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Filosofía de las Ciencias 2021 Prof.

Alejandro Cassini

Clase teórica N° 8

El lenguaje científico

Entre los años 1930 y 1950, aproximadamente, se desarrolló la concepción


clásica de las teorías empíricas, que fue elaborada principalmente por los filósofos del
empirismo lógico, sobre todo, por Carnap, Reichenbach y Hempel. Constituye,
esencialmente, una concepción normativa de la estructura de las teorías en las ciencias
fácticas. Este es uno de los logros más importantes de estos filósofos de la ciencia,
aunque, como veremos, no estuvo exento de dificultades. Algunos autores la llamaron,
y a veces todavía la llaman, la “concepción heredada” (received view) de las teorías, o la
“concepción estándar” de las teorías, o la “concepción sintáctica” de las teorías o la
“concepción enunciativa” de las teorías. Ninguna de estas denominaciones me parece
correcta, por lo cual la llamaré simplemente la concepción clásica de las teorías
empíricas. Las primeras tres denominaciones son inadecuadas. Las dos primeras porque
ya han envejecido: si bien la concepción clásica era la “concepción heredada” para los
filósofos de la ciencia de las décadas de 1960 y 1970, ya hace tiempo que dejó de serlo
para las generaciones vivientes de filósofos de la ciencia; tampoco es la concepción
estándar, ya que la mayoría de los filósofos actuales de la ciencia no la acepta. La
segunda, porque, como veremos, no es una concepción puramente sintáctica de las
teorías, sino una concepción plenamente semántica. La tercera denominación puede
aceptarse, aunque no sin reservas, como también hemos de ver.

Hay dos características fundamentales de la concepción clásica que deben


tenerse siempre presentes.

1) Es una concepción lingüística de las teorías: una teoría empírica es un conjunto


de oraciones o enunciados (no distinguiremos entre ellos) formuladas en un
determinado lenguaje.
2) Es una concepción axiomática de las teorías: una teoría empírica es un sistema
axiomático interpretado.

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Más adelante analizaremos con detalle estas dos características. Por el momento,
aceptaremos que la concepción clásica es una concepción enunciativa en tanto considera
que una teoría es un conjunto de enunciados organizados deductivamente. Ya
conocemos qué es un sistema axiomático interpretado Ahora debemos considerar la
cuestión del lenguaje de las teorías, tal como se la formuló en la concepción clásica.

El vocabulario de las teorías empíricas

Dado que una teoría es un conjunto de oraciones, la cuestión del lenguaje


científico es de importancia primordial para la concepción clásica. Los alumnos de
filosofía, sobre todo los más principiantes, frecuentemente tienen dificultades para
entender lo que el filósofo norteamericano Williard V. O. Quine (1908-2000) denominó
el ascenso semántico. Se trata de una estrategia fundamental de la filosofía analítica,
según la cual los filósofos no deberían hablar acerca de las cosas, sino acerca del
lenguaje con el cual nos referimos a las cosas. La filosofía, pues, no trata sobre las cosas
o el mundo, trata acerca del lenguaje por medio del cual hablamos del mundo. Esta idea
de la actividad filosófica proviene de autores como Ludwig Wittgenstein (1889-1951),
que influyó mucho en los empiristas lógicos, sobre todo, durante los primeros tiempos
del Círculo de Viena. En el Tractatus logico-philosophicus, publicado en 1921,
Wittgenstein había afirmado que “toda filosofía es crítica del lenguaje” (alle
Philosophie ist Sprachkritik), esto es, toda filosofía se limita a ser un análisis lógico del
lenguaje, o de los lenguajes, con los que hablamos sobre el mundo. Se ha llamado a esta
la concepción lingüística de la filosofía, que no debe confundirse con la filosofía del
lenguaje. En el caso de la filosofía de la ciencia, esta debe ser, entonces, análisis lógico
del lenguaje científico. De hecho, a menudo no lo es, pero, como señalamos, se trata de
una concepción normativa, es decir, de lo que debiera ser la buena filosofía de la
ciencia. La concepción lingüística de las teorías científicas muestra la influencia de esta
manera de entender la práctica de la filosofía. También fue influida por el surgimiento
de la semántica formal, a la cual Carnap hizo contribuciones importantes.

Según la concepción clásica, en cualquier teoría empírica de cualquier ciencia


debemos identificar primero su vocabulario, al igual que lo hacíamos con los sistemas
formales. Aquí la idea de los sistemas formales, al estilo de Hilbert, es particularmente
influyente pero aplicada a las teorías empíricas, a teorías que no son formales, sino

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interpretadas. El vocabulario de las teorías empíricas consta de los siguientes tipos de
términos:

Ante todo, toda teoría empírica contiene un vocabulario lógico y matemático,


que proviene de la lógica subyacente de cada teoría y también de todas las teorías
matemáticas que se den por supuestas, como ocurre con el cálculo diferencial e integral
en la física, por ejemplo. Los creadores de la concepción clásica sostuvieron no solo que
la lógica subyacente de las teorías empíricas debía ser clásica, sino también que debía
limitarse a la lógica de primer orden (con identidad y descripciones). En principio, las
teorías empíricas debían presentarse formalizadas en el lenguaje de la lógica de primer
orden. Por supuesto, Carnap y otros empiristas lógicos sabían perfectamente que los
científicos no presentan nunca sus teorías de esta manera, incluso que raramente las
axiomatizan (al menos, fuera del dominio de la física). No obstante, se trataba de un
ideal normativo, no de una descripción de la actividad científica. En términos de estos
filósofos, lo que se proponía era una reconstrucción racional de las teorías científicas
que fuera clara, simple y lógicamente ordenada. Ese ideal incluía, sobre todo al
principio, la formalización de las teorías mediante la lógica de primer orden
exclusivamente. Ya en la etapa final de la concepción clásica, durante la década de
1950, este requisito se relajó bastante; todavía se pretendía formalizar las teorías
mediante la lógica clásica, pero se admitieron las extensiones de la lógica de primer
orden (como la lógica modal) e incluso la lógica de segundo orden o de orden superior.

