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Vane Farrow & Marie.Ang

Marie.Ang Janira Julie


florbarbero Vane Farrow rihano
Miry GPE Mae Mary Warner
Ivana Val_17 Dannygonzal
Jadasa Kath1517 yuvi.andrade
Vane hearts NnancyC

Vane Farrow Sahara Marie.Ang


Val_17 Daliam Laurita PI
Jadasa Miry GPE Julie

Vane Farrow Marie.Ang Julie

Mae
Sinopsis Capítulo 15
Dedicatoria Capítulo 16
Agradecimientos Capítulo 17
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Capítulo 21
Capítulo 5 Capítulo 22
Capítulo 6 Capítulo 23
Capítulo 7 Capítulo 24
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Eleventh Grave in Moonlight
Capítulo 14 Sobre el autor
Como una investigadora privada a medio tiempo y un ángel de la
muerte a tiempo completo, Charley Davidson se ha hecho un montón de
preguntas durante su vida: ¿Por qué puedo ver gente muerta? ¿Quién es la sexy
entidad sobrenatural que me sigue? ¿Cómo consigo sacar la goma de mascar
del‖cabello‖de‖mi‖hermana‖antes‖que‖despierte?‖Excepto‖que,‖“¿Cómo‖atrapo‖a‖
no‖solo‖un‖dios‖malévolo,‖sino‖a‖tres?”‖nunca‖estuvo‖entre‖ellas.‖Hasta‖ahora.‖Y‖
ya que aquellos dioses se encuentran en la tierra para matar a su hija, no tiene
más opción que rastrearlos, atraparlos y despacharlos de esta dimensión.
Solo hay un problema. Uno de los tres robó su corazón hace mucho
tiempo. ¿Puede el Razer, un dios de absoluta muerte y destrucción, cambiar su
omnisciente lugar o su lealtad yacerá con sus hermanos?
Aquellas eran solo unas pocas de las preguntas que Charley debe
responder, y rápido. Añade a eso una chica sin hogar corriendo por su vida, un
hombre inocente que ha sido acusado de asesinato, y un dije hecho de cristal
dios que tiene a todo el mundo sobrenatural en un alboroto, y Charley tiene las
manos llenas. Si puede arreglárselas para preocuparse de toda la cosa de
mundo-destruyendo-dioses,‖estamos‖a‖salvo.‖Sino,‖bueno…‖
Charley Davidson #10
Para Jennifer,
superhéroe a medio tiempo,
proveedora a tiempo completo de genialidad y grandiosidad,
y editora extraordinaria.
Gracias.
Muchas, muchas gracias.
Primero y ante todo, muchas gracias a cada uno de los fans de Charley y
a todos aquellos lectores que no pueden tener suficiente de la palabra escrita.
Hacen que el sueño de muchos autores sea realidad. Solo podemos esperar el
devolverles el favor.
Gracias a mi increíble agente, Alexandra Machinist, mi maravillosa
editor, Jennifer Enderlin, y a‖ todos‖ en‖ ICM,‖ St.‖ Martin’s‖ Press,‖ y‖ Macmillan,‖
incluyendo a la locamente talentosa Lorelei King, alias, la voz de Charley
Davidson. Mi gratitud no conoce límites.
Gracias a nuestros publicistas al otro lado del charco, Piatkus/Little,
Brown, Milady/Bragelonne, Círculo de Leitores, y todos los demás. Gracias por
presentar a Charley a los lectores a través del globo. A ella totalmente le encanta
viajar.
Gracias a Netters y Dana, quienes me mantienen a raya y cuerda.
Gracias a Dana, Theresa, Jowana, y Trayce, quienes hicieron que este
libro fuera mucho major de lo que hubiera sido. En serio, a veces las cosas que
pongo en la página podrían fertilizer a una planta en maceta. Estas fantásticas
mujeres atrapan tanto de eso y convierten el fertilizante en un pastel de frutas.
(Eso es lo mejor que podemos esperar con Charley.)
Y gracias al miembro más nuevo del equipo, Beth, por todo tu loco y
arduo trabajo.
Gracias a mis Hermanas Ruby por la camaradería y apoyo.
Gracias a mi familia y amigos por agradarles a pesar de todo lo que me
conocen.
Y gracias, Lenee del RSS Winter Writing Festival, por‖la‖línea‖de‖“loción”.‖
Todavía me parto de risa.
Y para los aspirantes a escritores en todos lados, descaradamente robaré
una línea de una de las mejores películas de todos los tiempos, Galaxy Quest, los
aliento: ¡Nunca desistas! ¡Nunca te rindas!
Sigan leyendo.
Sigan escribiendo.
Sigan presionándose a sí mismos.
¡Y nunca dejen de aprender! Nosotros los del tipo escritor tenemos que
permanecer juntos. (Mayormente porque todos los demás piensan que somos
“raros”.)
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vane Farrow

Charley Davidson:
Quizás nació con ello.
Quizás es la cafeína.

Ignorando a la niña muerta de pie junto a mí, crucé mis pies descalzos en
el frío alfeizar, tomé un sorbo de humeante café, y observé el emerger del
amanecer desde la ventana de mi apartamento del tercer piso. Un suave
amarillo escaló el horizonte y se extendió a través de él como hileras de comida
coloreando suspendidas en el agua. Lazos de rosas, naranjas y púrpuras
siguieron rápidamente, la sinfonía una lenta y exquisita seducción de los
sentidos. O pudo haberlo sido si no fuera por la niña muerta de pie junto a mí.
Echó a un lado una pequeña cadera, ancló un puño en ella, y dejó salir
un largo suspiro de molestia para mi beneficio. Continué ignorándola. Existían
pocas cosas en la vida más irritantes que los niños de otras personas. El
infierno, quizá. Estuve ahí, lo hice. Pero para el momento, la única cosa
complicando una mañana de otra manera serena era una pequeña bestia de
cabello rubio y ojos azules en pijamas de Tarta de Fresa.
—¿Vas a leérmelo o no? —preguntó, refiriéndose a nuestra reciente
aventura en el mundo de Harry Potter.
Dejé lo que estaba haciendo, lo que era básicamente tratar de no babear
en mi taza. Como una maestra en mixología, sentía la necesidad de
experimentar de vez en cuando mi elixir matutino. Hacerle honor a su nombre.
Crear nuevas preparaciones de grandeza para las cuales otros solo podían
aspirar. Esta mañana, sin embargo, hice el bien solo con presionar el botón
adecuado en el Sr. Café. Al menos, creo que presioné el botón adecuado. Pude
haber empezado una guerra nuclear, por todo lo que sabía.
—Ya te lo he leído 7843 veces.
Frunció los labios, haciendo que emergieran hoyuelos a cada lado de su
boca. Pero esos no eran hoyuelos felices. Eran hoyuelos de decepción. De
frustración, irritación y furia.
Dejé colgar mi cabeza con culpa.
¡Sólo bromeaba!
Volví a girar hacia la ventana y la ignoré.
—Lo has leído dos veces.
—Lo que es dos veces demasiado en mi libro —dije, enfocándome en la
espectacular exhibición ante mí, dándome cuenta que, para cada testigo, mi
apatía hacia la pequeña criatura podría haber parecido fría. Indiferente. Incluso,
cruel. Pero acababa de llegar de una noche completa de vigilancia que
involucraba a una mujer, alias mi cliente, quien juraba que su esposo se
escabullía por la noche y se reunía con su asistente personal para alguna muy
personal asistencia. Ella quería pruebas.
Después de ducharme, lo único que quería era beber la llave de la vida
misma, disfrutar de los colores estallando frente a mí, y descubrir cómo decirle
a mi cliente que su esposo no la engañaba con su asistente personal. La
engañaba, en un sentido, con los chicos universitarios que rentaban el
apartamento sobre su cochera. Se escabullía para jugar video juegos y disfrutar
de un poco de medicina para el alivio del estrés basada en plantas. Después de
conocer a su esposa, difícilmente podía culparlo. Ella convirtió el alto
mantenimiento en un deporte extremo.
Ahora solo tenía que descubrir cómo decirle que su esposo estaba limpio.
Incluso aunque no había nada sexual en las actividades de su esposo, una mujer
así todavía se sentiría traicionada. Así que, en vez de mi plan original de decir
“Tu‖esposo‖se‖escapa‖de‖ti‖por‖unas‖pocas‖alegres‖horas‖de‖recreación‖porque‖
estás co-co‖y‖él‖necesita‖un‖descanso”,‖imaginé‖que‖podía‖decir‖algo‖como‖“Tu‖
esposo se escabulle para tutoriar a los complicados chicos universitarios que
arriendan tu departamento. Los aconseja sobre cómo dejar atrás un mal día (o
un mal matrimonio) y seguir adelante. Incluso les advierte sobre los peligros
del‖uso‖ilegal‖de‖drogas”.
Sí. Asentí, bastante orgullosa de mí. Ese era el boleto. Para la hora en que
terminara con ella, vería a su esposo como un paladín del peón. Un defensor del
oprimido. Un salvador del sufriente.
¡Un héroe!
Tomé otro sorbo, todavía ignorando otro suspiro viniendo de la
irreverente bestia junto a mí, y me permití deslizarme. Solo un poco. Solo lo
suficiente para ver el otro lado. El sobrenatural. Porque no había nada más
espectacular que observar el amanecer en el mundo mortal, el tangible, desde la
perspectiva del mundo inmortal. Uno parecía afectar al otro. Las furiosas y
poderosas tormentas del reino sobrenatural se hacían incluso más vibrantes.
Incluso más brillante. Como si de alguna manera nuestra luz solar se derramaba
en el dominio del preternatural.
Tenía sentido. Habitantes preternaturales tendían a deslizarse a nuestro
mundo también. En ocasiones.
La maravilla de que podía cambiar de un reino al otro no se me pasaba
por alto. Por un mes, viví en el medio de ambos mundos, sin tener idea de que
podía controlar en dónde ubicarme en cada uno.
En defensa propia, tenía amnesia en el momento. No tenía idea de quién
era. Lo que era. El hecho de que era una diosa de otra dimensión que
voluntariamente se ofreció a ser el ángel de la muerte en este, ser su parca, se
encontraba más allá de mi imaginación, e incluso amnésica, era bastante buena
imaginado.
Ahora que tenía todos mis recuerdos de regreso—tanto buenos y
malos—veía mi misión como una versión celestial de los Cuerpos de Paz.
Trabajo voluntario por el bien de otras personas y, a cambio, por el bien de
todo.
Eso fue hace una semana. Volví a Albuquerque hace una semana. Tenía
mis recuerdos de vuelta hace una semana. Y todavía me sentía desorientada.
Desbalanceada. Como uno mono porfiado que oscilaba pero no se caía. Que no
podía caer. Tenía mucho que hacer.
Mi mejor amiga guion recepcionista, Cookie, se encontraba preocupada.
Podía decirlo. Ella ponía una cara feliz cada vez que entraba a su oficina o me
metía a su departamento sin avisar, una acción que mi tío Bob, alias su nuevo
esposo, no apreciaba. Pero una de las ventajas —o desventajas, dependiendo
del punto de vista— de ser del lado sobrenatural de las cosas era que podía
sentir las emociones de otros. Y podía sentir la preocupación que la comía cada
vez que me miraba.
Ella tenía razón. No había sido la misma desde que volví, pero por una
buena razón. Tres, en realidad. De todas formas, tres principales.
Primero, mi hija fue alejada de mí cuando apenas tenías dos días de
edad. Fue para mejor. Para mantenerla a salvo, no tenía más opción que
enviarla lejos. Pero eso no lo hacía más fácil. Probablemente porque la culpa
yacía a mis pies solamente.
Aparentemente yo estaba hecha de esta luz brillante que atraía a los
difuntos, aquellos que no cruzaron cuando murieron, a mí. Genial, ¿no?
Siempre consideré la luz un efecto colateral bastante atractivo de ser la parca.
Pero eso fue antes de que tuviera una hija que estaba destinada a derrotar a
Satán y salvar al mundo. Ahora la misma luz funcionaba solo para guiar a
nuestros vastos y poderosos enemigos directo a mí. Y en consecuencia, directo a
mi hija.
Además, no era tanto como que tuviéramos que enviar a Beep lejos para
mantenerla a salvo. Era más que tuvimos que enviarla lejos de mí para
mantenerla a salvo. Su madre. Su matriarca. La mujer que la dio a luz. En el
fondo de un pozo, no menos. Larga historia. Así que, el tormento del corazón
roto que sentía era un constante peso en mi pecho y, desafortunadamente, mi
humor.
Segundo, en un intento de restablecer mis recuerdos, mi difunto padre
cruzó a través de mí. Cuando las personas cruzan, sus vidas se reproducen en
mi mente. Cuando mi padre cruzó, fui inundada de recuerdos de mí a través de
sus ojos. Vi el amor que sintió cada vez que nos miraba a mi hermana y a mí.
Sentí el orgullo que hinchaba su corazón al doble de su tamaño normal. Pero
tan maravilloso, irreal y reafirmante como era todo eso, todavía perdí a mi
padre. Ahora estaba seguramente metido en el otro lado de esta dimensión, un
reino al cual no tenía acceso. De todas formas, ninguno que supiera.
Pero su cruce fue solamente el predecesor de la segunda razón para mi
estado de melancolía. Cuando la vida de mi padre destelló en mi mente,
también se aseguró de que viera lo que aprendió desde que murió. En un
instante, aprendí secretos de un bajo mundo que nunca supe que existía. Espías
y traidores. Anarquistas y herejes. Alianzas perdidas y naciones ganadas. Y
guerras. Miles de guerras que atravesaban un millar de años. Pero lo más
sobresaliente que quería que viera era el hecho de que Reyes —mi esposo, mi
alma gemela, y el padre de Beep— era también un dios.
Un dios.
Pero no solo cualquier dios. Era uno de los tres dioses de Uzan. Tres
hermanos que solo conocían muerte y destrucción. Que devoraron millones.
Que comían mundos como otros comías palomitas de maíz. Peor, él era
considerado el más peligroso de los tres, el más sediento de sangre, antes de
que Satán lo engañara, atrapara, y usara la energía del dios para crear a su hijo,
Rey’aziel.‖De‖otra‖manera‖conocido‖como‖Reyes‖Alexander Farrow.
Así que, mi esposo era un dios —uno malvado— que destruyó mundos
y obliteró la vida a donde quiera que iba. Quien fue conocido a través de miles
de dimensiones como el Razer. Y estaba casada con él.
Pero existía tanto todavía que no entendía. No tenía idea de que yo era
una diosa. No en realidad. No hasta que aprendí mi nombre celestial. Cuando
eso sucedió, todos los recuerdos que tenía como una diosa llegaron de
inmediato a mí. No se suponía que aprendiera mi nombre celestial hasta que mi
cuerpo terrenal expirara. Hasta que muriera y tomara mis responsabilidades de
parca. Pero una infortunada serie de eventos forzó a un amigo a susurrar mi
nombre en mi oído. Ahora tenía el poder de la creación misma en la punta de
mis dedos y solo una pista de qué hacer con ello o cómo controlarlo, un hecho
que dejó a Jehovah, el dios de esta dimensión, un poco al borde. Esto de
acuerdo a Su arcángel Miguel.
Miguel y yo no nos llevábamos. Intentó matarme una vez. Me rehúso a
ser amiga de alguien que trata de matarme.
Pero Reyes ha escuchado su nombre celestial. Incluso conoció a los otros
dos hermanos. Fue prestado por su padre para luchar con ellos lado a lado
durante una particularmente asquerosa guerra entre dos reinos. ¿Sabe que es un
dios? ¿Sabe que el ingrediente más importante que su padre usó mientras lo
creaba, el que lo hacía tan poderoso, era un dios? Incluso si no era así, ¿cuánto
del dios Razer controla las acciones de Reyes? ¿Cuánto de él es dios?
¿Demonio? ¿Humano?
En resumidas cuentas, ¿era bueno o malo?
Toda la evidencia apuntaría a lo último. Difícilmente era su culpa. Fue
forjado en los fuegos del pecado y perdición. ¿Eso lo afectó? ¿El mal que
siempre ardió en la dimensión de su hogar se filtró en él mientras crecía?
¿Mientras luchaba para sobrevivir a las crueldades de ser criado en el infierno
por un amargado ángel caído? ¿Mientras se elevaba a través de rangos para
convertirse en general en el ejército de su padre? ¿Para comandar legiones de
demonios? ¿Para conducirlos a la guerra y el sacrificio?
Después de todo este tiempo, después de todo por lo que hemos pasado,
pensaba que conocía a mi esposo. Ahora no estaba tan segura.
Una cosa de la estaba segura era el hecho de que necesitaba aprender su
verdadero nombre de dios. No podía ser Razer. Ese término tuvo que ser una
interpretación de su verdadero nombre. O quizás un apodo. Si sabía el nombre
de dios de Reyes, podía hacer lo que hizo Satán. Podía atraparlo, si era
necesario, en el cristal divino que siempre mantenía conmigo.
Cambié de regreso a este plano, acaricié el dije en el bolsillo de mis
pantalones, y me giré hacia la niña a mi lado. La que claramente no tenía
intención de irse.
Después de forzar mi más grande y brillante sonrisa falsa, la hecha de
irritación y quitapintura, pregunté—: ¿Por qué no haces que Rocket te lo lea?
Rocket era un amigo mutuo que murió en un manicomio en los
cincuenta. También era un sabio que conocía los nombres de cada ser humano
en la Tierra que vivió y murió. Todos. Fresa chocó con él y su hermana, Blue,
aunque no estaba segura de que los difuntos en realidad durmieran. No había
visto a Rocket en semanas, y su lugar era el primero en mi lista de lugares a los
que ir para el día, ahora que mi único caso casi terminaba.
Fresa cruzó los brazos sobre su pecho. —No puede leerlo para mí.
—¿Por qué no?
Esperaba‖ que‖ dijera‖ “Porque‖ est{‖ muerto,‖ y‖ no‖ puede‖ darle‖ vuelta‖ a‖ la‖
p{gina”.‖Lo‖que‖conseguí‖fue—: Porque no puede leer.
Finalmente nivelé una mirada semi-interesada en ella. —¿A qué te
refieres con que no puede leer? Escribe los nombres de los difuntos por todas
las murallas.
Ese era su principal tarea. Rocket tallaba miles y miles de nombre en las
paredes del manicomio abandonado, todo el día, cada día. Era fascinante mirar.
Por unos cinco minutos, a donde llegaba mi Trastorno de Déficit de Atención
con Hiperactividad, y de repente tenía lugares en los que estar y gente a la que
ver.
Ella puso los ojos en blanco. —Por supuesto que puede escribir nombres.
Duh. Es su trabajo. No significa que pueda leerlos.
Eso tenía tanto sentido como los reality en televisión.
—De todas formas, no son para que él los lea —añadió mientras tomaba
la manga de mi camiseta que decía MI CEREBRO TIENE MUCHAS
VENTANAS ABIERTAS—. Son para ella.
Tan intrigada como debería haber estado, la intriga no era tan intrigante
como uno podría imaginar a las seis de la mañana. Especialmente después de
estar despierta toda la noche. Tomé otro sorbo. Estudié el vapor elevándose de
la taza como un amante. Me pregunté si debería usar mis poderes por las
próximas veinticuatro horas para el bien o el mal. El mal sería más divertido.
Finalmente, con la paciencia de un santo con ansiolíticos, pregunté—:
¿Para quién, cariño?
Sus grandes irises rebotaron de vuelta a mí. —¿Para quién qué?
Me moví hacia ella. —¿Qué?
—¿Qué?
—¿Qué dijiste?
—¿Para quién qué?
Luché contra la urgencia de moler mis dientes hasta polvo y pregunté—:
¿Si no para Rocket, para quién, quiénes, están escritos?
Frunció los labios y volvió a entrelazar hebras de mi cabello en sus
pequeños dedos. —¿Para quiénes qué está escrito?
La perdí. Y de repente, tuve un ardiente deseo de venderla en el mercado
negro. Sin embargo, me haría poco bien. Pobre cosita que se ahogó cuando tenía
nueve. No muchos en la Tierra podían verla. Con la suerte que tenía tendría que
recuperarla y darle al comprador un reembolso. Entonces, tendría que marcar el
alma del pervertido para el infierno por tratar de comprar una niña en el
mercado negro. En serio, ¿qué mierda?
Tomé otro sorbo en busca de fuerza y entonces expliqué tan simple como
podía. —Los nombres que Rocket escribe en las paredes del manicomio. Si no
puede leerlos, ¿para quién son?
—¡Oh, esos! —De pronto, emocionada, intentó desenredar sus dedos y se
llevó la mitad de mi cuero cabelludo. Extendió los brazos como alas y empezó a
correr en círculos alrededor del departamento haciendo sonidos de motor. Ni
idea por qué—. Esos son para Beep.
Me detuve a mitad de frotarme la cabeza. —¿Beep? —Una hormigueante
sensación corrió por mi piel—. ¿Mi Beep?
Se detuvo justo lo suficiente para lanzarme una mirada de exasperación
antes de volar por el departamento otra vez. No literalmente. —¿Cuántas Beep
conoces?
Parpadeé por un minuto con la boca ligeramente abierta. La saliva se
deslizó por una comisura mientras intentaba comprender lo que acababa de
decir. Si solo tuviera más neuronas a las seis de la mañana. Ni siquiera
empezaban a amontonarse hasta las siete con doce, y toda la noche despierta no
ayudaba.
Mientras me sentaba a evaluar la declaración de Fresa, el hijo de Satán
caminó desde nuestro dormitorio llevando solo un par de pantalones de pijama
grises y una expresión privada de sueño. Los pantalones colgaban bajo en sus
delgadas caderas. La expresión oscurecía un ya oscuro rostro. Cabello negro se
hallaba en encantadores ángulos innaturales. Gruesas pestañas encapuchaban
centelleantes irises marones. El chico definía la popular frase sexo en un palo.
Pero tenía que recordar lo que era. Era lo suficiente malo que su padre
fuera el enemigo público número uno, ¿pero ser un dios malvado de otra
dimensión? Eso era un montón de maldad para empacar en un cuerpo, sin
importar cuán suculento.
Debí haber supuesto hace mucho que había mucho más en él. Incluso
apenas despierto, tenía un poderoso caminar. Elegante. Agraciado. Como el de
un gran gato. Me deslicé en el borde externo del reino sobrenatural y vi la
oscuridad flotando de él como una capa cayendo en cascada por sus hombros.
Bañando su espalda. Reuniéndose a sus pies descalzos.
El fuego que lo bañaba en amarillos, naranjas y azules lamía su suave
piel como una capa de pecado. Se hundía entre los valles de duro músculo.
Cambiaba con cada movimiento que hacía. Como si estuviera tan viva como él.
Fresa no notaba nada de eso. Su apresurada pequeña mente, como su
cuerpo, giraban en círculos como si no hubiera dejado caer una bomba sobre
mí. ¿Por qué esos nombres estarían destinados para Beep? No tenía sentido.
—¿A qué te refieres, cariño? —le pregunté, suprimiendo una risita
cuando Reyes divisó a la pequeña bestia yendo a aterrizar cerca de su ficus. No
era como si de verdad pudiera derribarlo.
En vez de responder, conseguí—: Me encanta el algodón de azúcar. Me
casaría con él si pudiera. —Planeó un aterrizaje, deslizándose solo lo suficiente
para atrapar un segundo viento, y luego despegar de nuevo—. A veces puedo
olerlo. Una vez había una casa en llamas, pero no pude olerla. No puedo oler el
perfume o la pasta o las naranjas, pero puedo oler el algodón de azúcar.
Aunque, solo a veces. Todo rosado y esponjoso. ¿Te gusta el algodón de azúcar?
Había estado ocupada mirando a mi esposo dirigirse a la cocina,
intentando no dejar que la suave sonrisa que me lanzó aliviara la confusión
dentro de mí.
—Daiquiris de algodón de azúcar —dije, incapaz de quitar los ojos de él.
Caímos en una continua serie de cortas conversaciones e incómodos
silencios. Y no tenía idea de por qué. Ni idea de lo que había hecho. Para un
hombre que apenas podía mantener las manos lejos de mí hace una semana,
esta nueva forma de tortura era desconcertante.
¿Sabía que era un dios? Más importante, ¿sabía que yo sabía que era un
dios?
Tal conocimiento ciertamente podría ponerlo al borde. Pero entonces,
¿por qué? Yo era una diosa. ¿Por qué no debería ser uno también? Quizá había
más en esto de lo que sabía. O tal vez su reciente desinterés no tenía nada que
ver con algo de eso.
Quizás era debido al hecho de que hice exactamente lo que él predijo que
haría. Lo olvidé. Cuando aprendí mi nombre celestial, lo olvidé. Él dijo que lo
haría. No, espera; él dijo que lo dejaría, y luego lo olvidaría. Dos por dos. Pero
la amnesia era realmente una buena excusa para no recordar a nadie. Y no es
como si lo hubiera hecho a propósito.
El hecho de que él era tan condenadamente sexy no ayudaba en nada.
Los pantalones de pijama no hacían absolutamente nada por esconder el hecho
de que tenía el culo más perfecto que he visto. De acero. Bien formado.
Profundas chuletas a cada lado. Músculo sólido y duro como roca. El tipo de
culo que ninguna mujer heterosexual podía resistir. Maldito.
Doblé el cuello para observarlo caminar a la cocina y sacar la garrafa de
la cafetera.
—Acabo de hacerlo —dije, refiriéndome al café.
—¿Qué crees que me trajo aquí? —Había una suavidad en su voz a pesar
de la oscuridad rodeándolo. Humor. Fue lindo y más tranquilizador de lo que
debió haber sido.
—A veces lo como para el desayuno —añadió Fresa, luego señaló a
Reyes desde el espacio entre una mesa de café de pizarra y un sofá cremoso—.
¿Él alguna vez come algodón de azúcar para el desayuno?
Rodeó el mostrador para enfrentarnos, bajó su mirada, y tomó un sorbo
del tazón negro en sus manos.
—No —dije—. Él es más como el Gran Lobo Malo. Come niñas pequeñas
para el desayuno.
Habló desde detrás de la taza, con su voz profunda y tan suave como el
butterscotch. —Ella está equivocada. Como niñas grandes para el desayuno.
Una sensación hormigueante revoloteó en mi estómago.
Fresa se detuvo al final y arrugó la nariz ante la idea; nuestras bromas
juguetonas fueron sobre su cabeza, afortunadamente.
—¿Atrapaste al tipo malo? —preguntó Reyes, clavándome con su
poderosa mirada.
Me giré en la silla que llevé a la ventana y me senté sobre mis talones
para salvar la vista. —Sin tipos malos esta vez. Solo un hombre intentando
atravesar el día.
—¿No todos lo hacen? —preguntó, y me detuve para estudiarlo.
Me estudió en respuesta, sus pestañas entrecerrándose mientras me
asimilaba, y me pregunté si él de verdad entendía, en incluso los niveles más
básicos, lo que le hacía a las mujeres. ¿Un hombre solo intentando atravesar el
día? Ajá. Cierto.
Fresa aterrizó de nuevo, cayendo en la mesa de café, y dejó que sus pies
colgaran. —Me gusta lo que has hecho con el lugar.
Reyes sonrió y se volvió a meter en la cocina, con la esperanza de
hacerme el desayuno de campeones, lo que sea que eso involucre. Tomé la
oportunidad para una vez más escanear la vastedad de lo que solía ser mi
microscópico departamento. No lo había visto por nueve meses, ocho de los
cuales pasé en un convento —larga historia— y el otro como una mesera
amnésica en un café en el norte de Nueva York.
En algún punto durante nuestras recientes aventuras, Reyes había
renovado el edificio de departamentos. Toda la cosa. El exterior permanecía
relativamente sin cambios. Unos pocos arreglos aquí y allá, una buena limpieza,
y listo.
El interior, sin embargo, fue completamente reparado. Cada apartamento
fue modernizado mientras estudiantes graduados o residentes a largo plazo se
mudaron a uno de los más recientemente renovados mientras que los suyos
recibían el mismo trato. Pero el tercer piso, el superior, recibió un poco de
atención extra.
Las unidades de almacenamiento de la azotea fueron abiertas de modo
que el cielo en la mitad del departamento era ahora de siete metros de alto.
Vigas metálicas zigzagueaban a través de nuestro cielo. Dos jardines adjuntos se
ubicaban en la parte plana del techo afuera, completado con luces, una fuente y
plantas reales. Todo el lugar lucía positivamente mágico.
Reyes mantenía solo una habitación cerrada y se rehusó a abrirla cuando
me trajo a casa por primera vez en meses, pero las puertas cerradas nunca
fueron mucho problema para mí. El día después de que llegamos a casa, me
aproveché del hecho que se fue más temprano que yo y entré. Encendí la luz y
me detuve en seco. La habitación había sido decorada con rayas verde menta y
pastel, animales de circo y equipada con una cuna. Era el cuarto de Beep, y la
fisura en mi corazón se rompió un poco más.
—Voy a ver si Blue quiere jugar rayuela.
Desapareció antes de que pudiera sacar un adiós. O un ¡por fin! De
cualquier forma.
Miré más allá de donde estuvo sentada hacia el lujoso sofá color crema
de Reyes. No lo consiguió en una venta de garaje como yo hice con mi anterior
sofá. Su nombre fue Sophie, y de vez en cuando me preguntaba lo que le
sucedió. ¿Se lamentaba los días en un basurero? Claro, solo me costó veinte
dólares, pero estuvo conmigo por un largo tiempo. Odiaba la idea de que fuera
destruida.
Entonces, me llegó otro pensamiento.
Hablando de cosas descartadas. —Oye —dije, de repente preocupada—,
¿en dónde pusiste a la Sra. Allen y PP?
PP, alias Príncipe Phillip, era un viejo poodle que una vez luchó contra
un demonio por mí, haciendo un condenado esfuerzo por salvar mi vida. Él y la
Sra. Allen vivían al final del pasillo desde que me mudé, y si alguien tenía el
derecho de vivir aquí, tener uno de estos brillantes nuevos departamentos, eran
esos dos.
Reyes bajó la cabeza. —Su familia la puso en un asilo.
Mi columna se tensó en alarma. —¿Qué? ¿Por qué?
Apretó los dientes. —Un montó sucedió desde que no fuimos.
—Debiste haberme dicho.
—Sucedió el mes pasado. No la habrías conocido.
Me detuve para absorber eso. Tenía razón. No lo hacía más fácil de
digerir. —¿Dónde está?
—En un hogar de retiro en North Valley.
Hice una nota mental para visitarla. —¿Qué hay de PP?
—¿PP?
—Su poodle. El que salvó mi vida, podría añadir.
Luchó contra una sonrisa. —Está con ella. El hogar en donde está permite
animales.
—Oh, gracias a los dioses. —Me derrumbé en la silla y apoyé la barbilla
en el respaldo. Reyes tenía razón. Mucho había cambiado. Incluyendo el estado
de mi taza.
—Voy a hacer otra olla si quieres más después que tomes tu ducha —
dije, bajando de un salto y yendo en esa dirección.
Levantó un amplio hombro, estudiando su propia taza. Sus pies
descalzos estaban cruzados, su otro hombro apoyado contra la apertura de la
cocina de chef, y ralenticé mi andar para asimilarlo todo.
—No estoy seguro de querer ducharme hoy —dijo.
—¿Qué? ¿Por qué?
Una sonrisa derrite bragas tan perversa como el pecado en un domingo
se deslizó por su apuesto rostro. —Tu‖tía‖Lillian‖sigue…‖comprob{ndome.
Me detuve a medio paso, finalmente volviéndome íntimamente
consciente de la verdadera y paralizante mortificación.
Amortiguó una risilla cuando dejó su taza a un lado y empezó a ir al
baño.
—¡Tía Lillian! —grité, convocándola inmediatamente. La tía Lillian
murió en los sesenta. Ya era vieja en ese tiempo, pero no la detuvo de disfrutar
de la generación de los niños de las flores con brazaletes y un muumuu
floreado. Siempre pensé que un colocón de ácido a su edad podría no haber
sido bueno.
—¡Cabeza de calabaza! —dijo, con su tono tan hueco e insincero como su
boca desdentada. Ni siquiera me miró. Su mirada instantáneamente fue al hijo
del diablo. Centrada en él como un misil guiado.
Él le lanzó un guiño mientras pasaba, y pensé que ella iba a derretirse
justo ahí mismo.
—Tía Lillian —susurré acusadoramente—, pensé que ni siquiera te
gustaba mucho mi esposo.
—Oh, calabacita, lo vi desnudo. ¿Qué hay que no guste? —Meneó las
cejas, y jadeé, conmocionada. Horrorizada de que, por una vez en mi vida, no
tenía un argumento. Ninguna respuesta sarcástica. Ningún comentario agudo.
Porque tenía razón como la lluvia en un desierto ardiente.
Miré a mi esposo una vez más. Observé los músculos de su espalda
oscilar con cada paso que daba. Nuestro departamento era mucho más grande
ahora, así que le tomó un montón de pasos llegar al baño. Un montón de
oscilar.
Una de esas oscilaciones fue dentro de mí. Una oscilación de
intranquilidad. Demasiado había cambiado. Mucho más de con lo que me
sentía cómoda. Lo que me trajo a la tercera, pero lejos del final, razón de mi
abatimiento. Mi esposo no me había tocado en días. Desde que regresamos, de
hecho. Normalmente, tenía problemas para tocar algo o parte de mí, pero no
había ofrecido sus servicios en más de una semana. Una muy larga, muy
solitaria semana, haciéndose incluso más solitaria cuando fui pillada por
sorpresa por una entrega con la que tropecé. Él había hecho un pago para la
División de Soporte Infantil de Texas.
Estaba pagando manutención.
Él tenía otro hijo.
Cerré los ojos de nuevo, intentando averiguar si siquiera conocía
realmente al hombre con el que estaba casada.
Traducido por florbarbero
Corregido por Val_17

No puedes controlarlo todo.


Tu pelo está en la cabeza para recordarte eso.
(Meme)

Cuando Reyes se encontraba a punto de desaparecer en el cuarto de baño


para tener un encuentro con George, la ducha, la puerta se abrió. Golpeó contra
la pared, y salté hasta el techo. Por lo menos así se sintió.
Reyes, completamente tranquilo, hizo una pausa para mirar a Cookie,
una diosa curvilínea de treinta y tantos, con el pelo negro corto y un sentido
desafiante de accesorios, y a su encantadora hija, Amber, una chica alta,
delgada, de trece años, aunque pronto cumpliría catorce, con una larga
cabellera oscura, y cejas delicadas, prácticamente tropezando mientras
entraban. Un vistazo rápido me dijo que le pareció divertido, si la inclinación
atractiva de su boca era alguna indicación.
Yo, por el contrario, seguía buscando mi corazón. Miré nuevamente
hacia el techo. No había un corazón, pero el chico rubio colgando de sus pies
donde tres vigas metálicas gruesas convergían seguía allí. Aparecía desde que
regresé hace una semana y aún tenía que hablar conmigo. O cualquier persona,
para el caso. ¿Había estado allí y simplemente nunca lo vimos? ¿Atrapado entre
las vigas del techo? ¿Murió allí? Por lo que sabía nadie encontró un cuerpo
durante las renovaciones, pero eso no quería decir que no fuese asesinado allí y
tirado en algún otro lugar.
Ambas se instalaron frente a mí: la cara de Amber llena de intriga,
emocionada, y la de Cookie llena de horror, pero esa era su mirada todas las
mañanas hasta que conseguía un poco de combustible de cohete, así que alejé
mi atención del niño y se la ofrecí.
Empezaron a hablar al mismo tiempo, interrumpiéndose hasta que era
imposible saber quién hablaba.
Cookie empezó con un—: Hay algo que tienes que ver.
Entonces Amber interrumpió—: Está en todas partes.
Fuimos cuesta abajo desde allí.
—No‖vas‖a‖creerlo…
—Creo‖que‖deberías…
—Muchos‖éxitos…
—Es‖una‖locura…
—Tú‖ser{s…
—Tú‖ser{s…
—…‖famosa.
—…‖descubierta.
—¡Esto es increíble!
—Esto es tan malo.
Finalmente me estiré y coloqué suavemente cada una de mis manos
sobre sus bocas. Se callaron al instante, y luego Cookie dijo entre dientes—: Está
bien. Amber te lo puede contar.
Apaciguada, bajé mis manos. Amber se rió, arriesgándose a dar un
vistazo al hombre caliente caminando hacia nosotras, y luego colocó el teléfono
en mis manos.
—Tienes que verlo.
Tomé el teléfono, dándole un rápido abrazo en el proceso. La besé en la
mejilla y se acurrucó en mis largos brazos por unos cinco segundos. Hacía eso
desde el día D, el día que regresé. No le permitieron ir a Nueva York para
cuidar de mi patético culo. O para tratar de meter algo de sentido en mi cerebro
amnésico. Como quisieras verlo. Y al momento en que bajamos la escalera
mecánica luego de la entrega del equipaje, corrió más allá de su madre y me
abrazó. Durante todo el camino.
No había visto a su madre en un mes, pero hablaba con ella todos los
días. Conmigo no tuvo ningún contacto por un mes, y su exuberancia era
prueba de que me quería. Sus lágrimas eran prueba de que realmente me quería.
Lo cual era maravilloso. Realmente yo también la quería.
—Está bien —dijo, alejándose—. Echa un vistazo. ¡Vas a morir! —Se llevó
las manos a la boca con entusiasmo.
Cookie pareció volverse un poco más pálida.
Reyes se desplazó para ver mejor, y no pude dejar de notar donde
aterrizaron los ojos de Amber: en la cintura de sus pantalones de pijama. La
cinturilla que colgaba lo suficientemente baja como para mostrar un poco de la
zona entre la cadera y el abdomen. Ese punto dulce que convertía a las mujeres
en gelatina.
No me preocupaba, sólo tenía trece años. Lo que me preocupaba era que
ella tenía trece años y me hallaba bastante segura de que su novio, Quentin,
tenía un abdomen similar. Con suerte no lo sabría. Todavía.
Levanté el teléfono, poniéndolo en un ángulo de modo que Reyes
pudiera verlo, y presioné la tecla reproducir.
El vídeo decía: Uganda, África. Chica poseída y exorcizada.
Bueno. Un poco dramático, pero ¿quién era yo para criticar?
Entonces una joven africana se materializó en la pantalla. Una chica que
conocí durante mi tiempo en el Cuerpo de Paz. La toma era un primer plano de
su cara con una cámara de visión nocturna. Su piel cubierta de arañazos. Sus
labios, agrietados y sangrando, se tensaron mientras sus dientes rechinaban.
Sus ojos se veían blanquecinos. Le caía baba por las comisuras de su boca
mientras la cámara mostraba su cuello arqueado. La cabeza echada hacia atrás.
Su pecho agitado.
Se encontraba tumbada sobre un palé en el piso de tierra, las muñecas y
los tobillos atados por un padre muy preocupado y muy cariñoso. Faraji.
Ayudaba a cavar un pozo para su pueblo, y la primera vez que lo vi fue
distante. Receloso de nosotros, los recién llegados. No era extraño. Muchos
aldeanos en nuestro viaje nos dieron la bienvenida celebrando. Pero otros, en su
mayoría hombres, no parecían tan interesados en tenernos invadiendo su
territorio, Cuerpo de Paz o no. Faraji era uno de ellos.
Lo noté al instante, no por su comportamiento distante, sino por la
profunda tristeza que emanaba.
No, tristeza no. Miedo.
Terror, en realidad. Tanto que encontré difícil respirar a su alrededor, y
excavar un pozo sin poder llenar los pulmones no era fácil.
Estuvimos en el pueblo cerca de tres días cuando finalmente lo seguí a
casa una noche. O por lo menos, me pareció que lo seguía a su hogar. Más tarde
descubrí que era una choza abandonada, donde él y su familia se encontraban
escondidos. Sentí la razón mucho antes de que llegara a la choza. Como agujas
en mi piel. Como ácido en la boca.
Nunca sentí nada igual. Y cuando entré sin previo aviso, nunca vi nada
igual. Su hija de doce años de edad, Emem, yacía en medio de una acalorada
batalla con lo que se había instalado en su interior. Nkiru, la esposa de Faraji, se
sentaba al lado de su hija. Presionando un paño frío en la cabeza de la chica.
Sacudiéndose hacia atrás y adelante en una oración.
Levantó la vista cuando entré bajo el alero de su cabaña.
—Faraji —dijo, con voz aguda y áspera. Con los ojos muy abiertos, miró
a su marido—. Sácala de aquí. —Habló en su lengua nativa, creyendo que no
entendería—. Los ancianos se llevarán a nuestra hija. —Agarró con más fuerza
el antebrazo de la niña—. Los ancianos la matarán.
Faraji se giró y me miró con horror, incapaz de creer que lo seguí. O que
fui capaz de seguirlo sin ser detectada.
Me preguntaba cuánto tiempo hacía que ocurría esto. La chica parecía
esquelética. Deshidratada hasta el punto de la demacración, a excepción de su
hermoso rostro, cubierto de cicatrices. Por las diversas marcas en el piso, me dio
la sensación de que consultaron con un sanador de tipo chamán. ¿Y por qué no
lo harían? Esto no era un problema médico. Lo que se encontraba en su interior
quemaba mis pulmones y cauterizaba mis ojos.
Avancé, pero Faraji dio un paso en mi dirección. Sentí la agitación
creciendo dentro de él. Tenía que tomar una decisión.
Al principio, pensé que sopesaba los pros y contras de permitir que
tratara de ayudarlo. No lo hacía. Pronto me di cuenta que trataba de decidir si
debería dejar que me fuera y correr el riesgo de que la localidad se enterara de
su hija o matarme. Tuve la sensación de que se inclinaba por lo último. Sobre
todo porque aumentó la presión sobre el machete que llevaba. Armándose de
valor para hacer lo que tenía que hacer.
—¿Puedo verla? —pregunté. En su lenguaje. Me tragué el corazón antes
de que saltara de mi pecho. Podría haberme matado antes de conseguir otro
latido. Tenía la esperanza de que hablar en su lengua lo detuviera. Y lo hizo.
No iba por ahí haciendo alarde de mi capacidad para entender y hablar
todos los idiomas conocidos alguna vez en la Tierra, incluso con mis
compañeros en el Cuerpo de Paz. En primer lugar, era demasiado difícil de
explicar, y luego, muy difícil de manejar. Una vez que alguien lo descubría,
constantemente querían que lo demostrara. Así que debía hablar bantú en el
pueblo a pesar de que entendía todo lo que decían.
Pero la decisión de revelar esa pequeña joya hizo exactamente lo que
esperaba. Lo sorprendió lo suficiente para reconsiderar mi muerte inminente.
Fue una buena cosa, porque no creo que hubiese podido correr más rápido que
él, y el machete era tan afilado como un bisturí y se encontraba en las manos de
un cazador muy hábil.
Miré a su esposa, su expresión al borde de la histeria.
—No sé si puedo ayudar —dije con toda la calma que pude, teniendo en
cuenta que mi corazón fue reubicado—. Pero puedo intentarlo.
La niña había sido poseída. Eso era dolorosamente evidente, aunque mis
únicas referencias eran Regan de El exorcista y Stan Marsh de South Park.
Por alguna razón, muy probablemente desesperación, la esposa de Faraji
asintió, y di un paso hacia adelante para poder arrodillarme al lado de su hija.
El vídeo empezaba allí. Mostraba a la niña por sólo un segundo antes de
retroceder y mostrarme de rodillas a su lado. No tenía idea de lo que hacía. En
ese momento, no sabía que existían los demonios, y todavía lo dudaba después
de ese encuentro. No obstante, fuese lo que fuera, me había impresionado.
Pero, ¿quién lo filmó? No había nadie más allí. ¿Alguien me siguió
mientras yo seguía a Faraji? ¿De dónde venían las imágenes?
Al principio, hablé con quién fuera que se encontrara dentro de la chica
en latín, luego en arameo antiguo. Me parecía apropiado. Fue el arameo el que
obtuvo su atención, porque poco después, la cabaña comenzó a retumbar a mi
alrededor.
Según el video, sin embargo, la cabaña no se movió. Fui arrojada por
todas partes como una muñeca de trapo. Nkiru gritó y también fue lanzada.
Faraji dejó caer el machete y sostuvo a su esposa con horror mientras eran
arrojados desde el suelo hasta el techo y por todos lados.
No lo recordaba de esa manera, pero bueno.
Por suerte, el ataque fue de corta duración. Con un grito, la cosa dentro
de ella dejó a la niña para ir por mí. Perdí todo sentido de dirección ya que fui
arrebatada del suelo, así que en realidad nunca lo vi. Pero sus gritos llenaron el
espacio.
Para cualquier persona que viera el video, sin embargo, los únicos
sonidos que se escuchaban eran golpes y mis gemidos de agonía. Todo lo
demás se hallaba en silencio. Incluso Faraji, Nkiru y Emem, que seguían en el
suelo, inconscientes. Pero los gritos destrozaron mis terminaciones nerviosas en
el momento. Una oscuridad cegadora me envolvió. Un calor sofocante quemó
mi garganta y pulmones.
Luego se detuvo. Tan inesperadamente como comenzó, se detuvo.
Por desgracia, me encontraba en el techo en ese momento. Me caí. De
cara. Rebotando un poco. Luego caí de nuevo. Cuando finalmente quedé en una
posición boca abajo, pasé los siguientes momentos gimiendo y preguntándole a
nadie‖en‖particular‖“¿Por‖qué?”.‖Lamentablemente,‖la‖c{mara‖lo‖captó‖todo.
Agarré el teléfono con más fuerza mientras Reyes me observaba recrear
La Aventura de Poseidón —conmigo siendo Poseidón—, aunque la forma en que
mi cabeza rebotó en la tierra era un poco divertida. Se me escapó una risita
antes de que pudiera detenerla, mientras Reyes se esforzaba por contener su ira,
la cual era su emoción predominante en el momento. A veces era difícil
distinguirlo; él era tan cerrado.
Lo siguiente que recuerdo de esa noche en particular, fue escuchar un
grito suave. Bueno, uno que no era mío. A continuación, un sollozo desgarrador
mientras Nkiru apretaba a su hija. Ella y Faraji la acunaron, Nkiru
lamentándose, sus hombros temblando, pero la emoción que emanaba de ella
era euforia. Euforia total y alivio.
El vídeo se detuvo allí, pero recuerdo que me puse de pie y cojeé para
dejarlos celebrar en privado.
También recuerdo perderme en el camino de regreso al campamento. Me
llevó lo que parecieron horas encontrarlo, pero me sentía bastante golpeada.
Resultó que sólo estuve ausente un total de dos horas. Otro voluntario del
Cuerpo de Paz me encontró. Samuel era su nombre. ¿Fue él quien grabó el
evento?
Tuvo que haber sido uno de mis compañeros del Cuerpo de Paz. Los
aldeanos ni siquiera tenían agua potable, mucho menos una cámara de vídeo.
—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Cookie mientras presionaba
reproducir otra vez. Era demasiado gracioso para no mirarlo de nuevo.
—Doscientos mil —dijo Amber justo cuando yo era lanzada al techo—.
Anoche Quentin dijo que sólo tenía cientos de repeticiones, y ahora más de
doscientos mil. Se vuelve viral.
—Esto es tan malo —dijo Cookie, repitiendo su sentimiento anterior.
El ángulo en que reboté en una pared lateral, mi pie atravesando la paja
antes de salir bruscamente —descalzo— hacía que valiera la pena verlo.
—Esto es tan impresionante —dijo Amber, su voz llena de asombro.
Mi cara se estrelló contra la tierra apisonada, rebotó y se golpeó de
nuevo. Me reí en voz baja antes de contenerme. Reyes se quedó mortalmente
quieto. Rara vez encontraba graciosas las cosas que yo sí.
—Lo siento, tío Reyes —dijo Amber, creyendo que cometió algún tipo de
error—.‖No‖quise‖decir…
—Está bien. —Me volteé hacia él, pero seguía mirando fijamente el
teléfono.
No dijo nada. Bajó la cabeza. Se marchó.
—Lo siento tanto, tía Charley.
Lo observé irse, sólo un poco preocupada. Se enojaba por las cosas más
extrañas. Probablemente le molestó porque no estuvo allí para salvarme del
gran monstruo malo. ¿Pero qué podría haber hecho, incluso si se encontraba
ahí? ¿Ser arrojado por todas partes conmigo?
—Él estará bien, cariño. Pero, en serio, ¿viste la expresión en mi cara?
Lo reproduje de nuevo, y con Amber empezamos a reír
incontrolablemente. Cookie se quedó allí. Sin palabras. Por desgracia, su
expresión sólo sirvió para impulsarnos profundamente en las cavernas más
oscuras de la diversión, y mi estómago empezó a doler.
—Charley —dijo Cookie—, ¿qué vamos a hacer?
—Espera —dije, levantando el dedo índice mientras trataba de
recomponerme.
Amber acomodó su brazo contra el mío y se quedó seria. —Lo siento,
mam{.‖Es‖sólo‖que…‖rebota.
Caímos al suelo como gelatina, riendo a carcajadas.
Traducido por Miry GPE
Corregido por Jadasa

¿Qué significa si el agua bendita hierve cuando toca tu piel?


(Preguntado por un amigo)

Una vez que, de nuevo, fui capaz de formar oraciones completas, le


prometí a Cookie que pensaría largo y tendido sobre las posibles ramificaciones
de ese video. Le hice una promesa similar a mi director de la escuela secundaria
cuando me dijo que pensara en mis acciones ese día. ¿Quién sabría que un
aullido de lobo causaría que John Burrows atropellara a Hailey Marsh con su
nuevo y brillante Mustang? Era un coche bonito. Y un niño bonito. Y las piernas
de Hailey se curaron completamente después de seis meses de aparatos
ortopédicos y otros seis de terapia física. Aunque, prácticamente se acabó su
sueño de los Juegos Olímpicos. Me sentí mal por eso.
Sin embargo, tenía que admitir que me sentía muy curiosa sobre quien
publicó ese video.
—Quentin y yo lo averiguaremos —dijo Amber, su barbilla
sobresaliendo con orgullo.
—Quentin y tú harán su trabajo escolar —respondió Cookie. Tenía sus
cejas en una línea severa, pero su voz cayó unos centímetros abajo de la
emoción pretendida. Quentin le provocaba eso a ella. Volviéndola toda suave y
blanda.
—Lo haremos, mamá. Luego averiguaremos quién publicó ese vídeo. —
Me dio un pulgar arriba—. Estamos en eso.
Conociéndolos a ambos, lo harían. Pensé en poner a mi amiga Pari en eso
también, por si acaso. Esa mujer era una hacker extraordinaria. Pero les daría
una oportunidad en eso.
Mientras tanto, tenía que vestirme e ir a trabajar; porque ir a trabajar en
mi pijama, aparentemente, era definición de poco profesional. Palabras de
Cookie. Sin embargo, lo busqué. Se equivocaba. Webster’s no mencionaba nada
sobre pijamas.
Parecía haberse evaporado la mayor parte de la ira de Reyes, pero no su
repentina... ¿qué? ¿Inseguridad? ¿Era eso lo que sentí que salió de él desde que
regresamos? Seguramente no. Él era tan inseguro como un jaguar en la selva.
Cuando se iba, con pantalones vaqueros y una camisa a botones de color
blanca, con las mangas enrolladas hasta los codos, se volvió hacia mí y se apoyó
en el marco de la puerta del cuarto de baño, donde me hacía una cola de
caballo. Bajó la cabeza, con su cabello oscuro cayendo hacia adelante.
—¿Te veré en el desayuno? —preguntó vacilante.
—No lo sé. Como que he visto a alguien para el desayuno a tus espaldas.
Se elevó una de las comisuras de su boca. —¿Y quién podría ser?
—Su nombre es Caroline. Estoy enamorada de ella.
—¿Es eso cierto?
—Ella hace el mejor café con leche que he probado nunca. Vierte un poco
de crema de leche batida. Hace toda la diferencia en el mundo.
—¿Así que tu desayuno es un café con leche?
—Sí.
—El mío es mejor.
Maldición. Tenía razón. Por mucho que me encantara Caroline y sus café
con leche increíbles, pocas cosas en el planeta se comparaban con los huevos
rancheros de Reyes. Sabía lo que el chile me hacía. Sabía lo que él me hacía,
criatura decadente que era. Debería haber sido un Chef maestro. O un
desnudista. O un postre exótico. Reyes à la mode1. Me gustaría comer cada
bocado de él y limpiar el plato a lamidas.
Sin decir una palabra, se apartó del marco y se fue, pero no antes de que
captara un atisbo de su enojo anterior. Era un tipo de protección, y no podía
dejar de preguntarme si escondía algo más. ¿Me perdí algún detalle vital en el
video?
Supongo que podría hacer algo loco como preguntarle. Trabajábamos en
el mismo edificio, por lo que el viaje no sería largo. Él tenía el restaurante en el
piso de abajo, y yo las oficinas en el de arriba, y ambos se encontraban cerca de
quince metros de nuestro edificio de apartamentos.
La mayor parte de tiempo era un arreglo genial. Pero mientras intentaba
retomar el ritmo de las cosas, la cercanía solo hacía hincapié en la distancia que
sentía que me separaba de él. El abismo.

1 En español, Reyes a la moda.


Por suerte, durante la caminata de quince metros a mi oficina, la docena
o algo de escaleras y la alfombra de bienvenida con la que de alguna manera
lograba tropezarme todos los días, tuve una epifanía.
Cookie me obligó a trabajar, lo que era algo bueno. Necesitaba anunciar
mi epifanía y proclamar mi victoria inevitable.
—Aprovecharé este día —le dije cuando me acerqué a su escritorio.
Se encontraba de rodillas buscando en un gabinete, así que de hecho se lo
dije a su trasero.
—Bien por ti —murmuró desde el interior del gabinete—. Puedes
empezar por decirme dónde escondiste las grapas.
—Hablo en serio, Cook. —Me quité la chaqueta y la tiré hacia un gancho
en la pared; fallé por casi cuatro metros. Pero ni siquiera eso me detendría—.
No más autocompadecerse —dije mientras la chaqueta negra caía al suelo al
igual que muchos de mis ex—. Es hora de tomar medidas.
—Engrapar es una acción.
—Por lo que veo, hay dos tipos de personas en este mundo.
Detuvo su búsqueda y se enderezó para darme toda su atención sin
distracciones. —Esto debe ser bueno. —Aún se encontraba de rodillas. Era algo
así como ser adorado.
—Hay algunos en este mundo que, cuando tienen que levantarse en
medio de la noche para orinar, encienden la luz. Y hay aquellos que la dejan
apagada. —La honré con mi mejor mirada de determinación absoluta.
Mandíbula tensa. Hombros rectos. Con los ojos entrecerrados, solo un poco,
mientras colocaba los puños sobre mis caderas y miraba a lo lejos—. Hago pis
en la oscuridad, bebé.
—Lo cual explica por qué te golpeas el meñique tan a menudo.
—Soy la definición de aventura.
—Sin mencionar propensa a accidentes.
—Traeré a mi hija de regreso.
Una sonrisa conocedora se deslizó por ella. —¡Bravo!
Beep, o Elwyn Alexandra, actualmente era cuidada por los padres
humanos de Reyes. Los mismos del que fue robado cuando era un bebé. Eran
personas maravillosas, y no podría sentirme más agradecida por su disposición
para ayudarnos, pero nunca fue parte del plan entregarla para siempre. No de
mi plan, de todos modos.
También se encontraba rodeada de un verdadero ejército de protectores
tanto humanos como sobrenaturales, cualquiera de los cuales renunciaría a su
vida por la de ella. Una vez más, mi agradecimiento no tenía límites. Pero, de
nuevo, mi propia necesidad de protegerla, de cuidarla y verla crecer, era más
fuerte que cualquier cosa que jamás sentí en mi vida. Era un constante choque
de voluntades, una lucha continua, como si el diablo que se sentaba en un
hombro siempre peleaba contra el ángel que se sentaba en el otro, y su arena
residía justo en medio de mi pecho.
Respiré profundamente justo cuando el vacío de mi estómago cavernoso
me golpeó. —Ahora que eso está arreglado, ¿cuándo es el almuerzo?
Regresó a su tarea. —Acabamos de comer. Pero hasta entonces, podemos
jugar a Encuentra las Grapas.
—Bien. —Miré alrededor por algo que hacer—. Les sacaré punta a los
lápices. —Sonaba importante sacarle punta a un lápiz. Justo a la altura de
Pilates y la solución del hambre en el mundo. Empecé a dirigirme a mi oficina,
que se encontraba un pelo más allá de nuestra zona de recepción, también
conocida como Dominio de Cookie.
—¿Y cazar grapas? —preguntó.
—En el cajón inferior derecho de tu escritorio.
—Ya miré ahí.
—Están bajo tu copia de Partes del Hombre.
—¿Qué? —Escuché un suave golpe, luego un cajón abriéndose y papeles
moviéndose mientras preparaba café—. No me suscribí a Partes del Hombre.
—Oh, ahora lo estás. Se me olvidó contarte.
—Charley —dijo con un jadeo—, ¿me suscribiste a revistas
pornográficas?
—Solo una.
Antes de que protestara demasiado; porque la chica amaba las partes del
hombre tanto como a mí, la puerta se abrió y dos hombres entraron. Los
hombres con partes de hombre, al parecer. ¿Coincidencia?
Decidí verter toda mi energía en el arte de hacer café mientras Cookie
veía a nuestros huéspedes. No habíamos tenido mucha acción desde que
regresamos, así que dudaba que fueran clientes potenciales. Probablemente
vendían aspiradoras, pelotas de ping-pong o pasta de dientes. Espera,
necesitaba pasta de dientes.
Crucé los dedos.
Cookie se acercó al umbral de nuestra puerta contigua y anunció el
hecho de que había dos hombres en su oficina a quienes les gustaría verme
inmediatamente. Si era posible.
Todo era muy formal, muy profesional, como si de nuevo fuéramos un
negocio de verdad.
Una sensación de vértigo me recorrió. Encendí la cafetera, me apresuré a
sentarme detrás del escritorio, y asentí hacia Cookie. —Déjalos entrar, por
favor, Cookie.
—De inmediato.
Tristemente, el primer tipo en cruzar la puerta fue un idiota Asistente del
Fiscal de Distrito llamado Nick Parker. Ni idea de quién era el otro tipo, ¿pero
qué genial podría ser con un amigo como Nick Parker?
Me puse de pie, pero no ofrecí la mano en señal de saludo. Nick no se
ofendió. Tampoco se hallaba dispuesto a ofrecer la suya. No parecía gustarle
cuando le demostraba que la gente a la que trataba de procesar era inocente de
los cargos que presentaba contra ellos. Y solo lo hice una vez con él. El hombre
sí que guardaba rencor.
—Ella es Charley Davidson —le dijo a su amigo, un hombre mayor con
traje viejo que tal vez había visto una década de más.
A él, le tendí la mano.
—Él es Geoff Adams —me dijo Parker, y si la sensación de desolación no
fuera suficiente para derrumbarme, tomar su mano y tener esa emoción
inyectada directamente en el corazón a través de un apretón de manos, la hizo
más cercana.
Los dos estaban molestos, en realidad, pero el señor Adams aun más. La
devastación lo destrozaba de adentro hacia afuera. Alguien murió. Apostaría mi
última Glock niquelada en eso.
—Por favor, siéntense —dije, haciendo un gesto para que se sentaran.
También me senté y luego examiné a Nick Parker, preguntándome si él
me probaba. Era difícil conseguir más de las emociones del hombre mayor, pero
sentí varias procedentes de Nick el Idiota, un apodo que le di la primera vez
que me reuní con él. Ordenó una bebida para mí. Nos encontrábamos en el bar
cuando mi padre era el dueño, y sabía condenadamente bien que no era una
camarera. Sin embargo, chasqueó los dedos hacia mí, una sonrisa arrogante en
su rostro. Desde entonces he querido romperle los dedos.
—¿Qué puedo hacer por ustedes? —pregunté con toda la frialdad que
pude.
Nick me miró un largo momento, luego miró al señor Adams. Sintiendo
que él tendría que tomar las riendas, se aclaró la garganta y dijo—: La hija del
señor Adams fue asesinada la semana pasada, y el principal sospechoso es su
novio, un artista independiente llamado Lyle Fiske.
—Lo siento mucho, señor Adams —dije mientras anotaba los nombres
con un bolígrafo rosa que robé del escritorio de Cookie.
Parecía repeler a los bolígrafos. Nunca podía hallar una cuando lo
necesitaba. Desafortunadamente, no me repelían los difuntos, tal como era
evidente por la mujer asiática; la cual solo yo podía ver; que parecía muy
irritada con mi lámpara de escritorio, si su tono era algún indicativo. Apenas y
podía culparla. Esa lámpara siempre causaba problemas.
Me esforcé en concentrarme en los potenciales clientes sentados frente a
mí. Otra ola de dolor aplastó al señor Adams; cortando hacia mí también, como
si estuviera hecha de mantequilla. Apreté el puño alrededor del bolígrafo, pero
no bloqueé el flujo de energía. Necesitaba sentir todo lo que sentían. Los
clientes a menudo me mentían. A menudo a sí mismos, por lo que rara vez me
sentía ofendida.
Pero esas mentiras, las que eran tan ensayadas que el orador las creía,
eran más difíciles de detectar. Mientras que el dolor que el señor Adams sufría
era dolorosamente real, crudo, cortante y visceral, también capté un indicio de
culpabilidad causando estragos en su cuerpo desgastado. Se estremeció a través
de él con cada aliento que tomaba, como una forma de neumonía no
diagnosticada haciendo sonar sus pulmones.
No conocía el caso personalmente. Estuve fuera. Pero, hace un par de
días, escuché un poco de él en las noticias.
—Entonces, quieren que me asegure de que el novio vaya a prisión por el
resto de su vida natural —dije.
No era una pregunta, pero Parker negó con la cabeza de todos modos. —
No. Lyle no lo hizo. No pudo hacerlo. Queremos que hagas exactamente lo
contrario. Queremos que pruebes su inocencia y encuentres a quién hizo esto.
No me esperaba eso. Me recosté en mi silla y toqué con el bolígrafo mi
barbilla. —¿Por qué no creen que él lo hizo?
—Solo lo sé —dijo el señor Adams, su voz ronca y hueca—.‖ Él…‖ él‖ no‖
pudo hacerlo. —Sus vidriosos ojos enrojecidos reunieron con los míos. Se
encontraban llenos de convicción absoluta. No adivinaba. Sabía que el tipo era
inocente.
¿Mató a su propia hija? Era difícil pasar por alto la culpabilidad
emanando de él. Pero tampoco había duda de la pena. Si la mató, se sentía muy
mal por eso.
O él y el novio eran muy cercanos. Tendrían que serlo para que estuviera
tan seguro. Y no podía imaginar a un padre, especialmente uno tan amoroso,
poder hacer lo que le hicieron a Emery Adams. El interior de su auto,
literalmente, fue pintado con su sangre. Lo que haya pasado, la muerte de
Emery fue algo muy violento.
—Fuimos juntos a la universidad —dijo Parker—. Lo conocía bien.
Nunca podría hacer algo como esto. Nunca.
¿Lo conoció en la universidad? ¿Eso era lo mejor que tenía? Era fiscal.
Seguramente sabía el poco peso que eso llevaba.
—Creí que la policía aún tenía que encontrar su cuerpo —dije—. ¿Por
qué están tan seguros de que fue asesinada?
—La cantidad de sangre encontrada en el auto —dijo Parker—.
Simplemente no hay manera de que pudiera sobrevivir al ataque.
—¿Y toda era de ella?
—Cada gota —dijo Adams con voz quebrada—. Cada gota preciosa. —El
dolor que brotó de su interior me robó el aliento. Fue tan evidente que incluso
la mujer asiática dejó de intentar golpear mi lámpara y lo miró. Sollozaba en un
pañuelo, y no podría detener mis ojos de llenarse de lágrimas ni aunque
hubiera cerrado mis conductos lacrimales con superpegamento.
Respiré profundamente mientras Parker colocaba una mano sobre el
hombro del señor Adams. No tenía idea de que el hombre tuviera un hueso
tierno en su cuerpo.
—No había nadie mejor —dijo el señor Adams—. No en todo este
mundo. Ella lo era todo‖para‖mí.‖Pero‖yo…‖ yo no era el mejor padre. Merecía
algo mucho mejor.
Se rompió de nuevo, sus hombros temblaban con tanta fuerza que pensé
que caería en pedazos. Le dimos un momento; pero cuando no podía parar, se
puso de pie y salió de mi oficina, sin parar hasta que estuvo afuera, en el balcón
de la fachada.
Eso me daba la oportunidad de interrogar a Parker de una manera
menos delicada.
Me incliné. —¿Por qué estás aquí, Parker? —dije, con tono acusador.
Dejó escapar un largo suspiro resignado. —Debido a que consigues hacer
el trabajo, Davidson. No importa lo que piense de ti, tus métodos o tus...
h{bitos…
¿Qué demonios?
—…haces lo que te propones hacer. Demuestras que las personas son
inocentes cuando están destinados a la aguja. Ves evidencia donde nadie más
las ve. Ves el bien cuando los demás solo ven lo malo. Te necesito en el equipo
de Lyle. Él no lo hizo, pero la evidencia en su contra fuertemente sugiere lo
contrario.
Me entregó el expediente del caso, y a pesar de que no confiaba en él lo
suficiente como para hacer el recorrido de golf con el hierro nueve de mi padre,
presentó un buen argumento. Por otra parte, era un fiscal compitiendo por la
oficina de la esquina de la Fiscalía. Y era justo lo suficientemente joven y
ambicioso para conseguirlo. Algún día.
—¿Dónde está Lyle ahora?
Se relajó, aunque solo un poco. —Lo retienen para ser interrogado.
Examiné la carpeta que me dio. —Deben tener algo bueno. No lo
arrestarían sin un cuerpo, a menos que estuvieran convencidos de que hubo un
asesinato y que él lo hizo.
—Lo sé. No tiene precedentes. Sin embargo, solo entre tú y yo, esperan
un acuerdo con el fiscal. Una confesión es justo lo que necesita este caso.
—¿Conseguirán una?
Me miró. —No, Davidson, no lo harán.
Lo suficientemente justo. —¿Conocías a Emery Adams?
Sacudió la cabeza. —No. Nunca la conocí, pero por lo que entiendo, era
una persona muy buena. —Bajó la mirada, su expresión dura—. No merecía
esto. —Cuando no dije nada, se centró en mí y continuó—: Mira, sé que no nos
caemos exactamente bien, pero todo el mundo tiene razón sobre ti.
—¿Todo el mundo? —pregunté, sabiendo exactamente lo que diría.
—Resuelves crímenes. Cierras casos.
—Eso hago —concordé, soltando el bolígrafo y fortaleciéndome a mí
misma. La mujer finalmente renunció a la lámpara y se fijó en mí. Me miró con
añoranza. Cariñosamente. Queriendo ir a casa. Queriendo ver a su familia de
nuevo. También quería eso para ella. En verdad. Pero no en ese preciso
momento. Pero ella cruzaría, y cruzaría ahora, y no había nada que pudiera
hacer al respecto.
Me puse de pie y caminé alrededor de mi escritorio para comprarme
unos segundos. —¿Quién procesa?
Se aclaró la garganta y se movió incómodo. —Yo.
—¿Cómo? Pensé que Fiske era tu amigo.
—Lo era. Aún lo es.
¿A qué jugaba? —Entonces tienes que hacerte a un lado. Serás
despedido. Demonios, podrías ser inhabilitado si se enteran, sin mencionar el
hecho de que causará la anulación del juicio y costará decenas de miles al
estado.
—Deja que yo me preocupe por eso.
—Parker…
—Mira, no importa lo que pienso‖de‖ti‖o‖lo‖que‖los‖rumores‖dicen‖de‖ti…
—¿Rumores?
—…Lyle‖no‖lo‖hizo.
—¿Qué rumores?
—Tienes una extraña habilidad para conseguir que la persona más
culpable caminando por la faz de la tierra sea libre cuando tienen todo en
contra. Demuéstrame que no es solo un golpe de suerte.
—Eso podría ser un poco difícil. La suerte juega un papel importante en
mi vida diaria. Y no libero culpables, Parker.
También se puso de pie, y rodeó el escritorio hasta que quedamos frente
a frente.
Envalentonado.
—Necesito este caso resuelto —dijo.
—Entiendo eso.
—Rápida y silenciosamente.
—No soy realmente del tipo silenciosa. Pero aún debes hacerte a un lado.
—No —dijo, con una sonrisa maliciosa curvando su boca—. Soy el plan
de contingencia.
—¿El qué?
—El plan de contingencia. Jodes esto, me aseguraré de que las cosas
vayan a nuestra manera desde mi final.
Incluso decir algo como eso en voz alta era tan incriminatorio; en el
sentido legal; que me mareé. Susurré mis próximas palabras, preocupada de
que alguien escuchara. —¿Desestimarás el caso?
Se encogió de hombros. —Me aseguraré de que Lyle Fiske es absuelto.
—¿A propósito?
Sin responder, esperó mi reacción, con expresión calculada.
—¿No es eso en contra de tu código de conducta o algo así?
—Muy en contra.
—¿Y qué te hace pensar que estaré de acuerdo con eso?
Una vez más, su única respuesta fue el desnudo indicio de una sonrisa.
Hijo de puta. Tenía algo de mí. Se encontraba demasiado confiado y era
demasiado inteligente como para simplemente dejar algo así en mi regazo, algo
que podría poner fin a su carrera y posiblemente enviarlo a prisión, sin tener
algún tipo de seguro. Un plan de respaldo para asegurarse de que estaría de
acuerdo.
La mujer se acercó más; mi escritorio no era obstáculo para ella en
absoluto. Di un paso atrás, y Parker pensó que huía de él. Dio otro paso más.
Aparte de sus problemas de límites de espacio, me retaba a amenazarlo con ir a
la Fiscalía.
Esto requería delicadeza. Por desgracia, no tenía una sobreabundancia de
eso, pero sabía quién la tenía. Me mantuve callada por ahora. Que pensara que
me uní al equipo. Pero quería descubrir lo que sea que tuviera de mí.
Esperanzadoramente no sería en realidad lo más bajo, digamos, en una
situación comprometida. Pasó mucho tiempo desde que comprometí mi trasero.
—¿Y si realmente es culpable? —pregunté—. Si encuentro evidencia
contraria a tu opinión, ¿hasta qué punto llevarás esto?
—No me preocupa en lo más mínimo.
—Pero que si lo hago. ¿Cuán lejos?
—No lo harás, así que todo el camino.
—¿Qué te hace estar tan seguro, tan convencido, que estás dispuesto a
arriesgar tu carrera entera por este tipo?
Y ahí estaba otra vez. Ese destello insignificante de culpa que sentí en el
segundo que entró. Sentí culpa en los dos. ¿Ambos conspiraron en algo y les
salió el tiro por la culata?
Antes de que pudiera responder, levanté un dedo índice, saqué un
pañuelo de papel de la caja en mi escritorio, y tosí suavemente en él. Entonces
coloqué la palma de la mano sobre el escritorio. Tomé un sorbo de café. Volví a
toser. Al mismo tiempo, la vida de la mujer pasó ante mis ojos.
Ella trabajó en los arrozales de Jamuna, Nepal, toda su vida,
sobreviviendo inundaciones y terremotos para conseguir alimento para su
familia. Después Amita se casó con un hombre al que no amaba, sus amigas en
el campo se convirtieron en su salvación. Se rieron juntas. Criaron a sus hijos
juntas. Y hablaron de sus esposos desde detrás de manos ahuecadas y risitas
bajas.
Pero sus sentimientos hacia su esposo crecieron. Sijan era un misterio
para ella. Rahasyamaya2. Con ojos plateados y una sonrisa reservada. Se crió en

2 En español, misterioso.
un pueblo al oeste, y cuando sintió la desconfianza que sentía ella, se fue para
convertirse en un guía sherpa. Era una habilidad que su padre le pasó a él.
Peligroso y temerario, pensó Amita. Pero eso traía dinero. Y ella empezó a
ansiar su regreso.
Cuando él volvía a casa, no le contaba de sus aventuras, y todas las
chicas trataban de adivinar. Debió ser glamuroso, decían, conocer a ricos
occidentales, pero Amita lo sabía. El cuerpo de Sijan se encontraba maltratado
cuando regresaba. Los elementos de la montaña eran más implacables.
Adelgazaba hasta proporciones insanas, y le tomaba un mes para que
engordara de nuevo. Sin embargo, él se hizo más fuerte cada año. Más hermoso
cada vez que llegaba a casa.
Y entonces ella le preguntaba. Era todo lo que tenía que hacer. Le
contaba lo que sea que quisiera saber. ¿Los occidentales eran amables con él?
¿Lo respetaban? ¿Las mujeres blancas eran bonitas? Sijan le decía todo y le daba
cada rupia que ganaba. Les llevaba regalos a sus hijos y a ella le daba regalos
exquisitos que no necesitaba, pero valoraba.
Él y Amita se convirtieron en algo cercano a celebridades, aunque ella
aún trabajaba en los campos todos los años. Al igual que sus hijos. Durante años
y años ella siguió con la tradición, porque un año Sijan no regresó.
Trabajó hasta su muerte con un corazón roto, esperando a que Sijan
regresara de la montaña. Ella no podía cruzar, sabiendo que él se encontraba
ahí solo. Pero en el momento en que cruzó a través de mí, sentí su alegría al
verlo a él y a dos de sus hijos de nuevo. Las dificultades olvidadas, cayó en los
brazos de él y aplastó a sus hijos contra ella, y yo me tragué un nudo en la
garganta.
Me desplomé en la silla mientras Parker se agitaba cada vez más.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Lo siento. Un mareo.
—Sí,‖escuché‖que‖estas‖teniendo‖algunos…‖problemas‖de‖equilibrio.
Se sentó frente a mí y me dio un momento. Tomé la oportunidad de
disfrutar del feroz amor que Amita sentía por su esposo. Sabía cómo se sentía.
Esos oscuros tipos misteriosos lo hacían cada vez.
Después de tomar una profunda bocanada de aire, abrí el archivo y lo
examiné mientras Parker me daba un resumen del caso que tenían contra Lyle
Fiske. No se veía bien. Pude ver por qué se hallaba lo suficientemente
desesperado como para venir a mí.
Sobre el papel, el tipo era tan culpable como podría ser. Encontró la
escena del crimen con la sangre de Emery toda sobre él. Sus huellas en el
interior del auto, y tenía el teléfono de ella en sus manos. No solo eso, de
acuerdo con el primer oficial en la escena, él actuaba tan beligerante, que
tuvieron que someterlo. Si Fiske era inocente, probablemente estaría más
angustiado que beligerante.
Pero si lo hizo y se hallaba en la escena del crimen, ¿dónde estaba el
cuerpo? Sus huellas no se encontraron en el volante de Emery, y se llevaron su
camioneta. Más allá de los contaminantes habituales uno esperaría que una
novia se fuera en el vehículo de su novio; no había rastro de evidencia que
sugiriera que lo usó para mover su cuerpo.
Su caso, puramente circunstancial, sin duda tenía agujeros. Solo tendría
que encontrar la manera de golpear un poco más. Encontrar suficientes dudas
para que un jurado lo absolviera, si realmente era inocente.
Traducido por Ivana
Corregido por Jadasa

Una vez traté de iniciar una pandilla.


