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EL MISTERIO DE NUESTRA FE

Eucaristía

Rory Humberto Gutiérrez González


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CONTENIDO

I. BREVE HISTORIA DE LA EUCARISTÍA.

II. LA EUCARISTÍA EN SU SENTIDO PROFUNDO.

III. LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA.

IV. LA EUCARISTÍA EN LA SAGRADA ESCRITURA.

V. LA EUCARISTÍA EN ALGUNOS TEXTOS ANTIGUOS.

VI. LA EUCARISTÍA EN ALGUNOS DOCUMENTOS MAGISTERIALES.

VII. LAS MODIFICACIONES EN LA NUEVA ORDENACIÓN GENERAL PARA


EL MISAL ROMANO.

VIII. EUCARISTÍA Y POÉTICA.

IX. ORACIONES EUCARÍSTICAS.

X. EUCARISTÍA Y SANTIDAD.
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Este es el Misterio de nuestra fe: Anunciamos tu Muerte, proclamamos tu Resurrección,
¡Ven Señor Jesús!

Si te preguntara cuántas veces has escuchado la frase “Este es el Misterio de nuestra fe” y
cuántas veces has respondido: “anunciamos tu Muerte, proclamamos tu resurrección, ¡Ven
Señor Jesús!, me responderás que infinidades de veces, incontables, innumerables momentos.
Pero si te preguntara si realmente tú comprendes y si tú crees en ese Misterio de nuestra fe.
¿Qué me responderías?

¿Creemos realmente que nuestra celebración Eucarística es Misterio de nuestra fe, que es
Presencia Real de Aquel que dio su vida por nosotros en el altar de la cruz?

Al iniciar un estudio sobre la Eucaristía es necesario recordar que nos disponemos a estudiar el
«Mysterium fidei», el misterio de nuestra fe, como proclama la Iglesia cada día en la aclamación,
después de la consagración. Podemos decir que, la Eucaristía es el misterio de la fe en cuanto
que contiene a Cristo en su misterio de salvación y en él convergen todos los otros misterios de
la Iglesia. La Eucaristía es el misterio que está en el centro de la fe y de la vida del Pueblo de
Dios. Es la recapitulación de todos los misterios.

La Eucaristía, al ser el misterio central de la fe, compromete cotidianamente, probablemente más


que otros misterios, la fe personal y eclesial. De hecho, cada día nos encontramos con este
misterio en la celebración eucarística, como sacerdotes y como simples cristianos; a diferencia de
otros sacramentos, que se reciben de una vez para siempre (bautismo, confirmación, orden
sacerdotal), o de tanto en tanto, como la penitencia, o de otras verdades de fe, que quedan lejanas
de nuestra consideración inmediata, la Eucaristía exige de nosotros, por el contrario, un acto de
fe cotidiano y renovado. Exige una conversión diaria.

Por otro lado, se descubre que la Eucaristía constituye el misterio que demanda la opción
fundamental de la fe (Demanda una opción en mi propio ser). Así fue en el momento de la
revelación del misterio del Pan de vida (Jn 6, 60ss.). Así es para los hombres de todos los
tiempos que deben confesar la presencia real de Cristo bajo las especies del pan y del vino y la
realidad del sacrificio de nuestra redención, allí contenido. La fe viva, pues, atenta a los propios
fundamentos a los que alcanza la certeza de la revelación y de la verdad –Escritura, Tradición,
Magisterio– y con la fuerza sobrenatural que le es propia, permanece como el primer y constante
presupuesto metodológico para el estudio de la Eucaristía, tanto para quien explica la materia,
como también para quien la escucha y la sigue. A este propósito, podemos recordar las palabras
de Pablo VI en la Encíclica sobre la Eucaristía Mysterium Fidei (3-XI-1965): «En primer lugar
queremos recordaros una verdad bien sabida, pero muy necesaria para eliminar todo veneno de
racionalismo, verdad que muchos católicos han ratificado con su propia sangre y que célebres
Padres y Doctores de la iglesia han profesado y enseñado constantemente, esto es, que la
Eucaristía es un altísimo misterio, más propiamente, como dice la Sagrada Liturgia es el
Mysterium Fidei: sólo en él, de hecho, como sabiamente dijo Nuestro predecesor León XIII, se
contienen con singular riqueza y variedad de prodigios, todas las realidades sobrenaturales...
Luego es necesario que nos acerquemos, particularmente a este misterio, con humilde
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reverencia, no siguiendo razones humanas, que deben callar, sino adhiriéndonos firmemente a
la divina Revelación» (nn. 15-20ss.).

Pero al hablar del misterio eucarístico, no es necesario insistir solamente en la dimensión de


misterio, como si se tratase sólo de un enigma de fe; la fe es también luminosa, es más, debe
clarificar que el sentido de misterio, según el genuino significado bíblico, nos remite a una
manifestación del designio de Dios escondido, a una revelación y comunicación de su vida. De
esta manera el misterio eucarístico es una síntesis de la revelación. Como afirma A. Stöger «En
la Santísima Eucaristía tenemos todo lo que Dios ha hecho y hará en la historia de la
salvación».

Ya el Concilio Vaticano II nos dirá que: «En la santísima Eucaristía se contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, a saber, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan vivo que con su carne
vivificada y vivificante por la fuerza del Espíritu Santo, da la vida a los hombres» (PO 5). Se
trata de un texto plenario, lleno de referencias a la realidad del misterio de Cristo en el Espíritu.

Es mi deseo presentarte un escrito sobre este Misterio de nuestra fe, primero acercándome a él
desde la más pura conciencia de mi incapacidad para comprenderlo plenamente, pero también
desde mi asombro y fascinación ante aquello que puedo comprender: El está y se aparece
realmente entre nosotros como Misterio de amor incondicionalmente entregado. El Misterio de
nuestra fe constituye el asombroso encuentro entre una comunidad débil, en construcción, pero
que es Esposa, con la persona misma de su Esposo. Nosotros celebramos el acontecimiento
personal de Cristo entre nosotros: el Emmanuel.

Espero que este aporte te ayude a que en tu corazón se despierte un amor y una fascinación tan
grande hacia la Eucaristía de manera que sea realmente para ti y para mí el Misterio de Nuestra
fe.

Es mi intención presentar, primeramente, un ligero recorrido histórico sobre la Eucaristía, para


luego ver elementos fundamentales sobre Ella, y posteriormente hacer una presentación del
Misterio celebrativo de la Eucaristía.

Me he servido del material del CELAM sobre la celebración de la Eucaristía como contenido
estructural sobre el cual explico el sentido y significado de los detalles en la celebración del
Misterio de nuestra fe. De igual manera de los más importantes documentos eclesiales sobre la
Divina Eucaristía, incluyendo los documentos del Concilio Vaticano II.

De igual modo he coleccionado una serie de textos tanto oracionales, teológicos y poéticos que
desde la patrística han marcado el profundo sentido de la experiencia con Jesucristo Eucaristía,
al igual que varios documentos fundamentales de Pablo VI, Juan Pablo II y de la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la fe.

Espero que este aporte nos ayude a celebrar más conciente, plena y activamente el Misterio
Pascual del Resucitado, para que experimentando a profundidad el Misterio de nuestra Fe,
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anunciemos su Muerte, proclamemos su Resurrección, y desde nuestros corazones, a cada
instante, podamos decir: “¡Ven Señor Jesús!”

I. BREVE HISTORIA DE LA EUCARISTÍA


La Divina Eucaristía al ser el centro de nuestra vida demanda un conocimiento sobre su
historia, sobre el cómo constituye el eje central de la vida cristiana.

El misterio eucarístico es el centro de la fe, como se ha dicho, porque es el mismo misterio


pascual, kerigma fundamental de nuestra salvación: el misterio de Cristo salvador y la confesión
de nuestra salvación.

Es el centro del culto cristiano porque la Eucaristía es el momento central de la vida de la Iglesia,
fuente y culmen de su experiencia, como expresa bien la Constitución SC 10.

Es el centro de la vida porque de la celebración eucarística, fuente y culmen de la vida de la


Iglesia, manan los dones de la gracia y nacen compromisos precisos de vida personal,
comunitaria y social.

La consideración plenaria del misterio nos permite explicitar, con la teología clásica, los tres
aspectos de la Eucaristía:

• «sacramentum»: y, por consiguiente, el sacrificio eucarístico en sus componentes, el


pan y el vino transformados en el cuerpo y en la sangre del Señor;

• «res et sacramentum»: la celebración misma con toda su riqueza de contenidos;

• «res sacramenti»: la gracia sacramental de comunión con Cristo y con la Iglesia que
lleva a desarrollarse en una existencia, en un compromiso de vida eucarística en la Iglesia y en el
mundo.

Por todo esto es necesario conocer, aunque suscintamente, la historia del culto Eucarístico, ya
que sólo se puede amar lo que se conoce. Conociendo en lo conocible este Misterio podemos ser
más discípulos y misioneros por él, con él y en él.

1. Centralidad de la Eucaristía

Desde el inicio del cristianismo, la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la


vida de la Iglesia. Como memorial de la pasión y de la resurrección de Cristo Salvador, como
sacrificio de la Nueva Alianza, como cena que anticipa y prepara el banquete celestial, como
signo y causa de la unidad de la Iglesia, como actualización perenne del Misterio pascual,
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como Pan de vida eterna y Cáliz de salvación, la celebración de la Eucaristía es el centro
indudable del cristianismo.

Normalmente, la Misa al principio se celebra sólo el domingo, pero ya en los siglos III y IV se
generaliza la Misa diaria.

La devoción antigua a la Eucaristía lleva en algunos momentos y lugares a celebrarla en un


solo día varias veces. San León III (+816) celebra con frecuencia siete y aún nueve en un
mismo día. Varios concilios moderan y prohiben estas prácticas excesivas. Alejandro II
(+1073) prescribe una Misa diaria: «muy feliz ha de considerarse el que pueda celebrar
dignamente una sola Misa» cada día.

2. Reserva de la Eucaristía

En los siglos primeros, a causa de las persecuciones y al no haber templos, la conservación de


las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de
los enfermos, presos y ausentes.

Esta reserva de la Eucaristía, al cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez
más solemnes.

Las Constituciones apostólicas -hacia el 400- disponen ya que, después de distribuir la


comunión, las especies sean llevadas a un sacrarium. El sínodo de Verdun, del siglo VI,
manda guardar la Eucaristía «en un lugar eminente y honesto, y si los recursos lo permiten,
debe tener una lámpara permanentemente encendida». Las píxides de la antigüedad eran cajitas
preciosas para guardar el pan eucarístico. León IV (+855) dispone que «solamente se pongan
en el altar las reliquias, los cuatro evangelios y la píxide con el Cuerpo del Señor para el
viático de los enfermos».

Estos signos expresan la veneración cristiana antigua al cuerpo eucarístico del Salvador y su fe
en la presencia real del Señor en la Eucaristía. Todavía, sin embargo, la reserva eucarística
tiene como fin exclusivo la comunión de enfermos y ausentes; pero no el culto a la Presencia
real.

3. La adoración eucarística dentro de la Misa

Ha de advertirse, sin embargo, que ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles,
dentro de la misma celebración eucarística, signos claros de adoración, que aparecen prescritos
en las antiguas liturgias. Especialmente antes de la comunión -Sancta santis, lo santo para los
santos-, los fieles realizan inclinaciones y postraciones:

«San Agustín decía: "nadie coma de este cuerpo, si primero no lo adora", añadiendo que no
sólo no pecamos adorándolo, sino que pecamos no adorándolo» (Pío XII, Mediator Dei 162).

Por otra parte, la elevación de la hostia, y más tarde del cáliz, después de la consagración,
suscita también la adoración interior y exterior de los fieles. Hacia el 1210 la prescribe el
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obispo de París, antes de esa fecha es practicada entre los cistercienses, y a fines del siglo XIII
es común en todo el Occidente. En nuestro siglo, en 1906, San Pío X, «el papa de la
Eucaristía», concede indulgencias a quien mire piadosamente la hostia elevada, diciendo
«Señor mío y Dios mío» (Jungmann II,277-291). Luego Pablo VI dirá que no es necesario
decir dicha frase.

4. Primeras manifestaciones del culto a la Eucaristía fuera de la Misa

La adoración de Cristo en la misma celebración del Sacrificio eucarístico es vivida, como


hemos dicho, desde el principio. Y la adoración de la Presencia real fuera de la Misa irá
configurándose como devoción propia a partir del siglo IX, con ocasión de las controversias
eucarísticas. Por esos años, al simbolismo de un Ratramno, se opone con fuerza el realismo de
un Pascasio Radberto, que acentúa la presencia real de Cristo en la Eucaristía, no siempre en
términos exactos.

Conflictos teológicos análogos se producen en el siglo XI. La Iglesia reacciona con prontitud y
fuerza unánime contra el simbolismo eucarístico de Berengario de Tours (+1088). Su doctrina
es impugnada por teólogos como Anselmo de León (+1117) o Guillermo de Champeaux
(+1121), y es inmediatamente condenada por un buen número de Sínodos (Roma, Vercelli,
París, Tours), y sobre todo por los Concilios Romanos de 1059 y de 1079 (Dz 690 y 700).

En efecto, el pan y el vino, una vez consagrados, se convierten «substancialmente en la


verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Jesucristo, nuestro Señor». Por eso en el
Sacramento está presente totus Christus, en alma y cuerpo, como hombre y como Dios.

Estas enérgicas afirmaciones de la fe van acrecentando más y más en el pueblo la devoción a


la Presencia real.

Veamos algunos ejemplos. A fines del siglo IX, la Regula solitarium establece que los ascetas
reclusos, que viven en lugar anexo a un templo, estén siempre por su devoción a la Eucaristía
en la presencia de Cristo. En el siglo XI, Lanfranco, arzobispo de Canterbury, establece una
procesión con el Santísimo en el domingo de Ramos. En ese mismo siglo, durante las
controversias con Berengario, en los monasterios benedictinos de Bec y de Cluny existe la
costumbre de hacer genuflexión ante el Santísimo Sacramento y de incensarlo. En el siglo XII,
la Regla de los reclusos prescribe: «orientando vuestro pensamiento hacia la sagrada
Eucaristía, que se conserva en el altar mayor, y vueltos hacia ella, adoradla diciendo de
rodillas: "¡salve, origen de nuestra creación!, ¡salve, precio de nuestra redención!, ¡salve,
viático de nuestra peregrinación!, ¡salve, premio esperado y deseado!"».

En todo caso, conviene recordar que «la devoción individual de ir a orar ante el sagrario tiene
un precedente histórico en el monumento del Jueves Santo a partir del siglo XI, aunque ya el
Sacramentario Gelasiano habla de la reserva eucarística en este día... El monumento del Jueves
Santo está en la prehistoria de la práctica de ir a orar individualmente ante el sagrario,
devoción que empieza a generalizarse a principos del siglo XIII» (Olivar 192).

5. Aversión y devoción en el siglo XIII


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Por esos tiempos, sin embargo, no todos participan de la devoción eucarística, y también se dan
casos horribles de desafección a la Presencia real. Veamos, a modo de ejemplo, la infinita
distancia que en esto se produce entre cátaros y franciscanos. Cayetano Esser, franciscano,
describe así el mundo de los primeros:

«En aquellos tiempos, el ataque más fuerte contra el Sacramento del Altar venía de parte de los
cátaros [muy numerosos en la zona de Asís]. Empecinados en su dualismo doctrinal,
rechazaban precisamente la Eucaristía porque en ella está siempre en íntimo contacto el mundo
de lo divino, de lo espiritual, con el mundo de lo material, que, al ser tenido por ellos como
materia nefanda, debía ser despreciado. Por oportunismo, conservaban un cierto rito de la
fracción del pan, meramente conmemorativo. Para ellos, el sacrificio mismo de Cristo no tenía
ningún sentido.

«Otros herejes declaraban hasta malvado este sacramento católico. Y se había extendido un
movimiento de opinión que rehusaba la Eucaristía, juzgando impuro todo lo que es material y
proclamando que los "verdaderos cristianos" deben vivir del "alimento celestial".

«Teniendo en cuenta este ambiente, se comprenderá por qué, precisamente en este tiempo, la
adoración de la sagrada hostia, como reconocimiento de la presencia real, venía a ser la señal
distintiva más destacada de los auténticos verdaderos cristianos. El culto de adoración de la
Eucaristía, que en adelante irá tomando formas múltiples, tiene aquí una de sus raíces más
profundas. Por el mismo motivo, el problema de la presencia real vino a colocarse en el primer
plano de las discusiones teológicas, y ejerció también una gran influencia en la elaboración del
rito de la Misa.

«Por otra parte, las decisiones del Concilio de Letrán [IV: 1215] nos descubren los abusos de
que tuvo que ocuparse entonces la Iglesia. El llamado Anónimo de Perusa es a este respecto de
una claridad espantosa: sacerdotes que no renovaban al tiempo debido las hostias consagradas,
de forma que se las comían los gusanos; o que dejaban a propósito caer a tierra el cuerpo y la
sangre del Señor, o metían el Sacramento en cualquier cuarto, y hasta lo dejaban colgado en un
árbol del jardín; al visitar a los enfermos, se dejaban allí la píxide y se iban a la taberna; daban
la comunión a los pecadores públicos y se la negaban a gentes de buena fama; celebraban la
santa Misa llevando una vida de escándalo público», etc. (Temi spirituali, Biblioteca
Francescana, Milán 1967, 281-282; +D. Elcid, Clara de Asís, BAC pop. 31, Madrid 1986,
193-195).

Frente a tales degradaciones, se producen en esta época grandes avances de la devoción


eucarística. Entre otros muchos, podemos considerar el testimonio impresionante de san
Francisco de Asís (1182-1226). Poco antes de morir, en su Testamento, pide a todos sus
hermanos que participen siempre de la inmensa veneración que él profesa hacia la Eucaristía y
los sacerdotes:

«Y lo hago por este motivo: porque en este siglo nada veo corporalmente del mismo altísimo
Hijo de Dios, sino su santísimo cuerpo y su santísima sangre, que ellos reciben y sólo ellos
administran a los demás. Y quiero que estos santísimos misterios sean honrados y venerados
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por encima de todo y colocados en lugares preciosos» (10-11; +Admoniciones 1: El Cuerpo del
Señor).

Esta devoción eucarística, tan fuerte en el mundo franciscano, también marca una huella muy
profunda, que dura hasta nuestros días, en la espiritualidad de las clarisas. En la Vida de santa
Clara (+1253), escrita muy pronto por el franciscano Tomás de Celano (hacia 1255), se refiere
un precioso milagro eucarístico. Asediada la ciudad de Asís por un ejército invasor de
sarracenos, son éstos puestos en fuga en el convento de San Damián por la virgen Clara:

«Ésta, impávido el corazón, manda, pese a estar enferma, que la conduzcan a la puerta y la
coloquen frente a los enemigos, llevando ante sí la cápsula de plata, encerrada en una caja de
marfil, donde se guarda con suma devoción el Cuerpo del Santo de los Santos». De la misma
cajita le asegura la voz del Señor: "yo siempre os defenderé", y los enemigos, llenos de pánico,
se dispersan» (Legenda santæ Claræ 21).

La iconografía tradicional representa a Santa Clara de Asís con una custodia en la mano.

6. Santa Juliana de Mont-Cornillon y la fiesta del Corpus Christi

El profundo sentimiento cristocéntrico, tan característico de esta fase de la Edad Media, no


puede menos de orientar el corazón de los fieles hacia el Cristo glorioso, oculto y manifiesto
en la Eucaristía, donde está realmente presente. Así lo hemos comprobado en el ejemplo de
franciscanos y clarisas. Es ahora, efectivamente, hacia el 1200, cuando, por obra del Espíritu
Santo, la devoción al Cristo de la Eucaristía va a desarrollarse en el pueblo cristiano con
nuevos impulsos decisivos.

A partir del año 1208, el Señor se aparece a santa Juliana (1193-1258), primera abadesa
agustina de Mont-Cornillon, junto a Lieja. Esta religiosa es una enamorada de la Eucaristía,
que, incluso físicamente, encuentra en el pan del cielo su único alimento. El Señor inspira a
santa Juliana la institución de una fiesta litúrgica en honor del Santísimo Sacramento. Por ella
los fieles se fortalecen en el amor a Jesucristo, expían los pecados y desprecios que se cometen
con frecuencia contra la Eucaristía, y al mismo tiempo contrarrestan con esa fiesta litúrgica las
agresiones sacrílegas cometidas contra el Sacramento por cátaros, valdenses, petrobrusianos,
seguidores de Amaury de Bène, y tantos otros.

Bajo el influjo de estas visiones, el obispo de Lieja, Roberto de Thourotte, instituye en 1246 la
fiesta del Corpus. Hugo de Saint-Cher, dominico, cardenal legado para Alemania, extiende la
fiesta a todo el territorio de su legación. Y poco después, en 1264, el papa Urbano IV, antiguo
arcediano de Lieja, que tiene en gran estima a la santa abadesa Juliana, extiende esta
solemnidad litúrgica a toda la Iglesia latina mediante la bula Transiturus. Esta carta magna del
culto eucarístico es un himno a la presencia de Cristo en el Sacramento y al amor inmenso del
Redentor, que se hace nuestro pan espiritual.

Es de notar que en esta Bula romana se indican ya los fines del culto eucarístico que más
adelante serán señalados por Trento, por la Mediator Dei de Pío XII o por los documentos
pontificios más recientes: 1) reparación, «para confundir la maldad e insensatez de los
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herejes»; 2) alabanza, «para que clero y pueblo, alegrándose juntos, alcen cantos de alabanza»;
3) servicio, «al servicio de Cristo»; 4) adoración y contemplación, «adorar, venerar, dar culto,
glorificar, amar y abrazar el Sacramento excelentísimo»; 5) anticipación del cielo, «para que,
pasado el curso de esta vida, se les conceda como premio» (DSp IV, 1961, 1644).

La nueva devoción, sin embargo, ya en la misma Lieja, halla al principio no pocas


oposiciones. El cabildo catedralicio, por ejemplo, estima que ya basta la Misa diaria para
honrar el cuerpo eucarístico de Cristo. De hecho, por una serie de factores adversos, la bula de
1264 permanece durante cincuenta años como letra muerta.

Prevalece, sin embargo, la voluntad del Señor, y la fiesta del Corpus va siendo aceptada en
muchos lugares: Venecia, 1295; Wurtzburgo, 1298; Amiens, 1306; la orden del Carmen, 1306;
etc. Los títulos que recibe en los libros litúrgicos son significativos: dies o festivitas
eucharistiæ, festivitas Sacramenti, festum, dies, sollemnitas corporis o de corpore domini
nostri Iesu Christi, festum Corporis Christi, Corpus Christi, Corpus...

El concilio de Vienne, finalmente, en 1314, renueva la bula de Urbano IV. Diócesis y órdenes
religiosas aceptan la fiesta del Corpus, y ya para 1324 es celebrada en todo el mundo cristiano.

7. Celebración del Corpus y exposiciones del Santísimo

La celebración del Corpus implica ya en el siglo XIII una procesión solemne, en la que se
realiza una «exposición ambulante del Sacramento» (Olivar 195). Y de ella van derivando
otras procesiones con el Santísimo, por ejemplo, para bendecir los campos, para realizar
determinadas rogativas, etc.

Por otra parte, «esta presencia palpable, visible, de Dios, esta inmediatez de su presencia,
objeto singular de adoración, produjo un impacto muy notable en la mentalidad cristiana
occidental e introdujo nuevas formas de piedad, exigiendo rituales nuevos y creando la
literatura piadosa correspondiente. En el siglo XIV se practicaba ya la exposición solemne y se
bendecía con el Santísimo. Es el tiempo en que se crearon los altares y las capillas del
santísimo Sacramento» (Id. 196).

Las exposiciones mayores se van implantando en el siglo XV, y siempre la patria de ellas «es
la Europa central. Alemania, Escandinavia y los Países Bajos fueron los centros de difusión de
las prácticas eucarísticas, en general» (Id. 197). Al principio, colocado sobre el altar el
Sacramento, es adorado en silencio. Poco a poco va desarrollándose un ritual de estas
adoraciones, con cantos propios, como el Ave verum Corpus natum ex Maria Virgine, muy
popular, en el que tan bellamente se une la devoción eucarística con la mariana.

La exposición del Santísimo recibe una acogida popular tan entusiasta que ya hacia 1500
muchas iglesias la practican todos los domingos, normalmente después del rezo de las vísperas
-tradición que hoy perdura, por ejemplo, en los monasterios benedictinos de la congregación
de Solesmes-. La costumbre, y también la mayoría de los rituales, prescribe arrodillarse en la
presencia del Santísimo.
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En los comienzos, el Santísimo se mantenía velado tanto en las procesiones como en las
exposiciones eucarísticas. Pero la costumbre y la disciplina de la Iglesia van disponiendo ya en
el siglo XIV la exposición del cuerpo de Cristo «in cristallo» o «in pixide cristalina».

8. Las Cofradías eucarísticas

Con el fin de que nunca cese el culto de fe, amor y agradecimiento a Cristo, presente en la
Eucaristía, nacen las Cofradías del Santísimo Sacramento, que «se desarrollan antes, incluso,
que la festividad del Corpus Christi. La de los Penitentes grises, en Avignon se inicia en 1226,
con el fin de reparar los sacrilegios de los albigenses; y sin duda no es la primera» (Bertaud
1632). Con unos u otros nombres y modalidades, las Cofradías Eucarísticas se extienden ya a
fin del siglo XIII por la mayor parte de Europa.

Estas Cofradías aseguran la adoración eucarística, la reparación por las ofensas y desprecios
contra el Sacramento, el acompañamiento del Santísimo cuando es llevado a los enfermos o en
procesión, el cuidado de los altares y capillas del Santísimo, etc.

Todas estas hermandades, centradas en la Eucaristía, son agregadas en una archicofradía del
Santísimo Sacramento por Paulo III en la Bula Dominus noster Jesus Cristus, en 1539, y
tienen un influjo muy grande y benéfico en la vida espiritual del pueblo cristiano. Algunas,
como la Compañía del Santísimo Sacramento, fundada en París en 1630, llegaron a formar
escuelas completas de vida espiritual para los laicos.

Su fundador fue el Duque de Ventadour, casado con María Luisa de Luxemburgo. En 1629,
ella ingresa en el Carmelo y él toma el camino del sacerdocio (E. Levesque, DSp II, 1301-
1305).

Las Asociaciones y Obras eucarísticas se multiplican en los últimos siglos: la Guardia de


Honor, la Hora Santa, los Jueves sacerdotales, la Cruzada eucarística, etc.

Atención especial merece hoy, por su difusión casi universal en la Iglesia Católica, la
Adoración Nocturna. Aunque tiene varios precedentes, como más tarde veremos, en su forma
actual procede de la asociación iniciada en París por Hermann Cohen el 6 de diciembre de
1848, hace, pues, ciento cincuenta años.

9. La piedad eucarística en el pueblo católico

Los últimos ocho siglos de la historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo
notable en la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía.

En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va
difundiendo más y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad
católica común. Los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del
Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.
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En el crecimiento de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del
concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (Dz 882. 878. 888/1649. 1643-
1644. 1656). Por ella se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras nuevas.

La adoración eucarística de las Cuarenta horas, por ejemplo, tiene su origen en Roma, en el
siglo XIII. Esta costumbre, marcada desde su inicio por un sentido de expiación por el pecado
-cuarenta horas permanece Cristo en el sepulcro-, recibe en Milán durante el siglo XVI un gran
impulso a través de San Antonio María Zaccaria (+1539) y de San Carlos Borromeo después
(+1584). Clemente VIII, en 1592, fija las normas para su realización. Y Urbano VIII (+1644)
extiende esta práctica a toda la Iglesia.

La procesión eucarística de «la Minerva», que solía realizarse en las parroquias los terceros
domingos de cada mes, procede de la iglesia romana de Santa Maria sopra Minerva.

Las devociones eucarísticas, que hemos visto nacer en centro Europa, arraigan de modo muy
especial en España, donde adquieren expresiones de gran riqueza estética y popular, como los
seises de Sevilla o el Corpus famoso de Toledo. Y de España pasan a Hispanoamérica, donde
reciben formas extremadamente variadas y originales, tanto en el arte como en el folclore
religioso: capillas barrocas del Santísimo, procesiones festivas, exposiciones monumentales,
bailes y cantos, poesías y obras de teatro en honor de la Eucaristía.

El culto a la Eucaristía fuera de la Misa llega, en fin, a integrar la piedad común del pueblo
cristiano. Muchos fieles practican diariamente la visita al Santísimo. En las parroquias, con el
rosario, viene a ser común la Hora santa, la exposición del Santísimo diaria o semanal, por
ejemplo, en los Jueves eucarísticos.

El arraigo devocional de las visitas al Santísimo puede comprobarse por la abundantísima


literatura piadosa que ocasiona. Por ejemplo, entre los primeros escritos de san Alfonso María
de Ligorio (+1787) está Visite al SS. Sacramento e a Maria SS.ma, de 1745. En vida del santo
este librito alcanza 80 ediciones y es traducido a casi todas las lenguas europeas.
Posteriormente ha tenido más de 2.000 ediciones y reimpresiones.

En los siglos modernos, hasta hoy, la piedad eucarística cumple una función providencial de la
máxima importancia: confirmando diariamente la fe de los católicos en la amorosa presencia
real de Jesús resucitado, les sirve de ayuda decisiva para vencer la frialdad del jansenismo, las
tentaciones deistas de un iluminismo desencarnado o la actual horizontalidad inmanentista de
un secularismo generalizado.

10. Congregaciones religiosas

Institutos especialmente centrados en la veneración de la Eucaristía hay muy antiguos, como


los monjes blancos o hermanos del Santo Sacramento, fundados en 1328 por el cisterciense
Andrés de Paolo. Pero estas fundaciones se producen sobre todo a partir del siglo XVII, y
llegan a su mayor número en el siglo XIX.
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«No es exagerado decir que el conjunto de las congregaciones fundadas en el siglo XIX -
adoratrices, educadoras o misioneras- profesa un culto especial a la Eucaristía: adoración
perpetua, largas horas de adoración común o individual, ejercicios de devoción ante el
Santísimo Sacramento expuesto, etc.» (Bertaud 1633).

Recordaremos aquí únicamente, a modo de ejemplo, a los Sacerdotes y a las Siervas del
Santísimo Sacramento, fundados por san Pedro-Julián Eymard (+1868) en 1856 y 1858,
dedicados al apostolado eucarístico y a la adoración perpetua. Y a las Adoratrices, siervas del
Santísimo Sacramento y de la caridad, fundadas en 1859 por santa Micaela María del
Santísimo Sacramento (+1865), que escribe en una ocasión:

«Estando en la guardia del Santísimo... me hizo ver el Señor las grandes y especiales gracias
que desde los Sagrarios derrama sobre la tierra, y además sobre cada individuo, según la
disposición de cada uno... y como que las despide de Sí en favor de los que las buscan»
(Autobiografía 36,9).

Es en estos años, en 1848, como ya vimos, cuando Hermann Cohen inicia en París la
Adoración Nocturna.

En el siglo XX son también muchos los institutos que nacen con una acentuada devoción
eucarística. En España, por ejemplo, podemos recordar los fundados por el venerable Manuel
González, obispo (1887-1940): las Marías de los Sagrarios, las Misioneras eucarísticas de
Nazaret, etc. En Francia, los Hermanitos y Hermanitas de Jesús, derivados de Charles de
Foucauld (1858-1916) y de René Voillaume. También las Misioneras de la Caridad, fundadas
por la madre Teresa de Calcuta, se caracterizan por la profundidad de su piedad eucarística. En
éstos y en otros muchos institutos, la Misa y la adoración del Santísimo forman el centro
vivificante de cada día.

11. Congresos eucarísticos

Émile Tamisier (1843-1910), siendo novicia, deja las Siervas del Santísimo Sacramento para
promover en el siglo la devoción eucarística. Lo intenta primero en forma de peregrinaciones,
y más tarde en la de congresos. Éstos serán diocesanos, regionales o internacionales. El primer
congreso eucarístico internacional se celebra en Lille en 1881, y desde entonces se han seguido
celebrando ininterrumpidamente hasta nuestros días.

12. La piedad eucarística en otras confesiones cristianas

Ya hemos aludido a algunas posiciones antieucarísticas producidas entre los siglos IX y XIII.
Pues bien, en la primera mitad del siglo XVI resurge la cuestión con los protestantes y por eso
el concilio de Trento, en 1551, se ve obligado a reafirmar la fe católica frente a ellos, que la
niegan:

«Si alguno dijere que, acabada la consagración de la Eucaristía, no se debe adorar con culto de
latría, aun externo, a Cristo, unigénito Hijo de Dios, y que por tanto no se le debe venerar con
peculiar celebración de fiesta, ni llevándosele solemnemente en procesión, según laudable y
13
universal rito y costumbre de la santa Iglesia, o que no debe ser públicamente expuesto para
ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema» (Dz 888/1656).

El anglicanismo, sin embargo, reconoce en sus comienzos la presencia real de Cristo en la


Eucaristía. Y aunque pronto sufre en este tema influjos luteranos y calvinistas, conserva
siempre más o menos, especialmente en su tendencia tradicional, un cierto culto de adoración
(Bertaud 1635). El acuerdo anglicano-católico sobre la teología eucarística, de septiembre de
1971, es un testimonio de esta proximidad doctrinal («Phase» 12, 1972, 310-315). En todo
caso, el mundo protestante actual, en su conjunto, sigue rechazando el culto eucarístico.

En nuestro tiempo, estas posiciones protestantes han afectado a una buena parte de los
llamados católicos progresistas, haciendo necesaria la encíclica Mysterium fidei (1965) de
Pablo VI:

En referencia a la Eucaristía, no se puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental


como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase
exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni se puede tampoco
discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda
la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre,
conversión de la que habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que
llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se puede proponer y aceptar la
opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado el santo sacrificio,
ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4).

Las Iglesias de Oriente, en fin, todas ellas, promueven en sus liturgias un sentido muy
profundo de adoración de Cristo en la misma celebración del Misterio sagrado. Pero fuera de
la Misa, el culto eucarístico no ha sido asumido por las Iglesias orientales separadas de Roma,
que permanecen fijas en lo que fueron usos universales durante el primer milenio cristiano. Sí
en cambio por las Iglesias orientales que viven la comunión católica (+Mysterium fidei 41). En
ellas, incluso, hay también institutos religiosos especialmente destinados a esta devoción,
como las Hermanas eucarísticas de Salónica (Bertaud 1634-1635).

II. LA EUCARISTÍA Y SU SENTIDO PROFUNDO


1. La Eucaristía, acción de gracias al Padre:

La Eucaristía es la fuente y la cumbre de la vida cristiana y de la Iglesia (cf. LG 11). Ya la


comunidad de los inicios en Jerusalén nos dicen los Hechos de los Apóstoles: Eran constantes
en escuchar la enseñanza de los Apóstoles, en la fraternidad, en la fracción del pan y en las
oraciones (Hech 2,42; cf. 46). Especialmente el primer día de la semana, el día del Señor, es
14
decir el día Domingo, se reunían las primeras comunidades para participar en la fracción del
pan, es decir en la eucaristía (cf. Hech 20,7; 1 Cor 16,2).

Ser cristiano significa vivir "conforme al domingo". Domingo viene de dominus, de Señor, es
el día del Señor. Por eso vivir conforme al domingo, significa vivir conforme al Señor. La
celebración de la Eucaristía todos los domingos es la expresión más importante de la vida
cristiana y de la vida de una comunidad cristiana (cf. SC 106). Pero también la celebración de
la Eucaristía en los días de trabajo tiene una gran importancia para cada uno en particular. Hoy
más que nunca necesitamos renovar una cultura del domingo en cuyo centro esté la
celebración de la Eucaristía.

Para comprender la Eucaristía en su núcleo más íntimo, debemos preguntarnos por su origen
en Jesucristo. La Eucaristía en la Iglesia tiene su origen en Jesucristo y ha sido instituida por
El. Más en concreto podemos hablar de una triple fundación de la Eucaristía en Jesucristo:

a. Se prepara en las comidas de Jesús en su vida terrena celebra en común.


b. Se instituye en la última Cena de Jesús la noche antes de su muerte.
c. Y se confirma en aquellas apariciones pascuales en las que Cristo resucitado come con
los discípulos.

a. Las comidas en común que Jesús realizó durante su vida terrena con sus discípulos
fueron una celebración anticipada de la comida que tendrá lugar al final de los tiempos,
el banquete de bodas celestial, anunciado por los profetas.
b. La última Cena que Jesús celebró con sus discípulos la noche antes de su pasión tuvo
un carácter especial. En la oración de alabanza y de acción de gracias, en el gesto de
distribuir el pan y el vino y a través de las palabras que acompañaron e interpretaron
este gesto, Jesús anticipó su entrega a la muerte por muchos e hizo participar de ella a
sus discípulos. Acá le dio sentido a su muerte, a su entrega que sucedería al día
siguiente, el Viernes Santo.
c. En la cruz y la resurrección de Jesús encontraron su ratificación las palabras de la
última Cena. Así, después de la resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos,
comiendo de nuevo con ellos. Donde más expresamente se describe esto es en el
encuentro de los dos discípulos con Jesús resucitado en el camino de Emaús; le
reconocieron cuando partió el pan (cf. Lc 24,13-43; Jn 21,1-14).

La última Cena se relata en varios textos : Mc 14,22-25; Mt 26,26-29; Lc 22,14-20; 1 Cor


11,23-26).

La Eucaristía es participación anticipada de la liturgia celestial y anticipo de la gloria futura.

En la Eucaristía celebramos la liberación pascual del poder de la muerte y el don de la nueva


vida eterna; por eso es más que un mero alimento. Es un sacrificio de alabanza en el que se
15
reactualiza el sacrificio único de Jesús en la cruz y se anticipa la gloria futura. Por eso, ya
desde el siglo II, se la llama eucaristía, es decir, acción de gracias. En ella alabamos y damos
gracias a Dios Padre por todos los dones de la creación y de la redención. En la Eucaristía
celebramos el paso de Jesucristo de la muerte a la vida, es decir su Pascua.

2. La presencia eucarística de Jesucristo:

La presencia de Jesucristo en la celebración de la Eucaristía se produce de múltiples modos.

a. Jesucristo está presente en la comunidad que celebra. Porque donde dos o tres están
reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos (Mt 18,20).
b. Está presente en las palabras y en la persona del sacerdote. Pues es el mismo Jesucristo
el que nos dirige la palabra, el que nos invita a la comida eucarística, el que actúa en la
Eucaristía, se entrega al Padre y se nos da.

a. Pero está presente en la Eucaristía, sobre todo, porque la oración de alabanza se


pronuncia como bendición sobre el pan y el vino y por estas palabras Jesucristo se hace
presente en su cuerpo y su sangre real y substancialmente (cf. SC 7). Esta presencia
real de Jesucristo constituye el corazón de la Eucaristía.; por eso, su primacía respecto
de los otros sacramentos consiste en que no sólo nos regala la gracia, sino que se hace
presente en nosotros de un modo muy especial la misma fuente de la gracia, al mismo
Jesucristo.

La presencia verdadera y real de Jesucristo bajo las especies de pan y vino se basa en las
palabras de Jesús: Esto es mi cuerpo...Esto es mi sangre (Mc 14,22.24 y paralelos). Cuerpo en
el lenguaje semítico no significa sólo una parte del hombre, sino la persona física concreta.
Cuando se dice: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros(1 Cor 11,24), se trata de la
entrega de la persona de Jesucristo que se entrega por nosotros. Igualmente, la palabra sangre
significa en la cultura semita la sustancia vital del hombre. Por tanto, la sangre derramada por
todos (Mt 26,28) significa al mismo Jesús en cuanto que entrega su vida por nosotros.

La presencia de Jesucristo en la Eucaristía no se lleva a cabo por una acción mágica o


mecánica. Al contrario, se produce por la invocación o petición del don del Espíritu Santo en
una oración en nombre de Jesucristo (epíklesis).

Su cuerpo y sangre se contienen verdaderamente en el sacramento del altar bajo las especies
del pan y del vino, después de que, en virtud del poder divino, el pan se transustancia en el
cuerpo y el vino en la sangre (Dz 430).
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Se contiene verdadera, real y sustancialmente nuestro Señor Jesucristo, bajo la apariencia de
esas cosas sensibles (Dz 874)

Por la consagración del pan y del vino se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en
la sustancia del cuerpo de Cristo nuestro Señor; y de toda la sustancia del vino en la sustancia
de su sangre. Esta conversión es llamada por la Iglesia católica, transustanciación (DzS 1642).

Así, la palabra transustanciación significa que en la Eucaristía, bajo las especies de pan y de
vino, se hace presente una nueva realidad, la nueva realidad.

La acción de Dios en Jesucristo se realiza una vez para siempre. De aquí se sigue la presencia
permanente de Jesucristo en las especies sacramentales después de la celebración de la
Eucaristía. De ahí viene la antiquísima costumbre de reservar con reverencia y respeto los
elementos sobrantes en la celebración de la Misa. Con ello se puede llevar la comunión a los
enfermos, y el viático para los fieles que se hallan en peligro de muerte, y también para la
adoración eucarística.

3. La Eucaristía, sacramento de la unidad y de la caridad:

El fruto de la comunión es principalmente la unión íntima con Jesucristo. Cuando recibimos la


Eucaristía Cristo entra totalmente en nosotros y nosotros entramos totalmente en El.

El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él(Jn 6,56).

En virtud de la unión con Cristo en la comunión, aumenta en nosotros la vida de la gracia, se


curan las enfermedades del espíritu y quedamos robustecidos para resistir al pecado.

Existen dos tipos de comunión: la comunión a la vez sacramental y espiritual, en la que se


recibe realmente el cuerpo de Cristo y, al mismo tiempo, se le recibe con un corazón dispuesto,
y la comunión puramente espiritual, es decir, la unión con Cristo por el deseo auténtico de
recibir la Eucaristía (DzS 1648). La recepción indigna de la comunión por el pecador, cuyo
corazón no se halla dispuesto para la unión con Jesucristo, no produce la salvación, sino la
condenación.

Por este motivo, para recibir con fruto espiritual la comunión son necesarios el examen de
conciencia y la preparación cuidadosa. El cristiano que se encuentra en estado de pecado
grave está obligado, antes de acercarse a la comunión, a recibir primero el sacramento de la
penitencia (DzS 1646-1647). Por esta misma razón, toda celebración.

4. Los frutos de la comunión:

La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo.


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La comunión nos separa del pecado

Restaura nuestras fuerzas, fortalece la caridad, y esta caridad vivificada borra los pecados
veniales (Trento DS 1638)..

Por la misma caridad que enciende en nosotros, la eucaristía nos preserva de futuros pecados
mortales.

Une el Cuerpo místico de Cristo: la eucaristía hace la Iglesia.

Entraña un compromiso a favor de los pobres.

Ayuda a tejer la unidad ecuménica de los cristianos.

5. La Eucaristía como Cena Pascual

El Investigador Biblista Joaquin Jeremías enumera claramente 14 indicios a favor del sentido
pascual de la Cena de Jesús. Por su parte Léon-Dufour rebate decididamente uno por uno tales
indicios. Es preciso decir que ni todas las pruebas aducidas por uno convencen ni todas las
contestaciones propuestas por el otro son apodícticas.

Es claro el mandato de Jesús de ir a preparar la Pascua, en el cual concuerdan todos los


Sinópticos, especialmente Lc 22, 7-13 con las palabras de Jesús en el v. 15: «He deseado
ardientemente comer esta Pascua con vosotros antes de mi pasión...»

Algunos elementos como las palabras de la bendición y de la acción de gracias, del memorial, los
alimentos, el canto de los salmos... podrían ser comunes a una comida religiosa. Es de notar, sin
embargo, la sobriedad de alusiones típicamente pascuales en el interior de la cena. Ciertamente,
no se menciona el Cordero. Con todo la tradición apostólica, a partir de Pablo, y después de Juan
considera la muerte de Jesús en cruz en clave pascual: «Cristo nuestra Pascua ha sido inmolado»
(1 Co 5, 6-8). La tradición patrística es generosa al presentar la cruz, la resurrección y, por lo
tanto, la misma Cena del Señor, como realización de la Pascua 6 y, por lo tanto, la Eucaristía en
una clave típicamente pascual.

La interpretación pascual de la Cena del Señor se ha convertido en algo casi normal para la
teología litúrgica del Vaticano II que ha sacado a la luz la expresión «paschale mysterium», (SC
5, 61; PO 5) y por los textos litúrgicos postconciliares.

Queda siempre como punto de referencia para esta interpretación el contexto apuntado por los
Sinópticos y, especialmente, la insistencia verbal de Lucas sobre el deseo de Jesús de comer la
Pascua con los discípulos.
18
Se puede decir que los Sinópticos hacen pascual la Cena en el sentido de que se trata de la
Cena de la Pascua de Jesús. Juan ve la inmolación del Cordero pascual en Cruz y Pablo
personaliza la Pascua en la inmolación y en la resurrección de Cristo que es nuestra Pascua.

Estamos muy lejos de alcanzar una unanimidad sobre este punto. También algunos exegetas y
liturgistas, precisamente privilegiando el texto de Lucas, pero en virtud de su estructura algo
singular (bendición del cáliz, bendición del pan, bendición del segundo cáliz) están seguros de
encontrar sólo una cena de adiós, en la cual el Señor no habría utilizado las fórmulas de la Cena
pascual sino sólo la de la «Birkat ha mazon», o bendición del pan (del ácimo) 7.

Sin embargo, el carácter pascual de la muerte del Señor y de su resurrección no hay que
descartarlos e, indirectamente, esta visión pascual ilumina la Cena de Jesús, que permanece
envuelta en el misterio de la Pascua.

6. El ritual de la Cena pascual

Las fuentes más antiguas que hacen referencia al hecho y al rito se encuentran en los textos
primitivos del Antiguo Testamento: Esd 12, 1-8; Dt 16; Lv 23, 5-8; Nm 28, 16-25. Estos ritos
iniciales han cambiado, seguidamente, a lo largo de los siglos. Una reconstrucción del ritual
pascual en tiempos de Jesús es sólo una hipótesis; los textos que conocemos de la Mishnà son
posteriores pero, quizás, transmiten gestos y palabras del tiempo de Jesús. Es peligroso referirse
a los rituales que ahora conocemos, sin tener esta conciencia para verlos con un cierto
relativismo.

El ambiente era preparado cuidadosamente por la «haburàh» fraternidad o pequeños grupos.


Eran excluidos las mujeres y los no circuncidados. El cordero era inmolado en el momento de la
vigilia del 14 Nisán, o antes de aquel día.

Los alimentos pascuales eran: pan ácimo (pan de la amargura) en recuerdo de la prisa por salir de
la tierra de Egipto; el cordero asado, en recuerdo de la inmolación del cordero; las hierbas
amargas (moror) para recordar la amargura experimentada en Egipto; el haroset o amasijo de
fruta (quizás en recuerdo del trabajo de los israelitas en Egipto), la copa de vino rojo mezclada
con agua... Otros alimentos pascuales eran el huevo, el jugo de limón, el vinagre o el agua salada
para aliñar las hierbas amargas...

El esquema de la celebración comprendía muchos momentos con cuatro seder u órdenes. El rito
tiene el nombre de Seder Haggadah shel pesah .

1º SEDER o Qiddush: Se trata de los preliminares de la cena. Comprende los siguientes


ritos: 1. Bendición del cáliz (Qaddesh). 2. Bendición al partir el pan (Carpas) después el
lavatorio de las manos (U-rrhaz). 3. La división de los ácimos (Jaház).
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Se trata de ritos, palabras y plegarias iniciales: Bendición de la primera copa; se prueba,
ablución... Se comen los aperitivos: hierbas amargas... Se parte el pan ácimo: «Esto es el pan de
la aflicción que nuestros padres comieron en tierra de Egipto...»

2º SEDER o Maggid. Aquí se recita la haggadah de Pascua. Comprende estos ritos: 1.


Pregunta del niño (Mah Nishtanah) sobre la peculiaridad de la cena de esta noche. 2.
Introducción I al Midrash o narración de la Pascua. 3. Baraïta de los cuatro hijos (el sabio, el
impío, el simple y el incapaz de preguntar). 4. Introducción II al Midrash o narración de la
Pascua. 5. Midrash solemne de Pascua, al cual algunos ritos añaden 6. El Midrash de las cuatro
noches. 7. Otros añaden todavía el Dayenou («nos hubiera bastado»). 8. Sigue la Constitución de
Rabban Gamaliel con las tres (o cuatro) palabras clave: Pesah (cordero pascual), matsah
(ácimos), Maròr (hierba amarga). 9. Monición: «En cada generación...» 10. Invitación a la
bendición... 11. Recitación de la primera parte del Hallel (Salmos 112, 113, 1-8). 12. Bendición
del pan ácimo o Mozì mazzah. 13. Cena o Shulhan ‘orech que significa poner la mesa. 14.
Distribución finalmente de la cena del zafún o ácimos escondidos.

Es la liturgia pascual: se bendice la segunda copa. Catequesis sobre la Pascua, provocada por la
pregunta del hijo. Narración del Padre de familia... con otras añadiduras (la «baraïta» de los
cuatro hijos, el midrash de las cuatro noches...). Las palabras clave del memorial: «En cada
generación cada uno de nosotros tiene el deber de considerarse como si él hubiera salido de
Egipto... Porque el Santo... no liberó sólo a nuestros Padres sino que a nosotros también nos
liberó junto con ellos... Por tanto es nuestro deber (alzando la copa) rendir homenaje, alabar,
celebrar, glorificar, exaltar, magnificar, encomiar... Aquél que hizo a nuestros Padres y a
nosotros todos estos prodigios...» Sigue la primera parte del Hallel (Sal 112-113). Bendición por
la redención; se bebe la segunda copa; se distribuye el pan ácimo con las hierbas amargas y el
haroset y se come el cordero. Cena.

3º SEDER o bendición después de la cena: Barech. Comprende:

1. La Birkat ha-mazon o bendición de la comida. 2. La Ha-Rahaman o plegaria referida al


misericordioso. 3. Los versículos del cáliz de Elías.

Después de la Cena se bendice la tercera copa, se hace la gran bendición por la creación,
por la tierra, por Jerusalén y se bebe la tercera copa.

4º SEDER con el canto del Hallel y la birkat ha-shir. Comprende: 1. La segunda parte del
Hallel (Sal 113, 9ss.; 114; 115, 12-18; 116; 117. 2. La Birkat Ha-sir o bendición del Cántico, con
la Yehalleluyha según la tradición babilónica y el canto del gran Hallel (Sal 136) ó 3. La Nishmat
kol hay o bendición del cántico según la tradición palestinense. 4. La última bendición con la
cuarta copa y la nirsha o aceptación.

Se dan otros añadidos como algunos Himnos después de la Haggadah como 1. Vaho ba-hazí
halajlah, «lo que sucede a medianoche». 2. El último voto: el año próximo a Jerusalén. 3. La
interpretación de Esd 12, 42: la liberación a medianoche. 4. El cántico del rabbì Eleazar Salir.
20
Según este esquema, y en la hipótesis de que Jesús haya seguido este ritual al pie de la letra,
las palabras sobre el pan habrían sido pronunciadas al final del segundo Seder; las palabras sobre
el cáliz, después de haber cenado, al comienzo del tercer «Seder» en el momento de la tercera
copa o cáliz de la bendición...

Permanecen, sin embargo, muy sobrios en los Evangelios y en el testimonio de Pablo los
indicios de una comida meticulosamente pascual. Ninguna alusión, por ejemplo al cordero en
este contexto.

7. La Pascua como acontecimiento salvífico

Lo más importante a destacar, sin embargo, es el carácter religioso de la Cena pascual que
resume la historia de la salvación del pueblo escogido: es el memorial de la liberación; es la
renovación de la alianza; es un momento de la constitución del pueblo y de la renovación de la
memoria de su liberación; es espera escatológica de la venida del Mesías, el cual, según una
tradición antigua, debía venir en los días de Pascua.

La Pascua judía es un memorial o zikkarôn, es decir, una celebración litúrgica que quiere hacer
revivir un acontecimiento pasado, una intervención salvífica de Dios, y más concretamente la
liberación de Egipto. Todo israelita debe saber que él mismo ha sido liberado de la esclavitud.
Además, el Éxodo es considerado como el símbolo de una liberación que todavía se espera, es
decir, la salvación escatológica...

Es imposible probar que Jesús haya seguido punto por punto el ritual de la Pascua; es más, se
puede conceder que lo haya hecho con mucha libertad y originalidad como se deducía de su
estilo, para nada legalista, y con plena conciencia de referirse no a una realidad pasada, sino a su
Pascua próxima. Pero no se puede negar que ha tenido la intención de asumir el pleno sentido de
la Pascua y así lo han interpretado los evangelistas. En las palabras de la Cena encontramos todo
el peso de la asunción del carácter simbólico de la Pascua antigua, lo renueva, lo personaliza, lo
remite a su muerte próxima que es el verdadero éxodo liberador, su paso al Padre (Jn 13, 1-2).
En este sentido podemos decir que Juan presenta mejor el sentido pascual de la muerte de Jesús y
su inmolación en cruz como cordero pascual.

8. La cena, la cruz, la Eucaristía

A la luz de las palabras de la institución está bien poner de relieve las tres categorías o
momentos implicados en el misterio.

a. La Cena. La Cena de Jesús es el contexto institucional y ritual. Lo recuerda la


tradición. El gesto deberá repetirse en un contexto comunitario que imita ritualmente la Cena del
21
Señor. Es un verdadero anticipo de la realización de la Eucaristía que se realiza realmente en el
ara de la cruz.

b. La cruz. Es de suma importancia recordar que las palabras de Jesús no se cierran en el


horizonte de la Cena. Miran hacia la cruz, donde realmente el cuerpo será entregado y la sangre
derramada, donde será ofrecida la vida por la muchedumbre y la remisión de los pecados y será
sellada la alianza en la sangre del Cordero. La cruz, por lo tanto, es el término de confrontación,
es el momento pleno del sacrificio de Cristo, anunciado y anticipado en la Cena. Pero la cruz
debe estar indisolublemente ligada a la victoria pascual. De hecho, sólo en la resurrección
tenemos la certeza y se cumple la eficacia del sacrificio aceptado por el Padre y manifestado
como alianza nueva en el Espíritu. El contenido de la Eucaristía está, por lo tanto, en la pasión
gloriosa y no en la Cena que la anticipa. La Eucaristía es memorial del sacrificio de Cristo y no
directamente de su institución en la Cena.

c. La Eucaristía de la Iglesia. Las palabras de Jesús no aluden sólo a la Cena y a la cruz;


miran hacia aquel gesto que repetirán los apóstoles cada vez, «osákis», hasta su venida. Se trata,
pues, de la fracción del pan, de la Cena del Señor que ahora instituye Cristo para el tiempo de la
Iglesia hasta su retorno. Esta Eucaristía de la Iglesia mira a la Cruz gloriosa como a su contenido
memorial a hacer presente, mira a la Cena como a su ritual institucional a repetir.

9. El banquete, el sacrificio y la presencia

No podemos olvidar que estas tres realidades están indisolublemente ligadas. Es impresindible
captar el sentido y el vínculo intrínseco de cada una de ellas y de la relación entre sí.

a. El banquete. Se trata de un banquete religioso, sacrificial, que une con Dios y con los
hermanos, celebra la Pascua y la alianza en la comunión con los mismos alimentos y la misma
bebida. Jesús asume esta categoría para realizar la comunión con él y con los otros comensales
del banquete, para participar de la realidad y de los efectos de su cuerpo y de su sangre. La
Eucaristía es esencialmente banquete de comunión, anuncio y pregustación del banquete
escatológico.

b. El sacrificio. El sentido del convite sacrificial y de la referencia al sacrificio de la cruz


es evidente a la luz de las resonancias de la palabra y de los gestos de Jesús que miran hacia su
realización en el momento de la cruz gloriosa e iluminan el contenido. Se trata de un sacrifico en
el don personal y voluntario de la vida (cuerpo y sangre), de un sacrificio de la nueva alianza, de
22
expiación; un sacrificio del que se entrevé el efecto redentor y la victoria final en la gloria.
Sacrificio de la nueva alianza que supone el don del Espíritu Santo.

c. La presencia. Todo el sentido de las palabras de la institución y, por lo tanto, del


memorial que debe celebrarse se apoya sobre el realismo de lo que se ofrece, el cuerpo y la
sangre del Señor; se trata de una realidad objetiva y no de un mero simbolismo. Tanta riqueza de
significados y de efectos no puede apoyarse sobre una evocación que sea sólo simbólica; se
apoyan sobre un don real, como evidencian las palabras mismas del Señor. Él no se sirve del pan
o del vino para cumplir una explicación; invita a tomar parte en un banquete donde el comer y el
beber no son simples abstracciones, sino el modo mismo de participar en la verdad de los hechos.

III. LA CELEBRACION DE LA EUCARISTIA


Documento del CELAM sobre la Celebración Eucarística –
Comentado y aplificado
En muchas ocasiones nuestra celebración Eucarística adolece de errores que no siempre
son bien señalados. La antigua mentalidad de una "época de observancias puramente
rubricistas" nos ha llevado, muchas veces, al examen casuístico del "¿Es permitido? ¿Es
litúrgicamente correcto? ¿Es grave o no?

Espero que este trabajo sirva de ayuda tanto para los que presiden la celebración de la
Eucaristía como también a los fieles para que nos ayuden a celebrar mejor. Que sirva de
guía para un encuentro de estudio y meditación sobre el Misterio de nuestra Fe.

No basta con saber que significa cada parte, o cómo se celebra cada una de esas partes. Es
preciso llegar a comprender y asumir que todas las partes constituyen una sola
celebración.

Es preciso recordar que en los primeros tiempos de la Iglesia sólo accedían al Mysterium
(Misterio de nuestra fe) aquellos que habían sido iniciados, y que, por tanto, tenían una
cierta comprensión y acepatación de ese Misterio. Hoy todo mundo accede a Él pero,
¿hasta que punto comprendemos y aceptamos este magnífico e incomparable don?

Tal vez hoy se hagan realidad las Palabras de San Juan Crsisóstomo cuando decía: “Al
principio teníamos calices de barro y cristianos de oro, pero hoy tenemos célices de oro y
cristianos de barro”.
23
Es preciso y urgente descubrir el sentido de la Eucaristía, para poder construir Reino de
Dios. Sólo así podremos participar de Ella plena, consciente y activamente y
experimentar que es el Misterio de Nuestra fe.

1. GESTOS Y ACTITUDES CORPORALES

Después del siglo XII cuando se comienza a enfatizar las formulaciones fijas, dogmáticas
se fue intelectualizando poco a poco la celebración litúrgica de la Iglesia, hasta el punto de
dejar de ser una experiencia de encuentro para convertirse en: “decir la Misa”. La liturgia
se convirtió en signos rituales que se hacían estrictamente, o en la parte decorativa de la
celebración. Se fue olvidando que en la liturgia los fieles son ciertamente cooferentes del
Misterio Pascual en cuanto miembros del Cuerpo Místico de Cristo.

Precisamente por ser cooferentes con Cristo en la Eucaristía es sumamente importante el


redescubrimiento de los gestos y símbolos en la celebración, puesto que con gestos, signos
y palabras somos llamados a manifestar la presencia y la actuación del Señor, para sentir
el gozo de la salvación.

La Liturgia Eucarística no sólo es una expresión intelectual, un saber cómo y de qué


manera se celebra: es una celebración gozosa y total de la presencia y actuación del
Señor de la Gloria en y para su Pueblo. Por esta razón la participación corporal tiene
función decisiva en la celebración. El ser fiel a la antropología, a la unidad del ser
humano, demanda que cuerpo y mente no sean disociados en el encuentro oracional y
donante de la Eucaristía. Si bien es cierto que la liturgia es contemplación interior,
personal, también es experiencia corporal.

La auténtica adoración a nuestro Dios se da en el corazón, pero hay que proclamarla con
los labios, con gestos y actitudes que comuniquen y manifiesten la fe, el sentimiento de
adoración, alegría de la acción de gracias y la unidad de una misma oración de modo
sacramental, es decir de modo visible en signos, gestos, actitudes o palabras.

Es importante saber que las acciones y los gestos litúrgicos han recibido de la tradición de
la Iglesia significado objetivo que hay que conocer y celebrar. La Ordenación General
del Misal Romano (OGMR) nos dirá que los gestos y posturas que utiliza la Asamblea,
siendo signo de unidad y comunidad, tienen una doble finalidad: por una parte expresan
los sentimientos de culto de los fieles y por otra los fomentan y facilitan (OGMR n. 42).

La celebración sacramental no es sólo una invitación a poner nuestros cinco sentidos con
esmero y atención en la Liturgia, sino celebrar una liturgia en la que cada sentido tenga
su papel. Por tanto, celebrar litúrgicamente significa expresar con conciencia y alegría, a
través de signos, nuestra fe en el Cristo que nos salva en cada una de sus manifestaciones
sacramentales.
24
El oído desempeña importantísimo papel: baste recordar qué significa en la celebración la
proclamación de la Palabra, los cantos, el silencio, las oraciones.

Es de suma importancia saber que el saludo, los diálogos, las moniciones tienen que ser
un contacto de comunicación humana con la asamblea y no la recitación mecánica de una
fórmula. Se realizan para esperar y provocar respuesta de esa misma asamblea en
palabras y actitudes. No es igual hacer una monición para escuchar una lectura que para
motivar al silencio.

Las lecturas no deben ser leída sino proclamadas. La proclamación obedecerá al estilo
literario del texto: es muy diferente leer una narración histórica, recitar una poesía lírica o
dramática, proponer un salmo de meditación o cantar un himno (o salmo) de alabanza
gozosa, anunciar un hecho pedagógico, leer un escrito exhortativo dar avisos o invitar a
la participación en un acto comunitario.

Las oraciones demandan una actitud orante y de diálogo ante la presencia real del Señor.
No basta con alzar las manos y pronunciar un texto de contenido ortodoxo. La invitación
para unirse en oración comunitaria (Oremos) debe ser utilizada para significar póngase de
pie... Una cosa es la monición o gesto para obtener esta postura y otra es el sentido de la
invitación ¡ Oremos!

Más aún, como por medio de la palabra y del oído se pretende llevar la asamblea a una
determinada actitud común, el tono de voz tiene importancia decisiva: el coloquio, el
diálogo, la invitación, la recitación, la proclamación, la oración, etc. por la finalidad
propia que conllevan, piden una manera de hablar diferente. También la importancia del
mismo texto dentro del conjunto y de la dinámica de la celebración piden mayor o menor
relieve. Por ejemplo, no se debe proclamar la Plegaria Eucarística y el Embolismo como
si tuvieran la misma solemnidad. Un mismo tono durante toda una celebración, además
de cansar, revela un desconocimiento del sentido de las partes y de la dinámica de la
liturgia.

Finalmente, las posturas y gestos de la asamblea tienen la función de manifestar


determinados sentimientos durante una acción comunitaria y por tanto no deben juntar
movimientos y acción. Por ejemplo, arrodillarse como acto de penitencia o de adoración;
sentarse para oír, meditar, reflexionar; estar de pie para alabar, cantar, rezar; darse las
manos en signo de unidad; levantar las manos en actitud de súplica; aplaudir como
expresión de alegría o aprobación, etc. Una monición clara debe invitar al gesto y éste
acompañar la acción, sin unir, por ejemplo, el movimiento y el ruido de arrodillarse con la
recitación del Yo confieso; o el ponerse de pie, con el diálogo del Prefacio.

En cuanto a los ojos, o campo visual, es menester tener en cuenta la estética del lugar, de
las vestiduras, la expresividad de las posturas y gestos, la pedagogía de los objetos, los
colores, el orden en el altar, las imágenes y flores, la limpieza y buena disposición de los
cirios.

La belleza y dignidad de los objetos, la armonía de los adornos y gestos, la expresividad y


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claridad de los signos constituyen una primera condición que dispone a la oración. Si sólo
nos preocupamos de la validez del sacramento, descuidamos otro valor muy propio de la
liturgia: la pedagogía de las acciones, gestos, signos y útiles de la celebración. Además,
el cuidado de los detalles manifiesta seriedad profesional, la importancia que se da al acto
cumplido, el cariño y el testimonio de fe. El descuido de cuanto rodea la acción litúrgica
expresa de modo claro una actitud rutinaria: ¡se realiza la liturgia por cumplir un deber!

Además, los signos bien hechos nos ahorran muchas palabras de catequesis, nos ayudan a
nosotros mismos y a los fieles, al Misterio que celebramos y son una invitación a la
oración para que Cristo realice en los creyentes su acción salvadora.
La manera como los ministros se visten puede llamar la atención de los fieles. Por
ejemplo un alba desproporcionada a la persona que la viste, maltrecha, arrugada o
manchada, no condicen con la dignidad de ser Sacramento de Cristo y de presidir la
Asamblea. Lo mismo se puede decir de otros aspectos, llamémoslos estéticos, de la
celebración.

Todos estos signos sensibles deben ser realmente alimento, robustecimiento y expresión
de la fe de la Asamblea (OGMR n. 20). Y para lograr este objetivo propuesto por la
Iglesia es necesario hacerlos comprensibles y claros a la Asamblea.

2. LA CELEBRACION COMO TEATRO

La celebración litúrgica no es un teatro, es máxima realidad. Aunque también es cierto que el


teatro, al menos en el Occidente, nació de la liturgia. El arte escénico se desarrolló de manera
maravillosa hasta nuestros días. En cambio, la liturgia perdió mucho de la presentación
escénica, catequesis maravillosa en la Edad Media, y se redujo a un estereotipo poco ex-
presivo. Es urgente en la renovación litúrgica la recuperación de este sentido y es tarea
prioritaria de las Comisiones de Arte Sagrado. Además de la adaptación arquitectónica y
estética de los espacios litúrgicos, le cabe mejorar la expresividad en la celebración.

En este sentido es bueno recordar que la diversidad de ministerios exige un equipo de


celebración. Si no hay equipo o si cada actor-ministro no sabe lo que tiene que hacer, cuándo
debe actuar, por qué lo hace y cómo lo debe hacer, no se puede decir que es celebración con el
pueblo; más bien podría ser un espectáculo para el pueblo. Esto exige preparación, catequesis
y entrenamiento de todos los que actúan, incluyendo al presidente de la Asamblea.

Para que los oficios y ministerios sean claros y significativos, es de suma importancia la
ubicación del altar, de la sede del que preside, del ambón, de las sillas o bancas de los
participantes, sean ministros o fieles.

Es preciso enfatizar que loo más importante en la celebración es la actitud interior, orante y
expresiva, de identificación con el Misterio que van a celebrar y con la función que van a
ejercer. Pero, no será posible ayudar a los fieles a orar, si los mismos ministros ya antes de la
celebración no entran en el clima y ambiente al que pretenden llevar la Asamblea. El rito de la
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celebración, para todos, pero muy especialmente para los ministros, debe empezar por lo
menos 10 minutos antes del rito de entrada en el templo.

Como en una gran sinfonía, la armonía y dinámica del conjunto dependen del director, así en
la celebración litúrgica el que preside es el gran responsable. No será el comentador, o el
coro, o el maestro de ceremonias quienes podrán reemplazar al Presidente. Ello pide de los
obispos y presbíteros, una preparación especial.

Recordemos lo que dice Pío XII en la Mediator Dei: “la Liturgia es el ejercicio del Sacerdocio
de Cristo por medio de la Iglesia”. Significa que es el culto integral del Cuerpo Místico de
Cristo, Cabeza y miembros que en el culto se dejan cultivar por Dios, como lo dirá San
Agustín.

3. LA ASAMBLEA CELEBRANTE Y SUS MINISTROS

a. La Asamblea

La Asamblea cristiana es la reunión de bautizados que, por participar del Sacerdocio común,
son convocados por el Espíritu Santo, para celebrar gozosamente, a través de los signos, la
presencia salvadora de Cristo.

Por ser una Asamblea sacerdotal, tiene derecho y deber de participar consciente, activa y
fructuosamente en la celebración, "con participación de cuerpo y alma, ferviente de fe,
esperanza y caridad" (OGMR n 20).

La forma de celebración debe estar, en cierto modo, orientada en función de la Asamblea


(OGMR n 111), de tal modo que los signos usados ayuden a dicha Asamblea a descubrir la
presencia salvadora de Dios en ella.

Esto exigirá una revisión de cómo serán captados los ritos, cómo los signos usados
ayudarán a fortalecer la fe de los fieles, cómo los cantos y otras fórmulas deberán
escogerse para que sean expresión y signo de esa Asamblea concreta.

Será importante que la Asamblea logre unir fructuosamente la celebración eucarística con
las realidades de su propia vida, que el Señor quiere salvar. Será responsabilidad de los
Ministros ayudar a los fieles a lograr este objetivo, para que la Liturgia no resulte una
realidad marginada de su vida.

La asamblea es la presencia viva del resucitado. Ella es siempre cristófora, es decir,


portadora de Cristo. En su amor llevado hasta el extremo el Señor ha hecho de la
asamblea la expresión misma de ese amor que se dona al mundo.

b. El presidente

"El Obispo (OGMR n 92) o presbítero que celebra, preside también la Asamblea
congregada, haciendo las veces de Cristo, dirige sus oraciones, le anuncia el mensaje de
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correspondiente. "La Asamblea, sin embargo, necesita de Lectores, aunque no estén
instituídos para esta misión. Hay que procurar que haya algunos laicos, los más idóneos,
que estén preparados para ejercer este ministerio. Si se dispone de varios Lectores y hay
que proclamar varias lecturas, conviene distribuirlas entre ellos" (Prenotandos del
Leccionario para la Misa, n 52).

Los Lectores deberán ser preparados debidamente, tanto en lo técnico como en lo


espiritual.

"La preparación espiritual presupone, por lo menos, una doble instrucción, bíblica y
litúrgica. La instrucción bíblica debe apuntar a que los Lectores estén capacitados para
percibir el sentido de las lecturas en su propio contexto y para entender a la luz de la fe, el
núcleo central del mensaje revelado. La instrucción litúrgica debe facilitar a los lectores
una cierta percepción del sentido y de la estructura de la Liturgia de la Palabra y las
razones de la conexión entre ésta y la Liturgia Eucarística. La preparación técnica debe
hacer que los Lectores sean cada día más aptos en el arte de leer delante del pueblo, ya
sea de viva voz, ya sea con ayuda de los instrumentos modernos de amplificación de la
voz" (Prenotandas del Leccionario para la Misa, n 55).

No se trata, por tanto, sólo de una función material de lectura; el Lector debe asumir su
función sacramental, ya que a través de su servicio "es Dios mismo el que nos habla" (SC
n 7).

El Lector, aunque sea laico, tiene un Ministerio propio en la celebración eucarística,


ministerio que debe ejercer él, "aunque haya otro ministro de grado superior" (OGMR n
99). El lector es el “angelos” que anuncia la vida perenne del Resucitado desde la tumba
vacía.

e. El salmista
El Salmista tiene como ministerio proclamar el Salmo interleccional que es una
meditación o respuesta a la Palabra proclamada y ayudar a los fieles a que participen en él
mediante el canto o recitación de una antífona o estribillo invariable.

El Salmo Responsorial, parte integral de la Liturgia de la Palabra, debería ser cantado o


proclamado en tono lírico: no se trata de una lectura más.

La OGMR desea que el Salmista "sea dueño del arte del canto, tenga dotes para emitir
bien y pronunciar con claridad" (n 102).

f. Los acólitos

Los acólitos están destinados de un modo particular al servicio del altar durante la
celebración y, según las necesidades, a ser los ministros extraordinarios de la comunión,
tanto dentro de la celebración como para los fieles impedidos de participar en la
Asamblea litúrgica (Minysteria Quaedan, n VI).
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Su función debe aparecer realmente ministerial y no sólo decorativa. Su relación con la
comunión hace aconsejable que este ministerio sea encomendado a personas adultas más
que a niños.

g. Otros Ministerios

Merece especial mención el servicio de animación del canto. Como los demás ministros
de la celebración, también ellos pertenecen a la Asamblea y están a su servicio.

Es deseable que en toda celebración haya un pequeño coro cuyo objetivo será animar y
sostener el canto de la Asamblea, nunca sustituir la participación cantada de la misma.

Es conveniente que este coro vaya alternando con la Asamblea la parte musical. No es
recomendable el solista, salvo el caso del salmista o aquellos cantos que estén
compuestos como letanías o responsorios.

El órgano u otros instrumentos podrán acompañar y sostener el canto de la Asamblea.


Pero no se deben utilizar como música de fondo, sobre todo cuando el sacerdote está
haciendo intervenciones presidenciales (OGMR n 32).

Es muy conveniente tener un Equipo de Acogida al servicio de la Asamblea, que ayude a


crear este clima de fraternidad, acomodando a los fieles donde corresponda (OGMR 100,
105).

Un Guía comentador puede dar, antes de la celebración, las indicaciones prácticas (Misa del
día, intenciones, cantos, etc.), para que los fieles vayan entrando en la celebración y se
dispongan a entenderla mejor. Pero evitará las exhortaciones mistagógicas que pertenecen al
sacerdote que preside.

El Guía o Comentador es un servidor de la asamblea. Su función es introducir los cantos, los


textos, dar indicaciones, etc. Sus intervenciones serán breves, sobrias y asimilables. Debe
evitar, en su actuación, acaparar la atención y eclipsar al Presidente (OGMR n 100,105). El
verdadero animador de la Asamblea es el sacerdote que la preside (OGMR n 93).

4. LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO EUCARÍSTICO

1). LOS RITOS INICIALES DE LA CELEBRACIÓN

Los Ritos iniciales están constituidos por:

- el canto que acompaña la procesión de entrada


- el saludo al altar y a la asamblea
- el rito penitencial
- Kyrie y Gloria, aclamaciones laudatorias
- la oración presidencial o colecta
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a. Finalidad de los Ritos Iniciales

Este rito tiene como finalidad constituir la Asamblea, congregarla, a fin de que pueda
recibir la Palabra en espíritu de oración y disponibilidad para la conversión, condición
para llegar al rito sacramental: de este modo la Asamblea se dispone a oír
convenientemente la Palabra de Dios y a celebrar dignamente la Eucaristía (OGMR n 46).

La unidad de los hermanos en asamblea deberá ir creciendo a lo largo de la Celebración,


hasta culminar en la comunidad de todos en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Entonces se
constituirá el Cuerpo de Cristo. Entonces se edificará la Iglesia, finalidad de la Eucaristía.

Previamente a los ritos iniciales los fieles vienen de sus casas de forma individual como si
fuesen las piezas de un rompe cabezas. Al llegar a la casa de la Iglesia se unen
conformando la figura real del Cuerpo Místico de Cristo.

b. Contenido de los Ritos Iniciales

Es importante comprender que son varios los sentimientos que hay que resaltar y vivir en
estos Ritos Iniciales.

La fe en la presencia de Dios en la asamblea: es Dios que convoca y reúne a su Pueblo;


es Cristo el que se hace presente entre los que se reúnen en su Nombre. Estos Ritos
Iniciales deben manifestar esta fe y convertirla en vivencia. La Asamblea se constituye en
un sacramento de la presencia del Señor (SC n 7). Ella es presencia del Resucitado, es
esplendor de su gloria y manifestación de su amor.

Otro elemento que es necesario resaltar es el comunitario: Somos la Asamblea de los hijos
del mismo Padre Dios que nos reunimos convocados por El. El origen de esta comunidad
31
pueblo cristiano, más habituado a la oración de petición y de acción de gracias. La
asamblea se sabe salvada y amada incondicionalmente por su Señor. En la celebración ella
hace culto no para cultivar a Dios, sino para que Dios la cultive, y así experimentar los
frutos del amor entregado del Resucitado.

Los Ritos Iniciales ponen a nuestro alcance unas formas laudativas (Señor, ten piedad e
Himno del Gloria) que son una contemplación de la grandeza del Señor Resucitado y de
la Trinidad.

Finalmente la Ordció
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"El fin de este canto es abrir la celebración, fomentar la unión de quienes se han reunido y
elevar sus pensamientos a la contemplación del Misterio litúrgico o de la fiesta" (OGMR n
47).

Hay gran libertad para la elección del canto de entrada. Es un canto litúrgico, aunque no
autónomo: su función es acompañar el rito de la procesión de entrada.

He aquí algunos criterios:

- un canto que facilite la participación de todo el pueblo y promueva así su unión no es un


canto del coro ni mucho menos, de un grupito de guitarristas que escucha la asamblea. Tal vez
el ideal sea un canto interpretado alternativamente entre el grupo de cantores y la Asamblea
(OGMR n 48);

- un canto que tenga relación con el tiempo litúrgico o la fiesta que se celebra;

- un canto que manifieste la alegría del encuentro de un pueblo reunido para celebrar a su
Señor;

- un canto que acompañe la procesión de entrada. Conviene que haya una procesión hacia el
altar, constituída al menos por el presidente y demás ministros; al llegar el sacerdote a la sede
o al terminar la incensación del altar, termina el canto. (OGMR n 37).

3) SALUDO AL ALTAR Y AL PUEBLO CONGREGADO

a. El rito y su significación

El sacerdote en lo posible hará la procesión de entrada acompañado por los ministros. El parte
del pueblo indicando que el viene en nombre de la Esposa, la Asamblea. Al llegar al altar el
sacerdote y los ministros sagrados veneran el altar besándolo. Este beso significa la unión
esponsal que se da entre el Esposo que es Cristo, significado en el altar, y la esposa que es la
asamblea en nombre de la cual el ministro le besa. Ese beso indica que se ha iniciado la
entrega más profunda de amor entre Jesucristo el esposo y la Iglesia, su esposa. Entrega que
llegará a su zenit cuando el le de su cuerpo y su sangre como comunión.

Si pareciere oportuno también podrá incensarlo. El altar es el símbolo de Cristo, Sacerdote y


Víctima del Sacrificio de la Nueva Alianza, y es el centro de la Asamblea sacerdotal que
renueva ese mismo Sacrificio. Por este motivo el altar no constituye un mueble, sino que es un
lugar teológico, un espacio litúrgico donde Cristo se manifiesta.

Después de besar el altar y de incensarlo si ha sido oportuno, el sacerdote se dirige a la sede,


en donde en nombre del Señor, va a presidir la Asamblea celebrante. Recordemos que la sede
no es una silla, sino que es un espacio litúrgico, un polo magnético del aula eucarística. Es el
signo de la presidencia y del magisterio de Jesucristo. Desde allí el ministro “en la persona de
Cristo” preside en la caridad.
33

Estando en la sede el presidente de la liturgia hace la señal de la cruz y saluda a la Asamblea


con una de las fórmulas paulinas u otras.

Con este saludo, de corte bíblico, el presidente toma contacto más personal con el Pueblo de
Dios y lo introduce en la liturgia del día, mostrando el vínculo entre la celebración que se
inicia y la vida.

b. Recomendaciones

El saludo se dirige a la asamblea: vosotros o ustedes no nosotros, a fin de provocar la


respuesta: Y con tu espíritu. Es un diálogo que se inicia, y no una doxología.

Se recomienda que el sacerdote que preside haga, después del saludo a la Asamblea, una
monición de introducción para preparar a los fieles a la Misa del día (OGMR nn 31, 50 y 51).
Esta deberá ser muy breve. No se puede convertir en pequeña homilía. Su objetivo es despertar
la atención de los participantes y abrirlos al mensaje de la celebración.

Cada Celebración Eucarística nos anuncia y realiza un aspecto del Misterio salvador de Cristo.
Para que los fieles puedan adherirse más conscientemente a él, es conveniente hacer la
monición referente a ese determinado aspecto al inicio de la celebración.

En las Misas más solemnes, conviene incensar el altar y al Sacerdote. Es una manera de
destacar el signo: el altar simboliza a Cristo, y conviene incensar al Sacerdote porque hace las
veces de Cristo cabeza en medio de la asamblea.

c. DISPOSICIÓN ESPIRITUAL
Al inicio de la celebración Eucarística la disposición espiritual es la de la SAMARITANA:
“Señor dame de beber de esa agua”.

4) RITO PENITENCIAL

a. El rito y su significación

El Misal propone cuatro fórmulas penitenciales. Cada una de estas fórmulas de


arrepentimiento acentúa un carácter propio:

- La primera nos invita a reconocer nuestros pecados delante de Dios y de los hermanos: Yo
confieso....... En ella pedimos la oración de toda la Iglesia, de los Santos y de la Asamblea. Es
recomendable para días y tiempos penitenciales.

- La segunda nos hace esperar la manifestación de la misericordia de Dios y de su


salvación. Es una expresión de confianza del hombre fiel, a partir de su conciencia de pecado y
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de mal. Su uso puede ser oportuno en las comunidades más maduras en su fe.

- La tercera, de origen oriental, nos lleva a confesar y reconocer que la misericordia de


Dios es mayor que nuestros pecados. Cristo Señor, vence con su Resurrección la realidad de
nuestro pecado. Su uso, sería recomendable los domingos (Día del Señor) y las fiestas.
Convendrá que las invocaciones letánicas vayan precedidas de oportunas invitaciones (tropos)
penitenciales que resaltan la idea de nuestro reconocimiento del Señorío de Cristo sobre la
historia del pecado del hombre.

El Apéndice del Misal indica como posible Rito Penitencial la bendición y aspersión del agua
bendita que podría realizarse en todas las Misas dominicales. -Este rito es un claro signo del
agua bautismal que, después de purificarnos, nos ha dado acceso al Banquete Pascual de la
Eucaristía.

La Asamblea inicia la celebración expresando su conversión a Dios o penitencia. Responde así


a la invitación del Señor: "Conviértanse y crean en la Buena Nueva" (Mt 1, 15). También es
necesario, reconciliarse con los hermanos antes de presentar la ofrenda del altar (Mt 5, 25). El
presidente procura despertar el sentido personal y comunitario de la Penitencia, o conversión
evangélica, pero evita el examen de conciencia de tipo moralista. Se trata de confesar
preferentemente la misericordia de Dios, más bien que confesar los pecados. Es toda la cele-
bración la que nos hace salir del pecado y lleva la comunidad a la vida en el Espíritu.

b. Recomendaciones

Es fundamental que se dé lugar a un momento de silencio, de oración personal el cual forma


parte integrante de la celebración, y especialmente del Rito Penitencial.

Es bueno variar las fórmulas a fin de evitar la rutina y sugerir así expresiones distintas de la
actitud penitencial.

Corresponde al sacerdote que preside iniciar el Rito Penitencial y terminarlo con una fórmula
deprecativa. Esta no es una absolución sacramental: es una plegaria para implorar el perdón de
los pecados en los que caemos muchas veces. El acto penitencial de la misa es un
"sacramental". No se equipara con el Sacramento de la Reconciliación, pero puede suscitar la
contrición perfecta. La Santa Sede ha reiterado varias veces que nunca se debe dar la
absolución general en este momento de la Misa. El Rito Penitencial se omite cuando la Misa
va precedida de algún rito particular: la Bendición de los Ramos o Palmas, o de las Candelas, o
cuando se hará después la Bendición de la Ceniza, en las exequias, etc.

c. DISPOSICIÓN ESPIRITUAL
En este momento la disposición espiritual es la del PUBLICANO: “Soy un pecador. Señor, ten
misericordia de mí”. La apertura al don del amor engtregado para nosotros.

5) ACLAMACIONES LAUDATIVAS
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Kyrie eleison es una antigua fórmula en que se proclama que el Hijo (Kyrie) conoce nuestra
condición humana (eleison), pero que venció el pecado del mundo y por la Resurrección
adquirió el nuevo nombre de "Señor".

La Liturgia latina conservó esta fórmula en lengua griega para subrayar el sentido oriental de
hexomológesis, confesión y proclamación del Señorío de Cristo Resucitado sobre la
humanidad y su historia. Por eso esta aclamación no es trinitaria, sino cristológica, dirigida a
Cristo, Señor por excelencia.

Siempre se canta o recita esta tradicional aclamación a no ser que haya sido utilizada en el rito
penitencial (tercer esquema). Es de desear que cada invocación vaya precedida de una breve
invitación (tropo) que resalte el aspecto laudativo de esta pieza cristológica (OGMR n 52).

El gloria es un himno antiquísimo (siglo II) con el cual la Iglesia reunida en el Espíritu Santo,
alaba al Padre y suplica al Hijo, Cordero y Mediador. Es una hermosa doxología o alabanza a
Dios, fruto de la inspiración poética de las comunidades cristianas primitivas.

a. Criterios

Tanto el Señor, ten piedad como el Gloria, no son elementos presidenciales sino cantos de la
Asamblea.

Como himno laudativo el Gloria debería ser cantado. El canto, o bien la recitación, la puede
hacer toda la Asamblea, o alternando dos coros de la misma Asamblea o con los cantores
(OGMR n 53).

Pertenece a la autoridad territorial decidir si pueden autorizarse determinados textos, aun


cuando presenten algunas variantes con relación a las traducciones litúrgicas en vigor (cfr
Instructio Musicam Sacram, 5 marzo 1967, n 55).

De suyo se invita a que se respete la letra de los textos tanto del Kirie como del gloria, ya que
por su especial contenido constituyen una verdadera riqueza de la tradición de la Iglesia.

6) ORACION COLECTA

a. Sentido

En primer lugar es una oración presidencial que recoge, sintetiza y reúne -de ahí su nombre de
colecta- los sentimientos que en silencio ha rezado la Asamblea. Su función es dar el sentido
de la celebración del día. Es una oración que se hace en nombre y a intención de toda la
Iglesia.

b. Criterios
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Después del Oremos, haya o no una muy breve monición, hay que dar un tiempo de silencio
para que cada uno pueda orar personalmente. Luego el sacerdote, recogiendo los sentimientos
de la Asamblea, pronuncia la oración en nombre de la Iglesia reunida. (OGMR n 54).

Elección de la Colecta: En solemnidades y fiestas, se usan las oraciones del Misal.

En las memorias obligatorias se debe tomar del propio o del común. Las Oraciones sobre las
Ofrendas y las que siguen la Comunión, se pueden tomar de la feria, a no ser que la memoria
tenga oraciones propias.