Una de las características fundamentales de la concepción clásica se encuentra


en la manera en que se concibe el vocabulario no lógico de las teorías empíricas. Este
vocabulario contiene dos clases excluyentes de términos: los términos observacionales
y los términos teóricos. La dicotomía también es exhaustiva, ya que no hay otras clases
de términos no lógicos aparte de estas dos.

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Comencemos por analizar el concepto de término observacional. Curiosamente,
ni Carnap, ni Hempel, ni ninguno de los partidarios de la concepción clásica de las
teorías, proporcionaron nunca una definición de dicho concepto, a pesar de que es
fundamental para su manera de concebir no solo el lenguaje de la ciencia, sino la
estructura misma de las teorías empíricas. Al principio, se limitaron a proporcionar
ejemplos de términos observacionales: estos son los predicados como “rojo” “azul”,
“duro” o “caliente” que se refieren a propiedades directamente perceptibles por medio
de los sentidos humanos sin la mediación de instrumentos (cualquiera que use anteojos
se dará cuenta de que esta concepción es demasiado estrecha, porque, en sentido,
estricto, no estaría observando cuando tiene los anteojos puestos). Luego se extendió
también a nombre propios o descripciones, como “la Torre Eiffel” o “el Sistema Solar”,
que se refirieran a entidades que son en principio perceptibles (aunque las teorías
científicas pocas veces contienen nombres propios en su vocabulario). Podemos decir,
de manera más general, que los términos observacionales son aquellos que se refieren, o
pretenden referirse, a entidades, propiedades, eventos o procesos directamente
perceptibles por los sentidos humanos. Genéricamente los llamamos observables, por,
tanto, los términos observacionales son aquellos que, en caso de referir a algo, se
refieren a observables. No debe confundirse “observacional” que se aplica a los
términos de un lenguaje con “observable” que se aplica a las cosas, más precisamente a
entidades no lingüísticas. Otra vez es una cuestión de ascenso semántico: “Sistema
Solar” es un término observacional, pero el Sistema Solar es una entidad observable.
Debe advertirse, además, que los términos observacionales pueden referirse tanto a
particulares, como “Saturno” o a universales, como, “planeta”.

Puede decirse, en síntesis, que un término observacional es todo aquel que se


refiere, o pretende referirse, a un observable. Esta definición, o más bien
caracterización, de los términos observacionales solo parece desplazar el problema,
porque ahora se hace necesario caracterizar a los observables. La distinción entre
entidades (propiedades, eventos, etc.) observables e inobservables siempre ha sido
problemática. Ante todo, no es una distinción ontológica: las cosas en sí mismas no son
observables ni inobservables. La distinción es relativa las capacidades perceptivas de los
seres humanos. Todo el mundo sabe que muchos animales son capaces de percibir
sonidos que los humanos no podemos percibir. Así, para un perro ciertos ultrasonidos
son observables, pero no lo son para nosotros. Por otra parte, la distinción no es relativa

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a los seres humanos en particular. Borges, en su famoso cuento, decía que Funes el
memorioso percibía el movimiento del minutero, pero difícilmente consideraríamos que
este es un observable, aunque existiera una persona con capacidades perceptivas tan
excepcionales. La observabilidad se refiere a las capacidades perceptivas de los
humanos como especie, lo cual admite cierta variabilidad de un individuo a otro. Esto
ya tiene como consecuencia que los límites entre observables e inobservables se vuelvan
borrosos. Este hecho en el lenguaje común no es problema, porque todos los términos
de las lenguas naturales son vagos: los límites entre ser alto o bajo, o entre ser rico o
pobre son muy borrosos e incluso dependientes del contexto (un jugador de básquet que
mida menos de dos metros puede ser considerado bajo en el contexto de su equipo). No
obstante, resulta un problema para la concepción clásica de las teorías, que emplea
lenguajes formales donde la vaguedad no debería existir. Por consiguiente, la
concepción clásica necesita una distinción absoluta (no relativa a un contexto dado) y
tajante entre términos observacionales y teóricos. De allí, que requiera una
caracterización precisa de observabilidad. Volveremos enseguida sobre esta cuestión,
que no es sencilla de resolver.

Los términos teóricos, por su parte, se definían de manera puramente negativa:


son aquellos términos del vocabulario no lógico de las teorías empíricas que no son
observacionales, es decir, que se refieren, o pretenden referirse, a entidades,
propiedades, eventos, o procesos que son inobservables para los seres humanos.
“Electrón” o “campo electromagnético” solían ser los ejemplos preferidos por los
empiristas lógicos de términos teóricos, ya que, evidentemente, los humanos no
podemos percibir electrones ni campos electromagnéticos. Pero otros términos no son
tan claros. ¿El término “célula” es un término observacional o teórico? La mayoría de
las células son microscópicas, pero algunas, como la yema de un huevo de ave, son
macroscópicas y fácilmente observables a simple vista. Debe advertirse, además, que la
distinción entre observables e inobservables no coincide (más precisamente, no es
coextensiva) con la distinción entre entidades macroscópicas y microscópicas. Hay
inobservables que son microscópicos y otros que son macroscópicos. El campo
electromagnético, por ejemplo, es inobservable, pero no es una entidad microscópica; al
contrario, se supone que llena la totalidad del espacio. Ahora bien, si la distinción entre
observables e inobservables no se traza en la frontera entre las entidades microscópicas
y macroscópicas ¿dónde debería trazarse?

