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La verdad os hará

libres
Blas Ruiz Grau
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 1

A Alejandro, por cuidar de nosotros,


en especial de Mari y de Leo.
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Capítulo 1

Madrid, martes 17 de agosto. XXX.

Cerró los ojos mientras apoyaba la cabeza contra la pared.


A pesar de que todavía no era la hora, ya comenzaba a aplicar las técnicas respiratorias
que tanto le había costado aprender a controlar. Y es que no era nada fácil reducir la
frecuencia con la que los pulmones hacían su trabajo mientras estos recibían la cantidad de
aire justa para realizar el ejercicio de seguir viviendo. Eso sí, gracias a eso su aliento era casi
imperceptible. Todo para no ser detectado.
Movió sus manos de manera lenta, pero decidida. Necesitaba destensar sus dedos. Los
necesitaba al cien por cien de sus capacidades. Y eso no era bueno para su presa. Nada bueno.
Movió su cuello para hacer lo propio con las vértebras que formaban el mismo. No tenía
miedo de que su cabeza se restregara por la pared. Sabía de sobra que no dejaría rastros de
cabello. La redecilla que llevaba puesta era algo ridículo desde el punto de vista estético. Sí.
Pero nada más efectivo que eso para no dejar ninguna señal de su paso.
Reconoció que le había costado entrar más de lo que esperó desde un primer momento. El
juego de ganzúas casi se había quedado obsoleto frente al potente sistema de seguridad del
bombín de la puerta, pero una vez más el ingenio se había impuesto a las trabas y ahí estaba,
impaciente por llevar a cabo su trabajo.
Y es que así lo llamaba él: trabajo.
Era curiosa esa auto denominación que había hecho a lo que él hacía. Sobre todo porque
ya había trabajado anteriormente en otros menesteres y nunca había disfrutado de la forma
con la que lo hacía ahora. Alguien que no comprendiera cuál era el sentimiento real que se
despertaba en su fuero interno cada vez que cumplía lo que se le ordenaba, lo hubiera
llamado loco. O sádico. Qué más daba. La gente de a pie pecaba de usar esas palabras sin
tener ni idea de su verdadero significado, sin comprender que esas denominaciones iban
mucho más allá de lo que en realidad era él. Un loco vive ajeno a la realidad que lo rodea. Un
sádico hace lo que hace para satisfacer su ansia de sangre. Él tan solo era un mandado. Un
soldado. Un brazo ejecutor.
Y no tenía nada malo que disfrutara arrancando la vida de quién contrajese una deuda con
su jefe. Para eso le pagaban.
No necesitó mirar su reloj pues había un enorme y viejo aparato de madera antigua muy
cerca de donde él se encontraba. Ya era la hora. Estaría a punto de llegar.
Todos los días el mismo ritual. El blanco no podía ser más predecible. El trabajo no podía
ser más sencillo.
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Escuchó el sonido del ascensor. Agradeció que las piernas de su objetivo ya no fueran
capaces de subir tres pisos andando. Escuchar la apertura de las puertas del aparato era un
regalo en señal de alarma que él aprovechó para olvidar que era un ser humano y convertirse
en la máquina que se esperaba que fuera. Una máquina perfecta, engrasada, infalible, letal.
Oyó cómo sacaba las llaves de su bolsillo y las introducía en la primera de tres
cerraduras. Cerraduras, que a su vez, él había dejado como estaban para no levantar sospecha.
Segunda cerradura.
Notó cómo la emoción hacía acto de presencia en forma de adrenalina. No se dejó llevar
por ese subidón. Calma, necesitaba calma.
Tercera cerradura.
La puerta se abrió.
Sabía que ahora dejaría las llaves en el cuenco de madera que descansaba sobre el mueble
con el espejo de la entrada. Acto seguido, bebería agua. De hecho, así lo hizo. El sol de
Agosto no perdonaba. El animal de costumbres tampoco.
Ahora iría hacia el salón a encender el televisor y poner las noticias de la cadena pública
antes de cambiarse de ropa y deshacerse hasta el día siguiente del traje.
Aunque ese día no llegaría hasta ese punto.
No llegaría ni a encender la televisión.
Llegó la hora.
Actuó.
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Capítulo 2

Madrid, martes 17 de agosto. Plaza de Colón.

Carolina acababa de llegar, puntual como solía hacerlo siempre, a la puerta del café
Colón.
El emblemático café madrileño se situaba flanqueando la plaza de mismo nombre en
pleno corazón de la capital. No era gran cosa, pensaba la joven, pero su padre decía que en
ningún lugar del mundo se podía tomar el café que ahí preparaban. Y ella no podía más que
dar la razón a esa afirmación. De decoración escasa —salvo unas pocas fotos antiguas de
Madrid colgadas en sus paredes—, el local era más bien pequeño. Apenas cinco mesas con
unos cuantos años a sus espaldas componían el mobiliario que complementaba a una barra
que había servido como soporte para los cafés de numerosas personalidades. A Juan Manuel,
actual dueño e hijo de su fundador, don Rafael Menárguez, no le gustaba fardar acerca de
ello, pero no era raro encontrar a algún que otro famoso degustando cualquiera de las
especialidades de la casa.
Carolina ya estaba acostumbrada a ello, por lo que ni siquiera reparó en la presencia de
aquel famoso cantante y su acompañante mientras se dirigía a la que solía ser su mesa
habitual.
Miró su reloj y sonrió pues ya pasaban tres minutos de las cuatro de la tarde, hora en la
que habían quedado.
«Otro retraso más que añadir a la lista de don Salvador Blanco», se dijo para sí misma.
Normalmente solía esperar a que su padre llegara para que ambos pidieran sus ya
habituales café solo con sacarina para él y capuchino con nata montada y aroma de vainilla
para ella; pero aquel día estaba siendo inusualmente caluroso —incluso para un martes
diecisiete de agosto— y su cuerpo estaba empapado en sudor. Pidió una botella de agua.
Dio gracias a que ningún niñato se hubiera cruzado en aquellos momentos con ella pues
reconocía que su imagen actual llamaba la atención. Vestida con un pantalón vaquero tipo
pitillo bien ceñido que se marcaba justo donde ella quería que se marcara y un top de color
blanco que, gracias a ese sudor, se había pegado a su torso haciendo que ciertas partes de su
cuerpo parecieran más turgentes de lo que en realidad eran. De lo que ella no era consciente
—o más bien, no quería serlo—, era que daba igual la ropa con la que decidiera salir a la
calle pues solía llamar la atención debido a la belleza heredada de su abuela materna. Y es
que mirando fotos de cuando ella era joven, ambas parecen dos gotas de agua. Habiendo
heredado esos ojos de color avellana unos días y verde pardo otros, no había mirada que no
se fijara en ella cuando iba a cualquier lugar. Su pelo siempre bien peinado con un tono claro,
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acercándose peligrosamente al rubio era lo único que la diferenciaba de la madre su padre


cuando ésta era joven.
Pero Carolina no quería ser consciente de eso.
Centrada en sus estudios desde que comenzó la adolescencia y fue consciente de la
importancia que tenían para ella, había pasado por completo de cualquier relación. No. Nunca
había tenido novio y a sus veintidós años bien podría haber sido considerada un bicho raro
por sus amigas de haberlas tenido. Y es que Carolina sentía que no tenía tiempo para todo
eso. Nunca echó en falta mantener contacto con el mundo real y, ahora que había terminado
sus estudios y ya estaba preparada para meterse de lleno en el mundo laboral, menos todavía.
Era feliz con su vida actual. Quizá también porque no había conocido otra cosa. Pero el caso
es que tenía a su padre, su padre la tenía a ella y, por el momento, no quería nada más.
Aunque era consciente que la vida daba muchas vueltas. Quién sabía qué podría ocurrir
en un futuro.
Carolina agradeció al camarero que le hubiera servido el agua y acto seguido, volvió a
mirar su reloj. Las cuatro y veinte. Sí, su padre se solía retrasar algo, pero veinte minutos —al
menos sin haber llamado a la propia muchacha para advertir de su retraso—, era algo inusual.
Se preguntó si lo había hecho al café. En alguna ocasión, para no escuchar sus reproches
de manera directa, en vez de llamarla a ella lo hacía al local. Así ellos serían los que darían la
noticia de su retraso.
—Luis —llamó al camarero instantes después de ver que éste pasaba por su lado—.
—Dígame, señorita Blanco.
—¿Sabe si mi padre ha llamado para decir que llega tarde?
—No, que yo sepa. Pero le preguntaré al jefe. Él está más pendiente del teléfono que yo.
Carolina sonrió a modo de agradecimiento. Seguro que sí lo había hecho. Estaría
encerrado en su despacho ensimismado y sin darse cuenta de la hora que era. Como siempre.
Al cabo de unos segundos el camarero volvió.
—Su padre no ha llamado —anunció.
—Oh, gracias, no se preocupe. Ya lo llamo yo a ver qué ha pasado.
El camarero asintió y volvió por donde había venido.
Carolina sacó su teléfono móvil del bolso negro que llevaba y marcó de memoria el
número del teléfono móvil de su padre.
Este dio cinco tonos antes de que saltara el contestador automático.
Probó de nuevo con el mismo resultado.
Extrañada marcó el del trabajo.
Su padre era director del Museo Arqueológico Nacional desde hacía casi quince años.
Gracias a él, el museo había recuperado su esplendor de antaño debido a su insistencia a que
determinadas piezas y colecciones, como decía él, «estuvieran en casa». A ella le encantaba
contrariarlo al aseverar que si, en realidad estuvieran en casa, las piezas estarían enterradas en
el lugar de donde se habían extraído. A su padre se lo llevaban los demonios cada vez que su
hija le hacía ese comentario para meter el dedo en la llaga.
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Lo cierto es que lo hacía a modo de broma. Ella adoraba la historia, sin duda un
sentimiento que su padre le había inculcado de manera inconsciente al llevar hasta el extremo
su amor por ella. Carolina había elegido la carrera de Geografía e Historia con la esperanza
de hacer trabajo de campo en importantes excavaciones, como su padre hizo antaño. De
hecho, aquella misma mañana había recibido la llamada que tanto tiempo estaba esperando.
Don Ignacio Fonseca, ilustre historiador y arqueólogo —y a la vez mejor amigo de su padre
— la quería en su equipo formado por expertos en la materia para empezar unas excavaciones
en el norte de Iraq en breve. Ella había renunciado a la vida social por oportunidades como
esa. Y no pensaba desaprovecharla.
Tras dos llamadas al despacho de su padre, logró que alguien contestara.
Era María, la secretaria de su padre.
—Despacho de don Salvador Blanco, le atiende María, ¿dígame?
—María, soy Carolina, ¿está mi padre todavía trabajando?
—No. Tu padre se fue sobre las cuatro menos veinticinco. Es más, me habló que había
quedado contigo, como todos los martes, pero que primero pasaría por casa a quitarse el traje.
Que iba bien de tiempo y el calor lo estaba asfixiando para ir así vestido.
Carolina se extrañó de que su padre hubiera tenido tiempo de sobra para estar ahí ya con
ella —ya que este no vivía demasiado lejos del propio café Colón—. ¿Le habría pasado algo?
—Gracias, María. Supongo que se habrá entretenido con algo.
—De nada. Si necesitas cualquier cosa, aquí estoy. Chao.
—Chao.
Colgó pensativa.
Quizá no era algo tan extraordinario a ojos de otros. Pero ya llevaba media hora de retraso
y no era normal. Sacó un billete de cinco Euros sin importarle lo que pudiera costar el agua y
lo dejó sobre la mesa. Antes de salir indicó con un gesto al camarero dónde tenía el dinero.
Salió sintiendo el contraste de estar dentro con el aire acondicionado al sofocante calor
que azotaba la ciudad a las cuatro y media pasadas de la tarde.
Sacó del bolso las gafas de sol y comenzó a andar nerviosa en dirección a la vivienda de
su padre. Por el camino imaginó un sinfín de situaciones posibles que hubieran hecho que su
padre no fuera a su cita. Hizo un esfuerzo para sacar de su cabeza algunas nada agradables.
Llamó en un par de ocasiones más al teléfono de su padre con la esperanza de que este
contestara soltando cualquier excusa de manual, pero en ninguna de ellas contestó.
Llegó hasta el portal, situado en el propio paseo de la Castellana y sacó su juego de llaves
del bolso.
Decidió no esperar al ascensor. Estaba nerviosa. Seguro que no había pasado nada, pero
no podía evitar sentirse así.
Subió los escalones de dos en dos y en un periquete se plantó frente a la puerta del
inmueble.
La propia entrada anunciaba que no se trataba de una vivienda asequible a todos los
bolsillos. Fabricada en roble y adornada de manera elegante con unas formas realizadas a
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mano por el propio ebanista —por encargo del propio Salvador—, la puerta era un presagio
de lo que venía a continuación.
Carolina abrió la puerta y asomó la cabeza.
—¿Papá? —Dijo nada más hacerlo.
No obtuvo respuesta. No sabía si eso era bueno o malo. Los nervios la estaban
bloqueando. No era capaz de saber nada en esos momentos.
La vivienda, de casi doscientos cincuenta metros cuadrados, se distribuía en cuatro
habitaciones, dos cuartos de baño —uno de ellos enorme—, un salón de estar, un comedor,
una cocina y una amplia terraza. Sus ojos se fueron directos al mueble de la entrada. Sabía
que su padre solía dejar las llaves sobre el cuenco que ella misma compró.
Ahí estaban. Notó como una sensación eléctrica subía por todo su cuerpo.
—¿Papá? —Insistió.
Según avanzaba, de manera pausada, pero decidida, no era capaz de discernir si quería
llorar o no. Los nervios se habían apoderado por completo de ella y no podía pensar nada con
claridad. Pasó por la que su padre considera habitación de invitados. Asomó la cabeza con
mucho miedo de lo que pudiera ver.
Nada.
Respiró profundo y decidió continuar. No sin antes insistir.
—¿Papá? —Dijo una vez más.
No obtuvo respuesta. Tampoco la esperaba.
Llegó hasta el salón, la puerta estaba abierta de par en par, aunque la ventana parecía estar
algo baja, debido a la oscuridad predominante del espacio. Repitió la operación que había
hecho en la habitación anterior.
Esperó encontrar lo mismo, nada, pero fue justo todo lo contrario. Eso mismo provocó
que cayera de rodillas al suelo mientras emitía el grito más desgarrador que jamás un ser
humano hizo.
Acto seguido comenzó a llorar con todas sus fuerzas.
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Capítulo 3

Madrid, martes 17 de agosto. Exterior del domicilio del inspector Nicolás Valdés.

Nicolás montó en el coche, un Peugeot 407 de color gris metalizado, y esperó a que su
compañero de piso también lo hiciera.
Vivía con Alfonso desde su anterior destino, la Comisaría Provincial de Alicante —en el
que no estuvieron demasiado tiempo, pero sí vivieron una experiencia que marcó la vida de
ambos—. Ya se hicieron amigos en Avila mientras ambos se preparaban para ser inspectores
del Cuerpo Nacional de Policía. Ambos conectaron. Era difícil de explicar, sobre todo por
parte de Nicolás, pues Alfonso era su extremo en cuanto a personalidad. Nicolás era
introvertido, serio pero con una pizca de gracia, responsable, concienzudo. Alfonso era la
alegría de la huerta, con todo lo que ello conlleva, mostrando una personalidad arrolladora y
un poco pesada y cargante —según había oído Nicolás en más de una ocasión a sus
compañeros—.
Fuera como fuese, habían conectado. Y es que el inspector Valdés había encontrado en
Alfonso a ese amigo capaz de escuchar, de empatizar y de estar ahí cuando lo necesitaba.
Además, si ya de por sí estaban unidos, el caso de Alicante lo había hecho todavía más.
Se miró en el espejo retrovisor. Su barba, perfectamente recortada para ofrecer un aspecto
semi descuidado no desentonaba con el azul de sus ojos. Su pelo, corto pero cuidado hacía
que sus compañeros le llamaran a escondidas el Clark Gable de la Unidad de Homicidios
Central del complejo de Canillas, en Madrid. Su aspecto semi musculoso y cuidado en varias
horas de gimnasio no hacían más que apoyar esos chismorreos causados por la propia
envidia.
Alfonso llegó corriendo hacia el vehículo, abrió la puerta de golpe y se montó como una
exhalación.
—Venga, tira, que vamos a llegar tarde por tu culpa —dijo nada más entrar.
Nicolás sonrió ante la cara dura de su amigo. Era incorregible y lo sabía. Ni siquiera el
episodio de Alicante había hecho mella en ese humor tan suyo y eso era de agradecer. Aunque
en el fondo, Nicolás pensaba que todo era una pose. A Alfonso le afectaban las cosas más de
lo que mostraba al público, de eso estaba seguro. Pero, siendo sincero y egoísta lo prefería
así. A él le ayudaba que fuera así.
Arrancó el motor e inició el camino hacia el trabajo. Ya había pasado un año desde que
ambos habían ingresado en la unidad central de Homicidios y Desaparecidos del complejo
policial de Canillas en calidad de inspectores. El complejo poseía la unidad más importante
del país y de la que se solía requerir acto de presencia en crímenes cuya dificultad superaba a
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otras unidades del cuerpo de policía.


Llegó en apenas cinco minutos al complejo, en miras de los desplazamientos diarios,
Nicolás y Alfonso habían alquilado un piso que no distaba demasiado en coche del mismo.
Una vez dentro, aparcó y ambos se dispusieron a iniciar el turno de tarde, que finalizaría a
las doce de la noche.
Nada más entrar, ambos fueron directos al despacho que compartían con con cuatro
inspectores más. La relación entre ellos era bastante buena, en general y, aunque todos sabían
cuál era su espacio y lo respetaban, la comunicación entre todos era bastante fluida y no
tenían reparos en ayudarse en casos asignados a otros, aunque no pertenecieran al mismo
equipo de trabajo ni se encontraran trabajando en el mismo turno.
Ya habían notado algo de revuelo en las caras de los pesos pesados del complejo cuando,
nada más tomar asiento y prender su ordenador personal, el teléfono del inspector Valdés
sonó. Era el inspector jefe Martín, requería de su presencia inmediata en su despacho.
Nicolás no se demoró en llegar a la petición.
—¿Puedo pasar? —Preguntó por respeto. Sabía de sobra la respuesta.
—Adelante —contestó con su habitual tono su jefe.
Al inspector jefe José Martín se le podía definir como a un hombre experimentado. No en
vano había pasado los últimos veinte años de su carrera policial dirigiendo grupos de élite del
cuerpo. Hacía cinco años que había ido a parar a la unidad de Homicidios y Desaparecidos,
transfiriendo parte de su experiencia los hombres que ahora dirigía. Estos no eran tontos pues
se dejaban empapar todo lo que podían de él. Nicolás no era menos.
—Usted dirá.
—Tenemos un homicidio con dos características que hacen que salten las alarmas. Una es
que, al parecer, se trata del director del Museo Arqueológico Nacional. Esto levantará un
nivel mediático que no nos interesa en absoluto. Creo que usted tiene la experiencia
suficiente para controlar este tipo de situaciones, Valdés. Hágalo.
—¿Y la segunda?
Martín tragó saliva.
—Esta foto nos ha llegado desde la escena. La ha tomado con su teléfono móvil un agente
de la primera patrulla que ha llegado tras la llamada a Emergencias. Su comisario se la ha
pasado al nuestro y él, a su vez a mí.
Nicolás miró la pantalla del ordenador. No pudo disimular su sorpresa.
—¿Podría ser una muerte ritualista? —Acertó a decir.
—Eso parece. Espero que usted averigüe eso. Marche de inmediato. Aquí tiene la
dirección.
Le entregó un folio.
—De acuerdo. Marcho ya. Supongo que Científica ya estará en la escena.
—Supone bien. Ya han marchado, si todavía no han llegado, no tardarán en hacerlo, pero
será antes que llegue usted.
—Perfecto —dijo Nicolás a la vez que se levantaba de su asiento—. Por cierto, ¿quién ha
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llamado al 112?
—Ha sido la hija del fallecido. Ella lo encontró tal cual ha podido ver en la fotografía. He
enviado también a Marta Balaguer. Puede serles de ayuda.
Nicolás omitió lo que realmente pensaba de Marta Balaguer. De todos era sabido que su
relación con una de las psicólogas del cuerpo no era precisamente de amor. Más bien todo lo
contrario. Ambos mostraban su animadversión sin ningún tipo de reparo. Era un secreto a
voces que incluso conocía el propio inspector jefe.
Y es que Nicolás no creía en psicólogos ni psiquiatras. Su experiencia con ellos no había
sido del todo fructuosa.
Salió sin despedirse del despacho de su jefe. Pasó un breve instante a informar a Alfonso
de su nuevo caso y salió directo en busca de su vehículo.
Podría haber agarrado el que le hubiera dado la gana del Parque Móvil, pero Nicolás
prefería siempre llevar el suyo. Además, los demás coches no tenían en el cargador de CD los
grandes éxitos de Europe. Eso era importante.
Encendió el motor, puso la primera canción y los primeros compases —reconocibles por
casi todo el mundo, según él— de The final countdown comenzaron a sonar. Marchó hacia su
destino.
Tardó tres canciones en llegar. Tuvo suerte que durante los casi ocho kilómetros de
recorrido no encontró apenas tráfico debido a que en el mes de agosto, tres cuartos de la
población de Madrid emigraba en busca de playa, sol y tumultos.
Nada más aparcar observó y reconoció los coches que estaban mal aparcados en la
entrada del edificio donde se encontraba el cadáver. La furgoneta de Científica predominaba
sobre los otros coches. También reconoció el Mini rojo de la psicóloga.
Maldijo tener que trabajar codo con codo con ella, pero sabía que, debido a la situación,
tampoco le quedaban muchas opciones.
Los agentes que custodiaban la puerta impidiendo el paso a cualquiera —incluidos los
primeros periodistas que ya comenzaban a llegara a la escena. Sin duda alguien ya se había
ido de la lengua— saludaron al inspector cuando este mostró su placa y se apartaron de
inmediato. Volvieron a su posición original cuando éste accedió al edificio.
Subió las escaleras con cuidado de no tocar nada. Sabía que serían procesadas aunque
dudaba mucho que encontraran nada sospechoso en un lugar frecuentado por docenas de
personas a diario. Llegó hasta la tercera planta. Allí vio cómo una joven estaba sentada en las
escaleras que daban acceso a la cuarta planta. Lloraba, por lo que pocas dudas había de que se
trataba de la hija del fallecido. Las pocas dudas que quedaran las despejaba Marta Balaguer,
que estaba de cuclillas enfrente de ella. Nicolás sabía que debía hablar con la muchacha
cuanto antes, pero primero tenía que ver con sus propios ojos el escenario.
Se colocó frente a los dos guardias que custodiaban la puerta y se dispuso a preguntar
sobre lo que se sabía hasta el momento. Recordó que la joven estaba cerca y prefirió hacer
una seña a uno de ellos para que lo acompañara dentro.
Una vez estuvo en medio del pasillo, preguntó.
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—Buenas tardes, agente. ¿Qué tenemos?


—Al parecer homicidio. Mi binomio y yo hemos sido los que hemos llegado primero tras
su llamada a Emergencias. Cuando he entrado y he visto la escena no me podía creer que
fuera real.
—Ya… Le entiendo —dijo quitándole hierro al asunto. El agente parecía excitado.
Tampoco era tan raro que nunca hubiera visto algo parecido—. Necesito que me diga con
claridad qué ha tocado usted y qué ha tocado ella desde que entró a la escena. ¿Le ha tomado
algún tipo de declaración?
—Sí, pero no más de la pertinente. Conozco mis competencias. Y no, no he tocado nada y
ella, al parecer tampoco. Como es lógico no ha podido acercarse a su padre cuando lo ha
visto así. Supongo que ha sido un poco mezcla del pánico y del shock.
—Está bien. Gracias, agente. Ha hecho un excelente trabajo.
Dicho esto Nicolás se encaminó hacia el interior de la vivienda. Oyó a sus espaldas la voz
del juez, que llegaba acompañado del médico forense. No se paró a esperarlos. Necesitaba
conocer sin preguntas del juez y del forense de por medio detalles de primera mano desde
Científica.
La vivienda, desde luego era un homenaje al buen gusto. Decorada con una mezcla, a su
parecer, exacta de objetos modernos y antiguos. Hubo algo que le llamó la atención, y era que
tuviera libros en casi todos los muebles con los que se iba cruzando en el largo pasillo. A
Nicolás se le antojó eterno. Tanto que pensó que todo su piso entero cabría por el camino que
ahora estaba recorriendo.
El inspector llegó hasta la entrada del supuesto escenario, pero no llegó a asomarse para
ver el panorama.
—¿Hola? —Dijo desde casi el umbral de la puerta.
Alguien vestido con las calzas, el traje, la redecilla del pelo y la mascarilla reglamentaria
para el equipo de Policía Científica salió a su encuentro. Al quitarse la mascarilla, reconoció a
la subinspectora Martínez-Giménez.
—Buenos tardes, Nicolás. Supongo que querrás que vaya al grano.
Este asintió. La subinspectora Clara Martínez-Giménez era la coordinadora de la unidad
de Policía Científica del mismo complejo en el que trabajaba Nicolás. Era una mujer de
fuerte temperamento y, según decían algunos, algo brusca en sus formas con la gente. El
inspector no podía opinar lo mismo pues con él el trato era inmejorable. Ambos mantenían
una buena relación laboral y eso se notaba en los resultados cuando trabajaban juntos.
—Buenas tardes, Clara —contestó este—. Dale.
—Creo que para entender el contexto de lo que te pueda contar, necesitamos entrar.
Tienes que verlo con tus propios ojos.
Nicolás asintió. Si ella estimaba que era mejor, no iba a ser él quien la contradijera.
—Toma, ponte esto.
Extrajo un par de calzas de su bolsillo y se las entregó. Nicolás se las puso guardando el
equilibrio con el pie contrario al que estaba vistiendo.
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Una vez puestas. La subinspectora pasó al interior.


Ella no le dijo nada. Su experiencia ya le decía lo que tenía que hacer dentro de la escena.
Sabía de sobra que debía seguirla exactamente por donde ella pisara, pues esa zona ya estaría
delimitada y libre de cualquier tipo de rastro que pudiera incriminar a alguien en el
homicidio.
Ambos se colocaron a una distancia prudente del cadáver.
La imagen impactaba, desde luego. Una cosa era verlo en una fotografía de mala calidad
con un teléfono móvil y otra bien distinta tenerlo delante.
Nicolás resopló.
Delante de sus ojos tenía la visión de un hombre crucificado.
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Capítulo 4

Madrid, martes 17 de agosto. XXX.

A tan solo unos kilómetros de la escena del crimen, alguien colgó su teléfono. Quizá los
planes no habían salido bien al cien por cien, pero lo importante, al menos, se había
cumplido. Sabía que había hecho muy bien al enviar a su mejor hombre para el trabajo, en la
parte fundamental no fallaría. La otra, si no salía bien, tampoco era tan grave. Después de
todo, muerto el perro, se acabó la rabia. Descolgó de nuevo el auricular, ahora tocaba llamar a
su cliente.

****

Ciudad del Vaticano.

Colgó satisfecho y sonriente. Todo había acabado.


El Cardenal Obispo Alexandros Guarnacci tenía dibujado en su rostro una malévola
sonrisa. A pesar de las reticencias del Secretario de Estado y, sin que su Santidad estuviera al
tanto de lo sucedido, el plan se había llevado a cabo y la parte más importante había salido
bien al cien por cien. El viejo ya no representaría ningún inconveniente. Si bien era cierto que
lo fundamental no había aparecido en ninguna parte, ni siquiera bajo la amenaza que seguro
habría formulado el sicario encargado del trabajo, con la muerte del viejo se perdería pues no
tenía constancia de que nadie más supiera nada del secreto.
Sin una orden firmada por el propio Santo Padre que exculpara el Cardenal de cualquier
acto, nada de esto podría haber sido llevado a cabo, pero la precaria situación de salud, tanto
física como mental, que azotaba al Sumo Pontífice había sido aprovechada por Guarnacci
para conseguir la firma. Y es que de muchos era sabido que el Papa era ahora una marioneta
en manos del poderoso Cardenal. Y lo peor de todo es que sabían que éste último no le tenía
ningún aprecio al viejo Papa, que sus ansias de poder eran lo único que lo mantenían siempre
al lado del heredero de San Pedro.
Guarnacci quería poder. No era ningún secreto. Y lo peor de todo es que tanto sus afines
como detractores sabían que acabaría ocupando el cargo más importante de la cristiandad tan
pronto como el Papa fuera a reunirse con su Padre. Y eso, al parecer, debido a la larga lista de
enfermedades y achaques del Sumo Pontífice no tardaría demasiado en llegar.
Abrió una de botellas de la Gran Reserva Vaticana. La tenía reservada para una ocasión
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así. Se sirvió una copa y se relajó con el primer sorbo que le dio.
Se imaginó con el Anillo del Pescador en sus dedos mientras miraba el suyo propio.
Acarició el escudo de armas del actual Papa y pensó que no dentro de mucho, el que estaría
grabado sería el suyo.
Tomó un nuevo sorbo de la copa. El aroma a poder que emanaba el recipiente iba de
perlas con la situación que estaba viviendo.
Cerró los ojos y siguió fantaseando viéndose vestido de blanco.

****

Roma.

Lo primero que hizo al bajar del autobús fue llenar sus pulmones de aire, su nuevo aire. Y
es que podría parecer que era el mismo que respiraba en el pequeño pueblecito en el norte de
Italia desde el que provenía, pero nada más lejos. Los más puritanos le podrían decir que el
otro era muchísimo más puro, muchísimo más sano, pero él hubiera contestado diciendo que
éste tenía un cierto tono de esperanza.
El obispo Flavio Coluccelli por fin había realizado el viaje que tantos años llevaba
esperando. Él, junto a tres obispos más, serían nombrados Cardenales mediante una
ceremonia conocida como Consistorio Público. Le hacía mucha ilusión que el Papa
reconociera así el esfuerzo que estaba haciendo por la Iglesia, su lucha, su labor diaria. Tenía
claro que daría su vida por la institución en caso de requerírsele.
No ambicionaba el poder. Nunca lo había hecho. Pero era consciente que, gracias a eso,
podría hacer cosas que con su actual cargo estaban fuera de su alcance. Y es que Flavio era
un sacerdote atípico.
De pensamientos abiertamente liberales, el obispo Coluccelli nunca se escondió en sus
ideales de lo que, para él, debería ser la iglesia del siglo XXI. Se mostraba cercano a todo y a
todos. Jamás despreció a una persona por sus creencias, actos, preferencias sexuales y demás.
Todos eran hijos de Dios y, como tal, debía quererlos y aceptarlos fueran como fueran. Era
por ello que su despacho siempre estaba concurrido con personas que necesitaban de un oído
amable. De alguien que no miraba a nadie de manera distinta.
Flavio era consciente que la Iglesia necesitaba un lavado de cara y él estaba dispuesto a
comenzar a poner esos cimientos tan necesarios. No era un soñador, la realidad le decía que
encontraría muchas trabas, muchos pensamientos tan retrógrados que hacían que su
vergüenza saliera a flote sin miramientos. Pero nada de eso le importaba. Amaba a la Iglesia,
amaba a Dios. Nada le haría desistir.
Salió de todos sus pensamientos y llamó a un taxi. Su nuevo hogar lo esperaba.
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Capítulo 5

Madrid, martes 17 de agosto. Domicilio de Salvador Blanco.

Nicolás no podía dejar de mirar hacia el cuerpo de don Salvador Blanco crucificado.
Como maderos se había utilizado las propias tablas de una estantería que, al parecer, estaba
anclada a la pared. El cuerpo de la víctima estaba desnudo. Al menos el criminal había tenido
la decencia de tapar los genitales del director del museo con una toalla blanca. A pesar de que
tenía la cabeza hacia abajo y de esa forma no se podía apreciar bien del todo, parecía, por la
cantidad de sangre que cubría todo el cuerpo, que el cuello de la víctima había sido sesgado.
Nicolás miró alrededor del cadáver y comprobó cómo las manchas de salpicadura que habían
a sus flancos daban fuerza a esa hipótesis.
—Cuéntame— dijo sin apartar los ojos de la víctima.
—Al parecer, antes de ponerlo en la posición que ahora vemos fue golpeado en varias
ocasiones en ese sillón de ahí —señaló con su dedo un sillón de color marrón claro colocado
justo en el centro de la estancia—. Por evidencias, no hemos podido preguntar a su hija si esa
es su posición habitual, pero si te fijas todo el conjunto está en perfecta armonía menos el
sillón, por lo que es probable que el agresor lo haya movido y colocado en ese lugar. La
prueba de que fue golpeado nos las da la sangre seca que hay en él. No es demasiada y podría
tener algo de tiempo, pero es una buena hipótesis, de momento.
Nicolás asintió sin dejar de mirar el cuerpo.
—Debió de ser alguien con una extraordinaria fuerza —comentó sin pestañear—.
¿Cuánto debe de pesar el cadáver? ¿Cien kilos? Para ponerlo en esa posición debe ser una
persona de gran envergadura. Además de muy hábil, esto no es nada fácil.
Clara asintió.
—¿Hay evidencias de lucha bajo sus uñas a primera vista?
—A primera no. Pero ya sabes que es algo que no nos corresponde a nosotros. El forense
dirá.
—¿Me llamaban? —Preguntó una voz a sus espaldas.
Ambos se giraron y comprobaron cómo el forense y el juez ya se habían colocado las
calzas y habían accedido.
—Sigan en linea recta, el salón es amplio y hay mucho que procesar —les advirtió la
subinspectora.
El médico obedeció, pues fue el único que se acercó hasta el cadáver. El juez prefirió
esperar más alejado del cuerpo.
—Mi trabajo hoy, aquí, es sencillo —comenzó a hablar el forense—. Según me ha
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comentado el agente, la hija, en su declaración ha dicho que ha llamado al trabajo y la


secretaria le ha confirmado que su padre había abandonado su despacho a las cuatro menos
veinticinco más o menos. Suponiendo que haya tardado diez minutos andando si ha venido
directo y descontando el tiempo del abordaje, podríamos asegurar que la hora de la muerte ha
sido sobre las cuatro de la tarde.
Nicolás no dijo nada. Eso ya se sabía de sobra.
—¿Puedo tocar el cuerpo, Ramiro? —Dijo preguntando directamente al juez.
Este se limitó a asentir.
El forense, con sumo cuidado de no alterar ninguna prueba levantó la cabeza del
fallecido, dejando a la vista el enorme tajazo que se presuponía.
—La causa también parece clara. Herida de arma blanca a la altura de la nuez de Adán.
Ha seccionado la yugular y el desangramiento ha hecho el resto. Igualmente esperemos a la
autopsia para saber todos los detalles.
Dicho esto, el juez se acercó hasta Nicolás con un papel para que lo firmaran todos.
—Ya pueden bajar el cadáver y llevarlo a Medicina Legal —comentó muy serio.
El forense dio las órdenes a través de su teléfono para que sus ayudantes procedieran con
la ayuda para bajarlo e introducirlo en la bolsa mortuoria.
Nicolás entendió que era el momento de intentar charlar con la muchacha.
Salió de nuevo de la vivienda. Ahí estaba. En el mismo lugar de antes, solo que algo más
calmada que hacía un rato. Al parecer el trabajo de Marta estaba surgiendo efecto.
—Buenas tardes, señorita Blanco. Soy el inspector Nicolás Valdés, de la Unidad Central
de Homicidios y Desaparecidos. Déjeme decirle que siento mucho lo sucedido.
Éste le tendió la mano. Sabía que su consuelo no serviría de nada, aún así, debía hacerlo
por respeto.
Ella aceptó el gesto. Tenía la mano muy sudada. A Nicolás no le hacía falta ser un genio
para saber que era producto del propio nerviosismo.
—Verá, sé que es un momento complicado, lo entiendo, pero necesito hacerle unas
preguntas.
—Inspector, ¿puedo hablarle a solas? —Intervino de pronto la psicóloga.
Éste aceptó resignado. Se alejaron unos pasos.
—No creo que sea buena idea avasallar a la pobre muchacha así, sin más. Ha vivido un
episodio traumático. He comprobado que hay cierto shock emocional en ella y podría
causarle estragos en la mente. Todo lo que le diga ahora podría ser recordado el resto de su
vida como algo muy negativo. Tenga cuidado con eso, déjela si no quiere hacerle más daño.
—Bien, gracias por su opinión. ¿Algo más? —Contestó desafiante, mirándola
directamente a los ojos.
Ésta interpretó el gesto del inspector justo como lo que era y no ocultó su desprecio.
—Suerte con el destrozo emocional que le va a provocar.
Y sin decir una palabra más comenzó a andar hacia las escaleras ante la mirada de no
entender nada que tenía la propia Carolina.
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Nicolás negó un par de veces con la cabeza, respiró hondo y volvió a acercarse a la joven.
—Perdone. Es algo temperamental y a veces no estamos de acuerdo en ciertas cosas.
Verá, sé que lo que le voy a pedir es algo muy duro, pero si lo dejo pasar y le hago estas
preguntas en otro momento, podría tergiversar sus propios recuerdos debido al dolor por el
que está pasando. Es mejor hacerlo ahora. ¿Me comprende?
Carolina dudó unos instantes antes de contestar.
—Sí —contestó al fin.
—Bien, en ese caso necesito me narre cómo ha ocurrido todo. Sé que ya se lo ha contado
al agente e imagino que también a la psicóloga, pero necesito que me cuente con pelos y
señales todo.
Carolina cerró los ojos y aspiró una ingente cantidad de aire para luego expulsarlo de
forma pausada. Era un consejo que le acababa de dar la psicóloga, de la que no recordaba el
nombre.
Tras esto, relató con todo lujo de detalles cómo habían ocurrido los hechos desde que
había quedado con su padre hasta el trágico desenlace.
A Nicolás le sorprendió la entereza que mostraba la joven a pesar de todo. Supuso que era
parte del shock de no saber muy bien todavía si todo aquello era verdad o era una horrible
pesadilla. Aunque su deber no era averiguarlo.
El inspector fue tomando nota en una libreta que acaba de extraer de su pantalón vaquero.
Apuntó todo, hasta un comentario que le llamó la atención debido a la situación. Y es que
Carolina pensaba en ese momento —o al menos así lo manifestaba— que su padre no solo
había sido brutalmente asesinado, sino que además había sido humillado utilizando la
teatralidad de la crucifixión.
—¿Pero eso lo piensa por algo en particular? —Quiso saber Nicolás.
—Sí. Mi padre era un ateo convencido. Aun así era un apasionado de las sagradas
escrituras y le encantaba leerlas a modo de estudio. No hacía más que hablar que de las,
según él, falacias que mostraba el libro entre libros. Decía que eso sólo reforzaba más su
convencimiento en la ausencia de Dios.
—Entonces, ¿podría entender que su padre manifestaba odio hacia la religión?
—No, para nada, mi padre, ante todo, era respetuoso. Siempre decía que cada uno era
libre de hacer con su vida y sus creencias lo que quisiera. Jamás intentaba convencer a nadie
de que su visión sobre el asunto era la más acertada.
Nicolás la miró sin saber qué decir. No era el qué decía, era el cómo lo decía. Ya hablaba
de su padre en pasado, por lo que parecía asimilar que estuviera muerto. Pero el sólo hecho
de hacerlo solía venir de la mano de una aceptación muy complicada de lograr y fruto de
varios días de duelo. O esa chica era de otro planeta o sabía muy bien disimular su dolor.
Eso le hizo pensar algo que quizá fuera tan necesario como disparatado, pero antes debía
esperar a que sacaran el cuerpo de la escena.
Ese acto no tardó en suceder, pues no había acabado de pensar cuando ya se escuchaba el
sonido de las ruedas de la camilla rodando sobre el pasillo, a sus espaldas.
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Nicolás se tensó. Aquello era producto de vivir la situación de ver a la pobre muchacha
viendo salir a su difunto padre dentro de una bolsa de color negro, símbolo de lo que
representaba.
La joven no dijo nada. Ni siquiera se movió. Tan solo lloró como si en sus ojos se
encontrara el nacimiento de un río de poderoso caudal.
El inspector no sabía bien qué hacer. No se le daba nada bien consolar, solía evitar a toda
costa este tipo de actos pues pensaba que no podría encontrar las palabras adecuadas.
Optó por sacar de su bolsillo trasero un paquete de pañuelos de papel y ofrecérselo a la
muchacha. Ésta lo aceptó.
—Siento muchísimo todo lo que está sucediendo.
Carolina negó con la cabeza sin poder hablar. Tenía un nudo en la garganta.
Nicolás aguardó unos minutos hasta que la joven pudiera recomponerse. No hablaba.
Sólo la miraba con la ternura que le despertaba verla llorar como a una niña pequeña, rota del
dolor. Ese sentimiento ya le pareció algo más normal, volviendo a humanizarla. Quizá no
fuera buena idea hacer lo que tenía pensado. Pero por otra parte, la investigación daría un
salto descomunal si lo hacía.
El dilema que tenía consigo mismo había conseguido que su estómago se encogiera como
hacía tiempo que no pasaba.
La joven consiguió serenarse y dejar de llorar pasados unos minutos. Nicolás decidió que
era el momento y tenía que jugársela a cara o cruz. Y salió cara.
—Señorita Blanco, lo que le voy a pedir es un poco duro —empezó a hablar suavizando
la realidad, porque en verdad era durísimo—. Para comprender un poco mejor lo que ha
pasado, necesitaría un reconocimiento ocular de la escena por su parte. No es algo que se
suela hacer, pero dado el carácter especial que ha tomado este incidente, podría ayudarnos
mucho. Quiero que entienda que usted no tiene por qué ser una heroína. No quiero que haga
nada de lo que no se sienta capaz. También debe entender que no por no hacerlo no vamos a
encontrar quién lo hizo. La única diferencia puede radicar en el tiempo que tardemos en
echarnos sobre él. Ahora bien, le pregunto: ¿Se sentiría capacitada de entrar, echar un vistazo
para ver cómo está todo y decirme si cada objeto está en su lugar o hay algo fuera de lo
habitual?
Nicolás lanzó la pregunta a sabiendas de que una negativa por parte de ella sería lo más
lógico en aquel momento. En muy pocos casos se instaba a un familiar o amigo a hacer eso.
En pocos, por no decir casi nunca. Pero el inspector entendía que el camino se podría allanar
mucho si ella aceptara. Ver las cosas en caliente, sin que el equipo de limpiezas de crímenes
pasara a empaparlo todo de lejía, moviendo las cosas de sitio, podría ser determinante.
Carolina dudaba. No sabía si en realidad podría. Una parte de ella misma le decía que sí,
que si era por el bien de encontrar a ese malnacido debía colaborar en todo lo que estuviera
en sus manos. Se lo debía a su padre, a su mancillada memoria. Por otro lado, el solo hecho
de pensar que tenía que entrar otra vez y ver la sangre de su progenitor en el suelo, la
aterraba.
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Lo meditó unos segundos más mientras trataba de serenarse.


Tomó una decisión.
—Adelante. Pero vayamos rápido, antes de que me arrepienta.
Nicolás asintió al mismo tiempo que en él crecía un sentimiento de admiración por la
muchacha. Era increíble lo que iba a hacer. Esa chica estaba hecha de una pasta especial,
desde luego.
—Está bien. Sígame. No quiero que haga más de lo que un ser humano es capaz. En
cualquier momento puede salir, eso sí, le rogaría que me lo comunicara y yo le indicaría por
dónde hacerlo. Es muy importante tener en cuanta que la Policía Científica está todavía
trabajando y podemos contaminar una prueba que pueda ser determinante. Al mismo tiempo,
le haré unas cuantas preguntas que pueden ser algo incómodas, a las que tiene derecho a
contestarme o no, según prefiera. ¿Ha entendido todo lo que le he dicho?
La joven asintió. Nicolás le tendió la mano para ayudarla a incorporarse y ambos
comenzaron a andar.
Nicolás iba delante. No sabía si en realidad quería ver la cara que ponía la joven mientras
hacían lo que él le había propuesto. Para tener la mente de ella ocupada, comenzó a disparar
preguntas.
—¿Sabe si en esta casa su padre guardaba algo de mucho valor? Con ello me refiero a
dinero, alguna pieza de arte o similar.
—No. Al menos que yo sepa. Toda la decoración la he ido comprando yo misma. No hay
nada que sea realmente caro.
Nicolás lo anotó.
—Esto sonará a tópico de cine malo, pero, ¿sabe si su padre tenía algún enemigo?
—Toda persona mediática tiene tanto admiradores como detractores. Pero eso no pasaba
de alguien que pudiera reprochar su forma de trabajar por la historia. No creo que todo esto
llegara al nivel de lo que ha pasado.
—Perfecto, le agradecería que de igual manera pudiera pasarme una lista de nombres que
pueda recordar de esas personas que quizá no estuvieran de acuerdo en algo con él.
La joven asintió.
—Por otro lado, ¿ha notado algún comportamiento en su padre que pudiera encontrarse
fuera de lo habitual?
—¿A qué se refiere?
—Desconozco si su padre era rutinario o desorganizado, no me malinterprete con esto
último. Me refiero a que si algún acto que no soliera hacer le ha llamado la atención en los
últimos días.
—Bueno, no sé si tendrá que ver, pero solemos quedar para tomar café los jueves. Esta
mañana me ha llamado y me ha dicho que quería quedar hoy. A mí no me venía demasiado
bien porque tengo que preparar unas cuantas cosas, pero él me ha insistido en que tenía que
ser hoy. No le he dado demasiada importancia, aunque ahora no sé qué decir.
Nicolás anotó eso en su libreta. Lo subrayó. Podría ser importante. Puede que el fallecido
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intuyera algo. No podía descartar nada.


—Y una pregunta, ¿sabe si su padre tenía algún tipo de deuda con alguien? ¿Le gustaba
jugar, apostar o similar? Entienda que ésta es una pregunta rutinaria. No pretendo ofenderla.
—No. Odiaba el juego y todo lo que tuviera que ver con él. Le encantaba jugar al ajedrez,
eso sí… —hizo una pausa, recordar eso hizo que se le hiciera un nudo en la garganta— Pero
ya le digo que nunca en su vida ha apostado nada.
El inspector tomó apuntes. Todos esos datos eran importantísimos.
Se detuvo antes de pasar al salón.
—No quiero seguir insistiendo. Ya ha hecho más que cualquier persona normal podría.
Pero vamos a pasar. Si quiere salir, es el momento.
Carolina negó con la cabeza. Quería ayudar. Daba igual lo que viera. Nada sería peor que
la figura de su padre crucificado.
—Perfecto. Deme un segundo —metió la cabeza a la habitación—. Clara, déjame cuatro
calzas.
La subinspectora se acercó con lo requerido.
—Voy a empezar a cobrártelas —dijo ésta a modo de distensión al ver a la muchacha con
el inspector.
Nicolás no le sonrió, por respeto a la joven.
—Póngase esto con cuidado de no caer. Necesito que ande tras los pasos que yo doy.
Observará la habitación desde un punto fijo, es importante que se fije en los detalles y me
cuente si hay algo digno de remarcar.
Carolina obedeció y se colocó lo que Nicolás le daba en los pies.
El inspector comenzó a andar despacio y la joven lo siguió, tal y como le había dicho.
Llegó hasta un punto el cual se podría considerar el centro de uno de los flancos de la
estancia, cercano a la sangre del padre de Carolina. Ésta evitó esa visión. De todas maneras,
el hedor a hierro era inconfundible. No hacía faltar mirar para saber lo que ahí había pasado.
—Está bien. ¿Hay algo fuera de lo normal?
Carolina empezó a fijarse en los detalles. Lo primero que llamó su atención era el sillón
de enmedio de la estancia.
—Ese sillón está fuera de su sitio. Su lugar habitual es ese —dijo señalando con el dedo
hacia un punto cercano a la ventana.
Nicolás lo anotó, como se suponía, el sillón había sido puesto ahí para sentar a la víctima.
Eso implicaba un posible interrogatorio. Quizá el director sí supiera algo que el criminal
quería saber.
—Lo está haciendo muy bien —la animó Nicolás—. ¿Ve algo más?
La muchacha echó un vistazo casi punto por punto en la habitación.
—Creo que todo lo demás está en su sitio.
—¿Segura?
—Sí.
—Genial. No sabe lo que la admiro por lo que ha hecho. Y no tiene ni idea lo que nos
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ayuda. Si quiere, podemos salir.


Carolina asintió. No aguantaba más el olor a sangre.
Echó un último vistazo en general. De pronto, sus ojos se pararon en un punto.
—Un segundo. Esos dos cuadros de ahí no están bien colocados.
Nicolás miró hacia donde la joven señalaba con su dedo índice.
—¿A qué se refiere?
—Que los cuadros no están en su lugar habitual. Están al revés, el uno con el otro.
—¿Y no podría ser que su padre los cambiara de sitio?
Carolina negó repetidas veces con su cabeza.
—No, es totalmente imposible. Mi padre jamás cambiaría nada de su sitio en este piso.
Eso me lo dejaba a mí. Decía que tenía el mejor gusto del mundo.
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Capítulo 6

Madrid, martes 17 de agosto. Domicilio de Salvador Blanco.

La subinspectora se acercó cuidando sus pisadas hacia los mencionados cuadros. Tomó
unas instantáneas de su colocación desde distintas posiciones y procedió observarlos por
arriba y abajo, sin tocarlos todavía.
—Utilizaré la cerusa para detectar las huellas sobre plano. Luego haré lo mismo alrededor
del cuadro. Así podremos saber quién lo ha movido.
Agarró el lienzo de la derecha. Era una réplica de un cuadro de Miró compuesto por
varias lineas y formas sin ninguna relación aparente entre sí. Nicolás se esforzó en dibujar
una forma en su mente con esos trazos y logró visualizar una cara sonriendo si se miraba sólo
por el lado izquierdo y, triste, si se miraba por el lado derecho. No sabía si era eso realmente
lo que el artista había querido plasmar, pero es que él no se consideraba precisamente un
apasionado del arte abstracto.
Clara pidió a su ayudante que colocara un poco de papel sobre la mesa para dejar el
cuadro. Éste obedeció y la subinspectora lo dejó ahí momentáneamente. Acto seguido fue a
por el segundo cuadro, el de la izquierda.
En él se representaba un paisaje en distintos tonos de verde. Al fondo del mismo se podía
ver un mar de un azul intenso y una mujer paseando en lo que parecía ser un acantilado.
Sobre el propio mar, se vislumbraba una barca con una palabra escrita en ella. Nicolás echó el
cuerpo para adelante para poder leerla sin moverse del sitio. Parecía estar escrita la palabra
«justicia». El inspector torció el gesto sin que la muchacha lo pudiera ver. No se le ocurría
una palabra más acertada para aquel preciso instante.
La subinspectora lo observó por su cara frontal, laterales y por la parte superior e inferior.
Fue al darle la vuelta cuando su rostro se tornó en sorpresa. En la esquina inferior derecha del
marco, perfectamente encajado y doblado, había un trozo de papel.
De manera inmediata lo extrajo —eso sí, con cuidado de no estropear ninguna prueba— y
lo abrió. Su cara se transformó del asombro inicial a la confusión total al no entender qué era
lo que tenía entre sus manos. Lo giró incluso varias veces a ver si había algo que se le
escapaba, pero no, no era así. El contenido era el que era.
Dio media vuelta para colocarse de cara al inspector y a la hija del fallecido.
—Creo que deberían ver eso.
Nicolás, que ya llevaba un par de guantes en sus manos lo agarró y lo acercó hacia su
rostro. Un incomprensible galimatías de letras manuscritas se formó frente a él. No disimuló
con su rostro el no entender nada de lo que el texto decía.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 23

Carolina se asomó y también miró el papel. Esto fue lo que vio:

«DCUSPÑTI, IKME NKD, TK MGHX FUXS FU RXH NG ICP NCXEIU. DQPSEIV VO


TGFVJAV RXH QXHHJ DCOFNGZ FN NXPHT. QQU FUR NG QGUXNMCM BNJZNKT
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Z PNLATZ.»

—¿Qué coño es esto? —Preguntó Nicolás sin darse cuenta del lenguaje que había
empleado.
Carolina negó con la cabeza. Tampoco entendía nada de lo que el texto decía.
—No parece ser un idioma conocido. De serlo sería impronunciable al tener tan pocas
vocales —siguió hablando el inspector.
—¿Podría ser un anagrama o algún tipo de mensaje cifrado? —Quiso saber la
subinspectora.
Nicolás se encogió de hombros sin variar ni una pizca su expresión perpleja.
—Podría ser. Quizá sí lo sea. No se me ocurre ninguna otra explicación lógica. Aunque
no podemos descartar tampoco la hipótesis de que sea alguna lengua o dialecto. No
necesariamente tiene que ser de esta época. Señorita Blanco —se giró hacia Carolina, que no
podía dejar de mirar el texto—, dice que su padre era un apasionado de la historia —según
pronunció la frase se dio cuenta de lo ridículo de la afirmación, estaba hablando del director
del Museo Arqueológico Nacional, claro que lo era—, ¿sabe si su padre estudiaba algún
idioma antiguo que pueda tener que ver con esto?
Carolina no supo qué contestar. En ese momento se encontraba totalmente bloqueada,
como si un recuerdo quisiera salir de ella pero algo se lo impidiera.
—No… No sé… Ahora mismo no recuerdo nada.
—¿Y reconoce la letra de su padre?
—De verdad, no me siento capaz…
Nicolás entendió que no era momento para que la chica tuviera la mente fresca al cien por
cien. Quizá pasado un tiempo acabara recordando algo, por lo que no insistió.
—No se preocupe —comentó el inspector quitándole hierro al asunto—, tenemos un
equipo de Criptografía estupendo en el complejo donde trabajo. Ellos nos echarán una mano
y seguro revelan el contenido de la nota. De igual manera, no sabemos ni siquiera si ha sido
su padre o no quién la ha dejado.
El inspector se disponía a devolvérsela a la subinspectora cuando Carolina lo agarró del
brazo.
—Espere. ¿Puedo verla una vez más?
—¿Ha recordado algo?
—No, pero necesito verla una vez más, esto me suena de algo y no consigo saber de qué.
Ambos oficiales se miraron y decidieron con la propia mirada que sí.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 24

Nicolás se la volvió a mostrar.


Éste se fijó en cómo sus ojos se movían a una velocidad increíble, como si fuera línea por
línea. Ya había visto eso antes. Tuvo un compañero en la academia que hacía lo mismo para
estudiar para los exámenes. Cuando Nicolás le preguntó qué hacía, éste le respondió que
fotografiaba el texto para luego sólo tener que ver la imagen durante el test. Era la primera
vez que conocía a alguien con memoria fotográfica. Al parecer la joven estaba haciendo lo
mismo.
—Gracias —dijo esta cuando ya consideró que había terminado.
—No hay de qué —contestó el inspector devolviendo el papel a Clara para que esta lo
metiera en una bolsita de pruebas.
—Creo que ya no hacemos nada aquí. Sólo entorpecer el trabajo la subinspectora y su
equipo, por lo que saldremos fuera.
Carolina y Clara se despidieron de forma cordial y el ambos salieron de la escena.
Atravesaron el pasillo e hicieron lo propio con la vivienda.
Una vez fuera, el inspector se dirigió a la muchacha.
—Siento ser brusco, pero le tengo que decir esto. No sé qué tiene pensado hacer con los
restos de su padre, pero hasta que en Medicina Legal no se haga la autopsia no podrá hacer
nada. Supongo que se hará mañana por la mañana y, si todo va bien, podrá disponer de sus
restos por la tarde. De todas formas no me quiero aventurar. Nunca se sabe.
—Está bien —contestó cabizbaja.
—Y otra cosa. Es muy probable que haya algún periodista abajo esperando a sus
declaraciones. Su padre era una figura mediática y, aunque reprobable, es algo entendible. En
circunstancias normales enviaría a un par de agentes a acompañarla hasta donde quiera, pero
me siento obligado a hacerlo yo mismo. Si no tiene inconveniente, me gustaría acompañarla a
su domicilio.
Carolina no supo qué decir. Por un lado necesitaba estar completamente sola desde aquel
preciso instante. Necesitaba pensar. Pero por otro, había una parte de ella que no se sentía
segura ante todo lo que estaba sucediendo.
La vaga idea de que ella también pudiera estar en peligro rondaba su cabeza. Quizá sí
sería una buena idea que el policía la acompañara hasta su casa.
—Sí, si no tiene inconveniente, prefiero que me acompañe —contestó al fin.
Nicolás hizo un gesto con la palma de su mano hacia adelante para que ésta bajara
primero por las escaleras.
Cuando llegaron abajo del todo, Nicolás se ofreció a ir delante.
Nada más abrir la puerta observó cómo un grupo compuesto por unos diez periodistas —
entre micrófonos y cámaras— se agitó. Nicolás se tomó la licencia de agarrar del hombro a la
muchacha y la acercó para sí mismo, como si fuera su guardaespaldas. Salió.
La jauría de hambrientos periodistas se abalanzó sobre ellos y comenzó a disparar.
—Señorita Blanco —gritó uno de ellos—, ¿confirma que la persona asesinada en este
edificio es su propio padre, Salvador Blanco?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 25

—¿Estaba su padre metido en algún tipo de problema que haya podido desencadenar en
este acto? —Preguntó una mujer bajita que apenas se podía ver entre la mezcla de cámaras de
televisión y micrófonos.
—¿Tenía su padre enemigos, señorita Blanco? —Dijo uno con un prominente bigote y
una libreta en la mano.
—Señorita Blanco…
—¡Ya basta! —Intervino el inspector—. La señorita Blanco no hará ninguna declaración
Hagan el favor de apartarse y respetar la investigación. Necesitamos pasar al vehículo.
Los periodistas hicieron caso omiso de la petición del inspector. Por lo que éste no tuvo
más remedio que levantar la mano, acto que fue entendido enseguida por los cuatro agentes
que se acercaron a abrir paso a ambos jóvenes.
Nicolás consiguió llegar al coche mientras los periodistas discutían sobre sus derechos y
sobre la libertad de prensa con los agentes. Abrió la puerta del copiloto y esperó a que
Carolina montara.
Acto seguido, lo hizo él.
Antes de arrancar —asegurándose que la radio del coche estuviera apagada para no
molestar a la joven y su duelo— pensó en lo fuerte que había empezado un turno de tarde que
se las prometía tranquilo. Sobre todo viendo cómo habían sido las últimas semanas.
No tenía ni idea de que eso sólo iba a ser la punta de iceberg.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 26

Capítulo 7

Madrid, martes 17 de agosto. XXX.

Desde su rincón, como a él le gustaba llamarlo, el coordinador no podía dar crédito a lo


que hacía unos minutos había escuchado.
—Es imposible que el puto viejo haya dejado una nota oculta en uno de los cuadros —
dijo en voz baja, para sí mismo.
Pero sí, al parecer sí que lo había hecho y eso complicaba mucho la situación. No podía
soportar cuando algo se salía del guión que él mismo había escrito. Eso lo ponía muy
nervioso.
Apagó el sistema de transmisión. Gracias a un micrófono inalámbrico que su hombre
había colocado en una de las tulipas de la imponente lámpara que había en el salón estaba
escuchando, con todo lujo de detalles, las conversaciones que allí dentro se estaban
sucediendo. Un Ford Fiesta viejo aparcado en las inmediaciones de la vivienda servía de
puente para que la transmisión llegase nítida a su PC a través de un programa de control
remoto. Uno de esos que ahora se estaban poniendo tan de moda gracias a las empresas de
seguridad.
Miró su puño. Tenía los nudillos blancos de la fuerza que estaba ejerciendo con la mano
tras el brote inoportuno de tensión. Había demasiado dinero en juego como para que un
pequeño papel lo echara todo a perder. No sabía qué podía contener, pero estaba seguro que
había sido obra del viejo, por lo que sus nervios sólo iban en aumento.
Se levantó de su asiento y trató de serenarse. Sin la mente clara no actuaría de la forma
correcta. Suponía que, de momento, sólo habría una copia de ese papel y tenía que hacerse
con él como fuera. Desechó la idea de llamar a su cliente y contarle el pequeño percance. No
quería trasladar su nerviosismo pues eso podría dar al traste con la operación. Tenía que
actuar de otra forma.
Tomó asiento y echó su cabeza hacia atrás. Respiró profundo varias veces. De pronto, le
vino la solución.
Ansioso descolgó el teléfono e hizo una llamada en la que confió ciegamente.
—Cógelo, vamos…
Cuando su interlocutor lo hizo y éste le explicó lo que necesitaba, consiguió respirar
tranquilo.
Ninguna piedra en el camino era lo suficientemente grande cuando se tenía poder.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 27

****

Madrid, martes 17 de agosto. Camino a la vivienda de Carolina.

Nicolás no quiso hablar durante el principio del trayecto. Carolina parecía tener la mirada
perdida a través del cristal del copiloto. El inspector no quería sacarla de lo que fuera que
estuviera pensando.
La hora ya se había complicado y el flujo de coches era algo más intenso que a la ida, por
lo que circulaba despacio. Tampoco es que tuviera prisa por dejar a la joven. Había algo que
ni él mismo entendía. Ya había adquirido cierta experiencia en el terreno de los homicidios,
Carolina no era, ni mucho menos, el primer familiar que veía roto por el dolor ante algo tan
trágico. Pero había algo que hacía que sintiera una extraña necesidad de querer protegerla. Y
no era que la viera indefensa, qué va, era otra cosa que ni él mismo era capaz de explicar.
Fuera como fuese, no podía dejar de mirar de reojo para saber si la joven estaba bien o
necesitaba algo de él.
Justo al arrancar, la muchacha le había dicho que vivía en la calle del Clavel, en pleno
barrio de Chueca. Nicolás conocía la zona de sobra pues cuando era un agente de a pie había
trabajado en una comisaría muy cercana. Conocía las calles de memoria de tanto patearlas y
de pasar por ellas de copiloto en el coche patrulla junto al binomio que se le asignó. Un tal
Juan, del que no había vuelto a saber pues no llegaron a entablar una relación más allá de lo
laboral por el carácter reservado de Nicolás. Y que Juan era un gilipollas inaguantable.
Dejando la Cibeles a sus espaldas, se adentró en la Gran Vía y dobló hacia la derecha
nada más pasar dos cruces, se adentró en la calle del Clavel y estacionó el coche arriba de la
propia plaza. Sacó un papel plastificado que acreditaba su vehículo como el de un policía y lo
colocó en el salpicadero para advertir de que era un coche autorizado.
—La acompaño hasta la puerta, si no le parece mal.
Carolina emitió una medio sonrisa. No le parecía nada mal, al contrario, se sentía segura
así.
Nicolás echó un vistazo a su alrededor, si algo caracterizaba al barrio de Chueca era su
constante renovación. Incluso había cambiado desde que él era agente, y de eso sólo había
pasado cuatro años. Frecuentado anteriormente —mucho antes de que Nicolás entrara incluso
al cuerpo— por drogadictos, prostitutas y delincuentes de todas las calañas y clases, Chueca
era considerado uno de los barrios más peligrosos del centro de la capital. Pero poco a poco,
de manera paulatina, se fue asentando en él el colectivo gay y éstos empezaron a transferir
parte de su alegría característica a las calles. El ayuntamiento vio una oportunidad para
limpiar el barrio pues lentamente empezó a desaparecer la mala gente de él e incrementó las
redadas y vigilancia. Después se invirtió para acondicionarlo de acuerdo a sus nuevos
inquilinos hasta que se logró hacer un barrio bello, agradable, alegre y tranquilo.
La ciudad de Madrid le debía más de lo que pensaba al colectivo homosexual por todo
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 28

aquello.
Apenas quedaban unos metros cuando Nicolás quiso preguntar algo a Carolina. Llevaba
tiempo queriendo hacerlo.
—Perdone la indiscreción, esto no se lo pregunto como policía y puede no responderme si
quiere, pero, ¿cómo se encuentra tras lo sucedido?
A Carolina le sorprendió la pregunta. Suponía que el único interés de ese hombre sería
meramente sobre aspectos de la investigación. Aun así, decidió abrirse a él.
—Es una pregunta de difícil respuesta. No lo sé. Supongo que estoy abatida, pero mi
cabeza es un flujo constante de emociones. A veces quiero llorar, a veces desearía no hacerlo
para demostrarme que puedo con todo esto. Aunque en realidad no sé si puedo. Creo que he
visto la imagen más espantosa que alguien podría ver y todavía no soy consciente de ello. Por
segundos siento a mi padre todavía vivo, otros, en cambio, me obligo a pensar que no es así,
que está muerto. Y lo que más me duele es que la muerte es inevitable. Pero así no. Así no
debería morir nadie.
Nicolás se quedó mirándola fijamente a los ojos. Éstos se inundaron rápidamente de
lágrimas, aunque fue más rápida todavía en pasarse un dedo por el párpado inferior y no dejar
que cayeran por el rostro.
—No se reprima. Creo que no debería hacerlo.
Carolina asintió sin hacerle mucho caso. No le apetecía ponerse a llorar en medio de la
calle. Ya lo haría cuando subiera a su piso.
Ya en el portal, el inspector sacó su cartera y de ella, a su vez, extrajo una tarjeta. Se la
ofreció.
—Mire, éste es mi número de teléfono móvil personal. Úselo sin ningún reparo si
necesitara cualquier cosa. De verdad, no le dé apuro. Incluso si necesitara ayuda psicológica,
el cuerpo pondrá a Marta, la psicóloga de antes, a su disposición. Supongo que de igual
manera nos pondremos en contacto con usted para lo que la necesitemos. Sólo espero que
demos caza a ese mal nacido lo antes posible. Le aseguro que tarde o temprano caerá.
Carolina sonrió como pudo al inspector.
Éste le tendió la mano. Ella la aceptó de buen grado. Sus palmas estaban algo sudadas.
Supuso que por el calor.
—Lo dicho. No dude en llamarme. Hasta luego.
—Hasta luego, inspector.
Dicho esto, Nicolás dio media vuelta y se encaminó de nuevo hacia su coche. Escuchó la
puerta del edificio a sus espaldas. No se quiso girar, pues no quiso que la muchacha pensara
otra cosa en aquellos momentos.
Antes de arrancar el motor hizo una llamada a la central.
—Marisa —dijo nada más sentir que descolgaron—, soy Valdés. Quiero que manden a
dos agentes de paisano a montar un operativo de vigilancia a un testigo de homicidio. Pero
por favor, que no sea como la última vez que enviaron dos armarios empotrados. Quiero que
pasen inadvertidos incluso para la testigo. Que sea a la calle del Clavel, número 15, es frente
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 29

a la plaza Vazquez de Mella y justo al lado del parking privado de Chueca, el de los neones
por dentro.
—Oído, inspector. Los mando ya.
—Gracias.
Colgó.
No había querido decirle a Carolina que montaría ese operativo de seguridad para no
preocuparla más de lo estrictamente necesario. Demasiado tenía ya la pobre con haber tenido
que presenciar con sus propios ojos aquel dantesco escenario.
Arrancó el automóvil y salió hacia Canillas pensando en la joven y en cómo miraba la
nota. Había algo más en su mirada aparte de estar memorizándola. Parecía saber de qué
trataba. Aunque no, de ser así seguro que lo habría comentado o se le hubiera notado más
alterada de la cuenta.
Además, puede que el contenido de la misma fuera algo intrascendente y sin ninguna
importancia, pero ese simple trozo de papel había despertado en él un instinto que solo se
activaba cuando tenía algo de peso frente a sus narices.
Fuera como fuese, en no demasiado tiempo la tendrían en Criptografía y se pondrían a
trabajar con ella. El equipo de expertos que tenía al mando el doctor Gabriel Bonete no
tardaría en descifrar su contenido.
Aparte de eso, todavía le quedaba mucho camino por recorrer.
Pero tal cual le había prometido a la joven, encontraría al asesino.

