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el viaje sanador

Claudio Naranjo

el viaje sanador
Tratamientos pioneros de terapia psicodélica

Traducción de Miguel Portillo


Primera edición: noviembre de 2020

Publicado originalmente como The Healing Journey: New Approaches to


Consciousness, Pantheon Books, Nueva York, 1973. Segunda edición americana
publicada por MAPS, Santa Cruz, California, 2012.

Traducción: Miguel Portillo

© Claudio Naranjo
© Ediciones La Llave, 2020
Fundación Claudio Naranjo
Santjoanistes, 17, local 2
08006 Barcelona
Tel. +34 933092356
Fax +34 934141710
www.edicioneslallave.com
info@edicioneslallave.com
www.fundacionclaudionaranjo.com
info@fundacionclaudionaranjo.com

ISBN: 978-84-16145-79-9
DL nº: B 19729-2020
Impreso en Estilo Estugraf
Dedicado a Franz Hoffman, profesor emérito de fisiología y di-
rector del Centro de Estudios de Antropología Médica de la Uni-
versidad de Chile en Santiago, quien promovió mi carrera como
psiquiatra investigador en psicofarmacología y chamanismo.
Y a todos los sujetos y pacientes experimentales sobre los que he
escrito, que hicieron lo mismo.
índice

Prólogo a la segunda edición americana, por el Dr. Rick Doblin,


con un testimonio de Oriana Mayorga . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 11
Prefacio de Stanislav Grof. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 19
Prólogo (1973): Sondear el espacio interior. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25

i. El potencial sanador de la agonía y el éxtasis: las drogas


en psicoterapia . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
ii. MDA, la droga del análisis. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 61
iii. MMDA y el Eterno Ahora. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 127
iv. La harmalina y el inconsciente colectivo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 185
v. Ibogaína, fantasía y realidad. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 249

Apéndice (2001): MDMA: una alternativa no tóxica


a la MDA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 319
Sobre el autor. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 333

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prólogo a la segunda edición americana
por el dr. rick doblin
con un testimonio de oriana mayorga

El viaje sanador, que leí poco después de que apareciera la


primera edición en 1973, tuvo una profunda influencia en
mí durante mi juventud. En 1972, a la edad de 18 años, deci-
dí dedicarme a ser terapeuta psicodélico e investigador des-
pués de leer una copia manuscrita de Realms of the Human
Unconscious, de Stanislav Grof. Ese libro me lo dio un tera-
peuta del New College de Florida, al que acudí en busca de
ayuda para lidiar con una serie de complicadas experiencias
con LSD. Stan escribió el prefacio de la edición original de
The Healing Journey (El viaje sanador), lo que me motivó a
comprarlo y leerlo.
Me fascinó y conmovió profundamente la elocuencia y
profundidad de las discusiones de Claudio sobre los pacientes
con los que trabajaba usando los diversos psicodélicos trata-
dos en su libro: MDA, MMDA, ibogaína y harmalina. Me

11
El viaje sanador

conmovió la poesía y el drama con el que Claudio escribió


sobre el proceso terapéutico y la forma en que enmarcó su
enfoque terapéutico en el contexto del crecimiento espiritual.
Cuanto más leía El viaje sanador, más veía la belleza de la
psicoterapia asistida por psicodélicos y más sentía lo trágico
que era que todo este campo de la investigación científica y el
tratamiento terapéutico hubiese sido criminalizado. Durante
los últimos cuarenta años, he recomendado a menudo a las
personas interesadas en la psicoterapia psicodélica que lean El
viaje sanador. Para mí, y para las personas a las que he reco-
mendado este libro, fue una gema cada vez más rara y (espere-
mos que ya no) olvidada de los días pioneros de la investigación
psicodélica.
Inspirar a la gente tan profundamente a lo largo de cuatro
décadas es un notable testimonio del valor perdurable de este
libro. A finales de 2012, casi cuarenta años después de leer por
primera vez El viaje sanador, conocí a una joven todavía en su
adolescencia que había decidido convertirse en terapeuta e in-
vestigadora psicodélica después de descubrir El viaje sanador
mientras lo ojeaba en una librería de segunda mano. Escu-
chando el impacto de El viaje sanador en la vida de Oriana,
cuyo relato sigue a estas líneas, decidí que era hora de pedirle
permiso a Claudio para reimprimir su libro.
Claudio fue un pionero en la investigación de la ibogaína.
Cuando leí por primera vez el capítulo de Claudio sobre «Ibo-
gaína, fantasía y realidad», no sabía que mi propia experiencia
con la ibogaína sería uno de los momentos más importantes
de mi vida. El libro de Claudio me ayudó a prepararme para
ello a través de su exploración de casi cuarenta sesiones tera-
péuticas de la «vida de fantasía» que la ibogaína ayuda a traer a

12
Prólogo a la segunda edición americana

la conciencia, el complejo mundo interior que da forma y sig-


nificado a nuestras experiencias.
Cuando empecé a leer El viaje sanador, apenas comprendí
que el capítulo de Claudio sobre la harmalina era una parte
esencial de la historia de la ayahuasca, el té psicodélico que
ahora ha florecido plenamente en la consciencia occidental.
La ayahuasca ha ayudado a los chamanes sudamericanos en
sus prácticas curativas y espirituales durante milenios, y ahora,
en los últimos años, las religiones con base en Brasil que usan
la ayahuasca en prácticas rituales han establecido una presen-
cia global. La ayahuasca también está siendo seriamente ex-
plorada en contextos terapéuticos por su potencial para
ayudar a las personas a superar la adicción y el trastorno de
estrés postraumático (TEPT). Una vez más, Claudio fue un
pionero.
Me intrigaron mucho los capítulos de Claudio sobre
MDA y MMDA, que vi que eran excepcionalmente útiles
para la psicoterapia. En ese momento, todavía no sabía sobre
su prima química, la MDMA, que conocí en 1982 y que se
convertiría en el foco principal de mi trabajo de toda la vida.
En 2000, la Asociación Multidisciplinaria de Estudios Psico-
délicos (MAPS, por sus siglas en inglés), que fundé en 1986,
logró iniciar el primer estudio científico controlado del
mundo sobre el uso terapéutico de la MDMA, en Madrid
(España), en mujeres con trastorno de estrés postraumático
(TEPT) crónico y resistente al tratamiento por agresión se-
xual. Recordando los capítulos sobre MDA y MMDA en El
viaje sanador, le pedí a Claudio que se reuniera con el equipo
de coterapeutas y les hablara sobre lo que había aprendido en
el trabajo con drogas similares a la MDMA en los pacientes.

13
El viaje sanador

Claudio estuvo de acuerdo, inspirando a una nueva genera-


ción de investigadores psicodélicos (desafortunadamente, en
2002, después de la positiva atención de los medios de comu-
nicación en la prensa y la televisión española sobre los resulta-
dos preliminares de nuestro estudio, la Agencia Antidrogas de
Madrid logró clausurar el estudio como resultado de una pre-
sión política que no pudimos superar en ese momento).
Augusto Pinochet tomó el poder en Chile como resulta-
do de un golpe de estado de la CIA en 1973, el mismo año en
que se publicó la primera edición de El viaje sanador. Claudio
realizó su investigación original sobre el potencial curativo de
la psicoterapia asistida por psicodélicos en un Chile libre, para
acabar viendo criminalizados los psicodélicos, la investigación
psicodélica suprimida, y su país de origen bajo el dominio de
una dictadura asesina instalada por Estados Unidos. La reedi-
ción de El viaje sanador en medio de un renacimiento de la
investigación psicodélica es un triunfo para la labor de Clau-
dio, ya que vio cómo la promesa de los psicodélicos se veía
arrastrada por una reacción violenta de la que hemos tardado
cuarenta años en recuperarnos.
Este libro jugó un potente papel en mi propio viaje hacia
la investigación y la terapia psicodélica. Ese viaje aún no ha
terminado, ya que hasta hoy ninguna de las sustancias descri-
tas en este libro se halla legalmente disponible para los tera-
peutas fuera de los contextos de investigación.
Espero sinceramente que esta nueva edición llegue a las
manos de todos los que puedan beneficiarse del potencial de
curación de la psicoterapia psicodélica, y de todos aquellos
que ofrezcan esa curación a otros.

14
Prólogo a la segunda edición americana

El Dr. Rick Doblin fundó la Asociación Multidisciplinaria de


Estudios Psicodélicos (MAPS) en 1986, de la que es actualmente
director ejecutivo. MAPS es una organización educativa y de in-
vestigación sin fines de lucro que desarrolla contextos médicos, le-
gales y culturales para que las personas se beneficien de los usos
terapéuticos de los psicodélicos y de la marihuana.

15
El viaje sanador

testimonio de oriana mayorga

Después de mi primera experiencia mística, psicodélica y so-


brenatural en el verano de 2011, estaba ansiosa por encontrar
más información sobre el uso de psicodélicos como una for-
ma de autosanación. Quería entender cómo y por qué mi ex-
periencia con la MDMA había sido uno de los momentos de
sanación más significativos de mi vida. ¿Sabían otros el nota-
ble poder de las drogas psicodélicas? ¿Cuál fue la historia de
las drogas psicodélicas en la psicoterapia, en la psicofarmaco-
logía? ¿Cuáles eran los progresos actuales en nuestras comuni-
dades científicas y médicas?
Tal y como el destino lo dispuso, un domingo al azar en
2011, entré en una de mis librerías favoritas en el Upper West
Side de Manhattan llamada Westsider Books & Records.
Había estado buscando libros sobre psiquiatría experimental y
experiencias personales con la MDMA durante mucho tiempo
y allí, escondido bajo una pila de libros viejos, había un ejem-
plar antiguo de la edición de 1973 de The Healing Journey.
Puedo decir con confianza que el libro transformó mi vida.
Stanislav Grof escribió en su prefacio a la edición original
que «una de las dos corrientes de experimentación e investiga-
ción relativamente independientes, ha sido el uso de agentes
químicos como complemento de la psicoterapia». Me quedó
claro por qué Grof había escrito que la investigación psiquiá-
trica de Claudio «establecía una forma de psicoterapia especí-
fica asistida por drogas» para las generaciones futuras.
El viaje de sanación también me llevó, a su vez, a otras
lecturas, y a través de ellas a una comunidad de psicólogos,

16
Prólogo a la segunda edición americana

investigadores y profesionales que estaban tan involucrados


como yo en la promoción del uso de psicodélicos en la
psicoterapia.
Por encima de todo, el libro de Claudio me expuso a la
pasión. Espero que mis futuras contribuciones a la sociedad
influyan en otros de la manera en que el libro de Claudio me
ha moldeado. Siempre quise ser curandera y ahora he encon-
trado técnicas que pueden permitirme cumplir esa misión. Lo
que más me impactó fue la narración de Claudio; pude rela-
cionarme con las experiencias de sus sujetos y, como investi-
gadora, me fascinó la claridad de sus observaciones.
Este libro es una necesidad para todos los estudiantes se-
rios de las ciencias del comportamiento interesados en inno-
vaciones en psicoterapia, psicofarmacología y psiquiatría
experimental. Se ha convertido en mi manual, mi alimento
básico entre todos los libros que he leído en esta área hasta
ahora.
Es esta investigación sobre el uso de sustancias psicodéli-
cas para mejorar la psicoterapia a la que he decidido dedicar
mi vida de aprendizaje. En la actualidad soy licenciada en psi-
cología, miembro y defensora de la Asociación Multidiscipli-
naria de Estudios Psicodélicos (MAPS), y pronto seré técnica
licenciada de servicios de emergencia del estado de Nueva
York. Mis planes para la escuela de posgrado giran en torno a
los programas que me permitirán convertirme en terapeuta
psicodélica legal algún día.
Al final de su prólogo, Claudio nos recuerda que «el ver-
dadero lenguaje de la psicología no es el latín, sino el simple
romance». Bueno, he experimentado ese amor y me emocio-
na compartirlo con los demás; por darnos una inspiración así,

17
El viaje sanador

le agradezco a Claudio que nos haya proporcionado un libro


como El viaje de sanación.

Oriana Mayorga es estudiante, sanadora y, sobre todo, una busca-


dora espiritual. Asiste a la Universidad de Fordham en la ciudad
de Nueva York y disfruta del hot yoga (Bikram yoga) dos veces a
la semana. Es miembro de MAPS y Erowid. Tiene la intención de
ayudar a estas organizaciones a cambiar nuestro mundo.

18
prefacio
por stanislav grof

Con el aumento del conocimiento sobre la naturaleza y la di-


námica de los trastornos emocionales y psicosomáticos, se
hace cada vez más evidente que no se descubrirá una cura de
la noche a la mañana para ellos en forma de un nuevo tran-
quilizante milagroso o un agente antidepresivo. Estos trastor-
nos tienen sus raíces en el inconsciente profundo de los
pacientes, y su tratamiento causal requiere una psicoterapia
intensiva que pueda rastrear estos problemas hasta sus fuentes
originales.
Los estudios estadísticos indican que los trastornos emo-
cionales muestran un aumento continuo en la mayoría de los
países del mundo. Esto presenta un dilema muy grave desde
el punto de vista de su tratamiento y prevención eficaces. Una
psicoterapia sistemática, como el psicoanálisis u otras formas
de enfoques orientados al análisis, es un procedimiento que
requiere mucho tiempo. Solo una pequeña fracción de los pa-
cientes tiene acceso a ella desde el punto de vista económico y,

19
El viaje sanador

aunque pudiera superarse este obstáculo, habría que multipli-


car el número de psiquiatras y psicólogos para satisfacer la de-
manda de este tratamiento especializado. Es comprensible
que, en estas circunstancias, se haya invertido mucho esfuerzo
en el desarrollo de métodos que podrían intensificar y acortar
el proceso psicoterapéutico. Sin embargo, ninguno de los en-
foques que se han desarrollado en el pasado ha cumplido con
los criterios necesarios para una psicoterapia breve eficaz.
En los últimos decenios, dos corrientes relativamente in-
dependientes de la experimentación y la investigación pare-
cen haber dado resultados prometedores. La primera de ellas
es el uso de agentes químicos como complemento de la psico-
terapia. Tras la experimentación del narcoanálisis, por lo ge-
neral decepcionante, con el uso del pentotal y el amobarbital,
esta estrategia ha vivido un verdadero renacimiento tras el
descubrimiento del LSD y de algunos otros psicodélicos. La
segunda innovación importante ha sido el desarrollo de nue-
vas técnicas psicoterapéuticas experienciales, como grupos de
encuentro, la práctica de gestalt de Fritz Perls, la bioenergéti-
ca de Alexander Lowen, la terapia Radix de Charles Kelley, las
sesiones maratonianas, la imaginería afectiva guiada de Hans-
carl Leuner, y otros.
Claudio Naranjo es un destacado representante de ambas
corrientes, y su síntesis de la psicoterapia asistida por drogas y
las nuevas técnicas experienciales parece ofrecer un interesan-
te enfoque del problema de la terapia breve. Durante muchos
años, ha estado estrechamente relacionado con el Instituto
Esalen en Big Sur, California, que ha sido la cuna de muchas
de las nuevas técnicas experienciales. Dirigió muchos semina-
rios de fin de semana y talleres experienciales en Esalen y tuvo

20
Prefacio

una interacción e intercambio de información mutuamente


enriquecedora con los profesores residentes y miembros de la
facultad invitados, muchos de los cuales son pioneros en di-
versas y nuevas técnicas de psicoterapia. Como discípulo di-
recto de Fritz Perls, Claudio ha dominado la terapia gestalt, la
ha utilizado con éxito en su trabajo y ha hecho contribuciones
originales a su teoría y práctica. Su actividad no se ha limitado
a California; es bien conocido como conferenciante y facilita-
dor de seminarios en muchos centros de crecimiento a lo
largo de Estados Unidos.
La experiencia de Claudio Naranjo con las sustancias
psicoactivas es aún más impresionante que su trabajo con las
nuevas técnicas psicoterapéuticas. A lo largo de los años, ha ex-
perimentado con más de treinta compuestos, principalmente
psicodélicos y derivados de las anfetaminas, como comple-
mento de la psicoterapia. Hizo un viaje especial en canoa por
el río Amazonas para conectarse con los indios sudamerica-
nos y estudiar su uso de la ayahuasca o yagé,1 un brebaje que
induce visiones, hecho a partir de una enredadera psicoactiva
de la selva (Banisteriopsis caapi) mezclada con varias otras
plantas psicoactivas. Trajo muestras de los ingredientes de
este brebaje psicodélico y publicó la primera descripción cien-
tífica de los efectos de sus principales alcaloides activos. Aun-
que ha trabajado con todos los psicodélicos clásicos, su
contribución única es en el área de las sustancias psicoactivas
nuevas o menos conocidas.

1. Una enredadera sudamericana, que contiene harmalina y otros


alcaloides, utilizada por los chamanes como parte de su iniciación y
prácticas.

21
El viaje sanador

En los últimos años, Claudio ha estado viajando entre Es-


tados Unidos y su Chile natal, un país que impone menos
restricciones a la investigación sobre drogas. Esto le permitió
experimentar con muchos compuestos nuevos, que no son
conocidos por los profesionales de Estados Unidos. Ha reali-
zado un trabajo pionero con varias de estas sustancias y ha
publicado los primeros informes científicos existentes sobre
sus efectos. En una época en que la experimentación con psi-
codélicos es llevada a cabo principalmente por adolescentes y
personas no profesionales, o por profesionales de la salud men-
tal que basan sus opiniones en los titulares de los periódicos
sensacionalistas, Claudio ha sido capaz de dar continuidad a
una investigación psiquiátrica sobria y altamente cualificada.
Además de ser uno de los pocos profesionales que trabajan
sistemáticamente en este campo, ha podido realizar varias con-
tribuciones científicas importantes y originales. Debido a su
rica experiencia con varias sustancias psicodélicas, dispuso de
suficiente evidencia experimental para desarrollar los inicios de
una taxonomía de estados de consciencia no ordinarios. Aun-
que se requiera mucho más trabajo experimental en esta área,
Claudio sin duda ha sentado las bases para una psicoterapia
selectiva y específica asistida por drogas. En el futuro, tal vez
sea posible elegir, de entre un grupo de medicamentos psico-
délicos disponibles, la sustancia que mejor se adapte a los pro-
blemas particulares del paciente y combinar sus efectos con la
técnica psicoterapéutica más apropiada. La posibilidad de ese
enfoque selectivo es evidente a partir de la delimitación de los
efectos específicos de diversas sustancias descritas en este libro.
También está muy claramente ilustrado por las historias de
casos resumidos.

22
Prefacio

Probablemente, la contribución más significativa de la


labor experimental de Claudio Naranjo es la investigación de
nuevas drogas, claramente diferentes de los psicodélicos clási-
cos. Estos compuestos parecen ser mucho más fáciles de tra-
bajar, ya que no tienen efectos desorganizadores profundos en
la psique como puede ser el caso del LSD, la mescalina o la
psilocibina. El estado al que inducen estas drogas puede apro-
vecharse para un análisis profundo, pero son mucho más fáci-
les de manejar tanto por el paciente como por el terapeuta.
Por esta razón, Claudio no las incluye automáticamente en la
antigua categoría de alucinógenos o psicodélicos, sino que
acuña para ellas nuevos y específicos términos como potencia-
dores de los sentimientos y potenciadores de la fantasía.
Una descripción de todas las contribuciones positivas de
este libro no estaría completa sin mencionar el profundo co-
nocimiento de Claudio de los antiguos sistemas religiosos. Le
ha ayudado a salvar la brecha entre la sabiduría antigua y la
ciencia moderna, por un lado, y el conflicto aparentemente
irreconciliable entre la psicoterapia dinámica y la guía espiri-
tual, por el otro. La reformulación moderna del concepto del
potencial curativo de la agonía y el éxtasis y la discusión de la
relación entre el crecimiento emocional en la psicoterapia y el
crecimiento espiritual bajo la guía de un maestro religioso,
pertenecen a las secciones más interesantes de su libro.
La riqueza de los ejemplos clínicos que ilustran los efec-
tos de las sustancias descritas, así como las diversas técnicas
de manejo de situaciones terapéuticas difíciles, añaden una
dimensión particularmente interesante a este libro. Estas ob-
servaciones tienen sin duda un valor independiente de los
efectos farmacológicos de las drogas con las que ha trabajado

23
El viaje sanador

Claudio Naranjo; hacen de esta publicación un manual prác-


tico de psicoterapia avanzada. El viaje sanador es un tesoro de
información excitante y estimulante sobre investigaciones
innovadoras. Es un libro necesario para todos los estudiantes
serios de la consciencia y de la psique humana interesados en
innovaciones en psicoterapia, psicofarmacología, psiquiatría
experimental y psicología de la religión. Debido a su inusual
claridad, también será una herramienta indispensable para
los legos inteligentes que buscan información fiable en estos
campos.

Stanislav Grof
Jefe de Investigación Psiquiátrica
Centro de Investigación Psiquiátrica del Estado de Maryland
Octubre de 1970

24
prólogo (1973)
sondear el espacio interior

Este libro se completó a principios de 1970, mientras hacía


los preparativos para un viaje que, pensé, podría ser (y en cier-
to sentido así ha sido) sin retorno. Dejaba atrás treinta y siete
años de una vida marcada por el estudio de la música, la filo-
sofía y la medicina, y por la búsqueda de la piedra filosofal.
Había sido un eterno estudiante, siempre insatisfecho y de-
seoso de ir más allá de los límites, hasta el punto de que mi
erudición suponía el aplazamiento de otros aspectos de mi
vida. No había hecho mucho (o, en cierto sentido, nada), ya
que estaba muy ocupado queriendo saber más. Sin embargo,
en esta ocasión en particular (es decir, antes de embarcarme
para Arica, Chile, el 1 de julio de 1970), necesitaba saldar mis
cuentas con la vida como si estuviera a punto de morir; nece-
sitaba hacer mi testamento, por así decirlo. Un aspecto de ello
fue dar expresión a lo que aprendí, y apenas di a conocer, du-
rante mi vida como médico dedicado a la investigación clínica
en psicofarmacología. Sentía que como experimentador —es

25
El viaje sanador

decir, como alguien que elegía por tema el estudio de lo des-


conocido—, tenía el deber de comunicar mis observaciones.
Solo de esta manera, sentía, podría cerrar la puerta a este capí-
tulo de mi vida, si la experiencia que había acumulado podía
ser útil para otros. Tal vez estaba siendo compulsivamente fi-
lantrópico o poseído por el engreimiento de pensar de esa ma-
nera. Sin embargo, al volver a considerar el libro, después de
haberlo dejado envejecer durante varios años en un cajón,
creo que puede resultar una obra útil, ya que se ha escrito
poco para el público en general sobre el campo de la psicote-
rapia asistida por fármacos, y la información sobre los poten-
ciadores de los sentimientos y la fantasía de los que hablo se
ha limitado a unos pocos artículos en revistas científicas.
Aunque terminé este libro en 1970 en California, el tra-
bajo descrito en él se llevó a cabo en su mayor parte entre
1965 y 1966 en Santiago de Chile, donde también escribí el
capítulo de la MDA y concebí el libro sobre las cuatro drogas.
Yo era en ese momento psiquiatra investigador en el pionero
Centro de Estudios de Antropología Médica de la escuela de
medicina de la Universidad de Chile. La creación de este de-
partamento había sido obra de la iniciativa del profesor emé-
rito de fisiología, el Dr. Franz Hoffman, que treinta años
antes había fundado el primer instituto de fisiología de Chile.
Fue un hombre que, a los sesenta años, descubrió que la in-
vestigación fisiológica no lo era todo, y al abrir los ojos a lo
trascendente, despertó de pronto a la dolorosa realidad de la
deshumanización de la medicina. El Centro de Estudios de
Antropología Médica surgió en un intento de diagnosticar
cuidadosamente este proceso de deshumanización, investigar
sus aspectos teóricos y prácticos, y repararlo. La forma en que

26
Sondear el espacio interior

la búsqueda de este objetivo me llevó a la investigación descri-


ta en estas páginas podría ser una larga historia y, sin embar-
go, es una muy simple, condensada en la afirmación de que el
Dr. Hoffman creía en un enfoque orgánico más que organiza-
tivo en la dirección del Centro, y esto, en él, implicaba la fe de
que el mayor bien resultaría del apoyo de las iniciativas y esti-
los individuales. Mi propia iniciativa y estilo fue la de explorar
los posibles efectos revitalizadores de las drogas que parecían,
al menos momentáneamente, abrir vías de expresión esencia-
les y dejar en suspenso los esquemas perceptivos arraigados y
los hábitos condicionados de respuesta de un individuo.
Estoy profundamente agradecido por la oportunidad que
el Dr. Hoffman y la Universidad de Chile me dieron para
hacer lo que más deseaba durante nueve años de mi vida, unos
años que no solo fueron productivos en sí mismos, sino que
también aportaron la base de todas mis comprensiones poste-
riores. La atmósfera de gran relajación que ofrecía este contex-
to de trabajo me permitió enfrentar plenamente lo que no
conocía; la ausencia de distracciones me permitió obtener ex-
periencia de primera mano sobre las cosas; y la falta de tirones
externos o de empujones me permitió acelerar, paradójica-
mente, mi actual exploración del espacio interior: una activi-
dad que en ese momento experimenté con frecuencia como
un salto confiado y, a la vez, arriesgado hacia lo desconocido.
El único aspecto del libro que ahora, varios años después, po-
dría sentirme tentado de cambiar es la tendencia a interpretar
mis «curas» como demasiado definitivas. Ahora preferiría
considerarlas como pasos importantes hacia el objetivo de di-
solver el carácter compulsivo o la estructura de la personali-
dad condicionada.

27
El viaje sanador

Los cuatro agentes farmacológicos de los que hablo en


este libro pertenecen a dos clases: potenciadores de los senti-
mientos y potenciadores de la fantasía, que tienen en común
la característica de ser psicodélicos no psicotomiméticos. Las
dos palabras ‘no psicotomimético’ y ‘psicodélico’ evocan,
más allá de sus denotaciones específicas, connotaciones con-
trastantes. ‘Psicotomimético’ y ‘psicodélico’ han sido los
términos generalmente empleados por diferentes personas y
en el contexto de actitudes características. ‘Psicotomiméti-
co’ (es decir, sustancias que inducen estados que imitan la
psicosis) era un concepto que surgía de la esperanza, en la
mente de los médicos y científicos, de que la psicosis pudie-
ra inducirse experimentalmente y controlarse de manera
que pudiera comprenderse a fondo y se encontrara una res-
puesta para su curación.
Sin embargo, como esta posibilidad entrañaba un peligro,
la palabra pronto adquirió la connotación de una advertencia,
una señal roja y, por extrapolación, un valor negativo. ‘Psico-
tomimético’, por lo tanto, pasó a ser la palabra «estirada» para
‘psicodélico’. ‘Psicodélico’ (que deriva su significado del grie-
go delos, «manifiesto», y por lo tanto es sinónimo de «mani-
festación de la mente»), el término introducido en los años
cincuenta por el Dr. Humphrey Osmond, uno de los investi-
gadores pioneros en el nuevo campo, conservaba la connota-
ción de valor positivo. A diferencia de ‘psicotomimético’, que
sigue siendo el lenguaje del profesional, ‘psicodélico’ se convir-
tió en el lenguaje del lego, que en ese momento se inclinaba
más a ver el aspecto positivo de las experiencias provocadas por
las nuevas drogas. Durante todo este tiempo, una controversia
se fue cociendo a fuego lento, hirvió y luego casi se evaporó sin

28
Sondear el espacio interior

solución: ¿las drogas en cuestión son esencialmente psicotomi-


méticas o esencialmente psicodélicas?
Afortunadamente, en los años sesenta se introdujeron
sustancias en las que las propiedades psicodélicas y psicoto-
miméticas no coexisten. Debido a que las cuatro drogas con
las que he tratado en este libro son psicodélicos no psicoto-
miméticos (es decir, sustancias que expanden la mente y no
provocan manifestaciones psicóticas, excepto en una com-
prensión metafórica o pickwickiana de la psicosis), ofrecen
un interés muy especial para el clínico. Se sitúan en un domi-
nio propio, que se encuentra entre el de las sustancias que no
son lo suficientemente psicodélicas (en el verdadero sentido
del término) como para ser útiles —como la escopolamina,
la anfetamina o el pentobarbital— y el de las sustancias de-
masiado psicotomiméticas, difíciles de manejar y potencial-
mente peligrosas.
Debido a la naturaleza de las experiencias provocadas por
los potenciadores de los sentimientos y los potenciadores de la
fantasía, los protocolos de las sesiones que cito a lo largo del
libro no son cualitativamente diferentes de los de mi práctica
psicoterapéutica en general durante el mismo periodo. Su ca-
racterística distintiva, cuando se contrasta con los anteceden-
tes de mi práctica general, es su densidad experiencial, el
grado en que están preñados de significado. Podría decirse
que los agentes farmacológicos empleados han actuado como
catalizadores o lubricantes psicológicos, eliminando los obstá-
culos, facilitando una actitud de apertura a la experiencia.
Sin embargo, quisiera señalar que los resultados que he
descrito no son independientes de un ingrediente personal y
no son necesariamente obtenibles por cualquiera que emplee

29
El viaje sanador

los cuatro fármacos en psicoterapia. La intuición, la experien-


cia y los datos de investigación de la literatura me llevan a
aceptar la opinión ampliamente compartida de que los resul-
tados psicoterapéuticos son inseparables de un ingrediente
personal. Además, soy consciente de que ha sido mi estado,
más que mis habilidades e información acumuladas, lo que ha
representado la influencia más determinante en las sesiones
que he llevado a cabo. Uno de los aspectos más importantes
de las drogas psicodélicas, sean o no potencialmente psicoto-
miméticas, es que abren a la persona a influencias sutiles, que
pueden ser una bendición o una maldición.
Si las drogas descritas en este libro llegan a ser aceptadas
por la profesión médica, creo que deberían estar sujetas a
algún control que asegure que son usadas por aquellos con
cualificaciones psicológicas, experienciales y técnicas, como
ha sido propuesto por el profesor Joel Elkes, de la Universi-
dad Johns Hopkins, y también por el personal del Centro de
Investigación Psiquiátrica del Estado de Maryland en su pro-
grama de entrenamiento de astronautas del espacio interior.
Aunque no se informa aquí, en mis investigaciones utilicé
controles que contribuyen a fundamentar mi descripción de
los efectos cualitativos distintivos de las cuatro drogas. He in-
formado de la investigación sobre la harmalina en un capítulo
sobre los alcaloides de la harmalina publicado en Ethnophar-
macological Search for Psychoactive Drugs, editado por Bo
Holmstedt y publicado en 1967 por el Department of Health,
Education, and Welfare (Departamento de Salud, Educación
y Bienestar) de Washington; también se ha publicado ante-
riormente información más detallada sobre la MDA, en
Psychopharmacology 5:103-107, en un artículo que apareció

30
Sondear el espacio interior

en 1971. No he publicado los datos correspondientes a las


otras dos substancias, que se encuentran actualmente en un
almacén en Chile, en una montaña de papel que llena varias
cajas. Por lo tanto, me disculpo por no decir más en este mo-
mento aparte de que he dado ibogaína y MMDA a un núme-
ro suficiente de personas a las que también les he dado LSD o
mescalina o MDA o harmalina para cerciorarme acerca de la
consistencia de los informes. También puedo añadir que el
noventa y nueve por ciento de los que han experimentado los
efectos de la ibogaína o la harmalina manifiestan que el efecto
es tan inequívocamente distinto del de los potenciadores del
sentimiento y los psicodélicos comunes que han considerado
ese criterio de experiencia como prueba suficiente de una di-
ferencia objetiva en los efectos de las drogas. Personalmente,
comparto con Gordon Allport la opinión de que la psicología
pasará cada vez más de una mentalidad estadística unilateral
al estudio detallado y naturalista de los individuos.
Creo que la autoconciencia es contagiosa, y los momen-
tos de autodescubrimiento, una vez que se comunican ade-
cuadamente, pueden ser un regalo de la consciencia a los
demás. Nada como este hecho ha llevado tanto a la actual po-
pularización de la literatura psicológica. El verdadero lenguaje
de la psicología no es el latín, sino el simple romance. Si no
me he equivocado al afirmar que las experiencias registradas
aquí están cargadas de significado, que se conviertan en parte
de nuestra conciencia común, y que contribuyan al despertar
del lector individual.
Una última y breve nota: quiero expresar mi deuda para
con Frank Barron, Leo Zeff, Stanislav Grof, Michael Harner,
Carlos Castaneda, Don Juan y los chamanes del mundo.

31
El viaje sanador

Espero y deseo que este libro contribuya al logro de la


paz, la alegría y la armonía en la tierra.

Claudio Naranjo
Kensington, California
Marzo de 1973

32
i
el potencial sanador de la agonía
y el éxtasis:
las drogas en psicoterapia

La asociación entre la aparición de estados alterados de cons-


ciencia y los cambios en la personalidad se ha conocido pro-
bablemente en todos los tiempos. Los chamanes de muchas
regiones inducen estados de trance para que se produzca la
curación; los místicos suelen experimentar estados «visiona-
rios» en el momento de su «conversión»; los pacientes en las
últimas etapas de psicoanálisis a veces alucinan o exhiben
otras manifestaciones psicóticas transitorias.
El uso deliberado de estados alterados de consciencia en
la labor terapéutica se inscribe sobre todo en el ámbito de la
hipnoterapia y de la utilización de drogas psicotrópicas. Tam-
bién, recientemente ha surgido un interés por la noción de
«desintegración positiva» (Dabrowski) y el valor de la expe-
riencia psicótica cuando se asimila adecuadamente, siendo la
experiencia con drogas, con mucho, el método de más amplia
aplicabilidad.

33
El viaje sanador

Las primeras drogas que se emplearon ampliamente para


facilitar la intención terapéutica fueron los barbitúricos y las
anfetaminas. El barbitúrico intravenoso fue empleado por
primera vez por Laignel-Lavastine (1924) como un medio de
«revelar el inconsciente», y más tarde se convirtió en la base de
los procedimientos conocidos como narcoanálisis (propuesto
por J.S. Horsley, 1936), narcosíntesis (Grinker) y otros.
El primer uso de un estimulante central como comple-
mento de la psicoterapia parece haber sido el «shock anfeta-
mínico» de J. Delay, seguido del «Weckanalyse» de Jantz.
Antes de esa época, Myerson (1939) había descrito el uso
combinado de benzedrina intravenosa y amital sódico, pero el
interés por este procedimiento aumentó notablemente en los
años cincuenta, cuando las anfetaminas intravenosas pasaron
a utilizarse con mayor frecuencia.
Después de los estimulantes y los tranquilizantes, los alu-
cinógenos se convirtieron en un objeto de interés como facili-
tadores de la psicoterapia. A la experimentación clínica de
Federking (1947) con pequeñas o medianas dosis de mescali-
na siguieron la de Abramson, que abogó por el uso de peque-
ñas dosis de LSD-25 en el curso del tratamiento psicoanalítico
por el estado mental inducido por la droga, y la de Sandison,
que aportó una perspectiva junguiana al proceso.
En los años siguientes no solo aparecieron drogas cualitati-
vamente similares (psilocibina y otras triptaminas), sino tam-
bién formas disímiles de abordar el estado mental que estas
provocaban. Fuera del campo de la medicina, muchos queda-
ron impresionados por el valor espiritual intrínseco de la «ex-
periencia psicodélica» y se sintieron más interesados en ella
que en cualquier aplicación terapéutica. En particular, Aldous

34
Las drogas en psicoterapia

Huxley tuvo una gran influencia al llamar la atención sobre los


aspectos religiosos y estéticos de estas drogas. Otros considera-
ron que tales estados no eran ajenos a la cuestión del cambio de
comportamiento, sino que, de hecho, son la clave para el cam-
bio, y por lo tanto diseñaron su procedimiento y entorno de
manera que se maximizara la probabilidad de vivir experien-
cias cumbre. Esta fue, por ejemplo, la forma en que Hoffer y
Osmond abordaron su tratamiento de alcohólicos en Saskat-
chewan y en que el grupo de Harvard llevó a cabo su proyecto
de rehabilitación en una prisión de Massachusetts.
Las drogas sobre las que trato en este libro son solo algunas
de las descubiertas o redescubiertas en años posteriores, y su-
gieren que estamos viendo solo el comienzo de las posibilida-
des de provocar estados de consciencia específicos distintos del
habitual. Por otra parte, las drogas que ya conocemos —esti-
mulantes, tranquilizantes, alucinógenos y las que se describi-
rán en los siguientes capítulos— indican que no es un estado
mental particular el que puede ser ventajoso para la explora-
ción psicológica o la interacción terapéutica: cualquiera de una
serie de alteraciones inducidas artificialmente en el patrón ha-
bitual de la personalidad de un individuo puede constituir una
ventaja única para romper los círculos viciosos de la psique,
poniendo de relieve dominios desconocidos del sentimiento o
el pensamiento, o facilitando experiencias correctivas, en las
que las funciones subdesarrolladas se estimulan temporalmen-
te o las sobredesarrolladas se inhiben.
Las cuatro drogas de las que trata este libro pertenecen,
tanto químicamente como en términos de sus efectos subjeti-
vos, a dos grupos. El de las fenilisopropilaminas, que compren-
de la MDA y la MMDA, y que se caracteriza principalmente

35
El viaje sanador

por sus efectos de mejora de la sensación, agudización de la


atención, aumento de la fluidez en las asociaciones y la co-
municación. El otro, el de los indoles policíclicos (ibogaína,
harmalina) bien podría denominarse, por sus efectos, oneiro-
frénico, término que Turner sugirió para los alcaloides har-
mala. Su efecto en la mayoría de los sujetos es el de provocar
vívidas secuencias oníricas que pueden ser contempladas
mientras se está despierto con los ojos cerrados, sin pérdida
de contacto con el entorno ni alteraciones del pensamiento.
Sin embargo, la cualidad que hace que las drogas de ambos
grupos sean valiosas para la psicoterapia es la de facilitar el
acceso a procesos, sentimientos o pensamientos que de otro
modo serían inconscientes, cualidad que merece ser llamada
«psicodélica» en el sentido de la palabra pretendido por Os-
mond: «Manifestación de la mente». Dado que se diferen-
cian de los alucinógenos en que no provocan los fenómenos
de percepción, despersonalización o cambios de pensamien-
to característicos de estos últimos y, sin embargo, comparten
con ellos una intensificación de la conciencia, bien podrían
denominarse psicodélicos no psicotomiméticos.
No solo existen claras diferencias entre los diversos tipos
de drogas psicotrópicas, sino también características indivi-
duales en el efecto de cada una, y una variedad de posibles
síndromes que cada una de ellas puede provocar. A veces
puede ser difícil discernir algo en común entre las diferentes
reacciones posibles a la misma sustancia, pero en otros casos
podemos descubrir que lo que parece ser muy diferente es
solo una presentación distinta del mismo proceso. Así como
la pérdida de ego que provoca el LSD puede experimentarse
como un éxtasis de unidad con todas las cosas o bien como un

36
Las drogas en psicoterapia

aferramiento desesperado a una identidad tenue, el miedo al


caos y a la locura, también la mayor conciencia realista del
presente que provoca la MMDA puede experimentarse como
una plenitud serena o, para quien no esté preparado para
afrontar el momento, como una ansiedad atormentadora,
una vergüenza, una culpa.
El número de síndromes típicos provocados por cada
droga es superior a dos, ya que también depende de los tipos
de personalidad, y cada uno de ellos exigirá cierta especifici-
dad en el enfoque psicoterapéutico óptimo. Sin embargo,
gran parte de la actitud del terapeuta hacia la situación depen-
derá de su comprensión de la dimensión implícita en los con-
trastes arriba mencionados. Es una polaridad de placer-dolor,
así como de la integración de la personalidad frente a la desin-
tegración en este momento, y de tal cosa quiero tratar en las
siguientes páginas.

Experiencia cumbre frente a aumento de la patología

Al parecer, todas las drogas psicoactivas, desde los barbitúri-


cos hasta la ibogaína, pueden provocar estados mentales pla-
centeros o desagradables, estados que parecen más deseables
que los habituales y otros que se caracterizan no solo por el
sufrimiento sino por la falta de un buen pensamiento, de ac-
ciones apropiadas o de una percepción precisa de la realidad.
Huxley ha descrito algo del característico «cielo e infierno» de
la mescalina, y esas palabras se han convertido en estándar
para muchos de los que están familiarizados con los efectos de
los alucinógenos similares al LSD. No obstante, hay tantos

37
El viaje sanador

cielos e infiernos como drogas. La reacción de un individuo


determinado a lo largo del continuo puede depender en parte
de su constitución. Así, Sheldon ha señalado que el somatotó-
nico activo y enérgico tiende a reaccionar al alcohol volvién-
dose más activo o agresivo, el viscerotónico más sociable, más
emocional y hablador, y el cerebrotónico introvertido, más
retraído y melancólico.
Sin embargo, cualesquiera que sean los rasgos de persona-
lidad que a menudo pueden predisponer a una determinada
reacción ante una u otra droga psicoactiva, para los casos que
se examinan en el libro está suficientemente claro que un de-
terminado individuo puede mostrar reacciones de diferentes
tipos en diversas ocasiones en que se le administre, y también
en momentos distintos durante el curso de una misma sesión.
Además, parece bastante seguro que la obtención de una ex-
periencia «celestial» o «infernal» dependerá en gran medida de
la actitud de la persona en el momento, el entorno, la relación
con el terapeuta y la intervención de este durante la sesión. Y
puesto que esto permite cierto grado de deliberación en la
elección de una experiencia de un tipo u otro, es deseable
comprender qué valor puede tener cada una de ellas para el
objetivo de la psicoterapia.
¿Cuál es la naturaleza de estas experiencias, en primer
lugar —la «positiva» y la «negativa»—, y qué es lo que las
hace agradables o desagradables? La gama de experiencias
cumbre, tanto en la vida ordinaria como en las condiciones
psicofarmacológicas en general, comprende una variedad de
estados que, yo sugeriría, tienen en común el hecho de ser
momentos en los que se descubren o se contacta con valores
esenciales.

38
Las drogas en psicoterapia

Usamos la palabra ‘valor’ de varias maneras. Más que indi-


car diferentes tipos de valor, estas apuntan a procesos psicológi-
cos totalmente diferentes que pueden dar lugar a juicios de
valor. A una de estas maneras propondría que la llamáramos
valor ‘normativo’, ya que aquí el ‘valor’ consiste en la acepta-
ción o el rechazo de algo (persona, acción, objeto, obra de arte,
etc.) según una regla preestablecida. Dicha regla puede ser im-
plícita o inconsciente, es decir, darse como el proceso de equi-
parar la percepción continua con algo contrario. Puede consistir
en una determinada norma de «buen gusto», una noción de
cómo debería ser una buena persona, en qué consiste la buena
vida, etc. En este proceso de atribución de valor, el ‘valor’ es
una idea-sentimiento-acción que depende de la naturaleza de la
experiencia o el condicionamiento pasados.
Pero cuando nos gusta el sabor de una manzana, cuando
disfrutamos de respirar aire fresco, o tenemos una verdadera
experiencia de belleza, amor o arrebato místico, el valor no es
algo calculado a partir de la coincidencia o no coincidencia de
la experiencia en curso con un estándar, sino el descubrimien-
to de algo que parece vivir en el momento y que posiblemente
era desconocido antes. Y, además, las normas han encontrado
generalmente origen en tal descubrimiento del valor antes de
que cualquier norma existiera... «Y Dios vio que era bueno».
La variedad de experiencias de valor intrínseco puede en-
tenderse como un continuo o una progresión que va desde el
nivel más simple de deleite sensual hasta el nivel más abarcador
de arrebato místico. El primero es el dominio del verdadero
placer, que debe diferenciarse de la mayoría de las experiencias
que normalmente consideramos placenteras. Estas constitu-
yen no tanto el descubrimiento de un valor intrínseco sino el

39
El viaje sanador

alivio de los puntos finales de tensión del disgusto (sed, ham-


bre, etc.). El disfrute de las impresiones sensoriales no está liga-
do a la necesidad o al instinto, sino que, como todo valor
intrínseco, se experimenta como algo que pertenece al ‘objeto’
mismo (el color, el sabor, el sonido, etc.) y por lo tanto parece
gratuito. Podría considerarse como la forma más elemental de
amor, en el sentido de que trae consigo una apreciación, un
decir sí a la realidad en su detalle, en su tejido o en su materia,
más que en sus formas específicas o en los seres constituidos
por ella. Esta es la cualidad que, en el dominio del sonido,
Stokowski ha llamado el cuerpo de la música, en contraposi-
ción al alma de la música, y que tiene una belleza propia, al
igual que el cuerpo de una persona.
Pero el alma del arte está en el dominio de la belleza pro-
piamente dicha, que difiere del placer no solo en su calidad
sino en su objeto. Mientras que este último consiste en el dis-
frute de impresiones sensoriales aisladas, en la belleza es el
conjunto lo que se aprecia: un objeto, un símbolo o una per-
sona ciertamente dotados de cualidades sensoriales pero no
definibles en términos de estas. Así como una buena música
puede ser tocada en un instrumento de baja calidad tonal, una
pintura sin valor puede ser hecha con los más bellos colores.
Lo que una cualidad sensorial es para el placer, y lo que
una configuración entera es para la belleza, un ser es para el
amor. Y como una cosa es más que sus cualidades sensoriales,
un ser es más que su corporeidad. De igual manera que una
persona tiene un cuerpo o se expresa a través del cuerpo, el
espíritu que concibe una obra de arte habla a través de ella
pero es diferente de su forma particular. Y cuanto más nos
adentramos en una obra, más nos aproximamos al encuentro

40
Las drogas en psicoterapia

con el espíritu del autor transmitido por su estilo. En verdad,


una de las experiencias más profundas en la percepción del
arte es la del amor por el ser expresado en él, ya sea el de
Bach, Dostoievski, Van Gogh, o el de quien ha creado a par-
tir de un espíritu y no solo ha decorado el espacio y el tiempo
al azar (pero para encontrar tal espíritu verdaderamente, de-
bemos ser uno, en lugar de una sucesión de sucesos aleatorios
en ese lugar que llamamos ‘yo’). Y cuando amamos un obje-
to, es también un ser para nosotros, más allá de su apariencia
física, que puede ser hermosa o no. Tal vez fue el amor por
todas las cosas lo que hizo que Gauguin dijera: «Una cosa no
siempre es bonita, pero siempre es hermosa». No digo que
haya en los objetos algún tipo de objeto-alma, sino que solo
señalo la calidad de nuestra propia experiencia posible. En
un caso, el objeto es solo un agregado de cualidades físicas, y
en el otro, lo personificamos hasta cierto punto y nos relacio-
namos con él como un ser, un individuo, a veces implícita-
mente, como cuando lavamos un plato con amoroso cuidado,
o más o menos explícitamente cuando no queremos separar-
nos de un querido suéter viejo.
Así como un ser es el objeto del amor, ser en sí mismo es el
objeto de los sentimientos que transmiten las palabras santi-
dad y sacralidad, la maravilla de existir, no importa en qué
forma, el milagro y el don de esa afirmación que creó este
mundo: ‘Existencialidad’, como Huxley traduce la Istigkeit de
Eckhardt.
Y así como no estamos dotados para encontrar la belleza
en todas las formas o para amar a todos seres, también esta-
mos limitados en el sentido de que podemos sentir el ser solo
a través de ciertos seres, ciertas cosas, sonidos, personas; estos

41
El viaje sanador

agitan nuestra religiosidad intrínseca, que puede o no estar


relacionada con la idea de Dios o las concepciones religiosas
convencionales.
Si las experiencias cumbre son aquellas en las que se en-
cuentran los valores intrínsecos —que van desde la afirma-
ción más elemental de los datos perceptivos, a través de la
belleza y el amor, hasta la afirmación de la experiencia en sí
misma, el terreno común de las cosas—, entonces, ¿cuál es el
otro extremo del continuo cielo/infierno?
Superficial o descriptivamente, esto corresponde al realce
de los síndromes que son bien conocidos en la tradición psi-
quiátrica: manifestaciones psicosomáticas o de conversión,
reacciones de ansiedad o depresión, amplificaciones de la pa-
tología del carácter, estados transitorios de delirio o catatonia,
y un largo etcétera.
Más profundamente, me gustaría proponer que estos es-
tados son solo el producto final de una negación de los valores
intrínsecos. La valoración, la apreciación en todas las formas y
a todos los niveles, es una fuerza provida que no solo afirma el
mundo sino que constituye nuestra única forma de vivir ver-
daderamente. Y de la misma manera que existe ese sí a la vida,
existe un no activo, una fuerza de negación que corre una cor-
tina sobre la alegría intrínseca de la existencia, nos hace inca-
paces de amar e «infieles» a los sentimientos que nos llevarían
a adorar la existencia en sí misma.
Una droga solo hace que un aspecto de la psique de una
persona se manifieste más. Según la capacidad del individuo
para aceptarlo o no, estará en contacto con un valor o en con-
flicto entre su tendencia optimizada y su subjetividad de nega-
ción. Ese conflicto puede conducir naturalmente a la represión,

42
Las drogas en psicoterapia

a la expresión simbólica sustitutiva a través del cuerpo o la


mente, a formaciones reactivas, a la ansiedad respecto a soltar.
Sin embargo, esa experiencia no carece de valor porque
entraña un choque tan inusual y a menudo dramático de las
fuerzas de la personalidad que el conflicto puede así quedar
expuesto, ser comprendido y finalmente resuelto. Exponer el
conflicto —un conflicto que es básicamente el de ser o no ser,
el de estar a favor o en contra de uno mismo— equivale a ex-
poner al «monstruo» de la mente en la que se originó la fuerza
de negación. La resolución del conflicto, que es lograr la uni-
dad, puede compararse con el asesinato del dragón en los
mitos clásicos y la adquisición de su poder o, alternativamen-
te, con la doma de la bestia, en virtud de la cual sus energías
moribundas se ponen ahora al servicio de la vida.
El proceso del «descenso» a lo patológico, caótico y des-
tructivo como medio de integración personal no es un descu-
brimiento de la psicoterapia contemporánea. Podemos encon-
trarlo, por ejemplo, explícitamente reconocido por Dante en la
concepción de su Divina comedia. El poema comienza cuando
el autor, en la mitad de su vida, se encuentra perdido «en un
bosque oscuro» en el que ha entrado «mientras dormía». Él vis-
lumbra la «alta montaña» en la distancia y quiere escalarla y así
alcanzar su meta más elevada. Pero esto no es posible. Tres bes-
tias feroces (diferentes transformaciones de la misma) obstru-
yen sucesivamente su camino. Su guía, el poeta latino Virgilio,
aparece entonces para decirle que tal «camino directo» es impo-
sible y que primero debe pasar por el inframundo.
Luego, Dante cuenta cómo siguió a su guía y tuvo que
contemplar una tras otra las diferentes aberraciones del ser
humano hasta que, mucho más tarde, habiendo pasado por el

43
El viaje sanador

infierno y el purgatorio, se le dice que estas constituyen «enfer-


medades del amor», «el amor que mueve el sol y las otras estre-
llas». Y el proceso que Dante describe en la Comedia es muy
relevante para lo que podemos decir sobre la utilización de las
experiencias «infernales» provocadas por las drogas. Es la com-
prensión tradicional de la forma contemplativa en el desarrollo
espiritual. Todas las pasiones son vistas y reconocidas como
diferentes del ‘yo’, el centro de la propia existencia. No sin es-
trés o dolor, Dante se enfrenta a las diferentes escenas del in-
fierno, y en ocasiones es incapaz de permanecer consciente
ante la conmoción («e cade como corpo morto cade»), pero man-
tiene una actitud desapegada y deja todo atrás.
La presencia o consciencia es, de hecho, el único ele-
mento que la mayoría de los psicoterapeutas de hoy en día
indicarían como el motor esencial de la transformación. La
consciencia de nuestros procesos es lo que puede ponerlos
bajo nuestro control, hacerlos «nuestros». Y, paradójica-
mente, en el acto de ser conscientes no solo somos «eso»,
sino una entidad más abarcadora que puede seguir existien-
do con o sin «eso». «El espíritu es la libertad», dice Hegel.
Esta es la diferencia entre el infierno y el paraíso de Dante,
así como entre el principio y el final de una psicoterapia exi-
tosa. Porque el infierno y el paraíso no se diferencian en las
fuerzas que allí se retratan: así como hay un infierno de luju-
ria, también hay en la Comedia un círculo en el paraíso
donde moran los espíritus amantes, y al infierno de la ira
corresponde el de los espíritus militantes; al de la gula, el de
los glotones del maná celestial, y así sucesivamente. La dife-
rencia radica únicamente en que, lo que en el infierno se
manifiesta como una pasión (algo «sufrido» pasivamente), es

44
Las drogas en psicoterapia

en el paraíso una «virtud», del indoeuropea vir: fuerza, ener-


gía, y también del latín vir: hombre.
El efecto transformador de la consciencia en los procesos
de la vida es una transmutación por la cual se convierten más,
y no menos, en lo que son. Es como si el estado de consciencia
descrito como «infierno» fuera uno en el que nuestras ener-
gías, al no saber lo que realmente quieren, perdiendo sus ver-
daderos objetivos, hubieran extraviado sus canales naturales.
Cuando cada parte del hombre recuerda lo que realmente
quiere, la enfermedad se convierte en salud, y lo que una vez
fue una parodia de la vida se convierte en una cualidad que
antes había sido una mera sombra.
El viaje a través de los infiernos químicamente abiertos
no es diferente en esencia de la antigua forma de autoconoci-
miento ni del proceso que tiene lugar a través de la exposi-
ción a las modernas terapias de insight.1 Hay diferencias
técnicas en los tres casos, pero la principal diferencia estriba
en la intensidad del proceso, de modo que, bajo el efecto de
las drogas, los meses pueden ser dramáticamente concentra-
dos o condensados en horas. El proceso sigue siendo el
mismo que en todas las «formas de crecimiento»: un acto de
reconocimiento de lo que se ha evitado o alejado de los lími-
tes de la conciencia. Dado que lo que evitamos mirar es lo
que tememos, esto debe ser un acto de valor. Y puesto que

1. Percatación o visión interna (a veces traducido inapropiadamente


como «darse cuenta»), en terapia gestalt, mediante un insight, el sujeto
capta, internaliza o comprende una verdad revelada, ya sea de un modo
inesperado o después de un trabajo profundo, simbólico o generado me-
diante técnicas o herramientas de psicoterapia, o por cualquier otra vía de
toma de conciencia. (N. del E.)

45
El viaje sanador

mucho de lo que no permitimos entrar en nuestro campo de


consciencia es doloroso, incómodo o humillante, la adquisi-
ción de tal autoconocimiento puede participar de estas mis-
mas cualidades. El dolor o la angustia de algunas experiencias
con drogas pueden entenderse como el dolor o el miedo con-
densado y concentrado de meses o incluso años de autodes-
cubrimiento, y puede ser el precio inevitable que una persona
tiene que pagar por ver su realidad.
La experiencia nos dice que esa reacción es temporal,
siendo el fin de la vía purgativa la autoaceptación, pero es
dudoso que se pueda alcanzar ese fin sin comenzar por el
principio, exponiendo las heridas que deben curarse: conflic-
tos que deben reconciliarse, odio a sí mismo que debe reexa-
minarse, vergüenza y culpabilidad que debe trabajarse, y así
sucesivamente.
El hecho de que la curación se produzca demuestra que
los problemas y las fuentes de sufrimiento han sido en cierto
modo ilusorios.
Si la intensificación de la conciencia provocada química-
mente produce una mejora de la patología, ello se debe úni-
camente a que la normalidad se mantiene en parte a costa de
la anestesia psicológica, y el ajuste suele ser de naturaleza de
negación más que de trascendencia de la agitación interior.
Sin embargo, un paso más en la toma de consciencia puede
mostrar que toda esta patología que ahora queda al descu-
bierto solo puede prosperar en la oscuridad, y que los conflic-
tos que la causan son el resultado de la confusión, de la propia
inconsciencia.
La paradoja en la que se basa la psicoterapia es que el su-
frimiento que evitamos se perpetúa simplemente a través de la

46
Las drogas en psicoterapia

evasión. Solo avanzando hacia el miedo y enfrentándose al


monstruo que es la fuente de la agonía puede descubrirse que
no hay ningún monstruo al que temer. Esto a veces encuentra
una expresión dramática en sesiones en las que un individuo
siente que va a morir realmente, pero, en el momento de ceder
a la muerte, se despierta al éxtasis de una mayor vitalidad; o en
otras en las que siente que se está volviendo loco, pero, cuan-
do finalmente es capaz de entregar el control, descubre que
esto solo era una expectativa catastrófica para él, que la caja de
Pandora estaba realmente vacía, haciéndose obvio su impulso
de control.
Podemos conceptualizar el proceso como uno de com-
prensión de la distinción entre realidad e ilusión, como uno
de «desintegración positiva» (Dabrowski) o, conductualmen-
te, como uno de reacondicionamiento y «desensibilización» a
través de la exposición a lo evitado en una atmósfera de apoyo,
o de cualquier otro modo. Sin embargo, a efectos prácticos,
parece claro que lo mejor que puede hacer el terapeuta es per-
manecer junto al viajero en el infierno, como hizo Virgilio
con Dante, recordándole su objetivo, dándole valor para dar
un paso adelante y ver, empujándolo incluso, cuando quiera
retirarse por miedo. Creo que la comprensión de que el infier-
no no es un infierno debe venir de la realización interior, y no
de un bien intencionado acomodamiento y lavado de cere-
bro, por lo que me encuentro una y otra vez diciéndoles a mis
pacientes: «Quédate ahí». Permanecer en el infierno es la
forma de atravesarlo, sea como sea.
Aun así, más allá del infierno está el purgatorio, y los sím-
bolos de Dante pueden ser tan relevantes para el proceso tera-
péutico tanto en este como en otros puntos. El infierno es un

47
El viaje sanador

estado de impotencia y sufrimiento sin esperanza; el purgato-


rio es uno de los sufrimientos escogidos para alcanzar una
meta. En el primero, el hombre es una víctima; en el segundo,
un penitente. En el infierno, el hombre solo contempla su
realidad, siendo, por así decirlo, inundado por la evidencia de
su atrocidad. El purgatorio comienza cuando la vigilancia con
los ojos abiertos ya no es una amenaza, pero sigue siendo un
desafío para actuar. Este es el comienzo de la vía activa, en
contraste con la vía contemplativa, y los dolores del purgatorio
están en la naturaleza de la fricción entre la expresión de un
ser y los obstáculos arraigados de su personalidad. Es un en-
frentamiento con lo que solo puede ser confrontado o llevado
a la conciencia a través del desafío de ir en su contra. En las
imágenes de Dante es el ascenso a una montaña. En términos
psicológicos, es el coraje de ser, de expresar la naturaleza esen-
cial de uno a pesar de la oposición. En el contexto psicotera-
péutico, y en particular en el de las drogas psicoactivas, la
acción suele desarrollarse en el contexto social muy limitado
de la relación con el psicoterapeuta, pero puede extenderse a
los medios abstractos del arte o al dominio potencialmente
ilimitado de la representación imaginativa. La importancia de
la acción llevada a cabo en el medio de la imaginería visual o
de la representación dramática explica el énfasis que se da a las
técnicas de la terapia gestalt y de la ensoñación guiada en los
casos que se presentarán a lo largo de este libro.
Puede parecer obvio que el proceso de cambio interior
deba comenzar con la inevitablemente dolorosa contempla-
ción de aquellos aspectos de la presente realidad psicológica
distorsionada que deben ser transformados. Sin embargo,
hay mucho que decir sobre un enfoque complementario en

48
Las drogas en psicoterapia

la psicoterapia: el de promover el crecimiento y la expresión


de los aspectos saludables de la personalidad en lugar de la
destrucción de los viejos patrones, el desarrollo de una com-
prensión más firme de la realidad en lugar del análisis del
mundo fantasma de imágenes e interpretaciones cuestiona-
bles de la existencia. En el dominio de la terapia con drogas,
esto se convierte en el tema de la utilización de las experien-
cias cumbre.
Entre los psicoterapeutas que utilizan LSD y drogas simi-
lares, parece estar claro que ha habido una tendencia de algu-
nos a buscar unilateralmente la obtención de experiencias
cumbre y a interpretar el «mal viaje» como un accidente que
no consideran como un desafío para trabajar. Por otra parte,
hay quienes son hábiles en el manejo de manifestaciones pa-
tológicas y conflictos pero se sienten perdidos ante episodios
felices que no tienen cabida en su marco conceptual.
Si tanto la agonía como el éxtasis de las experiencias con
drogas tiene un potencial de curación psicológica, es impor-
tante que conozcamos el lugar que ocupan, lo que podemos
esperar de cada uno en el tratamiento del individuo, y cuál es
la mejor manera de tratar con ello cuando sucede en el curso
de una sesión.
Por más técnica que parezca la cuestión, creo que el tema
de cómo se relacionan estos dos tipos de experiencia es solo
un caso particular que forma parte de uno más amplio sobre
la relación entre psicoterapia y búsqueda espiritual, tal y como
aparece descrita por escritores y maestros místicos.
Cuando se trata de comprender las experiencias con dro-
gas, las actitudes o las creencias sobre la relación entre la psi-
coterapia y la búsqueda espiritual varían tanto como cuando

49
El viaje sanador

se trata de la experiencia humana en general. Sin embargo, la


tendencia más generalizada es juzgarlas como no relaciona-
das, por muy importantes que sean unas u otras. Así, hay
quienes destacan el lado «trascendental» y consideran la psico-
terapia como un asunto bastante trivial, y quienes, o bien
miran todo lo «místico» con sospecha, o lo consideran como
de interés cultural aunque irrelevante para el objetivo más ele-
vado de curar la mente. Los psicoterapeutas que tienen en
cuenta la relevancia de las disciplinas espirituales en su campo
de trabajo (como Fromm, Benoit o Nicoll) o los pensadores
religiosos interesados en la psicoterapia (como Watts) son una
minoría, y su número disminuye cuando buscamos a aquellos
que tienen nociones definidas de cómo se relacionan las ideas
y procedimientos de estos diferentes campos, y no solo un in-
terés dividido.
Desde mi punto de vista, la psicoterapia (bien entendida)
y el misticismo o esoterismo (bien entendido) no son más que
diferentes etapas en un único viaje del alma, diferentes niveles
en un proceso continuo de expansión, integración y autorrea-
lización de la consciencia. Las cuestiones centrales de ambos
son las mismas, aunque los fenómenos encontrados, los esta-
dos psicológicos tratados y las técnicas apropiadas para ellos
pueden diferir. Algunas de estas cuestiones, como he detalla-
do en otra parte, son, además de la expansión de la conscien-
cia, el del contacto con la realidad, la resolución de conflictos
en un conjunto cada vez más amplio, el desarrollo de la liber-
tad y la capacidad de entregarse a la vida, la aceptación de la
experiencia y, muy particularmente, un cambio de identidad
que conduce de la promulgación de un concepto de sí mismo
a la identificación con el yo real o con la esencia.

50
Las drogas en psicoterapia

La relación entre la búsqueda de la cordura y la ilumina-


ción podría verse como la que existe entre los misterios meno-
res y mayores de la Antigüedad. Mientras que los primeros
tienen por objeto la restauración del «hombre verdadero», el
«hombre original», el objetivo de los segundos es la trascen-
dencia de la condición humana, la adquisición de cierto grado
de libertad con respecto a las necesidades o leyes que determi-
nan la vida humana ordinaria mediante la asimilación a un
estado de ser radicalmente diferente. La brecha entre la cons-
ciencia estrictamente humana, incluso en su manifestación
más plena, y esta «otra orilla», está en la raíz de símbolos como
el de un puente o el del océano que hay que cruzar, o una es-
calera que hay que escalar (no solo una montaña terrestre) y,
en particular, los de la muerte y el renacimiento, que pueden
encontrarse en todas las tradiciones místicas y religiosas.
El «hombre original», el «hombre natural», es el objetivo
de la psicoterapia. Se trata del ser humano liberado del «peca-
do original», el hombre que no se vuelve contra sí mismo sino
que realiza su potencial en la afirmación de sí mismo y de la
existencia. Tal es el hombre que Dante, en su síntesis monu-
mental de la cultura de la Antigüedad y del cristianismo, sitúa
en la cumbre del purgatorio: el paraíso terrenal. El paraíso, sí,
pero aún no es el cielo, pues este se encuentra más allá del
mundo sublunar de Aristóteles; sus «círculos» son los de los
planetas, el sol y las estrellas fijas.
Del mismo modo que en el viaje de Dante, solo después
de alcanzar la plenitud de la condición humana ordinaria (ad-
quirida después del infierno y del purgatorio), puede elevarse
por encima de la tierra, así la mayoría de las tradiciones espiri-
tuales reconocen la necesidad de una vía purgativa antes de la

51
El viaje sanador

vía unitiva, esto es, la necesidad de que el hombre realice su


verdadera naturaleza como ser humano antes de que pueda
aspirar a realizar su naturaleza divina, de que establezca orden
y armonía en su vida antes de que su alma pueda ser receptiva
a lo «sobrenatural», que es solo esa parte de lo natural que se
encuentra más allá de su comprensión y conciencia ordinaria.
Sin embargo, estas etapas no están bien definidas en la
realidad práctica, ya que las experiencias extáticas y visionarias
pueden tener lugar antes de que la personalidad humana esté
preparada para vivir de acuerdo con su contenido, o incluso
comprenderlo. Las escuelas espirituales de todas las tierras
muestran una actitud bastante ambivalente hacia estos esta-
dos exaltados. Por un lado, el gurú del yogui advierte al discí-
pulo de que no se fascine por la adquisición de «poderes»
especiales que puedan desviarlo del verdadero objetivo; el
místico cristiano advierte a los monjes sobre la fascinación de
las «visiones» y el arrebato emocional; el maestro Zen consi-
dera que las experiencias alucinatorias durante la meditación
son makyo («de la esfera de demonios y monstruos»); y, en
general, encontramos referencias al peligro que supone el
contacto con lo oculto por parte de los «no preparados». La
preparación en este contexto no significa tanto la adquisición
de conocimiento como de un desarrollo personal sin el cual el
camino del misticismo se convierte en el de la magia: una bús-
queda de lo sobrenatural al servicio del ego en lugar de la bús-
queda de un orden sobrenatural al que el ego puede llegar a
estar subordinado; la comprensión viva de un todo mayor en
el que el individuo puede encontrar su verdadero propósito.
Por otra parte, estas experiencias del cielo sin purgatorio,
de samadhi antes de la iluminación, de gracia antes de la unión

52
Las drogas en psicoterapia

mística, de estados excepcionales de consciencia antes del


logro de la plena madurez espiritual, no solo son buscados a
través de prácticas específicas, sino que se consideran semillas
de transformación.
Creo que el mismo punto de vista dual es aplicable a las
experiencias cumbre que ciertas drogas psicoactivas pueden
provocar en algunas personas. Más a menudo que las discipli-
nas o los rituales de meditación, pueden provocar un cielo sin
purgatorio, estados de percatación de verdades universales
que están en el centro de los misterios religiosos, sin que ello
vaya acompañado de la comprensión o el cambio de la perso-
nalidad defectuosa del sujeto. El individuo puede usar tal ex-
periencia para aumentar la vanidad del ego o para el cambio
de personalidad, para la autojustificación y el estancamiento,
o como una luz para mostrarle el camino.
Por mucho que se pueda decir del valor terapéutico de las
experiencias cumbre, creo que hay una ventaja abierta en el
punto de vista (presentado con más detalle en el capítulo III)
de que el cambio de personalidad es distinto de las experien-
cias cumbre, cualquiera que sea la relación entre ellas. Cual-
quiera de ellas puede ser un paso hacia la otra, pero puede ser
importante tener en cuenta que una «experiencia mística»,
por ejemplo, solo facilita la curación psicológica (dando al in-
dividuo una perspectiva más elevada de sus conflictos, por
ejemplo), y la salud psicológica solo proporciona un estado
más receptivo para la experiencia más profunda de la realidad
que constituye el núcleo de las experiencias cumbre.
El hecho de que la «experiencia mística» que a veces se
produce por la acción de drogas de uno u otro tipo tenga, al
parecer, menos influencia en la vida del individuo, en general,

53
El viaje sanador

que las experiencias espontáneas del mismo tipo (o las que


han sido resultado de una disciplina espiritual sistemática), ha
invitado a menudo a preguntarse si ambas son realmente de la
misma naturaleza.
Es natural esperar que una experiencia religiosa espontá-
nea sea más permanente que una facilitada por un agente ex-
terno, ya que el mero hecho de que ocurra la primera indica
una personalidad compatible con ella o con sus implicacio-
nes. Cuanto mayor sea la influencia externa —química o de
otro tipo— necesaria para que se produzca, más se puede su-
poner la existencia de obstáculos psicológicos a la misma, así
como un desfase entre los valores, el sistema de motivación y
el punto de vista habitual en el estado ordinario y en el no or-
dinario. Sin embargo, si imaginamos la experiencia cumbre
artificialmente inducida como una liberación momentánea
de la prisión de la personalidad ordinaria y de sus conflictos
incorporados, podemos hablar de su valor para dar al prisio-
nero un sabor de libertad y una perspectiva de la vida más rica
que la de su celda solitaria. Tal experiencia contribuirá a su
liberación permanente reforzando su incentivo, haciendo añi-
cos sus idealizaciones de la vida en prisión, dándole una valio-
sa orientación e información de fuentes externas sobre qué
hacer para obtener su libertad. Mucho de esto depende de la
actividad del prisionero mientras la puerta de su celda perma-
nezca temporalmente abierta. En un caso, puede que ni si-
quiera abra la puerta, porque tiene demasiado sueño o miedo
a la vida más allá de los muros en los que se ha acostumbra-
do a vivir. O puede salir a buscar algo de comida en la habita-
ción de al lado, o simplemente ir a dar un paseo y disfrutar del
paisaje. Alternativamente, puede estar preocupado sobre todo

54
Las drogas en psicoterapia

con el uso de su tiempo para asegurar su libertad permanen-


te. Puede encontrar ayuda, o instrumentos que utilizar para
quitar los barrotes cuando se encuentre encerrado de nuevo,
o puede ocuparse de hacer un duplicado de la llave de la ce-
rradura.
En otros términos, podemos entender el éxtasis artificial
como un estado que es posible por la eliminación transitoria
de las obstrucciones al flujo de la vida psíquica más profunda
de una persona y su experiencia de la realidad. Tal elimina-
ción de obstrucciones puede compararse con la anestesia de
control cortical superior provocada por el alcohol, el NO2, la
falta de oxígeno, etc., que resulta en la desinhibición del im-
pulso o el afecto. Sin embargo, si este modelo neurofisiológi-
co es correcto, el centro de acción de las drogas tratadas en
este libro debe ser diferente al de los antidepresivos, ya que
tiene lugar una calidad diferente de desinhibición. Sin em-
bargo, esta experiencia de liberación de las obstrucciones ha-
bituales en la conciencia y la acción es solo un anticipo de
una eventual superación de tales bloqueos o una reestructu-
ración de los patrones disfuncionales dentro de la personali-
dad. Aunque ambas pueden ser experiencialmente iguales,
en un caso nos enfrentamos a una libertad condicional, y en
el otro, a una libertad en la totalidad, que es una libertad a
pesar de las dificultades. Volviendo a la analogía de la prisión,
es como si, en el primer caso, el guardia hubiera sido dormi-
do, pero no es vencido ni asesinado, ya que el ego se hace
añicos con la iluminación del místico, pues el «hombre viejo»
u «hombre exterior» muere cuando el «hombre nuevo» u
«hombre interior» nace en algún momento de la búsqueda
espiritual exitosa.