Se convirtió en un club de lectura.
(Meme)

Cuando entré de nuevo a la oficina de Cookie, acababa de finalizar una


llamada. Al instante, sentí que algo andaba mal. Tal vez una depresión que
pesaba sobre ella. La misma que había estado sintiendo por días.
—¿Cómo te fue? —preguntó, observando cuando Parker me lanzaba una
mirada de última advertencia antes de cerrar la puerta detrás de él.
Le mostré el dedo medio, porque tenía doce años, luego me volví hacia
Cook. —Estupendo. Pero ¿qué pasa contigo? ¿Qué está mal?
—¿Qué quieres decir?
—Has estado desanimada desde que regresamos.
—Estoy preocupada por ti. Ya me conoces. La eterna preocupada. —
Agitó los dedos alrededor de su cabeza. Ni idea de por qué.
—Entiendo. En verdad. Pero tengo la sensación de que hay algo que no
me estás diciendo. Soy un poco intuitiva.
—Nop. No es así.
—Sabes que puedes decirme lo que sea.
—Charley, has tenido demasiado con lo que lidiar. En comparación, mis
problemas son estúpidos.
—¿Qué? —pregunté, sorprendida—. ¿Qué problemas? ¿Qué está
pasando?
Cookie se reclinó en su silla, una tristeza pesando en sus movimientos. —
Amber ha decidido que quiere terminar el semestre en la Escuela para Sordos
de Nuevo México.
—¿La ESNM? ¿La escuela para sordos en Santa Fe?
El novio de Amber, Quentin, iba al ESNM; lo cual tenía sentido, ya que él
era, de hecho, sordo; pero Amber no.
—Eso es genial —dije, tratando de sonar positiva—. Creo. ¿Pero a ella no
se le escapó algo? ¿O tal vez no? —Cuando Cookie me preguntó arqueando una
ceja, añadí—: Oye muy bien. Ya sabes, como para ir a una escuela para niños
sordos.
—Oh, cierto. En realidad, permiten que asistan algunos chicos con
audición. Principalmente los hermanos de sus estudiantes sordos o a los hijos
de los maestros.
—Entonces ¿ahora dejan ir a las novias? Esa es una idea muy progresiva.
—No exactamente. Debido a que Amber llegó a ser tan activa en la
escuela, acordaron hacer una excepción especial. Aparentemente, causó una
gran impresión. Todos la aman. Los maestros. Los estudiantes. El personal. Ese
hombre en la cafetería se enamoró perdidamente. Sigue enviando salsa casera a
casa con ella.
—Oh sí —dije ensoñadoramente—. Él es casi increíble.
—¿Verdad?
—Pero, tan impresionante como suena, ¿no quieres que se vaya?
—No es que no me encantaría que fuera. Es decir, qué experiencia,
¿verdad? ¿Para estar tan inmersa en la cultura? Pero ella quiere disfrutarlo al
máximo. Todo el asunto.
—No creo que eso sea lo que significa.
—Quiere vivir en las cabañas con los otros estudiantes. Durante la
semana como lo hacen ellos.
—Oh. —Podía ver que Cookie se angustiaría por algo así—. ¿Se quedaría
en uno de dormitorios de las chicas durante la semana? ¿Un dormitorio que
estaría justo al lado del dormitorio de los chicos?
Cookie solo asintió; su expresión el epítome de la preocupación.
—Sí. Creo que estoy contigo.
—Prácticamente vivirían juntos —dijo—. Amber realmente quiere ir, y
esta es una gran oportunidad. Pero no estoy segura de que estoy lista. Es muy
joven. Ambos lo son.
—En esto, tengo que estar de acuerdo contigo. Sé que están enamorados —
dije, agregando comillas en el aire—, pero esto es enorme, Cook. Esto es incluso
más grande que sus tetas.
—No tiene grandes tetas —dijo Cook—. En realidad son un poco...
—No, quiero decir, cuando consiguió tetas. Fue casi un gran asunto.
Toda esa cosa del sujetador traumatizándola. ¿Y ahora esto? Tal vez pueda
hablar con ella.
—¿Lo harías? —preguntó, con la cara llena de esperanza.
—Por supuesto. Es decir, podría tomar el tren e ir a la escuela diurna allí.
No tiene que vivir en los dormitorios, ¿cierto?
—Es verdad. Tal vez, si realmente le gusta, podemos hablarlo de nuevo
este verano.
Di unas palmaditas en su espalda. —Suena como un plan.
—Así que —dijo Cookie, satisfecha de que sería capaz de convencer a
Amber de quitar su pie del acelerador solo por ahora, y bajar un cambio—, ya
que estamos desnudando nuestras almas, ¿qué pasa contigo?
—¿Qué? —me burlé—. Nada.
—Charley, sé que algo te molesta. Tampoco puedes ocultarme algo,
¿recuerdas?
—En serio. Estoy bien. Todo está bien. El sol está saliendo. Los cielos son
casi azules con solo un fuerte toque de gris, lo cual, como sabes, es mi favorito.
¿Qué podría estar mal?
—Puedes contarme lo que sea. A estas alturas, seguramente, ya sabes
eso.
—Sí. Casi olvido lo maravillosa que eres a veces. Es solo, que
últimamente han pasado muchas cosas. Mucho pasó en Nueva York.
—Lo sé. Me hallaba allí, ¿recuerdas?
Me reí en voz baja. —Lo sé, pero hay muchas cosas que no te conté.
Se inclinó. —¿Sí? ¿Como qué?
—Simplemente parece que, desde que regresamos, Reyes ha estado
alejándose de mí.
—¿Qué? Oh, cariño, estás equivocada.
—No, es verdad. No me ha tocado en una semana. Sabía que debería
haber tomado el levantamiento de pesas vaginal cuando ese vagabundo me dio
un cupón del quince por ciento de descuento. —Hice la cosa de la palma en la
cara y me desplomé sobre el escritorio de Cookie.
—Charley, no creo que el levantamiento de pesas vaginal sea la
respuesta a... bueno, nada.
—Pero hay más. —Levanté mi cara de su escritorio—. ¿Recuerdas esa
noche que Kuur intentó matarme?
Kuur había sido un emisario enviado por Lucifer para asesinarme. O,
más exactamente, atraparme en el cristal divino. Gracias a su arrogancia y al
sacrificio de mi padre, lo atrapé a él en su lugar.
—Oh, sí, me contaste esa parte —dijo con un gesto de negación de su
mano. No se encontraba interesada en escuchar la historia otra vez.
—Sí, pero lo que no te dije fue que mi padre cruzó esa noche. Así es
como fui capaz de recordar todo de nuevo.
—Espera, ¿cruzó con la esperanza de que te devolvería tu memoria?
Asentí.
—¿Y funcionó?
Asentí de nuevo. —Y cuando cruzó, vi las cosas más bonitas, Cook.
Cosas que no sabía que él sentía. Me amaba. A pesar de sus malas elecciones
conyugales, de verdad me amó.
—Por supuesto que sí, Charley. ¿En verdad dudabas de eso?
—No lo sé. Supongo que no. De todos modos, fue agradable de ver.
—Pero él cruzó —dijo Cookie, su voz suave. Teniéndolo claro—.
Realmente se fue ahora.
—Realmente se fue. —Luché contra el apretón en mi garganta—. Pero
aprendí mucho esa noche. Me enseñó muchas cosas. Cosas que no estoy segura
de cómo decirle a Reyes.
—¿Cómo qué? —Echó un vistazo a su alrededor, comprobando por la ya
mencionada entidad—. ¿Qué más podría haber? Eres tan increíble. Un ser
sobrenatural más allá de lo que cualquiera de nosotros esperaba. No puede
haber quedado algo.
Dejé que una sonrisa triste levante una comisura de mi boca. —Puede
que te sorprenda.
Se cruzó de brazos en su pecho. —No. Imposible. Nada me sorprendería.
Estoy segura. A estas alturas, nada me sorprende.
—¿Estás absolutamente segura?
Ella dejó de lado la cautela. Sabía perfectamente bien que no debía dar
por sentado algo así. Sin embargo, tenía que tomarle un poco el pelo.
Metí la mano en el bolsillo después de un vistazo furtivo a mi alrededor,
solo para asegurarme de que no había dioses cerca, y saqué el colgante. Para
ella, simplemente parecería un collar. Como un hermoso y envejecido colgante
de una época pasada, pero así y todo, un colgante.
Para mí, sin embargo, era como una galaxia dentro de otra galaxia
envuelta en un ópalo. Destellaba y brillaba, y me atraía más cerca cada vez que
lo miraba.
Cookie se quedó sin aliento. —Eso es hermoso. ¿Tu padre te lo dio de
algún modo?
Negué con la cabeza. —No. Este fue un regalo de Kuur.
—Bueno, eso fue muy amable de su parte —murmuró, insegura de cómo
abordarlo.
—¿Verdad? No todos los días un chico le da un hermoso collar a una
chica a la que intenta asesinar. Especialmente uno de los años 1400.
—¿De 1400? —preguntó, conteniendo apenas el aliento por la
fascinación—. Eres muy afortunada. Si no hubiera sido contratado para matarte,
estoy segura de que hubiera sido un gran tipo.
—Pero, Cook, este no es cualquier collar.
—Por supuesto que no. Te lo dio un malvado asesino de otra dimensión.
Simplemente no puede ser cualquier collar. —Llenó sus pulmones y se agarró
los huevos, metafóricamente—. Está bien, impáctame. ¿Qué es? Puedo
soportarlo.
—El interior de este colgante, que se ve inofensivo, y esta inofensiva
figura tallada es otra dimensión.
Cookie comenzó a extender su mano hacia él. Solo para tocarlo. Se
detuvo y retiró la mano lentamente.
—Y no solo es de otra dimensión. Es de una dimensión infernal. Kuur
fue enviado para atraparme adentro por toda la eternidad. La parte mala es que
lo envié a él, un ser demoníaco enviado desde otra dimensión, en una
dimensión infernal en el que también se enviaron decenas de personas
inocentes. Y ahora tengo que sacarlos, uno por uno, todos mientras lo dejo a él
adentro. Y para empeorar las cosas...
—¿Empeora? —preguntó, su rostro volviéndose un blanco ceniciento.
—No tengo idea de cómo hacer algo de eso. —Había recuperado todos
mis recuerdos como un dios, pero por alguna razón, las cosas no eran iguales en
mi estado humano. Aún tenía que aprender todo.
—Bueno, todos tenemos nuestros problemitas, ¿verdad? Por supuesto,
esto hace que el mío suene un poco patético en comparación.
—No te atrevas a decir eso. Amber creció, y es difícil ver que eso suceda.
Solo es una niña a nuestros ojos.
—Charley, tuviste que enviar lejos a tu hija incluso antes de llegar a
conocerla. Mis problemas son ridículos en comparación.
—Por supuesto que no lo son. Desde luego, todavía no te dije la mejor
parte.
—¿Hay más?
—Cookie, ¿no me conoces a estas alturas? Siempre hay más.
—En tu mundo, sí, lo hay. Estoy lista. Lo que sea, puedo manejarlo.
—Está bien, una de las cosas que aprendí cuando mi padre cruzó fue que
Reyes, mi hermoso e impresionante marido, es un dios.
Pensé que había que darle tiempo. Claramente lo necesitaba. Ahora me
miraba boquiabierta, su boca colgando lo bastante abierta como para crear una
barbilla triple. Cuando le di el tiempo suficiente, después de todo, teníamos
casos que ver; dije—: Es uno de los dioses de Uzan.
—¿Espera, no son malos?
—Muy.
—Oh, Charley. No estoy segura de entender.
—Únete al club. Ni siquiera sé si él lo sabe. Satanás engañó a uno de los
tres dioses de Uzan. Lo atrapó usando esta joya. —Pasé los dedos sobre el
cristal que cubría la gema, la dimensión, en su interior—. Se llama cristal
divino.
Se inclinó acercándose más, pero aún manteniendo una distancia
prudencial. —¿Por qué.... cómo hay personas inocentes adentro?
—Una larga historia que involucra a un sacerdote malvado. Basta decir
que es muy poderoso, y desde mi perspectiva de cuando este colgante estuvo
abierto, muy grande.
—Yo... no sé ni qué decir.
—No digas nada. Todavía se pone mejor.
Puso los ojos en blanco, pero seguí adelante.
—Digamos que, solo por hipótesis, puedo detener a los dioses de Uzan.
Digamos que puedo detener a Reyes si tengo que hacerlo, usando este cristal.
—¿Detenerlo? —preguntó, asustada.
—Si tengo que hacerlo —reiteré—. Y digamos que Miguel, ya sabes, ¿el
arcángel? Digamos que me ha dejado vivir.
Palideció aún más, pero continué. Lo mejor era simplemente decirlo
todo.
—Digamos que puedo recuperar a Beep, y que podamos, no sé, salvar el
mundo o lo que se supone que debemos hacer.
Cookie asintió, escuchándome con atención.
—Hay algo aún peor.
—¿Que una dimensión infernal en un collar?
—Sí.
—¿Que el hecho de que un arcángel intentó matarte?
—Solo esa vez, pero sí.
—¿Que el hecho de que tu hija está destinada a luchar contra Satanás por
el control de la Tierra?
—Sip.
Sacudió la cabeza, en una pérdida total. Se inclinó y puso una mano
sobre la mía. —Charley, ¿qué?
—Reyes está pagando una pensión alimenticia.
Se calmó. Parpadeó. Frunció el ceño. —¿Qué?
Luché contra la humedad brotando entre mis pestañas. —Reyes... mi
Reyes está pagando una pensión alimenticia. Vi un recibo.
—Está bien —dijo, tomándose un momento—. Vamos a decir que, sí, el
hecho de que Reyes pague la pensión alimenticia es peor que todo eso.
—No entiendo tu punto.
—¿A quién le está pagando? Es decir, ¿es para una antigua novia?
—¿Piensas que tiene antiguas novias? —pregunté, resoplando.
—Charley, tienes antiguos novios, ¿verdad?
—Sí, pero…‖pero‖no‖estuve‖en la cárcel por diez años. Y no podía haber
sido muy fértil al entrar. Tenía, ¿qué? ¿Veinte?
—Lo suficiente mayor para embarazar a una chica. Créeme.
—¿Pero qué te hace pensar que incluso conoció a alguna chica?
—¿Has visto a ese chico?
—Quiero decir, al ir creciendo era muy tímido.
—Porque es un efecto disuasorio tan de chica.
Maldición. Tenía razón. ¿Chicos calientes, sexys, tímidos? Como un
abrazador infierno para una polilla ovulando. —¿Cuántas antiguas novias
piensas que tiene?
—Investigaré.
—Como, una estimación aproximada. ¿Cinco? ¿Diez?
—Investigaré —dijo, pero esta vez ella tenía su relajante voz de estoy-
aquí-para-ti. Eso ayudó.
—¿Lo harás?
—Absolutamente. Además, tiene que haber una explicación. Te habría
contado si tenía un hijo.
—Quizá recién lo descubrió. No estuvo pagando durante mucho tiempo.
Tres o cuatro meses, creo. O eso, o su otro hijo tiene solo tres o cuatro meses, lo
cual significaría que embarazó a otra antes de que concebí a Beep.
—No —dijo Cookie, sacudiendo la cabeza—. De ninguna manera.
Charley, él está loco por ti. Cruzó las tierras yermas de una dimensión infernal
simplemente para llegar a ti. Esperó durante siglos por ti para ser enviado a la
Tierra. Renunció a todo, incluso a sus recuerdos, para nacer como humano solo
para que pudiera ver tu sonrisa.
—Cuando lo pones de esa manera... pero enfrentémoslo, Cook. No soy la
persona más fácil con la cual vivir diariamente.
—¿Como él? —Cuando dejé caer mi mirada, añadió—: Charley, eres
increíble, y sabes que te tengo en un pedestal, pero quizá deberías centrarte en
los detalles más relevantes de todo esto.
—Correcto —dije, enderezando los hombros—. Exactamente. No se trata
de cuándo. Se trata de quién. ¿Y la amó? —Jadeé cuando el siguiente
pensamiento golpeó—. ¿Aún la ama?
—Bueno, en realidad me refería a algo como el hecho de que Reyes es un
dios maligno empeñado en destruir la Tierra y un arcángel te quiere matar.
Pero podemos empezar con eso.
Di una profunda y purificadora respiración. —No, tienes razón.
Simplemente necesito ponerme mis bragas de abuelita y lidiar con ello.
Tenemos un caso. No más tangas para mí.
—¿Tenemos un caso? —bromeó.
—Uno de verdad —dije con un asentimiento—. Y de acuerdo con Nick,
el idio... Nick Parker, un hombre inocente podría ir a la cárcel si no
averiguamos quién realmente mató a su novia, Emery Adams.
—¿Ves? Es bueno mantenerse ocupada. Mantén tu mente fuera de todo
lo demás, la total aniquilación y/o muerte por un ser celestial enojado.
—Pero aun así lo investigarás, ¿verdad? ¿La pensión alimenticia?
—Sabes que lo haré. Ahora, ve a hacer investigación privada y esas cosas.
Veré lo que puedo desenterrar aquí.
Asentí. Abocarme a mi trabajo mantendría mi mente alejada de otras
cosas. Como dijo Cookie, la total aniquilación y/o muerte por un ser celestial
enojado. Sin mencionar el más relevante de nuestros problemas: otro hijo de
Reyes.
Lo que no puse en esa categoría fue el asunto de Beep. Jamás quería dejar
de pensar en ella de nuevo. Ni por un minuto. Había estado allí, hice eso en
Nueva York. No volvería a ocurrir.
No es que estuviera preocupada por el posible resultado de ese
escenario. Iba a recuperar a mi hija. Ningún dios en esta dimensión o la
siguiente iba a detenerme.
Traducido por Jadasa
Corregido por Val_17

Mi amor es como una vela.


Llévame contigo e iluminaré tu camino.
Me olvidas, e incendiaré tu maldita casa.
(Camiseta)

Oí pasos que provenían del pasillo fuera de mi oficina donde un balcón


daba hacia el restaurante-bar de Reyes, Calamity’s. El crujido de las tablas se
detuvo al otro lado de la puerta.
Me acerqué y esperé, sabiendo quién se encontraba de pie al otro lado.
Podía sentir las emociones que se arremolinaban en su interior, al igual que las
espirales del centro de un tornado. Además, podía oler el chile rojo. Dios mío,
amaba a ese hombre.
—¿Vas a dejarme entrar? —preguntó Reyes desde el otro lado. No, como,
el otro lado, pero…
—Depende. ¿Sabes la contraseña secreta?
—Chile.
Abrí la puerta de par en par. —Santos chiles verdes, Batman. Eres bueno.
—Me gusta pensar que sí —dijo, sus ojos brillando. Sostenía dos platos,
pero cuando di un paso atrás para dejarlo entrar, se quedó en el pasillo—.
Tienes que invitarme a entrar.
Entrecerré los ojos. —¿Por casualidad, tu segundo nombre no es
Drácula?
—Bastante cerca. —Pero aun así no entró.
Entonces, moví mi brazo en un gran gesto y dije—: Te invito oficialmente
a mi humilde morada.
Lo de humilde llevaba las cosas un poco lejos, porque mientras
estuvimos separados, remodelaron todo el último piso de este edificio, y sin
embargo, mantuvo el restaurante exactamente como mi padre lo dejó. Como si
preservara el recuerdo para mi hermana y para mí. Pero mi oficina ahora se
asemejaba a un lujoso apartamento de Manhattan, menos la mesa del comedor,
todos los colores suaves y líneas regulares.
Seguía sin entrar. Miré a mi alrededor; de repente fui consciente de mí
misma. ¿Tenía material ofensivo? No veía ninguno, pero ciertamente, mis
gustos corrían un poco al oeste de lo normal.
Volví a mirarlo, y su expresión cambió. En un segundo se puso serio.
—¿Estás segura de que quieres hacer eso?
—¿Qué?
—Invitarme a entrar.
Él me había perdido. —Por supuesto. Quiero decir, eres el dueño del
edificio.
—Nosotros —dijo, con un tono brusco—. Nosotros somos los dueños del
edificio. Y eso no es lo que pregunté.
Sin otra palabra, dio un paso hacia adelante, y mientras sostenía un plato
en cada mano, se inclinó y puso su boca sobre la mía. Levanté los puños medio
cerrados contra su pecho y me fundí en él. La mayor parte de mí lo hizo, de
todos modos. Una parte se derritió en mis bragas.
Hace una semana que no me besaba, besarme de verdad. Su boca, como
el fuego contra la mía, se volvió más exigente al instante. Pasó su lengua por
mis dientes, luego penetró más profundamente, y tuve que curvar los dedos
contra su camiseta para evitar desabrocharle los vaqueros. El calor que
perpetuamente lo rodeaba quemó mis labios, empapó mi cabello, las llamas
rozaban mi piel, empujando entre mis piernas.
Aún con todo esto, la molestia en el fondo de mi mente se abrió paso. Esa
parte de mí que se preocupaba por la cantidad de control que Razer ejercía
sobre él. Sobre mi esposo. ¿Sería una amenaza para nuestra hija? ¿El dios de la
destrucción algún día tomaría el control? ¿O era el dios en él —al igual que el
mío— una parte de quién era ahora? ¿Una parte de su disfraz? ¿Arraigado en
su ADN?
Yo era Val-Eeth, el dios Elle-Ryn-Ahleethia. Pero seguía siendo sólo
Charley Davidson. No éramos dos seres separados. Dos personalidades
distintas. ¿Era igual con Reyes, el último y más joven dios de Uzan? ¿Era
solamente él ahora? ¿Podía un ser hecho de completa maldad cambiar cuando
se fusionaba con algo bueno? Tenía grandes esperanzas de que fuera así.
Luego estaban los pagos de manutención infantil, y de repente, me
encontraba en el décimo grado, preguntándome con cuántas chicas se había
besado mi novio antes de besarme a mí. A cuántas manoseó en el asiento
trasero del Buick de su padre. A cuántas bases llegó antes de que lo atraparan.
Reyes tuvo que sentir mi indecisión. ¿Fue eso? ¿Por qué se alejaba?
Se puso tenso, y supe que sentía mis preocupaciones. Inhalé una fuerte
ráfaga de aire ártico entre nuestras bocas. Se sentía como el hielo sobre mis
dientes. Me sorprendió e interrumpí el beso, preguntándome de dónde
provenía el aire frío.
Una triste sonrisa levantó una de las comisuras de su boca. Lamió sus
labios lentamente, como para saborear nuestro encuentro; luego dijo—: Eso fue
lo que pensé.
Parpadeé. Me dijo que ya no podía sentir mis emociones. No desde que
descubrí mi nombre celestial. No desde que desmaterialicé mi cuerpo humano
y asumí plenamente mis poderes. Seguramente no podía sentir mi dilema
ahora. —No entiendo.
Bajó la cabeza. —Entonces no puedo ayudarte.
—Reyes…
—Come —dijo, empujando los platos en mis manos. Hervían, como si
acabara de sacarlos del horno, y me pregunté si lo había hecho—. Enviaré a
Valerie a recoger los platos.
Se dio la vuelta y se fue medio segundo antes de que dijera—: ¿Valerie?
Pero siguió caminando, bajando las escaleras de tres en tres, sus
movimientos calmados, ágiles y poderosos. Después de un momento, regresé al
interior y agarré el plato de Cookie, porque aunque Reyes pudo ser criado en el
infierno, yo no tenía su tolerancia para el calor.

—Caliente —dije, con voz entrecortada ya que prácticamente dejé caer


los platos sobre su escritorio.
—No puedes manipularme con comida. —Ni siquiera se molestó en
levantar la vista de su ordenador.
—Reyes lo hizo.
—¡Oh! —Saltó de su asiento para agarrar tenedores y servilletas, luego se
dirigió a Bunn para reabastecerse.
Me senté frente a su silla. A menudo comíamos en la zona de recepción.
Permitía que los potenciales clientes supieran que también éramos humanas.
Teníamos que comer. E hidratarnos. Y deshidratarnos en forma de orina. El
hecho de que querían que vigiláramos a los vagabundos de sus conyugues a las
horas más impías conocidas por el hombre, no quería decir que no
necesitábamos un descanso de vez en cuando para ir al baño. ¡Incluso había
leyes! ¡Teníamos derechos!
Sólo bromeaba. Comíamos en la zona de recepción porque tenía la mejor
vista del campus de la Universidad de Nuevo México. Observar a la gente era
muy divertido y educativo.
—Tenemos un nuevo caso —dije cuando regresó con una taza llena.
—Lo mencionaste, ¿pero qué pasa con nuestro viejo caso?
—Oh, lo resolví anoche. Solo tengo que armarme de valor para reunirme
con la señora Abelson.
Cookie puso una expresión de preocupación. —¿Su marido es infiel?
—Peor. Ha estado pasando el rato con un grupo de universitarios,
jugando videojuegos y experimentando con la marihuana.
—¿Y cómo eso es peor?
—¿Has conocido a la señora Abelson?
—Oooooh —dijo, alargando la sílaba al comprender—. Lo entiendo.
¿Quieres que arregle una reunión?
—No.
—Genial, la llamaré ahora.
—No creo que pueda lidiar con ella.
—Bueno, alguien tiene que hacerlo, y no voy a ser yo.
—No.
Agarró el teléfono y se encontraba marcando el número de la mujer en
medio de mis protestas.
—¿Por favor, no?
—Arranca de una vez la tirita —dijo ella, presionando los números con
su bolígrafo.
—No quiero hacerlo.
—Por supuesto que sí.
—Me gusta la tirita en donde está.
—Te sentirás mejor.
—Las tiritas me hacen ver amable.
—Solo arráncala.
—Dolerá.
—Lo mismo ocurrirá con una demanda cuando la señora Abelson
descubra que la hiciste sufrir con la duda más de lo que debía.
Jadeé. —Ella no me puede demandar.
Cookie arqueó las cejas. —¿Has conocido a la señora Abelson?
Cedí, cabizbaja. Con los hombros caídos, extendí la mano para agarrar el
auricular.
Tras concertar una reunión para más tarde ese mismo día, decidí
molestar a mi asistente. Bueno, molestarla más de lo que ya lo hacía. —¿Qué
estás mirando?
—Nada.
Se estiró y apagó el monitor. Así que, naturalmente, me acerqué y lo
encendí de nuevo.
—Estaba trabajando, lo juro —dijo a través de un bocado de tortilla,
huevos, papas, y chile rojo—. Y entonces, un par de clics más tarde, me perdí en
la guarida del diablo.
—¿Te perdiste en nuestro apartamento de nuevo? —Llené mi propia
boca, haciendo una pausa para asimilar el hecho de que acababa de comer un
trocito de cielo, después me acerqué a examinar la fotografía en la pantalla—.
Es falsa.
Andaba mirando fotos extrañas e inexplicables del pasado. Todo en
blanco y negro. Tengo que admitir que era espeluznante. También caí por el
agujero del conejo un par de veces. Era difícil culparla cuando últimamente la
mayoría de nuestros días de trabajo consistían en compartir videos de lindos
gatitos y videoclips de Ellen en YouTube.
—¿Por qué te molestó tanto el video de esta mañana? —le pregunté.
—Porque,‖qué‖pasaría‖si…‖espera,‖¿cómo‖sabes‖que‖es‖falsa?‖ —Echó un
vistazo a su pantalla—. Estas fotos desafían la explicación, porque no pueden
ser explicadas. Ese es todo el asunto.
La foto que miraba era de una niña con un hada sobre su hombro. —¿En
serio?
—Está bien —dijo, cediendo—, pero ¿qué hay acerca de esta?
Era la imagen de un hombre en una camisa de fuerza, levitando sobre
una cama.
—Falsa.
—Entonces, ¿los locos levitando no son reales, pero los ángeles de la
muerte sí?
Tenía un punto. —Aparentemente. —Di otro mordisco.
—Bien,‖pero‖esta‖próxima‖verdaderamente‖desafía…
—Falsa —dije al segundo en que hizo clic a la siguiente foto—. ¿Qué
crees que ocurrirá exactamente?
—No lo sé. ¿Qué tal esta?
—Falsa. —Era la de un niño sentado con las piernas cruzadas y flotando
en el interior de un viejo vagón de Radio Flyer—. Y creo que lo sabes.
—Podrías ser expuesta —dijo finalmente.
—He estado expuesta antes. Nunca te molestó.
—No tu exposición‖normal‖de‖“tomé‖demasiadas‖ margaritas”. ¿Y cómo
lo sabes?
—No lo sé. Nunca me dijiste que te molestaba.
—No, me refiero a la imagen.
La apunté con el tenedor. —¿Puedes ver al niño flotando?
—Por supuesto. Es por eso que es extraño e inexplicable.
—La gente no flota. Los vivos no. Si estuviera flotando, sería incorpóreo.
O una entidad incorpórea estaría levantándolo. Si puedes verlo, no es
incorpóreo. Y si yo no puedo ver una entidad incorpórea levantándolo, no hay
una. ¿Y qué si soy expuesta? Un poco de exposición no lastima a nadie. No es
como si la policía del ángel de la muerte venga a arrestarme.
Volvió a hacer clic. —Supongo, pero no sabes a quién o qué, podría
atraer ese video. ¿Crees que esa es la razón por la cual el Vaticano tiene un
archivo sobre tu vida?
—¿Qué, ese video? —Tomé otro bocado—. De acuerdo con su perro
guardián, ellos han tenido un archivo de mí desde el día en que nací. Así que,
probablemente no. —En la siguiente foto, un chico se hallaba cubierto de
escamas—. Falsa.
No se molestó en preguntar antes de hacer clic de nuevo. —Sin embargo
¿qué pasa si las fuerzas incorrectas se ponen en contacto?
—¿Cómo qué fuerzas? A menos que te refieras a las fuerzas armadas,
porque eso podría ser divertido. Todas las otras fuerzas saben quién soy. Y soy
un maldito faro, así que también saben dónde estoy. No sé cómo una persona
podría ser menos ocultable. Para el mundo sobrenatural, de todos modos.
Falsa…‖falsa…‖falsa…‖simplemente‖espeluznante…‖falsa…
—¿Pero qué hay de alguien en este mundo? ¿Alguien que no sabe, pero
que estaría muy interesado? Es decir, muy, muy interesado.
Podía sentir su nivel de ansiedad aumentando. —Cook, ¿a quién le
importa? ¿Qué importa que algo así le interese a alguien?
—Pero…
—Primero que todo —dije, interrumpiéndola totalmente—, nadie lo
creerá. Pensarán que eran alambres o imágenes generadas por computador.
Se encogió de hombros mientras estudiaba la siguiente foto.
—Y en segundo lugar, incluso si alguien se diera cuenta, te pregunto de
nuevo, ¿qué podrían hacer? —Eché un vistazo a la siguiente imagen—. Tan
falsa como el día es largo.
—Sabes, le sacas la magia a estas cosas.
—Lo‖sé.‖Lo‖sien…‖—empezaba a disculparme, pero la siguiente imagen
en su pantalla me detuvo en medio de ello. Me incliné. Entrecerré los ojos.
Luego me quedé inmóvil—. ¿Qué es eso?
Cookie también se quedó quieta, su tenedor a medio camino de su boca.
—Ni siquiera me digas que la niña realmente podría quitarse la cabeza de ese
modo.
—Oh, no, eso es totalmente falso, pero hay algo en el fondo. —Señalé
más cerca—. Ese niño. ¿Qué está haciendo?
En el fondo de una imagen ridícula de una niña sosteniendo lo que
parecía ser su propia cabeza por sus largos cabellos rubios, se encontraba un
niño pequeño apuntando una vitrina.
—¿Ese pequeño? —Señaló uno en la calle, ya que había varios en el
fondo. Vestía ropa de época. Pantalones cortos. Calcetines hasta la rodilla.
Suspensores. En la cabeza una gorra de repartidor de periódicos. Miraba
directamente hacia la cámara, y sin embargo, señalaba la vitrina.
—Sí. —Bajé mi tenedor, empujé a un lado mi plato y me apoyé por
completo sobre el escritorio, mostrando mi escote, pero Cookie nunca mordió el
anzuelo. Maldición. Ella podría haber sido una competidora—. Imprime esa.
—Deeee acueeeerdo —dijo lentamente; su voz sonaba cautelosa—.
¿Tengo que estar asustada?
—No lo sé. —Me apresuré hacia la impresora y agarré la imagen antes de
que se terminara de imprimir, así que jugué el tira y afloja con la impresora
hasta que cedió. Después, me senté de nuevo y volví a señalarla—. Mira esa
vitrina. ¿Qué ves?
—Suciedad. Bueno, en realidad, lodo.
—¿Como en un patrón? ¿Como si fuera una escritura extraña o tal vez
pictogramas?
—En realidad no. Solo manchas de lodo. Es todo muy Rorschach3. ¿Por
qué? —Cuando continué estudiando la imagen sin responder, dijo—: Charley,
¿qué? ¿Qué ves?
—¿Ese niño de pie allí con ropa de época? Sus manos están con lodo,
como si hubiera escrito en la vitrina. Es lo que hay en la ventana lo que me
llamó la atención.
—¿Qué hay en la vitrina? —dijo Cookie, cada vez más fascinada, y
mucho más cautelosa, con cada segundo.
—Es la escritura de los ángeles.
—¿Escritura de los ángeles? ¿Él es un ángel? ¿El niño?
Casi me reí. —No exactamente. Al menos, no lo creo.
—¿Puedes leer lo que escribió?
—Oh, sí —dije, el temor deslizándose por mi columna como una
serpiente hecha de hielo.
—¿Y?
Esto era irreal. No tenía sentido.
Cookie se acercó y colocó su mano sobre la mía para llevar mi atención
de regreso a ella. —¿Qué dice?
—Es un mensaje, ¿pero cómo?
—¿De quién?
—Si no me equivoco, ese niño es Rocket.
—¿Rocket? ¿Nuestro Rocket? ¿Rocket del manicomio?
—Sí. —Miré más de cerca la cara redonda y los rasgos juveniles. En
aquella época, habrá sido un niño.
—¿Qué dice? —Se inclinó más cerca, esforzándose por ver lo que yo
veía—. No entiendo. ¿Cómo sabes que es él?

3Es una prueba psicológica que se utiliza en técnicas proyectivas, y que consiste en interpretar
imágenes de manchas.
—Primero, se ve como él, solo que‖m{s‖joven.‖Y‖segundo,‖dice:‖“señorita
Charlotte, ¿qué es m{s‖grande‖que‖una‖caja‖de‖pan?”.
Levantó la mirada, aún confundida.
—Él es el único que me llama señorita Charlotte. Pero no tengo idea a
qué se refiere y cómo en la tierra tenía un mensaje para mí. No habrá muerto
hasta veinte años después de que esto fue fotografiado. Y no lo conocería hasta
como cincuenta años más tarde.
—La tienda es una panadería. Está pintada para parecerse a una caja de
pan.
—Está bien. —Tendría que creerle en eso.
—Mi abuela solía tener uno igual a este. Ves, ahí está el asa.
Comenzaba a parecerse a una caja de pan con un asa en la parte superior.
Y por encima, había un cartel que decía Panes y Dulces de la señorita Mae.
—Bueno, entonces, ¿qué es más grande que ese edificio? —pregunté—.
No lo comprendo.
—Yo tampoco. ¿Y cómo es siquiera posible?
—Bueno, en realidad, hay un montón de cosas que podrían ser más
grandes que ese edificio.
—No.
—Un edificio más grande, ¿quizás?
—No‖me‖refería…
—¿Un rascacielos?
—Charley. —Cookie se esforzaba en averiguarlo tanto como yo—. Esta
fotografía tiene que ser de los años cuarenta o algo así.
—Para ser exactos, de los años treinta. —Lo estudié aún más, y
comenzaba a sentirme más y más convencida de que Rocket me enviaba un
mensaje desde el pasado—. Necesito que averigües todo lo que puedas acerca
de esta imagen.
—Lo tienes, jefa. Chico, lo espeluznante en esta habitación acaba de
dispararse diez veces más.
—Eso es porque tu marido está a punto de entrar.
Miró a su alrededor y luego a mí con asombro. —Realmente eres
psíquica.
—Sí. —No tenía el corazón para decirle que había visto pasar una
sombra, por lo que levanté la mirada para ver su imagen borrosa deslizarse a
través del vidrio en el cuadro detrás de su escritorio. Arruinaría el momento,
aunque a estas alturas de la vida no sabía cómo algo sobre mí la sorprendería,
no tenía ni idea.
Salté para agarrar mi chaqueta. —Primero, averigua todo lo que puedas
acerca de nuestra víctima de asesinato, Emery Adams.
—Bien.
—Y luego, averigua a quién le está pagando la manutención mi marido.
—En ello.
—Y‖entonces…
—Ve —dijo, todavía estudiando la foto. Cuando se abrió la puerta, alzó
la mirada hacia mi destartalado tío.
Me lancé por el primer abrazo, haciéndolo sentir horriblemente
incómodo. Lo cual era exactamente el por qué lo hice. Acarició mi espalda y
luego casi, casi me devolvió el abrazo; su cuerpo alto con un ligero sobrepeso
era el epítome de la etiqueta masculina. Los hombres no abrazaban. Iba en
contra de su código de conducta, a menos que estuvieran en medio de una
fiesta de fraternidad. O un evento aún más viril. Como el fútbol americano. O
una parrillada. Dentro de las habilidades de los hombres estadounidenses
abrazar era bueno siempre y cuando uno o ambos de los participantes tuvieran
en la mano pinzas para la parrilla.
También se apresuraban hacia sus esposas para darles un beso grande y
húmedo, que era exactamente lo que hizo Ubie.
Habría esperado hasta que se separaran para respirar, pero el día solo
tenía algunas horas. Decidí arriesgarme. —Olvidé preguntarte, Cook. ¿Quién es
Valerie?
Me mostró el dedo del medio. Literalmente me mostró el dedo travieso
mientras abusaba de mi tío. Me sentía tan orgullosa. Incluso más que cuando
tuvo una intoxicación alimentaria y perdió tres kilos en dos días. Pero lo tomé
como mi señal para irme. Había un límite de demostraciones de afecto que
podía soportar cuando involucraba a un pariente. Especialmente uno que
manoseaba a mi mejor amiga en su tiempo libre.
Salí a lo que se había convertido en un día gris, sombrío y brumoso. Mi
clase favorita de días. Las nubes venían desde el noreste y sobrevolaban a baja
altura sobre Sandias, derramándose sobre la cumbre, haciendo que toda la
montaña pareciera la caldera de una bruja. Uno pensaría que la imagen sólo
levantaría mi ánimo. O el hecho de que toda la montaña se hallaba cubierta de
blanca nieve brillante, al menos me sacaría una sonrisa, pero tenía demasiadas
cosas en mente. Tenía miedo. Mucho, mucho miedo. Se enroscaba a mi
alrededor y se metía en mis pulmones, haciendo que me fuera imposible
respirar.
Me detuve a medio camino hacia Misery, mi Jeep Wrangler color cereza.
¿Por qué tenía miedo? Tuve miedo antes, pero no así. No como un miedo
mortal.
Sin embargo, el miedo se arremolinaba como una niebla a mi alrededor.
Hice un inventario. Me miré otra vez. Di unas palmaditas en mis bolsillos, en
mi chaqueta y en mis chicas. Nop, no era yo. Por lo tanto, si no me paralizaba
mi miedo nocturno, ¿quién era?
Miré alrededor. No había mucha gente en el callejón. Muchas empresas
en esta parte central tenían una puerta trasera, y con la universidad cruzando la
calle, la zona tenía un poco de tráfico a pesar del estado del callejón, pero solo
había un par de estudiantes acortando su camino al campus a través de aquí.
Empecé a caminar, traté de concentrarme en la fuente, luchando contra el
impulso de oler como cuando buscaba un olor extraño en mi cocina. Eso
ocurrió.
En cuanto giré alrededor de un contenedor de basura, lo vi. O a ella. De
hecho, una joven sin hogar, y muy probablemente, una fugitiva. Su miedo me
golpeó de lleno, y la preocupación levantó los vellos de mi nuca.
La chica se sentaba con las piernas cruzadas, sus zapatillas de deporte
negras tan andrajosas como la sucia manta envuelta sobre sus hombros que
alguna vez fue de color rosa. Tenía el cabello oscuro en un corte de duendecillo,
pero más como una melena antigua, y piel pálida juvenil. No podría tener más
de catorce años. A lo más, quince. Jugaba con la tapa de un yogur con granola.
Una cuchara de plástico se encontraba a su lado, junto con un vaso de jugo. Sus
dedos temblaban, y no podía conseguir sacarle la envoltura.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté, suavizando la voz tanto como pude.
De todos modos, alzó su cabeza de golpe. Su mirada, salvaje por la
sorpresa y el miedo, se detuvo sobre mí por solo un segundo antes de
dispararse alrededor, preguntándose si me encontraba con alguien. Solo Dios
sabía lo que soportó, siendo una adolescente muy joven y muy bonita. Y solo
Dios sabía qué, o más probable quién, la envió a vivir en las calles. Lo que la
empujó a una decisión de este tipo.
Satisfecha de que estuviéramos solas, su mirada se posó en mí, pero la
mía se desplazó de nuevo a la merienda en sus manos.
—¿De dónde sacaste eso? —pregunté, de repente sintiendo más
curiosidad por la comida que por sus circunstancias. Si mendigaba,
probablemente no habría comprado nada absolutamente saludable. La mayoría
de los chicos vivían por las papas fritas y pizza, y eso venía del Boyd’s Mini Mart
en la esquina opuesta de nuestro edificio.
No tenía ninguna intención de contestarme, pero sus ojos respondieron
por ella. Miró rápidamente hacia Boyd’s, y tuve que aplacar mi ira que iba en
aumento.
—¿El señor Boyd? ¿El señor Boyd te dio eso?
Frunció el ceño, y casi me reí en voz alta.
—Apuesto a que dijo que también podías quedarte en su almacén. Ya
sabes, ¿si alguna vez necesitas un lugar para dormir? ¿Para salir del frío por un
tiempo?
No ofreció nada en respuesta, pero sentí que el reconocimiento la
atravesaba. Tenía los medios para saber que fue engañada y tuvo la inteligencia
de verse tímida.
—El tipo es un pervertido, cariño, de principio a fin. —Di un paso más
cerca, y se puso rígida de nuevo. Probablemente debido a la advertencia en mi
voz—. Aléjate de él —ordené, porque eso es lo que necesitaba una chica sin
hogar que huía. Más adultos dándole órdenes. Diciéndole qué hacer.
Intentando controlar su vida. O, mejor dicho, aprovechándose de ella.
Se levantó lentamente, y me di cuenta que había ido demasiado lejos. Iba
a perderla.
Levanté ambas manos, mostrando las palmas. —Espera…
Pero escapó. Salió corriendo por el callejón, dejando sus pertenencias y
su merienda atrás.
Buen trabajo, Davidson.
Vi como volcó un bote de basura, dobló una esquina, y luego se dirigió
hacia la central, luego me agaché para recoger sus pertenencias y esconderlas
detrás del contenedor de basura. Regresaría. Y nuestro encuentro no fue una
pérdida total. Capté‖ su… esencia, a falta de una mejor frase. Su huella digital
emocional. Su frecuencia. Podía sentirla. Si no regresaba, podría utilizar eso
para encontrarla. Yo era un sabueso. Hasta la médula.
Traducido por Vane hearts
Corregido por Jadasa

Nunca puedo recordar si soy la hermana buena o la mala.


(Camiseta)

Pasé al lado de Misery. Ahora tenía su propia cochera, otra mejora


gracias al señor Farrow. Era curioso lo mucho que disfruté volver a verla
cuando regresamos. Toda roja y brillante, lista para hacer mi voluntad. En la
universidad tuve otro objeto que encajaba perfectamente en esa descripción,
pero vibraba. Y cabía en mi bolsillo. Y su nombre, indudablemente, no era
Misery. En cambio, fue nombrado de forma apropiada Han Solo4.
Manejé a la estación en Misery. El Jeep. Y, posiblemente, con un poco de
emoción.
Parker ya me había autorizado a entrevistar a Lyle el Novio, y aunque el
detective del caso se sorprendió un poco, no discutió. Simplemente me llevó a
la sala de interrogatorios donde, un muy angustiado y muy devastado, Lyle
Fiske se sentó a esperar.
Y, no para mi completa sorpresa, el hombre era tan inocente como un
quitanieves recién manejado. Puede haber estado un poco sucio debajo del capó
—¿Los quitanieves tienen capó?— pero él fue manejado con dureza. Sin
cambios de aceite.
En la sala de interrogatorios se sentó esposado a la mesa. Me preguntaba
si lo tuvieron que someter de nuevo.
Cuando alzó la mirada hacia mí, sus pálidos ojos color caramelo no
parecían comprender del todo la situación. Él se encontraba en otra parte. Su
cabello castaño oscuro no había sido acostado sobre una almohada, y de lo que
me dijo Parker, lo arrestaron la noche anterior. Probablemente se movió de un
lado al otro todo el tiempo, un signo seguro de inocencia. Solo los culpables
dormían después de ser arrestados.

4 Un eufemismo de Star Wars para la palabra masturbar.


—Señor Fiske —dije, extendiendo una mano—. Soy Charley Davidson,
detective privado y asesoro al departamento de policía de Alburquerque. Fui
contratada para investigar su caso.
No tomó mi mano en un primer momento. En vez de eso, la miró por
unos sólidos treinta segundos antes de que finalmente la estrechara.
—¿Fuiste contratada? —preguntó, tratando de entender todo lo que le
ocurrió en la última semana.
Me detuve para hacer un inventario. Su novia fue asesinada en su coche
en algún momento entre las seis y once de la noche hace poco menos de una
semana. De acuerdo con el informe que me dio Parker, Lyle iba a proponerle
casamiento a Emery Adams la noche en que murió. Halló milagrosamente su
coche en el medio de la nada y llamó a la policía él mismo. Sus huellas fueron
encontradas en todo el coche, y la sangre de Emery estaba toda sobre él. Ah, y
solo para colmo de males, la pareja fue vista discutiendo el día anterior.
Esto no iba a ser fácil.
—Sí, la gente que me contrató, los mismos que no querían que Lyle o, ya
que estamos, cualquier otra persona para el caso; sepan que me contrataron,
creen que eres inocente de los cargos en tu contra.
Se rio en voz baja; el sonido no tenía humor. —Como si eso hiciera
alguna diferencia.
No lo imaginé como un cínico cuando entré. Algo le ocurrió. Algo lo
puso en contra del universo.
—¿Puedes decirme lo que pasó esa noche?
—Mi novia fue asesinada, y piensan que yo lo hice. ¿No es por eso por lo
que estás aquí?
—¿Pero no lo hiciste? —pregunté, solo para medir su reacción para que
quede constancia.
En lugar de responder, niveló esos ojos pálidos inquietantemente en mí y
preguntó—: ¿Eso importa?
Su cinismo provocó una curiosidad ardiente. Necesitaba profundizar en
su historial, mucho más, para tratar de entender su animosidad. Tenía la
sensación de que era un buen tipo. Por otra parte, era amigo de Nick Parker.
Quizás, esta vez, mis antenas fallaron.
—Señor Fiske —dije, tratando de ganarme su confianza, aunque solo sea
un poco—, intenta pensar en mí como tu mejor amiga. Estoy aquí para ti, y si
alguien puede demostrar que no hiciste esto, esa soy yo.
—Ya tengo un abogado. He oído que es el mejor defensor público que el
dinero puede comprar.
—Christianson. Es bueno —le aseguré—. Nos dará un margen de
maniobra en lo que pide más tiempo y demás cosas.
—¿Más tiempo?
Crucé los brazos sobre la mesa. —Antes de que vaya a juicio.
—Entonces, ¿quieres que me siente aquí más de lo que, de todos modos,
haría? No es como que me concedieron libertad bajo fianza. Como si estuviera
jugueteando con mis pulgares en la comodidad de mi propia casa, de manera
que ¿qué importa?
—Simplemente no quiero al estado acelerando esto. —Ahora, me
preocupaba la carrera de Parker. Si esto iba a juicio, estaría arriesgando todo
por su amigo—. Tengo la esperanza de resolver tu caso antes que llegue a eso,
así que vamos a esperar lo mejor.
Se burló. —Ustedes son todos iguales. Basándose en la esperanza.
Creyendo que solo porque alguien es inocente, no significa que no pasarán su
vida en la cárcel.
Bueno. No hablar más de la esperanza. Lo quería sencillo, lo tendría. —El
estado va a ofrecerte un trato. No disputes, y probablemente quitarán la pena
de muerte de la mesa. O algo así. Luego te darán una cierta cantidad de tiempo
para responder. Bla, bla, bla. Procedimiento operativo estándar. Si tenemos que
hacerlo, podemos conseguir mantenerlos a distancia de incluso ofrecer el
primer acuerdo hasta que pueda tener esto resuelto.
—¿Vas a resolver esto? —preguntó, tan escéptico como yo me encontraba
la vez que un grupo de muchachos de la zona de juegos me dijeron que
atraparon una tortuga en los árboles. Era un truco para conseguir que los siga, y
lo sabía. Él pensaba que también estaba siendo engañado, y no me encontraba
segura de cómo convencerle de lo contrario. Solo tendría que eliminar los
cargos. Quizá confiaría en mí entonces.
—Solo estoy diciendo, no firmes nada hasta que tengas noticias sobre mí.
—Si crees que no maté a Emery, ¿por qué pensarías que aceptaría su
oferta primero?
—Una vez que hagan esa oferta, es probable que no te la ofrecerán de
nuevo, y vayas a juicio. Podrías enfrentar la pena de muerte. Sacando esto de la
mesa es un buen incentivo para tomar el dinero y correr. Simplemente no
sucumbas a la tentación.
—Intentaré mantener mi entusiasmo a raya.
—Bien, primera pregunta: ¿cómo encontraste el coche de Emery?
—Ya les dije, tengo una aplicación en mi teléfono. Así es como la
encontré.
—Por lo tanto, ¿su teléfono se hallaba en la escena del crimen?
—Sí. Enchufado al cargador. Y el suyo es el tipo que sigue cargándose
incluso cuando el coche está apagado. Lo encontré la misma noche en que ella
desapareció.
Revolví los papeles. —Correcto. Así que tienes la aplicación de Encontrar
a un Amigo. La que te permite saber en todo momento dónde se encuentra ella.
—Cuando levanté la mirada, su ira se disparó.
—Fue idea suya. Quería que la ponga en mi teléfono. Pensó que sería
divertido o algo así, no lo sé. No pregunté.
Vaya, era susceptible. —¿Ella también tenía una en su teléfono para ti?
—Sí, supongo. No lo sé.
—Sin embargo, puedes ver como se ve eso.
Su mirada se centro sobre mí. —Me importa un carajo cómo se ve. No la
acechaba. Fue su puta idea.
—Lyle —dije, intentando calmarlo—, te lo juro, estoy de tu lado. Solo
trato de mantenerme un paso por delante del detective en este caso, porque él
es bueno. No cometas errores sobre eso.
Se echó hacia atrás en su silla, con los ojos llenos de lágrimas antes de
cerrarlos y frotarlos con su pulgar y dedo índice. Podía sentir la frustración
saliendo de él en olas.
—Lyle. —Usé mi voz de mamá. Cuando me miró, dije—: Soy tu mejor
opción para vencer estos cargos. Es lo que hago. Las personas que me
contrataron saben eso, así que controla tu mierda y deja que te ayude.
Su boca se estrechó en una línea recta, pero se restregó la cara con los
dedos, las cadenas tintineaban con todos sus movimientos; luego asintió. —Ni
siquiera se suponía que yo estuviera en la ciudad.
—Eso es correcto. Se suponía que estarías en la boda de tu padre en
Florida, ¿pero decidiste quedarte?
Se tomó un momento más para calmarse, después explicó—: No pude ir.
Fui al aeropuerto, estacioné mi auto, subí al transbordador. Tenía toda la
intención de ir, pero cuando entré, no pude. Algo no se sentía bien.
Ahora estábamos hablando. —¿Qué?
—Emery. Quizás estaba ¿molesta? ¿Distante? No sé cómo describirlo,
pero durante unas dos semanas antes de su desaparición, no había sido ella
misma. Juró que no pasaba nada, pero podía sentirla alejándose.
Conocía ese sentimiento.
—Además, ese era el quinto matrimonio de mi padre. Llega un momento
en que un hijo tiene que ponerse firme.
Sonreí. —Estoy de acuerdo. Padres —dije, rodando los ojos.
Ahora que llegábamos a alguna parte, me dejó hacerle preguntas durante
la siguiente hora sin más arrebatos, aunque mencionó que iba a estrangularme
cuando lo liberara de todos los cargos, solo por el principio de ello. Tenía una
tendencia a empujar a la gente al caos y a la violencia.
Pero me explicó todo. Todo lo que podía ver al detective Joplin lanzarle a
Parker, Fiske podía explicarlo. No pude evitar sentir que Joplin se precipitó en
este caso. Abierto y cerrado no siempre es ancho o estrecho. Hay sutilezas en
todos los casos. Discrepancias que pueden influir sobre el jurado a un lado o al
otro. Tenía la certeza de que incluso con toda la evidencia circunstancial contra
Fiske, su abogado podría conseguir absolverlo. Pero sin duda necesitaba más
que un defensor público. Si Parker, en verdad, se hallaba ayudando a su amigo,
debería haber comenzado allí.
—Pronto te moverán al centro de detención. Vendré cuando sepa más.
Asintió.
—Una última cosa —dije justo antes de que el guardia me acompañara a
la puerta—, ¿hace cuánto tiempo te pidió que descargaras en tu teléfono la
aplicación de Encontrar a un Amigo?
—Hace poco más de dos semanas. Cuando empezó a alejarse, casi el
mismo día.
Interesante.
—Iba a proponerle casamiento —dijo, deteniéndome de nuevo—.
Cuando salí del aeropuerto, iba a proponerme, pero no pude ponerme en
contacto con ella.
—¿Cuántas veces intentaste llamarla?
—Al menos una docena. Dejé un mensaje tras otro y le envié mensajes
más que eso. Dijeron que ese fue mi motivo. Que no podía encontrarla, así que
pensé que me engañaba, la perseguí y la maté. —Su voz se quebró en la última
palabra.
Al igual que mi corazón.
Me detuve en la oficina del tío Bob para saludar, pero se encontraba en
una reunión. Por lo que dejé un mensaje en su escritorio pidiéndole que me
llame. Quería preguntarle lo que sabía sobre el caso Emery Adams. Los
informes eran una cosa, pero el instinto de un detective experimentado era otro.
Terminé mi mensaje dibujando pequeños corazones en todo un pedazo
de papel, a mitad de camino del quinto corazón, me di cuenta de que era una
orden de captura. Una orden de arresto, con calma la doblé y empujé a un lado
antes de escribir el mismo mensaje en un verdadero bloc de notas. ¿Quién sabía
que tenía algo así en su escritorio?
Después, fui en busca del primer oficial que respondió a la llamada de
Lyle Fiske después de encontrar el coche de Emery, solo para descubrir que su
turno no comenzaba hasta más tarde. Sin embargo, tenía un montón de cosas
para empezar. Salí de la estación más determinada que nunca para encontrar a
quien mató a Emery Adams. Podría ser la única manera de lograr que se
eliminaran los cargos contra Lyle. Y me dirigía a hacer eso mismo cuando vi la
camioneta de Garrett en el estacionamiento. Con él en la misma.
Garrett era un ex soldado que se volvió agente cobrador de préstamos
que se convirtió en miembro certificado del equipo Beep. Estuvo con nosotros
contra viento y marea, y yo le debía mucho. Sobre todo un agradecimiento.
Me acerqué a él y tuve que llamar a la ventana a pesar de que me vio con
claridad. Estaba nevando, y me dio la sensación de que disfrutaba lo que le
hacía a mi cabello.
Finalmente, sonrió y bajó la ventanilla.
—¿Qué haces aquí? —pregunté, recelosa—. ¿Me estás siguiendo? —
Pasamos por esto antes.
—No esta vez, mejillas dulces. —Me honró con una sonrisa de medio
lado. Cabrón. Sabía lo que esa sonrisa le hacía a la gente. Sobre todo gente del
grupo femenino.
—Pero estás en una misión de vigilancia, ¿sí?
—Algo así.
Ya no trabajaba para la compañía de créditos a menos que fuera un
pedido especial o Javier, su antiguo jefe, estuviera escaso de personal; entonces,
le pregunté—: ¿Para quién?
—Tu madre —dijo, mostrándome la misma sonrisa.
—¿También puedes hablar con los muertos?
Una suave risa salió de su pecho. —No es difícil.
Tío Bob salió entonces con dos uniformados y un perpetrador esposado.
Garrett se concentró en ellos, y me pregunté quién era el perpetrador.
Claramente ya había sido arrestado, de manera que ¿qué había ahí para ver?
Ese hecho removió algo en mi interior por no estar del todo bien, pero
decidí dejarlo pasar. Si él hubiera querido que yo sepa, me habría dicho. Si yo
hubiera querido saber, lo habría bombardeado con preguntas hasta que cediera.
Hice eso.
—Me alegra haberte visto —dije, en cambio.
Me dio una mirada de sospecha. —¿Sí?
—Sí.‖Yo‖solo…‖pensé…‖quería‖darte las gracias.
Esa vez puso todo el poder de su mirada plateada sobre mí. —¿Por qué?
—Por, ya sabes, Nueva York.
—Bueno, de nada, pero no te lo he dado todavía.
Esa vez me reí. —Estuviste allí para mí, y estoy muy agradecida.
Miró fijamente, un largo rato, una de sus muñecas que se encontraba
apoyada libremente sobre el volante.
Rompí el silencio primero. —Solo quería agradecerte.
—De nada, preciosa.
Mi corazón se hinchó con la apreciación que vi en sus ojos. Aguanto
mucho, pasó por muchas cosas desde que me conoció, y a pesar de que podía
ser un dolor en el culo, era un buen tipo.
Me puse de puntillas, aun así no tenía oportunidad ni de broma de
alcanzar mi objetivo, por lo que se inclinó para que pudiera colocar un suave
beso en su mejilla sin afeitar. Pero en el último segundo, giró su cabeza y mis
labios se posaron en los suyos.
Le di un beso, de todos modos, el sinvergüenza, corto y dulce.
Cuando bajé de nuevo al suelo, me miró con sorpresa antes de agachar la
cabeza. —Solo dile a ese demonio tuyo que mantenga una estrecha vigilancia
sobre ti.
—Lo haré. —No lo haría, por supuesto. A Reyes no le gustaba el hecho
de que era parte demonio. Prefería pensar en él como parte de ángel caído.
Parecía mucho más exótico. ¿De otro mundo?
Una parte de mí no podía dejar de notar que Garrett y Reyes habían
estado trabajando juntos mucho últimamente. Al igual que Osh y Reyes. Y,
demonios, incluso Ángel y Reyes. Solo podía esperar que le estuviera pagando
a Garrett lo que valía: su peso en oro.
Le ofrecí una última despedida y luego troté hacia Misery. Tenía unas
cuantas personas más a quienes agradecer, no menos importante de los cuales
era mi amiga del FBI, Kit. Y mi hermana, Gemma. Y el tío Bob. Lo veía todos los
días ahora que vivía al otro lado del pasillo, pero aún tenía que realmente darle
las gracias por todo lo que hizo. Al igual que Garrett y Osh, Ubie y Cookie
pusieron sus vidas en espera para estar conmigo en Nueva York. Les debía
muchísimo.
Decidí llamar a Kit en mi camino de regreso a la oficina. Dejé que el
Bluetooth acribillara con los sonidos de su voz a través de las entrañas de
Misery.
—Agente especial Carson —dijo cuando contestó. Era una profesional.
Yo podría ser profesional. ¿Cookie y yo no fuimos profesionales esa mañana?
¿No era esa la prueba?
—Hola, AEC —dije, abandonando el profesionalismo.
—Hola, Davidson, ¿cómo estás? No he sabido nada de ti desde que
volviste.
—¿Quieres decir que desde que detuviste a ese tipo de volarme la cabeza
en Nueva York? —A ese tipo realmente le gustaba su escopeta.
—Sí, bueno, salvaste a esa familia, por lo que vamos a llamarlo un
empate.
—De acuerdo.
Mientras hablábamos, oí a una mujer gritando en Dolby 5.1 Surround
Sound5, y no pude averiguar si era procedente de la oficina de Kit o de Misery.
Misery no solía gritar con una voz femenina. Ella por lo general solo
retumbaba, y en una octava mucho menor, a menos que yo estuviera
improvisando a Halestorm.
—¿Dónde estás? —pregunté.
—Me llamaste, ¿recuerdas? Estoy en mi oficina. Y la próxima vez que
llames, podrías no querer decirle al operador que eres de los diez más buscados
queriendo entregarse.
—Conseguí tu atención, ¿verdad?
—Sí, ellos toman muy en serio ese tipo de cosas por aquí. Por suerte para
ti, en este momento, no tenemos a una mujer en los diez más buscados.
—No debería ser un gran problema, entonces, ¿eh? —Miré alrededor de
Misery, comprobando todos los rincones y grietas solo para estar segura. Los

5 Es el nombre común para los sistemas de audio multicanales.


gritos venían definitivamente de las inmediaciones generales de la oficina de
Kit—. Oye, ¿quién está gritando?
—¿Gritando?
—En tu oficina. ¿Quién está contigo?
—¿Qué quieres decir?
—Alguien está gritando. Ruidosamente. No podrías pasarlo por alto. A
menos que... —Evidentemente había una mujer muerta en la oficina de Kit. Una
que se encontraba molesta por completo con alguien llamado Louie—. ¿Quién
es Louie?
La próxima vez que habló, su voz era suave y un poco amortiguada,
como si estuviera cubriendo el receptor con la mano. —La única otra persona en
mi oficina es el Agente Especial Louie Guzmán. Está aquí en un caso del D. C.
¿Por qué?
Podía escuchar la curiosidad en su voz. Esto se volvía divertido. Estuve a
punto de chocar a un Honda blanco que decidió que tenía el derecho de paso.
La conductora me sacó el dedo del medio. ¿Qué demonios? Yo iba recto en la
intersección y ella giraba a la izquierda. ¿Y tenía el derecho de paso solo porque
el semáforo se puso en rojo justo cuando entramos en la intersección?
—¡Todavía tenía el derecho de paso! —grité, sacándole el dedo medio en
respuesta, pero salió pitando a través de seis carriles de tráfico antes de los que
en realidad tenían el derecho de paso chocaran contra ella.
—A veces no puedo creer que todavía tengas tu licencia —me dijo Kit.
—¿Verdad? Es un misterio.
—Por lo tanto, ¿los gritos? —dijo de nuevo, toda confidencial—. El
Agente Guzmán está en el teléfono.
—Entonces con quien sea que esté hablando de verdad puede
proyectarse. Es como si ella estuviera allí mismo, en tu oficina. —Bromeaba, por
supuesto. Si nadie más que yo podía oír a la mujer, estaba muerta y gritándole
al otro agente.
—¿Sí? —preguntó Kit—. ¿Qué está diciendo?
—En su mayor parte, está amenazando. Diciéndole a Louie que saque su
cabeza del culo y encuentre su cuerpo. Y lo está haciendo con un acento sureño,
por lo que es un poco raro. Mocha latte extra grande. Crema batida extra. Extra
caliente —le dije al barista al otro lado del mostrador. Me detuve por sustento.
Kit pareció animarse. —¿Dónde estás?
—Satellite.
—¿Puedes pasar por aquí?
—Por supuesto.
—Y tráeme uno de esos, también.
—Lo tienes.
Traducido por Janira & Vane Farrow
Corregido por Jadasa

Es inhumano, en mi opinión, obligar a la gente que tiene una verdadera


necesidad médica por el café a esperar en una fila detrás de personas que,
aparentemente, lo ven como una actividad recreacional.
(Dave Barry)

Para llegar a la oficina de Kit tuve que pasar por los procesos usuales.
Detector de metales. Cacheo. Y un registro sin ropa, pero solo porque lo pedí. El
chico era caliente.
Para el momento en que logré pasar la seguridad, el mocha latte extra
caliente venti de Kit ya no se hallaba extra caliente. Se encontraba medio
caliente tipo Skywalker. Un medio caliente Luke Skywalker.
Una amable mujer con un traje de dos piezas me hizo señas hacia una
sala de conferencias en lugar de la oficina de Kit. Entré y casi choqué de cara
con una mujer con un cuchillo de cocina. Se hallaba molesta. Gritaba. Blandía el
cuchillo. Amenazaba con llamar a la madre de alguien, pero solo como último
recurso porque detestaba a la mujer.
Kit mantenía ocupado al Agente Especial Guzmán mientras empezaba a
tener una idea de lo que pasaba. Pensé que la mujer podría haberme notado
parada allí, pero se hallaba demasiado inmersa en su diatriba para prestarme
atención, así que me acerqué y le entregué el café a Kit.
—Davidson —dijo esta, fingiendo que acababa de notarme. Agarró su
vaso y me estiró para un fuerte abrazo.
El otro agente retrocedió con una sonrisa afable en el rostro mientras Kit
demostraba una cantidad sin precedentes de emoción. La sentí temblar en su
interior.
Cuando se hizo para atrás, sus ojos también brillaban con emoción. —Me
alegra que estés tan bien.
Lo decía en serio. Me tomó un momento recobrarme del impacto.
Además, como que le leía los labios, por lo que solo adiviné lo que dijo. La
mujer‖muerta‖seguía‖gritando‖a‖todo‖pulmón.‖Kit‖pudo‖haber‖dicho‖“Me‖enoja‖
que‖te‖vayas‖al‖infierno”, pero no sabría por qué me diría eso. Por lo que sabía,
no tenía ese tipo de visiones.
Se aclaró la garganta y enderezó los hombros. —Este es el Agente
Especial Guzmán —dijo antes de girarme físicamente de cara a él como a un
niño. Traté de no chocar.
En realidad era difícil ver al Agente Especial Guzmán. La mujer se
hallaba en su rostro. Como en todo su rostro. Chillando. Gritándole. Pero una
mano salió de su espalda baja, así que la tomé, orando porque fuera el agente
ofreciendo un saludo. Era difícil decirlo en ese punto.
—Nguyen —dijo Kit mientras su colega entraba. El Agente Nguyen y yo
nunca nos hicimos amigos.
Ambos agentes se dieron la mano, luego fue mi turno. La mirada del
Agente Nguyen cayó sobre mí. Di un saludo tenso, tenía el presentimiento que
Nguyen se ablandaba respecto a mí. Su sonrisa tenía menos ácido que las que
solía ofrecerme, pero esa era toda la calidez que obtuve de él.
Escogí una silla y empecé a sentarme.
Estiró la silla debajo de mí y la tomó para sí.
Oh, sí, totalmente me encontraba ganándolo. Discovery Channel tuvo un
especial en el que decía que ser malo con sus compañeros era la manera en que
el FBI demostraba afecto. Sus rituales de apareamiento eran incluso más
extraños.
Kit y Guzmán también tomaron una silla, así que pasé al Agente
Nguyen, quien solo me miraba ligeramente ceñudo, y me senté al frente, bueno,
de todos. Esto no era para nada intimidante.
Los tres me miraban. Kit expectantemente detrás de su vaso. Nguyen
impacientemente. Y el Agente Guzmán simplemente curioso.
—Así que —dije, juntando las manos y probablemente hablando más
alto de lo necesario—, apuesto a que todos se preguntan por qué convoqué esta
reunión.
Kit peleó con una sonrisa mientras el chico nuevo la miraba de forma
interrogativa.
—Davidson es investigadora privada —le dijo esta—. A veces trabaja
para nosotros.
—¿Contratan investigadores privados? —preguntó, sorprendido.
—Contratar implicaría un pago —corregí—. Esto es más como algo
voluntario.
—Ah —asintió, fingiendo entender porqué nos hallábamos sentados allí.
—La señora Davidson recientemente accedió a una interesante
información sobre la desaparición de tu esposa —dijo Kit, y tuve que forzar a
mi sonrisa a quedarse ahí.
No es que no haya descubierto que la mujer gritándole en el rostro era un
esqueleto en el armario de este tipo, casi con toda seguridad era la esposa
muerta, pero no me encontraba segura de cómo quería Kit que esto avanzara.
¿Sospechaba que el tipo mató a su esposa? ¿Y desde cuando me llamaba señora
Davidson?
—No entiendo —dijo este, viéndose tan perplejo como yo me sentía.
Señora Davidson.
—¿La han puesto a buscar en el caso de Mandy?
Señora Davidson.
Kit negó con la cabeza. —No, creo que esta información como que cayó
en el regazo de la señora Davidson.
Una cosa era saber que escogí el apellido Davidson.
—¿Cómo información sobre un caso de una persona desaparecida en
Washingtong simplemente cae en el regazo de una investigadora privada en
Alburquerque, Nuevo México?
Otra cosa era escucharlo en voz alta.
—¿Hay alguna razón para que estés a la defensiva?
Tal vez debí haberlo separado con un guión.
—¿Hay alguna razón para que creas que debería ponerme a la defensiva?
Davidson-Farrow
—Dime tú.
Señora Davidson-Farrow.
—¿Es por eso que estoy aquí? —El joven agente salió disparado de su
silla, sus movimientos eran bruscos, bordeando la violencia—. ¿Es por eso que
me trajeron aquí?
El agente Nguyen también se levantó, preparándose para someter a su
volátil colega. Pero fue en ese momento que noté algo más. La mujer había
dejado de gritar. Me miraba fijamente, casi con tanta curiosidad como el agente.
—Finalmente —dijo, cruzándose de brazos, el cuchillo descansaba en su
caja torácica. Golpeteó con los dedos de los pies y esperó.
—¿Bien? —me preguntó Kit, también esperando.
Busqué profundamente una sonrisa tranquila, esperando una señal de
Kit. Cualquier señal.
—Oh, Dios mío —dijo la mujer, levantando los brazos—. No sabe más
que los demás.
Me concentré en ella. —Entonces dime.
—Si tuviera un centavo por cada vez que alguien tuvo información
nueva sobre mi caso…
Aún no tenía idea de que la podía ver, y parecía importarle una mierda
que yo brillara lo suficiente para asarle las retinas de los ojos. La mayoría de los
muertos notaban el hecho de que derrochaba luz como una esposa trofeo
derrochaba fácilmente el dinero. Eso por lo general los hacía querer cruzar. Yo
era la llama. Ellos eran las polillas.
Quizá sus antenas se encontraban rotas.
—Dime qué pasó —dije suavemente. Era difícil pasar por alto el trauma
por objeto contundente en su cabeza, o la sangre que empapaba su cabello y
bata rosa pálido.
Todo el mundo se detuvo y me miró, incluyendo la mujer.
—Dime lo que pasó —repetí.
—Tú. —Dio un paso involuntario hacia adelante y ahora se hallaba
parada con las caderas metidas hasta la mitad de la mesa de conferencias—.
¿Puedes verme?
Asentí.
—¿Cómo? —Empezó, pero cambió de idea—.‖¿Por‖qué…?‖Espera,‖no.‖—
Inclinó la cabeza para pensar por un momento, luego levantó la mirada—. ¿Qué
eres?
Miré a nuestra audiencia. —Eso es difícil de decir en este momento.
—¿Con quién habla? —preguntó el agente.
El Agente Nguyen se recostó y se miró las uñas. Kit sonrió y tomó otro
trago de su late.
—¿Sabes dónde está tu cuerpo?
La mujer parpadeó, volteó a la mirada hacia atrás para asegurarse de que
le hablaba a ella, luego se volvió a centrar en mí y asintió.
—¿Sabes quién te mató?
—¿Una psíquica? —preguntó el agente, más enfadado que nunca.
—No una psíquica —dijo Kit, tan calmada y satisfecha de sí misma, que
casi me reí—. Un prodigio.
—En nuestro patio trasero. Y no, él no lo hizo —dijo la mujer antes de
que pudiera preguntar. Luego se giró hacia su esposo—. La fenómeno de su
psicótica hermana me drogó, luego me golpeó el cráneo con mi trofeo de
Señorita Kentucky. No puedo creer que nadie notó que el trofeo desapareció.
Sabía que había detectado un acento.
—Él es, como, el peor investigador del mundo. He estado tratando de
decirle por dos condenados años. —Se hallaba desatada—. Dos condenados
años. Traté de defenderme. Ella blandió el cuchillo hacia mí.
La animé a continuar con un movimiento de cabeza.
—Pero es difícil combatir esa locura de mierda, ¿sabes? La mujer es una
loca de mierda.
Así que, estaba bien decir mierda, pero no maldito. Tenía que ser una
cristiana Bautista del Sur.
—Loca de mierda con L mayúscula. Y luego se muda con él para
ayudarlo a ocuparse de la casa. Se mudó al jodido instante.
O tal vez católica.
—Como si fuera la dueña del lugar. Y aquí estoy yo, viendo crecer
margaritas desde mi tumba. Y sé lo que estás pensando. —Inclinó su rostro
hacia el mío—. Pero lo digo literalmente. Literalmente veo crecer margaritas
desde mi tumba.
Decidí compartir los pedacitos de información actuales mientras la mujer
sacaba todo de su sistema. —Tu hermana lo hizo —dije.
Decir que tenía dudas de mi habilidad sería un eufemismo. La mueca en
su rostro era tan ácida que podría quitar el óxido del metal.
—Las plantó sobre mi cuerpo.
—Y enterró a tu esposa en el patio trasero.
—Fue su manera de reír de último, incluso aunque ya lo había hecho. O
sea, hola. Estoy muerta, ¿no? Pero no. Eso no fue suficiente. No podía dejar las
cosas‖así.‖Tuvo‖que‖lanzar‖el‖“jódete”‖final.
—Tu hermana no plantó un jardín de margaritas cuando se mudó
contigo, ¿no?
Sabía que llamaría la atención del agente con el tiempo, pero su
expresión cuando mencioné el jardín no resultó como lo planeé. En lugar de que
un amanecer de entendimiento iluminara sus rasgos, se volvió una sombra
preciosa de púrpura. Nunca había visto ese tono particular sobre una persona
antes y me preguntaba si podía sacar una foto sin que se diera cuenta. Para
fines de investigación.
—Esto está más allá de inaceptable —dijo.
—¡Ves! —gritó ella, señalándolo con el cuchillo—. Él. No. Escuchará.
—Agente Guzmán —empecé.
—Oh, ni siquiera te molestes —interrumpió ella—. No escuchará. Es el
más terco, obstinado i-ota que he conocido.
Examiné mi extenso repertorio de verborrea y no conseguí nada. —¿Qué
es un i-ota? —le pregunté.
Dejó escapar un largo suspiro. —Era algo que decíamos. Louie juró que
lo llamé así en nuestra primera cita. No sabría. Estaba borracha y al parecer
intentaba llamarlo idiota. Salió i-ota y se quedó.
Mientras ella explicaba que lo utilizaba como una broma cuando se
encontraban alrededor de amigos para señalar a su marido que su terquedad
asomaba su fea cabeza, no pude dejar de notar el giro de ciento ochenta grados
que hizo Guzmán.
Su rostro palideció cuando dije esa palabra en voz alta. Ay. El púrpura
precioso había desaparecido. Pero el Agente Guzmán entendía.
Miré a Kit. —¿Puedes darnos un momento?
—Oh, diablos, no. —Puso su café moka a un lado como si estuviera lista
para ponerse a trabajar—. Esta es mi parte favorita.
—¿Tienes una parte favorita? —No me había dado cuenta de que
habíamos hecho esto a menudo como para que tenga una parte favorita.
—Sip. Hablas contigo durante unos minutos, intentas negociar con el aire
que nos rodea, ruegas y suplicas a veces, y luego llegas a estas revelaciones
alucinantes. Luego, nos envías en direcciones que nunca habríamos pensado ir,
y de repente el caso, cualquiera que sea, se resuelve. Como magia. Oh no,
cariño. No me perdería esto ni por jubilación anticipada.
—Y ahora —Mandy continuó su diatriba recién empezada—, él va a
sentarse allí y pretender que no sabe que estoy aquí. Justo como antes. Al igual
que siempre. Todo y todos los demás vienen primero. Intentar llamar su
atención es como tratar de sacar los dientes de la boca de un león. Incluso lo he
apuñalado en la cara.
Me volví de nuevo a ella. —¿Has tratado de apuñalarlo en la cara?
—No traté. —Agitó un índice en negación hacia mí. Chica tenía ánimo—.
Lo hice. Muchas veces. —Miró el cuchillo que llevaba alrededor—. Esta cosa es
tan inútil como lo fue el día que lo tomé. Traté de apuñalar a Cin en la cara,
también. Ni siquiera me acerqué, pero llegué al hombro.
—Bueno, en tu defensa, te habían drogado.
—Cierto.
—Si hubieras estado en tu sano juicio, estoy segura que la habrías
apuñalado en la cara. Muchas veces.
—¿Tú lo crees? —dijo, inhalando.
Le di unas palmaditas en la espalda para consolarla. —Su cara podría
haberse duplicado como un colador.
—Ahh… gracias.
—¿Estás llegando a alguna parte? —preguntó Kit, pero ahí fue cuando
me di cuenta de la reacción de Guzmán.
—Mandy siempre dijo que me apuñalaría en la cara si alguna vez la
ignoraba. Se convirtió en una broma.
Pensé en mencionar el hecho de que habían desaparecido los días de
bromear, pero no necesitaba saber que lo había apuñalado en la cara. Varias
veces. Por suerte, el cuchillo era tan incorpóreo como ella.
—Mira —dijo Guzmán, calmado aún más mientras pensaba—, mi
hermana se hallaba fuera de la ciudad.
—La coartada perfecta —dijo Mandy—. Ni siquiera comprobó. Como en
serio. Nunca fue ni siquiera una sospechosa.
Miré de nuevo a Guzmán. —¿Comprobaste para asegurarte de eso?
—¿Qué? No. ¿Por qué comprobaría la coartada de mi propia hermana?
—Eso es todo —dijo Mandy, justo antes de que ella lo bombardeara. Ella
voló justo a través de él, pero regresó pateando. Y gritando. Y acuchillando.
Si trataba eso conmigo, lastimaría.
—¡Señora Guzmán! —dije, intentando llamar su atención—. Hay que
darle un poco de tiempo. Esto no va a ser fácil.
Ella levantó la vista de sus últimos esfuerzos para perforar el esófago,
sopló el flequillo de la cara, y dijo—: Dos años. Dos condenado años.
Estábamos de vuelta a lo de condenado. —Lo‖sé,‖cielo.‖Pero…
—Me voy de aquí —dijo Guzmán, levantándose de la silla.
Me levanté, también. —Solo echa un vistazo. Echa un vistazo a la
coartada de tu hermana. Y comprueba sus registros de tarjetas de crédito.
Primero drogó a tu esposa, y luego la golpeó con su trofeo de Señorita
Kentucky, lo cual, por cierto —Miré a Mandy—, felicidades por eso
—Gracias —dijo, su rostro con una sólida, sonrisa sureña. Toda ojos
brillantes y dientes bonitos—. Fue hace mucho tiempo, en realidad. —Quitó
una mano de la garganta de su marido para alisarse el cabello.
—Bueno, es un gran logro.
Esta vez, cuando la cara de Guzmán palideció, honestamente pensé que
se caería. Nguyen también lo hizo. Se levantó y ayudó al hombre a llegar hasta
su silla.
—No‖he‖visto‖ese‖trofeo‖desde…
—¿Desde que su esposa desapareció?
La mente de Guzmán corrió, escaneando con sus ojos la mesa delante de
él mientras reproducía y repetía la investigación. Los acontecimientos de ese
día. Cada segundo que podía recordar, todo lo cual, apostaría mi último dólar,
se quemaban en su mente. ¿Qué podría haber hecho de otra manera? ¿Qué
había hecho mal? ¿Estaba secuestrada? ¿Se fue por su propia voluntad?
Tantas preguntas se reproducían en su mente, y el dolor de ellas se
expresaba en un rostro que era demasiado joven para estar tan arrugado.
Se puso de pie, se fue, se dio la vuelta, y vino de nuevo. —¿Por qué? ¿Por
qué Cin haría esto?
Esa era una gran pregunta. Mandy había estado observando a su marido,
su rostro iluminado con todo el amor que sentía por él. —No es su culpa.
Realmente no. Él es un investigador increíble. Nadie sospechaba de Cin. Nadie,
y yo menos, sabía de lo que era capaz.
—¿Sabes por qué lo hizo?
Mandy sonrió. —Ella nos vio, la forma en que actuábamos entre
nosotros, la manera en que nos hablábamos, y decidió que no era la chica
adecuada para su hermano. Había sido un mariscal de campo estrella. El
presidente de su último año. Destinado a la grandeza, pero ella me odiaba.
Pensaba que no lo amaba. —Extendió la mano para tocar la mejilla de su
marido mientras todo el mundo esperaba con gran expectación mi respuesta—.
Se equivocaba. Siempre nos hablábamos de esa manera, pero simplemente era
nuestra forma. No estábamos siendo malos ni nos menospreciábamos el uno al
otro. Esa era la forma en que nos demostrábamos afecto.
Decidí parafrasear. —Tu hermana lo hizo porque está completamente
loca.
Mandy resopló.
—No entendía tu relación —dije, editando a medida que continuaba—.
No entendía que la forma en que se hablaban el uno al otro era como se
mostraban afecto.
—¿Qué?
—¿Las pequeñas indirectas? ¿Las insinuaciones? Ustedes solo estaban
jugando. Tu hermana no entendía eso.
—Así es cómo somos. Cómo éramos. Amaba a Mandy más que a nada.
—¿Incluso el fútbol? —preguntó, y luché con una sonrisa triste.
—¿Ella‖es…‖se‖ha‖ido?
No me di cuenta hasta ese momento de que había estado manteniendo la
esperanza. Todo este tiempo.
—Lo siento, agente Guzmán.
—El collar —dijo Mandy cuando un nuevo pensamiento vino a ella. Ella
explicó, y yo transmití.
—Le diste a tu esposa un collar la mañana que te fuiste para una
conferencia. Te ibas a perder tu aniversario, por lo que se lo diste temprano. Tu
hermana‖lo‖tiene‖en‖su‖joyero.‖Se‖salió‖cuando‖ella…‖durante‖el‖ataque.
Sentí la presión construyéndose en el interior del agente. No quería creer.
Luchó con toda la fuerza que tenía, pero yo simplemente sabía demasiado. No
podía negar eso.
—Espera —dijo su esposa—. Hay algo más. Iba a decirle al regreso de su
viaje. —Por primera vez, las lágrimas brotaron de sus ojos. Bajó la cabeza, de
repente incapaz de hablar.
Había hecho suficiente de esas para saber exactamente lo que diría, pero
eso no lo hizo más fácil. Puse la mano sobre la de ella. —Lo siento mucho,
Mandy.
—Me acababa de enterar. Iba a hacer una visita al médico ese día para
asegurarme antes de decirle, pero ya sabía. Habíamos estado intentando
durante tanto tiempo. Y sabía.
Cerré los ojos y sentí tensarse a Guzmán. —¿Qué? —preguntó.
—Lo‖siento,‖agente‖Guzm{n,‖ pero‖ella…‖tu mujer‖estaba…‖iban‖a‖tener‖
un bebé.
En los ojos de Guzmán, había ido demasiado lejos. La ira se disparó a
través de él antes de que la tuviera bajo control, y la verdad lenta y
dolorosamente se asentó. —¿Ella te dijo eso?
—Sí. Que habían estado intentando durante un año. Por último, lo logró.
—No. —Negó con la cabeza, inseguro de si era víctima de una broma
horrible, o era testigo de lo imposible. Él decidió darle una oportunidad—.
¿Cómo hago esto? ¿Cómo justifico la excavación de mi patio trasero porque una
mujer loca me dijo que lo haga sin lucir loco yo mismo?
Kit sonrió. —Llamada anónima. Siempre funciona.
—Sabes, puedes cruzar si quieres —le dije a Mandy—. Es lo que hago.
Soy un boleto directo para el otro lado. Directamente a tu familia y amigos que
están esperando.
—¿Bromeas? ¿Y dejar de ver la cara de Cin, cuando mi marido detenga
su culo apestoso? De ninguna manera, hermana.
Asentí y miré a Nguyen. Puede que no haya sido cálido hacia mí, pero
me dio la sensación de que se convertía en un creyente. No me ofreció ninguna
alabanza ni nada, pero no me miró de forma matadora cuando se paró y se fue.
Me sentí como que estábamos haciendo progresos.
—Sabes —dijo Kit cuando me iba—, nunca me dijiste por qué llamaste.
—Cierto. Así que, sí, gracias.
—¿Gracias?
—Ya sabes, por lo de Nueva York.
—Tú ayudaste a salvar a una familia.
—Pero creíste en mí. Incluso en mi yo amnésica. Significa mucho.
—¿Oh sí? ¿Cuánto?
—¿Cuánto? —pregunté. Se había deslizado en el modo negociación—.
¿De cuánto estamos hablando?
Se encogió de hombros. —Solo un poco de información. Nada
trascendental.
—¿Qué tipo de información?
Se detuvo y dirigió una mirada seria hacia mí. —¿Cómo haces lo que
haces?
Kit sabía mucho. Mucho más que la población en general, que
desestimaba cualquier noción de lo sobrenatural como algo falso. Pero ella no
sabía mis muchos títulos, y planeaba mantenerla virgen en todas las cosas de
Charley Davidson el mayor tiempo posible.
—China antigua secreta —dije.
—Estoy muy segura de que la cultura china como un todo encontraría
ofensivo que la uses de esa manera.
—Cierto. Y saben artes marciales y esas cosas.
—Sí. —Habíamos llegado a la entrada del frente de nuevo, pero me
detuvo con una mano en el hombro—. Un día, voy a llegar al fondo de ti,
Charley Davidson.
No tenía idea de que le gustaba lo anal. —Está bien, ¿pero me compras la
cena primero?
Traducido por Mae & Val_17
Corregido por Sahara

No soy una chica de “ir o morir”. Tengo preguntas.


