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10 - La Maldición de La Décima Tumba
10 - La Maldición de La Décima Tumba
Mae
Sinopsis Capítulo 15
Dedicatoria Capítulo 16
Agradecimientos Capítulo 17
Capítulo 1 Capítulo 18
Capítulo 2 Capítulo 19
Capítulo 3 Capítulo 20
Capítulo 4 Capítulo 21
Capítulo 5 Capítulo 22
Capítulo 6 Capítulo 23
Capítulo 7 Capítulo 24
Capítulo 8 Capítulo 25
Capítulo 9 Capítulo 26
Capítulo 10 Capítulo 27
Capítulo 11 Capítulo 28
Capítulo 12 Capítulo 29
Capítulo 13 Eleventh Grave in Moonlight
Capítulo 14 Sobre el autor
Como una investigadora privada a medio tiempo y un ángel de la
muerte a tiempo completo, Charley Davidson se ha hecho un montón de
preguntas durante su vida: ¿Por qué puedo ver gente muerta? ¿Quién es la sexy
entidad sobrenatural que me sigue? ¿Cómo consigo sacar la goma de mascar
del‖cabello‖de‖mi‖hermana‖antes‖que‖despierte?‖Excepto‖que,‖“¿Cómo‖atrapo‖a‖
no‖solo‖un‖dios‖malévolo,‖sino‖a‖tres?”‖nunca‖estuvo‖entre‖ellas.‖Hasta‖ahora.‖Y‖
ya que aquellos dioses se encuentran en la tierra para matar a su hija, no tiene
más opción que rastrearlos, atraparlos y despacharlos de esta dimensión.
Solo hay un problema. Uno de los tres robó su corazón hace mucho
tiempo. ¿Puede el Razer, un dios de absoluta muerte y destrucción, cambiar su
omnisciente lugar o su lealtad yacerá con sus hermanos?
Aquellas eran solo unas pocas de las preguntas que Charley debe
responder, y rápido. Añade a eso una chica sin hogar corriendo por su vida, un
hombre inocente que ha sido acusado de asesinato, y un dije hecho de cristal
dios que tiene a todo el mundo sobrenatural en un alboroto, y Charley tiene las
manos llenas. Si puede arreglárselas para preocuparse de toda la cosa de
mundo-destruyendo-dioses,‖estamos‖a‖salvo.‖Sino,‖bueno…‖
Charley Davidson #10
Para Jennifer,
superhéroe a medio tiempo,
proveedora a tiempo completo de genialidad y grandiosidad,
y editora extraordinaria.
Gracias.
Muchas, muchas gracias.
Primero y ante todo, muchas gracias a cada uno de los fans de Charley y
a todos aquellos lectores que no pueden tener suficiente de la palabra escrita.
Hacen que el sueño de muchos autores sea realidad. Solo podemos esperar el
devolverles el favor.
Gracias a mi increíble agente, Alexandra Machinist, mi maravillosa
editor, Jennifer Enderlin, y a‖ todos‖ en‖ ICM,‖ St.‖ Martin’s‖ Press,‖ y‖ Macmillan,‖
incluyendo a la locamente talentosa Lorelei King, alias, la voz de Charley
Davidson. Mi gratitud no conoce límites.
Gracias a nuestros publicistas al otro lado del charco, Piatkus/Little,
Brown, Milady/Bragelonne, Círculo de Leitores, y todos los demás. Gracias por
presentar a Charley a los lectores a través del globo. A ella totalmente le encanta
viajar.
Gracias a Netters y Dana, quienes me mantienen a raya y cuerda.
Gracias a Dana, Theresa, Jowana, y Trayce, quienes hicieron que este
libro fuera mucho major de lo que hubiera sido. En serio, a veces las cosas que
pongo en la página podrían fertilizer a una planta en maceta. Estas fantásticas
mujeres atrapan tanto de eso y convierten el fertilizante en un pastel de frutas.
(Eso es lo mejor que podemos esperar con Charley.)
Y gracias al miembro más nuevo del equipo, Beth, por todo tu loco y
arduo trabajo.
Gracias a mis Hermanas Ruby por la camaradería y apoyo.
Gracias a mi familia y amigos por agradarles a pesar de todo lo que me
conocen.
Y gracias, Lenee del RSS Winter Writing Festival, por‖la‖línea‖de‖“loción”.‖
Todavía me parto de risa.
Y para los aspirantes a escritores en todos lados, descaradamente robaré
una línea de una de las mejores películas de todos los tiempos, Galaxy Quest, los
aliento: ¡Nunca desistas! ¡Nunca te rindas!
Sigan leyendo.
Sigan escribiendo.
Sigan presionándose a sí mismos.
¡Y nunca dejen de aprender! Nosotros los del tipo escritor tenemos que
permanecer juntos. (Mayormente porque todos los demás piensan que somos
“raros”.)
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vane Farrow
Charley Davidson:
Quizás nació con ello.
Quizás es la cafeína.
Ignorando a la niña muerta de pie junto a mí, crucé mis pies descalzos en
el frío alfeizar, tomé un sorbo de humeante café, y observé el emerger del
amanecer desde la ventana de mi apartamento del tercer piso. Un suave
amarillo escaló el horizonte y se extendió a través de él como hileras de comida
coloreando suspendidas en el agua. Lazos de rosas, naranjas y púrpuras
siguieron rápidamente, la sinfonía una lenta y exquisita seducción de los
sentidos. O pudo haberlo sido si no fuera por la niña muerta de pie junto a mí.
Echó a un lado una pequeña cadera, ancló un puño en ella, y dejó salir
un largo suspiro de molestia para mi beneficio. Continué ignorándola. Existían
pocas cosas en la vida más irritantes que los niños de otras personas. El
infierno, quizá. Estuve ahí, lo hice. Pero para el momento, la única cosa
complicando una mañana de otra manera serena era una pequeña bestia de
cabello rubio y ojos azules en pijamas de Tarta de Fresa.
—¿Vas a leérmelo o no? —preguntó, refiriéndose a nuestra reciente
aventura en el mundo de Harry Potter.
Dejé lo que estaba haciendo, lo que era básicamente tratar de no babear
en mi taza. Como una maestra en mixología, sentía la necesidad de
experimentar de vez en cuando mi elixir matutino. Hacerle honor a su nombre.
Crear nuevas preparaciones de grandeza para las cuales otros solo podían
aspirar. Esta mañana, sin embargo, hice el bien solo con presionar el botón
adecuado en el Sr. Café. Al menos, creo que presioné el botón adecuado. Pude
haber empezado una guerra nuclear, por todo lo que sabía.
—Ya te lo he leído 7843 veces.
Frunció los labios, haciendo que emergieran hoyuelos a cada lado de su
boca. Pero esos no eran hoyuelos felices. Eran hoyuelos de decepción. De
frustración, irritación y furia.
Dejé colgar mi cabeza con culpa.
¡Sólo bromeaba!
Volví a girar hacia la ventana y la ignoré.
—Lo has leído dos veces.
—Lo que es dos veces demasiado en mi libro —dije, enfocándome en la
espectacular exhibición ante mí, dándome cuenta que, para cada testigo, mi
apatía hacia la pequeña criatura podría haber parecido fría. Indiferente. Incluso,
cruel. Pero acababa de llegar de una noche completa de vigilancia que
involucraba a una mujer, alias mi cliente, quien juraba que su esposo se
escabullía por la noche y se reunía con su asistente personal para alguna muy
personal asistencia. Ella quería pruebas.
Después de ducharme, lo único que quería era beber la llave de la vida
misma, disfrutar de los colores estallando frente a mí, y descubrir cómo decirle
a mi cliente que su esposo no la engañaba con su asistente personal. La
engañaba, en un sentido, con los chicos universitarios que rentaban el
apartamento sobre su cochera. Se escabullía para jugar video juegos y disfrutar
de un poco de medicina para el alivio del estrés basada en plantas. Después de
conocer a su esposa, difícilmente podía culparlo. Ella convirtió el alto
mantenimiento en un deporte extremo.
Ahora solo tenía que descubrir cómo decirle que su esposo estaba limpio.
Incluso aunque no había nada sexual en las actividades de su esposo, una mujer
así todavía se sentiría traicionada. Así que, en vez de mi plan original de decir
“Tu‖esposo‖se‖escapa‖de‖ti‖por‖unas‖pocas‖alegres‖horas‖de‖recreación‖porque‖
estás co-co‖y‖él‖necesita‖un‖descanso”,‖imaginé‖que‖podía‖decir‖algo‖como‖“Tu‖
esposo se escabulle para tutoriar a los complicados chicos universitarios que
arriendan tu departamento. Los aconseja sobre cómo dejar atrás un mal día (o
un mal matrimonio) y seguir adelante. Incluso les advierte sobre los peligros
del‖uso‖ilegal‖de‖drogas”.
Sí. Asentí, bastante orgullosa de mí. Ese era el boleto. Para la hora en que
terminara con ella, vería a su esposo como un paladín del peón. Un defensor del
oprimido. Un salvador del sufriente.
¡Un héroe!
Tomé otro sorbo, todavía ignorando otro suspiro viniendo de la
irreverente bestia junto a mí, y me permití deslizarme. Solo un poco. Solo lo
suficiente para ver el otro lado. El sobrenatural. Porque no había nada más
espectacular que observar el amanecer en el mundo mortal, el tangible, desde la
perspectiva del mundo inmortal. Uno parecía afectar al otro. Las furiosas y
poderosas tormentas del reino sobrenatural se hacían incluso más vibrantes.
Incluso más brillante. Como si de alguna manera nuestra luz solar se derramaba
en el dominio del preternatural.
Tenía sentido. Habitantes preternaturales tendían a deslizarse a nuestro
mundo también. En ocasiones.
La maravilla de que podía cambiar de un reino al otro no se me pasaba
por alto. Por un mes, viví en el medio de ambos mundos, sin tener idea de que
podía controlar en dónde ubicarme en cada uno.
En defensa propia, tenía amnesia en el momento. No tenía idea de quién
era. Lo que era. El hecho de que era una diosa de otra dimensión que
voluntariamente se ofreció a ser el ángel de la muerte en este, ser su parca, se
encontraba más allá de mi imaginación, e incluso amnésica, era bastante buena
imaginado.
Ahora que tenía todos mis recuerdos de regreso—tanto buenos y
malos—veía mi misión como una versión celestial de los Cuerpos de Paz.
Trabajo voluntario por el bien de otras personas y, a cambio, por el bien de
todo.
Eso fue hace una semana. Volví a Albuquerque hace una semana. Tenía
mis recuerdos de vuelta hace una semana. Y todavía me sentía desorientada.
Desbalanceada. Como uno mono porfiado que oscilaba pero no se caía. Que no
podía caer. Tenía mucho que hacer.
Mi mejor amiga guion recepcionista, Cookie, se encontraba preocupada.
Podía decirlo. Ella ponía una cara feliz cada vez que entraba a su oficina o me
metía a su departamento sin avisar, una acción que mi tío Bob, alias su nuevo
esposo, no apreciaba. Pero una de las ventajas —o desventajas, dependiendo
del punto de vista— de ser del lado sobrenatural de las cosas era que podía
sentir las emociones de otros. Y podía sentir la preocupación que la comía cada
vez que me miraba.
Ella tenía razón. No había sido la misma desde que volví, pero por una
buena razón. Tres, en realidad. De todas formas, tres principales.
Primero, mi hija fue alejada de mí cuando apenas tenías dos días de
edad. Fue para mejor. Para mantenerla a salvo, no tenía más opción que
enviarla lejos. Pero eso no lo hacía más fácil. Probablemente porque la culpa
yacía a mis pies solamente.
Aparentemente yo estaba hecha de esta luz brillante que atraía a los
difuntos, aquellos que no cruzaron cuando murieron, a mí. Genial, ¿no?
Siempre consideré la luz un efecto colateral bastante atractivo de ser la parca.
Pero eso fue antes de que tuviera una hija que estaba destinada a derrotar a
Satán y salvar al mundo. Ahora la misma luz funcionaba solo para guiar a
nuestros vastos y poderosos enemigos directo a mí. Y en consecuencia, directo a
mi hija.
Además, no era tanto como que tuviéramos que enviar a Beep lejos para
mantenerla a salvo. Era más que tuvimos que enviarla lejos de mí para
mantenerla a salvo. Su madre. Su matriarca. La mujer que la dio a luz. En el
fondo de un pozo, no menos. Larga historia. Así que, el tormento del corazón
roto que sentía era un constante peso en mi pecho y, desafortunadamente, mi
humor.
Segundo, en un intento de restablecer mis recuerdos, mi difunto padre
cruzó a través de mí. Cuando las personas cruzan, sus vidas se reproducen en
mi mente. Cuando mi padre cruzó, fui inundada de recuerdos de mí a través de
sus ojos. Vi el amor que sintió cada vez que nos miraba a mi hermana y a mí.
Sentí el orgullo que hinchaba su corazón al doble de su tamaño normal. Pero
tan maravilloso, irreal y reafirmante como era todo eso, todavía perdí a mi
padre. Ahora estaba seguramente metido en el otro lado de esta dimensión, un
reino al cual no tenía acceso. De todas formas, ninguno que supiera.
Pero su cruce fue solamente el predecesor de la segunda razón para mi
estado de melancolía. Cuando la vida de mi padre destelló en mi mente,
también se aseguró de que viera lo que aprendió desde que murió. En un
instante, aprendí secretos de un bajo mundo que nunca supe que existía. Espías
y traidores. Anarquistas y herejes. Alianzas perdidas y naciones ganadas. Y
guerras. Miles de guerras que atravesaban un millar de años. Pero lo más
sobresaliente que quería que viera era el hecho de que Reyes —mi esposo, mi
alma gemela, y el padre de Beep— era también un dios.
Un dios.
Pero no solo cualquier dios. Era uno de los tres dioses de Uzan. Tres
hermanos que solo conocían muerte y destrucción. Que devoraron millones.
Que comían mundos como otros comías palomitas de maíz. Peor, él era
considerado el más peligroso de los tres, el más sediento de sangre, antes de
que Satán lo engañara, atrapara, y usara la energía del dios para crear a su hijo,
Rey’aziel.‖De‖otra‖manera‖conocido‖como‖Reyes‖Alexander Farrow.
Así que, mi esposo era un dios —uno malvado— que destruyó mundos
y obliteró la vida a donde quiera que iba. Quien fue conocido a través de miles
de dimensiones como el Razer. Y estaba casada con él.
Pero existía tanto todavía que no entendía. No tenía idea de que yo era
una diosa. No en realidad. No hasta que aprendí mi nombre celestial. Cuando
eso sucedió, todos los recuerdos que tenía como una diosa llegaron de
inmediato a mí. No se suponía que aprendiera mi nombre celestial hasta que mi
cuerpo terrenal expirara. Hasta que muriera y tomara mis responsabilidades de
parca. Pero una infortunada serie de eventos forzó a un amigo a susurrar mi
nombre en mi oído. Ahora tenía el poder de la creación misma en la punta de
mis dedos y solo una pista de qué hacer con ello o cómo controlarlo, un hecho
que dejó a Jehovah, el dios de esta dimensión, un poco al borde. Esto de
acuerdo a Su arcángel Miguel.
Miguel y yo no nos llevábamos. Intentó matarme una vez. Me rehúso a
ser amiga de alguien que trata de matarme.
Pero Reyes ha escuchado su nombre celestial. Incluso conoció a los otros
dos hermanos. Fue prestado por su padre para luchar con ellos lado a lado
durante una particularmente asquerosa guerra entre dos reinos. ¿Sabe que es un
dios? ¿Sabe que el ingrediente más importante que su padre usó mientras lo
creaba, el que lo hacía tan poderoso, era un dios? Incluso si no era así, ¿cuánto
del dios Razer controla las acciones de Reyes? ¿Cuánto de él es dios?
¿Demonio? ¿Humano?
En resumidas cuentas, ¿era bueno o malo?
Toda la evidencia apuntaría a lo último. Difícilmente era su culpa. Fue
forjado en los fuegos del pecado y perdición. ¿Eso lo afectó? ¿El mal que
siempre ardió en la dimensión de su hogar se filtró en él mientras crecía?
¿Mientras luchaba para sobrevivir a las crueldades de ser criado en el infierno
por un amargado ángel caído? ¿Mientras se elevaba a través de rangos para
convertirse en general en el ejército de su padre? ¿Para comandar legiones de
demonios? ¿Para conducirlos a la guerra y el sacrificio?
Después de todo este tiempo, después de todo por lo que hemos pasado,
pensaba que conocía a mi esposo. Ahora no estaba tan segura.
Una cosa de la estaba segura era el hecho de que necesitaba aprender su
verdadero nombre de dios. No podía ser Razer. Ese término tuvo que ser una
interpretación de su verdadero nombre. O quizás un apodo. Si sabía el nombre
de dios de Reyes, podía hacer lo que hizo Satán. Podía atraparlo, si era
necesario, en el cristal divino que siempre mantenía conmigo.
Cambié de regreso a este plano, acaricié el dije en el bolsillo de mis
pantalones, y me giré hacia la niña a mi lado. La que claramente no tenía
intención de irse.
Después de forzar mi más grande y brillante sonrisa falsa, la hecha de
irritación y quitapintura, pregunté—: ¿Por qué no haces que Rocket te lo lea?
Rocket era un amigo mutuo que murió en un manicomio en los
cincuenta. También era un sabio que conocía los nombres de cada ser humano
en la Tierra que vivió y murió. Todos. Fresa chocó con él y su hermana, Blue,
aunque no estaba segura de que los difuntos en realidad durmieran. No había
visto a Rocket en semanas, y su lugar era el primero en mi lista de lugares a los
que ir para el día, ahora que mi único caso casi terminaba.
Fresa cruzó los brazos sobre su pecho. —No puede leerlo para mí.
—¿Por qué no?
Esperaba‖ que‖ dijera‖ “Porque‖ est{‖ muerto,‖ y‖ no‖ puede‖ darle‖ vuelta‖ a‖ la‖
p{gina”.‖Lo‖que‖conseguí‖fue—: Porque no puede leer.
Finalmente nivelé una mirada semi-interesada en ella. —¿A qué te
refieres con que no puede leer? Escribe los nombres de los difuntos por todas
las murallas.
Ese era su principal tarea. Rocket tallaba miles y miles de nombre en las
paredes del manicomio abandonado, todo el día, cada día. Era fascinante mirar.
Por unos cinco minutos, a donde llegaba mi Trastorno de Déficit de Atención
con Hiperactividad, y de repente tenía lugares en los que estar y gente a la que
ver.
Ella puso los ojos en blanco. —Por supuesto que puede escribir nombres.