En las ferias ordinarias además de las oraciones del domingo precedente, se pueden tomar las
de cualquier domingo durante el año o de las otras oraciones presidenciales propuestas en el
Misal (OGMR n 363).

La Iglesia desea que se escojan los formularios que más convienen a las necesidades de los
fieles, de la Iglesia y del mundo renovando, oportunamente la temática de plegaria de la
Asamblea.

A partir de este criterio, tal vez sería aconsejable que en las ferias, no se tomen las oraciones
que los fieles ya hicieron suyas el domingo anterior, sino las de alguno de los 32 domingos
durante el año.

Nada impide que alguna vez, los textos de las oraciones, conservando su inspiración temática
original, sean adaptados a la Asamblea, principalmente en las Misas con participación de niños
(Directorio n 51). También se puede ampliar la fórmula para hacerla más accesible al pueblo.
No se hagan improvisaciones vagas, de contenido ideológico o apologético; consérvese el
género literario propio de la colecta.

La liturgia señala dos formas de participación de los fieles en la Oración Colecta. La primera
es con la oración personal que cada uno debe hacer en silencio, después de la invitación hecha
por el Presidente.

La segunda es ratificando el texto de la Oración Colecta con el Amén final. Para que este Amén
sea realmente una ratificación, la Asamblea deberá escuchar con atención la oración que clara
y distintamente pronuncia el sacerdote.

No suele resultar fácil darle a esta respuesta de la Asamblea -Amén- todo su valioso contenido
litúrgico y bíblico. Será necesario revitalizarlo con la catequesis y resaltarlo ritualmente, tal
vez con el canto.

Hasta este momento ascendemos in crecendo en el encuentro esponsal de Cristo y su Iglesia.


Esto se ha dado mediante los niveles de presencia. En un primero momento la primera
presencia el Señor ha sido la asamblea reunida, ella es presencia real del Resucitado, pues
donde haya dos o más reunidos en su nombre él está en medio.
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En un momento inmediato encontramos su segunda presencia en el Ministro, quien actúa “in
persona Christi Capitis”, en la persona de Cristo cabeza. Su acción sacerdotal no depende de
su virtud, pues es Cristo quien ejerce su propio sacerdocio, tal como lo afirma el Concilio
Vaticano II en su documento sobre la Liturgia: “Cuando la Iglesia bautiza, es Cristo quien
bautiza, …cuando la iglesia consagra…es Cristo quien consagra”. Es lo que se llama en
sacramentología: el Ex opere operato.

7) Liturgia de la Palabra
El esquema ritual de la Liturgia de la Palabra está constituido y estructurado a manera de
diálogo entre Dios y su Pueblo. Tal como la relación entre el esposo y la esposa. Ahora
encontramos un nuevo nivel de presencia: Cristo el esposo habla con su esposa la Iglesia
presente toda ella en esa asamblea congregada. Y la Iglesia le escucha al amado y le
responde con cánticos y salmos. Es el más hermoso y profundo diálogo esponsal que
precede a la entrega total del ser: Jesucristo el esposo que se entrega a la esposa y la
esposa que se entrega a Cristo en la comunión de su Cuerpo y su Sangre.

- Dios habla a su pueblo a través de la Ley y los Profetas;

- El pueblo responde a Dios y medita la revelación;

- Dios habla a través de los Apóstoles;

- El Pueblo de Dios aclama a Cristo Maestro;

- Cristo mismo nos revela la Palabra del Padre;

- El Sacerdote, sacramento de Cristo (SC n°7) aplica y explica ese mensaje al Pueblo de
Dios;

- El Pueblo de Dios acepta esa manifestación de Dios: Credo;

- El Pueblo sacerdotal ora pidiendo al Padre la aplicación universal de esa redención


anunciada en la Palabra.

Encontramos una estructura dialogante de celebración. El Misterio de nuestra fe, es en


realidad un sublime encuentro de amor total, donde no se puede amar más, donde el
Esposo y la Esposa se autodonan y se autocompenetran.

a. Finalidad e importancia

La Palabra proclamada, no sólo instruye al pueblo y revela el misterio de la salvación que


se realiza a través de la historia, sino que hace al Señor realmente presente en medio de su
pueblo (SC nn 7 y 33). Es sumamente importante reconocer que realmente la Palabra
proclamada hace presente al Señor. Es Dios quien dona su Palabra y la Palabra es Cristo.
Los primeros cristianos anhelaban la llegada del domingo para oír como de viva voz las
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palabras del Señor Resucitado. De igual manera hemos de concienciarnos de esa presencia
de Cristo en medio de la asamblea celebrante, y estar anhelantes para escuchar la voz del
amado, la voz del Esposo que llega.

Ante esta manifestación de Dios, el Pueblo creyente responde al Señor con cantos y
oraciones (SC n 33) y habla a Dios con las mismas palabras y sentimientos que El ha
inspirado. El pueblo de Dios está ante el misterio de la Palabra que ha puesto su morada
entre nosotros.

De este modo la Liturgia de la Palabra por su naturaleza teológica y por su estructura


ritual es un logo o conversación entre un Dios que habla y vivifica y un pueblo que
escucha, responde y acepta su manifestación. Es el diálogo entre el Esposo y su Esposa
henchido por la fuerza del amor del espíritu Santo.

El objetivo fundamental que debe procurarse en esta celebración es la conciencia de que


Dios, presente en la Asamblea, habla hoy a su Pueblo. Y para esto, habría que enfatizar y
poner de relieve los elementos sacramentales de la misma celebración: la proclamación,
los ministros, el lugar, la respuesta de la Asamblea, el Leccionario, etc.

Una tradición de la Iglesia inmediatamente anterior al Vaticano II redujo la importancia


de la Celebración de la Palabra y puso todo el acento de la Misa en la Liturgia
Eucarística. Esto trajo como consecuencia que los fieles muchas veces no participaran (ni
asistieran) a la celebración de la Palabra, o bien dedicaran ese tiempo a la satisfacción de
su piedad individual. Los mismos nombres con que la llamaban muchos misalitos de los
fieles (Ante-Misa o Misa de los catecúmenos)hacía disminuir su importancia en el
aprecio y la participación de los fieles.

Los documentos de la renovación litúrgica le vuelven la importancia que tiene en sí


misma como signo sacramental y en su relación a la Eucaristía. "La celebración de la
Palabra se requiere para el Misterio mismo de los Sacramentos, como quiera que son
sacramentos de la fe, la cual nace de la Palabra y de ella se alimenta. Esto se ha de decir
sobre todo de la celebración de la Misa, en la cual la Liturgia de la Palabra tiende a unir
estrechamente el anuncio y la escucha de la Palabra de Dios al Misterio Eucarístico"
(Pablo VI, Eucharisticum Mysterium, n 10).

"Para que la Palabra de Dios realice efectivamente en los corazones lo que suena en los
oídos se requiere la acción del Espíritu Santo, con cuya inspiración y ayuda la Palabra de
Dios se convierte en fundamento de la acción litúrgica y en norma y ayuda de toda la
vida. Por consiguiente, la actuación del Espíritu Santo no sólo precede, acompaña y sigue
a toda acción litúrgica, sino que también va recordando, en el corazón de cada uno,
aquellas cosas que, en proclamación de la Palabra de Dios, son leídas para toda la
Asamblea de los fieles, y, consolidando la unidad de todos, fomenta asimismo la
diversidad de carismas y proporciona la multiplicidad de actuaciones" (Prenotandos del
Leccionario de la Misa, n 9).
39

b. Las Lecturas

Las Lecturas bíblicas, con los cantos que se le intercalan, constituyen la parte principal de la
Liturgia de la Palabra. En ella se dispone la Mesa de la Palabra de Dios a los fieles y se les
abren los tesoros bíblicos.

Hay que proclamar al menos dos lecturas bíblicas; no es permitido proclamar una sola, salvo
en el caso de las Misas con niños (Directorio nn 41 y 49). Sin embargo recordemos que lo
normal es que los domingos se proclamen tres lecturas. Igualmente en las solemnidades.

El número de tres lecturas obedece fundamentalmente a la pedagogía usada por Dios en su


manifestación: la salvación se anuncia a través de la Ley y los Profetas: primera lectura del
Antiguo Testamento. Cristo lleva a plenitud esta manifestación divina: proclamación del
Evangelio y la comunidad cristiana experimenta y vive esa salvación: lectura apostólica. Por
razones pastorales (y no por razones de brevedad o fácil comprensión), y por decreto de la
Conferencia Episcopal excepcionalmente se puede suprimir una lectura, pero nunca el Evange-
lio (OGMR n 357).

No se pueden sustituir las lecturas bíblicas por otras lecturas de escritores sagrados o profanos,
ni antiguos ni modernos; tampoco textos de Concilios, Sínodos o Asambleas Episcopales (3a.
Instrucción n 2) "Sería un grave abuso sustituir la Palabra de Dios por la palabra del hombre,
sea de quien sea" (Inst. Inaestimabile Donum n 1).

c. Los lectores

En la Liturgia de la Palabra es Dios quien habla a su pueblo por mediación de los


ministros. El oficio de proclamar la Palabra no es una función presidencial, sino el de
otros ministros: lectores, diáconos, y sólo supletoriamente el presidente (OGMR n 122).

En ningún caso debe un sacerdote concelebrante o celebrante leer las primeras lecturas
habiendo ministros laicos. Si no los hay, se deben preparar.

Si hay diácono, a él le corresponde proclamar el Evangelio. La lectura de la perícopa


evangélica está reservada al ministro sagrado, es decir, al diácono o a un sacerdote. Si no
hay diácono en las concelebraciones lo proclama un concelebrante y nunca el que preside.

Se puede confiar a una mujer las primeras lecturas y también intenciones de la Oración
Universal (Inaestimabile Donum, n 18). Recordemos que esto es una novedad después
del Concilio Vaticano II ya que antes de este le estaba prohibido a las mujeres proclamar
cualquier lectura.

Los lectores deben ejercitarse en el arte de la comunicación: no se trata tanto de leer sino
de proclamar, de comunicar autoritativamente y en nombre de Dios el mensaje bíblico.
De allí la importancia de la dicción, de las pausas, del tono de voz. Además, se debe
buscar el tono justo de proclamar, según el género literario del texto: relato histórico,
40
enseñanza doctrinal, exhortación moral, estilo profético, lírico, doxológico, himno, etc.

Es necesario adiestrarse en el uso del micrófono. Por todo esto, es indispensable que se
organice una verdadera escuela de lectores.

No es conveniente llamar de improviso a posibles lectores voluntarios. Tengan presente


los lectores que no se debe leer lo que en el Leccionario está en letra roja o cursi-vas.
No se debe decir: "Primera o segunda lectura, o salmo Responsorial", ni se leen las
referencias de capítulo o versículos bíblicos. Al fin de las primeras lecturas bíblicas se
dice: Palabra de Dios y al final del Evangelio Palabra del Señor, como referencia más
directa a Jesucristo que nos habla.

El diácono siempre pide la bendición del Obispo o al sacerdote antes de proclamar el


Evangelio. Si el que preside es Obispo, el sacerdote que proclame el Evangelio en ausencia del
diácono debe igualmente pedir la bendición (Ceremonial de Obispos, n 173).

Si se juzga conveniente, se puede hacer una monición introductoria antes de cada lectura. La
frase en cursiva que se encuentra antes de cada lectura no es un estilo de monición; más bien
sirve para inspirar la monición que es conveniente hacer antes de cada texto bíblico.
La oportunidad de la monición dependerá de las características o exigencias de la Asamblea.
Podrá hacerse una sola vez, para las tres lecturas. En este caso la haría el celebrante una vez
que la Asamblea ha tomado asiento. O podría hacerse una antes de cada lectura, al menos de
las dos primeras. La podría hacer el presidente (OGMR n 31) o un guía o comentador que
hablaría de un lugar distinto del ambón. No es aconsejable que la haga el lector, para que la
Asamblea no confunda lo que es propiamente Palabra de Dios con lo que es comentario, glosa
o introducción a dicha Palabra.

"El sacerdote distinto del celebrante, el diácono y el lector instituído, cuando suben al ambón
para leer la Palabra de Dios en la celebración de la Misa, deben llevar la vestidura sagrada
propia de su función. Los que ejercen el ministerio de lector de modo transitorio, incluso
habitualmente, pueden subir al ambón con la vestidura ordinaria, aunque respetando las
costumbres del lugar" (Prenotandos del Leccionario de la Misa, n 54).

d. El leccionario

El Leccionario bíblico es el signo de aquella Palabra que, inspirada por el Espíritu Santo, la
Iglesia recibió y conserva con especial esmero. Ya que este libro es, en la acción litúrgica,
signo de realidades celestiales, debe ser realmente digno, decoroso y bello (Prenotandos del
Leccionario de la Misa, n 35).

Para ayudar a descubrir la presencia de Dios en el Sacramento de su Palabra, es necesario


cuidar la forma externa del Leccionario. "Los Leccionarios que se utilizan en la celebración,
por la dignidad que exige la Palabra de Dios, no deben ser sustituídos, por otros subsidios de
orden pastoral, por ejemplo, las hojas que se hacen para que los fieles preparen las lecturas o
para su meditación personal" (Prenotandos del Leccionario para la Misa, n 37).
41

Estas hojas, si es del caso, deben ubicarse dentro de un libro digno.

Al final de la proclamación del Evangelio, conviene elevar el libro mostrándolo al pueblo, con
una invitación a la alabanza, p. ej. Aclamemos la Palabra de Dios, Gloria a Ti, Señor Jesús. El
que proclama el Evangelio besa el libro.

Una vez terminada la proclamación de las lecturas, el leccionario debe quedar en el ambón que
es su lugar propio, o bien sobre el altar. Si el presidente hace la homilía desde la sede, será
conveniente que lo tenga en sus manos. Terminada la homilía, un acólito lo llevará al ambón o
al altar, cuidando que no quede sobre un asiento o la credencia.

Conviene realizar la proclamación del Evangelio, Palabra de Cristo, con cirios o incienso. A
veces es conveniente hacer la procesión con el libro del Evangelio.

La tradición de la Liturgia romana acostumbró tener un libro exclusivo que contenía las
perícopas evangélicas, el Evangeliario: Era más espléndido y grande en su forma externa,
características que facilitaban la comprensión del simbolismo que contenía.

e. El ambón

La legislación litúrgica, para resaltar la proclamación de la Palabra, manda que haya un


lugar específico para su celebración.

Deberá ser un sitio "elevado, fijo, y no portátil, dotado de la adecuada disposición y


nobleza, de modo que corresponda a la dignidad de la Palabra de Dios y, al mismo
tiempo, recuerde con claridad a los fieles que en la Misa se les prepara la doble mesa de
la Palabra de Dios y del Cuerpo de Cristo, y que ayude, lo mejor posible, durante la
Liturgia de la Palabra, a la audición y atención de los fieles" (Prenotandos del
Leccionario de la Misa, n 32).

El ambón era ya utilizado en la sinagoga y en el mundo griego y romano, sin embargo en


el cristianismo primitivo adquiere una nueva significación. El ambón recordará el
sepulcro de Cristo, el cual estando vació, es soporte del ángel que encima proclama la
Buena Nueva: “No está aquí, ha Resucitado”. De allí su forma en los primeros siglos:
semejaba a un sepulcro y se adornaba con flores que recuerdan el jardín donde estaba el
sepulcro de Cristo.

Deberá lograrse una adecuada armonía y proporción entre la sede, el altar y el ambón.
Este deberá ser suficientemente amplio ya que a veces deben estar en él más de un
ministro de la Palabra. El Lector debe ser visto por la Asamblea mientras ejerce su
ministerio.

Todas las lecturas bíblicas, el Salmo Responsorial y la Oración Universal se hacen desde
el Ambón. Esta norma del Misal Romano (OGMR n 309) es tan importante, que todos los
lectores encargados de proclamar la Palabra de Dios, el que canta el Pregón Pascual, el
42
salmista para el Salmo Responsorial y también quien dice las intenciones de la Oración
Universal se dirigen a este lugar y desde allí cumplen su ministerio.

No es aconsejable que se use el ambón para otras funciones distintas. El guía o


comentador, el encargado del canto o el solista deben actuar desde otro lugar (OGMR n
309).

8) EL PUEBLO RESPONDE A DIOS

a. Importancia

La Liturgia de la Palabra es un diálogo esponsal entre Dios y su Pueblo. Por eso son
importantes las intervenciones participativas de la Asamblea que expresan su respuesta al
Dios que se le manifiesta. Estas intervenciones participativas son el salmo responsorial,
las aclamaciones antes y después de las lecturas, las posturas físicas (sentados o de pie) y
la atención receptiva que debe mantener. También la recitación del Símbolo Apostólico
(Credo) y la Oración Universal. Es necesario dar vida a todos estos signos y hacerlos
realmente expresivos de los sentimientos que el creyente mantiene ante Dios.

b. Recomendaciones

Para que el salmo cumpla su función litúrgica, no debe ser reducido a una simple lectura.
Normalmente, debería ser cantado, por lo menos el estribillo. Si no es cantado, lo
proclama un salmista, distinto del lector que ha proclamado la lectura bíblica. Lo
proclama lentamente, en forma meditativa, de manera que la Asamblea pueda asimilarlo y
meditarlo.

El salmista, deberá asumir la responsabilidad de la respuesta o intervención de los fieles.


Si éstos atienden al texto del Salmo responsorial, pueden olvidar la antífona que deben
repetir después de cada estrofa. El salmista, sin necesidad de invitar con un ¡Repitan
todos!, deberá decir en su oportunidad, con voz lenta y fuerte, la antífona de respuesta
para que los fieles la vayan repitiendo al unísono.

Sería empobrecer la Liturgia de la Palabra reemplazar el salmo por cualquier canto


religioso, ya que es un texto bíblico por el cual Dios habla a su pueblo, y tiene íntima
relación con la lectura bíblica. Sería antipedagógico transformar la Misa en una especie de
festival de canciones que nada tienen que ver con la acción litúrgica.

Es de suma importancia que la Eucaristía sea siempre un encuentro feliz, pero sublime
entre Dios y su pueblo, que como todo encuentro esponsal requiere de un equilibrio, ya
que si se pierde ese equilibrio se desvirtúa el encuentro.

Aun cuando no se cante el Salmo responsorial, es preferible recitar el salmo apropiado a


cantar otro canto.

Recuerde el lector o salmista que no debe anunciar: Salmo responsorial. A veces


43
convendrá introducir el salmo con una breve monición.

Otra forma de respuesta son las aclamaciones después de las lecturas bíblicas. Cuando el
lector anuncia que lo que ha leído es Palabra de Dios, la Asamblea expresa su fe, "dándole
gracias" o "alabando a Cristo" que nos ha entregado su Palabra que salva.

Las posturas físicas asumidas en la Liturgia de la Palabra son también expresión de


actitudes participativas. El estar sentado indica recogimiento, receptividad, contemplación. Es
la postura propia del discípulo frente al maestro: facilita la reflexión y la meditación de la
enseñanza. El estar de pie manifiesta la alegría, la vigilancia, el respeto con que la Asamblea
recibe el mensaje evangélico. Es la postura propia del hijo, en contraposición a la del esclavo,
que es estar postrado, que expresa la familiaridad alegre y vigilante con que se escucha a
Cristo que nos habla.

Se hace conveniente, a través de una adecuada catequesis, ayudar a la Asamblea a expresar, en


estos signos, una profunda actitud interior.

También la Liturgia nos propone el silencio sagrado como medio "para lograr la plena
resonancia de la voz del Espíritu y para unir más estrechamente la oración personal con la
Palabra de Dios" (Ordenación General de la Liturgia de las Horas, n 202). Los momentos de
silencio son oportunidades preciosas de encuentro con Dios, por lo cual ha de educarse a los
fieles a valorarlos.

Este silencio podría tenerse después de cada una de las lecturas, o bien una vez terminada
la homilía (OGMR n 45).

c. La Homilía

La Homilía no es un sermón, ni una catequesis, ni conferencia ni instrucción ni una plática


moralizadora, sino, como lo señala su etimología, una conversación familiar cuya finalidad es
aplicar, además de explicar, el mensaje de Dios a un Pueblo creyente concreto e introducir a
este pueblo en la celebración o actualización de este misterio de Salvación que se ha
anunciado. Como elemento constitutivo de la liturgia de la Palabra, tiene un carácter mistérico
y sacramental que lo une íntimamente al ministerio presidencial del sacerdote, signo y sacra-
mento de Cristo-Cabeza.

El Concilio Vaticano II al hablarnos de la predicación, nos dice que ésta debe ser la
proclamación de las maravillas obradas por Dios en la Historia de la Salvación o Misterio de
Cristo, realidad que está siempre presente en nosotros y obra en nosotros, particularmente en la
celebración de la Liturgia. (SC n 35, 2).

La Iglesia considera la Homilía como un alimento necesario para nutrir la vida cristiana
(OGMR n 65). La Palabra divina, que va dirigida a todos los hombres, asume una particular
eficacia cuando se hace viva en la Homilía. (OGMR n 29).

La Palabra de Dios anuncia y garantiza lo que Dios realiza para salvarnos. Esa Palabra, hecha
44
escritura, se actualiza cuando se hace vida en el ministerio profético de la Iglesia, ministerio
que se realiza en forma eminente en la Homilía.

El documento de Puebla define atinadamente la Homilía como "parte de la liturgia y ocasión


privilegiada para exponer el misterio de Cristo en el aquí y ahora de la comunidad, partiendo
de los textos sagrados, relacionándolos con el sacramento y aplicándolos a la vida concreta"
(Puebla n 930).

d. Orientaciones

La Iglesia quiere enfatizar la importancia de la Homilía asegurándonos por una parte que ésta
constituye una pieza integrante de la Liturgia e imponiéndola como obligatoria los domingos y
festivos (Prenotandos del Leccionario de la Misa, n 24; OGMR nn 29 y 65-66). Es muy
recomendable hacerla en las ferias de los tiempos fuertes del Año Litúrgico y en otras
celebraciones en que los fieles participan en mayor número (OGMR nn 66 y 382).

También se insiste en la oportunidad de las celebraciones eucarísticas celebradas para grupos


particulares (Actio Pastoralis n 6, g) y en las Misas de Niños (Directorio n 48).

La Homilía debe tener tres ejes fundamentales: La palabra divina proclamada: debe ser como
recordábamos más atrás, la "proclamación de las maravillas obradas por Dios en la Historia de
la Salvación que está presente y obra en nosotros particularmente en la sagrada Liturgia" (SC n
35, 2). Si bien la fuente más explícita de esta Historia la encontramos en la proclamación de la
Palabra revelada, se admite también que la Homilía se pueda inspirar en los textos de la
Liturgia que buscan expresar esa misma Historia salvífica.

El segundo eje que debe centrar la Homilía es la vida de la comunidad: debe aplicar a la
comunidad concreta la salvación contenida y anunciada en la Palabra.

Se trata, como enseñan los Prenotandos del Leccionario de la Misa, de "orientar a los fieles
para que vivan de acuerdo con la fe que profesaron" (n 6). Esto no significa que la Homilía
deba ser un elenco de las exigencias del Señor: junto con los ideales que El pone a sus
seguidores y las exigencias que de ellos se sigan, la Homilía debe resaltar las promesas y la
salvación que El Señor ofrece en este aquí y ahora de la vida de la Asamblea.

Los pastores deben dar, sin olvidar la totalidad del Mensaje de Salvación, una respuesta
peculiar, inspirada en la Palabra de Dios, a las cuestiones propias de la Comunidad.

Finalmente la Homilía -tercer eje- debe conducir a la celebración sacramental. La tradición


patrística ha acentuado esta función mistagógica, que es esencial de la Homilía. Si bien ésta
debe explicar la Palabra divina y hacer su aplicación práctica a la da, debe sobre todo anunciar
la realización de esa salvación en el aquí y ahora de esa comunidad.

En muchas ocasiones se desequilibra la Homilía cuando se hace de ella sólo una catequesis
clarificadora de verdades o un sermón de orientación moral o ética, olvidando el anuncio de la
45
realización a través del signo sacramental.

Esto se cumple, según nos enseñan los Prenotandos del Leccionario de la Misa, en forma
especial en la Celebración Eucarística: "El Misterio Pascual de Cristo, proclamado en las
lecturas y en la Homilía, se realiza por medio del Sacrificio de la Misa" (n 24). La Oración
Universal pretende completar en el Pueblo santo los frutos de la Liturgia de la Palabra y
hacerlo pasar más adecuadamente a la Liturgia Eucarística (n 30). Al Presidente le compete in-
troducir a los fieles en la Liturgia de la Eucaristía; y este paso debe realzarse en la Homilía (n
43).

En cuanto a la forma de realizar la Homilía recordamos algunas recomendaciones:

1. La Homilía será hecha normalmente por el mismo que preside. Esta pieza litúrgica tiene una
característica sacramental y no es sólo un detalle jurídico que quede reservada al presidente.

Las lecturas bíblicas no son presidenciales, sino ministeriales. "El Presidente ejerce también su
función propia y el ministerio de la Palabra, cuando hace la Homilía. Con ella guía a sus
hermanos hacia una sabrosa comprensión de la Sagrada Escritura, abre el corazón de los fieles
a la acción de gracias por las maravillas de Dios, alimenta la fe de los presentes en la Palabra
que, en la celebración, por obra del Espíritu Santo, se convierte en Sacramento, los prepara
para una provechosa comunión y los invita a asumir las exigencias de la vida cristiana"
(Prenotandos del Leccionario de la Misa, n 41).

2. "En las Misas con Niños debe concederse una gran importancia a la Homilía por la que se
explica la Palabra de Dios. La Homilía destinada a los niños puede realizarse alguna vez en
diálogo con ellos, a no ser que se prefiera que la escuchen en silencio" (Directorio para las
Misas con Niños, n 48).

Si alguna vez los fieles intervienen en la Homilía no deben suplantar jamás el ministerio del
Presidente, Sacramento de Cristo en la Asamblea.

La Homilía no puede ser suplantada por un diálogo ni mucho menos por un foro sobre la
Palabra de Dios. Estos diálogos, tan provechosos para asimilar la Palabra divina, deberían
hacerse en otras instancias catequéticas o pastorales, y no en la Celebración Eucarística.

3. El Presidente puede hacer la Homilía desde el ambón. Pero la forma y el lugar más
apropiado es sentado en la sede, desde donde ha presidido toda la celebración de la Palabra
(Prenotandos del Leccionario de la Misa, n 26).

Es importante tener en cuenta la distancia que media entre el Presidente y la Asamblea: una
separación demasiado grande dificulta la comunicación. Se da un obstáculo psicológico para el
encuentro.

4. La preparación de la Homilía deberá ser esmerada y su duración proporcionada a otras


partes de la Celebración (Puebla, n 930). Es un error pastoral y litúrgico, que por constatar la
ignorancia religiosa de la Asamblea, se haga de la Homilía una prolongada clase de catequesis
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y después se haga a toda prisa el resto de la celebración. Tal vez la ignorancia del Pueblo de
Dios deba ser un estímulo a buscar otras salidas pastorales que, a la larga beneficiarán la
Liturgia y a toda la vida cristiana.

5. En los domingos dedicados a un tema especial, como la Jornada de la Paz, el día de las
Vocaciones, el domingo de las Misiones, etc., se tomarán las lecturas correspondientes al
domingo, pero se hará mención del tema correspondiente en la Homilía. en los cantos,
moniciones y Oración Universal (Ceremonial de Obispos n 229).

6. Hay que separar de la Homilía los anuncios o avisos que tengan que hacerse al Pueblo.
Estos tienen su lugar, terminada la oración después de la Comunión y antes de la Despedida
(Prenotandos del Leccionario de la Misa, n 27).

7. La Homilía no debería ser sustituida por la lectura de documentos ni de textos de la


Liturgia de las Horas. Si hubiera que dar a conocer documentos magisteriales del Papa u
Obispo, sería preferible utilizar otros medios de comunicación corno folletos, volantes o
espacios de radio y/o TV.

8. El Magisterio de la Iglesia, en uno de sus documentos, enumera varias características de


la Homilía que podrían servirnos de síntesis:

- que sea explicación viva de la Palabra;

- que sea fruto de la meditación, ya que el Presidente también és discípulo de la Palabra;

- que esté suficientemente preparada tanto el contenido bíblico como su aplicación al aquí
y ahora de la comunidad;

- que no sea demasiado corta ni demasiado larga;

- que el que la hace tenga en cuenta a todos los presentes, incluso los niños y los menos forma-
dos. (Catechesi Tradendae, n 48).

9. Los silencios durante la celebración, especialmente después de la Homilía, deben ser


valorados y fomentados como elemento de participación y asimilación del Mensaje (OGMR n
45).

Por último, la homilía ha de ser un espacio de consuelo para los fieles y nunca la oportunidad
para descargar sentimientos ya sea de tipo moralizante, político, social o apologético (de
defensa).

e. DISPOCICIÓN ESPIRITUAL
Ante la Liturgia de la Palabra la disposición espiritual es la del CIEGO DE JERICÓ: “Señor
que pueda ver”. Que pueda entender, y como SAMUEL: “Habla Señor que tu siervo escucha”.
Como los primeros cristianos que anhelaban la llegada del domingo para escuchar como de
viva voz la Palabra del Señor.
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9) Profesión de fe

a. Sentido

El Credo, profesión de la fe de la Iglesia, es una respuesta a la Palabra de Dios. Tiene un valor


de tradición que expresa la unidad de la Iglesia en la misma fe.

Por lo tanto, en los domingos y solemnidades en que está prescrito, debemos utilizar una de las
fórmulas propuestas por el Misal, en la conciencia de que es la fe proclamada por la Iglesia en
todo el mundo (OGMR nn 67 y 68).

b. Recomendaciones

Ningún canto religioso puede reemplazar la fórmula de la fe señalada por la Iglesia.


Sin embargo, para facilitar la participación de los niños pueden emplearse temas musicales
adecuados, interpretaciones populares aprobadas, aún cuando no concuerden plenamente con
los textos litúrgicos. (Dir. Misas con niños n 31; Musicam Sacram n 55).

El Misal propone el símbolo bautismal o Símbolo de los Apóstoles y también el símbolo


Niceno-Constantinopolitano: es bueno utilizar ambas fórmulas por razones ecuménicas y
catequísticas. La fórmula puede ser cantada, rezada en común o en forma alternada.

No será difícil poner en la mano de los fieles folletos que ayuden a aprender los dos símbolos.

Como el Credo expresa la actitud de la comunidad creyente ante la Palabra proclamada y


meditada, podría caber esta proclamación de nuestra fe eclesial, aún en los días en que no está
prescrito.

En estos casos podrá ser muy útil emplear expresiones más libres para que la comunidad
manifieste su adhesión a la fe eclesial. Hay que tener cuidado para no reducir la profesión de
fe a unas fórmulas humanas, pues al final de la homilía, la comunidad afirma su fe en la
Palabra de Dios.

Para eso se puede utilizar la fórmula de la Vigilia Pascual, una de las fórmulas propuestas para
el Rito del Bautismo u otras semejantes, en forma de diálogo entre el sacerdote y la asamblea.

10) Oración universal

a. Sentido

La comunidad cristiana, reunida en Asamblea santa, ejerciendo de modo relevante su


sacerdocio bautismal, pide a Dios que la salvación que se acaba de proclamar se haga una
realidad.
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 En la Iglesia,
 En el mundo,
 entre los que sufren y
 en la misma Asamblea celebrante.

Esta pieza litúrgica pretende hacer real el plan salvífico universal de Dios: salvar a todos los
hombres y a todo el hombre. Hasta ahora los elementos de la celebración se centraban en la
comunidad celebrante o Asamblea. En este momento, en cierto modo, se rompen los límites de
la comunidad que está celebrando, para dar a la salvación, que se actualiza en los signos
sacramentales, la dimensión universal que el mismo Dios le ha dado.

b. Educar a los fieles en la oración

No basta con leer, en un folleto, algunas intenciones ya formuladas; éstas siempre se presentan
como sugerencias. Es preciso educar a los fieles a fin de que con espontaneidad la Asamblea
exprese los verdaderos intereses y las necesidades de la Iglesia, de la humanidad y de la
comunidad local, conforme a las circunstancias vividas y a la luz del Mensaje anunciado. Falta
mucho para que nuestra oración refleje la esperanza cristiana: no basta con proponer a Dios
nuestra solución personal. Además hay que recordar que normalmente Dios actúa por medio
de las causas segundas, muchas veces por nosotros mismos. Por lo tanto, pedir a Dios una
gracia implica un compromiso de colaboración para que la necesidad sea satisfecha en
conformidad con la voluntad del Padre. Orar es insertarse en la Voluntad de Dios para que se
haga en mí y no el pretender que el cambie Su Voluntad por mí.

c. Orientaciones

La Oración Universal tiene elementos propios del presidente y elementos propios de otros
ministerios.

Al sacerdote que preside le corresponde iniciarla desde la sede, con una exhortación y
concluirla con una oración colecta.

Al diácono, o, en su defecto, a un ministro idóneo, o a algunos fieles (Prenotandos del


Leccionario de la Misa, n 30) sin excluir a las mujeres, les corresponde recitar las intenciones
"breves y compuestas con sabia libertad" (Idem n 30). La Asamblea siempre puede añadir
otras intenciones locales preparadas previamente o improvisadas. Es conveniente, en las
asambleas mayores, que se dirijan al micrófono para que todos escuchen. También puede el
diácono o lector resumir las diferentes peticiones y proponer una síntesis para que toda la
comunidad participe con la respuesta.

La Asamblea de pie, en gesto sacerdotal, participa en la Oración diciendo o cantando una frase
u oración invariable, o bien, haciendo un momento de silencio (OGMR n 71).

De ordinario deben estar presentes las intenciones por la Iglesia, por el mundo, por los que
sufren y por la comunidad local. En celebraciones particulares el orden de las peticiones podrá
49
amoldarse a la ocasión (OGMR n 70). La Oración Universal no es el momento de la acción de
gracias.

Siempre debe haber una justa proporción entre las oraciones por las intenciones universales y
las locales o personales. Es el momento exacto para invitar a toda la comunidad a que ore por
las intenciones encomendadas o especiales que se tengan en la celebración.

Es conveniente que los pastores busquen la manera de conocer las necesidades de la


comunidad a fin de incluirlas oportunamente en la oración de los fieles.

En caso de Asambleas poco numerosas, en que se invita a los fieles a formular sus peticiones,
no se contestará a cada una "Te lo pedimos, Señor", sino que después de que todos hayan
formulado sus peticiones, el diácono o el lector concluye: "por todas estas intenciones,
roguemos al Señor".

Para evitar la rutina, es bueno variar la respuesta de la Asamblea, y también cantarla a veces.
Las intercesiones de Vísperas pueden ser buen modelo.

La Oración Universal es parte integrante de la celebración y convendría hacerla en todas las


Misas con participación del Pueblo (OGMR 69).

Normalmente no se debería omitir: mucho menos los domingos y días festivos. En días
feriales conviene hacerla más sencilla

5. Liturgia de la Eucaristía

1) ESTRUCTURA DE LA LITURGIA EUCARISTICA

Los textos bíblicos que nos narran la institución de la Eucaristía nos dicen que Jesús, en la
Ultima Cena, realizó tres gestos o acciones: tomó el pan y tomó el cáliz con vino. Después
pronunció la Bendición o Himno de Acción de gracias. Y finalmente, partió el Pan para
entregárselo y pasó a los apóstoles el cáliz, convertido ya en su sangre. Una vez realizados
estos gestos manda a los apóstoles que repitan esto en conmemoración suya. Que no significa
un recuerdo, sino un Memorial, es decir que por la acción del Espíritu Santo el evento de la
Pascua se hace realmente presente entre nosotros.

Cuando la Iglesia quiso realizar este mandato, ritualizó estos tres gestos que, aunque con
diversos nombres, han constituido la esencia de la celebración eucarística durante veinte
siglos.

El actual Misal nos presenta el siguiente esquema:

- Preparación de los dones, que corresponde al gesto tan simple del Señor de tomar el pan y
de preparar la copa con vino.
50

- Plegaria Eucarística, Acción de Gracias al Padre por sus dones, sobre todo por el don más
grande que nos ha regalado; por Jesucristo, tu Hijo Amado. Corresponde a la larga letanía
eucarístico-laudativa -Berakah- que el Señor pronunció en la cena ritual de la Pascua.

- Comunión, partir el pan y participar del cáliz de la salvación identificados en el mismo


Cristo, Palabra de vida y Pan de redención y repetir el gesto de Cristo en la Ultima Cena,
entregándose a sus apóstoles y a todos los creyentes.

Es el modo como la Iglesia pretende hoy, como ayer, seguir cumpliendo el mandato del Señor
de repetir la Eucaristía como memorialsuyo.

Las dos partes de la Misa, Liturgia de la Palabra y Liturgia de la Eucaristía, constituyen un


sólo acto de culto. A decir verdad, no son dos mesas separadas: la una conduce a la otra, como
en la revelación del Sermón de Promesa de la Eucaristía (Juan cap. 6): Jesús sube del pan de la
Palabra al pan de la Eucaristía.

En la Liturgia de la Palabra previa a la Eucaristía, se anuncia la Palabra que salva; en la


Eucaristía se realiza y se vive ese misterio salvador.

Es urgente hacer percibir, por medio de una catequesis adecuada, la unidad de la Misa, y la
íntima relación de sus partes; y sobre todo que se llegue a la experiencia con el Señor como
asamblea-esposa, que recibe todo el amor entregado de su Esposo.

a. Observaciones

Hay que mantener la estrecha vinculación entre las partes de la Misa aún cuando se hagan en
lugares diferentes (Directorio de Misas de Niños, nn 25 y ss).

El lugar de la Liturgia de la Eucaristía es el altar. Cuídese que en la Mesa del altar no haya ni
hojas, ni folletos, ni libros superfluos, ni anteojos, ni cerillas. La cruz y los cirios pueden estar
sobre la mesa del altar o cerca de ella (OGMR n 117).

El diácono o el acólito preparan el altar, colocando el corporal y disponiendo el pan y el vino


que traen algunos fieles de la Asamblea desde una mesita colocada en la nave o en el
presbiterio.
b. Los elementos de la Cena

De los alimentos de la Cena pascual, o de una cena de adiós, cargados de simbolismo, Jesús elige
los más simples y comunes: pan y vino. Pero su alcance simbólico debe ser puesto en evidencia a
la luz de la historia de la salvación.

* El pan
51
El pan, cargado del significado adquirido a lo largo de las páginas de la Biblia, recibe un
sentido profundo y nuevo a partir de las palabras de Cristo.

Es un don de Dios (Sal 104, 14ss.), medio de sustento esencial, al punto que quien es privado de
él muere. En el culto judaico es asumido como símbolo efectivo de la comunión con Dios en los
panes de la proposición y en los sacrificios pacíficos con la flor de harina (1 S 21, 5; 1 R 7, 48; 2
Cro 13, 11; Esd 35, 23-30; Lv 24, 5-9). El pan ácimo, sin levadura, recuerda la prisa por huir de
la tierra de Egipto; tal hecho era evocado en las plegarias de la Pascua. Es el pan ácimo de la
Pascua (Esd 12 y 13). Pero el pan recuerda también el alimento ofrecido por el Señor a los
israelitas en el desierto, pan de los ángeles comido por el hombre (Esd 16, 15ss.; Sal 78, 23; 105,
40...). Jesús mismo multiplicó los panes para saciar a la multitud (Mt 14, 19 y paralelos; Jn 6, 1-
11). Él mismo se define como el Pan de vida y promete un pan que es su carne para la vida del
mundo (Jn 6, 26ss. y 51ss.).

* El vino

Interesante también el simbolismo natural y bíblico del vino, que según las prescripciones
rituales de la Pascua debía ser tinto. El vino, con el pan y el aceite está entre los elementos
esenciales para la subsistencia (Dt 8, 8; 11, 14). Era ofrecido como libación sobre los sacrificios.
Es símbolo de alegría (Sal 104, 14). El banquete con vino es signo de los tiempos escatológicos
(Is 25, 6; Jr 31, 12). Jesús mismo anticipa la alegría mesiánica convirtiendo el agua en vino (Jn
2, 10ss.) y habla del festín escatológico cerca del Padre, alegrado por la copa del vino nuevo del
Reino (Mt 26, 29).

Por su color, rojo, tiene la capacidad de evocar la sangre y es llamado sangre de uvas (Gn 49,
11). De este simbolismo sangre-vino está impregnada la figura del Siervo de YHWH, presentado
como un pisaúvas con los vestidos manchados con la sangre de la uva (Is 63, 1ss.). Jesús en la
Cena asume el significado del vino-sangre mediante su palabra que esclarece, de sobra, la inicial
capacidad que tiene el vino de evocar la sangre.

* La copa

La copa-cáliz es rica en simbolismo. Reclama la participación en las libaciones rituales de


acción de gracias (Sal 16, 5; 123, 5) y de la alianza con YHWH (Sal 22). Pero tiene también un
sentido sacrificial. La sangre de las víctimas era recogida en los cálices de la aspersión (Esd 24,
6ss.). Beber el cáliz significa aceptar la voluntad del Señor, incluso cuando esta voluntad es
dolorosa (Sal 80, 6). Jesús mismo había hablado de su muerte como un bautismo y de su
aceptación como de un cáliz que se bebe (Mt 8, 11; Lc 13, 2). De manos del Padre acepta el cáliz
de la pasión en Getsemaní (Mt 26, 39 y paralelos). El cáliz y el vino presentan, al mismo tiempo,
la ambivalencia de la alegría, de la liberación y de la aceptación de la voluntad del Padre;
expresan, por lo tanto, el conjunto de las categorías de alianza-expiación, salvación-comunión y
liberación-banquete escatológico de alegría perenne.

Recordemos finalmente que pan y vino son los alimentos de la Alianza hecha entre Abraham y
Melquisedec (Gn 14, 18ss.) y los frutos prometidos de la Sabiduría a sus discípulos (Pr 9, 1-6)
10.
52

c. DISPOSICIÓN ESPIRITUAL
Al iniciar la liturgia Eucarística el fiel ha de disponerse como MARÍA No entiende
plenamente lo que sucederá, pero ante todo: “He aquí la sierva del Señor”, quien espera
anhelante la Venida del que trae la paz.

2) PRESENTACION DE LOS DONES

a. Los ritos

La Liturgia Eucarística se inicia con la presentación que los fieles hacen del Pan y el Vino que
se convertirán en el Cuerpo y la Sangre del Señor. También tienen cabida otras ofrendas, como
dinero o cosas materiales de ayuda a los pobres. Pero sobre todo, en este momento ponemos
nuestras vidas para que sean pan en las manos de Dios, para que luego sean compartidas en
hermandad.

Es conveniente, para ayudar el tránsito de la Palabra a la Eucaristía, hacer notorio el cambio


ritual. Hasta ahora el centro de la celebración eran el ambón y la sede. En el altar no había
ningún objeto, ya que no se había desarrollado en él ningún rito. Ahora se colocan corporal,
misal, ofrendas y se encenderán las velas o cirios Este cambio ayudará la transición entre
Palabra y Gesto Sacramental.

b. Orientaciones

El canto procesional de las ofrendas se justifica cuando dichas ofrendas se encuentran en la


nave, en medio del pueblo. Esta deberá ser la costumbre corriente. Si no se hace, se desvirtúa
el rito que no aparece claramente como presentación de ofrendas.

Si no hay procesión, la Asamblea guarda silencio o se puede hacer realizar un canto(OGMR


74).

El Pan y el Vino destinados a la celebración nunca se dejarán de antemano sobre el altar.

Es conveniente revisar el contenido de los cantos de este momento de la Misa. No deben


insistir en el aspecto de ofertorio a Dios del sacrificio. Esta idea se desarrollará más adelante,
después de la consagración, cuando la Víctima sacrifical ya esté presente en las especies
consagradas. Los cantos podrían expresar la entrega a Dios de nuestra vida simbolizada en el
pan y el vino, fruto de nuestro esfuerzo, o en la ofrenda en dinero, expresión cultural de
nuestra actividad laboral, o en nuestro aporte o ayuda a los necesitados, expresado en nuestras
ofrendas materiales para los pobres.

También el canto podría expresar la alegría de nuestra fraternidad cristiana reunida en torno a
Cristo, o bien prolongar el contenido entregado por Dios en la Palabra o el que se está
viviendo en el determinado tiempo litúrgico.
53

No se deben utilizar cantos de petición que repitan el contenido de la Oración Universal.

Recuérdese que el Misal presenta varias posibilidades en cuanto a la manera de recitar las ora-
ciones del Presidente: en voz baja, en voz alta, con o sin aclamaciones de los fieles. De
preferencia deben decirse en secreto.

Cuando se canta, el sacerdote dice las fórmulas de presentación en secreto. Si no hay canto,
puede decirlas en secreto o en voz alta. Puede haber un fondo musical cuando el oficiante las
dice en secreto.

Al mezclar el agua y el vino, el sacerdote o el diácono no hacen ninguna bendición sobre el


agua: la bendición no tiene sentido en este rito. La oración que acompaña este rito debe ser
dicha en voz baja.

No se debe hacer una elevación de las ofrendas, sino una simple presentación del pan y del
vino. Para esto, las ofrendas deberán elevarse muy poco sobre el altar. Se presentan por
separado el pan y el vino porque son dos signos complementarios.

El Celebrante pronuncia en ocasiones oraciones presidenciales y en otras hace oraciones a


título personal para poder cumplir su ministerio con mayor atención y piedad (OGMR n 33).
Estas últimas que ordinariamente los Misales las traen en letra más pequeña, deben ser
recitadas en voz baja.

Cuando se proclaman en voz alta, rompen la armonía del conjunto y sobrecargan la estructura
de la Liturgia. Así con la oración privada: Acepta nuestro corazón contrito... que éste sea hoy
nuestro sacrificio y la oración que acompaña al lavatorio de manos. Son oraciones personales
y no presidenciales.

El rito del lavatorio tiene finalidad simbólica. Para el sacerdote expresa el deseo de estar
totalmente purificado antes de comenzar su gran intervención sacerdotal en la Oración
Eucarística, en la que realiza en forma plena su Sacerdocio Ministerial.

Pero este rito (con su versículo) será "insignificante" si se echa algunas gotas de agua sobre los
dedos detrás del altar, a escondidas y peor si lo hace sobre el altar. Para que sea significante, y
que los fieles puedan participar de este "sacramental" se necesita un recipiente hermoso y agua
abundante en la cual el sacerdote sumerge sus manos, una toalla decente... La liturgia destaca
los signos... Es sumamente interesante como la Iglesia nunca ha suprimido este rito, y esto se
debe la carga simbólica que conlleva.

Cuando se diga: Orad hermanos, que es un oremos un poco más desarrollado, el pueblo se
pone de pie, ya que forma parte de una oración presidencial, la oración sobre las ofrendas. El
sacerdote no responde por lo tanto con un Amén al finalizar la respuesta de los fieles.

Se puede, y se recomienda en las solemnidades, incensar las ofrendas acto que destaca el signo
del pan y del vino. Significa que la oblación de la Iglesia y su oración suben como el incienso
54
en la presencia del Señor.

c. Otras ofrendas recomendadas

La Iglesia recomienda que junto con las ofrendas cultuales, la comunidad entregue también
otros elementos. Los más frecuentes son las donaciones en dinero y las ayudas materiales para
los pobres y necesitados.

La ofrenda en dinero debería ser presentada junto con el pan y el vino, lo cual exigiría que se
hiciera con rapidez y en forma expedita antes de la procesión de las ofrendas cultuales. Sólo se
colocan sobre el altar el pan y el vino. Las demás o junto al altar o sobre una mesa, pero
siempre fuera del altar.

También pueden ser llevadas otras donaciones para los pobres o necesitados. El Misal Romano
las prescribe especialmente en la Misa Vespertina del Jueves Santo. Estas pueden ser
presentadas procesionalmente por los mismos fieles, o ser recogidas a la entrada de la Iglesia
para ser llevadas después con el Pan y el Vino.

d. Sentido

Será preciso revalorizar estos gestos de las ofrendas con una adecuada catequesis.

En nuestra cultura el dinero se ha convertido en el medio ordinario de transacciones y


simbólicamente es el fruto del esfuerzo y del trabajo humano.

Por otra parte, la cualidad de hijos de Dios que tiene cada uno de los miembros de la asamblea
litúrgica, debe llevarlos a compartir fraternalmente lo que poseen.

Dar, pues, dinero en la celebración, no es dar una limosna, ni hacer una colecta. Es más bien
un reconocimiento a Dios, origen de todo, bien, que nos ha dado las capacidades para
transformar la materia a través del trabajo;

- Incorporación del fruto de nuestro trabajo para que sea asumido por Dios como sacramento de
salvación;

- Koinonía o comunión con los hermanos: capacidad de compartir fraternalmente con ellos los
dones de Dios y nuestras capacidades y éxitos.

- Fe, confianza y acción de gracias a la Providencia divina.

La reunión eucarística, según la enseñanza del apóstol, debe ser celebrada en un ambiente de
caridad fraterna y de profunda unidad (1 Cor 11, 20-22). Estos gestos podrían ayudar a una
participación más comprometida.

Parte de estas ofrendas se debe dedicar también al mantenimiento del culto. Tal vez sería
conveniente señalar periódicamente a los fieles de la Asamblea, la destinación de los dineros o
55
especies recibidas. Además de ayudar la generosidad se cumple un deber de justicia con los
oferentes.

e. DISPOSICIÓN ESPIRITUAL
La actitud fundamental es al de ser OFERENTE como María o Samuel: “Aquí estoy Señor
para hacer tu voluntad”.

3) LA PLEGARIA EUCARÍSTICA

La Plegaria Eucarística se inicia con el diálogo del Prefacio y termina con el Amén de la
Doxología con que la Asamblea ratifica su participación en esta Oración presidencial.
Recuerden que es un diálogo esponsal creciente que llegará a su culmen con la entrega plena
del Esposo a la Esposa.

a. Estructura y sus partes

La Oración Eucarística, por su naturaleza, es como el culmen de toda la celebración, es la


oración de acción de gracias y de santificación, y busca que la Asamblea entera se una a
Cristo en la proclamación de las maravillas de Dios y en la oblación del Sacrificio. Esta
plegaria la pronuncia el sacerdote ministerial, quien es a la vez voz de Dios dirigida al pueblo,
y voz del pueblo dirigida a Dios. Sólo debe escucharse la oración del Sacerdote: el pueblo que
se ha congregado para celebrar la sagrada Liturgia, guarda mientras tanto un religioso silencio"
(Carta de la Congregación del Culto sobre las Plegarias Eucarísticas, 27 de abril 1973, n 8).

b. Nombre

A través de los siglos esta parte de la Misa ha recibido diversos nombres. En la antiguedad se
le llamó Eucaristía para señalar el aspecto de acción de gracias laudativa. Más tarde, cuando
se acentuó su sentido sacrifical, se le llamó Oración de oblación, Acción del Sacrificio y, en el
Oriente, Anáfora. A partir del siglo VI se impone la expresión de Canon Actionis, o
simplemente Canon, término que equivale a norma fija, medida, modelo inalterable. Los
documentos postconciliares han vuelto al nombre primitivo y la llaman Plegaria Eucarística,
para acentuar de nuevo el contenido de acción de gracias y alabanza.

c. Sus elementos constitutivos

Son nueve los elementos que constituyen la Plegaria Eucarística, aunque no todos tienen la
misma jerarquía e importancia:

1. La plegaria se inicia con el Prefacio-Santo. El Prefacio es un Himno de acción de gracias al


Padre por habernos dado a Jesucristo su Hijo amado. El motivo de esta acción de gracias se
desarrolla en cada Prefacio: como Jesucristo es autor y síntesis de toda la salvación, cada
fórmula motiva la acción de gracias de la Asamblea según el tiempo litúrgico o las
circunstancias de la celebración. A veces se agradecerá por Jesucristo nacido por nuestra sal-
56
vación; otras por Cristo Resucitado, nuestra Pascua; otras porque en El brilla la esperanza de
nuestra Resurrección personal. Ante esta salvación que se anuncia y se realiza, la Asamblea
canta el Santo, palabra que es la expresión y el reconocimiento que el creyente hace de la
grandeza y santidad de Dios.

II. Transición a la Epiclesis: Suele ser una pieza de diversa magnitud, según los esquemas
de Plegaria Eucarística. Por lo general desarrolla y hace una paráfrasis del Santo anterior.

III. La Epiclesis consecratoria, parte muy importante de la Plegaria Eucarística es una


oración de invocación que se dirige al Padre para que envíe al Espíritu Santo sobre las
ofrendas de Pan y Vino y las convierta en el Cuerpo y la Sangre del Señor. Esta invocación va
siempre acompañada de un gesto epiclético, la imposición de las manos que el sacerdote
extiende sobre las ofrendas.

IV. La narración de la Institución eucarística es el momento cumbre de la Plegaria. El


sacerdote, con pequeñas variantes según los esquemas de las Plegarias, repite las palabras y los
gestos del Señor en el momento de la Institución, y muestra a la adoración de la Asamblea el
Pan y el Vino convertidos en el Cuerpo y Sangre de Cristo. Esta presentación de las especies
Eucaristizadas se han de realizar un poco más alto

V. La anámnesis del Misterio Pascual y el Ofrecimiento al Padre de la víctima sacrifical es


otro de los elementos esenciales. Se recuerda la Muerte, Resurrección y Ascención de Cristo,
no como una evocación fría de hechos pasados, sino como memorial viviente, realizado en el
aquí y ahora de esa Asamblea. La Eucaristía celebra y representa (hace presente de nuevo) la
fuerza salvadora de esos hechos que nos alcanzaron la reconciliación con Dios. Y por esa
razón el sacerdote, en nombre y representando todo el pueblo sacerdotal, lo ofrece al Padre
como oblación agradable a El y salvadora para los hombres.

Escribe L. BOUYER: «El memorial no es una simple conmemoración. Es una prenda sagrada
dada por Dios a su pueblo y que el pueblo conserva como su tesoro espiritual por excelencia.
Esta prenda implica una continuidad, una permanencia misteriosa de las grandes acciones
divinas, de las mirabilia Dei conmemoradas por las fiestas. Es, pues, la base para una súplica
confiada a fin de que la virtud inagotable de la Palabra que ha producido los «mirabilia Dei»
en el pasado los acompañe y los renueve».

VI. Después de la Consagración hay una segunda epiclesis o invocación: se implora de nuevo
la presencia del Espíritu Santo para que por una parte haga grata al Padre la ofrenda de la
Víctima y por otra, la acción del Espíritu una en una sola familia de hermanos a todos los que
se alimentan de esta misma Víctima.

VII. La Eucaristía tiene también un contenido escatológico: su efecto salvador se nos va


aplicando en esta vida, pero tendrá su plenitud en el cielo. Por eso se hace una conmemoración
de los Santos del cielo: mirándolos a ellos podrá el creyente oferente comprender el plan
Salvador de Dios que, a través de las vicisitudes de la vida, nos conduce a la participación
plena de la Resurrección de su Hijo.
57
VIII. Toda Eucaristía se ofrece por toda la Iglesia. Por eso en la Plegaria Eucarística hay una
intercesión explícita por todos ellos: el Papa, el Obispo, la jerarquía, los oferentes, los que
están reunidos, los ausentes, los difuntos: se pide que a todos ellos alcance la salvación de
Cristo que la Eucaristía representa y actualiza.

IX. La doxología de alabanza, que corona la Plegaria Eucarística, es un breve himno de


glorificación al Padre, en el Hijo y por el Espíritu Santo. La Asamblea rubrica y asiente con su
Amén esta glorificación y toda la acción realizada en la Plegaria Eucarística.

Cuando el Presidente de la liturgia dice la doxología: Por Cristo, con él y en él… Está
indicano el grado de unidad entre Cristo Cabeza y su esposa que es la Iglesia. Ella, la Iglesia,
vive por Cristo, con Él y en Él para poder ser alabanza de su Gloria.

Toda la Eucaristía es la oración de Cristo, por ello es eminentemente eficaz. Es la obra


salvadora de Cristo en el aquí y en el ahora. Es el Misterio pascual que se visibiliza ante
nosotros con la misma potencia-amor de salvación para todo el mundo.

d. La oración por los difuntos

Conocida como mementos de los difuntos. La Iglesia ora en Cristo y Cristo ora en la Iglesia,
su esposa, por todos los difuntos. La Eucaristía al estar en el ámbito de la escatología(Lo que
ha de venir), hace realmente presente el Misterio salvador de Cristo, rompiendo el tiempo y el
espacio. De esta manera la oración por el difunto la hace Cristo y al ser obra de Cristo actúa
allí donde el difunto necesitó la intervención misericordiosa de Dios, es decir: en el momento
decisivo de su muerte. La oración por los difuntos dentro de la Eucaristía es siempre eficaz
porque es Cristo quien ora al Padre.

e. Las plegarias eucarísticas del Misal

1. El esquema más conocido tradicionalmente en Occidente es el Canon Romano. Su


composición fue paulatina y muy antigua. A fines del siglo VI ya estaba fijada en la forma
actual y la Iglesia occidental la estuvo repitiendo durante siglos como la única forma de
celebrar la Eucaristía. Se puede encontrar ya en el sacramentario Veronense.

Tiene una gran riqueza de fórmulas oracionales en los Prefacios, fórmulas que resumen
admirablemente la fe de los cristianos. También ofrece buena variedad de fórmulas para
algunas fiestas litúrgicas. Acentúa, más que otros esquemas, el aspecto sacrificial y de
oblación.

Su uso se recomienda para aquellas fiestas que tienen embolismos o partes propias, en las
fiestas de aquellos santos romanos que se nombran en su texto y en la celebración eucarística
dominical.

II. El segundo esquema que nos presenta el Misal está calcado en el llamado Canon de
Hipólito, de principios del siglo II. Se encuentra en la Traditio Apostólica y es el texto romano
más antiguo que conocemos.
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Presenta como características la brevedad y sencillez, tanto en su estilo como en sus


conceptos. Resume muy sintéticamente la teología de la Eucaristía y, como toda síntesis no
siempre es clara en su expresión.

Se recomienda usarlo en las Misas con niños y jóvenes y en los días feriales. Para las Misas
por los difuntos tiene una forma especial de intercesión. Aunque tiene un prefacio propio, éste
no forma parte de su estructura y pueden usarse cualesquiera de los prefacios indicados en el
Misal.

III. El esquema tercero tiene como base la Liturgia Galicana, con influencia de la Liturgia
Hispana: Los elementos de la naturaleza son dones de Dios que el creyente vuelve a
entregarlos a Dios en oblación. Es de extensión media, ni muy larga ni muy breve, con pasajes
claramente perceptibles y fácilmente captables por la comunidad.

Sería oportuno usarla en las Eucaristías dominicales alternándola con el Canon Romano.
También tiene, como la anterior, una fórmula de oración por los difuntos que desarrolla el
sentido cristiano de la muerte. Puede usarse toda la riqueza oracional de Prefacios que nos
presenta el Misal.

IV. La más extensa de las Plegarias Eucarísticas del Misal ha sido tomada de la Anáfora
griega de san Basilio. Fue compuesta por este obispo en la segunda mitad del siglo IV y en los
siglos posteriores tuvo una gran difusión, que la hizo común a varias familias litúrgicas. Es una
larga narración de las intervenciones de Dios en la Historia.

Tiene un Prefacio invariable que nos habla de la creación inicial y de la creación de los
ángeles. Después del Santo nos entrega una síntesis completa de la Historia de la Salvación.

Convendrá usarla en ambientes más iniciados en Biblia y Liturgia: será una buena forma de
expresar la fe de la comunidad en este esquema de oración. Pero también podrá servir para el
anuncio de esta misma salvación a otras comunidades no tan cultivadas. También podrá servir
como un esquema de catequesis de la Historia de la Salvación.

V. La Plegaria del Sínodo Suizo es de composición reciente. Fue preparada en Suiza, para el
Sínodo en aquella nación. La santa Sede aprobó su uso en agosto de 1974 para las regiones
helvéticas. Posteriormente se hizo para varios otros países europeos. El nuevo Ordinario de la
Misa para los países de habla castellana trae esta Plegaria Eucarística en el suplemento, como
otra posible opción que podrá ser utilizada en nuestras celebraciones.

Ofrece la particularidad de tener cuatro variantes que responde a otras tantas temáticas. En esta
estructura podríamos ver una relación con la tradición romana, que en su canon ofrece
variedad de embolismos y plegarias para algunas festividades. Pero tal vez en su contenido se
aparte un poco de esta misma tradición: los esquemas que conocemos de Plegarias Eucarísticas
conmemoran la Historia de la Salvación en su totalidad o plenitud, y estos nuevos textos nos
ofrecen aspectos más temáticos de esta misma Historia salvífica.
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La parte invariable está compuesta de los elementos esenciales de las Plegarias Eucarísticas:
Epíclesis consecratoria, Relato de la Institución, Anámnesis y Epíclesis sobre la Asamblea.
Junto a estos elementos esenciales, la parte invariable nos trae también las intercesiones de los
Santos y el recuerdo de los difuntos. Las variantes están constituídas por el Prefacio y la
intercesión por la Iglesia.

Nos detenemos brevemente en cada una de estas variantes:

V.A: Dios guía a su Iglesia: Se subraya la presencia salvadora de Dios en su pueblo, tanto en
el Antiguo Testamento como en la Iglesia, y el carácter peregrinante de los creyentes, guiados
por la fuerza del Espíritu.

V.B: Jesús, nuestro camino: es más cristológica: se alude a los pasajes evangélicos Cristo
camino (Jo 14, 15), camino al Padre (id), la vida que nos colma de alegría (Jo 16, 22), etc. Por
medio de Cristo se realiza la manifestación del Padre y a través de El el hombre llegará a Dios.
El ideal de los creyentes es formar un cuerpo con El, cuerpo que reúna en hermandad al solo y
al desamparado.

V.C: Jesús, modelo de caridad: También es de contenido cristológico. Cristo es la expresión


del amor y la ternura del Padre Dios. La Iglesia hoy debe discernir los signos de los tiempos y
compartir la vida de todos los hombres continuando así la línea de salvación asumida por
Cristo. El amor es el camino de la salvación.

V.D: La Iglesia, camino hacia la unidad: En Cristo la Iglesia es Sacramento de salvación. La


intercesión por la Iglesia, en forma nueva y novedosa, pide la unidad para todos los estamentos
del Pueblo de Dios: laicos, sacerdotes, Obispo, Papa. La Iglesia debería aparecer como un
instrumento de unidad en medio de este mundo tan dividido.

Esta Plegaria podrá ser utilizada siempre que la misa no tenga Prefacio propio del día. Puede
ser utilizada cuando el Prefacio es del tiempo. Por su lenguaje directo y claro, es recomendable
para Misas de comunidades más cultivadas y en los días domingos del tiempo ordinario.

VI. Las Plegarias Eucarísticas para Misas de Niños fueron compuestas a solicitud de varias
Conferencias Episcopales y promulgadas por el Papa Pablo VI juntamente con un interesante
Directorio Pastoral (lo. noviembre 1973) que regula el uso práctico de dichas Plegarias.

Han sido compuestas para facilitar la comprensión y la participación de los niños en la


Eucaristía. Para responder a este objetivo, se nos han entregado tres Plegarias en un lenguaje
simple y llano. En su estructura se multiplican las aclamaciones con las que los participantes
infantiles explicitan su fe y su incorporación a la celebración.

El Directorio que regula estas Misas sugiere añadir alguna vez algunos elementos que puedan
facilitar la participación, como ejemplo, motivaciones concretas de acción de gracias antes del
diálogo del Prefacio (n 37). O bien, su participación a través de gestos corporales o
determinadas posturas físicas (Directorio citado, n 33). Para facilitar una participación interna,
procúrese que la celebración resulte festiva, fraterna y meditativa (Id. n 23).
60

Su uso está reservado a las comunidades exclusiva o preferentemente infantiles (de


preadolescentes). Si hay un grupo de adultos acompañando a los niños, es conveniente que el
Presidente y los ministros asuman su presencia y los orienten en la participación. Aparece
conveniente que las aclamaciones de la Asamblea infantil sean cantadas: lo exige la naturaleza
de la aclamación y responde más oportunamente a la psicología infantil.

VII. Las Plegarias Eucarísticas de la Reconciliación. Han sido elaboradas con motivo del Año
Santo de 1975. El tema central de ese acontecimiento eclesial, señalado por Pablo VI en la
convocatoria, era el de la reconciliación con Dios y con los hermanos. Estas Plegarias
pretendían convertir en oración ese objetivo del Año Santo.

Su configuración y el orden de sus partes sigue el esquema de las Plegarias Eucarísticas II y


IV. El desarrollo es temático: presenta la obra restauradora de Cristo como origen y
consolidación de nuestra reconciliación con el Padre y entre nosotros.

Su uso se recomienda cuando las comunidades cristianas celebran de modo especial el misteno
de la Reconciliación. Recomendable para los tiempos y días penitenciales, como la Cuaresma
y los viernes.

f. Orientaciones

La Plegaria Eucarística, que incluye el Prefacio, es típicamente presidencial. No se trata de un


rezo que la Asamblea podría recitar juntamente con el presidente, lo que le haría perder su
característica de Memorial: evocación de algo conocido, pero que se escucha con reverencia,
sobre todo porque este Memorial se actualiza eficazmente. Por lo tanto, no se puede proclamar
la Plegaria Eucarística junto con la Asamblea ya que dicha plegaria corresponde por entero al
sacerdote. No le es permitido ni siquiera al diácono recitar parte de la Plegaria, ya que éste es
un ministro auxiliar.

Repetidas veces la Santa Sede ha insistido: Usense únicamente las Plegarias Eucarísticas
incluídas en el Misal Romano o legítimamente admitidas por la Sede Apostólica. Es un
gravísimo abuso modificar las Plegarias Eucarísticas aprobadas por la Iglesia o adoptar otras
compuestas privadamente (Inaestimabile Donum, n 5).

Nadie puede disponer a su antojo de lo que pertenece al Pueblo de Dios; sería caer de nuevo en
un clericalismo arcaico, el imponer a una Asamblea contestar con un Amén a composiciones
de sacerdotes o laicos, pese a la fama de santidad, capacidad teológica o intuición pastoral de
que gocen.

La carta sobre las Plegarias Eucarísticas de la Congregación para el Culto, insiste fuertemente
sobre la dimensión eclesial de la celebración eucarística:
"En la Plegaria Eucarística, se dirige a Dios no sólo una persona privada o una comunidad
local, sino la misma y única Iglesia Católica que existe en todas y cada una de las Iglesias
locales" (cfr n 11).
61
Las cuatro fórmulas de Plegarias Eucarísticas son una profesión de fe en la que la Iglesia toda
se reconoce y se expresa: se deben, por lo tanto, utilizar todas las Plegarias. Sería empobrecer
la celebración eucarística utilizar siempre la misma fórmula. Los fieles tienen derecho a
escucharlas alternativamente. También la proclamación de la Plegaria es Evangelización. (cfr
Ibid, n 10).

Además de las cuatro plegarias Eucarísticas que se encuentran en el Misal Romano, la Sede
Romana ha concedido el uso de las tres plegarias para Misas con participación de Niños y de
las dos Plegarias sobre la Reconciliación (Carta de la Sagrada Congregación para Sacramentos
y Culto Divino de 15 de diciembre de 1980). El nuevo Ordo Missae que se va adoptando en
nuestros países de América Latina, incluye además la Plegaria Eucarística llamada del Sínodo
Suizo, que contiene cuatro variantes de un rico contenido oracional.

Utilizar en forma corriente y sistemática la Plegaria II, sería privar a la Comunidad de una
proclamación más clara del misterio eucarístico. En efecto, esta Plegaria es un resumen muy
sintético de la teología y celebración del misterio eucarístico, y como toda síntesis, no puede
resaltar suficientemente todo el contenido de las verdades que incluye.

"Durante la Plegaria Eucarística no se deben recitar oraciones o ejecutar cantos. Al proclamar


la Plegaria Eucarística, el sacerdote pronuncia claramente el texto, de manera que facilite a los
fieles la comprensión y favorezca la formación de una verdadera Asamblea, compenetrada
toda ella en la celebración del memorial del Señor". (Inaestimabile Donum, n 6). No se debe
decir: “Señor mío y Dios mío” puesto que es un momento altamente contemplativo. Es Esposo
se está donando todo el a su Esposa.

La música de órgano y de otros instrumentos durante la Plegaria Eucarística es un abuso que


se vuelve a introducir y que parecía superado (OGMR n 32). Se recomienda que el sacerdote
cante Prefacio, anámnesis, consagración y epíclesis, según las melodías aprobadas por la
autoridad competente.

Sería un error romper el pan al pronunciar las palabras del relato de la Institución: Tomó el
pan, lo partió. En la Misa, la Iglesia no fracciona pan sino el Cuerpo del Señor, según la
enseñanza de San Pablo: "Cristo es el único Pan partido; los que comemos de un mismo Pan
formamos un sólo cuerpo". Es lo que siempre ha hecho la Iglesia desde los Apóstoles.
Además, según la tradición bíblica, Cristo partió el Pan en vistas a la distribución. Por esto, la
Iglesia, al repetir la Cena del Señor, ha localizado esta fracción, no en el momento de la
Consagración, sino en la Comunión.

Téngase presente que el sacerdote eleva la hostia para que el pueblo la vea; sólo con la
consagración del vino el sacramento está completo en su signo.

La fórmula Este es el sacramento de nuestra fe, es una monición mistagógica que pertenece al
sacerdote, y no al diácono. Es un modelo que se propone, pero que puede ser un tanto
desarrollado según la celebración del día, a tenor de la recomendación de la carta sobre las
Plegarias Eucarísticas n 14:
"Por su naturaleza, estas moniciones no exigen ser repetidas al pie de la letra en la forma en
62
que aparecen en el Misal: de allí que, al menos en determinados casos, convendrá adaptarlas
algo a las condiciones reales de la comunidad".

La doxología con que acaba la Plegaria Eucarística corresponde sólo al presidente. Se trata de
una fórmula presidencial que pide una respuesta de la Asamblea, debida a la misma estructura
de la Plegaria Eucarística donde las intervenciones de la Asamblea son las aclamaciones
(OGMR n 79).

Es urgente revalorar el Amén final, comunitario y solemne, que en este momento toma una
dimensión amplia de ratificación, por parte de la Asamblea, de toda la plegaria eucarística
formulada en nombre de la Iglesia por el sacerdote. Pastoralmente se hace difícil obtener un
Amén comunitario y solemne. Se podría encontrar aclamaciones con formulación bíblica (por
ej. inspiradas en II Co 1, 20: "Con Cristo decimos Amén para la gloria de Dios Padre"...) y
cantarlas. Las Plegarias Eucarísticas que están con aclamaciones más abundantes en el cuerpo
mismo de la oración, facilitan este modo de proceder.

Cada Plegaria Eucarística forma un conjunto bien unificado, con características particulares y
estilo definido. Sería un error intercalar partes de otras Plegarias dentro de la que se ha
escogido. Resultaría una mezcla híbrida que desfigura y rompe la unidad de la Plegaria
Eucarística.

g. Participación de la Asamblea en la Plegaria Eucarística

La Plegaria Eucarística es una oración típicamente presidencial, y por tanto la Asamblea no


debe recitarla ni en todo ni en parte. Es el Presidente de la Asamblea quien debe proclamarla,
asumiendo la persona de Cristo Sacerdote y Mediador.

La Asamblea debe participar asumiendo algunas formas concretas que aquí señalamos:

a) Las aclamaciones: están previstas tres aclamaciones de la Asamblea en la Plegaria


Eucarística el Santo, la que se recita después de la Consagración y el Amén final. En la liturgia
las aclamaciones pretenden ser expresiones breves y concisas que manifiestan alegremente la
fe y el entusiasmo de la comunidad ante las manifestaciones sacramentales del Señor. El
Santo, complemento de la acción de gracias del Prefacio, es un canto de alabanza a Dios por
Jesucristo, tu Hijo amado. Las fórmulas de aclamación después de la Consagración subrayan
la idea de los diversos tiempos de la Historia de la Salvación, cuyo memorial se hace presente
aquí y ahora con su fuerza salvadora; es anuncio y anticipo de lo que obtendremos el día final,
el día del triunfo definitivo de Cristo.

La palabra Amén es una aclamación que significa mucho más que así sea. Amén es una
ratificación de lo que se sabe cierto, es publicar una seguridad, sirve para expresar la fe o una
convicción. "Amén es la firma que ponemos a un documento", dice San Agustín: por el Amén
hacemos nuestro el contenido de lo que firmamos.

Se hace necesaria una catequesis de estas aclamaciones para favorecer la participación de la


Asamblea y para superar el sentido de monólogo monótono que puede tener la Plegaria
63
Eucarística.

b) Otra forma de participación de la Asamblea es su silencio sagrado. No se trata de un


silencio de pasividad o inactividad, sino de oración. La plegaria de la Asamblea deberá
expresar los sentimientos y contenidos propios de la Plegaria Eucarística. Primero, dar gracias
a Dios Padre por la salvación de Jesucristo que se celebra en estos signos. No se trata de
cualquier agradecimiento; hay que centrarlo en el regalo más grande que El nos ha entregado.
Aunque este sentimiento de gratitud se puede realizar en toda la Plegaria, se centra
especialmente en el Prefacio.

En segundo lugar es necesario alabar. La alabanza es el sentimiento de admiración del


creyente ante la manifestación del Dios que lo salva. Se acentúa esta alabanza en el canto del
Santo y en la aclamación después de la Consagración. Finalmente hay un tercer sentimiento
que la Asamblea debe rezar: el ofrecimiento. Cristo se hace presente y renueva el Sacrificio
que perdona pecados y nos reconcilia con Dios. Después de la Consagración, en la anámnesis,
se realiza el auténtico ofertorio, donde el pueblo sacerdotal ofrece al Padre Dios lo más agra-
dable a sus ojos, su propio Hijo inmolado por nuestra salvación.

A estos tres contenidos esenciales, se debería añadir el de petición que se centra en las
oraciones de intercesión por la Iglesia y por los difuntos, como igualmente en la
conmemoración de los Santos del cielo. Para llegar a una participación ideal de los fieles en
esta parte de la Misa se debe catequizar muy especialmente esta Plegaria Eucarística, que es el
centro y el culmen de la celebración.

c) Otra forma de participación que se debería rescatar es la de las posturas corporales. Dentro
de la Liturgia, éstas tienen una doble finalidad: expresan un sentimiento religioso y, por otra
parte, fomentan y estimulan esos mismos sentimientos. (OGMR n 42). Es preciso que una
buena catequesis dé sentido a la postura de pie o eventualmente de rodillas, que asuma la
Asamblea durante la Plegaria Eucarística. Estos gestos deben ser real expresión de
sentimientos de adoración, alabanza, ofrecimiento sacerdotal y petición.

4) LOS REFLEJOS DE LA COMUNION

El Sacerdote Presidente inicia el Rito de la Comunión invitando a los fieles a recitar el


Padrenuestro. Se concluye con la oración después de la Comunión.

a. Sentido

Es importante que, por medio de la catequesis y de la misma celebración, se lleve a los fieles a
percibir la unidad de los ritos que preceden y acompañan la recepción sacramental del Cuerpo
y de la Sangre del Señor. Este conjunto de ritos que, a primera vista, aparecen como un
mosaico de piezas sueltas, pone de manifiesto el aspecto de Cena Pascual.

Es cierto que "el sacrificio, como Pascua de Cristo, es ofrecido por todos, pero no produce sus
efectos sino en aquellos que se unen a la Pascua de Cristo por la fe y por la caridad".
(Eucharisticum Mysterium).
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En este Rito de la Comunión el Pueblo cristiano: participa de los beneficios salvadores del
Misterio Pascual; renueva la Alianza con su Padre Dios a través de la Sangre de Cristo; y
anticipa el banquete escatológico del Reino definitivo de Cristo.

Varios signos, mutuamente relacionados, encaminan hacia el signo-cumbre de la comunión: el


Padrenuestro, el Rito de la Paz, la Fracción del Pan y la Comunión.

b. Orientaciones

Signo de la oración del Señor. Filiación

El Padre nuestro, con su embolismo (ampliación de la última petición) sintetiza en cierto modo
y expresa sentimientos semejantes a los de la Plegaria Eucarística.

La monición mistagógica que introduce el Padre Nuestro es otro esquema propuesto que no
conviene repetir invariablemente. Es otra oportunidad para que el Presidente (no es monición
del diácono) pueda vincular Palabra, Vida y Eucaristía según la celebración del día.

No está previsto o señalado ningún gesto que deba realizar la Asamblea para acompañar la
recitación del Padre Nuestro. Si los fieles hacen algún gesto, éste debe ser ocasional. El
tomarse de las manos expresa fraternidad y unidad. Este sentimiento tendría lugar más
adecuado en el rito de la paz. Aunque actualmente se prevé la posibilidad, allí donde la cultura
lo permita, orar el Padre Nuestro con las manos extendidas.

Levantar las manos extendidas puede ser una buena expresión de filiación y dependencia de
Dios.

Debe darse valor a la respuesta de la Asamblea; se trata de una auténtica aclamación: ¡Tuyo es
el Reino!...

c. Signo de la Paz - Fraternidad

La Paz que se pide a Cristo, Señor de la Paz, y que se desea entre hermanos, tiene un
contenido profundamente humano y evangélico. Este gesto de la paz debe llevar consigo un
compromiso de trabajar por la paz y la unidad, y no sólo en el momento y ámbito de la
celebración: dar la paz, no es sólo manifestarla, es compromiso de construirla.

El sacerdote prepara el gesto con una oración que recuerda la promesa de Cristo en vísperas de
su muerte. Es una oración presidencial y no debe recitaría la Asamblea.

La invitación para darse la paz la hace el diácono, si lo hay. Esta monición diaconal es breve.
El gesto es libre: apretón de manos, abrazo, o puede ser también un tomarse todos la mano. Se
debe decir: “La paz de Cristo” y se responde: “Con tu espíritu”. Este gesto no debe
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confundirse con otras formas de saludos, como felicitaciones en acontecimientos alegres, o
condolencias en las celebraciones de funerales. Fundamentalmente se trata de un signo de
comunión y amistad cristiana que hay que compartir con las personas más cercanas. Basta que
se de la paz a los que están al lado puesto que en ese momento conformamos el Cuerpo
Místico de Cristo. Darle la paz a unos es dársela a todos.

El ministro que preside da la paz del Señor a todos los fieles: “La paz del Señor esté con
Ustedes” por lo que no debe bajar del presbiterio a dar la paz a los fieles, pues es una
repetición gestual.

Sería preferible no cantar nada durante el rito de la paz para que el saludo pueda ser más
espontáneo. Pero si hay algún canto, éste no debe reemplazar el Cordero de Dios que
acompaña al rito de la Fracción del Pan y de la Inmixtión y que tiene un simbolismo muy rico
de unidad de toda la Iglesia en un mismo Pan compartido y en un mismo Cáliz.

Tampoco se debe prolongar el canto de paz y el saludo, con el peligro de romper el equilibrio
de los gestos. De hecho, el Cordero de Dios es un canto sacrificial que da sentido al gesto de
Jesús, que partió el pan diciendo: Tomad y comed... bebed todos de él.

Además, el que preside debe esperar que hayan terminado de darse la paz, para iniciar el rito
de la Fracción e Inmixtión (echar un pedacito del Cuerpo del Señor en el Caliz que contiene su
Sangre): No empalmar los ritos.

d. Signo de la Fracción del Pan: Amor, caridad

El rito reproduce la acción de Cristo en la Ultima Cena, pero con el contenido doctrinal
profundo que formula San Pablo: “Cristo es el único Pan Partido; los que comemos de un
mismo Pan formamos un sólo cuerpo” (1 Cor 10, 17).

Este gesto viene de los tiempos apostólicos: incluso le dio el nombre a toda la acción
eucarística.

No hay que partir la hostia grande tan sólo en dos mitades; está mandado dividirla en más
partes y levantar una sola partícula, para que la asamblea vea que se ha partido el Pan
consagrado. Después, no se deben acomodar las dos mitades de manera que la hostia aparezca
entera.

El sacerdote comulgará con una partícula solamente y distribuirá las restantes entre los que
comulgan (OGMR n 321).

"Y para que, incluso por los signos, se manifieste mejor la Comunión como participación del
Sacrificio que en aquel momento se celebra, hay que procurar que los fieles puedan recibirla
con hostias consagradas en la misma Misa" (Eucharisticum Mysterium, n 31).
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El rito de la inmixtión simboliza que la unidad de la Iglesia Universal se realiza y recibe nuevo
impulso en la celebración de la única Eucaristía, en la comunión de la fe en la fraternidad que
anima y edifica el Cuerpo del Señor por la fuerza del Espíritu. Todo este gesto ritual, que pasa
desapercibido para los fieles, es acompañado por el canto o la recitación del Cordero de Dios
por parte de la Asamblea. Su canto o recitación no corresponde al Presidente.

El canto del Cordero de Dios, no debe ser sustituido por un canto de paz. Es un canto
sacrificial y, desde el punto de vista ritual, funcional, es decir, que acompaña una función o
gesto, que aquí es la fracción e inmixtión del Pan. Puede ser cantado por la Asamblea o bien el
coro o solista canta el Cordero de Dios y la Asamblea responde la segunda parte. Esta
invocación debe repetirse cuantas veces sea necesario para acompañar la fracción. La última
vez se concluirá con las palabras dan os la Paz.

Nada impide que entre cada aclamación, que se puede repetir varias veces, se proclame alguna
antífona o frase del Evangelio (tropos), sobre todo cuando hay que partir varios panes
consagrados.

"La naturaleza misma del signo exige que la materia de la celebración eucarística aparezca
verdaderamente como alimento. Conviene, pues, que el Pan Eucarístico, aunque sea ázimo, se
haga en tal forma que el sacerdote, en la Misa celebrada con el pueblo, pueda realmente partir
la hostia en partes diversas y distribuirlas, al menos a algunos fieles. Con esto no se excluye el
uso de hostias pequeñas, cuando así lo exige el número de los que van a recibir la sagrada
Comunión y otras razones pastorales. Pero el gesto de la fracción del Pan, que era el que servía
en tiempos apostólicos para denominar la misma Eucaristía, manifestará mejor la fuerza y la
importancia del signo de unidad en un solo pan y de la caridad, por el hecho de que un solo
pan se distribuye entre hermanos" (OGMR n 321).

e. Signo de la Comunión Incorporación a Cristo y a la Iglesia

Después de las preparaciones y su insistencia en el Cuerpo de hermanos que formamos en


Jesucristo, resuena esta espléndida afirmación-invitación inspirada en el Apocalipsis: Dichosos
los invitados a la Cena del Señor (Ap 19, 9): proclama que participarnos en la Cena
escatológica, que la comunión sacramental es participación, el Reino ya presente, de la
comunión en Dios. La comunión nos une a la Iglesia de todos los lugares y de todos los
tiempos, realiza la comunión de los Santos. Nos compenetramos con Cristo y entre nosotros
mismos, realizando el designio de Dios que es "reunir el Universo entero bajo una sola
Cabeza, Cristo" (Ef 1, 10).

La invitación: "Dichosos los invitados a la Cena del Señor", es una invitación universal no
solamente a nosotros. Es también una Monición Mistagógica breve que se sugiere y que
termina una exhortación relacionando Palabra, Vida y Eucaristía. (Cfr. Carta sobre las
Plegarias Eucarísticas, n 14).

El sacerdote que preside debe dar la comunión, por lo menos a una parte de los fieles. Siempre
ha sido tradición en la Iglesia que el que reparte el Pan de la Palabra reparta también el Cuerpo
67
del Señor. No es normal que presida, consagre y luego se vaya a sentar dejando a otros el
oficio tan propio del padre de familia de partir el Pan. "Es reprobable la actitud de sacerdotes
que, aún estando presentes en la celebración, se abstienen de distribuir la comunión dejando la
incumbencia a los seglares" (Inaestimabile Donum, n 10).

La comunión se entrega: "es un don del Señor que se ofrece a los fieles por medio del ministro
autorizado para ello. No se admite que los fieles tomen por sí mismos el pan consagrado y el
cáliz sagrado; y mucho menos que se lo hagan pasar de uno a otro" (Inaestimabile Donum n.
9).

La Iglesia prefiere multiplicar el número de los ministros de la comunión. El que cada fiel
tome directamente la comunión es un abuso y una forma de clericalismo, ya que se obliga a
todos a comulgar con la mano; la Iglesia respeta la sensibilidad de cada uno (Inaestimabile
Donum, nn 9-15).

Además imita el gesto del Señor: se lo dio, diciendo, tomad y comed... Como signo, la
comunión expresa también la Alianza que se ratifica comiendo el Cuerpo de Cristo y bebiendo
su Sangre. La Alianza es con la Iglesia y con cada uno de los cristianos. Esto exige la
presencia de un miembro de Cristo, frente al cual se responde el Amén de la Alianza.

El n 10 de la Inaestimabile Donum insiste en que el ministro extraordinario sólo puede


distribuir la comunión cuando faltan el sacerdote, el diácono o el acólito; o bien, cuando el
sacerdote está impedido por enfermedad o edad avanzada o cuando el número de los fieles que
se acercan a comulgar es tan grande que la celebración misma de la Misa se prolongaría
demasiado.

Si el ministro que distribuye la comunión es un ministro extraordinario ad casum (al caso) no


se debe omitir el rito de designarlo para este servicio ad actum (al acto).

Es recomendable que los fieles se acerquen a comulgar en procesión, avanzando en dos filas
hacia el altar. Este gesto expresa la actitud caminante del cristiano que, con un hermano al lado
y cantando la alegría de sentirse hijo de Dios, come el Pan de los caminantes -Viático- para
reparar sus fuerzas y seguir avanzando con el testimonio de su vida.

En cuanto a la Comunión por intinción resulta más práctico que el que reparte la comunión
tenga el Cáliz en su mano y moje en el Cáliz la Hostia que un ministro le presenta en una
bandeja a su derecha.