¿A dónde vamos?
¿Por qué tengo que morir?
¿Podemos comer algo en el camino?
(Meme)

De regreso a la oficina, tomé el camino más largo y me dirigí a la casa de


los Foster. La señora Foster, fue la mujer que, puesto que no había realmente
ninguna manera de endulzarlo, secuestró a Reyes cuando era bebé. Cuando
estaban a punto de ser arrestados, básicamente lo vendieron al monstruo que lo
crio: Earl Walker.
Desde que volví, empecé a recorrer su barrio, buscando el auto de la
señora Foster, asegurándome de que todavía se encontraban en el vecindario.
También vigilaba su actividad en línea. Aún tenían que ser acusados no de uno,
sino de dos secuestros, e iba a necesitar toda la munición que pudiera conseguir
cuando llegara el momento para presentar mi caso a Ubie. Y ahora que
trabajaba con un asistente de fiscal, podría incluirlo en la diversión.
La señora Foster estaba en casa cuando pasé. En realidad, nunca la vi
antes, pero giré en su calle justo cuando entraba con un montón de bolsas de
comestibles. La odiaba. Verla no cambió eso.
En lugar de tomar las escaleras exteriores cuando finalmente volví a la
oficina, estacioné a Misery en su lugar y entré al restaurante de Reyes, con la
intención de entrar por la puerta de atrás. Una lluvia suave, casi caliente contra
el fresco día, empañó mi alrededor y me dejó húmeda y un poco esponjada
cuando entré y me dirigí a la oficina de Reyes.
Se encontraba sentado detrás de su escritorio haciendo papeleo y no
levantó la vista cuando entré. Por lo tanto, tomé la oportunidad de examinar su
oficina. Lucía exactamente como mi padre la dejó, incluyendo todas las fotos de
la familia que se alineaban en los estantes y la demás parafernalia en las
paredes. Mayormente, cosas de policías. Un mapa aquí. Un premio allí. Un
conjunto de viejas esposas que puso a funcionar mi mente en la dirección
equivocada.
Tenía que contenerme. O Reyes me afectaba más de lo habitual, o mis
trompas de falopio estaban a punto de ser invadidas.
Miré por encima de mi hombro para asegurarme de que Reyes no se
había dado cuenta de que noté las esposas. Estaba bastante concentrado,
aunque no tenía duda de que no sólo sabía que me encontraba allí, sino que
también sabía a dónde se había alejado mi mente.
Volviendo a centrarme en su oficina, escaneé las fotos que todavía tenía.
Me sorprendí la primera vez que entré la semana pasada después de haber
desaparecido durante tanto tiempo. Todo lo demás en nuestras vidas había
mejorado, pero el bar y restaurante se encontraban exactamente como mi padre
lo dejó. Sin embargo, era una cosa dejar el restaurante igual. Era otra dejar la
oficina igual.
Entonces noté un pequeño cambio. En realidad había retirado varias de
las imágenes que mi padre esparció aquí y allá. Las únicas que quedaban eran
conmigo en ellas. Ni siquiera tenía que ser el punto focal de la imagen. Podría
haber estado en un segundo plano, como en una foto de la playa que tomamos
en el sur de California cuando estaba en la escuela primaria.
Se suponía que la imagen era de mi hermana, Gemma, mostrando su
castillo de arena desequilibrado. Pero allí estaba yo, en el fondo, tirando de mi
boca todo lo que podía con mis dedos y sacando la lengua. Ah, y bizca.
Ninguna súper foto estaba completo sin los ojos bizcos. No es mi mejor aspecto,
pero a Reyes parecía gustarle.
—¿Vienes a bañarme con hielo otra vez? —preguntó Reyes.
Me volví hacia él. Todavía estudiaba detenidamente una pila de papeles
y no había levantado la mirada.
—¿Bañarte con hielo? —Cuando no respondió, le pregunté—: ¿En qué
estás trabajando?
—Mi testamento.
Caminé alrededor de la mesa en estado de alarma. —¿Tu testamento?
¿Por qué necesitas un testamento?
Levantó la mirada al fin. —Seguro que estás bromeando.
Empecé a discutir, pero tenía razón. Llevábamos una vida más que
peligrosa. Negar eso sería absurdo. Por otra parte, absurda era mi segundo
nombre.
—Tengo un plan —dije, dirigiendo la conversación lejos de los lugares a
los que no deseaba ir.
—¿Tiene que ver con mi muerte? Si es así, es posible que desees esperar
un día, más o menos. Necesito darle esto de nuevo a nuestros abogados.
—¿Tenemos abogados? —Eso era genial. Nunca había pensado en mí
como una persona de abogados—. Olvida eso. Tengo un plan para recuperar a
nuestra hija.
Finalmente, me dio toda su atención. Dejó la pluma que sostenía y se
echó hacia atrás en su silla. El movimiento fue tan pequeño, tan típico, y sin
embargo, envió una pequeña oleada de emoción sobre mi piel.
Se arremangó la camisa, dejando al descubierto sus fuertes antebrazos.
Sus manos fuertes. Sus dedos largos y capaces.
Se dio cuenta esa vez, pero en lugar de acercarme, en lugar de invitarme
a su espacio personal, esperó. Se limitó a esperar. ¿A que hablara? ¿Que
actuara? No tenía idea, así que hice lo primero.
—Sí, para que este plan funcione, vamos a necesitar una docena de
jeringas, un tanque de óxido nitroso, un asesino en serie, y un tanque.
No respondió, y estuve un poco confundida al ver que no se burlaba de
mi lista de compras. Ni siquiera la cuestionó, por lo que aclaré el último
elemento de la lista.
—Ya sabes, de los militares.
—Sí —dijo, en voz baja y suave—. Sé lo que es un tanque.
—Bien. Sólo pensé que podrías pensar en un tanque de peces o un
tanque séptico.
—No, lo entendí. —Su mirada brilló mientras me analizaba, y pude ver
el interés brillando en sus oscuras profundidades. Quise cambiar, sólo un poco,
ir al otro plano y verlo en su forma sobrenatural, pero me daba la sensación de
que sabía cuándo lo hacía, así que me detuve.
—¿Crees que va a funcionar? —pregunté.
—¿Tu plan?
—Sí.
—No lo he oído. Sólo los requisitos físicos para ello.
—Oh, por supuesto. —Traté de sacudirme el deseo carnal recorriendo
mis venas y llenando mi vientre sin una preocupación por mi cordura. Cuando
fracasé miserablemente, caminé al otro lado de la mesa y me senté frente a él.
Para poner un poco de distancia entre nosotros. Y un gran trozo de madera. No
ayudó. Probablemente porque sabía lo que podía hacerle a esa pieza de madera
para llegar a mí si quería. Era evidente, sin embargo, que no quería.
Respiré hondo, pero en lugar de transmitir mi plan, le pregunté—: ¿Me
puedes decir lo que te molesta?
No se movió. Su expresión no cambió en lo más mínimo. Se limitó a
mirarme, sus largas pestañas hacían que sus irises brillaran aún más en la luz
baja.
—Tenemos compañía.
—¿Y eso te molesta? ¿El pequeño niño en el techo?
Antes de que pudiera responder, Osh, o Osh'ekiel como era conocido en
el reino celestial, entró en la oficina de Reyes. Sólo entró como si no se supusiera
que debía estar en otro lugar.
—Osh —dije, alarmada—. ¿Por qué estás aquí?
Inclinó la cabeza un momento y se metió las manos en los bolsillos.
Como de costumbre, llevaba un corto sombrero de copa negro sobre su pelo
negro largo hasta los hombros. Pero hoy también llevaba una gabardina larga,
negra como el resto de su atuendo, y botas de pesadas.
Reyes se puso de pie y también esperó su respuesta.
—Tuvimos que moverla.
Una ráfaga de calor quemó mi piel cuando Reyes perdió el control de sus
emociones. Mis emociones, sin embargo, dieron un giro diferente. Mi corazón
se abrió paso a mi garganta y la adrenalina recorrió mi sistema nervioso.
—¿Dónde está? —pregunté, dando un paso más cerca de él.
Elevó los hombros hasta las orejas y metió las manos más en sus
bolsillos. —Sabes que no te puedo decir eso.
Estuve sobre él antes de incluso pensarlo. No importaba que fuese el más
mortal Daeva—demonio de bajo nivel entrenado para la lucha—que el infierno
hubiera visto. Para mí, era un chico de diecinueve años, que sabía más de mi
hija que yo, y de repente encontré la situación intolerablemente injusta.
Lo tenía contra la pared con una mano alrededor de su garganta. Agarró
mi brazo con ambas manos, pero no trató de detenerme.
Reyes estuvo a mi lado en un instante. —Holandesa —dijo suavemente,
colocando una mano sobre la que había envuelto alrededor de la garganta de
Osh, pero a menos que pensara ayudar a ahorcarlo hasta la muerte, no era de
ninguna utilidad para mí en ese momento. Así que mi mano libre fue a su
garganta. Levantó la barbilla, casi como si le diera la bienvenida al contacto.
Necesitaba saber dónde estaba mi hija. Por qué tenían que moverla era
una cosa, pero no saber dónde se encontraba me daba pocas opciones para
ayudarla.
Valerie, quien Cookie dijo era una de las meseras de Reyes, dejó de
limpiar una mesa, echó un vistazo dentro de la oficina, y a continuación, se
escabulló, presumiblemente cuando notó la ira de su jefe.
—Holandesa —dijo de nuevo más allá de la opresión en su garganta. Me
deslicé hacia el otro plano y miré cómo el aura de Osh revoloteaba como el
vapor alrededor de mí. Él no luchó en lo más mínimo. Todavía sostenía mi
brazo con una mano, pero trasladó la otra a mi hombro. Era tan rápido como
mortal, así que tenía pocas dudas de que formaba un plan.
La oscuridad que rodeaba a Reyes se elevó a su alrededor. Las llamas
que perpetuamente lo bañaban saltaron hacia mí. Normalmente, me habría
quemado. Rostizado. Pero hoy sólo me molestaban.
—¿Dónde está mi hija?
Osh se limitó a sacudir la cabeza, llevando a cabo sus órdenes, obediente
hasta el final. Y estaba a punto de ser el final; lo podía garantizar. Mi rabia
sacudió las paredes que nos rodeaban, y oí un grito agudo desde la cocina.
Probablemente Valerie, la mesera.
—Holandesa —dijo Reyes—, no nos puede decir. Lo sabes.
—Entonces, morirá deseando poder.
Si hubiera estado prestando más atención a mi marido, habría visto la
mirada de soslayo que le dio a Osh un microsegundo antes de que mi cara fuera
plantada en el suelo de madera de su oficina. Movieron las mesas tan rápido,
que no los vi moverse.
Ralentizaron el tiempo.
Y me quedé allí como una loca con exceso de litio. Sólo podía esperar no
babear.
—¿Lo entiendes?
Parpadeé, gimiendo bajo su peso, tratando de recordar lo que dijeron.
Fuera lo que fuese, sentí que sí sería la respuesta apropiada.
—Sí —dije de debajo de una tonelada de extremidades y torsos. Santa
vaca sagrada, eran pesados.
—¿Qué dije? —preguntó Reyes. Maldito fuera.
—Que los dos van a jodidamente salir de encima, y Osh va a decirme
dónde está mi hija.
—Incorrecto.
El peso se multiplicó, y gemí, la agonía de la derrota era casi imposible
de soportar. Como eran su masa muscular y codos huesudos. Tenían que pesar
más de doscientos kilos. Cada uno.
Tenían mis brazos detrás de mi espalda, con varias rodillas presionadas
allí por si acaso, y un brazo—de Reyes, asumí—envuelto alrededor de mi
cuello, mientras que el otro sostenía mi cabeza hacia abajo, manteniendo mi
cara con fuerza contra el suelo, tan cerca que podía ver cada astilla en la veta de
la madera.
Y, por desgracia, no iba a ninguna parte. Si podría haber hablado más
claramente, habría llorado por mi tío. Como estaba la situación, ni siquiera
podía obtener suficiente aire en los pulmones para llorar, y punto.
—Vamos a dejarte ir si prometes no matar a nadie. —Cuando sólo gemí,
recibí otros treinta kilos de presión en mi sección media.
—Está bien —mitad me quejé, mitad chillé.
Poco a poco, como para asegurarse de que no enloquecía de nuevo,
quitaron su peso de encima, pero mantuvieron mi cara en el suelo.
Probablemente con la esperanza de que germinara. Que me salieran raíces. ¿Por
qué otra razón plantarían algo tan duramente?
Una suave voz femenina penetró la bruma de la privación de oxígeno. —
¿Está…‖est{ todo bien?
—No…‖—Empecé a decir, pero una mano fuerte se cerró sobre mi cara.
—Sí —dijo Reyes—. Gracias.
Una risa profunda vino de atrás de Valerie. Tenía que ser Sammy, el jefe
de cocina. También conocido como el traidor. Estaba claramente siendo
sometida contra mi voluntad, pero ¿le importaba? Claro que no. Al igual que
los hombres reteniéndome, probablemente pertenecía a la Liga de los Idiotas
Extraordinarios.
—Está bien, Valerie. Hacen este tipo de cosas todo el tiempo —dijo.
Exagerando por completo.
—Oh —dijo ella, insegura.
Vi pies a través de mi visión borrosa mientras Sammy se la llevaba.
Entonces, me hallaba de pie. Tomé una bocanada de aire, agradecida por
el hecho de que Reyes me hubiera clavado en la pared como medida de
precaución. Me hubiera caído de otro modo.
—No es justo desacelerar el tiempo —dije, echando la cabeza hacia atrás
y jadeando.
—Tú lo hiciste primero —respondió Osh. Se agachó, con una mano en la
rodilla, la otra masajeando su garganta. Comprobándola con toques vacilantes
de sus largos dedos aquí y allá.
Reyes presionó todo su cuerpo contra el mío. Era más acción de lo que
había visto en toda la semana, y disfruté de la sensación de ello. La calidez
mientras las puntas de sus llamas lamían mi cara y saturaban mi piel.
Entonces, me di cuenta de lo que acababa de hacer. Amenacé la vida de
uno de mis mejores amigos. Uno de los pocos seres en la Tierra que podía
ayudar a proteger a Beep. Uno de los pocos seres en la Tierra que daría su vida
para hacerlo.
La culpa me atravesó. Nunca perdía el control de esa manera. ¿O sí? ¿Fue
por eso que el arcángel Michael trató de matarme en el restaurante en Nueva
York? ¿De verdad no tenía ningún control sobre mis poderes?
Osh tosió y luego se enderezó, apoyándose contra la pared de la esquina
opuesta a mí. También colocó la cabeza en los paneles de madera. Cerró los
ojos. Inhaló respiraciones largas y profundas.
—Lo siento —le susurré a Reyes.
Envolvió sus largos dedos alrededor de mi cuello y enterró su cara en mi
pelo. Olía a una tormenta eléctrica. Sus emociones intensas. Su cuerpo como el
desierto después de la lluvia. Fresco. Completamente hermoso. Peligroso.
—¿Estás bien? —preguntó, su cálido aliento en mi cuello.
—Lo estoy ahora.
Se apartó, le echó un vistazo a mi cara, luego salió de mi abrazo y se alejó
de mí. Levanté una mano a mi mejilla y me di la vuelta para enfrentar un
cuadro, tratando de verme en el reflejo del vidrio, pero sólo pude ver un
contorno borroso de mis rasgos. Aun así, se veían bastante corrientes. ¿Qué
pasaba conmigo que mi propio marido se alejaba de mí?
—Tus ojos —dijo Osh, prácticamente leyendo mi mente.
Reyes le gruñó, pero él nunca veía a mi esposo como una gran amenaza.
Me preguntaba cómo se sentiría si supiera que era un dios. Por otra parte, ya
podría saberlo. Él se hallaba allí, después de todo. Cuando Lucifer creó a su
único hijo, desviando la energía de un dios para moldearlo, utilizando el fuego
del infierno para su temperamento. Para hacerlo fuerte. Para hacerlo
indestructible.
Antes de que pudiera preguntar por mis ojos, oí a Cookie bajando las
escaleras. Se apresuró por el restaurante, tropezó en la oficina, me dio una
mirada, y supo que algo andaba mal.
—¿Qué pasó? —preguntó, con una mano sobre su corazón.
—Eso es lo que estoy tratando de averiguar.
Caminé hacia Osh, y se puso rígido. La culpa inundó cada molécula de
mi cuerpo, empapándolas en ácido, y me quedó un sabor amargo en la boca.
¿Qué había hecho?
—Lo siento —le dije. Extendí la mano y la puse en su garganta. No luchó
conmigo esta vez. De hecho, prácticamente me miró con lujuria.
—¿Ah, sí? —preguntó, ignorando por completo al hombre detrás de mí.
Con el que me encontraba casada. Una lenta sonrisa curvó un lado de su boca—
. ¿Cuánto lo sientes?
Tomó el dobladillo de mi camiseta y me acercó, aunque desviaba la
atención del hecho de que acababa de atacarlo, levanté los brazos y le di un
abrazo.
—Mucho —le dije al oído.
Envolvió sus brazos a mí alrededor con fuerza. —Yo lo siento más —dijo,
y hablaba en serio. Realmente deseaba poder decirme dónde estaba mi hija,
pero nosotros lo decidimos. Nadie conocería su ubicación, excepto Osh y
naturalmente, los Loehrs, dado que eran sus cuidadores por el momento. Los
guardianes de Beep también lo sabían, por supuesto, su ejército de gentuza,
pero que nunca dejaban su lado.
Y su lado era un espectáculo digno de ver. Ella tenía la versión de mi
dimensión de un arcángel, el hombre al que solía llamar señor Wong, un hábil
guerrero y líder. Tenía a los tres motociclistas que juraron lealtad a Reyes y a
mí. Y tenía doce enormes perros del infierno, despiadados, y completamente
adorables, conocidos como los Doce.
Ella tenía un ejército, y aun así debían trasladarla.
Mi pecho se apretó de nuevo con el pensamiento, y reprimí una oleada
vertiginosa de ansiedad.
Me deslicé de su agarre y entrelacé un brazo con el de Cookie. —Está
bien —le dije—. No preguntaré dónde se encuentra de nuevo. Por ahora. Pero
al menos, ¿puedes decirme por qué tuviste que trasladarla?
Reyes se puso detrás de mí, y fui retrocediendo hasta que nos tocábamos.
—Las señales se hallaban por todas partes —dijo Osh, mirando a Reyes
como si él la hubiera jodido personalmente—. Los cuerpos comenzaron a
aparecer, uno por uno. Los primeros a dos condados de distancia. Entonces
empezaron a acercarse, como si algo los dirigiera.
—¿Los cuerpos? —le pregunté a Reyes.
—¿Esto se trata de Beep? —preguntó Cookie.
Asentí. —Tuvieron que trasladarla.
La expresión de preocupación de Cookie imitaba el temor tronando en
mi interior. La llevé a una silla y la senté antes de sentarme en la que Reyes
sostenía para mí. —¿Qué tienen que ver los cuerpos con todo?
—¿Quieres que le cuente? —le preguntó Osh a Reyes.
Se arrodilló a mi lado, y me preguntó si pensaba que lo perdería de
nuevo. También me lo preguntaba.
—Tenemos algo así como una lista de verificación. Un esquema de las
cosas con las que tenemos que estar atentos. Es la forma en que sabemos que los
dioses se están acercando. Y una de las señales son los cadáveres. Pero, ¿cómo
se veían? —le preguntó a Osh.
—No estaría aquí si no se ajustaran a los criterios.
Reyes apretó los dientes y maldijo en voz baja antes de voltearse hacia
mí. —Una entidad sobrenatural no puede simplemente mudarse a este plano
tan fácilmente. No tiene ese tipo de autoridad. Con el fin de ser capaz de
interactuar dentro de los parámetros del plano, necesita ser capaz de cambiar
completamente. Y la única manera de hacerlo, como habrás notado, es habitar a
un ser humano.
—Pero —dijo Osh—, el cuerpo de un ser humano es demasiado frágil
para contener a un dios durante más de unas pocas horas. Comienza a
descomponerse al instante y a un ritmo mucho más rápido de lo normal.
—Pero los demonios pueden hacerlo —discutí—. Han poseído a la gente
durante años a la vez. Incluso a personas heridas, y a veces hasta a un cadáver
durante meses.
—Sí —dijo Reyes—. Un demonio puede hacer eso. Casi toda entidad
sobrenatural de cualquier dimensión que pueda encontrar su camino en este
plano puede poseer a un ser humano para cambiar por completo.
Osh se apartó de la pared y se volteó para mirar por una ventana alta. —
Pero mientras que un demonio puede mantener un cuerpo humano en un
estado de animación por una eternidad, un dios es simplemente demasiado
poderoso para un recipiente tan frágil como un ser humano.
Se giró de regreso a Reyes. Dejándolo tomar el control. —Un dios sólo
puede mantener un cuerpo animado por un tiempo antes de que sus células
comiencen a desintegrarse y fundirse entre ellas. Hasta que ya no parece
humano.
—¿Y qué pasa con la persona poseída?
—Nada que ya no haya ocurrido. Él o ella habrán muerto al instante en
que el dios secuestra el cuerpo. Es como poner un reactor nuclear en el interior
de un ser humano y ver a la persona fundirse a su alrededor.
Las manos de Cookie se curvaron en puños alrededor de los dedos que
entrelacé a los suyos. Temblaba visiblemente, su bonito ceño fruncido en una
línea severa.
Osh no lo notó. —Si hay un dios en la zona y está usando y desechando
los cuerpos a su antojo, se encuentra tras la pista de Beep. Y como cualquier
buen sabueso, no se dará por vencido hasta que tenga a su presa firmemente
entre sus mandíbulas.
Cookie inhaló profundamente, y Osh finalmente se dio cuenta de lo
angustiada que se sentía. Creo que, de hecho, mi preocupación por ella
mantenía a raya mi propia rabieta inducida por el estrés. Quería maldecir y
golpear y aplastar unas cuantas laringes hasta que alguien dijera la ubicación de
mi hija. Pero no podía hacerlo delante de Cookie. No podía molestarla más.
—¿Y los cuerpos? —le preguntó Reyes. Seguía arrodillado a mi lado, con
una mano en mi pierna y otra alrededor del brazo de la silla. El reposabrazos
agrietado por la presión que puso en él.
Osh asintió. —Est{n…‖descomponiéndose a un ritmo antinatural. Por no
mencionar el hecho de que los perros se inquietaron. Pateando el suelo.
Olfateando el aire. Ansiosos por cazar.
—¿Pero qué podrían hacer contra un dios? —pregunté.
—Comprarnos tiempo.
Lo horrible de la situación me dejó aturdida. —¿Pero sacaste a Beep de
allí antes de que necesitaran a los perros?
Asintió de nuevo. —Ella está en una nueva casa de seguridad con los
Loehrs y la mayor parte del Centinela.
Así llamábamos al ejército de Beep. Centinela. —¿La mayor parte?
Osh bajó la mirada. —Tu hombre, Donovan. Se quedó atrás para vigilar
la zona. Para hacernos saber si aparecían más cuerpos.
Parpadeé, atónita, y tan agradecida con él por estar haciendo tal cosa que
se me formó un nudo en la garganta. —¿Sigue allí?
El hermoso chico delante de mí, que en realidad era mayor que Reyes
por un par de siglos pero aun así parecía que se hallaba en la adolescencia,
asintió, su boca en una línea sombría. —Está tratando de adelantarse. Para
localizarlo y averiguar su próximo movimiento.
Me puse de pie. —¿Solo?
—Insistió en que los otros dos fueran con el Centinela.
—Osh, él es solo un humano. —Me acerqué a él, y Reyes también se
levantó. Agarró mi brazo en señal de advertencia. Me lo quité de encima—.
¿Qué se supone que va a hacer si lo encuentra?
—Llamar —dijo Reyes, tomando mí brazo de nuevo.
—¿Llamar? —pregunté, horrorizada—. ¿Y haría eso antes o después de
que el dios secuestre su cuerpo? —Cuando nadie contestó, dije—: Tengo que ir
a verlo.
—¿Y hacer qué? —preguntó Reyes, su ira pulsando a través de la
habitación como un tambor—. ¿Ser el faro que lo llevará directamente a tu
amigo?
—No te debe gustar mucho —bromeó Osh.
Tenían razón. Sólo conseguiría que lo mataran más rápido. Al igual que
Reyes. Su oscuridad era muy parecida a mi luz. Lo descubrí cuando aprendí a
moverme entre los planos. Él era como un gran vacío en el paisaje. Un abismo
oscuro. Justo como yo era un portal al cielo, él era un portal al infierno. Y
cualquier ser sobrenatural podía verlo desde miles de kilómetros de distancia.
—Puedo preguntar, ¿qué te hace pensar que sólo hay un Dios en el área?
—Esa es la forma en que funcionan —dijo Reyes—. Se separan hasta que
uno encuentra a la presa, luego los otros dos se le unen.
Reyes realmente no tenía idea que era uno de los tres dioses de Uzan.
Que sólo había dos allá afuera.
—Si este fuera cualquier otro mundo, ellos simplemente lo destruirían.
—¿Qué los detiene? —preguntó Cookie.
Osh le respondió. —El Dios Jehovah. Es parte respeto y parte auto-
conservación.
—Lo último que quieren es una guerra con otro dios.
—Así que, ellos son tan cobardes como asesinos masivos.
—Algo así —dijo Osh.
Pero mi marido era lo más alejado de un cobarde. Realmente no tenía
nada que ver con sus hermanos en absoluto. —¿Qué puedo hacer yo? —le
pregunté a Reyes primero, luego a Osh.
—Volver a trabajar —dijo Osh.
Reyes estuvo de acuerdo. —Seguir con tu día tan normal como sea
posible. Podrían tener espías.
—¿Espías? —dijo Cookie, poniéndose aún más pálida.
—Podrían estar tratando de ahuyentarnos —explicó Osh—. Si entras en
pánico y comienzas a comprobar a Beep y los Loehrs, tratando de rastrearlos
para asegurarte que están bien, los espías podrían bloquear su ubicación.
—Estaríamos haciendo todo el trabajo por ellos.
—Así que, se supone‖que‖sólo‖siga‖con‖mi‖día,‖sabiendo‖que…
—Sabiendo que Beep se encuentra bien —insistió Osh. Se acercó a mí y
pasó sus dedos por debajo de mi barbilla—. Lo prometo. Ya los hemos
trasladado a un lugar seguro.
—Seguro por ahora —dije.
Incapaz de discutir, ofreció otro asentimiento y luego comenzó a irse. Se
detuvo en la puerta y añadió—: Se me olvidaba decirte. Maté a otro emisario.
Reyes, que hasta hace poco veía a Osh como un humilde Daeva, una
entidad por debajo de él que era más un enemigo que un amigo, se le acercó y
le agarró el antebrazo. Osh tomó el de Reyes, solidificando la hermandad que
compartía un objetivo común: proteger y servir, a toda costa, a Elwyn
Alexandra Loehr, la chica que combatiría la pestilencia del mundo. La chica que
salvaría a la humanidad.
No le había dicho a Reyes que Osh también estaba destinado a
enamorarse de nuestra hija. No existía necesidad de dejar zarpar ese barco por
el momento.
Metí la mano dentro del bolsillo de mis vaqueros y envolví mis dedos
alrededor del cristal divino. Era nuestra única esperanza contra los dos dioses
de Uzan. Al menos la única que conocía. ¿Debería decírselo a Reyes?
Con el fin de atrapar a un dios, o a cualquier entidad espiritual, en la
dimensión infernal, uno tenía que conocer su nombre. Su verdadero nombre.
Pero yo no conocía los verdaderos nombres de los dioses, y mucho menos el de
Reyes. No su nombre de dios. Si le contaba sobre el cristal divino, ¿lo utilizaría
en mi contra cuando descubriera su verdadero origen?
Sólo había pasado una semana. Había sabido que era un dios durante
una semana. Podría aferrarme a ese chisme por un tiempo más. Sólo hasta que
tuviera más información. Sólo hasta que supiera con certeza que podía confiar
en la parte divina de mi marido. La parte que supuestamente era tan malvada
como los que venían. Lo cual apestaba.
Traducido por Kath1517
Corregido por Sahara

Cuando era niño…


No, espera, todavía hago eso.
(Camiseta)

Cuando me fui, me pregunté cuántos de los doce malvados, los emisarios


enviados por Satán mismo, quedaban. Si estaba contando correctamente,
suponía que nueve, pero no había forma de estar segura sin llamarlos a todos a
lista. Eso podría funcionar, de hecho. Podríamos hacer una estafa y decirles que
ganaron un televisor como hacen los criminales que se saltan la fianza. Si tan
solo tuviera sus direcciones. ¿Cómo podría enviarles una carta anunciándoles
que ganaron si no tenía sus direcciones? ¿Y los demonios siquiera veían
televisión?
Beep se encontraba a salvo, me obligué a decirlo una y otra vez en mi
cabeza, Beep se encontraba a salvo, mientras que Cookie y yo pretendíamos que
todo iba maravillosamente. Comenzamos a investigar los antecedentes de
Emery Adams así como el de Lyle Fiske.
Mientras Cookie sacaba los reportes de crédito de Emery y los registros
telefónicos con una hazaña que puse en la‖ categoría‖ de‖ “no‖ preguntes,‖ no
cuentes”,‖ me‖ encontré‖ con‖ la‖ señora‖ Abelson‖ y‖ le‖ dije‖ en‖ lo‖ que‖ estaba‖ su‖
esposo, tratando de presionar el lado de súper heroína en ella.
No se lo creyó, y mi corazón fue con el tipo. Él estaba a punto de tener un
día malo. Creo que fue la cosa de la hierba lo que la envió sobre el borde. ¿Qué
diría su grupo de la iglesia?
No pude evitar preguntarme porque el grupo de la iglesia diría algo a
menos que les contara, pero no iba a discutir con ella. No es que estuviera de
humor de todos modos. Así que, me senté ahí y la dejé saltar a sus propias
conclusiones. La escuché hablar y despotricar sobre cómo había sido
traicionada. Sobre lo injusto que era que él estuviera saliendo con un montón de
niños y relajándose.
Estaba haciéndolo muy bien con toda la cosa, quedándome calmada y
controlada a pesar de las extrañas miradas que recibíamos en la Frontera, uno
de mis restaurantes favoritos en esta loca roca. Pero entonces, comenzó a hablar
de su esposo, y lo perdí. Le dije cuan afortunada era al tener un esposo que
pudiera disfrutar de toda su incesante molestia y plan de matrimonio de alto
costo.
Se sentó lívida por un minuto después de que terminé, luego se fue, con
el rostro de un tono escarlata brillante, y con la espalda recta. Simplemente no
había manera de sacarle el palo del trasero. Su esposo estaba maldito.
Después de la reunión, taché el nombre de la señora Abelson de mi lista
de Posibles Clientes Repetidos y me fui de nuevo a la oficina con una pinta de
salsa verde para llevar. Honestamente, tuvimos suerte de que nos pagaran en
esta.
Así se hace, Davidson.
Espera, no, Davidson-Farrow.‖Mmmm…‖empezaba a gustarme.
Pero el caso estaba terminado, y eso pedía una celebración de salsa verde
y tequila. Por supuesto, la celebración tendría que esperar hasta esta noche,
pero la salsa verde, así como el baile de la salsa, podía ser disfrutado en
cualquier momento. No obstante, antes iría a hacerle una visita a mi amigo
Rocket.
No había visto a Rocket desde que regresé, pero todavía estaba
completamente intrigada por la bomba que Tarta de Fresa dejó caer mientras
invadía mi espacio en mi sala de estar. ¿Los nombres que escribió en la pared
eran para Beep? ¿Fueron elegidos específicamente para ella?
Primero, ¿cómo?
Segundo, ¿por qué?
Aturdía mi mente, pero conseguir información de Rocket era incluso más
difícil que conseguir información de Tarta de Fresa. Rocket era como un niño
grande que murió en un manicomio en los años cincuenta. Era un sabio de toda
clase, y si tuvo sus dones mientras estaba con vida, sólo podía imaginar como lo
habían tratado. La terapia de electrochoque se me vino a la mente. Lo que fuera
para controlarlo.
Estacioné en el manicomio abandonado que ahora poseía, gracias a mi
hombre rico. No es que tuviera idea alguna de todo lo que valía el patrimonio
de mi marido. Y no era que quisiera saberlo. Tenía cero interés en mirar su
testamento. Nunca. Suponía que me iría primero, de todos modos. Parecía que
había nacido con una señal de peligro pegada con cinta aislante a mi espalda.
Después de intentar varias combinaciones en el teclado, finalmente
encontré una que servía.
Sin embargo, la combinación no funcionó en la puerta principal. Me
pregunté si el teclado necesitaba una batería o algo. Había funcionado antes.
No hay problema. Simplemente haría lo que hacía antes de que Reyes
comprara el edificio. Me escabulliría dentro.
Caminé alrededor del lado este y encontré mi entrada de siempre, una
ventana del sótano, pero un malvado Rottweiler me derribó al suelo antes de
que pudiera entrar.
Artemis debe haber estado vagando por sus antiguos lugares de paseos.
Aunque la casa donde Donovan y su pandilla solían vivir había sido derribada,
eso aparentemente no evitaba que buscara un ambiente familiar.
La dejé lamerme la cara, con su felpuda cola moviéndose a la velocidad
de la luz, por varios minutos antes de darme cuenta que tenía audiencia. Un
pequeño niño me observaba tratando de luchar con el perro de cuarenta kilos,
para conseguir la ventaja y enterrar mi rostro en los pliegues de su cuello.
Pero Artemis era incorpórea. Era mi propio guardián personal, y
mientras que eso estaba bien y era bueno, para el pequeño niño mirándome,
estaba básicamente peleando con el aire.
Aclaré mi garganta y lo saludé. —Nueva rutina de ejercicio. Va a arrasar
con el mundo. Recuerda mis palabras.‖Se‖llama…‖Cespercicio6 —dije mientras
sacaba hierbas secas de mi cabello.
Entonces, con un aire de indiferencia, me puse de pie y caminé a la
ventana del sótano.
—¡Rocket! —dije, llamando a mi viejo amigo mientras me metía dentro.
Meter mi trasero a través de una pequeña ventana solía ser fácil. Cuando
caí sobre el alfeizar y aterricé con la cabeza por delante en una mesa que
esperaba que ya hubiera sido rota, lo llamé de nuevo.
—¡Rocket! ¿Estás aquí?
Saqué la linterna del bolsillo de mi chaqueta e iluminé hacia las escalas
que salían del sótano.
Nada había cambiado en todos los meses que estuve lejos. El área
todavía se encontaba llena de basura y escombros. Una decrepita camilla de tres
ruedas se hallaba en un rincón del sótano y una vieja y oxidada bañera
decoraba otra.
Me encantaba este lugar. Las cosas extrañas me daban una sensación de
nostalgia. Culpaba a mi crianza. Y a mí madrastra. Ella no había sido tan
extraña como un verdadero fenómeno, pero aun así. Calentaba los recovecos de

6 Combinación de la palabra Césped y ejercicio.


mi corazón. Si alguna vez hubiera tomado clases de arte, habría dibujado cosas
como estas. Las cosas de mis sueños. Las cosas de las pesadillas de otros, si la
gran cantidad de películas de terror que se hacían en un manicomio y
hospitales eran algún indicador.
Todavía sin recibir respuesta de Rocket, subí las escalas. Pasé mis dedos
a lo largo de los cientos y cientos de nombres que talló en estás paredes. ¿Qué
fue lo que dijo Fresa? ¿Esos nombres estaban ahí para Beep? ¿Cómo? ¿Qué
quiso decir?
Tal vez simplemente era su imaginación de nueve años tomando el
control, pero de alguna manera lo dudaba. ¿Por qué diría algo como eso?
Sólo para probar una teoría, decidí ver los nombres desde un punto de
vista diferente. Me detuve en un área particularmente rayada y cambié. Mi
visión celestial instantáneamente vio cosas que mi visión humana simplemente
no podía. Las tormentas que plagaban al mundo intangible hacían estragos a mí
alrededor, azotando mi cabello con frenesí, quemando mi piel.
Las paredes de este edificio todavía estaban ahí, pero me movía entre
ambos mundos. Ambos planos. Todavía tenía que cambiar por completo.
Inconscientemente, de todos modos. Me aterrorizaba perderme en el otro
mundo. De ser incapaz de encontrar mí camino de regreso a este. Así que
cuando cambiaba, lo hacía vacilando. Con mucho cuidado.
Pero fue suficiente para ver algo que jamás había visto. Los nombres que
Rocket talló brillaban en los ardientes límites de este mundo. Como si
estuvieran en llamas. Como si al escribirlo los hubiera prendido en fuego.
¿Asignaba los nombres? O simplemente escribía nombres‖destinado‖a…‖¿qué?‖
¿Qué significaban los nombres? ¿Qué tenían que ver con mi hija?
El enigma del huevo y la gallina no me llevarían a ningún lado.
Necesitaba hablar con Rocket. Y lo haría tan pronto como dejara de aplastarme
y me bajara. En un minuto me encontraba de pie aquí, pensando en mis propias
cosas, y al siguiente siendo levantada del suelo por un buey. Uno muy fuerte.
—Rocket —dije a través del sonido de mis costillas resquebrajándose.
Regresé de golpe al mundo tangible al momento en que me levantó, así que los
nombres dejaron de brillar. Pero su brillante y calva cabeza no dejó de hacerlo.
Era tan pálido y brillante como siempre.
Abracé su cabeza y la besé mientras él sacaba de su sistema todos los
cumplidos.
—Señorita Charlotte —dijo, con sus palabras enmudecidas por mis niñas,
Peligro y Will Robinson. Tenía la sensación de que estaba haciendo más que
saludarme.
—Rocket —dije, pateando para salir de su agarre—. ¿Estás
molestándome?
Todavía me sostenía en alto, pero alzó la mirada, sus ojos brillando con
euforia. —La extrañé, señorita Charlotte.
Lo abracé de nuevo. Afortunadamente, él no necesitaba respirar. —
También te extrañé.
Nos quedamos así por un momento. Yo abrazándolo. Rocket
acorralándome. Al menos no salió disparado conmigo. No sabía cómo Peligro y
Will se tomarían el ser maltratadas de semejante manera.
¿A quién engañaba? Les encantaría.
Cuando finalmente me dejó caer—literalmente—me levanté del suelo
lleno de mugre y suciedad, y le di un cariñoso golpe en el brazo. —¿Cómo has
estado, guapo?
Todavía usaba la ropa del hospital en la que murió: zapatillas sucias y un
pijama de color azul grisáceo que se asemejaba a batas de doctores.
—¿Dónde ha estado, señorita Charlotte? Todo el mundo está muy
molesto.
—¿En serio? ¿Por qué me he ido mucho tiempo? —Eso es muy dulce.
—¿Se ha ido? —preguntó. Alzó la mirada pensando.
—No tanto. —Cambié las palabras—. Pero si no es por eso, ¿por qué todo
el mundo está molesto? —Me‖ pregunté‖ quién‖ era‖ “todo‖ el‖ mundo”,‖ pero‖ no‖
quería sacarlo del juego tan pronto.
—Todo el mundo, todo el mundo —dijo, alzando sus brazos,
completamente exasperado conmigo.
Tenía ese efecto en las personas.
Entonces se inclinó, con su rostro redondeado lleno de intriga. —¿Puedo
verlo? —susurró.
—Claro —dije, esperando que no quisiera ver nada de clasificación X. De
ninguna manera iba a jugar al doctor con él—. ¿Qué quieres ver?
—Eso –dijo—. La puerta.
—Bien —dije, mirando alrededor. La única puerta en que podía pensar
era la entrada principal—. ¿Quieres decir la puerta para afuera?
—¿Está afuera? —preguntó, abatido—. ¿Dónde cualquiera puede verla?
—Bueno, sí, quiero decir, es una puerta.
—No, no, no, no, señorita Charlotte. Tiene que esconderla. Nadie puede
verla por razón alguna. Todo el mundo está muy molesto.
Tenía la sensación de que hablábamos de puertas diferentes. Entonces, lo
entendí. El cristal divino. El portal a la dimensión infernal que tenía
prácticamente en los bolsillos de mis pantalones.
—¿Rocket, quiénes son todos, y por qué están molestos? ¿Es por el cristal
divino?
Enlazó sus dedos sobre su boca como un niño ocultando su emoción, sus
irises bailaban con alegría.
—Están muy molestos —dijo, casi riéndose. Lo cual era extraño.
Normalmente, si el mundo sobrenatural estaba molesto, Rocket también.
—Lo sé, lo sé. Rompí las reglas.
—No rompiste las reglas —dijo, sacudiendo su cabeza, de repente
serio—. Rompiste la regla.
Lo suponía. Siempre estaba rompiendo alguna regla celestial. Podrían
morderme el trasero. Hasta la última. Hacía lo mejor que podía con lo que me
dieron. Si querían que lo hiciera mejor, debieron haberme honrado con la Guía
para chicas Ángel de la Muerte. En cambio, de alguna forma terminé con el mapa
de Harry Potter, donde tuve que jurar solemnemente que mis intenciones no
eran buenas antes de que me mostrara algo. Y no podía mentir al respecto, así
que constantemente mis intenciones no eran buenas. Era agotador.
—Como sea —dije, ignorando su escandalizado jadeo—. Si te muestro el
cristal divino, la puerta, ¿me dirás que significan estos nombres?
Sus cejas se fruncieron con confusión. —Sabes lo que significan. Son esos
buenos espíritus que han pasado.
—Sí, me has dicho eso. ¿Pero qué más significan? ¿De alguna manera,
están conectados con mi hija?
Jadeó de nuevo. —Esa es otra regla que rompió, señorita Charlotte.
Todas te atan a la cama.
Me había olvidado de toda esa cosa del revolcón con el señor Farrow y el
embarazo que siguió que pareció causar todo un alboroto por allá en el nivel
superior. Otra cosa por la que podrían morderme el trasero. —La única persona
que va a atarme a la cama es Reyes.
Ante la mención del nombre de Reyes, Rocket se giró hacia mí. —Debería
alejarse de él.
—Estamos casado, cariño. Eso será difícil.
—El sol no puede casarse con la luna. No tiene sentido. Los cielos se
caerían. —Se dio la vuelta y me imploró—. Todo caerá, señorita Charlotte.
Alcé la mano y la puse sobre su pálida y grisácea mejilla. —Nada va a
caerse, cariño, excepto tal vez este edificio si no dejas de tallar en las paredes de
esa manera.
Miró alrededor. —Tengo que escribir los nombres o quemarán mi
cerebro. Debo sacarlos cuando es el momento.
—¿Debes escribirlo cuando la persona muere?
Asintió mientras estudiaba su obra de arte.
—Pero, ¿por qué estos nombres en particular? ¿Qué significan?
—Están en la sala de espera, y sus nombres tienen que ser escritos antes
de que puedan ser llamados. De lo contrario, el doctor jamás los verá.
—¿Y cómo sabes quién es quién? ¿Puedes leerlos? —Me condujo a
nombres en particular antes. Tenía haberlos leído.
—No tengo que leerlos, señorita Charlotte. Me dicen quienes son cuando
pregunto.
Sabía que sería una remota posibilidad antes de venir, pero esperaba al
menos un poco más. Y poder unirlo con lo que Fresa me había dicho. De
hecho…
—Entonces, Fresa me dijo que los nombres son importantes por una
razón. Que estás escribiéndolos‖para‖mi‖hija.‖Para‖Beep… Elwyn. ¿Es cierto?
Parpadeó como si lo hubiera confundido. Acercándose más a la pared.
Pasó un dedo gordo sobre uno de los nombres que había tallado. Pero no
respondió, y no quería presionarlo demasiado.
—Muy bien, Rocket —dije, metiendo una mano en mis pantalones.
Bueno, en el bolsillo, como sea—. Te mostraré la puerta.
—Todo —dijo, con la voz repentinamente muy apagada—. Todo.
Dejé el cristal divino, caminé a su lado, y examiné el nombre que trazaba.
Estaba en árabe, un lenguaje que conocía, pero no podía leer. El otro estaba en
español. El de abajo, en coreano.
—¿Todo? –pregunté.
—¿Qué pasará cuando él se enteré de lo que has hecho?
—¿Quién? No, espera. ¿Qué he hecho?
—El hijo —dijo, con voz triste. Abatido—. El sol no puede casarse con la
luna.
—Rocket. —Lo giré para que me mirara. Fue como darle vuelta a una
pulidora de hielo. No con el volante, sino parándose en el hielo frente a esta y
empujarla—. Cuando dices que el sol no puede casarse con la luna, ¿te refieres
al sol en el cielo?
Sacudió su cabeza. —No, señorita Charlotte. Él es el hijo, el hermano y el
padre. Es el destructor y la oscuridad. Él es todo.
—¿Entonces no soy yo el sol en tu metáfora? —pregunté, más que un
poco decepcionada—. ¿Soy la luna? —Simplemente había supuesto que el sol
era una referencia a mi brillante luz. ¿Cómo demonios conseguí ser la luna?
Entonces recordé que amaba la luna, y estuve feliz de nuevo.
Rocket colocó sus manos en mis brazos. —No le diga lo que ha hecho,
señorita Charlotte.
El chico jamás había conocido su fuerza. Sus dedos mordieron mi piel, y
cuando me sacudió, mis dientes castañearon.
—No le diga jamás. El hijo es el más peligroso de los tres.
—¿Los tres? —pregunté entre el castañeo de dientes–. ¿Los tres dioses de
Uzan? —Lo miré boquiabierta—. ¿De eso estás hablando?
—Él es el más peligroso, señorita Charlotte. Quemará al mundo y todo
en él. Convertirá las montañas en cenizas y los océanos en sal. Y no quedara
nada más que el polvo en el viento.
Oh, amaba esa canción.
Me soltó, y supe al momento en que lo hizo lo que iba a suceder.
Desapareció. Salté hacia adelante para intentar agarrarlo, para intentarla dejarlo
conmigo un poco más de tiempo, pero se había ido al momento en que me di
cuenta que podría haber excedido mi marca. Tropecé hacia adelante y me
agarré de la pared opuesta. Con mi cara.
Mi cara había pasado por mucho últimamente, y el día apenas y
comenzaba.
Me froté la mejilla y recordé lo que Rocket había dicho. Nada de eso era
un buen augurio para el mundo, pero Reyes jamás haría eso. Su hija vivía en
este mundo. Él jamás lo quemaría hasta dejarlo en cenizas. Jamás lo destruiría.
A‖menos‖que…‖iba de regreso al sótano para hacer mi escape, cantando
“Dust‖in‖the‖Wind”,‖cuando‖me‖detuve‖a‖mitad‖de‖las‖escaleras.‖A menos que,
se enterara de lo que hice.
Me cubrí la boca con la mano, de repente preocupada de que se enterara
de la verdad. Entonces, recordé que no tenía ni idea de que podía conllevar esa
verdad o por qué le importaría a Reyes. ¿Tenía algo que ver con el cristal divino
y el hecho de que estaba cargando por ahí un portal entero para otra dimensión
en mi bolsillo? No hice nada más que atrapar a un diablillo malévolo dentro de
la dimensión infernal. ¿Qué tanto podría molestarse?
Rocket ni siquiera vio el cristal divino, y había estado tan emocionado.
Sentí que se lo quité, de alguna forma. Como si le hubiera quitado un poco de
emoción.
Será a la próxima.
No fue hasta que salí por la ventana del sótano que algo más de lo que
dijo me golpeó. La luna. En mi idioma original, mi idioma celestial, había una
palabra que sonaba más como lo que diríamos “la‖luna”.‖Sonaba‖un‖poco‖como‖
dtha-muhna. Sería como comparar dunas, como si fuera la palabra luna, y luna,
con muhna7. ¿Podría haber sido eso lo que estaba diciendo? Las palabras
sonaban similar, pero el significado era completamente diferente.
La palabra dtha-muhna en mí idioma podría ser usada para un montón de
cosas, pero todas se resumían a un simple concepto: la idea de una sola
presencia omnisciente en la vida. Y, más específicamente, una que toma a
voluntad. Como un homicida. O un asesino. O un verdugo. En el reino celestial,
la única comparación que podía ocurrírseme sería el ángel de la muerte.
Pero no era ninguno de esos. Los dioses no tomaban vidas. La daban. La
creaban, incluso. O al menos eso fue lo que crecí creyendo. Pero entonces, miré
a los dioses de Uzan. Parecían ser capaces de nada más que destrucción y
muerte. Seguramente no era eso Rocket lo que quería decir.
Le dejé la salsa a una muy agradecida Cookie y traté de desechar la idea,
pero siguió en el fondo de mi cabeza todo el camino a la estación, donde tenía a
policía al que acosar. Dos, de hecho.
Al menos, Beep estaba a salvo. Podía estar agradecida por eso. ¿Verdad?

7 En el original, compara Luke con look, de mirar; y moon de luna, con muhn.
Traducido por NnancyC
Corregido por Daliam

Creo que la senilidad va a ser una transición bastante suave para mí.
(Hecho real)

Beep está a salvo.


Repetí ese mantra una y otra vez, segura que si lo decía lo suficiente, lo
creería.
—Hola allí —dije, haciendo mi voz tan profunda y sensual como pude.
El oficial Taft levantó la vista del papeleo que había estado llenando en su
ordenador. O jugando Pac-Man. Fue difícil notarlo. Lo atrapé justo cuando
inició su turno, a sabiendas de que quizá sería la única vez que pudiera antes de
que se aventurara a salir para hacer de nuestras calles un lugar más seguro.
—Davidson —dijo, mirando a su alrededor para asegurarse de que nadie
se diera cuenta que hablaba con él. Era tan susceptible acerca de su reputación.
Y, francamente, no era tan grande—. ¿Ella está aquí?
Strawberry Shortcake, alias Rebecca, era la hermana pequeña de Taft.
Estuve jugando a la mensajera durante algún tiempo, y mientras me encantaba
la posición, los beneficios apestaban.
—Quiero un aumento —dije, sentándome sin ser invitada en la silla junto
a su escritorio.
—No te pago.
—Exactamente.
Su boca se volvió una línea delgada por su cara cuando regresó a lo que
estaba haciendo. No era feo. En absoluto. Engordó, de hecho. Comenzó a
levantar pesas. O comer más rosquillas. Era difícil de diferenciar. De cualquier
manera, se veía bien. Mayor. Más poli. Especialmente con sus agudos ojos
azules y corte militar oscuro.
—Ella está bien —dije en respuesta a la pregunta clave que quería
formular.
Me dio su atención de nuevo. —¿De verdad? No se siente, ya sabes,
¿sola?
—Por favor. Esa chica nunca conoció a un extraño, incluso en el más allá,
y hay definitivamente seres que debería evitar allí.
—¿Está en peligro? —preguntó, alarmado.
—No, Taft. Está perfectamente segura y portándose mal con Rocket y la
pandilla. —Me di cuenta de una foto que salía de debajo de un formulario—.
¿En qué trabajas?
Siguió mi mirada y recogió el montón de papeles antes de que pudiera
ver mejor. —Nada.
—Bien. Así que, estoy trabajando en el caso Adams, y noté en el informe
que tú fuiste el primer oficial en la escena.
—¿Estás en el caso Adams? ¿El novio te contrató?
—Taft, sabes que no te lo puedo decir. Te ves bien, por cierto.
Se echó hacia atrás en su silla y cruzó los brazos sobre el pecho. —Está
bien, permíteme tenerlo.
—¿Qué? —Algunas personas eran tan recelosas.
—La única vez que dices que me veo bien es cuando quieres algo.
—Eso es taaan incorrecto. —Lo era, en realidad, pero yo podía discutir
con un parquímetro—. Solo quiero tener una idea de lo que piensas del caso.
—Haz tu propia investigación, Davidson.
Volvió a presionar teclas, comiendo los puntos y las frutas, y siguiendo
con un discreto puño. Casi me impresionaba. —Ni siquiera le eché un vistazo a
la tuya. He sido contratada. En serio. Me van a pagar y todo. —Tenía la
esperanza—. Y tengo permiso de los de arriba para entrevistarte.
Dejó de jugar y dirigió una sonrisa dudosa a mí. —¿Qué tan de arriba?
—Arrib-ita. ¿Medi-ecito?
—¿Por qué no molestas a tu tío?
—No es su caso. Es de Joplin. Joplin me odia.
—No me puedo imaginar por qué.
—¿Cierto? ¿Entonces, el coche?
—Bien, ¿qué pienso? —Me entregó una carpeta de archivos, apoyó los
codos en los brazos de la silla, y entrelazó los dedos—. Creo que una mujer
hermosa e inteligente sufrió una muerte horrible a manos de su novio celoso.
—¿En serio? —Abrí el archivo. Contenía solo su reporte. Pero aún tenía
que leerlo, ya que no se encontraba en el archivo que Parker me pasó—. ¿Estás
conectando al novio a esto?
—¿A quién más? ¿Has visto la montaña de evidencia contra él?
—No he visto nada de eso. —Y no lo hice. No literalmente.
—Sus huellas se hallaban en el coche.
—Ellos salían.
—Las huellas estaban en la sangre, Davidson. Después de que el
incidente se produjo. En más de un lugar.
—Encontró el coche. Abrió la puerta y tocó la sangre, la cual se
encontraba aparentemente en todas partes, cuando la buscó.
—¿Qué hay que buscar? Él abrió la puerta. Ella no estaba en el coche. El
coche se hallaba empapado en sangre. Él, también.
—Había un saco de dormir en el asiento trasero. Pensó que podría estar
allí. Se arrastró dentro para comprobarlo.
—Así que, ¿se arrastra a través de cubos de sangre para comprobar un
saco de dormir que podría haber comprobado yendo por el otro lado y abrir la
otra puerta?
Tenía un buen punto, pero había una explicación. Simplemente no le
decía cuál era. Este argumento debería presentarse en juicio. La manija de la
puerta era complicada y solo se abriría con el mando a distancia. Los seguros
interiores de las puertas no funcionaban en él. Si no averiguaban de eso por su
cuenta, lucirían incompetentes, y eso siempre ayudaba.
Le devolví el archivo. —Eso es todo circunstancial.
Taft se inclinó hacia delante y jugó su mejor carta. —Él lo ha hecho antes.
Después de cuidar de no mostrar mi sorpresa, evalué sus emociones. No
me mentía. —¿Qué quieres decir?
—¿Siquiera has comprobado los antecedentes de este tipo? Cumplió tres
años. Se declaró culpable de homicidio involuntario.
¿Homicidio involuntario? Maldición. Parker no mencionó esa parte.
Haría mi trabajo más difícil, pero no imposible. No me importaba lo que el
chico hizo en su vida pasada. Era inocente de matar a Emery Adams.
—Así que, por eso ustedes están adelantando el arresto tan rápido.
—Una motivo bastante bueno, si me preguntas. Una vez que un
asesino…
—Un homicidio involuntario está muy lejos de asesinato.
—Fue directamente responsable por la muerte de otra persona. Si eso no
es asesinato...

Sintiéndome más mal equipada para manejar este caso de lo que me


sentí, volé de regreso a la oficina para comprobar el progreso de Cookie y hacer
algunas verificaciones de antecedentes por mi cuenta, todo el tiempo tratando
de descubrir la manera de acercarme a un dios sin ser detectado. Si uno o
ambos de los dioses de Uzan se apropiaban de los seres humanos y desechaban
los cadáveres, lo quieran o no, tenía que ser detenido más pronto que tarde.
Esto ya no solo se trataba de Beep.
Bueno, era sobre todo acerca de ella, pero las personas estaban muriendo,
y no podía dejar de sentir un poco de culpa. Habíamos sido advertidos, Reyes y
yo. Nos dijeron que no consumáramos nuestra relación, aunque es cierto que no
nos avisaron hasta que el hecho fue realizado. Varias veces. En más de una
ubicación. Y en una variedad de superficies.
—Me alegro de que estés aquí —dijo Cookie, corriendo hacia mí. Me dio
un archivo sobre Lyle Fiske. Después de mi conversación con Taft, temía
mirarlo.
—Por lo tanto —dije, considerándola esperanzadamente—. ¿Pulgar hacia
arriba o hacia abajo?
—Es discutible. Voy a decir que después de lo que me contaste de él,
toma todo lo que leas aquí con pinzas.
—Lo haré.
Leí por varias horas de la plétora de información que desterró sobre Lyle
Fiske y Emery Adams antes de hacer mi propia investigación sobre el tercer
engranaje que simplemente no encajaba. ¿Por qué Parker se hallaba tan
convencido de la inocencia de Fiske? ¿O se trataba de algo más? ¿Y por qué dejó
a propósito afuera el homicidio involuntario del archivo de Fiske? Sin duda lo
hizo a propósito.
Cookie se marchó para recoger a Amber de la escuela mientras leí hasta
altas horas de la tarde. Fiske era un presidente de la fraternidad en la
Universidad de Nuevo México. Un niño murió en un accidente de novatadas a
su cuidado, y sucedió en la época en que las novatadas de fraternidad ardían
debido a los medios de comunicación, activistas y políticos. Para hacer un
ejemplo de él, el juez lo condenó a cinco años por homicidio negligente. Salió
antes por buen comportamiento.
Sus antecedentes penales harían más difícil que un jurado lo absolviera
sin importar cuánto Nick Parker tratara de sabotear el caso. Y a su carrera en el
proceso.
Una búsqueda en el sistema informático de ADA mostró que estuvo en la
misma fraternidad que Lyle. Dijo que eran viejos amigos de la universidad.
Falló en mencionar la conexión de fraternidad. O el accidente de novatadas.
Una búsqueda general de información no reveló mucho sobre el padre en
duelo de Emery, aparte del hecho de que realizó un par de malas inversiones de
negocios en los últimos años. ¿Quién no las hizo? Todavía no podía creer que
Martian Barbie no prosperó.
Descubrí que Emery había querido ser enfermera cuando comenzó la
universidad. Específicamente, una enfermera de traumatismo. Terminó
logrando su título en medicina, pero pasó a obtener un doctorado en
administración de hospitales.
Conducía al límite de velocidad. Pagaba sus cuentas a tiempo. Incluso
terminó informes antes de tiempo.
Me senté de nuevo, de repente dándome cuenta qué pasaba. ¿Cómo
pude haber sido tan estúpida? Emery Adams era un robot enviado desde un
mundo alienígena para estudiar nuestras formas extrañas. Era evidente que se
perdía el punto de ser humano.
Le envié un mensaje de texto a Cookie para avisarle que iba a revisar el
coche de Emery. Casi me detuve en el restaurante para comprobar al
sinvergüenza hijo de Satanás, pero me contuve. No haría ningún bien, así que
conduje de vuelta a la estación.
Empecé mi investigación al acosar a un par de policías en el depósito
municipal, a continuación, me dirigí a donde mantenían el coche de Emery. El
que supuestamente se hallaba empapado de tanta sangre, que no pudieron
descifrar el verdadero color del interior hasta que revisaron el título del coche.
Visitaría la escena del crimen verdadera después. Anochecía, y el coche
fue encontrado en una zona remota. Una cosa acerca de Nuevo México:
teníamos nuestra parte justa de zonas remotas.
Enfrentándome a un guardia cascarrabias que tenía cero intención de
dejarme ver el coche, luché contra el impulso de recomendar intentar Rogaine.
El CIB ya había revisado el coche con un kit de análisis forenses bien detallados,
por lo que no era como si pudiera contaminar la evidencia.
Afortunadamente, Parker arregló que yo tuviera acceso completo a todo,
así que el chico no tuvo más opción que permitir que lo vea.
Por desgracia, no pasó mucho tiempo para que la sangre se estropeara.
El oficial encogió sus hombros redondos, encontró las llaves, y me llevó
hasta el coche tan lentamente como le fue posible. El olor me golpeó mucho
antes de que la realidad lo hiciera. Ni siquiera me encontraba lo suficientemente
cerca como para ver el interior. Tuve que parar, poner las manos en mis
rodillas, y tomar una respiración profunda.
—¿Estás segura de que quieres hacer esto? —preguntó el oficial. Tuve la
sensación de que no quería acercarse al coche más de lo necesario, tampoco.
Asentí con la cabeza, llené mis pulmones, y contuve la respiración
mientras le quitó el seguro al coche y dio un paso atrás, sin querer estar en
cualquier lugar cerca de ello cuando abrí la puerta.
Examiné el interior desde donde permanecía, con la esperanza de que
Emery siguiera adentro a la espera de que alguien que pudiera ver los difuntos
se presentara y así poder decirles quién la mató. ¿Era esperar demasiado?
Aparentemente.
No estaba por ningún lado. Probablemente cruzó en el momento en que
dejó su cuerpo inmóvil.
Hablando de eso... si el asesino dejó toda esta sangre al descubierto,
claramente habiendo matado a alguien en el interior, ¿por qué llevarse el
cuerpo? Lyle descubrió el coche esa noche alrededor de la medianoche. Tal vez
el culpable había planeado volver por el coche y botarlo. ¿Por qué más dejarlo a
la intemperie de esa manera? A menos que el cuerpo tuviese algún tipo de
evidencia incriminadora, pero si al asesino le preocupaba tanto la evidencia, sin
duda sabría que el coche estaría cubierto de incriminaciones de todos los
tamaños y formas.
Sin embargo, no había ninguna. CIB no encontró ninguna evidencia que
señalara a alguien que no sea Lyle Fiske. Ninguna otra huella dactilar. Tampoco
fibras sospechosas o pelos sueltos. Yo no podía caminar a mi cocina sin dejar
alguna clase de prueba incriminadora atrás. Podía encontrar cabello en lugares
que nunca visité en mi vida. Y sin embargo, no encontraron ninguno en el
coche. ¿Ni siquiera de su padre? ¿Su mejor amigo? ¿Un compañero de trabajo?
Además de la sangre, el coche estaba prístino.
Así que, naturalmente, cualquier cosa que Fiske había tocado o
derramado parecería altamente sospechoso. Y Taft dijo que lo hizo antes. Había
matado antes.
Me mordí el labio, luché contra una oleada de náuseas, y di un paso aún
más cerca. No me equivoqué. Fiske no hizo esto. Pero quien sea que lo hizo
sabía un montón sobre la investigación de una escena del crimen. Suficiente
para hacer un buen trabajo en cargarle un muerto.
Abrí la puerta. Tal vez fue porque no comí en mucho tiempo o estuve
estresada por Beep o me maltrató un niño grande, pero mi cara una vez más se
dirigió directamente hacia el suelo. Esta vez por su propia cuenta.

—¿Estás bien? —preguntó el oficial, mientras extendía un vaso de papel.


Estábamos en una jaula que contenía armas, municiones y gabinetes de
archivos. Olía a metal, polvo y pólvora, que era mucho mejor a como el coche
de Emery había olido. Temí que Eau du Muerte nunca se quitara. La simple
idea hizo que mi estómago se apretara una vez más, y luché contra las ganas de
vomitar con todo lo que tenía. Fallé.
El oficial pateó un bote de basura de metal hacia mí cuando caí de
rodillas e hice los sonidos de arcadas más humillantes que jamás escuché de un
hombre o bestia. Hicieron eco en el metal que de alguna manera amortiguó y
amplificó los sonidos al mismo tiempo.
Haciendo caso omiso de la risa que venía de afuera de la jaula —andaban
varios policías rondando— me limpié la boca en una manga y me eché hacia
atrás en la silla. Por lo menos ahora tendría algunas cosas interesantes de qué
hablar la próxima vez que jugara Yo nunca He.

Cookie me envió un mensaje diciendo que se llevaba algunos archivos a


casa y que pasara a recogerlos cuando entrara.
El señor Adams mencionó que Emery era muy cercana a su abuelo. Si
alguien la acechaba o si recibió alguna amenaza, podría ser el único al que le
diría.
A pesar de que se hacía tarde, conduje a la Comunidad de Retiro
Morningwood, sonaba como si hubiera sido diseñado por un botánico caliente.
Por extraño que pareciera, la señora Allen del complejo ahora también vivía
aquí, con su caniche, Príncipe Felipe, alias PP.
Me detuve en la oficina para dejar saber a los administradores quién era
yo y qué hacía allí, aunque los residentes tenían sus propios apartamentos. Esto
era alojamiento asistido, pero no como un hogar de ancianos, por lo que era
agradable.
La recepcionista dibujó mi ruta en un mapa que señalaba el apartamento
del señor Geoff Adams padre. Le pregunté acerca de la señora Allen también,
pero me dijo que la señora A. estaba en el hogar de ancianos, debido al hecho
de que le gustaba llevar a PP a dar paseos y a veces terminaba en Alameda
Boulevard en su camisón y medias. Para verla, tendría que volver durante las
horas de visita y firmar en el edificio siguiente.
Hice una nota mental para volver lo antes posible y luego me dirigí hacia
la casa del señor Adams padre.

Originalmente pensé que el nombre del centro de retiro era extraño, pero
manejar a través de las unidades de vivienda lo confirmó. Entré en
Morningwood Lane. Giré a la izquierda en Pussy Willow Drive. A la derecha en
Peter Pepper Place. A la izquierda en Cockscomb Court. Y finalmente a la
derecha en Wang Peonías Way.
Oh, sí, esta comunidad fue definitivamente planeada por un botánico
cachondo.
Una parte de mí esperaba que Emery estuviera con su abuelo. Si eran tan
cercanos como dijo el señor Adams y su abuelo era de edad avanzada,
posiblemente incluso enfermizo, pudo haberse quedado alrededor de él. No
hubo suerte.
El señor Adams padre era un hombre robusto en sus tempranos setenta,
que solo vivía en el centro porque ya no quería cuidar de un patio.
—Ellos hacen todo —dijo, y me entregó una taza de café; el líquido
amenazaba con derramarse sobre la parte superior con su temblor.
El duelo le cubría como una capa. Me preocupaba que se fuera cuesta
abajo ahora que su nieta había fallecido.
Trató muy duro para hacer que todo parezca normal. Como si no se
estuviera desmoronando por dentro. —Ellos hacen todo el trabajo del jardín.
Toda la cocina. Tenemos que ir a la cafetería, pero la comida no es del todo
mala. Toda la limpieza. Es-es grandioso aquí.
A medida que se quedó en silencio, su mente consumida por la tristeza,
lo estudié más. Tenía una cabeza llena de cabello gris plateado y el bronceado
de un granjero. Llevaba pantalones cortos en el invierno y un suéter del club de
campo. Y su dolor fue tan arrollador, que tuve que bloquearlo antes de
desmayarme. De nuevo.
Regresó de nuevo al presente y se pasó una mano por la cara. —Hay un
campo de golf y canchas de tenis en esta calle.
Asentí. —Señor Adams, ¿Emery le comentó algo acerca de estar
preocupada? ¿Tal vez alguien la seguía o llamaba y colgaba? —Dejé que una ola
de dolor lo recorriera cuando contuvo las lágrimas con todas sus fuerzas antes
de continuar—: ¿Cualquier cosa que pudiese sugerir que estaba en peligro?
Sus hombros se sacudieron, y tosió en un pañuelo.
—Ella‖no…‖no,‖no‖que‖yo‖sepa‖ —dijo cuándo se recuperó—. Nunca me
mencionó nada.
—¿Pareció preocupada o ansiosa últimamente?
Al principio negó con la cabeza, y luego pensó en ello. —De hecho, sí.
Durante las últimas semanas, pareció distraída. Disgustada, incluso.
—¿Dijo por qué?
—No, y no insistí. Solo dijo que tenía algunos problemas en el trabajo.
—En el hospital.
—Sí. Era la administradora. —Su rostro se suavizó con orgullo—. La más
joven en su haber.
—Leí eso. Debe haber estado muy orgulloso de ella.
—Cariño, esa chica me hizo orgulloso cada vez que daba un paso. Era la
niña perfecta, lo cual fue algo teniendo en cuenta su infancia.
—¿Su infancia?
—Oh, ya sabe. Solo cosas de todos los días, supongo. ¿Necesita una
recarga?
Cambiaba el tema, especialmente desde que no había tocado mi café
todavía. —Señor Adams, cualquier cosa que me pueda decir, no importa que
tan insignificante o intrascendente parezca, puede ayudar a encontrar a quien
hizo esto.
Bajó la cabeza. —Es mi culpa, en realidad. Debería haber sido más duro
con el niño.
—¿El niño?
—Mi tocayo. Mi hijo. Él no tiene la fuerza de voluntad que tenemos
Emmy y yo. He trabajado duro por lo que tengo. Quería una vida mejor que la
que yo tenía para mi hijo. Averigüé que tenía cabeza para los negocios y tuve
mucho éxito a una edad muy joven. Así que, Junior creció queriendo nada. Creo
que…‖ bueno,‖ mi‖ mujer,‖ que‖ en‖ paz‖ descanse, me advirtió una y otra vez que
dejara de consentirlo, pero yo estaba tan ocupado, y solo fue más fácil ceder.
—Por lo tanto, creció siendo alguien privilegiado.
—Creció siendo consentido. Nunca tuvo la determinación que Emmy y
yo tuvimos. Siempre fue una empresa fallida tras otra. Finalmente renuncié a
invertir dinero en sus proyectos. Su matrimonio se derrumbó. Entonces la
madre de Emmy murió.
—¿Murió? —pregunté.
—Cáncer de mama. Era una buena mujer. Un poco cabeza dura, pero era
una buena cabeza. Emmy era lo mejor de los dos. Inteligente y creativa. Una
buena solucionadora de problemas. No tenía miedo del riesgo, pero siempre
pesó sus opciones y se le ocurría un plan. Una pensadora, esa era ella. Una
pensadora real.
—Y por eso se convirtió en una gran administradora.
Asintió. Me levanté de la silla para mirar las fotos en la repisa de su
chimenea, mientras luchaba con otra ola de dolor. Tenía varias fotos de Emery
al crecer. Era hermosa. Cabello rubio oscuro largo. Ojos amplios, curiosos. El
dolor de él me afectaba, vertiéndose en mi caja torácica y disolviendo mis
huesos.
—¿Puede pensar en alguna otra razón por la que podría haber estado
disgustada últimamente?
—Como dije. El chico.
—¿Su padre? ¿Él la había disgustado?
—Siempre la disgustaba. Una vez más, él no es la persona más estable.
Sus papeles fueron cambiados casi toda su vida. Ella tenía que ser la
responsable, mientras que él se iba a pique en esta empresa o aquella. Ella no
tuvo una infancia, de verdad. Tuvo que crecer demasiado rápido. Y a través de
todo, a través de cada cosa que Emmy pasó, nunca me pidió nada.
—¿Era independiente, incluso de niña?
—Oh, sí. No me dejaría hacer nada extra para ella. Cuando pertenecía a
las chicas exploradoras, todos los años me dejaba comprar tres cajas de galletas,
como todos los demás que eran adictos a Thin Mints. No aceptaría favores.
Cuando iba a la escuela secundaria, su padre logró comprarle un coche.
Recuerdo su cara. Se veía tan emocionada, pero solo Dios sabe cuán ilegal era
esa transacción.
El rostro del señor Adams se ensombreció.
—Y sin embargo, cuando él perdió todo dos meses después en un
proyecto Ponzi y tuvo que empeñarlo, ella ni siquiera vino a mí. Ni siquiera
pidió ayuda para recuperar su coche. Dos mil dólares. Perdió un coche de
quince mil dólares por una deuda de dos mil dólares. Yo llevaba esa cantidad
en mi bolsillo delantero.
Alarmada, le pregunté—: ¿Está seguro de que es prudente?
Me mostró una cálida expresión. —¿Quiere saber la peor parte?
Asentí pese a que medio no quería.
—Ni siquiera se sintió triste. No le decepcionó. En tercer año de la
secundaria perdió a su coche, y no estaba ni un poco agitada. Nunca esperó
mantenerlo tanto tiempo como lo tuvo, tan acostumbrada a ser defraudada. Tan
acostumbrada a ser decepcionada. Tan acostumbrada a venir en segundo lugar
a todo lo demás en la vida de él.
—¿Por qué era así? —pregunté, más preocupada de lo que pensaba que
iba a estar—. ¿Por qué no aceptaría dinero de usted? Es familia.
—Le pregunté eso una vez. Me dijo que vio cómo miraba a su padre, a
mi hijo, y nunca quiso que la mirara de esa manera.
Sus últimas palabras fueron tan entrecortadas que eran difíciles de
descifrar. Rompió a llorar. Sus hombros temblaban. Una fuerte mano sobre sus
ojos.
Le permití llorar de pena, sabiendo que era mi señal para partir, pero
había una cosa más que no terminaba de creer.
Cuando se recuperó lo suficiente como para continuar, le pregunté—:
Señor Adams, esta va a ser una pregunta muy delicada, pero si usted tiene tanto
dinero, ¿por qué está viviendo en este apartamentito en un centro de retiro? No
estoy segura de creer el argumento del trabajo de jardín. Usted podría pagar un
centenar de jardineros.
—Hace aproximadamente dos años, justo después de que Emmy
consiguió su trabajo en el hospital, decidí que no quería desperdiciar ni un
centavo en mí mismo y mis estúpidos hábitos de consumo. Me retiré y liquidé
todo. Junté cada moneda que tenía y lo puse en un fondo fiduciario para Emmy.
En el día que me muera, se suponía que ella conseguiría millones. Quería que
todo fuera para ella. —Rompió a llorar de nuevo, y le tomó un momento
decir—: Nunca esperé vivir más que ella. ¿Cómo algo como esto es siquiera
justo?
No lo era.
Después de que acompañé al señor Adams al comedor del centro para la
cena, le di las gracias y me dirigí a casa. Era tarde, y oler la comida en el
comedor parecía ayudar a mi apetito a encontrar su camino de regreso a mí
después de su reciente hiato. Creo que fue a Escocia.
El señor Adams era un hombre maravilloso, y yo estaría comprobándolo
cada vez que viniera a ver a la señora Allen.
Traducido por Val_17
Corregido por Miry GPE

Si una puerta se cierra y otra se abre,


probablemente tu casa está embrujada.
(Pegatina de parachoques)

Entré en el apartamento sabiendo muy bien que el señor Farrow se


hallaba allí. Lo sentí mientras subía las escaleras a pesar de que ahora teníamos
un ascensor.
Después de poner mi bolso en el suelo, lo busqué. —Creo que
deberíamos hablar de lo que está pasando.
Casi levantó la vista de su escritorio. —¿Por qué? ¿Qué está pasando?
—Nada. Ese es el problema.
No acostumbraba a ser ignorada. Bueno, en realidad sí, pero no por
Reyes, y sin embargo, Reyes lo estuvo haciendo durante varios días. Me
perturbaba de la misma manera que el hecho de que las sales de baño se
comieran la piel de las personas. Muy extraño y preocupante.
—¿Estás viendo a alguien más?
Lo dejé conmocionado. La expresión de su cara me lo decía, tenía que
confiar en ello dado que ya no podía descifrar cada una de sus emociones.
Quizás eso me molestaba más de lo que imaginé. El hecho de que ya no podía
leerlo con tanta precisión como lo hacía antes. Como si un campo eléctrico
estuviera jodiendo mis sensores. Dándome lecturas erróneas.
—Tuve amnesia. Me imaginé que podrías haber encontrado a alguien
más en ese tiempo. Ya sabes, alguien que fuera menos trabajo y más diversión.
—Mis pensamientos fueron a la señora Abelson. Me burlé de ella porque era de
tan alto mantenimiento, pero tal vez yo también lo era. Quizá Reyes solo
necesitaba jugar videojuegos con sus amigos y fumar un poco de hierba. Para
relajarse. Para superar el estrés de vivir con esta servidora. Yo era exactamente
igual a ella.
—Mira, sabes que si alguna vez necesitas jugar videojuegos y fumar
marihuana, puedes decírmelo, ¿verdad?
—¿Estás drogada?
—No.‖ Hablo‖ en‖ serio.‖ Ya‖ sé…‖ sé‖ que‖ puedo‖ ser‖ un‖ poco‖ demasiado‖ a‖
veces. Entendería si necesitas un descanso.
—De acuerdo. Bueno, gracias por la oferta, pero estoy bien.
—¿Entonces qué es lo que te molesta?
—Nada.
—Bien. De acuerdo, entonces por qué no‖hemos…‖ya‖sabes.‖—Me encogí
de hombros para que pudiera captar la indirecta.
—¿Por qué no nos hemos encogido de hombros?
—No. Tenido sexo. ¿Por qué no hemos tenido sexo? Es decir, hace una
semana‖no‖podías‖quitarme‖las‖manos‖de‖encima‖y‖ahora…‖oh,‖Dios mío. —La
comprensión me golpeó. En el plexo solar. Lo bastante duro para dejarme sin
aire.
—Te gustaba más con amnesia.
—¿En serio? —preguntó, divertido.
—Solo‖tú‖puedes‖responder‖eso.‖¿Por‖qué‖no‖has…?‖¿Por‖qué‖no‖est{s…‖
yo…?
—¿Feliz y contento? Lo estoy.
Soplé un mechón de pelo de mis ojos. —Déjame entender esto. No tienes
intención de decirme qué ocurre. No quieres hablar de lo que pasa. Y vas a
dejar que siga creyendo que he hecho algo horrible antes de que me lo
confieses. Incluso si, por ejemplo, ¿te restrinjo? ¿Para forzarte a hacerlo?
—Lo único que vas a forzar a salir de mí bajo el confinamiento de las
restricciones es un orgasmo.
¡Por fin! —Así que, ¿estarías abierto a que te restrinja por mi propio
placer sexual?
—Totalmente abierto.
—¿Y sería algo que disfrutarías?
—¿Quién no lo haría?
—Entonces,‖¿por‖qué‖no‖hemos…?‖Quiero‖decir,‖¿qué‖nos‖detiene‖de…?
Esto no iba a ninguna parte. Yo no era una persona tímida. Sabía hablar
sin rodeos. Un poco demasiado bien. No podía recordar la última vez que
utilicé mi filtro interno. Pasó tanto tiempo que olvidé dónde lo escondí. Pero
cuando se trataba de Reyes Alexander Farrow, perdía todo mi sentido de
rudeza. Me volvía cauta. Era tan diferente a mí.
Respiré hondo y volví a empezar. —¿Por qué no me has tocado?
Se acercó y empujó mi codo.
—Qué gracioso, pero sabes a lo que me refiero.
—Te estoy dando tiempo.
—¿Tiempo para qué? ¿Lecciones de Origami?
—Te estoy dando espacio.
—¿Espacio para qué? ¿El elefante que he tratado de adoptar? —Miré
alrededor—. Va a necesitar un área de juego bastante grande.
—Estoy seguro.
—Solo dime qué te molesta. —¿Acaso lo sabía? ¿Sabía que era un dios y
que yo sabía que era un dios y que tenía la única cosa en el universo que podría
atraparlo por toda la eternidad? Crucé los dedos para que no fuera así.
Después de un largo momento de contemplación, soltó el aire que estuvo
conteniendo. —Nada me molesta, Holandesa.
—Eso es todo —dije, pisoteando y preparándome para embestir. De
forma metafórica—. Si no me lo dices, me voy a mudar con Cookie.
—¿De nuevo?
Apreté los dientes, pisoteé hacia nuestro dormitorio, agarré un bolso de
viaje, y metí un cepillo de dientes, algunos artículos de ropa que no coincidían y
un‖ camisón‖ de‖ dormir‖ que‖ decía‖ “Condúcelo‖ como‖ si‖ lo‖ hubieses‖ robado”.‖
Entonces, sin decir ni una palabra, marché hacia la puerta, la abrí, y tenía toda
la intención de cerrarla de un portazo tan fuerte que sacudiría todo el edificio,
cuando lo escuché decir—: No dejes que la puerta te golpee el culo al salir.
Horrorizada, me detuvo a medio balanceo. O lo intenté. Le puse tanta
energía al asunto de la puerta que seguía viniendo a pesar de mis deseos. Me
volteé de regreso a Reyes. Y fue entonces cuando mi cara encontró otro objeto
contra el que estrellarse.

—Me voy a mudar —dije, pasando a Cookie cuando abrió la puerta.


