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La independencia de Estados Unidos supuso un golpe para el mundo, una ruptura histórica decisiva.

Fue el arranque de la Edad Contemporánea, el movimiento que avivó el fuego de la revolución en


otros países. Sin ella no se entendería la Revolución francesa, por ejemplo, ni tampoco las
revoluciones de las independencias hispanoamericanas.

El pueblo norteamericano nacerá con todas las características de lo que se considerará como
modernidad en política y en economía, al igual que en cultura. Ese papel se expresa en la teoría del
excepcionalismo, idea que expresó Lincoln: “Estados Unidos es una nación concebida en la
libertad, y dedicada a la proposición de que todos los hombres son creados iguales”, y, por tanto,
la misión estadounidense es que el “gobierno del pueblo, por el pueblo, y para el pueblo no perezca
de la faz de la tierra”.

Con tal idea actuaron los sucesivos gobiernos y de ahí se deriva una política exterior siempre
justificada como la tarea de un pueblo que debe defender esos principios, ante todo en el propio
continente americano.

En esta sesión intentaremos explicar las influencias e impactos que produjo la revolución
norteamericana en los dominios hispanos de américa. Y posteriormente en las jóvenes republicas
hispanoamericanas. ¿Qué significó el nacimiento de los Estados Unidos para Hispanoamérica?

Influencias ideológicas

Una vez concretada la independencia de las trece colonias, nacía una República cuyo ejemplo
marcó el camino para otros pueblos americanos. La influencia pronto se hizo ver y, tal y como
predijo Lafayette, la revolución norteamericana era el comienzo de “un nuevo orden social para el
mundo entero, es propiamente hablando la era de la declaración de los derechos”.

Este nuevo orden, estuvo plasmado en la Constitución norteamericana, documento que supone un
hito en la historia política. Contenía importantes ideas nuevas. De entrada, es el primer texto que
consagra un sistema de gobierno de carácter democrático en una época en que tal empeño era
interpretado por la aplastante mayoría de habitantes del orbe como una peligrosa manifestación de
desvarío mental. Por añadidura, el sistema democrático contemplado en sus páginas era bien
diferente de otras construcciones políticas anteriores en especial en lo referido al principio de
división de poderes.

Siendo la primera constitución democrática de la Historia y conteniendo en su seno una peculiar


doctrina de la división de poderes, las teorías sobre su específica formación son diversas,
conectándola con inspiraciones tan diversas como el gobierno de algunas tribus de pieles rojas o el
sistema parlamentario inglés pero, en realidad, ¿cuál es el origen ideológico de la Constitución de
los Estados Unidos?

- Orígenes religiosos. En realidad, la constitución de Estados Unidos es el fruto de un largo


proceso histórico iniciado en Inglaterra con la Reforma del siglo XVI. (Ver también
orígenes del Destino Manifiesto).
o Puritanos: Perseguían un ideal de pureza bíblica. Durante el siglo XVII, los
puritanos optaron fundamentalmente por dos vías. 1) Algunos decidieron emigrar a
Holanda —donde los calvinistas habían establecido un peculiar sistema de
libertades que proporcionaba refugio a judíos y seguidores de diversas fes— o
incluso a las colonias de América del norte. (De hecho, los famosos y citados
Padres peregrinos del barco Mayflower no eran sino un grupo de puritanos.) 2) Los
que permanecieron en Inglaterra, que formaron el núcleo esencial del partido
parlamentario que fue a la guerra contra Carlos I, lo derrotó y, a través de diversos
avatares, resultó esencial para la consolidación de un sistema representativo en
Inglaterra.
o Presbiterianos: Sus iglesias se gobernaban mediante presbíteros elegidos en lugar
de siguiendo un sistema episcopal como el católicorromano o el anglicano.
o Calvinistas: Su teología estaba inspirada vehementemente en las obras del
reformador francés Juan Calvino.
El calvinismo político se resumía en cuatro puntos: 1. La voluntad popular era una
fuente legítima de poder de los gobernantes; 2. Ese poder podía ser delegado en
representantes mediante un sistema electivo; 3. En el sistema eclesial clérigos y
laicos debían disfrutar de una autoridad igual aunque coordinada y 4. Entre la
iglesia y el estado no debía existir ni alianza ni mutua dependencia.