55
El viaje sanador

Mucho de lo que se ha dicho anteriormente se aplica en


cierta medida a las experiencias provocadas por ciertas disci-
plinas espirituales, ambientes o «contagios» personales. El
simple retiro del mundo, por ejemplo (ya sea el de una vida
sencilla, o el del monje y el sannyasin indio, que han renuncia-
do a todos los apegos), cae en el mismo patrón de evitar cier-
tos obstáculos, distracciones y conflictos que desvían la
posibilidad de las experiencias cumbre. Sin duda, es un reto
mayor el mantener un estado de centralidad y autenticidad en
medio de los vaivenes de la vida familiar en un entorno urba-
no que en una cueva del Himalaya. Y sin embargo, el retiro
puede ser una ayuda inestimable para alguien que necesita en-
contrarse a sí mismo antes de saber lo que quiere de los demás
y lo que desea hacer con su vida. De la misma manera, en
muchas formas de meditación, el cuerpo y la mente se alivian
de la agitación interna habitual que impide los estados inter-
nos deseables que se buscan. También aquí, las experiencias
cumbre son posibles gracias a la supresión de los estímulos en
los que normalmente se ahogarían. Sin embargo, esas expe-
riencias transitorias obtenidas en soledad y silencio, mientras
se está frente a una pared blanca con la mente vacía de pensa-
mientos, no son meras evasivas de las complejidades de la
vida, sino una fuente de fuerza para volver a ella y afrontar
mejor los problemas que plantea.
En las experiencias cumbre provocadas por drogas, a veces
está claro que se produce una retirada similar de las zonas de
conflicto de forma bastante espontánea, y podemos abordar
esos momentos bajo la misma luz que los que surgen de la
meditación. Su aspecto negativo es que constituyen un con-
tacto saludable con la realidad en solo un estrecho rango de

56
Las drogas en psicoterapia

experiencia, pasando por alto el dominio en el que se encuen-


tran los defectos de la personalidad. Su aspecto positivo es que
tal evasión de las dificultades puede ser funcional, constitu-
yendo un paso necesario para el logro de una integración par-
cial. Una vez que se ha logrado cierto grado de centralidad, el
siguiente paso será el de extenderla a la periferia de la persona-
lidad, así como el fin último de la meditación es su extensión
a la vida ordinaria en forma de una autoconciencia y profun-
didad duraderas. Se puede sospechar que la evasión es una
condición subyacente de lo que me gusta llamar experiencias
cumbre parciales, que, aunque intensas, solo cubren un frag-
mento de su gama de cualidades. Algunas personas, por ejem-
plo, exhiben vívidos sentimientos estéticos y religiosos, pero
tienen una brecha en el área de los sentimientos humanos que
se esperaría que estuviera entre esas cualidades en la escala de
valores. Si las relaciones personales se analizaran en ese mo-
mento, el éxtasis probablemente se disolvería, envuelto en
ansiedades y resentimientos, pero el individuo inconsciente-
mente se aleja de esa perturbación interna para poder disfru-
tar de claridad en otras áreas de la experiencia. Para otros, la
brecha o el área evitada puede ser diferente. Hay personas que
pueden ver todo como bello excepto a sí mismas, de modo
que el pensamiento de su vida personal o la visión de su refle-
jo en un espejo puede convertir su cielo en un infierno. Para
otras, puede ser la percepción o el pensamiento de la gente en
general lo que se evita, como en la famosa primera sesión de
mescalina de Huxley de la que habla en Las puertas de la per-
cepción. En otras, todo puede fluir maravillosamente siempre
que sus ojos se mantengan cerrados y se evite el contacto con
el entorno, y en otras más se disfruta de la realidad externa,

57
El viaje sanador

pero se evita el aislamiento y cerrar los ojos debido a la ansie-


dad que surge del desarrollo de la fantasía.
Esas evasiones son esencialmente una expresión de las
zonas fóbicas de la personalidad cotidiana y, como en las psi-
coterapias en general, hay que elegir entre dos estrategias para
hacerles frente: evitar los bloqueos para desarrollar los aspec-
tos cuerdos del individuo, o hacer frente a los bloqueos su-
mergiéndose en la agitación de los sentimientos angustiosos y
evitados. La primera opción, en las experiencias con drogas,
podría concebirse como un cortocircuito hacia el cielo, des-
pués del cual la situación en la tierra no cambia esencialmente
ni se comprende mejor. La segunda es la elección de hacer
frente a las dificultades terrenales con solo ligeras posibilida-
des de poder superarlas, pero con más posibilidades de efec-
tuar cambios. Una vez más, la elección entre los dos tipos de
experiencia podría compararse a la elección entre la intrínse-
camente valiosa de mirar a través de una ventana abierta y la
de intentar abrir una ventana junto a ella que actualmente
está cerrada. El resultado de esta última elección posiblemen-
te no sea más que unos pocos centímetros de luz, en lugar de
la amplia vista del paisaje que podría percibirse desde la venta-
na que ya está abierta, pero quedará el beneficio duradero de
un lugar más en la casa desde el que disfrutar del mundo.
Esto no significa que el primer tipo de experiencia no
tenga valor para provocar un cambio en la personalidad. La
virtud fortalecedora del valor intrínseco puede dar a una
persona la fuerza e incluso el deseo de eliminar los bloqueos
para aumentar la experiencia de valor. La visión de la meta
es lo que estimula al peregrino, pues acercarse a la misma
hace que se vea mejor. Además, al igual que un joven roble

58
Las drogas en psicoterapia

necesita protección frente a los conejos, aunque el mismo


árbol maduro pueda servir para atar a un elefante, el evitar el
conflicto tiene su lugar mientras que se hace hincapié en el
desarrollo y la expresión de los aspectos sanos de la persona-
lidad. Eventualmente, este crecimiento saludable, estimula-
do a través de las experiencias cumbre, el esfuerzo artístico o
las situaciones de la vida, puede invadir y reemplazar los do-
minios perturbados del funcionamiento del individuo.
Así que aquí tenemos dos enfoques del proceso de cura-
ción psicológica que son opuestos y sin embargo compatibles
e incluso complementarios.
La experiencia cumbre es lo que la teología cristiana con-
sidera como gracia: un don que puede llegar tanto al santo
como al pecador, y que el individuo puede usar o no usar. La
experiencia de la disonancia psicológica, por otro lado, es el
desafío de la vía purgativa, la montaña a escalar. Cuanto más
alto esté el peregrino en la montaña, más probable es que reci-
ba el regalo del cielo, que siempre está derramándose. Cuanto
mayor sea el regalo de gracia recibido, más fuerte será su senti-
do de la dirección, su esperanza y fe, su voluntad de escalar.
Ambos enfoques están bien documentados en las prácti-
cas espirituales de la humanidad. Algunos ponen de relieve la
visión directa de la realidad y la disipación de los fantasmas de
la ilusión. Otros hacen hincapié en la atención a la experien-
cia del momento, por ilusoria que sea, ya que solo la atención
que se le preste mostrará que la ilusión es el reflejo de la reali-
dad en la superficie ondulada de la mente, y conducirá desde
el reflejo a la luz original. Desde mi propia experiencia, he
desarrollado una gran fe en la motivación de la persona para
seguir cualquiera de estos caminos en un momento dado, y el

59
El viaje sanador

respeto por su ritmo natural al alternar entre uno y otro. A


veces, necesitará estar centrada por encima de todo; en otras,
sintiéndose en contacto con sus verdaderos sentimientos e
impulsos, querrá explorar el mundo desde estos, llevándolos a
la realización. Su base en la experiencia cumbre convertirá el
infierno en un purgatorio para ella, pero si en su salida se sien-
te perdida, tendrá que volver a retirarse al centro. El ritmo
puede hacerse evidente en una sola sesión o en varias. El éxta-
sis inicial puede hacer posible el purgatorio para algunos. Para
otros, el don de la gracia puede no estar disponible al princi-
pio, y solo alcanzarán la serenidad después de repetidas con-
frontaciones con lo aterrador, junto con el descubrimiento de
que no hay nada que temer.
Tiendo a desconfiar de la unilateralidad de las experien-
cias con drogas tanto en la dirección de la alegría como del
sufrimiento, pensando que una puede entrañar evitar los pro-
blemas y la otra un sesgo a favor del esfuerzo personal y el
trabajo duro. Lo que hago cuando me acechan tales sospe-
chas, probablemente lo exponga mejor el material clínico de
los próximos capítulos.

60
ii
mda, la droga del análisis

La MDA (metileno dioxianfetamina) es un producto de ami-


nación del safrol, al igual que la MMDA se obtiene de la ami-
nación de la miristicina. El safrol y la miristicina son aceites
esenciales contenidos en la nuez moscada; son algo psicoacti-
vos y bastante tóxicos. Como en el caso de la MMDA, no se
ha encontrado MDA en la naturaleza, pero se ha planteado la
hipótesis de que ambas podrían producirse en el cuerpo por
aminación de sus compuestos parentales, lo que a su vez ex-
plicaría los efectos subjetivos de la nuez moscada, ya reconoci-
dos en el Ayurveda,1 donde se la designa como fruto narcótico,
mada shaunda.
Los efectos psicotrópicos de la MDA fueron descubiertos
accidentalmente por Gordon Alles,2 quien ingirió 1,5 mg de

1. Antiguas escrituras hindúes que tratan de la medicina y el arte de


prolongar la vida.
2. Descubridor de la anfetamina.

61
El viaje sanador

la sustancia química con el fin de evaluar sus efectos sobre la


circulación. La experiencia de Alles fue principalmente de
una mayor introspección y atención, pero en el momento del
inicio de los efectos subjetivos vio anillos de humo ilusorios a
su alrededor, lo que le llevó a creer que la MDA sería un aluci-
nógeno en cantidades suficientes. Según mi propia investiga-
ción con la droga, no parece ser este el caso. En un primer
estudio diseñado para describir sus efectos en individuos nor-
males, ninguno de los ocho sujetos informó de alucinaciones,
distorsiones visuales, realce del color o imágenes mentales,
mientras que todos ellos evidenciaron otras reacciones pro-
nunciadas: realce de los sentimientos, aumento de la comuni-
cación y aumento de la reflexividad, lo que llevó a una
preocupación por sus propios problemas o los de la sociedad o
de la humanidad. Otros experimentos con MDA en pacientes
neuróticos en el contexto de la psicoterapia han confirmado
esos efectos, pero, en este caso, los síntomas físicos eran fre-
cuentes y la mayoría de las personas describieron los fenóme-
nos visuales en algún momento de su experiencia. Sin
embargo, el rasgo más característico de la experiencia de estos
sujetos fue uno que aquí llamaremos regresión de la edad. Es
un término empleado para designar la vívida reexperiencia de
acontecimientos pasados, a veces posibilitada por la hipnosis,
en la que una persona pierde realmente su orientación actual
y puede creer temporalmente que es un niño involucrado en
una situación del pasado. Sin embargo, la regresión de la edad
provocada por la MDA difiere en este último aspecto: esa pér-
dida de conciencia del entorno y de las condiciones en el mo-
mento de la experiencia es, por lo visto, más bien típica de la
regresión hipnótica, mientras que en el estado provocado por

62
MDA, la droga del análisis

la MDA el paciente retrocede y, simultáneamente, conserva la


conciencia de su yo actual. Con todo, en ambos casos la perso-
na recuerda más que conceptualmente el pasado, ya que puede
recapturar vívidamente impresiones visuales u otras impresio-
nes sensoriales inaccesibles para él en el estado normal, y suele
reaccionar con sentimientos que son proporcionales al aconte-
cimiento. Se trata del mismo proceso denominado «regreso»
en Dianética, y que puede ir desde la hipermnesia hasta la re-
petición de una experiencia pasada en la que no solo se vuelven
a sentir las antiguas sensaciones sino también el dolor o el pla-
cer físico y otras sensaciones, según el caso.
La regresión de la edad ha sido observada por algunos psi-
coterapeutas que utilizan LSD o mescalina, y otros, utilizan-
do el término de manera más laxa, afirman que se trata de un
aspecto constante de tales experiencias, en el sentido de que
hay un cambio en el modo de funcionamiento mental prever-
bal característico de la primera infancia, y una suspensión
temporal de los esquemas y patrones de comportamiento.
La regresión con MDA es algo más específico que un cam-
bio en el estilo de funcionamiento mental y las reacciones, ya
que trae consigo el recuerdo de eventos particulares. Esto
puede ocasionalmente ser llevado a cabo bajo el efecto de otros
alucinógenos o sin ninguna droga, particularmente cuando se
busca a través de maniobras terapéuticas. La ibogaína, en par-
ticular, se presta bien a una exploración de los acontecimientos
en la historia de la vida de un paciente por la riqueza de senti-
miento con la que pueden evolucionar. Sin embargo, con la
MDA, la regresión se produce tan frecuente y espontáneamen-
te que puede considerarse como un efecto típico de esta sus-
tancia, y una fuente primordial de su valor terapéutico.

63
El viaje sanador

Creo que los informes de casos, más que las generaliza-


ciones, transmiten la sutil comprensión del efecto de una
droga, necesaria para su utilización en psiquiatría. Es de ahí
de donde he aprendido todo lo que puedo decir, y creo que
puedo decirlo mejor registrando algunos de los eventos que
he presenciado como psicoterapeuta, por más oscuros que
sean a veces. A continuación resumiré lo esencial de algunos
casos de terapia con MDA elegidos como los más efectivos
para provocar cambios en la personalidad del paciente.
Como se verá, todos ellos trajeron consigo la emergencia de
una nueva comprensión por parte del paciente sobre su pro-
pia historia de vida o algún aspecto de la misma. En esto, el
proceso de curación difería de lo que se observa en la mayoría
de los casos de la terapia con harmalina, MMDA o incluso
ibogaína.
El primer caso que se presenta aquí es en realidad el pri-
mero en el que usé MDA con un propósito terapéutico. El
paciente era un ingeniero en un puesto de alta dirección y
profesor de administración de empresas que había estudiado
psicología por razones profesionales y que, durante sus estu-
dios, se dio cuenta de que la vida en general —y la suya en
particular— podía desarrollarse y hacerse más rica y profun-
da. Cuando se le preguntó sobre sus razones para querer psi-
coterapia, destacó la sensación de no haber desarrollado o
logrado lo que estaba en su potencial de desarrollo, ya que su
vida tenía un alcance limitado: «Tanto mi vida profesional
como la amorosa han sido controladas por accidente. He teni-
do poca influencia en el curso de mi vida». Esto lo atribuyó a
su inseguridad, que se manifestaba en la duda de su juicio y
sus acciones, lo que a su vez lo dejaba a merced de presiones

64
MDA, la droga del análisis

externas. «Ello puede resultar agradable para los que viven


conmigo, pero no estoy satisfecho. Necesito más dirección en
mi vida, y para ello necesito ser más inquebrantable». Su inse-
guridad, también, le hacía vulnerable, de modo que a veces se
sentía herido por pequeñas cosas, sobre todo por las críticas
de su esposa. Sentía poco afecto o consideración por ella, y
había pensado en el divorcio, pero se sentía demasiado apega-
do a sus hijos como para dejar el hogar familiar. A la pregunta
de qué querría obtener a través de la ayuda psiquiátrica, res-
pondió: «Quiero saber adónde ir en vista de lo que tengo.
Quiero ser mejor, útil, y lograr una nueva felicidad. En la
parte más íntima de mí mismo siempre me he sentido insatis-
fecho. Quiero estar seguro de mi valor. Ese es mi mayor pro-
blema, que me impide decidir y le quita el rumbo a mi vida. Y
quiero entender cómo se produjo este estado».
Propuse al paciente un tratamiento que llevaría consigo
un periodo preparatorio de aproximadamente dos meses con
citas semanales (durante las cuales escribiría una autobiogra-
fía), al que seguiría una sesión de MDA de un día de duración
y una terapia de grupo a continuación. El relato autobiográfi-
co que escribió fue bastante cuidadoso, y es interesante con-
trastar algunos de sus puntos de vista con los del momento de
la sesión de MDA o más tarde. Citaré fragmentos aislados. De
sus padres dice:

Mi madre era una mujer sensible, trabajadora y con un vivo


interés por las cosas. Sentía un profundo amor por su fami-
lia, que se traducía en un constante deseo de progreso y
bienestar para todos nosotros. Siempre estaba invirtiendo
esfuerzos con este fin. La amaba profundamente.

65
El viaje sanador

Mi padre era un hombre duro, bueno y honesto. Segu-


ro de sí mismo, generoso a veces y egoísta con los demás.
Un trabajador duro, criado en las limitaciones y la discipli-
na de un pueblo español. Su vida se guió por unas simples
reglas de conducta y ciertos principios éticos amplios y
verdaderos.

El primer recuerdo de la infancia que describe sucede en


un comedor:

Vivía en una casa con las comodidades adecuadas. Lo que


mejor recuerdo es el comedor. Era grande, bastante elegante
o al menos el de un burgués próspero. Muy agradable. Tenía
un timbre colgante, una mesa de caoba muy pulida, un ar-
mario con puertas de cristal lleno de hermosas copas.
Durante las comidas, recuerdo que mi mayor problema
era el pan francés que, al tener agujeros, podía tener gusanos
dentro y, por lo tanto, no me parecía bueno para comer. En
cuanto a la gente, recuerdo a mi madre, vagamente, algunas
criadas, algunos tíos, mi abuelo paterno. Para todos ellos era
un buen chico, y parece que me mimaron mucho, ya que fui
hijo único durante mucho tiempo.

Y termina la historia de su infancia con el siguiente


párrafo:

Parece que tuve una nodriza en esta casa, porque dicen que
mi madre no tenía leche. Recuerdo a esta mujer más clara-
mente en una etapa posterior de la vida.

66
MDA, la droga del análisis

Del periodo entre esto y el comienzo de la escuela recuer-


da las dificultades económicas en casa, su gran tristeza por
dejar caer un collar de su madre en la chimenea, ver a una
criada teniendo relaciones sexuales, especular sobre los genita-
les femeninos y el embarazo, y el nacimiento de su hermano
cuando tenía seis años. De todo el periodo dice: «Yo era un
niño pobre más», lo que contrasta con los agradables recuer-
dos de su primer año en una escuela americana, y el siguiente
en una escuela inglesa, en los que se sentía apreciado por los
profesores y disfrutaba jugando con sus compañeros.
De las veinte páginas de su biografía solo dedica cinco a
su vida antes de la escuela, pero estas resultaron contener lo
más relevante de los acontecimientos durante la sesión de
MDA. El resto de sus escritos trata principalmente de la es-
cuela y el trabajo, y solo menciona brevemente la muerte de
su madre cuando estaba en el primer año de la universidad, y
su aventura amorosa, más bien sin amor, que terminó en ma-
trimonio. Varios acontecimientos apuntan a un sentimiento
de timidez y prohibición de por vida frente a las mujeres y el
sexo, del que es muy consciente, y termina la historia de su
vida señalando su inseguridad y subestimación de sí mismo y
de su familia, que, según cree, se originó entre el momento de
sus primeros recuerdos y la escuela, pero no sabe cómo.
Una hora y media después de la ingesta de 120 mg de
MDA, el paciente se sentía normal, excepto por un cambio
extremadamente breve en la percepción visual al final de la
primera hora, cuando la forma de una colina frente a la casa
se parecía a la de un león. Aparte de este fenómeno, que no
duró más de diez segundos y que parecería una fantasía bas-
tante normal (aunque él lo percibió como algo inusual), no

67
El viaje sanador

evidenció ningún otro síntoma de estar bajo la influencia de


una droga. La situación persistió después de la ingestión de
100 mg adicionales del producto químico y otra hora y media
de espera, por lo que interpreté que se trataba de un caso de
resistencia subjetiva frente a la experiencia en curso más que
por la insusceptibilidad fisiológica.
Mi propia fantasía era que el paciente mantenía una fa-
chada muy formal, mientras que otra parte de él tenía la «ex-
periencia de la droga» sin que ni siquiera lo supiera. El tipo
de comunicación verbal que estábamos manteniendo no pa-
recía ponerlo en contacto con su experiencia en curso en ese
momento, así que recurrí al nivel no verbal. Le pedí que deja-
ra que su cuerpo hiciera lo que más quisiera en ese momento,
sin cuestionarlo, y volvió al sofá que había dejado minutos
antes.
Me informó de una ligera sensación de peso en su cuerpo,
un deseo de acostarse con todo su peso y de dejar que su espi-
ración fuese más completa. Le pedí que cediera a este deseo y
espirara con fuerza cada vez que respirara. Mientras lo hacía
con más fuerza, sintió primero la necesidad de contraer los
músculos abdominales, después todo el cuerpo, flexionando
las piernas y los muslos, la columna vertebral, los brazos y la
cabeza. Seguí entrenándolo para que llevara este impulso al
extremo, hasta que, unos tres minutos después, rodando en
posición fetal, estalló en risas. La «sesión de drogas» propia-
mente dicha comenzó de repente. Aunque su inglés estaba
lejos de ser fluido, y no le había oído hablarlo antes, era inglés
lo que hablaba ahora, mientras reía y expresaba su alegría por
sentirse completo. Incluso al día siguiente, habló en inglés
mientras describía la experiencia:

68
MDA, la droga del análisis

Yo era estrictamente yo mismo. Es muy gracioso que quisie-


ra hablar inglés, y me reía del hombre, el hombre que yo era.
En ese hombre que sentí que se estaba riendo había otro
tipo. Estaba muy muy dentro de mí, cuando era... mi verda-
dero yo mismo.

Estoy transcribiendo de una grabación, y el inglés defec-


tuoso deja lugar a cierta ambigüedad, pero está claro que su
más profundo placer era sentirse a sí mismo, que es lo que es-
taba haciendo literalmente:

Sentí mis hombros, los músculos de mis brazos, mi abdo-


men, mi espalda; seguí sintiéndome a mí mismo, mis pier-
nas, mis pies. ¡Era yo!
Y yo era un hombre de verdad, un hombre hermoso en
cierto modo, extremadamente masculino. Hombre, es un
buen cuerpo... refleja lo que hay por dentro.

Durante toda su vida se había sentido inadecuado, había


dudado de sí mismo en todos los sentidos, y ahora sabía que
se había sentido feo. Incluso había creído que andaba mal con
sus pies. Ahora sabía cuán ilusorio era esto, cómo todo se ba-
saba en su falta de percepción de sí mismo. Alrededor de un
mes después, diría de esta experiencia:

Esta sensación de mí mismo y de encontrarme en cada parte


de mi cuerpo, que era una materialización de mí mismo, era
algo que amaba, y al mismo tiempo sufría. Lo amaba porque
era yo mismo, sufría porque durante mucho tiempo me
había menospreciado y postergado, incluso me consideraba

69
El viaje sanador

malvado, en términos de una concepción torpe y limitada


de mí mismo. Sentí lástima por mí.

Siguió sintiendo su cuerpo, mientras hablaba, durante una


media hora, y pronto (muy en contra de su estilo ordinario) se
había quitado los zapatos, abierto la camisa y aflojado el cintu-
rón. Comentó cómo se deleitaba sintiéndose normal, simétri-
co, bien construido, y cómo su organismo era una encarnación
exitosa de sí mismo en toda su individualidad y singularidad.
Luego habló del tacto como el más fiable de los sentidos, el
que permitía el contacto más directo con la realidad en toda su
riqueza. Hizo un paréntesis sobre las limitaciones de los otros
sentidos y del propio intelecto, del análisis y de las construc-
ciones lógicas cuando se trataba de captar la realidad última.
¿Cuál sería este acto, puro y simple, de conocer plenamente?
Esto solo era posible en Dios. ¡Qué maravilla y belleza infinita
había en Dios! Un ser original y final en el que todo se iniciaba
y al que todo fluía de forma natural. Habló con entusiasmo en
inglés durante dos horas sin interrupción mientras contempla-
ba la evolución del hombre en su búsqueda de Dios: los grie-
gos, los romanos y los fenicios, la Edad Media en Europa, el
Renacimiento, el capitalismo, el distanciamiento del hombre
moderno y la necesidad de soluciones para ello.
En este punto, su entusiasmo se vio nublado por un senti-
miento diferente. Parecía como si estuviera buscando algo y
dijo: «¡Este encuentro conmigo mismo es doloroso!». Le ins-
truí repetidamente para que expresara y elaborara su experien-
cia del momento, pero esto lo rechazó cada vez más: «No se
trata de este, no es este momento, sino algo de mi pasado. Algo
me sucedió, y no sé qué es».

70
MDA, la droga del análisis

En esta etapa, tuve que salir de la habitación durante unos


minutos y le aconsejé que escribiera durante este tiempo, ya
que esto mantendría su pensamiento más organizado. Así que
lo hizo, con letra grande, unas diez líneas por página, con no
pocas palabras en mayúsculas grandes, como I, AM e I. Des-
pués de nueve páginas, se preocupó por un error recurrente
que había cometido, que consistía en escribir ‘m’ en lugar de
‘n’. Esto era lo que le molestaba cuando volví, y siguió escri-
biendo en mi presencia mientras hablábamos. «El gran pro-
blema de la ‘n’ —escribe en la decimoquinta página— ¿cuál
es, ‘m’ o ‘n’? Siento ansiedad. Encuentro que la ‘N’ está en
ONE. One, one. YO (había escrito NE). Ansiedad. Ansiedad
por mis pecados. Pecador. Ansiedad. Ansiedad. Me dirijo a
DIOS. CUÁLES SON MIS PECADOS. La N. Me pongo
ansioso».

El pan con gusanos que vi de niño en el comedor. Todavía


lo veo. Tenía agujeros, y en ellos había gusanos.
Gusano
UN
UNA
NANA

Sus asociaciones lo han llevado desde la letra ‘n’ hasta el


disgusto por los gusanos que había imaginado en el pan del
comedor y luego a su niñera, su nodriza. Ahora evoca clara-
mente sus sentimientos por esta mujer. Escribe: «Afecto con
algo de DESEO. Tiemblo».
Siente la necesidad de entender algo que anticipa como
muy importante en relación con su niñera, y, como escribe, se

71
El viaje sanador

da cuenta de que la sustitución de la ‘m’ por la ‘n’ significa


sustituir a mamá por nana (nodriza). Cuando descubre esta
confusión, escribe varias veces: «La nana y no mamá. Nana y
no mamá». Luego recuerda más a su niñera, cómo lo llevaba a
pasear cuando tenía solo dos o tres años, cómo se acostaba
con ella y la acariciaba; cuán incondicional era su amor, cuán
a gusto se sentía con ella. Recuerda su apariencia, su rostro
fresco, su pelo negro, su risa abierta. Y al recordarla, se siente
cada vez más triste, triste por haberla perdido, por no tener ya
a su nana. «La nana se fue —escribe—. Solo. Solo. Solo. An-
siedad. La madre era parte, no todo. La niñera era todo. Ella
se fue. Vino a verme más tarde. Me quería. Una herida dolo-
rosa. Eso soy. Con dolor. Soy más yo mismo. Soy yo mismo.
Soy yo mismo con mi niñera. Qué triste que se haya ido. Me
dio tanto por nada. ¡No! Porque me quería, más que a su pro-
pio hijo. ¡Pobre chico, perdió a su madre! ¡Ella me amaba
tanto! Ella se fue, y yo me quedé solo entre los demás. Madre.
Buscando el amor».
Ahora podía ver toda su vida como una súplica de amor,
o mejor dicho, una compra de amor en la que había estado
dispuesto a ceder y adaptarse a lo que otros habían querido
ver y oír. Aquí estaba la razón de su falta de dirección en la
vida, su sumisión. Había perdido algo tan precioso, ¡y se sen-
tía tan privado de ello! Sus pensamientos ahora se dirigían al
periodo en que se quedó «solo» con sus padres. El cambio de
nana a mamá implicó pasar de la cocina al comedor. Se sentía
constreñido aquí, incómodo, sin amor. La intimidad y la ca-
lidez ahora faltaban en su vida; ya no era aceptado incondi-
cionalmente como era, sino que tenía que adaptarse, cumplir
con ciertas exigencias, tener buenos modales. Sin embargo,

72
MDA, la droga del análisis

había algo en sus sentimientos en esta etapa —sentimientos


que estaba experimentando de nuevo en la sesión— que no
podía captar adecuadamente o incluso sentir con claridad.
Había más que dolor, más que amor por la niñera y soledad.
Se sentía ansioso, y en esa ansiedad había algo que intentaba
comprender mejor. «¿Qué sintió hacia sus padres?». Seguí
preguntando, y al principio no hubo una respuesta clara.
Luego fue la pregunta: «¿Por qué dejaron ir a mi nana? ¿Por
qué me dejó mi nodriza? ¿Por qué dejaron que mi nana me
dejara? ¿Por qué?». Le pareció que la habían despedido. La
madre estaba celosa, quizás, porque él la quería más, o por-
que su padre tenía una aventura con ella. «¿Y qué siente ante
esto, ahora que la han despedido?». Su ansiedad aumentó.
«¿Lo aceptó sin protestar? Tal vez se sintiera culpable al ha-
cerlo...». Y ahora lo comprende: la culpa. Eso es lo que sintió.
Culpa por no haber defendido a su nana, no haberla defendi-
do, no haberse ido con ella. Ahora le parece que esa era la
cuestión. Quería irse; además, planeaba dejar la casa, pero
sus padres no se lo permitieron. «Fue horrible... una sensa-
ción de debilidad, ¡debilidad!». Pero ahora también recuerda
que después de esto fingió ser débil, solo jugó al chico bueno
y débil, porque cuando no lo hizo, hubo algo muy desagrada-
ble, algo muy desagradable que le hicieron. «Se les ocurrió
toda esta estúpida cosa de la culpa y el infierno. Yo tenía una
concepción muy real del mundo, clara y limpia. Lo siento...
y luego vino una multitud de demonios, diablos de otro
mundo, el dolor del castigo... cosas que no estaban en mi es-
quema, y me fueron impuestas. ¿Quién hizo esto?». ¿Su
abuela materna? No está tan claro. Sigue recordando las ame-
nazas de castigo, el pecado, el infierno y el fuego devorador.

73
El viaje sanador

«Me costó mucho creer eso. Para mí, el fuego era fuego, y si
la gente iba al infierno, no había culpa. Y la persona no ten-
dría cuerpo, y por lo tanto nada en lo que pudiera sufrir. Así
que esto era una mentira, un truco, un truco. ¿Para qué? Para
hacer que me comportase. ¡Ja, ja! Un truco para hacer que
me comportase. Así que sería un bastardo en lugar de estar
equivocado. ¡Sería un bastardo, pero uno de verdad!».
Mientras sigue hablando de fuego e infierno, ahora evoca
de repente la imagen de carbones encendidos sobre los que in-
advertidamente dejó caer un collar, y la pena de no encontrar
más las perlas. Ahora entiende esa pena. No era el collar de su
madre, como él había creído, sino el de su niñera. Pertenecía a
esa mujer que le había dado tanto, que había invertido tanto
esfuerzo, pues no tenía nada y era tan maltratada. Y entonces
alguien había hablado del infierno. ¿Una criada, tal vez?

No, estoy seguro de que fue otra persona, alguien que discu-
tió con la autoridad. Creo que fue mi madre... ¡Mi madre!
Era mi madre. Me estaba mintiendo. Sí, era mi madre. ¡Qué
horror! ¡Qué estúpido! ¡Y ella me hizo vivir esta culpa! ¡Y
este esfuerzo por ser lo que no era, y el miedo a ser lo que
era! ¡Qué estrechez y estupidez! ¡Qué insistencia en hacerme
a su gusto, maldita sea! Ella no tuvo un hijo para tenerlo,
sino para hacerlo. ¡Para hacerlo a su imagen y semejanza! Y
ella me obligó a esta estúpida cosa del pecado y el infierno.
No podrían ser buenos y justos sin esta estúpida cosa. ¡Qué
señora tan idiota! ¡Qué mujer, a la que solo importaba el es-
tatus, maldita sea! No hay autenticidad. Tal vez hay más...
un aplazamiento de los valores. ¿Para qué? Para hacer de
dulce y joven virgen, para hacerse la dama. Y mi padre es un

74
MDA, la droga del análisis

bastardo, también, por eso; ambos explotaron una imagen.


¡Ay, qué duro es ver a tus padres encogerse! ¡Qué pequeños
los veo ahora! Parece que se han unido en mi contra. No
contra mí, sino contra la nana, contra la vida. Ahora recuer-
do que me consideraban poco inteligente. Yo era muy per-
ceptivo, inteligente, ¡y podría engañarlos, ja, ja! Sí, usando
precisamente sus argumentos, los argumentos que usaron
para menospreciarme, más que menospreciarme.. ¡Terrible!
¡Esto es más terrible! ¡Subordinaron mi vida, la vida de su
hijo favorito, a semejante montón de basura!

Esto está lejos de la imagen de sus padres y de los senti-


mientos que expresó hacia ellos en su autobiografía. Incluso
había recordado el comedor como algo hermoso. Su intuición
tenía razón cuando le dijo que algo había ido mal en él a una
edad temprana. Se había producido un cambio completo en
sus sentimientos al ser enterrados y reemplazados por un con-
junto de pseudosentimientos aceptables para sus padres. No
es de extrañar que se sintiera limitado e insatisfecho.
La sesión comenzó al mediodía, y a las tres de la madruga-
da siguiente, el paciente se fue a la cama. Siguió pensando en
ello durante todo el día posterior, y alrededor del mediodía le
dictó a una grabadora, interrumpida por un llanto, una des-
cripción de lo que le había ocurrido el día anterior y de lo que
estaba sintiendo en ese momento. Así es como termina:

Tengo que reflexionar sobre esto: ¿Por qué creo que mi nana
sufrió tanto? ¿O fui yo mismo quien realmente sufrió? Esta-
ba tan distanciada de tantas cosas que es posible que no su-
friera cuando le dijeron que se fuera. Solo sintió lástima por

75
El viaje sanador

el chico que se quedó solo. Esa era su única pena. Y para mí,
la pena era quedarme solo, completamente desajustado. Yo
sufría, de hecho, de brutalidad. Sufrí porque mi nana se iba,
sufrí porque la despidieron. Sufrí por quedarme solo. Sufrí
porque fue tratada injustamente, y sufrí por mi impotencia.
¡No poder hacer nada! Era perder una parte de mí mismo.
¡Qué falta de consideración por parte de mis padres! Falta de
cuidado, mala gestión, egoísmo. No me querían en absolu-
to. Puro teatro. Puro teatro. Quizás con el tiempo han visto
lo satisfactorio que es amar a un hijo, y lo han amado, pero
creo que yo no fui amado al principio. Me mimaron, es ver-
dad, pero el sentimiento de amor se dio solo con mi nana.
Ahora vino el problema que tuve al presentarme como
un maestro de las máscaras, lo que era una manera de inten-
tar que me aceptaran en este nuevo entorno. Era mi casa, es
verdad, pero era nueva, ya que mi nana no estaba allí. Y en-
tonces comprendí que podía tener muchas cosas fingiendo
ser bueno y débil. Esa fue la máscara que usé. Creo que la
usé hasta ayer. Siempre he querido parecer diferente de lo
que soy. Y siempre he dudado de lo que soy, de mis cualida-
des. Y ahora veo que siempre he llevado esta máscara, y sé
cómo ajustarla a la gente y a las circunstancias. Aprendí muy
pronto a ser un buen chico, porque de lo contrario... ¡Ah!
Ahora recuerdo que una vez me dijeron que había mamado
la leche de una huasa (campesina ignorante), y que por eso
era tan tosco. ¡Me siento honrado de haber tomado la leche
de mi nana! ¡Es leche, leche, leche, leche, leche, de verdade-
ros pechos! ¡De una mujer realmente femenina! Decían todo
eso para degradarme. Pensaban que su hijo era grosero, que
tenía las inclinaciones de un huaso, y por eso me inhibían o

76
MDA, la droga del análisis

me empujaban para que no me pareciera demasiado a uno


de ellos. Parece que poco a poco fui cediendo. Un niño es
flexible, muy maleable. Así pues, en aquel momento no me
daba cuenta de que estaba cediendo. Ahora entiendo las
molestias que se tomaron para meterme en esas escuelas.
Eran realmente buenas, pero eran un medio de ascenso so-
cial. Querían que me sintiera culpable por haberme alimen-
tado con la sangre de una campesina. ¡Qué manera de
degradar a mi nana! ¡Esa sangre era la más noble de todas!
Poco a poco se las arreglaron para hacerme traicionar
esto. Y este es mi otro dolor: haber traicionado mis senti-
mientos, no haberla visto más, no haberle dicho cómo la
amaba, no haberla amado más, aunque en el fondo siempre
la he amado, y he vivido con gratitud hacia ella. Solo con
ella he experimentado el amor en mi vida. Un poco con mi
madre, más tarde, pero no fue lo mismo. Y esto, que era tan
estrictamente mío, lo olvidé y lo pospuse. Esta es la raíz del
dolor: haber abdicado de mí mismo. Lo encontré: ¡la pena
de haber abdicado de mí mismo! No lo soportaré más. ¡Voy
a ser lo que soy y lo que pueda ser!

Creo que este es un documento notable, en el que cohe-


rentemente describe unas pocas horas que efectuaron un cam-
bio radical en la condición psicológica de una persona. En él se
relata un proceso que es el objetivo de la psicoterapia, y que
normalmente se logra durante un largo periodo de tiempo. Las
drogas pueden facilitar el proceso, pero incluso con su ayuda es
excepcional presenciar una «cura de un día» de la magnitud
que se muestra en este caso. Muchas personas se sorprendieron
al ver los cambios en la expresión y el comportamiento del

77
El viaje sanador

paciente en los días siguientes. Dejó de usar gafas, excepto


para leer, y su manera de vestir perdió su formalidad. Subje-
tivamente, cambió la sensación de su propio cuerpo, en el
sentido de que retuvo algo de la mayor conciencia física y el
placer experimentado con la MDA, y no solo su vista pareció
mejorar, sino también su discriminación auditiva. En su
pensamiento sentía más seguridad, ya que podía mantener la
certeza de ciertas cosas, y esto se mostró en su trabajo y en sus
relaciones profesionales. Sentía una abundancia de energía
que le era desconocida, excepto en los juegos infantiles de sus
primeros años, que de pronto podía recordar. La vida era
ahora básicamente agradable, y sabía hasta qué punto había
vivido en un estado de depresión. En cuanto a la falta de di-
rección que sentía en su existencia, fue reemplazada por un
deseo de mayor desarrollo personal y una preocupación por
el desarrollo humano en general, al que ha estado sirviendo
con éxito, desde entonces, de forma creativa a través de su
profesión.
Definitivamente, esto encaja con la imagen que dio de su
niñera cuando pudo recordarla, pero para alguien que lo cono-
ce bien es difícil encontrar mejores términos para describirle.
Según parece, ahora podía expresar las cualidades que proyec-
taba. Esto lo hizo primero para sí mismo, en su búsqueda de
autoperfección, y para sus hijos, en la calidad de la compañía
que les dio. Luego vino su preocupación activa por la sociedad,
en su trabajo, y al final de un año sintió un verdadero amor por
su esposa (este paso fue el resultado de una sesión de harmalina
y MDA que solo podría describirse con gran detalle. Dado que
representa de muchas maneras una elaboración de la que aquí
se resume, lo he omitido de este relato).

78
MDA, la droga del análisis

Creo que uno de los valores de este testimonio es la luz


que arroja sobre la relevancia del pasado y su explicación en el
proceso de curación de las perturbaciones emocionales. Se
puede ver que lo importante no es recordar los hechos, ni si-
quiera recordar los sentimientos, sino el cambio de puntos de
vista y sentimientos del presente que supone el reconocimien-
to y la confrontación con la realidad, presente o pasada. La
visión del paciente sobre su presente, antes de la terapia, era
parte de la «máscara» que llevaba puesta, parte de un papel
que había adoptado por el cual se convirtió en un «buen
chico» que alberga los sentimientos de todo buen chico hacia
sus padres. Estos sentimientos solo podían mantenerse si se
«olvidaban» los hechos que no los respaldaban, hechos que
darían lugar a otros sentimientos no compatibles con su
papel. Vivir de acuerdo con su autoimagen artificial —la au-
toimagen creada para satisfacer las demandas de sus padres—
significaba renunciar a su propia experiencia, ignorando lo
que había visto, oído y sentido («abdicar de mí mismo»). Esto,
probablemente, ocurría en todos los aspectos de su percep-
ción, no solo en la interacción con la gente, sino en el uso or-
dinario de sus sentidos. Y se evidenció en la mejora de su vista
después de la terapia, en el descubrimiento de matices no vis-
tos y de sonidos no escuchados en la naturaleza. Usar una
máscara parece ser un asunto de todo o nada. No puede ser
utilizada solo para los padres; se pega tan cerca de la cara que
también interfiere con la vista de la naturaleza y el oído de la
música. Por la misma razón, para una persona es un asunto de
todo o nada ser ella misma, es decir, usar sus propios sentidos,
pensar sus propios pensamientos, sentir sus verdaderos senti-
mientos. No puede existir la programación y un flujo libre de

79
El viaje sanador

sentimientos y pensamientos a la vez. Solo una apertura a lo


desconocido permite descubrir cada instante, como con el
dios Eros de la historia de Apuleyo, que se quedaría con Psi-
que solo a condición de que no se le preguntara quién era.
Para este paciente, «ser él mismo», abrirse a sus propios
sentimientos, en cualquier circunstancia, significaba abrir las
compuertas que se construyeron para defender el paisaje tal y
como él lo veía. Al principio de su vida sabía que una visión
de la misma como la que tenía cuando creció solo podía man-
tenerse a costa de suprimir la realidad. Esto lo debió saber
siempre inconscientemente (aunque conscientemente lo ig-
noró, como hizo con todo lo demás) y, por lo tanto, mantuvo
su vida consciente en un compartimento estanco. Esto explica
su resistencia a los efectos de la MDA.
Y como su sistema defensivo era muy intelectualizado, es
comprensible que un enfoque no verbal fuera el más exitoso
para llevarlo a una posición de espontaneidad. Como él
mismo comentó al principio de la sesión, incluso la percep-
ción de su cuerpo había sido reemplazada por una imagen a
priori de sí mismo, pero esta era seguramente un área menos
vigilada y con seguridad más cuestionada que su estilo de
vida, su carácter o sus sentimientos hacia otras personas. Una
vez que se estableció un contacto directo con la realidad, y era
realmente «él» quien sentía las verdaderas sensaciones de su
cuerpo, las puertas se abrieron, y entró en contacto con una
cadena de asociaciones que potencialmente podrían llevarlo a
cualquier experiencia en el mismo nivel de la realidad.
Puede ser útil pensar en el individuo sano como un siste-
ma en el que todas las partes están en comunicación entre sí y,
por lo tanto, cada acción, sentimiento o pensamiento se basa

80
MDA, la droga del análisis

en la experiencia total del organismo. Un aspecto de esa dis-


ponibilidad de experiencia es el recuerdo, ya sea abierto, cons-
ciente o la memoria implícita que supone tener en cuenta la
experiencia pasada como hace un clínico al realizar un diag-
nóstico, o un excursionista antes de dar un salto. Esto no su-
cede en la neurosis. Aquí, los sentimientos o el comportamiento
de una persona no se basan en la totalidad de la experiencia,
sino que una parte se apaga para que viva en un fragmento de
sí misma cada vez. En la mayoría de los adultos se ha produci-
do una cierta restricción de la personalidad, de modo que la
isla psicológica en la que viven no es todo el territorio en el
que nacieron. Y como la infancia es la época de mayor espon-
taneidad y unidad, son los recuerdos de la infancia en particu-
lar los que se disocian de la experiencia presente.
De la historia del caso anterior se desprende lo incompa-
tible que era para el niño, a una edad determinada (probable-
mente entre los tres y cuatro años), sentir tristeza y rabia y, al
mismo tiempo, ser aceptado por sus padres, el único apoyo
que le quedaba. Solo podía reprimir sus sentimientos supri-
miendo los pensamientos que los causaban, es decir, el olvido.
Recordar era entonces una amenaza a su seguridad, a su senti-
miento de ser aceptado por los adultos. Sin embargo, el hom-
bre adulto que vino a la terapia ya no estaba en la misma
situación. Su olvido activo, su estructura defensiva, ha persis-
tido en él como un remanente inútil de su biografía, una cica-
triz, un dispositivo anacrónico que le protege de un peligro
que hace tiempo que dejó de existir. Porque ya no hay ningu-
na amenaza real para él al pensar de una manera u otra en sus
padres. El mundo es grande y ya no los necesita como cuando
tenía tres años. Freud dijo que la neurosis es un anacronismo,

81
El viaje sanador

y en ese hecho radica la posibilidad de la psicoterapia. En cier-


to modo, puede concebirse como una exploración de las re-
giones temidas y evitadas del alma, por la que se descubre que
no hay nada amenazante o que deba evitarse en ellas.
Puede haber dolor o ira, como en el caso presente, pero
solo a través de su aceptación sin miedo de ello puede inte-
grarse la suma de la experiencia de una persona en el conjunto
de una personalidad sana.
La curación de este paciente puede verse como un cambio
de una forma de ser y de sentir, tal como una vez aprendió
que «debería» ser, o que le convenía ser, a su «verdadero» ser:
el que corresponde a la huella de su experiencia de vida en su
constitución. Se puede ver que su patrón neurótico —su
«máscara», su autoidealización— consistía en una réplica de
la percepción distorsionada de sus padres sobre el muchacho y
de las propias aspiraciones de estos para él, en un momento en
que se sentía solo y necesitaba mucho su amor. Un aspecto
destacado de esto era que lo veían como tosco y poco inteli-
gente ,y por ello querían que fuera bien educado y refinado.
Así que le obligaron a restringir todo lo que fuera «vulgar» y a
juzgar la cultura como un «deber», sin el cual se habría senti-
do como un simplón sin valor. La calidad compulsiva del
proceso lo convirtió en algo rígido, con un intelecto demasia-
do formal, poco espontáneo, verboso e incapaz de disfrutar de
las cosas sencillas. Tal proceso de sustitución de la vida por
una imagen, de la verdadera experiencia por un conjunto de
«deberes», se encuentra en la raíz de cada neurosis, por muy
diferentes que sean las circunstancias que conducen a la cons-
trucción de la máscara y por muy singulares que sean sus
características.

82
MDA, la droga del análisis

Lo que parece inusual en la historia de este paciente es la


clara línea de demarcación entre un tiempo de desarrollo
normal en una atmósfera de amor, y aquel en el que se en-
frentó a la exigencia de adaptarse a influencias perturbado-
ras. Es concebible que tal cambio de la nana a la mamá, que
causó un cambio paralelo de «ser» a «parecer», puede haber
sido una fuente de dificultad para el niño en su habla, ya que
debe haber buscado a su nana en su madre y a veces debe
haberla llamado por un nombre equivocado. Y como la nana
y los pensamientos asociados se le prohibieron, la palabra en
sí, como mamá, debe haber estado cargada de sentimientos
conflictivos.
Fue una feliz aunque ciega intuición la que tuve al aconse-
jar al paciente que escribiera, permitiendo así que el conflicto
enterrado emergiera a través de décadas en su bloc de notas.
Los cauces entre su experiencia pasada y la presente de escribir
cartas habían sido abiertos por la acción de la MDA, pero se-
guramente no se habría hecho evidente a través de la actividad
altamente automatizada del habla adulta. Es posible suponer
lo que podría haber sucedido si el paciente no hubiera sido
llevado a escribir. ¿Sus sentimientos reprimidos y los recuerdos
han accedido al presente por otra ruta diferente? ¿Podría ser
que una vez que los canales asociativos están abiertos, la unifi-
cación tenga lugar por el camino de menor resistencia, como
cuando el agua cae por la ladera de una montaña, cambiando
su curso para acomodarse a los obstáculos en su camino?
Las siguientes historias pueden sugerir una respuesta: la
primera se refiere a un hombre de treinta y cinco años que se
dedicó durante un largo tiempo a la disciplina de una escuela
espiritual con la esperanza de convertirse en un ser humano

83
El viaje sanador

más completo. Expresó esta esperanza en su primera entrevis-


ta, señalando que ser realmente un «hombre» significaría po-
seer cualidades como la voluntad, la responsabilidad, la
libertad, que estaba lejos de haber desarrollado. Por muy cier-
tos que fueran estos pensamientos, pronto se hizo evidente
que el sentimiento del paciente de no ser un hombre comple-
to entrañaba un miedo específico a ser homosexual que ape-
nas se atrevía a confesarse a sí mismo, y mucho menos a sus
guías espirituales. Ese temor formaba parte de un sentimiento
persuasivo de inseguridad, ya que había una constante suposi-
ción implícita en él de que, si fuera espontáneo, los demás lo
verían como afeminado y lo «desenmascararían». Esta insegu-
ridad arruinaba su relación con la gente, especialmente en su
profesión de médico, y se había convertido en su mayor preo-
cupación: «Quiero estar seguro de que esta inseguridad se
basa en miedos ilusorios, y que no soy homosexual, o si tengo
razones para temer...».
A continuación se presenta la información autobiográfica
más relevante para su síntoma, según el relato del paciente
antes del tratamiento con MDA:

De la información que me dieron repetidamente y con


mucho énfasis los miembros de mi familia, mi madre tuvo
que pasar los nueve meses de su embarazo en cama ya que
tuvo una enfermedad cardiaca que luego la llevó a la muerte
[cuando el paciente tenía nueve años]. Cuando nací, la co-
madrona estaba molesta por la dificultad del parto y me tor-
ció el pie derecho. Por esa razón, no pude caminar hasta los
cinco años aproximadamente, edad en la que me curé des-
pués de muchos tratamientos.

84
MDA, la droga del análisis

Todas estas circunstancias que rodearon mi nacimiento


hicieron que mis padres me dieran muchos cuidados, y así,
me mimaron, haciéndome nervioso y terco, lo que a su vez
hizo que mi hermano mayor se enfadara mucho. Él no disi-
mulaba su irritación, pero constantemente me acosaba y me
llamaba «mariquita» y «moñas». Sufrí mucho por esto y estu-
ve llorando permanentemente, ya que él era seis años mayor y
mucho más fuerte, y no pude luchar contra él, y las veces que
intenté defenderme me llevé la peor parte. Me enfadaba tanto
con él que en algunas ocasiones le lanzaba cuchillos o tijeras y
le hacía daño. A pesar de lo que he dicho, mi hermano era el
favorito de mi padre, ya que le señalaba como ejemplo de in-
teligencia y virilidad, y siempre le animaba y aprobaba lo que
hacía. Esto nunca fue el caso conmigo.
Como mi hermano no me dejaba jugar con él y yo no
tenía amigos, debía pasar mi tiempo con mis hermanas, es-
pecialmente con la mayor de ellas, a la que quiero mucho y a
la que estoy muy unido. De esta relación, creo, recogí los
modales afeminados por los que mi hermano me desprecia-
ba y que me dieron problemas durante los primeros años de
la escuela.
En cuanto a mi madre, aunque creo que me quería,
nunca expresó este afecto, a diferencia de mi padre, que era
mucho más expresivo que ella.

Alrededor de una hora después de la ingesta de 100 mg de


MDA (una pequeña dosis para este paciente), informó de algu-
nos mareos, y nada más sucedió durante los siguientes quince
minutos. En este punto, le pedí que me mirara a la cara y me
informara sobre lo que veía en mi expresión. Inmediatamente

85
El viaje sanador

sintió que mi forma de mirarlo era similar a la de su madras-


tra, así que le pedí que fingiera que yo era su madrastra y que
lo miraba con la expresión que él percibía. ¿Cómo traduciría
esta expresión en palabras? ¿Qué diría la «madrastra» para
hacer más explícita su actitud? «¡Marica! —decía— ¡Marica!
¡Marica! Siempre corriendo detrás de tu padre, pegado a él
como una niñita». Ahora le pedí que respondiera como lo ha-
bría hecho de niño si se hubiera atrevido a decir lo que sentía:
«¡Te odio! ¡Te odio!». Durante los cinco minutos siguientes,
más o menos, le pedí que cambiara de un papel a otro y que
mantuviera así un diálogo con su madrastra, lo que llevó a
una mayor expresión de sus sentimientos de ser víctima, su
impotencia, su necesidad de su padre como única protección
contra sus ataques. En este punto, empezó a emerger gradual-
mente en él una reminiscencia: «Algo pasó con el jardinero
—había un jardinero en la casa— y algo pasó, no recuerdo
qué... estaba en el garaje, eso sí que lo recuerdo... me veo sen-
tado en su regazo, ¿puede ser cierto?». Luego hubo una ima-
gen del pene del jardinero y de una felación; después sintió
que tenía la cara mojada de repente, y experimentó perpleji-
dad. Todo esto tenía que ver con pequeñas imágenes que ve-
nían en paquetes de cigarrillos, y gradualmente recordó que
este hombre se las dio a cambio de manipulaciones sexuales. Y
no las quería para él... no, para su hermana... sí, por su herma-
na él haría esto, para que ella tuviera estas pequeñas impresio-
nes para su colección... porque ella estaba compitiendo con su
hermano mayor, ahora lo recuerda, y su hermano... (ahora
recuerda la parte importante)... ¡Su hermano lo sorprendió!
Recuerda que miró en el garaje, y se acuerda de su propio
miedo: ¡su hermano se lo diría a sus padres!

86
MDA, la droga del análisis

Costó cerca de cinco horas reconstruir toda la situación


provocada por el largamente olvidado episodio. La mayoría
de sus ideas y recuerdos se resumen en las siguientes páginas
escritas al día siguiente:

Cuando mi hermano me descubrió tuve mucho miedo.


Corrí a mi hermana y le dije que me habían descubierto y
que Fernando, que no me quería, se lo diría a mi madre. Ella
tenía mucho miedo de mi padre y estaba tan asustada de que
le pegara que me rogó que me declarara culpable y dijera
que me había gustado lo que había hecho. «Por favor, tú eres
el rey de la casa, a ti no te pegarán, pero a mí, sí». Creo que
ella fue afectuosa conmigo para obtener el amor de mi padre
a cambio.
Cuando Fernando me atrapó, pensó:
—¡Ja, ja! ¡El rey de la casa es un marica! Yo soy el único
hombre.
Mi madre estaba furiosa:
— ¡Te daré una paliza! ¿Por qué lo hiciste?
—Porque me gustó.
—¡Ah, así que te gustó! —dijo, y me llenó la boca de
pimienta.
Yo seguía diciendo:
—Me gustó, me gustó, ¡y le diré a papá lo que me has
hecho!
Se enfadó más y pensó: «Igual que su padre».
—¡Ajá, así que te gustó!
Y me retorció el pie.
Mi hermana terció:
—¡Pobrecito! ¿Qué te han hecho por mi culpa, porque

87
El viaje sanador

no quisiste delatarme? Le han retorcido el pie al rey de la


casa. Pobrecito.
La hermana menor:
—¡Así que tú tienes la culpa! Mira lo que le han hecho a
Roberto por tu culpa. Eres mala. Voy a delatarte.
El padre:
—¡Mirad lo que hizo Sarah! ¿Cómo te atreviste a meter
al niño en esto? ¡Tú tienes la culpa!
Y la golpeó con una regla en la planta de los pies.
—No la pegues, papá. ¡Me gustó, me gustó!
La madre:
—¿Qué he hecho? Le he retorcido el pie, y mi marido
se enfadará. Perdóname, Roberto, no sabía lo que estaba
haciendo.
Yo:
—Apestas, madre, ¿por qué no te bañas? No me recojas
en la escuela, madre, porque me avergüenzo de ti. Quiero
que mi padre vaya. Él es bueno, tú eres mala. No me quie-
res, me has retorcido el pie.
Madre:
—Ahí está el marica otra vez. Quiere ir con su padre, los
dos son de la misma clase. Débiles. El único hombre en la
casa es Fernando. Es mi hijo, es como yo.
Yo:
—Así que te duele ver que soy un marica. Eso es lo que
voy a ser, y se lo diré a mi padre cada vez que me llames eso.
Padre:
—¡Con qué perra me casé! ¿Qué le ha hecho a su hijo?
Me imagino lo que piensa de mí, igual que de él. En realidad,
el único hombre de la casa es Fernando, que se parece a ella.

88
MDA, la droga del análisis

Fernando:
—Mi padre es quien más quiere a Roberto, pero des-
pués de denunciar a Roberto tengo a mi madre para mí.
La hermana menor:
—Después de delatar a Sarah, tengo a mi padre para
mí. ¡Pobre crío! Qué triste es que le hayan retorcido el pie.
Mira, papá, yo también quiero a Roberto.
Fernando:
—¡Marica, marica! El único hombre en la casa soy yo.
Yo:
—Papá, Fernando me llamó marica.
Padre:
—No molestes a tu hermano, Fernando. ¿No ves que
está nervioso desde el accidente de su pie?

La forma de este documento recuerda el curso real de la


sesión, ya que le pedí que se hiciera pasar por los diferentes
individuos en su familia y que expresara los sentimientos de
cada uno frente a la situación. Cuando todo lo que se ha cita-
do le quedó claro, se preocupó por el vago recuerdo de un
evento posterior. El proceso de rememoración gradual fue
similar al anterior: la habitación donde su madre yacía en la
cama, su futura madrastra hablando con la enfermera, algo
sobre la dosis de un medicamento, su deseo de que su madre
muriera y su culpa después. Para cuando los efectos de la
droga habían desaparecido, sin duda sentía que había mata-
do a su madre dándole un número mayor de gotas que las
prescritas, pero al mismo tiempo dudaba de la realidad de
todo el episodio que estaba «recordando», que a su vez era
bastante vago.

89
El viaje sanador

Durante los dos días siguientes, el paciente no pudo hacer


otra cosa que reflexionar sobre los acontecimientos descubier-
tos bajo la influencia de la droga. Sucesivamente, los aceptaba
como verdaderos o desconfiaba de su realidad, considerándo-
los como ilusiones causadas por la MDA. Por otra parte, sen-
tía que el proceso que había comenzado con la sesión no
estaba completo e insistió (sin éxito) en recordar más circuns-
tancias asociadas con la muerte de su madre. Con el paso del
tiempo, la sensación de realidad del episodio sexual aumentó,
y esto fue en paralelo a la desaparición de sus dudas con res-
pecto a su masculinidad. Su seguridad (confianza en sí mismo)
también aumentó enormemente en su contacto con la gente
en general, y sintió que podía ser más espontáneo, aunque
ahora iba cargando con un sentimiento inconsciente de culpa.
No le importaba mucho si era homosexual o no y por primera
vez en su vida podía discutir el asunto abiertamente con otros.
Su verdadera culpa ahora estaba en el sentimiento de que era
un asesino y que no podía confesar. Un sueño que tuvo algu-
nos días después de la sesión le impresionó mucho. En un
episodio del mismo se hallaba en el funeral de su madre, y
unos tigres entraron por la ventana. Sintió que eran expresio-
nes de su propia ira, una ira que había enterrado muy pronto
en su vida, y que solo ahora empezaba a sentir a través de una
cortina de símbolos y recuerdos.
El cambio que tuvo lugar en la comprensión de este pa-
ciente acerca de su vida y sus sentimientos puede observarse
comparando el primer párrafo de una autobiografía escrita
antes del tratamiento con el comienzo de otra versión de la
misma escrita aproximadamente una semana después de la se-
sión. Antes de la sesión, comienza de la siguiente manera:

90
MDA, la droga del análisis

Nací el 1 de agosto de 1930 en la casa de un hombre de ne-


gocios muy respetado en nuestro círculo y que pertenecía a
una de las familias más antiguas de la ciudad.

Esta es una actitud que recuerda a la que el paciente an-


terior mostró al hablar del comedor de su casa. Allí el sujeto
ignoró inicialmente sus verdaderos sentimientos por este
lugar, que había sido la mayor sala de torturas de su vida, y
los sustituyó por el orgullo de la posición social de sus pa-
dres, transmitido por la pulida mesa y las finas tazas. En esta
apertura el paciente también destaca la «respetabilidad» de
sus padres y, al hacerlo, los mira en términos de los valores
que eran más importantes para ellos. Estos valores también
lo han moldeado en un grado muy alto, ya que él también
ha tenido que «abdicar de sí mismo», y cuando un niño ab-
dica de sus verdaderos sentimientos y pensamientos queda a
merced de las influencias externas. Para este niño en parti-
cular, «ser él mismo» significaba tal frustración y enojo con
su madre y su hermano mayor que no podía hacerle frente,
especialmente en ausencia de un padre fuerte que tomara
partido por él. Su padre mostró algo de comprensión por su
hijo, y así podemos entender el gran apego del niño por él,
pero era débil y sumiso. Después de la sesión, el paciente ya
no habla de él como de un hombre respetable que lo cuidaba
mucho y que le expresaba sus sentimientos afectuosos, sino
que dice: «Lo veo como un hombre muy débil al que siem-
pre he dominado, al que incluso he regañado en muchas
ocasiones. No sabe lo que quiere y es muy cobarde. Es decir,
tiene todos los defectos que yo veo en mí. Nunca he podido
hablar abiertamente con él porque es muy chismoso y no

91
El viaje sanador

dudaría en contar a otros mis asuntos. Nunca me apoyó en


absolutamente nada».
Esta opinión de su padre está sin duda más cerca de sus
verdaderos sentimientos, y el cambio de punto de vista está
probablemente relacionado con el desvanecimiento de su per-
cepción de sí mismo como homosexual. Se puede esperar que,
a medida que se abra más a sus verdaderos sentimientos, expe-
rimentará menos necesidad de ser apoyado por su padre o por
sus figuras paternas en el mundo masculino. Está un paso más
cerca de esto, pero un sentimiento de culpa aún le impide re-
conciliar el estado desconocido de su infancia con su actual
visión de su madre. Es esclarecedor rastrear los sentimientos
hacia las mujeres de su familia durante el tiempo de su trata-
miento. Todo lo que dice de su madre en su primer informe
autobiográfico está en un párrafo que ya ha sido citado: «En
cuanto a mi madre, aunque creo que me quería, nunca expre-
só ese afecto, a diferencia de mi padre, que era mucho más
expresivo que ella». Su frustración aquí es casi inexpresiva, no
solo porque no habla de su propia reacción, sino porque no
culpa a su madre. En cambio, construye la opinión de que un
rasgo de carácter de ella, no siendo expresivo, la llevó a no
mostrar su afecto.
En otra parte de su relato, habla de su reacción a la muer-
te de su madre: «Cuando tenía nueve años, mi madre murió
de una larga enfermedad cardiaca. Recuerdo, o creo recordar,
que no lloré y que no quise dejar la casa de un primo donde
me habían enviado para alejarme de los ritos funerarios, y
donde me estaba divirtiendo».
De su madrastra, dice abiertamente: «La odiaba. Esta
mujer nunca me amó y nos separó al uno del otro, excepto a

92
MDA, la droga del análisis

mí de mi hermana mayor, que siempre me mostró un gran


amor y a quien quiero mucho».
Durante la sesión se hizo evidente hasta qué punto esta
hermana mayor representaba una madre sustituta, y era tan
importante para él que no solo accedió a las manipulaciones
del jardinero por su bien, sino que fue capaz de culparse a sí
mismo por ello y así protegerla de ser castigada. Sin embargo,
también quedó claro que era un pobre sustituto del amor de su
madre, ya que no lo experimentaba realmente como un verda-
dero afecto, sino como un papel que ella adoptaba y como una
manipulación para atraer el amor de su padre. A la vista de esa
percepción posterior, podemos valorar las descripciones inicia-
les del paciente sobre el amor mutuo entre su hermana y él
como un autoengaño, al menos en parte, y como el resultado
de una necesidad desesperada de creer que alguien le amaba.
Al día siguiente de la sesión, además del texto que se ha
citado, anotó los siguientes comentarios sobre su madre y su
madrastra:

Cuando mi madre murió, no lloré. Al contrario, me alegré


de que muriera. Me llevaba mejor con mi madrastra, hasta
que mi padre nos separó.

