generación de militantes sale ya de
los escombros, motivada por una ira aun más inex-
tinguible contra el “enemigo israelí”.
Tomar posición
Esta ira no se limita a los palestinos. La moviliza-
ción en su favor en el mundo árabe no había teni-
do semejante amplitud desde la Segunda Intifada
(2000-2005). Cientos de miles de personas desfila-
ron en Yemen y en Irak –resulta irónico recordar que
uno de los objetivos de la guerra estadounidense de
2003 era favorecer el establecimiento de relaciones
diplomáticas entre Bagdad y Tel Aviv–. También se
llevaron a cabo manifestaciones en el Líbano, en Jor-
dania, en Kuwait, en Qatar, en Sudán y en Marrue-
cos. La cuestión palestina, lejos de haber sido mar-
ginada por los Acuerdos de Abraham firmados por
Israel, Emiratos Árabes Unidos y Bahrein (13), sigue
en el corazón de la identidad árabe. Las esperanzas
de “normalización” con Arabia Saudita o Mauritania
sufrieron un golpe (¿provisorio?). Incluso en Egipto,
la ira se expresó en las redes sociales pero también en
la prensa oficial. Y el tuit en favor de los palestinos de
Mohamed Salah, el célebre delantero de fútbol que
juega en el Liverpool F.C., fue viralizado.
Relegada al segundo plano por los diplomáticos
occidentales, Palestina volvió a estar en el centro de
los debates. Ninguna otra causa, desde la lucha con-
tra el apartheid en Sudáfrica, suscita tal impulso de
solidaridad a través del mundo, de América Latina a
África. Incluso en Estados Unidos, varios demócra-
tas electos tomaron posición contra la embarazosa
complicidad de Joseph Biden, con palabras que no
tenían cabida hasta entonces.
Varias personalidades de la izquierda estadouni-
dense no dudan ya en emplear términos como “ocu-
pación”, “apartheid” o “etno-nacionalismo”. Así,
Alexandria Ocasio-Cortez, electa en la Cámara de
Representantes por el estado de Nueva York, decla-
raba el 13 de mayo en Twitter: “Al intervenir única-
mente para mencionar las acciones de Hamas –que
son condenables– y negarse a reconocer los derechos
de los palestinos, Biden refuerza la falsa idea de que
son los palestinos quienes instigaron este ciclo de vio-
lencias. No es un lenguaje neutral. Toma partido por
un bando, el bando de la ocupación”. La noche ante-
rior, Ocasio-Cortez había formado parte de los vein-
ticinco demócratas electos que le pidieron al secre-
tario de Estado Antony Blinken ejercer presión so-
bre el gobierno israelí para impedir la expulsión de
cerca de dos mil palestinos de Jerusalén Este. “De-
bemos defender los derechos humanos en todas par-
tes”, tuiteaba una de las firmantes, Marie Newman.
En cambio, en Europa, y particularmente en Francia,
asistimos –a pesar de las movilizaciones a favor de
Palestina– a una alineación a Israel y a su discurso de
“guerra contra el terrorismo” o de “legítima defensa”.
¿Durará el cese el fuego que entró en vigencia
el 21 de mayo? ¿Qué pasará con las familias
amenazadas de expulsión de Sheikh Jarrah?
¿Sobrevivirá la Autoridad Palestina a su fracaso po-
lítico? Seguramente no hemos presenciado el últi-
mo acto de la obra que se acaba de desarrollar. Los
palestinos, más allá de su lugar de residencia, mos-
traron una vez más su determinación por no des-
aparecer del mapa diplomático y geográfico. ¿Ha-
brá que esperar la próxima crisis, con su cortejo de
destrucciones, muertes y sufrimientos para tomar
consciencia de ello?
En 1973, luego del fracaso de sus tentativas de
recuperar por la vía diplomática sus territorios
perdidos en 1967, Egipto y Siria desencadenaron
la guerra de Octubre contra Israel. Interrogado
sobre esta “agresión”, Michel Jobert, ministro de
Relaciones Exteriores francés, contestó: “¿Acaso
intentar volver a poner los pies en su casa es un
acto de agresión?”. ¿Intentar hacer valer sus dere-
chos es un acto de agresión? g
La farsa del “proceso de paz”
por Ezequiel Kopel*
E
l historial de negociaciones desde los Acuerdos de
Oslo –arreglo que se ha convertido en un brillan-
te y efectivo mecanismo para gestionar la ocupa-
ción israelí hasta el día de hoy– muestra que los
palestinos no han exigido más de lo que les ofrece
el derecho internacional. Sin embargo, Israel afirma que tales
demandas no son razonables, y que debido a eso en el campo
palestino no hay un socio para la paz con el cual negociar. Du-
rante 2007 y 2008 hubo otra ronda de negociaciones, iniciada
en la Conferencia de Annapolis –promovida por el presidente
de Estados Unidos George W. Bush– en la que el por entonces
primer ministro israelí Ehud Olmert le propuso a Mahmud Ab-
bas el 93,7% de Cisjordania, pero los palestinos no llegaron a
considerar seriamente la propuesta debido a que el líder israe-
lí ya había anunciado su renuncia (estaba siendo investigado
por un caso de corrupción por el que luego fue condenado),
mientras que su contraparte palestina no controlaba la Franja
de Gaza, ya en manos de sus rivales de Hamas (1).
Lo que no dicen los israelíes es que los palestinos fallaron
donde otras naciones árabes han tenido éxito porque nunca
representaron una amenaza real para Israel, y siempre han
sido demasiado débiles para proteger sus concesiones de
una mayor erosión. El principio israelí aplicado hacia los pa-
lestinos siempre fue el de “divide y reinarás”, lo que llevó a
la separación de la sociedad palestina en cinco grupos, cada
uno con un estatus legal diferente: ciudadanos palestinos de
Israel, palestinos en Cisjordania, palestinos en Gaza, pales-
tinos en Jerusalén Este y palestinos en la diáspora. Cuando
esos grupos estuvieron unidos, acontecieron los levanta-
mientos palestinos, y cuando estuvieron desunidos, Israel
logró imponer sus designios.
La rivalidad entre la OLP y Hamas es un regalo maravi-
lloso para Israel, al estar excusado de negociar con el presi-
dente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, porque es
débil y no representa a todos los palestinos, y a la vez tam-
bién está exento de negociar con Hamas, pues es definido
por los israelíes –y la mayoría de las naciones– como una
organización terrorista.
Es un hecho que en el conflicto israelí-palestino las cri-
sis crean oportunidades y los períodos de calma afianzan
el statu quo. El arribo a compromisos y acuerdos en dicha
disputa se basa menos en la promesa de paz que en la aver-
sión a la incertidumbre. Israel, se repite constantemente, se
enfrenta a dos opciones: una solución de dos Estados para
dos pueblos y una solución de un Estado para todos. La pri-
mera opción consiste en eliminar la mayoría de los asenta-
mientos de Cisjordania (pero no necesariamente la mayoría
de los colonos); la segunda habla de anexar Cisjordania y así
Edición 264 | junio 2021
1. Hélène Aldeguer y Alain Gresh, Un chant d’amour. Israël-
Palestine, une histoire française, La Découverte, París, 2017.
2. Jean-Pierre Filiu, “Le mythe des ‘balles en
caoutchouc’ israéliennes”, Un si proche Orient,
16-5-21, www.lemonde.fr/blog/filiu/
3. Ben Wedeman y Kareem Khadder, “Israel holds all
the cards in Jerusalem, yet the city has never been more
divided”, CNN, 12-5-21, https://edition.cnn.com
4. “Las prácticas abusivas de Israel constituyen crímenes de apartheid
y persecución”, Human Rights Watch, 27-4-21, www.hrw.org
5. Nir Hasson, “There’s systematic expulsion of Arab society in Israel,
and we’ve reached a boiling point”, Haaretz, Tel Aviv, 12-5-21.
6. Ari Shavit, “Lydda, 1948”, The New Yorker, 14-10-13.
7. Sylvain Cypel, “En Israël, la Cour suprême conforte les partisans
de la colonisation”, Orient XXI, 27-4-15, https://orientxxi.info
8. Véase particularmente el informe de B’Tselem
sobre Jerusalén, www.btselem.org/jerusalem
9. Alain Gresh, “El Evangelio según Mandela”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2010.
10. Olivier Pironet, “En el caldero de Gaza”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, septiembre de 2019.
11. Aluf Benn, “This is Israel’s most failed and pointless Gaza
operation ever. It must end now”, Haaretz, 18-5-21.
12. Zvi Bar’el, “Looking for Gaza victory against Hamas,
Israel lost the battle for Jerusalem”, Haaretz, 15-5-21.
13. Akram Belkaïd, “Idilio entre los países del Golfo e Israel”, Le
Monde diplomatique, edición Cono Sur, diciembre de 2020.
*Director de la revista en línea Orient XXI.
Traducción: Micaela Houston
cambiar el equilibrio demográfico entre judíos y palestinos,
al vivir ambos bajo una soberanía israelí, con derechos ple-
nos (hoy la mitad de los habitantes del territorio bajo con-
trol de Israel no son ciudadanos y no pueden votar por las
instituciones que controlan sus vidas).
Mientras adoptan retóricamente la primera alternativa,
los israelíes, sus líderes y ciudadanos en la práctica avanzan
hacia la segunda opción. Los defensores de esta paradoja
argumentan que esto se debe a consideraciones de “seguri-
dad” y al “rechazo árabe”. De acuerdo con esta línea de pen-
samiento, Israel ha decidido abandonar Cisjordania e inclu-
so ha realizado varios intentos de hacerlo, solo para que la
respuesta del lado palestino sea la violencia.
Otra lógica empleada comúnmente mezcla los dos enfo-
ques: Israel quiere abandonar Cisjordania, pero fue (es) to-
mada como rehén por una minoría de nacionalistas de dere-
cha y mesiánicos religiosos, que se han potenciado debido al
rechazo palestino al proceso de paz y las supuestas conce-
siones israelíes. Según esta posición, todo terminará cuan-
do los palestinos no utilicen la violencia y acepten la oferta
israelí, lo que le permitirá al Estado hebreo reagruparse en
su territorio reconocido internacionalmente, para estar se-
guro demográficamente con su mayoritaria población judía.
Esa falsa y tranquilizadora aritmética, que pone la res-
ponsabilidad mayor en el ocupado y no en el ocupante, deja
de lado, de hecho, que la OLP utilizó desde 2004 hasta la ac-
tualidad una estrategia de resistencia pacífica como el me-
dio para impulsar nuevas conversaciones con el gobierno is-
raelí: presentó una resolución al Consejo de Seguridad de la
ONU sobre la ilegalidad de los asentamientos (que Estados
Unidos vetó); se unió a la UNESCO como Estado miembro;
ganó la admisión de Palestina a la ONU como Estado obser-
vador, y en abril de 2014, luego del colapso de las negocia-
ciones lideradas por Estados Unidos, firmó instrumentos de
adhesión a numerosos tratados internacionales, así como a
la Corte Penal Internacional. Estos movimientos diplomáti-
cos no hicieron mella en la maquinaria de la ocupación y no
tuvieron impacto en la vida cotidiana de los palestinos, pero
dejaron en evidencia que la resistencia no violenta no era
apreciada por Israel e incluso era aun más temida. [...]
1. Ian Black, Arabs and Jews in Palestine and Israel 1917 -2017, Penguin
Books, Londres, 2017.
*Periodista. Este texto es un extracto de su libro Medio
Oriente, lugar común. Siete mitos sobre la región más caliente
del mundo, Capital intelectual, Buenos Aires, 2020.
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
| 23
24 | Edición 264 | junio 2021

Dossier
Israel-Palestina,
sin paz

Pruebas de reconocimiento facial con soldados, Instituto de Tecnología e Innovación, Beersheva, 28-8-17 (Amir Cohen/Reuters)

La reacción regional al nuevo estallido de violencia en el conflicto palestino-

israelí estuvo signada por las relaciones de cooperación surgidas de los
Acuerdos de Abraham de 2020 y por la importancia estratégica de las nuevas
tecnologías de ciberseguridad israelíes para las autocracias árabes.

Nuevas alianzas a costa de los palestinos

Israel, ciberpotencia
regional
A
por Rubén Paredes Rodríguez*

lo largo de 11 días, la región de Medio
Oriente y el Norte de África (MENA,
según su acrónimo en inglés) volvió a
ser el epicentro de la política interna-
cional debido a un nuevo capítulo de
violencia del conflicto palestino-is-
raelí. La aceptación del cese el fuego entre las partes,
que puso fin a la Operación Espada de Jerusalén –se-
gún Hamas– o Guardián del Muro –como oficialmen-
te la bautizó Israel– dará paso a balances definitivos
en lo que respecta al número de víctimas y heridos y a
la infraestructura dañada. Pero el retorno al statu quo,
entendido como la continuidad del bloqueo sobre la
Franja de Gaza y de la ocupación de Cisjordania por
parte de Israel, no debe hacer perder de vista un tras-
fondo oculto del conflicto, algunas veces desconocido,
otras veces silenciado.
Los últimos acontecimientos deben servir para
arrojar luz sobre la presencia de un nuevo contexto re-
gional de competencia y de cooperación, de relaciones
entre actores estatales y no estatales, y más particular-
mente, de lo que puede ser considerado como el ingre-
so formal de la región al siglo XXI. En otras palabras, la
configuración de un escenario en el que se emplean las
nuevas tecnologías características de la denominada
Cuarta Revolución Industrial, propias del capitalismo
de plataformas, al servicio de una nueva forma de gue-
rra considerada “híbrida”.
Hasta el momento, este tipo de amenazas se había
detectado en el ámbito económico, afectando sistemas
de seguridad industriales (SSI) de algunos países por
medio de programas informáticos malignos (malware).
En 2009, el virus Stuxnet afectó el funcionamiento de
las centrifugadoras del programa nuclear de la Repú-
blica Islámica de Irán (1); en 2016 el virus Shamoon pe-
netró y dañó los sistemas de seguridad de las empresas
Rasgas de Qatar y de la empresa petrolera Aramco de
Arabia Saudita, y en 2019, el virus Trisis volvió a afectar
a esta última infectando a 35.000 computadoras, lo cual
alertó sobre el nivel de sofisticación cada vez mayor de
los ataques. La realización de los mismos tiene por otra
parte sus ventajas: su bajo costo frente a la magnitud
del daño infligido, a lo que se le suma la dificultad para
corroborar fehacientemente su origen en el inmenso
océano de la web, lo que da lugar a todo tipo de espe-
culaciones. Por ejemplo, Irán acusó a Estados Unidos
e Israel por el ataque del Stuxnet, pero éstos oportu-
namente lo desmintieron. Por su parte Qatar y el reino
saudita responsabilizaron de los ataques del segundo y
el tercer virus respectivamente a Irán, que también los
negó de manera sistemática.
Lo que queda claro es que estos ataques ya traspa-
saron el umbral de la dimensión cibernética al afectar
el ámbito económico en el mundo físico, o real. Y que
la segunda década del siglo XXI también está jalonada
por antecedentes de traspaso al ámbito de la seguridad,
lo que demuestra el grado de desarrollo tecnológico al-
canzado por algunos actores en el MENA y el despliegue
de una nueva ciber-geopolítica regional, con epicentro
en Israel. Así, ciertos adversarios se han convertido en
aliados a la hora de ponderar la vigilancia y el “interés na-
cional” –definido en términos de seguridad nacional–, al
compartir la percepción de amenazas comunes.
Un oscuro objeto de deseo
Más allá de las cuestiones fundamentales que hacen al
núcleo central del conflicto palestino-israelí, como el
establecimiento de un Estado palestino con fronteras
seguras y reconocidas conviviendo junto al Estado de

