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Claudio Naranjo
el viaje sanador
Tratamientos pioneros de terapia psicodélica
© Claudio Naranjo
© Ediciones La Llave, 2020
Fundación Claudio Naranjo
Santjoanistes, 17, local 2
08006 Barcelona
Tel. +34 933092356
Fax +34 934141710
www.edicioneslallave.com
info@edicioneslallave.com
www.fundacionclaudionaranjo.com
info@fundacionclaudionaranjo.com
ISBN: 978-84-16145-79-9
DL nº: B 19729-2020
Impreso en Estilo Estugraf
Dedicado a Franz Hoffman, profesor emérito de fisiología y di-
rector del Centro de Estudios de Antropología Médica de la Uni-
versidad de Chile en Santiago, quien promovió mi carrera como
psiquiatra investigador en psicofarmacología y chamanismo.
Y a todos los sujetos y pacientes experimentales sobre los que he
escrito, que hicieron lo mismo.
índice
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prólogo a la segunda edición americana
por el dr. rick doblin
con un testimonio de oriana mayorga
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Prólogo a la segunda edición americana
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prefacio
por stanislav grof
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Prefacio
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Prefacio
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Stanislav Grof
Jefe de Investigación Psiquiátrica
Centro de Investigación Psiquiátrica del Estado de Maryland
Octubre de 1970
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prólogo (1973)
sondear el espacio interior
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Sondear el espacio interior
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El viaje sanador
Claudio Naranjo
Kensington, California
Marzo de 1973
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el potencial sanador de la agonía
y el éxtasis:
las drogas en psicoterapia
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Las drogas en psicoterapia
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Parece que tuve una nodriza en esta casa, porque dicen que
mi madre no tenía leche. Recuerdo a esta mujer más clara-
mente en una etapa posterior de la vida.
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«Me costó mucho creer eso. Para mí, el fuego era fuego, y si
la gente iba al infierno, no había culpa. Y la persona no ten-
dría cuerpo, y por lo tanto nada en lo que pudiera sufrir. Así
que esto era una mentira, un truco, un truco. ¿Para qué? Para
hacer que me comportase. ¡Ja, ja! Un truco para hacer que
me comportase. Así que sería un bastardo en lugar de estar
equivocado. ¡Sería un bastardo, pero uno de verdad!».
Mientras sigue hablando de fuego e infierno, ahora evoca
de repente la imagen de carbones encendidos sobre los que in-
advertidamente dejó caer un collar, y la pena de no encontrar
más las perlas. Ahora entiende esa pena. No era el collar de su
madre, como él había creído, sino el de su niñera. Pertenecía a
esa mujer que le había dado tanto, que había invertido tanto
esfuerzo, pues no tenía nada y era tan maltratada. Y entonces
alguien había hablado del infierno. ¿Una criada, tal vez?
No, estoy seguro de que fue otra persona, alguien que discu-
tió con la autoridad. Creo que fue mi madre... ¡Mi madre!
Era mi madre. Me estaba mintiendo. Sí, era mi madre. ¡Qué
horror! ¡Qué estúpido! ¡Y ella me hizo vivir esta culpa! ¡Y
este esfuerzo por ser lo que no era, y el miedo a ser lo que
era! ¡Qué estrechez y estupidez! ¡Qué insistencia en hacerme
a su gusto, maldita sea! Ella no tuvo un hijo para tenerlo,
sino para hacerlo. ¡Para hacerlo a su imagen y semejanza! Y
ella me obligó a esta estúpida cosa del pecado y el infierno.