De esto se desprende que gran parte de la hostilidad experi-


mentada anteriormente hacia su madrastra fue el desplaza-
miento de la hostilidad reprimida hacia su madre, y como ahora
podía reconocer parte de ella (implícita en el hecho de haberse
sentido feliz por su muerte), sus sentimientos (retrospectivos)
hacia su madrastra mejoraron. Un desplazamiento similar pare-
ció que tenía lugar en la ira hacia su padre, ya que inicialmente

93
El viaje sanador

culpó a su madrastra cuando percibió la separación en la fami-


lia, y ahora ve que en realidad fue su padre quien lo separó de
ella. Que su madrastra actuaba como una pantalla en la que se
proyectaban los sentimientos inaceptables hacia sus padres se
confirma aún más por el curso de la sesión de MDA, que co-
menzó con la percepción de la expresión de su madrastra en mi
rostro, pero el diálogo con ella lo convirtió en uno con su madre
a medida que avanzaba.
En las páginas autobiográficas escritas una semana des-
pués de la sesión, el paciente dice lo siguiente de su madre:
«La recuerdo como una mujer de fuerza excepcional. Creo
que era muy buena, pero al mismo tiempo carente de afecto,
o al menos de la capacidad de expresarlo. Recuerdo que le
preguntaba continuamente si me quería, y que ella respondía:
“¡Déjame en paz, estoy muy cansada!”. De vez en cuando me
daba un beso, pero no recuerdo que me hubiera acariciado».
En cuanto a su madrastra, la ve como «una mujer perezosa y
sucia; solía pegarme y hacer que mi hermano me pegase todo
el tiempo». Mis hermanas solían defenderme. Si yo lloraba o
la delataba a mi padre, me llamaba mariquita. Ella me dejaba
sin comer, y creo que la incipiente tuberculosis que tenía esta-
ba relacionada con esto, o al menos eso pensaba mi padre... La
odiaba como nunca he odiado a nadie, y se vengó llamándo-
me mariquita, estúpido, perezoso... Pero también siento lásti-
ma por ella. ¡Cómo debe haber sufrido con una manada de
monstruos como nosotros!».
Se puede observar que las opiniones y sentimientos del pa-
ciente se han revertido en cierta medida respecto a sus comen-
tarios anteriores a la sesión. Aunque no completamente. En su
última declaración sobre su madrastra, hay un reconocimiento

94
MDA, la droga del análisis

implícito de que ella fue el blanco de sus propias reacciones


irracionales, y él interpreta sus ataques como una venganza.
Por otro lado, hay alguna diferencia entre las declaraciones
originales sobre su madre y las anteriores: «... falta de afecto, o
al menos en la expresión del mismo. Recuerdo que le pregun-
taba continuamente si me amaba, y ella respondía: “¡Déjame
en paz, estoy muy cansada!”». Aquí hay un claro reconoci-
miento de su inseguridad y frustración, y la noción de que su
madre no lo amaba está más cerca de ser aceptada y expresada.
La forma en que construye la frase («carente de afecto, o al
menos de la expresión del mismo») es una réplica en miniatu-
ra del proceso por el cual el contenido de la sesión en su con-
junto se reprime de nuevo y se restringe. Primero viene una
declaración clara, luego lo que parece ser una racionalización,
una justificación de la madre que puede entenderse como un
medio de contener los sentimientos inaceptables que tendría
si la declaración anterior fuera cierta. Esto fue típico de él du-
rante todo el proceso descrito aquí. Bajo el efecto de la MDA,
describía vívidamente una escena (el semen mojaba su cara,
por ejemplo) y luego se preocupaba por su realidad. «¿Puede
ser esto cierto? ¿Esto sucedió realmente? No. Solo en mi ima-
ginación. Realmente no puedo recordarlo. Era demasiado
joven para recordar algo. Pero entonces, ¿por qué lo veo tan
claramente? ¡Y todo parece tan coherente! Si esto es verdad...
Sí, debe ser verdad. ¿Puede ser verdad? ¿Qué piensa usted,
doctor, puede ser esto cierto?».
Largas secuencias de esta naturaleza tuvieron lugar entre
pasos sucesivos en la comprensión o el recuerdo y, como he
mencionado antes, los días siguientes a la sesión fueron segui-
dos por intensos interrogatorios del mismo tipo.

95
El viaje sanador

Poco después de trabajar con este paciente, dejé el país


durante dos meses y esperaba volver a verlo a su regreso, pero
ahora le parecía que la ayuda que recibió en el ínterin por
parte de un colega terapeuta era todo lo que necesitaba, y que
prefería concentrarse en la búsqueda espiritual, como antes.
Desde entonces, me he encontrado con él accidentalmente en
ocasiones, y tengo la intuición, por la calidad de este contac-
to, de que el proceso iniciado el día de la sesión nunca se com-
pletó. Aun así, el tratamiento fue eficaz para proporcionar al
paciente el alivio sintomático que buscaba, para darle mayor
confianza en sí mismo (lo que hizo que su relación con los
demás fuera más satisfactoria) y para lograr una mayor espon-
taneidad en su vida.
La vacilación de este paciente en aceptar la verdad de los
acontecimientos recordados mientras estaba bajo la influencia
del medicamento ilustra una reacción que se observa con fre-
cuencia en el periodo que sigue a una sesión de terapia. Pare-
cería que los recuerdos reprimidos solo pueden aceptarse
cuando se produce un cambio paralelo en las actitudes del pa-
ciente o en la interpretación de los mismos, de manera que ya
no sean una amenaza para su «equilibrio» actual. En realidad,
el temor implícito al cambio que hace que un paciente se aleje
de ciertos acontecimientos o experiencias es una insinuación
de un reconocimiento secreto de la inestabilidad de su situa-
ción actual. Como el miedo a los lugares altos en aquellos que
inconscientemente quieren caer, el miedo a recordar habla de
un deseo del organismo de volver a caer en la verdad, un deseo
oculto de ver.
Según parece, la MDA puede ser un instrumento para in-
ducir un estado en el que nada es amenazante, y en el que la

96
MDA, la droga del análisis

persona puede aceptar incondicionalmente sus experiencias,


ya que su seguridad se encuentra en otra parte, y no en una
imagen de sí misma. Una vez que se ha superado esa fase, la
información de la consciencia de la persona puede chocar con
sus puntos de vista actuales o provocar reacciones (como la
condena de un padre) que no puede permitirse. El resultado
puede ser ansiedad u horror ante los acontecimientos recorda-
dos, negación de su realidad o amnesia con respecto a todo el
episodio. Para que se produzca el cambio, hay que dejar tiem-
po, de modo que se pueda salvar la brecha entre la reacción al
acontecimiento crítico y la estructura de la personalidad del
paciente, como se logró con éxito en el plazo de veinticuatro
horas en el caso del sujeto de nuestro primer ejemplo. Cuan-
do la asimilación del suceso crítico es insuficiente durante una
sesión, el proceso puede continuar durante el día o el mes si-
guiente o reanudarse en una sesión posterior con el fármaco.
El siguiente caso es particularmente ilustrativo del funcio-
namiento de las defensas tras sucesivas sesiones de MDA y
muestra cómo en cada una de ellas el paciente pudo ver más de
su pasado y, también, integrarse más en su conciencia posterior
a la sesión. El paciente es un tartamudo de treinta años que ha
estado en psicoterapia durante dos años y que ha experimenta-
do una considerable mejora de sus síntomas. Su terapeuta me
lo remitió porque consideraba que la falta de contacto emocio-
nal en la relación terapéutica actual impedía que se siguiera
avanzando, y esperaba que un medicamento pudiera ayudar al
paciente a dejar de lado su enfoque excesivamente intelectuali-
zado y normativo en el encuentro terapéutico.
Cuando se le preguntó sobre su propio interés en conti-
nuar la terapia, el paciente explicó que la tartamudez ya no

97
El viaje sanador

era su principal preocupación, sino la irritabilidad en el


hogar, la ausencia de sentimientos y la falta de contacto con
las cosas en general: «Siento que no toco el suelo mientras
camino, sino que floto sobre él; no me siento completamente
en contacto con nada». A menudo usaba frases impersonales
en la primera entrevista (por ejemplo: «Hay tensión en mis
brazos»), y cuando le llamé la atención sobre esto, me expli-
có: «Esa es mi preocupación esencial: ¡Quiero poder hablar
en primera persona!».
Una de las varias pruebas psicológicas utilizadas anterior-
mente fue el HPT,3 que consiste en una serie de fotografías
humanas a las que el sujeto es invitado a responder en térmi-
nos de lo que le gusta o no le gusta de ellas. La característica
más notable de sus respuestas fue el rechazo de muchos ros-
tros que él percibía como criminales. Relacionó este rasgo en
sus reacciones con su propia percepción inconsciente de sí
mismo como delincuente, como se evidencia en los sueños en
los que fue perseguido por la policía.
El dato más destacado de la historia del paciente, tal como
lo recordaba antes del tratamiento, era que su balbuceo co-
menzaba en la época de su primer año en la escuela, de la que
recordaba muy poco. Tenía muy pocos recuerdos antes de
esta época de su vida: su madre yendo a la clínica para dar a
luz a su hermano menor, él mismo desnudo para tomar el sol
y escondiéndose de una nueva criada, sus padres comprándo-
le un regalo... De la siguiente escuela, recordaba vívidamente
a una niña rubia que le prestó un lápiz. Dijo que durante toda

3. Prueba de Preferencia Humana, por el presente autor (HPT por


sus siglas en inglés).

98
MDA, la droga del análisis

su infancia solía encerrarse en el armario de su padre y, secre-


tamente, cedía a los ataques de rabia y al llanto hasta que no
podía soportar más el calor. Describió la relación con sus pa-
dres como normal y sin incidentes, y dijo que solía contarle
todo a su madre hasta los doce o trece años, cuando cambió
en este aspecto, y ella se quejó de su pérdida de confianza. En
la escuela, era un estudiante bastante bueno, pero evitaba los
deportes. Desde los catorce años, había participado activa-
mente en diferentes organizaciones juveniles católicas. Tuvo
dos breves aventuras amorosas antes de casarse, una a los die-
ciséis años y la otra a los veinte. Conoció a su esposa en la
universidad y estableció con ella una buena amistad que aún
perdura después de seis años. Llevaba ya cuatro años casado y
tenía dos hijos, por los que sentía mucha ternura.
Después de la ingestión de 150 mg de MDA, el primer
síntoma del paciente fue ansiedad, un deseo fugaz de llorar,
que controló, y luego una sensación de que sus brazos y su
pecho eran más pequeños, más delgados. «¿Esto sugiere
algo?». «Ser un niño, supongo».
Durante la siguiente hora más o menos, disfrutó mucho
de la música y juguetonamente movió sus brazos y piernas a
su ritmo. «Flexible, como si corriera desnudo en el viento».
Aparte de la experiencia descrita, la mayor parte del con-
tenido de las siete horas que duró la sesión estuvo relacionado
con la boca del paciente. Al principio sintió que su mandíbula
estaba apretada y trató de abrirla más y más con la ayuda de
sus manos. Constantemente sentía su cara y sus mandíbulas.
Luego inició movimientos que sugerían los de succión, y
cuando esto le llamó la atención, intencionalmente se dedicó
a los movimientos de succión durante mucho tiempo. Todo

99
El viaje sanador

el tiempo, sintió que sus mandíbulas estaban tensas y dolori-


das, y siguió sintiéndolas así. Sus molares inferiores e izquier-
dos también le dolían, y esto persistió hasta el día siguiente.
En otro momento, sintió como si abriera la boca de par en
par y sacara la lengua, y durante algún tiempo, con la boca
abierta, sintió como si exhalara con fuerza. Luego tuvo frío,
empezó a moverse al ritmo de la música de nuevo, y siguió
abriendo la boca, sacando la lengua, o chupando. Explicó (en
inglés) que había estado preocupado por sus mandíbulas
antes en su vida, ya que en el momento de la pubertad no
quería masticar con fuerza por miedo a distorsionar la forma
ovalada de su cara.
Las primeras palabras del paciente, en algún momento
de la segunda hora después de los síntomas iniciales, fueron
que se había dado cuenta de que nunca había sido amado;
que podría haber ocurrido, pero que nunca creyó realmente
ni sintió con certeza que alguien se preocupaba por él. Des-
pués de esto, habló en inglés y continuó usando este idioma
durante el resto de la sesión, a pesar de haberlo aprendido
solo en la escuela y de ser mucho menos fluido en él que en
español. En una ocasión habló también en francés, y en va-
rios momentos de la sesión comentó con sorpresa el hecho de
haber olvidado el español, pero esto no pareció molestarle.
Volvió a decir unas cuantas frases en español después de ima-
ginar a su padre como el respaldo de un asiento con armazón
de metal. Le pedí que hablara con su padre y me dijo en espa-
ñol y con cierta resistencia: «¿Por qué te vas?». «¿Por qué no
te quedas en casa?». «¿Por qué no me abrazas?».
Sabiendo que el tartamudeo del paciente había comen-
zado durante su primer año de escuela, le pregunté sobre este

100
MDA, la droga del análisis

periodo de su vida, y recordó un cierto día en el que un grupo


de niños lo culparon injustamente por haber empujado a otro
niño más pequeño. Uno de ellos amenazó con darle un puñe-
tazo en la boca, pero él no podía recordar si realmente le ha-
bían pegado. Pasó aproximadamente una hora reflexionando
sobre la escena. Se imaginó a sí mismo con la boca llena de
sangre, tendió a creer que había empezado a tartamudear ese
mismo día, y pensó que se debía sentir víctima de una gran
injusticia y muy indefenso.
Después de este día y durante el mes siguiente, el paciente
notó un efecto sorprendente de la sesión en sus movimientos,
que se volvieron flexibles e inusualmente coordinados. Lo sin-
tió mientras tocaba la guitarra y la flauta, mientras se dedicaba
a la carpintería en sus horas libres, y por la noche, cuando ya
no sentía la incomodidad habitual de no saber dónde poner
los brazos antes de dormir. Aparte de este efecto físico, se sen-
tía inusualmente cálido con sus hijos y lleno de paciencia al
lidiar con los eventos de la vida familiar. Cuando se le presen-
tó una vez más el HPT, dos días después de la sesión, sus res-
puestas fueron muy diferentes a las de la semana anterior; el
tema principal de sus rechazos ya no era predominantemente
el de los rasgos «transgresores», sino que la mitad de sus co-
mentarios se referían a expresiones en la zona de la boca de los
rostros representados. Las que más se mencionaron fueron el
miedo y el deseo de llorar, el mostrar demasiado los dientes o
la falsedad. En ese énfasis de la boca y el rechazo de los senti-
mientos expresados en ella, la situación de prueba era paralela
a la experiencia del sujeto en la sesión de MDA, durante la
cual la boca había sido el centro de atención tanto en térmi-
nos de sensaciones físicas como de fantasía.

101
El viaje sanador

A pesar del bienestar experimentado por el paciente, el


proceso terapéutico descrito anteriormente se sugirió como
incompleto por las siguientes razones:

1) Expresión incompleta de las sensaciones: al principio de


la sesión, el paciente tenía ganas de llorar, pero no cedió al
impulso. Al final del día, temía que pudiera sentirse suicida,
pero nuevamente se sentía solo al borde de la tristeza. Estas
breves experiencias, su historia de vida (llorar en los arma-
rios), la falta de sentimientos intensos durante la sesión y el
rechazo de las expresiones de tristeza en la prueba demostra-
ron que todavía no estaba preparado para aceptar o incluso
conocer sus propias emociones.
2) Recuerdo incompleto: los síntomas de regresión durante
la sesión (movimientos de succión, encogimiento del cuer-
po) sugieren claramente que la mente del paciente estaba
queriendo enfrentarse inconscientemente a los episodios del
pasado, y esto se confirma aún más por la escena escolar que
recordó en parte. Sin embargo, aquí, como en el caso de los
sentimientos, el paciente solo llega al borde de recordar un
episodio, cuya existencia es capaz de percibir. Las emociones
que imagina haber tenido cuando fue acosado en la escuela
(llanto, rabia, impotencia) coinciden con las que percibió y
rechazó en el HPT.
3) Insight incompleto: la experiencia del paciente indica que
ha crecido con un sentimiento de no ser amado, que extraña-
ba a su padre, y que al menos una vez se vio permanentemen-
te afectado por ser injustamente culpado y atacado por otros
niños. Esto, a su vez, sugiere que se enfrentaba a esta última
situación muy por su cuenta, sin esperar ningún apoyo de sus

102
MDA, la droga del análisis

padres o profesores. Una vez más, todo este panorama coin-


cide con los sentimientos de ansiedad y tristeza experimenta-
dos fugazmente durante el día de la sesión y percibidos
posteriormente por el sujeto como ajenos a sus opiniones y
sentimientos habituales. Al día siguiente, consideró esta ex-
periencia de impotencia como una mera posibilidad teórica,
por no mencionar que percibió en el comportamiento pasa-
do de sus padres todo aquello que corroborara esos senti-
mientos de soledad o que los hiciera comprensibles.

En general, puede decirse que el tratamiento con MDA


llevó a prever un panorama que no fue del todo revelado. Se
aconsejó al paciente que asistiera a reuniones semanales de te-
rapia de grupo para lograr una mayor conciencia y expresión
de sus sentimientos, y después de tres meses participó en una
sesión de grupo con MDA que resumo aquí:

Al principio de esta sesión, el paciente, que se sentó junto a


una de las chicas del grupo, a la que había preguntado si
quería estar sola. Cuando ella asintió con la cabeza, él se
dejó caer al suelo, donde se acostó sobre las frías baldosas.
El frío le llevó a experimentar sensaciones que conocía de
alguna enfermedad: frío y vómitos, soledad e indefensión,
incapaz de pedir ayuda, abandonado. Dijo que entendía
que era un sentimiento de rechazo que le hacía sentir náu-
seas, frío y soledad. Luego se acostó en una cama en un ex-
tremo de la habitación y cedió cada vez más a este
sentimiento. Emitió suaves gemidos que se hicieron más
largos y fuertes hasta que se convirtieron en aullidos insis-
tentes. Después de media hora de gritar, esto se volvió cada

103
El viaje sanador

vez más articulado. Las primeras palabras fueron: «¡NO!


¡NO! ¡NO!». Luego, unos minutos más tarde, fue: «¡No es
mediocre! ¡No es mediocre! ¡No es mediocre!». Y más tarde,
devolvió los insultos a un supuesto acusador: «¡Mediocre!
¡Mediocre!», y luego: «¡Criminales! ¡Asesinos!», durante
mucho tiempo. Empezó a golpear la cama, y más tarde la
pared, con los puños. En el proceso, se dio cuenta de que el
verdadero objetivo de su ira era su padre. Luego hubo refe-
rencias a sus dientes. «¡Se caen solos! ¡Mamá, se caen solos!».
Intercalado con «¡No! ¡No! ¡Papá! ¡Papá!». Pidió ayuda a su
padre mientras su madre lo obligaba a hacer algo y final-
mente terminó, más suave, con la repetida afirmación: «No
tengo papá, no tengo mamá».

El proceso duró unas cuatro horas, después de las cuales


se olvidó de todo. Cuando los testigos le informaron de lo que
habían oído, pudo recordar en cierta medida lo que había
dicho o hecho, pero no las situaciones del pasado a las que re-
accionaba. Esto es lo que escribe al día siguiente: «Creo que
los gritos fueron por varias situaciones al mismo tiempo, en
cada una de las cuales me sentí en una posición similar, no
pudiendo contar con la protección y el amor de mis padres, ya
sea porque me lo negaron, porque no estaban a mano, o por-
que no sentí que estuvieran lo suficientemente cerca o que
pudieran ayudarme. Tales situaciones podrían haber sido una
experiencia en el dentista, haber sido atacado por los niños de
mi primera escuela, o alguna enfermedad durante la cual me
sentí muy mal y solo».
No estoy informando sobre todas las experiencias del pa-
ciente en el grupo, pero es interesante señalar que a lo largo

104
MDA, la droga del análisis

del día sintió un intenso deseo de ser protegido y acariciado


por otros miembros del grupo, además de la incapacidad de
pedirlo.
Comparando la primera sesión de MDA del paciente con
la segunda, es obvio que en la segunda pudo recordar y sentir
más (de su soledad, frustración y necesidad), pero a expensas
de la amnesia posterior. A pesar de esto último, sentí que la
profundidad de la experiencia misma mostraba un relaja-
miento de las defensas y que podría constituir un puente para
la siguiente sesión, en la que sus recuerdos y sentimientos po-
drían llegar a integrarse en su vida consciente. Mi sensación se
vio apoyada por las respuestas del paciente al test HPT dos
días después de la sesión. El cambio aquí fue sorprendente
una vez más, y junto con el rechazo de la debilidad, un nuevo
tema se hizo evidente: un tipo de expresión crítica, sarcástica
y desapegada que, en al menos una de las imágenes, asoció
con la de su padre.
La siguiente sesión tuvo lugar un mes después de la se-
gunda y comenzó febrilmente y con muchos gritos. Daba la
sensación de que atravesaba por la misma experiencia que en
la sesión anterior, pero la situación que inspiraba sus senti-
mientos era diferente. Dicha situación comenzó a desarrollar-
se gradualmente a medida que cedía a su rabia. «Su hijo es un
ladrón. Su hijo es un ladrón. Su hijo es un ladrón», escribió al
día siguiente, y después de eso, ira, defensa, odio: «¡No! ¡No!
¡Es mío, lo encontré tirado en el suelo! ¡Es mío, mío, mío! No
lo he robado! ¡No he robado nada! Lo encontré. ¡Criminales!
¡Criminales!».
A mitad de la tercera hora explicó cómo recordaba que en
su primer o segundo año de escuela encontró una pequeña

105
El viaje sanador

joya (un diamante, por lo visto), que guardó sin conocer su


valor. Fue acusado de robo y se tragó la piedra. Recordó cla-
ramente que le hicieron un enema y le obligaron a vomitar
para poder recuperar la joya. Ahora tenía la fantasía de tener
todavía algo dentro. Distinguió vagamente dos paquetes.
Uno pequeño detrás de su esternón, y otro más grande deba-
jo. Abrió el más pequeño y encontró el diamante. «El otro,
que apenas vi y olvidé, sigue sin abrirse», dijo más tarde, y
añadió: «Al descubrir todo esto, me sentí libre de algo muy
grande y pesado, como si pudiera respirar profundamente y
por primera vez en muchos años. Pero este deseo de respirar
profunda y violentamente apuntaba a algo que no era capaz
de comprender». Durante el resto del día, interactuó con los
demás en lugar de retirarse, como en las pasadas sesiones de
grupo. Después de que los efectos de la droga hubieran desa-
parecido, se despidió de los otros miembros del grupo, y
mientras lo hacía estuvo a punto de llorar. Especialmente
cuando se despidió de mí, se sintió muy conmovido y me
besó en la cara como un hijo besaría a un padre. Todo esto
representaba un fuerte contraste con el sinsentido que le
había hecho buscar tratamiento.
Al día siguiente, se sintió abrumado por una intensa
sensación de que realmente no tenía padre ni madre, lo cual
le hizo sentir como si los hubiera matado. También sintió
que las piezas de un enorme rompecabezas estaban encajan-
do en su lugar: sueños, miedos, situaciones de la vida. Sin
embargo, en el curso de la semana pareció que un velo se
corriera sobre su vista, sus sentimientos se volvieron a en-
friar, y la historia que le vino a la mente durante la sesión le
pareció cada vez menos real.

106
MDA, la droga del análisis

Se propuso una sesión más al paciente por razones simila-


res a las que precipitaron la anterior, y vale la pena informar
que esta en particular iba a ser a la vez la menos recordada y la
más efectiva. En resumen, durante las primeras horas de la
sesión, el paciente se sintió como una mujer y disfrutó de este
papel; después, descubrió que muy pronto en su vida había
asumido una identificación femenina, en el supuesto de que
así atraería el amor de su padre. Ser mujer significaba, princi-
palmente, ser sensible y sentimental, como su madre. Pero en
algún momento de su vida se dijo a sí mismo: «Los hombres
no lloran», y esta frase surgió repetidamente en sus experien-
cias con la MDA y se anestesió. En esta ocasión, también, su
estado de ánimo le llevó a un breve periodo de falta de senti-
miento, incoherencia y luego indiferencia: «El valor de esa vi-
vencia fue el de asistir a una caricatura de mí mismo», dijo
más tarde. «Lo que siempre soy, hasta cierto punto, había lle-
gado entonces al extremo». Es difícil saber qué pasó en su in-
consciente mientras se sentía como una mujer o mientras era
incoherente o indiferente, pero, solo después de esta sesión,
sintió el paciente que había dado un paso definitivo hacia la
cordura emocional. Un estado fugaz de ansiedad le hizo darse
cuenta de que esta era la condición en la que había vivido du-
rante toda su vida antes del tratamiento, y que ni siquiera re-
cordaba dicha ansiedad desde hacía algunos meses. Y además,
le parecía que el mundo entero había cambiado, aunque se
sentía la misma persona. Cuando se le preguntó sobre la natu-
raleza del cambio, dijo que era difícil de poner en palabras,
pero que era algo así como «estar relacionado» con los demás:
«No tengo que controlar a los otros, porque ya no dependo de
su aceptación o rechazo. Puedo aceptarlos sin que me importe

107
El viaje sanador

si me aceptan o no. Si lo hacen, bien; si no, muy mal; pero no


tengo necesidad de gastar energía en una especie de actividad
de la CIA para detectar cómo soy para los demás». Además, su
eficiencia en el trabajo ha mejorado, según su estimación, un
mil por cien.
Unos meses después del comienzo de su tratamiento, re-
sumió estos cambios en una carta, con motivo de mis últimos
días en el país. Hacia el final, planteó la pregunta:

¿Qué ocurrió durante la última sesión que provocó la crista-


lización de esta delicada corteza superior de la cordura, que
sin embargo siento que es permanente? Podría seguir res-
pondiendo: «Nada... simple. Mientras estuve allí, el mundo
fue reemplazado por otro diferente».
Algunos hechos que veo. Durante la primera etapa de la
sesión, viví en un armario, mi infierno. Pero ahora que lo
recuerdo, la sensación más desagradable que puedo recordar
es la del rechazo, y, reflexionando bien, que esto no fue tan
doloroso después de todo. El infierno no era más que la libe-
ración de muchos sentimientos, y mucho de esto resultaba
bastante placentero. En la segunda etapa, pude verme como
he vivido durante años: incapaz de amar.

Así es como la persona que sufría de falta de sentimientos


termina su carta:

Claudio, amigo, sé que no puedo darte nada como lo que tú


me has dado. Sé que ni siquiera esperabas esta carta. Sé que
no has esperado el afecto que sabes que solo puedo sentir a
pesar de mí mismo. Sé que me aceptaste sabiendo que tengo

108
MDA, la droga del análisis

una fe que enseña a dar lo que tú das, y que yo imité por


obligación. Sé que estás feliz por mí.
Ahora te vas. No te lo agradeceré. Eso sería añadir una
flor a tu guirnalda, que dejas atrás. Quiero decirte lo que mi
padre nunca oyó, lo que yo nunca pude decirle, porque no
tuve oportunidad, o no me la dio, ¿quién sabe?: te quiero.
Mi mujer, mis hijos, los demás que me conozcan nunca
sabrán del amigo que eres, pero si lo supieran, tendrían que
sonreír, con la misma sonrisa que tengo ahora, escondida,
durante mucho tiempo, para esta ocasión.
Buen viaje.

Los relatos arriba mencionados de la terapia MDA mues-


tran tanto la hipermnesia episódica que la sustancia puede
provocar como las defensas contrarias que pueden ponerse
ante un autoconocimiento inaceptable.
En la interacción de recordar con angustia y olvidar o con-
fundirse, percibir la vida de uno y no atreverse a enfrentarla, se
encuentra el infierno o purgatorio específico de la MDA, una
contrapartida de los más conocidos infiernos de la mescalina o
la harmalina. Pero el cuadro de los efectos de la MDA no esta-
ría completo sin una vista de su paraíso específico.
Con muchas drogas, encontramos que hay un campo tí-
pico en el que se expresa una experiencia cumbre, cuando esta
ocurre. Este es, por ejemplo, el dominio de la trascendencia y
de los sentimientos de santidad para el LSD, el de la belleza
para la mescalina, el del poder y la libertad para la harmalina,
el de la serenidad amorosa para la MMDA. Cabe preguntarse
si hay algo que pueda considerarse como la típica experiencia
positiva de la MDA, y cómo es esta.

109
El viaje sanador

En una visión general de unas treinta sesiones con la


droga, encuentro que el rasgo más característico entre aque-
llas que transmiten una sensación de plenitud, profundidad e
integración, es algo que yo describiría como una mejora de la
experiencia de la yoidad.
De hecho, así como el término psiquiátrico estándar des-
personalización se ha utilizado en relación con el estado men-
tal que a menudo provoca el LSD-25 o la mescalina, se podría
utilizar aquí el término inverso: personalización. En lugar de la
«falta de ego» de la unidad extática con el mundo provocada
por los primeros, hay aquí un énfasis en la individualidad y en
la unicidad de una vida dada. De hecho, algunos de los suje-
tos han llegado, en un momento u otro de su sesión, a una
realización compartida que expresaron enfáticamente con
una declaración idéntica: «¡Yo soy! ¡Yo soy! ¡Yo soy yo!».
Este rasgo en las «buenas» experiencias de MDA aparece
ampliamente ilustrado en la primera historia de casos presen-
tada en este capítulo. Tengamos en cuenta una vez más los
términos en que el paciente describió su experiencia al inicio
de los efectos de la droga, y cómo disfrutó sintiéndose: «Era
estrictamente yo mismo». «Me estaba riendo del hombre que
era». «Seguí sintiéndome a mí mismo, ¡era yo!». Esta experien-
cia se reanudó después de algunas horas, mientras empezaba a
recordar sus eventos de la infancia, y escribió en grandes le-
tras, cubriendo una hoja completa de papel: «YO SOY YO
MISMO».
Un aspecto de esta experiencia es que trae consigo la per-
cepción de la realidad inmediata. En contraste con la persona
bajo el efecto del LSD, que es propensa a ver dioses o demo-
nios, fuerzas impersonales que se manifiestan a través de su

110
MDA, la droga del análisis

existencia personal, aquí la consciencia del individuo se centra


en las cualidades únicas de sus sensaciones táctiles, propio-
ceptivas, auditivas y otras. Y estas no muestran de ninguna
manera demonios o principios abstractos, sino la realidad
particular del sujeto. Los registros de las sesiones de MDA
abundan en este descubrimiento de detalles, que a menudo
son pistas de situaciones pasadas no resueltas. Un paciente,
por ejemplo, notó que su voz sonaba temerosa y sumisa, como
cuando hablaba con su padre, y esto lo llevó a una aclaración
de su relación pasada con él, seguida de una mayor libertad
ante tal patrón anacrónico. Probablemente, siempre había ha-
blado con esa misma voz, solo que no era consciente de tal
aspecto de sí mismo. Una vez que pudo sentirse a sí mismo,
también pudo ser consciente de su actitud, de sus actitudes
pasadas en correspondencia con las actuales, y de los episodios
de la vida que las provocaron. Así, se puede decir que su per-
cepción de sí mismo en el momento y su recuerdo de sí mismo
en el pasado pertenecen al mismo dominio personal y están
unidos por cadenas de fácil asociación. Cuando lo uno se con-
virtió en objeto de represión, también sucedió lo mismo con
lo otro, y el levantamiento de la represión tanto del pasado
como del presente fueron prácticamente de la mano.
El descubrimiento de la individualidad del niño proba-
blemente se debe a la comprensión de que puede controlar los
movimientos de su cuerpo y ejercer una voluntad. Análoga-
mente, el adulto que redescubre su sentido del yo en una se-
sión de MDA suele realizar alguna actividad motriz que es la
encarnación y el signo de su individualidad. Además, al
menos en dos ocasiones, estos movimientos constituyeron
una representación de la espontaneidad lúdica de un bebé. En

111
El viaje sanador

una de ellas, el paciente comenzó realizando movimientos de


gusano, que sentía como los de un bebé en una cuna. Pronto
empezó a hacer movimientos de succión, que continuó du-
rante unas tres horas, mientras que otras manifestaciones se
fueron produciendo gradualmente. Primero los sonidos de
succión, luego la repetición de la sílaba «ma», «ma, ma» una y
otra vez, luego golpeando la cama rítmicamente con sus
puños mientras gritaba «ma, ma» cada vez más fuerte, y final-
mente la palabra «yo, yo, yo» repetida con el ritmo de sus gol-
pes con una fuerza placentera. Posteriormente, y hasta el
momento del final de la sesión, todo el panorama de sus rela-
ciones familiares se fue desplegando gradualmente.
Ocurrió exactamente lo mismo con otro paciente, cuya
primera experiencia digna de mención después de que la
MDA surtiera efecto fue el sentimiento de yoísmo: «Moví un
brazo y me di cuenta de que lo estaba moviendo. Yo estaba
allí. Qué cosa tan maravillosa, ¡ser yo mismo! Podía sentir
cada músculo, cada parte de mi ser, y todo era yo».
Poco después, le mostré una fotografía de sí mismo con
su padre. Su padre estaba apoyado en su hombro en un gesto
que expresaba tanto protección como posesividad. Tan pron-
to como lo vio, habló con su padre en la fotografía: «No, no...
tú eres tú, y yo soy yo... ¡No, no, no! No te dejaré vivir mi
vida, no te dejaré apoyarte en mí. Somos dos mundos diferen-
tes, e independientes el uno del otro. He estado viviendo tu
vida, te he estado llevando dentro y haciendo lo que querías,
pero esto no va a continuar». Me explicó todo ello más ade-
lante, descubriendo que, incluso en una aventura amorosa
que tuvo recientemente, podía ver que había sido su padre y
no él mismo quien amaba a la chica.

112
MDA, la droga del análisis

Mientras miraba otras fotografías y evocaba recuerdos re-


lacionados con ellas, ocurrió un proceso similar. Frente a cada
foto, era consciente de cuáles eran sus propios sentimientos e
intereses en ese momento y de dónde estaba la distorsión por
la que no estaba siendo fiel a sí mismo. Cada vez que podía
sentir eso, notaba una gran incomodidad, hasta que revivió la
situación, durante la cual experimentaba no lo que había sido,
sino lo que habría sido si hubiera vivido en su yo verdadero, y
hablaba con las figuras de su pasado desde una nueva postura,
que ahora entendía como genuinamente suya. A partir de en-
tonces, fue capaz de disfrutar nuevamente de un sentido de
unidad de nuevo y del sentimiento de su propio yo. «Solo yo
vivo este instante, solo yo. Vivo un instante que es mío. Nadie
tiene el derecho de vivir mi vida, y no debo aceptar que nin-
guna vida extraña me agobie». «No quiero perder este precio-
so momento. Sentirme en el mundo, con otros, es maravilloso.
No con la gente, sino con uno mismo».
En un momento dado, su atención se centró en la mas-
turbación durante la pubertad y en su sentimiento de culpa
por ello. Pero ahora su punto de vista era distinto: «Hacerlo
era importante por el único motivo de que yo estaba allí, y en
ello encontré mi yo, mi apoyo. De hecho, fue lo único que
hice yo, aunque fuese a mis espaldas».
Este paciente era un hombre de veinticinco años cuyo
motivo de consulta era la falta de espontaneidad y libertad
de expresión que notaba frente a las personas que más le im-
portaban, en especial ante su madre. Cuando le mostré foto-
grafías de su madre, se dio cuenta de cómo ella lo había
manipulado a través de su sufrimiento, y de que él no había
podido defender sus verdaderos deseos y puntos de vista.

113
El viaje sanador

Vivió con un sentimiento intenso un encuentro imaginario


con ella que terminó con un cuchillo en el suelo, en medio
de una gran angustia. Más tarde escribió: «Recuerdo lo difí-
cil que fue para mí matarte, madre. Maté esa vida tuya que
estaba viviendo para mí. La maté para poder amarte. Y en-
tonces pude darte mi amor, y no fue tu propio amor el que
me fue devuelto, sino que sentí el amor emanando de mí
mismo».
En este punto pensé que no habría nada más que tratar,
ya que el estado del paciente era de paz y de equilibrio conta-
gioso, y los principales asuntos de su vida habían sido tratados
en las últimas cinco horas. Sin embargo, seguí mostrándole
fotografías. La mayoría de ellas provocaron reflexiones inspi-
radas, consejos a sus padres, valoraciones objetivas. No obs-
tante, cuando le mostré una de sí mismo con uno o dos años
de edad, experimentó asco: revivió un episodio en el que su
madre le forzaba a comer, y luego sintió que estaba mordien-
do un pecho. «Incluso entonces era consciente», comentó más
tarde, «de que esto era por la falta de leche de mi madre».
Después de unos minutos de silencio, la postura del pa-
ciente comenzó a cambiar y gradualmente adoptó la de un
feto. No había palabras, solo un espasmo repentino que luego
explicó como una reacción a un golpe «imaginario».
Después de tres o cuatro minutos más, me pidió que lo
dejara solo durante un tiempo, ya que sentía que había un
asunto hacia el cual no podía ir con un testigo. Me llamó al
cabo de cinco minutos más o menos, y me explicó su reciente
experiencia. Sintió que había estado presente en el momento
del acto sexual del que nació. Experimentó a su padre como
un hombre duro, y a su madre como una mujer asustada.

114
MDA, la droga del análisis

Me siento sorprendido ante los últimos acontecimientos


que he relatado, independientemente de su interpretación,
pues se trataba de un joven que no solo no conocía la MDA,
sino que además nunca había estado expuesto a conjeturas
psicoanalíticas o a cualquier interpretación sobre memorias
prenatales. Además, lo tengo por una persona excepcional-
mente directa y honesta que se aferra a lo que tiene significa-
do para él, a sus palabras, por lo que apenas puedo concebir
que fantasee tratando de tejer un espectáculo interesante. Si
se trata de recuerdos, y existe un ‘yo’ independiente de la es-
tructura del sistema nervioso que puede recordar lo que des-
cribió, no lo sé, ni conozco a nadie que lo sepa. Sin embargo,
los «recuerdos» prenatales son un fenómeno de la mente hu-
mana, observado en el caso del análisis o la hipnosis, y un re-
lato de la MDA no estaría completo sin la descripción de esta
experiencia.
No obstante, la singularidad de esta sesión no termina
aquí. Después de un corto espacio de tiempo, el paciente emi-
tió un grito repentino y cayó al suelo, levantando las manos al
pecho. Después del suceso, relató: «Fue una escena de muerte,
y esos estúpidos me mataron». Ahora, por primera vez en las
últimas horas, comenzó a sentirse inquieto, ansioso e incómo-
do. Expresó la sensación de que no debía ir más allá, pero si-
guió dudando. «Siento que esto ya no me pertenece, y no me
corresponde saberlo. No puedo soportar la carga de otra
vida». Sin embargo, gradualmente, se desarrollaron más esce-
nas. Era un nazi. Hablaba alemán con fluidez en una voz que
nunca antes había oído en él. Se vio a sí mismo en una mesa
de comedor. «Hilde, bring mir die Suppe», gritó. En otro mo-
mento, cantó mientras cruzaba un prado en el campo.

115
El viaje sanador

¿Era todo esto una fantasía o un verdadero recuerdo de


una existencia anterior? El paciente tenía un abuelo alemán,
con el que su familia vivió hasta que él tuvo cuatro años. ¿Po-
dría este nazi con el que se identificaba haber sido su abuelo, o
una transformación del mismo en la mente del niño? No
pudo responder a mi pregunta. Todo lo que sabía era que se
sentía pesado, asustado y con náuseas ante su propia pregun-
ta: «¿Era yo? ¿Yo? ¿Era yo eso?». Se sintió agobiado por la
culpa de esa vida como si se tratara de la suya. Finalmente,
decidió que no asumiría tal responsabilidad. Le dijo a su alter
ego: «No. No puedo soportarte. Eres demasiado pesado».
Luego miró el calentador de la habitación y se sintió él mismo
una vez más, no solo su yo ordinario, sino su recientemente
adquirido sentido del ‘yo’: «Saber que escucho, hago, me
muevo, me da un poder increíble».
El asunto se aclaró solo después de volver a su casa. Buscó
fotografías de su abuelo, y al mirarlas sintió de nuevo la misma
náusea que había experimentado al pensar en el nazi. Vio a su
abuelo como un hombre sucio y lujurioso. Más tarde, después
de hallar la fotografía de un joven con una esvástica, me
contó: «Mi cara se contorsionó, y me reconocí en él como el
día en que la violé»… Al decir estas palabras, su rostro expresó
un gran alivio, y luego se dispuso a contarme lo que había
querido decir con ello. ¿Había violado realmente a una mujer?
Tenía la certeza de que no se trataba de un hecho real. Pero,
¿había violado moralmente a alguien? ¿Había destruido a al-
guien? Entonces los recuerdos comenzaron a brotar de su
mente. La forma en que había asustado a sus hermanos pe-
queños y disfrutado de su miedo, la forma en que había besa-
do a una niña... Estos y otros recuerdos eran la fuente, ahora

116
MDA, la droga del análisis

lo sabía, de esa sensación de suciedad y de náuseas. Todo lo


que sintiera hacia su abuelo, ahora lo sentía hacia sí mismo.
Ahora veía que había estado usando al nazi y a su abuelo como
pantallas para proyectar su culpa, ya que no había sido capaz
de asumir su propia responsabilidad.
En una nota que me envió en los días siguientes, escribió
estas palabras:

Yo cometí estos errores, y debo compensarlos con el bien.


Aquí estoy. Yo, con la responsabilidad de este yo.
La acepto. Asumo plenamente la responsabilidad de mi yo.
Asumo mi responsabilidad.

Creo que este relato es interesante no solo por la luz que


puede arrojar sobre muchos otros «recuerdos de vidas pasadas»
obtenidos en estados hipnóticos o mediúmnicos, sino por la
comprensión de los efectos de la MDA, como es mi preocupa-
ción en este capítulo. Al igual que la hipnosis, el estado que
produce la MDA es favorable a la hipermnesia y la regresión
temporal, pero también parece provocar la aparición de falsos
recuerdos («recuerdos pantalla») y, en particular, la identifica-
ción con ellos en lo que puede interpretarse como un estado de
cambio temporal de identidad. La calidad de estas regresiones
de edad o cambios de identidad es casi siempre la de la disocia-
ción, en el sentido de que la personalidad ordinaria tiende a
olvidar, negar o sentir una incompatibilidad entre sus premisas
y valores y la validez de los acontecimientos «recordados».
Sin embargo, paradójicamente, la experiencia de la
identidad individualizada que corona una experiencia exito-
sa de MDA es lo opuesto a la disociación. Es precisamente

117
El viaje sanador

un estado de cohesión o unidad psíquica, a partir del cual


una persona puede decir, como en el último ejemplo: «Me
hago responsable de mí misma».
Por consiguiente, todo el proceso puede ser valorado
como una integración mediante la disociación o, más teleoló-
gicamente, como un proceso de disociación al servicio de la
integración. Como en los estados hipnóticos, solo olvidando
su identidad ordinaria y fingiendo, por así decirlo, que no está
allí como testigo, el individuo puede permitirse experimentar
su vida desde un punto de vista diferente, habitualmente su-
primido. Pero esta mentira temporal de «este no soy yo» es el
camino para la realización de la verdad.
En esta última ilustración, el cambio de identidad que
llevó al sujeto a rememorar una supuesta vida pasada fue útil
tanto para encubrir como para esclarecer algunos aspectos de
su identidad real en esta vida, y en este sentido podemos pre-
guntarnos si no sucede siempre así con los recuerdos, por muy
reales que sean. Porque, al preocuparnos por el pasado, lo más
probable es que nos preocupemos por un indicador de nues-
tro presente. Cuando nuestro paciente se sintió repentina-
mente aliviado de la pesadez que le había sobrevenido al ir
más allá de su nacimiento, este alivio fue su reacción ahora a
un cambio que se estaba produciendo en su condición actual.
Este cambio se expresó en su conciencia, en ese momento,
como la imagen de haber violado a alguien, lo cual toma el
lugar de un disgusto hacia su abuelo (o hacia la conducta y la
personalidad de su vida anterior). Una vez que su disgusto se
redirige hacia sus propias acciones, ya no se siente afligido o
abrumado, sino aliviado, ya que puede asumir su responsabili-
dad, y sus crímenes no son tan grandes, después de todo. Más

118
MDA, la droga del análisis

que eso, podemos estar en lo cierto al asumir que no son sus


acciones pasadas las que son tan importantes, sino su actitud
en el momento. En su deseo de expiar sus pecados, como lo
expresa, está ahora dejando atrás la inclinación que aparente-
mente condenaba en sus acciones pasadas, pero que muy pro-
bablemente rechazaba en su ser presente. Esto, que parece ser
una aceptación del pasado en términos de un proyecto de fu-
turo, es en realidad un cambio de motivaciones o de persona-
lidad en el presente.
Así pues, la ilusión de la alteridad puede ser el vínculo con
la conciencia de la individualidad, haciendo que el individuo
se sienta seguro en la irresponsabilidad temporal hasta que
pueda descubrir que lo que hasta ahora ha rechazado es sopor-
table para que lo acepte; y la ilusión de que un asunto está en
el pasado puede llevar al descubrimiento de su supervivencia
en el presente. De manera similar, el contenido de un recuer-
do puede ser una mentira que conduzca a una verdad. El
pseudorrecuerdo que tiene nuestro paciente sobre una exis-
tencia previa conduce aquí al recuerdo de la personalidad de
su abuelo, a la idea de «haber violado a alguien» y, finalmente,
a los eventos específicos que no podía reconocer y que eran la
fuente de su disgusto. Cuántos de los «recuerdos» recuperados
en otras sesiones son un hecho y cuántos sustitutos simbóli-
cos, es algo que no puedo decir, pero el presente caso sugiere
una forma en la que podemos mirarlos. Una cosa que está
clara es que un «falso» recuerdo, aunque erróneo en cuanto a
los hechos, puede ser psicológicamente verdadero. Por consi-
guiente, su aceptación equivale en cierta medida a aceptar los
hechos reales que aparecen distorsionados en él. Así, en nues-
tro último ejemplo, la «comprensión» que el paciente expresó

119
El viaje sanador

en la frase: «Me veo como el día en que la violé», tuvo el efecto


de aportarle un alivio inmediato. Además, un recuerdo panta-
lla puede, en virtud de su carácter simbólico, encerrar en sí
mismo un significado experiencial que ningún recuerdo de
un hecho de la vida de una persona puede transmitir. Es cier-
to que hay casos de acontecimientos traumáticos (un ejemplo
de ello es la separación de la nodriza en nuestro primer caso),
pero en muchas vidas probablemente no haya un solo episo-
dio en el que se haya producido la abdicación del yo, sino una
serie de interacciones microtraumáticas. El día imaginario de
una violación imaginaria, por lo tanto, es muy probable que
condense la culpa de innumerables ocasiones, de las cuales las
que se recuerdan son una muestra. Y esa muestra es suficiente
para aceptar el problema.
Mi respeto por el poder de los símbolos aumentó enor-
memente un día en mis primeras prácticas, cuando traté sin
éxito con hipnosis a una mujer con un caso agudo de vómitos.
Estaba en el segundo mes de embarazo, y sus vómitos eran tan
severos que se estaban convirtiendo en una amenaza para su
vida. Su marido, con el que se había casado recientemente,
había muerto un mes antes, y se podía sospechar una cone-
xión entre esa muerte y su condición actual, pero no estaba
claro para nosotros en ese momento. Sin duda, aquella mujer
iba a ser un buen sujeto hipnótico, y, debido a la emergencia
de la situación, intenté suprimir o sustituir el síntoma; pero, a
medida que pasaban los días, la efectividad de mis comandos
poshipnóticos disminuyó. Un colega sugirió entonces el ini-
cio de un sueño guiado en estado de trance. No lo recuerdo
claramente después de los diez años transcurridos desde en-
tonces, pero sí recuerdo su escena crucial, en la que la mujer

120
MDA, la droga del análisis

estaba de pie frente a su marido y podía ver su estómago a


través de su abdomen transparente. Mi colega actuó siguien-
do su intuición y le pidió que tomara su estómago y se lo co-
miera. Lo hizo, y al despertar, sus náuseas desaparecieron.
Una acción llevada a cabo en la fantasía, cuyo «significado» ni
ella ni nosotros podíamos comprender racionalmente, la
había curado de un vómito tan arraigado como para resistir la
manipulación hipnótica y tan severo como para amenazar su
supervivencia.
Del mismo modo, estoy dispuesto a creer en el valor tera-
péutico de enfrentarse a recuerdos que nunca tuvieron lugar
en la realidad externa. Son la encarnación de una realidad psi-
cológica que puede no ser contactada en el momento, al
menos no en esa forma. Sin embargo, este no es el último
paso. Una vez que nuestro paciente aceptó la idea de haber
violado a alguien, estuvo listo para investigar los hechos.
Había aceptado lo peor. Se había declarado culpable de sus
peores acusaciones. Ahora ya no estaba a la defensiva, sino
abierto a su realidad, listo para ver.
Lo que vio puede parecernos más inocente que su fantasía
de una violación, pero no debemos olvidar que esta vez fue él
quien seguramente fue el agente de las acciones recordadas, y
la comparativa suavidad de los crímenes se compensa con la
calidad real o la certeza de sus recuerdos y la medida de su
participación y responsabilidad. Los recuerdos pantalla, al
igual que los símbolos, revelan y son obstáculos para una reve-
lación más completa. Revelan y encubren a la vez. Sin embar-
go, paradójicamente, una vez que se levanta la tapa, podemos
encontrar que no se ocultó nada debajo de ella. O, dicho de
otra manera, aquello que se cubrió no era nada. Porque no

121
El viaje sanador

hay duda de la actividad de encubrimiento, no importa cuán


vacío esté el contenedor. Este hecho paradójico, creo, es una
forma de entender todo el proceso terapéutico: atreverse a
mirar el esqueleto en el armario... y descubrir que no está allí.
La voluntad de convertirse en un paciente del esfuerzo
psicoterapéutico es ya una indicación de la voluntad de levan-
tar la tapa de lo que parece ser una caja de Pandora. Más aún,
la decisión de experimentar los efectos de una droga que ras-
gará los velos del estado de consciencia ordinario. Sin embar-
go, con drogas o sin ellas, creo que pocos son capaces de dar el
último paso para «mirar la realidad». Mirar el símbolo o tra-
tarlo de manera simbólica ya es un gran desafío y sin duda
una aventura curativa. Pero, incluso más allá de la batalla con-
tra el dragón, está el descubrimiento de que el dragón era una
ilusión, y comprender esto es también, por cierto, la manera
de darle muerte.
Nuestro paciente estaba listo para ver lo peor de sí mismo,
después de aceptar la culpa de ser un violador. ¿Qué es lo que
vio? Una cierta medida de destrucción en la forma en que
había encontrado su placer. Su juicio de sí mismo en esto era
severo, pero su severidad tenía el sabor del perdón: «Bueno,
aquí estoy, y soy responsable de mí mismo. Lo acepto». Bási-
camente pudo soportarlo. No era insoportable haber cometi-
do errores. Era mucho más tolerable para él enfrentar sus
faltas que el sustituto que había encontrado para lo que implí-
citamente asumió como un terror mayor: los crímenes de una
encarnación anterior, la mezquindad y lascivia de su abuelo,
su propio acto de violación. A medida que se alejaba de su
habitual evasión del tema, el crimen se encontraba cada vez
más cerca de su casa, pero más pequeño. Nunca dejó de ser un

122
MDA, la droga del análisis

crimen para él, pero encontró mucho más tolerable enfrentar-


lo. Más aún, era estimulante, y añadía dirección a su vida:
«Cometí esos errores y debo compensarlos con el bien...
asumo toda la responsabilidad de mí mismo».
Por lo tanto, con frecuencia podemos ver una sesión exi-
tosa de MDA como un proceso de alcanzar una verdad a tra-
vés de las indicaciones de error. Porque el error está a menudo
en la naturaleza de una sombra de la verdad, una sombra que
apunta hacia su fuente. Sin embargo, cuando encontramos la
fuente, descubrimos que las sombras de error son como las
que proyecta el sol de poniente, mucho más grandes que el
objeto.
Si lo anterior es cierto, no solo para las sesiones de MDA,
sino para la psicoterapia en general, o incluso para la vida, hay
un sentido en el que es particularmente cierto para la MDA,
cuando se compara con las otras drogas tratadas en este libro.
El terreno al que pertenece el contenido de las experiencias
con MDA es el de los eventos de la vida, y la verdad relevante
para ello es una verdad de hechos. El terreno de la MMDA,
como veremos, es más el de los sentimientos en el presente
que el de los eventos del pasado, y cuando hablamos de senti-
mientos no pensamos tanto en términos de verdad como en
los de profundidad y autenticidad. El terreno de la harmalina,
por otra parte, es el de los símbolos visuales de contenido ar-
quetípico, y aquí también, habitualmente no hablamos del
mito en términos de verdad sino en términos de belleza y re-
velación. La ibogaína es, de todas las drogas, la que más se re-
laciona con la experiencia directa de la realidad, según el
juicio de muchos que han estado expuestos a una amplia gama
de sustancias psicoquímicas. No obstante, ese contacto con la

123
El viaje sanador

realidad tiene la cualidad de una experiencia inefable en el


momento, más que de una clarificación de los acontecimien-
tos. De todos los agentes psicotrópicos, la MDA es el que más
merece el apelativo de «droga de la verdad». La preocupación
activa por la verdad parece ser característica de esta sustancia,
no solo en casos como los presentados aquí, sino en las reac-
ciones de individuos más sanos que se han preocupado por su
vida actual. En tales casos, el efecto de la droga suele ser el de
una gran necesidad de eliminar las distorsiones que plagan y
empobrecen las relaciones humanas, y el de abrir canales de
comunicación que puedan hacer más significativa la vida
entre amigos o familiares. Esa revelación no se produce (como
en el caso de la hipnosis ordinaria o los efectos de los llamados
«sueros de la verdad») como un acto de desinhibición e irres-
ponsabilidad, sino como consecuencia de un interés activo en
confrontar y compartir la verdad y la comprensión de que
gran parte de la evasión de esa situación en la vida ordinaria se
debe a un temor injustificado. Aparte del hecho anterior, la
reacción al MDA es, con mucho, la más verbal en compara-
ción con otras drogas mencionadas en este libro, y esto contri-
buye a que sea un agente útil en la potenciación de la terapia
de grupo. Pero no me ocuparé de eso aquí.

Advertencia

Los años que siguieron a la redacción de este capítulo han de-


mostrado que la MDA es tóxica para ciertas personas y en di-
versos niveles de dosis; también que, como en el caso del
cloroformo, lo que para muchas personas es una dosis regular

124
MDA, la droga del análisis

puede ser una dosis fatal para otras: un caso de afasia ocurrió
en Chile y una muerte en California. Sin embargo, como la
incompatibilidad individual es constante y está vinculada al
nivel de dosis, es posible determinarla mediante el aumento
progresivo de las dosis de ensayo (es decir, 10 mg, 20 mg, 40
mg, 100 mg…). Esto debe llevarse a cabo sin excepción du-
rante todo el tiempo que precede a cualquier primera sesión
terapéutica de MDA. Los síntomas tóxicos típicos son reac-
ciones cutáneas, sudoración profusa y confusión; los he obser-
vado en alrededor del diez por ciento de los sujetos con dosis
de 150-200 mg.4

4. Hoy en día, la MDA ha caído en desuso a causa de la toxicidad


que el autor describe en algunos sujetos. En su lugar, la inocua 3,4-meti-
lendioxi-metanfetamina (MDMA) o «éxtasis», derivado aminado de la
MDA, ofrece propiedades similares en muchos aspectos, y se ha demos-
trado especialmente beneficiosa en el tratamiento del trastorno de estrés
postraumático. Para saber más sobre la MDMA y su gran valor en grupos
terapéuticos, ver al final el apéndice «MDMA: una alternativa no tóxica a
la MDA». (N. del E.)

125
iii
mmda y el eterno ahora

La MMDA es la abreviatura de 3-metoxi-4,5-metilendioxife-


nilisopropilamina. Al igual que la MDA —de la que solo se
diferencia por la presencia de un grupo metoxi en la molécu-
la—, es un compuesto sintético derivado de uno de los aceites
esenciales de la nuez moscada. La similitud química entre es-
tos dos compuestos encuentra un eco en sus efectos psicológi-
cos sobre el ser humano, con un resultado predominante de
mejora de los sentimientos. Sin embargo, la variación quími-
ca entre ambas sustancias se refleja en algunas diferencias cua-
litativas entre sus efectos: la MMDA provoca con frecuencia
manifestaciones eidéticas, y no es el pasado, sino el presente,
lo que se convierte en el objeto de atención de la persona que
está bajo su influjo.
La MMDA pertenece con el MDA a una categoría dis-
tinta de la del LSD-25 y la mescalina, así como de la harmali-
na y la ibogaína. En contraste con el dominio transpersonal y

127
El viaje sanador

desconocido de la experiencia que caracteriza la acción de


estos dos grupos de drogas, estas isopropilaminas potencia-
doras del sentimiento conducen a un terreno que es a la vez
personal y familiar, y que difiere de la vida cotidiana solo en
una mayor intensidad.

Síndromes de la MMDA

Una posible reacción a la MMDA, como a otras drogas psi-


coactivas, es una experiencia cumbre. La forma en que esta
experiencia difiere de la provocada por otros compuestos se
pondrá de manifiesto en las páginas siguientes. Una alternati-
va al paraíso artificial de la MMDA es su infierno: en este
caso, se trata de una reacción caracterizada por la intensifica-
ción de sentimientos desagradables —ansiedad, culpabilidad,
depresión— que puede interpretarse como una imagen espe-
cular de la paradisiaca y que constituye, también, un claro sín-
drome. Sin embargo, estos dos tipos de reacciones pueden
clasificarse juntos en el sentido de que son esencialmente esta-
dos de intensificación de los sentimientos, y contrastarse con
otros estados en los que los sentimientos no se ven afectados,
y también puede haber pasividad, retraimiento y/o sueño en
lugar de excitación. Encuentro que tanto las imágenes como
los síntomas psicosomáticos son más prominentes en ausen-
cia de emociones vívidas, por lo que me atrevo a interpretar
que este síndrome es uno de sustitución de los sentimientos.
Por último, hay ocasiones en que una persona reacciona a la
MMDA con poca o ninguna productividad, estando ausentes
tanto los sentimientos como sus equivalentes, estado que bien

128
MMDA y el Eterno Ahora

podría considerarse como el limbo de la MMDA. En estos


casos, el efecto de la MMDA es una apatía aún mayor o un
sueño más profundo, por lo que sugeriría entenderlos como
casos en los que la represión de los sentimientos no permite ni
siquiera su expresión simbólica, estado que solo puede mante-
nerse a expensas de la consciencia.
En términos generales, pues, y con el fin de decidir cómo
proceder en la situación terapéutica, examinaré los efectos de
la MMDA como pertenecientes a cinco posibles estados o
síndromes: uno que es subjetivamente muy gratificante y que
puede valorarse como un tipo particular de experiencia cum-
bre; otro, en el que se magnifican los sentimientos y los con-
flictos habituales; un tercero y un cuarto, en el que los
sentimientos no se intensifican pero los síntomas físicos o las
imágenes visuales son prominentes; y, por último, uno de le-
targo o sueño. Los síntomas psicosomáticos o las imágenes
eidéticas pueden estar presentes en cualquiera de estos esta-
dos, pero son más prominentes en el tercero y el cuarto (como
sustitutos de los sentimientos), mientras que los sentimientos
son la parte más prominente de la experiencia en los dos pri-
meros estados, y en el tercero y el cuarto se establece en cam-
bio una fase de indiferencia (posiblemente de naturaleza
defensiva) que culmina con el quinto. En este último estado,
como en el sueño normal, puede haber mucha actividad men-
tal, pero esto se vuelve difícil de captar, recordar o expresar.
Estos estados pueden sucederse unos a otros en una experien-
cia determinada, de modo que la reacción a la MMDA sea
inicialmente de ansiedad y conflicto hasta que se logre un
mejor equilibrio o sobrevenga la somnolencia; alternativa-
mente, una sesión también puede comenzar en un estado de

129
El viaje sanador

equilibrio placentero para, luego, conducir a uno de incomo-


didad emocional o física, y así sucesivamente.

Sobre la asimilación de las experiencias cumbre

En otros lugares hemos observado cómo la experiencia cum-


bre que puede ser posible bajo el efecto de la MDA es una
afirmación del aspecto individual del yo, en contraste con la
del LSD, donde la experiencia típica es la de la disolución de
la individualidad y de la experiencia del yo como unidad con
todo el ser. En la experiencia cumbre que la MMDA puede
provocar, es posible hablar tanto de individualidad como de
disolución, pero ambas se mezclan en una nueva totalidad
bastante representativa de la sustancia. La disolución se expre-
sa aquí en una apertura a la experiencia, en una voluntad de
no tener ninguna preferencia; la individualidad, en cambio,
está implícita en la ausencia de fenómenos de despersonaliza-
ción, y en el hecho de que el sujeto se ocupa del mundo coti-
diano de las personas, de los objetos y de las relaciones.
La experiencia cumbre de la MMDA es típicamente una en
la que el momento que se está viviendo se vuelve intensamente
gratificante en toda su realidad circunstancial, pero el senti-
miento dominante no es de euforia sino de calma y serenidad.
Podría describirse como una indiferencia alegre o, como un su-
jeto lo ha dicho: «Una especie de compasión impersonal»; por-
que el amor está incrustado, por así decirlo, en la calma.
Aunque este estado sea poco frecuente para la mayoría de
las personas, está definitivamente dentro del rango de la expe-
riencia humana habitual. La percepción de las cosas y de las

130
MMDA y el Eterno Ahora

personas no se altera o incluso se mejora, por lo general, pero


las reacciones negativas que impregnan nuestra vida cotidiana
más allá de nuestro conocimiento consciente se mantienen en
suspenso y son reemplazadas por la aceptación incondicional.
Esto es muy parecido al amor fati de Nietzsche, el amor al des-
tino, el amor a las circunstancias particulares de uno. La reali-
dad inmediata parece ser bienvenida en tales estados inducidos
por la MMDA sin dolor o apego; la alegría no parece depender
de la situación dada, sino de la existencia misma, y en tal esta-
do mental todo es igualmente adorable.
A pesar de que la MMDA es un compuesto sintético, nos
recuerda al nepente («sin sufrimiento») de Homero en La
Odisea, que Helena da a Telémaco y sus compañeros para que
puedan olvidar su sufrimiento:

Pero la admirable Helena tuvo un pensamiento feliz. No per-


dió tiempo, sino que puso algo en el vino que estaban bebien-
do, una droga potente contra el dolor y las peleas, y cargada del
olvido de todo problema; quienquiera que bebiera esto mezcla-
do en el tazón, ni una sola lágrima dejaría caer durante todo el
día, ni si madre y padre murieran, ni si mataran a un hermano
o a un hijo querido ante su cara y él lo viera con sus propios
ojos. Esa era una de las maravillosas drogas que poseía la noble
Reina, que le dio Polidamna, la hija de Ton, un egipcio. Por-
que en esa tierra fértil hay muchas drogas, algunas buenas y
otras peligrosas, y todos los hombres son médicos y conocen
más que la humanidad estas tradiciones, ya que provienen de la
estirpe de Peón el Curandero.1

1. Homero, La Odisea, trad. W.H.D. Rouse New American Library,


Mentor Books, Nueva York, 1971, p. 49.

131
El viaje sanador

Las implicaciones terapéuticas de este episodio de sereni-


dad transitoria pueden verse en el siguiente caso de un pacien-
te de veintiocho años que me envió otro psiquiatra después de
seis años de tratamiento con resultados moderados.
El motivo de consulta del paciente, ahora como en el pa-
sado, era la ansiedad crónica, la inseguridad en sus relaciones
con las personas, y las mujeres en particular, y los frecuentes
episodios de depresión. Después de una entrevista inicial,
pedí al paciente que escribiera un relato de su vida, como
hago frecuentemente, en vista tanto del valor de ese ejercicio
psicológico como del tiempo de entrevista que así puede aho-
rrarse. Cuando se iba, le dije: «Si no surge nada nuevo, vuelve
cuando hayas terminado de escribir. Pero si realmente te
pones con ello, es posible que para entonces ya no me necesi-
tes». El hombre regresó después de cuatro meses con una larga
autobiografía y me recordó lo que había dicho, ya que la escri-
tura había sido una de las mayores experiencias de su vida y le
pareció un nuevo comienzo. Leyéndola, pude entender que,
ya que rara vez he visto a alguien tan explícitamente cargado
por su pasado, ni un acto tan heroico de confesión, en el que
el autor luchó página tras página para superar su sentido de la
vergüenza.
Gran parte de esta autobiografía, desde la infancia, habla-
ba de su vida sexual, y terminaba con una descripción de as-
pectos de la misma en su vida actual que estaban relacionados
con su inseguridad generalizada. Por un lado, estaba pertur-
bado por el atractivo que el sexo anal tenía para él y preocupa-
do por la idea de que las mujeres lo consideraran un rasgo
homosexual. Por otro, le gustaba estimularse el ano mientras
se masturbaba y se sentía avergonzado por esta «aberración».

132
MMDA y el Eterno Ahora

Cuando se le preguntó sobre su propio juicio acerca de cuán


homosexual podría ser, dijo que no conocía ninguna inclina-
ción homosexual en sí mismo, pero que no podía descartar un
temor «irracional» de que los demás no lo vieran como una
persona verdaderamente masculina. No sabía si su erotismo
anal delataba una tendencia homosexual latente y le asustaba
pensar en ello.
Mientras esperaba los primeros efectos de la MMDA, el
paciente se sintió incómodo y algo temeroso de hacer el ridí-
culo, pero para su propia sorpresa, entró gradualmente en el
estado de disfrute tranquilo que es típico de las experiencias
más agradables con la droga: «Como si no necesitara nada,
como si no quisiera moverme, incluso; como si estuviera tran-
quilo en el sentido más profundo y absoluto, como si estuvie-
ra cerca del océano, pero mucho más allá; como si la vida y la
muerte no importaran, y todo tuviera un significado; todo
tuviera una explicación, y nadie la hubiera dado o pedido,
como si fuera simplemente un punto, una gota de miel-placer
irradiada en un espacio placentero».
Al cabo de un tiempo, el paciente exclamó: «¡Pero esto es
el cielo, y yo esperaba el infierno! ¿Puede ser cierto? ¿O me
estoy engañando a mí mismo? En este momento, todos mis
problemas me parecen imaginarios. ¿Puede ser?». Le respondí
que sí era posible y que, si sus problemas eran realmente fruto
de su imaginación, sería bueno entenderlo con mucha claridad
para que pudiera recordarlo más tarde. Así pues, le sugerí que
podría comparar su estado mental actual con su estado coti-
diano, para tratar de comprender la diferencia entre ambos.
Y, claro, la diferencia se hizo obvia para él. Lo que la droga
había hecho era apagar su agudo lado crítico, que habíamos

133
El viaje sanador

evidenciado en las citas anteriores: el crítico interno que no lo


dejaba vivir.
Le dije que ahora sabía cómo era la vida cuando su «juez»
se dormía artificialmente, pero que se despertaría de nuevo, y
que entonces sería el paciente el que eligiera si lo soportaba o
no. Estuvo de acuerdo, y procedí a confrontarlo con sus pro-
blemas y fotografías de personas de su familia, para fijar en su
mente los puntos de vista de su yo pospuesto y sin juzgar. Al
hacer esto, se dio cuenta aún más claramente de la realidad de
su tendencia a la autotortura en su vida ordinaria. Como dijo
más tarde: «Tuve una intuición de ello hace mucho tiempo en
el autoanálisis. Pero en este momento lo veo más claro que
nunca, y ya no es solo una causa, sino un personaje con todos
sus atributos. Y su importancia en mi vida y en mis proble-
mas, tal como la siento ahora, ha sido enorme».
Esta percepción produjo una diferencia durante los días
siguientes a la sesión, pues el paciente ya no se identificaba
tanto con su crítica y autocastigo, sino que la miraba con cier-
to desapego, como si tuviera una vida (su propio juicio) inde-
pendiente tanto del acusador como de la víctima.
Si se mira un diario que el paciente me ha permitido citar,
es posible ver que hasta cuatro días después de la ingesta de
MMDA hubo una transferencia casi imperturbable de ese es-
tado de ánimo que se le dio a conocer por primera vez con la
ayuda de la sustancia química. Al quinto día, se sintió depri-
mido durante unas horas, pero se recuperó después de escribir
en su diario. Este escrito trataba primero de su depresión y
luego de lo que había sentido cuando «estaba en ese centro, el
centro de mí mismo, y sabía que nunca perdería esto, porque
solo necesito respirar profundamente, sonreír al universo, y

134
MMDA y el Eterno Ahora

recordar las estanterías que miré ese día». Continúa: «Com-


prendí que unos segundos y una habitación vacía son sufi-
cientes para justificar toda una vida. Ya no importa, entonces,
morir o perder un brazo. No es una cuestión de cantidad. En
cero minutos y sin cosas, la vida es tan buena como sea posi-
ble. En un espacio mínimo y sin dinero, incluso sin salud, sin
éxito social y toda esa mierda». Y añade: «Pero siento esto aún
hoy. Estoy a cierta distancia del punto central del Aleph, pero
sigo estando en el centro, mi centro, que sigue siendo caótico,
y aun así, está en todas partes, y es puro».
Creo que el paciente está siendo muy preciso cuando per-
cibe que a pesar de estar «centrado» en el recién descubierto
dominio de la alegría íntima, la autosuficiencia y la indiferen-
cia a la frustración, se encuentra sin embargo en un estado de
desorden. En otras palabras, no confunde (como a veces
hacen los pacientes e incluso los terapeutas) la experiencia de
trascendencia con la de cordura y equilibrio psicológico. El
sujeto es consciente de las emociones negativas, que reconoce
como parte de su neurosis, y sigue reaccionando de maneras
que sabe que no son las más deseables; pero, de la misma ma-
nera que no le importaría «perder un brazo», ya no se tortura
a sí mismo por tales deficiencias. En su lugar, experimenta un
deseo menos compulsivo, pero quizás más efectivo, de «cons-
truir» y «poner orden» en su vida, «como un deber de amor, o
un trabajo santo».
Por muy diferentes que sean el desapego espiritual y el
funcionamiento psicológico saludable, creo que este último
puede desarrollarse gradualmente en presencia del primero, y
esto hace que las consecuencias terapéuticas de una experien-
cia tan intensa sean indirectas.

