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CAPÍTULO I

LA INVESTIGA CIÓN FILOSÓFICA


DEL CONOCIMIENTO

BIBLIOGRAFÍA

ARISTÓTELES, Metafis i ca, I, 2; IV, 2; AYER, A. J., Language, Truth and L ogic.
(Gollancz, Londres I 936); DuMMEIT, M., F rege. Ph ilos ophy ofLanguage (Duc­
kworth, Londres 1 973 ) ; FREGE, G., Funda ment os de la A r it mét ica ( 1 884) (Laia,
Barcelona 2 1 973); HEIDEGGER, M., N ietzs che, II (Neske, Pfullingen 1 96 1 ) ; Hus­
SERL, E., Investiga ciones lógicas ( 1900) (Revista de Occidente, Madrid 2 l 96,7);
LLANO, A., Fenó men o y t ras cenden cia en Kant (EUNSA, Pamplona 22002); ID.,
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metafis ica, I-V (Gredos, Madrid 1 957- 1 959); MoYA CANAS, P., E l con ocimient o:
nuest r o a cces o a l mundo (Editorial Universitaria, Santiago de Chile 20 13); TOMÁS
DE AQUINO, In Sent. IV, dist. 50, q. l , a. 1 .

1 . ¿QUÉ ES LA «TEORÍA DEL CONOCIMIENTO»?


