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Cadenas productivas y

clústers
se trata del Programa de Transformación Productiva, apoyado por el Gobierno Nacional, y
la creación de clústers, desarrollados por las entidades territoriales, que, en ciertos casos,
cuentan con el apoyo del Gobierno Central.

Estos últimos se coordinan a través de las Comisiones Regionales de Competitividad y la


Red Clúster Colombia.
Hay quienes consideran estas estrategias como contradictorias, por ello conviene hacer
algunas precisiones. Para dar una respuesta a estas inquietudes, hay que tener en cuenta que
Roelandt y Den Hertog (1998), con base en estudios hechos para la Ocde, clasifican los
clústers, en tres niveles: I) Nacional o macroclúster, que destaca el papel de los
encadenamientos sectoriales en la economía nacional y están determinados a partir del
análisis de los patrones de especialización y comercio del país.
II) Sectorial o mesoclúster, que considera los encadenamientos inter e intrasectoriales de
una industria específica y centra la atención en las ventajas competitivas estratégicas para el
sector.
II) Empresarial o microclúster, que surge como resultado de la interacción y la creación de
redes. En este nivel de análisis, las alianzas estratégicas y asociaciones locales son
fundamentales.
De acuerdo con lo anterior, los Programas de Transformación Productiva pueden ubicarse
dentro de los sectoriales o mesoclústers, ya que incluyen 16 cadenas productivas con el fin
de convertirlas en sectores de clase mundial, y centran su atención en las ventajas
competitivas estratégicas para el ramo.
En cambio, los clústers que se están adelantando a nivel departamental o municipal se
pueden ubicar dentro de los microclústers, que surgen de la interacción de redes a nivel
local. En estas circunstancias, diferentes niveles de gobierno pueden participar en la
promoción de los agrupamientos industriales y cumplir funciones distintas.
El Gobierno Nacional puede participar mediante la promoción de los clústers que se han
caracterizado como claves, al generar mayores efectos multiplicadores sobre el conjunto del
sistema económico, mientras que los gobiernos locales deben trabajar en medidas
orientadas a ofrecer servicios de apoyo a los agrupamientos asentados localmente, con el
objetivo de fortalecer su potencial innovador.
Dentro del Sistema Nacional de Competitividad e Innovación se podría trabajar más en
ambos frentes para perfeccionar estos mecanismos. Para que tenga éxito la política de
desarrollo empresarial, enfocada hacia clústers, no se deben confundir los fines y medios.
En última instancia, los esfuerzos para construirlos y apoyar las sinergias entre los
miembros de un clúster son solo una forma de impulsar las tasas de innovación y
crecimiento de toda la economía.
Si una estrategia de clúster resulta en una tasa acelerada de expansión de un pequeño grupo
de industrias, pero no va acompañada de innovación y crecimiento agregado nacional o
local, debe considerarse como un fracaso. Por lo tanto, es necesario vincular los sectores
científicos y tecnológicos al sector empresarial para producir la ‘chispa de la innovación’. 

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