Israel, el retorno de los refugiados y el estatus de
Jerusalén, cada vez que se inicia un nuevo capítulo
de violencia en el abierto conflicto palestino-israelí
se intentan buscar las causas inmediatas que lo pre-
cipitaron. En este caso, se pueden identificar dos:
por un lado, la política israelí de desalojo de propie-
dades palestinas en el barrio Sheikh Jarrah en Jeru-
salén Oriental, y por el otro, la represión por parte de
la policía israelí sobre los palestinos en la mezquita
de Al Aqsa, que se intensificó con el inicio del mes sa-
grado del Ramadán para los musulmanes.
Frente a esos acontecimientos, el Movimiento de
Resistencia Islámica Hamas que gobierna la Franja de
Gaza lanzó ataques con cohetes sobre Israel, alcanzan-
do por primera vez a Jerusalén. La respuesta no se hizo
esperar. Israel repelió los ataques con el sistema misi-
lístico denominado Cúpula de Hierro, y atacó Gaza con
las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI). De ese modo, el
péndulo que estaba en Jerusalén se trasladó al teatro de
operaciones gazatí, lo cual significó un alivio para al-
gunos de los países árabes dado el valor simbólico que
posee Jerusalén al albergar el tercer lugar sagrado des-
pués de La Meca y Medina.
El pedido urgente del cese el fuego egipcio, apoyado
por el secretario general de Naciones Unidas, Antonio
Guterres, la Media Luna Roja, diferentes organizacio-
nes no gubernamentales (ONG) y demás países, más el
llamado de “desescalada” por parte del presidente esta-
dounidense Joseph Biden no fue aceptado por parte de
Israel. El primer ministro Benjamin Netanyahu adujo
que “la operación iba a continuar todo lo que sea nece-
sario y que le iba a hacer pagar un alto precio a Hamas”.
A las claras, solamente Israel iba a definir cuándo poner
fin a las hostilidades, generando un clima de nerviosis-
mo en aquellos países árabes que normalizaron sus re-
laciones diplomáticas con éste o tienen una alianza tá-
cita, como Arabia Saudita.
Por esa razón, no se puede perder de vista el contex-
to en el que se desarrolló este nuevo capítulo de violen-
cia, porque de ahí se desprenden relaciones profundas
que se entablaron entre algunos países árabes y la prin-
cipal potencia tecnológica del MENA, Israel.
En primer lugar, resulta importante resaltar que la de-
nominada Primavera Árabe nunca hubiera podido acer-
car posiciones entre quienes eran enemigos. Una vez
aplastadas las manifestaciones y apagadas las demandas
de cambios en el mundo árabe, Israel y las petromonar-
quías –a excepción de Qatar– identificaron dos enemi-
gos regionales. Por un lado, la República Islámica de Irán
y su pretensión de erigirse como potencia regional. Por
el otro, el Islam político representado por la Hermandad
Musulmana y su proyecto de conjugar democracia con
religión, lo que es considerado una anatema para el tipo
de sistema político autoritario imperante en el Golfo y en
el resto del mundo árabe en general.
En segundo lugar, ese acercamiento estratégico se
cristalizó en los Acuerdos de Abraham de mediados de
2020 (2), entre Israel, Emiratos Árabes Unidos (EAU)
y Bahrein –a los que luego se sumaron Marruecos y
Sudán–, alentados por la búsqueda de un éxito diplo-
mático por parte de la entonces administración repu-
blicana de Donald Trump. A simple vista, esos países
árabes que nunca habían peleado una guerra abierta con
Israel iniciaban un proceso formal de relaciones di-
plomáticas, seguido de visitas oficiales y la firma de
acuerdos de cooperación en distintas áreas. Para no
granjearse la oposición interna ni la crítica de los pa-
lestinos, se cuidaron de recalcar que continuaban fo-
mentando la solución de dos Estados y apoyaron el
supuesto compromiso asumido por Israel de no ane-
xar territorio cisjordano.
Sin embargo, los Acuerdos de Abraham hicieron
explícitas las relaciones soterradas mantenidas du-
rante años, las cuales se profundizaron especialmen-
te en materia de cooperación ciber-tecnológica. A las
claras, el conflicto palestino-israelí ha dejado de ser
“la madre de todas las batallas” en el MENA, y otras
son las amenazas que se deben enfrentar. Por eso la
experimentación israelí con sistemas de vigilancia al
aire libre sobre los propios palestinos en Gaza y Cis-
jordania devenía en un oscuro objeto de deseo. La al-
ta performance alcanzada en los sistemas de análisis
biométricos, reconocimiento facial y de voz, como así
también en sistemas de rastreo, geolocalización y soft-
ware de bloqueo e interceptación convirtió a Israel en
una ciberpotencia regional e internacional (3).
Estados ciberautoritarios
Lejos de ser una cuestión aleatoria, ese estatus se logró
con años de inversión y esfuerzo en el diseño de una es-
tratégica política de Estado. Israel logró construir en la
localidad de Beersheva un cluster similar al de Silicon
Valley, con instituciones públicas y privadas y más de
300 empresas que exportan tecnología de cibersegu-
ridad por 6.000 millones de dólares anuales, para ser
utilizada en el ámbito económico y de seguridad (4).
No solo Israel posee cuatro de las principales empre-
sas tecnológicas del mundo (5), sino que también cuen-
ta con el destacado know how de quienes realizaron el
servicio militar obligatorio durante 3 años dentro de
la “Unidad de Ciber vigilancia 8200” y se convirtie-
ron luego en los dueños de los florecientes startups del
mercado de cibertecnología.
En un primer momento, la cooperación tecnológica
pública y privada se mantuvo en secreto. Ante la ausen-
cia de relaciones diplomáticas, los contactos se triangu-
laron por medio de Chipre, donde establecieron domi-
cilio varias de las empresas israelíes. Sin embargo, salió
a la luz por medio de denuncias de ONG como Amnes-
ty International y de centros de investigaciones que ve-
lan por los derechos humanos digitales como Citizen
Lab, Lookout Security y Privacy International. Todos
ellos alertaron sobre el peligro de la vigilancia y el con-
trol que cuatro países árabes realizaban sobre su propia
población con tecnología israelí (6). El caso más noto-
rio fue el del periodista saudí Jamal Khashoggi, asesi-
nado brutalmente en la embajada saudita en Turquía
en 2018, y del activista de derechos humanos Omar Ab-
dulaziz, con residencia en Canadá. A ambos no solo los
unían su amistad y la crítica a la monarquía saudí, sino
también 400 mensajes de WhatsApp enviados desde
iPhones, que fueron interceptados por un potente ma-
lware espía de la empresa NSO-Group de origen israelí,
conocido como Pegasus (7).
La empresa NSO-Group –creada en 2010 por Omri
Lavie y Shalev Hulio, y valuada en 1.000 millones de dó-
| 25
lares– se ha defendido de las acusaciones internaciona-
les aduciendo que solo “vende tecnología de cibersegu-
ridad a gobiernos para la lucha contra el terrorismo y el
crimen organizado”. Sin embargo, nunca presentó una
lista de sus clientes ni ha desmentido que su tecnolo-
gía haya sido utilizada para vigilar a las poblaciones en
los países árabes devenidos en “Estados ciberautori-
tarios”. La cibertecnología le ha servido por ejemplo a
EAU para llevar adelante el megaproyecto de vigilancia
conocido como Falcon Eye, emulado por Bahrein, que a
través del despliegue de cámaras en las calles, registros
de llamadas y control de voz de los dispositivos móviles,
instala un “espía en el bolsillo” de cada ciudadano.
En otras palabras, la configuración de esta ciber-
geopolítica en el MENA permite entender por qué los
países que firmaron los Acuerdos de Abraham solo rea-
lizaron declaraciones formales pidiendo el cese el fue-
go ante la nueva escalada de violencia. Por un lado, los
beneficios de la normalización de relaciones diplomá-
ticas con Israel denotan la pérdida de gravitación de la
cuestión palestina en las agendas de política exterior de
algunos países árabes. Por el otro, ponen de manifiesto
la necesidad de estos mismos países de preservar el or-
den y la seguridad nacional haciendo uso de las ciber-
tecnologías para controlar sus respectivas poblaciones,
evitando así una nueva Primavera Árabe. Y es precisa-
mente en este punto donde encontraron en Israel un
nuevo socio estratégico. g
1. Philippe Rivière, “Ciberataque contra Teherán”, Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, marzo de 2011.
2. Akram Belkaïd, “Idilio entre los países del Golfo e Israel”, Le Monde
diplomatique, edición Cono
Sur, diciembre de 2020.
La cuestión 3. Amitai Ziv, “This israeli
face-recognition startup is
palestina secretely tracking palestinians”,
Haaretz, Tel Aviv, 15-7-2019.
ha perdido 4. www.middleeasteye.net/
news/israel-arms-sales-fall-
gravitación en las exports-spy-tech-nearly-double
5. Axonius Inc., Cato Networks,
agendas de política PerimeterX y Snyk.
6. EAU empleó contra el activista
exterior de algunos Ahmed Mansoor el software espía
FinSpy de la compañía FinFisher;
países árabes. en 2012 utilizó el sistema de
control remoto de Hacking Team
y en 2016 contrató los servicios de
NSO-Group, para finalmente detenerlo. En 2018 Bahrein contrató los
servicios de esta última para controlar a la población mayoritariamente
árabe chiita del país. Por su parte, Marruecos fue acusado en 2019 de
utilizar el malware de esta última empresa sobre 10 activistas de derechos
humanos, entre quienes se encontraba el youtuber opositor Omar Radi.
7. Frente a las vulnerabilidades detectadas, las empresas Facebook y
Apple no solo debieron actualizar los sistemas de seguridad sino que
iniciaron además acciones legales sobre la empresa NSO-Group. Pegasus,
el buque insignia de la empresa, penetra sin el consentimiento de las
personas en los dispositivos a través de llamadas entrantes que se borran
automáticamente o de SMS con un enlace que no requiere ser abierto,
permitiéndole acceder a todas las funciones y aplicaciones de los móviles.
*Doctor en Relaciones Internacionales. Director Adjunto del Instituto
Rosario de Estudios del Mundo Árabe e Islámico (IREMAI) y coordina-
dor del Grupo de Estudios del Medio Oriente (GEMO) de la Facultad de
Ciencia Política y RRII de la Universidad Nacional de Rosario (UNR).
© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur
26 |
Desde 2011, varias diásporas árabes buscaron refugio en Turquía.
Opositores a sus regímenes, algunos encontraron allí cierta libertad
política. Otros se sienten atraídos por las promesas de su modelo
económico. Pero, al estar vinculado a los vaivenes estratégicos de
Ankara, el futuro de estas comunidades sigue siendo frágil.
La antigua capital otomana alberga a las diásporas de la región
Estambul, espejo de un
mundo árabe fracturado
por Killian Cogan*
M
ahmud Darwish, Naguib
Mahfuz, Nizar Qabbani:
los clásicos de la litera-
tura y de la poesía árabes
desbordan los estantes.
En la pared, una caligrafía le rinde home-
naje al poeta abásida Al Mutanabbi. En
la sala, un joven novelista egipcio dedi-
ca algunos ejemplares de su última obra.
Ubicada en el corazón del barrio Fatih, la
librería Al Shabaka Al Arabiyya (“la red
árabe”) se impuso como el punto de re-
ferencia de la elite intelectual árabe en
Estambul. Cada semana, expatriados y
exiliados de todas las procedencias se re-
únen allí para compartir un café y con-
versar sobre el destino de sus patrias res-
pectivas. Fundada en 2017 por el intelec-
tual y editor saudita Nawaf Al Qudaimi,
la tienda revela la importancia de la diás-
pora que cobija la megalópolis turca.
Desde 2011, la ciudad acoge a todos los
naufragados de las revoluciones árabes.
Debido a la guerra civil, más de quinien-
tos mil sirios la eligieron como domici-
lio (1). A ellos se sumó un conjunto de co-
munidades cuanto menos diversas. Hoy,
Turquía contaría con algunos cientos
de miles de ciudadanos iraquíes, más de
treinta mil egipcios así como varias dece-
nas de miles de libios, yemenitas, pales-
tinos, jordanos, pero también argelinos,
marroquíes y tunecinos, que en su mayo-
Murat Germen, Muta-morphosis: Golden Horn, Istanbul, 2010
ría viven en la antigua capital otomana. A
los disidentes, refugiados y migrantes se
suman escritores, estudiantes y simples
turistas. “Es el único lugar en el mundo
en donde tantas nacionalidades árabes
están representadas”, señala Nouran
Gad, doctoranda en Sciences Po Aix y
una de las pocas especialistas en el tema.
“Por la diversidad de sus comunida-
des árabes, Estambul supera lo que en
otros tiempos podían representar El Cai-
ro o Beirut”, sostiene por su lado Al Qu-
daimi, que todavía posee una editorial
en la capital libanesa. Centro neurálgico
de la producción cultural árabe, el Egip-
to nasserista de los años 1950 atraía can-
tantes y actores de toda la región. Pero el
autoritarismo del líder panárabe hizo de
Beirut –espacio de libertad sin igual– el
centro de la vida intelectual hasta el ini-
cio de la guerra civil, en 1975. Durante
cerca de dos decenios, escritores, artistas
y editores de los países vecinos ocuparon
los cafés del Oeste de Beirut (2). Hasta el
día de hoy y a pesar de sus repetidas cri-
sis políticas y sociales, el País del Cedro
sigue siendo el centro incontestado de la
edición árabe.
Pero, según el intelectual saudita, si
Beirut publica, es en Estambul que los
intelectuales viven y producen. Como
el fallecido Jamal Khashoggi, el disiden-
te saudita desmembrado en octubre de
2018 por los esbirros del príncipe here-
dero Mohamed Ben Salman (MBS) cuan-
do realizaba un trámite en el consulado
de Arabia Saudita en Estambul. A pesar
de estar exiliado en Estados Unidos des-
de 2017, este periodista y erudito, cuya
familia era de origen otomano, visita-
ba regularmente las riberas del Bósforo,
donde había comprado un departamen-
to (3). “Un amigo de larga data –revela el
editor–. Venía seguido a la librería.” Co-
mo Khashoggi, Al Qudaimi es persegui-
do por el régimen saudita por haber “es-
crito sobre un escándalo político”. Hace
ya más de tres años que no ve a su mujer
y a sus hijos, ya que no están autorizados
a dejar el país. Más allá del reino saudi-
ta, él mismo tiene prohibida la entrada en
Kuwait, Jordania y Egipto.
Nebulosa hermanista
La paradoja es patente. La Turquía del
presidente Recep Tayyip Erdoğan, auto-
cracia a la deriva a los ojos de Occidente,
constituye un remanso de libertad para
muchos ciudadanos de los países árabes.
Consultados acerca de las violaciones a
los derechos humanos o la represión de
periodistas, nuestros interlocutores da-
rán todos la misma respuesta: está fue-
ra de cuestión para ellos entrometerse
en la política interna del gobierno turco.
Con respecto al reis prevalece más bien
Edición 264 | junio 2021
un sentimiento de reconocimiento. Es-
to se debe a que, desde 2011, cuando una
ola de levantamientos populares se ex-
tendió por el mundo árabe, el Partido de
la Justicia y el Desarrollo (AKP) apoyó a
los revolucionarios. Bajo la égida de Ah-
met Davutoğlu, ex ministro de Relacio-
nes Exteriores, caído desde entonces en
desgracia, Turquía volvió a ocupar su an-
tiguo espacio imperial y exhibió su apoyo
a los movimientos de oposición, particu-
larmente a las diversas ramas de los Her-
manos Musulmanes (4).
Ante la derrota de los movimientos
populares y el resurgimiento de los des-
potismos de antaño, la nebulosa de los
Hermanos Musulmanes se atrincheró en
Estambul, que desde entonces le sirve de
retaguardia. Tras el putsch del mariscal
Abdel Fatah Al Sisi, en julio de 2013, y su
implacable represión contra los ikhwa-
nes (“hermanos”) egipcios, el movimien-
to se refugió y fortaleció en los suburbios
de Estambul. En la primavera 2020, fue
también en Estambul donde el partido
yemenita Al Islah, cercano a los Herma-
nos Musulmanes, designó a su nuevo di-
rigente (5). La oposición hermanista si-
ria, por su parte, responde directamente
a las órdenes del gobierno turco (6).
En Estambul, los Hermanos Mu-
sulmanes lanzaron sus propios cana-
les de televisión, en su mayoría liga-
dos a Qatar (7), aliado del régimen turco
desde la crisis del Golfo de 2017, cuando
Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Uni-
dos, Egipto y Bahrein rompieron relacio-
nes diplomáticas con el emirato qatarí y
le impusieron un bloqueo. Ankara le ha-
bía proporcionado entonces a Doha un
apoyo económico, así como diplomático
y militar. Gracias a esas cadenas televisi-
vas, los “hermanos” egipcios continua-
ron predicando la palabra del movimien-
to a través de los canales Mekameleen y
Watan TV, mientras que Yemen Shabab
difunde un contenido favorable a sus ho-
mólogos yemenitas (8).
No obstante, desde principios de año,
se produce un tímido acercamiento en-
tre el eje Turquía-Qatar y el bloque cons-
tituido por Egipto, Arabia Saudita y los
Emiratos Árabes Unidos. Ante la posi-
bilidad de un retorno a las relaciones di-
plomáticas, El Cairo reclama a Ankara y
a Doha, entre otras cosas, poner fin a las
críticas mediáticas en su contra así como
la extradición de los cuadros hermanis-
tas presentes en sus respectivos territo-
rios. Turquía, al igual que Qatar, recha-
za la eventualidad de tales expulsiones,
más aun cuando naturalizó a muchos de
esos exiliados egipcios. Sin embargo, en
marzo pasado, para dar muestras de su
voluntad de apaciguamiento, el gobier-
no turco les pidió a los medios egipcios
en Estambul mitigar sus críticas contra el
mariscal Al Sisi (9). Algunos programas
de estos canales egipcios fueron suspen-
didos y actualmente se transmiten direc-
tamente por YouTube.
Sin embargo, no todos los canales
árabes establecidos en Estambul inte-
gran la constelación qataro-hermanista.
El canal opositor Televizyon Surya, por
ejemplo, está ligado a la red Al Araby Al
Jadeed, lanzada en 2014 por una compa-
ñía qatarí bajo la iniciativa del palestino
Azmi Bishara con el fin de presentar una
faceta más liberal y progresista de Doha
y de hacerle competencia al sesgo “pro-
Hermanos” del canal Al Jazeera (10).
En esta esfera mediática más bien mo-
dernista, también hay que incluir a Bel-
qees, el relevo mediático de la militante
yemenita Tawakkol Karman, oposito-
ra del ex dirigente Ali Abdullah Saleh y
ganadora del Premio Nobel de la Paz en
2011. Actualmente, la megalópolis turca