135
El viaje sanador

Una de las formas en que un estado de ánimo sereno


puede dar lugar a un cambio mayor es que aumenta la posibi-
lidad de insights, de la misma manera que un analgésico
puede permitir la exploración quirúrgica de una herida. Tal
insight no puede producirse mientras que el sentido de iden-
tidad del paciente dependa enteramente de la integridad de
una imagen idealizada y arbitraria de sí mismo. Pero cuando
nuestro sujeto dice que «la muerte no importaría», y aunque
probablemente esté exagerando, tal vez esté afirmando sin sa-
berlo una verdad metafísica, ya que, «en el centro», la muerte
del autoconcepto no importa.
La forma en que un estado de ánimo y una actitud de «no
importar» pueden llevar a una mayor consciencia puede ilus-
trarse con otros pasajes del mismo diario. El siguiente fue es-
crito tres días después de la sesión:

Algo no podía salir de mi garganta. Masturbación anal: la


gran culpa, la suprema ofensa, que el Gran Puritano no per-
dona. La máxima degeneración, la peor basura.
Era necesario discutirlo con el Dr. N., pero no salió...
El hecho de haberme acariciado el ano, haber introducido
objetos en él mientras me masturbaba con la otra mano,
haber soñado despierto con ser penetrado... El gran aguje-
ro, el culo, el centro de mi infierno... permaneció oculto,
sin considerarse perdonable o comprensible, viéndose a sí
mismo como algo en lo que incluso una persona como el
Dr. N. sentiría asco.
Puedo meterme a ese Gran Inquisidor en el culo, cagar-
me o mearme en él, pero todo esto ya le está concediendo de-
masiada importancia; la solución está en entender claramente

136
MMDA y el Eterno Ahora

y sentir que no importa demasiado, que es, como el resto de


los problemas, una cosa superable. Y no algo malvado u horri-
ble, o un signo de inferioridad, sino una salida transitoria para
un torrente que se detiene transitoriamente.

Y añade, tres días después:

He comprendido que la gran culpa no reside en la mastur-


bación anal, sino en el hecho de ser homosexual; y me siento
mareado al pensar en ello, porque me parece que esto es lo
peor que me podría pasar.

La secuencia de acontecimientos psicológicos descritos


anteriormente retrata un proceso familiar en la psicoterapia,
en el que un objeto o preocupación (es decir, las formas de
masturbarse) pierde importancia, mientras que se da mayor
importancia a una cuestión más sustancial (por ejemplo, ser
homosexual). Una actitud desapegada y de aceptación serena
es realmente el poder que hace posible el cambio, y los con-
flictos menores pueden conducir finalmente a conflictos ma-
yores que enriquecen la vida en lugar de perjudicarla.
Aquí hay más ejemplos de la mayor capacidad del pacien-
te para verse a sí mismo:

Sentía que nada importaba. Pensé en muchas cosas en los


días siguientes. Comprendí que mi preocupación por llevar
ropa cómoda, ropa de mi gusto (sentí algo de vergüenza
cuando respondí con esto como la primera respuesta a la
pregunta del Dr. N. sobre lo que quería hacer) proviene de
la imposición de mi madre de llevar ropa que me parecía

137
El viaje sanador

humillante. Comprendí por qué no hago las cosas que me


gustan o que me resultan convenientes: porque las conside-
ro una obligación, y mi madre lleva veintiocho años hablán-
dome de mis obligaciones. Y sospecho que no querer llamar
a mis amigas cuando ella o mi padre están cerca indica senti-
mientos de culpa por el sexo, y también me siento culpable
por dar a otras mujeres el amor que yo no le doy.

No creo que sea solo una coincidencia que el pasaje que


cuenta su insight en tres situaciones diferentes comience con
una frase sobre la sensación de que «nada importa». El insight,
como bien sabemos, no depende solo de los procesos de pen-
samiento, sino que es una de las facetas del cambio. Solo
cuando «nada importa», puede aceptar ser el «chico malo»
que nunca fue y concebir pensamientos en los que se opone a
su madre, ya que tales pensamientos son inseparables de su
propia autoafirmación y rebelión.
El comportamiento equivalente a la apertura al insight
descrito anteriormente es una apertura a los sentimientos e
impulsos que serían incompatibles con la imagen aceptable
de sí mismo. Estos se hacen soportables ahora porque hay
algo más que una imagen sobre la que apoyarse, un «centro»,
que da al paciente la confianza para soltar sus patrones habi-
tuales. Si la muerte no importa, ¿por qué importaría enfa-
darse o no hacer lo «correcto» según el condicionamiento
previo?
El siguiente pasaje es una buena ilustración de tal aumen-
to de la espontaneidad en el comportamiento y constituye un
paralelo muy exacto respecto a la comprensión expresada en
la cita anterior:

138
MMDA y el Eterno Ahora

Una vez más, me he sentido podrido por vivir en esta casa


donde la vida es imposible, con tanto calor, con el viejo cu-
randero y sus clientes que no paran de llamar al timbre, y la
anciana regañando, regañando, regañando. ¿Por qué no voy
con mi coche a buscar esas sillas, y por qué no voy a buscar a
la otra loca a la clínica el sábado, y qué diría el tío John si su-
piera que no voy a hacer este o aquel recado por ella? (¡y qué
llena de hormigas está la casa, millones de ellas, y vuelan! Y
no me dejan escribir). Pero les dije: ¡Que se jodan el tío John
y todos los parientes y lo que digan! Le grité y golpeé la mesa
una, dos, tres, cuatro veces. Y le dije que no esperara que si-
guiera escuchándola solo porque era lo que había hecho du-
rante veintiocho años, y así sucesivamente. Y se fue con una
bolsa. Pensé que se iba a casa de su hermana, pero ha vuelto,
así que parece que se ha ido a la lavandería con algo de ropa.
Y me sentí muy culpable de odiar a una mujer de mierda que
me ha jodido y quiere seguir haciéndolo.
¡Pero ya basta! Tendrán que aprender a no atormentar-
me en estos últimos días que pasaré con ellos.

El episodio descrito anteriormente podría compararse


con el periodo de «empeoramiento» que a menudo sobreviene
en algún momento del curso de la psicoterapia profunda sin
drogas. En realidad, la hostilidad del paciente solo ha queda-
do al descubierto, y este puede ser el precio inevitable que
debe pagar por la posibilidad de experimentarla plenamente y
comprenderla, antes de poder dejarla atrás. El rechazo total de
su entorno que se describe en el relato del paciente puede pa-
recer lo contrario de la aceptación incondicional de la realidad
que caracteriza al «estado mental de MMDA» en su mejor

139
El viaje sanador

momento. ¿Cómo pueden las hormigas importar tanto a al-


guien que ha sentido que ni siquiera la muerte le importa? No
obstante, el paciente acepta su propia ira en mucho mayor
medida que antes, en lugar de reprimirla y hacerla aflorar en
forma de síntomas. Esa ira constituye probablemente una de-
fensa contra otros sentimientos que aún no está preparado
para experimentar (la soledad de no sentirse amado o respeta-
do por sus padres, por ejemplo) y que se desencadenan por
ciertos estímulos en la casa, por lo que cabe esperar que un
mayor progreso en la misma dirección haga que esos senti-
mientos se pongan de manifiesto y le hagan menos vulnerable
al calor de su habitación, a las hormigas, a los clientes de su
padre o a las exigencias de su madre. El estado psicológico que
se describe en estas líneas puede imaginarse como uno en el
que el montante de serenidad que sobrevive a los cinco días
anteriores resulta más que suficiente, por así decirlo, para di-
solver una capa de la cebolla mental. Y, si este cambio perma-
nece, el mismo poder trabajará para disolver la siguiente capa.
Se puede ver un paralelismo entre la revelación de la ira
del paciente y su miedo a la homosexualidad. Ni su irritabili-
dad ni su duda sexual son manifestaciones de salud y equili-
brio psicológico, pero ahora puede al menos hacerles frente, y
al enfrentarse a ellas, se enfrenta a sí mismo en mayor medida
que cuando solo le preocupaba la ropa que llevaba o lo que
una mujer diría de su amor. Un indicio de tal cambio es su
evolución, ya que, incluso en una hora posterior del mismo
día, dijo sentirse mejor que nunca, y durante la semana si-
guiente las recaídas no fueron mayores que las recuperaciones
de un nivel de bienestar que antes le era desconocido. En esos
momentos, escribía pasajes como el que sigue:

140
MMDA y el Eterno Ahora

He comprendido que hay muy poco que importe. No im-


porta que el coche no funcione, que una chica no nos quie-
ra, que no nos den los mejores nombramientos en la
universidad, que digan que soy homosexual, que no tenga
mucho dinero o un reino, que mis padres se mueran, que la
tía Rose esté tan loca como siempre. Lo único que tal vez
importe sea poder respirar profundamente y sentir aquí,
ahora, disfrutando del aire y de esa mosca. No importa no
poder ir a Inglaterra, no ser un escritor o un playboy.

Y quince días después de la sesión, escribe:

Y adiós al círculo vicioso, al aburrimiento «ontológico» sobre


todo, a los problemas y a la psicoterapia. Se acabó el mar de
los Sargazos, la noche oscura y la tormenta; se acabó la ansie-
dad hasta el cuello, la depresión y las cagadas a cucharadas. El
sol está fuera, el mar está fuera, el mundo, y la mosca.

El lector habrá notado cómo varias citas en las que el pa-


ciente expresa su nueva comprensión están escritas en tiem-
po pasado: «yo comprendí»; «yo sentí». El hecho de que
transmitan el estado actual del paciente, que él confirma per-
sonalmente, y el hecho de que no se hayan escrito antes (aun-
que haya hecho una descripción detallada de la sesión de
MMDA, que no se incluye aquí) indica probablemente que
la comprensión pertenece solo a este momento, aunque haya
estado potencialmente presente durante el apogeo del efecto
de la droga. En otras palabras, el estado de ánimo en el mo-
mento de la sesión era uno en el que tales puntos de vista es-
taban implícitos, pero que no dependía de tales opiniones. El

141
El viaje sanador

proceso de retorno puede entenderse como aquel en que el


sentimiento recordado se traduce en actitudes explícitas sobre
cuestiones específicas. O, utilizando otra imagen, la experien-
cia cumbre puede compararse con un punto en la cima de una
montaña desde el que se puede observar el panorama circun-
dante; sin embargo, el hecho de estar en la cima de la montaña
no proporciona más que la posibilidad de ver, mientras que
este proceso de observación es diferente del de la escalada de la
montaña. La visión particular que se puede ver desde un punto
determinado implica el punto de vista y lo hace explícito, y de
manera similar las percepciones particulares que se pueden ob-
tener de un estado de consciencia determinado comportan y
expresan ese nivel de consciencia. Sin embargo, el insight o
percatación es distinto del estado mental del que procede, y
constituye el resultado de un acto creativo en el que la cons-
ciencia a cierta altura se dirige hacia lo que está debajo. En
otras palabras, ese «centro» que puede «justificar la vida en una
habitación vacía» tiene que ponerse en contacto con la perife-
ria de la vida cotidiana; el «cielo» de la experiencia espiritual
debe ser llevado a la «tierra» de las circunstancias particulares
antes de que pueda desarrollarse la comprensión real. Y solo
entonces puede crearse la vida (es decir, el comportamiento
elegido) según el punto de vista involucrado en el destello
transitorio de la comprensión.
La razón por la que es difícil que se produzca la síntesis an-
terior es que desde la cima de la montaña el valle puede ser invi-
sible para una persona mareada, que puede sentirse inclinada a
mirar las piedras, o incluso a caer. Y las condiciones atmosféri-
cas pueden ser tales que la cima de la montaña apenas se vea
desde el valle. O, traduciendo lo mismo en términos empíricos,

142
MMDA y el Eterno Ahora

las dificultades actuales de una persona pueden ser difíciles


de recordar durante la experiencia cumbre, cuando tal re-
flexión sería tan deseable; o su disgusto puede llevar a la per-
sona a evitar recordarlas; o el estado mental particular que
constituye la experiencia cumbre puede ser perturbado por
tales pensamientos.
Por otra parte, cuando la persona está más cerca de las
cuestiones de su vida cotidiana, a las que es más vulnerable,
puede que no sea capaz de reflexionar sobre ellas en absoluto,
ya que ella misma se perderá en estas, como nuestro paciente
con la campana sonando y la madre pidiéndole que haga cosas
por ella.
Sin embargo, como ninguna de las dos alternativas es
completamente imposible, creo que se debe conceder mucho
valor a los intentos de dirigir la mente, en el momento de la
«buena» experiencia con MMDA, a las situaciones conflicti-
vas de la vida de un paciente, así como a que el paciente re-
cuerde su experiencia cumbre en el momento del contacto
con sus dificultades.
Esto último ocurre naturalmente durante los días siguien-
tes a la sesión que se examina, lo que explica el uso del tiempo
pasado por parte del paciente, incluso cuando no solo recor-
daba, sino que volvía a experimentar el sabor de la «centrali-
dad» ante determinadas circunstancias que había contemplado
potencialmente durante el curso del efecto de la sustancia.
La forma en que el paciente alterna entre el «recuerdo» de su
experiencia de satisfacción tranquila y los momentos de deses-
peración (cuando piensa que el tratamiento no ha valido pa-
ra nada) indica que el estado mental alcanzado bajo la admi-
nistración de la MMDA no es algo que simplemente dure un

143
El viaje sanador

tiempo determinado y luego se pierda, sino que puede apren-


derse. Una vez que una persona ha utilizado su mente de esa
manera, tiene un acceso más fácil a la misma forma de funcio-
namiento. Y en este aprendizaje, en el que una actitud desea-
ble puede ser recordada no solo intelectualmente, sino
funcionalmente (como los movimientos de escribir y caminar
se recuerdan cuando los hacemos) después de haber sido
adoptada una vez, radica una de las principales justificaciones
para la obtención de una experiencia cumbre artificial. El pro-
ceso es comparable a la mano guía que sostiene la de un niño
para mostrarle cómo dibujar una letra, o las del practicante de
la técnica Alexander, cuando enseña a una persona cómo le-
vantarse o sentarse para que pueda sentir el sabor de lo correc-
to, o, en la concepción de los chamanes mexicanos que toman
peyote, la mano guía de Dios. Una vez en posesión de tal dis-
criminación o conocimiento, depende del individuo recor-
darlo y ponerlo en práctica. Un pasaje expresivo sobre el papel
del aprendizaje cuando se aplica a un estado mental es el si-
guiente recuerdo de Jean-Pierre Camus (citado por Aldous
Huxley en La filosofía perenne):

Una vez le pregunté al obispo de Ginebra qué hay que hacer


para alcanzar la perfección:
—Debes amar a Dios con todo tu corazón —respondió—
y a tu prójimo como a ti mismo.
—No pregunté dónde está la perfección —repliqué—,
sino cómo alcanzarla.
—La caridad —dijo de nuevo— es tanto el medio como el
fin, el único camino por el que podemos alcanzar esa perfec-
ción que es, después de todo, la propia caridad. Así como el
alma es la vida del cuerpo, la caridad es la vida del alma.

144
MMDA y el Eterno Ahora

—Ya sé todo eso —dije—. Pero quiero saber cómo se ama


a Dios con todo el corazón y al prójimo como a uno mismo.
Pero de nuevo respondió:
—Debemos amar a Dios con todo nuestro corazón, y a
nuestro prójimo como a nosotros mismos.
—No estoy más cerca de lo que estaba —respondí—. Dí-
game cómo adquirir tal amor.
—¡La mejor forma, la más corta y fácil de amar a Dios con
todo el corazón es amarlo totalmente y de corazón!
No daría otra respuesta. Por fin, después de todo, el obis-
po añadió:
—Hay muchos, además de vosotros, que quieren que les
hable de métodos y sistemas y formas secretas de llegar a ser
perfectos, y solo puedo decirles que todo el secreto es un amor
sincero a Dios, y que la única forma de conseguir ese amor es
amando. Se aprende a hablar hablando, a estudiar estudiando,
a correr corriendo, a trabajar trabajando; y así se aprende a
amar a Dios y al hombre: amando. Todos los que piensan en
aprender de otra manera se engañan a sí mismos. Si quieres
amar a Dios, sigue amándolo más y más. Comienza como un
mero aprendiz, y el mismo poder del amor te llevará a conver-
tirte en un maestro en el arte. Los que más han progresado se-
guirán adelante, sin creer nunca que hayan llegado a su fin;
porque la caridad debe seguir aumentando hasta el último
suspiro.2

Lo que complica este cuadro es que, en el caso de actitudes


y formas de funcionamiento mental más elevadas (no instru-
mentales), como en el de las habilidades motoras, el proceso de

2. Aldous Huxley, The Perennial Philosophy Harper & Brothers,


Nueva York y Londres, 1945, pp. 89-90.

145
El viaje sanador

aprendizaje se ve interferido por la activación de patrones de


respuesta habituales que son incompatibles con los nuevos. En
otras palabras, recordar el estado de cordura3 solo es posible
cuando los estímulos específicos no suscitan las respuestas con-
dicionadas de las que el individuo quiere precisamente desha-
cerse. Consideremos, por ejemplo, una cita más del diario de
nuestro paciente:

Ya ha pasado una semana desde la sesión con MMDA, y


hoy me he vuelto a sentir solo, en mi cama, en mi habita-
ción oscura y calurosa, en esta casa siniestra, y tengo ganas
de escaparme, de ir a algún sitio, al cine quizás, o a visitar a
Alberto, o a cualquiera, y sé que me sentiré mal de todas
formas, porque no podré salir de mí mismo, y estaré con
ellos como un zombi, como un niño pequeño llorando por
dentro, lamiendo sus heridas o masturbándose, e introdu-
ciendo sus dedos en su ano, odiando a sus padres y soñando
que es un rey.
Y siento todo esto hoy, solo una semana después de
haber visto algo de una cura definitiva. ¿Y por qué? Porque
anoche no dormí bien (después de una pelea con Alice),
porque la basura se está acumulando en mi alma otra vez,
porque vine a esperar la llamada de Ana. (¡Maldita sea! Se
me escapó...) ¡¡Eso es!! Ella me jodió al no llamarme. Mi se-
guridad ha vuelto a bajar a cero, y sigo siendo cien por cien
dependiente de los demás.

3. Al llamarlo «cuerdo», asumo que este es el estado natural y que solo


porque existe un estado natural puede manifestarse espontáneamente y sin
aprendizaje. El aprendizaje se hace necesario solo para su «realización», es
decir, su traducción a la realidad práctica.

146
MMDA y el Eterno Ahora

El hecho de que el paciente se precipitara temporalmente


en su patrón neurótico cuando la chica lo rechazó, muestra
que tal rechazo no había sido realmente tenido en cuenta
cuando se sentía tan invulnerable. Solo después de enfrentarse
a ello y recuperarse de su caída, pudo realmente decir, como
realmente hizo: «No importa si una chica no nos quiere».
Creo que en tal confrontación con la experiencia (o su
posibilidad) reside la propiedad curativa, así como el insight
que da permanencia a la nueva condición. Tal confronta-
ción puede tener lugar durante la sesión con MMDA, si el
paciente es llevado a examinar las circunstancias conflictivas
de su vida, o más tarde, cuando la vida es inevitable. En el
presente caso, conduje al paciente a una contemplación de
sus dificultades cuando parecía dispuesto a mirarlas con una
calma placentera, pero no me di cuenta de cómo disimulaba
su evasión de ciertos asuntos. Esta fue su primera preocupa-
ción después («cosas que no salieron»), y describe acertada-
mente el efecto de la sesión, más tarde, como «un antiséptico
que eliminó la infección durante dos o tres días, por lo que
me sentí completamente libre de mi neurosis». Es de esperar
que cuanto más se eviten los problemas para no perturbar
una «experiencia cumbre», más inestable y efímera será esa
experiencia en medio de las condiciones de vida ordinarias.
Pero utilizo aquí la expresión «experiencia cumbre» para dar
a entender que tal experiencia tiene un elemento de autoen-
gaño en sí misma, en el sentido de que solo es posible a ex-
pensas de reprimir, o no mirar, lo que es incompatible con
ella. ¿Qué validez puede tener el sentimiento de que pode-
mos aceptar la muerte si no somos capaces de imaginarla?
Sin embargo, opino que en la mayoría de las experiencias

147
El viaje sanador

cumbre inducidas farmacológicamente hay un sustrato lleno


de cuestiones que no se pueden afrontar.
Podemos preguntarnos, por tanto, qué es lo más deseable:
adoptar una actitud directiva durante la sesión con MMDA e
intentar confrontar al paciente con lo que está evitando, a
riesgo de perturbar un estado de integración parcial, o dejar
que el paciente experimente tanto como pueda su recién des-
cubierta centralidad, de modo que el sabor de esta permanez-
ca cuando más tarde se encuentre con la vida tal como llegue.
En realidad, no hay tanto espacio para la elección como
podría parecer. En mi experiencia, solo alrededor del veinticin-
co por ciento de las personas reacciona a la MMDA con una
experiencia cumbre espontánea, mientras que un treinta por
ciento adicional llega a ella después de trabajar en sus proble-
mas. En este último caso, no cabe duda de que la experiencia se
ha producido a pesar de, y como resultado de, la resolución de
al menos algunos de los conflictos de la persona, lo que habi-
tualmente ha sido objeto de la mayor parte de la sesión. En
cuanto al primer veinticinco por ciento, mi práctica es general-
mente la de permitir que la experiencia se desarrolle sin pertur-
baciones durante unas dos horas y luego dedicar las tres
restantes al examen de la vida y los problemas del paciente. Al
hacer esto, asumo que puedo ayudar más al paciente estando
presente en esta confrontación que dejándolo para que la expe-
rimente solo en los días siguientes, y que recordar la vida en el
momento de una experiencia cumbre puede ser más fácil que
recordarla en el momento de vivir. En la práctica, esto no viola
las inclinaciones del paciente, ya que se siente abierto a lo que se
le propone, en un estado de ánimo de aceptación, o bien se
siente naturalmente atraído hacia tal autoexamen. Así ocurrió,

148
MMDA y el Eterno Ahora

entre otros, en el caso del hombre de nuestro ejemplo que, des-


pués de unas dos horas de disfrutar de su estado celestial, quiso
saber dónde estaba su infierno y averiguar si su estado actual era
realmente válido o justificado.
A veces, el enfrentamiento crucial se produce de forma
espontánea mediante imágenes vívidas, como en el caso de un
paciente que siempre se había sentido inseguro en su trabajo
como directivo, y que compensaba esta sensación adoptando
una actitud mandona. Hacia el final de su sesión de MMDA,
se imaginó a sí mismo en el trabajo, en su cálido y relajado
estado actual, y realmente aprendió de esa fantasía creativa
que tal serenidad era posible, que su actitud defensiva era in-
necesaria y que su expresión no distorsionada de sí mismo le
resultaba más satisfactoria, en vez de inconveniente. No había
mucha conversación con este paciente, pero su humor y su
comportamiento en el trabajo cambiaron.
También es cierto que hay límites a lo que una persona
quiere hacer frente en un momento dado, y creo que las posi-
bilidades del terapeuta son más limitadas aquí de lo que pare-
ce. El paciente no escuchará, o solo pretenderá escuchar, o sus
sentimientos no serán paralelos a su pensamiento, su mente se
quedará en blanco o se llenará de pensamientos que le distrai-
gan, y así sucesivamente, y esto tendrá que ser aceptado. Ade-
más, puede haber una sabiduría natural en el proceso de
regulación inconsciente que controla la longitud de sus pasos
hacia la integración. Todo lo que el terapeuta puede hacer en
estos casos es estar disponible para ofrecer lo que pueda.
Otro ejemplo de este tipo de confrontación espontánea a
través de vívidas imágenes es descrito por un paciente con las
siguientes palabras:

149
El viaje sanador

Entonces ocurrió un hecho significativo. Primero sentí que


algo había sucedido, que algo era diferente. Como si me hu-
biera perdonado por algo. Luego me convencí de que el per-
dón estaba asociado con el vómito algún tiempo antes.
Entonces me encontré, en la fantasía, moviéndome dentro
de mi oficina en la universidad. Descubrí que ya no estaba
atrapado en la depresión autoflagelante en la que había esta-
do durante la última semana. Estaba libre y a gusto.
Luego tuve momentos de realización de una cualidad
de tranquilidad que casi nunca tengo (en mis estados de an-
siedad, calculadores, repetitivos, de manipulación, preocu-
pación y otros estados habituales), y la cualidad era —y lo
sigue siendo hoy, después de quince días— un estado de ser
capaz de dejar pasar el tiempo con elegante facilidad, inclu-
so para deleitarse y disfrutar de los amigos en el momento.

¿Qué es, entonces, en términos prácticos, lo que se le


puede ofrecer al paciente en tales momentos, cuando su esta-
do de ánimo no podría ser mejor? En general, consideraría los
siguientes objetivos inmediatos como propicios a la estabiliza-
ción de una experiencia cumbre:

1. Explicación o expresión del estado y punto de vista actuales


Se puede suponer que el cambio que se ha producido en los
sentimientos del sujeto no es solo una cuestión de procesos
metabólicos en su sistema nervioso, sino que trae consigo un
cambio implícito en la percepción de las personas o las rela-
ciones, o en sus valores. Dado que son esos cambios los que
pueden apoyar el nuevo estado de ánimo si perduran, es de-
seable hacerlos lo más conscientes posible, y así ayudarle a

150
MMDA y el Eterno Ahora

descartar conscientemente las opiniones distorsionadas implí-


citas que apoyaban los síntomas. De esta manera, alguien
puede dejar de ser visto como un perseguidor, o el individuo
puede descubrir su propia valía en un área en la que había es-
tado rechazándose a sí mismo. Todo el enfoque equivale a
preguntar al paciente por qué todo le parece bien ahora (o por
qué no es necesario preocuparse para que pueda traducir en
conceptos su comprensión implícita).
En el caso del paciente de nuestra primera ilustración,
esto le llevó a una mayor conciencia de su automortificación,
como se mencionó anteriormente. Otra comprensión que le
ayudó en la expresión de su nuevo estado de ánimo fue la que
describió en términos de «nada importa», lo que significa real-
mente algo así como «nada puede quitar la alegría de existir,
que es un fin en sí mismo». El valor de la expresión es que sus
productos son como reservas de la experiencia que los dio a
luz, y son en cierta medida los medios para recrear la expe-
riencia. Los frutos de la expresión son, como el arte, un medio
para hacer visible lo invisible y fijar en una forma determina-
da un instante fugaz en la mente.

2. Contemplación de la realidad cotidiana


Lo más importante aquí es la confrontación de los estímulos
(circunstancias, personas) que normalmente son dolorosos o
que provocan reacciones neuróticas. Esta es la oportunidad
para el descubrimiento de una nueva pauta de reacción deriva-
da del estado integrado, que sería menos probable que ocurrie-
ra una vez terminado el pico de serenidad, cuando la
proximidad a la circunstancia dada es demasiado grande. La
confrontación en la mente antes de la confrontación en la

151
El viaje sanador

realidad tiene lugar en una estrategia que podría compararse a


la utilizada por Perseo en su acercamiento a la Medusa: no la
mira directamente, sino a su reflejo en el escudo de Minerva.4
Las fotografías son útiles para este fin, ya que las pistas
que ofrecen son valiosos puntos de partida para la asociación
con las experiencias de la vida, en contraste con los puntos de
vista estereotipados que a menudo suscitan las preguntas que
se hacen verbalmente.
Siempre que se exprese un nuevo enfoque o sentimiento
que rompa el círculo vicioso de las actitudes neuróticas, se
puede fomentar su expresión para fijarlo en la mente como
parte del repertorio ampliado de respuestas. Un encuentro
imaginario con una persona determinada, en el que se produ-
ce el diálogo, puede ser un recurso útil, y también la escritura,
que es perfectamente compatible con el efecto de la MMDA.
La siguiente ilustración procede del informe de un joven
que había estado en terapia durante cinco años, y que en el
momento de la sesión vivía un periodo caótico y doloroso en
su matrimonio:

Recuerdo estar acostado en la alfombra de la habitación, dis-


frutando plenamente de una cálida, brillante y suave sensa-
ción de bienestar. El Dr. N. vino a mí y me sugirió que
habláramos los dos. Le hablé de mi amor por Jeanne y del
dolor que sentía. Me sugirió que escribiera mis sentimientos
en un papel. Escribí como si estuviera escribiendo una carta a
Jeanne. Le dije cuánto la amaba. Y que la estaba esperando.

4. Minerva es la diosa de la sabiduría, lo que sugiere que el escudo-


espejo representa la mente.

152
MMDA y el Eterno Ahora

Durante este tiempo, experimenté la respuesta sexual más


aguda, especialmente en el área pélvica. Estaba completa-
mente inmerso en la alegre fantasía de amar a Jeanne. Amarla
de una manera tranquila y tierna, acariciándola siempre tan
suavemente. Sentí, tal vez por primera vez, que mi deseo de
ser tierno y amoroso con ella era el poder que rompería con
su anestesia sexual.

Su relación mejoró después de la sesión, ya que la actitud


expresada en esta carta persistió hasta cierto punto y reempla-
zó los anteriores sentimientos de rechazo y resentimiento. El
acto de expresión (al comprometer estos sentimientos en el
papel) puede concebirse aquí como un compromiso, así como
una realización, en el sentido de «hacer realidad» lo que era
meramente un sentimiento, viviendo lo que era solo una
posibilidad.

3. Ejercicio de decisión ante los conflictos actuales


Normalmente, le pido al paciente que haga una lista de los
conflictos que conoce, o la hago con él antes de una sesión
con MMDA, y esto proporciona muchas preguntas a exami-
nar en el momento de un eventual estado de armonía
psicológica.
El conflicto es quizás la manifestación más central de una
perturbación neurótica, ya que es la expresión de una desunión
o división de la personalidad. En el momento excepcional de la
integración, cuando se unen los fragmentos generalmente in-
compatibles de la psique de la persona, muchos de sus conflic-
tos desaparecerán. Si la actitud de integración de la persona no
se hace explícita en ese momento, se perderá más fácilmente

153
El viaje sanador

una vez que el estado excepcional haya terminado; sin embar-


go, esta es la ocasión en la que la persona puede conocer la acti-
tud de su yo integrado y aprender lo que se siente. Cuando su
yo ya no esté allí, el recuerdo de tal actitud será un hilo más en
su tejido de memoria experiencial, y quizás también el mejor
consejo posible.

Cómo guiar los estados de potenciación de los sentimientos

Todo lo que he elaborado hasta este punto se aplica al tipo de


experiencia que se produce espontáneamente en alrededor del
veinte por ciento de todos los casos tras la ingesta de MMDA.
Lo mismo es aplicable, en parte, a la experiencia similar que
sobreviene en un treinta por ciento adicional de casos después
de la intervención terapéutica, a medida que se logra la resolu-
ción de conflictos y la integración de la personalidad. Sin em-
bargo, en alrededor del cincuenta por ciento de los casos, esos
sentimientos de «rectitud total», calma y aceptación amorosa
no se experimentan en absoluto, y en el ochenta por ciento no
están presentes al comienzo de la sesión.
En tales casos, la reacción al medicamento puede ser pre-
dominantemente la de un aumento de ciertas emociones y/o
síntomas psicosomáticos, o una en la que las imágenes se con-
vierten en el principal objeto de atención. Cada una de las
posibilidades constituye un tipo de efecto que requiere un en-
foque distinto, y en este momento me ocuparé de las reaccio-
nes predominantemente sentimentales. Estas reacciones de
mejora de los sentimientos podrían muy bien agruparse con
las reacciones de «experiencia cumbre», ya que las emociones

154
MMDA y el Eterno Ahora

son el punto focal de ambos tipos de experiencia, pero ambas


están en contraste en cuanto al tipo de sentimientos involu-
crados. Como la experiencia cumbre constituye el «cielo» de
la MMDA, el estado de mejora de los sentimientos constituye
su «infierno». En lugar de la aceptación tranquila y amorosa
de la experiencia, las emociones del segundo estado son típi-
camente las de ansiedad e incomodidad, que hacen que la ex-
periencia inmediata sea insatisfactoria.
Lo que el segundo tipo de experiencia tiene en común
con el primero es la relevancia de los sentimientos experimen-
tados en relación con la situación actual y con el contexto am-
biental y social inmediato. Considero que tal calidad «aquí y
ahora» de la experiencia MMDA se adapta particularmente al
enfoque existencial no interpretativo de la terapia gestalt, que
he utilizado —como se verá en los próximos ejemplos— casi
sin aditivos en el manejo de la mayoría de las sesiones.
Las experiencias de incomodidad suelen ser la expresión
exterior del autorrechazo o el temor al autorrechazo inmi-
nente. Una vez que esto se hace explícito, se puede volver a
examinar el punto muerto de la parte superior e inferior para
ver si la persona puede descubrir algún valor en su lado re-
chazado, si sus estándares de juicio se ajustan a su verdadero
criterio o si su naturaleza es la de una reacción automática, de
la que se puede prescindir. Algunos ejemplos pueden aclarar
este punto:
Se ha animado a una paciente a hacer o expresar lo que
quiera durante la sesión. Cuando el medicamento comienza a
surtir efecto, se retira a su dormitorio, donde se acuesta y es-
cucha algo de música. Después de unos cinco minutos, vuelve
al terapeuta en la sala de estar y le explica que no ha podido

155
El viaje sanador

disfrutar de esos minutos porque se ha sentido angustiada por


lo que ella llama su «voracidad»: no podía escuchar realmente
la música porque quería varias cosas a la vez, como una bebi-
da, la presencia del terapeuta y, sobre todo, ser especial.
Como su malestar parecía estar asociado más a su autoa-
cusación de avaricia y voracidad que a la falta de medios para
satisfacer sus necesidades, le pregunté: «¿Qué hay de malo en
querer más y más?». Este comentario resultó ser más que un
apoyo superficial, ya que la condujo a una consideración
abierta de la cuestión. Cuando más tarde insistí en que decla-
rara sus deseos y fuera cada vez más directa, se dio cuenta de
que al dar paso a la expresión de tales deseos se convirtió más
en ella misma. Lo que inicialmente llamó «voracidad» pronto
se vio como el deseo de ser amada de manera especial por un
hombre. Al destacar lo humano de este deseo, ella vio la acep-
tabilidad e incluso la esencialidad de satisfacerlo en su vida, de
una manera u otra. «Toda mi vida he perseguido mis deseos
indirectamente, y lo indirecto y la falta de consciencia es lo
que me ha entorpecido».
El proceso de aumento de la autoaceptación descrito en
este ejemplo se produjo por la repetida invitación del terapeu-
ta a tomar partido por sus impulsos rechazados y reconocerlos
como propios, en lugar de como algo que le sucede.
El siguiente fragmento de un relato retrospectivo de otra
paciente ilustra con mayor detalle el proceso de despliegue gra-
dual de los impulsos rechazados en una atmósfera de apoyo:

Cuando sentí los primeros efectos, me acosté en mi cama. El


Dr. N. se sentó a mi lado y me sugirió que me relajara y me
dejara llevar por aquello que pudiera sentir. Empecé a sentir

156
MMDA y el Eterno Ahora

mucha ansiedad y un gran deseo de llorar. El Dr. N. me dijo


que lo hiciera si quería, pero yo me resistía. Le dije que no
me permitiría hacerlo, porque me parecía feo; que no me
gustaban las personas que se autocompadecían y que yo, que
había elegido mi camino con tanta lucha, sentía que no
tenía derecho a sentirme infeliz.
El Dr. N. dijo que tal vez tenía buenas razones para sen-
tir lástima de mí misma, para seguir adelante y no tener
miedo de llorar. Dijo: tómate unas vacaciones por una tarde
y haz lo que te apetezca. Le pregunté si lo aprobaría, y como
dijo que sí, lloré amargamente. El Dr. N. me preguntó
cómo se explicarían mis lágrimas si pudieran hablar. Dije
que fluían por la pena del mundo. Me preguntó qué era eso.
Dije que imaginaba un gran lago formado por el dolor de
todos los seres humanos desde que el mundo existe, desde el
más pequeño, como el de un niño que se cae y llora, hasta el
más grande. Un suelo de dolor colectivo, a la manera del
inconsciente colectivo de Jung. El Dr. N. dijo que creía que
podría estar llorando por mis propias experiencias, por cosas
concretas y definidas. Que tal vez me había faltado algo
cuando era niña, por ejemplo, y que quizás este hecho toda-
vía afectaba mi vida.
Seguí llorando y sufriendo, pero con libertad y con una
sensación de alivio. Había puesto un concierto de Vivaldi en
el tocadiscos. Sentí la música muy profundamente y sentí
que a través de ella podía llegar al ser que la había produci-
do. Creo que el Dr. N. me preguntó qué expresaba la músi-
ca, y le contesté que era el ser de Vivaldi, convertido en una
voz; una voz que lo expresaba totalmente. Me maravilló que
pudiera haberse vuelto del revés tan completamente.

157
El viaje sanador

Como suele ocurrir, la paciente entra en contacto con sus


propios impulsos antes de sea posible apoyarla y de que pueda
considerar la posibilidad de aflojar su rechazo a ellos. Cuando
la situación se le vuelve del revés, descubre en sí misma la ex-
presión de otro ser.
Ese tipo de ser al que se le ha dado la vuelta, como en los
ejemplos anteriores, puede ser interpretado como el logro de
una mayor franqueza en la expresión de los propios deseos.
En los casos expuestos, era importante hacer ver a los pacien-
tes cómo se oponían a su propio impulso antes de que pudie-
se ofrecerlos el apoyo suficiente como para que dejaran de
rechazar sus impulsos. Solo cuando se puede expresar la au-
tocrítica, logra uno mirarse a la cara y tomarse en cuenta a sí
mismo. Así, preguntas como «¿qué hay de malo en querer
más y más?», o «¿qué hay de malo en llorar?», tenían que des-
cubrir las autoacusaciones de avaricia o de autocompasión
antes de que el juicio maduro de los pacientes pudiera eva-
luar tal condena automática bajo una luz nueva y tomar una
decisión al respecto. El resultado final es que los deseos in-
conscientes se vuelven conscientes y, por lo tanto, la cuestión
acaba siendo la de cómo resolver los problemas de manera
inteligente.
Mientras que el deseo inconsciente se expresa de forma
retorcida y simbólica, y su satisfacción nunca apaga la sed
subyacente, un deseo consciente sí que puede ser satisfecho.
Además, cuanto más consciente es un deseo, más se acepta y
se convierte en sí mismo en una satisfacción. Así pues, la se-
xualidad inconsciente se experimenta como aislamiento, so-
ledad, frustración, mientras que la sexualidad consciente y
aceptada es una experiencia placentera de mayor vitalidad.

158
MMDA y el Eterno Ahora

La rabia inconsciente puede experimentarse como una irri-


tación o culpa desagradable, mientras que la rabia aceptada
puede ser acogida como un poderoso esfuerzo en pos de un
fin.
Lo que sigue a continuación sirve como un ejemplo más
de la liberación de un deseo inconsciente y mostrará una ma-
nera de tratar con las distorsiones visuales:5

El Dr. N. ahora me parecía un lobo oculto, un animal que


acostumbra a cazar a su presa en las cuevas. Me invitó a diri-
girme al monstruo (que yo veía en él), a relacionarme direc-
tamente con ese personaje, olvidando quién era él, que lo
conocía, que no me haría daño... Hablé con todo el coraje
que tenía: «¿Por qué eres tan feo?». «¿Qué te importa que sea
feo?», respondió. «Ese es mi problema, no el tuyo». «Pero me
pregunto cómo te llevas con esa cara. ¿Quién puede amarte
así?». Y entonces empecé a reírme mientras pensaba que tal
vez en su país todo el mundo tenía una cara siniestra, y que
quizás se le considerase guapo. Le conté este pensamiento al
doctor, y sus facciones se fueron volviendo cada vez más níti-
das, hasta que la cara del Dr. N. emergió por fin sin distor-
siones. Dijo que, según su experiencia, tales distorsiones
indicaban una ira reprimida, y aunque no la veía en mí, sería
provechoso explorar la cuestión de mi posible resentimiento.
Le dije que no podía imaginar ningún resentimiento hacia él,
ya que me despertaba tan buenos sentimientos; me había
ayudado tanto y había sido tan amable conmigo... Cuando

5. Estas distorsiones son excepcionales con MMDA (se producen en


el cinco por ciento de los sujetos).

159
El viaje sanador

terminé de decir esta frase, continué casi inconscientemen-


te, como si alguien usara mi voz para decir: «¿Por qué debe-
ría estar resentida contigo, excepto por el hecho de que no
me amas?». Me sorprendieron mis palabras. El Dr. N. co-
mentó que era una excelente razón para sentirme resentida.
La experiencia dejó de ser tan ardiente y se volvió más tran-
quila, con esa triste y dulce melancolía que queda después
de un buen llanto.

La importancia de esta sesión no solo radica en que la pa-


ciente pudo expresar su deseo de ser amada por el terapeuta,
sino que incluso tal deseo aparentaba ser un sustituto de la
expresión de su amor propio. Algunos días después, pudo
aceptar su sentimiento como una riqueza y no como un de-
fecto, ya que escribió un poema que fue el primero tras diez
años de interrupción de su producción creativa.
En los ejemplos citados, los pacientes se encontraban en
un conflicto en el que a un determinado impulso (de amar, de
llorar) se oponía una resistencia, y el resultado era la expresión
del impulso. Esto no tiene por qué ser siempre así, y una de
las principales contribuciones de la terapia gestalt ha sido la
de mostrar cómo la defensa es también un impulso que puede
ser redirigido hacia expresiones más satisfactorias que el auto-
control y la represión. Con este fin, se anima al paciente a
tomar partido por la voz del superego («top dog»), y a experi-
mentarlo convirtiéndose voluntariamente en él, como si fuera
su propio juicio en lugar de una orden externa.

160
MMDA y el Eterno Ahora

Trabajar a través de un síntoma psicosomático

El siguiente extracto de una grabación trata del conflicto en-


tre la necesidad de descansar y la autoexigencia en el sentido
más literal, o entre la relajación y la contractura disfuncional.
En realidad, se trata de un ejemplo de trabajo a través de una
manifestación psicosomática, ya que, para la paciente, el «es-
trujamiento del alma» por parte de su sistema defensivo se
encarnaba en un síntoma físico paralelo que le causaba dolor
abdominal, y para el cual había buscado consejo médico.
Por lo tanto, al tratar esta idea, también nos dirigimos a la
cuestión de cómo tratar los síndromes MMDA de estado nú-
mero tres en la clasificación que he propuesto al principio:
aquellos en los que los sentimientos positivos o negativos de
los tipos anteriores son sustituidos por síntomas físicos.6  Natu-
ralmente, el aumento de las sensaciones físicas puede formar
parte de las experiencias de primer estado, pero la sustitución
de los síntomas corporales por sentimientos se produce, com-
prensiblemente, en la medida en que el sujeto no cede a la hora
de experimentar el malestar emocional del segundo estado.
Esto puede reflejar la tendencia crónica del individuo, como
en el caso de esta paciente, que en el momento de la sesión
puede haber sido descrita como una hipocondriaca hipoma-
niaca: feliz consigo misma e infeliz a causa de los dolores que
tendía a interpretar que eran consecuencia de una enfermedad
física.

6. El objetivo aquí será decodificar las actitudes del individuo hacia sí


mismo y hacia los demás que están codificadas y expresadas en el lenguaje
corporal.

161
El viaje sanador

Esta vez solo cito mi versión del diálogo durante un pe-


riodo que puede haberse prolongado durante veinte o treinta
minutos y que finalmente condujo a una inversión de la expe-
riencia de la paciente. Más que un diálogo, de hecho, esta se-
sión podría ser considerada como comparable a la de un
terapeuta del movimiento o un quiropráctico y su paciente; la
parte verbal de la misma consiste principalmente en manipu-
laciones terapéuticas y las reacciones de la paciente a las mis-
mas, a menudo en forma de cambios posturales, gemidos,
gritos y sollozos.

Doctor: Puedo ayudarte entonces, pero creo que solo hay


una manera en la que puedes dejar de apretar, y es aprender
cómo estás apretando, ser consciente de cómo aprietas, y
solo puedes ser realmente consciente de ello convirtiéndote
en esa parte de ti que está realmente apretando...
¿Te has convertido en la parte que aprieta o solo en su
víctima?... Sí... ¿Es algo que puedas decidir hacer de nuevo?...
Me gustaría que me dijeras lo que sientes. Solo sé cons-
ciente... de cómo aprietas... ¿Previniendo qué?... No inter-
pretes, no hagas teorías, tan solo sigue tus sentimientos. ¿Te
sientes apretada?... ¿Solo allí?...
¿Tu voz suena apretada, estrujada?... ¿La oyes ahora?...
¿Eres consciente de cómo estrujas la voz, de cómo aprie-
tas la garganta?...
¿Eres consciente del apretón en tu pecho?...
Bien, hay un apretón en el pecho y abajo, en el vientre,
en ambos lugares.
¿Te sientes estrujada en tus movimientos, los brazos, el
cuello, los dedos?...

162
MMDA y el Eterno Ahora

¿Qué hay de las manos ahora, y de los brazos? ¿Te


aprietan?...
¿Puedes apretar ahora, deliberadamente?...
No, no espero que sea lo mismo. Tan solo quiero que lo
experimentes...
¿Qué es lo que quieres tú?... ¿Qué respondes?...
¿Puede ser que te exprimas para saber lo que quieres, lo
que quieres cuando te estás estrujando a ti misma así? ¿Qué
es lo que quieres cuando te estrujas como ahora? ¿Qué es lo
que quieres hacerte? ¿Y cuál es la satisfacción que obtienes
de este apretón?...
Sí, la exprimidora está obteniendo una satisfacción.
Quiere exprimir; obtiene placer al exprimir...
No te resistas. Deja que suceda, déjate exprimir. No in-
tentes echarte atrás, sé la víctima, deja que la tortura
termine...
No tienes que tener la fuerza para sufrir. Para resistir,
debes hacerlo, pero...
Intenta no resistirte ahora...
Suelta. No lo detengas...
Suelta, suelta. No te resistas. Deja que todo sea...
No te resistas... Te estás resistiendo, experiméntalo.
Permanece tan abierta como puedas y experiméntalo...
¿Qué estás experimentando?...
Observé mucha actividad en ti por primera vez.
¿Puede sentir...?
¿No sientes ningún deseo de esa actividad, como si
quisieras volver a ella? ¿Algún disfrute de ese movi-
miento?...
Solo la desesperación...

163
El viaje sanador

Este cansancio es como una muerte, una muerte gris, la


falta de energía, y toda esta energía está contenida detrás...
Y siento que en el apretón tiene esta energía, esta
fuerza...
Así que tienes que convertirte en ese otro lado, si quie-
res tener fuerza...
Tal vez, mientras que el apretón está teniendo lugar,
mientras que estás abriéndote al apretón, tal vez puedas ex-
perimentarte a ti misma como queriendo apretar...
Quiero que hables de ello, del exprimidor que quiere
sexo. ¿Puedes explicarte mejor, decir más sobre lo que se
siente? Pero intenta ser la exprimidora mientras hables de
ello. Di lo que quieras mientras eres la exprimidora...
¿Puedes experimentar el apretón como tu impulso, tu
satisfacción?... Tu impulso sexual, tu ira, tu desesperación...
¿Tu anhelo?...
Aún no has podido identificarse con la exprimidora...
Bueno, hazlo sin sentir placer, solo deja que venga como
venga. Puedes empezar con: «Yo soy la que te está apretan-
do», aunque no lo sientas. Solo juega el juego.
Habla de lo que quieras, tú eres la exprimidora, cómo
eres, qué clase de persona...

En este punto, la paciente tuvo el insight que convirtió la


sesión en un éxito. Siendo capaz ahora de cambiar de la posi-
ción de víctima a la de «exprimidora», pudo ver que la fuerza
que causaba sus dolores no era otra que la avaricia por todo y
por todos, un niño rapaz y agarrado que nunca podría estar
satisfecho. Inmediatamente después de esto, comprendió es-
pontáneamente y se entusiasmó al descubrir la perversión que

164
MMDA y el Eterno Ahora

suponía el retorno del deseo sobre sí misma en un apretón, un


estrujamiento implacable. Meister Eckhardt dice que todos
nuestros deseos son en última instancia el deseo de Dios. Mu-
chos tal vez elegirían otra palabra y hablarían de un impulso de
vida, el absoluto, el Bien, un anhelo por el estado ideal, Eros;
sin embargo, todas estas concepciones suponen el reconoci-
miento de una unidad más allá de la aparente multiplicidad de
los deseos humanos. Un deseo determinado puede entenderse
como la expresión de una creencia implícita de que el logro de
tales objetivos específicos traerá la felicidad. Por supuesto, no
funciona así, pero las creencias implícitas o inconscientes no
pueden ser alteradas por el razonamiento (o incluso la expe-
riencia). Así, la mayoría de los ladrones obtienen poca satisfac-
ción de sus robos, los que hacen dinero de sus riquezas, o los
estudiosos compulsivos de su aprendizaje. Siempre que el pro-
ceso terapéutico conduce a la comprensión del impulso, el su-
jeto se libera en cierta medida de esa necesidad particular, ya
que ahora se entiende como un mero medio para alcanzar un
fin, y a menudo un camino tortuoso o inadecuado. Así pues,
cuando el ladrón comprende —no con la mente, sino con sus
sentimientos— su necesidad de tener algo de los demás, puede
empezar a pedir amor; y cuando el intelectual neurótico reco-
noce su necesidad de reconocimiento, puede llegar a apegarse
menos al juego del prestigio, ya que su valor deja de parecerle
algo intrínseco a la acumulación de conocimientos.
Creo que una experiencia como la citada anteriormente,
que conduce a la realización de una «fuerza vital», es un paso
más allá de todo esto, ya que conduce a la realización de la uni-
dad más allá de las necesidades bastante limitadas, como el
sexo, la ambición, la codicia y la protección. Este es el dominio

165
El viaje sanador

de la experiencia que interesa al místico, aunque en la presente


cita no hay ningún uso de términos religiosos o místicos. Y es
el dominio que Jung considera arquetípico, más allá de la dife-
renciación personal, aunque su presentación en el informe del
caso no esté esencialmente mediada por imágenes.

Participación activa en los puntos neutros

Uno podría entender los distintos tipos de reacción a la MMDA


como diferentes niveles en un gradiente de conciencia y apertu-
ra. Un aumento de la conciencia puede transformar una típica
experiencia psicosomática en una de potenciación del senti-
miento; y esto último, a través de la comprensión de las resis-
tencias, puede dar paso a la experiencia cumbre integradora. Si
vamos al otro extremo, encontramos reacciones en las que el
paciente tiene cada vez menos sobre lo cual informar. Incluso
las sensaciones físicas parecen ser borrosas en un estado de con-
ciencia restringida, muy probablemente de naturaleza defensi-
va, que puede culminar en somnolencia o sueño. Al parecer,
este estado de calma constituye una manifestación a otro nivel
de esa calma o serenidad que es característica de la experiencia
cumbre con la MMDA. Una es una calma en la riqueza, una
quietud en medio del movimiento interior; la otra, un estado
de calma donde poco sucede, una plácida brusquedad.
A medida que nos acercamos al final inconsciente de la
escala, donde la pasividad toma la forma de somnolencia, el
sujeto incluso se vuelve inconsciente de sus imágenes oníricas.
Cuando se le pregunta, puede ser capaz de informar de una
escena aislada que está visualizando en este momento, pero es

166
MMDA y el Eterno Ahora

incapaz de recordar la anterior. O posiblemente sabe que su


mente está activa pero no puede captar el contenido de su
pensamiento o imaginación. Afortunadamente, es así solo en
un veinticinco por ciento de los casos.
Cuando el efecto de la MMDA no es notablemente pro-
ductivo en términos de sentimientos positivos o negativos,
puede ser necesaria una participación muy activa del terapeu-
ta para tratar las sensaciones somáticas, las imágenes o el com-
portamiento real del paciente.
Así, los sentimientos pueden enfocarse conscientemente
atendiendo a las expresiones simbólicas o físicas externas y al
desarrollo de la experiencia o el comportamiento, como es la
práctica en la terapia gestalt.
Tomemos, por ejemplo, el siguiente caso:

Doctor: ¿Eres consciente de que aprietas la mandíbula? (La


paciente asiente con la cabeza e intensifica la contracción de
sus músculos de masticación).
Doctor: Intensifica ese gesto (la paciente comienza a rechinar
los dientes).
Doctor (después de unos minutos): Intensifica eso (el rechinar
de dientes se convierte gradualmente en una mandíbula ce-
rrada una vez más, mientras la paciente, que está sentada,
levanta la cabeza, abre los ojos con una mirada feroz y respi-
ra profundamente).
Paciente: Me siento fuerte. Ya no estoy tensa, sino severa,
magistral.
Doctor: Sigue con ello.
Paciente (se relaja gradualmente y comienza a tragar saliva):
Mi masticación se ha convertido en tragar. Ahora que he

167
El viaje sanador

encontrado mi fuerza, no tengo que llamar enojada a la


puerta para obtener satisfacción, sino que puedo simple-
mente dármela a mí misma.

Otro paciente se sentía muy somnoliento y relajado, pero


tendía a estirar los dedos de los pies. Se le animó a intentar
ceder alternativamente a su deseo de descansar y a su deseo de
estirarse, y pronto se dio cuenta de la influencia de estas ten-
dencias opuestas en toda su vida actual. Percibió la tensión en
los dedos de los pies como un impulso de excitación, una ex-
presión de aburrimiento e insatisfacción con su pasividad,
mientras que esta última la entendió como un retraimiento
resignado del conflicto. Con esta conciencia, su necesidad de
excitación se hizo más fuerte que su necesidad de retraimien-
to, y esto es lo que lo llevó a participar en una psicoterapia
adicional después de su tratamiento con MMDA.
Siempre que no solo la emoción, sino también las sensa-
ciones físicas o el deseo de comunicarse sean leves, puede
darse la ocasión apropiada para tratar un sueño. Como se
mencionó anteriormente, debido al aumento de la facultad de
crear imágenes con la MMDA, puede ser fácil volver a experi-
mentar los sueños, mientras que un mayor conocimiento de
las formas simbólicas o metafóricas es favorable al desarrollo
de sus significados.

Imágenes y sueños

Cuando las imágenes, más que las manifestaciones psicoso-


máticas, dominan en el cuadro de los síntomas provocados

168
MMDA y el Eterno Ahora

por la MMDA, es el contenido de tales imágenes lo que pue-


de ser interpretado como «el camino real hacia el inconscien-
te». De hecho, tales señales, como las semillas fértiles, pueden
desarrollarse desde el interior y revelar algo de su significado,
si se les presta atención. La primera tarea del terapeuta será
normalmente ayudar al paciente a dirigir su atención a la se-
cuencia de escenas que se desarrollan, para que pueda ser
consciente y recordar sus detalles. El siguiente ejemplo es de
la sesión de un hombre de cuarenta y siete años que permane-
ció acostado la mayor parte del tiempo con los ojos cerrados,
sintiéndose agradablemente relajado, y que probablemente
retuvo muy poco de lo que vio. Cuando se le preguntó en un
momento dado, describió una escena que es una de las tres
que pudo recordar después de que la sesión terminara. Así es
como describió la imagen al día siguiente:

Una de las imágenes que me llegó fue la de un camello mon-


tado por un inglés delgado y anguloso, del tipo Sherlock
Holmes. Iba de viaje. No sé por qué el inglés llevaba un ca-
mello. No tenía ninguna mochila a la espalda. Posiblemen-
te, el inglés estaba demasiado impaciente y sintió que tenía
que arrastrar al camello para llegar a su destino. Mi cuerpo
va despacio, tiene que ir despacio, y mucho del trabajo que
hago tiene que hacerse en tandas, según parece, con mucho
descanso entre tiempos.

Lo que el paciente dijo nueve días después, al escribir


sobre la sesión, muestra cómo el número y el significado de las
asociaciones entre el símbolo y su personalidad se incremen-
taron después de un periodo de elaboración espontánea:

169
El viaje sanador

Lo que mencioné al principio, difícilmente expresa lo que


más tarde he llegado a sentir sobre esta escena. El inglés
que está dando una vuelta al mundo no monta al camello;
es tan tonto como para tirar de él porque está impaciente.
El inglés soy yo. Es muy de «nariz aguileña», y esto es algo
que destaca mucho. En realidad, pienso que los ingleses
son tan tontos que seguirían jugando al cricket mientras su
mundo se desmorona, y que no juegan con nadie más que
con ellos mismos. El camello es la parte de mí que puede
llevarme a ese lugar. Representa toda la sabiduría de Orien-
te. La idea del ser, del reino de Dios en el interior de uno
mismo, me es familiar. En mi vida diaria, no da la sensa-
ción de que crea estas cosas; no lo siento dentro ni lo pro-
yecto fuera... En cuanto a mis pensamientos sobre el
camello, siento que en esta vida no me voy a permitir
montarlo para que me lleve de viaje. No actúo como si
hubiera un yo que pueda ser transportado; la evidencia de
mi espontaneidad interior es muy débil. Sin embargo, de-
pender de otros que dirijan las cosas se está volviendo más
intolerable para mí.

La consecuencia terapéutica de la disposición del paciente


a interpretar el simbolismo de la ensoñación es obvia. Y como
esto ocurre frecuentemente de manera espontánea, podemos
mencionarlo como un aspecto cognitivo en la descripción de
la experiencia de la MMDA. Se podría sospechar que es preci-
samente esta proximidad entre la comprensión visual y con-
ceptual la que explica la tendencia de algunos individuos a
impedir que algunos aspectos de su vida interior se expresen
en imágenes conscientes.

170
MMDA y el Eterno Ahora

Al tratar las imágenes en el momento de la sesión propia-


mente dicha, el objetivo debería ser, como en el caso de los
síntomas psicosomáticos, el de entrar en contacto con la ex-
periencia que está latente en los símbolos visuales. La mera
contemplación de estos últimos puede no ser suficiente para
este fin; por otra parte, la identificación con los personajes u
objetos de la fantasía puede llevar al paciente a deshacer una
proyección y a reconocer una parte de sí mismo que hasta
ahora no había tenido en cuenta. Este fue el caso de una
mujer, por ejemplo, que sintió repugnancia al ver un ridículo
payaso, pero que, al tratar de identificarse con tal personaje,
gritó repentinamente de pánico, pues se sentía como una
bebé siendo lanzada al aire. Entonces se dio cuenta de que
había sido tratada como una muñeca; de hecho, había adop-
tado este papel e hizo de payasa toda su vida para complacer a
los demás. Sin embargo, todo el tiempo, en el proceso de este
«espectáculo», ella estuvo sufriendo el aplazamiento de sus
verdaderos impulsos y sintiendo la soledad implícita en la su-
posición de que nadie la querría excepto como objeto de
diversión.
Esta secuencia de acontecimientos muestra que el efecto
facilitador de la MMDA en el procedimiento terapéutico no
solo radica en la presentación de una pista significativa (ima-
gen del payaso) del conflicto de la paciente («hacer» de payasa
frente a querer ser amada tal como es). Una vez que el botón
del símbolo significativo fue presionado, su experiencia cam-
bió en calidad: la emoción de la paciente quedó liberada, y
pasó de un tipo de reacción visual a otro de potenciación del
sentimiento (ser lanzada al aire, tratada como un objeto).
Como consecuencia de atender a la desagradable sensación de

171
El viaje sanador

ser tratada como un objeto, se produjo el insight: se trataba a


sí misma como un objeto, al presentarse a los demás como
tal. Por último, surgió una nueva sensación: no quería tratar-
se así; lo que quería era amor. Es significativo que, durante
varios días después de la sesión, sintiera un intenso deseo de
comida, que terminó bruscamente en una cita posterior, du-
rante la cual llegó a aceptar más plenamente su deseo de
amor. Todo el proceso puede verse como un aumento de la
reacción del estadio tercero de la MMDA, aunque esta últi-
ma se logró después del final de la sesión.
El resumido ejemplo anterior puede dar una visión dema-
siado simplificada de la forma que puede adoptar la interven-
ción del terapeuta en el proceso de llevar al paciente a la
desimbolización de la experiencia encarnada en términos vi-
suales. Es posible que haya que recordar una imagen una y
otra vez, sus muchas transformaciones y la atención dirigida a
los sentimientos del paciente, mientras observa o se identifica
con los objetos o personas en la escena, las interpretaciones
dadas en este o aquel punto, y así sucesivamente. El siguiente
pasaje, procedente de la transcripción de una grabación,
nunca condujo a la esperada explosión de sentimientos, sino
que ilustra en detalle la exploración de una imagen y muestra
cuánta interpretación puede obtenerse mediante un enfoque
no interpretativo:

Doctor: Trabajemos en esta imagen. ¿Podrías ser este lugar


en el que estás entrando?
Paciente: ¿Ser ese lugar?
Doctor: Sí, hablar de la experiencia de ser ese lugar.
Paciente: Tengo un problema al entrar, porque no sé qué

172
MMDA y el Eterno Ahora

hay en el interior de ese lugar hasta que abro; así que, para
explorar el lugar, debo ser consciente de que es como lo que
hay dentro de un bebé. ¿Está bien así? ¿Cuál debo ser, el
lugar o el bebé?
Doctor: Cualquiera de ellos.
Paciente: Vale. Soy este lugar, y hay un bebé dentro, y estoy
esperando que alguien venga y abra la puerta y lo saque. Y
de alguna manera, estoy tratando de mirar qué hay. Quiero
saber lo que hay dentro, de algún modo. Siento curiosidad
sobre ello.
Doctor: ¿Puedes decir cómo es? ¿Podrías describirte a ti
mismo?
Paciente: No podría hacerlo muy bien, pero hay una parte
de mí que está mirando hacia fuera. En el exterior hay luz,
una luz brillante, un hermoso mundo exterior, y yo soy una
especie de escudo que no permite que ese exterior penetre en
el interior. El interior es amorfo, negro, neutro, no hay nada
sobre lo que sentir algo, sino la sensación de estar apagado,
como detenido, esperando a que alguien tome a este bebé y
lo saque de ahí, y en cierto modo, mi tarea debe ser la de
proteger al bebé del exterior, mantenerlo en una cámara fri-
gorífica, casi.
Doctor: Mantenerlo en una cámara frigorífica. ¿Puedes sen-
tir esa parte de ti mismo, esta función protectora?
Paciente: ¿Quiere decir en mi yo normal, o ahora mismo?
Doctor: No, en tu vida, en tu yo cotidiano. ¿Te ves a ti mismo
como un escudo protector de una parte muy valiosa?
Paciente: Eso es muy interesante. Mi tendencia, —oh, me
estoy volviendo bastante así, creo—, mi tendencia conscien-
te, tan pronto como me doy cuenta de cómo conseguirlo,

173
El viaje sanador

sería entrar y coger al bebé y sacarlo muy rápido de allí, pro-


bablemente más rápido de lo que debería.
Doctor: ¡La misma cosa otra vez! «Probablemente más rápi-
do de lo que debería»... El miedo a...
Paciente: Quiero sacarlo de inmediato. Lo fuerzo.
Doctor: Parece que aquí vives un conflicto entre la tendencia
a sobreproteger y eliminar de la vida este núcleo tan vital,
para mantenerlo almacenado, y la tendencia opuesta: la ten-
dencia excesiva a exponerlo rápidamente a la vida.
Paciente: Ahora creo que lo que pasa es que, conscientemen-
te, lo hago demasiado rápido, por lo que está bloqueando
mi mente consciente y no puedo llegar a él más rápido. Así
que, inconscientemente, tengo que irme al otro extremo,
para mantenerlo cerrado. Hay una cosa interesante que
puede ayudar. En la meditación y otras experiencias, cuan-
do comienza a suceder algo interesante, siento que tengo
que agarrarlo espontáneamente y luego mostrarlo. Así que
no me lo permito. Me saco a mí mismo de la situación tan
pronto como una imagen... Tuve esta experiencia antes, así
que esto puede estar indicando lo mismo.
Doctor: Que es, en cierto modo, un proteger la experiencia,
y en otro modo es exhibirla.
Paciente: Trato de exponerla, así que la pierdo. Sí, ¡vaya!
Esposa (como espectadora): No sé si es la MMDA o el Dr. N.
Doctor: Es el sueño; todo lo que se necesita es empezar con
una buena semilla. Así que creo que puede sacar más de
esto, si continúas identificándote con esta habitación. Dime
todo lo que puedas sobre ti, en el rol de una habitación, sin
dejar de lado lo obvio, todo lo que tenga que ver con el
color, la temperatura, las dimensiones, lo que sea.