- Los principios de la ilustración europea. En algunas de sus formulaciones, como la de


Rousseau, se manifestaba favorable a ciertas formas de democracia. La influencia de
pensadores como Kant, que consideraba que la Ilustración pasaba por aplicar el Sapere
Aude (atrévete a pensar) fue muy fuerte. Del mismo modo ocurriría con las teorías de
Locke, padre intelectual de la anterior revolución en Inglaterra en 1688, más las tesis de
Montesquieu, Rousseau, y todos los enciclopedistas franceses.
Quizá, la influencia más importante vino de Montesquieu, con su idea de la división de
poderes. También John Locke y su idea de pacto social y derechos de la sociedad civil.
Todo ello derivó en la Carta de Derechos de los Estados Unidos que fueron las diez
enmiendas añadidas a la Constitución en 1791. La Constitución se había redactado y
aprobado en 1787 en la Convención Constitucional de Filadelfia, y después fue ratificada
por el pueblo en convenciones en cada Estado.

- Nacionalismo. Hay que destacar también el influjo de Thomas Paine, que publicó en 1776
precisamente un panfleto titulado Sentido Común o Common Sense, que contribuyó
decisivamente a la revolución porque explicaba que un hombre valía por “todos los rufianes
coronados que hayan vivido”; llamaba al rey Jorge “la Real Bestia de la Gran Bretaña” y
subrayaba el absurdo de que se gobernara América desde una isla tan lejana.

En suma, la nueva nación se constituyó como república federal constitucional, con un régimen
presidencialista basado en la separación de poderes en tres ramas: ejecutivo, legislativo y judicial.
(Liberalismo político- Liberalismo económico).

Conviene tenerlo presente para considerar cómo influyó en las futuras repúblicas
hispanoamericanas el modelo norteamericano. Ante todo, el federalismo se convirtió en el sistema
político por el cual las funciones de gobierno estaban repartidas entre un poder central y unos
estados asociados. Un sistema del que Estados Unidos fue pionero en la teoría y en la práctica.

El poder legislativo está formado por el Congreso y el Senado. El Congreso tiene 435
representantes, elegidos proporcionalmente por los estados de acuerdo con su población cada dos
años, mientras que el Senado tiene 100 representantes, dos por cada estado, con un mandato de seis
años y se renueva cada dos años. El poder judicial también se organiza con total independencia.

Así, en resumen, existe acuerdo entre los especialistas en que la Constitución de Estados Unidos,
más que cualquier otra constitución escrita, ha resistido la prueba del tiempo, con más de doscientos
años esencialmente con solo catorce enmiendas y sus preceptos constitucionales son ampliamente
respetados y obedecidos desde entonces. Es un modelo que pronto se exportó por todo el
continente, aunque de formas muy dispares.

Por eso se ha escrito también que la experiencia de América Latina con el constitucionalismo ha
sido en general un fracaso, por contraste con el norteamericano. Desde las independencias
hispanoamericanas, las repúblicas, incluyendo el Caribe y Brasil, han promulgado 253
constituciones, un promedio de 12,65 por país.

Entre el excepcionalismo y el universalismo: la política exterior.

Se entiende por excepcionalismo la idea de que Estados Unidos es un país particular con un destino
distinto a los demás. A eso se une otra idea, la del universalismo, esto es, que tiene un destino
particular, pero que a la vez ese país es un modelo para el resto del mundo.

Esto es decisivo para entender la historia de los Estados Unidos y su política exterior. Siempre la
política exterior se ha movido en ese equilibrio en las relaciones de Estados Unidos con el resto del
mundo y eso se observa hasta el día de hoy.

La política exterior estadounidense trata de afirmar su poder y defender sus intereses particulares, y
al mismo tiempo va más allá de eso porque se presenta como un modelo de organización política,
de valores de libertad y democracia, como un ejemplo para toda la humanidad.

