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EL TRATAMIENTO DEL TRASTORNO DE PÁNICO: “REALMENTE EXISTE ALGO QUE ES DE

TEMER”
Helen Resneck-Sannes
Traducción: Lic. Psic. Ma. Elena Bonnefon
La realidad es la causa principal de estrés para aquellos en contacto con ella.
Jane Wagner, “The Search for Signs of Intelligent Life in the Universe”
Tony Soprano, el jefe mafioso de la popular serie de HBO “Los Sopranos”, sufre ataques de
pánico. Él se ve como un integrante de una familia de patos que se ha instalado en su piscina;
cuando ellos se van, se desmaya. El no es conciente de qué es lo que dispara estos hechizos de
ansiedad y miedo que han salido a la superficie por primera vez. Antes del ataque él se sentía a
cargo, “el jefe”. Después de todo, él es el rey de la mafia. Ahora se siente tan frágil y preocupado
como para arriesgarse a exponer sus secretos criminales a una terapeuta, si eso alivia su
malestar. Entra en psicoanálisis. Su sufrimiento se vuelve tan severo que incluso acepta tomar el
Prozac que su psiquiatra le prescribe.
La incidencia de ataques de pánico en la población de nuestra cultura es tan común que la
televisión, el penetrante medio masivo de nuestro tiempo, retrata sus debilitantes efectos en un
candidato tan inverosímil como el jefe de la mafia.
El propósito de este trabajo es presentar un tratamiento para este trastorno tan difundido.
Las intervenciones que describiré toman técnicas de la Bioenergética, una psicoterapia analítica
basada en el cuerpo desarrollada por A. Lowen, así como también algunos de los principios para el
tratamiento del trauma desarrollado por P. Levine. Estos tratamientos estimulan al cliente a
prestar atención a las señales e impulsos que emanan de su cuerpo y a usarlos para entender sus
correspondencias intrapsíquicas y emocionales. En este contexto, los síntomas de alarma
fisiológica de los ataques de pánico son vistos como la respuesta física del cuerpo al peligro. El
tratamiento que se presenta estimula a la persona sufriente a confiar y atender a los mensajes de
su cuerpo. Más que tratar de negar el miedo, la alerta fisiológica es vista como un intento de
manejar una amenaza, provenga ésta de nuestro mundo físico o intrapsíquico.
Describiré los síntomas del pánico, seguidos de estudios de caso para ver cómo ellos
afectan la vida de cinco personas diferentes. La primera persona que ya he empezado a analizar
es Tony Soprano. Luego, presentaré tres casos seleccionados de mi práctica. Cada uno de ellos
muestra diferentes aspectos de la compleja naturaleza de este síndrome y la necesidad de
diferentes intervenciones en su tratamiento. La información identificatoria de los clientes está
disfrazada para proteger sus identidades.
Por último, me presentaré a mí misma. Aunque no experimenté un ataque de pánico
clásico, estuve en estado de alerta alto y de miedo. La ayuda que recibí de un amigo ilustra cómo
al favorecer la expresión de los impulsos del cuerpo, podemos ayudar a transformar nuestras
respuestas fisiológicas.
Los síntomas de Tony Soprano son clásicos –palpitaciones cardíacas, vértigos, e incluso
desmayos-. Inicialmente, él niega que haya algo en su vida causándole ansiedad. Sin embargo, a
medida que progresa la serie, y con ella los encuentros con su psiquiatra, él descubre que su
madre puede haberlo mandado matar y que su mejor amigo está vendiendo sus secretos al FBI.
Vivir este tipo de vida pondría ansioso a cualquiera. El problema para Tony es que él niega la
existencia de estas amenazas reales en su vida. Le protesta a su terapeuta diciendo que las
madres aman a sus niños, y que es antinatural que una madre quiera ver muerto a su hijo. Y si
bien sospecha que su mejor amigo, Pussy, está hablando con los federales, esto es demasiado
intolerable para admitirlo. Así que, en vez de enfrentar la terrible verdad de estas traiciones y el
peligro que afronta, continúa teniendo ataques de pánico. Hasta que realmente se atenta contra
su vida. Logra escapar y por primera vez en muchos meses, su depresión se disipa. Ya no está
ansioso. ¿Cómo puede ser? Tony tiene ahora una amenaza real para enganchar a sus síntomas.
