Está en la página 1de 1

Madre mía:

Nunca fui bueno para decir hermosas palabras que te describieran, la verdad creo que nunca te
dije te amo solo una vez en aquel último adiós y que ironía la mía haber gastado palabras de
mucho valor en personas que no lo valían, hoy como muchos otros días esas palabras no dichas
son como minas esperando ser pisadas para activarse la diferencia es que ya no hay motivos para
que estallen produciendo alegrías, y estas se han ido convirtiendo en pequeños cráteres dentro de
mi corazón y duelen porque son palabras sin sonido, sin color ni forma solo tienen la capacidad
para causar remordimiento. Yo que un día leí sobre historias de amor y cuentos con finales felices,
llamado por algunos como un poeta, no tuve nada de poesía para la flor más hermosa que nunca
se marchito ni en las más grandes sequias; el amor y bondad fueron los abonos que te
mantuvieron fértil por tanto tiempo, la fe y ese espíritu de hacer lo correcto te mantuvieron firme
sin darte por vencida, claro ejemplo de quien edifica sobre roca siempre se mantendrá de pie ante
las tormentas.

Mi vieja, mi rojas, mi rojitas, mi confidente, mi amiga, mi amor eterno, ya es demasiado tarde para
las palabras porque a pesar de tantos avances científicos todavía no logran crear el dispositivo que
me permita realizar una llamada y comunicar lo que nunca dije en el momento indicado, y es que
aún me hago la pregunta porque me quede tan callado, si soy tan respondón e intolerante, no
encontrare la respuesta solo espero que ese último adiós en ese cruce de miradas hayan podido
resumir toda una vida donde no di las gracias.

Me enseñaste desde como atar las trenzas de los zapatos y limpiarme los mocos, hasta no guardar
odio porque perdonarnos es la única forma de liberarnos, aunque esa lección no me quedo muy
clara y no es porque no hayas sido una excelente maestra fue porque este alumno no supo ver
más allá de sus narices, cuantas veces no me dijiste aprende a tender la cama, a cocinar, lavar,
cepillarte los dientes porque yo no te voy a durar toda la vida, yo que creía en los cuentos de
hadas pensaba que esos abrazos eran eternos.

Me enseñaste a no darme por vencido sin importar que tan difícil fuera la batalla, que hay
momentos que importa el intentarlo aun que el resultado no sea el esperado, me enseñaste que
las cosas se ganan no se piden, me defendiste ante muchos una y otra vez como leona protege a
su cría viste en mi lo que yo aún no veo en mí, sonreíste en momentos que no habían motivos para
hacerlo guerrera.

También podría gustarte