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La Espera El Olvido Maurice Blanchot 1
La Espera El Olvido Maurice Blanchot 1
Maurice Blanchot
Aquí, y en esta frase que quizás también le estaba destinada, él fue conminado a
detenerse. Casi mientras la escuchaba hablar es como había redactado estas notas. Aún
oía su voz al escribir. Se las enseñó. Ella no quería leer. Sólo leyó algunos pasajes y
porque él se lo pidió suavemente. "¿Quién habla?" decía ella. "Pero ¿quién habla?" Ella
tenía la sensación de un errar que no alcanzaba a situar. "Borre lo que no le parezca
justo". Pero ella no podía borrar nada en absoluto. Tiró todos los papeles con tristeza.
Tenía la impresión de que, aunque él le hubiere asegurado que la creería en todo, no la
creía lo suficiente, con la fuerza que hubiera hecho presente la verdad. "Y ahora usted
me ha quitado algo que yo no tenía y que ni siquiera usted tiene". ¿No tenía él palabras
que ella aceptaba de buen grado y que se apartaban poco de lo que ella pensaba? Pero
todo giraba ante sus ojos: ella había perdido el centro de donde irradiaban los
acontecimientos y que ella tan firmemente sostenía hasta ahora. Ella dice, quizás para
salvar algo, quizás porque las primeras palabras lo dicen todo, que el primer parágrafo
le parecía el más fiel y también un poco el segundo, sobre todo al final.
Él resolvió volver a empezar desde ahí. No la conocía mucho. Pero él no tenía
necesidad de familiaridad para acercarse a los seres. ¿Era el azar, que a él le había dado
como habitación precisamente esta habitación, lo que les había puesto tan íntimamente
en relación? Otros la habían habitado durante temporadas, y ella decía que, por el
contrario, les había evitado. La habitación de ella estaba al final del mismo pasillo, un
poco más lejos, en el sitio en que la casa empezaba a doblar. Él podía vislumbrarla
cuando estaba estirada en el amplio balcón, y él le había hecho señas poco después de
su llegada.
Se preguntaba si ella tenía razón cuando le reprochaba su falta de fe. La creía, no
dudaba de sus palabras. Verla, escucharla, le ataba mediante un presentimiento al que
deseaba no sustraerse. Pero ¿de dónde venía su fracaso? ¿Por qué ella rechazaba tan
tristemente lo que ella misma había dicho? ¿Se rechazaba a sí misma? Él pensó que, en
algún momento, había cometido una falta. La había interrogado demasiado brutalmente.
No se acordaba de haberle preguntado, pero eso no le justificaba, él le había preguntado
de una manera más apremiante con su silencio, su espera, con las señas que le había
hecho. Le había inducido a decir demasiado abiertamente la verdad, era una verdad
directa, inerme, sin nada a cambio.
Pero ¿por qué ella le había hablado? Si empezaba a interrogarse sobre eso, él no
podía proseguir. Sin embargo, eso era también esencial. Mientras no hubiera encontrado
la razón justa, no estaría nunca seguro de que ella le hubiera dicho verdaderamente lo
que ahora no dudaba haber escuchado - esta convicción se la debía a su presencia, al
murmullo de las plabras: el aire continuaba hablando aquí. ¿Y después? Él no debía
preocuparse de después, no buscaría garantías para un tiempo distinto. La dejaría libre.
¿Acaso él no desearía empujarla a otras confidencias y no era, por el contrario, su
secreto deseo tenerla en esta inclinación? Eso le atraía, pero le causaba también un gran
malestar. Descubría por tanto tener segundas intenciones. ¿No habían estas segundas
intenciones alterado sin saberlo lo que él había escrito con tanta seguridad? Él se decía
que no. Experimentaba una confusa desesperación al pensar en aquella desaprobación
con que ella se le había opuesto con tanta desesperación. Ser fiel, eso era lo que se le
había pedido: sostener esta mano un poco fría que le conduciría por singulares
meandros hasta un sitio en que ella desaparecería y le dejaría sólo. Pero le era difícil no
buscar a quién pertenecía esta mano. Él había sido siempre así. Pensaba en esta mano,
en la que se la había tendido, y no en el itinerario. Ahí, sin duda, estaba la falta.
Mientras reunía las hojas -y ahora ella le vigilaba con una mirada curiosa-, no
pudo dejar de sentirse ligado a ella por este fracaso. No comprendía bien por qué. La
había algo así como tocado a través del vacío, la había visto durante un instante.
¿Cuándo? Hace poco. Él había visto quién era ella. Esto no le encorajinaba, más bien le
ponía punto final a todo. "Sea, se dijo, si no quieres, renuncio". Él renunciaba, pero con
unas palabras de intimidad que, es verdad, no se dirigían directamente a ella, ni mucho
menos a su secreto. Había apuntado a otra cosa que le era más familiar, que conocía y
con la que parecía que había vivido en una libertad gozosa. Le sorprendió descubrir que
era quizás su voz. Esta voz le había sido confiada. ¡Qué pensamiento sorprendente!
Recogió las hojas y escribió: "Te ha sido confiada la voz, no lo que ella dice. Lo que
ella dice, los secretos que recibes y que transcribes para darles valor, debes devolverlos
suavemente, a pesar de su tentativa de seducción, al silencio que en primer lugar has
bebido en ellos". Ella le pidió lo que acababa de escribir. Pero eso era algo que ella no
debía escuchar, que no debían escuchar juntos.
· "¿Por qué me escucha usted así? ¿Por qué, incluso cuando habla, todavía me
escucha? ¿Por qué atrae usted en mí esta habla que a continuación tengo que decir? Y
usted nunca responde, nunca me deja escuchar algo suyo. Pero no diré nada, sépalo. Lo
que digo no es nada".
Ella quería sin duda que él repitiera lo que ella había dicho. Pero ella nunca
reconocía en mis palabras las suyas. ¿Acaso yo sin saberlo cambiaba algo? ¿Cambiaba
algo de ella a mí?
En voz baja para sí mismo, en voz más baja para él. Habla que hay que repetir
antes de haberla escuchado, rumor sin huella que él sigue, en ninguna parte errante, en
todas partes residente, necesidad de dejarla ir.
Siempre la vieja habla que quiere estar ahí de nuevo sin hablar.
· Mísera habitación ¿has estado alguna vez habitada? Cuánto frío hace aquí, qué
poco te habito. ¿Acaso no moro en ella solamente para borrar las huellas de mi estancia?
De nuevo, de nuevo, caminando y siempre sin moverse del sitio, otro país, otras
ciudades, otras rutas, el mismo país.
· A menudo había tenido la impresión de que ella hablaba, pero que todavía no
hablaba. Por tanto él esperaba. Estaba, encerrado con ella, dentro del gran círculo
movedizo de la espera.
· "Haga de tal manera que yo pueda hablarle". - "Sí, pero ¿tiene usted idea de lo
que yo debería hacer para eso?" - "Convénzame de que me escucha". - "Pues bien,
comience, hábleme". - "¿Cómo podría comenzar a hablar, si usted no me escucha?"
-"No sé. Me parece que te escucho". - "¿Por qué este tuteo? Usted nunca tutea a nadie".
- "Es efectivamente la prueba de que me dirijo a ti". - "No le pido que hable: que
escuche, solo que escuche". - "¿Escucharte o escuchar en general?" - "No a mí, usted lo
ha comprendido bien. Escuchar, solamente escuchar". - "Entonces que no seas tú quien
hable, cuando hables".
Y por tanto en un solo lenguaje hacer escuchar la doble habla.
Era una especie de lucha la que ella proseguía con él, una explicación silenciosa
mediante la cual ella le pedía satisfacción y él se la daba.
· ¿Y no la había puesto él, sin embargo, en guardia desde el primer día, ese día
que aún no era del todo el primero y donde a ella le había parecido tan molesto estar,
sorprendida y casi irritada, esperando que él se justificara mientras la justificaba?
Con sus fuerzas recientes él no había vacilado en responder. Era una época
brillante donde todo aún parecía posible y donde él no tomaba ninguna precaución,
anotando al azar con soberana rectitud siempre el detalle esencial y fiándose para lo
demás de su memoria que no le fallaba nunca.
· ¿Qué llevaría él sobre sus hombros? ¿Cuál ausencia de sí pesaba sobre él?
· Él intentó entonces mirar la habitación más por holganza que por interés: era
una habitación de hotel. Estrecha y larga; anormalmente larga tal vez.
