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NOVENA DE LA MADRE CARIDAD

“La experiencia eucarística de una mujer de fe”

1. En el nombre del Padre...


2. Canto
3. Oración para todos los días:

Padre Santo,
te damos gracias porque nos diste, en la Beata Madre Caridad,
una vida ejemplar dedicada a la adoración eucarística
y al servicio generoso a los hermanos,
concédenos la gracia de su canonización
y que nosotros imitemos su ejemplo y, como ella,
sepamos ser fieles discípulos de tu Hijo,
que vive y reina contigo, en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos.
Amén.

4. Lema para todos los días: “Todo por amor a Dios y como Él lo quiere”
5. Tema del día
6. Preces
7. Oración final (para todos los días):

Beata Madre Caridad,


tú encontraste en la Eucaristía la razón y la fuente
de tu servicio a los más necesitados.
Consíguenos de Dios, nuestro Padre,
la gracia de ser discípulos y misioneros
de la Eucaristía y de la justicia social.
Alcánzanos de la bondad de Dios
el favor que te pedimos (en silencio piense en su necesidad...).
Amén.
8. Canto.

TEMAS PARA CADA DÍA

DÍA PRIMERO: Una experiencia de FE


Texto bíblico: Gn. 12, 1-3

Meditación: El elemento fundamental de la definición de la Madre Caridad es


que ella es una mujer de fe. Y vivió esa fe en una experiencia semejante a la
de Abraham (Gn. 12, 1ss): Dios la llamó a salir de su tierra, de familia, de su
cultura, y emprender un camino más allá del mar, «a la otra orilla»... Y ella
simplemente se puso en camino... Su fe se hizo obediencia y le hizo decir: «El
secreto de la Santidad consiste en ser así como Dios quiere, hacer lo que Dios
quiere y querer lo que Dios quiere».
La Madre Caridad vivió la fe como la clave de su existencia: «He aprendido
a confiar fuertemente en Dios sólo, y le he jurado muchas veces fidelidad y en
esto veo no solamente haber encontrado el reconocimiento de la nada que soy,
sino también LA FE EN EL SER, disfrutando además de una paz como nunca
la disfrute en mi vida»

Ella creyó firmemente que Jesús, Hombre y Dios, es Cristo Resucitado y que
permanece con nosotros para siempre, en el signo del pan y del vino. Creyó
que Jesús se ofreció voluntariamente a la muerte para darle al hombre la vida
nueva redimida y santificada. El gesto de la Vigilia de su Pasión continúa todos
los días en la Eucaristía. Creyó en su presencia viva, en su sacrificio que se
repite en la Misa. Ella supo que allí está la fuente de la Redención para
nosotros y para todos. Ella creyó que repetir su gesto, el de dar el cuerpo y la
sangre, es decir, el de ofrecerse a sí mismos por los demás, es no sólo deber
de cristianos, sino el único modo de convivencia humana: «amor, confianza y
reparación».

DÍA SEGUNDO: Una experiencia de ESPERANZA


Texto bíblico: Ro. 15, 13

Meditación: Nuestra vida se despliega í entre la esperanza en un bien, que


está en las manos de Dios, y la responsabilidad para con los bienes que se
confían a nuestras manos.

La esperanza suscita y sostiene la responsabilidad, y la responsabilidad


testimonia y realiza la esperanza. Dice la Madre Caridad: «Somos caminantes,
peregrinos en tránsito, debemos pues, sentirnos insatisfechos con lo que
somos, si queremos llegar a lo que aspiramos. Si nos complace lo que somos
dejaremos de avanzar... El que se para, no avanza. El que añora lo pasado
vuelve la espalda a la meta. El que se desvía, pierde la esperanza de llegar.»

Hablemos libre y abiertamente de esta esperanza, de la vida futura, de la


plenitud de la vida en Dios, de la gloria que Dios nos reserva a cada uno de
nosotros, cuya prenda nos da en la presencia de Jesús en la Eucaristía, y esta
visión de esperanza ilumine nuestro camino todos los días.

