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Gonzalo
ROJAS
GONZALO ROJAS
DOSSIER II
Gonzalo Rojas
Dossier II
Editado y publicado por Ediciones del Sur. Córdoba. Argentina.
Julio de 2004.
Distribución gratuita.
ENTREVISTAS .................................................................... 8
Gonzalo Rojas: Nunca fui sino un protodisidente 9
Conversaciones con Gonzalo Rojas,
por Juan Gabriel Araya ............................................................. 15
Gonzalo Rojas: Juicio de Residencia,
por Julio Ortega ......................................................................... 28
Todo es tan relámpago, tan mío,
70
por Daniel de la Fuente .............................................................
El despertar del poeta, por Marcelo Simonetti ............. 84
Gonzalo Rojas y los chilenos, por Ximena Poó ......... 95
No pongan flores encima, pongan aire,
por R. Hidalgo, J. Pinos y L. Valenzuela ................................... 102
Gonzalo Rojas: «Los físicos son los grandes
poetas de hoy», por Rosa María Echeverría ....................... 114
Aprendiz inconcluso, por María Teresa Cárdenas ......... 120
El poeta genealógico, por Eduardo Milán ....................... 131
“No hay que tenerle miedo a la muerte”,
por Melanie Josch .......................................................... 137
Evado la publicidad; siempre quise ser un
desconocido, por César Güemes .......................................... 142
Gonzalo Rojas y Juan Gelman: «El único tema
verdadero de la poesía es la poesía»,
por Tulio Demicheli ........................................................ 147
6
Gonzalo Rojas. Ganador del Premio Cervantes
2003 ........................................................................... 242
Con la poesía, más vivo el vivir, por Roberto Hozven 249
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Entrevistas
GONZALO ROJAS: NUNCA FUI SINO UN PROTODISIDENTE
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otro que se llamaba Hugo Goldsack, quien se ha perdido
bastante y que tenía su talento y era buen lector. Todos
ellos vivían detrás del internado Barros Arana, es de-
cir, se juntaban por ahí por esos barrios en unos cafetines
de la calle San Pablo abajo.
Los “Mandrágora” no tienen más importancia que la
de haber pensado en una especie de salida de los chile-
nos hacia afuera, con bastante audacia y a la sombra de
Huidobro, esa es la verdad. Sin Huidobro ese grupo no
habría funcionado. Fue un grupito muy minúsculo... to-
das estas cosas se exageran en Chile. Son pequeños or-
ganismos, casi protozoarios, en los que va germinando
algo sin que se sepa muy bien qué.
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F.V.: También está Emar, el cual está un poco olvi-
dado y que tiene un libro interesante, extraño, que se
llama Ayer.
—Juan Emar sí que es bueno, es de primera clase.
Yo lo conocí como alguien más bien callado; me parece
que lo estoy viendo en las reuniones en casa de Huidobro.
Era muy silencioso, muy sigiloso, no aparecía con el ta-
lento mayor que tenía.
En todo caso yo no tengo grandes conocimientos ni
recuerdos al respecto. En esos días no fui tan activista
como, por ejemplo, Anguita o Volodia. Yo era distante,
un muchachón más bien de provincia que miraba con sos-
pecha todo esto. Nunca fui sino un protodisidente.
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F. V.: Y a propósito de Gómez Correa, ¿qué recuer-
do guarda usted de él y de otros poetas como Jorge Cáce-
res?
—Yo tengo muy buen recuerdo de Gómez Correa. Era
un estudiante de Derecho muy aventajado. Tenía inclu-
so, un impulso teórico mejor que el de Arenas, quien era
más lector y más esquemático.
Es que en ese sentido, creo que La Mandrágora apor-
tó una cosa clara: el rigor verdadero en la responsabili-
dad de escribir. Es decir, nada de improvisación, nada
de iluminaciones súbitas. Había que leer, leer, leer. Re-
cuerdo a Teófilo, a Gómez, también a Cáceres; leyendo
insaciablemente en la Biblioteca Nacional, horas y ho-
ras en un tiempo en que había pocos libros en Chile y
las bibliotecas particulares eran escasas.
A Cáceres lo conocí a los 15 años de edad. Él era alum-
no de cuarto año del internado Barros Arana, del cual
yo era inspector con 20 años. Un día me llamó la aten-
ción que este joven me mostrara unos escritos bastante
bien hechos, pero fuertemente influidos por Alberti —por
el Alberti de Sobre los ángeles de 1930— y por Gil Vi-
cente, poeta de moda en esa época a pesar de haber na-
cido cuatrocientos años antes. Entonces yo le dije “mira
niño, es bueno este trabajo pero no es tuyo”, y le pasé
algunas revistas surrealistas y algo de Breton. A los quin-
ce días se presentó a mi cuartucho de inspector, con unos
papeles preciosos de imitación perfecta; la capacidad
de mímesis de este chico era impresionante. Yo le dije
“tú sigues teniendo un talento imitativo enorme, pero
tienes que ser tú mismo”. De ahí se puso a hacer algo de
poesía, aunque no mucho, pues entró en una ortodoxia
excesiva, parece que por una mala influencia de Arenas
que lo orientaba hacia un surrealismo estrecho y estricto.
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Yo lo dejé de ver, aunque lo quería mucho, y cuando
murió le escribí un poema que se llama “Una vez el azar
se llamó Jorge Cáceres” y que aparece en mi segundo
libro: Contra la Muerte.
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CONVERSACIONES CON GONZALO ROJAS
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Salt Lake City, Estados Unidos. Gonzalo Rojas es tam-
bién Profesor Emérito de la Universidad de Concepción.
Obra literaria
Juicios críticos
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– Lo que sé a veces es recibir el relámpago violento
de la creación efectiva, de lo genuino, y eso lo he expe-
rimentado con su libro. (Gabriela Mistral)
– Hacía mucho que yo no leía poemas tan intensos,
palabras cargadas de la verdad de este mundo y quema-
das por el roce del otro. Poesía en los límites y de los lí-
mites. (Octavio Paz)
—¿Por qué azares del destino e incurias de la crítica
el reconocimiento del gran poeta Gonzalo Rojas es to-
davía negocio de iniciados? Sólo la rareza de sus libros
(La miseria del hombre y Contra la muerte) puede expli-
car este fenómeno de ignorancia que, a mi juicio, cons-
tituye un escándalo que exige inmediato remedio. Es pre-
ciso y urgente situarle en su lugar, sacarle del silencio
al proscenio, junto a los grandes, los iguales de su tiem-
po, que es el nuestro. (Ricardo Gullón)
Su palabra de aire
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mento posterior, el de la infancia en Concepción a los 8
años (1926). Mi padre muere temprano, cuando yo tenía
cuatro años. Muere en 1921. Son dos plazos de vida. El
primer plazo es abierto, gozoso, de fascinación con el
mundo natural; es Lebu con sus barrancos, sus ruidos,
su mar, su oleaje; luego las piedras feas, sucias de Con-
cepción.
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Dicho mundo está en textos observables. Allí se en-
cuentran la infancia fresca, con encantamiento, y la in-
fancia cruel. Una muestra de aquel Lebu que se evoca
en su fragancia está en el poema, clásico ya, “Carbón”;
en cambio “Orompello” entrega una mirada terca, la de
las piedras sucias de Concepción. Con esas dos miradas
se ilumina parcialmente la infancia.
Lebu, por otra parte, está vivo a lo largo de toda mi
poesía, sobre todo en el exilio. Está presente con su es-
puma y sus arrecifes. En Lebu no hay una mirada de re-
ojo, sino de permanencia. La infancia es permanencia.
Es la infancia que me enlaza con el mejor pensamiento
mistraliano. La gracia de la Mistral en el tratamiento
de la infancia no está en la línea didáctica, está en la es-
tabilidad esencial y permanente de esa suerte de estado
de gracia que es la infancia.
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Entre otras cosas, afirma que el pensamiento es un
cuchillo sin mango y sin hoja. No hay una visión más ab-
surda que ésa. Por eso en mi poema “Orompello” acerca
de mi infancia dije: “El viaje mismo es un absurdo”.
—¿Cuál viaje?
—El viaje de la vida. Ese viaje de ir pasando así o asá.
O sea, el absurdo me funcionó a mí desde una época muy
temprana. Un ejemplo del absurdo de que hablamos, es
una foto que nos tomó un sujeto en un escañito de la pla-
za de Lebu. En aquella ocasión yo jugué a mostrar en ese
mismo momento otra foto con mis manos, mientras me
sacaban la foto a mí. Creo que ésta es una actitud abso-
lutamente surrealista.
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—¿Cómo fue su vida recién llegado a Santiago?
—En Santiago conocí a mis amigos. Los elegía entre
la gente graciosa. Me gustaba conversar con gente chis-
peante, que tomaba todo con humor, que se divertía con
el pensamiento y con la seriedad de las palabras. Por eso
no era raro que yo eligiera siempre entre mis amigos a
gente estricta y chispeante a la vez.
Entre los más queridos estaban algunos estudiantes
de Leyes, porque yo también estudié algo de eso. El más
querido fue Jorge Solovera, un tipo que sabía leer por
dentro y que tuvo plena confianza en lo que yo hacía.
Cuando terminó sus estudios se convirtió en un pena-
lista estupendo. Murió hace un buen tiempo, chocó en
su auto.
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—El crítico Ignacio Valente señaló en el diario El
Mercurio del 31 de marzo de 1991 que es posible en su
poesía realizar algún tipo de lectura religiosa ¿Qué opi-
na usted de eso?
—Sí, yo creo que es posible una lectura religiosa,
como lo señala él mismo. Pienso, eso sí, que una lectura
no adentro de la ortodoxia, no de una determinada con-
fesión religiosa. Quiero decir de un pensamiento que im-
plique una búsqueda y que esa misma búsqueda sea un
incendio del sentido aparente. El poeta debe ligar o re-
ligar una cosa con otra y ésta con otra cosa que no sabe-
mos, pues el hombre no ha descifrado todas las cosas. Ya
se sabe, el hombre tiene un cerebro con una funcionalidad
escasa. La fisiología del cerebro está diciendo cuán li-
mitados somos.
Ahora, en mí funciona una religiosidad muy cerca del
pensamiento de los sufíes. El sufismo es una secta mu-
sulmana. Constantemente vuelvo sobre estos temas de
carácter sacro. Por ejemplo, hablo en mi poesía de alum-
brados. El alumbrado es un modo de iluminación. Es el
tipo que ve más lejos que el común de los mortales. Los
alumbrados son místicos de abolengo árabe, sufí. Al res-
pecto considero que San Juan de la Cruz está muy enla-
zado con los sufíes, por eso es que yo amo tanto a San
Juan, y por eso también —no te parezca raro— que yo
mezclo a San Juan con Bataille, aunque éste sea un pro-
fano. Sin embargo, es un místico. Un místico casi desde
el libertinaje.
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las últimas décadas. Lo mismo en sellos editoriales de
España que de Hispanoamérica, de Alemania o de Esta-
dos Unidos. ¿Está usted de acuerdo con esta línea exegé-
tica de los letrados, de los que alguna vez ha hecho men-
ción irrisoria en textos como “La lepra” y “Victrola vie-
ja”, o —lo mismo que el artificio de esa metódica— tam-
bién le merece reservas la espontaneidad de un diálogo
directo como éste?
—Ninguna de las dos cuerdas me parece objetable
para entrar en la aproximación de esa otra aproxima-
ción mayor que es la poesía. Siempre dije —y eso ya está
recogido allá por el 48 en una encuesta de Hugo Zambe-
lli— que en realidad yo sé muy poco de poesía, aunque
—claro— me ha atrevido con unos seiscientos ejercicios.
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hilar otro hilo que el de mi proyecto poético. Lo que me
harta hasta el hartazgo es el relumbrón de esa liturgia,
la confidencia, el sobajeo, lo clownesco del figurón y tam-
bién del preguntón, el “antes de mí”, el “después de mí”:
esa impostura. Ahora que, por otra parte, hay entrevis-
tas y entrevistas, y la apuesta siempre es difícil desde
el momento que se trata de entrever, es decir, de ver y
de no ver en el centelleo al mismo tiempo, y desde ahí
mismo seguir viendo, como diría Roberto Matta. A este
propósito, nunca he leído nada comparable —en Chile,
por supuesto— a esas Conversaciones entre Matta, uno
de nuestros “poetas” máximos, y nuestro músico-filóso-
fo Eduardo Carrasco. Recuerdo que esas Conversacio-
nes me ventilaron el seso en medida distinta por cierto
que las de Eckermann con Goethe, guardando debida-
mente las proporciones áureas, pero de un modo tan fres-
co y riente como suele ofrecerse en los clásicos progeni-
tores.
—Si uno lee y relee sus tres libros más próximos —nin-
guno de los cuales ha llegado nunca al país—, esto es,
El alumbrado y otros poemas, en su segunda edición de
Cátedra-Poesía, de Madrid, 1987, Materia de testamento
y Desocupado lector, impresos asimismo en Madrid en
1988 y 1990, respectivamente, en el sello Hiperión —to-
dos ellos de abundante crítica— se aprecia allí un len-
guaje airoso, coloquial y extracoloquial a la vez, algo así
como una sintaxis liberando conforme al juicio del exi-
gente Eduardo Milán, de la planta de Vuelta (México).
Y, además, uno registra su persistente vibración sombría,
esa fidelidad a lo oscuro que viene desde su mocedad
del 38, transida ahora de cierto desprendimiento gozo-
so, como si vejez y reniñez (la palabra es suya) se le die-
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ran en una misma visión encantante. ¿Cómo se llega a
eso?
—Todo un riesgo aclarar lo que yo mismo tengo os-
curo, pero creo que la clave la ofrece el poema homóni-
mo de ese libro El alumbrado, y hay que leerlo con pau-
sa, o por lo menos sin apuro, en diálogo con textos apa-
rentemente crípticos que habré escrito en otras fechas:
“Oscuridad hermosa”, “Al fondo de todo esto duerme un
caballo”, “Adiós a Holderlin”, por ejemplo.
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poema “Al fuego eterno”, que habré de enriquecer con
unos cuantos nombres) las cuerdas de la poesía de Chi-
le en el concierto entero latinoamericano. Porque basta
de exagerar el portento del extremo sur como si —por
haber tenido a la Mistral, a Huidobro y a Neruda— fué-
ramos los únicos o los mejores. La conciencia del límite,
lo primero. “Humus” del mestizaje; ahí vamos germinan-
do todos, de Darío a hoy.
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GONZALO ROJAS: JUICIO DE RESIDENCIA
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ralelamente a eso fui haciendo no sólo la morada sino la
“des-morada”, hasta la mismísima intemperie. “Soy un
habitante”, dijo una vez. Antonio Porchia, “¿pero de dón-
de?” ¿Qué será esto? No entiendo bien lo que estoy di-
ciendo. ¿Tendrá que ver con el encuentro-desencuentro?
Estoy pensando surrealísticamente.
Los surrealistas hablaban —tú lo sabes muy bien—
del encuentro que es desencuentro a la par: encuentro-
desencuentro. La verdad es que a mí también se me da
como un conflicto; pero no como un conflicto irremedia-
ble, sino como una dualidad, y ya en el primer texto de
La miseria del hombre (Valparaíso, 1948), se propone la
escisión:
Hay dos lenguas adentro de mi boca,
hay dos cabezas dentro de mi cráneo:
dos hombres en mi cuerpo sin cesar se devoran,
dos esqueletos luchan por ser una columna.
Así la lectura de mi poesía-viaje-extensión-abierta
(espacio) y así también la lectura otra en profundidad,
en verticalidad como el barranco del que habla el Tao
para aludir a la intramorada. Tarde, tardísimo en mi vida,
cuando ya pensaba que había visto suficientemente,
“Habiendo viajado lo suficiente”, como dice con tanta
gracia Apollinaire en “La Jolie Rousse”. “Habiendo visto
(dice también) la guerra en la artillería y en la infante-
ría” por los lados que tú sabes, no creí jamás que iría a
reencontrarme con un espacio —y ahora volvemos sobre
la idea del intraespacio— con un espacio que era como el
punto en el cual yo tenía que entrar y que me estaba
aguardando, espacio físico —se entiende— para que yo
allí mismo me volviera a ver hasta lo hondo de mi ser,
doblado como el gusano, que se ve cuando se dobla. Uno
se dobla para verse. Entiendo que el gusano se dobla para
verse. Yo mismo, doblándome —no arqueándome en el
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sentido sucio de entregar el espinazo; pero doblándome
en mí mismo, sobre mí mismo, entré en trato con un es-
pacio muy precioso que está en las cordilleras de Chillán
de Chile, en los bordes cordilleranos, con la nieve sin
embargo ahí mismo y un río mágico: El Renegado. Ése
es hoy mi ámbito en el que vivo y por cierto desvivo, un
paraje cortado en piedra, portentoso. El aprendizaje del
vacío —geológico y esencial— que es como se me ha dado
siempre la palabra. Casi —cómo decírtelo, Julio— en la
órbita de lo sagrado; del báratro al empíreo.
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esas correlaciones entre la geografía y el mundo atado:
la geografía poética y la palabra inserta en él? ¿Cómo
es tu diálogo con esa materia recorrida?
—Materia recorrida. Me gusta eso. Es que los poetas
de América Hispana somos primordialmente “reístas”,
atados acaso al viejo pensamiento cosal, el de los preso-
cráticos: movimiento y crecimiento. Y me gustaría res-
ponderte con un libro que no tengo en esta habitación.
Un minuto y te lo traigo. Tenía yo veinticinco años, o tal-
vez veinticuatro, cuando escribí un texto que forma par-
te de mi primerísimo libro La miseria del hombre de ya
difícil acceso. La edición más fea del mundo en 500 ejem-
plares. Pero libro caudaloso, con unas ciento cuarenta
páginas. Allí se lee, en la página 91, “La vuelta al mun-
do”, pieza de 100 líneas de las que te quiero leer única-
mente 6:
Que un viaje es un motivo para hablar
de Hombre a Mujer, mientras las calles
suben y bajan al compás de las venas;
¡tantas calles tan bellas en que todo
el mundo grita y pregunta por qué
hay un cadáver dormido en el aire!
Fue la primera vez en que vi esto del viaje sobre lo
cual tú me estás consultando ahora. Por cierto que hay
muchos otros textos posteriores, desde los cuales se pue-
de responder más vivamente, más intensamente. Como
por ejemplo en “Uno escribe en el viento” de Contra la
muerte (Santiago de Chile, 1964) o en el poema “Frag-
mentos” de mi libro Oscuro (Caracas, 1977).
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te? ¿Se trata de que la palabra transforma el mundo, de
que la palabra dice el mundo y lo modifica, o se trata de
que no hay otro mundo, fuera de la palabra?
—La palabra transforma el mundo parcialmente. Nun-
ca fui un creacionista. Parcialmente. No creo por entero
en esa transformación del mundo desde la palabra.
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Ahí tú estás dejando una cosa muy en claro. La red
es lo reticular de lo sensorio y no la super-razón, la imago
larvaria que se demora en su tela levísima y perdura-
ble. En “No le copien a Pound”, hay unas líneas que di-
cen: “no lo juzguen por la dispersión: había que juntar
los átomos, tejerlos así, de lo visible a lo invisible, en la
urdimbre de lo fugaz y las cuerdas inmóviles...”
—Te decía que la red es lo reticular—así, pleonástica-
mente— y hace que el agua se escurra; nada perdura y
sin embargo las aguas tienen que pasar por esa red cuan-
do uno la tira y la recoge con los pescados aleteantes to-
davía. Entonces yo pienso que también desde algún tex-
to, especialmente desde uno que yo llamo Numinoso po-
dría ofrecerse un grado de respuesta a este difícil nom-
brar-no-nombrando el mundo. No creo que proceda la
lectura de Numinoso.
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uva a uva de su racimo, lo besamos
soplando el número del origen,
(hay una coma y un blanco, un blanco decidor)
no hay azar
sino navegación y número
(porque parecería ser que puesto que no juego ni la car-
ta del nombrar clásico, ni la carta del nombrar barroco
pudiera ser yo uno más que, por mi aprendizaje surrea-
lista, confiara demasiado en la calidad del azar, pero el
hablante dice:)
no hay azar
sino navegación y número, carácter
y número, red en el abismo de las cosas y número.
(La reiteración de ese “número” no te la voy yo a ex-
plicar, pero supongo que desde ahí puede salir alguna
luz para entender esto. Luego el texto sigue:)
Vamos sonámbulos
en el oficio ciego, cautelosos y silenciosos,
no brilla el orgullo en estas cuerdas,
no cantamos,
no somos augures de nada,
no abrimos las vísceras de las aves
para decir la suerte de nadie,”
(Aquí no está el poeta profético.) Repito:
“no abrimos las vísceras de las aves
para decir la suerte de nadie,
necio sería que lloráramos.
(Otra estrofa)
Míseros los errantes,...
(Mira cómo se designa al poeta: “los errantes”, de
modo que ya tu primera conjetura sobre si esta palabra
poética es indicadora de mundo como viaje o de viaje
como mundo, está aquí, respondiéndote con esos “míse-
ros los errantes”, ésos son los poetas).
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Míseros los errantes,
eso son nuestras sílabas: tiempo,
(Claro, lo que se dice con dilación son las sílabas)
tiempo, no
encanto, no repetición
por la repetición, que gira y gira
sobre sus espejos, no
la elegancia de la niebla, no el suicidio:
tiempo,
paciencia de estrella, tiempo y más tiempo.
No somos de aquí pero lo somos:
Aire y Tiempo
dicen santo, santo, santo.
Pienso que en “Numinoso” hay una respuesta.
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lumen. Y aquí está también prácticamente vuelto a pre-
sentar aquello. Yo creo que aquí están acaso las tres ver-
tientes primordiales de mi trabajo poético, mostradas
en toda su dinamicidad.
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parpadeante se me da el mundo y parpadeante se me
da la luz, la luz no sólo en su vibración física, óptica, sino
la luz del pensamiento, la luz del logos, la luz de la luz.
Se me da siempre parpadeante, como un centelleo, como
un parpadeo, no como una iluminación totalizada. Y vuel-
vo, como ves, a lo que no se alcanza: ¿No lo dijo Goethe:
“Que no puedas llegar nunca...”? Ahora tú me pregun-
tas por la sílaba, y eso me llena de interés. Pienso que
realmente la sílaba me ha “asistido’“. ¡Y me he dejado
iluminar por el juego silábico, incluso por la aparente
rotura, ruptura del vocablo desde la sílaba, en la sílaba!
Esta sílaba que crea, se ofrece como imagen de descuar-
tizamiento y por otra parte de acorde. Esos dos caracte-
res son los que se me ofrecen cuando yo pienso en la sí-
laba. Te contaba yo alguna vez en privado, en conversa-
ciones nuestras, que tarde en mi vida; el año 77 vine a
conocer por azar —desde luego que en edición bilingüe—
al poeta Paul Celan, que me maravilló justamente por
aquel trato suyo con la palabra cortada, escindida, se-
parada. Abismal entonces, para hablar de esa “abismali-
dad” que tú mismo venías diciendo tan vivamente. Es
curioso: ese poeta, muerto en 1970, supo cortar el cen-
telleo. Lo vi en alemán y lo veo en la edición española
—parece correcta la que yo tengo—; supo cortar la síla-
ba con una eficacia verdaderamente máxima, impresio-
nante. Yo he visto escandir versos a muchos poetas, digo
“los he visto” porque los he leído, los he intraleído. Oigo
cómo cortaba sus versos y sus sílabas el Neruda de Re-
sidencia, que me importa, el Neruda de las Odas Ele-
mentales, que ya me importa menos. Separar el respiro
no implica arbitrariedad, sino al revés: necesidad. Por
necesidad yo silabeo. Ya te voy respondiendo. Silabeo
el mundo porque necesito silabearlo para decirlo.
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—Darío sugiere que la tradición en nuestra poesía
es más bien resuelta por la línea melódica y por lo tan-
to por la significación de la sílaba en la música. En tu
poesía encontramos algo totalmente distinto, que es como
si se recortara el lenguaje a nivel de la palabra y en el
espacio del poema; en este precipitado silábico, la mate-
ria es reducida a nivel de sílaba. No hay que olvidar que
la sílaba es la unidad de la respiración, indudablemen-
te, y la respiración en tu poesía es absolutamente funda-
mental. Ahora bien, para seguir con el comienzo plan-
teado, podemos volver a la relación entre una geografía
del mundo que cuaja como una geografía poética, o sea a
la correlación mundo palabra, como hemos discutido, y
al mismo tiempo, a la noción de “morada” que suscita la
de pertenencia, esa ligazón al lugar y a la vez la de habi-
tar en la lengua, siendo la lengua, al final, como la últi-
ma y gran “morada”. ¿Cómo varías tú este arco que va
del origen al desarraigo y esta vuelta otra vez al origen,
esa gran tensión entre pertenencia y espacio abierto?
—No te responderé a un nivel geográfico, lo que tam-
bién podría ser, pero de veras ese arco de la búsqueda
desde el origen al desarraigo no se me da a mí como una
oposición, porque el desarraigo para mí también es una
búsqueda del origen; pero no es una palabra que yo esté
inventando, sino que la he vivido poéticamente. Ahí mi
poema “Transtierro” que está atendiendo en bisemia
—como tú recuerdas— a la idea de “parir”-“parir”: “par-
to, parto, parto”, última línea de ese breve poema, con el
que se puede responder en parte a la idea de ese arco
que va del origen al desarraigo, para establecer mejor
la así llamada “morada”, la morada del poeta.
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—Puesto que no tengo grandes confianzas, ni gran-
des adhesiones, y puesto que más bien pertenezco a una
raza de poetas que podrían denominarse “gnósticos”, en-
tonces no te voy a decir que yo vea el origen como una
clave espiritual no más. El origen para mí es, o puede
ser, casi una nebulosa. No una nebulosa alta, esa nebu-
losa de la cual hablan los astrónomos, sino una nebulosa
donde yo no alcanzo a entenderlo todo. Porque yo no es-
toy más que alentando, como seguramente aliente la ger-
minación debajo de su trigo, o la germinación debajo de
ese pequeño animalito en feto que empieza a ser la cria-
tura humana. Te estoy entonces respondiendo de una
manera muy cruel: concreta-material-objetiva. Plazo pro-
to-espirante, proto-mundo. No la palabra “proto-plas-
ma”. Soy un “plazo”, ¡y fíjate que insisto en la idea de
“plazo”! Quiero tocar un poco el tiempo y el no-tiempo.
Entonces es así como se me ofrece ese origen, como muy
movedizo. Todo es tan falso y tan hermoso.
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—Esto que tú me vas diciendo lo tengo más o menos
propuesto con el designio de “metamorfosis de lo mis-
mo”, porque me es tan difícil decir dónde está el origen
y dónde el desarraigo. Ya te decía el desarraigo yo no
lo separo del origen, no lo veo como un opuesto. Así lo
veo en el prodigioso desarrollo de la mariposa, tú has
reparado cómo la mariposa está bastante viva en lo mío.