· Cuando comprendió que ella intentaba decirle cómo habían pasado las cosas
-quizás lo decía ella por añadidura-, pero que ella luchaba con frío sufrimiento contra
algunas palabras que habían sido algo así como depositadas en ella y que ella se
esforzaba por mantener en relación con el porvenir o con algo que todavía no había
pasado, a pesar de todo ya presente, a pesar de todo ya pasado, él sintió miedo por
primera vez. Ante todo, él no sabría nada (y vio cuánto había deseado saber), y más
tarde nunca percibiría en qué momento estaría a punto de acabar. Cuál existencia
resultaría de ello, seria, frívola, sin solución, sin perspectiva; en cuanto a sus relaciones
con ella, una perpetua mentira.
· La característica de la habitación es su vacío. Cuando él entra, no lo nota: es
una habitación de hotel, como las que siempre ha ocupado, como le gustan, un hotel de
mediana categoría. Pero desde el momento en que quiere describirla está vacía y las
palabras de las que se sirve sólo recubren el vacío. Con qué interés, no obstante, ella le
observa: aquí la cama, allí una mesa, allí donde está usted un sillón.
Ella se imaginaba, o por lo menos él tenía esa impresión, que él tenía un gran
poder, del cual habría podido servirse para llegar al corazón de la verdad que ella
parecía tener constantemente ante sí sin lograr hacerla real; pero, con ese poder, por una
incomprensible negligencia, él rechazaba hacer nada. "¿Por qué no hace todo lo que
podría hacer?". - "¿Pero qué podría hacer yo?" - "Más de lo que hace" - "Sí, sin duda, un
poco más, añadió alegremente. Tengo a menudo esta impresión desde que la conozco." -
"Sea sincero: ¿por qué no ejerce el poder que sabe que tiene?" - "¿Qué clase de poder?
¿Por qué me dice eso?" - Pero ella volvía con su tranquila obstinación: "Reconozca ese
poder que le pertenece." - "No lo conozco, y no me pertenece." - "Ésta es de hecho la
prueba de que ese poder forma parte de usted mismo."
Las voces resuenan en el inmenso vacío, el vacío de las voces y el vacío de ese
lugar vacío.
· Las palabras se sirven en ella del recuerdo que ellas le ayudan a expresar.
En su memoria nada más que sufrimientos que no pueden ser rememorados.
· El deseo que desde hace tiempo él tenía de escucharla había dejado lugar a una
necesidad de silencio, y todo lo que ella había dicho habría formado el fondo indiferente
de éste. Pero sólo la escucha podía alimentar ese silencio.
Buscaban ambos la pobreza en el lenguaje. En ese punto estaban de acuerdo.
Siempre, para ella, había demasiadas palabras y una palabra de más, más aún palabras
demasiado ricas y que hablaban con exceso. Aunque ella aparentemente fuese poco
experta, siempre parecía preferir las palabras abstractas, que no evocaban nada. ¿No
intentaba ella, y él con ella, hacerse en el interior de esta historia un abrigo para
protegerse de algo que también la historia contribuía a atraer? Había momentos en que
él lo creía y frases que hacían que lo creyese.
Quizás en él ella quería solamente destruir, proponiéndole esta historia, la
voluntad de expresarse a la cual ella buscaba al mismo tiempo reducirle.
· Él no lo haría.
"Si usted no lo hace, lo hará no obstante." - "Pero ¿lo desea?" - "¡Ah! Usted no
se librará así. Si lo hace, lo desearé." Él reflexionó: "¿Habría yo quizás podido hacerlo
antes?" - "¿Pero cuándo?" - "Pues bien... cuando no la conocía." Lo cual hizo que se
riera: "Pero usted no me conoce."
· "Sí." ¿Dice ella verdaderamente esta palabra? Es tan transparente que deja
pasar lo que ella dice y hasta esa misma palabra.
· "¿Eso entonces ha pasado aquí y usted estaba conmigo?" - "Quizás con usted:
con alguien que ahora no me puede faltar reconocer en usted."
Desde fuera él habría querido que se viera mejor lo que era: en lugar del
comienzo, una especie de vacío inicial, un enérgico rechazo a dejar que la historia
comience.
Historia, ¿qué entiende ella por esto? Él se acuerda de las palabras que un día
habían estallado en su vida. "Nadie aquí desea ligarse a una historia." Recuerdo casi
extinguido y que sin embargo todavía le estremece.
· "Yo haré lo que usted quiera." Pero eso ahora ya no le bastaba. "No le pido que
me ayude, le pido que esté ahí y que usted también espere." - "¿Qué debo esperar?" Pero
ella no comprendía esta pregunta. Desde que se esperaba algo, se esperaba un poco
menos.
· El rechazo que ella le oponía estaba en su misma docilidad. Todo era oscuro, él
lo sabía, turbio tal vez, y su presencia estaba ligada a una duda: como si ella sólo
hubiese estado presente para abstenerse de hablar. Y después venían los momentos en
que, habiéndose roto el hilo de sus relaciones, ella recobraba su tranquila realidad.
Él entonces veía mejor en qué extraordinario estado de debilidad se encontraba
ella y de dónde sacaba aquella autoridad que a veces le hacía hablar. ¿Y él? ¿No era él
demasiado fuerte para escucharla, no estaba demasiado convencido del extenso sentido
de su existencia, demasiado arrastrado por su movimiento?
¿Qué le faltaba a lo que ella decía, a sus frases más sencillas?
· Haz de tal manera que yo pueda hablarte. ¿Lo desearía ella verdaderamente?
¿Estaba segura de que no lo lamentaría? "Sí, lo lamentaré, Lo lamento ya." Pero, no sin
tristeza, añadió: "Usted, usted también lo lamentará." Sin embargo, ella al punto había
observado: "No le diré todo. No le diré casi nada." - "Pero entonces más valdría no
empezar." Ella se rió: "Sí, pero es que ahora ya he empezado."
Él desde siempre sabe que nada hay ahí que no lo puedan expresar las palabras
más comunes, pero a condición de que ello mismo pertenezca a ese mismo secreto, en
lugar de conocerlo, y renuncie a su parte de luz en este mundo.
Él nunca sabría lo que él sabía. Eso era la soledad.
· En ese momento él está empeñado en un error del que no quiere excluirse, que
no es sino la reactivación de sus más antiguos errores. Ni siquiera lo reconoce, y cuando
le dicen: "¡Pero este pensamiento siempre es el mismo pensamiento!", se contenta con
reflexionar y finalmente responde: "No del todo; y quisiera pensarlo todavía un poco."
Sólo puedo escuchar lo que ya he escuchado.
· Él se pregunta si ella no se mantiene con vida para prolongar el placer de
terminarla.
· La habitación está iluminada por dos ventanas que, a unos pasos de distancia,
abren oblicuamente la pared. La luz penetra casi por igual hasta una mesa de color
negro, negro macizo y sólido. Cerca de la mesa, ahí donde comienza la parte que el sol
no alcanza, pero muy iluminada, derecha en un sillón sin apoyar los brazos, ella respira
lentamente.
"¿Tanto desea salir de esta habitación?" - "Tengo que hacerlo." - "Ahora no
puede salir." - "Tengo que hacerlo, tengo que hacerlo." - "Sólo cuando me haya dicho
todo." - "Le diré todo, Todo lo que desea que diga." - "Todo lo que es necesario que
diga." - "Sí, todo lo que es necesario que usted escuche. Permaneceremos juntos, le diré
todo. Pero no en este momento." - "Yo no le impido salir." - "Tiene que ayudarme, bien
lo sabe."
· No es verdad que estés encerrada conmigo y que todo lo que no me has dicho
aún te separe del afuera. Ni uno ni otro estamos aquí. Unas pocas palabras tuyas han
penetrado y desde lejos las escuchamos.
· ¿Quiere usted separarse de mí? ¿Pero cómo lo logrará? ¿A dónde irá? ¿Cuál es
el lugar en que no esté separada de mí?
·Esperar, solamente esperar. La espera ajena, igual en todos sus momentos, como
el espacio en todos sus puntos, similar al espacio, ejerciendo la misma presión continua,
sin ejercerla. La espera solitaria, que estaba en nosotros, pasada ahora al afuera, espera
de nosotros sin nosotros, forzándonos a esperar fuera de nuestra propia espera, no
dejándonos ya nada que esperar. En primer lugar la intimidad, en primer lugar la
ignorancia de la intimidad, en primer lugar el lado a lado de instantes que se ignoran, en
contacto y sin relación.
Él procuraba, a veces dolorosamente, no tomarla en cuenta. Ella ocupaba poco
sitio. Permanecía sentada, derecha, con las manos extendidas sobre la mesa, de modo
que, al alzar la vista, él podía ver sus manos desocupadas. A veces creía que ella se
había levantado y que había atravesado la habitación. Pero ella estaba ahí.