cuenta con cerca de quince canales de
televisión árabes. “El Estado turco no
se inmiscuye en los asuntos de los ára-
bes instalados en su territorio”, insistía
en noviembre Ayman Nour, disidente
egipcio y fundador del partido liberal Al
Ghad, que posee varios canales de tele-
visión operando en Estambul. Pero, des-
de principios de marzo, debido al acer-
camiento turco-egipcio, el propio Nour
admitió que Ankara había intervenido
en su programación editorial (11).
Medio de influencia
Paralelamente al descongelamiento con
Egipto, Ankara intenta también recom-
poner el trato con Riad. Así, en abril, el
vocero del presidente turco, Ibrahim Ka-
lin, afirmó “respetar” la decisión de los
tribunales sauditas acerca del destino de
Jamal Khashoggi, rompiendo con las re-
criminaciones que siguieron a la muer-
te del disidente en 2018. ¿Acaso soplan
nuevos vientos? Desde hace varios años,
Turquía busca más que nunca incremen-
tar su peso en la región, oponiéndose a
los regímenes locales, desde El Cairo a
Damasco, pasando por Riad y Abu Dabi.
Lo demuestran sus intervenciones mi-
litares. En Libia, apoya al Gobierno de
Acuerdo Nacional (GAN), establecido
en Trípoli, contra las fuerzas del maris-
cal Jalifa Haftar. En Siria, comanda los
grupos rebeldes y controla de hecho el
norte del país, donde flamea su bandera
y donde se utiliza su moneda. Y, en mu-
chos aspectos, Ankara parece servirse de
la diáspora árabe que alberga como me-
dio de influencia. Por ejemplo, a través
de las diversas asociaciones que buscan
estructurar la presencia árabe en el país.
Así, el presidente de la Unión de Medios
de Comunicación Árabes que reagrupa
más de 850 periodistas no es sino Turan
Kışlakçı, el director del canal de informa-
ción pública TRT Arabi, lanzado en 2010
con el fin de transmitir la voz de Turquía
en el mundo árabe. La Unión de las Co-
munidades Arabes, por su parte, fue fun-
dada en la primavera de 2019 con el obje-
tivo de “representar a la diáspora árabe
de Turquía” por el periodista turco pro-
gobierno Metin Turan y su colega libio
Mustafá Tarhuni, para quienes el gobier-
no de Ankara es el “defensor de los mu-
sulmanes oprimidos en el mundo” (12).
Centro adicional de la estrategia de in-
fluencia turca: la enseñanza superior. A
través de un programa lanzado en 2010,
Ankara distribuye becas a los estudiantes
extranjeros, muchos de los cuales vienen
del Magreb y de Medio Oriente. Muchas
MEX
~ EL MAÑANA ~
URTIZBEREA
lunes a viernes de 9 a 12hs
universidades del país, entre ellas la de
Sabahattin Zaim, en Estambul, ofrecen
también programas académicos enteros
en idioma árabe (véase el recuadro).
Por añadidura, como ciertos países
del Golfo desde la década del 2000, las
autoridades turcas apadrinan numero-
sos eventos como las Jornadas del Libro
y de la Cultura Árabes, organizadas por
la Presidencia de la República desde ha-
ce cinco años. Detrás de estas iniciativas,
una figura se repite: la de Yasin Aktay.
Desde 2011, la
megalópolis turca
acoge a todos los
naufragados de
las revoluciones
árabes.
Arabófono, miembro del AKP, este asesor
cercano a Erdoğan sirve de intermedia-
rio entre los círculos árabes de Estambul
y el régimen.
“Tenemos mucho en común con los
turcos. Si tantos árabes eligen vivir aquí,
es porque no existe ese desprecio posco-
lonial que hay en Occidente”, asegura Es-
raa Shaikh, presentadora palestino-jor-
dana del canal panárabe Al Hiwar, que,
aunque establecido en Londres, abrió
oficinas en Estambul hace algunos años.
Ciertamente, pero, ¿qué hay del yugo
otomano contra el cual se cimentó el na-
cionalismo árabe a finales del siglo XIX?
Nuestra interlocutora no teme revisar la
historia: “El mundo árabe ganó más de lo
que perdió [con los turcos], contrariamen-
te a lo que se produjo con el colonialismo
europeo”, afirma. Entre varios de nues-
tros interlocutores, el pasado imperial no
suscita ningún rencor sino que evoca un
imaginario suntuoso. Es que el universo
otomanizante de los dizi, esas series tele-
visadas turcas que suplantaron a los mu-
salsalat (“telenovelas”) egipcios y sirios
de antaño, seduce a más de uno (13). Una
gloria sublimada por la figura de Erdoğan,
percibido como un contrapoder frente a
Occidente y como un defensor de los pa-
lestinos, a quienes los apáticos potentados
árabes abandonaron hace tiempo.
Por su reciente desarrollo económico
y su estatura en la escena internacional,
Turquía es una fuente de orgullo para nu-
merosos musulmanes sunnitas, árabes o
no, más allá de sus simpatías hermanis-
tas. Como Rachid D., tunecino sexagena-
rio de vacaciones en Estambul. Entre las
etapas de su estadía, una visita obligada
de la mezquita Çamlica, una construc-
ción monumental, erigida en 2019, con
una capacidad para recibir treinta mil
fieles. Para nuestro turista, bermudas y
riñonera en la cintura, es un símbolo del
milagro turco: “De la misma forma que
las mezquitas otomanas son una heren-
cia de los sultanes, ¡En algunos siglos va-
mos a recordar esta mezquita como la de
Erdoğan!”, lanza con admiración.
Frágiles equilibrios
En el seno de la diáspora árabe en Estam-
bul, no todos comparten este entusias-
mo. Lejos de un “sueño islámico turco”,
lo que atrae es sobre todo el alto nivel de
vida (para quien tiene un empleo) así co-
mo un clima político bastante estable en
comparación con el caos que reina en la
región, sin olvidar la relativa facilidad
para obtener documentos de residencia.
Y sucede a menudo que el exilio en Es-
tambul es una elección obligada. Más allá
de los disidentes, refugiados o periodis-
tas que tendrían ciertas afinidades con
el régimen turco, Estambul recibe a los
desafortunados de toda clase, sean chii-
tas, sunnitas, islamistas o ateos.
Autor de la exitosa novela Frankens-
tein en Bagdad (14), Ahmed Saadawi
nunca deseó abandonar su Irak natal. Sin
embargo, luego de unirse al movimien-
to contestatario que tomó por asalto la
capital en octubre de 2019, varios de sus
compañeros militantes fueron asesina-
dos o arrestados por las milicias chiitas.
Un día, una fuente cercana al gobierno
le reveló que era “el próximo en la lista”.
Turquía se impuso entonces como un re-
fugio circunstancial: “Occidente estaba
cerrado para los iraquíes. En cuanto al
Líbano, otorga visas pero, ¡es un hervide-
ro de seguidores de Hezbollah que están
en connivencia con nuestras milicias!”,
lanza el novelista, fatalista. Sentado en
un café al borde del Mar de Mármara,
confiesa también su inquietud y acaricia
la esperanza de llegar a un lugar más se-
guro. En Estambul, la sombra de los mu-
jabarat o servicios de inteligencia nunca
está muy lejos. “Conozco miembros del
gobierno iraquí que tienen casas aquí y
que visitan regularmente Estambul. Los
turcos abren sus puertas a todo el mun-
do. Si las milicias lo desean, pueden en-
contrarme muy fácilmente.”
Gracias a una ley introducida en 2018,
todo comprador de bienes inmobiliarios
| 27
por un valor superior a 250.000 dólares
puede obtener un pasaporte turco. Una
ocasión para los iraquíes: fueron los pri-
meros inversores inmobiliarios en Tur-
quía en 2019 y los segundos en 2020, des-
pués de los iraníes. Más allá de ellos, la
demanda inmobiliaria no cede en el seno
de una clientela árabe adinerada, prove-
niente del Golfo y de otras partes. Varios
vieron allí su oportunidad. El sector in-
mobiliario así como el turismo de salud
hacen que Estambul se haya converti-
do en un Far West en donde un modesto
conocimiento del idioma turco permite
improvisarse como intermediario y lle-
varse jugosas comisiones. Así, Amir Z.,
argelino de 32 años, cadena dorada alre-
dedor del cuello, se autoproclamó “coor-
dinador”, a veces para los compradores
inmobiliarios, a veces para clientes que
desean injertarse implantes capilares,
actividad faro de varios cientos de esta-
blecimientos de Estambul. Si bien dice
“trabajar honestamente”, este nativo de
Sidi Bel Abbes da cuenta de las clínicas
clandestinas en las cuales abundan “fal-
sos médicos y diplomas truchos”.
Entre exilio político y negocios, del
Magreb al Mashrek, la ciudad ofrece un
espacio de interacción panárabe inédito.
Pero el chauvinismo y las rivalidades re-
gionales muchas veces toman la delan-
tera. Hamza T., 30 años, cantante ma-
rroquí proveniente de Tánger, lo sufrió.
Sombrero bombín y tapado negro digno
de un crooner estadounidense, proyec-
taba una “gran carrera” en Estambul.
Durante seis meses hizo la ronda de los
cabarets y de los casamientos árabes de
la ciudad. ¿Acaso no comenzó así Omar
Suleiman, famoso cantante sirio de ori-
gen kurdo? “No es fácil. Los sirios y los
iraquíes no contratan marroquíes”, sus-
pira, sentado a la mesa de un restauran-
te yemenita de la Plaza Taksim. La diás-
pora árabe tampoco está al abrigo de los
ataques de xenofobia de sus anfitriones.
Mientras los palestinos gozan de cierta
simpatía, los sirios, por su parte, están
expuestos a una hostilidad cuasi unáni-
me en el seno de la sociedad turca.
Para numerosos migrantes, el país de
Ataturk ofrece un entorno tan familiar
como permisivo. Y eso puede provocar
cambios profundos. Remera marinera
y cabello semi-largo, Abdulaziz D., 25
años, parece todo menos un islamista.
Sin embargo, hace menos de dos años,
este egipcio bonachón era un “herma-
no” de los más feroces. “Consideraba a
los Hermanos Musulmanes como a mi
propia familia”, cuenta, con una cerve- d
AM1030 amdelplata.com
28 |
d za en la mano. Un compromiso que le
valió un año en las cárceles del mariscal
Sisi. En el verano de 2016, fue beneficia-
do con la libertad condicional a la espera
de su juicio definitivo. Fue allí que esca-
pó a Estambul: “Todos mis amigos ya es-
taban ahí”.
La Hermandad le consiguió una vi-
vienda y lo ayudó financieramente. Pero
las tentaciones de Estambul son irresisti-
bles. Con el paso del tiempo, el joven cai-
rota comenzó a consumir alcohol, a fre-
cuentar una joven mujer, a fumar. Y, a pe-
sar de los llamados al orden de los ikhwa-
nes, fue renunciando progresivamente al
movimiento. “Me descubrí a mí mismo
en Estambul. Por un lado, hay mezquitas;
por el otro lado, discotecas. Esta atmós-
fera me transformó. Hoy, ya no sé bien
quién soy –confía–. Somos muchos en
esta situación. Los Hermanos egipcios
que están acá ya no son lo que eran anta-
ño. Esta ciudad te hace cambiar de pers-
pectiva.” Mientras tanto, en El Cairo, sus
allegados siguen “mirando los progra-
mas de los Hermanos emitidos desde Es-
tambul”. En cuanto a él, abrió una agen-
cia turística para satisfacer la demanda
de sus compatriotas “que sueñan con las
series”. Es que, después de sufrir dos re-
chazos de visas, uno por parte de los Paí-
ses Bajos y el otro de Canadá, el joven
egipcio se resignó a quedarse. Pero hoy,
como otros miembros de la comunidad
egipcia, teme pagar el precio por el acer-
camiento turco-egipcio y que su permiso
de residencia no sea renovado o que su
pedido de naturalización sea rechazado.
La megalópolis turca es también un
importante foco de atracción para los
ciudadanos europeos de origen magrebí.
En Bruselas, bajo una llovizna, Yasmine
G., estudiante de matemáticas, sólo sue-
ña con una cosa; vivir en Estambul. Por
el momento, esta belga-marroquí de 22
años acumula manuales de gramática
turca y, una vez que obtenga su diploma,
“partirá por un año, para intentarlo”. Si
bien no siempre es fácil ser musulmana
en Bélgica, tampoco podría “renegar su
parte de Occidente”. Y, contrariamente
a la patria de sus antepasados, “en don-
de uno se hunde bajo el peso del juicio”,
Turquía parece ofrecer un equilibrio
ideal entre islam y modernidad.
Refugio de musulmanes europeos
Como a muchos ciudadanos del Magreb
o de Medio Oriente, la sedujeron los di-
zi y sus actores vedettes, como Kivanç
Tatlıtuğ y Burak Özçivit. Más allá de las
series, la estudiante aprecia también el
universo de las estrellas de Instagram
de la tendencia “Muslim chic” que
mezcla moda islámica y clichés del Bós-
foro. Entre ellas, “Assiatique”, una habi-
tante de Burdeos de origen turco-ma-
rroquí, que estudia en Estambul, y tie-
ne más de 120.000 seguidores. Prueba
de que Turquía tiene éxito entre los eu-
ropeos de origen magrebí, los raperos
francófonos Soolking y L’Algérino no
dudan en entonar refranes en turco.
Para ciertos euro-magrebinos, Turquía
compensa las desilusiones suscitadas por
las tentativas fallidas de instalación en las
ciudades faro del Golfo: Dubai, Abu Dabi o
Doha. “Nos fuimos a Qatar con mi marido
hace 10 años. Pero no teníamos los diplomas
necesarios para competir con la mano de
obra extranjera. Nuestros salarios eran de-
masiado bajos”, confía Myriam Q., 33 años,
franco-argelí de Montceau-les-Mines, en
Borgoña. Hoy, considera instalarse en Es-
tambul y “abrir allí una compañía de impor-
taciones-exportaciones en el rubro textil”.
Otros ya pegaron el salto, como Mou-
rad Ghazli. Político franco-argelí que pa-
só por la Agrupación por la República
(RPR) de Jacques Chirac, por la Unión
por un Movimiento Popular (UMP) así
como por la Unión de los Demócratas e
Independientes (UDI) antes de ser ex-
cluido en 2016, Ghazli se instaló un año
más tarde en la ciudad balnearia de Alan-
ya en donde se recicló en el sector del tu-
rismo islámico. En pleno auge, este “tu-
rismo halal”, que reposa en la proximi-
dad de las mezquitas y sobre todo en la
segregación hombres-mujeres en la pla-
ya y en la piscina, atrae cada vez más mu-
sulmanes europeos (15).
En las redes sociales, Ghazli no esca-
tima en elogios hacia el Presidente tur-
co. Popular en el mundo árabe, Erdoğan
también lo es con los euro-magrebís.
“Turquía es el único país musulmán que
alza su voz frente a los occidentales. En
cuanto musulmana, lo admiro”, declara
Selma Ajam, 29 años, franco-argelí ori-
ginaria de Valence. Con su ligero acento
del Sur y un velo negro ajustado con al-
fileres, esta militante pro-palestina vive
hoy en Estambul en donde multiplicó las
entrevistas en los medios pro-guberna-
mentales turcos. “En Francia mi velo es
un problema. Es por eso que me fui. Acá,
tengo la impresión que todo es posible
para mí”, dice Ajam, cuyo padre es mue-
cín en la mezquita de Valence. Su hija de
6 años, por su parte, está inscripta por el
momento en una escuela francesa en lí-
nea. Sin embargo, en el futuro, piensa
mandarla “a la escuela del barrio, como
todo el mundo”.
Para Ankara, esta clase de relatos son
un regalo del cielo. Además de posicio-
narse como campeón de la causa palesti-
na, el hombre fuerte de Turquía saca pro-
vecho de la lucha contra el recelo frente a
los musulmanes, denunciando el destino
de las “minorías musulmanas oprimidas
en Europa”. Desde hace varios años, el
régimen turco consagra foros y debates a
la islamofobia y busca promover esta no-
ción en ciertas instancias internaciona-
les como la Organización para la Seguri-
dad y la Cooperación en Europa (OSCE),
el Consejo de Europa y la Organización
de las Naciones Unidas para la Educa-
ción, la Ciencia y la Cultura (UNESCO).
Desde 2015, el think tank pro-régimen
SETA publica un estudio titulado “Euro-
pean Islamophobia Report” con un lista-
do de los actos anti-musulmanes en va-
rios países europeos.
Turquía, ¿refugio de musulmanes en
ruptura con Europa? Luego del anun-
cio por parte del Ejecutivo francés de
la disolución de la organización no gu-
bernamental BarakaCity en noviembre
de 2020, su presidente, Idriss Sihamedi
le pidió en su cuenta de Twitter “el asi-
lo político al presidente Erdoğan”, an-
tes de aludir a “tuitts torpes”. En mayo
de 2021, la ONG anunciaba que despla-
za sus estructuras de acción humanitaria
a Turquía. Asimismo, un grupo de Face-
book llamado “Migrar a Turquía” se for-
mó en octubre de 2020 bajo el liderazgo
de un cierto David Bizet, llamado “Davut
Paşa”, francés convertido al islam y fir-
me defensor de Erdoğan. Este grupo de
“ayuda mutua franco-musulmana” desti-
nado a aquellos “que aspiran a expatriar-
se allá […] con el fin de practicar el islam
en paz”, cuenta hoy con cerca de dos mil
miembros.
No obstante, la situación en Turquía, a
diferencia de la de Qatar o de los Emira-
tos Árabes Unidos, que pudieron repre-
sentar verdaderos Eldorados debido a
sus recursos petroleros y gasíferos y a su
necesidad de trabajadores extranjeros,
sigue siendo incierta. Si quieren instalar-
se allí de manera duradera, estos euro-
magrebinos con conflictos de identidad
se confrontarán más temprano que tar-
de con las realidades de un país marca-
do por sus dificultades económicas y sus
avatares políticos. g
1. Ariane Bonzon, “Ces indésirables réfugiés syriens”,
Le Monde diplomatique, París, mayo de 2020.
2. Robyn Creswell, City of Beginnings: Poetic
Modernism in Beirut, Princeton University
Press, Oxford y Princeton, 2019.
3. Véase el documental de Bryan
Fogel, “The Dissident”, 2020.
4. Hamit Bozarslan, “Heurs et malheurs de la politique
arabe de Turquie”, en M’hamed Oualdi, Delphine
Pagès-El Karoui y Chantal Verdeil (dirs.), Les Ondes
de choc des révolutions arabes, Presses de l’Institut
français du Proche Orient (IFPO), Beirut, 2014.
5. Mohanad Hage Ali, “Exiles on the Bosphorus”,
Carnegie Middle East Center, Beirut, 10-3-20.
6. Amberin Zaman y Dan Wilkofsky, “For Syria’s
opposition activists, Turkey’s ‘best of the bad’”,
Al Monitor, 10-9-20, www.al-monitor.com
7. Franck Mermier, “À Istanbul, une
scène médiatique sous influence”, Orient
XXI, 4-1-21, https://orientxxi.info
El glorioso retorno de
una lengua desterrada
L
engua sagrada, la del Corán, el árabe ocu-
pa un lugar ambivalente en Turquía. Du-
rante el período otomano, marcó de for-
ma duradera al turco, tanto al vernáculo como al
ilustrado. Así las elites de la Sublime Puerta ha-
blaban una mezcla de turco, árabe y farsi (persa):
el turco otomano (osmanlıca), codificado con el
alfabeto árabe. Más allá de su carácter religioso, el
“arap” era una lengua clásica, al mismo título que
el farsi, enseñado en las escuelas de manera aná-
loga al griego o al latín en las escuelas de Occiden-
te (1). Este estatus privilegiado desapareció con
la fundación de la República turca, en 1923. Pre-
ocupado por acercar a su país a la civilización oc-
cidental, Mustafá Kemal (Ataturk) puso en marcha
una serie de reformas lingüísticas que llevaron a
una “desarabización” del turco.
En 1928, el alfabeto árabe fue reemplazado
por las letras latinas y los elementos árabo-per-
sas fueron depurados para ser sustituidos por
equivalentes “túrcicos”. Asimismo, después de
haber suprimido en 1924 las medrese o escuelas
religiosas –lugar primordial del aprendizaje del
árabe–, Ataturk retiró también la enseñanza del
árabe y del farsi de los programas escolares. Sin
embargo, se mantuvieron cursos de árabe corá-
nico en las escuelas imam hatip, fundadas el mis-
mo año y destinadas a formar al personal reli-
gioso dependiente de la Diyanet, el Ministerio de
Asuntos Religiosos. Pero, en 1932, el impulso de
turquificación se extendió también a la práctica
espiritual: Ataturk introdujo el llamado a la ple-
garia (ezan) en turco –una novedad en el mundo
musulmán–.
La elite kemalista intentó asimismo promo-
ver las plegarias (ibadet) en idioma nacional fun-
dándose en una traducción turcófona del Corán.
Esfuerzos que resultaron infructuosos ya que el
uso del árabe perduró mientras que el llamado a
la plegaria tradicional fue restablecido en 1950
por el gobierno conservador de Adnan Mende-
res. La minoría arabófona de Turquía, por su par-
te, presente principalmente en las provincias de
Hatay y de Mardin, en el sur del país, fue objeto
de los mismos esfuerzos de asimilación lingüís-
tica que otras minorías no turcófonas, como los
kurdos y los circasianos, sobre todo luego de una
vasta campaña lanzada a principios de los años
1930 (2).
Con el paso del tiempo, la lengua árabe fue ol-
vidada, cuando no es estigmatizada por la elite
intelectual. Subsiste en algunos miles de voca-
blos que, hasta nuestros días, dan color al turco.
Los musulmanes practicantes y aquellos que han
recibido una educación religiosa también con-
servaron una familiaridad con el árabe coráni-
Edición 264 | junio 2021
8. Laurent Bonnefoy y Khaled Al-Khaled,
“La télévision yéménite en temps de
ramadan”, Orient XXI, 24-5-19.
9. “Turkey asks Egyptian media to limit criticism: TV
channel owner”, Al Jazeera, 19 de Marzo de 2021.
10. Franck Mermier, “Les fondations culturelles
arabes et les métamorphoses du panarabisme”,
Arabian Humanities, 2016, www.openedition.org
11. “Turkey asks Egyptian media to limit
criticism: TV channel owner”, op. cit.
12. Haberler.com, 1-2-20 (en turco).
13. Timour Muhidine, “Las pantallas del Bósforo”,
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur,
Buenos Aires, julio de 2018. Véase también Jana
Jabbour, “An illusionary power of seduction?”,
European Journal of Turkish Studies, 2015.
14. Ahmed Saadawi, Frankenstein à
Bagdad, Piranha, París, 2016.
15. Marion Fontenille, “En Turquie, les hôtels ‘Muslim
friendly’ font le plein de touristes”, Slate.fr, 18-7-18.
*Periodista.
Traducción: Micaela Houston
co, muchas veces gracias a las suras aprendidas
de memoria. Lo cierto es que, desde la llegada
al poder del islamista conservador Partido de la
Justicia y el Desarrollo (AKP), en 2002, la lengua
árabe fue recobrando poco a poco sus títulos de
nobleza. En ruptura ideológica con los kemalis-
tas, la elite conservadora actual hace uso de un
registro lingüístico en el que abundan las expre-
siones arabo-islámicas, suscitando la nostalgia
del Imperio Otomano.
El presidente Recep Tayyip Erdogan se la-
menta regularmente de que “las jóvenes gene-
raciones son incapaces de leer los epitafios de
sus ancestros [tallados en alfabeto árabe]” (3). El
pasado mes de enero, el jefe de Estado incluso
calificó la reforma lingüística de 1928 de “ma-
sacre histórica”. Contrariamente a los dirigentes
laicos de antaño, para quienes el árabe era sinó-
nimo de oscurantismo, varios dirigentes del AKP
dominan esta lengua y hacen alarde de ello. Si
algunos provienen de la minoría arabófona del
sureste, como Emine Erdogan, la esposa del Pre-
sidente, o como Yasin Aktay, uno de sus eminen-
tes consejeros, otros lo aprendieron en el curso
de viajes de estudio en el exterior.
Más allá del número de escuelas religiosas
imam hatip que explotó en el curso de las últimas
décadas, el árabe regresó en 2016 a las escue-
las públicas seculares. Asimismo, una marea de
departamentos arabófonos vio la luz en las uni-
versidades. Dictan programas de teología, de fi-
nanzas islámicas o incluso de relaciones interna-
cionales y se dirigen a estudiantes tanto turcos
como árabes. Asimismo se establecieron conve-
nios con ciertas universidades del mundo árabe,
particularmente en Jordania o en Sudán. Si las
motivaciones de muchos estudiantes que optan
por este tipo de carreras son religiosas o ideoló-
gicas, otros esperan sacar provecho de la recien-
te intensificación de las relaciones comerciales y
culturales entre Turquía y el mundo árabe. g
1. Johann Strauss, “Modernisation, nationalisation, désisla-
misation : la transformation du turc au XIXe-XXe siècles”, Re-
vue des mondes musulmans et de la Méditerranée, N° 124, Aix-
en-Provence, noviembre de 2008.
2. Soner Cagaptay, “Race, assimilation and kemalism: Tur-
kish nationalism and the minorities in the 1930s”, Middle
Eastern Studies, Vol. 40, N° 3, Abingdon-on-Thames, mayo
de 2004.
3. “Erdogan: Young people cannot read their forefathers’
gravestones”, Bianet, 21-1-21, https://bianet.org
K.C.
Traducción: Micaela Houston