No es la mariposa de los simbolistas, no es la mariposa
de otros poetas, es una mariposa-oruga, muy claramen-
te “animalilla” ahí. Mariposa veloz —creo que cumple
lo suyo. No sé si recuerdas un pequeño texto mío que se
llama “Réquiem de la mariposa” que yo escribí con 15,
20 años de anticipación a un fenómeno social, histórico,
cultural-político de mi país, es decir del ámbito en que
yo estaba viviendo entonces: Chile. Claro que fundé la
visión en una circunstancia bien concreta como fue el
hecho de observar una mariposilla que una mañana es-
taba muriendo entre los automóviles ahí en el estacio-
namiento de la universidad donde yo trabajaba a la sa-
zón. Eran las 7 de la mañana y la levanté del suelo como
para darle mi oxígeno, para que no muriera, porque es-
taba muriendo, y la soplé. Le di mi pneuma, sin querer
ser yo majadero en esto del “aire”, del “aire sacro”, pero
ella de todos modos murió, lo que me estremeció los ci-
mientos y subí muy rápido, me acuerdo, a ese tercero
piso en que yo trabajaba y anoté en un calendario —como
te pasará a ti en esas tareas derivadas y profesorales—
anoté una línea parca: “Sucio fue el día de la mariposa
muerta”. Dada esa línea, construí después lo que venía
y lo muy curioso es que este papel, escrito en 1960, aho-
ra lo recuerdo bien, se anticipa con mucho a lo que ven-
dría. Del vaticinio se habla demasiado como de un rasgo
mayor de los poetas. Así alcancé a ver algo de lo que po-
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dría llegar a ser no tanto desde una visión estrictamen-
te social, sino de una poético-moral. Tú me entiendes.
RÉQUIEM DE LA MARIPOSA
Sucio fue el día de la mariposa muerta.
Acerquémonos
a besar la hermosura reventada
y sagrada de sus pétalos
que iban volando libre,
y esto es decirlo todo,
cuando soplo la Arruga,...
(¿Por qué yo puse Arruga con Mayúscula? Porque no
era la “arruga” común, porque no era una arruga ni si-
quiera metafórica, era más que eso.) Digo:
soplo la Arruga, y nada
sino ese precipicio que de golpe,
y únicamente nada.
Otra vez el abismo
Después:
Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar,
(Ahí, Julio, está la inseguridad de la que yo te he ha-
blado desde mi desollamiento de poeta menesteroso).
Guárdela el pavimento salobre si la puede
guardar, entre el aceite y el aullido
de la rueda mortal.
O esto es un juego
que se parece a otro cuando nos echan tierra.
Porque también la Arruga...
(Yo nunca, Julio, he puesto puntos suspensivos. Creo
que fue la única vez).
O no la guarde nadie.
(Mira; aquí está lo que tú llamas el desollamiento, el
desnacimiento, casi),
O no la guarde nadie. O no nos guarde
42
larva, y salgamos dónde por último del miedo:
(Aparentemente no se sabe qué es lo que se escribe.
Tú que eres poeta sabes que esto no puede entenderse
con “entenderas” racionales).
a ver qué pasa, hermosa.
Tú que aún duermes ahí
en el lujo de tanta belleza, dinos cómo
o, por lo menos, cuándo.
Claro, hay varias lecturas posibles para un texto así.
43
ces como elemento que a veces condiciona, relativiza, y
a veces afirma, azuzando el no.
44
Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia.
(Ya se le dio un nombre distinto: precipicia, hembra
del Precipicio. Sabes muy bien que ese adjetivo se in-
venta porque se necesita y nada más).
Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento
(La palabra “unimiento” no existe, pero también me
era necesaria, porque “unión” es poca palabra para indi-
car lo que yo quiero atar que es la amarra viva, en vivo,
entre la piedra y la trans-piedra, la intra-piedra, mejor.
Entonces yo tengo que amarrar eso con un vocablo que
debo inventar y que se parece a unión carnal y por ahí
se esclarece. Porque “unimiento” es una palabra más pe-
gada, más orgánica. Cuesta mucho romper el unimiento
es más fácil desatar la unión ¿no te parece?)
Habrá dormido en lo aciago
de su madre esta piedra
precipicia por
unimiento cerebral
al ritmo
de donde vino llamada
y apagada
Otra vez las tensiones de las antítesis.
habrá visto
lo no visto con
los otros ojos de la música,
(Ya se hace insistente el procedimiento, sin querer
llegar a ser majadero)
y
así, con mansedumbre.
45
(para la piedra)
y
así, con mansedumbre, acostándose
en la fragilidad de lo informe, seca
la opaca...
(Repara cómo suena: seca la opaca)
habráse anoche sin
(Ese “anoche” es como “esta piedra”: la inmediatez)
sin
ruido de albatros
(Volvemos a toda la tradición del albatros)
contra la cerrazón
(Y esto ya resulta escandaloso, ese verso que viene)
ido.
46
de la turquesa, ¡tan ambiguas
si se quiere pero por eso mismo tan próximas!
Aquí hay dos palabras claves para la materia: “opaci-
dad” y “ambiguas”, que son dos maneras de nombrar el
mundo externo, otro. Y que consuenan en cuanto com-
parten lo que la piedra propone.
47
por esa piedra fea que estaba allí, se me iluminó todo
desde ella. Desde esa grieta llamada piedra alcancé a
ver la cerrazón misma de Chile.
48
dos y modelos de tu decir poético, de la dicción, del ha-
bla, de la manera como el poema toma la palabra. ¿Qué
partitura has trabajado y elaborado a lo largo de tu aven-
tura creadora? O sea, ¿cuáles serían las firmas y modos
que exploraste y cómo se fue produciendo una forma de
hablar tuya, una voz? ¿ Cómo se fue imponiendo esa voz,
a lo largo de esta exploración de modos de hablar que
van desde la elegía al himno? Se escucha en el fondo de
tu poesía una especie de repertorio, diríamos, de voces
que se modulan a través de esa tradición del decir poé-
tico. ¿Cómo emerges desde ese, fondo de voces, desde
la tradición, con una voz propia?
—Sobre el repertorio de las voces, como tú dices, y
empiezo por lo de la voz, la voz ha de ser una respuesta
a la genuinidad de uno mismo, del ser que habla en uno,
o desde uno. Cuchillo vibrador y tartamudo. Creo que
el tartamudeo que era una limitación fisiológica fuerte
en mí durante mi infancia —y que a lo mejor respondía
a alguna alteración psicológica, o como quiera explicar-
se eso, a alguna condición semianormal— eso influyó en
mi voz. Respiro y asfixia a la par, como ocurre al asmá-
tico o al tartamudo, es decir. Estoy hablando, por favor,
a un nivel no de tradición dentro del repertorio de las
voces, sino de cómo a mí me dio la voz desde lo fisiológi-
co-espontáneo. Una modulación casi respirada más que
pensada o cavilada. No me digo: voy a construir una ver-
sión de este orden de la realidad con tales y cuales ins-
trumentos expresivos, sino que brota aquello muy fresca-
mente, muy dinámicamente, muy directamente. Más cla-
ro: la poesía se me da como una germinación. Así, pues,
no es raro que esta voz salga de este juego germinal de
la imaginación misma.
49
—Esa imagen de la germinación vinculada a la voz
me interesa mucho, porque el poema tuyo habla con una
entonación muy familiar para el lector, que entra en rela-
ción íntima con ella inmediatamente. Es una voz que está
movilizada por una pasión de asedio, que interroga y afir-
ma en un movimiento de ida y vuelta, asediando varias
zonas al mismo tiempo y que no parece quedarse quie-
ta, cómoda en lo que descubre, sino que sigue en movi-
miento. ¿Cómo sientes la parte hablada del poema mien-
tras escribes el poema? ¿Lo hablas, lo dices?
—Ésa es una pregunta “de prima ley” para nosotros
los poetas. Yo creo que al poeta “le suena”, aunque sea
debajo de la arteria, debajo de la sien con zumbido muy
real y hablo con el designio de zumbido, le aletea el pen-
samiento. De manera que lo fónico que en lo mío es tan
operante, lo fónico se me da verdaderamente como ne-
cesario. Y no es que yo sea un virtuoso o que postule un
virtuosismo —siempre externos, por cierto, esos virtuo-
sismos—, sino que la palabra se me da con su zumbido,
de ahí que yo mismo lea o me lea —aunque no lo haga lo
que se llama en alta voz— me lea mi lírica o mi “numerus”
mentalmente. Tienen que sonarme, zumbarme las voca-
les, los fonemas, las amarras de lo vocálico para que real-
mente, a contar de allí, empiece a surgir germinante y
germinando con toda la simultaneidad y vivacidad que
tú dices o crees descubrir en la palabra mía, “crezco y
crezco en el árbol que va a volar// No hay libro// para es-
cribir el sol”.
50
dez y al mismo tiempo una densidad material y un cier-
to rumor, casi coral, que hace que el poema esté presen-
te todo el tiempo en cada línea. ¿ Cómo es la partitura
de Gonzalo Rojas?
—Esa partitura es, como apuntaste, una elaboración.
Claro que es una elaboración; pero no una elaboración
racional, sino la otra, la buena, la pensada por dentro,
por debajo de los debajos, la intersticial del más hondo
inconsciente, sin duda. Por eso yo siempre te estoy res-
pondiendo desde dentro de una construcción determi-
nada, desde un poema definido. Abro aquí al azar en uno
de estos libros, aquí en Oscuro. “Escrito con L” y pienso
cómo surgió este texto. Tú me dirás: “Sí, yo sé cómo sur-
gió, porque esa L es la L bretoniana”, la L que se recetó
Breton para el momento de la parálisis o esclerosis del
pensamiento poético en ese momento definido frente al
papel cuando uno queda como enmudecido y el lápiz no
corre más, sanguíneamente con sangre imaginaria, y te
quedas paralizado. Viene Breton y aconseja con su gra-
cia: “Cuando eso le ocurra, entonces reinicie con un tér-
mino, una palabra, un vocablo que empiece con L”. Me
acuerdo que eso influyó, pero mira tú cómo fue resuel-
to. No voy a leer más que la entrada, si te parece, de este
texto:
ESCRITO CON L
Mucha lectura envejece la imaginación
del ojo, suelta todas las abejas pero mata el zumbido
de lo invisible,
(Tengamos presente el proyecto de hacer con la voz
viva, con la palabra que suena desde lo fónico, la cons-
trucción, la criatura poética)
Mucha lectura envejece la imaginación del ojo,
(Como ves, Julio, esto está naciendo como un pensa-
miento que estuviera muy impensado, algo sin duda muy
51
problemático. No te oculto que me harta la nomenclatu-
ra y “lectura” adentro de la teoría literaria. Me harta.
Me harta aquello de leer el mundo, leerlo con diez lectu-
ras, leer la realidad, leer la intra-realidad. Quise desacra-
lizar la famosa “lectura” y la famosa “Realidad” como dijo
Hegel).
Mucha lectura envejece la imaginación del ojo,
(Mira cómo se le asigna importancia desde la parti-
da al ojo, al ojo para ver, al ojo huidobriano de ver. Es-
toy mostrando el abolengo, la dialéctica de una tradi-
ción inmediata.)
Mucha lectura envejece la imaginación
del ojo, suelta todas las abejas pero mata el zumbido
de lo invisible, corre,
crece
tentacular,
(¿Quién corre, crece tentacular? Mucha lectura)
se arrastra, sube al vacío
del vacío, en nombre
del conocimiento, pulpo
de tinta, paraliza la figura del sol
que hay en nosotros, nos
viciosamente mancha.
(No sé si a esa altura de esa primera estrofa tú qui-
sieras hacer alguna indagación).
52
sonido de Neruda probablemente; y es más bien un poco
más severo, siendo también material y sustantivo. ¿Cómo
verías desde el punto de vista de la partitura, del soni-
do, del nivel fónico, a tus poetas favoritos? ¿Quiénes son
los que sentirías más cerca?
—Eso me importa mucho. En lengua española de ve-
ras (y eso aunque parezca abusivo) no tengo gran comu-
nicación, creo, con algún determinado poeta, sobre todo
del plazo contemporáneo actual. Talvez, talvez, resue-
nan en mí mis lecturas clásicas, mis poetas de la Edad
de Oro, el eterno Quevedo. En la modernidad hispano-
americana yo no sé, porque esta voz y este sonido no es
el huidobriano ni otro, vamos a irnos situando, no es el
nerudiano.
En algún momento podría aproximarse —hasta don-
de me es dado— a Vallejo, en algún otro momento, no
sé. No sé realmente. Sin embargo, yo diría que tiene que
ver con ciertos poetas latinos que leí muy temprano. Es
ahí donde está mi prosapia, en esos viejos novísimos —los
poeti novi encabezados por Catulo—, que me enseñaron
a decir con naturalidad y con frescor el mundo. Piensa
tú en quién. En Horacio, por ejemplo, tan desacredita-
do como didáctico por los presuntos negadores de la tra-
dición. Algunos hasta lo llaman con desdén poeta realis-
ta. Vamos a dejemplarizar con cuatro líneas mías, con
un “collage”, un montaje de latín con español. En latín
va el título, que responde a un verso de Horacio.
Tempus abire tibi est. (Ese es el título de mi texto).
(La traducción libre: tiempo es de que te vayas. Pero
el poeta (yo) prefiere esta elipsis: Tiempo de que te va-
yas.)
No se dice es tiempo de que te vayas. El latín es elíp-
tico, económico: ahorra, concentra, dice en lo menos lo
más poundianamente hablando, emplea esa vivacidad
53
germinante que sólo los clásicos pudieron, parece, ofre-
cer con tanta eficacia.
Tempus abire tibi est.
Tiempo de que te vayas. Lusisti satis.
(Aquí no va entre comillas, está jugado. Yo estoy ha-
blando latín, así como Horacio habló español, ¿por qué
no?)
Tiempo de que te vayas. Lusisti satis. Jugaste
bastante, comiste
romanamente, y bebiste.
Tempus abire tibi est.
—Es un epigrama.
—Sí. Es un epigrama. Ahora, yo recuerdo que en la-
tín esto dice así, por parte de Horacio: “Lusisti satis,
edisti satis”, del verbo “edere”, comer. De ahí vino cum-
edere: comer. Horacio dice: “Lusisti satis, edisti satis,
atque bebisti; tempus abire tibi est”. Traducido direc-
tamente: “Edisti satis, lusisti satis” (es importante ver
cómo el poeta después de comer, habla de jugar bastan-
te, “atque bebisti”, y también bebiste. ¡Tiempo de que te
vayas! No nos olvidemos del epicúreo gozoso que había
en el viejo Horacio. Por ahí es por donde yo empezaría
a ofrecer, a tratar de mostrar mi ejercicio fónico y mi ejer-
cicio verbal en ese estrato. Y en ese texto.
54
—Fue bastante intenso, y sigue siéndolo, Julio. Yo
una vez estaba ahí sentado a la mesa de trabajo en Ca-
racas, y un hijito mío; que era muy pequeño todavía, puso
un disco de Armstrong. Yo estaba leyendo a Catulo, por-
que es mi costumbre. Los domingos otros leen su misa,
yo me leo a mis clásicos. Estaba tranquilamente leyéndo-
lo en latín, de hace dos mil años, y de ahí arrancó otro
texto que tú recuerdas y que dice, con el frescor que yo
intenté darle, Latín y jazz. Lo escribí con una celeridad
que me parece casi increíble, tal como está escrito. No
hubo mudanza en él, ni una sola coma. ¿Por qué? Porque
parece haber nacido en mí muy fuerte, y porque seguro
el inconsciente había trabajado mucho. Claro que se me
dio la circunstancia esa de estar leyendo a mi Catulo y
estar oyendo a Armstrong, simultáneamente.
LATÍN Y JAZZ
Leo en un mismo aire a mi Catulo
y oigo a Louis Armstrong, lo reoigo
en la improvisación del cielo, vuelan los ángeles
en el latín augusto de Roma
con las trompetas libérrimas, lentísimas,
en un acorde ya sin tiempo, en un zumbido
de arterias y de pétalos para irme
en el torrente con las olas
que salen de esta silla, de esta mesa
de tabla, de esta materia
que somos yo y mi cuerpo en el minuto de este azar
en que amarro la ventolera de estas sílabas.
(La “ventolera” misma, el término “ventolera” lo está
diciendo todo.) Segunda estrofa y última.
Es el parto,... etc.
(Mira, repara cómo se ve al sonido, cómo se ve al zum-
bido, ya que de lo fónico estamos hablando, cómo se ve por
55
parte de este pensamiento poético al sonido y al zumbi-
do: como el parto).
Parto soy, parto seré:
parto, parto, parto.
Segunda y última estrofa, Julio:
Es el parto, lo abierto de lo sonoro, el resplandor
del movimiento, loco el círculo de los sentidos, lo súbito
de este aroma áspero a sangre de sacrificio: Roma
y África, la opulencia y el látigo, la fascinación
del ocio y el golpe amargo de los remos, el frenesí
y el infortunio de los imperios, vaticinio
o estertor: éste es el jazz,
el éxtasis
antes del derrumbe, Armstrong; éste es el éxtasis,
Catulo mío,
¡Tanatos!
(Y el Tanatos, claro, ilumina hacia arriba el vatici-
nio sombrío, casi apocalíptico. Y establece el correlato
de estos dos sonidos o zumbidos: el de Catulo y el de
Armstrong de los imperios. Consigue, hasta cierta me-
dida, abolir el tiempo.
56
dagación, la del ojo. ¿Cómo harías tú coincidir estas dos
familias de imágenes (el poema se llama “Para órgano”,
además, la voz y el ojo, que me parecen tan generativos)?
—En una edición distinta que se llama 50 poemas que
se hizo en Santiago pero que no corresponde a este li-
bro, el editor —quien fue el que eligió los textos y su dis-
posición— puso este poema como para cerrar el libro.
Qué curioso. Y es que con él se puede abrir o cerrar el
libro. Parecería que efectivamente los poemas dialogan
y dialogan no solamente entre ellos sino desde la reso-
nancia con la que ellos operan en los respectivos lecto-
res. Sí, yo pienso que el “ojo” no solamente ve, sino que
oye, ¿por qué no? Eso está dicho desde siempre, desde
la sinestesia que está escrita y estudiada. ¿No hemos per-
dido algún ojo con el parto, con el oxígeno? ¿No habrá
habido, fuera del pineal, otro ojo todavía? Y este proyec-
to de mostrar con inmediatez casi simultánea, yo diría
que simultánea: ojo —tú dijiste, “vista”, es lo mismo— y
oreja, tiene que ver profundamente, se me ocurre, con
la vivacidad de la que ya hablé antes, de la instantanei-
dad de la sub-instantaneidad con que se me ofrece a mí
el mundo. Y de ahí el que esta poesía esté siempre si-
tuada en un presente muy, muy inmediato. Si miramos
este texto “Para órgano”, parecería como que el poeta
pensó alguna vez más en la música de lo que realmente
piensa. No soy yo un músico. De veras tengo una forma-
ción escasa en eso. Disfruto con ella y me maravilla la
música, hay ciertos instrumentos por ejemplo, que me
llegan más hondo y más lejos. Es curioso pero ciertos ins-
trumentos de cuerda, algunos como el laúd, por ejem-
plo, me maravillan. Soy músico del laúd. Amo al laúd.
Ahora, claro, mi laúd es la máquina de escribir y arma-
zón tan cruel, tan terca.
57
PARA ÓRGANO
Tan bien que estaba entrando
en la escritura de mi Dios
esta mano, el telar secreto, y yo dejándola
ir, dejándola
sin más que urdiera el punto del ritmo,
(Aquí está, entiendo, la idea del texto, de la textura.
Te digo, Julio, que no estuve pensando así, como para
ilustrar el designio por lo demás tan diáfano que en la
nomenclatura llamamos texto, de texere. Todo se me dio
espontáneo)
Tan bien que estaba entrando
en la escritura de mi Dios
esta mano, el telar secreto, y yo dejándola
ir, dejándola
sin más que urdiera el punto del ritmo,
que tocara y tocara
el cielo en su música como
cuando las nubes huyen solas
en su impulso abierto arriba,
(Vamos ganando espacio)
de un sur
a otro, porque todo es sur en el mundo,
las estrellas que no vemos
(Perdón, estoy leyendo mal, pronunciando mal, ¿sa-
bes por qué? Porque me quedé pensando por qué había
puesto las “aes”. Nunca había reparado en eso y ahora
que tú me lo preguntas, me conjeturas, entiendo que yo
necesitaba las “aes” para abrir. Dice: el cielo es su músi-
ca como cuando las nubes huyen solas en su impulso
abierto arriba.
58
su propio acompañamiento musical. Sostiene ese impul-
so de ver y no ver las estrellas.
—en su impulso abierto arriba, de un sur
a otro, porque todo es sur en el mundo,
(¿Arbitrariedad?)
las estrellas
que no vemos y las que vemos, fascinación
y cerrazón, dalia y más dalia
de tinta.
(Bueno, aquí están los instrumentos y andan los re-
cursos con los que uno escribe).
Tan bien que iba el ejercicio
para que durara, los huesecillos
móviles, tensa
la tensión, segura
la partitura de la videncia como cuando uno
nace y está todo ahí, de encantamiento
en encantamiento, recién armado
el juego, y es cosa
de correr para verla y olfatearla
fresca a la eternidad en esos metros
de seda y alambre, nuestra pobrecilla
niñez que somos y seremos, hebra
de granizo blanco en los vidrios, Lebu abajo
por el Golfo
(Ése sí es mi espacio-geológico-geográfico-real y el
golfo es el legendario golfo de Arauco).
y la ululación, parco en lo parco
hasta que abra el día.
59
—Sí, es el sonido del viento, el viento de Lebu. Se sos-
tiene desde un sonido.
60
—Talvez este mismo poema nos permite ir un poco
más adelante en esta reflexión sobre tu partitura. Si pen-
samos que el coloquio supone la presencia real o imagi-
naria de un interlocutor y el soliloquio la ocurrencia de
la voz, seguramente a una persona dramática, ¿tú dirías
que la voz que habla aquí supone un diálogo? O sea, ¿es
una voz que se entona como un coloquio? ¿o supone un
soliloquio, una voz que se produce en una cierta sole-
dad?
—Es indudable que lo que prevalece es el aire y el
tono del monologante, del soliloquio.
61
a cierta manera de decir, a veces airosa y sin duda más
vital, del surrealismo.
Es el desenfado que me viene de haber leído —no
creas tú que mucho— a los surrealistas. ¿Sabes quién
me importaba en mi primer plazo de aprendiz, aunque
por cierto sigo siendo un aprendiz? Me importaba el Ara-
gón de “Le Libertinage” y el Aragon de “‘Le Paysan de
Paris”. Ése era mi poeta, por mucho que escribiera en
prosa. Me interesaba bastante menos Breton con “Unión
libre” y todo.
62
cia fatal. Recuerdo que escribí con el habla y con el modo
fresco y vivo de mis chilotes hermanos, con los cuales yo
andaba vagando entre esos alerces milenarios. Los chilo-
tes hablan el español de la Conquista, como si nada hu-
biera pasado desde la Conquista hasta ahora. Allí se que-
da —lo mismo habrá ocurrido en ciertas regiones del
Perú y en otras partes del mundo español— como si nada
hubiera cambiado. Ellos hablan con sus giros y sus voca-
blos. Te leo de una vez eso que escribí.
JORGE MILLAS
Seuramente el celebro vio mesmo lo
que vio el antiguo y fue acabándose
(Se parte, claro, intencionalmente con el habla del
pueblo. Esto no lo había hecho yo antes; pero se me im-
puso como necesario. Todo lo que escribo se me impone
como necesario, de otra manera no lo escribo. Está de
más decirlo. Entonces este “seuramente” es el segura-
mente. Se perdió el fonema g y en el habla popular se
dice “seuramente” y a mí me nació decírselo así a Jorge
Millas).
Seuramente el celebro vio mesmo lo
que vio el antiguo
(Esa construcción es sintáctica, como tú ves, no se tra-
ta del aspecto morfológico de los vocablos)
Seuramente el celebro vio mesmo lo
que vio el antiguo y fue acabándose
entrado que hubo al quirófano La Figura,
unos helechos liliáceos a poco que empezaron
a aparecer
nubes de caballos por todas partes,
de las cortinas a las lámparas parapléjicas;
¡y eras tú!
Jorge y tu pensamiento el trepanado
que se nos moría por la cumbre! Mejor nacer alerce,
63
(Mira la reflexión de un tipo loco que está ahí metido
con los árboles milenarios)
un estirón de dos mil quinientos años
figúrate con todo el oxígeno,
y no al Pelida Aquiles tobillo quebrado.
(Es el descrédito total de la historia de occidente fren-
te a la maravilla de esa majestad arbórea. ¿Qué tanto
Aquiles, hijo de Peleo, si tengo el alerce en mi proge-
nie?)
64
—Pero tu familia hablaba una forma distinta a la de
la región donde naciste. ¿verdad?
—Cómo no.
65
conseguirlo. A veces se obtiene con un mejor resultado
que otras. Porque el cántico, cántico como cántico talvez
alguna vez lo he propuesto, lo he hecho como en mi poe-
ma “Al silencio”, que es uno de los textos míos más co-
nocidos. Pero prefiero trabajar campesinamente en esta
“cruza” de animales rítmicos.
66
fórico, frenético, ¿pero qué sabe hoy nadie de frenesí
ni pensamiento salvaje? Viñedo es el nombre
de la Vía láctea para ordeñar
uva y amor, tiempo fresquísimo de pastores
antes del cataclismo, ¿pero qué sabe
nadie hoy
de Patmos para ver
eso y escribirlo?
(Yo me detendría en la neutralidad de ese lo. La he
hecho muy mía siempre, el lo, el eso)
No habrá milenio ni computador,
(Clara alusión al Apocalipsis que nos espera, según
dicen las películas, la película que acabo de ver ayer aquí
en Austin: The day after.)
ángeles
habrá. Lo
mohoso es el cuchillo.
(La hermeticidad está al cierre, sin duda).
67
dote, que el proyecto poético tuyo llega en este momen-
to como a una resta de voces, como a una desnudez de
la voz. ¿Qué dirías sobre eso? ¿Cómo ves tú desde el poe-
ma-hoy esas voces que te acompañan?
—Indiscutiblemente das ahí en un clavo lucidísimo,
porque hay en lo mío un despojo. Voy hacia el despojo
de este préstamo que es la vida y también la palabra. En-
tonces ¿cómo no despojarme también de las voces que
me han acompañado, que me han asistido, que me han
iluminado, que me han enriquecido y que han enriqueci-
do el ejercicio mismo mío hasta tratar de tener un fun-
damento, el hilo de mi hilo, se podría decir para hablar
así en cuanto a la urdimbre fónica pero a la par semán-
tica y por cierto simbólica y por cierto todo? Sí, yo creo
profundamente en eso. Hay una resta y nos cuesta mu-
cho, pienso, a los humanos conformarnos a aceptar este
despojo y este desnudarnos, esta desnudez. La desnu-
dez del hueso. Tu pregunta me ilumina. Vuelvo a decir-
te que como las respuestas deben ser más bien verifica-
das o iluminadas o mostradas desde la poesía, te sugeri-
ría que alguna vez miraras, o algún lector mirara un tex-
to mío que se llama “Papiro mortuorio”. Recuerdo una
línea: “Cuesta volver a lo líquido del pensamiento”. Es
como la vuelta al agua original.