"Usted ya lo sabe todo." - "Sí, lo sé todo." - "¿Por qué me obliga a decírselo?" -
"Quisiera saberlo de usted y con usted. Es algo que sólo podemos saber juntos." - Ella
reflexionó: "¿Pero no corre el riesgo de saberlo un poco menos?" Él a su vez reflexionó:
"No importa. Es preciso que usted lo diga: una vez, una sola vez; que yo lo escuche
decir." - "Si lo digo una vez, lo diré siempre." - "Sí, eso es, siempre."
"No deseo saberlo. Deseo que me lo diga para no tener que saberlo." - "No, no,
eso no."
· Él sabía, y le parecía que ella sabía, que en alguna parte aquí había como un
vacío. Si se interrogaba, con la paciencia que conseguía apartar sin violencia las
nociones extrañas, él no vacilaba en concluir que el vacío se encontraba en un sitio que
no habría podido situar, aunque hubiera sido capaz de emplear su mente en ello con la
mayor seriedad. Pero no tenía que hacer un esfuerzo demasiado grande para pensar en
ello e incluso para recordarlo. Era como si hubiera introducido en el interior de su
pensamiento un sufrimiento que, desde el momento en que éste se despertaba, le forzaba
a no pensar en él. Sin embargo, ese día, fue más lejos. Imaginó que, si pudiera describir
exactamente, minuciosa y no fugitivamente, esta habitación, sin tener en cuenta su
presencia, la de él, pero intentando distribuirla en torno a la presencia de ella,
descubriría casi necesariamente eso que faltaba, eso cuya falta les ponía a ambos bajo la
dependencia de algo que a él le parecía unas veces amenazante y otras veces jovial, o de
una jovialidad amenazante. Naturalmente él sabía que no le gustaba mucho mirar esta
habitación, pero solamente desde que ella no dejaba de pedirle, con una insistencia
silenciosa, que se la describiera una y otra vez. Anteriormente, y después de haber
entrado, él la había encontrado casi agradable.
Había en él un punto de debilidad y de distracción que se tenía que poner en
relación con todo lo que pensaba y decía, so pena de cometer lo que le parecía que era la
infidelidad esencial. En torno a este punto, por una necesidad mal percibida, se había
dispuesto y orientado todo lo que había escrito y todo lo que había tenido que vivir,
como un campo movedizo de fuerzas caprichosas. ¿Cuál era este punto? A veces se
había acercado a él. De este acercamiento había traducido con obstinación
sorprendentes descubrimientos. Y cada vez estaba listo para volver a empezar ese
movimiento: a su pesar y sin embargo gustosamente; gustosamente no: a su pesar
solamente.
· ¿Hay una puerta que él no ha observado? ¿Hay una pared lisa, allí donde dos
ventanas se abren? ¿Hay siempre la misma luz, aunque sea de noche?
· Lo que él nunca le había preguntado: si ella decía la verdad. Ahí está lo que
explicaba sus difíciles relaciones; ella decía la verdad, pero no en lo que decía.
Y hubo ese día en que ella le había declarado: "Ahora sé por qué no le respondo.
Usted no me interroga." - "Es verdad, no la interrogo como se precisa." - "Sin embargo,
me interroga constantemente." - "Sí, constantemente." - "Eso me obliga a responder." -
"No obstante, yo pido muy poco, reconózcalo." - "Demasiado poco para que mi vida sea
suficiente." - Ella estaba de pie casi a su lado, mirando hacia delante: "Naturalmente, si
yo muriera usted no cesaría de devolverme a la vida para hacer que todavía
respondiera." - "A no ser, dijo él sonriendo, que yo muriera primero." - "Espero que no,
eso sería peor." - Ella se detuvo, y volvió como a otra idea: "Debo ser capaz de saber
sólo una sola cosa." - "Como yo de escuchar sólo una. Pero tememos que no sea la
misma. Tomamos nuestras precauciones."
Sólo puedo escuchar lo que ya he escuchado.
· Debes ser prudente: ¡semejante figura! Sin ley, aparentemente, pero ella está
como unida a un punto particular de ese lugar, un punto que ella haría visible si tu deseo
de verla no rechazara todo lo demás.
Los pensamientos de la noche, siempre más brillantes, más impersonales, más
dolorosos. Constantemente dolor y gozo infinitos, y al mismo tiempo la calma.
· ¿No le había ella sugerido a veces que la descripción, por más que no estuviera
acabada, estaba siempre completa y que a ella sólo le faltaba su propia ausencia, de la
que no se sabía si se alegraba o se alarmaba? "Cuando nos hayamos marchado." O
solamente: "Cuando usted ya no esté ahí." - "Entonces, usted tampoco, tampoco estará
ahí." - "Yo tampoco, tampoco estaré ahí."
· Dos hablas estrechamente apretadas una contra otra, como dos cuerpos vivos,
pero de límites indecisos.
· La presión de la ciudad: por todas partes. Las casas no están allí para morar en
ellas, sino para que haya calles y, en las calles, el movimiento incesante de la ciudad.
· "No estamo solos aquí." - "No, no estamos verdaderamente solos.
¿Aceptaríamos estarlo?" - "Solos, pero no cada uno por su cuenta, solos para estar
juntos." - "¿Estamos juntos? No del todo, ¿no es eso? Solamente, si pudiéramos estar
separados."
· "No hemos comenzado aún a esperar, ¿no es eso?" - "¿Qué quiere usted decir?"
- "Que si pudiéramos hacer algo para que ella comience, también podríamos acabar con
la espera." - "Pero ¿deseamos hasta tal punto acabar?" - "Sí, lo deseamosm sólo
deseamos eso."
"Todo cambiaría si esperásemos juntos." - "¿Y si la espera nos fuera común? ¿Si
le perteneciéramos en común? Pero lo que esperamos, ¿No es eso estar juntos?" - "Sí,
juntos." - "Pero en la espera." - "Juntos, esperando y sin esperar."
· Él se dio cuenta de que a ella la atraía la luz, pero cierta luz cuya fuente parecía
algún punto de la descripción que él tácitamente había aceptado no cesar nunca de
mantener.
No describas eso como si lo recordaras.
· Cuando se pregunta: "¿Qué espera ella de mí?", él presiente que ella no espera,
sino que está en el límite de la espera.
· Él no pensaba que un habla tuviera más importancia que otra, cada una era más
importante que todas las demás, cada frase era la frase fundamental, y sin embargo sólo
buscaban reunirse todas juntas en una de ellas que se habría podido callar.
· "Nunca darás respuesta a semejante habla." Al punto, él se alzó y preguntó:
"¿Quién ha dicho eso?" Y como por todas partes reinase un gran silencio, de nuevo
preguntó: "¿Quién guarda silencio?"
Él bien se da cuenta de ello, ella habla, y no hay nadie para devolverle el
silencio, nadie para recibirlo de ella.
· Él le dijo, y ella pareció impresionada por esas palabras: "No lo conozco desde
antes de que usted lo conozca." Más tarde, ella intentó refutar estas palabras: "Pero,
decía, que usted no lo conozca sucede sólo desde el momento en que le conozco a
usted."
"¿Qué ocurriría si de repente mis palabras se me hicieran escuchar?"
"Para escucharme, no sería preciso escucharme, sino darme a escuchar."
· ¿Desde cuándo había comenzado a esperar? Desde que se había liberado para la
espera perdiendo el deseo de las cosas particulares y hasta el deseo del fin de las cosas.
La espera comienza cuando ya no hay nada que esperar, ni siquiera el fin de la espera.
La espera ignora y destruye lo que espera. La espera no espera nada.
Sea cual fuere la importancia del objeto de la espera, está siempre infinitamente
superado por el movimiento de la espera. La espera vuelve igualmente vanas todas las
cosas igualmente importantes. Para esperar la menor cosa, disponemos de una potencia
infinita de esperar que parece que no puede ser agotada.
"La espera no consuela." - "Los que esperan de nada han de ser consolados."
· Envuelta consigo misma, girada desviada, ¿cómo podría él verla? Tenía que
luchar contra una cosa pensada que, desde que él la mira, le mira.
· "No hable de eso. No piense más en eso. Olvídelo todo." - "Lo he olvidado
todo. A usted también le he olvidado." - "Sí, usted me ha olvidado."
No hay entre ellos verdadero diálogo. Sólo la espera mantiene cierta relación
entre lo que dicen, palabras dichas para esperar, espera de palabras."
· Él debía precederla e ir siempre por delante, sin nunca estar seguro de si era
seguido por ella. De lo que ella tenía que decirle él estaba obligado a descubrir en
primer lugar las palabras con las que a continuación ella podría hacérselo escuchar.
Caminaban así, inmóviles en el interior del movimiento.