¿Cual es la esperanza que la comunidad cristiana esta llamada a proclamar


corno monumento capaz de promover un nuevo modo de ser? Ante todo,
debemos recordar que la esperanza se refiere a algo que no se posee, que no
se ve. La esperanza se refiere al futuro, se refiere a un término deseado y
esperado. La esperanza cristiana se refiere, pues, al Reino de Dios en su
plenitud, se refiere a la ciudad futura, la que la Biblia hebrea llama el «shalom»,
la paz entendida en sentido total, la posesión y la comunión de todo verdadero
bien que se hace común entre todos los hombres, y común entre los hombres y
Dios, la comunión perfecta de Dios con el hombre y de los hombres entre si.

Esta esperanza cristiana es don de Dios. No es la esperanza mundana, no la


producimos nosotros y, en este sentido, es la esperanza de todos: de los sanos
y de los enfermos, de los vivos y de los moribundos. Nadie está excluido de la
esperanza cristiana, porque esta puesta en Dios que no falla nunca.

Esta esperanza es el término hacia el cual camina el hombre de fe, esta


esperanza es Jesús en su totalidad de Cuerpo místico realizado en plenitud. En
ella tenia la mirada fija Moisés que caminaba a la cabeza de su pueblo, seguro
como si viera al Invisible.

La esperanza de la Madre Caridad -como fue la de Abraham- la hace pasar


serena en medio de las pruebas «porque —dice la Escritura— esperaba la
ciudad no hecha por mano de hombres, sino aquella cuyo constructor y
arquitecto es Dios mismo» (Hbr. 11,10)

DÍA TERCERO: Una experiencia de CARIDAD


Texto bíblico: 1Co. 13, 4-7

Meditación: De la espiritualidad de la Madre Caridad, como testimonio de


Evangelio, aprenden las Hermanas Franciscanas de María Inmaculada a
valorar y vivir su carisma como un regalo de Dios, que las reúne en fraternidad
para enviarlas a la Misión. En efecto, para ellas su carisma es «Un don del
Espíritu Santo para vivir y anunciar el Evangelio como Hermanas Menores, en
permanente disponibilidad a la voluntad de Dios, insertas en un mundo
necesitado».

Cada uno sepa valorar el peso de los demás, cada uno viva y comprenda las
condiciones de los otros: «cargar los unos los pesos de los otros" (Gal 6, 2). La
Madre Caridad supo confiarse fácilmente al mensaje bíblico sobre el
centralismo de la cridad en la vida del cristiano y de la Iglesia y por eso exhorta
continuamente a sus Hermanas a vivir en fraternidad.

Nosotros también debemos ver cómo este mensaje bíblico ha sido acogido e
interpretado en las varis épocas de la tradición cristiana, para poder iluminar los
problemas que la caridad encuentra en nuestras Comunidades y en la iglesia
actual.

La caridad ocupa el puesto decisivo en la constitución de la Iglesia y en la


edificación de la vida cristiana. Por eso destacamos que la vida de la Madre
Caridad hace honor a su nombre: es una verdadera experiencia de caridad.

Por consiguiente, si queremos aprender de esta experiencia ejemplar, nos


debemos convencer de que toda la vida profética, litúrgica, ministerial,
carismática de la Iglesia y de nuestras Comunidades, tiende a aquel carisma
que está por encima de todos los carismas (cfr. 1Co. 13) y se convierte en su
autentificación y verificación: si queremos que nuestro testimonio sea creíble,
no hay otro camino sino la vida en fraternidad: «En esto conocerán que ustedes
son mis discípulos», dice el señor. Para nosotros, cristianos, la unidad está
visiblemente señalada y misteriosamente realizada en la Eucaristía, que se
convierte así en el «centro de la comunidad cristiana y de su misión».

El gesto de Jesús que se dona completamente al Padre por la salvación del


hombre, y que Él mismo repite en toda celebración, debe convertirse en
nuestra continua tensión, es decir, debe alimentar en nosotros el compromiso,
la valentía y la capacidad de darnos a los demás, de servir a nuestro prójimo,
de entender toda la vida en el signo de la caridad.
DÍA CUARTO: Una experiencia de HUMILDAD
Texto bíblico: Mt. 11, 25

Meditación: En la Madre Caridad se cumple la condición para recibir el Reino


de Dios: corazón sencillo y humilde. Ella, porque vive profundamente su verdad
ante Dios, podría muy bien repetir con San Pablo: «Pues ¿quién es el que te
distingue?, y ¿qué tienes que no hayas recibido? Y si lo recibiste, ¿por qué te
engríes como si no lo hubieras recibido?» (1Co. 4, 7). En el fondo de la actitud
de humildad, que es uno de los secretos de su capacidad de conquistar a la
gente, había un profundo sentido de Dios creador, amo, señor, misericordioso,
dador de todo bien.