68
oceánicos y libérrimos; queman hojas
de violetas silvestres, vístanme con un saco
de harina o de cebada, los pies desnudos
para la desnudez
última; nada de cartas
a la parentela atroz, nada de informes
a la justicia; por favor tierra,
únicamente tierra, a ver si volamos.
71
“Mandrágora fue un grupo notable con fuerte influen-
cia surrealista”, dice el poeta. “Como sabes, recuerdo mu-
cho esa época, tantos momentos no sólo de pasión lite-
raria, artística, sino también política... Kátharsis, ¿eh?
Nombre importante, bello. Quise mucho a Octavio. ¿Él
colaboró aquí?”.
Respondo que sí y le explico más detalles del grupo
que conformaran originalmente Arturo Cantú, Hugo Padi-
lla y Homero Garza. Al finalizar, pide que comencemos
la entrevista. Empezamos.
72
Y te digo que no entendí nada con las entendederas ló-
gicas de la edad; con las entendederas de la exactitud
que uno cree que son las verdaderas entendederas. No
percibía entonces que la imaginación tiene su modo de
entender y que la sensibilidad tiene su modo de razo-
nar.
Por eso me deslumbró el libro y por ahí empezó la
imantación de la obra de Neruda. En esos años tan de
mozo, tan de muchachito. Nada más.
73
bajo el sello del Eros, porque Ovidio es un poeta del gran
Eros, del Arts Amandi. Ahora, resulta irrisorio dialogar
con alguien que murió hace dos mil años, pero es que
Ovidio encarna la gracia del encantamiento, la alegría
del ser y el desconsuelo de que lo hayan echado al mun-
do y que fue un exiliado.
En este caso, yo también fui un exiliado, hay la se-
mejanza: Amor-Eros-Exilio. Pero no voy a rebajar el tono
de esta conversación contigo, ni me voy a poner a lamen-
tar ya de nada. Además, a Ovidio lo exiliaron por amor
(risas).
74
ginales, métete eso en la cabecita. No hay ninguno. Todo
nosotros nos sumamos adentro del gran coro de los otros,
con los otros, junto con los otros.
Sobre lo que preguntabas, yo lo único que hago es vol-
ver a Ovidio: me bajo del caballo, desciendo de la tram-
pa de la altanería y de que yo soy un gran poeta muy sin-
gular. Recuerda: todos forman parte del gran coro. To-
dos.
Al abordar este tema del que me hablas, no tenemos
más remedio que evocar la guerra entre la tradición y la
invención. La tradición funciona siempre, no se puede
prescindir de ella, de los que nos precedieron sean del
oriente o del occidente. Japón, por ejemplo, lugar en el
que estuve, tiene una tradición hermosísima de la que
poco sabemos por ser tan abusivamente occidentales
como somos.
Sin embargo, esta tradición es indispensable porque
nos proporciona una mirada nueva, fresca, respecto al
sentido de la consulta de lo inmediato. A esto fue preci-
samente lo que llamó Apollinaire a principios de siglo
el espíritu nuevo. Este movimiento posteriormente se con-
virtió en un juego de nuevas vanguardias muy interesan-
tes: cubismo, expresionismo, surrealismo. Ahora bien,
las vanguardias como las modas también envejecen, se
arrugan, por eso el poeta tiene que estar mirando para
tras y para delante al mismo tiempo, simultáneamente.
75
circunstancia y hago de la poesía una vuelta hacia un
orden de realidades bien situadas: la alegría de estar
aquí, el encanto de vivir, ¿me explico? Si escribo de esta
manera, escribo desde la atracción que me hace sentir
lo inmediato.
Pero, si yo escribo desde una mesa, y me sumerjo en
el modo imaginativo, son otros niveles. Ya no es la ex-
periencia inmediata, sino el nivel de abstracción: estoy
pensando, claro, pero también hay un grado de reflexión,
de lucidez crítica. T.S. Eliot escribía desde este nivel,
igual Valéry. Por mi parte, a mí me gusta más desde otro
nivel que implica la invisibilidad, y que es el enigma. Uno
escribe de lo que no sabe, el enigma, y no hablo en nom-
bre de ningún pensamiento mágico o religioso, sino de
este pensamiento secreto, oscuro que puede venir des-
de los subconscientes más profundos. Te estoy dando una
respuesta muy totalizante, pero quiero que así veas las
cosas.
76
letrados, tan aburridos, que todo lo hacían dificilillo,
oscurillo, confusillo, a tal grado que a él le entusiasmó
que yo escribiera de modo dinámico sobre las mismas
cosas; que a la vez mantuviera eso que se llama ritmo, y
que yo hubiera descubierto ese ritmo, por ejemplo, que
viene en el poema un aire, un aire, un aire, / un aire,
un aire nuevo, / no para respirarlo sino para vivirlo.
Un ritmo quiere decir la diástole, y los poetas de hoy
no tienen ni idea de lo que es la sílaba; saben de la com-
putación, de la sigilosa y tramposa informática, pero no
saben nada de lo que es el portento de la sílaba. Los ni-
ños, aunque no saben nada en apariencia, tienen esa ca-
pacidad de sentir la vibración del fonema, de la vocal y
de la sílaba (prolonga el sonido de la letra i), y escuchan
como resuello, como balbuceo. Creo que esto fue lo que
cautivó a Cortázar, pienso, porque cuando hablé con él
me sentía, me percibía, que yo era un chico que andaba
como balbuceando al mundo. No se equivocó.
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Sí, yo viví el exilio, estuve con la letra L en mi pasa-
portito, no tuve patria y por ende fui un apátrida. Pero
eso no significa mucho. Sin embargo, por ello tuve que
ganarme la vida en distintos lugares, por ejemplo en Ale-
mania del Este, donde fue un horror porque viví en un
paraje de espanto —Rostock— qué nombre. Ahí conocí
lo que era el socialismo de Estado por dentro, y me di
cuenta que ese sueño iba a dar a una cosa de horror que
se llama la policía del pueblo. Al principio me divertía,
claro, con esos señores que me habían invitado a traba-
jar a una universidad en la que nunca me dieron clase,
y sí, a la luz del alcohol, aquellos hombres conversaban
briosamente, marxísticamente de sus sueños, pero den-
tro del alcohol y de la piel se les veía, se les olfateaba el
nazi. Los pobrecitos no tenían la culpa; ellos se criaron
en las juventudes hitlerianas. Qué podían hacer”.
78
—Sí. Soy religioso en el sentido de que todo está
urdido, de que hay que descubrir el largo parentesco de
las cosas. La palabra religión viene de religare, que sig-
nifica volver a atar; volver a amarrar lo que aparente-
mente está disperso. Creo, se me da el Dador, porque
estoy convencido de que lo que yo tengo no lo merezco
—la palabra— sino que me fue dado. El dador, si quie-
res, es Dios.
Tan de instantes
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ción que la mujer ejerce en el animal llamado másculo
es cosa de fundamento. Así, la mujer, en el caso mío, es
el mundo, es el alma y es la absoluta realidad, mas no sé
quién sea la mujer.
Portento de la vida
80
mo la eternidad del instante. La vida es un instante, de
veras. Ese cuento del tiempo es como dice Stephen Haw-
kins, uno de los más grandes científicos que ha dado el
mundo y que se encuentra destruido por fuera, con una
fisonomía paupérrima. Él dice que del tiempo lo que más
podemos dar cuenta son de unos tres segundos, es de-
cir, no se puede contar más el tiempo. ¿Te das cuenta?
Nosotros presumimos de las décadas, de los milenios y
de esas tonterías, y no nos hemos dado cuenta que el tiem-
po es tan sólo vibración, no se puede definir. Por eso me
gustan más los físicos que los poetas, porque los prime-
ros ponen en tela de juicio las cosas, no le tienen miedo
el miedo, son muy grandes los físicos. Son los poetas del
día. Lo fueron en los tiempos viejos, también. Mira He-
ráclito, que fue un físico genial, a su manera, pero tam-
bién un gran poeta.
¿Qué quise decir con el relámpago? Que le oí más
que haberlo visto. Aquella vez yo tenía menos de seis
años, y había una tronadera encima de mi casita pobre
de vidrio y palos que había hecho mi padre, y huérfanos
de él, mi madre nos acompañaba. Mi padre fue un hom-
bre muy digno, según entiendo, pues apenas si lo vi. Mien-
tras todos correteábamos y jugábamos los ocho hijos en
unas como galerías, entre vidrios y la lluvia, uno de mis
hermanitos, que llegó a ser médico y murió recientemen-
te hizo espacio y miró como al tiempo. Dijo: re-lám-pa-
go. Y yo, que con mi cabecita de niño escuchaba, en mi
orejita quedó esa palabra muy adentro del pensamien-
to: re-lám-pa-go.
Esta palabra vale más que todo este cuento de la vida.
Repetía esta palabra mientras sentía el cueterío y lo veía
en el cielo, encendiéndose y apagándose. Así se me dio,
en la vibración, la fugacidad y el portento de la vida. Lue-
go vino la poesía.
81
—Que luego aparecería en Del relámpago.
—Ahora, esto no tiene que ver exclusivamente con
mi cabeza de animal limitado. Esto es tan viejo como el
mundo, si tú lees a los poetas orientales, si lees en ellos,
en lo que dijeron los babilonios, siempre están hablando
del instante. Un autor francés, Gaston Bachelard a quien
tuve el gusto de conocer e invitar a Chile dijo un día: ‘ins-
tante deténte, eres tan bello’. Claro, porque el instante
no tuvo instante, el instante es cualquiera, soy yo. Por
esto, me considero un poeta más fisiológico que metafí-
sico. El instante es como el orgasmo, una preciosidad;
como la expansión de la vida, única y diversa, es tam-
bién fugaz.
Sin embargo, respecto a tu pregunta, te debo ser sin-
cero. Te debo decir que no. No lo he vuelto a escuchar.
Desde el enigma
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—Y ¿qué fue de la realidad?, parafraseando lo que
usted dijera en referencia a Octavio Paz. ¿De veras lo
vivido puede ser tan sólo un parpadeo en la historia?
—El parpadeo es también relámpago. Sí. Aquello vino
porque, al ver en el ataúd a Octavio, tan acicalado como
suelen arreglar a los muertos, llegó a mi mente la ima-
gen de Paz siendo un muchacho —porque todos somos
hasta el final unos muchachos— y sobre todo por esa pa-
sión de Octavio por la historia. Sin ser historiador, él la
entendía perfectamente, la interpretaba.
También pensé al ver a ese muchacho de 84 años:
‘mira nada más, en lo que venimos a parar’. Total: en ver-
dad somos un parpadeo en la historia, eso es lo que so-
mos nosotros. No tenemos por qué presumir, pero tam-
poco por qué llorar. Así es.
83
EL DESPERTAR DEL POETA
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ñían su hogar. Le dijo a Hilda May, su mujer, que era
tiempo de darle más vida a la casa.
“Y ella me dijo, bueno, qué quieres hacer. ¿Te acuer-
das de la muchacha de la que me enamoré cuando era un
adolescente?, le pregunté. Bueno, quiero pintar la casa
del color de sus ojos. Ella tenía un ojo verde y el otro azul”,
explica.
Hilda May fue la mujer de su vida. La muerte se la
llevó hace algunos años, pero ella permanece ahí, en for-
ma de recuerdo, de retrato o fotografía. Fue alumna suya
en los años en que él hacía clases en la Universidad de
Concepción, en la década del cincuenta y luego volvie-
ron a verse en París, cuando ella golpeó a su puerta para
pedirle ayuda.
“Hilda estaba terminando una tesis sobre los surrea-
listas y como yo le había enseñado algo de surrealismo
en Concepción, pensó que podía echarle una mano. Pero,
claro, esa no era la razón fundamental de su visita. Las
mujeres son más agudas. Ellas eligen al hombre. Me di
cuenta de que había un contacto hermoso y ahí surgió el
encantamiento”, cuenta.
Gonzalo Rojas llega al mundo un 20 de diciembre de
1917. Llega oliendo las maderas de Lebu, el vaho de las
minas del carbón, oyendo el zumbido del océano. Aque-
llo funciona en él como un sello. “Todo eso lo veo, lo re-
gistro, lo huelo, lo mismo en Pekín que en Nueva York
o en cualquier párrafo del planeta por donde uno anda”.
La infancia dulce de Lebu está llena de ruidos, de imá-
genes. También de muerte, que lo acecha desde tempra-
no. “La muerte es como una niñita que camina al lado de
uno”, a la cual uno debiera amar y no temer, razona. No
se da mucha cuenta de la partida de su padre. Apenas
tiene cuatro años cuando Juan Antonio Rojas, minero del
carbón, fallece.
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“Murió muy joven, el pobrecito. Bordeando los cua-
renta años. Seguramente fue a causa de esas dolencias
crueles que se contraen en el fondo de las minas”.
Entonces la figura de la madre, Celia Pizarro, crece.
“Y nada, nada más; que me parió y me hizo/ hombre, al
séptimo parto/ de su figura de marfil y de fuego/ en el ri-
gor de la pobreza y la tristeza”, escribe. Viven en Con-
cepción, donde ella desparrama a sus hijos por distin-
tos colegios a la caza de alguna beca. No hay dinero. So-
breviven dando pensión a los estudiantes. Rojas está ahí,
en esa ciudad hirsuta, terca de clima, competitiva, hú-
meda de un liquen invisible, mediocre, en el papel de
estudiante de un internado áspero, como el descrito por
Quevedo.
Lee a Séneca, a Rimbaud, a Baudelaire. De vez en
cuando debe subirse a una banca para declamar, a voz
en cuello, alguna novela de Salgari o Julio Verne, que-
brándole la mano a su tartamudez, mientras el resto de
sus compañeros disfruta del almuerzo. Es un alma im-
penitente, que no sabe de amarras. Se va a Iquique arri-
ba de un vapor. En Valparaíso, compra Retrato de un ar-
tista adolescente, de James Joyce, y se descubre a sí mis-
mo en ese personaje de novela.
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Qué divertido es todo esto. Ese esto indescifrado como
un juego oscuro, el juego oscuro de vivir” apunta Rojas.
Rojas, enamorado
88
Pero la primera historia de amor, con mayúscula, la
vivió Rojas cuando tenía veintitrés años. Se había has-
tiado de todo. ¿Qué tengo yo que estar haciendo aquí?,
se preguntó, y antes de responderse parte al norte, le-
jos de ese Santiago que siempre le incomodó está lejos
de ser Buenos Aires, le falta mito, decía. Se fue con una
chica, de dieciocho años, llamada María Mackenzie. Y al
poco tiempo, ambos, amarrados por el amor y el deseo,
estaban compartiendo el día a día con doscientos mine-
ros, sin electricidad, alumbrando sus noches con lámpa-
ras de carbono, a tres mil metros de altura, en un cam-
pamento conocido como El Orito.
“Esos mineros eran unos locos. Me decían, mire, ami-
go, cómo se ve el océano, los barcos. Y eran los carbona-
tos que entraban en combustión directa y, en la noche,
se veían como luces de barco, pero qué iban a ser barcos
si estábamos a ciento y tantos kilómetros de la costa”,
recuerda el vate.
A los mineros de El Orito dice Rojas deberles esa ca-
pacidad mágica de ver el mundo. Se acuerda de cuando
le decían que no cantara porque la cordillera estaba viva
y, en una de esas, se enojaba, y lanzaba una lluvia, o algo
peor, para aplacar el desafinado canto del poeta. Allí se
queda un año y medio, hasta que los dueños de la mina
le piden la libreta de matrimonio, que nunca tuvo, por-
que sólo se casaría tiempo más tarde, con otra mujer.
Debe irse con la muchacha, que ya llevaba un crío suyo
en el vientre Rodrigo Tomás, pero antes escriben un ca-
pítulo de antología.
“Fue a ella a la que se le ocurrió. Un día me dice: Se-
ría bueno enseñarles a leer a estos mineros que llegan
sudados por las noches. Pero, ¿cómo lo hacemos si no
hay silabarios y no somos maestros? Hagámonos los maes-
tros. Pero cómo convencía yo a esos mineros díscolos,
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abrutados, sin luces... Me acuerdo haber comprado unas
veinte botellas de pisco y así, tomando tragos, todos feli-
ces, yo les dije que les iba a enseñar a leer. Ellos se reían
y me decían, ¿para qué vamos a aprender a leer? Enton-
ces leí unas frases que aparecían en un libraco que yo
había echado a la maleta antes de partir, Vidas, opinio-
nes y sentencias. Leí frases de Thales de Mileto, de Anaxi-
mandro y de otros filósofos presocráticos. Ellos me te-
nían que decir cuál de esos era el bueno. Eligieron a He-
ráclito. Pusimos esas frases en unos cartones que mi
muchacha había comprado en la pulpería y les hemos
enseñado a leer en el silabario de Heráclito a los mine-
ros del cobre”.
Palos y palos
90
palo” y se agacha para espiar debajo del catre, “¿lo ves?
Es para la fertilidad, si estos chinos eran maestros”.
La cama tiene dos espejos. Uno en la cabecera y el
otro a los pies. Ese mandarín hizo de todo en esta cama
con espejos, con dos espejos/ hizo el amor, tuvo la arro-
gancia/ de creerse inmortal..., escribe en uno de sus poe-
mas. Rojas retoza sobre las sábanas blancas igual que un
bebé. Desde allí vuelve a hacer recuerdos. Y, por enésima
vez, reitera que su primer libro, La miseria del hombre
(1948), ha sido el libro más horrible que se ha publicado,
porque la imprenta Roma, que lo editó, hasta ese día
sólo imprimía programas de circo y afiches.
Tardará dieciséis años en sacar un segundo libro, Con-
tra la muerte. “Nunca tuve esa impaciencia por publicar,
tampoco afán de éxito. Todo lo contrario, siempre me ha
parecido una desmesura”, cuenta. Bastan esos dos libros
para que el poeta chileno se gane un espacio. En el Con-
greso de Escritores de La Habana, celebrado en 1968,
Julio Cortázar lo presenta así: “Estoy hablando de Gon-
zalo Rojas, que le devuelve a la poesía muchas cosas que
le habían quitado”.
Rojas, el exilio
91
Tanto quiere a su país, Rojas, que, aún cuando podría
vivir en cualquier lugar, sigue anclado a la calle El Ro-
ble, en Chillán.
Mucha gente dirá, ¿por qué este viejo de 83 años, que
tiene su fama, su pequeña gloria, no se queda a vivir en
Alemania o en España, donde tiene su premio Reina So-
fía; por qué no en Estados Unidos, donde trabajó por es-
pacio de veinte años? “Lo que ocurre es que me gustan
mucho estos parajes”.
No es que haya conocido pocos lugares. Ya en 1959
viaja a China e incluso conversa de literatura con Mao
Tsetung. “Me maravilló esa China con menos de diez años
de vida comunista. Era una sociedad muy entretenida.
Muy parecida a la primera época de la revolución cuba-
na. Después se pusieron aburridos, esquemáticos, muy
sovietizados”.
Volverá a China, varios años después, como conseje-
ro cultural del gobierno de Allende. Y más tarde recala
en Cuba. El golpe de Estado lo sorprende en La Haba-
na, a punto de asumir como embajador. Son años duros.
Le quitan la nacionalidad y un decreto del 19 de octu-
bre de 1973 lo expulsa de todas las universidades, por
ser un peligro para la seguridad interna. “Qué peligro
iba a ser yo”, replica Rojas, cuyo cuerpo no se eleva más
allá del metro 67.
Se exilia en Alemania Democrática, donde le asig-
nan una cátedra en la Universidad de Rostock. Su con-
dición de Herr Professor le otorga uno de los mejores
sueldos en la sociedad germana, pero la vida se le torna
un infierno. Las autoridades se las arreglan para que él
no haga una sola clase en ese año y los sectores más du-
ros del exilio chileno lo consideran enemigo del pueblo.
En medio de esa depresión, escribe ‘Domicilio en el
Báltico’: (...) Envejecer así, pasar aquí veinte años de ce-
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mento/ previo al otro, en este nicho/ prefabricado, barrer
entonces/ la escalera cada semana, tirar la libertad/ a
la basura en esos tarros/ grandes bajo la nieve....
Renacerá, de alguna manera, una vez que logra salir
de esa Alemania. Ayudado por su amigo Octavio Paz y,
bajo el artilugio de pasaportes adulterados, abandona
el país junto a su familia. Vuelve a América Latina, a Ve-
nezuela exactamente. Un nuevo libro suyo aparece en li-
brerías, Oscuro. La vida le vuelve a sonreír y por las no-
ches sale a caminar con su hijo, una, dos horas, por el ba-
rrio de Folinas de Bellemonte, en Caracas, y le conversa
de los griegos, de los romanos, de literatura, de políti-
ca. Se siente en casa, aunque tardará algunos años an-
tes de afincarse definitivamente en su Chillán de Chile.
Los elogios llueven, las cátedras en universidades nor-
teamericanas, los premios, los homenajes, la recompen-
sa tardía que no servirá para tapar la muerte de su com-
pañera de vida, Hilda May, en 1995.
Rojas camina sin grandes dificultades. No parece lle-
var encima los 83 años que confiesa. Mira una foto de Pi-
casso coqueteando con una muchacha y dice que “el tiem-
po es una cosa pequeña, insignificante, ¡mira a este hom-
bre, si es un chiquillo!” A pesar de eso, él no se hace mu-
chas ilusiones: “A esta edad, uno no puede pensar en vi-
vir diez años más. Pueden ser tres meses. Por eso he ido
escribiendo desde hace tiempo unos cuadernos, deben
ser más de cien, llenos de visiones, miradas, que van a
constituir mi testamento. Casi todos los días anoto algo,
en prosa. Esos cuadernos se los voy a dejar a mis hijos
para que vean qué hacen con ellos”.
93
Y Dios, Rojas. ¿Usted cree en Dios?
94
GONZALO ROJAS Y LOS CHILENOS
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dice: “¡Así son tantos en Chile! Y él hasta me ha escrito
cartas pidiéndome favores”. Eso de creerse país de poe-
tas viene, dice en Casa de América, “tal vez porque noso-
tros somos de allá abajo y tenemos una fisonomía entre
geológica y geográfica especial y nos vemos muy solos y
muy nuevos; pero en toda América hay gente muy valio-
sa”. La narrativa tiene mayor audiencia, admite. La poe-
sía, no obstante, “se cuela por debajo de las puertas, por
los resquicios de puertas y de ventanas y de todas mane-
ras opera e influye”. La narrativa no tiene “los vericuetos
de la alta concentración expresiva que la poesía tiene” y
eso es lo que la hace “ un tanto hermética”. Hay mucho de
marketing en esta historia. Pero, hay poetas jóvenes que
dicen del mundo hoy, en Chile, bastante y muy bien,
como Elvira Hernández o Armando Uribe, a quienes res-
cata entre las “cartas de navegación” que suele leer y le
dan pistas de otros que, no habiendo escrito ningún ver-
so, son poetas para él, como Roberto Matta.
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pañeros de la promoción del 38, y yo llego un día y me
encuentro que la moza bonita, la que más me gustaba a
mí, en lugar de estar bailando como lo hacía está tendi-
da en el suelo, muerta. Ante eso me estremezco. Ahí es-
cribí “Perdí mi juventud en los burdeles”...
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za, Neruda es mestizo, tiene cara de blanco, pero es bas-
tante amestizado.
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—Así hay otros como usted que optan por ser “genea-
lógicos”.
— Por eso uno es genealógico y por eso ama y entien-
de a España, porque uno es de todas partes. Y como Chi-
le es un país tan arrinconado y tan loco, al fondo uno es
de ahí, pero es de todas partes. ¡Es muy graciosos el pue-
blo porque nosotros chilenizamos al mundo!
100
sale, sale siempre en busca del padre. Pero el padre es
uno mismo; uno va en busca de sí mismo, a la siga de una
especie de absoluto y a la vez a la siga del padre que es
uno y que está autoengendrando, porque el hijo es el pa-
dre. Uno está buscándose, buscando el mundo, dándole
un sentido a la cosa. Mi padre había sido minero (murió
durante su primera infancia, en Lebu) y no era raro que
yo, no de un modo completamente lúcido, andaba a la
siga de aquello y fui a parar a los cerros de Chile.
101
NO PONGAN FLORES ENCIMA, PONGAN AIRE
103
en esa experiencia letrada, de laboratorio, sino que pre-
fiere vivir el surrealismo yéndose al norte.
—Claro. Se me dio. Son todas situaciones que se van
dando. No es que los jóvenes de entusiasmo surrealístico,
de ese año 38, del otro siglo que ya parece tan remoto,
no es que ellos no tuvieran algún trato con el pensamien-
to de André Bretón, de Louis Aragón, en fin, de todas
las figuras grandes. No, sabían eso. Pero yo, tal vez, por
un vínculo más profundo o más próximo al viejo roman-
ticismo alemán, que es progenitor del surrealismo, por-
que el surrealismo es de todos los movimientos, de to-
dos los “ismos” del siglo XX, el más próximo, el más pa-
riente, estoy hablando de Hölderlin, Novalis, Kleist, tan-
to escritor considerable en el plazo de Goethe; aunque
no estoy hablando necesariamente de Goethe. Bueno.
Ellos estaban informados, se leían las revistas que lle-
gaban vía Huidobro: la revista “Minotauro”, la revista
“El surrealismo al servicio de la revolución”, unas revis-
tas lindísimas, y por ahí claro, salió algo de surrealis-
mo. Pero ellos, se me dio a mí, como que estaban dema-
siado pegados a la letra, no al espíritu mismo que, como
te digo, se funda en esta comunicación entre vida y poe-
sía. Y yo me harté porque me sabía esa parte, o la obtu-
ve muy rápidamente. Tampoco estoy en querella con
ellos, simplemente me aparté. Me fui a las cumbres de
Atacama en un mineral donde me ofrecieron la pega. En-
tonces yo le dije: “Y tú, ¿cómo estái?”. Era una mocosita
de como 15 años, linda, preciosa. “Mal, poh”, me dijo, “por-
que me estoy descasando y no sé...” “¡¿Cómo que te estái
descasando?!, una cabrita tan chica...”, “Sí, poh”. En fin,
era un percance. Entonces le dije “Si estás en eso y si
eres tan bonita, ándate conmigo”. Eso es asumir la poe-
sía como conducta, ése es mi juego. De eso se trataba.
