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Trabajo Practico: “Autobiografía Escolar”

Autora: Becerra Gallardo, Maria Samanta

De repente, debo hacer una mirada hacia mi pasado para recorrer algunas
experiencias de mi trayectoria escolar. Debo reconocer que al principio me
costó, porque hay muchas o quizás no tantas que realmente sean
significativas.

Elijo estos tres momentos. Probablemente me deciden los recuerdos que aún,
después de tanto tiempo, siguen generando sentimientos. Empecemos.

Dulce niñez

Sonrío al recordar mi paso por la escuela primaria, ¡son tan lindos los
recuerdos de esa etapa! Lo primero en lo que pienso es en el hermosísimo
grupo de compañeros y compañeras que tenía, nos llevábamos muy bien
todos, ya que, al vivir en un pueblo pequeño, nuestros padres se conocían
mucho y hasta algunos de ellos eran amigos; por ejemplo, mi mamá era amiga
de la mamá de mi mejor amiga en ese momento, e incluso trabajaban juntas,
entonces compartíamos mucho más allá de la escuela.

En referencia a la escuela puedo decir que era acogedora, el patio para jugar
era grande, las aulas siempre decoradas con láminas o guirnaldas y en relación
a las maestras la mayoría eran dulces; se comportaban como las típicas
maestras-mamá que nos daban un abrazo y nos brindaban un poco más de
atención en esos días en los que quedarse en la escuela no resultaba nada
fácil. Cursando cuarto grado, recuerdo una situación en particular; resulta que a
nuestra seño se le ocurrió ponernos una cinta en la boca a todos para evitar
que habláramos en la prueba, de matemática si mal no recuerdo, nada común,
por cierto, pero puedo decir que más de uno de mis compañeros salió llorando
ese día de la escuela y fueron varios los padres que luego se acercaron al
establecimiento a quejarse ante la situación atípica que había llevado a cabo la
maestra a la hora de tomar examen. En mi caso, llegué a mi casa y lo conté
como algo nuevo que había pasado en el aula, no me dio miedo, pero si sentí
incomodidad y nervios ante la situación, pero hoy a decir verdad la recuerdo
con mucha gracia.

Momento de crecer, tiempo de cambios.

Por esas cosas de la vida, y de los adultos, cuando debí cursar tercer año de la
secundaria, me mudé a vivir a Villa de Soto con mi papá y su pareja, y por
consiguiente, cambié de escuela; antes de esto vivía en San Carlos Minas con
mi mamá y mis dos hermanos. Este sí que fue el gran cambio en mi vida; por
un lado, tenía que adaptarme a mi nueva familia, a su forma de vivir y sus
costumbres y por el otro, a una nueva escuela.

El primer día no lo olvido más: llegué al Instituto José Manuel Estrada, un


edificio pintoresco (¿por qué era pintoresco?), y no conocía a nadie ni sabía
dónde tenía que ir, pero por suerte la Preceptora fue muy amorosa y me ubicó
en la división que me asignaron. Cuando entré al curso con mis nuevos
compañeros y docentes, empezaron a aumentar mis nervios y el dolor de
estómago, que venía creciendo, era insoportable, la inseguridad que sentía y lo
peor de todo, la mirada de los demás por ser la nueva del curso; la mayoría de
ellos eran compañeros desde primer año. Después de la presentación de los
profesores, de algunas materias y de nosotros mismos, por fin terminó el día,
me fui a casa y apenas llegué me puse a llorar, me quería volver a San Carlos;
era demasiado todo lo que había sentido porque siendo introvertida me había
costado el doble todo.

A pesar de esto, al pasar los días ya todo fue mejorando, había entablado
amistad con algunas compañeras, y algunas de ellas hoy siguen siendo mis
amigas, conocía a todos los profesores y directivos, me estaba adaptando a la
exigencia de los contenidos, y podía ver que la enseñanza era más exigente y
mucho más complejo lo que tenía que estudiar en la nueva escuela que en la
anterior, incluso las especialidades eran muy distintas. La escuela de San
Carlos, el Ipem 109 Jerónimo Luis de Cabrera, tenía como especialidad
Turismo, y en el José Manuel Estrada, en ese momento, era Contabilidad.

El I.J.M.E, ubicado a una cuadra de la plaza, era un edifico grande de dos


pisos, con un patio amplio en el centro de la escuela, que estaba rodeado por
aulas arriba y abajo; allí también se encontraba una sala de computación
grande, una de preceptores y la oficina del director a la entrada de la escuela.
Puedo decir con certeza que había un clima muy agradable y acogedor;
contabas con el apoyo de profesores, directores, pero por sobre todo el de los
preceptores que eran los que estaban siempre ahí para escucharte y darte una
solución a lo que necesitaras.