· La espera estéril, siempre más pobre y más vacía. La espera plena, siempre más
posesora de espera. Una es otra.
· La cosa pensada que ella es ahí, aunque mediante sus palabras ella en cierto
modo niegue siempre su presencia al afirmar de ella la relación secreta con ella misma.
· Él la había visto una vez, dos veces, un número infinito de veces. Había pasado
junto a ella y él no había borrado su presencia. Que ella no supiera nada de él, nunca lo
había dudado. Ella le ignoraba, él aceptaba su ignorancia. Estaba en primer lugar aquel
impulso, aquella vida profunda a causa de esta soledad redoblada; al final, aquel peso de
engañifa y de error. Quien ha aceptado eso una vez debe perseverar sin fin.
Ella le ignora, mientras está más atenta que nadie a lo que él hace y dice.
A él le parece que ella, más que dudar de su presencia, no le da crédito. Quizás
porque ella no duda, no cree.
· Ella no está atenta a lo que él hace: él no hace nada, y no más de lo que dice: él
habla menos que escucha; acaso a él mismo, a ese él que la espera desgaja de él y que es
la indiferencia atenta del lugar.
Eran los latidos del corazón, la agitación de la esperanza, la ansiedad de la
ilusión.
· "Usted no me habla a mí, le habla a alguien que está ahí para escucharle." -
"Pero ¿está usted ahí?" - "Estoy ahí."
· Él nunca soñaba con ella. Ella nunca soñaba con él. Ambos solamente eran
soñados por aquel que hubieran querido ser uno para otro.
· Extendida, semidesviada. La mesa contra la cama, él escribe con un ruido
continuo que hace casi transparente el silencio. De pronto ella le dirige esta pregunta:
"¿Quién eres en realidad? No puedes ser tú, pero eres alguien. ¿Quién?" Él ha
interrumpido su trabajo, baja la cabeza. "Yo te interrogo." Él también se interroga. "No
dudes, dice suavemente él. Yo escogí ser lo que me suceda. Soy efectivamente lo que
acabas de decir." - "¿Quién?" Casi gritó ella. "Sí, lo que acabas de decir."
· Ella estaba sentada, inmóvil, a la mesa; estirada contra él sobre la cama; de pie
a veces cerca de la puerta y viniendo entonces de muy lejos. Así es como él la había
visto en primer lugar. De pie, habiendo entrado ella sin decir nada y sin mirar siquiera a
su alrededor, como si hubiera reunido en sí toda la presencia del lugar; y, seguramente,
si no hubiera habido entre él y cualquier figura femenina una larga familiaridad que le
acercaba a cada una de ellas, él habría debido sentirse inmediatamente un intruso en
aquella habitación, pero con la firme seguridad de la juventud él no veía nada
extraordinario en su venida, tampoco había vacilado en hacerle señas hacía poco: ella
estaba ahí, no la dejaría volver a irse.
Él estaba ahí, ella no le dejaría volver a irse.
· "Ah, por fin lo dice francamente." - "¿Por qué? ¿No he sido siempre franco?" -
"Muy franco, demasiado franco quizás para la verdad sin franqueza que busca
expresarse a través de usted."
Él sabía que ni en ella ni en él había otra cosa que el esfuerzo para llegar a este
pensamiento que, fuera de ellos, los esperaba para conducirlos o para extraviarlos.
Aunque la había forzado a hablar, nunca la había presionado para entrar en su
pensamiento. Él no le prestaba pensamientos. La palabra pensamiento no contenía
suficiente transparencia, suficiente oscuridad. Ella solamente hablaba, solamente se
callaba.
· ¿Qué había olvidado ella? ¿Era muy importante? Oh no, era insignificante. Ella
lo decía con una especie de paz furiosa, una tranquilidad bañada en lágrimas, atravesada
de luz, cargada de oscuridad.
· "Cree usted que recuerdan?" - "No, ellos olvidan." - "¿Cree usted que el olvido
sea la manera en que recuerdan?" - "No, ellos olvidan y no conservan nada en el
olvido." - "¿Cree usted que lo perdido en el olvido esté preservado en el olvido del
olvido?" - "No, el olvido es indiferente al olvido." - "Entonces, ¿estaremos
maravillosamente, profundamente, eternamente olvidados?" - "Olvidados sin maravilla,
sin profundidad, sin eternidad."
· (Dos seres de aquí, dos antiguos dioses. Estaban en mi habitación, yo vivía con
ellos.
Por un instante, me mezclé en su diálogo. No se sorprendieron. "¿Quién es
usted? ¿Uno de los nuevos dioses?" - "No, no; un hombre solamente." Pero mi protesta
no los detuvo. "¡Ah, los nuevos dioses! Por fin han venido."
Su curiosidad era ligera, inestable, maravillosa. "¿Qué hace usted aquí?" Les
respondí. No me escuchaban. Todo lo sabían con un saber ligero que no podía hacerse
pesado con una verdad parcial, tal como yo se la daba.
Eran bellos, pero la atención que yo le prestaba, a ella, hizo que para mí se
encontrase casi constantemente sola, y su belleza se volvió más chocante. Observé que
yo también le atraía, a pesar de la ignorancia en que parecía estar con respecto a mí, a
mí en particular. Ella se me mostraba realmente, se trataba de una chica mayor que me
maravillaba poder mirar, aunque no fuese capaz de describirla, y cuando le dije:
"Venga", ella se acercó de inmediato con una profunda distracción que me hacía estar
extremadamente atento. "Le" desapareció entonces definitivamente. Al menos, lo pensé
para mayor comodidad. ¿Desaparece un dios?
Después vivimos juntos. Y casi no me resisto ya a la idea de que acaso un día
seré el nuevo dios.)
El sueño de una noche sin sueño.
· Únicamente los dioses alcanzan el olvido: los antiguos para alejarse, los nuevos
para regresar.
· Ella no le olvidaba, ella olvidaba. Él, para ella, en el olvido en que él había
desaparecido en ella, era todo lo que era. Y él la olvidaba también. No es posible
recordar a quien no recuerda.
Sin embargo, todo seguía sin cambios.
· ¿No es así como viven los dioses? Solitarios, únicos, ajenos a la luz con que
brillan. Me molestaban poco, la verdad. Me había habituado a su presencia. Me
regocijaba ser ignorado por ellos, sin poder estar seguro de si esta ignorancia no venía
de su extrema discreción o de una indiferencia divina. Los antiguos dioses, los antiguos
dioses, qué cerca están de nosotros.
· Él sabía cuál había sido su primera palabra suya, estaba seguro de que al
decirle: "Venga" - y ella de inmediato se había acercado - había hecho que entrara en el
círculo del atractivo donde sólo se comienza a hablar porque ya todo ha sido dicho.
¿Estaba él demasiado cerca de ella? ¿No había ya suficiente distancia entre ellos? ¿Y
ella no era demasiado familiar en su extrañeza?
Él la había atraído, ahí estaba su magia, su falta. "Usted no me ha atraído,
todavía no me ha atraído."
· Cuanto más olvidaba ella, más se sentía por la espera atraída hacia el lugar
donde ella se encontraba con él.
"¿Por qué le interesa tanto esta habitación?" - "¿Me interesa?" - "Pongamos que
le atrae." - "Usted me ha atraído a ella."
Él la había llamado, ella había venido. Viniendo en virtud de la llamada,
llamando en su venida.
"Lo que usted dice tiene quizás demasiado sentido, un sentido exclusivo. Como
si eso no pudiese expresarse en ninguna parte sino aquí." - "¿No es eso lo que tiene que
ser?" - "No quiero decir solamente que en otro sitio todo tendría otro sentido, sino que
hay en sus palabras algo que habla constantemente del lugar en que estamos. ¿Por qué?
¿Es eso por tanto lo que aquí pasa? Hay que decirlo." - "A usted le toca saberlo, pues
eso ya está dicho en mis palabras que usted es el único en escuchar."
El único en escucharlo. Eso le obliga a una severidad de atención que no se
satisface con la perseverancia.
"¿Lo que pasa aquí? Por ahora hablamos." - "Sí, hablamos." - "Pero no hemos
venido aquí para hablar." - "Da igual, hemos venido hablando."
· Ella esba ahí, es verdad. Toda ella estaba ante su mirada, concentrada en ella,
distraída de sí en sí misma. Y él la veía constantemente, sin parar y como por azar. Ella
no tenía otro rostro sino aquella maravillosa, aquella turbadora certidumbre.
Visible, y sin embargo no vista a causa de esta visibilidad.