Duh. Es su trabajo. No significa que pueda leerlos.
Eso tenía tanto sentido como los reality en televisión.
—De todas formas, no son para que él los lea —añadió mientras tomaba
la manga de mi camiseta que decía MI CEREBRO TIENE MUCHAS
VENTANAS ABIERTAS—. Son para ella.
Tan intrigada como debería haber estado, la intriga no era tan intrigante
como uno podría imaginar a las seis de la mañana. Especialmente después de
estar despierta toda la noche. Tomé otro sorbo. Estudié el vapor elevándose de
la taza como un amante. Me pregunté si debería usar mis poderes por las
próximas veinticuatro horas para el bien o el mal. El mal sería más divertido.
Finalmente, con la paciencia de un santo con ansiolíticos, pregunté—:
¿Para quién, cariño?
Sus grandes irises rebotaron de vuelta a mí. —¿Para quién qué?
Me moví hacia ella. —¿Qué?
—¿Qué?
—¿Qué dijiste?
—¿Para quién qué?
Luché contra la urgencia de moler mis dientes hasta polvo y pregunté—:
¿Si no para Rocket, para quién, quiénes, están escritos?
Frunció los labios y volvió a entrelazar hebras de mi cabello en sus
pequeños dedos. —¿Para quiénes qué está escrito?
La perdí. Y de repente, tuve un ardiente deseo de venderla en el mercado
negro. Sin embargo, me haría poco bien. Pobre cosita que se ahogó cuando tenía
nueve. No muchos en la Tierra podían verla. Con la suerte que tenía tendría que
recuperarla y darle al comprador un reembolso. Entonces, tendría que marcar el
alma del pervertido para el infierno por tratar de comprar una niña en el
mercado negro. En serio, ¿qué mierda?
Tomé otro sorbo en busca de fuerza y entonces expliqué tan simple como
podía. —Los nombres que Rocket escribe en las paredes del manicomio. Si no
puede leerlos, ¿para quién son?
—¡Oh, esos! —De pronto, emocionada, intentó desenredar sus dedos y se
llevó la mitad de mi cuero cabelludo. Extendió los brazos como alas y empezó a
correr en círculos alrededor del departamento haciendo sonidos de motor. Ni
idea por qué—. Esos son para Beep.
Me detuve a mitad de frotarme la cabeza. —¿Beep? —Una hormigueante
sensación corrió por mi piel—. ¿Mi Beep?
Se detuvo justo lo suficiente para lanzarme una mirada de exasperación
antes de volar por el departamento otra vez. No literalmente. —¿Cuántas Beep
conoces?
Parpadeé por un minuto con la boca ligeramente abierta. La saliva se
deslizó por una comisura mientras intentaba comprender lo que acababa de
decir. Si solo tuviera más neuronas a las seis de la mañana. Ni siquiera
empezaban a amontonarse hasta las siete con doce, y toda la noche despierta no
ayudaba.
Mientras me sentaba a evaluar la declaración de Fresa, el hijo de Satán
caminó desde nuestro dormitorio llevando solo un par de pantalones de pijama
grises y una expresión privada de sueño. Los pantalones colgaban bajo en sus
delgadas caderas. La expresión oscurecía un ya oscuro rostro. Cabello negro se
hallaba en encantadores ángulos innaturales. Gruesas pestañas encapuchaban
centelleantes irises marones. El chico definía la popular frase sexo en un palo.
Pero tenía que recordar lo que era. Era lo suficiente malo que su padre
fuera el enemigo público número uno, ¿pero ser un dios malvado de otra
dimensión? Eso era un montón de maldad para empacar en un cuerpo, sin
importar cuán suculento.
Debí haber supuesto hace mucho que había mucho más en él. Incluso
apenas despierto, tenía un poderoso caminar. Elegante. Agraciado. Como el de
un gran gato. Me deslicé en el borde externo del reino sobrenatural y vi la
oscuridad flotando de él como una capa cayendo en cascada por sus hombros.
Bañando su espalda. Reuniéndose a sus pies descalzos.
El fuego que lo bañaba en amarillos, naranjas y azules lamía su suave
piel como una capa de pecado. Se hundía entre los valles de duro músculo.
Cambiaba con cada movimiento que hacía. Como si estuviera tan viva como él.
Fresa no notaba nada de eso. Su apresurada pequeña mente, como su
cuerpo, giraban en círculos como si no hubiera dejado caer una bomba sobre
mí. ¿Por qué esos nombres estarían destinados para Beep? No tenía sentido.
—¿A qué te refieres, cariño? —le pregunté, suprimiendo una risita
cuando Reyes divisó a la pequeña bestia yendo a aterrizar cerca de su ficus. No
era como si de verdad pudiera derribarlo.
En vez de responder, conseguí—: Me encanta el algodón de azúcar. Me
casaría con él si pudiera. —Planeó un aterrizaje, deslizándose solo lo suficiente
para atrapar un segundo viento, y luego despegar de nuevo—. A veces puedo
olerlo. Una vez había una casa en llamas, pero no pude olerla. No puedo oler el
perfume o la pasta o las naranjas, pero puedo oler el algodón de azúcar.
Aunque, solo a veces. Todo rosado y esponjoso. ¿Te gusta el algodón de azúcar?
Había estado ocupada mirando a mi esposo dirigirse a la cocina,
intentando no dejar que la suave sonrisa que me lanzó aliviara la confusión
dentro de mí.
—Daiquiris de algodón de azúcar —dije, incapaz de quitar los ojos de él.
Caímos en una continua serie de cortas conversaciones e incómodos
silencios. Y no tenía idea de por qué. Ni idea de lo que había hecho. Para un
hombre que apenas podía mantener las manos lejos de mí hace una semana,
esta nueva forma de tortura era desconcertante.
¿Sabía que era un dios? Más importante, ¿sabía que yo sabía que era un
dios?
Tal conocimiento ciertamente podría ponerlo al borde. Pero entonces,
¿por qué? Yo era una diosa. ¿Por qué no debería ser uno también? Quizá había
más en esto de lo que sabía. O tal vez su reciente desinterés no tenía nada que
ver con algo de eso.
Quizás era debido al hecho de que hice exactamente lo que él predijo que
haría. Lo olvidé. Cuando aprendí mi nombre celestial, lo olvidé. Él dijo que lo
haría. No, espera; él dijo que lo dejaría, y luego lo olvidaría. Dos por dos. Pero
la amnesia era realmente una buena excusa para no recordar a nadie. Y no es
como si lo hubiera hecho a propósito.
El hecho de que él era tan condenadamente sexy no ayudaba en nada.
Los pantalones de pijama no hacían absolutamente nada por esconder el hecho
de que tenía el culo más perfecto que he visto. De acero. Bien formado.
Profundas chuletas a cada lado. Músculo sólido y duro como roca. El tipo de
culo que ninguna mujer heterosexual podía resistir. Maldito.
Doblé el cuello para observarlo caminar a la cocina y sacar la garrafa de
la cafetera.
—Acabo de hacerlo —dije, refiriéndome al café.
—¿Qué crees que me trajo aquí? —Había una suavidad en su voz a pesar
de la oscuridad rodeándolo. Humor. Fue lindo y más tranquilizador de lo que
debió haber sido.
—A veces lo como para el desayuno —añadió Fresa, luego señaló a
Reyes desde el espacio entre una mesa de café de pizarra y un sofá cremoso—.
¿Él alguna vez come algodón de azúcar para el desayuno?
Rodeó el mostrador para enfrentarnos, bajó su mirada, y tomó un sorbo
del tazón negro en sus manos.
—No —dije—. Él es más como el Gran Lobo Malo. Come niñas pequeñas
para el desayuno.
Habló desde detrás de la taza, con su voz profunda y tan suave como el
butterscotch. —Ella está equivocada. Como niñas grandes para el desayuno.
Una sensación hormigueante revoloteó en mi estómago.
Fresa se detuvo al final y arrugó la nariz ante la idea; nuestras bromas
juguetonas fueron sobre su cabeza, afortunadamente.
—¿Atrapaste al tipo malo? —preguntó Reyes, clavándome con su
poderosa mirada.
Me giré en la silla que llevé a la ventana y me senté sobre mis talones
para salvar la vista. —Sin tipos malos esta vez. Solo un hombre intentando
atravesar el día.
—¿No todos lo hacen? —preguntó, y me detuve para estudiarlo.
Me estudió en respuesta, sus pestañas entrecerrándose mientras me
asimilaba, y me pregunté si él de verdad entendía, en incluso los niveles más
básicos, lo que le hacía a las mujeres. ¿Un hombre solo intentando atravesar el
día? Ajá. Cierto.
Fresa aterrizó de nuevo, cayendo en la mesa de café, y dejó que sus pies
colgaran. —Me gusta lo que has hecho con el lugar.
Reyes sonrió y se volvió a meter en la cocina, con la esperanza de
hacerme el desayuno de campeones, lo que sea que eso involucre. Tomé la
oportunidad para una vez más escanear la vastedad de lo que solía ser mi
microscópico departamento. No lo había visto por nueve meses, ocho de los
cuales pasé en un convento —larga historia— y el otro como una mesera
amnésica en un café en el norte de Nueva York.
En algún punto durante nuestras recientes aventuras, Reyes había
renovado el edificio de departamentos. Toda la cosa. El exterior permanecía
relativamente sin cambios. Unos pocos arreglos aquí y allá, una buena limpieza,
y listo.
El interior, sin embargo, fue completamente reparado. Cada apartamento
fue modernizado mientras estudiantes graduados o residentes a largo plazo se
mudaron a uno de los más recientemente renovados mientras que los suyos
recibían el mismo trato. Pero el tercer piso, el superior, recibió un poco de
atención extra.
Las unidades de almacenamiento de la azotea fueron abiertas de modo
que el cielo en la mitad del departamento era ahora de siete metros de alto.
Vigas metálicas zigzagueaban a través de nuestro cielo. Dos jardines adjuntos se
ubicaban en la parte plana del techo afuera, completado con luces, una fuente y
plantas reales. Todo el lugar lucía positivamente mágico.
Reyes mantenía solo una habitación cerrada y se rehusó a abrirla cuando
me trajo a casa por primera vez en meses, pero las puertas cerradas nunca
fueron mucho problema para mí. El día después de que llegamos a casa, me
aproveché del hecho que se fue más temprano que yo y entré. Encendí la luz y
me detuve en seco. La habitación había sido decorada con rayas verde menta y
pastel, animales de circo y equipada con una cuna. Era el cuarto de Beep, y la
fisura en mi corazón se rompió un poco más.
—Voy a ver si Blue quiere jugar rayuela.
Desapareció antes de que pudiera sacar un adiós. O un ¡por fin! De
cualquier forma.
Miré más allá de donde estuvo sentada hacia el lujoso sofá color crema
de Reyes. No lo consiguió en una venta de garaje como yo hice con mi anterior
sofá. Su nombre fue Sophie, y de vez en cuando me preguntaba lo que le
sucedió. ¿Se lamentaba los días en un basurero? Claro, solo me costó veinte
dólares, pero estuvo conmigo por un largo tiempo. Odiaba la idea de que fuera
destruida.
Entonces, me llegó otro pensamiento.
Hablando de cosas descartadas. —Oye —dije, de repente preocupada—,
¿en dónde pusiste a la Sra. Allen y PP?
PP, alias Príncipe Phillip, era un viejo poodle que una vez luchó contra
un demonio por mí, haciendo un condenado esfuerzo por salvar mi vida. Él y la
Sra. Allen vivían al final del pasillo desde que me mudé, y si alguien tenía el
derecho de vivir aquí, tener uno de estos brillantes nuevos departamentos, eran
esos dos.
Reyes bajó la cabeza. —Su familia la puso en un asilo.
Mi columna se tensó en alarma. —¿Qué? ¿Por qué?
Apretó los dientes. —Un montó sucedió desde que no fuimos.
—Debiste haberme dicho.
—Sucedió el mes pasado. No la habrías conocido.
Me detuve para absorber eso. Tenía razón. No lo hacía más fácil de
digerir. —¿Dónde está?
—En un hogar de retiro en North Valley.
Hice una nota mental para visitarla. —¿Qué hay de PP?
—¿PP?
—Su poodle. El que salvó mi vida, podría añadir.
Luchó contra una sonrisa. —Está con ella. El hogar en donde está permite
animales.
—Oh, gracias a los dioses. —Me derrumbé en la silla y apoyé la barbilla
en el respaldo. Reyes tenía razón. Mucho había cambiado. Incluyendo el estado
de mi taza.
—Voy a hacer otra olla si quieres más después que tomes tu ducha —
dije, bajando de un salto y yendo en esa dirección.
Levantó un amplio hombro, estudiando su propia taza. Sus pies
descalzos estaban cruzados, su otro hombro apoyado contra la apertura de la
cocina de chef, y ralenticé mi andar para asimilarlo todo.
—No estoy seguro de querer ducharme hoy —dijo.
—¿Qué? ¿Por qué?
Una sonrisa derrite bragas tan perversa como el pecado en un domingo
se deslizó por su apuesto rostro. —Tu‖tía‖Lillian‖sigue…‖comprob{ndome.
Me detuve a medio paso, finalmente volviéndome íntimamente
consciente de la verdadera y paralizante mortificación.
Amortiguó una risilla cuando dejó su taza a un lado y empezó a ir al
baño.
—¡Tía Lillian! —grité, convocándola inmediatamente. La tía Lillian
murió en los sesenta. Ya era vieja en ese tiempo, pero no la detuvo de disfrutar
de la generación de los niños de las flores con brazaletes y un muumuu
floreado. Siempre pensé que un colocón de ácido a su edad podría no haber
sido bueno.
—¡Cabeza de calabaza! —dijo, con su tono tan hueco e insincero como su
boca desdentada. Ni siquiera me miró. Su mirada instantáneamente fue al hijo
del diablo. Centrada en él como un misil guiado.
Él le lanzó un guiño mientras pasaba, y pensé que ella iba a derretirse
justo ahí mismo.
—Tía Lillian —susurré acusadoramente—, pensé que ni siquiera te
gustaba mucho mi esposo.
—Oh, calabacita, lo vi desnudo. ¿Qué hay que no guste? —Meneó las
cejas, y jadeé, conmocionada. Horrorizada de que, por una vez en mi vida, no
tenía un argumento. Ninguna respuesta sarcástica. Ningún comentario agudo.
Porque tenía razón como la lluvia en un desierto ardiente.
Miré a mi esposo una vez más. Observé los músculos de su espalda
oscilar con cada paso que daba. Nuestro departamento era mucho más grande
ahora, así que le tomó un montón de pasos llegar al baño. Un montón de
oscilar.
Una de esas oscilaciones fue dentro de mí. Una oscilación de
intranquilidad. Demasiado había cambiado. Mucho más de con lo que me
sentía cómoda. Lo que me trajo a la tercera, pero lejos del final, razón de mi
abatimiento. Mi esposo no me había tocado en días. Desde que regresamos, de
hecho. Normalmente, tenía problemas para tocar algo o parte de mí, pero no
había ofrecido sus servicios en más de una semana. Una muy larga, muy
solitaria semana, haciéndose incluso más solitaria cuando fui pillada por
sorpresa por una entrega con la que tropecé. Él había hecho un pago para la
División de Soporte Infantil de Texas.
Estaba pagando manutención.
Él tenía otro hijo.
Cerré los ojos de nuevo, intentando averiguar si siquiera conocía
realmente al hombre con el que estaba casada.
Traducido por florbarbero
Corregido por Val_17
2 En español, misterioso.
un pueblo al oeste, y cuando sintió la desconfianza que sentía ella, se fue para
convertirse en un guía sherpa. Era una habilidad que su padre le pasó a él.
Peligroso y temerario, pensó Amita. Pero eso traía dinero. Y ella empezó a
ansiar su regreso.
Cuando él volvía a casa, no le contaba de sus aventuras, y todas las
chicas trataban de adivinar. Debió ser glamuroso, decían, conocer a ricos
occidentales, pero Amita lo sabía. El cuerpo de Sijan se encontraba maltratado
cuando regresaba. Los elementos de la montaña eran más implacables.
Adelgazaba hasta proporciones insanas, y le tomaba un mes para que
engordara de nuevo. Sin embargo, él se hizo más fuerte cada año. Más hermoso
cada vez que llegaba a casa.
Y entonces ella le preguntaba. Era todo lo que tenía que hacer. Le
contaba lo que sea que quisiera saber. ¿Los occidentales eran amables con él?
¿Lo respetaban? ¿Las mujeres blancas eran bonitas? Sijan le decía todo y le daba
cada rupia que ganaba. Les llevaba regalos a sus hijos y a ella le daba regalos
exquisitos que no necesitaba, pero valoraba.
Él y Amita se convirtieron en algo cercano a celebridades, aunque ella
aún trabajaba en los campos todos los años. Al igual que sus hijos. Durante años
y años ella siguió con la tradición, porque un año Sijan no regresó.
Trabajó hasta su muerte con un corazón roto, esperando a que Sijan
regresara de la montaña. Ella no podía cruzar, sabiendo que él se encontraba
ahí solo. Pero en el momento en que cruzó a través de mí, sentí su alegría al
verlo a él y a dos de sus hijos de nuevo. Las dificultades olvidadas, cayó en los
brazos de él y aplastó a sus hijos contra ella, y yo me tragué un nudo en la
garganta.
Me desplomé en la silla mientras Parker se agitaba cada vez más.
—¿Estás bien? —preguntó.
—Lo siento. Un mareo.
—Sí,‖escuché‖que‖estas‖teniendo‖algunos…‖problemas‖de‖equilibrio.
Se sentó frente a mí y me dio un momento. Tomé la oportunidad de
disfrutar del feroz amor que Amita sentía por su esposo. Sabía cómo se sentía.
Esos oscuros tipos misteriosos lo hacían cada vez.
Después de tomar una profunda bocanada de aire, abrí el archivo y lo
examiné mientras Parker me daba un resumen del caso que tenían contra Lyle
Fiske. No se veía bien. Pude ver por qué se hallaba lo suficientemente
desesperado como para venir a mí.
Sobre el papel, el tipo era tan culpable como podría ser. Encontró la
escena del crimen con la sangre de Emery toda sobre él. Sus huellas en el
interior del auto, y tenía el teléfono de ella en sus manos. No solo eso, de
acuerdo con el primer oficial en la escena, él actuaba tan beligerante, que
tuvieron que someterlo. Si Fiske era inocente, probablemente estaría más
angustiado que beligerante.