No podrían ser buenos y justos sin esta estúpida cosa. ¡Qué
señora tan idiota! ¡Qué mujer, a la que solo importaba el es-
tatus, maldita sea! No hay autenticidad. Tal vez hay más...
un aplazamiento de los valores. ¿Para qué? Para hacer de
dulce y joven virgen, para hacerse la dama. Y mi padre es un
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Tengo que reflexionar sobre esto: ¿Por qué creo que mi nana
sufrió tanto? ¿O fui yo mismo quien realmente sufrió? Esta-
ba tan distanciada de tantas cosas que es posible que no su-
friera cuando le dijeron que se fuera. Solo sintió lástima por
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el chico que se quedó solo. Esa era su única pena. Y para mí,
la pena era quedarme solo, completamente desajustado. Yo
sufría, de hecho, de brutalidad. Sufrí porque mi nana se iba,
sufrí porque la despidieron. Sufrí por quedarme solo. Sufrí
porque fue tratada injustamente, y sufrí por mi impotencia.
¡No poder hacer nada! Era perder una parte de mí mismo.
¡Qué falta de consideración por parte de mis padres! Falta de
cuidado, mala gestión, egoísmo. No me querían en absolu-
to. Puro teatro. Puro teatro. Quizás con el tiempo han visto
lo satisfactorio que es amar a un hijo, y lo han amado, pero
creo que yo no fui amado al principio. Me mimaron, es ver-
dad, pero el sentimiento de amor se dio solo con mi nana.
Ahora vino el problema que tuve al presentarme como
un maestro de las máscaras, lo que era una manera de inten-
tar que me aceptaran en este nuevo entorno. Era mi casa, es
verdad, pero era nueva, ya que mi nana no estaba allí. Y en-
tonces comprendí que podía tener muchas cosas fingiendo
ser bueno y débil. Esa fue la máscara que usé. Creo que la
usé hasta ayer. Siempre he querido parecer diferente de lo
que soy. Y siempre he dudado de lo que soy, de mis cualida-
des. Y ahora veo que siempre he llevado esta máscara, y sé
cómo ajustarla a la gente y a las circunstancias. Aprendí muy
pronto a ser un buen chico, porque de lo contrario... ¡Ah!
Ahora recuerdo que una vez me dijeron que había mamado
la leche de una huasa (campesina ignorante), y que por eso
era tan tosco. ¡Me siento honrado de haber tomado la leche
de mi nana! ¡Es leche, leche, leche, leche, leche, de verdade-
ros pechos! ¡De una mujer realmente femenina! Decían todo
eso para degradarme. Pensaban que su hijo era grosero, que
tenía las inclinaciones de un huaso, y por eso me inhibían o
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Fernando:
—Mi padre es quien más quiere a Roberto, pero des-
pués de denunciar a Roberto tengo a mi madre para mí.
La hermana menor:
—Después de delatar a Sarah, tengo a mi padre para
mí. ¡Pobre crío! Qué triste es que le hayan retorcido el pie.
Mira, papá, yo también quiero a Roberto.
Fernando:
—¡Marica, marica! El único hombre en la casa soy yo.
Yo:
—Papá, Fernando me llamó marica.
Padre:
—No molestes a tu hermano, Fernando. ¿No ves que
está nervioso desde el accidente de su pie?
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Advertencia
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puede ser una dosis fatal para otras: un caso de afasia ocurrió
en Chile y una muerte en California. Sin embargo, como la
incompatibilidad individual es constante y está vinculada al
nivel de dosis, es posible determinarla mediante el aumento
progresivo de las dosis de ensayo (es decir, 10 mg, 20 mg, 40
mg, 100 mg…). Esto debe llevarse a cabo sin excepción du-
rante todo el tiempo que precede a cualquier primera sesión
terapéutica de MDA. Los síntomas tóxicos típicos son reac-
ciones cutáneas, sudoración profusa y confusión; los he obser-
vado en alrededor del diez por ciento de los sujetos con dosis
de 150-200 mg.4
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Síndromes de la MMDA
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Imágenes y sueños
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hay en el interior de ese lugar hasta que abro; así que, para
explorar el lugar, debo ser consciente de que es como lo que
hay dentro de un bebé. ¿Está bien así? ¿Cuál debo ser, el
lugar o el bebé?