Celebraciones del Kumb Mehla, Haridwar, 12-4-21 (Danish Siddiqui/Reuters)
Agobiada por la falta de vacunas,
medicamentos y oxígeno, India sufre los
estragos del Covid-19. Y, por primera vez
desde 2014, Narendra Modi se debilita.
De vencer al Covid a la crisis sanitaria
India sufre
la segunda ola
por Christophe Jaffrelot*
C
omo demostraron el presi-
dente de Brasil, Jair Bolsona-
ro, y su ex par estadounidense
Donald Trump, los dirigentes
llamados “populistas” mane-
jan mal la pandemia, y esta incapacidad
se explica al menos por tres razones: su
gusto por la demagogia y los alardes na-
cionalistas los empuja a negar las limita-
ciones inherentes a las políticas sanita-
rias en beneficio de prácticas “disrupti-
vas”; su menosprecio por los expertos, a
los que asimilan al establishment de los
“sabios”, los lleva a poner en valor reme-
dios ilusorios; por último, su megaloma-
nía los conduce a barrer de un pluma-
zo la más mínima objeción y a rodearse
de aduladores incompetentes que no se
atreven a decir la verdad o que no tienen
la más mínima idea de nada.
Este cóctel, sumado al estado deplo-
rable del sistema público de salud in-
dio, al que el Estado central nunca des-
tinó más del 5% de su presupuesto anual
(contra más del 11% en Francia, por
ejemplo), desembocó en el fracaso del
gobierno de Narendra Modi –populista
si los hay (1)– frente a la segunda ola de
la pandemia.
Desde principios de 2021, Modi se
mostró como un fanfarrón nacionalis-
ta, cuando explicó, en el Foro Económi-
co Mundial de Davos, que India había
vencido al Covid-19 y en adelante iba a
“guiar” al mundo hacia el final del túnel
gracias a “sus” dos vacunas (de las cuales
una no es sino la versión india de la vacu-
na sueco-británica AstraZeneca). Nueva
Delhi se comprometió entonces en una
“diplomacia de la vacuna” a la vez gene-
rosa (se suponía que iba a contribuir más
que ningún otro país al plan COVAX de
ayuda a los países pobres) e irreflexiva,
porque, a fines de marzo, India había ex-
portado 68 millones de dosis (en su ma-
yoría a título comercial) mientras que
sólo 120 millones de indios de 1.340 mi-
llones habían sido vacunados. De ahí el
cese brutal de todas las ventas al exterior
el 30 de marzo.
¿Punto de inflexión?
Despectivo con los científicos, el gobier-
no no reunió al comité de expertos que
debía aconsejarlo entre enero y abril del
2021, cuando la segunda ola empezó a fi-
nes de febrero. En lugar de ello, el minis-
tro de Salud aprobó remedios supuesta-
mente provenientes de la tradición ayur-
védica que los nacionalistas hindúes es-
timan por principio, a pesar de las pro-
testas de los profesionales de la salud.
Peor aun, los gobernantes adhirieron a
las recomendaciones de los astrólogos
para adelantar un año la Kumbh Mela,
una peregrinación que se lleva a cabo ca-
da tres años en cuatro lugares sagrados
al borde del Ganges y de la Yamuna. Des-
de mediados de marzo hasta mediados
de abril, esta reunió más de 7 millones de
personas. ¡Sólo algunos funcionarios se
animaron a hacer de cuenta que se ha-
bían respetado los protocolos sanitarios!
Con excepción de los médicos, que
vieron cómo se llenaban los hospitales,
nadie tuvo nada que objetar, ni en la ad-
ministración pública, ni en los medios
de comunicación, cada vez más contro-
lados por el poder. Es cierto que la ca-
pacidad de los gobernantes de negar la
realidad sólo es comparable con su de-
terminación, fuertemente reforzada por
el calendario electoral y por los cuatro
escrutinios regionales fijados en abril.
Entre ellos, el de Bengala Occidental
mantuvo ocupado a Modi durante
largas semanas, mientras la curva de
contagios subía: ganar ese bastión de la
oposición se convirtió en una obsesión.
La ambición no fue sin duda nunca peor
consejera.
¿La crisis sanitaria de marzo, abril
y mayo del 2021 marcará un punto de
inflexión? En el ámbito económico,
más bien profundiza tendencias que ya
estaban en marcha desde 2017: India
de hecho continúa su declive en térmi-
nos de crecimiento y su tasa de endeu-
damiento, que ya creció del 74 al 90%
del Producto Interno Bruto (PIB) entre
2019 y 2020, después de la primera ola,
debería duplicarse de aquí a 2025.
El punto de inflexión podría ser po-
lítico. No sólo el partido en el poder, el
Bharatiya Janata Party (BJP), no con-
quistó Bengala Occidental, donde su
bestia negra, Mamata Banerjee (por lo
general considerada de izquierda), fue
reelecta, sino que sólo pudo conservar
a Assam con una mayoría reducida; en
Tamil Nadu, su aliado fue desalojado
por un socio del Partido del Congreso y
no ganó ninguna banca en Kerala. Estas
elecciones también dejaron entrever el
retorno de la clase y, en menor medida,
de la casta como determinantes del voto,
en detrimento de la pertenencia religio-
sa, que favorecía hasta ahora a la mayo-
ría hindú. Además, se afirmó el voto fe-
menino, a expensas del BJP. Tal vez aun
más importante, el índice de populari-
dad de Modi pasó a estar por debajo del
50% por primera vez desde su ascenso al
poder, el 26 de mayo de 2014.
Dados cargados
No obstante, es demasiado pronto pa-
ra sacar conclusiones de estas evolu-
ciones. Quedan tres años antes del final
del segundo mandato de Modi, y pue-
de recuperar su popularidad. No sólo
su imagen de líder podría devolverlo
al ruedo si tan sólo se reanudaran las
hostilidades con Pakistán o China, sino
que también se esfuerza por eludir to-
da obligación de rendir cuentas, al en-
carnar el rol de Padre de la Nación, más
allá de todos los conflictos. Prueba de
ello son su nuevo peinado y vestimenta,
así como su discurso, cercanos a los de
los gurús hindúes.
Por otra parte, muchos medios de
comunicación, particularmente cade-
| 29
nas de televisión, siguen hablando de
todo menos de la crisis sanitaria actual
y transmitiendo la propaganda del po-
der. Esta desinformación se explica por
el miedo, por el temor a las represalias
financieras y por una comunidad de in-
tereses, incluso hasta por afinidades
ideológicas (2). ¿Hasta dónde los indios
serán engañados, en particular, por las
cifras oficiales que minimizan enorme-
mente el costo humano del Covid-19?
Algunos periodistas, sin embargo, se es-
fuerzan por abrirles los ojos, aun arries-
gando su vida; sobre todo cuando inves-
tigan acerca de los crematorios (3).
Por último, la oposición no está en po-
sición de combate. Le falta un líder y una
estrategia; ni hablar de un programa.
Así, los partidos que se reunieron para
firmar conjuntamente una carta dirigi-
da al Primer Ministro con el objetivo de
Fanfarrón
nacionalista, Modi
explicó que India
había vencido al
Covid e iba a “guiar”
al mundo hacia el
final del túnel.
influir en su gestión de la pandemia son
rivales en muchos estados de la Unión
india. Con todo, este tipo de limitaciones
podría no ser excluyente si los ciudada-
nos simplemente buscaran deshacerse
de sus gobernantes sin atender demasia-
do a la calidad de la otra opción que se
les ofrece –como en 1977, cuando Indi-
ra Gandhi había sido devuelta a la opo-
sición después de veintiún meses de un
Estado de Emergencia despótico–.
La reedición de semejante escenario
está sin embargo supeditada al desarro-
llo de la competencia electoral, cada vez
menos justa. Los grandes medios de co-
municación ofrecen una cobertura a me-
nudo sesgada y la comisión electoral, en-
cargada de la organización de los escru-
tinios, perdió parte de su independen-
cia. Además, los recursos financieros de
los que goza el BJP, gracias, en particu-
lar, al apoyo de las grandes oligarquías,
son mucho mayores a los de la oposición.
Sólo grandes presiones internaciona-
les podrían cambiar las reglas del juego.
No solamente el Parlamento Europeo
votó una resolución haciendo especial
hincapié en la cuestión de los derechos
humanos antes de la Cumbre con India,
el pasado 8 de mayo, sino que Joseph Bi-
den no se mostrará sin duda tan concilia-
dor como Donald Trump. g
1. Véase Christophe Jaffrelot, “Cuando India
se radicaliza”, Le Monde diplomatique, edición
Cono Sur, Buenos Aires, julio de 2019.
2. Benjamin Fernandez, “Une presse
populaire qui ignore le peuple”, Le Monde
diplomatique, París, mayo de 2014.
3. Véase, en particular, Hannah Ellis-Petersen
y Sophie Zeldin-O’Neill, “Covering India’s
Covid crisis: hundreds of journalists have lost
their lives”, The Guardian, Londres, 3-5-21.
*Director de investigación en el Centro de Investigacio-
nes Internacionales (CERI, en francés), unidad mixta de
investigación de Sciences Po y del Centro Nacional de
Investigación Científica de Francia (CNRS, en francés).
Autor, entre otros libros, de L’Inde de Modi. National-
populisme et démocratie ethnique, Fayard, París, 2019.
Traducción: Victoria Raffaele
30 |
El pasado 19 de mayo, el ministro del Interior francés participó de
una masiva manifestación policial frente a la Asamblea Nacional
que exigía un endurecimiento de las leyes penales. Esta anomalía
democrática fue precedida de dos peticiones militares de extrema
derecha, que se inscriben en la tradición de los golpes de Estado.
De Napoleón a la junta birmana
El arte del golpe de Estado
por Dominique Pinsolle*
E
s más fácil realizar un golpe me-
diático que un golpe de Estado.
Así lo demostró la columna de
opinión publicada el 21 de abril
por la revista Valeurs actuelles: un
llamado firmado por unos veinte generales
retirados resulta suficiente. Particularmen-
te, en plena conmemoración de la muerte
de Napoleón (autor del más célebre de los
golpes de Estado) y el día del 60 aniversario
del último golpe que vivió Francia. La am-
bigüedad del texto, que sintetiza una buena
parte de las obsesiones paranoicas de la ex-
trema derecha (acerca de la “guerra racial”, el
islamismo, las “hordas de los suburbios” y los
manifestantes violentos), garantizaba la po-
lémica. Y, al exigir al gobierno que impida la
“guerra civil”, los firmantes amenazaban, so-
lapadamente, con un golpe militar, median-
te una fórmula enrevesada que daba lugar a
todas las interpretaciones: “la intervención
de nuestros camaradas activos en una misión
peligrosa para proteger nuestros valores civi-
lizatorios y salvaguardar a nuestros compa-
triotas en el territorio nacional” (1).
En un contexto en que la extrema dere-
cha se encuentra en posición de fuerza y en
el que un ex Jefe de Estado Mayor que di-
mitió (el general Pierre de Villiers) decla-
ra querer “enderezar Francia”, el asunto
no resulta anecdótico. La toma de posición
que emana de ciertas franjas marginales del
Ejército recuerda que la intervención de ofi-
ciales en la política tiene una larga historia,
Jacques-Louis David, La coronación de Napoleón, 1805-1807
y que la intervención militar no se reduce a
una tradición exótica.
Maniobra política... y técnica
La idea de que se imponen medidas de ex-
cepción cuando la gravedad de la situación
lo exige no es nueva. Así se justificaba el
golpe de Estado en el siglo XVII: en interés
del Estado y para defender el bien público,
el soberano puede y debe emplear a veces
todos los medios necesarios, incluidos los
más violentos. Para seguir siendo eficaces,
estas transgresiones deben ser excepciona-
les, precisa el bibliotecario erudito Gabriel
Naudé, autor de un tratado consagrado a
esta cuestión en 1639: “[La] excepcionali-
dad otorga un lustre y un color a muchas co-
sas, que pierden desde el momento en que
se usan con demasiada frecuencia […]. Si el
príncipe se mantiene, agrego, dentro de la
moderación de estas prácticas, no podrá ser
culpado fácilmente, ni ser reputado tirano,
pérfido o bárbaro, sobre todo porque esos
calificativos sólo pueden otorgarse propia-
mente a aquellos que han contraído la cos-
tumbre de practicarlos” (2).
Con la Revolución Francesa, el golpe de
Estado cambia de significación, quedan-
do asociado a una toma del poder ilegal por
parte de un individuo o un pequeño grupo
de personas. A este respecto, los aconteci-
mientos del 18 y 19 Brumario del año VIII
(9-10 de noviembre de 1799) proveen un
nuevo modelo en la materia. Aprovechando
el momento confuso, el general Napoleón
Bonaparte logra –preservando inicialmen-
te las apariencias legales antes de recurrir a
la fuerza– no solamente tomar el poder, sino
también poner fin a la fase republicana de la
Revolución. La gloria que conoce el empera-
dor Napoleón I a partir de entonces no deja,
durante el siglo XIX, de alimentar la leyen-
da bonapartista del “buen” golpe de Esta-
do. Esto beneficia a su sobrino, el presidente
Luis Napoleón Bonaparte. El 2 de diciembre
de 1851 viola la Constitución de la Segunda
República manteniéndose en el poder por
las armas. “Francia ha comprendido que no
había salido de la legalidad sino para entrar
nuevamente en el derecho”, se regocijaba
luego del plebiscito que le era favorable, y
que precedió a la restauración del Imperio.
Autor en 1931 de una obra incendiaria ti-
tulada Técnica del golpe de Estado, el escritor
italiano Curzio Malaparte considera que la
sombra del 18 Brumario continúa sobrevo-
lando las acciones subversivas de su época
(3). Particularmente en Alemania, donde
dos tentativas de golpe de Estado fracasan:
la del nacionalista Wolfgang Kapp, confron-
tado a una huelga general masiva en marzo
de 1920, y aquella que envía a Adolf Hitler a
prisión en 1923. Pero la Revolución de Oc-
tubre de 1917, estima Malaparte, impone un
nuevo modelo insurreccional. En efecto, los
bolcheviques son los primeros (antes que los
fascistas italianos) en entender la necesidad
de apoderarse de las infraestructuras esen-
Edición 264 | junio 2021
ciales para las sociedades industrializadas:
centrales eléctricas, estaciones ferroviarias,
centrales telegráficas y telefónicas... La to-
ma del poder, hasta entonces vista como una
maniobra esencialmente política, se con-
vierte también en una técnica.
Esta dimensión material de la insurrec-
ción, cada vez más evidente a medida que
el mundo se industrializa, está en el cora-
zón del manual del golpe de Estado publi-
cado por el historiador neoconservador
Edward Luttwak en 1968 (4). En el contex-
to de la descolonización, las operaciones de
este tipo se multiplican: entre 1946 y 1964, el
autor cuenta 88 (62 de las cuales son exito-
sas). De manera un poco provocadora, el li-
bro elabora una lista de reglas a seguir para
el aprendiz golpista, distinguiendo de paso
el pronunciamiento hispánico (que no nece-
sariamente implica una toma de poder), el
putsch (que moviliza solamente a una parte
del Ejército) y el golpe de Estado (que puede
asociar civiles y militares).
Si uno desea tomar el poder por la fuerza,
aconseja Luttwak, debe elegir un país poco
desarrollado económicamente, en el cual la
vida política no sea accesible a una mayoría
de la población. Ciertas explosiones sociales
abren a veces una brecha en la cual una inter-
vención del Ejército se vuelve posible –como
en 1952 en Egipto, cuando el rey Faruq fue
destituido–. Conviene evitar los países de-
masiado dependientes de la tutela extranjera
–como Gabón, donde los golpistas son derro-
tados por las tropas francesas en 1964–. Una
vez elegido el blanco, hay que reclutar secre-
tamente agentes formados y equipos (nume-
rosos en el Ejército), así como miembros de la
policía y de los servicios de seguridad.
La operación puede, entonces, activarse.
Cada equipo debe apoderarse de los puntos
estratégicos fijados de antemano lo más rá-
pidamente posible, sin que el gobierno pue-
da captar el plan general. Se debe tomar el
control de los medios de telecomunicación,
de las estaciones de radio y de televisión y
de las redes de transporte. Conviene desac-
tivar inmediatamente las fuerzas de oposi-
ción más peligrosas (partidos, sindicatos,
jefes religiosos...) e inmovilizar, finalmente,
los núcleos leales (preferentemente evitan-
do dispararles). Una vez asediada la sede del
gobierno y arrestados los gobernantes, se
debe oficializar la toma de poder por medio
de un comunicado difundido por radio.
Con las armas no alcanza
Aunque vetusto, este modelo ayuda a eva-
luar la falta de preparación del golpe de
Estado de 2016 en Turquía (centrado en el
Ejército), así como la siniestra eficacia del
golpe de la junta birmana que, en el poder
desde el 1º de febrero de 2021, ha extendi-
do su control a las redes sociales. Luttwak
se enfoca en los países del “Tercer Mundo”,
pero algunos países occidentales desarro-
llados, insiste, pueden convertirse en blan-
cos primordiales en caso de crisis económi-
ca prolongada, derrota militar o diplomáti-
ca, o inestabilidad política crónica.
Es el caso de Francia, en 1958, sumida en
la Guerra de Argelia luego de haber sufrido
una derrota en Indochina. Acusando al pre-
sidente de la República René Coty de aban-
donarlos, los partidarios más radicales de
la Argelia francesa se sublevan en Argel. El
Ejército se adscribe al movimiento: un “co-
mité de salud pública civil y militar”, dirigi-
do por el general Jacques Massu, se forma
el 13 de mayo de 1958. El objetivo es forzar
al presidente a llamar a Charles de Gau-
lle, quien ha dimitido de la Presidencia del
gobierno en enero de 1946. Este último no
encuentra nada que decir sobre las circuns-
tancias que lo hacen aparecer como el hom-
bre providencial. Rehusándose a calificar a
los oficiales de Argel de “facciosos”, lanza a
los periodistas, el 19 de mayo: “Con respec-
to al Ejército, que es, normalmente, instru-