Todo empeño filosófico es una aventura del pensamiento. Se comien­
za sin tener el camino trazado porque no se trata de exponer una serie de
teorías que ya están a buen recaudo, sino que es preciso enfrentarse con
problemas que es necesario plantear de nuevo y buscar para ellos la mej or
solución, si es que la tienen.
La complejidad comienza ya con el nombre que hemos de poner a la
disciplina de la que se trate en cada caso, porque el propio rótulo de la
investigación revela (o, al menos, condiciona) la tarea que tenemos por
delante.
Resulta significativo que la Teoría del conocimiento haya recibido
otras denominaciones diferentes, y no siempre homogéneas. Se la desig­
na, en efecto, como Epistemología, Gnoseología, Filosofia del conoci­
miento, Metafísica del conocimiento y también como Crítica. Esta últi­
m a designación es quizá la que en su momento iba más directamente al
núcleo de un conjunto de cuestiones cuya identificación, como se puede
apreciar también por esta pluralidad de nombres, no era obvia. La carac­
terización simple y directa de estas indagaciones como críticas facilitaba,
en efecto, su distinción de aquellas variantes del estudio filosófico del
conocimiento cuyo carácter es más bien ostensivo
i o descriptivo. Tal sería
el caso, sobre todo, de la Antropología f losófica contemporánea, de la
clásica Psicología racional e incluso de la Lógica. En estas disciplinas
se estudia, entre otros temas, el conocimiento humano, considerado en su
estructura y en su función. Pero no se discute primordialmente su validez
y fiabilidad, es decir, no se discierne o critica el propio saber. Y este es jus-
4 Teoría del c onoc i mi ento C. l. La inv est igación fil osófica del con oc i mi ent o 5
tamente uno de los problemas que, en buena parte: dio origen a la T_eoría siquiera ante objeciones que pongan en cuestión l a validez de su propio
del conocimiento, disciplina que -no por casualidad- se denommaba pensamiento.
mayoritariamente como Críticl!. . . Vistas así las cosas, se puede advertir que la comparecencia de la crí­
La discusión sobre l a pertmencia de conrer�r o no un caracter _pr� ­ tica del conocimiento representa una ganancia para la propia filosofía.
dominantemente crítico al estudio del conocimiento humano conshtma Porque en la modernidad se nos ha hecho patente y explícita una carac­
una de las discusiones más características entre las diversas concepciones terística que no les había pasado inadvertida a pensadores como Platón y
filosóficas. Por ejemplo, lo más propio y distintivo d� los pensado_re� kan­ Aristóteles, a saber, que la filosofia misma no es una totalidad. Y no lo es
tianos era precisamente su interés central por la crítica del cono� imiento, porque nunca alcanza un estado de conclusión en el que todas las cuestio­
que se constituía en el centro y la clave de todas las tareas_ � losoficas; lo nes relevantes quedaran despachadas de una buena vez. Desde luego, no
más apremiante y sugestivo del filosofar quedaba constttu_id<? entonces cabría completar la filosofia a fuerza de irle añadiendo los resultados de
por l a determinación de l a fiabilidad y el alcance del conoc1m1ento de l a todas las indagaciones filosóficas que se han llevado a término; entre otros
realidad, y por las limitaciones que la mente de? ería reconocer pa�a mo­ motivos porque (aparentemente) hay entre ellas -tanto en sus resultados
verse en un terreno seguro y riguroso. En camb10, y frente a estos mtere­ como en sus planteamientos- amplios desacuerdos e incompatibilida­
ses kantianos, buena parte de la fenomenología y la ontología contempo­ des. Y es que, en un sentido más general, la filosofía no progresa por
ráneas consideraban que estas discusiones partían de cautelas exageradas adición. Una de sus características es que su contenido resulta más bien
y presentaban el riesgo de abocar a un punt? ��erto. , limitado, aunque las disquisiciones para discutirlo y determinarlo llenen
Esta índole polémica desvela, desde su imc10, el ? aracter _ mod�rno de bibliotecas enteras.
la Teoría del conocimiento. Aunque la filosofia es n e a en d1scus10nes Y Hoy ya sabemos que l a elaboración de sistemas filosóficos cerrados,
discrepancias desde sus mismos comienzos en la Grecia clásica, hay que por no hablar de ideologías autosuficientes e infalibles (en nombre de
esperar hasta el siglo xvm para toparse � on un II?º�º de pensar que p� n­ las cuales, por cierto, se han liquidado millones de vidas humanas hasta
ga sistemáticamente en cuestión el propio con? ctmtento humano. -�l hito no hace tanto tiempo, e incluso hasta el día de hoy), eran monstruos pro­
decisivo viene dado como acabamos de sugenr, por la filosofia cnhca de ducidos por el sueño de la razón. A un tratado de filosofía, o al conjunto
I mmanuel Kant. Co� todos los precedentes que se quieran destacar -d�s­ de los tratados escritos y por escribir, no le cabe aspirar a tipo alguno de
de la sofistica y el escepticismo hasta el nominalismo occa1:1 ista, el rac10- exhaustividad. Ni estarán presentes en ellos todos los temas posibles, ni
nalismo de Descartes o el empirismo de HuII?e-, se consider� ya _ � omo los que por ventura se aborden recibirán un tratamiento completo. No
cierto y admitido por la mayoría de los estud10sos que la p�bhcac10n de se trata de la imposibilidad de un proceso al infinito, como con el que
la primera edición de la Crítica de la ra_ zón J?ura, en 1 78 1 , maugura una tropezaría el intento de conseguir la biblioteca perfectamente completa
etapa filosófica en la que en alguna m�dida aun nos encontramos, aunque pensada por Borges. El problema no es cuantitativo ni externo: es inter­
el criticismo a ultranza se pueda considerar ya superado. no y constitutivo. No es físico ni matemático: es, él mismo, intrínseca­
La Teoría del conocimiento es algo más -y algo menos- que una mente filosófico.
parte de la filosofía. Es algo menos precisamente porque parece que no Claro aparece que el modo de pensar característico de la Teoría del co­
define un ámbito temático propio y específico, como lo h �cen ----:-c�da nocimiento es preferentemente reflexivo. El pensamiento vuelve sobre sí
una a su modo- las disciplinas filosóficas que tratan de un a�ea º?Jehva mismo y examina su referencia a la realidad. Discierne los actos cognos­
delimitada y característica. Y es algo _más porque, . en cualqmer discurso citivos en los que las cosas pensadas son captadas por nosotros en su ver­
filosófico - por concreto e inconfundible q1;1� pudiera p�recer-, apunta dadera constitución, y en qué otros actos nos dejamos quizá llevar fácíl­
desde hace tiempo ese inevitable aspecto cntico que es mseparable de la mente por las apariencias y emitimos juicios erróneos. El concepto clave
modernidad, y que condiciona decisivamente el desarrollo de otros plan- en este orden de consideraciones es, a mi juicio, el de íntencionalidad. La
teamientos posibles. . . . «intención» a la que se refiere la Teoría del conocimiento significa que los
Esta terca presencia de la crítica en_ el mtenor mismo . de la filosofia actos de saber «tienden hacia» los objetos que se conocen en cada caso.
puede ser considerada como una carga msoportable que viene a aguar la Los actos cognoscitivos no se agotan en sí mismos, sino que apuntan a
fiesta gozosa de una supuesta etapa dorada del pensamiento netamente aquello que se sabe o se pretende saber. Y no deja de ser sorprendente que
afirmativo, no roído desde dentro por la amenaza de_ las du��s. Pero _este el significado gnoseológico de esta voz -intencionalidad- se haya casi
dualismo, a fuer de ingenuo, es ilusorio. Porque la mdagac10n fil? sofica perdido a lo largo de varios siglos en favor de su sentido volitivo. «Tener
siempre ha presentado un carácter dial_ é,ctico en el qu_e las afirmac101;1es Y una intención» suele entenderse hoy día, en el lenguaje corriente, como
negaciones, alternándose y contrapomendose, . han sido el . motor mismo abrigar un deseo, seguir un propósito, querer algo determinado. Y es que
del pensamiento. Solo qu_e, � esde h�� e dos si&los y medio, nos hemos el pensamiento contemporáneo concede más crédito al deseo que al co­
convencido de que la rad1cahdad teonca que siempre ha buscado el se� nocimiento. Uno está seguro de que le apetece algo, pero no le parece tan
humano solo se puede alcanzar desde un enfoque que no se detenga m cierto que lo conozca tal como realmente es.
C. l . La inv es tiga ció nfi l osófi ca del conocimiento 7
6 Teoría del conoci miento
concluida: j am ás habría co no cimiento alguno cie rto, ni orie ntacione s 0
Gracias a la fenomenolo gía, al anális is lingüístico y al arist otelismo no rmas para a�tuar. Y, e n tal caso, ni si9.uie ra se ría viable l a propia crítica
re nova do , ha s ido pos ib le des cos ificar las acciones co gno scitivas y devol­ q�,e -por radical que se pr� te�da� si_empre s e realiza de sde la a cepta­
ver a los conce ptos s u ge nuino se ntido, distinguiéndol os netamente de las cion de unos pres up�es tos (sm ir mas l eJos, d� �n�ole l ógica y lingüística).
represe ntacio ne s . Estamos ante una empresa intele ctual de gran enverga­ No m uchos advierten que esta post ura cntlcis ta -más inge nua de lo
dura que no apunta s im pleme nte a una serie de temas, s ino a un problema que, se suele sul?o ner-:- _hunde s us raíces en un tipo de pe nsamiento fi­
que s igue s ie ndo candente desde finale s del siglo xvm, al menos . Es la los ofico 9-ue qms o ehmm ar todo presupues to para afirmar la completa
cue stión perentoria de dilucidar s i el ser humano pue de co no cer -y hasta auto nomrn de un ser hum ano ple1.1 am� ? te emancipa do (sin advertir, por
qué punto- la reali dad en sí m isma tal como efectivam ente es . Se trata, de pro nt? , 9-ue la pres unta emancipacrnn de uno s po cos quizá conduzca
por tanto, de la s iempre inquietante pregunta ace rca de la verdad y de la a� sometlm! ento �e la ma yorí a). El intento de l ib era ción de todo prejui­
capacidad humana de alcanzarla, e s de cir, de l a cues tión de la certeza. c10 emp�zo pre cisame nte al some ter todo s nues tros conocim ientos a l a
¿Som os capaces de enjuiciar nuestro conocimie nt o y dilucidar en qué me ­ dud� um_versal. La pe ripe cia de l a filosofía modern a es en buena parte
dida podemo s hace mo s cargo de su valor? De la respuesta a e sta pregunta la h1 s to na de l empeño y or _ co nse guir � na abs oluta exe�ción de supues�
depe nde la viabil idad de la entera Teoría del conocimiento. tos (v_orauss�tzung_�los1gke_i t/ Pero -sm negar sus aciertos par ciales, en
e special la hberacion de v1eJOS s om etimi entos- se trata de un es fuerzo
frustrado. Cuando se comprueba el fracaso de l a pugna por l o grar un saber
2 . LEGITIMIDAD DE LA CRÍTICA absoluto (absuelto, exento), queda solo la ne gativa a ctitud de « sos pe cha»
ios apa­ ante to d� p�e sunta certidumb re. Y, al cabo, se comprueba que tal carencia
La valoración de l a crítica es tá sometida a dos tipos de prejuic je to de de co nv1cc10ne s aboca al desam paro de los más débiles y al im peri o del
rentemente anta gónicos . Por un p rt , h a ce r a a lgui e n o a lg o ob
po der puro .
puede co n­
a a e
crítica puede parecer fáci lme nte auto ritario o ab us ivo. ¿Quiénos realizan? La filo � ofía_ de la segunda mit�d 1e! s igl o xx y comienzo s del xx1 pa rte
siderarse facultado para cri icar u s mej nt s y o que el
�e la co nciencia �e ese fracas o his to nco de la crítica como s istema. Las
e a e l l
refleja una
t a s s
Parece que la evalua ción de l as pers onas o de sus actividades ias ca-
!meas de pensamiento más �aracterís ticas de lo que (en e l mejor senti do
a una valora ción x g r d de l s prop de la , �a�ab'.a) -�,a b_e de no mmar <:Pº�mode1;1�dad» 1 -la fenomenología,
arro gancia que res po nderí a
e a e a a a