No de escribir como poeta, sino de vivir como poeta. Y
104
me fui con la niña. Subimos por los cerros; vivimos ahí
como dos años entre los mineros del cobre; ella parió a
un hijito mío que hoy es un gran médico que vive en Ale-
mania. Yo viví eso y fue un prodigio. Los mineros del co-
bre, analfabetos, a los cuales les enseñé a leer, y no ha-
bía ni libros ni cuadernos ni todavía el silabario, nada
en esas cumbres cordilleranas, había puro viento y ma-
ravilla. Entonces esta muchacha me dice: “Oye ¿y por
qué no les enseñamos a leer a estos mineros que llegan
todos cansados y sudados después de los turnos?”. Y yo
dije a ver cómo lo hacemos. Me compré 20 botellas de pis-
co, era caro para mí. Gustaba mucho el pisco en esa zona,
porque eran borrachos por naturaleza, proclives al tra-
go. Les dije: “Hablemos aquí, debajo de las estrellas, ¿por
qué no aprendemos a leer?” Unos dijeron sí; otros, no.
Total, no tenía cuadernos ni nada, y ¿sabes tú lo que hice?
De un libraco que andaba entre mis pobres maletas vie-
jas que llevé saqué, más bien ella, María, sacó unas cuan-
tas palabras y las dio a leer. Unas eran de Anaximandro,
de Tales de Mileto, de los filósofos. Y los muchachos con
sus patas al aire, oyendo hablar de todo esto y tomando
trago, tienen que haberse divertido mucho. Y les gustó
cuando les mostré a Heráclito. Dijeron: “¡Ése es bueno!”
Fíjate el genio del pueblo, de la gente, es finísimo. Gen-
te imaginativa que no tiene trato con los libros. Puse en
unos tarjetones de papel, de ése con el que se envolvían
los alimentos en las pulperías, cortamos con unas tije-
ras e hicimos unos silabarios. Y creo que soy el único o
el primero en todo caso, poeta en América, que enseñó a
leer a los mineros del cobre en el silabario de Heráclito.
Dime si eso no es más surrealístico que toda la huevadita
de andar leyendo revistas.
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Pacto con Teillier
106
—Bueno, ése es entrañable. A ése no lo leí tan tem-
prano, porque en ese tiempo era bien difícil la comuni-
cación de un paraje a otro, de un pueblo a otro. Fíjate
que lo vine a leer el año 42, cuando yo era un hombreci-
llo ya. Y me conmovió eso de descuajeringar el lenguaje
y la sintaxis, que él había hecho en Trilce, sobre todo su
segundo volumen; se parecía a lo que yo estaba hacien-
do. Es decir, el juego no sólo con los neologismos, que
son necesarios cuando son necesarios, no hay que abu-
sar de ellos, pero esa irreverencia respecto del lenguaje
de los españoles aburridos, con sus normas de no sé cuan-
tas cosas, con Academia de la Lengua y todo. Ese tipo
me encantó. Aparte era un vidente. Vallejo era enorme.
Entre los peruanos hay gente muy valiosa. Vallejo, el
primero. Eguren, que era anterior a él, otro prodigio.
¡Los cronistas! Españoles, pero de allí. ¡Y los cronistas
de nosotros! Huy, ésos me fascinaron desde siempre. El
padre Rosales, el padre Olivares, el Lacunza, que era
loco, un fraile jesuítico, que tenía telescopio y miraba
las estrellas, y lo desterraron como a todos los jesuitas,
los devolvieron a Italia. Y, mirando las estrellas para
arriba, se cayó en un hoyo y se murió. Tipos preciosos.
Eso sí que, les aseguro, lo tuve yo: apertura. Fui de mun-
do. Y no presumo. Se me dio así. Por eso alguna vez tuve
pequeñas diferencias con este niño maravilloso que se
nos ha muerto hace poco, Jorge Teillier. Jorge tenía un
gran sentido de la poesía. Un sentido del límite. Cuan-
do hablo de poesía del límite quiero decir rigor. Pero él
le daba con la idea de los lugares, de los lugareños, lo
que llamaban los lares; creía que estaba descubriendo el
mundo con mostrar aquello. No caía en el paisajismo, yo
sería un falsario si dijera eso. No era un costumbrista
ni un paisajero. Pero él quería hablar de esa infancia y
remitirse a los trenes de Chile, y a los juegos así, de lo
107
muy inmediato. Muy importante. Casi lo vernacular, y
algo trascendido. En cambio yo, que era tan de pueblo,
y más bajo que él de clase social, yo era más del pobrerío,
a mí se me dio el mundo desde temprano. Yo fui poeta
mundano. Mundano de mundanidad real. Y los dioses
me ayudaron en eso.
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po, inocente animal tan calumniado; tratar de bestiales
sus impulsos cuando la bestialidad es cosa del espíritu.
Eso somos los poetas. Amamos la palabra y la vivacidad
erótica. Cuando uno quiere leer poesía erótica, debe em-
pezar leyendo a los místicos. A los místicos orientales,
los sufíes del siglo IX de nuestra era, antes de leerse al
mismo Juan de la Cruz, que es el rey de toda la poesía
española, con esos 17 humildes textos. Hay que leer a la
Teresa de Ávila, que habla de la obsesión erótica.
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es serio. Dicen que era maricón. Y qué me importa a mí.
No tiene nada que ver.
Música ligera
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del milenio, del primer milenio, se acaba todo, apocalípti-
camente, se acaba, se termina, triunfa el sinsentido so-
bre el sentido, si es que hubiera sentido. Entonces, cla-
ro, aparece temible, y sobre todo la circunstancia de que
no haya bipolaridad, sino un sólo polo, ¿cómo va a ser
eso? Unos reyezuelos, los americanos, que tienen unas
platas, un fulgor tecnológico. Ahora, la tecnología que
es un prodigio por cierto, se ha convertido también en
una trampa tecnolátrica, hay una idolatría de la técnica.
La gente no sabe escribir ni quiere escribir. Dice para
qué voy a escribir con la mano si tengo la máquina. Pero
no saben que cuando baja del seso esta especie de vibra-
ción preciosa fisiológica y mental, entonces tú como que
recibes, te pasa por aquí, por el sistema muscular, san-
guíneo, arterial, te baja ese impulso por la mano, el bra-
zo, el antebrazo, los dedos, los carpios y metacarpios, es-
toy hablando bien físicamente, entonces tú pintas tu pen-
samiento. A mí se me da así no por viejo, sino porque lo
veo bien válido. Pienso en mis chinos inmortales. Los
chinos hacen esos ideogramas. Hay que pintar, hay que
mover las manos, no podemos pensar que todo lo pue-
den hacer unas máquinas tramposas y sigilosas. Tú les
haces un toque, un clic, y te borran lo anterior. Pero no
hay que borrar del todo. El borrador mismo es muy bue-
no tenerlo. Ver cómo se equivocó uno, cómo se borró con
una línea algo y se cree que eso no es válido, y después
lo mira y no, pues, era bueno. En fin, en fin, lo que quie-
ro decir, para responder de un modo más coherente, es
que, claro, parecería que la amenaza es tanta, que no hay
opciones de salida de esta confusión, de este marasmo
en el cual uno vive por ahora. Pero, ¡hay salida, hombre!
Y la palabra no va a ser cancelada por nada, nunca. Ten-
dría que ser cancelado el silencio también. O sea, cance-
lado todo. No se puede.
111
—Pero en la coyuntura, lo que vemos es su frase de
hace un rato, que estamos ante un enfrentamiento entre
dos temporalidades, dos visiones de la vida, dos cultu-
ras, oriente y occidente...
—Se está dando eso. Y es bien importante que, a cos-
ta de las crueldades y penas y penurias involucradas, los
musulmanes, desde esa línea, que se atrevan en la con-
tienda con nada menos que los otros. Ahí en El Sur o en
El Mercurio, una señorita copió una cosa que yo le dije
de un poeta del siglo XVI: las torres que desprecio al aire
fueron, a su gran pesadumbre se rindieron. Y como la pa-
labra poética es bien premonitoria, parece vaticinio, en-
tonces es curioso, es bien curioso, es divertido. No hay
que desesperar pienso yo. Todo es así, como ha de ser.
Como es.
112
en ninguna dirección,
y además no lloren, ¿qué sacan con llorar?,
con ser, ¿qué sacan?, el resurrecto es otra cosa
y ahí va remando despacito.
Es un poema distinto. Pero hay un poema más diver-
tido. Yo los pongo en orden de nada. Éste por ejemplo,
“Olfato”, es completamente divertido, parecería más del
Eros que del Thánatos, fíjense cómo funcionan los blan-
cos.
Hombre es baile, mujer
es igualmente baile, duran
60, (que es lo que dura aproximadamente la vida)
tiran (mira la palabra procaz, el lenguaje chileno)
diez mil
noches,
echan 10
hijos y en cuanto
al semen ella
se lava el corazón
con semen, huele a los hijos,
(mira el poder del olfato en la mujer preciosa)
a su hombre remoto lo
huele con nariz caliente, ya difunto.
(Y aquí está la iluminación de la poesía)
Con nariz de loca lo huele.
¿Ves tú? En esa exigüidad, en esa pobreza expresiva
está la idea de que hay que decir lo máximo con lo míni-
mo. La palabra.
113
GONZALO ROJAS: «LOS FÍSICOS SON
LOS GRANDES POETAS DE HOY»
115
—Entre la luz del cielo y la oscuridad de la tierra,
¿cómo llegó a acceder al misterio de los libros?
—Conseguí una beca y estuve interno en un liceo es-
partano. Allí me enseñaron a leer por dentro, descubrí
el portento que se encerraba en una vocal, en una síla-
ba, surgió ante mí el lenguaje, con toda su vibración, con
toda su vivacidad. Me harté y con 17 años le planteé a
mi madre. «¡Me voy al norte!». En Chile somos tan sureños
que siempre que nos escapamos vamos al norte, al nor-
te. Ella como era tan fina, solo me dijo: «¡Váyase pero
escríbame!». Fui en barco y tiré al límite con Perú a tra-
bajar a unas minas de nitrato de sodio porque había gran-
des empresas salineras. Se ve que me tiraba lo mineraló-
gico. Tengo que decir que era un lector implacable, lle-
vaba toda la colección de escritores griegos y romanos.
Incluso sabía un poco de sánscrito.
116
—Sí, porque volví a ese mundo que yo adoro, las ca-
letas, los mineros... Allí nació el mayor de mis dos hijos,
Rodrigo Tomás Rojas McKenzie, que ahora es un gran
médico y vive en Alemania. Después ya me introduje en
la vida académica y participé en la fundación de la uni-
versidad de Valparaíso. Estuve tres veces en China y en
el 53 tuve la opción de dialogar con Mao. Más adelante,
en el 71, Allende me nombró Consejero Cultural de Chi-
na. También estuve como diplomático en Cuba y allí me
sorprendió el episodio del 73 en Chile, así que fui a pa-
rar a un puerto del Báltico donde hacía un frío horrible,
con la policía militar siempre encima.
117
blico mi primer libro, un «pontifice maximus» escribió
en «El Mercurio»: «Al paso que van las letras nacionales
no prometen nada bueno». Eso me maravilló porque me
dejó a la intemperie y me regaló la libertad. Mi natural
es por completo ajeno al éxito.
Pasión científica
118
—Le acaban de nombrar académico de honor de la
Academia Chilena de la Lengua. ¿Cómo será su discur-
so?
—Rubén Darío decía: «De las Academias, líbranos Se-
ñor» pero lo he aceptado porque a mi edad no puedes con-
vertirte en un viejo altanero y pesado. Les diré que la
poesía encarna en uno como por azar y que uno no me-
rece la Palabra. Se la dan porque se la dan.
119
APRENDIZ INCONCLUSO
121
curre después a Oxford, entonces no solamente estudia
física sino que lee en inglés directamente. Y eso a él le
afirma bien el espinazo. Y yo, a mi vez, había sido un di-
sidente muy prolijo haciendo lo mío, en desacuerdo con
ese grupito que era la Mandrágora.
122
ron una entrevista después de algún éxito que ya había
tenido, entonces le preguntan por mí y él dice “Yo tam-
bién tengo en él a mi pequeño De Rokha”. Él se puso por
encima, a las alturas de Huidobro o de Neruda. Y agre-
gó algo más cruel, que no recuerdo. Eso me molestó, y
me dije a éste no le voy a contestar en su juego humo-
rístico chilensis, baratija para mí; le voy a contestar a
escala de Quevedo en las grandes guerras con Góngora,
con Lope, en fin, y escribí un poema ¡terrible! que no es
poema es una versaína y se llama “Gracias y desgracias
del antipoeta”. Yo no quise que se derramara eso, pero
un joven, que trabajaba en “Punto Final”, llevó el poema
y lo mandaron a la revista “Marcha” en Montevideo, y
salió al mundo. Duro mi poema, pero dentro de su seve-
ridad y de ese juego sombrío del humor negro, yo alcan-
cé a decir algunas cosas vivas, que a Parra lo debieran
haber llevado, pienso yo, a una reflexión más que a un
encono. Ahí quedamos distanciados.
123
—¿Por qué entonces publicó ese poema en su libro
“Metamorfosis de lo mismo”, del año 2000?
—Claro, cuando hubo el rescate de los papeles que
yo he escrito, el editor que hizo ese libro, tampoco lo voy
a culpar, espigó por aquí y por allá y publicó este texto.
Es que el escritor es un animal libre; yo he vivido a la
intemperie y sigo viviendo a la intemperie, y no le ten-
go miedo al miedo de ningún modo, pero no para encen-
der de nuevo lo que parece una cosa tan equívoca. Parra
no se merece una cosa así. Él es piedra fundamental; y
yo también lo soy.
124
temprano. Ese proyecto de autonomía cultural que se
ha llamado “el movimiento del 42”, operó mucho en mí,
y sobre todo influyó un loco que fue maestro de Bolívar
y que se llamó Simón Rodríguez. Era un genio, un pro-
genitor de mundo, sabía todos los idiomas, hasta el ruso,
pero lo que me fascinó de este tipo es que fue un funda-
dor que le enseñó a leer, igual que Sarmiento, al sobe-
rano. En esos días el soberano era el pueblo que surgía.
125
rece un disparate, pero así se me da el mundo a mí. Y
por eso, si entre el primer libro y el segundo hay dieci-
séis años, entre el segundo y el tercero hay trece años.
Sin ni una prisa, por temperamento, porque yo era un
poeta en dos cuerdas: el poeta que escribe y el poeta que
hace. Y es lo que la Hilda (May) tiene muy bien puesto
en este libro que se llama La poesía de Gonzalo Rojas don-
de ella habla de la “poesía activa”. Esto viene de una fra-
se de Sarmiento que seguramente yo leí bien: “hasta nue-
va orden, los escritores en América están exigidos por
la contemplación y por la acción al mismo tiempo”.
126
—Bueno, todos estos ismos se juntan, se muerden la
cola, se muerden la cabeza. Son todos, en el fondo, deri-
vados del romanticismo alemán, por un lado, y fuerte-
mente del simbolismo francés del siglo anterior. Todos
estos ismos repercuten en dos artes: en las plásticas y
en las letras y son todos medios parientes, en el fondo.
Ahora, el expresionismo no acepta la idea de que lo oní-
rico es lo fundamental, pero al mismo tiempo entiende
que la conciencia vigilada o vigilante no es la madre del
cordero. El expresionismo tiene una fiereza que a mí me
encanta, y yo tengo que ver con esa fiereza. De Rokha es
un expresionista, a su modo; yo soy un expresionista, a
pesar mío a veces, pero soy surrealista también puesto
que transo y acepto las grandes claves del surrealismo
proyectadas por Breton el año 24 en el Manifiesto, que
son l’amour, la liberté et l’imagination.
127
bría de la existencia de un tipo tremendo que no había
estudiado a Heidegger y se metía con el tiempo, con la
materia... Además con un lenguaje... el lenguaje balbu-
ceante de Residencias sólo tiene par con el otro tremen-
do poeta que siempre lo ven más abajo de Pablo y no es
así, que se llama Vallejo. Ese cholo mestizo cuyas abue-
las son indias y cuyos abuelos son curas y que muere sin
gloria, sin fama, sin nada, sin plata, casi muerto de ham-
bre. Vallejo y Rulfo, ésas son mis estrellas. A la “Mistrala”
me la dejaron afuera siempre y ésa fue la única criatura
que tuvo la gallardía, la gracia, de dejar que pasaran,
vertiginosas o no, todas las corrientes de lo que se lla-
maban las vanguardias, y ella siguió hablando como sus
paisanos del Valle del Elqui. Lo mismo que Juan Rulfo,
otro genio que arranca de la oralidad, se quedó oyendo
a sus paisanos de Jalisco y no le pidió prestado nada a
nadie.
128
—No, no. Yo, claro, entendí a Jorge, más habiendo
vivido esta experiencia, pero también me pareció dema-
siado rápida esa versión, y no tan profunda. Es que es
difícil. La realidad era la que él señaló, pero yo he en-
contrado como inconsistente hasta la escritura, es que
yo soy bastante odioso en ese sentido, a mí me gusta que
el escritor escriba bien, eso es lo primero, que tenga do-
minio de lo suyo, que tenga oficio.
129
de allí mismo, dialogar con ellos. Yo creo en el diálogo.
Eso se podría hacer. Y aprovechar las máquinas de hoy;
ir con las películas, filmar a la gente, oírlos hablar, a los
paisanos chilenos. Yo pensé que este Lagos iba a hacer
cosas así, como un comando de viejos, un consejo de an-
cianos y de jóvenes, para dialogar. Los muchachos nece-
sitan a sus paisanos mayores, a los que anduvimos na-
vegando sin protección.
130
EL POETA GENEALÓGICO
132
—Tu poesía tiene varias constantes. Una de ellas es
la de tomar partido por los que en un poema llamas los
“acorralados’’. Concretamente el verso es “de los aco-
rralados es el reino’’.
—Nadie me lo había comentado. ¿Qué querrá decir
esa línea? Es decir que el reino es de aquellos que no
parecen tener modo de escapar de una experiencia o de
los límites que le impone un orden de realidad. De ahí
parece que sale esa vivacidad y esa permanencia. ¿Y qué
querrá decir reino? Me gusta la pregunta y me quedo pen-
sando yo mismo, porque uno mismo —lo quiera o no—
juega al rey. Los poetas jugamos al rey. A mí me ha pa-
sado. Hay un texto mío que se llama “Al fondo de todo
esto duerme un caballo’’. Sé que no se deben contar las
anécdotas. Eso dicen y a mí no me importa nada, por-
que yo digo lo que me parece y es válido. Por eso digo
que el caballo existió. Ese caballo me lo dio mi padre,
que muere a los treinta y seis o treinta y siete años, cuan-
do yo tengo cuatro años de edad. Cuando muere yo no
lloro, los demás lloran, son ocho niñitos llorando, la ma-
dre también llorando. El me había regalado un caballo y
ese caballo era mi protección. Yo lo veía pastando frente
al mar en un potrero precioso y me lo robaron. Siempre
le roban algo a uno. Y cuando me lo robaron yo entré en
la mutilación y vi de golpe a mi padre. A ese padre muer-
to que es uno mismo. Porque éste es el cuento. Cuando
en Rulfo el personaje va en busca del padre va realmen-
te en busca de sí mismo.
Sin hilar un juego más largo, aquí queda algo de cómo
uno forja una imagen que pasa a ser casi símbolo y por
lo menos es una obsesión y termina siendo un pequeño
mito en la cabeza. Yo sugeriría que frente a esta pregun-
ta se ofrecieran respuestas desde la lectura del poema.
“Al fondo de todo esto duerme un caballo’’, porque al fi-
133
nal de ese poema el hablante dice “facha de loco/ sabe
que es el rey’’. Eso hay que leerlo, porque lo lamentable
de las entrevistas es que si no se responde desde el res-
piro poético, desde este neuma portentoso, no se entien-
de nada y aparecen hilachas de esquemas como respues-
tas.
134
—Estoy seguro de eso. Los poetas rompemos esa apa-
rente cerrazón. Aunque no nos publiquen, aunque los edi-
tores o comerciantes de libros digan que no se vende la
poesía —¿cuándo se ha vendido realmente?; lo digo con
bisemia, en un doble sentido—, ella entra despacito por
debajo de las puertas, de los vidrios, de las ventanas, y
se queda tranquila. Así la poesía es fisura y rompe con
esa aparente confusión interminable. Aparentemente,
ya lo he dicho en otra ocasión, las palabras fax o stock
han reemplazado a la sílaba preciosa. Pero sucede que
la poesía se hace con palabras y las palabras tienen sí-
labas. Los poetas silabeamos el mundo y al silabear res-
piramos y hay un neuma ígneo, como diría el viejo He-
ráclito, que funciona ahí.
Para mí, el pequeño déficit o limitación de estas dé-
cadas semirrecientes es que no hay confianza en el pro-
digio silábico-vocálico, en la cromatización vocálica a la
que se refería Rimbaud con tanta gracia. Cuando leo a
San Juan de la Cruz, que es mi poeta máximo, cómo po-
dría leerlo rápido. En este momento del mundo en que
todo es prisa, locura de la impaciencia y espejismo del
éxito, estas lentitudes, estas morosidades, este desmo-
ronarse, este silabear el mundo es lo más importante.
135
es mi fascinación tanto en las cuerdas fisiológicas como
en el orden del eros. Octavio Paz, nuestro niño que se
acaba de morir o no morir, decía algo así como: “dialéc-
tica del amor’’. No entiendo. Yo entiendo el pensamien-
to mío, que es la peripecia del perdedor respecto al eros.
¡Cuándo no pierde uno, y qué bueno además perder y al-
canzar a entender eso de la pérdida! La mujer es epicen-
tro de todo mi ejercicio pero no se crea que por eso soy
un concupiscente, un libidinoso o un pornógrafo. En mí
se da lo sacro y lo concupiscente a la vez, simultáneo.
Soy un místico concupiscente. Así me puse en el mundo
y qué le voy a hacer.
136
“NO HAY QUE TENERLE MIEDO A LA MUERTE”
138
—Por un lado los viajes son absurdos. Uno se dice que
no habría para qué ir tan lejos. Eso por una parte. Por
otra parte, claro, ofrecen una vibración intensa. Múlti-
ple, de un registro más mundano. Mundano en cuanto a
mundanidad. No se trata de un turista literario, frívolo,
aburrido. ¡Hoy día quién no testea! Nosotros, por ejem-
plo, que solemos considerarnos muy importantes —y lo
somos— en el país de Chile, estamos demasiado aisla-
dos. Y eso no es culpa nuestra porque la geología y la geo-
grafía nos determinó una insularidad muy fuerte. Eso
nos hace un poco aislados, si no lugareños. Ni siquiera
esa palabra que le gustaba tanto a Teillier, láricos. Para
mi la laricidad es el mundo. Es el lar mayor.
139
y el otro que está leyendo o recitando y a veces improvi-
sando. Eso se da. Me ha ocurrido ahorita en España. Yo
estuve recién con Laura García Lorca en Granada, quien
me invitó, y me ocurrió lo mismo. Es que se me da esta
comunicación con los jóvenes, porque yo no les hablo con
ese estilo en altivo, sino como un muchacho más que ha-
bla. Soy partidario de la lozanía y no de la altanería de
ninguna especie, ni profesoral, ni literaria, ni nada. Apren-
dices, aprendices, aprendices... todos somos aprendices.
140
que no pasa de ser un niño, un niño fenomenal que le die-
ron los dioses al mundo y a Chile también por añadidu-
ra. Están las infancias, las movimientos cíclicos, porque
uno nunca deja de ser ese púber. Además cuando se ha-
bla de ese erotismo mío... yo no tengo nada que ver con
lo porno. El eros mío es sagrado. El Tánatos, la muerte,
yo trato como cualquier otro poeta el diálogo con la muer-
te y que va con uno desde los instantes en que nace. Mis
elegías no son reverenciales, no es el recuerdo y el alma
dormida, sino que son contra la muerte. Por algo le puse
a un libro mío Contra la muerte, es decir, son visiones
de la muerte pero irreverentes. No hay por qué tenerle
tanto miedo a la muerte.
141
EVADO LA PUBLICIDAD; SIEMPRE QUISE SER
UN DESCONOCIDO
143
—No. A mis 82 años, apenas cumplidos, puedo decir-
te que me funciona la vibración fisiológica desde la pun-
ta del seso hasta los pies. No tengo ninguna preocupa-
ción de salud. Vivo en un trabajo constante y ahora mis-
mo estoy dictando un seminario de creación poética en
una universidad de mi país. Eso, creo, me ventila, me
airea, me hace bien y supongo que les hace bien a los jó-
venes que acuden a él. Los jóvenes, por cierto, son las
únicas personas con las que me importa el diálogo.
144
—Chile, su país, está en un proceso de cambio. ¿Cuál
es su posición social en la actualidad?
—Chile está en pie, parado en sí mismo, en una la-
bor no sólo de rescate sino de reagrupar la confianza, y
eso es bueno. No hablo de confianza absoluta, tampoco,
porque siempre es pertinente pensar que el mundo es
difícil y complejo. Pero después de la elección pasada,
al asumir el poder Ricardo Lagos, que es humanista y
político, las cosas marchan. Siento que Chile está vivo
de nuevo, con toda su problemática pero con una econo-
mía clara.
145
”A mí me gusta respirar desde los adentros. Y no lo
hago por turismo literario ni cosas de ésas. Vivo en la
cordillera, cerca de un pueblo llamado Chillán, de 300
mil almas, que a la luz de las grandes capitales se vería
cuantitativamente irrisorio. Creo que los aldeones, que
son esas grandes capitales, tienen que mirar y remirarse
por dentro. Soy decimonónico en ese sentido: pertenez-
co al plazo de Sarmiento, de Bello, de Simón Rodríguez;
con ellos tengo un diálogo fuerte. Me doy cuenta de que
estamos en una etapa naciente en nuestras pobres y gran-
des patrias despedazadas. Se están haciendo apenas. Dos-
cientos años no son nada; los preceptos de autonomía eco-
nómica y cultural por ahora son apreciables proyectos.
No hemos podido concebir otra armazón más amplia. Hoy
se habla de globalización, que es casi decir clonación.
Eso es algo que se me hace sospechoso.”
146
GONZALO ROJAS Y JUAN GELMAN: «EL ÚNICO TEMA
VERDADERO DE LA POESÍA ES LA POESÍA»
148
liado en Italia, donde él residía, un día lo llamé porque
había vuelto a leer Marinero en tierra. Le dije que a mí
ese libro me encantaba y que me emocionaba. Y me res-
pondió: «Bueno, muchas gracias».
149
guardistas, oyendo más bien a los paisanos del Valle de
Elqui con una oreja portentosa.
150
no me salió nada. Ya dormido en la noche de la noche
preciosa, como ocurre inconscientemente, me sopló al-
guien en la oreja: «Así que...», «Así que...». Ese «Así que...»
era la clave que se me daba desde el sueño para que no
fuera yo quien hablara sobre Guevara, sino que fuera
Guevara quien diera su versión de lo que le había pasado.