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Así pues, según los empiristas lógicos, solo son observables las entidades
(propiedades, eventos, etc.) que se pueden percibir directamente por medio de los
sentidos sin la mediación de instrumentos. Las entidades inobservables se denominaron
también entidades teóricas y se las consideró como entidades inferidas. Así, por
ejemplo, cuando se dice que se observa una célula mediante un microscopio, en
realidad, no se la está observando, según este criterio, sino que se la está infiriendo a
partir de las imágenes directamente percibidas en el ocular del microscopio. Una célula
no perceptible a simple vista, entonces, no es una entidad observable, sino una entidad
inferida a partir de otras observaciones. Dado que la dicotomía observable-inobservable
es exhaustiva y excluyente, la célula debe considerarse como una entidad teórica. No
hay una diferencia esencial entre observar una célula y observar la trayectoria de un
electrón en una cámara de burbujas, en ambos casos se trata de inferencias. La
trayectoria de un electrón ciertamente no se observa a simple vista, sino que se infiere a
partir de la observación de la secuencia de pequeñas gotas que, se supone, son el efecto
producido por el paso de un electrón que ioniza las moléculas de vapor en el interior de
la cámara de burbujas. Este último ejemplo muestra claramente que el electrón no es
una entidad cuya existencia se ha inferido solamente de la observación de las gotas.
Para conectar el reguero de gotas con el paso de un electrón es necesario apelar a un
conjunto bastante grande de hipótesis y teorías presupuestas. Por ejemplo, a la hipótesis
de que el electrón, por el hecho de estar eléctricamente cargado, produce la ionización
(o sea, arranca electrones de las órbitas más externas) de las moléculas de vapor. Eso
ciertamente, no es algo que se observe a simple vista. Así pues, las entidades inferidas
siempre se infieren de otras observaciones que son interpretadas mediante un conjunto
de hipótesis.

En sus últimos escritos, Carnap revisó la cuestión de cómo trazar la distinción


entre observables e inobservables. Los siguientes pasajes de su último libro publicado
en vida (Philosophical Foundations of Physics, de 1966)1 son particularmente
explícitos. Por esa razón los citaremos in extenso.

1
Esta obra de Carnap, que pese a su título intimidante, es de carácter introductorio fue republicada en
1974, luego de su muerte en 1970, con el título más general de An Introduction to the Philosophy of
Science. Los pasajes traducidos están tomados de la primera edición de 1966. La obra se tradujo al
español en Buenos Aires, en 1969, con el título inapropiado de Fundamentación lógica de la física. El
resto de la traducción, sin embargo, es confiable.

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Los filósofos y los científicos tienen maneras bastante diferentes de usar los términos
“observable” e “inobservable”. Para el filósofo, “observable” tiene un significado muy
estrecho. Se aplica a propiedades tales como “azul”, “duro” y “caliente”. Estas son
propiedades directamente percibidas por los sentidos. Para el científico, la palabra tiene un
significado mucho más amplio. Incluye cualquier magnitud cuantitativa que pueda ser medida
de una manera relativamente simple y directa. Un filósofo no consideraría que una temperatura
de 80 grados centígrados, o un peso de 93 ½ libras, es un observable porque no hay percepción
sensorial directa de tales magnitudes. Para un físico, ambas son observables porque pueden
medirse de una manera extremadamente simple [con una balanza o un termómetro]. El físico
no diría que la masa de una molécula, y no digamos la de un electrón, es algo observable,
porque aquí los procedimientos de medición son mucho más complicados e indirectos. Pero las
magnitudes que pueden ser establecidas por medio de procedimientos relativamente simples (la
longitud con una regla, el tiempo con un reloj, o la frecuencia de las ondas de luz con un
espectrómetro) son llamadas observables.

Un filósofo podría objetar que la intensidad de una corriente eléctrica no es realmente


observada. Solo la posición de una aguja fue observada. Un amperímetro fue conectado a un
circuito y se advirtió que la aguja apuntaba hacia la marca rotulada como 5.3. Ciertamente, la
intensidad de la corriente no fue observada. Fue inferida de aquello que fue observado.

El físico podría replicar que esto es verdad, pero que la inferencia no era muy
complicada. El procedimiento de medición es tan simple y está tan bien establecido que no
podría dudarse de que el amperímetro da una medición exacta de la intensidad de la corriente.
Por tanto, se la incluye entre las cosas que son llamadas observables.

No se trata aquí de quién está usando el término “observable” de la manera correcta o


adecuada. Hay un continuo que comienza con las observaciones sensoriales directas y llega
hasta métodos de observación enormemente complejos e indirectos. Obviamente, no se puede
trazar ninguna línea divisoria exacta (sharp line) a través de este continuo; es una cuestión de
grado. Un filósofo está seguro de que la voz de su esposa, que viene desde el otro lado de la
habitación, es un observable. Pero supongamos que la escucha por teléfono. ¿Su voz es o no es
un observable? Un físico ciertamente diría que cuando mira algo a través de un microscopio
ordinario, lo está observando directamente. ¿Esto también es cierto cuando mira con un
microscopio electrónico? ¿Observa la trayectoria de una partícula cuando ve la huella que
deja en una cámara de burbujas? En general, el físico habla de observables en un sentido muy
amplio comparado con el sentido estrecho del filósofo, pero, en ambos casos, la línea que
separa lo observable de lo inobservable es altamente arbitraria. Es conveniente tener esto en
mente cuandoquiera que estos términos se encuentren en un libro de un filósofo o de un

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científico. Diferentes autores individuales trazarán la línea donde sea más conveniente,
dependiendo de sus puntos de vista, y no hay razón por la cual no deberían tener este
privilegio. (Carnap 1966, pp. 225-226).

Hay muchas ideas interesantes para comentar en estos pasajes. Ante todo, como
cualquiera que conozca algo de la ciencia contemporánea, Carnap advierte que los
científicos no usan el concepto de observable en el sentido estrecho en que lo ha
caracterizado. Por otra parte, el sentido en que lo emplean los físicos es mucho más
amplio que el que el propio Carnap les atribuye, ya que consideran que los electrones, y
todas las partículas subatómicas, así como como sus propiedades, son observables. De
hecho, los artículos que anuncian el descubrimiento de una nueva clase de partícula
subatómica (sea o no una partícula considerada elemental) frecuentemente llevan en el
título la palabra “observación”. En general, Y en contra de lo que Carnap dice, los
físicos llaman observable a cualquier entidad que sea detectable mediante instrumentos,
no importa cuán complejos sean, y a cualquier propiedad que sea medible por cualquier
procedimiento, aunque sea muy indirecto.