Pero si lo hizo y se hallaba en la escena del crimen, ¿dónde estaba el
cuerpo? Sus huellas no se encontraron en el volante de Emery, y se llevaron su
camioneta. Más allá de los contaminantes habituales uno esperaría que una
novia se fuera en el vehículo de su novio; no había rastro de evidencia que
sugiriera que lo usó para mover su cuerpo.
Su caso, puramente circunstancial, sin duda tenía agujeros. Solo tendría
que encontrar la manera de golpear un poco más. Encontrar suficientes dudas
para que un jurado lo absolviera, si realmente era inocente.
Traducido por Ivana
Corregido por Jadasa
3Es una prueba psicológica que se utiliza en técnicas proyectivas, y que consiste en interpretar
imágenes de manchas.
—Primero, se ve como él, solo que‖m{s‖joven.‖Y‖segundo,‖dice:‖“señorita
Charlotte, ¿qué es m{s‖grande‖que‖una‖caja‖de‖pan?”.
Levantó la mirada, aún confundida.
—Él es el único que me llama señorita Charlotte. Pero no tengo idea a
qué se refiere y cómo en la tierra tenía un mensaje para mí. No habrá muerto
hasta veinte años después de que esto fue fotografiado. Y no lo conocería hasta
como cincuenta años más tarde.
—La tienda es una panadería. Está pintada para parecerse a una caja de
pan.
—Está bien. —Tendría que creerle en eso.
—Mi abuela solía tener uno igual a este. Ves, ahí está el asa.
Comenzaba a parecerse a una caja de pan con un asa en la parte superior.
Y por encima, había un cartel que decía Panes y Dulces de la señorita Mae.
—Bueno, entonces, ¿qué es más grande que ese edificio? —pregunté—.
No lo comprendo.
—Yo tampoco. ¿Y cómo es siquiera posible?
—Bueno, en realidad, hay un montón de cosas que podrían ser más
grandes que ese edificio.
—No.
—Un edificio más grande, ¿quizás?
—No‖me‖refería…
—¿Un rascacielos?
—Charley. —Cookie se esforzaba en averiguarlo tanto como yo—. Esta
fotografía tiene que ser de los años cuarenta o algo así.
—Para ser exactos, de los años treinta. —Lo estudié aún más, y
comenzaba a sentirme más y más convencida de que Rocket me enviaba un
mensaje desde el pasado—. Necesito que averigües todo lo que puedas acerca
de esta imagen.
—Lo tienes, jefa. Chico, lo espeluznante en esta habitación acaba de
dispararse diez veces más.
—Eso es porque tu marido está a punto de entrar.
Miró a su alrededor y luego a mí con asombro. —Realmente eres
psíquica.
—Sí. —No tenía el corazón para decirle que había visto pasar una
sombra, por lo que levanté la mirada para ver su imagen borrosa deslizarse a
través del vidrio en el cuadro detrás de su escritorio. Arruinaría el momento,
aunque a estas alturas de la vida no sabía cómo algo sobre mí la sorprendería,
no tenía ni idea.
Salté para agarrar mi chaqueta. —Primero, averigua todo lo que puedas
acerca de nuestra víctima de asesinato, Emery Adams.
—Bien.
—Y luego, averigua a quién le está pagando la manutención mi marido.
—En ello.
—Y‖entonces…
—Ve —dijo, todavía estudiando la foto. Cuando se abrió la puerta, alzó
la mirada hacia mi destartalado tío.
Me lancé por el primer abrazo, haciéndolo sentir horriblemente
incómodo. Lo cual era exactamente el por qué lo hice. Acarició mi espalda y
luego casi, casi me devolvió el abrazo; su cuerpo alto con un ligero sobrepeso
era el epítome de la etiqueta masculina. Los hombres no abrazaban. Iba en
contra de su código de conducta, a menos que estuvieran en medio de una
fiesta de fraternidad. O un evento aún más viril. Como el fútbol americano. O
una parrillada. Dentro de las habilidades de los hombres estadounidenses
abrazar era bueno siempre y cuando uno o ambos de los participantes tuvieran
en la mano pinzas para la parrilla.
También se apresuraban hacia sus esposas para darles un beso grande y
húmedo, que era exactamente lo que hizo Ubie.
Habría esperado hasta que se separaran para respirar, pero el día solo
tenía algunas horas. Decidí arriesgarme. —Olvidé preguntarte, Cook. ¿Quién es
Valerie?
Me mostró el dedo del medio. Literalmente me mostró el dedo travieso
mientras abusaba de mi tío. Me sentía tan orgullosa. Incluso más que cuando
tuvo una intoxicación alimentaria y perdió tres kilos en dos días. Pero lo tomé
como mi señal para irme. Había un límite de demostraciones de afecto que
podía soportar cuando involucraba a un pariente. Especialmente uno que
manoseaba a mi mejor amiga en su tiempo libre.
Salí a lo que se había convertido en un día gris, sombrío y brumoso. Mi
clase favorita de días. Las nubes venían desde el noreste y sobrevolaban a baja
altura sobre Sandias, derramándose sobre la cumbre, haciendo que toda la
montaña pareciera la caldera de una bruja. Uno pensaría que la imagen sólo
levantaría mi ánimo. O el hecho de que toda la montaña se hallaba cubierta de
blanca nieve brillante, al menos me sacaría una sonrisa, pero tenía demasiadas
cosas en mente. Tenía miedo. Mucho, mucho miedo. Se enroscaba a mi
alrededor y se metía en mis pulmones, haciendo que me fuera imposible
respirar.
Me detuve a medio camino hacia Misery, mi Jeep Wrangler color cereza.
¿Por qué tenía miedo? Tuve miedo antes, pero no así. No como un miedo
mortal.
Sin embargo, el miedo se arremolinaba como una niebla a mi alrededor.
Hice un inventario. Me miré otra vez. Di unas palmaditas en mis bolsillos, en
mi chaqueta y en mis chicas. Nop, no era yo. Por lo tanto, si no me paralizaba
mi miedo nocturno, ¿quién era?
Miré alrededor. No había mucha gente en el callejón. Muchas empresas
en esta parte central tenían una puerta trasera, y con la universidad cruzando la
calle, la zona tenía un poco de tráfico a pesar del estado del callejón, pero solo
había un par de estudiantes acortando su camino al campus a través de aquí.
Empecé a caminar, traté de concentrarme en la fuente, luchando contra el
impulso de oler como cuando buscaba un olor extraño en mi cocina. Eso
ocurrió.
En cuanto giré alrededor de un contenedor de basura, lo vi. O a ella. De
hecho, una joven sin hogar, y muy probablemente, una fugitiva. Su miedo me
golpeó de lleno, y la preocupación levantó los vellos de mi nuca.
La chica se sentaba con las piernas cruzadas, sus zapatillas de deporte
negras tan andrajosas como la sucia manta envuelta sobre sus hombros que
alguna vez fue de color rosa. Tenía el cabello oscuro en un corte de duendecillo,
pero más como una melena antigua, y piel pálida juvenil. No podría tener más
de catorce años. A lo más, quince. Jugaba con la tapa de un yogur con granola.
Una cuchara de plástico se encontraba a su lado, junto con un vaso de jugo. Sus
dedos temblaban, y no podía conseguir sacarle la envoltura.
—¿Puedo ayudarte? —pregunté, suavizando la voz tanto como pude.
De todos modos, alzó su cabeza de golpe. Su mirada, salvaje por la
sorpresa y el miedo, se detuvo sobre mí por solo un segundo antes de
dispararse alrededor, preguntándose si me encontraba con alguien. Solo Dios
sabía lo que soportó, siendo una adolescente muy joven y muy bonita. Y solo
Dios sabía qué, o más probable quién, la envió a vivir en las calles. Lo que la
empujó a una decisión de este tipo.
Satisfecha de que estuviéramos solas, su mirada se posó en mí, pero la
mía se desplazó de nuevo a la merienda en sus manos.
—¿De dónde sacaste eso? —pregunté, de repente sintiendo más
curiosidad por la comida que por sus circunstancias. Si mendigaba,
probablemente no habría comprado nada absolutamente saludable. La mayoría
de los chicos vivían por las papas fritas y pizza, y eso venía del Boyd’s Mini Mart
en la esquina opuesta de nuestro edificio.
No tenía ninguna intención de contestarme, pero sus ojos respondieron
por ella. Miró rápidamente hacia Boyd’s, y tuve que aplacar mi ira que iba en
aumento.
—¿El señor Boyd? ¿El señor Boyd te dio eso?
Frunció el ceño, y casi me reí en voz alta.
—Apuesto a que dijo que también podías quedarte en su almacén. Ya
sabes, ¿si alguna vez necesitas un lugar para dormir? ¿Para salir del frío por un
tiempo?
No ofreció nada en respuesta, pero sentí que el reconocimiento la
atravesaba. Tenía los medios para saber que fue engañada y tuvo la inteligencia
de verse tímida.
—El tipo es un pervertido, cariño, de principio a fin. —Di un paso más
cerca, y se puso rígida de nuevo. Probablemente debido a la advertencia en mi
voz—. Aléjate de él —ordené, porque eso es lo que necesitaba una chica sin
hogar que huía. Más adultos dándole órdenes. Diciéndole qué hacer.
Intentando controlar su vida. O, mejor dicho, aprovechándose de ella.
Se levantó lentamente, y me di cuenta que había ido demasiado lejos. Iba
a perderla.
Levanté ambas manos, mostrando las palmas. —Espera…
Pero escapó. Salió corriendo por el callejón, dejando sus pertenencias y
su merienda atrás.
Buen trabajo, Davidson.
Vi como volcó un bote de basura, dobló una esquina, y luego se dirigió
hacia la central, luego me agaché para recoger sus pertenencias y esconderlas
detrás del contenedor de basura. Regresaría. Y nuestro encuentro no fue una
pérdida total. Capté‖ su… esencia, a falta de una mejor frase. Su huella digital
emocional. Su frecuencia. Podía sentirla. Si no regresaba, podría utilizar eso
para encontrarla. Yo era un sabueso. Hasta la médula.
Traducido por Vane hearts
Corregido por Jadasa
Para llegar a la oficina de Kit tuve que pasar por los procesos usuales.
Detector de metales. Cacheo. Y un registro sin ropa, pero solo porque lo pedí. El
chico era caliente.
Para el momento en que logré pasar la seguridad, el mocha latte extra
caliente venti de Kit ya no se hallaba extra caliente. Se encontraba medio
caliente tipo Skywalker. Un medio caliente Luke Skywalker.
Una amable mujer con un traje de dos piezas me hizo señas hacia una
sala de conferencias en lugar de la oficina de Kit. Entré y casi choqué de cara
con una mujer con un cuchillo de cocina. Se hallaba molesta. Gritaba. Blandía el
cuchillo. Amenazaba con llamar a la madre de alguien, pero solo como último
recurso porque detestaba a la mujer.
Kit mantenía ocupado al Agente Especial Guzmán mientras empezaba a
tener una idea de lo que pasaba. Pensé que la mujer podría haberme notado
parada allí, pero se hallaba demasiado inmersa en su diatriba para prestarme
atención, así que me acerqué y le entregué el café a Kit.
—Davidson —dijo esta, fingiendo que acababa de notarme. Agarró su
vaso y me estiró para un fuerte abrazo.
El otro agente retrocedió con una sonrisa afable en el rostro mientras Kit
demostraba una cantidad sin precedentes de emoción. La sentí temblar en su
interior.
Cuando se hizo para atrás, sus ojos también brillaban con emoción. —Me
alegra que estés tan bien.
Lo decía en serio. Me tomó un momento recobrarme del impacto.
Además, como que le leía los labios, por lo que solo adiviné lo que dijo. La
mujer‖muerta‖seguía‖gritando‖a‖todo‖pulmón.‖Kit‖pudo‖haber‖dicho‖“Me‖enoja‖
que‖te‖vayas‖al‖infierno”, pero no sabría por qué me diría eso. Por lo que sabía,
no tenía ese tipo de visiones.
Se aclaró la garganta y enderezó los hombros. —Este es el Agente
Especial Guzmán —dijo antes de girarme físicamente de cara a él como a un
niño. Traté de no chocar.
En realidad era difícil ver al Agente Especial Guzmán. La mujer se
hallaba en su rostro. Como en todo su rostro. Chillando. Gritándole. Pero una
mano salió de su espalda baja, así que la tomé, orando porque fuera el agente
ofreciendo un saludo. Era difícil decirlo en ese punto.
—Nguyen —dijo Kit mientras su colega entraba. El Agente Nguyen y yo
nunca nos hicimos amigos.
Ambos agentes se dieron la mano, luego fue mi turno. La mirada del
Agente Nguyen cayó sobre mí. Di un saludo tenso, tenía el presentimiento que
Nguyen se ablandaba respecto a mí. Su sonrisa tenía menos ácido que las que
solía ofrecerme, pero esa era toda la calidez que obtuve de él.
Escogí una silla y empecé a sentarme.
Estiró la silla debajo de mí y la tomó para sí.
Oh, sí, totalmente me encontraba ganándolo. Discovery Channel tuvo un
especial en el que decía que ser malo con sus compañeros era la manera en que
el FBI demostraba afecto. Sus rituales de apareamiento eran incluso más
extraños.
Kit y Guzmán también tomaron una silla, así que pasé al Agente
Nguyen, quien solo me miraba ligeramente ceñudo, y me senté al frente, bueno,
de todos. Esto no era para nada intimidante.
Los tres me miraban. Kit expectantemente detrás de su vaso. Nguyen
impacientemente. Y el Agente Guzmán simplemente curioso.
—Así que —dije, juntando las manos y probablemente hablando más
alto de lo necesario—, apuesto a que todos se preguntan por qué convoqué esta
reunión.
Kit peleó con una sonrisa mientras el chico nuevo la miraba de forma
interrogativa.
—Davidson es investigadora privada —le dijo esta—. A veces trabaja
para nosotros.
—¿Contratan investigadores privados? —preguntó, sorprendido.
—Contratar implicaría un pago —corregí—. Esto es más como algo
voluntario.
—Ah —asintió, fingiendo entender porqué nos hallábamos sentados allí.
—La señora Davidson recientemente accedió a una interesante
información sobre la desaparición de tu esposa —dijo Kit, y tuve que forzar a
mi sonrisa a quedarse ahí.
No es que no haya descubierto que la mujer gritándole en el rostro era un
esqueleto en el armario de este tipo, casi con toda seguridad era la esposa
muerta, pero no me encontraba segura de cómo quería Kit que esto avanzara.
¿Sospechaba que el tipo mató a su esposa? ¿Y desde cuando me llamaba señora
Davidson?
—No entiendo —dijo este, viéndose tan perplejo como yo me sentía.
Señora Davidson.
—¿La han puesto a buscar en el caso de Mandy?
Señora Davidson.
Kit negó con la cabeza. —No, creo que esta información como que cayó
en el regazo de la señora Davidson.
Una cosa era saber que escogí el apellido Davidson.
—¿Cómo información sobre un caso de una persona desaparecida en
Washingtong simplemente cae en el regazo de una investigadora privada en
Alburquerque, Nuevo México?
Otra cosa era escucharlo en voz alta.
—¿Hay alguna razón para que estés a la defensiva?
Tal vez debí haberlo separado con un guión.
—¿Hay alguna razón para que creas que debería ponerme a la defensiva?
Davidson-Farrow
—Dime tú.
Señora Davidson-Farrow.
—¿Es por eso que estoy aquí? —El joven agente salió disparado de su
silla, sus movimientos eran bruscos, bordeando la violencia—. ¿Es por eso que
me trajeron aquí?
El agente Nguyen también se levantó, preparándose para someter a su
volátil colega. Pero fue en ese momento que noté algo más. La mujer había
dejado de gritar. Me miraba fijamente, casi con tanta curiosidad como el agente.
—Finalmente —dijo, cruzándose de brazos, el cuchillo descansaba en su
caja torácica. Golpeteó con los dedos de los pies y esperó.
—¿Bien? —me preguntó Kit, también esperando.
Busqué profundamente una sonrisa tranquila, esperando una señal de
Kit. Cualquier señal.
—Oh, Dios mío —dijo la mujer, levantando los brazos—. No sabe más
que los demás.
Me concentré en ella. —Entonces dime.
—Si tuviera un centavo por cada vez que alguien tuvo información
nueva sobre mi caso…
Aún no tenía idea de que la podía ver, y parecía importarle una mierda
que yo brillara lo suficiente para asarle las retinas de los ojos. La mayoría de los
muertos notaban el hecho de que derrochaba luz como una esposa trofeo
derrochaba fácilmente el dinero. Eso por lo general los hacía querer cruzar. Yo
era la llama. Ellos eran las polillas.
Quizá sus antenas se encontraban rotas.
—Dime qué pasó —dije suavemente. Era difícil pasar por alto el trauma
por objeto contundente en su cabeza, o la sangre que empapaba su cabello y
bata rosa pálido.
Todo el mundo se detuvo y me miró, incluyendo la mujer.
—Dime lo que pasó —repetí.
—Tú. —Dio un paso involuntario hacia adelante y ahora se hallaba
parada con las caderas metidas hasta la mitad de la mesa de conferencias—.
¿Puedes verme?
Asentí.
—¿Cómo? —Empezó, pero cambió de idea—.‖¿Por‖qué…?‖Espera,‖no.‖—
Inclinó la cabeza para pensar por un momento, luego levantó la mirada—. ¿Qué
eres?
Miré a nuestra audiencia. —Eso es difícil de decir en este momento.
—¿Con quién habla? —preguntó el agente.
El Agente Nguyen se recostó y se miró las uñas. Kit sonrió y tomó otro
trago de su late.
—¿Sabes dónde está tu cuerpo?
La mujer parpadeó, volteó a la mirada hacia atrás para asegurarse de que
le hablaba a ella, luego se volvió a centrar en mí y asintió.
—¿Sabes quién te mató?
—¿Una psíquica? —preguntó el agente, más enfadado que nunca.
—No una psíquica —dijo Kit, tan calmada y satisfecha de sí misma, que
casi me reí—. Un prodigio.
—En nuestro patio trasero. Y no, él no lo hizo —dijo la mujer antes de
que pudiera preguntar. Luego se giró hacia su esposo—. La fenómeno de su
psicótica hermana me drogó, luego me golpeó el cráneo con mi trofeo de
Señorita Kentucky. No puedo creer que nadie notó que el trofeo desapareció.
Sabía que había detectado un acento.
—Él es, como, el peor investigador del mundo. He estado tratando de
decirle por dos condenados años. —Se hallaba desatada—. Dos condenados
años. Traté de defenderme. Ella blandió el cuchillo hacia mí.
La animé a continuar con un movimiento de cabeza.
—Pero es difícil combatir esa locura de mierda, ¿sabes? La mujer es una
loca de mierda.