Ante él La Madre Caridad es una pobre pecadora que recibe gracia,


misericordia, salvación. El mismo celo apostólico no es de la Madre Caridad,
sino que le fue dado por Cristo que vive en él. Su clara conciencia de que el
protagonista es Dios y ella simplemente obrera del Evangelio hace que nos
recomiende veneración a San José, modelo de fe en el servicio humilde y
silencioso.

Esta humildad es transparencia de lo divino que hay en el creyente, una


transparencia cristológica, de Cristo como ella lo conoció y lo comprendió, de
Cristo Siervo de Yavé, de Cristo humilde, humillado, que no escogió los
primeros puestos, ni prefirió echarse desde el pináculo del templo para hacer
ruido, ni cambiar las piedras en pan, ni dominar sobre los reinos de la tierra,
sino que eligió ser siervo de todos.

La humildad de la Madre caridad es la de Cristo que ella comprendió y que


expresó dejándolo vivir en sí mismo. Y eso en lo cotidiano, en la simplicidad de
la vida diaria, como buena «franciscana»: «Los medios de santificación están
en la vida diaria. Vivir en caridad allí donde Dios nos coloca, procurando
cumplir su voluntad».

DÍA QUINTO: Una experiencia de SOLIDARIDAD


Texto bíblico: Mt. 25, 34-36

Meditación: A la luz de la caridad, entendida como participación en el amor


pascual de Jesús ante las situaciones más difíciles y dramáticas, podemos
comprender un tema particularmente subrayado por la Madre Caridad en su
proyecto de vida y en su proyecto fundacional, es decir, el de compartir con los
más necesitados, con los últimos. Ella decía: «Los pobres son la bendición de
Dios. Lo que damos y hacemos por los pobres lo hacemos y damos a Nuestro
Señor»

Heredamos de la la Madre Caridad la vivencia de la pobreza, no sólo en el


estilo de vida sino compartiendo y dando respuestas efectivas a la situación del
pobre. Su atención a los últimos se basaba en motivaciones obvias e
inmediatas. Pa ella, los marginados, los pobres, los necesitados, son los más
vulnerables, los más abandonados, al límite de la resistencia: hay que
intervenir con urgencia, con absoluta prioridad.
Hay que preferir a los últimos, porque son los preferidos de Jesús; son los que
tienen más necesidad de la esperanza que viene del amor pascual. En ellos la
Pascua revela más claramente su capacidad de ser una victoria definitiva
precisamente contra los males más irreparables. A ellos hay que decirles de
modo particular que Cristo está cerca; que aun en su situación se puede hacer
nacer una semilla de amor. Hay que hacer nacer urgentemente en ellos la
certeza de que, si logran creer en el amor, y vivir en el amor, encontraran la
salvación.

La Madre Caridad pide a sus Hermanas que reafirmen la importancia de vivir


cerca de los últimos en una perspectiva de fe: la caridad que se acerca debe
radicarse, mediante la fe, en el amor pascual de Jesús. La Madre Caridad se
preocupó por los jóvenes en busca de trabajo, las familias que se encuentran
en situaciones de extrema necesidad e inseguridad económica y que están
expuestas a carecer de las cosas esenciales, ancianos que se sienten
tempranamente marginados, minusválidos que se sienten excluidos.

Estas situaciones tienen reflejos y consecuencias sicológicas y morales que


inciden en la vida de los individuos y de las familias. Ellos tienen necesidad de
la ayuda de la comunidad.

DÍA SEXTO: Una experiencia de IGLESIA


Texto bíblico: 1Pe. 2, 4-5 o 1Pe. 2, 9-10

Meditación: Un profundo sentido de Iglesia caracteriza la espiritualidad de la


Madre Caridad. Ese sentido eclesial se manifiesta en adhesión y servicio a la
Iglesia, en el aprecio a la oración litúrgica y en el respeto y estima al Sacerdote
por razón de su su ministerio.