Detengámonos un momento a analizar el lenguaje que emplean los físicos de


partículas, los que trabajan realizando experimentos en los grandes aceleradores, cuando
informan acerca de un nuevo descubrimiento. Aunque los usos no son unánimes, ni se
encuentran establecidos por reglas explícitas, se puede comprobar una tendencia
claramente mayoritaria. En primer lugar, cuando se obtienen datos acerca de la
existencia de un nuevo tipo de partícula subatómica, datos que no se consideran
decisivos, es decir, suficientes como para afirmar con un alto grado de certeza que se ha
descubierto esa clase de partícula, se emplea el término “evidencia”. Por ejemplo:
“Evidence for a T = 0 Three Pion Resonance” (1961) o “Evidence for a Long-Lived
Neutral Unstable Particle” (1956), o “Evidence for Anomalous Lepton Production in
e+e− Annihilation” (1975). En cambio, cuando la evidencia obtenida se considera
suficiente como para poder afirmar que se ha descubierto una nueva especie de
partícula, se emplea el término “observación”. Por ejemplo: “Observation of Long
Lived Neutral V Particles” (1956), o “Experimental Observation of a Heavy Particle J”
(1974). Este término también se usa para el descubrimiento de procesos, como, por
ejemplo, “Observation of the Decay D*+ → D0+” (1977), o “Observation of Planar
Three-Jet Events in e+e− Annihilation and Evidence of Gluon Bremsstrahlung” (1980).

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Adviertan que en esta última referencia se ejemplifican los dos casos, el de observación
y el de evidencia. Por último, cuando se mide alguna propiedad de las partículas, se
emplea el término “medición”. Por ejemplo: “Measurement of the Neutrino-Nucleon
and Anti Neutrino Nucleon Total Cross Sections” (1973), o “Measurement of Tau
Decay Modes and a Precise Determination of the Mass” (1978). Así pues, no cabe duda
de que los físicos de partículas consideran observables a las partículas, a sus
propiedades, como la masa, y a los eventos microscópicos, como la desintegración de
una partícula o la colisión entre dos partículas.

Detengámonos también en las características de los artículos de esta clase. En


primer lugar, todos son muy cortos, a veces de solo dos páginas. Se publican en revistas
como Physics Letters y Physical Review Letters, que como sus títulos lo indican, se
especializan en publicar cartas, que son en realidad artículos muy breves donde se
informa sobre algún nuevo descubrimiento. Estas revistas tienen un publicación muy
rápida, generalmente semanal, y sirven para asegurar la prioridad del descubrimiento,
que no está dada por la fecha de publicación, sino por la fecha de recepción del artículo,
que aparece destacada en la primera página. Observemos también que los artículos no
tienen un autor ni dos, sino muchos, a menudo listados por equipos y según un
protocolo estricto de orden de importancia de los autores (que nunca aparecen en orden
alfabético). Por ejemplo, el artículo que mostraré ahora es “Observation of Neutrino-
Like Interactions without Muon or Electron in the Gargamelle Neutrino Experiment”,
publicado en Physics Letters B del 3 de septiembre de 1973, pero recibido el 25 de julio
de 1973. La B en el título de la revista indica la especialidad, porque las grandes revistas
de física están divididas en diferentes partes (generalmente llamadas A, B, C, etc.), que
de hecho funcionan como revistas independientes. Por ejemplo, la más importante
revista de física, que publicad decenas de miles de páginas por año, es la Physical
Review, que está dividida en cinco especialidades (A-E), pero tiene, además, muchas
otras revistas subsidiarias creadas recientemente, formando un gran complejo editorial
que abarca todas las especialidades de la física actual. El artículo citado es hoy un
trabajo histórico, donde se anunció el descubrimiento de las corrientes neutras, es decir,
una corriente de partículas sin carga eléctrica. Esto fue revolucionario, ya que hasta ese
momento toda corriente conocida era de partículas cargadas. Observemos por último,
que está firmado por 55 autores, pertenecientes a 7 grupos de investigación de 6 países
diferentes. Eso es un buen ejemplo de lo que se llama Big Science. En la actualidad se

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pueden encontrar artículos firmados por hasta 1000 autores, que forman lo que se
denomina una “colaboración”, pero que en muchos casos nunca han interactuado
personalmente, sino que se encuentran dispersos en diferentes lugares del mundo.

Volvamos ahora al análisis del texto de Carnap. Como lo afirma explícitamente,


Carnap admite que existe un continuo entre las observaciones realizadas mediante los
sentidos desnudos y las realizadas mediante instrumentos complejos. Pensemos, por
ejemplo, en un objeto pequeño que se encuentra a corta distancia y es observado a
simple vista y luego con lupas de diferente aumento, o con microscopios ópticos de
diferente aumento; o bien un objeto lejano, como la Luna, observado a simple vista y
luego con binoculares de diferente aumento, o con telescopios de diferente aumento. En
todos los casos diríamos que estamos observando el mismo objeto, pero con mayores
detalles y resolución. ¿Por qué no aceptar, entonces, que también observamos los
objetos microscópicos, como las bacterias o los virus, o los objetos lejanos, como los
satélites de Júpiter? En ambos casos, los objetos en cuestión no son perceptibles
mediante nuestros sentidos, por lo que, de acuerdo con el concepto de observable de
Carnap, no serían observados, sino inferidos. Sin embargo, no diríamos que inferimos la
existencia de una hormiga cuando la observamos a través de una lupa o de nuestros
anteojos. Esto parece contrario al sentido común y los usos lingüísticos corrientes.

Si hay un continuo entre observables e inobservables, afirma Carnap, no existe


una línea demarcatoria bien definida entre ellos. Más bien, la observabilidad parece ser
una cuestión de grado, como un ocurre en un espectro continuo de matices de un color,
por ejemplo, el que va del rosa al rojo. Entonces, la línea demarcatoria debe trazarse
convencionalmente, es decir, mediante un acuerdo o decisión colectiva. Carnap dice que
la línea es arbitraria, pero el hecho de que sea convencional no implica que sea
arbitraria. Las convenciones humanas generalmente no son arbitrarias, sino que se basan
en razones objetivas de conveniencia, utilidad o simplicidad. Lo que se sigue de su
carácter convencional, es que siempre debe haber varias posibilidades o alternativas,
como ocurre con las conductas que se adoptan por convención (colocar el volante de los
autos a la izquierda o a la derecha, por ejemplo). Carnap, admite, entonces, que los
científicos y los filósofos (es decir, él mismo) emplean diferentes convenciones a la
hora de caracterizar qué entidades son observables. Pero no tiene sentido decir que una
convención es correcta o verdadera y las otras incorrectas o falsas. Las convenciones
solo pueden ser más o menos útiles o convenientes para determinados fines. El sistema