174
MMDA y el Eterno Ahora

Paciente: Tengo la impresión de que la habitación fue pinta-


da de blanco, casi como un aparato, como una máquina en
un hospital. Obviamente, fue hecha por el hombre.
Doctor: Pero dilo en primera persona.
Paciente: Estoy pintado de blanco amarillento, como un
blanco cálido, y obviamente estoy hecho por el hombre, con
manijas y perillas; el significado que obtengo es que soy la
parte del intelecto, no de la emoción. Eso es muy parecido a
cómo es mi mente consciente. Conscientemente, suelo ser
muy intelectual; las emociones van por dentro.
Doctor: Así que eres una habitación artificial, diseñada para
proteger a este bebé.
Paciente: Es interesante, pero yo no lo llamaría artificial en
absoluto. En cierto modo, es cierto que es «artificial», pero
para mí tiene la connotación de no ser real. Para mí, una
máquina es tan real como un ser humano. Está creada de
una manera diferente, así que me molestaba usar esa conno-
tación de «artificial». Está aquí, pero es algo más. Es igual de
real, sin embargo.
Doctor: Sí. Son controles, hechos por el hombre...
Paciente: Es más bien una cuestión de límites bien defini-
dos, con límites y leyes, que son claros, que no son flecos. O
está aquí o no está aquí, como si pudiera tenerlo exactamen-
te, y eso es lo que es.
Doctor: ¿Qué más puedes ver en ti siendo una habitación?
¿Podrías ofrecer una descripción de tus sentimientos respec-
to a ti mismo como una habitación?
Paciente: Mi principal propósito, que puedo ver, es cuidar lo
que hay dentro, que es este bebé, y no puedo llegar a él, por-
que siento que tengo alrededor todos estos dispositivos y

175
El viaje sanador

aparatos, para mantener el ambiente adecuado en el inte-


rior, como la temperatura, la atmósfera, etcétera. Así que mi
principal función, tal y como la veo ahora, es simplemente
mantener el entorno óptimo para el bebé.
Doctor: ¿Dijiste algo acerca de ser desinfectado?
Paciente: Sí, tal como fue en el sueño... Ahora soy casi una
incubadora.
Doctor: ¿Podrías concentrarte un poco más en eso? ¿Cómo
te sientes siendo una incubadora?
Paciente: ¿Qué se siente al ser una incubadora? De alguna
manera no parece ser suficiente. Tengo problemas para
identificarme con ella, porque lo que hacía antes era mirarla
a medias. Ahora estoy tratando de serlo completamente, y la
acción de ser esta incubadora no es suficiente. Me gustaría
hacer otras cosas, de alguna manera, pero no puedo, porque
soy una incubadora, y una incubadora no se supone que
haga otra cosa, y este bebé es lo más importante, así que no
puedo preocuparme por nada más.
Doctor: ¿Tiene sentido en tu vida decir: «Soy una incubado-
ra para el bebé que va a nacer, pero esto no es suficiente... el
ser una incubadora»?
Paciente: En mi vida nunca he sido consciente de ser esta
incubadora. Lo que he tratado de hacer es que la incubadora
haga lo que se supone que el bebé debe hacer por sí mismo,
si es que eso significa algo. Estoy tratando de sacar al bebé de
aquí. Bueno, en el sueño, la forma en que lo hago es esperar
hasta que alguien... no... Vale, la forma en que es en el
sueño: voy a la incubadora y recojo al bebé. Ahora, como
incubadora, estoy tratando de hacer lo que se supone que el
bebé debe hacer, en lugar de esperar a que alguien venga y lo

176
MMDA y el Eterno Ahora

recoja, y es interesante porque no hay sensación de que en


algún momento el bebé vaya a despertar y abrir la puerta.
Tiene que ser una acción desde el exterior.
Doctor: ¿No hay nada en ser una incubadora que sugiera una
acción desde el exterior?
Paciente: ¿Dice que soy una acción desde el exterior?
Doctor: La incubadora es una acción desde el exterior, mucha
acción, mucha manipulación de maquinaria, en esa habita-
ción, esa habitación desinfectada, que es toda la acción desde
el exterior, que converge en el bebé, como si no hubiera sufi-
ciente fe en que el bebé sobreviva sin tanta incubación.
Paciente: Bueno, se siente así: me han preparado para hacer
algo específico, que es mantener todo normal y constante, y
todo eso. Debería estar ocupándome de ello, y si no lo hago,
estoy fallando. Y no tengo ningún libre albedrío como incu-
badora, así que tengo que esperar hasta que alguien de fuera
trate de hacer algo a través de mí, ya sea abrir la puerta o cam-
biar alguna de las constantes. Ahora, si el bebé lo necesita o
no, eso ya no lo sé, porque realmente no sé nada sobre el bebé.

La cinta dura mucho tiempo y muestra un callejón sin


salida que no se pudo resolver en la sesión: el «bebé» en el pa-
ciente quiere salir, nacer, pero no llorará en busca de ayuda ni
sentirá la desesperación de estar encerrado. Sin embargo, solo
el sentimiento podría liberarlo, ya que son los sentimientos
del paciente los que están siendo encerrados y reemplazados
por el pensamiento y la automanipulación (incubadora). Des-
pués de que esta situación fuera expuesta, el problema fue
abordado más directamente en un encuentro entre el paciente
y su esposa. La regla era que no podían expresar nada más que

177
El viaje sanador

los sentimientos del momento (es decir, debían retener sus


opiniones, juicios, interpretaciones, pensamientos). Esto no
solo era útil para el paciente, sino una experiencia gratificante
en la comunicación para la pareja.
Siempre que no solo los sentimientos y los síntomas físi-
cos, sino también las imágenes y el deseo de comunicarse sean
leves, se puede tomar un sueño previo del paciente como
punto de partida para la terapia. El aumento de la facultad de
crear imágenes en el marco de la MMDA facilita al paciente la
recreación de los sueños y el tratamiento de los mismos como
un proceso continuo, mientras que la mejora de la capacidad
de leer en formas metafóricas o simbólicas favorece el desarro-
llo de su significado.
El siguiente ejemplo, de la sesión de un joven científico,
complementará los ejemplos anteriores de manejo de imáge-
nes, ya que muestra el proceso de «encuentro» entre los dife-
rentes subyoes del paciente, tal como se retrata en múltiples
elementos del sueño. Se trata de un recurso común de la tera-
pia gestalt, pero poco se ha descrito de este procedimiento, y
puede ser tan útil con MMDA (y con ibogaína) que merece
una ilustración detallada.
El sueño que se examinó en esta sesión consistía en una
sola imagen, que el paciente describió antes de que la droga
comenzara a surtir efecto. En esta escena —parte de un sueño
que no podía recordar— había una gamba metida en el inte-
rior de una bolsa de plástico llena de agua, atrapada mediante
una grapa.
Primero se le instruyó para que viera la escena del sueño
como una imagen de su existencia, considerándose a sí mismo
como la gamba. Dijo: «Esta es mi existencia. Soy una gamba

178
MMDA y el Eterno Ahora

grapada en una bolsa de plástico. Estoy preso. No me puedo


mover. Y no tengo cabeza».
Esto tenía sentido para él, ya que había una sensación de
estar inmovilizado en su vida. Al sugerirle que describiera la
experiencia de ser una gamba, ahora se da cuenta de que no
solo está encerrado en la bolsa sino en el caparazón que cubre
su cuerpo. Reacciona a esto queriendo ser libre y tener con-
tacto directo con el medio ambiente, y se da cuenta de que es
un impulso verdadero aunque no expresado en él.
Pero entonces, cuando se le pide que represente la cásca-
ra, se da cuenta de que esto también es parte de sí mismo, ya
que quiere protegerse. Mientras persigue la representación de
los elementos del sueño, resulta que todos ellos están compro-
metidos en un antagonismo mutuo, pero después de que las
diversas «voces» hablen entre sí, se desarrolla un sentido de
unidad.
Así, el sujeto como gamba no se siente encerrado en su
caparazón, sino dotado de él para sus propios fines; el capara-
zón ya no insiste en proteger a la gamba más allá de su interés,
sino que quiere servirle de instrumento; la gamba y el agua se
disfrutan mutuamente, y todos se sienten protegidos en la
bolsa.
Un nuevo elemento del sueño es ahora recordado por el
paciente. Es de la mano de su madre de la que cuelga la bolsa
de plástico, con todo lo que hay en ella. La gamba, la bolsa y
la madre aparecen ahora como presentaciones progresiva-
mente explícitas de una función de sí mismo, que lo protege y
lo sujeta. Ahora le pido que represente a la gamba hablando
con su madre. Al principio, quiere decir: «Déjenme salir, dé-
jenme libre», pero no puede ser escuchado desde el interior de

179
El viaje sanador

la bolsa. No puede alcanzarla, se siente demasiado distante y


aislado, como en la vida real. Ahora se da cuenta de que no
puede comunicarse íntimamente con su madre.
Le pido que salga del sueño e imagine a su madre sentada
frente a él y le cuente sus sentimientos de restricción o encar-
celamiento. El resultado del encuentro es un largo episodio
que él resumió retrospectivamente como sigue:

No pude, no pude. Sabía que tenía que enfadarme de ver-


dad con ella, para pegarle. Ahora recuerdo la primera vez
que la vi. La había dejado en el suelo. Medía casi un metro
de altura, y me dieron ganas de hacerla pedazos con un palo.
Tenía tantas ganas, pero otra vez no pude. Finalmente, ella
se cayó en pedazos. Esperé durante un segundo que esto sig-
nificara que se había ido para siempre, pero pronto descubrí
que seguía conmigo. Supongo que nunca se irá hasta que la
golpee, se enfade mucho, llore, etc. Cuando llegue ese día,
creo que estaré totalmente libre de ella.

No fue capaz de salir del callejón sin salida, pero ahora


podía entender cómo su sentimiento insatisfecho no era mera
inercia, sino una lucha silenciosa entre la rabia y la culpa.
Trabajamos en la escena del sueño durante unas cuatro
horas más, en el curso de las cuales pudo entender la imagen
de la grapa. Representaba la rabia mordaz y vengativa de la
infancia que se volvía contra él mismo. Pero después de un
periodo de contemplación de esta actitud de «yo-bebé», su
dureza de cierre, de aferrarse, de morder, cedió: ahora solo
quería que lo metieran (lo doblaran y lo guardaran) y lo deja-
ran en la esquina de la bolsa. En otras palabras, la hostilidad

180
MMDA y el Eterno Ahora

de la grapa, que en un principio estaba dirigida a un «morder»


posesivo y testarudo de la gamba, llegó a sentirse en el pacien-
te como un deseo mal dirigido de aferrarse, de tener contacto,
de no estar solo. Y ahora veía que el bebé que había en él, y
que quería ser amado, no necesitaba pedirlo agresivamente,
sino que, por el contrario, podía lograr mucho más con solo
disfrutar de su entorno.
En cuanto a la bolsa, era ella «la que está a cargo», la que
quería el statu quo. Todos los demás tienen otras cosas que él
(o ella) quiere. La gamba quiere volver al mar y vivir libre, con
su cabeza de nuevo, el agua quiere evaporarse y la grapa quiere
encontrar su lugar también. Solo la bolsa quiere mantener las
cosas como están: «Se siente llena y caliente con agua, gam-
bas, conchas y grapas dentro de ella». El resultado final de la
sesión para este joven fue la comprensión de su mundo inte-
rior en un grado desconocido y sorprendente.
Empezó su informe al día siguiente con la afirmación:
«Ahora sé realmente cómo me veo a mí mismo». Y ahora, des-
pués de ocho meses, sigue explicando que es diferente de
antes, «en que ahora me veo, me comprendo». Valora tanto
esta comprensión que ha decidido estudiar psicología.
La lectura de los ejemplos del caso presentados en las pá-
ginas anteriores puede parecer, en general, no muy diferente
de una colección de relatos tomados de sesiones psicoterapéu-
ticas ordinarias que no involucran el uso de una droga. La
mayoría de las reacciones a la MMDA pueden entenderse
como una intensificación de los sentimientos, los síntomas y
la imaginación visual, más que como un cambio cualitativo
de los mismos. El valor de esa intensificación en el proceso
psicoterapéutico reside principalmente, en cierto modo, en

181
El viaje sanador

que los indicios de las cuestiones importantes requieren con


mayor frecuencia de la atención del terapeuta o del paciente
de lo que lo harían de otro modo, mientras que, en la situa-
ción normal, gran parte del tiempo y el esfuerzo de un proce-
so terapéutico puede dedicarse a cortar un velo de verborrea y
automatismos que forman parte de la función social habitual.
Con la MMDA, hay un acceso más rápido a la experiencia
subyacente del paciente, o a los síntomas resultantes de su ne-
gación y distorsión.
Otro aspecto de los efectos de la MMDA que contribuye
a la mayor densidad de la interacción terapéutica, si no a su
cambio cualitativo, es que, sin pérdida de la disposición re-
flexiva, el pensamiento adquiere una calidad más experiencial
que la que tendría normalmente. En lugar de ser puramente
conceptual y verbal, el pensamiento que caracteriza el estado
provocado por la MMDA parece estar vinculado a las imáge-
nes visuales, los datos sensoriales y la experiencia emocional,
de modo que una declaración abstracta tiende a provocar en
la mente de la persona instancias concretas de su aplicación, y
el insight tiende a ser un proceso completo, de sentimiento
intelectual más que de realización conceptual.
El valor de la fantasía visual en la psicoterapia es otra
instancia de este pensamiento experiencial, ligado a las imá-
genes y no divorciado de los sentimientos. Aunque algunas
personas tienen una facilidad natural para invocar imágenes
visuales, y otras pueden adquirirla mediante la capacitación,
la facilitación que la MMDA puede aportar a la imagina-
ción activa debe enumerarse en este resumen final de su uti-
lidad como un complemento sin duda excelente a la psico-
terapia.

182
MMDA y el Eterno Ahora

Por último, pero no por ello menos importante, el valor de


la MMDA radica en su potencial para provocar experiencias
cumbre que pueden ocurrir espontáneamente o como conse-
cuencia de la labor terapéutica, y que pueden durar segundos u
horas. En esos momentos de serenidad y amor, una persona
puede experimentar su realidad desde un punto de vista dife-
rente y así aprender a dejar atrás sus actitudes habituales. La
repercusión de tales experiencias cumbre en el encuentro mé-
dico-paciente puede ser un paso hacia el aprendizaje de la rela-
ción en el Ahora, un presente libre de ataduras transferenciales
de las condiciones y mecanismos estereotipados del pasado.

183
1v
la harmalina y el inconsciente colectivo

La harmalina es el principal alcaloide en las semillas de Pega-


num harmala, una planta nativa de Asia Central y Siria, y que
ahora crece en forma silvestre a lo largo de las costas medite-
rráneas de África, Europa y Oriente Próximo, en Persia, Afga-
nistán y el noreste del Tíbet. Estas semillas se han utilizado
durante siglos y aparecen en la farmacopea española e italiana
como «semen Harmalae sive rutae sylvestris». Constituyen un
artículo de comercio desde Persia hasta la India, donde la tra-
dición médica las reconoce como emenagogo, lactogogo,
emético, antihelmíntico y desinfectante, y son conocidas por
sus efectos psicoactivos.
Además del Peganum harmala, la harmalina también se
encuentra en los bosques tropicales sudamericanos, en las lia-
nas del género Banisteriopsis, que proporcionan los principa-
les ingredientes de la bebida llamada yagé, ayahuasca y caapi,
empleada por las culturas asentadas a lo largo de las cabeceras
del Amazonas y los sistemas del Orinoco. Este brebaje se ha

185
El viaje sanador

empleado en la iniciación de los chamanes, en los ritos de la


pubertad y, en algunas culturas, para curar diversas dolencias
y, en general, para inducir un estado de clarividencia; de ahí el
nombre de telepatina que se le dio en su día a su principio
activo.
Aunque en este capítulo me ocuparé de los efectos de la
harmalina solo desde el punto de vista de la psicoterapia,
quiero mencionar que este alcaloide es de especial interés por
su gran parecido con las sustancias derivadas de la glándula
pineal de los mamíferos. En particular, la 10-metoxi-harmali-
na, que puede obtenerse in vitro a partir de la incubación de
la serotonina en el tejido pineal, se asemeja a la harmalina en
sus efectos subjetivos y es de mayor actividad que esta. Ello
sugiere que la harmalina (que difiere de la 10-metoxi-harma-
lina solo en la posición del grupo de la metoxi) puede derivar
su actividad de la imitación de un metabolito normalmente
implicado en el control de los estados de consciencia.
Los efectos de la harmalina en la gama de dosis de 4 a 5
mg por kilogramo de peso corporal por vía oral (o una dosis
total de 70 a 100 mg por vía intravenosa) son un estado de
relajación física, una tendencia a retirarse del entorno, mante-
niendo los ojos cerrados y queriendo que los ruidos y sonidos
se reduzcan al mínimo, un cierto entumecimiento en las ex-
tremidades y, sobre todo, imágenes visuales muy vívidas, que
pueden adoptar la forma de significativas secuencias oníricas.
Además, alrededor del cincuenta por ciento de los sujetos ex-
perimentan náuseas o vómitos en algún momento de la se-
sión. Debido a los síntomas descritos, se deduce que el
escenario ideal para el uso de esta droga es un cómodo sofá en
un ambiente tranquilo y oscuro.

186
La harmalina y el inconsciente colectivo

En un estudio que realicé en 1964 sobre los efectos subje-


tivos de la harmalina, en el que se utilizaron voluntarios que
no conocían los efectos de la droga, uno de los hallazgos más
sorprendentes fue el de la similitud del contenido de sus visio-
nes, que a su vez se asemejaban a las de los indios. Algunos de
los elementos más frecuentes en el análisis del contenido de
las treinta sesiones que componían ese estudio eran los tigres y
animales en general, pájaros o voladores, hombres de piel os-
cura, muerte y patrones circulares que transmitían la idea de
un centro, fuente o eje.
La expresión recurrente de temas como los enumerados y
la cualidad mítica de muchas de las imágenes reportadas por
los sujetos deja pocas dudas de que la harmalina evoca carac-
terísticamente la presentación en la consciencia de tales expe-
riencias transpersonales (y sus símbolos) como las que Jung
contempló al hablar de los arquetipos.
Para quien comparta el punto de vista de Jung, sería natu-
ral pensar en la obtención artificial de experiencias arquetípi-
cas como algo que podría facilitar la integración de la
personalidad y, por tanto, la curación psicológica. Sin embar-
go, la observación de los resultados psicoterapéuticos de la ex-
periencia con harmalina no fue el resultado de ningún intento
deliberado de probar la hipótesis de Jung. Estos resultados
fueron una sensacional sorpresa en el estudio mencionado,
incluso antes de que la recurrencia de las imágenes se hiciera
evidente. Del grupo de treinta sujetos que fueron nuestros vo-
luntarios, quince experimentaron algún beneficio terapéutico
de su sesión de harmalina, y diez mostraron una notable me-
joría o cambio sintomático comparable solo a lo que podría
esperarse de una psicoterapia intensiva. Ocho de los diez eran

187
El viaje sanador

pacientes psiconeuróticos, y otro tenía una neurosis de carác-


ter de la que era ligeramente consciente. Estos nueve repre-
sentaban el sesenta por ciento de los sujetos con síntomas
neuróticos evidentes (N=15) entre los voluntarios.
Mi falta de experiencia adicional con la harmalina pura se
debe a que, desde la época de la investigación citada, me he
dedicado al estudio de las combinaciones de harmalina: har-
malina-MDA, harmalina-TMA,1 harmalina-mescalina y otras.
Como mi intención en el presente capítulo es presentar una
visión de los efectos y el uso de la harmalina cuando se emplea
por sí sola, mencionaré únicamente que estas combinaciones
pueden ser útiles en los casos de individuos que, por razones
psicológicas o fisiológicas, no responden bien a la droga pura.
Sería difícil ofrecer una explicación sencilla de los casos de
mejora que ha traído consigo la experiencia de la harmalina.
Esa mejora suele ocurrir espontáneamente, sin que ello su-
ponga necesariamente una comprensión de los detalles de la
vida y los conflictos del paciente. Como en todos los casos de
éxito de la terapia profunda, sí implicaba una mayor acepta-
ción por parte de los pacientes de sus sentimientos e impulsos
y una sensación de proximidad a su verdadero ser. Sin embar-
go, afirmaciones como estas no son muy explícitas, y solo las
historias de casos pueden ilustrar adecuadamente la naturale-
za del proceso.
Uno de los primeros sujetos que experimentó los efectos
del alcaloide fue un joven que había pasado cinco años en un
tratamiento psicoanalítico bastante infructuoso para una
neurosis de ansiedad. Su reacción después de cinco o diez

1.  TMA: trimetoxianfetamina.

188
La harmalina y el inconsciente colectivo

minutos, poco después de que terminara de inyectarle la


droga en vena,2 fue una exclamación de asombro: «¡Es increí-
ble! Todo lo que hago, todo lo que digo, es una distorsión!
He estado viviendo durante años sin sospechar lo que real-
mente soy. Debo haberlo olvidado de niño, y solo ahora
puedo sentirme de nuevo, ¡mi verdadero yo!».
Esta comprensión fue la más importante del día y una de
las más importantes de su vida. No se llegó a ella a través del
razonamiento, o analizando una situación de la vida, ni fue el
resultado de ninguna intervención terapéutica de mi parte. A
continuación se describen las experiencias del sujeto en esos
momentos:
Su primera sensación al recibir la inyección la describe
como «un zumbido interno y una ansiedad física, como si
me fuera a estallar por la nariz, o la sangre fuera a explotar
por las arterias; también tenía una tranquilidad, como la de
sentir un intenso sol por primera vez en mi vida, o en el últi-
mo instante, algo así como ver la paz y la vida en el momen-
to de la muerte. Era una desesperación física, como si mis
facultades no respondieran, ni mi voz, ni mis movimientos,
ni mis pensamientos».
Después de esta etapa inicial, que puede haber durado
solo cinco minutos, perdió el miedo y cedió a un rápido flujo
de imágenes del que apenas informó, ya que su esfuerzo por
hablar solo interfirió en la experiencia (y no tuvo ganas de
interferir en ella). Muy pronto, mientras tenía imágenes rela-
cionadas con su infancia, tuvo el insight que explicaba el

2.  La harmalina puede utilizarse en inyección intravenosa si se desea


un inicio inmediato y una duración algo menor de los efectos.

189
El viaje sanador

beneficio terapéutico del día: «Me veo a mí mismo como soy,


y esto no tiene relación con la forma en que estoy viviendo.
Me comporto en contradicción conmigo mismo, porque no
me reconozco a mí mismo».
Aquí hay más de su informe escrito al día siguiente: «Sentí
que tenía otra persona dentro o que estaba siendo otra perso-
na, algo que nunca antes había experimentado. Me sentí libre
de mi yo cotidiano. Me vi a mí mismo en un mundo de certe-
za, sorprendido por la ignorancia en la que he vivido con res-
pecto a lo que hay en lo profundo de mi ser. Era un ser
conectado a mi verdadero ser, como vivir en un mundo dife-
rente en el que nada se ocultaba y en el que me movía con
gran serenidad».
Tres meses después, escribió:
«Queda en mí la imagen de un yo del que no tenía ni idea
y que nunca había imaginado, con más de esos atributos que
consideraba deseables y perfectos, un yo tranquilo con los
ojos vueltos hacia el mundo, sin la menor preocupación por sí
mismo. Y con un viejo gusto en mí, no nuevo, pero profunda-
mente unido a mi pasado y a mi verdadero ser.
»En este mismo momento, en el que estoy lejos de mí
mismo otra vez, puedo ver mientras camino por la calle o
tomo el autobús como si estuviera contenido en una especie
de concha, ciego a lo que es importante, y sin embargo, no
puedo escapar al sentimiento de mi verdadero ser interior».
Conocía a este paciente desde solo dos semanas antes de
este día. Su terapeuta me había hablado del callejón sin salida
al que aparentemente había llegado su tratamiento durante el
último mes, y me lo sugirió como posible voluntario para
nuestro proyecto de investigación. Mi conocimiento de él no

190
La harmalina y el inconsciente colectivo

era excepcional en comparación con el de otros candidatos a


los que entrevisté y probé durante los días anteriores a sus se-
siones. Mi relación con el paciente era inferior a la media. El
paciente estaba más bien retraído y parecía más interesado en
las perspectivas exóticas de una droga que cambia la mente
que en un intercambio terapéutico. El resultado fue solo mo-
derado en términos de mejora inmediata, ya que, como el pa-
ciente describe, el novedoso sentimiento de su verdadero ser
no era todavía un remedio para su distanciamiento de sí
mismo, sino solo un estándar de comparación entre su estado
real y su potencial o ideal. El principal resultado de esta expe-
riencia fue un cambio que se produjo en el tratamiento psi-
coanalítico de este paciente, que nunca se interrumpió. Su
sentido de la autenticidad y su mayor conciencia de la «distor-
sión» o la «mentira» o el «estar encerrado en un caparazón»
condujeron ahora al establecimiento de una relación más pro-
ductiva con su terapeuta y proporcionaron a ambos un objeti-
vo a alcanzar en el tratamiento y un desafío que dio sentido al
proceso analítico. En otras palabras, la «motivación de la defi-
ciencia» (liberarse de sus síntomas) se convirtió en un motivo
de autorrealización. En la psicoterapia, como en la alquimia,
«hay que tener oro para hacer oro», y en este caso la sesión
daba al paciente el «capital» inicial necesario para ese trabajo.
El episodio descrito en las páginas anteriores tuvo lugar
en un lapso no superior a treinta minutos y terminó cuando
empecé a interrogarlo. Poco después de que declarara que
todo en su vida era una mentira o una distorsión, pensé que le
sería útil examinar más de cerca los detalles de esta distorsión,
para que pudiera tener algo que recordar después de la sesión,
algo en lo que pudiera anclar el sentido, por lo demás vago, de

191
El viaje sanador

su realidad. A mi pregunta de qué era una distorsión en su


vida, respondió: «Todo. Todo lo que digo o hago. Cada gesto,
la forma en que hablo, la forma en que me subo a un auto-
bús». Y ahora, de repente, se sintió con náuseas e inquieto.
Mientras continuaba invitándole a mirar los casos concretos
de la mentira, la distorsión que había descubierto, sintió un
malestar cada vez mayor, resentido por el hecho de que le ha-
blara, y dijo que mis preguntas le hacían sentir más náuseas.
Pronto empezó a vomitar y pasó las siguientes cuatro o cinco
horas alternando entre periodos de vómitos y periodos de
sueño. Durante este tiempo, dijo que estaba pensando o con-
templando imágenes, pero que había poco de lo que pudiera
informar, en parte debido a su inercia y a su deseo de retirarse
del contacto y en parte porque no podía recordar nada que no
mencionara tan pronto como lo hubiera experimentado. Sin
embargo, cuando hablaba, ya sea en respuesta a una pregunta
o tomando la iniciativa de la palabra, su malestar físico au-
mentaba. La más clara de las imágenes que captó fue muy ex-
presiva del mundo de la harmalina en su lado «infernal»:
estaba haciendo un picnic con su familia y estaba sentado en
un círculo alrededor del fuego donde se estaban asando... a su
propio padre.
Esta sesión muestra tanto un ejemplo fragmentario de la
experiencia cumbre de la harmalina como un panorama de
los efectos desagradables de la droga. La primera es bastante
característica y consiste en un estado en el que la ansiedad y
las fuerzas destructivas se asimilan a un tipo peculiar de éxtasis
marcado por una sensación de energía, incluso de poder y li-
bertad («como si fuera a estallar por la nariz, o como si mi
sangre fuera a estallar en las arterias») y al mismo tiempo,

192
La harmalina y el inconsciente colectivo

tranquilidad («como si sintiera un sol intenso por primera vez


en mi vida o... paz... en el momento de la muerte»). Símbolos
frecuentes de este poder son, además del sol y el proceso de
morir, el fuego, tigres o leones, dragones, todos ellos típicos
del dominio psíquico tocado por la harmalina. Sin embargo,
ser fuego o ser león en la vida real es algo que no muchos pue-
den ni siquiera concebir, y esto puede explicar el hecho de que
la visualización simbólica o una experiencia de sentimiento
puro (como en las citas entre paréntesis anteriores) es lo máxi-
mo que la persona promedio puede permitirse sin encontrarse
con obstáculos psicológicos. Creo que el descubrimiento por
parte de este paciente de su sentido del yo y de la libertad para
su ‘yo’ cotidiano fue un paso hacia la realización práctica,
pero esto fue todo lo que pudo permitirse ver sin amenazar la
estructura de su personalidad actual.
El estado de malestar físico, fatiga y medio sueño (con
sueños poco claros), presente a lo largo de la mayor parte de la
sesión que se acaba de describir, constituye la típica «reacción
adversa» a la harmalina. Aunque poco en tal reacción sugeriría
algo más que un síndrome tóxico físico en el momento de su
aparición, las personas que son propensas a ello, y los contex-
tos en los que he visto aparecer tal reacción me dejan pocas
dudas sobre su naturaleza psicosomática. En este caso particu-
lar, ilustrativo de muchos otros, el estado letárgico parecía ser
una evasión activa de la incomodidad que acompaña al estado
alternativo de atención al proceso en curso (un rico flujo de
imágenes, recuerdos, pensamientos y sentimientos) y a la co-
municación. Por qué esta experiencia se convirtió en una de
incomodidad no es probablemente la pregunta correcta que
hay que hacerse. El dolor de la autoconfrontación bien puede

193
El viaje sanador

ser una constante individual, que refleje el estado actual de la


persona. Si esto es así, la pregunta que hay que hacerse en el
caso que nos ocupa es, ¿cómo fue posible la experiencia cum-
bre de los primeros minutos? Creo que la razón es la misma
que explica la posibilidad de las experiencias cumbre en per-
sonalidades perturbadas en general: una realización es posible
por el desconocimiento temporal de sus últimas consecuen-
cias; un estado de ser se capta en abstracción (no como una
abstracción conceptual, sino más bien como una abstracción
de sentimiento), como el perfume de una rosa sin verla, o
como un estado de sentimiento transmitido por una obra de
arte con la que pueden identificarse y de la que pueden disfru-
tar muchos que no llevarían ese estado de sentimiento a una
expresión encarnada como estilo de vida.
Se puede especular sobre si el estado de bienestar inicial
del paciente podría haber persistido si no le hubiera presiona-
do con preguntas. Aparentemente, mi pregunta le planteó un
desafío de consciencia que no pudo enfrentar, pero es conce-
bible que él mismo hubiera llegado a las respuestas correspon-
dientes si se le hubiera dejado a su ritmo espontáneo. La
tendencia natural de la mayoría de las personas a retirarse del
contacto bajo la influencia de la harmalina (lo opuesto a la
experiencia típica de la MDA) bien puede ser una evitación
constructiva, un cercado de la planta de semillero mientras
alcanza la madurez, tal como se discute en términos más gene-
rales en nuestro capítulo introductorio. La metáfora utilizada
por Ramakrishna para hablar de la meditación y el camino del
desapego puede ser relevante en este punto: una vez que la
mantequilla se ha separado, batiendo la leche, se puede poner
en el suero de nuevo o en el agua, y no se disolverá.

194
La harmalina y el inconsciente colectivo

No sé si estaba añadiendo agua prematuramente o no,


pero saco el tema porque ilustra lo que veo como un dilema
permanente en la orientación de las sesiones de harmalina: el
equilibrio entre la estimulación y la no interferencia.
Una pequeña intervención puede dejar al paciente a su
propia inercia y resultar en una sesión improductiva; por otra
parte, una intervención no necesaria puede perturbar el desa-
rrollo orgánico que es característico de las experiencias con
harmalina más exitosas. En consecuencia, se necesita más
tacto al realizar estas sesiones que con cualquier otra.
Las experiencias más exitosas con la harmalina tienen
una espontaneidad característica, y estas plantean pocos
problemas al terapeuta. En contraste con las experiencias de
autoexploración en el plano interpersonal, es probable que
la naturaleza de una experiencia arquetípica sea la de desa-
rrollarse naturalmente desde el interior, de modo que lo
máximo que puede hacer el ego de una persona es mante-
nerse vigilante. Sin embargo, esas experiencias de despliegue
fácil y espontáneo de imágenes y acontecimientos psicológi-
cos solo ocurren en casi todas las demás personas, de modo
que es tarea del psicoterapeuta inducirlas cuando no ocurren
naturalmente. Para ilustrar esto, estoy citando algunas notas
tomadas de una de las sesiones menos interesantes, que es
representativa de muchas otras en las que se dejó a los suje-
tos seguir su propio curso. En este caso, el sujeto era una
mujer de treinta años bastante convencional que sufría de
neurosis de ansiedad. El siguiente fragmento representa ade-
cuadamente toda la transcripción, que es la de un monólogo
en el que ella relata imágenes que se suceden sin que exista
una lógica clara de transición:

195
El viaje sanador

Veo un pájaro blanco.


Una cruz.
Una lámpara con un cristal de lágrimas violeta.
Siento un zumbido en los oídos.
Veo dos bolas de cristal, como lámparas brillantes.
Veo la arena de una playa que está siendo arrojada con palas.
Veo un trapo rojo.
Veo la imagen de un hombre viejo y feo inflando globos con
su boca.
Muchas luces se reflejan, y luego siguen la luz y la oscuridad.
Las luces siguen pasando en tonos turquesas, verde en el
medio y turquesa por todas partes.
Una lágrima negra de un farol giratorio.
Veo un sol radiante.
Veo el rostro de la bestia en La bella y la bestia.
Una gran mancha negra.
Un mapa. Primero veo América y luego Europa-Italia.
Veo algunas vidrieras.
Solo veo luces. Veo luces brillantes, muchas linternas de co-
lores rojo-verde-amarillo.
Una alfombra persa con fondo y figuras rojas.

Cualquiera que conozca el mundo de la harmalina reco-


nocerá aquí los temas típicos: el pájaro, como la primera ima-
gen; luego el arquetipo de la cruz, con su connotación religiosa
y su significado implícito de intersección, centro y extensión
hacia fuera de ella; el farol giratorio, que de nuevo transmite
centralidad; el sol radiante, con su significado de fuente una
vez más, y acentuando el elemento de la luz; los colores, ex-
presando de nuevo también la luz. Sin embargo, a pesar de su

196
La harmalina y el inconsciente colectivo

potencial o significado oculto, las imágenes se sucedieron en


este despliegue interior, sin revelar su tesoro, mientras que el
espectador las miraba pasar con poca participación emocional
aparte de curiosidad.
En casos como este, el terapeuta puede a veces intervenir
y ayudar al paciente a desbloquear la experiencia oculta en el
símbolo visual, no tanto a través de interpretaciones, que in-
terferirían con el proceso primario más importante, sino me-
diante el estímulo de la atención. Simplemente prestando
más atención a estas imágenes fugaces, se puede descubrir que
pueden empezar a desarrollarse de manera significativa; si se
las «escucha», pueden empezar a «hablar».
El siguiente extracto es una transcripción literal de una
parte de una sesión, cuya primera parte ha procedido de ma-
nera muy parecida a la que se ha informado anteriormente. El
pasaje citado aquí está tomado de un momento en el que el
terapeuta eligió guiar el proceso, y las imágenes fugaces y des-
articuladas tomaron entonces la forma de una secuencia con-
tinua y coherente. El episodio transcrito tuvo lugar después
de los primeros treinta minutos de la sesión.

Paciente: Veo a una mujer vestida de blanco con un pañuelo


en la cabeza. Está apoyada en una pared cubierta de hiedra,
y observa una estatua, una estatua dorada de un león. Bueno,
la estatua está muy cerca de ella, en la parte superior de un
alto obelisco de granito blanco, tan fálico como el Monu-
mento a Washington.
Doctor: ¿Qué es la estatua?
Paciente: ¿Que qué me dice?
Doctor: No, ¿qué representa?

197
El viaje sanador

Paciente: ¿El monumento? Bueno, ahora estoy parado en la


base del monumento y lo miro. Se ha convertido en un
cohete.
Doctor: Un cohete. ¿Mencionaste un león dorado?
Paciente: Sí, un león dorado. Puede haber estado en uno de
los frisos de un edificio público cercano. Se parece al león de
un escudo de armas real europeo. Es un león casi oriental o
siamés. Los rasgos de la cara del león, la boca en particular,
sugieren esto. Está de pie sobre sus patas traseras, con las
patas delanteras en el aire, la boca abierta, medio lanzada
hacia adelante, como si estuviera atacando.
Doctor: ¿Tienes alguna idea sobre su color? ¿Es de color
dorado?
Paciente: Es un oro muy amarillo.
Doctor: ¿Te gusta el color?
Paciente: Sí.
Doctor: ¿Qué se siente...? (El resto de la pregunta es
inaudible.)
Paciente: Bueno, puedo sentirme tocando el león. Cuando
lo toco, sin embargo, tiende a convertirse en un león de ver-
dad. Pierde su fría cubierta metálica y se convierte en un cá-
lido pelaje.
Doctor: ¿Puedes hablar con el león?
Paciente: Ahora se ha convertido en un león de verdad, un
león africano. Tiene una tremenda melena leonada muy
tiesa y erizada. Sus ojos son amarillos.
Doctor: ¿Qué opinas de este león?
Paciente: Siento que es mi amigo. Es como un perro que
podría tener como mascota. Pero en su propio terreno es un
animal feroz y salvaje.

198
La harmalina y el inconsciente colectivo

Doctor: ¿Es un buen sentimiento, ser amigo de un animal en


su estado natural?
Paciente: Sí.
Doctor: Tal vez eso es lo que la imagen transmite, este placer
de unirse al animal salvaje, siendo aceptado por los animales
salvajes.
Paciente: Tengo curiosidad por saber qué cosas podría decir-
me si pudiera hablar. El león está dándose la vuelta y aleján-
dose hacia la selva.
Doctor: ¿Puedes seguirlo?
Paciente: Sí. Ahora está trotando, y yo también tengo que
trotar para seguirle el ritmo. Ahora está trotando. Está persi-
guiendo un automóvil. Hay un entrenador, un hombre, co-
rriendo detrás del automóvil [sonidos de tráfico exterior en la
cinta en este momento]. Salta al parachoques trasero y se cuel-
ga de la ventana trasera. El coche se aleja del león, el hombre
va en la parte trasera. El león frena y se detiene, observando
al coche. Ahora se da la vuelta para hablar conmigo. Dice:
«Qué pena que uno se haya escapado», o algo así.
Doctor: ¿Qué quería hacer?
Paciente: No estoy seguro. Puede que haya estado atacando
al hombre. O puede haber sido solo por curiosidad. Pero
tiene hambre. No le importa si su carne es humana o de
algún otro animal.
Doctor: ¿Qué hace el león ahora?
Paciente: Está parado ahí lamiéndose sus mejillas. Ya sabes,
lamiéndose la boca con la lengua.
Doctor: ¿Qué te gusta de un león?
Paciente: ¿Qué me gusta de un león?
Doctor: O en un león.

199
El viaje sanador

Paciente: El calor es el primer pensamiento que me viene a


la mente. Fuerza, supongo. Y veo a los niños trepando por
el lomo del león y deslizándose a sus lados y rodando deba-
jo de él y subiendo de nuevo y deslizándose sobre su lomo,
pasándolo de maravilla. Y él está ahí de pie disfrutando de
todo.
Doctor: ¿Puedes imaginarte como si fueras el león?
Paciente: No.
Doctor: Supón que tienes un león dentro de ti. Que te gustara
jugar con los niños como ellos juegan con el león. También
tienes un animal salvaje... [el resto de la frase es inaudible].
Paciente: Puedo hacerlo mejor si imagino al león como una
leona. Pero de ningún modo veo a la leona como...
Doctor: Como un león.
Paciente: Supongo que veo al león como un perro, un com-
pañero de juegos, mientras que la leona es estrictamente una
madre de los niños.
Doctor: Para algún propósito es un león, y no una leona.
Paciente: Muy bien, volveremos con el león [largo silencio].
Estoy teniendo muchos problemas para convertirme en el
león. Supongo que sé por qué. Es porque no me apetece
mucho asumir el trabajo que está realizando.
Doctor: Supongamos que el león te habla.
Paciente: ¿Hablar conmigo? ¿Y esos son mis hijos? [largo si-
lencio] No va a ninguna parte.
Doctor: Veamos si algún comentario lleva a alguna parte.
Veo algunos temas en lo que has estado diciendo. Está el
tema de la nobleza: la insignia del león, el castillo, las figuras
políticas. No solo la nobleza, sino la autoridad, digamos.
Luego está el tema del movimiento alrededor de un centro:

200
La harmalina y el inconsciente colectivo

galaxias, tambor, tiovivo. Luego está el tema de la vida ani-


mal, el impulso, los caballos en el tiovivo que se convirtió en
una estampida, el salvajismo; luego los vaqueros, con revól-
veres... impulso, agresión. Luego el león. Y el león, creo,
contiene los tres: el papel central, la autoridad, la vitalidad,
la agresión y la nobleza. Siento que hay un lugar en tu vida
para estos sentimientos. Es algo de la imagen que se expresa
de ti misma, tu yo ideal. Debería ser muy fácil para ti repre-
sentar al león.
Paciente: Si estuviera haciendo algo… Pero solo está de pie.
Muy cansado, y probablemente después de cazar todo el día,
ha venido a descansar al parque. Y por accidente, algunos
niños vienen a subirse a su lomo, y él está demasiado cansa-
do como para hacer algo al respecto.
Doctor: Intenta decir, como si fueras el león: «Estoy cansa-
do. He estado cazando todo el día...».
Paciente: Estoy cansado. Resulta agradable tener a los niños
rascándome la espalda, pero se están poniendo pesados.
Tiene un poco de miedo de empezar a caminar porque uno
de los niños podría caerse. Y también siente el deseo de salir
de debajo de ellos y desaparecer antes de que se den cuenta
de que se ha ido.
Doctor: No cambies a la tercera persona. «Me gustaría
escabullirme...».
Paciente: Ahora los niños se han ido.
Doctor: ¿Qué te apetece hacer, león?
Paciente: Bueno, orinar. Está oscureciendo. Está caminando
lenta pero muy suavemente. Está caminando por una carre-
tera con coches y camiones que vienen hacia él con los faros
encendidos [sonido de tráfico de fondo en la cinta]. Se queda a

201
El viaje sanador

un lado de la carretera y no lo ven. Ahora es una leona. Está


mirando los camiones, y los camioneros no se fijan en ella,
pero piensa que si no estuvieran en los camiones, serían una
buena cena. Y que aunque los leones saben lo que son los
camiones, se pregunta si los camioneros saben algo sobre los
leones. La leona está empezando a cazar. Está caminando
por un polvoriento sendero tratando de no levantar polvo.
Hay un tronco al lado del camino. Un mendigo con un
abrigo de cuero andrajoso cojeando detrás del tronco, pone
su mano en el hombro de un hombre que estaba sentado allí
antes de que llegara, y empieza a hablarle. El mendigo tiene
el pelo gris y... no sé. El tronco se ha convertido en una ca-
baña de troncos. La leona ve una pequeña serpiente cruzan-
do el camino delante de ella. No tiene interés en comerla. Su
sabor no sería muy bueno. Ahora la leona está caminando a
lo largo de una pasarela exquisitamente diseñada que está
hecha de azulejos incrustados. Es un cuadro. El centro de la
figura representa el sol naciente. La luz del sol está empa-
pando el cielo con rayos brillantes de color amarillo y naran-
ja. Y hay tres mujeres de pie en el centro con túnicas blancas
griegas con mirto en la cabeza y con los brazos levantados,
cantando [largos silencios].
Doctor: ¿Oyes la canción?
Paciente: ¿Qué si escucho qué?
Doctor: La canción de las mujeres.
Paciente: Parece ser una nota que se mantiene a lo largo de la
eternidad. Están cantando con una gran voz coral, aunque
solo son tres.
Doctor: ¿Sientes lo que esa canción quiere decir a lo largo de
la eternidad?

202
La harmalina y el inconsciente colectivo

Paciente: La estoy escuchando. Tiene un sonido familiar. Es


el sonido de un cable de alta potencia vibrando con impul-
sos eléctricos. Un sonido agudo y zumbador.
Doctor: Te sugiero que prestes toda la atención que puedas
al sonido. Entra en el sonido, conviértete en el sonido.
Puede contener algo muy importante.
Paciente: Creo que parte de su función es llevar mensajes te-
lefónicos. Casi me pareció oír algunas voces que pude
entender.
Doctor: ¿Estás escuchando algunas voces?
Paciente: Escuché voces muy indistintas.
Doctor: ¿En el sonido?
Paciente: No, el sonido continuó. Es como si hubiera conec-
tado su circuito a una centralita telefónica para que le llegara
una llamada ocasional.
Doctor: ¿Siempre hay un zumbido?
Paciente: Es un zumbido pulsante.
Doctor: [inaudible en la cinta].
Paciente: Está demasiado alto [música coral de fondo], [largo
silencio]. Veo los cielos abriéndose. Las nubes se retiran y
forman un amplio anillo. Y desde el suelo, flotando hacia
arriba, hay mujeres con una mano levantada, como si al-
guien levantara la mano para que le ayuden a subir una esca-
lera. Y están flotando lentamente hacia el techo de la cúpula.
Dos de ellas son ancianas, pero les gusta la sensación de flo-
tar hacia arriba en el espacio hasta el punto de que olvidan la
razón de este fenómeno, y empiezan a dar saltos mortales y a
reírse y a jugar, disfrutando en lugar de asumir una pose.
Hay otras personas que se despiden. Todavía no he escucha-
do la música. Escuché una de las voces, pero no pude captar

203
El viaje sanador

la frase completa. La mujer que hablaba por teléfono era la


esposa de un granjero con una voz desagradable.
Doctor: ¿Todavía hay un zumbido? ¿Como un cable eléc-
trico?
Paciente: O de alta velocidad.
Doctor: ¿Alta velocidad?
Paciente: Supongo que lo estoy asociando con los aviones de
pasajeros.
Doctor: Así que al parecer sugiere energía. ¿Puedes decir algo
más sobre la energía? ¿Cómo te sientes? Aparte de la veloci-
dad, ¿hay otras asociaciones?
Paciente: La energía.
Doctor: ¿Poder contenido?
Paciente: Sí, muy fuertemente contenido.
Doctor: ¿Adentro? ¿Como la esencia de algo? ¿Algo muy
esencial, latente, potencial?
Paciente: No puedo decir que yo soy el poder, porque es un
poder limitado; es solo una utilidad.
Doctor: ¿Cómo lo sabes?
Paciente: Bueno, el ajuste aparece en... postes telefónicos
con cables entre ellos.
Doctor: Pero originalmente era una canción de las tres mu-
jeres.
Paciente: Sí, lo era.
Doctor: El león te llevó a un lugar muy hermoso. Mientras lo
escuchabas.
Paciente: Es un himno, en realidad, lo que están cantando.
Doctor: ¿Qué palabras usarías para transmitir el sentimiento
de este himno?
Paciente: Alabado sea Dios en lo más alto, o a lo más alto.

204
La harmalina y el inconsciente colectivo

Probablemente no habría elegido la imagen de un león


esculpido como punto de partida para una exploración de la
fantasía si no me hubiera dado cuenta antes de esta sesión en
particular de la importancia de los grandes felinos en las expe-
riencias con harmalina, en la tradición del chamanismo suda-
mericano, y en la mitología en general. El papel del león como
guía en un dominio de lo sagrado no es peculiar del episodio
citado, sino que es similar al papel que el jaguar juega en las
visiones de los indios y que los tigres y serpientes juegan en las
visiones de otros sujetos. Incluso la asociación entre el león y
el sol, indicada en esta secuencia por su caminar sobre la ima-
gen del sol y también por su color dorado, es una réplica de la
mitología sudamericana, en la que el jaguar es considerado
como la encarnación de la energía solar.
El desarrollo de la secuencia y la discusión puede verse
como un despliegue gradual de una experiencia de poder, pri-
mero petrificado en una escultura, luego emanando de la ima-
gen como color y de la expresión del león como listo para
atacar, más tarde encontrándose con el observador como un
animal vivo, luego un animal hambriento, y finalmente qui-
zás, hablando al sujeto a través del oído en vez de la vista en
forma de impulsos eléctricos vibratorios.
Aun así, nos queda la sensación de una cierta carencia.
Por muy rico que sea el episodio en significados o matices
míticos, el sujeto sigue siendo un observador desapegado, sin
relación con los eventos de la secuencia onírica por sentimien-
tos que van más allá de lo estético. La imagen del león, como
una semilla que se desarrolla en un árbol, ha mostrado su con-
tenido, pero este sigue estando ligado a símbolos visuales,
como una obra de arte que está abierta a nosotros pero que,

205
El viaje sanador

según nuestro estado de ánimo, puede sacudir los cimientos


de nuestro ser o dejarnos fríos.
Puede que se haya observado que muchas de mis inter-
venciones se hicieron para llamar la atención de la persona
sobre sus propios sentimientos, de los cuales la visión puede
ser asumida como la indicación externa y sustituta. Sin em-
bargo, la respuesta a estas preguntas normalmente llegó a tra-
vés de un símbolo. Cuando se le preguntaba, por ejemplo,
qué sentía por el color del león, decía que estaba tocando el
cálido pelaje de un animal vivo. Cuando se le preguntó sobre
sus sentimientos al estar en compañía de tal animal, trató de
entender lo que sentía y vio que se movía (caminando hacia la
jungla). Cuando le preguntaron qué quería de un león, vio a
los niños trepando sobre su espalda. Su experiencia se proyec-
tó en la pantalla de su fantasía, dejándola como una observa-
dora distante y bastante indiferente, y tuvo dificultades para
entrar en la acción como personaje. Una manera de volver a
sentir la experiencia de su naturaleza de león no reconocida
podría haber sido representar al león, entrando en su piel para
experimentar cómo se sentía. Pero ella era reacia a hacer algo
así, y ni siquiera pasaba por los movimientos de pretender ser
el león o de hablar en primera persona, como si fuese el felino.
La tendencia de la sujeto a proyectar su experiencia en el
medio de las formas simbólicas se expresaba en un rasgo de su
fantasía que también ejemplificaba un mecanismo de defensa
típico en las sesiones de harmalina: la abundancia de formas
de arte, que hacía de su fantasía una representación de represen-
taciones. El sugerente obelisco es meramente de granito, aun-
que cuando ella lo atendió, se convirtió en un cohete; el león
era una escultura, un friso en estilo heráldico; el sol era un

206
La harmalina y el inconsciente colectivo

mosaico. Lo contrario sería, naturalmente, una experiencia de


interacción con seres percibidos como plenamente vivos; una
en la que la distancia estética da paso a cierto grado de olvido
de uno mismo como persona acostada en un sofá y contem-
plando una ilusión.
El siguiente es un ejemplo de este tipo de experiencia, que
siempre he visto que va seguida de resultados terapéuticos
positivos:

Estábamos cara a cara, la serpiente con la boca abierta, ame-


nazante, tratando de devorarme, y yo, lleno de curiosidad,
tratando de entrar en ella sin ser mordido. La solución del
problema fue instantánea: tenía que entrar muy rápido, tan
rápido que la serpiente no fuese capaz de atraparme con sus
colmillos. La idea y la acción fueron simultáneas. De un
salto, me encontré dentro de la serpiente. Por supuesto, era
un túnel negro con paredes elásticas, y no vi nada (parece que
la serpiente había cerrado la boca). Sentí un miedo horrible
de no poder salir nunca de allí. Pero entonces recordé que
esto era un sueño y que podía atravesar las paredes en cual-
quier momento, abrir los ojos y encontrarme en la cama.
Luego, consideré que como ya estaba allí, debía averiguar
qué contenía la serpiente, ya que estaba absolutamente segu-
ro de que había algo en ella. Todavía tenía miedo, así que
decidí proceder lo más rápido posible. Caminé un rato hacia
la cola, y de repente hubo luz. Había una gruta en la parte
trasera. Era una gruta subterránea, dentro de la cual había un
lago. El agua provenía de una fuente y era muy pura y fresca.
Sentí una necesidad imperiosa de entrar en el agua. Estaba
muy cansado, pero el agua iba a animarme y especialmente a

207
El viaje sanador

purificarme. También daba la sensación de que hacía mucho


calor dentro de la serpiente, así que la frescura del agua me
dejó una sensación exquisita. Entré en el pequeño lago con
una túnica blanca; me vi a mí mismo, pues estaba al mismo
tiempo bañándome y en la orilla, mirándome mientras me
bañaba. El yo que miraba no tenía cuerpo, pero el que se ba-
ñaba sentía mucho frío después de la agradable sensación ini-
cial. Así que salí del agua; los dos yoes se convirtieron en uno
solo, y regresé por el túnel a la boca de la serpiente. Tenía
miedo de no poder salir, pero al llegar al lugar la serpiente
abrió su boca, y con una velocidad increíble —para evitar ser
mordido— me encontré en mi cama.

Esta secuencia es una entre muchas en una sesión de gran


valor terapéutico, e ilustra un rasgo común. En cada episodio,
la paciente es la protagonista de la historia, y a medida que le
pasan las cosas, se ve afectada por ellas. No solo se visualiza a
sí misma entrando en la serpiente, sino que se identifica con
su yo visualizado y vive sus experiencias hasta el punto de ol-
vidar que está en su propio dormitorio teniendo una fantasía.
Ella, la soñadora, siente curiosidad, miedo y deleite, y final-
mente siente que ha tomado decisiones, superado obstáculos,
añadido algo a su propia vida. Si aceptamos las imágenes
como símbolo de los sentimientos e impulsos inconscientes,
podemos considerar que experiencias como la citada anterior-
mente son interacciones de una persona con su inconsciente,
y encontrar en ello la razón de su valor terapéutico. Además,
de las sesiones se desprende que cada vez que se produce un
enfrentamiento con el «otro» inconsciente, se produce una
experiencia integradora que se expresa en el simbolismo visual

208
La harmalina y el inconsciente colectivo

del momento (es decir, la luz y el agua de purificación después


de enfrentarse al peligro de ser destruido).
Según parece, son varios los factores que intervienen en
hacer posible este tipo de experiencia. Algunos individuos
parecen ser naturalmente más propensos a ella que otros, y
los rasgos de personalidad que toman parte quedan por dilu-
cidar. Creo que el grado de salud mental es uno de ellos, pero
definitivamente no el único. También tengo la impresión de
que los somatotónicos mesomórficos tienen mayores proba-
bilidades de tener una experiencia rica que los ectomórficos
cerebrales.
Pero más allá de la cuestión de las diferencias individuales,
el entrenamiento puede preparar el terreno para una experien-
cia armónica y fructífera: el adiestramiento en la observación de
eventos mentales, como se proporciona en la mayoría de las
formas de psicoterapia, y en particular el entrenamiento en la
imaginación activa. Esta paciente en concreto contaba con am-
bas cosas, ya que había recibido preparación para la sesión du-
rante un periodo de análisis y de varias ensoñaciones guiadas.
A pesar de que muchas experiencias perjudiciales se desa-
rrollan espontáneamente, tal espontaneidad necesita sin duda
algunas condiciones favorables. Esto se puso de manifiesto en
las sesiones desagradables e improductivas de dos sujetos du-
rante la grabación de los electroencefalogramas, en contraste
con las sesiones productivas y placenteras que solían experi-
mentar en el escenario estándar. La relación con el terapeuta y
la confianza en él también suelen desempeñar un papel im-
portante, ya que las personas con experiencias menos signifi-
cativas fueron, en general, las que menos se comunicaron
durante las entrevistas preparatorias.

209
El viaje sanador

Creo que una de las funciones más importantes de un te-


rapeuta en una sesión de harmalina es la de escuchar. A las
personas que se ofrecían como voluntarias para la experimen-
tación con la harmalina, independientemente de su interés
personal en esta empresa, se les instruía para que informaran
de lo que experimentaban, de manera que incluso cuando se
callaban, trataban de llevar un registro mental de sus reaccio-
nes con miras a elaborar un informe. Hice algunos experi-
mentos no sistemáticos sobre el mantenimiento de esta
actitud de vigilancia intencional: al no cuestionar a los sujetos
durante algunos periodos de las sesiones, o al entrar en la ha-
bitación contigua y decirles que pasaran la siguiente media
hora como desearan y que no se preocuparan por informar
sobre este episodio. También, más tarde, después de los pri-
meros treinta casos, administré harmalina a otros sujetos sin
la instrucción estándar que hacía hincapié en la vigilancia, la
alerta y la perspectiva de un informe. Tengo la impresión de
que, en esas circunstancias, se recordaba menos o se producía
menos en la mente de la persona, excepto en los casos de
aquellas a las que se dejaba solas después de haber alcanzado
lo que aparentaba ser una experiencia cumbre.
Por el contrario, cuando no se ha alcanzado un nivel alta-
mente productivo, parece que la vigilancia conduce a ello con
más facilidad que la entrega pasiva. Esta vigilancia puede man-
tenerse mediante la comunicación. Pido especialmente a los
sujetos que no pasen por alto la descripción de sus sensaciones
físicas, ya que al hacerlo se acentúa un estado de alerta, que
contrarresta la tendencia natural a dejarse llevar letárgicamente
y a olvidar el «sueño» de la harmalina, al igual que ocurre con
los sueños nocturnos. Parece que la utilidad de la harmalina es

210
La harmalina y el inconsciente colectivo

la de provocar una integración de las esferas consciente e in-


consciente mediante la facilitación de procesos oníricos sim-
bólicos en el estado de vigilia. Si el estado de alerta disminuye,
la vida inconsciente procede inconscientemente como en el
sueño natural o la «vigilia» habitual.
Hay casos en los que las imágenes o los sentimientos flu-
yen de forma tan significativa y espontánea que se necesita
poco o ningún «entrenamiento». Otros casos ilustran cómo
alguna orientación puede llevar a la persona al punto en que
se alcanza tal productividad. En el siguiente ejemplo, fue la
ensoñación guiada la que canalizó la creatividad del sujeto du-
rante la secuencia visual. Este procedimiento demostró ser
muy fructífero en varios casos como marco en el que los senti-
mientos de la persona podían traducirse, manipularse y final-
mente interpretarse. En general, me he adherido al esquema
básico creado por Desoille de ascenso, vuelo y descenso en el
océano, ya que se presta bien a la expresión de algunas actitu-
des básicas (esfuerzo y búsqueda, libertad, inmersión en lo
desconocido) y, como las imágenes estándar de un test pro-
yectivo, puede dar al psicoterapeuta alguna orientación sobre
la individualidad de la persona en contraste con la de otros en
el desarrollo del tema común.
Lo que sigue es un relato de una secuencia completa. El
paciente es un hombre de treinta y cuatro años de edad con
problemas conyugales y un estado de ansiedad de corta du-
ración.

El Dr. N. me pide que imagine una montaña, lo cual hago


fácilmente... pero no la veo. La montaña no está ahí, como
en las imágenes anteriores, sino que solo tengo la «idea» de

211
El viaje sanador

una montaña delante de mí. Y no delante de mí, en realidad,


sino dentro de mí.
Describo la montaña. Es un cono truncado, muy alto, y
de un color gris azulado. Extrañamente, si la viera, sería di-
ferente de todas las montañas que conozco.
Se me pide que escale esta montaña, y veo (de aquí en
adelante hablaré de «ver» cosas, aunque el comentario ante-
rior sigue siendo válido) una escalera muy alta e innumera-
bles hombres subiéndola en fila, como hormigas.
Empiezo a subir, y no lo hago de manera normal, sino
por el lado de la escalera, con uno de los rieles laterales entre
las piernas, colocando un pie delante y el otro detrás de los
peldaños. Siento el peldaño entre mis muslos, y esto sugiere
que estoy montando en bicicleta. Sin ninguna opción, ahí
estoy, en una bicicleta. Se han ido la montaña, la escalera y
los hombres. Estoy montando en bicicleta en una calle con
mucho tráfico. Siento que me mezclo con personas y vehícu-
los que viajan a gran velocidad. Hay un gran desorden. Apa-
rece un tren que va a alta velocidad y se dirige hacia un túnel.
Al pasar por él, le arranca su revestimiento de hormigón.
Ahora es un tren cubierto de hormigón, como un escarabajo
gigante, que sigue y sigue, penetrando en todo lo que se in-
terpone en su camino, y pasando por debajo de los puentes
en lugar de sobre ellos. Yo diría que el maquinista está loco y
quiere pasar por todos los agujeros que encuentre.
Pero debemos volver a nuestra montaña. El tiempo avan-
za ahora a un ritmo normal, terminando la loca carrera de la
escena anterior. No hay más hombres ahora, y estoy llegando
a la cima de la montaña. La escalera es tan alta como la mon-
taña, así que, al agarrar el último peldaño, estoy tocando el

212
La harmalina y el inconsciente colectivo

borde mismo de la cima de la montaña. Este borde es muy


frágil y quebradizo, así que no encuentro otra solución que
entrar con todo mi cuerpo, como un reptil. Digo «entrar»,
porque la montaña es hueca.
Estoy decidiendo la mejor manera de descender cuando
aparecen seres extraños, escalando las paredes. Son como
ratas gigantes con ojos saltones y patas de araña. Me miran y
siguen su camino hacia la cima, donde vagan por el borde.
Estoy sobre mi vientre como un gusano y me arrastro.
He bajado una distancia considerable. No puedo resistirme
a mirar el lugar por el que he entrado. Es casi un punto lu-
minoso, pero —mirando hacia abajo desde la abertura—
¡me veo a mí mismo! El descenso continúa, y encuentro un
espectáculo dantesco. Hay, en el fondo, un mar de fuego
rodeado por una playa de arena blanca, que encierra el
fuego como un anillo. El suelo en el que me encuentro es
seco y áspero. No sé cómo llegué a estar en la playa y sobre
mis pies.
Miro la vista. Es maravillosa, un mar ardiente. Qué ex-
traña mezcla de agua y fuego en la que el agua no apaga el
fuego y el fuego no evapora el agua. Las olas ardientes rom-
pen cerca de la playa y la acarician, convirtiéndose en agua
dulce y cristalina.
Me acerco lentamente. Puedo ver la espuma. La toco y
entro en el agua. Es fresca, refrescante, muy refrescante.
Se me ordena que me acerque al fuego. Tengo miedo
de quemarme, aunque algo me dice que no me quemaré.
Me cuestiono mis razones para estar en esa montaña. ¿Por
qué estoy aquí? ¿Para qué estoy aquí? Y tengo ganas de vol-
ver. Entonces el Dr. N. insiste: «Intenta entrar en el fuego.

213
El viaje sanador

Después de todo, si mueres, solo será una ilusión, y puede


que valga la pena».
Luego continúo avanzando, y el agua me llega a las pan-
torrillas. Es ahora cuando entro en contacto con el fuego.
Antes de romper, una de las olas toca mi pierna, y, lejos de
quemarme, me hace cosquillas. Pronto estoy nadando en
medio del mar en llamas. Nado como una rana.
Lo esperaba: el Dr. N. me pide que me sumerja en este
mar de fuego y vea lo que hay debajo. Lo hago, y me siento
nadando vigorosamente, con la cabeza gacha. Ya no siento
el fuego, solo el agua. No necesito respirar, y podría seguir
nadando indefinidamente. Intento llegar al fondo, pero sin
éxito. Pienso en volver. La excusa es la misma: falta de in-
centivo. Pero estoy bien metido en todo esto, y no es el mo-
mento de preocuparse. Debo llegar al fondo.
El agua se aclara, y ahora veo borrosamente el fondo del
mar ardiente. Es de arena blanca. La toco con mis manos. Es
gruesa. Ahora estoy con los pies en la arena, y camino,
medio flotando. Veo, a la izquierda, perlas gigantes (sesenta
centímetros de diámetro, aproximadamente) que parecen
mojadas, como si estuvieran transpirando. No hay vida ve-
getal. El fondo del mar es estéril.
A mi derecha veo tres mujeres desnudas. Dos son blan-
cas y la otra negra. Solo de color negro, ya que sus cuerpos
son idénticos, y son como una sola mujer. Las tres tienen
pechos extremadamente hermosos. Me siento atraído instan-
táneamente y me gustaría hacerle el amor a ella (¿o a ellas?).
Una vez más, me llama la atención la ausencia de hume-
dad en este lecho marino, a pesar de que está todo bajo el
agua. No hay nada que sienta como humedad, esa humedad

214
La harmalina y el inconsciente colectivo

que da calor a las cosas, que realza su olor, y es para mí una


expresión de vida. Aunque las perlas están mojadas, no estoy
satisfecho con ellas. Busco la vida vegetal, el color verde, el
olor de la tierra o la arena o la hierba húmeda, y no lo
encuentro.
A mi derecha hay una pareja joven. Él se apoya en una
gigantesca rodaja de melón, que a su vez le sostiene la espal-
da, y en la cual se sienta a medias. Ella está firmemente suje-
ta a su pecho. Sus bocas están unidas en un fuerte beso. Él le
acaricia los pechos y el sexo al mismo tiempo con sus manos.
Sus rostros se ven complacientes. Ella disfruta de sus manos,
y él disfruta de su placer.
Inmediatamente, me imagino haciendo el amor sobre
una gran rodaja de melón. Sin duda, he encontrado la hu-
medad que buscaba. La humedad de un melón, de una boca,
de una vagina gigante. ¿Por qué no entrar? Después de nadar
en el fuego creo que hay muchas cosas que podría hacer.
Entro en una cavidad oscura y toco sus paredes suaves y
húmedas con mis manos. Diría que el recinto acaricia con
un gesto envolvente. Estoy desnudo y siento el contacto con
mi cuerpo.
Al final, hay una escalera de caracol que conduce por
unos tubos a los ovarios. Empiezo a subir, y siento una tre-
menda emoción ¡al estar a punto de conocer el lugar donde
comienza la vida! He llegado, y me encuentro en un espacio-
so salón donde predomina el color blanco. Detrás de una
mesa hay una joven con una capa blanca y con gafas. Parece
muy seria. No me gusta. Es fría.
Le pregunto qué hace, por qué está allí. Me sorprende
oír que ella y una compañera en una sala similar se encargan

215
El viaje sanador

de determinar las concepciones. Soy consciente de mi propia


expresión de asombro, pero ella no se da cuenta. A petición
mía, explica que la gente cree que la concepción es el resulta-
do de una relación sexual. Pero tal relación es solo un acto de
amor, dice, y ella está a cargo de controlar la concepción.
Pregunto sobre el criterio o la política en tal toma de
decisiones, y ella me dice que todas las concepciones se re-
gistran en un gran libro, que es algo así como un libro de la
vida.
Me acerco para verlo. Es extremadamente viejo, algo así
como una antigua Biblia, con una peculiar encuadernación.
El libro indica todos los nacimientos, con un periodo de es-
pera de nueve meses. No está completo, sino que termina en
1892. El resto son páginas en blanco. La última frase es: «Y
llegará el día en que el hombre, con la ayuda de la ciencia y
la tecnología, se convertirá en su propio creador».
El lugar me desagrada, y decido irme. Intento bajar por
donde subí, por la escalera de caracol, pero lo hago a través
de un tubo estrecho, cayendo al final en un vientre gigante.
Reboto contra sus paredes, que parecen de goma.
A medida que mi vista se acostumbra a la oscuridad, veo
grandes erosiones en las paredes, hendiduras a medio curar
que han sido esculpidas por una enorme cureta. Siento que
estoy siendo testigo del registro de todos los niños que no
han nacido.

Una cosa que se puede notar en esta fantasía, como en la


mayoría, es que muchos de los hechos que describe no habrían
tenido lugar si no fuera por una dirección específica a este efec-
to. Además, los episodios más significativos generalmente se

216
La harmalina y el inconsciente colectivo

desarrollan solo después de encontrar alguna resistencia.