De este modo trata de conjugar el excepcionalismo con el universalismo, y esto se irá desarrollando
a lo largo del siglo XIX y sobre todo lo veremos en el siglo XX. Esto ya lo diagnosticó para Estados
Unidos Tocqueville que vio en la democracia la forma de la identidad estadounidense, pues habían
hecho de la democracia un Estado social y una forma de vida. Pensaban que su democracia era la
representación de un mundo totalmente nuevo y que era el modo de organizar mejor el futuro para
toda la humanidad.

Estas ideas se plasmaron en el “Destino Manifiesto” de John O’ Sullivan en 1845, retomadas luego
por Walt Whitman y Ralph W. Emerson, y contribuyeron a expandir el sentimiento de que Estados
Unidos era un país excepcional con un destino también excepcional que le conducía a conquistar
todo territorio estadounidense y expandir los principios de la democracia al resto del mundo.
Quienes primero experimentaron ese peso de los nuevos Estados Unidos de América fueron
sus vecinos hispanoamericanos. Se abrió paso la idea de la república como forma de gobierno y,
con la excepción de las dos experiencias imperiales en México (con Agustín de Iturbide, entre 1821
y 1823, y con Maximiliano de Habsburgo, entre 1863 y 1867), no hubo en el continente regímenes
monárquicos. Esto es muy importante, se pasó de un “monarquismo” unánime en 1808 al consenso
republicano de la década de 1820.

Distintos historiadores sitúan el republicanismo hispanoamericano y algunos de sus problemas


constitutivos (la representación, el federalismo, la unidad de la nación y la división de los pueblos)
en diálogo con el republicanismo y con la tensión del republicanismo hispanoamericano con la
fuerza del catolicismo.

La Doctrina Monroe: «América para los americanos».

Ya se ha expuesto someramente cómo la Constitución aprobada en Filadelfia influyó en el resto del


continente. Así fue, y desde la Patagonia hasta el norte de México la primera generación
republicana encabezó las guerras de independencias contra España.

El predominio de este primer republicanismo, como corriente intelectual y política, se mantuvo


hasta 1848, cuando se producen cambios importantes dentro de los nuevos países y en sus
relaciones con Estados Unidos y Europa.

Sin duda, el impacto más importante y de mayor duración en el tiempo fue lo que se conoce como
“Doctrina Monroe”, que define la política exterior adoptada por los Estados Unidos con relación
con los países hispanoamericanos. La frase de “América para los americanos”, formulada en 1823
para frenar la posible intervención de las potencias absolutistas europeas en el proceso de las
independencias hispanoamericanas.

Cuando los Cien Mil hijos de San Luis intervinieron en España para restaurar el régimen absolutista
de Fernando VII, Monroe, ante la posibilidad de que los países de la Santa Alianza enviasen una
expedición militar para devolver al Imperio español sus colonias, pronunció dicha frase en su
discurso ante el Congreso el 2 de diciembre de 1823. En ese discursó marcó los puntos que integran
lo que se conoce como la “Doctrina Monroe”. Se transcribe a continuación la parte pertinente del
mismo.

“Un principio referente a los derechos e intereses de los Estados Unidos es que los Continentes
Americanos, por la libre e independiente condición que han adquirido y que mantienen, no deben
ser en lo sucesivo considerados como sujetos a colonización por ninguna potencia europea.

El sistema político de las potencias aliadas es esencialmente distinto del de América. Esta diferencia
proviene de la que existe entre sus respectivos gobiernos. En consideración a las amistosas
relaciones que existen entre los Estados Unidos y esas potencias, debemos declarar que
consideraríamos toda tentativa de su parte que tuviera por objeto extender su sistema a este
hemisferio, como un verdadero peligro para nuestra paz y tranquilidad.
Con las colonias existentes o posesiones de cualquier nación europea no hemos intervenido nunca
ni lo haremos tampoco; pero tratándose de los Gobiernos que han declarado y mantenido su
independencia, la cual respetaremos siempre porque está conforme con nuestros principios, no
podríamos menos de considerar como una tendencia hostil hacia los Estados Unidos toda
intervención extranjera que tuviese por objeto la opresión de aquél.

