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Como en una vieja fiesta

Todos los días salía a ver qué sucedía con las persianas de la casa de enfrente. El ruido era terrible.
Usaba mis tampones para los oídos, pero ni eso podía evitar aquel martirio de jueves a domingo,
cada semana desde que esos malditos del bar de al lado abrieron. En un principio llegaron con la
consigna de que iban a abrir un café. Empezaron a armar sus toldos, las sillas de madera, un pequeño
escenario. Cuando vi aquel tabladillo, algo en mi corazón me dijo que esto no iría a buen puerto. La
semana de haber iniciado las reparaciones de la casa de al lado

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