pacid d d j uicio. el analts is lmgmst1co , la herm� ne uttc_a, l a et1ca narrativa y l a m etafís ica
l pres -
De o tro lado , l a actitud crítica puede o torga r a quie n la adopta eque to­
a es e
d� l se�� han ab�n�onado la_ mge nmdad del criticism o extremo . En l a
tigio de no se r ni conformista ni demasiado dóci l co n a quel los
�1'.e� c10? �ermeneuttca, Pº! eJ emplo, G adamer ha mante nido que «el pre ­
de al guna
man de cis io ne s y e ncaminan la co nvive ncia o la vida cul tural s io nes de Jmc1O b as1c? de l_a, Ilustración _e� ,el pre juici o contra todo prej uicio y co n
n
comunidad humana . Pare ce co nve nie nte resi s tirse a las pre tes o piniones ello l a desvirtu'.1 c101_1 de l a trad1c10n»2 ; cuando lo cie rto es -a ñade-
, que
quienes son «do gmáticos » y tratan de impo ne r sus dis cutible toda comprens10n_ h ene ne cesariamente unos pres upues to s que es preciso
a l os demás . Según este e nfoque , e l ejercic
io de la crítica se ría una tarea reco no cer y exammar.
rson lid d m dur as.
necesaria y propia de p a es a
n al No s enco ntra�os , po r , t�nto, en b�e°:as condiciones his tóricas y cultu­
Puede re sultar, sin embargo, que amb os planteam ientos responda
e a

de qui e n
rale s para co�,fenr _ a _la crtflca s u autentico valo r, que co ne cta justame nte
mism o error: el de consid r r la crític a como la tar ea rad i cal co_n_ s u a cep�10n o'.1gmal. De acuerdo con s u e timolo gía (del grie go krino) ,
plante a­
a
prete nde pensar en serio y, po r Jo tanto, com o el arranque de todo
e
cntJcar e� di s cernir, ,se parar _dos o más ele1:1_e nto s de dive rso valor, elegir,
miento filos ófico rigu s . es co g� r, J� zgar. . ._ As� e� te n1�da , e s una acc1on que se acerca al s ignificado
se debe
La actitud crítica a ultranza pretende que -de e ntrada- no y ma­
ro o
de «entena», «d1scnmmac10n» o « análisis »3 •
firme ente t cid ; qu l p r n a adul ta
a ceptar na da como able o e a e so
ivamente
es
dura debe someterlo to do a un examen implacable basado e xcl us intacha ­
m