En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad cuando fueron
reconocidos, y no hemos faltado ni faltaremos a ella mientras no ocurra ningún cambio que, a juicio
de autoridades competentes, obligue a este Gobierno a variar su línea de conducta.

Los últimos sucesos ocurridos en España y Portugal, demuestran que no está restablecido el orden
en Europa, y la prueba más evidente es que las potencias aliadas han considerado conveniente, de
acuerdo con sus principios, llegar a la intervención por la fuerza en los asuntos de España… La
política que con Europa nos pareció oportuno adoptar desde el principio de las guerras en aquella
parte del Globo, sigue siendo la misma y se reduce a no intervenir en los intereses de nación alguna,
y a considerar todo Gobierno de hecho como autoridad legítima, manteniendo las relaciones
amistosas y observando una política digna y enérgica, sin dejar por eso de satisfacer en todas
circunstancias justas reclamaciones, aunque sin admitir injurias de nadie.

Pero tratándose de estos Continentes, las circunstancias son muy diferentes; no es posible que las
Potencias aliadas extiendan su sistema político a ninguno de aquéllos sin poner en peligro nuestra
paz y bienestar, ni es de creer tampoco que nuestros hermanos del Sur quisieran aceptar una
intervención extranjera por su propio consentimiento. Sería igualmente imposible, por
consecuencia, que aceptásemos con indiferencia una intervención de esta especie, sea cual fuere la
forma en que se produjese. Comparando la fuerza y recursos de España con los de esos nuevos
Gobiernos, aparece claro que dicha potencia no podrá someterlos nunca pero de todos modos, la
verdadera política de los Estados Unidos será respetar a unos y otros, esperando que otras Potencias
imitarán nuestro ejemplo.

No hemos intervenido en las guerras entre las potencias europeas, y no intervendremos…


Únicamente cuando nuestros derechos sean lesionados o amenazados, responderemos a las injurias
o nos prepararemos a la defensa.”

“…a propuesta del Gobierno del Imperio Ruso, hecha a través del ministro del Emperador que aquí
reside, se ha transmitido un poder total e instrucciones al ministro de los Estados Unidos en San
Petesburgo para resolver por amigables negociaciones los respectivos derechos e intereses de los
dos naciones en la costa noroeste de este continente. Una propuesta similar ha sido hecha por Su
Majestad Imperial al Gobierno de Gran Bretaña, que también ha sido aceptada.

El Gobierno de los Estados Unidos ha deseado por este amistoso procedimiento manifestar la gran
estima que invariablemente tienen por la amistad del Emperador y por su solicitud de cultivar el
mejor de los entendimientos con este Gobierno. En las discusiones originadas por este interés y en
los acuerdos por las que deberán terminar, se ha juzgado que esa oportunidad es la ocasión para
afirmar, como principio en el que los derechos e intereses de los Estados Unidos están involucrados,
que los Continentes Americanos, por su condición de libres e independientes que han asumido y
mantenido, de aquí en adelante no serán considerados como objeto de futuras colonizaciones por
cualquier potencia europea…
Se afirmó al comienzo de la última sesión que se estaban haciendo grandes esfuerzos en España y
Portugal para mejorar la condición de la gente en aquellos países, y que aparentemente se lo estaba
haciendo con una extraordinaria moderación. Es necesario remarcar que los resultados han sido
muy diferentes a lo que entonces se había anticipado. De los eventos que ocurren en ese lugar del
globo, con el que tenemos una estrecha relación y de los cuales proviene nuestro origen, hemos sido
siempre unos ansiosos e interesados espectadores.