Sus respuestas de lucha y huida son útiles para alejarlo del peligro. Ya no tiene que negar los
mensajes que su cuerpo le dice; puede identificar una amenaza externa. Por supuesto, luego en la
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serie, los síntomas vuelven, ya que sigue reaccionando físicamente al hecho de que su madre
quiere verlo muerto. Tony demuestra cómo la negación cognitiva no previene estas reacciones
corporales intensas que han estado fuertemente integradas a nuestra naturaleza para protegernos
de los daños.
El pánico es la respuesta fisiológica al peligro. Cuando se ve amenazado, el cuerpo entra en
estado de alerta con prevalencia del sistema simpático. El ritmo cardíaco aumenta, la sangre fluye
a las extremidades para prepararnos para correr o pelear.
Un ataque de pánico provoca la reacción más rápida y compleja que se conozca dentro del
cuerpo humano. Altera inmediatamente el funcionamiento de los ojos, muchas de las glándulas
importantes, cerebro, corazón, pulmones, estómago, intestinos, páncreas, riñones y vejiga, y los
grupos musculares más importantes. Dentro del sistema cardiovascular el corazón aumenta su
grado de contracción, y la presión se eleva al bombear la sangre hacia las arterias. Los vasos que
canalizan la sangre hacia los órganos vitales y músculos esqueléticos se expanden, aumentando el
flujo sanguíneo, mientras que los vasos de los brazos, piernas y otras partes menos vitales del
cuerpo comienzan a constreñirse, reduciendo el flujo en esas áreas. (Wilson, R. 1996)
Cuando un animal capta una amenaza, el cerebro reptiliano, primitivo, construido para la
supervivencia, toma la posta. Los hombres primitivos del África ecuatorial no tuvieron el lujo de
tomarse el tiempo para evaluar si el movimiento en la sabana era un león a punto de saltar o sólo
un arbusto ondeando con el viento. La supervivencia demandaba que sus cuerpos respondieran
como si el peligro fuera real y presente, preparándose para luchar o huir.
Las respuestas fisiológicas al peligro de las personas modernas se mueven dentro del
mismo estado energético altamente cargado.
Cuando las respuestas de ataque o huida son exitosas y la persona puede escapar, herir o
matar a su atacante, el cuerpo vuelve a su homeostasis. La energía es descargada al defenderse
contra el peligro activa y efectivamente, y el sistema nervioso vuelve al nivel normal de
funcionamiento. Cuando a Tony se le plantea una amenaza real y logra escapar exitosamente de
las balas, es capaz de localizar la fuente del peligro y defenderse. Su respuesta defensiva de
ataque o huida funciona. Sus respuestas fisiológicas no fueron ya percibidas como entidades
extrañas atacándolo. Su cuerpo estaba de su lado, y sus respuestas lo condujeron a la
supervivencia.
Uno de los factores que contribuye a sentirse sobrepasado durante un ataque de pánico es
la imposibilidad de identificar el evento desencadenante. El cuerpo está en un estado de activación
alto, listo para atacar o huir, pero el peligro no es identificable. La persona no puede encontrar el
estímulo al que su cuerpo está reaccionando y los síntomas (el estado de alerta) se vuelven
atemorizantes. Ellos mismos se convierten en fuente de ansiedad. El estado de alerta corporal
parece desproporcionado a la situación. Y si la situación es psicológicamente amenazante para la
persona, puede haber importantes fuerzas intrapsíquicas que le impidan buscar el escape o el
soporte que necesita. Tony Soprano no podía enfrentarse con el hecho de que su madre lo quería
muerto, y por eso sus respuestas de ataque y huida eran contrarrestadas, impidiéndosele su
expresión.
Sabiamente, su psicoanalista no trató de hablarle directamente de su miedo, ni intentó
pasar por encima de sus reacciones somáticas.