e n s u pro pio juicio . T l p tur p ece, a prim r vista, co ; Cf A. LLANO, La nueva sensibilidad, o.e.
_ H. G. GADAMER, Wahrhe1t und Methode. Grundzüge einer philosophischen Herme­
e a mo
presupues tos so n realme nte m uy
a os a a ar
b le ; y, s in emb argo , s us im pl icaci o nes y neuhk, o.e., 225.
comple jos .
ve ces � <{. . ] Posee una positiva capacidad crítica el que no se somete a los tópicos ambienta-
Proce de advertir, por de pronto, que tal actitud es co nde no po cas 1 es ommantes, el que se atreve a pensar por cuenta propia, midiendo su conocimiento or
no mucho tard ar, cuando se la eahdad, en una continua _búsqueda de la ':'erdad de las cosas. Correcta actitud crítica iig­
ml
una clara incons ecuenc ia qu s d scub e,
, ca, entonces,_ buen entena. Por_ el contrario, no es fecunda -sino destructiva- la actitud
a
indiscu­
e e r
comprue ba que el pre tendido criticismo no excl uye la aceptación
e

som tidos a es a crítica pro­ cnt1ca que implica so_meter a cns1s todos nuestros conocimientos reales, desde el punto de
vista d� supuestas e_x1genc1as del pensamiento, tomado como inicio absoluto No es mani­
tida de eslóga ne ideoló gicos que no han s ido e
le criticarlo festac10n de ngor m de radicalidad el intento --:-nunca plenamente logrado- · de suspender
puesta com o méto do universal. Y es que , en rigor, no es posib iría a un
s

to do porque un crític imp c l , in tregua guna, conduc el valor de todo conoc1m1ento y pasar a reexammarlo -reflexionando sobre él- ara com­
probar s1 efectivamente tenemos razones claras y ciertas para considerarlo verdidero O al
al
dar se por
ab e s
pro ceso al infinito o a una petición de principio . Nunca podría
a a la
8 Teoría del conocimiento C.1. La investigación.filosófica del conocimiento 9