—¿De nuevo?
—Hablo en serio esta vez, Cook. Ese hombre es imposible. —Señalé en la
dirección general de nuestro apartamento en caso de que no supiera de quién
hablaba.
Pero antes de que pudiera formar otra palabra, noté un olor
particularmente apetitoso en el aire. —¿Qué es ese olor? —pregunté,
olfateando.
Soltó una risita nerviosa. —¿Qué olor? No hay ningún olor. —Se movió
hacia la cocina como si me impidiera la entrada. Ella podría ser más grande,
pero yo podía taclear a un jugador de futbol de cien kilos dada la motivación
correcta.
Entonces lo comprendí. La verdad. La traición. Jadeé. Y la miré
boquiabierta. Y la fulminé con la mirada. Por, como, muchísimo tiempo, hasta
que se derrumbó como la traidora cobarde que era.
—Tenía hambre —dijo, sus hombros desinflándose con vergüenza.
—¿De verdad?
—Andabas fuera haciendo lo que sea que haces.
—¿La Satilla?
—Y no tenía ganas de cocinar.
—¿Conseguiste chiles rellenos de La Satilla?
—Solo unos pocos.
—¿Y no sentiste la necesidad de mencionarlo?
—Iba a hacerlo. Lo juro. Pero todo sucedió muy rápido.
—Sabes lo que me hacen sus chiles rellenos.
Finalmente apareció su sonrisa descarada. —También conseguí
sopapillas fritas.
Dejé caer mi bolso y me froté las manos. —Parece que me mudé justo en
el momento correcto.
Ella se rió mientras íbamos a la cocina y empezábamos a organizar el
festín. Amber se acercó con Quentin a cuestas, que sonreía mostrando un
hoyuelo; ambos tan encantadores como siempre.
—Hola, tía Charley —dijo, y me dio un rápido abrazo—. ¿Te mudas de
nuevo? Vi tu bolso.
—Sí, lo hice.
—Genial. —Hizo señas todo el tiempo que habló para el beneficio de
Quentin, luego se giró hacia él y le explicó, con movimientos rápidos y
silenciosos.
Quentin se rió y dijo que yo tenía un tornillo suelto. Como literalmente.
Hizo‖las‖señas‖de‖“tornillo‖suelto”.‖Me‖abalancé,‖atac{ndolo‖por‖su‖insolencia,‖
usando eso como excusa para darle un gran abrazo de oso. Me devolvió el
abrazo, envolviendo sus largos brazos a mi alrededor. Era un muy buen
abrazador.
Después de la reunión, ambos se prepararon un plato y se dirigieron a la
sala de estar.
—¿Debería hablar con ella esta noche? —le susurré a Cook.
—Nop. Tenemos un poco de tiempo para decidir cómo hacerlo.
Asentí.
—¡Oh! —gritó Amber por encima del hombro—. Seguimos trabajando en
el video. Tenemos una pista que vamos a comprobar ahora, pero tiene más de
ochocientas mil visitas.
—¡Eso es tan genial! —le grité en respuesta.
Cookie cerró los ojos con horror. —Eso es tan malo.
Me reí y esperé a que el tío Bob entrara. Percibí su estado de ánimo. Lo
pude sentir al momento en que se bajó de su auto tres pisos más abajo.
—Oye, tú —dije cuando entró y colgó su abrigo.
—Oh, hola, calabaza. ¿Mudándote de nuevo?
Por segunda vez en los últimos minutos, conseguí el primer abrazo. —Sí.
He nombrado a tu sofá Fabio.
—Fantástico. Se ve como un Fabio.
—¿Cierto? Rubio y acogedor, con colinas y valles en todos los lugares
correctos.
—Pero sabes que tenemos siete mil habitaciones ahora. No tienes que
dormir en el sofá. —Dio la vuelta a la isla para darle a su esposa un abrazo. Y
un beso. Un beso muy largo que podría o no tener lenguas involucradas.
Luché contra mi reflejo nauseoso y finalmente interrumpí. —Entonces,
¿qué está pasando?
—No mucho.
—Pareces agitado.
Apartó su mirada de Cook para mirarme. —Nop. ¿Amber está en casa?
Confundí a Cookie con el comentario agitado, pero se recuperó
rápidamente. —Sí. Ella y Quentin están comiendo en la sala de estar. Trabajan
en un caso.
—Un caso, ¿eh?
—El video.
—Ah —dijo mientras se preparaba un plato.
—¿Ella se encuentra en problemas?
Él se detuvo y levantó la vista hacia mí. —¿Por qué estaría en problemas?
—No sé. Es solo que pareces agitado. Y ella es una adolescente. Todo
encaja.
—No, Charley, Amber no está en problemas. El día que esa niña nos dé
un minuto de problemas será el día que cuelgue mi placa.
Bufé y me encontraba a punto de darle una recopilación de los grandes
éxitos de las aventuras de Amber Kowalski cuando Cookie se aclaró la garganta
y me miró por detrás de la espalda de Ubie.
—Oh, cierto —articulé. Afortunadamente, Ubie estudiaba la comida. Le
di una señal de pulgar hacia arriba y cambié de tema—. ¿Ya interrogaste a
Joplin?
—¿Por qué interrogaría a Joplin? Esto huele increíble.
—Porque él es el detective en nuestro caso.
—Exactamente. Tu caso. Interrógalo tú.
—Me odia.
—Odia a todo el mundo.
—Es verdad.
Él se calmaba. Cookie le provocaba eso, pero no hacía que su agitación
anterior fuera menos preocupante. Lo que tuviera sus plumas erizadas podía
esperar. Probablemente era relacionado con el trabajo, de todos modos.
Ordenó las revistas de la mesa, y se sentó a comer. Los tres en la mesa.
Los niños en la sala de estar investigando un vídeo de una niña poseída.
Éramos como las secuelas de una familia nuclear. Solo me sentía un poco
culpable por comer sin mi lindo marido. Por otra parte, él estaba a una espátula
de distancia de ser un chef fidedigno. Podía arreglárselas solo.
Amber regresó por unos segundos y le dio un abrazo. —Hola, Ubie. —
Comenzó a llamarlo‖Ubie‖porque‖llamar‖a‖su‖padrastro‖“tío‖Bob”‖sonaba‖mal‖en‖
todo tipo de niveles. Estuve de acuerdo de todo corazón.
Le dio un beso en la mejilla, agarró otro chile relleno, junto con más
patatas fritas y salsa, y se dirigió de nuevo a la sala de estar. Antes de que
desapareciera por completo, dio una vuelta en U y asomó la cabeza por la
puerta. —Casi lo olvido. A un blogger conocido por el nombre de SpectorySam
le gustaría una entrevista contigo.
—¿Conmigo? —pregunté.
—Sí. Sobre el video. Quiere hacer una función entera y está bastante
seguro de que puede ponerlo en el periódico Huffington Post.
Si no pensara que Cookie se desmayaría, habría dicho que sí. —Muy
bien. Dile que no doy entrevistas en este momento y que se ponga en contacto
con mi agente. Me hará sonar importante.
—Está bien —dijo ella con una risita mientras se iba saltando.
—Esa chica debería estar en el mundo del espectáculo —le dije a Cookie.
—Oh, diablos, no.
—No en calidad de niña-estrella. Esos pobres niños. Sino más bien como
un extra en un comercial de Tide.
Sus cejas formaron una continua línea dura. Luché contra la urgencia de
toser‖ y‖ decir‖ “uniceja”‖ por‖ detr{s‖ de‖ mi‖ puño.‖ Era‖ tan‖ infantil.‖ El‖ verdadero‖
truco era hacerlo durante un estornudo. Los estornudos eran más difíciles de
falsificar.
—Voy a pensar en ello —dijo. Mentía.
—Entonces, ¿qué creen que está haciendo? —pregunté.
Tío Bob miró su reloj. —Maldita sea. —Tomó un billete de cinco dólares
y lo puso sobre la mesa.
Cookie lo tomó y lo movió entre sus dedos, haciéndolo bailar y dar
volteretas como si hubiera ganado la lotería.
—¿Qué ocurre? —pregunté.
—Venciste tu récord por cinco minutos —dijo él.
—Te lo dije. —Cookie se retorció de emoción en su silla.
—¿Qué demonios? —pregunté, fingiendo estar ofendida.
—La última vez que no comenzaste preguntando por él, preguntando
qué hacía, rogando para que fuéramos a pedirle prestada una taza de azúcar
para ver cómo se encontraba, fue por un total de treinta y cinco minutos —
explicó.
—Rompiste tu récord —dijo Cookie, lagrimeando—. Estoy tan orgullosa
de ti.
—Oh, sí, ustedes son graciosísimos. Me reiré por un minuto. —Apuñalé
mi relleno y empujé una enorme pieza de comida en mi boca justo antes de
decir—: No, en serio, ¿qué creen que hace?
Sin importar cuánto rogué, ninguno de los dos fue al otro lado del pasillo
—eran como tres metros— para comprobar a mi amado. Y me negué a caer en
el acecho, el cual podría hacer muy bien incorpóreamente, pero sentí que eso
sería hacer trampa. Además, me sentía bastante segura de que él sabría si
estuviera flotando por todo el apartamento, siguiéndolo. Porque eso no es raro
en absoluto.
Así que, me preparé para dormir y aterricé en los brazos de Fabio.
No era tan cooperativo como recordaba. La última vez que dormí con él,
se acurrucó a mi alrededor, empujó sus pliegues en mis caderas, me dejó
meterle mano a sus cojines. Esta vez se hallaba frío y duro, y había una barra de
metal entre los cojines que trataba de clavarme. Me moví de un lado a otro,
deseando haber aceptado el alojamiento más acogedor de Ubie. De todos
modos, no podría dormir.
Mientras yacía allí, contemplando el caso, a Emery Adams, a los dioses
de Uzan, a Beep y mi irritable marido, me di cuenta que se me olvidó decirle
que me seguían tres hombres en una furgoneta.
Oh, bueno. Ellos iban en una furgoneta. ¿Qué tan peligrosos podían ser?
Traducido por Miry GPE
Corregido por Julie

Me encanta preguntarles a los niños qué quieren ser cuando sean


grandes.
Sobre todo porque aún estoy en busca de ideas.
(Meme)

Me desperté con el olor a café y tocino chisporroteando, pero la


naturaleza llamaba. Entré en la habitación de las pequeñas niñas a responderle
y cepillarme los dientes. Cuando entré en la cocina, Cookie aún se hallaba en su
bata, revisando el correo electrónico en su teléfono.
Presioné mis labios y luego me dirigí a la cafetera. —No sé cómo sucedió
esto, pero creo que acabo de comer loción.
—Mi ex es todo un imbécil.
—¿Cómo es que nunca lo he conocido? —Tomé una taza de café del
armario de tazas. Era como una caja mágica llena de dispositivos fabricados
específicamente para contener la sangre de mi enemigo. O café. Ellas eran
igualmente capaces de ambos.
—Él dijo que no.
—¿Cómo se atreve? —dije, actualmente en el papel de apoyo personal.
—Quiero decir, estoy bastante reacia yo misma, pero él solo dijo llana y
simplemente que no.
—Podríamos demandarlo —ofrecí, entrando en el papel de asesor legal.
Me apoyé contra la encimera y tomé el más grande trago que pude; de café, no
de la sangre de mi enemigo; sin necesidad de atención médica por quemaduras
de tercer grado en mi boca.
—Romperá el corazón de Amber.
Me enderecé y me metí en el papel de Mejor Amiga por Siempre de toda
la vida. —Oh diablos, no. ¿Dónde está tu bate de béisbol? Él tiene rótulas,
¿cierto?
—Podría llegar a eso. Es como si dijera no a cosas solo para castigarme.
Utiliza su privilegio de custodia compartida como un arma contra mí,
completamente desinteresado en lo que eso le hace a Amber.
Di un paso hacia ella. —Lo siento, cariño. ¿Qué sucede?
—Le hablé de la Escuela para Sordos de Nuevo México y que Amber
quiere ir. Él dijo que no. Punto. No le permitirá estar expuesta.
—¿Expuesta? —pregunté, completamente ofendida, y ni siquiera era
sorda—. ¿Expuesta a qué? ¿Una cultura rica en historia y tradiciones? ¿Un
grupo orgulloso y poderoso de personas que tienen que aguantar más mierda
en un día de lo que los demás aguantamos durante todo un año? Quiero decir,
¿que incluso trató de pedir una pizza a través del relé? Una pesadilla.
—Exactamente. Ella podría aprender mucho.
Me puse en mi mejor postura de mafioso y pregunté—: ¿Quieres que
hable con él?
Se rió suavemente. —No. Yo lo haré. Puedo hacerlo. Además, la última
vez que ayudaste, Fredo, hubo peces muertos apareciendo por toda la ciudad,
solo que esos fueron regalos envueltos y entregados por Pappadeaux. Nos costó
una fortuna.
—Oye, al menos entregué el mensaje. No quieren meterse con nosotros. Y
conseguimos unas hermosas tarjetas de agradecimiento en respuesta.
—No creo que así sea como funciona.
—Espera, ¿por qué Fredo?
—Hablaré con él yo misma.
—¿No es ese el que se disparó en la cabeza por órdenes de su propio
hermano?
—Probablemente tendré que ceder en otra cosa que él quiera. Solo Dios
sabe lo que podría ser.
—¿Qué? —pregunté, de repente muy interesada—. ¿Así que manipula
situaciones como ésta para conseguir que se acepten otras cosas?
Me miró y parpadeó. —Eso es en lo que se basan los matrimonios.
—Está bien, pero ¿no te divorciarse de él?
—Ese no es el punto.
—Porque, si no, deberíamos mencionárselo al tío Bob.
—¿Me tomas el pelo? Tengo planes para ese niño. Él nunca será el mismo
después de que haya terminado con él.
Me reí. —No lo dudo ni por un microsegundo.
—Él se fue temprano, por cierto.
—¿El tío Bob? Sí, lo escuché.
—No. El señor Farrow.
—Ah, sí. El señor Smexy. La desgracia y dicha; mayormente dicha; de mi
existencia.
—Sabes, podrías hacer algo loco y hablar con él. Ábrete un poco. Dile
acerca de ya-sabes-quién y el ya-sabes-qué.
Ni idea de lo que hablaba. —Lo he intentado. Anoche. Él es el más terco,
más firme, cabeza‖de‖chorlito…
—Todos sinónimos del mismo concepto. Uno que, me atrevo a decir, se
aplica también a ti.
La miré boquiabierta.
—Solo a veces —agregó—. Tal como ayer cuando pediste un burrito y te
trajeron una hamburguesa. Fuiste totalmente flexible.
Tenía un punto. Hice estiramientos antes de entrar. Hice unos cuantos
largos para calentar. Siempre soy más flexible después de un buen
calentamiento. Incluso podría hacer splits si la situación lo exigía. Y era
sorprendente la frecuencia en la que la situación de hecho lo exigía.

Sentí ojos en mi nuca mientras caminaba a la oficina.


Me pasa mucho eso. Esos sentimientos espinosos de que alguien me
observa. Lo extraño es que alguien lo hacía. Podría haber sido el hombre del
Vaticano. No lo comprobé desde que regresé. Pensé, que tal vez, el Vaticano lo
despidió. Su identidad fue revelada, después de todo. Pero ahora me lo
preguntaba. La persona no me era familiar, así que sabía que no era Garrett.
Podía sentirlo cuando se encontraba cerca. Podía sentir a Cookie, Ubie y
Gemma. Tenían una vibración muy distinta. Una esencia distinta que ahora
reconocí. No, esto era otra persona. Quizá más de uno.
Finalmente encontré la fuente. Los tres amigos estaban de regreso. Su
minivan verde lima se encontraba como a media cuadra. Tuve la sensación de
que no tenían mucho dinero para invertir en su pasatiempo de acechadores. O
experiencia siguiendo a la gente.
Antes de que pudiera hacer algo al respecto, sentí una presencia más
familiar. Divisé a la niña sin hogar que vi ayer por la calle. Se hallaba apoyada
en‖Boyd’s‖con‖la‖misma‖ropa,‖pero‖tenía‖sus‖cosas‖con‖ella.‖Por suerte regresó a
conseguirlas. Me sentía preocupada de que alguien más pudiera llegar a ella
primero.
El señor Boyd salió entonces. En el mar de gente bulliciosa aquí y allá, en
su mayoría estudiantes universitarios que trataban de llegar a clase, él la alejaba
del grupo. Se acercó a ella. Intentó entregarle otro yogur y jugo. También tenía
una manzana, y yo no podría haber salido con una metáfora más apropiada si
alguien me hubiera pagado.
Sin decir nada, poco a poco me acerqué a ellos. Sabía que el señor Boyd
coqueteaba con chicas universitarias, entre más jóvenes mejor, todo el día todos
los días. Pero esto era diferente. Esta chica no podría tener más de quince. Y,
honestamente, el tipo se encontraba en sus cincuenta con un enorme bigote
negro y un vientre del que Jabba el Hutt estaría orgulloso. ¿Qué diablos le hacía
pensar que alguna de esas jóvenes estaría interesada en él? ¿Él realmente
deliraba?
Reduje la velocidad cuando la niña negó con la cabeza hacia él, tiró de la
correa de su mochila sobre el hombro, y se giró para alejarse. Se giró hacia mi
dirección y me vio al instante, pero me encontraba demasiado ocupada dándole
al señor Boyd una mirada maligna como para ofrecerle un hola.
—¿Qué? —preguntó, dando un paso hacia mí.
Bajé la cabeza y di otro hacia él. Luego otro hasta que estaba entre Boyd y
la niña. Si quería una confrontación, conseguiría una. Estuve esperando por una
oportunidad para darle un pedazo de mi materia gris. Todo serpenteante y
cubierto de baba.
Antes se llegar a eso, notó a un par de personas viéndonos. Las cosas
podrían ponerse rápidamente pegajosas por un pervertido cazando tan cerca de
un campus universitario. Retrocedió, lanzando las manos hacia arriba y
entrando de nuevo a su tienda.
Cuando me giré para saber de la chica, esperaba ver su espalda
alejándose por la calle, poniendo tanta distancia entre nosotros como pudiera.
En su lugar, la encontré justo donde la dejé. Su chaqueta negra y el cabello
negro le daban un aspecto más gótico de lo que supuse que era, teniendo en
cuenta que llevaba una manta rosa con ella y una mochila.
—¿Esto es de tu parte? —preguntó, sacando un billete de diez de su
bolsillo delantero. Era todo el dinero que tenía ayer cuando lo escondí en sus
cosas.
—No. —Empujé mi bolsa más alto en el hombro—. No llevo dinero en
efectivo.
Sus párpados se estrecharon cuando me estudió. —Gracias —dijo de
todos modos, no creyéndolo.
Tenía que trabajar en mi argumento de venta. Nadie compraba lo que
vendía estos días. Tal vez perdí mi toque. O lo dejé en Nueva York. Demonios.
Tendría que volver a por él.
¡Viaje en carretera!
—¿Tienes hambre? —pregunté, señalando el hecho de que el Frontier se
encontraba apenas a dos cuadras.
Miró hacia atrás y luego se encogió de hombros. —Podría comer.
Me preguntaba por qué no había comprado ya algo de comer. Temblaba
de hambre. O de miedo. Podría ser el miedo lo que causaba que su cuerpo
delgado temblara.
—Vamos. Estoy hambrienta.
Afortunadamente, a pesar de que ya había tenido un adorable desayuno
gracias a Cookie Kowalski-Davidson de huevos crudos y tocino quemado, dejé
espacio para las papas y salsa casera de Reyes. Solo en caso de que una termine
en mis brazos mientras tomaba un atajo a través del restaurante, rechacé la ruta
escénica a través de la cocina, luego me dirigí hacia las escaleras. Era extraño
con qué frecuencia me pasaba ese tipo de cosas.
Ordenamos el desayuno y luego navegamos por el laberinto que era el
Frontier para encontrar una mesa tranquila en la parte muy atrás de la
habitación. En el momento en que encontramos un lugar, nuestro número
apareció en la pantalla.
—Voy por él —dije, esperando que no cambiara de idea y saliera
corriendo por la puerta trasera que estaba a tres metros de nosotros.
Se encontraba incómoda, pero con hambre. Su mirada iba de un plato a
otro, mientras esperamos en la línea para ordenar.
—Bueno, esto luce increíble —dije cuando llegué. Le pasé el jugo de
naranja y el plato de desayuno número uno, mientras que mordisqueé un lado
de la carne adovada con un lado de carne adovada. Uno nunca podría tener
demasiada carne adovada.
—Así es —dijo, su expresión cautelosa haciendo un giro de ciento
ochenta grados y yendo de cabeza a la lujuria.
Ella me agradaba.
—Así‖ que…‖ —dije, tomando pequeños bocados. Sobre todo porque no
tenía ni un poco de hambre—. ¿Tienes nombre?
Vaciló, luego me dio su nombre real. Me preocupaba que no lo hiciera. —
Heather.
—Encantada de conocerte. Soy Charley.
Extendí la mano para tomar la de ella y estrecharla formalmente. Me lo
permitió y luego regresó a devorar su comida.
—¿Me puedes decir lo que sucede?
—¿Lo que sucede? —preguntó, metiéndose un buen bocado en su
pequeña boca.
—¿Por qué vives en las calles? Hay lugares más seguros en los cuales
vivir, sabes.
—Cierto. —Tragó y bebió la mitad del jugo en la primera ronda.
—¿Entonces puedes decirme tu edad?
—Dieciocho.
Le di un momento y luego pregunté—: ¿Me puedes decir la edad que
tienes realmente?
Se detuvo y me miró desde debajo de sus pestañas, tratando de decidir si
podía confiar en mí.
—Creo que debí mencionar algo antes de invitarte a desayunar. Tengo
un súper poder.
Dejó el tenedor y se preparó para huir.
—Puedo sentir las emociones de otras personas. —Cuando solo me miró
de soslayo, tratando de averiguar mi juego, continué—: Noto cuando alguien
tiene miedo. O cuando son culpables de algo. O cuando están enojados.
—No estoy enojada.
—Pero tienes miedo. Podía sentirlo desde una cuadra de distancia.
—¿De verdad?
—De verdad —dije lo menos amenazante posible, manteniendo mi tono
ligero y mis acciones lentas, como si estuviera totalmente desinteresada en el
hecho de que se encontraba constantemente alrededor de medio segundo de
saltar—. Y no tienes dieciocho.
—¿Por qué te importaría? —preguntó, de repente defensiva.
—Haces que me sea difícil respirar.
—¿Qué?
—Cuando alguien se siente tan asustado como lo estás, todo el tiempo
como tú, mi pecho se tensa y aplasta mis pulmones. Eso hace que me sea difícil
respirar.
—¿Cómo el asma?
—Muy parecido al asma —concordé, a pesar de que estaba segura de que
el asma era mil veces peor, pero fue una buena analogía—. Tu comida se enfría.
Se burló. —La comida fría sigue siendo comida.
—Buen punto —dije riendo suavemente.
Eso fue suficiente para tranquilizarla. Tomó el tenedor y siguió
comiendo.
—¿Nueve? —supuse, a propósito insultándola.
Sacudió la cabeza. —Doce.
Maldición. Aún más joven de lo que creía. La idea de un niño solo de
doce años de edad, en las calles de Albuquerque me impactó.
—Así que, este súper poder —dijo mientras apuñaló un huevo—, ¿lo
usas para el bien o para el mal?
Oh sí. Me agradaba mucho. —Es algo que depende del día. No me
decido entre los dos, dependiendo del clima. He de decir que el mal es más
divertido.
Se rió, el sonido un poco demasiado entrecortado, su voz un poco
demasiado ronca, como si recientemente hubiera estado enferma.
—Ahora las cosas difíciles. ¿Porque estás asustada?
—No lo estoy —dijo; sus barreras se dispararon a su alrededor.
—Mis pulmones no mienten, y te encuentras a punto de ahogarme. —Me
agarré la garganta con ambas manos—. En serio. No. Hay. Mucho. Tiempo.
Mientras me hundía lentamente en mi silla, ella frunció el ceño. Tomó
otro bocado. A continuación, preguntó—: ¿Estás jugando conmigo?
—No. —Me enderecé—. Tal vez un poco, pero no te mentiré. Adelante.
Pregúntame lo que sea.
Se echó hacia atrás, me dio otra mirada, luego señaló a otro cliente. —
¿Qué es lo que siente ese tipo?
Lo miré. Era un tipo como un universitario nerd, pero realmente apuesto,
con un cuerpo a juego, y la chica que se sentaba con él era más como la reina de
belleza que friki de la ciencia. Estudiaban. Él mayormente le daba tutorías. —A
él le gusta la chica.
—Demasiado obvio —dijo decepcionada.
—Dame un segundo. Me estoy esforzando.
Sonrió y esperó.
—Realmente le gusta, pero apuesto a que no sabe que a ella él le gusta aún
más.
—No me lo creo.
—Totalmente.
La mujer se inclinó hacia él cuando le mostró cómo encontrar el área
entre dos curvas, cualquiera que fuera la maldita finalidad de eso. Lo curioso de
la situación era que ella no aprendía nada. Como si ya supiera lo que él le
enseñaba.
—Santo Bob Esponja —dije, parpadeando por la sorpresa cuando
conseguí la imagen completa. Me incliné hacia Heather y susurré—: Ni siquiera
necesita su ayuda. Lo contrató porque está enamorada de él. Puedo sentirlo
emanar de ella.
—De ninguna manera —dijo Heather, tan sorprendida como yo.
Pero cuanto más miraba al chico, más entendía. Era un muñeco. —Ellos
harán bonitos bebés inteligentes juntos algún día.
—¿También puedes ver el futuro?
—No. Eso es solo una conjetura.
—Oh —dijo, incluso más decepcionada que antes. Empezó a jugar con la
comida, su mente a mil kilómetros de distancia.
—Hay algo más que no te dije. Soy investigador privado.
Me miró, y vi el pánico establecerse.
—Nadie me contrató para encontrarte —me apresuré a explicar—. Mi
oficina está justo en esta calle. Como dije, puedo sentir tu angustia, y tengo
recursos. Lo que sea, o quien sea, que te atemoriza, puedo encontrar una
manera de ayudar.
Su risa, más como una burla, le provocó un ataque de tos. Cuando se
recuperó, dijo—: Nadie me puede ayudar. Es demasiado tarde.
La preocupación se disparó a través de mí. ¿Se moría? ¿Estaba enferma?
O peor, ¿con cáncer?
—¿Por lo menos puedo intentarlo? —pregunté—. Soy muy buena
ayudando a la gente.
—Pensarás que es estúpido y me enviarás de regreso.
—¿De regreso?
Se mordió el labio y se dejó caer en su silla. —Al hogar. Soy la número
diez. Soy la siguiente, y moriré pronto.
Traducido por rihano
Corregido por Marie.Ang

Estoy bastante segura de que, si me dan una capa y una linda tiara,
podría salvar al mundo.
(Hecho verdadero)

Supongo que debería haber estado agradecida de que estuviéramos


llegando a alguna parte, pero su inminente muerte era un poco perturbadora.
¿Ella tenía acceso a una prominente lista de asesinos? ¿Una mesa de proyectos
de un asesino serial? ¿Un libro de recortes de un psicópata? ¿Cómo podía saber
tal cosa?
—¿Qué te hace decir eso, cariño?
Su puño se apretó alrededor de su tenedor, y solo podía esperar que no
fuera del tipo violento. Me aparté solo en caso. Me gustaba el número de huecos
en mi cara en el momento.
—Es la maldición —dijo, tosiendo de nuevo—. Me estoy enfermando
como todos los otros.
—¿Los otros? —pregunté. Esto no iba a ninguna parte buena.
—Vivo en un hogar de niños. Otros nueve chicos enfermaron y
murieron. Nueve en los últimos siete años. Y ahora tengo los mismos síntomas.
Ese es el por qué hui. —Las lágrimas amenazaban con pasar sus gruesas
pestañas—. Lo llamamos la Maldición de Harbour House, y soy la siguiente, y
no hay nada que nadie pueda hacer al respecto. —Levantó la mirada hacia mí—
. Ni siquiera tú.
Un miedo tan palpable, que podía saborearlo se derramaba de ella. Me
estiré y puse mi mano sobre la suya. No la apartó, lo que me sorprendió.
—Hay tres cosas equivocadas con tu teoría.
Se apartó después de todo. —Sabía que no me creerías. Los adultos
nunca lo hacen.
—Primero —dije, alcanzándola para atraerla hacia mí—, ¿recuerdas toda
la cosa del súper poder? Sé que no estás mintiendo.
No mencioné el hecho de que solo podía sentir cuando alguien sabía que
estaba mintiendo. Si ella creía que estaba maldita, cierto o falso, no mentía.
—Segundo —dije, soltando su mano pero dejándola cerca—, nunca me
has conocido. No tienes ni idea de lo que soy capaz. —Demonios, ni siquiera yo
misma lo sabía, así que era muy seguro que ella no lo supiera—. Tengo una
manera de averiguar cómo resolver los problemas más imposibles. Incluso los
que nadie cree que pueda hacerse algo al respecto.
Por primera vez desde que se sentó, la esperanza brilló en su linda cara.
—Y tercero —dije, levantando su barbilla hasta que su mirada se
encontró con la mía de nuevo—, quien sea que crea que puede poner
maldiciones en niños y salirse con la suya nunca me ha conocido, tampoco.
Tragó con fuerza y preguntó—: ¿Realmente crees que puedes detenerlo?
—Haré todo en mi poder para detenerlo, y tengo mucho poder.
Sonrió y se reclinó en su silla, su futuro de repente no tan grave como
había pensado antes.
—Quiero decir, no puedo volar o algo así. O detener una bala. Sin
embargo, detuve un cuchillo una vez. Con mi pierna. Todavía tengo las
cicatrices si quieres verlas.
Eso al fin consiguió sacarle otra risita. Suave y ronca, demasiado áspera.
En verdad quería que la revisara un doctor, pero no me encontraba segura de
cómo seguir con esto sin llamar atención no deseada. De seguro, había alertas
por todo el estado.
Y de ninguna manera podría dejarla para defenderse por sí sola. Ni
podía llevarla a la estación. La enviarían de vuelta al hogar antes de que la tinta
se secara en mis documentos de arresto, porque entonces la tendría que
secuestrar. No era una opción.
Hasta que tuviera tiempo para buscar en su historia, no regresaría a
Harbor House, lo que sonaba como el lugar para una película de terror. ¿Por
qué todos los lugares malos en las películas de terror tenían tales nombres
prometedores e inspiradores?
Pero todo esto llevaba a la pregunta de dónde colocarla. Con el caso que
ya teníamos y todo lo que estaba pasando con Cookie, Amber y el ex, no quería
cargar a Cook con nada más de lo que fuera absolutamente necesario. Una
fugitiva no podía ser buena para los niveles de estrés, sin importar lo dulce que
fuera.
Entonces se me ocurrió, y una lenta sonrisa se extendió por mi cara. —
¿Vas a confiar en mí? —le pregunté.
—Ya lo hago. Es tonto, ¿eh? Ni siquiera te conozco.
—No es tonto en absoluto. Solo quiero que te quedes con una amiga mía.
Es un poquito rara y mantiene un horario extraño.
—Me gusta lo raro —dijo, poniendo una cara valiente pero saltando ante
la oportunidad de salir de las calles. Debería haberlo sabido. Se sentía asustada
y sola.
—Perfecto —dije, ya repasando mi lista de cosas por hacer en donde
Heather se hallaba involucrada—. Pero primero, ¿qué dices si dividimos uno de
sus infames rollos dulces?
Su cara se iluminó, y asintió entusiastamente. La chica tenía buen gusto.

Tenía muchísima gente a la que entrevistar sobre el caso de Emery


Adams, y tenía la perfecta solución para mantener a Heather fuera de las calles
y a salvo. De alguna manera. Esperando que mi solución estuviera de acuerdo,
la encontré, alias mi amiga artista del tatuaje Pari, durmiendo, lo que explicaría
por qué no respondió mis mensajes de texto, o llamadas telefónicas, o a su
puerta cuando golpeé por diez minutos. Afortunadamente, sabía dónde
escondía la llave.
Después de dejar a Heather en la planta baja en la oficina de Pari con una
computadora, una gaseosa, y una bolsa a medio comer de galletas de chispas de
chocolate que encontré en un escritorio, fui escaleras arriba, esperando que Pari
hubiera ido a la cama con ropa. Existían algunas cosas que no necesitaba ver.
Su apartamento se encontraba encima del salón de tatuajes que tenía en
Central. Abrí la puerta lentamente, en verdad lento, para lograr el efecto
completo de cuanto necesitaban ser aceitadas las bisagras. Justo debajo de la
cabecera yacía un parche de grueso cabello marrón, así que o sus mechones
rebeldes necesitaban un minucioso cepillado cuando se despertara, o había
conseguido un gato.
Me dirigí de puntillas a su lado y encendí una lámpara. Era un poco
temprano para ella. Se mantenía despierta hasta horas tardías, algunas veces
trabajando hasta las dos o tres de la mañana. Pero necesitaba conseguir que
Heather fuera cuidada de forma rápida y callada.
—¿Qué demonios? —chilló cuando se dio cuenta de que me encontraba
parada sobre ella. Mirando. Preguntándome la mejor forma de despertarla—.
¡Apaga la maldita luz!
Enterró la cabeza más profundo en las cubiertas mientras yo estiraba una
mano y apagaba la lámpara, sabiendo que esto no le haría bien. Pari había
tenido una casi muerte cuando era una niña. Veía apariciones desde entonces.
No realmente como yo podía, sino, neblina y bruma donde un difunto debería
estar.
Pero conmigo, conseguía el efecto completo.
—Juro por Dios, si no‖apagas‖esa…
Creo que se dio cuenta que era yo. Probablemente porque comencé a
reírme.
Apartó las cubiertas y se sentó de pronto. — ¡Chuck! —gritó antes de
cubrirse los ojos y caer hacia atrás—. Oh, mi Dios. Encuentra mis lentes de sol.
Los de calidad industrial.
Como si supiera cuál de sus lentes de sol eran los de calidad industrial.
Saltó y señaló a su mesita de noche. —Bolso. Bolsillo lateral. Apresúrate
antes de que mis retinas desaparezcan por completo.
Con otra risa, pesqué sus lentes y los puse en su mano estirada.
Se los puso y entonces se irguió de nuevo. —¡Chuck! ¿Dónde demonios
has estado?
—¿A qué te refieres?
Su cabello se hallaba aplastado en un lado y del tamaño de Texas en el
otro. —Has estado desaparecida por, como, un año.
—¿En serio? —dije, perpleja.
Inclinándose para un abrazo, me agarró y me jaló hacia la cama con ella.
—Esto es de alguna forma repentino —dije, soltando una risita de
nuevo—, pero está bien.
—Demonios, extrañé tu cara.
—En realidad, no puedes ver mi cara. Me dijiste que es solo un brillante
borrón blanco incluso con tus lentes.
—Entonces, extrañé tu borrón. ¿Hace cuánto regresaste?
—Una semana.
Se acomodó junto a mí, acurrucándose más cerca contra mi lado.
—Y aunque me encanta toda la cosa de la reunión —añadí—, así como
que estoy por completo en ello, de verdad, pero duermes desnuda.
—Así es —dijo, su cara‖“linda‖pero un‖poco‖cansada”‖transformándose
en una sonrisa completa—. Así es.
Luchó para salir de la cama y encontró una bata mientras yo luchaba
para sentarme.
—Y tienes una cama de agua —dije, perpleja de verdad esa vez.
—Uno de mis novios la dejó, y es demasiado pesada para moverla, así
que solo cedí a lo inevitable. De cualquier forma, soy una criatura del agua.
—Tú eres una criatura, eso es seguro.
—Oh, hombre, Chuck. —Me sonrió, y había olvidado cuanto la extrañé
hasta ese momento.
Me paré y la abracé de nuevo, y podía sentir la emoción brotando dentro
de ella. Como, verdadera emoción. Pari no era exactamente del tipo emocional
excepto cuando se trataba de sus intereses amorosos.
—Oye —dije, apartándola a cierta distancia. Era casi treinta centímetros
más pequeña que yo, con un cuerpo asesino y una actitud que emparejaba—.
¿Qué pasa?
—Yo quería ir. Estar allí.
—¿Qué? —La abracé de nuevo—. Detente. Yo era un desastre. Ni
siquiera podía recordar mi propio nombre, mucho menos el tuyo.
Cuando levantó la mirada hacia mí de nuevo, peleé contra la urgencia de
reírme por enésima vez. Se parecía a un insecto con sus enormes lentes de sol
de calidad industrial. Pero su dolor era real.
—Pensé que te habíamos perdido —dijo—. Y eres demasiado especial
para perderte.
—Me siento de la misma forma acerca de ti.
—Está bien. —Retrocedió y sorbió—. ¿Qué necesitas?
—¿Qué te hace pensar que necesito algo?
Frunció los labios y esperó a que lo dijera.
—Está bien, necesito que cuides a una chica sin hogar de doce años que
está tratando de escapar de una maldición que la matará pronto si no la
detengo.
Con los dedos cruzados.
Le tomó un momento, pero finalmente asintió. —Puedo hacer eso con
una condición.
—Dilo —dije, eufórica.
—La maldición. No es contagiosa, ¿verdad? Tengo suficiente mierda en
mi plato sin la muerte cerniéndose sobre mi cabeza.
—Se cierne sobre todas nuestras cabezas —le recordé, atrayéndola para
darle un abrazo.
—Supongo que sí.
—También, necesito que te metas en la computadora del ADA Nick
Parker, en la del trabajo y la de la casa, y veas que tiene sobre mí.
—Por supuesto que sí.
—Siento que viene una situación de chantaje. Y necesito que logres
ubicar a ese atractivo doctor. El que perdió su licencia por prescribir Oxy a sus
pacientes y luego comprárselos de nuevo.
—Está bien, pero no creo que él pueda conseguir nada más.
—No necesito Oxy, pero gracias. Heather ha estado enferma, y necesito
saber que está pasando con ella tan pronto como sea posible.
—Sí, sí, Capitán. ¿Estás segura que no quieres arrastrarte de nuevo en la
cama conmigo por un rato? Haré que valga la pena tu tiempo.
—Estoy segura de que lo harías. —Su oferta no sonaba ni la mitad de
mal, en realidad, con mi reciente voto forzado de abstinencia, pero prefería los
penes a las vaginas—. ¿Qué le pasó a Tre?
—Oh, todavía está por ahí. Pero no considera mis relaciones con las
mujeres como engaño.
—Eso es muy pervertido de parte de él.
—Ese es Tre para ti. Por cierto, ¿quién es Heather?

Después de que conseguí acomodar a Heather y le expliqué que haría


que un doctor viniera a verla mientras revisaba su situación raya maldición, la
dejé en las capaces manos de Pari.
Se hicieron buenas amigas una vez que Heather averiguó que Pari no
solo tenía un Xbox sino que también un PlayStation. Tendrían una fiesta.
Pasé por la oficina antes de dirigirme a entrevistar a algunos amigos y
asociados de Emery Adams, así como para mirar la escena donde su carro fue
encontrado. Cookie me informó de lo que averiguó esa mañana en el almuerzo,
alias, mi tercera comida del día, y no era ni siquiera el mediodía aún. Pero los
chicos de la minivan estaban de regreso, y quería que me siguieran dentro del
restaurante. A terreno familiar.
Reyes también se encontraba ahí, así que si básicamente estaba llevando
a las ovejas al matadero si intentaban algo. Valerie trajo nuestros platos
mientras yo leía el reporte sobre Geoff Adams Jr., el padre de Emery, que
Cookie me dio.
Todavía absorbía el dilema de Heather y tuve un momento difícil con
eso. —¿Doce? —preguntó, desolada—. ¿Cómo es eso siquiera posible? ¿Cómo
ha sobrevivido?
—No lo sé, cariño, pero lo resolveremos. Él tuvo una carrera muy
ecléctica.
Asintió. —¿Y ha estado enferma?
—Sí, pobre chica. Es por eso que necesito que averigües todo lo que
puedas acerca de Harbor House. Pari está pirateando sus archivos, pero quiero
saber lo que proyectan a la comunidad. Y quien hace la proyección. Si nueve
niños ya han muerto ahí en los últimos siete años, quiero saber por qué no ha
habido una investigación.
—Por supuesto. Ella podría quedarse con nosotros, sabes.
Di vuelta a la siguiente página. —Pensé en eso, pero tenemos mucho
pasando. ¿Quién la cuidaría? ¿Una pista de carreras? ¿En verdad? ¿Trató de
abrir una pista de carreras?
—Sí, aunque falló. ¿No vas a comer?
—Oh, cierto. —Tomé un mordisco de mis nachos y regresé a leer—. Un
salón de billar de alta calidad.
—Falló.
—Una cadena de restaurantes.
—Falló.
—Este tipo hundió una tonelada de dinero en un proyecto tras otro, y sin
embargo, todos fallaron miserablemente antes de que siquiera los levantara del
suelo.
—Ciertamente no tiene la cabeza para los negocios que su padre tenía.
Cada pocas frases, miraba hacia la oficina de Reyes. Había estado en el
teléfono desde que llegamos aquí, paseando de un lado al otro como un animal
enjaulado. Su mirada se encontraba con la mía ocasionalmente, en cuyo punto
bajaba mi cabeza y comenzaba a leer de nuevo.
Cookie recolectó una tonelada de artículos sobre el Sr. Adams. No me
había parecido un hombre así de descuidado. Así de despilfarrador, desaliñado
e irresponsable. Me pareció un ser más inteligente.
—Encuentro interesante que su padre, quien es tan experimentado como
puede serlo, invertiría dinero en un proyecto que no tenía oportunidad de sacar
beneficios. Y luego hacerlo una y otra vez.
—¿Por qué no la he visto en las noticias? —preguntó, incapaz de dejar el
tema. Debería haber traído a Heather a conocerla, por lo menos.
Reyes finalmente terminó la llamada. Me miró un largo momento, luego
se dirigió detrás de su escritorio, mirando algunos papeles, sus movimientos
agitados.
—Regresaré —dije, mientras Cookie preguntaba por los padres de
Heather—. Y esa es otra cosa que vas a averiguar para mí.
Asintió, todavía aturdida, mientras yo navegaba por los giros y vueltas
de las mesas y sillas para llegar a la oficina de Reyes.
—¿Qué pasa? —pregunté.
—Nada —dijo, sin levantar la mirada.
—Por supuesto que está pasando algo. Puedo sentir el calor saliendo de
ti como las flamas de un bosque en llamas. —Doblé mis dedos en el frente de mi
suéter, justo sobre mi corazón—. ¿Es Beep?
—No. Todo está bien. Solo es un asunto con uno de nuestros vendedores.
Mentía. No podía sentirlo, no de él, ya no, pero sabía que estaba
mintiendo. Mi propia rabia se agudizó.
—Si‖es‖Beep,‖tengo‖derecho…
—No lo es —dijo, su voz mortalmente tranquila.
Doblé mi otra mano en un puño a mi costado. —Es como si ni siquiera te
conociera ya.
Se detuvo y alzó la mirada hacia mí, su mirada curiosa. —¿Ya no me
conoces? ¿O ya no lo deseas?
—¿Qué? ¿Qué significa eso?
—Nada. Tengo que cocinar. Sammy llamó.
Rodeó el escritorio y salió, deteniéndose ligeramente mientras pasaba,
luego desapareció en la cocina. Me dejó frustrada y más confusa que nunca.
¿Qué había pasado en nuestro camino a casa desde Nueva York? Repasé todo el
mes que estuvimos ahí una y otra vez en mi cabeza. Cuando nos fuimos, todo
parecía bien. Casi perfecto, aparte del hecho que había averiguado que él fue
creado de un dios malvado. También, había atrapado a un demonio de otra
dimensión dentro de un infierno lleno con gente inocente. Y perdí a un amigo
mientras me encontraba en Nueva York. Un buen amigo.
Pero en el camino a casa, pude sentirlo apartándose. Y ahora me sentía
frustrada, preocupada y preguntándome por nuestro futuro más y más.
Traducido por Mary Warner
Corregido por Marie.Ang

Justo cuando piensas que tienes todos tus patos en fila,


alguien viene y te enseña la receta de
pato a la naranja y te das cuenta que puedes vivir sin uno o dos patos.
(Meme)

Caminé de regreso a nuestra mesa y me di cuenta que había dos, en


realidad. Dos grupos de hombres me seguían. Tenía la sensación de que no
estaban juntos. Pero parecían tener objetivos similares. Seguirme y grabar cada
uno de mis movimientos.
Un grupo era muy bueno en su trabajo. El otro, el Equipo Minivan, no.
Los divisé ayer, pero no tenía idea de cuánto tiempo había estado siguiéndome
el segundo grupo. Definitivamente no eran del Vaticano. Llevaba tiempo sin
ver al tipo del Vaticano. Podrían haberlo reemplazado por lo que hizo, pero
prefería dudar eso.
No, estos chicos tenían segundas intenciones, pero siendo un poco
franca, estaba cansada de siempre ser seguida. Y de ser frecuenciada. Pasé por
un lado del Equipo Minivan y escuche estática viniendo del regazo de uno de
los chicos.
O tenía serios problemas de vejiga, o me estaban frecuenciando. Nunca
antes había sido frecuenciada. No en público, de cualquier forma. No podía
decir si debía estar insultada o halagada.
Me detuve en su mesa. Les di a todos una minuciosa mirada. Habían
tres y una cola. Los tres hombres eran cercanos a mi edad, así que eran lo
suficientemente mayores para saber pero lo suficientemente jóvenes para no
preocuparse. Eran del tipo nerds clásicos. Uno incluso llevaba un protector de
bolsillo en su camisa abotonada. Pensé que salieron en los ochenta.
Dos de ellos tenían el cabello oscuro y lucían lo suficientemente similares
como para ser hermanos. Eran rechonchos y bonitos. El tipo de chico que
tranquiliza a tu madre cuando te va a recoger a una cita, solo para ser un
señuelo para tu cita real, el chico malo de la calle quien conduce su motocicleta
a través del vecindario a medianoche. O esa era mi experiencia, en todo caso.
El tercero era el que siempre conducía las veces que los divisé. Tenía
cabello castaño claro, demasiado largo al frente, y recortado a los lados.
También era el único que usaba un protector de bolsillo. Lo hubiera llamado
PP8 si el nombre no hubiera sido tomado por un poodle.
Me detuve en su mesa por cerca de un minuto, esperando a que uno de
ellos me mirara, absorbiendo el pánico que corría a través de sus venas.
Claramente no esperaron hacer contacto.
Finalmente, al unísono, alzaron la vista para mirarme, sus bocas
ligeramente abiertas, y no podía decidir si me temían o admiraban.
—¿Me están frecuenciando? —pregunté.
El medidor se estaba volviendo loco debajo de la mesa, y Protector de
Bolsillo intentaba frenéticamente apagarlo. Eso o se tocaba a sí mismo. Ninguno
de las dos era aceptable.
—Tristan —dijo uno de los hermanos—.‖ Solo…‖ —Sacudió la cabeza,
diciéndole que se rindiera con el juego.
Tristan, aunque me gustaba más Protector de Bolsillo, sacó el medidor
que medía campos electromagnéticos. A los caza fantasmas les gustaba usarlos
para detectar fantasmas, creyendo que ellos ponían frecuencias
electromagnéticas que podían ser detectadas. Después de tanto revolver, logró
apagarlo, entonces tuvo la decencia de lucir avergonzado.
—¿Por qué están aquí? —pregunté, aunque me hallaba muy segura de
saber la respuesta.
—Hay un video —dijo Tristan, su voz apagándose al ver mi expresión.
—Ah. Bien. Bueno, es increíble lo que pueden hacer con efectos
especiales estos días.
—Conocemos al chico que lo posteó —dijo uno de los hermanos.
—¿Y tú eres? —pregunté.
Saltó, y los otros dos hicieron lo mismo. —Soy Isaac. Este es mi hermano,
Iago, y nuestro audaz líder, Tristan.

8 Protector Pocket en el original


No estreché sus manos extendidas. Se miraron entre sí incómodos, luego
me ofrecieron asiento.
—Por favor, únetenos —dijo Isaac.
Cookie se encogió de hombros cuando la miré, preguntándome que
hacía. Alcé el dedo índice y decidí unírmeles.
—¿Entonces, conocen al chico que lo posteó?
Tristan asintió. —Él lo vio de primera mano. Dijo que estuvo allí cuando
pasó y ha estado obsesionado con fenómenos sobrenaturales desde entonces.
Empezaba a entender como era ser una estrella de rock. Todos me
miraban, sus caras llenas de admiración y reverencia.
—¿Es así como supieron dónde encontrarme?
—No —dijo Iago. Parecía más callado que su hermano—. Él no le diría a
nadie. Dijo que ha estado vigilándote y que tendrás un documental pronto.
Hijo de puta. —¿Puede siquiera hacer eso? —pregunté, tan ofendida que
era irreal.
—No lo sé —dijo Tristan—. Él va a intentarlo.
—Si quería mantenerme en secreto hasta que pudiera sacar su
documental, ¿Por qué posteó este video en primer lugar?
—No creo que esperaba que alguien te reconociera.
Iago asintió en acuerdo. —Estaba tratando de hacer ruido. Y ahora que
has sido identificada, está realmente molesto.
Mi ira creció varias muescas con cada palabra que salía de sus bocas. —
¿Tienen el nombre del tipo a quien voy a tener que matar?
Todos me miraron boquiabiertos, creyéndome.
Tristan lo dejó salir primero. —Solo su nombre en línea. Es conocido por
SpectorySam.
Hijo de puta. De nuevo. ¿Le estaba mandando correos electrónicos a
Amber tratando de conseguir una entrevista conmigo? No. De ninguna forma.
Si sabía tanto de mí, sabía exactamente dónde encontrarme. Le estaba
mandando mensajes a Amber por información oculta. Probablemente
engañándola diciendo esto o aquello. Tenía que llegar a la cima de esto y
rápido. Él podía tratar de encontrarse con ella.
—Entonces, déjenme poner esto claro. ¿Ustedes están aquí para sacarme
dinero también?
Sus ojos se ampliaron, era casi cómico.
—No —dijo Isaac—. Nunca.
Tristan se inclinó hacia mí, queriéndome hacer entender. —Somos más
como exploradores urbanos. No cambiamos nada. No hacemos nada que pueda
afectar el futuro.
—No lo entiendo —dije—. ¿Cuál es su propósito, entonces?
Tristan se rio suavemente. —Ardiente curiosidad.
—Pero la mayoría son cazadores —dijo Iago—. No exploradores. No les
agradamos. —Su mirada se disparó a la mesa de los otros cazadores que había
divisado más temprano—. La mayoría están en esto por la gloria y el dinero.
—Mayormente la gloría —dijo Tristan—. No hay mucho dinero en esto, a
menos que tengas un gran objetivo. —Dejó caer su mirada, avergonzado de
haber dicho tal cosa. Sentí la vergüenza arder a través de él.
—Mira, ¿Qué te hace pensar que soy el verdadero negocio? Ese chico está
mintiendo. Te lo garantizo.
—Sacaste un campo electromagnético —dijo Tristan.
Dejé salir una risa juguetona. —¿No lo hace todo el mundo?
Los tres sacudieron sus cabezas como si estuvieran coreografiados.
—Oh.
—No lo diremos.
—Um, ¿gracias? Pero no pueden andar siguiéndome, ¿de acuerdo?
—No‖est{bamos….
Los acuchillé con mi mejor mirada de escepticismo. Sus rostros cayeron,
pero asintieron, decepcionados.
—Solo se cuidadosa —dijo Tristan—. Los otros miembros del equipo no
son profesionales como nosotros.
Era un muñeco. No tuve el corazón para decirle que tenía una cola. Una
sombra. Un difunto que se ancló para seguirlo. Todo el tiempo que habíamos
estado hablando, el hombre muerto, quien llevaba una camisa de fuerza nada
menos, estuvo de pie detrás de Tristan, mirándolo con su rostro lleno de rabia.
Pero no dijo nada, y yo no quería entablar una conversación justo entonces.
—No te preocupes por mí. Puedo cuidarme sola.
—Sí, he visto la cinta.
Pensé que debía decir adiós. Reyes ya había mirado a través de la puerta
de la cocina varias veces, preguntándose qué pasaba, así qué les deseé lo mejor
y decidí hacerle una visita al otro equipo mientras estaba en ello.
Desafortunadamente, no tuvieron la decencia de lucir preocupados
cuando me detuve en su mesa. Tenían un aura completamente diferente. Se
hallaban pulidos, con cortes limpios, y cortes de cabellos costosos e incluso
aparatos más caros, especialmente en comparación con el equipo de Tristan.
Me detuve en su cabina. Los miré. Los encontré carentes de espíritu y
carácter.
Tristan y los hermanos eran apasionados con lo que hacían.
Estos chicos, por otra parte, los cuatro, eran privilegiados. Expectantes. Y
estaban en esto por el dinero. Podía ver el hambre de la caza en sus ojos.
Querían atraparme haciendo algo tan malo que podían saborearlo. ¿Entonces,
qué? Venderlo a la estación local de noticias, ¿pagarían ellos siquiera por algo
como eso? ¿Algo que los haría lucir como idiotas?
No se hallaban en lo más mínimo sorprendidos de que me hubiera
detenido en su mesa, pero yo sí lo estaba. Mientras más miraba, más crecía la
sorpresa.
—Tú eres SpectorySam —le dije al que se encontraba sentado más cerca
de mí.
Se había estado escondiendo debajo de una gorra de béisbol. Se la quitó y
me dejó ver su rostro. Mi mandíbula cayó. Todo tenía sentido ahora.
—Tú, imbécil —le dije.
Uno de los miembros del equipo inmediatamente sacó una pequeña
cámara para filmar nuestra interacción. Entrecerré mis pestañas, y bajó la
cámara, pero no era estúpida. Él ya había presionado GRABAR y estaba en el
ángulo justo para capturar cualquier cosa que dijera o hiciera.
—¿Imbécil? —preguntó, su acento francés aun tan grave como
recordaba. Me preguntaba si todos eran franceses. Sam era el único a quien
reconocía. Pero en ese entonces lo conocía como Samuel—. Eso no es muy lindo.
Mi temperamento se levantó tan rápido que Reyes salió de la cocina. Lo
vi por el rabillo de mi ojo. Se estaba secando sus manos con una toalla,
estudiando la situación ante él con lo que solo lucía como un ligero interés. En
realidad, se hallaba en guardia. Completamente alerta. Sus músculos tensos y
listos para moverse de ser necesario.
Me forcé a calmarme, entonces nivelé a Samuel con mi mejor mirada. —
Grabaste ese video.
Durante mi paso por el Cuerpo de Paz, a menudo nos encontrábamos
con equipos de otros países o incluso los visitantes que volaban a la región una
vez al año para ayudar en cualquier manera que podían. Samuel formaba parte
de uno de esos grupos. Sus padres lo habían hecho unirse. Lo recuerdo
hablando sobre ello. Él hablaba sobre un montón de cosas cuando yo me
hallaba cerca, seguro de que no podía entenderlo.
—Lo hice —dijo, tranquilamente complacido consigo mismo.
—¿Por qué? ¿Por qué siquiera me seguirías?
—Tú‖eres…‖¿Cómo‖le‖dicen?‖ —Alzó su servilleta y tocó los lados de su
boca antes de continuar—. Única. Sabía que eras diferente desde el momento en
que te vi.
—Soy como cualquier otra chica, Samuel. Te lo dije en ese entonces, y te
lo repito ahora.
—Y te conocía mejor, cheri. Te seguí a menudo. Te observaba hablando
sola. Te vi ponerte de rodillas cuando ellos se acercaban.
—Conmigo misma. Hablaba conmigo misma. Las personas locas hacen
eso.
—Hablabas con apariciones. A aquellos que han muerto pero que aún
deambulan por la tierra. Y cuando se te acercaban, es como éxtasis.
—Supongo que no soy la única loca en la habitación.
—Lo tengo en la cámara. Estabas hablándole a la nada y entonces
dijiste…‖ —Se inclinó hacia sus amigos y les preguntó por el equivalente en
inglés de elders. Sus amigos respondieron, y Samuel regresó con—: Ancestros
del pueblo.
Lo suficientemente cerca. Se refería a los ancianos del pueblo. Sabía
exactamente a dónde iba esto.
—Les dices dónde encontrar el cuerpo de una anciana. Dices que lo
encontraste. Es un accidente. Tú, Charlotte, eres la mentirosa.
—¿O tal vez solo eres un mal perdedor?
Cayó, su turno para saber a dónde iba.
—Trataste de besarme. Dije no. Seguiste empujando, así que te cacheteé
muy fuerte. ¿Pienso que quizás te sentías un poco resentido?
—Confundes tu valor. Eso es lo que los americanos hacen.
Esto no iba a terminar pronto. Me deslicé en la cabina junto a él, así
estaríamos al mismo nivel visual. Tuvieron que apretujarse para que cupiera.
—Entonces, ¿de qué va todo esto Sam? ¿Qué estás tratando de
conseguir?
Se encogió de hombros. —Decidí hacer una película. Un documental, ¿sí?
Tú eres un gran negocio.
—¿Piensas‖que…?
—Lo hago —dijo, un borde afilado en su voz. Si no tenía cuidado podía
cortarse su propia garganta con ello.
—No había terminado. Quería preguntarte si piensas que vivirás tanto
tiempo.
Los otros tres hombres en la cabina se tensaron y miraron a su amigo un
poco más preocupados que antes.
—Todo lo que necesitamos es una entrevista, y nos iremos.
—Creo que no.
—Sabemos quién eres —dijo Samuel, sus palabras rotas alrededor de los
bordes.
Su grueso acento era casi imposible de entender a veces. Sin embargo,
ahora no era una de esas veces. Entendía cada palabra. Cada sílaba.
—Sabemos qué eres.
Era una amenaza. Les daba una entrevista o algo más. Pero, en serio,
¿que más? ¿Qué podían hacer? ¿Arrojarme a una celda de caza fantasmas?
Sin embargo, una amenaza era una amenaza, y punzó. Esto ya no era
sobre mí, como sea. Él había estado hablando con Amber. Manipulándola para
que le diera información.
A pesar de la furia pulsando a través de mis venas, con la sangre
corriendo a través de mi cuerpo más y más rápido, sonreí. Puse mis codos en la
mesa. Incliné mi cabeza en mis manos juntas. Y dije en la voz más suave que
podía manejar—: Si supieras quien era, no estarías hablando en un inglés
cortado.
Al menos, su sonrisa cayó. Solo un poco.
Me incliné más cerca, yendo a matar. —Si supieras qué era, no estarías
hablándome en absoluto.
Entonces puse mi boca sobre la suya. No estaba segura de por qué hasta
que lo hice, y luego lo supe. Le mostré. Lo que era. Lo que realmente era capaz
de hacer.
No podía moverse mientras presionaba imágenes en su mente. Cosas que
había visto. Cosas que había hecho. Las cosas que me gustaría hacer con él dada
una razón suficiente.
Le enseñé solo lo suficiente para poner el temor de Dios en él. Sentí toda
la energía de su cuerpo acabarse, toda la fuerza de vida, mientras observaba las
atrocidades reproduciéndose en su mente, incapaz de cerrar sus ojos ante ellas
como si hubieran sido inyectadas en su cerebro directamente. Luego lo sentí
perder el control de sus músculos, pero se mantuvo pegado a mí, incapaz de
moverse, hasta que escuché un susurro en mi oreja como si fuera a metros de
distancia.
—Holandesa —dijo. Suave. Sin apuros—. Lo estás matando.
Sentí mi rostro ser apartado del de Samuel. Me giré. Y otros labios
tomaron el lugar de los suyos. Hirvientes. Sensuales.
El beso hizo lo que acababa de hacerle a Samuel. Me robó la energía.
Desvió mi voluntad, pero luché de vuelta. Le mostré las imágenes intrusas. De
lo que había visto. De las cosas que había hecho. Las cosas que me gustaría
hacer con él dado una razón suficiente. Pero estas imágenes no eran mórbidas u
horríficas o atroces. Eran una representación visual de todos los sentimientos
que tenía por él. Mi esposo. Mi oscuro, críptico y desconcertante hombre.
Profundizó el beso. Arrastró sus dedos en mi cabello. Respiró fuego en
mi boca cuando su lengua empujo más allá de mis dientes y bebió hasta
saciarse. Pasión anuló todos los demás pensamientos. Un calor se agrupó en mi
abdomen, cuando su calor se propagó y me tragó. Puso una rodilla en el banco.
Envolvió una mano alrededor de mi garganta. Se presionó en mí.
Y entonces, tomó el control. Empujó sus pensamientos dentro de mí,
empujó su energía en mí, contrita y liberada, profunda y sensual, hasta que la
humedad inundó mis bragas. Mis piernas se abrieron involuntariamente.
Queriendo más. Él pulsaba a través de mis venas como energía eléctrica.
Tirando de mi núcleo interno. Arrastrándome más cerca al orgasmo.
Y de repente ya no estábamos en el restaurante.
De repente, no nos hallábamos en la ciudad.
De repente, no nos encontrábamos en la Tierra.
Sistemas de estrellas se dispararon más allá de nosotros. Criaturas de
otras dimensiones pasaban alrededor de nosotros. Y el sol colisionó. Explotó.
Bañándonos con un billón de fragmentos de luz.
Agarré la mesa tan fuerte que mis uñas se rompieron contra la madera.
El placer del dolor me trajo en espiral al presente. Reyes se hallaba inclinado
sobre mí. Su respiración entrecortada. Se apartó, y su rostro mostraba la misma
expresión de sorpresa que sentí hasta el tuétano de mis huesos.
Entonces, recordé dónde nos encontrábamos. Lo que había hecho. Me
giré de vuelta a Samuel. Tenía las manos tan fuertemente entrejuntadas en la
mesa frente a él. Para mantenerse en calma. Para evitar que sus manos
temblaran. Pero todo su cuerpo se sacudía, así que hizo algo de bien. Una
combinación de lágrimas y sudor corría por su rostro.
Trastabillé para ponerme de pie. Reyes me ayudó, sus movimientos tan
inestables como los míos. Entonces, miré a cada hombre en la mesa,
tomándome mi tiempo con cada uno, asegurándome que la amenaza era clara.
Ignorando la humedad entre mis piernas, me incliné hacia Samuel para
asegurarme que recibió el mensaje y le dije casi en un susurro—: Si mandas
correos o tratas de contactar de alguna forma a Amber Kowalski o Quentin
Rutherford, detendré tu corazón para siempre. —Me incliné más cerca.
Llevando mi boca a su oreja—. Luego, te lo sacaré y lo empujaré a través de tu
garganta.
Me enderecé y casi perdí mi balance. Reyes me atrapó, pero su mirada se
hallaba en la entrepierna de Samuel. Por como lucía, había mojado sus
pantalones. Sabía cómo se sentía.
Cookie se precipitó hacia mí, y los dos me llevaron a la cocina. Miré
sobre mi hombro para ver si Tristan y el grupo había notado el último
intercambio. Sus ojos como platillos sugerían que lo habían hecho. Al igual que
cada mujer en el lugar. El asombro en sus rostros, el anhelo, y el silencio que se
produjo en todo el restaurante sugerirían que pude haber ido un poco lejos.
Reyes me inclinó contra una mesa de preparación mientras Cookie me
conseguía un vaso de agua, y nadie dijo nada. Me hallaba en shock. Cookie no
sabía‖ que‖ pensar.‖ Y‖ Reyes…‖ ¿Quién‖ sabía‖ sobre‖ Reyes?‖ ¿Qué‖ debe‖ pensar‖ de‖
mí? Literalmente poseía el beso de la muerte. ¿Qué hubiera pasado si él no me
hubiera detenido? ¿Podía en serio haber matado a Samuel? ¿Quién sabría?
—Entonces —Escuché decir a una voz detrás de mí—. Eso fue muy
intenso.
Me giré para ver a Angel, mi investigador de trece años. O al menos,
había fallecido cuando tenía trece.
—Pensé que estabas en una asignación. —Miré hacia Reyes para
asegurarme que se hallaba bien con Angel eludiendo sus deberes. Su atención
había sido arrastrada a una falta de tortillas de maíz por Valerie.
—Lo estoy, y es genial y todo, pero maldición. Eso fue ardiente. Casi me
vine, y estoy muerto.
Lo fulminé. Ahora no era el momento. —¿Qué estás haciendo aquí?
Alzó sus palmas en rendición. —Solo actualizando al jefe.
—¿Por qué? —pregunté, suavizando mi voz—. ¿A quién estás vigilando?
Se acercó a mí lo suficiente para hacerme ver la pelusa en su cara. —Si te
lo dijera, tendría que matarte, y en vista de que eres una diosa y todo eso,
bueno, vez mi dilema, belleza.
Maldita sea. Tan cerca.
Traducido por Dannygonzal
Corregido por Miry GPE

Extraño ser capaz de colgar el teléfono con rabia.


Presionar el botón de Fin de llamada violentamente no es lo mismo.
(Meme)

Esa tarde, entrevisté a varios amigos y compañeros de trabajo de Emery


Adams. Todos tenían reportes brillantes. Era una buena trabajadora. Era del
tipo profesional e inteligente. Cuidaba a un pequeño niño. No recibía mierda de
los doctores.
De todo lo que podía decir, Emery era la mujer más querida en la historia
de la humanidad. ¿Entonces quién querría matarla? Alguien la odiaba o su
muerte era un acto de violencia al azar. Ella era la más limpia que alguna vez
encontré. Aparte de, quizás, Cookie Kowalski.
Pero nadie era querida por todos. Era estadísticamente imposible. Era la
administradora de un hospital, por Dios bendito. Tenían que tomar muchas
decisiones difíciles. Alguien tenía una queja de ella, ¿pero era suficiente como
para matarla?
Entre más personas hablaban, más parecía ser al azar. ¿Realmente Emery
pudo haber sido atacada brutalmente sin ninguna razón?
Dejé de entrevistar a su colegas y fui en búsqueda de la que se suponía
era la escena del crimen. Mientras que Emery vivía al pie de Sandias, su auto
fue hallado a kilómetros de distancia de Highway 313 entre Albuquerque y
Bernalillo, en un campo desierto.
La tierra era propiedad privada, pero los dueños se encontraban en un
crucero cuando Emery fue asesinada. Aún estaban allí, entrando y saliendo de
las playas de Suramérica. Un montón de fotos subidas a Facebook lo
confirmaban.
Entonces, lo que se veía incluso peor para Lyle Fiske, el hombre por el
que peleaba con uñas y dientes para probar su inocencia, fue él que encontró el
auto en el área rural, a pesar de que explicó que ella tenía una aplicación de
rastreo instalada en su teléfono.
Cookie llamó mientras me hallaban atrapada en la I-25. El tráfico se
movía lento, y me di cuenta que podía estar allí por un buen rato. Gracias a
Dios por las galletas de queso, aunque solo Él sabía durante cuánto tiempo
estuvieron en la parte trasera de Misery.
―Hola,‖Cook‖―dije‖con‖la‖mitad‖de‖la‖boca‖llena de galletas.
―Hola.‖¿Te‖sientes‖mejor?
―¿Quieres‖ decir‖ desde‖ que‖ casi‖ besé‖ a un chico hasta la muerte?
Estupenda.
―Lo‖siento,‖cariño.
―De‖ verdad‖ tengo‖ que‖ aprender‖ a‖ controlar‖ mi‖ mierda,‖ pero‖ ¿cómo‖
puedo controlarla si en realidad ni siquiera estoy segura de lo que es capaz? Era
una cosa ser una diosa en mi propia dimensión, pero es como que esas reglas
aquí no aplican. Aquí, soy el ángel de la muerte. ¿Por qué alguien en su sano
juicio me daría a mí esa clase de poder?
Se rio, pero tenía la sensación de que concordaba conmigo.
―Así‖que,‖¿qué sucede, trasero de pollo?
―No‖te‖va‖a‖gustar‖―dijo.
―¿Alguna‖vez‖lo‖hace?
―Un‖reportero‖de‖KOAT‖quiere hacer una historia sobre ti.
―Como,‖¿una‖real?
―Podría‖ser‖KRQE.‖Soy‖tan‖mala‖con‖las‖letras.
―¿Pero‖él‖es‖legal?
―De‖ nuevo,‖ ¿qué‖ es‖ el‖ otro?‖ No,‖ espera,‖ ese‖ es‖ KOB.‖ Solo‖ tres‖ letras.‖
Estoy muy segura de que eran cuatro.
―De‖acuerdo,‖pero…
―Y‖siempre hay un KASA.
―Cook‖―dije,‖lanzando‖una‖intervención―.‖Regresa‖a‖mí.‖¿Este‖chico‖es‖
un reportero de verdad?
―Aparentemente.‖Dejó‖tres‖mensajes.
―Suena‖legítimo‖para‖mí.‖Entonces,‖quiere‖una‖entrevista,‖¿eh?‖¿Es‖por‖
mi estatus de ángel de la muerte?
―No.
―¿Es porque soy una diosa de otra dimensión?
―No.
―¿Es‖ porque‖ resuelvo‖ tantos‖ casos‖ para‖ el‖ Departamento‖de‖ Policía‖ de‖
Albuquerque, que quieren darme un premio y suministros de limpiador de
estufas durante un año?
―No.‖Es‖por‖el‖video.
Oí‖ el‖ “te‖ lo‖ dije”‖ saliendo de su voz. O eso pudo haber sido mi
consciencia culpable saliendo por desestimar el video tan descuidadamente.
―¿Esa‖cosa‖vieja?‖Tenía‖como,‖veintidós.
―Le‖dije‖que‖no‖estabas‖disponible‖para‖comentar.
―Oh,‖ demonios,‖ sí.‖ Sonamos‖ m{s‖ y‖ m{s‖ importantes todo el tiempo,
Cook. Más como celebridades. Lo siguiente que sabrás, es que tendremos una
ubicación especial en el Macaroni Grill.
―¿Eso‖crees?‖―preguntó,‖intrigada―.‖Amo‖Macaroni‖Grill.
Resoplé.‖―¿Quién‖no?
―Oh,‖ ¿y‖ esa‖ panadería‖ en‖ la‖ imagen‖ asquerosa?‖ Le perteneció en los
treintas a Mae Dyson. Mae L. Dyson, para ser exacta. ¿Timbres y campanas?
―Ni‖siquiera‖Campanita.
―De‖acuerdo,‖seguiré‖investigando.
―Gracias.‖Y‖estoy‖en‖la‖escena‖de‖un‖crimen‖violento.
―¿Dónde?‖¿Qué‖pasó?
―No,‖no.‖No‖es‖nada.‖Vine‖a‖mirar la escena en donde fue encontrado el
auto de Emery.
―Oh.‖Est{‖bien.‖―Dejó‖salir‖un‖suspiro‖de‖alivio.
El área era rigurosamente hermosa con árboles torcidos y hierva alta. Vi
la cinta de la escena del crimen y me dirigí hacia ese camino, pasando bultos y
atravesando barrancos. Gracias a los dioses Misery fue hecha para esta mierda.
―Es‖hermoso‖aquí‖afuera.
―Oh,‖ lo‖ sé.‖ Mi‖ pap{‖ solía‖ ir‖ de‖ caza‖ en‖ esa‖ {rea‖ antes‖ de‖ que‖
Albuquerque se expandiera tanto. Oye, ¿qué descubriste sobre la señorita
Adams?
―Tan‖limpia como mis platos después de que Reyes los lava.
―Lo‖ supuse.‖ No‖ pude‖ encontrar‖ nada.‖ Nunca‖ llenó‖ un‖ reporte‖ de‖
policía. Nunca llenó un reclamo en el trabajo. Nunca llenó un reporte de ningún
tipo en la universidad, tenía asistencia y notas perfectas. La palabra Sumisa
viene a la mente.
―Y‖aun‖así‖―dije―,‖de‖acuerdo‖a‖su‖abuelo,‖su‖pap{‖no‖era‖el‖mejor.‖No‖
dudo que la amaba, pero tenía algunos problemas serios. Una cabeza terrible
para los negocios. Le costó a su padre mucho dinero y a él su matrimonio.
Y de todos modos, cuando lo conocí, parecía tan normal. Pero claramente
era un hombre que continuamente vivía más allá de sus propósitos. ¿O había
allí algo más? Una inversión mala era una cosa, pero hacer lo mismo una y otra
vez durante años, décadas, incluso, sugería un problema más profundo.
Aunque no tenía idea qué podría ser.
―Tener‖ un‖ padre‖ irresponsable‖ podría‖ explicar‖ la‖ fuerte‖ necesidad‖ de‖
Emery de proyectar una imagen perfecta.
―Exactamente‖lo‖que‖pensaba.‖Ella‖es‖extremadamente‖correcta.
―Hice‖eso‖una‖vez‖―dijo‖Cookie―.‖¿Conoces‖esa‖gran‖abolladura‖a‖un‖
lado del Jardín de Olivia?
―No‖―dije,‖horrorizada.
―Sip.
―Es‖como‖si‖no‖te‖conociera‖en‖absoluto.
―Oh,‖ investigué‖ Harbor‖ House‖ ―continuó,‖ sin‖ inmutarse―.‖ Charley,‖
ella tiene razón, Heather tiene razón. Nueve residentes han muerto allí en los
últimos siete años, pero no todos ellos en los terrenos, y todos parecían haber
muerto por causas completamente diferentes. No parece malintencionado, y
aun así los números por sí solos sugerirían otra cosa.
―De acuerdo. Sigue investigando. Regresaré a la ciudad en veinte.
―Lo‖haré.‖Cuídate.
―Cuidadosa‖es‖mi‖otro‖nombre.
Salí de Misery al pasto seco. Árboles torcidos me rodeaban, desnudos y
hermosos contra el paisaje. Muchos vehículos estuvieron recientemente en el
área. El suelo se hallaba cubierto de rastros, así que debió llover la noche en que
el auto de Emery fue encontrado.
Caminé por el área, sin estar segura qué era lo que buscaba, hasta que
llegué al punto más álgido de un barranco cerca de cien metros y lo vi. Más
rastros, pero estos estaban separados de los otros. El vehículo estuvo atrapado.
Surcos profundos se secaron. El vehículo estuvo en la lluvia por largo tiempo
antes de que el conductor lo moviera. Se veían como que los neumáticos giraron
durante un tiempo antes de desbloquearlo.
Pudieron haber sido chicos divirtiéndose, una cuatrimoto en su camino
atravesando el área, pero existían mejores lugares para ir con una de esas.
¿Podía ser este el vehículo que se llevó el cuerpo de Emery? Si es así,
¿por qué la matarían, dejarían que su auto empapado de sangre fuera
encontrado por cualquiera, y sacarían su cuerpo? Tuvo que ser asesinada en
alguna otra parte lugar, su cuerpo tirado en un lugar y su auto en otro.
Solo en caso, le mandé un mensaje a Parker y le dije que mirara los
rastros si es que no lo habían hecho.

En mi camino a la ciudad, recibí una llamada de otro compañero de


trabajo de Emery. De todos los considerados, era su amigo más cercano. Salían
a almorzar con frecuencia, y me pregunté cómo Lyle Fiske manejaba su cercana
relación. Hasta que lo oí en el teléfono.
―Eres‖gay‖―dije,‖notando‖lo‖obvio.
―Como‖ un‖ arrendajo azul‖ en‖ un‖ día‖ soleado.‖ ―Imaginé‖ que‖
normalmente dejaría caer esa línea con gran entusiasmo y gusto. Pero hoy
faltaba energía.
―Y‖ eres‖ poeta‖ ―dije‖ con‖ tristeza.‖ La‖ orientación‖ sexual‖ de‖ Diageo‖
ciertamente explicaría por qué Lyle no tenía un problema con su relación.
―Lo‖intento.
―Siento‖ molestarte,‖ pero‖ ahora‖ he‖ oído‖ de‖ un‖ par‖ de‖ personas‖ que‖
Emery estuvo molesta durante dos semanas‖ antes‖ de‖ que…‖ desapareciera.‖
―Casi‖dije‖muriera, pero no podía imaginar que alguien como Diageo aceptara
una frase como esa sin una prueba física.
―Lo‖estaba,‖pero‖no‖me‖dijo por qué. Sé que involucraba a su padre.
―¿Est{s‖seguro?
―El‖noventa‖y‖nueve por ciento del tiempo cuando se molestaba, lo que
no era a menudo, implicaba a su padre. Pero esto era diferente. No estaba
molesta con él. O con nadie, si vamos al caso. Ella se sentía lastimada. Dolida
como nunca antes la vi.
―¿Dolida?‖¿No‖preocupada?‖¿O con miedo?
―No‖es‖que‖pudiera‖decirlo.‖La‖chica‖me‖contaba‖todo,‖pero‖no‖esta‖vez.‖
Intentó esconderlo, pero se sentía molesta.
―¿Y‖no‖tienes‖una‖pista‖de‖por‖qué?
―No‖sin‖pasarlo‖por‖alto.
―Aprecio‖la‖honestidad.‖Tienes‖mi‖número.‖¿Ll{mame‖si‖recuerdas‖algo
más?
―Por‖ supuesto.‖ Quiero‖ que‖ atrapen‖a‖ ese‖ chico‖ tanto‖ como‖ cualquiera.‖
Probablemente más.
―¿Te‖refieres‖a‖Lyle?‖¿El‖novio‖de‖Emery?
Se rio suavemente.‖ ―Lyle‖ Fiske‖ no‖ tiene‖ un‖ hueso‖ de‖ violencia‖ en‖ su‖
cuerpo. Créeme. Lo he estudiado con lupa. De lejos, naturalmente. Conozco lo
bueno, y lo malo, y ese chico es ciento por ciento bueno.
―Me‖alegra‖que‖también‖pienses‖eso.
―Y‖pensaba‖que‖este‖era‖el‖verdadero.
―¿El‖verdadero?‖¿Lyle‖y‖tú?
―Oh,‖no,‖cariño,‖Lyle‖y‖Emery.‖A‖ella‖le‖gustaba.‖De‖verdad,‖realmente
le gustaba. Por un tiempo, incluso pensé que estaba embarazada.
Mi‖pulso‖saltó‖reaccionando.‖―¿Por‖qué?
―Casi‖ se‖ desmayó‖ un‖ día‖ durante‖ el‖ almuerzo.‖ Tuve‖ que‖ agarrar‖ su‖
maleta y llevarla a su auto en donde prometió sentarse y esperar a que Lyle la
recogiera. Además vi suplementos de hierro en su bolso. Ya sabes, como lo que
toman las mujeres embarazadas. Al menos creo que lo hacen.
―Depende‖―le‖dije,‖meditando‖eso‖último.‖Por‖lo‖que‖sabía,‖no‖estaba‖
embarazada‖cuando‖murió―.‖Muchas‖gracias,‖Diageo.
―No‖hay problema, dulce. Te haré saber si pienso en algo más.