Así que, estaba bien decir mierda, pero no maldito. Tenía que ser una
cristiana Bautista del Sur.
—Loca de mierda con L mayúscula. Y luego se muda con él para
ayudarlo a ocuparse de la casa. Se mudó al jodido instante.
O tal vez católica.
—Como si fuera la dueña del lugar. Y aquí estoy yo, viendo crecer
margaritas desde mi tumba. Y sé lo que estás pensando. —Inclinó su rostro
hacia el mío—. Pero lo digo literalmente. Literalmente veo crecer margaritas
desde mi tumba.
Decidí compartir los pedacitos de información actuales mientras la mujer
sacaba todo de su sistema. —Tu hermana lo hizo —dije.
Decir que tenía dudas de mi habilidad sería un eufemismo. La mueca en
su rostro era tan ácida que podría quitar el óxido del metal.
—Las plantó sobre mi cuerpo.
—Y enterró a tu esposa en el patio trasero.
—Fue su manera de reír de último, incluso aunque ya lo había hecho. O
sea, hola. Estoy muerta, ¿no? Pero no. Eso no fue suficiente. No podía dejar las
cosas‖así.‖Tuvo‖que‖lanzar‖el‖“jódete”‖final.
—Tu hermana no plantó un jardín de margaritas cuando se mudó
contigo, ¿no?
Sabía que llamaría la atención del agente con el tiempo, pero su
expresión cuando mencioné el jardín no resultó como lo planeé. En lugar de que
un amanecer de entendimiento iluminara sus rasgos, se volvió una sombra
preciosa de púrpura. Nunca había visto ese tono particular sobre una persona
antes y me preguntaba si podía sacar una foto sin que se diera cuenta. Para
fines de investigación.
—Esto está más allá de inaceptable —dijo.
—¡Ves! —gritó ella, señalándolo con el cuchillo—. Él. No. Escuchará.
—Agente Guzmán —empecé.
—Oh, ni siquiera te molestes —interrumpió ella—. No escuchará. Es el
más terco, obstinado i-ota que he conocido.
Examiné mi extenso repertorio de verborrea y no conseguí nada. —¿Qué
es un i-ota? —le pregunté.
Dejó escapar un largo suspiro. —Era algo que decíamos. Louie juró que
lo llamé así en nuestra primera cita. No sabría. Estaba borracha y al parecer
intentaba llamarlo idiota. Salió i-ota y se quedó.
Mientras ella explicaba que lo utilizaba como una broma cuando se
encontraban alrededor de amigos para señalar a su marido que su terquedad
asomaba su fea cabeza, no pude dejar de notar el giro de ciento ochenta grados
que hizo Guzmán.
Su rostro palideció cuando dije esa palabra en voz alta. Ay. El púrpura
precioso había desaparecido. Pero el Agente Guzmán entendía.
Miré a Kit. —¿Puedes darnos un momento?
—Oh, diablos, no. —Puso su café moka a un lado como si estuviera lista
para ponerse a trabajar—. Esta es mi parte favorita.
—¿Tienes una parte favorita? —No me había dado cuenta de que
habíamos hecho esto a menudo como para que tenga una parte favorita.
—Sip. Hablas contigo durante unos minutos, intentas negociar con el aire
que nos rodea, ruegas y suplicas a veces, y luego llegas a estas revelaciones
alucinantes. Luego, nos envías en direcciones que nunca habríamos pensado ir,
y de repente el caso, cualquiera que sea, se resuelve. Como magia. Oh no,
cariño. No me perdería esto ni por jubilación anticipada.
—Y ahora —Mandy continuó su diatriba recién empezada—, él va a
sentarse allí y pretender que no sabe que estoy aquí. Justo como antes. Al igual
que siempre. Todo y todos los demás vienen primero. Intentar llamar su
atención es como tratar de sacar los dientes de la boca de un león. Incluso lo he
apuñalado en la cara.
Me volví de nuevo a ella. —¿Has tratado de apuñalarlo en la cara?
—No traté. —Agitó un índice en negación hacia mí. Chica tenía ánimo—.
Lo hice. Muchas veces. —Miró el cuchillo que llevaba alrededor—. Esta cosa es
tan inútil como lo fue el día que lo tomé. Traté de apuñalar a Cin en la cara,
también. Ni siquiera me acerqué, pero llegué al hombro.
—Bueno, en tu defensa, te habían drogado.
—Cierto.
—Si hubieras estado en tu sano juicio, estoy segura que la habrías
apuñalado en la cara. Muchas veces.
—¿Tú lo crees? —dijo, inhalando.
Le di unas palmaditas en la espalda para consolarla. —Su cara podría
haberse duplicado como un colador.
—Ahh… gracias.
—¿Estás llegando a alguna parte? —preguntó Kit, pero ahí fue cuando
me di cuenta de la reacción de Guzmán.
—Mandy siempre dijo que me apuñalaría en la cara si alguna vez la
ignoraba. Se convirtió en una broma.
Pensé en mencionar el hecho de que habían desaparecido los días de
bromear, pero no necesitaba saber que lo había apuñalado en la cara. Varias
veces. Por suerte, el cuchillo era tan incorpóreo como ella.
—Mira —dijo Guzmán, calmado aún más mientras pensaba—, mi
hermana se hallaba fuera de la ciudad.
—La coartada perfecta —dijo Mandy—. Ni siquiera comprobó. Como en
serio. Nunca fue ni siquiera una sospechosa.
Miré de nuevo a Guzmán. —¿Comprobaste para asegurarte de eso?
—¿Qué? No. ¿Por qué comprobaría la coartada de mi propia hermana?
—Eso es todo —dijo Mandy, justo antes de que ella lo bombardeara. Ella
voló justo a través de él, pero regresó pateando. Y gritando. Y acuchillando.
Si trataba eso conmigo, lastimaría.
—¡Señora Guzmán! —dije, intentando llamar su atención—. Hay que
darle un poco de tiempo. Esto no va a ser fácil.
Ella levantó la vista de sus últimos esfuerzos para perforar el esófago,
sopló el flequillo de la cara, y dijo—: Dos años. Dos condenado años.
Estábamos de vuelta a lo de condenado. —Lo‖sé,‖cielo.‖Pero…
—Me voy de aquí —dijo Guzmán, levantándose de la silla.
Me levanté, también. —Solo echa un vistazo. Echa un vistazo a la
coartada de tu hermana. Y comprueba sus registros de tarjetas de crédito.
Primero drogó a tu esposa, y luego la golpeó con su trofeo de Señorita
Kentucky, lo cual, por cierto —Miré a Mandy—, felicidades por eso
—Gracias —dijo, su rostro con una sólida, sonrisa sureña. Toda ojos
brillantes y dientes bonitos—. Fue hace mucho tiempo, en realidad. —Quitó
una mano de la garganta de su marido para alisarse el cabello.
—Bueno, es un gran logro.
Esta vez, cuando la cara de Guzmán palideció, honestamente pensé que
se caería. Nguyen también lo hizo. Se levantó y ayudó al hombre a llegar hasta
su silla.
—No‖he‖visto‖ese‖trofeo‖desde…
—¿Desde que su esposa desapareció?
La mente de Guzmán corrió, escaneando con sus ojos la mesa delante de
él mientras reproducía y repetía la investigación. Los acontecimientos de ese
día. Cada segundo que podía recordar, todo lo cual, apostaría mi último dólar,
se quemaban en su mente. ¿Qué podría haber hecho de otra manera? ¿Qué
había hecho mal? ¿Estaba secuestrada? ¿Se fue por su propia voluntad?
Tantas preguntas se reproducían en su mente, y el dolor de ellas se
expresaba en un rostro que era demasiado joven para estar tan arrugado.
Se puso de pie, se fue, se dio la vuelta, y vino de nuevo. —¿Por qué? ¿Por
qué Cin haría esto?
Esa era una gran pregunta. Mandy había estado observando a su marido,
su rostro iluminado con todo el amor que sentía por él. —No es su culpa.
Realmente no. Él es un investigador increíble. Nadie sospechaba de Cin. Nadie,
y yo menos, sabía de lo que era capaz.
—¿Sabes por qué lo hizo?
Mandy sonrió. —Ella nos vio, la forma en que actuábamos entre
nosotros, la manera en que nos hablábamos, y decidió que no era la chica
adecuada para su hermano. Había sido un mariscal de campo estrella. El
presidente de su último año. Destinado a la grandeza, pero ella me odiaba.
Pensaba que no lo amaba. —Extendió la mano para tocar la mejilla de su
marido mientras todo el mundo esperaba con gran expectación mi respuesta—.
Se equivocaba. Siempre nos hablábamos de esa manera, pero simplemente era
nuestra forma. No estábamos siendo malos ni nos menospreciábamos el uno al
otro. Esa era la forma en que nos demostrábamos afecto.
Decidí parafrasear. —Tu hermana lo hizo porque está completamente
loca.
Mandy resopló.
—No entendía tu relación —dije, editando a medida que continuaba—.
No entendía que la forma en que se hablaban el uno al otro era como se
mostraban afecto.
—¿Qué?
—¿Las pequeñas indirectas? ¿Las insinuaciones? Ustedes solo estaban
jugando. Tu hermana no entendía eso.
—Así es cómo somos. Cómo éramos. Amaba a Mandy más que a nada.
—¿Incluso el fútbol? —preguntó, y luché con una sonrisa triste.
—¿Ella‖es…‖se‖ha‖ido?
No me di cuenta hasta ese momento de que había estado manteniendo la
esperanza. Todo este tiempo.
—Lo siento, agente Guzmán.
—El collar —dijo Mandy cuando un nuevo pensamiento vino a ella. Ella
explicó, y yo transmití.
—Le diste a tu esposa un collar la mañana que te fuiste para una
conferencia. Te ibas a perder tu aniversario, por lo que se lo diste temprano. Tu
hermana‖lo‖tiene‖en‖su‖joyero.‖Se‖salió‖cuando‖ella…‖durante‖el‖ataque.
Sentí la presión construyéndose en el interior del agente. No quería creer.
Luchó con toda la fuerza que tenía, pero yo simplemente sabía demasiado. No
podía negar eso.
—Espera —dijo su esposa—. Hay algo más. Iba a decirle al regreso de su
viaje. —Por primera vez, las lágrimas brotaron de sus ojos. Bajó la cabeza, de
repente incapaz de hablar.
Había hecho suficiente de esas para saber exactamente lo que diría, pero
eso no lo hizo más fácil. Puse la mano sobre la de ella. —Lo siento mucho,
Mandy.
—Me acababa de enterar. Iba a hacer una visita al médico ese día para
asegurarme antes de decirle, pero ya sabía. Habíamos estado intentando
durante tanto tiempo. Y sabía.
Cerré los ojos y sentí tensarse a Guzmán. —¿Qué? —preguntó.
—Lo‖siento,‖agente‖Guzm{n,‖ pero‖ella…‖tu mujer‖estaba…‖iban‖a‖tener‖
un bebé.
En los ojos de Guzmán, había ido demasiado lejos. La ira se disparó a
través de él antes de que la tuviera bajo control, y la verdad lenta y
dolorosamente se asentó. —¿Ella te dijo eso?
—Sí. Que habían estado intentando durante un año. Por último, lo logró.
—No. —Negó con la cabeza, inseguro de si era víctima de una broma
horrible, o era testigo de lo imposible. Él decidió darle una oportunidad—.
¿Cómo hago esto? ¿Cómo justifico la excavación de mi patio trasero porque una
mujer loca me dijo que lo haga sin lucir loco yo mismo?
Kit sonrió. —Llamada anónima. Siempre funciona.
—Sabes, puedes cruzar si quieres —le dije a Mandy—. Es lo que hago.
Soy un boleto directo para el otro lado. Directamente a tu familia y amigos que
están esperando.
—¿Bromeas? ¿Y dejar de ver la cara de Cin, cuando mi marido detenga
su culo apestoso? De ninguna manera, hermana.
Asentí y miré a Nguyen. Puede que no haya sido cálido hacia mí, pero
me dio la sensación de que se convertía en un creyente. No me ofreció ninguna
alabanza ni nada, pero no me miró de forma matadora cuando se paró y se fue.
Me sentí como que estábamos haciendo progresos.
—Sabes —dijo Kit cuando me iba—, nunca me dijiste por qué llamaste.
—Cierto. Así que, sí, gracias.
—¿Gracias?
—Ya sabes, por lo de Nueva York.
—Tú ayudaste a salvar a una familia.
—Pero creíste en mí. Incluso en mi yo amnésica. Significa mucho.
—¿Oh sí? ¿Cuánto?
—¿Cuánto? —pregunté. Se había deslizado en el modo negociación—.
¿De cuánto estamos hablando?
Se encogió de hombros. —Solo un poco de información. Nada
trascendental.
—¿Qué tipo de información?
Se detuvo y dirigió una mirada seria hacia mí. —¿Cómo haces lo que
haces?
Kit sabía mucho. Mucho más que la población en general, que
desestimaba cualquier noción de lo sobrenatural como algo falso. Pero ella no
sabía mis muchos títulos, y planeaba mantenerla virgen en todas las cosas de
Charley Davidson el mayor tiempo posible.
—China antigua secreta —dije.
—Estoy muy segura de que la cultura china como un todo encontraría
ofensivo que la uses de esa manera.
—Cierto. Y saben artes marciales y esas cosas.
—Sí. —Habíamos llegado a la entrada del frente de nuevo, pero me
detuvo con una mano en el hombro—. Un día, voy a llegar al fondo de ti,
Charley Davidson.
No tenía idea de que le gustaba lo anal. —Está bien, ¿pero me compras la
cena primero?
Traducido por Mae & Val_17
Corregido por Sahara
7 En el original, compara Luke con look, de mirar; y moon de luna, con muhn.
Traducido por NnancyC
Corregido por Daliam
Creo que la senilidad va a ser una transición bastante suave para mí.
(Hecho real)
Originalmente pensé que el nombre del centro de retiro era extraño, pero
manejar a través de las unidades de vivienda lo confirmó. Entré en
Morningwood Lane. Giré a la izquierda en Pussy Willow Drive. A la derecha en
Peter Pepper Place. A la izquierda en Cockscomb Court. Y finalmente a la
derecha en Wang Peonías Way.
Oh, sí, esta comunidad fue definitivamente planeada por un botánico
cachondo.
Una parte de mí esperaba que Emery estuviera con su abuelo. Si eran tan
cercanos como dijo el señor Adams y su abuelo era de edad avanzada,
posiblemente incluso enfermizo, pudo haberse quedado alrededor de él. No
hubo suerte.
El señor Adams padre era un hombre robusto en sus tempranos setenta,
que solo vivía en el centro porque ya no quería cuidar de un patio.
—Ellos hacen todo —dijo, y me entregó una taza de café; el líquido
amenazaba con derramarse sobre la parte superior con su temblor.
El duelo le cubría como una capa. Me preocupaba que se fuera cuesta
abajo ahora que su nieta había fallecido.
Trató muy duro para hacer que todo parezca normal. Como si no se
estuviera desmoronando por dentro. —Ellos hacen todo el trabajo del jardín.
Toda la cocina. Tenemos que ir a la cafetería, pero la comida no es del todo
mala. Toda la limpieza. Es-es grandioso aquí.
A medida que se quedó en silencio, su mente consumida por la tristeza,
lo estudié más. Tenía una cabeza llena de cabello gris plateado y el bronceado
de un granjero. Llevaba pantalones cortos en el invierno y un suéter del club de
campo. Y su dolor fue tan arrollador, que tuve que bloquearlo antes de
desmayarme. De nuevo.
Regresó de nuevo al presente y se pasó una mano por la cara. —Hay un
campo de golf y canchas de tenis en esta calle.
Asentí. —Señor Adams, ¿Emery le comentó algo acerca de estar
preocupada? ¿Tal vez alguien la seguía o llamaba y colgaba? —Dejé que una ola
de dolor lo recorriera cuando contuvo las lágrimas con todas sus fuerzas antes
de continuar—: ¿Cualquier cosa que pudiese sugerir que estaba en peligro?
Sus hombros se sacudieron, y tosió en un pañuelo.
—Ella‖no…‖no,‖no‖que‖yo‖sepa‖ —dijo cuándo se recuperó—. Nunca me
mencionó nada.
—¿Pareció preocupada o ansiosa últimamente?
Al principio negó con la cabeza, y luego pensó en ello. —De hecho, sí.
Durante las últimas semanas, pareció distraída. Disgustada, incluso.
—¿Dijo por qué?
—No, y no insistí. Solo dijo que tenía algunos problemas en el trabajo.
—En el hospital.
—Sí. Era la administradora. —Su rostro se suavizó con orgullo—. La más
joven en su haber.
—Leí eso. Debe haber estado muy orgulloso de ella.
—Cariño, esa chica me hizo orgulloso cada vez que daba un paso. Era la
niña perfecta, lo cual fue algo teniendo en cuenta su infancia.
—¿Su infancia?
—Oh, ya sabe. Solo cosas de todos los días, supongo. ¿Necesita una
recarga?
Cambiaba el tema, especialmente desde que no había tocado mi café
todavía. —Señor Adams, cualquier cosa que me pueda decir, no importa que
tan insignificante o intrascendente parezca, puede ayudar a encontrar a quien
hizo esto.
Bajó la cabeza. —Es mi culpa, en realidad. Debería haber sido más duro
con el niño.
—¿El niño?
—Mi tocayo. Mi hijo. Él no tiene la fuerza de voluntad que tenemos
Emmy y yo. He trabajado duro por lo que tengo. Quería una vida mejor que la
que yo tenía para mi hijo. Averigüé que tenía cabeza para los negocios y tuve
mucho éxito a una edad muy joven. Así que, Junior creció queriendo nada. Creo
que…‖ bueno,‖ mi‖ mujer,‖ que‖ en‖ paz‖ descanse, me advirtió una y otra vez que
dejara de consentirlo, pero yo estaba tan ocupado, y solo fue más fácil ceder.
—Por lo tanto, creció siendo alguien privilegiado.
—Creció siendo consentido. Nunca tuvo la determinación que Emmy y
yo tuvimos. Siempre fue una empresa fallida tras otra. Finalmente renuncié a
invertir dinero en sus proyectos. Su matrimonio se derrumbó. Entonces la
madre de Emmy murió.
—¿Murió? —pregunté.
—Cáncer de mama. Era una buena mujer. Un poco cabeza dura, pero era
una buena cabeza. Emmy era lo mejor de los dos. Inteligente y creativa. Una
buena solucionadora de problemas. No tenía miedo del riesgo, pero siempre
pesó sus opciones y se le ocurría un plan. Una pensadora, esa era ella. Una
pensadora real.