****

Madrid, martes 17 de agosto. Vivienda de Carolina.

Carolina subió por el ascensor del moderno edificio deseosa de sentarse y, con la máxima
tranquilidad que pudiera hallar tras lo vivido, comenzar a reorganizar sus pensamientos.
Normalmente solía subir andando, tres pisos no eran tanto, pero sus piernas todavía se
encontraban temblorosas tras lo vivido y no se sentía con las suficientes fuerzas para hacerlo.
Parecía mentira que hacía unas pocas horas, cuando montó en ese mismo ascensor en el
que se encontraba para acudir a su cita, su padre estaba casi con seguridad vivo.
¿Por qué se había empeñado en quedar precisamente ese día? ¿Sabía que estaba en
peligro? Y de ser así, ¿por qué no había acudido a la policía para que estos le prestaran
protección?
Esa última parte, en caso de ser así era la que menos entendía y la que le hacía pensar que
su padre, en realidad, no sabía nada. No había otra explicación. Lo de quedar ese mismo día
tenía que haber sido producto de la más absoluta casualidad.
O no.
Ya no sabía qué pensar.
El ascensor emitió un pitido y se detuvo en la tercera planta. Salió de él, no sin antes
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 30

mirar a ambos lados con cierta precaución. No conseguía arrancarse el pensamiento de la


cabeza de que ella también podría estar en peligro. No entendía la razón, pero es que tampoco
entendía quién y por qué le podía haber hecho eso a su padre, por lo que no podía dejar de ser
cauta con sus movimientos.
Palpó su bolsillo. Había echado en él la tarjeta del inspector. Si ese sentimiento de
inseguridad no decaía no vacilaría en hacer uso de su teléfono móvil. Al fin y al cabo, era él
el que le había dicho que no dudara en hacerlo. Y no pensaba dudar, no.
Quitó el doble pestillo de la puerta y pasó al interior. Encendió la luz del recibidor y dejó
las llaves en un cuenco idéntico al que tenía su padre. Ella había comprado ambos. Dejó el
bolso en un perchero antiguo restaurado y avanzó por el pasillo.
Mientras lo hacía, no dejaba de fijarse en todos los detalles posibles por si veía el menor
indicio de encontrarse con un visitante inesperado, pero todo parecía estar en orden. La
paranoia había hecho acto de presencia y eso no le gustaba nada. Intentó deshacerse de esos
pensamientos. Ahora necesitaba que su mente estuviera desocupada.
Agradeció que su piso no fuera tan grande como el de su padre. Los ochenta y cinco
metros cuadrados del suyo no eran nada comparados con la inmensidad del de su progenitor.
Ahora mismo incluso hubiera deseado que fuera todavía más pequeño para que nadie tuviera
la oportunidad de esconderse en él. Hasta el momento, nunca se había fijado en que, salvando
las diferencias de tamaño, ambos hogares eran prácticamente idénticos por dentro debido a
que ella había decorado los dos. No pensaba que tuviera el gusto tan cuadriculado y no fuera
capaz de salir de él. Pero lo que menos le gustaba es que aquello le recordase tanto a la
escena que había presenciado.
Fue a la cocina y bebió un vaso de agua. Sirvió otro con el único propósito de meter dos
dedos y pasárselos por la nuca. No tenía calor, ni frío, ni nada. Sólo es que necesitaba sentir
algo en ella que le recordara que aquello era una realidad, que no era una horrible pesadilla.
Decidió dejar atrás todos esos pensamientos por enésima vez.
Fue directa a la habitación que tenía habilitada como estudio. Encendió la luz, agarró un
folio en blanco y un lápiz y los colocó sobre la mesa que tantas horas había sido su
compañera.
Comenzó a escribir de memoria todos los caracteres que habían en el papel que con toda
seguridad había dejado su padre. En el propio salón de la barbarie lo había acabado
reconociendo. No había dudas, lo había escrito él.
No necesitaba más de un par de minutos para resolver aquel entuerto.
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Capítulo 8

Madrid, martes 17 de agosto. Complejo policial de Canillas.

Nicolás entró en el despacho compartido y tomó asiento tras la fija mirada de Alfonso.
Echó su cabeza atrás y resopló. Cuando volvió a incorporarse vio cómo su amigo no le
quitaba ojo.
—¿Para tanto es el caso? —Quiso saber este.
—No. No sé, no es eso. Es que hay algo que me da muy mala espina en todo esto.
—Joder, Nicolás, no empieces. Que cada vez que empiezas acabamos muy mal. No hace
falta que te recuerde la última, ¿no?
No. No hacía falta.
—No es ese tipo de sentimiento. Dudo que esto sea obra de un asesino en serie. No hay
nada, absolutamente nada que me haga pensar en ello. Tiene tintes de ajuste de cuentas, pero
al mismo tiempo parece ser algo ritualístico, como obra de alguna secta. No sé. Es raro.
—Bueno, si necesitas algo no hace falta ni que te lo diga.
—Ya, ya lo sé. Gracias.
—Por cierto. Por lo que sé, parte del equipo de Científica ya ha llegado con algunas
pruebas. Me parece que en la escena sólo ha quedado Clara y alguien más. Ahí tienes el
registro de lo que ya han traído a Laboratorio.
Nicolás echó un vistazo al informe. No era el oficial pues estaba hecho a mano, pero
mientras llegaba el bueno servía para que el inspector de turno pudiera hacerse una idea de lo
que ya se podía ir procesando. Se sintió satisfecho al observar que el papel con el supuesto
criptograma se encontraba entre esos objetos. Llamaría al departamento para que dieran
máxima prioridad al descifrado. Podía ser fundamental en la investigación y definitivo para
dar un carpetazo rápido a la misma.
Cuanto antes se supiera cuál era el mensaje, antes sabría cuál era el paso indicado a dar.
De momento decidió pasar a ordenador lo que tenía apuntado en la libreta. Después de
eso haría las diligencias necesarias para el juez del caso y acto seguido, iría al despacho de su
jefe para contarle lo poco que se sabía de momento.
La idea del asesinato ritualista era la que más fuerza cobraba en su mente. Pero el dato de
que a la víctima le hubieran cortado el cuello de aquella manera era una forma de proceder
poco común en ese tipo de crímenes. De ahí que dudara con que fuera un ajuste de cuentas.
Pero toda esa teatralidad… Tenía que haber un dato entre esas dos hipótesis que decantara la
balanza para un lado o para otro. Tenía que centrarse en encontrarla.
Además, estaba el tema de la tortura con los supuestos golpes sobre el sillón. Habría que
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esperar a los resultados de la autopsia para saber con qué saña fue golpeado, si acaso pudo
defenderse —en el caso de tener algún resto del asesino entre sus uñas— o si aparece algún
dato más que pueda esclarecer algo. Por el momento no tenía nada más que esas hipótesis.
Pero no eran más que eso, hipótesis. Nada concreto.
Terminó de pasar sus anotaciones a una hoja de Word. Había unas hojas de Excel
elaboradas por el propio cuerpo para ese menester, pero a Nicolás le gustaba más la forma
básica de anotación. Y sí, reconocía que el otro sistema era más metódico y completo, pero
seguía prefiriendo hacerlo en bruto.
Se disponía a rellenar las diligencias cuando su teléfono móvil comenzó a sonar.
El número era desconocido, aunque recibía llamadas de números que no tenía en la
agenda constantemente, por lo que no le pareció extraño.
—Nicolás Valdés al aparato —dijo a modo de saludo.
—Inspector, soy Carolina Blanco, necesito que venga urgentemente a mi casa.
El corazón de Nicolás comenzó a bombear sangre con fuerza.
—¿Ocurre algo? ¿Se encuentra en peligro? —El inspector parecía histérico de repente,
tanto que asustó a su compañero y amigo.
—Sí, por favor, corra. Tercero A.
Tras decir esas seis palabras, la muchacha colgó el teléfono.
—Tengo que marcharme —dijo mientras salía corriendo como una exhalación.
A Alfonso no le dio ni tiempo para contestar.
Se montó en el coche, abrió la guantera y sacó una luz de emergencia —que nunca había
utilizado, por cierto—. La conectó al mechero del coche y apretó el botón de encendido de la
misma, situado en el extremo del cable más cercano a la fuente de alimentación. Ésta
comenzó a sonar de manera frenética al mismo tiempo que emitía una potente luz azul debido
a los LED que llevaba dentro.
Salió a toda prisa con la convicción de no frenarse en ninguno de los semáforos que
encontrara. Gracias a la luz, consiguió llegar en un tiempo récord a su destino. Bajó del coche
corriendo y buscó a los dos agentes que supuestamente deberían estar ahí ya custodiando el
edificio. Visualizó el vehículo ya que veía dos ocupantes dentro del mismo y corrió hacia él.
Éstos bajaron la ventanilla nada más verlo aparecer.
—Inspector Valdés, no hay tiempo de placas. ¿Habéis visto a alguien entrar o salir en el
edificio? ¿Cuánto tiempo lleváis aquí?
El que estaba más cercano a la ventanilla del inspector contestó.
—Hace apenas cinco minutos que hemos llegado, pero ni una cosa ni la otra. Esto está
demasiado tranquilo. ¿Pasa algo?
—Joder. ¡Seguidme!
Dio media vuelta y corrió hacia la entrada.
Dio un manotazo a todos los timbres que su palma alcanzaba a la vez. Una voz sonó.
—¿Quién es?
—¡Abra, policía!
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 33

Un zumbido sonó al instante, este confirmaba el paso a los tres policías.


Los tres sacaron el arma.
—Tú, sube por el ascensor. Tú, ven conmigo por la escalera. Rápido.
Comenzó a dar zancadas y subió los escalones de dos en dos. Mucho antes de que llegara
el ascensor con el tercer policía al rellano del tercero, Nicolás ya tenía la oreja pegada a la
puerta del tercero A, como Carolina le había indicado. No parecía escucharse nada fuera de lo
común. Eso podía ser tan malo como bueno. Tocó el timbre con ansia. Observó cómo alguien
se asomaba por la mirilla. Abrió la puerta.
—¿Está usted bien, señorita Blanco? ¿Qué ha pasado? —Preguntó un jadeante Nicolás
por la carrera que acababa de hacer y sorprendido al ver que la joven parecía estar bien.
Ésta parecía algo desconfiada ante la presencia de aquellos otros dos hombres.
—Todavía sí, inspector. Pero puede que la situación cambie enseguida. ¿Podría entrar
solo?
Nicolás, que no entendía nada, ordenó a los policías que esperaran en el rellano. No hizo
falta ninguna palabra para que supieran que debían estar atentos a todo.
Una vez dentro, Carolina le pidió que le seguirá hasta su estudio. El inspector, sin
entender todavía nada obedeció. Al pasar por el pasillo observó cómo, extrañamente, aquella
vivienda parecía una versión reducida del piso de su padre. Comprendió enseguida que ella
había sido la encargada de la decoración de ambas. Aunque también reconocía que aquello
era algo siniestro y no sabía cómo iba a ser la muchacha capaz de salir adelante mentalmente
con aquellas circunstancias.
—Pase —dijo la joven.
El inspector lo hizo. Al entrar, de lo primero que se percató es que la habitación estaba
pulcramente ordenada a pesar de tener decenas de libros en sus estanterías. Tras un rápido
vistazo a alguno de sus títulos, entendió que la mayoría de ellos tenían que ver con algo de la
Historia, por lo que puede que la joven hubiera seguido los pasos de su ya difunto padre.
Acto seguido, sus ojos se posaron en la mesa que reinaba en toda la estancia. Enseguida
vio el papel. Miró escéptico a Carolina. En él estaba escrito el ilegible texto que habían
encontrado detrás del cuadro. No estaba la traducción, pero Nicolás intuía que de alguna
forma, ya lo había descifrado.
—¿Eso es lo que imagino?
La muchacha asintió.
—¿Intenta decirme que tengo a un equipo cualificado de criptógrafos ya con la dichosa
nota y usted, en apenas unos minutos ya tiene el significado?
—Así es.
Nicolás la miró muy sorprendido. ¿Había subestimado a la muchacha o es que ya sabía de
antes lo que quería decir y todo aquello había formado parte de un paripé por parte de la
misma? Estaba deseoso de una explicación. Sus ojos así se lo mostraron a Carolina.
—Antes de leerle el contenido del mensaje, primero le explicaré cómo he logrado
descifrarla. Creo que sólo así podrá entender la gravedad del asunto y de la sensación de
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 34

peligro inminente que siento.


—Me parece bien.
—Bien. Cuando era pequeña, mi padre y yo solíamos divertirnos escribiendo notas
codificadas. Puede parecer un simple juego de padre e hija, pero en realidad lo hacíamos
siempre que no queríamos que algo llegara a los ojos de otra persona. Bueno, y también para
hacer enfadar a mi hermana mayor, que era incapaz de descifrarlas. El truco era más sencillo
de lo que podía parecer. Dividíamos el texto en palabras separadas, como si no tuvieran nada
que ver las unas con las otras. Escribíamos un abecedario y lo colocábamos a nuestro lado
para hacerlo más fácil, aunque con el tiempo y cuando ambos descubrimos que yo tenía
memoria fotográfica, al igual que mi padre, dejamos de utilizarlo. Era capaz de verlo con
claridad. En ese abecedario omitíamos letras compuestas como la che y la elle. La eñe sí la
incluíamos. Con el abecedario presente, tomábamos una palabra y ésta, a su vez, la
dividíamos en letras, de la misma forma que habíamos hecho antes con las palabras. ¿Me
sigue?
—Totalmente.
—Perfecto. Para entenderlo mejor le voy a escribir un ejemplo —agarró un folio en
blanco y lo dispuso sobre la mesa—. Escribiré la palabra «hola». Ahora la dividiré en letras
separadas. Ahora tenemos la hache, la o, la ele y la a. La primer letra la sustituimos por la
siguiente en el abecedario. En el caso de la «h», por una «i». La siguiente letra, como es la
segunda, la sustituiríamos por la segunda letra que le sigue en el abecedario. Por lo que la
«o», se sustituye por una «q». La tercera, la «l», por una «ñ», la tercera que le sigue. Y así
sucesivamente. La palabra resultante sería «iqñe». Sería un sistema fácil de identificar si no
fuera porque con cada palabra se reinicia el sistema de conteo, pero lo que una letra «o» no
tiene que tener necesariamente siempre la misma sustitución pues dependerá de la posición
que ocupe en la palabra a codificar.
Nicolás tenía los ojos abiertos como platos. No le costó asimilar la explicación que le dio
Carolina, lo que le asombró era que el sistema fuera tan sencillo como ingenioso.
Por fin habló.
—Recapitulemos. Según lo que me ha contado sobre este sistema, ¿me está diciendo que
tengo a un equipo de expertos detrás de algo tan sencillo y todavía no tengo una llamada que
me confirme que ya lo han descifrado?
—A ver, dependerá mucho de la lógica que apliquen en sus propios métodos de trabajo.
Ni mi padre ni yo misma somos expertos en criptografía, pero no hace falta ser una experta
para saber que el ser humano siempre tiende a mirar el lado complicado de las cosas. Una vez
leí que cuanto más sencilla es la solución, más difícil será de encontrar. Tendemos a buscar lo
más difícil. Ahora, si su forma de trabajar es descartar lo más sencillo primero, no tardarán en
dar con el método. Al fin y al cabo no es algo infalible. Hay que tener en cuenta que yo
participé en su creación cuando era una niña. No se puede pedir mucho más que esto.
—No me joda —Nicolás se echó las manos a la boca tras soltar lo primero que pensó—.
Perdone, es que estoy ahora mismo que no sé ni qué decir. Quería decir que no fastidie. Se
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 35

podrá pedir más o no, pero el caso es que me parece un sistema de codificación muy eficaz.
Ya ve. Sigo sin tener llamada —sacó su teléfono móvil del bolsillo y se lo mostró a la
muchacha.
—En el fondo tiene razón. Es sencillo una vez que se conoce. Pero si no, puede llevar un
tiempo descifrarlo. Al verlo, en un primer momento no lo reconocí. Hará unos quince años
que no lo veía. Pero no hay duda que ha sido mi padre quién lo ha escrito y colocado en el
cuadro. Cambió los cuadros para que yo me diera cuenta de que algo no andaba bien. Como
ya le dije, él jamás movía algo de su sitio original.
Nicolás estaba muy sorprendido. Era brillante. Eso lo cambiaba todo. Salvador Blanco
debía olerse el peligro si había hecho algo así. Necesitaba saber el contenido del mensaje.
—¿Puedo ver lo que ha dejado escrito su padre?
—Sí.
Carolina introdujo la mano en el bolsillo trasero de su pantalón y extrajo de él un folio
doblado.
Se lo entregó al inspector.
Éste abrió los ojos tanto que hasta parecía que se le iban a salir de sus órbitas de un
momento a otro.
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Capítulo 9

Madrid, martes 17 de agosto. XXX.

Sentado frente a su mesa, el coordinador esperaba con anhelo la llamada que podía
mantener todavía viva la operación. Todavía había algo de esperanza, por lo que intentó
serenarse recurriendo una y otra vez a ese pensamiento. Golpeaba con sus uñas en la mesa de
manera intermitente. Era algo que no soportaba ver en otros y que sin embargo, él estaba
haciendo ahora. Miró de reojo su Rolex de oro de dieciocho quilates. Ya había pasado el
tiempo suficiente para que su contacto hubiera realizado la misión encomendada. ¿Por qué
tardaba tanto? ¿Estaba buscando su infarto?
Recordaba con exactitud las palabras que pronunció al teléfono cuando llamó
desesperado a su contacto: «debe ser un trabajo limpio, nadie tiene que sospechar lo más
mínimo, no quiero más errores o no verá ni un Euro de lo pactado, ¿entendido?» Su
interlocutor no titubeó pues sabía lo que había en juego. Además, no se hubiera atrevido a
replicar una orden suya en la vida. Al parecer, apreciaba su vida y la de los suyos.
Miró por enésima vez el reloj cuando su teléfono móvil sonó.
—Hecho —su voz sonaba escueta.
—¿Sabe si se han llegado a hacer copias?
—No ha dado tiempo. Usted quería premura y eso ha tenido. Espero que nuestro acuerdo
siga en pie.
—Descuide. Por supuesto —dijo ocultando sus verdaderas intenciones. En cuanto el
trabajo se viera finalizado y cobrado, lo que recibiría no iba a ser precisamente dinero. Un
descanso en el fondo del mar le vendría mejor a sus intereses. Su máxima de no dejar ni un
cabo sin atar no se iba a ver amenazada bajo ningún concepto.
—¿Necesita algo más?
—No por el momento. La ha hecho genial, sabía que no me iba a fallar. De igual forma
no baje la guardia, podría necesitarle en cualquier momento.
Sin despedirse colgó.
El coordinador no pudo reprimir una sonrisa de oreja a oreja tan macabra que hubiera
provocado pavor en cualquier ser humano. Todo iba viento en popa.
Una vez confirmado esto, ya se encontraba más tranquilo. Volvió a descolgar el teléfono y
llamó al número privado que su cliente le había proporcionado como vía de comunicación
segura. Tenía que contarle el problema surgido y la solución que él mismo le había dado. Eso
llevaba implícito el poder pedirle más dinero. Se lo había ganado.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 37

****

Cuidad del Vaticano.

En el despacho del Cardenal Guarnacci, el teléfono comenzó a sonar. Al hacerlo en ese


preciso aparato, el que sólo se utilizaría como vía de comunicación segura con el
coordinador, sintió que su tensión, que ya parecía haber desaparecido, volvía a elevarse hasta
cotas peligrosas.
Respiró profundo antes de contestar la llamada.
—No sé muy bien cual puede ser la razón por la que usted me está llamando en estos
momentos, pero espero que sea una llamada positiva. —Dijo a modo de saludo.
—Según se mire, Eminencia, todo puede ser interpretado desde un lado u otro. Depende
de nuestra predisposición a recibir una noticia.
—Déjese de monsergas conmigo. Vaya al grano.
—Ha ocurrido algo inesperado. El viejo, no sé muy bien cómo ni por qué, ha dejado una
nota oculta en el propio salón donde mi hombre le ajustó las cuentas.
—Es una broma, ¿no? —Preguntó muy alterado mientras tragaba saliva con dificultad.
—Me temo que no.
—¿Y qué coño hacemos ahora? ¿Qué decía la nota?
—Tranquilo. Cuando contactó conmigo, le garanticé que sé resolver problemas
inesperados —al coordinador le estaba divirtiendo la llamada, la teatralidad con la que estaba
relatando lo sucedido sólo hacía incrementar su caché—. He conseguido la nota original y sé
de primera mano que no se han llegado a hacer copias todavía. Lo que nos da cierta ventaja.
Guarnacci suspiró. Ese hombre lo estaba llevando al borde del colapso.
—Bien. Entonces, problema resuelto. ¿Qué dice ese infernal papel?
—Eso sí que me temo que no lo sé todavía. Primero quiero tenerlo en mano para poder
leerlo, pero al parecer es un mensaje codificado. Pero tranquilo, tengo quién me ayude a
descifrarlo y supongo que no tardaré en saber qué nos ha dejado el cadáver.
—Perfecto. Si lo hace e impide que el contenido se llegue a saber, triplicaré sus
honorarios.
Los ojos del coordinador se abrieron como platos al escuchar esto último.
—Tranquilo, no le fallaré. Por cierto. Tengo infundadas sospechas de que la nota iba
dirigida a la hija del viejo. Puede que ahora empiece a interesarse por el tema y podría ser un
pequeño escollo en el camino.
—Ya sabe qué hacer si lo piensa así.
Sonrió. Le gustaba la lógica de su cliente.
—Mandaré a quién ya sabe a hacerle una visita. Si aparece muerta no será tan raro
después de lo que le ha pasado a su padre. Eso creará más confusión todavía en la policía y
los sacará del verdadero camino a seguir.
—No hay más que hablar entonces. Hágalo. Manténgame al corriente. Espero su llamada.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 38

—La tendrá.
Colgó.
En el despacho, el Cardenal resopló liberando una ingente cantidad de aire. Dios estaba
del lado de su Iglesia e iba a conferirles el poder de acabar con quien quisiera dañarla. Sólo
Él había puesto al coordinador en su camino. Ahora sólo quedaba esperar a que el río siguiera
su cauce. Además, si estaba esa nota, puede que la meta que creían haber perdido, en
realidad, no lo hubieran hecho.
Ahora, a esperar.
No quedaba más que eso.

****

Cuidad del Vaticano.

Coluccelli no pudo evitar derramar lágrimas cuando el anciano Papa colocó su mano
sobre él. Sentirlo tan cerca, tan cercano, tan junto a él lo había emocionado. La ceremonia
transcurrió sin ningún sobresalto, algo de lo más normal dentro de lo que cabía. La plaza de
San Pedro estaba abarrotada por miles de fieles que no se habían querido perder el acto.
Cualquier oportunidad de ver a Su Santidad en persona y, por qué no, al futuro de su Iglesia,
no podía ser desaprovechada. Además, quién sabía si uno de esos nuevos Cardenales podían
ocupar el puesto que ahora regentaba el actual Papa en un futuro. Era algo histórico, desde
luego.
Flavio respiró hondo. El orgullo que sentía era algo que no se podía describir con
palabras. Anheló que su madre hubiera podido verlo. El destino quiso que Dios se la llevara
consigo hacía tan solo dos meses. Una pena ahora mitigada por haber cumplido una de sus
ilusiones en la vida. Aunque hubiera deseado que ella lo hubiera visto.
Con la ceremonia finiquitada del todo, miró hacia el cielo. Todo lo hacía por ella. Ya no
era un simple obispo de pueblo. Ya era todo un Cardenal de la Iglesia de San Pedro.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 39

Capítulo 10

Madrid, martes 17 de agosto. XXX.

Nicolás volvió a releer el contenido de la nota. Seguía sin dar crédito a su contenido.

«Carolina, hija mía, si lees esto es que me han matado. Conozco un secreto que puede
cambiar el mundo. Por eso me persigue alguien, pero no sé quién. Por tu seguridad no puedo
decirte más. Pero eres lista y sé que lo descubrirás. Debes viajar. Palabras clave: Tomar y
Olivos.»

El inspector no sabía qué decir. Necesitaba matizar sus palabras para no mostrarse
irrespetuoso por el reciente fallecimiento del autor de la nota. ¿Acaso el director del Museo
Arqueológico Nacional tenía de verdad un secreto que pudiera cambiar el mundo? ¿En qué
sentido? ¿Y qué secreto podría ser ese en caso de ser real? Aquello era de locos. Por
desgracia había asistido a demasiados asesinatos, pero aquel, sin duda alguna, se llevaba la
palma en cuanto a excentricidad. Tanto en la forma de proceder del asesino como en las
circunstancias que rodeaban todo lo que tenía que ver con él.
—Hay varias cosas, señorita, que por más que lo intento no logro ver del todo claro —
respiró profundo—. No quiero parecer irrespetuoso con lo que le voy a decir, ¿pero no le
suena algo exagerado el contenido de la nota?
Carolina no se inmutó frente a la pregunta. La esperaba, de hecho.
—No. Conozco muy bien a mi padre. Sé que no era una persona que divagaba con
fantasías ni nada por el estilo. Al contrario. Tenía los pies completamente pegados a la tierra y
se mostraba escéptico ante cualquier hecho que escapara un poco a la lógica. Es por eso que
me creo la nota.
—Está bien. Supongamos que lo que dice es cierto.
—Lo es… —interrumpió al inspector.
—Perdone, no quería decirlo así. Bien, demos por hecho que la nota es real. En ella su
padre dice que tiene un secreto que podría cambiar el mundo. ¿Llega usted a imaginar de qué
se trata?
—No tengo la menor idea, inspector. Todo esto es una auténtica locura. Lo sé. Y además
está sucediendo tan deprisa que no me da tiempo a asimilar las cosas. Estoy al borde del
colapso. No, no puedo imaginar a qué secreto se refiere mi padre. Y mucho menos que
alguien sea capaz de hacerle lo que le ha hecho por él.
Nicolás no le quitaba la vista de encima mientras hablaba. Poco sabía sobre psicología,
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 40

pero sí lo suficiente para saber que en los ojos de la muchacha sólo había verdad. Ella no
sabía nada.
—De igual manera —continuó hablando el inspector—, en la nota, su padre la insta
claramente a que investigue sobre ese secreto. Perdóneme, pero no me parece algo muy
prudente que un padre haga eso a su su hija viendo cómo ha acabado él. Y si escribió esa nota
lo hizo consciente de su posible destino. No logro imaginar qué le ha llevado a empujarla a
usted a esto. Pero me parece muy peligroso.
—Inspector —dijo con voz cansada—, como comprenderá no sé ni qué decir. No me
canso de repetirlo, pero no entiendo nada de lo que está sucediendo. Hoy, sin más, me
encuentro a la persona que más quiero en el mundo en esas circunstancias. Ahora esto. No sé
qué debo hacer. No sé qué debo decir. No sé nada. Absolutamente nada.
De pronto, el teléfono móvil de Nicolás comenzó a sonar. Descolgó.
Carolina observó cómo el rostro de éste se torcía por completo al escuchar a su
interlocutor.
—Muy bien. Voy enseguida.
Colgó.
—Me temo que tiene que acompañarme al complejo.
Carolina se alarmó de inmediato al escuchar el tono de urgencia y preocupación por parte
de Nicolás.
—¿Cómo que tengo que acompañarle, qué pasa?
—Usted tiene razón. Está en peligro. Venga conmigo porque este asunto nos está
sobrepasando y debo garantizar su seguridad.
—¿Pero…?
—Lo siento, no hay peros. Acaban de comunicarme que han robado la nota que dejó su
padre en el propio laboratorio de Criptografía. Eso sólo puede significar que tenemos un topo
dentro y no puedo fiarme de dejarla sola.
La joven asintió al mismo tiempo que su cara se tornaba al blanco. Iría con él. No se
separaría de él.

****

Madrid, XXX.

Su cliente había sido totalmente claro.


Para que no llegara a ser un inconveniente en el devenir de los acontecimientos, debía
librarse de la muchacha. Era extraño, pero le gustaba cómo se estaban desarrollando los
acontecimientos. No tenía ni idea de lo que podía contener la nota del viejo Blanco, pero si
un Cardenal de la posición de Guarnacci iba detrás del supuesto secreto sin importarle las
consecuencias, es que debía ser algo de una magnitud increíble.
Y eso le hizo sonreír.
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Si encargaba a su mejor hombre un pequeño interrogatorio a la joven antes de mandarla


de vuelta con su padre, puede que acabara descubriendo ese secreto. Guarnacci ya le había
prometido el triple si todo iba bien, pero no se conformaba sólo con eso. Si la Iglesia estaba
dispuesta a pagar cualquier precio por todo aquello, él no sería quién no aprovechara la
situación.
Llamó a su hombre. Le explicó la nueva situación.
No necesitó ver su cara para saber cuál sería exactamente el rostro de éste. Y es que era
un auténtico lunático. Alguien a quien no le importaba lo más mínimo la vida humana.
Alguien letal. Alguien sin sentimientos. Alguien en quien puso todo el peso de la operación
en sus espaldas de gigante de casi dos metros de altura.
Colgó satisfecho. Su hombre no fallaría.
A partir de ese momento sería la sombra invisible de Carolina Blanco. Ahora solo
quedaba esperar al momento oportuno para poder abordarla.

****

Madrid, fuera de la vivienda de Carolina Blanco.

Ambos montaron de nuevo en el automóvil. Nicolás no dudó en usar otra vez la sirena
que había puesto hacía un rato para llegar más rápido a su destino. Tomaron rumbo hacia el
complejo de Canillas.
Por el camino ni hablaron. Cada uno iba tan metido en sus propios pensamientos que
decidieron no interrumpirse con una absurda conversación banal.
No tardaron en llegar a su destino. Entraron en el inmenso complejo. El guarda de la
puerta entregó a Carolina, previa identificación, una tarjeta de visitante VIP para colgarse del
top mediante un clip. Esa acreditación daba acceso a casi todas las instalaciones y sólo era
dada para visitas oficiales o casos muy especiales. El guarda comprendió enseguida, tras la
explicación de Nicolás, que éste lo era. Otra tema bien distinto era que Nicolás se hubiera
inventado lo que le contó.
Fueron directos al despacho compartido de Nicolás. Al entrar comprobó que no estaba
Alfonso, puede que hubiera salido a algún aviso.
—Necesito que espere aquí. Volveré lo antes posible. No hable con nadie de nada, por
favor. Si le pregunta alguien qué hace aquí, limítese a enseñarle la acreditación. Las
preguntas cesarán.
La joven asintió.
El inspector dio media vuelta y se encaminó hacia la salida del despacho. Justo cuando
iba a hacerlo, se topó con Alfonso, que venía con un café en la mano. A punto estuvo de
derramárselo encima.
—¡Joder, Nicolás, casi me abraso! —Dijo este.
—Alfonso. No tengo tiempo de explicaciones —dijo en voz muy baja—. Necesito que te
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quedes en el despacho con la muchacha. Está muy asustada, por lo que no le hagas preguntas.
Tranquilo que luego te cuento todo. Por ahora, sólo hazle compañía.
Éste, con un evidente rostro de sorpresa asintió. Conocía demasiado al inspector como
para saber que debía obedecer sin rechistar pues tenía de tratarse de un asunto muy grave.
Nicolás se giró e introdujo la cabeza de nuevo en el despacho.
—Señorita Blanco, éste es el inspector Gutiérrez. Es de completa confianza, pero de igual
manera no quiero que hablen ahora de nada. ¿Comprende?
Carolina movió en varias ocasiones su cabeza, afirmando haber comprendido la situación.
Nicolás volvió a girarse y se encaminó hacia su destino.
Anduvo todo lo deprisa que pudo hasta llegar al despacho que buscaba. En él podía
leerse: «Comisario General de la Policía Judicial», con el nombre de Máximo Huertas Pérez
bajo el título.
Golpeó con sus nudillos.
—Adelante —rezó una potente voz en su interior.
Al pasar, Nicolás contempló justo la imagen que esperaba ver. El inspector jefe se
encontraba reunido con el comisario, tal cual se le había dicho por teléfono cuando le habían
comunicado la desaparición de la prueba encontrada en la casa de la víctima.
—Tome asiento, inspector —le dijo el comisario.
Enjuto en su traje de color gris oscuro, el comisario Huertas era un hombre que ya rozaba
la jubilación. Su aspecto engañaba, pues debido a una excelente forma física —aunque ya
había perdido algo debido a los años de despacho— aparentaba menos años de los que en
realidad tenía. Su potente voz —que a Nicolás le recordaba la de un barítono—, iba en acorde
con su ruda imagen. A pesar de ello, siempre se mostraba como un hombre cercano. Capaz de
darlo todo por la gente que tenía bajo su mando, era un excelente pastor para el rebaño que
allí dentro había.
—Creo que no hará falta que le diga que el asunto es extremadamente grave —comenzó a
hablar.
—Así lo pienso yo.
—¿Cree que el papel en sí era tan importante en la investigación para que alguien de
dentro se esté jugando ahora mismo el cuello por él?
Nicolás pensó bien su respuesta, aunque lo hizo muy rápido, sin mostrar titubeos.
—Es imposible de saber, señor. Sin poder conocer el significado de aquel galimatías es
imposible aventurarse.
—Pues necesito saber por qué lo han robado. No tiene sentido.
—Ojalá pudiera decirle algo. Pero sé tanto como usted. Yo pude ver el papel con mis
propios ojos y era un despropósito de letras mezcladas entre sí. Sin apenas vocales, por lo que
pensar que puede ser un anagrama, es tirarse de cabeza a una piscina sin agua. ¿Cuál es el
paso a seguir ahora, después de esto?
—Poco podemos hacer aparte de poner a los de Asuntos Internos tras el percance. No será
muy difícil pues tenemos a la mitad del personal de vacaciones. Y otros, como usted, no se
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encontraban en el complejo en el momento de la desaparición, por lo que reduce todavía más


el número. Estoy seguro que podremos llegar al fondo del asunto. Y actuaremos en
consecuencia con esa persona. ¿Tiene algún avance nuevo en la investigación?
—No me ha dado tiempo. He acudido a una llamada que me ha realizado la hija del
director. Está paranoica y cree que corre peligro. La he traído aquí para que se tranquilizara y
se sintiera segura. He hablado con ella y me ha comentado no sé qué de un familiar suyo en
otra comunidad —mintió—. Intentaré convencerla de que se vaya un tiempo con él y así se
tranquilice. En su casa va a estar constantemente llamándonos.
—Me parece bien. Es comprensible su situación, pero puede entorpecer más que otra
cosa.
—Y otra cosa. Hoy me he dado cuenta de algo. Creo que tengo demasiado estrés
acumulado y necesitaría tomarme ya las vacaciones. Sé que rechacé las que se me asignaron
justo esta semana, pero, además, han surgido una serie de asuntos familiares que me gustaría
atender cuanto antes —volvió a mentir—.
—Joder, Valdés —intervino el inspector jefe—, ¿y lo tiene que decir precisamente ahora?
Coño, tengo a Giménez y a Solís de vacaciones. ¿Cómo coño quiere que lo haga?
—Giménez quería tomárselas más adelante para coincidir con su mujer. Estoy seguro que
si lo llama aceptará el cambio encantado —dijo recordando la charla que escuchó entre los
propios Gutierrez y Solís. La parte positiva es que el primero no sabía que la causa de no
haberlas podido tener había sido el rechazo del propio Nicolás.
—Pero, a ver, ¿quiere irse ya? Eso no es posible. ¿Y la investigación?
—Usted siempre nos ha dicho que debemos tener la mente despejada con un caso. Yo no
la tengo y supongo que eso no me dejará ver las cosas con la claridad necesaria. Puede
entregárselo al inspector Gutiérrez. Hasta el momento no tengo más que unas simples
diligencias y unas pocas notas. El caso está recién empezado. Es como si lo tomara él desde
el principio.
El inspector jefe no sabía qué decir. Era la primera vez que Valdés le pedía algo así y su
hoja era tan intachable que no podía denegárselo. Además, sabía que, de lejos, era su mejor
investigador y tenerlo en esas circunstancias sólo podría acarrear consecuencias negativas. Y
no solo en esta investigación, también en futuras.
Miró hacia el comisario esperando una señal de éste sobre qué hacer. Y es justo lo que
tuvo. Un simple movimiento afirmativo de cabeza bastó para que el inspector jefe tomara una
decisión.
—Está bien. No le puedo negar esto si realmente cree que lo necesita. Sólo prométame
que volverá con las pilas cargadas y con el cerebro despejado. Quizá lo siga necesitando para
este caso. Ha tomado un cariz que no me gusta un pelo.
Nicolás asintió sin sonreír. No quería mostrar su expresión triunfal al haber conseguido
algo que, a priori, podría parecer difícil.
Había mentido. Había mentido mucho. Pero había algo en todo aquello que hacía que sus
orejas se tensaran como las de un lobo al advertir el peligro. Necesitaba estar fuera de la
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policía si de verdad quería ayudar a la muchacha. No sabía por qué, pero se creía toda la
historia. La ayudaría. Aunque esa decisión cambiara su vida para siempre.
De hecho, lo hizo.
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Capítulo 11

Madrid, martes 17 de agosto. Plaza de Vazquez de Mella.

Sentado en un banco, con la mirada clavada en el portal, el hombre ni pestañeaba para no


perderse ningún movimiento que pudiera acontecerse en el edificio. Reconoció de inmediato
el coche de los agentes de incógnito. Eran de todo menos discretos. Los dos dentro, mirando
hacia un lado y otro sin cesar. Si querían pasar desapercibidos, antes deberían recibir un par
de buenas clases. Y con un maestro como él lo conseguirían. La primera regla para no ser
encontrado era no ocultarse. La gente normal, la que no tienen nada que esconder, no lo hace.
Lo que menos podrían pensar esos dos infelices es que justo ahí, a unos pocos metros de
ellos, se encontraba la persona que había acabado con la vida del viejo Salvador Blanco.
El coordinador había sido claro. El Vaticano la quería muerta. Sin más. Pero él sabía que
la situación podría ser muy provechosa para ellos si lograban hacer que cantara lo que
supiera, si es que sabía algo. Cuando lograra estar a solas con ella, si tenía conocimiento de
algo lo largaría de inmediato. Haría cualquier cosa con tal de que la matara enseguida y no
siguiera con aquello que pensaba hacerle.
Y, lo más gracioso de todo, es que no le importaba más mínimo lo que pudiera contarle.
Esas cosas preocupaban a su jefe, no a él. A él, el dinero era lo único que le hacía sonreír. Eso
y ver el sufrimiento en los ojos de sus víctimas. Y ya llevaba unas cuantas a sus espaldas.
No conocía la palabra compasión. Nunca tuvo la oportunidad de aprenderla. Definir su
infancia como algo complicado era suavizar muchísimo lo que en realidad vivió. Creció en
un país del que ya ni recordaba el nombre viendo como su padre le pegaba unas soberanas
palizas a su madre a diario. Él era un niño de diez años, más o menos normal, cuando todo
sucedió. Regresó a casa después de estar toda la tarde jugando con unos amigos en la calle y
la encontró ahí, tirada, muerta en el suelo. Su padre había acabado con su vida en una de sus
habituales palizas.
Lo que sintió en esos momentos fue difícil de explicar. Su infancia murió con esa visión
y, desde lo más profundo de su ser, brotó una bestia que parecía haber estado oculta desde el
mismo día en el que nació. Los pocos que pudieron verlo en la calle tras lo que sucedió,
contaron entre ellos que el niño tenía los ojos del mismísimo demonio.
Esperó con serenidad y frialdad. Lo hizo con paciencia. Con una sorprendente
tranquilidad. Ni siquiera movió el cadáver de su madre del lugar en el que estaba. Se
escondió aprovechando la que sería su habitual aliada a partir de aquel momento, la sombra.
Aguardó a que su padre llegara a casa con su habitual borrachera. Al entrar en el domicilio —
llamarlo hogar quizá excedía el significado de la palabra— ni siquiera reparó en el cuerpo sin
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vida de su mujer. Fue directo a la nevera para agarrar otra cerveza. Fue justo en ese momento
cuando el crío se lanzó sobre la espalda de su padre y le asestó un cuchillazo en toda la espina
dorsal. Le costó hundirlo pues rozó claramente uno de sus huesos lumbares, pero lo apretó
con toda la fuerza que encontró, que no era poca pues ya era anormalmente alto y corpulento
para la edad que tenía. Pensó dejarlo ahí, no sabía por qué lo sabía, pero tenía claro que su
padre nunca más caminaría tras aquello. A pesar de sus ansias iniciales de salir corriendo de
aquel lugar, se acercó de nuevo a él mientras se retorcía de dolor y sacó el cuchillo de donde
lo había clavado. Observó el objeto sin despegar los labios y, sin mover tampoco la cabeza,
miró a su padre, que seguía chillando como un cordero a punto de ser degollado. Y
precisamente eso fue lo que pasó. Se acercó hasta su posición, agarró a su padre del pelo y le
levantó la cabeza. Éste no opuso resistencia pues el dolor era tan fuerte que no podía
controlar su cuerpo. Sin más, rasgó su cuello de un lado a otro de la oreja, como dibujando
una macabra sonrisa.
Observó cómo terminaba por desangrarse y hasta que no lo vio dejar de respirar por
completo no salió de la casa. Lo hizo para no volver nunca jamás. Sabía que lo único que le
esperaba a partir de ese momento era una vida en la clandestinidad.
En la calle, no tuvo más remedio que convertirse en un delincuente para poder sobrevivir.
La mayor parte del día se la pasaba robando comida junto a otros chicos que había conocido.
Estos también le enseñaron a robar carteras con una maestría increíble. Al poco, con la
práctica, consiguió convertirse en la sombra que tanto anhelaba ser. Con ese dinero robado
comenzó a pagar la que sería su adicción a partir de aquel momento: los gimnasios.
El tono muscular de su cuerpo fue creciendo a un ritmo vertiginoso hasta dar auténtico
miedo con tan solo mirarlo. Había algo en su mirada que no parecía ser humano y eso
intimidaba a cualquiera que se le pusiera por delante. En el gimnasio aprendió artes marciales
y sistemas de lucha cuerpo a cuerpo que le valieron para que nunca nadie se atreviera a
toserle.
A los pocos años, conoció a un grupo de jóvenes que le acabaron presentando al que a día
de hoy se le conocía como el coordinador. Éste había sido un militar frustrado por una lesión
de rodilla que lo apartó de los grupos de combate de élite. Después de varias operaciones,
intentó volver a la división dos del ejército de tierra, donde era único trazando planes de
ofensiva e incursión, pero no le fue posible tras una serie de trámites burocráticos. Fue
entonces cuando decidió montar la pequeña «empresa» que ahora tenía y que se encargaba de
regentar con la misma mano firme que si se tratara del propio ejército. Y es que en el fondo,
las misiones que hacía ahora no distaban demasiado de la realidad que vivió en la división
dos. Sólo cambiaba el escenario, pero el contexto no.
Ambos viajaron a España y asentaron en ese país su base de operaciones. Ya habían
pasado casi cuarenta años de aquello. Entraron al país con identidad falsa aprovechando el
momento de confusión generado en el propio estado tras los constantes achaques que el
general Franco iba sufriendo.
Ahora seguía estando en forma como aquel día en el que llegó al país. Lo malo de todo —
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 47

para sus víctimas, claro—, es que ahora tenía mucha más experiencia, algo que lo hacía
mucho más peligroso.

****

Madrid, Complejo Policial de Canillas.

—Muchas gracias y perdone por haber avisado de esta forma. Pero lo necesitaba.
—No se preocupe. Ande y descanse.
Nicolás salió sonriente del despacho del inspector jefe tras haber firmado sus vacaciones.
La llamada a Giménez había sido todo un éxito pues se encontraba en su casa aburrido al no
poder irse de viaje a ningún lado. La idea de trabajar ahora y poder estar libre cuando su
mujer también pudiera, le hizo aceptar el trato sin ningún miramiento.
La suerte estaba aliada con Nicolás.
Seguía pensando en cómo había mentido a sus superiores y en cómo había omitido que la
muchacha había descifrado la nota codificada. Sabía de sobra que la propia investigación no
iba a dejarlo inmiscuirse en el asunto y que todo iba a ser demasiado complicado si no obraba
como lo había hecho. Por lo que no se arrepentía en absoluto. Quizá lo haría más adelante,
dependiendo de las consecuencias de sus actos. Pero ahora, por el momento, no.
Entró en el despacho donde había dejado a Carolina y a Alfonso. Ambos estaban en
silencio. Parecían haberse tomado al pie de la letra el no hablar el uno con el otro.
—Bien. Ya está todo resuelto —dijo nada más entrar—. Señorita Blanco, nos marchamos
de aquí.
Tanto Carolina como Alfonso lo miraron muy sorprendidos.
—Espera, espera —su amigo fue el primero en hablar—, ¿cómo que os marcháis?
Nicolás sonrió antes de hablar.
—Lo que oyes, estoy oficialmente de vacaciones. Enhorabuena, el caso que llevaba entre
manos es tuyo. Supongo que el jefe te llamará de un momento a otro para ponerte al día.
—Pero qué coño…
—Y otra cosa más. Pasaremos por su casa a recoger lo que considere que le hace falta.
Hasta que las aguas estén menos turbias, se viene con nosotros a casa.
Un «¿qué?» unísono salió de la boca de la muchacha y del inspector Gutiérrez.
—No es tan complicado. Señorita, no cabe duda que está en peligro. De momento se
viene con nosotros. Pero eso algo que si no os importa hablaremos luego. Tranquilo, Alfonso,
te esperaré hasta que acabes el turno despierto y hablaremos los tres.
—Nicolás, con todos mis respetos, ¿se te ha ido la puta cabeza o qué?
El inspector colocó su dedo índice en la boca y emitió un siseo.
—Calla, no quiero que nadie se entere de esto. De verdad, luego te explico todo, no
quiero hablar aquí. Por favor, señorita, hágame caso. Pasaremos a por lo necesario. Después
vendrá a nuestro domicilio. No está muy lejos de aquí.
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Carolina no supo qué responder, por lo que obedeció, sin más.


—Y tú —dijo dirigiéndose a Alfonso—, por lo que sabes, he ido a acompañarla a su casa
porque tenía miedo. No sabes más. ¿Entendido?
—Me cago en tu puta madre.
—Vale. Nos vemos luego.
Esperó a que Carolina saliese y acto seguido lo hizo él.
Salieron del complejo y montaron de nuevo en el coche. Era la tercera vez que Carolina
lo hacía en apenas unas horas. Ya le empezaba a resultar familiar.
—¿Eso que ha dicho que me voy a su piso, con ustedes, iba en serio? —Preguntó nada
más montar en el coche.
—Tan en serio como que no quiero que me tutees más. Me llamo Nicolás y tengo treinta
años. No me eches más encima por favor.
Carolina sonrió por primera vez en lo que iba de tarde.
—En ese caso, puedes llamarme Carolina también. Tengo veintidós años, por lo que mi
parte era mucho peor. Y ahora, en serio, ¿cómo me voy a ir a vivir con vosotros?
—Más vale que lo hagas. He mentido, y mucho, ahora no hay marcha atrás. Estoy
decidido a ayudarte a saber qué es lo que quería decir tu padre. Claro, si quieres.
La muchacha no sabía qué contestar. Aquello le había pillado por completa sorpresa.
—¿Entonces lo de las vacaciones y todo eso?
—No te puedo ayudar desde mi puesto. No puedo mezclarme sin que mil ojos me vigilen
a cada paso que doy. Necesito libertad. Sólo así te puedo ayudar.
Carolina lo miró fijamente antes de hablar.
—Pero, ¿por qué?
—No lo sé. De verdad, no lo sé. Siento que necesito hacerlo. Y no creas que no pienso
que todo esto es muy extraño. Pero lo necesito.
Carolina miró hacia adelante. No necesitaba más explicaciones que esa. Pero siendo
sincera, no podía entender lo que estaba sucediendo. Aquello era una auténtica locura. ¿De
verdad había pasado tanto en tan poco tiempo?
Sumergida en aquellos pensamientos llegaron hasta la puerta de su domicilio. Ambos se
bajaron del coche y entraron sin sospechar que unos ojos no pestañeaban mirando hacia
donde estaban ellos.
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Capítulo 12

Madrid, martes 17 de agosto. Plaza de Vazquez de Mella.

Carolina llenó dos maletas con sus cosas imprescindibles. Una de ellas era de
considerables dimensiones. En ella había guardado la ropa que creía poder necesitar, aunque
no sabía cuánto tiempo estaría en casa del inspector. Por unos instantes pensó en la locura que
iba a cometer. Se iba a la casa de un completo desconocido. Pero también era verdad que el
inspector le hacía sentir segura y eso no había dinero que lo pagara. Además, después de lo
que le había pasado durante ese día, después de tanta emoción vivida, nada le parecía ya una
locura. Y, pensándolo bien, con su compañía tendría la cabeza entretenida y no estaría todo el
rato pensando en la horrible muerte de su padre.
De hecho, hacía un rato que no lo pensaba gracias a la presencia de éste.
No quiso pensar en lo raro que era el plan que había trazado de repente el inspector. Podía
ser una auténtica ida de olla, pero en realidad a ella no se le ocurría nada mejor que hacer a
partir de ese momento.
Nicolás le esperaba paciente en el salón y, cuando hubo acabado, le ayudó a bajar ambas
maletas al coche.
Montaron en él y partieron.
Carolina miró hacia atrás y vio cómo su edificio se iba empequeñeciendo según se iba
alejando. En realidad, con ese gesto, quedaban muchas cosas atrás aparte de la vivienda.

****

Madrid, martes 17 de agosto. Plaza de Vazquez de Mella.

No supo si llamarlo intuición, pero algo le decía que tenía que montarse en el coche y
estar preparado para salir detrás del Peugeot del inspector. Lo había visto llegar a la escena y
tenía claro que era él quién llevaba el caso. Lo que no llegaba comprender era por qué no se
separaba de la chica. ¿Pensaba que era su guardaespaldas o algo?
Cuando vio salir a ambos con las maletas en la mano comprendió que sus sospechas
estaban en lo cierto. Se marchaba de su casa. Ahora tenía que seguir al inspector y averiguar
dónde iba.

****
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Madrid, martes 17 de agosto. Camino a la casa de Nicolás.

Carolina miró a Nicolás. Éste a su vez miraba al frente con gesto serio. Si iba a vivir con
ellos, tenía que hacerle una pregunta tan necesaria como incómoda. Respiró hondo y se armó
de valor.
—Nicolás, ¿me permites una pregunta?
—Dispara.
—Ya que voy a vivir momentáneamente con vosotros…
—No somos gays.
Carolina se ruborizó y miró al frente de inmediato. La naturalidad de la respuesta del
inspector fue la que hizo ese efecto en ella. Intentó disculparse rápido.
—Yo… esto… lo siento… es que…
—Tranquila. Si fueras la primera persona que me lo pregunta, hasta me sorprendería. No.
Ninguno de los dos es gay. En comisaría he tenido que explicar en varias ocasiones que
somos muy buenos amigos. En realidad no conozco a Alfonso desde hace tanto, pero aunque
es un poco a su manera, se hace de querer.
—Perdóname, de verdad, pero era algo que creía que era mejor saber por si metía la pata
en algún momento.
Nicolás sonrió sin apartar la vista de la carretera.
—De verdad, no te preocupes. Supongo que es complicado de entender que dos personas
sean amigos sin más. La amistad, hoy día es algo que se entiende de una manera distinta a lo
que yo hago. Creo que cuesta muy poco usar esa palabra para simples conocidos y es un
grave error. Para mí, un amigo es alguien que te escucha, alguien que te dice lo que piensa,
alguien que te apoya y que está ahí en buenos y malos momentos. Pero cuando la gente ve
eso lo primero que hace es pensar que hay algo más entre esas dos personas.
Carolina no supo qué decir en un primer momento. Le sorprendió mucho que el inspector
se hubiera abierto de esa manera ante ella sin apenas conocerla. Lo que no sabía es que la
sorpresa ante tal acto también habitaba en la mente de Nicolás. Nunca solía mostrarse al
mundo, el único que en realidad lo conocía así era su mencionado amigo. Todos coincidían
en que era demasiado reservado. Hacer esas declaraciones le hizo pensar de inmediato que
esa muchacha tenía algún tipo de magnetismo.
—Supongo que tienes razón en eso —contestó al fin la joven—. Yo, ni siquiera tengo
amigos de verdad. Pero ahora, por favor, no me mires como si fuera un bicho raro. Tampoco
es que los haya buscado. Me gusta priorizar y, entre esas prioridades se encontraba el acabar
con mis estudios y comenzar a trabajar rápido. En la carrera he conocido a mucha gente, pero
no sé, no me apetece conocerlos a fondo ni que me conozcan. Seguro que soy un espécimen
raro.
—Has estudiado Historia, ¿verdad? Lo digo por los libros que había en el estudio de tu
casa.
—Bueno, supongo que se podría aplicar conmigo aquello de: «de tal palo…» En casa no
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 51

he conocido otra cosa que la pasión por el pasado. No es raro que me haya contagiado.
—No, no lo es. A mí no se me daba mal en el instituto la Historia, era bueno, aunque tuve
bien claro desde un primer momento que quería ser policía.
—¿Tradición familiar?
—Sí —contestó con algo de sequedad.
Nicolás no quería contarle que no mantenía una buena relación con sus padres. Sí, había
seguido los pasos de su padre, pero igual que ella, en casa no había conocido otra cosa que no
fuera el amor por el trabajo policial. Otra cosa bien distinta es que su padre fuera un imbécil
de cuidado, su madre una sumisa total a la voluntad de aquel tirano opresor y sus hermanos
unas marionetas en manos de su padre, deseosos de que el viejo pasara al otro barrio para
hincarle el diente a la suculenta fortuna familiar —forjada a base de unas buenas inversiones
que entre su padre y su tío hicieron en su tiempo—. No, se sentía preparado para abrirse tanto
frente a la joven. Eso era algo que ni conocía Alfonso, su mejor y único amigo.
—Aquí es —comentó el inspector señalando con la mirada su vivienda.
Carolina observó el bloque de edificios, parecía una zona tranquila. Aunque comparado
con el centro de Madrid, cualquier zona era tranquila aunque hubieran tanques pasando por la
misma.
Nicolás agarró las maletas y las subió por el ascensor. Carolina prefirió subir andando.
Evitaba ascensores siempre que podía hacerlo.
Al entrar, la muchacha comprobó cómo aquello era un piso de hombres en toda regla. El
orden no era lo que predominaba ahí dentro, aunque, sinceramente, podría haber sido mucho
peor.
—No está bien que te diga esto, pero todo el desorden es obra de Alfonso. Yo hace tiempo
que me cansé de ir detrás de él como si fuera su madre. Espero que contigo aquí le entre algo
de vergüenza y empiece a no ser así. Hay una habitación libre, la vivienda es enorme y nos
sobra espacio por todos lados. Pero el casero nos hizo un muy buen precio cuando vinimos a
verla al enterarse de que éramos policías. Su vena patriota salió enseguida. Tras un rato
vomitando batallas y consignas racistas y xenófobas, nos hizo un precio irresistible. Con lo
que nos costaba este piso me daba igual que llevara una foto de Franco en la cartera.
Carolina sonrió tras el comentario.
—Y ahora —continuó hablando—, te mostraré tu habitación. Después de eso puedes
darte una ducha si quieres, hay dos cuartos de baño y uno ni lo utilizamos. Ese será para ti
exclusivamente, si quieres. No puedes pedirme que te prepare algo para cenar porque soy un
desastre, y Alfonso ni te cuento. Pero en la cocina hay comida de sobra por si te quieres
preparar algo. Bajo hay una tienda en la que suelen vender pan hasta tarde, por si quisieras.
Y… nada más. Te dejo un poco a tu aire. En unas horas llegará Alfonso y tendremos que
explicarle todo lo que sabemos hasta ahora para que no me mate. Y, de verdad, tranquila, es
de fiar.
La muchacha asintió y entró a su nueva habitación. Nada más hacerlo se sintió rara,
porque a pesar de todo lo que estaba sucediendo y de cómo se estaban desarrollando los
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 52

acontecimientos, se sentía como si estuviera en casa. El sobreesfuerzo del inspector para que
así fuera estaba dando resultado.
Hizo caso y su primera acción fue darse una breve ducha. Durante el día habían sido
tantas las emociones que sintió que necesitaba dejar correr simplemente el agua por su cuerpo
y relajarse, intentando no pensar en nada más. Cuando salió comprobó que apenas tenía
hambre. Su estómago todavía estaba cerrado por todo lo ocurrido.
Decidió encerrarse, previo aviso al inspector que la disculpó sin pensarlo, durante un rato
en su nueva habitación. Necesitaba tanto estar sola como estar acompañada. Nada más
echarse sobre la cama comenzó a llorar. El recuerdo de la imagen de su padre la golpeó con
tanta fuerza que se colocó la almohada en la boca y la apretó con fuerza para que no se le
escuchara gritar. Necesitaba hacerlo.
Nicolás sí la escuchó, pero decidió dejarla tranquila llorando. No podía ser consciente del
dolor por el que estaba pasando la muchacha, pero algo sí podía empalizar con ella y no supo
si él sería capaz de sobrellevarlo en caso de ser el afectado —y si tuviera la misma relación
que parecía tener con su padre—. No sabía qué habría sido de su madre y hermana —creyó
escuchar hacía unas cuantas horas algo sobre que tenía una hermana—, pero algo le decía que
su padre era la única persona que realmente tenía en el mundo y esa pérdida le había
destrozado por completo.
Tomó asiento en el sillón, abrió un bote fresco de Nestea y tras dar un sorbo comenzó a
reorganizar sus ideas. Lo necesitaba. Trataba de saber cuál sería el primer paso lógico para
ayudar a la muchacha a conocer la verdad sobre la muerte de su padre. El plan de traerla a su
domicilio para protegerla de una posible agresión era todo lo que se le había ocurrido hasta el
momento, qué hacer a partir de ahí era toda una incógnita.
Sumido en sus pensamientos no se dio cuenta que el tiempo fue pasando y la cerradura de
su puerta se abrió. Alfonso entró en la vivienda deseoso de una explicación por parte del
inspector. Nicolás decidió que era mejor dársela sin ella delante. Alfonso podía ser muy
bocazas en algunas ocasiones.
Cuando le relató todo lo sucedido, éste no pudo evitar mostrar su sorpresa.
—¿Y si vienen a por ella aquí? —Quiso saber.
—Estaré yo.
—No eres Batman. No creo que tengas muchas posibilidades ante la persona que ha
hecho eso a su padre.
—Joder, menuda confianza en mí.
—No, coño, es que, joder, ya lo has visto. No iremos muy mal desencaminados si
pensamos que tiene que ser un mastodonte. Colocar el cuerpo así requiere de muchísima
fuerza.
—Ya lo sé. Pero bueno, no se me ha ocurrido nada mejor. Ahora tenemos que centrarnos
en la nota que le dejó.
—Esa es otra, coño, lo has ocultado. ¿No sabes la que te puede caer?
—Sí, lo sé. Pero, ¿cómo hubieras actuado tú?
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—Por una vez y sin que sirva de precedente, lo hubiera hecho bien. Te estás jugando tu
trabajo, y no sólo eso, puedes cometer un delito. Coño, Nicolás, que pareces nuevo.
Alfonso tenía razón. Pero lo hecho, hecho estaba.
—Luego me decías a mí que el que hacía el canelo con las mujeres era yo —añadió
Alfonso.
—¿A qué te refieres?
—Pues tú veras. Te gusta. Si no, no estarías haciendo todo esto.
—No me gusta. Joder, sí, es muy guapa. Y muy interesante. O lo parece. Pero la acabo de
conocer. Y, de verdad, hay algo que me impulsa a ayudarla, te lo digo de corazón. No sé qué
es, pero hay algo.
—¿Te lo digo yo? Pene. Se llama pene. Ese algo es un pe-ne.
Nicolás negó varias veces con su cabeza mientras resoplaba. A veces, hablar con él era
como hacerlo con la pared.
—Bueno. ¿Me ayudarás o no?
—No sé para qué coño preguntas. Me harás ayudarte aunque no quiera.
—Perfecto. Por favor, que nadie se entere de esto.
—Más me vale. Ahora mi puesto está tan en juego como el tuyo por contarme esto. En
fin…
Nicolás sonrió. Alfonso siempre se estaba quejando de todo, pero sabía que lo hubiera
ayudado aun sin pedírselo.
—Mañana al mediodía estarán los restos del señor Blanco para su disposición. Creo que
deberías decírselo tú.
Nicolás asintió. Sí. Se lo diría. No empezarían a investigar hasta que los restos de su
padre descansaran en paz.

****

Madrid, exterior de la casa de Nicolás y Alfonso.

Desde el punto en el que vigilaba la entrada de la casa, nunca podría ser detectado. Estaba
lo suficientemente cerca para poder ver los movimientos de entrada y salida del edificio,
aunque lo bastante lejos para que nadie lo pudiera ver y sospechara de él.
Sonrió al pensar que la joven se había cambiado de domicilio, seguramente por miedo.
Eso le daba ventaja. El miedo, siempre le daba ventaja.
Ahora, a ser paciente.
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Capítulo 13

Madrid, miércoles 18 de agosto. Cementerio de la Almudena.

