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Esperando la carroza 1

“Esperando la Carroza”

De Jacobo Langsner

(versión de la puesta en escena del grupo “Los Gansos”)


Esperando la carroza 2
CASA DE JORGE. LLORA UNA BEBA.-
JORGE: (en Off) ¡Susana!
SUSANA: No puedo dejar la mayonesa. ¿Querés que se corte? (Aparece Mamá
Cora con su aire “ido” como si flotara)
MAMÁ CORA: Tiene hambre. Le prepararé la mamadera.
JORGE: (viniendo con la beba en brazos) Hace media hora que tomó la
última.
MAMÁ CORA: Entonces le dolerá la pancita. Le voy a preparar un tecito de anís.
SUSANA: (molesta) No le dé nada, Mamá Cora. Métanle el chupete en la boca y
déjenla tranquila. (Jorge pasea a la bebé)
MAMÁ CORA: Pero Susana, si le pongo el chupete lo escupe. Para mí que es tu leche.
Has estado muy nerviosa últimamente.
SUSANA: ¡Ideas suyas! ¿Dónde me ve nerviosa? (A Jorge) Fíjate si se ensució.
JORGE: (fijándose) Se ensució.
SUSANA: Entonces cámbiale el pañal.
JORGE: Susana, sabes que no sé.
MAMÁ CORA: La cambiaré yo.
SUSANA: ¡No! Deje, Mamá Cora, voy yo. ( Sale con la bebé)
MAMÁ CORA: ¡Gran ciencia! ¡Cambiar un pañal! (Hacia adentro) ¿En qué puedo
ayudarte, Susana?
SUSANA: (Off) En nada. No me ayude en nada. ¿Por qué no lee el diario
tranquila?
JORGE: (yendo hacia dentro) Susana, deja que te ayude. Haces que se sienta
inútil.
SUSANA: (Off) Prefiero que se quede tranquila.
MAMÁ CORA: (Mirando la mayonesa) ¡Ya sé, le ayudaré con los flancitos! (Saca
leche, se la echa mientras revuelve) “no haga eso”, “no haga
aquello” Como si yo nunca hubiese tenido una casa. Como si yo nunca
hubiese cambiado un pañal. Voy a meter estos flancitos a los moldes y
al horno. (Va a la cocina con el recipiente.)
SUSANA: (A la beba, mientras le saca los pañales) Llorona! Mamita
estaba preparando la comida. (le saca los pañales y se los da a
Jorge) Tomá, Jorge, llevalos a la basura, y tené cuidado que no se
caiga nada al suelo. (Jorge va con los pañales sucios) En vez de
ayudarme, usted se pone a llorar. ¿Le parece bien? ¿Eh? ¿Le parece
bien? (a Jorge) ¿Me alcanzás el talco?
JORGE: (Lo busca) No lo veo.
SUSANA: Fijate en el armario.
JORGE: (en off) ¿Dónde? ¿Para qué me mandás a mí, si sabés que no sé?
SUSANA: (furiosa) Aprendé. Dentro del armario.
JORGE: (en off) Sí, dentro del armario. ¿Pero dónde?
SUSANA: Jorge, no me pongas más nerviosa de lo que estoy. En el estante de
arriba.
JORGE: (apareciendo con el talco y un trozo de pan) Ya encontré.
SUSANA: ¿Entonces, por qué me creás problemas? ¿Qué hacés con ese pan?
JORGE: Estaba en el armario.
SUSANA: Como la matamos de hambre esconde comida hasta debajo de la
almohada (Saliendo).

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JORGE: (Saliendo tras ella) Susana, deja que te ayude. Deja que se sienta
útil.
SUSANA: (Entrando con la beba) No quiero que me ayude. (Suspira
cansada) Bueno, tesoro, a dormir hasta la próxima mamadera, ¿me
oyó? (A Jorge) ¿La acostamos en el cochecito?
JORGE: ¿Me estás preguntando a mí?
SUSANA: Mis otros maridos no están en este momento. ¿A quién quieres que le
pregunte?
JORGE: ¡Y yo qué sé!
SUSANA: Arregla el asientito.
JORGE: Pero Susana, si sabes que no sé.
SUSANA: No puedo acomodar el asiento y tener a la niña en brazos al mismo
tiempo.
JORGE: (hace los arreglos y descubre una empanada a medio comer)
¡Una empanada! ¡La niña tiene ocho meses y ya come empanadas!
SUSANA: ¡No seas estúpido! Esa empanada fue la que sobró anoche. Con razón
que no la encontraba. A mí se me está acabando la paciencia. Debe
haber guardado algo en cada rincón de su cuarto, porque huele de una
manera…
JORGE: ¿Huele? ¿A qué?
SUSANA: ¿No tenés nariz vos? ¿No olés como yo? ¡Huele! ¡A podrido huele!
Deberías ir a investigar y sacar todo lo que se puede descomponer.
MAMÁ CORA: (Apareciendo) ¿Se durmió?
SUSANA: Todavía no, pero está más calmada. (Acuesta la beba en el
cochecito) Jorge, llévala al cuarto y cerrá la persiana. (Jorge se lleva
el cochecito. Susana busca y rebusca sobre la mesa) ¡Qué raro!
¿No ha visto la fuente honda?
MAMÁ CORA: ¿Cuál?
SUSANA: La que dejé aquí. La fuente donde estaba haciendo la mayonesa.
MAMÁ CORA: ¡Una mayonesa! ¿Eso era una mayonesa?
SUSANA: No, eran hormigas africanas. Ocho huevos tenía esa mayonesa y casi
un litro de aceite.
MAMÁ CORA: Yo creí...
SUSANA: ¿Qué creyó?
MAMÁ CORA: No parecía mayonesa.
SUSANA: ¿Qué hizo con mí mayonesa?
MAMÁ CORA: Flancitos de chocolate. (Susana corre a la cocina) Vos hablaste de
flancitos anoche. (Aparece Jorge) Vos la oíste, Jorge. ¿Iba o no iba a
hacer flancitos? (Susana regresa)
SUSANA: (dramáticamente) Ocho huevos, litros de aceite, litros de leche, sal,
mostaza y seguramente kilos de azúcar para tirar a la basura.
JORGE: ¿Qué querés decir?
SUSANA: Quiero decir que tu mamita me echó a perder la mayonesa.
JORGE: Mamá, ¿Por qué hiciste eso?
MAMÁ CORA: Es que, Jorge... No tenía cara de mayonesa.
JORGE: ¿Por qué no preguntaste? No hagas nada sin preguntar primero.
(Susana se saca el delantal, lo arroja al suelo y sale de la casa.
Jorge siguiéndola) ¿A dónde vas? ¿Susana? ¡Para!.
MAMÁ CORA: No tenía cara de mayonesa.