151
J. G.: Durante un tiempo yo vivía en Italia. El italia-
no es un lenguaje tan líquido que no tenía nada que ver
con lo que yo sentía; por eso, para sacármelo de la cabe-
za, escribí unos cuantos sonetos sicalípticos, pornográ-
ficos, en romanesco. Por aquel tiempo entré una vez de
forma clandestina en la Argentina con pasaporte fran-
cés y tomé un taxi hablando porteño. Nos paró una pa-
trulla militar. Bajé del auto para que no me escuchara
el taxista y empecé a hablar en un español chapurreado.
Y bueno, al final la cosa pasó. Cuando regreso al taxi, yo
tenía la seguridad de que el conductor no me iba a de-
nunciar. Y entonces me mira por el espejo retrovisor y
dice: «Justamente a nosotros nos tenía que pasar».
152
Artículos
LA PUERTA EN LAS NARICES DE LA OEA
Distinguido señor:
Sólo hoy llegó a mi poder su carta de 24 de junio ppdo.,
fechada en Washington.
155
Tiene Ud. a bien comunicar la inclusión de varios tex-
tos poéticos míos en la Antología de la nueva poesía lati-
noamericana (de 1950 al presente).
Me anuncia Ud. también que esa Antología ha sido ela-
borada por un Departamento de Asuntos Culturales de la
O.E.A. y me informa que se hace en ella un estudio sobre
cada uno de los autores, tanto en la línea española como en
la francesa.
Ante el enunciado suyo de que son muchos los poetas
que ya han autorizado la inclusión de sus nombres y de sus
trabajos en el citado libro, puedo decir lo que sigue:
1.- Agradezco su deferencia al informarme sobre esto,
pero no acepto ser publicado bajo ese auspicio,
2.- Rechazo toda distinción por parte de un organismo
que es para mí, efectivamente, un Ministerio de Colonias.
GONZALO ROJAS
156
DESDE UN CLARO OSCURO, LA CONSTELACIÓN
DE GONZALO ROJAS
158
es producto de la casualidad el hecho que Gonzalo Ro-
jas y el que habla sigan interesados vivamente en el pro-
ceso de la creación poética. En conversaciones de los
Guindos, Gonzalo me entregó la llave del templo de la
poesía negra, pero yo aticé en él el fuego de la poesía
blanca” (Rev. Atenea Nº 380-381, abril-septiembre, 1958).
Cuando aquellos diálogos se efectuaban, Gonzalo Ro-
jas había obtenido en 1946 el premio de poesía de la So-
ciedad de Escritores de Chile, libro que editó el propio
autor en 1948 con el nombre de La miseria de hombre.
La aparición del libro reveló un poeta entregado a la vida
y la búsqueda metafísica, seguido en esto de la línea de
H. Díaz Casanueva y Rosamel del Valle, con imágenes
ricas de significado, corrientes de pensamiento subte-
rráneo, expresándose a través de símbolos poéticos. El
nombre de Gonzalo Rojas quedó escrito en la mejor his-
toria de la poesía chilena. Pasaron algunos años en que
el poeta se dedica a escribir ensayos y a realizar los im-
portantes encuentros de escritores que patrocinó la Uni-
versidad de Concepción, donde el poeta se desempeña-
ba como profesor. En esos recordados encuentros se dio
cita lo más importante del pensamiento literario del con-
tinente americano y de Chile. Recuerdo haber oído jun-
to a las voces de Díaz Casanueva, Margarita Aguirre, Fer-
nando Alegría o Miguel Serrano, que venían de otro paí-
ses a integrarse a esas discusiones universales, la voz de
Pablo Neruda además de sus intervenciones nos brindó
un magnífico recital nocturno de sus poesías, entre lu-
ces y estrellas; Alejo Carpentier, vital y mágico, desen-
trañando lo que se encuentra detrás de la aparente rea-
lidad; Roa Bastos, Ferlinghetti, Ernesto Sábato, Carlos
Fuentes y los innumerables chilenos: Luis Oyarzún, Ma-
nuel Rojas, Jaime y Mercedes Valdivieso, José Donoso,
Armando Cassigoli, Poli Délano, Guillermo Atías, Car-
159
los León y muchos más que no terminaríamos de enu-
merar. Labor prodigiosa y eficaz para aunar el pensa-
miento y el sentimiento americano. Más tarde el poeta
nos hace oír nuevamente su voz lírica en Contra la muer-
te, Editorial Universitaria, 1964. Es ahora un poeta más
decantado, más sereno, donde la fuerza del pensamien-
to adquiere más hondura. Nos dice en “La Palabra”:
Un aire, un aire, un aire,
un aire,
un aire nuevo:
no para respirarlo
sino para vivirlo.
Poeta que vive su aire intensamente y entrega su
mensaje. Algunos poemas del libro anterior han sido re-
ducidos. La de ahora es una voz más pura. La otra era
más una poesía de vivencias desatadas en una rica gama
de imágenes confundiéndose lo lírico y lo delirante en
un tono de alto vuelo. Continúa el vuelo alto, pero se han
podado las malezas, con lo que la poesía adquiere más
hondura.
Ahora en 1977 aparece Oscuro. Ésta es una poesía
vivida con todos los sentidos. El poeta es un taumatur-
go de la vida y sus interrogantes. ¿De dónde venimos?
¿Hacia dónde vamos? ¿Qué somos? Frente a esto el poe-
ta decanta sus vivencias y se incorpora al infinito, esen-
cia de todo lo creado. En “Ars Poética en Prosa” (pág. 7),
donde recuerda la incorporación de las palabras de su
infancia, escribe: “Me atreveré a pensar que en ese jue-
go se me reveló, ya entonces, lo oscuro y germinante, el
largo parentesco entre las cosas”.
El libro está dividido en tres secciones: a) Entre el
sentido y el sonido; b) ¿Qué se ama cuando se ama?, y c)
Los días van tan rápidos.
160
En la primera sección en “Numinoso” aboga contra
el azar. En todo hay un número y sobre todo un tiempo:
“No somos de aquí, pero lo somos.”
“Aire y Tiempo
dicen santo, santo, santo”.
“Conjuro” es un poema cargado de vivencias, premo-
niciones, interrogantes. Toda la incógnita de nuestro
mundo en la encrucijada, se da en esas líneas.
“No le copien a Pound” es un excelente poema de ad-
miración hacia el gran poeta desaparecido, también car-
gado de premoniciones.
“Fragmentos”, dedicado a Juan Sánchez Peláez, abun-
da en interrogantes, escrito en forma novedosa como
otros del libro, nos pasea por diversos temas que llegan
a lo mismo, el origen y la vuelta al origen.
Merecería un estudio especial “A la salud de André
Bréton”: “Lo que te debe la locura de la razón y el mar
de las tormentas”. “Y el loco amor, lo que te debe el loco
amor”, homenaje al gran maestro de la adolescencia, al
guía de esa juventud que rompía falsas etiquetas, que
hurgaba el subconsciente, que proclamaba el desate como
regla de salud, para sobre esa base reconstruir. La velo-
cidad, el vértigo, la lucidez, están evocados por el poeta
para recordar al gran vidente que fue Bréton.
En “¿Qué se ama cuando se ama?”, se agrupan los poe-
mas dedicados al amor. Rojas no sólo escribe al amor,
éste es para él algo tan sustancial como la formación aca-
démica de su personalidad. La vida es la base de las vi-
vencias y entre éstas la pareja humana ocupa lugar des-
tacado. El amor está hondamente sentido, dando origen
a hermosos poemas. Amor tormentoso, dulce y pacífico,
entrecruzándose las diversas facetas que se expresan
con extraordinaria fuerza. A su actual esposa dedica en-
tre otros las finas “Vocales para Hilda”.
161
En “Los días van tan rápidos”, como en las secciones
anteriores, reproduce poemas de sus otros libros, pero
en ésta ha acumulado mayor número de ellos. La incor-
poración de estos poemas le da a este libro carácter de
Antología. Es la síntesis de la obra de un gran escritor
cuya vida es un ejemplo para las jóvenes generaciones,
rindiendo culto a la poesía, el estudio y la acción.
162
POETAS FUERA O DENTRO DE CHILE: GONZALO ROJAS,
ÓSCAR LIHN, MANUEL SILVA
164
En una antología de esa época, no muy clarividente
pero tampoco ciega, la de Hugo Zambelli (uno de los anto-
logados desaparecidos de la circulación poética) —13 poe-
tas chilenos. 1938-1948— aparecen en textos de los poe-
tas mandragóricos mencionados, tres de los vastos
Antipoemas de Parra y algunos poemas de La miseria
del hombre.
El parentesco entre las “voces” de Nicanor Parra y
Gonzalo Rojas, parece si no nulo ante todo negativo: se
deja sentir por la oposición de los poetas de Los Guin-
dos al trovar, a toda especie de preciosismo o manierismo;
también al que practicaba, en este país, un surrealismo
muy literario, calcado de la poesía francesa, abarrotado
de esas imágenes que hundieron bajo su proliferación
los libros de poemas de André Breton, si se exceptúan
textos que como “La unión libre” justifican el abuso del
“estupefaciente imagen”.
Para Nicanor Parra ni el surrealismo ni la poesía fran-
cesa en general, que asociaba, ante todo a “las acrobacias
verbales”, eran santos de su devoción ni de su mayor co-
nocimiento. En la declaración de principios que cada au-
tor entregó al antologador junto con sus poemas, Parra
especifica: “huyo instintivamente del juego de palabras.
Mi mayor esfuerzo está permanentemente dirigido a re-
ducirlas a un mínimo. Busco una poesía hecha de hechos
y no de combinaciones o figuras literarias”. Rojas se abs-
tiene, en su declarado vitalismo patético, incluso de esas
generalidades:
“Acabo de publicar La miseria del hombre, pero en
realidad sé muy poco sobre poesía. Tal vez podría exa-
minar el simbolismo de algunos poemas, las vivencias
correspondientes, el primer estallido, las determinacio-
nes en la palabra, lo que falta, lo que sobra, pero siem-
165
pre estaría empezando a explicar cosas que a nadie sino
a mí pertenecen”.
Se infiere de ello, además de la declarada capacidad
para correlacionar la escritura y la experiencia, el pos-
tulado de una suerte de yo trascendental que desprecia
su intimidad (la poésie du coeur) para dar, dramática-
mente “testimonio de lo efímero”. “Cuando no se puede
vivir sin dar un testimonio, hay que escribir aunque todo
se oponga, aunque la Poesía se vuelva contra nuestro
cuerpo efímero y lo devore. ¿No es esto ya una prueba
de que ella es más grande que el hombre?”
La tonalidad neorromántica de esta defensa de la poe-
sía, hay que confesarlo, está más de acuerdo que el dis-
tanciamiento de Parra con la actitud general de los
antologados; pero los poemas mismos salvan a Gonzalo
Rojas de las actitudes operáticas en que se quedan aque-
llos, atenidos a sus turbulentas o graves, trágicas pala-
bras preliminares, como si luego no les saliera la voz.
A estas alturas, parece increíble que poetas tan ma-
los se tomaran tan en serio. Era de rigor pues, que cual-
quiera emprendiera una “búsqueda desesperada”, “defi-
niera lo indefinible”, apelara a una “libertad atroz”,
“nuestro único dominante poético” o visitara “la sima
profunda”.
Única explicación plausible: la influencia de perso-
nalidad: Neruda de las Residencias, Pablo de Rokha; y
de la lectura caótica de esos autores de otras épocas de
los que cada época puede, según sus preferencias, ha-
cerse eco, ya sea para prestigiarse y prestigiarlos en esa
frecuentación o para arruinarlos y decir, en su nombre,
toda clase de tonterías. La jerga de uso hacia 1950 com-
binaba, pues, o mezclaba al buen tuntún, las sentencias
de los románticos alemanes, los simbolistas, los surrea-
166
listas, con las intemperancias o las astucias de los “ge-
nios” locales.
Sea como fuere, creo que existió un acuerdo entre
Rojas y Parra, sobre la base de una voluntad común de
historizar, en poesía, testimonialmente, en contraposi-
ción a los ademanes “olímpicos” de sus eventuales com-
pañeros de ruta o de antología. Ambos admiraban a los
grandes barrocos españoles “realistas” y fantasiosos, un
gusto en que se reencontraban con Neruda y la Mistral;
y ambos citaban Los cantos de Maldoror —el canto, por
ejemplo, de las matemáticas— esto es, a un autor que el
surrealismo había rescatado de los elogios dudosos de
sus contemporáneos (León Bloy y Remy de Gourmont),
pero que diverge por completo de las presuntas esponta-
neidades del discurso automático y sus secuelas, tratán-
dose de un manipulador frenético que instaló su centro
de operaciones en la sala máquina retórica y que hizo es-
tallar muchas de las pretensiones y terrorismos del len-
guaje poético.
Para Gonzalo Rojas, “Lautréamont con su látigo cen-
telleante” puede haber sido, como para los surrealistas
mismos y, en especial, para Philippe Soupault, un pro-
feta, un arcángel, un endemoniado, un maldito, visión
de la que da cuenta un texto clave de Oscuro: “Publici-
dad vergonzante”. Es también el lejano motivador de
cierta terribilitá que encara al sol en poemas corno “Leo
en la nebulosa” (“Salud, oh tigre viejo/ del Sol”) y que es-
cenifica imágenes de lujuria y muerte: (“me besa con luju-
ria/ tratando de escaparse de la muerte,/ y, cuando caigo
al sueño, se hospeda en mi columna/ vertebral, y me gri-
ta pidiéndome socorro,/ me arrebata a los cielos, como
un cóndor sin madre/ empollado en la muerte.”)
Aunque de distintas maneras, Lautréamont para Nica-
nor Parra y para Gonzalo Rojas parece haber significado
167
una misma vía de acceso para el reprocesamiento de cier-
tos lugares comunes de la retórica de la poesía negra.
El humor frío de Parra pone en relación las imáge-
nes tremendistas provenientes del folletín y de la nove-
la gótica con situaciones módicas y banales y obtiene de
ese encuentro o contraste efectos propios de la comici-
dad del absurdo. Rojas prefiere a las evidencias del colla-
ge, recordar, en sus poesías, el énfasis elocutorio, la am-
plitud, la cosmicidad y la tenebrosidad del lejanísimo
modelo. Oscuro profesa una especie de creencia en la
imagen del poeta que sus textos asumen, respecto de la
cual Maldoror es el gran precursor satánico y André Bre-
ton uno de sus austeros profetas iluminados. La vincu-
lación y la desvinculación de Gonzalo Rojas con el su-
rrealismo pasa por Los cantos de Maldoror y remite a
Baudelaire en el punto en que se aparta de su nunca ol-
vidado André Breton, en lo que respecta a ciertos aspec-
tos de doctrina. O de creencias o de fijaciones. Baude-
laire, en este contexto, es quien lleva a Gonzalo Rojas,
en un texto como “Contra la muerte”, (Contre le mort es
uno de los secretos del arte mágico del primer manifies-
to del surrealismo) a una reflexión muy distinta a la que
se habrían permitido los surrealistas. La obsesión de la
muerte en Rojas se traduce en pura desesperación: (“no
quiero ver, no puedo ver morir a los hombres cada día”).
El “homo duplex” baudelariano, católico y luciferino,
eternizado por la temporalidad del Spleen —del aburri-
miento, véase “Naturaleza del fastidio”— obsesionado
por una muerte que se vive como la pasión de una eter-
nidad contrariada, es en parte el hablante de los poe-
mas de Gonzalo. El tiempo es su enemigo mortal (“se-
guimos muriendo sin esperanza alguna de vivir/ fuera
del tiempo oscuro”). Hombre de poca fe, por lo demás,
que no cree en lo que desea bajo la especie de la vida eter-
168
na, ese hablante se desliza continuamente o más bien
debe resolver su contradicción en el ámbito de la herejía
considerándola, en este contexto, como el modo en que
una religiosidad hace crisis de manera insoluble pero
sin que el agente de esa crisis abandone el campo de los
valores religiosos:
Me hablan de Dios o me hablan de la Historia. Me río
de ir a buscar tan lejos la explicación del hambre
que me devora, el hambre de vivir como el sol
en la gracia del aire, eternamente.
Puede pensarse, al menos, que la formación católica
de Gonzalo Rojas ha dejado en él una huella imborrable
por borrosa que parezca, y que lo conduce una y otra vez
a la encrucijada de la herejía, al encuentro, en la pala-
bra, con el padre de los poetas malditos, con el primero
de los poetas modernos luciferinos: profanación de lo sa-
grado, o sacralización de lo profano. El hecho es que ra-
ras veces la poesía de Gonzalo Rojas, se coloca al lado
de un materialismo arreligioso, y si alguien quisiera ver
en esto una imposibilidad de la poesía misma, encontra-
ría un buen ejemplo en el autor de Oscuro. Los valores
de lo efímero material deben postularse aquí como contra-
valores, bajo la especie de sacralizaciones negativas, como
los desafíos del hereje que, como no puede creer, se com-
placen en la culpabilidad y a falta de un cielo o de El Cie-
lo, eligen, en la tierra, poblarla de evocaciones inferna-
les. Así ocurre, al menos en lo que respecta al erotismo,
y esta poesía no deja nunca de ser erótica. O casi nunca.
“Perdí mi juventud” es un texto que parodia la con-
fesión pública de un testigo de Jehová, un remedo del
discurso confesional del “canuto” como se le llama entre
nosotros al tartajeante pero discursivo adepto de esa
secta: “Perdí mi juventud en los burdeles/ pero no te he
169
perdido/ ni un instante, mi bestia,/ máquina del placer,
mi pobre novia/ reventada en el baile.”
El texto sube, desde el primer momento, de tono para
hacer la apología de una prostitución sublime, a la ma-
nera de Fourier pero en la línea herética de Baudelai-
re: (“L’amour peut dériver d’un sentiment genéreux: le
goût de la prostitution; mais il est bientôt corrompu par
le goût de la proprieté”) provocativa y transgresora.
La prueba de que se trata de una provocación, la de
sostener lo que se postula como insostenible, es que el
ethos de muchos otros textos posesivos y moralistas nie-
gan el pathos de esa imagen de la prostituta sublime y
maternal. Decididamente en el plano de lo que se puede
llamar la ideología consciente, lo que prevalece es el
muestrario de una conciencia desgarrada, ya sea que se
explote este tema deliberadamente o que ya no se trate
sino de una incoherencia aparentemente involuntaria.
Voy a rebasar el límite que me he fijado para este
artículo, en media carilla, para hacer algunos alcances
tentativos, que rebasen, a su vez, en cuanto tales, las li-
mitaciones de una nota referida, en particular, a son-
dear el aspecto-sustancia del contenido cultural de Os-
curo.
Volviendo a la relación que creo indispensable y que
he llamado aquí “los poetas de Los Guindos”, creo que
Gonzalo Rojas y Nicanor Parra no son, en definitiva poe-
tas condescendientes —no hay en ellos una comunidad
genealógica, de descendencia— sus rasgos comunes tie-
nen que ver con la voluntad común de filiar el arte con
la vida y sólo presentan, para seguirlo diciendo en el len-
guaje aquí metafórico del evolucionismo, “característi-
cas análogas de adaptación”.
De la voluntad de ese vínculo emerge en Gonzalo Ro-
jas, la pasión de un sujeto existencial y trascendentalis-
170
ta, algunas de cuyas alternativas tienden a retomar cier-
tas instancias discursivas emparentadas por así decirlo,
aristotélicamente, antes con la retórica que con la poé-
tica, antes con el panfleto que con “la lengua poética” la
cual “debe tener un carácter extraño, sorprendente”.
El “grueso” de la obra de Gonzalo Rojas, si se me per-
dona esta (innecesaria) expresión cuantitativa, es de una
naturaleza felizmente más oscura, que lo devuelve, jus-
tamente, a la necesidad de una lengua poética propia-
mente tal y a su particular gesticulación sintáctica, a
las figuras de palabras que, como el juego de contrastes
y antítesis del barroco español, culminan en la formaliza-
ción de lo indecible. Dejo el estudio de ese repertorio,
de esa técnica, para otra ocasión.
171
LAS LUCES DE OSCURO
173
Julio Cortázar. Fuera de Chile ha tenido un plazo para
pensar y ver desde la ausencia, no necesariamente des-
de la nostalgia. Y se define como escritor larvario, del
sur tan amado, sin prisa. Que quiere dar el testimonio
de lo que ve y vive en el mundo.
174
SALUDO A UN GRAN POETA: GONZALO ROJAS
176
dan en el texto transfigurados, proponentes de insólitas
percepciones que yendo más allá del plano real ofrecen
la realidad de un drama que lo es a la vez del poeta y del
lector. El escenario está siempre atravesado por ese Lebu
tormentoso , torrente de Infancia y río que conduce a
los territorios de sombra, donde nadan los patos negros
de que hablan los mitos de José María Arguedas.
Pues este Lebu es hermano de Los ríos profundos y
como ellos corre junto a las sangres que van hacia la mar,
que es el morir, en largos cursos de exilio y de llanto
¡Qué vida ésta!
...piensa uno
lo poco que piensa, del trabajo al trabajo, de un aceite
a otro quemado, abre
la puerta instantánea,
huele
de lejos los jazmines.
Y así, por vocación de equilibrio y belleza, la fragan-
cia del jazmín está en el poema, aunque lejana. “Aromas
pobres”, leímos antes, pero aromas. Lo adversativo cali-
fica la situación, y la matiza, matización exacerbada cuan-
do el olor de la certidumbre es olor de prisión, “alam-
brada”, que sugiere campo de concentración en lo que
pudo ser jardín. Patria profanada, “manchada”, ahora
recuerdo y lágrima en quien desesperadamente hace in-
ventario de dolores y esperanzas. Inventario de desola-
ción redimido, ya en la última estrofa, por el legítimo y
genuino conjuro de la escritura y por la seguridad de que
al final le espera la Eternidad, y en ella no la arrogan-
cia de las esferas sino, como ha dictado la suerte, la tor-
menta.
No puedo resistir el deseo de citar esa estrofa final,
tan de veras significativa, tan de veras resumidora de
lo que es el ser y el hacer del poeta, creador no en el huer-
177
to aislado, no en un recinto privilegiado sino a pleno
viento y pleno dolor. Con palabras, sí, pero con palabras
de sangre escribe:
y escribe, escribe con él, lo invisible escribe, lo que
/le dictan
los dioses
a punto de estallar escribe, la hermosura,
la figura de la Eternidad
en la tormenta.
Es, ya lo sentimos, un arte poética, una poética per-
sonal en que la distancia desaparece, en que el sujeto es
el objeto y el objeto la sustancia del poema, que crece de
sí mismo y arde de su propio fuego, porque intuición y
pasión se hicieron escritura sin que el impulso se enfria-
ra en el cristalización. Por eso al leerlo se experimenta
una conmoción intelectual, un trastorno total, un ena-
jenarse en lo que las líneas van suscitando. Emily Dickin-
son dijo que cuando leía un libro lo reconocía como poe-
sía por lo que físicamente sentía: “as if the top of my head
were taken off” y este perder la cabeza es —si se me ex-
cusa la confidencia— lo que siento al leer los poemas de
Gonzalo Rojas.
El lector, o al menos este lector, los recibe como un
mensaje personal, como si fueran escritos precisamen-
te para el hombre que los está leyendo, y no parece ex-
cesivo afirmar que es la intensidad de la respuesta la
que prueba el alcance del estímulo. T.S. Eliot y tantos
más nos enseñaron a separar el poema del poeta y del
lector. Quizá hemos ido demasiado lejos. Tal vez la fun-
ción de la poesía no pueda ser limitada con el rigor pos-
tulado por el autor de The Use of Poetry and The Use of
Criticism.
No olvidaré, claro está, que el lenguaje habla —lo ad-
vertía Heidegger—, pues los versos de Oscuro lo recuer-
178
dan sin cesar, cuando retrata la niebla como cuando en-
tona el réquiem por la mariposa o trae a la página las
hermosas. Una palabra convoca a otra, ésta a la siguien-
te, y como si el poeta fuera (en tal ocasión) el “medium
sonámbulo” de que habló el andaluz universal, van di-
ciéndose y empujándose hasta dar en la secuencia pre-
visible la iluminación imprevisible. Por ejemplo: “Eléc-
tricas, desnudas” traen “turgentes, desafiantes” y, des-
de luego, la cualidad única de la juventud: “pisan el mun-
do, pisan la estrella de la suerte con sus finos tacones”,
“Ni rosas ni arcángeles”, mujeres nada más, con ese ser
jóvenes que es en sí razón suficiente de gracia y de po-
der. Los adjetivos lo dicen en su función tan de veras
calificadora y así las vemos (a las hermosas), palabras,
palabras, palabras y, claro está, “la cosa misma/ creada
por (el) alma nuevamente”: la mujer, pero no en su esen-
cia, sino en su existencia y en su contradicción. Imáge-
nes múltiples, no necesariamente coincidentes, con va-
riable carga de secreto —lo que es decir de ambigüedad—
entran y salen del poema, son el texto y el contexto de
una escritura que no basta para retenerlas.
Unos poemas dan la impresión de que el autor (su
vida, su llanto) está en ellos, tras de cada línea y en cada
apóstrofe y en cada incertidumbre, que fueron dictados
desde lo “oscuro” de intuición; otros poemas parecen
constituirse de sí, dar de sí, con el autor al borde, viéndo-
los crecer y reconociéndose en sus ritmos, en su tono, en
sus irregularidades. El mensaje tiene la entidad del con-
texto para iluminarlo y un código que se descifra par-
tiendo de la comprensión de ese contexto mismo; sólo
en él los símbolos operan rectamente y las equivalencias
y las variaciones traslucen su sentido constituyente.
No es éste el momento de intentarlo, pero estoy se-
guro de que un análisis cuidadoso de la relación entre
179
los componentes de estos poemas hará ver el perfecto
—y, como se dijera, espontáneo— acorde de fuerzas en
él perceptible: simetrías y oposiciones que no buscan tan-
to el equilibrio como el vigor y la expresividad. Un cier-
to quevedismo se da de alta en construcciones que no re-
huyen lo desmesurado cuando lo que intentan expresar
es justamente la desmesura.
Cantar la oscuridad y su belleza sólo puede hacerlo
quien, como Gonzalo Rojas, toca la sombra y no la teme,
oye su latido y sabe que es señal de vida, vigila su carre-
ra y reconoce la fuerza de que se nutre. La equivalencia
fonética sugiere ya la equivalencia semántica: de oscuro
a conjuro, la asociación se impone, y de la tiniebla y/o el
silencio procede la llama que es la palabra, que quema a
quien es oscuro en lo oscuro y dios o luz para el “claro”
que le acompaña y es su reverso, como diría Machado,
su complementario.
Las relaciones intertextuales, tan claras en Oscuro,
son testimonio de continuidad, huellas de la adscripción
a una lengua y a una poesía que siendo tan suyas, tan in-
dividuales, son también de quienes le precedieron y de
quienes le continuarán.