En el tema que nos ocupa, posee una auténtica capacidad crítica quien puede captar el acto con el que está abierto al conocimiento de las cosas,
acierta a comprender, según sus exigencias de rigor y de verdad, las pro­ en ejercicio de la reflexión. La realidad es la fuente de todos los conoci­
puestas filosóficas que ante ella o él se presentan sin dejarse llevar por mientos y la medida de su verdad.
presiones externas o prejuicios internos. La actitud crítica implica atre­ Así pues, tenemos sólidas razones para sostener que la Teoría del
verse a pensar por cuenta propia, midiendo el conocimiento por la reali­
dad, en una continua busca de las cosas tal como son. Adecuada actitud conocimiento no debe encaminarse exclusivamente por el sendero de la
crítica significa, entonces, criterio riguroso y ecuánime. Aunque pueda crítica, aunque tampoco se trate de reiterar sin más las posturas que po­
parecer lo contrario, no es acertada la presunta postura crítica dominada dríamos denominar «precríticas». Lo cual no implica -como se pretende
por un pathos destructivo que implica someter a la prueba de la crisis desde planteamientos idealistas- que la herencia clásica sea acrítica e in­
todos nuestros conocimientos desde la perspectiva de unos supuestos ni­ genua. Es más, si bien se aquilata, constituirá el apoyo inicial para realizar
veles de exigencia absolutos e inapelables. No es manifestación de rigor la «crítica de la crítica» en la medida en que el pensamiento precrítico se
ni de radicalidad el intento -nunca plenamente logrado-- de suspender empeñó en la pugna por conocer la realidad. Actitud que, además, suele
la validez de todos nuestros conocimientos y pasar a reexaminados para conectar -a veces sorprendentemente- con las mejores preocupaciones
comprobar si efectivamente tenemos razones claras y ciertas para consi­ de la filosofía actual.
derarlos plausibles. La crítica radical de nuestras facultades de conocer aboca a una peti­
La auténtica crítica intenta aquilatar nuestro saber confrontándolo con ción de principio. Según una conocida metáfora kantiana, la propia razón
la realidad, con el ser de las cosas. La crítica desbordada, por el contrario, se sienta como acusada ante el tribunal en el que ella misma es juez. Pero
pretende juzgar el ser desde el pensar. Nos encontramos actualmente, qui­ si la capacidad de la razón para conocer la verdad es lo que está en cues­
zá, en el tramo final de un proceso histórico que consideró la crítica del tión, ¿cómo podrá ella misma solventar el litigio?5•
conocimiento como el inicio y fundamento de la filosofía. Se trata, ahora, Semejante círculo vicioso y las consecuencias a las que conduce han
no simplemente de reiterar las posiciones que fueron objeto de semejante provocado con frecuencia la descalificación de la Teoría del conocimien­
impugnación, sino de abrir nuevos caminos que superen tanto la antigua to. Se ha llegado incluso a considerarla como una «disciplina muerta»6 •
gnoseología como su crítica moderna. Notoria ha sido, en este punto, la influencia de la impugnación que Hei­
degger hace de la filosofía de la conciencia, a la que reprocha la sustitu­
3. SITUACIÓN ACTUAL DE LA ción de la verdad por la certeza7 y la consiguiente interdependencia de la
«TEORÍA DEL CONOCIMIENTO» verdad y el representar 8, que consagra en la modernidad el olvido del ser.
Las acertadas críticas de Frege9 y Husserl10 contribuyeron a superar
La radicalización del criticismo produjo un pensamiento desgajado el planteamiento de una versión psicologista del conocimiento que termi­
de la realidad. Desde muy diferentes perspectivas filosóficas se ha ido, naba por conducir al relativismo. Pero la radicalización del antipsicolo­
sin embargo, rectificando esta deriva a lo largo del siglo xx e inicios del gismo corría el riesgo de abocar a una suerte de platonismo logicista en
xx1. Especialmente interesante está siendo la reposición de la metafísica el que se prescindía de toda consideración gnoseológica. Sin embargo, la
realista desde la que se ha replanteado vigorosamente la cuestión del ser. propia evolución de la fenomenología y de la filosofía analítica ha facili­
No obstante, no han faltado intentos de conciliar la metafísica realis­ tado el obtener las consecuencias positivas de las iniciales posturas rea­
ta con el criticismo, también dentro de la llamada «neoescolástica». El listas de Husserl y Frege 1 1• De esta manera, la actual situación intelectual
resultado es el denominado «realismo crítico», que pretende recuperar está abierta a una reelaboración de la Teoría del conocimiento, no lastrada
polémicamente el ser a partir del pensar aceptando inicialmente ciertos por el idealismo ni por el empirismo, que permita volver a encontrar su
planteamientos inmanentistas para tratar de superarlos en un momento auténtico lugar en el contexto del saber filosófico 12•
ulterior. Pero enfoques tan ambiguos estaban llamados a no satisfacer
plenamente a nadie, por más que algunos de los resultados de tales es­ 5
Cf. A. LLANO, Fenómeno y trascendencia en Kant, o.e.
trategias parezcan ambiciosos y brillantes4 • Si se acepta un radical plan­ 6
7
Cf. G. P RAUSS, Einführung in die Erkenntnistheorie, o.e., 1.
teamiento crítico, se corre el riesgo de que la realidad que se recupera M. HEIDEGGER, Nietzsche, II, o.e., 42.
8
Ibíd., 436.
no sea más que una realidad pensada, medida por nuestro conocimiento. 9 G. FREGE, Fundamentos de la Aritmética (1884), o.e., 15-19.
Solo con base en la auténtica realidad, en lo real sin más, el ser humano 'º E. HussERL, Investigaciones lógicas (1900), o.e. Cf. especialmente «Prolegómenos a
la lógica pura» (tomo I).
11
Cf. M. DuMMEIT, Frege. Phi/osophy of Language, o.e.; J. SEIFERT, Erkenntnis objek­
tiver Wahrheit, o.e. Como ejemplo de filosofía analítica estrictamente positivista, cf. A. J.
menos, bajo qué condiciones y hasta qué punto lo es» (A. LLANO, Gnoseología, o.e., 13 ). < T AYER, Language, Truth and Logic, o.e. Una reciente postura analítica moderada se puede
P. MOYA CAÑAS, El conocimiento: nuestro acceso al mundo, o.e. encontrar en: T. WrLLIAMSON, The Philosophy ofPhilosophy, o.e.
4
Cf. J. MARÉCHAL, El punto de partida de la metafisica, I-V, o.e. 12
Cf. A. LLANO, Gnoseología, o.e., 19.
10 Teoría del conocimiento C. I. La investigaciónfilosófica del conocimiento 11

