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Apropiarnos de los saberes pedagógicos que producen nuestras prácticas parece una
simple frase; sin embargo, es una aseveración que “permite fisurar” aquellas lógicas que
obturan e invisibilizan las posibilidades de las generaciones que habilitan que el trabajo
docente tenga razón como tal.
Generaciones que transitan por los institutos, las escuelas, los jardines de infantes, y las
múltiples formas que toma el espacio- institución en el Sistema Educativo, y que pueden
dar nuevos sentidos y significaciones en la construcción de una Patria Grande, donde el
derecho social a la Educación sea más que esperanza, más que utopía. Sea la concreción
que cobije la construcción solidaria para esta América pujante.
Una aseveración que se complejiza y nos desafía con más fuerza en este momento
histórico. Momento en que nuestro país se perfila y se consolida en el ejercicio de
políticas públicas, que acentúan su contenido anti–neoliberal, popular y democrático.
Es en este marco donde cobra sentido y valor ahondar en los debates e intervenciones
que nos venimos dando, que venimos proponiendo, en tanto necesidad intrínseca a
nuestro trabajo docente en defensa de la Educación como bastión de resistencia,
transcendiendo la mera cuestión salarial.
La importancia crucial del núcleo trabajo no es una peculiaridad del Sistema Educativo,
sino una centralidad de toda organización, que se acentúa en el caso de la organización
escolar. Se destaca, a su vez, su carácter colectivo, que tiene como objeto la producción
de conocimiento. ¿A qué conocimiento nos referimos? A la producción de saberes
pedagógicos.
Estas afirmaciones nos conducen a centralizar los ejes de discusión y análisis que llevamos
adelante en las distintas jurisdicciones, sobre dos “decires” que las tensionan: la escuela
es una organización político social que “lo puede todo”, o “nada es posible”. Entre estas
dos caras hay que ubicar, en primer término, las relaciones de fuerza asimétricas que se
expresan en los cortes cada vez más profundos entre la organización escolar y la
organización del trabajo, entre los modos y formas de producir conocimiento y los modos
y formas de ejecutarlo; entre espacios y tiempos de producción, etc. Esto ratifica la
asimetría fundacional y fundamental entre Estado empleador y los trabajadores de la
Educación.
Reconocer que los procesos de enseñanza se han organizado sobre el aislamiento del
docente en relación a los otros docentes es central en la discusión de la relación
currículum, organización escolar y organización del trabajo. En el cotidiano, las decisiones
pedagógicas y didácticas se adoptan en forma individual, y los proyectos no suelen servir
para contener, sintetizar, o sistematizar la práctica. La ambigüedad de las propuestas y su
escasa correspondencia con el trabajo real cuestiona la validez de la propia proyección
educativa explícita. Estas parcelas acotadas de trabajo, se diluyen en el título de “una
buena experiencia”, sin comprender el por qué y el para qué se está haciendo. Otros
interpretan nuestras acciones; otros son los “autores” de nuestro discurso pedagógico.
Esta incertidumbre no contribuye a la apropiación del conocimiento construido.
Por lo expresado, solo resta cerrar el texto abriendo interrogantes, que perfilen
aproximaciones conceptuales o explicaciones sobre el proceso histórico en nuestro
trabajo de transmisión cultural de un pueblo.
En este tiempo…
¿Qué relaciones hay que construir en un presupuesto educativo para organizar procesos
de trabajo colectivo?
La decisión política supone interrogarse sobre cuáles son los sentidos que ya se agotan en
el TRABAJO DOCENTE y por cuáles son reemplazados; qué conflictos desaparecen y qué
nuevos problemas y dificultades caracterizan el proceso en la actualidad.
Pensarlo así, surge como consecuencia de procesos y luchas sindicales a lo largo de las
últimas décadas y su consecuente reflexión sobre la identidad docente.
Desde estos procesos, se recupera al trabajo como una categoría analítica, es decir, se
constituye en objeto de estudio, tomándolo como concepto proveedor de sentido. Lo
consideramos como constitutivo del sujeto.
Los “hilos de la trama” se fortalecen desde un eje vertebrador: ENSEÑAR, que relaciona
cada uno de los puestos de trabajo, diseñados para aportar a la formación de las
generaciones que transitan en la institución educativa. Desde el jardín de infantes hasta el
instituto superior.
Hacer “visible” los conocimientos que producimos con nuestro trabajo: dar cuenta y hacer
público es la construcción a la que nos comprometimos cada una de las entidades de base
que integran CTERA. Lo fundamental es que no se trata solo de dar un ordenamiento a
estas posibilidades, de formalizar solo en escritura lo que se hace en la práctica, sino que
es un proceso más profundo y amplio, individual y colectivo, que cuestiona, examina y
critica, para INCIDIR, para aportar a la transformación socio- política.
Desde esa perspectiva, la Educación es vista como parte de los procesos de trabajo por los
cuales una sociedad garantiza la transmisión y recreación de su patrimonio cultural a las
nuevas generaciones, y a las escuelas se las considera como organizaciones de trabajo,
específicas y complejas para tal fin.
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