El canto de comunión acompaña a la procesión de comunión. Terminada la procesión de


comunión debe terminar el canto para abrir espacio al silencio sagrado.

La purificación del Cáliz puede hacerla el Sacerdote en el altar, o bien por un ministro
(diácono o acólito) en la credencia, o bien el mismo sacerdote después de la Misa (OGMR nn
163b y 279).

Resulta poco digno y poco elegante a los ojos de los fieles, purificar los vasos sagrados en el
68
mismo altar.

Valórese y foméntese el silencio después de la Comunión, el cual puede alternarse con un


salmo o cántico de alabanza. También puede haber primero silencio y después canto (cfr
Inaestimabile Donum, n 17).

Es conveniente que el Presidente introduzca y motive la oración silenciosa de la Asamblea


(OGMR n 31). Tal vez podría ayudar esta motivación el texto de la Antífona de Comunión
que, según la tradición romana, sintetiza y resume el mensaje anunciado y celebrado.

Nótese que la música del órgano puede ayudar a crear un ambiente propicio al silencio y al
recogimiento.

Los ritos de la Comunión terminan con la Oración Presidencial, precedida de la invitación:


¡Oremos! Si se hubiere hecho el silencio sagrado después de la Comunión, el Presidente recita
la fórmula de oración, sin que medie el momento de silencio (OGMR n 165).

La comunión es el punto máximo de entrega esponsal entre Cristo y la Iglesia, El se ha dado


todo a Ella, en su Cuerpo y su Sangre, y Ella se ha dado toda a su Esposo.

Es preciso recordar que a la comunión en el Cuerpo de Cristo sacramental le antecede la


comunión en el Cuerpo de Cristo eclesial. “Si al llevar tu ofrenda al altar recuerdas que alguien
tiene algo en contra tuyo, deja tu ofrenda en el altar y reconcíliate…”

f. DISPOSICIÓN ESPIRITUAL
Al comulgar la disposición espiritual es la del CENTURIÓN: “Señor, no soy digno de que
entres en mi casa, pero una palabra tuya bastará para sanarme”. Es la disposición de la Esposa
que abre su mente y corazón al Esposo para ser una sola cosa: Cabeza y Cuerpo. En este
momento la Iglesia es consciente que recibe no una cosa, sino una Persona, la de Cristo, en la
disponibilidad de su Amor.

6. RITOS DE CLAUSURA

Los ritos de despedida son muy simples y breves: los avisos de la Comunidad, la Bendición, la
Despedida y eventualmente el Canto Final.

a. Avisos de la Comunidad

Los avisos que son importantes para la vida de la comunidad, que debe estar centrada en la
Eucaristía, deben hacerse después de la oración presidencial que siguen a la Comunión, nunca
en la homilía o antes de la postcomunión, ni durante el silencio sagrado.

Los da el sacerdote mismo u otro ministro, diácono o lector, evitando alargarse demasiado. No
es conveniente sentarse para los avisos.
69

Se evitará publicidad, propaganda o alusiones monetarias: películas, rifa, venta de artículos o


comercio en la puerta de la Iglesia. Para ello debe usarse un lugar fuera del recinto sagrado u
otros medios de comunicación: boletín, afiches, carteles, etc. Hay que ser sobrios en dar
horarios y fechas en los avisos orales. Aunque, a veces, sea necesario por causa del tipo de
asamblea, hay que evitar el peligro de causar confusión con demasiados números y tener en
cuenta que no es fácil retener de memoria estos datos.

b. Saludo y bendición

El Misal ofrece una variedad de bendiciones más solemnes según los tiempos litúrgicos y las
fiestas. El diácono, a falta de éste el mismo sacerdote, dice el invitatorio: ¡Inclinemos la
cabeza para recibir la bendición! u otra fórmula semejante. Y con las manos extendidas sobre
la Asamblea el sacerdote pronuncia una triple bendición a la cual se responde Amén.

También puede utilizar, extendiendo las manos, una de las 26 oraciones sobre el pueblo. Estas
oraciones enriquecen el sentido de la Bendición y llaman habitualmente a un compromiso de
salir y llevar la liturgia a la vida diaria. La tradición de la Liturgia romana las recomienda para
los días penitenciales, especialmente en Cuaresma.

c. Despedida

Saber despedirse es también un arte. Un clima más fraternal puede dar a la celebración una
terminación o un final agradable. Es preciso que la Eucaristía tenga conexión con la vida; que
salgan los participantes a la calle con un compromiso, con una esperanza, con la sensación de
haber crecido en la fraternidad y la decisión de dar testimonio en medio del mundo.

La fórmula pueden ir en la paz de Cristo, es una misión. Es conveniente que el Presidente


despida a la Asamblea con palabras que hagan el puente entre las verdades proclamadas y
celebradas y la vida de testimonio de los cristianos (OGMR n 31). No se trata de una homilía,
sino de sintetizar en pocas palabras lo que se ha celebrado y su importancia en la vida: Cómo
vivir lo que se ha visto, experimentado y oído en la celebración.

Antes de retirarse, el sacerdote venera el altar, besándolo. Si hay un diácono, también él besa
el altar. El beso del presidente de la liturgia es la despedida de la Esposa a su Esposo de ese
momento profundo de entrega para ir al mundo henchida de Él y anunciarlo con las obras.

d. DISPOSICIÓN ESPIRITUAL
La actitud es la de LOS APÓSTOLES: “Lo que hemos oído y hemos visto, se lo
comunicamos”. El pueblo de Dios va lleno del amor infinito e incondicional de Dios en Cristo,
es la comunidad esponsal que va llena del amor de su amado y tal alegría no puede contenerla,
esta explota en el deseo de comunicar: “Hemos visto al Señor y hemos comido y bebido con
Él”.
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e. Canto final

Se forma la procesión de salida. La Asamblea ha sido disuelta, el canto es "ad libitum"; puede
ser también música de órgano. Pero es bueno que la Asamblea manifieste su alegría y su
compromiso de vivir como cristianos eucarísticos.. Este canto no es parte de la Liturgia.

7. La Concelebración Eucarística

a. SIGNIFICADO

La concelebración expresa de un modo privilegiado la unidad del sacerdocio: celebración


conjunta de varios sacerdotes realizada en virtud del Mismo y Unico Sacerdocio y en la
persona de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote, con una sola voluntad y una sola voz,
consagrando y ofreciendo y, a la vez, participando en un solo sacrificio, por medio de un solo
acto sacramental.

Por esto los concelebrantes deben estar atentos a los signos indicativos de esta unidad que se
expresan en las normas siguientes.

b. Orientaciones

Los sacerdotes concelebrantes deben estar presentes desde el comienzo de la celebración.


Debe considerarse como atentatorio a la dignidad del rito el que alguien se incorpore a una
celebración ya iniciada (OGMR n 206).

Deben celebrar siempre con vestiduras litúrgicas (al menos con alba y estola). Hay que cuidar
la estética y el buen gusto en las vestiduras y por eso conviene tener la propia túnica, hecha a
la medida. No se debe admitir a quienes pretenden colocarse solo una estola sacerdotal sobre
el traje común o laical. Tampoco a los que se colocan una estola sobre la sotana o el hábito
religioso. El celebrante principal debe revestir además la casulla. (Liturgicae Instaurationes, n
8c).

c. RITOS PRINCIPALES

Rito introductorio y liturgia de la Palabra

Todos los sacerdotes concelebrantes y los diáconos besan el altar, a no ser que sean muy
numerosos. Todos "ocupan el lugar que les compete en su ministerio de concelebrantes". es
71
decir nunca junto con la Asamblea: deben de significar el signo de Cristo-Cabeza.

El diácono no se ubica en el mismo plano que los concelebrantes, sino un poco atrás del
celebrante principal. Y si son numerosos, hay que prever un lugar que destaque el cuerpo
diaconal. Tampoco deben ponerse dos concelebrantes al lado del que preside, como si fuera
diácono o ministros.

En ningún caso debe un sacerdote concelebrante leer las primeras lecturas bíblicas, habiendo
laicos o religiosas idóneos.

Al diácono le corresponde la proclamación del Evangelio.

El diácono siempre pide la bendición al Obispo o al sacerdote principal antes de proclamar el


Evangelio.

Si el que preside es Obispo, el Sacerdote que proclame el Evangelio en ausencia del diácono
debe igualmente pedir la bendición (Ceremonial de Obispos, n 173).

Una vez proclamado el Evangelio, si el que preside es Obispo, lleva al Obispo el libro para que
lo bese. O también pueden besarlo el diácono o el presbítero que proclamó el Evangelio
(Ceremonial de Obispos, nn 74.141 y 273: OGMR n 175).

174 Los concelebrantes cumplen su ministerio de presidir junto con el celebrante principal,
evitando cumplir funciones diaconales o de monaguillos: dejan a los diáconos la proclamación
de las intenciones de la oración universal, el rol de guía o de cantor, la preparación de los
dones, el servicio del altar, las moniciones diaconales, la purificación de los vasos sagrados,
etc...

d. Liturgia de la Eucaristía

Todos los concelebrantes se quedan sentados en su lugar en el momento del rito de


preparación de los dones. Sólo el diácono acompaña al celebrante principal y le sirve el altar.
No conviene que cuatro sacerdotes u Obispos se acerquen al altar en este momento para
ayudar.

Si no hay diácono, uno de los concelebrantes puede asistir al celebrante principal.

A partir del diálogo inicial del Prefacio, los sacerdotes concelebrantes pueden acercarse al
altar. Si hay un diácono, este se ubica un poco atrás del celebrante principal, no a su lado
(OGMR n 179).

Los concelebrantes deben recitar las partes de la Plegaria Eucarística que les corresponde
recitar y sólo éstas. Siempre en voz bien baja, como señala el Misal, para que se oiga distinta y
claramente al Presidente (OGMR n 218). Los fieles tienen derecho a entender lo que se dice en
forma de proclamación y no de rezo.
72

Durante la Epíclesis, los concelebrantes deben mantener el gesto consagratorio (las manos
extendidas con la palma hacia abajo), hasta el final de la Epíclesis, y no sólo hasta que el
celebrante principal las junta para trazar la Cruz sobre el Pan y el Vino.

Durante las palabras de la Consagración, todos los concelebrantes, si pareciere oportuno,


extienden una sola mano hacia el Pan y el Cáliz en forma indicativa. (Ceremonial de Obispos n
106, nota 79). Se inclinan profundamente durante la genuflexión del celebrante principal. El
diácono se mantiene de rodillas durante toda la consagración.

La monición Este es el Sacramento de nuestra fe, pertenece al celebrante principal, por ser
monición anamnética presidencial.

Los concelebrantes que se encuentran junto al altar y pueden apoyar en el mismo el texto de la
Plegaria Eucarística, deben mantener las manos extendidas, como el celebrante principal,
durante las oraciones comprendidas entre las palabras de la Consagración y las Intercesiones.

Los demás concelebrantes, por tener el texto en sus manos, no extienden las manos en estos
momentos. Si todos recitan en voz baja las partes respectivas de la Plegaria Eucarística y van
siguiendo al celebrante principal que las recita en voz alta y pausada, no hay necesidad de
tener el texto en las manos.

Es importante resaltar la presencia de Cristo que se ofrece en comunión, bajo las dos especies.

Durante el Padre Nuestro, todos los concelebrantes extienden las manos como el celebrante
principal.

En el momento de la Comunión, los concelebrantes, uno tras otro, se van acercando al centro
del altar, hacen genuflexión y reciben con reverencia el Cuerpo del Señor, teniéndolo luego en
la mano derecha y, poniendo la izquierda bajo ella, se retiran a sus puestos.

Pueden también permanecer los concelebrantes en su sitio y tomar el Cuerpo del Señor de la
patena que el Celebrante principal, o uno o varios concelebrantes sostienen, pasando ante ellos
o entregándoles sucesivamente la patena hasta llegar al último (OGMR n 242).

La Sangre del Señor se puede comulgar directamente del cáliz o con una cánula o bombilla, o
bien con una cucharilla o también por intinción (OGMR n 245).

En caso de concelebrantes numerosos, es preferible que la comunión se haga por intinción en


el altar mismo.

El celebrante principal debe repartir la comunión a los fieles, por lo menos a algunos.

Si se da la comunión a los fieles por intinción, el que da la comunión, tiene el Cáliz en la


mano. El diácono o sacerdote que lo acompaña le presenta la bandeja a la derecha, de la cual
saca las formas consagradas.
73

La reserva de las sagradas especies y la purificación de los Vasos Sagrados es función del
diácono y del acólito instituido, no de los concelebrantes. Es con veniente que la purificación
se haga fuera del altar.

e. Ritos finales

Los Ritos de Conclusión los realiza sólo el Celebrante principal como en las demás Misas. Los
concelebrantes permanecen en sus puestos.

Al momento de retirarse, el Celebrante principal venera el altar besándolo. Los concelebrantes,


sobre todo cuando son numerosos, no lo besan: pero, antes de retirarse, hacen una reverencia
(Ceremonial de Obispos, n. 73).

IV. LA EUCARISTÍA EN LA SAGRADA ESCRITURA


Los relatos de la institución sólo se pueden entender bien a la luz de la Pascua Judía.
Actualmente, se discute si la Cena de Jesús fue una cena de pascua; los sinópticos dicen que sí,
lo dan a entender claramente; pero como el Evangelio de Juan sitúa la última cena el día anterior
y no en la cena pascual, hay una discusión. En todo caso, lo más probable es que la última cena
haya sido una celebración de Pascua. Si no fuera así, eso no importa demasiado, porque la
institución de la Eucaristía está muy vinculada a la Pascua Judía, simplemente por una cosa de
significado y además de momento, porque fue justo en esos días de celebración de la Pascua
Judía en que Jesús tuvo la última cena con sus discípulos.

1. ANTIGUO TESTAMENTO

En Israel habían multitud de sacrificios; muchos de ellos iban seguidos de banquetes. Estos eran
banquetes de comunión, en Hebreo "Selamin" que significa "sacrificio" que unián al pueblo entre sí y a
su vez con DIOS.

a. Prefiguraciones de la Eucaristía en el A.T.

A la luz de la exégesis de los textos del Nuevo Testamento, se puede comprender la preparación
de la revelación del misterio eucarístico en el Antiguo Testamento. Algunos autores (SAYÉS,
LIGIER...) desarrollan esta temática. Para nosotros es suficiente recordar el hecho y hacer una
alusión a algunos textos y símbolos fundamentales.
74
Son a recordar los símbolos del sacrificio de Melquisedec (Gn 14, 18-20); el maná del desierto,
los diferentes sacrificios de expiación y los incruentos, así como los panes de la proposición, el
nuevo sacrificio predicho por Malaquías (1, 10 y ss.) y los frutos de la Sabiduría (Pr 9, 1-5).

En la Eucaristía convergen los grandes temas de la teología del Antiguo Testamento: las
comidas religiosas, la alianza, antigua y nueva, el memorial y el Siervo de YHWH.

Para comprender la Eucaristía y su evolución es preciso referirse a las grandes temáticas de la


Berakah y de la Todà, como explicita la teología eucarística contemporánea.

Todos estos textos tienen un significado tanto a la luz de los pasajes del Nuevo Testamento,
como a la luz de la tradición patrística, litúrgica y en la aplicación hecha por el Magisterio de la
Iglesia.

b. Precedente bíblico del sacrificio y banquete de comunión en la Antigua Alianza.

Levítico 6, 17-20

El SEÑOR habló a Moisés para decirle: Dile a Aaron y a sus hijos:


Esta es la Ley de la víctima ofrecida por el pecado.
Será sacrificada ante el SEÑOR
En el mismo lugar donde se ofrece el sacrificio del Holocausto.
Es una cosa muy sagrada. El sacerdote que la
Ofrenda comerá en un lugar santo, a la entrada de la tienda de las citas
Cualquiera que toque las carnes será santificado.

Levítico 7, 15

La carne de la víctima del sacrificio de comunión


Será comida en el mismo día sin dejar
Nada para el siguiente.

El sacrificio de Holocausto era el sacrificio de ofrenda. Como vimos en Levítico 6, 17-20 la víctima
ofrecida por el pecado era sacrificada en el altar del Holocausto. Cristo Jesús se hizo Ofrenda por
nuestra salvación sustituyéndonos en la Cruz y cargando nuestros pecados "Víctima ofrecida por el
pecado", en esta ofrenda, al igual que la ofrenda de comunión, la víctima era consumida totalmente y
así se entraba en común - unión con el DIOS de Israel. En nuestra Eucaristía, la víctima, nuestra ofrenda
y sacrificio, tiene que ser consumida al igual que en el antiguo Israel. Hoy nuestra ofrenda no es de
ovejas ni animales. Es JESÚS el SEÑOR, por eso nuestra comunión no es simbólica, como las víctimas
de Israel no eran simbólicas, sino con la propia Víctima. Para el Hebreo y en la mentalidad semita es
necesario entrar en comunión con el cuerpo si queremos establecer una comunión con el espíritu.
75
Exodo 12, 8-10

Esa misma noche comerán el cordero asado al fuego,


Lo comerán con panes sin levaduras…
Ustedes no guardaran nada para el día siguiente,
Lo que sobre quémenlo al fuego.

En la comida de la Pascua era sacrificado un cordero, macho y sin defectos. Desde antiguo se ha
considerado este cordero prefigura de JESUCRISTO. Este cordero se debía comer completo en la cena
Pascual. La Eucaristía es Nuestra Cena Pascual, en ella el cordero no puede ser una representación, es el
mismo cordero el que se ingiere. Nuestro cordero ya fue señalado por Juan el Bautista (San Juan 1, 36)
es JESÚS, por lo tanto en la Eucaristía comemos el Cuerpo de JESÚS-CORDERO.

NUEVO TESTAMENTO

Las fuentes que nos narran cómo instituyó Cristo la Eucaristía en su Última Cena son cuatro:
Mateo 26, 26-29; Marcos 14, 22-25; Lucas 22, 15-20 y el texto de la primera carta de San Pablo
a los Corintios, capítulo 11, 23-26. El Evangelio de Juan no narra la institución, pero presenta
una rica reflexión sobre la Eucaristía en el largo discurso de la multiplicación de los panes
(capítulo 6), en el lavatorio de los pies (capítulo 13) y en el simbolismo de la vid (capítulo 15).

1. LA EUCARISTÍA EN SAN MARCOS

Tomaremos como referencia el texto de Marcos, pero iremos indicando las semejanzas y las
diferencias, según sea el caso con los otros pasajes. Dice el texto de Marcos: “Mientras comían,
cogió un pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio a ellos diciendo: tomen (ustedes), este
es mi cuerpo; y cogiendo una copa pronunció la acción de gracias, se las pasó y todos bebieron.
Y les dijo: “Esta es mi sangre de la alianza que se derrama por los muchos. Les aseguro que no
beberé más del fruto de la parra hasta el día en que lo beba, pero nuevo, en el Reino de Dios”. En
una traducción bastante literal hemos puesto el chilenismo de la parra en vez de la vid.

2. LA EUCARISTÍA EN SAN PABLO

En este tema nos acercamos a la forma en que S. Pablo entiende la Eucaristía. Aunque son muchos los
textos que podríamos tomar nos vamos a centrar en los que hemos leído, pues en ellos se encuentran las
ideas fundamentales de lo que piensa S. Pablo de la Eucaristía. Nos detendremos especialmente en
algunas expresiones importantes de estos capítulos.

a. Unión con Cristo en la Iglesia

El cáliz de la bendición que bendecimos, ¿no es comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que
partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? El pan es uno, y así nosotros, aunque somos
76
muchos, formamos un solo cuerpo, porque comemos todos del mismo pan.
1Co 10,16-18

La Eucaristía es comunión de los cristianos con el cuerpo y la sangre de Cristo. El pan y el vino
eucarísticos son alimento y bebida espirituales que dan una especial unión con Cristo por el Espíritu.
Por este pan y este vino se unen los cristianos a Cristo, y Cristo es uno. Por la Eucaristía los cristianos
se unen, forman un sólo cuerpo de Cristo.

Es importante ver cómo, para S. Pablo, en la Eucaristía no se trata simplemente de la unión individual
de cada cristiano con Cristo, sino de la unión con la Iglesia y con Cristo que se dan al mismo tiempo. En
la Eucaristía se unen el cuerpo espiritual de Cristo resucitado y su cuerpo eclesial. El pan y el vino son
comunión con Cristo y con su Iglesia. Si celebramos la Eucaristía estando divididos entre nosotros
estamos negando la presencia de Cristo en ella que afirma la Palabra de Dios.

b. Sacrificio memorial

Porque yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: Que
el Señor Jesús, en la noche en que iban a entregarlo, tomó pan y, pronunciando la Acción de
Gracias, lo partió y dijo: Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria
mía. Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: Este cáliz es la nueva alianza sellada
con mi sangre: haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía. Por eso, cada vez que coméis
de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva.
1Co 11,23-26

La Eucaristía es tradición recibida. No se trata de una celebración individual donde cada uno hace lo
que quiere, sino de una tradición recibida del Señor a través de la Iglesia. Este camino de la tradición
del Señor a través de las generaciones cristianas es el que hace posible la renovación de la cena y la
pasión del Señor en todos los momentos de la historia. Es un camino de ida en la historia que hace
posible la vuelta, el memorial del sacrificio del Señor.

La Eucaristía es sacrificio memorial. Es sacrificio pues la sangre es símbolo de la nueva alianza


realizada en la cruz del Señor. Es también memorial, no simple recuerdo: La acción litúrgica realiza
verdaderamente la salvación. El pasado (la cruz del Señor) se hace accesible en el presente (la vida de la
Iglesia) por medio del acto conmemorativo.

No se trata de una repetición del pasado. Podemos tener la imagen de que por la Eucaristía se repite la
muerte del Señor, pero no es así. Por la Eucaristía es la Iglesia la que se hace presente en el único e
irrepetible sacrificio del Señor, que es valido para siempre.

En la celebración tenemos, pues, el memorial y el símbolo de la muerte del Señor. La Eucaristía nos da
el ejemplo de la entrega de Cristo para hacerlo realidad en nuestra vida.

Finalmente la Eucaristía es anuncio de la muerte del Señor hasta que vuelva. El Señor presente en la
Eucaristía es ya un anticipo ante el mundo de lo que será la culminación de la obra salvadora de Dios.

d. Responsabilidad eucarística
77
Por consiguiente, el que come del pan o bebe del cáliz del Señor sin darles su valor tendrá
que responder del cuerpo y de la sangre del Señor.
1Co 11,27

Este texto puede ser interpretado en dos formas distintas. Con frecuencia se le ha dado sobre todo un
sentido individual: aquel que se acerca a la comunión eucarística sin las debidas disposiciones, sin la fe
requerida o con la conciencia de un grave pecado personal comete un sacrilegio, una profanación de
algo tan sagrado como es el cuerpo y la sangre del Señor.

Algunos autores modernos insisten ahora, con acierto, en la dimensión eclesial de este texto. El cuerpo
y la sangre del Señor nos exigen un doble discernimiento: por una parte es preciso responder a la
presencia del cuerpo y la sangre del Señor con la fe y las disposiciones que merece; pero es preciso
discernir también nuestra relación con su cuerpo eclesial. De modo que aquel que no respeta el cuerpo
del Señor en sus miembros tampoco es digno de acercarse al Señor como cabeza de ese cuerpo. El que
no reconoce el cuerpo (eclesial) del Señor se hace reo del cuerpo y la sangre (personal) del Señor, y
tendrá que responder de ellos. La comunión de los dones no es disociable de la comunión de los santos.
Se establece así una contraposición social: la cena del Señor debe iluminar, criticar y rectificar las
divisiones de la comunidad.

Como conclusión de este tema podemos ver que, para S. Pablo, en el cuerpo eucarístico del Señor se
unen su cuerpo espiritual, resucitado, y su cuerpo eclesial. Estos dos aspectos de la eucaristía son
inseparables y no se puede tomar uno olvidando el otro.

3. LA EUCARISTÍA EN SAN LUCAS

Lucas sitúa la última cena en el contexto de la pascua judía, y desde ahí desarrolla la teología cristiana
de la Eucaristía. La cena de la pascua es el acto central con el que el pueblo judío celebraba la liberación
de Egipto.

Y ese día le explicarás a tu hijo: "Esto es por lo que el Señor hizo en mi favor cuando salí de
Egipto". Te servirá como señal en el brazo y recordatorio en la frente, para que tengas en los
labios la Ley del Señor, que con mano fuerte te sacó de Egipto. Guardarás este mandato todos los
años, en su fecha.
Ex 13, 8-10

Estas son las palabras con las que los padres judíos recuerdan a sus hijos el sentido de la cena de la
pascua. Esta cena es, en primer lugar, una celebración de alabanza, de acción de gracias a Dios por la
liberación de la esclavitud de Egipto.

También es memorial, no simple recuerdo sino re-presentación de la liberación que hace accesible el
pasado mediante el rito litúrgico. El padre le habla a su hijo de la liberación de Egipto en primera
persona, como si él hubiera estado allí aunque hayan pasado siglos. Esto es un indicativo de como en
esta cena pascual no solo se recuerda un hecho de la historia de Israel, sino que, recordándolo, el judío
vive en sí mismo este hecho, se une íntimamente a la liberación de Egipto.

a. La cena del Señor


78
Jesús, como cualquier judío, también celebraba la Pascua con sus discípulos. En su última cena
pascual es donde él da a sus discípulos un gesto para recordarlo.

Tomó entonces una copa, dio gracias y dijo:


-Tomad esto y repartidlo entre vosotros: pues os digo que ya no beberé del fruto de la vid hasta
que llegue el reino de Dios.
Después tomó pan, dio gracias, lo partió y se lo dio diciendo:
-Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros; haced esto en memoria mía.
Y después de la cena, hizo lo mismo con la copa diciendo:
-Esta es la copa de la nueva alianza sellada con mi sangre, que se derrama por vosotros.
Lc 22,17-20

Este gesto de Jesús es un acto profético que, no sólo significa, sino que incorpora y produce la realidad.
Con el gesto de ofrecer el vino Jesús anuncia y comienza a realizar el acto fundamental de su vida, la
instauración del reino de Dios.

Mucha importancia tiene la abstinencia de Jesús. Ningún judío proclamaría su intención de no volver a
beber el vino (Equivalente a no volver a celebrar la Pascua). Con estas palabras se indica que el gesto de
Jesús comienza la realización de un acontecimiento (su muerte y resurrección) que tiene su destino final
en la consumación del reino. En el sacrificio incruento del cenáculo el acontecimiento cruento, no
realizado todavía, es ya iniciado.

Con esta forma de actuar Jesús proclama su intención de entregarse libremente por la salvación del
mundo. El quiere ser la víctima que entra en la muerte misma para la salvación de los hombres. Esa
decisión libre de Jesús seguirá presente y actuante en el mundo precisamente por la repetición del gesto
que es su inicio y símbolo: la Eucaristía.

El centro de toda esta acción profética es precisamente la identificación que Jesús establece entre el pan
y el vino y su cuerpo y su sangre. Precisamente porque el pan y el vino son el cuerpo y la sangre del
Señor en la cena comienza ya su pasión, muerte y resurrección. Esta identificación es también la
garantía de la presencia permanente del sacrificio del Señor en la historia por medio de la Eucaristía.

b. La Eucaristía de la Iglesia

En el centro del relato aparece el mandato del Señor: "Haced esto en memoria mía". La expresión
griega de Lucas admite dos traducciones complementarias que nos darán su sentido completo.

En primer lugar se puede traducir como "Haced esto como memoria mía". Con esto se pone el acento en
la Eucaristía como memorial cristiano del sacrificio del Señor. Se trata de una memoria real, un acto que
evoca y presencializa ante el Padre el único sacrificio de su Hijo. También es el recuerdo de una
promesa que se cumplirá, el retorno del Señor. La Eucaristía es plegaria para el retorno de Cristo,
recordando el comienzo de la salvación, la Iglesia pide su realización definitiva en todo el mundo.
Bebemos del vino nuevo del reino que Jesús ya tiene en plenitud y pedimos que nos lo haga gustar
definitivamente.
79
Pero esta frase también puede ser traducida como "Haced esto para que se acuerden de mí" (es
decir, para que el Padre se acuerde de mí). De este modo se pone el acento en el sentido profético de la
Eucaristía. La Eucaristía es una plegaria que será escuchada porque está basada sobre la ofrenda de
Cristo que es presentada al Padre. Por su recuerdo eucarístico el sacrificio del Señor es hecho presente
ante el Padre como oración viva que siempre es escuchada.

Como conclusión vemos como en Lucas es presentada la Eucaristía en continuidad con lo que es la
tradición judía. Al mismo tiempo es la realización plena de esa salvación definitiva anunciada a Israel
que sigue presente en la Iglesia hasta el fin de los tiempos por el significado redentor que para el
cristiano tienen el pan y el vino que son el cuerpo y la sangre del Señor.

c. Los discípulos de Emaús (Lc 24, 13-35)

El relato de la manifestación de Jesús a los discípulos de Emaús tiene un claro sabor eucarístico
en algunas de sus expresiones. Se trata de un episodio que debe ser considerado a la luz del
esquema de las apariciones del resucitado que come con sus discípulos. La secuencia de la
aparición se propone, a menudo, como un esquema de revelación o de liturgia con cuatro
momentos característicos: la revelación inicial de la presencia en la experiencia de la ausencia de
Jesús después de la muerte, la revelación mediante la palabra de la economía de la salvación, la
manifestación en la fracción del pan y la experiencia espiritual que hace regresar a Jerusalén.

En este esquema se presentan, como en filigrana, los momentos de la celebración eucarística 21.
De hecho, podemos subrayar la continuidad de la presencia del Resucitado con sus discípulos,
mediante su palabra y la fracción del pan. Una ausencia inicial del Maestro es colmada primero
con una presencia no percibida, con una intensificación de la revelación con la palabra, con la
manifestación plena de la fracción del pan y con la presencia eficaz e invisible que «hace
resucitar» a los discípulos. La aparición de Cristo hace de soporte a una catequesis para la
comunidad cristiana para que sepa reconocer la presencia de su Señor en los signos que él ha
dejado.

Es un esquema de revelación progresiva del Cristo Resucitado a su Iglesia que tiene en la


fracción del pan el momento culminante.

En este episodio se deben advertir especialmente:

– la fórmula litúrgica del v. 30: «Cuando estaba a la mesa con ellos, tomó el pan, dijo la
bendición, lo partió y se lo dio...»

– las palabras del v. 35: «como lo habían reconocido al partir el pan» («en te klasei tou
artou»).

Estamos aquí ante un momento de experiencia de la presencia del Resucitado que


comparte la comida con los discípulos. Se trata de una experiencia que marca la vida de la
comunidad y que confiere una cierta alegría a la celebración de la Cena del Señor.

d. Los textos de los Hechos de los Apóstoles


80
En los Hechos encontramos algunos textos referidos, ciertamente, a la Eucaristía bajo el
nombre de fracción del pan.

Hch 2, 42.46: «Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la


fracción del pan y a las oraciones («te klasei tou artou kai tais proseuchais»)...partían el pan por
las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón («plantes te kat’oikon arton,
metelambanon trofes en agalliasei kai afelotite kardias»).

Se trata del sumario que recoge la vida de la comunidad después de haber recibido el bautismo y
el don del Espíritu. La perseverancia y la cotidiana asiduidad (proskarterountes) es la nota de
una forma de vida eclesial y comunitaria en torno a la palabra de los apóstoles, a la comunión
(koinonia) entre los hermanos, a la fracción del pan del Señor y a las plegarias a Dios Padre.
Todo animado por la fuerza del Espíritu de Pentecostés.

Hch 20, 7.11: «El primer día de la semana, estando nosotros reunidos para la fracción del pan,
Pablo conversaba con ellos... Subió luego, partió el pan y comió...» Se trata de la celebración de
Pablo en la comunidad cristiana de Tróade, con la resurrección del joven Eutico que cae del
tercer piso, abrumado por el sueño mientras Pablo predica largo rato... El detalle del momento, el
primer día de la semana, la reunión de la comunidad y la larga predicación de Pablo como una
liturgia de la palabra, ponen de relieve el sentido eucarístico de este partir el pan.

En Hch 27, 33-38 se habla de otro gesto de Pablo que parte el pan en el barco. Difícilmente
puede ser considerado eucarístico, dadas las circunstancias.

En síntesis, los textos de los Hechos nos ofrecen estos resultados exegéticos. Encontramos:

• el nombre de la Eucaristía: fracción del pan;

• la realidad de la fracción del pan en la comunidad cristiana, unida a la comida o a la palabra,


como en Tróada;

• el sentido de alegría que invade la celebración, con la alegría pascual y la simplicidad del
corazón;

• el vínculo entre la fracción del pan que constituye la comunidad y los compromisos de comunión que
de ella brotan.

4. LA EUCARISTÍA EN SAN JUAN

El texto eucarístico más directo del Evangelio de Juan es el discurso del pan de vida que está en el
capítulo 6.
81
Yo soy el pan de vida. El que viene a mí no tendrá más hambre: el que cree en mí nunca
tendrá sed. Pero vosotros, como ya os he dicho, no creéis, a pesar de haber visto. Todos los que me
da el Padre vendrán a mí, y yo no rechazaré nunca al que venga a mí. Porque yo he bajado del
cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y su voluntad es que yo
no pierda a ninguno de los que el me ha dado sino que los resucite en el último día. Mi Padre
quiere que todos los que vean al Hijo y crean en él, tengan la vida eterna, y yo los resucitaré en el
último día.
Jn 6,35-40

En esta primera parte del discurso (versículos 26-50) el pan de vida aparece referido al mensaje de
Jesús, a su vida y su palabra. Comer el pan es una metáfora para significar el creer: come de este pan el
que cree en Jesús. Se requiere una comunión por la fe con Jesús para tener la vida eterna que viene del
Padre.

Este es un pan que sacia definitivamente. La sabiduría antigua, centrada en la Ley y la fidelidad en su
cumplimiento dejaba una continua insatisfacción. En cambio, en lo que promete Jesús encuentra el
hombre satisfacción plena. Jesús ya no centra nuestra vida en la búsqueda de la propia perfección (por la
fidelidad a la ley), sino en entregarnos a él (por la fe en su palabra) y así nuestra hambre es saciada en
él.

Esta sabiduría nueva proviene del designio del Padre, está marcada con el sello de lo eterno y no pasará.
Por eso el que cree en Jesús tiene vida eterna y resucitará con él. La expresión "el último día" hace
referencia tanto a la resurrección de Jesús (su último día) como a la del cristiano (nuestro último día).
Creer en Jesús significa comenzar a participar ya en este mundo de la vida plena de Jesús resucitado que
tendremos definitivamente más allá de nuestra propia muerte.

a. La carne de Jesús, pan de vida

En la segunda parte del discurso (versículos 51-65) Juan profundiza aún más en las ideas anteriores
dándoles un sentido sacrificial y eucarístico.

Mi carne es verdadera comida. Mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi
sangre, vive en mí y yo en él. El Padre, que me ha enviado, posee la vida, y yo vivo por él. Así
también, el que me coma vivirá por mí. Este es el pan que ha venido del cielo; no como el pan que
comieron vuestros padres. Ellos murieron; el que coma de este pan, vivirá para siempre.
Jn 6,55-58

De nuevo aparecen los mismos temas que vimos en la primera parte: la superación del Antiguo
Testamento y la vida eterna que se consigue comiendo el pan de vida. Pero ahora el pan es referido a la
carne de Jesús. No se trata ya simplemente de creer en él sino de comer su carne.

Aparece ya con claridad la referencia a la Eucaristía. Jesús se da como pan y vino que se come y bebe
en el banquete sacrificial. La Eucaristía se une así a la muerte redentora de Cristo que dará su cuerpo y
su sangre para la vida del mundo. Lo primario no es la Eucaristía, sino la entrega personal de Jesús
hasta la muerte. La carne de Jesús es aquí el compendio de una doble donación: el Padre entrega al
Hijo al enviarlo en carne y el Hijo entrega esa misma carne como medio de comunicación de la
82
salvación y la vida que en él se contiene. En la participación eucarística el cristiano se une a
esa vida nueva dada por Jesucristo.

Finalmente podemos observar el paralelismo entre la estructura de este discurso y la de nuestras


celebraciones. En primer lugar tenemos la presencia de Cristo actuante por su palabra, pan de vida dado
por el Padre; en segundo lugar la presencia de Cristo que se entrega a sí mismo, pan vivo, a través de su
carne y sangre entregada hasta la muerte y compartida en el Espíritu para participar de su resurrección y
su vida nueva. De este modo vemos como en el discurso queda reflejada ya la celebración litúrgica de
la Iglesia.

b. El lavatorio de los pies

Hasta aquí Juan ha hecho una magnífica exposición en su evangelio del misterio eucarístico. Sin
embargo es precisamente el Evangelio de Juan el único que omite el relato de la institución de la
Eucaristía en la última cena poniendo en su lugar la escena del lavatorio de los pies.

Ante este hecho, y antes de ver el sentido del lavatorio de los pies, debemos darnos cuenta que la no
inclusión de la escena de la institución de la eucaristía no obedece a un olvido o a un desgraciado
accidente. Juan realiza aquí una omisión consciente y deliberada. La intención del evangelista es luchar
contra el peligro de una interpretación mágica e individualista de la Eucaristía. Si de nuestra Eucaristía
no brota una auténtica solidaridad, una auténtica fraternidad, posiblemente estemos degradando la
memoria de Jesús. Con la narración del lavatorio de los pies Juan no pretende sustituir la institución de
la Eucaristía, sino transmitir su sentido más profundo.

Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo:
-¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis "el Maestro" y "el Señor", y
decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros
debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros,
vosotros también lo hagáis.
Jn 13,12-15

El lavatorio de los pies, acción humillante y propia de esclavos, es el símbolo de la persona de Jesús y
su actuación, de su entrega radical que incluye la Eucaristía. Cristo es el sacramento primordial y la
eucaristía es la revelación de Cristo y de su amor a los suyos hasta el extremo, así como la respuesta de
éstos en la fe y en la caridad. No se trata simplemente de un ejemplo moralizante, sino del símbolo de la
entrega de Cristo y de sus discípulos que es celebrada en la Eucaristía.

Es el mismo Señor quien, con el pan y la copa, nos dice: "haced esto en memoria mía", y quien, como
esclavo a los pies de los hermanos, nos dice "también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros".
Eucaristía y fraternidad son las dos caras de una misma moneda.

Celebrar la Eucaristía es, por tanto, tomar parte en la carne humillada de la entrega total del Hijo y
exaltada por la obra transformadora del Espíritu, ser injertados en la vida para dar frutos de amor en el
mundo.
83
5. LA EUCARISTÍA EN SAN MATEO 26, 26-28

Mientras comían, JESÚS tomo el pan y, después de pronunciar la bendición, lo partió y lo dio a
sus discípulos, diciendo: Tomen y coman; esto es mi cuerpo. Después tomando una copa de vino y
dando gracias, se la dio diciendo: Beban todos, porque esta es mi sangre, la sangre de la alianza,
que es derramada por una muchedumbre, para el perdón de los pecados.

Llega la Última Cena. Cena Pascual donde sorpresivamente no hay cordero puesto que JESÚS va a
reemplazarlo. Llegado el momento JESÚS solemnemente declara que el pan ES su cuerpo, en clara
conexión con el discurso de San Juan 6. La palabra griega utilizada en el Evangelio traducida como
"cuerpo" no es Sarx, como hubiera sido de esperar pues Sarx significa también cuerpo. La palabra
utilizada es Soma que quiere decir en griego "cuerpo, cadáver, cuerpo muerto" que en este contexto de
sacrificio, al darlo separado de su sangre (el vino) expresa claramente que JESÚS está hablando y
refiriéndose a El cómo el Cordero Pascual comido en la Pascua Hebrea ya muerto y no de forma alguna
simbólica y que faltó en la Ultima Cena. La misma explicación es acertada para el vino como sangre.

V. LA EUCARISTÍA EN TEXTOS ANTIGUOS

En el libro de los Hechos, San Lucas atestigua la asidua celebración de la eucaristía en Jerusalén: los
que habían creído, «perseveraban en escuchar la enseñanza de los apóstoles y en la comunidad de vida,
en la fracción del pan y en las oraciones» (Hch 2,42). El «día primero de la semana» (20,7) era el día
más apropiado para la celebración de la eucaristía.

De las formas en que ésta se celebraba tenemos huellas muy valiosas. Además de la breve descripción
de la eucaristía que nos ofrece San Pablo hacia el año 55, en 1 Corintios 10,16-17.21; 11,20-34, y a la
que ya nos hemos referido más arriba, tenemos otras relaciones de textos muy antiguos.

Existe una gran tradición que atestigua cómo la Eucaristía constituyó el Misterio de nuestra fe desde el
mimo inicio del cristianismo. Sin ella no había cristianismo. Aquí proponemos unos cuantos testimonios
sobre esa invaluable y hermosa tradición.

1. LA DOCTRINA DE LOS DOCE APÓSTOLES (DÍDAQUE) (70?)


84

La Dídaque o Doctrina de los doce apóstoles, escrita quizá hacia el año 70, es uno de los más antiguos
documentos cristianos extrabíblicos. En ella se recogen algunas plegarias de carácter plenamente
eucarístico, en las que se describen usos y formas litúrgicas ya vigentes.

«Respecto a la acción de gracias (eucaristía), daréis las gracias de esta manera.

«Primeramente, sobre el cáliz: Te damos gracias, Padre santo, por la santa viña de David, tu siervo, la
que nos has revelado por Jesús, tu siervo. A ti sea la gloria por los siglos.

«Luego, sobre el trozo de pan: Te damos gracias, Padre nuestro, por la vida y la ciencia que nos
revelaste por medio de Jesús, tu siervo. A ti la honra por los siglos.

«Como este pan partido estaba antes disperso por los montes y, recogido, se ha hecho uno, así sea
reunida tu Iglesia de los confines de la tierra en tu reino. Porque tuya es la gloria y el poder por
Jesucristo en los siglos.

«Pero que nadie coma ni beba de vuestra eucaristía sin estar bautizado en el nombre del Señor, pues de
esto dijo el Señor: "No deis lo santo a los perros" [Mt 7,6].

«Y después de que os hayáis saciado, dad así las gracias:

«Te damos gracias, Padre santo, por tu santo Nombre, que hiciste que habitara en nuestros corazones; y
por el conocimiento y la fe y la inmortalidad que nos manifestaste por Jesús, tu siervo. A ti la gloria por
los siglos.

«Tú, Señor omnipotente, creaste todas las cosas por tu Nombre, y diste a los hombres comida y bebida
para su disfrute. Mas a nosotros nos hiciste gracia de comida y bebida espiritual y de vida eterna por tu
Siervo. Ante todo, te damos gracias porque eres poderoso. A ti la gloria por los siglos.

«Acuérdate, Señor, de tu Iglesia, para librarla de todo mal y para perfeccionarla en tu caridad. Y reúnela
de los cuatro vientos, ya santificada, en tu reino, que le tienes preparado. Porque tuyo es el poder y la
gloria por los siglos.

«Venga la gracia y pase este mundo. Hosanna al Dios de David. El que sea santo que se acerque. El que
no lo sea, que haga penitencia. Marán athá. Amén.

«A los profetas permitidles que den gracias cuantas quieran (Did. 9-10).
85

«Reunidos cada día del Señor, partid el pan y dad gracias, después de haber confesado vuestros
pecados, para que vuestro sacrificio sea puro. Todo aquel, sin embargo, que tenga contienda con su
compañero, no se reuna con vosotros hasta tanto no se hayan reconciliado, a fin de que no se profane
vuestro sacrificio. Pues éste es el sacrificio del que dijo el Señor: "En todo lugar y en todo tiempo se me
ha de ofrecer un sacrificio puro, dice el Señor, porque soy yo Rey grande, y mi nombre es admirable
entre las naciones" [+Mal 1,11-14]» (Díd. 14).

2. SAN JUSTINO (+163)

El filósofo samaritano Justino, convertido al cristianismo, escribe hacia el 153 su I Apología en defensa
de los cristianos, dirigida al emperador Antonino Pío, al Senado y al pueblo romano. Y en Roma selló
su testimonio con su sangre. En ese texto hallamos una primera descripción de la misa, muy semejante,
al menos en sus líneas fundamentales, a la misa actual.

«Nosotros, después de haber bautizado al que ha creído y se ha unido a nosotros [bautismo y comunión
eclesial], le llevamos a los llamados hermanos, allí donde están reunidos, para rezar fervorosamente las
oraciones comunes por nosotros mismos, por el que acaba de ser iluminado y por todos los otros
esparcidos por todo el mundo, suplicando se nos conceda, ya que hemos conocido la verdad, ser
hallados por nuestras obras hombres de buena conducta, y cumplidores de los mandamientos, de suerte
que consigamos la salvación eterna. Acabadas las preces, nos saludamos mutuamente con el ósculo de
paz. Seguidamente, al que preside entre los hermanos, se le presenta pan y una copa de agua y de vino.
Cuando lo ha recibido, alaba y glorifica al Padre del universo por el nombre de su Hijo y por el
Espíritu Santo, y pronuncia una larga acción de gracias, por habernos concedido esos dones que de Él
nos vienen. Y cuando el presidente ha terminado las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo
presente aclama, diciendo: "Amén". "Amén" significa, en hebreo, "Así sea". Y una vez que el presidente
ha dado gracias y todo el pueblo ha aclamado, los que entre nosotros se llaman diáconos dan a cada uno
de los presentes a participar del pan, y del vino y del agua sobre los que se dijo la acción de gracias, y
también lo llevan a los ausentes (I Apol. 65).

«Este alimento se llama entre nosotros eucaristía; de la que a nadie es lícito participar, sino al que [1]
cree que nuestra doctrina es verdadera, y que [2] ha sido purificado con el baño que da el perdón de los
pecados y la regeneración, y que [3] vive como Cristo enseñó. Porque estas cosas no las tomamos como
pan común ni bebida ordinaria, sino que así como Jesucristo, nuestro Salvador, hecho carne por virtud
del Verbo de Dios, tuvo carne y sangre por nuestra salvación; así se nos ha enseñado que, por virtud de
la oración al Verbo que de Dios procede, el alimento sobre el que fue dicha la acción de gracias -
alimento de que, por transformación, se nutren nuestra sangre y nuestra carne- es la carne y la sangre de
aquel mismo Jesús encarnado. Pues los apóstoles, en los Recuerdos por ellos compuestos llamados
Evangelios, nos transmitieron que así les había sido mandado, cuando Jesús, habiendo tomado el pan y
dado gracias, dijo: «Haced esto en memoria de mí; éste es mi cuerpo» [Lc 22,19; 1Cor 11,24], y que,
habiendo tomado del mismo modo el cáliz y dado gracias, dijo: «Ésta es mi sangre» [Mt 26,27]; y que
sólo a ellos les dio parte» (66).
86

«Nosotros, por tanto, después de esta primera iniciación, recordamos constantemente entre nosotros
estas cosas, y los que tenemos, socorremos a todos los abandonados, y nos asistimos siempre unos a
otros. Y por todas las cosas de las cuales nos alimentamos, bendecimos al Creador de todo por medio
de su Hijo Jesucristo y del Espíritu Santo. Y el día llamado del sol [el domingo] se tiene una reunión en
un mismo sitio de todos los que habitan en las ciudades o en los campos, y se leen, en cuanto el tiempo
lo permite, los Recuerdos de los apóstoles o las escrituras de los profetas. Luego, cuando el lector ha
acabado, el que preside exhorta e incita de palabra a la imitación de estos buenos ejemplos. Después
nos levantamos todos a una y elevamos nuestras preces; y, como antes dijimos, cuando hemos
terminado de orar, se presenta pan, vino y agua, y el que preside eleva a Dios, según sus posibilidades,
oraciones y acciones de gracias, y el pueblo aclama diciendo el "Amén". Seguidamente viene la
distribución y participación, que se hace a cada uno, de los alimentos consagrados por la acción de
gracias, y a los ausentes se les envía por medio de los diáconos. Los que tienen y quieren, cada uno
según su libre voluntad, dan lo que bien les parece, y lo recogido se entrega al presidente, y él socorre
de ello a los huérfanos y las viudas, a los que por enfermedad o por cualquier otra causa se hallan
abandonados, y a los encarcelados, a los forasteros de paso, y, en una palabra, él cuida de cuantos
padecen necesidad. Y celebramos esta reunión general el día del sol, puesto que es el día primero, en el
cual Dios, transformando las tinieblas y la materia, creó el mundo, y el día también en que Jesucristo,
nuestro Salvador, resucitó de entre los muertos. Pues un día antes del día de Saturno [sábado] lo
crucificaron y un día después del de Saturno, que es el día del sol, se apareció a los apóstoles y
discípulos, y nos enseñó estas cosas que he propuesto a vuestra consideración» (67).

3. SAN IRENEO (130?-200?)

El obispo de Lión, sede primada de las Galias, San Ireneo, mártir, ve la eucaristía como el sacrificio de
Cristo que la Iglesia ofrece siempre el Padre.
«Cristo tomó el pan, que es algo de la creación, y dio gracias, diciendo: "Esto es mi cuerpo". Y de la
misma manera afirmó que el cáliz, que es de esta nuestra creación terrena, era su sangre. Y enseñó la
nueva oblación del Nuevo Testamento, la cual, recibiéndola de los apóstoles, la Iglesia ofrece en todo el
mundo a Dios» (Adversus haereses 4,17,5).

4. LA TRADICIÓN APOSTOLICA (215?)

El canon eucarístico más antiguo que se conoce es el que se expone en la Traditio apostolica,
documento escrito probablemente en Roma por San Hipólito (+235). Esta anáfora, de notable plenitud
teológica, muy antigua y venerable, y que muestra una tradición litúrgica anterior, tuvo gran influjo en
las liturgias de Occidente e incluso de Oriente. En ella está inspirada actualmente la Plegaria
eucarística II. Y también siguen su pauta las otras plegarias eucarísticas, por ejemplo, en el solemne
diálogo inicial del prefacio.
87

«Ofrézcanle los diáconos [al ordenado obispo] la oblación, y él, imponiendo las manos sobre ella con
todos los presbíteros, dando gracias, diga: "El Señor con vosotros" . Y todos digan: "Y con tu espíritu".
"Arriba los corazones". "Los tenemos ya elevados hacia el Señor". "Demos gracias al Señor". "Esto es
digno y justo". Y continúe así:

«Te damos gracias, ¡oh Dios!, por medio de tu amado Hijo, Jesucristo, que nos enviaste en los últimos
tiempos como salvador y redentor nuestro, y como anunciador de tu voluntad. Él es tu Verbo
inseparable, por quien hiciste todas las cosas y en el que te has complacido. Tú lo enviaste desde el cielo
al seno de una virgen, y habiendo sido concebido, se encarnó y se mostró como Hijo tuyo, nacido del
Espíritu Santo y de la Virgen. Él, cumpliendo tu voluntad y conquistándote tu pueblo santo, extendió
sus manos, padeciendo para librar del sufrimiento a los que creyeron en ti. El cual, habiéndose
entregado voluntariamente a la pasión para destruir la muerte, romper las cadenas del demonio, humillar
al infierno, iluminar a los justos, cumplirlo todo y manifestar la resurrección, mostrando el pan y
dándote gracias, dijo: "Tomad, comed. Éste es mi cuerpo, que por vosotros será destrozado". Del mismo
modo, tomó el cáliz, diciendo: "Ésta es mi sangre, que por vosotros es derramada. Cuando hacéis esto,
hacedlo en memoria mía".

«Recordando, pues, su muerte y su resurrección, te ofrecemos este pan y este cáliz, dándote gracias
porque nos tuviste por dignos de estar en tu presencia y de servirte como sacerdotes.

«Y te pedimos que envíes tu Espíritu Santo sobre la oblación de la santa Iglesia. Reuniéndolos en uno,
da a todos los santos que la reciben que sean llenos del Espíritu Santo, para confirmación de la fe en la
verdad, a fin de que te alabemos y glorifiquemos por tu Hijo Jesucristo, que tiene tu gloria y tu honor
con el Espíritu Santo en la santa Iglesia, ahora y por los siglos de los siglos. Amén» (4).

-La comunión primera de los neófitos. «Todas estas cosas el obispo las explicará a los que reciben [por
primera vez] la comunión. Cuando parte el pan, al presentar cada trozo, dirá: "El pan del cielo en Cristo
Jesús". Y el que lo recibe responderá: "Amén". Si no hay presbíteros suficientes para ofrecer los cálices,
intervengan los diáconos, atentos a observar perfectamente el orden; el primero sostenga el caliz del
agua; el segundo, el de la leche, y el tercero, el del vino. Los comulgantes gusten de cada uno de los
cálices (21).

-La comunión ordinaria de los domingos. «Los domingos, si es posible, el obispo distribuirá de su
propia mano [la comunión] a todo el pueblo, mientras que los diáconos y los presbíteros partirán el pan.
Luego el diácono ofrecerá la eucaristía y la patena al sacerdote; éste las recibirá, las tomará en sus
manos para luego distribuirlas a todo el pueblo. Los demás días se comulgará siguiendo las
instrucciones del obispo» (22).

-La comunión realizada privadamente en casa. «Todos los fieles tengan cuidado de tomar la eucaristía
antes de que coman cualquier otro alimento...Y cuídese que no la tome un infiel, ni un ratón ni otro
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animal, y de que nadie la vuelque ni la derrame, ni la pierda. Siendo el Cuerpo de Cristo, que
será comido por los creyentes, no debe ser menospreciado» (37). «También el cáliz bendito en el
nombre del Señor se recibe como sangre de Cristo. Por eso nada debe ser derramado... Si tú lo
menosprecias, serás tan responsable de la sangre vertida como aquél que no valora el precio por el que
fue adquirido» (38).

5. ORÍGENES (185-253)

Asceta y gran teólogo, lleva Orígenes a su apogeo la escuela de Alejandría, y sufre diversos tormentos
en la persecución de Decio. Este gran doctor venera de modo semejante la presencia eucarística de
Cristo en el Pan y en la Palabra:

«Conocéis vosotros, los que soléis asistir a los divinos misterios, cómo cuando recibís el cuerpo del
Señor, lo guardáis con toda cautela y veneración, para que no se caiga ni un poco de él, ni desaparezca
algo del don consgrado. Pues os creéis reos, y rectamente por cierto, si se pierde algo de él por
negligencia. Y si empleáis, y con razón, tanta cautela para conservar su cuerpo, ¿cómo juzgáis cosa
menos impía haber descuidado su palabra que su cuerpo?» (Sobre Éxodo, hom. 13,3).

6. SAN CIPRIANO (210-258)

El obispo de Cartago, San Cipriano, mártir, halla siempre para la Iglesia en el sacrificio eucarístico la
fuente de toda fortaleza y unidad.

La misa es el sacrificio de la cruz. «Si Cristo Jesús, Señor y Dios nuestro, es sumo sacerdote de Dios
Padre, y el primero que se ofreció en sacrificio al Padre, y prescribió que se hiciera esto en memoria de
sí, no hay duda que cumple el oficio de Cristo aquel sacerdote que reproduce lo que Cristo hizo, y
entonces ofrece en la Iglesia a Dios Padre el sacrificio verdadero y pleno, cuando ofrece a tenor de lo
que Cristo mismo ofreció» (Carta 63,14). «Y ya que hacemos mención de su pasión en todos los
sacrificios, pues la pasión del Señor es el sacrificio que ofrecemos, no debemos hacer otra cosa que lo
que Él hizo» (63,17). La eucaristía, pues, consiste en «ofrecer la oblación y el sacrificio» (12,2; +37,1;
39,3).

La celebración es diaria. «Todos los días celebramos el sacrificio de Dios» (57,3).

La plegaria eucarística ha de ser sobria. «Cuando nos reunimos con los hermanos y celebramos los
divinos sacrificios con el sacerdote de Dios, no proferimos nuestras oraciones con descompasadas
palabras, ni lanzamos en torrente de palabrería la petición que debemos confiar a Dios con toda
modestia» (De oratione dominica 4).
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La comunión es la mejor preparación para el martirio, y por eso debe llevarse a los confesores
que en la cárcel se disponen a confesar su fe (Carta 5,2). «Se echa encima una lucha más dura y feroz, a
la que se deben preparar los soldados de Cristo con una fe incorrupta y una virtud acérrima,
considerando que para eso beben todos los días el cáliz de la sangre de Cristo, para poder derramar a su
vez ellos mismos la sangre por Cristo» (58,1).

Los pecadores públicos no deben ser recibidos en la eucaristía. No han de ser recibidos a ella los que
no están reconciliados y en paz con la Iglesia, ni han hecho penitencia, ni han recibido la imposición de
manos del obispo o del clero (Carta 15,1; 16,2; 17,2).

7. SAN IGNASIO DE ANTIOQUÍA +110

Poned todo empeño en usar de una sola eucaristía, pues una es la carne de nuestro Señor Jesucristo,
y uno solo el cáliz que nos une con su sangre, y uno el altar, como uno es el obispo juntamente con
el colegio de ancianos y los diáconos, consiervos míos. De esta suerte, obrando así obraréis según
Dios (Carta a los de Filadelfia, 4).

Poned empeño en reuniros más frecuentemente para celebrar la eucaristía de Dios y glorificarle.
Porque cuando frecuentemente os reunís en común, queda destruido el poder de Satanás, y por la
concordia de vuestra fe queda aniquilado su poder destructor. Nada hay más precioso que la paz,
por la cual se desbarata la guerra de las potestades celestes y terrestres. Nada de todo esto se os
oculta a vosotros si poseéis de manera perfecta la fe en Cristo y la caridad, que son principio y
término de la vida. La fe es el principio, la caridad es el término. Las dos, trabadas en unidad, son
Dios, y todas las virtudes morales se siguen de ellas. Nadie que proclama la fe peca, y nadie que
posee la caridad odia. El árbol se manifiesta por sus frutos. Así, los que se profesan ser de Cristo,
se pondrán de manifiesto por sus obras... (Carta a los Efesios, 13-14).

8. SAN CIPRIANO DE CARTAGO 205-258

La eucaristía 10a.

Algunos, por ignorancia o por inadvertencia, al consagrar el cáliz del Señor y al administrarlo al
pueblo no hacen lo que hizo y enseñó a hacer Jesucristo Señor y Dios nuestro, autor y maestro de
este sacrificio... Ahora bien, cuando Dios inspira y manda alguna cosa, es necesario que el siervo
fiel obedezca al Señor, manteniéndose libre de culpa delante de todos en no arrogarse nada por su
cuenta, pues ha de temer no sea que ofenda al Señor si no hace lo que está mandado... Al ofrecer el
cáliz ha de guardarse la tradición del Señor, ni hemos de hacer nosotros otra cosa más que la que el
Señor hizo primeramente por nosotros, a saber, que en el cáliz que se ofrece en su conmemoración
se ofrezca una mezcla de agua y vino... No puede creerse que está en el cáliz la sangre de Cristo,
con la cual hemos sido redimidos y vivificados, si no hay en el cáliz el vino por el que se
manifiesta la sangre de Cristo...
90
Vemos el misterio (sacramenrum) del sacrificio del Señor prefigurado en el sacerdote
Melquisedec, según el testimonio de la Escritura cuando dice: <<Y Melquisedec, rey de Salem,
ofreció pan y vino», siendo sacerdote del Dios altísimo, y bendijo a Abraham (cf. Gén 14, 18).
Ahora bien, que Melquisedec fuera figura de Cristo lo declara el Espíritu Santo en los salmos,
cuando el Padre dice al Hijo: «Yo te engendré antes de la estrella de la mañana: tú eres sacerdote
según el orden de Melquisedec» (Sal 109, 3-4). Este orden procede y desciende evidentemente de
aquel sacrificio, por el hecho de que Melquisedec fue sacerdote del Dios altísimo, y de que ofreció
pan y vino y bendijo a Abraham. En efecto, ¿qué sacerdote del Dios altísimo lo es más que nuestro
Señor Jesucristo, quien ofreció a Dios Padre un sacrificio, el mismo sacrificio que había ofrecido
Melquisedec, a saber, pan y vino, es decir, su cuerpo y su sangre?...

EU/AGUA-VINO/CIPRIANO: Puesto que Cristo nos llevaba en sí a todos nosotros, ya que hasta
llevaba nuestros pecados, vemos que el agua representa al pueblo, mientras que el vino representa
la sangre de Cristo. Así pues, cuando en el cáliz se mezclan el agua y el vino, el pueblo se une con
Cristo, y la multitud de los creyentes se une y se junta a aquel en quien cree. Esta unión y
conjunción de agua y vino en el cáliz del Señor hace una mezcla que ya no puede deshacerse. Por
esto la Iglesia, es decir la multitud que está constituida en Iglesia y persevera fiel y firmemente en
su fe no podrá por nada ser separada de Cristo, ni nada podrá hacer que no permanezca adherida a
él e indivisa en el amor. Por esto al consagrar el cáliz del Señor no se puede ofrecer ni agua sola ni
vino solo: si uno ofrece solo vino, se hará presente la sangre de Cristo sin nosotros; si sólo hay
agua, se hará presente el pueblo sin Cristo. En cambio, cuando se mezclan ambas cosas hasta
formar un todo sin distinción y perfectamente uno, entonces se consuma el misterio (sacramentum)
celestial y espiritual...

Dice el Señor: «El que quebrantare uno de estos mandamientos mínimos y enseñare a hacerlo a los
hombres, será llamado el más pequeño en el reino de los cielos» (Mt 5, 19): ahora bien, si no se
pueden quebrantar ni los mínimos mandamientos del Señor, cuánto más esos que son tan grandes,
tan importantes, que tocan tan de cerca al misterio de la pasión del Señor y de nuestra redención no
podrán quebrantar ni cambiar lo que en ellos hay de institución divina por institución humana
alguna. Si Cristo Jesús, Dios y Señor nuestro es él mismo el sumo sacerdote de Dios Padre, y se
ofreció el primero a sí mismo en sacrificio al Padre, y mandó que esto se hiciera en memoria de él,
tendrá realmente las veces de Cristo aquel sacerdote que imita lo que Cristo hizo, y ofrecerá un
sacrificio verdadero y pleno en la Iglesia a Dios Padre cuando se ponga a hacer la oblación tal
como vea que la hizo Cristo...

9. EUSEBIO DE CESAREA (265?-340?)

Nacido y educado en Cesarea, de la que fue obispo, Eusebio, afectado por el arrianismo, es autor de
importantes obras doctrinales e históricas. En el siguiente texto refleja la profunda unidad que la Iglesia
antigua descubre entre la eucaristía litúrgica y el sacrificio espiritual de toda vida cristiana fiel.
91
«Nosotros enseñamos que, en vez de los antiguos sacrificios y holocaustos, fue ofrecida a Dios
la venida en carne de Cristo y el cuerpo a Él adaptado. Y ésta es la buena nueva que se anuncia a su
Iglesia, como un gran misterio... Nosotros hemos recibido ciertamente el mandato de celebrar en la
mesa [eucarística] la memoria de este sacrificio por medio de los símbolos de su cuerpo y de su
salvadora sangre, según la institución del Nuevo Testamento... Y así todas estas cosas predichas por
inspiración divina desde antiguo, se celebran actualmente en todas las naciones, gracias a las enseñanzas
evangélicas de nuestro Salvador... Sacrificamos, por consiguiente, al Dios supremo un sacrificio de
alabanza; sacrificamos el sacrificio inspirado por Dios, venerado y sagrado; sacrificamos de un modo
nuevo, según el Nuevo Testamento, "el sacrificio puro", y se ha dicho: "mi sacrificio es un espíritu
quebrantado"; y "un corazón quebrantado y humillado Tú no los desprecias" [Sal 50,19]... "Suba mi
oración como incienso en tu presencia" [140,2].

«Por consiguiente, no sólo sacrificamos, sino que también quemamos incienso. Unas veces, celebrando
la memoria del gran sacrificio, según los misterios que nos han sido confiado por Él, y ofreciendo a
Dios, por medio de piadosos himnos y oraciones, la acción de gracias [eucaristía] por nuestra salvación.
Otras veces, sometiéndonos a nosotros mismos por completo a Él, y consagrándonos en cuerpo y alma a
su Sacerdote, el Verbo mismo. Por eso procuramos conservar para Él el cuerpo puro e inmaculado de
toda deshonestidad, y le entregamos el alma purificada de toda pasión y mancha proveniente de la
maldad, y le honramos piadosamente con pensamientos sinceros, con sentimientos no fingidos y con la
profesión de la verdad. Pues se nos ha enseñado que estas cosas les son más gratas que multitud de
hostias sacrificadas con sangre, humo y olor a víctima quemada [+Is 1,11] (Demostración evangélica
1,10).

En cuanto al sacrificio eucarístico, «de la misma manera que nuestro Salvador y Señor en persona, el
primero, después todos los sacerdotes procedentes de Él, cumpliendo el espiritual ministerio sacerdotal,
según los ritos eclesiásticos, por todas las naciones expresan con pan y vino los misterios de su cuerpo
y de su salvadora sangre. Y estas cosas las vio ya de antemano Melquisedec, en el divino Espíritu, pues
él usó de figuras de las cosas que habían de suceder, según lo atestigua la Escritura de Moisés, diciendo:
"Y Melquisedec, rey de Salén, presentó panes y vino; y era sacerdote del Dios Altísimo, y bendijo a
Abraham" [Gén 14,18ss]. Con razón, pues, sólo a Aquél que ha sido manifestado "el Señor le ha jurado
y no se arrepiente: Tú eres sacerdote eterno, según el rito de Melquisedec" [Sal 109,4]» (ib. 5,3).

10. SAN ATANASIO (295-373)

Obispo de Alejandría, doctor de la Iglesia, San Atanasio hubo de sufrir varios exilios y muchas
persecuciones, como gran defensor de la fe católica en Cristo, contra los errores de los arrianos.

«Nosotros no estamos ya en tiempo de sombras, y ahora no inmolamos un cordero material, sino aquel
verdadero Cordero que fue inmolado, nuestro Señor Jesucristo, el que fue conducido al matadero como
una oveja, sin que dijera palabra ante el matarife [+Is 53,7], purificándonos así con su preciosa sangre,
que habla mucho más que la de Abel [+Heb 12,24] (Carta 1,9).
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«Nosotros nos alimentamos con el pan de la vida, y deleitamos siempre nuestra alma con su
preciosa sangre, como si fuera una fuente. Y, sin embargo, siempre estamos ardiendo de sed. Y Él
mismo está presente en los que tienen sed, y por su benignidad llama a la fiesta a aquellos que tienen
entrañas sedientas: "Si alguno tiene sed, venga a mí y beba" [Jn 7,37]» (Carta 5,1).

11. SAN AMBROSIO 333-397

El Cuerpo de Cristo (Los sacramentos, IV, 5-9, 14, 21-25)

Os aproximáis al altar. Nada más comenzar a venir, los ángeles os han mirado. Han visto que os
acercáis al altar, y vuestra condición humana, que antes estaba manchada por la oscura fealdad de los
pecados, la han visto súbitamente brillar. Y así se han preguntado: ¿quién es ésta que sube del
desierto llena de blancura? (Cant 8, 5). Los ángeles se admiran; ¿quieres saber cuál es la causa de su
admiración? Escucha al Apóstol Pedro decir que se nos ha dado aquello que los mismos ángeles
desean contemplar (cfr. 1 Re 1, 12). Escucha de nuevo: lo que ojo no vio—dice—, ni oído oyó, eso
es lo que Dios ha preparado para los que le aman (1 Cor 2, 9).

Considera atentamente lo que has recibido. El santo profeta David vio esta gracia en figura, y la
deseó. ¿Quieres saber cómo la ha deseado? Óyele decir de nuevo: aspérgeme con hisopo y quedaré
limpio, lávame y seré más blanco que la nieve (Sal 50, 9). ¿Por qué? Porque la nieve, aunque sea
blanca, muy a menudo está manchada por algún tipo de suciedad, y se afea; pero la gracia que tú has
recibido, mientras la conserves tiene una duración sin fin.

Te acercabas, pues, lleno de deseos por haber visto tal gracia; venías al altar, lleno de deseos, para
recibir el sacramento. Tu alma dice: me acercaré al altar de mi Dios, al Dios que llena de alegría mi
juventud (Sal 42, 4). Te has despojado de la vejez de los pecados y te has revestido de la juventud de
la gracia. Esto te lo otorgaron los celestes sacramentos. Escucha otra vez a David, que dice: se
renovará tu juventud como la del águila (Sal 102, 5). Te has convertido en un águila ágil que se lanza
hacia el cielo despreciando lo que es de la tierra. Las buenas águilas rodean el altar: porque allí
donde está el cuerpo, allí se congregan las águilas (Mt 24, 28). El altar representa el cuerpo, y el
cuerpo de Cristo está sobre el altar. Vosotros sois águilas rejuvenecidas por la limpieza de las faltas.

Te has aproximado al altar, has fijado tu mirada sobre los sacramentos colocados encima del altar, y
te has sorprendido al ver que es cosa creada, y además, cosa creada común y familiar.

Quizá diga alguno: Dios hizo una gran merced a los judíos, dándoles el maná llovido del cielo; ¿qué
ha dado de más a sus fieles? ¿Qué ha dado de más a quienes tantas cosas había prometido?

(...) Quizá dices: este pan que me da a mí es un pan ordinario. Y no. Este pan es pan antes de las
palabras sacramentales; mas una vez que recibe la consagración, de pan se cambia en la carne de
Cristo. Vamos a probarlo. ¿Cómo puede el que es pan ser cuerpo de Cristo? Y la consagración, ¿con
qué palabras se realiza y quién las dijo? Con las palabras que dijo el Señor Jesús. En efecto, todo lo
que se dice antes son palabras del sacerdote: alabanzas a Dios, oraciones en las que se pide por el
pueblo, por los reyes, por los demás hombres; pero en cuanto llega el momento de confeccionar el
93
sacramento venerable, ya el sacerdote no habla con sus palabras sino que emplea las de
Cristo. Luego es la palabra de Cristo la que realiza este sacramento.

(...) ¿Quieres saber con qué celestiales palabras se consagra? Atiende cuáles son. Dice el sacerdote:
concédenos que esta oblación sea aprobada espiritual, agradable, porque es figura del cuerpo y de la
sangre de Nuestro Señor Jesucristo, El cual, la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas
manos, elevó sus ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, dando gracias, lo
bendijo, lo partió, y una vez partido, lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: «tomad y comed
todos de él porque esto es mi cuerpo, que será quebrantado en favor de muchos».

Presta atención. De igual manera, tomó también el cáliz después de cenar, la víspera de su Pasión,
levantó los ojos al cielo, hacia Ti, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, lo bendijo dando gracias
y lo dio a sus apóstoles y discípulos diciendo: «tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi
sangre». Observa que todas estas palabras son del Evangelista hasta el tomad, ya el cuerpo, ya la
sangre; mas a partir de ahí, las palabras son de Cristo: tomad y bebed todos de él, porque ésta es mi
sangre.

Observa cada detalle. Se dice: la víspera de su Pasión, tomó el pan en sus santas manos. Antes de la
consagración es pan; mas apenas se añaden las palabras de Cristo, es el cuerpo de Cristo. Por último,
escucha lo que dice: tomad y comed todos de él, porque esto es mi cuerpo. Y antes de las palabras de
Cristo, el cáliz está lleno de vino y agua; pero en cuanto las palabras de Cristo han obrado, se hace
allí presente la sangre de Cristo, que redimió al pueblo. Ved, pues, de cuántas maneras la palabra de
Cristo es capaz de transformarlo todo. Pues si el Señor Jesús, en persona, nos da testimonio de que
recibimos su cuerpo y su sangre, ¿acaso debemos dudar de la autoridad de su testimonio?

Vuelve ya conmigo al tema que tratábamos. Cosa grande es, ciertamente, y digna de veneración, que
sobre los judíos lloviese maná del cielo Pero reflexiona: ¿qué es más grande, el maná del cielo o el
cuerpo de Cristo? Sin lugar a dudas, el cuerpo de Cristo, que es el Autor del cielo. Además, el que
comió el maná murió; pero el que comiere este cuerpo recibirá el perdón de sus pecados y no morirá
eternamente.

Luego no sin razón dices: amén, confesando ya en espíritu que recibes el cuerpo de Cristo. Cuando te
presentas a comulgar, el sacerdote te dice: el cuerpo de Cristo. Y tú respondes: amén, es decir: así es
en verdad. Lo que la lengua confiesa, la convicción lo guarde.

12. SAN JUAN CRISÓSTOMO

Homilías sobre Corintios Primero, 24:4:7, 392AD

"Cuando ven el Cuerpo de Cristo sobre el altar, díganse a ustedes mismos, Por este Cuerpo que fue
manchado con sangre, que fue punzado por una lanza, y desde donde brotan las fuentes de salvación,
94
una de sangre, otra de agua, para todo el mundo. Este es el Cuerpo que El nos dió, para
sostenerlo, reservarlo y para comer, lo que es propio de un inmenso amor."

Liturgia de San Juan Crisóstomo / C.E.C. 1386

" Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios.Porque no diré el secreto a tus enemigos ni
le daré el beso de Judas. Sino que como el buen ladrón te digo: "Acuérdate de mí, Señor, en tu Reino ".
"

Homilia in 1Co27,4 / C.E.C. 1397, Compromiso en favor de los pobres

" Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando
digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha
liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más misericordioso"

13. SAN AGUSTÍN DE HIPONA 354-430

Para S. Agustín la Eucaristía es una figura de la pasión redentora de Jesús que efectúa la participación
de los miembros de la Iglesia en la nueva vida de su cabeza, Cristo. Comentando el discurso del pan de
vida (Jn 6) y la invitación de Cristo a comer su carne y a beber su sangre dice:

Es un horrible delito esto que parece mandar; hay, por tanto, que ver aquí una figura, una
invitación a comulgar con la pasión de Cristo y a imprimir en nuestra memoria el suave y
benéfico recuerdo de su carne crucificada y muerta por nosotros.
Sobre la Doctrina Cristiana, III, 16, 24

La Iglesia debe comulgar con la pasión de Cristo no sólo por medio del acto exterior de comer y beber
sino también por medio de la conciencia interior, y por eso hacerse ella misma enteramente sacrificio
como resultado de su participación en el sacrificio por excelencia, el de Cristo. Por eso la Eucaristía
representa no solamente el sacrificio único de Cristo en el Gólgota sino también el sacrificio espiritual
hecho continuamente por los cristianos. El pan partido y el vino derramado asemejan estas cosas de las
que son figuras o sacramentos: El cuerpo y la sangre entregados de Cristo y de los cristianos.

En la Eucaristía se unen orgánicamente el signo (La entrega de la Iglesia) y la realidad significada por el
rito simbólico (El sacrificio de Cristo). Se trata de una totalidad: El acto sacrificial de Cristo muerto y
resucitado lleva a su Iglesia en su movimiento hacia Dios. La Eucaristía es el signo sagrado por medio
del que la entrega única de Cristo se hace cada día actual para ser vivida por los cristianos: La Iglesia es,
junto a Cristo, la que ofrece la Eucaristía y la que es ofrecida en ella.

Cristo es él mismo el que ofrece y él mismo el don ofrecido. Ha querido que el sacramento de esta
realidad sea el sacrificio cotidiano de la Iglesia que, siendo cuerpo de esta cabeza, aprende a
ofrecerse ella misma por él.
La Ciudad de Dios, X, 20
95
S. Agustín no quiere separar el sacrificio de Cristo del sacrificio cotidiano de la Iglesia. La
liturgia eucarística está en función del Cristo total, unido para siempre a su Iglesia; glorifica a Cristo y a
los santos, purifica y santifica la Iglesia en peregrinación hacia el reino y socorre a los fieles difuntos.
En resumen: El sacrificio sacramental es símbolo real del sacrificio único de Cristo que redime a toda
la creación y une a la Iglesia de modo especial con la redención, haciéndola una auténtica participante
de ésta.

a. Presencia de Cristo y de la Iglesia

Quien recibe el misterio de la unidad y no tiene el vínculo de la paz no recibe un misterio salvador
en favor suyo, sino un testimonio contra sí mismo. Si vosotros sois el cuerpo de Cristo y sus
miembros entonces vuestro mismo misterio reposa sobre la mesa de la Eucaristía. Vosotros debéis
ser lo que veis y debéis recibir lo que sois.
(Homilía 272)

No se puede estar unido con la cabeza de la Iglesia si no se está unido al cuerpo. Quién se separa de la
única Iglesia celebra la Eucaristía no para su salvación sino para su ruina, más aún, no la celebra de
hecho. Esto se debe a que, ya que están presentes en la Eucaristía tanto Cristo como la Iglesia, los dos
son la materia de este sacramento. Por eso S. Agustín se niega a ver la presencia real de Cristo separada
de la participación en ella de la Iglesia. Lo mismo que Cristo los miembros de la Iglesia están presentes
en el pan y el vino consagrados.

S. Agustín no se interesa principalmente por la Eucaristía en sí misma, sino por su fin último: la unión
de los cristianos con Cristo y entre ellos. La visión paulina del cuerpo de Cristo es el principio de la
doctrina eucarística. Es fundamental la intención de subrayar la inclusión de cada cristiano en la unidad
del cuerpo de Cristo. La finalidad de la celebración de la Eucaristía no es "estar delante" sino "estar
dentro". Recibido el pan eucarístico, que es símbolo real de su unión con Cristo, los participantes no
siguen siendo individuos, existen dentro de Cristo y están unidos los unos con los otros en el cuerpo
místico de la Iglesia. La participación en la Eucaristía nos hace cuerpo de Cristo.

Unión de los cristianos con Cristo y entre ellos

Vosotros sois los mismos hombres que erais, ya que no habéis traído caras nuevas. Y, sin
embargo, sois nuevos: viejos por la apariencia del cuerpo, pero nuevos por la gracia de la
santidad, y esto sí que es verdadera novedad. Así también como veis, esto todavía es pan y vino;
pero llegará la consagración y aquel pan será el cuerpo de Cristo y aquel vino será la sangre de
Cristo. Esto hace el nombre de Cristo; esto hace la gracia de Cristo: que la realidad parezca lo
mismo que parecía y que, sin embargo, no valga aquello que valía.
Sermón del domingo de Pascua

S. Agustín intenta profundizar en la significación del signo que representa la Eucaristía: La Iglesia como
un estar dentro de Cristo y los otros. El fundamento de todo esto es la fe en la presencia real de Cristo
en los signos sacramentales, el cambio del pan en su carne y del vino en su sangre.

Sin esta presencia real los cristianos no recibirían en la comunión la vida eterna. La unidad del cuerpo
místico no es construida por los miembros sino comunicada por la cabeza, Cristo, en el don real y
96
eficaz que hace de sí mismo por medio de la Eucaristía. En vez de sustituir el realismo de la
presencia de Cristo, el realismo de la presencia de la Iglesia lo presupone y lo garantiza.

La Eucaristía es vista como un acontecimiento salvífico en el cual se participa para estar en contacto con
la misma autodonación de Cristo que vivifica la Iglesia y la envía al mundo a la misión, dándole un
anticipo de la comunidad y de la caridad sin fin que ya comienza a vivir en este mundo.

"Cantad al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se nos exhorta a
cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que significa este cántico nuevo. Un cántico
es expresión de alegría y, considerándolo con más atención, es una expresión de amor. Por esto, el que
es capaz de amar la vida nueva es capaz de cantar el cántico nuevo. Debemos, pues, conocer en qué
consiste esta vida nueva, para que podamos cantar el cántico nuevo. Todo, en efecto, está relacionado
con el único reino, el hombre nuevo, el cántico nuevo, el Testamento nuevo. Por ello el hombre nuevo
debe cantar el cántico nuevo porque pertenece al Testamento nuevo.

Nadie hay que no ame, pero lo que interesa es cuál sea el objeto de su amor. No se nos dice que no
amemos, sino que elijamos a quien amar. Pero, ¿cómo podremos elegir, si antes no somos nosotros
elegidos? Porque, para amar, primero tenemos que ser amados. Oíd lo que dice el apóstol Juan: El nos
amó primero. Si buscamos de dónde le viene al hombre el poder amar a Dios, la única razón que
encontramos es porque Dios lo amó primero. Se dio a sí mismo como objeto de nuestro amor y nos dio
el poder amarlo. El apóstol Pablo nos enseña de manera aún más clara cómo Dios nos ha dado el poder
amarlo: El amor de Dios dice ha sido derramado en nuestros corazones. ¿Por quién ha sido derramado?
¿Por nosotros, quizá? No, ciertamente. ¿Por quién, pues? Por el Espíritu Santo que se nos ha dado.

Teniendo, pues, tan gran motivo de confianza, amemos a Dios con el amor que de él procede. Oíd con
qué claridad expresa San Juan esta idea: Dios es amor y quien permanece en el amor permanece en
Dios, y Dios en él. Sería poco decir: El amor es de Dios. Y ¿quién de nosotros se atrevería a decir lo que
el evangelista afirma: Dios es amor? Él lo afirma porque sabe lo que posee.

Dios se nos ofrece en posesión. Él mismo clama hacia nosotros: «Amadme y me poseeréis, porque no
podéis amarme si no me poseéis.»

¡Oh, hermanos! ¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que habéis
nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto, escuchadme, mejor aún, cantad al
Señor, junto conmigo, un cántico nuevo. «Ya lo canto», me respondes. Sí, lo cantas, es verdad, ya lo
oigo. Pero, que tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu voz.

Cantad con la voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta: Cantad al Señor un cántico
nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis
que vuestro canto tenga por tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las alabanzas que
hay que cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas? Resuene
su alabanza en la asamblea de los fìeles. Su alabanza son los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a
Dios? Vivid de acuerdo con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor
alabanza que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta."
97
De los Sermones de San Agustín, obispo (Sermón 34, 1-3.5-6; 41, 424-426)

14. LA EUCARISTÍA EN SANTO TOMÁS DE AQUINO

Como principio de este tema hemos escogido esta antífona de Sto. Tomás en la que podemos encontrar
la triple significación que le da al banquete eucarístico: conmemora la pasión y resurrección del
Salvador, significa el don actual de su gracia y anuncia la gloria futura. Por tanto hablaremos de la
Eucaristía como representación del sacrificio de la cruz, como presencia real del cuerpo y la sangre de
Cristo por medio de la conversión sustancial de los elementos y finalmente como anticipo y garantía
del convite del Reino de Dios.

a. La Eucaristía representa el sacrifico de la cruz

En primer lugar, para Sto. Tomás la Eucaristía es el acto de Cristo sacerdote que se hace presente como
inmolación única y eficaz, porque sus actos salvíficos tienen una calidad perenne y son siempre
simultáneos con todo tiempo. La misa es un sacrificio a causa de que conmemora y representa la
inmolación insuperable de Cristo.

Se debe considerar lo que por medio de este sacramento es representado, que es la pasión de
Cristo... Por eso los efectos que la pasión de Cristo hizo en el mundo, este sacramento los hace en
el hombre.
Suma Teológica, III, q.75, a.1

La representación hace del efecto universal de Cristo una realidad efectiva en la vida personal de todos
los que reciben la Eucaristía. Por medio del recuerdo litúrgico los ritos de la misa refiguran la pasión y
la resurrección. Según Sto. Tomás el misterio pascual está presente en particular por la presentación
distinta del cuerpo y de la sangre bajo las especies del pan y del vino: símbolo de la muerte violenta que
priva al cuerpo de su sangre.

Santo Tomás muestra el sentido profundo y dinámico del recuerdo litúrgico, además da relieve a la
acción personal de Jesús en la Eucaristía: El hace el pan y el vino partícipes verdaderos de su
autodonación, de modo que la Iglesia se ofrece y es ofrecida con él al Padre, mediante los elementos
que representan su sacrificio. Por la representación memorial el acontecimiento salvífico pasado asume
una nueva presencia espacio-temporal aquí y ahora.

b. La Eucaristía significa el don actual de la gracia del Salvador

El siguiente paso en la explicación tomista de la Eucaristía es mostrar como la representación eficaz de


la pasión y de la resurrección, su efecto en el cristiano, depende el hecho de que este sacramento mismo
es un signo eficaz, un símbolo real que comunica el don de la gracia de Cristo de un modo enteramente
especial.

Por los sentidos no se puede apreciar que estén en este sacramento el verdadero cuerpo y la
sangre de Cristo, sino por la sola fe, que se apoya en la autoridad de Dios... Y esto es conveniente a
98
la perfección de la nueva ley. Pues si los sacrificios de la vieja sólo contenían en figura el
sacrificio de la pasión de Cristo... convino que tuviera algo más el sacrificio de la ley nueva,
instituido por Cristo; es decir, que contuviera al mismo Cristo sacrificado, no sólo en significado o
figura, sino también en realidad.
Suma Teológica, III, q.75, a.1

La afirmación fundamental es que Cristo está verdaderamente presente, aunque esta presencia es
accesible sólo a la fe. La Eucaristía es un símbolo real porque Cristo mismo está en ella, se revela,
existe y actúa en ella. La Eucaristía manifiesta y presenta la realidad primaria que significa: el cuerpo y
la sangre de Cristo dado en sacrificio por los hombres y entrado en la gloria para su salvación. Pero
Cristo está presente no según un modo físico o visible, sino según el modo y la fuerza de las cosas
espirituales. Por eso Sto. Tomás habla de una presencia real según un modo espiritual.

Para explicar la conversión del pan y del vino eucarísticos, que sustenta la presencia real de Cristo, Sto.
Tomás usa la teoría de la transubstanciación: Mientras permanecen los accidentes del pan y del vino es
la substancia de éstos la que se transforma en la substancia del Cuerpo y Sangre de Cristo.

Lo que quiere Sto. Tomás con esta teoría es responder a una cuestión central en la teología eucarística:
¿Como unir de modo claro la realidad visible significante (el pan y el vino) y la realidad invisible
significada (el cuerpo y la sangre de Cristo)? Según Tomás, las dos son preservadas en la enseñanza de
la transubstanciación: Por una parte los accidentes del pan y del vino son los símbolos reales que
significan la pasión y la resurrección de Cristo: lo que se ve es la realidad significante. Por otra parte lo
que es invisible a los sentidos, la conversión del pan y del vino en el cuerpo y sangre de Cristo, sirve
para conducir a los creyentes a la realidad significada, la presencia real de la persona del Salvador.