Cuando el soñador, abandonado a sí mismo, interrumpe una
secuencia, sigue el aspecto más agradable de su imaginación o
se distrae, el terapeuta puede presionarle para que entre en el
mar ardiente, se sumerja, a pesar de su falta de interés inicial,
se encuentre con los monstruos, llame a la puerta… todo lo
cual supone una mayor interacción entre su ‘yo’ cotidiano y
su otro yo, entre su centro de conciencia habitual y la presen-
tación simbólica de sus procesos inconscientes. En el caso de
este hombre, el sueño lleva a una creciente expresión de un
impulso por todo lo que él simboliza como ‘humedad’: sen-
sualidad, sexo, terrenalidad, mujer, amor. Se alcanza un pico
en la expresión de este tema con la fantasía de entrar en el
útero, tras lo cual se produce un cambio repentino de una
«humedad» a una frustrante «sequedad».
Yo adelantaría la hipótesis de que las fantasías del tipo re-
lacionado con el cumplimiento de deseos expresan el hecho
de que una persona está aceptando sus propios impulsos,
mientras que las fantasías autodestructivas son la expresión
del autorrechazo en forma de represión. En otras palabras, el
placer que generalmente acompaña a una fantasía no es tanto
el que surge de la realización imaginaria de un deseo, como
parece, sino el de la autoaceptación, relacionada con la acepta-
ción de la realización.
En el presente caso, los episodios finales del sueño del pa-
ciente describieron fielmente su estado crónico de ser y de sen-
timientos, y pueden juzgarse con razón como una regresión del
estado de libertad interior y fluidez experimentado anterior-
mente. No obstante, ese estado existencial crónico era incons-
ciente para él, ya que solo inconscientemente experimentaba

217
El viaje sanador

insatisfacción (en forma de síntomas), mientras que conscien-


temente desarrollaba mucha resignación e incluso idealizaba el
aplazamiento de su espontaneidad. Solo después del episodio
de su sesión de harmalina descrito anteriormente, en el que se
sintió totalmente espontáneo y totalmente él mismo, pudo per-
cibir el contraste entre esa apertura y la esterilidad de su forma
ordenada y limpia, pero artificial y autorrechazada, de llevar
adelante su vida ordinaria. Así, asoció las cicatrices del aborto,
la sequedad y la textura del útero, en la última parte de su fanta-
sía, con la idea de que su madre había abortado y con el pensa-
miento de que había considerado la posibilidad de abortar en el
momento en que estaba embarazada de él. Incluso este pensa-
miento, derivado de un comentario escuchado de niño, puede
no haber sido más que un símbolo en sí mismo de la experien-
cia final de no sentirse amado por su madre, que él había nega-
do, pero que ahora ya no podía evitar reconocer.
Las enfermeras que controlan la concepción en el «sueño»
del paciente son como un eco de la actitud de su madre du-
rante su infancia, durante la cual ella lo protegía continua-
mente de enfermedades y peligros imaginados, y lo sometía a
dietas y horarios restrictivos. Su sobreprotección también se
hace evidente en el hecho de que, cuando le dijeron que su
hijo de treinta y cinco años se sometería a la sesión descrita
anteriormente, me envió (a un extraño para ella) un relato
detallado de su historial médico desde el momento de su naci-
miento, un historial que no difiere del de un niño normal.
El paciente se había encontrado con una esposa con mu-
chos de los rasgos de su madre: intelectual, moralista, respon-
sable, educada y sexualmente inhibida. La admiraba y se sentía
culpable por no amarla más de lo que la amaba. Sin embargo,

218
La harmalina y el inconsciente colectivo

no encontró con ella la profundidad de la comunicación o la


intimidad que más tarde conoció con otra mujer. Durante
cuatro años, se sintió incapaz de decidir entre su hogar y su
nuevo amor, y se sintió cada vez más consciente de que estas
alternativas traían con ellas una elección entre diferentes con-
juntos de valores. En un momento en el que la elección se
había vuelto crítica, se ofreció como voluntario para el experi-
mento de la citada sesión de harmalina, con la esperanza de
que esto le permitiera comprenderse mejor a sí mismo y le
ayudara así en su decisión.
Después de la sesión, el paciente sintió que su matrimo-
nio había sido para él una elección de «sequedad», a la que se
había adherido por un sentido del deber pero no por amor.
Sus deseos se hicieron más urgentes, y sus demandas sobre sí
mismo disminuyeron. De hecho, cinco días después de la se-
sión, se permitió un comportamiento impulsivo que no tenía
precedentes en él. Se emborrachó en compañía de amigos y se
puso violento, y luego olvidó todo el incidente.
Se podría especular que esta reacción excepcional a un es-
tado ya excepcional para el paciente (intoxicación alcohólica),
constituyó una continuación intuitiva de su sesión de harma-
lina. Porque esta habría creado el escenario, por así decirlo, de
su estado psicológico, pero, aun así, le quedaba experimentar
la violencia de su yo asfixiado frente a las enfermeras «antisép-
ticas» implantadas en su alma como una fuerza crónica antivi-
da. No se produjeron episodios comparables después de esta
explosión de ira, y el paciente siguió sintiéndose más como él
mismo que antes de la sesión. Ahora ha estado viviendo du-
rante cuatro años con su segunda esposa en lo que siente que
es una vida vivida en su propio estilo.

219
El viaje sanador

Algunas de las experiencias vividas por las personas durante


su única exposición a los efectos de la harmalina (como se ha
visto hasta ahora tanto en los ejemplos como en los comenta-
rios) constituyen una inmersión de la mente en un área de
mitos, símbolos transpersonales y arquetipos, y por lo tanto
constituyen un análogo de lo que es la esencia de la iniciación
en muchas culturas. Típicamente, por ejemplo, las pruebas de
la pubertad son ocasiones para que los jóvenes se pongan en
contacto (con o sin drogas) con los símbolos, mitos u obras de
arte que resumen el legado espiritual de la experiencia colectiva
de su cultura. La actitud hacia el mundo que expresan esos sím-
bolos se considera importante para la madurez y el orden de la
vida en la comunidad, y, por ello, su transmisión se perpetúa
reverentemente, deviene objeto de iniciaciones y de otros ritua-
les o fiestas en los que el pueblo renueva su contacto con ese
ámbito de la existencia o de la conciencia del mismo, irrelevan-
te para la vida práctica pero central para la cuestión del signifi-
cado de la vida. Las bebidas de los indios sudamericanos que
contienen harmaloides no solo se emplean en los rituales de la
pubertad, sino también en la iniciación de los chamanes, psi-
quiatras primordiales cuya experiencia en fenómenos psicológi-
cos se revela, por ejemplo, en el hecho de que frecuentemente
se espera de ellos que entiendan el significado de los sueños.
Aparte de las implicaciones aparentemente terapéuticas
de un proceso iniciático (entendido como el establecimiento
de una conexión entre la consciencia cotidiana y el dominio
arquetípico), podemos quedarnos, después de examinar las
sesiones vistas hasta ahora, con una sensación de incomple-
tud. Se ha iniciado un proceso, ¿pero y luego qué? Una perso-
na ha pasado por una experiencia novedosa y emerge de ella

220
La harmalina y el inconsciente colectivo

con un sentido de identidad enriquecido, la insinuación de


una conexión con una región más profunda de sí misma, una
conciencia más clara del noble y arcaico animal que lleva den-
tro, y el sabor de una mayor espontaneidad que la que ha co-
nocido hasta ahora. Todo esto es una ventaja y puede ser
suficiente para provocar cambios en los sentimientos o un ali-
vio sintomático, para despertar nuevos intereses o para orien-
tar al individuo en una decisión, como se muestra arriba. Sin
embargo, la mayoría de las sesiones que he visto me dejan la
impresión de que no he presenciado más que el primer acto
de un drama. Los símbolos pueden permanecer sin descifrar,
los conflictos sin resolver… En los acontecimientos del últi-
mo ejemplo, el final de la secuencia onírica en sí mismo sugie-
re la derrota del sujeto y lo incompleto que ha sido el viaje de
su alma, y podemos imaginar su frustración no reconocida
como el motivo de su intoxicación alcohólica y su inexplica-
ble arrebato de ira.
Todo esto sugiere la conveniencia de un contexto apropia-
do para la asimilación de la experiencia de harmalina, lo que
hace necesario un tiempo de reflexión en los días siguientes a la
sesión, una cierta libertad de limitaciones ambientales excesivas
y, en particular, la continuidad del contacto terapéutico. Tam-
bién se plantea de un modo natural la pregunta de qué efecto
tendría una serie de experiencias de harmalina en el desarrollo
de los temas, percepciones o sentimientos encontrados en la
primera. Solo en ocasiones concretas he dado harmalina más de
una vez, pero la siguiente historia clínica, que comprende una
serie de cuatro sesiones, puede ilustrar tanto la naturaleza de tal
evolución como la relación de las sesiones con las manifestacio-
nes clínicas en el transcurso del tiempo.

221
El viaje sanador

Se trata del caso de una mujer de veinticinco años que se


sometió a una terapia psicoanalítica durante un año y medio
con grandes avances en su personalidad, pero sin que se obser-
vara ninguna mejoría en los síntomas que constituían su prin-
cipal motivo para someterse al tratamiento. Estos consistían
en una ansiedad intensa, miedo a morir o a desmayarse y sín-
tomas físicos como asfixia y parestesia. Estos síntomas se pre-
sentaban especialmente en las calles grises de la ciudad, y
menos en las calles curvas e irregulares, o en las que estaban
bordeadas por árboles. También experimentaba ansiedad en
las salas de cine y solía cerrar los ojos cuando se esperaba algo
desagradable en una película. La fobia venía precedida por un
periodo de distracción en las calles, durante el cual solía ir más
allá de su destino, ya sea caminando o en autobús. Las asocia-
ciones más cercanas a la situación temida en el análisis fueron
los episodios de peligro durante la guerra, cuando en realidad
la paciente había estado (con sus padres) en espacios abiertos
bajo el fuego de los aviones y en zonas atacadas por bombar-
deos. Sin embargo, los síntomas se desarrollaron muchos años
después, durante la enfermedad mortal de su padre. La rela-
ción exacta entre estos dos incidentes nunca se había aclarado.
Ella estuvo muy apegada a su padre y también recibió su ex-
trema violencia. De niña, él la llevaba a la orilla, y ahora que
había crecido, la visita a una playa vendría a poner fin a toda
su ansiedad y depresión.
Gran parte de la primera sesión de la paciente con harma-
lina tomó la forma de una serie de secuencias oníricas ricas en
contenido arquetípico. La imagen de un tigre tuvo prominen-
cia en estas visiones, y constituyó la primera de ellas. «Unas
manchas flotantes como los ojos de un tigre» fueron el primer

222
síntoma del efecto de la droga, y luego vio muchas caras de
tigre. Le siguieron las panteras y todo tipo de gatos, negros y
amarillos, y luego el tigre. Este último era un tigre siberiano
muy grande, y sabía (porque podía leer su mente) que debía
seguirlo. Así lo hizo varias veces, pero ninguna de las escenas
parecía completa. Aun así, un «anhelo por el tigre» persistía
en ella. Después de un episodio (por describir) en el que co-
noció a su padre, intuitivamente supo que ahora estaba lista
para seguir al tigre, y este fue el caso. Aquí está la descripción
de la última escena, en sus propias palabras. La cita comienza
en el punto en que, después de haber seguido al animal hasta
el borde de una meseta, está mirando hacia el abismo, que es
el infierno. Es redondo y está lleno de fuego líquido, o de oro
líquido. La gente nada en él.

El tigre quiere que baje hasta allí. No sé cómo descender.


Agarro la cola del tigre y él salta. Debido a su musculatura,
el salto es grácil y lento. El tigre nada en el fuego líquido
mientras me siento en su lomo. De repente, veo a mi tigre
comiéndose a una mujer. ¡Pero no! No es el tigre. Es un ani-
mal con cabeza de cocodrilo y cuerpo de otro animal más
gordo, más grande y con cuatro pies (aunque estos no eran
visibles). Todo tipo de lagartos y ranas comienzan a aparecer
ahora. Y el estanque se convierte gradualmente en un panta-
no verdoso de agua estancada, aunque lleno de vida: formas
primitivas de vida como algas, anémonas, microorganismos,
etcétera. Es un estanque prehistórico. Aparece una orilla, no
arenosa, sino cubierta de vegetación. Algunos dinosaurios se
ven a lo lejos. Yo monto al tigre para ir hacia la orilla. La
serpiente nos sigue. Nos alcanza. Me hago a un lado y dejo

223
El viaje sanador

que el tigre se ocupe de ella. Pero la serpiente es fuerte y mi


tigre está en peligro. Decido participar en la lucha. La ser-
piente se da cuenta de mis intenciones, suelta al tigre y se
prepara para atacarnos. Sostuve su cabeza y presioné sus cos-
tados para que abriera la boca. Tiene una pieza de hierro en
el interior, como el bocado de un caballo. Presiono en los
extremos de este bocado, y la serpiente muere o se desinte-
gra; cae en pedazos como si fuera una serpiente mecánica.
Continúo con el tigre. Camino a su lado, con mi brazo sobre
su cuello. Subimos a la alta montaña. Hay un camino en
zigzag entre los arbustos altos. Llegamos. Hay un cráter. Es-
peramos un tiempo, y comienza una enorme erupción. El
tigre me dice que debo lanzarme al cráter. Me entristece
dejar a mi compañero, pero sé que este último viaje debo
hacerlo sola. Me lanzo al fuego que sale del cráter. Subo con
las llamas hacia el cielo y sigo adelante.

Como mencioné anteriormente, el viaje relatado en los


párrafos anteriores fue insinuado en muchas ocasiones al
principio de la sesión, pero no pudo ser completado antes de
enfrentarse a su padre. Tan pronto como lo hizo, supo de in-
mediato que estaba lista para seguir a los tigres. Sin embargo,
fue necesaria cierta insistencia por parte del terapeuta para lle-
var a la paciente hasta el punto de encontrar a su padre, la
primera imagen personal entre un conjunto de personajes de
ensueño, por lo demás anónimos.

Vi muchos rostros, uno tras otro, rostros de caballeros an-


cianos y canosos. Pero ninguno se parecía al de mi padre.
Finalmente, me dispuse a reconstruir la cara de mi padre,

224
La harmalina y el inconsciente colectivo

característica por característica. Primero vi su pelo y su fren-


te, luego su nariz, la boca, y finalmente los ojos y la forma de
la cara. Pero, aun así, no tenía orejas. A pesar de mis esfuer-
zos, no fui capaz de ponérselas. Por último, decidí que esto
no era importante.

Entonces su padre cobró vida y sonrió, y pudo ver todo su


cuerpo. Se abrazaron y se besaron en la boca. El encuentro
tuvo lugar en un túnel que era un lugar de comunicación
entre los vivos y los muertos. Ella le dijo que estaba enamora-
da y le presentó a su prometido, con cierto temor. Él lo apro-
bó, ya que era más cariñoso que en la vida real. Cuando
finalmente se retiró hacia el lado oscuro del túnel, ella lloró.
En dos ocasiones durante la sesión de esta paciente, le su-
gerí una exploración de su fobia a las calles enfrentando tales
escenas en la fantasía. La siguiente descripción (anterior a la
que acabo de citar) cuenta, en sus propias palabras, el primer
intento de cruzar la avenida principal de Santiago por un
lugar familiar y amenazador:

Estoy parada en la Alameda, en la esquina de Victoria Su-


bercaseaux. Todo es gris como en un día de niebla. Miro
hacia la colina, y es vagamente verde, pero no distingo muy
bien los colores. Me acerco a un arbolito que está allí en la
esquina. Es como si quisiera su protección. Reflexiono
sobre si puedo apoyarme en él si no me siento bien, y así
evitar una caída en la calle. Me preparo para cruzar la Ala-
meda. Miro los coches. Hay mucho tráfico, y los coches
van cada vez más rápido. De repente, esto se convierte en
una fila continua de vehículos que parece un tren que va a

225
El viaje sanador

gran velocidad. Hay rostros en todas las ventanillas —hom-


bres, mujeres y niños—, y todos ellos miran en mi direc-
ción. Entonces, esa visión se desvanece, y el tráfico vuelve a
ser normal. Espero la luz verde, y cruzo, sintiendo mucho
miedo. Porque tengo miedo, siento que no toco el suelo
sino que floto en el aire. Un hombre se acerca. Es bajo y
lleva un abrigo marrón y un sombrero; su tez es oscura y
tiene bigote. Un rostro típico chileno que se puede ver en
cualquier calle. Dice: «Buenas tardes». Respondo a su salu-
do. Tengo la vaga sensación de que es el hombre que me
asaltó en el ascensor, aunque no recuerdo la cara de mi asal-
tante. Camino hacia la Avenida Portugal, pero con esfuerzo,
tratando de evitar la tendencia a flotar. Me quedo cerca de
los muros de la Universidad para que me sostengan en caso
de que me caiga. Miro hacia las palmeras y veo en el cielo
una procesión de obispos en fila, todos con vestimenta cere-
monial, mitras y hábitos blancos y dorados, todos idénticos,
con el rostro de Nehru.

Aquí, el primer sueño se desvanece. El segundo intento


tuvo lugar hacia el final de la sesión, después de la visión del
infierno. Mientras intenta cruzar la Alameda en el mismo
lugar, un cocodrilo cae del cielo.

Es un cocodrilo gris con un diseño verde en su espalda, y


creo que es de plástico, ya que los reales no son así. Cruzo
hasta el medio de la calle. Entonces el tráfico se vuelve muy
denso, de modo que una línea continua de coches pasa a
gran velocidad por cada lado yendo en direcciones opuestas.
Me asusta verme corriendo por la calle junto con los coches

226
La harmalina y el inconsciente colectivo

y a la misma velocidad. Pienso: «¡Qué mujer tan loca!». Solo


entonces me doy cuenta de que esta loca soy yo misma. Esto
no puede ser, así que me obligo a volver al lugar donde esta-
ba antes de huir. Los semáforos cambian pronto, el tráfico se
detiene, y camino con deliberada calma hacia el otro lado de
la Alameda. Desde allí me dirijo hacia la Universidad. La
gente pasa —gente fea, mujeres gordas, mal vestidas— y
siento que tengo que mirar todas estas caras, por feas que
sean. Las relaciono con las que vi en un sueño anterior. Estas
estaban aquí para que las mirara directamente, sin miedo y
tal vez sin compasión. Todas eran feas, desagradables. Siem-
pre he buscado la belleza, la luz y la armonía. Pero me di
cuenta de que lo bello y lo feo eran aspectos diferentes de un
todo: que no podía apreciar ni siquiera conocer una parte
sin mirar el todo. Es decir, la belleza sin fealdad pierde su
calidad como tal, su tono específico que la hace única y dis-
tinta, hermosa. De nuevo miré los rostros de las personas
con las que me cruzaba. Había un hombre con una cicatriz
en su cara como si le hubieran mordido la carne de la mejilla
o le hubieran quemado la cara con un ácido. Sentí que tenía
que mirar esas caras como había tenido que mirar las del
sueño anterior.

He citado ambas secuencias a pesar de su similitud, preci-


samente por la consistencia que este parecido indica, mientras
que una sola pieza de fantasía podría aparecer como un conjun-
to de imágenes bastante caótico o arbitrario. En ambas, experi-
menta el familiar miedo a caer y la búsqueda de apoyo (en el
árbol o en las paredes). Sin embargo, su confrontación con el
miedo en ambas conduce a insospechadas encarnaciones del

227
El viaje sanador

peligro: el hombre común que se asemeja a un asaltante y el


cocodrilo que cae del cielo. Un cocodrilo pasó a formar parte de
la fantasía de la paciente en el último episodio (ya citado), lo
que subraya su importancia a pesar de su actual aspecto de obje-
to plástico sin vida. Esta apariencia, como la transformación de
animales en juguetes o dibujos animados, es un proceso común
por el cual la mente se protege de los sentimientos que poten-
cialmente transmiten algunas imágenes. Curiosamente, los co-
lores de este cocodrilo son muy relevantes para su fobia: el gris
de las calles evitadas (como el color del cielo del que cae en esta
fantasía) y el verde de los árboles que las hacen tolerables.
Como en el caso del cocodrilo y del «agresor» humano, el
tráfico enloquecido de ambos episodios transmite una violen-
cia que la paciente no era consciente de temer en las calles
durante los momentos en que experimentaba ansiedad y los
síntomas físicos que la acompañaban. Los sueños la enfrentan
ahora a rostros que normalmente evitaría mirar (y esta sesión
marcó, en realidad, el final de su fobia a mirar la pantalla en el
cine). Esos rostros se asociaron más tarde con recuerdos de la
guerra, y precisamente había uno de un hombre con la mejilla
partida que evocó el recuerdo reprimido de un soldado que
corría herido por la calle, en una escena que la había impresio-
nado profundamente de niña.
El efecto general de esta sesión fue positivo para la pacien-
te en muchos sentidos, pero su fobia persistió. Sin embargo,
hubo un cambio en la calidad de su miedo. Mientras que siem-
pre había sido el de desmayarse o caerse en la calle, ahora tomó
la forma de un miedo a la agresión. Las ruedas de los trolebuses
y los ruidos de los camiones le parecían amenazantes de pron-
to, y por primera vez tuvo la fantasía de ser atacada por un

228
La harmalina y el inconsciente colectivo

hombre con un cuchillo. Las asociaciones con el síntoma en


sesiones psicoanalíticas posteriores fueron más ricas e incluían
el análisis de la agresión mencionada anteriormente, que tuvo
lugar cuando tenía catorce años, y que ella recordaba, pero que
nunca había mencionado o visto como importante en ningún
aspecto.
Dos meses después de la sesión citada y del cambio de sus
síntomas, se le administró por segunda vez harmalina, tras lo
cual escribió un relato que cito ampliamente por su múltiple
interés.

Me resulta muy difícil revivir la experiencia. No recuerdo


nada. Solo tengo imágenes desconectadas: la niña —yo
misma— frente a la iglesia en un camino polvoriento, yo
misma en la comunión, recibiendo la hostia de una mano
invisible en un altar grandioso.
Siento que me estoy volviendo loca. Algo en el interior.
Indescriptible. No es ansiedad. No es depresión. Sin embar-
go, tiene algo de ambas. Irritación, desorientación. Estoy
muerta. Todavía tengo que volver a la vida. El sexo. No puedo
aceptarlo. Es malo. Me gusta. Soy mala. Siento fuertemente que
Dios y el sexo no pueden ir juntos. Necesito a Dios, y soy toda
sexo. Es horrible. Sospecho que debe haber alguna forma de
encajar las cosas, pero fuera de mí, no dentro. Me enfrento a
una realidad mía que no puedo aceptar. Creo que esto me
hace sentir como me siento.
Ayer también supe por qué no podía salir a la calle. Ahora
no. Se me escapa. Ahora lo recuerdo. Podía cruzar la Alame-
da; podía cruzar por el mismo lugar por el que no lo hice en la
sesión anterior. Esto fue después de que el doctor se fuera.

229
El viaje sanador

Crucé con toda facilidad, bailando. La música estaba dentro


de mí. El vestido que llevaba era rojo, muy ajustado, relum-
brante, con adornos dorados brillantes. Pero este vestido era
mi propia piel. Crucé la Alameda bailando, pasando entre los
coches sin preocuparme por nada. Disfruté moviendo los
pies, feliz de bailar y estar en la calle. Sentía un gran placer al
realizar cada movimiento, al poder seguir mi propia música.
Cuando crucé, había un naufragio en medio de la calle. Va-
rios coches chocaron de frente y formaron un ramillete ascen-
dente. Pasé sin preocuparme mucho. Sabía que probablemente
había gente muerta en el accidente, pero no me importaba.
Había llegado su hora, y las cosas eran como eran. Sabía que
yo también moriría algún día, pero esto tampoco importaba,
ya que así eran las cosas. Llevaba mi esqueleto dentro desde el
momento de mi concepción. Esto es lo que era: baile y muer-
te, pero todo junto. Yo era mi muerte y mi esqueleto vivo, y
bailaba con alegría al cruzar la calle.
Pero sabía por qué no podía cruzar las calles, por qué no
podía caminar por las calles, y esto lo he olvidado ahora.
Tenía que ver con mi maldad, con la muerte, con el deseo
de morir, porque soy mala.
Quiero morir. O quería morir. Buscaba este instante,
un punto, infinitamente pequeño, o una fracción de tiem-
po imperceptible en su brevedad, el momento de la muerte,
este puente extremadamente corto donde la vida y la muer-
te se tocan, donde lo opuesto, contradictorio y desunido
deja de existir. Esta era la única manera de unir todas mis
piezas. Es la única manera de encontrar, por un instante, la
armonía. El momento en que uno no está ni vivo ni muer-
to: en este momento, uno SABE. No sé en qué consiste el

230
La harmalina y el inconsciente colectivo

conocimiento. No es solo saber, sino saber y comprender al


mismo tiempo... Es la esencia de la vida lo que importa, y la
única manera de comprenderla es en el momento de morir.
Además, aquí los opuestos desaparecen; Dios y el sexo se
unen; se mezclan. Todas las cosas son una, el bien y el mal,
la belleza y la fealdad.
El caso es que yo tenía que morir. Sin saberlo, buscaba
la muerte. Pero sin alegría, con consciencia. Y algo en mí me
retenía. Las calles son la muerte. Es tan fácil morir. No es
que me arroje deliberadamente bajo las ruedas de un coche,
o que me baje de la acera a propósito para provocarlo. Pero
es como si de repente el mecanismo de protección no fun-
cionara. No me daría cuenta de nada. Esto me sucedió va-
rias veces antes de que comenzara mi fobia. Caminaba por
las calles y de pronto me di cuenta de que había caminado
varias cuadras sin saber cómo lo había hecho. Y también, en
ocasiones, me «despertaba» en medio de la calle, rodeada de
un tráfico terrible. Recuerdo que, al menos una vez, me des-
pertó la maldición de un conductor que tuvo que pisar los
frenos para no atropellarme.
Pero había una parte de mí que no quería morir. Sabía
lo que estaba pasando. Esta parte de mí luchó contra el es-
queleto, no quería salir a la calle, no quería arriesgarse. Pero
esta era la parte mala. ¿El sexo, tal vez? Pero, ¿era realmente
la parte mala? Porque parece que una de las razones que
tenía para morir era la de matar lo que había de malo en mí.
Lo que es malo es el sexo, pero el sexo es la única fuerza que
puede reunir mis partes, darme unidad, pegar la carne al es-
queleto. Bailar también es sexo. No parece que sea malo, es
lo que me da vida. Pero carece de un factor esencial y de un

231
El viaje sanador

catalizador indispensable: Dios. ¿Cómo se puede meter a


Dios en este lío? ¿Dónde ha estado Dios todo este tiempo?
Con Dios lo mismo que con el esqueleto. Estaba origi-
nalmente dentro de mí, creció conmigo, se movió conmigo.
El esqueleto, entonces, desapareció, y yo tenía un esqueleto
externo, metálico, con las alas de una mariposa enjoyada.
Tuve que encontrar apoyo en algún lugar, y me quedé seca
por dentro. Me encerré en la mariposa. Sus alas eran como
las de un murciélago, y sus articulaciones provocaban un
desagradable y poco armonioso crujido metálico. Es lo
mismo con Dios. Salió de mí. Se convirtió en un dios remo-
to, muerto por el sadismo de una criada, que me contó con
todo detalle cómo fue crucificado, coronado de espinas.
Lloré por lo que ella me dijo, y como se sintió estimulada
por mi llanto, hizo aún más vívidas las descripciones de la
perforación de su costado y el desgarro de la piel en la boca
del Niño Jesús (no sé si fue debido a mi confusión o a la
forma en que escuché esta historia que pensé que era Jesús
de niño el que había sido crucificado). Tal vez, el hecho de
creer que era un niño pequeño hizo que llorara y sintiera
lástima por él más fácilmente. Luego vino la escuela. Y Dios,
ahora, se sentó en una nube, en un cielo lejano, y llevaba
barba. Y el ojo dentro del triángulo. El ojo que persiguió a
Caín. Se nos dijo sobre este Dios barbudo en la nube, que
no era así, y no se nos dijo nada más sobre Él. Pero se habló
mucho del ojo en el triángulo. Era el ojo de Dios, la parte
más importante, viva y activa, que siempre estaba presente,
viéndonos, observándonos, la parte que nos decía a cada
uno de nosotros lo malvados que éramos, y lo repetía a cada
segundo. Y Dios, con su ojo, era una amenaza.

232
La harmalina y el inconsciente colectivo

Entonces, el Dios de mi madre… Tenía mucho de Alá


y mucha conciencia de clase. Todo lo que pasó fue la volun-
tad de Dios. Lo que uno hiciera no afectaría a la forma en
que Dios había establecido las cosas. Por lo tanto, no había
razón para sentirse afectado, o molesto, y no había razón
para buscar. No había forma de cambiar nada o hacer nada.
Todo estaba predeterminado por Dios, y el destino reinaba
sobre todas las cosas. Rebelarse era una pérdida de tiempo.
Además, Jesús no era Dios. Eso era algo para satisfacer la
imaginación de la gente. Pero una persona «culta» no tenía
que creer en la divinidad de Jesús. Cristo no era para los aris-
tócratas, que nacieron místicos, que creían y sentían a Dios
desde el momento de su nacimiento. Cristo era un medio
para explicar cómo es Dios a la gente, a los vulgares y estúpi-
dos que necesitaban preceptos religiosos para comportarse
como seres humanos, o que de otra manera perderían el
control y estarían en constante revolución. Sin embargo, mi
madre, que no creía en Cristo, creía en una media docena de
vírgenes y una larga lista de santos.
Luego vinieron las procesiones en el sur de Italia. Tam-
bién teníamos procesiones en casa, pero las nuestras eran
hermosas, con muchas flores, y eran seguidas por fuegos ar-
tificiales. Eran grandes fiestas, en las que todo el mundo se
regocijaba; en todas las casas se cocinaba una comida deli-
ciosa y se hacía una pasta especial que se comía solo con
ocasión de ciertas fiestas. Pero no en el sur de Italia. Allí
nadie estaba contento. Los de la procesión sufrían y los es-
pectadores también. Llevaban capuchas. Los viejos encapu-
chados vestidos de negro cantaban canciones tristes fuera de
tono. Y la gente miraba, apretujada entre sí, y lloraba. Las

233
El viaje sanador

mujeres se arrodillaron en la calle, otras gritaron histérica-


mente, y no pocas se desmayaron. Este era un Dios vengati-
vo, que exigía sangre por la sangre que se había derramado.
Recibió todo ese griterío y sufrimiento teatral. Estos eventos
me fascinaron y me causaron repugnancia al mismo tiempo.
Dios, mi Dios, no estaba en ellos. Estaba fuera de mí. Ya no
era un Dios de amor, sino un Dios carnicero que quería víc-
timas, y yo no quería ser una de ellas.
Entonces llegó el Dios de la exactitud. Tenía que estu-
diar, tenía que comer manzanas, tenía que ir a misa. Misa
infantil, a las ocho y cuarto de la mañana. No por la tarde,
porque eso era pereza. Nadie me preguntó si quería ir a
misa. Después de mi primera comunión, tenía que pedir la
comunión todos los domingos. Me preguntaban: «¿Vas a la
iglesia?», y esto era una orden más que una pregunta, de la
misma manera que me preguntaban: «¿Te lavaste los dien-
tes?» (en ese momento lo odiaba).
Luego estaba la distancia.
Una incomodidad indefinida. Dudas. Preocupación,
siempre. Pero Dios estaba muy lejos. Dios, perdido. Un deseo
de regresar. De vez en cuando, la comunión. Pero luego la
duda de nuevo, la indiferencia y la búsqueda. Por fin, Dios
fue enterrado. No me interesaba. No veo por qué debía inte-
resarme. Y luego vinieron los síntomas. No puedo entrar en
una iglesia. En la iglesia está el ojo. En realidad, el ojo está en
todas partes, mira y acusa a los niños que no se comportan.

Todo esto fue escrito al día siguiente de la experiencia con


harmalina, y el texto muestra la importancia de semejante es-
fuerzo. Esta no es la única instancia en la que el proceso de

234
La harmalina y el inconsciente colectivo

expresar por escrito el contenido de una sesión de drogas es


casi tan importante como la propia sesión. Aquello que se
reprime está tan reprimido que las asociaciones y los senti-
mientos, si no son imágenes, pueden ser «olvidados» si no
son contados. En este caso, es particularmente comprensible
que esto pueda tender a suceder, ya que la sesión supuso el
descubrimiento de una culpa casi intolerable. Y eso fue lo
que le hizo sentir al principio de su escritura que se estaba
volviendo loca o que estaba muerta. Sin embargo, este senti-
miento cambió cuando se dio cuenta de la culpa como tal,
del ojo de Dios que la había perseguido durante toda su vida
y que, ahora, yacía enterrado en su inconsciente. Con todo,
este es un informe muy fragmentario, dijo, y le tomó alrede-
dor de un mes sentarse a intentar recuperar algo más de la
experiencia. Un poco de ello está contenido en los siguientes
párrafos, que constituyen un valioso documento para la psi-
cología de la religión:

Tras la primera ingestión de harmalina, sentí decididamente


la necesidad que Dios tiene de justificar la muerte. Muerte
inútil, muerte innecesaria de los que mueren en las guerras,
de los que se quedan sin vida. Creo que ahora puedo ver más
claramente. Necesitaba justificar la muerte en general y no
solo la de aquellos que murieron en la guerra. Y creo que,
como tuve que justificar la muerte, lo que finalmente tuve
que justificar es lo absurdo de una vida limitada, finita,
donde la muerte está involucrada.
Intentaré recordar mis pensamientos después de la se-
gunda experiencia con la harmalina. La única muerte que po-
día estar justificada era la de Cristo. Cada uno de nosotros

235
El viaje sanador

era responsable de hacer de su muerte algo justificable, y no


una muerte inútil más. Es decir, que el sacrificio del hijo de
Dios no estaba justificado en sí mismo. Cada uno de noso-
tros podía matar a Cristo una vez más o resucitarlo. Y de ahí
la comunión. Este era un acto consciente y voluntario que
mostraba la disposición de uno a justificar la muerte de
Cristo, a través de un profundo respeto y amor hacia todo lo
que vive, ya que en cada ser vivo hay una esencia divina.
Esta fue una forma de participar de una armonía universal.
También era una forma de resucitar a Cristo en las profun-
didades de cada uno de nosotros. Pero había igualmente, un
lado más humano en mi anhelo por la comunión. Era un
anhelo de estar unida en hermandad a otros que profesaran
este mismo amor de Cristo hacia los seres vivos. Era una
forma de sentirse menos sola, una forma de pertenecer a un
grupo sin perder la individualidad.

Como muestran estas líneas, una preocupación básica de


la paciente después de la segunda experiencia con la droga es
la de aceptar la inevitabilidad de su propia muerte. Solo lo
aceptó en un momento de la sesión propiamente dicha, ya
que se sintió esa sensual mujer de rojo que bailaba al otro lado
de la peligrosa calle. Ella «no se preocupa» por los muertos y
permite su propia muerte, en una actitud de darse cuenta de
que «así son las cosas». No se opone a la muerte como no se
opone a la vida. Es rotundamente sexual y se deleita con cada
movimiento de su baile. Al no oponerse a la vida o a la muer-
te, al permitir que existan, más allá del bien y del mal, ella
trasciende la vida y la muerte. Al permitirles ser, se convierte
en su encarnación, ya que su danza es la encarnación de su

236
La harmalina y el inconsciente colectivo

música interior. Sin embargo, aparte de este momento, ella es


el campo de batalla de Eros y Tánatos. Su deseo de muerte
responde a la demanda de un Dios para el que el sexo es malo,
ese Dios vengativo, sediento de sangre, de las procesiones del
sur de Italia, que ella había enterrado en su mente y evitado en
las iglesias. Sin embargo, lo necesita, y siente que debe sufrir
su condena: «Necesito a Dios, y soy toda sexo». No solo se
sentía culpable después de la sesión, sino que se volvió frígida
y, en ocasiones, experimentaba durante las relaciones sexuales
la misma ansiedad que solía sentir en la calle.
La vida onírica de la paciente se hizo muy rica en los
meses que siguieron a la sesión, y sus sueños presentaban sím-
bolos que se contemplaban primero con la harmalina o sus
equivalentes. Uno de los sueños reitera las ideas de danza, piel
oscura y disociación en dos personas que formaron parte de
las dos experiencias anteriores y que reflejan su actual culpabi-
lidad sexual: «Yo era dos personas al mismo tiempo. Una, des-
nuda, era una mujer negra que danzaba, mientras que la otra
la miraba con horror».
El siguiente sueño muestra una conexión entre el impulso
sexual y el tema del tigre: «Estaba junto a una piscina, deján-
dome broncear por el sol. Apareció mi amigo Alfredo. Enton-
ces me vi cubierta por una especie de piel de tigre. Debajo de
eso llevaba un bikini. Me descubrió. Le dije: “No, Alfredo,
cúbreme”. “¿Por qué?” “Porque así me veo más desnuda”».
La libre asociación de la paciente también experimentó
un marcado cambio durante este periodo. No solo mostró
una mayor prominencia de temas sexuales en sus pensamien-
tos, como en sus sueños, sino que la sexualidad se extendió a
sus recuerdos y por primera vez se dio cuenta de un aspecto

237
El viaje sanador

sexual en la relación con su padre. La escena de su primera


sesión de harmalina, cuando besó a su padre en la boca, fue
una pista, que, como un imán, atrajo recuerdos no examina-
dos. «Amaba a mi madre, y más que eso —dijo una vez—, mi
padre era mío. Solía decirme que cuando fuera mayor nos
iríamos a París solos. Cumplió su promesa. Tengo la sensa-
ción de que éramos una pareja. Teníamos un mundo propio
que compartíamos». Sin embargo, el apego y la aceptación
incondicional que expresó con respecto a su padre contrasta-
ba de manera conmovedora con los hechos que recordaba,
que presentaban al padre como un hombre muy violento y
arbitrario, sugiriendo que era la fuente de su propio persegui-
dor inconsciente (ahora ya medio consciente). La hostilidad
que ella no experimentaba ni expresaba conscientemente
habló a través de sus sueños de esa época, como se muestra en
la siguiente escena:
«Soñé con mi padre. Estaba en un sótano lleno de cadá-
veres. Estaban deformados, mutilados, asesinados en la gue-
rra. Esto era algo relacionado con Varsovia. La resistencia del
gueto. Caminé sobre ellos, pisándolos. Sentí placer por su
condición de torturados. Tomé una cabeza cortada y supe
que era la de mi padre. Sentí que estaba bien que estuviera
muerto».
Poco después del momento de este sueño (al cabo de cua-
tro meses de su segunda experiencia con la harmalina), la pa-
ciente se sometió a otra sesión,3 y ahora, por primera vez, su
sentimiento de culpa se convirtió en resentimiento, frustración

3. En esta ocasión, se añadieron 100 mg de mescalina a 500 mg de


harmalina.

238
La harmalina y el inconsciente colectivo

y tristeza al enfrentarse a su padre. El siguiente es uno de los


pasajes más expresivos de mis notas:

Doctor: ¿Qué te hace llorar?


Paciente: No lo sé. Todo. Podría llorar durante días y días.
No soy malvada. He estado muy sola. Me hubiera gustado
tener un hermanito o hermanita. Nunca se me permitió
jugar con nadie. Mi madre solía llevarme a casa de mi abuela
para jugar con mis primos, pero siempre a escondidas y por
poco tiempo, porque mi padre me pegaba y le hacía pasar
un mal rato si se enteraba. Pero mi padre no se atrevía a
pegar a mi madre. Sabía que ella era como un animal salvaje
que podría literalmente matarlo. No la culpo en absoluto.
¡Quería tanto a mi abuela! Pero este viejo bruto no me deja-
ba visitarla. Tuve que mentir, y mentir era malo. Y más
tarde se sorprendió de que no pudiera soportar a otros niños.
Eran criaturas extrañas; conocían juegos cuya existencia ni
siquiera sospechaba. ¡Quizás ni siquiera concebía que hubie-
ra juegos para niños! ¡Odio a este viejo! ¡La hizo sufrir tanto,
tanto! ¡Y qué buena era mi madre conmigo! ¡No nació para
estar enjaulada, y este viejo se quejó y se quejó y se quejó!
Sobre detalles estúpidos. ¿Por qué no pude visitar a mi abue-
la? No era que no le gustara. Creo que se sentía celoso. Me
quería todo para él.
Doctor: ¿Y le diste esa exclusividad?
Paciente: Más tarde, sí. Pero creo que no lo decidí. No tuve
elección. La guerra estaba en su apogeo, y no tuve más reme-
dio que estar con ellos. Pero fue él quien me llevó a todos los
lugares donde mi madre ya no me llevaba más.. Tal vez ella
prefirió no hacerlo, para evitar las peleas. Y estas siempre

239
El viaje sanador

fueron mi culpa. No me dejaba beber agua. Una vez que


supo que había bebido un poco, se enfadó con ella. Era mi
culpa, pero tenía que beber agua. Gritaba tanto que yo que-
ría salir de casa. Tenía tanta vida, tanta energía, y todo se
convirtió en una idiotez. No se dedicaba a lo que más le
gustaba, que eran las matemáticas. Es como un gran absur-
do. Me ha causado mucho daño, sin ser malvado; eso es lo
triste.

No sería posible dar una imagen completa de la vida inte-


rior y de la evolución de la paciente sin tomar un espacio con-
siderablemente mayor, pero lo que se ha presentado muestra
el desarrollo progresivo del insight o percatación que se pro-
duce en las sucesivas sesiones y la naturaleza del proceso que
finalmente conduciría a una cura. La acción de la harmalina,
en este caso, podría interpretarse muy acertadamente como
una «manifestación de la mente» en el sentido de que, al igual
que un revelador de película fotográfica, hizo que la paciente
tomara conciencia, sucesivamente, de su miedo a la destruc-
ción, su deseo de morir detrás de ese miedo y las razones por
las que se odiaba a sí misma. Una de ellas era la culpa sexual
derivada de las fantasías incestuosas, pero esto también se re-
veló como un subproducto de una muy frustrante relación
con su padre, su necesidad de ganar su amor por todos los
medios, y su entrega inconsciente ante sus celos y su posesivi-
dad. Más profundamente, yacía su propia hostilidad, insospe-
chada por ella pero proyectada en los cocodrilos agresores, y
que sostenía un sentimiento básico de maldad personal.
Un mes después de la última sesión, abandoné el país,
pero la paciente continuó un proceso autoanalítico que la

240
La harmalina y el inconsciente colectivo

llevó a una claridad cada vez mayor. Al cabo de un año más,


recibí una carta, de la cual cito los siguientes párrafos:

Hace cuatro días salí y caminé por las calles. ¿Por qué? No lo
sé. ¿Qué sucedió? Era un hermoso día, y era una tontería
quedarse en casa. Quería salir, y lo hice. Eso es todo. Simple,
maravilloso y absurdo; después de todas las búsquedas, sufri-
mientos, teorías y asociaciones. Un hermoso día, y nada más.
Salí con mi hija. Esto ayudó mucho. Sujetar el cochecito me
da cierta seguridad. Además, estoy preocupada por ella y no
por los fantasmas. Soy feliz y tengo miedo al mismo tiempo.
Siento que he adquirido algo precioso y frágil que puede es-
tropearse o evaporarse en cualquier momento. Es como tener
una nueva herramienta y no saber qué hacer con ella. He sa-
lido cada día, cada vez un poco más lejos. Pero el mundo ya
me parece muy pequeño. Y además, no es cuestión de cami-
nar, caminar y caminar. Necesito un lugar adonde ir. Y
ahora, mientras escribo, no sé qué lugar podría ser ese.
He cumplido todos mis proyectos (¿recuerdas? Enseñar,
ganar dinero para pagarme mi propio estudio). Mi matri-
monio sigue siendo una maravilla de la no-comunicación.
En este momento, John me mira como si fuera una bomba
de tiempo. Cuando le dije que iba a salir sola, me felicitó
secamente y luego me advirtió de que tuviera mucho cuida-
do, porque desarrollaría otros síntomas. En realidad, hace
tiempo que tengo otro síntoma: un fuerte dolor en mitad de
mi cabeza. Pero esto está muy claro: lo tengo solo cuando
reprimo mi ira. Y prefiero los dolores de cabeza a la fobia.
No me atrevo a expresar mis molestias porque siento que mi
temperamento es demasiado violento.

241
El viaje sanador

A pesar de que mi síntoma ha cesado, me siento tan ne-


cesitada de terapia como siempre. No solo temo una recaí-
da, sino que tengo miedo de ser normal (si es que alguien
puede llamarse así). Ahora sé que puedo lograr lo que quie-
ro, porque las barreras que puse en mi camino se han desva-
necido. Pero no sé lo que quiero, y tengo miedo de saberlo.
Sospecho que es algo malo. ¡Qué emocionante! (me doy
cuenta de que me escribo a mí misma). Pensé que quería
hacer algo malo, pero en cuanto lo pensé, lo «malo» se con-
virtió en algo divertido, infantil.
Esto se está convirtiendo en una sesión analítica escrita.
También es frustrante. Me gustaría contarle otras cosas: lo
feliz que soy a pesar de mis dudas y miedos, lo bien que me
siento a pesar de las depresiones ocasionales, dolores de ca-
beza y problemas estúpidos, lo cerca que me sentí de usted
cuando salí la primera vez; casi le llamo por teléfono para
decírselo.

Han pasado cuatro años más, y han demostrado que la


mejora sintomática de la paciente no era un estado transito-
rio. Sus problemas en el momento de esta carta siguen siendo
los que se evidenciaban en sus sesiones de harmalina —una
dificultad para expresar su ira y una duda sobre la bondad de
su espontaneidad—, pero a estas alturas ya solo parecen una
sombra de su represión de la hostilidad y sus sentimientos de
culpa en las primeras etapas de su tratamiento. Con el tiem-
po, experimentó una nueva mejora al darse cuenta de que su
incapacidad para expresar ira estaba relacionada con una ima-
gen idealizada de sí misma como una persona «buena» y cari-
ñosa, y que había sido esclavizada por esta imagen en lugar de

242
La harmalina y el inconsciente colectivo

atreverse a ser ella misma, independientemente de sus limita-


ciones actuales. El proceso de curación no puede considerarse
completo, pero ahora está mucho más cerca de la naturaleza
de ese tigre que le sirvió de guía en la primera experiencia con
harmalina, espontánea y poderosa, graciosa y conocedora de
los misterios de la vida. Su evolución muestra la distancia y el
esfuerzo que puede mediar entre la presentación de cualquier
arquetipo en la fantasía y su encarnación, entre la armonía y la
belleza concebidas y experimentadas como una proyección en
una secuencia onírica y la experimentada en la vida cotidiana.
Parece haber cierta elaboración entre ambas, a fin de que una
determinada percepción abstracta obtenida en el dominio
simbólico pueda reconocerse en los detalles de la acción, de
modo que el «cielo» de una sesión de harmalina pueda, even-
tualmente, traducirse en términos terrenales.
El panorama de los informes de las sesiones en este capí-
tulo debería, a mi juicio, dar una idea justa del dominio espe-
cífico de experiencias donde la harmalina es un instrumental
que posibilita la apertura. Hablar de arquetipos es relevante,
pero esto no cubre la gama completa de reacciones a la droga.
Algunas de ellas, como muestran los informes de casos, pue-
den ser bastante personales. Pero algo vincula estas experien-
cias personales de reminiscencia, fantasía o insight con las del
tipo mítico: el instinto. Los temas más frecuentes que apare-
cen en el contenido de las visiones dañinas —los incisivos y
los negros— son imágenes muy expresivas del nivel instinti-
vo, primordial y natural de nuestra existencia, tanto en sus
connotaciones agresivas como en las sexuales. El tipo de vi-
sión mítica es aquella en la que las fuerzas instintivas están en
orden, y fluyen, podríamos decir, de acuerdo con el diseño

243
El viaje sanador

cósmico. El cuadro resultante es de gran belleza, ya que cada


elemento encuentra su lugar en el conjunto, que solo se enri-
quece con el conflicto y la destrucción.
En los tipos de visiones no místicas, la agresión y el sexo
aparecen como cuestionables o perturbadores, y esto, com-
prensiblemente, es más probable que ocurra cuanto más trai-
ga el individuo su vida personal y a sí mismo al escenario de
las visiones. Solo una persona libre de miedo y de culpa puede
ver en su propia vida y circunstancias el mismo brillo del mito
o del cuento de hadas, en el que cada objeto sugiere un signi-
ficado oculto y se erige por derecho propio en una joya. Para
ello, el mito abstracto de un héroe remoto es como un plano,
un mapa; o es como un medio que transmite una cierta acti-
tud que se puede trasladar a la contemplación de todos los
acontecimientos. No hace falta decir que ninguno de los pa-
cientes citados en este capítulo ha logrado alcanzar plenamen-
te tal objetivo.
Quiero terminar este capítulo señalando que, por muy
útil que pueda ser la harmalina pura en la psicoterapia, el tera-
peuta que emplea la droga debe tener siempre presente el
hecho de que algunos individuos son bastante insensibles a
sus efectos psicológicos. Como se ha mencionado anterior-
mente, algunos de ellos pueden no tener más que una reac-
ción física a la droga, un estado desagradable de malestar,
somnolencia y vómitos que es, muy probablemente, el resul-
tado de una reacción de conversión.4

4. En el trastorno de conversión, habitualmente debido a conflictos


psicológicos, la persona presenta ceguera, parálisis u otros síntomas neuro-
lógicos no explicables por medio de una valoración médica. (N. del E.)

244
La harmalina y el inconsciente colectivo

Al principio de nuestro trabajo con la harmalina, nos for-


mamos la impresión de que estas «reacciones adversas» (que
consisten en la falta de efectos psicológicos y la presencia de
angustia física) eran más probables en individuos que se sien-
ten comparativamente mal en su nivel de existencia animal,
que es la virtud que esta sustancia puede poner al descubierto.
Si fuera cierto que una reacción pobre o desagradable es la
consecuencia de un intento desesperado aunque inconsciente
de inhibir lo que la harmalina estimula, sería concebible que
esto pudiera ser obviado por otra sustancia.
Primero pensé en la mescalina, tanto por la condición de
autoaceptación que puede provocar como por el hecho de que
se ha demostrado que una de las adiciones de la bebida nativa
de la ayahuasca amazónica contiene DMT.5 Sin embargo, la
mescalina tiene efectos propios que pueden no ser deseables
en un caso determinado. Por otra parte, se ha demostrado que
la MDA cuenta con las propiedades de un aditivo ideal. La
cualidad de optimización de las sensaciones ofrecida por la
MDA facilita la decodificación de las imágenes visuales en la
experiencia directa; su cualidad de anfetamina sirve para con-
trarrestar la somnolencia inducida por la harmalina pura, y su
estimulación del impulso hacia el contacto y la comunicación
interpersonal se opone a la tendencia a la retirada que lleva a
algunos sujetos a un estado onírico, cuyo contenido no pue-
den recuperar más tarde.

5 F.A. Hochstein y A.M. Paradies, «Alkaloids of Banisteria Caapi and


Prestonia amazonicum», Journal of the American Chemical Society 79:
5735 (1957). DMT: N,N-dimetil triptamina.

245
El viaje sanador

Sin embargo, los efectos de la combinación de ambas


sustancias son, por lo visto, más que una suma de sus propie-
dades por separado.6 En primer lugar, la duración de la expe-
riencia con MDA es mucho mayor, con un promedio de
doce horas. Cualitativamente, puede haber diferencias en las
que no entraré, ya que su importancia clínica es escasa. Sin
embargo, hay un tipo particular de reacción que, por poco
común que sea, merece una mención especial, tanto para ad-
vertir como para tranquilizar sobre ella. Se trata de un estado
de confusión y de gran excitación en el que una persona
puede hablar con compañeros de ensueño y golpear a su alre-
dedor, incluso a riesgo de golpearse contra las paredes o los
muebles. Al parecer, la agresión que normalmente emerge en
las experiencias con harmalina en la forma simbólica de ani-
males u otras fantasías, se liberaría aquí de manera física,
aunque todavía en un mundo de fantasía de delirio. He visto
que esto sucedía en dos ocasiones (de entre unas treinta sesio-
nes), y la reacción fue seguida, en ambos casos, por un episo-
dio de amnesia. Por alarmantes que fueran estas sesiones en
aquel momento, sin embargo, demostraron ser extremada-
mente beneficiosas para los pacientes por razones sobre las
cuales apenas podemos especular.

6. Hoy en día, es conocido que la combinación de harmalina —por


su condición de inhibidora de la monoamino oxidasa (IMAO)— y de
MDA o MDMA —por aumentar los niveles de serotonina— podría su-
poner un cierto riesgo de crisis hipertensiva o incluso de síndrome seroto-
ninérgico. Como el mismo autor pudo descubrir a lo largo de décadas de
labor como guía e investigador psicodélico, existen otras combinaciones
más aconsejables, como la de MDMA con LSD, psilocibina, ketamina o
mescalina, o la harmalina con psilocibina, etc. (N. del E.)

246
La harmalina y el inconsciente colectivo

En un caso, la paciente era una joven tímida e inhibida


que, al principio de su sesión, empezó a gritarle a su madre
ausente todo lo que había retenido a la hora de expresarse y
todo lo que sentía hacia ella. Pronto, su habla se hizo confusa,
e interactuar con ella fue casi imposible. Siguió interpretando
partes de algún diálogo, que cada vez se hacía más difícil de
seguir debido a su murmullo. Aun así, era obvio que la perso-
na directa y enérgica en la que se convirtió en ese momento
era lo opuesto a su tímido y deprimido ser ordinario. Cuando
se recuperó, estaba algo magullada como resultado de haber
estado rodando por el suelo, pero su voz y su estilo de movi-
miento habían cambiado, conservando parte de la resolución
que le faltaba en la vida, pero que había mostrado en su estado
de embriaguez. Este cambio no solo fue duradero, sino que se
reflejó en sus sentimientos y decisiones. En este caso particu-
lar, la paciente había experimentado anteriormente algunos
momentos de una libertad excepcional bajo los efectos del
LSD, en un entorno no terapéutico, pero esta libertad no se
había trasladado a su vida. En esta ocasión, sin embargo,
cuando ni siquiera recordaba lo que había sentido y dicho, su
pérdida temporal de control resultó ser una catarsis que cam-
bió su vida.
El otro caso fue similar en esencia: el de una mujer con un
problema de frigidez y con un carácter ligeramente compulsi-
vo, que se revolcaba y hablaba durante horas sin recordar su
experiencia, pero que salió de su sesión muy refrescada y con
una capacidad de disfrute sensual desconocida para ella hasta
entonces.
Al mencionar estas dos experiencias, quiero compartir el
sentimiento de confianza que me ha quedado después de la

247
El viaje sanador

preocupación inicial ante sus efectos; una confianza que, creo,


puede ser beneficiosa para que otros pacientes se sientan ro-
deados de ella en situaciones similares. Nosotros, los psiquia-
tras, tendemos a poner mucha fe en el valor de la expresión
verbal y a subestimar el valor de la expresión motora tal como
la muestran estos pacientes, llamándolo simplemente excita-
ción psicomotora. Aunque los casos puros de ello, como los
anteriores, son raros, creo que es importante conocerlos, debi-
do a la luz que arrojan sobre la dimensión no verbal de cada
experiencia con drogas, si no de cada sesión terapéutica.

248
v
ibogaína, fantasía y realidad

La ibogaína es uno de los doce alcaloides obtenidos de la raíz


de la planta Tabernanthe iboga, originaria del África Occiden-
tal. Según informes imprecisos sobre su uso local en el Con-
go, se creía que era principalmente un estimulante, y por ello
se menciona en la obra Las drogas y la mente, de Robert S. de
Ropp. El extracto de iboga se introdujo también como esti-
mulante en la medicina francesa hace varios decenios.1
En julio de 1966 presenté, en la conferencia sobre sustan-
cias psicodélicas organizada en San Francisco por el roshi Ri-
chard Baker para la Universidad de California, un informe
sobre mi trabajo inicial con el alcaloide como complemento de

1. El hallazgo de Gershon de que la ibogaína es un IMAO (inhibidor


de la monoamino oxidasa) explica su uso clásico y demuestra que fue el
primer antidepresivo de este tipo en la medicina oficial, mucho antes de la
llegada de la iproniazida, el Tofranil, etc.

249
El viaje sanador

la psicoterapia, en el que se describían los efectos alucinógenos


de las dosis más altas de ibogaína. Desde entonces, un número
cada vez mayor de psiquiatras, sobre todo en América del Sur,
la ha utilizado en un contexto similar.
Para la redacción del presente informe, he examinado los
apuntes de cuarenta sesiones terapéuticas con treinta pacien-
tes, en las que utilicé o bien ibogaína o bien extracto de iboga
total, además de diez sesiones con un grupo diferente, en el
que usé el extracto de iboga junto con una u otra anfetamina.
En mis declaraciones generales, también me baso en una ex-
periencia más amplia, no documentada por notas, que podría
utilizar para las estadísticas. Se trata, en parte, de la experien-
cia directa con otros pacientes y, en parte, de la información
acumulada en las reuniones clínicas con mis colegas de la
Universidad de Chile. Estimo que el número total de trata-
mientos de los que he sido testigo o que he conocido indirec-
tamente es de un centenar, aproximadamente.
En cuanto a los efectos físicos, ni la ibogaína ni los alcaloi-
des harmala causan dilatación de las pupilas o un aumento de
la presión sanguínea, como es el caso de los alucinógenos si-
milares al LSD o los derivados de la anfetamina MDA y
MMDA. La ibogaína también se asemeja a la harmalina en el
sentido de que provoca una alteración del equilibrio corporal
y vómitos con mayor frecuencia que cualquier otra sustancia
química que afecte a la mente, aparte del alcohol.
Ante la alta incidencia de estos síntomas, es aconsejable
administrar la droga cuando el paciente tiene el estómago
vacío, y no utilizar más de 4 mg por kilogramo de peso corpo-
ral en una primera sesión. La dosis óptima puede oscilar entre
3 y 5 mg por kilogramo, dependiendo de la sensibilidad del

250
Ibogaína, fantasía y realidad

individuo a la droga.2 La dramamina también puede utilizarse


como preventivo de los vómitos, ya sea en una primera sesión
o después, si se sabe que el sujeto muestra una tendencia a re-
accionar con vómitos.
Un cómodo sofá o cama debe ser incluido en el entorno
del tratamiento, ya que la mayoría de los pacientes desean
estar acostados durante las primeras horas, o incluso durante
la mayor parte de la sesión, y sienten náuseas cuando se levan-
tan o se mueven. Sin embargo, otros sienten el deseo de mo-
verse o incluso de bailar en algún momento de la sesión
(treinta y cinco por ciento, según mis datos), y esto puede re-
sultar un aspecto muy significativo de su experiencia, como se
explicará más adelante. Por esta razón, es deseable un cierto
grado de espacio para moverse.
Procediendo al dominio subjetivo, se encuentra cierta si-
militud entre el contenido de las experiencias obtenidas con la
ibogaína y las típicas de la harmalina, aunque es también en
este ámbito donde la especificidad de cada uno se hace más
notable. En términos generales, se puede decir que los conte-
nidos arquetípicos y los animales son prominentes entre las
visiones producidas por ambos, y las acciones involucradas en

2. Con tales dosis tomadas oralmente en una cápsula de gelatina, los


síntomas se manifiestan unos cuarenta y cinco a sesenta minutos des-
pués de la ingestión. Estos pueden extenderse de ocho a doce horas, y
algunos pacientes han informado de secuelas subjetivas incluso veinti-
cuatro (veinte por ciento), treinta y seis (quince por ciento) o más (cinco
por ciento) horas después. Sin embargo, incluso en esos casos, el pacien-
te suele ser capaz de funcionar normalmente después de seis a ocho ho-
ras desde el comienzo de los efectos. En la mayoría de los casos, he ter-
minado la sesión terapéutica en siete horas o menos, dejando al paciente
en agradable compañía.

251
El viaje sanador

la trama de las secuencias oníricas a menudo se acompañan de


visiones de destrucción o de sexo.
A pesar de la similitud señalada entre la ibogaína y la har-
malina, hay especificidades de la primera que le otorgan un
lugar propio en la psicoterapia. La ibogaína provoca una ex-
periencia que no es tan puramente visual y simbólica como la
de harmalina. Con ninguna droga he sido testigo de explo-
siones de rabia tan frecuentes como con esta en particular: la
agresión es un tema frecuente en las experiencias con la har-
malina, pero en ella solo se representa con símbolos visuales.
La trimetoxianfetamina (TMA) —que, según se ha informa-
do, libera los sentimientos de hostilidad— se caracteriza,
según mi experiencia, por un estado de delirio en el que la
hostilidad se expresa en forma de pensamientos paranoicos
más que como un sentimiento real. Con la ibogaína, la ira no
se dirige (mejor, diría que se transfiere, en el sentido psicoa-
nalítico) a la situación presente, sino más bien a las personas
o situaciones del pasado del paciente, hacia quienes, y por
quienes, fue originalmente despertada. Esto concuerda con
la tendencia general de la persona bajo los efectos de la ibo-
gaína de preocuparse por las reminiscencias y fantasías de su
infancia.
La importancia que adquieren los animales, los hombres
primitivos, los temas sexuales y la agresión en las experiencias
con la ibogaína y la harmalina, justificaría que se las conside-
rara como drogas que sacan a relucir el lado instintivo del psi-
quismo. Este acento en el hombre-animal contrasta con el
efecto de los psicodélicos etéreos o aéreos, que ponen de ma-
nifiesto al hombre-dios o al hombre-diablo, y con las drogas
centradas en el ser humano como la MDA o la MMDA, que

252
Ibogaína, fantasía y realidad

llevan a la persona a concentrarse en su individualidad y en su


relación con los demás.
Aparte de las diferencias en la calidad de la experiencia
con la ibogaína, también existen diferencias de contenido res-
pecto a la harmalina: un contenido que es menos puramente
arquetípico, con más imágenes de la infancia y ciertos temas
que, al parecer, son específicos del estado mental evocado por
el alcaloide, en particular las fantasías relacionadas con fuen-
tes, tubos y criaturas de los pantanos. El lector apreciará esta
especificidad a lo largo de las ilustraciones clínicas de las si-
guientes páginas.
El primer informe de un caso que presento consiste en la
descripción de una sesión completa. La variedad de episodios
que contiene puede servir como un panorama condensado de
los diversos efectos de la droga, y nos lleva a valorar cuán rele-
vantes pueden llegar a ser en psicoterapia.
El protagonista de este ejemplo es un médico en forma-
ción psiquiátrica cuyo interés en un encuentro terapéutico
surgió a partir de una sensación de falta de contacto con los
demás y de su dificultad para entregar todo su ser a su vida
amorosa, a su trabajo o a su obra en general. «Siento que
mucho de lo que hago es automático y que no tiene un valor
—dijo—. Me gustaría que mi contacto con los demás fuera
más de esencia a esencia».
Como preparación para la sesión con ibogaína, se había
sometido a cuatro sesiones de terapia gestalt y cumplió con la
petición de que escribiera una autobiografía. Cuarenta y cinco
minutos después de la ingestión, informó de una gran relaja-
ción y de un deseo de acostarse. Así lo hizo, doblando los bra-
zos y las piernas y cerrando los ojos, mientras escuchaba un

253
El viaje sanador

disco que había traído consigo. Cada nota de la música era


clara y contundente, de una manera que dijo no haber escu-
chado nunca antes.
Cuando abrió los ojos, se sorprendió por la belleza y la ri-
queza de detalles de los objetos de la habitación, que no había
notado previamente. Mirando las fotografías del libro The
Family of Man, que estaba al lado del sofá, tuvo una visión
tanto del significado de las escenas como de sus propias acti-
tudes. Después de esto, sintió ganas de volver a acostarse, y
cuando cerró los ojos tuvo una fantasía en la que aparecía su
padre haciendo muecas como en un juego y con una sonrisa
satisfecha. Comentó que así era como la expresión de su padre
debió de haberle parecido cuando era pequeño. Pero entonces
la expresión de su rostro se convirtió en una contorsión de
enorme rabia. Visualizó a una mujer desnuda con redondas
caderas que ocultaba su cara entre los brazos, y luego apareció
su padre, también desnudo, cayendo sobre ella para penetrar-
la. Sintió una rabia controlada en la mujer, a la que ahora
identificaba como su madre.
Elegí esta secuencia como punto de partida para un pro-
cedimiento terapéutico y le pedí al paciente que hiciera que
estos personajes hablaran entre sí. Fue un medio para sacar a
la luz el contenido latente de las imágenes, para que se fuese
consciente y explícito. «¿Qué dice ella?». «Vete». «¿Qué siente
él?». No se lo podía imaginar. «Tal vez perplejidad», sugirió.
Este era un momento apropiado para dar otro paso en la
misma dirección, es decir, para desplegar y llevar a las esferas
del sentimiento y la acción el significado que está empaqueta-
do en la fantasía. «Ahora conviértete en tu padre —le pedí—.
Conviértete en él sacando tu mejor habilidad dramática y,

254
Ibogaína, fantasía y realidad

desde ahí, escucha lo que te ha dicho ella». Ahora se encontró


capaz de hacerse pasar por su padre y sintió, no perplejidad,
sino una gran pena, sufrimiento y rabia ante el rechazo. Escri-
bió al día siguiente: «Veo a mi madre dura, sin afecto y asusta-
da, y ya no considero a mi padre como ese ser insensible que
la hiere con sus aventuras amorosas, sino como alguien que
quiere abrir la puerta de su amor sin éxito. Sin embargo, sien-
to compasión por mi madre».
Siguió la fantasía de ser lamido por un león, y luego una
leona le arrancó los genitales a mordiscos, dejándolo como un
muñeco sin vida. En este punto, dejó el sofá, caminó alrede-
dor de la sala y salió al jardín, donde todo le pareció «como si
existiera por primera vez». Volvió a la habitación, puso en el
tocadiscos La consagración de la primavera, de Stravinski, y
con las primeras notas se sintió atraído a moverse, concreta-
mente las manos.
Así es como describió la experiencia más tarde: «Poco a
poco me entregué al ritmo, así que pronto me encontré bai-
lando como un poseso. Me sentí equilibrado, expresivo y,
sobre todo, yo mismo. En un momento dado, me vi en el espe-
jo y noté un movimiento convencional de las manos que no
provenía de la música. Lo rechacé de inmediato. Cuando una
parte del disco se acabó, le di la vuelta y seguí bailando. No
sentí ninguna fatiga, y el movimiento me proporcionó un
gran placer».
Después del baile, propuse que trabajáramos en un sueño,
que no describiré, aunque era importante para darle un mayor
sentido de su propio valor. Siguiendo el sueño, miró las foto-
grafías familiares que había traído consigo y que ayudaron a
aclarar más su relación con su padre y su madre. Cuatro horas

255
El viaje sanador

después de que aparecieran los primeros síntomas, sintió que


gran parte del efecto de la ibogaína había desaparecido. Habló
con algunos amigos que vinieron. «Algunos rostros los vi muy
hermosos y expresivos —informó más tarde—. Otros los vi
distantes, temerosos, y no mostraban su belleza, sino que la
escondían detrás del miedo». Esta percepción de las máscaras
que la gente usa, como él dice, continuó al día siguiente.
Después de la sesión, el sujeto sintió que la experiencia
había sido valiosa para él en varios sentidos. Al cabo de un
mes, señaló diferentes aspectos de su vida en los que sentía
mejoría. A uno de ellos se refiere en los siguientes términos:

Una finura de percepción, una revelación de lo verdadero o


genuino, un conocimiento de que hay cosas falsas e incom-
pletas en el mundo, actitudes humanas que no son comple-
tas, experiencias que se diluyen, obras que están a medias.
Ahora siento la necesidad de ir más allá de esto. Y reconozco
la agresión como un medio para trascenderlo.

Quizás sea este el momento apropiado para mencionar


que, a pesar del deseo del sujeto de pasar por la experiencia,
podría haber sido descrito como un viscerotónico satisfecho,
despreocupado y pasivo, y que ahora, sin embargo, se ha vuel-
to una persona más esforzada, activa y firme.
Otro beneficio de la sesión, según su informe, es que sus
relaciones familiares se han aclarado. Ahora siente que puede
ver a sus padres como realmente son; se ha dado cuenta de lo
«castrante» que había sido la relación con su madre.
Como tercer beneficio de la experiencia, cita el conoci-
miento o la consciencia del cuerpo como medio de expresión,

256
Ibogaína, fantasía y realidad

como se hizo evidente para él durante el baile: «Era importan-


te para mí saber —afirma— que hay movimientos míos que
no son míos sino prestados, utilizados con fines, pero que no
emanan de un ser interior». Esta consciencia de la distinción
entre lo que proviene de su «ser interior», y lo que no es real-
mente suyo, parece la misma capacidad para diferenciar lo
que es genuino de lo que no lo es en otros dominios, y es la
fuente de su nuevo anhelo de mayor profundidad en la expe-
riencia, en la acción y en las relaciones. También tiene que ver
con lo que él considera otra área de progreso, que es una con-
ciencia duradera acerca de las «máscaras»: «una conciencia de
cómo se manipulan los rostros, y cómo detrás de las máscaras
hay miedo».
Finalmente, el paciente ha descubierto tanto una falta de
experiencia de lo religioso como el hecho de que lo que solía
considerar como sus problemas religiosos eran solo asuntos
imaginarios.
A todo ello hay que añadir que el sujeto había sido un ca-
tólico devoto y bastante proselitista, criado en una escuela re-
ligiosa y miembro de varias organizaciones devotas. Para las
personas que lo conocían bien, y para mí mismo, gran parte
de su religiosidad parecía convencional, y algunos problemas
que calificó como «religiosos» tenían que ver con la decisión
de aceptar o de rechazar una autoridad religiosa dogmática.
Cabe señalar que su toma de conciencia acerca de la diferen-
cia entre los conceptos de religión y de experiencia religiosa
propiamente dicha no fue fruto del debate sobre su vida y sus
problemas, sino que surgió espontáneamente al ver las foto-
grafías de la colección The Family of Man, donde encontró la
imagen de un monje budista rezando con verdadera devoción

257
El viaje sanador

junto a otra de un hombre arrodillado con un respeto idólatra


hacia la autoridad religiosa.
La sesión que he relatado brevemente muestra una varie-
dad de situaciones que han sido fuente de insights y de benefi-
cios terapéuticos: relajarse, bailar, mirar objetos y personas,
fotografías, representar fantasías, trabajar en un sueño, un en-
sueño guiado... Todos estos son dominios posibles para el des-
pliegue del ser y del autodescubrimiento, o para procedimientos
psicoterapéuticos más elaborados. En el caso de esta persona
en particular, encontramos que es de su contacto con el mundo
exterior de lo que podemos hablar más apropiadamente en tér-
minos de autodespliegue, autoexpresión, autodescubrimiento.
De hecho, su experiencia básica fue, en la danza, la de su pro-
pio estilo y sus propios movimientos; la observación de objetos
o personas externas le llevó a descubrir la verdad de las cosas
mediante el uso de sus propios ojos, cuyo funcionamiento, en
cierto modo, había dejado en suspenso. La fantasía, sin embar-
go, tenía una cualidad experiencial diferente. La escena sexual
en la que su madre rechaza al padre, o la de la leona castradora,
o la secuencia de sueños, que he omitido en pro de la breve-
dad, expresan su psicopatología más que su cordura y su perso-
nalidad fragmentada más que su ‘yo’. Mientras que la vida
puede ser el mejor psicoterapeuta en los momentos en que
fluye a su ritmo natural y sin distorsiones, no es así en los mo-
mentos en que los subyoes de la persona están en conflicto. Es
aquí donde el psicoterapeuta se encuentra en su propio ele-
mento. Aquí, su función, como la del chamán esquimal, es la
de encontrar almas perdidas. En consecuencia, es con los lados
más oscuros de las experiencias de la ibogaína con los que tra-
tará la mayor parte de este capítulo.