Los intentos de inducir relajación pueden aumentar la contracción al comunicarle a la
persona que las reacciones corporales son el problema. Aquí Levine ilustra lo que puede pasar
cuando un cliente está comenzando a entrar en alerta y es estimulado a relajarse:
“La relajación no era la respuesta. En nuestra primera sesión, cuando ingenuamente
y con la mejor de las intenciones, intenté ayudarla a relajarse, entró en un ataque de
ansiedad completo. Se paralizó y parecía incapaz de respirar. Su corazón golpeaba
salvajemente, y casi parecía detenerse.”
Si la idea no es relajarse para detener el alerta, ¿cómo puede uno arreglárselas en este
estado? Después de todo, en la serie, Tony no maneja muy bien sus ataques de pánico.

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Presentaré ahora varios casos que muestran cómo los ataques de pánico pueden ser
manejados exitosamente sin tratar de contrarrestar las señales corporales de peligro.
Examinemos el caso de Bill. Él era un profesor asistente en la Universidad y entró en
terapia a causa de sus ataques de pánico, los cuales eran tan severos que interferían con su
trabajo. Bill experimentaba sentimientos arrolladores de miedo, acompañados de taquicardia,
respiración entrecortada, sudoración, temblores y temor de morirse. Estos síntomas surgían en un
principio cuando él se hallaba en situaciones laborales con un miembro influyente de su
departamento. Un cuestionario más profundo reveló que su jefe estaba colocándolo en situaciones
donde su vida se veía amenazada, y luego desmentía su preocupación. Por ejemplo, una vez ellos
se hallaban en una embarcación durante una tormenta. Su jefe había rehusado proveerles de un
radio de onda corta. En otra oportunidad treparon una roca saliente sin cuerdas y realizaron
inmersiones de buceo sin compañeros. El mensaje era “Niega tu miedo y no pidas ayuda”. La
cabeza de Bill le decía que estaba seguro, pero su cuerpo le enviaba señales de lo contrario.
Con Bill utilicé dos intervenciones que comúnmente uso en el tratamiento de ataques de
pánico. La primera es una técnica frecuente en la práctica del Análisis Bioenergético. El terapeuta
ayuda al cliente a identificar los síntomas corporales del pánico y lo invita a investigar por qué
están apareciendo, y qué pueden estar comunicando. Por alguna razón, el cuerpo está
respondiendo al peligro. El estímulo amenazante puede no ser conciente en el presente, pero
usualmente hay una buena razón para el comportamiento del cuerpo, y debe ser escuchado.
Una vez que Bill acordó que sus síntomas podían ser útiles, que su cuerpo le transmitía que
estaba en peligro, le pregunté si deseaba, con mi ayuda y en el consutorio, experimentar entrar y
salir del estado fisiológico del pánico. Al aprender a identificar el estado físico de alerta y cómo
cambiarlo, podría sentirse menos fuera de control, y por lo tanto, menos amenazado por sus
estados de pánico. Esta intervención se inició cuando se sentía seguro y calmo.
Introduje luego un ejercicio bioenergético clásico de enraizamiento. Sentado en una silla, le
pedí que apoyara ambos pies en el piso. Le dije que pusiera su mano izquierda en su barriga y su
mano derecha en su corazón, y que notara su respiración. La respiración del vientre es enraizada
y centrada. Durante los ataques de pánico, las personas tienden primariamente a respirar sólo con
el pecho, sin exhalar completamente, por lo que la siguiente respiración entra a un tórax aun
inflado con aire. No hay espacio para otra entrada de aire, y comienzan a sentir que no pueden
respirar. Se asustan, e intentan respirar más fuerte aun.
Di instrucciones a Bill de concentrarse en hacer una exhalación completa, y al hacerlo,
empujar suavemente el piso con sus pies. Le dije que permitiera a sus ojos estar abiertos o
cerrados, pero sin tratar de enfocar nada de la habitación. Le pedí que mantuviera su boca abierta
y floja. Le mostré el gesto que pretendía, ya que las personas suelen sentirse tontas con sus
mandíbulas colgando.
Finalmente, y lo más importante, lo animé a permitir que su abdomen se moviera con su
respiración, expandiéndolo con la inhalación y relajándose con la exhalación.