Sto. Tomás entiende por substancia una cosa o una persona examinada en su ser intrínseco, dotada de
una unidad y de una consistencia propias, hecha abstracción de sus cualidades y propiedades diversas.
Un hombre, compuesto de muchas sustancias diversas (Sangre, huesos, tejidos...) es siempre una sola
substancia. Por tanto Sto. Tomás quiere decir que en la Eucaristía hay un cambio de substancias en el
sentido de que el ser intrínseco del pan y del vino, una realidad metafísica, no experimentable por los
sentidos e invisible, se convierte en el ser intrínseco del cuerpo y de la sangre de Cristo. El cuerpo de
Cristo no puede ser tocado o comido en su especie propia, sino solo en las especies sacramentales que
lo ocultan a nuestros ojos y nuestra experiencia sensible.

c. Anunciar la gloria futura

En este sacramento se pueden considerar aquel de quien procede el efecto, Cristo, en él contenido,
y su pasión representada, y aquello por lo que el efecto se produce, el acto sacramental y sus
especies. Por las dos cosas le compete conducir a la consecución de la vida eterna... La comida del
alimento espiritual y la unidad significada en las especies de pan y vino se obtienen
imperfectamente en el presente y de manera perfecta en el estado de gloria.
Suma Teológica, III, q.79, a.2

Sto. Tomás presenta dos aspectos de la Eucaristía como consecución de la gloria: (1) El acto redentor
de Cristo, del cual la Eucaristía es el memorial sacramental, nos ha dado acceso a la gloria, y (2) sólo
en el cielo serán plenamente realizadas la saciedad espiritual y la unidad eclesial que simbolizan las
99
especies sacramentales. Por tanto el sacramento no tendrá plenamente su materia sino en el
cumplimiento escatológico.

Se salva la tensión entre la presencia actual de la salvación (la saciedad de los deseos humanos por Dios
y la unidad de la Iglesia son accesibles en el presente) y el todavía no (la entera saciedad y la unidad
perfecta están reservadas a la visión beatífica). Así se toma en serio el aspecto escatológico de la
Eucaristía como verdadero anticipo del banquete del Reino. No es solamente que este sacramento
represente el convite del reino, sino que también ofrece una verdadera, aunque imperfecta, participación
anticipada en él.

La teología eucarística de Sto. Tomás es testimonio de la progresiva cerrazón de la experiencia


eucarística cristiana. Durante la Edad Media la reflexión y la piedad eucarísticas se van concentrando
cada vez más en la relación individual de adoración que se establece entre el cristiano y Cristo. Esta es
la razón de que la cuestión fundamental sea la presencia real de Cristo.

Pese a los méritos considerables de la teoría de la transubstanciación, en ella se manifiesta la rígida


perspectiva del pensamiento medieval. Sto. Tomás, concentrándose enteramente en el pan y el vino
sobre el altar, olvida la reciprocidad del misterio Iglesia-Eucaristía característica del pensamiento
eucarístico anterior. Según Sto. Tomás la Iglesia es significada pero no contenida en la Eucaristía.

Sto. Tomás retoma muchas perspectivas bíblicas y patrísticas en su enseñanza eucarística, mientras
clarifica la naturaleza del cambio de los elementos para llegar a un síntesis. El problema se plantea
cuando, en la teología posterior, la idea de transubstanciación se convierte, junto con el sentido
sacrificial, en el núcleo central y casi único de la teología eucarística. Esto provocó un cierre en la
comprensión de la Eucaristía que durará hasta el siglo XX.

V. EUCARISTÍA Y EL MAGISTERIO DE LA IGLESIA


Textos selectos
La estructura de la Eucaristía con toda la riqueza de aspectos resaltados por los Padres en las
catequesis y en los comentarios bíblicos, celebrada y confesada en la celebración misma de los
misterios con los textos de las plegarias eucarísticas, se conservó íntegra, excepto por algunas
leves pero totalmente insignificantes rupturas, a lo largo de los diez primeros siglos del
cristianismo. Esta unanimidad a la cual todavía hoy podemos tener acceso en las fuentes
patrísticas, comunes a Oriente y Occidente, es estímulo de unidad eucarística en la fe y en la vida
para todos los cristianos.
100
Con época medieval esta fe experimenta algunos traumas. En primer lugar con la tendencia
racionalista en la interpretación de la verdad de la Eucaristía como presencia real del cuerpo y de
la sangre del Señor. Pero es sobretodo en el siglo XVI donde la fe sobre el misterio eucarístico es
turbada por parte de Lutero y los otros reformadores los cuales, con diversos matices, niegan el
sentido sacrificial de la Eucaristía, la permanencia de la presencia del Señor en las especies
eucarísticas después de la celebración y, por lo tanto, el culto de la Eucaristía fuera de la Misa, y
para no negar la presencia real, como Lutero que profesa su fe en la presencia, ofrecen
explicaciones insuficientes para salvaguardar el sentido real de la presencia de Cristo en la
Eucaristía.

Estas negaciones que se apartan claramente de la gran tradición de la Iglesia del primer milenio,
marcan profundamente la Iglesia de Occidente, especialmente la Reforma. Pero también en el
campo católico, hasta el siglo XI, aparecen interpretaciones del misterio que no dan plena razón
de la fe de la Iglesia.

Se puede afirmar que en este nuestro tiempo a nivel de reflexión, de celebración y de


compromiso, la Iglesia ha tratado de confesar y de vivir la Eucaristía en toda la plenitud de
aspectos. En esta recuperación no son extraños también los cristianos de la tradición que se
inspira en la Reforma protestante. La búsqueda de una mejor comprensión de la Eucaristía está
en acto; y hay una especie de «nostalgia» por la recuperación de aquella unidad de fe, y de vida
eucarística que, inspirada en las fuentes de la revelación, fue patrimonio de la doctrina común de
la Iglesia de los primeros diez siglos, cuando la Iglesia estaba unida. Dicha teología, como se
verá, es expresada de modo egregio, aunque no elaborado, en las plegarias eucarísticas de la
tradición occidental y oriental.

Aunque reservando para la segunda parte del tratado el estudio más específico y circunstanciado
de algunas intervenciones del Magisterio, especialmente en torno al tema del sacrificio y de la
presencia real, está bien tener hasta ahora una visión sinóptica de las diferentes intervenciones de
la Iglesia y de las razones históricas que lo han provocado, para poder colocar adecuadamente,
junto a la Revelación y a la tradición primitiva, la norma próxima de fe del Magisterio, tan
importante en el ámbito de la doctrina eucarística.

En el espacio histórico ahora descrito, se pone de relieve la atención vigilante del Magisterio de
la Iglesia católica en confrontación con la doctrina y la praxis referentes al misterio eucarístico.
Intervenciones dogmáticas y teológicas, litúrgicas y disciplinares, por conservar intacta la fe se
han sucedido desde el medievo hasta nuestros días, cada vez que esta fe ha sido negada, o
simplemente puesta bajo sospecha o resquebrajada. El papel del Magisterio ha sido providencial
para descubrir y condenar los errores, para favorecer y nutrir la verdadera fe del pueblo de Dios y
para mantener en toda la pureza y riqueza la fe eucarística de la Iglesia. Un simple repaso de las
intervenciones del Magisterio al respecto se ofrece como la historia de la fe de la Iglesia desde el
medievo hasta nuestros días.

En el siglo XI el Sínodo de Roma (con diversas intervenciones en Vercelli y Florencia) en el año


1059 impone a Berengario de Tours (999-1088) una profesión de fe eucarística que afirma con
101
fuerza y realismo la presencia de Cristo en la Eucaristía, negada precisamente por Berengario.
En 1079 esta confesión se volvió a proponer con un nuevo texto que, al afirmar con fuerza el
realismo de la presencia y la conversión sustancial, parece más sobrio que la anterior profesión
de fe en la terminología (DS 690 y 700).

En el siglo XIII el concilio Lateranense IV (1215) define en algunos cánones la recta doctrina
católica, ahora ya elaborada filosóficamente, sobre la presencia real y la transustanciación (DS
802).

En el siglo XV el concilio de Constanza (1414/1418) precisa algunos puntos de la doctrina


eucarística contra J. Wycliffe (DS 1151-1152).

En el siglo XVI el concilio de Trento afronta de manera sistemática y autorizada la proclamación


de la doctrina católica sobre la Eucaristía contra los errores de Lutero, Calvino y Zwinglio. Fruto
de este estudio son: a) en la sesión XIII (1551) la doctrina y los cánones sobre la presencia real,
la transustanciación y el culto eucarístico (DS 1635-1661); b) en la sesión XXI (1562) el decreto
sobre la comunión bajo las dos especies (1725-1734); c) en la sesión XXII (1562) la doctrina
sobre el sacrificio de la misa (DS 1738-1760).

La doctrina del concilio de Trento, amplia, articulada, precisa, queda como un punto firme de la
doctrina de la Iglesia católica sobre la Eucaristía, también por el hecho de que las grandes
afirmaciones de los capítulos doctrinales han sido formuladas en los cánones como dogma de fe,
según la revelación y la tradición de la Iglesia.

En el siglo XVIII con la Bula «Auctorem fidei», Pío VI condena los errores del Sínodo de
Pistoia, entre los cuales uno hace referencia al alcance dogmático del concepto de
transustanciación (DS 2629).

En el siglo XX la atención del Magisterio de la Iglesia hacia el misterio eucarístico es rica en


documentos y orientaciones. Destacamos los más importantes.

Pío X ofrece los documentos Sacra Tridentina Synodus de 1905 sobre la comunión frecuente
(DS 3375-3383) y Quam singulari sobre la primera comunión de los niños, en 1910 (3530-
3536).
102
Del Magisterio eucarístico de Pío XII es justo recordar la encíclica Mediator Dei sobre la
sagrada liturgia (1947), con particular atención a la doctrina sobre el sacrificio eucarístico (DS
3840-3855). En su famosa encíclica Humani generis sobre los errores teológicos modernos
(1951), hay una autorizada toma de posición por una clara explicación católica de la presencia
real (DS 3891). Hasta los últimos meses de su vida Pío XII tuvo una vigilante atención a la
sacralidad del misterio eucarístico y a la recta doctrina sobre la presencia real y sobre la
transustanciación.

Pablo VI en 1965 promulga la encíclica Mysterium Fidei sobre la presencia real y sobre el
sacrificio eucarístico, para condenar las interpretaciones minimalistas de la transignificación y de
la transfinalización. La encíclica de Pablo VI fue promulgada el día 3 de septiembre de 1965, que
entonces era memoria litúrgica de san Pío X, Papa de la Eucaristía. Esta Encíclica publicada la
vigilia de la convocatoria de la última sesión conciliar, estuvo precedida por autorizadas
intervenciones del Papa durante los meses de abril y junio del mismo año. Estas intervenciones
fueron provocadas por las teorías que fueron difundiéndose entre algunos teólogos,
especialmente en Holanda, sobre la presencia real y la transustanciación.

El Vaticano II en su Magisterio ha ofrecido una amplia cosecha de textos eucarísticos que


forman, en su conjunto, una rica y autorizada síntesis de teología cristiana. En la doctrina del
Vaticano II tenemos casi un centenar de textos sobre el misterio eucarístico. El Documento
Eucharisticum Mysterium (1967) ha ofrecido una síntesis autorizada de esta doctrina conciliar.
Muchos documentos de la reforma litúrgica postconciliar tienen una estrecha relación con la fe
eucarística y con la renovación de la celebración de la Eucaristía. La fe tradicional no está
resquebrajada, más bien se ha tratado de ofrecer un enriquecimiento de los aspectos globales.

Entre estos documentos es preciso recordar la Constitución Missale Romanum que sanciona la
reforma del nuevo rito de la Misa, la introducción de la concelebración, de las nuevas plegarias
eucarísticas, de la comunión bajo las dos especies, etc. Históricamente se debe recordar que una
primera redacción de los Preliminares al Novus Ordo Missae (1969) fue fuertemente criticada
por algunos autores. Esto llevó a una notable revisión del texto de la Constitución Missale
Romanum (1970) con la añadidura de un Proemio y de la Institutio Generalis del Misal Romano,
con la corrección de algunos números, en particular de los nn. 7, 48, 55...

Juan Pablo II ha enriquecido el Magisterio eucarístico de nuestros tiempos con amplias


intervenciones, a lo largo de todo su pontificado. El documento magisterial más autorizado,
emanado hasta ahora sobre el misterio eucarístico es, sin duda, la Carta a los Sacerdotes con
ocasión del Jueves Santo de 1980, con el título Domenicae Coenae, publicada el 24 de febrero de
1980, seguida por la Instrucción de la (entonces) Sagrada Congregación para los Sacramentos y
103
el Culto Divino Inaestimable donum (3 de abril de 1980). Este documento toma posición
decididamente contra los abusos litúrgicos y propone de nuevo el misterio eucarístico según la
doctrina tradicional de la Iglesia confirmando algunos temas venerados en la teología de Juan
Pablo II: la sacralidad de la celebración, el sentido comprometido de la participación en el
sacrificio, la Eucaristía como bien supremo de la Iglesia, la relación entre Eucaristía y caridad
fraterna, etc.

Este documento posee una rica documentación patrística y litúrgica en las notas que dejan
entrever a un gran experto como colaborador en la redacción (L. Ligier, SJ).

En el Catecismo de la Iglesia Católica tenemos una amplia exposición de la doctrina católica


sobre la Eucaristía. Ésta se encuentra en la segunda parte, en la sección referente a los
sacramentos. Dicho compendio ofrece de manera articulada tanto la riqueza de la tradición,
como la claridad del Magisterio de la Iglesia, con una atención particular al sentido
complementario de la visión del misterio por parte de Oriente y de Occidente.

La articulación de la exposición del Catecismo nos ofrece ya la clave de lectura de una doctrina
plenamente tradicional y renovada a la luz del Vaticano II:

Tras una breve introducción (nn. 1322-1323) se delinea la realidad de la Eucaristía como fuente
y culmen de la vida eclesial (nn 1324-1347) y se explican los diversos nombres (nn. 1328-1332);
se presenta la Eucaristía en la economía de la salvación, con una breve síntesis de carácter
bíblico: el pan y el vino, la institución y el memorial (nn. 1333-1344). Se evidencia la
continuidad de la estructura celebrativa de la Eucaristía, desde el segundo siglo hasta la
celebración actual (nn. 1345-1355). Se describe el sacrificio sacramental en su dimensión
trinitaria: acción de gracias al Padre, memorial del sacrifico de Cristo y de la Iglesia, presencia
de Cristo obrada por el Espíritu Santo (nn. 1356-1381). Se presenta la Eucaristía como banquete
de comunión (nn. 1382-1401). El tratado finaliza con la presentación del misterio eucarístico en
su dimensión escatológica (nn. 1402-1405). La síntesis doctrinal comprende los nn. 1406-1419.

Esta breve reseña de los documentos más importantes del Magisterio de la Iglesia nos servirá de
punto de referencia en la exposición sistemática de los grandes temas del misterio eucarístico; en
el Magisterio, en efecto, encontramos la norma próxima de nuestra fe; esto vale especialmente
para la Eucaristía, cuya doctrina ha sido competentemente definida en los aspectos más
cualificados, como por ejemplo, sobre el sacrificio de la misa y la presencia real del Señor en la
Eucaristía 35.
104

1. LA EUCARISTÍA EN EL CONCILIO VATICANO II

En el concilio Vaticano II se sintetizan diversas perspectivas de interpretación de la Eucaristía que, en


su conjunto, presentan una visión armónica de la totalidad de sentido del sacramento. Esto lo podemos
ver reflejado en un texto central del concilio:

Un anticipo de esta esperanza y una ayuda para este camino la dejó el Señor a los suyos en aquel
sacramento de fe, en el que los elementos de la naturaleza, cultivados por el hombre, se
transforman en su Cuerpo y Sangre gloriosos, en la cena de comunión fraterna y pregustación del
convite celestial.
Constitución "Gaudium et Spes", 38

Este texto toma un punto de vista ontológico -se fija en la esencia de las cosas- cuando se habla de la
transformación del pan y el vino en el Cuerpo y Sangre gloriosos de Cristo. Esta presencia real de
Cristo glorioso renueva el misterio pascual de su muerte y resurrección, sacrificio que establece la
nueva Alianza. En la Eucaristía el acto simbólico del cenáculo en el que Jesús prefiguró su entrega por
105
la salvación del mundo se hace presente a la Iglesia por la transformación de los elementos
naturales en el Cuerpo y la Sangre del Señor glorioso.

Pero la presencia del Señor en la Eucaristía no es un simple hecho objetivo que simplemente haya que
tener en cuenta. Como hemos visto antes es presencia salvadora, presencia que da vida a la Iglesia. Por
eso la Eucaristía es también presentada, desde un punto de vista existencial como cena de comunión
fraterna. La comunión ritual con el cuerpo y la sangre del Señor genera la unión fraterna entre los
participantes. No es sólo lugar de presencia, sino también de acción de Cristo que, en el banquete
fraterno, nos hace hermanos. En la Eucaristía el Espíritu de Cristo presente hace de la Iglesia una
auténtica familia, unida por lazos aún mas fuertes que los de la carne y la sangre naturales. La Iglesia es
comunidad de hermanos porque el fundamento de su unidad proviene de la Carne y la Sangre
entregadas de Cristo.

Esto quiere decir que la comida eucarística tiene también un efecto en la vida normal del cristiano, es
ayuda para su camino. Si la Eucaristía es banquete de hermanos, representa en el mundo un contrasigno
de las divisiones que experimentamos en la humanidad. La Eucaristía es fuerza para negar el amor
propio y abrirse a la comunión de los hermanos en una práctica real y eficaz de transformación del
mundo. La Eucaristía está dirigida a ayudar a los cristianos no sólo a dar gracias al Padre por el don que
Jesús hace de sí mismo, y que les es comunicado, sino también a que practiquen diversas formas de
compartir, que reflejen la voluntad de Jesús de transformar el mundo. El rito es, de este modo, un acto
espiritual que provoca un camino de justicia en el mundo. La Iglesia se hace en la Eucaristía
responsable de su propio destino como comunidad llamada a compartir su realidad y sus bienes con los
demás, presentando un signo de fraternidad frente al egoísmo de los ricos de este mundo.

Finalmente la Eucaristía es pregustación del convite celestial. En la Eucaristía tenemos la anticipación


real del cumplimiento de nuestra esperanza, podemos vivir realmente lo que será, al fin de los tiempos,
el banquete de la humanidad reunida en torno a la mesa del Señor. Cada vez que la Iglesia reunida en la
liturgia eucarística rompe el pan y distribuye el vino de la nueva creación y prolonga este gesto ritual en
el mundo mediante actos de solidaridad y generosidad, ofrece un signo incomparable de la unión final
que se colmará en el futuro y ya se halla inicialmente realizada en la celebración sacramental.

Conclusión final: La Eucaristía, resumen de la vida cristiana

En la Eucaristía podemos encontrar un resumen vivo de la totalidad de lo que es la vida cristiana, es


decir, no una realidad que debamos ni podamos analizar en su totalidad, pero sí una experiencia que
podemos vivir y, a través de la vivencia comprender. En primer lugar podemos descubrir en la
celebración eucarística la auténtica realidad de Dios. A través de la presencia real de Cristo en las
especies eucarísticas el cristiano puede tener una experiencia de que Dios es el que se entrega para la
salvación de la humanidad, el que no ha querido existir para sí mismo, sino que ha querido desbordar su
amor sobre el mundo. Sólo puede comprender verdaderamente la realidad de Dios el que experimenta
su presencia activa y salvadora en la Eucaristía y, a través de ella, comprende lo que Dios es y hace en
la totalidad de su vida.

También encontramos la oportunidad de vivir lo que es la Iglesia, comunidad de hermanos reunida en


torno al Señor. El ser más profundo de la Iglesia como asamblea reunida por la Palabra y la acción del
Señor se realiza de la forma más completa en la celebración en la que la comunidad de los hermanos se
106
reúne en torno a la mesa del Señor. La Iglesia es una comunidad que se realiza en la
celebración del acontecimiento de salvación por Cristo. La Eucaristía, siendo al mismo tiempo la
realización sacramental más completa de la salvación y de nuestra participación en ella, es el lugar en el
que la Iglesia se realiza como comunión con Dios y con los hermanos. Podemos decir que, aunque la
Iglesia hace la Eucaristía, es, sobre todo, la Eucaristía la que hace a la Iglesia al darle su realidad más
profunda y plena. No se trata sólo de que los cristianos signifiquen lo que es su vida en el mundo a
través de la celebración eucarística, sino que también es la celebración eucarística la que da contenido y
significado pleno a la vida y el compromiso de los cristianos en el mundo.

Pero no sólo se trata de lo que es Dios y lo que es la Iglesia, la Eucaristía nos da un contraste para
contemplar lo que podemos ser y aún no experimentamos. Es un impulso para hacer un mundo nuevo,
un mundo de hermanos que comparten a imagen del hermano mayor que nos reúne en torno a su mesa.
En la Eucaristía encontramos una llamada a transformar el mundo a imagen de Cristo. Si la celebración
de la salvación no nos saca de nosotros mismos y nos hace buscar al necesitado estamos negando su
plenitud como realidad salvadora y transformadora de la totalidad de la creación.

Finalmente la Eucaristía nos desvela lo que podemos esperar de la salvación de Dios presente en el
mundo: La construcción definitiva del reino que ya experimentamos en la celebración sacramental. El
contenido de la esperanza cristiana se hace real y tangible en la celebración de la Eucaristía. No
esperamos algo que desconocemos, sino algo que vivimos cada vez que nos reunimos en el nombre del
Señor a celebrar su banquete. Ante las dudas sobre el futuro del hombre y de la humanidad el cristiano
dirige su mirada a la celebración eucarística y en ella encuentra la seguridad y la presencia de lo que
Dios promete al mundo, una vida plena y compartida para una humanidad fraterna.

2. «MYSTERIUM FIDEI»

Sobre la doctrina y culto de la Sagrada Eucaristía

Carta Encíclica del Papa Pablo VI promulgada el 3 de septiembre, de 1965.

El misterio de fe, es decir, el inefable don de la Eucaristía, que la Iglesia católica ha recibido de Cristo,
su Esposo, como prenda de su inmenso amor, lo ha guardado siempre religiosamente como el tesoro
más precioso, y el Concilio Ecuménico Vaticano II le ha tributado una nueva y solemnísima profesión
de fe y culto. En efecto, los Padres del Concilio, al tratar de restaurar la Sagrada Liturgia, con su
pastoral solicitud en favor de la Iglesia universal, de nada se han preocupado tanto como de exhortar a
los fieles a que con entera fe y suma piedad participen activamente en la celebración de este sacrosanto
misterio, ofreciéndolo, juntamente con el sacerdote, como sacrificio a Dios por la salvación propia y de
todo el mundo y nutriéndose de él como alimento espiritual.

Porque si la Sagrada Liturgia ocupa el primer puesto en la vida de la Iglesia, el Misterio Eucarístico es
como el corazón y el centro de la Sagrada Liturgia, por ser la fuente de la vida que nos purifica y nos
fortalece de modo que vivamos no ya para nosotros, sino para Dios, y nos unamos entre nosotros
mismos con el estrechísimo vínculo de la caridad.
107
Y para resaltar con evidencia la íntima conexión entre la fe y la piedad, los Padres del
Concilio, confirmando la doctrina que la Iglesia siempre ha sostenido y enseñado y el Concilio de
Trento definió solemnemente juzgaron que era oportuno anteponer, al tratar del sacrosanto Misterio de
la Eucaristía, esta síntesis de verdades:

"Nuestro Salvador, en la Ultima Cena, la noche que en que él se entregaba, instituyó el Sacrificio
Eucarístico de su Cuerpo y Sangre, con el cual iba a perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrifico
de la Cruz y a confiar así a su Esposa, la Iglesia, el Memorial de su Muerte y Resurrección: sacramento
de piedad, signo de unidad, vínculo de caridad, banquete pascual, en el cual se come a Cristo, el alma se
llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria venidera"1.

Con estas palabras se enaltecen a un mismo tiempo el sacrificio, que pertenece a la esencia de la Misa
que se celebra cada día, y el Sacramento, del que participan los fieles por la sagrada Comunión,
comiendo la Carne y bebiendo la Sangre de Cristo, recibiendo la gracia, que es anticipación de la vida
eterna y la medicina de la inmortalidad, conforme a las palabras del Señor: El que come mi Carne y
bebe mi Sangre tiene la vida eterna y Yo le resucitaré en el último día 2.

Así, pues, de la restauración de la Sagrada Liturgia Nos esperamos firmemente que brotarán copiosos
frutos de piedad eucarística, para que la santa Iglesia, levantando esta saludable enseña de piedad,
avance cada día más hacia la perfecta unidad3 e invite a todos cuantos se glorían del nombre cristiano a
la unidad de la fe y de la caridad, atrayéndolos suavemente bajo la acción de la divina gracia.

Nos parece ya entrever estos frutos y como gustar ya sus primicias en la alegría manifiesta y en la
prontitud de ánimo con que los hijos de la Iglesia católica han acogido la Constitución de la Sagrada
Liturgia restaurada; y asimismo en muchas y bien escritas publicaciones destinadas a investigar con
mayor profundidad y a conocer con mayor fruto la doctrina sobre la santísima Eucaristía, especialmente
en lo referente a su conexión con el misterio de la Iglesia.

Todo esto Nos es motivo de no poco consuelo y gozo, que también queremos de buen grado
comunicaros, Venerables Hermanos, para que vosotros, con Nos, deis también gracias a Dios, dador de
todo bien, quien, con su Espíritu, gobierna a la Iglesia y la fecunda con crecientes virtudes.

MOTIVOS DE SOLICITUD PASTORAL Y DE PREOCUPACIÓN

2. Sin embargo, Venerables Hermanos, no faltan precisamente en la materia de que hablamos, motivos
de grave solicitud pastoral y de preocupación, sobre los cuales no Nos permite callar la conciencia de
Nuestro deber apostólico.

En efecto, sabemos ciertamente que entre los que hablan y escriben de este Sacrosanto Misterio hay
algunos que divulgan ciertas opiniones acerca de las Misas privadas, del dogma de la transubstanciación
y del culto eucarístico, que perturban las almas de los fieles, causándoles no poca confusión en las
verdades de la fe, como si a cualquiera le fuese lícito olvidar la doctrina, una vez definida por la Iglesia,
o interpretarla de modo que el genuino significado de las palabra o la reconocida fuerza de los
conceptos queden enervados.
108
En efecto, no se puede -pongamos un ejemplo- exaltar tanto la Misa, llamada comunitaria,
que se quite importancia a la Misa privada; ni insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental como
si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la Sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el
modo de la presencia de Cristo en este Sacramento; ni tampoco discutir sobre el misterio de la
transubtanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la substancia del pan en el Cuerpo de
Cristo y de toda la sustancia del vino en su Sangre, conversión de la que habla el Concilio de Trento, de
modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman transignificación y transfinalización; como,
finalmente, no se puede proponer y aceptar la opinión, según la cual en las hostias consagradas, que
109
Idénticas afirmaciones han hecho con frecuencia los Doctores escolásticos. Que en este
Sacramento se halle presente el Cuerpo verdadero y la Sangre verdadera de Cristo, no se puede percibir
con los sentidos -como dice Santo Tomás-, sino sólo con la fe, la cual se apoya en la autoridad de Dios.
Por esto, comentando aquel pasaje de San Lucas 22, 19 "Hoc est Corpus meum quod pro vobis
tradetur", San Cirilo dice: No dudes si esto es verdad, sino más bien acepta con fe las palabras del
Salvador: porque, siendo El la verdad, no miente6.

Por eso, haciendo eco al Docto Angélico, el pueblo cristiano canta frecuentemente: Visus tactus gustus
in te fallitur, Sed auditu solo tuto creditur: Credo quidquid dixit Dei Filius, Nil hoc Verbo veritatis
verius. ["En ti se engaña la vista, el tacto, el gusto; sólo el oído cree con seguridad. Creo lo que ha dicho
el Hijo de Dios, pues nada hay más verdadero que este Verbo de la verdad"].

Más aún, afirma San Buenaventura: Que Cristo está en el sacramento como signo, no ofrece dificultad
alguna; pero que esté verdaderamente en el sacramento, como en el cielo, he ahí la grandísima
dificultad; creer esto, pues, es muy meritorio 7.

Por lo demás, esto mismo ya lo insinúa el Evangelio, cuando cuenta cómo muchos de los discípulos de
Cristo, luego de oír que habían de comer su Carne y beber su Sangre, volvieron las espaldas al Señor y
le abandonaron diciendo: ¡Duras son estas palabras! ¿Quién puede oírlas? En cambio Pedro, al
preguntarle el Señor si también los Doce querían marcharse, afirmó con pronta firmeza su fe y la de los
demás Apóstoles, con esta admirable respuesta: Señor, ¿a quién iríamos? Tú tienes palabras de vida
eterna8.

Y así es lógico que al investigar este misterio sigamos como una estrella el magisterio de la Iglesia, a la
8am(: )g8 9(T)-8(ú)-29(24( )-9(d)-19(ich)22(o)-19( )] T )]h69(a)4(229(T-9(d)-19(ich1 0 0 1 105.41 407.16 Tm[(
110
dogmas de l que con frecuencia se ha convertido en contraseña y bandera de la fe ortodoxa,
debe ser religiosamente observada, y nadie, a su propio arbitrio o so pretexto de nueva ciencia, presuma
cambiarla. ¿Quién, podría tolerar jamás, que las fórmulas dogmáticas usadas por los Concilios
ecuménicos para los misterios de la Santísima Trinidad y de la fe, expresan conceptos no ligados a una
determinada forma de cultura ni a una determinada fase de progreso científico, ni a una u otra escuela
teológica, sino que manifiestan lo que la mente humana percibe de la realidad en la universal y
necesaria experiencia y lo expresa con adecuadas y determinadas palabras tomadas del lenguaje popular
o del lenguaje culto. Por eso resultan acomodadas a todos los hombres de todo tiempo y lugar. Verdad
es que dichas fórmulas se pueden explicar más clara y más ampliamente con mucho fruto, pero nunca
en un sentido diverso de aquel en que fueron usadas, de modo que al progresar la inteligencia de la fe
111
Y omitiendo otros testimonios, recordamos tan sólo el de San Cirilo de Jerusalén, el cual,
instruyendo a los neófitos en la fe cristiana, dijo estas memorables palabras: Después de completar el
sacrificio espiritual, rito incruento, sobre la hostia propiciatoria, pedimos a Dios por la paz común de las
Iglesias, por el recto orden del mundo, por los emperadores, por los ejércitos y los aliados, por los
enfermos, por los afligidos, y, en general, todos nosotros rogamos por todos los que tienen necesidad de
ayuda y ofrecemos esta víctima... y luego [oramos] también por los santos padres y obispos difuntos y,
en general, por todos los que han muerto entre nosotros, persuadidos de que les será de sumo provecho a
las almas por las cuales se eleva la oración mientras esté aquí presente la Víctima Santa y digna de la
máxima reverencia. Confirmando esto con el ejemplo de la corona entretejida para el emperador a fin de
que perdone a los desterrados, el mismo santo Doctor concluye así su discurso: Del mismo modo
también nosotros ofrecemos plegarias a Dios por los difuntos, aunque sean pecadores; no le
entretejemos una corona, pero le ofrecemos en compensación de nuestros pecados a Cristo inmolado,
tratando de hacer a Dios propicio para con nosotros y con ellos21. San Agustín atestigua que esta
costumbre de ofrecer el sacrificio de nuestra redención también por los difuntos estaba vigente en la
Iglesia romana22, y al mismo tiempo hace notar que aquella costumbre, como transmitida por los Padres,
se guardaba en toda la Iglesia23.

Pero hay otra cosa que, por ser muy útil para ilustrar el misterio de la Iglesia, Nos place añadir; esto es,
que la Iglesia, al desempeñar la función de sacerdote y víctima juntamente con Cristo, ofrece toda entera
el sacrificio de la misa, y toda entera se ofrece en él. Nos deseamos ardientemente que esta admirable
doctrina, enseñada ya por los Padres24, recientemente expuesta por Nuestro Predecesor Pío XII, de
i.m.25, y últimamente expresada por el Concilio Vaticano II en la Constitución De Ecclesia a propósito
del pueblo de Dios26, se explique con frecuencia y se inculque profundamente en las almas de los fieles,
dejando a salvo, como es justo, la distinción no sólo de grado, sino también de naturaleza que hay entre
el sacerdocio de los fieles y el sacerdocio jerárquico 27. Porque esta doctrina, en efecto, es muy apta para
alimentar la piedad eucarística, para enaltecer la dignidad de todos los fieles y para estimular a las almas
a llegar a la cumbre de la santidad, que no consiste sino en entregarse por completo al servicio de la
Divina Majestad con generosa oblación de sí mismo.

Conviene, además, recordar la conclusión que de esta doctrina se desprende sobre la naturaleza pública
y social de toda Misa28. Porque toda Misa, aunque sea celebrada privadamente por un sacerdote, no es
acción privada, sino acción de Cristo y de la Iglesia, la cual, en el sacrifico que ofrece, aprende a
ofrecerse a sí misma como sacrificio universal, y aplica a la salvación del mundo entero la única e
infinita virtud redentora del sacrificio de la Cruz.

Pues cada Misa que se celebra se ofrece no sólo por la salvación de algunos, sino también por la
salvación de todo el mundo.

De donde se sigue que, si bien a la celebración de la Misa conviene en gran manera, por su misma
naturaleza, que un gran número de fieles tome parte activa en ella, no hay que desaprobar, sino antes
bien aprobar, la Misa celebrada privadamente, según las prescripciones y tradiciones de la Iglesia, por
un sacerdote con sólo el ministro que le ayuda y le responde; porque de esta misa se deriva gran
abundancia de gracias especiales para provecho ya del mismo sacerdote, ya del pueblo fiel y de otra la
Iglesia, y aun de todo el mundo: gracias que no se obtienen en igual abundancia con la sola comunión.
112
Por lo tanto, con paternal insistencia, recomendamos a los sacerdotes -que de un modo
particular constituyen Nuestro gozo y nuestra corona en el Señor- que, recordando la potestad, que
recibieron del Obispo que los consagró para ofrecer a Dios el sacrificio y celebrar misas tanto por los
vivos como por los difuntos en nombre del Señor 29, celebren cada día la misa digna y devotamente, de
suerte que tanto ellos mismos como los demás cristianos puedan gozar en abundancia de la aplicación
de los frutos que brotan del sacrificio de la Cruz. Así también contribuyen en grado sumo a la salvación
del genero humano.

EN EL SACRIFICIO DE LA MISA, CRISTO SE HACE SACRAMENTALMENTE PRESENTE

5. Cuanto hemos dicho brevemente acerca del Sacrificio de la Misa nos anima, a exponer algo también
sobre el Sacramento de la Eucaristía, ya que ambos, Sacrificio y Sacramento, pertenecen al mismo
misterio sin que se pueda separar el uno del otro. El Señor se inmola de manera incruenta en el
Sacrificio de la Misa, que representa

el Sacrifico de la Cruz, y nos aplica su virtud salvadora, cuando por las palabras de la consagración
comienza a estar sacramentalmente presente, como alimento espiritual de los fieles, bajo las especies del
pan y del vino.

Bien sabemos todos que son distintas las maneras de estar presente Cristo en su Iglesia. Resulta útil
recordar algo más por extenso esta bellísima verdad que la Constitución De Sacra Liturgia expuso
brevemente30. Presente está Cristo en su Iglesia que ora, porque es él quien ora por nosotros, ora en
nosotros y a El oramos: ora por nosotros como Sacerdote nuestro; ora en nosotros como Cabeza nuestra
y a El oramos como a Dios nuestro 31. Y El mismo prometió: Donde están dos o tres congregados en mi
nombre, allí estoy yo en medio de ellos"32.

Presente está El en su Iglesia que ejerce las obras de misericordia, no sólo porque cuando hacemos
algún bien a uno de sus hermanos pequeños se lo hacemos al mismo Cristo 33, sino también porque es
Cristo mismo quien realiza estas obras por medio de su Iglesia, socorriendo así continuamente a los
hombres con su divina caridad. Presente está en su Iglesia que peregrina y anhela llegar al puerto de la
vida eterna, porque El habita en nuestros corazones por la fe 34 y en ellos difunde la caridad por obra del
Espíritu Santo que El nos ha dado 35.

De otra forma, muy verdadera, sin embargo, está también presente en su Iglesia que predica, puesto que
el Evangelio que ella anuncia es la Palabra de Dios, y solamente en el nombre, con la autoridad y con la
asistencia de Cristo, Verbo de Dios encarnado, se anuncia, a fin de que haya una sola grey gobernada
por un solo pastor36.

Presente está en su Iglesia que rige y gobierna al pueblo de Dios, puesto que la sagrada potestad se
deriva de Cristo, y Cristo, Pastor de los pastores37, asiste a los pastores que la ejercen, según la promesa
hecha a los Apóstoles. Además, de modo aún más sublime, está presente Cristo en su Iglesia que en su
nombre ofrece el Sacrificio de la Misa y administra los Sacramentos. A propósito de la presencia de
Cristo en el ofrecimiento del Sacrificio de la Misa, Nos place recordar lo que San Juan Crisóstomo,
lleno de admiración, dijo con verdad y elocuencia: Quiero añadir una cosa verdaderamente maravillosa,
pero no os extrañéis ni turbéis. ¿Qué es? La oblación es la misma, cualquiera que sea el oferente, Pablo
o Pedro; es la misma que Cristo confió a sus discípulos, y que ahora realizan los sacerdotes; esta no es,
113
en realidad, menor que aquélla, porque no son los hombre quienes la hacen santa, sino Aquel
que la santificó. Porque así como las palabras que Dios pronunció son las mismas que el sacerdote dice
ahora, así la oblación es la misma38.

Nadie ignora, en efecto, que los Sacramentos son acciones de Cristo, que los administra por medio de
los hombres. Y así los Sacramentos son santos por sí mismos y por la virtud de Cristo: al tocar los
cuerpos, infunden gracia en la almas.

Estas varias maneras de presencia llenan el espíritu de estupor y dan a contemplar el misterio de la
Iglesia. Pero es muy distinto el modo, verdaderamente sublime, con el cual Cristo está presente a su
Iglesia en el Sacramento de la Eucaristía, que por ello es, entre los demás sacramentos, el mas dulce por
la devoción, el más bello por la inteligencia, el más santo por el contenido 39; ya que contiene al mismo
Cristo y es como la perfección de la vida espiritual y el fin de todos los sacramentos40.

Tal presencia se llama real, no por exclusión, como si las otras no fueran reales, sino por antonomasia,
porque es también corporal y substancial, pues por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y
hombre, entero e íntegro41. Falsamente explicaría esta manera de presencia quien se imaginara una
naturaleza, como dicen, "pneumática" y omnipresente, o la redujera a los límites de un simbolismo,
como si este augustísimo Sacramento no consistiera sino tan sólo en un signo eficaz de la presencia
espiritual de Cristo y de su íntima unión con los fieles del Cuerpo Místico 42.

Verdad es que acerca del simbolismo eucarístico, sobre todo con referencia a la unidad de la Iglesia, han
tratado mucho los Padres y Doctores escolásticos. El Concilio de Trento, al resumir su doctrina, enseña
que nuestro Salvador dejó en su Iglesia la Eucaristía como un símbolo... de su unidad y de la caridad
con la que quiso estuvieran íntimamente unidos entre sí todos los cristianos, y por lo tanto, símbolo de
aquel único Cuerpo del cual El es la Cabeza43.

Ya en los comienzos de la literatura cristiana, a propósito de este asunto escribió el autor desconocido
de la obra llamada Didaché o Doctrina de los doce Apóstoles: Por lo que toca a la Eucaristía, dad
gracias así... como este pan partido estaba antes disperso sobre los montes y recogido se hizo uno, así se
reúna tu Iglesia desde los confines de la tierra en tu reino 44.

Igualmente San Cipriano, defendiendo la unidad de la Iglesia contra el cisma, dice: Finalmente, los
mismos sacrificios del Señor manifiestan la unanimidad de los cristianos, entrelazada con sólida e
indisoluble caridad. Porque cuando el Señor llama Cuerpo suyo al pan integrado por la unión de muchos
granos, El está indicando la unión de nuestro pueblo, a quien El sostenía; y cuando llama Sangre suya al
vino exprimido de muchos granos y racimos y que unidos forman una cosa, indica igualmente nuestra
grey, compuesta de una multitud reunida entre sí45.

Por lo demás, a todos se había adelantado el Apóstol, cuando escribía a los Corintios: Porque el pan es
uno solo, constituimos un solo cuerpo todos los que participamos de un solo pan46.

Pero si el simbolismo eucarístico nos hace comprender bien el efecto propio de este sacramento, que es
la unidad del Cuerpo Místico, no explica, sin embargo, ni expresa la naturaleza del Sacramento por la
cual éste se distingue de los demás. Porque la perpetua instrucción impartida por la Iglesia a los
catecúmenos, el sentido del pueblo cristiano, la doctrina definida por el Concilio de Trento, y las
114
mismas palabras de Cristo, al instituir la santísima Eucaristía, nos obligan a profesar que la
Eucaristía es la carne de nuestro Salvador Jesucristo, que padeció por nuestros pecados, y al que el
Padre, por su bondad, ha resucitado47. A estas palabras de San Ignacio de Antioquía Nos agrada añadir
las de Teodoro de Mopsuestia, fiel testigo en esta materia de la fe de la Iglesia, cuando decía al pueblo:
Porque el Señor no dijo: Esto es un símbolo de mi cuerpo, y esto un símbolo de mi sangre, sino: Esto es
mi cuerpo y mi sangre. Nos enseña a no considerar la naturaleza de la cosa propuesta a los sentidos, ya
que con la acción de gracias y las palabras pronunciadas sobre ella se ha cambiado en su carne y
sangre48.

Apoyado en esta fe de la Iglesia, el Concilio de Trento abierta y simplemente afirma que en el benéfico
sacramento de la santa Eucaristía, después de la consagración del pan y del vino, se contiene bajo la
apariencia de estas cosas sensibles, verdadera, real y substancialmente Nuestro Señor Jesucristo,
verdadero Dios y verdadero hombre. Por lo tanto, nuestro Salvador está presente según su humanidad,
no sólo a la derecha del Padre, según el modo natural de existir, sino al mismo tiempo también en el
Sacramento de la Eucaristía con un modo de existir que si bien apenas podemos expresar con las
palabras podemos, sin embargo, alcanzar con la razón ilustrada por la fe y debemos creer
firmísimamente que para Dios es posible49.

CRISTO SEÑOR ESTÁ PRESENTE EN EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA POR LA


TRANSUBSTANCIACIÓN

6. Mas para que nadie entienda erróneamente este modo de presencia, que supera las leyes de la
naturaleza y constituye en su género el mayor de los milagros50, es necesario escuchar con docilidad la
voz de la iglesia que enseña y ora. Esta voz que, en efecto, constituye un eco perenne de la voz de
Cristo, nos asegura que Cristo no se hace presente en este Sacramento sino por la conversión de toda la
substancia del pan en su cuerpo y de toda la substancia del vino en su sangre; conversión admirable y
singular, que la Iglesia católica justamente y con propiedad llama transubstanciación 51. Realizada la
transubstanciación, las especies del pan y del vino adquieren sin duda un nuevo significado y un nuevo
fin, puesto que ya no son el pan ordinario y la ordinaria bebida, sino

el signo de una cosa sagrada, y signo de un alimento espiritual; pero ya por ello adquieren un nuevo
significado y un nuevo fin, puesto que contienen una nueva realidad que con razón denominamos
ontológica.

Porque bajo dichas especies ya no existe lo que antes había, sino una cosa completamente diversa; y
esto no tan sólo por el juicio de la fe de la Iglesia, sino por la realidad objetiva, puesto que, convertida la
substancia o naturaleza del pan y del vino en el cuerpo y en la sangre de Cristo, no queda ya nada del
pan y del vino, sino tan sólo las especies: bajo ellas Cristo todo entero está presente en su realidad
física, aun corporalmente, pero no a la manera que los cuerpos están en un lugar.

Por ello los Padres tuvieron gran cuidado de advertir a los fieles que, al considerar este augustísimo
sacramento creyeran no a los sentidos que se fijan en las propiedades del pan y del vino, sino a las
palabras de Cristo, que tienen tal virtud que cambian, transforman, transelementan el pan y el vino en su
cuerpo y en su sangre; porque, como más de una vez lo afirman los mismos Padres, la virtud que realiza
esto es la misma virtud de Dios omnipotente, que al principio del tiempo creó el universo de la nada.
115
Instruido en estas cosas -dice San Cirilo de Jerusalén al concluir su sermón sobre los misterios
de la fe- e imbuido de una certísima fe, para lo cual lo que parece pan no es pan, no obstante la
sensación del gusto, sino que es el Cuerpo de Cristo; y lo que parece vino no es vino, aunque así le
parezca al gusto, sino que es la Sangre de Cristo...; confirmar tu corazón y come ese pan como algo
espiritual y alegra la faz de tu alma52.

E insiste San Juan Crisóstomo: No es el hombre quien convierte las cosas ofrecidas en el cuerpo y
sangre de Cristo, sino el mismo Cristo que por nosotros fue crucificado. El sacerdote, figura de Cristo,
pronuncia aquellas palabras, pero su virtud y la gracia son de Dios. Esto es mi cuerpo, dice. Y esta
palabra transforma las cosas ofrecidas53. Y con el Obispo de Constantinopla Juan, está perfectamente de
acuerdo el Obispo de Alejandría Cirilo, cuando en su comentario al Evangelio de San Mateo, escribe:
[Cristo], señalando, dijo: Esto es mi cuerpo, y esta es mi sangre, para que no creas que son simples
figuras las cosas que se ven, sino que las cosas ofrecidas son transformadas, de manera misteriosa pero
realmente por Dios omnipotente, en el cuerpo y en la sangre de Cristo, por cuya participación recibimos
la virtud vivificante y santificadora de Cristo54.

Y Ambrosio, Obispo de Milán, hablando con claridad sobre la conversión eucarística, dice:
Convenzámonos de que esto no es lo que la naturaleza formó, sino lo que la bendición consagró y que la
fuerza de la bendición es mayor que la de la naturaleza, porque con la bendición aun la misma
naturaleza se cambia. Y queriendo confirmar la verdad del misterio, propone muchos ejemplos de
milagros narrados en la Escritura, entre los cuales el nacimiento de Jesús de la Virgen María, y luego,
volviéndose a la creación concluye: Por lo tanto, la palabra de Cristo, que ha podido hacer de la nada lo
que no existía, ¿no puede acaso cambiar las cosas que ya existen, en lo que no eran? Pues no es menos
dar a las cosas su propia naturaleza, que cambiársela55.

Ni es necesario aducir ya muchos testimonios. Más útil es recordar la firmeza de la fe con que la Iglesia,
con unánime concordia, resistió a Berengario, quien, cediendo a dificultades sugeridas por la razón
humana, fue el primero que se atrevió a negar la conversión eucarística. La Iglesia le amenazó repetidas
veces con la condena si no se retractaba. Y por eso San Gregorio VII, Nuestro Predecesor, le impuso
prestar un juramento en estos términos: Creo de corazón y abiertamente confieso que el pan y el vino
que se colocan en el altar, por el misterio de la oración sagrada, y por las palabras de nuestro Redentor,
se convierten substancialmente en la verdadera, propia y vivificante carne y sangre de Nuestro Señor
Jesucristo, y que después de la consagración está el verdadero cuerpo de Cristo, que nació de la Virgen,
y que ofrecido por la salvación del mundo estuvo pendiente de la cruz, y que está sentado a la derecha
del Padre; y que está la verdadera sangre de Cristo, que brotó de su costado, y ello no sólo por signo y
virtud del sacramento, sino aun en la propiedad de la naturaleza y en la realidad de la substancia 56.

Acorde con estas palabras, dando así admirable ejemplo de la firmeza de la fe católica, está todo cuanto
los Concilios Ecuménicos Lateranense, Constanciense, Florentino y, finalmente, el Tridentino
enseñaron de un modo constante sobre el misterio de la conversión eucarística, ya exponiendo la
doctrina de la Iglesia, ya condenando los errores.

Después del Concilio de Trento, Nuestro Predecesor Pío VI advirtió seriamente contra los errores del
Sínodo de Pistoya, que los párrocos, que tienen el deber de enseñar, no descuiden hablar de la
transubstanciación, que es uno de los artículos de la fe57.
116
También Nuestro Predecesor Pío XII, de f.m, recordó los límites que no deben pasar todos los
que discuten con sutilezas sobre el misterio de la transubstanciación58. Nos mismo, en el reciente
Congreso Nacional Italiano Eucarístico de Pisa, cumpliendo Nuestro deber apostólico hemos dado
público y solemne testimonio de la fe de la Iglesia59.

Por lo demás, la Iglesia católica, no sólo ha enseñado siempre la fe sobre a presencia del Cuerpo y
Sangre de Cristo en la Eucaristía, sino que la ha vivido también, adorando en todos los tiempos
Sacramento tan grande con el culto latréutico que tan sólo a Dios es debido. Culto sobre el cual escribe
San Agustín: En esta misma carne [el Señor] ha caminado aquí y esta misma carne nos la ha dado de
comer para la salvación; y ninguno come esta carne sin haberla adorado antes..., de modo que no
pecamos adorándola; antes al contrario, pecamos si no la adoramos 60.

DEL CULTO LATRÉUTICO DEBIDO AL SACRAMENTO EUCARÍSTICO

7. La Iglesia católica rinde este culto latréutico al Sacramento Eucarístico, no sólo durante la Misa, sino
también fuera de su celebración, conservando con la máxima diligencia las hostias consagradas,
presentándolas a la solemne veneración de los fieles cristianos, llevándolas en procesión con alegría de
la multitud del pueblo cristiano.

De esta veneración tenemos muchos testimonios en los antiguos documentos de la Iglesia. Pues los
Pastores de la Iglesia siempre exhortaban solícitamente a los fieles a que conservaran con suma
diligencia la Eucaristía que llevaban a su casa. En verdad, el Cuerpo de Cristo debe ser comido y no
despreciado por los fieles, amonesta gravemente San Hipólito 61.

Consta que los fieles creían, y con razón, que pecaban, según recuerda Orígenes, cuando, luego de haber
recibido

[para llevarlo] el Cuerpo del Señor, aun conservándolo con todo cuidado y veneración, se les caía algún
fragmento suyo por negligencia62.

Que los mismos Pastores reprobaban fuertemente cualquier defecto de debida reverencia, lo atestigua
Novaciano digno de fe en esto, cuando juzga merecedor de reprobación a quien, saliendo de la
celebración dominical y llevando aún consigo, como se suele, la Eucaristía..., lleva el Cuerpo Santo del
Señor de acá para allá, corriendo a los espectáculos y no a su casa 63.

Todavía más: San Cirilo de Alejandría rechaza como locura la opinión de quienes sostenían que la
Eucaristía no sirve nada para la santificación, cuando se trata de algún residuo de ella guardado para el
día siguiente: Pues ni se altera Cristo, dice, ni se muda su sagrado Cuerpo, sino que persevera siempre
en él la fuerza, la potencia y la gracia vivificante64.

Ni se debe olvidar que antiguamente los fieles, ya se encontrasen bajo la violencia de la persecución, ya
por amor de la vida monástica viviesen en la soledad, solían alimentarse diariamente con la Eucaristía,
tomando la sagrada Comunión aun con sus propias manos, cuando estaba ausente el Sacerdote o el
Diácono65.
117
No decimos esto, sin embargo, para que se cambie el modo de custodiar la Eucaristía o de
recibir la santa Comunión, establecido después por las leyes eclesiásticas y todavía hoy vigente, sino
sólo para congratularnos de la única fe de la Iglesia, que permanece siempre la misma.

De esta única fe ha nacido también la fiesta del Corpus Christi, que, especialmente por obra de la sierva
de Dios Santa Juliana de Mont Cornillon, fue celebrada por primera vez en la diócesis de Lieja, y que
Nuestro Predecesor Urbano IV extendió a toda la Iglesia; y de aquella fe han nacido también otras
muchas instituciones de piedad eucarística que, bajo la inspiración de la gracia divina, se han
multiplicado cada vez más, y con las cuales la Iglesia católica, casi a porfía, se esfuerza en rendir
homenaje a Cristo, ya para darle las gracias por don tan grande, ya para implorar su misericordia.

EXHORTACIÓN PARA PROMOVER EL CULTO EUCARÍSTICO

8. Os rogamos, pues, Venerables Hermanos, que custodiéis pura e íntegra en el pueblo, confiado a
vuestro cuidado y vigilancia, esta fe que nada desea tan ardientemente como guardar una perfecta
fidelidad a la palabra de Cristo y de los Apóstoles, rechazando en absoluto todas las opiniones falsas y
perniciosas, y que promováis, sin rehuir palabras ni fatigas, el culto eucarístico, al cual deben conducir
finalmente todas las otras formas de piedad.

Que los fieles, bajo vuestro impulso, conozcan y experimenten más y más esto que dice San Agustín: El
que quiere vivir tiene dónde y de dónde vivir. Que se acerque, que crea, que se incorpore para ser
vivificado. Que no renuncie a la cohesión de los miembros, que no sea un miembro podrido digno de ser
cortado, ni un miembro deforme de modo que se tenga que avergonzar: que sea un miembro hermoso,
apto, sano; que se adhiera al cuerpo, que viva de Dios para Dios; que trabaje ahora en la tierra para
poder reinar después en el cielo 66. Diariamente, como es de desear, los fieles en gran número participen
activamente en el sacrificio de la Misa se alimenten pura y santamente con la sagrada Comunión, y den
gracias a Cristo Nuestro Señor por tan gran don.

Recuerden estas palabras de Nuestro Predecesor San Pío X: El deseo de Jesús y de la Iglesia de que
todos los fieles se acerquen diariamente al sagrado banquete, consiste sobre todo en esto: que los fieles,
unidos a Dios por virtud del sacramento, saquen de él fuerza para dominar la sensualidad, para purificar
de las leves culpas cotidianas y para evitar los pecados graves a los que está sujeto la humana
fragilidad67.

Además, durante el día, que los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que ha de
estar reservado con el máximo honor en el sitio más noble de las iglesias, conforme a las leyes
litúrgicas, pues la visita es señal de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo Nuestro Señor,
allí presente.

Todos saben que la divina Eucaristía confiere al pueblo cristiano una dignidad incomparable. Ya que no
sólo mientras se ofrece el Sacrificio y se realiza el Sacramento, sino también después, mientras la
Eucaristía es conservada en las iglesias y oratorios, Cristo es verdaderamente el Emmanuel, es decir,
Dios con nosotros. Porque día y noche está en medio de nosotros, habita con nosotros lleno de gracia y
de verdad68; ordena las costumbres, alimenta las virtudes, consuela a los afligidos, fortalece a los
débiles, incita a su imitación a todos que a El se acercan, de modo que con su ejemplo aprendan a ser
mansos y humildes de corazón, y a buscar no ya las cosas propias, sino las de Dios. Y así todo el que se
118
vuelve hacia el augusto Sacramento Eucarístico con particular devoción y se esfuerza en amar
a su vez con prontitud y generosidad a Cristo que nos ama infinitamente, experimenta y comprende a
fondo, no sin gran gozo y aprovechamiento del espíritu, cuán preciosa es la vida escondida con Cristo
en Dios69 y cuánto sirve estar en coloquio con Cristo: nada más dulce, nada más eficaz para recorrer el
camino de la santidad.

Bien conocéis, además, Venerables Hermanos, que la Eucaristía es conservada en los templos y
oratorios como centro espiritual de la comunidad religiosa y de la parroquial, más aún, de la Iglesia
universal y de toda la humanidad, puesto que bajo el velo de las sagradas especies contiene a Cristo,
Cabeza invisible de la Iglesia, Redentor del mundo, centro de todos los corazones, por quien son todas
las cosas y nosotros por El70.

De aquí se sigue que el culto de la divina Eucaristía mueve muy fuertemente el ánimo a cultivar el amor
social71, por el cual anteponemos al bien privado el bien común; hacemos nuestra la causa de la
comunidad, de la parroquia, de la Iglesia universal, y extendemos la caridad a todo el mundo, porque
sabemos que doquier existen miembros de Cristo.

Venerables Hermanos, puesto que el Sacramento de la Eucaristía es signo y causa de la unidad del
Cuerpo Místico de Cristo y en aquellos que con mayor fervor lo veneran excita un activo espíritu
eclesial, según se dice, no ceséis de persuadir a vuestros fieles, para que, acercándose al misterio
eucarístico, aprendan a hacer suya propia la causa de la Iglesia, a orar a Dios sin interrupción, a
ofrecerse a sí mismos a Dios como agradable sacrificio por la paz y la unidad de la Iglesia, a fin de que
todos los hijos de la Iglesia sean una sola cosa y tengan el mismo sentimiento, y que no haya entre ellos
cismas, sino que sean perfectos en una misma manera de sentir y de pensar, como manda el Apóstol72; y
que todos cuantos aún no están unidos en perfecta comunión con la Iglesia católica, por estar separados
de ella, pero que se glorían y honran del nombre cristiano, lleguen cuanto antes con el auxilio de la
gracia divina a gozar juntamente con nosotros aquella unidad de fe y de comunión que Cristo quiso que
fuera el distintivo de sus discípulos.

Este deseo de orar y consagrarse a Dios por la unidad de la Iglesia lo deben considerar como
particularmente suyo los religiosos, hombres y mujeres, puesto que ellos se dedican de modo especial a
la adoración del Santísimo Sacramento, y son como su corona aquí en la tierra, en virtud de los votos
que han hecho.

Pero queremos una vez mas expresar el deseo de la unidad de todos los cristianos, que es el más querido
y grato que tuvo y tiene la Iglesia, con las mismas palabras del Concilio Tridentino en la conclusión del
Decreto sobre la santísima Eucaristía: Finalmente, el Santo Sínodo advierte con paterno afecto, ruega e
implora por las entrañas de la misericordia de nuestro Dios73 que todos y cada uno de los cristianos
lleguen alguna vez a unirse concordes en este signo de unidad, en este vínculo de caridad, en este
símbolo de concordia y considerando tan gran majestad y el amor tan eximio de Nuestro Señor
Jesucristo, que dio su preciosa vida como precio de nuestra salvación y nos dio su carne para comerla74,
crean y adoren estos sagrados misterios de su Cuerpo y de su Sangre con fe tan firme y constante, con
tanta piedad y culto, que les permita recibir frecuentemente este pan supersubstancial75, y que éste sea
para ellos verdaderamente vida del alma y perenne salud de la mente, de tal forma que, fortalecidos con
su vigor76, puedan llegar desde esta pobre peregrinación terrena a la patria celestial para comer allí, ya
sin velo alguno, el mismo pan de los ángeles77 que ahora "comen bajo los sagrados velos"78.
119
¡Ojalá que el benignísimo Redentor que, ya próximo a la muerte rogó al Padre por todos los
que habían de creer en El para que fuesen una sola cosa, como El y el Padre son una cosa sola 79 , se
digne oír lo más pronto posible este ardentísimo deseo Nuestro y de toda la Iglesia, es decir, que todos,
con una sola voz y una sola fe, celebremos el Misterio Eucarístico, y que, participando del Cuerpo de
Cristo, formemos un solo cuerpo 80, unido con los mismos vínculos con los que él quiso quedase
asegurada su unidad!

Nos dirigimos, además, con fraterna caridad a todos los que pertenecen a las venerables Iglesias del
Oriente, en las que florecieron tantos celebérrimos Padres cuyos testimonios sobre la Eucaristía hemos
recordado de buen grado en esta Nuestra Carta. Nos sentimos penetrados por gran gozo cuando
consideramos vuestra fe ante la Eucaristía que coincide con nuestra fe; cuando escuchamos las
oraciones litúrgicas con que celebráis vosotros un misterio tan grande; cuando admiramos vuestro culto
eucarístico y leemos a vuestros teólogos que exponen y defienden la doctrina sobre este augustísimo
sacramento.

La Santísima Virgen María, de la que Cristo Señor tomó aquella carne, que en este Sacramento, bajo las
especies del pan y del vino, se contiene, se ofrece y se come81, y todos los santos y las santas de Dios,
especialmente los que sintieron más ardiente devoción por la divina Eucaristía, intercedan junto al Padre
de las misericordias, para que de la común fe y culto eucarístico brote y reciba más vigor la perfecta
unidad de comunión entre todos los cristianos. Impresas están en el ánimo la palabras del santísimo
mártir Ignacio, que amonesta a los fieles de Filadelfia sobre el mal de las desviaciones y de los cismas,
para los que es remedio la Eucaristía: Esforzaos, pues -dice-, por gozar de una sola Eucaristía: porque
una sola es la carne de Nuestro Señor Jesucristo, y uno solo es el cáliz en la unidad de su Sangre, uno el
alta, como uno es el Obispo...82.

Confortados con la dulcísima esperanza de que del acrecentado culto eucarístico se han de derivar
muchos bienes para toda la Iglesia y para todo el mundo, a vosotros, Venerables Hermanos, a los
Sacerdotes, a los Religiosos y a todos los que os prestan su colaboración, a todos los fieles confiados a
vuestros cuidados, impartimos con gran efusión de amor, y en prenda de las gracias celestiales, la
Bendición Apostólica.

Dado en Roma junto a San Pedro, en la fiesta de San Pío X, el 3 de septiembre del año 1965, tercero de
Nuestro Pontificado

NOTAS

1. Const. de Sacra Liturgia c. 2. n. 47: A. A. S. 56 (1964) 113.


2. Io. 6, 55.
3. Cf. Io. 17, 23.
4. Litt. enc. Mirae caritatis, AL 22, 122.
5. In Mat. hom. 82, 4 PG. 58, 743.
6. Sum. theol. 3, 75, 1 c.
7. In IV Sent. 10, 1, 1; Opera omnia 4, ad Claras Aquas 1889, p. 217.
8. Io. 6, 61-69.
9. S. Aug. Contra Iul. 6, 5, 11 PL 44, 829.
10. De civ. Dei 10, 23 PL 41, 300.
120
11. Const dogm. de fide cathol. c. 4.
12. Cf. Conc. Trid. Doctr. de SS. Missae Sacrif., c. 1.
13. Cf. Ex. 24, 8.
14. Luc. 22, 19-20; cf. Mat. 26, 26-28; Marc. 14, 22-24.
15. Act. 2, 42.
16. Ibid. 4, 32.
17. 1 Cor. 11, 23 ss.
18. Ibid. 10, 16.
19. Cf. 1, 11.
20. Conc. Trid. Doctr. de SS. Missae Sacrif., c. 2.
21. Catecheses 23 (myst. 5), 8-18 PG 33, 1115-18.
22. Cf. Confess. 9, 12, 32 PL 32, 777; cf. ibid. 9, 11, 27 PL 32, 775.
23. Cf. Serm. 172, 2 PL 38, 936; cf. De Cura gerenda pro mortuis 13 PL 40, 593.
24. Cf. S. Aug. De civ. Dei. 10, 6 PL 41, 284.
25. Cf. Litt. enc. Mediator Dei, A. A. S. 39, 552.
26. Cf. Const. dogm. de Ecclesia c. 2 n. 11 A. A. S. 57, 15.
27. Cf. ibid. c. 2, n. 10 A. A. S. 57, 14.
28. Const. de Sacra Liturgia c. 1 n. 27 A. A. S. 56, 107.
29. Cf. Pontificale Romanum.
30. Cf. c. 1 n. 7 A. A. S. 56, 100-1.
31. S. Aug. In Ps. 85, 1 PL 37, 1081.
32. Mat. 18, 20.
33. Cf. Mat. 25, 40.
34. Cf. Eph. 3, 17.
35. Cf. Rom. 5, 5.
36. S. Aug. Contr. litt. Petiliani 3, 10, 11 PL 43, 353.
37. Idem In Ps. 86, 3 PL 37, 1102.
38. In ep. 2 ad Tim. hom. 2, 4 PG 62, 612.
39. Aegidius Romanus Theoremata de Corp. Christi th. 50, Venetiis, 1521, 127.
40. S. Th. Sum. theol. 3, 73, a. 3 c.
41. Cf. Conc. Trid. Decr. de SS. Euchar. c. 3.
42. Pius XII, Litt. enc. Humani generis, A. A. S. 42, 578.
43. Decr. de SS. Eucharistia prooem. et c. 2.
44. Didaché 98, 1: F. X. Funk Patres 1, 20.
45. Epist. ad Magnum, 6 PL 3, 1189.
46. 1 Cor. 10, 17.
47. S. Ignatius ad Smyrn. 7, 1 PG 5, 714.
48. In Mat. Comm. c. 26 PG 66, 714.
49. Decr. de SS. Eucharistia c. 1.
50. Cf. Litt. enc. Mirae caritatis, AL 22, 123.
51. Cf. Conc. Trid. Decr. de SS. Euch. c. 4 et can. 2.
52. Catecheses 22, 9 (myst. 4) PG 33, 1103.
53. De prodit. Iudae hom. 1, 6 PG 49, 380; cf. In Mat. hom. 82, 5 PG 58, 744.
54. In Mat. 26, 27 PG 72, 451.
55. De myster. 9, 50-52 PL 16, 422-424.
56. Mansi Coll. ampliss. Concil. 20, 524 D.
121
57. Const. Auctorem fidei 28 aug. 1794.
58. Allocutio habita d. 22 sept. a. 1956 A. A. S. 48, 720.
59. A. A. S. 57, 588-592.
60. In Ps. 98, 9 PL 37, 1264.
61. Tradit. Apost. ed. Botte: La tradition Apostolique de St. Hippolyte, Munster, 1963, 84.
62. In Exod. fragm. PG 12, 391.
63. De Spectaculis: CSEL 3, 8.
64. Epist. ad Calosyrium PG 76, 1075.
65. Cf. S. Basil. Ep. 93 PG 32, 483-6.
66. S. Aug. In Io. tr. 26, 13 PL 35, 1613.
67. Decr. S. Congr. Concil. 20 dec. 1905, approb. a S. Pío X A. S. S. 38, 401.
68. Cf. Io. 1, 14.
69. Cf. Col. 3, 3.
70. 1 Cor. 8, 6.
71. Cf. S. Aug. De Gen. ad litt. 11, 15, 20 PL 34, 437.
72. Cf. 1 Cor. 1, 10.
73. Luc. 1, 78.
74. Io. 6, 48 ss.
75. Mat. 6, 11.
76. 3 Reg. 19, 8.
77. Ps. 77, 25.
78. Decr. de SS. Euchar. c. 8.
79. Cf. Io. 17, 20-1.
80. Cf. 1 Cor. 10, 17.
81. C. I. C. can. 801.
82. Ep. ad Philadelph. 4 PG 5, 700.

3. DOMINICAE CENAE

CARTA
DOMINICAE CENAE
DEL SUMO PONTÍFICE
JUAN PABLO II

A TODOS LOS OBISPOS DE LA IGLESIA


SOBRE EL MISTERIO Y EL CULTO DE LA EUCARISTÍA

Venerados y queridos hermanos:


122
1. También este año, os dirijo a vosotros, para el próximo Jueves Santo, una carta que tiene
una relación inmediata con la que habéis recibido el año pasado, en la misma ocasión, junto con la Carta
para los sacerdotes. Deseo ante todo agradeceros cordialmente que hayáis acogido mis cartas
precedentes con aquel espíritu de unidad que el Señor ha establecido entre nosotros y que hayáis
transmitido a vuestro Presbiterio los pensamientos que deseaba expresar al principio de mi pontificado.

Durante la Liturgia Eucarística del Jueves Santo, habéis renovado —junto con vuestros sacerdotes— las
promesas y compromisos asumidos en el momento de la ordenación. Muchos de vosotros, venerados y
queridos Hermanos, me lo habéis comunicado después, añadiendo palabras de agradecimiento personal
y mandando a veces las de vuestro propio Presbiterio. Además, muchos sacerdotes han manifestado su
alegría, tanto por el carácter profundo y solemne del Jueves Santo, en cuanto «fiesta anual de los
sacerdotes», como por la importancia de los problemas tratados en la Carta a ellos dirigida. Tales
respuestas forman una rica colección que, una vez más, indican cuán querida es para la gran mayoría del
Presbiterio de la Iglesia católica la senda de la vida sacerdotal por la que esta Iglesia camina desde hace
siglos, cuán amada y estimada es para los sacerdotes y cómo desean proseguirla en el futuro.

He de añadir aquí que en la Carta a los sacerdotes han hallado eco solamente algunos problemas, como
ya se ha señalado claramente al principio de la misma[1]. Además ha sido puesto principalmente de
relieve el carácter pastoral del ministerio sacerdotal, lo cual no significa ciertamente que no hayan sido
tenidos también en cuenta aquellos grupos de sacerdotes que no desarrollan una actividad directamente
pastoral. A este propósito quiero recordar una vez más el magisterio del Concilio Vaticano II, así como
las enunciaciones del Sínodo de los Obispos del 1971.

El carácter pastoral del ministerio sacerdotal no deja de acompañar la vida de cada sacerdote, aunque las
tareas cotidianas que desarrolla no estén orientadas explícitamente a la pastoral de los sacramentos. En
este sentido, la Carta dirigida a los sacerdotes con ocasión del Jueves Santo iba dirigida a todos sin
excepción, aunque, como he insinuado antes, ella no haya tratado todos los problemas de la vida y
actividad de los sacerdotes. Creo útil y oportuna tal aclaración al principio de esta Carta.

I EL MISTERIO EUCARÍSTICO
EN LA VIDA DE LA IGLESIA Y DEL SACERDOTE

Eucaristía y sacerdocio

2. La Carta presente que dirijo a vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado, —y que,
como he dicho, es en cierto modo una continuación de la precedente— está también en estrecha relación
con el misterio del Jueves Santo y asimismo con el sacerdocio. En efecto, quiero dedicarla a la
Eucaristía y, más en concreto, a algunos aspectos del misterio eucarístico y de su incidencia en la vida
de quien es su ministro. Por ello los directos destinatarios de esta Carta sois vosotros, Obispos de la
Iglesia; junto con vosotros, todos los Sacerdotes; y, según su orden, también los Diáconos.

En realidad, el sacerdocio ministerial o jerárquico, el sacerdocio de los Obispos y de los Presbíteros y,


junto a ellos, el ministerio de los Diáconos —ministerios que empiezan normalmente con el anuncio del
evangelio— están en relación muy estrecha con la Eucaristía. Esta es la principal y central razón de ser
123
del Sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la institución de la
Eucaristía y a la vez que ella [2]. No sin razón las palabras «Haced esto en conmemoración mía» son
pronunciadas inmediatamente después de las palabras de la consagración eucarística y nosotros las
repetimos cada vez que celebramos el Santo Sacrificio [3].

Mediante nuestra ordenación —cuya celebración está vinculada a la Santa Misa desde el primer
testimonio litúrgico— [4] nosotros estamos unidos de manera singular y excepcional a la Eucaristía.
Somos, en cierto sentido, «por ella» y «para ella». Somos, de modo particular, responsables «de ella»,
tanto cada sacerdote en su propia comunidad como cada obispo en virtud del cuidado que debe a todas
las comunidades que le son encomendadas, por razón de la «sollicitudo omnium ecclesiarum» de la que
habla San Pablo [5]. Está pues encomendado a nosotros, obispos y sacerdotes, el gran «Sacramento de
nuestra fe», y si él es entregado también a todo el Pueblo de Dios, a todos los creyentes en Cristo, sin
embargo se nos confía a nosotros la Eucaristía también «para» los otros, que esperan de nosotros un
particular testimonio de veneración y de amor hacia este Sacramento, para que ellos puedan igualmente
ser edificados y vivificados «para ofrecer sacrificios espirituales». [6]

De esta manera nuestro culto eucarístico, tanto en la celebración de la Misa como en lo referente al
Santísimo Sacramento, es como una corriente vivificante, que une nuestro sacerdocio ministerial o
jerárquico al sacerdocio común de los fieles y lo presenta en su dimensión vertical y con su valor
central. El sacerdote ejerce su misión principal y se manifiesta en toda su plenitud celebrando la
Eucaristía [7], y tal manifestación es más completa cuando él mismo deja traslucir la profundidad de
este misterio, para que sólo él resplandezca en los corazones y en las conciencias humanas a través de
su ministerio. Este es el ejercicio supremo del «sacerdocio real», la «fuente y cumbre de toda la vida
cristiana»[8].

Culto del misterio eucarístico

3. Tal culto está dirigido a Dios Padre por medio de Jesucristo en el Espíritu Santo. Ante todo al Padre,
como afirma el evangelio de San Juan: «Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio su unigénito Hijo,
para que todo el que crea en El no perezca, sino que tenga la vida eterna».[9]

Se dirige también en el Espíritu Santo a aquel Hijo encarnado, según la economía de salvación, sobre
todo en aquel momento de entrega suprema y de abandono total de sí mismo, al que se refieren las
palabras pronunciadas en el cenáculo: «esto es mi Cuerpo, que será entregado por vosotros» ...«éste es
el cáliz de mi Sangre ... que será derramada por vosotros».[10] La aclamación litúrgica: «Anunciamos
tu muerte» nos hace recordar aquel momento. Al proclamar a la vez su resurrección, abrazamos en el
mismo acto de veneración a Cristo resucitado y glorificado «a la derecha del Padre», así como la
perspectiva de su «venida con gloria». Sin embargo, es su anonadamiento voluntario, agradable al
Padre y glorificado con la resurrección, lo que, al ser celebrado sacramentalmente junto con la
resurrección, nos lleva a la adoración del Redentor que «se humilló, haciéndose obediente hasta la
muerte, y muerte de cruz».[11]

Esta adoración nuestra contiene otra característica particular: está compenetrada con la grandeza de esa
Muerte Humana, en la que el mundo, es decir, cada uno de nosotros, es amado «hasta el fin».[12] Así
pues, ella es también una respuesta que quiere corresponder a aquel Amor inmolado que llega hasta la
124
muerte en la cruz: es nuestra «Eucaristía», es decir, nuestro agradecimiento, nuestra alabanza
por habernos redimido con su muerte y hecho participantes de su vida inmortal mediante su
resurrección.

Tal culto, tributado así a la Trinidad: Padre, Hijo y Espíritu Santo, acompaña y se enraiza ante todo en la
celebración de la liturgia eucarística. Pero debe asimismo llenar nuestros templos, incluso fuera del
horario de las Misas. En efecto, dado que el misterio eucarístico ha sido instituido por amor y nos hace
presente sacramentalmente a Cristo, es digno de acción de gracias y de culto. Este culto debe
manifestarse en todo encuentro nuestro con el Santísimo Sacramento, tanto cuando visitamos las
iglesias como cuando las sagradas Especies son llevadas o administradas a los enfermos.

La adoración a Cristo en este sacramento de amor debe encontrar expresión en diversas formas de
devoción eucarística: plegarias personales ante el Santísimo, horas de adoración, exposiciones breves,
prolongadas, anuales (las cuarenta horas), bendiciones eucarísticas, procesiones eucarísticas, Congresos
eucarísticos[13]. A este respecto merece una mención particular la solemnidad del «Corpus Christi»
como acto de culto público tributado a Cristo presente en la Eucaristía, establecida por mi Predecesor
Urbano IV en recuerdo de la institución de este gran Misterio. [14] Todo ello corresponde a los
principios generales y a las normas particulares existentes desde hace tiempo y formuladas de nuevo
durante o después del Concilio Vaticano II.[15]

Eucaristía e Iglesia

4. Gracias al Concilio nos hemos dado cuenta, con mayor claridad, de esta verdad: como la Iglesia
«hace la Eucaristía» así «la Eucaristía construye» la Iglesia;[16] esta verdad está estrechamente unida al
misterio del Jueves Santo. La Iglesia ha sido fundada, en cuanto comunidad nueva del Pueblo de Dios,
sobre la comunidad apostólica de los Doce que, en la última Cena, han participado del Cuerpo y de la
Sangre del Señor bajo las especies del pan y del vino. Cristo les había dicho: «tomad y comed» ...
«tomad y bebed». Y ellos, obedeciendo este mandato, han entrado por primera vez en comunión
sacramental con el Hijo de Dios, comunión que es prenda de vida eterna. Desde aquel momento hasta el
fin de los siglos, la Iglesia se construye mediante la misma comunión con el Hijo de Dios, que es
prenda de la Pascua eterna.

Como maestros y guardianes de la verdad salvífica de la Eucaristía, debemos, queridos y venerados


Hermanos en el Episcopado, guardar siempre y en todas partes este significado y esta dimensión del
encuentro sacramental y de la intimidad con Cristo. Ellos constituyen, en efecto, la substancia misma
del culto eucarístico. El sentido de esta verdad antes expuesta no disminuye en modo alguno, sino que
facilita el carácter eucarístico de acercamiento espiritual y de unión entre los hombres que participan en
el Sacrificio, el cual con la Comunión se convierte luego en banquete para ellos. Este acercamiento y
esta unión, cuyo prototipo es la unión de los Apóstoles en torno a Cristo durante la última Cena,
expresan y realizan la Iglesia.

Pero ella no se realiza sólo mediante el hecho de la unión entre los hombres a través de la experiencia de
la fraternidad a la que da ocasión el banquete eucarístico. La Iglesia se realiza cuando en aquella unión
y comunión fraternas, celebramos el sacrificio de la cruz de Cristo, cuando anunciamos «la muerte del
Señor hasta que El venga»[17] Y luego cuando, compenetrados profundamente en el misterio de nuestra
salvación, nos acercamos comunitariamente a la mesa del Señor, para nutrirnos sacramentalmente con
125
los frutos del Santo Sacrificio propiciatorio. En la Comunión eucarística recibimos pues a
Cristo, a Cristo mismo; y nuestra unión con El, que es don y gracia para cada uno, hace que nos
asociemos en Él a la unidad de su Cuerpo, que es la Iglesia.

Solamente de esta manera, mediante tal fe y disposición de ánimo, se realiza esa construcción de la
Iglesia, que, según la conocida expresión del Concilio Vaticano II, halla en la Eucaristía la «fuente y
cumbre de toda la vida cristiana».[18] Esta verdad, que por obra del mismo Concilio ha recibido un
nuevo y vigoroso relieve,[19] debe ser tema frecuente de nuestras reflexiones y de nuestra enseñanza.
Nútrase de ella toda actividad pastoral, sea también alimento para nosotros mismos y para todos los
sacerdotes que colaboran con nosotros, y finalmente para todas las comunidades encomendadas a
nuestro cuidado. En esta praxis ha de revelarse, casi a cada paso, aquella estrecha relación que hay
entre la vitalidad espiritual y apostólica de la Iglesia y la Eucaristía, entendida en su significado
profundo y bajo todos los puntos de vista. [20]

Eucaristía y caridad

5. Antes de pasar a observaciones más detalladas sobre el tema de la celebración del Santo Sacrificio,
deseo recordar brevemente que el culto eucarístico constituye el alma de toda la vida cristiana. En
efecto, si la vida cristiana se manifiesta en el cumplimiento del principal mandamiento, es decir, en el
amor a Dios y al prójimo, este amor encuentra su fuente precisamente en el Santísimo Sacramento,
llamado generalmente Sacramento del amor.

La Eucaristía significa esta caridad, y por ello la recuerda, la hace presente y al mismo tiempo la
realiza. Cada vez que participamos en ella de manera consciente, se abre en nuestra alma una dimensión
real de aquel amor inescrutable que encierra en sí todo lo que Dios ha hecho por nosotros los hombres y
que hace continuamente, según las palabras de Cristo: «Mi Padre sigue obrando todavía, y por eso obro
yo también». [21] Junto con este don insondable y gratuito, que es la caridad revelada hasta el extremo
en el sacrificio salvífico del Hijo de Dios —del que la Eucaristía es señal indeleble— nace en nosotros
una viva respuesta de amor. No sólo conocemos el amor, sino que nosotros mismos comenzamos a
amar. Entramos, por así decirlo, en la vía del amor y progresamos en este camino. El amor que nace en
nosotros de la Eucaristía, se desarrolla gracias a ella, se profundiza, se refuerza.

El culto eucarístico es, pues, precisamente expresión de este amor, que es la característica auténtica y
más profunda de la vocación cristiana. Este culto brota del amor y sirve al amor, al cual todos somos
llamados en Cristo Jesús. [22] Fruto vivo de este culto es la perfección de la imagen de Dios que
llevamos en nosotros, imagen que corresponde a la que Cristo nos ha revelado. Convirtiéndonos así en
adoradores del Padre «en espíritu y verdad»,[23] maduramos en una creciente unión con Cristo, estamos
cada vez más unidos a Él y —si podemos emplear esta expresión— somos más solidarios con Él.

La doctrina de la Eucaristía, «signo de unidad» y «vínculo de caridad», enseñada por San Pablo, [24] ha
sido luego profundizada en los escritos de tantos santos, que son para nosotros un ejemplo vivo de culto
eucarístico. Hemos de tener siempre esta realidad ante los ojos y, al mismo tiempo, debemos
esforzarnos continuamente para que también nuestra generación añada a esos maravillosos ejemplos del
pasado otros ejemplos nuevos, no menos vivos y elocuentes, que reflejen la época a la que
pertenecemos.
126
Eucaristía y prójimo

6. El auténtico sentido de la Eucaristía se convierte de por sí en escuela de amor activo al prójimo.


Sabemos que es éste el orden verdadero e integral del amor que nos ha enseñado el Señor: «En esto
conoceréis todos que sois mis discípulos: si tenéis amor unos para con otros».[25] La Eucaristía nos
educa para este amor de modo más profundo; en efecto, demuestra qué valor debe de tener a los ojos de
Dios todo hombre, nuestro hermano y hermana, si Cristo se ofrece a sí mismo de igual modo a cada
uno, bajo las especies de pan y de vino. Si nuestro culto eucarístico es auténtico, debe hacer aumentar
en nosotros la conciencia de la dignidad de todo hombre. La conciencia de esta dignidad se convierte en
el motivo más profundo de nuestra relación con el prójimo.

Asimismo debemos hacernos particularmente sensibles a todo sufrimiento y miseria humana, a toda
injusticia y ofensa, buscando el modo de repararlos de manera eficaz. Aprendamos a descubrir con
respeto la verdad del hombre interior, porque precisamente este interior del hombre se hace morada de
Dios presente en la Eucaristía. Cristo viene a los corazones y visita las conciencias de nuestros
hermanos y hermanas. ¡Cómo cambia la imagen de todos y cada uno, cuando adquirimos conciencia de
esta realidad, cuando la hacemos objeto de nuestras reflexiones! El sentido del Misterio eucarístico nos
impulsa al amor al prójimo, al amor a todo hombre. [26]

Eucaristía y vida

7. Siendo pues fuente de caridad, la Eucaristía ha ocupado siempre el centro de la vida de los discípulos
de Cristo. Tiene el aspecto de pan y de vino, es decir, de comida y de bebida; por lo mismo es tan
familiar al hombre, y está tan estrechamente vinculada a su vida, como lo están efectivamente la comida
y la bebida. La veneración a Dios que es Amor nace del culto eucarístico de esa especie de intimidad en
la que el mismo, análogamente a la comida y a la bebida, llena nuestro ser espiritual, asegurándole, al
igual que ellos, la vida. Tal veneración «eucarística» de Dios corresponde pues estrictamente a sus
planes salvíficos. El mismo, el Padre, quiere que los «verdaderos adoradores»[27] lo adoren
precisamente así, y Cristo es intérprete de este querer con sus palabras a la vez que con este sacramento,
en el cual nos hace posible la adoración al Padre, de la manera más conforme a su voluntad.

De tal concepción del culto eucarístico brota todo el estilo sacramental de la vida del cristiano. En
efecto, conducir una vida basada en los sacramentos, animada por el sacerdocio común, significa ante
todo por parte del cristiano, desear que Dios actúe en él para hacerle llegar en el Espíritu «a la plena
madurez de Cristo».[28] Dios, por su parte, no lo toca solamente a través de los acontecimientos y con
su gracia interna, sino que actúa en él, con mayor certeza y fuerza, a través de los sacramentos. Ellos
dan a su vida un estilo sacramental.

Ahora bien, entre todos los sacramentos, es el de la Santísima Eucaristía el que conduce a plenitud su
iniciación de cristiano y confiere al ejercicio del sacerdocio común esta forma sacramental y eclesial
que lo pone en conexión —como hemos insinuado anteriormente— [29] con el ejercicio del sacerdocio
ministerial. De este modo el culto eucarístico es centro y fin de toda la vida sacramental. [30] Resuenan
continuamente en él, como un eco profundo, los sacramentos de la iniciación cristiana: Bautismo y
Confirmación. ¿Dónde está mejor expresada la verdad de que además de ser «llamados hijos de Dios»,
lo «somos realmente», [31] en virtud del Sacramento del Bautismo, sino precisamente en el hecho de
que en la Eucaristía nos hacemos partícipes del Cuerpo y de la Sangre del unigénito Hijo de Dios? Y
127
¿qué es lo que nos predispone mayormente a «ser verdaderos testimonios de Cristo», [32]
frente al mundo, como resultado del Sacramento de la Confirmación, sino la comunión eucarística, en la
que Cristo nos da testimonio a nosotros y nosotros a Él?

Es imposible analizar aquí en sus pormenores los lazos existentes entre la Eucaristía y los demás
Sacramentos, particularmente con el Sacramento de la vida familiar y el Sacramento de los enfermos.
Acerca de la estrecha vinculación, existente entre el Sacramento de la Penitencia y el de la Eucaristía
llamé ya la atención en la Encíclica «Redemptor hominis».[33] No es solamente la Penitencia la que
conduce a la Eucaristía, sino que también la Eucaristía lleva a la Penitencia. En efecto, cuando nos
damos cuenta de Quien es el que recibimos en la Comunión eucarística, nace en nosotros casi
espontáneamente un sentido de indignidad, junto con el dolor de nuestros pecados y con la necesidad
interior de purificación.