Entré en la oficina del Asistente de la Fiscalía del Distrito Nick Parker,


determinada a descubrir dos cosas de él: ¿Por qué retuvo información
pertinente sobre la condena de Lyle Fiske, y cuál era exactamente su interés en
todo esto?
Conseguir la respuesta a la primera debería ser bastante fácil. Realmente
la podría adivinar. Omitió eso así yo no lo vería y sería más probable que
tomara el caso. Era en la segunda en la que estaba más interesada.
―Disculpe‖ ―dijo‖ la‖ recepcionista‖ mientras‖ la‖ pasaba‖ y‖ entraba‖ a‖ su‖
oficina. Quería hacer esto desde la primera vez que lo vi en una película.
―Quiero‖ respuestas‖ ―le‖ dije.‖ Solo‖ que‖ no‖ era‖ él.‖ Era‖ un‖ caballero‖ de‖
edad avanzada en traje elegante con una mujer‖ arrodillada‖ frente‖ a‖ él―.‖ Oh,‖
Dios, lo siento mucho.
Comencé a retroceder. La mujer levantó la cabeza. Sostenía una cinta de
medición y tenía alfileres en su boca. Le estaban ajustando su elegante traje.
―Es‖bonito‖―le‖dije‖antes‖de‖cerrar‖la‖puerta‖y‖ tratando en la siguiente
oficina.
―Tendr{‖que‖concertar‖una‖cita‖―dijo‖la‖recepcionista,‖corriendo‖detr{s‖
de mí. Abrí la segunda puerta. Armario de limpieza.
―Voy‖ a‖ llamar‖ a‖ seguridad‖ ―dijo‖ justo‖ mientras‖ alcanzaba‖ la‖ puerta‖
correcta. Definitivamente necesitaba detenerme y leer un letrero en todas
partes.
Abrí esa puerta. Golpeó contra una estantería, y traté de no encogerme.
Enderecé‖ mis‖ hombros‖ y‖ levanté‖ mi‖ barbilla‖ un‖ poco.‖ ―Quiero‖ respuestas‖
―dije‖ por‖ tercera‖ vez‖ y‖ esperaba‖ que‖ fuera‖ la‖ última.‖ Él‖ miraba afuera de la
ventana de una oficina mucho más pequeña de lo que esperaba.
Sin ni siquiera voltearse para ver quien entró de golpe, levantó el dedo
índice para que esperara.
―Lo‖ siento,‖ señor Parker‖ ―dijo‖ la‖ recepcionista.‖ Justo‖ como‖ en‖ las‖
películas.
A ella también le levantó un dedo.
Resoplé.‖―Parece‖que‖ambas‖conseguimos‖el‖dedo.
Ella me miró.
―Lo‖siento.‖Lo‖vi‖una‖vez‖en‖una‖película‖y‖quería‖hacerlo.
―Si‖consiguiera‖una‖moneda‖por‖cada‖vez‖que‖alguien‖me‖dijo‖eso.‖Juro‖
que‖ aquí‖ hay‖ algo‖ en‖ el‖ agua.‖ ―Se giró y nos dejó solos, cerrando la puerta
detrás.
―Davidson‖―dijo,‖al‖menos‖volte{ndose‖hacia‖mí.
―Parker.
―¿Cómo‖va‖el‖caso?
―Estupendamente.‖Muchas‖gracias‖por‖preguntar.
Me hizo señas para que me sentara. Lo ignoré.
―¿Por‖qué‖no‖me‖cuentas‖acerca‖de‖las condenas de Fiske?
―Condena ―dijo,‖levantando‖una‖ceja―.‖Singular.‖Por‖favor‖siéntate.
Caminé alrededor de una silla negra de cuero y me senté. Se unió a mí.
No en mi silla, pero sí en la suya.
Parker podría tener un buen aspecto si no fuera tan rígido. Eran tan
estirado, que realmente ponía incómodos a los otros a su alrededor. Una
característica como esa probablemente era útil durante un juicio.
―¿Por‖qué‖lo omitiste de la carpeta que me diste?
―Actúas‖como‖si‖lo hice a propósito.
Puse mi mejor cara inexpresiva por lo que canalicé a un Christopher
Walken sarcástico.
―No‖creí‖que‖tomarías‖el‖caso‖si‖sabías‖sobre‖eso.
―Jamás.
―Pero‖puedo‖explicarlo.
―Vamos‖a‖oírlo.
Se inclinó hacia adelante y comenzó a mover y a enderezar papeles,
inconscientemente formando una barrera entre nosotros. La culpa que sentí
antes caía en cascada a su alrededor.
―Él‖era‖una‖de‖esas‖personas‖a‖quienes‖todos‖amaban,‖¿sabes?‖Las‖chicas‖
lo perseguían sin parar. Los chicos no podían evitar que les gustara. Era una
rara combinación entre chico agradable y aspecto matador del que todo el
mundo quería estar alrededor. Absorbente.
Podía ver eso. El chico probablemente era un muñeco cuando no era
acusado de asesinato. Especialmente uno que no cometió.
―Tuvo‖ofertas‖de‖escuelas‖por‖todo‖el país. Pudo haber ido a graduarse
en una escuela en cualquier parte. Tenía toda la vida por delante de él.
―Y‖así‖lo‖hizo‖ese‖niño,‖sospecho.
Asintió,‖la‖culpa‖como‖fuego‖saliendo‖de‖él.‖―Fue‖una‖semana‖ajetreada,‖
y una novatada salió mal. El chico entró en un choque anafiláctico. El hizo todo
para‖salvarlo…
―¿Él?
―Lyle.‖ Así es como lo llamábamos, de todas formas, el chico murió. Él
asumió la‖culpa.‖Pasó‖tres‖años‖por‖homicidio‖por‖negligencia.‖―Volteó‖su‖silla,‖
la‖ culpa‖ comiéndolo‖ vivo―.‖ Fue‖ mi‖ idea,‖ pero‖ porque él era el presidente,
asumió la culpa. La asumió por todos nosotros.
―Un‖chico‖murió‖durante‖una‖novatada‖en‖una‖fraternidad‖de‖la‖que‖era‖
el presidente. Él era básicamente el responsable.
―Sí‖―dijo,‖m{s‖all{‖de‖una‖sonrisa‖amarga―.‖Eso‖es‖lo‖que‖dijo. Pero no
era el responsable. Yo sí.
―¿Directamente?
―Sí.‖―Tosió‖dentro‖del‖puño‖y‖luego‖lo‖dejó‖presionado‖contra‖su‖boca‖
mientras el recuerdo de lo que debió haber sido una horrible noche lo
abrumaba―.‖ Rapt{bamos‖ a nuestros novatos, poníamos sacos sobre sus
cabezas, los metíamos en una camioneta, los llevábamos al lado sórdido del
Centro, y los pateábamos. Todo el tiempo estuvieron en ropa interior, por
supuesto. Pero Lyle dijo que sería demasiado peligroso dejarlos ahí así, así que
hicimos tiempo durante un rato y luego condujimos al centro del campus para
dejarlos allí.
―Suena‖como‖un‖procedimiento‖est{ndar.
―Lo‖habría‖sido‖si‖yo‖hubiera‖hecho‖mi‖maldito‖trabajo.‖Se‖suponía‖que‖
tenía que verificar los antecedentes médicos de los novatos, pero tenía un gran
examen ese día y no lo hice.
―Esto‖no‖puede‖ser‖bueno.
―Uno‖de‖los‖novatos‖era‖alérgico‖al‖cacahuate,‖y‖las‖bolsas‖que‖usamos‖
eran de la planta del cacahuate.
―Mierda‖―dije.
―No‖ sabía‖ que‖ alguien‖ podía‖ tener‖ una‖ reacción‖ alérgica‖ como‖ esa.‖ Es‖
decir, pensé que tenías que ingerir lo que sea a lo que fueras alérgico.
―Esa‖es‖una‖forma‖difícil‖de‖descubrirlo.
―Después‖ nos‖ dijeron‖ que‖ su‖ garganta‖ se‖ cerró‖ tan‖ r{pido‖ que‖ ni‖
siquiera‖pudo‖gritar‖por‖ayuda.‖―Se‖giró‖para‖mirar‖por‖la‖ventana―.‖Lo‖maté,‖
pero porque Lyle era el presidente y los medios de comunicación se
encontraban sobre el trasero del Fiscal del Distrito, fue condenado de homicidio
por negligencia.
Y aquí yo pensando que el chico no tenía consciencia.
―De‖acuerdo,‖te‖sientes‖culpable.‖Ciertamente puedo ver por qué, ¿pero
qué tiene que ver con este caso?
Me dio una mirada feroz, una de determinación con la mandíbula
apretada‖y‖p{rpados‖entrecerrados,‖y‖dijo―:‖Él‖no‖se‖culpar{‖por‖algo‖m{s‖que‖
no hizo, Davidson. Eso no pasará.
―La‖evidencia‖es‖bastante‖convincente.‖―Entones‖de‖nuevo,‖la‖evidencia‖
siempre es convincente. Ese es el por qué las personas vienen a mí. Era su
última esperanza. Su último recurso. No es que le fuera a decir eso a Parker.
Se‖inclinó‖hacia‖adelante.‖―Créeme,‖no‖quieres‖que‖esto vaya a juicio. O
haces que la evidencia deje de ser convincente, o me haré responsable de la
muerte yo mismo.
Me senté derecha en mi silla, casi deseando que se echara la culpa.
Borraría la culpa que sentía por el chico. Le permitiría continuar con su propia
vida.
―¿Y‖si‖no‖puedo?
Golpeó‖con‖una‖mano‖sobre‖su‖escritorio.‖―Él‖no‖lo‖hizo,‖Davidson,‖y‖tú‖
lo sabes bien. Tienes un sexto sentido para estas cosas.
―Sé‖que‖no‖lo‖hizo,‖¿pero‖tú‖cómo‖lo‖sabes?‖La‖evidencia‖dice‖otra‖cosa.
―Lo‖ sé.‖ Fui‖ quien‖ revisó cuidadosamente para asegurarme de tener
suficiente que procesar, ¿recuerdas?
―Ah,‖sí.‖El‖humo‖y‖los‖espejos.
―Bastante.‖Entonces,‖¿el‖caso?
Sacudí‖la‖cabeza.‖―No.‖Vamos‖a‖regresar‖a‖mí.‖¿Exactamente‖qué‖tienes‖
de mí? No me gusta ser chantajeada.
―Realmente,‖extorsionada. Lo que hago es extorsión.
―De‖cualquier‖forma,‖¿qué‖es?
Entrecerró los ojos, tratando de decidir si debería confiar en mí o no,
luego se estiró y agarró una bolsa de evidencia con un cuchillo sangriento en él.
―Esto‖ fue‖ encontrado en una pared en una escena de crimen de un caso frío
hace unas semanas. Fue usado para asesinar a una mujer en South Valley.
―De‖acuerdo‖―dije,‖volviéndome‖un‖poco‖precavida.
―Tiene‖tus‖huellas‖digitales.
Sentí‖ que‖ la‖ sangre‖ drenaba‖ de‖ mi‖ rostro.‖ ―Nunca‖ antes he visto ese
cuchillo.
―¿Sí?‖ ―Se‖ paró‖ y‖ se‖ inclinó‖ hacia‖ adelante―.‖ ¿Ni‖ siquiera‖ cuando‖
mataste a Selena Ramos?
―¿Qué?‖―pregunté,‖mi‖boca‖abriéndose―.‖No‖tengo‖idea‖de‖quién‖est{s‖
hablando.‖Yo‖nunca‖he…
―Solo‖bromeaba‖―dijo,‖riéndose‖con‖dureza‖mientras caía de nuevo en
su silla.
Lo miré, sin palabras. Si no hubiera estado tan impactada, habría sido
capaz de decir que mentía.
―Ese‖ viejo‖ en‖ Corrales‖ sacrificó‖ el‖ cerdo‖ de‖ su‖ vecino.‖ Dijo‖ que‖ tenía‖
hambre. Está siendo acusado de robo y crueldad animal.
Después que de nuevo pude llenar mis pulmones de aire, le fruncí el
ceño.‖―Eres‖un‖idiota.
―Exactamente.‖ ¿Cómo‖ piensas‖ que‖ conseguí‖ esto?‖ Así‖ que,‖ ni‖ siquiera‖
intentes joder conmigo.
En serio comenzaba a preguntarme sobre el Asistente de la Fiscalía de
Distrito Nick Parker. ―¿Alguna‖vez‖trataste‖de‖intervenir‖en‖nombre‖de‖Lyle?
―Por‖supuesto‖que‖sí.‖Pero‖de‖acuerdo‖a‖los‖reglamentos‖del‖campus,‖el‖
presidente asume la culpa por cualquier cosa que pase en su casa. Estoy
parafraseando.‖Y…
Cuando dejó caer su‖mirada‖de‖nuevo,‖lo‖empujé‖con‖un―:‖¿Sí?
―Creo‖que‖mi‖pap{‖intervino.
―Ah.‖El‖fiscal‖del‖estado.
―En‖ese‖momento,‖sí.‖De‖todas‖formas…‖―Se‖puso‖de‖pie‖y‖regresó‖a‖la‖
ventana―.‖¿Cómo‖va‖el‖caso?
―Bueno,‖ realmente‖ estoy‖ un‖ poco‖ sorprendida‖ de‖ que‖ ustedes‖ chicos
siguieran adelante con un arresto. Todo, más o menos toda la maldita
evidencia, pudo ser explicada y corroborada.
―Eso‖no‖es‖lo‖suficientemente‖bueno‖―dijo‖hacia‖la‖ventana―.‖Necesito‖
que encuentres quién mató a Emery Adams para estar seguro de que Él está
libre de cargos.
―Trabajo‖en‖ello.
―Trabaja‖m{s‖fuerte‖―gritó.
Levanté‖ un‖ hombro‖ despreocupadamente.‖ ―Necesito‖ acceso‖ a‖ las‖
grabaciones‖ del‖ ME.‖ ―Necesitaba‖ acceso‖ para‖ investigar‖ las‖ muertes‖ de‖ los‖
niños del hogar, pero él no tenía que saber eso.
―¿Para qué? No hay cuerpo.
―Él‖examinó‖la‖escena.‖Evaluó‖la‖sangre.
―Puedo‖conseguirte‖un‖reporte‖actualiza…
―Lo‖conseguiré‖yo‖misma,‖gracias.
―Bien.‖Tendré‖a‖Penny‖en‖esas.
―Para‖esta‖tarde.
―¿Algo‖m{s?
―Sí.‖¿Y‖lo‖otro?
Se‖volteó‖de‖nuevo.‖―¿Lo‖otro?
―Tomé el caso. Entrega lo que sea que tengas.
Esta‖vez‖sacudió‖la‖cabeza.‖―Cuando‖limpies‖a‖Él,‖tendr{s‖el‖archivo.
―¿Tienes‖ un‖ archivo?‖ ―pregunté,‖ levant{ndome―.‖ Qué‖ raro.‖ Yo‖
también.
Se sentó de nuevo, recostándose, y metió las manos detrás de su cabeza.
―¿Y‖qué es lo que tiene tu pequeño archivo, señorita Davidson?
Dejé que una lenta sonrisa de satisfacción, en realidad era más una
sonrisa de suficiencia, se ampliara en mi cara mientras sacaba mi teléfono del
bolsillo‖de‖la‖chaqueta.‖―Esta‖conversación,‖en‖primer lugar.
Esta vez la sangre se fue de su cara, su mirada súper pegada a mi
teléfono.
―Est{‖en‖ la‖ nube,‖ así‖ que‖ ni‖siquiera‖ lo‖ pienses.‖¿Crees‖ que‖soy‖ idiota,‖
Parker? No aprecio ser chantajeada. O extorsionada, para lo que importa.
Comenzó a pararse, pero le hice señas para que se volviera a sentar.
―Continúa‖y‖mantén‖lo‖que‖sea‖que‖tienes‖de‖mí.‖Pero‖solo‖recuerda,‖los‖juegos‖
son mucho más divertidos con dos jugadores.
Di la vuelta y salí por la puerta, sintiéndome ligeramente justificada por
la mirada estupefacta en la cara de Parker. No debió prsionarme así. La ira de
una mujer y todo eso. No pensé lo suficiente como para realmente grabar la
conversación, pero él no lo sabía.
Él podía mantener lo que sea que tenía de mí. No sería la única en perder
el sueño esta noche.
O eso pensé.
Traducido por rihano
Corregido por Vane Farrow

¿Correcto? Y ni siquiera estoy drogada.


(Camiseta)

Fui directamente a la Oficina del Médico Forense desde la oficina de


Parker. Wade era amigo mío, pero sin autorización, nunca me habría permitido
mirar sus archivos de cualquier manera.
—Hola, Charlotte —dijo.
—Hola de nuevo. —Una de sus ayudantes entró. No tenía más remedio
que aprovecharme—. ¿Cómo está la clamidia?
La asistente se rio entre dientes.
—Oh, no te preocupes. No vas a impresionarla. En el momento en que
Parker llamó, le dije a todo el mundo todo sobre ti y tu…‖creativo‖sentido‖del‖
humor.
—Hombre. Estaba tan ansiosa de humillarte.
—Lo sé. Estaba esperando ser humillado. Por lo tanto, algo, ¿eh? ¿Cómo
calificarías eso?
—¿No has oído? Parker y yo ahora somos mejores amigos.
—No creí que Parker tuviera algún amigo.
—Bueno, lo tiene ahora, gracias a Dios. Ese palo en su culo se estaba
poniendo más largo y más recto.
Se rio y me llevó a un ordenador. —Está bien, así que busca aquí en los
archivos, y luego, dependiendo de cuan viejo sea el caso, puede que tengas que
marcar el número para llamar al calabozo.
—Wade —dije, sorprendida—. La última vez que me tuviste en el
calabozo, conseguimos que los policías nos visitaran.
Wade miró por encima de su hombro a un técnico de laboratorio que
había entrado para agarrar un archivo. —Nop. También le dije a él.
—Maldición. No eres divertido desde que te casaste.
—Cariño, he estado casado más tiempo de lo que tú has estado viva.
—Eso es un largo tiempo.
—Llama si necesitas algo de ayuda.
—¿Vas para llevar a cabo una autopsia?
—Ese es el plan. ¿Quieres venir?
La sonrisa que ofrecí era parte en-tus-sueños y parte sin-duda-estás-
bromeando. —No, gracias.
Uno pensaría que, con todos los cadáveres en una morgue, el lugar
estaría lleno con los muertos vivientes, vagando, intentando encontrar sus
cuerpos. No funcionaba así, por suerte. No necesitaba un flujo repentino de
historias de vida golpeándome todas a la vez. Eso me sucedió en mis últimos
años de adolescencia. Nunca volví a ser la misma.
Me senté en la computadora, la que se encontraba sobre una mesa de
laboratorio, y empecé a buscar los nombres que Cookie me escribió junto con
las fechas de nacimiento. La OMF podría no tener a todos los niños aquí, pero
de seguro que tuvieron que hacerle la autopsia a un par. Un niño moribundo no
era un hecho cotidiano.
El primero apareció en la pantalla inmediatamente, y por desgracia sus
archivos se hallaban en el calabozo. Anoté el número y fui al siguiente nombre.
En el momento en que llegué a la parte inferior de la lista, sólo dos nombres no
estaban en el sistema de Wade. Siete se encontraban allí, con todos los
residentes en el sótano/calabozo. Siempre tuve la sensación de que Wade era un
gran fanático de Calabozos & Dragones.
Le dije a un técnico que me estaba dirigiendo a los pozos de la
desesperación. Sonrió y asintió. Podría haber salido con un cadáver en este
punto y a nadie le importaría. Pero, ¿por qué lo haría? Probablemente porque la
seguridad no era muy fuerte. Al igual que, no tenían un guardia armado ni
nada como Parker.
Me dirigí hacia el sótano, que mejor dicho era una habitación bien
iluminada en el nivel inferior. Me había olvidado que tenía máquinas
expendedoras. Habría hurgado en mis muebles algo de cambio.
En el momento en que terminé de encontrar y revisar todos los archivos,
llegué a una conclusión insuperable. Alguien estaba matando a los niños en
Harbor House.
—¿Cómo te va? —preguntó Wade.
—Bastante bien. ¿Puedo preguntarte sobre algunos casos?
—Por supuesto. —Él había llegado a la máquina expendedora por café y
una dona espolvoreada con azúcar. Me encantaban las máquinas expendedoras
de café, por lo que la miraba con añoranza.
Wade sonrió. —¿Te gustaría un café?
—¡Claro! —Agarré el suyo y tomé un sorbo—. Mmmmm.
—Iba a comprarte el tuyo.
—Eso está bien. El tuyo está bueno. Así que, ¿recuerdas alguno de estos
casos?
Se limpió las manos y después tomó los expedientes. —Oh, seguro que
sí. Yo hice la autopsia de éste. Y de éste.
—Todos murieron de causas diferentes. —Y lo hicieron. Un par había
estado entrando y saliendo de la enfermería durante meses. Llevados al
hospital múltiples veces. Pero sus enfermedades estaban por todo el lugar. Los
médicos no pudieron encontrar una causa subyacente para ninguno de los
casos. Todo esto se encontraba en las notas que Wade hizo. Luego, un par
murió violentamente. Uno golpeado por un coche que nunca fue encontrado.
Otro, por un objeto contundente.
Si existía una sola persona matando a esos niños, hacía un trabajo muy
bueno cubriendo sus huellas.
—Bueno, sí —dijo Wade—. Trauma por objeto contundente en la cabeza
y suicidio por veneno para ratas se considera causas muy diferentes de muerte.
—Pero mira donde todos ellos vivían.

—Oh, eso es correcto. —Asintió mientras miraba todos los archivos—.


Me acuerdo de tu padre revisando estos casos.
—¿Mi papá? —pregunté, tomada por sorpresa.
—Sí, sí. Sospechaba de una conexión, pero ya que nada salió de esto,
supongo que no pudo probarlo. ¿Has sido contratada para investigar Harbor
House?
—En cierto modo, pero no tengo mucho para seguir adelante. No hay un
patrón. No hay un terreno común. ¿Papá te dijo algo sobre el caso además lo
que estaba buscando en este?
—No. Lo siento, cariño. Pero ya que estás en comisión de servicio, puedo
poner a mi asistente a que te saque copias si deseas.
—Sin duda, me gustaría. Necesito más tiempo para estudiarlos. Para
encontrar un hilo común.
—Bueno, por supuesto espero que veas algo que tu padre no vio. Este
caso realmente le molestaba.
—Puedo ver por qué. Yo también lo espero.
Mientras estaba sentada esperando a que los archivos fueran copiados,
me pregunté quien habría puesto a papá en este caso, en primer lugar. Seguro
que alguien le asignó el caso, pero, ¿quién había notado el patrón, o la falta de
este?
La asistente de Wade en realidad no quería copiar todos esos archivos en
ese mismo momento, pero no tomé un no por respuesta. Heather Huckabee
estaba enferma, y tenía la sensación de que se relacionaba con todos los casos.
Salí de la OMF con un paquete de expedientes y otra taza de café. Wade
me dio la espalda. Gran tipo, pero demasiado confiado.
Cuando salí por la puerta principal, me encontré de golpe en el medio de
un edificio. No recordaba que ellos hubieran puesto un edificio ahí, pero allí
estaba, no obstante.
Levanté la mirada hacia Ubie, que estaba ocupado mirándome. —Hola,
tío Bob.
—Hola, calabacita. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Oh, tú sabes. Un poco de esto. Un poco de aquello. ¿Y tú?
Me lanzó una sonrisa descarada. —En lo mismo. Mientras te tengo aquí,
necesito saber quién te contrató para el caso Adams.
—¿De verdad? ¿Necesitas saberlo?
—Sí. Ya sabes, para nuestros registros.
—Ah, sí, esos registros molestos. ¿Le preguntaste a Cookie?
—Lo hice. —Su mandíbula se tensó—. No me lo dijo.
—Eso es raro.
—Mucho. —Estuvo de acuerdo—. ¿Así que?
—Oh, sí, lo siento. No te puedo decir.
—Mentiras. Tú siempre me dices quien te contrató.
—Espera. ¿Estás teniendo problemas por esto?
—Nada que no pueda manejar.
—¿De Joplin?
—Él es el detective a cargo del caso.
—¿De verdad? No tenía ni idea.
—Estábamos hablando acerca de ese hecho ayer.
—¿Lo estábamos? ¿Qué sabe él?
—Realmente no vas a decirme.
—Realmente no. Pero fue bueno verte —le dije, rebotando para ser
mojada por la húmeda y helada aguanieve.
—Que has sido contratada —me dijo—. Pero no sabe por quién. Un poco
como yo. Tu tío favorito.
—Mi único tío —le dije por encima de mi hombro tembloroso.
—El que salvó tu vida y renunció a todo por ti.
Bien, la cosa de salvar‖mi‖vida,‖podía‖verla,‖pero…‖—¿A todo?
—Bueno, a mucho.
Me tenía allí. —Y estoy totalmente agradecida. —Me detuve y me volví
hacia él—. Más de lo que nunca sabrás o entenderás, tío Bob. Eres la única
familia que me queda.
—¿Qué hay de Gemma?
—Tú y Gemma son la única familia que me queda. Has hecho tanto por
mí.
—Lo hice. Realmente lo hice —dijo, por encima del sonido del aguanieve
disparando pequeños cañones de vidrio cortante—. Tú podrías devolverme el
pago‖diciéndome…
Antes de que pudiera terminar ese pensamiento, corrí de nuevo hacia él
y lancé mis brazos alrededor de él. O, bueno, un brazo. El otro estaba
sosteniendo una bolsa de plástico con todos los archivos copiados y mi café casi
congelado. La asistente de Wade puso los archivos en la bolsa, sin querer que
todo su duro trabajo terminara en la basura.
Envolvió sus grandes brazos alrededor mío y me abrazó.
—Te amo tanto. —Después de que lo dije, no podía recordar otro
momento en que le hubiera dicho eso. Sin duda lo había hecho, porque era
cierto. Lo amaba.
—Oye, ¿qué es esto? ¿Estás bien, calabacita?
—Sí. —Di un paso atrás—. Es solo, que has hecho tanto por mí, y todo lo
que parezco ser capaz de hacer a cambio es casi conseguir que te maten y/o
disparen.
—Bien, entonces. Es algo bueno que también te ame.
Le di otro abrazo, negándome a decirle quien me contrató cuando
preguntó por tercera vez, luego corrí hacia Misery antes de convertirme en un
helado de paleta con sabor a café. El clima no era totalmente inusual para
Albuquerque, pero, de repente, me sentía contenta de que nunca durara mucho
tiempo.
Después de que me subí al interior, di otro vistazo a algo que pensé que
había visto a través del aguanieve. La camioneta de Garrett se hallaba aparcada
más abajo en la calle, y casi llegué a enojarme hasta que me di cuenta de que no
lo había visto en todo el día hasta ahora. Tal vez, no me estaba siguiendo, pero,
entonces, ¿a quién?
Me di la vuelta y vi a tío Bob a través de la puerta de vidrio. Hablaba con
Wade, riéndose de quién sabe qué. ¿Estaba siguiendo a Ubie? ¿Por qué diablos
estaría siguiendo a Ubie? ¿No estaban del mismo lado?

Habiendo comprobado a Heather y Pari con uno que otro mensaje


ocasional en el que Pari preguntaría cosas como, ¿Comer sólo carne seca durante
veinticuatro horas seguidas es dañino? y ¡Rápido! ¿Qué continente tiene la menor
cantidad de plantas con flores? ¡No sigas mi ejemplo!
¿Estaba bromeando?
Me colé por la puerta de atrás de la casa de Pari y llamé.
—¡Estamos aquí!
—¿Dónde? —Caminé a través del laberinto que era su tienda hasta que
me hallaba de pie en la sala de tatuajes donde ella hacía tatuajes, y casi me
desmayé cuando vi a Heather en la silla de Pari, su brazo cubierto desde el
hombro hasta la muñeca en una manga completa.
—¿Qué piensas? —preguntó Pari.
Se puso sus lentes, mientras Heather levantaba su brazo para mi
inspección. —Ni siquiera dolió tanto.
Me tapé la boca con ambas manos. Esto era todo. Iba ir a la cárcel.
Heather se rio primero. La risa burbujeó de ella medio segundo antes de
que saliera también de Pari.
—Te lo dije —dijo Pari—. Tan ingenua.
Corrí hacia delante para inspeccionar su brazo. La obra era preciosa. Pero
por debajo no había hinchazón, ni sangrado, ni signos de trauma en absoluto.
Temporal.
Casi me desmayé de nuevo, esta vez de alivio. Después de darle a
Heather un rápido abrazo, y esperando que estuviéramos en la etapa de
abrazos o que simplemente fuera muy incómodo para ella, le ofrecí a Pari el
mismo tratamiento.
—No puedo agradecerte lo suficiente —le dije.
—Oh por favor. Esta chica es un ángel. Y, amiga, en serio le gusta la
carne seca.
Heather señaló una serie de estantes. —Organizamos todas sus pinturas,
y Pari me está enseñando a dibujar. —Se inclinó para agarrar un cuaderno y lo
abrió por la primera página.
—Vaya —dije, completamente impresionada. Era el comienzo de un
dragón, y aunque la escala se encontraba un poco fuera de proporción, en su
mayor parte era fantástico—. Tú, Heather Huckabee, vas a ser una estrella —le
dije—. He hecho algo de dibujo. Dibujé un pato una vez. Era un gran pato,
excepto que se suponía que fuera un águila.
Heather se echó a reír, y me quedé sin habla por su transformación. Se
dio la vuelta para ver a uno de los artistas de Pari tatuando la pantorrilla de un
hombre joven. Hacía un reloj estilo steampunk que se estaba derritiendo por su
pierna.
—Entonces, ¿qué dijo el doctor?
Pari hizo una seña para que me uniera a ella en la sala del frente. Dos
chicas jóvenes revisaban los álbumes de fotos.
—No encontró nada, pero dijo que su palidez es demasiado amarilla y su
recuento de glóbulos blancos es elevado. Ella le dijo que tiene calambres de
estómago y que a veces siente náuseas y tiene que tragar mucho. —Se inclinó
más cerca—. Chuck, él cree que ella es víctima de un envenenamiento crónico,
en una dosis baja.
Cerré los ojos. —Hijo de puta. ¿Por qué otro médico no ha notado esto?
—No lo sé. Dijo que sólo sugirió eso porque le dije que ella podría ser la
víctima de un delito, y todas las señales están ahí. Por desgracia, sin un millar
de pruebas, no hay manera de saber con lo que ha sido envenenada. Como
mucho.
—Pero la tenemos ahora, y la dosificación se ha detenido. ¿Podrá
mejorar, o tenemos que llevarla a un hospital?
Se encogió de hombros. —Él volverá por la mañana. Dijo que conoce a
un tipo que conoce a un tipo que puede realizar algunas pruebas muy básicas
aparte, si deseas seguir por ese camino. Eso costará alrededor de quinientos
dólares.
—Está bien. Lo que sea.
—Y me gustaría tener mejores noticias, pero tenías razón sobre Nick
Parker. Tiene un archivo sobre ti en su ordenador personal. Parece más un
proyecto personal que uno oficial.
—Me estás tomando el pelo. ¿Le echaste un vistazo?
—Lo hice. —Me dio un sobre de manila—. Esta es una copia de todo lo
que tiene sobre ti. Charley, sabe que tuviste un bebé y que el bebé ha
desaparecido. Sospecha de juego sucio.
Había empezado a abrir el sobre, pero me detuve y la miré fijamente un
minuto completo. —¿Esto es acerca de Beep? —pregunté, los bordes de mi
visión oscureciéndose.
—Él ha estado dando vueltas por los hospitales, mostrando tu cara,
preguntando si alguien en la sala de maternidad te había visto. Y creo que
encontró al doctor que Reyes contrató. De alguna manera, descubrió que sabía
algo. Lo amenazó.
Cerré los ojos. —Esto no está ocurriendo. No con todo lo demás.
—Me temo que sí. Y esto es algo serio. Podría acusarte de todo tipo de
cargos desagradables. Extrañamente, de lo que puedo decir por sus notas, se
topó con el embarazo mientras investigaba a Reyes.
Tenía que sentarme. Pari agarró la silla de visitante y la empujó debajo
de mis rodillas temblorosas. —¿Reyes?
—Creo que no puede dejarlo tranquilo. Algunas personas sienten como
si hubiera algo sospechoso acerca de su salida de la prisión y la exoneración de
todos los cargos. Está buscando en las finanzas de ambos, también. Y ha estado
enviando correos electrónicos a las autoridades en Sleepy Hollow, Nueva York,
preguntando acerca de tu estancia allí.
—¿Cómo diablos sabe de Sleepy Hollow?
—Está siguiendo el dinero. Chuck —dijo, ahuecando mi cara y
girándome hacia ella—, tienes que detener esto.
—Lo sé. Tienes razón. No tengo otra opción. Llegará demasiado lejos.
—No —dijo, endureciendo su mirada—. No lo dejes llegar a eso. Dile a
Reyes. Sabrá lo que hay que hacer. Más importante, va a estar dispuesto a hacer
lo que haya que hacer.
—Pari, no podemos matarlo.
—Lo sé —dijo, pero no estaba segura de que lo supiera—. No me refiero
a matarlo. Sólo, ya sabes, ponerlo en el hospital durante unos días. O años. Lo
que sea.
Si la situación no hubiera sido tan grave, me habría reído.
—¿Puedo tener un refresco? —Heather nos había buscado y se hallaba de
pie en la puerta de la habitación del frente.
—Por supuesto que puedes tener agua. Sabes dónde está.
—Está bien —dijo, la decepción recubriendo su cara frágil.
Bueno, en cualquier caso, lidiar con Nick el Cretino Parker iba a tener
que esperar hasta que pudiera encontrar más información sobre Heather y el
hogar.
—Heather —dije antes de que ella volviera a la sala de tatuaje—, ¿quién
te dijo que lo que tenías era la maldición? ¿Cualquier persona en particular o
simplemente un consenso general entre las filas?
Lo pensó. —Sólo los niños, supongo. —Su respiración se entrecortó
cuando tomó aliento. Di un paso hacia ella y toqué su frente y cuello, por si
acaso las cosas estaban tomando un giro hacia lo peor. Me dejó, como si fuera
un acto cotidiano. Su temperatura parecía normal—. Todos estaban hablando
de mí como si fuera la siguiente. Mi amiga Amelia estaba asustada. Ella no
quiere que yo muera.
—Qué extraño —dije, tomándole el pelo—. No quiero que mueras,
tampoco.
Bajó la cabeza, ocultando una sonrisa tímida, cuando sonó mi teléfono.
El nombre de Cookie apareció en mi pantalla, junto con mi imagen
favorita de ella. La tomé después de que accidentalmente puso el aceite puro de
canela en su rostro en lugar de el incienso. No tenía idea de por qué alguien se
pondría incienso en la cara, pero aprendí que el aceite de canela puro era como
ácido sobre la piel. Este quemó su cara al instante, y antes de que pudiera
conseguir lavarlo, se volvió del rojo más brillante que alguna vez había visto en
la piel humana.
Tomé a escondidas la foto como recuerdo así, nunca olvidaría los
extremos a los que Cookie iría por mi entretenimiento. O por la piel sin
defectos. Antes de conocerla, no tenía ni idea de que podías incluso poner leche
de magnesia en tu cara. O por qué demonios lo querrías hacer.
En realidad, todavía no sabía esa última parte.
Respondí‖con‖un‖“Casa‖de‖mala‖fama‖de‖Charley.”
Heather se rio y se fue en busca de agua mientras la voz alarmantemente
atractiva de Cookie flotó hacia mí gracias a los milagros de la tecnología.
—¿Cuándo vas a volver?
—Puedo estar allí en diez si me necesitas para hacerte el amor
dulcemente.
Después de una larga, muy larga, pausa, dijo—: No. No, estoy bien.
—¿Estás segura? Soy barata y relativamente fácil.
—Estoy bastante segura, pero gracias. Entonces, ¿estás sentada?
Mi trasero inmediatamente buscó una silla. —Lo estoy ahora.
Pari me cuestionó con sus cejas. En realidad, no podía ver sus ojos
debido a los descomunales lentes, pero líneas aparecieron en su frente sobre
ellos. Me encogí de hombros.
—No estoy segura de si esto es una buena noticia o no —dijo Cook—, ya
que aún tengo que ser capaz de explicarlo, pero el niño tiene la edad
equivocada.
—¿El niño sabe eso?
—Al que Reyes está pagando el mantenimiento. El de Texas.
Mordí, esperando más allá de toda esperanza que las noticias de Cookie
fueran buenas. —¿Qué quieres decir con la edad equivocada?
—Es un niño, y prepárate para el nombre.
Tensé mis músculos y apreté mis nalgas. Parecía como lo correcto por
hacer. —Está bien, golpéame.
—Damien. —Cuando no dije nada porque estaba un poco más que
sorprendida, agregó—: Damien Ledger Clay.
—¿Podría ese nombre ser más apropiado? —pregunté, con el corazón
roto.
—Clay es el apellido de soltera de la madre. Pero el nombre del padre no
está anotado.
—Si Texas va a ir tras Reyes por la manutención del niño, tiene que haber
algún tipo de prueba de que es el padre. ¿Qué pasa con el certificado de
nacimiento del niño?
—Nop.‖Dice‖“Desconocido”.
—Ese es un nombre raro. —Intentaba aligerar el repentino ambiente muy
pesado—. ¿Por qué está pagando la manutención del niño a una mujer que ni
siquiera lo anotó como el padre?
—Eso es. No estoy segura de que él podría ser el padre. Charley, Damien
tiene cinco años de edad.
Me desplomé en mi silla con alivio. —Reyes estaba en prisión hace cinco
años y nueve meses.
—Exactamente. Es decir, no estoy diciendo que sea imposible, pero sólo
es muy poco probable que tuviera un hijo en la cárcel. ¿Es que incluso permiten
visitas conyugales en Santa Fe? ¿Y no tienes que estar casado incluso para ser
considerado?
—No lo sé, pero sí sé a quién llamar para averiguarlo. Por otra parte, las
reglas de la gente normal no siempre se aplican a mi marido.
—Eso es cierto, pero me gusta pensar en esto como un rayo de sol. —Su
voz, se llenó con empatía, se suavizó.
—Estoy a favor de los rayos de sol —dije, acariciando distraídamente el
cristal divino en mi bolsillo—. Dame daños de piel permanentes y un poco de
radiación en cualquier momento.
—Me encanta cómo ves el lado positivo de todo.
—¿Correcto? Está bien, te dejaré saber lo que averigüe.
—Al segundo que lo averigües —dijo.
—Al segundo que lo averigüe.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Laurita PI

El hombre que inventó el vodka de chocolate


compensa más que suficiente al bastardo que inventó las pantimedias.
(Katie Graykowski)

Dije mis adioses a Pari y Heather y me dirigí a Misery para hacer una
llamada. Neil Gossett probablemente ya se encontraría fuera del trabajo. El cielo
se había oscurecido, y las nubes que aún permanecían pasaron de ser de un
hermoso gris humo a un intenso negro siniestro. Si cada día pudiera ser tan
sereno. ¿Y la guinda de la página central de Playgirl? Las carreteras se hallaban
despejadas. Me preocupaba que con toda el aguanieve que cayó, tuviera que
conducir sobre hielo sólido.
Tenía que amar Nuevo México.
Agradecida de tener el número celular de Neil gracias a uno de los
recursos de Cookie que fingió que era una periodista queriendo hacer una
historia sobre él para Santa Fean, lo dejé sonar hasta que el correo de voz saltó.
Entonces, colgué y llamé de nuevo. Y otra vez. Esto se prolongó durante varios
minutos hasta que Neil lo recogió en tono molesto como el infierno.
—Sí —dijo, en un tono de punzón afilado.
—¡Hola, Gossett! —dije tan feliz como pude—. ¿Cómo lo llevas?
—Igual que siempre.
—¿Ah, un poco a la izquierda? —En realidad no lo sabía, pero ¿cómo iba
a dejar pasar una oportunidad así?
—¿Quién es?
Me sentía herida. Realmente lo estaba. O lo habría estado si Neil y yo
hubiéramos sido amigos. Éramos más como conocidos de la escuela secundaria
que tenían cero necesidad de comunicarse, excepto cuando lo hacíamos. Como
ahora.
—Es‖Charley…‖Davidson...‖‖Fuimos‖a‖secundaria…
—Sé quién eres, Charley. ¿Cómo conseguiste este número?
—Oh, eso. Mi asistente llamó a tu asistente y se hizo pasar por una
reporter…
—No importa. ¿Qué pasa?
—¿Reyes tenía visitas conyugales mientras se encontraba en tu
establecimiento?
Se aclaró la garganta y suavizó su voz. —¿Cómo está?
—Libre.
En verdad, me agradaba Neil. No en la escuela secundaria, pero había
madurado mucho. Tenía que reconocérselo. Siempre tuvo una debilidad por mi
hombre mientras se encontraba en prisión por un crimen que no cometió. De
alguna, manera lo apoyó tanto como un guardián adjunto podría apoyar un
preso. Pero sabía que Reyes era diferente. Especial. Destinado para cosas más
grandes.
Si solo supiera la mitad de ello.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Está pagando manutención de un niño que tiene cinco años, así que a
menos que lo liberaras para la ocasional noche de chicos en la ciudad, tuvo
conyugales.
—No las tenía —dijo al sonido de una parrilla que chisporroteaba en el
fondo—. No exactamente.
Fruncí el ceño, repentinamente preocupada. —¿Qué significa eso?
—Esto significa que él no tenía ninguna visita conyugal.
—Así que, ¿pudo tenerlas? ¿Nuevo México las permite?
—Ya no. Las ofrecieron durante unos treinta años, pero el estado terminó
con ellas en el 2014. Y había requisitos estrictos. La mayoría de los internos
tenían que estar casados antes de su reclusión para incluso ser considerados,
entonces atravesaban un largo proceso de solicitud. Por lo tanto, puedo
asegurarte, Farrow no tenía visitas conyugales.
—¿Pero? —Realmente sentí un pero viniendo.
—Pero... sí, eso no significa que el niño no pueda ser suyo. Hubo una
situación con una guardia correccional.
—¿Qué? —pregunté, sorprendida.
—Tres, en realidad, pero ésta en particular... ah, y una ex vigilante
adjunta femenina, por lo que cuatro, supongo, y esas son solo de las que yo sé.
—Esto no es real.
—Pero por lo que sé, él no inició el contacto. Si eso ayuda.
—Oh, Dios mío —le dije—. Mi marido era un mujeriego incluso en la
cárcel.
—En‖su‖defensa…
—Gossett —dije con los dientes apretados.
—En su defensa —continuó, siguiendo como lo hacía en el fútbol—, no
tengo la certeza si alguna vez hubo algún contacto sexual. Las relaciones entre
las guardias correccionales y los internos estaban estrictamente prohibidas, no
es que no pasaba, pero Farrow como que se mantenía para sí mismo. Obtenía
mucha atención, de ambos sexos, pero por lo que podía ver, no parecía muy
interesado.
—¿En serio? —pregunté, ese rayo de sol golpeándome en el estómago.
—Por otra parte, es difícil mantener un ojo sobre ellos todos los días a
toda hora.
—Gracias. —Decepción amenazaba con rasgar mi corazón.
—No hay problema.
—Está bien, déjame solo preguntar, ¿hubo situaciones en las que un
interno dejara una guardia correccional femenina embarazada?
Vaciló durante tanto tiempo que ya sabía la respuesta antes de que dijera
nada. —Mujeres guardias correccionales quedaban embarazadas y tomaban
licencia de maternidad todo el tiempo. La mayoría de ellas estaban casadas.
Pero hubo una. Oímos un rumor que había estado viendo a un interno. Cuando
la interrogaron, confesó que era un interno el que la embarazó, pero se negó a
darnos un nombre.
—¿Cuál era su nombre? —pregunté, mi corazón hundiéndose más a cada
segundo.
—Davidson, no puedo darte esa información. Tú lo sabes.
Maldita sea. Pensé que lo tenía.
—Mis setas se están quemando. ¿Hemos terminado?
—Supongo. ¡Espera! ¿Puedes decirme al menos cuándo sucedió?
—Davidson —dijo en advertencia.
—Vamos, Gossett. Por los viejos tiempos.
—Me odiabas durante esos viejos tiempos.
—No te odiaba. Solo te encontraba muy molesto.
—Te intimidaba, ¿verdad?
Resoplé. —Deja de tratar de cambiar el tema.
—Oh, hombre —dijo, su voz gimoteando más de lo habitual—. No
puedo recordarlo con exactitud. ¿Diría que tal vez hace cinco o seis años? Todos
ellos se confunden. Hubo esta vez...
Empezó a contarme una historia acerca de un preso que se cortó por
accidente‖ su‖ propia‖ arteria‖ con‖ una‖cuchara,‖ pero‖ me‖ perdió‖ en‖ “hace‖cinco‖ o‖
seis‖años”.‖Mi‖marido‖tenía‖otro‖hijo.

Me quedé tendida sobre una barra, la cabeza apoyada en un brazo


lanzado a través de ella. Estuve cómoda hasta que la barra comenzó a girar.
Curvé los dedos alrededor de sus bordes. Nunca aprecié los carruseles.
Caroline se acercó a mí con mi siguiente bebida mezclada. Anunció la
última ronda y luego empezó a colocarla abajo. Vaciló. Levanté la cabeza,
intenté centrarme en su cara, pero había muchas.
Caroline era una pelirroja adorable con una melena corta y una nariz de
botón. O al menos, era adorable hasta que dijo—: Creo que tuviste suficiente
cafeína por una noche. —Y me quitó la copa.
—¿Qué? —pregunté, la profundidad de mi indignación no conocía
límites—. Solo he tomado cinco.
—Ajam —dijo, alejando el café moca grande, crema batida adicional,
extra caliente.
Una voz masculina encontró mis oídos luego. Bryan. Ese chico podía
elaborar café como si hubiera sido concebido e incubado en una máquina de
café, y era mi segunda persona favorita en la tierra. O lo sería si me hubiera
dado mi bebida.
—Dile que estoy bien, Bryan. Tengo un corazón fuerte. Puedo soportarlo.
Sonrió. —Llamé a tu marido.
—¿Conoces a Reyes? —pregunté, arrastrando mis palabras, pero solo
muy ligeramente—. Es el hijo de Satanás.
—Oh, no —dijo Caroline, mientras limpiaban por la noche—. ¿Tuvieron
una pelea?
—Apuesto a que lo hicieron. He llamado a mi novio peor —dijo Bryan.
—Solo uno más. Prometo que conseguiré ayuda mañana. Voy a ir a
grupos‖de‖orientación‖y‖apoyo‖y…
—¿Qué etapa es la negociación? —preguntó Bryan.
—Está en algún lugar en el medio —dijo Caroline, y luego se enderezó,
su cara brillaba. Solo un tipo hacía eso a cada chica y cada otro tipo que conocía.
Era él. Estaba aquí.
—Gracias por llamar —dijo Reyes, su voz como whisky suave.
Tenía apoyada de nuevo la cabeza en la barra. Se tornó muy pesada en el
último par de horas. Así que, todo lo que pude ver cuando el hijo de la
encarnación del mal se acercó fue su entrepierna. La misma entrepierna que
embarazó a Miz Clay. La misma entrepierna que ansiaba como un adicto a la
heroína anhelaba, bien, la heroína.
—¿Estás lista para volver a casa?
—No. —Levanté un dedo. Ni idea de por qué—. Estoy pasando el rato
con mis amigos Caroline y Bryan. Y no tengo ni idea de quién eres. Ya te dije
eso una vez hoy.
Oí el humor en la voz de Reyes cuando dijo—: Holandesa, ¿necesito
doblarte sobre mi rodilla?
Cuando tomó mi mano y comenzó a arrastrarme fuera de mi taburete, le
grité a nadie en particular—: ¡Extraño, peligro!
Por desgracia, tanto Caroline como Bryan se hallaban demasiado
ocupados lanzando miradas coquetas a Reyes para llamar a la policía. Malditos
sean. ¡No, maldito él!
Se detuvo y levantó mi cara de la barra. —¿Estás realmente borracha?
—Creo que puede haber estado adulterando su moca —dijo Caroline, su
cara toda suave y brillante—. No se supone que tengamos alcohol en los locales.
Buscó en mis bolsillos, causando un gran revuelo dentro de mi vientre, y
encontró mi botella. —Lo siento mucho —dijo.
Solo bromeaba. No tenía una botella. Como si una pequeña botella me
emborracharía. Tuve que pasar por una tienda y comprar un quinto de Jack. Me
tomé la mitad antes de entrar, luego contrabandeé la pinta con la que llegué en
mi chaqueta.
—Oh, no. No hay problema —dijo Caroline, rechazando la idea misma—
. Creo que ha tenido un día duro.
—Tú, mi amiga —le dije, apuntándola—, no tienes idea. En primer lugar,
encontré esta chica sin hogar que ha sido maldecida y morirá pronto. Luego, me
enteré que no uno, sino dos equipos de caza-fantasmas me persiguen.
Acosándome. Radiofrecuenciándome.
—¿Va a estar bien? —le preguntó Bryan a Reyes.
—Me siento tan violada.
Reyes no respondió a la pregunta de Bryan. Me miraba con las cejas
arqueadas, la preocupación cubriendo su rostro.
—Entonces —continué ya que todavía tenía el suelo—, me enteré que los
asistentes de la fiscalía tienen un archivo secreto sobre mí, mi marido y mi bebé.
—Me detuve y los miré, una tristeza cayendo sobre mí como una sombra que
bloquea el sol—. La tuve en el fondo de un pozo.
Caí en él. El pozo. Y como, de todos modos, me encontraba cerca de dar a
luz, la caída me envió directamente al trabajo de parto.
—Es mucho más difícil tener un bebé en el fondo de un pozo de lo que
uno podría pensar. En primer lugar, hay toda esta suciedad con la que tienes
que tratar. Entonces, tienes‖que‖hervir‖el‖agua.‖Ni‖idea‖de‖por‖qué.‖Entonces…
Antes de que pudiera terminar el acto uno de mi diatriba, fui arrojada al
azar sobre un hombro, ciertamente uno amplio, y cargada fuera del café Satélite
como un saco de patatas. Salvo que en realidad nunca vi a nadie llevar un saco
de patatas así.
Reyes me ató a Misery, su movimiento brusco, agresivo y simplemente
atractivo. Empecé a girar la llave y encenderlo antes de que él pudiera llegar al
otro lado, pero mi volante se había ido. ¡Alguien se lo robó! ¿Cómo diablos se
suponía que iba a volver a casa sin mi volante? Entonces, me di cuenta. Tal vez
eso era parte de mis poderes.
Me concentré muy duro, y Misery ronroneó a la vida.
Demonios, sí.
Lo único que recordaba del viaje a casa eran bonitas luces reflejándose en
las ventanas, deslizándose más allá mientras conducíamos por las calles de mi
ciudad natal. Brillaban en sus ojos y me recordaron la mañana de Navidad. Él
sería el presente en este escenario.

Me desperté días después sobre Fabio y me pregunté cómo llegué hasta


allí.
—¿Lo tomo como que estás despierta? —Era Cookie. Se sentó a mi lado
en el sofá—. Se suponía que me llamarías al segundo que te enterabas de algo.
—Lo sé —dije, dándole la espalda en vergüenza—. Estaba tan
sorprendida, herida y suicida.
—Oh, cariño —dijo, jalándome para un abrazo. Algo así. De hecho,
empujó mi cara en su escote, y aunque no era un gran escote, comencé a tener
dificultad para respirar.
Le palmeé el hombro.
—Ahora, ahora —dijo, balanceándome.
Palmeé de nuevo y traté de hablar entre sus pechos en vano.
—Simplemente descansa. Estarás mejor mañana. —Apretó su agarre—.
Si vives tanto tiempo.
Está bien, estaba molesta. No pasaba a menudo, pero pasaba.
—Lo siento —dije, mi voz amortiguada—. Estaba enfadada.
—Así‖que,‖en‖lugar‖de‖llamarme,‖te‖sentaste‖en‖un‖bar…
—En una cafetería.
—¿… en un bar en una cafetería y te emborrachaste? ¿Pensabas volver a
casa de esa manera?
—¡Por supuesto que no! —dije, horrorizada. Le disparé una mirada—.
Simplemente, sucedió.
Puso los ojos en blanco. —No condujiste a casa, Charley. Reyes te llevó a
casa, y Robert condujo el Cuda de Reyes.
Me iluminó. —Apuesto a que le gustó.
Se rio. —Hizo su día. Lo primero que dijo cuando entró por la puerta:
“Esa‖cosa‖tiene‖tanto‖poder”.
—Eh oh. No crees que consiga el virus, ¿verdad?
—Espero que no. Pero, ¿sabes qué? —dijo, cambiando de opinión—. Él
merece tener diversión. Lo dejaré conseguir un coche poderoso. O un coche
deportivo.
—¿O una Harley? —pregunté, burlándome.
—No. No motocicletas.
Cookie tenía una aversión a las motocicletas desde que folló un motorista
sobre una en su juventud. Ella se cayó y se quemó la forma de Indiana en su
pantorrilla, el tubo de escape estaba muy caliente. Se sentía aterrorizada de ellas
desde entonces.
—No habría manejado a casa —le dije—. Seguramente sabes mucho
acerca de mí. —Borracho conduciendo nunca terminaba bien—.‖ Es‖ solo…‖ ‖ es
suyo. Creo que el chico es suyo.
Cookie jadeó ante mí hasta que todo el intercambio se volvió incómodo y
luego preguntó—: ¿Tu amigo de la prisión te dijo?
—Podría también haberlo hecho.
—Espera —dijo, levantando un dedo, y podía sentir el pánico asentarse
en ella—. ¿Estaba casado? ¿Tenía visitas conyugales?
Negué. —No tenía conyugales. Pero parece que hubo varios incidentes
con las funcionarias de prisiones femeninas e incluso una ex vigilante adjunta
femenina.
—Oh, cielos. Ni siquiera había pensado en eso.
—Bueno, Gossett no dijo que Reyes embarazó una guardia ni nada. Solo
dijo que era posible. Pero una renunció porque un preso la embarazó. Y adivina
cuando fue eso.
—Oh, no.
Asentí. —Hace cinco o seis años.
—Lo siento, cariño.
—No. —Me puse de pie y empecé a pasearme por el suelo, estaba sólo
un poco tambaleante—. ¿Sabes qué? Decidí que estoy de acuerdo con esto.
Estoy de acuerdo con todo. Podemos traer al pequeño Damien a casa y criarlo
como propio.
—Como un lobo encontrado en la naturaleza.
—Esto será grandioso. Podemos ir a buscarlo este fin de semana.
—¿No es eso llamado secuestro?
—Le va a encantar aquí. Especialmente una vez que adopte ese elefante.
—Tengo la sensación de que su madre podría no apreciarlo.
—Correcto. Podría tener miedo de los elefantes.
—No, me refiero a la parte en la que vas a traerlo. Ella probablemente
querrá decir algo al respecto.
—Oh sí, ¿eh?
—¿Sabes qué?
—¿Eres un trasero de pollo? —Me senté junto a ella otra vez, Fabio
formando nuestros traseros. Acariciándolos.
—Déjame hacer una verificación de antecedentes de ella. Me tomará
cinco minutos una vez que llegue a la oficina mañana para ver si Miz Clay
trabajó para el Departamento de Correcciones de Nuevo México.
—Es una gran idea. O podríamos hacerlo ahora.
Rio. —Estoy cocinando la cena. Y no estás en condiciones de ir allí por ti
misma. Te vas a caer por las escaleras de nuevo.
—Amiga, no estaba borracha cuando lo hice.
—Exactamente mi punto.
—Entonces, ¿cuántos días he estado fuera?
—Mm... —Miró el calendario en la pared—. Alrededor de treinta
minutos.
—¿Qué? —Me levanté para mirar el calendario con ella—. ¿Solo he
estado aquí durante treinta minutos?
—Algo así.
—Pero hemos estado hablando durante diez.
—Sí.
—¿Cómo pude recuperar la sobriedad tan rápido?
Una sonrisa maliciosa que mostraba un hoyuelo encantador se extendió
por su cara. —Probablemente fue ese beso.
—¿Beso? —pregunté, intrigada—. ¿Nos besamos tú y yo?
—No tú y yo. Tú y Reyes. Oh, Charley, cuando te puso en el sofá, y no
me refiero a que solo te dejó caer allí. Te bajó sobre él como si fueras la cosa más
frágil del planeta. —Entró en la cocina, arrojó algunas especias en un guiso que
cocinaba, y agitó, la mirada a un millón de kilómetros de distancia.
Fue entonces cuando recordé que no cené. Mi estómago gruñó por reflejo
al aroma apetitoso vagando hacia mí.
—Y entonces se inclinó sobre ti —continuó, agitando lenta y
constantemente mientras pensaba de nuevo—. Su poderoso cuerpo se flexionó
cuando se inclinó y puso su boca sobre la tuya. Era como la Bella Durmiente de
nuevo. Como si su beso te hubiera sanado.
—¿De verdad?
—Y luego, te tocó la cara. Apartó un mechón de cabello de tu mejilla.
Pasó los dedos sobre tu hombro.
—Cookie, realmente me estás encendiendo en este momento.
—Lo siento —dijo, espabilando—. ¿Él‖es‖tan…‖tan…‖ya‖sabes?
—Sí. —Muchacho, sabía—. Además, tengo hambre.
—Oh, maldición —dijo, girando la estufa para poner el guiso a fuego
lento—. No creo que vaya a ser suficiente para ti.
—¿Qué? —Señalé a la olla, que era sólo un poco más pequeña que mi
bañera.
—Lo siento. Tendrás que ir a tu propia casa para comer.
—Ah —dije, volviendo a Fabio. Por lo menos, él me entendía—. No, en
tu vida. Estoy aquí para quedarme, Cook. Voy a llamar a los de mudanza
mañana. Podrías también adoptarme ahora. Este es mi nuevo hogar para
siempre.
—Eso es todo —dijo, marchando a un armario de la cocina—. No me
dejas otra opción.
—¿Qué? —pregunté, poniéndome nerviosa.
Sacó una caja. La caja.
—Oh, Cook, no.
—Oh, Charley, sí.
—No eso —dije, sacudiendo la cabeza y alejándome de ella—. Todo
menos eso.
Se detuvo frente a mí. —Esto está sucediendo, para que así puedas tratar
con él.
—Es cruel e inusual, y él nunca estará de acuerdo con esto.
Sonrió. —¿Quieres apostar?
No quería. Realmente no. Tenía una fuerte sospecha de que iba a perder.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Val_17

Cosas que odiamos como niños:


Las siestas y ser nalgueados.
Cosas que amamos como adultos:
Las siestas y ser nalgueados.
(Meme)

Cuando Cookie caminó hacia mi apartamento, caja en mano, me


sorprendió que no me estuviera arrastrando por la oreja. Me sentía como una
niña siendo dirigida a mi castigo. O absoluta humillación. Cualquiera de los
dos.
Entramos, y Reyes dejó lo que hacía, que era básicamente cocinar algo—
el olor casi haciéndome caer de rodillas—y nos miró con una sexy ceja arqueada
en interrogación.
—Vamos a resolver esto de una vez por todas —dijo Cookie sin rodeos.
—Está bien —dijo él con cautela, inseguro de lo que íbamos a hacer, o
posiblemente incluso de lo que esto significaba.
Ella se dirigió a la sala de estar y empezó a mover los muebles. Me
levanté lentamente en los dedos de mis pies, intentando ver lo que Reyes
cocinaba. Sin duda era rico, sin duda picante, y definitivamente valía la pena un
golpe en la muñeca por un mordisco. Al igual que el propio chef.
Ladeó la cabeza mientras observaba a Cookie trabajar mientras yo me
acercaba más. Luego lanzó la misma mirada interrogante en mi dirección. Me
detuve y me encogí de hombros, fingiendo estar tan desconcertada como él.
Cookie tomaba esto muy en serio. Tendríamos que seguirle la corriente, aunque
fuera sólo para apaciguarla. Sólo quería saber si podía comer primero.
—Por aquí —ordenó Cookie, deteniéndose a admirar su organización—.
Ustedes dos. Y es posible que desees apagar esa estufa, señor Farrow, antes de
quitarte los zapatos.
Eso respondió todo.
Sólo llamaba a Reyes señor Farrow cuando él se encontraba en problemas.
O por lo menos, imaginé que sólo lo llamaría señor Farrow cuando estuviera en
problemas. Nunca estuvo en problemas antes, y nunca lo llamó señor Farrow con
ese tono, por lo que sumé dos y dos. Era tan buena en matemáticas.
Reyes salió de detrás del mostrador, ya descalzo, y observó la escena. No
parecía particularmente preocupado, pero probablemente nunca tuvo este tipo
de castigo antes. No tenía idea en qué se estaba metiendo. Era insoportable y
requería la máxima concentración.
—Lugares —dijo, usando su voz de árbitro. Se sentó en nuestro sofá,
tomó su tabla, y giró la pequeña flecha.
Me quité las botas y arrastré los pies a la lona de plástico. La lona,
también conocida como una estera de tortura, se hallaba cubierta de hileras de
círculos brillantes. Me coloqué en mis lugares designados y esperé a que mi
oponente hiciera lo mismo.
El momento de la verdad se hallaba sobre nosotros. ¿Reyes se burlaría y
se negaría al juego? ¿O aceptaría el reto?
Con humor curvando su boca llena, dio un paso hacia el lado opuesto de
la lona y tomó su lugar entre los círculos.
Llevaba una camiseta gris holgada, con la excepción de sus hombros, en
donde podría aterrizar un 747, y sus bíceps, en los que se podría construir un
centro comercial, que apretaban la tela. Los músculos de sus antebrazos se
flexionaron mientras levantaba el dobladillo de su camiseta para enganchar sus
pulgares en los bolsillos delanteros.
Cookie giró la flecha en su tablero y gritó—: Pie izquierdo, rojo.
Los dos nos paramos en el círculo rojo cercano con nuestros pies
izquierdos, Reyes dándome la espalda, y esperamos por el próximo desafío. Sus
hombros anchos estrechándose hasta las caderas delgadas, los vaqueros flojos
curvándose alrededor de la media luna de su culo. Incluso la parte posterior de
sus brazos era atractiva.
—Mano izquierda, verde.
Una vez más, los dos aceptamos el reto, lo que no era de ninguna manera
fácil para nosotros. Gruñí un poco, pero mantuve el rumbo a pesar de mi más
reciente estado de embriaguez.
—¿Twister? —preguntó Reyes, intentando no reírse.
—Es una larga historia —le dije. Jugar Twister era la manera de Cookie
de lograr que Amber y sus primos dejaran de pelear cuando era más joven.
Había algo en el reto de tratar de equilibrarse y girar sin caerse que los llevaba a
reír como, bueno, niños, y mágicamente la pelea habría terminado.
Pero lo que Reyes y yo atravesábamos era mucho peor que cualquier
cosa por lo que Amber y sus primos hubieran peleado. Nos hallábamos mucho
más allá de las Barbies y pinzas para el cabello. Reyes, por lo menos. Yo todavía
tenía una cosa pequeña por ambas.
—Mano izquierda, azul.
Movimos nuestras manos izquierdas de nuevo, la posición quitando algo
de tensión de mi bulbo raquídeo. O como sea que se llamara el tendón entre el
talón y la pantorrilla.
—Parece que vamos a tener un poco de tiempo si quieres explicar —dijo,
sin ni siquiera jadear todavía.
—Prefería preguntarte por qué no me hablas.
—Pie derecho, color amarillo.
Esto se ponía incómodo. Me sentía como un orangután en una
competencia de gimnasia durante una rutina de piso. Pero Reyes parecía como
si estuviera completamente en su elemento. Un depredador dimensionando a
su enemigo. Una pantera preparándose para atacar. Sus ojos brillaron por
debajo de sus largas pestañas. Sus músculos se movieron y rodaron con cada
movimiento. Sus largos dedos estabilizaron su peso, pero apenas, como si
estuviera balanceando una gran parte en las puntas de los pies.
—Hablo contigo cada día —respondió. El timbre profundo de su voz
envió un escalofrío a través de mí que se disparó directamente a mi abdomen y
se acumuló entre mis piernas.
—Pie izquierdo, verde.
—¿Entonces, no vas a decirme lo que te molesta? —pregunté, luchando
contra la inclinación natural de mi cuerpo para evitar que la gravedad tomara el
control.
—Tú primero.
—Mano derecha, verde.
—Nada me está molestando. Tú eres el que apenas habla.
—Mano izquierda, rojo.
Casi perdí en ese momento, mis dedos se deslizaron cuando aterrizaron
en el círculo. El equilibrio aparentemente no era lo mío.
—Holandesa, si me vas a mentir, ¿por qué molestarse hablando?
Aspiré una fuerte bocanada de aire, y luego tuve que dejarlo salir porque
ya había empezado la cosa de respirar con dificultad. Este juego era mucho más
difícil de lo que parecía.
—No estoy mintiendo. ¿Por qué crees que algo me está molestando?
—Mano izquierda, rojo.
—¿Otra vez? —me quejé, intentando mover la mano a un círculo rojo a
mi alcance, pero Reyes se me adelantó. Prácticamente tenía que estirarme por
debajo de él para llegar a un círculo, tocando nuestros brazos. Me veía como si
estuviera lista para una carrera de cangrejos. Él lucía como si entrenara para
una pelea de la MMA. Los vaqueros quedaban bien ajustados sobre sus caderas.
Su camiseta gris suelta cayó sobre un abdomen ondulado, las colinas y valles
creando sombras suaves a través del paisaje de su torso.
Me miró durante un largo momento antes de decir lo que estaba en su
mente. —No hemos hablado de lo ocurrido en Nueva York.
—Es cierto —dije, fingiendo no luchar por aire—. Pero no he hablado de
ello porque no has querido hablar en absoluto.
—Pie derecho, color rojo.
—¿En serio? —Tenía una oportunidad de hacer eso sin caer, pero Reyes
se hallaba más cerca del círculo que necesitaba.
Y, sin embargo, esperó, y me dio la oportunidad de reclamar el círculo
primero. Eso lo dejaba sin otra opción que colocarse prácticamente a horcajadas
sobre mí para alcanzar el siguiente. Para el momento en que terminó, su cara se
hallaba tan cerca de la mía, que casi no tendría que moverme si el siguiente
comando fuera “boca,‖boca”.
—Mano derecha, color amarillo.
Maldita sea.
—¿Qué te hace pensar que no quiero hablar?
Decidí ser absolutamente honesta. No tenía ningún sentido guardar el
secreto hasta la muerte por más tiempo. Nos casamos. Si no podíamos hablar,
no teníamos ninguna posibilidad. —No lo sé —dije con la mayor cantidad de
un encogimiento de hombros como mi posición azarosa permitiría—. Tú te
apartaste. En el avión, sentí que te alejaste.
—Estábamos en un avión. ¿Cuán lejos podía ir?
—Pie derecho, verde.
—Emocionalmente —dije, sonando como todas aquellas mujeres en
programas de televisión que se quejaban de sus maridos por la forma en que
nunca se abrían. Nunca compartían sus emociones. Nunca las dejaban entrar.
No. No era esa mujer. Al menos, no pensaba que lo era hasta esta noche.
—Entonces, estábamos en un avión a más de nueve mil metros en el aire
y sentiste que me alejaba.
—Mano izquierda, amarillo.
Mis extremidades temblaban visiblemente, y no estaba segura si era por
el juego o la compañía. —Algo así.
—¿Y cuáles fueron tus indicaciones?
—Te veías enojado.
Cerniendo la mitad sobre mí, sus poderosos brazos a cada lado mío,
inclinó la cabeza. —Soy el hijo de Satanás. Enojarme está en mi sangre.
—Esto era diferente —solté. Le había dado el asiento de la ventana, así
tendría que inclinarme sobre él para mirar hacia fuera. Para respirarlo. Para
frotar mi hombro contra el suyo. Y miró por la ventana todo el viaje—. Estabas
callado.
Frunció el ceño, pensando de nuevo en ello. —¿Cómo lo sabrías?
Dormiste durante todo el vuelo.
—Me dormí cuando sentí que te alejabas. No podía enfrentarlo en ese
momento.
Se congeló, y aunque no nos encontrábamos tan cerca físicamente como
habíamos estado antes, nos hallábamos lo suficientemente cerca como para que
nuestras respiraciones se mezclaran. —Una vez más, ¿cuáles fueron tus
indicaciones de que me alejaba?
Preguntó, pero no podía responder. Sinceramente, no lo sabía. ¿Instinto?
¿Una sensación en el estómago?
Cuando no respondí, dijo—: Tal vez te estabas proyectando.
—¿Proyectando? ¿Quieres decir, que tal vez era yo la que se alejaba?
Reyes, te acababa de recuperar. Quería agarrarte del pelo por la raíz y nunca
dejarte ir.
Sentí una oleada de emoción recorriéndolo. ¿Mi conjetura más cercana
sería vergüenza?
—¿Qué? —pregunté.
—No quería presionarte.
—¿De qué manera?
—Habías pasado por muchas cosas. La pérdida de tu padre.
—Es‖cierto,‖pero…
—Un parto difícil.
—La mayoría de los partos en el fondo de un pozo lo son.
—La pérdida de tu madrastra.
—Ahora sólo estás alargándolo.
—Tener que renunciar a tu propia hija.
Me lo quedé mirando un largo rato. —Eso me mató. Seré honesta. Pero
no fui la única que tuvo que renunciar a un niño ese día. Y no fue tu culpa.
—Por supuesto que lo fue. Parcialmente.
—No, Reyes, no lo fue. Y eso no puede ser lo que sentí en el avión. ¿Qué
más? ¿Qué te hizo distanciarte de mí?
—Joder, Holandesa. No lo sé —dijo, cada vez más frustrado—. Pasamos
por muchas cosas, quería darte un poco de tiempo para pensar en todo.
—¿Cómo qué?
—Nosotros —dijo directamente—. Quería que fueras capaz de
reevaluarnos sin tenerme alrededor sofocándote. Asfixiándote.
¿De qué demonios hablaba? ¿Era esta una de esas líneas‖“no‖eres‖tú,‖soy‖
yo”?‖—¿Y por reevaluar, te refieres a nuestra relación?
Su mandíbula se tensó, pero no dijo nada.
—En primer lugar, ¿por qué querría hacerlo? Y en segundo lugar, incluso
si me estuvieras ahogando, sabes que me gusta la asfixia erótica.
Estuvo sobre mí de una vez. Como un depredador. Al igual que un gato
poderoso que se preparaba para devorar su cena. Su calor empapando cada
molécula de mi cuerpo. Alimentándolo. Nutriéndolo. Envolvió un brazo a mí
alrededor y me bajó al suelo. Miré a Cookie. O donde Cookie debería haber
estado.
—Ella se fue.
—Oh.
Se apoyó en un codo, manteniendo una mano en mi cadera, mientras
caíamos al suelo. Me desplomé por debajo. Deleitada con su mirada. Sumergida
en su presencia, porque era todo un espectáculo.
—Así que, volviendo a esto —dije, apartando mis reflexiones—. ¿Por qué
querría reevaluar nuestro matrimonio?
Dejó caer su mirada hacia mi estómago. Levantó el borde de mi suéter y
extendió los dedos a través de mi abdomen. Su toque envió pequeños temblores
de placer a través de mí.
—Debido a que me viste.
—¿Qué quieres decir?
Curvó los dedos, hundiendo suavemente la punta en mi carne,
provocando otro estremecimiento de placer en lo profundo de mis entrañas. —
Viste al verdadero yo, y me di cuenta de cómo debo lucir para ti.
Con la boca llena, los ángulos de su rostro exótico, un rizo a lo largo de
su mejilla. Estas eran las cosas que los artistas se morían por pintar.
—¿De qué estás hablando? —pregunté, mi voz ronca—. Te veo todos los
días.
—No. —Subió los dedos por mi camiseta y bajo mi sujetador, rozando las
puntas sobre un pezón.
Un escozor de excitación se disparó en mi interior.
—En Nueva York —continuó—. La primera vez que me viste después de
que perdiste tu memoria. —Bajó la mano, rozando de nuevo mi abdomen.
Apartándose de nuevo—. Te horrorizaste.
Levantando mi propia mano, pasé mis dedos sobre su sensual boca. —Si
eso es lo que crees, entonces no entiendes realmente la palabra horrorizada.
Nunca podría estar horrorizada por ti.
Me honró con una sonrisa triste. —Y, sin embargo, lo estabas.
Me levanté en mis codos. —Reyes, me desperté sin memoria de quién era
o qué podía hacer. El primer difunto que vi casi me provocó un desmayo. Me
sentía aterrada.
Se estremeció, pero se recuperó rápidamente. —Puedo imaginarlo.
—Pero la primera vez que entraste, Reyes Farrow… —Me acosté de
nuevo, pasé un brazo sobre mi frente, y pensé de nuevo—. Dios mío. No tienes
ni idea de cuán magnífico eres, ¿verdad?
Se burló y se tendió sobre su brazo a mi lado, pero mantuvo su mano en
mi abdomen, bajándola muy lentamente, dejando rastros de calor a través de mi
piel. —Tu expresión habría sugerido lo contrario.
—Tienes razón. —Me di la vuelta para enfrentarlo y también puse la
cabeza en mi brazo, el plástico arrugándose por debajo de nosotros—. Y estás
equivocado.
—Soy talentoso en eso —dijo, deslizando sus nudillos sobre mi ombligo.
—Entraste, y debido a que no podía controlar el cambio de este plano al
siguiente, quedé extendida entre ambos en ese momento. Todo lo que vi fue
este oscuro ser, feroz, increíblemente poderoso que no es del todo humano,
pero no totalmente de otro mundo. Que es como una pantera y un asesino de
otro mundo, todo en uno. Él rebosaba‖ poder,‖ sigilo,‖ gracia‖ y…‖ —bajé la
mirada—, y sexo, tanto que temí de lo que sería capaz alrededor de él. A tu
alrededor. —Metí mi labio inferior entre los dientes—. Mi atracción hacia ti fue
tan inmediata y tan visceral, como si tuviera una cuerda dentro de mí, y
estuviera conectada a ti todo el tiempo. Y en el momento en que te vi, algo tiró
de ella. La tiró con fuerza. El mundo giró, y me asustó quedar derretida en un
charco. —Dejé que mi mirada vagara de nuevo a la suya—. Reyes, me sentía
encantada.
—¿De verdad? Porque te veías horrorizada.
Me reí en voz baja. —Es una verdad estadística que las mujeres son
mejores en las señales no verbales y la lectura de la gente que los hombres. Tal
vez deberías dejarme esas cosas a mí a partir de ahora.
Bajó la vista de nuevo. —Horrorizada es bastante difícil de confundir.
—Me he estado preguntando si había algo más —dije, ignorándolo.
Horrorizada, mi trasero—. Bueno, mucho de algo más pero uno en particular.
—¿Y que sería eso?
—Que te había olvidado. —Cuando no dijo nada, le expliqué—: Habías
predicho meses antes que te olvidaría cuando supiera mi nombre celestial, y
tenías razón.
—Sabía que lo harías. No fue una sorpresa.
—Pero no olvidarte como lo hiciste sonar que te olvidaría. Como si
perdería el interés. Como que lograría superarte y no amarte más y seguir
adelante.
—Cierto. Pero de una manera lo hiciste. Casi te perdiste a ti misma.
—Esa fue una gran cantidad de poder para darle a una chica con los pies
en la tierra de Nuevo México, cuyas únicas aspiraciones incluían viajes a las
plantaciones de café en todo el mundo y comer paletas de helado de naranja sin
tener jugo en la barbilla. Cuando me‖enteré‖de‖quién‖fue‖la‖idea…
Una risa ligera suavizó los bordes afilados de sus emociones heridas.
—¿Pero la idea de no amarte más? Reyes, no puedo respirar cuando no
estás cerca de mí. No puedo pensar con claridad.
—Me alegra escuchar eso. —Pasó su pulgar sobre mi ombligo, causando
otra sensación de hormigueo entre mis piernas—. Y estoy agradecido, pero
también has tenido mucho en tu mente.
—No, estoy bien.
—Ah. —Asintió en entendimiento—. ¿Así que tengo que decirte todos
mis secretos, pero no vas a compartir los tuyos?
Un resoplido se me escapó antes de que pudiera detenerlo. —Reyes
Alexander Farrow, sé condenadamente bien que no, y que jamás, me dirás
todos tus secretos.
Su mirada de repente se clavó en la mía. —Puede ser que te sorprenda
algún día.
—¿Sí?
—Pero tienes que ir primero.
Tenía razón, hasta cierto punto. Teníamos que comunicarnos. ¿No era
eso lo que decían los expertos? ¿La comunicación era la clave?
Decidí comenzar con lo que más me dolía en ese momento. Cerré los ojos
como una cobarde y dije en la oscuridad—: Tienes otro hijo.
—¿De verdad? —preguntó, su voz mezclada con humor—. Gracias por
hacérmelo saber.
Lo miré de nuevo, con la boca ligeramente abierta. —¿Cómo es esto
divertido?
—Ni idea. Pero confía en mí, lo es.
—Reyes, tienes un hijo de cinco años de edad en Texas.
Frunció las cejas y luego las liberó cuando la comprensión llegó. —
Cierto. Damien. Se me había olvidado que lo engendré. Y mientras me
encontraba en la cárcel, por si fuera poco.
—¿Entonces, esa es tu excusa? ¿No podrías engendrar un hijo mientras
estabas en la cárcel? —Cuando se limitó a mirarme, luchando contra una
sonrisa, dije—: ¡Ja! Ya sé cómo sucedió, señor Hombre.
Sus cejas se dispararon, completamente intrigado.
—Embarazaste a una oficial correccional femenina.
—Ah. —Asintió, pensando de nuevo—. Oh, bien, bueno, menos mal que
no fue un oficial correccional masculino. Sería un trabajo duro.
Se reía de esto. Burlándose. Descartándolo de cualquier manera. Me
quedé allí espantada, atónita y aturdida. Sin palabras. —¿Cómo puedes tomar
esto a la ligera? —Bueno, no del todo sin palabras.
Deslizó su mano alrededor de mi cintura, hasta que sus dedos se posaron
en mi espalda. —Debido a que usted, señora Davidson, es hilarante.
Se tomaba esto muy bien. Tal vez demasiado bien. —¿Estás insinuando
que Damien Clay no es tu hijo?
—Por favor, dime que no perdiste tiempo y recursos valiosos
investigando esto cuando todo lo que tenías que hacer era preguntarme.
—Yo, ciertamente, no lo hice. Cookie lo hizo. Tendré una charla con ella
mañana. Entonces, confiesa. ¿Sí o no a la prueba de paternidad?
—Holandesa, si alguna vez tengo otro hijo, te lo prometo, serás la
primera en saberlo. Probablemente porque estarás en la agonía del parto,
gritando. Damien Clay es el hijo de tu novio. Nunca se casó con la madre.
Parpadeé con sorpresa. —¿Mi novio? ¿El nuevo? ¿Sabes acerca de Fabio?
No se molestó en contestar. Al parecer, era indigno de él comentar sobre
el sofá de Cookie.
Bueno. El hijo de mi novio. Estupendo. —Bueno, es muy amable de tu
parte hacer sus pagos de manutención. Es muy vanguardista. Familia muy
nuclear. En una forma post-apocalíptica.
—Fue parte del trato —dijo con un encogimiento de hombros—. Quería
ojos adicionales en los que pudiera confiar sobre nuestra hija, y él era ojos
adicionales en los que podía confiar.
Llamó mi atención y me levanté sobre los codos de nuevo. —¿Qué tiene
que ver Beep con todo esto?
—Contraté a tu novio. En realidad, a los tres. —Cuando me quedé
boquiabierta en confusión, añadió—: Tus amigos motoristas, ¿recuerdas?
Mantienen un ojo en los Loehrs y, a su vez, en Elwyn. Simplemente no quería
un rastro de papel. Son, después de todo, fugitivos buscados.
—¿Donovan? —pregunté, aturdida—. Por supuesto. Contrataste a
Donovan y los chicos para cuidar a Beep.
Eran perfectos. Y tenía razón. Eran buscados por una cosa de robo de un
banco. No importaba que fueran chantajeados para que lo hicieran. Eran buenos
chicos, y cuando se trataba de contratar brazos fuertes para proteger a Beep y
los Loehrs, Reyes los encontró.
—Entonces —continuó—, parte del trato era que sólo utilizarían dinero
en efectivo y las tarjetas de crédito que les envié y, a cambio, yo hago sus pagos
de manutención por lo que no habrá ningún rastro de su paradero online.
Seguía boquiabierta ante él, pero esta vez con asombro absoluto, aún más
temerosa que la primera vez que entró en Firelight Grill, el restaurante en
Nueva York. —Eso es increíble, Reyes. No tenía idea de que hiciste eso por
ellos. Por Beep.
Frunció su boca llena. —A veces, tu falta de fe en mí me sorprende.
—No es falta de fe. —Negué, insistente—. Nunca falta de fe. Sólo tiendo
a subestimar ese cerebro tuyo. —Toqué su sien y luego aparté un mechón de
cabello hacia atrás y lo metí detrás de su oreja. Totalmente necesitaba un
recorte—. Se me sigue olvidando que tu coeficiente intelectual es más alto que
mi saldo bancario.
—Eso no es decir mucho.
—Sin embargo, es una lástima. Iba a rescatar a Damien, traerlo a casa, y
criarlo como mío.
—¿Como un lobo en la naturaleza?
Podría jurar que había oído eso antes.
—Dudo que su madre hubiese apreciado eso —dijo, siendo lógico.
—Sí, Cookie dijo lo mismo.
—Está bien —dijo—, siguiente. ¿Ahora que estamos sacando todo, que
más te ha estado molestando?
—Nop, la última fue mía. Es tu turno. ¿Qué más te ha estado
molestando? —Dejé que mis dedos se quedaran. Tracé su mandíbula. Deleitada
en la sensación de su barba—. ¿Qué otros secretos se esconden detrás de esos
ojos brillantes?
Sonrió. —Tienes mi corazón. Ahí es donde escondo todos mis secretos.
—Entonces, supongo que no tengo la llave.
—¿Estás bromeando? Tú forjaste la llave. —Besó la punta de mi nariz, se
echó hacia atrás, y tiró de uno de los bucles de mi cinturón hasta que me
encontré a su lado con seguridad. Envolviendo un brazo detrás de su cabeza, se
quedó mirando el techo. Seguí su línea de visión, preguntándome sobre el niño
que colgaba allí, y luego regresé al magnífico perfil de Reyes.
—Realmente no has hablado de lo sucedido en el almacén en Nueva
York.
—¿Quieres decir antes de que tú llegaras allí? —pregunté.
Asintió, y di gracias a Dios que ya no podía leer mis emociones. Ahí fue
donde me dieron el cristal divino. Ahí fue donde descubrí que mi marido era
un dios de Uzan. Y ahí fue donde conseguí los medios para atrapar a dicho
marido en caso de necesidad.
—No hay mucho que contar. Kuur intentó lograr que le dijera dónde se
encontraba Beep. No lo hice. Se enojó. Sobrevino el caos.
—El caos siempre sobreviene cuando estás cerca —dijo, su voz llena de
humor—. ¿Nada más pasó?
—Nada que pueda recordar.
—Entonces, ¿por qué creo que has estado ocultándome algo desde
aquella noche?
—Ni idea. ¿Por qué pienso que has estado ocultándome algo desde
aquella noche?
—Ni idea.
Me levanté en mi codo y puse mi barbilla en su pecho. —Vamos a hacer
un trato.
—Bueno.
—Ya no mantengamos ningún secreto uno del otro.
—Eso es un poco radical, ¿no crees? —Se burlaba de mí. El humor curvó
su boca.
—He oído que es el último grito de la moda.
—¿Ningún secreto entre las parejas casadas? Vas a comenzar una
revolución si sigues pensando así.
Entrecerré los ojos al pensar. —Tal vez más como ningún secreto a
menos que la otra persona sepa que has guardado un secreto. Ya sabes, la
revelación completa.
—No estoy seguro de que hayas comprendido el concepto de revelación
completa. Ello implicaría, ya sabes, revelación completa.
—Es cierto, pero trabaja aquí conmigo. —Me emocioné. Este podría ser el
boleto—. Podría decirte que tengo un secreto que no puedo decirte, pero
entonces tú sabrías que tengo un secreto así todo quedaría descubierto y nadie
se sentiría culpable o dejado fuera del circuito, etcétera, etcétera.
—¿No crees que sería incompatible con el propósito de revelar un
secreto?
Negué. —No lo creo.
Se aclaró la garganta, y tuve la sospecha de que trataba de no reírse. Su
mano, la que deslizó bajo mi suéter de nuevo, subió por mi espalda, sus dedos
extendidos abrasando mi piel, llenándola con calidez. —Bueno, vamos a darle
una oportunidad.
Me moví más cerca con emoción. Pensé en las cosas que había estado
guardando cerca de mi corazón. El primer secreto, el súper grande, la
monstruosidad de todas las monstruosidades, era, por supuesto, su condición
divina. Era ocultado porque, bueno, él fue creado usando la energía de un dios
del mal, así que no estaba segura de lo que sucedería cuando se lo dijera. Y el
segundo era el cristal divino. Razones similares. Diferentes resultados. Además,
el cristal divino era el corazón de mi plan de respaldo.
Ahora que sabía lo que él era, entendía mucho. Podía sentir su poder. Su
pulso saliendo en oleadas. Era primitivo, turbulento y dinámico. Era mucho
más que sobrenatural, y ahora que lo sabía, tenía sentido.
Era una fuerza. Un remolino. Un reactor nuclear. Y tal poder a menudo
era salvaje. Impredecible e incontrolable. Simplemente necesitaba saber más.
Por desgracia, sólo había una entidad que podía pensar que creció en el mismo
barrio, que sabía más de Reyes que cualquier otra persona en este plano:
Osh’ekiel.
Le diría a Reyes con el tiempo, pero tenía que investigar un poco
primero.
—Muy bien —dije, tragando saliva—. Tengo dos secretos que no puedo
contarte. —Caí hacia atrás y extendí mis brazos, uno aterrizando en su rostro.
Muy a propósito—. Uf. Chico, me siento mejor ahora que lo saqué de mi pecho.
Oh, espera. —Pensé un momento. Técnicamente, el hecho de que no le había
dicho que Satanás de alguna manera lo atrapó cuando se hallaba en modo dios
del mal podría contar como un tercer secreto—. Cancela eso. Tengo tres. Lo
siento.
Mordió suavemente el brazo que aún yacía en su cara, haciéndome reír
como una colegiala. Me acerqué.
Después de que me acurruqué junto a él de nuevo, dijo—: Tres, ¿eh? Eso
es un montón de secretos.
—Es cierto, pero al menos ahora tú sabes que los tengo y que te diré
cuando pueda. En el momento en que pueda. No, en el microsegundo que
pueda. ¿Y qué me dices de ti?
—Hmmm —dijo, pensando en voz alta—. Creo que sólo tengo uno. No.
—Pensó de nuevo, alargándolo hasta que estuve a punto de masticar mis
uñas—. Dos. Sí, técnicamente tengo dos.
Me quedé mirándolo, abatida. —¿Estás ocultándome dos secretos?
Se rio en voz alta. —Tú estás ocultándome tres.
—Pero… —Me levanté en mis palmas—. Pero, ¿qué son? ¿Por qué estás
ocultándomelos?
Por el más breve momento, la tristeza cruzó su cara. Era sobre todo en los
ojos. El desliz más pequeño. El vistazo mínimo. Pero se recuperó al instante y
volvió a sonreír. —Sabía que esto no funcionaría.
El temor me atravesó. Reyes no se ponía triste. Reyes se enojaba. Se
volvía piedra. Planificaba y planeaba y trabajaba hasta que no importaba cuál
fuera el problema, sabía cómo resolverlo. ¿Pero tristeza? ¿Era algo que no podía
controlar? ¿Algo sobre lo que no podía hacer nada? ¿Inevitable?
Pero la razón completa de esto era formar una unión más fuerte. Para
confiar entre sí, incluso cuando no podíamos decirle al otro, por la razón que
sea, lo que podría ser el secreto.
—No, tienes razón. Funcionará. Gracias por decírmelo. —Me recosté y
me enfoqué en la mano en mi espalda. Por lo menos ya me tocaba—. Estaba
preocupada —dije, disfrutando de su sensación.
—¿Qué cosa?
—El hecho de que no me has tocado en más de una semana.
—Te expliqué eso.
—Lo sé, pero…
—Holandesa, te mereces a alguien mucho mejor que yo.
Mirándolo tan firme como pude, dije—: O tienes una opinión exagerada
de mí o una opinión distorsionada de ti mismo. Al parecer son ambas cosas.
Creo‖que‖la‖única‖forma‖en‖que‖resolveremos‖esto‖de‖una‖vez‖por‖todas‖es…‖—
Me moví hacia él, levanté su camiseta, y sumergí las manos en sus pantalones—
, ejercitándonos hasta que estemos demasiado cansados para discutir.
Deslicé mi mano por su abdomen duro como una piedra y envolví mis
dedos alrededor de su erección. Cada músculo de su cuerpo se volvió mármol.
Apretó la mano en mi espalda en un puño mientras empujaba todo el camino
hasta la base de su polla. Masajeé y masajeé hasta que sentí la familiar
avalancha de sangre por debajo de mis dedos.
Tomó un puñado de cabello y tiró de mi boca sobre la suya mientras
trabajaba.
Me alejé. —Pero, en realidad, ¿puedo tener una pista? Ni siquiera de
ambos secretos. Con uno funcionará. Espera, ¿están relacionados?
Sin decir una palabra, agarró el borde de la lona del Twister, la tiró sobre
nosotros, entonces rodó, encerrándonos como el contenido de un burrito.
—¿Estás seguro de que Cookie se fue? ¿No tenía que ir al baño o algo
así?
Cubrió mi boca con la suya y presionó sus caderas en las mías, su
erección dura contra mi estómago.
—Si sigue aquí —dije, de repente sin aliento cuando atrapó mi oreja—,
está a punto de ser gravemente escandalizada.
Ignorándome por completo, me volcó sobre mi estómago, sus
movimientos bruscos, apresurados, y se presionó contra mí desde atrás. Y
mientras envolvía sus largos dedos alrededor de mi garganta, preguntó—: ¿Qué
era lo que decías acerca de la asfixia erótica?
—En su mayoría bromeaba…‖ —Di un grito ahogado cuando apretó su
agarre con una mano y empujó mis pantalones abajo con la otra. El aire frío se
precipitó a través de mi piel un microsegundo antes de que su calor lo
arreglara.
Luego, su boca se hallaba en mi oreja de nuevo mientras sus dedos
soltaban sus propios pantalones. —Ábrete tú misma —dijo, su voz baja, suave y
exigente.
Pero mis vaqueros llegaron sólo hasta las rodillas. No podía separar mis
piernas.
Cuando no obedecí de inmediato, llevó una mano sobre mi camiseta y
debajo de mi sujetador. En un primer momento sólo acarició a Peligro, pero
entonces un escozor agudo me provocó piel de gallina mientras apretaba la
delicada cresta entre sus dedos.
Se sentó a horcajadas sobre mí y cerró mis rodillas con las suyas. —
Ábrete a ti misma —repitió en mi oído, los dedos cada vez más y más apretados
alrededor de mi garganta. Enterró su cara en mi pelo, y respiró mi olor. Su pene
se hallaba contra la parte baja de mi espalda, caliente, duro y listo.
Me estiré hacia atrás, puse las manos en mi culo, y me abrí para él.
—Buena chica —susurró antes de deslizar los dedos en la humedad allí.
Gimió en mi pelo—. Estás tan jodidamente mojada —dijo mientras me
acariciaba.
Sólo quería que esto continuara. Quería que él continuara. Hasta que no
pudiera ver bien.
Entonces, sacó los dedos y frotó mi clítoris con suavidad. Tentando.
Engatusando. El movimiento envió oleadas de placer en espiral por mi cuerpo,
iluminando todos los rincones oscuros, encendiendo las partes más latentes con
estremecimientos pequeños y brillantes.
Esta vez, gemí, y eso lo excitó más. Deslizó la longitud de su erección
sobre mi piel y se posicionó en la entrada, presionando su miembro pesado en
mí, luchando por ser soltado entre mis piernas como un caballo de carreras
segundos antes de que las puertas se abrieran.
Pero se detuvo, agarró el lóbulo de mi oreja entre los dientes, mordió con
fuerza suficiente para arrancarme un grito, entonces susurró—: Esperemos que
folle el correcto.
¿El correcto? Mis ojos se abrieron, y me puse rígida, temiendo el sexo
anal como un Roswelliano teme las sondas, pero en un movimiento rápido,
enterró su polla en mi coño.
Un espasmo me atravesó, y casi me vine en el momento en que entró,
pero se mantuvo firme, enterrado profundamente dentro de mí, esperando que
me calmara. A la espera de que él mismo se calmara. Empecé a temblar, y mis
dedos se deslizaron. Apretó su agarre hasta el borde de la privación de oxígeno.
—Vous ne devriez pas taquiner, mon amour —dijo, con un francés tan fuerte
y fluido como sus movimientos—. No debes provocar, mi amor —repitió en
español.
A pesar de que todavía se encontraba quieto, el comienzo de un orgasmo
volvió a surgir en la distancia, ondulando en mi interior en oleadas calientes y
palpitantes. Cuanto más se apretaba su agarre, más profundo se hallaba su
pene, y más cerca estaba de venirme. Me retorcí por debajo, tentándolo a
acercarse, rogando, pero se contuvo rápido. Su peso era demasiado. Su agarre
demasiado fuerte.
Me besó en la mandíbula. El cuello. La comisura de mis labios. Entonces,
sin previo aviso, se deslizó fuera, pero sólo un par de centímetros antes de que
se sumergiera de nuevo en el interior. Di un grito ahogado mientras me
sostenía. Apretando su agarre en mi garganta. La restricción provocando un
mareo de placer. Se extendió como pólvora, y me retorcí debajo de él.
Queriendo eso otra vez. Esa punzada de deseo, agudo, erótico y feroz.
Se sujetó sobre mí, manteniéndome completamente inmóvil, e hizo lo
inesperado. Desaceleró el tiempo mientras salía y se sumergía en el interior de
nuevo. Cortas y rápidas ráfagas. Sacudidas afiladas de excitación causando el
dolor más dulce y más profundo en mi vientre. Mi clímax se acercaba, pero
apretó su agarre y susurró—: No te dejes ir.
Sus jadeos eran cortos y profundos como sus embestidas, y sabía que se
encontraba tan cerca como yo.
—No te dejes ir —repitió, su voz ronca, sus manos temblorosas mientras
bombeaba aún más rápido. Pero no podía contenerlo.
Su aliento se desplegó a través de mi mejilla y, sin ralentizar su ritmo,
presionó su boca a mi oreja. —Ahora.
El tiempo chocó contra nosotros, lo que aumentó el placer que explotó
dentro de mí. Cada músculo se tensó mientras la energía cruda del orgasmo se
disparaba y pulsaba y sacudía el mundo que nos rodeaba. Un gruñido surgió
de su garganta, y agarró el plástico debajo de nosotros al tiempo que su propio
clímax lo estremeció en potentes oleadas.
Susurró unas palabrotas entre sus dientes apretados, y no podría haberlo
dicho mejor. Para el momento en que se derrumbó sobre mí, sólo los restos
brillantes de placer se mantenían, como jirones de una estrella olvidada.
Deslizó su peso de encima para tumbarse a mi lado. Sus pestañas
descansando sobre sus mejillas. Su boca hinchada y sensual.
—Entonces, ¿fue bueno para ti? —le pregunté.
Meneó la cabeza. —Lo fingí.
—¿De verdad? Yo también. Supongo que tendremos que intentarlo de
nuevo.
Una lenta sonrisa se extendió por su rostro. —Está bien, pero la lona se
tiene que ir.
—Trato hecho.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Julie

Estoy a un paso de ser rico.