Al principio, como mucha gente, Bill tuvo dificultad con esto, así que con su autorización
coloqué mi mano sobre su mano izquierda, y empujé suavemente en la exhalación, relajando mi
presión durante la inhalación. Una vez que fue capaz de dirigir su respiración, volví a mi silla y lo
animé a respirar de esa forma unas cuantas veces más, concentrándose en la exhalación. Esto es
muy importante, ya que las personas tensan sus estómagos durante un ataque de pánico,
mientras tratan de respirar con su pecho sin exhalar completamente.
Luego le pregunté si deseaba tratar de organizar concientemente su cuerpo en la forma
que asumía durante un ataque de pánico, y luego reorganizarse concientemente desde ese
estado. Al principio dudaba, así que le reaseguré que no tendría un ataque completo, pero que
debía estar atento para poder tener algo de control voluntario sobre su cuerpo, la próxima vez que
se encontrara en un ataque. Le dije que cuando estamos asustados, tendemos a limitar la
cantidad de aire en nuestro vientre. Le pedí que tensara su abdomen y subiera sus piernas para
experimentar la tensión de sus glúteos. Lo instruí para que respirara con su pecho sin exhalar

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completamente varias veces. Comenzó a boquear buscando aire, sus hombros subieron hasta sus
orejas y sus ojos se agrandaron con temor.
Le dije entonces que exhalara completamente, mientras empujaba suavemente el piso con
sus pies. Sus hombros bajaron y su gesto facial se suavizó mostrando alivio. Bill practicó este
ejercicio varias veces en mi consultorio, hasta que se sintió cómodo con los diferentes estados y
pudo entrar y salir de ellos con facilidad.
Bill tuvo un ataque mas antes de que termináramos la terapia. Había crecido en una familia
que se rehusaba a hablar acerca de sus sentimientos. Recibió una llamada a su casa, diciéndole
que su madre necesitaba verlo. Una vez allí, su hermana le dijo que su madre había tenido una
cirugía a corazón abierto la noche anterior, pero ahora se sentía bien. Ella no se lo había contado
antes porque no quería preocuparlo. Bill entró en la habitación de su madre en el hospital y la
encontró bajo una carpa de oxígeno, incapaz de reconocerlo. Tuvo miedo de que hubiera sufrido
un ataque y que tuviera un daño cerebral permanente, o estuviera muriendo. Corrió hacia el hall
con la respiración entrecortada. Recordó los ejercicios que habíamos practicado y pudo controlar
su respiración y buscar ayuda. Una enfermera le aseguró que para el día siguiente su madre
podría salir de la carpa y sería capaz de reconocerlo y conversar.
La familia de Bill usaba la negación como un mecanismo de defensa para manejar las
tensiones y ansiedades de la vida. El mismo mecanismo que usaba su jefe para descalificar su
miedo. Esta no era una estrategia útil para Bill, ya que su cuerpo sabía cuándo una situación era
peligrosa y la negación lo dejaba sin recursos para enfrentarla. En vez de permitir que los
sentimientos de pánico fueran la definición final de su experiencia, pidió ayuda, habló con la
enfermera, recibió la información necesaria y fue capaz de calmarse. Finalizó la terapia luego de
dieciséis sesiones y no ha reportado más ataques de pánico.
El siguiente paciente, a quien llamaré Jim, fue derivado por mi dentista. Durante una de
esas adorables ocasiones en que todo se halla dentro de tu boca, mi dentista me preguntó
mientras limpiaba mis dientes, sobre lo que pensaba acerca de los ataques y el trastorno de
pánico. Sacó sus instrumentos de mi boca lo suficiente como para que le explicara mi opinión
acerca de que se trata de una respuesta de lucha-o-huida bloqueada, que dejaba el cuerpo en un
alto estado de alerta. Me contó que su amigo, Jim, había comenzado a experimentar ataques
severos de pánico luego de la muerte de su esposa, y que su tratamiento con un terapeuta lo
había dejado peor. Se preguntaba si yo podría ayudarlo, y le contesté que me gustaría intentarlo.
Una semana después Jim me llamó para pedir una cita.