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métrico decimal es, sin duda, más simple y ventajoso en muchos aspectos que los
sistemas antiguos de medidas, pero sería erróneo decir que es el sistema verdadero o
correcto. Las convenciones no son susceptibles de ser verdaderas o falsas, ni correctas o
incorrectas en ningún sentido de estos términos. Una comunidad científica (o de
cualquier otro tipo) tiene amplia libertad para elegir sus convenciones y para
cambiarlas, cosa que ocurre frecuentemente en la historia de la ciencia. Por ejemplo, la
definición del metro es una convención que se cambió muchas veces, hasta llegar a la
actual, establecida en 1983, donde se lo define en función de la velocidad de la luz: un
metro es la distancia que recorre la luz en el vacío en 1 / 299 972 458 segundos. (Lo que
no puede existir son las convenciones individuales, las que, como los lenguajes
privados, serían arbitrarias ¿O es posible que cada uno adopte sus propias
convenciones?).

En cualquier caso, la posición pluralista de Carnap permite, en principio, que


cada ciencia o disciplina científica adopte su propia convención sobre la observabilidad.
Por ejemplo, los biólogos podrían considerar que las bacterias y virus que se observan
con un microscopio son observables, pero que los átomos y partículas subatómicas son
inobservables. Esto llevaría a multiplicar las convenciones, lo cual atentaría contra la
unidad de la ciencia o, por lo menos, dificultaría mucho la comunicación entre
científicos de diferentes especialidades. Casi siempre, los científicos buscan adoptar
convenciones universales, como el sistema métrico decimal o la notación de las
fórmulas químicas, que son las mismas en todo el mundo y para todas las disciplinas.

Después de haber admitido el aspecto convencional del criterio de


observabilidad, Carnap, sin embargo, no modifica su concepto estrecho de observación,
que atribuye a los filósofos sin más. Es interesante preguntarse por qué razón. Él mismo
no la hace explícita. Mi conjetura es que ello se debe a que sostiene una concepción
empirista del significado. Según esta, los términos que él llama observacionales poseen
un significado directo que proviene de la experiencia sensorial. Conocemos el
significado del término observacional “rojo” por medio de la percepción directa de
objetos rojos, por ejemplo. En cambio, los términos teóricos no tienen un significado
directo dado por la experiencia. No percibimos electrones y el sentido del término
“electrón”, al menos en parte, no proviene de la experiencia de detectar electrones
mediante instrumentos, sino de todo un conjunto de hipótesis, de una teoría o de varias
teorías, que nos informan qué son los electrones o, más precisamente, qué propiedades

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tienen y cómo se comportan bajo determinadas condiciones. Sin la mediación de esas
hipótesis, no podríamos tener experiencia, ni siquiera muy indirecta, de los electrones,
ni, mucho menos, medir sus propiedades (su masa, carga eléctrica y spin, que son las
tres propiedades fundamentales de las partículas subatómicas). En efecto, la medición
de estas propiedades presupone el uso de complejos instrumentos, los cuales, a su vez,
no podrían haber sido construidos sin el empleo de numerosas hipótesis y teorías
científicas (hipótesis de la mecánica, de la óptica, del electromagnetismo, y muchas
más). Así pues, la posición central de Carnap y de otros empiristas lógicos es que los
términos observacionales poseen un significado directo mientras que el significado de
los términos teóricos es indirecto y, en última instancia, está dado por su conexión con
algunos términos observacionales. El llamado problema de los términos teóricos es,
entonces, esencialmente un problema de significado: consiste en determinar cuál es la
conexión con los términos observacionales que les permite a los términos teóricos
adquirir significado. Volveremos sobre esta cuestión varias veces a lo largo del curso.

Los enunciados científicos

Toda teoría empírica tiene, como hemos visto, un vocabulario teórico, que es el
conjunto de todos los términos teóricos de cada teoría, y un vocabulario observacional,
que es el conjunto de todos los términos observacionales, que generalmente no son
específicos de cada teoría (de hecho, muchos provienen del lenguaje natural, como los
que Carnap ofrece como ejemplos, y pueden ser compartidos por muchas teorías
diferentes). Los términos teóricos por su parte, no necesariamente son específicos de
una teoría determinada, al contrario, muchos de ellos pueden provenir de otras teorías.
Por ejemplo, “carga eléctrica” es un término teórico propio de la electrodinámica, pero
también se emplea en la mecánica cuántica y en otras teorías; “fuerza” es un término
teórico de la mecánica, pero también se usa en la termodinámica, la electrodinámica y
en casi todas las teorías de la física.

Mediante los términos que forman el vocabulario de una teoría cualquiera, y


junto con el vocabulario lógico-matemático presupuesto, se pueden formar tres tipos
diferentes de enunciados, como puede verse en el cuadro siguiente:

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Los diferentes tipos de enunciados científicos se obtienen a partir de la
combinación de los términos que componen el vocabulario. El uso de los términos
lógico-matemáticos está presupuesto en todos los casos y no introduce diferencias. La
diferencia proviene del hecho de si los términos no lógicos que aparecen en los
enunciados son teóricos u observacionales. Advirtamos que la palabra “observacional”
se aplica tanto a términos como a enunciados. El contexto debe permitir distinguir a qué
se aplica en cada caso.