Nicolás estaba oficialmente de vacaciones, por lo que estaba fuera del caso. Es por eso
que fue el propio Alfonso el que acompañó a la joven al Instituto Anatómico Forense de la
Comunidad de Madrid, en la calle Severo Ochoa. Allí mismo decidió que quería que su padre
fuera incinerado. Esto se llevó a cabo, de manera casi inmediata a las seis de la tarde en el
cementerio de la Almudena. Carolina pagó los propios gastos del sepelio con la cuenta
compartida con su padre en la que ella era cotitular.
El inspector Valdés asistió a la pequeña ceremonia que se dio lugar en el propio
cementerio. Eso sí, permaneció todo el tiempo alejado de la propia Carolina pues no quería
que se les viera juntos. Necesitaba ser discreto con la investigación que estaba a punto de
organizar por su cuenta.
La muchacha lloraba todo el tiempo, sin cesar. El momento en el que varios de los
compañeros y amigos de su padre fueron pasando para mostrar sus condolencias a la joven
fue especialmente duro para ella. Nicolás observaba desde la distancia. No parecía estar
acompañada en ningún momento por nadie, por lo que se preguntó si acaso su padre era la
única familia que le quedaba.
El inspector recordó que, aquella misma mañana, ambos se habían evitado prácticamente
en todo momento. Él deseaba mostrarle su apoyo pues en los contados momentos en los que
ella salió de su habitación se le notaba bastante nerviosa. Sin duda esperaba el momento que
ahora estaba viviendo. Él quería decirle que contara con su hombro para llorar si lo
necesitaba, pero no encontraba las palabras adecuadas. Se maldijo a sí mismo por ser tan
incapaz para ese tipo de cosas.
Ahora, aparte del dolor inevitable que podía vislumbrar en su rostro oculto tras unas
grandes gafas de sol, veía en su gesto la desesperación porque todo aquello acabara de una
vez. Como si estuviera a punto de llegar a la última página de un libro del que jamás podría
cerrar, pero que al menos culminaba leyendo el final. Él, en el fondo, también quería que ese
episodio pasara. No había querido ni hablar a Carolina sobre el contenido de la nota todavía.
Necesitaba que todo eso acabara. Por suerte, parecía que se iba a proceder de una vez al
crematorio del cuerpo.
Carolina dejó bien claro que no deseaba conservar las cenizas de su padre, por lo que
serían sepultadas en uno de los espacios habilitados para ello.
Ya pasaban unos minutos de las ocho de la tarde cuando todo acabó.
Nicolás ya se había marchado a casa y esperaba que de un momento a otro llegara
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Alfonso acompañando a Carolina. Este debía regresar al trabajo en breve. La excusa era la de
acompañar a la Señorita Blanco con un trasfondo de seguridad pero, en realidad, su finalidad
era la observar a los allí presentes, pues a muchos asesinos les daba morbo el asistir a los
entierros de sus víctimas. Era una mala excusa, ya le costaba sostenerse de por sí. Aun así, su
jefe le dio permiso para ir a acompañar a la joven.
La puerta se abrió y sólo entró Carolina.
—Alfonso me ha dejado sus llaves, dice que tenía mucha prisa en volver. Luego ha
soltado una frase refiriéndose a lo que iba a perder si no lo hacía que no pienso repetir —dijo
nada más entrar.
Nicolás quiso preguntarle cómo se encontraba. Pero una vez más, no le salieron las
palabras. Era curioso como cuando sólo era la Señorita Blanco, la hija de una víctima de un
caso que le había tocado investigar, sí era capaz de preguntarle y mostrar empatía. Ahora que
era Carolina, no.
Se preguntó si el poder ver sus sentimientos más de cerca no le estaba afectando a él
también. Y era curioso, porque nunca le había pasado antes.
—¿Tienes hambre? —Acertó a decir dándose cuenta del desatino de la frase.
Carolina sonrió. No era tonta. Veía en el rostro del inspector esa preocupación por cómo
se encontraba, por lo que decidió mitigarla en medida de lo posible.
—Sí. La verdad es que sí. Llevo dos días sin probar bocado casi.
Nicolás le devolvió la sonrisa antes de hablar.
—Bien… eh… Creo que lo más sencillo es que pidamos comida y nos la traigan. Hay un
Tailandés cerca en el que he pedido unas cuantas veces. Si quieres puedo llamar ahí.
—Sí, perfecto. Me da igual comer una cosa u otra. Si quieres cenamos y después,
tranquilos, hablamos sobre la nota.
El inspector asintió. Agradeció que ella hubiera sido la que sacó el tema de la nota. Él no
se sentía capaz por no herir la sensibilidad de la joven. Hubiera preferido esperar al día
siguiente y ver cómo amanecía la muchacha. Pero mejor así. Cuanto antes, mejor.
Carolina tomó una reconfortante ducha mientras el inspector pedía la cena. Apenas
tardaron unos veinticinco minutos en llevarla al domicilio. Nicolás pagó ante la insistencia de
la joven por hacerlo ella misma. No le gustaba que la invitaran a nada y demasiado estaba
haciendo ya el inspector acogiéndola en su casa como para además pagar esas cosas. Pero no
lo consiguió.
Cenaron en la mesa del comedor sin apenas hablar de nada que no fuera banal. A pesar de
esos momentos de acercamiento que ambos habían compartido en el coche del inspector,
todavía no se sentían cómodos del todo el uno al lado del otro. Al fin y al cabo hace dos días
ninguno sabía de la existencia del otro.
Terminaron la cena y Nicolás recogió todo sin dejar que Carolina lo ayudara. Esta lo
esperó en el salón. Al cabo de un rato, el inspector entró en la estancia con un ordenador
portátil de la marca Apple en sus manos.
—Creo que trabajaremos mejor con el ordenador. No sé muy bien qué tenemos que
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buscar, pero Internet es el único aliado que tenemos en estos momentos.


Carolina asintió.
—Está bien —continuó hablando una vez hubo encendido el portátil—. ¿Qué es lo que
sabemos hasta ahora? —Preguntó como para sí mismo, no esperaba que la muchacha le
contestara—. Tenemos la nota que te dejó tu padre. ¿Puedes leerla en voz alta?
La muchacha la sacó de su bolsillo y obedeció.
—Carolina, hija mía, si lees esto es que me han matado. Conozco un secreto que puede
cambiar el mundo. Por eso me persigue alguien, pero no sé quién. Por tu seguridad no puedo
decirte más. Pero eres lista y sé que lo descubrirás. Debes viajar. Palabras clave: Tomar y
Olivos.
—No hace falta ser un lince para saber que tu padre sabía que estaba en peligro. Según él,
tenía un secreto. Podríamos pensar que ese secreto implicaba a terceras personas, por lo que
puede que alguna de ellas haya actuado a modo de venganza. Supongo que la pregunta es un
poco estúpida, pero, ¿tu padre se relacionaba con mucha gente?
La simple mirada de Carolina sirvió como respuesta.
—Vale, lo plantearé de otra forma. ¿Hay un círculo algo más estrecho de gente con la que
tuviera una relación más directa?
—Sigue siendo enorme. Mi padre tenía un carácter muy abierto. Solía tratar a todo el
mundo igual. No le importaba que fuera el director de otro importante museo o la mujer que
todos los días pasaba el paño y la fregona por su despacho. No le gustaba mirar por encima
del hombro a nadie y se mostraba jovial con todo el mundo. Era algo bromista y siempre
contaba chistes a todo con el que se cruzaba. Es por eso que era complicado saber si esa
persona era un amigo de toda la vida o un empleado recién contratado.
Nicolás se rascó la cabeza. Eso complicaba algo asunto.
—De todas maneras, si nos seguimos centrando en el secreto, podríamos intuir que tiene
algo que ver con el ámbito de trabajo de tu padre. ¿Conoces en qué temas estaba metido? Me
refiero a que si trabajaba en algún asunto escabroso sobre la historia o algo que pudiera
levantar ampollas.
—Eso sí que no lo sé. Era muy reservado para su trabajo, eso sí. Hasta que no obtenía los
resultados que él esperaba, casi nadie solía saber en qué andaba metido. Era muy meticuloso
e insistente. No solía dejar nada a medias y solía lograr lo que se proponía, tarde o temprano.
El inspector lanzó una bocanada de aire. Todo aquello no le aclaraba nada.
—Bueno. No creo que así logremos mucho. Está claro que ni vamos a oler ese secreto si
no lo hacemos de otra forma. Busquemos las palabras que tu padre ha dejado como supuestas
clave a ver qué nos dice. Pero viendo las que son, ya imagino el resultado.
Nicolás introdujo las palabras «tomar» y «olivo» en el buscador de Google. Como
suponía, los resultados que aparecieron en pantalla eran de lo más dispares y sin ningún
sentido. Al menos de manera coherente y que les sirviera para algo.
Cambió inútilmente el orden de las palabras y, aunque intentó fijarse en cada resultado
arrojado —al menos en las primeras páginas, sino iba a ser imposible—, no había
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 57

absolutamente nada que le llamara la atención lo más mínimo.


—Esto no tiene sentido —apuntó Carolina.
El inspector no pudo más que darle la razón. De alguna manera, no lo estaban haciendo
bien.
—Necesitamos enfocarlo de otra forma, Carolina. No conocí a tu padre, por lo que debes
ser tú la que haga el esfuerzo de meterse en su cabeza aunque sea momentáneamente.
Necesito que pienses como él. Necesito que sepas por qué razón dejaría el mensaje escrito tal
cual lo ha hecho.
Carolina no quiso ser borde con el inspector. Qué fácil le parecía a él lo que le proponía.
¿Cómo iba a meterse en la cabeza de su padre? Eso era imposible. Si algo sabía de él, ya que
él mismo se lo había contado en más de una ocasión, es que su cabeza era un hervidero
constante de ideas. Y aunque trataba de llevarlas a cabo en un determinado orden, podría
tener mil cosas a la vez en su cabeza esperando a ser escuchadas.
La muchacha paró de pensar unos segundos y se irguió.
—¿Qué? —Quiso saber el inspector.
Pero ésta no atendía. Se había metido de lleno en una pesquisa que no podría ir del todo
mal.
Sí, podría tener sentido.
—Mi padre era una persona profundamente ordenada —se detuvo un instante para pensar
lo que acababa de decir, ¿se podía ser profundamente ordenado?—. No hacía algo nuevo si
aún tenía otra cosa pendiente. No sé si me explico.
—Vamos, que seguía siempre un orden para hacer las cosas.
—Sí, básicamente. Si nos fijamos en la nota, mi padre separa claramente las frases. Las
podemos desglosar en ideas.
Carolina recordó un curso sobre análisis e interpretación de textos antiguos en los que la
premisa fundamental era separar el texto en idea. Como si fueran frases separadas dentro de
un texto compacto. Eso ayudaba en muchos casos a entender mejor el contexto de lo que el
autor había tratado de decir.
—La primera de ellas —continuó—, es que él sabía que estaba en peligro. La segunda,
que tiene un secreto. La tercera, que andan tras él y que por mi propia seguridad, no me lo
puede contar de manera directa. La cuarta, que confía en mí y que sabré llegar hasta él. Es
aquí la parte que creo que no hemos tenido en cuenta. La siguiente idea es que hay que viajar,
según él. Creo que si no tengo claro esto, no puedo descifrar lo otro.
—Mmm. No está mal el razonamiento, pero siguiendo con él, ¿adónde piensas que quería
que fueras?
—No lo sé, pero podríamos tener en cuenta que si hace referencia a algún lugar al que
quiere que me dirija, tendría que tener presentes los propios lugares a los que él ha viajado.
Nicolás se sorprendió por el razonamiento deductivo que estaba llevando a cabo la joven.
Desde luego, sería una estupenda policía.
Nicolás se levantó y fue a buscar un papel y un lápiz.
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—Relájate y piensa muy bien los lugares a los que ha viajado tu padre en los, digamos,
últimos seis meses.
—Son muchos, igualmente.
—Ni importa, hazlo. Sobre todo céntrate en los que haya visitado últimamente. En esos
puede estar la clave. Incluso en los que haya ido más de una vez.
Nicolás quedó en silencio de manera inmediata para dejar a la joven concentrarse. Ésta
empezó a recordar esos viajes. A algunos de ellos le había acompañado ella misma. Como por
ejemplo a París, pero ese lo descartaba casi por completo al haber estado con él casi todo el
tiempo. Aun así lo anotó.
Uno a uno, la lista se fue engrosando hasta llegar a un total de once países, repartidos
entre Europa, Sudamérica y Asia.
Uno a uno, fueron introduciendo el nombre del país seguido de las dos palabras clave que
había dejado el director del museo.
Fue al llegar a la sexta referencia, cuando Carolina levantó su mano y la colocó enfrente
de la pantalla.
—Un momento —dijo—, esto… es raro…
Nicolás se fijó en el resultado. Al teclear Portugal, uno de los destinos de su padre,
seguido de las dos palabras, el buscador había arrojado un primer resultado que hablaba de
una ciudad portuguesa cuyo nombre era Tomar. También hacía referencia a unos olivos que
rodeaban un castillo en la propia ciudad.
Al entrar, su sexto sentido también se activó al corroborar que también había una iglesia
llamada «Nuestra Señora del Olival». Ésta también estaba rodeada de olivos.
—Vaya —comentó—, desde luego las referencias son claras.
—Pero… ¿qué tiene de especial este lugar?
Nicolás comenzó a leer la descripción del lugar. Se trataba de la página de turismo de la
propia ciudad. En ella explicaba que Tomar había sido un importante enclave de Caballeros
Templarios.
El inspector miró de inmediato a la muchacha. Esta no disimulaba su sorpresa y parecía
pensativa ante lo que acababa de leer.
—¿Qué ocurre? —Quiso saber Nicolás.
—No sé… esto es extraño… a mi padre le fascinaba todo lo que tuviera que ver con ese
mundo de los Caballeros Templarios… Aquí dice que es una ciudad templaria, que tanto su
iglesia como castillo lo son.
Nicolás pensó por unos instantes las palabras de Carolina. Aquello estaba tomando un
cariz que no le gustaba. No le gustaban todas esas historias que se habían formado en los
últimos años a raíz de ese famoso bestseller que comentaba conspiraciones y confabulaciones
de la iglesia para ocultar la verdadera historia de Cristo.
—Carolina, yo…
—No, si lo sé. Yo tampoco creo en esas historias que se cuentan. Soy historiadora, y
como tal me ciño a los hechos documentados. La Orden del Temple fue algo extraordinario
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 59

en sus días, sí, pero no pasó de ser una orden más de las decenas que hubieron en la época.
Puestos a sacar conspiraciones, podríamos hacerlas también de los Hospitalarios, o de los
Rosacruces. Es una tontería que a mí, personalmente, me pone de muy mal humor. Lo más
curioso, es que a mi padre también lo hacía. Cuando se puso tan de moda todo el tema
conspiratorio, parecía que se lo iban a llevar los demonios. Largaba cosas no muy bonitas
hacia el autor del famoso libro y llamaba estúpida a la gente que creía todo lo que contaba en
sus páginas.
—¿Entonces, descartamos esto?
—No lo sé. Él creía en la verdadera historia del Temple. Tenía, tiene más bien, decenas de
libros que hablan sobre lo real del tema. Además, recuerdo que siempre me llevaba a visitar
enclaves en ciertas ciudades. Era un apasionado.
—Pero, ¿entonces?
Carolina se echó las manos a la cara y comenzó a llorar, fruto sin duda de la
desesperación. Nicolás quiso consolarla dándole un abrazo, pero no sabía si eso no sería
extralimitarse. Ni siquiera sabía lo que ambos eran. Era demasiado pronto para decir que
ambos eran amigos. No. Imposible. Conocidos quizá, pero, vivían juntos. Aquella situación
era difícil de entender para cualquiera.
Carolina levantó la cabeza y suspiró, tratando de dejar de llorar.
—Perdona —dijo entre sollozos—, es que… no sé… no entiendo nada de lo que está
pasando. Y no hay sensación peor para mí que no entender nada. Me gusta saber lo que
ocurre a mi alrededor, joder.
Nicolás la entendió a la perfección. Él era igual en ese sentido.
—Tranquila. Calmémonos y tratemos de ser analíticos. Puede que sí sea esta la referencia
que buscamos.
—¿A qué te refieres?
—A que todo coincide. Buscaremos las otras referencias, pero estoy seguro que esta será
la buena. Olvidémonos de los prejuicios que tengamos, incluso los que tu padre pudiera tener
con ciertas historias y centrémonos siendo objetivos. Si todo indica hacia esa ciudad, a esa
ciudad iremos.
Carolina lo miró muy sorprendida.
—Nicolás, te agradezco que te hayas involucrado así, que me estés protegiendo en tu
casa, todo… pero ya has hecho más que suficiente. De verdad, no hace falta que…
—Tonterías. Ya estoy metido en esto y ahora no me puedes pedir que salga. Necesito
ayudarte. No me preguntes por qué, no lo sé, pero lo necesito.
—Yo…
Nicolás no la dejó continuar. Metió las referencias restantes en el buscador sin éxito. Sin
duda, todo apuntaba a esa ciudad. Dejando prejuicios a un lado, al día siguiente partirían
hacia allí.
Lo que encontraran o no, ya lo diría el propio tiempo.
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Capítulo 14

Madrid, jueves 19 de agosto. Camino al aeropuerto de Barajas.

Alfonso se había ofrecido a llevarlos él mismo.


Aquello le parecía una auténtica locura, y así se lo había hecho saber a ambos en
repetidas ocasiones. Antes incluso de hacerlo, ya sabía que no serviría de nada. No conocía a
nadie tan tozudo como Nicolás, por lo que tenía muy claro que no lo escucharía y acabaría
haciendo lo que le diera la gana, como siempre. Seguía pensando que todo aquello lo hacía
porque la muchacha le gustaba. Nunca lo había visto actuar de esa manera. Para él, su trabajo
era lo más importante en el mundo y por nada hubiera pedido esas repentinas vacaciones. Esa
joven le había roto los esquemas aunque él no quisiera darse cuenta de aquello.
Ya le acabaría dando la razón. Si no, al tiempo.
Ni Carolina ni Nicolás pudieron apenas dormir aquella noche. La emoción de embarcarse
hacia lo desconocido —a pesar del contexto en el que lo realizaban—, hacía estragos en sus
estómagos y ese incesante cosquilleo no les dejaba conciliar. A pesar de ello, se encontraban
con la suficiente energía para llevar a cabo su empresa. Puede que la propia adrenalina
estuviera haciendo de las suyas.
Apenas habían desayunado. No les entraba nada y preferían que no les sentase mal el
vuelo. A las ocho de la mañana ya estaban listos y con el equipaje hecho para partir rumbo a
Portugal. Tomar los esperaba.
—Llevad cuidado, anda, no me deis más disgustos de los que ya me estáis dando —dijo
Alfonso a modo de despedida en la puerta de la terminal.
—Tranquila, mamá —contestó con cierta sorna el inspector.
Sacó las maletas de la parte trasera del vehículo y ambos entraron.
Tras el lío de la facturación y, reconociendo su suerte al haber encontrado dos billetes a
buen precio la noche anterior, montaron en el avión y partieron rumbo a tierras lusas.
Durante lo poco que duró el vuelo —una hora y veinte minutos—, apenas hablaron. Cada
uno iba metido en sus propios pensamientos.
Llegaron al aeropuerto internacional de Portela. Tuvieron que esperar casi veinte minutos
a que su equipaje saliera. Una vez lo hizo, se encaminaron hacia el exterior. Lo primero que
hizo Nicolás fue buscar una empresa de alquiler de coches de la que ya había leído en
Internet- Se dirigió a ella cuando la localizó. El inspector entró en la oficina mientras la
muchacha esperaba fuera. Al cabo de unos minutos salió con varios papeles en la mano y las
llaves de un coche. Iba acompañado por alguien de las oficinas.
Éste lo guió hacia el que sería su vehículo mientras estaban en suelo portugués. Carolina
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 61

no pudo evitar reír al comprobar que el inspector había alquilado un coche similar al que él
mismo poseía, un Peugeot 407.
—¿Qué? —Preguntó Nicolás al comprobar el divertimento de su compañera.
—Nada, nada….
Él también sonrió. Sabía de sobra por lo que ella reía. Pero es que cuando a él le gustaba
algo, le gustaba de verdad. Cuando vio que tenían ese coche disponible no lo dudó.
Tras ese momento de mutua complicidad, ambos montaron en el auto para recorrer los
ciento treinta y cinco kilómetros que separaban Lisboa de Tomar.
Durante el trayecto, ambos comenzaron a hablar sobre temas sin importancia, como por
ejemplo recordar cómo fueron sus años de instituto y universitarios. Llevaban más o menos la
mitad del trayecto cuando la muchacha recibió una llamada en su teléfono móvil. Era su
futuro jefe, Ignacio Fonseca.
—¿Sí?
—Carolina, hija, acabo de enterarme de todo. ¿Cómo no me has llamado para decírmelo
antes?
—Lo siento, Ignacio, pensé que te lo harían saber por otro lado. Me cuesta llamar para
dar este tipo de noticias.
—Imagino, no te preocupes. Es solo que este teléfono móvil sólo lo tenéis mis más
allegados. He estado fuera de mi oficina en Israel un par de días porque las cosas se han
complicado por aquí algo y no me han podido localizar. Al llegar esta mañana me lo han
contado. Estoy completamente roto por el dolor.
Carolina sabía que sus palabras eran sinceras. Ignacio se podría considerar el mejor
amigo de su padre. Todavía recordaba las largas partidas al ajedrez que ambos jugaban
durante tardes enteras.
—Lo sé, Ignacio —contestó—. No sé ni qué decir. Imagina cómo estoy yo.
—Claro que lo imagino. No me lo puedo creer, en serio, no me lo puedo creer.
Escúchame bien, quiero que sepas que tienes que contar conmigo para todo lo que necesites.
Pídeme lo que quieras, sin reservas, haré todo lo que esté en mi mano para conseguírtelo.
Joder, me hubiera gustado estar en el entierro, también me han dicho que fue ayer por la
tarde. No me lo perdono.
—No, por favor, la culpa ha sido mía por no avisarte personalmente. Al menos tú lo
merecías.
—Por Dios, no digas eso. Ha sido un cúmulo de infortunios. Demasiado tienes tú ya.
Escucha, olvídate de momento de las excavaciones de las que te hablé. Tu sitio queda
reservado para cuando te sientas con fuerzas. Sea cuando sea. Tómate el tiempo que
necesites. Y de verdad, cuenta conmigo para todo. Lo que sea.
Gracias, Ignacio. Así será. Siempre te he visto como al hermano de mi padre. Eres de mi
familia. Gracias por tu apoyo. Muchas gracias.
—Cuídate, hija, por favor.
—Lo haré. Hasta luego.
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—Hasta luego.
Colgó.
Al hacerlo, no pudo evitar derramar alguna lágrima. Todo estaba siendo tan duro que no
sabía ni de dónde sacaba las fuerzas para permanecer en pie. En aquellos instantes no pudo
sacar de su cabeza las largas charlas y discusiones amistosas que tenían su padre y él. Echaría
de menos ese aroma a café nada más entrar en el piso de su padre, señal inequívoca de que
Ignacio y él estaban peleándose como niños pequeños mientras ambos jugaban al ajedrez. O
aquellas conversaciones que tenían los tres sentados en la terraza de su padre mientras
Ignacio fumaba uno de sus malolientes puros y su padre lo imitaba con aquella pipa antigua
que nunca llegaba a encender, pero con la que siempre imitaba los movimientos de un
fumador mientras la tenía en su boca.
—¿Todo bien? —Quiso saber el inspector.
—Sí… supongo. Todo me viene de golpe y, no sé, me cuesta asimilar las cosas. Mi
cerebro no funciona a su ritmo habitual, está lento. Ni siquiera cuando murió mi madre y mi
hermana reaccioné así. Pero claro, era una cría cuando todo eso pasó…
Nicolás se sorprendió al ver que la joven le hablaba sobre eso. La pregunta que se había
hecho hacía dos días ya tenía respuesta. Sí, su padre era lo único que le quedaba.
—Siento mucho lo de tu madre y hermana. No lo sabía…
—No importa —dijo mientras se limpiaba las lágrimas—. Ya te digo, era una cría, tenía
doce años. Mi madre fue a recoger a mi hermana al instituto, mi padre estaba de viaje. Me
extrañé cuando vi que había pasado una hora y no regresaban todavía. Más me extrañé
cuando mi padre llamó a mi casa y me dijo que no me moviera de allí, que regresaba en el
primer avión que encontrara. No me quiso contar qué había sucedido. Cuando a los pocos
minutos llegó una vecina a casa para cuidarme mientras mi padre llegaba, comencé a
entender las cosas por mí misma. Además, la cara de la vecina no dejaba lugar a dudas.
Cuando llegó mi padre me abrazó llorando. Yo no lo hice y pregunté por qué, si ya sabía lo
que pasaba. Ni siquiera lloré en el entierro de ambas. A los pocos días me alegré de que el
conductor borracho que embistió su coche también hubiera muerto en el accidente. Ese
pensamiento me asustó. Y ahí sí lloré. Pero al hacerlo mi mente comprendió enseguida que ya
no estaban, que nunca más las volvería a ver. Y las quería con toda mi alma, no creas, pero lo
afronté con una madurez que asustaba. No era propio de la edad que tenía. Ahora, sin
embargo… no soy capaz de asimilar las cosas. Todavía siento vivo a mi padre. No sé cómo
explicarlo.
Nicolás la miró con ojos paternales. Ese tipo de cosas eran las que hacían que quisiera
acercarse a ella, protegerla de todo el mal que parecía acecharla.
—No debes pensar demasiado en esto. Son dos situaciones distintas. Es más, esto si te lo
digo por experiencia, nadie reacciona igual a una misma situación en dos momentos distintos
de su vida. Lo he visto demasiadas veces. Sé de lo que hablo. No sé cómo reaccionaste con lo
de tu madre y tu hermana, pero sí te estoy viendo ahora y me sorprendo y admiro al mismo
tiempo. De verdad, yo no lo haría igual que tú. Y eso que la relación con mis padres no es del
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 63

todo buena. Supongo que no podría llevarlo con tu madurez, con tu serenidad. Míranos.
Estamos en Portugal gracias a que has sabido relacionar hechos entre sí. Y todo esto después
de lo que ha pasado. Creo que deberías valorarte un poco más. Es increíble lo que estás
haciendo.
Carolina sonrió mientras notaba que sus ojos se anegaban otra vez en lágrimas. Sólo que
estas eran distintas. Esta vez eran de emoción por las palabras del inspector.
—Gracias —dijo al fin.
—¿Gracias? ¿Por qué?
—Por cuidarme sin conocerme. Por extralimitarte en tu trabajo. Por todo, en realidad.
Hubiera deseado que mi padre te hubiera conocido. Era un gran defensor del papel que tenéis
las fuerzas del Estado.
Nicolás sonrió y miró hacia adelante. No quiso admitir que se había ruborizado, pero su
rostro lo delataba.
Siguió conduciendo unos kilómetros más hasta que por fin llegaron a su destino.
La ciudad portuguesa de Tomar, supuesto enclave templario, se erigía majestuosa ante
ellos.
Y la imagen era escandalosamente preciosa.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 64

Capítulo 15

Tomar (Portugal), jueves 19 de agosto. Centro de la ciudad..

Más que una ciudad propiamente dicha, Tomar se asemejaba más a un pueblo de grandes
dimensiones. Con algo más de cuarenta mil habitantes, Tomar era una ciudad tranquila,
apacible y parecía estar impregnada de un halo de misterio que daba la sensación de poder
respirarse en cada rincón de la misma. Carolina notó como el vello de sus brazos se ponía en
punta.
—Hay algo aquí. Lo presiento. Estamos en el buen camino —comentó sin dejar de mirar
por la ventanilla del copiloto.
Continuaron en el coche hasta llegar a la Praça da República. En ella se encontraba la
Câmara Municipal de Tomar —o ayuntamiento—, un enorme edificio del siglo XVII.
Aparcaron muy cerca de la propia plaza y decidieron bajar a pie para poder verla más de
cerca.
Lo primero que observaron era cómo por encima del ayuntamiento, sobre una loma, se
erigía el castillo de Tomar y el convento de la Orden de Cristo. La imagen era digna de una
postal y Carolina no dudó en fotografiarla con su teléfono móvil. La resolución de las fotos
no era demasiado buena, pero necesitaba guardar ese recuerdo en un lugar menos ajetreado
que su mente.
La plaza estaba formada por varias baldosas adoquinadas que simulaban un tablero de
ajedrez. La muchacha sintió un escalofrío pues la coincidencia con los recuerdos más usuales
que tenía sobre su padre era brutal. Ajedrez, Caballeros Templarios… pasear por aquella
ciudad equivalía a hacerlo dentro de los pensamientos más tiernos y cariñosos acerca de su
padre.
En el centro del conjunto había una estatua. Ambos se acercaron a leer la inscripción.
Rezaba así: «A Gualdim Pais, fundador de Thomar. 1160-1162-1938». Carolina la miraba
boquiabierta. Jamás había oído hablar del lugar que estaban pisando y ya se estaba
enamorando de él.
Se giró sobre sí misma y observó la iglesia que ante ellos se presentaba. No tenía ni idea
de su nombre pues en la puerta no había ningún tipo de inscripción, pero a Carolina le
pareció insultantemente bella por su propia simplicidad. Calculó por su fachada y su estilo
gótico que podría ser del siglo XV o XVI. Por unos instantes se sintió algo culpable por sus
inmensas ganas de hacer turismo por la ciudad, dadas las circunstancias por las que ahí
estaba, pero trató de serenarse al comprender que no era un agravio a la memoria de su padre.
Más bien, una oda a su recuerdo, ya que él sentiría exactamente lo mismo que ella.
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—Creo que deberíamos ir al hotel, comer algo en el propio restaurante y después visitar
el castillo y el convento. Ahí debería estar la clave de lo que sea que estemos buscando —dijo
Nicolás.
La muchacha le dio la razón.
Nicolás se acercó a un transeúnte que pasaba cerca de ellos y le preguntó por el hotel.
Este no hablaba nada de castellano, pero aun así el inspector logró entender sus indicaciones.
El edificio se encontraba apenas a unos diez minutos andando. Como tenían el coche bien
aparcado y las maletas no pesaban tanto, decidieron ir andando.
Cuando llegaron al mismo, creyeron estar viendo una alucinación. Nicolás lo había
reservado pues, por ser un tres estrellas, el precio era moderadamente razonable. Lo que no
esperó, ya que apenas había querido mirar imágenes por Internet, era lo que ambos
encontraron.
La enorme fachada del hotel «Dos Templarios» era blanca y beige, mostrando un edificio
de enormes dimensiones y con una elegancia palpable hasta desde el exterior. En la entrada
del mismo había un lago artificial que le confería un toque de distinción que pocas veces
habían visto hasta el momento. Al entrar, sus sospechas de que no era solo fachada se vieron
confirmadas. Si ambos hubieran tenido que buscar una palabra para definir lo que sus ojos
veían, los dos hubieran elegido «clase». En el propio hall había una enorme lámpara de
dimensiones increíbles, rodeada de cruces templarias que hacían honor al nombre del propio
hotel. Cada detalle, cada sillón, hasta la propia barra de recepción estaba dispuesta de una
manera elegante.
Antes de ir a registrarse y, en vistas de que había una pareja siendo atendida, decidieron
dar una vuelta por el propio hotel para poder ver algo más. En ella pudieron ver la paradisíaca
piscina, la pista de tenis en la que un monitor impartía clases a dos chavales que no llegarían
a los diez años y el amplísimo gimnasio, casi desierto a esas horas. Volvieron hacia la
recepción, la pareja se había marchado.
Un amable recepcionista le entregó, tras identificarlos, una llave electrónica y un plano de
la propia Tomar. Su habitación sería la trescientos uno. Nicolás, cauto ante la incomodidad
que generaría que ambos durmieran en la misma habitación, preguntó la noche anterior a la
muchacha si quería que pidiera dos habitaciones en vez de una. Pero ella había dicho que no,
que no hacía falta incrementar el gasto y que no pasaba nada si dormían en una misma
habitación. Eso sí, pidió que tuviera dos camas separadas.
Subieron por el ascensor y encontraron la habitación con facilidad. Comprobaron que ésta
no se quedaba atrás con el resto con el hall del hotel. La decoración de la misma no era
excesiva, pero Carolina reconoció que el tener dos cuadros con alusión a la Orden del Temple
hacía que no se perdiera ese halo de misterio. Ni siquiera en un lugar pensado para el
descanso. Dejaron ambas maletas sobre la cama. No las deshicieron, ya tendrían tiempo de
eso por la noche. Bajaron al restaurante del hotel y saciaron su apetito con un suculento menú
que les propuso el maitre del mismo.
Nicolás propuso a Carolina buscar un guía. Quizá en una de sus explicaciones escucharan
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 66

o vieran algo que les llamase lo más mínimo la atención. Además, eso aceleraría bastante el
proceso de visitar todos los puntos de interés de la ciudad. A la muchacha le pareció una
buena idea.
Gracias al mapa que le había entregado el recepcionista encontraron rápido la oficina,
pero una vez ahí les comunicaron que hasta dentro de dos horas no habría ninguno
disponible.
Tras ese contratiempo decidieron que lo mejor era sentarse a esperar mientras tomaban
algo en una terraza cercana.

****

Tomar.

A una distancia prudente, no les quitaba ojo de encima. No entendía el empeño del
coordinador en seguirlos y haber tenido hasta que tomar ese vuelo para así hacerlo, pero él
mandaba. Si por él mismo fuera, ya hubiera estrangulado a ambos con sus propias manos.
Pero él no tomaba las decisiones. Se preguntó si en algún momento de su vida él mismo
había sido quien llevara las riendas. No le importó. No tener que hacerlo le ayudaba a tener
siempre la cabeza despejada, libre de absurdas preocupaciones.
Ahora sería un simple turista. Alguien que iría donde fuesen ellos. Una sombra. Como
siempre.

****

Tomar.

—Odio esperar —comentó una acalorada Carolina.


Nicolás sonrió ante la desesperación de la joven. Su trabajo consistía muchas veces en
eso, en esperar. Era por eso mismo que estaba muy acostumbrado a ello y a él no le costaba
tanto. La parte negativa era que el interior del café estaba lleno y tuvieron que sentarse en una
las mesas que había en el exterior —ya que ninguno vio un café cercano al que poder ir—,
donde el sol estaba haciendo de las suyas.
Nicolás pidió un café helado y Carolina un granizado de limón.
El inspector le daba un sorbo a su bebida cuando la joven volvió a hablar sobre su
desesperación por moverse.
—¿Y no podríamos dar una vuelta aunque fuera de reconocimiento? Creo que este tiempo
que estamos perdiendo es precioso y no lo vamos a recuperar. Podríamos ir a echar un vistazo
por nuestra cuenta y ver qué podemos averiguar.
—No es que sea mala idea, Carolina, pero no sé muy bien de qué serviría. Piensa que un
guía puede conocer detalles que a nosotros, casi seguro, se nos escaparán.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 67

—Ya, pero todavía queda una hora y cuarenta y cinco minutos. Y aquí, al sol, nos va a dar
algo.
Nicolás supo que tenía razón. Quizá dar una vuelta de reconocimiento no les hiciera
ningún mal. No se alejarían demasiado de la oficina de turismo y así podrían contratar al guía
cuanto antes.
—Disculpen —dijo uno de los camareros que constantemente pasaban por ahí en un
perfecto castellano—. Sin querer he escuchado que necesitan un guía y no les gustaría
esperar. Mi hermano Francisco lleva viviendo en esta ciudad muchos años. Conoce su
historia como la palma de su mano. Además, es un apasionado de la leyenda templaria, por lo
que si les gusta todo ese tema, les puede mostrar todos los rincones de la ciudad mucho mejor
que un guía. Es un experto en la materia.
—No se preocupe —contestó Nicolás disculpando al chico—. ¿Ha dicho Francisco?
Además, por su acento intuyo que ambos son españoles.
—Sí, del mismo Madrid. Tenía veinticinco años cuando vino a vivir aquí. De eso ya hace
otros veinticinco. Buscaba una oportunidad de salir para adelante. En España también tuvo un
café, pero no le fue demasiado bien. Aquí, ya ven, siempre suele estar a tope. Yo me vine con
él hace un año, en España cada vez hay menos trabajo, la crisis nos está hundiendo. A
Portugal no le va mucho mejor, pero este negocio trae muchos beneficios. Además, ya desde
joven adoraba al Temple, por lo que venir aquí era una doble oportunidad.
—De todas formas —intervino Carolina tratando de ser cortés—, no nos gustaría
importunarlo. No queremos molestarlo, podemos esperar a que vuelvan los guías a la oficina
de turismo.
—Tonterías. Ni se les ocurra hacer eso. Siempre me dice que si alguien viene interesado
de verdad en la historia de Tomar, que lo busque a él. Que los guías no tienen, perdón por la
expresión, ni puta idea ya que se han aprendido los datos de memoria, sin más. Además, es el
dueño y siempre hace lo que le da la gana, por lo que aceptará encantado.
Ni Nicolás ni Carolina pudieron replicar al camarero ya que este dio media vuelta y se
encaminó a buscar a su hermano.
Al cabo de unos instantes, un hombre de pelo canoso y rollizas carnes salió acompañando
al camarero. Tenía cara de bonachón, de eso no tenían duda. Su rostro apacible y su amplia
sonrisa no demostraban otra cosa.
—Muy buenas tardes —dijo a modo de saludo—. Me comenta mi hermano que buscan
un guía de verdad y no de esos que se alquilan para soltar lo que les han enseñado que
suelten. Me presento: soy Francisco López, dueño de este local y, desde este preciso instante,
su guía.
La breve reverencia que hizo provocó una amplia sonrisa en ambos. Su teatralidad ya los
había conquistado, por lo que puede que no fuera mala idea que ese hombre les hiciera de
guía.
—Encantado, señor López. Somos Nicolás Valdés y Carolina Blanco. Unos amigos nos
han recomendado visitar Tomar y no queríamos hacerlo sin un auténtico guía, por lo que
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estaremos encantados de que sea usted quién nos lo enseñe —respondió el inspector
tendiéndole la mano.
Éste la aceptó. Fue en ese momento cuando ambos jóvenes se dieron cuenta que el
hombre miraba a Carolina sin pestañear. Como si hubiera visto un fantasma.
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Capítulo 16

Tomar, jueves 19 de agosto. Hotel dos Templarios.

Pensó que dar vueltas tras ellos podría alertar al inspector, por lo que seguirlos mientras
recorrían la ciudad con el guía que acababan de conseguir, quizá no era la mejor de las ideas.
Trazó un plan que le permitiría enterarse de todo cuando regresaran. Estaba seguro que
hablarían sobre lo que habían descubierto en la habitación, por lo que cuando colocó el
micrófono escondido en la lamparilla de la mesita de noche, confió en que el inspector no lo
descubriera. Todo dependía del nivel de paranoia que tuviera el mismo.
Entrar en la habitación no le había sido nada complicado. Una simple llamada al hotel
simulando ser un amigo de la pareja bastó para conocer el número de la misma tras un poco
de insistencia con el recepcionista. Haberse colado en el cuarto de limpieza donde suponía
que las limpiadoras guardarían las tarjetas maestras para poder entrar en todas las
habitaciones, había sido pan comido. Esa gente era demasiado confiada.
Salió de la estancia habiéndose asegurado no dejar ni rastro de su paso. Probó el receptor
de audio antes de hacerlo. Todo funcionaba a la perfección.
Ahora solo quedaba esperar. Reservaría una habitación con identidad falsa y esperaría.
El tren seguía rodando.

****

Tomar.

Habían comenzado su visita extrañados ante el gesto de impresión que había puesto
Francisco al saludar a Carolina. Este trató torpemente de disimularlo, lo que alertó todavía
más al inspector. Sin embargo decidió continuar con aquello, a ver en qué desembocaba.
Nada más comenzar, Francisco les había advertido que debían abrirse a todo lo que sus
ojos vieran. Que debían salir del mundo terrenal para adentrarse en algo que, a priori, podría
parecerles sacado de un cuento de fantasía, pero que nada de aquello tenía el más mínimo
atisbo de ella. Todo iba a ser bien real.
Su guía les iba explicando por el camino como casas y balcones contenían símbolos
templarios que rara vez eran vistos por los propios turistas, pues preferían centrarse en las
grandes construcciones ignorando los cientos de detalles que no se veían a simple vista.
Pasearon durante más de una hora atentos a las increíbles explicaciones que daba
Francisco de cada detalle por el que pasaban. Visitaron la sinagoga, que según él databa del
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año 1430, cuyo nombre era ahora Museo Luso-Hebraico Abraham Macuto. Ahora le tocaba el
turno a la iglesia que tanto había llamado la atención de la muchacha nada más llegar a la
plaza.
—Frente a nosotros tenemos la iglesia de Sao Joao Baptista, lo que comúnmente
nosotros llamaríamos San Juan Bautista. La fecha en la que se fundó se desconoce, aunque se
terminó de construir en el siglo XV. Como pueden ver, y si no, se lo digo yo, el estilo de la
iglesia es gótico tardío.
Carolina estaba impresionada con las explicaciones que daba Francisco. Parecía un
auténtico experto en arte. Se preguntó si en realidad no lo sería. Esas explicaciones parecían
demasiado profesionales.
—Pasemos al interior. Creo que se verán sorprendidos por unos detalles.
Ambos jóvenes se miraron disimuladamente. Estaban con el radar puesto, por si acaso.
Nada más entrar, Francisco continuó hablando.
—El púlpito, a pesar de sus lógicas renovaciones, sigue conservando el mismo estilo que
la fachada, gótico tardío. Como pueden ver está decorado con motivos florales, algo alejado
del estilo convencional de las iglesias cristianas de la época.
—¿Es templaria?
—Sin duda. No está reconocida como tal, pero este detalle y otro que les invito a
encontrar por sí mismos, confirman esta teoría.
Ambos se giraron buscando ese detalle. Fue Carolina la que lo encontró. Se trataba de la
pila bautismal. Ésta tenía una forma octogonal muy alejada de las formas circulares que
solían tener las normales. Sabía, ya que su padre le había contado ese dato en más de una
ocasión, que los Caballeros Templarios solían usar esa forma muy a menudo en sus
construcciones. Se decía que el templo original de Salomón, en Jerusalem, estaba construido
con esta forma geométrica, por lo que era una especie honor el hacerlo así.
Pero su mayor sorpresa no era la forma en sí de la pila, sino esferas que ésta tenía
esculpidas en ella.
Un sol, una luna y una bola del mundo de forma ovalada se podían ver en tres de sus
lados. Carolina sabía que en una iglesia cristiana no se solían representar esos símbolos al ser
considerados paganos en la antigüedad.
—La esfera ovalada es una esfera armilar —comenzó a hablar Francisco al ver que la
joven había encontrado el detalle rápido—. Los antiguos astrónomos la utilizaban para
realizar cálculos científicos. Verla acompañada del sol y la luna no debería ser nada
extraordinario si no fuera porque la unión de los tres objetos simbolizan un conocido
elemento alquímico. Siempre se ha conocido a los Caballeros Templarios pos su lucha
incansable contra el Islam, pero poco se ha hablado de que tenían grandes contactos entre las
filas enemigas. Se dice que aprendieron el arte de la alquimia de ellos, entre otras cosas. De
ahí que estos símbolos sean rara vez relacionados con el Temple y la gente ignore este tipo de
detalles. La iglesia es puramente templaria.
Nicolás, que atendía estupefacto a las explicaciones del hombre, nunca imaginó que algo
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referente a la historia lo pudiera fascinar de aquella manera. Por lo general este tipo de datos
no despertaban ningún interés en él, pero quizá fuera la forma de contarlo de Francisco, quizá
lo emocionante de la historia en sí, pero algo había que no podía dejar de escuchar esas
explicaciones.
Al salir del templo, Francisco les preguntó si querían visitar acto seguido el castillo de
Tomar. Este les explicó que el castillo en sí no era lo más importante, sino el monasterio que
albergaba en su interior. Era un monasterio único en el continente, conocido como «El
convento de Cristo». Carolina sintió un escalofrío al escuchar el nombre, estaba segura de
que en ese lugar se encontraba la explicación de por qué estaban en ese lugar y no en Madrid.
Ahí averiguaría la verdad.
Nicolás se adelantó antes de que Carolina soltara la contundente afirmación que tenía
preparada.
—Mire, Francisco, le agradezco profundamente la visita guiada que nos ha ofrecido, pero
es tarde ya y deberíamos volver al hotel.
Carolina, que no entendía a qué venía eso miró su reloj. Las cinco y veintitrés minutos de
la tarde. No era para nada tarde.
—Por supuesto. ¿Pero tienen pensado ver el castillo de todas formas?
—Claro, mañana estaríamos encantados de visitarlo.
—En ese caso me ofrezco yo mismo para seguir haciéndoles de guía. Estoy disfrutando
con un enano con el interés que muestran ante todo lo que les cuento. No todos los días tengo
la oportunidad de guiar a gente que me escuche de verdad. No me perdonaría no contarles
todos los detalles y entresijos que tiene el castillo.
Ambos se miraron y soltaron un sí unísono.
Francisco sonrió. Nicolás metió la mano en su bolsillo para sacar su cartera.
—Ni lo intente. Por favor, no me ofenda —dijo alarmado el hombre—. Esto lo hago por
amor a Tomar. Cuando veo a alguien que se interesa por todo esto, no puedo no hacerle de
guía. Además, entre nosotros, me sirve como excusa para evadirme un rato de turistas
pesados en el café —comentó mientras reía.
—Pero…
—Pero, nada. Guarde esa cartera y gasten ese dinero en una buena cena.
—Gracias, de verdad, no sabe hasta qué punto le estamos agradecidos por todo lo que
está haciendo por nosotros.
—Ni me las dé. Nos vemos mañana, ya saben dónde estoy.
Dicho esto, Francisco dio media vuelta y se encaminó de nuevo hacia su negocio. Una
vez el hombre se hubo alejado lo suficiente, Carolina no pudo más y preguntó al inspector.
—¿Por qué no has querido ir a ver el castillo esta misma tarde?
Nicolás sonrió antes de preguntar.
—Porque he visto el horario en Internet y cierra en menos de una hora. ¿Has visto cómo
nos cuenta todo poniendo especial énfasis en los detalles que no se ven a simple vista? Este
hombre nos puede ayudar, involuntariamente, a encontrar lo que sea que busquemos.
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Necesitamos algo más de tiempo, dejarlo que se explaye y no se deje nada en el tintero. Con
las prisas de saber que queda poco para el cierre puede resumir y eso no nos interesa. Mejor
con calma.
Carolina aceptó esa explicación como algo de lo más lógico. Desde luego, el inspector no
dejaba ni un cabo suelto en cada paso que daba. Si averiguaba algo, ese hombre tendría gran
parte de culpa gracias a su perspicacia e intuición.
Cuando llegaron al hotel y entraron en su habitación, lo primero que sintieron ambos fue
la necesidad de una buena ducha refrescante. Estar tanto rato expuestos al sol había hecho
mella en las defensas de su piel, que pedía un buen refresco cuanto antes. Además,
necesitaban algo de relax pues las emociones acumuladas en el cuerpo apretaban con mucha
fuerza. A pesar de la insistencia del inspector, Carolina prefirió esperar a que éste se duchara
para hacerlo ella. Necesitaba tirarse unos minutos en la cama con el único propósito de dejar
la mente en blanco. Necesitaba estar algo sola.
Durante el poco tiempo que duró la ducha de Nicolás, la muchacha no consiguió su
propósito pues un flujo constante de imágenes recorría su cerebro como si de un río con
distintos afluentes se tratara. Su vida había dado un giro demasiado importante en las últimas
cuarenta y ocho horas. Su padre había sido brutalmente asesinado. Tras ello, conoció al
inspector Valdés. Descubrió el mensaje cifrado de su padre. Se había mudado temporalmente
a la casa del inspector que acababa de conocer. Ahora se encontraba en Tomar tras indicarle
la nota, supuestamente, que debía viajar a ese lugar. Y todo aquello parecía ser solo la punta
del iceberg. El principio de algo que podría ser la mayor aventura de su vida. Una aventura
que estaba viviendo al lado de alguien casi desconocido para ella y sin la persona que más
quería en el mundo: su padre.
De igual forma, ir tras la pista sobre algo de lo que tanto disparate había leído y oído no le
hacía demasiada gracia todavía. Sí, le parecía muy fascinante la historia real de los
Caballeros Templarios, pero se preguntó en más de una ocasión si no estaría viviendo una
fantasía irreal.
Aunque la imagen de su padre crucificado sí era bastante real.
Nicolas salió de la ducha en pantalón corto y camiseta de tirantes, medio mojado. En las
dos noches que había pasado en su casa no lo había visto así vestido. Carolina reprimió una
sonrisa al ver que detrás de tan exquisito gusto vistiendo había un chico tan normal como
podía serlo ella. Con un gesto y, algo ruborizado ante la mirada de la joven, el inspector le
indicó a la muchacha que era su turno.
La muchacha abrió el grifo y se metió debajo del chorro. Carolina nunca pudo pensar que
un acto tan cotidiano pudiera sentarle tan bien. Lo necesitaba. No por higiene, aunque todo el
día bajo el sol empezaba a pasarle factura, sino porque necesitaba esa sensación de dejar
correr el agua por todos los rincones de su cuerpo. Por un instante consiguió olvidarse de
todo. Desapareció el horrible recuerdo de su padre. Desapareció Nicolás. Desapareció
Portugal y los Caballeros Templarios. Ahí sólo estaba ella y el agua fresca recorriendo su
piel.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 73

A Nicolás se le hizo un nudo en el estómago al ver salir a Carolina. Recién duchada, con
su pijama corto puesto, el pelo mojado y esa cara de haberse quitado cien kilos de encima.
Era la primera vez que el inspector se daba cuenta —o se quería dar cuenta, más bien—, de la
belleza inusual de la Carolina. Su rostro, angelical y duro al mismo tiempo como muy pocos
que había visto, era perfecto. Su estatura también, nunca le habían gustado las mujeres
demasiado altas. Para él, Carolina tenía la estatura perfecta. No le había importado jamás el
físico de una mujer. No era capaz de enamorarse de un cuerpo. Pero reconocía que de poder
hacerlo, Carolina sería su prototipo ideal. Odiaba a Alfonso por tener razón. Puede que la
estuviera ayudando porque sin darse cuenta se sentía muy atraído por ella. Por su
personalidad, por el magnetismo que desprendía. O no. Estaba realmente hecho un lío.
Necesitaba deshacerse de esos pensamientos si quería mantener su mente analítica despejada.
Carolina notó en Nicolás algo de nerviosismo y se preguntó por qué sería. Actuaba raro
en muchas ocasiones, como si a la vez quisiera acercarse y alejarse de ella. Todo era muy
extraño, pero, ¿qué no lo era ahora mismo en su vida?
Decidieron pedir un par de sandwiches para la cena al servicio de habitaciones. Una vez
con el estómago lleno, se dispusieron a hablar sobre lo sucedido durante el día.
—Creo que esa iglesia podría tener algo que nos interesara… esa pila bautismal… —
comentó Nicolás.
—Es raro, sí. Pero no nos aventuremos, mañana en el castillo nos podemos llevar una
sorpresa.
—O no. Joder, tengo miedo de que estemos dando palos de ciego. Ni siquiera sabemos si
hemos hecho bien en venir aquí. Necesitaría una señal.
—Es complicado, lo sé, pero estoy convencida de que estamos en el lugar correcto.
Llámalo intuición o como te dé la gana. Pero lo sé.
—Está bien, confío en ti. Espero que mañana, cuando visitemos el castillo, demos con la
clave.
Carolina sonrió. Estaba segura que sí.

****

Tomar. Hotel Dos Templarios.

Desde su habitación lo había escuchado todo con una nitidez asombrosa. No habían
descubierto todavía nada, por lo que había hecho bien en no seguirlos para no levantar
sospecha y colocar ese micro. Mañana sería otro día. Según se desarrollaran los
acontecimientos, podría ser el última día del inspector y la hija del viejo.
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Capítulo 17

Tomar, viernes 20 de agosto. Hotel dos Templarios.

La jornada empezó bien temprano para ellos. Acababa de amanecer cuando, casi al
unísono, ambos abrieron los ojos. Se vistieron con ropa cómoda y decidieron bajar a
desayunar en el buffet del propio hotel. Una vez hecho, siendo todavía una hora prudente en
la que todavía no calentaba demasiado el sol, decidieron ir al café de Francisco para ver si
éste estaba ya allí y reemprender su visita turística por Tomar.
Mientras caminaban al local, Nicolás recibió una llamada telefónica. Era Alfonso.
Nicolás se disculpó con Carolina alegando que era una llamada de trabajo. Se alejó un
poco de ella para poder hablar con tranquilidad.
—¿Te he despertado, bella durmiente? —Preguntó jocoso su amigo nada más ver que el
inspector había descolgado.
—No, dime.
—Tengo los primeros resultados de la autopsia. No hay ninguna novedad respecto a lo
que esperábamos. El padre de tu novia murió desangrado. Previamente le dieron una buena
somanta de hostias. No se han hallado restos de ninguna droga ni fármaco en la sangre del
director, por lo que suponemos que lo abordó por detrás o algo, aunque es muy extraño. Los
de Científica siguen trabajando con las huellas y rastros, pero no hay nada en claro y me temo
que no lo llegue a haber. Es un profesional. Todo apunta a un sicario. Por la forma de actuar
podría provenir de América del Sur, pero es pronto para hablar.
—Joder. ¿Había restos debajo de sus uñas?
—No, al parecer no se defendió y al no haber nada sospechoso en su sangre, es como si
hubiera aceptado su destino. No tenía ningún golpe en la parte posterior del cráneo ni nada,
por lo que dudo que lo asaltara con un golpe y lo dejara KO. Estamos vigilando muy de cerca
el entorno de fallecido, pero no hay nada que nos levante la más mínima sospecha. No han
habido movimientos en cuenta, por lo que el chantaje no parece ser una opción. ¿Tú tienes
algo?
—No. Seguimos una pista pero todo parece demasiado irreal. Hoy puede ser un día
importante, ya te contaré luego.
—Vale, Humphrey.
Nicolás ignoró el comentario, sabía muy bien por qué se lo había dicho. Colgó y se
acercó de nuevo a Carolina.
—¿Todo bien? —Quiso saber esta.
—Todo bien, tranquila. Sigamos en busca de nuestro guía.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 75

En efecto, Francisco ya se encontraba en el local. Con la misma amabilidad con la que el


día anterior les había atendido, insistió en salir cuanto antes para que diera tiempo a ver más
cosas.
Los tres se encaminaron hacia el castillo. Su guía decidió llevarlos por una ruta distinta a
la tomada el día anterior y en la que seguía contando curiosidades sobra la ciudad y sus
fundadores. Cuando llegaron a la entrada de la fortaleza, lo primero que comprobaron era que
aparentaba ser mucho más grande de lo que habían apreciado al verla de lejos. Carolina
pensó en la seguridad que debían sentir sus propios inquilinos en tiempos de guerra. El
castillo parecía inexpugnable.
Entraron al mismo y caminaron atravesando un bello jardín intentando no perder detalle
de todo lo que su vista abarcaba. Llegaron hasta un imponente pórtico que, entre otros
elementos, mostraba una imagen en la que se podía ver a la Virgen con el Niño. Nicolás pagó
las entradas —seis Euros— de los tres para acceder al convento, por más que Francisco
insistía en hacerlo él mismo. El inspector se negó de manera tajante. No podía ser que el
hombre estuviera perdiendo su tiempo con ellos y además corriera con los gastos que
acarreara la visita.
Una vez dentro, pudieron comprobar como, una vez más, un octógono estaba presente en
la propia construcción del convento.
—Les presento el Convento de Cristo —comenzó a hablar el hombre con una sonrisa de
oreja a oreja—. Es una mezcla de estilos arquitectónicos, fruto sin duda de que los Caballeros
Templarios se impregnaran de distintas culturas. En él podemos ver románico, gótico,
manuelino y renacentista. Ahí es nada.
Nicolás no entendía ni una palabra de lo que hablaba. Conocía el gótico por haberlo visto
en fachadas de catedrales, pero de los otros estilos no tenía ni idea —más que de haberlos
oído.
—Lo más destacado —continuó hablando— de toda la construcción es la ventana que se
puede contemplar desde el claustro de Santa Bárbara. Es algo así como un busto masculino
que sostiene unas raíces que se alzan al cielo a través de dos mástiles. Es algo que las
palabras no definen bien, si lo quieren ver, podemos acceder a ella por la escalera de caracol
que hay en el claustro grande.
Ambos jóvenes aceptaron sin dudarlo. No querían perderse detalle de todo aquello.
Al pasar por un patio, Carolina dio un leve codazo a Nicolás. Una fuente que tenía forma
de cruz templaria le había llamado la atención. Nicolás le guiñó un ojo. Puede que fuera una
buena idea volver en otro momento sin su guía y revisar a fondo los detalles que más impacto
les estaban causando.
Llegaron hasta el mencionado claustro y observaron con detalle la ventana de la que les
había hablado Francisco. A simple vista —a pesar de los espectacular de la imagen—, no
tenía nada que les hiciera sospechar de que era un elemento a tener en cuenta.
Lo curioso es que seguían sin tener ni idea de qué buscaban.
Salieron del castillo tras una media hora más de explicaciones por parte de su guía.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 76

Carolina lo escuchaba expectante y fascinada. La historia corría por sus venas y todo lo que
le contaba Francisco le interesaba, mucho más allá de los motivos que la habían llevado hasta
ese lugar. Nicolás, en cambio, escuchaba de manera cortés. Su interés por todo aquello era
otro, su mente analítica trabajaba ajena al significado histórico de todo lo que sus ojos veían.
No por ello pensaba que lo que observaba lo desagradaba, ni mucho menos. Sabía reconocer
la belleza arquitectónica.
Sus expectativas, una vez fuera, estaban por los suelos. No sabían qué esperar
encontrarse, pero desde luego no había habido ningún detalle verdadero, salvo la fuente y
poco más, que les indicara que estaban ahí por una razón concreta. Quizá se habían montado
una película innecesaria. Quizá ni estuvieran en el lugar correcto. Quizá ningún lugar lo
fuera.
—Bueno, para lo último me he dejado lo mejor. Lo más importante —les anunció
Francisco—. La iglesia de Nuestra Señora del Olival. ¿Están preparados para verla?
Nicolás observó un brillo extraño en la mirada de Francisco. Parecía ser su parte preferida
de la visita, sin duda, aunque lo extraño era la inmensa sonrisa que desplegaba en su rostro.
Su cara le recordó a la de un mago que sacaba un conejo de la chistera ante la mirada atónita
de su público. Esa cara.
Carolina, en cambio, sólo pensaba en la posibilidad de que ese lugar fuera el que les
arrojara algo de luz a ese turbio asunto. No todo estaba perdido, al parecer.
De camino a la misma, Francisco comenzó a contarles su historia.
—Fue construida bajo el mando de Gualdim Pais, incluso antes que el castillo que
acabamos de visitar. Es por eso que, durante algún tiempo, fue considerada la propia capital
del Temple en Portugal. El lugar donde fue erigida no es casual. Fue construida sobre un
santuario que hubo en la antigüedad para otro tipo de cultos. Se dice que estaba bajo el
amparo de una Virgen negra.
Atentos a al explicación de su guía, llegaron hasta las puertas de la iglesia.
Rodeada de olivos, con un tamaño más bien reducido y un poco olvidada, era la iglesia
templaria más importante de Portugal y uno de las más importantes de Europa.
Poca gente lo sabía.
—En esta iglesia están enterrados los restos del Gran Maestre Gualdim Pais, para los
verdaderos amantes de la historia de la Orden, es un auténtico lugar de culto.
Pasaron al interior.
Carolina y Nicolás comprobaron que era más grande por dentro de lo que en un principio
podía parecer. Su aspecto, ya distaba bastante de las iglesias que ellos estaban acostumbrados
a ver. Lejos de toda la ostentación que muchas iglesias —incluso las más pequeñitas— solían
mostrar, Santa María del Olival mostraba ante ellos una imagen más bien humilde.
—Estoy segura que hace dos mil años todo empezó con esta idea —comentó la muchacha
mirando a su alrededor—. No creo que Jesús diera el mensaje de llenar sus templos de oro y
lujo.
Nicolás asintió. Él también pensaba así.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 77

—La Iglesia —comentó Francisco—, tal y como la conocemos hoy es una empresa. Un
negocio. Y como tal, debe de ser atractiva a la gente que compra. En el fondo no se les puede
reprochar haber sido inteligentes en ese aspecto. No creo que hubieran sobrevivido hasta el
día de hoy con la imagen que aquí dentro se proyecta. De hecho, como les digo, sólo es
visitada por auténticos devotos del mundo templario.
Nicolás y Carolina giraron sobre sí mismos intentando no perder detalle. Pero seguía sin
haber nada que les llamara la atención.
Francisco los observaba divertido.
—Creo que les será más fácil si se acercan a paredes y esquinas. Les sorprendería la
maestría de los Caballeros a la hora de ocultar sus secretos a los no dignos —dijo con una
amplia sonrisa.
Ambos jóvenes se quedaron mirándolo fijamente, sin poder articular palabra.
—Pero… ¿usted? —Acertó a decir Nicolás— ¿Cómo sabe…?
Su guía no contestó. Seguía sonriendo aunque poco a poco fue dejando de hacerlo. Cerró
la boca y negó varias veces de forma suave con su cabeza. Fuera lo que fuera lo que había
querido decir, no le iban a sacar ni una palabra más.
Carolina miró a Nicolás, estupefacta. En cierto modo, si Francisco sabía desde un primer
momento lo que habían venido a hacer a Tomar, explicaba tanta amabilidad y tanto interés
pos mostrar él mismo todo aquello. Pero, si lo sabía, ¿por qué no había dicho nada?
Y lo más importante: ¿Francisco conocía a su padre?
Nicolás le indicó con la mirada que no era tiempo para hacerse preguntas. Después de
aquello, lo único que podían hacer era hacerle caso y buscar a fondo por cada rincón. Su
instinto le decía que podían fiarse de él. En el caso de haber estado en el bando contrario,
había tenido oportunidades de sobra para acabar con ellos, por lo que todo indicaba a que
podían tener confianza.
Ambos decidieron separarse y trazar un arco de ciento ochenta grados para buscar en las
propias paredes de la iglesia.
Pero, ¿qué buscaban? ¿Qué sería? ¿Un dibujo? ¿Una inscripción?
Nicolás hizo gala de todo su instinto y capacidad de análisis visual para no perderse
detalle de cada rincón. Carolina buscaba de manera más general, palpando cada metro
cuadrado de pared a su alcance. Francisco los miraba desde la entrada, sin perder la atención
que tenía fija en ellos.
La muchacha se detuvo en seco cuando tocó algo.
—Mira, Nicolás.
Éste batió un nuevo récord de velocidad al acercarse a ella.
—¿Qué es eso?
—Esta piedra parece estar suelta. Mira la holgura que tiene —comenzó a moverla para
demostrarlo.
—Ya, pero, esto tiene más años que Matusalén, puede que sea una mella del tiempo.
—No, joder, en serio, mira el resto, están perfectamente unidas. Sería mucha casualidad
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 78

que sólo se hubiera desprendido ésta.


Nicolás la miró tratando de asimilar como posible lo que la joven decía.
—Vale, ¿puedas sacarla?
La muchacha lo intentó, pero a pesar de parecer estar suelta, no podía.
—Déjame a mí.
Estiró con todas sus fuerzas utilizando como apoyo en la piedra las yemas de sus dedos. A
pesar de que se hizo algo de daño al clavarlos con tanta fuerza, consiguió sacarla. La dejó en
el suelo, con cuidado. En su lugar quedó un hueco.
Carolina miró en él.
—Aquí no hay nada.
—¿Estás segura?
—Segurísima —metió la mano y palpó—. Sólo hay un hueco, nada más.
—Mierda —contestó frustrado—. Vamos a ponerla en su sitio y seguir buscando. Tiene
que haber algo.
Dicho esto, se agachó y agarró el trozo de roca. Cuando iba a ponerlo, la mano de
Carolina se lo impidió.
—Espera, quieto.
Nicolás se quedó inmóvil sin entender qué pasaba.
—Gira la piedra, muestra el lado que estaba oculto, pegado al propio hueco.
Éste obedeció. La imagen que se reveló ante ellos hizo que sus ojos se agrandaran de la
propia incredulidad.
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Capítulo 18

Tomar, viernes 20 de agosto. Iglesia Santa María del Olival.