Todo lo que necesito ahora es el dinero.
(Meme)

Hablamos toda la noche. Y comimos el increíble pollo al bourbon de


Reyes. Y discutimos... todo. Él respondió todo lo que le pregunté, y aunque no
tenía ni idea de por qué se abría ahora, nunca iba a mirarle el diente a caballo
regalado.
Habíamos pasado de la lona del Twister al sofá, al cuarto de baño y
lavabo—larga historia—y finalmente terminamos en la cama. La cama era un
enorme dosel de maderas grises rústicas y líneas suaves, de buen gusto.
Hizo muchas preguntas, también. Le expliqué sobre Heather, la chica sin
hogar que había sido maldecida, que mencioné en mi estupor etílico en Satélite.
Le dije dónde nos encontrábamos en ese caso. Y entonces le dije sobre mi caso
real.
Puesto que él no trabajaba para la policía de todas formas, le dije quién
nos contrató, sobre todo porque quería explicar la otra observación que hice en
estado de ebriedad sobre cómo Nick Parker tenía un archivo sobre nosotros y
Beep. La forma en que lo utilizó para asegurarse de mi colaboración en su caso,
pero que no era necesario, porque Fiske realmente era inocente de los cargos en
su contra.
Pero el interés de Reyes se enganchó en el hecho de que Parker tenía un
archivo sobre nosotros. El apartamento casi explotó esa vez. Me vi obligada a
apartar la mente de Reyes de Parker mostrándole a Peligro y a Will. Funcionó
completamente. Mis chicas siempre eran de ayuda en un apuro.
Pero conocía a Reyes lo suficientemente bien como para saber que no
dejaría eso pasar. Ni por un minuto. Y podía hacer las cosas muy pegajosas para
nosotros y nuestra situación extremadamente delicada. Lo último que
necesitaba era una investigación en toda regla en algo que podría lanzarnos a
los dos a prisión. Estaba bastante segura de que falsificar registros de
nacimiento y regalar a tu hijo era ilegal.
Intenté sentirlo con la mayor delicadeza posible sobre la toda la cosa de
dios. Una cosa era que yo no supiera que era un dios, pero era otra que Reyes,
que había sido Rey'aziel en el infierno y luego Reyes aquí, que había vivido en
su estado actual de mente durante siglos, no tuviera ni idea. O jugaba muy bien
a fingir, o realmente y verdaderamente no lo sabía.
Se hacía tarde, pero el sueño era lo más alejado de mi mente acelerada.
Al parecer, ese no era el caso para el Sr. Bollos de Azúcar. Se tumbó, cerró los
ojos y echó un brazo sobre su frente; su posición favorita para dormir.
Difícilmente podía tener eso. Entonces, me arrastré encima de él y
empecé a hacer compresiones en su pecho. Parecía lo correcto.
—¿Qué haces? —preguntó sin quitar su brazo.
—Dándote RCP. —Presioné en su pecho, intentando no perder la cuenta.
Llevaba‖un‖jersey‖de‖fútbol‖rojo‖con‖negro‖y‖bóxer‖que‖decía:‖“CONDUCTORES‖
REQUERIDOS.‖VEA‖DENTRO‖POR‖LOS‖DETALLES”,‖me‖senté‖a‖horcajadas‖y‖
ahora trabajaba furiosamente para salvar su vida, mi enfoque como el de una
enfermera de trauma experimentada. O una carne asada sazonada. Era difícil de
decir.
—No estoy seguro de que esté a la venta —dijo, su voz suave y llena con
un humor que encontré terrible. Estaba claro que no apreciaba mi dedicación.
—¡Maldita sea, hombre! ¡Estoy tratando de salvar tu vida! No
interrumpas.
Una sonrisa sensual se deslizó por su rostro. Metió los brazos detrás de la
cabeza, mientras yo trabajaba. Terminé mis cuentas, me agaché, puse mis labios
en los suyos, y soplé. Se rio en voz baja, el sonido retumbando de su pecho,
profundo y atractivo, mientras llevaba mi aliento a sus pulmones. Con esa parte
resuelta, volví a contar las compresiones torácicas.
—¡No te me mueras sobre mí!
Y oraciones.
Después de otra ronda, preguntó—: ¿Voy a lograrlo?
—Es una situación crítica. Voy a tener que usar el desfibrilador.
—¿Tenemos un desfibrilador? —preguntó, arqueando una ceja,
claramente impresionado.
Cogí mi teléfono. —Tengo una aplicación. Espera. —Mientras presionaba
botones, me di cuenta de un defecto importante en mi plan. Necesitaba un
segundo teléfono. Duramente podía darle choques con una sola paleta. Estiré la
mano y agarré su teléfono también. Comencé a apretar botones. Rodé los ojos—
. No tienes la aplicación —dije con los dientes apretados.
—No tenía idea de que los teléfonos inteligentes eran tan versátiles.
—Voy a tener que descargarla. Solo será un segundo.
—¿Tengo tanto tiempo?
Humor brillaba en sus ojos mientras esperaba que encontrara la
aplicación. Me había olvidado el nombre, así que tuve que volver a mi teléfono,
y luego volver al suyo, luego, hacer una búsqueda, luego, descargarla, luego
instalarla, a la vez que mi paciente se estaba muriendo. ¿Nadie entendía que los
segundos contaban?
—¡Lo tengo! —le dije al fin. Presioné un teléfono a su pecho y otro a un
lado de su caja torácica como lo hacían en las películas, y grité—: ¡Despejen!
Por supuesto, no lo acabé ni nada mientras la carga eléctrica recorría su
cuerpo, golpeaba su corazón en acción, y probablemente quemaba su piel. O esa
era mi esperanza, de todos modos.
Lo manejó bien. Una esquina de su boca se torció, pero eso fue todo. Era
tan mal actor.
Después de dos sacudidas más de electricidad que había que hacer, me
incliné hacia adelante y presioné mis dedos en su garganta.
—¿Y bien? —preguntó después de un momento de tensión.
Solté un suspiro de alivio irregular, y mis hombros cayeron hacia
adelante en agotamiento. —Va a estar bien, señor Farrow.
Sin previo aviso, mi paciente me tomó en sus brazos y me dio la vuelta,
me sujetó a la cama con su considerable peso y enterró su cara en mi cabello.
¡Fue un milagro!
—¿Pero lo estás tú? —preguntó, la pregunta era en parte promesa y parte
amenaza.
Me reí mientras una fuerte mano se deslizaba en mi bóxers. —No —dije
sin aliento—. Nunca.
Y mientras se deslizaba dentro de mí otra vez, mi cuerpo apretándose a
su alrededor en reflejo, me lo creí. Nunca volvería a estar bien otra vez. Y de
alguna manera me parecía bien.
—Sabes —dijo alrededor de las tres de la mañana—, hay un secreto del
que nunca hemos hablado.
Traté de no emocionarme demasiado, pero... —¿Es uno de tus dos?
—No —dijo, y se rio cuando fruncí mi boca en decepción.
—¿Así que hay otro?
—Más o menos.
—¿Tenías tres?
—En realidad no es un secreto. Sólo que nunca has preguntado.
Intrigada, me acerqué más. —Bueno, entonces es claro que debería.
—Nunca has preguntado por el dinero.
—¿El dinero? ¿Tu dinero?
—No, el del gobierno —dijo con una sonrisa.
—¿Vamos a hablar sobre el presupuesto nacional? Porque me gusta
mucho.
Su mirada cayó sobre mi boca, sus largas pestañas detenidas a medio
enmascarar sus ojos oscuros y brillantes. —Nunca has preguntado cuánto
tenemos.
—¿Nosotros?
—Nosotros —dijo severamente.
—Nunca he preguntado porque nunca lo he necesitado. Ya lo sé.
Una ceja bien formada se levantó. —¿Sabes?
—Sip. Kim me dijo. Sé exactamente la cantidad que tienes.
—Tenemos.
—O lo sabía. Eso fue hace casi un año, y ambos sabemos que has estado
quemando la cosa como el petróleo crudo.
Kim era la hermana no biológica de Reyes. Ellos crecieron juntos,
luchando uno al lado del otro para sobrevivir a los horrores del hombre que los
crio, Earl Walker. Él haría cualquier cosa por ella, y ella por él. Lo demostró
cuando inició la quema de edificios hace aproximadamente un año, todo para
ocultar las pruebas de lo que Earl le hizo a Reyes. Fue el acto de amor más dulce
y equivocado que había conocido, excepto estaba a punto de ser una mujer
buscada, por lo que Reyes la instaló en un lugar remoto. No la había visto desde
entonces.
—Entonces, ¿qué te dijo?
—Cincuenta de los grandes. Que era un poco difícil para mí de entender.
Es decir, ¿cincuenta millones? ¿Quién demonios tiene cincuenta millones de
dólares?
—Kim hablaba de su dinero. No el nuestro.
—Sí, dijo eso. Pero no lo toca. ¿Lo sabes, cierto? Sólo toma un poco del
interés para vivir. Me dijo que nunca tocaría tu dinero.
—Lo sé. —Los músculos de su mandíbula saltaron cuando mordió en
frustración—. Puede ser cabeza dura. Al igual que alguien que conozco.
—Me gustaría poder llegar a conocerla mejor. Me gustaría que
pudiéramos pasar el rato y compartir historias sobre ti y hablar detrás de ti
como cuñadas verdaderas.
—Por extraño que parezca, también me gustaría eso. Espero que todavía
puedas algún día.
Sentí una corriente pasando a través de él. Una perturbación, aunque no
podía identificarla.
—¿Hay algo mal? Ella está bien, ¿verdad?
Se dio la vuelta sobre su espalda y pasó un brazo por la frente. —No
estoy seguro.
Me levanté en un codo a su lado. —¿Qué quieres decir?
—No puedo encontrarla.
Alarma se precipitó sobre mi piel. —¿Despareció? No entiendo. ¿Cuándo
fue la última vez que hablaste con ella?
—Hace un par de días. Estaba ubicando casas de seguridad para los
Loehrs. Buscando localizaciones. Haciendo las compras.
—¿Casas de seguridad? —pregunté, sorprendida—. ¿De cuántas casas de
seguridad estamos hablando?
—Por el momento, diez. Ella trabajaba en la número once.
—¿Diez? —Intenté evitar abrir la boca. Fallé—. ¿Tenemos diez casas de
seguridad? —Antes que pudiera detenerlas, las lágrimas se reunieron—.
¿Compraste diez casas? ¿Porque, no sé, solo en caso de que se ocuparan?
—Por supuesto —dijo como si me hubiera salido otra cabeza.
—Reyes…
—Te lo dije. Estoy haciendo todo lo posible para mantener a nuestra hija
a salvo.
Parpadeé y me alejé. Las profundidades de las convicciones de este
hombre me asombraban. —Lo siento. Estaba distraída. ¿Kim?
—Sí. Buscaba una casa en una isla al sur de México. Se suponía que tenía
que volar hoy y volver conmigo, pero nunca me envió un mensaje haciéndome
saber que lo logró.
Mis hombros se pusieron rígidos. Kim y Reyes eran cercanos. Si algo le
llegara suceder a ella, no sabía cómo lo tomaría.
—Estoy seguro de que está bien —dijo, mintiendo a través de sus
dientes. Pero me dio la sensación de que no me mentía solo a mí sino a sí
mismo—. Tal vez perdió su cargador. Ella hace eso.
—¿Tú, ya sabes, la has buscado? —Es decir, la buscó incorpóreamente.
—Aún no.
—Podríamos enviar a Angel.
—Podríamos, pero lo tengo en otra asignación.
—¿Una asignación? ¿Qué tipo de asignación?
Dejó caer un brazo sobre mí. —Tiene que ver con uno de esos secretos
que te hablé. —Esperó un momento y luego dijo—: Adelante. Sabes que
quieres.
—Está bien, en serio, ¿no puedes decirme solo uno? Será como la
apertura de uno de los presentes en la víspera de Navidad. Entonces estaré
satisfecha y podré dormir por la noche sabiendo que tu secreto no es que de
verdad te gusta la ropa interior de mujer o que te gusta Howard Stern o que
viste una película snuff9 una vez. Si sólo tuviera esas tres cosas fuera del
camino...
—Está bien. —Se movió hacia mí de nuevo—. Tú me dices uno, y te diré
uno.
Gruñí y enterré mi cara en una almohada. —No puedo. Aún no. Pero
pronto.
—Lo mismo digo. —Cuando empecé a protestar, un acto que tenía cero
derecho a hacer, levantó el dedo índice en señal de advertencia.
Me incliné hacia delante. Envolví mi boca alrededor de él. Chupé
suavemente antes de deslizarlo fuera.
La mirada de Reyes no se alteró. Observó con gran interés, y sentí su
pulso acelerarse.
—Oh, espera —dije—. ¿Qué decías sobre el dinero?
Le tomó un momento recuperarse.

9 Películas caseras con hechos criminales


—Eso es lo que quería decirte. Estoy sin nada. He gastado todo haciendo
de nuevo el edificio y comprando las casas de seguridad.
—Oh, Reyes —dije, ahora preocupada por él—. Está bien. Tenemos el
restaurante y mi negocio. En realidad, nunca hemos estado en la oscuridad
durante más de cinco minutos, pero puedo darle la vuelta. —Pensé en ello y me
encogí—. O, sabes, puedo intentarlo. Siempre estoy consiguiendo abogados que
quieren contratarme. Pero por lo general quieren que saque sus clientes escoria
del muy legítimo cargo de tráfico de drogas o abuso del cónyuge o canibalismo,
pero eso fue sólo una vez. —Lo miré, segura de que estaríamos bien—.
Podemos hacer esto. Podría tener que traicionar mis principios y ayudar a
quitar un par de cargos de tráfico de humanos, pero podemos hacer esto.
—Nunca traicionarías tus principios. Y estaba jodiendo contigo. Necesito
que sepas donde está todo por si algo me pasa.
—¿Qué? —Me levanté y senté con las piernas cruzadas en la cama, la
sábana cubriendo lo necesario desde que había perdido recientemente mi
camiseta y bóxers—. ¿Qué quieres decir? ¿Es algo que pasará? —Jadeé—. ¿Es
ese uno de tus secretos?
—No. Esta es sólo una medida de precaución. No vivimos las vidas más
seguras. En general.
—Oh. De acuerdo, bien, ¿qué quieres decir con donde está todo?
—Nuestro dinero. Nuestros abogados. Nuestros contadores.
—¿Tienes más de un contador?
—Tenemos más de un contador. Siete, de hecho. Y un administrador.
Básicamente, necesitas saber cómo llegar a cualquiera y todos nuestros recursos.
Tienes acceso completo a todo, por supuesto, para que puedas conseguir
cualquier cosa que necesites en cualquier momento.
—¿Tienes siete contadores?
—Tenemos. ¿Y tienes alguna idea de la cantidad de dinero que tenemos?
—Sí. Te lo dije.
Sacudió la cabeza. —Eso no es mío.
—Cierto, ¿tú tienes más?
Levantó un dedo pulgar e índice, indicando una cantidad muy pequeña.
—Oh, guau. —Me recosté de nuevo—. Un poco más de cincuenta
millones de dólares. —Lo dejé hundirse. O lo intenté. No lo haría. Estaba
mucho más allá de mi comprensión—. Entonces, si apilaras todo tu dinero en
un montón, ¿qué tan grande sería el montón? Necesito una representación
visual. ¿Al igual que, podría llenar un contenedor de basura?
—Depende de los billetes, pero no tenemos un poco más de cincuenta
millones de dólares.
—Acabas de extender los dedos.
—Lo sé, y también sé que no te importa, pero necesitas saber.
—Esto suena a mal agüero. —Deslicé una uña del pulgar entre mis
dedos.
—Está bien, para que lo sepas, tenemos un poco más de treinta billones
de dólares.
Incliné la cabeza. Parpadeé. Fruncí el ceño. Levanté la vista. Murmuré
algo incoherente. Mordí mi labio inferior. —¿Entonces, dos contenedores de
basura?
—Todo lo que necesitas, si me pasa algo, está en los archivadores en
nuestro armario.
—¿Quieres decir esa habitación del tamaño de mi viejo apartamento?
¿Ese armario?
—Sí.
—Entendido. —Asentí e intenté absorber lo que había dicho—. Entonces,
a ver si entiendo bien, ¿tienes más de treinta billones de dólares?
—Tenemos más de treinta billones de dólares.
Él me dio un momento. No ayudó. Principalmente porque los números
no eran mi fuerte. No hacía matemáticas. No estaba en mi lista de cosas
favoritas para hacer, pero hacía una fuerte aparición en mi lista de cosas por
hacer sólo si la otra opción era remover las uñas de mis pies por un hombre de
El Salvador llamado Toro el magnífico.
Sí, no. Mi cerebro se cerró después de alrededor de tres millones. No
podía pensar en nada superior.
—Entonces, ¿eres el hombre más rico del mundo? —pregunté con
asombro.
—No lo creo. Ni por asomo.
—Charlatán. —Dejé que todas las posibilidades se precipitaran a través
de mi mente como una película en avance rápido—. ¿Estoy casada con un
multimillonario como en todos esos libros que leí donde el chico súper rico se
enamora de la chica pobre que puede no tener mucho en dinero, pero es rica en
vivacidad, energía y le gusta realmente el bondage?
—Por qué no.
—Y ella puede o no necesitar un trasplante de corazón.
—La historia de mi vida.
—Amigo, voy a conseguir una Vespa. Y una primera edición de Orgullo y
Prejuicio firmado. Y un par de botas Rocketbuster. —Miré alrededor a nuestro
apartamento exquisitamente decorado—. Y, sí, un elefante.
—Está bien, pero tú vas a limpiar después de ello.
Me burlé. —No sé si eres consciente, pero estoy casada con un
millonario. Puedo contratar a un levantador de popó. Espera. —Incliné la
cabeza de nuevo cuando me llegó otro pensamiento—. ¿No hay como un club al
que tienes que pertenecer si tienes esa cantidad de dinero? ¿No deberías tener,
como, paparazzi y reporteros siguiéndote? ¿Y Forbes llamando queriendo
entrevistas? ¿Y las estrellas de rock en marcación rápida? Es imposible tener esa
cantidad de dinero sin ser perseguido por las masas.
—No necesariamente. Sólo tienes que ser inteligente al respecto.
Y él tenía inteligencias como una ciencia.
—Y Forbes no me llamaría, de todos modos.
—¿Por qué? ¿Cuentas en el extranjero o un búnker subterráneo?
—Algo como eso. Digamos que soy muy buen amigo de nuestro
banquero en Suiza.
—¿Tenemos un banquero en Suiza? —Me incliné hacia atrás y lo miré
fijo—. Amigo, ¿quién eres? ¿Quién tiene esa cantidad de dinero?
—Tú —dijo, tirándome hacia abajo y hacia sus brazos.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Daliam

El dinero puede no ser capaz de comprar la felicidad,


pero es más cómodo llorar en un Mercedes que en una bicicleta.
(Meme)

Me detuve en el asunto del dinero, mentalmente haciendo una lista de


todas las botas que compraría. Pero me detendría allí. Sólo porque el marido
estaba cargado no había ninguna razón para gastar todo en botas. Sólo gastaría
un porcentaje muy pequeño en botas. Cada semana.
Pero la realidad vino arrastrándose de nuevo. Tenía razón. ¿Y si algo le
pasaba a él, Dios no lo quiera, y tenía que huir con Beep? Realmente necesitaba
tener mis‖poderes‖bajo‖control.‖Empezando‖con…
—En realidad, hay algo más que necesito saber. Por mí y por Beep.
—Nómbralo.
—Necesito saber cómo desmaterializarme.
Se rio entre dientes. —Ya sabes cómo hacer eso.
—Sí, pero no a propósito. Sólo lo hago cuando tengo una crisis o estoy en
peligro. Tú puedes hacerlo a propósito. ¿Cómo?
Tomó mi mano entre las suyas. Entrelazó nuestros dedos. —Si no puedes
hacerlo, hay algo que te detiene.
—¿Cómo qué?
—¿Qué nos detiene en casi todo?
Me encogí de hombros.
—¿Cuál es la razón universal para casi todas las acciones humanas?
—Ah, cierto —dije, cuando me di cuenta—. Miedo.
—Exactamente. Entonces, ¿de qué tienes miedo?
—No lo sé. Nada.
—Entonces, hazlo. —Observó nuestras manos—. Deslízate lejos de mí.
—Si pudiera hacerlo, Obi-Wan, no estaría pidiendo tu ayuda.
—Entonces, tienes miedo. —Me tomó de la barbilla y volvió mi cara a la
suya—. ¿De qué estás asustada?
—No‖lo‖sé.‖Tal‖vez…‖—Meneé la cabeza—. No, eso es estúpido.
—Dime.
—¿Tal vez cambiar al siguiente plano completamente? ¿La última vez
que lo hice, cuando estaba huyendo de ti y Michael en Nueva York?
Asintió, su expresión repentinamente grave.
—Me quemó la piel. Estaba tan caliente, como ácido. Y terminé a
kilómetros de distancia en cuestión de segundos. Temo... temo que me
derretiré.
Me dio una sonrisa simpática. —El plano sobrenatural no te quemó.
—Malditamente seguro que sí —argumenté, recordando eso tan
vívidamente—. Quitó mi piel hasta mis huesos.
—Pero cuando te materializaste, ¿estabas herida?
—No. Fue tan extraño.
—Una vez más, no te quemó. Pero es caliente. Y frío. Las reglas de este
plano no aplican, como un ser humano en el espacio que está expuesto a los
vientos solares. Excepto que, ya no somos humanos, y sigue siendo nuestro
plano, y podemos navegar a voluntad.
—Entonces que pasó, porque mi piel estaba siendo quemada como si
alguien hubiera dirigido un soplete hacia mí.
—Eso no fue tu cuerpo reaccionando al calor y el frío de la otra
dimensión. Te lo hiciste a ti misma. Fue una respuesta fisiológica a lo que tu
mente percibió como realidad. En ese estado, no hay mucho que pueda
lastimarte.
—Está bien, entonces, hablando de espacio, ¿y si accidentalmente me
materializo allí? Estaré flotando en el vacío del espacio. Cuerpo inflamándose.
Sangre hirviendo. Piel volviéndose de un tono azul poco atractivo y
congelándose. Entonces, conociéndome, explotaría. Incluso si logro llegar de
nuevo a la superficie del planeta, estaría expuesta a todas aquellas partículas
subatómicas. No vuelves de eso.
—Holandesa —dijo, sacándome del arrecife—, tú controlas dónde y
cuando quieres ir. Y qué tan rápido. Puedes incluso, hasta cierto punto,
controlar el tiempo allí. Infierno, puesto que eres una diosa, probablemente
podrías, no sé, navegar en el tiempo. —Su mente estaba corriendo de repente—.
Simplemente no hay forma de saber de lo que eres capaz hasta que lo hagas.
—Está bien, pero tal vez deberíamos empezar de poco.
Se rio entre dientes. —Lo siento. Tienes razón. Está bien, concéntrate. —
Levantó las manos de nuevo—. Cambia al otro plano tanto como te sea posible.
Dejé caer mi mano. —No te gusta cuando cambio.
No estuvo de acuerdo, pero no discutió.
—Es como si no pudieras mirarme cuando cambio. Como si fuera
monstruosa.
—¿Qué? —preguntó, estupefacto—. Sigues siendo tú cuando cambias,
Holandesa.
—Entonces, ¿por qué te repelo cuando lo hago?
Se centró en el techo. —No eres tú. Soy yo.
—¿En serio? ¿Vas a decir eso?
Se pellizcó el puente de la nariz.
—Reyes, ¿qué? ¿Por qué no te gusta cuando cambio, aunque sea un poco,
para ver el otro plano?
Se apartó de mí y prácticamente susurró lo que vino después. —Cuando
cambias, ves el verdadero yo. El lado oscuro. Es perturbador saber que puedes
ver esa parte de mí.
—Reyes, es fascinante. —Volví su cara a la mía—. Estoy impresionada.
Es como si tú estuvieras cubierto con un manto de niebla negro. Que cae en
cascada sobre tus hombros y por la espalda. Quiero un manto de niebla negro.
¿Cuán genial sería eso?
Me miró inexpresivo.
—Espera, si todavía soy yo y no un monstruo, ¿cómo sabes cuándo
cambio? Lo sabes al instante.
—Tus ojos. Cuando cambias, tus ojos dorados casi brillan. Resplandecen
como el brillo que ves en el otro reino. Hablando acerca de fascinante.
—¿Entonces, es algo bueno?
—Eso es parte de esto, sí.
—Porque a veces la manera que reaccionas... ¿estás seguro que no me
veo como un monstruo? ¿Al igual que, tal vez, una muñeca Chucky?
—¿Una muñeca Chucky? —preguntó, desconcertado.
—Sí. Siempre tuve un temor al crecer que me parecía un poco a Chucky.
Algo en la línea de la mandíbula. Y tú eres, también, por cierto. Una cosa muy
buena. Bien, creo que estoy lista.
Repitió las instrucciones, diciéndome que cambiara tanto como pudiera.
Lo hice, y vi como la escena ante mí se volvía de los colores neutros relajantes
de nuestro apartamento a los colores intensos del otro mundo. Las tormentas se
arremolinaron a nuestro alrededor. Un rayo cayó cerca, y salté.
Pero Reyes no estaba viendo el mundo intangible. Él estaba viéndome y
continuó haciéndolo un largo momento, mirando mis ojos mientras lo
observaba. Su piel suave. Sus pestañas oscuras. El otro mundo intensificó todo
sobre él.
—Ahora, imagina que estás flotando una molécula a la vez.
Aparté mi mirada de él y me concentré en mis dedos.
—Empieza en las puntas. —Rozó su pulgar sobre mi palma. Esto causó
un estremecimiento profundo de mi vientre, como si estuvieran conectados por
una cuerda—. Deja las moléculas ir.
Abrió mi mano, se inclinó hacia delante, y sopló suavemente sobre mis
dedos. Su cálido aliento penetró mi piel y susurró a través de él.
—Deja las moléculas ir —repitió, y poco a poco, átomo por átomo, mi
cuerpo comenzó a desmaterializarse. Comenzó con mis dedos. Sopló de nuevo,
y ellos volaron en un vapor dorado a mí alrededor hasta que la mano de Reyes
se deslizó a través de la mía por completo.
Sorprendida y aterrada, sobre todo aterrada, regresé al mundo tangible,
el peso de mi cuerpo tomando forma de nuevo.
—Eso fue increíble —le dije. Lo vi de nuevo, y sus cejas se volvían una
línea severa—. ¿Qué?
Parpadeó de nuevo hacia mí. —Nada. Lo siento.
—Oh, no, no lo hagas. Dijimos no más secretos. ¿Qué ocurre? ¿Qué he
hecho?
—Tienes razón. Es sólo que... tu color.
—¿Ahora eres racista? —bromeé.
—No.‖Es‖sólo…
—¿Hay algo malo con él? —pregunté, alarmada.
—No, en absoluto. Nunca lo he visto antes. De todos modos, tú lo hiciste.
Y puedes hacerlo más, como tus viajes recientes sugerirían.
—Reyes, ¿tú no sólo vuelas alrededor todo el tiempo, comprobando
todo?
Apoyó la cabeza contra la cabecera y se rio. —Lo hago a veces, pero mi
vida está en este plano. —Rozó los dedos sobre mi palma de nuevo,
estudiándome—. Amo cada centímetro de ti.
Mi corazón se derritió, y esperaba que no se hubiera desmaterializado y
re-materializado en otro lugar. Eso no podía ser bueno. Me volví hacia él. —
Amo todos tus centímetros, también.
Se inclinó para besarme, pero se detuvo a medio camino de mi boca. —
Casi lo olvido.
Antes de que pudiera preguntar qué, se levantó de la cama y salió de la
habitación, mostrándome su culo. Luché contra la urgencia de suspirar. Y tomar
unas cuantas fotos.
Me recosté y escuché mientras caminaba a la cocina. Si sacó los utensilios
de nuevo... Pero volvió con una botella de champán. La vista esta vez era aún
más espectacular.
—Casi lo olvido. Es nuestro aniversario.
—¿Qué? —pregunté, sentándome de un salto—. ¿Hemos estado casados
un año ya?
—No ese aniversario.
—Oh, menos mal. ¿Entonces, en este día hace muchos años... nos
besamos por primera vez?
—Nop —dijo con una sonrisa, abriendo la botella con un fuerte
chasquido.
—Nosotros... ¿celebramos la primera columna que cercenaste en mi
defensa?
—Noh-oh. —La cama se hundió con su peso mientras se echaba hacia
atrás en ella, me dio la vuelta, y vertió champán en la parte baja de mi espalda.
El líquido helado robó mi aliento y envío una onda de choque a través de
mi sistema. Chillé y enterré mi cara. —Frío. Realmente frío.
Pero su lengua ya estaba en mi piel, calentándome mientras bebía el vino
espumoso. Luego, lo vertió entre mis omóplatos, y corrió directamente a
estancarse en la parte baja de mi espalda de nuevo. Me estremecí y luego
suspiré mientras su boca lamía.
—¿La primera vez que bebimos champaña juntos? —pregunté.
—No —dijo, concentrado.
—¿La primera vez que aterrizamos en la luna?
—Noh-oh. —Mordió mientras bebía, causando espasmos de puro placer.
—Espera, ¿es mi cumpleaños?
—No.
—¿Es tu cumpleaños?
—No —dijo con una sonrisa suave.
—Oh, gracias a Dios. ¿Puedo tomar un trago?
—Creo que ya tuviste suficiente de beber por una noche.
Me di la vuelta, pero él sólo siguió el asalto allí. Vertiendo. Besando.
Chupando. Mordiendo. Agarré un puñado de su cabello cuando se sumergió
entre mis piernas.
—¿La primera vez que tuvimos sexo oral? —supuse.
Negó mientras su lengua rozaba mi clítoris. Inhalé el aire a través de mis
dientes mientras hábilmente me llevaba al borde del orgasmo y luego se
detenía. Cuando se levantó, gemí en protesta. Me ignoró y tomó un trago de la
botella, pero no tragó. Luego empezó en mi boca, llenándola con el vino
espumoso, goteando sobre mis labios y en el cuello. Dio otro bocado y succionó
un pecho, el líquido frío endureciendo mis pezones al contacto. Luego le dio la
misma atención absorta a su gemelo.
Me retorcí bajo sus cuidados. Su boca era extremadamente caliente en
comparación con el champán frío, y el contraste era casi doloroso. Jadeé con
cada beso. Me tensé con cada chupada.
Bañó todo mi cuerpo. Mi estómago. Mis caderas. Mis piernas. Mis
tobillos. Mis empeines, lo que causó más placer de lo que podía haber
imaginado. Luego, hizo su camino de regreso hasta el vértice entre mis
extremidades inferiores.
Su cabello oscuro le caía sobre la frente y se enredó con sus pestañas. Su
mandíbula esculpida trabajó con cada beso. Su boca llena firme pero suave.
Podría haberlo visto por siempre, era tan hermoso. Tan oscuramente apuesto. Y
sin idea sobre todo, lo que lo hacía más atractivo.
Entonces, se sumergió al sur con la boca llena de la cosa buena, y casi me
salí del colchón. Dejó que el líquido se deslizara de sus labios y corriera entre
los sensibles pliegues de mi coño antes de que lo chupara con un ritmo
hipnótico, persuadiendo las llamas en alegría entusiasta. Pequeños trozos de
placer se derritieron entre mis piernas y se agruparon en mi abdomen.
Curvé los dedos de mis pies en el aire y mis puños en las sábanas
mientras dejaba caer la botella, separaba mis piernas, y entraba en mí en una
sola embestida.
Envolviéndome en sus brazos, me levantó hasta que los dos estábamos
en posición vertical. Hundí mis dedos en su cabello y empecé a balancearme,
queriendo que el ardor dulce se lavara sobre mí de nuevo, pero me sorprendió
por segunda vez esa noche. Me abrazó, me miró a los ojos, y dejó que la
oscuridad lo envolviera.
Cambió, y lo seguí.
De repente, estábamos haciendo el amor en medio de un mosaico de
colores, vientos y relámpagos. Mi cabello ondeaba alrededor de nosotros
mientras el calor del otro mundo escaldaba la piel a lo largo de mi espalda.
Entonces, me di cuenta que no era el viento, sino Reyes. Su calor se había
multiplicado. Sus manos quemaban y abrasaban y causaban los más deliciosos
espasmos a través de mí.
Agarró mis hombros y me tiró con más fuerza sobre su pene. Grité, pero
apenas podía ser oída sobre las furiosas tormentas que nos rodeaban. Aun así,
quería más. Mucho más. Me levanté en los dedos de mis pies y comencé a
montarlo. Él tomó mi culo y me ayudó, me levantó sobre la punta y luego me
hundió hacia abajo.
La excitación se encendió a la vida, caliente y espesa y llena de
necesidad. Distante, pero balanceándose cerca. Lo llevó adelante, el ardor del
orgasmo, con cada empuje de sus caderas. La longitud de su pene me masajeó
desde el interior, me exprimió hasta que la sensación creció a niveles nucleares.
Agarré sus hombros y acuné su cuello mientras me tomaba en un agarre
mortal y bombeaba en mí.
—Rey'aziel —dije en voz baja, y gruñó y se frotó en mí con más fuerza.
Hasta que no hubo más resistencia. Hasta que salió a la superficie y
emergió y se derramó en cada molécula de mi cuerpo, inundándome con un
placer sensual como ninguna otra cosa en este plano o en el siguiente.
Reyes se tensó cuando se vino, también. Gruñó y se estremeció mientras
me sostenía con fuerza. Expulsando los últimos restos de deseo. Y luego nos
encontrábamos de vuelta en la cama. Jadeando, colapsando sobre el colchón.
Después de un largo momento para calmarme, lo miré. —Entonces, ¿qué
aniversario era?
Se puso serio y pareció retirarse dentro de sí mismo. Pasó un brazo sobre
sus ojos y luego, casi inaudible, dijo—: La noche que me salvaste.
Me quedé inmóvil. Estudié su perfil. Sumergida en su belleza. —No era
consciente de que lo hice.
Una triste sonrisa se deslizó por su rostro. —Ahora lo sabes.
—¿Y qué noche fue esa?
El músculo de su mandíbula saltó por reflejo. —¿Tienes que preguntar?
No tenía que hacerlo. Realmente no. Sólo una noche le traería tanta
tristeza. Tal pesar. La noche que arrojé un ladrillo a través de una ventana de
vidrio para evitar que un hombre golpeara a un adolescente.
—Bueno, bien —dije, sabiendo que no le gustaría hablar de ello en
detalle. Sorprendida que siquiera tocara el tema—. Estaba preocupada de que
fuera la noche que perdí mi virginidad.
—Veintisiete de enero. Tenías quince años.
Me senté de un salto. —¿Qué? ¿Cómo es posible que sepas cuando perdí
mi virginidad?
Cuando lo pellizqué, se rio suavemente y simuló estar adolorido. Los dos
sabíamos mejor.
—Lo sentí —dijo al fin—. Sentí algo mal, así que fui a ti. Acababa de
darme cuenta de que eras real. Y pensé que estabas en problemas.
—¿Problemas? —pregunté, pensando de nuevo. Freddie no se había
forzado a sí mismo en mí en lo más mínimo. Si fue idea de alguien, había sido
mía. Pero aun así, a decir verdad...—. Sí, creo que Freddie tuvo mucha más
diversión esa noche que yo.
Resopló. —Te puedo garantizar que lo hizo.
—No‖lo‖puedo‖creer…‖eres‖Tom‖el‖Mirón.
—Oye —dijo, deslizándose fuera de la melancolía—, prácticamente me
convocaste a tu lado. Estaba allí sólo en una capacidad observadora. Ya sabes,
en caso de que me necesitaras. O quisieras un trío.
Me acosté a su lado. —No sabía que tú y el Malo Malísimo eran uno y el
mismo en aquel entonces. Me enamoré de ti esa noche. La primera noche que te
vi.
—Así como yo —dijo, su cara tan imposiblemente hermosa, su tono tan
imposiblemente sincero.
—Lo digo en serio, Reyes. Lo hice.
—Como yo también.
Me burlé suavemente. —Tú no parecías muy enamorado. —Había sido
una noche tan horrible cuando tiré un ladrillo por la ventana de la cocina de
Earl Walker para que dejara de golpear a Reyes. Un muchacho adolescente
hermoso con brillantes ojos marrones y cabello grueso y oscuro. Todavía me
rompía el corazón el pensar en ello.
Reyes se puso rígido. —No estás sintiendo lástima por mí, ¿verdad?
—Siento por lo que pasaste.
—Ya es pasado.
—Reyes —le dije, levantando una mano a su mejilla—, no importa lo que
pase, te amo.
Su ceño se frunció por un momento antes de responder. —Yo te amo
más.
—Nop. ¿Quieres pelear por ello?
—¿Por?
—El campeonato. ¿Quién ama más a quién?
Levantó la vista, como si estuviera pensando, entonces susurró en voz
tan baja que apenas oí—: Tú vas a perder.
Y antes de que me diera cuenta, estaba sujetada a la cama. Por décima
vez en la noche.
—Hiciste trampa —acusé mientras me sostenía abajo.
—Hijo de Satanás —dijo a modo de explicación.
Tenía un punto.

Reyes y yo todavía estábamos hablando y riendo a la mañana siguiente


cuando oímos a Cookie precipitarse en el apartamento. Afortunadamente, ya
había hecho café, por lo que se detuvo por una taza mientras me apresuraba al
cuarto de baño por mi bata.
—Voy a ducharme —dijo Reyes mientras salía. Se paró delante de mí, su
cuerpo elegante brillando bajo la luz de la mañana—. Con suerte, tu tía visitará.
Sin duda, una Davidson es tan buena como la otra.
Jadeé y envolví mis manos alrededor de sus caderas. Acariciado su culo.
Maravillada de que era mío.
—¿Te molesta que todavía esté usando Davidson? Es decir, después de
que nos casamos, simplemente no hubo tiempo antes de tener que correr al
convento, a tierra santa. Y entonces, quedamos atrapados allí durante ocho
meses, y nunca me preocupé por ello. Luego, con Beep y la amnesia.
—Has estado un poco ocupada —dijo, con una sonrisa juguetona
levantando las comisuras de su boca—. Pero, no, no me molesta. Creo que es lo
mejor por ahora.
—¿Por qué?
—Si mantenemos todo a tu nombre, será más fácil si algo me pasa a mí.
Di un paso atrás. —Reyes, sigues diciendo eso. ¿Qué demonios? ¿Hay
algo que necesito saber?
—No. —Extendió la mano, agarró la solapa de mi bata, y me acercó—.
Simplemente, eres una diosa, Holandesa. Me sobrevivirás. Mi cuerpo físico, de
todos modos.
Habiendo conseguido una respuesta que había estado esperando, me
quedé sin habla. Él realmente no sabía que era un Dios.
¿Qué le haría, saber que fue creado de uno de los dioses de Uzan? ¿Cómo
se sentiría sabiendo que, en esencia, causó la muerte y destrucción de millones
de seres en cientos de mundos? Mi pecho se apretó alrededor de mi corazón con
el mero pensamiento, y me pregunté por enésima vez si lo cambiaría. Si
volvería a las andadas como un adicto que deja la rehabilitación.
Y luego otra cosa me golpeó. —¿Qué dijiste?
—Tú me sobrevivirás.
—No.‖Sobre‖todo‖estando…
—…a‖tu‖nombre.‖Sí.‖¿No‖mencioné‖eso?
—¿Estás hablando de tu dinero?
—Nuestro dinero, sí.
—Reyes. —Lo arrastré hasta la cama. Necesitaba sentarme. —¿Por qué
en la tierra pusiste todo a mi nombre?
Su cabeza se inclinó como si no entendiera la pregunta. —¿Por qué no lo
haría?
—No puedes poner dinero a nombre de otra persona. ¿Y si algo sucede y
necesitas conseguirlo? Dijiste que pusiste todo a nombre de los dos.
—No, dije que era nuestro dinero y activos, no el mío. No dije a nombre
de quien estaba.
—Pero hay treinta billones en juego.
—¿No es suficiente? —bromeó—. Puedo hacer más. Lo hago, en realidad,
sobre una base diaria. El interés por sí solo es astronómico.
Cookie se sentó en nuestro mostrador, y oí papeles moverse. Tenía
información. Estaba llena de ella. Pero incluso ella dibujó la línea en irrumpir en
nuestro dormitorio. Gracias a Dios, porque iba a tener otra crisis.
—No. —Me puse de pie y di un paso fuera de su alcance—. Lo prohíbo.
Me niego. Ve a tus siete contadores y diles que lo quiten de mi nombre.
—Si‖est{s‖preocupada‖por‖los‖impuestos…
—No se trata de impuestos. —No podía creer lo que estaba sucediendo—
. Se trata de conseguir y mantener lo que es legítimamente tuyo. Por lo que
trabajaste, y lo que mereces.
—Bien, estoy nombrado en las cuentas. Solo que eres la titular de dichas
cuentas.
Esto no estaba sucediendo. Esto no podía suceder. —Reyes, no tomaré
ese dinero. Nada de ello. Es tuyo. Puedo hacer mi propio dinero para vivir.
—Eres la humana más extraña y desconcertante que he conocido.
Dejé escapar un largo suspiro. —Reyes, por favor, quita mi nombre. Es
tuyo.
—Holandesa —dijo, de pie en toda su gloria desnuda—. Empecé a hacer
ese dinero desde la cárcel.
—Lo sé. Hackeabas servidores de todo el lugar e hiciste una fortuna en el
mercado de valores y otras inversiones. Tú. Yo no.
—Lo que estoy tratando de decir es, que siempre ha estado a tu nombre.
Una brisa suave podría haberme tacleado, estaba así de asombrada. —
¿Qué quieres decir?
—Cuando empecé todo esto, cuando averigüé cómo hackear los
mercados, puse todo a tu nombre. Bueno, todo menos lo que di a Kim y
Amador y Bianca. Siempre iba a cuidar de ti de una manera u otra.
Apreté mis dientes. Él nunca había tenido nada mientras crecía. Había
sido abusado y explotado y culpado de asesinato antes de que tuviera un
comienzo en la vida. Trabajó duro por lo que tenía. Se ganó cada centavo. No lo
tomaría de él.
—Holandesa, no voy a cambiar las cuentas. Son tuyas. Son todas tuyas. Y
eso es definitivo.
Se dirigió hacia el cuarto de baño nuevo. Puse la mano en su pecho. Al
instante la cubrió con la suya.
—Por favor, Reyes, por favor quita mi nombre.
Se inclinó hasta que su boca se hallaba apenas a un centímetro de la mía
y susurró—: Nunca. —Luego, se fue al cuarto de baño y cerró la puerta
mientras me quedaba de pie en medio de nuestro dormitorio al borde de la
hiperventilación.
Después de que fui capaz de respirar sin casi perder el conocimiento,
caminé hacia la cocina.
—¿Y bien? —dijo ella cuando tomé una taza limpia, habiendo dejado la
mía en el dormitorio. Pero, diablos, me podía permitir una docena de tazas.
Podría darme el lujo de un millar. No, me podía permitir treinta billones—.
¿Qué tal estuvo tu noche?
Puse la taza sobre la mesa, corrí hacia ella, y lloré en sus brazos por unos
sólidos treinta minutos. Uno por cada billones en mi cuenta bancaria.
Traducido por rihano
Corregido por Jadasa

Café
Libertinaje
Locura
Uno realizado. Dos por buscar.
(Actualización de estado)

Para el momento en que Reyes salió, Cookie y yo estábamos en la


encimera de la cocina bebiendo café. Bueno, yo bebía café y repasaba algunos
artículos que ella imprimió. Cookie miraba hacia el espacio, en estado total de
conmoción. Tenía un poco de baba derramándose por una de las comisuras de
su boca. Extendí la mano con una servilleta y la limpié. Ella no se movió.
—¿Le dijiste? —preguntó él, acercándose para servirse una taza.
—¿No debería de haberlo hecho?
—De ninguna manera. Si algo me sucede, ella será en quien confíes en su
mayor parte. Necesita saber estas cosas tanto como tú.
Se volvió hacia mí y se recostó contra el mostrador. Llevaba una camisa
abotonada color rojo oscuro y sus pantalones vaqueros de marca. No eran
apretados, pero no estaban sueltos. Tenían el ajuste perfecto alrededor de sus
caderas. Por encima de su culo. A través de su entrepierna.
—¿Necesitamos volver al dormitorio? —preguntó desde detrás de su
taza.
Me enderecé y me aclaré la garganta. Entonces le ofrecí mi mejor cara de
súplica. —Reyes,‖por‖favor‖quita‖mi‖nombre…
—No —dijo suavemente, como si fuera una caricia—. Ya está hecho. Lo
estuvo hace más de siete años. —Se acercó a mí, levantó mi mentón y rozó su
boca contra la mía—. No más lloriqueos. Y creo que ella podría necesitar
atención médica —dijo antes de agarrar su chaqueta e irse.
Necesite de otras tres tazas de café para calmar mis nervios. Una vez que
Cookie regresó, revisó los papeles que había traído. Eran todos los artículos de
noticias que pudo encontrar sobre cada muerte en la casa hogar.
—Charley —dijo, aún incapaz de aceptar en su cabeza lo que sucedió—.
¿Él puso tu nombre en las cuentas, incluso antes de que te conociera? ¿Antes de
que saliera de la cárcel?
Asentí y cerré los ojos, intentando no pensar en las injusticias que
cometieron con él durante toda su vida, incluida ésta. —¿Qué lo poseería para
hacer tal cosa? Ese es su dinero, Cook. —Las lágrimas se deslizaron entre mis
pestañas, y Cookie me agarró de nuevo.
—Te ama, cariño. Siempre te ha amado. Incluso si nunca lo hubieras
conocido, te buscaba.
—Pero, yo no lo merezco.
—Charley. —Se apartó un poco—. Él cree que sí, y francamente, yo
también. Ese dinero será muy útil. Y entre otras cosas, Beep será una heredera.
Un hipo de risa se me escapó. —Está bien, eso hace que todo el asunto
valga la pena. Pero todavía no estoy cómoda con ello.
—Dudo que alguna vez lo estarás. Ni siquiera puedo imaginar esa
cantidad de dinero.
—¿Correcto? Así que, en serio, ¿cuántos contenedores de basura crees
que llenaría?
Un golpe sonó en la puerta.
—¡Adelante! —grité—. A tu propio riesgo.
—Ah.
Tío Bob entró, viéndose muy masculino en su traje marrón y corbata. —
Te ves bien, Ubie.
—Gracias, calabacita. Corte —dijo a modo de explicación.
—¿Llamado por asesinato de nuevo?
—No en mi tribunal. Tengo que testificar en la corte.
—Oh, por supuesto. Lo siento.
—Solo quería que ambas supieran, voy a preguntarte una vez más quien
te contrató antes de conseguir una orden judicial y/o hacer que te detengan.
—Aw, gracias por el aviso, tío Bob.
Cookie simplemente arqueó las cejas hacia él, completamente contenta
con el conocimiento de que ella ganaría al final.
Dejó escapar un suspiro de frustración. —Lo haré.
—Estoy segura de que lo harás. Pero si Joplin está tan preocupado, ¿por
qué no me lo ha preguntado él mismo? Y si te está acosando por ello, ¿por qué
no le dices que luche sus propias peleas?
—Porque no estoy en tercer grado, y él es un monstruo del control. Está
muy, muy interesado en quien te contrató y por qué.
—Eso es extraño. ¿Por qué no le dices que se ocupe de sus propios
asuntos y pregúntale por qué está tan preocupado?
—Porque no estoy en tercer grado, y es un monstruo del control. ¿Estás
siquiera escuchándome?
—Tal vez no quiere que el Equipo Davidson lo ponga en evidencia. —
Cookie y yo chocamos manos, éramos así de buenas.
Se encogió de hombros. —Dijo algo acerca de ti arruinando el caso.
—Me suena a que Joplin está preocupado de que ni siquiera tenga un
caso, y está tratando de culpar a alguien más.
—Probablemente tengas razón. Aun así, ustedes dos pueden desear
empacar una bolsa de viaje.
—Como si las permitieran en la cárcel.
Se inclinó para besar a su esposa, luego se marchó.
—Hasta luego, cariño —dijo Cook—. Si voy a la cárcel, no te olvides de
recoger a Amber de la escuela.
Cuando no recibió nada más que un gruñido y el sonido de una puerta
cerrándose, se rio. —Lo está volviendo loco que no le demos un nombre.
—Son las pequeñas cosas. —Hojeé los papeles—. ¿La enfermera de la
casa hogar? —pregunté, señalándole.
—Está bien. —Señaló un artículo en particular. Un registro de empleo
para la enfermera en cuestión—. Ha trabajado allí durante años, pero mira esto.
Se fue durante varios meses para cuidar de su madre enferma. Mientras estuvo
fuera, no hubo muertes. Ahora, sé lo que estás pensando —dijo antes de que
pudiera decir algo—. Las muertes se extienden a lo largo de años. Pero tan
pronto como su madre murió y volvió a trabajar en la casa, otro niño falleció de
un ataque de asma.
Me mostró un artículo.
—Ella es el factor común. Bueno, uno de ellos. La casa todavía tiene el
mismo director, algunos de los padres de la casa, y un jardinero que ha estado
desde que comenzaron las muertes. Solo encontré extraño que un niño muera
justo antes de que la enfermera salga de permiso, y luego otro una semana
después de que vuelva.
—Eso, sin duda, vale la pena analizarlo.
El artículo llamó a la enfermera heroica, después de que intentó salvar al
niño mediante la administración de RCP durante más de una hora, antes de que
alguien la encontrara y la ayuda llegara. La imagen que acompañaba el artículo
mostraba a la enfermera, desolada y sollozando, cayendo en los brazos de un
compañero de trabajo, mientras una ambulancia se llevaba al niño de nueve
años. El texto decía, ENFERMERA COLAPSA DESPUÉS DE QUE MUERE
NIÑO A PESAR DE SUS MEJORES ESFUERZOS POR SALVARLO.
—Muy dramático —dije, encontrando todo tipo de cosas equivocadas
con la imagen—. Exactamente el tipo de atención de la que un cierto tipo de
persona se nutre.
—Yo también pensé lo mismo.
—Bueno, parece que sé lo que voy a estar haciendo hoy.
—Yo también. Averiguar cuántos contenedores de basura se necesitarían
para esconder treinta billones de dólares.
Chocamos los cinco antes de que me dirigiera a George. La ducha de
Reyes. No. Cerré los ojos y dejé que la felicidad vibrara a través de mí. Nuestra
ducha.

Para el momento en que salía de la oficina para revisar de nuevo con


Cookie, me encontraba vestida bastante bien con un suéter negro, vaqueros y
botas hasta los tobillos. Lo que era más o menos lo que usaba todos los días
durante el invierno.
Reyes me envió un mensaje de texto con un pulgar hacia arriba, que se
había convertido en nuestro código para‖“He comprobado con Osh. Beep y la
banda‖est{n‖bien”.
Caminando a través del estacionamiento hacia la oficina, noté una
familiar camioneta verde neón estacionada en el callejón. Era la de los
inadecuados caza-fantasmas. Los adorables que quería adoptar.
Resistí el impulso de dirigirme rápidamente hacia su camioneta y darles
un pedazo de mi cerebro. En parte porque sería sangriento y doloroso, y todo lo
que tenía en mi bolso era un cúter, pero sobre todo porque no me importaba. Si
querían perder su tiempo, está bien. Realmente me sorprendía que se hubieran
quedado por los alrededores después de nuestra charla. Con suerte, habría
asustado al equipo francés. Ellos eran los peligrosos.
Mi teléfono sonó mientras subía por las escaleras exteriores a la oficina.
La foto de Pari llenó mi pantalla, completa con gafas de sol saltonas. Nunca se
levantaba tan temprano. Mi mente saltó inmediatamente a Heather. —¿Está
todo bien?
—Genial. ¿Estás bien? —preguntó, con la voz ahogada y aturdida.
—Estoy bien. ¿Por qué estás levantada? ¿Y dónde estás? Tu voz suena
ahogada.
—Estoy en la cama. Suena ahogada porque aún no puedo levantar mi
cabeza. Y llamé porque me marcaste diez mil veces anoche. ¿Te embriagaste?
—¿Qué? No.
—No me mientas, Chuck.
—Quizás un poco. ¿Está bien Heather?
—Está bien. Creo que está mejorando. El doctor le indicó una gran
cantidad de líquidos con la esperanza de lavar cualquier toxina de su sistema.
Creo que está ayudando.
—Pari, muchas gracias por cuidarla.
—No es problema, pero voy a decir que un salón de tatuajes no es
probablemente el mejor lugar para una chica impresionable de doce años de
edad.
—Lo sé. Hoy intentaré encontrarle otros alojamientos.
Su voz se aclaró al instante. —¿Qué? Eso no es lo que dije. Me refería a
que, ya sabes, podría estar marcada de por vida; pero en realidad, está bien
aquí. No me importa.
—¿De verdad? ¿Estás segura?
—Por supuesto. Está durmiendo en este momento. O espero que lo esté.
Se fue con uno de mis clientes habituales alrededor de la una de esta mañana,
pero estoy segura de que regresó.
No caí en eso. —No estoy cayendo en eso.
—Valió la pena el intento.
—Totalmente. Llámame si surge algo. Estoy yendo a la casa hogar para
hacer algunas entrevistas hoy.
—Diez-cuatro. Cambio y fuera.
—Cambio‖y…‖adiós.
Con Heather y Beep seguras, podía concentrarme en mis casos. Pero
antes de que pudiera salir hacia la casa hogar, Parker llamó.
—¿Cómo va el caso?
—Sensacional, pero tú puedes haber sido descubierto. Joplin está
intentando que un juez me obligue a decir quién me contrató. Está demasiado
interesado.
—¿Estás jodidamente tomándome el pelo? —Su explosivo temperamento
explotó. Gracias a Dios que no lo tenía en el altavoz cuando entré en la oficina.
Un repartidor salía.
Esperé a que la puerta se cerrara, luego lo puse en el altavoz. Palabrotas,
las realmente coloridas, llenaban el aire que nos rodeaba como mariposas
sucias. Cookie y yo nos retorcimos de la risa mientras escuchábamos. Cuando
por fin se decidió a decirme por qué había llamado, me encontraba teniendo un
momento difícil para mantener una cara seria. O la voz, ya que estábamos en el
teléfono.
—Necesito esto terminado, Davidson. Yo sugeriría que cierres esta cosa.
Con rapidez. ¿No es eso lo que haces?
—¿Llamaste solo para amenazarme, Parker?
—¿Qué? No. Uno de los compañeros de trabajo de Emery Adams llamó.
Ella tiene alguna información que pudiera corresponder al caso. Necesito que
vayas a hablar con ella.
—¿Cuál es su nombre?
Anoté la información que me dio sobre la compañera de trabajo y le pedí
a Cook que investigará un poco más sobre el pasado de la enfermera. De la casa
hogar. En concreto, que busquara un historial de enfermedad mental o historial
de dolencias físicas. Ambos podrían ser una señal del Munchhausen. Si estaba
matando a esos niños y llevándose la gloria por intentar salvarlos, sería una
forma del síndrome de Munchhausen. De cualquier manera, es difícil de
detectar y aún más, comprobarlo.
—Podríamos tener a un Ángel de la Muerte en nuestras manos —dije.
—Lo que sea que funcione. Simplemente, tenemos que detenerla.
Corrí escaleras abajo, besé a mi marido durante unos tres minutos, luego
fui en busca de una de las compañeras de trabajo de Emery llamada Cathy
Neville. En realidad, quedaba de camino a la casa hogar, por lo que funcionaba
bien.
El Hospital Presbiteriano quedaba camino a nuestras oficinas. No tomó
mucho tiempo encontrar a Cathy. Se encontraba de descanso fuera del
laboratorio, sentada en el borde de una silla en la sala de espera, apretando
botones en su teléfono.
—Esa es ella —dijo otra técnica.
Se levantó en el momento en que llegué hasta ella. —¿Estás con la oficina
del fiscal de distrito?
—En parte. Estoy trabajando el caso de Emery.
Asintió y metió la última papa en su boca antes de desechar la bolsa. —
Lamento arrastrarte hasta aquí. Les dije que solo podía hablar con alguien por
teléfono. ¿Me puedes decir cómo va el caso? Quiero decir, ¿tienen al tipo?
—Hubo un arresto; pero, no, no tienen al tipo.
Me dirigió una expresión confusa y luego continuó—: Bueno, solo quería
que los policías supieran que creo que la señorita Adams se hallaba en
problemas. —Puso los ojos en blanco—. Obviamente. Pero, quiero decir, creo
que estaba en problemas antes de que desapareciera.
—¿Cómo es eso? —Caminamos por el pasillo hacia el laboratorio donde
trabajaba.
—No le he dicho nada a nadie. No quería insinuar nada, pero la encontré
en el laboratorio la otra noche después de que habíamos cerrado. Llorando.
—¿Había alguien allí con ella?
—No. Olvidé mi teléfono. Me suele ocurrir. Entonces, tuve que hacer que
Estelle me dejara entrar.
—¿Estelle?
—La vigilante. La dama más dulce que he conocido.
—¿Quizás Estelle dejó entrar a la señorita Adams?
—Oh, no. Ella es la administradora. Tiene llaves de todo el lugar.
—Correcto. ¿Dijo qué le pasó?
—No, Estelle ni siquiera sabía que la señorita Adams se hallaba allí.
—Quiero decir, ¿la señorita Adams dijo qué sucedió?
Sacudió la cabeza. —No. Se disculpó, agarró su bolso y salió a toda prisa.
Pero sé cómo se siente. A veces solo tienes que llorar y no hay ningún lugar
privado en todo este lugar. No podía culparla por venir aquí después de horas
para eso.
—Estoy de acuerdo. ¿Notaste algo más? Por ejemplo, ¿la señorita Adams
estaba despeinada de alguna manera, como si hubiera sido atacada?
—No lo sé. Realmente no la conocía tan bien. Pero ahora que lo
menciona, creo que alguien podría haberla herido.
—¿Qué te hace decir eso?
—Tenía sangre en su falda. No mucha. Como una gota que había tratado
de limpiar.
—Está bien —dije mientras giraba en un círculo y exploraba la zona por
las cámaras—. ¿Por qué no le dijo antes a la policía esto?
—Oh, he estado de vacaciones. Acabo de regresar. No tenía ni idea de lo
que le sucedió a la señorita Adams hasta que entré por la puerta hoy. Y
entonces, supe que tenía que decirle a alguien.
—Aprecio eso. Gracias. —Sacudí su mano—. ¿Le puedo llamar si tengo
alguna pregunta?
Se iluminó. —Por supuesto. Ayudaré en cualquier forma que pueda.
—Aquí está mi tarjeta si recuerda otra cosa.
—¿Es una investigadora privada?
—Lo soy.
—Eso es tan genial. Me gustaría ser una.
Su credibilidad menguaba por segundos. Era una ayudante. Una de esas
personas que se salían de su camino para ayudar a otros, en busca de atención,
incluso cuando no era requerida. Sin embargo, su información podría ser
crucial para el caso.
Llamé a Parker a la salida. —Necesito la filmación de las cámaras de la
tarde del diecinueve.
—¿Algún área en particular?
—Cada área. Había sangre en la falda de Emery esa noche, y fue hallada
encerrada en el laboratorio, llorando. Necesitas conseguir esa falda. Si fue
atacada, podría estar en la filmación de las cámaras.
Traducido por rihano
Corregido por Marie.Ang

Mis habilidades de toma de decisiones se parecen mucho


a aquellas de una ardilla cruzando la calle.
(Meme)

Hice una parada en el Café Satélite y reabastecí de combustible antes de


salir a la casa hogar para entrevistar a la heroica enfermera. Sólo tenía que
encontrar una razón para estar allí.
—Podrías estar buscando adoptar —sugirió Cookie.
—Muy frío. Y no creo que funcione de esa manera.
—Podrías ser una filántropa buscando hacer una donación.
—Demasiado frío.
—Lo siento. De acuerdo, bueno, tal vez eres una periodista y quieres
hacer un reportaje sobre ella.
Pensé un momento. —Eso podría funcionar. Se han escrito artículos
sobre ella antes.
—Realmente no hay nada inusual en lo que he encontrado, más allá de
las enfermedades. Nunca se casó y no tiene hijos propios.
—Está bien, gracias, Cook. Te llamaré si consigo algo interesante.
—Cuídate.
Salí de Misery y fui primero a la oficina para firmar la entrada y
comprobar si la enfermera, Florence Rizzo, aún estaba allí. No quería ir con el
ángulo del reportero. Podrían no apreciar eso. Así que, cuando pregunté, dije—:
Soy un consultor del Departamento de Policía de Albuquerque. Estoy
trabajando en un caso sobre el que la Sra. Rizzo podría tener información. —
Nada de eso era técnicamente una mentira. Estaba sugiriendo más que el DPA
me había contratado para investigar el caso. Nunca lo dije de plano.
La mujer detrás del mostrador no pareció impresionada de ninguna
manera.
—Está bajando por el pasillo y hacia la derecha.
Eso fue fácil. —Gracias.
De acuerdo, necesitaba una lectura limpia de ella primero, luego traería a
colación la cadena de muertes. Una niña de unos dieciséis años con piel oscura
y grandes y exóticos ojos del color del cristal ahumado me dijo que la enfermera
se encontraba revisando a un niño en la enfermería. Las alarmas sonaron en mis
oídos. Otro niño enfermo a su cuidado.
Cuando entró, me puse de pie y le tendí la mano. —Hola, mi nombre es
Charley Davidson. Soy un consultor del DPA, y he sido contratada para
investigar un caso aquí en la casa hogar.
—Dios mío. Bueno, tome asiento —dijo con un acento del noreste.
Florence Rizzo era una morena, a mediados de los cuarenta y algo, con un
ligero sobrepeso a quien le gustaba el Red Bull y los cómics, si su escritorio era
alguna indicación.
Me senté frente a ella y esperé a que despejara su escritorio.
—¿Tiene a alguien en la enfermería?
—Sí. Pobres bebés. —Enderezó los libros de historietas con pequeños
golpecitos, y a continuación los metió en su escritorio—. La gripe. Anda en el
aire, ¿no lo sabe?
—Sí. Parece ser peor este año.
—Así lo creo, también. Nadie es inmune. Maldita gripe. Pues bien, ¿qué
puedo hacer por usted?
Desde luego, no estaba sintiendo nada fuera de lo normal de ella, pero
apenas empezaba.
—Parece que han habido varias muertes en la casa hogar en los últimos
años, y fui contratada para investigarlo.
—Cielos —dijo, pero en lugar de estar angustiada o desconcertada, me
dio la sensación de que estaría más que dispuesta a cooperar.
Desafortunadamente, esa es la típica respuesta de una persona con
Munchhausen por definición. Ellos quieren la atención. Quieren ser vistos como
heroicos o angustiados. Cualquier cosa para poner el foco en ellos. Y, peor aún,
no creen que hayan hecho algo malo, así que conseguir una lectura culpable es
casi imposible.
—Hemos tenido algunos incidentes desafortunados aquí en Harbor
House, pero fueron todos explicados en nuestros informes.
—Sí, leí esos. Es sólo que, estadísticamente,‖se‖ve‖muy…‖inusual.
—Sin duda la mayoría lo hace —dijo, asintiendo totalmente de acuerdo.
Entonces, justo así, una bombilla se encendió en su cabeza—. Pero usted no cree
que hubo juego sucio involucrado, ¿verdad? Todos esos pobres niños tenían
condiciones previas. Los que estaban enfermos. —Empezó marcando nombres
con sus dedos—. Y luego estuvieron los accidentes. Gracias a los cielos por la
señora Ochoa. Si no fuera por ella, podríamos haber tenido otra tragedia, justo
el otro día.
—¿Señora Ochoa?
—Sí. Nuestra vigilante. Una pila de madera cayó y casi aplastó al
pequeño Rudy. La señora Ochoa lo vio a punto de suceder y lo empujó fuera
del camino. Está en la enfermería, también, con una pierna golpeada. Por otra
parte, él está bien. Y luego estaban los suicidios. Dos de ellos.
»Usted tiene que entender, todos estos niños provienen de hogares rotos.
A veces sólo se vuelve demasiado, y piensan que lo único que les queda es
tomar su propia vida. —Las lágrimas brotaron de sus ojos—. No estaba aquí
cuando eso pasó.
—Pensé que había trabajado aquí durante más de diez años.
—Sí, sí. Sólo quería decir que no me encontraba en el lugar. Nuestro
primer suicidio sacudió los pasillos de este establecimiento. Casi rompió a la
directora, estaba tan perturbada. Yo me encontraba en Delaware para una
reunión familiar en el momento.
Sabía que su acento era del noreste.
—Y luego CC. La pobre CC. Pensé que estaba haciéndolo tan bien. Había
llegado a nosotros después de una mala situación en el hogar de acogida. No
confiaba en un alma en un primer momento. Pero se ajustó tan bien. Tenía la
noche libre cuando ella se quitó la vida. Fue tan trágico.
Nada de esto tenía sentido. No había orden ni razón en las muertes.
Accidentes, suicidios y enfermedades extrañas. No existía un patrón. Ni uno
que pudiera ver, de todos modos.
—¿Me puede decir quién encontró que los niños que se suicidaron?
—Sí, el primero, un niño llamado Givens, fue encontrado por su
compañero de cuarto, y la segunda, CC, fue encontrada en la habitación de las
chicas de la planta baja por la señora Ochoa. Ella me llamó esa noche, tan
molesta. Pero había una tormenta de nieve horrible, y apenas logré llegar.
—¿Y qué hay acerca de los otros?
—No entiendo.
—¿Quién encontró a los niños en los accidentes?
—Está bien, bueno, a uno fue Abby la amiga de Matthew. Y con Roberto,
fue nuestro hombre de mantenimiento, Joey. Y luego hubo otra chica, una cosa
hermosa cuando no estaba usando todo ese delineador de ojos, quien se
enfermó y quedó inconsciente tan rápido que apenas tuvimos tiempo de llamar
a‖una‖ambulancia.‖Y‖entonces…
La dejé seguir, tratando de reconstruir los hechos. Todos mis sentidos
arácnidos sugerían que la señora Rizzo decía la verdad. Parecía realmente
angustiada. ¿Todo esto podría ser realmente una coincidencia? Tal vez
realmente no había juego sucio. Tal vez esta solo era una casa hogar con mucha
mala‖suerte.‖Tal‖vez…
Cuando la verdad apareció, cerré los ojos, casi pateándome por ser tan
densa. Me recliné en la silla. Accidentes. Enfermedades. Suicidios en niños que
no habían exhibido signos de depresión.
—¿Está bien, Sra. Davidson?
—Sí. —Abrí los ojos—. Lo siento. Srta. Rizzo...
—Oh, Florence, por favor.
—Florence, esto puede sonar extraño, pero, ¿no notó ningún
comportamiento extraño en los niños antes de morir?
—No. —Pensó ante la idea—. No que pueda pensarlo de improviso.
—Yo sí. —Me volví hacia la chica que me recibió.
—Malaya, ¿qué estás haciendo? —La señora Rizzo se levantó para
espantar a la chica—. Vuelve a la enfermería. —Se volvió hacia mí—. Ella tenía
fiebre esta mañana, la pobre.
—Ellos ya no son ellos más —dijo Malaya antes de que la mujer la
regresara, supongo, a la enfermería.
Bingo.
—Está bien —dije, levantándome de un salto—. Supongo que la dejaré
que vuelva a su día.
—Oh, está bien, entonces. Buena suerte con su caso.
—Gracias. ¿Malaya puede acompañarme a la puerta de entrada?
—Oh, supongo que eso no haría daño. Pero luego directo de regreso a la
cama, jovencita.
Ella sonrió. —Sí, señora.
Caminamos unos pocos metros antes de que le preguntara—: ¿Qué has
notado, cariño?
—Aquellos que tienen la maldición. No son ellos nunca más. Ellos
cambian.
Me detuve y me senté en una silla fuera de una oficina y jugué con mi
bota para ganar tiempo. Ella se sentó a mi lado.
—¿Cómo cambian?
—Es muy despacio al principio. Sólo de alguna forma se vuelven locos, y
luego se enferman mucho, y entonces pasa algo terrible.
—¿Cuánto tiempo después de que ocurre algo otro residente empieza a
mostrar síntomas?
—Tarda un poco. Todos conjeturamos quien será. Durante un tiempo,
pensábamos que esta vez sería Heather, pero ella se ha ido. Escapó. Me gustaría
ser tan valiente.
—Lo eres, cariño. Estás hablando conmigo ahora.
—Eso no es ser valiente.
—Creo que lo es.
Miró a una mujer por el pasillo. La vigilante, la señora Ochoa, presumí.
—Ellos no nos ven. Pretenden, pero no lo hacen. Tratamos de decirles
acerca de la maldición, pero nadie escucha.
—Bueno, yo soy toda oídos —le dije—. El premio gordo de los oídos. Si
tuviera más oídos, podrías llamarme un tallo de maíz.
Me ofreció una media sonrisa con un poco de tristeza.
—¿Sabes quién está maldito ahora?
Asintió y apretó su boca para evitar que temblara. —Hugo. Mi hermano
pequeño. Está en la enfermería, también. Es por eso que pretendía tener fiebre.
Hijo de puta. Puse una mano en su espalda, y luego pregunté—: ¿Cómo
pretendiste tener fiebre?
—Usted solo recalibra el termómetro y pone una almohadilla térmica en
su cara antes de que la enfermera Rizzo llegue ahí.
Me reí en voz baja.
—Lo hice también una vez, y este marcó que tenía una temperatura de
cuarenta y cuatro grados. Al parecer, debería haber estado muerta. O en un
estado de coma.
»¿Ves? —dije, sonriéndole—. Valiente. Arriesgaste mucho para estar aquí
con tu hermano.
—En realidad, no. —Su respiración se atascó en su pecho.
—¿Puedo verlo? ¿Como en estilo incógnito?
—Quiere decir, ¿si puedo colarla para verlo?
—Sí.
Su expresión se transformó en una de determinación. Asintió, me dijo
que fuera al baño y la esperara allí.
—Estaré justo aquí. No te metas en problemas por esto. Puedo llegar a
todo tipo de razones para estar perdida en el área equivocada del edificio.
Salió corriendo. Pensé en usar las instalaciones, ya que estaba tan cerca,
pero sin saber cuánto tiempo tardaría, decidí evitarlo.
—¿Lista? —preguntó unos treinta segundos más tarde.
Asentí. Me llevó rápidamente por un pasillo y luego otro, y pensé que ya
no necesitaría inventar una excusa de que me perdí. Realmente estaba perdida.
Mi sentido de la orientación era como mi sentido de la moderación. Inexistente.
—Aquí dentro —dijo, deslizándose dentro de una habitación a oscuras.
Había seis camas en total, y tres de ellas ocupadas.
—Ahí —dijo, señalando, pero no tenía que haberse molestado. Ubiqué a
su hermano al momento en que entramos en la habitación.
Caminamos en silencio hacia él, pero antes de que llegáramos a su cama,
él se sentó y nos miró. A mí. Y mis temores fueron confirmados.
Un demonio estaba dentro de él. Tres metros y medio de altura a pesar
de que el niño no medía más del metro y medio. Pero como Reyes había dicho,
las reglas de este mundo no se aplican. Se ajustaba. De alguna manera el
demonio con escamas negras y dientes afilados, encajaba en este pequeño
cuerpo. Ellos siempre encajan. Malditos.
Me senté en el catre junto a él, pero el chico solo me miró, su mirada
vacía. Tenía el mismo increíble color de ojos que su hermana, sus grandes irises
ahumados, iridiscentes y febrilmente brillantes.
—Hugo, ¿qué pasa? —preguntó Malaya a su hermano.
—Tienes razón, amor —le dije a ella. Tomé su mano en la mía—. Él tiene
la maldición, pero puedo sacarla de él.
Lanzó su mano libre sobre su boca.
—Vas a tener que confiar en mí, ¿de acuerdo?
Ella asintió.
—Voy a hablar con la maldición dentro de él. Lo que sea que yo diga,
podría ser desagradable, pero no tiene nada que ver con tu hermano. —Miré de
nuevo a Hugo, al demonio dentro de él, y puse su mano sobre su regazo. Ella se
sentó en la siguiente cama, agarrando el borde del colchón, sus nudillos
blancos. Él era probablemente la única familia verdadera que tenía.
—No estás siendo muy agradable, ¿verdad? —pregunté a la criatura.
Una esquina de la boca del niño se deslizó hacia arriba.
Cambié un poco más hacia el otro mundo.
—Puedo romper su cuello —dijo esto a través del niño, pero hablaba en
arameo. Aunque Malaya no tenía idea de lo que dijo, la sentí ponerse rígida.
Hablé de nuevo en el mismo idioma. —Vete ahora y no regreses nunca, y
tal vez te dejaré vivir.
—Tú vete —dijo, como si esto fuera un juego—. Y tal vez vamos a dejarte
vivir. Aunque no contaría con ello. —No era estúpido como la mayoría. Sabía
que en el momento en que saliera de la protección del cuerpo del niño no
tendría ninguna oportunidad. En realidad, no lo había esperado. Tomé la
oportunidad para bajar mi mano hacia el suelo y esperar a que Artemis se
levantara en este.
Ella se escurrió debajo de la cama y tomó posición. Mostró los dientes,
aun en completo silencio detrás de él, lista para atacar. El muchacho inclinó su
cabeza, preguntándose lo que yo estaba haciendo, cuando congelé el tiempo y
asentí. Artemis saltó a través del pecho del niño y arrastró al demonio.
Se quedó congelado en el tiempo al principio, rígido e incoherente,
mientras salía a lo abierto, pero al segundo en que mi luz golpeó su piel, saltó al
tiempo real y comenzó a gritar y retorcer sus mandíbulas. Se resistió y se lanzó
hacia delante para morderme, sus dientes como filas de agujas, afiladísima y
mortales. Perdió. Luego echó su enorme cabeza hacia atrás, doblando el lomo
tanto que podía oírlo crujir. O eso podría haber sido la mordida de Artemis.
—¿Por qué? —pregunté.
Comenzaba a disolverse. Disiparse. Esparcirse en el aire.
—¿Por qué harías esto?
Con un último esfuerzo, me miró de nuevo y dijo—: Para vivir mientras
esperamos. Hay muchos más en las sombras.
—¿Qué? —pregunté, pero perdió su control y se evaporó como cenizas
en el viento—. ¿Esperar qué?
El tiempo brincó, chocando contra mí, el ruido ensordecedor por una
fracción de segundo antes de que el mundo se acomodara alrededor mío.
—¿Hugo? —dijo Malaya—. ¿Estás bien?
Él parpadeó y sacudió su cabeza. —Ya te dije que estoy bien. Te
preocupas demasiado.
Ella me miró expectante.
Asentí. —Él estará bien. Se ha ido.
Un hoyuelo apareció en una mejilla. —¿De verdad?
—De verdad.
Saltó hacia adelante y abrazó a su hermano. Él acarició su cabeza, sin
saber qué hacer y probablemente un poco asqueado. Tuve la sensación de que
no se abrazaban mucho, pero, ¿lo hacían los hermanos?
Le di a Artemis un rápido abrazo, luego se lanzó a mis piernas como un
torpedo—eso iba a dejar un moratón—y desapareció a través de una pared.
—¿Que está haciendo aquí?
Nos volteamos para ver a Florence caminando hacia nosotros. Y Flo no
estaba contenta.
—Yo quería presentarle a Hugo —dijo Malaya.
—Lo siento. —Me puse de pie para irme—. Ella no quiso causar
problemas.
—Está bien, señora Davidson. —Se relajó y se volvió hacia el
muchacho—. Hugo es muy especial.
—¿Ah, sí? —pregunté.
Él sonrió de oreja a oreja. —Soy un inventor. Voy a inventar una
máquina pequeña que pueda llevar en su bolsillo que convierta el agua salada
en agua potable así cuando el calentamiento global derrita todo el hielo, todavía
podremos beber el agua en la que estamos nadando. Usted sabe, así no
morimos de sed.
—Y él lo hará, también —dijo la Srta. Rizzo.
—No tengo ninguna duda —dije.
Les dije a la señorita Rizzo y, finalmente, al director de la casa hogar que
había encontrado a Heather y que regresaría. Habrían tenido que llamar a la
policía, incluso si Heather regresara por su propia voluntad porque ya habían
reportaron su desaparición, así que llamé al tío Bob en su lugar. Podía explicar
lo que pasó, y él podría asegurarse de que no se presentaran cargos contra ella.
Pero él estaba fuera en una investigación, por lo que tuvieron que llamar a un
oficial.
Luego, llamé a Heather y a Pari y les di la noticia. La maldición se había
ido y no volvería. Pensé que ella lloraría. Pari, no Heather.
Pari la trajo de vuelta a la casa, y pasé la siguiente hora explicándole al
agente que respondió sobre la maldición y cómo Heather creía que la tenía e iba
a morir si no huía. Él se rio de esto como sabía que lo haría, y dijo que una vez
que llenara el informe y la sacara de la lista de personas desaparecidas, no creía
que habría más preguntas.
Me tomó un tiempo convencer a Heather que no estaba maldita. Que
nunca lo estuvo, y que la maldición nunca estaría de vuelta. —Pari me dijo que
tú no eres de este mundo —dijo Heather cuando nos encontramos a solas.
—Una parte de mí lo es.
—Ella dijo que eres de otra dimensión.
—Una parte de mí lo es.
—Dijo que eres como una princesa allí.
Podría vivir con eso. —Más o menos.
—Me gustaría poder ver tu luz como ella puede.
Negué, agradecida de que no pudiera. Pensé en Beep, por lo que pasaría
al crecer tan diferente. Aunque nunca he deseado ser otra cosa más que lo que
soy, no fue fácil crecer con tal capacidad. —Me alegro de que no puedas. Y Pari
habla demasiado.
La enfermedad de Heather quedó reducida a una gripe inusual que
había estado dando vueltas. Ella estaría bien, y tuve que admitir, el entusiasmo
que la enfermera Rizzo mostró cuando Heather apareció calentó mi corazón.
Ellos veían a los niños. Tal vez no todo el tiempo, pero los veían.
Di abrazos por todas partes, y luego Pari y yo fuimos a nuestros coches.
—Parece que has sido golpeada por el camión de la desesperación —le dije.
Se encogió de hombros. —De alguna forma, me gustaba tenerla
alrededor.
─A mí, también. Oye, tal vez tienen, como, un programa de Hermanas
Mayores donde podemos venir a pasar el rato con los niños.
Se iluminó. —¿Tú crees?
—Nunca está de más preguntar.
—Tienes razón.
Sin decirme otra palabra, casi corrió de regreso al interior para hablar con
el director.
Traducido por Julie
Corregido por Vane Farrow

Me encontraba dispuesta a dominar el mundo,


hasta que vi algo brillante.
(Camiseta)

Dejé‖a‖Pari,‖con‖la‖esperanza‖de‖encontrar‖a‖Osh’ekiel‖en‖algún‖lugar‖de‖
la gran inmensidad. Pero Cookie llamó antes de que llegara muy lejos.
—La Casa Lederhosen de Charley.
—¿Puedes hablar?
—Creo que sí. Puede que arrastre las palabras un poco. No pudimos
dormir mucho. De lo contrario, estoy bien.
—Juegos de azar.
—Demonios sí. Las Vegas. Blackjack. Strippers masculinos.
—El señor Adams.
—Creo que puede ir también, pero tiene que conseguir su propia
habitación.
—Es por eso que fracasaron todos sus negocios.
Me detuve a medio paso. —¿Intentas decirme que el señor Adams tiene
un problema con el juego?
—Uno enoooooooorme —dijo—. Está enterrado en deudas. Y no de las
buenas.
¿Existían unas buenas? Y ahora la pregunta de los 20.000 dólares. —¿A
quién le debe?
—Todo lo que pude averiguar es que su corredor de apuestas es Danny
Trejo. —Cuando no dije nada, dijo—: Lo siento, vi Trejo y quedé encantada. Su
corredor de apuestas es Umberto Trejo.
—De ninguna manera. Sin duda, ese no es el mismo Umberto Trejo que
fue a la escuela conmigo. Y ¿de dónde sacaste esta información? —Estaba
totalmente impresionada.
—Tengo mis fuentes.
—Mm-hm. ¿Tío Bob?
—Sí. Parece que han estado buscando a Adams, también.
—Pensé que él no sabía nada sobre el caso.
—Oye cosas. Eso es lo que dijo.
—¿Y compartió esto contigo después de que amenazó con arrestarnos
porque...?
—Le prometí una cita muy especial.
—Cookie —le dijo, sorbiendo por la nariz—, estás creciendo tan rápido.