El primer tipo son los enunciados observacionales, que a veces se llaman


también observacionales puros. Son aquellos que contienen exclusivamente términos
observacionales, además de términos lógicos o matemáticos. “Mi computadora es
negra” es un enunciado observacional puro, ya que solo contiene dos términos no
lógicos que son ambos observacionales, los predicados “computadora” y “negra”.
También es observacional puro el enunciado “Una barra de hielo se derrite cuando se la
calienta”, aunque su estructura es un poco más compleja que la del anterior ejemplo. El
segundo tipo son los enunciados teóricos, también llamados teóricos puros. Estos son
los que contienen como términos no lógicos exclusivamente términos teóricos, en el
sentido definido por Carnap, esto, es, que no son observacionales. Por ejemplo, “Todos
los electrones tienen carga eléctrica negativa”, “Todos los fotones tienen spin 1” y
“Todos los átomos contienen protones en el núcleo” son enunciados teóricos puros,
pues, ninguno contiene algún término observacional. El tercer tipo lo constituyen los
enunciados mixtos, a veces llamados teóricos mixtos, que son los que contienen al
menos un término teórico y al menos un término observacional. Recibieron diferentes
nombres, pero finalmente se adoptó el de reglas de correspondencia.

Las reglas de correspondencia ocupan un lugar destacado en la llamada


concepción clásica de las teorías y, por esa razón, las analizaremos con detenimiento. Es
comprensible que ocupen esa posición privilegiada si se tiene en cuenta el problema del

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significado de los términos teóricos. Señalamos antes que los términos teóricos de una
teoría, según Carnap y los empiristas lógicos, adquieren su significado de manera
indirecta por medio de su conexión con los términos observacionales que se usan en
dicha teoría. Precisamente, las reglas de correspondencia, por el hecho de ser
enunciados mixtos, son las que conectan algún término teórico con algún término
observacional. Por ello, se las concibió como reglas semánticas: su función principal es
la de dar significado a los términos teóricos de una teoría. Los términos teóricos,
entonces, adquieren su significado mediante reglas de correspondencia. Por tanto, toda
teoría empírica necesita reglas de correspondencia; sin ellas, carece de contenido
empírico y no es más que una teoría formal. Las reglas de correspondencia son, así, las
que permiten interpretar a las teorías empíricas, como veremos enseguida. Se las puede
llamar también reglas de interpretación o reglas interpretativas. Todo esto se aclarará
más cuando estudiemos la estructura de las teorías según la concepción clásica. La
evolución de la concepción clásica de las teorías, en efecto, está estrechamente ligada al
problema de cuál es la forma lógica que deben tener las reglas de correspondencia.

El problema de los términos teóricos

Dada la teoría del significado de los empiristas lógicos, los términos teóricos
eran sospechosos porque su significado no estaba claro, incluso se podía dudar de si
tenían o no algún significado. Para Carnap y los empiristas lógicos el problema de los
términos teóricos era equivalente al problema de cómo adquieren significado estos
términos. Por significado entendían el sentido o la intensión de tales términos. Sin
embargo, el problema se puede plantear también en términos de su extensión o
referencia. Podemos preguntar si tales términos tienen referencia, lo cual equivale a
preguntar si las correspondientes entidades o propiedades inobservables realmente
existen o no. Este suele llamarse el problema de la existencia de las entidades teóricas.
Dicho más directamente, mediante un ejemplo, ¿existen los electrones o los quarks? O,
de otro modo, ¿son reales las fuerzas y los campos electromagnéticos o solamente son
ficciones útiles? Cuando se lo plantea de esta manera, el problema de los términos
teóricos es muy antiguo y no es en absoluto una invención de los filósofos de la ciencia.

El problema surgió en el siglo XVII en el contexto de la mecánica clásica y, en


particular, de la teoría de la gravitación de Newton. Allí se empleaba la noción de fuerza

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que actúa a distancia entre los cuerpos sin que haya contacto entre ellos y sin que se
postulara la existencia de algún medio material intermediario que transmitiera las
interacciones. En la teoría newtoniana de la gravitación, un planeta ejerce
instantáneamente una fuerza atractiva sobre otro planeta a través del espacio vacío de
toda materia. Esa noción de fuerza actuando a distancia les pareció inaceptable a todos
los contemporáneos, e incluso al propio Newton. En una carta de 1693 dirigida al
teólogo Richard Bentley (1662-1742), Newton se expresó en estos términos:

Que la gravedad sea innata, inherente y esencial a la materia de modo tal que un
cuerpo pueda actuar sobre otro a distancia, a través de un vacío sin la mediación de ninguna
otra cosa, y que a través de dicha distancia su acción o fuerza pueda ser comunicada de uno a
otro, es para mí un absurdo tan grande que creo ningún hombre que tenga alguna competencia
en cuestiones filosóficas pueda jamás caer en él. La gravedad debe ser causada por un agente
que actúe constantemente de acuerdo con ciertas leyes, pero si este agente es material o
inmaterial es una cuestión que he dejado a la consideración de mis lectores. (Tercera carta a
Bentley del 25 de febrero de 1693).

A la mayoría de los contemporáneos de Newton les pareció que la existencia de


la fuerza de gravedad era sospechosa. Se la calificó como una “cualidad oculta”, que en
el lenguaje de la época aludía a la magia natural de los filósofos renacentistas. Todos los
filósofos cartesianos, partidarios de la física plenista de Descartes (1596-1650), la
rechazaron. Leibniz (1646-1716) mismo llegó a calificarla como “un milagro perpetuo”.
En muchos escritos inéditos, Newton intentó explicar la causa de la gravedad
postulando diversas clases de éteres fluidos que llenaban el espacio y operaban como
mediadores de la fuerza entre cuerpos distantes. Pero no se sintió conforme con ninguno
de esos intentos, de hecho nunca los publicó, ya que la existencia del éter, que no una
entidad observable, tampoco era evidente. Para todos los filósofos de la tradición
empirista, esta clase de inobservables no debería tener lugar en la ciencia. En términos
actuales, diríamos que los términos teóricos deberían ser eliminados de las teorías. Por
ejemplo, la mecánica debía ser reformulada sin emplear el concepto de fuerza. George
Berkeley (1685-1753), uno de los clásicos de la filosofía inglesa empirista del siglo
XVIII, publicó, además de los libros que se leen en la carrera de filosofía, un libro
titulado De motu (Sobre el movimiento, de 1721), que es un nombre tradicional de todos
los libros de la mecánica medieval, donde ya formula ese programa y donde se puede

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encontrar incluso algo parecido a lo que sería una concepción instrumentalista de la
ciencia.