—Y por eso se convirtió en una gran administradora.
Asintió. Me levanté de la silla para mirar las fotos en la repisa de su
chimenea, mientras luchaba con otra ola de dolor. Tenía varias fotos de Emery
al crecer. Era hermosa. Cabello rubio oscuro largo. Ojos amplios, curiosos. El
dolor de él me afectaba, vertiéndose en mi caja torácica y disolviendo mis
huesos.
—¿Puede pensar en alguna otra razón por la que podría haber estado
disgustada últimamente?
—Como dije. El chico.
—¿Su padre? ¿Él la había disgustado?
—Siempre la disgustaba. Una vez más, él no es la persona más estable.
Sus papeles fueron cambiados casi toda su vida. Ella tenía que ser la
responsable, mientras que él se iba a pique en esta empresa o aquella. Ella no
tuvo una infancia, de verdad. Tuvo que crecer demasiado rápido. Y a través de
todo, a través de cada cosa que Emmy pasó, nunca me pidió nada.
—¿Era independiente, incluso de niña?
—Oh, sí. No me dejaría hacer nada extra para ella. Cuando pertenecía a
las chicas exploradoras, todos los años me dejaba comprar tres cajas de galletas,
como todos los demás que eran adictos a Thin Mints. No aceptaría favores.
Cuando iba a la escuela secundaria, su padre logró comprarle un coche.
Recuerdo su cara. Se veía tan emocionada, pero solo Dios sabe cuán ilegal era
esa transacción.
El rostro del señor Adams se ensombreció.
—Y sin embargo, cuando él perdió todo dos meses después en un
proyecto Ponzi y tuvo que empeñarlo, ella ni siquiera vino a mí. Ni siquiera
pidió ayuda para recuperar su coche. Dos mil dólares. Perdió un coche de
quince mil dólares por una deuda de dos mil dólares. Yo llevaba esa cantidad
en mi bolsillo delantero.
Alarmada, le pregunté—: ¿Está seguro de que es prudente?
Me mostró una cálida expresión. —¿Quiere saber la peor parte?
Asentí pese a que medio no quería.
—Ni siquiera se sintió triste. No le decepcionó. En tercer año de la
secundaria perdió a su coche, y no estaba ni un poco agitada. Nunca esperó
mantenerlo tanto tiempo como lo tuvo, tan acostumbrada a ser defraudada. Tan
acostumbrada a ser decepcionada. Tan acostumbrada a venir en segundo lugar
a todo lo demás en la vida de él.
—¿Por qué era así? —pregunté, más preocupada de lo que pensaba que
iba a estar—. ¿Por qué no aceptaría dinero de usted? Es familia.
—Le pregunté eso una vez. Me dijo que vio cómo miraba a su padre, a
mi hijo, y nunca quiso que la mirara de esa manera.
Sus últimas palabras fueron tan entrecortadas que eran difíciles de
descifrar. Rompió a llorar. Sus hombros temblaban. Una fuerte mano sobre sus
ojos.
Le permití llorar de pena, sabiendo que era mi señal para partir, pero
había una cosa más que no terminaba de creer.
Cuando se recuperó lo suficiente como para continuar, le pregunté—:
Señor Adams, esta va a ser una pregunta muy delicada, pero si usted tiene tanto
dinero, ¿por qué está viviendo en este apartamentito en un centro de retiro? No
estoy segura de creer el argumento del trabajo de jardín. Usted podría pagar un
centenar de jardineros.
—Hace aproximadamente dos años, justo después de que Emmy
consiguió su trabajo en el hospital, decidí que no quería desperdiciar ni un
centavo en mí mismo y mis estúpidos hábitos de consumo. Me retiré y liquidé
todo. Junté cada moneda que tenía y lo puse en un fondo fiduciario para Emmy.
En el día que me muera, se suponía que ella conseguiría millones. Quería que
todo fuera para ella. —Rompió a llorar de nuevo, y le tomó un momento
decir—: Nunca esperé vivir más que ella. ¿Cómo algo como esto es siquiera
justo?
No lo era.
Después de que acompañé al señor Adams al comedor del centro para la
cena, le di las gracias y me dirigí a casa. Era tarde, y oler la comida en el
comedor parecía ayudar a mi apetito a encontrar su camino de regreso a mí
después de su reciente hiato. Creo que fue a Escocia.
El señor Adams era un hombre maravilloso, y yo estaría comprobándolo
cada vez que viniera a ver a la señora Allen.
Traducido por Val_17
Corregido por Miry GPE
Estoy bastante segura de que, si me dan una capa y una linda tiara,
podría salvar al mundo.
(Hecho verdadero)
Dije mis adioses a Pari y Heather y me dirigí a Misery para hacer una
llamada. Neil Gossett probablemente ya se encontraría fuera del trabajo. El cielo
se había oscurecido, y las nubes que aún permanecían pasaron de ser de un
hermoso gris humo a un intenso negro siniestro. Si cada día pudiera ser tan
sereno. ¿Y la guinda de la página central de Playgirl? Las carreteras se hallaban
despejadas. Me preocupaba que con toda el aguanieve que cayó, tuviera que
conducir sobre hielo sólido.
Tenía que amar Nuevo México.
Agradecida de tener el número celular de Neil gracias a uno de los
recursos de Cookie que fingió que era una periodista queriendo hacer una
historia sobre él para Santa Fean, lo dejé sonar hasta que el correo de voz saltó.
Entonces, colgué y llamé de nuevo. Y otra vez. Esto se prolongó durante varios
minutos hasta que Neil lo recogió en tono molesto como el infierno.
—Sí —dijo, en un tono de punzón afilado.
—¡Hola, Gossett! —dije tan feliz como pude—. ¿Cómo lo llevas?
—Igual que siempre.
—¿Ah, un poco a la izquierda? —En realidad no lo sabía, pero ¿cómo iba
a dejar pasar una oportunidad así?
—¿Quién es?
Me sentía herida. Realmente lo estaba. O lo habría estado si Neil y yo
hubiéramos sido amigos. Éramos más como conocidos de la escuela secundaria
que tenían cero necesidad de comunicarse, excepto cuando lo hacíamos. Como
ahora.
—Es‖Charley…‖Davidson...‖‖Fuimos‖a‖secundaria…
—Sé quién eres, Charley. ¿Cómo conseguiste este número?
—Oh, eso. Mi asistente llamó a tu asistente y se hizo pasar por una
reporter…
—No importa. ¿Qué pasa?
—¿Reyes tenía visitas conyugales mientras se encontraba en tu
establecimiento?
Se aclaró la garganta y suavizó su voz. —¿Cómo está?
—Libre.
En verdad, me agradaba Neil. No en la escuela secundaria, pero había
madurado mucho. Tenía que reconocérselo. Siempre tuvo una debilidad por mi
hombre mientras se encontraba en prisión por un crimen que no cometió. De
alguna, manera lo apoyó tanto como un guardián adjunto podría apoyar un
preso. Pero sabía que Reyes era diferente. Especial. Destinado para cosas más
grandes.
Si solo supiera la mitad de ello.
—¿Puedo preguntar por qué?
—Está pagando manutención de un niño que tiene cinco años, así que a
menos que lo liberaras para la ocasional noche de chicos en la ciudad, tuvo
conyugales.
—No las tenía —dijo al sonido de una parrilla que chisporroteaba en el
fondo—. No exactamente.
Fruncí el ceño, repentinamente preocupada. —¿Qué significa eso?
—Esto significa que él no tenía ninguna visita conyugal.
—Así que, ¿pudo tenerlas? ¿Nuevo México las permite?
—Ya no. Las ofrecieron durante unos treinta años, pero el estado terminó
con ellas en el 2014. Y había requisitos estrictos. La mayoría de los internos
tenían que estar casados antes de su reclusión para incluso ser considerados,
entonces atravesaban un largo proceso de solicitud. Por lo tanto, puedo
asegurarte, Farrow no tenía visitas conyugales.
—¿Pero? —Realmente sentí un pero viniendo.
—Pero... sí, eso no significa que el niño no pueda ser suyo. Hubo una
situación con una guardia correccional.
—¿Qué? —pregunté, sorprendida.
—Tres, en realidad, pero ésta en particular... ah, y una ex vigilante
adjunta femenina, por lo que cuatro, supongo, y esas son solo de las que yo sé.
—Esto no es real.
—Pero por lo que sé, él no inició el contacto. Si eso ayuda.
—Oh, Dios mío —le dije—. Mi marido era un mujeriego incluso en la
cárcel.
—En‖su‖defensa…
—Gossett —dije con los dientes apretados.
—En su defensa —continuó, siguiendo como lo hacía en el fútbol—, no
tengo la certeza si alguna vez hubo algún contacto sexual. Las relaciones entre
las guardias correccionales y los internos estaban estrictamente prohibidas, no
es que no pasaba, pero Farrow como que se mantenía para sí mismo. Obtenía
mucha atención, de ambos sexos, pero por lo que podía ver, no parecía muy
interesado.
—¿En serio? —pregunté, ese rayo de sol golpeándome en el estómago.
—Por otra parte, es difícil mantener un ojo sobre ellos todos los días a
toda hora.
—Gracias. —Decepción amenazaba con rasgar mi corazón.
—No hay problema.
—Está bien, déjame solo preguntar, ¿hubo situaciones en las que un
interno dejara una guardia correccional femenina embarazada?
Vaciló durante tanto tiempo que ya sabía la respuesta antes de que dijera
nada. —Mujeres guardias correccionales quedaban embarazadas y tomaban
licencia de maternidad todo el tiempo. La mayoría de ellas estaban casadas.
Pero hubo una. Oímos un rumor que había estado viendo a un interno. Cuando
la interrogaron, confesó que era un interno el que la embarazó, pero se negó a
darnos un nombre.
—¿Cuál era su nombre? —pregunté, mi corazón hundiéndose más a cada
segundo.
—Davidson, no puedo darte esa información. Tú lo sabes.
Maldita sea. Pensé que lo tenía.
—Mis setas se están quemando. ¿Hemos terminado?
—Supongo. ¡Espera! ¿Puedes decirme al menos cuándo sucedió?
—Davidson —dijo en advertencia.
—Vamos, Gossett. Por los viejos tiempos.
—Me odiabas durante esos viejos tiempos.
—No te odiaba. Solo te encontraba muy molesto.
—Te intimidaba, ¿verdad?
Resoplé. —Deja de tratar de cambiar el tema.
—Oh, hombre —dijo, su voz gimoteando más de lo habitual—. No
puedo recordarlo con exactitud. ¿Diría que tal vez hace cinco o seis años? Todos
ellos se confunden. Hubo esta vez...
Empezó a contarme una historia acerca de un preso que se cortó por
accidente‖ su‖ propia‖ arteria‖ con‖ una‖cuchara,‖ pero‖ me‖ perdió‖ en‖ “hace‖cinco‖ o‖
seis‖años”.‖Mi‖marido‖tenía‖otro‖hijo.
Café
Libertinaje
Locura
Uno realizado. Dos por buscar.
(Actualización de estado)
Dejé‖a‖Pari,‖con‖la‖esperanza‖de‖encontrar‖a‖Osh’ekiel‖en‖algún‖lugar‖de‖
la gran inmensidad. Pero Cookie llamó antes de que llegara muy lejos.
—La Casa Lederhosen de Charley.
—¿Puedes hablar?
—Creo que sí. Puede que arrastre las palabras un poco. No pudimos
dormir mucho. De lo contrario, estoy bien.
—Juegos de azar.
—Demonios sí. Las Vegas. Blackjack. Strippers masculinos.
—El señor Adams.
—Creo que puede ir también, pero tiene que conseguir su propia
habitación.
—Es por eso que fracasaron todos sus negocios.
Me detuve a medio paso. —¿Intentas decirme que el señor Adams tiene
un problema con el juego?
—Uno enoooooooorme —dijo—. Está enterrado en deudas. Y no de las
buenas.
¿Existían unas buenas? Y ahora la pregunta de los 20.000 dólares. —¿A
quién le debe?
—Todo lo que pude averiguar es que su corredor de apuestas es Danny
Trejo. —Cuando no dije nada, dijo—: Lo siento, vi Trejo y quedé encantada. Su
corredor de apuestas es Umberto Trejo.
—De ninguna manera. Sin duda, ese no es el mismo Umberto Trejo que
fue a la escuela conmigo. Y ¿de dónde sacaste esta información? —Estaba
totalmente impresionada.
—Tengo mis fuentes.
—Mm-hm. ¿Tío Bob?
—Sí. Parece que han estado buscando a Adams, también.
—Pensé que él no sabía nada sobre el caso.
—Oye cosas. Eso es lo que dijo.
—¿Y compartió esto contigo después de que amenazó con arrestarnos
porque...?
—Le prometí una cita muy especial.
—Cookie —le dijo, sorbiendo por la nariz—, estás creciendo tan rápido.
Con mis planes para cazar a Osh frustrados una vez más, hice un par de
llamadas y me dirigí a un antro en Mitchel que se llamaba El Antro. Según mis
fuentes, ahí era donde Umberto llevaba a cabo su negocio. Y si era así, tuve la
sensación de saber para quién trabajaba, un abogado de mala muerte que tenía
en su mano más tarros de galletas infectados de moho que un congresista
corrupto.
Entré para encontrar varios hombres esparcidos por el lugar. Casi todos
los hombres allí se volvieron hacia mí, ya que la paranoia levantaba su fea
cabeza. Tenía que apestar ser un criminal y sospechar de toda persona que se
veía. Existían formas menos estresantes para ganarse la vida.
La única persona que no se giró hacia mí era un tipo fornido y bajito que
escribía en un bloc de notas. Me acerqué a él, con toda la indiferencia.
—Si no es Zumberto. —Solíamos llamarlo así porque pasaba zumbando
por todas partes. No podía sentarse más de unos pocos minutos a la vez. Pudo
haber sido el niño del cartel para un anuncio de la píldora psicoestimulante
Adderall.
Sorprendido, levantó la vista hacia mí. —¿Charley Davidson?
—Todo el día, todos los días. ¿Cómo has estado? —Me senté tres
taburetes luego de él, más cerca de la puerta y la libertad por si necesitaba salir
corriendo. Todos los ojos seguían puestos en mí, demasiado tensos, demasiado
preparados para torturarme para obtener información. O simplemente para
torturarme. Esto era un caso grave de paranoia.
Se movió, repentinamente incómodo. —Bien. ¿Qué pasa? He oído que
trabajabas para la policía.
—Y yo solo puedo imaginar para quien trabajas tú.
—Para nadie. Soy dueño de este lugar. —Indicó el pequeño edificio
levantando la barbilla al más puro estilo mafioso.
—Permíteme corregir. ¿Para quién haces apuestas?
Presionó su boca en una sonrisa evasiva y se encogió de hombros. —Ni
idea de qué hablas. Y podrías pensar en irte, ahora.
Me moví un taburete más cerca. —Estoy aquí por un asunto oficial. No
me gustaría que este lugar sea allanado. —Chasqueé la lengua y observé todo.
La madera sucia y espejos deslucidos. El suelo que descendía hacia el norte. Las
mesas de billar en muy mal estado—. No me gustaría verte perder esta joya.
—Sirve para su propósito. ¿Por qué la amenaza? Nos llevábamos bien en
la escuela, ¿verdad?
—Sí, es cierto. —Me atreví a decir que éramos amigos. Siempre me han
agradado los payasos de la clase—. Pero eso fue antes de que empezaras con las
apuestas. ¿También cobras las deudas tú? —Eso explicaría por qué se
encontraba el matón aquí a una hora tan temprana.
—Davidson, ¿qué quieres que diga?
Me moví otro taburete más cerca. Umberto despachó con la mano a un
hombre que venía a intimidarme. —Puedes decirme cuál es el trato con uno de
tus clientes.
—¿Hablas de tus clientes, señorita PI?
—Por lo tanto, has estado siguiéndome el rastro.
—No, hombre, solo lo sé porque ayudaste a mi primo. —Dejó caer la
farsa y se suavizó—. Él iba a ser procesado por secuestro y obstrucción o algo
así. Tú demostraste que esa chica loca le tendió una trampa. Eres una chica
dura, Charlotte Davidson.
—De ninguna manera. —Me encontraba sentada en el taburete a su
lado—. ¿Eres el primo de Santiago? Yo solía tener un flechazo con él.
—Todo el mundo lo tenía. Maldita sea, ese pendejo consiguió a todas las
chicas en la escuela. —Hizo una seña al camarero—. ¿Qué puedo conseguirte?
—Oh, solo agua. Yo... tuve una noche interesante. Estoy un poco
deshidratada.
—Escuché eso. Por lo tanto, ¿por qué estás en mi negocio?
—Necesito información acerca de una persona de tu registro.
—No estoy seguro de que pueda decirte nada, pero dispara.
Pensé en cómo formar las preguntas sin parecer demasiado molesta, pero
me di por vencida antes de que llegara a cualquier lugar prometedor. —
¿Cuánto te debe Geoff Adams?
Él observaba hacia el frente. Una lenta sonrisa se dibujó en su rostro. —
No sé de quién hablas.
Sabía que no funcionaría. —¿Entonces me puedes decir si te debía
dinero?
—Solo me ocupo del registro. Si debía dinero, por ejemplo, a alguien de
la organización, es condenadamente seguro de que no es a mí.
—Oh. Está bien. —En realidad no se parecía al tipo cerebro del grupo.
Decidí apelar a su sentido de la familia—. Umberto —dije, poniendo una mano
en su brazo—, es importante. Su hija murió.
Apretó los dientes, puso la copa en la barra, y se volvió a mí. Entonces se
acercó. Puso una mano en mi cadera. Se inclinó hacia delante hasta que su boca
se hallaba sobre la mía.
No había lujuria en sus ojos. No tenía ninguna intención de toquetearme.
Sí, sin embargo, buscaba un micrófono. Metió una mano debajo de mi suéter,
mi estómago, y más allá de Peligro y Will. Por suerte, yo no era mojigata. Su
manoseo habría puesto nerviosa a alguien como Cookie. ¿Pero a mí? Me podía
toquetear todo el día, siempre y cuando eso fuera todo lo que hiciese. Y me
dijera lo que tenía que saber al final de la misma.
Cuando tanteó en torno a mi espalda y a lo largo de la cintura de los
vaqueros, deslizando sus dedos un poco más de lo necesario, lo utilizó para
tirar de mí a través de los taburetes hasta que mi entrepierna quedó a
horcajadas sobre la suya. Mientras hacía todo eso, mostró una insignificante
pizca de lujuria, pero solo una insignificante. Nunca había estado interesado en
mí, y ambos lo sabíamos.