Doctor: Cualquiera de ellos.
Paciente: Vale. Soy este lugar, y hay un bebé dentro, y estoy
esperando que alguien venga y abra la puerta y lo saque. Y
de alguna manera, estoy tratando de mirar qué hay. Quiero
saber lo que hay dentro, de algún modo. Siento curiosidad
sobre ello.
Doctor: ¿Puedes decir cómo es? ¿Podrías describirte a ti
mismo?
Paciente: No podría hacerlo muy bien, pero hay una parte
de mí que está mirando hacia fuera. En el exterior hay luz,
una luz brillante, un hermoso mundo exterior, y yo soy una
especie de escudo que no permite que ese exterior penetre en
el interior. El interior es amorfo, negro, neutro, no hay nada
sobre lo que sentir algo, sino la sensación de estar apagado,
como detenido, esperando a que alguien tome a este bebé y
lo saque de ahí, y en cierto modo, mi tarea debe ser la de
proteger al bebé del exterior, mantenerlo en una cámara fri-
gorífica, casi.
Doctor: Mantenerlo en una cámara frigorífica. ¿Puedes sen-
tir esa parte de ti mismo, esta función protectora?
Paciente: ¿Quiere decir en mi yo normal, o ahora mismo?
Doctor: No, en tu vida, en tu yo cotidiano. ¿Te ves a ti mismo
como un escudo protector de una parte muy valiosa?
Paciente: Eso es muy interesante. Mi tendencia, —oh, me
estoy volviendo bastante así, creo—, mi tendencia conscien-
te, tan pronto como me doy cuenta de cómo conseguirlo,
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síntoma del efecto de la droga, y luego vio muchas caras de
tigre. Le siguieron las panteras y todo tipo de gatos, negros y
amarillos, y luego el tigre. Este último era un tigre siberiano
muy grande, y sabía (porque podía leer su mente) que debía
seguirlo. Así lo hizo varias veces, pero ninguna de las escenas
parecía completa. Aun así, un «anhelo por el tigre» persistía
en ella. Después de un episodio (por describir) en el que co-
noció a su padre, intuitivamente supo que ahora estaba lista
para seguir al tigre, y este fue el caso. Aquí está la descripción
de la última escena, en sus propias palabras. La cita comienza
en el punto en que, después de haber seguido al animal hasta
el borde de una meseta, está mirando hacia el abismo, que es
el infierno. Es redondo y está lleno de fuego líquido, o de oro
líquido. La gente nada en él.
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Hace cuatro días salí y caminé por las calles. ¿Por qué? No lo
sé. ¿Qué sucedió? Era un hermoso día, y era una tontería
quedarse en casa. Quería salir, y lo hice. Eso es todo. Simple,
maravilloso y absurdo; después de todas las búsquedas, sufri-
mientos, teorías y asociaciones. Un hermoso día, y nada más.
Salí con mi hija. Esto ayudó mucho. Sujetar el cochecito me
da cierta seguridad. Además, estoy preocupada por ella y no
por los fantasmas. Soy feliz y tengo miedo al mismo tiempo.
Siento que he adquirido algo precioso y frágil que puede es-
tropearse o evaporarse en cualquier momento. Es como tener
una nueva herramienta y no saber qué hacer con ella. He sa-
lido cada día, cada vez un poco más lejos. Pero el mundo ya
me parece muy pequeño. Y además, no es cuestión de cami-
nar, caminar y caminar. Necesito un lugar adonde ir. Y
ahora, mientras escribo, no sé qué lugar podría ser ese.
He cumplido todos mis proyectos (¿recuerdas? Enseñar,
ganar dinero para pagarme mi propio estudio). Mi matri-
monio sigue siendo una maravilla de la no-comunicación.