Y si su cifra es la esperanza y su vocación de herman-
dad, ¿cómo sorprendernos de que la elegía a Jorge Cáce-
res acabe, como concluye la de Antonio Machado a don
Francisco Giner, negándose al llanto, pidiendo vida y
no lágrimas:
Yunques sonad,_
enmudeced campanas.
dijo el maestro, y nuestro amigo de Chile asiente:
Por qué lloráis? Vivid
Respirad vuestro oxígeno
¿Cómo extrañar que la voz de César Vallejo, la de
Pablo Neruda, la de Federico García Lorca se dejen oír
180
en esta convocatoria intensa de la pasión por el común
“dios deseado y deseante” que es la poesía? Aún diré más:
“Aleph, Aleph” es acaso la mejor revelación de ese Bor-
ges triste que nunca se dejó ver más de alma presente
que en este sucinto y dramático bosquejo. Y todavía, de-
trás de su música suena la del gran Quevedo: “huesos/
que no movieron esta mano, venas/ vacías...”
Poesía, amor, tiempo. Tres grandes temas en donde
cuaja la universalidad y contemporaneidad de Gonzalo
Rojas y el misterioso empuje de una visión que hace de
sus poemas experiencias decisivas de la vida y la muer-
te, de la cólera y el sueño, experiencias que en la escritu-
ra quedan volcadas a esa duración mítica que, nostálgi-
cos, llamamos “eternidad”.
181
EL “TRANSTIERRO” DE UN POETA
Ni duelo ni quebrantos
183
exilio mismo en el que, por lo demás, vivimos todos, y na-
cemos (Soy un habitante, ¿pero de dónde?) sino apenas,
sonámbulo, en el desvelo.
Profesor de literatura latinoamericana en la Univer-
sidad Simón Bolívar de Caracas, Gonzalo Rojas ganó, con
Jorge Edwards y el investigador Luis Aguirre, la beca
de la Fundación Guggenheim, de Estados Unidos. Da re-
cursos por un año “con el fin de mejorar la calidad de la
educación, el cultivo de las artes y el ejercicio de las pro-
fesiones”.
184
Y canta a su tierra de origen. A la misma que define
Alfredo Buxán en el libro-homenaje de jóvenes poetas
madrileños: Canto de Lebu. O él en su poema Conjuro.
Algún día (o apenas un año) surrealista en el grupo
Mandrágora, con Braulio Arenas y Enrique Gómez-Co-
rrea, Rojas va tras la palabra viva y el rehallazgo. Fiel
a su trabajo, dice que regresa para “el examen del ser
que somos y de este oficio que es el escribir”.
Y mientras saca libros y muebles de aduana, redes-
cubre su sur, reencuentra a sus amigos, termina:
Aún estoy llegando y ya me ha conmovido la palabra
viva de nuestros poetas y escritores jóvenes, el rayo que
no cesa entre nosotros. Y la dignidad de los mayores.
Me parece increíble este septiembre, esta mudanza. Ya
encima de los 60, no vine aquí a morir, sino a vivir.
185
UN NUEVO LIBRO: 50 POEMAS
187
poemas la composición total de una poesía, que se reve-
la nuevamente en la misma forma, pero, sin sus divisio-
nes externas. El criterio de selección ha sido el de no
respetar las antiguas fórmulas indicadoras de Rojas: no
obstante éstas, internamente se han mantenido, pues no
hay duda de que asistimos con este nuevo libro —una
vez más— a la preponderancia de los aspectos eróticos,
tanáticos y numinosos, incluidos otros registros como el
genealógico y el referencial inmediato. Por otra parte,
notamos que ahora se ha privilegiado el eros lírico; casi
la mitad de los poemas proceden de dicha fuente; y ¿qué
duda cabe?: Gonzalo Rojas es el gran poeta de la dimen-
sión erótica, aquella que se consigue con el movimiento
pendular que va del amor a lo más hondo y de éste a la
muerte misma que conducirá a la abertura por donde se
mira todo, incluso la vida. De una vez por todas, plan-
teamos que Gonzalo Rojas es el poeta del amor de todas
las épocas y, en ese sentido, será recordado y estudiado
con el tiempo y la estatura mayor que éste le dará.
50 poemas entrega —además— parte de la última pro-
ducción que hasta el momento de la publicación se en-
contraba inédita; entre los poemas que refuerzan la ca-
lidad del eros rojiano, anotamos: “A unas muchachas
que hacen eso en lo oscuro”, “Aiuleia por la resurrección
de George Bataille”, “Uptown”. Y ese gran poema, no de
la muerte, sino de su tratamiento, “La almohada de Que-
vedo”, destinado a figurar en antologías del futuro. Con-
cluimos esta brevísima relación deseando que “la mano
en su transparencia de cinco virtudes áureas (“Para ór-
gano”) siga tejiendo y urdiendo la escritura en ese telar
secreto con las indicaciones que ofrece la partitura de
la videncia.
188
POESÍA ÚLTIMA DE GONZALO ROJAS
190
tos/ (...) / cumplen setenta años cada segundo y se ríen
de los peces,/ lo de los niños en probeta las hace boste-
zar,/ los ejércitos gloriosos les parecen miserables,/ odian
los aforismos y el derramamiento,/ son geómetras y en
las orejas llevan aros de platino,/ viven del ocio sagra-
do”. Versos como éstos —sugerentes, chisporroteantes—
hacen verosímil aquello del desenfado y del ritmo, aun-
que no tanto aquello del despojo y del rigor.
Otras veces, el tono de Gonzalo Rojas es más jugue-
tón, más liviano y próximo a la realidad reconocible. Se
nos habla de las adivinas en estos términos que juegan
hábilmente con la constante del reír, a medida que lo en-
tremezclan con otras acciones: “Además son locas, dejan/
corriendo el agua y ríen, sangran/ y ríen, se amapolan/ y
ríen, cuentan las sílabas/ de los meses y ríen, bailan/ y
ríen, se perfuman, se/ desperfuman y ríen, sollozan/ y
ríen, adoran la vitrina”. Se observará el ritmo entrecor-
tado y jadeante que es característico de esta poesía. “Ma-
teria de testamento”, por contraste, aunque es el poema
que da su nombre al libro, y contiene un marcado acento
borgiano en su enumeración, no es un texto memorable
para mi gusto.
“Playa con andróginos”, un poema muy característi-
co de Rojas, es una incursión en el misterio del sexo, y
particularmente en el mito del andrógino, a la vez varón
y hembra, un motivo que se remonta a la mitología más
arcaica de la especie: “A él se le salía la muchacha y a la
muchacha él/ por la piel espontánea, y era poderoso/ ver
cuatro en la figura de estos dos/ que se besaban sobre la
arena; vicioso/ era lo viscoso o al revés; la escena/ iba de
la playa a las nubes./ ¿Qué después/ pasó?; ¿quién/ en-
tró en quién?; ¿hubo sábana/ con la mancha de ella y él/
fue la presa? O atados a la deidad/ del goce ríen ahí/ no
191
más su relincho de vivir, la adolescencia/ de su fragan-
cia?”
El enigma del eros indescifrable hace aquí singular
combinación con el sentido de lo numinoso o lo sagrado,
y esto muy al margen de toda idea de Dios, en el plano
más primario de una sacralidad que se confunde con las
propias honduras de la materia, aquí con la libido ele-
mental del universo. En lo formal se observará desde
que comienzan las preguntas el típico ritmo de Gonzalo
Rojas, fundado en dos recursos sistemáticos: la altera-
ción de la sintaxis usual, y el encabalgamiento de la ver-
sificación, es decir, la conclusión del verso en un lugar
donde la pausa no corresponde en forma espontánea, sino
que introduce una ruptura o tensión singular en el rit-
mo. Toda la obra de Gonzalo Rojas está atravesada por
el uso y abuso de ambos recursos. Digo uso y abuso por-
que, por una parte, el poeta ha alcanzado así su más par-
ticular y expresivo ritmo gramatical y sonoro; por otra,
la vista y el oído perciben, aquí y allá, el chirriar de un
cierto mecanismo casi automático en el excesivo prodi-
garse de estos procedimientos.
Quiero terminar citando un excelente poema, “Sólo
de aullido”, que contiene a la vez el misterio del mundo
y de la letra en una muy particular fabulación en torno
al aullar del perro: ¿Qué es lo que leerán los perros en
el color/ de este mundo? ¿A Dios/ que los hizo perros y
no hombres? ¿Al abismo/ que leyó San Juan?, o las que
ladran por allá lejos/ de lo alto son las estrellas como está
escrito en Van Gogh/ que no dijo nunca esto? ¿O libresca-
mente hartos será también/ el hastío su/ histeria?” Hay
una singular convergencia de sonido y sentido en este
bien armado artefacto verbal, cuyo misterio, a pesar de
todo, sigue siendo indescifrable hasta la última línea.
Es notable la continuidad de la poesía de Gonzalo Rojas,
192
cuyas constantes son fácilmente perceptibles desde su
temprano “La miseria del hombre” (1948) hasta su noví-
simo “Materia de testamento”.
193
CRÓNICA DE POESÍA
195
miso con el pasado es hacerlo y verlo de nuevo a la luz
de su funcionalidad presente. Así, paralelo al trabajo de
hacedor, de creador de lenguaje, corre el trabajo de ser
hablados por la tradición, de ser atravesados por otras
voces que, con igual vitalidad que las voces presentes,
demandan un lugar aquí. En este sentido es ejemplar el
caso de Lezama Lima y su diálogo siamés con Luis de
Góngora. El caso de Gonzalo Rojas es igualmente ejem-
plar. Desde muy temprano en su poesía, Rojas se ha en-
cadenado a una tradición poética y no la suelta. Esa tradi-
ción —esos nombres y esas voces vivas— funcionan emble-
máticamente, son talismanes que operan para neutrali-
zar aquello que el poeta ve como sinónimo de pérdida o
de desgaste de lo humano, de lo vital o de lo poético mis-
mo. En vez de huir hacia el pasado buscando aquel lu-
gar íntimo que lo consuele, Rojas atrae ese pasado a este
ahora, a través de nombres con los que entra fácilmente
en sincronía, porque son nombres —o poéticas— con las
que es posible dialogar formalmente. El arcipreste de
Hita, San Juan de la Cruz, Agustín de Hipona, Santa Te-
resa, Rimbaud y muchos más son convocados para hacer
acto de presencia en sus textos con el fin de ordenar un
poco este caos. A veces son nombres pero a veces tam-
bién pueden ser palabras, puede ser el lenguaje mismo
que adquiere una sobrepresencia:
Ya no se dice oh rosa, ni
apenas rosa sino con vergüenza; ¿con vergüenza
a qué?, ¿a exagerar
unos pétalos, la
hermosura de unos pétalos?
Serpiente se dice en todas las lenguas, eso
es lo que se dice, serpiente
para traducir mariposa porque también la
frágil está proscrita
196
del paraíso. Computador
se dice con soltura en las fiestas, computador
por pensamiento.
La apelación a un lenguaje que ha decaído del uso no
está practicada desde la nostalgia sino desde la ironía,
elemento corrosivo que señala la banalidad, la frivoli-
dad y la imbecilidad de la época en que vivimos. Pero la
mirada al pasado no es nostálgica, en esencia, porque la
forma poética que elige Rojas no lo es. Gonzalo Rojas ha
flexibilizado de tal manera la matriz de su escritura que
todo tipo de discurso cabe allí. Lenguaje objeto, metalen-
guaje, exclamaciones e interrogaciones: todas las con-
versaciones son posibles dentro de esa estructura que
obliga a una lectura en zig-zag, a una lectura de sintaxis
quebrada donde menos se esperaba, porque su base es la
respiración y la respiración es personal. En vez de ce-
rrar, Gonzalo Rojas abre. Y abre porque sabe que sola-
mente en una estructura abierta —una estructura casi
sin estructura— pueden dialogar todas las voces pre-
sentes y puede hablar también la tradición. Ese airear
el espacio de sus textos es posibilitar la presentificación
de otras voces y otros ámbitos para que todos hablen,
los vivos y los muertos en pie de igualdad. Porque no se
trata más que de eso.
197
POESÍA DESDE EL ASOMBRO
199
vilo: “Como reír es además de reír purificar/ sabiduría
...” (pág. 153).
Entre los aspectos más destacables de la poesía que
nos ocupa, sorprende especialmente la concepción del
ritmo. El poeta no da por hecho el ritmo que ha de em-
plear, ni se limita a elegir entre una gama de ritmos esta-
blecidos; para Rojas, el ritmo no es una simple cuestión
de métrica, ni siquiera el andamiaje bajo-continuo del
poema. La repetición de secuencias regulares o irregu-
lares, la recurrencia de acentos, sonidos o expresiones,
no agotan las posibilidades rítmicas de la palabra poé-
tica. En la poesía de Rojas, el ritmo está marcado por la
tensión entre cada palabra y el verso que la contiene,
entre cada verso y sus adyacentes, entre el principio y
el final, entre cada una de las partes y el conjunto del
poema. Ese juego de fuerzas internas implica dinamis-
mo semántica, vías subterráneas por donde transitar de
forma no aprendida. El poema no parece estar escrito
en un ritmo determinado, sino hacia un ritmo íntimo y
atrayente. De ahí que su relectura resulte, como en el
caso de la mejor poesía de siempre, inacabablemente es-
clarecedora.
Como consecuencia de esa forma de discurrir las pa-
labras sobre la página, el ritmo no se extiende sólo a lo
largo del texto, sino también hacia adentro: tiene una
dimensión vertical, sincrónica, y cada palabra se refleja
en las demás al mismo tiempo que sondea instantánea-
mente los estratos de la percepción resonando en cada
uno, no como un eco repetitivo, sino como un acorde mul-
tiplicador de significados.
Se trata, por todo ello, de un ritmo que implica al lec-
tor y a su particular capacidad receptiva; no se justifica
por su adecuación a ningún manual —clásico o simbolis-
ta—, sino por su repercusión en otras lecturas en otras
200
imágenes que el lector debe aportar, de forma espontá-
nea pero también con cierto arte, en el momento de des-
plegar su presencia ante la del poema. “No se lee bien
más que lo leído con una cierta determinación personal”,
decía Valéry. Nada más alejado de la tabula rasa: no se
puede leer poesía —quizás ninguna poesía, pero desde
luego ésta— ingenuamente.
Al mismo tiempo, Gonzalo Rojas llega al lector con
un tono coloquial depurado de gangas efectistas o de con-
cesiones fáciles. De esa manera, tampoco el coloquialismo
funciona como un recurso adoptado entre los ofrecidos
por el repertorio retórico, sino que adopta la forma y la
orientación decididas por el poeta en cada momento —vé-
anse, como ejemplos muy singulares, “Del cubismo como
serpiente” (pág. 36) o “Visión de Gwen Kirkpatrick” (pág.
172)—. Se trata de desacralizar el lenguaje para darle
contextura presente, para rescatarlo del mítico intempo-
ralismo y anclarlo en cada instante que pasa en cada cir-
cunstancia, es decir, en la perduración renovada. Y se
trata de negar el poder del lenguaje establecido como
incuestionablemente literario; contra ese lenguaje está
escrita la mejor poesía moderna, y no por el placer de
la beligerancia sino por esa coherencia histórica que no
se reduce a términos testimoniales sino que se funda so-
bre todo en aventura mental y en sensibilidad indoma-
ble: “Lo que no es aire/ en poesía ni rotación y traslación,
son míseros libros/ oliscos a inmortalidad” (pág. 48).
No renuncia tampoco el poeta a emplear estructuras
clásicas —véase “Perdí mi juventud” (pág. 140) u “Oscuri-
dad hermosa” (pág. 111)—. A veces juega con cadencias
y estribillos que recuerdan la poesía de cancionero —“De
una mujer de hueso de la que quise escapar” (pág. 42).
Incluso podríamos rastrear en estos versos un arteso-
nado verbal muy próximo al del conceptismo, aunque
201
sin gorguera, con un aura de gracia y de frescura apa-
rentemente dibujada al descuido pero, en realidad, so-
pesada en cada detalle: “Misma sea la lozanía del pie,
misma/ la de la cabeza para que haya temperancia/ cir-
culatoria...” El poeta no desprecia ninguna preceptiva,
sino que las recrea a su imagen y semejanza.
La impresión que nos deja Materia de testamento es
a la vez saludable y esperanzadora: la lectura de tanta
poesía cronológicamente más joven, pero ya esclerotizada,
nos tiene acostumbrados a pensar que se confirma sin
remedio la tendencia epigonal, ampulosa y “débil” de este
final de siglo. Sin proponérselo siquiera, Rojas desmien-
te ese engañoso tópico proclamando la vigencia de un
lenguaje que posee al poeta gracias a su trabajo de re-
elaboración propia, a ese “desvelo lúcido al que se llega
sin prisa, por incesante crecimiento. Es que todo es nue-
vo. Para el oficio de poetizar desde el asombro, todo es
nuevo” (pág. 16). He aquí un ejemplo de que la mejor poe-
sía del siglo xx puede prevalecer, crecer y diversificarse.
202
GONZALO ROJAS: LA MORADA DEL POETA
204
lombiano Álvaro Mutis en su poema “Cerámica” (El Alum-
brado, Santiago, Ediciones Ganymedes, 1986): “Casi todo/
es otra cosa”, se apoya firme y resueltamente en las sus-
tancias básicas para instaurar a partir del equilibrio y
el desequilibrio su ronco resuello poético.
Entre los vínculos más sólidos que Rojas tiene con la
tierra se encuentran las piedras, la cordillera, los árbo-
les, las nieves. Así lo demuestran —al menos— muchos
de sus poemas de Del Relámpago, en especial, aquellos
que pertenecen a la tercera sección denominada “Torreón
del Renegado”. El mismo fenómeno se advierte en “Mis-
traliano”, un escrito que manifiesta su parentesco litera-
rio con Gabriela Mistral, en el cual se remite al recado
“Chile y la piedra”, a fin de precisar que la poeta “nos
enseñó la piedra fundadora como nadie”. Como un re-
fuerzo de esta afirmación agrega a continuación: “Así
también —hallazgo y más hallazgo— viniera a entrar yo
mismo en la materia porfiada y ácida de las piedras del
cuarenta y dos sin más impulso que el tirón de mi pa-
sión...” Contextualmente se hace presente en este texto
la incursión aventurera del poeta joven a la Sierra de
Domeyko en el Norte de Chile, precisamente en la dé-
cada que se señala.
Ahora bien, más tarde en la década del 80, de nuevo
se encontrará con el mismo elemento fundamental en
las proximidades de Chillán y escribirá un poema capi-
tal: “La piedra”. Éste es un poema que destaca el ano-
nimato y la opacidad de una de las tantas “piedras que
son de nadie”, con la singularidad y el brillo de un sujeto
que apropiándose de una de ellas, sacándola de su mora-
da natural, la hace despedirse de los objetos que la ro-
dean para llevársela consigo y depositarla cuidadosa-
mente en su mundo poético “porfiado y ácido”.
205
Sin duda este pedregoso y revelador poema ya se ha-
llaba entrevisto y programado en esas sierras nortinas
en las que el poeta a los tres mil metros de altura se en-
cuentra “de golpe con eso que era piedra y parto al mis-
mo tiempo, fundamento o por lo menos, rescate de tan-
tas cosas, y asfixia para respirar de veras...”, tal como
lo expresa en su “Mistraliano”.
Del 40 hacia adelante, las visiones se mantienen in-
alterables en el espíritu de un hablante que rescata lo
primigenio y recupera en el verso aquellas materias que
encendieron su mirada, sea en el Norte o en el Sur de la
disparatada faja de tierra chilena. Loca geografía, que
—según se lee en su escrito mistraliano— “no va con lo
sedentario y exige recomenzarlo todo”. Y de este modo,
residiendo en Chile de Ñuble o en el Provo de USA, sigue
escribiendo sobre piedras y ríos, nieves y montañas en-
tre el afuera y el adentro, pero conectado siempre a su
matriz original.
La poesía de Gonzalo Rojas no es una poesía de la que-
rencia, del lar o del pago, salvo “Carbón” que habla de su
Lebu natural y otro poema más; antes bien hay en ella
una manera abierta y amplia de ver el mundo, hecho que
le permite plasmar en mejor forma una visión que toca
las realidades más esenciales. De este modo su poesía
ofrece un sostenido diálogo con la naturaleza en su mis-
mísima dinamicidad y vértigo chispeante.
No obstante, la manera abierta y en constante movi-
miento de ver el mundo, no impide que el sujeto hablan-
te formule en su poesía una voluntad de fundar un do-
minio para su ser.
Es en el poema “Torreón del Renegado” donde ad-
vertimos mayormente la presencia del ámbito propio o
de aquél que se desea como propio. Consideramos que
este es un poema, en relación con su emisor, concebido
206
“para morar ahí” y que surge, consecuentemente de la
necesidad testimonial, fenomenológica y existencial del
poseer, como lo dice “la casa loca del ser” en un recinto
cordillerano, metido en la misma ribera picciregosa del
río Renegado que turbulento baja de los nevados andinos
de Chillán.
Nuestra percepción nos indica que el contenido del
poema constituye un desesperado esfuerzo del sujeto
por terminar con la errancia del ser, encontrando éste
una morada en el “Chillán de Chile arriba”, y en su “vérti-
go mortal”. Sustentamos que en el fondo del poema existe
una petición por morar, un anhelo sagrado de insertar-
se en un lugar que se sueña, a fin de escuchar, como se
plantea en el poema, la música natural y, a través de
ella, la voz del Padre. Los siguientes versos del “Torreón
del Renegado” fundamentan nuestro juicio:
Piedad, Muerto, por nosotros que
íbamos errantes, danos éste y no otro
ahí para morar, ésta por
música majestad, y no otra,
para oír al Padre.
Por consiguiente, estimamos que el poema en cues-
tión expresa en lo más profundo una voluntad de mora-
da y de habitar en la cumbre de lo natural. Se evidencia
en dicho poema, como también en muchos otros, lo que
el propio poeta manifiesta “una Ventolera muy genui-
namente elemental, de materialidad en el sentido mistra-
liano y nerudiano, en las prosas de la Mistral del año 26
y 27 y los tres Cantos materiales de Neruda...” En el mis-
mo sentido, es necesario agregar que el poema represen-
ta un regreso a los orígenes, a los elementos materiales
y el deseo de poner fin a un viaje prolongado en el tiem-
po. Privilegia el hablante la expresión de su incansable
actividad de búsqueda, el hallazgo del ser en su morada.
207
Al mismo tiempo, comunica su afán de prolongar hasta el
infinito la permanencia de ese torreón, de esa casa de
piedra y mañío, construida en plena naturaleza. Leamos
los siguientes versos:
Veólo desde ahora hasta nunca más así
al Torreón
—Chillán de Chile arriba— del Renegado
con estrella, medido en tiempo que arde...
A través de este acto de ver, el hablante representa
a su patria de arriba, la natural: fija y móvil, situada en
el tiempo que arde sin consumirse y en su retina que
configura su mundo. Y ésta es la morada que quisiera
para terminar con su búsqueda, pero también es el re-
greso de su peregrinaje a un centro que posiblemente
signifique un nuevo punto de partida para una nueva
búsqueda. En esta dirección tenemos presente el pen-
samiento de Heidegger quien establece que “con la lle-
gada del que vuelve a la patria todavía no ha alcanzado
la patria... Por eso el que llega sigue siendo todavía al-
guien que busca. Sólo que lo buscado todavía no está en-
contrado, si “encontrar” significa apropiarse del hallaz-
go para habitar en él como en lo propio”. Y justamente
éste es, según pensamos, el hallazgo que desea el sujeto
de la poesía que nos preocupa. El “hallazgo y más hallaz-
go” de “Mistraliano” para entrar en la materia. Los tex-
tos “Mistralianos”, “La piedra” y “El torreón del Rene-
gado” dialogan entre sí.
En consecuencia, consideramos que el hablante poé-
tico de la poesía de Gonzalo Rojas se debe definir como
un buscador de moradas; un ser en pos del hallazgo y del
habitar. Un ser que crece conjuntamente con las cosas
sacras que lo rodean. Este sujeto que busca morada con-
templa el crecimiento de esta misma en su esplendor
208
diamantino, estableciendo a la vez su manera de ser, tal
como lo expresa en los siguientes versos:
Viniera y parárase el Torreón
del Renegado, creciera vivo
en su madera fragante, lo
angulara aéreo todo el muro pétreo
a lo diamantino de la proa
del ventanal...
Ésta es la morada que surge como respuesta a la peti-
ción de Hilda que encarna la voluntad del sujeto de la
enunciación. El sujeto vino a habitar “la casa loca del ser”
y para lograrlo Hilda pide: “—Piedad, Muerto, por noso-
tros que íbamos errantes, danos éste y no otro/ ahí para
morar...”, formulando de esta forma el deseo de terminar
con la errancia, habitando aquello que le sale al encuentro.
Y lo que sale al encuentro es lo propio, aquello que
crece vivo en su madera, en su aire y en su luz. En otras
palabras, en todo aquello que el sujeto necesita para con-
servar y respirar su patria en el hogar natural que ha
elegido. Porque en buenas cuentas, el “yo rojeano” nece-
sita habitar poéticamente en el lugar deseado para de
esta manera conectarse con los dioses y ser tocado por
el áurea de la cercanía esencial de la cosas.
En realidad el sujeto que vino al Torreón del Rene-
gado ha llegado a un regazo para habitar en lo más ínti-
mo y hondo del país y de su imaginación. Viene a habi-
tar en el “cuchillo ronco del agua”, a vivir en la cumbre
y en el abismo de su destinar. Llega al torreón de palo
y piedra en procura de un domicilio para su ser, en pos
de una amarra del “uno” con el “agua de los nacidos y
por desnacer”, según los versos del poema.
Del poema se desprende una manifiesta voluntad de
vínculo con lo natural, relacionándose poderosamente
con la existencia personal y geográfica de un ser que pide
209
paz y morada. De un ser que mediante dicha formula-
ción quiere ahuyentar y exorcizar los designios de un
destino azaroso, en el punto preciso por el cual:
De lo alto del Nevado de Chillán baja turbulento
El Renegado, que lo amarra a la leyenda.
La cauda final del poema que se indica —y decimos
cauda puesto que se refiere a un río de antiguos cauda-
les—, efectúa un juego de intertextualidad con otra com-
posición escrita posteriormente, titulada “Le pondre-
mos Renegado”, publicada en 1986 en el libro El Alum-
brado. Pues bien, este nuevo texto clarifica el sentido
que adquiere el torreón construido a la orilla del río Re-
negado. Constituye el desarrollo iluminador del mismo
motivo que conduce a un paradero estable del ser.
En este revelador escrito se cuenta, a la par que se
desentraña, la hermosa leyenda que precede al texto, el
texto, el asunto del cual se desprende, otorgándole vida
y consagración definitiva.