Me incliné para que pudiera presionar su boca a mi oreja. La habitación
se había quedado en silencio. Nadie se movió mientras observaban el
espectáculo erótico reproducirse ante ellos.
—Solo te estoy diciendo esto porque no tuvimos nada que ver con la
muerte de la chica.
—Me parece bien.
Poniéndome a prueba aún más y viendo lo lejos que podría llevar la
farsa, deslizó una mano entre mis piernas, acariciándome suavemente con su
dedo pulgar.
—Él le debía a Fernando una tonelada de mierda. El tipo era una ruina
total y simplemente siguió una y otra vez. Metiéndose cada vez más profundo.
Y ese no es un lugar en el que uno desee estar con Fernando.
—Podrías haber dejado de aceptar sus apuestas.
—Oye, si Fernando dice que le dé una ficha, se la doy. Parece que el
padre del chico es adinerado, y Fernando tenía un plan.
—Esto suena mal.
Dejó que sus labios acariciaran el lóbulo de mi oreja. La barba de su
rostro me hizo cosquillas, y casi me reí.
—Digamos que su última apuesta fue grande. Creía que sabía algo acerca
del juego, pero eso iba a dejarlo con más de trescientos de los grandes.
—Mierda.
—Fernando aceptó la apuesta. Le dijo a Adams que si perdía y no podía
pagar una vez más, empezaría a matar a todos los que amaba, empezando con
su hija.
—Umberto —dije, preguntándome de pronto en que se metió. Curvé mis
dedos dentro de la manga de su chaqueta.
Tiró de mí con más fuerza. —No entiendes. Cuando el juego no fue como
esperaba Adams y la chica murió realmente, Fernando enloqueció. Se puso
histérico, querida. Estaba tan molesto. Pensé que alguien de su banda lo hizo sin
su‖permiso,‖pero‖créeme,‖eso‖no‖sucedió.‖Él…‖interrogó‖a‖todos.
Me eché hacia atrás para mirarlo. —Umberto, ¿estás seguro de que no lo
hizo? Porque eso sería una gran coincidencia.
—Ve a preguntarle tú misma, querida. Lo verás.
—Bueno. ¿No te meterás en problemas?
Me soltó y extendió las manos. —Nunca. Soy purísimo, bebé.
Los hombres que nos rodeaban se rieron mientras me paraba para irme.
Me atrapó y se inclinó de nuevo. —Realmente no necesitaba el espectáculo.
—Tú y yo sabemos que no es verdad.
Levantando la mano a mi cara, pasó el pulgar por mi labio inferior y
luego lo lamió como si saboreara el último rastro de chocolate en la punta de los
dedos.
Me quedé impactada. No sentí el deseo viniendo de él en oleadas como
lo hacía cuando un chico por lo general estaba interesado. Entonces me di
cuenta de por qué. No era lujuria lo que sentía, sino algo más profundo.
Tomó mi mano y la apretó contra su pecho. —Me rompiste el corazón
una vez, querida. Tengo que protegerlo ahora. Lárgate. —Me guiñó un ojo
juguetonamente y luego me soltó la mano y se volvió de espaldas a mí. Me
tomó un largo momento para darme cuenta de que no bromeaba.
Salí, devanándome los sesos, intentando recordar cómo y cuándo,
posiblemente, pude haber roto el corazón de Umberto. Decir que habíamos sido
amigos era una exageración. Nos encontrábamos en la misma clase. Lo conocía.
Él me conocía. Pero nunca nos habíamos dado mutuamente la hora del día.
Misery ronroneó a la vida a mi alrededor; su motor solo un poco más
fuerte que un 747. Estaba a punto de regresar a la oficina para más
reconocimiento, sobre todo acerca de este personaje Fernando, cuando llegó un
mensaje de texto. Debe haber sido de Umberto. Decía que Fernando podía
verme en dos horas y tenía una dirección para la reunión.
No respondí.
Ya que tenía algo de tiempo libre y no iba a tener que cazar a Fernando,
conduje hasta la casa del señor Adams. No podía creer cuánto me equivoqué
sobre él. Lo etiqueté como un hombre coherente. Un padre estelar. Un pilar de
la sociedad. Pero incluso su propio padre tenía solo cosas malas que decir sobre
él.
¿El señor Adams padre sabía que el señor Adams hijo era también un
jugador degenerado, tan cliché como era? No lo creía. Me lo habría dicho. Pero,
¿cómo puede alguien estar tan metido en los juegos de azar, perder todo una y
otra vez, y nadie saberlo? Nadie con quien he conversado, por lo menos.
Cookie y yo charlamos de todo lo que averiguó sobre el señor Adams,
mientras yo estaba siendo toqueteada. Él había tenido una vida colorida llena
de una gran cantidad de eventos desafortunados. Un poco demasiado.
El señor Adams se encontraba en casa cuando golpeé la puerta. Era una
cáscara cuando abrió la puerta. Pálido y marchito como si tuviera toda la
intención de simplemente dejarse consumir. La culpa lo comía vivo. Umberto
tenía que estar equivocado acerca de su jefe. Fernando tuvo que haber hecho
esto.
—Señora Davidson. ¿Encontró algo para exonerar a Lyle Fiske? —
preguntó mientras mantuvo la puerta abierta.
—Todavía no, pero estoy muy cerca.
Nos sentamos en su sala de estar sucia. Revistas yacían sobre el
apartamento. Un cesto de ropa se encontraba en un extremo del sofá con los
platos sucios completando el desorden. La parte más limpia de la habitación era
un tanque con una tortuga.
Resistí el impulso de presentarme a la tortuga. —Señor Adams, estoy
haciendo todo lo posible para descubrir qué le pasó a su hija, pero necesito su
ayuda.
—Por supuesto. Cualquier cosa.
—No pude dejar de notar que ha tenido algunos accidentes
desafortunados en los últimos años. Cosas extrañas como una pierna rota. Un
hombro dislocado. ¿Y que perdió dos dedos en un accidente de construcción?
Juntó las manos. —Señora Davidson, ¿qué tiene eso que ver con mi hija?
—Señor, prometió ser honesto conmigo. —Cuando no dijo nada, añadí—
: Creo que tiene mucho que ver con ella y una cierta apuesta que usted ha
realizado.
Casi no había dicho la última palabra cuando el señor Adams se rompió
por completo. Sollozó en una toalla posada en el sofá. Sus hombros se agitaban
tan fuerte que pensé que había roto sus costillas.
—Acepté la apuesta —dijo, con la voz quebrada en cada sílaba—. No
creía que él lo haría.
—¿Un hombre que rompería su pierna? ¿Qué le quitaría los dedos?
—Fernando no hizo esto. —Levantó la mano. Sus dedos meñique y
anular estaban cortados desde el nudillo—. Ese fue otro corredor de apuestas en
otra ciudad en otro momento.
—¿Por cuánto tiempo ha estado sucediendo esto?
—Desde que estaba en la escuela primaria. Apuesto cualquier cosa. Solía
ser enviado a casa por llevar a cabo juegos de dados en el patio escolar. Pasaba
días sin comida y usaba ese dinero para hacer una apuesta de un tipo u otro.
—¿Su padre no le consiguió ayuda?
Se rió un largo momento. Fue amargo y lleno de dolor. —Oh, nunca he
estado a la altura de sus estándares prístinos, y no me deja olvidarlo. Los
hombres Adams no necesitan ayuda. Ellos tienen que resolverlos solos.
—¿Es por eso que lo hizo? ¿Cómo una venganza hacia él?
—No lo sé. Todo lo que sé es que acepté la apuesta. Firmé la sentencia de
muerte de mi propia hija. —Se rompió de nuevo.
—Lo siento, señor Adams. Pero todo esto es referencial. No limpiará a
Lyle Fiske. Las pruebas contra él son demasiado sólidas. Necesitamos algo más
para dejarlo libre. Necesitamos una garantía.
Y podría tener una. No podía llevar un micrófono a la reunión con
Fernando, pero tal vez podría conseguir algo que nos ayudaría. Ver algún
indicio que absolvería a Lyle.
Fernando tenía que haberlo hecho. ¿Quién más? A menos que un
miembro de su banda lo haya hecho, posiblemente pensando que se ganaría la
simpatía de Fernando. Pero cuando él enloqueció y comenzó a cuestionar sus
hombres, el responsable se calló, asustado por su vida.
Si el culpable se hallaba en la reunión, sería capaz de sentirlo. Por lo
menos, podría decirle a Fernando y negociar para que el culpable se entregue.
Justo cuando me paré para irme, vi una escopeta en la esquina de la sala
de estar, y sabía exactamente por qué estaba allí.
—Lo siento, ¿pero podría traerme un vaso de agua?
—Por supuesto.
En el momento en que salió de la habitación, le envié un mensaje a
Parker. En la casa de Adams. Ven aquí ahora.
En una reunión. Estaré allí en una hora.
Maravilloso. ¿Cómo iba a mantener ocupado al señor Adams por una
hora? Yo misma tenía una reunión.
No podía meter a Cookie en esto. Ubie se encontraba ocupado. Tampoco
podía arrastrar a Pari. Acababa de arrastrarla en el caso de Heather. No tenía
elección.
Cuando volvió a entrar, lo apunté con la escopeta.
—¿Qué es esto? —preguntó, alarmado. Con buena razón.
—Siéntese —dije, indicando al sofá con un gesto de la pistola como lo
hacían en las películas.
Se quedó allí, tomó un trago del agua que estaba destinada para mí, y se
resignó a su destino abriendo las manos. Mierda, no pensé en eso. Apuntar con
un arma a alguien que es suicida es como que la Navidad llegue antes.
Nunca pienso en el futuro.
—Lo dije en serio —dije con los dientes apretados, con la esperanza de
que me haría sonar más auténtica.
—Solo hágalo. Por favor. —Las lágrimas aún brillaban en sus ojos, y tan
enojada como me sentía con él, mi corazón aun así dolía.
Solté una respiración ruidosa en derrota y comencé a bajar el arma
cuando me acordé de la tortuga en el tanque. Sonreí y apunté con la pistola en
su dirección. —Siéntese.
Gracias a Dios el señor Adams no tenía idea de que era más probable que
le pegue un tiro a él antes que a la tortuga.
Traducido por Marie.Ang
Corregido por Vane Farrow
Si al principio no triunfas,
destruye toda evidencia de que lo intentaste.
(Stephen Wright)
Los dejé a sus negocios, dándome cuenta que avivé un fuego que ya
ardía en su interior. Me encaminaron a Misery, apisonando el millón de
preguntas que quemaba en su interior, y asegurándose de que podía manejar
antes de dejarme, pero tenía la sensación de que volverían.
Después de poner la dirección que Cookie me envió en mi GPS, me dirigí
en esa dirección una vez más. Esperaba que todavía hubiera luz para cuando
llegara ahí, pero dudaba que el GPS me ayudaría mucho hacia donde íbamos
Misery y yo. Gracias a los dioses que ella era todo terreno.
El sol acababa de ponerse cuando finalmente, después de cuatro pasos,
encontré la salida. Siete minutos y casi cinco kilómetros de baches después,
divisé una pequeña cabaña rústica ubicada en la base de las montañas. Este era
un lugar favorito para cazadores, por lo que la mayoría de las cabañas en esta
área no tenían electricidad o agua potable, pero conociendo al Sr. Adams Sr,
esta sí.
Humo ascendía en el aire proveniente de una estufa a leña, pero el
ocupante de la cabaña se encontraba sentado en una mecedora, tomando los
últimos rayos del sol del día.
Emery Adams se levantó y acunó su mano sobre los ojos para tratar de
ver más allá de mis faros. Debe haber tenido compañía ocasionalmente, porque
mi llegada no la sorprendió. Solo parece medianamente interesada hasta que se
dio cuenta que no era quien esperaba.
Se puso de pie de un salto y envolvió con más fuerza la gruesa chaqueta
alrededor de sus hombros. Cabello hasta los hombros del color del azúcar
moreno voló alrededor de su rostro. Sus rasgos eran suaves y bonitos, pero
alertas. Entrenados.
Salí y caminé hacia ella. La puse nerviosa. Miró alrededor como si
estuviera a punto de saltar, pero ¿a dónde iría? Probablemente moriría a la
intemperie si salía corriendo al bosque. Definitivamente se perdería y le sería
difícil encontrar su camino de regreso.
Cuando me encontraba lo suficientemente cerca para ser escuchada y sin
elevar demasiado mi voz, me presenté.
—Hola, Srta. Adams. Mi nombre es Charley Davidson. Estoy aquí para
decirle que sus planes mientras fueron excelentemente ejecutados, se atascaron
un poco en el camino.
—No sé a lo que se refiere.
—Lyle Fiske está a punto de ir a prisión por tu asesinato.
Ambas manos volaron a su rostro y lo cubrieron.
—Y ya que aún estás viva y todo eso, pensé que podríamos tratar de
conseguir que los cargos sean retirados.
—No —dijo desde detrás de sus manos. Se sentó en la silla, pero
mantuvo las manos sobre su rostro como si bloquearan las noticias que le di—.
No. Él estaba fuera de la ciudad. ¿Por qué sospecharían de él?
—Porque nunca dejó la ciudad.
Me miró al fin. —Sí, lo hizo. —Su incredulidad era palpable—. Estaba en
el aeropuerto. Lo vi ahí.
—¿La aplicación? —pregunté, esquivando la maleza para acercarme.
Cuando asintió, dije—: Fue al aeropuerto. Comenzó a registrarse. Pero sintió
que algo estaba mal, así que cambió de idea y volvió a la ciudad.
Sus dedos se curvaron en puños sobre su boca. —No.
Me arrodillé a su lado. —Si no vuelves conmigo, puede ir a prisión por el
resto de su vida.
Cerró los ojos con fuerza. —Nunca quise esto. Nunca quise herirlo.
—Entonces, ¿no pensaste que tu asesinato lo lastimaría? ¿Quizás solo un
poco?
—Quiero decir, nunca quise que se involucrara en esto. —Centró su
mirada en la mía—. Traté de romper con él, pero no pude.
Existía tanta equivocación en esa declaración, pero decidí dejarlo pasar.
—Él no tenía nada que ver con esto. Esto es por mi padre.
Lo imaginé. —Si ayuda, está lleno de culpa. Incluso contemplando el
suicidio.
Su barbilla se alzó en desafío, rehusándose a sentir algo por el hombre.
Pero podía sentir el dolor creciendo dentro de ella. Solo engañaba a una de
nosotras, y no era a mí.
—Él no lo habría hecho. El suicidio. No tiene el coraje.
—De todas formas, tiene el corazón roto.
—A sus ojos, es culpable de asesinato. Quería que sintiera lo que sentí
cuando hizo esa apuesta.
—Escuchaste la conversación entre tu padre y Fernando.
Asintió. —Le dijeron. Dijeron que si perdía y no podía pagar esta vez, no
se molestarían en ir tras él. Me matarían. Le dieron un ultimátum. ¿Y sabes lo
que hizo?
Bajé la cabeza, sabiéndolo muy bien.
—Hizo la apuesta. —Su respiración se atascó en su pecho—. Apostó mi
vida en un jodido juego.
—Lo siento, Emery.
Se curvó y sollozó hasta que la noche se hizo lo suficientemente fría para
congelar las lágrimas en sus mejillas. La llevé al interior de la cabaña e hice algo
de café a la vieja escuela.
Tras darle una taza, dije—: Fue bastante ingenioso el cómo hiciste todo
esto.
—Claramente no lo suficientemente ingenioso. Lo descubriste. —Sacudió
la cabeza. Se frotó la frente con el dorso de su mano—. No puedo creer que
piensen que Lyle me mató.
—Cuando no pudo contactarte, usó la aplicación para encontrarte, pero
ese era tu plan de respaldo, ¿no?
Asintió y envolvió las manos con más fuerza alrededor de la taza. —No
sabía si alguien encontraría mi auto ahí, así que tuve que planear que él le dijera
a la policía que tenía una aplicación para encontrarme. Pensé que ellos
encontrarían el auto. No él. Y ciertamente no en el mismo día que lo hice. —
Alzó la mirada hacia mí—. ¿Cómo lo supiste?
—Había varias pistas. Tu teléfono se hallaba en el cargador de tu auto,
para empezar. Lyle mencionó que era del tipo que se seguía cargando incluso si
el auto estaba apagado. Y dijo que fue tu idea obtener las aplicaciones. Me tomó
un rato, pero me di cuenta de que lo hiciste a propósito.
Avergonzada, bajó la cabeza.
—La sangre fue parte de lo que me atrapó inicialmente, hasta que me di
cuenta de en dónde fuiste atrapada llorando en el hospital. En el laboratorio. Te
hiciste una prueba de sangre dos días antes. Un técnico del laboratorio lo
mencionó en una entrevista, así que ¿por qué habrías estado ahí de nuevo? No
estabas embarazada. Tu recuento de células blancas era alto, pero no tenías una
infección. Estuviste casi a punto de desmayarte más de una vez, y estabas
tomando hierro.
No refutó nada de lo que dije.
—Y si solo llorabas, ¿por qué tenías sangre en tu falda? Pequeñas pistas
como esa. ¿Cuánto tiempo estuviste guardando tu sangre? —Sabía que estuvo
guardando su sangre. El recuento de células blancas lo arrojó. Cuando alguien
dona sangre, pierde células rojas que deben ser remplazadas. La sangre. El
desmayo. El hierro. Se añadía a solo una conclusión.
—Dos semanas. Sabía exactamente cuándo necesitaba para hacerlo
parecer como que no pude posiblemente haber sobrevivido al ataque. No tenía
ni de cerca lo suficiente, pero lo suplementé y me aseguré de que la sangre
empapara los asientos.
—Entonces,‖ideaste‖este‖plan…
—Esa noche. Cuando hizo la apuesta, algo dentro de mí murió. Pero eso
aún no explica cómo es que me descubriste en primer lugar. ¿Qué me delató?
—Empezó con una conversación que tuve con Fernando. Dijo que hizo
esa amenaza dos semanas antes de que desaparecieras. Y antes de eso, todos tus
amigos y familia dijeron que empezaste a comportarte de manera extraña
alrededor del mismo tiempo. Sumé dos más dos. También, no había tejido en el
auto. Sin piel, cabello o materia gris.
Cerró los ojos. —Pensé en eso, pero a menos que me cortara carne del
cuerpo o trozos de cerebro, no podía dejar nada. Incluso si conseguía algo de la
morgue, habrían sabido que no era mío, eventualmente.
—Por cierto, vas a querer vender ese auto.