No visible y no invisible, afirmando su derecho a ser vista por él mediante una
luz que siempre precedía a la luz, y tal vez no era una verdadera luz, sino solamente una
claridad que ellos compartían, venida del secreto de sí mismos y restituida a la
ignorancia de sí mismos. Una claridad sin claridad, una lejana afirmación del atractivo,
un saber melancólico y feliz que venía de que él aún no la miraba.
Rostro, la más alta afirmación de su derecho a ser vista por él, incluso aunque
ella no hubiera sido visible.
· "¿Me ve usted?" - "Claro que la veo, sólo la veo a usted - pero aún no."
· El lenguaje del atractivo, lenguaje pesado, oscuro, que lo dice todo ahí donde
todo ha sido dicho, lenguaje del escalofrío y del espacio sin espaciamiento. Ella se lo
había dicho todo, porque él la había atraído y ella se había unido a él. Pero el atractivo
es el atractivo hacia el lugar donde, desde que se entra en él, todo está dicho.
· Él permanecía para que ella fuera olvidada, él velaba el olvido al que ella le
arrastraba, por un calmado movimiento venido del olvido. Olvidando, olvidados. "Si le
olvido, ¿no se acordaría usted de usted mismo?" - "De mí, en su olvido de mí." - "Pero,
¿es de mí de quien se olvidaría usted y de usted de quien se acordaría?" - "No de usted,
no de mí: el olvido me olvidará en usted, y el impersonal recuerdo me borrará de eso
que se acuerda." - "Si le olvido, ¿le atraerá eternamente el olvido fuera de usted
mismo?" - "Eternamente fuera de mí en el atractivo del olvido." - "¿Eso quiere decir que
estamos ahora juntos?" - "Lo estamos desde ahora, pero aún no." - "¿Juntos?" - "Juntos,
pero aún no."
· Aquel que al olvidar se borra de nosotros en este olvido borra también el poder
personal de recordarnos; entonces se despierta el recuerdo impersonal, el recuerdo sin
nadie que nos hace las veces de olvido.
· Cuando ella le había pedido, a él, un extraño, lo que alguien próximo aún no
habría estado lo suficientemente próximo para darle, él comprendió que al pedírselo ella
le había convertido en más próximo que cualquier otro. ¿Por qué había él aceptado
desde el principio tal proximidad?
"¿Quiere usted todavía que yo lo haga?" - "Y a usted al pedirle que lo haga le he
confiado también ese querer."
Él había rehusado, pero lo que había rechazado estaba siempre delante de él,
ajeno a su consentimiento, con el fin de ser ajeno a su rechazo.
"¿Cuándo tuvo usted esa idea?" - "Cuando supe que la tenía, me resultaba
familiar desde hacía mucho tiempo." - "En realidad, usted nunca debió pensarlo; cuando
pensaba en ello, era sólo para rechazar pensarlo." - "Pero el rechazo formaba parte del
pensamiento."
Él había comprendido que lo que se le pedía no se detenía en el simple acto que
habría podido parecer bastar para su petición, sobre todo cuando ella le había sugerido,
con provocadora suavidad: "¿No es fácil, no obstante?" - "Fácil quizás, pero no
factible." A lo que ella había encontrado un poco más tarde esta respuesta: "Es que eso
sólo se puede hacer una vez."
· "Lo que usted me pide... " - "Yo no le pido." - "Eso no cambia nada, usted
querría habérmelo pedido." - "No creo que pueda quererlo, quizás no lo he querido
nunca." - "¿Es eso por tanto más vasto que cualquier querer? ¿No lo quería usted de
alguna manera?" - "Yo sólo tenía miedo de ello, tenía miedo de quererlo."
· ¿Qué pide ella? ¿Por qué esta petición no le llega más que a él?
"Es como si usted pidiera lo que le impediría pedirlo. Luego usted no lo pide." -
"No lo pido, lo pongo en su mano."
Qué impresión de repente: que su mano se cierre sobre la verdad, esta mano que,
lejos de él, le abre los ojos.
· Ella no pedía nada, solamente decía algo que él no podía sino mantener en
relación con esta petición.
Ella no pedía nada, solamente pedía. Una petición que ella habría debido
presentarle desde los primeros instantes y que después, al menos él se persuadía de ello,
se abría caprichosamente camino hacia él a través de todo lo que ella decía.
· Lo que se le pedía y no podía ser pedido, lo que, una vez realizado, quedaría no
obstante por realizar: él vivía y pensaba en el punto de encuentro de aquellos dos
movimientos que no se oponían, sino que se interrogaban ambos por ambos.
"Dame eso." Como si al pedírselo ella hubiera esperado la plenitud de la única
donación que él no pudiera hacerle.
· "¿Por qué me pide usted eso, a mí?" - "Usted es la persona que me hace falta:
siempre lo he sabido." - "¿Y de dónde le viene esa idea?" Ella no reflexionó mucho
tiempo: "De usted. Bien lo sabe. Usted me ha atraído por esa idea." - "¿Quiere
reconocer que, lejos de saber algo de ello, yo no podría expresarlo?" - "Es la prueba de
que eso ya está en usted más profundamente que en mí." - "No, créame, no lo sé." -
"Entre los dos lo sabemos."
Él sentía que, en efecto, este pensamiento no lo tenían en común, aunque ellos
no estuvieran en común sino dentro de este pensamiento.
· Cada vez que rechazas, rechazas lo inevitable." - "Lo imposible." - "Tu haces lo
imposible inevitable."
· Lo que se sustrae sin que nada esté oculto, lo que se afirma, pero queda
inexpresado, lo que ahí y olvidado. Que ella fuera siempre y cada vez una presencia, en
esta sorpresa la cosa pensada se realizaba insospechadamente.
· "No nos hemos encontrado." - "Pongamos que nos hayamos cruzado, eso es
todavía mejor." - " Cuán doloroso este encuentro del cruce."
· Desde hace mucho tiempo él buscaba no decir nada que recargara el espacio,
hablando del espacio, agotando el espacio finito y sin límites.
· "Usted verdaderamente no quería saber, lo he notado siempre." Él no quería.
No se sabe nada cuando se quiere saber.
· A nadie le gusta quedarse cara a cara con lo que está oculto. "Cara a cara, eso
sería fácil, pero no en una relación indirecta."
· "Todas esas miradas suyas que no me han mirado." - "Todas esas palabras que
me ha dicho y que no me han hablada." - "Y su presencia que se retrasa y resiste." - "Y
usted ya ausente."
¿Dónde era eso? ¿Dónde no era?
Sabiendo que ella estaba ahí, y habiéndola olvidado tan perfectamente, sabiendo
que ella sólo olvidada podía estar ahí, y sabiéndolo él mismo, olvidándolo.
"¿Tiene él todavía un instante" - "El instante que está entre el recuerdo y el
olvido." - "Breve instante." - "Que no cesa." - "Ni recordados ni olvidados." -
"Acordándonos en virtud del olvido."
"¿Por qué esa felicidad de olvidar?" - "Felicidad ella misma olvidada."
Es la muerte, decía ella, el olvido de morir que es la muerte. El porvenir
finalmente presente. "Haz de tal manera que yo pueda hablarte." - "Sí, ahora háblame." -
"No puedo." - "Habla sin poder." - "Tú me pides tan tranquilamente lo imposible."
¿Cuál es este dolor, este temor, cuál es esta luz? El olvido de la luz en la luz.
II
· Era extraño que así el olvido pudiera remitirse al habla, y el habla acoger el
olvido, como si hubiera una relación entre el rodeo del habla y el rodeo del olvido.
Escribiendo en el sentido del olvido.
Que el olvido hable por adelantado en cada habla que habla no solamente
significa que cada palabra está encomendada a ser olvidada, sino que el olvido
encuentra su reposo en el habla y la mantiene de acuerdo con lo que se oculta.
El olvido, en el reposo que le concede toda verdadera habla, la deja hablar hasta
en el olvido.
Que el olvido repose en toda habla.
· "No entrarás dos veces en ese lugar." - "Entraré en él, pero ni siquiera una vez."
Velando lo no vigilado.
· "En ese caso, es lo mismo para mí." - "No, usted lo sabe bien." - "¿Por qué, si
yo los tengo con la suya, no tendría usted con mi presencia contactos que usted me
niega?" - "Yo no le niego nada." - "¿Pero quizás usted le habla a él?" Ella reflexionó y,
con repentino ardor: "Ellos deben estar juntos, están juntos, nos mantienen aparte." Él
observó por su lado: "Pues bien, prescindiremos de ellos, tenemos nuestras
compensaciones." - "Sí, prescindiremos de ellos; pero, añadió ella de inmediato, ¿será
usted leal?" - "Lo seré", y como él reflexionase sobre sus consecuencias: "¿Qué debo
hacer para eso?" Pero ella repitió con firme seguridad: "Usted lo será, se conducirá con
rectitud."