Este programa empirista continuó en el positivismo del siglo XIX. El físico y


filósofo de la ciencia Ernst Mach (1838-1916), el principal representante del
positivismo alemán e inspirador del Círculo de Viena (que originalmente se llamó
Sociedad Ernst Mach), intentó llevarlo a cabo de manera sistemática. En su exitosa obra
La ciencia de la mecánica en su desarrollo histórico (1883), que Einstein (1879-1955)
estimaba mucho, trató de reformular la mecánica newtoniana evitando toda referencia a
entidades inobservables como las fuerzas o el espacio y el tiempo absolutos, cuya
existencia Newton había postulado. El programa nunca pudo ser llevado a cabo de
manera satisfactoria, pero, como se advierte, tiene una larga y compleja historia muy
anterior al momento en que los empiristas lógicos formularan el problema de los
términos teóricos replanteándolo en términos de significado.

El caso de las fuerzas es paradigmático. Por principio, es imposible observar una


fuerza; lo único que puede observarse es el efecto que las fuerzas producen sobre los
cuerpos, por ejemplo, ponerlos en movimiento (es decir, acelerarlos), o bien
deformarlos (lo cual implica acelerar algunas de sus moléculas). Si se toman dos
imanes, se puede observar que se ponen en movimiento y se acercan, pero no se puede
observar un campo magnético (un campo de fuerzas) por sí mismo. En el caso de las
partículas, lo único que puede observarse es el cambio en la velocidad producido por las
fuerzas. Pero nunca es posible observar las fuerzas. Por ejemplo, si una partícula está en
reposo, eso puede ocurrir porque sobre ella no actúa ninguna fuerza, o bien porque
actúan dos fuerzas que se cancelan exactamente, o tres fuerzas, o cualquier otro número
(recordemos que las fuerzas se suman como vectores y la resultante de cualquier
número de fuerzas puede ser nula). Si la fuerza que actúa sobre un cuerpo tiene una
resultante determinada, esa puede descomponerse de infinitas maneras en dos o más
fuerzas que se componen. Y no resulta sencillo saber, si acaso puede saberse, cuál o
cuáles son las fuerzas reales y cuáles las fuerzas, por así decir, ficticias. En principio,
hay infinitas combinaciones de fuerzas que producirían el mismo resultado, es decir,
que le imprimirían una determinada aceleración a una partícula. Observacionalmente,
todas esas posibilidades serían indiscernibles por principio, ya que lo único que
podríamos observar en todos los casos sería el mismo fenómeno: que la partícula
(suponiendo que se mueve en el vacío) adquiere una cierta aceleración y se mueve a

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cierta velocidad en cierta dirección. Pero hay infinitas causas posibles, infinitas
combinaciones de fuerzas, que podrían haber provocado ese mismo movimiento. Para
una mentalidad empirista, esta situación, si no es totalmente inaceptable, al menos es
sumamente incómoda, porque implica introducir en la ciencia una cuota importante de
subdeterminación empírica en nuestras teorías e hipótesis. El empirista siempre se
siente más cómodo eliminando estas posibilidades observacionalmente indiscernibles;
lo que desearía, en el fondo, es directamente eliminar toda referencia a entidades
inobservables de nuestras teorías. Y esto fue lo ocurrió de hecho: se intentó eliminar los
términos teóricos de las teorías empíricas. Veamos ahora de qué manera.

La eliminación de los términos teóricos

Carnap y los empiristas lógicos, en sus primeros tiempos al menos, es decir,


poco antes y después de 1930, intentaron efectivamente eliminar los términos teóricos
de las teorías empíricas, esto es, intentaron reconstruir las teorías físicas formulándolas
sin términos teóricos. La idea original fue la de remplazarlos por términos
observacionales. Obviamente, el remplazo no podía ser uno a uno, ya que en ese caso,
los términos teóricos serían redundantes y no desempeñarían ninguna función en las
teorías. La estrategia para eliminar los términos teóricos consistió en definirlos
explícitamente mediante una combinación de términos observacionales. Una definición
explícita es un enunciado de forma bicondicional, donde el antecedente es el
definiendum (el término que se define) y el consecuente es el definiens (la combinación
de términos que lo definen). Los términos latinos provienen de la lógica medieval y se
han conservado hasta la actualidad. A veces se llama definición solamente al definiens,
pero ese uso puede ser equívoco. Una vez que un término definiendum ha sido
explícitamente definido, puede remplazarse por su definiens cada vez que aparece en un
enunciado. Supongamos que T sea un término teórico que se quiere definir, y que O1,
O2, …, Om sean términos observacionales. Una definición explícita de ese término
teórico mediante esos términos observacionales sería un enunciado como:

∀𝑥 (𝑇𝑥 ↔ (𝑂𝑥1 & 𝑂𝑥2 , & … , & 𝑂𝑥𝑚 ))

Observemos que la definición explícita que presentamos es un enunciado mixto


y, por tanto, es una regla de correspondencia. Así pues, las definiciones explícitas que
permitirían eliminar los términos teóricos no son más que una especie o variedad de
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reglas de correspondencia. El definiens podía tener diferentes estructuras lógicas, pero
siempre debía ser un enunciado observacional puro.

Una especie de definición explícita es la definición operacional, que consiste en


definir un término teórico, por ejemplo, “masa”, empleando un conjunto de términos
observacionales que describen operaciones que se emplean para medir o determinar la
propiedad referida por ese término, en este caso, la masa de un cuerpo. Un ejemplo de
términos teóricos que admiten definición operacional son los llamados términos
disposicionales, como “soluble”, “maleable”, “frágil” y otros de esa clase. Son términos
que se refieren a una disposición de los objetos a comportarse de cierta manera en
determinadas condiciones (llamadas condiciones de prueba). Por ejemplo, “soluble”
expresa la disposición de un objeto a disolverse cuando se lo sumerge en agua (u otros
líquidos). El hecho de que el cuerpo se disuelva en el agua es observable, pero la
propiedad de la solubilidad no lo es, por lo cual, “soluble” se considera un término
teórico, según la caracterización de Carnap. Una definición operacional de ese término
sería la siguiente:

∀𝑥 (𝑆𝑥 ↔ (𝐴𝑥 → 𝐷𝑥 ))