—Oh, dios mío. No puedo creer que arrestaron a Lyle. —Dejó caer su
rostro en sus manos—.‖ Él‖ va‖ a‖ odiarme.‖ He‖ arruinado…‖ todo.‖ Todo por ese
hombre. Ese hombre ganó de nuevo. De alguna manera, gana cada vez. —Su
barbilla temblaba mientras pensaba en ello—. Hubo una vez en que me trajo un
muy lindo reproductor de CD. Quizás tenía doce años. Sabía que no lo tendría
por mucho tiempo. Perdió dinero en el hipódromo o en el bar, y vino para
empeñarlo. Pero lo amaba. Quería mantenerlo con tantas ganas, así que lo
escondí en el sótano bajo nuestra casa.
»Es tan estúpido. Quiero decir, ni siquiera podía escuchar algo con él.
Pero simplemente lo quería, así que le dije que me lo robaron. Que alguien
irrumpió en nuestra casa mientras se encontraba en el trabajo y se lo llevó. Vine
a casa desde la escuela dos días después, y había desaparecido.
Cuando me miró de nuevo, la furia que sentía muy dentro de ella se
agrupó en las profundidades de sus irises. —Jamás lo mencionó. Ninguno lo
hizo. Avanzamos en nuestras vidas como si nunca lo hubiera tenido. Un
reproductor de CD es una cosa, pero mi vida. —Su voz se quebró—. Apostó mi
vida como si fuera un objeto. Como si fuera desechable. Como si yo fuera
desechable. Se merece todo el dolor que está experimentando en estos
momentos.
Ciertamente no podía discutir eso. Hice huevos con tocino mientras
empacaba sus cosas. Incluso pensó en ello. No se llevó nada de su casa. Compró
los utensilios de aseo personal y ropa nuevos. Comimos en relativo silencio,
ambas miserables.
—Arruiné mi vida. Arruiné mi vida por culpa de ese hombre.
—Quizás no —dije, pensando en ello.
—¿A qué te refieres? Seré arrestada. Definitivamente perderé mi trabajo.
Olvídate de tener algún futuro con Lyle. —Meneó la cabeza—. Él era lo mejor
después del pan en rebanadas.
—Entonces, ¿cuándo trataste de romper con él?
—Trataba de alejarlo de esto tanto como era posible.
—Lo imaginé. ¿Y si vamos con esto de una manera un poco diferente?
¿Qué tan buena eres mintiendo? ¿Y cuán alta es tu tolerancia al dolor?
Tío Bob apareció en la escena, y supe que podía sentir algo torcido, pero
le desagradaba Joplin lo suficiente como para no importarle. Se llevaron a
Emery inmediatamente en una ambulancia, pero me detuvieron e interrogaron
por años.
Si esto funcionaba, prometí corregir mis acciones. Hacer buenas cosas y
dejar de divertirme a causa de las elecciones de accesorio de otras personas. Lo
único que podía inclinar la escala a nuestro favor era el hecho de que Emery se
cayó en un barranco el día que llegó a la cabaña. Ya llevaba algunas heridas y
arañazos feos y un llamativo corte en su pierna ya que fue apuñalada por una
rama rota. Eso funcionaría magníficamente a nuestro favor.
Aun así, tuve que maltratarla un poco. O lo intenté. Me llamó cobarde e
hizo la mayoría por su cuenta.
—Dime de nuevo —dijo Joplin—, ¿cómo es que te tropezaste con mi
persona desaparecida?
Lo hemos hecho un trillón de veces, pero oliendo algo fuera de lo
normal, quería hacerme caer. Darle una razón para arrestarme. No iba a
suceder.
—Obtuve una pista de una fuente que una señora estaba siendo retenida
aquí contra su voluntad a causa de las deudas de juego de su padre.
Emery lanzó esa última parte. Quería llevar el asunto a casa. Y ya que el
Sr. Adams aparentemente tenía deudas de juego en varias ubicaciones, ¿quién
diría que encajaría con su secuestro?
—Querían enloquecer al padre, así que arrojaron su sangre, junto con la
de alguien más que robaron de un banco de sangre, por todo el auto. Llegué
aquí, revisé el área, y al final escuché un suave llanto viniendo del interior de
este granero. Entré y la encontré. No es ciencia lunar, Joplin.
—Sigue con esa mierda, Davidson, y…
—¿Acabas de amenazar a mi sobrina? —Mientras que la voz de tío Bob
era suave y calmada, su temperamento estaba disparado por el techo. Se
encontraba furioso—. Ella hizo lo que tú no pudiste, Joplin. Encontró a tu
persona perdida. ¿Y vas a darle mierda por eso? ¿Por qué? ¿Porque hizo el
trabajo por ti? —Se acercó hasta que se encontraban a meros centímetros—. Si
incluso‖le‖hablas‖así‖de‖nuevo…
—¿Harás qué? —preguntó.
Hombre, ese tipo nos odiaba. Me preguntaba qué hice.
El capitán entró entonces, su enojo subiendo un poco también. —Joplin
—ladró.
Joplin prácticamente saltó.
—Ven aquí —dijo con dientes apretados, sonando mucho como Clint
Eastwood. Era bastante masculino.
Mientras Joplin recibía un buen azote, envolví un brazo alrededor del de
tío Bob.
—¿Vas a decirme lo que realmente sucedió? —preguntó.
¿Cómo lo supo? —Resuelvo casos todo el tiempo. ¿Qué te hace pensar
que este no fue legítimo?
—Porque también descubrí lo que ella hizo.
—Maldición. —Lo miré.
—No todo, pero tenía mis sospechas.
—Tío Bob, ella tenía una muy buena razón.
Asintió. —Lo sé, cariño. Tengo completa fe en ti.
—¿En serio? ¿No vas a delatarme?
—¿Qué tipo de tío crees que soy? Además, Cook se divorciaría de mí.
Estallé en risas. —¿Tienes completa fe en mí? ¿De verdad?
—Sí. Bueno, no en tu cocina. Aparte de eso, absolutamente.
Jadeé. —Te he cocinado, como, dos veces.
—Dos veces es demasiado, calabacita. Dos veces es demasiado.
Finalmente me liberaron justo cuando Parker llegó. Había estado en una
reunión realmente grande, pero cuando llegó ahí no sabía cómo reaccionaría.
No dijo nada. Solo me dio un cuestionado pulgar arriba. Asentí, y se
pasó los dedos por el cabello con alivio. Lyle Fiske debería estar fuera de la
cárcel en una hora. No envidiaba la conversación que Emery tendría con él.
Me subí a Misery y salí del laberinto de graneros vacíos por el que vine
durante otro caso hace poco más de un año, sin tener idea de que serían tan
útiles algún día. Cuando giré a la derecha, mis faros atraparon el reflejo de una
gran camioneta negra. Conduje lentamente. Otro vehículo venía detrás, y la
camioneta se encendió, hizo una vuelta en U y avanzó. Era Garrett, y la persona
al volante era Javier, uno de sus colegas. Era hora de llegar al fondo de esto.
Seguí a Garrett todo el camino hasta su casa, mi sangre hirviendo. No
literalmente, porque eso dolería. Se estacionó en la calzada, y lo hice detrás de
él.
—Charles —dijo, ofreciéndome su sonrisa de marca registrada.
—No me llames Charles. —Aceché hasta llegar a él y lo piqué en el
pecho—. ¿Por qué estás siguiendo a tío Bob?
—¿Queeee?
Se dio la vuelta y entró a su casa con una furiosa mujer caliente a sus
talones.
—No te hagas el tonto, Swopes. ¿Por qué estás siguiéndolo?
—Es un trabajo. No puedo decirte. Mi cliente me ha pedido que se
mantenga confidencial.
—Pura mierda. Si estuviera siguiendo a tu tío, te diría quién me contrató.
—¿Ahora quién está tirando pura mierda a quién?
Tenía razón. Maldición. A menos que lo sacara a colación, jamás
revelaría el nombre de mis clientes.
—Estamos hablando de tío Bob.
—No, tú estás hablando de él. Yo voy a conseguir una cerveza.
Justo entonces, Osh habló como una presencia omnisciente. —Tráeme
una también —dijo.
Caminé hacia la sala de estar de Garrett y lo divisé jugando video juegos.
—¿Qué estás haciendo aquí? ¿Por qué no estás vigilando a mi hija?
—Lo hago a cada hora.
—¿Sabes cuánto puede suceder en una hora?
—Tenía unas cosas que hacer y planes con Swopes y tu esposo.
—Pero no conmigo.
—Sí, tú. Estabas en un caso. No queríamos molestarte. —Mató a otro tipo
malo. Al menos, esperaba que fuera un tipo malo. Osh era un demonio,
técnicamente un Daeva, así que podía estar matando a los tipos buenos por
todo lo que sabía.
—Ni siquiera voy a discutir contigo. —Me quité la banda del cabello y
me froté el cuero cabelludo—. He tenido el día más largo de la vida.
Garrett le trajo a Osh una cerveza y se ofreció a hacer café. Estos dos
hombres han estado conmigo en tanto, y la única persona en este plano que
podría saber de Reyes y su creación era Osh. Dos de mis mejores amigos. Y
sabían cómo guardar un secreto.
Deseché la idea del café, inusual, lo admitía, y me senté en la mesa de
café, la que no sabía para nada como café real, entre Osh y la televisión.
—Succionaré el alma de tu cuerpo —amenazó.
—Lo que sea. Tengo algo muy serio que hablar contigo. Algo así como la
aniquilación del mundo en serio.
—¿El mundo va a ser aniquilado? ¿De nuevo? —Apagó el juego y arrojó
el control en la mesa a mi lado—. Acabamos de detener una aniquilación.
¿Puede esperar esta?
Fruncí los labios.
—Oh, hablas en serio.
—Nunca bromearía con la aniquilación del mundo.
Tomó un largo trago, así como Garrett, quien se desabotonó la camisa y
dejó que colgara abierta mientras se sentaba, sus piernas estiradas y cruzadas
en los tobillos.
Unos chicos muy lindos.
Cerré los ojos y busqué coraje. —De acuerdo —dije, abriéndolos de
nuevo—. Necesito saber todo lo que sabes sobre la creación de Reyes.
Frunció el ceño. —¿Te refieres a en el infierno?
—Sí.
Se sentó hacia atrás, su apariencia juvenil haciéndolo parecer un gamer.
—Supongo que no sé mucho sobre ello. Lucifer lo creó de las energías del
infierno y los fuegos del pecado. O ese es el rumor.
—¿Y cómo funciona eso exactamente?
—Ni idea. ¿Por qué?
Me senté junto a él y los miré de ida y vuelta. —Estoy a punto de decirles
el más grande secreto que alguna vez tuve en la vida, y solo lo he tenido por
diez días. Pero hay tanto que no entiendo, y no sé qué hacer o a quién contarle.
Quiero decir, le dije a Cookie, pero a ella le cuento todo. Necesito ayuda.
—Tienen instalaciones para eso —dijo Garrett—. Y medicación.
Osh se rio, e hice que mis cejas se juntaran lentamente. —No entiendo.
—Estás bromeando —dijo Osh.
—Lo vi desde un kilómetro de distancia —agregó Garrett.
—No es así.
Garrett se frotó la cara con la mano libre. —De acuerdo, entonces ¿cuál es
este gran secreto que va a aniquilar el mundo?
—Bueno, es como una cosa de tres partes.
—¿Quieres otra cerveza? —preguntó Garrett.
—Estoy bien, pero ¿todavía tenemos papas?
Oh, Dios mío. Ni siquiera me tomaban en serio. Quizás todas esas veces
en que no los tomé en serio regresaban a morderme el trasero.
Nah.
—¡Chicos! —dije, alzando las manos—. Dejen la mierda de cerveza y
papas.
—¿Hay un juego esta noche? —dijo Osh.
Y enloquecí. Agarré a Osh, le hice una llave de cabeza, y le di suficiente
oxígeno para que no perdiera la consciencia.
—Creo que habla en serio —dijo Osh a través de su laringe aplastada.
Teniéndolos por completo finalmente, me alisté para decirles las más
sorprendentes noticias desde que aprendimos que la tierra no era el centro del
universo, cuando Artemis saltó del piso y se lanzó directamente hacia Osh y
hacia mí. Llevando un demonio en su mandíbula.
Debido a que fue tan inesperado, chillé y salté al sofá como alguien lo
haría para evitar un ratón. Osh se tambaleó hacia atrás, también, mientras el
demonio siseaba y aullaba por ser quemado vivo por la luz verdaderamente
brillante.
Garrett también se levantó, pero no tenía idea de por qué.
Artemis se encontraba tan feliz con su juguete nuevo. Lo sacudió, gruñó
y sacudió un poco más, causándole más dolor de lo que ya sentía. Todo
mientras su cola se meneaba a un millón de veces por minuto.
El demonio empezó a disiparse y evaporarse en el aire. Cuando no
quedó suficiente para sacudir, Artemis saltó hacia mí, su boca abierta mientras
jadeaba, orgullosa de su trabajo.
—Buena chica —dije, acariciándola en la cabeza. Entonces, la agarré
también en una llave de cabeza, para jugar un poco—. Ese es el segundo de hoy
—le dije a Osh.
—Artemis le trajo a Charley un presente —dijo Osh, explicándole a
Garrett—. Un demonio.
—¿Y quedó suelto en la casa? —preguntó, pálido.
—No. —Froté el pelaje de Artemis y rodé con ella por la mesita de café y
en el piso. Tristemente, aterrizó sobre mí en vez de viceversa. Me quitó el
aliento, pero eso no evitó que hablara. No mucho lo hacía—. ¿No hay demonios
en esta casa, eh, Artemisia? Bueno,‖hay‖uno,‖pero…‖eres una buena chica. Sí, lo
eres.
—Te ves como un paciente mental —dijo Garrett, volviendo a sentarse—.
Todo lo que veo es a ti rodando por ahí, hablándole a mi alfombra.
—¿Escuchaste eso? —le pregunté mientras roía mi yugular—. Te llamó
alfombra. Garrett malo.
Entonces, se detuvo y miró hacia el gran desconocido. Un lento gruñido
resonó en su pecho. Sus labios se retrajeron para revelar un conjunto de caninos
asesinos.
—¿Qué es, chica?
Esto solo la azuzó. Me recosté ahí, intentando no reír. Esto era muy serio.
A los intrusos no se les daría cuartel. ¡Sin piedad!
Cambié y no vi nada fuera de lo normal, pero en la verdadera forma
canina, el más ligero ruido le erizaba el pelo. Bajó la cabeza y fue hacia la
ventana. Entonces, como una bala saliendo de una pistola, atravesó la muralla y
desapareció.
Era tan entretenida.
Me reí y giré hacia los dos hombres que me observaban.
—De verdad hay un juego esta noche —dijo Osh.
—Esto es mucho más grande que un juego. —Me incorporé gateando y
me senté junto a él otra vez—.‖Es‖m{s‖grande‖que…
—Lo entendemos —dijo Garrett—. Aniquilación total. Pero, ¿no puede
esperar hasta después del juego?
—No. Tengo un plan, pero primero tengo que contarles cuáles son mis
secretos, porque si les digo mi plan primero sin‖ decirles…‖ no‖ importa.‖ Solo,‖
escuchen. —Aclaré mi mente y pensamientos lo mejor que pude para contarles
que mi esposo, su amigo, fue creado de un dios malvado. Aseguré mi
resolución y decidí.
—Mi esposo, su amigo, fue creado de un dios malvado.
Osh tomó otro sorbo de cerveza mientras Garrett pensaba un momento,
luego tomó otro sorbo de cerveza.
—Está bien, déjenme ordenar. —Esto necesitaba más explicación.
Necesitaban entender lo que podía significar para todos nosotros.
—¿Recuerdan que en Nueva York en el almacén el malvado emisario
Kurr trató de matarme?
Ambos se encogieron de hombros ante la estupidez de mi pregunta y
tomaron otro sorbo.
Me mordí el labio. Cerré los ojos. Hurgué en busca de todos los pedazos
de coraje que quedaban en el fondo de mi barril de coraje y me los tragué.
Estaba a punto de revelarles algo que podía cambiar el destino del mundo. El
cristal divino había sido enterrado en 1400 por una razón. Los monjes que lo
enterraron querían que permaneciera enterrado.
—No estaba tratando de matarme.
Sentí, en vez de ver, que su interés picó.
—Soy una diosa. Aparentemente, no cualquiera puede hacer eso. Pero,
puedo ser atrapada. Él trataba de atraparme, y eso es lo que le sucedió al dios
malvado que Satán usó para‖crear‖a‖su‖hijo‖Rey’aziel.‖
Osh puso su mejor cara impasible, en la que apenas parecía que estuviera
prestando atención. Pero, sentí que algo tiró dentro de él. Como si una pieza de
rompecabezas cayera en su lugar.
Continué. —Bien, la historia va algo así. En desesperación, Dios, el Dios
Jehovah, creó lo que es llamado cristal divino. Es una dimensión completa, una
dimensión infernal, dentro de un pedazo de cristal. Se ve como una joya. Como
un ópalo. Es absolutamente indestructible y un ciento por ciento sin escape.
Solo la persona o ser que te pone ahí, puede dejarte salir de nuevo. Jehovah lo
creó para atrapar a un Dios. —Levanté un dedo—. Encerrar a un Dios y un Dios
solamente dentro de una dimensión infernal. Una vastedad de nada que se
extiende por una eternidad.
—¿Para cuál Dios lo creó? —preguntó Osh.
—Eso no lo sé. Kuur no me dijo todo. Dudo que en realidad lo supiera
todo. Trabajaba para Lucifer. Seguramente, el príncipe del bajomundo no
revelaría toda su mano.
—Si Jehovah lo creó, ¿cómo consiguió Lucifer usarlo para crear a
Rey’aziel?
—Ves, esa es la cosa. Los detalles se ponen confusos aquí. Por alguna
razón, este Dios no fue enviado dentro del cristal divino, pero no tengo idea de
cómo terminó en manos de Lucifer. Tampoco sé cómo, pero lo usó para atrapar
a uno de los dioses de Uzan para el propósito específico de crea a un hijo.
Reyes.
Esperé. Los dejé absorber la información.
Cuando no dijeron nada, añadí—: Tras crear a Reyes, Lucifer se lo dio a
uno de sus trabajadores aquí en la Tierra quien, como podrían imaginar, lo usó
para el mal. Un grupo de monjes finalmente lo capturaron, lo enviaron a la
dimensión infernal y después, porque el cristal divino no puede ser destruido,
viajaron a través del océano, encontraron un lugar, y pasaron meses cavando un
hoyo lo suficientemente profundo para enterrarlo por lo que esperaron sería
para siempre.
—¿Y Kuur lo desenterró? —preguntó Osh.