258
Ibogaína, fantasía y realidad

Sin embargo, antes de entrar en ese dominio, debemos te-


ner en cuenta la forma más típica de la experiencia cumbre de
la ibogaína, que es precisamente la que el sujeto del ejemplo
anterior no mostró. Mientras que, en su caso —probable-
mente debido a su carácter extrovertido—, fue su contacto
con el mundo exterior lo que estuvo impregnado de las parti-
cularidades de la experiencia cumbre, para otros es el medio
simbólico de la imaginería el que refleja tal cualidad, asu-
miendo formas de gran belleza y sentido, o el significado del
mito a desvelar. Este es el reino de la experiencia arquetípica,
si tomamos la expresión en su significado más común, que
destaca el aspecto visual de la representación. Sin embargo,
sobre todo a partir de mi experiencia en el trabajo con la ibo-
gaína, creo que la esencia de un arquetipo no es el símbolo
visual, sino la experiencia que este transmite, y tal experiencia
puede encontrar una forma de expresión motora (danza, ri-
tuales) igual que la que se proyecta en la percepción del
mundo exterior. Este fue el caso de nuestro paciente cuando
percibió las cosas «como si acabaran de ser creadas», o cuando
experimentó un sentimiento de comunicación con la propia
identidad de otras personas más allá de sus máscaras, o cuan-
do, al mirar las fotografías, se hizo propenso a ver cada gesto
como un símbolo y como la encarnación de una intención
trascendente o, por el contrario, como algo notable por su
falta de sentido. Cualquiera que sea la validez de hablar de
percepción, movimiento, pensamiento o relación arquetípi-
cos, así como de imaginación arquetípica, esta última es un
acontecimiento psicológico distinto que ha formado parte de
la experiencia, ya sea fugazmente o a lo largo de gran parte de
la sesión, de aproximadamente la mitad de las personas que

259
El viaje sanador

tomaron ibogaína. A continuación, incluyo algunas citas de


un relato retrospectivo sobre uno de estos temas:

Veo AZUL, azul, azul. Estoy en el suelo, pero con el cuer-


po en posición vertical. Puedo girar fácilmente hasta adop-
tar la postura sentada. Todo es azul... azul... Todo es
hermoso. Extiendo mi brazo y, al girar, dibujo un círculo a
mi alrededor. Estoy sentado en el suelo, y dibujo un círcu-
lo blanco a mi alrededor en esta atmósfera azul turquesa en
la que floto. Luego dibujo con mi mano un círculo blanco
más pequeño mientras miro hacia arriba. Estoy completa-
mente rodeado por esta atmósfera azul en la que veo un
círculo blanco a mi alrededor y un círculo más pequeño
arriba... blanco también. Esta atmósfera es densa. Trato de
mirar a través de mi círculo superior... ¿Un periscopio?
¿Qué es lo que hay? Un rayo de luz clara se está formando
en esta densa atmósfera azul. Se está convirtiendo en un
rayo de luz. Miro, miro a través de mi círculo blanco, miro,
y hay más luz entrando en este tubo, más luz blanca, más y
más, con una fuerza cegadora y que lo llena todo, y siem-
pre más. Y más, y más. Miro a través de ese rayo de luz
blanca y sé que Él está ahí, Él, y... y esa luz, ese tubo, ese
inmenso rayo blanco más allá, ¡es azul, azul, AZUL! (y este
es un azul diferente al de la primera vez). Este es un azul
puro, limpio, transparente, eterno, infinito, sereno, que se
eleva, ¡ese es el TODO! Blanco-azul que es distancia sin
física, enormidad sin medida, Universo sin leyes. Era Dios.
Era Dios. Dios. Dios.
Esto fue inesperado. Lloré. Lloro ahora y cada vez que
lo recuerdo. Me retiro para recordar y llorar.

260
Ibogaína, fantasía y realidad

Otra vez la nada. Siento la plenitud en la relajación


como después de un gran dolor. Estoy en el suelo otra vez y
escucho la música de la radio con ritmos rápidos. Ahora es
mi cuerpo el que responde, no mi mente ni mi espíritu. Me
siento como un cachorro. Estoy rodeado de otros cachorros
y juego con ellos. Escucho sus dulces ladridos. Entonces
creo que soy un gato... ¡No! ¡Soy un poni! Galopo. Ahora
soy algo así como un tigre... como... ¡soy una pantera! ¡Una
pantera negra! Me defiendo, retrocedo. Respiro con fuerza,
con la respiración de una pantera, ¡con la respiración de un
felino! Me muevo como una pantera, mis ojos son de pante-
ra, y puedo ver mis bigotes. Gruño y muerdo. Reacciono
como una pantera que se defiende y ataca.
Ahora escucho los tambores. Bailo. Mis articulaciones
son engranajes, bisagras, tuercas. Puedo ser una rodilla, un
tornillo, puedo ser cualquier cosa, casi todo. Y me pierdo de
nuevo en ese caos de la nada y en las sensaciones que se rela-
cionan con ideas abstractas, con formas vagas y cambiantes,
donde está la intuición de la verdad de todo y un Orden que
uno está a punto de descubrir.

Y hacia el final de la sesión, cuatro horas más tarde:

De nuevo en la nada. Cansancio. Estoy de rodillas en el


suelo, mis manos en la alfombra, mi cabeza colgando. Siento
que la ola viene de nuevo, el mareo se apodera de mí. Presio-
no el suelo... estoy sobre una tapa... una gran rueda que tam-
bién es una tapa, ¡y debo abrirla! Me esfuerzo al máximo para
hacerla girar, agarrando los radios. La tapa gira, gira. De re-
pente me encuentro debajo de ella, en una gran rueda con

261
El viaje sanador

radios y espacios entre ellos. Hay un eje grueso en el centro


que parece unido a la tapa, y también va más allá bajo la
rueda en la que estoy. ¿Cómo he caído aquí? No puedo expli-
carlo. No me di cuenta cuando me caí... debo salir de aquí...
¡debo salir! Subir es imposible. Debo estar aquí abajo.
A través de los barrotes veo una profunda oscuridad.
Tal vez caiga por ese tubo de vacío... No importa... Debo
salir de aquí, lejos de esta rueda que está suspendida en este
tubo sin paredes. Tal vez a través del mecanismo del eje... Sé
que esta rueda puede subir y bajar. Desesperadamente,
busco entre las partes del mecanismo. Escucho la voz del
doctor diciéndome: «Tú serás el eje». Sorpresa. Empiezo a
sentirme como el eje. Acerado, duro, girando, girando, gi-
rando, con un ruido. Soy el eje durante horas y horas... No
existe el tiempo cuando soy el eje. Giro y hago ruido. Giro,
giro, giro... Siento que estoy levantando mi eje derecho, que
gira. Me elevo lentamente hasta el límite de lo estirable,
siempre como un eje. Mi mano, entonces, se mueve hacia
adelante. Tengo una daga en la mano, ¡y voy a matar! ¡Voy a
matar! Doy un paso adelante para matar. ¡Voy a matar a
una... una... una... una... una momia! ¡Qué horrible es! ¡Es el
cadáver momificado de una mujer, seco, con una piel ma-
rrón como el cuero, y tiene una venda sobre los ojos! Y
muestra una sonrisa espantosa y dulce, como si tuviera dul-
ces sueños o escuchara irónicamente lo que está pasando.
Hundo mi daga en ella dos veces. Siento que se rasga como
el cuero. Me siento sucio, absurdo...

Estos extractos son suficientes para mostrar varios de los


motivos característicos de las imágenes de la ibogaína: la luz (y

262
Ibogaína, fantasía y realidad

en particular sus colores blanco y azul), los animales (y más


específicamente los felinos), el movimiento de rotación y las
formas circulares, y el tubo. En el presente contexto, el tubo
está claramente vinculado a la imagen de la oscuridad, el
movimiento descendente y el encierro, constituyendo un
complejo que es el polo opuesto al del rayo de luz blanca que
se eleva, y al sentido de libertad implícito en las escenas ini-
ciales. Más adelante en este capítulo, explicaré con más deta-
lle cómo la imagen del tubo puede desempeñar un papel
importante en las sesiones de ibogaína, y si hubiera tenido
más experiencia en este asunto en ese momento, habría es-
perado a que se completara el descenso que el paciente ya
estaba previendo, y probablemente le habría animado a caer
en la oscuridad. Sin embargo, el resultado de este episodio
en particular —un repentino estallido de agresión que tuvo
lugar al final— también ilustra un rasgo frecuente de las ex-
periencias con la ibogaína, y sospecho que se trata de un
avance terapéutico parcial.
Esa hostilidad podría entenderse como el polo opuesto a
la sensación de encierro de la imagen anterior, que a menudo
he visto como su antecedente en otros casos, ya sea en forma
de imágenes o como una sensación de restricción, falta de li-
bertad, pesada apatía, o como una sensación física de estar
encerrado y limitado en el cuerpo. Me siento atraído a inter-
pretar tales experiencias como un giro hacia el interior y una
parálisis del potencial agresivo de la personalidad, que, una
vez dirigido hacia su objetivo natural en el exterior, conduce a
sentimientos de alivio, libertad y poder. En este caso, sin em-
bargo, la culpa que el paciente sentía después de apuñalar a la
momia está lejos de tal alivio, y nos revela que se ha retirado

263
El viaje sanador

de nuevo, sin que todavía se sienta libre de esta presencia fe-


menina en su mundo interior.
Uno podría preguntarse qué relevancia puede tener una
experiencia tan impersonal como esta para el esfuerzo tera-
péutico, y más generalmente para los sentimientos o el com-
portamiento de una persona en el mundo cotidiano. En el
presente caso, el sujeto no tiene dudas:

En mi vida cotidiana, no dejo de descubrir pequeños deta-


lles así de importantes. Todo lo que dije tenía una trascen-
dencia, una realidad simple y verdadera, una importancia en
términos de sinceridad que tiene aún hoy y que seguirá te-
niendo mañana. No reaccioné de manera normal a las cosas,
sino de una manera que era... ¿emocional? No... sensible. No
hablé vagamente, sino directamente al grano, y tomé deci-
siones sabias.

Esta primera repercusión de la sesión podría entenderse


como una transferencia de un modo arquetípico de percep-
ción a la vida cotidiana, no en el sentido literal de alucinar,
sino en el sentido de ver las palabras y acciones ordinarias
como instancias de significados más universales. Incluso cinco
meses más tarde, pensó que sus juicios sobre situaciones per-
sonales, asuntos estéticos y temas cotidianos le parecían «más
completos» que antes.
Otro efecto de la sesión fue en su estado de ánimo. Su
descripción del mismo fue «tranquilidad espiritual». Había
sido propenso a sentirse apurado la mayor parte del tiempo,
ansioso por el gasto de tiempo y esfuerzo; ahora habla de «una
tranquilidad ante la certeza de que el mundo entero, del que

264
Ibogaína, fantasía y realidad

soy espectador y parte, está vivencialmente dentro de mí, y no


es algo remoto o misterioso».
En su relación con los demás, el efecto posterior fue el de
una mayor empatía, resultado de su propia introspección me-
jorada. Cuatro meses después de la sesión, dice: «Vi que tenía
muchas partes, y para cada una había un pequeño todo. Y vi
que el resto de las personas eran iguales. ¡Había tanta intensi-
dad de contacto humano en esos días! Me vi a mí mismo en
cada actitud de los demás hacia lo que les interesaba. No me
identificaba con ellos como un todo, pero los entendía desde
dentro».
No he visto que una experiencia de contenido arquetípi-
co tenga necesariamente las consecuencias que tuvo esta en
particular. Tanto la ibogaína como la harmalina pueden pro-
vocar secuencias míticas, oníricas, que se contemplan con
poca implicación emocional, siendo el resultado de tales se-
siones igual al que podríamos esperar de la exposición a una
película de contenido similar. Sin embargo, la experiencia
descrita anteriormente difiere de la contemplación pasiva de
una película en que el sujeto participa definitivamente en
cada una de las escenas. Él era el receptor de la luz, era él quien
se convertía en animales o en piezas mecánicas, y mientras se
veía a sí mismo en la tapa circular y trataba de abrirla, en rea-
lidad presionaba con las manos en el suelo. No solo se experi-
mentaba a sí mismo como actor de su propia fantasía, sino
que reaccionaba a los acontecimientos con sentimientos in-
tensos y movía continuamente su cuerpo.
Así como el impacto de una obra de arte dependerá de
que vayamos más allá de nuestras percepciones sensoriales, re-
quiriendo alguna medida de empatía, y así como una novela

265
El viaje sanador

no tendría sentido para nosotros a menos que pudiéramos


identificarnos con sus personajes, metiéndonos en sus zapatos
o reconociéndolos implícitamente como partes de nuestro
teatro interior, lo mismo puede decirse de las producciones de
fantasía. El que estas aparezcan para la persona como produc-
ciones de su cerebro, poco interesantes y sin sentido, o como
jeroglíficos sugestivos o como revelaciones trascendentes, de-
penderá con toda probabilidad del grado de su contacto con
su vida inconsciente en general, y con el manejo que se haga
de una sesión. Pero creo que esto también puede estar sujeto a
alguna regulación farmacológica, y más adelante hablaré de la
asociación de la ibogaína con las drogas potenciadoras del
sentimiento.
Al comentar su sesión, el paciente dijo, más tarde, que fue
una sorpresa para él, dadas sus previas expectativas románti-
cas. En lugar de una experiencia de integración en el «orden
cósmico o en la raza», «lo simple y primordial, lo elemental y
lo telúrico» y, en definitiva, lo misterioso, encontró «un
mundo propio, personal, sincero, sencillo, que tal vez coinci-
de en cierta medida con todas las experiencias de mi vida, que
no son tan numerosas como me hubiera gustado, pero que
son mías. Sí. Era una mezcla de desencanto y asombro. ¡Ma-
ravilla! El pájaro azul está en tu casa».3

3. El cuento del pájaro azul es una antigua historia, probablemente


árabe, aunque reelaborada por Maeterlinck, que Claudio Naranjo gustaba
de relatar. Cuenta la búsqueda, a lo largo de muchos años y países, de esta
ave que simboliza la felicidad, la conciencia o incluso la iluminación. Al
no obtener resultados, el ya anciano protagonista regresa y descubre que,
en realidad, el pájaro azul anida en el jardín de su propia casa. (N. del E.)

266
Ibogaína, fantasía y realidad

En general, creo que este es un informe significativo en el


sentido de que nos pone al corriente de la importancia de una
experiencia prácticamente sin contenido personal. Esto puede
parecer una afirmación contradictoria con la del paciente, que
afirma haber descubierto la riqueza de su propio mundo. Po-
demos decirlo de otra manera, y afirmar que el único elemen-
to personal en la experiencia del sujeto es la de sí mismo como
contenedor de todos sus sentimientos, la fuente de todas sus
imágenes y acciones.
Pero estos sentimientos, imágenes y acciones no son los
de su vida consciente anterior. Para cualquiera que viera sus
movimientos, se parecerían más a los de un ritual que a los
de la práctica, así como sus sentimientos están en el dominio
de lo religioso o estético, y sus imaginaciones en el de lo mí-
tico más que en el de lo personal. Y así como su experiencia
tuvo un valor intrínseco para él en ese momento, su conse-
cuencia natural es, por lo visto, una mejora de esos matices
estéticos, religiosos y míticos en la realidad cotidiana, y un
aumento de la inspiración que le produce una íntima sensa-
ción de satisfacción.
Solo hacia el final de la sesión, en la última secuencia ci-
tada, aparece el conflicto, y podemos sentir una realidad per-
sonal detrás del velo de la simbólica escena del crimen. El
hecho de que este fuera el último episodio de fantasía de la
sesión sugiere que podría haber continuado mostrando ma-
terial más personal y psicopatológico, pero que fue reprimi-
do, y en cualquier caso no podemos saberlo. Sin embargo, sé
por otras instancias que una experiencia cumbre no compor-
ta necesariamente la trascendencia de conflictos personales
crónicos. Puede, simplemente, suceder que estos no llegan a

267
El viaje sanador

ser despertados por la situación real o imaginaria que es el


centro de atención del sujeto.
Creo que puede ser útil, en este sentido, examinar una ex-
periencia cumbre en términos de su totalidad, y no solo de su
calidad. Así como he hablado de experiencias visuales arquetí-
picas que son incompletas en el sentido de que el sujeto no se
siente involucrado en la acción simbólica, también hay otras
en las que el elemento motor puede predominar, con leves
concomitantes ideacionales, o —con otras drogas más que con
la ibogaína— las sensaciones pueden estar disociadas de la ac-
ción o la comprensión. En el presente caso, creo que el carácter
incompleto de la sesión debe situarse en la esfera de lo relativo.
Así como el paciente extrovertido de nuestro ejemplo anterior
experimentó momentos de realización en el contacto con otros
(e incluso viendo fotografías de otros u objetos), el sujeto in-
trovertido de esta sesión se expresó mejor en imágenes y movi-
mientos, y no en la percepción del mundo exterior o en el
contacto. Incluso en sus imágenes hay un predominio de ele-
mentos, objetos y animales sobre los seres humanos. Cuando
aparecen otras personas (que he omitido de la cita), son vagas,
desconocidas, semimíticas y prácticamente sin relación con él
en la trama de su fantasía, excepto al final, en el apuñalamien-
to de la momia con la daga. Aparte de la ira y el consiguiente
sentimiento de suciedad en esta escena, los sentimientos inter-
personales están ausentes de su sesión, mientras que en una
experiencia cumbre completa sería de esperar que se expresa-
ran sentimientos de amor, así como de belleza y de santidad.
En el momento de esta sesión, todavía no estaba tan fami-
liarizado con el uso de la ibogaína como para tomar la iniciati-
va de presentar al paciente el desafío de la relación interpersonal,

268
Ibogaína, fantasía y realidad

sacando a relucir tanto las cuestiones (presumiblemente) evita-


das como su psicopatología. Sin embargo, esto es lo que he
hecho desde entonces en mi práctica, y creo que la exploración
del conflicto no solo puede conducir a un cambio más durade-
ro, sino que de ninguna manera resta valor a la contribución
de una experiencia cumbre.
El siguiente ejemplo muestra cómo un estado de disfrute
subjetivo y de integración relativa puede ser interrumpido por
un cambio en la atención hacia una cuestión conflictiva, a
medida que el paciente se enfrenta a emociones dolorosas,
solo para ser reanudado con mayor plenitud después de que
un problema se haya transitado con éxito.
Este ejemplo procede del relato de una mujer de veinti-
trés años de edad, de carácter aparentemente apacible, sumiso
y dependiente, que consultó en parte en cumplimiento de los
deseos de su marido, y también con la esperanza de lograr una
expresión más fluida de sus sentimientos y pensamientos. Su
dificultad para comunicarse se había convertido para ella en
una fuente de infelicidad en su matrimonio, y yo podía supo-
ner, a partir de las entrevistas con su marido, que su vida con
él debía ser una fuente de intensa frustración. Así lo expresó
durante las dos citas previas a la sesión con iboga, no por falta
de sinceridad, me pareció, sino por falta de conciencia sobre
sus sentimientos.
Aproximadamente en la tercera hora de la sesión, la pa-
ciente entró en un estado placentero de absorción en un
mundo de imágenes:

Estaba nevando. No era una nevada común. Los copos de


nieve eran muy grandes, y se podían ver las partículas que

269
El viaje sanador

los componían. Eran fibras muy finas con bordes irregula-


res, cubiertas con innumerables y pequeños diamantes. Los
copos de nieve bailaban y jugaban. En medio de este festín
de nieve me vi a mí misma como una hermosa joven, desnu-
da, con la piel muy blanca y el pelo largo y rubio. Bailé con
los copos de nieve en lo que parecía un concurso de agilidad.
Corrí detrás de ellos riendo, tratando de atraparlos, y cuan-
do lo conseguí, los apreté contra mi cara. Todo estaba baña-
do en una luz dorada. Transmitía una sensación de libertad,
belleza y alegría. Una gran paz me envolvió.

Lo relatado puede bastar como muestra de una experien-


cia cumbre vivida en el dominio simbólico de las imágenes
visuales. El sentimiento dominante y el contenido del impul-
so (como es frecuentemente el caso en las experiencias cum-
bre de la ibogaína) es transmitido por las imágenes de la danza
y la luz. La paciente tenía claro que la mujer que bailaba era
ella misma, y disfrutaba sintiéndose tan llena de vida, hermo-
sa y libre. Entonces sintió el impulso de bailar ella misma, en
lugar de limitarse a mirar imágenes mentales, pero, curiosa-
mente, no fue capaz de hacerlo. Se sintió débil y con náuseas,
y volvió a acostarse.
A partir de mi experiencia con la droga, tengo la impre-
sión de que su efecto está estrechamente relacionado con el
ámbito de la acción y, en particular, con el movimiento físico.
Muchas de las imágenes pueden sugerir tal movimiento
(baile, tambores), pero las experiencias que me han sorprendi-
do como más satisfactorias y completas han supuesto la parti-
cipación real del cuerpo (cabe señalar que la raíz de la iboga es
consumida por danzarines rituales en Gabón).

270
Ibogaína, fantasía y realidad

La calidad puramente visual de la experiencia descrita,


más el repentino malestar que sintió al intentar representar
con su yo físico la danza que estaba saboreando en su imagi-
nación, me sugieren lo que podría ser una experiencia cumbre
encapsulada: una que no puede ser llevada a cabo en más de
un campo de experiencia, y que solo puede sostenerse a ex-
pensas de evitar ciertos sentimientos, cuestiones o áreas de
conciencia. Esto no quiere decir que tal experiencia no tenga
valor; por el contrario, tales evasiones pueden utilizarse como
estrategia en la obtención de experiencias cumbre en las técni-
cas de meditación, donde se busca la inmovilidad e incluso la
quietud del pensamiento. Pero una vez que se han logrado los
sentimientos o entendimientos más elevados, la cuestión pasa
a ser la de traerlos a la tierra, traduciéndolos en términos de
acción y vida, y un paso crucial en este proceso me parece que
es la simple conciencia del cuerpo y de su funcionamiento. En
varios casos de terapia con ibogaína, he visto la transición
hacia un estado más elevado de integración acompañado de
un recuerdo del cuerpo y de sus sensaciones, después de un
periodo de absorción en la fantasía, o de una apertura repenti-
na de los cauces del movimiento. El presente caso no fue una
excepción. Al sospechar que el carácter incompleto de la expe-
riencia de la paciente estaba relacionado con la contención de
sus sentimientos hacia su marido, sugerí que trabajáramos en
un sueño que habíamos analizado el día anterior. Aquí está el
relato de la paciente sobre este episodio:

Mientras bailaba con un hombre guapo y viril, vi a mi mari-


do convertido en un hombre débil y gordo, con mejillas ro-
sadas y colgantes, riéndose de una forma femenina. Fui más

271
El viaje sanador

allá del sueño original y describí cómo, al ver este horrible


cambio, me di la vuelta y entré en la habitación de al lado
con mi pareja de baile. Bailamos, y más tarde me llevó a
casa. Nos despedimos en la puerta. Mientras entraba en el
recibidor, me encontré con mi marido, que seguía siendo
tan feo como antes. Al principio me encerré en mi habita-
ción, pero el doctor me dijo que me enfrentara a él, y le dije
lo feo y débil que me parecía.
De repente, me encontré golpeando un cojín que repre-
sentaba a Peter. ¡Mi mano voló! ¡Con qué placer lo golpeé!
También le grité, regañándole y diciéndole que, si no cam-
biaba, prefería no volver a verle.
¡Qué alivio sentí después de haber gritado! Me sentí tan
ligera... Me sentí feliz al saber que tenía el derecho de defen-
derme, porque tenía algo de valor. No necesitaba apoyarme
en alguien como lo había hecho antes. Había sido horrible
arrastrarme a los pies de los demás (imitaba este arrastrarse
con las manos). Ya no era inútil, tenía tanta fuerza, y la vida
ya no me parecía ridícula. Era un regalo (agradecí al doctor
haberme dicho eso antes. Me dio un espejo). Me veía muy
hermosa, tan niña todavía (antes de la sesión se había visto
vieja y fea). Yo era una flor que acababa de abrirse al mundo,
con una mirada radiante y una piel fresca. La línea de des-
precio en mi boca había desaparecido. Mi cuerpo era ágil,
lleno de vida. Por primera vez, me quise a mí misma.

Se puede notar que los términos en los que se describe a sí


misma son muy parecidos a los que había usado anteriormen-
te para describir su propia imagen en la fantasía: hermosa,
joven, fresca, llena de vida. Pero ver estas cualidades en su

272
Ibogaína, fantasía y realidad

propia carne o en el espejo requería algo más que el contem-


plarlas en su naturaleza esencial. Aquello exigía salir al en-
cuentro con su cuerpo, hacerse presente en sus acciones, lo
que significaba tener el coraje de romper la esclavitud del pa-
trón de personalidad sumisa al que su cuerpo había estado
sirviendo durante toda su vida.
El cambio en ella era obvio para su marido y conocidos
cercanos, e incluso después de un año, una amiga suya la des-
cribió con las siguientes palabras: «Desde el tratamiento, ella
es como una flor abierta al mundo». En su matrimonio, fue
paciente mientras hubo necesidad de que lo fuera, hasta que
su marido enfermo se curó un año después. Pero aquella había
dejado de ser la abnegada y compulsiva «paciencia» de la no-
comunicación, sino que ahora era una basada en la autoacep-
tación y el amor comprensivo.
Las tres sesiones ilustradas hasta ahora tienen en común
lo que puede entenderse como una inusual y espontánea ex-
presión del ‘yo’ de la persona, que tiene lugar en forma de ac-
ciones, bailes, sentimientos, percepciones o juicios. Al afirmar
esto, me mantengo cerca de las descripciones de los pacientes
acerca de sus experiencias, y del uso que hacen de la palabra
‘yo’, en lugar de especular sobre lo que podría ser este yo, o
sobre la fuente de tal experiencia. El sujeto de nuestra primera
ilustración subrayó que miraba las imágenes o a otras perso-
nas con sus propios ojos, y se dio cuenta de que no era él
mismo el que estaba presente en su forma diaria y automática
de percibir las cosas o de utilizar su cuerpo. Nuestro segundo
sujeto también se quedó con una muestra de su propio mundo
y «la certeza de que el mundo entero, del que soy espectador y
parte, está experimentalmente en mí, y no es algo remoto o

273
El viaje sanador

misterioso». Por último, la mujer del tercer ejemplo también


sintió, al ver a la hermosa chica bailando entre los copos de
nieve, que ella era la imagen de su verdadero ser; se maravilló
ante «la riqueza de la vida que hay en mí» y terminó por amar-
se a sí misma —no con lo que solemos llamar amor propio,
que no significa más que vivir para una audiencia mental, sino
con un cálido aprecio por sí misma—.
En contraste con tales experiencias de despliegue relativa-
mente espontáneo del yo —ese centro de gravedad en el fun-
cionamiento psicológico donde el individuo se siente
completo, y en el cual sus impulsos no están en contradicción
unos con otros—, hay un mayor número de sesiones en las
que la autoexpresión del paciente necesita de la persuasión, o
en las que la autoexpresión es virtualmente imposible antes de
que se reconcilien los aspectos conflictivos de la personalidad.
Dos dispositivos que me parecen útiles como aberturas
para la autoexpresión (así como puntos de partida para pro-
cedimientos más elaborados) son la presentación de fotogra-
fías potencialmente significativas y la evocación de sueños o
la creación de secuencias imaginarias. En ambas situaciones,
el potencial de la ibogaína es bastante diferente del de otras
sustancias.
Bajo el efecto de los alucinógenos similares al LSD, las
fotografías se ven con distorsiones que pueden apuntar hacia
las proyecciones del individuo o, en las experiencias más in-
tensas, que permiten traducir el estado mental en curso en un
tipo particular de relación con la persona contemplada. Por
ejemplo: «Pude ver la esencia de mi madre, por primera vez, y
amarla más allá de su difícil personalidad. Al igual que ella no
era responsable de su cuerpo, vi que estaba indefensa frente a

274
Ibogaína, fantasía y realidad

su propia constitución psicológica, que tanto daño me había


hecho. Pero no era ella misma, en realidad, lo que estaba vien-
do en ese momento».
Con la MMDA, hay poco interés en mirar objetos exter-
nos en estados conflictivos, cuando las sensaciones físicas, las
imágenes o los sentimientos intensos dominan la imagen, y
donde el ahora es todo lo que importa. Sin embargo, en la
experiencia cumbre de la MMDA, todos los estímulos son
bienvenidos como parte del ahora, y en ese caso, la experien-
cia de mirar fotografías es también una de las formas en que se
puede desarrollar la relación con otras personas involucradas
con el estado mental en curso. La diferencia con el LSD radi-
ca aquí en la percepción realista que con la MMDA se tiene
de los demás, tanto en el sentido de que se producen menos
elementos proyectivos (no hay distorsiones) como en el de
una menor desviación de la realidad circunstancial de las otras
personas.
Con la ibogaína, la situación es más comparable a la de la
MMDA, donde hay un aumento de la percepción y de la res-
puesta emocional, así como pistas ocasionales para revivir los
acontecimientos de la infancia. Encuentro que el dirigismo es
más aceptable con la ibogaína, y esto permite la manipulación
de los fantasmas aperceptivos, siempre que la experiencia no
sea la de un yo desenmascarado viendo a otros detrás de sus
máscaras.
El potencial de la ibogaína en el trabajo con imágenes y
sueños se puede ver en el siguiente ejemplo, en el que tanto
esto como el uso de fotografías se ilustran en detalle.
Comenzaré este relato desde el punto en el que sugerí al
paciente (un artista de treinta y seis años llamado Jacob) que

275
El viaje sanador

podríamos trabajar en un sueño que me había descrito la se-


mana anterior. En este sueño, se sentaba a la mesa en la casa
de sus padres, mientras que ellos parecían estar presentes en
un rincón alejado de la habitación. Entonces, sintió algo entre
sus dientes, que empezó a sacar en forma de hilos blancos,
pero gradualmente se convirtieron en pequeñas criaturas ver-
dosas. En este punto, se despertó horrorizado.
En la sesión, se le propone al paciente que vuelva a experi-
mentar el sueño, y resulta que, después de arrancarse hilos fi-
brosos y gelatinosos y seres vivos, no pasa nada más. Sin
embargo, siente que hay algo aún por venir. Cuando se le ins-
truye para que se convierta en los hilos y experimente el sueño
desde ese punto de vista, pronto siente que se está convirtien-
do en un gusano blanco de pelo oscuro. El gusano se convier-
te entonces en otro hilo, mitad blanco y mitad verde, del que
salen patas y que se transforma en un pequeño animal verde
parecido a un roedor.
En este punto, vuelve a percibir imágenes delante de él,
como en el sueño, y siente que no puede identificarse con
ellas. El roedor se convierte ahora en un pato con un largo
pico, y luego en una garza. «Conviértete en esa garza —le digo
en este punto—. Siente lo que está sintiendo».
«Entro en el pájaro —informa él—. Veo alas a los lados
de esa cabeza que se está convirtiendo en la mía; empiezo a
volar sobre el ancho y tranquilo mar. El cielo es de un azul
puro sin nubes, y el sol arroja una luz blanca a lo largo de la
línea del horizonte».
Esta secuencia onírica continúa con él atravesando el sol y
encontrando una enorme esfera blanca al otro lado del mismo.
En este punto, le sugiero que volvamos al sueño original.

276
Ibogaína, fantasía y realidad

De nuevo, saca hilos de su boca. Mientras saca los de


color verde, comienza a brotarle un líquido blanquecino, en-
juagándole los animalitos de la boca. Se siente sorprendido de
que sean tan pocos y de que parezcan tan inofensivos, así que
piensa que puede haber más de ellos.
En este punto, observo que el sujeto abre la boca más y
más, mientras se sienta gradualmente más erguido y estira los
brazos y las manos, como si abrazara algo frente a él. Así es
como más tarde describe este episodio: «El líquido que brota-
ba me humedece la mano con la que intentaba sacar a las pe-
queñas criaturas de mi boca, y extiendo poco a poco la mano
sin evitar la humectación. El líquido se vuelve más blanco y
más abundante. Me estiro y abro la boca cada vez más. El to-
rrente lechoso tiene fuerza y presión. Coloco mis manos en él
para que se puedan lavar también». (Con motivo de algo que
dijo sobre este lavado en el momento de la experiencia, asocié
su proceso con el trabajo de Hércules cuando limpió los esta-
blos de Augías desviando las aguas de los ríos Alfeo y Peneo).
«Lavemos a Jacob, entonces», sugerí. En este punto, Jacob
visualizó un cuerpo desnudo cuya cabeza no podía ver. Diri-
gió el flujo de savia lechosa hacia ese cuerpo, y lo atravesó por
entero, lavando la cavidad del pecho y el abdomen. Sin em-
bargo, cuando dirigió el flujo hacia la cabeza, se sorprendió al
encontrar, no su propia cabeza, sino la de su madre (en resu-
men, su cara era, por lo visto, una máscara que se quitó para
encontrar debajo la verdadera cara de su madre). Mientras
continuaba el lavado, la madre abrió los ojos y comenzó a le-
vantarse. Dejó la tierra y flotó más y más alto hacia una zona
luminosa en las alturas. «La situación me resultaba muy extra-
ña —escribió el paciente más tarde—, ya que no creía que

277
El viaje sanador

hubiera un cielo al que elevarse». En este punto de la expe-


riencia, notó una discontinuidad diagonal entre el área donde
estaba la madre y donde él se encontraba, en la tierra. Se trata-
ba de un plano transparente de un color marrón amarillento,
que él percibió como dotado de una vitalidad visceral y que
gradualmente evolucionó hacia una esfera. En esta esfera apa-
reció un trono, y en él se sentó el dueño de la tierra. Era un
personaje dominante. Jacob se acercó y se convirtió en él.
Esto nos pareció un final lógico, y la secuencia del sueño se
detuvo en este punto. Sin embargo, no hay ningún senti-
miento que coincida con el contenido explícito de la fantasía.
El sujeto informó más tarde que, de hecho, se sorprendió al
no sentirse ni feliz ni triste.
Como se verá, el paciente pasó por esta fantasía una vez
más, unas cuatro horas más tarde, y en esta ocasión el resulta-
do fue diferente. El éxito de este segundo intento fue proba-
blemente preparado por las percepciones y sentimientos
derivados de la contemplación de las fotografías familiares.
Después de ver una foto de sus padres en su juventud,
quedó impresionado por una en la que se les ve juntos des-
pués de varios años de matrimonio: «¡Qué cambio tan nota-
ble!», escribió más tarde en referencia a esta parte de la sesión.
«Madre se había convertido en un ser intensamente sufriente
y torturado. Las miradas de ambos están vueltas hacia aden-
tro, y sus expresiones son muy tristes. Padre está tenso, sus la-
bios apretados. Su nariz transmite violencia. Se le ve con
cabeza dura e irritable. ¡Qué diferencia entre esto y el brillo de
su mirada en la foto de 1910!».
Tras describir las expresiones de sus padres, le sugerí que
los hiciera hablar entre ellos. Fue realmente muy difícil para

278
Ibogaína, fantasía y realidad

él, ya que, como ahora sabía, sentía que sería criticado por su
madre por compartir su visión de ella con un extraño. Sin
embargo, «Madre» finalmente habló:
—Sé que este es un matrimonio de conveniencia, pero
¿por qué eres tan violento conmigo? ¿Por qué me gritas e
insultas?
—Debo hacerlo porque soy muy débil —dijo «Padre».
El paciente se dio cuenta de lo aislados que están sus pa-
dres y de lo rígidos que son.
—No es así como los vi en la experiencia de LSD —co-
mentó—. Casi no parecen humanos, son como estatuas.
—Tal vez los veas como monumentos —apunté.
«En el momento en que escucho eso —escribió más
tarde— me siento lleno del característico brillo de la claridad.
He llegado al fondo. Veo hasta qué punto sigo construyendo
monumentos o edificios funerarios a mis padres».
Volvimos al diálogo.
La madre dijo:
—¿Por qué has sido tan malo conmigo? ¿No puedes
darme algo de amor?
El padre respondió:
—No puedo amar porque me siento excluido de tu
mundo, de tus amigos.
Y ahora el sujeto tenía otra visión. Se dio cuenta de que
era él mismo quien hablaba con su amante. Estimulado a
imaginarla como presente y a hablarle de este sentimiento, le
dijo: «Eres una puta y una extraña. No quiero amarte, porque
te entregas a cualquiera».
Cuando le sugerí que seguía hablando de ella en vez de a
ella, se dio cuenta de que no podía hacerlo: «Es que me va a

279
El viaje sanador

comer», dijo, y mientras hablaba, imaginó que había soñado


con muchos animalitos porque los reales estaban más allá de
su campo visual. Eran monstruos enormes que se comían a los
niños, especialmente a los niños solitarios.
—De acuerdo con esto —comentó—, cada mujer que es
diferente de la madre (que es un «ser celestial») debe ser un
monstruo al que sería mejor no acercarse demasiado, ya que
puede comerse al «niño». No sé cómo escapé a ser impotente
u homosexual…
Es de suponer que estos conocimientos se volvieron im-
portantes cuando el paciente volvió a la experiencia de su
sueño. La sensación era que había habido algo incompleto en
la contemplación previa del mismo.
Aquí está la nueva secuencia, en las propias palabras del
paciente:

Las cosas ocurrieron como antes en la primera parte: los


hilos, las criaturas verdosas, la rata, el pájaro, el lavado del
cuerpo de Jacob, y el lavado de la cara de mi madre con los
ojos cerrados en el arroyo lechoso. Soy consciente de que se
trata de un acto sexual. Continúo lavándole la cara y me
quedo con ella hasta que se eleva a las alturas. Ahora me di-
rijo al hombre de las sombras, que se sienta en su trono
como un personaje dominante y amenazador. Vuelo hacia
él para ver lo que me hará, ya que me doy cuenta de que este
hombre no soy yo mismo. Cuando me acerco a esa altura
sombría, veo que el hombre hincha sus mejillas y contorsio-
na su cara como para asustarme, moviendo sus brazos como
un gran gorila. Y de repente me doy cuenta de que son las
contorsiones del viejo y desdentado Padre. Y de repente,

280
Ibogaína, fantasía y realidad

también, al acercarme más, veo que ya no hay carne en esa


cara, sino solo hueso.
Vuelo cada vez más cerca y finalmente llego al gran mo-
numento. Vuelo a través de una de las cuencas de los ojos (el
conjunto resulta ser una estructura artificial de hormigón) y
salgo por el otro lado. Mirando hacia atrás, veo que el gran
monumento no es más que una fachada, en ruinas por den-
tro. Ahora las ruinas desaparecen, y solo queda el asiento.
Entiendo que este es el lugar que papá dejó, y lo tomo. No
soy el dueño del mundo, pero he ocupado el lugar de mi
padre. Y me doy cuenta de que ser padre es ser dueño del
mundo. Una gran ola de risas y llantos me invade. Río y
lloro durante mucho tiempo. Me liberé de una gran inquie-
tud. Me sentí beatífico. Más tarde me pregunté: ¿En qué
lugar puede dejarme mi padre? ¿Hay algo que haya admira-
do en él? Y recordé que era una autoridad en la fabricación
de abrigos de piel. Era un maestro en su oficio, y yo siempre
lo había respetado por eso. Me sentí aliviado y pensé que
perseguiría una perfección similar a la de un escultor, y que
la escultura en sí misma era, a otro nivel, como una herencia
de mi padre.
Ahora podía abrir los ojos y levantarme de la cama.
Tengo mi lugar. No puedo ser excluido por nadie, en nin-
gún lugar. Puedo conquistar mis miedos, ahora puedo
atravesarlos.
Tengo mi lugar.
Ni siquiera es necesario ir o venir, olvidar o encerrarme
en guetos. Tengo mi lugar dentro, fuera, con quien sea.
No necesito pedir nada porque tengo mi lugar. No ne-
cesito ir o venir, huir, escapar, ya que tengo mi lugar.

281
El viaje sanador

Todo es parte de MÍ. YO SOY. No es que deba escul-


pir. Haré mi trabajo, lo que me interese, donde sea, ya que,
al ser parte de mí, no estoy atado a él en una simbiosis. Ni X
ni Y me arrastrarán hacia ellos, ya que estoy donde realmen-
te estoy.
No hay necesidad de escapar de nada, agradable, desa-
gradable, odioso o terrible, sea lo que sea, ya que siempre es
posible ir más allá, a lo más definitivo, es decir, al interior.
Disfruto sintiendo cómo resuena en mí: tengo mi lugar,
tengo mi lugar, tengo mi lugar.

El beneficio terapéutico de la sesión se desprende clara-


mente de las palabras del Jacob. Solo puedo añadir que este
estado mental persistió.
En esta sesión podemos reconocer varios elementos, men-
cionados con anterioridad en este capítulo, como rasgos fre-
cuentes de las experiencias con ibogaína, y aquí muestran su
lugar en el proceso terapéutico: los animales (los monstruos
devoradores o el padre gorila), que simbolizan las fuerzas ins-
tintivas, las imágenes sexuales (lavar a la madre), el vuelo hacia
la luz (el pájaro que se acerca a la luz blanca del sol y el ascenso
de la madre a una zona luminosa), los sentimientos de resenti-
miento, la soledad, la exclusión («me siento excluido de tu
mundo»; «eres una puta y una extraña») y, sobre todo, la si-
tuación edípica en la que se insertan los impulsos sexuales y
agresivos.
Si comparamos el primer sueño del paciente, que dio
lugar a una sensación de incompletud, con la segunda secuen-
cia, que terminó con las lágrimas de «llegada», vemos que la
primera es el plano, y la segunda, el edificio real: un evento

282
Ibogaína, fantasía y realidad

bidimensional en comparación con uno tridimensional. El


primero plantea la cuestión de que el sujeto se relaciona con
su madre y luego toma el lugar de su padre, pero su vida aún
no está en ello; el desafío no es aceptado. En contraste con
estas imágenes bastante indiferentes, las del segundo sueño
están llenas de una carga instintiva, de la que el paciente debe
responsabilizarse haciendo que el desarrollo de la escena sea el
resultado de una decisión real. Es su obra. En particular, entre
las principales diferencias entre las dos escenas se encuentran
el reconocimiento de un elemento sexual en el lavado de la
cara de la madre con la savia lechosa, y la actitud amenazadora
del padre al acercarse el sujeto (a pesar de lo cual, se acerca).
Creo que podemos asumir con seguridad que la diferen-
cia entre el primer y el segundo intento se debió a la discusión
de las fotografías, ya que este fue el punto en el que los senti-
mientos que dominan el sueño entraron en la conciencia del
paciente y se hicieron realmente sentir. Aquí fue donde se in-
sinuó por primera vez la supuesta brutalidad de su padre, ex-
perimentada tanto desde el punto de vista de su madre (una
víctima) como desde el de su padre (hostil a causa de un senti-
miento de rechazo).
Con su propio sentimiento de rechazo ahora activado, con
el reconocimiento de su propia necesidad en el deseo de su
padre por el amor de su madre, y con su agresividad algo más
liberada, Jacob estaba listo para la acción simbólica que signifi-
caba y demostraba su aceptación de su realidad instintiva. Con
esta acción, deshizo literalmente el proceso represivo al que se
había sometido desde la infancia frente a sus «monumentales»
padres. Ahora ya no está dividido en «padre» y «madre», frag-
mentos de su personalidad que se rechazan mutuamente, sino

283
El viaje sanador

que acepta su esfuerzo por ser un hombre y se ve a sí mismo


como un padre con esposa e hijos en el mundo exterior.
Se puede observar en retrospectiva que, en su anterior po-
sición de autorrechazo, se identificaba con una imagen de
madre parásita —siendo esta madre la que «excluye» al hom-
bre (padre e hijo)—, en lugar de vivir su vida desde dentro
hacia fuera. El establecimiento de las actitudes de «padre» y
«madre» fue el punto de partida para el proceso de convertirse
en uno con sus propios sentimientos, independientemente de
la realidad histórica de sus padres. Por esta razón, podríamos
decir que el primer proceso fue en la naturaleza de una fase
analítica que hizo posible la síntesis en la secuencia de los
sueños.
He escrito en otra parte que la terapia con ibogaína es más
adecuada para la exploración del pasado, en contraste con la
MMDA, que es más adecuada para la clarificación del presen-
te. Esto es cierto hasta tal punto que incluso se podría decir
que, en contraste con el dictado de «Yo y Tú, Aquí y Ahora»
—esa descripción comprimida de la terapia gestalt que se
ajusta tan bien a la terapia con MMDA—, la de la terapia con
ibogaína es típicamente una de «Él y Ella, Allí y Entonces».
La razón es fácil de entender, ya que el efecto de la
MMDA tiene lugar predominantemente sobre los sentimien-
tos, mientras que la reacción a la ibogaína suele destacar por
su énfasis en los símbolos, y solo por medio de los símbolos
—conceptuales o visuales— podemos tratar una realidad que
no está presente.
Asimismo, existe una gran diferencia entre el dominio de
la experiencia pasada a la que facilita el acceso la MDA y el
que se expone por medio de la ibogaína. Mientras que con la

284
Ibogaína, fantasía y realidad

primera se trata de recordar acontecimientos, y quizás de ex-


perimentar reacciones o sentimientos ante tales aconteci-
mientos, con la ibogaína se trata de un mundo de fantasías
que la persona descubre. Las imágenes parentales evocadas
por medio de la ibogaína corresponden probablemente a la
concepción que el niño tiene de sus padres, que todavía per-
manece en el inconsciente del adulto, pero no coincide nece-
sariamente con la realidad de los padres. El proceso terapéutico
con la ibogaína puede describirse como el de ver tales cons-
trucciones por lo que son, y de liberarse a través de la confron-
tación de ellas. En cambio, con la MDA, parece que la
reminiscencia de los hechos reales es la confrontación que
puede contrarrestar implícitamente el poder de las imágenes
distorsionadas, ya que estas se basan en la negación de una
realidad que el niño no puede afrontar en ese momento.
Este «ver las cosas como son» en lugar de estar coloreadas
por el sesgo de la imaginación o el prejuicio, también puede
describir la visión de las cosas en el momento de una experien-
cia cumbre de LSD, pero esto normalmente se aplica al pre-
sente, y el dragón dormido de la fantasía vuelve a su puesto
como guardián del camino. El paciente de nuestra última ilus-
tración tuvo una experiencia de LSD de este tipo ocho meses
antes que la de ibogaína, y algunas de sus reflexiones sobre la
diferencia entre las dos drogas pueden ser de interés, debido a
la luz más clara que arrojan sobre la naturaleza del proceso des-
crito en el relato anterior. Hablando del LSD, dice:

Tuve la certeza de ver el mundo como es, por primera vez;


como ha sido y será, independiente de mí mismo. Todo se
hizo visible en sus detalles más matizados y fue una parte

285
El viaje sanador

armoniosa e inteligible de un todo. Lo recibí como si fuera


el paraíso y comprendí que lo había perdido en el viento de
mi propio inser.4 Vi a mis padres por primera vez como
eran, más allá de sus propios mitos. Los vi tristes, derrota-
dos, abandonados a su separación. La experiencia con el
LSD fue la de un visionario que miraba con los ojos bien
abiertos, observando con asombro el mundo por primera
vez, como se puede ver cuando se está libre de la pantalla del
miedo.
Sentí una necesidad urgente de recuperar ese mundo, ya
que intuitivamente percibí que mi felicidad estaba allí.
Comprendí que solo podría lograrlo trabajando en mí
mismo con toda honestidad, sin miedo, o jugando al escon-
dite. La ibogaína, por otro lado, me llevó a mirarme a mí
mismo, hacia dentro, con los ojos cerrados. A través de un
incesante suministro de imágenes mentales proyectadas en
una especie de pantalla tridimensional, me obligó a encon-
trarme cara a cara con los monstruos de mi mundo interior,
a permanecer con mis miedos hasta el final, sin las interrup-
ciones que a menudo se producen en los sueños, y a luchar
por mi camino más allá de las falsas e ilusorias amenazas que
había erigido en mí mismo.
A diferencia del LSD, la ibogaína me hacía ver a mis
padres —los personajes centrales de mi escena fantasmagó-
rica— de acuerdo con la imagen en la que estaban prisione-
ros en mi mundo interior: imponentes monumentos que
cubrían todo el campo de visión. La ibogaína, que me per-
mitió enfrentarme a estos gigantes legendarios, también me

4. Non-being en el original. (N. del E.)

286
Ibogaína, fantasía y realidad

llevó a una zona donde era posible el combate abierto con


ellos. Luché, y me di cuenta de que el camino de la libertad
conduce a través de las ruinas de los miedos internos.

Un aspecto de la cita es que el paciente cree que la expe-


riencia del LSD, al mostrarle el objetivo, le dio el impulso
para luchar a través de la experiencia de la ibogaína y lograr
sus objetivos. El LSD es como una mirada al aire libre desde
una ventana; la ibogaína es más bien una ocasión para des-
truir el viejo edificio y hacer sitio para uno nuevo. Es más bien
una «droga de trabajo», en el sentido en que facilita un proce-
so analítico sobre los obstáculos inconscientes de la vida.
Creo que este paciente ha puesto de manifiesto la distin-
ción entre la objetividad de «las cosas como son» y la expe-
riencia subjetivamente contaminada. Naturalmente, no
podemos percibir «las cosas como son» limitándonos a la con-
ciencia de nuestras experiencias, pero estos términos apuntan
a la contraposición entre dos formas de experimentar: una en
la que la mente se vacía, por así decirlo, de preconceptos y
capta la realidad «tal cual es», y otra en la que el mundo exte-
rior se convierte en un espejo para las anticipaciones, expecta-
tivas y deseos personales. De entre todo ello, será una cuestión
de gusto lo que consideremos como realidad: la de las cosas de
ahí fuera, tan independiente como sea posible de nuestro ser,
o la de nuestras propias construcciones. El mundo objetivo
puede parecer más sustancial que un mundo de imágenes
mentales fantasmales, pero no es el nuestro. Y nuestros fantas-
mas, mientras los albergamos, son lo que somos. Y si esto es el
inser, también lo es la condición de tener un vacío receptivo
en el interior.

287
El viaje sanador

Un paso decisivo en el desarrollo de la experiencia de este


paciente fue, podemos suponer, su decisión implícita de echar
a «volar» hacia la amenazante figura paterna, ya que fue esto
lo que le llevó al descubrimiento de su propio padre «inte-
rior», su componente masculino. La amenaza que transmite la
fantasía habla de una barrera construida en el funcionamiento
mental del sujeto, ya que habría alcanzado su integración psi-
cológica mucho antes, si no hubiera sido por la renuencia a
abrirse a ciertos puntos de vista o sentimientos. Cuando la
barrera es demasiado grande, ni siquiera las directrices pueden
sustituir a la iniciativa necesaria en la persona para dar el salto
simbólico hacia el territorio de la amenaza. Las imágenes se
desvanecerán (como en el siguiente ejemplo), o el contenido
de los sentimientos se deslizará fuera de ellas. Pero un empu-
jón externo puede al menos mostrar el estancamiento o resul-
tar en la conquista de una porción limitada de tierra firme en
el océano del inconsciente. Este impulso puede consistir en
una dirección determinada, en un consuelo, en una llamada
de atención en un punto en el que lo desagradable del proceso
podría de otro modo incitar al sujeto a mirar hacia otro lado.
Hasta cierto punto, este impulso viene dado por la mera pre-
sencia del terapeuta, lo que le da al paciente la suficiente segu-
ridad como para soltarse y contactar con ciertos dominios de
su mundo interior. A veces, el interés activo del terapeuta en
lo que el paciente está experimentando complementa el des-
interés de este en un momento crucial, y puede rescatarlo de
un círculo vicioso de autodesprecio e inmovilización psicoló-
gica. Si bien en este caso el paciente se sentía listo para enfren-
tarse a la amenaza fantaseada, y fue impulsado a hacerlo gracias
a la sabiduría de su inconsciente antes de esperar cualquier

288
Ibogaína, fantasía y realidad

instrucción, el caso siguiente es uno en el que se necesitaron


instrucciones persistentes para que la paciente se familiarizara
con las imágenes amenazantes y las confrontara durante pe-
riodos de tiempo cada vez más largos.
Esta sesión, en la que participó una mujer de treinta y
nueve años, comenzó con un arrebato de ira contra su herma-
na, quien, en su opinión, no había confiado nunca en ella, ni
la había amado, ni la había comprendido. En una rabia simi-
lar, se volvió entonces imaginariamente contra los demás
miembros de su familia y, finalmente, contra su marido, a
quien reprendió en voz alta. Al final, exclamó: «¡Soy libre!
¡Qué alivio siento!». Luego vino una fase de «luz blanca», se-
guida de una escena de pánico al encontrarse con una tribu de
negros que tocaban tambores. Entonces, la que era una perso-
na demasiado controlada y excesivamente «civilizada», se vio a
sí misma con el pelo largo y una falda primitiva, golpeando
también un tambor. A continuación, esta escena se interrum-
pió, y la «escena de la luz» comenzó de nuevo:

Un rayo de luz viene hacia mí desde lo alto. Entra por la ven-


tana de un gran campanario. Veo el cielo más allá, intensa-
mente azul, con nubes blancas. Ahora otro rayo de luz viene
de una alta montaña, y a medida que este rayo de luz dorada
avanza, el otro (el del campanario) desaparece. Desaparece
completamente, y un enorme sol de color rojo anaranjado
comienza a avanzar. Ilumina el desierto y la habitación en la
que estoy. Todo se inunda gradualmente de una luz rojiza.
La habitación se vuelve más cálida y extremadamente her-
mosa. El sol me envuelve y me da su luz y calor. Tengo ganas
de caminar, de pasear por la habitación, y cuando me levanto

289
El viaje sanador

veo que estoy en un lugar negro, como un estanque de agua


oscura. Solo hay un trozo de tierra, donde estamos juntos el
doctor y yo.
¡Qué aterrador! A nuestro lado, como si saliera del agua,
aparece un horrible monstruo. Es como un cocodrilo parti-
do por la mitad. Intensamente verde. Su ojo, de lado, es el
de un brillante loro azulado con el pico curvo. Y la cola del
cocodrilo no es realmente la de un cocodrilo, sino que tiene
plumas negras. Lo que más me aterroriza son sus ojos y el
movimiento eléctrico con el que salta de un lugar a otro.
Apenas me he refugiado cuando aparece de repente en un
lugar distinto. Grito y escucho la voz del doctor diciendo:
«Acéptalo. No tengas miedo. Déjate atacar». Pero mi temor
es mayor que el deseo de cumplir, y no puedo hacerlo. Cie-
rro los ojos y veo que aparece y desaparece de nuevo, para
reaparecer una vez más en un lugar diferente... y no puedo
soportar el miedo.
Ahora estoy en el cruce de dos caminos dentro de una
cueva gigantesca. Aparecen dos enormes animales, uno
junto al otro. Son de un intenso color verde pálido. Son
como plantas. Parecen formados por algún tipo de cactus.
Su piel es granulada. Resultan asquerosos. Estoy impresio-
nada, pero no tengo miedo. El doctor dice: «Afróntalos».
Los miro con atención. Uno de ellos tiene una cabeza enor-
me como la de un elefante —ligeramente graciosa—, y de
su pecho cuelgan retorcidas formaciones vegetales. Cuando
se mueve, tiemblan. Lo encuentro divertido y repugnante.
«Imítalo. Sé ese animal», dice el doctor. Puedo ver que
no seré capaz de hacerlo. Junto las piernas y lo intento, pero
no lo logro. Me resisto, no lo quiero, no puedo. Tiemblo.

290
Ibogaína, fantasía y realidad

Eso es imposible. Siento que quiere que baile. ¿Lo dijo o me


lo imaginé? No quiero bailar. No me apetece. Él insiste: «Sé
así de temblorosa». Termino tratando de obedecer. Levanto
mis brazos, rindiéndome a lo que pueda suceder. Empiezo a
temblar y siento que mis dos brazos son una sola llama, y
emiten luz. Una energía que ha venido de arriba los mueve,
los ha juntado, y ahora giran y giran como si estuvieran elec-
trificados, más allá de mi poder para detenerlos... Mis brazos
arden. Son fuego y siguen girando. Caigo al suelo con los
brazos todavía levantados, y poco a poco empiezan a frenar
y a descender, mientras una paz infinita empieza a invadir-
me. Es una paz dulce y silenciosa.
Siento un entendimiento sin palabras que no conocía
antes. Es consciencia. Más grande y profunda que nunca.
Comprendo muchas cosas inefables. No he sabido cómo
amar. He vivido sin vivir. Veo mi pequeña mente, cuando
está separada, como un fragmento de mi YO SOY. Com-
prensión, consciencia, son la misma cosa. No hay palabras,
pero la comprensión es infinita en ese instante sin tiempo.

Aquí tenemos una muestra característica del mundo de la


ibogaína, tanto en sus lados luminosos como oscuros: el rayo de
luz blanca y la cueva con los monstruos, el sol y el estanque
negro con el cocodrilo escondido. Además, vemos cómo se su-
ceden las escenas infernales y celestiales: después de su inicial
arrebato de ira (que ella describe como la erupción de un vol-
cán) viene un episodio de luz. Sintiéndose llena de alegría, co-
mienza a golpear el suelo con sus manos, y aparecen los negros.
No puede sostener por mucho tiempo el miedo ante lo desco-
nocido y a lo primitivo; la imagen se desvanece, y mientras se

291
El viaje sanador

prepara para descansar, ve la luz que llega a través del campana-


rio. De nuevo, en el clímax de este placentero episodio, siente
ganas de moverse, de ponerse de pie, y la oscuridad se impone.
Esta vez, el proceso no se detiene por sí mismo. Ella mira hacia
otro lado; no puede resistirlo. Lo incompleto del proceso pro-
bablemente la lleva a otra escena oscura, como si hubiera algo
que pudiera asimilar en tal oscuridad. Ahora la peor parte,
según parece, ha terminado, o quizás se haya vuelto algo insen-
sible al miedo a través de sus repetidos intentos de permanecer
con él. Ahora puede, al menos, mirar a los monstruos y sentirse
tranquila, a pesar de su asco. El movimiento es de nuevo lo que
parece impresionarla más (como con los negros y los desplaza-
mientos del cocodrilo).5 La confrontación visual, aparentemen-
te, ha llegado a su fin, ya que puede describir al monstruo en
detalle y soportar la incomodidad. El objetivo es ahora que ella
vea y dé al «monstruo» el lugar que le corresponde en ella
misma, ya que debe ser desde su propia realidad de donde la
imagen ha procedido. Curiosamente, temblar significa bailar
con ella. Se hace obvio que el acto de temblar o de bailar en-
cuentra una gran resistencia en su cuerpo. Finalmente, cede al
temblor, y hablo de ello como de un «ceder» porque en este
momento ya no se experimenta a sí misma como cediendo o
representándolo a propósito, sino como movida por un impul-
so real. Y en el momento en que comienza a temblar, somos
testigos de la transición del mundo de los monstruos al de la
luz, que ahora se origina en su propio cuerpo.

5. Los colores brillantes de las imágenes y los sentimientos «eléctricos»


de su propio cuerpo transmiten la misma calidad dinámica que las imáge-
nes del movimiento.

292
Ibogaína, fantasía y realidad

La sensación de rabia al principio de la sesión, el tamboreo


primitivo y sensual, el cocodrilo con movimientos eléctricos, y
el monstruo tembloroso, todo apunta al mismo dominio ins-
tintivo que la paciente ha mantenido en suspenso a costa de
sentirse incompleta. No es de extrañar que solo ahora que ha
dejado de resistirse pueda ver también cómo su «pequeña
mente» ha sido solo una parte de su YO SOY. El baile, la es-
pontaneidad del movimiento en el que la agresión básica y la
sensualidad se unen y se reconcilian, han sido al mismo tiem-
po su deseo más profundo y su mayor tabú. Bailar, también, es
lo que le daría libertad. Pero aún no ha bailado. Solo se ha
dicho a sí misma que baile, creyendo que fui yo quien se lo su-
girió (es decir, proyectando su impulso no reconocido en el
mundo exterior como una expectativa). La situación inacaba-
da se produce más de una vez. Alrededor de media hora des-
pués, por ejemplo, le pido que vuelva a imitar al animal,
sintiendo que no lo ha logrado, y así es como describe el episo-
dio tres días después:

Me pongo de pie. El doctor me ha pedido algo. ¿Qué es?


¿Bailar? ¿Que temblara? ¿Recuperar el ritmo de los negros?
¿O que imitara al animal de cactus? No lo sé. Tal vez ni si-
quiera entonces lo supiera. Pero me veo de pie frente a un
tambor gigante. Más allá del tambor, veo a muchas negras
siguiendo el ritmo. Tienen labios gruesos, pintados de blan-
co, y faldas formadas por tiras blancas que cuelgan de un
cinturón rojo. Sus piernas y sus pechos están desnudos. Gol-
peo el tambor con fuerza con mi mano derecha, y luego con
la izquierda. Tengo algo así como martillos de madera en
mis manos, y toco con ellos. Dejo de tocar el tambor para

293
El viaje sanador

llevar el ritmo con mi cuerpo. Quiero bailar. No sale bien.


Lo intento de nuevo, y no puedo. Entonces veo, entre las
negras, la cara blanca y sonriente de María. Su expresión
cambia cuando la miro, y se ríe en voz alta. Se burla de mí
porque no puedo bailar. Me siento tan enfadada que lanzo
el martillo y mato a alguien, pero no me importa. Algo se
interrumpe. El doctor me pide que recuerde la escena, pero
no puedo hacerlo. Me siento y luego me acuesto. El doctor
habla, pero no recuerdo lo que dice. Solo sé que no puedo
entender, no puedo entender. Algo está pasando.
De repente me doy cuenta de que he estado excitada
sexualmente durante mucho tiempo. Lo digo. El doctor me
dice: «Cede a tu deseo. Siéntelo». Y entonces siento como si
alguien me quitara las piernas y las moviera de tal manera
que se convirtiera en un acto sexual. No hay orgasmo, o hay
miles, es difícil de explicar. Pero nada termina. El despertar
continúa. De nuevo veo hermosos paisajes, atardeceres, ve-
getación, el mar, grandes extensiones de desierto, y el sol
como una maravillosa bola de fuego en el fondo. Digo:
«¡Qué hermoso!». El doctor me ha pedido que no juzgue si
lo que veo es bello o feo, sino que lo describa. ¿Pero cómo
puedo no decirlo, si es tan hermoso? La sensación de ser, la
sensación de vibraciones gruesas que golpean y se hunden
en mi carne. Siento como si dijera mil veces: «Yo soy yo, yo
soy yo, yo soy». Es todo, y es demasiado.

Una vez más, vemos aquí la transición del oscuro sub-


mundo del instinto a la belleza de la tierra en general, el sol, el
ser. Pero hay diferencias entre estos episodios y los anteriores.
Ella participa más activamente en esta ocasión, como baterista,

294
Ibogaína, fantasía y realidad

siendo prácticamente una con la multitud de negros y negras


que bailan, golpeando (el suelo) con sus manos y, por último,
queriendo bailar en lugar de sentirse instruida para hacerlo. Y
también siente una rabia asesina, aunque este momento pone
fin a la escena. Otra diferencia nos da una pista para entender
su rigidez y su dificultad para bailar en particular: su amiga
(María), que se ríe de ella por no hacerlo bien. Es su orgullo el
que no acepta incondicionalmente la espontaneidad de sus
movimientos. Estos deben ser, según las normas preestableci-
das, perfectos, de modo que no haya lugar para la improvisa-
ción, el flujo de acción no premeditado, la intuición animal.
Por último, se excita sexualmente, y esto ya no es un símbolo,
sino una experiencia que se permite tener y expresar a través de
su propio cuerpo.
Es interesante observar que las imágenes durante la fase
de resolución e integración ya no son de otro mundo, sino
más bien una síntesis del oscuro y húmedo mundo vegetal y
animal con el mundo de la luz pura, el cielo y la amplitud. Tal
síntesis es el mundo ordinario, aunque no se vea con ojos or-
dinarios. Me recuerda a William Blake:

Dios aparece, y Dios es la Luz,


para esas pobres almas que viven en la noche;
pero utiliza una forma humana
para aquellos que habitan en los reinos del Día.

De manera similar, el «yo soy» cósmico se ha convertido


en un «yo soy yo» más terrenal.
Sin embargo, la paciente no ha bailado, lo que sugiere
que todavía puede haber una barrera ante su deseo y que el

295
El viaje sanador

proceso que hemos estado siguiendo puede estar incompleto.


De hecho, como ocurre a veces con las experiencias incomple-
tas de la ibogaína, ella siguió recordando los eventos de la sesión
y visualizando imágenes ocasionales durante unas veinticuatro
horas. En ese momento, haciéndose pasar por un enorme sau-
rio con piel de cocodrilo que había visto, regaña al monstruo y
grita a voz en cuello:

¡Soy horrible, negra, gris, dura!


Vivo en esta horrible cueva subterránea.
Quiero estar sola. No quiero la vida a mi alrededor. Quiero
estar sola, sola.
Una reina, poderosa en esta soledad.
Soy la reina de la oscuridad.
¡Soooy la beeestia!
Quiero gritar, rugir, aullar, destruir.
Quiero matar, romper, perforar, aplastar, arañar, machacar,
destrozar, desgarrar, triturar.
¡Soy implacable!
¡Soy implacable!
¡Soy implacable!
Soy implacable conmigo misma.