Él en parte sabía lo que ella podía temer. Sin embargo, cuando ella le espetó en
voz baja, pero con un movimiento tan rápido que él se vio como atraído hacia lo que
ella quería decirle: "No me deje, no me deje, eso sería peor que la muerte", él tuvo la
impresión de tropezar por primera vez con la verdad de su tormento.
· "Esta presencia." - "¿Su presencia? ¿La mía?" - "No es posible distinguirlas con
tanta sencillez, bien lo sabe. Mi presencia es muy fuerte para usted, a usted no le
interesa y ella sólo es algo que la retiene demasiado. Pero a mí, que no siento ya casi su
presencia, por eso me parece ésta tan potente y casi invencible en su borradura."
Él siempre lo había presentido: si esperaba, es que no estaba solo, sustraído a su
soledad para dispersarse en la soledad de la espera. Siempre solo para esperar y siempre
separado de sí por la espera que no le dejaba solo.
La infinita dispersión de la espera siempre de nuevo reagrupada por la
inminencia del final de la espera.
· "No puedo soportar mi presencia junto a usted." - "Ella no está junto a mí, ella
no acepataría esta manera de estar junto a alguien." - "Y, sin embargo, ella está ahí."
Ella estaba ahí.
Él intentó decirle que no debía dejarse detener por esta cosa pensada. Lo mejor
era desviarse de ella sin concederle importancia. Era fácil. Ella no pedía atención.
"Tampoco usted debe pensar en ella." - "Pero usted la ve, la ve todo el tiempo." - "No la
veo, solamente cuando usted está ahí." - "Yo estoy ahí todo el tiempo." - "Si no la ve,
hay que verla." - "¿Lo desea?" - "Sólo deseo eso. Quiero que la mire de una vez por
todas." - "¿Y por qué?" - "Para que usted vea todo lo diferente que ella es de mí." -
"Pero sólo la veré a usted en ella."
"¿Llegaría usted a rechazar incluso su propia presencia?" Y como ella no
respondía: "Y si yo también la rechazase, ¿no se sentiría usted afectada? Usted no puede
hacer diferencias entre usted y ella." - "Excepto las que usted mismo hace." - "Yo no las
hago. Las que yo hago no tienden a distinguir entre usted y ella." - "No somos
diferentes. Lo noto. Esta indiferencia es lo que ella hace visible de una manera que no
soporto."
La indiferencia precisando la presencia.
"Ella la atrae a usted por esta indiferencia" - "Pero ¿ella me atrae?" - "Usted la
atrae, ambas, usted y ella, están en la región del atractivo."
Esta presencia de indiferencia en ella, su atractivo.
· Ella olvidaba más lentamente que cualquier lentitud, más repentinamente que
cualquier sorpresa.
"Tengo a veces la impresión de que usted sólo recuerda para olvidar: para
conservar sensible la potencia del olvido. Del olvido es más bien de lo que usted querría
acordarse." - "Quizás. Recuerdo a dos pasos del olvido. Es una extraña impresión." -
"Peligrosa también; dos pasos se franquean rápido." - "Sí, pero siempre habrá de nuevo
dos pasos, y siento que cada vez usted me sigue, usted que, sin embargo, está delante de
mí." - "Lo estoy, yo querría seguirle."
· El recuerdo era ese movimiento del atractivo que hacía que ella misma viniera,
sin otro recuerdo que esta diferencia indiferente.
Él tenía la certidumbre de que ella no recordaba, sino que ella solamente venía
en ese recuerdo, su inmóvil presencia. ¿Cómo habría podido ser compartido ese
recuerdo?
El recuerdo hacía que viniera el olvido como la medida de la verdad de donde él
salía.
· "No me acordaba de mí; quien recordaba no venía de mí." - "Pero, bien lo sabe,
para mí usted no era un recuerdo. Ésa era incluso una de nuestras dificultades. Usted se
acuerda de usted, frente a mí, para quedarse sin recuerdo." - "Sin embargo, yo
recordaba, porque usted me había llamado." - "Quería ayudarla." - "¿Queriéndome
conducir hasta mí?" - "No quería nada más que ayudarla." - "Sí, un poco de ayuda está
bien." - "Yo sólo tenía un papel modesto, lo sabe. Yo era la pared de esta habitación
destinada a devolverle lo que hubiese gustado decir." - "Un papel modesto. No obstante,
usted esperaba, esperaba todo el tiempo." - "Esperaba, dijo él sonriendo, esperaba a la
perfección. Saber esperar es lo propio de una buena pared." - "Usted esperaba, continuó
ella. Sólo eso, usted no ha podido contentarse con esperar." Él casi asintió, después de
haber examinado la cosa: "Quizás; he hecho lo que he podido. Pero no deseaba
encontrar mi satisfacción en la espera. ¿Era tan grave esperar?" - "Era terrible." - "¿Y
cuando nos sustraíamos a la espera?" - "Era lo más terrible." - "¿Hasta ese punto? -
"Hasta ese punto. Tal como usted me ve." Tal como él la veía, con el rostro oculto entre
sus manos como para hacer más invisible su invisible pena. Si, tal como él debía verla.
Vuelto el rostro más invisible por su invisible dolor.
· Durante mucho tiempo él había creído que el secreto contaba menos que su
cercanía. Pero aquí la cercanía carecía de cercanía. Él nunca estaba ni más cerca ni más
lejos de él. Luego, no tenía que acercarse a él, sino solamente orientarse por la atención.
· "Nunca se dirige usted a mí, solamente a ese secreto en mí del que estoy
separada y que es como mi propia separación."
· "Tiene usted la sensación de estar aquí secretamente. Sin embargo, está usted
conmigo." - "Si yo no estuviera con usted, aquél sería menos secreto. El secreto es estar
con usted. ¿Y por qué hablar de un secreto, de un misterio? Esas palabras me
horrorizan" - "Es justo. Pero estamos aquí para descubrir lo que ellas querrían
ocultarnos." - "No hay nada misterioso, de nada hacemos un misterio."
Cuando la miraba, él sabía que el misterio -palabra que, decía ella, le producía
horror- era, también él, manifiesto por completo, en esta presencia visible, que lo era
tanto que impedía, por la claridad de lo que solamente es visible, la oscuridad de una
verdadera noche. Sin embargo, la presencia no volvía presente el misterio, tampoco lo
aclaraba, él no hubiera podido decir que esta presencia fuera misteriosa, ella estaba, por
el contrario, desprovista hasta tal punto de misterio que lo ponía al descubierto, sin no
obstante descubrirlo.
· ¿Y cuándo hablaba ella de él? ¿No era misterioso porque hablaba de él?
· El secreto le pesa, no porque pidiese ser dicho -eso no es posible-, sino por el
peso que le proporciona a todas las demás palabras, comprendidas las más fáciles y las
más ligeras, exigiendo que, excepto él, todo lo que se pudiera decir fuera dicho. Esta
inmensa necesidad de palabras vanas las reduce a una misma importancia, a una misma
indiferencia. No hay unas que cuenten más que otras. Lo que cuenta es que todas sean
dichas por igual, con una igualdad en donde se agoten, sin que se agote la posibilidad de
decirlas.
· "Haz de tal manera... " - "Incluso cuando usted haya hablado, no es seguro que
se haya dado cuenta de ello. Quizás nunca me hable más que sin saberlo. Usted se
delatará por un habla que no sabrá que me ha dicho." - "Pero que usted sabrá que he
dicho. Usted estará ahí para advertirme." - "Estaré ahí. Sin embargo, ¿quién me
advertirá a mí entonces? ¿Cómo me enteraré de que eso es lo que debo escuchar y de si
lo escucho bien?" - "Usted me lo hará escuchar a su vez." - "Pero es posible que yo
escuche silenciosamente, como es debido, lo que no seré capaz de volver a decir. E
incluso si hablo fielmente, usted me escuchará y no se escuchará." Ella pareció
sorprenderse: "Lo que digo bien sabe usted que no debe verdadermente escucharlo."
Después, de repente: "Tan pronto como me haya escuchado, lo sabré: quizás incluso
antes de que usted lo sepa." - "¿Quiere decir que se dará cuenta de ello por mi
expresión, que estaré como cambiado?" Pero ella repitió gozosamente: "Lo sabré, lo
sabré."
· "Dame eso." - "No le puedo dar lo que no tengo." - "Dame eso." - "No le puedo
dar lo que no está en mi poder. Como máximo mi vida, pero esa cosa... " - "Dame eso."
"No es un don distinto." - "¿Cómo lo alcanzaría yo?" - "No lo sé. Solamente sé
que se lo pido, que yo se lo pediré hasta el final."