Asentí. —Lo encontró y trató de usarlo para atraparme. Sacarme de este
plano así Lucifer podía llegar a Beep. Entonces, podía matar al ser destinado a
destruirlo.
—Esto es como una telenovela sobrenatural —dijo Garrett, frustrándose
cada vez más—. ¿Cómo demonios sucedió esta mierda? Pensé que los dioses
eran buenos y benevolentes y respondían a las oraciones y esa mierda. Pero, no.
En este episodio, los dioses han sido todos poseídos, son malvados y planean
destruir el mundo.
—Los dioses no son poseídos —dijo Osh.
—Cierto. Lo siento. Entonces, ¿cómo son las reglas en realidad?
Osh frunció el ceño. —Los dioses de Uzan, al menos lo que he conocido,
están muy lejos de cualquier cosa en la que Lucifer pudiera haber pensado, es
irreal. Y Lucifer usó uno de ellos para crear al hijo.
Entonces, él hizo algo que nunca lo había visto hacer antes. Palideció. La
sangre se drenó de su rostro mientras se hallaba sentado ahí, atónito.
Estudié la alfombra. —Esto es malo, ¿no? Quiero decir, no lo sé. ¿Cuánto
de Reyes es un dios‖malvado‖y‖cu{nto‖es…‖Reyes?
Las manos de Osh se curvaron en puños mientras pensaba. —Espera —
dijo—. ¿Lo viste? ¿El cristal divino?
Apreté los labios, entonces busqué en mi bolsillo y lo saqué. —Lo tomé
después de que atrapé adentro a Kuur.
La mandíbula de Osh se abrió. No se movió. —¿Tú…‖tú‖lo‖atrapaste?
—No actúes sorprendido.
—Lo siento. Entonces, ¿Kuur te contó sobre Reyes? ¿Sobre cómo fue
creado?
—No. —Volví a estudiar la alfombra, resistiendo la urgencia de mirar
cariñosamente el cristal divino. Era como una droga. Fascinante. Puro.
Hermoso. Y, aun así, dentro yacía una dimensión infernal—. No, Kuur no me
contó. Fue mi papá.
La expresión de Garrett cambió de la frustración a la preocupación.
—Así fue como recuperé‖mis‖recuerdos.‖Mi‖pap{…‖cruzó a través de mí
para obligarme a recordar quién era. Lo que era. Y pasarme la información que
reunió mientras hacía de encubierto en el infierno. Aprendió muchas cosas. —
Miré a Osh—. ¿Honestamente no sabías nada de esto? ¿No sabías cómo fue
creado Reyes?
Sacudió la cabeza. —Pero, explica mucho.
—¿Cómo qué?
—Rey’aziel.‖ Era tan diferente. Mucho más poderoso de cualquier otra
cosa que Lucifer hubiera inventado. Incluso más poderoso que él mismo, lo que
no tenía sentido. Nadie podía entender por qué. Los Dendour lo hicieron pasar
a través del infierno, literalmente y figurativamente.
—¿Los Dendour?
—Como…‖profesores. Entrenadores. Solo que peor.
—¿Y lo hicieron pasar a través del infierno? ¿Por qué?
—¿Quién sabe? ¿Celos, quizás? Pero superó cada obstáculo que le
lanzaban. Probaron cada forma en la que pudieron pensar para matarlo. Lo
golpearon. Le hicieron pasar‖hambre.‖Desgarraron‖sus…
—Detente —dije, cubriéndome los oídos. Tras un momento, pregunté—:
¿Y Lucifer simplemente los dejó?
—Quería que su hijo fuera fuerte, así que sí. Pero ahora que sé, no
podrían haberlo matado. Sin importar lo que hicieran, no habría muerto, así que
progresivamente se volvieron más y más duros con él, hasta que…
—¿Hasta qué? —pregunté, casi desesperada por saber.
—Hasta que los detuvo —dijo, como una declaración—. Un día, tuvo
suficiente y mató a cada Dendour ahí. Quebró sus cuellos como si fueran
ramitas. Luego, fue en busca de los otros. Cualquier que hizo algo malo con él
en cualquier forma. Lo llamaron Auya s’Di.
—Día de la Sangre —dije. Me senté hacia atrás e intenté imaginarlo, pero
¿cómo alguien imaginaba a un niño creciendo en una dimensión infernal?
Estaba más allá de mi comprensión.
—Para tener un mejor concepto de lo que hizo ese día, imagina a un niño
de diez años atacando y matando a un ejército de soldados entrenados con sus
manos desnudas, luego yendo a buscar a más.
—¿Estás diciendo que Reyes tenía diez? —pregunté, alarmada.
—En absoluto. Era mucho más joven en ese tiempo. Si lo comparas con
los años humanos.
¿Acaso estaba destinado a ser abusado? ¿Primero en el infierno por
legiones de demonios y luego en la Tierra con Earl Walker? Mi corazón dolía
por él, pero sentí algo más en Osh que no pude identificar con exactitud.
—¿Qué? —le pregunté.
—Nada.
—Osh, lo digo en serio. ¿Qué estás pensando?
—¿Y si esa parte de él todavía es malvada?
—Eso es lo que estoy intentando decidir.
Miramos el cristal divino en mi mano. Fijamente.
—¿Quién quiere otra cerveza? —preguntó Garrett.
Era mucho para asimilar.
Traducido por Julie
Corregido por Laurita PI
Golpeé la puerta de Parker por diez minutos antes de que la abriera, tan
furioso como jamás lo había visto. No se molestó en cerrarse la bata, y su bóxer
azul claro no escondía mucho. Pensarías que también sería rubio ahí.
—¿Nick? —dijo una mujer desde la oscura habitación tras él.
—Vuelve a la cama. Estaré ahí al minuto que la Sra. Davidson sea
arrestada.
—¿Usas calcetines en la cama? —pregunté.
—¿Qué mierda, Davidson?
—Necesito saber en dónde está tu CI, Grant Guerin.
—¿Cómo demonios voy a saber?
—Bien. Suposición educada. ¿En dónde, según tu humilde opinión,
podría estar?
—Tienes treinta segundos para salir de mi propiedad.
—Vamos, Parker. Acabo de quitarle los cargos por asesinato a tu amigo
de universidad y salvé tu culo de prosecución por obstrucción de la justicia y lo
que sea que Joplin pudiera haberte lanzado. Habrías sido expuesto, y lo sabes.
—No tengo idea de dónde está Guerin —dijo.
Moví mi boca a un lado con decepción. —Simplemente cuando creo que
serás todo noble y esa mierda, haces algo estúpido. ¿Cómo piensas que soy tan
buena en lo que hago?
Se encogió de hombros, frustrado y cansado.
—Sé cuando alguien miente, y necesito saber en dónde está Guerin.
—Así que, eres como un detector de mentiras humano. Interesante. ¿Esto
se trata de la orden judicial? Ese UC era más sucio que mi CI cualquier día de la
semana. Incluso si supiera, no le diría a gente como tú.
—Mira, podemos continuar trabajando juntos, o podemos terminar
nuestra relación de negocios justo aquí y ahora. Tú decides.
Pero eso no significó nada para él, y me di cuenta de algo mientras nos
encontrábamos ahí de pie. Él pensaba que maté a mi hija. ¿Cómo más explicaría
la hostilidad? De verdad era noble, en una manera retorcida. No le diría a la
policía en dónde estaba Grant Guerin porque toda la cosa era injusta y/o ilegal
en su mente.
Y de nuevo, no me importaba una mierda. Guerin iba a matar a mi tío.
Un buen hombre. Y Parker sabía en donde estaba. Esto tomaría algo de trabajo.
Lo pasé y entré a su no tan humilde morada.
—Haré que te arresten —amenazó.
—Ya dijiste eso. Sigue, Parker. —Me pregunté si debería simplemente
decirle la verdad. Por supuesto, después de descubrir que un capo de la droga
colombiano quería comerme, imaginé que debería reevaluar a cuantas personas
dejábamos entrar a nuestro pequeño círculo.
»De acuerdo, voy a darte una oportunidad. Dime en donde está Guerin o
le contaré a Joplin la historia completa. —Era un golpe bajo, pero estaba
dispuesta a arriesgar una mella en mi agente.
Sin embargo, Parker se alteró. El hombre tenía problemas.
Llegó a mi rostro y me apuñaló con su dedo índice. —Cómo te atreves a
venir a mi casa y amenazarme, pequeña perra. ¿Piensas que no sé sobre ti?
¿Piensas que no voy a exponerte a ti y a tu tío?
—¿Mi tío?
—Demasiada sombra en tu cuello en los bosques, Davidson. Tratos
ensombrecidos que no se volverán más ensombrecidos.
Él era realmente bueno con las metáforas.
—Ustedes siempre están encontrando mierda, justo fuera del margen.
Datos anónimos, mi culo. Eres la investigadora privada menos ética y
profesional que alguna vez he conocido.
—Lo soy. De verdad lo soy. Sé sobre tu archivo, también, ya que estamos
en el asunto de las prácticas sin ética.
Quedó lívido. —Voy a exponer tu culo aunque sea la última cosa que
haga.‖ Tuviste‖ algo‖ tan,‖ tan…‖ —Su voz se quebró, y retrocedí un poco para
mirarlo—. Mi esposa y yo hemos estado tratando por cinco años, ¿y tú solo lo
desechaste?
—Parker —dije, la empatía bañándome. Aun así, me llamó una perra.
—Sé en lo que estaba el Detective Davidson. Sé que se encontraba
contigo cuando el bebé nació.
—En realidad, como que estuvo sobre mí. —Recordé su cara mientras
miraba hacia el pozo a mí. Y la mirada de preocupación en ella.
—Entonces, lo admites. Admites que tuviste un bebé y, ¿qué?
¿Accidentalmente fue asesinado? ¿Vendido? ¿Regalado? ¿Qué?
¿Honestamente era tan noble que me expondría, no en el sentido sexual,
incluso después de lo que hice por Lyle Fiske? ¿Que renunciaría a una amistad
o la esperanza de una lucrativa, en una forma legal, relación porque pensaba
que rompí la ley? ¿De verdad era el tipo de persona que arrestaría a su mejor
amigo por tráfico de drogas en vez de intentar ayudarlo a cubrirlo?
—No me conoces, así que déjame explicarte —dijo—. Soy el tipo de
persona que arrestaría a su mejor amigo por tráfico de drogas en vez de tratar
de ayudarlo a cubrirlo.
Vaya. Eso era revelador. Me gustaba.
—Si‖piensas‖que‖porque‖resolvimos‖un‖caso‖juntos…‖
—¿Resolvimos?
—…‖voy‖a‖dejar esta investigación, estás equivocada. Descubriré lo que
hiciste con ese bebé aunque sea lo último que haga.
Oh-oh. Lo equivocado de decir. —Ahora, simplemente me estás
cabreando —dije.
—Bien.‖Espero‖que‖tú‖y‖tu‖corrupto‖tío…
—¿Corrupto?
—…‖consigan‖todo‖lo‖que‖viene‖sobre‖ustedes.
—¿Corrupto?
—Ahora que tengo tu confesión de que tuviste un bebé y no hiciste
ningún‖certificado‖de‖nacimiento‖o‖papeles‖de‖adopción…‖—Su sonrisa definía
la arrogancia.
—¿De verdad es eso? —le pregunté, casi sintiendo pena por él—. ¿De eso
es lo que se trata todo esto?
—No, en absoluto. He estado sobre ti por casi dos años. Simplemente hay
demasiada…
—Sombra. Sí, entendí eso.
—Así qué, ¿qué te parece? ¿Quieres confesar todos tus pecados aquí y
ahora? Tengo un bloc legal en alguna parte.
Parker era uno difícil de descifrar. Era más complejo que la mayoría.
Podía usar a alguien como él de nuestro lado. Pero incluso si le decía la verdad,
incluso si le daba una demostración de la maravilla sobrenatural para probarlo,
era de la clase que no le importaría. Pero, estuvo dispuesto a romper la ley por
su amigo. Era una nuez dura de romper.
—Una oportunidad más, Parker. Grant Guerin.
—Besa mi culo.
Ralenticé el tiempo y contemplé lo que estaba a punto de hacer. Sin
embargo, no por mucho. Me hice una idea al minuto en que me dijo que
enocntraría a Beep sin importar qué. Selló su destino con eso.
Me puse de punta de pies y rocé mi boca contra la suya por el segundo
más breve. Entonces, dejé que el tiempo volviera a la normalidad mientras la
verdad se vertía en su mente como un mal colocón de LSD. Imágenes y
recuerdos. Todo lo que alguna vez me pasó. Todo lo que sabía, bueno y malo.
Sobrenatural y mortal. Lo tomó todo en uno y gran paquete de información.
Vio las estrellas siendo formadas. Planetas alineándose en el espacio.
Supernovas explotar. Rojas gigantes morir. Vio la caída de Lucifer y la
construcción del arca de Noé. Vio guerra, hambruna, paz y abundancia. Y vio a
Beep. Cómo nació. Cómo fue casi asesinada. Cómo tuvimos que renunciar a ella
para salvar su vida. Lo que eso me hizo. Y lo que le haría si siquiera pensaba en
proseguir con su investigación.
—Oh, Dios mío —dijo mientras caía de rodillas, saliva deslizándose de
una esquina de su boca.
Era mucho para asimilar.
Juntó sus manos y se inclinó ante mí. Nunca había sido venerada antes.
No desde que me convertí en humana. No me gustaba.
—Nunca trataría de encontrarla. Lo siento tanto. Me desharé de todo. —
Empezó a llorar, sollozando en la alfombra bajo él.
Me incliné y levanté su barbilla. —Grant Guerin.
Apenas podía hablar, sacudía la cabeza muy fuerte. —Está detrás de
McCoy en Girard. —Me di la vuelta para irme, pero me detuvo—. Davidson,
yo…‖yo‖no‖tenía‖idea.
—Nadie la tiene.
Cerró los ojos y enterró su cara. —No tenía idea.
Volví hacia él y me arrodillé. —Serás capaz de ser padre ahora. Efecto
colateral de mi toque, supongo.
Cuando levantó la mirada de nuevo hacia mí, tenía tal gratitud en su
expresión que mi corazón reaccionó sin importar lo mucho que intenté
convertirlo en piedra.
—De nada.
Salí, cerré la puerta tras de mí, y me giré hacia la presencia de un ser
sobrenatural cercano. Los grillos dejaron de cantar, y la briza dejó de susurrar a
través de los árboles. Tensé mi columna y apreté la mandíbula, incapaz de creer
que Michael me daba una visita. Otra. Y a esta hora.
Salió de las sombras, su presencia tan poderosa que hacía que los vellitos
de mi nuca se erizaran. Sus grandes alas se encontraban plegadas cuando
preparé mi mano. Puse la palma hacia la tierra. Lista para convocar a Artemis si
la necesitaba.
Cuando habló, su voz fue profunda, suave y clara. —No puedes detener
lo que ha sido puesto en movimiento —dijo. Incluso en la oscuridad, sus ojos
brillaban como una piscina reflejando el sol de verano. Su reacción a incluso los
mínimos fragmentos de luz imitaban a los de Reyes. Los suyos podían brillan
en la iluminación más baja.
—¿Detener la muerte de mi tío?
Llevaba un largo abrigo negro que rozaba el suelo mientras daba otro
paso hacia delante. —Una cosa es ayudar a la gente del Padre, pero estarás
cambiando su historia. El Padre hizo una promesa. Ya has molestado al cielo,
Val-Eeth.‖Si‖intentas‖detener‖esto…
Ayudaba a personas cada día. Era cómo vivía. ¿Y ahora el cielo tenía un
problema con eso?
Me reí suavemente, sorprendida ante su desfachatez. —Tratar implica la
posibilidad de fallar. —Le di un vistazo antes de añadir—: No tengo intención
de fallar.
Cuando me di la vuelta para irme, estuvo a mi lado en un instante.
Envolvió una mano alrededor de mi brazo. No lo suficientemente fuerte para
lastimar, pero lo suficiente para hacer que sus intenciones fueran reconocidas.
—Ellos vendrán por ti.
No era malévolo. No sentí desdén viniendo de él. Ninguna rabia,
desprecio o resentimiento. De hecho, si sentí algo, si tuviera que señalar una
emoción fluyendo debajo de sus gigantes alas, habría jurado que era algo
parecido a admiración.
Levanté mi barbilla. —Déjalos.
—No entiendes. —Bajó la cabeza, su rostro asombrosamente hermoso,
como suponía que eran la mayoría de los ángeles—. Él vendrá por ti, Val-Eeth.
Este es Su reino.
Su reino. Él me trajo a Su reino. Prácticamente me extorsionó para que
viniera aquí a ser la parca de esta dimensión. Para salvar a Reyes de una
eternidad en el infierno, estuve de acuerdo. Y ahora, ¿Se atrevía a decirme lo
que hacer?
Me incliné hacia delante hasta que apenas unos centímetros nos
separaban, luché contra la ola de euforia de estar tan cerca de un ángel inducido
de Jehová, y sacudí la cabeza ante el recordatorio de los reinos en los estuve.
¿Su reino?
—Ya no —dije. Entonces, arranqué mi brazo de su agarre y fui a ver a un
hombre a punto de su inminente muerte.
El Ángel de la Muerte Charley Davidson está de
regreso en el undécimo capítulo de la serie
paranormal éxito en ventas en New York Times
de Darynda Jones.
Un típico día en la vida de Charley Davidson
involucra maridos infieles, gente perdida,
esposas errantes, dueños de negocios a los que
les‖gusta‖flirtear,‖y‖oh,‖sí…‖demonios,‖perros del
infierno, dioses malvados, y gente muerta.
Montones y montones de gente muerta. Como
una Investigadora Privada a tiempo parcial y
Ángel de la Muerte a tiempo completo, Charley
tiene que balancear lo bueno, lo malo, lo muerto
viviente, y a aquellos que la quieren muerta. En
este undécimo episodio, Charley está
aprendiendo a haces las paces con el hecho de que es una diosa con todo tipo de
poderes y que su propia hija ha nacido para salvar al mundo de la destrucción
total. Pero las fuerzas del infierno están determinadas en ver a Charley
desterrada para siempre a los confines más oscuros de otra dimensión. Con el
hijo de Satanás mismo como su esposo y amante incondicional, tal vez Charley
pueda encontrar una manera de tener su felices por siempre después de todo.
Darynda Jones ha ganado varios premios,
incluyendo un Golden Heart 2009 en la
Categoría Paranormal por Primera Tumba a la
Derecha y el RITA 2012 por Mejor Libro Nuevo.
Vive en Nuevo Mexico con su esposo de más de
25 años y dos hijos, los poderosos, poderosos
chicos Jones.
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www.twitter.com/Darynda
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