La presentación de Jim difiere de Tony y Bill en que ningún evento en su vida cotidiana
aparentaba ser amenazante para su vida. Su caso demuestra cómo las fuerzas intrapsíquicas,
sobre todo la culpa y la negación, pueden precipitar la constelación del trastorno de pánico. Contó
que en su anterior terapia, de dos años de duración, con una frecuencia semanal, usaba una
combinación de terapia cognitiva y relajación. Había intentado también el tratamiento
farmacéutico usual para la ansiedad, depresión y pánico. No le gustaron los efectos secundarios y
en realidad se sintió peor con tales medicamentos.
En general, dijo sentirse más ansioso luego de su primera terapia y dudaba de que
cualquier tratamiento pudiera ayudarlo. Jim estaba experimentando un profundo pesar luego de la
muerte de su esposa. Había intentado salir con alguien, pero las mujeres sólo le recordaban a su
esposa y su pérdida. Se sentía culpable por haber tenido una serie de affairs durante su relación.
Ella había sufrido una enfermedad crónica que la dejó inválida y dependiente de su esposo. Por un
lado, a él le agradaba esta invalidez, ya que ella lo necesitaba y no le dejaría; por otro lado,
odiaba sentirse atrapado. De hecho, sí lo dejó al morir, pero él parecía seguir atrapado en la
lealtad hacia ella y la vida que habían planeado juntos.
Sus ataques de pánico eran severos, dejándolo desvalido, ya que incluso en ocasiones
sufría mareos y desmayos. Los ataques ocurrían en su mayoría en el trabajo, y algunas veces en
la tienda. En ambas situaciones sentía que la gente se le aproximaba y él no era capaz de
escapar.

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Se obsesionó con vender su casa, pensando que si lo hacía, podría dejar su trabajo y
retirarse a un modo de vida más económico. En otras ocasiones se fijaba en la idea de comprar un
auto, gastando todo su tiempo libre en la búsqueda de uno, y luego apenas comprado, se sentía
desilusionado y lo vendía.
En la primer sesión me enfoqué en su culpa. Le comenté sobre el libro “Pérdidas
Necesarias”, de Judith Viorst. Ella reporta que la mayoría de las parejas felizmente casadas desean
en algún momento que su pareja muera. Si el compañero sufre una muerte accidental, entonces
no habría responsabilidad o culpa y la persona podía ser libre. Jim se sintió bastante aliviado al
saber estas estadísticas y luego de la primera sesión dejó de tomar el Zanax, diciendo que el
medicamento lo hacía “sentir raro”.
Luego de nuestra segunda sesión se compró un Camaro rojo convertible y me trajo una
foto de él con su auto. Admiré su auto y le hice algunas preguntas acerca de cómo se sentía
acerca de eso. Comprar un auto representaba ser un hombre soltero. De hecho, él se refirió a este
auto como un “magneto para chicas”. Luego de tres semanas le disgustó la idea de un convertible
y comenzó a centrarse en venderlo y comprar otro auto, otro Camaro. Aún conserva este segundo
auto y lo disfruta. Antes de la muerte de su esposa, él se encontraba dividido entre comprar un
auto que le gustaba y uno que satisficiera las necesidades de su esposa. El segundo auto
representaba su deseo de cambiar y hacer una decisión por sí mismo. No era un auto para
complacer a su esposa ni para atraer mujeres, sino un auto que él disfrutaba. Me había dicho
repetidamente que yo no entendía que este era un gran cambio para él. Durante los últimos dos
años, había comprado y vendido siete autos y nunca se había sentido tranquilo acerca de una
compra de auto desde la muerte de su esposa. Ser capaz de comprar un auto significaba que Jim
había aceptado ser un hombre soltero y sin compromisos. No siente más culpa por hacer una
compra por decisión propia y puede elegir un auto que calza con sus necesidades.