Al haber dejado la roca en el suelo con la misma cara para arriba que la que mostraba al
exterior, no se habían dado cuenta que, perfectamente tallada en su parte trasera, había una
cruz paté templaria con un punto señalado en cada uno de sus cuatro lados. En el centro de la
propia cruz había un círculo en el cual, en letras muy pequeñas, casi diminutas, había algo
escrito que apenas se dejaba leer.
Entrecerrando sus ojos, Nicolás consiguió distinguir un texto que al parecer estaba escrito
en latín.
—«Tute parati scio revelabis» —consiguió leer el inspector con cierto esfuerzo—. ¿Qué
significará esto?
Miró a Carolina como esperando una respuesta, pero por parte de esta no vino de forma
inmediata. Y es que estaba blanca. Blanca como la cal. No se movía, no pestañeaba, parecía
estar mirando fijamente a Francisco, pero no era así porque Nicolás comprobó que en
realidad no miraba a nada. Estaba petrificada.
—¿Pasa algo, Carolina? —Preguntó éste alarmado.
De pronto lo miró.
—La frase. Hemos venido al lugar correcto —contestó.
—¿Sabes latín?
Nicolás se sorprendió pero en realidad no debía haberlo hecho. Apenas conocía a la
muchacha, por lo que desconocía qué idiomas hablaba y con qué fluidez.
—Sí, y no hay duda, estamos en el camino.
—¿Pero qué dice?
—Literalmente, se puede traducir como: eres listo, sé que lo conseguirás.
No hizo falta que la muchacha dijera nada más. A su mente vino con claridad la frase que
había anotada en el papel que dejó oculto el padre de la joven. Si hubiera estado vivo hubiera
tirado a los pies de ese hombre por hacer gala de semejante ingenio a la hora de dejarle el
mensaje a su hija. La propia frase presentaba dos sentidos distintos y totalmente compatibles
entre sí. Una absoluta genialidad.
—Perfecto entonces —comentó el inspector tratando de no dejarse llevar por el
entusiasmo—, ahora nos falta saber qué es lo que tenemos que buscar aquí mismo.
¿Seguimos mirando las paredes por si hubiera otro igual?
Carolina asintió y, con las piernas todavía algo temblorosas por lo que acababan de
encontrar, siguió buscando. Al cabo de un rato, ambos desistieron, en la pared no había nada
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 80

más.
Nicolás giró sobre sí mismo, estaba bastante perdido. Aunque su olfato policial era
exquisito —o eso decían— encontrando indicios donde no parecía haberlos, en esos
momentos se sentía como un Indiana Jones de pacotilla y eso sí que no iba demasiado con él.
Comenzó a andar por el centro de la iglesia. Miró hacia su techo, miró hacia el altar. No
veía nada. Observó cómo Francisco parecía divertirse mucho con la imagen de los dos
jóvenes perdidos. A él no le hacía ninguna gracia. Estaba claro que ese hombre sabía desde
un primer momento a qué habían venido. Quizá no fueran los únicos que habían pasado por
ahí buscando lo mismo. Tomó asiento en una de las hileras de bancos. Se sentía tan cansado
mentalmente que su cuerpo lo estaba empezando a pagar. Carolina seguía mirando por cada
rincón del templo. Su ánimo iba decayendo cuando comprobó que no conseguía encontrar
nada que le llamara la atención. Algo desanimada, se acercó hasta Nicolás y tomó asiento
junto a él. Éste miraba hacia la parte superior del altar.
—¿Eso es un pentáculo? —Preguntó extrañado.
Carolina se fijó, sí, en efecto lo era. No dejaba de ser curioso cómo en una iglesia
supuestamente cristiana había un símbolo de adoración al diablo.
—Si lo están pensando —intervino Francisco desde la distancia—, el pentáculo no
representa a Satanás ni a nada que tenga que ver con él. El pentáculo tal y como lo
conocemos hoy fue malignificado por la propia Iglesia al representar una comunión perfecta
entre lo masculino y lo femenino. Nos hicieron creer que era un símbolo de adoradores del
demonio. Pero nada más lejos. Y mucho menos cuando se representó en esta iglesia.
—Francisco, ya que veo que usted vuelve a hablar —dijo Nicolás levantándose de golpe
de su asiento y dirigiéndose hacia él—, ¿no sería tan amable de explicarnos qué hacemos
aquí?
—Lo siento. No puedo.
Nicolás quiso insistir, pero la mano de Carolina agarrándole por uno de sus hombros lo
impidió.
—Ven, creo que he visto algo —comentó algo excitada.
Sin perder el tiempo y ante la impasividad de su guía, Nicolás se giró y la siguió. Ésta lo
llevó hasta el centro casi exacto del templo, justo una hilera de bancos por delante de donde
se habían sentado hacía unos minutos.
—Mira eso de ahí.
El suelo de la iglesia estaba formado por adoquines, pero lo que señalaba Carolina era
uno de ellos que a su vez era enorme y de color blanco. Destacaba por encima de todos.
—Parece como si fuera una trampilla, la entrada a algún lugar subterráneo —dijo el
inspector casi sin poder creérselo.
—Estoy empezando a pensar que tenemos que entrar ahí.
—Sí, vale —se agachó e intentó meter los dedos para tirar de ella, no cedía—, pero,
¿cómo?
—La piedra.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 81

—¿Cómo?
—Sí, el dibujo de la piedra.
Nicolás lo miró. Tardó unos segundos en comprender lo que la joven quería decirle.
—¿Crees que este punto de aquí —lo señaló con su dedo— es el centro de la cruz?
—Sin duda. Es como si fuera un mapa.
—Entonces, el resto de puntos también deberían estar en el suelo.
No hizo falta decir más. De manera apresurada, ambos comenzaron a correr en distintas
direcciones para comprobar que así era. Dando por hecho que aquello sí era un mapa, lo
hicieron en línea completamente recta. Nicolás se plantó justo en el lugar que supuestamente
era la tumba del Gran Maestre Gualdim Pais. Reconoció estremecerse cuando comprobó que
encima de la propia tumba, como si la estuviera custodiando, había una talla de la propia
María Magdalena. Teniendo en cuenta las leyendas —que hasta ese mismo momento
consideraba pura fantasía— desatadas a raíz del famoso bestseller, el vello se le puso de
punta. Decidió no pensar en eso y rebuscó por el suelo. Esperaba encontrar un adoquín de
distinto color, pero en contra de eso había uno que, aunque de igual color que el resto, parecía
que tenía el vértice de un cono sobresaliendo de manera sutil de su centro.
Lo tocó y notó como éste también estaba algo suelto, como el de la pared.
—¿Has encontrado algo? —Preguntó Carolina desde la distancia.
—Aquí hay un adoquín algo suelto y con una ligera diferencia al resto. ¿Y tú?
—Igual.
—¿Puedes pulsarlo o algo?
Carolina lo intentó. Todavía no había probado.
—No. Pero quizá pueda quitarlo.
—Prueba, yo haré lo mismo.
Ambos lo hicieron —no sin un pequeño esfuerzo— y comprobaron como debajo del
mismo había una especie de aro sobre el que estaba apoyado. En el centro del aro parecía
haber, por debajo de éste, otro adoquín.
—No metas la mano, espera, deja que lo haga yo primero —dijo Nicolás.
Carolina obedeció.
Éste introdujo su mano y, al hacerlo, notó como el adoquín de abajo se hundía como si
tuviera un muelle debajo. Al sacar la mano volvía de inmediato a su posición original.
—Es un interruptor. Vamos a ver si hay dos más, formando una cruz.
Ambos corrieron hacia las otras dos esquinas del templo buscando algo parecido. Y en
efecto lo encontraron. Uno de ellos estaba bajo los pies del propio Francisco, que los miraba
satisfechos. Los quitaron y comprobaron que también tenían un interruptor colocado de la
misma forma que en los otros anteriores.
Carolina y Nicolás se acercaron a hablar, algo perplejos ante lo que habían descubierto.
—Creo que hay que pulsar los cuatro a la vez. Si hubiera que hacerlo en un orden
concreto o algo, no tendrían esos muelles que los hacen volver a su posición tan pronto —
dijo el inspector.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 82

—Puede que tengas razón, pero, ¿cómo?


Nicolás entendió la confusión de la joven. Aunque Francisco quisiera ayudarlos, seguían
siendo tres, faltaba uno. Y cuando los soltaran para ir al centro, volverían al punto inicial y no
serviría de anda.
Tal vez si conseguía que se quedaran atrancados con algo…
De pronto lo vio claro.
—Sígueme, mira.
La muchacha le hizo caso y comenzó a correr tras él. Llegaron hasta el adoquín que
estaba cerca de la tumba del Gran Maestre, aunque Carolina ni reparó en ese detalle. Nicolás
agarró el adoquín que había sacado.
—Mira, al menos el otro que he sacado yo tenía la misma forma que éste. Creo que es un
sistema ideado para hacer esto —le dio la vuelta, poniéndolo al revés y lo introdujo en el
hueco que había quedado.
Carolina lo comprendió de inmediato y echó a correr. La forma cónica que había en el
centro servía para pasar por el aro y pulsar el adoquín de abajo de manera permanente.
Repitieron el proceso con los cuatro puntos que conformaban la cruz paté templaria.
Al pulsar el último, un chasquido seco sonó.
Francisco comenzó a andar, con cierto aire ceremonioso hacia el centro de la iglesia, en
dirección al adoquín blanco representado en el centro de la piedra. Nicolás se puso alerta
enseguida, todavía no sabía si podían fiarse o no de aquel hombre. Echó en falta tener su
pistola a mano por lo que pudiera suceder.
El hombre se agachó, no sin antes meter la mano en bolsillo y extraer una especie de
varilla de acero. La introdujo en la junta con los demás adoquines y levantó el de color
blanco. Nicolás y Carolina observaban estupefactos la escena. Apartó el adoquín. El hueco
resultante era el idóneo para que una persona —incluso de su envergadura— bajara por él.
—Cuenta la leyenda que bajo este mismo convento hay un pasadizo que conecta con el
propio castillo de Tomar. Se dice que cuando el Papa Clemente quiso extinguir la Orden a
través de su famosa bula, algunos caballeros lograron huir y llegaron hasta Portugal. Aquí
fundaron la Orden de los Caballeros de Cristo, otro nombre para no ser perseguidos, pero
misma causa. También se cuenta que trasladaron su famoso tesoro y se ocultó en este mismo
pasadizo que les nombro.
Ambos jóvenes lo escuchaban estupefactos. ¿Todo aquello que estaba sucediendo era real
o todavía seguían durmiendo plácidamente en su cama en el hotel?
—Si el tesoro está aquí, bajo nuestros pies o no, es todo un misterio. Pero como guardián
suyo que soy les invito a descubrirlo. Bienvenidos al pasadizo del tesoro de Tomar.
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Capítulo 19

Tomar, viernes 20 de agosto. Pasadizo bajo la iglesia.

El que primero se decidió a bajar fue Nicolás. Acto seguido lo hizo Carolina y por último
Francisco. Éste se encargó de hacerlo poniendo el adoquín blanco en su sitio con bastante
maña. Estaba de más decir que no era la primera vez que bajaba y ya tenía cierta práctica en
hacerlo.
A Carolina, que no le gustaban demasiado los lugares cerrados se le notaba algo nerviosa.
Al llegar al suelo, Nicolás y Carolina comprobaron que el pasadizo estaba sumido en la
más profunda oscuridad. Además, aquello parecía tener un clima propio pues la humedad y el
frío era latente, tanto que parecía que al bajar habían cambiado repentinamente de estación.
La oscuridad desapareció tan pronto Francisco encendió una antorcha que había al lado
de la escalerilla por la que acababan de bajar. Comenzaron a andar. Mientras caminaban, su
guía iba encendiendo más fuegos sobre las antorchas que había incrustadas en la pared.
Nicolás no podía creer en el lugar que se encontraba ahora. Aquello parecía haber sido
sacado de una película de Hollywood. Pero no, nada de eso. Todo era real. Le pareció curioso
que, de no haber acudido a una llamada más —como por desgracia tantas— de homicidio y
haber conocido a Carolina, ahora mismo estaría en Madrid. No sabía haciendo qué, pues no
tenía ni de la hora que era. Había perdido la noción del tiempo. Su estómago solía avisarle de
la hora en función de sus rugidos, pero lo tenía tan encogido de la emoción que era incapaz
de sentirlo.
Iba caminando repasando visualmente cada detalle con el que se cruzaban. Cada pocos
metros una cruz templaria les indicaba que iban por el buen camino. No quiso imaginar las
pocas veces que ese pasillo había sido recorrido en comparación con otros lugares.
Pero sin más, el camino se acabó. Una puerta que parecía de piedra maciza les impedía
seguir avanzando.
—¿Y ahora? —Quiso saber la joven
—Me temo que, como antes, no puedo decirles nada más. Tienen que abrir la puerta.
—Oh, genial, otro jueguecito —ironizó el inspector.
Pero Francisco ni se inmutó.
—¿Me permite la antorcha? —Preguntó amablemente Nicolás.
Éste se la cedió. Acto seguido la acercó hasta la puerta. En ella no había nada, pero a su
lado derecho sí parecía haberlo. Acercó la antorcha y comprobaron como había una especie
de panel electrónico con todas las letras del abecedario. Encima del mismo había una
inscripción en latín.
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—Dudo que esto lo pusieran los Templarios —comentó al guía mientras se giraba hacia
él.
—No. De hecho, no hace mucho que se instaló. Los tiempos cambian, la seguridad
también.
Nicolás se volvió a girar sin saber muy bien qué decir.
—¿Has traducido el texto, Carolina?
—Sí. Dice: Tu búsqueda, querido amigo, no es otra que lo que hemos intentado defender
desde nuestra fundación. Así como una barca intenta mantenerse a flote, intentemos que
jamás se hunda ese sentimiento. Sigamos buscándola.
El inspector trató de decir algo, pero no le salían las palabras.
—Como pueden observar —comentó Francisco desde la retaguardia—, el panel está
dividido con las letras del abecedario. Se pueden pulsar, por lo que no es muy difícil
interpretar que tienen que introducir una palabra en el mismo para que la puerta se abra.
Tranquilos, no hay un máximo número de intentos. Cada vez que crean que se han
equivocado, hay un botón de reset en la parte inferior derecha. Cuando crean que la tienen,
pulsan el botón de acceso. Suerte.
Tanto el inspector como la muchacha se miraron, confusos, esa explicación más que
aclararles nada los había confundido mucho más. ¿Una palabra? ¿Qué palabra? ¿Tenía que
ver con el texto que Carolina acababa de traducir?
—Pensemos, Carolina. ¿Qué han tratado de defender los Caballeros Templarios desde su
fundación?
—¿Tierra Santa?
—Pero eso son dos palabras.
—¿Peregrinos?
—Prueba.
Carolina lo hizo, pero la puerta no hizo nada.
—Puede que sea el idioma. ¿Cómo es inglés?
La joven lo pensó unos instantes.
—Es Pilgrim.
—Prueba esa.
Lo hizo. Nada.
—Mierda. Nos podemos pasar así una vida entera. Es imposible adivinar así una sola
palabra.
Carolina no pudo más que darle la razón. O trataban de hacerlo de otra manera, o iba a ser
imposible.
—¿Cómo decía el texto después? —Preguntó el inspector.
—Así como una barca intenta mantenerse a flote, intentemos que jamás se hunda ese
sentimiento. Sigamos buscándola.
—¿Una barca a flote? ¿Qué querrá decir eso?
Carolina quedó pensativa. Había algo en esas palabras que le resultaba vagamente
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 85

familiar, pero, ¿qué era?


Nicolás miraba el panel como si esperara a que la solución se apareciera así, sin más,
delante de sus propias narices. Aquella lógica necesaria ya la había tenido que emplear en
otras ocasiones para interpretar enigmáticos mensajes dejados en escenas de crímenes, pero
todo aquello parecía ir un punto más allá y reconocía que le estaba costando emplear ese
razonamiento tan necesario en aquel momento.
«Piensa, Nicolás, la solución tiene que ser más sencilla», pensó, «tienes que reducir la
complejidad a una sola palabra, no puede ser tan complicado».
Carolina no parpadeaba. Miraba el texto en latín, como si tuviera la solución en la punta
de la lengua, pero no la conseguía sacar.
«Una barca, flote, hundir…» Su mente repetía una y otra vez las mismas palabras.
—Puede que debamos interpretar la frase literalmente… —comentó en voz baja.
—¿Cómo?
De pronto, la solución vino a su mente como por arte de magia. Sabía que eso le sonaba
de algo.
—Creo que sé la palabra.
Sin dar ningún tipo de explicación, comenzó a escribirla. Nicolás, que no entendía cómo
había llegado a alguna conclusión tan rápido, miró expectante las teclas pulsadas por la
muchacha.
La palabra «justicia» quedó escrita en el panel. Pulsó el botón de acceso.
Pero no sucedió nada.
—No lo entiendo… Debía haber funcionado.
—¿Pero por qué esa palabra?
—El cuadro donde encontramos la nota. ¿Lo recuerdas?
Sin más, le vino a la mente con toda claridad. Recordó la barca con esa palabra pintada.
Tenía sentido.
—Mi padre fue quien pintó ese cuadro. Le tenía un cariño especial. Y además, dejó la
nota en él. No puede haber señales más claras que esas.
Nicolás rascó su cabeza. Tenía razón, todo indicaba a que fuera eso. ¿Qué había fallado?
Miró de nuevo el texto. Entonces lo vio claro.
—¿Cómo es en latín la palabra justicia?
Carolina lo pensó unos instantes.
—Iustitia.
El inspector le indicó con la mirada el panel. Carolina supo lo que hacer enseguida.
Introdujo una a una las letras. Pulsó el botón de acceso.
Acto seguido, la puerta comenzó a emitir un sonido muy parecido al enorme rugido de un
león hambriento. Empezó a temblar y a levantarse de manera lenta. Ceremoniosa.
Ambos se miraron nerviosos. Lo habían conseguido.
Su acompañante se acercó a ellos con gesto satisfecho.
—Enhorabuena. Son dignos merecedores del tesoro de Tomar. Me sorprende su
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 86

capacidad resolutiva.
Seguidamente hizo un gesto con la cabeza para que lo siguieran.
—Y esta es la sala del tesoro.
Encendió las cuatro antorchas de las paredes. Pudieron ver la sala en todo su esplendor.
Era una habitación más bien pequeña y algo más fría que el pasillo, que ya de por sí lo
era. No era para nada lo que venían imaginándose tanto Carolina como Nicolás, pues el
aspecto general de la misma era más bien humilde. No había ningún tipo de decoración ni
nada que demostrase ostentosidad para tratarse del lugar que se trataba. En el fondo, pegado a
la pared, había un pequeño altar con un cofre de madera encima.
—Ahí lo tienen —les indicó su guía.
Carolina y Nicolás caminaron dubitativos de sus pasos. Lo que pudieran hallar dentro del
pequeño arcón les fascinaba y aterraba por partes iguales. Fuera lo que fuese, la gente estaba
dispuesta a matar por ello, por lo que la peligrosidad del descubrimiento no era moco de
pavo.
—Antes de que observen el interior del cofre, déjeme decirle, señorita Blanco, que siento
mucho lo de su padre. No sabe cuánto. Estoy consternado.
Carolina, que ya sabía que ese hombre ocultaba ese dato, no supo reaccionar en el
momento. Le pilló desprevenida.
—Gracias… ¿Por qué no nos ha dicho nada antes?
—Déjeme explicarme. Como les he dicho, mi nombre es Francisco López y, además de
hostelero, soy el guardián de este tesoro. El anterior guardián fue mi propio padre, es algo
que se traspasa de generación en generación. Soy… era, perdón… íntimo amigo de su padre.
Desde que conocí su muerte supe que usted vendría a Tomar en busca de la verdad. Lo que
no esperaba es que fuera tan pronto. Cuando la vi en el café me quedé helado. Tiene su
misma expresión.
—¿Tiene idea de quién y por qué ha ocurrido lo que ha ocurrido? —Preguntó Nicolás
tratando de evitar en todo momento la palabra asesinato.
—Ojalá pudiera servirles de ayuda. Siempre hemos tenido decenas de enemigos, por lo
que hablar de uno solo sería aventurarme demasiado. De todas maneras, en nuestro último
encuentro, su padre ya me comentó sobre esa sensación de desasosiego que tenía. Sabía que
estaba en peligro y, por más que le insistí en que lo contara a la policía, argumentaba que era
más importante que este secreto estuviera a salvo. Y aunque me duela reconocerlo, tenía
razón. Me hizo prometerle también que, si le pasaba algo y usted llegaba hasta mí, no le
ayudaría más que en lo básico. Estaba seguro de sus capacidades, señorita Blanco, su padre
creía en usted y sabía que llegaría hasta el punto en el que se encuentra. Me hizo prometerle
que no le contaría más.
Carolina no pudo reprimir el flujo lacrimal que le recorrió el rostro. Esas palabras la
emocionaron de verdad.
—Volviendo al tema del tesoro —intervino Nicolás tratando de cortar el momento de
pena de la joven—, ¿tan importante es lo que contiene que tienen que morir personas por su
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 87

causa? ¿Es toda esa mierda de griales y conspiraciones que tanto han tratado de meternos por
los ojos? Y perdón por mis palabras —trató de serenarse.
—Nunca podré justificar una muerte. Pero sí, es tan importante. Y no, entiendo que sea
escéptico con todo lo que se ha hablado sobre el grial. En el fondo agradezco que se haya
hecho porque desvía la atención de la naturaleza del verdadero secreto. Hay cosas verídicas
en esas historias que se han contado, todo el tema del linaje de Cristo es cierto. Y sí, se casó
con María la de Magdala, pero les aseguro que todo esto va mucho más allá.
Tras esas palabras la curiosidad de Carolina y Nicolás creció hasta cotas preocupantes.
—Bien, dejémonos de palabrerías y contemplen el tesoro de Tomar.
Los dos se miraron como si tuvieran miedo de contemplar el interior del arcón, pero
tenían que hacerlo sí o sí. O todo aquello no merecería la pena.
Nicolás volvió a Carolina y procedió a abrir el cofre. Ambos quedaron asombrados con su
contenido.
—Aquí sólo hay una llave —comentó la joven como si esperase ver algo más.
—¿Qué es lo que abre? Preguntó el inspector.
—Me temo que debo aburrirles con otra historia. Me es obligatorio para que comprendan
lo que tienen en sus manos.
Ambos asintieron, curiosos.
—Supongo que conocerán algo de la Orden del Temple, para qué se fundó y todo lo
demás. Hollywood y los bestsellers se han encargado de contar más o menos cuál fue el
verdadero motivo de la fundación de la Orden. En apariencia, la fundaron nueve caballeros
a las órdenes de Hugo de Payens en 1118 para proteger a los peregrinos que iban a tierra
santa de saqueos y demás barbaridades. Nadie a ciencia cierta sabe si esos fueron sus
verdaderos motivos pues tenían muy claro dónde querían colocar su cuartel general, que no
era en otro sitio que en la Mezquita de Al-aqsa, donde se decía que antaño estuvo el templo
del Rey Salomón.
Carolina y Nicolás asintieron, conocían esa parte de la historia ya que ahora en la
literatura era el tema estrella.
—Como saben —prosiguió—, la Orden del Temple fue acumulando riquezas y poder y,
según se contaba, algún que otro secreto que no hacía sino que fueran más poderosos ante el
ojo de la Iglesia, que era el órgano de mayor poder en esa época. Según se dice, encontraron
algo debajo de ese templo que les otorgó poder ilimitado. Durante casi doscientos años
fueron la orden más importante del mundo y su labor pasó a ser de protectores de peregrinos
a una orden militar con miles de caballeros que se dedicaban a combatir el Islam, aunque
también se dice que inventaron el concepto de banca moderna y fueron extraordinarios
banqueros, pero eso es otro tema. También supongo que saben cómo fue su final, cuando el
13 de Octubre de 1307, el papa Clemente V y el rey de Francia, Felipe el hermoso, hicieron
detener en una macro conspiración a todos los caballeros y a sus líderes, incluido su gran
maestre por aquella época, Jacques de Molay. Los acusaron de adoradores del demonio y de
prácticas paganas y los condenaron a la hoguera si no se arrepentían de sus actos y
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 88

pensamientos. Pues bien, como han podido observar, algunos caballeros escaparon ante tal
barbarie y consiguieron llevarse los más preciados tesoros de la orden. Los que creen que se
llevaron oro o joyas o algo por el estilo, no pueden ser más ilusos. Escaparon hacia Portugal,
España y hacia países como Holanda, Dinamarca, Alemania, Inglaterra o incluso Italia.
Para garantizar el buen recaudo del tesoro, se guardó en un sitio seguro y se cerró con tres
llaves, una de ellas es la que tienen en la mano.
Carolina miró la llave una vez más. Es verdad que parecía ser muy antigua. Era de color
oro, en el centro de la misma había tallada una cruz templaria.
—Las otras dos llaves —siguió contándoles Francisco—, están escondidas
estratégicamente en dos lugares de Europa. Con las tres podrán acceder al mayor secreto de
la historia de la humanidad. Puede que no soporten conocerla, eso ya dependerá de ustedes
mismos. Por la memoria y el respeto de su padre, le pido que piensen bien si quieren seguir
con esto. Si no, no pasa nada, dejan la llave donde la han encontrado y olvidan, si pueden,
todo lo que les he contado.
Carolina no dudó.
—Le debo a mi padre llegar hasta el final de este asunto. Lo malo es que no sé cómo
continuar, no he visto ninguna pista que me lleve hasta el siguiente punto.
Francisco sonrió.
—Señorita, eso es que no ha mirado bien todo el contenido del cofre.
Carolina arqueó las cejas y dio media vuelta para examinar de nuevo el cofre. Lo miró
bien, pero no encontró nada. Lo miró a fondo, dándole la vuelta una y otra vez. Parecía
moverse algo en su interior, pero no conseguía ver nada.
—Tiene que haber un doble fondo —le dijo por detrás Nicolás—. Toma.
Éste había extraído una tarjeta de su cartera y se la entregó a la muchacha.
Con la ayuda de la misma, consiguió levantar el falso fondo. Una nota apareció.
—¡Es otra nota criptográfica de mi padre!
Nicolás sintió como todos los pelos de su cuerpo se erizaban. Aquello parecía un cuento
irreal.
—Debes descifrarla ya, debemos aprovechar que está aquí Francisco para poder llegar
cuanto antes a nuestro nuevo destino.
Francisco sonrió.
—No, me temo que mi trabajo como guía ha terminado. Me debo a un juramento que he
de cumplir. No puedo ayudarles más. El que las encuentre debe ser merecedor de ello. Eso
implica localizar el paradero por ustedes mismos. Deben entenderlo.
Nicolas respiró profundo.
—Está bien, no pasa nada —contestó resignado.
—Lo más sensato es que vuelvan al hotel, se duchen, se relajen y vean las cosas desde
otra perspectiva.
No tuvieron más remedio que hacerle caso. Tras una breve pero intensa despedida,
regresaron por donde habían venido.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 89

Capítulo 20

Tomar, viernes 20 de agosto. Hotel dos Templarios.

Por decisión mutua, no hablaron sobre el asunto hasta que ambos se sintieran capaces de
poder dominar sus emociones. Y es que sus pensamientos se arremolinaban con fuerza en sus
cerebros, a tal velocidad y flujo que ambos no conseguían analizar nada de lo que pasaba por
su cabeza.
Una vez en la habitación, decidieron asearse con sendas duchas, colocarse algo más
cómodo.
Nada más hacer eso, ambos seguían evitando el enfrentarse de manera directa al mensaje.
El coche de emociones, cada una en un sentido, todavía pugnaba por ver quién era la
ganadora. Por un lado estaba las ganas de saber qué quería decir la siguiente nota. Estaba de
más decir que no saber todavía qué ponía les anudaba el estómago. Por otro, el no saber si
serían capaces de averiguar cuál era el siguiente paso a dar. El miedo al fracaso había
aparecido por primera vez desde que había comenzado todo aquello. Sobre todo porque ahora
eran algo más conscientes de lo que parecía haber en juego.
—¿Pedimos algo para cenar y con el estómago lleno, nos ponemos con la nota? —
Preguntó Nicolás.
Carolina agradeció que el inspector no le hubiera dicho ya de ponerse manos a la obra.
Sabía que el momento tendría que llegar, pero prefería alargarlo hasta que ya no quedase
remedio.
El contenido de la misma le aterraba.
Cuando Nicolás colgó el teléfono hizo una pregunta directa. Necesitaba conocer la
respuesta antes de descifrar el contenido de la nota.
—Perdona que sea tan directo, pero, ¿qué piensas de todo lo que nos ha contado de
Francisco?
—Llevo un rato buscando la palabra que podría definir todo esto, y creo que sería: raro.
No sé qué creer. Todo suena tan fantástico y tan real a la vez, que no sé, estoy hecha un lío.
—Te entiendo, ni te imaginas la de cosas que he visto ya. Eso me aterra porque, en
comparación de otros policías, no llevo nada en el Cuerpo. Pero nada se parece a esto. Te juro
que parece que estoy viviendo una película. Nunca pensé que hubiera algo de verdad en todas
las conspiraciones que tanto se han empeñado en meternos por los ojos.
—Supongo que los refranes nunca mienten. Siempre se ha dicho que, cuando el río
suena…
Nicolás asintió. Aun así, le costaba mucho creer que todo aquello fuera real. Parecía
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sacado de un top ventas de cualquier librería. Y no, no era así. Lo estaban viviendo ellos
mismos. Con todo aquello, una pregunta le rondaba con mucha mayor fuerza que la anterior.
—¿Y quieres continuar?
Carolina lo miró confusa.
—¿Tú no?
—Primero tú.
—No pienso dejarlo. Es verdad que todo esto tiene un punto de fantasioso bastante
grande, pero me cuesta ver a mi padre, una de las personas más racionales que he visto en
toda mi vida, detrás de una mera fantasía. Es por eso que debo creer. Lo debo hacer por él. Y
por supuesto, hacerlo hasta el final. Te toca.
Nicolás respiró antes de hablar.
—Entiéndeme. Me debo a la lógica y esto carece de ella. Cada minuto que pasa esto
adquiere un tono más irreal. Sí, he visto con mis propios ojos lo mismo que tú en la iglesia,
pero, entiéndeme. Aun así siento que no quiero dejarlo. No puedo, no quiero.
La puerta sonó.
—Servicio de habitaciones —dijo alguien desde fuera.
Nicolás se levantó como si llevara un resorte en el trasero y fue a abrir la puerta. Metió
las dos bandejas con el pedido. No habían probado bocado en todo el día y estaban
hambrientos. Las horas habían volado en la iglesia.
Dieron buena cuenta de lo que les habían traído durante la siguiente media hora. No
supieron decir si era por el propio hambre o qué, pero encontraron la comida exquisita, de lo
mejor que habían probado en mucho tiempo.
Ahora sí se sentían preparados para conocer el contenido de la nota.
Nicolás la agarró y la colocó encima de la mesa escritorio. Miró lo que ponía.

«DCUSPÑTI, IKME NKD, FUXSD TGJZXU EG RXH FTHX UX RXLIR MGH FUXS. ZC
UG EKNJ RHX FTHX MKVYF, RHX EGVGAHZPBRLF FUXI MXJEX. BJRVF EGEIY
CXVGFY MCV PVUEY EQV MNDAJZ. HTDQIK, BNXE, QGTZJTH, DQPXJYDIMK.
QCNEGYHB DNDAJ: ÑBFIX JOJOJZ, DXDYXU, TKUIRÑBI.»

Después, agarró una pequeña libreta que el propio hotel ponía a su disposición, además
de un bolígrafo serigrafiado con el emblema del establecimiento. Se lo ofreció a Carolina,
que de inmediato escribió un abecedario en su parte superior. Reservó el espacio de abajo
para la traducción.
Comenzó a descifrar cada una de las palabras. Cuando acabó, leyó el conjunto entero.
—Carolina, hija mía, estoy seguro de que eres tú quién lee esto. Ya te dije que eras lista,
que descubrirías este lugar. Ahora debes buscar las otras dos llaves. Grande, alta, pequeña,
conservada. Palabras clave: Nacer inglés, cuatro, sirenita.
—Pero qué coño…
Carolina se quedó mirando a Nicolás. No sabía muy bien qué decir.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 91

—Vale, la verdad, no me esperaba que nos dijera: id a tal sitio. Pero esto no tiene sentido
ninguno —comentó el inspector.
La muchacha miraba la nota sin hablar. Era como si esperara a que las palabras le
mostraran, sin más, el camino a seguir.
—A ver, Carolina, tenemos que centrarnos. Con los teléfonos móviles no podemos buscar
esa información, a la velocidad a la que funciona Internet en estos aparatos, podríamos tardar
siglos. Necesitamos un ordenador con conexión de banda ancha.
—Abajo, en recepción. He visto que había una mesita con un PC, supongo que se podrá
utilizar para eso.
—No sé, puede que eso no sea muy seguro. Estos ordenadores suelen estar muy
restringidos para tocar su configuración y borrar el historial, se hace como medida para que
delincuentes que se alojan en hoteles no borren su rastro si por un casual los utilizan. Te
sorprendería la de casos que se han resuelto por una tontería así.
—Ya, pero nosotros no somos delincuentes, dudo que…
Entonces cayó en sus propias palabras. Recordó la imagen de su padre asesinado.
Precisamente era justo lo contrario a lo que debían temer. Alguien podría saber cuáles serían
sus pasos.
—Veo que lo entiendes —comentó el inspector al verla pensar—. Debería haberme traído
mi ordenador y un modem USB. Eso dejaría menos rastro, al menos.
—¿Entonces, qué propones?
—Creo que deberíamos volver a Madrid. Allí lo comprobaremos con más calma.
Carolina quiso replicar. Sus sentimientos seguían variando cada dos por tres y ahora
quería ponerse cuanto antes con el enigma. Ahora que conocía las palabras que le había
dejado su padre, quería darles significado enseguida. Pero pensó que quizá el inspector tenía
razón, al fin y al cabo, él era el que entendía de esas cosas y ella no. Ella tan solo era una
historiadora que quería conocer la verdad.
Decidieron no hablar más del asunto para que estuvieran de vuelta en Madrid. A cambio,
hablaron de mil anécdotas sobre cada uno, pasando por distintas etapas de su vida.
Lo cierto era que cada vez se sentían más a gusto el uno con el otro. Quizá fuera por lo
intenso de lo vivido, pero parecían conocerse desde siempre.

****

Tomar. Hotel Dos Templarios.

En la misma planta, solo que alejado unas cuantas habitaciones de ellos, los escuchaba
con absoluta claridad. Gracias a que la hija del viejo había leído palabra por palabra la
traducción de la nota, él había podido anotar su traducción en un papel. Llamaría al
coordinador para contarle cómo estaban las cosas. Seguro se alegraría por los resultados.
Podía ponerse también a descifrar lo que el viejo había querido decir, pero, ¿para qué
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 92

gastar energías si ellos dos podían hacer el esfuerzo por él?


Además, el policía había dicho que harían la búsqueda en Madrid. Casi seguro sería en el
apartamento del inspector, por lo que sólo tenía que realizar una llamada para que el
especialista informático que su jefe tenía en nómina «pinchara» las comunicaciones entrantes
y salientes de la vivienda. Por lo que averiguaría sin problema lo que ellos averiguaran.
Todo estaba saliendo a pedir de boca.
Apagó el intercomunicador. Hablaban de sus vidas. No le importaba lo más mínimo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 93

Capítulo 21

Madrid, sábado 21 de agosto. Casa de Nicolás.

Nicolás dejó caer su maleta y la de Carolina nada más poner un pie dentro de la vivienda.
No sentía cansancio físico, pero mentalmente empezaba a notar cierto desgaste. Y tampoco es
que se hubiera producido de tanto darle vueltas al significado de la nota. No, había preferido
apartarla de su mente a un rincón con un cartel de «reservado». En un rato comenzarían a dar
cuenta sobre ella. No, en su cabeza había un batiburrillo de datos que le había metido con
calzador Francisco dentro de la iglesia. En aquellos momentos le costaba diferenciar la
realidad de la pura fantasía. Ya no sabía qué datos eran históricos y qué datos embellecían
unos acontecimientos ya de por sí fascinantes. Supuso que según fueran avanzando con sus
propias investigaciones, esa pregunta se vería contestada.
Alfonso salió al escuchar el ruido de la puerta al cerrarse. Tenía cara de estar dormido
todavía.
—Vaya, pero si tenemos aquí a Sherlock y a Watson —dijo a modo de saludo.
—Pensaba que eras gracioso porque desayunabas payasos todos los días, pero ya veo que
no. Lo traes de serie.
Alfonso sonrió ante el comentario.
—¿Qué hacéis aquí? ¿No tendríais que estar buscando el Santo Grial?
—Precisamente andamos en eso. Anda, vuelve a la cama que vamos a trabajar y no te
quiero por aquí revoloteando. Luego te cuento.
Su amigo, con cara de sueño emitió una media sonrisa y se giró sobre sí mismo. Volvió
por donde había venido.
Nicolás meneó la cabeza mientras miraba a Carolina, como queriendo decirle que no
tenía remedio.
—¿Quieres algo de comer? Yo voy a pillar algo.
—Lo mismo que tú —contestó la muchacha.
Nicolás le ofreció a la joven una manzana. Esta la tomó y agarró su maleta para ir
después a su habitación y dejarla. No sacó la ropa que no había utilizado, sólo la sucia para
poner una lavadora. Tenía la ligera intuición —y esperanza, por qué no decirlo— que iba a
necesitarla pronto para embarcarse en un nuevo trayecto. Lo que no tenía ni idea era de
dónde.
Acordaron otorgarse unos minutos para relajarse un poco antes de ponerse manos a la
obra. Necesitaban tener el cerebro lo más despejado posible para trabajar en la nota. Aquello
no iba a ser coser y cantar.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 94

Carolina no quiso hacer nada durante esos minutos. Tan solo se tumbó sobre la cama sin
deshacer y cerró los ojos. Trató en vano de no pensar en nada. Las imágenes asaltaban su
cerebro a traición y, cuanto menos quería verlas, con más fuerza la golpeaban. Respiró
profundo y pausado, trató de destensar todo su cuerpo y se dejó llevar. Aunque sólo lo
consiguió durante unos pocos minutos, logró dejar su mente totalmente en blanco.
Nicolás, por su parte, aprovechó para entrar en la habitación de Alfonso y contarle las
novedades. Su rostro una vez finalizada la historia lo decía todo.
—No me mires así. Sé lo que piensas —comentó Valdés al ver la cara de su amigo.
—No, no es eso, Nicolás. Fuera de coñas, te conozco, sé que no estarías metido hasta el
cuello en todo esto si no estuvieras seguro de creer estar haciendo lo correcto.
—Ya, pero es que todo este asunto suena…
—¿Increíble? Sí, no te voy a mentir. Pero de verdad, si esto me lo contara otra persona la
mandaría a tomar por el culo sin pensarlo. Pero, tío, si tú crees que estás haciendo lo correcto,
adelante.
—No es sólo eso, Alfonso. Lo he visto todo con mis jodidos ojos. O nos están tomando el
pelo a gran escala, y no entendería a caso de qué, o esto es tan real como la legaña que tienes
en el ojo.
Alfonso rió y se la quitó.
—Y, bueno, ¿cómo vas con ella? ¿Hay avances?
—No sé por dónde quieres ir, pero paso de ti.
—No, coño, me refiero a que cómo van sus ánimos.
—Es una montaña rusa. Pero imagínate tú.
—Por eso lo digo. Es que la veo muy entera, demasiado, tío. Parece que lleva una puta
coraza o algo, es imposible.
—Eso pienso yo. Sea como sea intentaré seguir ayudándola. Puede que cuando lleguemos
al fondo de todo este asunto te sirva en una bandeja de plata la cabeza del culpable de todo
esto.
—Mientras me lleve yo los méritos, me la suda.
Ambos rieron.
El inspector salió de la habitación y golpeó con los nudillos sobre la puerta de Carolina.
Ésta salió en unos segundos.
—¿Preparada?
Carolina movió los hombros dubitativa. Lo estuviera o no, iba a por ello.
Tomaron asiento el salón, Nicolás sacó su portátil y lo colocó enfrente de ellos. Carolina
desplegó la traducción de la nota. A ella no le hacía falta pues su memoria fotográfica le
mostraba cada palabra escrita en el papel, pero era mejor que ambos pudieran ver la misma
imagen.
—Bien —habló Nicolás—, si algo hemos aprendido es que pase lo que pase, está
relacionado con los Caballeros Templarios. Sugiero buscar las palabras clave por separado
con la coletilla «templario». Puede que nos ahorre tiempo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 95

—Me parece bien.


El inspector hizo lo que había propuesto, pero los resultados que arrojó el navegador, a
pesar de revisarlos concienzudamente, no les indicaba nada que les llamara la atención.
—La próxima vez que me crea tan listo, tienes permiso para darme a mano abierta en la
cara —comentó el inspector tras revisar el último resultado.
Carolina rió.
—Una vez más no lo estamos enfocando bien —siguió hablando—. Creo que deberíamos
analizar las palabras por separado a ver qué nos sugiere. Soltemos lo primero que se nos
ocurra.
—¿Como un brainstorming?
—Exacto. Es probable que soltemos sin querer la clave.
—Me parece bien. Empieza tú.
—La palabra clave es «nacer inglés». Empiezo: Sir.
—Caballero.
—Educado.
—Puntual.
—Té.
—Cinco.
—Londres.
—Reloj.
—Thamesis.
Pasaron un buen rato soltando lo primero que se les pasaba por la cabeza. Una vez ya no
les salía nada nuevo, Nicolás revisó la lista.
—Hay que ver la de gilipolleces que hemos dicho —comentó divertido mientras leía las
palabras—. ¿Tú ves algo?
La muchacha hizo lo mismo, pero no veía nada.
Los siguientes minutos transcurrieron con el silencio de ambos. No levantaban la vista del
papel. Cuando dejaban de mirarlo, era para hacer lo mismo con la nota. Las palabras parecían
mirarlos a ellos en vez de al contrario. Fue entonces cuando Nicolás notó que algo no le
cuadraba.
—¿Y si tu padre nos estuviera queriendo decir otra cosa con eso de «nacer inglés»?
—¿Cómo?
—Cuando te dejó la primera nota, la referencia a Tomar la dejó bien clara, sólo que como
puede presentar ambigüedad, nosotros nos fuimos por el camino difícil. ¿Y si ahora estuviera
haciendo lo mismo?
—Te juro que sigo sin entenderte.
—Que puede que sea literal, lo que leemos.
Carolina lo pensó, le costaba entender lo que el inspector quería decir. Miró la nota de
nuevo, ¿literal?
Entonces creyó saber a qué se refería.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 96

—¿Te refieres a que si nos está diciendo que la palabra clave es «nacer» en inglés, el
idioma?
—Piénsalo, viendo lo que pasó con la primera nota, no es del todo descabellado. Podemos
probar. No perdemos nada. «Nacer», traducido al inglés es «Born», ¿verdad?
Carolina asintió. El nivel de Inglés del inspector no era sobresaliente, pero al menos se
defendía.
—Pues no queda otra que probar, a ver.
Nicolás lo hizo, pero su frustración se incrementó notablemente cuando, de nuevo, no
obtuvo ningún resultado interesante.
Alfonso salió en esos instantes de la habitación. Se había cambiado de ropa y su cara, al
menos, ya no era de muerto viviente.
—¿Cómo vais? —Quiso saber mientras pasaba hacia la cocina.
—Mal —contestó el inspector—. No sabemos cómo enfocar la búsqueda en Internet.
Estas palabras se nos están atragantando.
Alfonso volvió pasados unos segundos bebiendo un zumo.
—Eso es porque no tenéis ni puta idea de buscar —comentó tras un sorbo.
—Espera, Carolina, que ya salió el cuñao. Macho, que no es tan difícil meter unas
palabritas en un buscador.
—Sí lo es si no lo hacéis utilizando las palabras clave. Las informaciones que se muestran
no son nunca iguales si no metéis una información en un orden riguroso. ¿Os echo una mano?
—Por favor, claro, ¿cómo nos vamos a negar frente a Steve Jobs?
Carolina rió frente al comentario. Le divertía ver la relación que ambos tenían. En el
fondo envidiaba sanamente el no tener ella a alguien con quien poder hablar así. Nunca lo
había visto de ese modo.
—A ver —dijo Alfonso sentándose frente al ordenador—. La palabra clave «Templario»
es fundamental. Por lo menos eso lo estabais haciendo bien.
—Pues menos mal —comentó Nicolás.
—La palabra «sirenita» puede ser clave. No encierra dobles sentidos y el buscador la
encontrará tal cual.
—Ya hemos probado esas dos y nada.
—Calla, que no he acabado.
Nicolás suspiró, para calmarse y no arrearle un guantazo.
—Las adjetivos que hay en la nota podrían ser muy genéricos, pero la palabra «cuatro»
también nos puede ayudar. De toda la vida, un cuatro siempre ha sido un cuatro.
Introdujo las tres palabras en el buscador y pulsó la tecla intro. Alfonso se fijó en el
primer resultado que mostraba el ordenador.
—Voilá. Aquí lo tienes.
Nicolás se fijó. En efecto, en enlace hablaba sobre unas iglesias redondas situadas en una
isla de Dinamarca. Al parecer, a las iglesias se les atribuía un origen templario y eran un total
de cuatro.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 97

—Alfonso, es un puto artículo de la Wikipedia. ¿Tú qué dices siempre de la Wikipedia?


—Que es de cuñaos, y que lo que pone está escrito por cuñaos, ya lo sé.
—Y además, como te he dicho antes, te estás comportando como uno tú mismo.
—Vale, listillo, pero mira eso. Mira el nombre de isla.
El inspector se fijó algo escéptico. Cuando lo leyó sintió que el vello de sus brazos se
erizaba.
—Bornholm —leyó en voz alta—. Tu padre —se dirigió a Carolina— nos ha dejado
medio nombre del lugar al que debíamos ir escrito. O somos muy zoquetes al no haberlo visto
o… ¡no sé!
Carolina sonrió. Una vez más el cerebro les había jugado una mala pasada. Por querer
enrevesar las cosas, no habían sabido ver lo más obvio. Sintió algo de vergüenza ante eso,
pero al mismo tiempo, saber adónde tenían que ir le daba una nueva esperanza a todo el
asunto.
—Perfecto, pues si ya sabemos nuestro destino, ya puedo ir reservando billetes para
mañana mismo. Nos vamos a Dinamarca.
—Deberíais llevarme con vosotros —comentó con cierta sorna Alfonso—, cuñao o no, os
he resuelto el misterio en un periquete, me vais a necesitar.
—No, no podemos privar a Madrid de tu ingenio. Serás más útil aquí.
Los tres rieron.
Carolina sintió un cosquilleo en el estómago. La idea de seguir el camino que su padre le
había dejado escrito le hacía, de alguna manera, sentirlo todavía vivo. No dudaba que vivir,
vivía. Al menos dentro de ella.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 98

Capítulo 22

Madrid, domingo 22 de agosto. Aeropuerto de Barajas.

Montaron en el avión con el gusanillo propio de embarcarse, en cierto modo, a lo


desconocido. Por la noche, antes de irse a dormir, habían buscado toda la información posible
acerca de su destino. Aparte de saber más o menos por dónde moverse una vez hubieran
llegado a Dinamarca, no habían logrado sacar mucho en claro. La información que
encontraron acerca del paso de la Orden del Temple por la ciudad estaba dada con
cuentagotas. Por unos instantes llegaron incluso a dudar que ese fuera el lugar al que debieran
dirigirse, pero sí, tenía que ser ahí a la fuerza.
A las nueve y catorce minutos —casi sin retraso— de la mañana despegó el avión.
Carolina se sentía descansada. Morfeo la había abrazado con fuerza la noche anterior,
haciendo que su sueño fuera reparador y sin apenas interrupciones. Al despertar comprendió
que el cansancio pesaba más que la pena por lo ocurrido o la propia emoción por lo que fuera
a suceder. Nicolás, en cambio, había pasado una noche un tanto distinta. Recordó que no
hacía tanto tiempo sufría de un horrible insomnio que ni la medicación que tomaba por aquel
entonces conseguía domar. Parecía haberlo superado del todo cuando cierto hecho de hacía
un año se había resuelto de manera más o menos satisfactoria, pero parecía que ese fantasma
no se había marchado del todo. Gastó la batería de su mp3 de bolsillo escuchando su
repertorio favorito. Consiguió sumirse en el sueño cuando ya casi era la hora de levantarse a
preparar los últimos detalles del viaje.
Bajaron del avión a las dos horas y media justas de haber embarcado. Fueron charlando,
nuevamente, de mil cosas, por lo que se les hizo ameno el viaje y se les pasó realmente
rápido. Nicolás se la había jugado algo a la hora de reservar los pasajes en el vuelo, pues al
llegar al aeropuerto de Copenhague debían de tomar otro avión con destino a la isla de
Bornholm, su verdadero destino. No haber sufrido retrasos haría que pudieran tomar ese
transbordo. Tuvieron que esperar, aun así unos cuarenta minutos para que su vuelo saliera.
A las doce y media, el avión despegó y, en menos de lo que cantaba un gallo, llegaron a la
isla. La primera sensación que tuvieron era que el clima era bien distinto de lo poco que
habían podido ver en Copenhague. En la capital danesa no hacía ni frío ni calor, el clima era
más bien húmedo, confiriendo un cierto aura de tristeza. En la isla era todo lo contrario. Con
un calor propio del mismo Madrid en el mes en el que se encontraban, con un clima bastante
seco y con un sol que daba la bienvenida con un amplísimo abrazo.
Salieron del aeropuerto y se dirigieron a la empresa de alquiler de coches. Nicolás había
alquilado un Volkswagen Passat de color negro. Carolina le hizo una broma por la noche
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 99

cuando comprobaron que en ninguna de las empresas de alrededor del aeropuerto había un
Peugeot 407, como el inspector quería.
Montaron en el vehículo y siguieron las indicaciones que les había dado el encargado de
la empresa de alquiler para llegar hasta el hotel que tenían reservado. El hotel Griffen se
encontraba en Ronne, un pueblo situado en la propia isla. Estaba situado a las orillas del mar
Báltico y, visualmente, como ya habían comprobado la noche anterior por las fotos que
vieron en Internet, era una maravilla. Por fuera, parecía más un resort de esos que te ponían
una pulserita y lo tenías todo incluido que un simple hotel. Carolina se sorprendió cómo los
dos hoteles que habían reservado eran mucho más de lo que ellos mismos vendían. Le resultó
curioso cómo aquello parecía un símil de la aventura en la que ellos mismos se habían
embarcado, donde nada era lo que parecía ser.
Pasaron dentro y contemplaron la lujosa recepción. Según habían podido ver en la web,
cada una de ellas disponía de balcón propio con visión directa al Báltico y a sus playas de
arena blanca. Se sorprendieron de la forma en la que estaban descubriendo lugares de
ensueño casi por casualidad.
Tardaron unos pocos minutos en registrarse y dejaron las chaquetas —que habían traído
por si acaso— en su amplia habitación. Decidieron salir cuanto antes a dar una vuelta para
empezar a reconocer el terreno, aunque fuera de forma superficial. Por la tarde se dedicarían
a indagar con algo más de calma.
Durante el trayecto en coche desde el aeropuerto, pensaron que el pueblo de Ronne
estaría bastante tranquilo, craso error. Decenas de turistas recorrían sus calles en manada
pasando por encima de los adoquines que conformaban su estructura. Todos —o casi todos—
portaban mapas del lugar en sus manos y señalaban con sus dedos índices casi todo lo que
veían a su paso.
Las calles del propio pueblo eran estrechas y parecían haber sido sacadas de un cuento de
hadas. De esa sensación se encargaban las construcciones del lugar, con entramados de
madera y fachadas de vivos colores decoradas con cientos y cientos de flores que daban esa
sensación de irrealidad.
Nicolás lo observaba todo fascinado.
—Parece que hemos saltado a un mundo paralelo. No me puedo creer que existan lugares
así —comentó sin dejar de mirar a un lado y otro.
Carolina entendió lo que quería decir. Ella también tenía esa sensación. Era imposible que
todavía estuviera viviendo el mismo día en el que se había levantado en una ciudad como
Madrid. Y a ella le encantaba Madrid, ojo, pero reconocía que de vez en cuando tenía esa
ansiedad de querer perderse por un mundo como por el que estaba caminando en esos
momentos. Un mundo que parecía sacado de uno de esos cuentos que su padre le contaba de
pequeña y que ella sabía que se inventaba. Básicamente le contaba el mismo todas las noches
cambiando la descripción de los lugares y los nombres de los personajes. Pero eso a ella le
importaba bien poco, lo único que quería era escuchar la voz de su padre. Ahora lo hubiera
dado todo por volver a hacerlo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 100

Tras un rato de paseo por las mágicas calles de Ronne, decidieron que había llegado el
momento de comer algo. Tomaron asiento en un restaurante que vieron al pasar. No fueron
demasiado selectivos a la hora de elegir, realmente les daba igual dónde saciar su apetito.
Comieron arenque —que era el ingrediente estrella en todo plato plato de cocina local—
cocinado de una forma un tanto peculiar, pero que les resultó sabrosísimo. Podrían haberlo
pedido de mil maneras distintas pues la carta tenía una infinidad de platos con su ingrediente
por excelencia. Saborearon el plato con bastante calma, entendieron que tratar de ir lo más
relajados posibles sería un punto a su favor a la hora de enfrentarse al nuevo misterio. La
segunda llave llegaría con seguridad si lo conseguían enfocar todo con tranquilidad.
Mientras debutaban el plato, Carolina miraba de un lado a otro, sin parar.
—Sé lo que estás esperando —comentó divertido Nicolás.
—¿Cómo dices?
—Que sé por qué miras tanto hacia los lados. Estás esperando que un nuevo Francisco
salga de la nada y nos guíe directos a la segunda llave. ¿Me equivoco?
Carolina sonrió.
—No. Es verdad que sería muy raro que volviera a pasar, pero bueno, habiendo ocurrido
en Tomar, ¿por qué aquí no?
—Dudo que tengamos esa suerte. Debemos concienciarnos de que esta vez estaremos
solos, probablemente.
Carolina sopesó las palabras del inspector. Eso la aterraba. ¿Serían capaces de llegar al
fondo de todo aquello de manera independiente? Pensó que en Tomar, sin Francisco, les
hubiera sido imposible. Era su forma de contar las cosas las que les ayudaba a saber si
estaban o no caminando por el sendero correcto. Hacerlo a ciegas quizá consiguiera sólo
frustración en ellos.
—Creo que lo más lógico ahora mismo sería hacer como en Tomar. Podemos buscar la
oficina de turismo y ver qué podemos hacer por aquí. Creo que deberíamos hacer una primera
inspección ocular de todo y mañana, con más calma, ir a los puntos que creamos que son
clave.
—Me parece bien —respondió Carolina.
Pagaron la comida, se levantaron de la mesa y salieron del restaurante preparados para la
acción. Se encaminaron hacia la oficina de turismo siguiendo una serie de carteles que fueron
encontrando a su paso. Cuando llegaron a la misma, una joven rubia de aspecto imponente
estaba sentada al otro lado de una recepción de madera. Tecleaba en su ordenador.
—Speak Spanish? —Preguntó Carolina probando suerte.
—Sí, señorita. Mi acento no es el más correcto, quizá, pero nos podremos entender. ¿En
qué puedo ayudarla?
—Nos gustaría recorrer —comenzó a hablar Nicolás— todos los monumentos que tengan
algo de historia de la isla. A mi mujer le encanta la historia, ¿sabe? Está ansiosa de por
conocer el pasado de Bornholm. Hemos venido desde España precisamente para eso. Unos
amigos nos han hablado del pasado templario de la isla.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 101

Carolina no pudo evitar su gesto de sorpresa, ¿la había presentado como a su esposa?
—Desde luego —contestó la joven de pelo rubio—, no podían haber elegido un lugar
mejor para empaparse de historia. Podemos hacerlo de dos maneras, pueden hacerlo por su
cuenta, yo les doy un mapa y les marco lo mejor que pueden ver. Por el contrario, pueden
hacer una visita guiada. Tenemos excursiones organizadas en autobús que muestran todo esto
de una forma muy amena. Pueden pagar en Coronas Danesas o en Euros, como deseen. En
caso de lo último, son diez Euros por persona. Si me dejan recomendarles, escojan esta
opción. Además, las organizamos por nacionalidad cuando hay un grupo de al menos diez
persona. En este caso, saldrá una en español dentro veinticinco minutos. Hay un viaje
organizado de un crucero que saldrá en ella. Pueden aprovecharlo.
—A ser posible, nos gustaría ambas cosas. Queremos formar parte de esa excursión, pero
además, si no le importa, le agradeceríamos un mapa para poder ver en él lo que vamos
viendo.
—Claro, faltaría más.
La muchacha sacó dos mapas de debajo del mueble de recepción y se los entregó a
Nicolás.
—Faltan —miró su reloj— veintidós minutos. Si son tan amables, me abonan el pasaje y
no queda más que esperar.
Así lo hicieron. Con los tíquets del bus en una mano y los mapas en la otra, salieron a la
calle. Por lo menos tenían por dónde empezar.

****

Madrid. ¿¿??.

El coordinador recibió la llamada de su hombre. Las órdenes de ser su sombra las había
acatado como siempre, de manera magistral. Sabía de cada paso que daban, de casi cada
palabra que hablaban. El asunto no podía ir mejor encaminado hacia un final triunfal con
victoria por su parte. Su hombre había viajado a Ronne antes que ellos dos. Haber conseguido
conectar con las comunicaciones del piso del policía había sido una jugada magistral por su
parte. Una genialidad que sabía sólo podría conseguir él. Ahora, según había podido saber, ya
tenía microfoneada la habitación del hotel. Cuando llegaran se enteraría de todo.
No haber viajado en el mismo vuelo era una precaución lógica. El ojo policial del
inspector se acabaría percatando de que semejante bestia aparecía por allá donde iban ellos y
todo podría irse al traste. Tenía que ser más cauto que nunca. Esperar su momento. Llegados
a ese punto, le soltaría la correa y dejaría que se divirtiera con ambos.
Sintió un escalofrío al imaginar lo que acabaría haciendo con ellos.

****
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 102

Ciudad del Vaticano. Despacho del Cardenal Guarnacci.

Colgó el teléfono con la satisfacción de haber hecho una inversión segura contratando al
coordinador. La recomendación que le habían hecho no podía ser más acertada, ese hombre
se estaba ganando sin duda cada céntimo de la millonaria suma que recibiría en su cuenta. La
maquinara del reloj seguía engrasada, las manecillas seguían su curso y aquello ya no lo
podría parar nadie.
Él devolvería la estabilidad a la Iglesia.
Él, sólo él.
Por un momento salió de su ensimismamiento. Como Cardenal con peso dentro de la
Santa Sede, de vez en cuando le tocaba instruir a alguno de los nuevos miembros de su
poderoso grupo por orden papal. Esa idea le repugnaba, pero sabía que tenía que hacerlo, por
mucha pereza que le provocara. Tener un nuevo trozo de arcilla que moldear no le
desagradaba del todo, recordaba los grandes Cardenales que habían salido de su tutela y eso
hizo que le pareciera una buena oportunidad de hacer lo mismo.
Tomó asiento y miró el informe del que le tocaba moldear.
Un ex obispucho de pueblo. Esos eran los mejores, porque acababan demostrando ser en
esencia unos paletos de cuidado y eso le otorgaba una clara ventaja para esculpirlos a su
antojo. Haría de él un hombre poderoso. Otra marioneta más que manejar como él quisiera.
La puerta de su despacho sonó de repente.
Ya estaba ahí.
—Adelante —dijo.
—Buenas tardes —saludó una tímida voz—, soy el Cardenal Flavio Coluccelli.
Guarnacci emitió una amplia sonrisa.
—Pase, pase.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 103

Capítulo 23

Ronne, domingo 22 de agosto. Centro del pueblo.

A pesar de tener que esperar solo durante unos minutos, la espera para poder montar en el
autobús se les hizo eterna. Estaban ansiosos por conocer los secretos que les esperaban en la
isla. El vehículo llegó con una puntualidad asombrosa.
Montaron junto con el grupo de turistas españoles que se había formado alrededor de
ellos en los minutos previos. Todos charlaban animadamente entre ellos. Nicolás y Carolina
guardaban silencio. Reconocían estar nerviosos.
Comenzaron la ruta con un guía que, para el gusto de ambos, se pasaba de gracioso en
cada anécdota que contaba. Trataron de prestar mucha atención a sus payasadas para poder
concentrarse en lo que realmente les importaba. Su anfitrión los hacía mirar constantemente
de un lado a otro del bus mientras comentaba curiosidades de los lugares por los que iban
pasando. El momento más esperado por ambos jóvenes no se hizo esperar. Las iglesias
redondas se mostraron ante ellos.
El guía sacó pecho y lo anunció orgulloso.
—Y aquí las tenemos, señoras y señores, si miran a su derecha podrán ver las famosas
iglesias redondas de Bornholm —el tono de satisfacción con el que hablaba era más que
evidente—. Según cuenta la leyenda, fueron construidas por los Caballeros Templarios. Se
dice que servían para iniciar a otros caballeros en la Orden.
Lo había conseguido. Tenía a todo su público en el bolsillo, incluidos Carolina y Nicolás.
—Como pueden observar —siguió hablando, sonriente—, son un total de cuatro iglesias.
Se cuenta que están relacionadas con un triángulo imaginario que delimitaba los límites de la
Cristiandad. Los otros dos puntos son Jerusalem y Francia. ¿Alguna pregunta?
Nicolás quiso hacer una, pero un turista curioso se le adelantó.
—Pero, ¿se sabe si fueron de verdad los Caballeros Templarios quienes construyeron
estas iglesias? Es que no sería la primera vez que se les atribuye construcciones de otros.
El guía rió antes de contestar.
—Ninguno de nosotros estuvo ahí. Es imposible de saber a ciencia cierta nada. Los
documentos se pueden falsificar, los testimonios tergiversar. Pero sí es cierto que la
arquitectura de las iglesias guardan una similitud con otros edificios templarios conocidos
como: Capelli Militum. Estos edificios servían para la iniciación de Caballeros de la Orden
del Temple. Por lo que deducimos que sí, que sí son construcciones hechas por los
templarios.
El hombre quedó satisfecho con la respuesta. Nicolás también.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 104

—¿Crees que puede ser nuestro Francisco de aquí? —Preguntó en voz baja Carolina.
—Lo he pensado. Es más, lo estaba pensando ahora mismo. No sé, la forma en la que
habla… O lo ha preparado a conciencia, o sabe más de lo que creemos. Además, parece
interesado cuando habla del Temple, ya no dice tantas tonterías como antes ni hace tantas
bromas. Puede que sí. Tocará comprobarlo en un rato.
Carolina asintió.
Siguieron avanzando con el bus por varios puntos más de interés. Como Nicolás había
comentado, las bromas habían vuelto a sus explicaciones y parecía más relajado que cuando
habían pasado por las iglesias. Desde luego, era sospechoso. Al cabo de media hora el
autobús regresó a su punto de partida. Al bajar del mismo, Carolina y Nicolás confirmaron
sus planes de ir a visitar al día siguiente las iglesias, para tener más tiempo y aprovechar al
máximo las horas de sol. Nicolás decidió que era el momento de tantear al guía.
—Muy buenas tardes —saludó amigablemente—. Somos Nicolás Valdés y Carolina
Blanco. Somos unos entusiastas de las leyendas templarias y debo decirle que nos ha
fascinado sus comentarios en las iglesias redondas. ¿Es usted un experto en la Orden del
Temple?
El hombre sonrió.
—Hombre, experto, lo que se dice experto, no soy. Conozco bien la tradición templaria
en Bornholm, pero porque es mi trabajo y me gusta hacerlo bien. Desconozco su historia en
otros países, por lo que muy experto no soy, que digamos.
—De todas formas —contestó el inspector—, nos encantaría hacer un recorrido mucho
más a fondo por las iglesias. Hacerlo al lado de alguien como usted, para nosotros sería un
honor. Queremos conocerlo todo.
—Lo siento mucho, pero no podría. Ahora tengo dos visitas más, también cubro la de los
italianos y franceses.
—No importa —insistió Nicolás—. Podríamos hacerlo mañana, en realidad no tenemos
tanta prisa.
—Mi padre es el director del Museo Arqueológico Nacional de Madrid —intervino
Carolina casi consiguiendo que Nicolás se cayese hacia atrás por revelar algo tan importante
e inseguro. Aunque comprendió que lo hacía para ver si era o no el guardián—, comprenderá
nuestro interés en visitarlas al lado de alguien profesional. Le pagaremos por la visita, lo
haremos bien.
—En realidad no es cuestión de dinero —le explicó el hombre—, es que no tengo tiempo
para poder hacerlo. Es un honor conocer a la hija de tan importante figura, pero me es
imposible con las visitas programadas que tengo para hoy y mañana. Martes libro por la
tarde, si quieren llámenme a este número de aquí —sacó una tarjeta y se la entregó a la joven
—. No les aseguro que pueda, pero al menos lo intentaré.
—Muchas gracias —dijo la joven.
El guía se despidió de ambos y se metió en la Oficina de Turismo.
—Pues vaya —comentó Nicolás una vez se quedaron solos.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 105

—No creo que sea nuestro hombre, no tenía ningún interés en nosotros, ni cuando le he
dicho quién era mi padre.
Nicolás apretó los labios y suspiró. Aquello no iba a ser fácil.
—Sea como sea, mañana vamos nosotros mismos y vemos qué podemos hacer por allí. Si
no pudiéramos hacer otra cosa, contactaremos con él —dijo el inspector.
Para pasar el resto de la tarde, decidieron hacer algo más de turismo por la ciudad.
Visitaron plazas, alguna que otra tienda, monumentos por los que habían pasado montados en
el bus… Cuando comenzó a anochecer, entraron en una conocida cadena de
hamburgueserías. Cenaron tranquilamente sendas hamburguesas con patatas y refresco.
Cuando salieron del local, ya de noche, tomaron la decisión de volver al hotel.
Ya en la habitación, tomaron una ducha cada uno. Al salir, ambos tomaron asiento en cada
una de sus camas y comenzaron a hablar, de nuevo.
A pesar del poco tiempo que se conocían parecían ser amigos desde siempre.
—¿Entonces —quiso saber Nicolás—, ahora ibas a incorporarte a unas excavaciones?
—Sí, en Israel. No sé si recuerdas la persona que me llamó cuando íbamos en coche
desde Lisboa a Tomar.
—Sí, algo creo recordar.
—Pues era Ignacio Fonseca, el mejor amigo de mi padre. Dirige unas importantes
excavaciones en Israel y quería que me incorporara ya. Me llamó la misma mañana en la que
todo sucedió. Me hizo bastante ilusión. De alguna manera ya esperaba que me llamaría.
Puedes llamarlo enchufe si quieres, pero por la amistad que unía a Ignacio con mi padre,
sabía que me llevaría a esas excavaciones.
—¿Y no te importa que lo llame enchufe? —Preguntó Nicolás sonriendo.
—Para nada. Sé que lo es. Pero no pienso desaprovechar una oportunidad así. Una vez
allí ya demostraré si valgo o no para ese trabajo.
—En el fondo te envidio. No sé, pareces una chica que ha visto mucho mundo. Yo, en
cambio, sí, he viajado por España, sobre todo por trabajo, pero apenas he salido del país. No
quiero que malinterpretes mis palabras por lo que le ha sucedido a tu padre, pero estoy
disfrutando mucho con estos viajes. Viendo estos lugares. Viviendo todo esto.
—No te malinterpretado —le respondió con una sonrisa—. Es extraño, pero yo también
estoy disfrutando mucho viendo todo esto. Es quizá siniestro, dadas las circunstancias, pero
supongo que al hacerlo con tu compañía es distinto. Con todo lo que ha pasado no he
encontrado el momento de darte las gracias. A pesar de haberte conocido de esta manera,
tengo la sensación de haber ganado un amigo para toda la vida.
Nicolás sonrió como un bobo mientras se ponía colorado como un tomate.
—Claro que lo tienes —contestó al fin sin dejar de estar ruborizado—. Y no me des las
gracias. Lo hago encantado.
—Y, dime, ¿cómo acabaste siendo policía?
Nicolás sonrió mientras entornaba los ojos, sabía que esa pregunta acabaría llegando tarde
o temprano.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 106

—Supongo que era el destino. Mi padre es policía. Mi abuelo y mi hermano también lo


eran.
—¿Eran? —Preguntó con miedo a tocar una herida que pudiera sangrar.
—Sí. Mi abuelo murió siendo viejo y feliz. Mi hermano en acto de servicio. Supongo que
se podría llamar así. Llevaba tiempo persiguiendo a una banda de sicarios latinoamericanos.
Ya casi los tenía para echarles el guante encima cuando lo descubrieron. Lo mataron con dos
disparos a bocajarro en la nuca. Lo dejaron tirado en la puerta de comisaría, con las cámaras
apuntando directamente a ellos. Lo hicieron a cara descubierta. Les daba igual que se supiera
quiénes habían sido.
Carolina abrió los ojos como platos al escuchar aquello.
—Pero, ¿eso es posible? Quiero decir, ¿pueden actuar impunemente?
—No siempre, pero hay casos como este en los que se prefiere hacer la vista gorda. Los
policías también tienen familia y, el temor a perderla, muchas veces hace que no se actúe
quizá de la manera adecuada. Mi principal idea cuando entré en el Cuerpo fue la de no
detenerme frente a nada. Total, no tengo nada que perder, no me pueden quitar nada. Pero hay
otros que sí, y en el fondo les entiendo cuando no pueden actuar de la forma que les gustaría.
—Lo siento, de verdad, no tenía ni idea de nada.
—No te preocupes. Como puedes ver, no somos tan distintos como puede parecer. A mí
todo esto me ha hecho ser más fuerte. Pelear más duro por lo que creo. Espero que a ti te
provoque un efecto parecido. Por eso sé que debes luchar por la memoria de tu padre. No es
que se lo debas, ni nada eso, pero rendirte y darlo todo por perdido es lo único que jamás
tienes que hacer. Te prometo que llegaremos al fondo de este asunto.
—Gracias una vez más, Nicolás.
Carolina sintió el impulso de abrazarlo con fuerza. Hacía tiempo que no sentía la
necesidad de hacerlo de aquella manera como lo sentía ahora. No se dejó llevar por no
incomodarlo, suponía que, a pesar de estar más unidos que nunca, en el fondo seguían siendo
dos personas que hacía una semana no sabían de la existencia del otro.
Ya se había hecho algo tarde, por lo que acordaron relajarse y dormir.
El día siguiente se presuponía iba a ser interesante.
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Capítulo 24

Ronne, domingo 22 de agosto. Hotel Griffen.