_Ciertamente, la Teoría del conocimiento puede ayudamos a aquilatar mente, el olvido de una de las más decisivas aportaciones de Aristóteles,
meJor nuestros modos de saber y a rectificar ciertos errores. Por tanto, se anticipada de algún modo por Platón: la tesis de la multiplicidad de los
ha de mantener -en conexión con las inquietudes de la modernidad­ sentidos del ser. Si se me pidiera elegir una proposición, y solo una, de la
que es posible y necesaria una «autocrítica» del saber, no en la acepción Metafísica de Aristóteles, no dudaría en quedarme con la siguiente: «El
(más bien imprecisa) de un ajuste de cuentas con la propia razón, que aca­ ente se dice en varios sentidos (to on légetai pollakhós)» 14• Y ello es así
baría por conducir al escepticismo, sino en el sentido original de «crítica» porque todos los entes son contrarios o compuestos de contrarios15 ; de ahí
como dilucidación y discernimiento. En efecto: «la facultad intelectiva que ni siquiera el ente es universal ni idéntico en todas las cosas16•
goza del poder de hacerse cargo del conocimiento sensorial y, sobre todo, Toda realidad de este mundo -en tanto que es material, en cuanto
[ ... ] es capaz de reflexionar sobre sus propios actos y deficiencias de he­ que es finita- nos resulta parcialmente incognoscible y, por ende, puede
cho; y en este sentido se emplean frecuentemente fórmulas tales como dar ocasión a errores cuando formulamos proposiciones acerca de sus
"recapacitar", "volver sobre las propias opiniones", "revisar nuestros jui­ maneras de ser y de actuar.
cios", etc. Todo ello supone, sin embargo, que nuestro entendimiento es Las dos actitudes que suelen adoptarse para reaccionar ante este fac­
esencialmente apto para su propio fin, aunque fácticamente y de una ma­ tum son antitéticas y ambas, por cierto, equivocadas. La primera y apa­
nera accidental sea susceptible de errores o desviaciones [ ... ]. Si de veras rentemente más acertada es negar la realidad del yerro, e incluso su posi­
se duda de que nuestra facultad de conocer sea realmente buena, carece bilidad. La segunda consiste en darse de entrada por vencido y considerar
de sentido utilizarla para medir su verdadero valor. Toda la sutileza de los que, en último término, cualquier cosa limitada y material resulta incog­
c�íticos choca con este escollo inevitable; pues ¿cómo vamos a averiguar noscible. Pero lo cierto es que cabe equivocarse, aunque no es necesario
s1 nuestra facultad cognoscitiva es "válida", si en cualquier caso hemos de que el error sea completo. Es más, cuando se detecta el error y se rectifica,
"valemos" de ella para llevar a cabo la averiguación?» 13 • se ha abierto el camino hacia la verdad que tal objeto nos ofrece. El error
Algunos enfoques logicistas o formalistas han tratado de juzgar los se toma así camino hacia la verdad. Cuando, en cambio, no se reconoce
�roblema� abordados en la Teoría del conocimiento desde una perspec­ o se considera insuperable, el error se toma constitutivo e inamovible.
t1ya que implica una tajante contraposición entre la verdad y el error. Lo sorprendente del caso es que, al parecer, la luz de la verdad solo
Tienen a su favor que, en abstracto, una proposición es o bien verdadera se hace visible cuando se presenta entreverada con las sombras del error.
� �ien falsa. Pero en concreto -es decir, en la práctica del lenguaje co­ Y esto, por paradójico que resulte, es así; y lo es porque la nuestra es una
tidiano y en el proceder de la investigación científica- nos encontramos naturaleza intelectual ensombrecida que conoce haciéndose preguntas a
muchas veces con afirmaciones o negaciones en las que acontece una lo largo del tiempo1 7• Acontece, por tanto, que la mente humana presenta
cierta emulsión entre lo verdadero y lo falso. Y esta realidad ha sido ciertas características que son como un eco de las propias de la realidad
escasamente tenida en cuenta hasta ahora por el tratamiento filosófico que pretende conocer. Ni la mente ni la realidad responden a la nitidez que
del saber humano. el racionalismo les atribuye. Pero tampoco están sometidas a la equivoci­
Para proseguir actualmente las investigaciones gnoseológicas, resulta dad y confusión que les asigna el escepticismo. Moverse en tal claroscuro
imprescindible ponderar que rara vez la verdad de un texto o de un discur­ es la ardua tarea de la Teoría del conocimiento.
so se encuentra totalmente exenta de error. Es más, la búsqueda a ultranza Este conjunto de reflexiones nos ofrece -espero- sólidos apoyos
de una verdad pura hace inviable el diálogo entre personas y el avance para sostener que la Teoría del conocimiento se presenta hoy día como una
de las indagaciones. La Teoría del conocimiento debería pretender, jus­ disciplina filosófica compleja que no debe encaminarse exclusivamente
tamente, hacer de este enfoque -tan alejado del criticismo como de la por el sendero de la crítica. Lo cual, por cierto, no significa -----como pre­
ingenuidad- una característica indispensable de toda discusión episte­ tenden idealistas y escépticos- que la gnoseología de inspiración realista
mológica. Se podrá objetar que tal estrategia nos aboca a una permanente resulte simplista y confusa («acrítica»). Ha de ser «reflexiva» y «crítica»,
ambigüedad. Pero sucede, en cierto modo, lo contrario. De lo que se trata en la acepción radical de estos términos, pero no en el sentido que les ha
es de tener en cuenta la relativa ambigüedad realmente presente a lo largo dado el inmanentismo, según el cual solo conocemos las representacio­
y a lo ancho de nuestras sentencias y conversaciones para rescatar de ellas nes internas a la propia mente: únicamente conoceríamos nuestra manera
lo que hay de verdadero y, en la medida de lo posible, detectar lo falso. Tal de conocer la realidad (lo que equivaldría a decir: nuestra manera de no
es la figura que hoy puede adquirir el realismo, tanto contra el idealismo conocerla). A la Teoría del conocimiento le corresponde hoy día -en­
como frente al escepticismo. tre otras- la tarea de realizar una «crítica» de la crítica basándose
Si es posible que esta postura inquiete a algunos porque la conside­
ren incompatible con una larga tradición filosófica, procedería recordarles 14 ARISTÓTELES, Metafísica, IV, 2, 1003 a 33; cf. 1003 b 5. Trad. de V. García Yebra.
que la realidad no es unívoca ni rígida. Se ha generalizado, lamentable- 15
Ibíd., 1005 a 3-5.
16
Cf. ibíd., a 8-9.
17
«Ratio enirn nihil aliud est nisi natura intellectualis oburnbrata, unde inquirendo cog­
13
A. MrLLÁN-PUELLES, Fundamentos de Filosofla, o.e., 327s. noscit et sub continuo ternpore» (In Sent. IV, dist. 50, q. l, a. l ).
12 Teoría del conocimiento C. l. La investigación filosófica del conocimiento 13