· "Esta presencia." - "La suya." - "La suya también." - "Ni una ni otra, no
obstante."
· El secreto, esta reserva que, si hablaba, la hacía diferir de hablar, dándole habla
en esta diferencia.
"¿Nunca le he prometido hablar?" - "No, pero usted misma, sin decir nada,
rechazando decir nada y permaneciendo ligada a lo que no se dice, era promesa de
habla."
Ellos no hablaban, ellos eran los fiadores de toda habla todavía por decir entre
ellos.
· ¿Sabe él esperar? ¿Querría, para saber esperar, despejar el saber que pertenece
a la espera? Entonces él no sabe esperar.
Saber esperar, como un saber que sólo la espera podría proporcionar, con la
condición de que se sepa esperar.
· Es como si siempre tuvieran que buscar el camino para llegar adonde ya están.
· Ella dejó que su observación pasara e insistió: "Ya se lo he dicho: pero sin duda
era demasiado sencillo." - "Era maravillosamente sencillo." - "Demasiado sencillo para
que pudiera ser dicho." - "Pero dicho a causa de la sencillez."
· "Sí, lo sé, ésa era ya su manera de luchar contra su presencia." - "Oh, ella no
lucha." - "Es verdad, ella comprendió eso maravillosamente, que no hay ni que resistir
ni que consentir, sino deslizarse en suspenso entre ambos, inmóvil en la prisa y en la
lentitud." - "Ella no hace nada más que responderle." - "Pero a mí no más que a
cualquier otro." - "A usted como a nadie: lo extremadamente atrayente es eso." - "Así
atraída como fuera de su presencia." - "Atraída, pero no obstante aún no, por la
atracción de lo que siempre atrae pero aún no." - "Por el atractivo que fuerza, rechaza y
ocupa toda distancia." - " Atraída en ella, en ese lugar del atractivo en que ella siente
que se convierte." - "Por todas partes presente." - "Presente sin presencia." - "Presente
por esa sobrecarga de peso y de ligereza que es el don que ella le hace al espacio y que
la hace igual a toda la extensión en que ella se recuesta." - "Volcada contra él." -
"Deslizándose en ella." - "Dada al afuera." - "Volcándose y mostrándose por una pasión
de aparecer que la desvía de todo visible y de todo invisible."
· Cuando ella se incorporó ligeramente, sin poner distancia entre ellos, pero
apoyándose al sesgo como para repeler, por una apacible necesidad, sus dos cuerpos
extendidos, ella dijo: "¿Es un poco después cuando ella dice eso?" - "Un poco después,
si usted quiere." - "¿Está ella siempre cerca de usted?" - "Ella se incorpora ligeramente."
- "¿Para poder mirarle mejor?" - "Quizás para respirar con más comodidad." - "¿Y ella
no le mira a usted?" - "Ella más bien mira lo que ella dice."
· "¿Cómo han acabado por hablarse?" - Eso la hizo reír: "¿No es natural?" -
"También lo pienso yo; sin embargo, creo que había otra razón y que a causa de esta
razón lo que hacía naturales las palabras las hacía también muy difíciles. Si fuera de
otro modo, ¿por qué a él le habría sorprendido escuchárselas de repente? ¿Y por qué
tuvo la certidumbre de que ella le exigía, al confiarle lo que aún no era sino su voz, una
voz un poco débil, pero nítida y fría, una confianza a la que, pese a su atención, él sólo
difícilmente lograba responder?" - "Eso debe ocurrir a veces en los primeros
momentos." - "Eso ha ocurrido al menos esta vez."
· "¿En qué piensa usted?" - "En este pensamiento que no hay que pensar."
El pensamiento más próximo, aquel que no hay que pensar.
Hay un pensamiento que no hay que pensar, que bastaría con no pensar para que
se cumpla la negación bajo la cual él se mantiene. ¿Imposible de pensar? ¿Prohibido al
pensamiento? Familiar, es un pensamiento entre otros que espera no ser pensado. Ni si
quiera pensarlo como aquel que no hay que pensar. Vivir bajo la presión que ejerce lo
que ahí se mantiene no pensado.
"Hay un pensamiento que no puedo pensar." - "¿Y querría usted decírmelo?
¿Para que yo intente pensar en él?" - "Para que usted no pudiese pensarlo."
"¿Por qué estaríamos tan próximos en este pensamiento?" - "Es que él aparta
toda proximidad."
· La espera: atraído por la espera en este intervalo entre ver y decir que él sólo
soporta con la ayuda de la historia y donde ésta se ventila desplegando su juego, pero de
inmediato -y quizás desde el principio- arrojado por la verdad del juego de la historia
hacia la espera que los retiene a ambos, como apartados de la presencia.
"Nosotros estamos efectivamente alejados." - "Juntos." - "Pero también uno de
otro." - "Y también de nosotros mismos." - "El alejamiento no hace de parte." - "El
alejamiento aleja alejando." - "Y así nos acerca." - "Pero lejos de nosotros."
Pero si ella espera misteriosamente que le venga el fin como el don de la muerte
de él, ella lo espera de la historia de la que ella no puede dar parte y, en la historia,
tampoco puede evocar ese don que ella espera, esperando siempre obtenerlo en virtud
de esta historia que él debería aceptar recuperar en el ámbito de palabras que hayan
venido de él y encontrando entonces su sentido en el uso de su muerte venidera.
"Lo que los mantiene separados, apartándolos a ambos de la presencia... " - "Es
la historia a la que ella le atrae y donde él no puede tener presencia más que expresada."
- "Presencia siempre a salvo, solamente presente por el desvío de la historia." - "Pero lo
que permite que la historia se despliegue como juego calmado de la historia... " - "Es
ese aparte donde ya ambos esperan, apartados de la presencia... " - "Y en este aparte, en
el vacío entre ver y decir, llevados ilegítimamente uno a otro por la espera." - "Por el
olvido."
La espera es, camino de día, camino de noche, la senda que conduce desde el
acontecimiento que ella espera a la historia donde lo espera, uno y otra mantenidos
juntos por el olvido: desvío por donde él pasa, y permanece, expuesto a las cosas,
cuando éstas, ni ocultas ni manifiestas, se giran hacia el estado latente, e igualmente es
para ella, lo quiera él o no, en la relación que él mantiene con ella, e igualmente para él
en la relación que ella mantiene con él.
"Pero nosotros estamos ahí para guardar el secreto." - "A falta de que el secreto
nos guarde." - "Y nosotros estamos ahí, ése es todo el secreto." - "Sí, pero ¿estamos
nosotros ahí?" - "Ése es todo el secreto." - "Y que nosotros estemos ahí secretamente." -
"Secreta y manifiestamente." - "Secretamente en esta manifestación." - "Ésa es nuestra
superioridad sobre ellos: como si nosotros fuéramos su secreto." - "Pero ellos no tienen
secreto." - "No lo saben, creen que hay uno." - "Pero nosotros, nosotros sabemos a qué
atenernos." - "Ah sí, lo sabemos."
Y sin embargo, un instante después, parándose y mirando: "Pero esta
preserncia."
Yendo hacia la presencia, hacia la cual no pueden ir. Restituidos no obstante por
ella a todo lo que viene y así girados hacia ella. Cada vez más desviados en ese rodeo.
"¿Por qué quieres despertarte de esta presencia de la que me hablas?" - "Quizás
para adormecerme en ese despertar. No sé, por lo demás, si lo quiero, y usted tampoco,
usted quizás no lo quiera." - "¿Cómo lo querría? Ahí donde estoy, no hay nada que yo
pueda querer. Yo espero, es mi papel en el interior de la espera, yendo hacia la espera." -
"La espera, la espera, qué extraña palabra."
"¿Dónde esperan? ¿Aquí o fuera de aquí?" - "Aquí que los retiene fuera de aquí"
- ¿En el sitio en que hablan o en el sitio del que hablan?" - "Es la fuerza de la espera,
mantenida en su verdad, que consiste en conducir, espérese donde se espere, al lugar de
la espera." - "¿En secreto, sin secreto?" - "En secreto a la vista de todos."
"¿Y la muerte ha venido rápidamente?" - "Muy rápidamente, pero morir es
largo."
Hablando en lugar de morir.
Inmortales en el instante de morir, pues más cerca de la muerte que los mortales:
presentes a la muerte.
"No pueden morir, les falta el porvenir." - "Concedido, pero de ahí en adelante
tampoco estar presentes." - "No están presentes, de ellos no hay sino la presencia en que
desaparecen lentamente, eternamente." - "Una presencia quizás sin nadie." - "Presencia
donde ellos se borran, presencia de la borradura." - "Olvidando, olvidados." - "El olvido
no tiene medio de actuar sobre la presencia." - "La cual no pertenece al recuerdo."