El día había amanecido bastante caluroso. Todavía más que el anterior. El bochorno ya se
hacía latente a pesar de lo temprano que era, y eso no era precisamente buena señal. Les
esperaba un día en el infierno, al parecer. Nicolás sonrió al recordar la charla que tuvieron
tanto él, como Carolina y Alfonso decidiendo qué ropa llevar. Los tres coincidieron que en
Dinamarca haría más frío sí o sí que en Madrid, por lo que no debían descuidar ese aspecto. Y
ahí tenían las maletas con chaquetas que no se iban a poner ni de casualidad.
Ambos se habían levantado bastante animados. La charla de la noche anterior les había
servido para renovar sus fuerzas anímicas, además de haber descubierto facetas el uno en el
otro de las que no tenían ni idea. Una ducha rápida, se vistieron y ambos ya estaban
dispuestos para bajar a desayunar.
—Menudo día nos espera fuera —comentó el inspector mientras miraba por la ventana de
su balcón.
Tomaron dos cafés con tostadas y algo de fruta en la cafetería del hotel. Lo hicieron con
calma, el día era largo e iban a tener tiempo de sobra para visitar las iglesias.
Una vez se sintieron satisfechos, salieron y montaron en el coche de alquiler. Siguieron
contándose anécdotas durante el corto trayecto a las iglesias. Parecía que querían recuperar
unos años de amistad perdidos.
Dejaron el coche cerca de la iglesia de Østerlars, la más famosa de las 4. Nada más salir
sintieron cómo el calor los azotaba de pleno en todo el cuerpo. No tardaron ni cinco segundos
en comenzar a sudar. Miraron a su alrededor y comprobaron cómo ya había esperando un
autobús lleno de turistas ingleses. También querían ver las iglesias.
—Vaya, empezamos con buen pie —comentó Carolina al verlos—. Parece que hoy
tendremos espectadores en nuestra búsqueda.
—Debimos suponerlo. En Tomar había algo de turismo, pero este lugar tiene mucha más
afluencia de gente, al parecer. Además, según leí esta iglesia es la más famosa de toda la isla.
Si le añadimos el halo de misterio que siempre envuelve a todo lo relacionado con los
Caballeros Templarios, como resultado tenemos esto.
—Pues, sinceramente espero que las otras tres no tengan tanto éxito como esta y las
podamos explorar tranquilos.
Se encaminaron hacia la entrada de la iglesia. Había una especie de taquilla. Al lado de
ésta, había un cartel con los horarios de visita y el precio. La entrada costaba diez Coronas
danesas, algo menos de un euro y medio.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 108

Nicolás se acercó a la taquilla mientras Carolina esperaba a un lado, una chica muy
parecida a la que les atendió en la Oficina de Turismo estaba al otro lado.
—¿Spanish?
—Sí, señor, ¿cuántas entradas quiere? ¿Dos?
—Ehm, sí, pero, ¿cuesta lo mismo visitar las cuatro o se pagan por separado?
—Lo siento, señor, pero la única iglesia abierta al público es ésta. Las otras tres sólo se
abrían en horario de Oficios, pero desde hace dos años ni siquiera para eso. Si quieren,
pueden ver ésta por tan solo diez coronas cada uno.
Nicolás maldijo su suerte.
—Si es cuestión de dinero, le digo que podemos pagarle la cantidad que nos pida. Es que,
verá, mi mujer es historiadora y le hace mucha ilusión poder verlas. Hemos venido
expresamente a eso desde España.
—De verdad, señor, si fuera por mí, les dejaba pasar sin problema alguno. Pero son
órdenes de arriba, del gobierno. Mire si es serio el asunto que hasta llamaron ayer desde el
Vaticano para permitir la entrada a las iglesias un par de semanas. El gobierno no accedió.
—¿Ha dicho el Vaticano? —Nicolás se tensó de momento.
—Sí, señor. Pero ya le digo, el gobierno no ha aceptado y se quedan como están. El único
que tiene acceso a ellas es el párroco de esta iglesia, la que sí está abierta. Pero es un hombre
de muy mal carácter y yo que ustedes ni lo intentaría si lo están pensando. Ya he visto otros
casos y lo único que han conseguido es una buena reprimenda por su parte.
—Bueno, en ese caso deme dos entradas para esta iglesia. ¿Puedo pagarle en Euros?
—Sí, sin problema. Serían tres Euros en total.
Nicolás pagó y le chica le entregó las entradas. También le dio un pequeño folleto con
algo de información sobre el lugar que se disponían a visitar.
—No te vas a creer lo que me ha dicho la chica de la taquilla. El Vaticano llamó ayer para
que abrieran las tres iglesias restantes, que por cierto, están cerradas y sin posibilidad de
apertura, al parecer.
—¿Cómo? ¿Cerradas? ¿Y el Vaticano? —Carolina no podía creer nada.
—Como lo oyes. ¿Crees que esto tendrá algo que ver con nosotros?
—Pero, ¿cómo saben…?
—No tengo ni idea, pero debemos andarnos con ojo. Puede que tengamos más miradas
puestas en nosotros de las que nos pudiéramos imaginar. No nos fiemos de nada. Ni de nadie.
—Pero, a ver, si querían abrirlas, ¿no nos serviría de ayuda? Debe ser una casualidad. En
caso de saber lo que hacemos, lo más normal sería, según nos contó Francisco, que nos
pusieran impedimentos. Ayudarnos no tiene lógica alguna.
—No sé qué contestarte, Carolina. De igual modo, andémonos con ojo.
Entregaron las entradas en la puerta y pasaron al interior.
Nicolás comenzó a leer el folleto que le había dado la joven fuera, en la taquilla.
—Aquí hay una explicación del origen. Dice que data del 1150 y que es la más antigua de
las iglesias de Bornholm, aunque no se sabe a ciencia cierta la fecha de construcción de las
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 109

otras tres. Ha sido usada como centro religioso, además de como defensa de los ataques
enemigos que venían desde el mar. El techo —dijo señalando hacia arriba y haciendo que
Carolina también mirara—, fue añadido más tarde, justo cuando la iglesia dejó de ser usada
como estructura defensiva.
Dieron una vuelta sobre sí mismos. La iglesia no era demasiado grande por dentro. Vieron
como el grupo de turistas ingleses pasaron por su lado mientras un guía les explicaba en su
lengua cada detalle arquitectónico con el que se cruzaban.
Al fondo, pudieron observar como un joven limpiaba el altar dedicado a San Laurencio.
—Carolina —dijo Nicolás en un tono casi inaudible—, se me ha olvidado contarte que el
único que tiene acceso a las tres iglesias restantes, es el párroco de esta misma. Me vienen a
la mente un par de posibilidades: uno, que el párroco sea el guardián del tesoro, algo extraño,
pero no imposible. Y dos, que el propio tesoro se encuentre oculto bajo estas paredes. La
primera va a ser difícil de constatar, me ha dicho la chica de la taquilla que el cura tiene una
mala leche de órdago. Creo que debemos inclinarnos por la segunda. No nos queda otra.
Carolina asintió. Nicolás tenía razón.
Comenzaron a rebuscar por cada rincón de la iglesia de la misma forma que lo hicieron
en Tomar, pero con bastante más disimulo al no estar solos. Cada uno describió un arco de
ciento ochenta grados en el sentido contrario al otro. Buscaban cualquier anomalía que
pudiera verse sin tocar demasiado.
Durante algo más de diez minutos siguieron buscando sin éxito alguno.
Ambos regresaron al punto de partida.
—Mira que le estoy cogiendo el puntito a esto de jugar a Indiana Jones, pero la
frustración que trae consigo es algo a lo que no me acostumbro. Demasiado para mí.
—Bienvenida a mi mundo. Esto es muy parecido a lo que yo hago cuando busco indicios
en cualquier caso. La mayor parte del tiempo es esperar, esperar y más esperar.
—Puede que no sea esta la iglesia que buscamos. Tiene que ser otra de las que están
cerradas. Ahí hay algo raro, no me digas que no.
Nicolás no pudo más que darle la razón. Era muy extraño todo aquello, llamada del
Vaticano incluida.
—Creo que no nos queda otra que hablar con el párroco. Si nos llevamos una reprimenda,
pues eso que nos queda, pero me parece que perder, no vamos a perder nada —comentó el
inspector.
—Sí, puede que no nos quede otra.
Nicolás se encaminó decidido hacia el joven que limpiaba con afán el altar. Al llegar,
probó suerte.
—Hello. You speak Spanish?
—Sí —contestó sonriente—. Además, muy bien. Me obligaron a estudiar este idioma a la
fuerza. ¿En qué puedo ayudarles?
—Nos gustaría, si es posible —el inspector se mostraba sonriente en todo momento—,
hablar con el párroco de un asunto.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 110

—Pues me temo que va a ser imposible —contestó el muchacho frunciendo el ceño—,


pero el párroco ha tenido que ausentarse por motivos que desconozco durante todo el día.
Estoy preocupado porque ni siquiera sé si estará aquí para los oficios de la tarde. Espero que
me llame pronto y me diga qué hago, la gente se puede enfadar si no aparece sin más.
—Vaya, qué lástima. ¿Y no podría darnos su teléfono móvil para poder hablar con él? Es
que es de vital importancia.
—Lo siento. Me lo tiene prohibido. Es un hombre de raro carácter. Si se lo doy, me espera
una buena charla. Pero, si pudiera yo ayudarles…
Carolina y Nicolás se miraron. Dudaron si hacer partícipe al muchacho. Puede que por su
juventud pudieran aprovecharse y conseguir su propósito.
—Pues, mire —probó suerte el inspector—, mi esposa y yo hemos venido expresamente a
ver las cuatro iglesias templarias. Estamos un poco decepcionados porque hemos encontrado
las otras tres cerradas. No sabe la ilusión que nos haría poder verlas, aunque solo fuera un
rápido vistazo.
—Entonces, supongo que quieren que yo les abra las otras tres.
—Si no es mucha molestia… Mi mujer es historiadora, adora todo lo que tenga que ver
con el mundo del Temple. Le estaríamos muy agradecidos si nos hiciera ese favor.
—Me temo que no puedo serles de ayuda en ese aspecto. Están cerradas bajo llave y sólo
el párroco las tiene. Yo sólo me dedico a ayudarle en tareas de limpieza de la iglesia. No
tengo acceso a lo que necesitan, lo siento, de verdad.
Ninguno de los dos pudo reprimir su desesperación en su rostro ante una nueva negativa.
Aquello estaba siendo demasiado complicado.
—Gracias, de igual manera —se despidió Nicolás.
El joven volvió a sus quehaceres y ambos se alejaron de él un poco.
—No sé qué podemos hacer ya —comentó una desesperada Carolina.
—No me creo que el cura solo tenga un juego de llaves. Tiene que haber otras. ¿Y si se le
pierden?
—¿Y qué sugieres?
Nicolás la miró con los ojos muy abiertos.
—No —contestó esta—. Soy la primera que quiere llegar al fondo del todo, pero nos
podemos meter en un lío muy gordo. ¿No has visto que el propio gobierno le ha denegado al
Vaticano su apertura? Estamos hablando de la Santa Sede, quizá la institución más poderosa
de todo el mundo.
—Pero, entonces, no tenemos más posibilidades de entrar en ellas.
Carolina se quedó unos segundos pensativa.
—Espera, puede que quede otra, ven —dijo.
Nicolás la siguió con la incertidumbre de no saber qué iba a hacer. Se dirigió nuevamente
al joven.
—Hola de nuevo —dijo con voz segura—. Perdona que te molestemos de nuevo, pero
tengo que insistir en el asunto de que nos dejes echar un pequeño vistazo. Venimos en
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 111

representación del Museo Arqueológico Nacional, de España. Estamos elaborando un


informe y podemos nombrarlas en él, eso hará que se tripliquen los visitantes, créeme. Estoy
seguro que el párroco sabrá agradecértelo cuando el cepillo de la iglesia se llene hasta los
topes a diario. Pero para poder hacerlo, tenemos que verlas.
El joven la miró a los ojos. Dudaba.
—Síganme, por favor.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 112

Capítulo 25

Ronne, domingo 22 de agosto. Interior de la iglesia.

Todavía sorprendidos por el cambio de parecer del joven, Carolina y Nicolás lo siguieron.
No podían creer que un truco tan sencillo hubiera dado ese golpe de efecto que parecía que
no llegaría. Era por eso que Nicolás andaba alerta. No le olía demasiado bien todo aquello.
Los tres entraron en lo que parecía ser el despacho personal del párroco.
Estaba adornado de forma austera pero con cierta clase. Los muebles que lo componían
presentaban cierta antigüedad, se le notaba en el propio desgaste que se podía ver en ellos.
Varios cuadros con motivos religiosos revestían las paredes de la estancia. Un gran crucifijo
tallado en madera presidía la habitación, justo encima de lo que parecía ser la silla en la que
se sentaba el sacerdote. Una gran pila de papeles era lo único que había encima de la mesa.
Carolina no quiso mirar el crucifijo de forma directa. Nicolás se percató de eso. Sabía de
sobra por qué.
—Entonces —habló al fin el joven—, según me han comentado, vienen en representación
del Museo Arqueológico Nacional.
—Sí —contestó Carolina—.
—He oído hablar mucho de ese museo. Sólo he estado una vez en España y fue en
Barcelona. Quise ir a Madrid con la intención de poder verlo, entre otras cosas, pero el viaje
fue tan fugaz que no me dio tiempo a nada.
—Vaya —dijo la muchacha—, si vuelves estaré encantada de hacerte de guía
personalmente por el propio museo. Y ahora, supongo que nos has traído porque vas a
permitirnos el paso.
—Lo haré, pero antes tengo que asegurarme de ciertas cosas. ¿Por qué no han dicho
primero lo del museo? Si quieren que les sea sincero, suena a excusa.
—Verá —Nicolás seguía manteniendo las distancias lingüísticas aunque su interlocutor
fuera tan joven—, cada vez que vamos a un lugar y decimos que somos del museo, nos miran
con cierta desconfianza. No sé si piensan que por ese dato, somos ladrones de arte y nos
vamos a llevar lo que encontremos para España. Es algo que nos ofende y lo solemos evitar.
El muchacho arqueó una ceja.
—Ya… —contestó al cabo de unos segundos—. Bueno, ¿entonces me dan su palabra de
que su interés es meramente profesional?
—Desde luego.
—Está bien. En ese caso esperen aquí. Hay una llave guardada en ese armario del fondo.
Nicolás se giró hacia Carolina. Sonrió triunfal hacia ésta. Se sorprendía a sí mismo por
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 113

ser capaz de generar esas historias con tanta fluidez mental. Si había algo que no soportaba en
absoluto era mentir —mucho menos que le mintieran—, pero él mismo se auto convencía que
aquellas eran mentiras piadosas, pues al fin y al cabo no hacían daño a nadie y a ellos los
acercaba un poco más hacia la verdad.
La muchacha le devolvió la sonrisa. Le dolía tener que utilizar la memoria de su padre
para lograr sus objetivos, pero si aquello estaba dando resultado, como parecía ser, al menos
merecía la pena hacerlo. La sonrisa se le borró por completo al instante.
Nicolás, desconcertado al ver ese cambio de actitud por parte de la joven, se giró sobre sí
mismo para ver qué lo había provocado.
El muchacho les apuntaba con un arma.
La primera reacción de ambos fue la de levantar las manos hacia arriba, en señal de que
no iban a hacer tontería alguna que pusiera en peligro sus vidas.
Nicolás, que ya tenía experiencia en ese tipo de situaciones trató de encontrar la calma
necesaria para poder hablar.
—Escúchame —dijo—, no hagas ninguna tontería. Fuera hay mucha gente y, no sé si has
disparado un arma, pero hace un ruido de mil demonios. Si nos disparas te cogerán con las
manos en la masa y créeme, no te gustará estar en la cárcel unos cuantos años.
—No me trates como si fuera tonto. Sé de sobra a qué habéis venido. Pero no, no os lo
llevaréis con vosotros.
Nicolás miró de reojo a Carolina. Estaba blanca del susto por el que estaba pasando.
Respiró hondo, ese joven no les iba a disparar, si lo hubiera querido, ya lo habría hecho. Trató
de aprovechar el titubeo del muchacho es su propio favor.
—No sabemos de qué nos hablas. No queremos llevarnos nada. Es verdad que hemos
venido con un propósito claro, pero ni mucho menos es robar. No te puedo contar nada más,
sólo que no estamos aquí para lo que sea que crees.
El muchacho estaba cada vez más nervioso. El inspector notó cómo le temblaban los
brazos. Es como si el arma le pesara diez kilos.
—Por favor, baja el arma —le dijo Nicolás bajando sus brazos en alta y mostrándole la
mano en tono amistoso y conciliador.
—Lo haré si me decís quiénes sois en realidad.
El inspector miró a Carolina, buscando una aprobación en sus ojos. Pero ésta no
reaccionaba, estaba aterrada por el pánico que le suscitaba la situación.
—Mi nombre es Nicolás Valdés, soy inspector de la Policía Nacional española. Si me
dejas, te enseño mi identificación.
El muchacho negó con la cabeza, no se fiaba.
—Ella —siguió hablando el inspector—, es Carolina Blanco. No te hemos mentido del
todo cuando te hemos hablado del Museo Arqueológico Nacional. Es hija de su director,
aunque estamos aquí por razones bien distintas a las que te he contado. Pero por favor,
créenos cuando te digo que no queremos hacer nada malo.
Sin más, y como si hubiese visto un fantasma, el joven bajó el arma. Se acababa de
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 114

quedar atónito.
En otro tipo de situación, Nicolás se hubiera abalanzado sobre él aprovechando el
momento para arrebatarle el arma y tomar él el control, pero parecía ser que ya no
representaba peligro alguno. Respiró aliviado.
—Eres el guardián. ¿Verdad? —Preguntó Nicolás.
—Por esa pregunta, supongo que habéis conocido a Francisco ya. Eso me alegra porque
me quita a mí el peso de tener que explicarlo todo. Sí, soy yo.
—No te ofendas, por favor, pero, ¿no eres algo joven?
—Dependiendo para qué. Supongo que para este cometido sí lo soy. Tengo veintiún años.
Llevo dos años siéndolo, desde que falleció mi padre, el antiguo guardián.
Nicolás recordó lo que les había contado Francisco sobre la herencia de cargos. Miró
rápido a Carolina, seguía sin hablar, impactada por la situación que acababa de vivir. Se
preguntó si lo que realmente pretendía su padre con todo aquello no era sino darle por
herencia su cargo en lo que fuera que fuera aquello.
—Siento lo de tu padre —dijo al fin Carolina.
—Yo también siento lo del tuyo. Don Salvador era una de las mejores personas que he
podido conocer jamás. Estaba hecho de otra pasta, no sé si me explico, pero sé lo que quiero
decir.
—Gracias —respondió Carolina cabizbaja.
—Tengo una pregunta que me ronda y la tengo que soltar. ¿El párroco sabe algo de esto?
El muchacho negó con la cabeza.
—Está tan metido en sus propias cosas que no sabe ni qué ocurre a su alrededor. Además,
ocultar el secreto es sencillo. No suele venir nadie preguntando por él. De hecho, sois los
primeros desde que estoy en el cargo.
—Y otra cosa, ¿nos hubieras disparado?
El muchacho rió.
—Ni siquiera es de verdad, mira.
Le dejó a Nicolás el arma. En efecto, era una pistola de esas que disparaban bolitas de
plástico mediante aire comprimido. Pero el realismo del arma era alucinante. Se preguntó en
cuántas ocasiones, cacos de verdad habían llevado un arma de este tipo, imposible de
verificar desde la distancia.
—Y además —siguió hablando el muchacho—, ni aunque lo fuera. Cuando he pensado
que estabais en el otro bando me he asustado mucho. No podría hacer nada contra ellos, por
eso quería disuadirlos. La traje cuando supe lo de su padre.
—¿Cuál es el otro bando? —Preguntó Carolina.
—Ni idea, ojalá lo supiera, pero está claro que lo hay. Creo que quedó claro con lo que
pasó. Pero dejémonos de palabrerías. Supongo que estáis aquí para algo en concreto.
Nicolás y Carolina se miraron y asintieron, a la vez.
—Antes que nada, mi nombre es Aksel —dijo tendiendo su mano.
—Encantado, Aksel —Nicolás le devolvió el gesto. Acto seguido lo hizo Carolina.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 115

Una vez acabadas las presentaciones, dio media vuelta y dejó el arma de juguete en el
lugar del que la había sacado. Se acercó hasta uno de los cuadros que había colgado en la
pared. En este, se representaba la llegada del Espíritu Santo en los Apóstoles. Lo quitó, dos
agujeros quedaron a la vista, separados un par de centímetros el uno del otro. Introdujo dos
dedos en ellos y, al parecer, los dobló por la articulación hacia arriba. Un clic sonó.
—Si se encuentra esto, se pueden meter los dedos, pero si no se hace este movimiento, no
pasa nada. Los pulsadores están hacia arriba —explicó.
Nicolás no salía de su asombro. Recordó esas películas antiguas en las que, en un castillo,
se giraba un candelabro y aparecía un pasadizo secreto detrás de una estantería.
El clic había sonado cerca de donde los españoles estaban, en el suelo. Aksel se acercó
hasta ellos y le indicó con la mano para que se apartaran un poco. Llevaba en su mano una
pequeña palanca de acero como la que sacó en su momento Francisco, en Tomar y la
introdujo en un pequeño agujero que había en el suelo. Nicolás se sorprendió de que estuviera
ahí, porque acababa de mirar cuando había oído el chasquido y no había visto nada. Era
diminuto.
Ansel hizo palanca y una losa de piso se levantó por completo. Al igual que en Tomar, se
intuía una escalera para descender en la que cabía justa una persona.
Antes de decir nada, Aksel se acercó hasta la puerta y la cerró con llave por dentro.
—Espero no os importe esto. El párroco no volverá en todo el día, pero no quiero que nos
llevemos una sorpresa. O incluso que a un turista le dé por ir más allá de la mera visita. Así,
además, puedo dejar la losa abierta, que desde el otro lado cuesta algo más abrirla.
A ambos jóvenes les pareció bien. Les hubiera parecido bien lo que hubiera dicho. Sólo
pensaban en bajar por esa escalerilla.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 116

Capítulo 26

Ronne, domingo 22 de agosto. Túnel bajo la iglesia.

En esta ocasión, dejaron que fuera Aksel el que bajara primero. Acto seguido lo hizo
Carolina para después hacerlo Nicolás. Antes de bajar volvió a mirar hacia la puerta —
aunque estuviera cerrada con llave—, como nervioso por si entraba alguien de pronto y los
veía bajando por esa escalera. Ambos españoles supusieron que abajo les esperaría un túnel
sin luz muy parecido al que habían visitado en Portugal. Cuando llegaron abajo, comprobaron
que no se equivocaban.
La oscuridad lo anegaba todo, casi ni podían verse ellos mismos. Aksel, al igual que
Francisco, tomó una antorcha de la pared y, ayudado por un mechero, la prendió.
La luz que brindó el objeto fue suficiente para que, al menos, pudieran ver un par de
palmos delante de sus narices. La galería por la que comenzaron a andar era idéntica a la de
Tomar, era innegable que sus constructores eran los mismos.
—¿Y ya está? —Preguntó de pronto Carolina.
—¿Cómo que ya está? —Respondió con otra pregunta Aksel.
—En Tomar, tuvimos que resolver un acertijo con los adoquines para acceder al túnel.
Nos costó lo nuestro. Aquí hemos llegado, hemos hablado contigo y ya estamos andando por
él.
Aksel sonrió. Y esa sonrisa no gustó nada a ambos jóvenes.
—Me temo que no va a ser tan sencillo —dijo al fin.
Carolina agachó la cabeza de la propia vergüenza. Prefirió no abrir más la boca hasta que
viera cómo se iba desarrollando todo.
Continuaron andando hasta que no tuvieron más remedio que detenerse. El camino se
bifurcaba a izquierda y derecha.
—Como ya os diría Francisco, mi ayuda se limita a traeros hasta aquí y, si acaso, hacer
alguna puntualización necesaria. No puedo contaros nada más y el camino lo debéis de hallar
vosotros mismos.
—Me lo temía —contestó Nicolás.
—Pues, ya sabéis. Seguid el camino que creáis correcto.
Nicolás miró bien para un lado y para otro. Se veía lo mismo en ambos, prácticamente
nada. Resopló y miró a Carolina para ver qué decía ella.
Su cara habló. Tampoco tenía ni idea de qué hacer.
—Tenemos un cincuenta por ciento de posibilidades. Por lo que nos la tenemos que jugar
con uno. ¿Vamos primero por el de la derecha? —Preguntó el inspector.
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—Dale.
Ambos comenzaron andar, con cautela, por el pasillo que se abría a su lado derecho. No
sabían qué era lo que podían encontrar en él, por lo que sus pasos eran algo inseguros. Toda
precaución era poca. Nicolás llevaba en su mano la antorcha que había encendido
previamente Aksel. La movía de un lado para otro para iluminar lo mejor posible paredes,
techo y suelo. Puede que lo que buscaran estuviera ahí. ¿Quién sabía?
El propio Aksel los seguía a unos pocos centímetros de distancia.
El inspector vio cómo el pasillo acababa a unos tres metros de donde ellos estaban en ese
momento. Se acercó despacio hacia el final, que lo delimitaba una pared. Al llegar e
iluminarlo bien, comprobó cómo en el centro de la propia pared había una puerta cerrada. Al
acercarse todavía más vieron como ésta parecía estar blindada. No tenía pomo.
Carolina se acercó a la puerta y trató de empujarla. No cedía, obviamente.
—Ilumíname bien todo lo que hay alrededor —dijo ésta—, tiene que haber un modo de
poder abrirla.
Nicolás obedeció y le dio luz a todo lo que había alrededor de la puerta. Carolina fisgoneó
cada rincón, tocándolo con sus propias manos por si había algún ladrillo suelo o un pulsador
oculto. Recorrió cada centímetros hasta en tres ocasiones. A pesar de que el pasillo mostraba
una frialdad parecida a la del ídem de Tomar, estaba sudando presa del nerviosismo y la
desesperación que comenzaba a llegar al ver que no encontraba nada.
—¡Joder! —Exclamó— No hay nada.
—Tranquila. Pensemos. No hemos ido hacia el otro lado. Puede que hayamos fallado en
la decisión.
Dicho esto dieron media vuelta y deshicieron el camino andado. Pasaron de nuevo por la
bifurcación y, en esta ocasión, tomaron el camino contrario.
Esta vez andaban con algo más de seguridad. Al parecer no hallarían nada en medio del
pasillo que les pusiera en peligro. De igual manera, los ojos de Nicolás se movían a un ritmo
frenético buscando algo que le pudiera llamar la atención. Llegaron hasta el otro extremo.
Como en el otro lado, había una pared con una puerta en medio. Ésta sí tenía pomo.
Carolina y el inspector se miraron aliviados. Al parecer, ya estaban en el buen camino. Se
dispusieron a entrar cuanto Aksel los paró en seco.
—Antes de que lo hagáis, os tengo que explicar de qué va esto.
—Tú dirás —dijo Nicolás.
—Esta puerta es la entrada. La otra que habéis visto es la salida. Ambas son de sentido
único. Al pasar, hallaréis algo muy parecido a un laberinto, solo que con puertas. Sólo si
seguís el orden correcto de las mismas, llegaréis hasta la sala en la que se encuentra la llave
que habéis venido a buscar.
—Perfecto entonces, ¿no?
El rostro de Aksel se ensombreció.
—No. No es tan sencillo. Debéis de elegir bien la puerta que escogéis. De igual forma,
son puertas de un solo sentido. Y si os equivocáis de al elegir, la habitación en la que
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 118

entraréis tendrá también tres puertas, solo que no se abrirá ninguna. Os quedaréis encerrado
de por vida en ellas.
—¿Perdona? —Nicolás no daba crédito a lo que acababa de escuchar.
—Me temo que es lo que oyes. No habrá salida posible.
—¿Estamos locos? ¿Nos estás diciendo que vamos camino a una trampa mortal?
—Siento muchísimo daros esta noticia. Pero es que esto es así. No lo ideé yo, me limito a
informar de cómo son las cosas. No estáis obligados a entrar. De hecho, si no queréis, nos
marcharemos por donde hemos venido. Sólo quiero que sepáis las opciones que tenéis. Si
entráis, tiene que ser por vuestra propia voluntad, sabiendo a lo que os exponéis.
Nicolás miró a Carolina. Ésta mostraba una extraña sonrisa. Como si tuviera una idea.
—Lo siento, Carolina —dijo Aksel al percatarse de la sonrisa—. Sé lo que estás
pensando. Pero tanto si entráis en la habitación correcta como si no, hasta que no cerréis la
puerta anterior, no se activará el mecanismo que permite que las siguientes se abran. No
podéis dejar la puerta abierta mientras probáis las tres siguientes. Lo tenían todo pensado.
—Pero, ¿cómo es eso?
—Hace quinientos años, había un complejo sistema de engranajes, poleas y resortes. He
visto planos que guardaba mi padre de cómo estaba montado. Pero creo que os fijasteis en
Tomar en cómo todo había cambiado a mejor. La tecnología nos ayuda también con esto, se
ha cambiado todo el sistema por uno electrónico. Espero me hayáis entendido bien y, sea cual
sea vuestra decisión, la realicéis por voluntad propia.
Nicolás y Carolina se miraron. Reconocían que la explicación que les había dado el
muchacho les ponía los pelos como escarpias por el propio pavor que les provocaba. ¿Qué
debían hacer? Desde luego que querían llegar hasta el fin, pero poner en riesgo sus vidas de
aquella forma, suponía tener que tomar una decisión que hasta el día de hoy jamás habían
tenido que hacer.
—¿Qué hacemos? —Quiso saber Nicolás.
Carolina no respondió al instante. Seguía pensando si merecía la pena jugarse la vida por
todo aquello. Puede que entrara, pero que no saliera jamás. De pronto, una imagen vino a su
mente. Su padre, crucificado, aparecía con nitidez en sus pensamientos. Su respiración se
aceleró y su corazón bombeaba sangre a un ritmo frenético. Nicolás, que se dio cuenta de la
reacción de la muchacha, colocó su mano sobre el hombro de ésta.
Ella abrió los ojos. Lo miró directamente a los suyos.
—Entremos —dijo con determinación.
Aksel no sabía si alegrarse por esa decisión. En el fondo no quería que entraran, no quería
cargar en su conciencia con la posible desgracia si no sabían elegir bien una de tantas puertas.
Sintió el impulso de decirles el orden correcto, incluso de darles él mismo la llave. Pero se
había comprometido con su padre. Con el resto de guardianes. No podía hacerlo. Trató de
serenarse pensando que era decisión de ellos, así lo habían querido.
Se acercó hasta la manivela que abría la puerta. La abrió.
—Por favor —dijo—, salid.
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Cuando pasaron, la volvió a cerrar. Esperó que ambos fueran capaces de resolver el
enigma.
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Capítulo 27

Ronne, domingo 22 de agosto. Laberinto de puertas.

Acababa de cerrarse la puerta a sus espaldas y Nicolás ya maldecía una y otra vez la
situación que estaban viviendo. Desde luego, no era nada favorable para ambos. Desde el
momento en el que había comenzado a ayudar a Carolina, sabía que se exponía a un riesgo
mortal constante, pero suponía que venía del propio factor humano. Alguien los podría estar
persiguiendo y darles una muerte parecida a la que había sufrido el padre de Carolina, pero
no imaginaba que ese peligro pudiera venir de la mano de las propias pruebas que estaban
realizando. Ahora sentía más miedo al lugar en el que se encontraba a que alguien le metiera
un tiro por la espalda. Sabía de sobra que para salir victoriosos de aquello, la clave era
encontrar primero la calma. Pero era muy fácil pensarlo. Otra cosa era hacerlo, dada la
incómoda situación en la que se encontraban. Por unos momentos anheló estar sentado en su
cómoda silla en su despacho compartido. Con su ordenador, sus papeles… Cualquier cosa
menos estar ahí, mirando de cara a, quizá, una de las peores muertes posibles.
Carolina, que no conseguía ocultar el pánico que sentía por la situación en sus ojos,
observaba sin pestañear las tres puertas que tenía enfrente de ella. ¿Cuál de ellas sería la
correcta? ¿Y por qué razón lo sería? Su mente era un batiburrillo de dudas, temores y una
gran dosis de ansiedad. Juntas formaban un cóctel algo peligroso. Esperó que no se agitara.
—¿Crees que Aksel cumplirá y nos dejará encerrados? —Quiso saber Nicolás.
—Ojalá lo pudiera saber. Puede que nos esté asustando para nos esforcemos a tope.
—Ya, pero, ¿y si no?
Carolina lo miró. Sus ojos lo decían todo.
—Espero que su conciencia le hable y no le permita dejarnos morir lenta y agónicamente.
Joder, es que no me imagino lo que puede llegar a ser eso.
—Lo mejor es que no demos pie a que ocurra esa desgracia. Tratemos de encontrar la
salida de este lugar.
—Perfecto. ¿Y ahora?
La muchacha, que no había dejado de mirar hacia las puertas, no sabía qué decir.
—Empiezo a pensar que esto es más una cuestión de suerte que de lógica o inteligencia.
Lo malo es que no sé cómo andamos de eso en estos momentos. No veo nada con esta mierda
de luz —comentó malhumorada—, si han cambiado el sistema, ¿qué les había costado poner
una bombilla? Las tres parecen idénticas. Vamos a acercarnos, a ver si hay algo que las
distinga.
Nicolás obedeció sorprendido. Era la primera vez que la veía enfadada de aquella forma.
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Pero en realidad, la entendía. Era verdad que si se habían modernizado, lo podían haber
hecho del todo.
Se acercó con el fuego a las puertas, la primera que iluminó fue la de en medio.
Carolina se acercó todo lo que pudo para revisarla bien. Hubo un detalle debajo de la
manivela que le llamó la atención.
—Mira, hay dibujada una cruz templaria debajo de la manivela.
Nicolás se agachó ligeramente para poder ver lo que Carolina le indicaba.
—¿Hay algún detalles más en la puerta? —Quiso saber este.
La muchacha la revisó a fondo. No, no había nada más.
Acto seguido fue a mirar la puerta de la derecha. En ella también encontró la misma cruz.
En la de la izquierda, también estaba. Muy a su pesar, esa no era la señal que debían seguir
para saber cuál era la correcta.
Resoplando instó a Nicolás a que le iluminara los laterales, tocó cada rincón de la pared.
Nada. Buscó por el suelo a continuación. Tampoco.
—Creo que hay algo encima de la puerta. Creo es una palabra.
Según decía esas palabras, el inspector se acercó hasta el punto. Levantó todo lo que pudo
la antorcha y la zona quedó plenamente iluminada.
—Creo que pone Nylars. ¿Qué es Nylars?
Carolina se paró a pensar. Esa palabra le sonaba de algo y no sabía de qué. ¿Dónde la
había visto?
Nicolás, al ver su actitud no dudó en preguntar.
—¿Te suena?
—Sí, estoy segura. Lo he visto.
Hizo un recorrido por su memoria, como si de un ordenador se tratara, distintas imágenes
se fueron sucediendo. Su memoria fotográfica era un don que les podía venir muy bien en
aquellos momentos. La imagen que esperaba ver se plantó en todo el centro de su mente. Lo
veía claro.
—Nylars es el nombre de una de las otras tres iglesias. Las otras dos son Olsker y Nyker.
¿Pone eso encima de las otras?
Nicolás, sorprendido ante lo que acababa de hacer la muchacha se acercó para
comprobarlo. En efecto, encima de las otras dos puertas se podía leer los nombres de Olsker
y Nyker.
—¿Tengo que entender, entonces, que estas puertas nos llevan a una de las iglesias? —
Quiso saber el inspector.
—No lo sé —respondió Carolina—, pero hasta ahora esas inscripciones son lo único que
tenemos. Hay que pensar para qué son, por qué están ahí.
Nicolás las miró de nuevo de arriba abajo, como si esperara que el poder de su mente le
mostrara el camino a seguir.
—¿Has utilizado tu memoria fotográfica para recordar de qué te sonaba el nombre?
—Claro —contestó la chica—, me quedé con la información que nos daba la página web
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que visitamos la noche antes de venir por si nos servía para algo.
—Joder, pero eso es estupendo. Ahora, Carolina, necesito que la visualices de nuevo.
Piensa si hay algún detalle que te pueda llamar la atención. Algo que puedas relacionar con
las puertas que tenemos en frente.
«Algo que nos salve la vida», pensó.
La muchacha hizo lo mismo que hacía unos instantes. Repasó la imagen que su cerebro
había guardado. Pero por más que le dio vueltas, no vio nada que le pudiera llamar lo más
mínimo la atención.
—Lo siento, pero no sé qué decirte —comentó al fin.
—Tranquila —quiso tranquilizarla—, ya se nos ocurrirá algo.
Estuvieron dándole un rato vueltas a todas las ideas que les llegaban a la cabeza sin llegar
a ninguna conclusión, no había nada que les indicara qué era lo que tenían que hacer.
Carolina hasta intentó jugar con las propias palabras, buscando anagramas en latín que
pudieran llegar a transformarse en un luminoso que les indicara la puerta correcta.
Nicolás, cansado de estar tanto tiempo de pie sin conseguir nada, se acercó hasta una de
las paredes y se sentó en el suelo, apoyando la espalda. Apartó todo lo que pudo de sí mismo
la antorcha.
—Qué calor da esto. Voy a salir de aquí con la cara morena.
Carolina sonrió por el comentario. Era increíble que le quedara algo de humor a pesar de
lo que estaban viviendo. Se sentó a su lado.
—¿Y si nos quedamos encerrados aquí? —Preguntó.
—No sé ni qué contestarte, Carolina. Intento ser positivo y pensar que vamos a salir de
esta, pero no veo una salida clara. La verdad, preferiría morir de otra forma.
—Supongo que lo único que nos quedará, si no damos con la solución, es probar nuestra
suerte y meternos por una de las tres. Tenemos un treinta y tres por ciento de posibilidades de
acertar.
—O un sesenta y seis de fallar.
—No seas tan negativo, anda. Acabaremos saliendo de esta. No creo que el muchacho nos
deje aquí encerrados para siempre. No nos llevaremos la llave, pero dudo mucho que nos deje
aquí olvidados. Es imposible que pueda dormir por las noches sabiendo eso.
—Espero que no te equivoques. Lo único malo de todo esto es que el tiempo juega en
nuestra contra. Es inevitable que según pasen los minutos, las horas, nuestra desesperación
por salir crezca. Va a ser difícil pensar con algo de claridad así.
—Vale, pues forzaremos nuestros cerebros para que encuentren la solución lo antes
posible.
Nicolás comenzó a sonreír.
—¿Qué? —Quiso saber Carolina.
—Que es gracioso. Los dos parecemos montañas rusas. Nuestros ánimos suben y bajan a
una velocidad de vértigo. La parte positiva es que no vamos en concordancia. Cuando tú estás
arriba, como ahora, yo estoy abajo. Y al revés.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 123

Carolina sonrió también. No lo había pensado.


—Formamos un buen equipo, entonces.
—El mejor.
Acto seguido, ambos volvieron a sumergirse en sus pensamientos. Nicolás se levantó un
par de veces, más otras dos que también lo hizo Carolina, para comprobar de nuevo si dentro
de la sala había algo que se les escapaba y les servía de ayuda para poder elegir el camino
correcto. Pero no encontraban nada.
Así pasaron las dos siguientes horas. Nicolás, la mayoría del tiempo estaba más
concentrado en no dejarse llevar por la desesperación que en plantearse posibles soluciones
para el acertijo. Carolina, en cambio, no dejaba que su cerebro descansar en la búsqueda de
una posible vía, pero para su desgracia, nada tomaba la forma que ella buscaba.
Nicolás, a pesar del creciente nerviosismo, notó que tenía algo de hambre pues sus tripas
comenzaban a rugir. Recordó que llevaba en el bolsillo del pantalón un paquete de chicles de
clorofila que había comprado la tarde anterior mientras paseaban por el pueblo. Al menos se
echaría algo a la boca.
—¿Quieres un chicle? —Le dijo a la joven antes de sacarlos.
—No, gracias. Guárdamelo por si luego, a la noche, tiene que ser mi cena —comentó
sonriente e intentando ser positiva.
Nicolás le sonrió. Él si tomaría uno. A ver si engañaba algo al hambre.
Metió la mano en su bolsillo para sacarlos, al hacerlo, notó un papel en él. Lo sacó. Era la
transcripción de la nota que el padre de Carolina le había dejado. La abrió y la observó.
Hubo algo que hizo que sus sentidos se pusieran alerta.
—Carolina, hemos obviado algo.
Ésta salió de su ensimismamiento y le prestó toda su atención.
—Mira estas cuatro palabras. En ningún momento las hemos tenido en cuenta y tienen
que significar algo.
La joven las miró.
«Grande, alta, pequeña, conservada»
En esta ocasión no le costó rebuscar entre su cerebro para encontrar lo que buscaba.
Acababa de visualizar la imagen por enésima vez, por lo que lo vio con total claridad.
—Creo que ya sé lo que tenemos que hacer.
Nicolás dio un salto y se incorporó.
—¿Cómo dices?
—Lo que oyes. Es todo mucho más sencillo de lo que pudiera parecer. Además, ¿tienes el
folleto que nos han dado antes? El que habla de las iglesias. Puede que confirmen mi teoría y
así lo podrás ver tú también.
Nicolás rebuscó entre sus bolsillos. Inconscientemente lo había guardado en su bolsillo
trasero. Lo sacó y se lo dio a la muchacha.
Ella echó un rápido vistazo, confirmó lo que pensaba.
—Mira —le dijo—. La página web que vimos muestra la misma información que el
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 124

folleto. Supongo que es un texto estándar que tienen, pero eso lo debió servir a mi padre para
asegurarse que encontraríamos la forma de pasar esta prueba. Las cuatro palabras son la clave
de las puertas a seguir.
—No te entiendo una palabra, Carolina.
—Es fácil. Mira lo que dice: la iglesia redonda de Østerlars es la más conocida y la más
grande de Bornholm. ¿Ves? Utiliza la palabra «Grande» Y además, coincide que es en la que
estamos, por la que hemos entrado. Mira lo que dice de Olsker: Con sus 26 metros de altura
es la más alta y más elegante de las cuatro iglesias redondas de Bornholm.
—Por lo que se refiere a la segunda palabra, «alta».
—Eso es. Si es que no puede ser más sencillo. Mira qué dice de las otras dos. Aquí dice
que la de Nylars es la mejor conservada de las cuatro, y que la de Nyker, es la más pequeña.
Coincide al cien por cien con las palabras que escribió mi padre.
Nicolás sintió que un cosquilleo le recorría el estómago. Una vez más, había asistido a
una nueva muestra de brillantez por parte del difunto director. De nuevo había utilizado lo
más fácil, lo más obvio quizá, para enmascarar la solución del acertijo que se les planteaba.
Su admiración por él no podía llegar más alto.
—Pues creo que ya tenemos claro lo que hacer —dijo Carolina—. Estamos en la grande,
ahora toca la alta. ¿Le echamos valor?
Nicolás la miró y sonrió.
—Le echamos valor.
El inspector agarró de nuevo la antorcha, que había dejado un círculo negro en el suelo y
se acercó hasta la puerta que tenía en su parte de arriba escrito la palabra «Olsker». Respiró
profundo, agarró la manivela y la movió hacia abajo. La puerta se abrió y lo primero que hizo
fue asomar la antorcha hacia adelante. Un pasillo aparecía delante de sus ojos.
Esperó a que pasara Carolina y soltó la puerta, que gracias a unos muelles en sus bisagras,
se cerró sola de nuevo, a cal y canto. Ya no había vuelta atrás. Esperó que sus pesquisas
fueran bien encaminadas. Lo único que les quedaba ya era seguir adelante.
Caminaron por el pasillo. Éste era idéntico al que tenían justo al bajar las escaleras. De la
misma forma que antes, cuando llegaron al final se toparon con una pared y una puerta de
entrada. En esta ocasión fue Carolina la que la abrió. Nicolás metió la antorcha y se les reveló
una sala idéntica a la anterior.
La sensación era algo mareante, pues revivían una y otra vez lo mismo. Si perdían la
concentración y no sabían en qué punto de su propia solución se encontraban, podrían quedar
atrapados para siempre ahí abajo. Como en la ocasión anterior, se acercaron para leer los
letreros de las puertas.
—Aquí dice Nylars, Østerlars y Nyker, si seguimos aplicando la misma lógica, ahora
tocaría entrar en la pequeña, es decir, en la de Nyker —comentó Carolina.
—Adelante, pues. Estas paredes parecen que se están estrechando. Me da la sensación de
que hasta va quedando menos aire —dijo Nicolás abriéndose el cuello de la camiseta con los
dedos.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 125

—¿Claustrofobia, inspector?
—Y yo que sé, nunca la he tenido. Pero es que nunca he estado recorriendo las galerías
que hay bajo una iglesia que tiene más de ochocientos años de antigüedad. La sensación no es
muy cómoda, que digamos.
Carolina no pudo más que darle la razón.
Abrieron la puerta con el letrero de «Nyker». Un nuevo pasillo se extendía frente a ellos.
Hicieron de nuevo el recorrido, esta vez con algo más de prisa. Si todo iba bien, sólo les
quedaba una sala que visitar. Entraron en la misma, una vez más, las puertas con los letreros.
En esta ocasión optaron por la que quedaba, la que ponía «Nylars». Al pasar, por enésima vez
se encontraron un pasillo. Eso hizo que su nerviosismo creciera hasta cotas peligrosas.
Pensaban que ya encontrarían la salida. Eso les desconcertaba y aterraba a la vez. Esperaban
no haberse equivocado. Necesitaban salir ya. Al llegar al final y encontrarse una nueva
puerta, Nicolás la abrió con decisión. Respiró aliviado cuando comprobó que la nueva sala no
era como las demás. Ya no había tres puertas, sólo una, que seguramente sería la de la salida.
No había decoración alguna en las paredes, como las anteriores, pero su esperanza se vio por
fin recompensada cuando comprobaron el pequeño altar en el que había un cofre encima,
esperándolos.
Nicolás se dejó caer de rodillas al suelo.
—¿Estás bien? —Quiso saber Carolina.
—Te juro que pensé que no lo contábamos. Nunca he estado en una situación parecida.
Reconozco que ha podido conmigo.
—Venga —le ofreció su mano—, levanta. Tenemos que salir del todo de aquí.
Ambos se acercaron al arca con decisión. La abrieron sabiendo que encontrarían una
llave. No se decepcionaron cuando comprobaron que ahí estaba. Aguardándolos. Carolina no
se conformó con ese premio solamente y rebuscó para ver si había otra nota de su padre,
como en el cofre anterior. Y sí, ahí estaba. Apenas quiso mirarla. Sabía que no era el
momento ni el lugar. Prefirió salir cuanto antes de ahí. Ella también estaba agobiada, pero no
había querido decirle nada a Nicolás para no minar sus ánimos.
Cuando salieron por la puerta, se encontraron a un Aksel sonriente.
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Capítulo 28

Ronne, domingo 22 de agosto. Salida del laberinto.

Aksel los miró de arriba abajo. Parecía que quería asegurarse de que no les había pasado
nada extraño. Sabía que las habitaciones en sí no tenían ningún peligro que los pudiera herir,
pero aun así, no podía evitar sentirse aliviado al comprobar que habían conseguido salir de
ahí dentro ilesos. Además, no sólo eso, una de los efectos más normales y que, sinceramente,
esperaba que les hubiera ocurrido, es que se hubieran desquiciado en el interior de las
habitaciones. Su padre le contó que la finalidad de esa prueba era verificar si los nervios del
aspirante a conocer el tesoro estaban preparados para enfrentarse a la aterradora verdad. Y es
que una vez que él ya conocía el secreto, no podía más que darle la razón. Sólo las mentes
más fuertes estaban preparadas para eso. Y, desde luego, una prueba como aquella lo
demostraba.
Aun así, todavía les quedaba para llegar hasta esa verdad.
Estando fuera, esperándolos con paciencia y ciertas dosis de desesperación al ver que no
salían, pensó que quería entrar a buscarlos. No se sentía capaz de haberlos dejado encerrados
con la única seguridad de que acabarían muriendo después de agonizar. Estaba claro que no
podría vivir sabiendo eso. El no haber tenido que traicionar la memoria de su padre entrando
él mismo también era una recompensa para él. Aunque esa parte prefirió guardársela y no
compartirla.
Carolina miró triunfal a Nicolás. Su cara era un poema, se le notaba que había sufrido
mucho dentro del laberinto. No es que le gustara saber eso, pero sí era cierto que agradecía
ver esas dosis de humanidad en el inspector. Él se empeñaba en llevar todo el día puesto el
traje de Batman, para protegerla, le gustó poder ver el Bruce Wayne que llevaba dentro.
Y lo que más satisfacción le brindaba era haberse puesto a prueba ella misma de aquella
forma y haber salido vencedora. ¿Quién le iba a decir que en un momento así su mente
seguiría trabajando, incluso con más eficiencia que en una situación normal? Si se lo
hubieran contado, no lo hubiera creído, por lo que sintió que la victoria sabía mucho mejor en
condiciones como aquella.
Nicolás, que llevaba la llave en la mano todavía, se la mostró a Aksel.
—Lo conseguimos —dijo sin ocultar que sus nervios estaban al borde del colapso.
—No sabes cómo me alegro. Me habéis hecho pasar un mal rato.
—Bueno —intervino Carolina—, dejemos de pensar en eso. Lo importante es que
estamos aquí, con la llave y con la nota. Ahora falta que seamos capaces de encontrar la
localización y así poder tener la última llave con nosotros.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 127

—Estoy seguro de que podréis. Si habéis llegado hasta este punto, nada debería resistirse
a vosotros. De verdad, me habéis dejado atónito. La parte positiva de todo esto, es que esta
experiencia os servirá para fijaros en detalles que creíais que no servían para nada en futuras
búsquedas. Y ya no hablo solo de las llaves. Hablo de la vida, en general.
Nicolás lo miró sorprendido. Parecía mentira que alguien de veintiún años hubiera podido
soltar una frase parecida.
—Esto… —intervino de nuevo la muchacha—. Siento interrumpir tan bonito momento,
pero o salimos de aquí o pierdo la cabeza. Necesito aire.
—Tienes razón, salgamos fuera.
Volvieron por el primer pasillo por el que habían pasado, dejaron la antorcha colocada en
su lugar una vez la hubieron apagado, subieron por las escaleras y Aksel se aseguró que todo
quedara colocado de nuevo en su sitio, pera que nada se notara.
Atravesaron la iglesia en sentido contrario y salieron a la calle.
Nicolás dejó que sus pulmones se llenaran completamente de aire. Lo necesitaba. No le
importaba que la temperatura a esas horas rozara la del propio infierno. No le importaba que
nada más salir su frente se llenara de sudor por el mismo motivo. No, no le importaba nada
de eso. Nunca, jamás, había apreciado tanto poder meter con tanta facilidad aire en sus
pulmones. Miró a Carolina, ésta hacia exactamente lo mismo.
—Aksel, no sé cómo te podemos agradecer esto, pero es muy importante lo que has
hecho por nosotros. No hace falta que digas nada, pero sé que no nos hubieras dejado dentro
en caso de no hallar la salida. Ahora, con la segunda llave, todo cambia. Tenemos que darlo
todo para llegar hasta la tercera y así entender por qué estamos haciendo todo esto. Estoy
seguro que al final comprenderemos que ha merecido la pena —dijo el inspector.
—Es lo único que puedo aseguraros. Que todo habrá merecido la pena. Seguid así, no os
desviéis del camino y encontrad la verdad. Cuando la sepáis sólo vosotros podréis decidir qué
hacer con ella. Demostrad en la tercera prueba que sois merecedores de conocerla. Ya queda
menos. Mi padre decía algo: Todo gran esfuerzo, merece una gran recompensa. Y os aseguro
que así será.
—Eso esperamos.
Los tres se despidieron amistosamente con una promesa similar a la que le habían hecho a
Francisco. Cuando todo acabara y la tormenta hubiera pasado, volverían a Bornholm a visitar
con más calma la ciudad. Desde luego les parecía que merecía la pena hacerlo.
Montaron el coche, se miraron y sonrieron. Nicolás agradeció más que en toda su vida
poder realizar un acto tan cotidiano como volver a conducir. Puso rumbo al hotel.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 128

Capítulo 29

Ronne, domingo 22 de agosto. Hotel Griffen.

Llevaba un buen rato dando vueltas en su habitación. Tenía las manos cruzadas en la
espalda. Por primera vez, en mucho tiempo, se sentía inquieto, nervioso, totalmente
desesperado. La sensación que le producía tener que estar ahí, esperando sin más, le producía
tal desasosiego que notaba como una angustia creciente se apoderaba de él. Necesitaba
acción y la necesitaba con cierta urgencia. Estaba cansado de esperar.
Era un hombre de actos, no de paciencia. Y sí, era una virtud indispensable para los
trabajos que le tocaba hacer, pero su necesidad de movimiento constante era mucho más
fuerte. Y por su bien y el de la propia operación, más le valía que eso diera un giro de ciento
ochenta grados.
Miró por enésima vez por la ventana. El suave oleaje del mar Báltico lo apaciguaba en
cierto modo. Había veces que cerraba los ojos y se imaginaba flotando sobre ese mismo agua.
Sin más pretensión que dejarse llevar por la corriente. Quizá su parte humana no estuviera
muerta del todo. Él, desde luego, no se iba a parar a buscarla, por si acaso.
Tuvo que calmar varias veces a su instinto. Éste le pedía bajar y darse una vuelta por los
alrededores. Algún incauto se cruzaría por su camino y quizá así podría desahogarse algo
mientras veía a su víctima suplicar por su vida. No dejaría rastro que le pudiera inculpar y,
sobre todo, podría venir incluso bien para afrontar con algo más de calma su tensa espera.
Con total sinceridad, no lo hizo porque sabía que el coordinador acabaría enterándose de
una manera u otra. La reprimenda sería de órdago y quizá quitara algún cero de la cifra que se
le iba a ingresar en su cuenta suiza. Era curioso ese último pensamiento. Su cuenta ya tenía
bastantes ceros acumulados, solía gastar muy poco dinero para sobrevivir, pero verla crecer le
otorgaba un placer muy distinto al que sentía cuando mataba, pero un placer al fin y al cabo.
Sonrió al comprobar que sus dos únicas pasiones en la vida eran el dinero y la muerte.
Seguía dando vueltas por la estancia, caminando de un lado para otro, cuando de repente
escuchó algo en su sistema de transmisión. Se acercó corriendo al aparato esperanzado en que
no fuera el servicio de limpieza. Desconocía si había pasado ya o no.
Cuando escuchó la voz de Carolina, emitió una macabra sonrisa. Ya era hora de que
llegaran.

****

Ronne. Hotel Griffen, habitación de Nicolás y Carolina.


Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 129

Tras cerrar la puerta a sus espaldas, lo primero que hizo Carolina fue mirar hacia la cama
sin ocultar su ansia. Tomó impulso y, como una niña deseosa de saltar en ella, se tiró.
—Ufff —dijo mientras se apartaba el pelo de la cara y se colocaba boca arriba—, pensé
que nunca más volvería a catar una.
—Mira que eres exagerada.
—¿Exagerada? Tú has visto lo mismo que yo, menuda prueba, ¿habrá muerto alguien a lo
largo de toda la historia mientras realizaba esta prueba?
Nicolás levantó los hombros antes de responder.
—Vete tu a saber —dijo—. Ahora vivimos en la era de la información y, aunque nos ha
costado relacionar la información que ya teníamos, nos ha sido muy fácil dar con ella. Piensa
que nos aparecía tanto en el folleto que me dieron como en la página web. No sé cómo lo
harían antes.
—También es verdad que puede que tuvieran que elegir las mismas puertas, pero con otro
tipo de acertijo. Aksel nos dijo que todo se había modernizado, puede que los propios
acertijos también.
—Sea como sea, ahora tenemos que ir a por la tercera llave. Y tengo miedo, ¿sabes?
—¿Miedo tú? Entonces, si tú tienes miedo, ¿qué debería tener yo?
Nicolás se tomó el comentario con cierto humor.
—No, a ver, me explico. Si lo piensas, en la primera llave, la de Tomar, nos costó algo
encontrar la localización, pero una vez allí, para conseguir la llave la prueba no fue tan
complicada. En esta todo ha cambiado. Las dificultades han crecido considerablemente,
llegando a jugarnos la vida y todo. Si impera la lógica, la tercera prueba tiene que ser la más
difícil de todas. Y, joder, si eso implica que también sea peligrosa, pues qué quieres que te
diga, me asusta.
—A ver, Nicolás, si no quieres…
—Ni continúes con la frase —la interrumpió de golpe el inspector—. Ya te dije que iría
contigo hasta el final. No puedo haber pasado todo esto para dejarlo de buenas a primeras.
Pero es lógico que todo esto me inquiete. Alfonso siempre está diciendo que soy un robot,
que ni siento ni padezco, pero a ver, es una fachada. Me gusta mantenerme profesional en mi
trabajo, mostrarme fuerte, pero por dentro soy tan blando como con trozo de mantequilla
sobre un pan caliente.
Carolina no supo qué decir. No esperaba esa confesión por parte del inspector. Era verdad
que daba esa imagen de roca indestructible, pero parecía ser que dentro de esa coraza
habitaba un ser extremadamente sensible. Nunca lo hubiera imaginado. Aunque reconocía
que eso le atraía.
—Y bueno, vamos a dejarnos ya de historias y vamos a darle caña a esa nota —dijo de
pronto Nicolás.
Carolina asintió, buscó un papel y un bolígrafo y repitió la misma operación por tercera
vez ya. En apenas unos minutos tenía resuelto el criptograma.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 130

«MUY BIEN, HIJA MÍA, ESTOY MUY ORGULLOSO DE QUE HAYAS LLEGADO
HASTA ESTE PUNTO. PARA LA SIGUIENTE LLAVE, RECUERDA QUE NO TODO ES LO
QUE PARECE. DEBES BUSCAR EN EL ESPEJO. PALABRAS CLAVE: CASA, CAMINO,
CIEN. LA CLAVE ES EL 5»

Ninguno de los dos dijo nada tras leer el mensaje. No es que estuvieran ya dándole al
coco para darle sentido a eso, era que la información era tan confusa que sentían que no había
por donde cogerlo. El silencio se prolongó durante varios minutos. Al final, fue Carolina la
que se animó a hablar.
—¿No todo es lo que parece? A ver, no es por nada, pero todo lo que estamos viendo,
incluso las personas que estamos conociendo, no son lo que parecen.
—Es evidente, pero no debe referirse a eso. No puede ser. A mí, lo que me fastidiaría es
que se refiriera a que ni siquiera es real lo que estamos haciendo.
—A ver, Nicolás, creo que es más que evidente que todo lo que estamos viviendo es real.
—Te prometo, con el corazón en la mano, que yo ya no sé ni qué pensar. Necesito una
ducha. ¿Quieres entrar tú primero?
Carolina negó con la cabeza. Pensaba acerca de lo que su padre habría querido decir con
esa frase. Entendía las dudas de Nicolás, todo aquello era tan real y tan increíble a la vez que
lo más natural era que el propio cerebro, apelando a la lógica, les mandara recapacitar sobre
si todo eso no era más que una burda fantasía.
Nicolás dejó que el agua recorriera todo su cuerpo, sin más. Cerró los ojos y sintió que las
piernas comenzaban a fallarle, producto de un agotamiento mental extremo. Recordó de
golpe otras situaciones, bastante tensas, todo había que decirlo, en las que se había visto
sometido, como policía, a una tensión máxima. Pero ninguna de ellas le había provocado el
efecto que ese laberinto había conseguido. Quizá fuera el pensar que no saldría nunca de ahí
dentro, quizá el que su vida hubiera acabado de una forma tan absurda. No tenía ni idea lo
que era, pero todavía sentía parte del nervio que le había entrado mientras realizaba la prueba
bajo tierra.
Secó bien todo su cuerpo, se colocó el pantalón corto, la camiseta de tirantes y salió.
Cuando lo hizo, observó cómo Carolina lloraba.
No lo pensó, se abalanzó sobre ella y la abrazó fuerte.
No preguntó por qué lloraba. No quería saberlo, no era necesario que se lo dijera. Tan
solo quería ofrecerle su hombro para que la muchacha se desahogara.
Ésta se dejó abrazar, pero no sólo eso, devolvió el abrazo rodeando la espalda de Nicolás.
Se dejó llevar por su olor. Olerle le hacía sentir bien, aunque no podía dejar de llorar. La
situación estaba pudiendo con ella. La desesperación de que todo transcurriera tan lento
estaba acabando con unos nervios que comenzaron a destrozarse en el momento en el que su
padre no apareció en el Café Colón. Se sentía tan impotente que sólo quería llorar. Derramar
lágrimas. Nada más.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 131

Estuvieron un buen rato abrazados. Carolina se separó de manera lenta del inspector.
Éste, de forma tierna, le limpió el torrente de lágrimas que inundaba su cara. Ella movió las
comisuras hacia los lados. El intento de sonrisa se quedó sólo en eso, en un intento.
—¿Estás mejor? —Preguntó preocupado.
La muchacha asintió. No era verdad, pero sí era cierto que no le apetecía seguir llorando.
—Escucha, ¿por qué no te das un baño relajante? Pero de esos que tienen mucha espuma.
Yo pediré algo de comer. Mientras preparan la comida puedes estar ahí metida. Cierra los
ojos y trata de no pensar en nada. Todo acabará saliendo bien. Llegaremos hasta el fondo del
asunto, te lo juro.
Carolina lo miró y se lo agradeció con una profunda sonrisa. Ahora sí le apetecía hacerlo
de forma sincera. Sin decir nada se levantó y se metió al cuarto de baño.
Nicolás, que quería darle tiempo para que se relajara de verdad y disfrutara del baño,
decidió no pedir de manera inmediata la comida. En vez de eso, tomó el papel y empezó a
darle vueltas a todo una y otra vez, analizando todos los sentidos posibles que pudieran tener
aquellas palabras.
No quiso hacer una búsqueda en el ordenador todavía. Prefería esperar a Carolina a para
eso y, antes, tendrían que comer algo e incluso descansar si lo sentían como necesario. Se
tumbó sobre la cama un rato.
Al cabo de unos veinte minutos, decidió que era el momento de llamar al servicio de
habitaciones. Descolgó el teléfono y marcó el número que le indicaba la carta con el menú
que tenía en la mano.
—Room service? —Contestó una voz en inglés.
—Speak spanish? —Preguntó él a su vez.
—One moment, please —dijo la voz—. ¿Hola? —Preguntó otra bien distinta al cabo de
unos segundos.
—Sí, hola, llamo desde la habitación cuatrocientos veintitrés. Tengo la carta en la mano,
pero no puedo decidir qué pedir, ¿tienen alguna especialidad que nos recomienden?
Al formular la pregunta y de manera totalmente inocente, su vista fue a parar hacia la
mesita de noche, más en concreto hacia la lámpara que encima de la misma descansaba.
De repente lo vio.
Diminuto, tanto que más bien parecía un pequeño bicho que recorría la propia lámpara
por dentro, pero él sabía bien lo que era.
Había visto varios a lo largo de su trayectoria. Sabía que ése, en concreto, era de los
caros.
Un micrófono inalámbrico de alta precisión. Alguien los estaba escuchando.
—¿Señor, sigue ahí? —Preguntó su interlocutor.
—Sí —contestó tratando de disimular el creciente nerviosismo que —. Disculpe, creo que
se había cortado, no he oído nada.
—Le he dicho que nuestra especialidad es la carne de ciervo cocida en su propio jugo.
—Perfecto, nos suben dos raciones.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 132

—¿Querrán algún vino tinto para acompañar la carne?