En este momento, John me mira como si fuera una bomba
de tiempo. Cuando le dije que iba a salir sola, me felicitó
secamente y luego me advirtió de que tuviera mucho cuida-
do, porque desarrollaría otros síntomas. En realidad, hace
tiempo que tengo otro síntoma: un fuerte dolor en mitad de
mi cabeza. Pero esto está muy claro: lo tengo solo cuando
reprimo mi ira. Y prefiero los dolores de cabeza a la fobia.
No me atrevo a expresar mis molestias porque siento que mi
temperamento es demasiado violento.
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él, ya que, como ahora sabía, sentía que sería criticado por su
madre por compartir su visión de ella con un extraño. Sin
embargo, «Madre» finalmente habló:
—Sé que este es un matrimonio de conveniencia, pero
¿por qué eres tan violento conmigo? ¿Por qué me gritas e
insultas?
—Debo hacerlo porque soy muy débil —dijo «Padre».
El paciente se dio cuenta de lo aislados que están sus pa-
dres y de lo rígidos que son.
—No es así como los vi en la experiencia de LSD —co-
mentó—. Casi no parecen humanos, son como estatuas.
—Tal vez los veas como monumentos —apunté.
«En el momento en que escucho eso —escribió más
tarde— me siento lleno del característico brillo de la claridad.
He llegado al fondo. Veo hasta qué punto sigo construyendo
monumentos o edificios funerarios a mis padres».
Volvimos al diálogo.
La madre dijo:
—¿Por qué has sido tan malo conmigo? ¿No puedes
darme algo de amor?
El padre respondió:
—No puedo amar porque me siento excluido de tu
mundo, de tus amigos.
Y ahora el sujeto tenía otra visión. Se dio cuenta de que
era él mismo quien hablaba con su amante. Estimulado a
imaginarla como presente y a hablarle de este sentimiento, le
dijo: «Eres una puta y una extraña. No quiero amarte, porque
te entregas a cualquiera».
Cuando le sugerí que seguía hablando de ella en vez de a
ella, se dio cuenta de que no podía hacerlo: «Es que me va a
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Así que lo primero que quiso pasar por el tubo fue la fir-
meza de un gorila, y eso no podía pasar por allí. El tubo no
puede ser permeable a una forma de energía que, después de
todo, busca la separación. Al identificarse con esta falsa ima-
gen de sí mismo, el paciente estaba impidiendo el flujo de su
vida. ¿Pero qué es esta vida que quiere fluir? En varias ocasio-
nes, vio tubos que venían del subsuelo, o que subían de un
sótano. En algún momento, el agua salió de él, sin brotar,
apenas goteando. «¡Ahora, ahora, ahora!», exclamó con gran
emoción. Y luego: «¡Ay, ay, ay!». La imagen cambió a la de al-
guien siendo crucificado, y luego no pudo recordar más. No
solo el subsuelo, sino el contexto en el que estas imágenes
están incrustadas, sugiere que fueron los instintos «oscuros»
los que quisieron salir, ya que el resto de las visiones son de
estanques fangosos, cocodrilos, negros. Entonces se produjo
la transformación por la cual la oscuridad y la vida animal se
convirtieron en luz, y no solo luz, ya que el sol calienta, trans-
mitiendo gran energía. De hecho, es la fuente de toda la ener-
gía y la vida. El sol es, literalmente, el padre de las plantas, los
animales y los seres humanos, y el paciente solo tuvo que con-
vertirse en un niño para saberlo.
El presente ejemplo muestra solo una amplificación de lo
que hemos visto en muchos otros. Cuando analizamos, por
ejemplo, la visión de Gail de la luz que entraba por la ventana
mientras yacía en su cuna («Era Dios»), o cómo la experiencia
de la luz seguía a cada contacto de otro paciente con las fuer-
zas animales retratadas en su imaginación, o cómo en el caso
de Jacob los hilos-gusanos-animales que salían de su boca se
convirtieron en el pájaro que volaba hacia el sol... En todos
estos casos, parecería que el impulso que se «encarna» en los
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