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La Máquina de Amar Poetas III
La Máquina de Amar Poetas III
I.
Cuando pensamos en un lector, indefectiblemente caemos en el
estereotipo del lector de novelas, género que garantiza un frondoso
contacto con las palabras y mantiene cautivo al lector por mucho
tiempo en torno a personajes, sucesos, datos, causas, consecuencias,
informes, reflexiones, moralizaciones. Pero saquemos a la luz lo que
está en las sombras: “No cualquier acto de lenguaje es el evento del
ser”, nos ha advertido Martin Heidegger.
Me asomé a la patria
en la mitad de un mes es decir en la canina
y fui por un desayuno nada estatal
con mi camisa blanca
II.
Un poema, no es un pedazo de un libro. No es un pequeño texto que
nos obliga a seguir leyendo otros, como ocurre con el mecanismo
adquirido por el lector de novelas. Un poema no es un capítulo
inconcluso que se resuelve en el capítulo siguiente. Un poema es solo y
único. Nos exige entregarnos por entero a él. Un poema es un mundo,
un cosmos que no requiere de otros mundos para construir sentido. A
veces, ni siquiera necesita un título.
III.
Leer poesía siempre es una caída en espiral, porque su índole
metafórica amplía las posibilidades del lenguaje hasta dejar los
significados y las representaciones convencionales en el más puro
estado de intemperie recursiva. Pero el lector de poesía, precisamente,
disfruta del vértigo de caer. No piensa cuál será el lugar del impacto, el
destino final. A veces tiene una vaga idea, pero simplemente cae, cae,
cae como un fruto maduro y cósmico.
Mi ciruelo
Desde su esqueleto
una ninfa del viento
dibuja sus brazos en el aire.
Miriam Cairo
cairo367@yahoo.com.ar