Con mis planes para cazar a Osh frustrados una vez más, hice un par de
llamadas y me dirigí a un antro en Mitchel que se llamaba El Antro. Según mis
fuentes, ahí era donde Umberto llevaba a cabo su negocio. Y si era así, tuve la
sensación de saber para quién trabajaba, un abogado de mala muerte que tenía
en su mano más tarros de galletas infectados de moho que un congresista
corrupto.
Entré para encontrar varios hombres esparcidos por el lugar. Casi todos
los hombres allí se volvieron hacia mí, ya que la paranoia levantaba su fea
cabeza. Tenía que apestar ser un criminal y sospechar de toda persona que se
veía. Existían formas menos estresantes para ganarse la vida.
La única persona que no se giró hacia mí era un tipo fornido y bajito que
escribía en un bloc de notas. Me acerqué a él, con toda la indiferencia.
—Si no es Zumberto. —Solíamos llamarlo así porque pasaba zumbando
por todas partes. No podía sentarse más de unos pocos minutos a la vez. Pudo
haber sido el niño del cartel para un anuncio de la píldora psicoestimulante
Adderall.
Sorprendido, levantó la vista hacia mí. —¿Charley Davidson?
—Todo el día, todos los días. ¿Cómo has estado? —Me senté tres
taburetes luego de él, más cerca de la puerta y la libertad por si necesitaba salir
corriendo. Todos los ojos seguían puestos en mí, demasiado tensos, demasiado
preparados para torturarme para obtener información. O simplemente para
torturarme. Esto era un caso grave de paranoia.
Se movió, repentinamente incómodo. —Bien. ¿Qué pasa? He oído que
trabajabas para la policía.
—Y yo solo puedo imaginar para quien trabajas tú.
—Para nadie. Soy dueño de este lugar. —Indicó el pequeño edificio
levantando la barbilla al más puro estilo mafioso.
—Permíteme corregir. ¿Para quién haces apuestas?
Presionó su boca en una sonrisa evasiva y se encogió de hombros. —Ni
idea de qué hablas. Y podrías pensar en irte, ahora.
Me moví un taburete más cerca. —Estoy aquí por un asunto oficial. No
me gustaría que este lugar sea allanado. —Chasqueé la lengua y observé todo.
La madera sucia y espejos deslucidos. El suelo que descendía hacia el norte. Las
mesas de billar en muy mal estado—. No me gustaría verte perder esta joya.
—Sirve para su propósito. ¿Por qué la amenaza? Nos llevábamos bien en
la escuela, ¿verdad?
—Sí, es cierto. —Me atreví a decir que éramos amigos. Siempre me han
agradado los payasos de la clase—. Pero eso fue antes de que empezaras con las
apuestas. ¿También cobras las deudas tú? —Eso explicaría por qué se
encontraba el matón aquí a una hora tan temprana.
—Davidson, ¿qué quieres que diga?
Me moví otro taburete más cerca. Umberto despachó con la mano a un
hombre que venía a intimidarme. —Puedes decirme cuál es el trato con uno de
tus clientes.
—¿Hablas de tus clientes, señorita PI?
—Por lo tanto, has estado siguiéndome el rastro.
—No, hombre, solo lo sé porque ayudaste a mi primo. —Dejó caer la
farsa y se suavizó—. Él iba a ser procesado por secuestro y obstrucción o algo
así. Tú demostraste que esa chica loca le tendió una trampa. Eres una chica
dura, Charlotte Davidson.
—De ninguna manera. —Me encontraba sentada en el taburete a su
lado—. ¿Eres el primo de Santiago? Yo solía tener un flechazo con él.
—Todo el mundo lo tenía. Maldita sea, ese pendejo consiguió a todas las
chicas en la escuela. —Hizo una seña al camarero—. ¿Qué puedo conseguirte?
—Oh, solo agua. Yo... tuve una noche interesante. Estoy un poco
deshidratada.
—Escuché eso. Por lo tanto, ¿por qué estás en mi negocio?
—Necesito información acerca de una persona de tu registro.
—No estoy seguro de que pueda decirte nada, pero dispara.
Pensé en cómo formar las preguntas sin parecer demasiado molesta, pero
me di por vencida antes de que llegara a cualquier lugar prometedor. —
¿Cuánto te debe Geoff Adams?
Él observaba hacia el frente. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. —
No sé de quién hablas.
Sabía que no funcionaría. —¿Entonces me puedes decir si te debía
dinero?
—Solo me ocupo del registro. Si debía dinero, por ejemplo, a alguien de
la organización, es condenadamente seguro de que no es a mí.
—Oh. Está bien. —En realidad no se parecía al tipo cerebro del grupo.
Decidí apelar a su sentido de la familia—. Umberto —dije, poniendo una mano
en su brazo—, es importante. Su hija murió.
Apretó los dientes, puso la copa en la barra, y se volvió a mí. Entonces se
acercó. Puso una mano en mi cadera. Se inclinó hacia delante hasta que su boca
se hallaba sobre la mía.
No había lujuria en sus ojos. No tenía ninguna intención de toquetearme.
Sí, sin embargo, buscaba un micrófono. Metió una mano debajo de mi suéter,
mi estómago, y más allá de Peligro y Will. Por suerte, yo no era mojigata. Su
manoseo habría puesto nerviosa a alguien como Cookie. ¿Pero a mí? Me podía
toquetear todo el día, siempre y cuando eso fuera todo lo que hiciese. Y me
dijera lo que tenía que saber al final de la misma.
Cuando tanteó en torno a mi espalda y a lo largo de la cintura de los
vaqueros, deslizando sus dedos un poco más de lo necesario, lo utilizó para
tirar de mí a través de los taburetes hasta que mi entrepierna quedó a
horcajadas sobre la suya. Mientras hacía todo eso, mostró una insignificante
pizca de lujuria, pero solo una insignificante. Nunca había estado interesado en
mí, y ambos lo sabíamos.
Me incliné para que pudiera presionar su boca a mi oreja. La habitación
se había quedado en silencio. Nadie se movió mientras observaban el
espectáculo erótico reproducirse ante ellos.
—Solo te estoy diciendo esto porque no tuvimos nada que ver con la
muerte de la chica.
—Me parece bien.
Poniéndome a prueba aún más y viendo lo lejos que podría llevar la
farsa, deslizó una mano entre mis piernas, acariciándome suavemente con su
dedo pulgar.
—Él le debía a Fernando una tonelada de mierda. El tipo era una ruina
total y simplemente siguió una y otra vez. Metiéndose cada vez más profundo.
Y ese no es un lugar en el que uno desee estar con Fernando.
—Podrías haber dejado de aceptar sus apuestas.
—Oye, si Fernando dice que le dé una ficha, se la doy. Parece que el
padre del chico es adinerado, y Fernando tenía un plan.
—Esto suena mal.
Dejó que sus labios acariciaran el lóbulo de mi oreja. La barba de su
rostro me hizo cosquillas, y casi me reí.
—Digamos que su última apuesta fue grande. Creía que sabía algo acerca
del juego, pero eso iba a dejarlo con más de trescientos de los grandes.
—Mierda.
—Fernando aceptó la apuesta. Le dijo a Adams que si perdía y no podía
pagar una vez más, empezaría a matar a todos los que amaba, empezando con
su hija.
—Umberto —dije, preguntándome de pronto en que se metió. Curvé mis
dedos dentro de la manga de su chaqueta.
Tiró de mí con más fuerza. —No entiendes. Cuando el juego no fue como
esperaba Adams y la chica murió realmente, Fernando enloqueció. Se puso
histérico, querida. Estaba tan molesto. Pensé que alguien de su banda lo hizo sin
su‖permiso,‖pero‖créeme,‖eso‖no‖sucedió.‖Él…‖interrogó‖a‖todos.
Me eché hacia atrás para mirarlo. —Umberto, ¿estás seguro de que no lo
hizo? Porque eso sería una gran coincidencia.
—Ve a preguntarle tú misma, querida. Lo verás.
—Bueno. ¿No te meterás en problemas?
Me soltó y extendió las manos. —Nunca. Soy purísimo, bebé.
Los hombres que nos rodeaban se rieron mientras me paraba para irme.
Me atrapó y se inclinó de nuevo. —Realmente no necesitaba el espectáculo.
—Tú y yo sabemos que no es verdad.
Levantando la mano a mi cara, pasó el pulgar por mi labio inferior y
luego lo lamió como si saboreara el último rastro de chocolate en la punta de los
dedos.
Me quedé impactada. No sentí el deseo viniendo de él en oleadas como
lo hacía cuando un chico por lo general estaba interesado. Entonces me di
cuenta de por qué. No era lujuria lo que sentía, sino algo más profundo.
Tomó mi mano y la apretó contra su pecho. —Me rompiste el corazón
una vez, querida. Tengo que protegerlo ahora. Lárgate. —Me guiñó un ojo
juguetonamente y luego me soltó la mano y se volvió de espaldas a mí. Me
tomó un largo momento para darme cuenta de que no bromeaba.
Salí, devanándome los sesos, intentando recordar cómo y cuándo,
posiblemente, pude haber roto el corazón de Umberto. Decir que habíamos sido
amigos era una exageración. Nos encontrábamos en la misma clase. Lo conocía.
Él me conocía. Pero nunca nos habíamos dado mutuamente la hora del día.
Misery ronroneó a la vida a mi alrededor; su motor solo un poco más
fuerte que un 747. Estaba a punto de regresar a la oficina para más
reconocimiento, sobre todo acerca de este personaje Fernando, cuando llegó un
mensaje de texto. Debe haber sido de Umberto. Decía que Fernando podía
verme en dos horas y tenía una dirección para la reunión.
No respondí.

Ya que tenía algo de tiempo libre y no iba a tener que cazar a Fernando,
conduje hasta la casa del señor Adams. No podía creer cuánto me equivoqué
sobre él. Lo etiqueté como un hombre coherente. Un padre estelar. Un pilar de
la sociedad. Pero incluso su propio padre tenía solo cosas malas que decir sobre
él.
¿El señor Adams padre sabía que el señor Adams hijo era también un
jugador degenerado, tan cliché como era? No lo creía. Me lo habría dicho. Pero,
¿cómo puede alguien estar tan metido en los juegos de azar, perder todo una y
otra vez, y nadie saberlo? Nadie con quien he conversado, por lo menos.
Cookie y yo charlamos de todo lo que averiguó sobre el señor Adams,
mientras yo estaba siendo toqueteada. Él había tenido una vida colorida llena
de una gran cantidad de eventos desafortunados. Un poco demasiado.
El señor Adams se encontraba en casa cuando golpeé la puerta. Era una
cáscara cuando abrió la puerta. Pálido y marchito como si tuviera toda la
intención de simplemente dejarse consumir. La culpa lo comía vivo. Umberto
tenía que estar equivocado acerca de su jefe. Fernando tuvo que haber hecho
esto.
—Señora Davidson. ¿Encontró algo para exonerar a Lyle Fiske? —
preguntó mientras mantuvo la puerta abierta.
—Todavía no, pero estoy muy cerca.
Nos sentamos en su sala de estar sucia. Revistas yacían sobre el
apartamento. Un cesto de ropa se encontraba en un extremo del sofá con los
platos sucios completando el desorden. La parte más limpia de la habitación era
un tanque con una tortuga.
Resistí el impulso de presentarme a la tortuga. —Señor Adams, estoy
haciendo todo lo posible para descubrir qué le pasó a su hija, pero necesito su
ayuda.
—Por supuesto. Cualquier cosa.
—No pude dejar de notar que ha tenido algunos accidentes
desafortunados en los últimos años. Cosas extrañas como una pierna rota. Un
hombro dislocado. ¿Y que perdió dos dedos en un accidente de construcción?
Juntó las manos. —Señora Davidson, ¿qué tiene eso que ver con mi hija?
—Señor, prometió ser honesto conmigo. —Cuando no dijo nada, añadí—
: Creo que tiene mucho que ver con ella y una cierta apuesta que usted ha
realizado.
Casi no había dicho la última palabra cuando el señor Adams se rompió
por completo. Sollozó en una toalla posada en el sofá. Sus hombros se agitaban
tan fuerte que pensé que había roto sus costillas.
—Acepté la apuesta —dijo, con la voz quebrada en cada sílaba—. No
creía que él lo haría.
—¿Un hombre que rompería su pierna? ¿Qué le quitaría los dedos?
—Fernando no hizo esto. —Levantó la mano. Sus dedos meñique y
anular estaban cortados desde el nudillo—. Ese fue otro corredor de apuestas en
otra ciudad en otro momento.
—¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?
—Desde que estaba en la escuela primaria. Apuesto cualquier cosa. Solía
ser enviado a casa por llevar a cabo juegos de dados en el patio escolar. Pasaba
días sin comida y usaba ese dinero para hacer una apuesta de un tipo u otro.
—¿Su padre no le consiguió ayuda?
Se rió un largo momento. Fue amargo y lleno de dolor. —Oh, nunca he
estado a la altura de sus estándares prístinos, y no me deja olvidarlo. Los
hombres Adams no necesitan ayuda. Ellos tienen que resolverlos solos.
—¿Es por eso que lo hizo? ¿Cómo una venganza hacia él?
—No lo sé. Todo lo que sé es que acepté la apuesta. Firmé la sentencia de
muerte de mi propia hija. —Se rompió de nuevo.
—Lo siento, señor Adams. Pero todo esto es referencial. No limpiará a
Lyle Fiske. Las pruebas contra él son demasiado sólidas. Necesitamos algo más
para dejarlo libre. Necesitamos una garantía.
Y podría tener una. No podía llevar un micrófono a la reunión con
Fernando, pero tal vez podría conseguir algo que nos ayudaría. Ver algún
indicio que absolvería a Lyle.
Fernando tenía que haberlo hecho. ¿Quién más? A menos que un
miembro de su banda lo haya hecho, posiblemente pensando que se ganaría la
simpatía de Fernando. Pero cuando él enloqueció y comenzó a cuestionar sus
hombres, el responsable se calló, asustado por su vida.
Si el culpable se hallaba en la reunión, sería capaz de sentirlo. Por lo
menos, podría decirle a Fernando y negociar para que el culpable se entregue.
Justo cuando me paré para irme, vi una escopeta en la esquina de la sala
de estar, y sabía exactamente por qué estaba allí.
—Lo siento, ¿pero podría traerme un vaso de agua?
—Por supuesto.
En el momento en que salió de la habitación, le envié un mensaje a
Parker. En la casa de Adams. Ven aquí ahora.
En una reunión. Estaré allí en una hora.
Maravilloso. ¿Cómo iba a mantener ocupado al señor Adams por una
hora? Yo misma tenía una reunión.
No podía meter a Cookie en esto. Ubie se encontraba ocupado. Tampoco
podía arrastrar a Pari. Acababa de arrastrarla en el caso de Heather. No tenía
elección.
Cuando volvió a entrar, lo apunté con la escopeta.
—¿Qué es esto? —preguntó, alarmado. Con buena razón.
—Siéntese —dije, indicando al sofá con un gesto de la pistola como lo
hacían en las películas.
Se quedó allí, tomó un trago del agua que estaba destinada para mí, y se
resignó a su destino abriendo las manos. Mierda, no pensé en eso. Apuntar con
un arma a alguien que es suicida es como que la Navidad llegue antes.
Nunca pienso en el futuro.
—Lo dije en serio —dije con los dientes apretados, con la esperanza de
que me haría sonar más auténtica.
—Solo hágalo. Por favor. —Las lágrimas aún brillaban en sus ojos, y tan
enojada como me sentía con él, mi corazón aun así dolía.
Solté una respiración ruidosa en derrota y comencé a bajar el arma
cuando me acordé de la tortuga en el tanque. Sonreí y apunté con la pistola en
su dirección. —Siéntese.
Gracias a Dios el señor Adams no tenía idea de que era más probable que
le pegue un tiro a él antes que a la tortuga.
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vane Farrow

Los brazos de los abrigos de mi familia se envuelven alrededor y atan en


la espalda.
¿Eso es normal?
(Mayormente un hecho real.)

Después de atar al Sr. Adams, puse su teléfono en la mesa frente a él. —


Puedes llamar a la policía cuando me vaya. Solo usa la nariz. Funciona. Confía
en mí.
—¿Por qué estás haciendo esto?
—Porque, Sr. Adams, eres un peligro para ti mismo. También llamé a
Parker. Oh, y voy a encontrarme con Fernando, así que, si puedes esperar a
llamar a la policía y hacer que me arresten en unos, digamos, veinte minutos
más, lo apreciaría.
—No puedes encontrarte con él —dijo el Sr. Adams—. Sra. Davidson,
Charley, no era un tipo agradable. Mira‖lo‖que‖le‖hizo‖a‖mi‖bebé.‖Por‖favor…
—Sr. Adams, esta es la única forma de conseguir que retiren los cargos
contra Fiske. Necesito encontrar al verdadero asesino.
Inclinó la cabeza, la aflicción consumiéndolo.
Lo dejé solo así, esperando que no hubiera otra arma en la casa y que
Parker realmente llegaría cuando dijo que lo haría. Solo por si acaso, llamé a tío
Bob, le conté que había atado a un hombre por su propia seguridad, y le pedí
que enviara a un uniformado en, digamos, unos veinte minutos.
Lo último que escuché antes de colgar fue—: ¿Hiciste qué?
Me arrastré hasta una casa bastante linda en lo que era conocido para los
locales como la zona de guerra. Los niveles de crimen en esta parte de la ciudad
eran astronónicos.
Llamé a la puerta principal de la casa, una linda construcción de adobe
con flores en el enrejado de las ventanas y enredaderas creciendo a los costados.
No era enorme, pero era más linda que la mayoría de las casas en el vecindario.
—Por aquí.
Me di la vuelta hacia un hombre señalándome que fuera por el costado
de la casa y a través de la puerta al jardín.
—¿Eres Fernando? —Cuando no respondió, pregunté—: Del tipo
fuertemente silencioso, ¿eh?
Cuando llegamos al jardín, un hombre a mitad de sus cincuenta me
saludó con un tipo de tenedor asador. Podía esperar a que no fuera el
instrumento de mi muerte.
—Soy Fernando.
Espera. De acuerdo a los rumores, yo era inmoral. No podía matarme
con un tenedor asador.
Entonces, levantó un cuchillo deshuesador de casi treinta centímetros.
Pero, ¿un cuchillo deshuesador?
—Soy Charley.
Desesperadamente necesitando una afeitada, llevaba su cabello
ligeramente gris en una coleta y una brillante camisa hawaiana con una
camiseta simple debajo. El sol había hecho aparición, pero estaba lejos de ser un
clima para camisas hawaianas y barbacoa. Él no era lo que esperaba.
—No eres lo que esperaba.
Soltó una risa entre dientes y volteó unas costillas en la parrilla. El humo
se arremolinó a su alrededor, y mi boca se hizo agua. Solo un poco. No lo
suficiente para babear visiblemente.
—¿Vas a revisarme en busca de algún cable?
Rio entre diente una vez más. —Creo que Umberto cubrió eso. Escuché
que piensas que maté a la hija de Adams.
—Ya no.
Me miró por sobre el hombro y luego me señaló una mesa en el patio
para que me sentara. —Bien, porque no lo hice. Amenacé, por supuesto, pero
solo porque él no me conoce lo suficientemente bien para saber que nunca haría
algo así.
Un grupo de niños salieron corriendo por la puerta y nos pasaron, las
niñas gritando mientras los niños las perseguían con las manos sucias.
—¡Abuelo! —gritó una de las niñas—. ¡Sálvame!
—Ay, mi’jita. Deja eso y vuelve adentro. —Nos pasaron corriendo para
volver a la casa—. Lo siento.
Sacudí la cabeza. —No hay problema. Son adorables.
—Entonces —dijo, limpiándose las manos y sentándose a mi lado—, si
me crees, ¿por qué estás aquí?
—Me preguntaba por tus hombres. ¿Los interrogaste a todos?
—Sí. Ninguno de mis chicos lo hizo, ¿y por qué no cualquier otra
pandilla?
—¿Están aquí? ¿Tus hombres?
Tomó un sorbo de cerveza. —En los que más confío están aquí, pero
tenemos una red de trabajo muy extensa. Hacer que todos lleguen aquí tomaría
un tiempo. Umberto dijo que tienes un don para extraer la verdad de la gente.
—Sí. Algo así.
Se inclinó hacia delante. —También yo.
Apostaba que sí. —¿Te importaría si los interrogo? ¿A tus hombres?
—¿A todos? Sí, en realidad. Pero solo unos pocos sabían lo que le dije a
Adams, y nunca hablarían de ello fuera del círculo.
Le indicó a sus hombres a que salieran. Claramente era un día libre. Iban
vestidos casualmente, y cada uno tenía una cerveza o papas en las manos.
—The Walking Dead —dijo.
Miré alrededor al grupo de unos siete hombres. La mayoría eran
hispanos, aparte de uno. —Se ven bien para mí. ¿Planeas matarlos más tarde?
—El programa. En la televisión. Hay una maratón. Estamos celebrando.
—Oh. —Eso tenía mucho más sentido que el escenario en mi cabeza.
—Son todos tuyos. —Lo dijo con una sonrisa que tenía un cuarto de
suficiencia.
—Em, de acuerdo. —Me puse de pie lentamente y los nivelé con una
dura mirada.
La mayoría intentó no reír. Uno falló y carcajeó. Se enderezó
inmediatamente.
—¿Alguno de ustedes mató a Emery Adams?
De nuevo, la mayoría solo se quedó de pie ahí, pero uno sacudió la
cabeza. Vigorosamente. Totalmente divirtiéndose de toda la situación.
Caminé de hombre a hombre, deteniéndome en frente de cada uno por
un segundo y haciendo la misma pregunta antes de continuar con el siguiente.
Estaba segura de que ellos pensaban que era una loca, pero me encontraba bien
con la locura. Me han llamado peor.
Tras no conseguir nada de ninguno de los hombres que sugerirían que lo
hicieron, dije—: Asumo que todos son capitanes.
El payaso golpeó al tipo junto a él en el hombro. —El Capitán —dijo, y
Fernando lo fulminó con la mirada. Se calló de nuevo, pero me sorprendió que
el chico siguiera con vida.
—Mi sobrino. ¿Qué puedo hacer? —dijo.
—Ah. ¿Puedo preguntar, solo para asegurarme, quién de ustedes
escuchó‖la‖amenaza…
—Supuesta amenaza —dijo Fernando.
—…‖que‖Fernando‖le‖hizo‖al‖Sr.‖Adams?
Después de conseguir la aprobación de Fernando, dos levantaron la
mano. Los otros cinco no tenían idea. Los descarté y entonces pregunté—:
¿Están seguros que no le dijeron a nadie? Es simplemente una muy grande
coincidencia que Fernando hiciera la amenaza dos semanas antes de que Emery
Adams fuera asesinada.
—No creo que entiendas cómo funciona esto —dijo uno.
Era el grandote que me enseñó el patio. El otro era más joven y tenía un
simple y terriblemente apuesto rostro. Probablemente creció en apariencia y
posición con la familia. No era ni de cerca tan petulante como el resto.
—No vamos a casa y le decimos a nuestras novias lo que hicimos en el
trabajo ese día.
—¿Ninguno está casado?
—O a nuestras esposas —agregó con una sonrisa.
El joven rio suavemente, y no pude descifrarlo con exactitud. Sus
emociones eran diferentes de los otros.
—Entonces,‖¿los‖únicos‖en‖el‖cuarto‖cuando‖hiciste‖esa‖amenaza…
—Supuesta amenaza.
—…‖eran‖estos‖dos‖hombres?‖Y‖eso‖fue…
Perdí el hilo cuando la comprensión se asentó. —¿En dónde tuvo lugar
esta conversación?
—En su casa —dijo Fernando—. Tuvimos que hacerle una visita cuando
Umberto me contó que quería hacer tan gran inversión.
Me senté de nuevo, incapaz de creer lo que sabía tenía que ser la verdad.
Era lo único que encajaba.
—Siento tener que molestarte, Fernando. Tus costillas se están
quemando.
—Hijo de puta. —Saltó y corrió a ellas.
Empecé a salir por mi cuenta, pero el grandote le hizo un gesto al joven,
y me escoltó todo el camino a Misery.
Iba a decirle algo. Algo de apoyo y del tipo porrista, pero nunca he sido
buena en las charlas de motivación, y si le hacía saber que yo sabía, solamente
lo estresaría más de lo que ya se encontraba.
En vez de eso, le agradecí y lo dejé volver. Miró sobre su hombro una vez
más, como si estuviera preocupado de que yo supiera, así que bajé la mirada a
mi teléfono.
Era un policía encubierto. Y era bueno. Nunca habría sospechado de él
en un millón de años, pero los oficiales que trabajaban de encubierto tenían un
nivel de estrés que raramente encontrarías en otro lugar. Y se estresaban por las
cosas equivocadas. Era como darle una prueba Rorschach a cien niños y
conseguir respuestas similares para todos excepto uno. El niño que ve el mundo
diferente.
Los policías encubiertos ven todo desde doce ángulos diferentes más que
el promedio. Tienen que hacerlo. Sus vidas dependen de ello. Nunca saben en
quien confiar. Si lo harás. Si estarás bromeando con los chicos un minuto y
luego muerto con una bala en tu cabeza al siguiente. No envidiaba su posición.
Después de que giró en la esquina, llamé a Parker. Se encontraba en el
borde de la explosión otra vez, pero no tenía tiempo para su mierda de rabieta.
—Parker, ¿conseguiste la cinta de las cámaras de vigilancia en el
hospital?
—Lo ataste.
—Iba a cometer suicidio.
—¿Y si presenta cargos?
—Pfft, no lo hará. Tenía un montón de lo que preocuparse que de mí
apuntándolo con un arma.
—Entonces, admites que lo hiciste.
—Parker, ¿qué demonios? ¿Tienes la cinta o no?
—Sí. ¿Por qué? No hay nada ahí.
—¿Nunca fue atacada? ¿Discutió con alguien?
—No. Tenemos todo su día. Parecía molesta todo el día, y de verdad se
fue por un rato a conseguir la cena.
—Entonces, ¿se fue y volvió?
—Sí.
—¿E hizo qué?
—Fue a su oficina. Sin cámaras. Y cuando salió, fue directo al laboratorio.
Parecía que lloraba. Se limpiaba la cara.
Apoyé la cabeza en el volante de Misery. —Parker, soy tan estúpida.
No discutió. Imbécil.
—Creo que sé lo que sucedió, pero necesito comprobar una cosa más.
—¿Qué? Dime ahora.
—Necesito comprobar algo. —Si estaba equivocada, iba a verme mucho
más que estúpida, así que opté por no darle voz a mis sospechas.
—¿Y si mueres en un loco accidente? Jodidamente, dime.
—Lo haré. Dame hasta esta noche.
—Davidson…
Colgué antes de que pudiera amenazarme de nuevo y llamé a Cookie.
—¡Estás viva! —dijo, aliviada.
—Sí, Fernando y yo nos hicimos buenos amigos. ¿Buscaste las
propiedades del Sr. Adams?
—Oh, sí. Como te dijo, vendió casi todo hace un par de años y liquidó
todas sus acciones.
—¿Casi? —pregunté, sin saber si mi corazón debería volar o hundirse.
Este caso estaba a punto de ponerse muy complicado.

Posponiendo mi búsqueda de Osh otra vez, agarré algo que se parecía


mucho a tiras de pollo en un local de comida de paso, pasé por otro local por un
mocha latte, y luego me dirigí hacia la naturaleza. Mi ruta tomaría un poco más
de dos horas, pero si me encontraba en lo cierto, y me gustaba pensar que así
era, sería un viaje que valdría mucho, mucho la pena.
Sin embargo, ni siquiera había llegado a la I-25 antes de que divisara una
muy familiar camioneta verde neón detrás de mí. Me estacioné en un
aparcadero de camiones y esperé. En vez de estacionarse, fueron a una calle
lateral.
Salí de Misery y caminé hacia ellos.
Entraron en pánico. Las miradas en sus rostros valían el precio de
admisión. Cuando me encontraba a un par de metros, todos miraron hacia
delante y trataron de echar a andar la camioneta. Como si no me hubieran visto
venir. Y pensé que yo era mala actuando.
Golpeé en la ventana del conductor. Se detuvieron y se miraron entre
ellos, preguntándose qué hacer.
—Bájala —sugerí a través de la ventana.
La camioneta era de la vieja escuela, y Tristan, el caza fantasmas sin un
hermano en la pandilla, le dio vueltas a la manilla. La ventana chilló al rodar.
Fue un largo e incómodo momento, y todo lo que podía hacer era estar de pie
ahí y evitar sonreír. No quería avergonzarlos. Bueno, no más de lo que ya lo
estaban.
—¿No hablamos de esto? —pregunté.
Tristan todavía no me miraba. Cuando lo hizo, mi corazón se enamoró
un poco más de él, su dulce y preocupado rostro juvenil.
—Nosotros…‖ nosotros‖ est{bamos‖ preocupados‖ por‖ ti‖ —dijo. Todos
tuvieron la decencia de lucir avergonzados.
—¿Por qué? —pregunté.
—El equipo francés. No soy muy amables.
—Y, sin ofender —dijo uno de los hermanos—, pero un beso no va a
asustarlos.
Me reí. —No tiene que hacerlo, pero puedo manejarlo. Lo prometo.
—Vimos esa entidad que te zarandeó como a una muñeca de trapo. Con
lo que estás metiéndote es peligroso.
—¿Lo es? ¿Puedo hacerles una pregunta?
Todos asintieron al unísono.
—¿Han experimentado alguna actividad inusual?
—Toda nuestra vida —dijo Iago—. Pero, mayormente Tristan.
—Oh, ¿sí? ¿Desde cuándo?
—Desde que tenía dos. Puedo sentir cuando los muertos están cerca.
Luché contra otra sonrisa. —¿En serio?
El difunto que se había atado a sí mismo a él prácticamente se encontraba
sentado en su regazo. El grandulón con loco cabello y chaqueta de fuerza. Lo
miró. Sin parpadear. Sin moverse. Sin vacilar. Sin dejar de mirar.
Veía a los difuntos todo el tiempo, e incluso a mí me crispaba los nervios.
—¿Algo más reciente? ¿Quizás algo desde que visitaste un manicomio?
¿O una vieja prisión?
Su cara se iluminó con comprensión. —Sí. Tuvimos una tarea en un
sanatorio abandonado en Kentucky.
—Y desde entonces —otra intromisión—, hemos estado teniendo algunas
cosas realmente raras sucediendo.
—¿Raras cómo?
—Mayormente Tristan. Siente lugares fríos y algo que se frota contra él.
Nivelé una dura mirada en él. —¿Qué tomaste?
—Nunca tomamos nada —dijo Isaac.
Iago intervino. —Somos exploradores urbanos. Dejamos todo como lo
encontramos.
Levanté una ceja al hombre más cerca de mí. —Tristan, ¿hay algo que te
gustaría compartir con la clase?
—¿Yo? No. No algo en lo que pueda pensar.
—¿Tomaste algo de un sitio? —dijo Iago, no creyendo más en él de lo
que yo lo hacía—. Amigo, eso no es genial.
—Era un soldadito de juguete —dijo, defendiendo su opción—. Eso fue
todo.
—Déjame ver. —Chasqueé los dedos cuando no lo sacó inmediatamente.
Reticentemente, lo sacó de un bolsillo de su suéter. Un suéter. Ellos
usaban suéteres. Totalmente quería adoptarlos. De verdad, han visto los
Cazafantasmas demasiadas veces, pero en serio, uno ya no encuentra ese tipo de
dedicación.
Iago estudió a su amigo como si lo estuviera viendo con nuevos ojos. —
¿Mantuviste un soldadito de juguete en tu bolsillo?
—Eso es lo que ella dijo —dijo Isaac, entonces se dobló de risa.
Como pensé, el difunto siguió al soldado cuando me lo pasó, sus ojos
brillando. Lo puse en mi palma y dejé que lo viera.
—De acuerdo —dije—, tienes dos opciones. Puedes ir al manicomio en
donde encontraste esto y devolverlo, o puedo atraer al difunto que te ha estado
siguiendo por Dios sabe cuánto tiempo para que cruce. Es tu elección, pero de
todas formas tienes que devolverlo.
—¿Tú puedes qué? —preguntó Isaac.
Tristan sacudió la cabeza. —¿Ese difunto ha estado haciendo qué?
—Tienes una sombra. Mí término. Un difunto se ha atado a ti porque
tomaste su pequeño soldadito.
—Por favor, dime que es una metáfora para su virginidad —dijo Isaac.
—¿Puedes verlo? —Los ojos de Tristan brillaron con asombro—. Y, para
el registro, no soy virgen.
—Es un gran hombre de apariencia infantil con loco cabello rubio y un
ojo flojo.
—¿Y puedes hacer que cruce al otro lado?
—Sí, puedo. De hecho, de todas formas probablemente debería hacerlo.
Está tan perdido.
Tristan puso ambas manos en el volante. —Deberías. Si es lo mejor para
él, entonces definitivamente. ¿Y puedes decirle que lo siento?
—Acabas de hacerlo.
Me incliné en la camioneta y puse la mano bajo la barbilla del difunto.
Levanté su rostro hacia el mío, pero sus ojos se encontraban centrados en el
soldadito. Tan cuidadosamente como pude, lo jalé hacia delante y lo alcancé
con mi energía. Justo antes de que cruzara, me miró a los ojos, los suyos
amplios como si viera por primera vez en mucho tiempo.
Dejé que mis párpados se cerraran y me abracé. Su vida no pudo haber
sido fácil. Pero lo que vi, fue más allá de todas mis expectativas.
Fue feliz como cualquier niño, antes de que comiera pintura. Se enfermó,
y ellos dijeron que no viviría. Lo hizo, pero nunca fue el mismo. El plomo afectó
su cerebro y, como cualquier niño discapacitado, lo hizo objetivo del abuso toda
su vida. Un padre enojado y dominante. Una madre tímida y aprehensiva que
se rindió ante cada demanda de su esposo.
Desde ahí todo lo que vi fueron malentendidos, frustración y abuso.
Demasiado. Muy frecuente. Ellos no entendían. No entendían. Intentó decirles
que estaba hambriento, sediento o con dolor, pero ellos no tenían la paciencia o
el deseo de lidiar con él.
Eventualmente, creció tanto e incontroladamente que lo sedaron con
altas dosis de litio y silenciaron sus deseos de una vez por todas. Lo controlaban
mejor que cualquier chaqueta de fuerza pudo hacerlo. Intentó con tanto
esfuerzo salir del bosque, pero era demasiado espeso. Tan sofocante.
Esperó a que sus padres volvieran por él. Nunca los volvió a ver.
Emergí, luchando en busca de aire y equilibrio. Inclinándome contra la
camioneta antes de caer, dejé que la pena me embargara.
Lo último que vi fue a él siendo amado por sus abuelos que nunca lo
conocieron. Estuvieron esperándolo. Por un largo tiempo.
Las lágrimas pasaron mis pestañas mientras intentaba recuperar el
aliento. Apoyé los puños en la camioneta y enterré la cara en las mangas de mi
chaleco. Mi pecho seguía atascándose mientras apisonaba la pena.
—¿Sra. Davidson?
Era Tristan. Se encontraba de pie a mi lado y, me di cuenta, me sostenía
en posición vertical.
—Lo siento —dije, con voz cruda—. Eso usualmente no sucede. —Me di
la vuelta y vi la preocupación en sus rostros. Mezclada con pesadas dosis de
asombro.
—¿Qué pasó? —preguntó Isaac.
Iago lo golpeó en el hombro.
Pasándole el soldadito a Tristan, dije—: Él quiere que tengas esto. Está en
un lugar mucho mejor que ese agujero de infierno en el que lo dejaron por su
cuenta. —Puse ambas manos sobre mis ojos y dejé que la pena me embargara
por un minuto más. Era demasiado abrumadora—. Está en un lugar mejor. —
Tomando largos y fríos tragos de aire, me calmé y alejé de la camioneta. Tristan
me sostenía, y Iago vino y me tomó del otro brazo—. Nota para mí. Prepararme
mejor cuando deje cruzar a un hombre con chaqueta de fuerza.
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vane Farrow

Si al principio no triunfas,
destruye toda evidencia de que lo intentaste.
(Stephen Wright)

Los dejé a sus negocios, dándome cuenta que avivé un fuego que ya
ardía en su interior. Me encaminaron a Misery, apisonando el millón de
preguntas que quemaba en su interior, y asegurándose de que podía manejar
antes de dejarme, pero tenía la sensación de que volverían.
Después de poner la dirección que Cookie me envió en mi GPS, me dirigí
en esa dirección una vez más. Esperaba que todavía hubiera luz para cuando
llegara ahí, pero dudaba que el GPS me ayudaría mucho hacia donde íbamos
Misery y yo. Gracias a los dioses que ella era todo terreno.
El sol acababa de ponerse cuando finalmente, después de cuatro pasos,
encontré la salida. Siete minutos y casi cinco kilómetros de baches después,
divisé una pequeña cabaña rústica ubicada en la base de las montañas. Este era
un lugar favorito para cazadores, por lo que la mayoría de las cabañas en esta
área no tenían electricidad o agua potable, pero conociendo al Sr. Adams Sr,
esta sí.
Humo ascendía en el aire proveniente de una estufa a leña, pero el
ocupante de la cabaña se encontraba sentado en una mecedora, tomando los
últimos rayos del sol del día.
Emery Adams se levantó y acunó su mano sobre los ojos para tratar de
ver más allá de mis faros. Debe haber tenido compañía ocasionalmente, porque
mi llegada no la sorprendió. Solo parece medianamente interesada hasta que se
dio cuenta que no era quien esperaba.
Se puso de pie de un salto y envolvió con más fuerza la gruesa chaqueta
alrededor de sus hombros. Cabello hasta los hombros del color del azúcar
moreno voló alrededor de su rostro. Sus rasgos eran suaves y bonitos, pero
alertas. Entrenados.
Salí y caminé hacia ella. La puse nerviosa. Miró alrededor como si
estuviera a punto de saltar, pero ¿a dónde iría? Probablemente moriría a la
intemperie si salía corriendo al bosque. Definitivamente se perdería y le sería
difícil encontrar su camino de regreso.
Cuando me encontraba lo suficientemente cerca para ser escuchada y sin
elevar demasiado mi voz, me presenté.
—Hola, Srta. Adams. Mi nombre es Charley Davidson. Estoy aquí para
decirle que sus planes mientras fueron excelentemente ejecutados, se atascaron
un poco en el camino.
—No sé a lo que se refiere.
—Lyle Fiske está a punto de ir a prisión por tu asesinato.
Ambas manos volaron a su rostro y lo cubrieron.
—Y ya que aún estás viva y todo eso, pensé que podríamos tratar de
conseguir que los cargos sean retirados.
—No —dijo desde detrás de sus manos. Se sentó en la silla, pero
mantuvo las manos sobre su rostro como si bloquearan las noticias que le di—.
No. Él estaba fuera de la ciudad. ¿Por qué sospecharían de él?
—Porque nunca dejó la ciudad.
Me miró al fin. —Sí, lo hizo. —Su incredulidad era palpable—. Estaba en
el aeropuerto. Lo vi ahí.
—¿La aplicación? —pregunté, esquivando la maleza para acercarme.
Cuando asintió, dije—: Fue al aeropuerto. Comenzó a registrarse. Pero sintió
que algo estaba mal, así que cambió de idea y volvió a la ciudad.
Sus dedos se curvaron en puños sobre su boca. —No.
Me arrodillé a su lado. —Si no vuelves conmigo, puede ir a prisión por el
resto de su vida.
Cerró los ojos con fuerza. —Nunca quise esto. Nunca quise herirlo.
—Entonces, ¿no pensaste que tu asesinato lo lastimaría? ¿Quizás solo un
poco?
—Quiero decir, nunca quise que se involucrara en esto. —Centró su
mirada en la mía—. Traté de romper con él, pero no pude.
Existía tanta equivocación en esa declaración, pero decidí dejarlo pasar.
—Él no tenía nada que ver con esto. Esto es por mi padre.
Lo imaginé. —Si ayuda, está lleno de culpa. Incluso contemplando el
suicidio.
Su barbilla se alzó en desafío, rehusándose a sentir algo por el hombre.
Pero podía sentir el dolor creciendo dentro de ella. Solo engañaba a una de
nosotras, y no era a mí.
—Él no lo habría hecho. El suicidio. No tiene el coraje.
—De todas formas, tiene el corazón roto.
—A sus ojos, es culpable de asesinato. Quería que sintiera lo que sentí
cuando hizo esa apuesta.
—Escuchaste la conversación entre tu padre y Fernando.
Asintió. —Le dijeron. Dijeron que si perdía y no podía pagar esta vez, no
se molestarían en ir tras él. Me matarían. Le dieron un ultimátum. ¿Y sabes lo
que hizo?
Bajé la cabeza, sabiéndolo muy bien.
—Hizo la apuesta. —Su respiración se atascó en su pecho—. Apostó mi
vida en un jodido juego.
—Lo siento, Emery.
Se curvó y sollozó hasta que la noche se hizo lo suficientemente fría para
congelar las lágrimas en sus mejillas. La llevé al interior de la cabaña e hice algo
de café a la vieja escuela.
Tras darle una taza, dije—: Fue bastante ingenioso el cómo hiciste todo
esto.
—Claramente no lo suficientemente ingenioso. Lo descubriste. —Sacudió
la cabeza. Se frotó la frente con el dorso de su mano—. No puedo creer que
piensen que Lyle me mató.
—Cuando no pudo contactarte, usó la aplicación para encontrarte, pero
ese era tu plan de respaldo, ¿no?
Asintió y envolvió las manos con más fuerza alrededor de la taza. —No
sabía si alguien encontraría mi auto ahí, así que tuve que planear que él le dijera
a la policía que tenía una aplicación para encontrarme. Pensé que ellos
encontrarían el auto. No él. Y ciertamente no en el mismo día que lo hice. —
Alzó la mirada hacia mí—. ¿Cómo lo supiste?
—Había varias pistas. Tu teléfono se hallaba en el cargador de tu auto,
para empezar. Lyle mencionó que era del tipo que se seguía cargando incluso si
el auto estaba apagado. Y dijo que fue tu idea obtener las aplicaciones. Me tomó
un rato, pero me di cuenta de que lo hiciste a propósito.
Avergonzada, bajó la cabeza.
—La sangre fue parte de lo que me atrapó inicialmente, hasta que me di
cuenta de en dónde fuiste atrapada llorando en el hospital. En el laboratorio. Te
hiciste una prueba de sangre dos días antes. Un técnico del laboratorio lo
mencionó en una entrevista, así que ¿por qué habrías estado ahí de nuevo? No
estabas embarazada. Tu recuento de células blancas era alto, pero no tenías una
infección. Estuviste casi a punto de desmayarte más de una vez, y estabas
tomando hierro.
No refutó nada de lo que dije.
—Y si solo llorabas, ¿por qué tenías sangre en tu falda? Pequeñas pistas
como esa. ¿Cuánto tiempo estuviste guardando tu sangre? —Sabía que estuvo
guardando su sangre. El recuento de células blancas lo arrojó. Cuando alguien
dona sangre, pierde células rojas que deben ser remplazadas. La sangre. El
desmayo. El hierro. Se añadía a solo una conclusión.
—Dos semanas. Sabía exactamente cuándo necesitaba para hacerlo
parecer como que no pude posiblemente haber sobrevivido al ataque. No tenía
ni de cerca lo suficiente, pero lo suplementé y me aseguré de que la sangre
empapara los asientos.
—Entonces,‖ideaste‖este‖plan…
—Esa noche. Cuando hizo la apuesta, algo dentro de mí murió. Pero eso
aún no explica cómo es que me descubriste en primer lugar. ¿Qué me delató?
—Empezó con una conversación que tuve con Fernando. Dijo que hizo
esa amenaza dos semanas antes de que desaparecieras. Y antes de eso, todos tus
amigos y familia dijeron que empezaste a comportarte de manera extraña
alrededor del mismo tiempo. Sumé dos más dos. También, no había tejido en el
auto. Sin piel, cabello o materia gris.
Cerró los ojos. —Pensé en eso, pero a menos que me cortara carne del
cuerpo o trozos de cerebro, no podía dejar nada. Incluso si conseguía algo de la
morgue, habrían sabido que no era mío, eventualmente.
—Por cierto, vas a querer vender ese auto.
—Oh, dios mío. No puedo creer que arrestaron a Lyle. —Dejó caer su
rostro en sus manos—.‖ Él‖ va‖ a‖ odiarme.‖ He‖ arruinado…‖ todo.‖ Todo por ese
hombre. Ese hombre ganó de nuevo. De alguna manera, gana cada vez. —Su
barbilla temblaba mientras pensaba en ello—. Hubo una vez en que me trajo un
muy lindo reproductor de CD. Quizás tenía doce años. Sabía que no lo tendría
por mucho tiempo. Perdió dinero en el hipódromo o en el bar, y vino para
empeñarlo. Pero lo amaba. Quería mantenerlo con tantas ganas, así que lo
escondí en el sótano bajo nuestra casa.
»Es tan estúpido. Quiero decir, ni siquiera podía escuchar algo con él.
Pero simplemente lo quería, así que le dije que me lo robaron. Que alguien
irrumpió en nuestra casa mientras se encontraba en el trabajo y se lo llevó. Vine
a casa desde la escuela dos días después, y había desaparecido.
Cuando me miró de nuevo, la furia que sentía muy dentro de ella se
agrupó en las profundidades de sus irises. —Jamás lo mencionó. Ninguno lo
hizo. Avanzamos en nuestras vidas como si nunca lo hubiera tenido. Un
reproductor de CD es una cosa, pero mi vida. —Su voz se quebró—. Apostó mi
vida como si fuera un objeto. Como si fuera desechable. Como si yo fuera
desechable. Se merece todo el dolor que está experimentando en estos
momentos.
Ciertamente no podía discutir eso. Hice huevos con tocino mientras
empacaba sus cosas. Incluso pensó en ello. No se llevó nada de su casa. Compró
los utensilios de aseo personal y ropa nuevos. Comimos en relativo silencio,
ambas miserables.
—Arruiné mi vida. Arruiné mi vida por culpa de ese hombre.
—Quizás no —dije, pensando en ello.
—¿A qué te refieres? Seré arrestada. Definitivamente perderé mi trabajo.
Olvídate de tener algún futuro con Lyle. —Meneó la cabeza—. Él era lo mejor
después del pan en rebanadas.
—Entonces, ¿cuándo trataste de romper con él?
—Trataba de alejarlo de esto tanto como era posible.
—Lo imaginé. ¿Y si vamos con esto de una manera un poco diferente?
¿Qué tan buena eres mintiendo? ¿Y cuán alta es tu tolerancia al dolor?

Dos horas después, el escenario se encontraba listo. Asentí en dirección a


ella. Asintió en respuesta. Y levanté mi teléfono. —Parker —dije, jadeando y
tragando con fuerza como si hubiera estado corriendo—. Tenía razón. Ven aquí.
¡Apresúrate! Y trae una ambulancia. Ella está viva.
Le di una descripción del área general y colgué. Esperamos en la
oscuridad.
—¿Estás segura de que de verdad no pueden saber si cada gota de esa sangre
era tuya?
—No tienen el tiempo o los recursos para revisar cada hebra de ADN en
ese auto. Llevaría mucho trabajo el descubrir si realmente era la suficiente
sangre para matarme. —Estiró la mano, su muñeca con soga rozando el piso del
granero—. No sé cómo agradecerte, Charley.
—Puedes agradecérmelo dándole a tu papá una oportunidad.
—Entonces, no te daré las gracias pronto.
—Lo entiendo —dije con tristeza.
—Pero, quizás un día. Sin embargo, voy a decirle a Lyle. No sobre ti. Le
diré que arreglé todo y te llamé o algo. Pero necesita saber en lo que se está
metiendo.
—¿Cómo crees que lo tomará?
—No lo sé. Bien, no. Estoy segura.
Escuchamos las sirenas en la distancia.
—Sólo asegúrate de que sepa que hiciste todo lo que pudiste para
asegurarte de que no estuviera implicado.
—Lo haré.
Esperamos mientras los autos se detenían en frente del granero. —Oye —
dije antes de que irrumpieran por la puerta con armas—, ¿quieres tomar un café
algún día?
—Demonios, sí.
Chocamos los puños, luego enganché mis brazos bajo los suyos y me
tambaleé, cayendo al piso con ella justo cuando la primera linterna aterrizó
sobre nosotras.
—¡Por aquí! —llamé, rogando a que esto funcionara. El naranja podía
haber sido el nuevo negro, pero lo que hacía a mi figura era barbárico.

Tío Bob apareció en la escena, y supe que podía sentir algo torcido, pero
le desagradaba Joplin lo suficiente como para no importarle. Se llevaron a
Emery inmediatamente en una ambulancia, pero me detuvieron e interrogaron
por años.
Si esto funcionaba, prometí corregir mis acciones. Hacer buenas cosas y
dejar de divertirme a causa de las elecciones de accesorio de otras personas. Lo
único que podía inclinar la escala a nuestro favor era el hecho de que Emery se
cayó en un barranco el día que llegó a la cabaña. Ya llevaba algunas heridas y
arañazos feos y un llamativo corte en su pierna ya que fue apuñalada por una
rama rota. Eso funcionaría magníficamente a nuestro favor.
Aun así, tuve que maltratarla un poco. O lo intenté. Me llamó cobarde e
hizo la mayoría por su cuenta.
—Dime de nuevo —dijo Joplin—, ¿cómo es que te tropezaste con mi
persona desaparecida?
Lo hemos hecho un trillón de veces, pero oliendo algo fuera de lo
normal, quería hacerme caer. Darle una razón para arrestarme. No iba a
suceder.
—Obtuve una pista de una fuente que una señora estaba siendo retenida
aquí contra su voluntad a causa de las deudas de juego de su padre.
Emery lanzó esa última parte. Quería llevar el asunto a casa. Y ya que el
Sr. Adams aparentemente tenía deudas de juego en varias ubicaciones, ¿quién
diría que encajaría con su secuestro?
—Querían enloquecer al padre, así que arrojaron su sangre, junto con la
de alguien más que robaron de un banco de sangre, por todo el auto. Llegué
aquí, revisé el área, y al final escuché un suave llanto viniendo del interior de
este granero. Entré y la encontré. No es ciencia lunar, Joplin.
—Sigue con esa mierda, Davidson, y…
—¿Acabas de amenazar a mi sobrina? —Mientras que la voz de tío Bob
era suave y calmada, su temperamento estaba disparado por el techo. Se
encontraba furioso—. Ella hizo lo que tú no pudiste, Joplin. Encontró a tu
persona perdida. ¿Y vas a darle mierda por eso? ¿Por qué? ¿Porque hizo el
trabajo por ti? —Se acercó hasta que se encontraban a meros centímetros—. Si
incluso‖le‖hablas‖así‖de‖nuevo…
—¿Harás qué? —preguntó.
Hombre, ese tipo nos odiaba. Me preguntaba qué hice.
El capitán entró entonces, su enojo subiendo un poco también. —Joplin
—ladró.
Joplin prácticamente saltó.
—Ven aquí —dijo con dientes apretados, sonando mucho como Clint
Eastwood. Era bastante masculino.
Mientras Joplin recibía un buen azote, envolví un brazo alrededor del de
tío Bob.
—¿Vas a decirme lo que realmente sucedió? —preguntó.
¿Cómo lo supo? —Resuelvo casos todo el tiempo. ¿Qué te hace pensar
que este no fue legítimo?
—Porque también descubrí lo que ella hizo.
—Maldición. —Lo miré.
—No todo, pero tenía mis sospechas.
—Tío Bob, ella tenía una muy buena razón.
Asintió. —Lo sé, cariño. Tengo completa fe en ti.
—¿En serio? ¿No vas a delatarme?
—¿Qué tipo de tío crees que soy? Además, Cook se divorciaría de mí.
Estallé en risas. —¿Tienes completa fe en mí? ¿De verdad?
—Sí. Bueno, no en tu cocina. Aparte de eso, absolutamente.
Jadeé. —Te he cocinado, como, dos veces.
—Dos veces es demasiado, calabacita. Dos veces es demasiado.
Finalmente me liberaron justo cuando Parker llegó. Había estado en una
reunión realmente grande, pero cuando llegó ahí no sabía cómo reaccionaría.
No dijo nada. Solo me dio un cuestionado pulgar arriba. Asentí, y se
pasó los dedos por el cabello con alivio. Lyle Fiske debería estar fuera de la
cárcel en una hora. No envidiaba la conversación que Emery tendría con él.
Me subí a Misery y salí del laberinto de graneros vacíos por el que vine
durante otro caso hace poco más de un año, sin tener idea de que serían tan
útiles algún día. Cuando giré a la derecha, mis faros atraparon el reflejo de una
gran camioneta negra. Conduje lentamente. Otro vehículo venía detrás, y la
camioneta se encendió, hizo una vuelta en U y avanzó. Era Garrett, y la persona
al volante era Javier, uno de sus colegas. Era hora de llegar al fondo de esto.
Seguí a Garrett todo el camino hasta su casa, mi sangre hirviendo. No
literalmente, porque eso dolería. Se estacionó en la calzada, y lo hice detrás de
él.
—Charles —dijo, ofreciéndome su sonrisa de marca registrada.
—No me llames Charles. —Aceché hasta llegar a él y lo piqué en el
pecho—. ¿Por qué estás siguiendo a tío Bob?
—¿Queeee?
Se dio la vuelta y entró a su casa con una furiosa mujer caliente a sus
talones.
—No te hagas el tonto, Swopes. ¿Por qué estás siguiéndolo?
—Es un trabajo. No puedo decirte. Mi cliente me ha pedido que se
mantenga confidencial.
—Pura mierda. Si estuviera siguiendo a tu tío, te diría quién me contrató.
—¿Ahora quién está tirando pura mierda a quién?
Tenía razón. Maldición. A menos que lo sacara a colación, jamás
revelaría el nombre de mis clientes.
—Estamos hablando de tío Bob.
—No, tú estás hablando de él. Yo voy a conseguir una cerveza.
Justo entonces, Osh habló como una presencia omnisciente. —Tráeme
una también —dijo.
Caminé hacia la sala de estar de Garrett y lo divisé jugando video juegos.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás vigilando a mi hija?
—Lo hago a cada hora.
—¿Sabes cuánto puede suceder en una hora?
—Tenía unas cosas que hacer y planes con Swopes y tu esposo.
—Pero no conmigo.
—Sí, tú. Estabas en un caso. No queríamos molestarte. —Mató a otro tipo
malo. Al menos, esperaba que fuera un tipo malo. Osh era un demonio,
técnicamente un Daeva, así que podía estar matando a los tipos buenos por
todo lo que sabía.
—Ni siquiera voy a discutir contigo. —Me quité la banda del cabello y
me froté el cuero cabelludo—. He tenido el día más largo de la vida.
Garrett le trajo a Osh una cerveza y se ofreció a hacer café. Estos dos
hombres han estado conmigo en tanto, y la única persona en este plano que
podría saber de Reyes y su creación era Osh. Dos de mis mejores amigos. Y
sabían cómo guardar un secreto.
Deseché la idea del café, inusual, lo admitía, y me senté en la mesa de
café, la que no sabía para nada como café real, entre Osh y la televisión.
—Succionaré el alma de tu cuerpo —amenazó.
—Lo que sea. Tengo algo muy serio que hablar contigo. Algo así como la
aniquilación del mundo en serio.
—¿El mundo va a ser aniquilado? ¿De nuevo? —Apagó el juego y arrojó
el control en la mesa a mi lado—. Acabamos de detener una aniquilación.
¿Puede esperar esta?
Fruncí los labios.
—Oh, hablas en serio.
—Nunca bromearía con la aniquilación del mundo.
Tomó un largo trago, así como Garrett, quien se desabotonó la camisa y
dejó que colgara abierta mientras se sentaba, sus piernas estiradas y cruzadas
en los tobillos.
Unos chicos muy lindos.
Cerré los ojos y busqué coraje. —De acuerdo —dije, abriéndolos de
nuevo—. Necesito saber todo lo que sabes sobre la creación de Reyes.
Frunció el ceño. —¿Te refieres a en el infierno?
—Sí.
Se sentó hacia atrás, su apariencia juvenil haciéndolo parecer un gamer.
—Supongo que no sé mucho sobre ello. Lucifer lo creó de las energías del
infierno y los fuegos del pecado. O ese es el rumor.
—¿Y cómo funciona eso exactamente?
—Ni idea. ¿Por qué?
Me senté junto a él y los miré de ida y vuelta. —Estoy a punto de decirles
el más grande secreto que alguna vez tuve en la vida, y solo lo he tenido por
diez días. Pero hay tanto que no entiendo, y no sé qué hacer o a quién contarle.
Quiero decir, le dije a Cookie, pero a ella le cuento todo. Necesito ayuda.
—Tienen instalaciones para eso —dijo Garrett—. Y medicación.
Osh se rio, e hice que mis cejas se juntaran lentamente. —No entiendo.
—Estás bromeando —dijo Osh.
—Lo vi desde un kilómetro de distancia —agregó Garrett.
—No es así.
Garrett se frotó la cara con la mano libre. —De acuerdo, entonces ¿cuál es
este gran secreto que va a aniquilar el mundo?
—Bueno, es como una cosa de tres partes.
—¿Quieres otra cerveza? —preguntó Garrett.
—Estoy bien, pero ¿todavía tenemos papas?
Oh, Dios mío. Ni siquiera me tomaban en serio. Quizás todas esas veces
en que no los tomé en serio regresaban a morderme el trasero.
Nah.
—¡Chicos! —dije, alzando las manos—. Dejen la mierda de cerveza y
papas.
—¿Hay un juego esta noche? —dijo Osh.
Y enloquecí. Agarré a Osh, le hice una llave de cabeza, y le di suficiente
oxígeno para que no perdiera la consciencia.
—Creo que habla en serio —dijo Osh a través de su laringe aplastada.
Teniéndolos por completo finalmente, me alisté para decirles las más
sorprendentes noticias desde que aprendimos que la tierra no era el centro del
universo, cuando Artemis saltó del piso y se lanzó directamente hacia Osh y
hacia mí. Llevando un demonio en su mandíbula.
Debido a que fue tan inesperado, chillé y salté al sofá como alguien lo
haría para evitar un ratón. Osh se tambaleó hacia atrás, también, mientras el
demonio siseaba y aullaba por ser quemado vivo por la luz verdaderamente
brillante.
Garrett también se levantó, pero no tenía idea de por qué.
Artemis se encontraba tan feliz con su juguete nuevo. Lo sacudió, gruñó
y sacudió un poco más, causándole más dolor de lo que ya sentía. Todo
mientras su cola se meneaba a un millón de veces por minuto.
El demonio empezó a disiparse y evaporarse en el aire. Cuando no
quedó suficiente para sacudir, Artemis saltó hacia mí, su boca abierta mientras
jadeaba, orgullosa de su trabajo.
—Buena chica —dije, acariciándola en la cabeza. Entonces, la agarré
también en una llave de cabeza, para jugar un poco—. Ese es el segundo de hoy
—le dije a Osh.
—Artemis le trajo a Charley un presente —dijo Osh, explicándole a
Garrett—. Un demonio.
—¿Y quedó suelto en la casa? —preguntó, pálido.
—No. —Froté el pelaje de Artemis y rodé con ella por la mesita de café y
en el piso. Tristemente, aterrizó sobre mí en vez de viceversa. Me quitó el
aliento, pero eso no evitó que hablara. No mucho lo hacía—. ¿No hay demonios
en esta casa, eh, Artemisia? Bueno,‖hay‖uno,‖pero…‖eres una buena chica. Sí, lo
eres.
—Te ves como un paciente mental —dijo Garrett, volviendo a sentarse—.
Todo lo que veo es a ti rodando por ahí, hablándole a mi alfombra.
—¿Escuchaste eso? —le pregunté mientras roía mi yugular—. Te llamó
alfombra. Garrett malo.
Entonces, se detuvo y miró hacia el gran desconocido. Un lento gruñido
resonó en su pecho. Sus labios se retrajeron para revelar un conjunto de caninos
asesinos.
—¿Qué es, chica?
Esto solo la azuzó. Me recosté ahí, intentando no reír. Esto era muy serio.
A los intrusos no se les daría cuartel. ¡Sin piedad!
Cambié y no vi nada fuera de lo normal, pero en la verdadera forma
canina, el más ligero ruido le erizaba el pelo. Bajó la cabeza y fue hacia la
ventana. Entonces, como una bala saliendo de una pistola, atravesó la muralla y
desapareció.
Era tan entretenida.
Me reí y giré hacia los dos hombres que me observaban.
—De verdad hay un juego esta noche —dijo Osh.
—Esto es mucho más grande que un juego. —Me incorporé gateando y
me senté junto a él otra vez—.‖Es‖m{s‖grande‖que…
—Lo entendemos —dijo Garrett—. Aniquilación total. Pero, ¿no puede
esperar hasta después del juego?
—No. Tengo un plan, pero primero tengo que contarles cuáles son mis
secretos, porque si les digo mi plan primero sin‖ decirles…‖ no‖ importa.‖ Solo,‖
escuchen. —Aclaré mi mente y pensamientos lo mejor que pude para contarles
que mi esposo, su amigo, fue creado de un dios malvado. Aseguré mi
resolución y decidí.
—Mi esposo, su amigo, fue creado de un dios malvado.
Osh tomó otro sorbo de cerveza mientras Garrett pensaba un momento,
luego tomó otro sorbo de cerveza.
—Está bien, déjenme ordenar. —Esto necesitaba más explicación.
Necesitaban entender lo que podía significar para todos nosotros.
—¿Recuerdan que en Nueva York en el almacén el malvado emisario
Kurr trató de matarme?
Ambos se encogieron de hombros ante la estupidez de mi pregunta y
tomaron otro sorbo.
Me mordí el labio. Cerré los ojos. Hurgué en busca de todos los pedazos
de coraje que quedaban en el fondo de mi barril de coraje y me los tragué.
Estaba a punto de revelarles algo que podía cambiar el destino del mundo. El
cristal divino había sido enterrado en 1400 por una razón. Los monjes que lo
enterraron querían que permaneciera enterrado.
—No estaba tratando de matarme.
Sentí, en vez de ver, que su interés picó.
—Soy una diosa. Aparentemente, no cualquiera puede hacer eso. Pero,
puedo ser atrapada. Él trataba de atraparme, y eso es lo que le sucedió al dios
malvado que Satán usó para‖crear‖a‖su‖hijo‖Rey’aziel.‖
Osh puso su mejor cara impasible, en la que apenas parecía que estuviera
prestando atención. Pero, sentí que algo tiró dentro de él. Como si una pieza de
rompecabezas cayera en su lugar.
Continué. —Bien, la historia va algo así. En desesperación, Dios, el Dios
Jehovah, creó lo que es llamado cristal divino. Es una dimensión completa, una
dimensión infernal, dentro de un pedazo de cristal. Se ve como una joya. Como
un ópalo. Es absolutamente indestructible y un ciento por ciento sin escape.
Solo la persona o ser que te pone ahí, puede dejarte salir de nuevo. Jehovah lo
creó para atrapar a un Dios. —Levanté un dedo—. Encerrar a un Dios y un Dios
solamente dentro de una dimensión infernal. Una vastedad de nada que se
extiende por una eternidad.
—¿Para cuál Dios lo creó? —preguntó Osh.
—Eso no lo sé. Kuur no me dijo todo. Dudo que en realidad lo supiera
todo. Trabajaba para Lucifer. Seguramente, el príncipe del bajomundo no
revelaría toda su mano.
—Si Jehovah lo creó, ¿cómo consiguió Lucifer usarlo para crear a
Rey’aziel?
—Ves, esa es la cosa. Los detalles se ponen confusos aquí. Por alguna
razón, este Dios no fue enviado dentro del cristal divino, pero no tengo idea de
cómo terminó en manos de Lucifer. Tampoco sé cómo, pero lo usó para atrapar
a uno de los dioses de Uzan para el propósito específico de crea a un hijo.
Reyes.
Esperé. Los dejé absorber la información.
Cuando no dijeron nada, añadí—: Tras crear a Reyes, Lucifer se lo dio a
uno de sus trabajadores aquí en la Tierra quien, como podrían imaginar, lo usó
para el mal. Un grupo de monjes finalmente lo capturaron, lo enviaron a la
dimensión infernal y después, porque el cristal divino no puede ser destruido,
viajaron a través del océano, encontraron un lugar, y pasaron meses cavando un
hoyo lo suficientemente profundo para enterrarlo por lo que esperaron sería
para siempre.
—¿Y Kuur lo desenterró? —preguntó Osh.
Asentí. —Lo encontró y trató de usarlo para atraparme. Sacarme de este
plano así Lucifer podía llegar a Beep. Entonces, podía matar al ser destinado a
destruirlo.
—Esto es como una telenovela sobrenatural —dijo Garrett, frustrándose
cada vez más—. ¿Cómo demonios sucedió esta mierda? Pensé que los dioses
eran buenos y benevolentes y respondían a las oraciones y esa mierda. Pero, no.
En este episodio, los dioses han sido todos poseídos, son malvados y planean
destruir el mundo.
—Los dioses no son poseídos —dijo Osh.
—Cierto. Lo siento. Entonces, ¿cómo son las reglas en realidad?
Osh frunció el ceño. —Los dioses de Uzan, al menos lo que he conocido,
están muy lejos de cualquier cosa en la que Lucifer pudiera haber pensado, es
irreal. Y Lucifer usó uno de ellos para crear al hijo.
Entonces, él hizo algo que nunca lo había visto hacer antes. Palideció. La
sangre se drenó de su rostro mientras se hallaba sentado ahí, atónito.
Estudié la alfombra. —Esto es malo, ¿no? Quiero decir, no lo sé. ¿Cuánto
de Reyes es un dios‖malvado‖y‖cu{nto‖es…‖Reyes?
Las manos de Osh se curvaron en puños mientras pensaba. —Espera —
dijo—. ¿Lo viste? ¿El cristal divino?
Apreté los labios, entonces busqué en mi bolsillo y lo saqué. —Lo tomé
después de que atrapé adentro a Kuur.
La mandíbula de Osh se abrió. No se movió. —¿Tú…‖tú‖lo‖atrapaste?
—No actúes sorprendido.
—Lo siento. Entonces, ¿Kuur te contó sobre Reyes? ¿Sobre cómo fue
creado?
—No. —Volví a estudiar la alfombra, resistiendo la urgencia de mirar
cariñosamente el cristal divino. Era como una droga. Fascinante. Puro.
Hermoso. Y, aun así, dentro yacía una dimensión infernal—. No, Kuur no me
contó. Fue mi papá.
La expresión de Garrett cambió de la frustración a la preocupación.
—Así fue como recuperé‖mis‖recuerdos.‖Mi‖pap{…‖cruzó a través de mí
para obligarme a recordar quién era. Lo que era. Y pasarme la información que
reunió mientras hacía de encubierto en el infierno. Aprendió muchas cosas. —
Miré a Osh—. ¿Honestamente no sabías nada de esto? ¿No sabías cómo fue
creado Reyes?
Sacudió la cabeza. —Pero, explica mucho.
—¿Cómo qué?
—Rey’aziel.‖ Era tan diferente. Mucho más poderoso de cualquier otra
cosa que Lucifer hubiera inventado. Incluso más poderoso que él mismo, lo que
no tenía sentido. Nadie podía entender por qué. Los Dendour lo hicieron pasar
a través del infierno, literalmente y figurativamente.
—¿Los Dendour?
—Como…‖profesores. Entrenadores. Solo que peor.
—¿Y lo hicieron pasar a través del infierno? ¿Por qué?
—¿Quién sabe? ¿Celos, quizás? Pero superó cada obstáculo que le
lanzaban. Probaron cada forma en la que pudieron pensar para matarlo. Lo
golpearon. Le hicieron pasar‖hambre.‖Desgarraron‖sus…
—Detente —dije, cubriéndome los oídos. Tras un momento, pregunté—:
¿Y Lucifer simplemente los dejó?
—Quería que su hijo fuera fuerte, así que sí. Pero ahora que sé, no
podrían haberlo matado. Sin importar lo que hicieran, no habría muerto, así que
progresivamente se volvieron más y más duros con él, hasta que…
—¿Hasta qué? —pregunté, casi desesperada por saber.
—Hasta que los detuvo —dijo, como una declaración—. Un día, tuvo
suficiente y mató a cada Dendour ahí. Quebró sus cuellos como si fueran
ramitas. Luego, fue en busca de los otros. Cualquier que hizo algo malo con él
en cualquier forma. Lo llamaron Auya s’Di.
—Día de la Sangre —dije. Me senté hacia atrás e intenté imaginarlo, pero
¿cómo alguien imaginaba a un niño creciendo en una dimensión infernal?
Estaba más allá de mi comprensión.
—Para tener un mejor concepto de lo que hizo ese día, imagina a un niño
de diez años atacando y matando a un ejército de soldados entrenados con sus
manos desnudas, luego yendo a buscar a más.
—¿Estás diciendo que Reyes tenía diez? —pregunté, alarmada.
—En absoluto. Era mucho más joven en ese tiempo. Si lo comparas con
los años humanos.
¿Acaso estaba destinado a ser abusado? ¿Primero en el infierno por
legiones de demonios y luego en la Tierra con Earl Walker? Mi corazón dolía
por él, pero sentí algo más en Osh que no pude identificar con exactitud.
—¿Qué? —le pregunté.
—Nada.
—Osh, lo digo en serio. ¿Qué estás pensando?
—¿Y si esa parte de él todavía es malvada?
—Eso es lo que estoy intentando decidir.
Miramos el cristal divino en mi mano. Fijamente.
—¿Quién quiere otra cerveza? —preguntó Garrett.
Era mucho para asimilar.
Traducido por Julie
Corregido por Laurita PI

No hay que pedir prestado los problemas.