Los ciudadanos de los Estados Unidos compartimos los más amistosos sentimientos a favor de lo
libertad y felicidad de nuestros amigos en aquel lado del Atlántico. En las guerras de las potencias
europeas, en los problemas que les conciernen, nunca hemos tomado parte, ni tampoco nuestra
política lo ha hecho. Sólo cuando nuestros derechos son invadidos o son seriamente amenazados, es
cuando o resentimos las heridas o hacemos preparativos para nuestra defensa.

Con los movimientos de este hemisferio estamos necesariamente más inmediatamente conectados, y
por causas que son obvias para todos los observadores imparciales e ilustrados. El sistema político
de las potencias aliadas es en ese aspecto, esencialmente diferente de aquellas de América. Esta
diferencia procede de las que existen en sus respectivos Gobiernos; y por la defensa del nuestro, que
hemos alcanzado luego de la pérdida de mucha sangre y riquezas, que fuera pensado por la
sabiduría de sus más ilustres ciudadanos, y bajo el que hemos disfrutado de una felicidad sin igual,
este entera Nación está dedicada.

Debemos, por lo tanto, por las francas y amistosas relaciones que existen entre los Estados Unidos y
aquellas potencias, declarar que consideraremos cualquier intento por su parte de extender sus
sistemas a cualquier parte de este hemisferio como peligrosa para nuestra paz y seguridad. Con las
colonias o dependencias de cualquier potencia europea no nos hemos entrometido, ni lo haremos.
Pero con los Gobiernos que han declarado y mantenido su independencia, y cuya independencia
hemos, en gran consideración y sobre justos principios, reconocido, no consideraremos ninguna
intervención con el propósito de oprimirlos, o de controlar de cualquier manera sus destinos por
parte de cualquier potencia europea, de otra manera más que como la de una predisposición hostil
hacia los Estados Unidos.

En la guerra entre esos nuevos Gobiernos y España declaramos nuestra neutralidad al momento de
su reconocimiento, y a ella hemos adherido y lo continuaremos haciendo, siempre que no ocurra
ningún cambio por el qué, a juicio de las autoridades competentes de este Gobierno, deba hacerse
un cambio de actitud por parte de los Estados Unidos, que sea indispensable para su seguridad.
Los últimos acontecimientos en España y Portugal muestran que Europa todavía está
convulsionada.

De este importante hecho, no puede aducirse prueba más fuerte que las potencias aliadas deberían
haberlo pensado más detenidamente, en cualquier principio satisfactorio para ellos, el haber
intervenido por la fuerza en los asuntos internos de España. Hasta que punto esa intervención
debería ser llevada a cabo, por los mismos principios, es un asunto en el que todas las potencias
independientes, cuyos gobiernos difieren de aquellos, están interesadas, incluso las más remotas, y
con seguridad no hay ninguna más interesada en ello que los Estados Unidos. Nuestra política
respecto a Europa, que fue adoptada en los comienzos de las guerras que por tanto tiempo han
azotado aquel lugar del globo, es sin embargo, la misma, que es la de no intervenir en los asuntos
internos de cualquiera de esas potencias; la de considerar al gobierno de facto como el legítimo; la
de mantener relaciones amistosas con ellos, y la de preservar dichas relaciones por una franca y
firme política, conociendo en todos los casos de los justos reclamos de cada potencia, sin
someternos a ofensas de ninguno. Pero respecto a estos continentes las circunstancias son eminente
y evidentemente diferentes.
Es imposible que las potencias aliadas pudieran extender su sistema político a cualquier parte de
estos continentes sin poner en peligro nuestra paz y tranquilidad; ni nadie puede creer que nuestros
hermanos del sur, si se los dejase, lo adoptarían espontáneamente. Es igualmente imposible, por lo
tanto, que nosotros pudiéramos ver una intervención de cualquier tipo con indiferencia. Si
observamos la fuerza y los recursos de España en comparación con los de los nuevos Gobiernos, y
la distancia que los separan, es obvio que España nunca podrá someterlos. Es entonces la política de
los Estados Unidos de dejar a las partes que resuelvan la situación por sí solas, esperando que las
otras potencias sigan la misma conducta…”

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