Jim estaba demasiado asustado para intentar entrar y salir del estado de pánico en mi
consultorio. Sufría de trastorno por déficit atencional y tenía dificultades para contactar con las
sensaciones de su cuerpo. Necesitaba apoyo constante y reaseguramiento de mi parte en lo que
se refería a sus decisiones respecto al cambio de trabajo y mudanza. Consideré que vender su
casa sin un plan de adónde mudarse lo asustaba, como asustaría a mucha gente. Revisamos su
situación financiera y descubrimos que le era posible conservar su casa y encontrar otro empleo
en el que pudiera trabajar medio tiempo. El estar sentado detrás de un escritorio con gente cerca
de él contribuía a sus sentimientos de estar atrapado y en pánico. Una vez que fue capaz de
completar la respuesta de huida (salir de detrás del escritorio) y encontrar un trabajo más “de
campo”, sus ataques de pánico se disiparon. No volvió a sentir la necesidad de vender su casa y
dejar la ciudad. Luego de diez sesiones, reportó no experimentar más ataques de pánico y
sentirse menos ansioso en general.
Comenzamos a explorar sus relaciones cotidianas con las mujeres. Poco tiempo después se
enteró que debido a sus cambios de empleo, había perdido sus beneficios del seguro social y
decidió terminar la terapia. Aunque Jim no sufre ya de trastorno de pánico, tiene aun muchos
puntos para tratar en una psicoterapia. Fue hijo de una alcohólica. Su padre se hallaba raramente
en casa y muchas veces Jim volvía de la escuela para encontrar a su madre desmayada a causa
de la bebida. Sufre de trastorno obsesivo-compulsivo y aun lo atraen las mujeres dependientes y
necesitadas de cuidado, con la esperanza inconsciente de que no lo dejarán. Al no tener más
ataques de pánico y haber perdido sus beneficios, ha terminado su terapia y es claro que no está
motivado para explorar otros temas.
La siguiente paciente difiere de los otros tres en que no existía nada en su situación
cotidiana que explicara sus síntomas de pánico. Debbie tenía 24 años y una historia de depresión.
Se hallaba en su tercer trimestre de embarazo y tenía síntomas de depresión, ansiedad y pánico.
Había tenido episodios de vértigos y dificultad al respirar. Algunas veces se despertaba boqueando
en busca de aire. Reportó que estos ataques de pánico ya habían sucedido tres veces
anteriormente, siempre en diciembre. Duraban alrededor de tres meses y luego se disipaban.

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Ella sabía que su madre había estado deprimida durante su infancia y que quizás hubiera
una conexión. Tenía una buena relación con su actual terapeuta, a quien veía semanalmente
desde hacía tres años. Aunque Debbie sentía haber mejorado mucho con el tratamiento, aún
sufría de ataques de pánico. Uno de sus amigos, colega mío, sabía acera de mi trabajo con el
trastorno por estrés postraumático y le sugirió que mi tratamiento podría serle útil.
Dos días antes de nuestro primer encuentro, mientras buscaba medicamentos que aliviaran
sus síntomas, su esposo la llevó a la unidad local de salud mental. En principio esto puede sonar
como un comportamiento extraño; de hecho, en mi comunidad hay una lista de espera de cuatro
meses para iniciar una evaluación médica con un psiquiatra. Debido a su estado emocional y las
recientes publicaciones acerca de la depresión post-parto y el riesgo de homicidio y suicidio
materno, el equipo en la unidad quiso hospitalizarla contra su voluntad. Fue encerrada en un
cuarto mientras el equipo iba a buscar al psiquiatra. Afortunadamente, su esposo convenció al
psiquiatra de liberarla bajo su custodia y dejaron el hospital contra el consejo médico. Les hizo
una receta de Paxil e Imipramina, la razón por la que habían ido al hospital desde un principio.
La animé a que entrara en sintonía con su cuerpo y siguiera sus procesos. Ella se sentó
rígidamente en la silla diciendo que sentía sus brazos restringidos contra los costados de su
cuerpo y que no podía moverlos. Se quejó de sentir su columna fuera de su cuerpo, expuesta en
carne viva. Esto era acompañado de un dolor punzante en su espalda y dificultades en hallar su
respiración. Su madre recordó que cuando Debbie tenía cuatro meses, durante los meses de
invierno, había tenido escarlatina. Al principio, su madre dijo haberla llevado al hospital con fiebre
peligrosamente alta. Una semana después, corrigió la historia diciendo que Debbie había sido
tratada en su casa.