La verdad es que creía que no iba a poder adaptarme a semejante cambio; el


período de adaptación a un nuevo grupo, nuevas normas, nuevos contenidos,
nuevos profes fue muy duro, pero después de un par meses con mucha
incertidumbre, ansiedad y miedos logré cierta estabilidad y comencé a
adaptarme en prácticamente todo, gracias a mis docentes de ese momento que
con muchísimo cariño supieron, además de contenerme y ayudarme a que todo
fuese más ameno, brindarme las herramientas para hacer frente después a
muchas de las situaciones que hoy vivo.

Hablando de profesores contenedores, me es muy fácil traer a la memoria a


una en particular: mi profesora de Lengua y Literatura de cuarto y quinto año.
Alta, con su pelo negro y con rulos, llegaba a la clase siempre puntual y bien
vestida, y todos nos quedábamos en silencio para que nos saludara y así
devolverle el saludo. Comenzaba pidiendo actividades, corregíamos, hacíamos
preguntas y nos sacábamos dudas; era una profesora muy exigente, de esas
que sabías que, sí o sí tenías que hacer la tarea, no había mucha opción para
excusas. Recuerdo que un día, aunque era una costumbre en sus clases, nos
hizo cerrar los ojos y la mayoría apoyamos la cabeza en nuestro banco, y nos
leía, mientras caminaba entre los bancos, unas páginas de una novela que
estábamos analizando; yo pude transportarme e ir imaginando a los animales y
a la forma en que éstos dialogaban entre sí, porque era mágica su forma de
modular e imitar a cada personaje o hacer énfasis en las partes importantes.
Digo animales porque en ese instante estábamos analizando la novela de
George Orwell llamada “Animal Farm”. Tenía una voz tan linda, tan suave que
cuando nos leía una poesía o poema hacia que por momentos te olvidaras de
que estabas en una clase y volaras con la imaginación, la idea era simplemente
escuchar y sentir. También recuerdo que estaba siempre ahí, motivándonos a
más, buscando sacar lo mejor de nosotros ya que su materia era pesada y el
análisis de las novelas era muchas veces agotador; en mi caso puedo decir
que me encantaba y no me costaba porque iba marcando en el libro y en una
notita, las páginas donde estaban las respuestas, entonces al final sólo era
cuestión de armar lo que ya tenía listo y entregar. Hoy puedo darme cuenta
porqué le era tan fácil a ella transmitir esa pasión por la lectura; amaba lo que
hacía, pero lo más importante es que mi profe de lengua logró generar un
interés y amor por la lectura que no sabía que tenía en ese momento, y que por
supuesto, hasta el día de hoy conservo.

Como última y tercera experiencia escolar significativa, hago referencia al


famoso e inolvidable campamento a la “Ollita”; digo “famoso” porque desde que
entré a la escuela nueva en tercer año como ya conté, supe que se hacían
campamentos en los cursos más altos y por ende la esperábamos con ansias.
Esta era una experiencia en donde nos llevaban a pasar todo el día a un lugar
al que llaman La Toma, que queda a unos seis kilómetros del centro y está a la
orilla del río. Dicho proyecto estaba a cargo profesores de educación física
principalmente y los demás eran bienvenidos si querían participar. Recuerdo
que cuando llegó el día me generó malestar y nervios; acampar al lado de un
rio y dormir con otros no era algo que me entusiasmaba y ni hablar del hecho
de salir de la comodidad de mi casa, pero como era parte de una materia no
tenía mucha opción y fui.

Llegamos muy temprano al rio y preparamos el desayuno cada uno con su


equipo, el cual había sido designado por los profesores, luego de desayunar
emprendimos camino a la famosa Ollita. Acá me detengo para explicar que la
“Ollita” es un lugar específico que se encuentra río arriba, a unos tres
kilómetros aproximadamente de la Toma de Villa de Soto, y es nombrado de
esa forma porque con las montañas cerca y piedras muy grandes alrededor se
forma una especie de olla, cuya profundidad es de 4 metros en su parte más
onda, realmente un lugar paradisiaco. Volviendo a ese día, luego de una hora
de caminata llegamos y cada grupo se puso a cocinar con la ayuda de un
profesor, después de almorzar y de realizar tareas recreativas como juegos y
canciones, regresamos al atardecer. Una vez en casa, si bien estaba muy
cansada, aun podía sentir la emoción del hermoso día vivido.

Hoy puedo decir que de aquel campamento me quedaron muchas y lindas


experiencias, como aprender a cocinar con lo que teníamos nada más,
conectarme con la naturaleza, animarme a sociabilizar y conocer con gente
nueva, ya que los grupos estaban formados por estudiantes de los distintos
cursos, pero lo más lindo y gratificante fue el resultado del trabajo en equipo, el
cual te lleva consolidar valores como la solidaridad y el respeto, te enseña a
cooperar e integrarte pero por sobre todo te da confianza en vos mismo y en
los demás.

Sin dudas, moviliza el recordar y traer a la memoria estos momentos que con el
correr del tiempo no estaban vigentes, pero también puedo decir que muy fue
gratificante volver atrás y revivir estas hermosas experiencias significativas.

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