No obstante debemos vigilar siempre, para que este gran encuentro con Cristo en la Eucaristía no se
convierta para nosotros en un acto rutinario y a fin de que no lo recibamos indignamente, es decir, en
estado de pecado mortal. La práctica de la virtud de la penitencia y el sacramento de la Penitencia son
indispensables a fin de sostener en nosotros y profundizar continuamente el espíritu de veneración, que
el hombre debe a Dios mismo y a su Amor tan admirablemente revelado.

Estas palabras quisieran presentar algunas reflexiones generales sobre el culto del Misterio eucarístico,
que podrían ser desarrolladas más larga y ampliamente. Concretamente, se podría enlazar cuanto se dijo
acerca de los efectos de la Eucaristía sobre el amor por el hombre con lo que hemos puesto de relieve
ahora sobre los compromisos contraídos para con el hombre y la Iglesia en la comunión eucarística, y
consiguientemente delinear la imagen de la «tierra nueva»[34] que nace de la Eucaristía a través de todo
«hombre nuevo».[35]

Efectivamente en este Sacramento del pan y del vino, de la comida y de la bebida, todo lo que es
humano sufre una singular transformación y elevación. El culto eucarístico no es tanto culto de la
trascendencia inaccesible, cuanto de la divina condescendencia y es a su vez transformación
misericordiosa y redentora del mundo en el corazón del hombre.

Recordando todo esto, sólo brevemente, deseo, no obstante la concisión, crear un contexto más amplio
para las cuestiones que deberé tratar enseguida: ellas están estrechamente vinculadas a la celebración
del Santo Sacrificio. En efecto, en esta celebración se expresa de manera más directa el culto de la
Eucaristía. Este emana del corazón como preciosísimo homenaje inspirado por la fe, la esperanza y la
caridad, infundidas en nosotros en el Bautismo. Es precisamente de ella, venerados y queridos
Hermanos en el Episcopado, sacerdotes y diáconos, de lo que quiero escribiros en esta Carta, a la que la
Sagrada Congregación para los Sacramentos y el Culto Divino hará seguir indicaciones más concretas.

II SACRALIDAD DE LA EUCARISTÍA
Y SACRIFICIO

Sacralidad
128
8. La celebración de la Eucaristía, comenzando por el cenáculo y por el Jueves Santo, tiene
una larga historia propia, larga cuanto la historia de la Iglesia. En el curso de esta historia los elementos
secundarios han sufrido ciertos cambios; no obstante, ha permanecido inmutada la esencia del
«Mysterium», instituido por el Redentor del mundo, durante la última cena. También el Concilio
Vaticano II ha aportado algunas modificaciones, en virtud de las cuales la liturgia actual de la Misa se
diferencia en cierto sentido de la conocida antes del Concilio. No pensamos hablar de estas diferencias;
por ahora conviene que nos detengamos en lo que es esencial e inmutable en la liturgia eucarística.

Y con este elemento está estrechamente vinculado el carácter de «sacrum» de la Eucaristía, esto es, de
acción santa y sagrada. Santa y sagrada, porque en ella está continuamente presente y actúa Cristo, «el
Santo» de Dios, [36]«ungido por el Espíritu Santo»,[37] «consagrado por el Padre»,[38] para dar
libremente y recobrar su vida, [39] «Sumo Sacerdote de la Nueva Alianza».[40] Es El, en efecto, quien,
representado por el celebrante, hace su ingreso en el santuario y anuncia su evangelio. Es El «el oferente
y el ofrecido, el consagrante y el consagrado». [41] Acción santa y sagrada, porque es constitutiva de las
especies sagradas, del «Sancta sanctis», es decir, de las «cosas santas —Cristo el Santo— dadas a los
santos», como cantan todas las liturgias de Oriente en el momento en que se alza el pan eucarístico para
invitar a los fieles a la Cena del Señor.

El «Sacrum» de la Misa no es por tanto una «sacralización», es decir, una añadidura del hombre a la
acción de Cristo en el cenáculo, ya que la Cena del Jueves Santo fue un rito sagrado, liturgia primaria y
constitutiva, con la que Cristo, comprometiéndose a dar la vida por nosotros, celebró sacramentalmente,
El mismo, el misterio de su Pasión y Resurrección, corazón de toda Misa. Derivando de esta liturgia,
nuestras Misas revisten de por sí una forma litúrgica completa, que, no obstante esté diversificada según
las familias rituales, permanece sustancialmente idéntica. El «Sacrum» de la Misa es una sacralidad
instituida por Cristo. Las palabras y la acción de todo sacerdote, a las que corresponde la participación
consciente y activa de toda la asamblea eucarística, hacen eco a las del Jueves Santo.

El sacerdote ofrece el Santo Sacrificio «in persona Christi», lo cual quiere decir más que «en nombre»,
o también «en vez» de Cristo. «In persona»: es decir, en la identificación específica, sacramental con el
«Sumo y Eterno Sacerdote», [42] que es el Autor y el Sujeto principal de este su propio Sacrificio, en el
que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie. Solamente El, solamente Cristo, podía y puede ser
siempre verdadera y efectiva «propitiatio pro peccatis nostris ... sed etiam totius mundi».[43] Solamente
su sacrificio, y ningún otro, podía y puede tener «fuerza propiciatoria» ante Dios, ante la Trinidad, ante
su trascendental santidad. La toma de conciencia de esta realidad arroja una cierta luz sobre el carácter y
sobre el significado del sacerdote-celebrante que, llevando a efecto el Santo Sacrificio y obrando «in
persona Christi», es introducido e insertado, de modo sacramental (y al mismo tiempo inefable), en este
estrictísimo «Sacrum», en el que a su vez asocia espiritualmente a todos los participantes en la asamblea
eucarística.

Ese «Sacrum», actuado en formas litúrgicas diversas, puede prescindir de algún elemento secundario,
pero no puede ser privado de ningún modo de su sacralidad y sacramentalidad esenciales, porque fueron
queridas por Cristo y transmitidas y controladas por la Iglesia. Ese «Sacrum» no puede tampoco ser
instrumentalizado para otros fines. El misterio eucarístico, desgajado de su propia naturaleza sacrificial
y sacramental, deja simplemente de ser tal. No admite ninguna imitación «profana», que se convertiría
muy fácilmente (si no incluso como norma) en una profanación. Esto hay que recordarlo siempre, y
quizá sobre todo en nuestro tiempo en el que observamos una tendencia a borrar la distinción entre
129
«sacrum» y «profanum», dada la difundida tendencia general (al menos en algunos lugares) a
la desacralización de todo.

En tal realidad la Iglesia tiene el deber particular de asegurar y corroborar el «sacrum» de la


Eucaristía. En nuestra sociedad pluralista, y a veces también deliberadamente secularizada, la fe viva de
la comunidad cristiana —fe consciente incluso de los propios derechos con respecto a todos aquellos
que no comparten la misma fe— garantiza a este «sacrum» el derecho de ciudadanía. El deber de
respetar la fe de cada uno es al mismo tiempo correlativa al derecho natural y civil de la libertad de
conciencia y de religión.

La sacralidad de la Eucaristía ha encontrado y encuentra siempre expresión en la terminología teológica


y litúrgica. [44] Este sentido de la sacralidad objetiva del Misterio eucarístico es tan constitutivo de la fe
del Pueblo de Dios que con ella se ha enriquecido y robustecido. [45] Los ministros de la Eucaristía
deben por tanto, sobre todo en nuestros días, ser iluminados por la plenitud de esta fe viva, y a la luz de
ella deben comprender y cumplir todo lo que forma parte de su ministerio sacerdotal, por voluntad de
Cristo y de su Iglesia.

Sacrificio

9. La Eucaristía es por encima de todo un sacrificio: sacrificio de la Redención y al mismo tiempo


sacrificio de la Nueva Alianza, [46] como creemos y como claramente profesan las Iglesias Orientales:
«el sacrificio actual —afirmó hace siglos la Iglesia griega— es como aquél que un día ofreció el
Unigénito Verbo encarnado, es ofrecido (hoy como entonces) por El, siendo el mismo y único
sacrificio».[47] Por esto, y precisamente haciendo presente este sacrificio único de nuestra salvación, el
hombre y el mundo son restituidos a Dios por medio de la novedad pascual de la Redención. Esta
restitución no puede faltar: es fundamento de la «alianza nueva y eterna» de Dios con el hombre y del
hombre con Dios. Si llegase a faltar, se debería poner en tela de juicio bien sea la excelencia del
sacrificio de la Redención que fue perfecto y definitivo, bien sea el valor sacrificial de la Santa Misa.
Por tanto la Eucaristía, siendo verdadero sacrificio, obra esa restitución a Dios.

Se sigue de ahí que el celebrante, en cuanto ministro del sacrificio, es el auténtico sacerdote, que lleva a
cabo —en virtud del poder específico de la sagrada ordenación— el verdadero acto sacrificial que lleva
de nuevo a los seres a Dios. En cambio todos aquellos que participan en la Eucaristía, sin sacrificar
como él, ofrecen con él, en virtud del sacerdocio común, sus propios sacrificios espirituales,
representados por el pan y el vino, desde el momento de su presentación en el altar. Efectivamente, este
acto litúrgico solemnizado por casi todas las liturgias, «tiene su valor y su significado espiritual».[48] El
pan y el vino se convierten en cierto sentido en símbolo de todo lo que lleva la asamblea eucarística, por
sí misma, en ofrenda a Dios y que ofrece en espíritu.

Es importante que este primer momento de la liturgia eucarística, en sentido estricto, encuentre su
expresión en el comportamiento de los participantes. A esto corresponde la llamada procesión de las
ofrendas, prevista por la reciente reforma litúrgica [49], y acompañada, según la antigua tradición, por
un salmo o un cántico. Es necesario un cierto espacio de tiempo, a fin de que todos puedan tomar
conciencia de este acto, expresado contemporáneamente por las palabras del celebrante.
130
La conciencia del acto de presentar las ofrendas, debería ser mantenida durante toda la Misa.
Más aún, debe ser llevada a plenitud en el momento de la consagración y de la oblación anamnética, tal
como lo exige el valor fundamental del momento del sacrificio. Para demostrar esto ayudan las palabras
de la oración eucarística que el sacerdote pronuncia en alta voz. Parece útil repetir aquí algunas
expresiones de la tercera oración eucarística, que manifiestan especialmente el carácter sacrificial de la
Eucaristía y unen el ofrecimiento de nuestras personas al de Cristo: «Dirige tu mirada sobre la ofrenda
de tu Iglesia, y reconoce en ella la Víctima por cuya inmolación quisiste devolvernos tu amistad, para
que fortalecidos con el Cuerpo y Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un
solo cuerpo y un solo espíritu. Que Él nos transforme en ofrenda permanente».

Este valor sacrificial está ya expresado en cada celebración por las palabras con que el sacerdote
concluye la presentación de los dones al pedir a los fieles que oren para que «este sacrificio mío y
vuestro sea agradable a Dios, Padre todopoderoso». Tales palabras tienen un valor de compromiso en
cuanto expresan el carácter de toda la liturgia eucarística y la plenitud de su contenido tanto divino
como eclesial.

Todos los que participan con fe en la Eucaristía se dan cuenta de que ella es «Sacrificium», es decir, una
«Ofrenda consagrada». En efecto, el pan y el vino, presentados en el altar y acompañados por la
devoción y por los sacrificios espirituales de los participantes, son finalmente consagrados, para que se
conviertan verdadera, real y sustancialmente en el Cuerpo entregado y en la Sangre derramada de
Cristo mismo. Así, en virtud de la consagración, las especies del pan y del vino, «re-presentan»,[50] de
modo sacramental e incruento, el Sacrificio cruento propiciatorio ofrecido por El en la cruz al Padre
para la salvación del mundo. El solo, en efecto, ofreciéndose como víctima propiciatoria en un acto de
suprema entrega e inmolación, ha reconciliado a la humanidad con el Padre, únicamente mediante su
sacrificio, «borrando el acta de los decretos que nos era contraria». [51]

A este sacrificio, que es renovado de forma sacramental sobre el altar, las ofrendas del pan y del vino,
unidas a la devoción de los fieles, dan además una contribución insustituible, ya que, mediante la
consagración sacerdotal se convierten en las sagradas Especies. Esto se hace patente en el
comportamiento del sacerdote durante la oración eucarística, sobre todo durante la consagración, y
también cuando la celebración del Santo Sacrificio y la participación en él están acompañadas por la
conciencia de que «el Maestro está ahí y te llama». [52] Esta llamada del Señor, dirigida a nosotros
mediante su Sacrificio, abre los corazones, a fin de que purificados en el Misterio de nuestra Redención
se unan a El en la comunión eucarística, que da a la participación en la Misa un valor maduro, pleno,
comprometedor para la existencia humana: «la Iglesia desea que los fieles no sólo ofrezcan la hostia
inmaculada, sino que aprendan a ofrecerse a sí mismos, y que de día en día perfeccionen con la
mediación de Cristo, la unión con Dios y entre sí, de modo que sea Dios todo en todos».[53]

Es por tanto muy conveniente y necesario que continúe poniéndose en práctica una nueva e intensa
educación, para descubrir todas las riquezas encerradas en la nueva Liturgia. En efecto, la renovación
litúrgica realizada después del Concilio Vaticano II ha dado al sacrificio eucarístico una mayor
visibilidad. Entre otras cosas, contribuyen a ello las palabras de la oración eucarística recitadas por el
celebrante en voz alta y, en especial, las palabras de la consagración, la aclamación de la asamblea
inmediatamente después de la elevación.
131
Si todo esto debe llenarnos de gozo, debemos también recordar que estos cambios exigen una
nueva conciencia y madurez espiritual, tanto por parte del celebrante— sobre todo hoy que celebra «de
cara al pueblo»— como por parte de los fieles. El culto eucarístico madura y crece cuando las palabras
de la plegaria eucarística, y especialmente las de la consagración, son pronunciadas con gran humildad
y sencillez, de manera comprensible, correcta y digna, como corresponde a su santidad; cuando este
acto esencial de la liturgia eucarística es realizado sin prisas; cuando nos compromete a un recogimiento
tal y a una devoción tal, que los participantes advierten la grandeza del misterio que se realiza y lo
manifiestan con su comportamiento.

III LAS DOS MESAS DEL SEÑOR


Y EL BIEN COMÚN DE LA IGLESIA

Mesa de la Palabra de Dios

10. Sabemos bien que la celebración de la Eucaristía ha estado vinculada, desde tiempos muy antiguos,
no sólo a la oración, sino también a la lectura de la Sagrada Escritura, y al canto de toda la asamblea.
Gracias a esto ha sido posible, desde hace mucho tiempo, relacionar con la Misa el parangón hecho por
los Padres con las dos mesas, sobre las cuales la Iglesia prepara para sus hijos la Palabra de Dios y la
Eucaristía, es decir, el Pan del Señor. Debemos pues volver a la primera parte del Sagrado Misterio que,
con frecuencia, en el presente se le llama Liturgia de la Palabra, y dedicarle un poco de atención.

La lectura de los fragmentos de la Sagrada Escritura, escogidos para cada día, ha sido sometida por el
Concilio a criterios y exigencias nuevas. [54] Como consecuencia de tales normas conciliares se ha
hecho una nueva selección de lecturas, en las que se ha aplicado, en cierta medida, el principio de la
continuidad de los textos, y también el principio de hacer accesible el conjunto de los Libros Sagrados.
La introducción de los salmos con los responsorios en la liturgia familiariza a los participantes con los
más bellos recursos de la oración y de la poesía del Antiguo Testamento. Además el hecho de que los
relativos textos sean leídos y cantados en la propia lengua, hace que todos puedan participar y
comprenderlos más plenamente. No faltan, sin embargo, quienes, educados todavía según la antigua
liturgia en latín, sienten la falta de esta «lengua única», que ha sido en todo el mundo una expresión de
la unidad de la Iglesia y que con su dignidad ha suscitado un profundo sentido del Misterio Eucarístico.
Hay que demostrar pues no solamente comprensión, sino también pleno respeto hacia estos sentimientos
y deseos y, en cuanto sea posible, secundarlos, como está previsto además en las nuevas disposiciones.
[55] La Iglesia romana tiene especiales deberes, con el latín, espléndida lengua de la antigua Roma, y
debe manifestarlo siempre que se presente ocasión.

De hecho las posibilidades creadas actualmente por la renovación posconciliar son a menudo utilizadas
de manera que nos hacen testigos y partícipes de la auténtica celebración de la Palabra de Dios.
Aumenta también el número de personas que toman parte activa en esta celebración. Surgen grupos de
lectores y de cantores, más aún, de «scholae cantorum», masculinas o femeninas, que con gran celo se
dedican a ello. La Palabra de Dios, la Sagrada Escritura, comienza a pulsar con nueva vida en muchas
comunidades cristianas. Los fieles, reunidos para la liturgia, se preparan con el canto para escuchar el
Evangelio, que es anunciado con la debida devoción y amor.
132
Constatando todo esto con gran estima y agradecimiento, no puede sin embargo olvidarse que
una plena renovación tiene otras exigencias. Estas consisten en una nueva responsabilidad ante la
Palabra de Dios transmitida mediante la liturgia, en diversas lenguas, y esto corresponde ciertamente al
carácter universal y a las finalidades del Evangelio. La misma responsabilidad atañe también a la
ejecución de las relativas acciones litúrgicas, la lectura o el canto, lo cual debe responder también a los
principios del arte. Para preservar estas acciones de cualquier artificio, conviene expresar en ellas una
capacidad, una sencillez y al mismo tiempo una dignidad tales, que haga resplandecer, desde el mismo
modo de leer o de cantar, el carácter peculiar del texto sagrado.

Por tanto, estas exigencias, que brotan de la nueva responsabilidad ante la Palabra de Dios en la liturgia,
[56] llegan todavía más a lo hondo y afectan a la disposición interior con la que los ministros de la
Palabra cumplen su función en la asamblea litúrgica. [57] La misma responsabilidad se refiere
finalmente a la selección de los textos. Esa selección ha sido ya hecha por la competente autoridad
eclesiástica, que ha previsto incluso los casos, en que se pueden escoger lecturas más adecuadas a una
situación especial. [58] Además, conviene siempre recordar que en el conjunto de los textos de las
Lecturas de la Misa puede entrar sólo la Palabra de Dios. La lectura de la Escritura no puede ser
sustituida por la lectura de otros textos, aun cuando tuvieran indudables valores religiosos y morales.
Tales textos en cambio podrán utilizarse, con gran provecho, en las homilías. Efectivamente, la homilía
es especialmente idónea para la utilización de esos textos, con tal de que respondan a las requeridas
condiciones de contenido, por cuanto es propio de la homilía, entre otras cosas, demostrar la
convergencia entre la sabiduría divina revelada y el noble pensamiento humano, que por distintos
caminos busca la verdad.

Mesa del Pan del Señor

11. La segunda mesa del misterio eucarístico, es decir, la mesa del Pan del Señor, exige también un
adecuada reflexión desde el punto de vista de la renovación litúrgica actual. Es éste un problema de
grandísima importancia, tratándose de un acto particular de fe viva, más aún, como se atestigua desde
los primeros siglos, [59]de una manifestación de culto a Cristo, que en la comunión eucarística se
entrega a sí mismo a cada uno de nosotros, a nuestro corazón, a nuestra conciencia, a nuestros labios y
a nuestra boca, en forma de alimento. Y por esto, en relación con ese problema, es particularmente
necesaria la vigilancia de la que habla el Evangelio, tanto por parte de los Pastores responsables del
culto eucarístico, como por parte del Pueblo de Dios, cuyo «sentido de la fe»[60] debe ser precisamente
en esto muy consciente y agudo.

Por esto, deseo confiar también este problema al corazón de cada uno de vosotros, venerados y queridos
Hermanos en el Episcopado. Vosotros debéis sobre todo insertarlo en vuestra solicitud por todas las
Iglesias, confiadas a vosotros. Os lo pido en nombre de la unidad que hemos recibido en herencia de los
Apóstoles: la unidad colegial. Esta unidad ha nacido, en cierto sentido, en la mesa del Pan del Señor, el
Jueves Santo. Con la ayuda de vuestros Hermanos en el sacerdocio, haced todo lo que podáis, para
garantizar la dignidad sagrada del ministerio eucarístico y el profundo espíritu de la comunión
eucarística, que es un bien peculiar de la Iglesia como Pueblo de Dios, y al mismo tiempo la herencia
especial transmitida a nosotros por los Apóstoles, por diversas tradiciones litúrgicas y por tantas
generaciones de fieles, a menudo testigos heroicos de Cristo, educados en la «escuela de la Cruz»
(Redención) y de la Eucaristía.
133
Conviene pues recordar que la Eucaristía, como mesa del Pan del Señor, es una continua
invitación, como se desprende de la alusión litúrgica del celebrante en el momento del «Este es el
Cordero de Dios. Dichosos los llamados a la cena del Señor» [61] y de la conocida parábola del
Evangelio sobre los invitados al banquete de bodas. [62] Recordemos que en esta parábola hay muchos
que se excusan de aceptar la invitación por distintas circunstancias. Ciertamente también en nuestras
comunidades católicas no faltan aquellos que podrían participar en la Comunión eucarística, y no
participan, aun no teniendo en su conciencia impedimento de pecado grave. Esa actitud, que en algunos
va unida a una exagerada severidad, se ha cambiado, a decir verdad, en nuestro tiempo, aunque en
algunos sitios se nota aún. En realidad, más frecuente que el sentido de indignidad, se nota una cierta
falta de disponibilidad interior —si puede llamarse así—, falta de «hambre» y de «sed» eucarística,
detrás de la que se esconde también la falta de una adecuada sensibilidad y comprensión de la
naturaleza del gran Sacramento del amor.

Sin embargo, en estos últimos años, asistimos también a otro fenómeno. Algunas veces, incluso en
casos muy numerosos, todos los participantes en la asamblea eucarística se acercan a la comunión, pero
entonces, como confirman pastores expertos, no ha habido la debida preocupación por acercarse al
sacramento de la Penitencia para purificar la propia conciencia. Esto naturalmente puede significar que
los que se acercan a la Mesa del Señor no encuentren, en su conciencia y según la ley objetiva de Dios,
nada que impida aquel sublime y gozoso acto de su unión sacramental con Cristo. Pero puede también
esconderse aquí, al menos alguna vez, otra convicción: es decir el considerar la Misa sólo como un
banquete, [63] en el que se participa recibiendo el Cuerpo de Cristo, para manifestar sobre todo la
comunión fraterna. A estos motivos se pueden añadir fácilmente una cierta consideración humana y un
simple «conformismo».

Este fenómeno exige, por parte nuestra, una vigilante atención y un análisis teológico y pastoral, guiado
por el sentido de una máxima responsabilidad. No podemos permitir que en la vida de nuestras
comunidades se disipe aquel bien que es la sensibilidad de la conciencia cristiana, guiada únicamente
por el respeto a Cristo que, recibido en la Eucaristía, debe encontrar en el corazón de cada uno de
nosotros una digna morada. Este problema está estrechamente relacionado no sólo con la práctica del
Sacramento de la Penitencia, sino también con el recto sentido de responsabilidad de cara al depósito de
toda la doctrina moral y de cara a la distinción precisa entre bien y mal, la cual viene a ser a
continuación, para cada uno de los participantes en la Eucaristía, base de correcto juicio de sí mismos en
la intimidad de la propia conciencia. Son bien conocidas las palabras de San Pablo: «Examínese, pues,
el hombre a sí mismo»; [64] ese juicio es condición indispensable para una decisión personal, a fin de
acercarse a la comunión eucarística o bien abstenerse.

La celebración de la Eucaristía nos sitúa ante muchas otras exigencias, por lo que respecta al ministerio
de la Mesa eucarística, que se refieren, en parte, tanto a los solos sacerdotes y diáconos, como a todos
los que participan en la liturgia eucarística. A los sacerdotes y a los diáconos es necesario recordar que
el servicio de la mesa del Pan del Señor les impone obligaciones especiales, que se refieren, en primer
lugar, al mismo Cristo presente en la Eucaristía y luego a todos los actuales y posibles participantes en
la Eucaristía. Respecto al primero, no será quizás superfluo recordar las palabras del Pontifical que, en
el día de la ordenación, el Obispo dirige al nuevo sacerdote, mientras le entrega en la patena y en el
cáliz el pan y el vino ofrecidos por los fieles y preparados por el diácono: «Accipe oblationem plebis
sanctae Deo offerendam. Agnosce quod ages, imitare quod tractabis, et vitam tuam mysterio dominicae
134
crucis conforma».[65] Esta última amonestación hecha a él por el Obispo debe quedar como
una de las normas más apreciadas en su ministerio eucarístico.

En ella debe inspirarse el sacerdote en su modo de tratar el Pan y el Vino, convertidos en Cuerpo y
Sangre del Redentor. Conviene pues que todos nosotros, que somos ministros de la Eucaristía,
examinemos con atención nuestras acciones ante el altar, en especial el modo con que tratamos aquel
Alimento y aquella Bebida, que son el Cuerpo y la Sangre de nuestro Dios y Señor en nuestras manos;
cómo distribuimos la Santa Comunión; cómo hacemos la purificación.

Todas estas acciones tienen su significado. Conviene naturalmente evitar la escrupulosidad, pero Dios
nos guarde de un comportamiento sin respeto, de una prisa inoportuna, de una impaciencia escandalosa.
Nuestro honor más grande consiste —además del empeño en la misión evangelizadora— en ejercer ese
misterioso poder sobre el Cuerpo del Redentor, y en nosotros todo debe estar claramente ordenado a
esto. Debemos, además, recordar siempre que hemos sido sacramentalmente consagrados para ese
poder, que hemos sido escogidos entre los hombres y «en favor de los hombres».[66] Debemos
reflexionar sobre ello especialmente nosotros sacerdotes de la Iglesia Romana latina, cuyo rito de
ordenación añade, en el curso de los siglos, el uso de ungir las manos del sacerdote.

En algunos Países se ha introducido el uso de la comunión en la mano. Esta práctica ha sido solicitada
por algunas Conferencias Episcopales y ha obtenido la aprobación de la Sede Apostólica. Sin embargo,
llegan voces sobre casos de faltas deplorables de respeto a las Especies eucarísticas, faltas que gravan
no sólo sobre las personas culpables de tal comportamiento, sino también sobre los Pastores de la
Iglesia, que hayan sido menos vigilantes sobre el comportamiento de los fieles hacia la Eucaristía.
Sucede también que, a veces, no se tiene en cuenta la libre opción y voluntad de los que, incluso donde
ha sido autorizada la distribución de la comunión en la mano, prefieren atenerse al uso de recibirla en la
boca. Es difícil pues en el contexto de esta Carta, no aludir a los dolorosos fenómenos antes
mencionados. Escribiendo esto no quiero de ninguna manera referirme a las personas que, recibiendo al
Señor Jesús en la mano, lo hacen con espíritu de profunda reverencia y devoción, en los Países donde
esta praxis ha sido autorizada.

Conviene sin embargo no olvidar el deber primordial de los sacerdotes, que han sido consagrados en su
ordenación para representar a Cristo Sacerdote: por eso sus manos, como su palabra y su voluntad, se
han hecho instrumento directo de Cristo. Por eso, es decir, como ministros de la sagrada Eucaristía,
éstos tienen sobre las sagradas Especies una responsabilidad primaria, porque es total: ofrecen el pan y
el vino, los consagran, y luego distribuyen las sagradas Especies a los participantes en la Asamblea. Los
diáconos pueden solamente llevar al altar las ofrendas de los fieles y, una vez consagradas por el
sacerdote, distribuirlas. Por eso cuán elocuente, aunque no sea primitivo, es en nuestra ordenación latina
el rito de la unción de las manos, como si precisamente a estas manos fuera necesaria una especial
gracia y fuerza del Espíritu Santo.

El tocar las sagradas Especies, su distribución con las propias manos es un privilegio de los ordenados,
que indica una participación activa en el ministerio de la Eucaristía. Es obvio que la Iglesia puede
conceder esa facultad a personas que no son ni sacerdotes ni diáconos, como son tanto los acólitos, en
preparación para sus futuras ordenaciones, como otros laicos, que la han recibido por una justa
necesidad, pero siempre después de una adecuada preparación.
135
Bien común de la Iglesia

12. No podemos, ni siquiera por un instante, olvidar que la Eucaristía es un bien peculiar de toda la
Iglesia. Es el don más grande que, en el orden de la gracia y del sacramento, el divino Esposo ha
ofrecido y ofrece sin cesar a su Esposa. Y, precisamente porque se trata de tal don, todos debemos, con
espíritu de fe profunda, dejarnos guiar por el sentido de una responsabilidad verdaderamente cristiana.
Un don nos obliga tanto más profundamente porque nos habla, no con la fuerza de un rígido derecho,
sino con la fuerza de la confianza personal, y así —sin obligaciones legales— exige correspondencia y
gratitud. La Eucaristía es verdaderamente tal don, es tal bien. Debemos permanecer fieles en los
pormenores a lo que ella expresa en sí y a lo que nos pide, o sea la acción de gracias.

La Eucaristía es un bien común de toda la Iglesia, como sacramento de su unidad. Y, por consiguiente,
la Iglesia tiene el riguroso deber de precisar todo lo que concierne a la participación y celebración de la
misma. Debemos, por lo tanto, actuar según los principios establecidos por el último Concilio que, en la
Constitución sobre la Sagrada Liturgia, ha definido las autorizaciones y obligaciones, sea de los
respectivos Obispos en sus diócesis, sea de las Conferencias Episcopales, dado que unos y otras actúan
unidos colegialmente con la Sede Apostólica.

Además debemos seguir las instrucciones emanadas en este campo de los diversos Dicasterios: sea en
materia litúrgica, en las normas establecidas por los libros litúrgicos, en lo concerniente al misterio
eucarístico, y en las Instrucciones dedicadas al mismo misterio, [67] sea en lo que tiene relación con la
«communicatio in sacris», en las normas del «Directorium de re oecumenica»[68] y en la «Instructio de
peculiaribus casibus admittendi alios christianos ad communionem eucharisticam in Ecclesia
catholica»[69]. Y aunque, en esta etapa de renovación, se ha admitido la posibilidad de una cierta
autonomía «creativa», sin embargo ella misma debe respetar estrictamente las exigencias de la unidad
substancial. Por el camino de este pluralismo (que brota ya entre otras cosas por la introducción de las
distintas lenguas en la liturgia) podemos proseguir únicamente hasta allí donde no se hayan cancelado
las características esenciales de la celebración de la Eucaristía y se hayan respetado las normas
prescriptas por la reciente reforma litúrgica.

Hay que realizar en todas partes un esfuerzo indispensable, para que dentro del pluralismo del culto
eucarístico, programado por el Concilio Vaticano II, se manifieste la unidad de la que la Eucaristía es
signo y causa. Esta tarea sobre la cual, obligada por las circunstancias, debe vigilar la Sede Apostólica,
debería ser asumida no sólo por cada una de las Conferencias Episcopales, sino también, por cada
ministro de la Eucaristía, sin excepción. Cada uno debe además recordar que es responsable del bien
común de la Iglesia entera. El sacerdote como ministro, como celebrante, como quien preside la
asamblea eucarística de los fieles, debe poseer un particular sentido del bien común de la Iglesia, que él
mismo representa mediante su ministerio, pero al que debe también subordinarse, según una recta
disciplina de la fe. El no puede considerarse como «propietario», que libremente dispone del texto
litúrgico y del sagrado rito como de un bien propio, de manera que pueda darle un estilo personal y
arbitrario. Esto puede a veces parecer de mayor efecto, puede también corresponder mayormente a una
piedad subjetiva; sin embargo, objetivamente, es siempre una traición a aquella unión que, de modo
especial, debe encontrar la propia expresión en el sacramento de la unidad.

Todo sacerdote, cuando ofrece el Santo Sacrificio, debe recordar que, durante este Sacrificio, no es
únicamente él con su comunidad quien ora, sino que ora la Iglesia entera, expresando así, también con
136
el uso del texto litúrgico aprobado, su unidad espiritual en este sacramento. Si alguien
quisiera tachar de «uniformidad» tal postura, esto comprobaría sólo la ignorancia de las exigencias
objetivas de la auténtica unidad y sería un síntoma de dañoso individualismo.

Esta subordinación del ministro, del celebrante, al «Mysterium», que le ha sido confiado por la Iglesia
para el bien de todo el Pueblo de Dios, debe encontrar también su expresión en la observancia de las
exigencias litúrgicas relativas a la celebración del Santo Sacrificio. Estas exigencias se refieren, por
ejemplo, al hábito y, particularmente, a los ornamentos que reviste el celebrante. Es obvio que hayan
existido y existan circunstancias en las que las prescripciones no obligan. Hemos leído con conmoción,
en libros escritos por sacerdotes ex-prisioneros en campos de exterminio, relatos de celebraciones
eucarísticas sin observar las mencionadas normas, o sea sin altar y sin ornamentos. Pero si en tales
circunstancias esto era prueba de heroísmo y debía suscitar profunda estima, sin embargo en
condiciones normales, omitir las prescripciones litúrgicas puede ser interpretado como una falta de
respeto hacia la Eucaristía, dictada tal vez por individualismo o por un defecto de sentido crítico sobre
las opiniones corrientes, o bien por una cierta falta de espíritu de fe.

Sobre todos nosotros, que somos, por gracia de Dios, ministros de la Eucaristía, pesa de modo
particular la responsabilidad por las ideas y actitudes de nuestros hermanos y hermanas, encomendados
a nuestra cura pastoral. Nuestra vocación es la de suscitar, sobre todo con el ejemplo personal, toda sana
manifestación de culto hacia Cristo presente y operante en el Sacramento del amor. Dios nos preserve
de obrar diversamente, de debilitar aquel culto, desacostumbrándonos de varias manifestaciones y
formas de culto eucarístico, en las que se expresa una tal vez tradicional pero sana piedad, y sobre todo
aquel «sentido de la fe», que el Pueblo de Dios entero posee, como ha recordado el Concilio Vaticano
II. [70]

Llegando ya al término de mis reflexiones, quiero pedir perdón —en mi nombre y en el de todos
vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado— por todo lo que, por el motivo que sea y
por cualquiera debilidad humana, impaciencia, negligencia, en virtud también de la aplicación a veces
parcial, unilateral y errónea de las normas del Concilio Vaticano II, pueda haber causado escándalo y
malestar acerca de la interpretación de la doctrina y la veneración debida a este gran Sacramento. Y
pido al Señor Jesús para que en el futuro se evite, en nuestro modo de tratar este sagrado Misterio, lo
que puede, de alguna manera, debilitar o desorientar el sentido de reverencia y amor en nuestros fieles.

Que el mismo Cristo nos ayude a continuar por el camino de la verdadera renovación hacia aquella
plenitud de vida y culto eucarístico, a través del cual se construye la Iglesia en esa unidad que ella
misma ya posee y que desea poder realizar aun más para gloria del Dios vivo y para la salvación de
todos los hombres.

CONCLUSIÓN

13. Permitidme, venerables y queridos Hermanos, que termine ya estas consideraciones, que se han
limitado a profundizar sólo algunas cuestiones. Al proponerlas he tenido delante toda la obra
desarrollada por el Concilio Vaticano II, y he tenido presente en mi mente la Encíclica de Pablo VI
«Mysterium Fidei», promulgada durante el Concilio, así como todos los documentos emanados después
del mismo Concilio para poner en práctica la renovación litúrgica postconciliar. Existe, en efecto, un
137
vínculo estrechísimo y orgánico entre la renovación de la liturgia y la renovación de toda la
vida de la Iglesia.

La Iglesia no sólo actúa, sino que se expresa también en la liturgia, vive de la liturgia y saca de la
liturgia las fuerzas para la vida. Y por ello, la renovación litúrgica, realizada de modo justo, conforme al
espíritu del Vaticano II, es, en cierto sentido, la medida y la condición para poner en práctica las
enseñanzas del Concilio Vaticano II, que queremos aceptar con fe profunda, convencidos de que,
mediante el mismo, el Espíritu Santo «ha dicho a la Iglesia» las verdades y ha dado las indicaciones que
son necesarias para el cumplimiento de su misión respecto a los hombres de hoy y de mañana.

También en el futuro habremos de tener una particular solicitud para promover y seguir la renovación
de la Iglesia, conforme a la doctrina del Vaticano II, en el espíritu de una Tradición siempre viva. En
efecto, pertenece también a la sustancia de la Tradición, justamente entendida, una correcta «relectura»
de los «signos de los tiempos», según los cuales hay que sacar del rico tesoro de la Revelación «cosas
nuevas y cosas antiguas».[71] Obrando en este espíritu, según el consejo del Evangelio, el Concilio
Vaticano II ha realizado un esfuerzo providencial para renovar el rostro de la Iglesia en la sagrada
liturgia, conectando frecuentemente con lo que es «antiguo», con lo que proviene de la herencia de los
Padres y es expresión de la fe y de la doctrina de la Iglesia unida desde hace tantos siglos.

Para continuar poniendo en práctica, en el futuro, las normas del Concilio en el campo de la liturgia, y
concretamente en el campo del culto eucarístico, es necesaria una íntima colaboración entre el
correspondiente Dicasterio de la Santa Sede y cada Conferencia Episcopal, colaboración atenta y a la
vez creadora, con la mirada fija en la grandeza del santísimo Misterio y, al mismo tiempo, en las
evoluciones espirituales y en los cambios sociales, tan significativos para nuestra época, dado que no
sólo crean a veces dificultades, sino que disponen además a un modo nuevo de participar en ese gran
Misterio de la fe.

Me apremia sobre todo el subrayar que los problemas de la liturgia, y en concreto de la Liturgia
eucarística, no pueden ser ocasión para dividir a los católicos y amenazar la unidad de la Iglesia. Lo
exige una elemental comprensión de ese Sacramento, que Cristo nos ha dejado como fuente de unidad
espiritual. Y ¿cómo podría precisamente la Eucaristía, que es en la Iglesia «sacramentum pietatis,
signum unitatis, vinculum caritatis»[72] constituir en este momento, entre nosotros, punto de división y
fuente de disconformidad de pensamientos y comportamientos, en vez de ser centro focal y constitutivo,
cual es verdaderamente en su esencia, de la unidad de la misma Iglesia?

Somos todos igualmente deudores hacia nuestro Redentor. Todos juntos debemos prestar oído al
Espíritu de verdad y amor, que El ha prometido a la Iglesia y que obra en ella. En nombre de esta
verdad y de este amor, en nombre del mismo Cristo Crucificado y de su Madre, os ruego y suplico que,
dejando toda oposición y división, nos unamos todos en esta grande y salvífica misión, que es precio y a
la vez fruto de nuestra redención. La Sede Apostólica hará todo lo posible para buscar, también en el
futuro, los medios que puedan garantizar la unidad de la que hablamos. Evite cada uno, en su modo de
actuar, «entristecer al Espíritu Santo».[73]

Para que esta unidad y la colaboración constante y sistemática que a ella conduce, puedan proseguirse
con perseverancia, imploro de rodillas para todos nosotros la luz del Espíritu Santo, por intercesión de
María, su Santa Esposa y Madre de la Iglesia. Al bendecir a todos de corazón, me dirijo una vez más a
138
vosotros, venerados y queridos Hermanos en el Episcopado, con un saludo fraterno y plena
confianza. En esta unidad colegial de la que participamos, hagamos el máximo esfuerzo para que,
dentro de la unidad universal de la Iglesia de Cristo sobre la tierra, la Eucaristía se convierta cada vez
más en fuente de vida y luz para la conciencia de todos nuestros hermanos, en todas las comunidades.

Con espíritu de fraterna caridad, me es grato impartir la Bendición Apostólica a vosotros y a todos los
hermanos en el sacerdocio.

Vaticano, 24 de febrero, domingo I de Cuaresma, del año 1980, segundo de mi Pontificado

IOANNES PAULUS PP. II

Notas

[1] Cf. cap. 2: AAS 71 (1979), pp. 395 ss.

[2] Cf. CONC. ECUM. TRIDENTINO, sesión XII, can. 2: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, 3a
ed., Bologna, 1973, p. 735.

[3] Una Liturgia eucarística etiópica, con motivo de tal precepto del Señor, recuerda: los Apóstoles «han
establecido, para nosotros, Patriarcas, Arzobispos, Presbíteros y Diáconos con el fin de celebrar el rito
de tu Iglesia Santa»: Anaphora S. Athanasii: Prex Eucharistica, Haenggi-Pahl, Fribourg (Suisse), 1968,
p. 183.

[4] Cf. La Tradition apostolique de saint Hippolyte, nn. 2-4, ed. Botte, Munster-Westfalen, 1963, pp. 5-
17.

[5] 2 Cor 11, 28.

[6] 1 Pe 2, 5

[7] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 28 a: AAS 57 (1965),
pp. 33 ss.; Decr. sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, nn. 2; 5: AAS 58
(1966), pp. 993; 998; Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, n. 39: AAS 58 (1966), p.
968.

[8] CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm.; sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 11: AAS 57 (1965), p.
15.
139
[9] Jn 3, 16. Es interesante señalar cómo estas palabras están tomadas de la Liturgia de S.
Juan Crisóstomo inmediatamente antes de las de la consagración, e introducen a las mismas: cf. La
divina Liturgia del santo nostro Padre Giovanni Crisostomo, Roma-Grottaferrata, 1967, pp. 104 s.

[10] Cf. Mt 26, 26 ss.; Mc 14, 22-25; Lc 22, 18 ss.; I Cor 11, 23 ss.; cf. también las Plegarias
Eucarísticas de la Liturgia actual.

[11] Fil 2, 8.

[12] Jn 13, 1.

[13] Cf. JUAN PABLO II, Discurso en el Phoenix Park de Dublín, n. 7: AAS 71 (1979), pp. 1074 ss.; S.
CONGR. DE RITOS, Instr. Eucharisticum Mysterium: AAS 59 (1967), pp. 539-573; Rituale Romanum.
«De sacra communione et de cultu Mysterii eucaristici extra Missam», ed. typica, 1973. Es de señalar
que el valor del culto y la fuerza de santificación de estas formas de devoción a la Eucaristía no
dependen de las formas mismas, sino, más bien, de las actitudes interiores.

[14] Cf. Bula Transiturus de hoc mundo (11 de agosto de 1264): AEMILII FRIEDBERG, Corpus Iuris
Canonici, Pars II. Decretalium collectiones, Leipzig 1881, pp. 1174-1177; Studi eucaristici, VII
centenario della Bolla «Transiturus» 1264-1964, Orvieto 1966, pp. 302-317.

[15] Cf. PABLO VI, Carta Encícl. Mysterium Fidei: AAS 57 (1965), pp. 753-774; S. CONGR. DE
RITOS, Instr. Eucharisticum Mysterium: AAS 59 (1967), pp. 539-573; Rituale Romanum. «De sacra
communione et de cultu Mysterii eucharistici extra Missam», ed. typica, 1973.

[16] JUAN PABLO II, Carta Encícl. Redemptor Hominis, n. 20: AAS 71 (1979), p. 311; cf. CONC.
ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 11: AAS 57 (1965), pp. 15 ss.;
además, la nota 57 en el número 20 del Esquema II de la misma Constitución dogmática en Acta
Synodalia Sacrosancti Concilii Oecumenici Vaticani II, vol. II, periodus 2a, pars I, sessio publica II, pp.
251 s.; PABLO VI, Discurso en la Audiencia General del dia 15 de septiembre de 1965: Insegnamenti
di Paolo VI, III (1965), p. 1036; H. DE LUBAC, Méditation sur l'Eglise. 2 ed., Paris 1953, p. 129-137.

[17] 1 Cor 11, 26.

[18] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 11: AAS 57 (1965),
pp. 15s.; Const. sobre la sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, n. 10: AAS 56 (1964), p. 102; Decr.
sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, n. 5: AAS 58 (1966), pp. 997s.;
Decr. sobre el oficio pastoral de los Obispos en la Iglesia Christus Dominus, n. 30: AAS 58 (1966), pp.
688 s.; Decr. sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, n. 9: AAS 58 (1966), pp. 957 s.

[19] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 26: AAS 57 (1956),
pp. 21 s.; Decr. sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, n. 15: AAS 57 (1965), pp. 101 s.

[20] Esto es lo que pide la colecta del Jueves Santo: «concédenos alcanzar por la participación en este
sacramento la plenitud del amor v de la vida», cf. Misal Romano; así como las epíclesis de comunión
del Misal Romano: «Te pedimos humildemente que el Espíritu Santo congregue en la unidad a cuantos
140
participamos del Cuerpo y Sangre de Cristo. Acuérdate, Señor, de tu Iglesia extendida por
toda la tierra y... llévala a su perfección por la caridad»: Plegaria Eucarística II, ibid, cf. Plegaria
Eucarística III, ibid.

[21] Jn 5, 17.

[22] Cf. Misal Romano: Oración después de la comunión del Domingo XXII Ordinario: «Te rogamos,
Señor, que este sacramento con que nos has alimentado, nos haga crecer en tu amor y nos impulse a
servirte en nuestros prójimos».

[23] Jn 4, 23.

[24] 1 Cor 10, 17; comentado por S. AGUSTÍN In Evangelium Ioannis tract. 31, 13: PL 35, 1613; por el
CONCILIO DE TRENTO, sesión XIII, c. 8: Conciliorum Oecumenicorum Decreta, ed. 3á, Bologna
1973, p. 697, 7; cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 7: AAS
57 (1965), p. 9.

[25] Jn 13, 35.

[26] Así lo expresan varias oraciones del Misal Romano: la oración sobre las ofrendas de la Misa «por
los que hicieron obras de misericordia»: «haz que ... aumente en nosotros, a ejemplo de tus santos,
nuestra generosidad contigo y con el prójimo»; oración después de la comunión de la Misa «por los
educadores»: «para que... podamos comunicar a los demás la luz de la verdad y el fuego de tu amor»;
cf. también Oración para después de la comunión de la Misa del Domingo XXII Ordinario, citado en la
nota 22.

[27] Jn 4, 23

[28] Ef 4, 13

[29] Cf. supra, § 2.

[30] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Decreto sobre la actividad misionera de la Iglesia Ad gentes, nn. 9 y
13: AAS 58 (1966), pp. 958; 967 s.; Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum
ordinis, n. 5: AAS 58 (1966), p. 997.

[31] 1 Jn 3,1.

[32] CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 11: AAS 57 (1965), p.
15.

[33] Cf. n. 20: AAS 71 (1979), pp. 313 ss.

[34] 2 Pe 3, 13.
141
[35] Col 3, 10.

[36] Lc 1, 34; Jn 6, 69; He 3, 14; Apoc 3, 7.

[37] He 10, 38; Lc 4,18.

[38] Jn 10, 36.

[39] Cf. Jn 10, 17.

[40] Heb 3, 1; 4, 15, etc.

[41] Como decía la liturgia bizantina del siglo IX, según el códice más antiguo, antes denominado
Barberino di San Marco (Florencia) y actualmente en la Biblioteca Apostólica Vaticana denominado
Barberini greco 336, f° 8 vuelto, líneas 17-20, publicado, por lo que se refiere a esta parte, por F. E.
BRIGHTMAN, Liturgies Eastern and Western, I, Eastern Liturgies, Oxford 1896, p 318, 34-35.

[42] Cf. Misal Romano: Colecta de la Misa votiva de la Sagrada Eucaristía, B.

[43] 1 Jn 2, 2; cf. ibid. 4, 10.

[44] Hablamos del «divinum Mysterium», del «Sanctissimum» o del «Sacrosanctum», es decir, del
«Sacro» y del «Santo» por excelencia. A su vez las Iglesias Orientales llaman a la Misa «raza», esto es
«mystérion », «hagiasmós», «quddasa», «qedassé», es decir, «consagración» por excelencia. Hay
además ritos litúrgicos que, para inspirar el sentido de lo sagrado, exigen bien sea el silencio, el estar de
pie o de rodillas, bien sea las profesiones de fe, la incensación del evangelio, del altar, del celebrante y
de las sagradas Especies. Es más, tales ritos reclaman la ayuda de los seres angélicos, creados para el
servicio del Dios Santo: con el «Sanctus» de nuestras Iglesias latinas, con el «Trisagion» y el «Sancta
Sanctis» de las Liturgias de Oriente.

[45] Por ejemplo, en la invitación a comulgar, esta fe ha sido formada para descubrir aspectos
complementarios de la presencia de Cristo Santo: el aspecto epifánico revelado por los Bizantinos
(«Bendito el que viene en nombre del Señor: el Señor es Dios y se ha aparecido a nosotros»: La divina
Liturgia del santo nostro Padre Giovanni Crisostomo, Grottaferrata 1967, pp. 136 ss.); el aspecto
relacional y unitivo, cantado por los Armenios (Liturgia de S. Ignacio de Antioquía: «Un solo Padre
santo con nosotros, un solo Hijo santo con nosotros, un solo Espíritu santo con nosotros »: Die
Anaphora des heiligen Ignatius von Antiochien, ubersetzt von A. RUCKER, Oriens Christianus, ser. 3ª,
5 [1930], p. 76); el aspecto recóndito y celeste, celebrado por los Caldeos y Malabares (cf. Himno
antifonario, cantado entre sacerdote y asamblea después de la comunión: F. E. BRIGHTMAN, o. c., p.
299).

[46] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, nn. 2, 47:
AAS 56 (1964), pp. 83 ss.; 113; Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, nn. 3, 28: AAS 57 (1965),
pp. ó, 33 ss.; Decreto sobre el ecumenismo Unitatis redintegratio, n. 2: AAS 57 (l965), p. 91; Dec. sobre
el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, n. 13: AAS 58 (1966), pp. 1011 ss.;
CONC. ECUM. TRIDENTINO, sesión XXII, cap. I y II: Conciliorum Oecumenicorum Decreta,
142
Bologna 1973, pp. 732 ss.; especialmente: «una eademque est hostia, idem nunc offerens
sacerdotum ministerio, qui se ipsum tunc in cruce obtulit, sola offerendi ratione diversa» (ibid. p. 733).

[47] Synodus Constantinopolitana Adversus Sotericum (enero 1156 y mayo 1157): ANGELO MAI,
Spicilegium romanum, t. X, Romae 1844, p. 77; PG 140, 190; cf. MARTIN JUGIE, Dict. Théol. Cath.,
t. X, 1338; Theologia dogmatica christianorum orientalium, París 1930, pp. 317-320.

[48] Instrucción General para el uso del Misal Romano, n. 49: cf. Misal Romano; cf. CONC ECUM.
VAT. II, Decreto sobre el ministerio y vida de los presbíteros Presbyterorum ordinis, n. 5: AAS 58
(1966), pp. 99 ss.

[49] Cf. Ordo Missae cum populo, n. 18: cf. Misal Romano.

[50] CONC. ECUM. TRIDENTINO, Sessio XXII, c. I, Conciliorum Oecumenicorum Decreta, Bologna
1973, pp. 732 ss.

[51] Col 2, 14.

[52] Jn 11, 28.

[53] Así lo desea la «Instrucción General para el uso del Misal Romano», n. 55 s.: cf. Misal Romano.

[54] Cf. Const. sobre la Sagrada Liturgia Sacrosanctum Concilium, nn. 35, 1: 51: AAS 56 (1964), pp.
109, 114.

[55] Cf. S. CONGR. DE RITOS, Instr. In edicendis normis, VI, 17. 18; VII, 19-20: AAS 57 (1965), pp.
1012 ss.; Instr. Musicam Sacram, IV, 48: AAS 59 (1967), P. 314; Decr. De titulo Basilicae Minoris, II,
8: AAS 60 (1968), P. 538; S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, Notif. De Missali Romano,
Liturgia Horarum et Calendario I, 4: AAS 63 (1971), p. 714.

[56] Cf. PABLO VI, Const. Apost. Missale Romanum: «Vivamente confiamos que la nueva ordenación
del Misal permitirá a todos, sacerdotes y fieles, preparar sus corazones a la celebración de la Cena del
Señor con renovado espíritu religioso y, al mismo tiempo, sostenidos por una meditación más profunda
de las Sagradas Escrituras, alimentarse cada día más y con mayor abundancia de la Palabra del Señor».
Cf. Misal Romano.

[57] Cf. Pontificale Romanum. «De Institutione Lectorum et Acolythorum», n. 4, ed. typica 1972, pp.
19 ss.

[58] Cf. Instrucción General para el uso del Misal Romano, nn. 319-320: cf. Misal Romano.

[59] Cf. Fr. J. DÖLGER, Das Segnen der Sinne mit der Eucharistie. Eine altchristliche
Kommunionsitte: Antike und Christentum, t. 3 (1932), pp. 231-244; Das Kultvergehen der Donatistin
Lucilla von Karthago. Reliquienkuss vor dem Kuss der Eucharistie, ibid., pp. 245-252.
143
[60] Cf. CONC. ECUM. VAT. II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, nn. 12. 35:
AAS 57 (1965), pp. 16; 40.

[61] Cf. Jn 1, 29; Ap 19, 9.

[62] Cf. Lc 14, 16 ss.

[63] Cf. Instrucción General para el uso del Misal Romano, nn. 7-8; cf. Misal Romano.

[64] 1 Cor 11, 28.

[65] Pontificale Romanum. «De Ordinatione Diaconi, Presbyteri et Episcopi». edit. typica 1968, p. 93.

[66] Heb 5, 1.

[67] S. CONGR. DE RITOS, Instructio «Eucharisticum Mysterium» de cultu Mysterii eucharistici:


AAS 59 (1967), pp. 539-573; Rituale Romanum, «De sacra communione et de cultu Mysterii
eucharistici extra Missam», edit. typica 1973; S. CONGR. PARA EL CULTO DIVINO, Litterae
circulares ad Conferentiarum Episcopalium Praesides de precibus eucharisticis: AAS 65 (1973), pp.
340-347.

[68] Nn. 38-63: AAS 59 (1967), pp. 586-592.

[69] AAS 64 (1972), PP. 518-525. Cf. también la «Communicatio» publicada el año siguiente para la
correcta aplicación de dicha Instrucción: AAS 65 (1973), pp. 616-619.

[70] Cf. CONC. ECUM. VAT II, Const. dogm. sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 12: AAS 57 (1965),
pp. 16 s.

[71] Mt 13, 52.

[72] Cf. S. AGUSTÍN, In Ioann. Ev. tract. 26, 13: PL 35, 1612 ss.

[73] Ef 4, 30

4. ECCLESIA DE EUCHARISTIA
ECCLESIA DE EUCHARISTIA

Carta encíclica de Juan Pablo II a los obispos, a los presbíteros y diáconos, a las personas
consagradas y a todos los fieles laicos sobre la eucaristía en su relación con la iglesia - 17 de abril de
2003

INTRODUCCIÓN
144

1. La Iglesia vive de la Eucaristía. Esta verdad no expresa solamente una experiencia cotidiana de fe,
sino que encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia. Ésta experimenta con alegría cómo se
realiza continuamente, en múltiples formas, la promesa del Señor: “He aquí que yo estoy con vosotros
todos los días hasta el fin del mundo” (Mt 28, 20); en la sagrada Eucaristía, por la transformación del
pan y el vino en el cuerpo y en la sangre del Señor, se alegra de esta presencia con una intensidad única.
Desde que, en Pentecostés, la Iglesia, Pueblo de la Nueva Alianza, ha empezado su peregrinación hacia
la patria celeste, este divino Sacramento ha marcado sus días, llenándolos de confiada esperanza.
Con razón ha proclamado el Concilio Vaticano II que el Sacrificio eucarístico es “fuente y cima de toda
la vida cristiana”.(1) “La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es
decir, Cristo mismo, nuestra Pascua y Pan de Vida, que da la vida a los hombres por medio del Espíritu
Santo”.(2) Por tanto la mirada de la Iglesia se dirige continuamente a su Señor, presente en el
Sacramento del altar, en el cual descubre la plena manifestación de su inmenso amor.

2. Durante el Gran Jubileo del año 2000, tuve ocasión de celebrar la Eucaristía en el Cenáculo de
Jerusalén, donde, según la tradición, fue realizada la primera vez por Cristo mismo. El Cenáculo es el
lugar de la institución de este Santísimo Sacramento. Allí Cristo tomó en sus manos el pan, lo partió y
lo dio a los discípulos diciendo: “Tomad y comed todos de él, porque esto es mi Cuerpo, que será
entregado por vosotros” (cf. Mt 26, 26; Lc 22, 19; 1 Co 11, 24). Después tomó en sus manos el cáliz del
vino y les dijo: “Tomad y bebed todos de él, porque éste es el cáliz de mi sangre, sangre de la alianza
nueva y eterna, que será derramada por vosotros y por todos los hombres para el perdón de los pecados”
(cf. Mc 14, 24; Lc 22, 20; 1 Co 11, 25). Estoy agradecido al Señor Jesús que me permitió repetir en
aquel mismo lugar, obedeciendo su mandato “haced esto en conmemoración mía” (Lc 22, 19), las
palabras pronunciadas por Él hace dos mil años.
Los Apóstoles que participaron en la Última Cena, ¿comprendieron el sentido de las palabras que
salieron de los labios de Cristo? Quizás no. Aquellas palabras se habrían aclarado plenamente sólo al
final del Triduum sacrum, es decir, el lapso que va de la tarde del jueves hasta la mañana del domingo.
En esos días se enmarca el mysterium paschale; en ellos se inscribe también el mysterium
eucharisticum.

3. Del misterio pascual nace la Iglesia. Precisamente por eso la Eucaristía, que es el sacramento por
excelencia del misterio pascual, está en el centro de la vida eclesial. Se puede observar esto ya desde las
primeras imágenes de la Iglesia que nos ofrecen los Hechos de los Apóstoles: “Acudían asiduamente a
la enseñanza de los apóstoles, a la comunión, a la fracción del pan y a las oraciones” (2, 42).La
“fracción del pan” evoca la Eucaristía. Después de dos mil años seguimos reproduciendo aquella
imagen primigenia de la Iglesia. Y, mientras lo hacemos en la celebración eucarística, los ojos del alma
se dirigen al Triduo pascual: a lo que ocurrió la tarde del Jueves Santo, durante la Última Cena y
después de ella. La institución de la Eucaristía, en efecto, anticipaba sacramentalmente los
acontecimientos que tendrían lugar poco más tarde, a partir de la agonía en Getsemaní. Vemos a Jesús
que sale del Cenáculo, baja con los discípulos, atraviesa el arroyo Cedrón y llega al Huerto de los
Olivos. En aquel huerto quedan aún hoy algunos árboles de olivo muy antiguos. Tal vez fueron testigos
de lo que ocurrió a su sombra aquella tarde, cuando Cristo en oración experimentó una angustia mortal
y “su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra” (Lc 22, 44).La sangre, que poco
antes había entregado a la Iglesia como bebida de salvación en el Sacramento eucarístico, comenzó a ser
derramada; su efusión se completaría después en el Gólgota, convirtiéndose en instrumento de nuestra
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redención: “Cristo como Sumo Sacerdote de los bienes futuros [...] penetró en el santuario
una vez para siempre, no con sangre de machos cabríos ni de novillos, sino con su propia sangre,
consiguiendo una redención eterna” (Hb 9, 11-12).

4. La hora de nuestra redención. Jesús, aunque sometido a una prueba terrible, no huye ante su “hora”:
“¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Pero ¡si he llegado a esta hora para esto!” (Jn 12, 27).
Desea que los discípulos le acompañen y, sin embargo, debe experimentar la soledad y el abandono:
“¿Conque no habéis podido velar una hora conmigo? Velad y orad, para que no caigáis en tentación”
(Mt 26, 40-41). Sólo Juan permanecerá al pie de la Cruz, junto a María y a las piadosas mujeres. La
agonía en Getsemaní ha sido la introducción a la agonía de la Cruz del Viernes Santo. La hora santa, la
hora de la redención del mundo. Cuando se celebra la Eucaristía ante la tumba de Jesús, en Jerusalén, se
retorna de modo casi tangible a su “hora”, la hora de la cruz y de la glorificación. A aquel lugar y a
aquella hora vuelve espiritualmente todo presbítero que celebra la Santa Misa, junto con la comunidad
cristiana que participa en ella.
“Fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los
muertos”. A las palabras de la profesión de fe hacen eco las palabras de la contemplación y la
proclamación: “Ecce lignum crucis in quo salus mundi pependit. Venite adoremus”. Ésta es la
invitación que la Iglesia hace a todos en la tarde del Viernes Santo. Y hará de nuevo uso del canto
durante el tiempo pascual para proclamar: “Surrexit Dominus de sepulcro qui pro nobis pependit in
ligno. Aleluya”.

5. “Mysterium fidei! - ¡Misterio de la fe!”. Cuando el sacerdote pronuncia o canta estas palabras, los
presentes aclaman: “Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ¡ven Señor Jesús!”.
Con éstas o parecidas palabras, la Iglesia, a la vez que se refiere a Cristo en el misterio de su Pasión,
revela también su propio misterio: Ecclesia de Eucharistia. Si con el don del Espíritu Santo en
Pentecostés la Iglesia nace y se encamina por las vías del mundo, un momento decisivo de su formación
es ciertamente la institución de la Eucaristía en el Cenáculo. Su fundamento y su hontanar es todo el
Triduum paschale, pero éste está como incluido, anticipado, y “concentrado” para siempre en el don
eucarístico. En este don, Jesucristo entregaba a la Iglesia la actualización perenne del misterio pascual.
Con él instituyó una misteriosa “contemporaneidad” entre aquel Triduum y el transcurrir de todos los
siglos.
Este pensamiento nos lleva a sentimientos de gran asombro y gratitud. El acontecimiento pascual y la
Eucaristía que lo actualiza a lo largo de los siglos tienen una “capacidad” verdaderamente enorme, en la
que entra toda la historia como destinataria de la gracia de la redención. Este asombro ha de inundar
siempre a la Iglesia, reunida en la celebración eucarística. Pero, de modo especial, debe acompañar al
ministro de la Eucaristía. En efecto, es él quien, gracias a la facultad concedida por el sacramento del
Orden sacerdotal, realiza la consagración. Con la potestad que le viene del Cristo del Cenáculo, dice:
“Esto es mi cuerpo, que será entregado por vosotros... Éste es el cáliz de mi sangre, que será derramada
por vosotros”. El sacerdote pronuncia estas palabras o, más bien, pone su boca y su voz a disposición de
Aquél que las pronunció en el Cenáculo y quiso que fueran repetidas de generación en generación por
todos los que en la Iglesia participan ministerialmente de su sacerdocio.

6. Con la presente Carta encíclica, deseo suscitar este “asombro” eucarístico, en continuidad con la
herencia jubilar que he querido dejar a la Iglesia con la Carta apostólica Novo millennio ineunte y con su
coronamiento mariano Rosarium Virginis Mariae. Contemplar el rostro de Cristo, y contemplarlo con
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María, es el “programa” que he indicado a la Iglesia en el alba del tercer milenio, invitándola
a remar mar adentro en las aguas de la historia con el entusiasmo de la nueva evangelización.
Contemplar a Cristo implica saber reconocerle dondequiera que Él se manifieste, en sus multiformes
presencias, pero sobre todo en el Sacramento vivo de su cuerpo y de su sangre. La Iglesia vive del
Cristo eucarístico, de Él se alimenta y por Él es iluminada. La Eucaristía es misterio de fe y, al mismo
tiempo, “misterio de luz”.(3) Cada vez que la Iglesia la celebra, los fieles pueden revivir de algún modo
la experiencia de los dos discípulos de Emaús: “Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc
24, 31).

7. Desde que inicié mi ministerio de Sucesor de Pedro, he reservado siempre para el Jueves Santo, día
de la Eucaristía y del Sacerdocio, un signo de particular atención, dirigiendo una carta a todos los
sacerdotes del mundo. Este año, para mí el vigésimo quinto de Pontificado, deseo involucrar más
plenamente a toda la Iglesia en esta reflexión eucarística, para dar gracias a Dios también por el don de
la Eucaristía y del Sacerdocio: “Don y misterio”. (4) Puesto que, proclamando el año del Rosario, he
deseado poner este mi vigésimo quinto año bajo el signo de la contemplación de Cristo con María, no
puedo dejar pasar este Jueves Santo de 2003 sin detenerme ante el rostro eucarístico” de Cristo,
señalando con nueva fuerza a la Iglesia la centralidad de la Eucaristía. De ella vive la Iglesia. De este
“pan vivo” se alimenta. ¿Cómo no sentir la necesidad de exhortar a todos a que hagan de ella siempre
una renovada experiencia?

8. Cuando pienso en la Eucaristía, mirando mi vida de sacerdote, de Obispo y de Sucesor de Pedro, me


resulta espontáneo recordar tantos momentos y lugares en los que he tenido la gracia de celebrarla.
Recuerdo la iglesia parroquial de Niegowic donde desempeñé mi primer encargo pastoral, la colegiata
de San Florián en Cracovia, la catedral del Wawel, la basílica de San Pedro y muchas basílicas e iglesias
de Roma y del mundo entero. He podido celebrar la Santa Misa en capillas situadas en senderos de
montaña, a orillas de los lagos, en las riberas del mar; la he celebrado sobre altares construidos en
estadios, en las plazas de las ciudades... Estos escenarios tan variados de mis celebraciones eucarísticas
me hacen experimentar intensamente su carácter universal y, por así decir, cósmico. ¡Sí, cósmico!
Porque también cuando se celebra sobre el pequeño altar de una iglesia en el campo, la Eucaristía se
celebra, en cierto sentido, sobre el altar del mundo. Ella une el cielo y la tierra. Abarca e impregna toda
la creación. El Hijo de Dios se ha hecho hombre, para reconducir todo lo creado, en un supremo acto de
alabanza, a Aquél que lo hizo de la nada. De este modo, Él, el sumo y eterno Sacerdote, entrando en el
santuario eterno mediante la sangre de su Cruz, devuelve al Creador y Padre toda la creación redimida.
Lo hace a través del ministerio sacerdotal de la Iglesia y para gloria de la Santísima Trinidad.
Verdaderamente, éste es el mysterium fidei que se realiza en la Eucaristía: el mundo nacido de las
manos de Dios creador retorna a Él redimido por Cristo.

9. La Eucaristía, presencia salvadora de Jesús en la comunidad de los fieles y su alimento espiritual, es


de lo más precioso que la Iglesia puede tener en su caminar por la historia. Así se explica la esmerada
atención que ha prestado siempre al Misterio eucarístico, una atención que se manifiesta
autorizadamente en la acción de los Concilios y de los Sumos Pontífices. ¿Cómo no admirar la
exposición doctrinal de los Decretos sobre la Santísima Eucaristía y sobre el Sacrosanto Sacrificio de la
Misa promulgados por el Concilio de Trento? Aquellas páginas han guiado en los siglos sucesivos tanto
la teología como la catequesis, y aún hoy son punto de referencia dogmática para la continua renovación
y crecimiento del Pueblo de Dios en la fe y en el amor a la Eucaristía. En tiempos más cercanos a
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nosotros, se han de mencionar tres Encíclicas: la Mirae Caritatis de León XIII (28 de mayo
de 1902),(5) Mediator Dei de Pío XII (20 de noviembre de 1947) (6) y la Mysterium Fidei de Pablo VI (3
de septiembre de 1965).(7)
El Concilio Vaticano II, aunque no publicó un documento específico sobre el Misterio eucarístico, ha
ilustrado también sus diversos aspectos a lo largo del conjunto de sus documentos, y especialmente en
la Constitución dogmática sobre la Iglesia Lumen gentium y en la Constitución sobre la Sagrada liturgia
Sacrosanctum Concilium.
Yo mismo, en los primeros años de mi ministerio apostólico en la Cátedra de Pedro, con la Carta
apostólica Dominicae Cenae (24 de febrero de 1980),(8) he tratado algunos aspectos del Misterio
eucarístico y su incidencia en la vida de quienes son sus ministros. Hoy reanudo el hilo de aquellas
consideraciones con el corazón aún más lleno de emoción y gratitud, como haciendo eco a la palabra del
Salmista: “¿Cómo pagaré al Señor todo el bien que me ha hecho? Alzaré la copa de la salvación,
invocando su nombre” (Sal 116, 12-13).

10. Este deber de anuncio por parte del Magisterio se corresponde con un crecimiento en el seno de la
comunidad cristiana. No hay duda de que la reforma litúrgica del Concilio ha tenido grandes ventajas
para una participación más consciente, activa y fructuosa de los fieles en el Santo Sacrificio del altar. En
muchos lugares, además, la adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia
destacada y se convierte en fuente inagotable de santidad. La participación devota de los fieles en la
procesión eucarística en la solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo es una gracia de Dios, que cada
año llena de gozo a quienes toman parte en ella. Y se podrían mencionar otros signos positivos de fe y
amor eucarístico.
Desgraciadamente, junto a estas luces, no faltan sombras. En efecto, hay sitios donde se constata un
abandono casi total del culto de adoración eucarística. A esto se añaden, en diversos contextos
eclesiales, ciertos abusos que contribuyen a oscurecer la recta fe y la doctrina católica sobre este
admirable Sacramento. Se nota a veces una comprensión muy limitada del Misterio eucarístico. Privado
de su valor sacrificial, se vive como si no tuviera otro significado y valor que el de un encuentro
convival fraterno. Además, queda a veces oscurecida la necesidad del sacerdocio ministerial, que se
funda en la sucesión apostólica, y la sacramentalidad de la Eucaristía se reduce únicamente a la eficacia
del anuncio. También por eso, aquí y allá, surgen iniciativas ecuménicas que, aun siendo generosas en
su intención, transigen con prácticas eucarísticas contrarias a la disciplina con la cual la Iglesia expresa
su fe. ¿Cómo no manifestar profundo dolor por todo esto? La Eucaristía es un don demasiado grande
para admitir ambigüedades y reducciones.
Confío en que esta Carta encíclica contribuya eficazmente a disipar las sombras de doctrinas y prácticas
no aceptables, para que la Eucaristía siga resplandeciendo con todo el esplendor de su misterio.

CAPÍTULO I
MISTERIO DE LA FE

11. “El Señor Jesús, la noche en que fue entregado” (1 Co 11, 23), instituyó el Sacrificio eucarístico de
su cuerpo y de su sangre. Las palabras del apóstol Pablo nos llevan a las circunstancias dramáticas en
que nació la Eucaristía. En ella está inscrito de forma indeleble el acontecimiento de la pasión y muerte
del Señor. No sólo lo evoca sino que lo hace sacramentalmente presente. Es el sacrificio de la Cruz que
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se perpetúa por los siglos.(9) Esta verdad la expresan bien las palabras con las cuales, en el rito
latino, el pueblo responde a la proclamación del “misterio de la fe” que hace el sacerdote: “Anunciamos
tu muerte, Señor”.
La Iglesia ha recibido la Eucaristía de Cristo, su Señor, no sólo como un don entre otros muchos,
aunque sea muy valioso, sino como el don por excelencia, porque es don de sí mismo, de su persona en
su santa humanidad y, además, de su obra de salvación. Ésta no queda relegada al pasado, pues “todo lo
que Cristo es y todo lo que hizo y padeció por los hombres participa de la eternidad divina y domina así
todos los tiempos...”.(10)
Cuando la Iglesia celebra la Eucaristía, memorial de la muerte y resurrección de su Señor, se hace
realmente presente este acontecimiento central de salvación y “se realiza la obra de nuestra
redención”.(11) Este sacrificio es tan decisivo para la salvación del género humano, que Jesucristo lo ha
realizado y ha vuelto al Padre sólo después de habernos dejado el medio para participar de él, como si
hubiéramos estado presentes. Así, todo fiel puede tomar parte en él, obteniendo frutos inagotablemente.
Ésta es la fe de la que han vivido a lo largo de los siglos las generaciones cristianas. Ésta es la fe que el
Magisterio de la Iglesia ha reiterado continuamente con gozosa gratitud por tan inestimable don. (12)
Deseo, una vez más, llamar la atención sobre esta verdad, poniéndome con vosotros, mis queridos
hermanos y hermanas, en adoración delante de este Misterio: Misterio grande, Misterio de misericordia.
¿Qué más podía hacer Jesús por nosotros? Verdaderamente, en la Eucaristía nos muestra un amor que
llega “hasta el extremo” (Jn 13, 1), un amor que no conoce medida.

12. Este aspecto de caridad universal del Sacramento eucarístico se funda en las palabras mismas del
Salvador. Al instituirlo, no se limitó a decir “Éste es mi cuerpo”, “Esta copa es la Nueva Alianza en mi
sangre”, sino que añadió “entregado por vosotros... derramada por vosotros” (Lc 22, 19-20). No afirmó
solamente que lo que les daba de comer y beber era su cuerpo y su sangre, sino que manifestó su valor
sacrificial, haciendo presente de modo sacramental su sacrificio, que cumpliría después en la cruz
algunas horas más tarde, para la salvación de todos. “La misa es, a la vez e inseparablemente, el
memorial sacrificial en que se perpetúa el sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en
el Cuerpo y la Sangre del Señor”.(13)
La Iglesia vive continuamente del sacrificio redentor, y accede a él no solamente a través de un recuerdo
lleno de fe, sino también en un contacto actual, puesto que este sacrificio se hace presente,
perpetuándose sacramentalmente en cada comunidad que lo ofrece por manos del ministro consagrado.
De este modo, la Eucaristía aplica a los hombres de hoy la reconciliación obtenida por Cristo una vez
por todas para la humanidad de todos los tiempos. En efecto, “el sacrificio de Cristo y el sacrificio de la
Eucaristía son, pues, un único sacrificio”.(14) Ya lo decía elocuentemente san Juan Crisóstomo:
“Nosotros ofrecemos siempre el mismo Cordero, y no uno hoy y otro mañana, sino siempre el mismo.
Por esta razón el sacrificio es siempre uno sólo [...]. También nosotros ofrecemos ahora aquella víctima,
que se ofreció entonces y que jamás se consumirá”. (15)
La Misa hace presente el sacrificio de la Cruz, no se le añade y no lo multiplica. (16) Lo que se repite es
su celebración memorial, la “manifestación memorial” (memorialis demonstratio),(17) por la cual el
único y definitivo sacrificio redentor de Cristo se actualiza siempre en el tiempo. La naturaleza
sacrificial del Misterio eucarístico no puede ser entendida, por tanto, como algo aparte, independiente
de la Cruz o con una referencia solamente indirecta al sacrificio del Calvario.

13. Por su íntima relación con el sacrificio del Gólgota, la Eucaristía es sacrificio en sentido propio y no
sólo en sentido genérico, como si se tratara del mero ofrecimiento de Cristo a los fieles como alimento
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espiritual. En efecto, el don de su amor y de su obediencia hasta el extremo de dar la vida (cf.
Jn 10, 17-18), es en primer lugar un don a su Padre. Ciertamente es un don en favor nuestro, más aún,
de toda la humanidad (cf. Mt 26, 28; Mc 14, 24; Lc 22, 20; Jn 10, 15), pero don ante todo al Padre:
“sacrificio que el Padre aceptó, correspondiendo a esta donación total de su Hijo que se hizo “obediente
hasta la muerte” (Fl 2, 8) con su entrega paternal, es decir, con el don de la vida nueva e inmortal en la
resurrección”.(18)
Al entregar su sacrificio a la Iglesia, Cristo ha querido además hacer suyo el sacrificio espiritual de la
Iglesia, llamada a ofrecerse también a sí misma unida al sacrificio de Cristo. Por lo que concierne a
todos los fieles, el Concilio Vaticano II enseña que “al participar en el sacrificio eucarístico, fuente y
cima de la vida cristiana, ofrecen a Dios la Víctima divina y a sí mismos con ella”. (19)

14. La Pascua de Cristo incluye, con la pasión y muerte, también su resurrección. Es lo que recuerda la
aclamación del pueblo después de la consagración: “Proclamamos tu resurrección”. Efectivamente, el
sacrificio eucarístico no sólo hace presente el misterio de la pasión y muerte del Salvador, sino también
el misterio de la resurrección, que corona su sacrificio. En cuanto viviente y resucitado, Cristo se hace
en la Eucaristía “pan de vida” (Jn 6, 35.48), “pan vivo” (Jn 6, 51). San Ambrosio lo recordaba a los
neófitos, como una aplicación del acontecimiento de la resurrección a su vida: “Si hoy Cristo está en ti,
Él resucita para ti cada día”.(20) San Cirilo de Alejandría, a su vez, subrayaba que la participación en los
santos Misterios “es una verdadera confesión y memoria de que el Señor ha muerto y ha vuelto a la vida
por nosotros y para beneficio nuestro”. (21)

15. La representación sacramental en la Santa Misa del sacrificio de Cristo, coronado por su
resurrección, implica una presencia muy especial que –citando las palabras de Pablo VI– “se llama
“real”, no por exclusión, como si las otras no fueran “reales”, sino por antonomasia, porque es
sustancial, ya que por ella ciertamente se hace presente Cristo, Dios y hombre, entero e íntegro”. (22) Se
recuerda así la doctrina siempre válida del Concilio de Trento: “Por la consagración del pan y del vino
se realiza la conversión de toda la sustancia del pan en la sustancia del cuerpo de Cristo Señor nuestro, y
de toda la sustancia del vino en la sustancia de su sangre. Esta conversión, propia y convenientemente,
fue llamada transustanciación por la santa Iglesia Católica”. (23) Verdaderamente la Eucaristía es
“mysterium fidei”, misterio que supera nuestro pensamiento y puede ser acogido sólo en la fe, como a
menudo recuerdan las catequesis patrísticas sobre este divino Sacramento. “No veas –exhorta san Cirilo
de Jerusalén– en el pan y en el vino meros y naturales elementos, porque el Señor ha dicho
expresamente que son su cuerpo y su sangre: la fe te lo asegura, aunque los sentidos te sugieran otra
cosa”.(24)
“Adoro te devote, latens Deitas”, seguiremos cantando con el Doctor Angélico. Ante este misterio de
amor, la razón humana experimenta toda su limitación. Se comprende cómo, a lo largo de los siglos,
esta verdad haya obligado a la teología a hacer arduos esfuerzos para entenderla.
Son esfuerzos loables, tanto más útiles y penetrantes cuanto mejor consiguen conjugar el ejercicio
crítico del pensamiento con la “fe vivida” de la Iglesia, percibida especialmente en el “carisma de la
verdad” del Magisterio y en la “comprensión interna de los misterios”, a la que llegan sobre todo los
santos.(25) La línea fronteriza es la señalada por Pablo VI: “Toda explicación teológica que intente
buscar alguna inteligencia de este misterio, debe mantener, para estar de acuerdo con la fe católica, que
en la realidad misma, independiente de nuestro espíritu, el pan y el vino han dejado de existir después
de la consagración, de suerte que el Cuerpo y la Sangre adorables de Cristo Jesús son los que están
realmente delante de nosotros”.(26)
150

16. La eficacia salvífica del sacrificio se realiza plenamente cuando se comulga recibiendo el cuerpo y
la sangre del Señor. De por sí, el sacrificio eucarístico se orienta a la íntima unión de nosotros, los
fieles, con Cristo mediante la comunión: le recibimos a Él mismo, que se ha ofrecido por nosotros; su
cuerpo, que Él ha entregado por nosotros en la Cruz; su sangre, “derramada por muchos para perdón de
los pecados” (Mt 26, 28). Recordemos sus palabras: “Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y
yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57). Jesús mismo nos asegura que
esta unión, que Él pone en relación con la vida trinitaria, se realiza efectivamente. La Eucaristía es
verdadero banquete, en el cual Cristo se ofrece como alimento. Cuando Jesús anuncia por primera vez
esta comida, los oyentes se quedan asombrados y confusos, obligando al Maestro a recalcar la verdad
objetiva de sus palabras: “En verdad, en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no
bebéis su sangre, no tendréis vida en vosotros” (Jn 6, 53). No se trata de un alimento metafórico: “Mi
carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida” (Jn 6, 55).

17. Por la comunión de su cuerpo y de su sangre, Cristo nos comunica también su Espíritu. Escribe san
Efrén: “Llamó al pan su cuerpo viviente, lo llenó de sí mismo y de su Espíritu [...], y quien lo come con
fe, come Fuego y Espíritu. [...]. Tomad, comed todos de él, y coméis con él el Espíritu Santo. En efecto,
es verdaderamente mi cuerpo y el que lo come vivirá eternamente”. (27) La Iglesia pide este don divino,
raíz de todos los otros dones, en la epíclesis eucarística. Se lee, por ejemplo, en la Divina Liturgia de
san Juan Crisóstomo: “Te invocamos, te rogamos y te suplicamos: manda tu Santo Espíritu sobre todos
nosotros y sobre estos dones [...] para que sean purificación del alma, remisión de los pecados y
comunicación del Espíritu Santo para cuantos participan de ellos”. (28) Y, en el Misal Romano, el
celebrante implora que: “Fortalecidos con el Cuerpo y la Sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu
Santo, formemos en Cristo un sólo cuerpo y un sólo espíritu”. (29) Así, con el don de su cuerpo y su
sangre, Cristo acrecienta en nosotros el don de su Espíritu, infundido ya en el Bautismo e impreso como
“sello” en el sacramento de la Confirmación.

18. La aclamación que el pueblo pronuncia después de la consagración se concluye oportunamente


manifestando la proyección escatológica que distingue la celebración eucarística (cf. 1 Co 11, 26): “...
hasta que vuelvas”. La Eucaristía es tensión hacia la meta, pregustar el gozo pleno prometido por Cristo
(cf. Jn 15, 11); es, en cierto sentido, anticipación del Paraíso y “prenda de la gloria futura”. (30) En la
Eucaristía, todo expresa la confiada espera: “mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador
Jesucristo”.(31) Quien se alimenta de Cristo en la Eucaristía no tiene que esperar el más allá para recibir
la vida eterna: la posee ya en la tierra como primicia de la plenitud futura, que abarcará al hombre en su
totalidad. En efecto, en la Eucaristía recibimos también la garantía de la resurrección corporal al final
del mundo: “El que come mi carne y bebe mi sangre, tiene vida eterna, y yo le resucitaré el último día”
(Jn 6, 54). Esta garantía de la resurrección futura proviene de que la carne del Hijo del hombre,
entregada como comida, es su cuerpo en el estado glorioso del resucitado. Con la Eucaristía se asimila,
por decirlo así, el “secreto” de la resurrección. Por eso san Ignacio de Antioquía definía con acierto el
Pan eucarístico “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte”. (32)

19. La tensión escatológica suscitada por la Eucaristía expresa y consolida la comunión con la Iglesia
celestial. No es casualidad que en las anáforas orientales y en las plegarias eucarísticas latinas se
recuerde siempre con veneración a la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo, nuestro Dios
y Señor, a los ángeles, a los santos apóstoles, a los gloriosos mártires y a todos los santos. Es un aspecto
151
de la Eucaristía que merece ser resaltado: mientras nosotros celebramos el sacrificio del
Cordero, nos unimos a la liturgia celestial, asociándonos con la multitud inmensa que grita: “La
salvación es de nuestro Dios, que está sentado en el trono, y del Cordero” (Ap 7, 10). La Eucaristía es
verdaderamente un resquicio del cielo que se abre sobre la tierra. Es un rayo de gloria de la Jerusalén
celestial, que penetra en las nubes de nuestra historia y proyecta luz sobre nuestro camino.

20. Una consecuencia significativa de la tensión escatológica propia de la Eucaristía es que da impulso a
nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada
uno a sus propias tareas. En efecto, aunque la visión cristiana fija su mirada en un “cielo nuevo” y una
“tierra nueva” (Ap 21, 1), eso no debilita, sino que más bien estimula nuestro sentido de
responsabilidad respecto a la tierra presente.(33) Deseo recalcarlo con fuerza al principio del nuevo
milenio, para que los cristianos se sientan más que nunca comprometidos a no descuidar los deberes de
su ciudadanía terrenal. Es cometido suyo contribuir con la luz del Evangelio a la edificación de un
mundo habitable y plenamente conforme al designio de Dios.
Muchos son los problemas que oscurecen el horizonte de nuestro tiempo. Baste pensar en la urgencia de
trabajar por la paz, de poner premisas sólidas de justicia y solidaridad en las relaciones entre los
pueblos, de defender la vida humana desde su concepción hasta su término natural. Y ¿qué decir,
además, de las tantas contradicciones de un mundo “globalizado”, donde los más débiles, los más
pequeños y los más pobres parecen tener bien poco que esperar? En este mundo es donde tiene que
brillar la esperanza cristiana. También por eso el Señor ha querido quedarse con nosotros en la
Eucaristía, grabando en esta presencia sacrificial y convival la promesa de una humanidad renovada por
su amor. Es significativo que el Evangelio de Juan, allí donde los Sinópticos narran la institución de la
Eucaristía, propone, ilustrando así su sentido profundo, el relato del “lavatorio de los pies”, en el cual
Jesús se hace maestro de comunión y servicio (cf. Jn 13, 1-20). El apóstol Pablo, por su parte, califica
como “indigno” de una comunidad cristiana que se participe en la Cena del Señor, si se hace en un
contexto de división e indiferencia hacia los pobres (Cf. 1 Co 11, 17.22.27.34).(34)
Anunciar la muerte del Señor “hasta que venga” (1 Co 11, 26), comporta para los que participan en la
Eucaristía el compromiso de transformar su vida, para que toda ella llegue a ser en cierto modo
“eucarística”. Precisamente este fruto de transfiguración de la existencia y el compromiso de
transformar el mundo según el Evangelio, hacen resplandecer la tensión escatológica de la celebración
eucarística y de toda la vida cristiana: “¡Ven, Señor Jesús!” (Ap 22, 20).