Entendido.
Entonces, ¿puedo alquilarlos?
(Charley Davidson)

—¿Por lo tanto, tu plan? —me preguntó Osh después de que ambos se


tomaron unas cervezas. Fue bueno para ellos. Dejaba que se relajen. Que lo
asimilaran todo.
Al parecer, estaban listos para más.
—Sí, sobre eso. Ambos tienen que abrir sus mentes.
—Maldita sea —dijo Garrett—. Esto va a apestar, ¿verdad?
—Para ti no —le prometí.
—¿Para mí? —preguntó Osh.
Asentí. —Lo siento. Pero piensa en esto. Sabemos en qué área se
encuentra uno, si no dos, de los dioses de Uzan, ¿verdad? ¿Asumo que siguen
ahí?
—Se desplazan hacia el este, dejando muerte y destrucción a lo largo del
camino, pero sí. No se supo el hecho de que trasladamos a Beep y los Loehrs
hace tres días.
—Creo que, ya que conozco el área general en donde se encuentra,
puedo encontrarlo.
—¿Y qué vas a hacer luego?
—Atraparlo, por supuesto. —Tintineé el colgante, lo dejé caer, volví a
armarlo, y luego lo levanté de nuevo, agradecida de que fuera indestructible.
Garrett se rio suavemente en su cerveza. No porque hubiese dejado caer
el colgante, sino debido a la imposibilidad absoluta de nuestra situación.
—Déjame ver si lo entiendo —dijo Osh—. ¿Vas a abrir tu pequeño
colgante, y decirle que salte dentro?
Resoplé. —No. Hay un proceso, y sé cuál es.
—¿Y no podemos decirle nada de esto a Reyes? —preguntó Garrett.
—No.
—Hasta que sepamos donde están sus lealtades —dijo Osh.
—Estoy bastante segura de que lo sabemos, pero ¿qué ocurrirá si y
cuando, como yo, Reyes descubra su verdadero nombre celestial?
—¿El nombre que tuvo como un dios?
Asentí a Garrett. —Sí. ¿Qué parte de él es la más fuerte? ¿Qué parte se
hará cargo? La buena noticia es que cuando me enteré de mi nombre, seguía
siendo yo. Por un ratito. Hasta que exploté, perdí la memoria y estuve de
vacaciones en Nueva York. Pero estoy de vuelta, y sigo siendo yo.
Osh negó con la cabeza. —Eso es mucho pedir teniendo en cuenta la
alternativa. Pero te olvidas de algo.
—¿Qué?
—Olvidas que eres esta luz brillante que cualquier dios dentro de un
millar de mundos puede ver. Él va a verte acercarte.
—Tal vez no.
Cuando no me expliqué, Osh me interrogó al arquear una ceja.
—Aquí es donde entra en juego la cosa de la mente abierta.
—¿Se pone mejor? —preguntó Garrett.
—Esta es una oportunidad única, Osh —dije, tratando de convencerme a
mí misma tanto como a él—. No podemos dejarla pasar y arrepentirnos más
tarde.
—A menos que tengas un plan mejor que ir hasta él con tu luz radiante
como un faro y meterlo dentro de ese pequeño collar, yo diría que
probablemente deberíamos.
Esto iba a ser complicado. Muy, muy complicado. Pero conocía el futuro
de Osh a un nivel minúsculo. ¿Podía hacer algo para cambiar eso?
—¿Pero y si pudiera acercarme a él sin ser detectada?
Osh frunció el ceño. —Sigue siendo un plan estúpido, pero ¿cómo?
Eché un vistazo a la alfombra de nuevo. Pensé en lo que estaba haciendo.
En cuántas maneras esto podía ir mal. Entonces pensé en Beep. Pensé en su
destino. Ya ninguno de nosotros importaba. Realmente no. Ni lo que
hiciéramos. Éramos simplemente las bases de lo que ella lograría.
—¿Charles? —dijo Garrett.
Lo que sucediera a partir de ahora, cambiaría nuestra amistad para
siempre. Sería odiada, y no tenía problemas con eso. Si funcionaba, salvaría la
vida de mi hija. Dándole otra oportunidad de hacer lo que se encontraba
destinada a hacer.
Si no fuera así... nada de esto importaba. No podía dejar que se me
escapara esta oportunidad. Solo esperaba que él lo entendiera.
Solté un largo suspiro. El tiempo se detuvo. Y ataqué antes de que él
supiera qué hacía.

Antes de que Osh pudiera reaccionar, me encontraba sobre él. Lo levanté


del sofá, lo empujé contra una pared, y envolví una mano alrededor de su
garganta.
Ni siquiera peleó conmigo. Simplemente me miró; su rostro era la
imagen de confusión. Todavía confiaba tanto que no se defendía.
Esa sería su perdición.
—¿Qué demonios? —preguntó.
—Vas a hacer lo que mejor sabes hacer —dije—. Vas a ingerir mi alma.
Vas a tragar mi luz para que pueda encontrar al dios y atraparlo en el cristal
mientras se pasea por la calle en forma humana. Es el único momento en que
puede hacerse. El proceso requiere sangre, y los dioses no la tienen a menos que
hayan secuestrado un cuerpo humano. No puedo dejar pasar esta oportunidad.
Lo siento.
Por fin empezó a luchar, pero existían pocas cosas más letales que una
madre cuyo hijo ha sido amenazado. También, era una diosa. Él no habría
ganado. Debió saberlo debido a que dejó de luchar casi al mismo segundo que
comenzó. Cediendo. Sacrificándose a sí mismo. Los músculos de mi pecho se
contrajeron, apretando alrededor de mi corazón.
—No va a funcionar —dijo, jadeante por el esfuerzo y la aprensión.
—Estoy dispuesta a correr ese riesgo.
—No entiendes. —Levantó una mano a mi cara. Recorrió con un pulgar
mi barbilla—. Podría vivir de tu alma hasta que las estrellas se consuman. No
puedo hacerlo de una sentada. No funciona de esa manera.
Apreté las manos en su garganta, sobre todo para la fachada. —Entonces,
haz que funcione de esa manera. Tengo que hacer esto, Osh. Nunca me va a
esperar si no puede ver mi luz.
Se tragó una maldición. —Podrías haberlo preguntado.
—No es probable.
Cerró los ojos un momento, y luego asintió. —Me matará.
Moví la mano a su mandíbula esculpida. Me presioné contra él. Cerré la
distancia entre nosotros hasta que mi boca flotaba justo por debajo de la suya.
—Lo sé.
Entonces puse mis labios sobre los suyos, pero en una sorprendente
demostración de fuerza, dio marcha atrás. Agarró mi garganta, me dio la
vuelta, me empujó contra la pared, golpeó mi cabeza con ella, dos veces, y
luego bajó su boca a la mía.
Y me tragó. Extrajo la energía de mi cuerpo; el acto fue doloroso y erótico
al mismo tiempo. Para nosotros dos. Me tomó la cara con su mano libre. Inclinó
la cabeza. Profundizó lo que se reducía a un beso. En lugar de frenar, aceleró.
Besando con más fuerza. Presionado contra mí, con ganas de más y más de lo
que le ofrecía.
Sus dedos se sumergieron en mi pelo, atrapándolo en su puño mientras
se atiborraba de mi alma. El acto golpeteó algo muy dentro de mí. Se enroscó
dentro de mí y luego se puso tirante. Clavé las uñas en la pared detrás de mí.
Me presioné contra él, como si estuviera cada vez más cerca. Más preciso. Hasta
que explotó dentro de mí.
Tiré mi cabeza hacia atrás, inhalando el aire que nunca había probado
antes. Sintiéndome drenada y eufórica como si los átomos de mi cuerpo
hubieran encontrado un nuevo campo de juego.
Osh gimió. Cayó en mi contra. Enterró su cara en mi pelo un
microsegundo antes de que se dejara caer de rodillas. Se agarró la garganta y se
acurrucó. Sus músculos se contrajeron a la densidad del mármol, mientras
trataba de contener todo de mí. Pero se quebró. Su piel se rasgó y rompió, y la
luz que había llevado toda mi vida, una luz que nunca he visto, empezó a
filtrarse de él.
Se volvió, con la expresión dolorida mientras trataba de contener mi
esencia. Me arrodillé sobre él.
—Date prisa —dijo, con la voz ronca. Sus dedos se cerraron y su espalda
se arqueó, y más fisuras abrieron su cuerpo, con la luz brotando de ellas.
No tenía mucho tiempo. Mi esencia era demasiado poderosa para que él
la contenga. Era como tratar de contener una explosión nuclear dentro de una
bombilla. Iba a explotar más pronto que tarde, destrozándolo mientras tanto.
Echó la cabeza hacia atrás cuando otro espasmo de dolor lo atravesó.
Esto lo mataría. Lo sabía. Lo supe antes de empezar. Pero no lo mataría
inmediatamente. Tenía tiempo. Podía encontrar el dios, atraparlo, y estar de
vuelta antes de que se lo comiera por completo.
—¿Qué demonios? —preguntó Garrett.
Me levanté del suelo, sin tener idea de que el tiempo se había puesto en
marcha.
—Si no regreso en quince minutos, llama a Reyes. Dile lo que hice. Dile
que ayude a Osh, pero, bajo ninguna circunstancia, le digas dónde estoy.
—¿Qué has hecho? —preguntó, mirando a Osh con horror.
—No hay tiempo. Dame quince minutos.
Entonces cerré los ojos y dejé este plano por completo.

Vi el dios al instante y me concentré, materializándome detrás de él en


cuestión de segundos. Se hallaba hecho de luz, también, solo que la suya era
más gris que la mía. Más turbia. Y caminaba en un mar de gente con luces
intermitentes, la música a todo volumen y adolescentes riendo y gritando.
Me detuve y miré alrededor para orientarme. A mi izquierda, había una
gigante montaña rusa roja. A mi derecha se encontraba el océano. Y debajo de
mí estaban los tablones de madera.
¿Un malecón? ¿Nos encontrábamos en un parque de atracciones?
Sí. El Malecón de Santa Cruz, para ser exactos, de acuerdo con el letrero
de la montaña rusa. Me preguntaba por qué el dios estaría aquí de todos los
lugares. Osh dijo que en el Norte. ¿Nueva Inglaterra? Como no tenía ni idea de
donde lo trasladaron, no tenía ni idea de si él se acercaba o no, pero estaba
segura de una cosa. Disfrutaba de la caza.
Todavía un poco asombrada de que pudiera hacerlo, tomé un puesto en
una esquina más allá de su línea de visión y dejé que mi cuerpo tomara forma a
mi alrededor. Como un velo. Como una capa asentándose alrededor de mis
hombros y acumulándose a mis pies. Me materialicé lentamente, observando
todos sus movimientos y los de las personas que me rodeaban.
Centrándome en la luz extraña, seguí más allá de las maquinitas para
detenerme en un puesto de algodón de azúcar. El ser humano que había
tomado, el que secuestró, era una mujer. De acuerdo a Osh, murió al momento
en que se introdujo en ella. Sus brazos ya se hallaban descoloridos con
contusiones amarillas y moradas. Era dolorosamente delgada con el pelo
castaño largo que colgaba en mechones desordenados por su espalda. Era
evidente que al dios no le preocupaba mantener las apariencias, ya que de todos
modos solo podría durar cierto tiempo en ese cuerpo.
Me percibió y se volvió, y el tiempo se ralentizó hasta detenerse mientras
el mundo giraba alrededor de mí. Negué con la cabeza, sin habla, y casi caí de
rodillas. Un grito de sorpresa se filtró de mi garganta, y me tapé la boca con las
manos. Enormes ojos verdes me miraban con curiosidad. Esa boca una vez
bonita, ahora cubierta de llagas en un lado, se abrió un poco a medida que la
cabeza se inclinaba hacia un lado.
Temí desplomarme en el suelo. Temí que mi corazón mortal se detuviera
y olvidara volver a comenzar. Temí por el mundo a mi alrededor, porque una
vez que Reyes descubriera que este dios arrancó el alma de su hermana para
poder habitar su cuerpo, el mundo sería un lugar peligroso para estar.
—¿Qué eres? —preguntó Kim.
Tenía la misma voz. Las mismas expresiones suaves. Los mismos gestos
elegantes. Pero no era ella. Era el dios.
Se suponía que Kim se hallaba en México. ¿Cómo llegó aquí? ¿Cómo la
encontró el dios?
Luché con mi deseo de tener un colapso total y la ignorancia fingida.
—¿Kim? —pregunté, dando un paso más cerca—. ¿Eres tú?
Cuando corrí hacia adelante, no se movió. No retrocedió ni se alejó de
mí. Simplemente trataba de averiguar qué era. Sin mi luz, no tenía ni idea de
cómo luciría como un ser sobrenatural, pero claramente no era igual que
cualquier otro ser humano.
—Kim —dije, lanzando los brazos a su alrededor y abrazándola. Sabía
que ella era solo la cáscara, solo el recipiente, y que su espíritu probablemente
ya había cruzado, pero no pude evitarlo. La abracé con fuerza, con ganas de
disculparme por no llegar a conocerla mejor. Debí haber pasado más tiempo
con ella. Deberíamos haber tomado un café, almorzado e ido juntas a teatros de
presentaciones masculinas.
Me aparté, tomé su rostro en mis manos y la besé en la boca.
Fue entonces cuando las lágrimas se abrieron paso. Corrían por mi cara
mientras la besaba con fuerza y seguí con una docena de piquitos.
Me miraba, cada vez más sospechoso, así que rápidamente di un paso
fuera de su alcance.
Entonces llegó la comprensión. —¿Dónde está tu luz, chica?
—¿Por qué ella? —le dije, con la voz quebrada—. ¿Por qué su hermana?
—¿Cómo más lastimarlo? Él es casi tan indestructible como yo.
—Ah —dije, secándome los ojos—. Por supuesto. La vida humana no
significa nada para ti.
—Tal como la vida de un mosquito no significa nada para ti.
Asentí, empezando a entenderlo. Extendió la mano y le quitó un algodón
de azúcar a una anciana. Cuando comenzó a protestar, se volvió hacia ella.
—No —le dije, yendo hacia él.
Se rio y la dejó ir. —¿Dónde‖est{‖él?‖¿Rey’azikeen?‖Tenía‖la‖esperanza‖de‖
verlo antes de que este cuerpo se vuelva completamente inútil.
—Está fuera. ¿Cuál eres tú? ¿Qué hermano de Uzan?
Echó la cabeza hacia atrás y rio. —¿Hermano? Somos hermanos,
¿verdad?
Fruncí el ceño, y ¿qué mejor manera de obtener las respuestas que
necesitaba más que preguntarlas? —No entiendo.
—¿Qué piensas que es Uzan?
—Tu dimensión de origen.
Parecía sentirse más confuso. —Tenía la impresión de que habías
aprendido tu nombre celestial, Elle-Ryn.
—Así es.
Metió otro bocado de algodón de azúcar en la boca de Kim. El
movimiento hizo que las llagas se dividan. La sangre se deslizó por su barbilla,
y luché con el temblor de mi labio inferior.
—Entonces, por qué no sabrías... oh, por Dios. Jehová. Él es astuto, ¿no es
así?
—Una vez más, me perdiste.
—Uzan, querida, es una prisión. Uno no es de allí. Uno es enviado allí.
—¿U…?‖¿Una‖prisión?
—Rey’azikeen,‖ Eidolon,‖ y‖ yo‖ fuimos‖ prisioneros.‖ Se‖ supone‖ que‖ es‖
ineludible. Eidolon y yo pasamos siglos allí, pudriéndonos al igual que este
cuerpo.‖Hasta…
Los ojos de Kim brillaron mientras contaba la historia.
—¿Hasta?
—Hasta‖ que‖ Rey’azikeen‖ fue‖ enviado.‖ Joven.‖ Rebelde.‖ Absolutamente‖
brillante.
Eso era Reyes, de acuerdo.
—Y aquí es donde la ironía de todo esto juega un papel importante. Por
ti, Elle-Ryn-Ahleethia, es lo que lo enviaron allí.
—¿Qué?
Mentía. ¿Cómo podría eso incluso ser posible?
—En verdad no tienes idea de quién es él. Es tan pródigo, tan inaudito,
que deberías enamorarte del mismo ser que enviaste a pudrirse en el hedor y la
decadencia. En una agonía que los siete dioses originales de tu dimensión,
desde Evuthwana, crearon.
—No lo envié a ningún lugar. No lo conocía.
—Pero ya estabas, ¿cómo se dice? ¿Comprometida? Sí, comprometida.
Estabas comprometida con su hermano. Su verdadero hermano. Para el día en
que yo sea hermano de cualquiera de los dos, seré enviado de nuevo a Uzan.
—¿Su hermano?
—Ya sabes. El hermano mayor se fue con la carga de cuidar del más
joven. Pero la juventud en estos días. Él era demasiado rebelde. Demasiado
terco. Demasiado irresponsable. Y su hermano mayor se preocupaba por el
mundo que creó.
—¿Y qué mundo podría ser ese?
—Estás de pie sobre él, querida.
Traducido por Vane hearts & yuvi.andrade
Corregido por Vane Farrow

Los corazones son criaturas salvajes.


Es por eso que nuestras costillas son jaulas.
(Autor desconocido)

El mundo en el cual estaba de pie empezó a dar vueltas. Él mentía. Tenía


que hacerlo.
—Lo recordaría.
—Ah, pero Jehovah quería que te ajustaras su pérdida. Fuiste voluntaria,
sí, pero no sin un cierto estímulo del Hombre mismo. Y una vez que estuviste
en su reino bajo sus leyes, debe haber arrancado —Kim actuó como que arrancó
algo del aire—, el recuerdo de tu mente.
—¿Por qué haría eso?
—Para controlarte, por supuesto.
—No te creo.
Tomó otro bocado del algodón de azúcar. —Ahora que ya sabes que la
memoria está ahí, regresará a ti cuando sea que se lo permitas. Pero no te
sientas tan mal. Su hermano creó una dimensión entera sólo para él. Una
dimensión infernal, aunque como podría ser peor que Uzan, no tengo ni idea.
Iba a bloquear a Rey'azikeen dentro y tirar la llave, como se suele decir. Pero lo
convenciste de lo contrario. Le suplicaste a Jehovah que solo envíe a su
hermano lejos hasta que volviera. Hasta que entendiera la visión de Jehovah. —
Jadeó cuando un pensamiento lo iluminó—. ¿Estabas enamorada de él, incluso
entonces?
—¿El cristal divino era para Reyes? —Aturdida habría sido un
eufemismo.
—Instrumento ingenioso. Una bóveda. Absolutamente ineludible. Por
otra parte, estamos hablando del único Dios que pudo escapar de Uzan. Si
pudiera‖hacerse…
—Esto es irreal.
—Oh, no te revuelques, querida. Es impropio. Además, si te hace sentir
mejor, yo soy el que ayudó a Lucifer a atraparlo. Es como que estamos en el
mismo equipo.
—¿Lo atraparon?
—Lo hiciste primero.
—¿Por qué harías eso?
—Exactamente no nos invitó a ir con él cuando escapó de Uzan. Lo
seguimos. Por lo tanto, fue al hermano mayor y rogó por el cristal divino para
atraparnos. Para alejarnos como si fuéramos peor que él. Bueno, esto es una
gran posibilidad, pero todo depende de la perspectiva de cada uno.
—¿Fue tras de ti?
—Vino tras ambos. Hombre arrogante, Rey'azikeen. Por lo tanto, nos
escondimos en la dimensión infernal de este reino y descubrimos que Lucifer
estaba ansioso de... ¿cómo se llama eso? ¿Venganza? Ideamos un plan y
utilizamos el cristal divino contra él. ¿Dos y un cuarto, Lucifer no es el mejor
luchador, contra uno? Me gusta más cuando las probabilidades están a mi
favor.
—Se aliaron contra él.
—Por supuesto. No soy estúpido. Así que, atrapamos al hermano de
Jehovah en la dimensión que estaba hecha para él. Cuando regresamos al
infierno con él, el pequeño Rey'azikeen no era el mismo de siempre. Verás,
incluso unos pocos segundos en esa dimensión del infierno son como años en
este plano. Se hallaba tan desorientado que en el momento en que descubrió lo
que ocurría, Lucifer ya lo tenía en la ruina. No tuvo oportunidad, en realidad.
—¿Por qué tienes tú, un dios, un complot con un ángel caído?
—Aburrimiento, en su mayoría. Fue divertido ver esta pequeña riña
desarrollarse entre Jehovah y uno de sus hijos. Y no me refiero a la que existe
entre Jehovah y el chico. Por cierto, ¿dónde está tu luz?
—La presté a un amigo.
—Bueno, no vivirá mucho tiempo.
—Más tiempo que tú.
Se echó a reír, el cabello de Kim cayendo sobre sus hombros mientras su
cabeza caía hacia atrás, y me di cuenta de lo que hacía. Hacía tiempo.
Me di una vuelta completa. ¿Estaba su mejor amigo de Uzan aquí?
—¿Por qué tienes un complot con Jehovah?
—No lo tengo —dije, mirando a los cielos en busca de otra presencia. Me
alejé de él, buscando. Explorando.
—Te está utilizando para hacer su trabajo sucio. Eres el personal
contratado. ¿Y luego borró tu memoria? Encontraría mejores amigos si fuera tú.
Oh sí. Hacía tiempo. Sólo un dios podría matar a otro dios, pero tal vez
era más difícil de lo que parecía. Tal vez necesitaba apoyo. Ya demostró que
peleaba sucio.
—Cuando se acuerde de quien eres —continuó, y me pregunté si alguna
vez se callaba—, él no será feliz. Rey'azikeen. Lo enviaste a prisión, una que sus
antepasados crearon. ¿Crees que aún te amará?
Intenté tan duro recordar. Si había conocido a Reyes en ese entonces,
entonces tal vez conocía a este imbécil. Tal vez sabía su nombre. Club Dios
estaba obligado a tener un muy reducido número de miembros. Tenía que saber
su nombre. Luego llegó a mí. No su nombre, sino un plan. Era tan buena con
ellos.
—Dijiste que escapaste con Eidolon —dije, manteniendo mi mirada hacia
el cielo—. Pensé que eras Eidolon.
—Me rompe el corazón que no me recuerdes. No está mal. No como una
ruptura total. Más como una fractura.
—Lo siento. Soy terrible con los nombres.
—Te daré una pista. —Tomó otro bocado—. Es más grande que una caja
de pan…
Me giré y sonreí. —Ahí.
—Ah. ¿Llegó a ti?
Abrí mi palma donde escondí el cristal divino. Estaba preocupada de que
lo vería en mis pantalones por lo que me aferré a él. Como si mi dulce vida
dependía de ello.
Se calmó al instante, su mirada láser bloqueada en el medallón. Al
segundo que abrí la tapa del cristal, tormentas eléctricas y rayos salieron
disparados a nuestro alrededor.
Reaccionó inmediatamente. Dio un paso adelante, pero ralenticé el
tiempo. Se encontró con ello y siguió avanzando. Lo aminoré más, tanto así que
las personas alrededor de nosotros no solo dejaron de moverse, sino que
comenzaron a moverse hacia atrás, lento y surrealista. Retrocedí el tiempo.
Pero, de nuevo, se encontró con ello y se movió hacia adelante.
Sin embargo, la pausa fue suficiente. Suficiente para que yo presionara
mis labios en la cima del cristal, los rayos chisporroteando alrededor de mi cara,
y susurré—: Esto es por ti, Kim. —Lo miré por debajo de mis pestañas, y justo
cuando me alcanzó, justo cuando su dedo rozó el colgante, dije—:
Mae'eldeesahn.
Rocket me había dado la pista en ese cuadro, el movimiento para agitar
mi memoria. Y la sangre que saqué de la boca de Kim era suficiente. El cristal
divino sólo necesitaba una hebra de ADN del huésped para capturar al ser en el
interior.
Funcionó.
Se tambaleó hacia atrás, su rostro un cuadro de shock y de incredulidad
que fue engañado. Fue atrapado en esta ocasión.
Había visto al cristal divino funcionar antes. Lo esperé. Mae'eldeesahn no
lo hizo. Se dio la vuelta y echó a correr, pero eso parecía hacer feliz al rayo que
salía disparado tras él. Se enroscó a su alrededor como un amante y lo arrancó
del cuerpo quebrantado de Kim.
Lo que salió no era lo que esperaba. Era más luz que cualquier otra cosa.
Más humo que sustancia. Y era precioso. Absolutamente impresionante y
absolutamente malévolo.
Y luego ya no estaba. Succionado en la dimensión infernal hasta que lo
convocara. Una promesa que no pasaría.
Cerré el medallón cuando sentí otra presencia. De ninguna manera
podría salirme con la mía dos veces. Me di la vuelta para encontrar a Reyes
materializándose detrás de mí en toda su gloria oscura. Despacio. Letalmente,
porque ese chico era el niño del cartel para las clases de manejo de ira fallidos.
Me miró desde debajo de sus pestañas, pero su preocupación eclipsó a su
ira. Se dirigió hacia mí, tomó mis hombros, me miró de arriba abajo para
asegurarse de que no estaba lesionada.
Guardé el colgante y tomé su rostro en mis manos. —Reyes…
—¿Estás herida?
—No,‖cariño,‖escucha…
—¿Qué pasó? —Miró a su alrededor, confundido.
—Reyes, escucha.
—¿Qué fue eso?
—Rey'aziel.
Finalmente se centró en mis palabras.
—Reyes —dije, y una repentina tristeza se apoderó de mí con tanta
fuerza que apenas podía hablar.
—¿Qué? —preguntó, inmovilizándose en estado de alarma.
Preparándose—. ¿Qué?
—Era uno de los dioses de Uzan.
Toda la expresión se deslizó fuera de su rostro.
—Su nombre era Mae'eldeesahn.
—¿Estuvo…? ¿Lo mataste?
—No. No, lo atrapé. Se fue.
Alivio suavizó sus rasgos, pero apenas. Se hallaba más confundido que
cualquier otra cosa.
—Pero‖él…‖Reyes, secuestró un huésped humano.
—Eso es lo que hacen.
—No,‖es…‖querido, lo siento mucho. —Un sollozo rompió mi voz. Sabía
lo que le haría a él—. Tomó a Kim.
Una media sonrisa curvó su boca durante un microsegundo mientras me
estudiaba con incredulidad.
Di un paso a un lado y le mostré. Kim se hallaba tumbada boca abajo en
el suelo, un brazo echado sobre su espalda, los ángulos en dirección
equivocada. Su cabello rojo se desplegaba sobre su cabeza como un halo.
—Lo siento mucho.
Se retiró de mi alcance y se acercó a ella. Se arrodilló. Le dio la vuelta y la
envolvió en sus brazos para que su rostro estuviera casi tocando el de él.
Empujó su cabello hacia un lado y vio las llagas. Las características hundidas. El
color amarillo de la piel y el oscurecimiento de las contusiones.
Exhaló bruscamente, luchando contra un sollozo. Luego otro. Y otro.
Caí de rodillas, sabiendo que no había nada que pudiera hacer.
Sus dedos se apretaron en puños y luego se extendieron contra ella
mientras la atraía en un fuerte abrazo. Sostuvo la parte posterior de su cabeza.
Hundió la cara en su cabello. Y explotó en un mar de llamas.
Me di cuenta de que la gente los había rodeado. Pero sólo vieron a un
hombre angustiado sosteniendo a una mujer.
O eso pensé.
Cuando estalló en llamas, fue en ambos, en el plano intangible y el
tangible. Los niños gritaban y los adultos los cubrían mientras los arrastraban
lejos. Y todo el mundo, cada persona allí, corrió.
Levantándome, me di cuenta que tenía que hacer algo, pero el fuego era
demasiado caliente. Ni siquiera podía acercarme. Ya no podía verlo. Me tapé la
boca mientras veía a mi marido prender fuego a todo en un radio de seis
metros. Luego de nueve. Luego de doce. La montaña rusa cerca. El salón de
videojuegos. El puesto de algodón de azúcar. La heladería. Una atracción tras
otra fueron envueltas en llamas mientras la gente gritaba y corría y tropezaban
entre sí.
El humo se envolvió mi alrededor mientras las familias se precipitaban
en todas las direcciones.
—No tengo otra opción. —Oí una voz que decía desde detrás de mí.
Me di la vuelta para ver a Michael, mi arcángel favorito, allí de pie.
La rabia me envolvió. —Este no es el momento.
Sacó la espada.
Este no era el momento. La rabia que sentía a lo que él amenazaba, a lo
que hizo Jehovah, entró en erupción como un volcán dentro de mí. Apreté los
dientes, pero le mostré mis palmas, como en señal de rendición.
Entonces giré mi palma izquierda hacia abajo. Artemis se levantó de ella,
materializándose a mi lado. Bajó la cabeza y mostró los dientes y sacó un
gruñido desde lo profundo de su pecho.
Luego giré mi palma derecha hacia arriba. Mi viejo amigo y una clase de
guardián, el Sr. Wong, se materializó a mi lado. Puso su mano en la mía para un
rápido apretón antes de sacar su propia espada. Su armadura brillaba, y el
poder, tanto poder como sentí irradiando de Michael, salió de él en oleadas
gloriosas.
Michael sonrió. —¿Crees que llegaría a una batalla sin preparación?
A través del oleaje y reflujo de humo, una docena de ángeles aparecieron
detrás de él.
Levanté una ceja. —¿Crees que lo haría?
Detrás de nosotros, doce perros del infierno se levantaron del suelo.
Gruñeron y e intentaron morder, pateando la tierra, rogando ser dejados a
rienda suelta. Los ángeles se prepararon.
—Necesito hablar con tu jefe —dije.
—No hoy. —Bajó la cabeza como si estuviera dando una orden en
silencio, y legiones de ángeles aparecieron detrás de él. Cientos y cientos tan
lejos como el ojo podía ver, pero había una gran cantidad de humo, todos listos
para luchar.
—Michael —dije, como si estuviera decepcionada—. Esto se está
poniendo embarazoso.
Y detrás de mí, miles y miles de difuntos se materializaron. El ejército de
Beep. Llamé sucesivamente cada nombre que Rocket alguna vez escribió, y se
levantaron como un mar de guerreros. Dispuestos a luchar por mi hija, porque
si iba a sobrevivir, ella necesitaba a su padre. Yo necesitaba a su padre.
—Como dije, este no es el momento.
—Hizo una promesa vinculante —dijo Michael—. Todos los tres dioses
de Uzan. Fuera de este plano. Para toda la eternidad.
—Tú lo engañaste.
—Dejé‖que‖Rey’aziel‖se‖engañara‖a‖sí‖mismo.
—Pero ese no es su nombre de verdad, ¿o sí?
Pero no respondió eso. En su lugar, miró más allá de mí a las llamas que
eran ahora de cien metros de alto.
—Pronto se enojará y demolerá esta ciudad, si no muchas más. No
tenemos el hábito de darle pases a esos que hacen a cientos de miles morir.
—¿En serio? ¿Siquiera ves las noticias?
—Humanos matando humanos. No es mi jurisdicción.
—Sé que a Jehovah puede no importarle su hermano, pero a mí
malditamente sí. Y no te lo llevarás.
Apretó la mandíbula con frustración. Indeciso. Sopesando las
probabilidades en su mente. Al final, envainó su espada.
—Cuando llegue el momento, Val-Eeth, no serás capaz de salvarlo.
—Eso es gracioso. No creo que sea el que necesite ser salvado.
Otra nube de humo se infló a nuestra alrededor, tragándonos por
completo. Escuché un agitar de alas, y cuando el humo se aclaró, se habían ido.
Cada ángel se había desvanecido.
Me giré hacia el señor Wong, su armadura dorada resplandeciendo tanto
como sus traviesos ojos.
—Pensé que íbamos a tener una batalla.
—Lo siento.
—No lo hagas. Habría sido buena práctica. —Se volvió hacia nuestro
propio ejército—. Tienen que ponerse en forma.
Bufé.
—¿Puede el pasado ponerse en forma?
—Te dejaré, Val-Eeth. —Hizo una reverencia sobre mi mano.
—Charley, por favor. —Ser llamada como una diosa era un poco
demasiado.
Hizo la reverencia de nuevo y desapareció. Un microsegundo después, el
ejército de Beep se esfumó, igual que los perros del infierno.
Artemis miró hacia atrás y gimoteo. Michael tenía razón. Reyes había
perdido el control. Me desmaterialicé y entré en el fuego. Aún la sostenía fuerte,
pero la había incinerado. Todo lo que quedaba de su cuerpo era un contorno de
ceniza.
Tocó su rostro. Crujió como papel quemado y voló, las brillantes
partículas flotando a su alrededor. Entonces, se desmoronó en sus brazos y se
deslizó entre sus dedos como arena a través de un colador.
Y el fuego se volvió más caliente. Quemaba. Incluso en el mundo
intangible quemó mi piel. Me di cuenta de que estaba perdido. No podría
controlar sus poderes.
Estado ahí, hecho eso.
Tal vez era sólo lo opuesto a mí. Tal vez si descubría su verdadero
nombre, estaría mejor capacitado para controlarlo.
¿Qué tenía que perder? Me acerqué más, me arrodillé con él, ahuequé su
rostro en mis manos, y susurré—: Rey’azikeen.
Nada. La agonía que él sentía quemaba mis huesos hasta el tuétano. Lo
dije de nuevo y de nuevo no recibí respuesta.
Esto no estaba sucediendo. Entonces me di cuenta de que no tenía que
ser permanente. Saqué el cristal divino. Si no lo detenía, verdaderamente
demolería la ciudad y probablemente más. Podría hundir la mitad de California
en el océano.
El fuego se volvió aun más caliente, las llamas altas e incesantes. Me
estiré para conseguir su sangre. Sólo lo dejaría ahí por un momento. Sólo lo
suficiente para calmarlo. Para desorientarlo y devolverlo a mí.
Puse mis uñas en su muñeca y lo rasguñé tan fuerte como pude.
Finalmente me miró, su mirada brillante y reluciente. Así que repetí su
nombre.
—Rey’azikeen.‖Tienes‖que‖parar.‖Vas‖a‖incendiar‖esta‖ciudad.
Miró a través del fuego. Ya había arrasado con el parque.
—Tienes que parar.
Frunció el ceño. Bajó la mirada a las cenizas de su hermana. Se agachó y
cubrió sus ojos con sus puños.
Ahí fue cuando las vi, elevándose sobre el dios ante mí. Caí hacia atrás y
observé con asombro. Estaban cubiertas de fuego, su contorno casi traslúcido.
Pero el fuego se arqueaba sobre él, también, y creaba la ilusión de alas. Enormes
alas angélicales dobladas y envueltas alrededor de él.
Olvidé todo del inminente desastre nuclear. Observé a mi esposo
mientras se reclinaba sobre sus talones y echaba la cabeza atrás intentando
controlar sus emociones. Era músculo sólido. Tenso e irascible y tan hermoso
que dolía. Y tenía alas. Las llamas trepaban sobre ellas, dándole forma y
moldeándolas. Dejó caer su cabeza en sus manos de nuevo.
Antes de que pudiera reaccionar, otro ser entró al fuego. Una difunta.
Puso su mano sobre la cabeza de Reyes y él abrió los ojos. Alzó la vista hacia
ella. Casi colapsó cuando ella se arrodilló y lo estrechó en sus brazos.
—Estaba tratando de atraerte —dijo Kim, más hermosa de lo que la había
visto alguna vez—. Sabía que has estado siguiéndolo.
—¿Qué? —pregunté, paralizada. Me paré y me acerqué a él—. ¿Estabas
siguiéndolo? ¿A un dios malo y malévolo? ¿Este era uno de tus secretos?
Porque no recuerdo esto saliendo a colación durante nuestra última
conversación.
Kim rió suavemente, se levantó, y me abrazó. Le devolví el abrazo por
un largo tiempo.
—Entiendo tanto ahora —dijo, entonces volvió a mirar a su hermano—.
Sé lo especial que eres. Ambos. Sabía que lo eran, pero no de esta forma.
—Kim, deseo que pudiéramos haberte dicho más —dije.
Reyes se levantó y la miró como si ella fuera el sol y él hubiera sido
criado en total oscuridad. Su fuego aún ondulado alrededor de él.
—No entiendes —dijo. Su rostro iluminado—. Mi nombre está en la
pared de Rocket. Fui enviada.
—Kim, eso es increíble —dije, insegura de qué más decir.
Asintió y lanzó una mirada cariñosa a su hermano.
—Fui enviada aquí por una razón. Lo sé. Y prometo cuidarla para
siempre. —Puso una mano sobre mi rostro y una en el de Reyes—. Seré tus ojos
y oídos. Les daré información minuto a minuto sobre cómo está. Sobre qué está
haciendo. Sus primeras palabras. Sus primeros pasos. —Bajó su cabeza y
sonrió—. Soy tía de la niña que está destinada a salvar el mundo. No hay nada
mejor que eso.
—¿Ah sí? —bromeé—. Bueno, soy su mamá. Correcto. —Soplé mis uñas
y las pulí en mi camiseta—. Puedes estar celosa.
Ella rió, pero Reyes todavía estaba perdido. El fuego todavía rugía. Su
pérdida aún dolía.
Avancé, lo atraje hacia mí, y puse mi boca sobre la suya. Luego controlé
el fuego. Lo congelé con mi aliento. Con los latidos de mi corazón. Con el pulso
de mi energía.
El rugido del fuego fue reemplazado con un sonido chisporroteante
como hielo extendido debajo de mis pies, a lo largo de la pasarela, y por las
paredes y postes y el parque de atracciones. El fuego alrededor de nosotros
murió inmediatamente, y humo negro se elevó en su lugar, el olor picante y
agrio.
Retrocedí. Las alas de Reyes se habían ido, y su fuego se había calmado
aunque definitivamente no desapareció. Estaba hecho de fuego, así que no era
de extrañar.
—Sólo ella puede domesticar a la bestia —dijo Kim.
La miré con interrogación.
—Es algo que Rocket me dijo.
—Ah. Es más inteligente de lo que parece.
Asintió y nos atrajo a ambos en un abrazo.
—¿Les gustaría verla? —nos preguntó en el susurro más suave.
—¡Sí! —dije antes de que Reyes pudiera decir que no. Cuando me dio
una mirada recelosa, dije—: Ni siquiera tengo mi luz ahora mismo. Sólo por un
minuto.
Con su cabeza todavía no completamente en el juego, él asintió, y en el
siguiente latido estábamos en una tienda de conveniencia. Una pareja frente a
nosotros hacía sonidos de sorpresa y agrado mientras se servían tazas de café.
—Tu luz no es tan visible —dijo Kim—, pero aún no eres realmente
humana. El mundo sobrenatural puede sentir eso. Debes ser rápida.
—Lo prometo. —No podía apartar mis ojos del moisés que el señor
Loehr había dejado sobre el mostrador mientras la señora Loehr arreglaba sus
cafés.
Hablaban de qué color de cortinas poner en la habitación de Beep. Y el
señor Loehr necesitaba llamar a la compañía de gas al momento en que
llegaran. Estaban en un viaje, a través del país, por lo que se veía. ¿Iban a
mudarse de nuevo?
Miré alrededor y vi el contorno de un perro del infierno cerca. Retrocedió
cuando se dio cuenta de quiénes éramos, igual que los otros tres.
Un arrullo sonó desde el moisés, y mi aliento salió demasiado agudo,
demasiado alto, cuando la escuché. Los Loehr se tensaron al instante. La señora
Loehr levantó el moisés mientras el señor Loehr se ponía delante de ellas. Una
barrera. Un protector. Y entonces nos reconocieron, y el alivio los recorrió a
ambos.
Sonreí, puse un índice sobre mi boca, y les di un guiño sigiloso.
Sorprendidos, sonrieron y me atrajeron en un abrazo grupal.
—¿Está todo bien? —preguntó el señor Loehr.
Reyes asintió y tomó a la que habría-sido-su-madre en un feroz abrazo.
Hizo lo mismo con el señor Loehr mientras yo me acercaba más al moisés que
volvió a poner sobre el mostrador.
Pude ver su esencia antes de que viera a la propia Beep. La vi. Una
pequeña mano al principio. Un regordete brazo. Y luego enormes ojos cobrizos
que dominaban una carita redonda. Por primera vez en un mes, vi a mi hija.
Puse una mano sobre mi boca, era tan hermosa. Me sonrió, sus mejillas
con hoyuelos color rosa y llenas de vida. Sus ojos brillaban.
La señora Loehr miró con orgullo. Inclinó el moisés para que pudiera
verla mejor.
—Dicen que es gas.
—¿Gas?
—Eso hace sonreír a los bebés a esta edad. —Se inclinó y susurró—:
Nunca han conocido a la señorita Elwyn Alexandra.
Me sonrió y luego a su esposo. Se veían tan felices a pesar del peligro en
el que los habíamos puesto. Se veían agradecidos.
Reyes vino a pararse junto a mí.
Reí suavemente, la alegría en mi corazón tan abrumadora.
—Es oscura y poderosa y feroz —le dije—. Y no es más humana que tú o
yo.
Me apretó contra él y luego se inclinó sobre el moisés. Beep agarró su
dedo, y él rió, tan alucinado como yo.
Kim la miró, también, su cara radiante. Literalmente. Ya no era la mujer
estresada, nerviosa, inquieta, que solía ser. Tan doloroso como era pensarlo, la
muerte le sentaba.
Volví a mirar a los Loerh.
—Su alma está hecha de un millón de luces resplandecientes. De estrellas
y galaxias y nebulosas.
Ellos intercambiaron miradas fascinadas, entonces me di cuenta de algo
más.
—Reyes, ella es un portal.
Él la miró más de cerca.
—Tienes razón. Pero ¿a dónde?
—Supongo que lo descubriremos algún día.
—¿Podemos sostenerla? —le preguntó Reyes a la señora Loehr.
Secundé la pregunta con un asentimiento, mis cejas alzadas.
Nos miró como si acabáramos de escaparnos de nuestras celdas
acolchadas y dijo—: Por supuesto.
Con la ayuda de la señora Loehr, la levantamos, seguros de que la
romperíamos, había pasado tanto tiempo. La empujé a los brazos de Reyes y
luego envolví los míos alrededor de ambos.
—¿Cómo me encontraste? —le pregunté.
Él tocó su pequeña barbilla.
—Le pregunté a Osh.
Aparté la mirada de mi hija.
—¿Preguntaste? —Mi voz subió una octava—. ¿A Osh?
Asintió.
—¿Entonces, lo viste?
—¿Te refieres a la posición fetal en la que lo dejaste?
Lo vio.
Sabía que tenía que regresar más pronto que tarde. Pero sólo seguía
pensando, un minuto más. Un minuto más.
—¿Y solo te dijo dónde estaba?
—No quería hacerlo, pero presioné —dijo—. Ya estaba muy adolorido.
No necesitó mucho.
—Reyes —dije, horrorizada y sintiendo más que un poco de culpa—. ¿Él
está bien?
Kim puso su mano sobre mi hombro.
—Es hora.
Entré en pánico.
—Sólo un minuto más.
Sólo me sonrió, y ese fue toda la persuasión que necesitaba. Tenía razón.
Arriesgábamos la vida de nuestra propia hija por estar aquí. Por no hablar de la
de los Loehr.
Un doloroso suspiro vibró a través de mi pecho mientras Reyes se la
regresaba a la señora Loehr. Y entonces algo increíble sucedió. Beep la miró
como si la reconociera. La miró con amor. No cabía duda de ello, y casi lloré.
—Muchas gracias —le dije—. Nunca sabrás lo agradecidos que estamos.
—No, gracias a ti —dijo ella—. No sabes lo que esto significa para
nosotros.
La apreté contra mí de nuevo, más entrañable esta vez, y pude oler a
Reyes en su ropa y en su piel y en su cabello. Una parte de él era
verdaderamente humana. La parte buena. La parte amorosa. La parte
importante.
Ella meció a Beep en sus brazos.
—Te debemos todo.
Nos observaron irnos, el señor Loehr con sus brazos envueltos alrededor
de sus chicas, y sólo podía esperar que la señora Loehr no dejara caer a Beep
cuando nos desvaneciéramos ante sus ojos.
Traducido por Vane Farrow
Corregido por Julie

El hecho de que hay una carretera al infierno


y sólo una escalera al cielo
dice mucho acerca de las cifras de tráfico previstas.
(Meme)

En el instante en que llegamos al apartamento de Garrett, pasaron


diecisiete minutos, gracias a como manipulamos el tiempo. Osh se hallaba en el
suelo, retorciéndose de dolor, con la cabeza echada hacia atrás y los dientes
apretados. Las fisuras en su cuerpo se habían abierto y se estaba fugando
grandes cantidades de luz, la energía inimaginable derritiendo las moléculas en
su cuerpo. Era como ver un reactor nuclear en una debacle.
Reyes tenía razón. Osh tenía sólo unos segundos.
Me senté a horcajadas sobre él, lo senté, agarré su mandíbula, y puse mi
boca en la suya. Tomando de nuevo mi luz, mi energía, comparable a la
ingestión de una bomba de hidrógeno. Lo saqué de él tan rápido como pude
antes de que lo matara, y los átomos en tal estado de excitación estallaron
dentro de mí. Era como si el cerebro se congelara un billón de veces.
Lo envolví más apretado en mis brazos. Sosteniendo su cabeza mientras
caía flojo. Tomé de vuelta tanto de mí como pude. Seguí sacando energía,
chupando veneno como si fuera una víctima de mordedura, pero no se
despertó.
—Holandesa —dijo Reyes, colocando una mano sobre mi hombro—, lo
estás matando.
—No —le dije con un sollozo, tirándolo hacia mí y colocando pequeños
besos en su rostro—. Lo siento, Osh.
Mi luz se hallaba fuera de él, pero lo que quedaba era mucho peor.
Estaba cubierto de pies a cabeza en profundos cortes, lesiones grandes, donde la
luz había agrietado su cuerpo, intentando escapar. Su cara, su piel normalmente
tan perfecta, era una réplica estridente del original, como si un artista hubiera
decidido esculpir lo que se vería en una película de terror.
Y sin embargo, todavía era tan hermoso. Tan intrínsecamente guapo. Tan
sumamente roto.
Lo sostuve así durante mucho tiempo, meciéndolo.
—Holandesa…
—Tenemos que llevarlo a un hospital —dije, maldiciéndome a mí misma
por no haber pensado en ello antes—. De prisa.
Reyes se arrodilló a mi lado. —Cariño, mira.
Las heridas ya comenzaban a sanar, la piel cerrándose en las puntas de
las lesiones, dejando rastros de color rojo oscuro en sus estelas.
Miré a Reyes. —¿Va a estar bien?
—Desafortunadamente.
Me reí en voz baja, sabiendo que quiso decirlo. Habían empezado como
enemigos, pero se volvieron muy cercanos. Al igual que los boxeadores que
eran amigos fuera del anillo. Amigos en las buenas, pero no obstante amigos.
Jalando a Osh hacia mí otra vez, lo abracé, me deleité con el calor de su
cuerpo, porque eso significaba que estaba vivo.
—Llegará un momento —dijo Garrett desde unos pocos metros—, donde
esto será considerado una forma de abuso sexual. Voy a tener que informarlo.
Lo miré. —¿Cuántas cervezas has tomado?
Sonrió y levantó la botella actual de corona en señal de saludo. —No
vuelvas a hacer eso.
—Lo siento, Garrett. Ni siquiera pensé en lo que esto podría hacerte.
Sacudió la cabeza. —Todo‖est{‖bien‖que‖term…
—Particularmente no me importó en el momento, pero al mirar hacia
atrás...
Una almohada tirada me golpeó en plena cara. Me reí, casi mareada de
alivio de que Osh estaría bien. O al menos con vida. Podría nunca ser el mismo
otra vez, pero viviría.
—Tenemos que llevarlo de regreso al apartamento.
Reyes negó con la cabeza. —No quiero correr el riesgo de que alguien
nos vea cargando un cuerpo inconsciente en el edificio.
Ambos nos volvimos a Garrett.
—No tengo exactamente un cuarto de visitas.
Nos miramos el uno al otro y asentimos.
Pregunté—: ¿Listo?
Lo recogimos en nuestros brazos, y me sorprendió lo gentil que Reyes
fue con él. Pero llevar un Daeva inconsciente era como llevar un león blando
hecho de espaguetis.
—Por supuesto —dijo Garrett—. Toma mi habitación.
—Dios mío, está pesado —dije, gruñendo.
—Ya sabes, podría llevarlo yo solo.
—No, lo tengo controlado —dije, justo cuando golpeé su cabeza en el
marco de la puerta—. Mierda. ¿Piensas que tendrá moretones?
Reyes luchó con una risa y perdió.

Instalamos a Osh en la cama de Garrett. Swopes no estaba tan molesto


como pretendía estar. Se hallaba preocupado. Estaba traumatizado. Cookie se
encontraba en camino de ayudar a vigilarlo. Acordamos tomar turnos hasta que
despertara.
Reyes y yo tomamos el primer turno mientras Garrett salió en busca de
sustento.
Me acosté al lado de Osh en la cama, tocando las líneas que se volvían
más y más claras. Sólo unos pocos cortes se mantenían. Lo habíamos
desnudado, y vendado los peores.
Reyes se hallaba sentado en una silla al otro lado de la habitación, con la
camisa desabrochada y abierta, con una cerveza en una mano y apoyada sobre
una rodilla. Era tan fiero. Tan poderoso. Y estaba allí sentado bebiendo una
cerveza. Mirándome como si intentara resolverme.
—¿Cómo lo hiciste?
Coloqué un mechón de pelo detrás de la oreja de Osh. —Se llama cristal
divino.
—¿Eso es lo que tenías en Nueva York?
—Un suvenir. Kuur lo trajo, pero no sabía las reglas del juego. No trajo
suficientes para todo el mundo.
—Y, ¿cómo funciona? ¿Cómo puedes atrapar a un dios, por ejemplo?
—Deben estar en una forma donde se puede extraer la sangre. Pones una
gota en el cristal divino, dices su nombre, su verdadero nombre, y listo. Están
atrapados hasta que decidas lo contrario.
—¿Lo has tenido por más de una semana?
Me aclaré la garganta. —Sí.
—¿Y has sabido que yo era un dios durante más de una semana?
—Sí. Mi padre... me lo hizo saber. Me dijo que fuiste creado de uno de los
dioses de Uzan.
—¿Por qué no me dirías acerca de esto?
Cerré los ojos. Bajé la cabeza. Susurré la verdad. —En caso de que tuviera
que usarlo sobre ti.
Se quedó completamente inmóvil. Después de lo que pareció una
eternidad, preguntó—: ¿Y por qué tendrías que tomar medidas tan drásticas?
—No sabía cuánto de ti eras tú... y cuánto era un dios del mal desde una
dimensión prisión. —La ironía de que había estado en la cárcel, tanto en sus
formas humanas y celestiales no me pasó desapercibida—. No sabía si serías
una amenaza para Beep o no.
—Esa fue una buena idea.
Lo miré, sorprendida.
—No soy digno de ser padre. Nunca lo fui. Sólo tomó que Satanás fuera
al convento, me poseyera, me recordara quién era, lo que era, para obligarme a
volver a mis sentidos. No soy digno de ninguna de los dos. Tampoco confiaría
en mí.
—Reyes, eso no es lo que quería decir. —Cuando no dijo nada,
pregunté—: ¿Cuánto recuerdas acerca de ser Rey'azikeen?
Sus iris brillaban bajo sus pestañas. —¿Quieres decir, si recuerdo que me
enviaste a la cárcel?
Cerré mis párpados con fuerza.
—¿Si me acuerdo de mi propio hermano creando una dimensión infernal
sólo para mí?
No dije nada. Su dolor se apoderó de mí. O tal vez ese era mío.
—No. Realmente no. Recuerdo que mi hermano se encontraba tan
frustrado conmigo, tan preocupado por sus pequeños muñecos aquí en la
Tierra, que creó un mundo donde había esperado que crecería y aprendería
algo. Recuerdo una diosa de otra dimensión, una diosa tan hermosa que las
estrellas se quemarían más pronto que apartarse de ella, rogando a mi hermano
que me envíe a su dimensión. A un tipo de prisión, sí, pero a un lugar donde no
sería dejado tan completamente solo. Un lugar donde no me volvería loco poco
a poco.
Mis párpados se abrieron. Apenas.
—Recuerdo ella sacrificando su vida a mi hermano. Intercambiando con
él. Ofreciendo ser el ángel de la muerte de su mundo si él me daría, a un pedazo
egoísta de mierda que no le daba la hora del día, otra oportunidad.
Cerró los ojos y trató de ganar el control sobre sus emociones.
—Recuerdo estar tan lleno de enojo y ácido, estudié y estudié hasta que
encontré una forma de escapar de la dimensión en la que la diosa hermosa me
encerró para que no pudiera causar estragos en todo el universo y, a su vez,
permití a Mae'eldeesahn y Eidolon escapar en mi estela.
Sujetaba la botella de cerveza con tanta fuerza, que pensé que iba a
explotar.
—Llamar a Uzan una prisión era un error de gran medida. Era un
paraíso que tus antepasados crearon por las almas que se perdieron de alguna
manera. De alguna manera desorientadas y a la deriva. Pero todo lo que podía
ver era el hecho de que estaba encerrado allí en contra de mi voluntad. —Se rió
por lo bajo—. No te merezco o a Elwyn.
—¿No crees que tal vez has pagado por tus pecados mil veces?
—¿Cómo?
—¿Lucifer? ¿Los Dendour? ¿Earl Walker?
Estudió la botella en sus manos, raspando la etiqueta con aire ausente. —
¿Debo dejarlos solos? —preguntó, cambiando de tema.
—Está tomado —dije, aceptando el hecho de que perdonarse a sí mismo
era algo que Reyes no hizo—. Osh. Por alguien muy especial.
—¿Y quién podría ser?
Esto podría ser un poco difícil para él de aceptar. El tacto era sin duda
necesario. O podría soltarlo y ver su expresión ir de contenta a la incredulidad
al horror a un tipo asesino de furia. Elegí la puerta número dos. —Está
destinado a estar con nuestra hija.
La expresión de Reyes cambió lentamente de contenta a incredulidad a
horror a un tipo asesino de furia. —Oh, diablos, no. —Se puso de pie—. ¿Un
Daeva? ¿Me estás jodiendo?
Al igual que un padre.
—Sí, un Daeva. Pero no lo descartaría tan improvisadamente.
Se dio la vuelta y frunció el ceño. En realidad, no a mí. En general. —
¿Qué quieres decir?
Apreté una de las esquinas de la boca con el pensamiento. —Está bien,
¿tú sabes que fui el ángel de la muerte toda la vida, y de repente soy también
esta diosa de otra dimensión? ¿Y cómo eres el hijo de Satanás durante toda tu
vida, y de repente eres un dios de esta dimensión? ¿Quién hace eso? Nuestras
vidas son tan raras. Creo que tal vez Osh es algo más, también. —Tracé una de
las líneas oscuras en su rostro—. Creo que hay más de lo que parece. Veo
grandeza en él, Reyes. Veo un poder más allá de nuestra imaginación. Lo veo
dando su vida por nuestra hija.
—Oh. —Se sentó de nuevo, satisfecho—. Siempre y cuando muera al
final.
Resoplé.
—Entonces, ¿ese era otro secreto? —preguntó.
—Sí, lo siento. Me había olvidado de eso. Hablando de eso, ¿te gustaría
hablar sobre el elefante en la habitación?
—Supongo que podríamos ya que él está inconsciente.
—No ese elefante.
—Bueno, ya hablamos de cómo tú me enviaste a prisión, luego intentaste
atraparme en una dimensión infernal.
—No hice tal cosa —dije, luego me relajé cuando me di cuenta que me
tomaba el pelo—. No. El otro elefante. Estoy bastante harta de secretos. —
Arrugué la nariz al pensamiento—. Sí. Creo que es el último de ellos. Los más
grandes, de todos modos. Pero no me preguntes por esa época que estaba en la
universidad y había una cosa que pensé que era un globo ocular falso. No
comerás durante un mes.
—Atrapaste un dios —dijo, sin inmutarse por el incidente del globo
ocular. Intenté estar contenta porque uno de nosotros lo hizo.
—Estás asombrado, ¿verdad? Está bien. Sucede.
—Eres jodidamente increíble.
El orgullo se hinchó dentro de mí.
—O loca. El jurado está aún deliberando.
Me imaginé. —No vas a salir de esto. Sean cuales sean tus dos secretos,
no pueden, de ninguna manera o forma, ser peor que los míos.
—Está bien, pero ¿cómo mis secretos eran un elefante en la habitación?
Me encontraba perfectamente contento, sentado aquí bebiendo un brewski 10…
Me eché a reír. —¿Dijiste brewski?
—…mirando‖mi‖esposa‖acosar‖a‖un‖inconsciente‖de‖ diecinueve años de
edad.
—Es como si estuvieras hablando en un idioma extranjero.
—Vamos a tener que reconstruir el parque —dijo, con su desesperación
creciendo.
—Creo que nos lo podemos permitir. Y deja de intentar cambiar de tema.
Sonrió, y casi caí en la trampa, pero por el más breve momento, se
quebró. —¿Y si te digo mañana?
Me levanté en un codo. —O podrías decirme hoy.
Después de una larga pausa, volvió a estudiar su brewski. —Tengo otro
don, si quieres llamarlo así. Siempre lo acepté. Ha venido bien unas cuantas
veces en mi vida.
—¿En serio? —Eso no sonaba tan mal.
—Puedo…‖ puedo‖ decir‖ cuando‖ alguien‖ est{‖ preseleccionado‖ para‖ el‖
infierno. Marcado, como gustes.
—Guau, eso es genial. Creo —dije, haciendo girar un mechón de cabello
de Osh, en mis dedos.
—Puedo verlo el momento en que conozco a una persona. Si él o ella va o
no al infierno. Si han cometido el acto que los pondrá allí o todavía no. Porque
puedo ver exactamente cuando sucede, exactamente cuando son condenados al
infierno, el instante en que toman la decisión que los condenará allí.
Me senté y crucé las piernas sobre la cama. —¿Estás diciendo que estoy
preseleccionada para el infierno?
—Cariño, tú preseleccionas. No eres preseleccionada.
—Correcto. Así que eso es bueno para mí, porque cieeeelos. Podría estar
en problemas. —Después de pensarlo un momento, le pregunté—: Está bien, así
que ¿quién es? ¿Quién va a los pozos de fuego para sufrir en agonía por toda la
eternidad?
Frotó con una mano sobre los ojos y, de nuevo, me preocupé. Cuando
bajó las manos y los ojos brillaban con una humedad sospechosa, me preocupé.
—¿Reyes?

10 Un modismo que se creó en los setentas para llamar a la cerveza.


—Antes de que te diga, sólo quiero que sepas, estamos en ello. Estamos
siendo proactivos y estamos intentando detener su asesinato.
Reduje mis latidos para oírlo mejor. Para detener la repentina prisa de
sangre a mis oídos. Aún mi respiración pesada. —¿Reyes?
—Es tu tío Bob.
No me podía mover. Me senté paralizada en la cama de Garrett,
intentando recordar cómo reiniciar mi corazón. Lo necesitaría tarde o temprano.
—Cuando me arrestó por asesinato, vi que estaba preseleccionado para ir
al infierno por un acto que cometería aproximadamente nueve años después de
que me encontré con él. Un acto que cometió hace dos años, cuando seguía en la
cárcel.
Mi mente daba vueltas, intentando comprender sus palabras, pero se
alejaban antes que llegaran. No podía envolver mis dedos, o la mente, alrededor
de ellas.
—Pero cuando me encontré con él, lo recordé. Recordé que conocí otro
chico cuando iba a la escuela secundaria. Grant Guerin. Que no había cometido
el acto que lo enviaría al infierno, o bien, pero todavía lo vi. Iba a matar a un
detective. Iba a matar a tu tío Bob.
Garrett entró entonces y podía sentir la atmósfera al instante.
—Estoy diciéndole —le dijo.
Garrett maldijo entre dientes. —Pensé que íbamos a esperar hasta que
encontráramos al pedazo de mierda.
Reyes se encogió de hombros.
—Charley, mira, encontraremos al tipo. Guerin no tiene la menor
oportunidad. Vamos a detenerlo. Nos hemos mantenido siguiendo a tu tío, con
la esperanza de que haya algún tipo de interacción temprana con el tipo que
pone en marcha la cadena de acontecimientos, pero nada hasta ahora.
—¿Por qué no pueden encontrarlo?
—Lo tienen grabado haciendo un negocio de drogas. Cuando fueron a
arrestarlo, se escapó.
—¿Por qué no estaba preseleccionado para el infierno, entonces?
—No es tan fácil entrar al infierno como se podría pensar. Es todo acerca
de lastimar a los demás. Hasta el punto cuando mata a tu tío, nunca había
lastimado a nadie sino a sí mismo.
—¿Por qué no pueden encontrarlo? —El pánico se estaba apoderando.
—Lo haremos —dijo Garrett—. Se fue bajo tierra, pero resurgirá.
—¿Cuando? ¿Cuánto tiempo tenemos? Dijiste que sabes el segundo
exacto cuándo sucederá.
Reyes tragó. —Tenemos menos de una semana.
—¿Por qué el tío Bob? —Me arrastré a mis pies y comencé a pasearme—.
¿Por qué él lo mata? ¿Qué pasa?
—Tu tío lo encuentra y está a punto de detenerlo.
—¿Y?
Garrett se acercó más. —Charley, no quieres saber los detalles.
—En realidad, sí quiero. ¿Reyes?
—Cuando tu tío lo encuentra, el tipo le tiende una emboscada. Lo golpea
en la cabeza.
—¿Y el tío Bob muere de eso?
—Sí —dijo Garrett rápidamente. Muy rápido.
—¿Qué pasa?
—No muere, pero está inconsciente —dijo Reyes—. Así que el tipo queda
aterrado‖ y…‖ —Cerró los ojos y se apartó de mí—. Termina tu tío con ácido y
cloro.
Los bordes de mi visión se dispararon hacia el interior. Me tambaleé, y
Garrett me atrapó. Me sentó sobre la cama. Fue por agua.
No podía hablar durante más tiempo. La imagen estaba en mi corazón y
en mi cabeza, y se hallaba allí para quedarse.
Entonces me di cuenta. —¿Dónde lo encuentra? ¿Tío Bob? —pregunté,
alzando la voz—. ¿Dónde encuentra el tipo? Ve allí. Probablemente esté allí.
—Hemos puesto gente allí. Cuando aparezca, lo sabremos.
—Entonces, podemos detener esto. —Asentí, calmándome un poco—.
Podemos…‖ esperar.‖ —Miré boquiabierta a Reyes—. Mi tío, Robert Davidson,
detective sorprendente, maravilloso ser humano, policía incorruptible, fue
preseleccionado para el infierno hace dos años. ¿De verdad? ¿Y cómo pasó eso?
—Holandesa…
—No. Reyes, sólo dime.
—Mató a alguien —dijo con los dientes apretados.
—¿A sangre fría? No. ¿Hace dos años? ¿Ese disparo? Investigaron eso.
Fue absuelto. Le dispararon dos veces. Disparó en defensa propia.
—Ése no.
Garrett había regresado con un vaso de agua, pero apartó la mirada
cuando Reyes se movió incómodo.
—¿Estás diciendo que mi tío asesinó a sangre fría?
—Sí.‖Frío‖como‖hielo.‖Fue‖bastante‖impresionante.‖En‖ese‖momento,‖yo…
—¿Por qué habría de matar a alguien a sangre fría?
Bajó la cabeza. No tenía ninguna intención de decirme.
Di un paso más cerca. —Puedo obligarte.
No dijo nada. No ofreció ningún argumento. O explicación.
Me moví un poco hacia delante y le di una oportunidad más. —¿Por
qué?
—Todo lo que necesitas saber es que tenía buena causa.
—Reyes,‖juro‖por‖todo‖lo‖que‖es‖santo…
—Por ti —dijo; las palabras apenas un susurro en el aire.
—¿Qué? —pregunté, con mi voz tan débil. Así como aire.
—Lo‖hizo‖por‖ti.‖Eran…‖ellos‖se‖enteraron‖de‖lo‖que‖podías‖hacer.
—¿Quien?
—Una banda de narcotraficantes de baja calaña de Colombia, intentando
quedar bien con su jefe. Tu tío consiguió información de uno de sus informantes
encubiertos que iban a secuestrarte, te llevarían a Colombia, y te presentarían a
él como, una clase de regalo.
No podría haber estado más sorprendida si me hubiera golpeado en el
estómago.
—Entonces, encontró su escondite. No tenía nada para traerlos dentro.
No quería correr el riesgo de detenerlos, de todos modos, y ellos, a su vez, le
dijeran a otro miembro de su organización acerca de ti. Así que, tras irrumpir,
los acabó de uno en uno, y luego le prendió fuego al lugar.
—De ninguna manera. Tío Bob nunca lo haría.
—Tu tío conocía el capo de la droga, Holandesa. Sabía lo que era capaz
de hacer. Lo presenció de primera mano cuando estaba en el ejército. Sabía que
tenía que matarlos a todos para silenciarlos. Si se corría la voz acerca de tus
capacidades, el capo de la droga colombiano vendría tras ti él mismo.
—¿Por qué? —pregunté, cuestionando todo lo que había sabido de mi
tío—. ¿Qué importa? ¿Qué quería un capo de la droga colombiano conmigo?
—Era un coleccionista. Fascinado con lo oculto. Creía que si tomaba las
almas de los que fueron dotados al consumir su carne, heredaría sus poderes.
Ya había matado a varias personas en las aldeas que rodeaban su recinto,
buscando el regalo de la vista.
—¿Un capo de la droga quería comerme?
—Tendría que hacerlo, si se hubiera enterado de ti. Te habría
considerado para detener un golpe de estado.
—¿Por qué la gente está tan loca? —despotriqué, caminando por la
habitación—. Tío Bob hizo esto por una buena razón.
—El infierno parece pensar lo contrario. No importa que lo hizo por ti o
que eran malos. Fueron vidas tomada a propósito cuando había otras
opciones... no fue en defensa propia. Fue una decisión consciente.
—Entonces, ¿incluso si tú haces algo malo por una buena razón,
consigues automáticamente una reserva en Fuego y Azufre Inn?
—En realidad —dijo Garrett—, tú podrías ser capaz de ayudarnos.
Parece que la única persona que podría saber dónde está Grant Guerin es tu
nuevo mejor amigo Parker. Estaba de informante encubierto de Parker en el día,
y algunos piensan que todavía es así. Pero él no está hablando.
—¿Parker era un policía?
—Empezó por ahí.
—A Parker sin duda le gusta jugar con sus propias reglas, ¿verdad? —Mi
mente corrió con todas las implicaciones—. De acuerdo, primero tenemos que
detener este cadáver andante de matar a mi tío. Entonces puedo preocuparme
de qué hacer con su sentencia.
Reyes sonrió. —Eso como que ya era el plan.
—Sí, pero yo no estaba en él. —Empecé a irme para hacerle a Parker una
visita cuando me detuve y me volví a mi marido—. ¿Hay más secretos? Ya
sabes, ya que estamos en el tema.
—Ninguno que se me ocurra.
—Es bueno saberlo. —Necesitaba agarrar por sorpresa a Parker. ¿Y qué
mejor manera para darle una sorpresa que presentarse en su casa a las tres de la
mañana?
Caminé de regreso a Reyes y tiré su boca a la mía. Él sabía a fuego, sal y
limón.
—No me esperes despierto.
Garrett llamó mientras acechaba y cerraba la puerta. —¡Pero tengo
taquitos!
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vane Farrow

¿Alguien por favor le haría hoyos a la pata de mi jarra?


(Camiseta)

Golpeé la puerta de Parker por diez minutos antes de que la abriera, tan
furioso como jamás lo había visto. No se molestó en cerrarse la bata, y su bóxer
azul claro no escondía mucho. Pensarías que también sería rubio ahí.
—¿Nick? —dijo una mujer desde la oscura habitación tras él.
—Vuelve a la cama. Estaré ahí al minuto que la Sra. Davidson sea
arrestada.
—¿Usas calcetines en la cama? —pregunté.
—¿Qué mierda, Davidson?
—Necesito saber en dónde está tu CI, Grant Guerin.
—¿Cómo demonios voy a saber?
—Bien. Suposición educada. ¿En dónde, según tu humilde opinión,
podría estar?
—Tienes treinta segundos para salir de mi propiedad.
—Vamos, Parker. Acabo de quitarle los cargos por asesinato a tu amigo
de universidad y salvé tu culo de prosecución por obstrucción de la justicia y lo
que sea que Joplin pudiera haberte lanzado. Habrías sido expuesto, y lo sabes.
—No tengo idea de dónde está Guerin —dijo.
Moví mi boca a un lado con decepción. —Simplemente cuando creo que
serás todo noble y esa mierda, haces algo estúpido. ¿Cómo piensas que soy tan
buena en lo que hago?
Se encogió de hombros, frustrado y cansado.
—Sé cuando alguien miente, y necesito saber en dónde está Guerin.
—Así que, eres como un detector de mentiras humano. Interesante. ¿Esto
se trata de la orden judicial? Ese UC era más sucio que mi CI cualquier día de la
semana. Incluso si supiera, no le diría a gente como tú.
—Mira, podemos continuar trabajando juntos, o podemos terminar
nuestra relación de negocios justo aquí y ahora. Tú decides.
Pero eso no significó nada para él, y me di cuenta de algo mientras nos
encontrábamos ahí de pie. Él pensaba que maté a mi hija. ¿Cómo más explicaría
la hostilidad? De verdad era noble, en una manera retorcida. No le diría a la
policía en dónde estaba Grant Guerin porque toda la cosa era injusta y/o ilegal
en su mente.
Y de nuevo, no me importaba una mierda. Guerin iba a matar a mi tío.
Un buen hombre. Y Parker sabía en donde estaba. Esto tomaría algo de trabajo.
Lo pasé y entré a su no tan humilde morada.
—Haré que te arresten —amenazó.
—Ya dijiste eso. Sigue, Parker. —Me pregunté si debería simplemente
decirle la verdad. Por supuesto, después de descubrir que un capo de la droga
colombiano quería comerme, imaginé que debería reevaluar a cuantas personas
dejábamos entrar a nuestro pequeño círculo.
»De acuerdo, voy a darte una oportunidad. Dime en donde está Guerin o
le contaré a Joplin la historia completa. —Era un golpe bajo, pero estaba
dispuesta a arriesgar una mella en mi agente.
Sin embargo, Parker se alteró. El hombre tenía problemas.
Llegó a mi rostro y me apuñaló con su dedo índice. —Cómo te atreves a
venir a mi casa y amenazarme, pequeña perra. ¿Piensas que no sé sobre ti?
¿Piensas que no voy a exponerte a ti y a tu tío?
—¿Mi tío?
—Demasiada sombra en tu cuello en los bosques, Davidson. Tratos
ensombrecidos que no se volverán más ensombrecidos.
Él era realmente bueno con las metáforas.
—Ustedes siempre están encontrando mierda, justo fuera del margen.
Datos anónimos, mi culo. Eres la investigadora privada menos ética y
profesional que alguna vez he conocido.
—Lo soy. De verdad lo soy. Sé sobre tu archivo, también, ya que estamos
en el asunto de las prácticas sin ética.
Quedó lívido. —Voy a exponer tu culo aunque sea la última cosa que
haga.‖ Tuviste‖ algo‖ tan,‖ tan…‖ —Su voz se quebró, y retrocedí un poco para
mirarlo—. Mi esposa y yo hemos estado tratando por cinco años, ¿y tú solo lo
desechaste?
—Parker —dije, la empatía bañándome. Aun así, me llamó una perra.
—Sé en lo que estaba el Detective Davidson. Sé que se encontraba
contigo cuando el bebé nació.
—En realidad, como que estuvo sobre mí. —Recordé su cara mientras
miraba hacia el pozo a mí. Y la mirada de preocupación en ella.
—Entonces, lo admites. Admites que tuviste un bebé y, ¿qué?
¿Accidentalmente fue asesinado? ¿Vendido? ¿Regalado? ¿Qué?
¿Honestamente era tan noble que me expondría, no en el sentido sexual,
incluso después de lo que hice por Lyle Fiske? ¿Que renunciaría a una amistad
o la esperanza de una lucrativa, en una forma legal, relación porque pensaba
que rompí la ley? ¿De verdad era el tipo de persona que arrestaría a su mejor
amigo por tráfico de drogas en vez de intentar ayudarlo a cubrirlo?
—No me conoces, así que déjame explicarte —dijo—. Soy el tipo de
persona que arrestaría a su mejor amigo por tráfico de drogas en vez de tratar
de ayudarlo a cubrirlo.
Vaya. Eso era revelador. Me gustaba.
—Si‖piensas‖que‖porque‖resolvimos‖un‖caso‖juntos…‖
—¿Resolvimos?
—…‖voy‖a‖dejar esta investigación, estás equivocada. Descubriré lo que
hiciste con ese bebé aunque sea lo último que haga.
Oh-oh. Lo equivocado de decir. —Ahora, simplemente me estás
cabreando —dije.
—Bien.‖Espero‖que‖tú‖y‖tu‖corrupto‖tío…
—¿Corrupto?
—…‖consigan‖todo‖lo‖que‖viene‖sobre‖ustedes.
—¿Corrupto?
—Ahora que tengo tu confesión de que tuviste un bebé y no hiciste
ningún‖certificado‖de‖nacimiento‖o‖papeles‖de‖adopción…‖—Su sonrisa definía
la arrogancia.
—¿De verdad es eso? —le pregunté, casi sintiendo pena por él—. ¿De eso
es lo que se trata todo esto?
—No, en absoluto. He estado sobre ti por casi dos años. Simplemente hay
demasiada…
—Sombra. Sí, entendí eso.
—Así qué, ¿qué te parece? ¿Quieres confesar todos tus pecados aquí y
ahora? Tengo un bloc legal en alguna parte.
Parker era uno difícil de descifrar. Era más complejo que la mayoría.
Podía usar a alguien como él de nuestro lado. Pero incluso si le decía la verdad,
incluso si le daba una demostración de la maravilla sobrenatural para probarlo,
era de la clase que no le importaría. Pero, estuvo dispuesto a romper la ley por
su amigo. Era una nuez dura de romper.
—Una oportunidad más, Parker. Grant Guerin.
—Besa mi culo.
Ralenticé el tiempo y contemplé lo que estaba a punto de hacer. Sin
embargo, no por mucho. Me hice una idea al minuto en que me dijo que
enocntraría a Beep sin importar qué. Selló su destino con eso.
Me puse de punta de pies y rocé mi boca contra la suya por el segundo
más breve. Entonces, dejé que el tiempo volviera a la normalidad mientras la
verdad se vertía en su mente como un mal colocón de LSD. Imágenes y
recuerdos. Todo lo que alguna vez me pasó. Todo lo que sabía, bueno y malo.
Sobrenatural y mortal. Lo tomó todo en uno y gran paquete de información.
Vio las estrellas siendo formadas. Planetas alineándose en el espacio.
Supernovas explotar. Rojas gigantes morir. Vio la caída de Lucifer y la
construcción del arca de Noé. Vio guerra, hambruna, paz y abundancia. Y vio a
Beep. Cómo nació. Cómo fue casi asesinada. Cómo tuvimos que renunciar a ella
para salvar su vida. Lo que eso me hizo. Y lo que le haría si siquiera pensaba en
proseguir con su investigación.
—Oh, Dios mío —dijo mientras caía de rodillas, saliva deslizándose de
una esquina de su boca.
Era mucho para asimilar.
Juntó sus manos y se inclinó ante mí. Nunca había sido venerada antes.
No desde que me convertí en humana. No me gustaba.
—Nunca trataría de encontrarla. Lo siento tanto. Me desharé de todo. —
Empezó a llorar, sollozando en la alfombra bajo él.
Me incliné y levanté su barbilla. —Grant Guerin.
Apenas podía hablar, sacudía la cabeza muy fuerte. —Está detrás de
McCoy en Girard. —Me di la vuelta para irme, pero me detuvo—. Davidson,
yo…‖yo‖no‖tenía‖idea.
—Nadie la tiene.
Cerró los ojos y enterró su cara. —No tenía idea.
Volví hacia él y me arrodillé. —Serás capaz de ser padre ahora. Efecto
colateral de mi toque, supongo.
Cuando levantó la mirada de nuevo hacia mí, tenía tal gratitud en su
expresión que mi corazón reaccionó sin importar lo mucho que intenté
convertirlo en piedra.
—De nada.
Salí, cerré la puerta tras de mí, y me giré hacia la presencia de un ser
sobrenatural cercano. Los grillos dejaron de cantar, y la briza dejó de susurrar a
través de los árboles. Tensé mi columna y apreté la mandíbula, incapaz de creer
que Michael me daba una visita. Otra. Y a esta hora.
Salió de las sombras, su presencia tan poderosa que hacía que los vellitos
de mi nuca se erizaran. Sus grandes alas se encontraban plegadas cuando
preparé mi mano. Puse la palma hacia la tierra. Lista para convocar a Artemis si
la necesitaba.
Cuando habló, su voz fue profunda, suave y clara. —No puedes detener
lo que ha sido puesto en movimiento —dijo. Incluso en la oscuridad, sus ojos
brillaban como una piscina reflejando el sol de verano. Su reacción a incluso los
mínimos fragmentos de luz imitaban a los de Reyes. Los suyos podían brillan
en la iluminación más baja.
—¿Detener la muerte de mi tío?
Llevaba un largo abrigo negro que rozaba el suelo mientras daba otro
paso hacia delante. —Una cosa es ayudar a la gente del Padre, pero estarás
cambiando su historia. El Padre hizo una promesa. Ya has molestado al cielo,
Val-Eeth.‖Si‖intentas‖detener‖esto…
Ayudaba a personas cada día. Era cómo vivía. ¿Y ahora el cielo tenía un
problema con eso?
Me reí suavemente, sorprendida ante su desfachatez. —Tratar implica la
posibilidad de fallar. —Le di un vistazo antes de añadir—: No tengo intención
de fallar.
Cuando me di la vuelta para irme, estuvo a mi lado en un instante.
Envolvió una mano alrededor de mi brazo. No lo suficientemente fuerte para
lastimar, pero lo suficiente para hacer que sus intenciones fueran reconocidas.
—Ellos vendrán por ti.
No era malévolo. No sentí desdén viniendo de él. Ninguna rabia,
desprecio o resentimiento. De hecho, si sentí algo, si tuviera que señalar una
emoción fluyendo debajo de sus gigantes alas, habría jurado que era algo
parecido a admiración.
Levanté mi barbilla. —Déjalos.
—No entiendes. —Bajó la cabeza, su rostro asombrosamente hermoso,
como suponía que eran la mayoría de los ángeles—. Él vendrá por ti, Val-Eeth.
Este es Su reino.
Su reino. Él me trajo a Su reino. Prácticamente me extorsionó para que
viniera aquí a ser la parca de esta dimensión. Para salvar a Reyes de una
eternidad en el infierno, estuve de acuerdo. Y ahora, ¿Se atrevía a decirme lo
que hacer?
Me incliné hacia delante hasta que apenas unos centímetros nos
separaban, luché contra la ola de euforia de estar tan cerca de un ángel inducido
de Jehová, y sacudí la cabeza ante el recordatorio de los reinos en los estuve.
¿Su reino?
—Ya no —dije. Entonces, arranqué mi brazo de su agarre y fui a ver a un
hombre a punto de su inminente muerte.
El Ángel de la Muerte Charley Davidson está de
regreso en el undécimo capítulo de la serie
paranormal éxito en ventas en New York Times
de Darynda Jones.
Un típico día en la vida de Charley Davidson
involucra maridos infieles, gente perdida,
esposas errantes, dueños de negocios a los que
les‖gusta‖flirtear,‖y‖oh,‖sí…‖demonios,‖perros del
infierno, dioses malvados, y gente muerta.
Montones y montones de gente muerta. Como
una Investigadora Privada a tiempo parcial y
Ángel de la Muerte a tiempo completo, Charley
tiene que balancear lo bueno, lo malo, lo muerto
viviente, y a aquellos que la quieren muerta. En
este undécimo episodio, Charley está
aprendiendo a haces las paces con el hecho de que es una diosa con todo tipo de
poderes y que su propia hija ha nacido para salvar al mundo de la destrucción
total. Pero las fuerzas del infierno están determinadas en ver a Charley
desterrada para siempre a los confines más oscuros de otra dimensión. Con el
hijo de Satanás mismo como su esposo y amante incondicional, tal vez Charley
pueda encontrar una manera de tener su felices por siempre después de todo.
Darynda Jones ha ganado varios premios,
incluyendo un Golden Heart 2009 en la
Categoría Paranormal por Primera Tumba a la
Derecha y el RITA 2012 por Mejor Libro Nuevo.
Vive en Nuevo Mexico con su esposo de más de
25 años y dos hijos, los poderosos, poderosos
chicos Jones.

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