—Sí, sí, claro…
—Perfecto, en unos veinticinco minutos o media hora tendrán la comida en su habitación.
Buenas tardes.
—Buenas tardes.
Colgó.
Sin perder tiempo y antes de que saliera Carolina, tomó el mismo papel en el que habían
descifrado el criptograma y con el bolígrafo comenzó a escribir.
Esperó con calma a que saliera la muchacha del baño. Su cara era otra, desde luego.
Lo primero que hizo Nicolás fue ponerse el dedo en sus labios, mostrándole que
necesitaba silencio absoluto. Acto seguido, le mostró lo que había escrito. Carolina lo leyó
mentalmente.

«No lo leas en voz alta, nos están espiando. Hay un micrófono en la lámpara de la
mesita de noche, por favor, actúa como si no lo hubiera, intenta ser natural. Ahora vamos a
comer tranquilamente y a charlar como si nada. No nos harán daño porque sea quien sea
necesita la tercera llave, de todas maneras yo cuidaré de ti. Intenta no hablar de nada más
relacionado con nuestra investigación. Ahora después, mientras hablamos y disimulamos, voy
a comprar por Internet unos billetes de avión. Nos largamos de aquí»

Carolina sintió que el corazón le daba un vuelco tras leer la nota que Nicolás le había
escrito. Miró al policía con gesto desesperado. Nicolás la trató de calmar haciendo un gesto
con ambas manos, en él parecía mostrar que tenía la situación bajo control. Luego le dedicó
una mirada que, la joven no supo cómo, pero consiguió apaciguarla.
—¿Qué has pedido al final para comer? —Preguntó con la mayor naturalidad que fue
capaz de encontrar, a pesar de que le temblaban las piernas.
Nicolás le guiñó un ojo. Lo estaba haciendo muy bien.
—Los del servicio de habitaciones me han comentado por teléfono que la especialidad era
el ciervo. Espero que no acabemos con una indigestión los dos.
Carolina rió bastante nerviosa. Cuando subieran la carne, pensó que ni sería capaz de
comerla. Lo único que quería era montarse en un avión con rumbo a Madrid y pasar la noche
con Nicolás y Alfonso. Estar con dos inspectores de policía al menos le haría sentirse segura.
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Capítulo 30

Domingo 22 de agosto. Avión rumbo a madrid.

Nicolás no podía dejar de mirar atrás ni siquiera cuando estuvo montado en su asiento
dentro del avión. El abrazo de la paranoia lo tenía bien agarrado y era incapaz de zafarse de
él. Carolina puso la mano en su hombro para tratar de tranquilizarlo. No es que ella no
estuviera nerviosa, era que necesitaba al inspector calmado o su propia sensación de
seguridad desaparecería de un plumazo. Y eso es lo peor que le podía pasar en aquellos
momentos.
Habían devuelto el coche para sorpresa del dueño del renting, todavía le quedaban dos
días prorrogables y no eran muchas las ocasiones en las que se los devolvían antes de tiempo.
Nicolás insistió en que no le devolviera los días no utilizados. Sólo quería salir de ahí cuanto
antes y montarse en el avión. La sensación de no saber quién o qué les estaba siguiendo lo
estaba agobiando sobremanera. Y no era por su propia seguridad, ni mucho menos, todo su
miedo venía por Carolina.
Puede que quién los estuviera siguiendo fuera la misma persona que había hecho eso a su
padre, por lo que su desasosiego era incalculable.
Ya habían hecho el transbordo y, tras aguantar cerca de una insufrible hora, habían
embarcado en el vuelo que los llevaba de vuelta a la capital española.
Nicolás sintió la mano de Carolina en el hombro y trató de serenarse. Respiró hondo
varias veces y pensó él mismo lo que le había dicho a la muchacha.
«Necesitan la tercera llave, hasta entonces no tratarán de hacernos nada»
Miró por la ventanilla del avión. Había insistido a Carolina que se sentara ella misma en
ese sitio, pero alegó que en los otros aviones ella ya había estado ahí y no aceptó que el
inspector no se colocara en ese lugar. No dijo nada, aunque lo agradeció. Por ella, aparte de
nubes por debajo —y a duras penas debido a que era de noche—, no se veía absolutamente
nada. Pero lo relajaba de alguna extraña forma.
Encontrar billetes disponibles tan pronto no les había salido nada barato, pero Carolina
insistía en hacerse cargo de todos los gastos con una cuenta compartida que tenía con su
padre. Decía que él mismo hubiera querido que ese dinero fuera destinado a tal causa, por lo
que el inspector no pudo ni rechistar. Aunque reconocía que se sentía algo avergonzado pues
parecía que se estaba pegando la vida padre a costa del dinero de una persona brutalmente
asesinada. Aunque esa vida padre fuera de la mano de un riesgo evidente para sus vidas.
El vuelo no era demasiado largo, aunque decidió cerrar los ojos y tratar de dormir algo.
Temía que la noche iba a ser larga e iba a ver pasar todas las horas en el reloj, por lo que si
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 134

descansaba algo, su cuerpo —y su mente— lo iba a agradecer.


Carolina, por su parte, recordaba la última vez que su padre y ella se vieron en el Café
Colón. No quería hacerse daño recordando esas cosas, pero era inevitable y, en el fondo,
agradecía tener esos recuerdos tan latentes.

—Carolina, hija, hacen falta más de mil resfriados para que yo vaya a un matasanos de
esos —dijo con su habitual tono de falso cascarrabias—. Es que entras con un simple catarro
y acabas saliendo de la consulta con una enfermedad mortal.
—Papá, ¿por qué eres tan cabezota?
—Porque me parezco a ti. ¿O era al revés?
Carolina supo cómo jugar en ese momento, tenía la mirada ensayada desde que era bien
pequeña y sabía que no le iba a fallar.
Cuando Salvador vio los ojos de su hija, su rostro se ablandó considerablemente.
—No sé cómo lo haces, pero siempre acabas consiguiendo lo que quieres —dijo mientras
movía por enésima vez su café—. Bueno, iré. Pero quiero que sepas que pesará sobre tu
conciencia que salga de la consulta con algo más que un resfriado. Seré un viejo insufrible al
que tendrás que cuidar.
—No digas eso, papá. No me gusta que bromees con eso.
—No, no, no. Conozco muchos casos que de amigos que han ido con un simple dolor de
muelas y han acabado alimentando a los gusanos. Tú verás.
—Desde luego, no sé cómo te soporto.
—Pues porque me quieres tanto o más de lo que yo te quiero a ti.
Sonrió.

Cuando la muchacha salió de sus pensamientos, no se dio cuenta de que en verdad ella
estaba sonriendo. Miró hacia Nicolás y lo vio con los ojos cerrados. Quizá fuera una buena
idea descansar algo, aunque fuera poco.

****

Ciudad del Vaticano.

Dentro del despacho del Cardenal Guarnacci se mantenía una acalorada conversación
entre él mismo y el Secretario Papal. De todos los residentes en el diminuto Estado,
Guarnacci sólo confiaba en ese hombre con plenitud. Ya eran más de treinta años de amistad
y lealtad, empujándose el uno al otro cuando hiciera falta para seguir subiendo peldaños en la
escalera de la Iglesia. Ambos pensaban de una manera parecida en cuanto a los valores
cristianos que, según repetían una y otra vez en todos y cada uno de sus encuentros, se
estaban perdiendo en pos de una anarquía moral sin precedentes.
Sus discusiones siempre acababan abordando el tema de la progresa en el seno de la
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 135

propia Iglesia. El actual Papa era habitualmente criticado en estos encuentros y, la fantasía de
Guarnacci sentado en el sillón de Pedro con el actual Secretario de mano derecha, acababa
siendo el tema estrella.
Guarnacci, viendo cómo se estaban desarrollando los acontecimientos —según le había
contado el coordinador—, decidió que por fin era el momento de poder compartirlo con la
única persona de la que se podía fiar. A sabiendas de que nadie más lo iba a oír, le relató, con
pelos y señales, cada detalle de la operación que se estaba llevando a cabo. No escatimó en
palabras para relatarle la muerte del viejo según él la conocía. También lo puso al día de
cómo su hija ahora les estaba realizando todo el trabajo sucio. Todo estaba saliendo a pedir de
boca y la euforia corría por las venas del Cardenal, que relataba todos los pormenores
orgullos.
—¿Qué harás una vez que te hagas con eso? ¿Lo descubrirás? —Se interesó el Secretario.
Guarnacci rió airadamente antes de contestar.
—¿Bromeas? Piénsalo. Teniéndolo en mi poder, nadie dentro de este lugar me tosería.
—Ya, pero creo que ya tienes suficientes enemigos como para que te sigas buscando más.
—Son una panda de viejos asustados. Los pilares de la fe se resquebrajarían y ellos
perderían todo su poder, ya no servirían para nada.
—Ni tú.
Volvió a sonreír.
—Créeme, su miedo es tan grande que harán lo que yo quiera. Además, eso sólo lo haré
en caso de que las cosas no salgan como yo quiero. Lo fundamental es presentarme como el
hombre que salvó a la Iglesia de una debacle.
—Eso ya lo veo más claro.
—Pronto llevaré el Anillo del Pescador.
—Y yo estaré a tu lado.
—Sé que lo harás, viejo amigo.

****

Ciudad del Vaticano.

Como persona cauta que era, no quiso entrar en el despacho cuando escuchó que el
Cardenal hablaba con alguien. Iba a marcharse, no quería escuchar una conversación privada
de su nuevo mentor, pero sin querer llegó justo en el momento en el que Guarnacci le relataba
la muerte de Salvador Blanco a la persona que lo acompañaba dentro.
Sintió que las piernas le flaqueaban. No dudó en escuchar el resto de la conversación.
La cabeza comenzó a darle vueltas y una gota de sudor frío le recorrió toda la columna,
hacia abajo. No sabía qué era lo que más le impactaba de todo aquello, si alguien que daba su
vida a Dios era capaz de hacer todas esas cosas para salirse con la suya, o la sensación de
haber estado todos estos años sumido en una mentira. Toda su fe, todas sus creencias, todo lo
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que había predicado se esfumaba de golpe al oír las palabras de Guarnacci al otro lado de la
puerta.
No era tonto. Sabía de las atrocidades que había cometido la Iglesia a lo largo de los
siglos. Nunca había defendido eso. Era otra época, era otro tipo de mentalidades. El mundo
actual, supuestamente había cambiado. Pero ahora se daba cuenta que no. Fuera como fuese,
no se podía justificar la muerte de nadie bajo ningún pretexto.
Volvió a su cabeza lo de los Caballeros Templarios. ¿Eso era verdad? ¿Existía algo así en
el mundo actual?
Toda su fe se tambaleaba en aquellos instantes, aun así, debía seguir luchando por esa
Iglesia que daba de comer al hambriento, que proporcionaba consuelo al desconsolado, que
orientaba al perdido.
No sabía de qué manera, pero debía impedir que asesinaran a la chica y al policía.

****

Madrid. Aeropuerto de Barajas.

—Como empiece a cobraros por esto, me forro —comentó un irónico Alfonso a modo de
bienvenida—. ¿No podíais venir por la mañana, como haría todo hijo de buen vecino?
Nicolás sonrió. Agradeció que el cafre de Alfonso no dejara de ser él mismo y pudiera
hacerlo sonreír en situaciones así.
Llegaron a la vivienda de ambos y pasaron al interior. Dejando las maletas cerca de la
puerta, Nicolás no lo pensó y se tiró encima del sofá casi de un salto.
—Bueno, ¿me vais a contar de una vez qué es lo que ha pasado? Lleváis todo el camino
como si se os hubiera comido la lengua el gato —quiso saber el inspector Gutiérrez.
—Es que es muy largo y complicado —dijo Nicolás desde el sofá.
—Pues empieza desde el principio. Lo mismo, lo entiendo.
Fue Carolina la que narró todo lo acontecido en Bornholm. Según lo hacía, se dio cuenta
que había vivido más en los últimos días que quizá en los últimos diez años de su vida. No
sabía si considerar eso algo positivo o no, pero el caso es que así era.
—Me cago en la puta. Si se han metido dentro de un hotel, lo pueden haber hecho aquí
mismo. Nicolás, levanta tu culo de ahí, vamos a hacer una batida por todo, no me fío de nada.
Nicolás lo miró sorprendido. Tenía razón. No lo había pensado. ¿Quién le decía que la
casa no estaba microfoneada?
De un salto se incorporó. Alfonso y él trazaron un plano mental de recorrido por toda la
vivienda en busca de sistemas de transmisión. Sabían en qué lugares en concreto buscar,
aunque ninguno de los dos iba a dar como obvio nada e iban a registrar minuciosamente cada
rincón de la casa.
Así lo estuvieron haciendo durante casi dos horas. Cuando finalizaron, Nicolás no sabía si
sentirse satisfecho al no haber hallado nada, o fracasado, por no haber sabido encontrarlo en
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 137

el caso de que sí los hubieran. Trató de, por una vez, ser positivo y pensar que su casa era un
lugar seguro, libre de escuchas. Si querían resolver todo aquello de manera satisfactoria, no
podían estar comunicándose todo el tiempo en clave ni con papelitos escritos. Tenían que
poder hablar con libertad. Y lo pensaba hacer, al menos dentro de su casa.
Carolina y Nicolás tomaron asiento en el sofá del salón, al poco apareció Alfonso con
varios refrescos.
—¿Y ahora? —Quiso saber Alfonso.
—Toca resolver la nota. Luego, iremos a buscar la tercera y última llave.
—Creo que deberías llevar tu arma.
—¿Estás loco o qué coño te pasa? Imagina que la tengo que dispara, ¿cómo quieres que
justifique que, estando de vacaciones, llevo mi arma encima? Además, no puedo pasar por un
aeropuerto con el arma.
—Sabes que sí puedes si te identificas y das parte.
—Eso sólo hace que deje constancia de dónde voy y de lo que estoy haciendo.
—Vale, vale. Lo entiendo. De todas formas siempre puedes recurrir al mercado negro.
—Joder, Alfonso. ¿En serio me dices eso?
—Coño, Nicolás, sólo intento que nos vuelen la cabeza. No me hace ni puta gracia todo
este asunto. ¿Qué quieres que te diga?
Nicolás vio el gesto amargo de su amigo y trató de serenarse. Tenía razón, lo único que
hacía era preocuparse por ello.
—Está bien. Alfonso, lo tendré en cuenta. Primero, creo que deberíamos saber dónde
tenemos que ir. Una vez lo sepa, consideraré qué hacer para estar protegidos. No dejaré que
nos pase nada. Ya me conoces.
Alfonso relajó su rostro. Sí, conocía de sobra al inspector como para saber que la
seguridad de Carolina —y la suya propia— no podía estar en unas mejores manos.
—Creo que deberíais dejaros de búsquedas esta noche —comentó Alfonso—. Mirad la
hora qué es y el meneo que lleváis en el cuerpo. Deberíais descansar. Mañana será otro día.
Nicolás miró a Carolina. Su gesto cansado no necesitaba hablar para confirmarle que
quería hacer lo que Alfonso había propuesto. Tenía razón. Mañana sería otro día.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 138

Capítulo 31

Madrid, lunes 23 de agosto. Casa de Nicolás y Alfonso.

Nicolás escuchó ruidos por enésima vez. Había desechado la idea de salir antes pues
pensaba que su mente le estaba jugando malas pasadas. No había conseguido pegar ojo
todavía, eran las cuatro de la mañana y, por más que lo intentaba, no lograba conciliar. Algo
paranoico por lo que Alfonso le había dicho sobre el arma, había colocado la suya propia en
el primer cajón de la mesita de noche. Si hacía uso de ella en su propio domicilio, ante un
asalto en el que podrían morir, al menos no le costaría la carrera policial como si disparara en
otros casos —aunque sí unos cuantos líos burocráticos, de los que acabaría saliendo—.
Abrió el cajón despacio. Sintió el tacto del arma. Seguía sin saber si esos ruidos que
escuchaba eran producto o no de su imaginación.
Escuchó algo más.
Su corazón se aceleró. Cerró los ojos por unos instantes. Necesitaba su calma habitual. La
necesitaba con urgencia para hacer frente a lo que fuera.
Agarró el arma, le quitó el seguro y la colocó en posición. Andaba despacio, poniendo un
pie cruzado frente al otro para abarcar más ángulo visual. Necesitaba abrir la puerta de su
habitación sin hacer nada de ruido. Por suerte, sabía cómo hacerlo. Agarró la manivela por la
parte del eje y empujó hacia arriba levemente. Sabía que si lo hacía así mientras giraba la
empuñadura, no sonaría nada al tener tanto el pestillo como las bisagras más libertad de
movimiento.
Realizó con éxito lo que pretendía.
Sacó con cautela la cabeza hacia el pasillo. No veía nada. Volvió a escuchar un ruido.
Provenía del salón.
Muy despacio comenzó a andar. Trataba de que ni siquiera se escuchara el aire que
expiraba, con alientos cortos y muy repetidos. Llegó como un fantasma hacia la esquina en la
que ya tendría visión del salón. Acarició el gatillo con su dedo índice. No dispararía a matar
si no era realmente necesario. Esperó que no lo fuera.
Cuando se asomó, vio a Carolina sentada en uno de los sillones.
—Joder, Carolina, qué susto me has dado.
Ésta, alarmada al no esperar ver al inspector y ni mucho menos con el arma en la mano,
gritó sin poder remediarlo.
Acto seguido apareció en escena Alfonso, que corría con los ojos pegados y con su arma
también la mano.
—¿Qué pasa? —Quiso saber.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 139

—Que estamos todos muy nerviosos —contestó Nicolás—, eso es lo que pasa.
Alfonso los miró a ambos repetidas veces.
—La madre que os parió. Buenas noches.
Nicolás lo observó marchar de nuevo a su habitación.
—Lo siento, Carolina, no quería asustarte.
—No, no, lo siento yo —contestó sin poder dejar de mirar el arma.
El inspector comprendió que a la muchacha le incomodara aquella visión, por lo que sin
pensarlo fue y la dejó de nuevo en el cajón de su mesita.
—¿No puedes dormir? —Preguntó nada más salir.
—Ni siquiera puedo cerrar los ojos.
—Ya somos dos. Todo esto que está pasando es muy complicado de digerir. ¿Y eso que te
has salido aquí fuera?
—Es la primera vez en mi vida que sufro de insomnio. Al menos que yo recuerde. Las
paredes de la habitación se me echaban encima. Te prometo que me faltaba el aire.
—Créeme, sé de lo que hablas.
—¿A ti también te está pasando?
—Ahora no. Me cuesta dormir, pero por puro nervio. Pero he pasado por lo que tú. Otras
razones, pero el resultado fue el mismo.
—¿Y se te acabó pasando?
El inspector sonrió.
—Sí, puedes consolarte pensando que lo superarás. En mi caso, cuando conseguí destruir
la causa que me quitaba el sueño.
—¿Y qué era?
—Ya te lo contaré algún día. Por lo pronto puedes pensar que quizá no duermas bien
hasta que solucionemos todo este entuerto. Pero como eso será pronto, no tardarás demasiado
en caer rendida cada noche.
Carolina sonrió primero. Luego rió abiertamente.
—¿Qué? —Preguntó el inspector.
—Me estoy acordando cuando me dijiste ayer que parecíamos montañas rusas. Tenías
razón. Ahora tú estás de nuevo arriba. Yo abajo.
—Llegará el momento en el que los dos estemos arriba y no bajemos más, te lo garantizo.
La muchacha agradeció el positivismo de aquel momento del inspector. Lo necesitaba.
—Y supongo que todo el tiempo has estado dándole vueltas a la nota que tu padre dejó.
—Supones bien. Hay algo en ella que me inquieta.
—Cuéntame.
—La palabra «casa». Tengo la sensación de que hay algo oculto en su vivienda. Algo que
no vimos el otro día.
—Perfecto —comentó animado el inspector—. Mañana mismo iremos y veremos si es
así.
—Es que el problema es precisamente ese, Nicolás. Que no puedo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 140

—Ah, joder, perdona, no había caído. Si es por si ves algo que no quieres, hay unas
empresas de limpieza que nosotros mismos mandamos a situaciones así. Le preguntaré a
Alfonso si ya han ido, pero estoy seguro que sí.
—No, no es eso —contestó la joven—. Bueno, en parte sí, pero no. Es que no sé si soy
capaz de enfrentarme a ver la casa vacía, con sus cosas, pero sin él. El otro día pude por…
pues no sé ni por qué pude… supongo que el propio shock no me hacía pensar ni lo que
estaba haciendo. Pero ahora que soy consciente, me da hasta miedo pisar el Paseo de la
Castellana.
Nicolás la miró con ojos paternales.
—No te preocupes. Si quieres, iremos Alfonso y yo. El problema es que no sabremos
muy bien qué o dónde buscar, pero no pienso hacerte pasar por ese trago si no estás
preparada.
—Gracias —respondió la muchacha con los ojos vidriosos.
—De nada. Supongo que no te he insistido porque no creo mucho en estas cosas, por
razones que no vienen al caso. Pero si lo necesitas, recuerda que tienes a Marta Balaguer, una
de nuestras psicólogas, a tu entera disposición. Quizá sea una buena idea que la veas antes de
seguir con esto. Te puede ayudar.
—No te llevas demasiado bien con ella, ¿verdad?
Nicolás rió.
—Por llamarlo de alguna forma, sí. No sé, Marta y yo vemos la vida desde dos posiciones
totalmente diferentes. Ella se empeña en buscar un por qué a todo, a absolutamente todo. Yo
soy más de ceñirme a una prueba que a una conducta. He comprado en mis propias carnes
que es importante saber y conocer las motivaciones que hay tras un acto. Pero, déjame que te
hable con franqueza, no me importa saber cómo fue el pasado de la persona que le hizo eso a
tu padre. No me importa si mojaba la cama, no me importa nada. Me importa saber si ha
dejado una huella en el escenario y le puedo poner nombre. Es complicado porque una cosa
va de mano a la otra. Pero Marta conoce mis reticencias y las explota al máximo llevándome
muchas veces hasta el límite. Es buena en lo suyo, pero también un poco toca pelotas. Voy a
mandarle un mensaje ya mismo, sé que le gusta prepararse bien las cosas y sería bueno que
empezara a trabajar en ti.
—Pero, Nicolás, ¿has visto la hora que es?
—Da igual. Me pitarán los oídos un rato y ya está.
Carolina rió ante el comentario del inspector. Nicolás le envió dos mensajes de texto. En
ellos le pedía que concertara una cita con la muchacha en más o menos una semana —tiempo
que estimó más que suficiente para haber acabado con todo aquello en lo que andaban
metidos—.
—Y ahora, ¿por qué no vuelves a la cama? Al menos estarás más cómoda que en este
sillón.
—Vete tú, Nicolás. Prefiero quedarme aquí un rato para seguir pensando en mis cosas. No
quiero que se me sigan echando las paredes encima.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 141

El inspector no quiso insistir. Sabía que no debía presionarla pues su cabeza podía ser en
aquellos momentos una olla a presión a punto de explotar. Le deseó buenas noches y se
volvió para su habitación. Trataría de dominar los nervios y dormir.
Carolina siguió ahí sentada. Miraba a un punto fijo de la pared sin más pretensión que
pasaran las horas y se hiciera pronto de día. No quería presionarse a sí misma para armarse de
valor y ayudar a Nicolás en la casa de su padre para buscar una pista que les dijera adónde ir.
Sabía que tarde o temprano tendría que superar esa barrera que ella misma se había impuesto.
La vida tenía que seguir su curso, aunque todo estaba sucediendo tan rápido que sentía cierto
vértigo. Trató de tranquilizarse al comprobar que Nicolás también había pasado lo suyo y sin
embargo ahí estaba, entero, de una sola pieza.
No creía en Dios, por lo que agradeció al destino que, de alguna manera, ese chico se
hubiera acabado cruzando en su camino. No tenía ni idea de qué sería de ella en esos
momentos si no hubiera sido así.
Sin quererlo, su cabeza se fue de nuevo hacia la nota. Tenía dibujado con total nitidez el
papel en su mente. Se centró de nuevo en las palabras clave.
Echó su cabeza hacia detrás y cerró los ojos. Respiró hondo.
Las palabras empezaron a mezclarse entre ellas, como si tuvieran vida propia.
De repente lo vio claro.
Sobresaltada, dio un bote sobre su propio asiento. Tan sencillo. Tan claro.
Un primer impulso le llevó a ir corriendo hacia la habitación de Nicolás y contarle lo que
ya sabía, pero miró la el reloj que coronaba una de las estanterías que ambos inspectores
tenían. Las horas eran intempestivas, desde luego. Quizá lo mejor fuera dejar descansar al
inspector. Lo necesitaba a tope de facultades para lo que se les venía encima.
Fue hacia su propia habitación y se tumbó en la cama. Puede que fuera la satisfacción de
haber descubierto dónde tenía que ir, puede que fuera el cansancio extremo que azotaba su
cuerpo. Puede que fueran mil cosas. Pero cerró los ojos y cayó en brazos de Morfeo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 142

Capítulo 32

Madrid, lunes 23 de agosto. Casa de Nicolás y Alfonso.

Nicolás se levantó siete y media. Le sorprendió cómo su cabeza seguía funcionando al


ritmo que tenía los días de trabajo. Ni siquiera necesitaba despertador para saber que a esa
hora, justa, abriría los ojos. Salió todavía algo adormilado y, tras pasar por el cuarto de baño,
fue directo hacia la cocina. Necesitaba un café.
Al entrar en la estancia, se sorprendió gratamente al ver a Carolina ya dentro de ella. Y no
era por su presencia en sí tan temprano en ese lugar, sino porque ya estaba arreglada y su
rostro no mostraba el gesto de angustia que hacía tan solo unas horas tenía.
—Vaya —dijo Nicolás nada más entrar.
—¿Café? —Preguntó ésta mostrando la cafetera.
—Sí, por favor. Hoy empezamos temprano, ¿no?
—Y tanto. Sobre todo teniendo en cuenta que ya sé dónde quiere mi padre que vayamos.
Nicolás, que sostenía su taza en esos momentos para que Carolina le sirviera un poco de
café, la tuvo que dejar encima de la mesa para que no se le cayera.
—¿Qué? —Preguntó frunciendo el ceño y levantando las cejas a la vez.
—Como lo oyes. Ya sé dónde tenemos que ir. No era tan difícil, al fin y al cabo.
—Puede que sea porque estoy recién levantado. Pero o me lo explicas, o tú verás…
Carolina sonrió.
—A ver, no cantemos victoria todavía porque no sé el lugar concreto exacto, pero sí sé el
país. De sobra.
—¿Y?
—No tendremos que tomar aviones. Nos quedamos en España.
Nicolás analizó las palabras de la muchacha. Creyó comprender su deducción al pensar
que España era su casa.
—Vale, creo que entiendo lo que me quieres decir. Pero, ¿no es aventurarse un poco al
pensar que España es a lo que se refiere cuando habla de «casa»?
Carolina sonrió, triunfal.
—No, para nada. Mi padre repetía una y otra vez un «ya estoy en casa» nada más poner
un pie de nuevo en suelo español. Y lo hacía sin referirse ni siquiera a Madrid, pues cuando
me llamaba me lo decía aunque hubiera aterrizado en Sevilla, Barcelona o donde fuera.
Siempre llamaba casa a su país —hizo una pausa—. Luego está la palabra «camino». Si eso
ya no te lo confirma…
—¿Camino? ¿Crees que se refiere al Camino de Santiago?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 143

—Sin duda. Mi padre era un apasionado del Camino de Santiago. No podría decirte la de
veces que lo había realizado desde casi todos sus tramos disponibles desde Roncesvalles. Es
imposible que hable de otra cosa.
—No querrá que hagamos el Camino de Santiago…
—Eso ya sí que no te lo puedo decir. Pero todo apunta ahí. El lugar que buscamos está en
medio del propio Camino.
—Pero, ¿tiene que ver algo con los Caballeros Templarios?
—Sí, sin duda. Sé muy poco de la historia del Temple, o sabía, pero en la carrera estudié
esto que te voy a contar. En 1194 se firmó un tratado entre los reyes de Castilla y León.
Ambos reyes intercambiaron cinco castillos en el territorio del otro. Para garantizar la
seguridad de esos castillos, se llamó a la Orden para que hicieran una labor parecida a la que
se suponía hacían con los peregrinos en Tierra Santa. Protegerían el Camino de Santiago.
—¿Y conoces si hicieron alguna construcción que fuera famosa?
—No me cabe la menor duda. Es más, ya la visité hace unos cuantos años, con mi padre,
lo que no le presté más atención que la arquitectónica, como era lógico. El castillo de
Ponferrada es, quizá, la construcción templaria más importante de toda España. No me quiero
tirar de cabeza, pero apostaría a que es ese nuestro destino.
—¿Y el resto de palabras?
—Puede que sean claves una vez estemos ahí. Esta vez no pienso caer en el error de
desechar nada, no quiero que pasemos por lo mismo que en Bornholm.
Nicolas supo que tenía razón. En esta tercera búsqueda tenían un plus de, por llamarlo de
alguna forma, sabiduría. No debían caer en los mismos errores.
—De igual forma, vamos a cerciorarnos. Espérame unos segundos que voy a por el
ordenador.
El inspector fue a buscarlo. Cuando regresaba con él, Carolina lo esperaba sentada en el
sofá.
Lo primero que hizo el inspector en el ordenador, fue buscar información del castillo de
Ponferrada, cientos de referencias aparecieron en el buscador, Nicolás abrió la que le parecía
que podía ser más completa. Ambos comenzaron a leer. La página hablaba de su historia, de
sus leyendas, de cómo llegar hasta él, de qué no perderse por sus alrededores, pero nada que
les diera ese empujoncito de montarse en el coche e ir directos a él.
—Espera, ese «cien» que nos ha dejado tu padre podría querer indicar algo. Puede que
haya algo relacionado con ese número que nos confirme.
En el menú del navegador, abrió el comando «buscar en la página», introdujo la palabra
«cien» y apretó la tecla intro.
El buscador no encontró coincidencias.
—Espera, abro otras páginas y vuelvo a probar.
Así lo hizo, pero aparte de un par de coincidencias irrelevantes pues nada tenían que ver
con el propio castillo, no encontró nada.
—¿Y eso de «la clave es el cinco»? —Preguntó la muchacha.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 144

—Eso sí me suena a una directriz para tratar de resolver la prueba, al igual que «debes
buscar en el espejo». No sé, no lo veo relevante ahora.
—Esto —añadió el inspector—, se trata de meter las referencias en distinto orden. Nos
puede llevar algo de tiempo, pero en las otras dos ocasiones nos ha funcionado. Una de ellas,
bueno, dos, están claras. Las palabras España y Camino de Santiago deben aparecer.
—Y Templario.
—Vale, tres. Puede que metiendo esas tres y variando una última palabra más, logremos
sacar el sitio al que se refiere.
—Bueno, yo no soy muy experta en buscar cosas por Internet. Tú sabes lo que haces.
Nicolás sonrió y comenzó a probar lo que se le había ocurrido. Sin variar las tres primeras
referencias, rotó la cuarta probando casi todas las palabras de la propia nota. Cuando ya creía
que nada iba a dar el resultado deseado, introdujo la palabra «cien» como la cuarta. La
combinación y el orden de las palabras arrojaron varios resultados interesantes. Fue el tercer
en concreto el que hizo que Carolina sintiera algo.
—Mira, Nicolás. La iglesia de Santa María de Eunate, en Navarra. Aquí dice que, aunque
no está del todo claro su origen, se le atribuye a la Orden. Además, no sé cómo dudan, mira la
foto, tiene forma octogonal.
El inspector leyó los detalles que la página arrojaba sobre la iglesia. Sus ojos fueron
directos al significado de Eunate, una palabra cuya traducción del euskera significaba,
literalmente, «cien puertas». Eso era en referencia a la arcada que rodeaba la iglesia —algo
un tanto raro, pues sólo tenía treinta y tres arcos—.
—Es esta, Carolina. Lo sé.
—Yo también lo creo. Debe de ser.
—Pues si me dejas un rato para que organice el viaje, nos vamos enseguida. Por una vez
no cogeremos el avión.
—Vaya, ya me estaba acostumbrando a Barajas.
—No hay avión que iguale a mi coche, ya verás.
La muchacha sonrió a la vez que se levantaba para ir a preparar de nuevo su maleta. La
emoción de llegar al final de todo aquello hacía que su estómago se sintiera inquieto. No le
molestaba esa sensación. Sabía que era algo bueno.

****

Ronne. Hotel Griffen.

Sudaba. Sudaba como hacía tiempo que no lo hacía.


Y, además, no era el típico sudor de un sobreesfuerzo. No, este sudor era mucho más frío,
mucho más incómodo. Y es que los datos que llegaban a su ordenador le relataban que el
policía y la chica, no sabía de qué manera, habían vuelto a Madrid y estaban haciendo uso de
su ordenador.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 145

Por un momento se sintió desconcertado. ¿Por qué no habían hablado de volver? ¿Habían
descubierto su sistema de escucha? Si era así, todo se iría al garete. Si había algo que no
soportaba el coordinador era que algo se saliera del camino marcado por él mismo. Y mucho
menos si había sido por una inconsciencia por su parte. Si llegaba a sus oídos, parte del
dinero se esfumaría y no llegaría nunca a su cuenta. No podía permitir eso, por lo que
necesitaba actuar con velocidad, con la mayor celeridad posible.
Recogió todas sus cosas de golpe y salió hecho una furia de su habitación. Tenía que
llegar cuanto antes al aeropuerto y tomar los vuelos necesarios para aterrizar en España en el
menor tiempo posible.
Llamó a uno de sus pocos contactos en la capital española. Le explicó lo justo de la
situación y le pidió cobrarse uno de los favores que le debía. Tuvo la suerte, esta vez sí, de
que su ayuda viviera muy cerca de donde el propio inspector residía, por lo que el trabajo
sería rápido, como lo necesitaba. No le importaba haber averiguado adónde iban, quería saber
al milímetro cada paso que daban. Suponía que saldrían en el coche del inspector, al tratarse
de una localización relativamente cercana, por lo que el chip GPS que le instalaría en el
vehículo le llevaría directamente a ellos. A pesar del contratiempo.
Una sola amenaza por parte del coordinador de que le ingresaría menos dinero en la
cuenta y, de manera directa, lo mandaría todo a la mierda quitándole la vida con sus propias
manos desnudas a ese par de imbéciles. Nadie jugaba con su dinero. Nadie le tomaba el pelo.
El policía y la chica no eran conscientes, pero habían desatado a la bestia.

****

Madrid. Casa de Nicolás y Alfonso.

—Por mi parte, ya lo tengo todo —anunció el inspector mientras hacía un último repaso
para no dejarse nada.
—Sí, por la mía también. Cuando quieras.
—Me he tomado la molestia de imprimir algunas hojas con la información que he
encontrado sobre la iglesia por Internet. Ni siquiera la he leído, pero puedo que nos sea útil.
Ya tengo reservado el alojamiento, creo que te va a gustar, es muy distinto a lo de hasta
ahora.
—Vaya, que gusto da viajar con usted, inspector —comentó con cierta sorna la
muchacha.
Nicolás se ruborizó frente al comentario. Ver así, con ese humor a Carolina era algo que
le encantaba. Esperó que lo que vivieran por allí sólo contribuyera a que ese humor no
decayera.
—Bien, vamos. ¡Alfonso, hablamos! —Vociferó para que éste, que estaba en su
habitación lo oyera.
—¡Vale, traedme un recuerdo! ¡O mejor, volved vivos!
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 146

Nicolás cerró los ojos y negó con la cabeza. No tenía remedio.


Bajaron por el ascensor y salieron a la calle. Nicolás llevaba las maletas de ambos. El
hombre que se cruzó con él, nada más salir del portal, agradeció que no hubiera decidido
bajar diez segundos antes. Había corrido todo lo que había podido y aun así, casi no le dio
tiempo a hacerlo. Pero lo hizo.
Nicolás miró extrañado a la persona con la que se acababa de cruzar. Juraría que se había
puesto nervioso con su cruce.
Anduvieron hasta donde el inspector tenía el coche aparcado y el inspector echó las
maletas en la parte trasera. Sin más, se agachó poniendo rodillas y manos en el suelo. Miró
por debajo del coche ante una sorprendida Carolina.
—¿Qué haces? —Quiso saber ésta.
—Creo que toda precaución es poca.
Terminó de echar un vistazo y se incorporó de nuevo.
—No sé, ya no me fío de nada…
Carolina asintió algo nerviosa.
Si el inspector hubiera mirado dos centímetros más arriba, aunque de igual forma era muy
difícil de ver debido a la acumulación de grasa en esa zona concreta, hubiera podido localizar
el chip GPS que el extraño con el que se había cruzado le acababa de implantar al vehículo.
El inspector prendió el motor y salieron en busca de la última llave.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 147

Capítulo 33

Lunes 23 de agosto. Camino a Pamplona.

Tras unos instantes iniciales de amena conversación, había llegado un largo silencio.
Ambos iban absortos en sus propios pensamientos. Ese momento lo aprovechó el inspector
para mostrar a Carolina una faceta suya que seguro desconocía. Esa faceta se la mostraba a
muy poca gente, que recordara, sólo su familia o el propio Alfonso conocían algo así.
Encendió la radio y eligió la función de reproductor de cd.
La música que comenzó a sonar no pilló tan desprevenida a Carolina como él esperó
desde un principio, pero sí era cierto que le llamó la atención.
—Así que al inspector le gusta el rock duro —comentó la muchacha con cierta sorna, a
pesar de que sonaba la balada Don’t Cry de Guns n Roses.
—Te parecerá una locura, pero sólo ésta música me relaja.
—Pues no es precisamente lo que yo tengo entendido por música relajante.
Nicolás rió.
—Por eso te he dicho que te parecería una locura. Supongo que cada persona es distinta,
pero la música me ha ayudado mucho en varios momentos de mi vida. Suena a gilipollez, lo
sé, pero he podido salir adelante gracias a ella.
—No es ninguna gilipollez, Nicolás, todos, en algún momento de nuestra vida hemos
buscado refugio en alguna canción. Yo he perdido mucha práctica en eso, pero puede que te
haga caso.
—No sé si preguntar esto, por miedo a la respuesta, ¿pero qué música sueles escuchar tú?
Carolina ni lo pensó.
—Reaggetón.
Nicolás miró al frente, no sabía qué decir.
—¡Es broma! —Carolina rió enérgicamente—. No, no me gusta nada el reaggetón. Te
digo, de primeras, que estoy algo perdida en el mundo de la música, pero antes, que
escuchaba más, solía escuchar sobre todo rock español. Por ponerte ejemplos: Marea, Platero
y tú, La Fuga… Pero ya te digo, hoy día ando algo desconectada de todo eso y ya no sé ni
siquiera si han sacado discos nuevos, si siguen en activo… nada.
El inspector sonrió ante la broma y después confesión de la muchacha. Se iban a llevar
bastante bien.
Siguieron su camino hacia Navarra escuchando temas de Bon Jovi, Gothard, Dio e Iron
Maiden.
Llegaron a su destino poco antes de las doce de la mañana.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 148

Nicolás había decidido que Obanos, un pueblo de no más de mil habitantes situado a unos
veintiún kilómetros de Pamplona, sería el emplazamiento ideal para la estancia de ambos
debido a su proximidad con la iglesia de Santa María de Eunate. A pesar de estar situado en
lo que se podría considerar la mitad norte de la península, el clima de Obanos era
Mediterráneo, muy agradable y algo menos cálido en verano.
Después del calor de Madrid, Tomar y Bornholm, era algo de agradecer.
Gracias al GPS del coche de Nicolás, llegaron sin mucho esfuerzo al lugar en el que
tenían contratado el alojamiento. Este estaba situado en la calle San Lorenzo. Carolina se
llevó la primera sorpresa del día pues no tenía ni idea de dónde había reservado Nicolás.
—¿Pero qué es esto, Nicolás? ¡Es precioso!
—Te presento el Hostal Rural Mamerto. No me preguntes por qué, pero si me das a elegir
entre los hoteles en los que nos hemos hospedado hasta ahora y este, lo elijo sin duda. Me
encanta este tipo de lugares tan acogedores, tan tranquilos. No menosprecio lo que hemos
visto hasta ahora, pero es que esto es otro nivel para mí. Además, tanta paz nos puede venir
incluso bien para tener la cabeza lo mejor despejada posible.
Carolina lo miró sin pestañear. El hostal en sí era un edificio hecho en piedra y ladrillo.
Era muy parecido al resto de construcciones de la zona, pues parecía que ese material
predominaba, pero había algo en él que le confería un toque mágico y hacía que Carolina
sintiera un extraño cosquilleo en el estómago.
Decidió no pensar si ese sentimiento estaba bien o mal dadas las circunstancias, prefirió
dejarse llevar por el encanto de aquella zona.
Nicolás salió del coche y fue directo a buscar al encargado del hostal, mientras la
muchacha miraba de un lado a otro y se dejaba impregnar por la tranquilidad del lugar.
Aspiró muy profundo y dejó que el aire llenara sus pulmones. Ese aire era muy distinto al que
ella estaba acostumbrada a respirar.
—Nuestra habitación es la segunda planta entera —comentó sonriente el inspector al
regresar.
—¿La de abajo está ocupada?
—No. Y no lo estará. Es parte de las ventajas que tiene ser inspector de policía. En el
fondo me siento algo rastrero por lo que he hecho, pero esta mañana, por teléfono le he
comentado al dueño que ambos somos inspectores dentro de una investigación policial.
—¿En serio?
—Como lo oyes. Le he pedido que por favor, no alquile la planta de abajo, que aunque
estén incomunicadas, no me fío que nos puedan vigilar desde ella. Bueno, eso último,
evidentemente, no se lo he dicho.
—No me puedo creer que haya accedido sin más.
—Carolina, te sorprendería el nivel de morbo que puede tener la gente. El hecho de saber
que estamos ahí alojados en medio de una investigación es suficiente premio a veces —rió—.
Algún día te contaré casos de lo que es capaz de hacer la gente por morbo. El caso es que
evitará en parte que nos microfoneen la habitación.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 149

—No me gusta como ha sonado ese «en parte».


—Es imposible de evitar, Carolina. Ya has visto al tipo de persona que nos está siguiendo.
No es un cualquiera. Es por eso que tenemos que estar muy alerta cuando encontremos la
tercera llave. Creo que ahí empezará el riesgo de manera oficial.
Carolina resopló, no sabía si estaba preparada para eso.
—Tranquila —siguió hablando el inspector—, no te pediré que hagas nada. Para eso
estoy yo aquí. No dejaré que te ocurra nada. No quiero que reacciones con lo que te voy a
decir. Es sólo por seguridad. Llevo mi arma encima —dijo con total tranquilidad, mientras
miraba hacia el cielo apoyado en su coche.
Carolina carraspeó y respiró hondo. No. No le gustaba que el inspector llevara el arma
encima. Las pistolas la ponían muy nerviosa. Para qué mentir. Pero si era por su propia
seguridad y no había más remedio, tampoco estaba para exigir nada.
—¿Subimos? —Preguntó el inspector.
Accedieron a la escalera y pasaron a la parte de arriba de la vivienda. La sencillez de la
propia habitación le confería un cierto toque de elegancia difícil de explicar con palabras.
Sólo la imagen era capaz de contarlo. Dejaron el equipaje sobre la cama y decidieron, viendo
que la hora de comer se acercaba peligrosamente, salir a saciar el apetito en cualquier
restaurante.
Caminaban por el pueblo cuando Nicolás observó un cartel que decía lo siguiente.
«Obanos, casa de los Infanzones».
—¿Infanzones? —Preguntó Nicolás.
—Los Infanzones eran asociaciones en las que se agrupaban miembros de la baja nobleza
y algunos hidalgos. Si no recuerdo mal se fundó en siglo XIII y se ocupaban, básicamente, de
perseguir a malhechores. Algo así como la policía de aquella época. Ahora, sin más, te
llamaré «Nicolás el Infanzón».
Nicolás rió ante el comentario.
—Aunque, aquí parece que afirma que son exclusivos o oriundos de aquí y, según tengo
entendido no son exclusivos de Obanos —matizó la muchacha—. Puede que tomaran este
pueblo como una especia de cuartel general, pero seguro que había Infanzones en otros
pueblos de alrededor. He estudiado que no solo se dedicaban a a luchar contra el crimen, sino
que también peleaban contra las injusticias sociales que cometían algunos reyes de aquella
época. Como por ejemplo el «afrancesamiento» de las costumbres que trataba de hacer la
casa de Champaña. Aunque fue, si no me equivoco, la dinastía de los Capetos los que con
mayor fuerza lucharon contra los Infanzones y casi los destruyeron.
—¿Casi?
—Sí, siguieron en la clandestinidad. Siguieron luchando desde ella por su causa hasta que
un siglo después se dice que se disolvieron del todo al llegar al trono reyes dignos de su
confianza. Creo que eran Juana II y Felipe III, de la casa de Evreux.
—Me sorprende cómo se parece toda esta historia a la de los Caballeros Templarios.
Carolina lo pensó, tenía razón.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 150

—No lo había visto así. Pero tienes razón. Su historia es muy parecida. Hasta el punto
que no se sabe a ciencia cierta si llegaron a disolverse del todo o no. Oficialmente sí, pero,
bueno, lo mismo ocurrió supuestamente con la Orden y míranos ahora.
El inspector sonrió.
—Es increíble —dijo éste—, lo bien que se te da explicar historia. ¿No has pensado en
dar clases? Si has conseguido que un zoquete como yo se interese y escuche, no me imagino
lo que conseguirías con una clase llena de granos y testosterona.
Carolina se ruborizó ante el comentario de Nicolás, aunque éste no iba dirigido en el mal
sentido.
El inspector se detuvo en seco.
—Mira, aquí podríamos comer, parece un buen lugar.
Entraron en el restaurante Ibarberoa y tomaron asiento. No tardaron en ser atendidos y
pidieron un menú típico de la zona. Comieron sin ninguna prisa, degustando los platos que
les sirvieron. Hablaban animadamente mientras se bebieron una botella entera de vino tinto,
casi sin darse cuenta. A las tres, salieron del restaurante plenamente satisfechos.
—Tenemos dos opciones —comentó el inspector nada más salir.
—Turismo o Eunate, ¿no?
—Exacto.
—Y esperas que te diga turismo, porque prefieres que mañana tengamos todo el día para
resolver el misterio que nos pueda plantear la dichosa iglesia.
—Exacto.
Carolina rió. Era increíble el nivel de complicidad que estaba alcanzando con Nicolás.
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Capítulo 34

Óbanos, lunes 23 de agosto.

A pesar de que el inspector miraba sin parar de un lado a otro, él los conseguía vigilar sin
que pudieran sospechar desde una distancia moderadamente prudente. Jamás en su vida había
corrido tanto para poder llegar a tiempo a un lugar en concreto, pero ahí estaba, oliéndoles ya
el trasero a ambos como un ave de rapiña dispuesta a echarse encima de su presa al menor
descuido.
Su mente no paraba de repetirle que un error más podría costarle todo lo peleado, por lo
que no lo pensaba cometer.
Había decidido que lo más sensato era no microfonear su estancia. Supuso que era el
hostal rural donde el inspector había dejado aparcado el coche —y cuya señal del dispositivo
GPS había rastreado su ordenador para llevarlo hasta allí a una velocidad endiablada en
carretera—. El policía, en un acto lógico por su parte, nada más volver pondría patas abajo si
hacía falta la habitación para buscar cualquier sistema de escucha. Dejarlo confiado en que ya
no los estaban siguiendo era la única opción que le quedaba, aunque dudaba que fuera tan
estúpido de creer que no.
No pondría más en riesgo la operación de manera innecesaria. Su jefe le había pedido
desde un primer momento ser su sombra, y su sombra sería. Esperaría con grandes dosis de
paciencia el momento de actuar. El momento en el que la traca final, la más sonara y con más
onda expansiva prendería su mecha.
Llegados a ese punto, ordenaría quitar las cadenas a sus propias manos. Él mismo se
consideraba en aquellos momentos un perro al que habían dejado de echar de comer durante
varios días.

****

Ciudad del Vaticano.

El Cardenal Flavio Coluccelli andaba de un lado para otro en su hogar. Todavía no sabía
de qué manera actuar, pero tendría que hacerlo de inmediato. Su conciencia no le permitía
que se cometiera tal atrocidad, en el nombre de su Iglesia, sabiéndolo él y no haber hecho
nada para impedirlo.
Aunque, ¿qué podía hacer él?
Guarnacci era un hombre muy poderoso dentro del seno de la Iglesia. Ya conocía su
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 152

nombre y lo largo de sus garras antes de ser nombrado Cardenal. Es más, no le hizo ninguna
gracia que éste se tuviera que convertir en su mentor, pues sabía cómo se las gastaba. Lo que
no pudo imaginar nunca es que iba a estar metido en algo tan escandalosamente grande.
Pensó que la única explicación racional de todo aquello, por buscar alguna, era que ese
hombre había perdido por completo la cabeza.
Flavio había hecho un juramento. Era el de vivir y morir por su iglesia y así iba a
cumplirlo. Daría su vida si fuera necesario. No podía permitir que nadie cometiera semejante
barbaridad en nombre de Dios.
A pesar de lo grave del asunto, una parte de él no hacía más que preguntarse qué era tan
importante como para llevar al Cardenal a cometer semejante atrocidad. ¿Qué intentaba
ocultar a ojos de la gente corriente y utilizar en su propio beneficio para ascender como
heredero de Pedro? ¿Acaso todo por lo que luchaba Flavio formaba parte de una gran
mentira? ¿Era su fe algo infundado y no nacido desde su propio interior como él pensaba?
Sintió que un mareo se apoderaba de su ser. Tanto pensamiento, tanta emoción
enfrentada. Pensaba si no hubiera sido mejor no haber escuchado nada de lo que estaban
hablando dentro del despacho del Cardenal.
Ambos sentimientos encontrados le llevaron a decidir que lo mejor era esperar que ambos
aventureros dieran con lo que estaban buscando. Sabía que Guarnacci no actuaría con ellos
hasta que ese hecho ocurriera. Entonces entraría él en escena.
Aunque todavía tenía que decidir de qué manera lo hacía.

****

Obanos.

Mientras Carolina y Nicolás caminaban por el pueblo, despacio y sin ninguna prisa,
constataron que éste tenía un fuerte y marcado acento medieval en sus construcciones. Igual
que les sucedió en los dos viajes anteriores, ver semejante belleza los trasladó a un mundo
paralelo del que provenían. Aquí no había ruido de coches, contaminación, sirenas sonando a
todas horas ni obras por doquier. Paz, sólo paz.
Siguieron paseando mientras Carolina le explicaba a Nicolás las pocas nociones de arte
que tenía, pero que le venían al dedillo según las construcciones que se iban encontrando.
Ésta le explicó al policía que las casas tan grandes que veían en su paseo eran de cantería,
algunas de ellas con arcos de medio punto bastante impresionantes y con unos patios
interiores envidiables.
No se detuvieron hasta que llegaron a la Plaza de los Fueros. Para acceder a ella, cruzaron
el gran arco de la entrada. Una vez dentro, no pudieron evitar mirar una y otra vez a su
alrededor. Era como haber retrocedido varios siglos atrás debido al fuerte carácter medieval
de la misma. Carolina no se hubiera extrañado tanto si hubiera visto pasar por ella a
lugareños vestidos de la época, pues en verdad creía haber viajado en el tiempo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 153

El inspector también miraba absorto a su alrededor. Sintió que la curiosidad le podía,


quería saber acerca de la historia de todo aquello. Este hecho no hubiera sido raro si jamás, en
toda su vida, había sentido tal necesidad. Algo estaba creciendo en él. Y ese algo le gustaba.
Animó a Carolina a que lo siguiera en cuanto localizó un puesto de turismo.
—Buenos días, caballero —le saludó un muchacho que no tendría más de veinte años
desde la mesa en la que estaba sentado—. ¿Le puedo ayudar en algo?
—Pues, ahora que lo dice sí. Es algo extraño lo que le voy a contar, pero paseaba con mi
amiga por las calles y ha sido justo llegar hasta esta plaza y sentir una necesidad de saber
sobre ella increíble. De verdad, estoy fascinado por lo que ven mis ojos.
El joven no pudo evitar sonreír ampliamente.
—Sí, le creo. Es algo que suele pasar. No es el primero que me cuenta lo mismo que le ha
sucedido a usted. Muchos hablan de la magia de la Plaza de los Fueros. Dicen que esa magia
te transporta a otra época. Hay ciertas leyendas que afirman que la plaza es atemporal, que
seguimos en el siglo XIII en ella. En manos del viandante está el decidir si es así o no. ¿Lleva
teléfono móvil?
Nicolás asintió, algo extrañado.
—Mírelo ahora. No importa la compañía, no tendrá cobertura.
El inspector comprobó que era cierto. Aunque sabía que era un problema de recepción en
la triangulación de antenas, no le importó. Se dejó llevar por las explicaciones del joven.
—Ya ve. Magia —añadió el muchacho triunfal.
Nicolás le dedicó una sonrisa sincera.
—Y bueno —siguió hablando el joven—, como curiosidad les comentaré que aquí se
celebra, debido a su aspecto medieval, una obra conocida como: El misterio de Obanos. No
sé si habrán oído hablar de ella.
Carolina y Nicolás se miraron extrañados.
—Vale —comentó divertido—, veo por sus rostros que no. Es una obra que se ambienta
en la Edad Media y se desarrolla en el Camino de Santiago. La obra fue representada por
primera vez en 1965. Durante doce años, los personajes del Misterio fueron interpretados por
conocidos y no tan conocidos actores anualmente, hasta que quedó suspendida en el año
1977. A los dieciséis años, es decir, en el año 1993, el pueblo de Obanos decidió revivir de
nuevo esa representación y se volvió a hacer un año más. Hubo otro parón hasta 1999 cuando
se volvió a retomar esta tradición ya que la fundación del mismo nombre adquirió un
compromiso de continuidad que debía de cumplir, aunque tras la edición del año 2000, la
obra pasó a ser representada cada dos años, para hacerla coincidir con los Años Jacobeos
pares.
—¿Y qué dura esa obra?
—Días. En concreto, ocho. Normalmente una seis mil personas disfrutan con cada
representación, viene gente de todos lados. Es muy complicado que todas quepan en esta
plaza.
—Entonces, ha dicho que se representa los años pares, por lo tanto este año se hará, ¿no?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 154

—Es una lástima, este año ya se ha hecho. Y con más afluencia que nunca. El
ayuntamiento teme que la gente no acabe cabiendo en esta plaza pues cada año viene más
gente que nunca. Además, la población de Obanos se involucra al cien por cien con la obra y
eso lo saben muy bien en pueblos vecinos. Este año, además, hemos contado con algún que
otro artista muy reconocido entre el público. Acabó fascinado con la obra.
—Siente que hayamos llegado tarde. En dos años vendremos seguro a verla.
Carolina asintió algo nerviosa al ver a Nicolás hablando de futuro con ella. No sabía por
qué, si seguro que se refería como buenos amigos, pero sintió un cosquilleo especial en el
estómago.
—De todas formas —añadió el inspector—, si fuera tan amable, me gustaría pedirle un
favor.
—Usted dirá.
—¿Podría indicarnos otros lugares que visitar? No nos gustaría perdernos nada.
El joven no pensó demasiado su respuesta.
—Sin ir demasiado lejos, les recomendaría visitar la iglesia de San Juan Bautista. Hasta
1912 era una iglesia de impresionante estilo gótico que tenía unos pórticos majestuosos y un
interesante retablo renacentista.
—¿Tenía?
—Sí, la iglesia era muy bonita, aunque muy pequeña. Los fieles no cabían dentro y se
tuvo que sustituir por la que hoy se puede ver. Aunque no deja de ser preciosa.
—Iremos a verla sin falta —comentó el inspector—. Muchas gracias por sus
recomendaciones, historias y, sobre todo, por su forma de tratarnos.
—Por favor, no me las dé. Estoy encantado de mi trabajo, además, la magia que les he
comentado me hace perder la cabeza en algunas ocasiones y no darme ni cuenta de lo mucho
que hablo. Sólo espero que disfruten de su estancia en Obanos y que, como han dicho, les
pueda ver dentro de dos años aquí, presenciando la obra.
—Vendremos, sin duda.
Ambos se despidieron del simpático muchacho y se alejaron del puesto.
—Sé lo que piensas —comentó el inspector sonriente y sin dejar de mirar hacia adelante.
—Tampoco es muy complicado —dijo irónica Carolina.
—Pues no mucho, la verdad. Puede que sí sea nuestro hombre, pero me temo que
tendremos que esperar a mañana para saberlo. Te juro que me espero verlo aparecer en Santa
María de Eunate.
—Yo también. Bueno, mañana veremos. Ahora disfrutemos de esto.
Se dirigieron a la iglesia que les había mandado mirar el guía y comprobaron cómo,
efectivamente, era preciosa.
Aunque sólo tenía una nave sin crucero y con tan sólo un ábside, la nave tenía
contrafuertes en su interior en el cual se aprovechaban sus espacios para las capillas. En esas
capillas se encontraban varias esculturas religiosas. La que más llamó la atención a Carolina
fue la Virgen Blanca románica del siglo XIII, según se leía en su inscripción, le pareció
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fascinante.
Estuvieron un rato dando vueltas por la iglesia viendo todas las esculturas y disfrutando
de una tarde de relajación total.
Volvieron a disfrutar de una cena en el mismo lugar en el que habían comido al mediodía.
Por la noche llegaron al hotel, se ducharon y, cuando se cansaron de hablar a altas horas
de la madrugada, se acostaron a dormir.
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Capítulo 35

Óbanos, lunes 23 de agosto. Hotel Rural.

El nuevo día llegó y, con él, unos nuevos y renovados ánimos.