Debbie sintió que su madre minimizaba sus experiencias infantiles y la animaba a poner
“carita feliz”, negando su malestar actual. Ella y yo hipotetizamos que durante los tres últimos
años había estado reviviendo algunos traumas infantiles que ocurrieron durante el invierno. Quizás
su experiencia de la escarlatina. Parecía estar experimentando una reacción de aniversario a un
trauma infantil, codificado en su cuerpo pero no disponible para la memoria narrativa.
Recientes hallazgos de observaciones a parejas cuidadoras de niños han confirmado lo que
los terapeutas corporales han sabido por mucho tiempo; que esas experiencias tempranas de
apego son las que se codifican en el hemisferio derecho, quedando allí sin simbolizar y siendo
utilizadas en la comunicación corporal. Allan Schore (1998) ha resumido este trabajo, enfocándose
en la comunicación de hemisferio derecho a hemisferio derecho que ocurre entre el niño y su
cuidador. Estos hallazgos empíricos indican que los recuerdos de estos años preverbales son
almacenados en el hemisferio derecho no verbal. Son recordados en términos de estados
corporales, sin una historia. Luego, debido al deseo de entender y dar coherencia a estos
sentimientos, la persona construye una narrativa para ellos. (Resneck-Sannes, 1995).
Mientras Debbie seguía sus procesos sensoriales, pareció revivir una experiencia infantil.
Sintió como si sus brazos estuvieran atados a sus lados, y que estaba siendo sujetada. Al estar en
contacto con sus sensaciones físicas, comenzó a sentir olas de enojo y luego rabia. Con soporte
físico y coraje, fue capaz de tirar las cuerdas que la mantenían atrapada. En su tercera sesión, la
invité a pararse y comenzar a golpear un gran almohadón con una raqueta que guardo en mi
consultorio para darle a los pacientes la oportunidad de liberar emociones. El propósito de golpear
no era librarse de sus sentimientos de enojo. Más bien, la animaba a expresar las respuestas de
lucha que habían sido frenadas mientras estaba atada. Probablemente estas respuestas hayan
estado bloqueadas durante su vida y el golpear con la raqueta la animó a sentir el poder de su
agresión en un ambiente sano y contenedor.
En la cuarta sesión habló de sus miedos de ser atrapada en el hospital durante su labor de
parto. En la sesión previa había activado sus respuestas de lucha. Ahora su cuerpo sentía el deseo
de huir. Le recordé que durante su visita al hospital psiquiátrico, había sido encerrada en un
cuarto, donde era incapaz de escapar. Su esposo había intervenido, permitiéndole irse; quizás
podía confiar en él para que la protegiera durante su labor. Luego de una visita a la maternidad,
trazamos un plan para que pudiera caminar durante su trabajo de parto e incluso mirar por las

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ventanas si lo deseaba. Su esposo actuó de soporte y le reaseguró que intercedería y reforzaría su
pedido de no ser atada, que se le permitiría moverse como quisiera durante el trabajo de parto.
En la quinta sesión había bajado la dosis de Paxil de 30 a 20 miligramos y había dejado de
tomar la Imipramina. Tuvimos dos sesiones más luego de esa. Me visitó una vez luego de que
naciera el bebé. No estaba tomando ninguna medicación y parecía una madre cansada pero feliz.
Solicitó una sesión más cerca de un año después, para trabajar sobre el establecimiento de límites
con un amigo. Una vez más, no reportó ansiedad, depresión, ni ataques de pánico.
La última persona que expondré es a mí misma. Aunque lo que experimenté no era
realmente un ataque de pánico, estaba ciertamente asustada. La resolución de mi miedo
demuestra los principios de identificar los estresores y sostener las respuestas de lucha o huida.
También traigo mi propia experiencia a este trabajo por una situación que viví, hace cuatro años,
mientras escribía un artículo en donde describía un tratamiento con una paciente. Le di una copia,
y ella se sintió ofendida por lo que escribí. Sentía que yo estaba distante y tomaba el rol de
observador al escribir, mientras que durante el proceso terapéutico yo estaba mucho más
presente. Específicamente, no le gustó ser el objeto del tratamiento y necesitaba sentir mi
vulnerabilidad en el proceso. Durante la experiencia que voy a describir, me sentí extremadamente
vulnerable.