en el conocimiento de la realidad. Actitud que, además, conecta con las una sed inconfundibles. Nos abrimos a cada paso ante lo bello y lo bueno.
mejores preocupaciones del actual momento filosófico, como tendremos Porque nuestro entorno no es un nicho biológico: incluye ese mundo que,
ocasión de ir poniendo de relieve a lo largo de este libro. en alguna medida, se nos muestra. Resulta sorprendente que de un orga­
nismo tan limitado como es el del hombre se haya podido decir que puede
abarcar el mundo entero (es capax universi). De ello se hace cargo, siglos
4. ENIGMAS Y PORTENTOS después, Ortega y Gasset cuando dice: «yo soy yo y mis circunstan�ias».
Más antigua y ambiciosa parece la sentencia de Aristóteles, para qmen el
Ll�gad?s a este punto, podríamos recordar lo indicado agudamente hombre es, en cierto modo, todas las cosas.
por N1cola1 Hartmann: que el empeño último del conocimiento filosófico De semejante manera, comenzamos a percatamos de que la Teoría
no cons_iste tanto en descifrar enigmas como en descubrir portentos 18. Una del conocimiento no se reduce a optar por una postura (realista, quizá)
vez revisada la índole crítica y problemática de la Teoría del conocimien­ o por otra (tal vez, idealista). No es una cuestión de talantes o estilos de
to, debemos enfatizar que solo nos acercaremos al adecuado planteamien­ vida, como si la actitud del idealista crítico fuera propia del inconformista
to y --en �lguna medida- a la solución de los problemas gnoseológicos innovador, mientras que la del realista respondiera a un temple más bien
en 1 � �ed1da en_ que alcancemos a vislumbrar la maravilla propia del co­ sensato y conformista. Desde luego, este no es el sentido de la frase atri­
nocimiento: su mdole de «milagro profano». buida a Fichte, según el cual qué filosofia se hace depende de qué hombre
Al menos desde Aristóteles, sabemos que en el comienzo de esa ex­ se es. No, los condicionantes -en el caso de que los hubiera- no son
traña actividad que es filosofar se encuentra la admiración. «Pues los psicológicos sino metafisicos. La radicalidad de las cue_stio1;1es col! las
hom�re� _comienz�n _ y . comenzaron siempre a filosofar movidos por la que brega la Teoría del conocimiento la separan de las c1enc1as sociales
a�1rac10n; al prmc1p10, admirados ante los fenómenos sorprendentes y humanas para acercarlas a la ontología. Como tendremos ocasión de
mas comunes; luego, avanzando poco a poco y planteándose problemas confirmar a lo largo de este tratado, estamos ante una disciplina cuyo trato
mayores, como los cambios de la luna y los relativos al sol y a las estre­ con las ultimidades le confiere un carácter decididamente metafísico, cosa
llas, y a �a generación del universo. Pero el que se plantea un problema que ni el propio Kant negaría (como el estudio crítico de su obra ha puesto
o se admua_ reconoce su ignorancia. (Por eso también el que ama los mi­ de relieve, en contra de lo que se ha venido manteniendo tópicamente a lo
tos es en cierto modo filósofo; pues el mito se compone de elementos largo de más de dos siglos).
maravillosos)»19 • Nos asombramos porque en el fondo de todo late lo sor­ ¿Qué hace posible que un ser humano -por decirlo inadecuadamen­
prendente. Aunque, lo admirable no es ni solo ni principalmente lo raro te- «salga fuera de sí mismo» o, mejor, se supere a sí mismo? La res­
y completamente inesperado. Lo maravilloso viene a ser con frecuencia puesta a este interrogante apunta al hecho radical de que la persona no
aquello que está más cerca de nosotros y de lo que apenas nos percatamos. forma totalmente parte de la realidad natural. En un hombre o una mujer
El propio conocimiento humano es en sí mismo una maravilla, un hay algo que está fuera de la materia organizada, de la estructura física
portento que no encuentra parangón físico a lo largo y a lo ancho del mun­ del mundo: que la trasciende. Es como si en el universo se produjera una
do. Sin recurrir por ahora al conocimiento intelectual, ya encontramos quiebra de apertura a lo trascendente, a lo que está fuera de los ámbit_os in­
sorprendentes ejemplos de posesión intencional de formas en el nivel sen­ mediatos. Pero percatarse de esto ya no está al alcance de las sensac10nes,
sible. Quien ve, palpa, oye o gusta posee diversos tipos de configuracio­ y reflexionar acerca de tal situación constituye, según Aristóteles, la tarea
nes ?e una manera que 1:1º es material. La inmaterialidad de la captación del sabio. En efecto, «consideramos sabio al que puede conocer las cosas
sensible se hace palmana en el caso de objetos de tamaño muy superior difíciles y de no fácil acceso para la inteligencia humana (pues el sentir es
al cognoscente o situados a gran distancia. En una noche .clara, vemos la común a todos y, por tanto, fácil y nada sabio)»20•
luna que está separada de nosotros por una distancia no comparable con Al conocer algo, me hago eso que es otro que yo, pero como si fue­
ningún alejamiento geográfico. El sol, más lejano aún, cambia nuestro ra yo mismo. Entre el cognoscente y lo conocido se produce un� unión
comportamiento en el tórrido verano: el calor que de él procede nos afecta muy profunda, más íntima aún que la unión sexual entre una muJer y un
físicamente, pero bien sabemos que se origina en un gran astro situado a hombre, a la que, por cierto, se da en ciertos entornos culturales la deno­
miles de kilómetros del planeta Tierra. minación de «conocer». De suerte que en ocasiones no es fácil distinguir
No estamos encerrados en nosotros mismos: nos encontramos abiertos lo que soy yo mismo de aquello que conozco.
al mundo. Nada nos es ajeno. Nada de lo humano, ciertamente, pero tam­ Conocer es desvelar y poseer -pero sin disolverlo-- aquello que lle­
poco nada de lo material ni de lo inmaterial. Sentimos a diario un ansia y go a saber. Me hago inseparable de lo conocido, idéntico a ello en algún
sentido. No de una manera material, claro está, sino de una manera espi-
18 «. . . m
uss es klar werden, dass der letzte Sinn Philosophischer Erkenntnis nicht so sehr
ein Losen von Rlitsel, als ein Aufdecken von Wundem ist» (N. HARTMANN, Grn,ul=iiKe einer
Metaphysik der Erkenntnis [Berlín 4 1949] 264 ).
19 ARISTÓTELES, Metafi
sica, I, 2, 982 b 12- 19. 'º Ibíd., a 8-1 O.
14 Teoría del conocimiento C. J . L a investigación filosófica del conocimiento 15