Carolina y Nicolás sintieron que sus fuerzas estaban a tope para seguir con la
investigación y, dadas las circunstancias, era algo muy positivo. La muchacha había
descansado realmente bien. Hablar tanto con alguien, poder contarle anécdotas de su vida con
tanta facilidad y, en definitiva, sentirse escuchada, habían logrado que su revuelto interior se
reordenara algo. Eso traía consigo la consecuencia de haber cerrado los ojos enseguida y no
haberlos vuelto a abrir hasta las nueve de la mañana, hora en la que Nicolás programó el
despertador de su móvil.
Ambos estaban ansiosos por visitar Santa María de Eunate. No sabían qué clase de
misterio les aguardaría dentro de la iglesia, pero notaron que sus cerebros estaban lo
suficientemente despejados para enfrentarse a cualquier tipo de reto. Fuera como fuese,
llegarían ese mismo día al hotel con la llave en sus manos. Ya casi acariciaban el final de todo
aquello con las yemas de sus dedos. Eso hacía que su positividad aumentara
considerablemente.
Tomaron un desayuno rápido en el mismo restaurante en el que habían comido y cenado
la noche anterior. El dueño desplegó una dosis de amabilidad extra cuando los vio aparecer
de nuevo. Los trataba a ambos como si los conociera de muchos años. Cuando salieron del
restaurante, ambos montaron en el coche del inspector y pusieron rumbo a su destino. En sus
bolsillos llevaban todo tipo de información que el propio Nicolás había impreso en Madrid,
antes de realizar el viaje. Carolina aprovechó la amplitud de su bolso para echarse un par de
bocadillos, dos botellas de agua pequeña y una grande. Pensó que más valía prevenir, por si
acaso.
A tan sólo dos kilómetros de distancia de Obanos, se alzaba majestuosa e imponente a la
vista la iglesia de Santa María de Eunate. Según se habían podido informar ambos gracias a
Internet, la iglesia de Eunate era uno de los más fascinantes ejemplos de arquitectura
románica de toda Navarra. Construida en el siglo XII —se sospechaba, que en concreto había
sido en 1170—, Eunate se encontraba dentro de la ruta francesa del Camino de Santiago. Una
ruta que empezaba desde Saint Jean de Pied de Port, con treinta y una etapas y setecientos
setenta y cinco kilómetros, considerada la ruta más importante y popular del Camino de
Santiago.
En lo primero que se fijaron ambos al bajar del vehículo fue en que, tal y como
esperaban, la iglesia tenía una forma octogonal. No había duda de su origen Templario.
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Se dispusieron a entrar en el edificio cuando comprobaron que el horario de visitas


comenzaba, en esa época del año, a partir de las diez y media de la mañana. Por lo tanto,
tendrían que esperar todavía media hora antes de poder entrar en ella. A pesar de que el día
anterior se les presentó bastante agradable, en ese lugar concreto se estaba empezando a notar
un sol insistente, por lo que optaron a pasar esa media hora dentro del coche, con el aire
puesto.
La media hora pasó y ambos bajaron del coche. Durante ese tiempo habían llegado
algunos curiosos deseosos de ver la iglesia por dentro.
—Otra vez con público, genial —comentó Nicolás.
—Bueno, en Dinamarca también lo tuvimos y, que yo sepa, tenemos la llave. No será un
impedimento.
—Más nos vale que así sea.
Vieron que la gente ya comenzaba a entrar al templo, por lo que decidieron hacerlo ellos
también.
Cuando se disponían a pasar por la entrada principal —ubicada en el cara norte de a
iglesia—, Nicolás se detuvo en seco.
—No sé cómo pueden dudar de que esta iglesia sea de origen Templario.
—¿Cómo dices? —Preguntó Carolina.
—Mira —dijo señalando con su dedo índice hacia un punto de arriba de la puerta.
Carolina obedeció a Nicolás y miró con detenimiento el portón, como le había indicado
éste. La puerta contenía cuatro arcos de bocel y tres arquivoltas apoyadas en 4 columnas, dos
por cada lado, coronadas con capiteles. Carolina se fijó en la arquivolta exterior, que a su
vez parecía que hacía la función de guarda lluvia, estaba formada por una sucesión de figuras.
La que más llamó la atención de todas a Carolina era el demonio que había en la clave,
presidiendo el desfile de figuras.
—Es Baphomet —dijo Nicolás sin dejar de señalar el relieve.
—¿Quién?
—Ese demonio, es Baphomet. ¿Recuerdas lo de la acusación a los Caballeros Templarios
que nos contó Francisco? Pues decían, entre otras cosas, que adoraban a ese demonio de ahí.
En concreto decían que adoraban a una cabeza barbuda con aspecto de demonio.
Carolina se quedó pasmada. No esperaba esa explicación por parte del inspector.
—¿Y tú cómo sabes eso?
—A ver si piensas que eres la única que ha hecho los deberes —comentó sonriendo.
Carolina no dijo nada. Sonrió y miró para adelante, un tanto ruborizada. Ese hombre era
una caja de sorpresas constante.
—De todas formas —continuó hablando el inspector—, si nos quedan dudas, las figuras
que hay alrededor de la cabeza ya no dejan discusión.
Carolina se fijó en lo que decía Nicolás. Varias figuras distintas y sin ninguna relación
aparente entre sí se sucedían por todo el arco. Había desde un caballero con una larga túnica
hasta un dragón alado con cabeza de hombre. Todo ello pasando por otras como una mujer
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 158

desnuda con una serpiente enrollada a su cuerpo. Le recordó la famosa escena de la película
Abierto hasta el amanecer.
—Estoy seguro que el caballero de la larga túnica representa a un templario. No se ve
demasiado bien por la erosión, pero parece que lleva una cruz paté en ella —añadió Nicolás.
—Tienes razón. Bueno, al menos sabemos que estamos en el camino correcto. Si fue
diseñada por templarios, ya no nos deja dudas.
Dicho esto pasaron al interior de la iglesia.
Dentro, se podían apreciar varios muros de sillar, siendo posible diferenciar dos niveles
decrecientes de altura. En cada ángulo del octógono se elevaban una combinación de
columnas que se superponían, las del nivel inferior, que eran más largas que las del superior,
acababan en un capitel decorados con motivos vegetales.
Aunque la iglesia presentaba un aspecto sobrio a primera vista, contaba con mucha
decoración en su interior, Carolina contó veintiséis capiteles decorados en su mayoría con
temas vegetales. Los capiteles más altos estaban decorados con motivos muy simples
mientras que los inferiores mostraban acantos y helechos muy calados y adornados con
frutos.
Carolina se paró junto en frente al capitel más cercano al ábside y se quedó mirando todos
sus detalles absorta.
El capitel en cuestión, incorporaba unas figuras humanas que componían una escena en la
que se podía apreciar a una bailarina en posición de danza con los brazos sobre la cintura
ejecutando algún tipo de baile, al parecer por la imagen, exótico. La bailarina estaba
acompañada por dos músicos que se encontraban en los ángulos del capitel pero en vez de
mirar a la bailarina mientras tocaban lo hacían hacia fuera.
—Esta imagen, precisamente, no es la que uno espera encontrar dentro de una iglesia
cristiana —dijo Nicolás, que estaba detrás de Carolina.
—Al contrario. En las iglesias medievales sí era común. Sé de muchas iglesias de Aragón
que tienen motivos parecidos. Pero en ellas, las bailarinas se mueven desenfrenadamente.
Ésta, en cambio, parece estar muy relajada.
—¿Bailarinas en una iglesia, en serio?
Carolina rió.
—Bueno, lo resumiremos en que las culturas toman prestadas de otras costumbres. Esto
se tomó del Islam. Muchos años en la península dieron para esto. De todas formas, lo que sí
no es común es que se plantaran las imágenes tan a la vista.
—¿Qué quieres decir?
—Que, normalmente, se relegaban a la parte posterior de las iglesias. No tenían tanto
protagonismo. Puede que tengamos que tener en cuenta detalles como este.
Nicolás asintió.
—Bueno, yo creo que lo mejor es que hagamos como siempre. Ciento ochenta grados.
—Está bien.
Salieron del ábside y cada uno se fue hacia un lado para estudiar, minuciosamente, las
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paredes y rincones de la iglesia. Buscaban una posible hendidura, una señal a medio ocultar o
cualquier detalle que les indicara que ése era el lugar en el que debían realizar la prueba para
obtener la tercera llave.
Anduvieron buscando durante casi una hora en cada rincón y cada piedra de la iglesia sin
ninguna recompensa, como ya imaginaban esto les iba a costar un poco más de lo que les
hubiera gustado en un principio. Ya derrotados se juntaron de nuevo en el ábside para decidir
que hacían a continuación.
—El chico de la oficina no aparece por aquí, como esperábamos. No tenemos nada en
concreto. Deberíamos descartar al muchacho como guardián de esta llave —dijo Carolina.
—Era sólo una pequeña posibilidad. ¿No has pensado que la persona que ha abierto la
iglesia podría ser el guardián?
—Ya, pero, ¿quién ha sido?
Nicolás no supo qué contestar. Al estar dentro del coche, esperando, no habían visto a
nadie acercarse a abrir las puertas del templo.
—¿Y si preguntamos a alguno de los turistas? —Propuso Carolina.
—Está bien. Sígueme.
Ambos se acercaron a una pareja que contemplaba el detalle de la bailarina.
—Perdonen, ¿españoles?
Ambos asintieron. Ambos parecían realmente interesados en el arte de la iglesia. Él
aparentaba unos cincuenta y pocos, ella, parecía algo más joven que él, aunque no
demasiado.
—Buenos días —saludó el inspector—. ¿Por casualidad han podido ver a la persona que
ha abierto las puertas de la iglesia?
Él se frotó su espesa y canosa barba antes de hablar.
—Muy buenos días. Ha abierto un hombre que ha salido de una casa de aquí al lado. No
sé si la han visto ahí fuera. Luego ha vuelto por donde ha venido y se ha vuelto a encerrar en
la casa. No parecía un tipo muy agradable. Justo al irse él ha llegado una mole de ciento y
pico kilos a vigilar que nadie se lleve nada de la iglesia, supongo. Está dando vueltas por
fuera.
—Muchas gracias. De corazón.
Nicolás dio media vuelta esperanzado por la información que acababan de darle. Sin
parar de hablar, fue Carolina la que habló.
—Está claro, ¿no? Tenemos dos posibles candidatos. ¿Tú por cual apuestas?
—Por el viejo, claramente.
—Yo también, pero no descartemos al que hace la guardia. ¿Hablas tú o yo?
—El guardia para ti, el viejo para mí —comentó con cierta sorna Nicolás.
—Así sea.
Salieron fuera y miraron a su alrededor. No tardaron en localizar al susodicho. Caminaba
despacio, sin prestar atención a nada en concreto y con las manos por detrás de la espalda.
Parecía tararear una canción.
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—Disculpe —dijo Carolina cuando llegaron hasta su posición.


—¿Sí?
—Mire, venimos desde el Museo Arqueológico Nacional. Estamos preparando un
monográfico sobre iglesias medievales en España. Ahora, en concreto, nos centramos en las
de posible origen Templario. Creo que estamos ante una de las más fascinantes y nos gustaría
que alguien nos hablara sobre ella sin recitar un texto de memoria. ¿Usted podría ayudarnos
en eso?
—Encantado, señorita. A mí me pagan treinta Euros por dar vueltas aquí de diez y media
a dos y de cinco a siete de la tarde. Aparte de eso, no sé nada más de este lugar. No puedo
serles de ayuda.
—Vaya… ¿Y no conoce a alguien que sí pueda ayudarnos?
—Se me ocurre el ermitaño. Es un hombre que vive en esa casa de ahí —señaló con su
dedo—.
—¿Y podría llevarnos a él? Puede que si se lo pide usted acepte.
—¿Yo? Ese viejo es un hijo de la gran puta —dijo elevando el tono—. Y discúlpeme el
tono, señorita, pero es más fácil hacer razonar a una piedra que a ese viejo cascarrabias. Yo de
ustedes ni lo intentaba, pero, bueno, ustedes sabrán.
—Muchas gracias —se despidió Carolina—. Ha sido de gran ayuda.
—A mandar.
Ambos se giraron y se encaminaron directos a la casa del ermitaño. No tenían tiempo que
perder. Por el camino, Nicolás no pudo evitar decirle algo a la muchacha.
—Así que me has copiado la táctica.
La muchacha rió.
—Si en Dinamarca nos fue bien, ¿por qué no repetir? Está claro que si el guardián
conocía a mi padre, la frase le hará efecto.
—No me queda más que darle la razón, señorita.
Llegaron hasta la puerta de la casa. Carolina respiró profundo antes de tocar con sus
nudillos.

****

Aparcamiento de la iglesia de Santa María de Eunate..

Desde el coche los observaba. Miraba pacientemente, casi sin pestañear. No les quitaría
ojo de encima mientras dispusiera de ellos.
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Capítulo 36

Eunate, lunes 23 de agosto. Exterior de la casa del ermitaño.

En respuesta a los toques dados por la muchacha, la puerta se abrió pasados unos
segundos. Tras el umbral apareció un hombre bastante mayor. Era verdad eso que les había
dicho el guardia de seguridad, el hombre tenía cara de pocos amigos. Su aspecto era muy
descuidado. Su pelo, blanco y alborotado pegaba con su barba de cuatro o cinco días, del
mismo color. Unas cejas pobladas avecinaban unos ojos que miraban a los jóvenes como si
éstos hubieran venido a su puerta para venderle cinco enciclopedias.
Desde la puerta se podía ver el interior de la vivienda. A pesar del paupérrimo aspecto que
mostraba desde el exterior, por dentro parecía otra cosa. Nicolás pudo observar un amplio
sofá tapizado, al parecer, de cuero y una moderna televisión de plasma. Y precisamente
pequeña no era.
—¿Qué quieren? —Preguntó con una voz bastante ronca.
—Muy buenos días. Somos Nicolás Valdés y Carolina Blanco, venimos desde el Muse…
—Pasen para adentro, rápido —el viejo ni le dejó terminar la frase.
Extrañados, Carolina y Nicolás se miraron. Una señal de asentimiento de éste sirvió para
que ambos pasaran. Nicolás, por si acaso, palpó su arma, oculta bajo su camiseta.
Como ambos habían intuido al ver un poco del interior desde fuera, nada tenía que ver la
imagen que proyectaba la casa con lo que realmente era por dentro. Todo tipo de muebles
modernos y aparatos electrónicos se repartían con un gusto, al parecer de ambos, exquisito.
Carolina reparó en lo que parecía ser un potente sistema de sonido conectado a la televisión,
que al menos sería de unas cuarenta y seis pulgadas. También tenía un moderno aparato de
aire acondicionado que se confundía con la decoración pues se asemejaba a un cuadro.
—No pensarán que por vivir en medio de la nada y estar ya más cerca de la muerte que
otra cosa, me iba a privar de una vida en condiciones —dijo el hombre al verlos mirar con esa
cara de sorpresa.
—No era nuestra intención, disculpe.
—No se preocupe. Me pasa frecuentemente. Supongo que es raro ver a un viejo rodeado
de tanta tecnología. No es lo habitual. Y ahora, siéntense, por favor —dijo mientras le
indicaba con la mano que tomaran asiento en el sofá de cuero.
Nicolás volvió a asentir para que Carolina obedeciera a lo que el hombre les pedía.
Éste desapareció. Al poco, volvió con un cofre en la mano. A Carolina casi le dio un
vuelco el corazón. Era idéntico al de las otras dos llaves.
—Supongo que han venido en busca de la llave. Ya está. Aquí la tienen.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 162

Carolina se echó para adelante. No creía lo que estaba pasando.


—¿Ya? ¿En esto consistía la tercera prueba? ¿En llegar hasta su casa? —Preguntó la
muchacha.
—Tranquila, Carolina, ahora es cuando nos cuenta el truco. ¿Me equivoco?
El anciano sonrió levemente.
—No, no se equivoca. En ningún momento he dicho que sea la tercera llave, la del tesoro.
Esta llave abre otra cosa. Sé muy bien quiénes son y a qué han venido. Déjeme que le exprese
mi dolor por la muerte de su padre, Señorita Blanco —dijo mirando hacia Carolina—. Era
una gran persona. Le soy muy sincero.
—Gracias —comentó la joven agachando algo su cabeza.
—Me reconforta que hayan llegado hasta aquí de una sola pieza. Ya dice bastante sobre
su naturaleza. Sé lo duras que son las pruebas. Yo las pasé mucho antes de que ambos
nacieran.
—¿Y desde cuando es guardián de la llave? —Quiso saber el inspector.
—En ningún momento les he dicho que lo fuera.
—¿Cómo?
—Lo que oyen. Me limito a darles acceso a la prueba que les conducirá hasta el
verdadero guardián, el que vela por la tercera llave.
—¿Y dónde es eso? —Preguntó desesperada Carolina.
—Me temo que, como siempre, no puedo darles esa información. Lo que sí puedo
decirles es que no se encuentra aquí, en Santa María de Eunate.
—¿Cómo? ¿Me está diciendo que no estamos en el lugar adecuado? No me lo puedo
creer.
Nicolás se levantó y puso los brazos en jarras mientras comenzaba a andar de un lado a
otro dentro del salón.
—Tranquilo, mi joven amigo. Yo no he dicho tal cosa, tampoco. He dicho que no está en
Santa María de Eunate. Pero piense que, si yo estoy aquí, algo tendrá que ver este lugar.
Aunque, nada es lo que parece.
Carolina quedó pensativa al escuchar esa última frase. ¿Dónde la había visto? No necesitó
rebuscar demasiado en su memoria para saber donde la había visto. En la nota que le dejó su
padre. La visualizó.

«MUY BIEN, HIJA MÍA, ESTOY MUY ORGULLOSO DE QUE HAYAS LLEGADO
HASTA ESTE PUNTO. PARA LA SIGUIENTE LLAVE, RECUERDA QUE NO TODO ES
LO QUE PARECE. DEBES BUSCAR EN EL ESPEJO. PALABRAS CLAVE: CASA,
CAMINO, CIEN. LA CLAVE ES EL 5»

—Debes buscar en el espejo… —dijo en voz baja.


—¿Qué? —Preguntó Nicolás sin entender nada.
—Hemos vuelto a ser tan idiotas como para obviar una frase fundamental. Mi padre nos
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 163

decía dónde buscar. En el espejo.


—¿Pero qué espejo?
—¿Hay algún espejo en la iglesia de Santa María de Eunate? —Preguntó la muchacha al
anciano.
—La pregunta esconde su trampa. No crea. Pero ciñéndome a lo que usted se refiere. No,
no lo hay.
—Entonces —intervino Nicolás—, ¿qué sentido tiene todo esto?
—Amigos, sintiéndolo mucho deben seguir con su investigación. Yo ya he hecho mi
parte. Llévense la llave prometiéndome que se la devolverán al guardián. Espero que tengan
suerte y acaben todo esto de manera satisfactoria.
—Le prometemos que así será. Ambas cosas.
Salieron de la casa algo desanimados. El subidón inicial al creer que todo iba a ser tan
fácil había dado paso a un decaimiento de los ánimos severo. Sabían que tenían que encontrar
el citado «espejo», pero no tenían ni idea de por dónde empezar.
Caminaron de vuelta hacia el coche. No sabían si tenían que tomarlo o no para ir a su
verdadero destino, estaban realmente perdidos. De camino a él, Nicolás alabó el juramento de
lealtad de los conocedores del tesoro. Pensó que él, dentro de no demasiado, estaría dentro de
ese círculo y se preguntó si al conocer la verdad sería tan férreo como ellos. Por ejemplo,
sabiendo que alguien podría morir en la prueba de Bornholm, pensó si podría dejarla ahí
dentro. Su moral como policía, como persona, le hacían plantearse esas cuestiones. Fuera
como fuese, y a pesar de que gracias a ella estaban totalmente sin rumbo, sintió admiración
por esos hombres y su determinación. Pocas cosas se veían así en el mundo de locos en el que
vivía.
Justo cuando pasaban por la puerta principal, la que contenía la arcada que mostraba a
Baphomet y las extrañas figuras, vieron a la pareja de antes, la que les habló sobre el guarda
y el ermitaño, hablar sobre lo que estaban mirando.
—Es insulsamente bella —comentó el hombre de la barba.
—Lo que a mí me sorprende es que sea verdad lo que nos dijeron ayer, son casi iguales
—añadió la mujer.
—Carmen, casi, casi, tampoco, que la una está al revés de la otra.
—Ya lo sé, Gabriel, es verdad eso de que si colocaras este arco y pusieras un espejo en
medio, se vería tal cual la otra.
—Vaya, no me había dado cuenta de ese detalle —comentó con cierta sorna el hombre de
la barba.
Carolina, escuchó la conversación y no pudo evitar pararse en seco. Agarró el brazo el
brazo de Nicolás, que parecía estar metido en sus pensamientos.
—¿Has escuchado eso? —Preguntó en un tono casi inaudible.
—No. ¿Qué pasa?
—Han hablado de un arco que es igual que este, pero al revés, como si este mismo fuera
mirado por un espejo.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 164

Nicolás quiso decirle que quizá era una casualidad, pero el haber aprendido durante los
días anteriores que las casualidades no existían le hizo cerrar la boca. Carolina no esperó una
reacción de éste, inmediatamente se dio la vuelta y se dirigió a la pareja.
—Disculpen otra vez —la muchacha empleó el tono más cordial que fue capaz de
encontrar—, van a pensar que les estamos acosando —rió levemente—, pero sin querer he
escuchado que hay otra iglesia con un arco que parece éste mismo mirado por un espejo. ¿Es
así?
—Claro, es la iglesia de San Miguel Arcángel.
—¿Y está cerca de aquí? Nos gustaría poder visitarla.
—Está en Olcoz, un pueblo muy cercano.
A Carolina le sonaba haber visto ese nombre en algún lugar.
—¿Y están seguros que la portada es igual?
—Segurísimo, antes de venir a esta hemos pasado por allí. Pero sólo la hemos podido ver
por fuera, está cerrada a cal y canto y no parece que se vaya a abrir para visitas.
—Ah, pues vamos a ir a verla —sonrió nerviosa—. Me ha llamado la atención cómo se
ha referido a ella diciendo que es como un espejo.
—No es mérito mío —sonrió la mujer, de nombre Carmen, al parecer—. Había un
hombre por allí cerca. Al principio nos hemos asustado porque estábamos solos y lo hemos
visto aparecer, pero él, amablemente nos ha contado algunos detalles de la iglesia. Nos ha
dicho lo del espejo.
Carolina trató de disimular su sorpresa. Tenía que ser él, el guardián.
—Muchísimas gracias, y una última cosa, ¿cómo se llega a Olcoz?
La pareja se lo explicó. Carolina y Nicolás se despidieron de ambos amablemente y
siguieron su camino hacia el coche. No hablaban, era tanta la emoción por la suerte que
acababan de tener, que tenían miedo de hablar y gafarlo todo.
Montaron en el vehículo. Nicolás salió con cierta prisa pero tratando de no correr
demasiado.
Salieron de Eunate y retomaron dirección Este por la carretera NA-601 hasta la N-121,
siguieron ésta a la derecha hasta encontrar, también a la derecha, el cruce que indica a
Artajona, continuaron por la N-6020, enseguida otra vez a la derecha, una carretera les indica
que habían llegado al pueblo de Olcoz.
Cuando llegaron hasta la iglesia y salieron de vehículo del inspector, Carolina se percató
de que la iglesia, salvando la portada, que en efecto era calcada a la de Santa María de
Eunate, la iglesia se parecía bien poco a la anterior. Aunque también era verdad que la
portada no era idéntica, sólo que al revés. Ésta contenía un Crismón en el centro del tímpano
del conjunto.
Carolina y Nicolás miraron a su alrededor. Había otro coche aparcado cerca de la iglesia.
Quizá fuera del guardián de la llave. La muchacha se quedó mirando el vehículo. Había algo
en él que le removía las tripas. Lo había visto antes, en algún lugar, lo que no sabía era
dónde.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 165

—Nicolás, no sé de qué, pero conozco ese coche de ahí.


—¿Cómo?
—Lo que oyes. Lo he visto antes, seguro.
—¿No te estarás confundiendo con otro parecido?
—Es este exacto. Lo que no logro recordar es dónde.
—Joder, podría ser del asesino de tu padre —palpó la pistola y dudó durante varios
segundos si sacarla o no.
—¿Y deja el coche tan a la vista?
—No sé, Carolina. Si no te importa voy a sacar el arma —lo hizo, Carolina ni la miró,
estaba algo asustada—. Pégate a mí. Dame la mano. Ante los ojos de todos seremos una
pareja que ha venido a visitar la iglesia. Si tengo que hacer uso de ella, podré alegar que te
estaba siguiendo e intentaron darte caza. Tranquila, no dejaré que te pase nada.
Si estaba asustada, las palabras de Nicolás no consiguieron calmarla, al contrario. Una
sensación de pánico recorrió todo su cuerpo. Sus piernas temblaban. Agarró con fuerza la
mano de Nicolás.
—Saca la llave de tu bolsillo y abre la iglesia, despacio.
Carolina obedeció algo torpe, pues era un manojo de nervios. Extrajo la llave de su
bolsillo y la metió tras varios intentos en el cerrojo. La giró y escuchó cómo el pestillo se
quitaba.
Nicolás empujó la puerta.
Éste la miró y asintió.
Comenzaron a andar hacia el interior. La oscuridad lo anegaba todo. Apenas unas velas
encendidas en sus laterales aportaban algo de luz al templo. Cuando sus ojos se
acostumbraron a la oscuridad, pudieron ver una sombra que se dirigía hacia ellos.
—No des un paso más, no voy a dudar en disparar —dijo Nicolás mientras hacía sonar el
martillo de su arma.
La sombra no se detenía. Nicolás dudó en qué hacer.
Parecía ser un hombre corpulento. Se detuvo en seco a un par de metros de ellos.
Seguían sin poder verle la cara. Nicolás pensó que si daba un paso más le dispararía a las
piernas. Pero no lo hizo, no se movió de su sitio.
—Buenos días, Carolina. ¿O debería decir ya buenas tardes? Pasamos unos minutos del
mediodía. Te estaba esperando —dijo la voz desde las sombras.
—¿Quién eres? —Preguntó ésta muy sorprendida al haber escuchado su nombre.
La misteriosa sombra dio dos pasos hacia el frente. Las velas revelaron su rostro.
Carolina dejó caer la llave al suelo de la impresión.
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Capítulo 37

Lunes 23 de agosto. Cerca de Nicolás y Carolina.

Detuvo el coche a una distancia prudente. Al parecer, la primera iglesia que habían
visitado no era la correcta y ahora estaban visitando otra. Si hubiera tenido que apostar, lo
hubiera dado todo para afirmar que esa iglesia que visitaban era la correcta. Apartada, casi
olvidada. El emplazamiento ideal para esconder algo de semejante magnitud. Y sobre todo, la
otra era mucho más famosa, por lo que invitaba al despiste de forma magistral.
Despreciaba admirar el trabajo de aquellos hombres para ocultar algo tan grande en sitios,
aparentemente, tan pequeños. Despreciaba hacerlo porque el dinero decía que debía odiarlos.
Pero todo eso no quitaba que supiera conocer un plan tan exquisitamente trazado.
Miró a su alrededor. Reconoció el coche del policía, pero, ¿de quién era el otro?

****

Iglesia de san Miguel Arcángel.

Carolina entendió la típica y manida escena en una película cuando el protagonista se


frotaba los ojos para poder creer lo que veía. Ella sentía la necesidad de hacerlo también.
Nicolás, que no sabía quién era, no había relajado su postura y todavía apuntaba con su
arma directo al hombre que los miraba, impasible.
De pie, junto a ellos, Ignacio Fonseca los miraba sonriente. Habían llegado hasta él,
habían localizado el paradero de la tercera llave y todo ello en un tiempo récord. Recordó su
propia iniciación, en la que sólo para lograr salir de Bornholm tuvo que pasar casi
veinticuatro horas encerrado en la primera habitación hasta que creyó entender la solución. Y
pensaba que creyó porque en realidad se la jugó a cara o cruz entre esa y otra posible
solución que se le había ocurrido. Miró triunfal a Carolina. Si su padre la hubiera llegado a
ver ahí, frente a él, en ese lugar, no podría haberse sentido más orgulloso. Cada vez estaban
más cerca de descubrir la aterradora verdad.
—Carolina, hija, ¿no vas a decir nada? —Preguntó al comprobar que la joven parecía
haber entrado en una especie de shock.
—Es que… no sé qué decir…
—Supongo que esperabas aquí a cualquier persona menos a este viejo, ¿verdad?
—No es eso…
—Claro que lo es —contestó divertido—, perdóname que me ría, pero es que la cara que
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 167

se te ha quedado al verme no tiene precio.


—Yo…
—Tranquila. De verdad. Por una parte me alegro de que en ningún momento hayas
llegado a sospechar de mí. Y eso que tu padre y yo no hablábamos de otra cosa en nuestra
reuniones jugando al ajedrez. Pero tú estabas siempre metida en tus libros, por lo que debo
agradecer a la dama lectura que nos ayudara a conservar este secreto.
Carolina recordó con claridad a lo que se refería Ignacio. Recordó cómo era cierto eso de
que siempre estaba leyendo algún libro cuando pasaba tardes enteras en casa de su padre
mientras éste pasaba, a su vez, el tiempo con su amigo Ignacio. Se estremeció al pensar que si
hubiera escuchado alguna de sus charlas, puede que no hubiera tenido que pasar por todo
aquello.
—Pero, entonces, ¿era esto lo que os unía?
—Sí y no. Me explico. Cuando cada uno de nosotros fue heredando nuestro puesto de
guardián, tuvimos reuniones para conocernos. En el caso de tu padre y mío todo eso fue
mucho más allá. La pasión por la Historia nos unió y eso es algo que sólo la muerte ha sido
capaz de arrebatarnos.
—Pero, ¿mi padre también era guardián?
Ignacio sonrió.
—Como habrás intuido, hay una última localización a la que debéis ir. Tu padre era el
custodio de ese lugar. En él, está el verdadero tesoro templario.
—¿Mi padre era el de mayor rango de todos?
—Por así decirlo, sí. Nunca nos gustó hablar de rangos, al que menos, a él. Nos
consideraba a todos igual de importantes, aunque entre nosotros sabíamos que no era así. Tu
padre nos guiaba como nadie. Es por eso que fueron a por él, han querido descabezarnos.
—Siguen habiendo cosas que no me cuadran —las preguntas asaltaban a Carolina sin
cesar—. Si mi padre era el guardián del tesoro y vivía en Madrid, ¿debo intuir que el tesoro
se encuentra allí?
Ignacio comenzó a reír ante el razonamiento de Carolina.
—No, querida. Tanto tu padre como yo, sólo viajamos al lugar en cuestión si no es
necesario. Tenemos, digamos, esos privilegios. Sin las dos anteriores llaves, dudo muchísimo
que se venga aquí, además, está cerrado a cal y canto. Y créeme, aunque pudieran entrar, no
la encontrarían. En el caso de tu padre, es prácticamente imposible requerir de su actuación si
no se tiene las tres llaves. Por lo que se podía permitir llevar una vida absolutamente normal
y viajar en caso de ser necesario. De todas formas, os sorprendería saber la de años que
llevamos tu padre y yo oxidados, sin tener que actuar. No recuerdo ni los años que hace de la
última vez.
Carolina empezaba a entenderlo todo.
—Ahora —siguió hablando Ignacio—, si estáis preparados, os hago entrega de la tercera
llave. Esta llave os dará acceso al famoso tesoro Templario, el que les otorgó tanto poder y
por el que, como por desgracia habéis tenido que ver, se es capaz de matar.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 168

Metió la mano en el bolsillo y extrajo un pañuelo de seda. Lo abrió y dentro de él,


envuelta, había una llave similar a las dos que ya tenían.
—Me da miedo preguntar —intervino Nicolás— si esto es todo. Cada vez que hemos
pensado que habíamos dado un paso adelante nos hemos llevado un buen golpe de realidad.
¿Qué tenemos que hacer ahora?
Ignacio sonrió.
—La prueba ya la habéis hecho, queridos. Encontrar esta iglesia, saber que es la correcta
y no la, digamos famosa. Os voy a reconocer algo: hace un tiempo teníamos la llave
escondida en Eunate. Hay una cripta oculta, que supongo que no habéis localizado en la cual
guardábamos esta llave. Pero nos pareció demasiado evidente, demasiado poco sutil. Es por
eso que utilizamos el espejo. Ya sabéis lo que nos gusta jugar a las ambigüedades. Así, nos
aseguramos que sólo los más perspicaces llegarían hasta ella. Algo tan sencillo y a la vez tan
complejo. Se le ocurrió, cómo no, a tu padre. Era un genio.
Nicolás no pudo más que asentir. Llevaba tiempo pensando lo mismo.
—¿Entonces ya podemos ir en busca del famoso tesoro? Sinceramente, aunque esto no
haya sido fácil, me esperaba algo un poco más peligroso, teniendo en cuenta lo que vivimos
en Bornholm.
—Para ser digno del tesoro tenemos que tener en cuenta varias cualidades, no todo es
ingenio a la hora de resolver un laberinto. Se necesita sagacidad, pureza, inteligencia, como
ya he dicho, perspicacia. Habéis demostrado con creces ser dignos poseedores de esta llave.
Por lo tanto, sí, ya podéis ir en la busca del tesoro.
—Ya… pero… a ver… —Nicolás no sabía cómo decirlo— No tenemos ni idea de por
dónde tirar.
—¡Vaya! Menudo despiste el mío. Al final va a ser verdad que estoy demasiado viejo
para estas cosas —rió fuerte—. Cómo no, tu padre ideó también el último acertijo para la
localización final. Se encuentra en este papel.
Metió la mano en el bolsillo contrario al que había sacado la llave. Se lo entregó a
Carolina.
Cuando ésta lo vio, su ojos se abrieron como platos. No era capaz de interpretarlo.
Extrañada, miró a Ignacio.
—¿Qué es esto?
—Como ya te he dicho, la localización exacta, letra a letra, de vuestro último viaje.
—¿Aquí? —Preguntó señalando con su dedo y con el gesto desesperado.
—Exacto. Sólo tenéis que interpretar.
—No pasa nada, Carolina —intervino el inspector—, lograremos descifrarlo. Lo haremos
con algo más de tranquilidad, así podremos pensar mejor.
—Me parece bastante razonable —añadió Ignacio—, ahora salgamos. Parece que no pero
el calor es insoportable aquí dentro y uno no tiene edad de sudar de esta manera.
Salieron al exterior de la iglesia y la volvieron a cerrar con la llave que les había dejado el
ermitaño. Carolina se la devolvió a Ignacio para que a su vez se la diera a éste. Antes de
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 169

despedirse, Ignacio le recordó algo a Carolina.


—Ahora céntrate en esto, después, tómate algo de tiempo para descansar. El que quieras.
Pero tienes que saber que sigo contando contigo para la excavación de Israel. Eso no varía —
le guiñó un ojo.
—Por supuesto —contestó—. Puedes contar conmigo.
Los tres se despidieron. Justo cuando montaron en el coche, Nicolás no pudo evitar echar
un vistazo por si veía a alguien en los alrededores fijarse en ellos. Si lo hubiera hecho justo al
salir de la iglesia, habría visto a un coche alejarse algo hasta casi perderlos de vista para no
ser detectado.
Miró su reloj, quedaba poco para la hora de comer. Se sorprendió por lo rápido que había
acabado el asunto de la tercera llave. Ni en sus mejores presagios la tenía ya, a esa hora, en su
poder. Salieron en dirección al hotel rural. Cuando aparcaron, Nicolás echó otro vistazo para
ver si veía algo fuera de lo normal. Nada.
Subieron a su planta. Nada más cerrar la puerta y echar el cerrojo, Nicolás no pudo más y
le preguntó a Carolina.
—Bueno, ¿me vas a enseñar el contenido de la misteriosa nota?
Carolina se ruborizó. No podía creer que entre tantas emociones encontradas se hubiera
olvidado de enseñar la nota a Nicolás. Era verdad que ver ahí a Ignacio Fonseca le había roto
por completo todos los esquemas, era la última persona que esperaba encontrar, pero eso no
era excusa para haber tenido ese descuido. Avergonzada, la sacó de su bolsillo y se la entregó
al inspector.
Nicolás la agarró de las manos de la joven y la observó con mucha atención.
Al hacerlo, el inspector no pudo evitar que su cara dibujara una mueca muy parecida a la
de la joven cuando la vio dentro de la iglesia. Aquello no tenía ningún sentido.

—¿Me estás diciendo, de verdad, que aquí pretenden que encontremos algo? ¡Es
totalmente imposible!
Carolina también miraba la nota. Tenía que haber una forma de averiguar qué ocultaba.
—Puede que sea difícil, pero imposible no es. Si lo ha escrito mi padre es con la
esperanza de que podamos solucionarlo. Puede que la forma en la que está escrito sólo sirva
para despistar. Puede que si utilizo el mismo método de hasta ahora, salga algo con sentido.
Sólo tendríamos que averiguar por dónde cortar las palabras. No creo que sea tan difícil.
—Pues no te cortes, por favor.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 170

Carolina utilizó el mismo sistema de siempre. Anotó un abecedario en un papel y lo


colocó al lado de la nota. Empezó a utilizar el sistema. Al no tener separación las palabras,
intuyó que en esta ocasión el conteo en el propio abecedario tendría que ser a lo bestia.
Imposible saber si una palabra se cortaba por un lado u otro así, a ciegas. Cuando obtuvo el
resultado, se rascó la cabeza. Aquello no tenía ningún sentido.
—Me he aventurado demasiado. O no he sabido hacerlo al carecer de separación, o no es
esto lo que tenía que hacer.
—¿Y si está recodificado, por mayor seguridad?
—No lo creo. Aun así, probaré.
Así lo hizo. Cuando apenas llevaba cinco letras y veía que todo aquello seguía siendo un
galimatías sin sentido, lo dejó.
—Puede que haya utilizado otra método de encriptación, no sé —dijo la muchacha.
—Pues yo para eso no valgo, ya te lo advierto.
—¿Y si llamas a Alfonso para ver si alguien de tu comisaría nos puede echar una mano
con esto?
—¿Y meter a más gente? Ni loco. ¿No recuerdas que robaron el original que tu padre
dejó de la primera nota? No nos podemos fiar de nadie. Estamos solos, Carolina.
Mientras seguían dándole vueltas a una posible solución, decidieron comerse los
bocadillos que Carolina llevaba en el bolso. Ambos lo hacían en silencio. Sin decir una
palabra. Las soluciones sin sentido bombardeaban la mente de ambos. Cada idea era más
disparatada que la anterior. No había forma de encontrar una solución lúcida a aquello.
Carolina recordó la afición de su padre al ajedrez y se le ocurrió contemplar esa
posibilidad a la hora de descifrar la nota. Movimientos de caballo, de peón, de alfil. Trató de
aplicar los movimientos más conocidos de las figuras para ver si algo con sentido aparecía,
pero nada. Terminaron de comer y decidieron darse sendas duchas para relajarse algo más.
Aún dentro de ellas, ninguno de los dos fue capaz de dejar de pensar en posibilidades.
La muchacha ya se había duchado y estaba tirada boca arriba en su cama. El inspector,
por su parte, todavía estaba dentro del cuarto de baño y Carolina podía escuchar todavía la
ducha en funcionamiento. Fue entonces cuando, de pronto y dándole un susto que casi hizo
que escupiera el corazón por la boca, Nicolás apareció empatado y tapándose de cintura para
abajo sólo con una diminuta toalla.
—¡Carolina! —Gritó provocando ese susto en la joven— ¡Creo que lo tengo!
Esta trató de no ruborizarse ante la imagen que tenía ante sí, pero le fue imposible. La
imagen le hizo casi no prestar atención en las palabras del policía.
—¡Tu padre nos dejó la solución en la nota! —Insistió sin prestar atención al gesto
incómodo de la chica—¡Sácala!
Ésta pareció reaccionar y obedeció de inmediato. Buscó en su bolso y sacó la nota
traducida.
—No hace falta ni que la mires —dijo el inspector—. Esa parte me la sé de memoria. La
clave es el cinco. ¿A que dice eso?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 171

Carolina lo leyó. Estaba tan impresionada por el desarrollo de la situación que no sabía ni
lo que le estaba diciendo. Así era. Su padre lo había dejado, una vez más, bien claro.
Obvió la imagen que tan nerviosa la había puesto y comenzó a aplicar lo que creía que su
padre le estaba diciendo. Comenzó contando desde la primera letra, de cinco en cinco. Un
mensaje se le apareció. Como por arte de magia.
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Capítulo 38

Óbanos, lunes 23 de agosto. Hotel Rural.

CATEDRALDECHARTRES. Catedral de Chartres.


Lo que más sorprendió a Carolina de todo el asunto, es que la conocía de sobra. Había ido
a visitarla con su padre en una infinidad de ocasiones. Sin duda, era su catedral favorita en el
mundo entero. Era una iglesia catedralicia de culto católico romano y se encobra en la ciudad
francesa de Chartres, al noroeste de país, a unos ochenta kilómetros de la capital de Francia:
París. Era la sede de la Diócesis de Chartres, en la archidiócesis de Tours.
A Carolina se le empezó a acelerar el corazón cuando supo que la catedral que tantas y
tantas veces había visitado era su último destino. Comprendió de inmediato que su padre
hubiera estado tan empeñado a lo largo de toda su vida en que ella amara aquella
construcción, habiéndolo conseguido de sobra. Aunque quizá, lo que más le sorprendió de
todo es que la Orden estuviera ocultando tan preciado tesoro a los ojos del mismísimo
Vaticano. Tenían el enemigo dentro de su propia casa. Era maquiavélicamente perfecto.
Le animaba saber que estaba dentro de su terreno de confort. Conocía cada rincón de la
catedral, cada esquina, eso le daba una ventaja extra a la hora de encontrar el tesoro. Si había
una piedra fuera de su lugar, ella la encontraría, sin duda.
—Así que la Catedral de Chartres, vaya, vaya… —comentó Nicolás muy sorprendido por
la ubicación del tesoro—. Jamás lo hubiera imaginado.
—¿La conoces? —Preguntó entusiasmada Carolina.
—Sólo de oídas. No he tenido la oportunidad de visitarla, pero he escuchado decenas de
veces que es una de las catedrales más fabulosas del mundo entero. Pero, hay algo que me
desconcierta, ¿no es totalmente católica?
—¿Y eso no te parece sencillamente genial?
—A ver, desde luego he aprendido algo de tu padre. Si quieres ocultar algo, déjalo a la
vista de todos. Si lo aplico aquí tiene toda la lógica del mundo.
—Perfecto, entonces nos vamos para Madrid a coger un avión, ¿no?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 173

Nicolás sonrió.
—Nada de eso. En avión no creo que pongan tan buena música como la que te voy a
poner yo en mi coche.
Carolina rió ante el comentario.
—No, ahora en serio. No quiero tomar vuelos a no ser que sea absolutamente necesario.
Aunque al registrarnos en un hotel dejamos pistas, si lo hacemos en el aeropuerto, con
nuestros pasaportes, lo hacemos de manera más inmediata. No conseguiremos gran cosa así,
pero tenemos que ponérselo difícil a quien quiera echársenos encima.
La muchacha pensó lo que el inspector le decía. El viaje sería un poco paliza para sus
cuerpos, pero al fin y al cabo, no estaba nada mal en su compañía, por lo que no le
importaban las horas.
—Vale —añadió Nicolás—. Recoge tus cosas que nos vamos, cuanto antes. Yo, si eso, me
pondré algo de ropa —dijo con cierta vergüenza. Se acababa de dar cuenta de su atuendo.

****

A unos metros del hostal.

Reconocía que aquella era la peor parte, pero le consolaba saber que todo estaba llegando
a su fin. Movía sus piernas casi sin cesar sentado dentro del coche. Necesitaba tenerlas
activas en medida de lo posible. Puede que le esperaran muchas horas sentado. Dudó que
pasaran toda la tarde en el hostal. Tarde o temprano tendrían que moverse para ir,
supuestamente, a la última de las localizaciones.
Sus sentidos se pusieron alerta cuando vio la puerta del hostal abrirse. Los vio aparecer.
Llevaban las maletas, por lo que ya se marchaban de allí.
No pudo creer su suerte. Ya se estaba viendo a sí mismo esperando durante varias horas
dentro del vehículo.
Observó cómo se montaban en el coche del inspector. Esperó, prudente, a que este pusiera
el coche en marcha. No le seguiría de inmediato. No necesitaba hacerlo y no iba a correr el
riesgo innecesario de ser visto. El inspector estaría alerta con cada coche que pudiera
observar en la carretera, y para algo el vehículo tenía el chip GPS puesto.
Prendió el ordenador y lo conectó al mechero del coche para darle electricidad. Esperó
cinco segundos y la señal apareció en pantalla.
Un punto de color azul mostraba con una precisión bastante aceptable el trayecto que
llevaba el vehículo de Nicolás. Su sorpresa vino cuando el punto, al contrario de lo que él
esperaba, no tomó la autovía para regresar a Madrid. Por el contrario se incorporó a la que
llegaba hasta Francia.
Sacó su teléfono móvil. Tenía que hacer una llamada.
—Ya era hora —dijo el coordinador a modo de saludo.
—Ya tienen la tercera llave. Creo que se dirigen a Francia.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 174

—¿Crees? ¿Cuánto tiempo hace que te enseñé a borrar esa palabra de tu cabeza?
—Tienes razón —contestó abochornado—. Pero te lo digo porque los sigo mediante GPS,
no puedo dejar que me vean. Enseguida empezaré a seguirlos por coche.
—Bien. No hace falta que te diga nada más. Necesito que me confirmes el lugar exacto al
que se dirigen en cuanto lo sepas. Es muy importante que nos hagamos con lo que sea que
están buscando. No los mates hasta que lo hagan.
—¿Nos? —Preguntó extrañado. Conocía de sobra la manera de hablar del coordinador y
si utilizaba el plural era por algo.
—Sí. Viajaré al lugar que me indiques. Quiero ver cómo los matas.
La sonrisa que se dibujó en su cara daba auténtico pavor.
—Será un placer —contestó bastante excitado.
El coordinador colgó.
Arrancó el coche y comenzó a seguir la señal que el GPS le mostraba. Notó una
excitación fuera de lo normal. Sentía que se acercaba el momento. Su momento.

****

Camino a Chartres.

No tuvieron inconveniente a parar en varias áreas de servicio, tanto para estirar las
piernas como para que el inspector pudiera recargar el depósito de gasolina. También
aprovecharon para picar algo y matar el gusanillo de una buena cena. Ambos se habían
acostumbrado a comer de fábula durante los últimos días y eso su estómago lo sabía, que
rugía insistente cada ciertas horas. Durante las primeras horas siguieron hablando de sus
vidas. También escucharon algo de música. Carolina reconoció que el gusto musical del
inspector era sorprendentemente bueno. Todas las canciones que escuchó dentro del vehículo
le gustaban.
Cuando Nicolás se sintió cansado, pararon durante tres horas para dormir un poco en un
área de descanso. Aunque éste apenas descansó. Sabía que el peligro les acechaba aunque
tenía claro que si el enemigo, fuera quien fuera, no sabía el lugar exacto de la última
ubicación, algo que creía así, el peligro real no llegaría hasta ese preciso instante en que
pusieran un pie dentro de la catedral. Tuvo en todo momento el arma bien cerca. No la
escondió en ningún recoveco en el momento en el que traspasaron la frontera. Si por alguna
razón los registraban haría uso de su identificación personal. Pero no hizo falta. Pudo pasar
sin problemas el control y sin ningún sobresalto.
Llegaron a París a las nueve de la mañana. Una hora antes, Carolina había encontrado una
reserva disponible en el hotel Forest Hill Paris La Villette, gracias a un número de
información telefónica de los que tanto se anunciaban en televisión. Estaba situado en la zona
norte de París, a cincuenta metros de la Ciudad de las Ciencias.
Localizaron el hotel con cierta facilidad gracias al poco nivel de francés de Carolina.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 175

Dejaron aparcado el coche en el propio parking del hotel y pasaron a registrarse. Una vez
hecho eso, subieron a la habitación a dejar sus pertenencias. Se sentían algo cansados después
del largo viaje y el poco descanso acumulado que tenían en el cuerpo, pero la excitación de
encontrarse tan cerca del final les daba alas para seguir adelante y los mantenía bien
despiertos. Nada mejor que la curiosidad como estimulante natural.
La habitación no era demasiado grande. Pero no podían quejarse pues en pleno agosto no
era nada fácil encontrar alojamiento en una ciudad tan turística como París. Y eso que la
habitación costaba casi como una suite presidencial. La estancia estaba pintada en varios
tonos de marrón claro, con un mobiliario algo clásico para el gusto de Carolina, algo
sobrecargado y, al parecer, con algo de antigüedad. Pero nada de eso importaba. No era un
viaje de placer, precisamente.
Bajaron y trataron de recargar pilas a base de café. La oferta del hotel para desayunar era
bastante amplia, aunque ellos lo único que buscaban era el energizante brebaje. Cuando se
sintieron satisfechos, volvieron a montar de nuevo en el coche y se dispusieron a salvar los
ochenta kilómetros que les separaban de Chartres, de su catedral y de la resolución del
enigma templario.
Con cada kilómetro recorrido, sentían que su desasosiego iba en aumento. Quizá fuera la
sensación de estar tan cerca de la supuesta verdad aterradora, quizá, porque sus vidas estarían
a partir de ese momento en verdadero peligro o, quizá, porque en el fondo ninguno de los dos
quisiera que aquello llegara a su fin debido a lo a gusto que estaba el uno con el otro. Fuera
como fuese, los nervios crecían desmesuradamente en sus interiores.
Llegaron a Chartres en casi una hora. Nicolás aparcó lo más cerca posible del edificio que
se disponían a visitar. Cómo no, los alrededores de la catedral estaban abarrotados de turistas
sacándose fotos con cámaras digitales y teléfonos móviles.
Carolina se percató que Nicolás miraba la catedral con la boca abierta. No disimulaba su
asombro.
—Impresiona, ¿verdad?
—No tengo palabras —comentó Nicolás sin poder apartar la mirada de la fachada
principal.
—Es una joya que tenemos el privilegio de poder ver. En 1979 fue declarada Patrimonio
Cultural de la Humanidad por la UNESCO. No me extraña.
Nicolás la miró impresionado.
—¿Cómo sabes todas esas cosas? A veces pienso que eres una enciclopedia con patas.
Carolina rió.
—Siempre que podía, venía con mi padre a hacerle una visita. Desde bien pequeña me ha
maravillado. La sensación que tengo al verla es indescriptible. Podría decir que es mi lugar
favorito de este mundo. Además, si quiero te puedo contar todos los detalles que me de la
gana sin tragar saliva. Mejor que cualquier guía que podamos encontrar por ahí.
Nicolás sonrió mirándola a los ojos.
—Soy todo oídos.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 176

Carolina tomó aliento.


—Vamos a ver primero el pórtico —le indicó mientras se dirigía andando hacia él—. Es
conocido como Pórtico Real y fue construido en la década de 1140 para la anterior catedral
románica que se encontraba aquí mismo. Las esculturas y relieves que ves fueron inspirados
por el pórtico oeste de la Basílica de Saint-Denis. Las jambas están decoradas por
figuras de reyes y personajes que aparecen en el antiguo testamento, si miras un poco más
arriba, el tímpano está decorado con escenas que representan el Juicio Final.
—Vaya… —comentó el inspector muy impresionado.
—Y podría seguir contándote cosas así de cada pórtico de la catedral. Pero no lo veo
necesario. He estado repasando los detalles de cada uno ellos mentalmente y no considero
que haya nada que nos pueda llamar la atención.
—Supongo que en ese repaso mental, habrás considerado qué elementos sí pueden
resultarnos interesante dentro de la catedral.
—¿Lo dudas? —Sonrió— Creo que lo que buscamos está dentro de la cripta de la
catedral.
—¿Se puede visitar?
—Claro. Pero tendremos que buscar el momento idóneo. Suele ser muy visitada y cuanta
menos gente haya, mejor para nosotros.
—Perfecto. ¿Pasmos entonces?
Avanzaron a través del pórtico real y entraron al interior de la catedral.
Nada más entrar Nicolás apreció que la grandiosidad de la catedral no solo era por fuera,
estaba compuesta por cinco naves y tenía ciento treinta y cuatro metros de largo y cuarenta y
seis metros de ancho, además tenía una altura de casi treinta y siete metros en su nave central.
Miró a su izquierda y vio el acceso a una de las torres que poseía la catedral, esta medía
ciento quince metros. Al mirar a la derecha vio la otra, que tenía ciento seis metros de altura,
además de que la catedral ya era alta de por sí misma, parecía más alta aún debido a la fuerte
proyección de los pilares y de los fustes de la pared.
Siguieron andando por la nave y Carolina le dijo a Nicolás que mirara hacia el suelo, al
principio no pudo verlo claramente pero cuando se empezó a fijar detenidamente, debajo de
los asientos para los devotos, pudo apreciar una especie de laberinto.
—¿Qué es esto? —Preguntó.
—Se trata del laberinto de Chartres, dicen que tiene trece metros y que ahora mismo es el
mayor laberinto que se conserva de estilo gótico. Aunque este es un poco raro, ya que sólo
tiene una ruta posible para seguir. Es imposible perderse.
—¿Sabes si tiene una finalidad real o podemos sospechar de él?
—Se dicen muchas cosas sobre él. Cada vez que venía, escuchaba una teoría distinta. Leí
hace no mucho en un libro de un escritor que me gusta mucho, Javier Sierra, en su libro La
ruta prohibida y otros enigmas de la historia, que en la antigüedad se le conocía como
«Legua de Jerusalén». El nombre se lo pusieron aquellos que, en la Edad Media, no se podían
permitir el lujo de viajar a Tierra Santa. En lugar lugar de emprender un camino con casi diez
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 177

mil horas de marcha, recorrían de rodillas esto y creían obtener la satisfacción espiritual que
tendrían al recorrer Jerusalén.
Nicolás escuchaba embobado. Le encantaba la forma que tenía de contar las cosas.
—Sigamos —dijo Carolina.
Continuaron andando hacia el interior, dejando atrás el misterioso laberinto, de mientras
iban mirando los vitrales que contenía la catedral que, según le había explicado Carolina a
Nicolás, la catedral tenía un total de ciento setenta y cinco contando los rosetones.
Los vitrales formaban un rompecabezas de trozos de vidrios de colores que formaban
dibujos del antiguo testamento y de los evangelios montados en un armazón de plomo. Se
dividían en tres categorías: los ventanales bajos mostraban escenas de vidas y relatos de la
Biblia, los altos enumeraban las figuras de santos tratados de manera monumental y los tres
grandes rosetones proclamaban la gloria de Cristo y de la Virgen.
Carolina, excitada, tomó el brazo de un Nicolás maravillado y lo condujo hasta la entrada
de la cripta. Bajaron por las escaleras y, como esperaban, en su interior se encontraban unas
diez personas observándola.
La cripta era enorme, era la más grande de Francia y una de las mayores de la cristiandad,
tan solo por detrás de San Pedro de Roma y la de la Catedral de Canterbury. En ella se podían
apreciar los restos de construcciones anteriores sobre los que se asienta la actual catedral, que
conforman dos criptas concéntricas. Recientemente, se habían realizado excavaciones que
mostraban restos que se remontaban a la época romana. La cripta conservaba frescos del siglo
XII, además de otras piezas expuestas. Se exhibía una reproducción de una imagen de la
Virgen destruida durante la Revolución; Notre Dame Sous-Terre (Nuestra Señora del
Subsuelo), una virgen negra, tal vez una figura precristiana atribuida a la Virgen.
En una capilla de la cabecera se encontraba el pozo de los Saints-Forts, nombre que
se deriva del latín locus fortis o sitio fuerte. Según la tradición en el 858 d.C., durante el
saqueo de la ciudad por parte de los normandos, fueron arrojados a este pozo las reliquias de
San Altin y San Eodaldo, evangelizadores de la ciudad en el siglo III.
Dieron varias vueltas por la cripta con la emoción a flor de piel de poder encontrar algo,
pero muy a su pesar, por más que miraban por un lado y otro, no había un solo indicio que les
indicara que estaban en el lugar correcto de la catedral.
—Debería estar por aquí —comentó frustrada Carolina—. Es el mejor lugar para ocultar
un escondite secreto. No hay duda.
—No desesperes. Ya conoces cómo se las gastan nuestros amigos. La lógica no existe, la
catedral es enorme y podría estar oculta en cualquier lugar. Lo único que sabemos a ciencia
cierta es que el tesoro se encuentra en este edificio, tu padre nos envió aquí y no hay
ambigüedad posible. Tenemos que seguir mirando. Estamos en el camino, sólo que no
encontramos el sendero.
Siguieron mirando por todos los rincones posibles y, a pesar de que Nicolás trataba de
mostrar positivismo, la desesperación empezaba a mostrar sus cartas. Carolina pensó en las
palabras del inspector. Tenía razón, la catedral era monstruosamente grande y podría estar en
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 178

cualquier rincón. ¿Podrían localizarla ellos solos y con tanta gente alrededor? Eso les cohibía
bastante. No podían tocar cuantas cosas querían y muchas zonas de la catedral eran
prácticamente inaccesibles. Como era lógico, no se podrían colar por ellas así como así con
tanto ojo mirándolos.
Decidieron salir de la cripta, no quedaba un solo rincón por explorar en ella y no merecía
la pena seguir perdiendo el tiempo. Eran conscientes del trabajo que les quedaba por delante
y eso les suponía una contradicción de sentimientos. Por un lado, la esperanza seguía viva,
pero por otro, veían aquello tan inmenso que las posibilidades de encontrarlo, sin ninguna
pista más, eran algo remotas.
Siguieron andando. Miraban techo, paredes, suelo, cuadros, imágenes, bancos, rejas,
capillas, todo lo que pasaba por delante de sus narices. Carolina notó que una gota de sudor
frío recorría su espalda, producto de la más pura impotencia. Ni una sola señal del paso de los
Caballeros Templarios por la catedral hacía que su desesperación aumentara y tuviera ganas
de gritar.
Nicolás le echó un brazo sobre el hombro y la atrajo hacia él. Ella se sorprendió un poco,
no lo esperaba, pero enseguida comprendió que lo único que pretendía era mostrarle que él
estaba con ella, que todo acabaría saliendo bien. Carolina se dejó contagiar por esa
pretensión, cerró los ojos y se dejó transportar a una de tantas visitas que había hecho con su
padre al enorme templo. El flujo de imágenes era constante, los detalles que su padre le iba
explicando se reproducían con toda claridad en su cerebro.
De pronto, una de ellas la golpeó con fuerza.
—La espiga… —dijo en voz baja.
—¿Perdón? —Preguntó Nicolás que no pudo evitar asustarse al verla parar tan de golpe.
—Ven, rápido.
Carolina no pensó en que la gente la estuviera mirando, sorprendida, al verla correr de
repente dentro de un templo sagrado. Ella corrió, sin más, sin importarle nada. Necesitaba
verlo de nuevo, con sus propios ojos.
Nicolás la siguió a paso ligero. No quería que también se fijaran en él, aunque era
inevitable hacerlo gracias a la carrera de la muchacha. Cuando llegó al punto en el que
Carolina se había detenido, la observó mirando hacia abajo.
—Mira. Esta catedral tiene tanto detalle que no había caído todavía en éste. Debajo de
mis pies, ¿puedes ver la losa que es notablemente más blanca que el resto?
Nicolás se fijó. En efecto, lo era. Contrastaba claramente con el resto, que era de color
grisáceo.
—Si te fijas bien, hay detalles que la hacen más distinta. Mira, hay una espina de metal
pegada a ella.
Era cierto. Había una espiga plateada.
—Y si te fijas todavía más, mira ese extremo. Hay un agujero. Es muy parecido al que
había en Tomar y en Bornholm.
El inspector recordó la escena de Francisco y Aksel sacando una pequeña palanca,
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 179

introduciéndola en el agujero y abriendo una trampilla por la que acabaron descendiendo.


—El bolso se me va a caer de un momento a otro, Nicolás —continuó hablando ésta—.
Como buen caballero que eres, te agacharás a recogerlo. Con disimulo, observarás la espiga y
probarás si se puede levantar, mover o cualquier cosa.
Nicolás, sorprendido ante la determinación de Carolina, no pudo más que asentir.
Imposible discutirle el plan.
La joven dejó caer con cierto disimulo su bolso. Acto seguido, el inspector se agachó.
Con un gesto rápido, palpó la espiga y comprobó cómo si se podía levantar. No lo dudó y lo
hizo. Asombrado vio cómo ante sus ojos aparecían tres cerraduras. Lo tapó rápido mientras
creía que vomitaría el corazón de un momento a otro. Se incorporó de nuevo.
—Es ahí. No hay duda —comentó nervioso—. ¿Qué hacemos? Hay mucha gente. Esto es
un hervidero.
Carolina lo pensó durante unos instantes.
—Creo que podríamos irnos y volver un rato antes de que cierren la catedral. Luego
pondremos en práctica algo que se me acaba de ocurrir.
—¿Pero qué es?
—Cuando salgamos fuera y estemos solos te lo explico. Hay demasiados oídos y alguno
podría estar puesto en nosotros.
—Está bien —aceptó resignado—. Vámonos.

****

Dentro de la propia catedral.

A unos metros de ellos, aprovechando el gentío y actuando como lo haría un turista, no


quitaba ojo de la pareja que, de manera torpe, acababa de inspeccionar una zona del suelo. La
cara de ambos no hacía sino confirmarle que parecían haber encontrado la entrada hacia el
tesoro.
Tenía claro que el día señalado en su calendario particular había llegado. Fuera como
fuera, ni el policía ni la chica acabarían el día vivos. Pensó en seguirlos durante un tiempo y
asaltarlos, quitarles las llaves y entrar él por su cuenta a la cámara, pero puede que, una vez
dentro, encontrara algún tipo de acertijo del que no fuera capaz de resolver.
Quizá la mejor solución era esperar a que entraran, justo después lo haría él.
Observó cómo se marchaban de la catedral bastante nerviosos. Si actuaban con lógica, en
unas horas los volvería a ver ahí dentro. Él no se movería de allí, por si acaso.
Sonrió. La cuenta atrás había comenzado.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 180

Capítulo 39

Ciudad del Vaticano. Martes 24 de agosto. Despacho del Cardenal Guarnacci.

El joven Cardenal Flavio Coluccelli había decido actuar. Por más que lo intentó, por más
vueltas que le dio, por más que lo pensó, no logró encontrar una solución acertada para
acabar con aquella locura. El único proceder que podría resultar sería intentar el diálogo con
el Cardenal Guarnacci. Puede que no viera las cosas con claridad y estuviera actuando
totalmente enajenado. Era imposible otra razón.
Golpeó con los nudillos en la puerta, encomendó a Dios su destino y entró en el
despacho.
—¿Qué quiere? —Preguntó su mentor sin mucho ánimo de recibirlo.
—Tengo que comentarle algo. Es un asunto moral bastante grave. Me preocupa mucho y
necesito hablarlo con usted.
Guarnacci ni levantó la vista de su escritorio. Estaba leyendo el periódico.
—¿Se trata del pecado de la carne? No se preocupe, todos lo sentimos de vez en cuando.
Vaya, desahóguese y verá como se siente otro. Pero sea discreto, por favor.
Coluccelli respiró hondo mientras notaba que la sangre que le recorría las venas le
comenzaba a hervir. Ese hombre era el mismísimo demonio.
—No, no se trata de eso. Le hablo de un problema de verdad.
—Está bien —dijo resignado—, siéntese y cuénteme lo que le preocupa.
Éste lo hizo. Se acomodó en su asiento, bastante nervioso.
—Verá, ha llegado a mis oídos un asunto muy feo y escabroso que lleva un hombre de
esta Iglesia entre manos. No sé cómo proceder ante tal dilema.
—Pues hable con él. Alguna razón le impulsará a ese hombre llevar ese asunto al que se
refiere. Haga lo que esté en su mano si piensa que está errado y debería reconsiderar lo que
hace.
—Eso estoy haciendo en estos momentos.
Guarnacci no dijo nada. Sólo tragó saliva. Un incómodo silencio se interpuso entre
ambos.
—¿A qué se refiere? —Preguntó al fin.
—Sabe perfectamente de lo que estoy hablando. No se haga el tonto conmigo.
—¿Cómo se ha enterado? —Quiso saber, no se explicaba cómo sabía eso.
—Escuché la conversación que mantenía con el Secretario a través de la puerta. Lo hice
sin querer, la verdad, pero una vez empecé a escuchar las barbaridades, no pude apartar el
oído.
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El Cardenal de mayor edad se levantó de su asiento. Coluccelli se asustó pues no sabía


qué iba a hacer, pero se tranquilizó al ver que éste se dirigía al mueble bar. Se sirvió una copa
para relajarse.
—¿Quiere una? —Preguntó sin ni siquiera volverse hacia Coluccelli.
—No. Además, no trate de evitar la conversación.
—No trato de evitarla, si es lo que piensa —dijo mientras guardaba la botella de whisky
escocés de nuevo—. No tengo nada que ocultarle, la verdad. De todas formas, no sé para qué
quiere saber nada. Usted no lo comprendería, es demasiado joven.
—No me tome por imbécil. Sí lo comprendo. Usted es un monstruo desalmado, capaz de
cualquier cosa por conseguir un poder ilimitado. Por Dios, que hay vidas en juego. ¿Cómo ha
podido?
—¿Y qué otra cosa podría hacer? —Se giró hacia Coluccelli— ¿Dejar que mi Iglesia
muriera?
—Pero, por favor, ¿cómo se puede ser tan cínico? Es usted el que la está matando con su
manera de actuar. ¿Qué le hace pensar que después de tantos años oculto, sea lo que sea, la
Orden va a sacarlo a luz? No sea ridículo.
Guarnacci respiró hondo.
—No debería ni molestarme en contestarle, pero como ha venido a saber la verdad, la
tendrá. La Iglesia siempre ha sabido de la existencia de ese tesoro, por favor, ¿cómo no
íbamos a conocer su existencia? Pero se perdió, sin más. Pasaron varios siglos y los
Caballeros Templarios lo lograron encontrar. Pero no en Tierra Santa, como piensan algunos.
Lo hicieron en un lugar que, desde luego no esperaban.
—¿Y por qué esa obsesión con Tierra Santa que tuvieron?
—Porque buscaban algo mucho más poderoso, algo que rompería por completo y sin
discusión los pilares en los que se basa nuestra fe. Si lo hubieran encontrado, hubieran
acabado con nosotros de un plumazo.
—¿Y qué es lo que encontraron y qué lo que no?
Guarnacci se lo relató. Coluccelli abrió los ojos incrédulo, aquel hombre no podía estar
hablando en serio.
—Desde que encontraron el objeto, la Iglesia no ha querido otra cosa que recuperarlo,
ponerlo a buen recaudo. Se llegó a un acuerdo con ellos, pero al fin y al cabo eran personas.
Podían faltar a su juramento en cualquier momento y destruirnos. Por eso se acordó darles
caza en secreto y exterminarlos.
—De ahí la purga que se hizo el trece de octubre, ¿no?
—Sí. Pero no sabemos de qué manera, muchos consiguieron escapar. Puede que hubiera
alguna filtración dentro de nuestra propia casa, eso nunca se sabrá, pero sucedió. Los que
escaparon, pusieron a buen recaudo el tesoro. Juraron que lo revelarían cuando más daño
pudieran hacer a la Iglesia.
—¿Y por qué piensa que ese momento ha llegado?
—Porque estamos más débiles que nunca. Si lo hubieran hecho en la Edad Media, nadie
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les hubiera creído. La gente nos respetaba.