En su espiritualidad aprendió que la Eucaristía hace de la asamblea un solo


cuerpo, unido en comunión plena, perfecta por su naturaleza con Dios, que
espera solamente ser descubierto en la plenitud de la gloria y realiza el deseo
profundo de todo hombre de estar en comunión con Dios.

En la espiritualidad de la Madre Caridad se descubre que la experiencia


fundamental del creyente que tiene conciencia de su ser Iglesia, de su
pertenencia a la Iglesia es llegar a ser hombre y mujer de Iglesia, perderse en
el cuerpo de la Iglesia, perderse a sí mismo, sus idiosincrasias, sus
individualidades, y querer lo que quiere la Iglesia. No sólo lo que quiere Dios,
sino lo que quiere la Iglesia, porque es cuerpo de Cristo, es instrumento que ha
perdido su individualidad de granito y se ha convertido en este Pan, que es la
Eucaristía.

DÍA SÉPTIMO: Una experiencia MISIONERA


Texto bíblico: Mt. 28, 18-20

Meditación: La Madre Caridad entendió -desde su propia experiencia


personal: vino desde su patria a la «otra orilla»- la dimensión universal de la
misión. Comprendió que los discípulos deben anunciar el Evangelio en todo el
mundo, a todos los pueblos, a cada hombre. La Madre caridad, animada por la
Eucaristía, comprendió que Jesús quiere atraer a si a todos los hombres, y por
eso, en su intuición original fundacional, fue siempre más allá de sí misma, se
sintió enviada por Cristo a todos los hombres, no estaba en paz hasta no hacer
llegar el Evangelio de la Pascua a todas las situaciones. Eso quiere que hagan
sus hermanas.

Tuvo clara conciencia de que la fuerza que anima la Misión es el Espíritu Santo
que Jesús Resucitado promete y transmite a los discípulos; que el contenido de
la misión es el seguimiento de Cristo, la obediencia a! Evangelio, el
cumplimiento de los mandamientos de Jesús, la adhesión bautismal a la vida
del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, la separación de la vida incrédula; y la
esperanza que sostiene a los misioneros en las fatigas y en las dificultades es
la certeza de que Jesús está siempre con ellos hasta el fin del mundo.

El Papa Juan Pablo II se refirió a la Madre Caridad así: «La aceptación de los
sufrimientos, son un distintivo del verdadero misionero. ¡Qué bien encontramos
realizado este aspecto en la vida espiritual de la Madre Caridad! Su vida se
deslizó día tras día bajo la austera sombra de la cruz. El sufrimiento fue su
inseparable compañero y lo soporto con admirable paciencia hasta la muerte»
(JUAN PABLO II: Homilía en la beatificación de Madre caridad, 23 de marzo de
2003).

Otro aspecto de la vida misionera que destaca El Papa Juan Pablo II destacó
también, como aspecto de la vida misionera, la alegría interior que nace de la
fe. También la Madre Caridad vivió intensamente esa alegría en medio de su
vida austera. Era alegre de ánimo y quería que todas sus hijas estuvieran
contentas y confiaran en el Señor.

Una especial preocupación de la Madre Caridad misionera fue la de darle


importancia preferencial a la educación del hombre cristiano, es decir, la
educación para todas esas actitudes que forman a la persona madura, capaz
de darse cuenta de las necesidades y de los sufrimientos de los demás.

Es la educación a la bondad, a la beneficencia, a la compasión por cualquier


mal del hombre. Es la educación a aquella apertura del corazón que se
proclama como característica de Jesús; como cuando Pedro resume lo que
Jesús ha hecho, diciendo: «Pasó haciendo el bien a todos, curando a todos los
que estaban oprimidos» (Hch. 10, 38). Jesús hace participes a sus discípulos
de su compasión sensible, pronta, de su capacidad de ver los sufrimientos y los
males de los demás.