ritual, que es a la que algunos filósofos comenzaron a llamar intencional se cumple también l a metáfora platónica tomada de l a participación en
hace más de diez siglos. ceremonias públicas: son muchos los portatirsos, p�ro pocas las_ b�can­
De ahí la fascinante atracción que ejerce el saber sobre los seres hu­ tes. Es numerosa la gente que ensalza la importancia del conoc1m1ento
manos. Todos desean crecer, ser más, no conformarse con lo ya logrado. filosófico, y dan a entender que no tiene secretos para ellos, pero son _ muy
Pues bien, la vía más segura y profunda para enriquecerse personalmente pocos los que se remangan y meten las manos en la masa, � s d� cff,_ � e
es el conocimiento. Y es que todas las posesiones exteriores terminan, enfrentan de veras con las difíciles preguntas que plantea la d1luc1dac10n
al cabo, por perderse. O, en cualquier caso, no es posible adentradas en de la naturaleza del saber.
uno mismo, hacerlas de verdad propias. Es la tragedia del rey Midas, que
transforma en oro cuanto toca, pero -a su vez- el oro le sigue siendo
ajeno, extraño. El empeño de crecer por dentro, de poseer algo que nadie
me pueda quitar, se traduce -además de en amor- en conocimiento.
A quien deseara con vehemencia ser más habría que decirle: «Progresa
siempre, avanza siempre: si dices "basta", estás perdido. No dejes que
se te apague la curiosidad, que es algo mucho más fuerte que la superfi­
cial avidez de novedades. No te conformes con lo somero: ahonda en los
acontecimientos, las personas y las cosas».
Conocer no es un va-y-viene del sujeto al objeto, y del objeto al su­
jeto. No hay ningún traslado, ni propiamente un proceso. En cualquier
caso, el cognoscente no atrae hacia sí la estructura de lo conocido para
representarlo en una imagen que fuera como un trasunto de la cosa, solo
que ya interiorizada y, por lo tanto, asimilable. Iremos viendo que este
planteamiento, el «modelo de la representación», aunque a veces resulte
sugerente y útil, no desvela el misterio del saber.
Desde luego -lo examinaremos con detalle- conocer no es recibir,
porque la recepción supone pasividad en el receptor y, por tanto, conocer
equivaldría a ser modificado. Lo cual supondría que el resultado del acto
de conocimiento sería una especie de síntesis entre quien conoce y la cosa
conocida, lo cual implica algo así como una mezcla, pero en modo alguno
una captación. Con este tipo de acercamientos y arreglos, el «portento» o
la «maravilla» se quedan en nada. Dan lugar a la extrañeza, pero no a la
admiración.
Lo conocido es una forma, pero no en el sentido de la forma como
configuración superficial o adventicia, sino en la acepción esencial en la
que los aristotélicos dicen que la forma es lo que da el ser porque aporta la
determinación fundamental de la realidad de que se trate (forma dat esse
rei). Nos asomamos, de esta suerte, al panorama que hace poco anunciá­
bamos: la dimensión metafísica del conocimiento.
Resulta extraño que, en buena parte de los tratados de gnoseología,
haya una cuestión que apenas se dilucide, y que no es otra que la que
debería responder a la pregunta por la mismísima realidad del conoci­
miento. Se dan vueltas y revueltas en tomo a las posibilidades de conocer
la realidad, y a los riesgos de error a que se ven sometidos los intentos
de captar el ser de las cosas. Pero lo que rara vez se aborda es, justo, la
naturaleza misma del conocimiento. Aunque solo fuera por colmar este
vacío, la Teoría del conocimiento aquí ensayada se propone que la parte
central del presente tratado se ocupe precisamente de lo que otros dan
por sabido, sin que a veces puedan despejar la sospecha de que no se
arriesgan a explorar un territorio erizado de dificultades. En este caso,

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