CAPÍTULO II
LA EUCARISTÍA EDIFICA LA IGLESIA

21. El Concilio Vaticano II ha recordado que la celebración eucarística es el centro del proceso de
crecimiento de la Iglesia. En efecto, después de haber dicho que “la Iglesia, o el reino de Cristo presente
ya en misterio, crece visiblemente en el mundo por el poder de Dios”, (35) como queriendo responder a la
pregunta: ¿Cómo crece?, añade: “Cuantas veces se celebra en el altar el sacrificio de la cruz, en el que
Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado (1 Co 5, 7), se realiza la obra de nuestra redención. El sacramento
del pan eucarístico significa y al mismo tiempo realiza la unidad de los creyentes, que forman un sólo
cuerpo en Cristo (cf. 1 Co 10, 17)”.(36)
Hay un influjo causal de la Eucaristía en los orígenes mismos de la Iglesia. Los evangelistas precisan
que fueron los Doce, los Apóstoles, quienes se reunieron con Jesús en la Última Cena (cf. Mt 26, 20; Mc
152
14, 17; Lc 22, 14). Es un detalle de notable importancia, porque los Apóstoles “fueron la
semilla del nuevo Israel, a la vez que el origen de la jerarquía sagrada”. (37) Al ofrecerles como alimento
su cuerpo y su sangre, Cristo los implicó misteriosamente en el sacrificio que habría de consumarse
pocas horas después en el Calvario. Análogamente a la alianza del Sinaí, sellada con el sacrificio y la
aspersión con la sangre,(38) los gestos y las palabras de Jesús en la Última Cena fundaron la nueva
comunidad mesiánica, el Pueblo de la nueva Alianza.
Los Apóstoles, aceptando la invitación de Jesús en el Cenáculo: “Tomad, comed... Bebed de ella
todos...” (Mt 26, 26.27), entraron por vez primera en comunión sacramental con Él. Desde aquel
momento, y hasta al final de los siglos, la Iglesia se edifica a través de la comunión sacramental con el
Hijo de Dios inmolado por nosotros: “Haced esto en recuerdo mío... Cuantas veces la bebiereis, hacedlo
en recuerdo mío” (1 Co 11, 24-25; cf. Lc 22, 19).

22. La incorporación a Cristo, que tiene lugar por el Bautismo, se renueva y se consolida continuamente
con la participación en el Sacrificio eucarístico, sobre todo cuando ésta es plena mediante la comunión
sacramental. Podemos decir que no solamente cada uno de nosotros recibe a Cristo, sino que también
Cristo nos recibe a cada uno de nosotros. Él estrecha su amistad con nosotros: “Vosotros sois mis
amigos” (Jn 15, 14). Más aún, nosotros vivimos gracias a Él: “el que me coma vivirá por mí” (Jn 6, 57).
En la comunión eucarística se realiza de manera sublime que Cristo y el discípulo “estén” el uno en el
otro: “Permaneced en mí, como yo en vosotros” (Jn 15, 4).
Al unirse a Cristo, en vez de encerrarse en sí mismo, el Pueblo de la nueva Alianza se convierte en
“sacramento” para la humanidad,(39) signo e instrumento de la salvación, en obra de Cristo, en luz del
mundo y sal de la tierra (cf. Mt 5, 13-16), para la redención de todos. (40) La misión de la Iglesia continúa
la de Cristo: “Como el Padre me envió, también yo os envío” (Jn 20, 21). Por tanto, la Iglesia recibe la
fuerza espiritual necesaria para cumplir su misión perpetuando en la Eucaristía el sacrificio de la Cruz y
comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. Así, la Eucaristía es la fuente y, al mismo tiempo, la
cumbre de toda la evangelización, puesto que su objetivo es la comunión de los hombres con Cristo y,
en Él, con el Padre y con el Espíritu Santo. (41)

23. Con la comunión eucarística la Iglesia consolida también su unidad como cuerpo de Cristo. San
Pablo se refiere a esta eficacia unificadora de la participación en el banquete eucarístico cuando escribe
a los Corintios: “Y el pan que partimos ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo? Porque aun siendo
muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos participamos de un solo pan” (1 Co 10, 16-17).
El comentario de san Juan Crisóstomo es detallado y profundo: “¿Qué es, en efecto, el pan? Es el
cuerpo de Cristo. ¿En qué se transforman los que lo reciben? En cuerpo de Cristo; pero no muchos
cuerpos sino un sólo cuerpo. En efecto, como el pan es sólo uno, por más que esté compuesto de
muchos granos de trigo y éstos se encuentren en él, aunque no se vean, de tal modo que su diversidad
desaparece en virtud de su perfecta fusión; de la misma manera, también nosotros estamos unidos
recíprocamente unos a otros y, todos juntos, con Cristo”. (42) La argumentación es terminante: nuestra
unión con Cristo, que es don y gracia para cada uno, hace que en Él estemos asociados también a la
unidad de su cuerpo que es la Iglesia. La Eucaristía consolida la incorporación a Cristo, establecida en
el Bautismo mediante el don del Espíritu (cf. 1 Co 12, 13.27).
La acción conjunta e inseparable del Hijo y del Espíritu Santo, que está en el origen de la Iglesia, de su
constitución y de su permanencia, continúa en la Eucaristía. Bien consciente de ello es el autor de la
Liturgia de Santiago: en la epíclesis de la anáfora se ruega a Dios Padre que envíe el Espíritu Santo
sobre los fieles y sobre los dones, para que el cuerpo y la sangre de Cristo “sirvan a todos los que
153
participan en ellos [...] a la santificación de las almas y los cuerpos”. (43) La Iglesia es reforzada
por el divino Paráclito a través la santificación eucarística de los fieles.

24. El don de Cristo y de su Espíritu que recibimos en la comunión eucarística colma con sobrada
plenitud los anhelos de unidad fraterna que alberga el corazón humano y, al mismo tiempo, eleva la
experiencia de fraternidad, propia de la participación común en la misma mesa eucarística, a niveles que
están muy por encima de la simple experiencia convival humana. Mediante la comunión del cuerpo de
Cristo, la Iglesia alcanza cada vez más profundamente su ser “en Cristo como sacramento o signo e
instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano”.(44)
A los gérmenes de disgregación entre los hombres, que la experiencia cotidiana muestra tan arraigada
en la humanidad a causa del pecado, se contrapone la fuerza generadora de unidad del cuerpo de
Cristo. La Eucaristía, construyendo la Iglesia, crea precisamente por ello comunidad entre los hombres.

25. El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa es de un valor inestimable en la vida de la


Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de
Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa –presencia que dura mientras
subsistan las especies del pan y del vino (45)–, deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la
comunión sacramental y espiritual. (46) Corresponde a los Pastores animar, incluso con el testimonio
personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo Sacramento y la adoración de
Cristo presente bajo las especies eucarísticas. (47)
Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar
el amor infinito de su corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el
“arte de la oración”,(48) ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación
espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento?
¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado
fuerza, consuelo y apoyo!
Numerosos Santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada repetidamente por el
Magisterio.(49) De manera particular se distinguió por ella San Alfonso María de Ligorio, que escribió:
“Entre todas las devociones, ésta de adorar a Jesús sacramentado es la primera, después de los
sacramentos, la más apreciada por Dios y la más útil para nosotros”. (50) La Eucaristía es un tesoro
inestimable; no sólo su celebración, sino también estar ante ella fuera de la Misa, nos da la posibílidad
de llegar al manantial mismo de la gracia. Una comunidad cristiana que quiera ser más capaz de
contemplar el rostro de Cristo, en el espíritu que he sugerido en las Cartas apostólicas Novo millennio
ineunte y Rosarium Virginis Mariae, ha de desarrollar también este aspecto del culto eucarístico, en el
que se prolongan y multiplican los frutos de la comunión del cuerpo y sangre del Señor.

CAPÍTULO III
APOSTOLICIDAD DE LA EUCARISTÍA Y DE LA IGLESIA

26. Como he recordado antes, si la Eucaristía edifica la Iglesia y la Iglesia hace la Eucaristía, se deduce
que hay una relación sumamente estrecha entre una y otra. Tan verdad es esto, que nos permite aplicar
al Misterio eucarístico lo que decimos de la Iglesia cuando, en el Símbolo niceno-constantinopolitano,
la confesamos “una, santa, católica y apostólica”. También la Eucaristía es una y católica. Es también
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santa, más aún, es el Santísimo Sacramento. Pero ahora queremos dirigir nuestra atención
principalmente a su apostolicidad.

27. El Catecismo de la Iglesia Católica, al explicar cómo la Iglesia es apostólica, o sea, basada en los
Apóstoles, se refiere a un triple sentido de la expresión. Por una parte, “fue y permanece edificada sobre
“el fundamento de los apóstoles” (Ef 2, 20), testigos escogidos y enviados en misión por el propio
Cristo”.(51) También los Apóstoles están en el fundamento de la Eucaristía, no porque el Sacramento no
se remonte a Cristo mismo, sino porque ha sido confiado a los Apóstoles por Jesús y transmitido por
ellos y sus sucesores hasta nosotros. La Iglesia celebra la Eucaristía a lo largo de los siglos precisamente
en continuidad con la acción de los Apóstoles, obedientes al mandato del Señor.
El segundo sentido de la apostolicidad de la Iglesia indicado por el Catecismo es que “guarda y
transmite, con la ayuda del Espíritu Santo que habita en ella, la enseñanza, el buen depósito, las sanas
palabras oídas a los apóstoles”. (52) También en este segundo sentido la Eucaristía es apostólica, porque
se celebra en conformidad con la fe de los Apóstoles. En la historia bimilenaria del Pueblo de la nueva
Alianza, el Magisterio eclesiástico ha precisado en muchas ocasiones la doctrina eucarística, incluso en
lo que atañe a la exacta terminología, precisamente para salvaguardar la fe apostólica en este Misterio
excelso. Esta fe permanece inalterada y es esencial para la Iglesia que perdure así.

28. En fin, la Iglesia es apostólica en el sentido de que “sigue siendo enseñada, santificada y dirigida por
los Apóstoles hasta la vuelta de Cristo gracias a aquellos que les suceden en su ministerio pastoral: el
colegio de los Obispos, a los que asisten los presbíteros, juntamente con el sucesor de Pedro y Sumo
Pastor de la Iglesia”.(53) La sucesión de los Apóstoles en la misión pastoral conlleva necesariamente el
sacramento del Orden, es decir, la serie ininterrumpida que se remonta hasta los orígenes, de
ordenaciones episcopales válidas.(54) Esta sucesión es esencial para que haya Iglesia en sentido propio y
pleno.
La Eucaristía expresa también este sentido de la apostolicidad. En efecto, como enseña el Concilio
Vaticano II, los fieles “participan en la celebración de la Eucaristía en virtud de su sacerdocio real”, (55)
pero es el sacerdote ordenado quien “realiza como representante de Cristo el sacrificio eucarístico y lo
ofrece a Dios en nombre de todo el pueblo”. (56) Por eso se prescribe en el Misal Romano que es
únicamente el sacerdote quien pronuncia la plegaria eucarística, mientras el pueblo de Dios se asocia a
ella con fe y en silencio.(57)

29. La expresión, usada repetidamente por el Concilio Vaticano II, según la cual el sacerdote ordenado
“realiza como representante de Cristo el Sacrificio eucarístico”, (58) estaba ya bien arraigada en la
enseñanza pontificia.(59) Como he tenido ocasión de aclarar en otra ocasión, in persona Christi “quiere
decir más que “en nombre”, o también, “en vez” de Cristo. In “persona”: es decir, en la identificación
específica, sacramental con el “sumo y eterno Sacerdote”, que es el autor y el sujeto principal de su
propio sacrificio, en el que, en verdad, no puede ser sustituido por nadie”. (60) El ministerio de los
sacerdotes, en virtud del sacramento del Orden, en la economía de salvación querida por Cristo,
manifiesta que la Eucaristía celebrada por ellos es un don que supera radicalmente la potestad de la
asamblea y es insustituible en cualquier caso para unir válidamente la consagración eucarística al
sacrificio de la Cruz y a la Última Cena.
La asamblea que se reúne para celebrar la Eucaristía necesita absolutamente, para que sea realmente
asamblea eucarística, un sacerdote ordenado que la presida. Por otra parte, la comunidad no está
capacitada para darse por sí sola el ministro ordenado. Éste es un don que recibe a través de la sucesión
155
episcopal que se remonta a los Apóstoles. Es el Obispo quien establece un nuevo presbítero,
mediante el sacramento del Orden, otorgándole el poder de consagrar la Eucaristía. Pues “el Misterio
eucarístico no puede ser celebrado en ninguna comunidad si no es por un sacerdote ordenado, como ha
enseñado expresamente el Concilio Lateranense IV. (61)

30. Tanto esta doctrina de la Iglesia católica sobre el ministerio sacerdotal en relación con la Eucaristía,
como la referente al Sacrificio eucarístico, han sido objeto en las últimas décadas de un provechoso
diálogo en el ámbito de la actividad ecuménica. Hemos de dar gracias a la Santísima Trinidad porque, a
este respecto, se han obtenido significativos progresos y acercamientos, que nos hacen esperar en un
futuro en que se comparta plenamente la fe. Aún sigue siendo del todo válida la observación del
Concilio sobre las Comunidades eclesiales surgidas en Occidente desde el siglo XVI en adelante y
separadas de la Iglesia católica: “Las Comunidades eclesiales separadas, aunque les falte la unidad
plena con nosotros que dimana del bautismo, y aunque creamos que, sobre todo por defecto del
sacramento del Orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del Misterio eucarístico, sin
embargo, al conmemorar en la santa Cena la muerte y resurrección del Señor, profesan que en la
comunión de Cristo se significa la vida, y esperan su venida gloriosa”. (62)
Los fieles católicos, por tanto, aun respetando las convicciones religiosas de estos hermanos separados,
deben abstenerse de participar en la comunión distribuida en sus celebraciones, para no avalar una
ambigüedad sobre la naturaleza de la Eucaristía y, por consiguiente, faltar al deber de dar un testimonio
claro de la verdad. Eso retardaría el camino hacia la plena unidad visible. De manera parecida, no se
puede pensar en reemplazar la santa Misa dominical con celebraciones ecuménicas de la Palabra o con
encuentros de oración en común con cristianos miembros de dichas Comunidades eclesiales, o bien con
la participación en su servicio litúrgico. Estas celebraciones y encuentros, en sí mismos loables en
circunstancias oportunas, preparan a la deseada comunión total, incluso eucarística, pero no pueden
reemplazarla.
El hecho de que el poder de consagrar la Eucaristía haya sido confiado sólo a los Obispos y a los
presbíteros no significa menoscabo alguno para el resto del Pueblo de Dios, puesto que la comunión del
único cuerpo de Cristo que es la Iglesia es un don que redunda en beneficio de todos.

31. Si la Eucaristía es centro y cumbre de la vida de la Iglesia, también lo es del ministerio sacerdotal.
Por eso, con ánimo agradecido a Jesucristo, nuestro Señor, reitero que la Eucaristía “es la principal y
central razón de ser del sacramento del sacerdocio, nacido efectivamente en el momento de la
institución de la Eucaristía y a la vez que ella”. (63)
Las actividades pastorales del presbítero son múltiples. Si se piensa además en las condiciones sociales
y culturales del mundo actual, es fácil entender lo sometido que está al peligro de la dispersión por el
gran número de tareas diferentes. El Concilio Vaticano II ha identificado en la caridad pastoral el
vínculo que da unidad a su vida y a sus actividades. Ésta –añade el Concilio– “brota, sobre todo, del
sacrificio eucarístico que, por eso, es el centro y raíz de toda la vida del presbítero”. (64) Se entiende,
pues, lo importante que es para la vida espiritual del sacerdote, como para el bien de la Iglesia y del
mundo, que ponga en práctica la recomendación conciliar de celebrar cotidianamente la Eucaristía, “la
cual, aunque no puedan estar presentes los fieles, es ciertamente una acción de Cristo y de la Iglesia”. (65)
De este modo, el sacerdote será capaz de sobreponerse cada día a toda tensión dispersiva, encontrando
en el Sacrificio eucarístico, verdadero centro de su vida y de su ministerio, la energía espiritual
necesaria para afrontar los diversos quehaceres pastorales. Cada jornada será así verdaderamente
eucarística.
156
Del carácter central de la Eucaristía en la vida y en el ministerio de los sacerdotes se deriva
también su puesto central en la pastoral de las vocaciones sacerdotales. Ante todo, porque la plegaria
por las vocaciones encuentra en ella la máxima unión con la oración de Cristo sumo y eterno Sacerdote;
pero también porque la diligencia y esmero de los sacerdotes en el ministerio eucarístico, unido a la
promoción de la participación consciente, activa y fructuosa de los fieles en la Eucaristía, es un ejemplo
eficaz y un incentivo a la respuesta generosa de los jóvenes a la llamada de Dios. Él se sirve a menudo
del ejemplo de la caridad pastoral ferviente de un sacerdote para sembrar y desarrollar en el corazón del
joven el germen de la llamada al sacerdocio.

32. Toda esto demuestra lo doloroso y fuera de lo normal que resulta la situación de una comunidad
cristiana que, aún pudiendo ser, por número y variedad de fieles, una parroquia, carece sin embargo de
un sacerdote que la guíe. En efecto, la parroquia es una comunidad de bautizados que expresan y
confirman su identidad principalmente por la celebración del Sacrificio eucarístico. Pero esto requiere la
presencia de un presbítero, el único a quien compete ofrecer la Eucaristía in persona Christi. Cuando la
comunidad no tiene sacerdote, ciertamente se ha de paliar de alguna manera, con el fin de que continúen
las celebraciones dominicales y, así, los religiosos y los laicos que animan la oración de sus hermanos y
hermanas ejercen de modo loable el sacerdocio común de todos los fieles, basado en la gracia del
Bautismo. Pero dichas soluciones han de ser consideradas únicamente provisionales, mientras la
comunidad está a la espera de un sacerdote.
El hecho de que estas celebraciones sean incompletas desde el punto de vista sacramental ha de
impulsar ante todo a toda la comunidad a pedir con mayor fervor que el Señor “envíe obreros a su mies”
(Mt 9, 38); y debe estimularla también a llevar a cabo una adecuada pastoral vocacional, sin ceder a la
tentación de buscar soluciones que comporten una reducción de las cualidades morales y formativas
requeridas para los candidatos al sacerdocio.

33. Cuando, por escasez de sacerdotes, se confía a fieles no ordenados una participación en el cuidado
pastoral de una parroquia, éstos han de tener presente que, como enseña el Concilio Vaticano II, “no se
construye ninguna comunidad cristiana si ésta no tiene como raíz y centro la celebración de la sagrada
Eucaristía”.(66) Por tanto, considerarán como cometido suyo el mantener viva en la comunidad una
verdadera “hambre” de la Eucaristía, que lleve a no perder ocasión alguna de tener la celebración de la
Misa, incluso aprovechando la presencia ocasional de un sacerdote que no esté impedido por el derecho
de la Iglesia para celebrarla.

CAPÍTULO IV
EUCARISTÍA Y COMUNIÓN ECLESIAL

34. En 1985, la Asamblea extraordinaria del Sínodo de los Obispos reconoció en la “eclesiología de
comunión” la idea central y fundamental de los documentos del Concilio Vaticano II. (67) La Iglesia,
mientras peregrina aquí en la tierra, está llamada a mantener y promover tanto la comunión con Dios
trinitario como la comunión entre los fieles. Para ello, cuenta con la Palabra y los Sacramentos, sobre
todo la Eucaristía, de la cual “vive y se desarrolla sin cesar”, (68) y en la cual, al mismo tiempo, se
expresa a sí misma. No es casualidad que el término comunión se haya convertido en uno de los
nombres específicos de este sublime Sacramento.
157
La Eucaristía se manifiesta, pues, como culminación de todos los Sacramentos, en cuanto
lleva a perfección la comunión con Dios Padre, mediante la identificación con el Hijo Unigénito, por
obra del Espíritu Santo. Un insigne escritor de la tradición bizantina expresó esta verdad con agudeza de
fe: en la Eucaristía, “con preferencia respecto a los otros sacramentos, el misterio [de la comunión] es
tan perfecto que conduce a la cúspide de todos los bienes: en ella culmina todo deseo humano, porque
aquí llegamos a Dios y Dios se une a nosotros con la unión más perfecta”. (69) Precisamente por eso, es
conveniente cultivar en el ánimo el deseo constante del Sacramento eucarístico. De aquí ha nacido la
práctica de la “comunión espiritual”, felizmente difundida desde hace siglos en la Iglesia y
recomendada por Santos maestros de vida espiritual. Santa Teresa de Jesús escribió: “Cuando [...] no
comulgáredes y oyéredes misa, podéis comulgar espiritualmente, que es de grandísimo provecho [...],
que es mucho lo que se imprime el amor ansí deste Señor”. (70)

35. La celebración de la Eucaristía, no obstante, no puede ser el punto de partida de la comunión, que la
presupone previamente, para consolidarla y llevarla a perfección. El Sacramento expresa este vínculo de
comunión, sea en la dimensión invisible que, en Cristo y por la acción del Espíritu Santo, nos une al
Padre y entre nosotros, sea en la dimensión visible, que implica la comunión en la doctrina de los
Apóstoles, en los Sacramentos y en el orden jerárquico. La íntima relación entre los elementos
invisibles y visibles de la comunión eclesial, es constitutiva de la Iglesia como sacramento de
salvación.(71) Sólo en este contexto tiene lugar la celebración legítima de la Eucaristía y la verdadera
participación en la misma. Por tanto, resulta una exigencia intrínseca a la Eucaristía que se celebre en la
comunión y, concretamente, en la integridad de todos sus vínculos.

36. La comunión invisible, aun siendo por naturaleza un crecimiento, supone la vida de gracia, por
medio de la cual se nos hace “partícipes de la naturaleza divina” (2 Pe 1, 4), así como la práctica de las
virtudes de la fe, de la esperanza y de la caridad. En efecto, sólo de este modo se obtiene verdadera
comunión con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. No basta la fe, sino que es preciso perseverar en la
gracia santificante y en la caridad, permaneciendo en el seno de la Iglesia con el “cuerpo” y con el
“corazón”; (72) es decir, hace falta, por decirlo con palabras de san Pablo, “la fe que actúa por la caridad”
(Ga 5, 6).
La integridad de los vínculos invisibles es un deber moral bien preciso del cristiano que quiera
participar plenamente en la Eucaristía comulgando el cuerpo y la sangre de Cristo. El mismo Apóstol
llama la atención sobre este deber con la advertencia: “Examínese, pues, cada cual, y coma así el pan y
beba de la copa” (1 Co 11, 28). San Juan Crisóstomo, con la fuerza de su elocuencia, exhortaba a los
fieles: “También yo alzo la voz, suplico, ruego y exhorto encarecidamente a no sentarse a esta sagrada
Mesa con una conciencia manchada y corrompida. Hacer esto, en efecto, nunca jamás podrá llamarse
comunión, por más que toquemos mil veces el cuerpo del Señor, sino condena, tormento y mayor
castigo”.(73)
Precisamente en este sentido, el Catecismo de la Iglesia Católica establece: “Quien tiene conciencia de
estar en pecado grave debe recibir el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar”.(74)
Deseo, por tanto, reiterar que está vigente, y lo estará siempre en la Iglesia, la norma con la cual el
Concilio de Trento ha concretado la severa exhortación del apóstol Pablo, al afirmar que, para recibir
dignamente la Eucaristía, “debe preceder la confesión de los pecados, cuando uno es consciente de
pecado mortal”.(75)

37. La Eucaristía y la Penitencia son dos sacramentos estrechamente vinculados entre sí. La Eucaristía,
158
al hacer presente el Sacrificio redentor de la Cruz, perpetuándolo sacramentalmente, significa
que de ella se deriva una exigencia continua de conversión, de respuesta personal a la exhortación que
san Pablo dirigía a los cristianos de Corinto: “En nombre de Cristo os suplicamos: ¡reconciliaos con
Dios!” (2 Co 5, 20). Así pues, si el cristiano tiene conciencia de un pecado grave está obligado a seguir
el itinerario penitencial, mediante el sacramento de la Reconciliación para acercarse a la plena
participación en el Sacrificio eucarístico.
El juicio sobre el estado de gracia, obviamente, corresponde solamente al interesado, tratándose de una
valoración de conciencia. No obstante, en los casos de un comportamiento ex- terno grave, abierta y
establemente contrario a la norma moral, la Iglesia, en su cuidado pastoral por el buen orden
comunitario y por respeto al Sacramento, no puede mostrarse indiferente. A esta situación de manifiesta
indisposición moral se refiere la norma del Código de Derecho Canónico que no permite la admisión a
la comunión eucarística a los que “obstinadamente persistan en un manifiesto pecado grave”. (76)

38. La comunión eclesial, como antes he recordado, es también visible y se manifiesta en los lazos
vinculantes enumerados por el Concilio mismo cuando enseña: “Están plenamente incorporados a la
sociedad que es la Iglesia aquellos que, teniendo el Espíritu de Cristo, aceptan íntegramente su
constitución y todos los medios de salvación establecidos en ella y están unidos, dentro de su estructura
visible, a Cristo, que la rige por medio del Sumo Pontífice y de los Obispos, mediante los lazos de la
profesión de fe, de los sacramentos, del gobierno eclesiástico y de la comunión”. (77)
La Eucaristía, siendo la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia, exige que se
celebre en un contexto de integridad de los vínculos, incluso externos, de comunión. De modo especial,
por ser “como la consumación de la vida espiritual y la finalidad de todos los sacramentos”, (78) requiere
que los lazos de la comunión en los sacramentos sean reales, particularmente en el Bautismo y en el
Orden sacerdotal. No se puede dar la comunión a una persona no bautizada o que rechace la verdad
íntegra de fe sobre el Misterio eucarístico. Cristo es la verdad y da testimonio de la verdad (cf. Jn 14, 6;
18, 37); el Sacramento de su cuerpo y su sangre no permite ficciones.

39. Además, por el carácter mismo de la comunión eclesial y de la relación que tiene con ella el
sacramento de la Eucaristía, se debe recordar que “el Sacrificio eucarístico, aun celebrándose siempre
en una comunidad particular, no es nunca celebración de esa sola comunidad: ésta, en efecto, recibiendo
la presencia eucarística del Señor, recibe el don completo de la salvación, y se manifiesta así, a pesar de
su permanente particularidad visible, como imagen y verdadera presencia de la Iglesia una, santa,
católica y apostólica”.(79) De esto se deriva que una comunidad realmente eucarística no puede
encerrarse en sí misma, como si fuera autosuficiente, sino que ha de mantenerse en sintonía con todas
las demás comunidades católicas.
La comunión eclesial de la asamblea eucarística es comunión con el propio Obispo y con el Romano
Pontífice. En efecto, el Obispo es el principio visible y el fundamento de la unidad en su Iglesia
particular.(80) Sería, por tanto, una gran incongruencia que el Sacramento por excelencia de la unidad de
la Iglesia fuera celebrado sin una verdadera comunión con el Obispo. San Ignacio de Antioquía escribía:
“se considere segura la Eucaristía que se realiza bajo el Obispo o quien él haya encargado”.(81)
Asimismo, puesto que “el Romano Pontífice, como sucesor de Pedro, es el principio y fundamento
perpetuo y visible de la unidad, tanto de los obispos como de la muchedumbre de los fieles”, (82) la
comunión con él es una exigencia intrínseca de la celebración del Sacrificio eucarístico. De aquí la gran
verdad expresada de varios modos en la Liturgia: “Toda celebración de la Eucaristía se realiza en unión
no sólo con el propio obispo sino también con el Papa, con el orden episcopal, con todo el clero y con el
159
pueblo entero. Toda válida celebración de la Eucaristía expresa esta comunión universal con
Pedro y con la Iglesia entera, o la reclama objetivamente, como en el caso de las Iglesias cristianas
separadas de Roma”.(83)

40. La Eucaristía crea comunión y educa a la comunión. San Pablo escribía a los fieles de Corinto
manifestando el gran contraste de sus divisiones en las asambleas eucarísticas con lo que estaban
celebrando, la Cena del Señor. Consecuentemente, el Apóstol les invitaba a reflexionar sobre la
verdadera realidad de la Eucaristía con el fin de hacerlos volver al espíritu de comunión fraterna (cf. 1
Co 11, 17-34). San Agustín se hizo eco de esta exigencia de manera elocuente cuando, al recordar las
palabras del Apóstol: “vosotros sois el cuerpo de Cristo, y sus miembros cada uno por su parte” (1 Co
12, 27), observaba: “Si vosotros sois el cuerpo y los miembros de Cristo, sobre la mesa del Señor está el
misterio que sois vosotros mismos y recibís el misterio que sois vosotros”. (84) Y, de esta constatación,
concluía: “Cristo el Señor [...] consagró en su mesa el misterio de nuestra paz y unidad. El que recibe el
misterio de la unidad y no posee el vínculo de la paz, no recibe un misterio para provecho propio, sino
un testimonio contra sí”.(85)

41. Esta peculiar eficacia para promover la comunión, propia de la Eucaristía, es uno de los motivos de
la importancia de la Misa dominical. Sobre ella y sobre las razones por las que es fundamental para la
vida de la Iglesia y de cada uno de los fieles, me he ocupado en la Carta apostólica sobre la santificación
del domingo Dies Domini,(86) recordando, además, que participar en la Misa es una obligación para los
fieles, a menos que no tengan un impedimento grave, lo que impone a los Pastores el correspondiente
deber de ofrecer a todos la posibilidad efectiva de cumplir este precepto. (87) Más recientemente, en la
Carta apostólica Novo millennio ineunte, al trazar el camino pastoral de la Iglesia a comienzos del tercer
milenio, he querido dar un relieve particular a la Eucaristía dominical, subrayando su eficacia creadora
de comunión: Ella –decía– “es el lugar privilegiado donde la comunión es anunciada y cultivada
constantemente. Precisamente a través de la participación eucarística, el día del Señor se convierte
también en el día de la Iglesia, que puede desempeñar así de manera eficaz su papel de sacramento de
unidad”.(88)

42. La salvaguardia y promoción de la comunión eclesial es una tarea de todos los fieles, que
encuentran en la Eucaristía, como sacramento de la unidad de la Iglesia, un campo de especial
aplicación. Más en concreto, este cometido atañe con particular responsabilidad a los Pastores de la
Iglesia, cada uno en el propio grado y según el propio oficio eclesiástico. Por tanto, la Iglesia ha dado
normas que se orientan a favorecer la participación frecuente y fructuosa de los fieles en la Mesa
eucarística y, al mismo tiempo, a determinar las condiciones objetivas en las que no debe administrar la
comunión. El esmero en procurar una fiel observancia de dichas normas se convierte en expresión
efectiva de amor hacia la Eucaristía y hacia la Iglesia.

43. Al considerar la Eucaristía como Sacramento de la comunión eclesial, hay un argumento que, por su
importancia, no puede omitirse: me refiero a su relación con el compromiso ecuménico. Todos nosotros
hemos de agradecer a la Santísima Trinidad que, en estas últimas décadas, muchos fieles en todas las
partes del mundo se hayan sentido atraídos por el deseo ardiente de la unidad entre todos los cristianos.
El Concilio Vaticano II, al comienzo del Decreto sobre el ecumenismo, reconoce en ello un don especial
de Dios.(89) Ha sido una gracia eficaz, que ha hecho emprender el camino del ecumenismo tanto a los
hijos de la Iglesia católica como a nuestros hermanos de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales.
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La aspiración a la meta de la unidad nos impulsa a dirigir la mirada a la Eucaristía, que es el
supremo Sacramento de la unidad del Pueblo de Dios, al ser su expresión apropiada y su fuente
insuperable.(90) En la celebración del Sacrificio eucarístico la Iglesia eleva su plegaria a Dios, Padre de
misericordia, para que conceda a sus hijos la plenitud del Espíritu Santo, de modo que lleguen a ser en
Cristo un sólo un cuerpo y un sólo espíritu.(91) Presentando esta súplica al Padre de la luz, de quien
proviene “toda dádiva buena y todo don perfecto” (St 1, 17), la Iglesia cree en su eficacia, pues ora en
unión con Cristo, su cabeza y esposo, que hace suya la súplica de la esposa uniéndola a la de su
sacrificio redentor.

44. Precisamente porque la unidad de la Iglesia, que la Eucaristía realiza mediante el sacrificio y la
comunión en el cuerpo y la sangre del Señor, exige inderogablemente la completa comunión en los
vínculos de la profesión de fe, de los sacramentos y del gobierno eclesiástico, no es posible concelebrar
la misma liturgia eucarística hasta que no se restablezca la integridad de dichos vínculos. Una
concelebración sin estas condiciones no sería un medio válido, y podría revelarse más bien un obstáculo
a la consecución de la plena comunión, encubriendo el sentido de la distancia que queda hasta llegar a
la meta e introduciendo o respaldando ambigüedades sobre una u otra verdad de fe. El camino hacia la
plena unidad no puede hacerse si no es en la verdad. En este punto, la prohibición contenida en la ley de
la Iglesia no deja espacio a incertidumbres, (92) en obediencia a la norma moral proclamada por el
Concilio Vaticano II.(93)
De todos modos, quisiera reiterar lo que añadía en la Carta encíclica Ut unum sint, tras haber afirmado
la imposibilidad de compartir la Eucaristía: “Sin embargo, tenemos el ardiente deseo de celebrar juntos
la única Eucaristía del Señor, y este deseo es ya una alabanza común, una misma imploración. Juntos
nos dirigimos al Padre y lo hacemos cada vez más “con un mismo corazón””. (94)

45. Si en ningún caso es legítima la concelebración si falta la plena comunión, no ocurre lo mismo con
respecto a la administración de la Eucaristía, en circunstancias especiales, a personas pertenecientes a
Iglesias o a Comunidades eclesiales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. En efecto,
en este caso el objetivo es satisfacer una grave necesidad espiritual para la salvación eterna de los fieles,
singularmente considerados, pero no realizar una intercomunión, que no es posible mientras no se hayan
restablecido del todo los vínculos visibles de la comunión eclesial.
En este sentido se orientó el Concilio Vaticano II, fijando el comportamiento que se ha de tener con los
Orientales que, encontrándose de buena fe separados de la Iglesia católica, están bien dispuestos y piden
espontáneamente recibir la eucaristía del ministro católico. (95) Este modo de actuar ha sido ratificado
después por ambos Códigos, en los que también se contempla, con las oportunas adaptaciones, el caso
de los otros cristianos no orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica. (96)

46. En la Encíclica Ut unum sint, yo mismo he manifestado aprecio por esta normativa, que permite
atender a la salvación de las almas con el discernimiento oportuno: “Es motivo de alegría recordar que
los ministros católicos pueden, en determinados casos particulares, administrar los sacramentos de la
Eucaristía, de la Penitencia, de la Unción de enfermos a otros cristianos que no están en comunión plena
con la Iglesia católica, pero que desean vivamente recibirlos, los piden libremente, y manifiestan la fe
que la Iglesia católica confiesa en estos Sacramentos. Recíprocamente, en determinados casos y por
circunstancias particulares, también los católicos pueden solicitar los mismos Sacramentos a los
ministros de aquellas Iglesias en que sean válidos”. (97)
161
Es necesario fijarse bien en estas condiciones, que son inderogables, aún tratándose de casos
particulares y determinados, puesto que el rechazo de una o más verdades de fe sobre estos sacramentos
y, entre ellas, lo referente a la necesidad del sacerdocio ministerial para que sean válidos, hace que el
solicitante no esté debidamente dispuesto para que le sean legítimamente administrados. Y también a la
inversa, un fiel católico no puede comulgar en una comunidad que carece del válido sacramento del
Orden.(98)
La fiel observancia del conjunto de las normas establecidas en esta materia (99) es manifestación y, al
mismo tiempo, garantía de amor, sea a Jesucristo en el Santísimo Sacramento, sea a los hermanos de
otra confesión cristiana, a los que se les debe el testimonio de la verdad, como también a la causa misma
de la promoción de la unidad.

CAPÍTULO V
DECORO DE LA CELEBRACIÓN EUCARÍSTICA

47. Quien lee el relato de la institución eucarística en los Evangelios sinópticos queda impresionado por
la sencillez y, al mismo tiempo, la “gravedad”, con la cual Jesús, la tarde de la Última Cena, instituye el
gran Sacramento. Hay un episodio que, en cierto sentido, hace de preludio: la unción de Betania. Una
mujer, que Juan identifica con María, hermana de Lázaro, derrama sobre la cabeza de Jesús un frasco de
perfume precioso, provocando en los discípulos –en particular en Judas (cf. Mt 26, 8; Mc 14, 4; Jn 12,
4)– una reacción de protesta, como si este gesto fuera un “derroche” intolerable, considerando las
exigencias de los pobres. Pero la valoración de Jesús es muy diferente. Sin quitar nada al deber de la
caridad hacia los necesitados, a los que se han de dedicar siempre los discípulos –“pobres
tendréis siempre con vosotros” (Mt 26, 11; Mc 14, 7; cf. Jn 12, 8)–, Él se fija en el acontecimiento
inminente de su muerte y sepultura, y aprecia la unción que se le hace como anticipación del honor que
su cuerpo merece también después de la muerte, por estar indisolublemente unido al misterio de su
persona.
En los Evangelios sinópticos, el relato continúa con el encargo que Jesús da a los discípulos de preparar
cuidadosamente la “sala grande”, necesaria para celebrar la cena pascual (cf. Mc 14, 15; Lc 22, 12), y
con la narración de la institución de la Eucaristía. Dejando entrever, al menos en parte, el esquema de
los ritos hebreos de la cena pascual hasta el canto del Hallel (cf. Mt 26, 30; Mc 14, 26), el relato, aún
con las variantes de las diversas tradiciones, muestra de manera tan concisa como solemne las palabras
pronunciadas por Cristo sobre el pan y sobre el vino, asumidos por Él como expresión concreta de su
cuerpo entregado y su sangre derramada. Todos estos detalles son recordados por los evangelistas a la
luz de una praxis de la “fracción del pan” bien consolidada ya en la Iglesia primitiva. Pero el
acontecimiento del Jueves Santo, desde la historia misma que Jesús vivió, deja ver los rasgos de una
“sensibilidad” litúrgica, articulada sobre la tradición veterotestamentaria y preparada para remodelarse
en la celebración cristiana, en sintonía con el nuevo contenido de la Pascua.

48. Como la mujer de la unción en Betania, la Iglesia no ha tenido miedo de “derrochar”, dedicando
sus mejores recursos para expresar su reverente asombro ante el don inconmensurable de la Eucaristía.
No menos que aquellos primeros discípulos encargados de preparar la “sala grande”, la Iglesia se ha
sentido impulsada a lo largo de los siglos y en las diversas culturas a celebrar la Eucaristía en un
contexto digno de tan gran Misterio. La liturgia cristiana ha nacido en continuidad con las palabras y
gestos de Jesús y desarrollando la herencia ritual del judaísmo. Y, en efecto, nada será bastante para
162
expresar de modo adecuado la acogida del don de sí mismo que el Esposo divino hace
continuamente a la Iglesia Esposa, poniendo al alcance de todas las generaciones de creyentes el
Sacrificio ofrecido una vez por todas sobre la Cruz, y haciéndose alimento para todos los fieles. Aunque
la lógica del “convite” inspire familiaridad, la Iglesia no ha cedido nunca a la tentación de banalizar esta
“cordialidad” con su Esposo, olvidando que Él es también su Dios y que el “banquete” sigue siendo
siempre, después de todo, un banquete sacrificial, marcado por la sangre derramada en el Gólgota. El
banquete eucarístico es verdaderamente un banquete “sagrado”, en el que la sencillez de los signos
contiene el abismo de la santidad de Dios: “O Sacrum convivium, in quo Christus sumitur!” El pan que
se parte en nuestros altares, ofrecido a nuestra condición de peregrinos en camino por las sendas del
mundo, es “panis angelorum”, pan de los ángeles, al cual no es posible acercarse si no es con la
humildad del centurión del Evangelio: “Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo” (Mt 8, 8; Lc 7,
6).

49. En el contexto de este elevado sentido del misterio, se entiende cómo la fe de la Iglesia en el
Misterio eucarístico se haya expresado en la historia no sólo mediante la exigencia de una actitud
interior de devoción, sino también a través de una serie de expresiones externas, orientadas a evocar y
subrayar la magnitud del acontecimiento que se celebra. De aquí nace el proceso que ha llevado
progresivamente a establecer una especial reglamentación de la liturgia eucarística, en el respeto de las
diversas tradiciones eclesiales legítimamente constituidas. También sobre esta base se ha ido creando un
rico patrimonio de arte. La arquitectura, la escultura, la pintura, la música, dejándose guiar por el
misterio cristiano, han encontrado en la Eucaristía, directa o indirectamente, un motivo de gran
inspiración.
Así ha ocurrido, por ejemplo, con la arquitectura, que, de las primeras sedes eucarísticas en las “domus”
de las familias cristianas, ha dado paso, en cuanto el contexto histórico lo ha permitido, a las solemnes
basílicas de los primeros siglos, a las imponentes catedrales de la Edad Media, hasta las iglesias,
pequeñas o grandes, que han constelado poco a poco las tierras donde ha llegado el cristianismo. Las
formas de los altares y tabernáculos se han desarrollado dentro de los espacios de las sedes litúrgicas
siguiendo en cada caso, no sólo motivos de inspiración estética, sino también las exigencias de una
apropiada comprensión del Misterio. Igualmente se puede decir de la música sacra, y basta pensar para
ello en las inspiradas melodías gregorianas y en los numerosos, y a menudo insignes, autores que se han
afirmado con los textos litúrgicos de la Santa Misa. Y, ¿acaso no se observa una enorme cantidad de
producciones artísticas, desde el fruto de una buena artesanía hasta verdaderas obras de arte, en el
sector de los objetos y ornamentos utilizados para la celebración eucarística?
Se puede decir así que la Eucaristía, a la vez que ha plasmado la Iglesia y la espiritualidad, ha tenido
una fuerte incidencia en la “cultura”, especialmente en el ámbito estético.

50. En este esfuerzo de adoración del Misterio, desde el punto de vista ritual y estético, los cristianos de
Occidente y de Oriente, en cierto sentido, se han hecho mutuamente la “competencia”. ¿Cómo no dar
gracias al Señor, en particular, por la contribución que al arte cristiano han dado las grandes obras
arquitectónicas y pictóricas de la tradición greco-bizantina y de todo el ámbito geográfico y cultural
eslavo? En Oriente, el arte sagrado ha conservado un sentido especialmente intenso del misterio,
impulsando a los artistas a concebir su afán de producir belleza, no sólo como manifestación de su
propio genio, sino también como auténtico servicio a la fe. Yendo mucho más allá de la mera habilidad
técnica, han sabido abrirse con docilidad al soplo del Espíritu de Dios.
163
El esplendor de la arquitectura y de los mosaicos en el Oriente y Occidente cristianos son un
patrimonio universal de los creyentes, y llevan en sí mismos una esperanza y una prenda, diría, de la
deseada plenitud de comunión en la fe y en la celebración. Eso supone y exige, como en la célebre
pintura de la Trinidad de Rublëv, una Iglesia profundamente “eucarística” en la cual, la acción de
compartir el misterio de Cristo en el pan partido está como inmersa en la inefable unidad de las tres
Personas divinas, haciendo de la Iglesia misma un “icono” de la Trinidad.
En esta perspectiva de un arte orientado a expresar en todos sus elementos el sentido de la Eucaristía
según la enseñanza de la Iglesia, es preciso prestar suma atención a las normas que regulan la
construcción y decoración de los edificios sagrados. La Iglesia ha dejado siempre a los artistas un
amplio margen creativo, como demuestra la historia y yo mismo he subrayado en la Carta a los
artistas.(100) Pero el arte sagrado ha de distinguirse por su capacidad de expresar adecuadamente el
Misterio, tomado en la plenitud de la fe de la Iglesia y según las indicaciones pastorales oportunamente
expresadas por la autoridad competente. Ésta es una consideración que vale tanto para las artes
figurativas como para la música sacra.

51. A propósito del arte sagrado y la disciplina litúrgica, lo que se ha producido en tierras de antigua
cristianización está ocurriendo también en los continentes donde el cristianismo es más joven. Este
fenómeno ha sido objeto de atención por parte del Concilio Vaticano II al tratar sobre la exigencia de
una sana y, al mismo tiempo, obligada “inculturación”. En mis numerosos viajes pastorales he tenido
oportunidad de observar en todas las partes del mundo cuánta vitalidad puede despertar la celebración
eucarística en contacto con las formas, los estilos y las sensibilidades de las diversas culturas.
Adaptándose a las mudables condiciones de tiempo y espacio, la Eucaristía ofrece alimento, no
solamente a las personas, sino a los pueblos mismos, plasmando culturas cristianamente inspiradas.
No obstante, es necesario que este importante trabajo de adaptación se lleve a cabo siendo conscientes
siempre del inefable Misterio, con el cual cada generación está llamada confrontarse. El “tesoro” es
demasiado grande y precioso como para arriesgarse a que se empobrezca o hipoteque por experimentos
o prácticas llevadas a cabo sin una atenta comprobación por parte de las autoridades eclesiásticas
competentes. Además, la centralidad del Misterio eucarístico es de una magnitud tal que requiere una
verificación realizada en estrecha relación con la Santa Sede. Como escribí en la Exhortación apostólica
postsinodal Ecclesia in Asia, “esa colaboración es esencial, porque la sagrada liturgia expresa y celebra
la única fe profesada por todos y, dado que constituye la herencia de toda la Iglesia, no puede ser
determinada por las Iglesias locales aisladas de la Iglesia universal”. (101)

52. De todo lo dicho se comprende la gran responsabilidad que en la celebración eucarística tienen
principalmente los sacerdotes, a quienes compete presidirla in persona Christi, dando un testimonio y
un servicio de comunión, no sólo a la comunidad que participa directamente en la celebración, sino
también a la Iglesia universal, a la cual la Eucaristía hace siempre referencia. Por desgracia, es de
lamentar que, sobre todo a partir de los años de la reforma litúrgica postconciliar, por un malentendido
sentido de creatividad y de adaptación, no hayan faltado abusos, que para muchos han sido causa de
malestar. Una cierta reacción al “formalismo” ha llevado a algunos, especialmente en ciertas regiones, a
considerar como no obligatorias las “formas” adoptadas por la gran tradición litúrgica de la Iglesia y su
Magisterio, y a introducir innovaciones no autorizadas y con frecuencia del todo inconvenientes.
Por tanto, siento el deber de hacer una acuciante llamada de atención para que se observen con gran
fidelidad las normas litúrgicas en la celebración eucarística. Son una expresión concreta de la auténtica
eclesialidad de la Eucaristía; éste es su sentido más profundo. La liturgia nunca es propiedad privada de
164
alguien, ni del celebrante ni de la comunidad en que se celebran los Misterios. El apóstol
Pablo tuvo que dirigir duras palabras a la comunidad de Corinto a causa de faltas graves en su
celebración eucarística, que llevaron a divisiones (skísmata) y a la formación de facciones (airéseis) (cf.
1 Co 11, 17-34). También en nuestros tiempos, la obediencia a las normas litúrgicas debería ser
redescubierta y valorada como reflejo y testimonio de la Iglesia una y universal, que se hace presente en
cada celebración de la Eucaristía. El sacerdote que celebra fielmente la Misa según las normas litúrgicas
y la comunidad que se adecúa a ellas, demuestran de manera silenciosa pero elocuente su amor por la
Iglesia. Precisamente para reforzar este sentido profundo de las normas litúrgicas, he solicitado a los
Dicasterios competentes de la Curia Romana que preparen un documento más específico, incluso con
rasgos de carácter jurídico, sobre este tema de gran importancia. A nadie le está permitido infravalorar
el Misterio confiado a nuestras manos: éste es demasiado grande para que alguien pueda permitirse
tratarlo a su arbitrio personal, lo que no respetaría ni su carácter sagrado ni su dimensión universal.

CAPÍTULO VI
EN LA ESCUELA DE MARÍA, MUJER “EUCARÍSTICA”

53. Si queremos descubrir en toda su riqueza la relación íntima que une Iglesia y Eucaristía, no
podemos olvidar a María, Madre y modelo de la Iglesia. En la Carta apostólica Rosarium Virginis
Mariae, presentando a la Santísima Virgen como Maestra en la contemplación del rostro de Cristo, he
incluido entre los misterios de la luz también la institución de la Eucaristía.(102) Efectivamente, María
puede guiarnos hacia este Santísimo Sacramento porque tiene una relación profunda con él.
A primera vista, el Evangelio no habla de este tema. En el relato de la institución, la tarde del Jueves
Santo, no se menciona a María. Se sabe, sin embargo, que estaba junto con los Apóstoles, “concordes en
la oración” (cf. Hch 1, 14), en la primera comunidad reunida después de la Ascensión en espera de
Pentecostés. Esta presencia suya no pudo faltar ciertamente en las celebraciones eucarísticas de los
fieles de la primera generación cristiana, asiduos “en la fracción del pan” (Hch 2, 42).
Pero, más allá de su participación en el Banquete eucarístico, la relación de María con la Eucaristía se
puede delinear indirectamente a partir de su actitud interior. María es mujer “eucarística” con toda su
vida. La Iglesia, tomando a María como modelo, ha de imitarla también en su relación con este
santísimo Misterio.

54. Mysterium fidei! Puesto que la Eucaristía es misterio de fe, que supera de tal manera nuestro
entendimiento que nos obliga al más puro abandono a la palabra de Dios, nadie como María puede ser
apoyo y guía en una actitud como ésta. Repetir el gesto de Cristo en la Última Cena, en cumplimiento
de su mandato: “¡Haced esto en conmemoración mía!”, se convierte al mismo tiempo en aceptación de
la invitación de María a obedecerle sin titubeos: “Haced lo que él os diga” (Jn 2, 5). Con la solicitud
materna que muestra en las bodas de Caná, María parece decirnos: “no dudéis, fiaros de la Palabra de
mi Hijo. Él, que fue capaz de transformar el agua en vino, es igualmente capaz de hacer del pan y del
vino su cuerpo y su sangre, entregando a los creyentes en este misterio la memoria viva de su Pascua,
para hacerse así “pan de vida””.

55. En cierto sentido, María ha practicado su fe eucarística antes incluso de que ésta fuera instituida, por
el hecho mismo de haber ofrecido su seno virginal para la encarnación del Verbo de Dios. La
Eucaristía, mientras remite a la pasión y la resurrección, está al mismo tiempo en continuidad con la
165
Encarnación. María concibió en la anunciación al Hijo divino, incluso en la realidad física de
su cuerpo y su sangre, anticipando en sí lo que en cierta medida se realiza sacramentalmente en todo
creyente que recibe, en las especies del pan y del vino, el cuerpo y la sangre del Señor.
Hay, pues, una analogía profunda entre el fiat pronunciado por María a las palabras del Ángel y el
amén que cada fiel pronuncia cuando recibe el cuerpo del Señor. A María se le pidió creer que quien
concibió “por obra del Espíritu Santo” era el “Hijo de Dios” (cf. Lc 1, 30.35). En continuidad con la fe
de la Virgen, en el Misterio eucarístico se nos pide creer que el mismo Jesús, Hijo de Dios e Hijo de
María, se hace presente con todo su ser humano-divino en las especies del pan y del vino.
“Feliz la que ha creído” (Lc 1, 45): María ha anticipado también en el misterio de la Encarnación la fe
eucarística de la Iglesia. Cuando, en la Visitación, lleva en su seno el Verbo hecho carne, se convierte
de algún modo en “tabernáculo” –el primer “tabernáculo” de la historia– donde el Hijo de Dios, todavía
invisible a los ojos de los hombres, se ofrece a la adoración de Isabel, como “irradiando” su luz a través
de los ojos y la voz de María. Y la mirada embelesada de María al contemplar el rostro de Cristo recién
nacido y al estrecharlo en sus brazos, ¿no es acaso el inigualable modelo de amor en el que ha de
inspirarse cada comunión eucarística?

56. María, con toda su vida junto a Cristo y no solamente en el Calvario, hizo suya la dimensión
sacrificial de la Eucaristía. Cuando llevó al niño Jesús al templo de Jerusalén “para presentarle al
Señor” (Lc 2, 22), oyó anunciar al anciano Simeón que aquel niño sería “señal de contradicción” y
también que una “espada” traspasaría su propia alma (cf. Lc 2, 34.35). Se preanunciaba así el drama del
Hijo crucificado y, en cierto modo, se prefiguraba el “stabat Mater” de la Virgen al pie de la Cruz.
Preparándose día a día para el Calvario, María vive una especie de “Eucaristía anticipada” se podría
decir, una “comunión espiritual” de deseo y ofrecimiento, que culminará en la unión con el Hijo en la
pasión y se manifestará después, en el período postpascual, en su participación en la celebración
eucarística, presidida por los Apóstoles, como “memorial” de la pasión.
¿Cómo imaginar los sentimientos de María al escuchar de la boca de Pedro, Juan, Santiago y los otros
Apóstoles, las palabras de la Última Cena: “Éste es mi cuerpo que es entregado por vosotros” (Lc 22,
19)? Aquel cuerpo entregado como sacrificio y presente en los signos sacramentales, ¡era el mismo
cuerpo concebido en su seno! Recibir la Eucaristía debía significar para María como si acogiera de
nuevo en su seno el corazón que había latido al unísono con el suyo y revivir lo que había
experimentado en primera persona al pie de la Cruz.

57. “Haced esto en recuerdo mío” (Lc 22, 19). En el “memorial” del Calvario está presente todo lo que
Cristo ha llevado a cabo en su pasión y muerte. Por tanto, no falta lo que Cristo ha realizado también
con su Madre para beneficio nuestro. En efecto, le confía al discípulo predilecto y, en él, le entrega a
cada uno de nosotros: “!He aquí a tu hijo¡”. Igualmente dice también a todos nosotros: “¡He aquí a tu
madre!” (cf. Jn 19, 26.27).
Vivir en la Eucaristía el memorial de la muerte de Cristo implica también recibir continuamente este
don. Significa tomar con nosotros –a ejemplo de Juan– a quien una vez nos fue entregada como Madre.
Significa asumir, al mismo tiempo, el compromiso de conformarnos a Cristo, aprendiendo de su Madre
y dejándonos acompañar por ella. María está presente con la Iglesia, y como Madre de la Iglesia, en
todas nuestras celebraciones eucarísticas. Así como Iglesia y Eucaristía son un binomio inseparable, lo
mismo se puede decir del binomio María y Eucaristía. Por eso, el recuerdo de María en el celebración
eucarística es unánime, ya desde la antigüedad, en las Iglesias de Oriente y Occidente.
166

58. En la Eucaristía, la Iglesia se une plenamente a Cristo y a su sacrificio, haciendo suyo el espíritu de
María. Es una verdad que se puede profundizar releyendo el Magnificat en perspectiva eucarística. La
Eucaristía, en efecto, como el canto de María, es ante todo alabanza y acción de gracias. Cuando María
exclama “mi alma engrandece al Señor, mi espíritu exulta en Dios, mi Salvador”, lleva a Jesús en su
seno. Alaba al Padre “por” Jesús, pero también lo alaba “en” Jesús y “con” Jesús. Esto es precisamente
la verdadera “actitud eucarística”.
Al mismo tiempo, María rememora las maravillas que Dios ha hecho en la historia de la salvación,
según la promesa hecha a nuestros padres (cf. Lc 1, 55), anunciando la que supera a todas ellas, la
encarnación redentora. En el Magnificat, en fin, está presente la tensión escatológica de la Eucaristía.
Cada vez que el Hijo de Dios se presenta bajo la “pobreza” de las especies sacramentales, pan y vino, se
pone en el mundo el germen de la nueva historia, en la que se “derriba del trono a los poderosos” y se
“enaltece a los humildes” (cf. Lc 1, 52). María canta el “cielo nuevo” y la “tierra nueva” que se
anticipan en la Eucaristía y, en cierto sentido, deja entrever su 'diseño' programático. Puesto que el
Magnificat expresa la espiritualidad de María, nada nos ayuda a vivir mejor el Misterio eucarístico que
esta espiritualidad. ¡La Eucaristía se nos ha dado para que nuestra vida sea, como la de María, toda ella
un magnificat!

CONCLUSIÓN

59. “Ave, verum corpus natum de Maria Virgine!”. Hace pocos años he celebrado el cincuentenario de
mi sacerdocio. Hoy experimento la gracia de ofrecer a la Iglesia esta Encíclica sobre la Eucaristía, en el
Jueves Santo de mi vigésimo quinto año de ministerio petrino. Lo hago con el corazón henchido de
gratitud. Desde hace más de medio siglo, cada día, a partir de aquel 2 de noviembre de 1946 en que
celebré mi primera Misa en la cripta de San Leonardo de la catedral del Wawel en Cracovia, mis ojos se
han fijado en la hostia y el cáliz en los que, en cierto modo, el tiempo y el espacio se han “concentrado”
y se ha representado de manera viviente el drama del Gólgota, desvelando su misteriosa
“contemporaneidad”. Cada día, mi fe ha podido reconocer en el pan y en el vino consagrados al divino
Caminante que un día se puso al lado de los dos discípulos de Emaús para abrirles los ojos a la luz y el
corazón a la esperanza (cf. Lc 24, 3.35).
Dejadme, mis queridos hermanos y hermanas que, con íntima emoción, en vuestra compañía y para
confortar vuestra fe, os dé testimonio de fe en la Santísima Eucaristía. “Ave, verum corpus natum de
Maria Virgine, / vere passum, immolatum, in cruce pro homine!”. Aquí está el tesoro de la Iglesia, el
corazón del mundo, la prenda del fin al que todo hombre, aunque sea inconscientemente, aspira.
Misterio grande, que ciertamente nos supera y pone a dura prueba la capacidad de nuestra mente de ir
más allá de las apariencias. Aquí fallan nuestros sentidos –“visus, tactus, gustus in te fallitur”, se dice
en el himno Adoro te devote–, pero nos basta sólo la fe, enraizada en las palabras de Cristo y que los
Apóstoles nos han transmitido. Dejadme que, como Pedro al final del discurso eucarístico en el
Evangelio de Juan, yo le repita a Cristo, en nombre de toda la Iglesia y en nombre de todos vosotros:
“Señor, ¿donde quién vamos a ir? Tú tienes palabras de vida eterna” (Jn 6, 68).

60. En el alba de este tercer milenio todos nosotros, hijos de la Iglesia, estamos llamados a caminar en la
vida cristiana con un renovado impulso. Como he escrito en la Carta apostólica Novo millennio ineunte,
no se trata de “inventar un nuevo programa. El programa ya existe. Es el de siempre, recogido por el
167
Evangelio y la Tradición viva. Se centra, en definitiva, en Cristo mismo, al que hay que
conocer, amar e imitar, para vivir en él la vida trinitaria y transformar con él la historia hasta su
perfeccionamiento en la Jerusalén celeste”. (103) La realización de este programa de un nuevo vigor de la
vida cristiana pasa por la Eucaristía.
Todo compromiso de santidad, toda acción orientada a realizar la misión de la Iglesia, toda puesta en
práctica de planes pastorales, ha de sacar del Misterio eucarístico la fuerza necesaria y se ha de ordenar
a él como a su culmen. En la Eucaristía tenemos a Jesús, tenemos su sacrificio redentor, tenemos su
resurrección, tenemos el don del Espíritu Santo, tenemos la adoración, la obediencia y el amor al Padre.
Si descuidáramos la Eucaristía, ¿cómo podríamos remediar nuestra indigencia?

61. El Misterio eucarístico –sacrificio, presencia, banquete –no consiente reducciones ni


instrumentalizaciones; debe ser vivido en su integridad, sea durante la celebración, sea en el íntimo
coloquio con Jesús apenas recibido en la comunión, sea durante la adoración eucarística fuera de la
Misa. Entonces es cuando se construye firmemente la Iglesia y se expresa realmente lo que es: una,
santa, católica y apostólica; pueblo, templo y familia de Dios; cuerpo y esposa de Cristo, animada por el
Espíritu Santo; sacramento universal de salvación y comunión jerárquicamente estructurada.
La vía que la Iglesia recorre en estos primeros años del tercer milenio es también la de un renovado
compromiso ecuménico. Los últimos decenios del segundo milenio, culminados en el Gran Jubileo, nos
han llevado en esa dirección, llamando a todos los bautizados a corresponder a la oración de Jesús “ut
unum sint” (Jn 17, 11). Es un camino largo, plagado de obstáculos que superan la capacidad humana;
pero tenemos la Eucaristía y, ante ella, podemos sentir en lo profundo del corazón, como dirigidas a
nosotros, las mismas palabras que oyó el profeta Elías: “Levántate y come, porque el camino es
demasiado largo para ti” (1 Re 19, 7). El tesoro eucarístico que el Señor ha puesto a nuestra disposición
nos alienta hacia la meta de compartirlo plenamente con todos los hermanos con quienes nos une el
mismo Bautismo. Sin embargo, para no desperdiciar dicho tesoro se han de respetar las exigencias que
se derivan de ser Sacramento de comunión en la fe y en la sucesión apostólica.
Al dar a la Eucaristía todo el relieve que merece, y poniendo todo esmero en no infravalorar ninguna de
sus dimensiones o exigencias, somos realmente conscientes de la magnitud de este don. A ello nos
invita una tradición incesante que, desde los primeros siglos, ha sido testigo de una comunidad cristiana
celosa en custodiar este “tesoro”. Impulsada por el amor, la Iglesia se preocupa de transmitir a las
siguientes generaciones cristianas, sin perder ni un solo detalle, la fe y la doctrina sobre el Misterio
eucarístico. No hay peligro de exagerar en la consideración de este Misterio, porque “en este
Sacramento se resume todo el misterio de nuestra salvación”. (104)

62. Sigamos, queridos hermanos y hermanas, la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la
verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el esplendor de la
experiencia vivida, nos “contagia” y, por así decir, nos “enciende”.Pongámonos, sobre todo, a la
escucha de María Santísima, en quien el Misterio eucarístico se muestra, más que en ningún otro, como
misterio de luz. Mirándola a ella conocemos la fuerza transformadora que tiene la Eucaristía. En ella
vemos el mundo renovado por el amor. Al contemplarla asunta al cielo en alma y cuerpo vemos un
resquicio del “cielo nuevo” y de la “tierra nueva” que se abrirán ante nuestros ojos con la segunda
venida de Cristo. La Eucaristía es ya aquí, en la tierra, su prenda y, en cierto modo, su anticipación:
“Veni, Domine Iesu!” (Ap 22, 20).
En el humilde signo del pan y el vino, transformados en su cuerpo y en su sangre, Cristo camina con
nosotros como nuestra fuerza y nuestro viático y nos convierte en testigos de esperanza para todos. Si
168
ante este Misterio la razón experimenta sus propios límites, el corazón, iluminado por la
gracia del Espíritu Santo, intuye bien cómo ha de comportarse, sumiéndose en la adoración y en un
amor sin límites.
Hagamos nuestros los sentimientos de santo Tomás de Aquino, teólogo eximio y, al mismo tiempo,
cantor apasionado de Cristo eucarístico, y dejemos que nuestro ánimo se abra también en esperanza a la
contemplación de la meta, a la cual aspira el corazón, sediento como está de alegría y de paz:

“Bone pastor, panis vere,


Iesu, nostri miserere...”.

“Buen pastor, pan verdadero,


o Jesús, piedad de nosotros:
nútrenos y defiéndenos,
llévanos a los bienes eternos
en la tierra de los vivos.
Tú que todo lo sabes y puedes,
que nos alimentas en la tierra,
conduce a tus hermanos
a la mesa del cielo
a la alegría de tus santos”.

Roma, junto a San Pedro, 17 de abril, Jueves Santo, del año 2003, vigésimo quinto de mi Pontificado y
Año del Rosario.

Notas:
(1) Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
(2) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 5.
(3) Cf. Carta ap. Rosarium Virginis Mariae (16 octubre 2002), 21: AAS 95 (2003), 19.
(4) Éste es el título que he querido dar a un testimonio autobiográfico con ocasión del quincuagésimo
aniversario de mi sacerdocio.
(5) Leonis XXIII Acta (1903), 115-136.
(6) AAS 39 (1947), 521-595.
(7) AAS 57 (1965), 753-774.
(8) AAS 72 (1980), 113-148.
(9) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, sobre la sagrada liturgia, 47: “Salvator
noster [...] Sacrificium Eucharisticum Corporis et Sanguinis sui instituit, quo Sacrificium Crucis
in saecula, donec veniret, perpetuaret...”.
(10) Catecismo de la Iglesia Católica, 1085.
(11) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3.
(12) Cf. Pablo VI, El “credo” del Pueblo de Dios (30 junio 1968), 24: AAS 60 (1968), 442; Juan Pablo
II, Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 9: AAS 72 (1980).
(13) Catecismo de la Iglesia Católica, 1382.
169
(14) Catecismo de la Iglesia Católica, 1367.
(15) Homilías sobre la carta a los Hebreos, 17, 3: PG 63, 131.
(16) Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XXII, Doctrina de ss. Missae sacrificio, cap. 2: DS 1743: “En
efecto, se trata de una sola e idéntica víctima y el mismo Jesús la ofrece ahora por el ministerio de
los sacerdotes, Él que un día se ofreció a sí mismo en la cruz: sólo es diverso el modo de
ofrecerse”.
(17) Cf. Pío XII, Carta enc. Mediator Dei (20 noviembre 1947): AAS 39 (1947), 548.
(18) Carta enc. Redemptor hominis (15 marzo 1979), 20: AAS 71 (1979), 310.
(19) Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
(20) De sacramentis, V, 4, 26: CSEL 73, 70.
(21) Sobre el Evangelio de Juan, XII, 20: PG 74, 726.
(22) Carta. enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57 (1965), 764.
(23) Ses. XIII, Decr. de ss. Eucharistia, cap. 4: DS 1642.
(24) Catequesis mistagógicas, IV, 6: SCh 126, 138.
(25) Cf.Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Dei Verbum, sobre la divina revelación, 8.
(26) El “credo” del Pueblo de Dios (30 junio 1968), 25: AAS 60 (1968), 442-443.
(27) Homilía IV para la Semana Santa: CSCO 413/ Syr. 182, 55.
(28) Anáfora.
(29) Plegaria Eucarística III.
(30) Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, antífona al Magnificat de las II Vísperas.
(31) Misal Romano, Embolismo después del Padre nuestro.
(32) Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661.
(33Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, sobre la Iglesia en el mundo actual, 39.
(34) “¿Deseas honrar el cuerpo de Cristo? No lo desprecies, pues, cuando lo encuentres desnudo en los
pobres, ni lo honres aquí en el templo con lienzos de seda, si al salir lo abandonas en su frío y
desnudez. Porque el mismo que dijo: “esto es mi cuerpo”, y con su palabra llevó a realidad lo que
decía, afirmó también: “Tuve hambre y no me disteis de comer”, y más adelante: “Siempre que
dejasteis de hacerlo a uno de estos pequeñuelos, a mí en persona lo dejasteis de hacer” [...].¿De qué
serviría adornar la mesa de Cristo con vasos de oro, si el mismo Cristo muere de hambre? Da
primero de comer al hambriento, y luego, con lo que te sobre, adornarás la mesa de Cristo”: San
Juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de Mateo, 50, 3-4: PG 58, 508-509; cf. Juan Pablo
II, Carta enc. Sollicitudo rei socialis (30 diciembre 1987): AAS 80 (1988), 553-556.
(35) Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 3.
(36) Ibíd.
(37) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Ad gentes, sobre la actividad misionera de la Iglesia, 5.
(38) “Entonces tomó Moisés la sangre, roció con ella al pueblo y dijo: “Ésta es la sangre de la Alianza
que Yahveh ha hecho con vosotros, según todas estas palabras”” (Ex 24, 8).
(39) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
(40) Cf. ibíd., n. 9.
170
(41) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los
presbíteros, 5. El mismo Decreto dice en el n. 6: “No se construye ninguna comunidad cristiana si
ésta no tiene su raíz y centro en la celebración de la sagrada Eucaristía”.
(42) Homilías sobre la 1 Carta a los Corintios, 24, 2: PG 61, 200; cf. Didaché, IX, 5: F.X. Funk, I, 22;
San Cipriano, Ep. LXIII, 13: PL 4, 384.
(43) PO 26, 206.
(44) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 1.
(45) Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XIII, Decretum de ss. Eucharistia, can. 4: DS 1654.
(46) Cf. Rituale Romanum: De sacra communione et de cultu mysterii eucharistici extra Missam, 36 (n.
80).
(47) Cf. ibíd., 38-39 (nn. 86-90).
(48) Carta ap. Novo millennio ineunte (6 enero 2001), 32: AAS 93 (2001), 288.
(49) “Durante el día, los fieles no omitan el hacer la visita al Santísimo Sacramento, que debe estar
reservado en un sitio dignísimo con el máximo honor en las iglesias, conforme a las leyes
litúrgicas, puesto que la visita es prueba de gratitud, signo de amor y deber de adoración a Cristo
Nuestro Señor, allí presente”: Pablo VI, Carta enc. Mysterium fidei (3 septiembre 1965): AAS 57
(1965), 771.
(50) Visite al SS. Sacramento ed a Maria Santissima, Introduzione: Opere ascetiche, IV, Avelino 2000,
295.
(51) N. 857.
(52) Ibíd.
(53) Ibíd.
(54) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium ministeriale (6 agosto 1983), III.2:
AAS 75 (1983), 1005.
(55) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10.
(56) Ibíd.
(57) Cf. Institutio generalis: Editio typica tertia, n. 147.
(58) Cf. Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 10 y 28; Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el
ministerio y vida de los presbíteros, 2.
(59) “El ministro del altar actúa en la persona de Cristo en cuanto cabeza, que ofrece en nombre de
todos los miembros”: Pío XII, Carta enc. Mediator Dei 20 noviembre 1947: AAS 39 (1947), 556;
cf. Pío X, Exhort. ap. Haerent animo (4 agosto 1908): Pii X Acta, IV, 16; Carta enc. Ad catholici
sacerdotii (20 diciembre 1935): AAS 28 (1936), 20.
(60) Carta ap. Dominicae Cenae, 24 febrero 1980, 8: AAS 72 (1980), 128-129.
(61) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Sacerdotium ministeriale (6 agosto 1983), III. 4:
AAS 75 (1983), 1006; cf. Conc. Ecum. Lateranense IV, cap. 1. Const. sobre la fe católica Firmiter
credimus: DS 802.
(62) Conc. Ecum. Vat. II, Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 22.
(63) Carta ap. Dominicae Cenae (24 febrero 1980), 2: AAS 72 (1980), 115.
(64) Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros 14.
(65) Ibíd., 13; cf. Código de Derecho Canónico, can. 904; Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 378.
171
(66) Decr. Presbyterorum Ordinis, sobre el ministerio y vida de los presbíteros, 6.
(67) Cf. Relación final, II. C.1: L'Osservatore Romano (10 diciembre 1985), 7.
(68) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 26.
(69) Nicolás Cabasilas, La vida en Cristo, IV, 10: Sch 355, 270.
(70) Camino de perfección, c. 35, 1.
(71) Cf. Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 4: AAS 85
(1993), 839-840.
(72) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 14.
(73) Homilías sobre Isaías6, 3: PG 56, 139.
(74) N. 1385; cf. Código de Derecho Canónico, can. 916; Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 711.
(75) Discurso a la Sacra Penitenciaría Apostólica y a los penitenciarios de las Basílicas Patriarcales
romanas (30 enero 1981): AAS 73 (1981), 203. Cf. Conc. Ecum. Tridentino, Ses. XIII, Decretum
de ss. Eucharistia, cap. 7 et can. 11: DS 1647, 1661.
(76) Can.915; cf. Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can. 712.
(77) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 14.
(78) Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 73, a. 3c.
(79) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 11: AAS 85
(1993), 844.
(80) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
(81) Carta a los Esmirniotas, 8: PG 5, 713.
(82) Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 23.
(83) Congregación para la Doctrina de la Fe, Carta Communionis notio (28 mayo 1992), 14: AAS 85
(1993), 847.
(84) Sermón 272: PL 38, 1247.
(85) Ibíd., 1248.
(86) Cf. nn. 31-51: AAS 90 (1998), 731-746.
(87) Cf. ibíd., nn. 48-49: AAS 90 (1998), 744.
(88) N. 36: AAS 93 (2001), 291-292.
(89) Cf.Decr. Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 1.
(90) Cf. Conc. Ecum. Vat. II, Const. dogm. Lumen gentium, sobre la Iglesia, 11.
(91) “Haz que nosotros, que participamos al único pan y al único cáliz, estemos unidos con los otros en
la comunión del único Espíritu Santo”: Anáfora de la Liturgia de san Basilio.
(92) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 908; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can.
702; Consejo Pontificio para la Promoción de la Unidad de los Cristianos, Directorio para el
ecumenismo (25 marzo 1993), 122-125, 129-131: AAS 85 (1993), 1086-1089; Congregación para
la Doctrina de la Fe, Carta Ad exsequendam (18 mayo 2001): AAS 93 (2001), 786.
(93) “La comunicación en las cosas sagradas que daña a la unidad de la Iglesia o lleva consigo adhesión
formal al error o peligro de desviación en la fe, de escándalo o indiferentismo, está prohibido por
la ley divina”: Decr. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, 26.
(94) N. 45: AAS 87 (1995), 948.
172
(95) Cf. Decr. Orientalium Ecclesiarum, sobre las Iglesias orientales católicas, 27.
(96) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 844 §§ 3-4; Código de los Cánones de las Iglesias
Orientales, can. 671 §§ 3-4.
(97) N. 46: AAS 87 (1995), 948.
(98) Cf.Conc. Ecum. Vat. II, Unitatis redintegratio, sobre el ecumenismo, 22.
(99) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 844; Código de los Cánones de las Iglesias Orientales, can.
671.
(100) Cf. AAS 91 (1999), 1155-1172.
(101) N. 22: AAS 92 (2000), 485.
(102) Cf. n. 21: AAS 95 (2003), 20.
(103) N. 29: AAS 93 (2001), 285.
(104) Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, III, q. 83, a. 4 c.

5. EUCARISTÍA Y SACERDOCIO

CARTA DEL SANTO PADRE


JUAN PABLO II
A LOS SACERDOTES
PARA EL JUEVES SANTO DE 2005

Queridos sacerdotes:

1. En el Año de la Eucaristía, me es particularmente grato el anual encuentro espiritual con vosotros con
ocasión del Jueves Santo, día del amor de Cristo llevado « hasta el extremo » (Jn 13, 1), día de la
Eucaristía, día de nuestro sacerdocio.

Os envío mi mensaje desde el hospital, donde estoy algún tiempo con tratamiento médico y ejercicios
de rehabilitación, enfermo entre los enfermos, uniendo en la Eucaristía mi sufrimiento al de Cristo. Con
este espíritu deseo reflexionar con vosotros sobre algunos aspectos de nuestra espiritualidad sacerdotal.

Lo haré dejándome guiar por las palabras de la institución de la Eucaristía, las que pronunciamos cada
día in persona Christi, para hacer presente sobre nuestros altares el sacrificio realizado de una vez por
todas en el Calvario. De ellas surgen indicaciones iluminadoras para la espiritualidad sacerdotal: puesto
que toda la Iglesia vive de la Eucaristía, la existencia sacerdotal ha de tener, por un título especial,
«forma eucarística». Por tanto, las palabras de la institución de la Eucaristía no deben ser para nosotros
únicamente una fórmula consagratoria, sino también una «fórmula de vida».

Una existencia profundamente «agradecida»


173
2. «Tibi gratias agens benedixit...». En cada Santa Misa recordamos y revivimos el primer
sentimiento expresado por Jesús en el momento de partir el pan, el de dar gracias. El agradecimiento es
la actitud que está en la base del nombre mismo de «Eucaristía». En esta expresión de gratitud confluye
toda la espiritualidad bíblica de la alabanza por los mirabilia Dei. Dios nos ama, se anticipa con su
Providencia, nos acompaña con intervenciones continuas de salvación.

En la Eucaristía Jesús da gracias al Padre con nosotros y por nosotros. Esta acción de gracias de Jesús
¿cómo no ha de plasmar la vida del sacerdote? Él sabe que debe fomentar constantemente un espíritu de
gratitud por tantos dones recibidos a lo largo de su existencia y, en particular, por el don de la fe, que
ahora tiene el ministerio de anunciar, y por el del sacerdocio, que lo consagra completamente al servicio
del Reino de Dios. Tenemos ciertamente nuestras cruces —y ¡no somos los únicos que las tienen!—,
pero los dones recibidos son tan grandes que no podemos dejar de cantar desde lo más profundo del
corazón nuestro Magnificat.

Una existencia «entregada»

3. «Accipite et manducate... Accipite et bibite...». La autodonación de Cristo, que tiene sus orígenes en
la vida trinitaria del Dios-Amor, alcanza su expresión más alta en el sacrificio de la Cruz, anticipado
sacramentalmente en la Última Cena. No se pueden repetir las palabras de la consagración sin sentirse
implicados en este movimiento espiritual. En cierto sentido, el sacerdote debe aprender a decir también
de sí mismo, con verdad y generosidad, «tomad y comed». En efecto, su vida tiene sentido si sabe
hacerse don, poniéndose a disposición de la comunidad y al servicio de todos los necesitados.

Precisamente esto es lo que Jesús esperaba de sus apóstoles, como lo subraya el evangelista Juan al
narrar el lavatorio de los pies. Es también lo que el Pueblo de Dios espera del sacerdote. Pensándolo
bien, la obediencia a la que se ha comprometido el día de la ordenación y la promesa que se le invita a
renovar en la Misa crismal, se ilumina por esta relación con la Eucaristía. Al obedecer por amor,
renunciando tal vez a un legítimo margen de libertad, cuando se trata de su adhesión a las disposiciones
de los Obispos, el sacerdote pone en práctica en su propia carne aquel « tomad y comed », con el que
Cristo, en la última Cena, se entregó a sí mismo a la Iglesia.

Una existencia «salvada» para salvar

4. «Hoc est enim corpus meum quod pro vobis tradetur». El cuerpo y la sangre de Cristo se han
entregado para la salvación del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Es una salvación
integral y al mismo tiempo universal, porque nadie, a menos que lo rechace libremente, es excluido del
poder salvador de la sangre de Cristo: «qui pro vobis et pro multis effundetur». Se trata de un sacrificio
ofrecido por « muchos », como dice el texto bíblico (Mc 14, 24; Mt 26, 28; cf. Is 53, 11-12), con una
expresión típicamente semítica, que indica la multitud a la que llega la salvación lograda por el único
Cristo y, al mismo tiempo, la totalidad de los seres humanos a los que ha sido ofrecida: es sangre
«derramada por vosotros y por todos», como explicitan acertadamente algunas traducciones. En efecto,
la carne de Cristo se da « para la vida del mundo » (Jn 6, 51; cf. 1 Jn 2, 2).

Cuando repetimos en el recogimiento silencioso de la asamblea litúrgica las palabras venerables de


Cristo, nosotros, sacerdotes, nos convertimos en anunciadores privilegiados de este misterio de
salvación. Pero ¿cómo serlo eficazmente sin sentirnos salvados nosotros mismos? Somos los primeros a
174
quienes llega en lo más íntimo la gracia que, superando nuestras fragilidades, nos hace clamar
«Abba, Padre» con la confianza propia de los hijos (cf. Ga 4, 6; Rm 8, 15). Y esto nos compromete a
progresar en el camino de perfección. En efecto, la santidad es la expresión plena de la salvación. Sólo
viviendo como salvados podemos ser anunciadores creíbles de la salvación. Por otro lado, tomar
conciencia cada vez de la voluntad de Cristo de ofrecer a todos la salvación obliga a reavivar en nuestro
ánimo el ardor misionero, estimulando a cada uno de nosotros a hacerse « todo a todos, para ganar, sea
como sea, a algunos » (1 Co 9, 22).

Una existencia que «recuerda»

5. «Hoc facite in meam commemorationem». Estas palabras de Jesús nos han llegado, tanto a través de
Lucas (22, 19) como de Pablo (1 Co 11, 24). El contexto en el que fueron pronunciadas —hay que
tenerlo bien presente— es el de la cena pascual, que para los judíos era un « memorial » (zikkarôn, en
hebreo). En dicha ocasión los hebreos revivían ante todo el Éxodo, pero también los demás
acontecimientos importantes de su historia: la vocación de Abraham, el sacrificio de Isaac, la alianza del
Sinaí y tantas otras intervenciones de Dios en favor de su pueblo. También para los cristianos la
Eucaristía es el « memorial », pero lo es de un modo único: no sólo es un recuerdo, sino que actualiza
sacramentalmente la muerte y resurrección del Señor.

Quisiera subrayar también que Jesús ha dicho: « Haced esto en memoria mía ». La Eucaristía no
recuerda un simple hecho; ¡recuerda a Él! Para el sacerdote, repetir cada día, in persona Christi, las
palabras del « memorial » es una invitación a desarrollar una « espiritualidad de la memoria ». En un
tiempo en que los rápidos cambios culturales y sociales oscurecen el sentido de la tradición y exponen,
especialmente a las nuevas generaciones, al riesgo de perder la relación con las propias raíces, el
sacerdote está llamado a ser, en la comunidad que se le ha confiado, el hombre del recuerdo fiel de
Cristo y todo su misterio: su prefiguración en el Antiguo Testamento, su realización en el Nuevo y su
progresiva profundización bajo la guía del Espíritu Santo, en virtud de aquella promesa explícita: «Él
será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho» (Jn 14, 26).

Una existencia «consagrada»

6. «Mysterium fidei!». Con esta exclamación el sacerdote manifiesta, después de la consagración del
pan y el vino, el estupor siempre nuevo por el prodigio extraordinario que ha tenido lugar entre sus
manos. Un prodigio que sólo los ojos de la fe pueden percibir. Los elementos naturales no pierden sus
características externas, ya que las especies siguen siendo las del pan y del vino; pero su sustancia, por
el poder de la palabra de Cris
175
Eucaristía (cf. Mane nobiscum Domine, 31). En esto, muchos sacerdotes beatificados y
canonizados han dado un testimonio ejemplar, suscitando fervor en los fieles que participaban en sus
Misas. Muchos se han distinguido por la prolongada adoración eucarística. Estar ante Jesús Eucaristía,
aprovechar, en cierto sentido, nuestras «soledades» para llenarlas de esta Presencia, significa dar a
nuestra consagración todo el calor de la intimidad con Cristo, el cual llena de gozo y sentido nuestra
vida.

Una existencia orientada a Cristo

7. «Mortem tuam annuntiamus, Domine, et tuam resurrectionem confitemur, donec venias». Cada vez
que celebramos la Eucaristía, la memoria de Cristo en su misterio pascual se convierte en deseo del
encuentro pleno y definitivo con Él. Nosotros vivimos en espera de su venida. En la espiritualidad
sacerdotal, esta tensión se ha de vivir en la forma propia de la caridad pastoral que nos compromete a
vivir en medio del Pueblo de Dios para orientar su camino y alimentar su esperanza. Ésta es una tarea
que exige del sacerdote una actitud interior similar a la que el apóstol Pablo vivió en sí mismo:
«Olvidándome de lo que queda atrás y lanzándome hacia lo que está por delante, corro hacia la meta»
(Flp 3, 13-14). El sacerdote es alguien que, no obstante el paso de los años, continua irradiando
juventud y como «contagiándola » a las personas que encuentra en su camino. Su secreto reside en la «
pasión » que tiene por Cristo. Como decía san Pablo: « Para mí la vida es Cristo» (Flp 1, 21).

Sobre todo en el contexto de la nueva evangelización, la gente tiene derecho a dirigirse a los sacerdotes
con la esperanza de « ver » en ellos a Cristo (cf. Jn 12, 21). Tienen necesidad de ello particularmente los
jóvenes, a los cuales Cristo sigue llamando para que sean sus amigos y para proponer a algunos la
entrega total a la causa del Reino. No faltarán ciertamente vocaciones si se eleva el tono de nuestra vida
sacerdotal, si fuéramos más santos, más alegres, más apasionados en el ejercicio de nuestro ministerio.
Un sacerdote « conquistado » por Cristo (cf. Flp 3, 12) « conquista » más fácilmente a otros para que se
decidan a compartir la misma aventura.

Una existencia «eucarística» aprendida de María

8. Como he recordado en la Encíclica Ecclesia de Eucharistia (cf. nn. 53-58), la Santísima Virgen tiene
una relación muy estrecha con la Eucaristía. Lo subrayan, aun en la sobriedad del lenguaje litúrgico,
todas las Plegarias eucarísticas. Así, en el Canon romano se dice: «Reunidos en comunión con toda la
Iglesia, veneramos la memoria, ante todo, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de Jesucristo,
nuestro Dios y Señor». En las otras Plegarias eucarísticas, la veneración se transforma en imploración,
como, por ejemplo, en la Anáfora II: «Con María, la Virgen Madre de Dios [...], merezcamos [...]
compartir la vida eterna».

Al insistir en estos años, especialmente en la Novo millennio ineunte (cf. nn. 23 ss.) y en la Rosarium
Virginis Mariae (cf. nn. 9 ss.), sobre la contemplación del rostro de Cristo, he indicado a María como la
gran maestra. En la encíclica sobre la Eucaristía la he presentado también como «Mujer eucarística» (cf.
n. 53). ¿Quién puede hacernos gustar la grandeza del misterio eucarístico mejor que María? Nadie cómo
ella puede enseñarnos con qué fervor se han de celebrar los santos Misterios y cómo hemos estar en
compañía de su Hijo escondido bajo las especies eucarísticas. Así pues, la imploro por todos vosotros,
confiándole especialmente a los más ancianos, a los enfermos y a cuantos se encuentran en dificultad.
176
En esta Pascua del Año de la Eucaristía me complace hacerme eco para todos vosotros de
aquellas palabras dulces y confortantes de Jesús: « Ahí tienes a tu madre » (Jn 19, 27).

Con estos sentimientos, os bendigo a todos de corazón, deseándoos una intensa alegría pascual.

Policlínico Gemelli, Roma, 13 de marzo, V domingo de Cuaresma, de 2005, vigésimo séptimo de


Pontificado.

JUAN PABLO II

6. EUCARISTÍA Y DIVORCIDOS

Este es un tema siempre escabroso en recorrer, sin embargo, en los últimos tiempos la Iglesia,
que es experta en humanidad, guiada por el Espíritu Santo, ha sabido dar una respuesta llena de
la misericordia de Su Señor para aquellos que sufren debido a no poder acceder plenamente a la
comunión eucarística.

CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE

CARTA A LOS OBISPOS


DE LA IGLESIA CATÓLICA
SOBRE LA RECEPCIÓN
DE LA COMUNIÓN EUCARÍSTICA
POR PARTE DE LOS FIELES
DIVORCIADOS QUE SE HAN VUELTO A CASAR

Excelencia Reverendísima:

1. El Año Internacional de la Familia constituye una ocasión muy importante para volver a
descubrir los testimonios del amor y solicitud de la Iglesia por la familia(1) y, al mismo tiempo,
para proponer de nuevo la inestimable riqueza del matrimonio cristiano que constituye el
fundamento de la familia.

2. En este contexto merecen una especial atención las dificultades y los sufrimientos de aquellos
fieles que se encuentran en situaciones matrimoniales irregulares(2). Los pastores están
llamados, en efecto, a hacer sentir la caridad de Cristo y la materna cercanía de la Iglesia; los
acogen con amor, exhortándolos a confiar en la misericordia de Dios y, con prudencia y respeto,
177
sugiriéndoles caminos concretos de conversión y de participación en la vida de la comunidad
eclesial(3).

3. Conscientes sin embargo de que la auténtica comprensión y la genuina misericordia no se


encuentran separadas de la verdad(4), los pastores tienen el deber de recordar a estos fieles la
doctrina de la Iglesia acerca de la celebración de los sacramentos y especialmente de la recepción
de la Eucaristía. Sobre este punto, durante los últimos años, en varias regiones se han propuesto
diversas soluciones pastorales según las cuales ciertamente no sería posible una admisión general
de los divorciados vueltos a casar a la Comunión eucarística, pero podrían acceder a ella en
determinados casos, cuando según su conciencia se consideraran autorizados a hacerlo. Así, por
ejemplo, cuando hubieran sido abandonados del todo injustamente, a pesar de haberse esforzado
sinceramente por salvar el anterior matrimonio, o bien cuando estuvieran convencidos de la
nulidad del anterior matrimonio, sin poder demostrarla en el foro externo, o cuando ya hubieran
recorrido un largo camino de reflexión y de penitencia, o incluso cuando por motivos
moralmente válidos no pudieran satisfacer la obligación de separarse.

En algunas partes se ha propuesto también que, para examinar objetivamente su situación


efectiva, los divorciados vueltos a casar deberían entrevistarse con un sacerdote prudente y
experto. Su eventual decisión de conciencia de acceder a la Eucaristía, sin embargo, debería ser
respetada por ese sacerdote, sin que ello implicase una autorización oficial.

En estos casos y otros similares se trataría de una solución pastoral, tolerante y benévola, para
poder hacer justicia a las diversas situaciones de los divorciados vueltos a casar.

4. Aunque es sabido que análogas soluciones pastorales fueron propuestas por algunos Padres de
la Iglesia y entraron en cierta medida incluso en la práctica, sin embargo nunca obtuvieron el
consentimiento de los Padres ni constituyeron en modo alguno la doctrina común de la Iglesia,
como tampoco determinaron su disciplina. Corresponde al Magisterio universal, en fidelidad a la
Sagrada Escritura y a la Tradición, enseñar e interpretar auténticamente el depósito de la fe.

Por consiguiente, frente a las nuevas propuestas pastorales arriba mencionadas, esta
Congregación siente la obligación de volver a recordar la doctrina y la disciplina de la Iglesia al
respecto. Fiel a la palabra de Jesucristo(5), la Iglesia afirma que no puede reconocer como válida
esta nueva unión, si era válido el anterior matrimonio. Si los divorciados se han vuelto a casar
civilmente, se encuentran en una situación que contradice objetivamente a la ley de Dios y por
consiguiente no pueden acceder a la Comunión eucarística mientras persista esa situación(6).

Esta norma de ninguna manera tiene un carácter punitivo o en cualquier modo discriminatorio
hacia los divorciados vueltos a casar, sino que expresa más bien una situación objetiva que de
por sí hace imposible el acceso a la Comunión eucarística: «Son ellos los que no pueden ser
admitidos, dado que su estado y situación de vida contradicen objetivamente la unión de amor
entre Cristo y la Iglesia, significada y actualizada en la Eucaristía. Hay además otro motivo
pastoral: si se admitieran estas personas a la Eucaristía los fieles serían inducidos a error y
confusión acerca de la doctrina de la Iglesia sobre la indisolubilidad del matrimonio»(7).
178
Para los fieles que permanecen en esa situación matrimonial, el acceso a la Comunión
eucarística sólo se abre por medio de la absolución sacramental, que puede ser concedida
«únicamente a los que, arrepentidos de haber violado el signo de la Alianza y de la fidelidad a
Cristo, están sinceramente dispuestos a una forma de vida que no contradiga la indisolubilidad
del matrimonio. Esto lleva consigo concretamente que cuando el hombre y la mujer, por motivos
serios, -como, por ejemplo, la educación de los hijos- no pueden cumplir la obligación de la
separación, "asumen el compromiso de vivir en plena continencia, o sea de abstenerse de los
actos propios de los esposos"»(8). En este caso ellos pueden acceder a la Comunión eucarística,
permaneciendo firme sin embargo la obligación de evitar el escándalo.

5. La doctrina y la disciplina de la Iglesia sobre esta materia han sido ampliamente expuestas en
el período post-conciliar por la Exhortación Apostólica Familiaris consortio. La Exhortación,
entre otras cosas, recuerda a los pastores que, por amor a la verdad, están obligados a discernir
bien las diversas situaciones y los exhorta a animar a los divorciados que se han casado otra vez
para que participen en diversos momentos de la vida de la Iglesia. Al mismo tiempo, reafirma la
praxis constante y universal, «fundada en la Sagrada Escritura, de no admitir a la Comunión
eucarística a los divorciados vueltos a casar»(9), indicando los motivos de la misma. La
estructura de la Exhortación y el tenor de sus palabras dejan entender claramente que tal praxis,
presentada como vinculante, no puede ser modificada basándose en las diferentes situaciones.

6. El fiel que está conviviendo habitualmente «more uxorio» con una persona que no es la
legítima esposa o el legítimo marido, no puede acceder a la Comunión eucarística. En el caso de
que él lo juzgara posible, los pastores y los confesores, dada la gravedad de la materia y las
exigencias del bien espiritual de la persona(10) y del bien común de la Iglesia, tienen el grave
deber de advertirle que dicho juicio de conciencia riñe abiertamente con la doctrina de la
Iglesia(11). También tienen que recordar esta doctrina cuando enseñan a todos los fieles que les
han sido encomendados.

Esto no significa que la Iglesia no sienta una especial preocupación por la situación de estos
fieles que, por lo demás, de ningún modo se encuentran excluidos de la comunión eclesial. Se
preocupa por acompañarlos pastoralmente y por invitarlos a participar en la vida eclesial en la
medida en que sea compatible con las disposiciones del derecho divino, sobre las cuales la
Iglesia no posee poder alguno para dispensar(12). Por otra parte, es necesario iluminar a los
fieles interesados a fin de que no crean que su participación en la vida de la Iglesia se reduce
exclusivamente a la cuestión de la recepción de la Eucaristía. Se debe ayudar a los fieles a
profundizar su comprensión del valor de la participación al sacrificio de Cristo en la Misa, de la
comunión espiritual(13), de la oración, de la meditación de la palabra de Dios, de las obras de
caridad y de justicia(14).

7. La errada convicción de poder acceder a la Comunión eucarística por parte de un divorciado


vuelto a casar, presupone normalmente que se atribuya a la conciencia personal el poder de
decidir en último término, basándose en la propia convicción(15),sobre la existencia o no del
anterior matrimonio y sobre el valor de la nueva unión. Sin embargo, dicha atribución es
inadmisible(16). El matrimonio, en efecto, en cuanto imagen de la unión esponsal entre Cristo y
su Iglesia así como núcleo basilar y factor importante en la vida de la sociedad civil, es
esencialmente una realidad pública.
179
8. Es verdad que el juicio sobre las propias disposiciones con miras al acceso a la Eucaristía
debe ser formulado por la conciencia moral adecuadamente formada. Pero es también cierto que
el consentimiento, sobre el cual se funda el matrimonio, no es una simple decisión privada, ya
que crea para cada uno de los cónyuges y para la pareja una situación específicamente eclesial y
social. Por lo tanto el juicio de la conciencia sobre la propia situación matrimonial no se refiere
únicamente a una relación inmediata entre el hombre y Dios, como si se pudiera dejar de lado la
mediación eclesial, que incluye también las leyes canónicas que obligan en conciencia. No
reconocer este aspecto esencial significaría negar de hecho que el matrimonio exista como
realidad de la Iglesia, es decir, como sacramento.

9. Por otra parte la Exhortación Familiaris consortio, cuando invita a los pastores a saber
distinguir las diversas situaciones de los divorciados vueltos a casar, recuerda también el caso de
aquellos que están subjetivamente convencidos en conciencia de que el anterior matrimonio,
irreparablemente destruido, jamás había sido válido(17). Ciertamente es necesario discernir a
través de la vía del fuero externo establecida por la Iglesia si existe objetivamente esa nulidad
matrimonial. La disciplina de la Iglesia, al mismo tiempo que confirma la competencia exclusiva
de los tribunales eclesiásticos para el examen de la validez del matrimonio de los católicos,
ofrece actualmente nuevos caminos para demostrar la nulidad de la anterior unión, con el fin de
excluir en cuanto sea posible cualquier diferencia entre la verdad verificable en el proceso y la
verdad objetiva conocida por la recta conciencia(18).

Atenerse al juicio de la Iglesia y observar la disciplina vigente sobre la obligatoriedad de la


forma canónica en cuanto necesaria para la validez de los matrimonios de los católicos es lo que
verdaderamente ayuda al bien espiritual de los fieles interesados. En efecto, la Iglesia es el
Cuerpo de Cristo y vivir en la comunión eclesial es vivir en el Cuerpo de Cristo y nutrirse del
Cuerpo de Cristo. Al recibir el sacramento de la Eucaristía, la comunión con Cristo Cabeza
jamás puede estar separada de la comunión con sus miembros, es decir con la Iglesia. Por esto el
sacramento de nuestra unión con Cristo es también el sacramento de la unidad de la Iglesia.
Recibir la Comunión eucarística riñendo con la comunión eclesial es por lo tanto algo en sí
mismo contradictorio. La comunión sacramental con Cristo incluye y presupone el respeto,
muchas veces difícil, de las disposiciones de la comunión eclesial y no puede ser recta y
fructífera si el fiel, aunque quiera acercarse directamente a Cristo, no respeta esas disposiciones.

10. De acuerdo con todo lo que se ha dicho hasta ahora, hay que realizar plenamente el deseo
expreso del Sínodo de los Obispos, asumido por el Santo Padre Juan Pablo II y llevado a cabo
con empeño y con laudables iniciativas por parte de Obispos, sacerdotes, religiosos y fieles
laicos: con solícita caridad hacer todo aquello que pueda fortalecer en el amor de Cristo y de la
Iglesia a los fieles que se encuentran en situación matrimonial irregular. Sólo así será posible
para ellos acoger plenamente el mensaje del matrimonio cristiano y soportar en la fe los
sufrimientos de su situación. En la acción pastoral se deberá cumplir toda clase de esfuerzos para
que se comprenda bien que no se trata de discriminación alguna, sino únicamente de fidelidad
absoluta a la voluntad de Cristo que restableció y nos confió de nuevo la indisolubilidad del
matrimonio como don del Creador. Será necesario que los pastores y toda la comunidad de fieles
sufran y amen junto con las personas interesadas, para que puedan reconocer también en su carga
el yugo suave y la carga ligera de Jesús(19). Su carga no es suave y ligera en cuanto pequeña o
insignificante, sino que se vuelve ligera porque el Señor -y junto con él toda la Iglesia- la
180
comparte. Es tarea de la acción pastoral, que se ha de desarrollar con total dedicación, ofrecer
esta ayuda fundada conjuntamente en la verdad y en el amor.

Unidos en el empeño colegial de hacer resplandecer la verdad de Jesucristo en la vida y en la


praxis de la Iglesia, me es grato confirmarme de su Excelencia Reverendísima devotísimo en
Cristo

Joseph Card. Ratzinger


Prefecto

+ Alberto Bovone
Arzobispo tit. de Cesarea de Numidia
Secretario

El Sumo Pontífice Juan Pablo II, durante la audiencia concedida al Cardenal Prefecto ha
aprobado la presente Carta, acordada en la reunión ordinaria de esta Congregación, y ha
ordenado que se publique.

Roma, en la sede la Congregación para la Doctrina de la Fe, 14 de septiembre de 1994, fiesta


de la Exaltación de la Santa Cruz.

(1) Cf. JUAN PABLO II, Carta a las Familias (2 de febrero de 1994), n. 3.

(2) Cf. JUAN PABLO II, Exhort. apost. Familiaris consortio nn. 79-84: AAS 74 (1982) 180-186.

(3) Cf. Ibid., n. 84: AAS 74 (1982) 185; Carta a las Familias, n. 5; Catecismo de la Iglesia
Católica, n. 1651.

(4) Cf. PABLO VI, Encicl. Humanae vitae, n. 29: AAS 60 (1968) 501; JUAN PABLO II, Exhort.
apost. Reconciliatio et paenitentia, n. 34: AAS 77 (1985) 272; Encicl. Veritatis splendor, n. 95:
AAS 85 (1993) 1208.

(5) Mc 10,11-12: "Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y
si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio".

(6) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1650; cf. también n. 1640 y Concilio de Trento, sess.
XXIV: DS 1797-1812.

(7) Exhort. Apost. Familiaris consortio, n. 84: AAS 74 (1982) 185-186.

(8) Ibid, n. 84: AAS 74 (1982) 186; cf. JUAN PABLO II, Homilía para la clausura del VI Sínodo
de los Obispos, n. 7: AAS 72 (1980) 1082.
181
(9) Exhort. Apost. Familiaris consortio, n.84: AAS 74 (1982) 185.

(10) Cf. I Co 11, 27-29.

(11) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 978 § 2.

(12) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1640.

(13) Cf. CONGREGACION PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Carta a los Obispos de la


Iglesia Católica sobre algunas cuestiones relativas al Ministro de la Eucaristía, III/4: AAS 75
(1983) 1007; STA TERESA DE AVILA, Camino de perfección, 35,1; S. ALFONSO M. DE
LIGORIO, Visitas al Santísimo Sacramento y a María Santísima.

(14) Cf. Exhort. apost. Familiaris consortio, n. 84: AAS 74 (1982) 185.

(15) Cf. Encicl. Veritatis splendor, n. 55: AAS 85 (1993) 1178.

(16) Cf. Código de Derecho Canónico, can. 1085 § 2.

(17) Cf. Exhort. apost. Familiaris Consortio, n. 84: AAS 74 (1982) 185.

(18) Cf. Código de Derecho Canónico cann. 1536 § 2 y 1679 y Código de los cánones de las
Iglesias Orientales cann. 1217 § 2 y 1365, acerca de la fuerza probatoria de las declaraciones de
las partes en dichos procesos.

(19) Cf. Mt 11,30.

7. LA EUCARISTÍA EN EL CATECISMO CATÓLICO


LA CELEBRACIÓN DEL MISTERIO CRISTIANO

SEGUNDA SECCIÓN:
LOS SIETE SACRAMENTOS DE LA IGLESIA

CAPÍTULO PRIMERO
LOS SACRAMENTOS DE LA INICIACIÓN CRISTIANA

ARTÍCULO 3
EL SACRAMENTO DE LA EUCARISTÍA

1322 La Sagrada Eucaristía culmina la iniciación cristiana. Los que han sido elevados a la
dignidad del sacerdocio real por el Bautismo y configurados más profundamente con Cristo por
182
la Confirmación, participan por medio de la Eucaristía con toda la comunidad en el sacrificio
mismo del Señor.

1323 "Nuestro Salvador, en la última Cena, la noche en que fue entregado, instituyó el sacrificio
eucarístico de su cuerpo y su sangre para perpetuar por los siglos, hasta su vuelta, el sacrificio de
la cruz y confiar así a su Esposa amada, la Iglesia, el memorial de su muerte y resurrección,
sacramento de piedad, signo de unidad, vínculo de amor, banquete pascual en el que se recibe a
Cristo, el alma se llena de gracia y se nos da una prenda de la gloria futura" (SC 47).

I La Eucaristía, fuente y cumbre de la vida eclesial

1324 La Eucaristía es "fuente y cima de toda la vida cristiana" (LG 11). "Los demás
sacramentos, como también todos los ministerios eclesiales y las obras de apostolado, están
unidos a la Eucaristía y a ella se ordenan. La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien
espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua" (PO 5).

1325 "La Eucaristía significa y realiza la comunión de vida con Dios y la unidad del Pueblo de
Dios por las que la Igle sia es ella misma. En ella se encuentra a la vez la cumbre de la acción
por la que, en Cristo, Dios santifica al mundo, y del culto que en el Espíritu Santo los hombres
dan a Cristo y por él al Padre" (CdR, inst. "Eucharisticum mysterium" 6).

1326 Finalmente, la celebración eucarística nos unimos ya a la liturgia del cielo y anticipamos la
vida eterna cuando Dios será todo en todos (cf 1 Co 15,28).

1327 En resumen, la Eucaristía es el compendio y la suma de nuestra fe: "Nuestra manera de


pensar armoniza con la Eucaristía, y a su vez la Eucaristía confirma nuestra manera de pensar"
(S. Ireneo, haer. 4, 18, 5).

II El nombre de este sacramento

1328 La riqueza inagotable de este sacramento se expresa mediante los distintos nombres que se
le da. Cada uno de estos nombres evoca alguno de sus aspectos. Se le llama:

Eucaristía porque es acción de gracias a Dios. Las palabras "eucharistein" (Lc 22,19; 1 Co
11,24) y "eulogein" (Mt 26,26; Mc 14,22) recuerdan las bendiciones judías que proclaman -sobre
todo durante la comida- las obras de Dios: la creación, la redención y la santificación.

1329 Banquete del Señor (cf 1 Co 11,20) porque se trata de la Cena que el Señor celebró con sus
discípulos la víspera de su pasión y de la anticipación del banquete de bodas del Cordero (cf Ap
19,9) en la Jerusalén celestial.

Fracción del pan porque este rito, propio del banquete judío, fue utilizado por Jesús cuando
bendecía y distribuía el pan como cabeza de familia (cf Mt 14,19; 15,36; Mc 8,6.19), sobre todo
en la última Cena (cf Mt 26,26; 1 Co 11,24). En este gesto los discípulos lo reconocerán después
de su resurrección (Lc 24,13-35), y con esta expresión los primeros cristianos designaron sus
asambleas eucarísticas (cf Hch 2,42.46; 20,7.11). Con él se quiere significar que todos los que
183
comen de este único pan, partido, que es Cristo, entran en comunión con él y forman un solo
cuerpo en él (cf 1 Co 10,16-17).

Asamblea eucarística (synaxis), porque la Eucaristía es celebrada en la asamblea de los fieles,


expresión visibl e de la Iglesia (cf 1 Co 11,17-34).

1330 Memorial de la pasión y de la resurrección del Señor.

Santo Sacrificio, porque actualiza el único sacrificio de Cristo Salvador e incluye la ofrenda de la
Iglesia; o también santo sacrificio de la misa, "sacrificio de alabanza" (Hch 13,15; cf Sal 116,
13.17), sacrificio espiritual (cf 1 P 2,5), sacrificio puro (cf Ml 1,11) y santo, puesto que
completa y supera todos los sacrificios de la Antigua Alianza.

Santa y divina Liturgia, porque toda la liturgia de la Iglesia encuentra su centro y su expresión
más densa en la celebración de este sacramento; en el mismo sentido se la llama también
celebración de los santos misterios. Se habla también del Santísimo Sacramento porque es el
Sacramento de los Sacramentos. Con este nombre se designan las especies eucarísticas
guardadas en el sagrario.

1331 Comunión, porque por este sacramento nos unimos a Cristo que nos hace partícipes de su
Cuerpo y de su Sangre para formar un solo cuerpo (cf 1 Co 10,16-17); se la llama también las
cosas santas [ta hagia; sancta] (Const. Apost. 8, 13, 12; Didaché 9,5; 10,6) -es el sentido primero
de la comunión de los santos de que habla el Símbolo de los Apóstoles-, pan de los ángeles, pan
del cielo, medicina de inmortalidad (S. Ignacio de Ant. Eph 20,2), viático...

1332 Santa Misa porque la liturgia en la que se realiza el misterio de salvación se termina con el
envío de los fieles (missio) a fin de que cumplan la voluntad de Dios en su vida cotidiana.

III La Eucaristía en la economía de la salvación

Los signos del pan y del vino

1333 En el corazón de la celebración de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que, por las
palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre
de Cristo. Fiel a la orden del Señor, la Iglesia continúa haciendo, en memoria de él, hasta su
retorno glorioso, lo que él hizo la víspera de su pasión: "Tomó pan...", "tomó el cáliz lleno de
vino...". Al convertirse misteriosamente en el Cuerpo y la Sangre de Cristo, los signos del pan y
del vino siguen significando también la bondad de la creación. Así, en el ofertorio, damos gracias
al Creador por el pan y el vino (cf Sal 104,13-15), fruto "del trabajo del hombre", pero antes,
"fruto de la tierra" y "de la vid", dones del Creador. La Iglesia ve en en el gesto de Melquisedec,
rey y sacerdote, que "ofreció pan y vino" (Gn 14,18) una prefiguración de su propia ofrenda (cf
MR, Canon Romano 95).
184
1334 En la Antigua Alianza, el pan y el vino eran ofrecidos como sacrificio entre las
primicias de la tierra en señal de reconocimiento al Creador. Pero reciben también una nueva
significación en el contexto del Exodo: los panes ácimos que Israel come cada año en la Pascua
conmemoran la salida apresurada y liberadora de Egipto. El recuerdo del maná del desierto
sugerirá siempre a Israel que vive del pan de la Palabra de Dios (Dt 8,3). Finalmente, el pan de
cada día es el fruto de la Tierra prometida, prenda de la fidelidad de Dios a sus promesas. El
"cáliz de bendición" (1 Co 10,16), al final del banquete pascual de los judíos, añade a la alegría
festiva del vino una dimensión escatológica, la de la espera mesiánica del restablecimiento de
Jerusalén. Jesús instituyó su Eucaristía dando un sentido nuevo y definitivo a la bendición del
pan y del cáliz.

1335 Los milagros de la multiplicación de los panes, cuando el Señor dijo la bendición, partió y
distribuyó los panes por medio de sus discípulos para alimentar la multitud, prefiguran la
sobreabundancia de este único pan de su Eucaristía (cf. Mt 14,13-21; 15, 32-29). El signo del
agua convertida en vino en Caná (cf Jn 2,11) anuncia ya la Hora de la glorificación de Jesús.
Manifiesta el cumplimiento del banquete de las bodas en el Reino del Padre, donde los fieles
beberán el vino nuevo (cf Mc 14,25) convertido en Sangre de Cristo.

1336 El primer anuncio de la Eucaristía dividió a los discípulos, igual que el anuncio de la pasión
los escandalizó: "Es duro este lenguaje, ¿quién puede escucharlo?" (Jn 6,60). La Eucaristía y la
cruz son piedras de tropiezo. Es el mismo misterio, y no cesa de ser ocasión de división.
"¿También vosotros queréis marcharos?" (Jn 6,67): esta pregunta del Señor, resuena a través de
las edades, invitación de su amor a descubrir que sólo él tiene "palabras de vida eterna" (Jn 6,68),
y que acoger en la fe el don de su Eucaristía es acogerlo a él mismo.

La institución de la Eucaristía

1337 El Señor, habiendo amado a los suyos, los amó hasta el fin. Sabiendo que había llegado la
hora de partir de este mundo para retornar a su Padre, en el transcurso de una cena, les lavó los
pies y les dio el mandamiento del amor (Jn 13,1-17). Para dejarles una prenda de este amor, para
no alejarse nunca de los suyos y hacerles partícipes de su Pascua, instituyó la Eucaristía como
memorial de su muerte y de su resurrección y ordenó a sus apóstoles celebrarlo hasta su retorno,
"constituyéndoles entonces sacerdotes del Nuevo Testamento" (Cc. de Trento: DS 1740).

1338 Los tres evangelios sinópticos y S. Pablo nos han tran smitido el relato de la institución de
la Eucaristía; por su parte, S. Juan relata las palabras de Jesús en la sinagoga de Cafarnaúm,
palabras que preparan la institución de la Eucaristía: Cristo se designa a sí mismo como el pan de
vida, bajado del cielo (cf Jn 6).

1339 Jesús escogió el tiempo de la Pascua para realizar lo que había anunciado en Cafarnaúm:
dar a sus discípulos su Cuerpo y su Sangre:

Llegó el día de los Azimos, en el que se había de inmolar el cordero de Pascua; (Jesús) envió a
Pedro y a Juan, diciendo: `Id y preparadnos la Pascua para que la comamos'...fueron... y
prepararon la Pascua. Llegada la hora, se puso a la mesa con los apóstoles; y les dijo: `Con ansia
he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de padecer; porque os digo que ya no la comeré
185
más hasta que halle su cumplimiento en el Reino de Dios'...Y tomó pan, dio gracias, lo partió
y se lo dio diciendo: `Esto es mi cuerpo que va a ser entregado por vosotros; haced esto en
recuerdo mío'. De igual modo, después de cenar, el cáliz, diciendo: `Este cáliz es la Nueva
Alianza en mi sangre, que va a ser derramada por vosotros' (Lc 22,7-20; cf Mt 26,17-29; Mc
14,12-25; 1 Co 11,23-26).

1340 Al celebrar la última Cena con sus apóstoles en el transcurso del banquete pascual, Jesús
dio su sentido definitivo a la pascua judía. En efecto, el paso de Jesús a su Padre por su muerte y
su resurrección, la Pascua nueva, es anticipada en la Cena y celebrada en la Eucaristía que da
cumplimiento a la pascua judía y anticipa la pascua final de la Iglesia en la gloria del Reino.

"Haced esto en memoria mía"

1341 El mandamiento de Jesús de repetir sus gestos y sus palabras "hasta que venga" (1 Co
11,26), no exige solamente acordarse de Jesús y de lo que hizo. Requiere la celebración litúrgica
por los apóstoles y sus sucesores del memorial de Cristo, de su vida, de su muerte, de su
resurrección y de su intercesión junto al Padre.

1342 Desde el comienzo la Iglesia fue fiel a la orden del Señor. De la Iglesia de Jerusalén se
dice: Acudían asiduamente a la enseñanza de los apóstoles, fieles a la comunión fraterna, a la
fracción del pan y a las oraciones...Acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un
mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y con sencillez de
corazón (Hch 2,42.46).

1343 Era sobre todo "el primer día de la semana", es decir, el domingo, el día de la resurrección
de Jesús, cuando los cristianos se reunían para "partir el pan" (Hch 20,7). Desde entonces hasta
nuestros días la celebración de la Eucaristía se ha perpetuado, de suerte que hoy la encontramos
por todas partes en la Iglesia, con la misma estructura fundamental. Sigue siendo el centro de la
vida de la Iglesia.

1344 Así, de celebración en celebración, anunciando el misterio pascual de Jesús "hasta que
venga" (1 Co 11,26), el pueblo de Dios peregrinante "camina por la senda estrecha de la cruz"
(AG 1) hacia el banquete celestial, donde todos los elegidos se sentarán a la mesa del Reino.

IV La celebración litúrgica de la Eucaristía

La misa de todos los siglos

1345 Desde el siglo II, según el testimonio de S. Justino mártir, tenemos las grandes líneas del
desarrollo de la celebración eucarística. Estas han permanecido invariables hasta nuestros días a
través de la diversidad de tradiciones rituales litúrgicas. He aquí lo que el santo escribe, hacia el
año 155, para explicar al emperador pagano Antonino Pío (138-161) lo que hacen los cristianos:

El día que se llama día del sol tiene lugar la reunión en un mismo sitio de todos los que habitan
en la ciudad o en el campo.
Se leen las memorias de los Apóstoles y los escritos de los profetas, tanto tiempo como es
186
posible.
Cuando el lector ha terminado, el que preside toma la palabra para incitar y exhortar a la
imitación de tan bellas cosas.
Luego nos levantamos todos juntos y oramos por nosotros...y por todos los demás donde quiera
que estén a fin de que seamos hallados justos en nuestra vida y nuestras acciones y seamos fieles
a los mandamientos para alcanzar así la salvación eterna.
Cuando termina esta oración nos besamos unos a otros.
Luego se lleva al que preside a los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclados.
El presidente los toma y eleva alabanza y gloria al Padre del universo, por el nombre del Hijo y
del Espíritu Santo y da gracias (en griego: eucharistian) largamente porque hayamos sido
juzgados dignos de estos dones.
Cuando terminan las oraciones y las acciones de gracias todo el pueblo presente pronuncia una
aclamación diciendo: Amén.
Cuando el que preside ha hecho la acción de gracias y el pueblo le ha respondido, los que entre
nosotros se llaman diáconos distribuyen a todos los que están presentes pan, vino y agua
"eucaristizados" y los llevan a los ausentes (S. Justino, apol. 1, 65; 67).

1346 La liturgia de la Eucaristía se desarrolla conforme a una estructura fundamental que se ha


conservado a través de los siglos hasta nosotros. Comprende dos grandes momentos que forman
una unidad básica:

— La reunión, la liturgia de la Palabra, con las lecturas, la homilía y la oración universal;

— la liturgia eucarística, con la presentación del pan y del vino, la acción de gracias
consecratoria y la comunión.

Liturgia de la Palabra y Liturgia eucarística constituyen juntas "un solo acto de culto" (SC 56);
en efecto, la mesa preparada para nosotros en la Eucaristía es a la vez la de la Palabra de Dios y
la del Cuerpo del Señor (cf. DV 21).

1347 He aquí el mismo dinamismo del banquete pascual de Jesús resucitado con sus discípulos:
en el camino les explicaba las Escrituras, luego, sentándose a la mesa con ellos, "tomó el pan,
pronunció la bendición, lo partió y se lo dio" (cf Lc 24,13- 35).

El desarrollo de la celebración

1348 Todos se reúnen. Los cristianos acuden a un mismo lugar para la asamblea eucarística. A su
cabeza está Cristo mismo que es el actor principal de la Eucaristía. El es sumo sacerdote de la
Nueva Alianza. El mismo es quien preside invisiblemente toda celebración eucarística. Como
representante suyo, el obispo o el presbítero (actuando "in persona Christi capitis") preside la
asamblea, toma la palabra después de las lecturas, recibe las ofrendas y dice la plegaria
eucarística. Todos tienen parte activa en la celebración, cada uno a su manera: los lectores, los
que presentan las ofrendas, los que dan la comunión, y el pueblo entero cuyo "Amén" manifiesta
su participación.
187
1349 La liturgia de la Palabra comprende "los escritos de los profetas", es decir, el Antiguo
Testamento, y "las memorias de los apóstoles", es decir sus cartas y los Evangelios; después la
homilía que exhorta a acoger esta palabra como lo que es verdaderamente, Palabra de Dios (cf 1
Ts 2,13), y a ponerla en práctica; vienen luego las intercesiones por todos los hombres, según la
palabra del Apóstol: "Ante todo, recomiendo que se hagan plegarias, oraciones, súplicas y
acciones de gracias por todos los hombres; por los reyes y por todos los constituidos en
autoridad" (1 Tm 2,1-2).

1350 La presentación de las ofrendas (el ofertorio): entonces se lleva al altar, a veces en
procesión, el pan y el vino que serán ofrecidos por el sacerdote en nombre de Cristo en el
sacrificio eucarístico en el que se convertirán en su Cuerpo y en su Sangre. Es la acción misma
de Cristo en la última Cena, "tomando pan y una copa". "Sólo la Iglesia presenta esta oblación,
pura, al Creador, ofreciéndole con acción de gracias lo que proviene de su creación" (S. Ireneo,
haer. 4, 18, 4; cf. Ml 1,11). La presentación de las ofrendas en el altar hace suyo el gesto de
Melquisedec y pone los dones del Creador en las manos de Cristo. El es quien, en su sacrificio,
lleva a la perfección todos los intentos humanos de ofrecer sacrificios.

1351 Desde el principio, junto con el pan y el vino para la Eucaristía, los cristianos presentan
tambié n s u s d o n e s p a r a compartirlos con los que tienen necesidad. Esta costumbre de la
colecta (cf 1 Co 16,1), siempre actual, se inspira en el ejemplo de Cristo que se hizo pobre para
enriquecernos (cf 2 Co 8,9):

Los que son ricos y lo desean, cada uno según lo que se ha impuesto; lo que es recogido es
entregado al que preside, y él atiende a los huérfanos y viudas, a los que la enfermedad u otra
causa priva de recursos, los presos, los inmigrantes y, en una palabra, socorre a todos los que
están en necesidad (S. Justino, apol. 1, 67,6).

1352 La Anáfora: Con la plegaria eucarística, oración de acción de gracias y de consagración


llegamos al corazón y a la cumbre de la celebración:

En el prefacio, la Iglesia da gracias al Padre, por Cristo, en el Espíritu Santo, por todas sus obras
, por la creación, la redención y la santificación. Toda la asamblea se une entonces a la alabanza
incesante que la Iglesia celestial, los ángeles y todos los santos, cantan al Dios tres veces santo;

1353 En la epíclesis, la Iglesia pide al Padre que envíe su Espíritu Santo (o el poder de su
bendición (cf MR, canon romano, 90) sobre el pan y el vino, para que se conviertan por su poder,
en el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, y que quienes toman parte en la Eucaristía sean un solo
cuerpo y un solo espíritu (algunas tradiciones litúrgicas colocan la epíclesis después de la
anámnesis);

en el relato de la institución, la fuerza de las palabras y de la acción de Cristo y el poder del


Espíritu Santo hacen sacramentalmente presentes bajo las especies de pan y de vino su Cuerpo y
su Sangre, su sacrificio ofrecido en la cruz de una vez para siempre;
188
1354 en la anámnesis que sigue, la Iglesia hace memoria de la pasión, de la resurrección y del
retorno glorioso de Cristo Jesús; presenta al Padre la ofrenda de su Hijo que nos reconcilia con
él;

en las intercesiones, la Iglesia expresa que la Eucaristía se celebra en comunión con toda la
Iglesia del cielo y de la tierra, de los vivos y de los difuntos, y en comunión con los pastores de
la Iglesia, el Papa, el obispo de la diócesis, su presbiterio y sus diáconos y todos los obispos del
mundo entero con sus iglesias.

1355 En la comunión, precedida por la oración del Señor y de la fracción del pan, los fieles
reciben "el pan del cielo" y "el cáliz de la salvación", el Cuerpo y la Sangre de Cristo que se
entregó "para la vida del mundo" (Jn 6,51):

Porque este pan y este vino han sido, según la expresión antigua "eucaristizados", "llamamos a
este alimento Eucaristía y nadie puede tomar parte en él s i no cree en la verdad de lo que se
enseña entre nosotros, si no ha recibido el baño para el perdón de los pecados y el nuevo
nacimiento, y si no vive según los preceptos de Cristo" (S. Justino, apol. 1, 66,1-2).

V El sacrificio sacramental: acción de gracias, memorial, presencia

1356 Si los cristianos celebran la Eucaristía desde los orígenes, y de forma que, en su substancia,
no ha cambiado a través de la gran diversidad de épocas y de liturgias, sucede porque sabemos
que estamos sujetos al mandato del Señor, dado la víspera de su pasión: "haced esto en memoria
mía" (1 Co 11,24-25).

1357 Cumplimos este mandato del Señor celebrando el memorial de su sacrificio. Al hacerlo,
ofrecemos al Padre lo que él mismo nos ha dado: los dones de su Creación, el pan y el vino,
convertidos por el poder del Espíritu Santo y las palabras de Cristo, en el Cuerpo y la Sangre del
mismo Cristo: Así Cristo se hace real y misteriosamente presente.

1358 Por tanto, debemos considerar la Eucaristía

— como acción de gracias y alabanza al Padre


— como memorial del sacrificio de Cristo y de su Cuerpo,
— como presencia de Cristo por el poder de su Palabra y de su Espíritu.

La acción de gracias y la alabanza al Padre

1359 La Eucaristía, sacramento de nuestra salvación realizada por Cristo en la cruz, es también
un sacrificio de alabanza en acción de gracias por la obra de la creación. En el sacrificio
eucarístico, toda la creación amada por Dios es presentada al Padre a través de la muerte y
resurrección de Cristo. Por Cristo, la Iglesia puede ofrecer el sacrificio de alabanza en acción de
gracias por todo lo que Dios ha hecho de bueno, de bello y de justo en la creación y en la
humanidad.
189
1360 La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre, una bendición por la cual la
Iglesia expresa su reconocimiento a Dios por todos sus beneficios, por todo lo que ha realizado
mediante la creación, la redención y la santificación. "Eucaristía" significa, ante todo, acción de
gracias.

1361 La Eucaristía es también el sacrificio de alabanza por medio del cual la Iglesia canta la
gloria de Dios en nombre de toda la creación. Este sacrificio de alabanza sólo es posible a través
de Cristo: él une los fieles a su persona, a su alabanza y a su intercesión, de manera que el
sacrificio de alabanza al Padre es ofrecido por Cristo y con Cristo para ser aceptado en él.

El memorial sacrificial de Cristo y de su Cuerpo, que es la Iglesia

1362 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, la actualización y la ofrenda


sacramental de su único sacrificio, en la liturgia de la Iglesia que es su Cuerpo. En todas las
plegarias eucarísticas encontramos, tras las palabras de la institución, una oración llamada
anámnesis o memorial.

1363 En el sentido empleado por la Sagrada Escritura, el memorial no es solamente el recuerdo


de los acontecimientos del pasado, sino la proclamación de las maravillas que Dios ha realizado
en favor de los hombres (cf Ex 13,3). En la celebración litúrgica, estos acontecimientos se hacen,
en cierta forma, presentes y actuales. De esta manera Israel entiende su liberación de Egipto:
cada vez que es celebrada la pascua, los acontecimientos del Exodo se hacen presentes a la
memoria de los creyentes a fin de que conformen su vida a estos acontecimientos.

1364 El memorial recibe un sentido nuevo en el Nuevo Testamento. Cuando la Iglesia celebra la
Eucaristía, hace memoria de la Pascua de Cristo y esta se hace presente: el sacrificio que Cristo
ofreció de una vez para siempre en la cruz, permanece siempre actual (cf Hb 7,25-27): "Cuantas
veces se renueva en el altar el sacrificio de la cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue
inmolado, se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3).

1365 Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio. El carácter
sacrificial de la Eucaristía se manifiesta en las palabras mismas de la institución: "Esto es mi
Cuerpo que será entregado por vosotros" y "Esta copa es la nueva Alianza en mi sangre, que será
derramada por vosotros" (Lc 22,19-20). En la Eucaristía, Cristo da el mismo cuerpo que por
nosotros entregó en la cruz, y la sangre misma que "derramó por muchos para remisión de los
pecados" (Mt 26,28).

1366 La Eucaristía es, pues, un sacrificio porque representa (= hace presente) el sacrificio de la
cruz, porque es su memorial y aplica su fruto:

(Cristo), nuestro Dios y Señor, se ofreció a Dios Padre una vez por todas, muriendo como
intercesor sobre el altar de la cruz, a fin de realizar para ellos (los hombres) una redención eterna.
Sin embargo, como su muerte no debía poner fin a su sacerdocio (Hb 7,24.27), en la última
Cena, "la noche en que fue entregado" (1 Co 11,23), quiso dejar a la Iglesia, su esposa amada, un
sacrificio visible (como lo reclama la naturaleza humana), donde sería representado el sacrificio
sangriento que iba a realizarse una única vez en la cruz cuya memoria se perpetuaría hasta el fin
190
de los siglos (1 Co 11,23) y cuya virtud saludable se aplicaría a la redención de los pecados
que cometemos cada día (Cc. de Trento: DS 1740).

1367 El sacrificio de Cristo y el sacrificio de la Eucaristía son, pues, un único sacrificio: "Es una
y la misma víctima, que se ofrece ahora por el ministerio de los sacerdotes, que se ofreció a sí
misma entonces sobre la cruz. Sólo difiere la manera de ofrecer": (Cc. de Trento, Sess. 22a.,
Doctrina de ss. Missae sacrificio, c. 2: DS 1743) "Y puesto que en este divino sacrificio que se
realiza en la Misa, se contiene e inmola incruentamente el mismo Cristo que en el altar de la cruz
"se ofreció a sí mismo una vez de modo cruento"; …este sacrificio [es] verdaderamente
propiciatorio" (Ibid).

1368 La Eucaristía es igualmente el sacrificio de la Iglesia. La Iglesia, que es el Cuerpo de


Cristo, participa en la ofrenda de su Cabeza. Con él, ella se ofrece totalmente. Se une a su
intercesión ante el Padre por todos los hombres. En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es
también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su
sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así
un valor nuevo. El sacrificio de Cristo, presente sobre el altar, da a todas alas generaciones de
cristianos la posibilidad de unirse a su ofrenda.

En las catacumbas, la Iglesia es con frecuencia representada como una mujer en oración, los
brazos extendidos en actitud de orante. Como Cristo que extendió los brazos sobre la cruz, por
él, con él y en él, la Iglesia se ofrece e intercede por todos los hombres.

1369 Toda la Iglesia se une a la ofrenda y a la intercesión de Cristo. Encargado del ministerio
de Pedro en la Iglesia, el Papa es asociado a toda celebración de la Eucaristía en la que es
nombrado como signo y servidor de la unidad de la Iglesia universal. El obispo del lugar es
siempre responsable de la Eucaristía, incluso cuando es presidida por un presbítero; el nombre
del obispo se pronuncia en ella para significar su presidencia de la Iglesia particular en medio del
presbiterio y con la asistencia de los diáconos. La comunidad intercede también por todos los
ministros que, por ella y con ella, ofrecen el sacrificio eucarístico:

Que sólo sea considerada como legítima la eucaristía que se hace bajo la presidencia del obispo o
de quien él ha señalado para ello (S. Ignacio de Antioquía, Smyrn. 8,1).

Por medio del ministerio de los presbíteros, se realiza a la perfección el sacrificio espiritual de
los fieles en unión con el sacrificio de Cristo, único Mediador. Este, en nombre de toda la Iglesia,
por manos de los presbíteros, se ofrece incruenta y sacramentalmente en la Eucaristía, hasta que
el Señor venga (PO 2).

1370 A la ofrenda de Cristo se unen no sólo los miembros que están todavía aquí abajo, sino
también los que están ya en la gloria del cielo: La Iglesia ofrece el sacrificio eucarístico en
comunión con la santísima Virgen María y haciendo memoria de ella así como de todos los
santos y santas. En la Eucaristía, la Iglesia, con María, está como al pie de la cruz, unida a la
ofrenda y a la intercesión de Cristo.
191
1371 El sacrificio eucarístico es también ofrecido por los fieles difuntos "que han muerto en
Cristo y todavía no están plenamente purificados" (Cc. de Trento: DS 1743), para que puedan
entrar en la luz y la paz de Cristo:

Enterrad este cuerpo en cualquier parte; no os preocupe más su cuidado; solamente os ruego que,
dondequiera que os hallareis, os acordéis de mi ante el altar del Señor (S. Mónica, antes de su
muerte, a S. Agustín y su hermano; Conf. 9,9,27).

A continuación oramos (en la anáfora) por los santos padres y obispos difuntos, y en general por
todos los que han muerto antes que nosotros, creyendo que será de gran provecho para las almas,
en favor de las cuales es ofrecida la súplica, mientras se halla presente la santa y adorable
víctima...Presentando a Dios nuestras súplicas por los que han muerto, aunque fuesen
pecadores,... presentamos a Cristo inmolado por nuestros pecados, haciendo propicio para ellos y
para nosotros al Dios amigo de los hombres (s. Cirilo de Jerusalén, Cateq. mist. 5, 9.10).

1372 S. Agustín ha resumido admirablemente esta doctrina que nos impulsa a una participación
cada vez más completa en el sacrificio de nuestro Redentor que celebramos en la Eucaristía:

Esta ciudad plenamente rescatada, es decir, la asamblea y la sociedad de los santos, es ofrecida a
Dios como un sacrificio universal por el Sumo Sacerdote que, bajo la forma de esclavo, llegó a
ofrecerse por nosotros en su pasión, para hacer de nosotros el cuerpo de una tan gran
Cabeza...Tal es el sacrificio de los cristianos: "siendo muchos, no formamos más que un sólo
cuerpo en Cristo" (Rm 12,5). Y este sacrificio, la Iglesia no cesa de reproducirlo en el
Sacramento del altar bien conocido de los fieles, donde se muestra que en lo que ella ofrece se
ofrece a sí misma (civ. 10,6).

La presencia de Cristo por el poder de su Palabra y del Espíritu Santo

1373 "Cristo Jesús que murió, resucitó, que está a la derecha de Dios e intercede por nosotros"
(Rm 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la
oración de su Iglesia, "allí donde dos o tres estén reunidos en mi nombre" (Mt 18,20), en los
pobres, los enfermos, los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el
sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, "sobre todo, (está presente) bajo las
especies eucarísticas" (SC 7).

1374 El modo de presencia de Cristo bajo las especies eucarísticas es singular. Eleva la eucaristía
por encima de todos los sacramentos y hace de ella "como la perfección de la vida espiritual y el
fin al que tienden todos los sacramentos" (S. Tomás de A., s.th. 3, 73, 3). En el santísimo
sacramento de la Eucaristía están "contenidos verdadera, real y substancialmente el Cuerpo y la
Sangre junto con el alma y la divinidad de nuestro Señor Jesucristo, y, por consiguiente, Cristo
entero" (Cc. de Trento: DS 1651). "Esta presencia se denomina `real', no a título exclusivo, como
si las otras presencias no fuesen `reales', sino por excelencia, porque es substancial, y por ella
Cristo, Dios y hombre, se hace totalmente presente" (MF 39).

1375 Mediante la conversión del pan y del vino en su Cuerpo y Sangre, Cristo se hace presente
en este sacramento. Los Padres de la Iglesia afirmaron con fuerza la fe de la Iglesia en la eficacia
192
de la Palabra de Cristo y de la acción del Espíritu Santo para obrar esta conversión. Así, S.
Juan Crisóstomo declara que:

No es el hombre quien hace que las cosas ofrecidas se conviertan en Cuerpo y Sangre de Cristo,
sino Cristo mismo que fue crucificado por nosotros. El sacerdote, figura de Cristo, pronuncia
estas palabras, pero su eficacia y su gracia provienen de Dios. Esto es mi Cuerpo, dice. Esta
palabra transforma las cosas ofrecidas (Prod. Jud. 1,6).

Y S. Ambrosio dice respecto a esta conversión:

Estemos bien persuadidos de que esto no es lo que la naturaleza ha producido, sino lo que la
bendición ha consagrado, y de que la fuerza de la bendición supera a la de la naturaleza, porque
por la bendición la naturaleza misma resulta cambiada...La palabra de Cristo, que pudo hacer de
la nada lo que no existía, ¿no podría cambiar las cosas existentes en lo que no eran todavía?
Porque no es menos dar a las cosas su naturaleza primera que cambiársela (myst. 9,50.52).

1376 El Concilio de Trento resume la fe católica cuando afirma: "Porque Cristo, nuestro
Redentor, dijo que lo que ofrecía bajo la especie de pan era verdaderamente su Cuerpo, se ha
mantenido siempre en la Iglesia esta convicción, que declara de nuevo el Santo Concilio: por la
consagración del pan y del vino se opera el cambio de toda la substancia del pan en la substancia
del Cuerpo de Cristo nuestro Señor y de toda la substancia del vino en la substancia de su sangre;
la Iglesia católica ha llamado justa y apropiadamente a este cambio transubstanciación" (DS
1642).

1377 La presencia eucarística de Cristo comienza en el momento de la consagración y dura todo


el tiempo que subsistan las especies eucarísticas. Cristo está todo entero presente en cada una de
las especies y todo entero en cada una de sus partes, de modo que la fracción del pan no divide a
Cristo (cf Cc. de Trento: DS 1641).

1378 El culto de la Eucaristía. En la liturgia de la misa expresamos nuestra fe en la presencia


real de Cristo bajo las especies de pan y de vino, entre otras maneras, arrodillándonos o
inclinándonos profundamente en señal de adoración al Señor. "La Iglesia católica ha dado y
continua dando este culto de adoración que se debe al sacramento de la Eucaristía no solamente
durante la misa, sino también fuera de su celebración: conservando con el mayor cuidado las
hostias consagradas, presentándolas a los fieles para que las veneren con solemnidad, llevándolas
en procesión" (MF 56).

1379 El Sagrario (tabernáculo) estaba primeramente destinado a guardar dignamente la


Eucaristía para que pudiera ser llevada a los enfermos y ausentes fuera de la misa. Por la
profundización de la fe en la presencia real de Cristo en su Eucaristía, la Iglesia tomó conciencia
del sentido de la adoración silenciosa del Señor presente bajo las especies eucarísticas. Por eso,
el sagrario debe estar colocado en un lugar particularmente digno de la iglesia; debe estar
construido de tal forma que subraye y manifieste la verdad de la presencia real de Cristo en el
santo sacramento.
193
1380 Es grandemente admirable que Cristo haya querido hacerse presente en su Iglesia de
esta singular manera. Puesto que Cristo iba a dejar a los suyos bajo su forma visible, quiso
darnos su presencia sacramental; puesto que iba a ofrecerse en la cruz por muestra salvación,
quiso que tuviéramos el memorial del amor con que nos había amado "hasta el fin" (Jn 13,1),
hasta el don de su vida. En efecto, en su presencia eucarística permanece misteriosamente en
medio de nosotros como quien nos amó y se entregó por nosotros (cf Ga 2,20), y se queda bajo
los signos que expresan y comunican este amor:

La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico. Jesús nos espera en este
sacramento del amor. No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración, en la
contemplación llena de fe y abierta a reparar las faltas graves y delitos del mundo. No cese nunca
nuestra adoración. (Juan Pablo II, lit. Dominicae Cenae, 3).

1381 "La presencia del verdadero Cuerpo de Cristo y de la verdadera Sangre de Cristo en este
sacramento, `no se conoce por los sentidos, dice S. Tomás, sino solo por la fe , la cual se apoya
en la autoridad de Dios'. Por ello, comentando el texto de S. Lucas 22,19: `Esto es mi Cuerpo que
será entregado por vosotros', S. Cirilo declara: `No te preguntes si esto es verdad, sino acoge más
bien con fe las palabras del Señor, porque él, que es la Verdad, no miente" (S. Tomás de Aquino,
s.th. 3,75,1, citado por Pablo VI, MF 18):

Adoro te devote, latens Deitas,


Quae sub his figuris vere latitas:
Tibi se cor meum totum subjicit,
Quia te contemplans totum deficit.

Visus, gustus, tactus in te fallitur,


Sed auditu solo tuto creditur:
Credo quidquod dixit Dei Filius:
Nil hoc Veritatis verbo verius.

(Adórote devotamente, oculta Deidad,


que bajo estas sagradas especies te ocultas verdaderamente:
A ti mi corazón totalmente se somete,
pues al contemplarte, se siente desfallecer por completo.

La vista, el tacto, el gusto, son aquí falaces;


sólo con el oído se llega a tener fe segura.
Creo todo lo que ha dicho el Hijo de Dios,
nada más verdadero que esta palabra de Verdad.)

VI El banquete pascual

1382 La misa es, a la vez e inseparablemente, el memorial sacrificial en que se perpetúa el


sacrificio de la cruz, y el banquete sagrado de la comunión en el Cuerpo y la Sangre del Señor.
Pero la celebración del sacrificio eucarístico está totalmente orientada hacia la unión íntima de
194
los fieles con Cristo por medio de la comunión. Comulgar es recibir a Cristo mismo que se
ofrece por nosotros.

1383 El altar, en torno al cual la Iglesia se reúne en la celebración de la Eucaristía, representa los
dos aspectos de un mismo misterio: el altar del sacrificio y la mesa del Señor, y esto, tanto más
cuanto que el altar cristiano es el símbolo de Cristo mismo, presente en medio de la asamblea de
sus fieles, a la vez como la víctima ofrecida por nuestra reconciliación y como alimento celestial
que se nos da. "¿Qué es, en efecto, el altar de Cristo sino la imagen del Cuerpo de Cristo?", dice
S. Ambrosio (sacr. 5,7), y en otro lugar: "El altar representa el Cuerpo (de Cristo), y el Cuerpo de
Cristo está sobre el altar" (sacr. 4,7). La liturgia expresa esta unidad del sacrificio y de la
comunión en numerosas oraciones. Así, la Iglesia de Roma ora en su anáfora:

Te pedimos humildemente, Dios todopoderoso, que esta ofrenda sea llevada a tu presencia hasta
el altar del cielo, por manos de tu ángel, para que cuantos recibimos el Cuerpo y la Sangre de tu
Hijo, al participar aquí de este altar, seamos colmados de gracia y bendición.

“Tomad y comed todos de él”: la comunión

1384 El Señor nos dirige una invitación urgente a recibirle en el sacramento de la Eucaristía: "En
verdad en verdad os digo: si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no
tendréis vida en vosotros" (Jn 6,53).

1385 Para responder a esta invitación, debemos prepararnos para este momento tan grande y
santo. S. Pablo exhorta a un examen de conciencia: "Quien coma el pan o beba el cáliz del Señor
indignamente, será reo del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Examínese, pues, cada cual, y coma
entonces del pan y beba del cáliz. Pues quien come y bebe sin discernir el Cuerpo, come y bebe
su propio castigo" ( 1 Co 11,27-29). Quien tiene conciencia de estar en pecado grave debe recibir
el sacramento de la Reconciliación antes de acercarse a comulgar.

1386 Ante la grandeza de este sacramento, el fiel sólo puede repetir humildemente y con fe
ardiente las palabras del Centurión (cf Mt 8,8): "Señor, no soy digno de que entres en mi casa,
pero una palabra tuya bastará para sanarme". En la Liturgia de S. Juan Crisóstomo, los fieles
oran con el mismo espíritu:

Hazme comulgar hoy en tu cena mística, oh Hijo de Dios. Porque no diré el secreto a tus
enemigos ni te daré el beso de Judas. Sino que, como el buen ladrón, te digo: Acuérdate de mí,
Señor, en tu Reino.

1387 Para prepararse convenientemente a recibir este sacramento, los fieles deben observar el
ayuno prescrito por la Iglesia (cf CIC can. 919). Por la actitud corporal (gestos, vestido) se
manifiesta el respeto, la solemnidad, el gozo de ese momento en que Cristo se hace nuestro
huésped.

1388 Es conforme al sentido mismo de la Eucaristía que los fieles, con las debidas disposiciones
(cf CIC, can. 916), comulguen cuando participan en la misa (cf CIC, can 917. Los fieles, en el
mismo día, pueden recibir la Santísima Eucaristía sólo una segunda vez: Cf Pontificia
195
Commissio Codici Iuris Canonici Authentice Interpretando, Responsa ad proposita dubia, 1:
AAS 76 (1984) 746): "Se recomienda especialmente la participación más perfecta en la misa,
recibiendo los fieles, después de la comunión del sacerdote, del mismo sacrificio, el cuerpo del
Señor" (SC 55).

1389 La Iglesia obliga a los fieles a participar los domingos y días de fiesta en la divina liturgia
(cf OE 15) y a recibir al menos una vez al año la Eucaristía, s i es posible en tiempo pascual (cf
CIC, can. 920), preparados por el sacramento de la Reconciliación. Pero la Iglesia recomienda
vivamente a los fieles recibir la santa Eucaristía los domingos y los días de fiesta, o con más
frecuencia aún, incluso todos los días.

1390 Gracias a la presencia sacramental de Cristo bajo cada una de las especies, la comunión
bajo la sola especie de pan ya hace que se reciba todo el fruto de gracia propio de la Eucaristía.
Por razones pastorales, esta manera de comulgar se ha establecido legítimamente como la más
habitual en el rito latino. "La comunión tiene una expresión más plena por razón del signo
cuando se hace bajo las dos especies. Ya que en esa forma es donde más perfectamente se
manifiesta el signo del banquete eucarístico" (IGMR 240). Es la forma habitual de comulgar en
los ritos orientales.

Los frutos de la comunión

1391 La comunión acrecienta nuestra unión con Cristo. Recibir la Eucaristía en la comunión da
como fruto principal la unión íntima con Cristo Jesús. En efecto, el Señor dice: "Quien come mi
Carne y bebe mi Sangre habita en mí y yo en él" (Jn 6,56). La vida en Cristo encuentra su
fundamento en el banquete eucarístico: "Lo mismo que me ha enviado el Padre, que vive, y yo
vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí" (Jn 6,57):

Cuando en las fiestas del Señor los fieles reciben el Cuerpo del Hijo, proclaman unos a otros la
Buena Nueva de que se dan las arras de la vida, como cuando el ángel dijo a María de Magdala:
"¡Cristo ha resucitado!" He aquí que ahora también la vida y la resurrección son comunicadas a
quien recibe a Cristo (Fanqîth, Oficio siriaco de Antioquía, vol. I, Commun, 237 a-b).

1392 Lo que el alimento material produce en nuestra vida corporal, la comunión lo realiza de
manera admirable en nuestra vida espiritual. La comunión con la Carne de Cristo resucitado,
vivificada por el Espíritu Santo y vivificante (PO 5), conserva, acrecienta y renueva la vida de
gracia recibida en el Bautismo. Este crecimiento de la vida cristiana necesita ser alimentado por
la comunión eucarística, pan de nuestra peregrinación, hasta el momento de la muerte, cuando
nos sea dada como viático.

1393 La comunión nos separa del pecado. El Cuerpo de Cristo que recibimos en la comunión es
"entregado por nosotros", y la Sangre que bebemos es "derramada por muchos para el perdón de
los pecados". Por eso la Eucaristía no puede unirnos a Cristo sin purificarnos al mismo tiempo de
los pecados cometidos y preservarnos de futuros pecados:

"Cada vez que lo recibimos, anunciamos la muerte del Señor" (1 Co 11,26). Si anunciamos la
muerte del Señor, anunciamos también el perdón de los pecados . Si cada vez que su Sangre es
196
derramada, lo es para el perdón de los pecados, debo recibirle siempre, para que siempre me
perdone los pecados. Yo que peco siempre, debo tener siempre un remedio (S. Ambrosio, sacr. 4,
28).

1394 Como el alimento corporal sirve para restaurar la pérdida de fuerzas, la Eucaristía fortalece
la caridad que, en la vida cotidiana, tiende a debilitarse; y esta caridad vivificada borra los
pecados veniales (cf Cc. de Trento: DS 1638). Dándose a nosotros, Cristo reaviva nuestro amor y
nos hace capaces de romper los lazos desordenados con las criaturas y de arraigarnos en él:

Porque Cristo murió por nuestro amor, cuando hacemos conmemoración de su muerte en nuestro
sacrificio, pedimos que venga el Espíritu Santo y nos comunique el amor; suplicamos
fervorosamente que aquel mismo amor que impulsó a Cristo a dejarse crucificar por nosotros sea
infundido por el Espíritu Santo en nuestro propios corazones, con objeto de que consideremos al
mundo como crucificado para nosotros, y sepamos vivir crucificados para el mundo...y, llenos de
caridad, muertos para el pecado vivamos para Dios (S. Fulgencio de Ruspe, Fab. 28,16-19).

1395 Por la misma caridad que enciende en nosotros, la Eucaristía nos preserva de futuros
pecados mortales. Cuanto más participamos en la vida de Cristo y más progresamos en su
amistad, tanto más difícil se nos hará romper con él por el pecado mortal. La Eucaristía no está
ordenada al perdón de los pecados mortales. Esto es propio del sacramento de la Reconciliación.
Lo propio de la Eucaristía es ser el sacramento de los que están en plena comunión con la Iglesia.

1396 La unidad del Cuerpo místico: La Eucaristía hace la Iglesia. Los que reciben la Eucaristía
se unen más estrechamente a Cristo. Por ello mismo, Cristo los une a todos los fieles en un solo
cuerpo: la Iglesia. La comunión renueva, fortifica, profundiza esta incorporación a la Iglesia
realizada ya por el Bautismo. En el Bautismo fuimos llamados a no formar más que un solo
cuerpo (cf 1 Co 12,13). La Eucaristía realiza esta llamada: "El cáliz de bendición que
bendecimos ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? y el pan que partimos ¿no es
comunión con el Cuerpo de Cristo? Porque aun siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo
somos, pues todos participamos de un solo pan" (1 Co 10,16-17):

Si vosotros mismos sois Cuerpo y miembros de Cristo, sois el sacramento que es puesto sobre la
mesa del Señor, y recibís este sacramento vuestro. Respondéis "Amén" (es decir, "sí", "es
verdad") a lo que recibís, con lo que, respondiendo, lo reafirmáis. Oyes decir "el Cuerpo de
Cristo", y respondes "amén". Por lo tanto, se tú verdadero miembro de Cristo para que tu "amén"
sea también verdadero (S. Agustín, serm. 272).

1397 La Eucaristía entraña un compromiso en favor de los pobres: Para recibir en la verdad el
Cuerpo y la Sangre de Cristo entregados por nosotros debemos reconocer a Cristo en los más
pobres, sus hermanos (cf Mt 25,40):

Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando
digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te
ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aún así, no te has hecho más
misericordioso (S. Juan Crisóstomo, hom. in 1 Co 27,4).
197
1398 La Eucaristía y la unidad de los cristianos. Ante la grandeza de esta misterio, S.
Agustín exclama: "O sacramentum pietatis! O signum unitatis! O vinculum caritatis!" ("¡Oh
sacramento de piedad, oh signo de unidad, oh vínculo de caridad!", Ev. Jo. 26,13; cf SC 47).
Cuanto más dolorosamente se hacen sentir las divisiones de la Iglesia que rompen la
participación común en la mesa del Señor, tanto más apremiantes son las oraciones al Señor para
que lleguen los días de la unidad completa de todos los que creen en él.

1399 Las Iglesias orientales que no están en plena comunión con la Iglesia católica celebran la
Eucaristía con gran amor. "Mas como estas Iglesias, aunque separadas, tienen verdaderos
sacramentos, y sobre todo, en virtud de la sucesión apostólica, el sacerdocio y la Eucaristía, con
los que se unen aún más con nosotros con vínculo estrechísimo" (UR 15). Una cierta comunión
in sacris, por tanto, en la Eucaristía, "no solamente es posible, sino que se aconseja...en
circunstancias oportunas y aprobándolo la autoridad eclesiástica" (UR 15, cf CIC can. 844,3).

1400 Las comunidades eclesiales nacidas de la Reforma, separadas de la Iglesia católica, "sobre
todo por defecto del sacramento del orden, no han conservado la sustancia genuina e íntegra del
Misterio eucarístico" (UR 22). Por esto, para la Iglesia católica, la intercomunión eucarística con
estas comunidades no es posible. Sin embargo, estas comunidades eclesiales "al conmemorar en
la Santa Cena la muerte y la resurrección del Señor, profesan que en la comunión de Cristo se
significa la vida, y esperan su venida gloriosa" (UR 22).

1401 Si, a juicio del ordinario, se presenta una necesidad grave, los ministros católicos pueden
administrar los sacramentos (eucaristía, penitencia, unción de los enfermos) a cristianos que no
están en plena comunión con la Iglesia católica, pero que piden estos sacramentos con deseo y
rectitud: en tal caso se precisa que profesen la fe católica respecto a estos sacramentos y estén
bien dispuestos (cf CIC, can. 844,4).

VII La Eucaristía, "Pignus futurae gloriae"

1402 En una antigua oración, la Iglesia aclama el misterio de la Eucaristía: "O sacrum convivium
in quo Christus sumitur . Recolitur memoria passionis eius; mens impletur gratia et futurae
gloriae nobis pignus datur" ("¡Oh sagrado banquete, en que Cristo es nuestra comida; se celebra
el memorial de su pasión; el alma se llena de gracia, y se nos da la prenda de la gloria futura!").
Si la Eucaristía es el memorial de la Pascua del Señor y s i por nuestra comunión en el altar
somos colmados "de toda bendición celestial y gracia" (MR, Canon Romano 96: "Supplices te
rogamus"), la Eucaristía es también la anticipación de la gloria celestial.

1403 En la última cena, el Señor mismo atrajo la atención de sus discípulos hacia el
cumplimiento de la Pascua en el reino de Dios: "Y os digo que desde ahora no beberé de este
fruto de la vid hasta el día en que lo beba con vosotros, de nuevo, en el Reino de mi Padre" (Mt
26,29; cf. Lc 22,18; Mc 14,25). Cada vez que la Iglesia celebra la Eucaristía recuerda esta
promesa y su mirada se dirige hacia "el que viene" (Ap 1,4). En su oración, implora su venida:
"Maran atha" (1 Co 16,22), "Ven, Señor Jesús" (Ap 22,20), "que tu gracia venga y que este
mundo pase" (Didaché 10,6).
198
1404 La Iglesia sabe que, ya ahora, el Señor viene en su Eucaristía y que está ahí en medio de
nosotros. Sin embargo, esta presencia está velada. Por eso celebramos la Eucaristía "expectantes
beatam spem et adventum Salvatoris nostri Jesu Christi" ("Mientras esperamos la gloriosa venida
de Nuestro Salvador Jesucristo", Embolismo después del Padre Nuestro; cf Tt 2,13), pidiendo
entrar "en tu reino, donde esperamos gozar todos juntos de la plenitud eterna de tu gloria; allí
enjugarás las lágrimas de nuestros ojos, porque, al contemplarte como tú eres, Dios nuestro,
seremos para siempre semejantes a ti y cantaremos eternamente tus alabanzas, por Cristo, Señor
Nuestro" (MR, Plegaria Eucarística 3, 128: oración por los difuntos).

1405 De esta gran esperanza, la de los cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la
justicia (cf 2 P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más manifiesto que la Eucaristía. En
efecto, cada vez que se celebra este misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y
"partimos un mismo pan que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino para vivir
en Jesucristo para siempre" (S. Ignacio de Antioquía, Eph 20,2).

Resumen

1406 Jesús dijo: "Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para
siempre...el que come mi Carne y bebe mi Sangre, tiene vida eterna...permanece en mí y yo en
él" (Jn 6, 51.54.56).

1407 La Eucaristía es el corazón y la cumbre de la vida de la Iglesia, pues en ella Cristo asocia
su Iglesia y todos sus miembros a su sacrificio de alabanza y acción de gracias ofrecido una vez
por todas en la cruz a su Padre; por medio de este sacrificio derrama las gracias de la salvación
sobre su Cuerpo, que es la Iglesia.

1408 La celebración eucarística comprende siempre: la proclamación de la Palabra de Dios, la


acción de gracias a Dios Padre por todos sus beneficios, sobre todo por el don de su Hijo, la
consagración del pan y del vino y la participación en el banquete litúrgico por la recepción del
Cuerpo y de la Sangre del Señor: estos elementos constituyen un solo y mismo acto de culto.

1409 La Eucaristía es el memorial de la Pascua de Cristo, es decir, de la obra de la salvación


realizada por la vida, la muerte y la resurrección de Cristo, obra que se hace presente por la
acción litúrgica.

1410 Es Cristo mismo, sumo sacerdote y eterno de la nueva Alianza, quien, por el ministerio de
los sacerdotes, ofrece el sacrificio eucarístico. Y es también el mismo Cristo, realmente presente
bajo las especies del pan y del vino, la ofrenda del sacrificio eucarístico.

1411 Sólo los presbíteros válidamente ordenados pueden presidir la Eucaristía y consagrar el
pan y el vino para que se conviertan en el Cuerpo y la Sangre del Señor.

1412 Los signos esenciales del sacramento eucarístico son pan de trigo y vino de vid, sobre los
cuales es invocada la bendición del Espíritu Santo y el presbítero pronuncia las palabras de la
consagración dichas por Jesús en la última cena: "Esto es mi Cuerpo entregado por
vosotros...Este es el cáliz de mi Sangre..."
199
1413 Por la consagración se realiza la transubstanciación del pan y del vino en el Cuerpo y
la Sangre de Cristo. Bajo las especies consagradas del pan y del vino, Cristo mismo, vivo y
glorioso, está presente de manera verdadera, real y substancial, con su Cuerpo, su Sangre, su
alma y su divinidad (cf Cc. de Trento: DS 1640; 1651).

1414 En cuanto sacrificio, la Eucaristía es ofrecida también en reparación de los pecados de los
vivos y los difuntos, y para obtener de Dios beneficios espirituales o temporales.

1415 El que quiere recibir a Cristo en la Comunión eucarística debe hallarse en estado de
gracia. Si uno tiene conciencia de haber pecado mortalmente no debe acercarse a la Eucaristía
sin haber recibido previamente la absolución en el sacramento de la Penitencia.

1416 La Sagrada Comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo acrecienta la unión del
comulgante con el Señor, le perdona los pecados veniales y lo preserva de pecados graves.
Puesto que los lazos de caridad entre el comulgante y Cristo son reforzados, la recepción de este
sacramento fortalece la unidad de la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo.

1417 La Iglesia recomienda vivamente a los fieles que reciban la sagrada comunión cuando
participan en la celebración de la Eucaristía; y les impone la obligación de hacerlo al menos
una vez al año.

1418 Puesto que Cristo mismo está presente en el Sacramento del Altar es preciso honrarlo con
culto de adoración. "La visita al Santísimo Sacramento es una prueba de gratitud, un signo de
amor y un deber de adoración hacia Cristo, nuestro Señor" (MF).

1419 Cristo, que pasó de este mundo al Padre, nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria
que tendremos junto a él: la participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón,
sostiene nuestras fuerzas a lo largo del peregrinar de esta vida, nos hace desear la Vida eterna y
nos une ya desde ahora a la Iglesia del cielo, a la Santa Virgen María y a todos los santos.

VII. LAS MODIFICACIONES DE LA NUEVA ORDENACIÓN


GENERAL PARA EL MISAL ROMANO
Introducción

Su Santidad Juan Pablo II aprobó el Jueves Santo del 2000, la revisión de la Institutio Generalis
Missalis Romani, conocida como la Instrucción General del Misal Romano. Esta nueva revisión
reemplaza la edición de 1975 de la Instituto Generalis.

Por ahora, la versión oficial se encuentra solamente en Latín.


La Institutio revisada aparece como una prolongación directa de la Constitución de la Sagrada
200
Liturgia (Sacrosanctum Concilium) del Segundo Concilio Vaticano, y de la antigua
Instrucción General del Misal Romano (Institutio Generalis Missalis Romani) de 1975. Al igual que
estos dos documentos iniciales, las prescripciones de la nueva Institutio se han de ver como maneras
concretas de especificar y subrayar la naturaleza y la importancia de la sagrada liturgia en la vida de
la Iglesia (vea el párrafo 5 de Sacrosanctum Concilium).

La estructura de la Institutio, en general, se mantiene igual, aunque existen algunos cambios


importantes. Se ha aumentado el número de párrafos de 340 a 399. Se ha desarrollado un capítulo
noveno con material nuevo sobre "Las Adaptaciones que son de la competencia de Obispos y de las
Conferencias de Obispos" a la luz de la Cuarta Instrucción sobre la Implementación de la
Constitución de la Sagrada Liturgia (29 de marzo de 1994).

En general, en los cinco capítulos originales, se han añadido varios párrafos que recogen cualquier
información sobre las rúbricas, divulgada a través de la Institutio, o descrita en el Orden de la Misa.
Como ejemplo, el número 90 provee un resumen adecuado de los ritos de conclusión.

Gran parte de la revisión de la nueva edición se ha basado en aspectos editoriales y estilistas,


ayudando así a que la Institutio aparezca con mayor precisión; pero se han introducido muchos de los
cambios para aclarar o reforzar el sentido de alguna sección particular. Por ejemplo, se ha añadido
con frecuencia el adjetivo "sagrado" a tales palabras como ministros, celebraciones, hostias,
vestimentas y acción, para mantener la exhortación que hiciera la misma Institutio de que "se debe
evitar aquello que no tenga que ver con lo sagrado" (344). De la misma manera, se ha añadido
también el adjetivo "profundo" a la palabra "venia" y el adjetivo "litúrgico" a la palabra "asamblea"
cuando el contexto de la frase u oración lo exija.

I. El Obispo, el Sacerdote y el Diácono

Se ha añadido un párrafo introductorio (91) a la sección que trata sobre los ministerios litúrgicos para
proveerle un marco de referencia a aquellos ministerios que están involucrados con la Eucaristía. La
Institutio nos recuerda que la celebración Eucarística es la acción de Cristo y de la Iglesia, es decir,
del "pueblo santo congregado y ordenado bajo el Obispo". Por tanto, la celebración Eucarística
pertenece a todo el Cuerpo de la Iglesia:

Dicha celebración manifiesta este mismo Cuerpo y lo afecta. En cuanto a los miembros individuales
del Cuerpo, la celebración Eucarística los toca de diferentes modos, de acuerdo a su rango, oficio, y
grado de participación en la Eucaristía. De esta manera, el pueblo Cristiano, "una raza escogida, un
sacerdocio real, una nación consagrada, un pueblo de su propiedad" muestra su cohesión y su orden
jerárquico. Por consiguiente, todos por igual, ya sean ministros ordenados o fieles Cristianos, por
virtud de su función y de su oficio, deben participar solamente en aquellas partes que les
corresponden.
201

A. El Obispo

El Obispo se encuentra al centro de cada celebración litúrgica ya que "la celebración de la Eucaristía
en la iglesia particular. . .es de suma importancia"(22). Las Misas que él celebra con su presbiterio,
sus diáconos y su pueblo reflejan el misterio de la Iglesia y deben ser un ejemplo para toda la
diócesis (22). El es el "mayordomo principal de los misterios. . .moderador, promotor y guardián" de
"toda la vida litúrgica" de su diócesis, esforzándose en asegurar que todos "capten interiormente un
sentido genuino de los textos y ritos litúrgicos, y así sean conducidos a una celebración activa y
fructífera de la Eucaristía" (22).

En la Institutio revisada aparecen dos cambios rituales que afectan al obispo. El obispo puede
disfrutar de la opción de bendecir al pueblo con el Evangeliario después de la proclamación del
evangelio (175). En segundo lugar, se han añadido palabras más específicas a la intercesión por el
obispo en las Plegarias Eucarísticas (149), incluyendo a la vez un recordatorio de que mientras que
es apropiado orar por el obispo coadjutor y los obispos auxiliares, no se deben mencionar otros
obispos que estén presentes.

B. El Sacerdote

Ya que la celebración de la Eucaristía se percibe como la función principal del sacerdote (19), se
recomienda que cada sacerdote "celebre el sacrificio Eucarístico diariamente, cuando sea posible"
(19). Igualmente, cuando esté presente en una Misa, el sacerdote debe participar revestido como
concelebrante, a no ser que esté excusado por una buena razón (114).

Cuando se celebre la Misa sin la participación del pueblo, no se debe celebrar sin un ministro
asistente "con excepción de una causa justa y razonable", en cuyo caso todos los saludos, las
instrucciones, y la bendición final de la Misa se omiten" (254)

De la misma manera, el sacerdote, sin añadir, quitar o cambiar nada por su propia autoridad puede
hacer decisiones en la preparación de la Misa (24) y, a la vez, mantener "el derecho de dirigir todo lo
que le corresponda a él" (111). En la selección de "cantos litúrgicos, lecturas, oraciones, comentarios
introductorios y gestos que correspondan mejor a las necesidades, grado de preparación y mentalidad
de los participantes..." (24) se le aconseja que considere "el bien común espiritual del pueblo de
Dios, en vez de preocuparse por sus propias inclinaciones" cuando escoja las opciones permitidas en
el Orden de la Misa (352).

La Institutio amplía las adaptaciones permitidas al sacerdote celebrante que, por lo general, aparecen
en el Orden de la Misa por la rúbrica,...en estas o palabras semejantes. Dichas adaptaciones tienen
como objetivo hacer que las instrucciones durante la liturgia sean más comprensibles para los fieles
(31). El sacerdote, sin embargo debe "siempre respetar el sentido de la introducción que el libro
litúrgico provee, expresándola solamente en términos breves" (31). Por tanto, el sacerdote celebrante
puede hacerle una breve introducción al rito introductorio de la Misa del día, a la Liturgia de la
Palabra, y a la Plegaria Eucarística, y hacer también algunos comentarios antes de la despedida (31).
202
Ritos iniciales

Prevalece cierta confusión con el acto penitencial, sobre todo en las Misas en lengua inglesa, cuando
se declara que la plegaria final o absolución del acto "carece de la eficacia del sacramento de la
penitencia" (51). Se recomienda la práctica extendida por la que el sacerdote entona el Gloria para
que siempre se cante este himno de alabanza (53,68). No obstante así, lo puede entonar un cantor o el
coro (53).

Liturgia de la Palabra

La propia Institutio les recuerda a los sacerdotes concelebrantes que, incluso, la práctica actual en la
Misa concelebrada sin un diácono permite que el sacerdote concelebrante proclame el evangelio.
Ante la presencia del obispo, el sacerdote solicita y recibe la bendición de la misma manera que el
diácono (212). "Sin embargo, esto no se debe hacer en una concelebración en la que un sacerdote
preside" (212).

A la explicación previa de la Institutio se han añadido varias afirmaciones que señalan que la homilía
es un comentario vivo de la Palabra de Dios que ha ser "comprendido como parte integral de la
acción litúrgica" (29). La homilía la debe hacer el sacerdote que preside, un sacerdote concelebrante,
incluso un diácono", pero nunca un laico" (66). "En casos particulares y con una razón legítima, la
homilía la puede hacer un Obispo o un sacerdote que están presentes en la celebración pero que no
pueden concelebrar" (66). Los domingos y días de precepto ha de haber homilía y, solamente por un
motivo muy grave, se puede eliminar de las Misas que se celebran con asistencia del pueblo (66). El
sacerdote puede hacer la homilía de pie "o bien desde la sede, o bien desde el ambón, o, cuando sea
oportuno, desde otro lugar adecuado" (136).

El sacerdote celebrante invita a los fieles a orar y concluye estas oraciones desde la sede. Hace la
invitación con las manos unidas y la oración conclusiva con las manos extendidas (138). Durante la
presentación de los dones, el sacerdote tiene la opción de pronunciar las fórmulas establecidas en alta
voz, pero sólo cuando no se esté cantando un canto ni el órgano se esté usando (142).

El sacerdote solo ha de rezar la Plegaria Eucarística "en virtud de su ordenación", mientras que la
asamblea de los fieles "se asocia al sacerdote en una fe silente, al igual que en las aclamaciones
previstas en la Plegaria Eucarística, que son las respuestas al diálogo del Prefacio, el Sanctus, la
aclamación después de la consagración y el Gran Amén después de la doxología final, y también
otras aclamaciones aprobadas por la Conferencia de Obispos y confirmadas por la Santa Sede" (147).
Se le exhorta al sacerdote a que cante aquellas partes de la Plegaria Eucarística provistas con música
(147).

Una descripción sumamente ampliada del signo de la paz aparece incluida en los números 82 y 154.
En ellas se describe la pax como un rito "con el que los fieles imploran la paz y la unidad para la
Iglesia y para toda la familia humana, y se ofrecen mutuamente un signo de Comunión eclesial y de
caridad antes de participar del Sacramento" (82). Para evitar cualquier interrupción durante el rito, el
sacerdote debe intercambiar el signo de la paz solamente con aquellos ministros que estén en el
santuario (154). (El modo de darse la paz se deja a las Conferencias Episcopales de cada pueblo).
Igualmente, para los fieles, "conviene que cada persona le ofrezca el signo de la paz solamente a
203
aquellos que están cerca y en una manera digna" (82). A medida de que los miembros de la
asamblea se dan el saludo de la paz, pueden decir: La paz del Señor esté siempre contigo. La
respuesta es: Amén (154).

La sección sobre la Fracción del Pan se ha ampliado notablemente para significar que "al compartir
de un mismo pan de vida que es Cristo, Quien murió y resucitó por la salvación del mundo, los fieles
se hacen un solo cuerpo (I Cor. 10, 17)". El rito está "reservado para el sacerdote o el diácono"; no
debe ser "prolongado innecesariamente ni su importancia debe ser exagerada" (83). Por tanto, ya no
se permite que los ministros extraordinarios participen de la fracción del pan y llenen los cálices con
la Preciosa Sangre.

Se permite la opción de elevar la hostia sobre el cáliz cuando dice Este es el Cordero de Dios (Ecce),
mostrándole a la asamblea ambas especies. De otro modo, la hostia debe ser mostrada sobre la
patena. Nunca se debe mostrar la hostia sola, en el aire, en el Ecce (243, 157).

Se describe con mayor detalle el modo en que el sacerdote da la bendición final. Después del saludo
y de la respuesta, el sacerdote une sus manos e inmediatamente coloca su mano izquierda sobre su
pecho, eleva la mano derecha y da la bendición (167).

C. El Diácono

Se ha añadido una nueva sección para describir el ministerio del diácono que incluye una lista de
responsabilidades propias del diácono en la Misa, al igual que algunas aclaraciones. Cuando lleva el
Evangeliario en la procesión de entrada, debe "elevar el libro ligeramente" (172). Cuando llega al
altar con el Evangeliario, no hace una inclinación profunda, sino que coloca el Evangeliario
inmediatamente sobre el altar y, entonces, besa el altar conjuntamente con el sacerdote (173).
Cuando no lleva el Evangeliario, el diácono hace la debida reverencia al altar como de costumbre
(173). Si se utiliza el incienso en este momento, el diácono asiste al sacerdote (173). Igualmente,
"proclama la lectura del Evangelio, a veces predica la Palabra de Dios, aclama las intenciones de la
oración universal, asiste al sacerdote, prepara el altar y sirve durante la celebración del sacrificio,
distribuye la Eucaristía a los fieles, especialmente bajo la especie de vino, y, de vez en cuando, dirige
a los fieles en cuanto a sus gestos y posturas" (94).

Cuando está presente, el diácono debe ejercer su función (116) y debe ser considerado, después del
sacerdote, como el primero de los ministros por virtud de su ordenación (94). Aunque la dalmática es
la vestidura propia del diácono, se puede omitir "por alguna necesidad o porque la celebración es de
un grado menor" (338).

También se ha dado mayor detalle a la función del diácono en la proclamación del Evangelio. Debe
hacer una inclinación profunda cuando pida la bendición y cuando tome el Evangeliario del altar
(175). Se ha incluido igualmente una descripción del gesto opcional de besar el Evangeliario por el
obispo. Sólo en ausencia de un lector preparado, el diácono puede proclamar las lecturas y también
hace las intenciones desde el ambón" (177).

Durante la Plegaria Eucarística el diácono "por regla general" se arrodilla desde la epíclesis hasta la
elevación del cáliz (179). Durante el resto de la Plegaria Eucarística, el diácono permanece de pie,
204
cerca del altar, cuando su función incluye el cáliz y el Misal. "No obstante así, en cuanto
sea posible, el diácono permanece lejos del altar, a un paso detrás de los concelebrantes" (215).
Cuando se utiliza el incienso para la elevación de la hostia y del cáliz, el diácono coloca incienso en
el incensario y, de rodillas, inciensa el Santísimo Sacramento (179). En ausencia del diácono, el
párrafo 150 provee que otro ministro ejerza la función de incensar.

El diácono hace la invitación para el Rito de la Paz con las manos unidas (181). Acto seguido, recibe
el signo de la paz del sacerdote y lo comparte con los ministros que están de pie cerca de él (181).

En el rito de Comunión, el sacerdote mismo le da la Comunión al diácono bajo las dos especies
(182). Cuando se da la Comunión bajo las dos especies a la asamblea, el diácono lo hace con el cáliz.
Cuando se ha terminado de distribuir la Comunión, el diácono, en el altar, consume con reverencia la
Sangre de Cristo que haya sobrado (182).

Se ha hecho una nota más explícita sobre la monición del diácono, "Inclinaos para recibir la
bendición", antes de la bendición solemne, y se le ha instruido que dé la monición final, "En el
nombre del Señor, podéis ir en paz" con las manos juntas (185).

II. Los Ministros Laicos

Los ministros laicos también aparecen en la nueva Institutio. Han de vestir alba u otra vestidura
legítimamente aprobada por la Conferencia Episcopal (339). Escogidos por "el párroco o el rector de
la Iglesia", reciben su ministerio por medio de una bendición litúrgica o por delegación temporal
(107).

Los Ministros Extraordinarios de la Sagrada Comunión

Los ministros extraordinarios de la Comunión pueden ser llamados por el sacerdote solamente
cuando no haya el número suficiente de sacerdotes o diáconos (162). En primer lugar, deben ser
llamados los acólitos instituidos, después aquellos que han sido delegados como ministros
extraordinarios de la Comunión, y por último, los que han sido delegados para esa ocasión (162).

La Institutio describe en detalle el modo en que dichos ministros extraordinarios de la Comunión


ejercen su ministerio. En la Misa, asisten solamente con la distribución de la Sagrada Comunión. Los
ministros extraordinarios de la Comunión se acercan al altar solamente después de que el sacerdote
haya recibido la Comunión (162) y siempre reciben del sacerdote los vasos sagrados que contienen el
Santísimo Sacramento que han de distribuir (162). Se reserva al sacerdote o al diácono la
distribución de las hostias consagradas y de la Preciosa Sangre a los vasos sagrados.

Después de la Comunión, el diácono consume el vino consagrado que sobra, o en su ausencia, el


mismo sacerdote lo hace (163). Tanto el diácono, como el sacerdote, o el acólito instituido es
responsable de la purificación de los vasos sagrados inmediatamente después de la Misa (279). No se
ha previsto que los ministros extraordinarios de la Eucaristía purifiquen los vasos sagrados.
205

Los Lectores

Los deberes del lector instituido aparecen definidos de una manera específica para él y "sólo él debe
ejercerlos, aunque estén presentes otros ministros ordenados" (99). En la ausencia de un lector
instituido, cualquier otra persona competente puede proclamar las Escrituras, mientras que éstas se
hayan preparado adecuadamente (101). Las funciones del maestro de ceremonias (106), músicos
(103), sacristanes (105), comentador (105), ujieres o ministros de hospitalidad (105) también
aparecen definidos.

