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Elisa y Filemón

Eran los tiempos más escasos de la comunidad, la pobreza abundaba en cada casa del pueblo de
San Juan; el hambre, el frío y el desabasto visitaban sigilosamente la casa de Elisa y Filemón, una
casa echa de adobe y madera, con una historia bastante triste y sin compasión.

Cada día, Elisa se levantaba por las mañanas con la esperanza de que su marido enfermo por fin
cayera muerto, pues así ella tendría un poco de calma y libertad en esa casa tan desgraciada, que le
había robado su alegría y la esperanza de ser feliz.

Las horas de Elisa eran largas y dolorosas, pues a cada minuto pensaba en lo desdichada que era,
culpaba a la pobreza de sus padres el que ella hubiera sido cambiada por dos vacas y una gallina
para poder sobrevivir. Así es, dos vacas y una gallina eso valía Elisa, ese era su valor como mujer,
eso era lo que tenía para ofrecer.

Filemón era un hombre viejo y arrugado, gran parte de su juventud se la paso trabajando en la
hacienda de una familia rica como peón, pero cuando la familia se percató que era un alcohólico lo
corrieron. A Filemón no le agrado la idea y una noche entró a robar el ganado, en total se llevó 15
vacas, 5 borregos y 3 gallinas, caminó con los animales toda la noche hasta llegar a San Juan. buscó
la casa abandonada de sus padres y se acostó a dormir; en los días posteriores organizó una fiesta y
bebió hasta quedar inconsciente.

Una tarde mientas tomaba sus marrazos de aguardiente en la cantina, vio pasar a una niña de
trenzas largas y vestido sucio, comenzó a sentir un calor en el cuerpo así que decidió seguirla, en su
mente concibió la idea de que ella era la mujer ideal para el matrimonio.

Filemón llegó a su casa a pedir su mano, Elisa tan solo tenía 12 años, sin embargo, eso no fue
impedimento para que sus padres accedieran a la petición, puesto que eran una familia
extremadamente pobre y con muchos hijos. Ella le suplicó llorando que por lo menos le permitieran
acabar su primaria, ellos la golpearon salvajemente y le dijeron que esa era la cruz de una mujer y
que seguir manteniéndola solo le traería más gastos y problemas. Al día siguiente se presentó
Filemón con el pago acordado y se iniciaron los preparativos del casamiento.

La ceremonia religiosa se llevó a cabo dos meses después, al sacerdote le parecía una crueldad que
un hombre de 40 años se casara con una niña de 12, pero no podía decir nada pues “eran las
tradiciones del pueblo” y si daba su opinión habría graves consecuencias.

Elisa sabía en el fondo de su corazón que ya no era una niña, ahora era una mujer que pertenecía a
su esposo y lloró amargamente. Desde la noche de su boda, Filemón hizo mujer a Elisa, y aunque él
sabía que ella no estaba preparada para el matrimonio, la obligaba a cumplirle como esposa.

Al poco tiempo Elisa salió embarazada y a los 13 años tuvo a Joaquín, once meses después nació
Sebastián, sufrió dos abortos y posteriormente nació José cuando tenía 15, un año después parió a
Antonio, nuevamente perdió otro embarazo y posteriormente tuvo a Patricio, al final llegó Alberto
y Elisa no volvió a embarazarse; en el pueblo se rumoreaba que ella les había pedido a los doctores
que le quitaran la matriz para no quedar encinta, pero Filemón decía que era porque Elisa ya era
una mujer vieja y usada, si bien rondaba cerca de los 20 años, ya tenía seis hijos que debía atender.
Cuando Elisa estaba embarazada de Patricio, Filemón conoció a Barbara, una mujer de esas que
suelen llamar “vendedora de caricias”, aunque entre ellos el único pago era el amor. Fruto de ello
nació una pequeña criatura de nombre Mario, que tan solo se llevaba unos cuantos días con Alberto.

Barbara no quería dejar su vida galante y menos por un anciano decrepito con Filemón, no obstante,
amaba a su hijo, pero tenerlo en ese mundo no iba a ser benéfico para él. Así que un día tocó a la
puerta de la casa de Elisa y le entregó a Alberto sin explicación alguna. Elisa era una mujer muy
inteligente y sabía que ese niño no estaba en su casa por casualidad. Asumió con responsabilidad el
error de su marido y crió a ese niño igual que al resto de sus hijos.

Entre golpes, abusos, humillaciones y el alcoholismo de su esposo, pasaban los días de Elisa, que
aunque ya se había acostumbrado, anhelaba el día en que Filemón dejara de existir y en algunas
ocasiones se imaginaba como sería la vida sin él.

Pasaron 30 años desde su boda, Filemón estaba cada vez más enfermo, los doctores decían que era
una consecuencia del abuso del alcohol y Elisa solo esperaba su muerte.

Era una mañana del mes de abril, Elisa se levantó más temprano de lo habitual, se asomó a la
ventana del cuarto de su marido y al ver que respiraba dio media vuelta con rabia. Se dirigió al cuarto
de sus hijos para despertarlos y mandarlos al campo a trabajar.

Se sentó en la banca de madera que le regaló Joaquín por el día de las madres. Rezó un rosario para
la buena muerte de Filemón, unas lagrimas rodaron de sus ojos, poco a poco el perdón invadía su
corazón. Su compañero de vida pronto iba a partir y lejos de sentir esa calma que esperaba, sufrió
la soledad que la acompañaría por el resto de su vida.

Una fuerza inexplicable la impulsó a visitar a su esposo, Filemón yacía postrado en la cama
quejándose de dolor, pero al verla con sus trenzas con canas y su mandil sucio, sus ojos se iluminaron
como nunca. Elisa se sentó en un costado de la cama, Filemón dio unas palmadas sobre el colchón
indicando que se acostara con él. Ella se acostó y por primera vez le tomó de la mano. Filemón no
supo como reaccionar a este gesto lleno de cariño y solo pudo enunciar “perdóname, yo te amé
toda la vida”, Elisa lloró al escuchar sus palabras y le contestó “yo también”.

Ambos cayeron en un sueño profundo.

Por la noche, cuando sus hijos regresaron del campo los encontraron sin vida en la misma cama.

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