DÍA OCTAVO: Una experiencia MARIANA


Texto bíblico: Lc. 1, 46-48

Meditación: Hay una persona en la que todo lo que la humanidad espera y


desea se ha realizado ya perfectamente, en la que la obra de Cristo es
perfecta. Es la Virgen, Madre del Señor. La Madre Caridad aprendió en la
escuela de María: «Quiero vivir, obrar y actuar en todo con los sentimientos de
María. Madre amadísima, ayúdame a cumplir siempre, como tú la voluntad de
Dios»
Mudo mirar a la Madre de Dios y reconocer en ella la obra perfecta de Cristo; el
lugar de la verdadera alegría y de la verdadera paz. Y puesto que María es el
principio de la Iglesia, la Madre de la Iglesia, todos los que en la Iglesia se
configuran con ella, los que imitan su perfecta adhesión a Dios, viven en si,
según su correspondencia, el esplendor de los dones. Su devoción mariana la
lleva a proponerse «Cumplir siempre la voluntad de Dios, como y con María»

Pero ¿qué quiere decir imitar la adhesión de María a Dios y expresarla en la


propia vida? Quiere decir simplemente tres cosas: escuchar la Palabra, decir sí
a Dios, servir.
- Escuchar la Palabra: María es aquélla que le dio lugar a la Palabra de
Dios en su vida, que la dejó resonar dentro de si, desde la primera palabra del
ángel hasta las últimas palabras de Jesús desde lo alto de la cruz.
María hizo silencio para escuchar: reflexiono y meditó en su corazón todo
lo que Dios iba realizando en ella y a su alrededor (cfr. Lc. 2, 20).
- Del silencio contemplativo de María nace la segunda característica que
acabamos de recordar: la capacidad de decir si a Dios, de ponerse a
disposición de la llamada divina.
- Además, la Madre de Jesús demostró su adhesión a Dios, dejó que se
manifestase en ella el Reino de Dios, con el humilde servicio de esclava, desde
la encarnación hasta la Cruz y después en la comunidad primitiva.

La Madre Caridad aprendió de María que de su disponibilidad al servicio nació


la Iglesia, y del generoso y desinteresado servicio de todos los bautizados, de
los sacerdotes y Obispos, cada uno en su puesto, se promueve y sostiene
continuamente la Iglesia.

DÍA NOVENO: Una experiencia EUCARISTICA


Texto bíblico: Jn. 6, 54-55

Meditación: Todo lo que hemos meditado en los días de la novena tiene su


fundamento en la asombrosa experiencia Eucarística de la Madre Caridad. Allí
aprendió ella a creer, a esperar, a convivir en fraternidad, a ser humilde, a
preferir a los pobres, a amar a la iglesia, a servir en la Misión y a venerar e
imitar a María.

En la Eucaristía es en donde comprendemos todas estas cosas, que Cristo


presente las hace presentes en nuestra vida. En la Eucaristía es en donde
somos formados para las grandes elecciones, en la vida y en la historia, según
la voluntad del Padre.

La Eucaristía es, ante todo, la revelación del amor de Dios, de su voluntad de


alianza con el hombre, hoy, ahora; esta revelación se realiza por medio de la
total dedición de Jesús, que crea y consolida en nosotros la voluntad de
despojarnos de nosotros mismos para pertenecer plenamente al Padre. Su
experiencia eucarística llevó a la Madre Caridad a decir: «La voluntad de Dios y
el Santísimo Sacramento son para mi el cielo en la tierra. Qué preparado debe
estar el corazón a donde Jesús viene a descansar todos los días». La
experiencia eucarística de la Madre Caridad nos enseña que la Eucaristía es
«centro de vida, fuente de fraternidad y de irradiación apostólica»

La contemplación de la Caridad divina nos dona una mirada trasparente hacia


todas las situaciones, para vivirlas con esa misma caridad que tiene su síntesis
y su permanente predicación en la Eucaristía. En efecto, la Eucaristía es el
centro, la culminación de la evangelización de Dios-Amor, que ama, que nos
impulsa a entregarnos sobre todo a los hermanos que están en dificultad. La
comunidad cristiana, reunida a su alrededor, siente continuamente la necesidad
de comprender hasta el fondo qué es y a qué ha sido llamada.

Por eso la Madre Caridad enseña: «Estoy segura de que el buen Dios ayuda a
su debido tiempo; y si Dios ayuda en cosas grandes e importantes, lo hará
también en las pequeñas. Todo lo dejo a Dios»

La Madre Caridad aprendió que la respuesta más auténtica a nuestras


esperanzas, a menudo dramáticas, la fuente de paz, de justicia y de amor que
buscamos con fatiga entre los hombres, la capacidad de cambiar y fundar una
nueva humanidad, se encuentra solamente en el Señor Jesús, en su donación
total y definitiva que es la Eucaristía presente en la Iglesia.

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