mento del Estado, es conveniente que así lo
permanezca. Pero para ello hace falta que
haya un Estado” (5). Siempre respetando el
proceder legal, Coty cede a las presiones de
los militares, cada vez más fuertes (algunos
paracaidistas toman el control de Córcega
el 24 de mayo). Permitiéndole a De Gaulle
ser investido con la Presidencia del Conse-
jo, el 1° de junio, le otorga la posibilidad de
reformar las instituciones con el apoyo de la
mayoría de los diputados. De este modo na-
ce la Quinta República, cuya Constitución se
promulga el 4 de octubre de 1958, al cabo de
unos acontecimientos que a los historiado-
res aún les cuesta describir (6).
El éxito de una rebelión de tal naturale-
za depende de un número muy grande de
factores, que vuelven la operación difícil-
mente reproducible. Tres años después del
13 de mayo de 1958, el “grupito de genera-
les retirados” (según las famosas palabras
de De Gaulle), que tomó el poder en Argel
en la noche del 21 al 22 de abril de 1961, no
estaba en condiciones de imponerse. Esta
vez, por fuera de los defensores encarni-
zados de la Argelia francesa, los golpistas
se encontraron inmediatamente aislados,
tanto dentro del Ejército como en relación
a los civiles. Sin embargo, un golpe de Es-
tado en un régimen democrático no puede
ignorar el apoyo más o menos activo de la
población. Concebido únicamente como
una toma del poder por las armas, se con-
vierte en una manifestación teatral de vio-
lencia impotente. Como el 23 de febrero de
1981 cuando, en Madrid, algunos guardias
civiles tomaron por asalto el Congreso de
Diputados bajo la mirada de las cámaras de
televisión. Pretendían interrumpir la tran-
sición democrática que España atravesa-
ba desde la muerte del dictador Francisco
/gcba
Necesitamos cortar con los contagios.
Quedarte
es cuidarnos.
Franco en 1975. Pero su toma de rehenes
fue deshecha en algunas horas.
Derecho y política
Resulta difícil establecer un balance con ci-
fras precisas de los golpes políticos y mili-
tares, en la medida en que las categorías se
entrecruzan. Sin embargo, las cifras revelan
la dificultad, para las unidades armadas, de
salir del rol que se les atribuye infringien-
do la ley. Entre 1814 y 1982, solamente 13 de
los 55 pronunciamientos llevados a cabo en
El golpe de Estado
no deja de ser
un acto político,
que por tanto es
legítimo juzgar
como tal.
España tuvieron éxito (7). Para los casos de
“revueltas” y de “insurrecciones” militares,
Luttwak cuenta 5 victorias y 40 derrotas en
el mundo entre 1946 y 1964. En Europa, en-
tre 1960 y 2000, un solo golpe de Estado fue
coronado con el éxito (el de los coroneles
griegos, en 1967), mientras que siete fueron
neutralizados (8).
Entre los factores de fracaso, la capacidad
del poder establecido para estigmatizar de
manera convincente a las fuerzas que inten-
tan derrocarlo es determinante. Por natura-
leza, un régimen que se reivindica liberal
lleva la ventaja en este terreno, aun cuando
aquellos que se presentan como los mayo-
res amantes de la libertad se sientan, a veces,
bastante a gusto con la violencia política. Tal
es el caso del economista liberal Friedrich
Hayek, que justificó la dictadura de Augus-
to Pinochet, establecida tras el golpe de Es-
tado del 11 de septiembre de 1973. Luego de
una estadía en Chile, en 1981, declaró: “Como
instituciones a largo plazo, estoy totalmente
en contra de las dictaduras. Pero una dicta-
dura puede ser un sistema necesario durante
un período de transición. [...] Personalmen-
te, prefiero un dictador liberal a un gobier-
no democrático sin liberalismo” (9). Más re-
cientemente, el ex primer ministro laborista
Anthony Blair apoyó el golpe de Estado del
general Abdel Fattah Al Sissi en Egipto, en
julio de 2013, en nombre de la lucha contra
el islamismo.
Este tipo de legitimación no tiene sentido
sino en el plano político. A los ojos de un juris-
ta, el derecho solo provee un criterio sobre el
cual apoyarse: el de la “resistencia a la opre-
sión”, enunciado en la Declaración de los De-
rechos del Hombre y del Ciudadano del 26 de
agosto de 1789. Pero el principio es tan vago
que no se puede ofrecer ninguna definición
jurídica precisa. Por consiguiente, desde un
punto de vista estrictamente legalista, todas
las tomas de poder por la fuerza son conde-
nables en un Estado de Derecho. De allí las
críticas a las se exponen las fuerzas de iz-
quierda cuando denuncian los llamamientos
sediciosos del otro bando, al tiempo que rei-
vindican una herencia revolucionaria.
Sin embargo, el golpe de Estado no deja
de ser un acto político, que por tanto es legí-
timo juzgar como tal. Cuando los militares
son los impulsores de los golpes, se espera
una orientación autoritaria y conservadora.
Pero no todos los compromisos políticos de
los militares en la historia han estado nece-
sariamente del lado del orden y la reacción.
A comienzos de los años 1810 y 1820, los ofi-
buenosaires.gob.ar/coronavirus
| 31
ciales liberales que eran miembros de la so-
ciedad secreta de los carbonari conspiraron
en Italia contra el absolutismo monárquico.
Varios pronunciamientos contribuyeron al
progreso del liberalismo en España en el si-
glo XIX (Rafael del Riego, en 1920, le impu-
so al rey Fernando VII respetar la Constitu-
ción de Cádiz de 1812). En 1974, en Portugal,
la Revolución de los Claveles comenzó con
un golpe y permitió el retorno a la democra-
cia luego de cuarenta años de dictadura sa-
lazarista. Diga lo que diga la ley, no todas las
rebeliones, incluso las militares, se valen. g
1. “‘Pour un retour de l’honneur de nos gouvernants’”:
vingt généraux appellent Macron à défendre le
patriotisme”, Valeurs actuels, París, 21-4-21.
2. Gabriel Naudé, Consideraciones políticas sobre
los golpes de Estado, Tecnos, col. “Clásicos del
pensamiento. Tercer Milenio”, Madrid, 2011.
3. Curzio Malaparte, Técnicas del golpe
de Estado, Ariel, Madrid, 2017.
4. Edward N. Luttwak, Golpe de Estado: un
manual práctico, V Siglos, México D.F., 1976.
5. Citado en Grey Anderson, La Guerre civile
en France, 1958-1962. Du coup d’État gaulliste
à la fin de l’OAS, La Fabrique, París, 2018.
6. Patrick Lagoueyte, Les Coups d’État, une
histoire française, CNRS Éditions, París, 2021.
7. Matthieu Trouvé, “La culture du
pronunciamiento en Espagne”, Parlement[s],
Revue d’histoire politique, Nº 12, París, 2009.
8. Aaron Belkin y Evan Schofer, “Toward a structural
understanding of coup risk”, Journal of Conflict Resolution,
Vol. 47, Nº 5, Thousand Oaks (California), 2003.
9. Citado en Grégoire Chamayou, La Société
ingouvernable. Una généalogie du libéralisme
autoritaire, La Fabrique, 2018.
*Profesor de Historia Contemporánea. Director, con
Nicolas Patin, de la obra colectiva Déstabiliser l’État en
s’attaquant aux flux. Des révoltes antifiscales au sabotage,
XVII-XIX siècles, Arbre bleu Éditions, Nancy, 2020.
Traducción: Emilia Tasende
32 |
China, el país más masculino del mundo, no aprecia las
reivindicaciones feministas. Las mujeres representan menos del 5%
de los miembros del Comité Central del Partido Comunista Chino.
Una desigualdad que es aun peor en el ámbito del stand-up.
Bromas que dañan el ego masculino
El funambulismo de
una humorista china
por Zhang Zhulin*
“
Una mujer que maldice a los hom-
bres y que lucra con eso.” Indig-
nados con esta idea, hordas de
internautas atacan la cuenta del
fabricante de computadoras por-
tátiles Intel en la red social china Weibo,
reclamando el boicot de sus productos.
El error de la marca: su nueva embaja-
dora, Yang Li. Una humorista de 29 años,
pionera estrella del stand-up en China,
acusada de haber “lastimado y humilla-
do profundamente” a sus compatriotas
masculinos e “incitado a la confrontación
entre hombres y mujeres” a través de sus
espectáculos.
Sin embrago, no hay nada insultante o
siquiera burlón hacia los hombres en esa
corta publicidad difundida el 18 de marzo
de 2021. Sonriente, Yang Li simplemente
declara: “Intel es tan exigente que es más
perspicaz que yo para elegir a mi novio”.
Pero, bajo presión, la marca estadouni-
dense retiró esta publicidad el mismo día,
así como todos sus afiches promocionales
con la humorista.
Después de esta acción colectiva con
resultados espectaculares, se lanzó una
caza de brujas. Al enterarse de la parti-
cipación de Yang Li, seis días más tarde,
en un programa de telecompras en vi-
vo en Internet para una marca de tam-
pones, un gran número de internautas
masculinos se precipitaron al sitio des-
de el mediodía amenazando con “boico-
tear” la velada. Le exigieron a la marca
que excluya a esta “feminista extremis-
ta”. Varias mujeres organizaron enton-
ces una respuesta, clamando su fuerte
apoyo a Yang Li. Mientras los dos ban-
dos disputaban ferozmente, la artista fi-
nalmente apareció como estaba previs-
to en el programa. Y, gracias al alboroto
provocado por los internautas masculi-
nos, 1,6 millones de personas vieron el
programa que habitualmente cuenta só-
lo con algunos miles de espectadores...
¿Cómo esta humorista pudo suscitar
semejantes reacciones? Proveniente de
una familia de campesinos de Hebei, pro-
vincia limítrofe de Pekín, Yang Li obtuvo
un diploma de diseño y tuvo dos cortas
experiencias profesionales “aburridas”,
según sus propios términos. En octubre
de 2018, comenzó su carrera de humoris-
ta, un oficio masivamente masculino. Con
un espíritu no conformista, sus sketchs se
burlan de la ansiedad de las mujeres acer-
ca de su apariencia pero abordan también
temas considerados tabú, como las re-
glas, los prejuicios y el sexismo al que se
ven confrontadas. Rápidamente, su fama
explota y es acusada de “discriminación
contra los hombres”...
¿La acusación? Sainetes como este,
en uno de sus espectáculos, en agosto
de 2020, en el que afirma: “Quiero a los
hombres. Los hombres no son únicamen-
te maravillosos sino también particular-
mente misteriosos. Nunca sé lo que pien-
san”. Y agrega, con una sonrisa que le da
un toque enigmático, delante de un pú-
blico que estalla de risa: “¿Cómo un chico
que parece tan común puede ser tan se-
guro de sí mismo?”. Esta frase recortada
–“Pu Que Xin” (“común pero seguro de sí
mismo”)– se convirtió en la nueva expre-
sión a la moda en Internet.
Cuando hablar es una ofensa
Si muchas mujeres chinas encuentran a
la artista genial, asegurando que sus sket-
chs llegan al corazón y reflejan su vida
sentimental, sus compatriotas masculi-
nos la acusan de “degradar deliberada-
mente a los hombres”. En diciembre de
2020, Yang Li se ríe en un programa de
televisión de esos hombres chinos que se
sienten ofendidos. A un comediante que
le reprocha estar poniendo a prueba “los
límites de los hombres”, ella le contesta,
irónica: “Ah, ¿los hombres tendrían en-
tonces límites morales que no hay que
traspasar?”. Se desata un nuevo tsuna-
mi en la opinión pública. Esta frase al-
canza el primer puesto de las búsquedas
en Weibo, y desata una avalancha de ata-
ques personales y de insultos. Algunos
denuncian a la artista ante la Adminis-
tración Estatal de Radio, Cine y Televi-
sión; acusan a sus sketchs “de estar im-
pregnados de discriminación sexual, de
insultar en varias ocasiones a todos los
hombres, de promover el odio, de inci-
tar conflictos en el seno de la población,
de crear un antagonismo de género” y de
“no ser propicios al desarrollo armónico
En la clasificación
mundial sobre la
igualdad de sexos,
China ocupa el
puesto 107 sobre
156, en retroceso
respecto de 2018.
de la sociedad socialista con característi-
cas chinas” (1).
Yang Li sin embargo afirmó en va-
rias ocasiones su reticencia a ser defini-
da como feminista. Hay que decir que la
etiqueta no es fácil de llevar. Cuando la
joven mujer empezó su carrera, el mo-
vimiento #MeToo estaba en su apogeo
en Occidente pero no había realmente
echado raíces en China. En la clasifica-
ción mundial sobre la igualdad de sexos,
el país ocupaba en ese entonces el pues-
to 103 sobre 149. Tres años más tarde, en
2021, figura en el puesto 107 sobre 156
(2). Un retroceso que no conmueve en lo
Edición 264 | junio 2021
más mínimo a la mayoría de los chinos.
Estos fustigan los “criterios occidenta-
les injustos”, como escribe un internau-
ta que recibe una amplia aprobación. No
le prestan ninguna atención a la nueva
generación de mujeres que rechaza es-
tas normas masculinas. Beijing News,
periódico de Pekín destinado a un públi-
co más bien culto y liberal, explica el se-
xismo de la sociedad por la “tradición”
que desvaloriza constantemente la “to-
ma de palabra de las mujeres en el espa-
cio público”. Para el diario, esta tradi-
ción “está profundamente enraizada en
el tejido sociocultural” de esta “socie-
dad patriarcal que acalla a las mujeres
sobre determinados temas” (3).
Así, Lu Pin, una de las figuras del fe-
minismo chino, tuvo que quedarse en Es-
tados Unidos luego de su participación
en 2015 en la reunión anual de la Orga-
nización de las Naciones Unidas sobre la
Condición de las Mujeres. Ahí le repro-
chaba a su país llevar una “política pa-
triarcal”, en base a la cual “aquellos que
combaten al feminismo reciben siempre
mayor apoyo institucional que las femi-
nistas” (4). Luego de estas declaracio-
nes, cinco militantes fueron arrestadas
en China, siendo considerada Lu Pin por
la policía como su “eminencia gris”. En
un país en el cual la estabilidad es con-
siderada una religión y en donde el fe-
minismo es acusado de “perjudicar a la
sociedad”, “los militantes antifeministas
disponen de ventajas ‘naturales’”, obser-
va la British Broadcasting Corporation
(BBC) (5).
Yang Li sin embargo subraya que sus
sketchs son inofensivos: “No trato te-
mas en los cuales los hombres y las mu-
jeres tienen conflictos de interés reales”.
Constata nada más la relación desequili-
brada entre los sexos. Por ejemplo cuan-
do relata esta escena, que encontró eco
en muchas mujeres chinas: “Vas a una
cena de trabajo. Te sentás normalmen-
te, como todo el mundo, pero, para cier-
tos hombres, no sos más que una acom-
pañante”. A pesar de su prudencia, estos
comentarios no son bien recibidos por
los hombres. “En cuanto artista, debo
constantemente pensar lo que digo para
no ser ofensiva.” Algunos de sus colegas
humoristas, acostumbrados a interpre-
tar sketchs sexistas para divertir al públi-
co, la señalaron con el dedo. El “humor”
es un camino de sentido único... g
1. “Yang Li fue denunciada. ¿Los internautas
masculinos no tienen sentido del humor?”, The
Paper, Shanghai, 29-12-20 (en mandarín).
2. Clasificación creada en 2006 por
el Foro Económico Mundial.
3. “Hablemos del ‘asedio’ a Yang Li”, Beijing
News, Pekín, 29-12-20 (en mandarín).
4. “El feminismo en China”, The New York Times
(edición china), 2-2-17 (en mandarín).
5. “¿Por qué las feministas chinas son ‘atacadas’
en Internet?”, BBC en chino, 11-2-21.
*Periodista.
Traducción: Micaela Houston
| 33
 34 | Edición 264 | junio 2021
Libros
del mes

Sociedad Memoria

Chen Tianzhuo, Eye, 2013

Internacional

Mujeres armadas Ninguno de nosotros volverá

En las policías y las FF.AA. argentinas

Sabrina Calandrón Charlotte Delbo

Paidós; Buenos Aires, marzo de 2021. Libros del Asteroide; Barcelona, enero de
248 páginas, 2.080 pesos. 2020. 320 páginas, 2.095 pesos.