Pese a que el título “Le pondremos Renegado” trae a
nuestros sentidos la reminiscencia de antiguas rondas y
juegos infantiles, el contenido del texto es dramático por
la leyenda que encierra y porque evidencia con vigor la
existencia de la morada permanente para el ser, a la cual
nos hemos referido, “el hallazgo para habitar en él como
en lo propio”, como lo plantea Heidegger en el análisis
que hace del poema de Hölderlin “Retorno a la patria/ a
los parientes”. Se acerca entonces para el hablante el
término de los exilios de su destinar.
La leyenda que se narra es la leyenda del llanto que
formó el río y la historia de su nombre; pero por otra par-
te es la historia de la toma de posesión de un lugar sagra-
do para habitar en la permanencia de la madera fragante
del río tumultuoso y en la tierra de “Chillán de Chile arri-
ba”. Parte del texto de Gonzalo Rojas es el siguiente:
210
El mito es lo más hermoso: cuentan los arrieros lo que
acaso sucedió. Hubo una vez un fraile, en el siglo XVII, que
se robó a una hermosa e intentó pasar con ella a la Ar-
gentina por esos altos desfiladeros. Dios lo hizo piedra y
de su llanto nació el río. Ése es el Renegado que viene a
suicidarse de puro desconsuelo a unos 4 kilómetros más
abajo de mi casa tirándose de bruces sobre otro río: el
Diguillín.
Arcángel o demonio, pero arcángel. Pienso que nos es-
peraba para ser nuestro. Allí, en un ángulo portentoso le-
vantamos la morada permanente de los errantes para
conjurar los exilios. El Torreón es de alerce, de mañío y
laurel, de castaño y pino fragante. De amor.
“Pienso que nos esperaba para ser nuestro” expresa
el poeta, por la vía del mito, dando cumplimiento con
ello al término de una búsqueda. La espera ha provoca-
do el hallazgo para habitar, lo buscado le ha salido al en-
cuentro en términos del filósofo alemán. A través de la
leyenda el sujeto establece su pertenencia a un lugar de-
terminado, sin perder su condición de “errante”. Desde
allí adquirirá sentido el ida y vuelta, la salida y el retor-
no, el “round-trip” del poema del libro El Alumbrado,
indicando “circunvoluciones aéreas que van de vidrio a
vidrio”. Es el Chillán de Chile que en el poema “¿Quién
dijo videncia?” de Del relámpago se convierte, por inter-
medio de la transformación poética, en Chillán de USA.
Es la vuelta a la tierra que nos planteará Bachelard en
El aire y los sueños.
Concluimos afirmando que esta necesidad del sujeto
de morar en lo natural es la mejor respuesta que el poe-
ta ha hecho de su entorno más inmediato, revelando a
través de esta actitud su identidad y filiación chilena y
americana, robustecida por su mirada universalizadora
y trascendente.
211
AMOR TODO TERRENO
Independientes y solidarios
213
libro nuevo textos de plazos muy diversos. Hay una ur-
dimbre, un hilo de amarra entre poemas escritos en la
mocedad con los de la madurez y del presente. Su obra
entera es un solo todo girante sobre sí mismo. Es lo que
vuelve a suceder en este breve poemario: a “Cama con
Espejos” (de 1971), vienen a agregársele textos novísimos
que, en su conjunto, proyectan sobre el más antiguo una
luz que contribuye a su mejor comprensión, del mismo
modo que, y de manera recíproca, aquél permite enten-
der a éstos. Igual pasa con “Rock para conjurar el abso-
luto”, el poema de cierre, aparecido por primera vez en
Desocupado lector, libro de 1990.
Gonzalo Rojas ha llegado aquí a la perfección suma
en la disposición de su escritura. Como en un mundo con-
centracionario estricto, nos entrega todo lo suyo que ha
venido construyendo a lo extenso de una vida cumplida
en una búsqueda de plasmación de su pensamiento poé-
tico. Ante el desafío que debe haberle significado plan-
tearse un escrito que sea algo así como una especie de
síntesis, de obra in nuce de su trabajo, llega a este re-
sultado rotundo, en que nada falta, nada sobra. Están
las preguntas, están las respuestas que abren a nuevas
preguntas. Durante 50 años exactos (en 1946 se termina
de escribir La miseria del hombre), Gonzalo Rojas ha pro-
curado armar un volumen que encierre, en su apretazón
difícil, lo que conforma parte significativa de su visión
poética del mundo. Lo intentó en textos relativamente
abundosos: Del relámpago, Antología de aire, Cinco vi-
siones. Lo logra aquí, en este pequeñísimo volumen.
En él se dan lo que son constantes de su quehacer de
poeta: ese descreer en la productividad lineal, lo que le
hace moverse en una circularidad; un ahondar en lo que
ha sido inquirir persistente en su poesía, “¿Qué se ama
cuando se ama?”; y un llevar a extremo la lectura del
214
mundo que ha venido haciendo a lo largo de toda su obra:
de la putrefacción a la ilusión.
En la poesía de Rojas hay muchos ejes temáticos, pero
el central es sólo uno: Eros y Tanatos en la configura-
ción de la poiesis. Desde la complejidad de cada instan-
cia procura acercarse al de(s)velamiento de la unidad
que signifique un entender en lo hondo al diálogo entre
las multiplicidades de lo disperso: el profundo paren-
tesco entre las cosas. Núcleo generador del discurso lí-
rico, en todas sus instancias, lo constituye la búsqueda,
—en las dimensiones del eros trascendido—, de quien
venga a significarle la Revelación, esa misma que ya le
había sido dada (“Vocales para Hilda”, “Asma es amor”)
y que el poeta, en la figura de su hablante, debe recono-
cer que no puede repetírsela, pues su encarnación se da
una sola vez.
215
“No es cierto que los poemas de amor se escriban úni-
camente a los 20 años”, afirmó Gonzalo Rojas en la presen-
tación de su libro en Valparaíso, para luego reiterar, en
actitud no poco desafiante: “Yo los sigo escribiendo”. Y
es que él sabe, con Heinrich Böll, que un artista deja de
ser tal sólo cuando comienza a temer los riesgos. El viejo-
ven Gonzalo Rojas sigue arriesgándose en una escritura
en la que hay poemas de amor, con desollamiento y todo,
tan logrados como los hubo en su etapa inicial y los ha
habido a lo largo de una obra de más de 50 años. Es lo
que resulta de una actitud ética y existencial —que va
más allá del desencadenante biográfico del libro: “hay
que vivir muerto de amor o marcharse del planeta”. Lo
dice quien escribiera ese libro capital de la poesía eró-
tica de nuestro tiempo, Las hermosas, de 1991, del que
Río turbio viene a significar culminación.
216
GONZALO ROJAS REGRESÓ A GUADALAJARA
Animal pedregoso
218
“¿QUÉ SE AMA CUANDO SE AMA?”
220
DIÁLOGO CON OVIDIO
222
reparos ni tapujos académicos o morales, a las anfractuo-
sidades, tiempos, timbres y armonías de su habla perso-
nal, contada en ella tanto el “romano viejo” como las ras-
posas jergas arrabaleras de cualquiera lengua y de cual-
quier país.
La primera tentación que yo sufro ante este libro no
es la de escribir algún sesudo ensayo sobre la materia,
sino la de ponerme a leer en voz alta sus versos. Pero,
como bien lo dice Gonzalo en su presentación de 1997
en Valparaíso, “[...] la poesía [...] debe leerse en su aire
y su respiro, o simplemente no leerse. Lo penoso es que
la oreja no alcanza a ver, y además nadie sino el poeta
dispone en este caso de la partitura”.
Así, dejemos siempre al miglior fabbro y mejor can-
tor leer él mismo sus poemas como sabe hacerlo, él que
posee la partitura y conoce los códigos para descifrar
esa compleja maraña de hiatos y de sinalefas, de acen-
tos tónicos y de juegos métricos que conforman el ritmo
de sus exactas arquitecturas sonoras.
223
GONZALO ROJAS Y EL RELÁMPAGO
225
cio sagrado, la aventura del movimiento incesante y uni-
versal que significan sus versos.
Algunos solo se limitan a dar un testimonio perso-
nal, sin ahondar en la interpretación de la obra de Ro-
jas, pero todos confluyen en tono de celebración, de ale-
gría, de acto vivo y palpitante. Y contribuye a esto sobre
todo la inserción de espontáneos y valiosos diálogos sos-
tenidos entre Gonzalo Rojas y los diversos invitados al
encuentro.
Podemos afirmar que este es un libro donde se com-
parten emociones y experiencias, donde quedan plas-
madas palabras de poeta a poeta, donde, como dice Mi-
guel Serrano, se producen relaciones “de eternidades”.
Queda aquí manifiesto que más importante que escribir
poesía ha sido y es, para Gonzalo Rojas, vivir como poeta.
226
AL SILENCIO HABLADO DE GONZALO ROJAS
228
La intimidad develada se comprende en toda su ex-
tensión cuando se escucha al poeta confesar de su pro-
pia boca que las palabras le suenan desde los siete años,
pese a que aprendió tardíamente a leer. He allí el incal-
culable valor del carácter multimedial de la obra, pues
el escritor se transforma en hablante destapando secre-
tos que en las páginas del libro sólo se intuyen.
“Para mi la poesía es aire”, se le puede oír a Gonzalo
Rojas y se nota en el énfasis que pone en cada palabra,
pues todas tienen un peso y un fulgor propio en los 42
poemas de este diálogo, que para él son “informes y no
herejías”, aunque la trasgresión creadora es disfrutada
hasta en los espacios en blanco.
Del cerebro cae la esperma, cerebro líquido,
y entra en la valva vida: et Verbum caro
factum est.
Leopardo
Duerme en sus amapolas el pensamiento
¿Quién
me llama en la niebla?
(De FRAGMENTOS)
Lejos ya de los contradictorias reacciones que 1948
provocó su primer libro de poemas, “La Miseria del Hom-
bre”, y de la emoción que esos mismos versos le causa-
ron en Gabriela Mistral, quien se declaró removida y
deslumbrada, Gonzalo Rojas es considerado hoy uno de
los poetas vivos más importantes de Chile. Pero como
él mismo dijera en su poema Rimbaud:
Nos viera así todos sucios, estallados
en nuestro átomo mísero, viejos
de inmundicia y gloria. Un
puntapié nos daría en el hocico.
229
METAMORFOSIS DE LO MISMO
231
mas más recientes, ya de vejez, tras la muerte de su es-
posa, resultan conmovedores y pueden entenderse como
un canto interminable a la vida y a la juventud de un hom-
bre que ha superado ya los ochenta con el corazón de vein-
te. Las divisiones resultan naturalmente forzadas. “La
risa”, por ejemplo, pretende reunir aquellos textos que
mantienen un tono irónico, que buscan la sorpresa del
lector mediante el humor, siempre inteligente y lúcido.
Por ejemplo, “Del fulgor”: “Como 7 fueron los libros que
escribí sobre tus ojos, no/ publiqué ninguno, dejé/ que pa-
sara el tiempo, que pasara/ la imantación de tus ojos por/
los ventisqueros y el que se encargara/ fuera Dios.// Tam-
poco Él hizo gran cosa, te dejó llorar...” que muy bien po-
dría formar parte de “¿Qué se ama cuando se ama?”, por-
que el tema fundamental es amoroso.
Del mismo modo, otros poemas de este apartado son
formalmente bien diferentes. Porque, como ya apuntá-
bamos, pese a la deuda vallejiana, presente sin duda, Ro-
jas alterna fórmulas irracionales, derivadas del Neruda
más conocido y del menos, con otras de un Huidobro cuya
materia básica es la palabra lúdica. Sin embargo, no acos-
tumbra a desdeñar el tema, incluso la anécdota, en el poe-
ma. Pero podemos advertir, asimismo, la desnudez ex-
presiva. No en vano mostrará su lógica admiración por
la obra de San Juan de la Cruz.
Al margen de una poesía inspirada en sus experien-
cias, utilizará tal vez con mayor frecuencia materiales
de carácter cultural: lecturas poéticas, experiencias mu-
sicales o cinematográficas. No deja de ser curioso para
el lector español el poema “Tristana”, dedicado al filme
de Buñuel (inspirado en la novela de Galdós, que ya no
se menciona), donde el lenguaje busca transmitirnos el
mundo y algún título del constante surrealista arago-
nés, heterodoxo del movimiento, como Rojas. Su final
232
sorprende: “...Dios quiere dioses, qué película/ tramara
Luis Buñuel con nosotros: a ti/ por Vía Láctea te diera
el papel de loba/ espléndida, a mí el de/ clown ciego por
partidario/ de la botánica oculta: —Cámara,/ y transfi-
guración; a/ volar”. También utilizará el lenguaje conver-
sacional, el de la nueva tecnología, preocupado como Hui-
dobro por la ciencia, y no desdeña, ni siquiera, aunque
en contados poemas, el uso estético de chilenismos.
Metamorfosis de lo mismo nos ofrece un poeta de con-
siderable entidad, aunque lejos de la cumbre de un Ne-
ruda o un Huidobro. La reordenación de los materiales
nos permite tener a mano, además, una perspectiva pro-
pia del autor.
Ha incluido, asimismo, algunos poemas no editados
anteriormente en libro. Y sus páginas en prosa finales
resultan del todo recomendables.
233
EL POETA GANÓ EL PREMIO CERVANTES LA DISTINCIÓN
LITERARIA MÁS IMPORTANTE DE LA LENGUA ESPAÑOLA
Fuente: letras.s5
Jueves 11 de diciembre de 2003.
235
posa Hilda May, fallecida hace siete años, y que entre-
garía el dinero a sus hijos.
Famoso por el ímpetu erótico que transmite en sus
trabajos (su célebre poema “¿Qué se ama cuando se ama?”
incluye los elocuentes versos “Me muero en esto, oh Dios,
en esta guerra/ de ir y venir entre ellas por las calles,
de no poder amar/ trescientas a la vez”) y por el tono cós-
mico y desesperado de muchas de sus creaciones (en “La
poesía es mi lengua” escribe: “Abro mis labios, y deposi-
to en la atmósfera un torrente de sol,/ como un suicida
que pone su semilla”), Rojas es cuidadoso ante los víto-
res debido a que, según ha explicado, “si no te abstraes
de las trampas de la alabanza y el éxito, estás perdido”.
En las declaraciones que ofreció ayer a la prensa, el
escritor —quien además de producir poemarios como
“Contra la muerte” (1964), “Oscuro” (1977), “Del relám-
pago” (1981), “Materia de testamento” (1988) y “Desocu-
pado lector” (1990) ha asombrado siempre a quienes lo
rodean con sus continuas exhibiciones de energía juve-
nil— demostró que, pese a sus reservas, conserva intac-
ta la capacidad de gozar sus momentos estelares.
“Imagínese cómo recibo este premio. Tenemos a Cer-
vantes en el seso desde que somos niños y recibir un pre-
mio que lleve ese nombre es lo más extraordinario que
puede darse en nuestra hermosa lengua y en cualquie-
ra de las lenguas”, confesó el poeta, quien cuida su es-
tado físico mediante la diaria ingesta de mariscos y, tam-
bién, a través de una rutina de ejercicios que incluye va-
rias series de flexiones de brazos en una barra diseñada
especialmente para tales efectos.
El legendario carácter gozador del galardonado se
manifiesta incluso en su ámbito doméstico: el hombre,
que suele desplazarse por su casa de Chillán vestido con
batas orientales que refuerzan su imagen de artista procli-
236
ve a los goces carnales, se ha referido en varias oportuni-
dades al poder sugestivo de la cama china que atesora en
su domicilio. De hecho, en el conocido poema “Cama con
espejos”, Rojas evoca —a propósito de un mueble como
el que tiene en su propiedad— las variadas y constan-
tes sesiones amatorias de un lujurioso mandarín: “Fue-
ron muchas y muchas/ las hijas del cielo consumidas en-
tre las llamas/ de aquestos dos espejos lascivos y sonám-
bulos”.
237
sido un trabajo moroso y que jamás ha tenido prisa al-
guna. Al preguntársele si, en consideración a sus años,
ha pensado en un eventual retiro, ha dicho: “Soy un ga-
leote empedernido que aún no suelta los remos”.
238
VOCIFERANTE, SUCIO, CATASTRÓFICO
240
o me levante, y me hunda de cabeza en el día
como una piedra bajo la corriente cambiante,
así toque mi cítara para engañarme, así
se abra una puerta y entren diez mujeres desnudas,
marcadas sus espaldas con mi letra, y se arrojen
unas sobre otras hasta consumirse,
juro que ella perdura, porque ella sale y entra
como una bala loca,
me sigue adonde voy y me sirve de hada,
me besa con lujuria
tratando de escaparse de la muerte,
y, cuando caigo al sueño, se hospeda en mi columna
vertebral, y me grita pidiéndome socorro,
me arrebata a los cielos, como un cóndor sin madre
empollado en la muerte.
MUCHACHAS
241
GONZALO ROJAS. GANADOR DEL PREMIO
CERVANTES 2003
Fuente: letras.s5
243
el premio ex aequo al español Gerardo Diego y al argen-
tino Jorge Luis Borges.
El jurado está integrado por el director de la Real
Academia Española, el director de la Academia Ibero-
americana de Chile, el premiado en la edición anterior
y seis personalidades del mundo literario. El premio re-
cayó el año pasado en el escritor español José Jiménez
Lozano y ha distinguido hasta ahora a quince intelec-
tuales españoles y a trece latinoamericanos, de los que
sólo dos han sido mujeres, la española María Zambrano
y la cubana Dulce María Loynaz.
Los galardonados en las sucesivas convocatorias han
sido: Jorge Guillén (1976), Alejo Carpentier (1977), Dáma-
so Alonso (1978), Gerardo Diego y Jorge Luis Borges
(1979), Juan Carlos Onetti (1980), Octavio Paz (1981), Luis
Rosales (1982), Rafael Alberti (1983), Ernesto Sábato
(1984) y Gonzalo Torrente Ballester (1985). El premio
recayó también en Antonio Buero Vallejo (1986), Carlos
Fuentes (1987), María Zambrano (1988), Augusto Roa Bas-
tos (1989), Adolfo Bioy Casares (1990), Francisco Ayala
(1991), Dulce María Loynaz (1992), Miguel Delibes Setién
(1993), Mario Vargas Llosa (1994), Camilo José Cela
(1995), José García Nieto (1996), Guillermo Cabrera In-
fante (1997), José Hierro (1998), Jorge Edwards (1999),
Francisco Umbral (2000), Álvaro Mutis (2001), José Ji-
ménez Lozano (2002) y Gonzalo Rojas (2003).
244
los años 1938-1941 participa, más bien como disidente,
en el grupo surrealista Mandrágora fundado por Brau-
lio Arenas, Teófilo Cid y Enrique Gómez Correa. Siete
años más tarde aparece La miseria del hombre (1948),
su primer libro de poemas, provocando reacciones en-
contradas entre los críticos oficiales que no fueron com-
partidas por Gabriela Mistral: “su libro(...) me ha remo-
vido y, a cada paso admirado y, a trechos, me deja algo
parecido al deslumbramiento de lo muy original, de lo
realmente inédito”.
En 1952, habiendo obtenido el grado de Licenciado
en Filología Clásica, gana —por concurso—, las cátedras
de Literatura Chilena y Teoría Literaria en el Departa-
mento de Español de la Universidad de Concepción
donde permanece hasta 1970, fecha en que es nombrado
por el Presidente de la República, Salvador Allende, Con-
sejero Cultural en China. En su permanencia en la uni-
versidad organiza y dirige importantes actividades cul-
turales como las Escuelas Internacionales de Verano en
cuyo marco se realizaron el Primer Encuentro Nacional
de Escritores (1958) y el Primer Encuentro de Escrito-
res Americanos (1960). Para Carlos Fuentes y José Do-
noso estas reuniones, habrían sido el comienzo del boom
latinoamericano, pues abrieron un espacio de reflexión
—como el propio poeta lo propusiera—, en torno a las
imágenes de América Latina y del hombre actual. Esta
intensa actividad académica no le impide el ejercicio poé-
tico, en busca de la palabra diamantina que habitará en
Contra la muerte (1964), libro celebrado unánimemente
por la crítica.
El golpe militar chileno (septiembre, 1973) lo sorpren-
de en La Habana, donde se desempeña como Encargado
de Negocios; no sólo la historia de su país tiene un giro
violento también, su vida. El poeta es ahora un exiliado,
245
un “indocumentado” a quien no sólo se le ha arrebatado
su rango de diplomático sino también se le ha expulsa-
do de todas las universidades chilenas por “significar
un peligro para el orden y la seguridad nacional”. La Uni-
versidad de Rostck —Alemania Oriental— lo acoge como
profesor, pero sin dictar clases, situación que lo pertur-
ba e incomoda. Entonces parte a Venezuela (1975), ha
sido contratado por la Universidad Simón Bolívar, allí
llega con Hilda, su segunda mujer, y el hijo de ambos,
Gonzalo.
Su tercer libro de poemas Oscuro (1977) se publica
en Caracas, a partir de este momento su poesía escrita
sin prisas, desde lo profundo comienza a leerse en todo
el continente y es aplaudida sin reservas por la crítica
internacional. Recibe invitaciones para leer su creación
poética, dictar conferencias y cursos en universidades
norteamericanas y europeas; es objeto de homenajes y
sus libros comienzan a publicarse en México, Madrid y
New York. Las ediciones se suceden unas a otras: Trans-
tierro (Versión antológica: 1979), Antología breve (1980),
50 poemas (1980), El alumbrado y otros poemas (1987),
Antología personal (1988), Schizotext and Other Poems
(1988), Materia de testamento (1988), figura como uno de
los libros más vendidos en Madrid ese año, éste como
otros del autor se construye desde una escritura cuya
metáfora es el tapiz, poemas antiguos y nuevos conver-
gen con la misma frescura en tres vertientes: la numinosa,
la erótica y la repentina. Desocupado lector (1990), An-
tología de aire (1991), Las hermosas. Poesías de Amor
(1991), Zumbido (edición para bibliófilos: 1991), La mi-
seria del hombre (edición crítica: 1995).
Gonzalo Rojas regresa a Chile en 1979, haciendo uso
de la beca Guggeheim, sabe que las puertas de las uni-
versidades permanecerán cerradas, pero aun así elige
246
Chillán, 400 kilómetros al sur de la capital, como lugar
de residencia permanente; desde allí se desplazará a uni-
versidades de Alemania, Estados Unidos, México y Es-
paña. El 5 de junio de 1992 recibe el Primer Premio Rei-
na Sofía de Poesía Iberoamericana y el 13 de noviembre
del mismo año, el máximo galardón que otorga Chile a
sus escritores, el Premio Nacional de Literatura; el reco-
nocimiento internacional no cesa para este poeta circu-
lar, sediento de absoluto y de pasión erótica, a los pre-
mios anteriores se sumarán el Octavio Paz de México y
el José Hernández de Argentina y ahora el Cervantes,
máximo galardón de la lengua española.
247
valecen el amor, el erotismo y el enfrentamiento vida-
muerte, según lo consigna Radio Cooperativa.
“Contra la muerte” es uno de sus más célebres poe-
mas el cual apareció publicado en 1964 cuando el poeta
tenía 46 años. Hoy a los 85, la obra de Rojas sigue con
esta temática.
Hasta hoy ha recibido numerosos premios interna-
cionales entre los que se cuentan, el Premio Sociedad
de Escritores de Chile por “Poesía Inédita” 1946, Reina
Sofía de poesía de España (1992), Octavio Paz de México
y José Hernández de Argentina, además del Premio Na-
cional de Literatura de Chile en 1992.
248
CON LA POESÍA, MÁS VIVO EL VIVIR
250
que censura obligando a hacer). Estos gestos verbales,
tan frecuentes en la poesía de Rojas, son otros tantos gui-
ños cómplices, pragmáticos más que verbales, a lectores
involucrados con el poeta en costumbres, usos y presu-
posiciones comunitarias. Sus poemas cambian según la
velocidad en que los leamos. El ritmo de su lectura no
siempre coincide con el de su comprensión: sus poemas
nos invitan al salto mental, sus versos asemejan relám-
pagos que iluminan oscuridades que hay que descifrar.
Sus poemas construyen columnas de sentidos y de aire
rítmico tan rotundos y crípticos como un aforismo. Aquí
está el origen de esa sensación fantasma que a menudo
sentimos sus lectores: de leer algo que sus poemas no
dicen, pero que sin embargo significan, ya que ese algo
está bien ahí. Experiencia de una familiaridad que nos
descubre solidarios por encima de viejas diferencias po-
líticas o históricas. Ésta es la generosidad de su poesía:
el autoexamen personal o social siempre aspira al espa-
cio de una libertad en movimiento, nunca al replegado
laberinto del resentimiento (“aire,/ más aire,/ no para
respirarlo sino para vivirlo”).
Su poesía, indudablemente, pertenece a la familia
de los dinamiteros verbales: Marcial, Quevedo, Breton,
entre los sobresalientes del lado de allá; Vallejo, Kerouac,
De Rokha, entre los de acá. Pero, a diferencia de ellos,
su énfasis está en el tono, en los múltiples mecanismos
expresivos de orden prosódico, con que nos despierta
figuras contrapuestas, entonaciones de otros tantos pai-
sanos de lo nuestro (lo muestra Jaime Giordano). Está
el tono estoico: “Dices que te vas. Bueno, te vas/ hoy mis-
mo en ese avión al sur te vas/ tan ligera como viniste.../
... Usted/ fue feliz. Yo fui feliz. El adiós sangriento/ fue
feliz”. El tono autodenigrativo: “He comido con los bur-
gueses,/ he bailado con los burgueses,/ .../ He visto el asco
251
en su raíz,/ la oscuridad en su raíz”. El tono sarcástico,
de doble vaivén, que tanto profana lo sagrado (en “Con-
tra la muerte”) como también sacraliza lo profano (en
“Réquiem de una mariposa”, por ejemplo). El tono desen-
gañado del autoengaño, después del descalabro de las uto-
pías del Este en el Oeste y en el Este (en “Domicilio en
el Báltico”). Su tono fastidiado frente a los fascinados
por la palabra totalitaria: profesores narcisos, artistas
super-ego o poetas del politizar y no poetizar. Funcio-
narios todos del salvacionismo solidario y de la adhe-
sión total, variantes siempre de la palabra servil o del
callar sucio.
El entusiasmo torrencial, que vitaliza todo lo que toca,
es otro rasgo permanente en la poesía, en la enseñanza
y en el trato de Gonzalo Rojas. Aparece a través del Rit-
mo, con mayúscula. El Ritmo es el gran religador y de-
fensor de la libertad humana cuando rescata “el largo
parentesco entre las cosas”, los hombres y sus pasiones.