—No, la gente nos tenía miedo.
—Llámelo como quiera. ¿Acaso importa? Lo único cierto es que nadie le hubiera dado
credibilidad. Supongo que esperaron que, de alguna manera, se pudiera demostrar que lo que
tienen es real. Ahora sí se podría con las modernas técnicas que hay. La fe está por los suelos
en estos momentos. Ya nadie va a celebrar la eucaristía. Los jóvenes se ríen de nosotros.
¿Qué pasará cuando, poco a poco, vaya muriendo la gente que sí cree en nosotros? Suele ser
gente mayor. No sobreviviremos. Pero si nos pegan un golpe en toda la cara, menos todavía.
Están deseando encontrar algún escándalo para que se nos echen encima. ¿No tenemos ya
bastante con los abusos a niños, el gasto descontrolado y demás abusos por parte de algunos
descerebrados? Nada de eso ha podido del todo con nosotros, pero de esta no saldríamos.
Había que atajar el problema de raíz.
—¿Y eso implicaba matar gente?
—Que la fe perdure requiere un sacrificio grande.
—No puedo creer que se crea sus propios delirios. ¿Pero cómo supo que la persona que
asesinaron estaba detrás del tesoro?
—No somos idiotas. Al igual que ellos nos tienen controlados, desde siempre, nosotros
también lo hemos hecho a la inversa. Siempre hemos sabido quiénes estaban detrás de todo.
El problema es que nadie se atrevía a actuar en beneficio de salvar millones de almas.
—¿Salvar? ¿A esto lo llama salvar? ¿No se da cuenta que ha perdido la cabeza sin
remedio?
Guarnacci dio media vuelta de nuevo y se colocó de espaldas al joven Cardenal. Éste
último pareció algo esperanzado al ver que el hombre parecía estar dándose cuenta de sus
errores. De pronto, sin más, se giró y a toda velocidad se lanzó a por Coluccelli con un
picahielos en la mano. Éste, al verlo, dejó que su instinto actuara por él y, con un rápido
movimiento lateral, se apartó de la trayectoria del arma. Cuando Guarnacci vio que su primer
intento no funcionó, volvió a lanzarse de inmediato con los ojos rojos de la ira. Coluccelli
estuvo rápido y pudo contener la mano que llevaba el improvisado arma antes de que el
Cardenal se lo clavase en plena yugular. Durante unos segundos forcejearon hasta que el
picahielos acabó cayendo al suelo.
Ambos lo miraron y se lanzaron como niños a por caramelos. El primero en llegar fue
Coluccelli, que tenía un mayor agilidad que el obeso Guarnacci, pero éste último aprovechó
un leve desconcierto para asestarle una patada en la barriga del joven Cardenal, que hizo que
se retorciera y dejara caer el arma al suelo. Una nueva patada, esta vez en la boca hizo que
cayera de espaldas al suelo, completamente aturdido.
Lo siguiente que vio fue cómo Guarnacci agarraba de nuevo el objeto y se lanzaba
buscando el corazón de Coluccelli. Pudo reaccionar a tiempo y girarse para su derecha en el
suelo, consiguiendo que el afilado objeto sólo le desgarrara algo de carne del brazo. La
adrenalina era tanta que ni notó el momento en el que le rasgó.
Tratando de no perder la ventaja de su agilidad, se levantó todo lo deprisa que pudo y se
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lanzó a por Guarnacci, que se vio sorprendido y no pudo evitar que éste le agarrara de nuevo
la mano armada y volvieran a forcejear. De pronto, uno de los dos cayó al suelo con el pecho
lleno de sangre y el picahielos a medio clavar.
Coluccelli estaba tirado en el suelo, exhausto. Cerró los ojos, aquello no podía estar
pasando de verdad.
Guarnacci respiraba con mucha dificultad. Un hilo de sangre comenzó a salir por una de
las comisuras de sus labios. Levantó el cuello con un esfuerzo tremendo y vio el arma que él
mismo había improvisado clavada en su propio pecho, muy cerca del corazón.
Aceptó con resignación su destino. Había hecho lo que había podido, lo que había creído
justo. Lamentó profundamente no haber servido a la Iglesia como él creía que debía de
haberlo hecho. A su Iglesia.
—Deme la extremaunción —dijo con mucha dificultad.
Coluccelli, asustado por cómo se había desarrollado todo se levantó de inmediato y
cumplió con la voluntad del moribundo.
—Sólo quiero que sepa —continuó hablando Guarnacci con la voz apagándose—, que
haya hecho lo que haya hecho, siempre fue por el bien de la Iglesia. Siento que haya muerto
gente, pero no podemos dejar que la gente pierda la fe. A veces… —tosió sangre— sólo les
queda eso…
Sin más, el Cardenal Guarnacci cerró los ojos. Para siempre.
Coluccelli, consciente de lo que había hecho y, sobre todo por qué, corrió hacia el
escritorio. En la pila de papeles quizá hubiera algo que le indicara adónde tenía que dirigirse.
Entonces lo encontró. Anotado en bolígrafo en un folio había una especie de hoja de ruta.
Parecía que Guarnacci había ido anotando los paraderos de las tres llaves, así como el del
tesoro. No sabía para qué lo había hecho. Tampoco le importaba. Lo único que quería era
salir de allí corriendo, poner, como fuera, al Santo Padre al corriente del asunto y llegar a
París a tiempo. La vida de dos personas estaba en juego.
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Capítulo 40

Chartres, martes 24 de agosto. Dentro de la catedral.

La noche comenzaba a hacer acto de presencia, dando el relevo al impertinente sol que
durante todo el día les había acompañado en la ciudad. Antes de marcharse se habían
informado sobre los horarios de la catedral y sólo quedaban veinte minutos para que se
produjera el cierre al público.
Nada más salir de ella, por la mañana, se dirigieron a una tienda de bricolaje y habían
comprado, atendidos por un hombre que no parecía comprender lo que le pedían, el
destornillador más fino, largo y a la vez resistente que pudieron encontrar. Nicolás, que lo
había mirado ya docenas de veces, estaba convencido que aguantaría para hacer de palanca
con él. Además de eso, había comprado dos linternas regulables en luz ya que, con toda
seguridad, la oscuridad les esperaba dentro.
El plan era bastante sencillo. Carolina sabía de un pilar lo suficientemente amplio, oscuro
y apartado para poder esconderse sin problemas, al menos, tres personas de un tamaño como
el de ellos. Se encontraba cerca del ábside, en uno de los laterales. Estaba convencida de que
ahí no los descubrirían pues no creía que cada día realizaran una inspección minuciosa de
cada rincón del templo antes del cierre. Una vez estuviera cerrada y sin nadie dentro, saldrían
de su escondrijo en busca de la recompensa. Cuando por fin la tuvieran en sus manos,
simplemente tendrían que repetir la operación al amanecer, cuando abrieran las puertas de la
catedral de nuevo y aquello se volviera a infestar de turistas.
Quizá no fuera el plan más perfecto de la historia, pero al menos, daría resultado.
Lo que no imaginaba es que alguien, dentro de la catedral había pensado hacer lo mismo
que ellos.

****

Dentro de la propia catedral.

Cuando los vio entrar de nuevo, como esperaba, no pudo evitar reír. «Pobres tontos», se
dijo. Se iba a divertir con ellos mucho.
El plan que él había trazado tenía algo más de elaboración, pues había conseguido hacerse
con una de las llaves laterales del templo robándosela a uno de los guardas de seguridad.
Cuando encontraran su cuerpo, metido en una postura inverosímil dentro de un cofre que
había en la sacristía, él ya estaría lejos de allí.
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Palpó el bolsillo en el que tenía la llave. Era necesaria para que el plan saliera al dedillo.
Lo que le dolía es que no lo hubiera trazado él. Una vez más se tuvo que rendir ante la
genialidad del coordinador.

****

Dentro de la propia catedral.

El silencio dio paso al anterior bullicio. Ya no quedaba ningún turista dentro de la


catedral. El colorido de la luz a través de los vitrales que se podía apreciar durante el día
había dado paso a una oscuridad aterradora.
Nicolás y Carolina esperaron pacientes unos minutos más hasta asegurarse que no se
escuchaba absolutamente nada. Estaban solos, al parecer.
Había llegado la hora.
—Vamos —dijo Carolina con solemnidad.
Ambos se incorporaron —estaban sentados con la espalda apoyada contra el pilar— y
comenzaron a quitarse de en medio la distancia que los separaba del punto que les interesaba.
El nerviosismo anterior y la desesperación por quedarse solos había dado paso a una
incertidumbre casi total al no saber lo que se encontrarían debajo de sus pies. Tan solo unos
metros les separaban de conocer el verdadero tesoro templario, del que tantas personas
habían especulado y soñado con encontrar.
Antes de que Nicolás se agachara para revelar las tres cerraduras, miraron por unos
instantes la losa. Parecía que ambos necesitaban coger el aliento necesario para proceder con
su cometido. El policía por fin se decidió y se puso en cuclillas.
Levantó de nuevo la espiga.
—Dame las tres llaves.
Carolina obedeció y se las dio. Nicolás fue probando cada una de ellas en cada una de las
hendiduras hasta que las tres quedaron encajadas. Como si de un ritual se tratara, el inspector
las fue girando una a una, despacio. Cuando la tercera hubo girado, se escuchó un chasquido
que les cortó la respiración. Nicolás, de la impresión se incorporó y dio dos pasos para atrás,
como esperando a que sucediera algo. Pero nada pasó.
—Ahora, el destornillador.
La muchacha se lo pasó. Éste lo metió en el agujero con cuidado, hasta un poco más de la
mitad de la longitud de la herramienta y aplicó fuerza para hacer palanca. La losa apenas se
levantó unos diez centímetros al suelo. Agarró el destornillador con una mano y metió la otra
en el hueco que había quedado libre. Carolina no pudo evitar temer que se le escapara la losa
y le aplastara la mano, por lo que se prestó a tener sujeto ella el destornillador y así el
inspector podría meter ambas manos. Nicolás, no sin un gran esfuerzo, logró levantarla lo
suficiente como para poder moverla a continuación hacia un lado, revelando un túnel
descendente con unas escaleras.
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El hedor que emanaba aquello era algo insoportable, la humedad estaba tan presente que
una mezcla de vapor oloroso salió hacia afuera.
Ambos taparon sus narices en un primer momento. Poco a poco la fueron descubriendo,
no sin dejar de hacer gestos de asco con sus caras. Tenían que dejar sus reticencias a un lado.
La verdad les estaba esperando.
El primero en bajar fue Nicolás. Carolina lo siguió de inmediato.
Cuando llegaron al subsuelo, Carolina extrajo de su bolso ambas linternas. Las
encendieron y vieron que, una vez más, aquello no distaba demasiado de los escondrijos de
las llaves.
—Debemos de estar en uno de los laterales de la cripta, supongo —comentó pensativa
Carolina.
—Puede ser. Ahora mismo no me ubico demasiado bien.
Avanzaron por el largo y húmedo pasillo. El camino parecía que rodeaba, en efecto, la
cripta, pues parecía que describía una ligera curva hacia la izquierda. Siguieron avanzando
unos metros. Las piernas les temblaban, no lo podían evitar. Al cabo de unos minutos, se
toparon de frente con una pesada puerta de acero. Ésta tenía en su centro una gran cruz
templaria. Habían llegado.
El tesoro les aguardaba tras esa puerta.
—¿Y ahora? —Quiso saber Nicolás mientras enfocaba con su luz una y otra vez cada
rincón del portón, esperando ver algo que le dijera cómo abrirla.
—Joder, no tengo ni idea. Debemos estar delante de otro enigma. El problema les que mi
padre no nos ha dejado nada para resolverlo, al menos que yo recuerde.
Nicolás, que no se daba por vencido, se giró noventa grados a su izquierda para iluminar
la pared de al lado con la linterna. Escudriñó durante unos instantes hasta que lo vio. Tan
pequeño que era casi imperceptible a la vista, en uno de los ladrillos de los cientos que
contenían los laterales, había dibujado un mini laberinto muy parecido al que habían visto
arriba, en el suelo de la catedral. Nicolás se asombró de la precisión del dibujo pues le
pareció muy difícil haberlo hecho de tan pequeñas dimensiones.
Carolina, que lo vio mirar atento a algo se acercó y también lo vio. Ella, que sí conocía
bien la forma del otro, se percató que la forma era idéntica al de arriba.
—¿Qué hacemos con esto? —Preguntó el policía sin pestañear.
—Ojalá pudiera decírtelo. No sé. Es el mismo laberinto, puede que tengamos que subir a
hacer algo arriba, con el grande. Puede que las leyendas que se cuentan sobre él sean ciertas.
—¿Te refieres a lo de recorrerlo de rodillas? No creo. Además, no tiene sentido que una
vez aquí te hagan subir de nuevo. Eso pierde totalmente la clandestinidad. No creo que lo
hicieran con esa idea. Tiene que haber algo más aquí. Aunque me encuentro algo perdido.
No supo si fue la última palabra pronunciada por el inspector. No lo supo. Pero de pronto,
un nuevo recuerdo la asaltó a traición —o no, según se mirara—. En él, se encontraba frente
al gran laberinto, con su padre al lado. Hablaban sobre el futuro de Carolina. Ésta esta
indecisa sobre qué camino elegir a la hora de enfocar sus estudios sobre Historia, cuando los
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acabara.
La imagen en su mente era nítida.

—Es que no sé cuál de los elegir, papá. Ambas cosas cosas me gustan, pero sé que
compaginar ambas es muy difícil.
—¿De verdad que no te ves más en uno que en otro, hija?
—Pues no. Si te digo la verdad, me encanta el trabajo de campo. Las veces que he visto
una excavación de cerca, me ha fascinado lo que hacían. Tiene un punto especial de emoción
el no saber qué vas a encontrar. Piensa que podría ser el descubrimiento que cambiara los
cimientos de lo que creemos conocer hasta ahora. Por otro lado, te veo a ti y no sé, quizá sea
porque es lo que he visto siempre, pero encanta tu labor en el terrero de la investigación. Me
encantaría poder trabajar en el museo, codo a codo contigo. Sé que ambas cosas pueden ser
compatibles, pero… si hago algo lo quiero hacer bien, ¿me entiendes? No me valen las
medias tintas.
Su padre sonrió mientras la miraba. Luego miró hacia el laberinto.
—Te entiendo perfectamente, Carolina. A mí me pasó algo parecido. No hay un solo día
que no me pregunte qué hubiera sucedido si hubiera tomado el otro camino, pero a día de
hoy, no cambiaría lo que hice por nada del mundo. No quiero decirte que lo mío sea mejor,
quiero decirte que al final obré como creía yo mismo. No te puedo aconsejar mucho, pero
sigue siempre tu camino elegido con determinación.
—No te entiendo.
—Quiero decirte que puede que alguna vez te encuentres con puertas cerradas. Esas
puertas creerás que te impedirán llegar hasta la meta, pero una vez que elijas un camino,
aunque tenga esa puerta, síguelo. No mires atrás. Habrá otros caminos de aspecto más
amplio, pero si tú has elegido el pequeñito, síguelo. Cuando llegues al final, te darás cuenta
que hiciste bien y que la recompensa será mayor de la esperada.
—Papá, ¿siempre tienes que ponerte así de filosófico para explicarme algo? Te juro que
no he entendido ni una palabra.
—Ya lo harás, Carolina. Te prometo que un día lo entenderás —le guiñó un ojo.

—Carolina, ¿me oyes? Digo que…


—Ilumina de nuevo la pared, Nicolás —lo interrumpió de golpe—. Muéstrame otra vez el
laberinto pequeño.
—Éste, sin entender demasiado bien lo que ocurría obedeció.
Carolina se fijó en el pequeño dibujo y lo vio.
—¿Qué pasa? —Dijo el inspector.
—Déjame una de las llaves.
Se la dio. Miró paciente lo que quería hacer la joven.
—Pasa que —colocó la punta de llave en el principio del laberinto—, cuando eliges un
camino —comenzó a recorrer el laberinto, siguiendo el único camino disponible—, por
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pequeño que sea —siguió—, debes llegar hasta el final. Aunque hayan puertas —se detuvo
un momento y señaló con su dedo el portón con la cruz paté—. Porque si lo haces —continuó
siguiendo el camino—, cuando llegues al final —detuvo la llave en el centro—, la
recompensa será mayor de la esperada.
—¿Qué? —Preguntó el inspector mientras la miraba como si hubiera perdido la cabeza,
Carolina sonrió y apretó para adentro. La llave se hundió en lo que parecía ser un botón
oculto.
De repente, la pesada puerta que tenían al lado comenzó a levantarse hacia arriba,
haciendo un ruido infernal, pero al fin y al cabo, brindándoles el paso. La puerta dio paso a
otra nueva, esta vez con tres cerrojos. Estaba claro qué llaves la abrirían.
Nicolás necesitaba una pequeña explicación antes de continuar.
—Mi padre me instruyó sin que yo me diera cuenta en la apertura de esta puerta —dijo a
modo de explicación—, debo darte la razón. Era un genio.
Nicolás sonrió como un bobo. Aquella chica era simplemente maravillosa.
Nicolás se acercó con las tres llaves en la mano hacia la nueva puerta.
—Espero que no hayan más sorpresas. Ya está bien.
Introdujo las llaves, trató de girarlas, pero no cedían. En cambio, escuchó algo muy
parecido a un pitido electrónico sonar. Lo comprendió enseguida.
—Seguridad máxima —dijo—. Parece ser que el sistema de seguridad de esta puerta
también ha sido reformado en los últimos tiempos. Desde luego no iban a dejar entrar aquí a
cualquiera.
Pasaron al interior con el corazón latiéndoles muy fuerte en el pecho. Tenían el tesoro a
unos cuantos pasos y no podían creer que aquello estuviera ocurriendo de verdad. Cuatro
antorchas rodeaban la habitación en la que entraron. Nicolás extrajo un mechero que había
traído por si acaso de su bolsillo y las encendió. Como por arte de magia, el tesoro oculto de
la Orden de los Caballeros Templarios apareció delante de ellos.
Cientos de documentos se amontonaban en varias mesas de madera. Parecían estar
habilitadas para su lectura y estudio. Al pasar, notaron cómo el aire estaba muy enrarecido.
Carolina miró hacia arriba y comprendió que era porque había varios extractores conectados
que sacaban parte del oxígeno de la estancia. Eso no impedía que los documentos
envejeciesen y se estropearan, pero lo ralentizaba considerablemente.
En el centro de todo, parecía haber algo que sobresalía por encima del conjunto. Era un
objeto de no demasiada envergadura, tirando más bien a mediano.
Carolina se acercó a él, temblorosa. Se acercó y lo miró con los ojos muy abiertos. De
pronto, las piernas le fallaron, se sintió muy mareada y cayó al suelo.
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Capítulo 41

Chartres, martes 24 de agosto. Debajo de la catedral

Nicolás no dudó en echarse sobre Carolina para ver qué le había pasado. Recordó que en
el bolso de la muchacha habían dos botellas pequeñas de agua para pasar la noche, no dudó
en echar el contenido casi entero de una de ellas sobre el rostro de la muchacha, que seguía
sin conocimiento. Pareció reaccionar. Golpeó de forma suave su rostro para tratar que ésta
recuperara la consciencia.
—Carolina, ¿me oyes? —Su evidente preocupación se calmó algo al ver que poco a poco,
la muchacha abría los ojos.
—¿Qué ha pasado? —Preguntó algo aturdida.
—Te has desmayado, supongo que por la sensación de asfixia que hay aquí dentro. Parece
como si faltara el aire.
Entonces recordó el motivo por el que había visto todo su mundo tambalear.
Trató de incorporarse, las piernas todavía no le respondían del todo bien, pero aun así lo
consiguió ayudada por el inspector.
—No, no ha sido por eso —dijo mientras se masajeaba las sienes.
—¿Entonces?
—Mira esto —se giró y señaló con su mano una urna parecida a un cofre.
Nicolás se fijó en ella. Escrito, en su parte frontal, había dos líneas. La primera le fue
imposible de leer, pues más bien parecía un galimatías de símbolos. La de abajo sí fue capaz,
aunque no entendía lo que quería decir.
—Joshua ben Joseph —leyó bastante confundido.
—¿Todavía no lo entiendes?
—No, no sé ni qué idioma es.
—Es hebreo, supongo que lo de arriba es la transcripción literal del hebreo antiguo.
—¿Sabes hebreo? —Preguntó muy sorprendido.
—No, pero no hace falta para saber lo que ahí pone.
—¿Y? —Preguntó desesperado.
—Jesús, hijo de José.

****

Dentro de la propia catedral.


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Descendió con sumo cuidado por las escalerillas. A pesar de su envergadura, sabía
moverse como si su peso fuera el de una pluma. Lo tenía todo dispuesto para dar muerte a los
dos jóvenes. Agradeció el tener la oportunidad, por una vez en su vida, de poder matar a
alguien sin importarle los gritos, ni el ruido ni nada de lo que pudiera suceder. Bajo tierra,
con la catedral cerrada al público, nadie escucharía nada. Era una gozada.
Ni siquiera tendría que deshacerse de ellos. Los dejaría ahí dentro, pudriéndose, nadie los
encontraría jamás.
El coordinador le había dado unas órdenes de última hora. Tenía que esperar a que el
minutero marcara el momento exacto para poder actuar, si no, la operación sería un fracaso.
Cerró los ojos y se dejó llevar por la emoción de tener que arrancarse el yugo de la
paciencia de una vez por todas, había superado con creces sus propias expectativas y era por
eso que sabía que iba a disfrutar el doble arrancándoles la vida. Esperó saber contenerse y no
cegarse en un último momento debido a ese ansia por quebrarles el cuello.
Ante todo era un profesional.
Miró el reloj. Quedaban solo tres minutos para actuar.

****

Dentro de la propia catedral.

—Carolina, dime que esto no es lo que yo creo que es.


La muchacha sentía que había recuperado parte del nervio que la había llevado al
desmayo. Andaba de una parte a otra de la habitación. Llevaba las uñas de las manos cortas,
pero aun así trataba de mordérselas. Aquello no podía ser real.
—Carolina —insistió—, dime que esto no es lo que yo creo que es.
—No lo sé, Nicolás —dijo deteniéndose en seco.
—A ver, vamos a centrarnos —dijo respirando tan profundo como el aire de la habitación
le permitía—. Esto no puede ser que contenga los restos de Jesús. No me creo toda la historia
de la resurrección ni nada de eso, pero es imposible que esto sea cierto.
Carolina miró el objeto. Tembló. Quería abrirlo y comprobarlo, pero el pavor que sentía
ante algo así, le impedía el poder hacerlo.
—No sé si los contiene o no —habló al fin—, pero tampoco sería tan descabellado. Ha
pasado dos mil años desde su muerte, digo yo que su cuerpo se habrá reducido ya a polvo, no
creo que quede nada más que eso.
—¿Y todos estos documentos? —Nicolás se acercó hasta ellos. Algunos de ellos estaban
escritos en el mismo idioma que la primera inscripción de la urna, la que Carolina decía que
era hebreo antiguo. Otros, en cambio, parecían estar en latín. Otros en griego. El caso es que
Nicolás no pudo entender nada de lo que había en ellos.
—Puede que relaten la propia historia de Jesús desde los ojos de quienes lo vieron.
—¿A qué te refieres?
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—Pues que los textos que aparecen en la Biblia no son coetáneos. Estos textos sí podrían
serlo. Podrían contar la verdad de la vida de Jesús, y puede que eso no guste a la Iglesia.
—Pero, a ver, de todas formas está en cada uno creer o no creer en lo que digan. Supongo
que igual que con la Biblia, no lo veo para tanto.
—Sé sincero, Nicolás. ¿A mí, si yo escribiera un diario sobre lo que estamos viviendo?
¿O a alguien que dentro de, por ejemplo, trescientos años escriba sobre nosotros?
Nicolás no tuvo ni que pensarlo. No había duda de eso.
—Tienes razón. De igual forma, tampoco sabemos lo que dicen. Igual hablan de lo
mismo que la Biblia.
—¿Y por eso se guarda con tanto recelo? ¿Por eso hay gente que es capaz de matar por
ellos?
—Touché de nuevo.
—El caso es que…
De pronto, Carolina se calló al comprobar cómo, de manera inesperada, una a una se
fueron apagando las antorchas que daban luz a la estancia. A Nicolás no le dio tiempo ni a
girarse para ver qué estaba pasando por la rapidez con la que las luces se iban apagando.
De manera instintiva, metió la mano en el bolsillo de su pantalón para extraer el mechero
con el que había encendido las antorchas. Con la emoción del momento no tenía ni idea de
dónde había dejado la linterna. La otra mano fue directa al revólver que tenía oculto en el
pantalón.
Antes, siquiera de encender el mechero necesitó preguntar a Carolina por su estado.
—¿Estás bien?
No obtuvo respuesta.
Con cautela y agachado por si alguien decidía disparar, se acercó lo más rápido que pudo
hacia una de las paredes. El mechero apenas iluminaría y necesitaba ver qué estaba pasando.
Era consciente de que eso también lo dejaba a él en desventaja, pero no se le ocurría qué otra
cosa podía hacer. Prendió la antorcha.
Cuando parte de la sala se iluminó, observó horrorizado cómo un hombre con aspecto de
mastodonte tenía agarrada a Carolina mientras le tapaba con la boca. La tenía encañonada
directamente en la sien con la otra mano.
—Dos cosas —comenzó a hablar el hombre con un marcado acento extranjero y con una
voz tan ronca que asustaba—. Ni se te ocurra dar un puto paso en falso, ni tocar nada de lo
que hay dentro de esta habitación.
Nicolás, que quería proteger a la muchacha por encima de todo, decidió mostrarse
amistoso. Aunque no tenía claro del todo que aquello fuera a surtir efecto. Ese hombre había
ido a matarlos. Pero, ¿por qué no lo había hecho ya?
—Gracias por abrirme la puerta de la cámara, pero nada de lo que hay aquí os pertenece.
—¿Y a quién pertenece? —Preguntó Nicolás tratando de ganar tiempo.
—Eso no te importa. Además, vas a morir, ¿para qué quieres saberlo exactamente?
—Es el Vaticano quién te envía, ¿verdad?
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—¿El Vaticano? No, ellos nos contrataron en primera instancia, pero ahora se podría decir
que vamos por libre.
Nicolás creyó entender a lo que se refería. Quería hacer lo mismo que los Templarios
hicieron en su día. Quería chantajear al Vaticano.
—¿Has dicho «nos»? ¿Cuántos sois?
—Varios, eso no importa. El caso es que cuando me cargué al viejo, pensé que sería una
misión más. Un ajuste de cuentas de los de siempre. Pero ahora veo que todo va un poquito
más allá. No pienso quedarme de brazos cruzados mientras sé que esto puede valer más de lo
que se pueda pagar.
Carolina, al escuchar las palabras de su captor empezó a patalear, tratando de soltarse. El
hombre no solo la apretó más para sí, sino que además colocó el martillo del arma en
posición de disparo.
—Vamos, vuelve a moverte y empaparé mi ropa con tus sesos.
La muchacha se contuvo al oír eso. No tenía dudas de que lo haría de verdad.
Nicolás, tratando de ganar tiempo le dijo algo a su contrincante.
—Creo que deberías entregarte.
—¿Ah, sí? ¿Por qué? —Preguntó divertido.
—Antes de bajar he dado el aviso para que envíen varias patrullas de policía. Estás
rodeado.
El hombre rió.
—¿Esperas que me crea eso?
—Tú mismo lo comprobarás, la única diferencia es el cómo saldrás. Si te entregas, irás a
la cárcel, pero al menos vivo. Si nos pasa algo, bajarán a por ti y dispararán sin
contemplaciones.
Nicolás no sabía qué más inventarse para ganar tiempo. Eso le sonó poco verosímil hasta
a él mismo, pero tenía que agotar todas las posibilidades que tuviera.
—Sea verdad o no lo que dices, no me importa demasiado. Te sorprendería saber lo largos
que son nuestros tentáculos y lo fácil que es sobornar a un policía poniéndole delante de su
cara un buen pellizco. Nadie es incorruptible, inspector. Nadie.
Nicolás, que ya se temía eso cuando vio desaparecer la nota de criptografía, no sabía qué
decir. ¿Eso querría decir que no podía confiar en absolutamente nadie? ¿Ni siquiera en
Alfonso? Quiso arrancarse esos pensamientos de la cabeza con rapidez. Se negaba a pensar
cosas así.
—Dejémonos de estupideces. Tengo una misión que cumplir y una buena cantidad de
pasta que ganar. Creo que el sufrimiento será mayor si te mato primero a ti, inspector. Así
también tendré algo de tiempo para pasármelo bien con la chiquitaja. Mientras disfrute con su
cuerpo le relataré cómo crucifiqué a su padre y las palabras que decía mientras se suplicaba
clemencia.
Carolina, entre lloros, pareció ver cómo el inspector le quería decir algo. Un gesto de la
boca del inspector le indicó a las claras lo que quería de ella. Cerró los ojos y buscó dentro de
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ella las fuerzas y el valor para hacerlo. Cuando creyó encontrarlo, se dejó llevar y mordió la
mano de quien la tenía presa con todas sus fuerzas. La carne sonó desgarrándose y el alarido
que soltó el hombre se habría escuchado hasta fuera, en la calle. Por instinto la soltó.
Nicolás, al percatarse de ese detalle, meneó rápido la antorcha hasta que ésta se apagó.
Con su instinto de supervivencia activo al trescientos por cien, se lanzó hacia el lugar en el
que creía que se encontraría la muchacha. Palpó por todos lados hasta que, por casualidad, se
encontró con el pelo de la joven. La agarró con firmeza en brazos y se dirigió hacia la puerta
lo más rápido que pudo.
La antorcha volvió a encenderse en el interior de la cámara. A Nicolás no le había dado
tiempo a salir cuando escuchó cómo el arma volvía a estar amartillada y apuntándolos.
—Hijo de la gran puta. ¿Qué coño pretendías? ¿Qué quieres, alargar la agonía? Vas a
morir igual. ¡Gírate!
A Nicolás, que todavía llevaba a Carolina en brazos, no le quedó más remedio que
obedecer.
—¡Déjala en el suelo!
Lo hizo.
El hombre fue rodeando a Nicolás sin dejar de apuntarlo, haciendo que éste entrara de
nuevo en la cámara y diera unos pasos hacia atrás que lo situaron bastante cerca del centro de
la misma.
Casi de manera instintiva, sin que pudieran darse cuenta, Nicolás y Carolina se cogieron
de la mano. Había llegado el final, ahora sí. Ambos prefirieron conservar la calma y aceptar
su destino. Se miraron y, de la manera más tierna, se sonrieron. Acto seguido cerraron los
ojos con el único arrepentimiento de no haber aceptado antes que ambos estaban enamorados.
De repente y, sin que nadie lo esperara, comenzaron a sonar pasos de alguien que parecía
venir corriendo por el pasillo, justo por detrás del hombre que les amenazaba con la pistola.
—¡Quieto! —Gritó enérgicamente la voz que venía por el pasillo.
El hombre se giró bruscamente sobre sí mismo en dirección a la voz, pero antes de que
pudiera ni siquiera darse cuenta, recibió un disparo en el mismo centro de la frente.
Cayó al suelo y, tras unos movimientos espasmódicos, dejó de moverse.
Nicolás sin poder creer lo que había pasado abrió los ojos. Seguía agarrado de la mano de
Carolina. En verdad no la hubiera soltado jamás, pero necesitaba ver qué había pasado.
Cuando la persona que los salvó entró en la estancia, ninguno de los dos podía creer lo
que veían sus ojos. Los dos lo conocían, aunque Carolina sólo lo había visto una vez.
Era el comisario Huertas.
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Capítulo 42

Chartres, martes 24 de agosto. Dentro de la catedral.

El comisario entró en la cámara sin dejar de apuntar al asesino del padre de Carolina.
Parecía que no se fiaba de que se pudiera levantar de un momento a otro. Pero no, estaba bien
muerto. Se agachó para coger el arma del asesino.
Nicolás respiró aliviado
—¿Qué hace usted aquí? —Preguntó extrañado.
—Seguíamos la pista de este hombre desde hace unos días.
—¿Ah sí? ¿Y por qué no se me había dicho nada?
—Para no poner en peligro la operación. Necesitábamos que actuara con total normalidad
si queríamos darle caza.
Nicolás no podía creer lo que escuchaban sus oídos.
—¿Me han utilizado de cebo?
—No lo llame así, Valdés. Pero sí es cierto que gracias a usted hemos podido darle caza.
Aunque la verdad, me hubiera gustado detenerlo.
Carolina, que no estaba preparada para todo lo que estaba viviendo se derrumbó y cayó
sobre sus propias rodillas al suelo. Nicolás se acercó a socorrerla. Al hacerlo, sin más, ésta se
echó a llorar sobre el pecho del inspector. Nunca, en toda su vida, lo había pasado peor que
en esos momentos. Nicolás la ayudó a incorporarse.
—¿Y cómo sabían que este hombre era el asesino y nos seguía?
—Averiguaciones del inspector Gutiérrez. Ha hecho una labor de investigación de
órdago.
Nicolás, que en ese momento seguía consolando a Carolina, que todavía estaba bastante
nerviosa, notó que algo no le cuadraba. Conocía tanto a Alfonso que aquello no le sonaba del
todo creíble. Si hubiera averiguado algo se lo habría contado a él primero, fuera la
investigación que fuera.
Se giró para replicar al comisario, pero no le dio tiempo, éste le apuntaba con el arma que
le había quitado al cadáver a la cabeza.
—Ni te muevas —dijo dejando al lado la diplomacia con la que solía hablar.
Nicolás no daba crédito a lo que veían sus ojos. Así que el comisario era la propia rata
que estaba pudriendo la comisaría por dentro.
—Usted robó la nota en criptografía, ¿verdad? Es imposible de otra manera.
—¿Yo? —Rió con condescendencia— Tengo gente que se ocupa de hacer el trabajo sucio
por mí. No me subestime.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 195

—Así que es usted el que ha dirigido toda la operación en la sombra…


—Claro, ¿qué te creías? ¿Que todo esto podía ser orquestado por un principiante? ¿Por un
don nadie? No, aquí hacía falta alguien como yo. Alguien con mi experiencia. El coordinador
me llaman en según qué determinados círculos.
—¿Coordinador?
—Así es.
—¿Y para quién trabaja? ¿Para el Vaticano?
—Trabajo para quién me pague. Pero sí, en este caso ha sido un alto Cardenal quien ha
solicitado mi ayuda.
—Entonces es un mercenario.
—El mejor. El más solicitado. Nunca fallo.
—Sigo sin poder entenderlo, comisario.
—No me llames así.
—Vale —trató de ser conciliador—, coordinador, ¿es así? No entiendo cómo necesita
hacer todo esto. Usted está del lado de la justicia.
—¿Justicia? ¿Qué es la justicia? Lo único que me interesa del puesto que tengo es el
poder que me otorga para conseguir lo que me venga en gana. Yo era un gran militar, ¿sabes?
Pero la justicia de este país de mierda me apartó de mis servicios por una estúpida lesión que
conseguí superar. Me hicieron sentarme en un despacho. A mí. Decidí seguir operando desde
la sombra. ¿Por qué no hacerlo? Pagan bien, créeme.
—¿Y por el dinero se cree Dios? ¿Es capaz de decidir quién debe vivir y quién no?
Rió macabramente.
—Eso no lo decido yo, querido Valdés. Eso lo decide quien me paga. Yo solo ejecuto sus
deseos. Si no fuera yo, sería otro el que lo hiciera. No te pongas ahora en plan justiciero
porque el mundo está hecho una porquería. No lo vas a arreglar tú solo.
—No soy imbécil, sé que no voy a cambiar el mundo, pero no pienso dejar que seres
como usted se salgan con la suya. No lo pienso permitir.
—¿Y cómo lo piensa hacer? Como no sea que piense que su muerte servirá como
ejemplo, no veo el modo. No va a salir de aquí con vida.
—Mátenos, si es lo que quiere, pero sea como sea no saldrá bien parado de esto. Acabará
entre rejas, aunque, sinceramente, espero que muera antes incluso que lo cojan.
—Nadie sabrá lo que en verdad pasó aquí abajo. Pude encontrarlos muertos. Si les
disparo con este arma, será como si lo hubiera hecho esa escoria de ahí. Cuando llegué y vi lo
que había sucedido, temiendo por vida, maté a ese hombre de un disparo en la cabeza. Nadie
sospechará de un policía con una hoja intachable como la mía. Además, tengo preparada una
coartada perfecta para haber venido tras ese hombre. Siempre puedo alegar que me tomé el
caso como algo que resolver a toda costa y monté una vigilancia personal, descubriendo que
había un hombre que les seguía a todas partes. Que me crean o no dependerá del tono en el
que lo cuente. Y en eso, soy realmente bueno.
Nicolás lamentó, sorprendido, que ese talento imaginativo fuera desperdiciado en algo tan
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vil y cruel.
—Ahora, si queréis podéis cerrar los ojos. Eso ya lo dejo a vuestra elección.
Ambos le hicieron caso. Cuanto antes acabara, mejor.
Dos disparos certeros sonaron dentro de la cámara.
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Capítulo 43

Chartres, martes 24 de agosto. Dentro de la catedral.

Nicolás pensó que la muerte no dolía tanto como había imaginado. Lo que más le
desconcertó de todo, era que seguía teniendo conciencia. ¿Por qué?
¿Y por qué Carolina no le había soltado la mano? Es más, ¿por qué seguía sintiendo el
frío tacto de la muchacha si acababa de morir?
Abrió los ojos sin dándose cuenta que todo lo que estaba pensando no eran más que
divagaciones propias del que no entiende qué acaba de pasar.
Vio al comisario mirándolo fijamente, de pie.
¿Cuánto tiempo había pasado? A él le había parecido una eternidad, sin embargo, cuando
vio al hombre que tenía enfrente doblar las rodillas y caer desplomado al suelo comprendió
que todo había sucedido en menos de un segundo.
Pero entonces, ¿era el comisario el que había muerto? ¿Cómo?
Todas las preguntas encontraron respuesta con inmediatez cuando vio aparecer delante de
sus ojos una silueta femenina que, en un primer momento, no supo relacionar con nadie.
Hasta que la vio con toda claridad. Era Marta Balaguer, la psicóloga del Cuerpo de Policía.
—¿Llego a tiempo? —Preguntó tratando de relajar la tensión que se palpaba en el
ambiente.
Nicolás, que la miraba como si hubiera visto un fantasma, no supo ni qué contestar. Sólo
esperó no tener que palpar a la muerte por tercera vez en menos de diez minutos. Nervioso,
levantó las manos en señal de rendición.
—Tranquilo, tranquilo. Ahora estoy de vuestro lado.
Carolina, que también estaba en una especie de shock fue la primera que pudo hablar.
—¿Ahora?
—Es algo muy complicado de explicar —dijo bajando el arma.
—Hemos estado a punto de morir dos veces seguidas y nos hemos salvado por un puto
milagro —dijo al fin Nicolás—, creo que ya me lo creeré todo.
—La señorita no creo que lo sepa, pero usted, Valdés.
—Llámame Nicolás, me acabas de salvar la vida —la interrumpió.
—Está bien, pero tú, Nicolás, creo que sí sabes que tengo un hijo pequeño.
Nicolás estaba tan aturdido por el devenir de los acontecimientos que no sabía si en
verdad tenía conocimiento de eso o no, pero asintió, por si acaso.
—Mi hijo —continuó— está enfermo. Desde que nació todo han sido problemas y, creo
que ya conocéis el sistema de salud que tenemos. He tenido que buscarme la vida en médicos
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 198

de paga sin éxito, hasta que he encontrado a uno, en Pamplona, que sí le puede suministrar el
tratamiento necesario para mejorarle la calidad de vida. Quizá hasta se pueda acabar curando.
Pero yo sola no puedo hacerme cargo de los gastos. Mi marido se fue a las primeras de
cambio cuando llegaron los problemas y se llegó a declarar insolvente frente al juez para no
pasarme una pensión. Y lo creyó.
Nicolás cerró los ojos. Imaginó el resto de la historia. Aun así, Marta la siguió relatando.
—El comisario supo de mi situación. Quise pedirle alguna forma de ganar más dinero,
eso sí, de manera legal. Ese hombre sabía cómo podría tenerme atada a él. Al principio me
decía que estaba buscando la manera, pero era imposible. Mi desesperación fue creciendo, así
que cuando por fin me propuso trabajar «extraoficialmente» para él, creo que ni valoré en lo
que estaba metido. Sólo pensaba en ganar dinero. Lo necesitaba. Cuando quise salir me fue
imposible. Lo cierto es que mi niño, al menos, está estable y las esperanzas por que todo
acabe bien crecen cada día que pasa. No me siento orgullosa, para nada, de lo que hice —
agachó la cabeza—, pero si tuviera que volver a hacerlo lo haría. Lo siento, pero lo haría —
levantó la cabeza de nuevo, estaba llorando.
Nicolás no dijo una sola palabra y la abrazó para consolarla.
—Supongo que fuiste tú quién robó la nota de criptografía.
—Sí —dijo sin dejar de llorar—, al menos, en este caso sólo hice eso. En otros, he tenido
que hacer cosas mucho peores.
Nicolás apretó fuerte los ojos. ¿Qué podía decirle a una madre desesperada? No estaba
para debates moralistas ni legislativos. No pensaba juzgarla si lo hizo motivada por eso.
—¿Hay algo que te relacione con todo esto de manera directa? —Quiso saber el
inspector.
—No lo sé. Este hombre era el mismísimo demonio. Creo que no, pero con él, nunca se
sabe. Me hizo venir hasta aquí como refuerzo por si algo salía mal, me dio esta pistola para
que acabara con vosotros si algo se torcía. Pero yo sólo pensaba en deshacerme de él en
cuanto tuviese la oportunidad.
—Gracias, de verdad, Marta. Nos has salvado la vida. Contaremos la verdad a medias.
Obviaremos qué cosas hiciste o dejaste de hacer, eso ya es agua pasada. Contaremos que te
extorsionaba para que te mantuvieras a tu lado y, que cuando supiste que venía a por
nosotros, quisiste ayudarnos. Créeme, conozco a los de Asuntos Internos y es más
preocupante que el comisario fuera quien era que lo que tú hicieras. Todo saldrá bien. Me
alegro mucho que tu niño ya vaya mejor.
La psicóloga lo miró y sonrió. Nunca imaginó que las palabras que más la habían
consolado, quizá, en toda su vida se las había dicho aquel hombre con quien tantas disputas
laborales había tenido.
—Ahora está la duda de qué hacemos con todo esto —dijo Carolina mientras miraba a su
alrededor. Dos cuerpos inertes, cientos de documentos antiguos que podrían destrozar la fe
cristiana…
—Daremos parte de lo sucedido. Llamaré a Alfonso y él se encargará.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 199

—Pero, Nicolás, ¿y todo esto?


—Créeme. No interesa que esto se airee. Se elaborará cualquier tipo de historia para
justificar la muerte del comisario. Imagina el escándalo que habría en el seno de la Policía si
esto sale a luz. Incluso en el Ministerio del Interior. Tranquila. Sólo se sabrá lo necesario y en
un círculo muy cerrado. Sé cómo funciona esto.
Nicolás hablaba con conocimiento de causa. En sus años como agente, asistió a una trama
de corrupción en la que estuvo metido el comisario de su antiguo puesto de trabajo. Todo se
saldó de manera trágica, tiroteo incluido en el que se dijo que el comisario operó justo en el
lado contrario al que de verdad lo hizo. El escándalo podía haber salpicado cotas mayores y
eso no se podía permitir.
—La verdadera pregunta —siguió hablando el inspector— es qué vas a hacer tú con todo
esto.
—Lo sacaré a la luz. Mi padre murió por esto que hay aquí dentro. El Vaticano no tuvo
contemplaciones de acabar con él. Yo no las pienso tener tampoco.
—Perdona que me meta —intervino la psicóloga—, pero hasta donde yo sé, esto estuvo
orquestado por un solo Cardenal. Supuestamente, nadie más sabía nada. Creo que, a pesar de
lo grande que se ha hecho toda esta bola, no se puede culpar a toda una institución. Es como
si se culpara a la Policía de que el comisario fuera como era.
Carolina pensó en las palabras de la psicóloga. Tenía razón en eso que decía. Aun así,
había ciertos flecos en los que seguía discordando.
—Vale, pero a pesar de eso, creo que la gente debería poder tener acceso a todo esto. Así,
de esta manera, todo el mundo podría elegir qué creer. No creo que todo esto —dijo
señalando los documentos— quebrante para siempre la fe en el mundo entero. Pero sí estaría
bien poder tener la elección de creer una cosa u otra.
—Pero, Carolina —medió el inspector—, tu padre también sabía lo que tú y él decidió no
hacerlo. ¿Eso no te hace pensar? No te diré qué hacer, eso nunca. Pero creo que debes
meditar bien las consecuencias. Sí, vivimos en una sociedad en la que la Iglesia goza de un
poder ilimitado. Gracias a ese poder se han cometido auténticas barbaridades. Y se
cometerán, no tengas duda. Pero, ¿qué hay de la iglesia que da de comer a personas sin
recursos? ¿Qué hay de la iglesia que consuela a personas con crisis existenciales? ¿Qué hay
de esas personas cuyo único consuelo es Dios para las desgracias que les ocurren? ¿Qué hay
de esas personas que pierden a otras y se consuelan pensando que ahora estarán en un lugar
mejor? La religión ha sido un lastre para la humanidad, desde siempre, pero hay que
reconocer que quien cree en Dios es porque lo necesita. Si la Iglesia ha monopolizado el
camino a Dios, es porque ha sabido moverse a lo largo de su historia. Pero no podemos
culparla más que cualquier empresa que hoy en día hace lo que tenga que hacer por llegar a
lo más alto. El mundo está muy corrupto, no hay más que ver lo que ha pasado hoy aquí
dentro, pero todo tiene su parte buena y mala. Y sí, puedes acabar con lo malo, pero quizá
también acabes con lo bueno.
Carolina se quedó pasmada ante las palabras del inspector. Nunca, jamás, había
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 200

escuchado un discurso con más verdad oculta que esa.


—Tienes razón, lo pensaré. Aunque no creo que deba romper la fe. Quizá eso no me
corresponda a mí.
—Ahora eres la guardiana de este tesoro —comentó con cierto pitorreo—. Ahora en
serio, ¿seguirás con tu vida normal?
—Mi padre lo hacía, ¿por qué yo no?
Nicolás sonrió. Era lo que esperaba oír.
—Siento fastidiar este momento, pero me estoy quedando sin aire aquí abajo —dijo
Marta—. ¿Por qué no seguís hablando sobre todo esto arriba? Además, aquí no podemos
llamar, no hay cobertura.
El inspector asintió. Miró de nuevo la cámara. Reparó en que todavía no habían abierto el
pequeño arcón.
—Carolina, creo que nos hemos quedado a punto de saber qué contiene eso —lo señaló
con su dedo.
La muchacha ya ni se acordaba. Eran tantas las emociones vividas que eso era lo último
que tenía en la cabeza. Pero sí, tenía razón, justo cuando iban a abrirlo, los sorprendieron.
Sin decir nada, se acercó, ceremoniosa al centro de la estancia. Después de lo vivido ahí
dentro, ya nada de lo que contuviera le iba a quitar el aliento. Los otros dos no duraron en
asomarse a ver lo que había en su interior. La muchacha levantó la tapa.
Observaron como lo que había dentro no era ni parecido a lo que esperaban. Parecía que
eran dos pergaminos, perfectamente enrollados y con pinta de ser muy delicados por su
deplorable estado de conservación. Carolina eligió una, al azar. La desdobló y vio cómo
estaba escrita en lo que parecía ser arameo antiguo. Extrajo la otra sin mucha esperanza. Esta,
en cambio, estaba en latín. No sabía mucho acerca de caligrafía, pero los trazos se parecían
bastante, por lo que puede que estuviera escrito por el mismo puño.
—Creo que una es traducción de la otra. O que simplemente se escribió en su momento
en dos idiomas, no sé.
—¿La puedes traducir? —Quiso saber Nicolás.
—Lo puedo intentar. No es igual el latín antiguo que el latín actual. Aun así creo
entenderlo.
Comenzó a leerlo en voz alta.
Sólo con la primera línea, creyó desmayarse de nuevo.
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Capítulo 44

Chartres, martes 24 de agosto. Dentro de la catedral.

«He aquí el relato de Jesús, hijo de José.


Después de pasar toda una vida huyendo, de todo y de todos, por fin he de encontrar la
paz en compañía nuevamente de los míos.
Mi vida ha sido un cúmulo de injurias, perseguido, maltratado y humillado, he tenido que
soportar miles de ataques en contra de mi persona. Todo, según dicen, por el bien de la
humanidad.
Desde pequeño me enseñaron que yo era la luz, que yo era el camino, que yo era el
Mesías que tanto esperaban y ansiaban por encima de todo, que por fin había llegado.
Esperaban de mí, expectantes, toda clase de milagros sin apenas comprender que yo tan sólo
era un hombre. Nadie comprendía el sufrimiento que he tenido que soportar durante todos
estos años, solo para ser lo que en el templo querían que fuera.
De pequeño me enseñaron cada palabra que tenía que decir, cómo tenía que pensar, cada
paso que debía de andar, cómo debía de actuar y de qué manera tenía que ser. Tenía que
aparentar algo que sintiéndolo mucho, ni he sido ni seré nunca.
Si de verdad fuese su Mesías, no dejaría que nadie muriera a causa de una enfermedad, o
a manos de un hombre, nadie pasaría hambre y no habría tanta desigualdad dentro de mi
propio pueblo. Si de verdad Dios fuese mi padre, jamás hubiese permitido todo eso, no
existiría ningún problema ni la gente sufriría tanto.
Además, ¿acaso alguien puede ser tan necio como para salvarse de una muerte si tuviese
poder para hacerlo?, si yo realmente hubiese sabido que todo iba a acabar como ha
acabado, desde luego nada de esto hubiese pasado. De eso no tengo la menor duda.
Cuando me comentaron que en mi persona se podría hallar un camino hacia el cambio
de los hombres, acepté encantado, pero ese sentimiento fue desapareciendo con el paso de
los años cuando observé que no había tal salvación para los hombres, que siempre sería
todo igual.
Ahora, en mi lecho de muerte, rodeado de mi mujer y mis cinco hijos, doy testimonio de
que todo lo que se ha hablado de mí, y si acaso se hablará con el paso de los años, es
totalmente falso. No morí y volví de entre los muertos, hasta el más necio sabe que eso no es
posible. En la cruz, para aparentar mi muerte tomé el preparado de una hierba que me hizo
dormir plácidamente durante dos días para que pareciera que al despertarme, había
resucitado.
Todo estaba calculado entre mis seguidores más fieles para que pareciera lo que las
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sagradas escrituras decían y la gente esperaba de mí. Pobres necios aquellos Romanos que
no comprobaron si realmente estaba muerto o no. Pobres esos que no les pareció nada raro
que una persona muriera en tan poco tiempo en la cruz, a sabiendas que había gente que se
pasaba hasta cinco días colgado hasta morir.
Con mi mujer embarazada de nuestro primer hijo y el engaño en marcha, me pude retirar
en busca de una paz que me ha costado mucho encontrar.
La única parte de mi vida que no cambiaría ni por todo el oro del mundo, ha sido el
poder disfrutar de una familia que me ha hecho llevar la carga de una manera un poco más
placentera, sin ellos, jamás hubiese podido seguir adelante. Solo lamento no haber podido
disfrutar de ellos como realmente me gustaría, en libertad, viviendo mi vida como cualquier
hombre libre, no en esta oscura clandestinidad. El temor a que algún día todo se descubriese
y viniesen en mi búsqueda no me ha dejado descansar nunca. Aunque mi muerte no me
importe, sí sufro por los míos.
Solo espero que, tanto mis hijos, sus mujeres y maridos y, sobre todo mis nietos, puedan
crecer con esa libertad que tanto he anhelado, ya que nadie conoce su existencia. A partir de
ahora su apellido será distinto del mío, no quiero que sea una pesada carga durante el resto
de sus vidas.
Ahora ya nada importa, la muerte me acecha en cada esquina y tan solo deseo que llegue
pronto a por mí. Si me preguntan si volvería a hacer lo que hice para la salvación de la
humanidad, respondería que no, el hombre no tiene salvación.
Jesús, hijo de José.»
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 203

Capítulo 45

Chartres, martes 24 de agosto. Dentro de la catedral.

Carolina terminó de leer la nota temblorosa. Había podido llegar leyendo hasta el final de
la carta, pero una vez la hubo terminado, era incapaz de articular una sola palabra.
Tampoco podían ni Nicolás, ni Marta.
Pasaron varios minutos en silencio, cada uno metido en sus propios pensamientos,
sacando sus propias conclusiones de todo aquello.
Ninguno era capaz de saber si aquello era real o una mera invención. Carolina recordó la
figura de su padre, crucificado. Si habían sido capaces de hacerle aquello por ese documento,
es que tenía que ser muy real.
Seguían metidos en sus cosas cuando escucharon algo que ninguno esperó.
—¡Santo Dios! —Exclamó una voz desde la puerta.
Nicolás, que hacía tan solo un rato había recuperado su arma del suelo, la sacó lo más
rápido que pudo y apuntó hacia la puerta. En ella había un hombre de unos cuarenta años de
edad, vestía con una triste sotana negra y el alzacuellos delataba su profesión. Miraba
horrorizado hacia el suelo, en dirección a los cadáveres y tenía el gesto desfigurado del
horror. Tapaba con las manos su boca.
—¡Quieto! Ponga las manos sobre la cabeza y no haga que le meta un tiro entre las cejas
—Dijo Nicolás mientras apuntaba al extraño.
—No dispare, por Dios, no tengo intención alguna de hacerles daño.
—Mire, siento mucho no creerle, pero ya verá que hoy ha habido una fiesta aquí abajo,
por lo que tengo mis motivos.
—Mi nombre es Flavio Coluccelli, soy un Cardenal del Vaticano nombrado recientemente
por Su Santidad. He venido todo lo rápido que he podido para intentar ayudar a detener esta
locura. Díganme que usted es el policía y una de las dos es la hija del director fallecido.
Nicolás se relajó, la cara de auténtico pavor del hombre demostraba que decía la verdad.
—Lo somos. Si quería ayudar a detener esta locura, llega un poco tarde.
El Cardenal se relajó al comprobar que el inspector también lo hacía y bajaba el arma.
—Por favor, le ruego que me disculpen, he hecho lo que he podido. Mi única intención
era ayudar como fuera e impedir que les ocurriera nada. ¿Ésos son los asesinos? —Dijo
señalando con su dedo.
Nicolás asintió.
—Es una larga historia, pero sí —añadió.
—¿Alguno de ellos es el famoso coordinador?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 204

—Veo que sabe más de lo que me esperaba. Cuéntemelo todo.


Así lo hizo. El Cardenal les contó todo lo que había sucedido en el Vaticano. Les explicó
que el Cardenal Guarnacci había fallecido y que el Papa, lo único que sabía de todo el asunto
es la mentira que el Cardenal muerto le había contado. Le había dicho que había encontrado
el tesoro, sin más, que lo traería de vuelta al Vaticano y que Su Santidad decidiría qué hacer
con él, si revelarlo al mundo o no. Les contó también sobre la implicación del Secretario
Papal, que ya estaba detenido y que el Sumo Pontífice se encargaría personalmente de que el
peso de la justicia cayera sobre él.
—¿Ha decido qué va a hacer con todo esto? —Preguntó el Cardenal— Quiero que sepa
que, decida lo que decida, puede contar con mi apoyo.
—¿Sabe leer latín? —Preguntó Nicolás.
—Sí, por supuesto.
—Pues lea esto. Le va a parecer interesante.
El Cardenal así lo hizo. Observaron por su rostro su completa estupefacción al leer la
supuesta carta de Jesús.
—¿Y bien? —Quiso saber Nicolás una vez supo que la hubo acabado.
Éste se la devolvió al inspector, que con cuidado la volvió a colocar. El Cardenal se quitó
el alzacuellos. Lo miró sin decir nada. Tomó asiento en el suelo.
—¿Sabe una cosa? Cuando me hice sacerdote, lo hice sabiendo varias cosas. Tenía claro
que Jesús no nació de una paloma, que Eva no era una costilla de Adán, que los milagros de
Jesús no podían ser reales… pero aun así me hice. ¿Y sabe por qué? Porque tenía claro que la
Biblia eran palabras, nada más. Que Jesús fue un personaje inspirador, pero nada más. Yo
sentía a Dios en mi corazón, por eso sabía que me tenía que Ordenar. Creo que el problema es
que me idea de Iglesia dista mucho del concepto que demuestra hoy en día. Yo quería ayudar
a cambiar el mundo. A dar consuelo a quien lo necesitara. A prestar mi hombro para quien
necesitara llorar. No necesito saber que Jesús era mortal, porque necesito que lo sea para
poder creer en su figura. El ultra conservadurismo de la Iglesia está dejando paso a otro tipo
de ideales, va lento, pero va hacia adelante. Créanme. Sé que cambiará, necesito creer que
todo va a cambiar. Prefiero saber la verdad sobre Jesús, pero eso no va cambiar mis ganas y
mi ilusión de aportar mi granito de arena para que todo cambie. Lo haré con Jesús mortal o
inmortal.
Los tres quedaron estupefactos por las palabras del Cardenal. Sin decirse nada, estaban
seguros que coincidían en que, en verdad, la Iglesia necesitaba a más gente como él. Qué
mundo tan distinto sería si así fuera.
—No se preocupe por la fe, ¿eminencia? —Dijo Carolina sin estar segura de cómo
referirse a él.
—Llámeme Flavio —contestó con una sonrisa.
—Está bien, Flavio, le decía que no se preocupe por la fe. No se moverá de como está en
estos momentos. Hay cosas que quizá el mundo no está preparado para saber. Quizá algún
día. Pero hoy no.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 205

—Como quiera. Su decisión es. Respetaré si un día cambia de opinión.


—Perfecto. Una vez arreglado todo, ¿salimos? —Preguntó Nicolás.
En cuanto Nicolás recuperó la cobertura, llamó a Alfonso para que este se pusiera en
contacto con la Policía Francesa. Éste pidió que el menos número de agentes se personaran
en la escena para salvaguardar el secreto que acababan de descubrir. Por si acaso y a riesgo
de que pasara algo con el documento más importante de la historia, Carolina llevaba dentro
de su bolso las dos versiones. En cuanto la tormenta pasara, las dejaría de nuevo en su lugar
de descanso. Su presencia en las inmediaciones se alargó mientras lo requirieron las fuerzas
del orden francés, que no cesaban de hacer preguntas. Por suerte, el nivel de francés de Marta
era excelente, por lo que ella actuó como intérprete de lo que Nicolás le iba dictando que
dijera.
Nicolás estuvo hablando con uno de los inspectores ayudado por Marta, le explicó la
delicada situación. Tardó varios minutos en convencerlo de que lo que le contaba era real.
Tras sus lógicas reticencias, lograron que aceptara lo excepcional de la situación y que diera
su palabra de que implicaría al menor número de personas en todo esto, que tratarían con el
mayor respeto la escena y que velaría porque el secreto no saliera de ese lugar.
Evidentemente, lo único que tenía de ese hombre era su palabra, por lo que no les
quedaba más remedio que confiar en que todo aquello no saliera a la luz. El inspector
prometió que, de cara a la galería, lo que había pasado ahí dentro era una pelea con un mal
final entre unos mendigos que se habían colado para pernoctar en la catedral.
Se despidieron del cardenal, éste llamó al Vaticano para que a su vez llamara éste de
vuelta para que le concedieran un permiso especial para supervisar que se respetara lo
sagrado del edificio. Nicolás se quedó algo más tranquilo al saber que aquel buen hombre
quedaba a la vista de todo.
Se despidieron de él, prometió seguir en contacto con ellos —Nicolás le dio su número de
teléfono móvil—, volvió a repetir que se respetaría el tesoro y que todo aquello no saldría de
un cerrado círculo de confianza.
Marta, Carolina y Nicolás montaron en el automóvil algo inquietos por el devenir de los
acontecimientos, pero poco más podían hacer que esperar y ver cómo se desarrollaba todo.
Ninguno de los tres habló en el camino de vuelta a París. Sus cabezas daban vueltas como
peonzas por el cúmulo de emociones vividas en tan poco espacio, por lo que necesitaban
reorganizar sus pensamientos para poder verlo todo con una mayor claridad.
Cuando llegaron al hotel, Marta trató de conseguir una habitación con éxito, aunque no le
costó precisamente barata. Necesitaban descansar unas cuantas horas. Preguntó a Carolina si
deseaba acompañarla en su habitación, quizá se sintiera más cómoda en compañía femenina.
—Eh… no… Ya me he acostumbrado a dormir con Nicolás. No me importará hacerlo una
noche más, ya somos compañeros de habitación —comentó bastante nerviosa.
—Como queráis —dijo sonriendo la psicóloga, que lo había entendido a la perfección—.
Mi intención es marcharme cuando duerma unas horas, tengo muchas explicaciones que dar,
espero que todo vaya bien. ¿Qué vais a hacer vosotros?
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 206

—Me queda una semana de vacaciones. No sé qué planes tendrá Carolina, pero creo que,
si a ella no le importa, podríamos aprovechar y quedarnos por aquí. Más que nada para poder
ver en primera persona cómo se soluciona el embrollo de la catedral y así la ayudo a dejar
todo más o menos como estaba.
Nicolás, sin darse cuenta ya que lo hizo inconsciente, agarró la mano de Carolina, ésta
aceptó de buen grado el gesto y la apretó con fuerza, no quería que la soltara nunca más.
—Ya… —volvió a sonreír Marta cuando se percató del gesto— Pues nada, chicos,
disfrutad, que desde luego me dais una envidia extrema.
Ambos rieron sin soltarse la mano, parecían adolescentes.
Subieron a sus habitaciones y se despidieron de Marta en el ascensor. Estaban
completamente agotados y todos necesitaban un sueño reparador. Cuando despertaran y
acabaran por solucionar lo de la catedral, se olvidarían de todo. Nada de Caballeros
Templarios, nada de llaves, nada de pruebas, nada de Iglesia, nada. Sólo ellos dos.
Nicolás abrió la puerta de la habitación. Nada más entrar, quizá embriagados por el
embrujo de encontrarse en la ciudad del amor, éste agarró a la muchacha de la cintura. Ella lo
miró a los ojos, no lo pensó y lo besó.
Allí, en París, cerca de dónde se encontraba el mayor secreto de la historia de la
humanidad, acababa de nacer la historia de una pareja que se unió, en un principio, por la
desgracia, pero con un amor más fuerte del que nadie hubiera podido imaginar.
Ruiz / LA VERDAD OS HARÁ LIBRES / 207

Epílogo

Chartres, martes 24 de agosto. Exterior de la catedral.

Sentado en la parte posterior del lujoso automóvil apenas pestañeaba.


A pesar de que habían pasado varias horas desde que se había plantado en ese lugar
estratégico, en el que lo podía ver casi todo con claridad, no había perdido ni un ápice de
interés por observar cómo se iba desarrollando todo.
Vio entrar a la pareja, al asesino del padre de ella, al comisario acompañado de una mujer
y hasta un sacerdote. A pesar de que lo había organizado todo hasta el más mínimo detalle, lo
impredecible del ser humano le podía haber jugado una mala pasada. Todo lo contrario. Hasta
los detalles con más margen de error habían salido a la perfección y eso hacía que su sonrisa
no se borrara del rostro.
Ahora veía cómo la policía francesa trabajaba sacando los cuerpos de los fallecidos.
El plan era arriesgado, pero la recompensa bien valdría todo lo que había puesto en él.
Todavía quedaba una ardua tarea por delante, era consciente de ello, pero si esto había
funcionado, la segunda parte de su plan no iba a ser menos.
Tendría que pasar un tiempo hasta que ésta se pusiera en marcha, pero si algo era él, era
paciente.
Borró la sonrisa de su rostro. Quedaba tanto trabajo por hacer que era mejor empezar
cuanto antes. Golpeó con la palma de su mano sobre el asiento de su piloto. Tocaba volver a
casa.
Las piezas ya estaban dispuestas sobre el tablero.
La partida iba a dar comienzo.
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Agradecimientos

Una vez más me encuentro ante este trago. Y sí, lo considero como tal porque lo es. Sobre
todo cuando vas conociendo casi a diario a personas maravillosas que siempre te acaban
aportando algo. Es imposible nombrarlas a todas, por lo que me ceñiré a hacerlo a mi círculo
más cercano. Luego dedicaré unas palabras al resto.
A Mari, mi sol, a Leo, mi luna. Ambos me llenáis la vida, ambos me llenáis de vida. Nada
tiene sentido sin vosotros, todo ha sido, es y será para los dos. Gracias por hacerme sentir la
persona más dichosa y afortunada de este planeta.
Al resto de mi familia, no os nombro a ninguno porque sois muchos y a todos os quiero
por igual. Sí me gustaría mencionar al «ino» Alejandro. Tú me has enseñado cosas que te
contaré personalmente el día en el que nos reunamos de nuevo. Gracias por cuidar al
chiquitín desde el cielo.
A Chus, mi agente, por dejarte la piel por mí. Qué suerte tuve de que un día nos
cruzáramos. Sigue dándolo todo, yo también lo haré.
A mis jinetes Rober, Luis, César, Juan, Bruno, Benito y Gabri. Sabéis de sobra por qué. A
Chevi, que no me olvido de ti, mamona.
A Silvi (a ti en especial por la currada que te has metido corrigiendo este desastre), Olga,
El Selenita, Susanna, Cristina, Silvia, Luis, Ana Isabel, MariaJo (y todo lo que hay cerca de
ti, además de tu estupenda labor en la traducción) y los demás. Sois de lo mejor con lo que
me he cruzado.
Querría agradecer de forma especial a esa gente que he nombrado al principio, esa gente
que voy conociendo a diario y a que a muchos los quiero como si los conociera desde
siempre. No puedo nombraros, no es justo porque llenaría otro libro y me seguiría olvidando
algún nombre, soy así de despistado. Como sabes que tú formas parte de ese gran círculo,
date por agradecido.
Y en definitiva a ti, lector, por leerme, perdonar mis fallos y contarme tus impresiones en,
por ejemplo, mi Twitter (@BlasRuizGrau) y mi correo (Blasruizgrau@hotmail.com)
No te despistes, el inspector Valdés volverá.

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