Dondequiera que se controlen las energías instintivas


«monstruosas», un monstruo igualmente poderoso debe estar
allí para realizar ese control, y es una operación tan represiva
que la persona debe reconocerla como propia antes de poder
redirigir su poder. Lo que en un momento anterior había sido
ligeramente experimentado por la paciente como una risa de
desprecio de su «jefa» (María), ha emergido de pronto como

296
Ibogaína, fantasía y realidad

el monstruo implacable que es, y ha descubierto la presencia


del monstruo en su ser cotidiano.
Los resultados de esta sesión fueron, como era de esperar,
una ganancia significativa en espontaneidad y en la libertad
de expresar la ira. El cambio fue visible en los movimientos de
la paciente, que se volvieron más flexibles, y en su expresión
facial, ahora más tierna y sensible a los sentimientos. Esta fue
la tercera sesión que tuvo con agentes farmacológicos, las otras
dos fueron con LSD-25 y MDA. La primera, un año antes,
fue una experiencia de descubrir la belleza en el mundo exte-
rior y, sin embargo, verse a sí misma como fea, lo que demos-
tró dramáticamente su autorrechazo y señaló el trabajo a
realizar en sí misma. La MDA, seis meses más tarde, la llevó
por primera vez a la experiencia «yo soy yo», donde se dio
cuenta de lo distinto de sus propios sentimientos y puntos de
vista en contraste con las actitudes estereotipadas que había
adoptado a lo largo de su vida. La sesión con la ibogaína fue la
primera en la que se tocó su vida instintiva, y fue después de
esto cuando se produjo el cambio más notable, según la auto-
percepción de la paciente y la opinión de los demás.
En resumen, podemos ver el proceso psicológico a lo
largo de la sesión anterior como uno de reconocimiento,
aceptación y expresión progresiva de los impulsos. Lo que pri-
mero había llegado a la consciencia como imágenes fugaces y
amenazantes (impregnadas tanto de agresión como de sensua-
lidad) se hizo más y más detallado y condujo a la idea de bai-
lar, al movimiento real, a la excitación sexual, y a los gritos de
la paciente en la parte superior de su voz. Más precisamente,
podemos hablar de un despliegue de instintos reprimidos
junto con un despliegue o una expresión de «fantasmas», los

297
El viaje sanador

«introyectos», los monstruos «perro de arriba» que constitu-


yen la abrazadera que retiene los impulsos. Sin embargo, estos
fantasmas se alimentan de la sangre de los reprimidos. Es pre-
cisamente en estos monstruos guardianes donde se aprisiona
la energía de la paciente, y al dar voz a los fantasmas, son fi-
nalmente estas energías que tales monstruos se habían tragado
las que hablan: los impulsos de la paciente.
Creo que no debemos minimizar el proceso de expresión
de los impulsos descrito anteriormente por causa de nuestra
preocupación habitual —legado del psicoanálisis— con el in-
sight, la interpretación y la comprensión de la psicodinámica.
Creo que la ibogaína puede facilitar una apertura a los impulsos
que conduzca al aprendizaje, de modo que a partir de entonces
quede abierta una vía de expresión. Esto puede entenderse
como una experiencia correctiva en el sentido de que el pacien-
te tiene la oportunidad de descubrir que lo que temía dejar salir
no es realmente amenazador o inaceptable.
Uno de los resultados más claros que he observado des-
pués de un tratamiento con ibogaína fue el de un hombre que
había tenido experiencias homosexuales y que más tarde se
había casado, pero que se sentía sin relación con su esposa y
carente de interés físico en ella. Aunque expresó «sentimien-
tos de castración» en su sesión, estos quedaron en su mayoría
sin analizar, al igual que su hipotético miedo a las mujeres. En
lugar de esto, cuando se sintió excitado sexualmente en un
momento de la sesión, fue al baño y pensó que se masturbaría.
Pero cuando intentó hacerlo, se dio cuenta de que esto solo
sería un sustituto del coito y que lo que quería era una mu-
jer. Entonces imaginó que tenía a su esposa entre sus brazos y
comenzó a moverse como en el coito, primero rígidamente,

298
Ibogaína, fantasía y realidad

como en la vida real, pero luego con mayor libertad y flexibi-


lidad. Sintió que sus piernas y su cuerpo estaban diseñados
expresamente para esta función, y su movimiento se volvió
rítmico y musical. A medida que se acercaba al orgasmo, se
dio cuenta de la perfección con que se conciben los cuerpos;
se dio cuenta de la anatomía exacta del hombre y la mujer, y
sintió que la mujer no era solo el receptáculo de su semen sino
de todo su ser. Con su semen, su propio ser fluyó y se intro-
dujo en el cuerpo femenino, que lo recibió mientras experi-
mentaba el proceso de una desintegración terrible a la vez que
placentera.
Esto no fue un orgasmo físico, sino lo que él llamó «orgas-
mo psicológico», sin siquiera una erección. Sin embargo, fue
seguido por una sensación de realización.
He descrito el evento con todo detalle, como aparece en
la descripción del paciente, porque solo este nivel de detalle
transmite la calidad de la experiencia. Este episodio no superó
los cinco minutos en una sesión de seis horas, en la que se tra-
taron muchos temas, pero es significativo en el sentido de que
fue la primera vez que realmente se soltó en el acto sexual con
su esposa, aunque en la imaginación, y resultó no ser la últi-
ma, ya que fue el comienzo de su cercanía sexual y emocional
con ella.
La experiencia del paciente transmite mucho más que un
simple episodio de excitación sexual y «liberación de la ten-
sión». Lo que describió está mucho más en la naturaleza de
una experiencia arquetípica de apertura al patrón sexual ar-
caico de la especie y la comprensión desde dentro de la rela-
ción entre los sexos. Al representar hasta cierto punto la
escena sexual, al igual que la paciente en el ejemplo anterior

299
El viaje sanador

representaba sus movimientos rituales, dio realidad a sus ins-


piraciones y borró los miedos a los que había estado condi-
cionado a lo largo de su historia de vida. La experiencia
parece haber actuado como una apertura para una mayor ex-
ploración y desarrollo, en lugar de precipitar un cambio drás-
tico. El paciente, que había recorrido un largo camino hasta
llegar a consultarme, regresó a su país y escribió después de
seis meses: «Me siento más cerca de mi esposa. Incluso el
hecho de haberle dicho que no la amaba ha contribuido, al
parecer, a mi sentimiento de cercanía con ella. Las cosas que
me exasperaban hasta el límite ya no me molestan mucho, y
siento deseo por ella más a menudo. Nuestras relaciones se-
xuales son más completas y se parecen más a un compartir.
Me siento más libre para hacer el amor, y lo estoy disfrutan-
do más. No me siento atrapado en el matrimonio como
antes, y siento que tenemos más en común. Creo que la co-
nozco mejor».
Hasta ahora me he ocupado de los procesos de autoexpre-
sión espontánea en imágenes, palabras o acciones, de su ob-
tención por medios tales como el ensueño guiado, la
rememoración de sueños pasados, fotografías, y de las formas
de manejar diferentes tipos de material a través de la confron-
tación y de la suplantación; esto último puede, en ocasiones
(tanto con la ibogaína como en el uso de la terapia gestalt sin
drogas), llevar a una elaborada actuación. Todavía hay una
situación que quiero discutir, no solo porque la he encontra-
do en aproximadamente una de cada tres sesiones, sino por la
particular calidad e importancia de estos momentos. Se trata
de la reminiscencia o recreación de los primeros aconteci-
mientos de la vida, que puede establecerse por asociación con

300
Ibogaína, fantasía y realidad

la situación en curso, con imágenes, fotografías o interpreta-


ciones del comportamiento del paciente.
Ya he dicho que lo que la ibogaína hace típicamente es
provocar el recuerdo, no de eventos externos (como la MDA),
sino más bien, de eventos internos o fantasías. Estas pueden
ser fantasías crónicas, como las imágenes de los padres, o pue-
den ser más bien sobre la naturaleza de los eventos en el tiem-
po. Tal cosa puede apreciarse en el caso de una mujer de
mediana edad que en algún momento de su sesión recordó lo
siguiente: su padre había llegado a casa con regalos para toda
la familia, y le dio a sus hermanos y hermanas lo que le habían
pedido de antemano. Ella solo había dicho, queriendo ser la
hija favorita: «No te preocupes por mí, papá; no malgastes el
dinero conmigo». De hecho, le trajo algo menos valioso que
lo que tenía para sus hermanas, un pequeño broche en forma
de perro. La historia, tal como se ha contado hasta ahora, pro-
bablemente estaba disponible para su recuerdo consciente,
aunque no había pensado en el incidente desde sus días de
infancia. Lo que descubrió con sorpresa, sin embargo, fue
que, frustrada y decepcionada por el pequeño regalo, tuvo en
ese momento la fantasía de que el perrito (o ella, no podía
decirlo) mordía el pene de su padre y se lo comía. Además,
ahora se daba cuenta de que se sintió culpable después, como
si el evento imaginario hubiera tenido lugar realmente, y que
esta culpa había impregnado su relación con su padre desde
entonces. Esos pocos segundos de vida interior habían afecta-
do mágicamente toda su vida, poniendo fin al periodo de cer-
canía con su padre. Instruida para imaginar que ahora podía
hablar con su padre, le contó lo que había pasado. «Él» lo en-
tendió y, de nuevo, ella pudo sentirse limpia y libre. Cuando

301
El viaje sanador

volvió a ver a su padre en la vida real, sintió que podía volver a


amarlo.
Este episodio no solo nos muestra cómo un evento men-
tal puede influir en la vida tanto o más que un hecho, sino
que es importante para documentar que es posible, después
de toda una vida, recordar una fantasía que probablemente
estaba inconsciente incluso en el momento en que ocurrió. La
naturaleza de esta fantasía en particular es, por lo visto, muy
congruente con la de las imágenes de la iboga en general (el
animal mordiendo y comiéndose los genitales, la situación de
Edipo) y los sentimientos que tiende a provocar (ira, resenti-
miento, frustración), de modo que incluso nos sentimos ten-
tados a interpretar todo este aspecto del «mundo de la iboga»
como una manifestación regresiva. Pero esto solo puedo de-
jarlo aquí como una sugerencia.
Mientras que, en la última ilustración, la paciente reco-
noció su fantasía como tal, hay casos de aparente reminiscen-
cia de una realidad externa en los que podemos sospechar que,
en realidad, se está proyectando una fantasía en el pasado
como pseudomemoria, al igual que una alucinación es una
pseudopercepción del presente. Siempre que pienso que algo
así está ocurriendo, trato el recuerdo como si fuera un frag-
mento de imaginación, asumiendo que los personajes del
mismo son proyecciones de la personalidad del paciente. Por
lo tanto, le pido que los confronte o que se ponga en el lugar
de ellos hasta que se descubra su realidad psicológica en el es-
tado mental actual de la persona.
Examinemos el siguiente fragmento de una sesión. La pa-
ciente (una joven actriz que venía a consulta por dificultades
matrimoniales) me contaba un sueño en el que se sorprendía

302
Ibogaína, fantasía y realidad

al descubrir que había dado a luz a un duende. Este era un


hombre en miniatura, fuerte y saludable. Cuando le pedí que
hablara como si fuera él, dijo: «Me llamarás Shawn. Soy muy
inteligente. Voy a cantar y a bailar. Te lo demostraré, te lo
demostraré». Al repetir esto en la voz del duende y recordarlo
físicamente, se dio cuenta de que siempre había querido mos-
trar a todos que era inteligente y que podía hacer cosas. En-
tonces se percató de que el duende tenía el cuerpo de su
marido y el de un novio anterior, y que había estado tratando
de vivir sus vidas en lugar de la suya propia. «Supongo que
siempre he querido ser un chico —dijo—. Nunca me he que-
rido mucho a mí misma».
Sugerí en este punto que, así como un duende transmite
un sentimiento de extrañeza y singularidad, de no pertenecer
al mundo humano ordinario, tal vez había sentido una extra-
ñeza comparable con respecto a sus padres. Esto era evidente
para ella. Su madre la había mirado como si fuera un pequeño
monstruo y la hacía sentir como una criatura extraña. Parte de
su sentimiento de ser de un mundo diferente lo atribuyó al
hecho de que sus padres casi nunca, según parece, la tomaban
en sus brazos, como si tuvieran miedo de hacerlo o no supie-
ran cómo. Así que le sugerí que intentara sentirse como un
bebé otra vez y que experimentara lo que podría haber sentido
en ese momento. Lo sintió como un recuerdo muy realista:
«Volví a cuando tuve un año, tal vez un poco más, en mi cuna.
Mi cama de bebé tenía una especie de barandilla alrededor, y
recordé a mis padres y reviví la escena como si fuera aquí y
ahora, con todas mis emociones y movimientos, colores, luz
del día, todo. Miraban la cuna, agitando las manos y diciendo
juguetonamente: “Gailie, Gailie”... No me tocaban, y yo

303
El viaje sanador

quería que lo hicieran. Me miraban como si fuese algo extra-


ño. Descubrí que el duende había nacido realmente en ese
momento, que estaba en exposición y no se sentía como otro
ser humano. Por lo visto, el amor era lo que faltaba allí. Ade-
más, estaba encerrada en esa cuna de bebé, que era algo así
como una jaula».
Obsérvese el tema del «encarcelamiento», además del sen-
timiento de frustración. Mientras contaba estos recuerdos,
ella sufría. Continuamente, sentía que estaba muy enferma,
no como otras personas, y que no era amada. El sentimiento
más intenso de falta de amor ocurrió mientras pensaba en su
madre. Recordaba que entró en la habitación, le gritó y le dio
un golpe con los pies. Mientras ella, la bebé, lloraba y la nece-
sitaba, exclamó: «Deja de molestarme. ¡Deja de llorar y déja-
me lavar los platos!». Le pedí que hablara como ella, y lo hizo,
imitando su voz y sus inflexiones. Así es como, más tarde, re-
cordó el siguiente episodio y sus sentimientos:

El doctor me pidió que le respondiera y le dijera lo que me


estaba haciendo, y cómo me sentía. Le respondí tal como
ella me había gritado. Me llamó la atención sobre eso, y me
pidió que intentara responder como Gail, buscando mis
propios sentimientos y expresión. Estaba llorando y buscan-
do mi propia voz, pero no estaba ahí. No podía encontrar-
me a mí misma. Me pidió que mi madre me tomase en
brazos y me amara. Me tomó, pero la odié por no haberlo
hecho antes. La odié tanto en ese momento. Quería hacerle
daño y mostrarle cómo me sentía. El doctor sugirió que la
golpeara. Empecé a golpear una almohada, pero no pude
hacerlo con demasiada fuerza, porque también la amaba.

304
Ibogaína, fantasía y realidad

Me sentía culpable porque ella no me dejaba amarla. Me di


cuenta de que mi madre nunca me enseñó a amar. También
me di cuenta de que no solo es importante ser amado, sino
que también se debe permitir amar. El doctor me pidió en-
tonces que me la llevara y la amara. Me la llevé y la amé y me
sentí mejor. Aun así, me sentía triste. Le pregunté qué hacer
con la culpa. Me dijo: «Acéptala». Todavía me siento mal.
Estaba sola en esa habitación. Me sentía mal, mal, mal por
dentro. Tenía la sensación de que había un gran agujero
negro y vacío dentro de mí. No le dije nada de esto, porque
me sentía muy mal. Mientras estaba sentada en la cuna del
bebé, continuamente sentía la luz, que proyectaba un rayo
afilado desde la ventana sobre la habitación y el suelo. La luz
era cálida y me llenaba en mi soledad. Jugué con la luz. Era
Dios. Amaba esa luz y las plantas verdes que veía fuera de la
ventana. Fuera, el día era luminoso y cálido, y mi madre era
muy fría y estaba de muy mal humor. Una o dos veces, al
hablar con mi madre, encontré mi voz. Era triste, la voz de
una niña pidiendo amor. Lo único que me evitaba el sufri-
miento era la luz.

Una vez más, en este ejemplo podemos ver la calidad de


la experiencia cumbre acercándose en la medida en que la
paciente es capaz de ceder a sus verdaderos sentimientos. Es
en el dolor y la necesidad de amor donde ella se encuentra
(su propia voz) y el consuelo de la luz blanca. La imagen de
la luz como un rayo y el sentimiento religioso asociado a ella
se parecen demasiado a otras experiencias cumbre con la
ibogaína como para creer que se trate de un verdadero re-
cuerdo. Sin embargo, no podemos descartar la posibilidad

305
El viaje sanador

de que la experiencia de la luz sea una fuente de placer y


apoyo y que constituya la experiencia original en la raíz de la
noción de Dios como dador de luz.
A pesar del elemento positivo de la cita anterior, se puede
ver en ella que la situación de la paciente aún no se ha resuel-
to. Todavía estaba desgarrada por su ambivalencia, sin ser
capaz de amar de todo corazón. Como en el caso de Jacob, sin
embargo, estos minutos de análisis sentaron las bases para una
síntesis en la hora siguiente, y su fruto fue el más notable entre
los numerosos cambios de los que informó durante los meses
siguientes. Ello puede apreciarse en la siguiente página de un
diario, escrito por Gail dos semanas después:

Solía preguntar a otras personas si alguna vez tenían senti-


mientos como los míos. Me avergonzaba de los sentimien-
tos. Solía preguntarle a mi madre si yo era un bicho raro.
«¿Nadie me ama?», dije. ¿Por qué no me quieren? Yo tampo-
co me amaba a mí misma. ¿Dónde estaba Gail? Gail está
dentro de Gail, pero durmiendo. Se está despertando, y ya
es hora. Soy una persona. Soy como cualquier otra persona.
He estado viviendo la vida de otros. Tengo miedo a inten-
tarlo con la mía. Mi madre destruyó mi vida hasta este mo-
mento. Nunca se vio a sí misma. Tal vez por eso no pudo
verme. Vivió la vida de otros. Envidia, codicia y culpa. Ella
está torturada. Yo estoy torturada, pero puedo hacer algo al
respecto. Debo ejercitarme, debo vivir en el mundo y usar
mis energías. Solo en ciertos momentos me he dado cuenta
de mí misma, y solo a través de otras personas. No puedo
dejar de mirar y vivir la vida de los demás. Tengo la mía pro-
pia. Creo que me estoy liberando de mis padres. No soy mi

306
Ibogaína, fantasía y realidad

madre, gracias a Dios. Debo respetar la vida de los demás.


¿Cómo puedo asumir la responsabilidad de los demás si no
tengo ninguna para mí? Yo soy yo. Debo ser yo. Debo ser yo
de ahora en adelante, sea lo que sea. Yo tengo mi propia
responsabilidad.

La sensación de plenitud y alivio de la paciente tuvo su


inicio repentino en la sesión en un punto en el que se vio a sí
misma trepando por el interior de un tubo vertical. Este tubo
era su propia vida, lo sabía, pero no tenía fondo, y donde ella
nació y hacia abajo había una sustancia negra, de tinta y bru-
mosa, que continuaba hacia abajo sin fin. Al sugerirle que se
dejara caer en el tubo, soltó las asas y comenzó a hundirse en
la sustancia de tinta. Al caer, vio una espiral en movimiento,
pero sobre todo, según escribe: «Me convertí en mí misma al
caer. La sensación fue muy placentera y me empezó a gustar ser
yo. Sentí que el amor se hacía posible y que era una forma de
vivir».6
Este proceso de convertirse en ella misma y de descubrir el
amor fue la continuación natural del contacto con sus propios
sentimientos y del hallazgo de su propia voz en el episodio an-
terior: su propia realidad enterrada bajo su identificación con
la madre. Del mismo modo que antes, el convertirse en ella
misma se logró por medio de la caída. En la primera parte de la
sesión, había sido una caída en su pena, su desesperación, de-
jando ir su actitud defensiva. Ahora sentía un total abandono
del esfuerzo, paralelo a y expresado en la imagen de la caída.
En el proceso de la caída y en la espiral, la imagen dejó de ser

6. La cursiva es mía.

307
El viaje sanador

puramente visual, ya que su propio cuerpo se despertó y parti-


cipó en el evento.
El proceso de entrar en una imagen, de convertirse en ella,
y de esta manera reasimilar una cualidad que estaba siendo re-
pudiada, nos es familiar en la terapia gestalt y tiene una larga
tradición que antecede a la psicoterapia tal como la conocemos
ahora. El escultor hindú clásico, por ejemplo, meditaba sobre el
dios al que iba a dar forma, invocando primero su imagen en la
mente y luego convirtiéndose en ella. Una práctica similar, sin
su fin artístico, se encuentra en la Cábala judía y en las tradicio-
nes mágicas. Los dioses que se invocan en tales prácticas son
funciones o procesos particulares de la mente, y también lo son
las imágenes que se tratan más habitualmente en la psicotera-
pia. En el presente caso, el tubo representa toda la vida de la
paciente —su propia vida— y, sin embargo, no tiene fondo y
va incluso más allá. Ciertamente, es un gran acontecimiento
encontrar una puerta así para llamar. La posibilidad de entrar
ya está esperando a la persona que ve la entrada, que es la vista
sintética (aunque solo sea una vista) de su propia existencia. Me
ha sorprendido la frecuencia con que se ven tubos bajo los efec-
tos de la ibogaína, y quiero compartir mi impresión de que
estos constituyen generalmente tal entrada, de modo que son
pistas valiosas sobre las que actuar. Hemos visto el tubo en dos
de los casos ya estudiados, pero otras ilustraciones pueden servir
para aclarar su significado. Lo que sigue es parte de una sesión
en la que el paciente había estado visualizando imagen tras ima-
gen sin ningún sentimiento o interés fuerte por ellas. Parecían
más bien sin sentido y desconectadas unas de otras, y no nos
daba la sensación de que hubiese ningún patrón definido o un
supuesto desarrollo en su progresión.

308
Ibogaína, fantasía y realidad

En un momento dado, el sujeto visualizó un tambor.


Esta es una imagen habitual del mundo de la ibogaína, debi-
do a su asociación con el impulso, el poder, el movimiento, y
tal vez con el primitivismo. También se puede ver como una
variación del tema del tubo, debido a su forma cilíndrica y su
vacío. Le pedí al paciente que se hiciera pasar por este instru-
mento, y me describió cómo se estaba convirtiendo en un
gran tambor dorado, que solo se usaba para tocar en grandes
ocasiones históricas. Luego el tambor rodó por una colina y
terminó convirtiéndose en el sombrero de un general. Perte-
necía a un hombre muy insignificante, que se daba aires ac-
tuando de forma dominante. Un hombre tan insignificante
parece ser lo contrario del gran tambor de oro, lo que sugiere
que existen sentimientos de insuficiencia que el paciente está
encubriendo detrás de una pomposa imagen de sí mismo. Es
interesante observar que la transición de una imagen a la otra
esté mediada por un rodar del tambor, que recuerda a la caída
por el tubo en el ejemplo anterior. Dejar ir una autoimagen
inflada se sentirá naturalmente como una caída en el propio
yo, o, al menos, una caída en un área de insignificancia, oscu-
ridad y desagrado, en medio de la cual se encuentra el verda-
dero yo. A continuación le pedí al paciente que fuera el
general, y como estaba en el proceso de convertirse en este
personaje, vio un tubo sin final, como el túnel de un tren. Le
pedí que entrara en el tubo, y se convirtió en un avión, y
luego en un avioncito que volaba juguetonamente. Todas
ellas son imágenes de energía, y me siento inclinado a enten-
der la secuencia como un proceso de contacto del paciente
con su energía motriz a través de la «caída», que supone un
volverse insignificante. El tubo marca el punto de transición,

309
El viaje sanador

un hueco sin fin. Pero la escena se llenó inmediatamente de


dinamismo, primero por la superposición de la idea de un
tren en movimiento, y luego de un avión. Los chorros (re-
cuerden la savia que brota) y los rayos de luz pueden ser en-
tendidos como el tubo que cobra vida, o como la vida que
fluye a través de su interior hueco, como en nuestro primer
caso, en el que el sujeto recibió la luz blanca mientras miraba
hacia el tubo periscopio que había creado. Al tomar la forma
de un avión, la energía del chorro se individualizó, pues es
obvio que, a partir de la descripción que dio el paciente de su
travieso bucle, estaba hablando de su propio estilo de ser. De
hecho, lo descubrió por sí mismo. Este vuelo reflejaba sus
verdaderos sentimientos. Voló como un niño inocente y ju-
guetón, pequeño y ansioso por explorar, queriendo más y
más, y disfrutando del despliegue de su propia habilidad. No
experimentó su pequeñez como algo insignificante, como lo
sentía en general, ni tuvo que luchar por una grandeza com-
petitiva. La energía encerrada en su «personalidad de tam-
bor» se liberó en aquel momento para un disfrute más directo
de sí mismo, y en lugar del oro en el tambor, que transmitía
la grandeza a los demás, disfrutó de su propio sentimiento en
la luz dorada del sol.
Después de un tiempo de disfrutar de la sensación de li-
bertad en un mundo abierto, el sujeto (es decir, el avión) sin-
tió la necesidad de una dirección y voló hacia el sol. Dudó al
acercarse, temiendo una destrucción como la de Ícaro. Sin
embargo, procedió, entró en el interior del sol, y encontró el
paraíso detrás de él.
El avión, después de todo, es solo una transformación del
tubo sin fin, que puede ser el canal de una fuerza, pero no su

310
Ibogaína, fantasía y realidad

fuente misma. El avioncito jugaba a la luz solar como un hijo


del sol, y aunque tenía una actividad propia, podríamos decir
que su movimiento hacia el sol provenía de la atracción que el
astro ejercía sobre él. El avión es una porción de energía que
quiere más de sí misma, y que encuentra ese extra regresando
a su fuente. Es literalmente un vehículo, no el fin, y se en-
cuentra ante el sol como el hijo ante el padre (ver el caso de
Jacob), o como el ego ante el yo.
Hemos visto dos estados de energía que forman parte del
mundo de la ibogaína: uno de luz y diversión, el otro de oscu-
ridad y codicia; un mundo de sol, de espíritus y de baile, y
otro de estanques oscuros, dragones devoradores, perros cas-
tradores y gorilas amenazantes. En algún punto intermedio
encontramos imágenes como la de un león dorado o un negro
danzante. ¿Cómo se relacionan el tubo y el sol con el dominio
inferior de las experiencias de ibogaína, el de la animalidad, la
rabia y la separación solitaria? Creo que la exploración de un
caso más servirá para organizar y comprender mejor algunas
de las pistas que nos ha proporcionado el material presentado
hasta el momento.
En resumen, puede decirse que, durante las cuatro prime-
ras horas, los pensamientos y fantasías de este paciente (un po-
lítico de treinta y ocho años) fueron predominantemente
sexuales y agresivas. Durante este tiempo, dos imágenes fueron
reapareciendo con algunas variaciones: una, el tubo (que al
principio era un anillo, o un ojo), y la otra un antropoide pare-
cido a un gorila. El gorila fue la primera visión de todas, y
luego pareció convertirse completamente en un animal. Más
tarde, el paciente reconoció la actitud engreída y pomposa del
animal como suya, y cuanto más lo hacía, más se transformaba

311
El viaje sanador

la imagen en una más humana, la de un hombre gigante y


parecido a un mono al que llamaba «el matón». Al final de la
cuarta hora, anticipé que el efecto de la droga no duraría
más de otro par de horas, o aún menos, y vi poco desarrollo,
si es que hubo alguno, en la naturaleza de la experiencia del
paciente durante la última hora. Ante esta situación, decidí
interrumpir lo que parecía ser un tiovivo de imágenes inmu-
tables mediante una breve administración de dióxido de car-
bono. Esperaba que la inhalación del gas provocara un
debilitamiento transitorio de las funciones del ego y una li-
beración de material hasta entonces inconsciente. Sucedió
que el paciente no pudo tolerar más de diez inhalaciones,
porque sintió que él —el gigante fanfarrón— estaba siendo
empujado a través de un tubo, de modo que su cabeza estaba
presionando con una fuerza tremenda contra el techo, ¡y
ciertamente se rompería!
Después de este momento de impotencia y miedo a la
muerte, hubo un cambio en el tono de sentimiento del pa-
ciente y en el contenido de su conversación. No solo vio más
al matón en sí mismo, queriendo amenazar a otros para sen-
tirse seguro, sino también al niño bajo el matón: un niño co-
dicioso que quería afecto pero que no se atrevía a dejarlo ver a
los demás. Ahora el gigante se le apareció con un gran pecho
pero con piernas pequeñas, y usaba los pantalones cortos de
un niño. Muchas reminiscencias siguieron, y estas tenían una
calidad de confesión, ya que el paciente expresaba cada vez
más su debilidad, culpa e inseguridad.
Temiendo que la sesión terminara antes de llegar a un ob-
jetivo definitivo, volví a usar gas carbónico, y esta vez con una
consecuencia aún más dramática, ya que el resultado fue un

312
Ibogaína, fantasía y realidad

estado de éxtasis, cuyo sabor permaneció como el sentimiento


dominante del paciente durante el resto del día: ¡el sol se halla-
ba al otro lado del tubo!
El paciente pasó la siguiente hora en lo que puedo descri-
bir mejor como una adoración al sol. No el sol físico, que ya
se había puesto, ni un sol alucinado, sino lo que sea que esté
simbolizado en él. Al recordar esa hora, en la que nos sentába-
mos, silenciosos a veces, y a veces hablando, me imagino el sol
sobre nuestras cabezas casi como otro ser en la habitación, ya
que yo también me sentí atraído por la exaltación y el agrade-
cimiento del paciente hacia la fuente de la vida.
He comentado cómo, tanto con la iboga como con la har-
malina, un tema determinado puede ser experimentado o, en
cambio, simplemente contemplado como una secuencia de
imágenes con las que el sujeto apenas se identifica. En este
caso, creo que estamos siendo testigos de la experiencia pri-
mordial —no en el sentido de antigua, sino eterna— de la
que han surgido tanto los mitos solares como la concepción
de Dios como luz que todavía nos llega a través del significado
de la palabra Dios en la mayoría de los idiomas.
Volvimos la vista atrás en su experiencia a lo largo del
día, que había sido un compendio de su vida. El gorila que
había en él, el matón, el que quería ser el gran hombre, ocul-
taba una debilidad inaceptable y mucha culpa. Mucha de la
debilidad era la de querer, necesitar y sentir miedo de expo-
ner su necesidad. Y la mayor parte de su culpa era por el sexo.
La mayor parte de la historia de la vida que me había presen-
tado era la historia de su vida sexual, y el tema había recorri-
do toda su sesión. «¿Cómo puedo reconciliar el sexo con el
sol?», dijo entonces, sintiéndose en presencia de dos mundos

313
El viaje sanador

incompatibles, uno de espíritu puro y el otro de la carne. Sin


embargo, su duda no duró mucho tiempo, pues su cambio
de opinión se reflejó en el comentario que hizo a continua-
ción: «¡Pero el pene en erección también apunta hacia el sol!».
No se trataba de un mero juego de palabras e ideas, sino de la
expresión de un cambio en los sentimientos hacia el sexo,
que de repente se convirtió en limpio y santo en la medida en
que también apuntaba al sol, de igual manera que el avión en
la visión comentada anteriormente. La luz era el fin o el co-
mienzo definitivo del impulso sexual, y siendo así, el sexo era
en sí mismo luminoso.
Esta sesión me parece interesante por cómo muestra una
transmutación gradual de la energía psicológica, paralela a la
apertura de su canal tubular. Se puede decir que, al principio,
el paciente era un tubo cerrado e incluso quería ser así. En un
momento dado, imaginó un tubo que se extendía más allá de
su campo de visión y lo describió con una sensación de insa-
tisfacción o incomodidad por su falta de principio o fin: «Un
tubo, un tubo, un tubo, un tubo, un tubo... ¡sin fin!». Y luego
comentó que un tubo sin límites no es nada. Encuentro este
rechazo de lo «ilimitado» del tubo digno de mención, porque
es precisamente la infinitud y apertura del tubo lo que parece
característico de las experiencias cumbre de la ibogaína. Pero
esta apertura para el pequeño y rígido ego es como la muerte;
es «nada». Por lo tanto, el matón agresivo siguió empujando
su cabeza contra el techo. La imagen nos dice que el cierre del
tubo y la rígida actitud defensiva del hombre eran iguales. La
apertura del tubo sería el aplastamiento de la cabeza del hom-
bre, y eso equivaldría a su muerte. De hecho, ese hombre fi-
nalmente desapareció.

314
Ibogaína, fantasía y realidad

Así que lo primero que quiso pasar por el tubo fue la fir-
meza de un gorila, y eso no podía pasar por allí. El tubo no
puede ser permeable a una forma de energía que, después de
todo, busca la separación. Al identificarse con esta falsa ima-
gen de sí mismo, el paciente estaba impidiendo el flujo de su
vida. ¿Pero qué es esta vida que quiere fluir? En varias ocasio-
nes, vio tubos que venían del subsuelo, o que subían de un
sótano. En algún momento, el agua salió de él, sin brotar,
apenas goteando. «¡Ahora, ahora, ahora!», exclamó con gran
emoción. Y luego: «¡Ay, ay, ay!». La imagen cambió a la de al-
guien siendo crucificado, y luego no pudo recordar más. No
solo el subsuelo, sino el contexto en el que estas imágenes
están incrustadas, sugiere que fueron los instintos «oscuros»
los que quisieron salir, ya que el resto de las visiones son de
estanques fangosos, cocodrilos, negros. Entonces se produjo
la transformación por la cual la oscuridad y la vida animal se
convirtieron en luz, y no solo luz, ya que el sol calienta, trans-
mitiendo gran energía. De hecho, es la fuente de toda la ener-
gía y la vida. El sol es, literalmente, el padre de las plantas, los
animales y los seres humanos, y el paciente solo tuvo que con-
vertirse en un niño para saberlo.
El presente ejemplo muestra solo una amplificación de lo
que hemos visto en muchos otros. Cuando analizamos, por
ejemplo, la visión de Gail de la luz que entraba por la ventana
mientras yacía en su cuna («Era Dios»), o cómo la experiencia
de la luz seguía a cada contacto de otro paciente con las fuer-
zas animales retratadas en su imaginación, o cómo en el caso
de Jacob los hilos-gusanos-animales que salían de su boca se
convirtieron en el pájaro que volaba hacia el sol... En todos
estos casos, parecería que el impulso que se «encarna» en los

315
El viaje sanador

animales (o en el bebé codicioso) es el mismo que, desde un


punto de vista diferente, llega a ser experimentado como un
vuelo hacia la luz y como la luz misma.
Y el cambio de punto de vista es muy parecido al de «en-
trar en el tubo»: entrar en la vida y vivirla desde dentro, en
lugar de ser un observador externo de sus manifestaciones; ex-
perimentarla tan de cerca como pueda ser experimentada,
identificándose con su eje central, con su núcleo interior;
convertirse en vida en lugar de tenerla; alcanzar un estado en
el que el sujeto y el objeto son lo mismo, el pensador y sus
pensamientos, el que siente y sus sentimientos, el cuerpo y la
mente. Así que el proceso de entrar en el tubo no es otro que
el de entrar en la propia experiencia, que es el objeto de tantas
formas tradicionales de meditación.

Así lo he oído. En una ocasión, el Bendito vivía entre los


kurus, en una población con mercado llamada Kammasa-
dhamma. Ahí se dirigió a los monjes diciendo: «Monjes».
«Venerable señor», le respondieron ellos. Y el Bendito les
dijo: «Monjes, este es el camino directo para la purificación
de los seres, para dejar atrás la congoja y la lamentación,
para suprimir el dolor y la aflicción, para alcanzar la verda-
dera vía, para realizar el Nibbana. En pocas palabras, estos
son los Cuatro Fundamentos de la Atención Consciente.
»¿Cuáles son esos cuatro? He aquí que un monje mora
en la contemplación del cuerpo como cuerpo, fervoroso,
completamente atento y vigilante, desechando toda codicia y
aflicción con respecto al mundo. Mora en la contemplación
de las sensaciones como sensaciones, fervoroso, completa-
mente atento y vigilante, desechando toda codicia y aflicción

316
Ibogaína, fantasía y realidad

con respecto al mundo. Mora en la contemplación de la


mente como mente, fervoroso, completamente atento y vigi-
lante, desechando toda codicia y aflicción con respecto al
mundo. Mora en la contemplación de los objetos mentales
como objetos mentales, fervoroso, completamente atento y
vigilante, desechando toda codicia y aflicción con respecto al
mundo».7

La paradoja aparente es que este proceso de atender a la


realidad (en el cuerpo, los sentimientos o los pensamientos)
aparece como un movimiento descendente, hacia la existencia
terrenal, y sin embargo, dentro de la terrenalidad de sus for-
mas se encuentra una entidad espiritual que irradia desde arri-
ba. Cuanto más nos adentramos en lo mismo, más se convierte
en algo diferente. Cuanto más nos adentramos en la realidad,
más irreal se vuelve. Pero esto no es diferente del proceso por
el cual la ciencia descubre una realidad que es incomprensible
para nuestros sentidos, y el arte transfigura el mundo de las
apariencias familiares cuando alcanza la esencia de las cosas.

7. Maha-Satipatthama-Sutta: «Vigésimo segundo texto de la colec-


ción de Largos Discursos del Buda», de Nyaponika Thera, The Heart of
Buddhist Meditation, Rider & Co., Londres, 1962.

317
apéndice (2001)
mdma: una alternativa no tóxica
a la mda1

La novedad más importantes desde el descubrimiento del po-


tencial curativo de la MDA ha sido, creo yo, la MDMA, que
difiere químicamente de la MDA de la misma manera en que
la anfetamina difiere de la noranfetamina, y cuyo efecto es
básicamente el de la MDA aunque con una acción algo más
limitada y sin su toxicidad.
Aunque la MDA es un potenciador de terapia sin el po-
tencial psicotomimético del LSD, cuenta con la importante
desventaja de su toxicidad. No se trataba de un efecto cons-
tante, sino que aparecía de vez en cuando y de una forma

1. Fragmento de un artículo más amplio de Claudio Naranjo, titulado


«Investigaciones sobre los psicodélicos interpersonales» y publicado
originalmente en el libro Ecstasy: The Complete Guide, editado por Julie
Holland, Park Street Press, Vermont, 2001. El artículo completo puede
leerse también en el libro de Claudio Naranjo Exploraciones psicodélicas
Ediciones La Llave, Barcelona, 2016, pp. 137-159.

319
El viaje sanador

impredecible. En este sentido era como el cloroformo. Anta-


ño, algunos pacientes morían durante la anestesia con cloro-
formo, pero era algo que no podía preverse. Las razones de
ello eran desconocidas, y algo parecido sucedía con la MDA.
En la época en que escribí El viaje sanador observé que, de
vez en cuando, la MDA provocaba sarpullidos, y que más
allá de cierta dosis (unos 250 mg) algunas personas se torna-
ban incoherentes, lo cual podría atribuirse a fenómenos ce-
rebrovasculares. Por ello advertí a mis lectores, urgiéndoles a
comprobar la reacción de las personas a la MDA con caute-
la, empezando con una dosis muy baja. Por fortuna, durante
mi trabajo en Chile no sucedió ningún accidente, y dado
que lo tomaron unas treinta personas, debería interpretarlo
como un milagro. Un colega chileno fue menos afortunado
(y, ciertamente, menos cuidadoso), pues administró 500 mg
a un amigo que se volvió afásico. En esa época se registraron
varias muertes en Estados Unidos.
Sabemos que con la MDMA las cosas son sorprendente-
mente distintas. Se conoce y utiliza desde hace muchos años,
y a pesar de accidentes atribuidos a una presión sanguínea
alta o a su uso inapropiado, es notable su inocuidad para las
personas sanas. Diría que es el champán de los psicodélicos
interpersonales.
Mi enfoque de la terapia asistida con MDMA (igual que
en el caso de la MDA) podría describirse como un propor-
cionar a las personas una oportunidad especial para hablar
sobre su vida pasada y presente y sus problemas, con la inten-
ción de desarrollar comprensión acerca de sus relaciones y
personalidad. Insisto en ello porque la mayoría de las perso-
nas que conozco que han utilizado MDMA lo han hecho con

320
Apéndice (2001): MDMA

un modelo prestado del uso del LSD: escuchar música me-


diante auriculares, permaneciendo con los ojos vendados.
Puede resultar muy beneficioso pero, en resumidas cuentas,
los potenciadores u optimizadores del sentimiento son ex-
cepcionales a causa de la comprensión que aportan de las re-
laciones, y también por la potenciación del sentido del yo y
del tú (que son interdependientes). Como son excepcionales
a causa de la gran apertura que provocan y por la capacidad
que engendran de comunicar mejor y con claridad en lo to-
cante a los problemas relacionales, ¿no resulta natural utili-
zarlos en un contexto relacional, tanto en terapia individual
o de grupo? Insisto en ello porque, en una de las conferencias
de Esalen ARUPA2 dedicadas a un intercambio entre tera-
peutas de MDMA, estuve en desacuerdo con mis colegas de
la red psicodélica. Para mi sorpresa, todo aquel con quien
hablé allí creía firmemente que la mejor manera de conducir
a alguien en un viaje de MDMA era instarle a recogerse escu-
chando música. Recuerdo que el Dr. Rick Ingrasci (anterior
presidente de la Association for Humanistic Psychology) y
yo éramos los únicos bichos raros en esa reunión: hablamos
con la gente y la escuchamos.
Yo también utilizo música, pero con frecuencia prefiero
iniciar una sesión con un periodo de silencio. Considero la
interacción verbal como un vehículo inestimable para guiar a
las personas y ayudarlas a profundizar en sus experiencias pro-
blemáticas. Eso resultó evidente en las ocasiones en las que

2. ARUPA (Association for the Responsible Use of Psychedelic


Agents) fue un grupo informal compuesto de psicólogos, químicos y
terapeutas que se reunió periódicamente en Esalen, entre 1983 y 1986,
bajo los auspicios de Richard Price. (N. del E.)

321
El viaje sanador

regresé a la habitación tras una breve ausencia, cuando el pa-


ciente decía: «Ah, me parece que el efecto ha desaparecido,
pero “está regresando” mientras hablamos». Así que hablar no
tiene por qué ser una distracción: depende del tipo de conver-
sación y de la comprensión empática que puede ofrecerse.
Tras una época trabajando con MDMA en situaciones
individuales y grupales, mi principal interés pasó a ser su uso
en grupos de personas que mantenían relaciones constantes
entre ellas, como familias y comunidades. En esta situación,
la MDMA se presta a sesiones ocasionales destinadas a «des-
pejar la basura» para mantener relaciones saludables. No solo
he trabajado de este modo con grupos de psicoterapeutas aso-
ciados, sino con personas preocupadas por la calidad de su
asociación en una empresa y con buenos amigos que quieren
mantener sus relaciones alejadas del deterioro al que llegan la
mayoría en el transcurso del tiempo. Por lo general, trabajaba
con grupos de entre quince y veinte personas, constituidos
por un número de subgrupos, en cada uno de los cuales las
personas están involucradas en relaciones extraterapéuticas
continuadas, como por ejemplo en el caso de una familia de
tres, cuatro socios en una firma comercial, o los integrantes de
una comunidad espiritual.
Intento comunicar, mediante la presentación de un
caso, cierta sensación acerca de lo que es una experiencia de
terapia de grupo de la manera en que la llevé a cabo. Aunque
he utilizado la expresión «psicoterapia analítica» en relación
a mi manera de abordar la terapia individual con MDA y
MDMA, el tipo de terapia de grupo que he ido desarrollan-
do es uno en que intervengo poco, excepto en la preparación
del grupo (durante horas o días), y en el curso de una sesión

322
Apéndice (2001): MDMA

de retrospectiva compartida y retroalimentación de grupo,


cuando no solo coordino y comparto mis propias percepcio-
nes, sino que ayudo para alcanzar una elaboración adicional
de la experiencia.
Una parte importante de mi papel a la hora de preparar la
sesión de MDMA ha sido crear una atmósfera de entrega y
espontaneidad dentro de los límites de una estructura simple
que limita los movimientos alejados del grupo pero que per-
mite el retraimiento, protegiendo de las invasiones la expe-
riencia de cada uno. Al hacerlo, he transmitido el enfoque del
Dr. Leo Zeff en la década de 1960. En el caso de MDMA ad-
ministrada a un grupo de tamaño y composición óptimos, he
sido testigo de una notable coincidencia entre la necesidad de
algunos de sus miembros de experimentar una regresión y/o
ser dados a luz, por una parte, y la disponibilidad de otros de
ofrecer esa experiencia, por otra. Como el efecto de la MDMA
puede ser una experiencia cumbre o de dolor (o de una des-
pués de la otra), es fácil observar cómo es posible que algunas
personas se descubran en el jardín del paraíso terrenal mien-
tras que otras padecen el fuego purificador, y que la experien-
cia de las primeras es un regalo para las últimas. Una y otra
vez he tenido la impresión de que, como resultado del efecto
catalítico de la MDMA en los participantes, el grupo pasa a
convertirse en un sistema organizado de manera espontánea
para beneficio de todos.
Ahora paso a una carta personal en la que una mujer de
mediana edad me cuenta su experiencia en una sesión de
grupo, para ilustrar las distintas cosas que pueden suceder.
Por su contenido, no se trata de un relato típico, y resulta es-
pecialmente ilustrativo acerca de todo lo que puede suceder

323
El viaje sanador

gracias a una apropiada preparación grupal sin interacciones


terapéuticas individuales. Creo que los terapeutas experimen-
tados sabrán perfectamente que esta «no interacción» no es
una simple cuestión de estrategia, sino, más bien, una especie
de «arte de la inacción» desarrollado a través de la experiencia
y apoyado por una fe en la autorregulación organísmica gru-
pal e individual. En definitiva, no es algo que pueda explicarse
con facilidad, ni tampoco puede prescribirse mecánicamente,
pues parece requerir de una educada capacidad de estar pre-
sente de la manera adecuada en lo que sucede, con sensibili-
dad y benevolencia. Solo quisiera añadir que, en este grupo en
particular, que fue preparado para la experiencia mediante
varios días de ejercicios psicoterapéuticos y meditación, la
mujer identificada como «Karen» formaba parte del grupo y
eligió participar sin tomar MDMA, y que «John» (que tomó
MDMA) es terapeuta sexual.

Después de ingerir la cápsula, adopté una actitud de con-


fianza, en mí misma, en la vida y ante lo desconocido (que
siempre me asusta). La presencia cariñosa y fuerte de Rachel
me lo facilitó.
Sentí unas intensas palpitaciones que me asustaron,
pero tenía confianza en usted, que me ayudaría si fuese ne-
cesario. Empecé a perder mis sensaciones dérmicas, sentí
frío y como si me faltase el aire. Eso me hizo sentir mucho
miedo a la muerte, a disolverme o a que mi corazón explota-
se. Me tumbé de lado mientras me hacía un ovillo, cerrán-
dome, e interiormente empecé a sentirme más en paz y
segura. De mi cuerpo surgió un gemido, suave y tembloro-
so, como si me estremeciese de frío. Me di cuenta de que era

324
Apéndice (2001): MDMA

un bebé, o un feto, todavía no nacido, creado para realizar el


Ser, emergiendo de la nada, la soledad y el frío. Tenía mucho
miedo de nacer.
Entonces alguien me tapó y sentí que alguien estaba a
mi lado acariciándome. Vi que se trataba de K. y le dije:
«Estoy naciendo en este mundo». Eso era tan cierto para mí
como la luz del día. Luego pude abandonarme al dolor y a
llorar, pues me sentía segura ante otro ser humano que me
ofrecía mucha calidez y ternura. Chupé mis dedos y los
suyos, y sentí los dientes con los que podría morder. Luego
me sentí más cómoda y pude estirar algo el cuerpo y hablar
con ella. Le pedí que no se marchase todavía. Necesitaba ha-
blar con ella y contarle lo que me sucedía, y por lo que había
pasado con mi padre. No sentía ningún odio hacia mi
madre, solo dolor. Con gran convicción dije, como si lo aca-
base de comprender: «No pudo hacerlo mejor, no supo
cómo estar conmigo». Me sentí rabiosa con mi padre. Le de-
diqué duras palabras por todo el daño que me infligiera de
manera sutil a lo largo de mi vida. Le conté a K. que le había
escrito un poema a mi niña interior, y ella quiso escucharlo.
Cuando vi sus lágrimas, le recité otros poemas, pero enton-
ces me dejó un rato a solas. Me preguntó si podía quedarme
sola durante un rato mientras ella iba a ver qué quería al-
guien que la llamaba, asegurándome que volvería. Por pri-
mera vez no me sentí sola, pues tenía su chaqueta tapándome,
que podía tocar y oler, y la fantasía de su presencia continuó
conmigo. Me sentí feliz, pues estaba segura de su regreso y
también podía estar conmigo misma. Comprendí que estaba
bien que me dejase un poco sola, pues tras dejar que viniese
a mí y me llenase, ahora podía asimilarlo, integrarlo en mí

325
El viaje sanador

misma. Sentía una gran necesidad de tocar y apretar contra el


suelo distintas partes del cuerpo. J. se acercó y también le re-
cibí como si fuese un regalo de Dios. Le conté lo que estaba
viviendo. Le sentí y le conté todo, desde el principio de la
experiencia, y acerca del abismo profundo. Cómo me sentía
cariñosamente entretejida con la esencia, como si todas mis
células fuesen sus constituyentes. Me sabía mal que en nues-
tro «estado mental normal» no nos percatásemos de esta Rea-
lidad que éramos. También hablamos de sexualidad. Me
asistió con sus manos de cara a una integración de cabeza,
corazón y sexo, abriendo caminos. Me ayudó a liberar a mi
padre de mi cuerpo, pues sentía como si hasta entonces hu-
biera estado poseída por él. En ese momento fue cuando
usted se acercó y le conté que me estaba purgando de mi
padre, y usted sonrió, confirmándolo. Me hubiera gustado
que se quedase más, pero no me atreví a pedírselo. Luego J.
me dijo que necesitaba estar a solas un poco, y que después
debería ayudar a alguien más, y que volvería más tarde. Así
aprendí de ambos que yo también podría encontrar mi espa-
cio de soledad cuando lo necesitase, incluso si para ello debía
dejar a alguien, y que eso era correcto, que no estaba mal.
Continué sintiéndome feliz, ni sola ni vacía, sino que conti-
nué sintiéndome alimentada mientras seguí conmigo misma.
Todo daba la impresión de ser un regalo de Dios que me lle-
naba de alegría: recibía mucho sin tener que pedirlo. Sí, sentí
que ya no necesitaba buscar compulsivamente a otros (ma-
dres y padres) sino solo abrirme y recibir lo que me llegase en
ese momento.
K. regresó y en su compañía empecé a observar la ha-
bitación, absorbiendo y abriéndome a lo que me rodeaba,

326
Apéndice (2001): MDMA

escuchando a grupos de personas que conversaban y reían.


Durante un instante entré en contacto con una advertencia
introyectada anteriormente en la vida: «Debes ir con los
demás». Pero comprendí que en ese momento era más im-
portante permanecer con mi propia experiencia.
Luego J. me contó su experiencia, y pude escucharle y
dejar que entrase, sintiéndome clara y liberada de mí misma,
con espacio para el otro.
Después empecé a bailar sola, sintiendo toda mi alegría,
mis células vivas, descubrí el eje de mi cuerpo, y esa energía
ascendía y descendía por el mismo. Sentí que bailaba como
una serpiente, ondulando el cuerpo, y sintiéndome sucesi-
vamente árabe, hinduista, gitana... llena de fuerza y energía.
J.A. se acercó en distintos momentos, como si se sintiese
seducido por mí. Sentí miedo, como si fuese a violarme, y le
dije, como para disuadirle: «Eh, un momento, acabo de
nacer». Estuve con él en un grupo en que también estuvo
V., cuyo rostro pacífico me atraía. Con él podía expresar
verbalmente mi agresividad hacia los hombres. Cuando
sonó una canción con voz masculina, dije: «Me hubiera gus-
tado bailar como una mujer», pero él sugirió: «Precisamente
ahora que canta un hombre, por qué no bailas, y de ese
modo acabas con tu padre». Me lo tomé como un desafío
especial, y bailé. Fue una experiencia de fortaleza femenina,
y una autoafirmación frente a mi padre, de separación y au-
tonomía. Sentí como si en esta historia destructiva hubiera
alcanzado un nuevo final.
Bien, Claudio, pues no le cuento más anécdotas porque
esta carta, creo, refleja lo más significativo de la experiencia.
Me resultó profundamente terapéutica. Tengo la impresión

327
El viaje sanador

como si algo de mi carencia arcaica y primordial se hubiera


cerrado, y que no podría haber sido de otro modo.
He regresado muchas veces a esa experiencia para nu-
trirme a mí misma, y siento que estoy llegando al final de un
proceso curativo con una mente más lúcida, organizada y
creativa, más confiada, atreviéndome a enseñar y compartir
los tesoros que me he estado guardando para mí. Continúo
escribiendo poesía y cada vez disfruto más de la vida.

Espero que esa descripción de la sesión, con su elocuen-


cia, sirva para transmitir una comprensión general de la ma-
nera en que muchos temas que en teoría parecen distintos y
separados, se combinan en una única experiencia.
La persona anónima dice, en cierto momento, que acaba
de nacer, y la sesión en su conjunto pudiera parecer un paso
en un proceso de nacimiento. Separación y unión juegan un
papel en este nacimiento, pues al afirmar su individualidad,
ella se diferencia de su padre, mientras que al mismo tiempo
la situación tiene lugar en el contexto de una situación de cui-
dados maternales, en la que se permite emprender una regre-
sión mediante el apoyo de otras personas (el terapeuta, el
grupo y más concretamente, el de algunos compañeros). Pero
en la regresión el nacimiento no lo es todo: igual que separa-
ción y unión son parte del proceso, también existe una regre-
sión para progresar, un permitirse un estado fetal que luego se
convierte en trampolín, por así decirlo, de la autoexpresión.
Dije que el contenido de la sesión no era particularmente
especial, pero sí lo suficientemente rico como para plantear
muchas cuestiones: la importancia de la actitud con la que el
sujeto se embarca en la experiencia, y más concretamente, una

328
Apéndice (2001): MDMA

actitud de confianza e incluso cierta cantidad de aceptación


frente a la muerte, o una sensación de explosión inminente. La
amplitud de esta aceptación de la experiencia en curso es lo
que hace posible la profunda entrega que constituye el tras-
fondo de un despliegue orgánico.
Se hallan presentes todos los elementos clásicos de la ex-
periencia MDMA: consciencia de dolor psicológico, intui-
ción reveladora sobre la vida y las relaciones, autoexpresión en
comunicación verbal y movimiento, y un movimiento que
pasa de una acusación defensiva a una comprensión de los
demás. Y el relato deja claro lo importante que puede ser la
relación entre los miembros del grupo, tanto en el sentido de
los cuidados maternales como en el de compartir intuiciones
o, de manera general, en la terapia entre iguales.
Creo que resultaría adecuado finalizar como ya hiciera en
un trabajo no publicado sobre terapia de grupo con MDMA:
Rogers afirmó que los grupos terapéuticos podrían ser el in-
vento más beneficioso del siglo XX, y yo no conozco una
forma más efectiva de psicoterapia grupal que el uso experto
de MDMA. Espero que este vislumbre en la naturaleza de la
experiencia sea un estímulo para futuras autoridades sanita-
rias, a fin de ofrecer una atención más positiva a este enfoque
arrinconado, pues no podemos permitirnos el despilfarro de
recursos en una época en que la salud emocional ha pasado a
ser tan vital para el destino humano.
Quisiera insistir en mi creencia de que la MDMA es un
recurso extremadamente valioso para procesar la experiencia
de nuestra vida pasada y sanar relaciones en el contexto del
diálogo. Sin embargo, el gran regalo que la Providencia pa-
rece estar ofreciéndonos a través del saber hacer científico

329
El viaje sanador

permanece desaprovechado en una época en la que existe


una urgente necesidad de salud mental colectiva. Dado que
las autoridades regulatorias y médicas consideran que dichas
afirmaciones no están demostradas, creo que deberían ser
objeto de investigación prioritaria.

Epílogo

Durante mucho tiempo creí que El viaje sanador había sido


un fracaso relativo, pues no pareció estimular el interés del
estamento médico ni del público profano a la hora de averi-
guar cómo utilizar esos regalos de la naturaleza en beneficio
de todos. El libro, al parecer, gozó sobre todo del favor de los
iniciados... que eran los que menos lo necesitaban. Pero con el
transcurso de los años, me ha sorprendido que casi no apare-
ciese ningún libro sobre terapia psicodélica, y creo que El via-
je sanador continúa llenando, hasta cierto punto, un vacío,
pues otorga credibilidad a los psicodélicos como los valiosos
catalizadores terapéuticos que son. Espero que sirva para apo-
yar mis argumentos de que no podemos permitirnos el lujo de
desperdiciar su potencial mientras persistimos en una mentalidad
policial letal, pues precisamente constituyen el tipo de remedio
que necesitamos mientras nos aproximamos a un nuevo cruce co-
lectivo del mar Rojo.
Creo que la ausencia de un canal para el potencial de los
psicodélicos sería el responsable de nuestra enfermedad psicodélica
colectiva, con su adicción y complejo de criminalización. Estoy
convencido de que la dependencia tiene su origen en un mal uso y
que este ha sido el resultado de restringir la oportunidad de hacer

330
Apéndice (2001): MDMA

un buen uso. Claro que la cualidad represiva del gobierno


frente al tema de la droga es una expresión de una tendencia
represiva en la propia estructura de la civilización tal y como
la conocemos, y también de las inclinaciones prohibicionistas
que heredamos de nuestros primigenios antepasados purita-
nos. Sin embargo, vivimos tiempo en los que resulta vital para
nuestra supervivencia que vayamos más allá de la hiperestabi-
lidad y del espíritu fosilizado de las instituciones que hemos
creado.
Confío en que nuestro gobierno salga pronto de su sopor
y reconsidere su política disfuncional. Lo que necesitamos
ahora no es prohibición, sino una auténtica valoración: la for-
mación de especialistas que puedan utilizar sustancias psico-
trópicas de manera sabia y capaz.
Me siento feliz al observar que parecemos estar llegando a
una época en que se pueda llevar a cabo una reconsideración
de los psicodélicos por parte de las instituciones, y ruego que
un gobierno iluminado sea capaz de percibir y emplear el po-
tencial de los psicodélicos para nuestra sanación individual y
colectiva.
Como ya he dicho, Rogers declaró que los grupos tera-
péuticos son la innovación más importante del siglo XX, y eso
fue una afirmación notable en el siglo de la fisión nuclear y de
tantas innovaciones tecnológicas, pero probablemente sea
verdad en términos de potencial transformador para nuestra
especie amenazada. A ello añadiré, para terminar, que no co-
nozco una forma de terapia grupal más importante que la que se
realiza con apoyo de psicodélicos interpersonales.

331
sobre el autor

«Nada es más esperanzador en términos de evolución social


que el fomento colectivo de la sabiduría, la compasión y la li-
bertad individuales».
Claudio Naranjo

El doctor Claudio Naranjo (Valparaíso, Chile, 1932 – Berke-


ley, Estados Unidos, 2019), reconocido psiquiatra, filósofo,
escritor, maestro y conferenciante de renombre internacional,
fue pionero en su trabajo experimental y teórico como inte-
grador de la psicoterapia y las tradiciones espirituales de
Oriente y Occidente. Con más de sesenta años de experiencia
clínica, se convirtió en uno de los grandes expertos mundiales
en psicoterapia con psicodélicos y fue un referente en la inves-
tigación de las plantas psicoactivas, en especial la ayahuasca y
la iboga. Fue además tallerista y una figura clave del Instituto
Esalen de California, y uno de los tres sucesores de Fritz Perls
allí, ejerciendo desde entonces un liderazgo internacional en
la terapia gestalt.

333
El viaje sanador

Claudio estudió en Harvard y en la Universidad de Illi-


nois con una beca Fulbright. En 1966, fue invitado a la Uni-
versidad de California en Berkeley con una beca Guggenheim,
y más tarde regresó como investigador asociado al Institute
for Personality Assessment Research de Berkeley (Instituto de
Investigación de Evaluación de la Personalidad) de dicha
universidad.
En esos años, fue el amigo más cercano de Carlos Casta-
neda, recibió formación y supervisión de Jim Simkin en Los
Ángeles, y asistió a talleres de consciencia sensorial con Char-
lotte Selver. Formó parte del grupo pionero de terapia psico-
délica de Leo Zeff (1965-1966), lo que resultó en su
contribución al uso de la harmalina, la MDA y la ibogaína.
En 1969 fue recabado como consultor de política educa-
tiva en el Centro de Investigación creado por Willis Harman
en el Stanford Research Institute. Su informe sobre lo que era
de aplicación a la educación desde el campo de las técnicas
psicológicas y espirituales entonces en boga apareció poste-
riormente en su primer libro, La única búsqueda. Durante ese
mismo periodo, fue coautor de un libro, con el doctor Robert
Ornstein, sobre meditación (Psicología de la meditación), y
también recibió una invitación de la doctora Ravenna Helson
para examinar las diferencias cualitativas entre libros repre-
sentativos del «matriarcado» y el «patriarcado» a partir de su
análisis factorial sobre escritores de ficción para niños, lo cual
le llevó a escribir El niño divino y el héroe, que fue publicado
mucho después.
La muerte accidental de Matías, su único hijo, ocurrida
en 1970, marcó un punto crucial en la vida de Claudio Na-
ranjo que le llevó a emprender un largo peregrinaje, bajo la

334
Sobre el autor

guía de Oscar Ichazo, que incluyó un retiro espiritual en el


desierto cercano a Arica, Chile. En su opinión, este el verda-
dero principio de su experiencia espiritual, su vida contem-
plativa y su guía interior.
A partir de la década de 1970, desarrolló la psicología de
los eneatipos —llamada popularmente ‘eneagrama’— a partir
del protoanálisis de Ichazo, y fundó el Instituto SAT (Busca-
dores de la Verdad [Seekers After Truth]), una escuela de in-
tegración psicoespiritual desde la que alumbró y expandió por
el mundo su hoy célebre Programa SAT, al que han acudido
miles de alumnos en todo el mundo.
En 1976, Claudio fue profesor invitado en el Campus de
Santa Cruz, de la Universidad de California, durante dos se-
mestres, y más tarde, de forma intermitente, en el California
Institute of Asian Studies (rebautizado después como Califor-
nia Institute of Integral Studies). Al mismo tiempo, también
comenzó a ofrecer talleres de forma discontinua en Europa.
De ese modo, pudo seguir perfeccionando determinados as-
pectos del mosaico de enfoques contenidos en el Programa
SAT.
En 1987 lanzó un renacido Instituto SAT para el desarro-
llo personal y profesional en España. Desde entonces, el Pro-
grama SAT se ha extendido con gran éxito a Italia, Brasil,
Chile, México, Colombia, Argentina, Uruguay, Ecuador,
Francia y Alemania, y, más recientemente, a Inglaterra, Rusia,
Portugal y Corea del Sur.
El Dr. Claudio Naranjo enseñó en el Instituto Tibetano
Nyingma, de Berkeley, fue miembro de la rama norteameri-
cana del Club de Roma y del Instituto de Investigaciones
Culturales de Londres, así como presidente honorario de la

335
El viaje sanador

Escuela Madrileña de Terapia Gestalt y del Instituto Gestál-


tico de Santiago de Chile, entre otros muchos.
Desde finales de los años 80, Claudio repartió su agenda
anual entre sus actividades en el extranjero y su labor literaria
en su casa de Berkeley. Sus numerosas publicaciones de esa
época incluyen la versión revisada de un antiguo libro de tera-
pia gestalt, así como tres nuevos títulos sobre esta escuela.
También escribió tres volúmenes sobre las aplicaciones del
eneagrama a la personalidad (Carácter y neurosis, El eneagra-
ma de la sociedad y Autoconocimiento transformador), un nuevo
libro sobre meditación (Entre meditación y psicoterapia) y
Cantos de despertar, una interpretación de los grandes libros
de Occidente en tanto que expresiones del viaje interior y va-
riaciones del relato del héroe.
En su libro La agonía del patriarcado (el precedente de
Sanar la civilización y de La mente patriarcal) ofreció por pri-
mera vez su interpretación de la crisis mundial como una ex-
presión de un fenómeno psicocultural intrínseco a la misma
civilización —es decir, la devaluación de la crianza femenina
y el instinto infantil por parte de nuestra cultura guerrera— y
ofreció una posible solución a esta situación en el desarrollo
armónico de nuestros tres cerebros.
En los últimos tiempos coordinó la obra 27 personajes en
busca del ser, donde, junto a un equipo de colaboradores del
ámbito de la psicoterapia, escribió sobre el inédito asunto de los
27 subtipos de la psicología de los eneatipos; además, diseñó
una nueva cosecha de obras sobre eneagrama, especialmente la
enciclopédica colección Psicología de los eneatipos y el volumen
dedicado al cine y la literatura Dramatis Personae, y escribió
sobre otros temas diversos, como hermenéutica musical.

336
Sobre el autor

Recientemente, publicó también Ayahuasca, la enredade-


ra del río celestial, que recoge cincuenta años de su labor de
investigación en psicoterapia con esta bebida amazónica, La
revolución que esperábamos, por una política de la consciencia
que constituya un antídoto para nuestro mundo en crisis, y
Exploraciones psicodélicas, fruto de su enorme experiencia en
psicoterapia con psicoactivos.
Desde finales de la década de 1990, Claudio Naranjo
participó en muchas conferencias educativas en su trabajo
continuo para ayudar a crear sistemas educativos más res-
ponsables social y espiritualmente en todo el mundo. Su
libro Cambiar la educación para cambiar el mundo (publicado
en español en 2004) estimuló los esfuerzos del proyecto SAT
Educa, ayudando a impulsar el cada vez más poderoso movi-
miento de reforma educativa en España y América Latina. La
influencia de Naranjo en la transformación del sistema edu-
cativo en varios países llevó a la prestigiosa Universidad de
Udine (Italia) a otorgarle un doctorado honoris causa en Edu-
cación en 2005.
En 2006, se creó la Fundación Claudio Naranjo para
poner en práctica las propuestas de Naranjo para crear un sis-
tema educativo que integre todos los aspectos del desarrollo
humano —instintivo, emocional, cognitivo y espiritual— y
fomente la evolución social.
Los últimos tiempos de su vida fueron cada vez más pro-
ductivos: los numerosos simposios sobre psicología de los
eneatipos se combinaron con encuentros multitudinarios con
sus seguidores y estudiantes, a la vez que seguía produciendo
libros como La raíz ignorada de los males del alma y del mundo,
Ensayos sobre psicología de los eneatipos o su autobiografía, todo

337
El viaje sanador

ello combinado con una intensa militancia por el cambio so-


cial a través de la exploración de la conciencia.
Viajero incansable, activista incombustible y escritor in-
fatigable, su vida estuvo consagrada a ayudar a los demás en su
búsqueda de la transformación y tratar de influir en la opi-
nión pública y las autoridades en la denuncia de la mente pa-
triarcal que subyace a todos los problemas que padecemos y
en la idea de que solo una transformación radical de la educa-
ción podrá cambiar el curso catastrófico de la historia. Por
todo ello, la revista Watkins’ Mind Body Spirit designó a Clau-
dio Naranjo como una de las 100 personas vivas más influ-
yentes espiritualmente en 2012.
Ya con sus fuerzas disminuidas y asumiendo la cercanía
de la muerte, aunque con un excelente buen humor, Claudio
viajó a Estados Unidos para reunirse una última vez con su
maestro, Tarthang Tulku Rimpoché, en el monasterio de
Odiyan, California. Dos días después de este encuentro, en la
noche del 12 de julio de 2019, Claudio falleció en su casa de
Berkeley, consciente y en calma.

338
Sobre el autor

Links

Página web personal: www.claudionaranjo.net


Fundación Claudio Naranjo: www.fundacionclaudionaran-
jo.com
Ediciones La Llave: www.edicioneslallave.com
Programa SAT: www.programasat.com

Otros libros de Claudio Naranjo

La agonía del patriarcado


La única búsqueda
El niño divino y el héroe
Gestalt sin fronteras*
Carácter y neurosis*
Entre meditación y psicoterapia*
El eneagrama de la sociedad. Males del mundo, males del alma*
Cambiar la educación para cambiar el mundo*
Cantos del despertar*
Gestalt de vanguardia*
Cosas que vengo diciendo*
Por una gestalt viva*
La mente patriarcal
Sanar la civilización*
Autoconocimiento transformador*
27 personajes en busca del ser*
Ayahuasca, la enredadera del río celestial*
La revolución que esperábamos*
El viaje interior en los clásicos de Oriente*

339
El viaje sanador

Psicología de los eneatipos – Vanidad *


La música interior*
El carácter en la relación de ayuda*
Budismo dionisiaco*
Terapia gestalt: actitud y práctica de un experiencialismo
ateórico*
Exploraciones psicodélicas*
Psicología de los eneatipos – Cobardes, desafiantes y fanáticos*
Ensayos sobre psicología de los eneatipos*
Psicología de los eneatipos – La pereza psicoespiritual *
La raíz ignorada de los males del alma y del mundo*
Psicología de los eneatipos – Golosos*
Ascenso y descenso de la montaña sagrada
Sanar las mentes para arreglar el mundo:
Ensayos psico-espirituales
Dramatis Personae. Eneatipos, cine y literatura*
Psicología de los eneatipos – Orgullo*

* Libros publicados por Ediciones La Llave.

340

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