En los últimos tiempos, la agenda de género
logró imponerse a fuerza de luchas incansa-
bles y pese a las más hondas resistencias.
Estas renuencias por terminar con la segre-
gación, la desigualdad y el machismo han
sido más complejas en espacios laborales
tradicionalmente masculinos. En Mujeres
armadas, Sabrina Calandrón plasma el resul-
tado de un trabajo de campo etnográfico y
Charlotte Delbo era una activa comba-
tiente de la Resistencia francesa, hasta
su apresamiento por la policía francesa y
posterior traslado a Auschwitz-Birkenau
y luego a Ravensbrück en 1943. De las
doscientas treinta resistentes traslada-
das, sólo sobrevivieron cuarenta y nueve.
Sí se puede escribir después del
infierno, como lo han hecho Primo Levi

En camino al
exhaustivo realizado durante la última déca-
da sobre el sinuoso camino de integración
y profesionalización de las mujeres en los
cuerpos policiales y armados en Argentina.
o Tadeusz Borowski, y mujeres como
Delbo, una vez recuperada física y aní-
micamente tras su liberación por la Cruz
Roja en 1945. Este libro forma parte

centro del mundo

Un texto original, por la temática y el enfo- de su trilogía, Auschwitz y después. En
que, que retrata las relaciones de género, las ellos Delbo construye un mosaico de las
transformaciones en los roles y los vínculos experiencias en los campos, practicando
en instituciones construidas alguna vez sobre diversos formatos y géneros: la narra-
las bases de una profunda desigualdad. tiva es la más frecuente, pero también
La autora reflexiona sobre los cambios hay estampas descriptivas, poemas,
“Amanece: el Oriente enrojece”. Así que la agenda de género produce en el siste- reproducción de diálogos entre las pri-
comienza el himno de la Revolución Cul-
Espejo rojo ma de seguridad y advierte que, aunque las sioneras. En ellas, la mirada femenina
Nuestro futuro se escribe en China
tural que encabezó Mao Zedong en los legislaciones comenzaron a ponerse a tono refleja su calvario desde su llegada, y
años 1960, pero que bien podría servir con los derechos y las nuevas concepcio- traza un cuadro de las condiciones infra-
Simone Pieranni para vitorear a la China actual, que tran- nes de ciudadanía, muchas de las prácticas humanas de la vida cotidiana, someti-
Edhasa; Buenos Aires, febrero de 2021. sita un largo y silencioso amanecer que la siguieron una inercia expulsiva y retrógrada. das a los trabajos forzados, pero con la
128 páginas, 1.195 pesos. reconduce al centro del mundo. “El futuro A partir de casos testigo e historias de voluntad colectiva que sostenía a esas
de la humanidad se escribe hoy en China”, vida, la obra muestra de qué manera las mujeres en los campos de la muerte.
asevera Simone Pieranni, periodista de il mujeres lucharon por las igualaciones pri- “Yo tenía miedo de perder la memoria.
Manifesto, que vivió y trabajó ocho años mero operativas, luego normativas y, por Perder la memoria es perderse a una
en el gigante asiático. Durante ese tiempo, último, culturales en un terreno acostum- misma, es dejar de ser una misma.” Por
fundó una agencia de noticias, aprendió brado a mantenerlas calladas y obedien- eso este libro, que reservó guardado
mandarín y, entre asombrado e inquieto, escribió prolíficamente sobre el abrumador tes. Estrategias para sobrevivir y ser res- durante veinte años. Su prosa poética
crecimiento económico de China. Asombrado, por la creatividad y capacidad de inno- petadas en organizaciones que debieran transmite vívidamente las imágenes del
vación tecnológica que despliega el país, principal referente en campos clave, como la incorporar la perspectiva de género si lo horror, de la crueldad y el dolor, y el olor
que se persigue es avanzar hacia la demo- pestilente siempre presente, del que fue
inteligencia artificial, las redes 5G, el tratamiento de Big Data, la robótica, el reconoci-
cratización dentro de sus filas. tan difícil desprenderse.
miento facial y de voz y la ultraveloz computadora cuántica. Inquieto, por la capacidad
de control social de estas tecnologías que moldean hábitos e invaden la vida cotidiana.
Bárbara Schijman Josefina Sartora
Pieranni toma como ejemplo “WeChat”, la súper app de presencia obligada en los
smartphones chinos. También conocida como la “app de las apps”, sus usos son múlti-
ples y expansivos: mensajería privada, red social, medio informativo y agenda perso-
nal; para pagar cuentas, sacar entradas de cine o iniciar el trámite de divorcio. Y, natu-
ralmente, para comprar todo lo que se le pueda ofertar al mercado interno más grande
del mundo. El objetivo de esta aplicación, dice el autor, es mantener a los usuarios todo
Ensayo El economista y filósofo francés Frédéric
Lordon, colaborador habitual de Le Monde
el tiempo posible dentro de su mundo. La empresa acaba registrando no solo toda la diplomatique y miembro del movimiento
vida online de los usuarios, sino también la offline, lo que redunda en beneficiosas comi- social Économistes atterrés (“Economistas
siones y en la producción de una mole de datos. Los datos personales se han vuelto el consternados”), que lucha contra las políticas
nuevo petróleo y China es su Arabia Saudita. neoliberales, es uno de los más destacados
Pero, ¿cómo fue este amanecer? El autor cuenta que tras la muerte del “Gran Timo- pensadores spinozistas internacionales de la
actualidad. En este libro, busca responder a
nel”, en 1976, Deng Xiaoping promovió un plan de “aperturas y reformas” que permitió
la pregunta de “cómo se sostiene una socie-
la inserción de China en el mercado mundial como exportador de mercancías a bajo
dad a la que nada sostiene”. Para ello, hace
costo. A fuerza de masividad y bajos salarios, el gigante oriental se transformó en la
un repaso por distintos sistemas y corrientes
“fábrica del mundo”, modelo que permitió sacar a centenares de millones de personas
del pensamiento, así como por la literatura
de la pobreza e impulsó la constitución de una inmensa clase media, actual motor del
(el propio Spinoza, Pascal, Durkheim, Deleu-
país. Esa base de riqueza acumulada le permitió –tras la caída de la demanda exter-
La condición anárquica ze, pero también Bourdieu, Castoriadis, Poe,
na por la crisis de 2008– reconvertir su modelo productivo hacia la economía digital, Afectos e instituciones del valor Faulkner, Dostoievsky y Camus, entre otros),
apuntando al mercado interno y a la capacidad de innovación de las empresas nacio- que le permiten desarmar la teoría del valor,
nales. Este proceso, planificado y financiado por el Estado (conducido a su vez por el Fredéric Lordon más allá de su sentido económico, para
Partido Comunista Chino, una estructura política de tipo meritocrática, dice el autor, Adriana Hidalgo; Buenos Aires, formular una axiología crítica, es decir una
compuesta por altos cuadros técnicos y administradores, más que por líderes ideológi- enero de 2021. teoría de la condición anárquica, que revela,
cos) se vio reforzado por la llegada al poder de Xi Jinping, en 2012. Hoy, que la transi- 344 páginas, 1.200 pesos. apelando al marxismo, la lucha desenfrena-
ción hegemónica de Estados Unidos al gigante asiático parece encauzada, la República da por los valores y la conquista de la hege-
Popular China se vuelve un espejo (rojo) en el que Occidente debe mirarse. monía. Como el caso del valor económico,
“no menos vacío que los otros” y ajeno a los
Diego Picotto valores sociales y morales.

Ensayo
Tecnología y barbarie
Michel NIeva
Santiago Arcos; Buenos Aires, septiembre de
2020. 146 páginas, 1.100 pesos.
Algo que nos ha dejado como cierto la expe-
riencia pandémica es que la ciencia ficción
es uno de los géneros más “realistas” que
tenemos al alcance de la mano. No por una
cuestión mimética, o sea, de representación
de la realidad. Sino por el tipo de lectura
que se hace en torno al presente: siempre
la ciencia ficción ha descubierto al titiritero
detrás de la marioneta, esto es, a la verdade-
ra razón que se esconde detrás de las cosas
que nos pasan hoy, en el más rabioso pre-
sente. Michel Nieva, con un estilo cada vez
más pulido y, por lo tanto, personal, recoge
aquí diversos ensayos en donde se propone
leer la manera en la que la ciencia ficción o
la ficción especulativa (tal el nombre del gé-
nero entre finales del siglo XIX y comienzos
del XX) siempre intervino sobre la realidad,
muchas veces, para torcerla políticamente.
Si no, ¿cómo entender Argirópolis de Sar-
miento, o Una excursión a los indios ranque-
les, de Mansilla? Esos textos fundamentales
del canon son planteos utópicos o viajes a
lo desconocido que, para Nieva, fundan el
cyberpunk nacional, al mismo tiempo que
establecen una línea narrativa que llega
hasta Lamborghini y Aira. Las lecturas de
virus y bacterias no pueden ser más actua-
les: ¿acaso la construcción y el desarrollo de
ciertos virus no tienen que ver con las condi-
ciones mismas de existencia impuestas por
planteos demenciales que parecen sacados
de una novela trasnochada? Habrá que ver
hasta qué punto, pero, hoy en día, ensayos
literarios como estos son los mejores análisis
políticos a los que podemos recurrir.
Fernando Bogado
Desarrollo
El colapso ecológico ya
llegó
Una brújula para salir del mal desarrollo
Maristella Svampa, Enrique Viale
Siglo XXI; Buenos Aires, septiembre de
2020. 296 páginas, 1.250 pesos.
El colapso ecológico ya llegó hace eviden-
te dos situaciones. En primer lugar, cómo
el cambio ambiental global pone en
peligro la supervivencia de
la biósfera, los humanos
incluidos. Demuestra que la
hiperproductividad y el hiper-
consumo global, la quema de
combustible fósil, la contamina-
ción del aire, la tierra y el agua, la
mercantilización de los recursos,
redundan en un agotamiento de
Diarios
Kronos
Witold Gombrowicz
El Cuenco de Plata; Buenos Aires, septiembre
de 2020. 336 páginas, 1.190 pesos.
“Si hay un incendio, llévate Kronos y los
contratos y ¡huye a toda velocidad!”, le
dijo Witold a Rita Gombrowicz –su esposa
y heredera– en el verano de 1968, un año
antes de su muerte. Gombrowicz anota en
este diario íntimo lo que recuerda sobre
sus años de infancia y juventud de modo
escueto y esquemático, pero a partir de
1953 –cuando inicia su escritura– apunta
los hechos “en caliente”. Luego, al acabar
cada año procede a resumir los doce meses
pasados concentrándose en las cuestiones
que juzga esenciales: salud, finanzas, obra
y vida erótica. En general estas partes son
algo más narrativas y en ellas hace un
balance de sus estados de ánimo domi-
nantes. Pero a medida que pasan los años
de madurez –cuando empeora su estado
de salud y se hace cada vez más patente
la inexorabilidad de la muerte– Kronos va
cobrando fuerza, la narración se esponja y
toda la obra adquiere un nuevo sentido.
A medida que se acerca el final nos
damos cuenta de que no estamos (solo)
ante un gran inventario vital, sino ante una
crónica sobre el paso del tiempo y sus inse-
parables compañeros de viaje: la decaden-
cia y el dolor. Al contrario de lo que hace en
el Diario, aquí el autor no se auto-crea como
personaje literario, no arregla ni embellece
su propia imagen; parece querer decirnos
“He aquí al verdadero Gombrowicz, aquí me
tienen”. Y se nos muestra con toda la cru-
deza como un hombre enfermo, deprimido,
que sufre y se apaga en los años en que jus-
tamente le llega la fama internacional.
Julián Chappa
nuestro planeta que tiene por correlato el
ocaso de la vida. En segundo lugar, más
allá del greenwashing que blanden todas
las élites globales, prueba que la periferia
mundial continúa por el mismo camino:
más agronegocio –el récord argentino de
glifosato vertido por habitante es espe-
luznante: 350 millones de litros por año–,
más fracking, más pesca indiscriminada,
más especulación urbana, más minería a
cielo abierto, más deforestación e incen-
dios y así, se termina por generar una
economía de enclave para el bien
de una elite local y, fundamen-
talmente, de los países centra-
les. El libro viene a echar luz
sobre una realidad argen-
tina que parece constan-
temente invisibilizada y
reprimida, evidenciando
que más productividad
no es más desarrollo
ni igualdad, sino más
No ficción
La nieta de Trotsky
Jeanne Molinier
Voria Stefanovsky; Buenos Aires, noviembre
de 2020. 400 páginas, 1.280 pesos.
Esta “biograficción”, como la nombra la auto-
ra, pone en escena la novela familiar en la
que juega un rol central su padre, Raymond
Molinier, un comprometido militante del
Partido Comunista Francés en las primeras
décadas del siglo XX, internacionalista y acti-
vista revolucionario, que fungió como secre-
tario e íntimo colaborador de Trotsky, sobre
todo durante el exilio turco. En la década del
cuarenta Molinier llega a Argentina, huyendo
del nazismo y el stalinismo, con un pasapor-
te que lo identificaba como Marc Droeven.
La autora deja constancia de una tensión
constitutiva entre, por una parte, su convic-
ción de que los sucesos históricos en los que
intervino su padre tienen una relevancia
peculiar y que su participación en ellos ha
sido decisiva; y, por otra, la pregnancia inten-
sa de las relaciones tramadas por el núcleo
familiar en el que se fue gestando el víncu-
lo con su padre. Para dar forma a su relato,
Molinier hija (la psicoanalista Juana Droeven)
realiza una inmersión profunda en su memo-
ria personal, indaga en sus recuerdos, rodea-
dos de sombras de olvidos, y los coteja con
las voces de amigos/as, familiares, camara-
das, así como documentación de diferentes
épocas, cartas, imágenes y fotos inéditas.
La autora señala: “Me producen una
fuerte reverberación las metáforas con que
Trotsky se refiere a las relaciones políticas en
términos de vínculos familiares; ese gesto ha
marcado nuestra vida [..]. Acaso estas páginas
buscan, entre otros objetivos, desentrañar el
sentido de ese impacto más que establecer
alguna precisión de orden histórico”.
Verónica Engler
injusticia social y ambiental; que hoy van
–e irán– de la mano.
Como alternativa, El colapso ecológi-
co... propone recorridos para una transi-
ción-socioecológica: priorizar la agroeco-
logía (igual de rentable que el agronego-
cio y que implica cuestionar el patrón
concentrado de la tierra), llevar adelante
una transición energética (abandonar
el mundo fósil por energías renovables,
que además permiten democratizar el
sistema energético), realizar reformas
impositivas progresivas estructurales
(solo la Hidrovia del Paraná es una pana-
cea del contrabando), diseñar el bien-
estar antes que el desarrollo. Estas son
algunas de las políticas necesarias para
evitar un destino claro y extraviado: ser
los proveedores de recursos y el sumide-
ro del Sur, indudablemente excluidos de
la sociedad por venir.
Bruno Fornillo
| 35
Fichero
Gastronomía e imperio
La cocina en la historia del mundo
Rachel Laudan
FCE; Buenos Aires,
marzo de 2021.
564 páginas, 2.290 pesos.
Contar la historia de la cocina en el mundo en los
últimos cinco mil años parece una tarea impo-
sible, pero es exactamente lo que logra Rachel
Laudan en este libro monumental. Porque al
contar la historia global de la comida, cuenta
la historia del mundo, de su evolución, de las
migraciones, las técnicas, los ingredientes y los
alimentos. Pero también de sus aspectos polí-
ticos, económicos, religiosos y culturales, que
explican la influencia de la comida en los mitos
nacionalistas y la construcción de identidades.
Migraciones internacionales
en Argentina
Susana María Sassone (dir.)
IMHICIHU-CONICET; Buenos
Aires, mayo de 2021.
712 páginas, descarga gratuita.
Esta obra exhaustiva y actualizada reúne
las investigaciones de especialistas del
campo científico social, que analizan las
migraciones contemporáneas en todo el
territorio argentino a inicios del siglo XXI, a
la luz de los cambios sufridos en los flujos
migratorios locales en el marco del proceso
de globalización de los últimos cincuenta
años, y de la construcción en Argentina de
un modelo de migración inclusiva a contra-
pelo de las tendencias mundiales.
El ojo en la mira
Diamela Eltit
Ampersand; Buenos Aires,
marzo de 2021.
112 páginas, 790 pesos.
Como Marcel Proust pensó la memoria a par-
tir de los sentidos, la escritora y artista chilena
Diamela Eltit parte de sus lecturas, que la
fueron rebotando de uno a otro libro hasta
encontrar su escritura, la letra indiscutible,
para ir deshojando sus recuerdos como mujer
de izquierda, feminista, comprometida en la
lucha contra las dictaduras, con la certeza de
su manera “de ser y estar en el mundo” a par-
tir del encuentro con la escritura literaria.
Proletkult
Wu Ming
Anagrama; Barcelona,
septiembre de 2020.
336 páginas, 1.895 pesos.
Wu Ming es un colectivo de escritores italianos
dedicado a socavar las creencias establecidas
a través de sus novelas históricas. En esta obra
abordan las consecuencias de la Revolución de
1917 en Rusia. Sus personajes: los miembros
del movimiento artístico Proletkult, desde Máxi-
mo Gorky hasta Alexandr Bogdanov. A partir
de una improbable historia de ciencia ficción, se
muestran los conflictos surgidos entre los líderes
bolcheviques, que destruyen todas las utopías.
 36 |
Un pueblo de pie
por Serge Halimi*
E
n los últimos quince años, Ga-
za sufrió cinco expediciones pu-
nitivas: 2006 (“Lluvia de vera-
no”); 2008-2009 (“Plomo fun-
dido”); 2012 (“Pilar defensivo”);
2014 (“Margen protector”); 2021
(“Guardián del Muro”). Israel eligió estos nom-
bres para camuflar mejor a los asaltantes en ase-
diados. Y, desde hace quince años, los mismos
personajes repiten los mismos eslogans para le-
gitimar los mismos castigos. Porque el desequi-
librio de los medios utilizados hace que resulte
inapropiado hablar de “guerra”. Por un lado, uno
de los ejércitos más poderosos y mejor equipa-
dos del mundo, que dispone del apoyo ilimitado
de Estados Unidos, que somete a sus adversarios
a un bloqueo terrestre y marítimo constante (1).
Enfrente, ni un carro de combate, ni un avión, ni
un buque, ningún apoyo (más que verbal) de nin-
guna capital. Era necesario por lo tanto todo el
aplomo de un embajador israelí en Francia para
recriminarles a los palestinos “uno de los críme-
nes de guerra más abyectos del siglo XXI” (2). El
número de víctimas respectivo a lo largo de estos
cinco conflictos es respuesta suficiente.
Desde hace quince años, como todos saben,
los israelíes “responden” o “replican” las agre-
siones de las que son objeto. Porque la historia
que cuentan nunca arranca un segundo antes del
secuestro de uno de sus soldados o del disparo
de un cohete en su contra. La cronología de los
enfrentamientos omite así las vejaciones cotidia-
nas infligidas a los palestinos, los controles per-
manentes, la ocupación militar, el bloqueo de un
territorio que no cuenta con ningún aeropuerto,
el muro de separación, la voladura de sus casas, la
colonización de sus tierras.
Cuanto peor, mejor
Ahora bien, suponiendo que Hamas desaparezca
mañana, todo ello subsistiría. Israel, que ayudó
a este movimiento a tomar vuelo y que contribu-
Edición 142 || junio
Edición 264 abril 2011
2021
Editorial
Sumario
Editorial:
Pelopincho 2
por José Natanson
Staff 3
Dossier
Los usos políticos de la pandemia
ye a su financiamiento, lo sabe. Pero darle impor- La pandemia como arma de la derecha 4
tancia a semejante adversario le sirve. Y le permi-
por Sergio Morresi
te presentar la lucha de un pueblo para disponer
de un Estado como la agresión terrorista de una
organización religiosa mesiánica. Al intervenir Avances y retrocesos del gobierno 6
brutalmente en Jerusalén contra los fieles en la por Fernando Rosso
Explanada de las Mezquitas, las autoridades is-
raelíes no podían ignorar que le darían pie al mo-
La guerra de las patentes 8
vimiento islamista.
Por más cínica y transparente que fuera, la por Federico Kukso
operación del primer ministro Benjamin Netan-
yahu prosiguió sin trabas. Ni una resolución de Brasil, democracia militarizada 10
las Naciones Unidas (que Israel habría podido ig- por Anne Vigna
norar una vez más), ni medidas de sanción, ni lla-
mados de consulta a embajadores, ni suspensión
de entregas de armas. Al igual que Washington, la
En Colombia, fuego sobre el “enemigo
Unión Europea repite los elementos semánticos interior” 12
de la derecha israelí; el gobierno francés –apoya- por Lola Allen y Guillaume Long
do por Marine Le Pen, por Bernard-Henri Lévy
y por la alcadesa socialista de París Anne Hidal- Fábulas mediáticas 14
go– sólo se despabiló para prohibir una manifes-
tación en solidaridad con el pueblo palestino. Pa- por Serge Halimi y Pierre Rimbert
reciera que cuanto más poderoso y dominante es
Israel, cuanto menos democrático, más el mundo Interseccional lava más blanco 15
entero está a sus pies. por Pierre Rimbert
No obstante, como cinco “guerras” lo demues-
tran, esta “Cúpula de Hierro” diplomática no ga-
rantizará su tranquilidad. La violencia de la re-
Delirios atlantistas en Asia 16
sistencia siempre responde a la violencia de la por Martine Bulard
opresión, salvo cuando un pueblo es aplastado y
sometido. Y el pueblo palestino está de pie. g
Dossier
Israel-Palestina, sin paz
1. Olivier Pironet, “En el caldero de Gaza”, Le Monde diplomatique, Guerras sin fin contra los palestinos 20
edición Cono Sur, Buenos Aires, septiembre de 2019.
por Alain Gresh
2. Daniel Saada, por Europe 1, 12-5-21.
La farsa del “proceso de paz” 22
por Ezequiel Kopel
*Director de Le Monde diplomatique.
Traducción: Micaela Houston
Israel, ciberpotencia regional 24
por Rubén Paredes Rodríguez
Estambul, espejo de un mundo árabe
fracturado 26
por Killian Cogan
India sufre la segunda ola 29
por Christophe Jaffrelot
El arte del golpe de Estado 30
por Dominique Pinsolle
El funambulismo de una 32
humorista china
por Zhang Zhulin
Libros del mes 34
Editorial: Un pueblo de pie 36
por Serge Halimi
Suplemento # 91:
La educación en debate
Universidad Pedagógica Nacional