La ampliación de las funciones propias de la Palabra de Dios nos hacen recordar que debido a que el
oficio de proclamar las Sagradas Escrituras es un ministerio, y no una función del celebrante, "las
lecturas deben ser proclamadas por un lector, el Evangelio por un diácono, o por un sacerdote que no
sea el celebrante" (59).

En ausencia del diácono, el lector, "usando su vestidura propia, puede llevar el Evangeliario
ligeramente elevado en la procesión de entrada (194). Al llegar al presbiterio, coloca el Evangeliario
sobre el altar y, después, se coloca en el presbiterio junto con los otros ministros (195). Sin embargo,
nunca se lleva el Leccionario en procesión.

Los Acólitos

El acólito es instituido con "funciones especiales" (98) que él solo debe realizar y que, idealmente,
deben ser distribuidos entre otros acólitos (187). Si un acólito instituido está presente, haga él lo que
es de más importancia, distribuyéndose las otras entre varios ministros (187). Estas "funciones
especiales" aparecen detallados en los números 187-193, muchas de las cuales son ejecutadas en
ausencia del diácono, e incluyen la incensación del sacerdote y la asamblea durante la preparación de
los dones (190), y el ofrecimiento del cáliz a los que van a comulgar (191). A diferencia de otros
ministros extraordinarios de la Sagrada Comunión, el acólito instituido puede ayudar al sacerdote o
al diácono en la purificación y arreglo de los vasos sagrados en la credencia (192). En ausencia del
acólito instituido, los ministros laicos pueden servir en el altar, asistiendo al sacerdote o al diácono.
"Pueden llevar la cruz, las velas, las cenizas, el incensario, el pan, el vino y el agua" o servir como
ministros extraordinarios de la Comunión (100). El Obispo puede establecer otras normas que rijan
la función de dichos servidores del altar (107).

La Congregación

La Institutio revisada amplía de un modo singular la sección sobre los gestos y posturas corporales
en la Misa, que "Permiten que toda la celebración resplandezca con dignidad y una noble sencillez,
reflejando así el sentido pleno y verdadero de cada parte, fomentando al mismo tiempo la
unanimidad de todos los participantes" (42). Por tanto, debe darse mayor atención a lo que ha sido
establecido por la legislación litúrgica y por la práctica tradicional del Rito Romano por el bien
común y espiritual del pueblo de Dios, que a cualquier inclinación personal u preferencia arbitraria.
La uniformidad en la postura que deben seguir todos los que toman parte en la celebración es un
signo de unidad de los miembros de la comunidad Cristiana congregados para la Sagrada Liturgia:
expresa y fomenta al mismo tiempo la actitud espiritual de todos los participantes (42).
206
A continuación, se describen detalladamente las posturas de la asamblea, como se hiciera
en la Institutio previa. EL nuevo documento, sin embargo, hace una serie de ajustes menores a estas
directrices, añadiendo "por razones de salud" a excepciones por las que los fieles pueden permanecer
de pie durante la consagración (43) y haciendo hincapié en que aquellos que permanecen de pie
"deben hacer una inclinación profunda cuando el sacerdote hace la genuflexión después de la
consagración". Finalmente, la nueva Institutio señala que "donde sea costumbre que los fieles
permanezcan de rodillas desde el final del Sanctus hasta el final de la Plegaria Eucarística (como en
los Estados Unidos) dicha práctica debe ser conservada favorablemente (43).

Dos párrafos definen el sentido y la práctica de dos gestos principales. La genuflexión, "que se hace
doblando la rodilla derecha hasta el suelo", significa adoración. Se hace genuflexión "al Santísimo
Sacramento y a la Santa Cruz, desde la adoración solemne de la liturgia del Viernes Santo hasta el
comienzo de la Vigilia Pascual" (274). El sacerdote hace tres genuflexiones en la Misa: después de la
ostensión del pan consagrado, después de la ostensión del cáliz, y antes de la Comunión. Como en la
Institutio previa, los ministros hacen genuflexión al llegar y al salir del altar al comienzo y final de la
Misa si el sagrario con el Santísimo Sacramento está en el presbiterio, "pero no durante la
celebración propia de la Misa" (274). "Los ministros que llevan la cruz procesional o los cirios hacen
una inclinación de cabeza en vez de genuflexión" (274). La inclinación de la cabeza se vislumbra
como una expresión de reverencia y de honor hacia "personas o representantes de esas personas"
(275). La Institutio revisada hace referencia a dos tipos de inclinaciones: la inclinación de cuerpo, o
inclinación profunda, y la inclinación de la cabeza.

III. Cambios en el Rito

A. La Liturgia de la Palabra

Se añadieron varios artículos de la nueva introducción revisada del Leccionario de la Misa,


incluyendo el empeño de seguir estrictamente la lista de lecturas del día, (357). No está permitido
que las lecturas indicadas en el Leccionario sean sustituidas por otras lecturas no bíblicas, (57). La
nueva Institutio prohibe la división de las lecturas en partes, excepto la de la Pasión del Señor, (109).
En la celebración de la Misa con el pueblo siempre se proclaman las lecturas desde el ambón, (58).
La nueva Institutio recomienda que se cante el Salmo Responsorial, (61). Si no se lo canta, ha de
recitarse en la forma más adecuada para la meditación de la palabra de Dios, (61).

La Institutio presenta como la finalidad de la profesión de fe "la manera por la cual la asamblea
entera responde a la palabra de Dios" y "trae a su memoria, antes de empezar la celebración del
misterio de la fe en la Eucaristía, la norma de su fe.", (67). Del mismo modo, la Oración Universal se
ve como una respuesta a la Palabra de Dios de parte de los fieles, "ejerciendo su oficio sacerdotal,
ruegan por la salvación de todos," (69). A la descripción previa de esta oración, se añade la
recomendación de que sean unas peticiones breves, compuestas con sabia libertad, "pidiendo por las
necesidades de la comunidad entera", (71).

El Silencio
207

La ampliada sección de la Institutio está dedicada al silencio. Se recomienda que, "antes de


comenzar la celebración, es loable observar el silencio en el templo, la sacristía y sus alrededores,
para que todos se dispongan para los ritos, ya por comenzar, en una manera digna y apropiada", (45).
Aconseja que "se debe celebrar la Liturgia de la Palabra en la manera más adecuada para la
meditación." (56) La Institutio urge que se ha de evitar "toda clase de prisa que impide el
recogimiento" y requiere breves momentos de silencio durante la liturgia, especialmente después de
las lecturas y al terminar la homilía para que la Palabra de Dios sea acogida interiormente por la
asamblea con la ayuda del Espíritu Santo", (56).

La Música

Siguiendo a la introducción semejante a la edición de 1975 que recomienda y conceptualiza la


música sagrada dentro de la Misa, (40), la nueva Institutio nos dice que las normas litúrgicas
requieren que las celebraciones dominicales y los días de precepto deben incluir la música. Pero nos
aconseja contra la ausencia del canto en las liturgias de los días de semana, (40). Enfatiza de nuevo
el lugar privilegiado del canto Gregoriano como " propio a la liturgia romana." No deberían ser
excluidos los diversos estilos de música sagrada, como la polifonía, que corresponden al culto
litúrgico y fomentan la participación de todos los presentes.", (41).

La nueva Institutio indica la preferencia por cantar las partes de la Misa en la frase "o cantado o
recitado" refiriéndose a la profesión de fe, (137) el Cordero de Dios, (155) el Prefacio, (216) el Kyrie
(125) y el Gloria, (126). No se permite la sustitución de cantos o himnos para el Cordero de Dios u
otras partes de la Misa, (366). Finalmente, incluye las instrucciones específicas para el uso del
órgano durante el Adviento ( con moderación) y la Cuaresma (permitido para acompañar los cantos)
(313).

B. La Liturgia de la Eucaristía

Las secciones de la Institutio que hablan de la recepción, por los fieles, de la Comunión consagrada
en esa misa han sido ampliadas. Estas partes incluyen: "Igual que el mismo sacerdote esta obligada a
hacer," (85) al recitar la antífona de la Comunión "o por los fieles, o por un grupo de ellos, o por un
lector" (87) y de preocuparse por la recepción de la Comunión por los cantores (86).

La Comunión Bajo las Dos Especies

A la luz del crecimiento significante de la práctica de recibir la Comunión bajo las dos especies, la
nueva Institutio ha reestructurada y ampliada esta sección. Además de las ocasiones mencionadas en
los rituales, la recepción de la Comunión bajo las dos especies está permitida en las siguientes
situaciones:

a. para sacerdotes que no puedan celebrar o concelebrar;


b. para el diácono o otros que ejercen la misma función durante la Misa;
208
c. para los miembros de la comunidad religiosa en la Misa conventual, o en la Misa
de comunidad" para los seminaristas, y para todos los que hacen los ejercicios espirituales o
que participan en una conferencia espiritual o pastoral, (283).

A la vez, el obispo puede establecer normas para la distribución de la Comunión bajo las dos
especies para su diócesis "que se observan aun en las iglesias de las comunidades religiosas igual que
en las celebraciones con los grupos pequeños," (283). El Ordinario tiene la autoridad más amplia de
conceder la facultad de comulgar bajo las dos especies "cuando sea apropiado a juicio del párroco de
una comunidad, con tal que los fieles hayan recibido la instrucción necesaria para nunca profanar el
santísimo o cuando el número de personas que van a comulgar sea muy grande o por otra razón." Las
normas establecidas por la Conferencia Episcopal referente a la distribución de la Comunión a los
fieles necesitan la confirmación de la Sede Apostólica, (283).

La Purificación de los Utensilios Sagrados

El documento presenta varios cambios en cuanto a la purificación de los utensilios sagrados. Lo que
queda de la Sangre del Señor se toma el sacerdote, el diácono o acólito instituido que sirve de
ministro del cáliz, (284b, 279). Los utensilios se los ponen en la credencia o en un corporal. Después
de la Misa los purifica el sacerdote, el diácono, uno de los concelebrantes, o un diácono instituido,
(163, 279). El ministro extraordinario de la Eucaristía está excluido notablemente de la lista de
personas que pueden purificar los utensilios sagrados.

En cada Misa, se ofrece la Comunión bajo la forma del pan consagrada, (284c). Hay que tener
cuidado que no queda un excedente de la Sangre del Señor después de la Comunión. A la vez, se
ofrecen instrucciones más detalladas sobre el procedimiento para la Comunión bajo las dos especies
por intinción, (285b).

Se describe y recomienda el uso del "sacrarium", donde se echa el agua usada en la purificación de
los utensilios sagrados y la ropa blanca, (334) que se mencionó brevemente en los documentos
litúrgicos anteriores.

IV. Los objetos destinados al Uso de la Iglesia

El presbiterio se define como " el lugar donde está situado el altar, se proclama la Palabra de Dios, y
el sacerdote, el diácono y otros ministros ejercen sus funciones.", (295).

El Altar

Como regla general, cada Iglesia debe tener un altar mayor, fijo y consagrado, (303) "que significa
para la asamblea que hay un solo Señor y una sola Eucaristía en la Iglesia" (303) y que "representa
Jesucristo, la Piedra Viva (1 Pedro 2:4; vea Ef.2:20) en forma mas clara y permanente (298) que un
altar móvil.

La Institutio admite, sin embargo, que existen circunstancias en la renovación de iglesias, en cuanto
209
existe un altar fijo, que no se mueve sin destruir el valor artístico del templo, y "esta
colocada de tal manera que la participación de la asamblea sea difícil," (303). En tal caso, se
construye otro altar fijo y consagrado. El antiguo altar no se adorna en forma especial y la liturgia se
celebra solo en el nuevo altar fijo, (303).

Se añade un párrafo adicional indicando que sobre el altar se coloca solamente lo indicado en una
lista de los requisitos para la celebración de la Santa Misa, (306). Las flores se arreglan en forma
modesta y con moderación, alrededor, nunca sobre el altar. El párrafo explicando la colocación de
las flores, menciona, a la vez, Que Durante la Cuaresma se prohibe la ornamentación con las flores,
excepto en el cuarto domingo de cuaresma, en solemnidades y días de fiesta. Del mismo modo, se
ejerce un cierto moderación durante el tiempo de Adviento cuando las flores alrededor del altar
indican "el carácter del tiempo pero que no deben anticipar el gozo pleno de la Navidad," (305).

La Cruz del Altar

Aunque la Institutio previa se refirió solo de la cruz del altar o la cruz procesional, la revisión de la
Institutio habla siempre de "la cruz con la figura de Cristo crucificado," (308,122). Esta cruz,
"colocada o en el mismo altar o al lado, debe ser visible claramente no solo durante la liturgia, sino
en todo momento acordando " a todos los fieles la pasión salvadora del Señor [y] queda[ndose]cerca
del altar aun fuera de las celebraciones litúrgicas," (308).

El Ambón

A las descripciones previas del ambón se añade la observación que "la dignidad del ambón requiere
que solo un ministro de la palabra debe acercársele," (309). Del mismo modo, se debe
proclamar las lecturas del ambón con la mayor frecuencia posible.

La Silla del Sacerdote Celebrante y las Otras Sillas

La nueva Institutio repite la frase de la edición del 1975 que "el mejor lugar para la silla está en una
posición presidencial del santuario," (310). A la lista previa de excepciones se añade también las
situaciones en las cuales el sagrario esta colocado en una posición céntrico detrás del altar," (310). Se
añade a esta sección también la disposición de las sillas o bancos para el ministro que preside y para
los sacerdotes concelebrantes más los presentes en coro, (310) y el diácono (cerca de la del
celebrante). Las sillas para los demás ministros deben estar "convenientemente situados para el
ejercicio de sus respectivos oficios" pero "que se sienta que son claramente parte de la asamblea y no
del clero,"(310).

El Sagrario

La sección que toca el lugar de reservación del Santísimo ha sido adaptado y ampliado.(314-317)
Comienza, recordando la instrucción Eucharisticum Mysterium 54, con la declaración general que
"el Santísimo debe estar colocado en el sagrario en una parte de la iglesia que es noble, digno,
evidente, bien ornamentado y conveniente para la oración," (314). Se repite los siguientes requisitos,
indicados en resumen en el Institutio previo: que en cada iglesia no habrá más de un sagrario fijo,
sólido, inviolable, cerrado con llave y no transparente.
210

Un párrafo sobre la colocación del sagrario comienza con una cita del Eucharisticum Mysterium 55,
indicando que "el sagrario donde esta reservado el Santísimo no se le debe colocar sobre un altar, ya
que éste es el lugar para la celebración de la Misa." (315) Seguido viene una notificación que la
colocación del sagrario se queda bajo el juicio del obispo diocesano."(315) Se le puede colocar:

a. o en el santuario, fuera del altar de celebración, en una parte más noble de la iglesia sin
excluir el altar mayor antiguo que no se usa para la celebración;

b. o en una capilla aparte adecuada para la adoración y la oración privada de los fieles, pero
unido a la iglesia y visible a los fieles.

Se tendría cerca de él una lámpara que esté ardiendo constantemente, (316). Sigue el consejo que "no
se le debe olvidar ninguna de las normas de la ley que pertenece a la colocación del Santísimo, (317).

Los Utensilios Sagrados

Se adaptaron los párrafos sobre los utensilios sagrados (327-333) dando un mayor énfasis al carácter
sagrado como "claramente distinguidos de los (vasos) de uso diario," (332). Estos objetos son
centrales en la celebración eucarística porque en ellos "el pan y vino son ofrecidos, consagrados y
consumidos, " (327). Han de ser hechos de "metal noble," (328). Los vasos sagrados de metal,
generalmente lleven la parte interior dorada, en el caso de que el metal sea oxidable; si no estan
hechos de material inoxidable o de oro noble, requieren un baño de oro, (328). Se puede usar otros
materiales sólidos que se consideren nobles según la estima común en la región. De este asunto
emitirá juicio la Conferencia Episcopal y la confirmación de la Sede Apostólica. Se dan preferencia a
todo los materiales irrompibles e incorruptibles, (328).

Las Imágenes Sagradas

Se añadieron un párrafo introductorio nuevo a la sección de las imágenes, colocando su uso en un


marco escatológico.

En la liturgia terrenal la Iglesia participa en un anticipo de la liturgia celestial que se celebra en la


ciudad santa, Jerusalén, hacia la cual se tiende como un peregrino y donde Cristo está sentado a la
derecha del Padre. Así, venerando la memoria de los santos, la Iglesia espera una parte pequeña y la
compañía de ellos, (318).

Sigue una explicación amplia del propósito de estas "imágenes del Señor y de la Virgen María y los
santos" expuestos el lugares sagrados para la veneración de los fieles, y arreglados de tal manera que
guíen a los fieles a los misterios de la fe que se celebran allí, (318). Se quedan las advertencias del
documento previo en cuanto al número limitado y colocación de los imágenes en el templo, se
prohibe "por lo general" su duplicación.
211
El Pan para la Celebración de la Eucaristía

El párrafo sobre la composición del pan para la Eucaristía se conforme más al canon 924, con la
adición de los requisitos que el pan debe ser de trigo cocido al horno. (320)

El Incienso

Se amplia la explicación del incienso en la nueva Institutio. Dice así: "Incensación es una expresión
de la reverencia y la oración como significa la Sagrada Escritura.(cf. Ps. 140;2; Rev. 8:3)," (276). Al
poner el incienso en el incensario, el sacerdote bendice el incienso con la señal de la cruz en silencio
(277) y hace una reverencia profunda antes y después de incensar la persona u objeto, (277).

La Bendición de Objetos Sagrados

Hay un énfasis más fuerte por todo la Institutio revisada en el cuidado de todas las cosas para el uso
litúrgico. Esto incluye todo lo relacionado con el altar, (350) y los libros litúrgicos que se debe tratar
con "reverencia dentro de la acción litúrgica como signos y símbolos de lo sobrenatural, y así
mantener su verdadera dignidad, belleza y distinción." (350) Por esto, el sagrario (314), el órgano,
(313) el ambón, (319) silla presidencial, (310) la vestidura sagrada de los sacerdotes, diáconos y
ministros laicos, (335) los utensilios sagrados (335) y todo destinado para el uso de la liturgia debe
recibir la bendición requerida.

V. Adaptaciones e Inculturación

El capítulo noveno de la Institutio Generalis es un resumen de "las adaptaciones que caen dentro de
la competencia de los obispos y las Conferencias Episcopales." Las adaptaciones en la liturgia se ven
como una respuesta a la llamada del Concilio de apoyar la participación plena, consciente, y activa
que exige la naturaleza de la liturgia misma y, a la cual tiene derecho y obligación, en virtud del
bautismo, el pueblo cristiano," (386). Así es que ciertos puntos de "acomodación y adaptación" han
sido asignados "al juicio o del obispo diocesano o de la Conferencia Episcopal."

Entonces, el papel del obispo diocesano está examinado, porque de él deriva y depende "en cierto
sentido la vida en Cristo de los fieles, (387). Por esto, el debe "apoyar, gobernar y velar la vida
litúrgica en su diócesis," (387). Junto a la tarea principal de nutrir a todos con el espíritu de la
sagrada liturgia, la Institutio le asigna las cuatro acciones siguientes para adaptar la liturgia a la vida
de su diócesis:

1. gobernar la disciplina de la celebración;


2. establecer las normas para monaguillos;
3. establecer las normas para la distribución de la Santa Comunión bajo las dos especies;
4. establecer las normas para la construcción y orden de los templos.
212
Otras tareas de adaptación caen dentro de la competencia de la Conferencia Episcopal:

1. preparar y aprobar una edición completa del Misal Romano en lengua vernácula y presentarla
para su aprobación a la Sede Apostólica; (389)

2. definir, con el recognitio de la Sede Apostólica, esas adaptaciones al Misal Romano


indicadas en la Institutio, (390) como los siguientes:

1. los gestos y actitudes de la asamblea;


2. los gestos y veneración al altar y el Evangeliario;
3. los textos de varios cantos;
4. las lecturas de la Sagrada Escritura para circunstancias especiales;
5. la forma del Rito de la Paz;
6. la manera de distribuir la Santa Comunión;
7. la materia del altar y el mobiliario sagrado, especialmente los utensilios sagrados y, la
materia, forma y color de las vestiduras litúrgicas;
8. la inclusión en el Misal de los Directorios o Instrucciones Pastorales; (390)

3. preparar cuidadosamente las traducciones bíblicas para el uso en la Misa, en un lenguaje "que
sea adaptado a la capacidad de los feligreses y que sea apropiado para la proclamación
pública, mientras mantiene esas características que pertenecen a las maneras distintas de
hablar empleadas en los libros bíblicos" (391);

4. preparar traducciones de otros textos litúrgicos "en tal manera que, respetando la naturaleza
de cada idioma, el sentido del texto original en latín es fielmente y plenamente presentado. Al
hacer esto, es bueno recordar los diferentes géneros literarios empleados en el Misal, tal
como las oraciones presidenciales, las antífonas, aclamaciones, respuestas, letanías, etc.,"
(392). No se debe negar la dimensión proclamatoria de tales textos, porque estos textos están
destinados a "ser leídos en voz alta o cantados durante la celebración," (392). El lenguaje
debe estar acomodado a los fieles, pero debe ser "de todos modos noble y marcado de una
calidad literaria alta," (392).

5. aprobar las melodías apropiadas para la Misa y juzgar que ciertas "formas musicales,
melodías, y instrumentos musicales se podrán admitir al culto divino, siempre que sean aptos
o puedan adaptarse al uso sagrado," (393).

6. preparar un calendario litúrgico para todo el país para la aprobación de la Sede Apostólica.
En tales calendarios " no se le antepongan otras celebraciones, a no ser que sean, de veras, de
suma importancia", y el año litúrgico no debe ser oscurecido por elementos secundarios,
(394). Del mismo modo "cada diócesis debe contar con su calendario y su propio de las
213
Misas,"(394).

7. proponer "variaciones y puntos de una adaptación más profunda de la Liturgia" para facilitar
la participación y el bien espiritual del pueblo en razón de sus tradiciones y mentalidad de
acuerdo con el artículo 40 de la Constitución sobre la Sagrada Liturgia," (395). Se indica una
serie de pasos que hay que seguir en estas propuestas de acuerdo con la instrucción de la Sede
Apostólica "Inculturación y la Liturgia Romana," (395). La Institutio se refiere a la necesidad
indispensable para " la instrucción tanto de los fieles como del clero en una manera sabia y
fidedigna" (396) en preparación para recibir tales adaptaciones.

La Institutio afirma que cada Iglesia particular debe estar en Comunión con la Iglesia universal "no
sólo en la doctrina de fe y en los signos sacramentales, sino también en los usos recibidos
universalmente de la tradición apostólica ininterrumpida," (397). Estos usos se mantienen no
solamente para evitar los errores sino para transmitir la fe en su integridad," (397).

La Institutio termina con una descripción de "la parte noble y valiosa del tesoro litúrgico y el rico
patrimonio de la Iglesia Católica" que es el Rito Romano, notando que cualquiera limitación de este
tesoro resultará en un daño grave a la Iglesia universal.

A lo largo de los siglos, el Rito Romano no solo "‘conservó los usos litúrgicos cuyos orígenes fueron
la ciudad de Roma, sino también en una forma profunda, orgánica y armoniosa, se ha incorporado a
si mismo ciertos otros usos. Así adquirió un cierto carácter ‘supraregional,'"(397). La identidad igual
que la unidad del Rito Romano se expresan hoy en las ediciones típicas en Latín y en las ediciones
en lengua vernácula, aprobadas y confirmadas, que se derive de ellas, (397).

Por esto, la Institutio insiste en que no se introduzcan innovaciones a la liturgia "si no lo exige una
utilidad verdadera y cierta de la Iglesia, y sólo después de haber tenido la precaución de que las
nuevas formas se desarrollen, por decirlo así, orgánicamente, a partir de las ya existentes. "Entendido
así, "la inculturación debe tomar su debido tiempo para evitar los fenómenos de rechazo o de
crispación de las formas antiguas," (398). La inculturación no pretende formar nuevos ritos. Las
innovaciones aprobadas no deben estar "en contra del carácter distintivo del Rito Romano," (398).
La Institutio termina con la siguiente descripción, en resumen, del Misal Romano: "Así el Misal
Romano, debe quedar como un instrumento para testimoniar y conformar la mutua unidad del Rito
Romano en la diversidad de lenguas y culturas, como su signo preeminente."

VIII. EUCARÍSTICA Y POÉTICA


Sólo pretendo exponer algunas de las composiciones más elocuentes sobre la Divina Eucaristía,
que puedan ayudar al lector a contemplar este infinito Misterio.

SAN JUAN DE LA CRUZ

VIVO SIN VIVIR EN MI


214
Juan de la Cruz vuelve a tomar aquí una letrilla que Teresa de Avila había ya comentado.
Aprovecha la ocasión para desarollar un tema muy presente en su obra : el del amor impaciente.
Encontramos éste en la primera parte del Cántico espiritual y la primera estrofa de la Llama de
amor viva.

Vivo sin vivir en mí


y de tal manera espero,
que muero porque no muero.

1. En mí yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo ;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir ¿ qué sera ?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.

2. Esta vida que yo vivo


es privación de vivir ;
y así, es contino morir
hasta que viva contigo.
Oye, mi Dios, lo que digo,
que esta vida no la quiero ;
que muero porque no muero.

3. Estando absente de ti,


? qué vida puedo tener,
sino muerte padescer,
la mayor que nunca vi ?
Lástima tengo de mí,
pues de suerte persevero,
que muero porque no muero.

4. El pez que del agua sale


aun de alivio no caresce,
que en la muerte que padesce,
al fin la muerte le vale.
¿ Qué muerte habrá que se iguale
a mi vivir lastimero,
pues, si más vivo, más muero ?

5. Cuando me pienso aliviar


de verte en el Sacramento,
háceme más sentimiento
el no te poder gozar ;
todo es para más penar,
215
por no verte como quiero,
y muero porque no muero.

6. Y si me gozo, Señor,
con esperanza de verte,
en ver que puedo perderte
se me dobla mi dolor ;
viviendo en tanto pavor
y esperando como espero,
muérome porque no muero.

7. Sácame de aquesta muerte,


mi Dios, y dame la vida ;
no me tengas impedida
en este lazo tan fuerte ;
mira que peno por verte,
y mi mal es tan entero,
que muero porque no muero.

8. Lloraré mi muerte ya
y lamentaré mi vida
en tanto que detenida
por mis pecados está.
¡ Oh mi Dios ! ¿ cuando será
cuando yo diga de vero :
vivo ya porque no muero ?

TRAS DE UN AMOROSO LANCE

Tras de un amoroso lance,


y no de esperanza falto,
volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

1. Para que yo alcance diese


a aqueste lance divino,
tanto volar me convino,
que de vista me perdiese ;
y con todo en este trance,
en el vuelo quedé falto ;
mas el amor fue tan alto,
que le di a la caza alcance.
216
2. Cuando más alto subía,
deslumbróseme la vista,
y la más fuerte conquista
en escuro se hacía ;
mas por ser de amor el lance
di un ciego y oscuro salto,
y fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

3. Cuanto más alto llegaba


de este lance tan subido,
tanto más bajo y rendido
y abatido me hallaba.
Dije : ¡ No habrá quien alcance !
Y abatíme tanto, tanto,
que fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

4. Por una extraña manera


mil vuelos pasé de un vuelo,
porque esperanza de cielo
tanto alcanza cuanto espera ;
esperé sólo este lance,
y en esperar no fui falto,
pues fui tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

José María Fernández Nieto

"Tomad: Este es mi Cuerpo... ". Y los trigales


se estremecieron en clamor de harina.
Aquí la vida empieza, aquí termina
un tiempo de relámpagos mortales.

"Bebed: Esta es mi Sangre... ". Y las carrales,


enardecidas por tu voz divina,
te ofrecieron su gracia diamantina
con un rumor de besos y cristales.

"Tomad...,comed...". Es Dios que ha descendido


en silencio de Amor, sin que se sienta
y en un beso de pan se nos esconde.
217
Dios alimento para ser comido
por una humanidad que vive hambrienta
pero que busca el pan no sabe donde.

II
Nace tan niño tu Misterio, brota
tu inmensidad de un modo tan sencillo
como el sol que se encierra en un anillo
o como el mar que cabe en una gota.

Agua que mana en paz, que no se agota,


vino de amor que nace en el albillo,
silencio con rumor de cimbalillo,
beso de luz y vuelo de gaviota.

Te haces cosa, Señor, harina, oblea,


para que no haya nadie que se asombre
y te coma setenta veces siete.

Bendita sea, Amor, bendita sea


esta locura por hacerte hombre
y pan y vino en celestial banquete.

III
Este es el tiempo del Amor, la hora
en que se da el Señor en Pan y en Vino
para poder andar este camino
que va desde la Cruz hasta la Aurora.

Dios, Panadero y Pan, ayer y ahora,


Vendimiador y Viña y Catavino.
Divinidad de Amor, Dios Uno y Trino
tendiéndonos su mano salvadora.

Que se nos dá en bebida y alimento,


que se derrama enamoradamente
en cada corazón y en cada vida.

Dios que se nos entrega en testamento,


que se nos sigue dando eternamente
que a ser para siempre nos convida.
IV
Y nosotros, Señor... ¿ qué te hemos dado
a cambio de este Amor que nos demuestras?
A tus palabras santas y maestras
¿con qué palabras hemos contestado?
218

Cuántas veces, señor, hemos callado


a causa de unas culpas que son nuestras
y son tantas, Señor, tantas las muestras
que te hemos, otra vez, crucificado.

Y Tú, a pesar de todo, cada día


nos sigues ofreciendo tu Alimento
y con qué desamor lo despreciamos.

¿ Cómo no amar, Señor, la Eucaristía


si el corazón del hombre sigue hambriento
y solo esperas Tú que te comamos... ?

V
Todo el día esperándonos en vano
y nosotros sin ver que nos esperas.
Te tratamos lo mismo que si fueras
un amigo que ha muerto, un ser lejano.

¡Qué paciencia la tuya, qué océano


de Amor sin arrecifes ni riberas!
Dime: ¿ Cómo es posible que nos quieras
y no nos dejes nunca de la mano?

Danos, Señor, tu Pan de cada día,


el vino de tu Sangre derramada,
el Sol primaveral de tu Alegría.

Y después de tu Gracia inmaculada,


que no haya nada en mí que no sonría
que no haya nada, Amor, que no haya nada.

VI
Callado estás, Señor, como una herida,
silencioso como una madrugada;
no dices nada en el Sagrario, nada,
que ya lo has dicho todo con tu vida.

Vive, Señor, tu voz enmudecida,


sordomuda de amor, encarcelada
y cuanto más humilde y más callada
más nos alienta para ser oída.
219
Que es tu silencio el que me está diciendo
que estás tan encerrado para amarme,
para que yo te llame y Tú me abras.

Porque si con mi fe te estoy oyendo


y todo me lo dices sin hablarme,
¿para qué necesito tus palabras?

VII
A cambio de la pena de no verte
me das, Señor, el júbilo de amarte
que si ayuno de amor por contemplarte
puedo saciar mis ansias de comerte.

Oh, Señor de la vida y de la muerte,


tanto es tu Amor que necesitas darte
enteramente todo en cada parte
cuando el pan en tu Cuerpo se convierte.

Tu Amor es como un mar que no se agota,


como un vino que nunca se termina
o una fuente que mana y que no cesa.

Un mar que cabe entero en una gota,


un sol donado en ósculo de harina,
Dios en vino y en pan sobre una mesa.

VIII
Señor, cuánto agradezco que me digas
lo que me dices sin decir, callado,
derramando tu Amor sacramentado
como el sol se derrama en las espigas.

Qué júbilo, Señor, que me bendigas


como la lluvia que bendice al prado
y que de rosas hayas enjambrado
mi corazón de cardos y de ortigas.

Señor, cuánto agradezco que me ames


como si fuera yo el único amado
y Tú el único Amor que hay en mi vida.

Que en vino generoso te derrames,


que te me des en pan recién cortado,
que me ames tan sin peso y sin medida.
220
IX
También María está, se la presiente
pudorosa como una primavera.
Se la nota en el gesto, en la manera
de Jesús al partir el pan reciente.

Junto al Amor, junto a la Cruz, valiente,


en pié, rota por dentro pero entera,
Madre Consoladora y enfermera,
que ante el dolor ¡qué pronto se la siente!

Que sabiéndole harina de su harina,


Pan de su pan y Amor de sus amores,
María siempre está junto al Sagrario.

Porque es la luz que todo lo ilumina,


el bálsamo de todos los dolores,
la Madre que reparte el pan diario.

FRAY LUIS DE LEÓN - (1527-1591)

PREGUNTAS DE AMOR

Si pan es lo que vemos, ¿cómo dura,


sin que comiendo dél se nos acabe?
Si Dios, ¿cómo en el gusto a pan nos sabe?
¿Cómo de sólo pan tiene figura?
Si pan, ¿cómo le adora la criatura?
Si Dios, ¿cómo en tan chico espacio cabe?
Si pan, ¿cómo por ciencia no sabe?
Si Dios, ¿cómo le come su hechura?
Si pan, ¿cómo nos harta siendo poco?
Si Dios, ¿cómo puede ser partido?
Si pan, ¿cómo en el alma hace tanto?
Si Dios, ¿cómo le miro y le toco?
Si pan, ¿cómo del cielo ha descendido?
Si Dios, ¿cómo no muero yo de espanto?

PAN DE ÁNGELES

Comida celestial, pan cuyo gusto


es tan dulce, sabroso y tan suave,
que al bueno, humilde, santo, recto y justo,
a manjar celestial, como es, le sabe;
221
Justa condenación del hombre injusto
si come el pan de Dios se encierra y cabe;
el sumo Dios que en sí se da y oculta
diga el bien que de tanto bien resulta.
Pan de ángeles, Dios tan verdadero,
que, aunque se quiebra, se divide y parte,
está un inmenso Dios, trino y entero,
en cualquiera migaja y menor parte;
Agnus Dei, sincerísimo Cordero
que en pan al pecador gustas de darte;
pues eres todo Dios, el que es bastante,
de su deidad en sí cifrada cante.
Eres, pues, Dios, de tu deidad tan digno
que no hay justo ni santo entre los santos
que no se juzgue y tenga por indigno
de bocado que da regalos tantos;
eres Pan para el bueno, tan benigno
que de tribulaciones y de llantos
le produces y das gloriosos bienes,
y para con el malo los detienes.
Eres, pan celestial, lo figurado
de aquel maná sabroso del desierto;
Tú lo vivo y aquello lo pintado,
aquello la figura y tú lo cierto;
eres, pan, tan glorioso y endiosado
que a decir tus grandezas yo no acierto:
las angélicas lenguas lo prosigan,
que faltas quedarán aunque más digan.

+++

LOPE DE VEGA (1562-1635)

CUANTAS VECES SEÑOR


ME HABÉIS LLAMADO

¡Cuántas veces, Señor, me habéis llamado,


y cuántas con vergüenza he respondido,
desnudo como Adán, aunque vestido
de las hojas del árbol del pecado!
Seguí mil veces vuestro pie sagrado,
fácil de asir, en una cruz asido,
222
y atrás volví otras tantas, atrevido,
al mismo precio que me habéis comprado
Besos de paz Os di para ofenderos,
pero si, fugitivos de su dueño,
hierran, cuando los hallan, los esclavos,
hoy me vuelvo con lágrimas a veros:
clavadme vos a vos en vuestro leño
y tendreisme seguro con tres clavos.

¿QUE TENGO YO QUE


MI AMISTAD PROCURAS?

¿Qué tengo yo que mi amistad procuras?


¿Qué interés se te sigue, Jesús mío,
que a mi puerta, cubierto de rocío,
pasas las noches del invierno oscuras?
¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras,
pues no te abrí! ¡Qué extraño desvarío,
si de mi ingratitud el hielo frío
secó las llagas de tus plantas puras!
¡Cuántas veces el Ángel me decía:
"Alma, asómate ahora a la ventana,
verás con cuánto amor llamar porfía"!
¡Y cuántas, hermosura soberana,
"Mañana le abriremos", respondía,
para lo mismo responder mañana!

IX. ORACIONES EUCARÍSTICAS

Oración antes de recibir la Sagrada Comunión


Santo Tomás de Aquino
223
Aquí me llego, todopoderoso y eterno Dios, al sacramento de vuestro unigénito Hijo mi Señor
Jesucristo, como enfermo al médico de la vida, como manchado a la fuente de misericordias,
como ciego a la luz de la claridad eterna, como pobre y desvalido al Señor de los cielos y tierra.

Ruego, pues, a vuestra infinita bondad y misericordia, tengáis por bien sanar mi enfermedad,
limpiar mi suciedad, alumbrar mi ceguedad, enriquecer mi pobreza y vestir mi desnudez, para
que así pueda yo recibir el Pan de los Angeles, al Rey de los Reyes, al Señor de los señores, con
tanta reverencia y humildad, con tanta contrición y devoción, con tal fe y tal pureza, y con tal
propósito e intención, cual conviene para la salud de mi alma.

Dame, Señor, que reciba yo, no sólo el sacramento del Sacratísimo Cuerpo y Sangre, sino
también la virtud y gracia del sacramento !Oh benignísimo Dios!, concededme que albergue yo
en mi corazón de tal modo el Cuerpo de vuestro unigénito Hijo, nuestro Señor Jesucristo, Cuerpo
adorable que tomó de la Virgen María, que merezca incorporarme a su Cuerpo místico, y
contarme como a uno de sus miembros.

!Oh piadosísimo Padre!, otorgadme que este unigénito Hijo vuestro, al cual deseo ahora recibir
encubierto y debajo del velo en esta vida, merezca yo verle para siempre, descubierto y sin velo,
en la otra. El cual con Vos vive y reina en unidad del Espíritu Santo, Dios, por los siglos de los
siglos. Amén.

Preparación para la Sagrada Comunión


Santo Tomás de Aquino

Gracias de doy, Señor Santo, Padre todopoderoso, Dios eterno, porque a mí, pecador, indigno
siervo tuyo, sin mérito alguno de mi parte, sino por pura concesión de tu misericordia, te has
dignado alimentarme con el precioso Cuerpo y Sangre de tu Unigénito Hijo mi Señor Jesucristo.

Suplícote, que esta Sagrada Comunión no me sea ocasión de castigo, sino intercesión saludable
para el perdón; sea armadura de mi fe, escudo de mi voluntad, muerte de todos mis vicios,
exterminio de todos mis carnales apetitos, y aumento de caridad, paciencia y verdadera
humildad, y de todas las virtudes: sea perfecto sosiego de mi cuerpo y de mi espíritu, firme
defensa contra todos mis enemigos visibles e invisibles, perpetua unión contigo, único y
verdadero Dios, y sello de mi muerte dichosa.

Ruégote, que tengas por bien llevar a este pecador a aquel convite inefable, donde Tú, con tu
Hijo y el Espíritu Santo, eres para tus santos luz verdadera, satisfacción cumplida, gozo
perdurable, dicha consumada y felicidad perfecta. Por el mismo Cristo Nuestro Señor. Amén.

Oración al Santísimo Sacramento


Santo Tomás de Aquino

¡Oh, Santísimo Jesús, que aquí sois verdaderamente Dios escondido; concededme desear
ardientemente, buscar prudentemente, conocer verdaderamente y cumplir perfectamente en
224
alabanza, y gloria de vuestro nombre todo lo que os agrada.

Ordenad, ¡oh Dios mío!, el estado de mi vida; concededme que conozca lo que de mí queréis y
que lo cumpla como es menester y conviene a mi alma. Dadme, oh Señor Dios mío, que no
desfallezca entre las prosperidades y adversidades, para que ni en aquellas me ensalce, ni en
éstas me abata.

De ninguna cosa tenga gozo ni pena, sino de lo que lleva a Vos o aparta de Vos. A nadie desee
agradar o tema desagradar sino a Vos. Séanme viles, Señor, todas las cosas transitorias y
preciosas todas las eternas.

Disgústeme, Señor, todo gozo sin Vos, y no ambicione cosa ninguna fuera de Vos. Séame
deleitoso, Señor, cualquier trabajo por Vos, y enojoso el descanso sin Vos.

Dadme, oh Dios mío, levantar a Vos mi corazón frecuente y fervorosamente, hacerlo todo con
amor, tener por muerto lo que no pertenece a vuestro servicio, hacer mis obras no por rutina, sino
refiriéndolas a Vos con devoción.

Hacedme, oh Jesús, amor mío y mi vida, obediente sin contradicción, pobre sin rebajamiento,
casto sin corrupción, paciente sin disipación, maduro sin pesadumbre, diligente sin inconstancia,
temeroso de Vos sin desesperación, veraz sin doblez; haced que practique el bien sin presunción
que corrija al prójimo sin soberbia, que le edifique con palabras y obras sin fingimientos.

Dadme, oh Señor Dios mío, un corazón vigilante que por ningún pensamiento curioso se aparte
de Vos; dadme un corazón noble que por ninguna intención siniestra se desvíe; dadme un
corazón firme que por ninguna tribulación se quebrante; dadme un corazón libre que ninguna
pasión violenta le domine.

Otorgadme, oh Señor Dios mío, entendimiento que os conozca, diligencia que os busque,
sabiduría que os halle, comportamiento que os agrade, perseverancia que confiadamente os
espere, y esperanza que, finalmente, os abrace.

Dadme que me aflija con vuestras penas aquí por la penitencia, y en el camino de mi vida use de
vuestros beneficios por gracia, y en la patria goce de vuestras alegrías por gloria. Señor que vivís
y reináis, Dios por todos los siglos de los siglos. Amén.

Alma de Cristo
San Ignacio de Loyola

Alma de Cristo, santifícame.


Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame.
Agua del costado de Cristo, lávame.
Pasión de Cristo, confórtame.

¡Oh, buen Jesús!, óyeme.


225
Dentro de tus llagas, escóndeme.
No permitas que me aparte de Ti.
Del maligno enemigo, defiéndeme.
En la hora de mi muerte, llámame. Y mándame ir a Ti.
Para que con tus santos te alabe. Por los siglos de los siglos. Amén

Oración ante el Santísimo Sacramento


Papa Juan Pablo II

Señor Jesús:
Nos presentamos ante ti sabiendo que nos llamas y que nos amas tal como somos.
Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros hemos creído y conocido que tú eres el Hijo de Dios
(Jn. 6,69).
Tu presencia en la Eucaristía ha comenzado con el sacrificio de la última cena y continúa como
comunión y donación de todo lo que eres.
Aumenta nuestra fe.

Por medio de ti y en el Espíritu Santo que nos comunicas, queremos llegar al Padre para decirle
nuestro SÍ unido al tuyo.
Contigo ya podemos decir: Padre nuestro.
Siguiéndote a ti, camino, verdad y vida, queremos penetrar en el aparente silencio y ausencia de
Dios, rasgando la nube del Tabor para escuchar la voz del Padre que nos dice: Este es mi Hijo
amado, en quien tengo mi complacencia: Escuchadlo (Mt. 17,5).

Con esta fe, hecha de escucha contemplativa, sabremos iluminar nuestras situaciones personales,
así como los diversos sectores de la vida familiar y social.
Tú eres nuestra esperanza, nuestra paz, nuestro mediador, hermano y amigo.
Nuestro corazón se llena de gozo y de esperanza al saber que vives siempre intercediendo por
nosotros (Heb. 7,25).

Nuestra esperanza se traduce en confianza, gozo de Pascua y camino apresurado contigo hacia el
Padre.
Queremos sentir como tú y valorar las cosas como las valoras tú. Porque tú eres el centro, el
principio y el fin de todo.
Apoyados en esta esperanza, queremos infundir en el mundo esta escala de valores evangélicos
por la que Dios y sus dones salvíficos ocupan el primer lugar en el corazón y en las actitudes de
la vida concreta.

Queremos amar como tu, que das la vida y te comunicas con todo lo que eres.
Quisiéramos decir como San Pablo: Mi vida es Cristo (Flp. 1,21).
Nuestra vida no tiene sentido sin ti.
Queremos aprender a estar con quien sabemos nos ama, porque con tan buen amigo presente
todo se puede sufrir. En ti aprenderemos a unirnos a la voluntad del Padre, porque en la oración
el amor es el que habla (Sta. Teresa).
226
Entrando en tu intimidad, queremos adoptar determinaciones y actitudes básicas, decisiones
duraderas, opciones fundamentales según nuestra propia vocación cristiana.
Creyendo, esperando y amando, te adoramos con una actitud sencilla de presencia, silencio y
espera, que quiere ser también reparación, como respuesta a tus palabras: Quedaos aquí y velad
conmigo (Mt. 26,38).

Tú superas la pobreza de nuestros pensamientos, sentimientos y palabras; por eso queremos


aprender a adorar admirando el misterio, amándolo tal como es, y callando con un silencio de
amigo y con una presencia de donación.
El Espíritu Santo que has infundido en nuestros corazones nos ayuda a decir esos gemidos
inenarrables (Rom. 8,26) que se traducen en actitud agradecida y sencilla, y en el gesto filial de
quien ya se contenta con sola tu presencia, tu amor y tu palabra.
En nuestras noches físicas y morales, si tú estás presente, y nos amas, y nos hablas, ya nos basta,
aunque muchas veces no sentiremos la consolación.

Aprendiendo este más allá de la adoración, estaremos en tu intimidad o misterio. Entonces


nuestra oración se convertirá en respeto hacia el misterio de cada hermano y de cada
acontecimiento para insertarnos en nuestro ambiente familiar y social y construir la historia con
este silencio activo y fecundo que nace de la contemplación.
Gracias a ti, nuestra capacidad de silencio y de adoración se convertirá en capacidad de amar y
de servir.
Nos has dado a tu Madre como nuestra para que nos enseñe a meditar y adorar en el corazón.
Ella, recibiendo la Palabra y poniéndola en práctica, se hizo la más perfecta Madre.

Ayúdanos a ser tu Iglesia misionera, que sabe meditar adorando y amando tu Palabra, para
transformarla en vida y comunicarla a todos los hermanos.
Amén.

Antes de recibir al Señor en la Sagrada Eucaristía


San Agustín

Oh Jesús, redención, amor y deseo nuestro, yo os invoco y clamo a Vos con un clamor grande y
de todo corazón, os suplico que vengáis a mi alma, entréis en ella y la ajustéis y unáis tan bien
con Vos que la poseáis sin arruga ni mancha alguna; pues la morada en que ha de habitar un
Señor tan santo como Vos, muy justo es que esté limpia.

Vos habéis fabricado este vaso de mi corazón; santificadlo, pues; vaciadlo de la maldad que hay
en él, llenadlo de vuestra gracia, y conservadlo lleno para que sea templo perpetuo y digno de
Vos.
Dulcísimo, benignísimo, amantísimo, carísimo, potentísimo, deseadísimo, preciosísimo,
amabilísimo y hermosísimo Señor, Vos sois más dulce que la miel, más blanco que la nieve, más
suave que el maná, más precioso que las perlas y el oro, y más amado de mi alma que todos los
tesoros y honras de la tierra.

Pero cuando digo esto, Dios mío, esperanza mía, misericordia mía, dulzura mía, ¿qué es lo que
227
digo? Digo, Señor, lo que puedo y no digo lo que debo. ¡Oh si yo pudiese decir lo que dicen y
cantan aquellos celestiales coros de ángeles! ¡Oh cuán de buena gana me emplearía todo en
vuestras alabanzas, y con cuánta devoción, en medio de vuestros predestinados, cantaría mi alma
vuestras grandezas, y glorificaría incesantemente vuestro santo nombre!

Como no hallo palabras para glorificaros dignamente os suplico no miréis tanto a lo que ahora
digo, cuanto a lo que deseo decir.
Bien sabéis Vos, Dios mío, a quien todos los corazones están manifiestos, que yo os amo y
quiero más que al cielo y a la tierra y a todas las cosas que hay en ella. Yo os amo con grande
amor y deseo amaros más.

Dadme gracia para que siempre os ame cuanto deseo y debo, para que en Vos solo me desvele y
medite, en Vos piense continuamente de día; en Vos sueñe de noche; con Vos hable mi espíritu,
y mi alma siempre platique con Vos. Ilustrad mi corazón con la lumbre de vuestra santa
visitación, para que, con vuestra gracia y vuestra dirección camine yo de virtud en virtud. Os
suplico, Señor, por vuestras misericordias, con las cuales me librasteis de la muerte eterna, que
ablandéis mi corazón, y que me abracéis con el fuego de la compunción, de manera que merezca
yo ser cada hora vuestra hostia viva.

Al amor de los amores, Jesús Sacramentado


Santa Teresa de Lisieux

Sagrario del Altar el nido de tus más tiernos y regalados amores. Amor me pides, Dios mío, y
amor me das; tu amor es amor de cielo, y el mío, amor mezclado de tierra y cielo; el tuyo es
infinito y purísimo; el mío, imperfecto y limitado.

Sea yo, Jesús mío, desde hoy, todo para Ti, como Tú los eres para mi. Que te ame yo siempre,
como te amaron los Apóstoles; y mis labios besen tus benditos pies, como los besó la Magdalena
convertida. Mira y escucha los extravíos de mi corazón arrepentido, como escuchaste a Zaqueo y
a la Samaritana. Déjame reclinar mi cabeza

Oración ante el Santísimo


San Alfonso Ligorio

Señor mío Jesucristo, que por amor a los hombre estás noche y día en este sacramento, lleno de
piedad y de amor, esperando, llamando y recibiendo a cuantos vienen a visitarte: creo que estás
presente en el sacramento del altar.

Te adoro desde el abismo de mi nada y te doy gracias por todas las mercedes que me has hecho,
y especialmente por haberte dado tu mismo en este sacramento, por haberme concedido por mi
abogada a tu amantísima Madre y haberme llamado a visitarte en este iglesia.

Adoro ahora a tu Santísimo corazón y deseo adorarlo por tres fines: el primero, en acción de
gracias por este insigne beneficio; en segundo lugar, para resarcirte de todas las injurias que
228
recibes de tus enemigos en este sacramento; y finalmente, deseando adorarte con esta visita en
todos los lugares de la tierra donde estás sacramentado con menos culto y abandono.

Hambre del pan de la vida


San Buenaventura

Traspasa, dulcísimo Jesús y Señor mío, la médula de mi alma con el suavísimo y saludabilísimo
dardo de tu amor; con la verdadera, pura y santísima caridad apostólica, a fin de que mi alma
desfallezca y se derrita siempre sólo en amarte y en deseo de poseerte: que por Ti suspire, y
desfallezca por hallarse en los atrios de tu Casa; anhele ser desligada del cuerpo para unirse
contigo.

Haz que mi alma tenga hambre de Ti, Pan de los Angeles, alimento de las almas santas, Pan
nuestro de cada día, lleno de fuerza, de toda dulzura y sabor, y de todo suave deleite.

Oh Jesús, en quién se desean mirar los Angeles: tenga siempre mi corazón hambre de Ti, y el
interior de mi alma rebose con la dulzura de tu sabor; tenga siempre sed de Ti, fuente de vida,
manantial de sabiduría y de ciencia, río de luz eterna, torrente de delicias, abundancia de la Casa
de Dios: que te desee, te busque, te halle; que a Ti vaya y a Ti llegue; en Ti piense, de Ti hable, y
todas mis acciones encamine a honra y gloria de tu nombre, con humildad y discreción, con amor
y deleite, con facilidad y afecto, con perseverancia hasta el fin: para que Tú sólo seas siempre mi
esperanza, toda mi confianza, mi riqueza, mi deleite, mi contento, mi gozo, mi descanso y mi
tranquilidad, mi paz, mi suavidad, mi perfume, mi dulzura, mi comida, mi alimento, mi refugio,
mi auxilio, mi sabiduría, mi herencia, mi posesión, mi tesoro, en el cual esté siempre fija y firme
e inconmoviblemente arraigada mi alma y mi corazón. Amén.

Oración antes de recibir la Sagrada Comunión


San Juan Crisóstomo

¡Oh Señor!, yo creo y profeso que Tú eres el Cristo Verdadero, el Hijo de Dios vivo que vino a
este mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero. Acéptame como
participante de tu Cena Mística, ¡oh Hijo de Dios!

No revelaré tu Misterio a tus enemigos, ni te daré un beso como lo hizo Judas, sino que como el
buen ladrón te reconozco.

Recuérdame, ¡Oh Señor!, cuando llegues a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Maestro!, cuando llegues
a tu Reino. Recuérdame, ¡oh Santo!, cuando llegues a tu Reino.

Que mi participación en tus Santos Misterios, ¡oh Señor! no sea para mi juicio o condenación,
sino para sanar mi alma y mi cuerpo.

¡Oh Señor!, yo también creo y profeso que lo que estoy a punto de recibir es verdaderamente tu
Preciosísimo Cuerpo y tu Sangre Vivificante, los cuales ruego me hagas digno de recibir, para la
229
remisión de todos mis pecados y la vida eterna. Amén.

¡Oh Dios!, se misericordioso conmigo, pecador.


¡Oh Dios!, límpiame de mis pecados y ten misericordia de mí.
¡Oh Dios!, perdóname, porque he pecado incontables veces.

Después de la Sagrada Comunión


San Juan Crisóstomo

O Cristo nuestro Dios, Tu te has dignado en que Yo sea digno de participar de tu Purísimo
Cuerpo y de tu Preciosísima Sangre.

Te alabo, te bendigo, y te adoro; Yo glorifico y exalto tu salvación eterna, ahora, siempre y para
siempre.
Amén.

A Jesús escondido en el Santísimo Sacramento


Santa Faustina

Yo te adoro, Señor y Creador, escondido en el Santísimo Sacramento. Yo te adoro por todos los
trabajos de tus manos, que tu me revelas con tanta sabiduría, bondad y misericordia, O Señor.

Tu has esparcido tanta belleza sobre la tierra y esta me habla de tu belleza, aunque estas cosas
hermosas son apenas una reflexión vaga de ti, belleza incompresible.

Y aunque Tu te has escondido y has escondido tu belleza, mis ojos, iluminados por la fe, te
alcanzan y mi alma te reconoce como su creador, su mas altísimo bien, y mi corazón está
completamente sumergido en oración y adoración.

Todo Tu como nuestra comida


Caterine de Siena

O caridad sin límites! Tal como tu te entregaste, todo Dios y todo hombre, así te dejaste a
nosotros todo Tu como comida, para que mientras nosotros estamos como peregrinos en esta
vida no nos desmayáramos en nuestro cansancio sino que nos fortaleciéramos por Ti, comida
celestial.

O gente mercenaria!, ¿Y que les ha dejado Dios?


El se ha dejado a sí mismo para ustedes,
totalmente Dios y totalmente hombre, escondido bajo la blancura de este pan.

O fuego de amor! ¿No fue suficiente que nos regalaras con la creación en tu imagen y semejanza,
y que nos crearas de nuevo a la gracia en la sangre de Tu Hijo, sin entregarte a nosotros como
230
comida, el todo de la divinidad, el todo de Dios?

¿Que fue lo que te llevó? Nada mas que tu caridad, !loco de amor que Tu estas!

Jornada de un alma
Papa Juan XXIII

O Jesús en el Santísimo Sacramento, me gustaría estar lleno de amor por Ti; mantenme unido
cerca de Ti, que pueda mi corazón estar siempre cerca del tuyo.

Yo quiero estar contigo como el Apóstol Juan. O María del Rosario, mantenme recogido cuando
Yo diga esas tus oraciones; amárrame para siempre con tu Rosario a Jesús del Santísimo
Sacramento.

Bendito sea Jesús, mi amor.

Oración de agradecimiento
San Basilio el grande

O Maestro, Cristo nuestro Dios, Rey de las edades, creador de todas las cosas; Yo te agradezco
por todos los favores que tu me has concedido, y por haberme dado tus puros misterios dadores
de vida.

Yo te suplico, O Dios lleno de gracia, quien amas a la humanidad, mantenme bajo tu protección
y bajo la sombra de tus alas; concede que hasta mi último aliento, Yo pueda dignamente recibir
tus Santos Misterios con una conciencia clara para la remisión de mis pecados y para la vida
eterna.

Porque tú eres el Pan de la Vida, la fuente de la santidad, y el proveedor de todas las gracias, y
nosotros te glorificamos junto con el Padre, y tu Espíritu Santo, ahora y siempre, y para siempre.
Amén.

Participando de los Santos Misterios


San Basilio el grande

O Señor mi Dios, Yo te agradezco por no rechazarme, un pecador, y por hacerme digno de


participar de tus Santos Misterios. Te agradezco por haberme permitido, indigno que Yo soy, de
participar de tus purísimos regalos celestiales.

O Señor y amante de la humanidad, tu moriste en la cruz y resucitaste de nuevo por nuestra


causa, y nos diste estos poderosos misterios dadores de vida para el bien de nuestros cuerpos y la
santificación de nuestras almas.
231
Concede que ellos sirvan para sanar mi cuerpo y mi alma, y para que destierren a todo
enemigo. Ilumina los ojos de mi corazón, dale paz a los poderes de mi mente, inspírame con fe,
con un amor sincero, con profunda sabiduría, y con obediencia a tus mandamientos.

Que puedan estos misterios aumentar tu divina gracia en mi y me hagan un habitante de tu


Reino.

Siendo preservado en tu santidad por ellos, Yo recordaré tu amor en todo momento.

A partir de ahora, no viviré para mí, sino para Ti, mi Señor y benefactor.

Así, habiendo pasado mi vida terrenal en la esperanza de la vida sin final, Yo alcanzaré el
descanso eterno algún día, donde el sonido del regocijo nunca para, y donde los deleites de
aquellos que miran a la belleza de tu rostro no tienen límites.

Porque tu, Cristo nuestro Señor, eres verdaderamente el objeto de nuestro deseo y el gozo
inexpresable de aquellos que te aman, y todas las criaturas te glorifican, ahora y siempre por los
siglos de los siglos. Amén.

Antes de recibir la Sagrada Comunión


San Juan de Damasco

Amo y Señor, Jesucristo nuestro Dios, Tu solamente tienes la autoridad de perdonar mis
pecados, ya sean cometidos con conocimiento o por ignorancia, y hacerme digno de recibir sin
condenación tus divinos, gloriosos, puros misterios dadores de vida, no para mi castigo, sino para
mi purificación y santificación, ahora y en tu reino futuro.

Porque tu, Cristo nuestro Dios, eres lleno de compasión y amas a la humanidad y a Ti damos
gloria con el Padre, y con el Espíritu Santo, ahora y siempre. Amén.

Oración después de la Sagrada Comunión


Padre Pío

Quédate conmigo, Señor, porque es necesario tenerte presente para que Yo no te pueda olvidar.
Tu sabes que tan fácilmente te abandono.
Quédate conmigo, Señor, porque Yo soy débil y necesito de tu fortaleza, para que no caiga tan
frecuentemente.
Quédate conmigo, Señor, porque tu eres mi vida y sin Ti Yo estoy sin fervor.
Quédate conmigo, Señor, porque tu eres mi luz y sin ti yo estoy en la oscuridad.
Quédate conmigo, Señor, para mostrarme tu voluntad.
Quédate conmigo, Señor, para que Yo pueda escuchar tu voz y seguirte.
Quédate conmigo, Señor, porque Yo deseo amarte mucho y siempre estar en tu compañía.
Quédate conmigo, Señor, si tu deseas que Yo sea fiel a ti.
Quédate conmigo, Señor, pobre como mi alma es, Yo deseo que sea un lugar de consolación para
232
Ti, un nido de amor.
Quédate conmigo, Señor, porque se hace tarde y el día se está terminando, y la vida pasa. La
muerte, el juicio y la eternidad se acercan. Es necesario renovar mi fortaleza, para que Yo no
pare en el camino y por eso Yo te necesito.
Se está haciendo tarde y la muerte se aproxima, tengo miedo de la oscuridad, las tentaciones, la
aridez, la cruz, los sufrimientos. O como te necesito, mi Jesús, en esta noche de exilio.
Quédate conmigo, esta noche, Jesús, en la vida con todos los peligros, Yo te necesito.
Déjame reconocerte como lo hicieron tus discípulos en la partición del pan, para que la
Comunión Eucarística sea la luz que dispersa la oscuridad, la fuerza que me sostiene, el único
gozo de mi corazón.
Quédate conmigo, Señor, porque a la hora de mi muerte, Yo quiero permanecer unido contigo,
sino por la Comunión, por lo menos por la gracia y el amor.
Quédate conmigo, Señor, por que solamente eres tu a quien Yo busco, tu amor, tu gracia, tu
voluntad, tu corazón, tu espíritu, porque Yo te amo y te pido no otra recompensa que amarte mas
y mas.
Con un amor firme, Yo te amaré con todo mi corazón mientras aquí en la tierra y continuaré
amándote perfectamente durante toda la eternidad. Amén.

Oración Eucarística - Apariciones Akita Japón


Hermana Agnes

"Sacratísimo Corazón de Jesús, verdaderamente presente en la Sagrada Eucaristía, Yo consagro


mi cuerpo y mi alma para que sea enteramente Uno con tu corazón que esta siendo sacrificado en
todos los altares del mundo y dando alabanza al Padre, rogando por la venida de su Reino."

"Por favor recibe este humilde ofrecimiento de mi ser. Usame como Tu quieras para la Gloria del
Padre y la salvación de las almas."

"Santísima Madre de Dios. Nunca me dejes estar separada de tu Divino Hijo. Por favor
defiéndeme y protégeme como tu hija especial. Amen"

Oración de agradecimiento a la Virgen María


San Cirilo de Alejandría

O Santísima Señora, Theotokos, luz de mi pobre alma, mi esperanza, mi protección, mi refugio,


mi consuelo, y mi alegría! Te agradezco por haberme permitido participar del purísimo cuerpo y
de la purísima sangre de tu Hijo.

Ilumina los ojos de mi corazón, O Bendita Virgen que llevaste la fuente de la inmortalidad. O
tiernísima y amorosa Madre del Dios misericordioso; ten misericordia de mi y concédeme un
corazón arrepentido y contrito con humildad de mente.

Guarda mis pensamientos de que se pierdan en toda clase de distracciones, y hazme siempre
digno, hasta mi último aliento, de recibir los purísimos misterios de Cristo para la sanación de mi
233
alma y cuerpo.

Dame lágrimas de arrepentimiento y de agradecimiento para que Yo pueda cantarte y alabarte


todos los días de mi vida, porque tu eres siempre bendita y alabada.
Amén.

Oración para después de la Sagrada Comunión


José de Jesús y María

O Sacramento Santísimo, O Sacramento Divino, toda la Alabanza y el Agradecimientos sean en


cada momento tuyos.

Padre Eterno, te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad de tu


Amadísimo Hijo Nuestro Señor Jesucristo en reparación por mis pecados y los del mundo entero,
te ofrezco el Doloroso e Inmaculado Corazón de María; y las penas, las Alabanzas y la Gloria de
todos los Mártires, los Angeles y los Santos; junto al ofrecimiento de todas las almas víctimas, y
el ofrecimiento de mi alma como víctima de tu amor, unida a todas las santas Devociones, Santos
Rosarios y Santas Misas que se han dicho y que alguna vez se dirán: Por tu mas grande Gloria mi
Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo, por la gloria de Nuestra Madre Bendita María, por sus
intenciones, por el triunfo de su Inmaculado Corazón. Por la gloria de la Santa Madre Iglesia, por
la conversión de los pecadores, por los moribundos, por las santas almas del purgatorio, por el
bautismo de los que no han sido bautizados.

Y con Tu permiso yo los bautizo espiritualmente en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu
Santo. Reciban a Jesús, reciban al Espíritu Santo, reciban a la Virgen María nuestra Madre
Celestial, reciban su Salvación. Y también por mis intenciones Señor, de conocerte, amarte y
servirte, por... ( )

Señor, que pueda yo vivir para conocerte, amarte y servirte, para caminar libre de culpa, puro y
santo ante ti y para ser siempre el instrumento dócil de tu Espíritu Santo.

X. EUCARISTÍA Y SANTIDAD
234

1. SANTOS EN EL SIGLO XXI

“No tengáis miedo de ser los santos del Nuevo Milenio”, fue una de las grandes exhortaciones
de Juan Pablo II a toda la Iglesia en el Año Jubilar. En este grito amoroso, el Papa hizo una
invitación que manifiesta la esperanza puesta en los hijos e hijas de la Iglesia de hoy y su visión
del futuro de la historia. En este “no tengáis miedo” nos llama a asumir, con determinación,
valentía y gozo, el reto a vivir la vocación universal a la santidad que se nos ha sido dada en la
gracia bautismal y también a desplegar toda su fuerza transformadora y misionera, llegando a ser
la presencia viva de Cristo, presencia tan viva y real que tiene el poder de transformar la
historia de este nuevo milenio.

Nuestro mundo y nuestra civilización vive una especie de “ruina espiritual y moral, y por lo
tanto, de decadencia en todas las áreas de la vida humana. La única forma de reconstruir la
humanidad post contemporánea es construyendo una nueva civilización de amor, de vida, de
solidaridad, de valorización de la persona humana. A la Iglesia del tercer milenio, le toca la
ardua tarea de remar mar adentro y adentrarse en las ruinas de esta civilización, para construirla
desde adentro. Este remar la barca de la Iglesia hacia las profundidades de la civilización actual,
se hará con dos grandes remos: La Santidad y la Misión. Misión que no dará fruto, nos dijo el
Santo Padre en su carta NMI, si no proviene de la Santidad, por que la Misión requiere un
testimonio, coherente y elocuente, de vida. "Esta generación tiene la misión de llevar el
Evangelio a la humanidad del futuro. Vosotros sois los testigos de Cristo en el nuevo
milenio. Sed muy conscientes de ello y responded con pronta fidelidad a esta urgente
llamada. La Iglesia cuenta con vosotros." (SS JP II, 21 de nov, 2000)

Juan Pablo II nos ha dicho en NMI que el Camino pastoral de la Iglesia de hoy es uno solo y es
urgente: el de la santidad. Para Juan Pablo II, la nueva primavera de la Iglesia es ante todo un
momento de gracia abundante, por la cual se forjarán grandes santos y santas. Los nuevos santos
de este Milenio.

Hemos visto como “tiempos de oscuridad vienen para el mundo y tiempos de gloria para la
Iglesia”. ¿Cuál es la gloria de la Iglesia? Es la santidad de sus hijos, santidad que refleja la luz de
Cristo, la vida de Cristo en el mundo.. “La Iglesia aumenta, brilla, crece y se desarrolla por la
santidad de sus fieles (cf LG 39)”. La característica principal de la Iglesia del tercer milenio
debe ser la santidad, la santidad del amor. Nos toca a nosotros reconocer este llamado y esta
responsabilidad. La historia se forja con la vida de los hombres y mujeres que viven en ella.

El siglo pasado, el siglo que cerró el II milenio, ha pasado a la historia como uno de los más
oscuros para la humanidad, por su egoísmo generalizado y olvido de Dios. Ha sido el siglo de las
guerras mundiales, de grandes sistemas políticos opresores, de la bomba atómica, del aborto
legalizado, del holocausto, de los experimentos humanos, del ateísmo... el siglo de gran
persecución a la Iglesia y el que ha dado más mártires. En este siglo, en medio de tanta oscuridad
y de figuras potentes de mal, hemos visto surgir en medio de esa historia de sombras, grandes
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rayos de luz. En este mismo siglo, la Iglesia ha sido coronada con hombres y mujeres que en
medio del mal han surgido para ser en el mundo “grandes luces que iluminan”: Santa Teresita
de Lesiux, Santa Gemma Galgani, Santa María Goretti, San Maximiliano Kolbe, Santa M.
Faustina, Santa Teresa de los Andes, San Padre Pío, Santa Edith Stein, S. Josemaría Escribá,
Beatos Jacinta y Francisco, Beato Pier Georgio, Beato Padre Pro, el beato P. Hurtado, el beato
Obispo Manuel Gónzalez, beato Carlos Rodríguez, los esposos Beltrame y pronto a ser
beatificada, Madre Teresa de Calcuta. Obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas, matrimonios,
solteros, niños y niñas. Más los cienes de cristianos que han dado su vida en el martirio por su
fidelidad a Cristo. . “Días de oscuridad para el mundo y de gloria para la Iglesia.” En medio
de la historia oscura de la humanidad, Dios revela su presencia santificadora... La luz de Cristo
no puede ser apagada por la oscuridad. “La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la
vencieron”. Juan 1,4 - Precisamente para mostrar que la luz de Cristo nunca es vencida por la
oscuridad es que SS Juan Pablo II, ha revelado la abundante santidad que ha surgido en la Iglesia
a través de las tantas beatificaciones y canonizaciones. Esto es prueba que el poder de Dios
trasciende la oscuridad del mundo y que en medio de una generación hostil e indiferente, se
confirma lo que Jesús nos dice en San Juan: «Mi Padre obra siempre» (5,17). Cuando el mundo
ha querido excluir a Dios de la historia, Dios manifiesta que El es su Señor: a través de los
santos.

2. ¿QUIENES SON LOS SANTOS?

Los santos son, en primer momento, los cristianos. Así los llamaba San Pablo: Los
santos…Hombres y mujeres que han tenido el amor y la valentía suficiente para sobrepasar las
tentaciones del mal, las seducciones del mundo y las inclinaciones del egoísmo, y así, crecer a la
estatura de Cristo (Ef 4,13), hasta llegar a decir, como S. Pablo: “ya no soy Yo quien vive, sino
que es Cristo quien vive en mi”. Los santos se hacen presente en la historia de la Iglesia, y con
un paso al frente dicen: Aquí estoy. Presente. Igual que hizo San Maximiliano Kolbe, San
Ezequiel Moreno o San Alberto Hurtado, al dar un paso al frente para dar testimonio del amor
heroico en nuestro mundo. La santidad es un don de Dios a su Pueblo, El santifica a su Iglesia
porque es su Esposa, y así como la cabeza es Sabta, así el Cuerpo es Santo. (Cfr. Isaac de Stella,
Oficio de lectura del Viernes V de Cuaresma).

3. LA SANTIDAD ES PARA TODOS

‘Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la plenitud de la
vida cristiana y a la perfección de la caridad’ (LG 40) .

La Santidad es un don de Dios a su Iglesia. Así como la Cabeza de la Iglesia, que es Cristo, es
santa, así también su cuerpo ha sido santificado. Porque el destino del cuerpo es el mismo
destino de la cabeza (Cfr. Prefacio de Ascensión).

Para alcanzar o vivir esta perfección, los cristianos debemos disponernos con todo el corazón a
seguir las huellas de Cristo haciéndonos conformes a su imagen, y siendo obedientes en todo a la
voluntad del Padre. De esta manera, la santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes,
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como lo muestra claramente en la historia de la Iglesia la vida de los santos. (LG 40).

“La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no tener límite en el amor y la virtud’
(San Gregorio de Nisa, v. Mos.). S. Josemaría Escribá nos explica: "El gran secreto de la
santidad se reduce a parecerse más y más a El, que es el único y amable Modelo". (Forja,
752).

El santo es una prolongación del amor misericordioso, acogedor y sanante de Dios en


medio de la historia. Es una hostia viva: ofrecida, consagrada, fraccionada y donada al
servicio de los demás.

4. ¿DONDE SE FORMAN Y FORJAN LOS SANTOS?


En el mismo lugar en donde ustedes están, ante la presencia real de Jesús en la Eucaristía. La
Eucaristía es “Dios con nosotros”, el Emmanuel. “La Palabra se hizo carne y habitó entre
nosotros” (S. Juan 1)... y habita... “Yo estaré con ustedes hasta el fin del mundo”. (Mt. 28,20) Y
está con nosotros para actualizar todo su poder salvador y santificador en cada generación. “ Su
misericordia llega de generación a generación”, nos dijo la Santísima Virgen en el Magnificat.
(Ya en esta proclamación se profetiza el poder de la Eucaristía)

Un día alguien dijo a Santa Teresa de Ávila: “Si tan solo hubiese vivido en el tiempo de Jesús.
Si tan solo le hubiese visto y le hubiese hablado. Santa Teresa le respondió: Pero acaso no
tenemos ante nosotros a Jesús vivo, verdadero y realmente presente en la Eucaristía?

La Eucaristía es Nuestro Señor realmente presente, su Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, oculto
bajo las apariencias de pan, pero real y físicamente presente en la Hostia Consagrada. Vive en
medio de nosotros para santificarnos, transformarnos en su imagen, para liberarnos del pecado,
del adversario y del egoísmo, para levantarnos con el poder de su vida divina resucitándonos de
toda muerte y esterilidad espiritual. Está con nosotros para calmar las tempestades interiores de
nuestras egoístas actitudes; para abrir los ojos ciegos de nuestras almas, para romper las
cadenas de opresiones, hábitos pecaminosos, ataduras a lo terreno y elevar todas nuestras
potencias humanas a los bienes celestiales.

Para transmitir la caridad y misericordia de su corazón, y darnos corazones generosos capaces


de perdonar y hasta de hacer el bien a los enemigos. Para capacitarnos formarnos, forjarnos en su
imagen... para ser modelados en él, de tal forma que el mundo reconozca el rostro de Cristo en
los nuestros. La Eucaristía es Cristo Mismo, Luz del Mundo: "Yo soy la luz del mundo; el que
me siga no caminará en la oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida" (Jn 8, 12). Quien está ante
la luz, y se impregna de la luz, no puede hacer nada más que iluminar. ¡"No se enciende una
lámpara para ponerla debajo del celemín" (cf. Mt 5,15). “Bajó Moisés del Monte Sinaí y,
cuando bajó del monte con las dos tablas del testimonio en su mano, no sabía que la piel de
su rostro se había vuelto radiante, por haber hablado con él.”. Ex 34.29 San Esteban fijó
sus ojos en el cielo y contempló al Hijo de Dios. Su rostro se llenó de la luz de Cristo.(Hecho
6, 15)

“La santidad es el mensaje elocuente que no necesita palabras, la santidad representa al


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vivo el rostro de Cristo". (NMI, 7). La santidad es visible, hermanos, y con esto no hablo
necesariamente de manifestaciones extraordinarias, que muchas veces El Señor ha permitido en
la vida de los santos para revelar externamente su gran obra interior. A muchos santos se le
iluminaban sus rostros, con ello manifestaban la luz de Cristo de la cual estaban llenas sus almas,
como Santa Clara de Asís que le sucedía después de estar horas ante el Santísimo, descubren una
luz de alegría. La santidad siempre se nota porque allí donde llega un santo la gente salta de
alegría, como cuando María llevando a Cristo en su vientre visita a Isabel, y en ella el niño en su
vientre saltó de a legría.

El Santo Padre Benedicto XVI nos dice que la santidad es la Caridad, pero que “Una caridad
fría no es cristiana”. La santidad es prolongar el amor de Dios en la historia. Es hacer ver que
Cristo vive en nosotros y que en nostros actúa en su amor incondicional y siempre entregado
para nosotros.

5. LA EUCARISTÍA ES EL SECRETO DE LOS SANTOS. (JPII) ¿No nos dijo acaso


Jesús?: “Yo soy la vid; vosotros los sarmientos. El que permanece en mi y yo en él, ese da
mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada.” (S. Juan 15, 5).

La santidad es fruto de la Eucaristía porque esta es su fuente. Solo quien está en comunión con la
vid, Jesús Eucarístico, puede ser una sarmiento fecundo. Veamos la vida de los santos, testigos
elocuentes de esta verdad: La Eucaristía es el secreto de los santos. Es la escuela en donde se
forjan las grandes luminarias de Cristo.

CURA DE ARS
Cuando S. Juan M. Vianney llegó a la pequeña villa de Ars, alguien le dijo con amargura: “aquí
no hay nada que hacer”. El Santo replicó: “pues entonces hay mucho que hacer”. E
inmediatamente comenzó a actuar: se levantaba a las 2:00 am para estar en oración ante el
Santísimo Sacramento, pasaba horas hasta que temprano en la mañana celebraba la Santa Misa.
Al terminar, volvía a quedarse en adoración, con el rosario en mano y sus ojos fijos en Jesús
Eucarístico.

La santidad del Cura de Ars, santidad forjada en esas horas ante la Eucaristía, atrajo a tantos
hombres y mujeres, que se vio obligado a escuchar confesiones por 10, 15 y hasta 18 horas.
¿Quien logró esta transformación? El poder de la Eucaristía.

BEATO PADRE DAMIAN, APÓSTOL DE LOS LEPROSOS:


“Si no fuese por la constante presencia de Nuestro Divino Maestro en nuestra humilde capilla, no
hubiese podido perseverar en participar de la misma suerte de los leprosos en Molokai. La
Eucaristía es el pan de vida que me da fuerza para todo esto. Es la prueba más elocuente de Su
Amor y el medio mas poderoso para aumentar en nosotros su misma caridad. El se nos da
diariamente para consumir nuestros corazones con su fuego purificador y transformador, para
que incendiemos a los demás con el ardor de su amor”.

MADRE TERESA
“Recién en 1973, cuando empezamos nuestra Hora Santa diaria, fue que nuestra comunidad
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comenzó a crecer y florecer . . . En nuestra congregación solíamos tener adoración una vez a
la semana durante una hora; luego en 1973 decidimos dedicar una hora diaria a la adoración. El
trabajo que nos espera es enorme. Los hogares que tenemos para los indigentes enfermos y
moribundos están totalmente llenos en todas partes. Pero desde el momento que empezamos a
tener una hora de adoración cada día, el amor a Jesús se hizo más íntimo en nuestro corazón, el
cariño entre nosotras fue más comprensivo y el amor a los pobres se nos llenó de compasión, y
así se nos ha duplicado el número de vocaciones. La hora que dedicamos ante Jesús en la
Eucaristía es la parte más valiosa de todo el día, es lo que cambia nuestros corazones.”

SAN PADRE PÍO


la vida del Padre Pío se mueve alrededor del Tabernáculo. La Eucaristía es su centro de
gravitación. La gente de Pietrelicina atestigua que desde niño visita asiduamente a Jesús
Sacramentado. Ya de fraile, nos dicen, pasaba largas horas ante la Eucaristía, a veces noches
enteras. Durante la adoración sentía un gran fuego en su pecho, que consumía todo su interior. Si
el Padre Pío no estaba en el altar, sus ojos estaban continuamente dirigidos hacia el tabernáculo.
Igual durante las largas horas de confesiones. Una de las hijas espirituales del Padre Pío que
murió en olor de santidad, participando de una Misa celebrada por el Padre Pío, vio como un
rayo de fuego salir del corazón del santo hacia el tabernáculo. Jesús le explicó que era el amor
que se comunicaba constantemente entre el corazón del P. Pío y el Corazón Eucarístico de Jesús.
Ya no se diga, las Misas del Padre Pío.... duraban a veces hasta 2horas y media... Sumergido en
completa comunión con el sacrificio de Cristo.

SANTA FAUSTINA
Nos narra en su diario: “ A los siete años, cuando estaba ante Jesús expuesto en la custodia,
entonces, por primera vez se me comunicó el amor de Dios y llenó mi pequeño corazón y el
Señor me hizo comprender las cosas divinas. Desde aquel día mi amor al Dios oculto ha crecido
hasta alcanzar la más estrecha intimidad. Todo el poder de mi alma procede del Santísimo
Sacramento.”
Sor Crecencia (una hermana de Congregación) dijo: La hermana Faustina “Vivía en total
recogimiento la Misa sin ver nada de cuanto estaba a su alrededor. Tenía una devoción inmensa
por el Santísimo Sacramento. Cuando estaba ante la Eucaristía oraba con profundo fervor y con
mirada fija y ardiente en Jesús. En todos los momentos libres corría a visitar a Jesús
Sacramentado”.

SANTA TERESITA DE LESIEUX


El centro de toda su vida, su afecto y atención era “el prisionero de amor” como llamaba a Jesús
Eucarístico. A tal punto que compuso un hermosa poesía que nos revela su amor ardiente y
dependencia total por el Sacramento de Amor. En esta poesía abre su corazón para manifestar un
gran deseo: “quiero ser llave del sagrario para abrir la prisión de la Santa Eucaristía. Quiero ser
la lámpara que se consuma cerca del sagrario.. Quiero ser la piedra del altar para ser un nuevo
establo en donde repose la Eucaristía. Quiero ser corporales para guardar en ella la hostia
consagrada. Quiero ser patena .... quiero ser custodia... quiero ser cáliz ..”
Ese era su gozo... Cuenta como una gran dicha, un día en que en el momento de la Comunión,
habiendo caído la Santa Hostia de las manos del sacerdote, ella tendió el escapulario para
recibirla.. Consideraba esto un privilegio tan grande como el de la Virgen Santísima, pues había
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tenido en sus brazos al mismo Jesús.

ALEJANDRINA DA COSTA- vivió para la Eucaristía, se alimentó de la Eucaristía y murió


queriendo ser enterrada en la iglesia parroquial y que la colocaran de tal forma que su rostro
contemplara el Sagrario.

SS JUAN PABLO II- seguramente pasará a la historia como uno de los Papas más grandes que
ha dado la Iglesia.. De donde surge su grandeza tanto en santidad como en un pontificado tan
fecundo? Lo entenderemos a la luz de esta historia, narrada por un sacerdote que trabaja muy
cercano al Papa.

Recién elevado JPII al pontificado, uno de sus secretarios lo buscaba. No sabía nadie donde se
encontraba. Nos narra que fue a su cuarto después de cena, tocó la puerta, fue con una montaña
de papeles para que leyera y firmara, y él no estaba allí. Preguntaba a todos los Cardenales, nadie
sabía donde él estaba. Fue a la cocina pensando que quizás el Santo Padre al no haber cenado,
tenía hambre y fue en búsqueda de algo de comer. Lo cierto es que no se encontraba por ninguna
parte y nadie sabía donde estaba.

En eso, este secretario se encontró con el sacerdote que era secretario del Santo Padre desde
Polonia. Cuando le preguntó, éste le contestó: Cuando no sepas donde está el Santo Padre,
puedes estar seguro que lo encontrarás en la capilla orando ante la Eucaristía. Fue a buscarlo a la
capilla para confirmar la información y lo encontró: postrado con su rostro en tierra y con sus
manos extendidas ante Jesús Eucarístico.”

El Papa nos ha dicho que en sus 50 años de sacerdocio lo más importante ha sido y es la
celebración de la Eucaristía. He tenido el privilegio de estar en la Misa Privada de Su Santidad,
en Roma, y no se pueden imaginar lo que se experimenta. He visto en sus ojos, profundamente
fijos en la Eucaristía... entra en una dimensión que nos trasciende a los que estamos con él. Me
sentí estar presenciando un alma sacerdotal completamente sumergida en el misterio de la
Presencia real. Aquí se ha forjado Juan Pablo II. Pude ver como sus palabras se cumplían: “La
Santa Misa es el centro absoluto de mi vida y de cada día de mi vida”. Como no llamarle a su
última encíclica “La Iglesia vive de la Eucaristía”.. Si Juan Pablo II, vive de la Eucaristía? “La
adoración del Santísimo Sacramento tiene cotidianamente una importancia destacada y se
convierte en fuente de vida y santidad.” (Enciclica de JPII Ecclesia de Eucharistia). Desde
su primera comunión ha recibido la Eucaristía todos los días.

“Sigamos, queridos hermanos la enseñanza de los Santos, grandes intérpretes de la


verdadera piedad eucarística. Con ellos la teología de la Eucaristía adquiere todo el
esplendor de la experiencia vivida, nos contagia y nos enciende”. EE, 62)

En estas horas de sombras, necesitamos que brille la luz de Cristo en la santidad de los hijos de la
Iglesia. Debemos presentar a la humanidad la "luz verdadera que ilumina a todo hombre que
viene a este mundo" (Jn 1, 9).
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Jesús, el Redentor y Salvador de los hombres permanece con nosotros realmente en la Santa
Eucaristía. Jesús en el Santísimo Sacramento se da por completo "para la vida del mundo", para
nuestra vida, para la vida de nuestro mundo y nuestra historia. La Eucaristía es la presencia
sublime del amor de Cristo. Amor permanente, santificador, eficaz, poderoso e
incondicional. Decía el beato obispo Manuel Gónzalez, obispo de la Eucaristía: el sagrario es el
lugar mas poderoso de la tierra”. De verdad lo creemos? Aquí está el tres veces Santo, para forjar
y formar santos con el poder de su gracia y en su escuela de santidad. El mundo de hoy necesita
“testigos” para que pueda con gozo decir: “Dios está con nosotros, pues visto los efectos de su
presencia en hombres y mujeres que no han tenido miedo de abrir de par en par, generosamente,
las puertas de su corazón a Jesús y que se han dejado transformar en imágenes vivientes de su
amor y su santidad.

Espero poder contribuir al crecimiento en el amor al MISTERIO DE NUESTRA FE, a la


Eucaristía que es la escuela de Jesús, escuela de amor y paz, escuela de humildad y santidad.

Recuerda que la Eucaristía es el mismo cielo abierto para nosotros, pues donde está Dios allí hay
cielo y la Eucaristía es Dios mismo entre nosotros: es el cielo abierto para el mundo.

Juan Pablo II oraba: "Pido a Dios tres veces santo, que, por intercesión de esta inmensa
multitud de testigos, los haga santos, los santos del tercer milenio".

Creo firmemente que el cristiano del siglo XXI ha de ser alguien que ha tenido una experiencia
profunda con Cristo Resucitado, alguien que es eucaristizado: tomado, bendecido, partido y
repartido para los demás, o ya no será nada.

Los cristianos de este siglo hemos de caer en la fascinación y el estupor ante el Misterio, y
quedar impregnados de Él, hasta el puento de siempre bajar iluminados por su fuerza, henchidos
por su amor misericordioso y deseosos de comunicarlo al mundo.

Pero si después de contemplar la Maravilla Eucarística no experimentamos aún esto, podemos


doblar las rodillas y decir: “Señor, que pueda ver…que pueda entender”, “Anunciamos tu
muerte, proclamamos tu Resurrección. ¡Ven Señor Jesús¡

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