En lenguaje natural, el enunciado sería así: “Todo objeto es soluble si y solo si,
si se lo sumerge en agua, entonces, se disuelve”. Esta es una definición operacional
porque define el término teórico “soluble” mediante dos términos observacionales
“sumergirse en agua” y “disolverse”, que se refieren a operaciones empíricas. El
antecedente del condicional del definiens, el que contiene el predicado A, expresa la
condición de prueba, y el consecuente, el que contiene el predicado D, expresa el
comportamiento del objeto ante esa condición de prueba. Otros ejemplos característicos
de definiciones operacionales son las definiciones de términos psicológicos, como
“inteligente” mediante términos observacionales que expresan estímulos y respuestas de
la conducta del sujeto. Son características de la psicología conductista. Aunque
“inteligente” también se considera como un término disposicional (la disposición a
actuar de cierta manera en determinadas circunstancias), las definiciones operacionales
de los términos psicológicos pueden ser más complejas que la definición de “soluble” u
otros términos disposicionales de las ciencias físicas. Por ejemplo, el esquema de una
definición operacional del predicado “inteligente” podría tener la siguiente forma.

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∀𝑥 (𝐼𝑥 ↔ ((𝐸𝑥1 & 𝐸𝑥2 &, … , & 𝐸𝑥𝑚 ) → (𝑅𝑥1 & 𝑅𝑥2 &, … , & 𝑅𝑥𝑛 )))

Esto en lenguaje natural sería así, “Todo sujeto es inteligente si y solo sí, si se
encuentra con los estímulos 𝐸𝑥1 & 𝐸𝑥2 &, … , & 𝐸𝑥𝑚 , entonces, produce las respuestas
(𝑅𝑥1 & 𝑅𝑥2 &, … , & 𝑅𝑥𝑛 ). Es decir, un sujeto es inteligente si y solo si actúa o se comporta
de determinada manera en determinadas circunstancias. Por supuesto, los estímulos y
las respuestas tienen que especificarse explícitamente, por eso, decimos que la anterior
es un esquema de definición operacional de inteligencia y no una auténtica definición.

Ahora podemos advertir que, una vez que se tiene una definición explícita (sea
operacional o no) de un término teórico mediante una combinación finita de términos
observacionales, es posible eliminar ese término teórico de todos los enunciados en los
que aparece reemplazándolo por su definiens. De esa manera, podrían eliminarse todos
los términos teóricos de una teoría, que quedarían relegados a la categoría de términos
definidos, que, como ocurre en un sistema axiomático formal, siempre son prescindibles
(de hecho, un sistema puede no tener términos definidos). No obstante, la eliminación
de los términos teóricos mediante definiciones explícitas tiene un costo: necesariamente
complica la formulación de la teoría. Los enunciados sin términos teóricos son más
complejos que sus respectivos equivalentes con términos teóricos. Eso es evidente, ya
que el definiens de un término teórico siempre contiene dos o más términos
observacionales. Por tanto, un enunciado en el cual se reemplacen sus términos teóricos
siempre contendrá un número mayor de términos, que incluso puede ser muy grande.
Por ejemplo, supongamos que el siguiente enunciado sea una hipótesis fundamental de
una teoría (ficticia) sobre psicología de la inteligencia:

∀𝑥 (𝐼𝑥 → 𝐴𝑥 )

Esto es: “Todos los sujetos inteligentes son altruistas” (lo cual parece, por lo
demás, falso). Se trata de un enunciado teórico puro, ya que no contiene términos
observacionales. Tanto “inteligente” como “altruista” son términos teóricos
disposicionales y, por tanto, deberían reemplazarse de acuerdo con sus definiciones
operacionales. Supongamos que la definición operacional de “altruista” sea la siguiente:

1 𝑗 1 𝑘
∀𝑥 (𝐴𝑥  (𝐸 ′ 𝑥 &, … , & 𝐸 ′ 𝑥 ) → (𝑅′ 𝑥 &, … , & 𝑅′ 𝑥 ))

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Teniendo las definiciones operacionales de los términos “inteligente” y “altruista”, es
posible eliminar los términos teóricos del enunciado teórico “Todos los I son A”, El
resultado de hacer ese reemplazo, entonces, sería un enunciado observacional puro de
esta forma:

1 𝑗 1 𝑘
∀𝑥 ((𝐸𝑥1 &, … , & 𝐸𝑥𝑚 ) → (𝑅𝑥1 &, … , & 𝑅𝑥𝑛 ) → (𝐸 ′ 𝑥 &, … , & 𝐸 ′ 𝑥 ) → (𝑅 ′ 𝑥 &, … , & 𝑅 ′ 𝑥 )))

Si se aceptan las dos definiciones operacionales, entonces, este enunciado es


lógicamente equivalente al enunciado “Todos los I son A”. Sin embargo, es obvio que
esta manera de formular la hipótesis sin términos teóricos es mucho más complicada
que su formulación con términos teóricos. Así, el costo de eliminar mediante definición
explícita los términos teóricos de una teoría es una pérdida de simplicidad en la
formulación de la teoría. Si se reemplazan todos los términos teóricos de una teoría, se
obtiene una formulación equivalente de la misma teoría, pero es una formulación mucho
más complicada. Aunque sean eliminables, los términos teóricos de una teoría cumplen
una función importante: la de simplificar la formulación de la teoría. Carnap y los
empiristas lógicos reconocieron siempre esta función y, además, admitieron que la
simplicidad es una de las virtudes importantes de toda teoría. Sin embargo, estuvieron
dispuestos, al menos en sus comienzos, a pagar ese precio con tal de eliminar los
términos teóricos. Su orientación empirista, pues, pesó más que su valoración de la
simplicidad. A pesar de ello, como veremos más adelante, el intento de eliminación de
los términos teóricos mediante definición explícita fracasó de manera rotunda, ya que ni
siquiera los términos disposicionales (una subclase muy pequeña de los términos
teóricos) pudieron ser definidos explícitamente mediante términos observacionales.

Bibliografía

Carnap, R. (1966) Fundamentación lógica de la física. Buenos Aires: Sudamericana,


1969. [Capítulo 23].

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