La educación
en debate #91
Después de la pandemia,
¿cambiará la secundaria?
por Rafael del Campo*
E
n 2020 las escuelas secunda-
rias cerraron las puertas, pero
no se detuvieron. Más allá de
hashtag o eslóganes, las aulas
se mantuvieron abiertas de
maneras distintas y diversas a como lo ve-
nían haciendo. Nuevas resoluciones na-
cionales y provinciales indicaron algunos
caminos y procedimientos. Pero también
las instituciones, las directoras y directo-
res, los equipos docentes fueron armando
y definiendo formas de mantener esas au-
las funcionando.
La pandemia permitió ver desde otra
perspectiva a la secundaria. Al tener que de-
finir qué significaba mantener las escuelas
activas, a las y los adolescentes escolariza-
dos, empezaron a redefinirse los sentidos:
qué es lo central y relevante, así como tuvo
lugar una revisión de las prácticas escolares.
Como toda situación obligada y no ele-
gida, esas definiciones se trazaron como
se pudo, respondiendo a hechos que ya
habían sucedido y requerían una respues-
ta inmediata y urgente. El año 2020 obli-
gó a implementar una nueva escuela se-
cundaria que no fue planificada. Y el 2021
también. Dos años que plantean dos redi-
seños forzosos y forzados.
En medio de ese proceso, resulta inte-
resante considerar y compartir algunos
análisis que surgen de investigaciones y
de experiencias que se han dado en diver-
sas escuelas de varias provincias del país.
La conversión forzada
[…] Las problemáticas más relevan-
tes que veo son la falta de comunicación,
la desvinculación del estudiante respec-
to del espacio escolar, la cual se profun-
dizó el último año con la pandemia (do-
cente de escuela secundaria de la Pro-
vincia de Formosa, 2021).
Durante 2020, la Secretaría de Evalua-
ción e Información Educativa del Minis-
terio de Educación de la Nación llevó ade-
lante la “Evaluación Nacional del Proceso
de Continuidad Pedagógica”(1). De los in-
formes preliminares de esa investigación
surgen las diferencias que hay en los ho-
gares para afrontar la continuidad peda-
gógica y el sostenimiento de la escolari-
dad durante la pandemia. De los datos se
desprende que es el sector estatal el prin-
cipal ámbito de escolaridad de los secto-
res con menos recursos de conectividad.
A su vez, la investigación también releva
qué grado de dedicación y empeño han te-
nido los equipos directivos y docentes y
destaca que en ese aspecto no se presen-
tan diferencias importantes entre los sec-
tores de gestión estatal y privada.
A quince años de la obligatoriedad de
la escolarización secundaria, se ha avan-
zado notablemente en el acceso y en la re-
tención en la escuela, pero la posibilidad
de tener aprendizajes significativos, rele-
vantes, que permitan desarrollar auténti-
camente la potencialidad de las y los ado-
lescentes es todavía en muchos casos una
deuda pendiente. Gabriel Kessler lo defi-
ne como “educación de baja intensidad”,
en la cual la experiencia escolar es vivida
con una fragilidad en el compromiso con
las actividades escolares, especialmen-
te las relacionadas con el estudio (2). En
una capacitación con directoras de escue-
las secundarias de la provincia de Chaco,
una directora lo describía como “somos
una escuela club”. La secundaria es un lu-
gar para estar. En la profundización de las
diferencias que hubo durante la pande-
mia entre escuelas y sectores dentro del
país, se puede señalar que mientras mu-
chos colegios se dedicaron a fortalecer es-
te estar, este mantener escolarizados a es-
tudiantes que se “desenganchaban” de la
escuela, otras podían ir desarrollando so-
fisticadas propuestas de formación a tra-
vés de plataformas y reuniones virtuales
sistemáticas. Retomar y recomponer ese
proceso formativo va a exigir un alto com-
promiso de equipos directivos y docentes,
pero fundamentalmente de una política
educativa que brinde herramientas y re-
cursos para poder afrontarlo.
Otro elemento que surge es la dificul-
tad que tuvo el nivel secundario para po-
der reformular sus propuestas pedagógi-
cas en pandemia por sobre la del primario.
El esquema de la escuela secundaria con su
compartimentación de docentes por mate-
rias requiere un esfuerzo superior de orga-
nización ya que involucra más personal y
horarios. La posibilidad de contar con do-
centes por hora en vez de por cargo tam-
bién repercutió negativamente sobre esta
cuestión. El aporte de las y los preceptores
en esta reorganización virtual resultó fun-
damental para sostener la propuesta con
los cursos, con las familias; y para vincular
o revincular estudiantes. Mucho del soste-
nimiento de la escolaridad durante el 2020
se apoyó en estos cargos.
Nuevos lentes ven distinto
[…] Otra problemática es la repiten-
cia en los primeros años de Ciclo Bási-
co, muchas veces por inasistencia […].
Los alumnos llegan a la instancia de
quedar libres y luego abandonan y al
año siguiente sucede lo mismo […] Con
el agregado de que el año pasado, por la
pandemia, también se desvincularon de
lo virtual y de acercarse a la institución a
buscar el material impreso (docente de
escuela secundaria de la Provincia de
Entre Ríos).
Durante el 2020 tomó relevancia el
concepto de trayectoria escolar para des-
cribir y analizar el desempeño de los y las
estudiantes. Este concepto es definido co-
mo el recorrido que realiza un o una estu-
diante desde su ingreso en el sistema edu-
cativo hasta su egreso. Flavia Terigi desta-
ca que se ha puesto excesiva valoración en
la trayectoria ideal (la cursada con perma-
nente promoción de cada año, iniciando y
finalizando la escolaridad en los años que
el sistema plantea) sobre las trayectorias
Suplemento
junio
2021
reales (recorridos que han realizado efec-
tivamente los estudiantes) (3).
El enfocarse en las trayectorias reales
permite identificar ya no solo dificultades
particulares, sino económicas, sociales y
sistémicas de la educación secundaria y
sus estudiantes. También posibilita des-
cribir y analizar la responsabilidad que
tienen las propuestas institucionales y las
políticas educativas en la definición y ar-
mado de esos recorridos.
Estudios cualitativos o cuantitativos,
de investigadores particulares, equipos de
universidades, estatales o de organismos
internacionales señalan que la repitencia
es un elemento negativo para el aprendi-
zaje de un colectivo. Volver a cursar un
año exactamente igual al anterior lo que
hace es hundir aun más una trayectoria en
la que ha aparecido una dificultad. Y, sin
embargo, esta modalidad se sigue soste-
niendo y aplicando.
El sostenimiento de la repitencia tie-
ne varios factores. Uno de los que resul-
ta interesante mencionar es que el mie-
do a repetir es uno de los grandes mo-
tivadores para estudiar y promocionar.
El temor de que ocurra hace, en muchos
casos, que se vayan cumpliendo con las
reglas de la acreditación. Y es utilizado
por docentes (y también por estudian-
tes) para convocar al cumplimiento de
las tareas que proponen. Las frases –“si
no estudiás, vas a repetir”– o –“si no ha-
cés esto, desaprobás la materia”–, se es-
cuchan más de una vez. En 2020 este
temor no estuvo, ya que todos pasaron
de año. Muchas personas la extrañaron.
Les sacaron una de sus herramientas
fundamentales de motivación. Lograr
situar la enseñanza y el aprendizaje co-
mo eje central por encima del cumpli-
miento requiere más acciones, recursos
y políticas que simplemente suspender
al estudiante por un año. Las respuestas
que se construyen para superar la repi-
tencia son de tres órdenes:
• Intervenir sobre el momento de
definición (ampliando y diversificando
instancias de examen).
• Prevenirla durante el ciclo lectivo (con
espacios de apoyo, tutorías, más opciones
para rendir previas).
• Intervenir cuando ya ocurrió (con gra-
dos de aceleración o cursadas alternativas).
Resultará importante la experiencia
que se dé durante este 2021, en que di-
rectamente se reemplazó la repitencia
por propuestas de compensación, de
cursadas en contraturno, de acompaña-
mientos sistemáticos durante el año. Se-
rá necesario documentarlas y procurar d
 II | La educación en debate #91 Después de la pandemia, ¿cambiará la secundaria?
d analizarlas, considerando el contexto
en que se dan y su posibilidad de ser una
modalidad para incorporar en el futuro a
la escuela secundaria.
¿Así era trabajar con otro?
[…] Una de las cosas que disfruté del
año pasado fue el trabajo que hicimos
con la profe de Literatura. Trabajamos
juntas con todo el quinto año desarro-
llando ensayos sobre pandemia. A la no-
che, cuando lograba que se duerma la
beba, nos conectábamos virtualmente
y corregíamos juntas. Eso estuvo muy
bueno… (docente de escuela secundaria
de la Provincia de Buenos Aires).
Otra cuestión que sucedió durante la
pandemia fue la explosión del horario es-
colar. Esa “cajita” fija y dura que pauta el
horario y día específico que va a tener la
enseñanza de determinada materia; ese
espacio temporal exclusivo y excluyente
para una sola docente quedó desarma-
do… Y aparece la posibilidad de concretar
reuniones virtuales con dos docentes, o
de usar ese tiempo que antes se aplica-
ba a la clase a intercambiar con otros y
otras colegas, a pensar juntos cómo en-
señar, qué enseñar, cómo son sus estu-
diantes, qué los convoca y qué no, cómo
armar una propuesta conjunta posible y
que responda a esa situación… Esto fue re-
conocido en muchos casos por las auto-
ridades educativas, y propusieron espa-
cios asociados, e impulsaron una vez más
el “ABP” (Aprendizaje Basado en Proyec-
to o Problema), pero ahora con la posibi-
lidad de que no sea una “Frankesteiniza-
ción” del proyecto armado o coordinado
por directivos, sino una auténtica posibi-
lidad de planificación e implementación
cooperativa.
De manera no siempre orgánica, no
sistemática ni planificada, ni respaldada
por una formación en servicio específi-
ca y masiva, docentes de un mismo curso
contaron con tiempos para procurar una
propuesta común, un entrecruzamiento
de distintas materias en torno a proyectos
o programas que debían ser resueltos por
los estudiantes… y lograr aprendizajes en
el proceso. ¿Cómo lograr sostener esto?
En el mismo sentido, aparece la valori-
zación del trabajo que los docentes dedi-
can a pensar, diseñar y analizar sus prác-
ticas. Este tiempo nunca termina de ser
suficientemente valorado por los Estados
o los instrumentos evaluativos de la “ca-
lidad educativa”. En varios estudios se
asocia la mejora de resultados a la canti-
dad de días de clase dictados. Y entonces
se fijan leyes y resoluciones para alcanzar
esa meta. Se brindan premios, estímulos
y sanciones también. Sin embargo, se ha
comprobado que mejores docentes ha-
cen a una mejor educación. Y los mejo-
res docentes son aquellos profesionales
que cuentan con tiempos y posibilidades
de poder revisar sus prácticas, de traba-
jar de manera colectiva con sus colegas,
de ser conducidos por equipos directivos
que cuentan con tiempos para dedicarse a
mejorar a sus equipos de profesores.
Nos dejaron solos (¿Es bueno o malo?)
Nos llegó el documento provincial y
teníamos que ponernos a ver cómo hacer.… cional, el proceso de enseñanza y la vin-
Qué aulas teníamos disponibles y cuáles
no. En base a eso, pensar qué cursos po-
dían venir por día y cuáles no. Y a qué do-
cente podíamos convocar y cuál estaba
Pixnio
con dispensa (director de escuela secun-
daria, Provincia de Buenos Aires).
En los documentos oficiales sobre es-
colaridad durante la pandemia surgieron
formulaciones que resultaron novedosas.
Al plantear propuestas didácticas, de fun-
cionamiento, de organización o protoco-
los, señalaban que cada institución ins-
trumentaría de acuerdo a sus realidades y
recursos la mejor manera y modalidad de
llevar adelante esas propuestas. Apareció
un margen de autonomía en el funciona-
miento de las instituciones escolares. Lo
mismo ocurrió al comienzo de este año
con la vuelta a la presencialidad. Esta si-
tuación relativamente novedosa fue reci-
bida por muchas directoras y directores
con ambivalencia. Les resultó muy prác-
tico poder definir de acuerdo a recursos y
posibilidades, pero a la vez daban cuenta
de cierta soledad o desamparo.
La autonomía es fundamental para po-
der desarrollar un proyecto educativo par-
ticular y que permita potenciar las caracte-
rísticas propias que tiene cada institución
escolar, de su equipo directivo y equipo
docente. Una política seria de autonomía
debe incluir acompañamientos y recursos.
De otra manera se profundiza la diferencia
entre escuelas con más o menos medios.
Más allá de las observaciones críticas,
lo que está ocurriendo es una experiencia
importante para analizar las respuestas
que se fueron construyendo desde las es-
cuelas para poder implementar, sostener
y enriquecer el funcionamiento institu-
culación con los y las estudiantes en estos
tiempos de pandemia.
De esta experiencia de autonomía, re-
sulta interesante destacar la importancia
que han dado varios equipos directivos
al intercambio entre pares y con algunas
supervisiones que funcionaron como una
fuente de ideas, sugerencias, verificación
y mejora de propuestas que fueron llevan-
do adelante. Compartir las formas en que
se iban implementando las distintas me-
didas, así como también algunas activida-
des complementarias que enriquecían la
vida institucional durante la pandemia,
resultó en una superación de obstáculos
y de mayor desarrollo de las propuestas
escolares. Esto marca que una autonomía
bien implementada puede ser una acción
colaborativa que permita a cada equipo
directivo desarrollar más y mejor el po-
tencial institucional.
Este intercambio fue también impul-
sado por convocatorias de las autoridades
educativas en reuniones de capacitación
o congresos, donde las escuelas pudieron
intercambiar experiencias. Si bien esto
ocurre sobre la propuesta ya implemen-
tada, o implementándose, y no como ase-
soramiento durante la formulación, es su-
mamente valioso porque consolida la pro-
puesta y a la vez la da a conocer para que
sea considerada por otras instituciones.
Hay tela para cortar
La pandemia nos obligó a reformular en
muchos sentidos la educación secun-
daria. Es una situación extrema que nos
exige, en medio de una situación de aisla-
miento o distanciamiento social y empeo-
ramiento de los indicadores socioeconó-
micos, sostener procesos de enseñanza
y de aprendizaje. Esto hace tomar desde
otra perspectiva los sentidos y aportes de
la educación secundaria en el desarrollo
de los y las adolescentes, de su formación
y de su ciudadanía. En varios aspectos hi-
zo destacar lo primordial de lo comple-
mentario. Volvió a poner sobre la mesa
viejas discusiones y deudas no saldadas.
Alteró las formas y tiempos de funciona-
miento, dando la posibilidad de analizar
cómo estaban funcionando antes y qué
podríamos reformular hacia el futuro.
De manera forzada, sin márgenes de
planificación o posibilidades de diseñar
políticas de respaldo para su implemen-
tación, las escuelas secundarias siguen
abiertas y funcionando, cometiendo erro-
res y generando aciertos. Para muchos
equipos directivos y docentes ha sido y
es una experiencia sumamente rica, de
creatividad y colaboración. El marco en
que se da no es sencillo, y tiene caracte-
rísticas graves para toda la sociedad, en
especial para los y las adolescentes. Que-
da como desafío poder convertir toda esa
experiencia en conocimiento adquirido y
capacidad instalada. Queda el desafío de
usar lo aprendido para reforzar una polí-
tica activa y consensuada, que atienda aun
más las desigualdades que la pandemia ha
vuelto a poner en evidencia, y que extien-
da estas capacidades y creatividad mos-
tradas a todo el sistema educativo. g
1. Secretaría de Evaluación e Información
Educativa, “Evaluación Nacional del Proceso
de Continuidad Pedagógica”, Buenos Aires,
Ministerio de Educación de la Nación, 2020.
2. Gabriel Kessler, “Escuela y delito juvenil. La
experiencia educativa de jóvenes en conflicto con la
ley”, en Revista Mexicana de Investigación Educativa,
Vol. 12, Nº 32, enero-marzo, Distrito Federal, México,
Consejo Mexicano de Investigación Educativa, 2007.
3.Flavia Terigi, “Las cronologías de aprendizaje:
un concepto para pensar las trayectorias
escolares”, Conferencia dictada en Santa
Rosa, La Pampa, el 23 de febrero de 2010
*Coordinador de la Carrera -Licenciatura en Educación
Secundaria con orientación en Gestión de la UNIPE.