Palpita desde el subsuelo genésico de Lebu-Leufü: “to-
rrente hondo”, cuna del poeta, al peregrinar del profe-
sor y viajero Gonzalo Rojas, quien —como Homero— va
y viene desde Ilión a Dios: “el oleaje de las barcas/ exige
ritmo/ Homero/ vio a Dios”. El Ritmo libera porque abre
en “los objetos la puerta de mí mismo” así como arroja
al sujeto al “parto de lo sonoro” y a su comunión en abis-
mo con la mujer: gran religadora porque “Eva y Cipris
concentran el misterio/ del corazón del mundo” (Rubén
Darío). La mujer, en especial la baudeleriana — replica
hoy día Rojas— es “materia de encarnación radiante”,
“Eternidad/ que no se ve” porque hace sensible al mun-
do: “partícula fugaz de libertad visible”. La mujer tradu-
ce al ritmo y encarna el diálogo del hombre con las ma-
terias vivas del mundo. La mujer, como el poeta, es un
latido en el río de las tradiciones; por eso, su trato hace
252
del presente un manantial de presencias. Ritmo, mujer
y visión se entrelazan para este poeta alumbrado por
Diotima, en la huella del otro mayeuta, también funda-
dor y practicante de la ética libérrima como conducta.
253
Misceláneo
CARTA A HUIDOBRO Y OTROS POEMAS
INCREÍBLE que el poeta más joven que nos haya nacido —pa-
radigma del espíritu nuevo entre nosotros— esté cum-
pliendo los cien años.
Ninguno más diáfano que él, más libre y seductor, pa-
ra confirmar el non omnis moriar (no me moriré del todo)
del viejo Horacio, ese otro hiperlúcido de hace dos mi-
lenios.
La efemérides no cuenta en el caso del portentoso
innovador, recién ido Darío. En efecto, cuando este últi-
mo vino a morir el dieciséis en su Nicaragua natal, el
planeta empezaba a dar vueltas a una velocidad nunca
soñada y los poetas mismos saltaron fuera de órbita, de
un antes a un después.
Justo ese 1916 Vicente Huidobro —en ese juego os-
curo de pasarse la centella— publicó en Buenos Aires
otras claves para su poesía de fundación:
Que el verso sea como una llave
que abra mil puertas
No fue el único, por supuesto, en la germinación de
nuestra verdadera autonomía poética. Ahí la Mistral, Va-
llejo, Neruda, para decir tres nombres: estallaban los
volcanes.
Pero no se piense que este 1993 a medio alumbrar
sea el año por excelencia de Vicente Huidobro —aun-
que se escriba de él un río de alabanzas— pues ya desde
esas fechas de la primera guerra mundial todos los años
son los años de Vicente Huidobro en nuestra lengua. Per-
sonalmente vivo en diálogo con su espejo por lo menos
desde 1933 —cuando empecé a leerlo casi niño— unos
cuatro años antes de conocerlo en persona en su depar-
tamento de la cuadra 23 de la Alameda en aquel Santia-
go plácido y remoto.
Una y otra vez, a lo largo de medio siglo, he reconoci-
do mi filiación con el espíritu convulso y lúcido del bino-
mio 1938-1939, con sacudón de parto hasta en el orden
geológico, sin olvidar el impacto estremecedor de la gue-
rra civil española entre nosotros que nos permitió ver
de veras a la madre desde su rostro ensangrentado. Sin
patetismo, y a favor del distanciamiento, se me aparece
así ese ‘38 fantasmal, año crítico de su propia utopía, dis-
tante ya de aquel otro ciclo movedizo de 1920 cuando Chi-
le empezó a ser más Chile y el epicentro de la mudanza
en lo poético fue sin duda Huidobro, antipoeta y mago
por derecho propio.
Pero la imantación huidobriana llegó a su plenitud
en el proceso del ‘38 y casi todos los poetas jóvenes de
esos días registramos su influjo, y fuimos literalmente
atrapados por una relación dialéctica con su persona y
con su obra. Por mi parte, me enganché con el proyecto
parasurrealista de Mandrágora sin mayor fascinación
por el experimento y por ahí entré a la casa de Huidobro
sin frecuentarla demasiado, remiso como soy a los cír-
culos de adherentes ortodoxos. Tampoco lo fue nunca él
y cuando me aparté del equipo mandragórico entendió
256
como nadie la disidencia anarca. —Déjenlo, le dijo a uno
de mis detractores, si cabe el término a propósito de mi
intraexilio del ‘42 en la cordillera de Atacama. Gonzalo
es un loco que necesita cumbre.
Pocos como él supieron del riesgo y el desamparo y
—visto ahora desde aquí, desde este cierre del siglo—
ninguno como él fue cumbre más airosa y sembró mas li-
bertad en nuestra cabeza de muchachos. Sin Huidobro
no hubiera habido acaso ninguno de nosotros; ni un An-
guita, ni un Lihn por nombrar a los invisibles de repente.
CARTA A HUIDOBRO
1. Poca confianza en el XXI, en todo caso algo pasará,
morirán otra vez los hombres, nacerá alguno
del que nadie sabe, otra física
en materia de soltura hará más próxima la
/imantación de la Tierra
de suerte que el ojo ganará en prodigio y el viaje
/mismo será vuelo
mental, no habrá estaciones, con sólo abrir
la llave del verano por ejemplo nos bañaremos
en el sol, las muchachas
perdurarán bellísimas esos nueve meses por obra y
/gracia
de las galaxias y otros nueve
por añadidura después del parto merced
al crecimiento de los alerces de antes del Mundo, así
las mareas estremecidas bailarán airosas otro
plazo, otro ritmo sanguíneo más fresco, lo que por
/contradanza hará
que el hombre entre en su humus de una vez y sea
más humilde, más
terrestre.
257
2. Ah, y otra cosa sin vaticinio, poco a poco
/envejecerán
las máquinas de la Realidad, no habrá drogas
ni películas míseras ni periódicos arcaicos ni
—disipación y estruendo— mercaderes del aplauso
/ignominioso, todo eso envejecerá en la apuesta
de la creación, el ojo volverá a ser ojo,
el tacto tacto,
la nariz éter
de Eternidad en el descubrimiento incesante, el
/fornicio
nos hará libres, no
pensaremos en inglés como dijo Darío, leeremos
otra vez a los griegos, volverá a hablarse etrusco
en todas las playas del Mundo, a la altura de la
/cuarta
década se unirán los continentes
de modo que entrará en nosotros la Antártica con
/toda su fascinación
de mariposa de turquesa, siete trenes
pasarán bajo ella en múltiples direcciones a una
/velocidad desconocida.
258
DE GABRIELA MISTRAL A GONZALO ROJAS
GABRIELA
260
DISCURSO DEL PREMIO CERVANTES
262
fue acaso servidumbre sino proyecto de ser. De ser y de
más ser como es la libertad y el ejercicio mismo de la poe-
sía. Ahí me veo también leyendo por primera vez la «Re-
vista de Occidente», el diario «El Sol» de Madrid y el Lor-
ca del Romancero gitano, y a los poetas del 27.
«No hay dios ni hijo de Dios sin desarrollo», dijo una
vez Vallejo, el más grande poeta del Perú, genio del mes-
tizaje como nuestra Mistral o nuestro Rulfo, nuestro
Darío o el mismísimo Neruda cuyo centenario está ar-
diendo estos días en la Patria Grande de Cervantes que
es la lengua. Esa Patria Grande, que nos une a todos por
sangre y por oxígeno, se entiende, desde el Cid al Qui-
jote y más acá.
Cuando de la amarrada entre la Edad de Oro y los
Cronistas de Indias, estoy pensando necesariamente en
los progenitores de la gran narrativa iberoamericana,
los Carpentier, los Rulfo, los Arguedas, los Cortázar por
ejemplo, y aun en nuestros poetas visionarios: un Huido-
bro, una Mistral, un Pablo de Rokha, un Vallejo, un Neru-
da o un Octavio Paz.
Más claro: no es que seamos únicamente libro, so-
mos también imaginación abierta a las grandes mudan-
zas, y amor, y libertad al mismo tiempo. Todo eso hablan-
do de niñez y reniñez incesante, de riesgo y de coraje.
Ahí vamos en la apuesta. ¿Qué será el 3004 de noso-
tros, por ejemplo?, ¿el 4004 qué será? Ahí estará otra
vez intacto Cervantes leyendo el parpadeo de la histo-
ria en el de las estrellas. Leyendo el mundo y releyén-
donos. ¿Qué será de él mismo y por añadidura, si se quie-
re arbitraria, qué será de nuestro Borges y su Aleph, Ne-
ruda y su Residencia, Vallejo y su Trilce, Carpentier y
sus Pasos perdidos, Huidobro y su Altazos, Darío y más
Darío?
263
De niño aprendí solo, yo solo, que hay que mirar ha-
cia delante y también hacia atrás al mismo tiempo y no
tenerle miedo al miedo. Porque no se me da la senten-
cia preciosa del gran Elliot: «Te mostraré el miedo en
un puñado de polvo». No es para tanto, nunca es para
tanto.
Señoras y señores: Difícil enhebrar la aguja lúcida
para este barbarofonón. La poesía encarna en uno como
por azar. Y es que uno no la merece a la palabra. Se la
dan porque se la dan. Será cosa de los dioses pero tam-
bién del obseso de ser y más ser que anda en el mísero
alumbrado que soy yo mismo, ese otro alumbramiento
más allá de la madre, de la niñez a la reniñez, del vagi-
do al velorio, y por ahí cosa más de fisiología que de me-
tafísica, más de animal de instante que de loco de eter-
nidad, aunque siempre hice mías unas parcas líneas de
Teresa de Ávila, a unos milímetros de Gabriela: «Tengo
una grande y determinada determinación de no parar
hasta llegar, venga lo que viniere, suceda lo que suce-
diere, trabaje lo que trabajare, murmure quien murmura-
re, siquiera me muera en el camino, siquiera se hunda
el Mundo».
Lo que quiero decir es que encima de los ochenta —ya
destemporalizado y desespacializado— sigo intacto, creo
que sigo intacto, nadando en el oleaje de las pubertades
cíclicas, de encantamiento en encantamiento y de deso-
llamiento en desollamiento. Nada me desengaña y el
mundo me ha hechizado, sin insistir en la cuerda de
Quevedo. Ni en la de Huidobro que nos hizo viejóvenes
para siempre. No paso de aprendiz y el seso no me dio
para letrado, ni menos para el fulgor encandilante de
estar aquí. Pónganse en mi caso, es que no lo merezco
¿qué lo voy a merecer?
264
Alone, pontifex maximus de la crítica oficial de Chi-
le, cartero o no pericoloso de las honras, me echó fuera
del planeta el 48, cuando mi primer libro; ¿cuál sería
ese domingo mercurial? —«Al paso que van, dijo, las le-
tras nacionales no prometen nada bueno». Epitafio an-
tes de nacer, la vanidad se cura a la intemperie como las
grandes heridas, ¡y además mi libro se llamaba la «Miseria
del Hombre»! Escarnio pide escarnio, y es bueno que a
uno le digan no. No, porque lisa y llanamente no, y bas-
ta. Mucho sí te encumbra y te envilece. Ah, y otra cosa
en esto de escribir y difundir: demórate demorándote
todo lo que puedas, ritmo es ocio y sosiego (y eso lo supo
Cervantes como nadie), prisa para qué, laudatio para
qué, vitrina publicitaria, publicidad vergonzosa para qué.
Este oficio es sagrado y no se llega nunca. Claro, uno cree
que de repente dice el Mundo, y puede ser ¿por qué no?
cada 10, cada 5, cada 3, cada nunca, ¿por qué no? Se es-
cribe y se desescribe, Kafka, Rulfo, Vallejo incompara-
ble. ¡Y Cervantes, mi Dios!
Y algo entonces sobre el aprendiz interminable que
soy yo mismo. Escribo cada día al amanecer cuando el
duchazo frío me enciende las arteriolas del seso. Siem-
pre me funcionó el crepúsculo matinal; el otro, el vespe-
ral, mucho menos; será cosa de respiro imaginario. Por-
que de veras soy aire y eso tiene que que ver con el océa-
no del gran Golfo de Arauco donde nací, y también con
las cumbres de Atacama donde (allá por mis 20 años) los
mineros del cobre me enseñaron mucho más que el su-
rrealismo: a descifrar el portento del lenguaje inagota-
ble del murmullo, el centelleo y el parpadeo de las es-
trellas.
Permítanme aclarar: yo tenía 20 años y estaba ahí
estudiando en una facultad de letras de Santiago capital
de no sé que, a unos metros del gran Huidobro a cuya
265
casa solíamos concurrir algunos jóvenes para oxigenarnos.
De golpe se me dio el hartazgo. ¿Hartazgo de qué? De
nada, como es el hartazgo; en ese asomo al ser que dice
Heidegger. Entonces me aparté de todo y me marché a
las cumbres de Atacama en búsqueda de mí mismo como
son todas las búsquedas o en busca de mi padre muerto,
que casi siempre es uno mismo. Además él fue un mine-
ro que venía de mineros, de esos mismos nortes. Así fui
a parar al norte, en diálogo amoroso con mujer, una mu-
chacha limpia y mágica de apellido británico, madre del
hijo primogénito. Después, ya libre de academias y van-
guardias vanguarderas, el viento de esas cumbres me lo
dio todo. Sé que me repito pero qué le voy a hacer. Soy
la metamorfosis de lo mismo. Y el país longilíneo es para
la risa: se lo da todo a sus poetas: la asfixia y el venta-
rrón de la puna, el sol hasta el desollamiento, lo pedre-
goso y lo abrupto ¡y que lo diga la Mistral!, el piedrerío,
lo hortelano y la placidez, el sacudón que no cesa y unas
veces estalla cataclístico, la fiereza de las aguas largas y
diamantinas, los bosques donde vuelan todos los pája-
ros, ¡esos bosques!, ¡esa hermosura que nos están roban-
do del Este y el Oeste en nombre de la tecnolatría!, lo
geológico y lo mágico de más y más abajo donde empie-
za el Principio, más allá todavía de lo patagónico y lo an-
tártico. El rey Juan Carlos anduvo el otro día por ahí y
alcazó a ver lo diamantino de lo antártico y sus increí-
bles proyecciones para otros plazos del planeta. Yo tam-
bién anduve ahí hace unos años y fundé una escuela para
niños en La Villa de las Estrellas. Esto vengo a pedir en
la gran fecha cervantina: volvamos al reencuentro de los
unos y los otros. Volvamos al rehallazgo en la Villa de
las Estrellas.
Dos animales literarios por portento especial me des-
lumbraron en el siglo que pasó, tanto o casi tanto como
266
el genio de Alcalá a lo largo de mis niñeces y mis reniñe-
ces, dos adivinos anarcas y mágicos a la vez hasta las me-
dulas desolladas, como hubiera dicho Quevedo (sin es-
drújula), dos esquizos prodigiosos que hablaban solos y
no es cosa de niños ni de viejos: Ezra Pound, que habla-
ba solo; Borges, que hablaba solo, Roberto Matta, que si-
gue hablando solo. Lo incluyo a Matta en la dinastía
porque ése sí es un poeta pura sangre como Juan Rulfo
aunque ninguno de los dos haya escrito nunca un verso.
¡Ese Matta transgresor, roto y pije a la vez, fino y rajado
(como se dice en Chile), allendero como yo, partidario
de la justicia hasta las últimas consecuencias como el in-
genioso hidalgo, defensor de los humillados y ofendidos,
los ametrallados y los mutilados, los desaparecidos y
los muertos en el plazo pavoroso del 73, ese Matta que
sigue dándole buen oxígeno a la especie! En cuanto a
Pound, «galimatías y esplendor», como lo juzgó alguna
vez Octavio Paz, nacido en Idaho donde dicen que cre-
cen las mejores patatas del planeta (potatoes se dice allá),
en cuanto a ese clásico único apaleado por loco en nues-
tro plazo, cuyos Cantares todavía serán leídos más allá
del siglo veinticuatro, a ese tal lo vi o lo intraví en Venecia
el 99 bajo la llovizna en la prisa del cimitero de San Mi-
chele a medio cerrar porque ya iban a ser las 4 y el vapo-
retto 52 que sale de San Marcos no espera. Ahí alcancé a
ponerle al acostado bajo el mármol alguna rosa y alguna
lágrima —¿por qué no?— y a decirle «Arrivederci. Miglior
Fabbro: nos vemos».
T. S. Eliot acertó cuando le puso así en la dedicato-
ria de su Waste Land (Tierra Baldía): «Al miglior fabbro».
Al mejor hacedor. Ahí quedó durmiendo el ocioso, al arru-
llo del tableteo de las aguas.
A Borges, en cambio, lo vi en pie, bastón en mano,
en Yale el 81, pero él naturalmente no me vio. Todavía
267
está ahí ¿será el único que no se nos ha muerto nunca?
Algo hay en él de resurrecto incesante, como en Huidobro
o todavía más en Vallejo, quien es el que más me es, en
rigor de abolengo, de los progenitores inmediatos de la
centuria que pasó. Siempre hablando de Borges, o últi-
mamente de Neruda, eso de los cien años es cosa pere-
grina, ¿quién no cumple cien años? Además, qué impor-
tan las efemérides engañosas. El tipo está joven y El
Aleph está escrito en ese texto genial, como le pasó a Ne-
ruda con su Residencia en la Tierra. Lo que fascina a la
gente es el renombre y el estruendo de los premios, pero
nada más escaso que el ojo de leer. ¿Y Matta? Bueno, él
es para mí el relámpago y parece gobernarlo todo con
su invención: lo visible y mucho de lo invisible. No sólo
es ojo sino galaxia distinta, parto de mundo, alguien que
de veras ve de día a las estrellas, como Don Quijote, un
alumbrado en fin. Y además, qué modo de silabear el
mundo en sus escritos, de vislumbrar el caos primige-
nio, y cuánto amor por el hombre entero que algún día
vendrá después del descuartizado que somos. De repen-
te estoy en la reniñez y me digo con el gran Horacio de
hace dos mil años: «Lusisti satis, edisti satis, atque bibisti.
Tempus abire tibi est». Jugaste bastante, comiste roma-
namente, y bebiste: ¡tiempo de que te vayas!
268
ÍNDICE DE PINTURAS
Biografía ....................................................................... 12
Cronología .................................................................... 17
Poesía ............................................................................ 45
¿A qué mentirnos con la llama del perfume, con la
noche moderna? ...................................................... 46
¿A qué mentirnos? ....................................................... 48
A quien pueda importar .............................................. 50
A quien vela, todo se revela ........................................ 52
A un vestido de mujer ................................................. 54
A una perdida ............................................................... 55
A unas muchachas que hacen eso en lo oscuro ......... 57
Adiós a Hölderlin ........................................................ 59
Adivinanza .................................................................... 61
Adulescens, tibi dico.................................................... 62
Aiuleia por la resurrección de Georges Bataille...... 63
Al fondo de esto duerme un caballo ........................... 65
Al silencio ..................................................................... 66
Alcohol y sílabas .......................................................... 67
Alegato .......................................................................... 69
Aleph, Aleph ................................................................. 70
Algo, alguien ................................................................. 71
Almohada de Quevedo ................................................ 73
Alta, muy alta, vuela la gaviota .................................. 75
Aquí cae mi pueblo ...................................................... 76
Arrullo .......................................................................... 77
Ars poética en pobre prosa ......................................... 78
Asma es amor ............................................................... 80
Baudeleriana ................................................................ 81
Cable sin él ................................................................... 83
Cama con espejos ......................................................... 84
Carbón ........................................................................... 86
Carmen cárminis ......................................................... 88
Carta a Huidobro ......................................................... 89
Carta al joven poeta para que no envejezca nunca ... 92
Carta del suicida .......................................................... 93
Carta para volvernos a ver ......................................... 95
Celia .............................................................................. 99
Cifrado en octubre ....................................................... 102
Cítara mía ..................................................................... 104
Código del obseso ........................................................ 105
Concierto ...................................................................... 107
Conjuro ......................................................................... 109
Contra la muerte ......................................................... 113
Contra vosotros naciendo ........................................... 115
Coro de los ahorcados ................................................. 117
Crecimiento de Rodrigo Tomás .................................. 120
Culebra o mordedura .................................................. 126
Daimon del domingo.................................................... 128
Darío y más Darío ........................................................ 129
De la liviandad ............................................................. 130
Del cubismo como serpiente ....................................... 131
Del relámpago .............................................................. 132
Del sentido ................................................................... 134
271
Descendimiento de Hernán Barra Salomone ........... 135
Descenso a los infiernos .............................................. 138
Desde abajo................................................................... 142
Desde mi infancia vengo mirándolas, oliéndolas ..... 143
Desocupado lector ....................................................... 144
Diáspora 60................................................................... 147
Domicilio en el Báltico ................................................ 150
Dos sillas a la orilla del mar... .................................... 151
Drama pasional ............................................................ 152
El abismo llama al abismo .......................................... 154
El alumbrado ................................................................ 158
El caos ........................................................................... 160
El condenado ................................................................ 162
El dinero ....................................................................... 164
El fornicio ..................................................................... 167
El fuego eterno ............................................................. 169
El poeta maldice a su cadáver .................................... 174
El polvo del deseo ........................................................ 176
El principio y el fin ...................................................... 179
El señor que aparece de espaldas .............................. 180
El sol es la única semilla ............................................. 182
El sol y la muerte ......................................................... 185
El sol, el sol, la muerte ................................................ 187
Elegía ............................................................................ 188
Elohim ........................................................................... 190
En cuanto a la imaginación de las piedras ................ 191
Encuentro con el ánfora .............................................. 193
Enigma de la deseosa .................................................. 195
Escrito con L ................................................................ 196
Ese ruido en los sesos ................................................. 198
Espacio .......................................................................... 199
Esquizotexto ................................................................. 200
Fábula moderna ........................................................... 201
Fax con ventolera ........................................................ 207
272
Figura mortal ............................................................... 208
Fosa con Paul Celan .................................................... 209
Fragmentos................................................................... 211
Fundación de Valparaíso ............................................ 215
Guardo en casa con llave ............................................ 220
Herejía .......................................................................... 222
Himno a la noche ......................................................... 223
Imago con gemido ........................................................ 225
Instantánea................................................................... 227
Juguemos al gran juego ............................................... 229
La concubina................................................................. 230
La cordillera está viva ................................................. 232
La costa ......................................................................... 239
La errata ....................................................................... 241
La eternidad ................................................................. 242
La eternidad ................................................................. 244
La fosa común ............................................................... 246
La lepra ......................................................................... 251
La libertad .................................................................... 254
La loba ........................................................................... 257
La materia es mi madre .............................................. 259
La materia es mi madre .............................................. 263
La nube ......................................................................... 265
La palabra ..................................................................... 268
La palabra placer ......................................................... 269
La piedra ...................................................................... 271
La poesía es mi lengua ................................................ 273
La risa ........................................................................... 277
La salvación .................................................................. 279
La sangre ...................................................................... 281
La sutura ...................................................................... 285
La viruta ....................................................................... 288
La vuelta al mundo ...................................................... 290
Las adivinas.................................................................. 297
273
Las hermosas ................................................................ 300
Las mujeres vacías ....................................................... 302
Las pudibundas ............................................................ 304
Latín y jazz ................................................................... 305
Libre libérrimo ............................................................. 307
Los amantes.................................................................. 308
Los cobardes ................................................................. 310
Los cómplices ............................................................... 315
Los días van tan rápidos ............................................. 317
Los letrados .................................................................. 319
Los niños ....................................................................... 320
Madre yacente y madre que anda .............................. 321
Mariposas para Juan Rulfo ......................................... 322
Materia de testamento ................................................ 324
Me divierte la muerte cuando pasa ........................... 326
Me levanto a las 4 ........................................................ 327
Microfilm del abismo ................................................... 329
Miedo al arcángel ........................................................ 331
Mnemosyné................................................................... 332
Monólogo del fanático ................................................. 333
Morbo y aura del mal................................................... 334
Muchachas .................................................................... 335
Naturaleza del fastidio ................................................ 336
Nieve de provo ............................................................. 338
Ningunos ....................................................................... 342
No escribas diez poemas a la vez ............................... 344
No hay un viento tan orgulloso de su vuelo .............. 345
No le copien a Pound ................................................... 347
Noche ............................................................................ 349
Numinoso ...................................................................... 350
Nusch pensando en Eluard el 52 ................................ 352
Octubre ocho ................................................................ 353
Oh pureza, pureza ....................................................... 355
Olfato ............................................................................ 356
274
Orompello ..................................................................... 357
Oriana ........................................................................... 359
Orquídea en el gentío .................................................. 365
Oscuridad hermosa ..................................................... 366
Pablo de Rokha ............................................................ 367
Pacto con Teillier ......................................................... 370
Papiro mortuorio ......................................................... 372
Para órgano .................................................................. 374
Paráfrasis ..................................................................... 376
Parece que de lo que muere uno es de maniquí ....... 377
Pareja acostada en esa cama china largamente
remota ...................................................................... 378
Pareja humana ............................................................. 382
Perdí mi juventud ........................................................ 383
Playa con andróginos................................................... 386
Poeta estrictamente cesante ...................................... 387
Pompas fúnebres .......................................................... 389
Por Vallejo .................................................................... 392
Prometeo ...................................................................... 394
Publicidad vergonzosa ................................................. 395
Puerto perdido ............................................................. 397
Quedeshím Quedeshoth .............................................. 399
¿Qué se ama cuando se ama? ...................................... 402
Rapto con precipicio .................................................... 404
Remando en el ritmo ................................................... 406
Renata ........................................................................... 407
Réquiem de la mariposa muerta ................................ 410
Retrato de la niebla ..................................................... 412
Retrato de mujer .......................................................... 415
Retroimpulso ................................................................ 417
Revelación del pensamiento ....................................... 419
Rimbaud ........................................................................ 423
Río turbio ...................................................................... 425
Rock para conjurar el absoluto ................................... 430
275
Rotación y traslación ................................................... 432
Round-Trip ................................................................... 436
Salmo real ..................................................................... 438
Saratanes ...................................................................... 440
Sátira a la rima ............................................................ 441
Sebastián Acevedo ....................................................... 445
Sermón del estallido.................................................... 447
Si de mi baxa lira ......................................................... 449
Siempre el adiós .......................................................... 450
Tabla de aire ................................................................. 451
Tacto y error ................................................................. 452
Tela de Chagall ............................................................ 454
Todos los elegíacos son unos canallas ....................... 456
Torreón del renegado .................................................. 458
Trece cuerdas para laúd ............................................. 460
Tres rosas amarillas .................................................... 461
Un bárbaro en el Asia .................................................. 463
Una vez el azar se llamó Jorge Cáceres .................... 464
Uno escribe en el viento .............................................. 466
Urgente a Octavio Paz ................................................. 469
20 de diciembre ............................................................ 471
Veneno con lágrimas ................................................... 472
Versículos ..................................................................... 474
Versión de la descalza ................................................. 476
Victrola vieja ................................................................ 478
Vocales para Hilda ...................................................... 480
Warum, mein Gott ....................................................... 485
Y nacer es aquí una fiesta innombrable .................... 486
276
ÍNDICE VOLUMEN III
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