Una mañana hace cuatro años, estaba hablando con un colega por teléfono sobre un
paciente suyo. Esta persona era alguien a quien yo tenía en alta estima. Su paciente era miembro
de un grupo de formación en Bioenergética; y mientras trabajaba con ella, observé que estaba
disociada la mayor parte del tiempo. Durante el trabajo en grupo, intervine usando las técnicas
que aprendí de Levine en el manejo del trauma. Cuidadosamente modulé su estado de alerta,
previniendo que pudiera entrar en un estado disociado más profundo. Luego ella preguntó si yo
podría verla individualmente.
La respuesta de mi colega hacia mí y mis observaciones acerca de su paciente fueron frías
y odiosas. Algo de esa sensación de frialdad era aumentado por su uso del “manos libres” en el
teléfono, lo que causaba que su voz se oyera como la de Darth Vader, pero no estaba equivocada
al sentir esa fría agresión dirigida hacia mí. Luego de colgar, comencé a temblar y sentí mi
corazón golpear en mi pecho. Mi miedo y mi respuesta corporal a él eran tan intensos que no
pensé que pudiera manejarlo yo sola. Llamé a una amiga, Raven Lang, quien inmediatamente vino
a mi casa trayendo una espada de samurai, sugiriéndome que la tomara. Me señaló la sangre seca
que tenía la espada, indicando que realmente había sido usada para matar a alguien. El borde de
la hoja era lo suficientemente cortante como para raspar mi piel y la punta lo bastante afilada
como para atravesar a alguien. De pie, sosteniendo la espada en frente mío, asumí la postura
bioenergética clásica de enraizamiento. Mis pies separados a la misma distancia que el ancho de
mis caderas, mis rodillas sueltas, y el peso balanceado entre mi pie izquierdo y el derecho.
Levanté la espada sobre mi cabeza y lentamente doblé mis piernas mientras inhalaba, exhalando
mientras las enderezaba. Sosteniendo esa espada, sentí el poder de mi rabia y mi agresión se
elevó desde mis brazos, volviéndose uno con la espada. Luego me senté en el suelo sosteniéndola
en frente de mí mientras Raven me contaba historias de su poder. Mi miedo fue reemplazado por
el placer de la fuerza en mis brazos y el disfrute de mis propios sentimientos agresivos. En vez de
tratar de contener mis impulsos de lucha para preservar mi autoestima, que percibía como
amenazada, Raven me estimulaba a tomar conocimiento y adueñarme de estos impulsos dándome
al espada samurai. Ella sugirió que me quedara con la espada tanto tiempo como la necesitara.
Varias veces durante esa semana, sostuve la espada enfrente mío. Sentí los músculos superiores
de mi espalda ablandarse y pude sentir el poder y la fuerza de mis brazos. Al final de la semana,
se la devolví.
Los ataques de pánico son la respuesta corporal al peligro, sin que la persona que los sufre
pueda identificar la o las causas desencadenantes. La amenaza puede venir de mecanismos
psicológicos como culpa o por pérdida de objetos, o de peligros reales en el mundo externo. Más
allá del desencadenante, la persona es incapaz de identificar el riesgo. Algunas veces, las fuerzas
intrapsíquicas como negación, culpa y represión impiden que la persona se de cuenta del estrés

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particular que está causando la reacción. Otras veces traumas infantiles están siendo almacenados
en el cuerpo y pueden representarse como estados de pánico sin que la persona sepa
cognitivamente de la amenaza a su seguridad.
Al tratar ataques de pánico, el alerta fisiológico es visto como un intento de enfrentar una
amenaza, ya sea en el mundo físico o intrapsíquico del sujeto. Se da soporte a las respuestas de
lucha o huida, permitiendo a la persona completar su patrón defensivo y volver a la homeostasis.
Las personas que sufren de pánico son también animadas a identificar sus respuestas al miedo,
haciéndolos concientes de los patrones de holding en sus cuerpos. Conociéndolos y aprendiendo a
cambiarlos, las personas pueden comenzar a desarrollar su control sobre su propia fisiología de la
reacción de pánico.

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