· ¿Qué le hacía creer que él había algo así como perdido la idea de morir? Sí,
¿qué se lo hacía creer? ¿La sensación de que la busca? ¡Él la busca! En ese caso, incluso
aunque la encuentre, todavía no habrá encontrado más que una idea. Sin embargo, una
idea de una índole particular.
Es como si de pronto él ignorase más cosas de las que es capaz de ignorar. Tiene
que encontrar el centro de gravedad de esta ignorancia, no en palabras mal ajustadas,
muerte y vida, sino allí donde él mora: a la espera entre ver y decir.
Ver, olvidar hablar; hablar, agotar en el fondo del habla el olvido que es lo
inagotable.
Ese vacío entre ver y decir, donde ilegítimamente son llevados uno hacia otro.
Cuando él se pregunta de dónde le viene ese don de ignorancia que no le aporta,
excepto cuando se sustrae a él, ni vértigo ni desconcierto ni sensación de poder o de
impotencia, sino la espera en su calma, debería responder: de haber captado, a partir de
la sencillez misteriosamente desplegada, el juego entre la presencia que se ve, incluso si
no se ve, y ésta tal como da lugar al habla. Es una separación que no es tal, ni siquiera
una ruptura, sino que no se deja percibir ni aún verdaderamente revelada, ya que se
supone que introduce un intervalo entre lo visible-invisible y lo decible-indecible. Allí
donde, según la ley general, una sutura perfecta oculta el secreto del enlace, el secreto
aquí, a la manera de un desgarro, se muestra en su rasgo oculto. Ambos, según sus vías,
son testigos de ese vacío. Se trata, cree él, del lugar de la ignorancia y de la atención. Se
trata, pero ella no lo dice, del corazón de la presencia, ese corazón al que ella, quizás,
quisiera que él diese alcance por un don violento.
Como si, de pronto, ignorando más de lo que él puede ignorar...
Él presiente que, en esta ignorancia, la idea de morir ha sido arrebatada, y
cuando ella, a través de cierto deslizamiento de palabras, le sugiere, enfrentada
dolorosamente a lo que ella ignora, que está como privada de final y que si ella tuviera
que morir, no podría ser más que de su muerte, la de él, este pensamiento le parece que
pertenece al juego de la ignorancia que se juega entre el habla y la presencia.
Él habla de ello, el habla no traiciona la ignorancia.
· Que ella cese de ser misteriosa es quizás un enigma, un misterio todavía, pero
pasajero, el momento en que, sin abandonar sus antiguos recursos, ellos persisten en
hablar, como si hablar fuera todavía ser. Pero él no puede acoger de otro modo que
como un secreto que les concierne a ambos la manera en que se les acerca el
acontecimiento por el que, en un presente de futuro o de pasado, ella se libera fortuita y
ligeramente de todo misterio, acontecimiento alzado como un monumento de olvido, de
ignorancia y de espera, como su propia presencia (olvidada, ignorada, esperada), en el
centro de este espacio de habla.
Mientras ella se libera de todo misterio, él cree verla en virtud de ese misterio
que se borra de ella, pero también se ve a sí mismo hundirse en él, en el momento en
que él querría hacer el gesto de distinguirse de él.
· No hay nunca sueño entre ellos, incluso si duermen. Eso lo aceptó él desde
hace mucho tiempo.
· Esta habla igual, él la escucha en el límite de todo lo que ella dice, pero
distinguirla es ya hacerla diferente, forzarla en su indiferencia.
Esta habla igual que él escucha: ni cerca ni lejos, sin dar espacio y sin dejar que
las cosas se sitúen en el espacio, igual sin igualdad, siempre diferente en su indiferencia,
nunca venida, que impide cualquier venida, que impide cualquier presencia, no obstante
siempre dicha, aunque oculta en la sencillez de lo que ella dice. ¿Cómo podría él
restituírsela?
Escuchando esta habla igual cuya verdad, por la atención, en el límite de la
espera, se le pide sostener respondiendo a ella.
· "¿Llega eso?" - "No, eso no llega."
· El dolor como una palabra usada, olvidada, ocupando cada día, cada noche.
Lo que ella dice, él se da cuenta efectivamente de ello, se dirige hacia esta habla
igual que ella no cesa de decir en el límite de la espera. Hablando así, entredicha. Pero,
con la paciencia que le es propia, él piensa que, si pudiese, al responder, atraer fuera de
ella y dominar la igualdad sin medida del rumor, él se establecería entre sus palabras
como una medida de igualdad, capaz de hacer más hablante y más silenciosa, hasta
aplacarla, la afirmación incesante.
Algo en ella afirma suavemente, uniformemente, sin límite, sin parar: eso es
dulce y atrayente, eso atrae sin cesar. Cuando ella habla, las palabras se dejan resbalar
suavemente hacia la afirmación, y ella también parece deslizarse ahí, atrayente, atraída,
callándose, sin callarse. Es como si ella se retirara furtivamente, mientras se deja
atrapar.
· La alegría, ese puro movimiento de ir que los lleva a ambos, dentro de un habla
solícita, hacia lo que se desvía.
· Esta habla igual que él escucha: la igualdad que, si fuera luz en el día, atención
en la espera, sería justicia en la muerte.
"De entre todos a los que he hablado, sólo le he hablado a él, y si he hablado con
otros, sólo es a causa de él o en relación con él o en el olvido de él." - "Si es así, es
efectivamente conmigo con quien ahora hablas."
Esta habla igual, espaciada sin espacio, afirmando por debajo de toda
afirmación, imposible de negar, demasiado débil para ser callada, demasiado dócil para
ser contenida, no diciendo algo, solamente hablando, hablando sin vida, sin voz, en voz
más baja que cualquier voz,: viva entre los muertos, muerta entre los vivos, llamando a
morir, a resucitar para morir, llamando sin llamada.
Esta habla igual, él intenta conducirla, dejándose conducir por ella, hacia aquella
medida de igualdad, luz en el día, atención en la espera, justicia en la muerte.
Que la espera intervenga en una medida así, él lo sabe: en la espera que entra en
la igualdad de la espera, incluso si la espera excede siempre la espera en su igualdad
consigo misma.
· "Cuando las palabras de usted estén al mismo nivel que las mías, cuando unas y
otras sean iguales, ya no hablarán." - "Sin duda, pero entre ellas estará contenida la
igualdad silenciosa."
· En voz baja para sí misma, en voz más baja para él. Habla sin séquito que él
sigue, en ninguna parte errante, en todas partes residente. Necesidad de dejarla ir.
Habla fugitiva que ellos siguen.
Fugitiva y llevada por su fuga hacia aquél de quien ella huye, mientras,
ignorándola, sosteniéndola, él sigue a zancadas junto a ella, ya casi habiendo dado
media vuelta como un traidor, pero fielmente.
· "Él me atraía, me atraía sin cesar." - "¿A dónde la atraía?" - "Pues bien, a este
pensamiento que he olvidado." - "¿Y puede acordarse mejor de él?" - "No puedo. Cómo
le he olvidado. Cómo me atrae, aquel que he olvidado."
· La noche como una palabra única, la palabra fin repetida sin fin.
· Esta habla igual que él escucha, única sin unidad, murmullo tanto de uno solo
como de una multitud, cargando con el olvido, ocultando el olvido.
Afirmación que atrae, desviándolas, todas las palabras.
"¿Llega eso?" - "No, eso no llega." - "Algo, no obstante, viene." - "En la espera
que detiene y deja toda venida." - "Algo viene, viniendo fuera de la espera." - "La
espera es la calma dejada que deja en su porvenir todo lo que viene."
· Iban, dejando venir, inmóviles, la presencia. - Que sin embargo no viene. - Que
sin embargo nunca ya ha venido. - De donde sin embargo viene todo porvenir. - Donde
sin embargo se borra todo presente.
"¿Por dónde pasa el camino?" - "Por el cuerpo confiado de usted, recorrido en
este último recorrido."
El enfrente de la presencia. Enfrentados de espacio y de presencia.
Es un lento movimiento, donde, absorbida en lo que dice, deslizándose, cayendo
en lo que dice, ella se deja llevar por la dispersión del habla en ella, apretada contra él,
marchando con su paso al mismo paso, llevándola él mismo, tomándola, recorriéndola
con avidez, sin esperar a que ella cese de hablar para convertirla en silenciosa.
"Tengo miedo, me acuerdo del miedo." - "Eso no es nada, tenga confianza en su
miedo." Y ellos continuaron avanzando.
Cuán poco habla usted, usted que hace una seña en último lugar.