MARISA DÍAZ, SECRETARIA DE EDUCACIÓN
DE LA NACIÓN
Faltan acuerdos en
cómo cambiar
“
Hay un amplio consenso sobre
la necesidad de realizar cambios
estructurales en el nivel secun-
dario”, afirma Marisa Díaz, fla-
mante secretaria de Educación de la
Nación, que dedica unos minutos de
su apretada agenda a responder por
escrito una serie de preguntas sobre
la escuela media que viene. Hasta fi-
nes de abril, la funcionaria había es-
tado al frente del Consejo Federal de
Educación. Con una extensa trayec-
toria en el campo pedagógico, la pro-
fesora en Ciencias de la Educación
fue docente en escuelas de Nivel Me-
dio y Superior de la provincia de La
Rioja y ocupó distintos cargos en la
función pública, tanto a nivel nacio-
nal como provincial. También fue se-
cretaria académica de la Universidad
Pedagógica Nacional.
¿Considera que la pandemia puso
definitivamente en crisis la organi-
zación de la escuela secundaria?
Desde el punto de vista de las po-
líticas educativas, la pandemia gene-
ra en el sistema educativo al menos
dos impactos muy notorios que no
pueden soslayarse. El primero está li-
gado a la profundización de las des-
igualdades que atraviesan las trayec-
torias educativas de un significativo
porcentaje de la población escolar
de nuestro país; y el segundo, se rela-
ciona con la necesidad de actuar con
prontitud para establecer otras for-
mas de organización escolar que pro-
vean respuestas apropiadas a la emer-
gencia que vivimos y, a su vez, gene-
ren oportunidades para transforma-
ciones necesarias, en particular en la
educacion secundaria. Creemos que
es posible y necesario realizar este
trabajo en dos tiempos: atender la co-
yuntura y establecer un horizonte de
trabajo para la pospandemia.
¿En qué consiste ese horizonte de
trabajo?
El Ministerio de Educación de la Na-
ción ha promovido y acordado con
los gobiernos educativos provincia-
les un conjunto de definiciones pe-
dagógicas que abordan estos dos
tiempos de las políticas educativas
en la organización escolar. El trabajo
de las instituciones educativas y los
equipos docentes cuentan hoy con
otras coordenadas: la unidad pedagó-
gica, la priorización de contenidos, la
evaluación formativa, la promoción
acompañada y los períodos de in-
tensificación de la enseñanza, entre
otras decisiones que representan un
repertorio de alternativas de trabajo
pedagógico que hoy está regulado fe-
deralmente y que, progresivamente,
esperamos, se incorporen de manera
definitiva al sistema educativo en su
conjunto.
¿Por qué cuesta tanto que cambie
el Nivel Secundario si hay consenso
en que tal como fue creado no fun-
ciona para incluir a todas y a todos?
El debate sobre la educación secunda-
ria que queremos es permanente y lle-
va bastante tiempo en agenda. Asimis-
mo, el consenso sobre la necesidad de
realizar cambios estructurales es am-
plio. Sin embargo, no hay tanto acuer-
do acerca del modo en que estos cam-
bios deben concretarse, y es allí don-
de debemos concentrar nuestros es-
fuerzos. Este nivel educativo es el que
evidencia mayores dificultades para
adaptarse a la situación actual y el que
registra mayores obstáculos y discon-
tinuidades en las trayectorias escola-
res. Los indicadores de trayectorias y
aprendizajes en el nivel muestran las
brechas de desigualdad más críticas,
que son el resultado de problemas his-
tóricos y persistentes que van a verse
agudizados a la salida de la pandemia.
¿Qué se necesita para arribar a un
acuerdo que permita la implementa-
ción de esos cambios estructurales?
Una escuela secundaria diferente,
transformada y potente es un impera-
tivo, pero para concretarse se requiere
de una iniciativa política más amplia,
con compromisos sectoriales concu-
rrentes que acompañen las políticas
educativas que se definan. Para que la
escuela secundaria sea la institución
educativa que cierre exitosamente
la escolaridad obligatoria y les brin-
de a quienes egresen de ella variadas
oportunidades de realización perso-
nal, necesitamos consensos más acti-
vos, poner a disposición instancias de
mayor participación y decisión de do-
centes y estudiantes del nivel, mejorar
el financiamiento y las condiciones de
trabajo, entre otras notas para una
agenda gubernamental que indiscuti-
blemente requiere del mediano plazo
para concretarse.
¿Está definida alguna orientación
para realizar las transformaciones
referidas?
Enseñar y aprender en otros formatos
organizativos y pedagógicos es una de
las condiciones requeridas para que
docentes y estudiantes transformen
el hacer cotidiano en las aulas. Du-
rante este tiempo, y en función de los
acuerdos federales vigentes en varias
de las jurisdicciones, se han puesto en
práctica algunas innovaciones intere-
santes sobre lo que llamamos formato
escolar de secundaria, que represen-
tan avances valiosos. Tal es el caso de
la promoción acompañada o de la de-
nominada evaluación en progreso: un
modelo aplicado en varias jurisdiccio-
nes que permite valorar los aprendi-
zajes alcanzados de manera procesual
dentro de un ciclo escolar. Estos son
algunos ejemplos de transformacio-
nes que emergen en una coyuntura,
pero que, a su vez, pueden trascender-
la y permitirnos avanzar hacia otras
formas de evaluación. g
ANDREA COPES, VICEDIRECTORA
“No funciona más”
por Diego Herrera*
“
La pandemia puso aun más
en evidencia que la estructu-
ra de la escuela media no fun-
ciona más”, asegura Andrea
Copes, profesora de Historia
y vicedirectora en la Escuela Secun-
daria Nº 2 “Marina Vilte” de More-
no, Provincia de Buenos Aires. La
docente también fue coordinadora
de los Planes de Mejora Institucio-
nal del Ministerio de Educación de
la Nación.
“Muchos y muchas –reflexio-
na Copes– veníamos viendo hace
tiempo que el secundario tal cual
lo conocimos tenía grandes défi-
cits. Aunque la Ley de Educación
Nacional (2006), que estableció
la obligatoriedad del nivel, fue un
gran paso adelante, los procesos y
las transformaciones son lentos.”
Entre especialistas en educación
parece haber acuerdo sobre la ne-
cesidad de modificaciones profun-
das y, sin embargo, sostiene la vice-
directora, “romper estructuras es
difícil porque, en algún punto, nos
son cómodas a docentes y a la co-
munidad educativa toda”.
Es cierto que la pandemia des-
nudó desigualdades educativas y
activó una señal de alarma: el se-
cundario no puede seguir así. Pe-
ro, además, obligó al diseño de es-
trategias inéditas que quedaron
plasmadas en conceptualizaciones
novedosas. Dice Copes: “Las reso-
luciones nos hicieron incorporar
nueva terminología. Por ejemplo,
se dejó de hablar de repitencia y
empezamos a pensar en trayecto-
rias educativas acompañadas. Las
palabras también van abriendo
otros caminos”.
Si bien la emergencia sanitaria
aceleró los movimientos, muchas
instituciones venían trabajando
hace años para evitar o mitigar los
efectos negativos de la repitencia,
que a menudo conduce al abando-
no escolar. La escuela “Marina Vil-
te”, ya en 2017, había organizado un
sistema para que estudiantes que
adeudaran hasta cuatro materias
pudieran pasar de año y rendir los
contenidos pendientes en diver-
sos encuentros a contraturno, sin
recurrir a la sentencia única e ina-
pelable de una mesa examinadora.
A partir de 2020, relata Copes, la
pandemia abrió otras posibilida-
des: “Se les hacía muy difícil sos-
tener los encuentros a contraturno
a las y los estudiantes. ¿Por qué no
cursar la materia pendiente con la
o el profesor del año siguiente?”.
Este tipo de dispositivos, si son
apuntalados con los recursos nece-
sarios, pueden acabar con algunos
absurdos de la escuela secunda-
ria, tales como que un alumno ha-
ya aprobado Matemática de tercer
año pero aún tenga pendiente la de
primero.
El diagnóstico sobre la dificul-
tad de que el cuerpo docente del ni-
vel secundario coincida en reunio-
La educación en debate | III
nes institucionales es unánime. En
este sentido, de acuerdo con la pro-
fesora de Historia, durante el 2020
se aprendieron a usar algunas herra-
mientas que facilitaron ese tipo de
encuentros y hasta los hicieron más
habituales: aplicaciones para rea-
lizar videollamadas, documentos
colaborativos que pueden trabajar-
se en línea y plataformas que abren
posibilidades educativas por fuera
del edificio escolar. “Podemos subir
un video y pedirles a chicas y chicos
que lo vean para la próxima clase.
Nos olvidamos de que hay que pedir
el proyector, conseguir un alargue,
etc. Creo que esto vino para que-
darse y, si no se queda, es un error
nuestro. Es un cambio más que in-
teresante que no podemos dejar de
lado”, se entusiasma Copes.
Apoyada en la extensión del uso
de estos recursos, la Escuela Se-
cundaria Nº 2 también avanzó en el
trabajo por áreas de conocimiento.
“Incluso –evalúa la vicedirectora–
si volvemos plenamente a la pre-
sencialidad, quisiéramos armar la
escuela por áreas. O sea, que haya
salones destinados a Ciencias So-
ciales, Naturales o Exactas. Que los
chicos no estén sentados en un mis-
mo salón, sino que circulen entre
diferentes espacios.” Así, podría es-
tudiarse Biología y Físico-Química
en un aula-laboratorio para luego
volver a trasladarse al espacio de
la biblioteca para tener clases de
Prácticas del Lenguaje y de lenguas
adicionales.
“La pandemia –sostiene Copes–
también vino a poner en cuestiona-
miento por qué la promoción tiene
que ser de año a año. ¿Por qué no po-
demos pensar en una promoción por
ciclos? Quizá sea mucho mejor que
las y los estudiantes cursen los pri-
meros tres años y, antes de que pa-
sen al ciclo superior, se evalúe si es
necesario el refuerzo de algunos as-
pectos del ciclo básico. Es decir, se
cursaría por ciclo y no por año.” Por
otra parte, la profesora defiende la
eliminación de la calificación numé-
rica: “El accionar docente fue en ese
sentido durante mucho tiempo y pa-
rece que recién el año pasado empe-
zó a quedar más clara la diferencia
entre evaluación y calificación. Es-
taba muy enraizado que evaluar era
poner una nota. En cambio, es mu-
cho más rico contemplar el proceso
para entender qué aprendió cada es-
tudiante y qué queda por reforzar”.
En relación con los contenidos,
Copes considera que es tiempo de
“acercar herramientas que ayuden
a buscar información de manera au-
tónoma, más que la información en
sí”. Y concluye: “El objetivo de ge-
nerar pensamiento crítico no puede
quedar en palabras vacías”. g
*Licenciado en Comunicación Social e inte-
grante del equipo editorial de UNIPE.
IV |
IV | La educación en debate Edición 142 | abril 2011
MIGUEL ÁNGEL DUHALDE,
GREMIALISTA
Más cargos,
menos horas
“
Esta etapa nos obliga a pensar
todo el sistema de educación se-
cundaria”, sostiene Miguel Án-
gel Duhalde, secretario de Edu-
cación de CTERA. “Hay una
transformación cultural por la que ve-
nimos batallando desde hace mucho: la
ciudadanía debe apropiarse de la idea
de que la escuela secundaria es un de-
recho. Hay que dejar de pensar que no
es para todos”, agrega.
¿La pandemia puso definitivamente en
crisis al nivel secundario?
Ya estaban en crisis algunas de sus es-
tructuras. La pandemia, como pasó con
muchas otras cosas, las hizo más visibles.
Todos sabíamos de la desigualdad, por
ejemplo, pero se empezó a ver más claro
que muchas y muchos estudiantes no te-
nían conexión a Internet ni computado-
ras. La secundaria flexibilizó varios as-
pectos e incorporó el trabajo a distancia.
La repitencia se vio suspendida du-
rante 2020. ¿Es el momento para pen-
sar nuevas maneras para recuperar
contenidos?
Históricamente señalamos que no tie-
ne sentido que alguien que reprobó tres
materias tenga que repetir todo el año.
Nuestro planteo es que se recursen las
materias no aprobadas, como pasa en la
educación superior.
¿Qué recursos tienen docentes e insti-
tuciones para atender trayectorias es-
colares diferenciadas?
Necesitamos otras condiciones labora-
les para hacerlo bien. Durante la pan-
demia, además, se sobreexigió el traba-
jo docente. Actualmente, con el mismo
salario, se duplica el trabajo: mientras se
está de manera presencial con una bur-
buja, se trabaja de manera virtual con la
otra. Además, en muchos hogares no se
cuenta con las mejores condiciones para
trabajar.
La tecnología habilitó nuevas formas
de transmisión y comunicación. ¿Pue-
den aprovecharse esos recursos?
No hay que separar las condiciones de
trabajo de las posibilidades que ofrecen
las nuevas tecnologías. Todo lo que pu-
do aprenderse en este tiempo cayó sobre
las espaldas de las y los trabajadores. Pe-
ro es cierto que hay un aprendizaje muy
importante de estudiantes y de docentes.
Por otro lado, las grandes corporaciones
tienen todos sus enlatados para el uso del
consumidor. Aunque sean gratuitos, de-
trás está el uso de nuestros datos para sus
propios beneficios económicos. Necesi-
tamos el desarrollo de una plataforma es-
tatal para romper con el avance de la pri-
vatización y la mercantilización.
¿Qué condiciones existen para que se
termine con las y los docentes taxi?
La gran diferencia entre primaria y se-
cundaria es justamente que una se orga-
niza por cargos y la otra, en su gran mayo-
ría, por horas cátedra. Eso hace que ha-
ya profes que trabajan en varias escuelas
para alcanzar salarios dignos. Necesita-
mos cargos, de manera que se trabaje en
dos escuelas como máximo. También es-
tamos reclamando que se reconozcan las
horas del trabajo que no se realiza frente
al curso: tiempo para investigar, planifi-
car, evaluar, formarse y reunirse con fa-
milias y directivos.
Si existieran cargos, las reuniones
por videollamada evitarían tiempos
de traslados.
Facilitarían el trabajo. En Santa Fe, cuan-
do empecé a trabajar, estaba en cinco es-
cuelas. De una a otra podía haber 90 km de
distancia. Sería útil no tener que hacer ese
viaje para una reunión, por ejemplo. Tam-
bién hay que equipar con computadoras y
conectividad a docentes y estudiantes.
¿Hay una resistencia corporativa pa-
ra que se lleve adelante una reorgani-
zación curricular?
Por el contrario, sería más fácil construir
cargos si pensamos en áreas y no en dis-
ciplinas. Incluso, hay una discusión epis-
temológica: ¿por qué en la primaria orga-
nizamos el conocimiento en áreas y en la
secundaria, en disciplinas? El problema
es cómo hacer la transición para no lesio-
nar derechos laborales. Me parece que
hay que resignificar el currículum de la
secundaria y de la formación docente.
¿Para qué materias forman los institutos
de formación docente? El puesto de tra-
bajo hay que discutirlo junto con la polí-
tica curricular. g
D.H
#91 Después de la pandemia, ¿cambiará la secundaria?
NÉSTOR REBECCHI, DIRECTOR
“Repetir no genera
aprendizajes”
E
n 2003, se crearon las prime-
ras escuelas de reingreso de la
Ciudad de Buenos Aires. Re-
ciben a jóvenes de entre 16 y
18 años y, desde sus orígenes, quebra-
ron marcas distintivas del Nivel Se-
cundario: proponen asistencia por
materia, una caja curricular reduci-
da y el seguimiento individualiza-
do de las trayectorias escolares. “La
pandemia desestructuró la escuela
secundaria tradicional. Las supervi-
siones, por ejemplo, piden que se si-
ga cada una de las trayectorias. Es lo
que nosotros siempre hicimos”, ob-
serva Néstor Rebecchi, director de la
Escuela de Reingreso Nº 2 del barrio
porteño de Barracas.
La pandemia, según Rebecchi, obli-
ga a pensar la relación del saber con los
tiempos que toca vivir: “Estamos ense-
ñando en un contexto trágico. El año
pasado, un estudiante tenía al padre
enfermo en Perú y no podía viajar. A la
semana siguiente, murieron su padre,
su tío y su abuela. Acompañar y sos-
tener al otro es importantísimo en es-
te momento. ¿Es urgente enseñar qué
es la ameba? ¿O podemos suspender la
presencialidad por unas semanas para
que los pibes no tengan que ver la de-
cadencia de una civilización que no
puede atender a sus enfermos o ente-
rrar a sus muertos?”.
Mientras que la pandemia expu-
so en detalle las injusticias y falencias
del capitalismo, “este opera con la mis-
ma lógica de incrementar ganancias a
cualquier precio”, opina el director. En
otra escala, los estragos que generó la
Covid-19 tampoco garantizan trans-
formaciones educativas: “Uno piensa
que este es el momento. El tema es có-
mo y a qué velocidad van a hacerse los
cambios”. Si bien hay un amplio con-
senso sobre el carácter imprescindible
de la escuela, Rebecchi alerta que hay
diferencias entre quienes la piensan
como una mercancía y quienes, como
él, la consideran un derecho social. En
este sentido, observa que la necesaria
incorporación de nuevas tecnologías
no debe llevar a la privatización de la
educación mediante la compra de pa-
quetes de contenidos diseñados por
empresas multinacionales.
Ribecchi asegura que la repitencia
no produce aprendizaje, sino abando-
no. Y describe una situación: “Un estu-
diante repite tercer año porque adeuda
tres materias. Historia la había aproba-
do con diez. Al año siguiente, de nue-
vo en tercer año, reprueba Historia y
aprueba las otras tres que había repro-
bado. ¿Cuándo damos por validado un
contenido? ¿Lo que aprendió en 2019
queda invalidado en 2020?”. Por eso,
propone que la escolaridad progrese
por trayectorias, de modo que cual-
quier estudiante pueda seguir avan-
zando con las materias que ya aprobó.
Si es tan obvia la necesidad de cier-
tas transformaciones, ¿de dónde vie-
nen las resistencias? Según Rebecchi,
tal como está estructurado el nivel
secundario, cualquier cambio altera
puestos de trabajo y cargas horarias:
“Tenemos que ver la totalidad y eva-
luar qué debemos replantearnos en
términos de formación y contenidos.
Incluso, es posible generar nuevos
puestos de trabajo”. El estancamien-
to disciplinar a veces genera escenas
absurdas: “A la mañana temprano, el
de Historia les dice a los estudiantes
que pueden tomar mate; la siguiente
docente les pide que guarden el mate;
el que viene después que se saquen la
gorra. Cuando termina el día, el pibe
se pregunta: ‘¿Qué pretende usted de
mí?’”. Por eso, insiste en que la docen-
cia debe entenderse como un trabajo
colectivo, en sintonía con la propues-
ta institucional y en colaboración con
las organizaciones sociales que pue-
dan acompañar trayectorias de vida (el
comedor, el centro de salud o el centro
cultural). g
D.H
Staff
UNIPE: Universidad
Pedagógica Nacional
Rector
Adrián Cannellotto
Vicerrector
Carlos G.A. Rodríguez
Editorial Universitaria
Directora editorial
María Teresa D’Meza
Editor de La educación en debate
Diego Rosemberg
Redactor
Diego Herrera