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La electricidad estática se conocía desde antiguo, pero fue en 1600 cuando el británico
William Gilbert (24 de mayo de 1544 – 30 de noviembre 1603) se acercó por primera vez a
su estudio científico. Cumpliendo el encargo de la reina Isabel I de Inglaterra de estudiar el
funcionamiento de la brújula, Gilbert descubrió que el magnetismo estaba relacionado con
la atracción que el ámbar ejercía sobre objetos pequeños al frotarse. Gilbert acuñó para
este fenómeno el término “electricidad”, del griego elektron, “ámbar”.
Tras los estudios de Gilbert, los hombres de ciencia comenzaron a investigar las
propiedades de aquella extraña materia eléctrica que podía crearse, almacenarse en las
llamadas botellas de Leyden y transmitirse a través de cables metálicos. Sin embargo, hasta
entonces no se tenía constancia de que aquel misterioso fluido existiera fuera de los
laboratorios. Fue el estadounidense Benjamin Franklin (18 de octubre de 1785 – 5 de
noviembre de 1788) quien en 1752, con su célebre experimento de la cometa, demostró
que la energía de las tormentas y la de las botellas de Leyden eran la misma cosa,
instaurando así la ciencia de la electricidad.
La invención de la pila voltaica en 1799 ofreció a los científicos una valiosa herramienta
para el estudio de la electricidad. En reconocimiento a su labor, se asignó su nombre a la
En la segunda mitad del siglo XVIII, científicos como los británicos Joseph Priestley o Henry
Cavendish comenzaron a observar experimentalmente que la fuerza de atracción o
repulsión entre dos cargas dependía de la magnitud de estas y era inversamente
proporcional a la distancia entre ellas, como la fuerza gravitatoria descrita por Isaac
Newton. Fue el francés Charles-Augustin de Coulomb (14 de junio de 1736 – 23 de agosto
de 1806) quien en 1785 formuló la ley que lleva su nombre. En 1908 se designó en su
honor la unidad de carga, el culombio.
GEORG OHM
Mientras Ampère investigaba la fuerza en acción entre dos cables eléctricos, el alemán
Georg Ohm (16 de marzo de 1789 – 6 de julio de 1854) empleaba las baterías de Volta y
artefactos de diseño propio para estudiar cómo la corriente (I) variaba en función del
voltaje aplicado (V) y la resistencia del circuito (R). Este asunto ya había interesado a
científicos como Cavendish, que empleaba su cuerpo para cerrar el circuito y experimentar
en propia carne la fuerza del choque eléctrico en cada caso. La ley que resume los
resultados de Ohm, I = V/R, puede parecer hoy casi obvia, y sin embargo la publicación de
su formulación original en 1827 suscitó más recelo que aplauso. Posteriormente la
contribución de Ohm se plasmaría en el nombre de la unidad de resistencia eléctrica, el
ohmio.
Durante el siglo XIX, la época del florecimiento de la ciencia eléctrica, fueron numerosos los
científicos dedicados a desentrañar los principios físicos y matemáticos de la electricidad.
Pero alguien aún debía convertir todo aquel conocimiento en tecnología práctica, y en este
campo destacó el inglés Michael Faraday (22 de septiembre 1791 – 25 de agosto de
1867)con su desarrollo de lo que sería el motor eléctrico. No obstante, Faraday no se limitó
a la invención, sino que sus observaciones proporcionarían el material para construir
una teoría completa del electromagnetismo. Y todo ello a pesar de que nunca estudió en la
universidad; fue un científico autodidacta cuya condición humilde le llevó a trabajar para el
químico Humphry Davy, pero no solo como ayudante, sino también como ayuda de cámara.
El genio de Faraday hizo que la fama del pupilo superara la de su mentor, y hoy la unidad
de capacidad eléctrica lleva su nombre, faradio.