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(CASA DE ELVIRA Y SERGIO. ÉSTE EN PIJAMA, ACOSTADO EN EL


SOFÁ, LEE UN DIARIO. SE OYE LA RADIO DANDO NOTICIAS)

SERGIO: (Suena el teléfono) ¡Matilde! (Sigue sonando el teléfono)


¡Teléfono!
ELVIRA: ¿Podrías atender vos, no?
SERGIO: Elvira, por Dios. Es domingo. Es el único día de descanso que tengo.
ELVIRA: Me gustaría saber cuál es el mío. (Levantando el teléfono) Aló. ¿Qué
José? (Colgando) Boludo!!!
SERGIO: Otra vez te la hicieron.
ELVIRA: Para la próxima contestá vos.
SERGIO: Ni soñarlo. Que atienda Matilde, siempre es para ella.
ELVIRA: Está durmiendo. ¿No sabes que se acostó a las cuatro de la mañana la
pobre?
SERGIO: ¿Dónde estuvo hasta esa hora? ¿La vieron entrar los vecinos? ¿Quién la
trajo? ¿Vos le diste permiso?
ELVIRA: ¿Cuál de las cuatro preguntas querés que te conteste primero?
SERGIO: Yo no pienso moverme de este sillón. Porque es el único día de
descanso que tengo.
ELVIRA: Yo también quiero descansar. También yo podría haberme quedado en
la cama hasta las once, pero a vos se te ocurrió la excelente idea de
invitar a tu hermano Antonio y a Nora.
SERGIO: Ellos nos invitaron la semana pasada.
ELVIRA: Nosotros los habíamos invitado la anterior.
SERGIO: Les hubieras dicho que no vinieran y basta.
ELVIRA: ¿Y privarte de los mimos que te hace?
SERGIO: ¿Qué mimos?
ELVIRA: (imitando a Nora) “Mi amante maravilloso”, “cosita mía”.
SERGIO: Creí que apreciabas a Nora.
ELVIRA: ¡A esa hipócrita! Sí. Le tengo cierta simpatía. Porque es fina y tiene
clase, que es algo que por cierto no sobra en la familia.
SERGIO: Entonces déjate de protestar.
ELVIRA: Protesto porque al fin y al cabo ellos tienen sirvienta y yo no. Deben
estar por llegar. ¿Por qué no te vestís?
SERGIO: ¿Tengo que ponerme smoking para comer con mi familia?
ELVIRA: En pijama no comés. Y andá a darte un baño que hace varios días que
lo estás necesitando.
SERGIO: Por favor, me bañé la semana pasada.
ELVIRA: Te bañás o esta noche no entrás en mi cama. (Se va a la cocina)
MATILDE: (Off) ¡Mamá!
ELVIRA: (Off) ¿Qué querés?
MATILDE: (Off) ¡Cerrá la canilla!
ELVIRA: (Off) No estoy usando el agua.

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MATILDE: (Off) Estoy toda enjabonada. (Aparece envuelta en una toalla,
toda mojada y jabonada) Cortaron el agua.
SERGIO: Y después viene tu madre insistiendo en que me bañe. Sin agua no se
puede.
MATILDE: ¿Con qué me quito el jabón?
ELVIRA: (Viniendo de la cocina) Otra vez cortaron el agua. (Va al teléfono y
marca un número) ¿Señora Juanita? Soy yo, la Elvira. ¿Qué pasa con
el agua? A mí no me avisó nadie. ¡Cuatro horas! ¿Desde cuándo?
¿Desde ahora mismo? Tengo que hervir los ravioles. ¿Usted también
está haciendo ravioles? ¡Qué coincidencia! ¿Le pido un favor? No tire su
agua. Hiervalos y me llama para ir a buscarla. Gracias, Juanita. Usted
es un ángel. (Cuelga) ¡Vieja de mierda! Yo hago ravioles, ella hace
ravioles, yo hago puchero ella hace puchero. ¡Qué país!
SERGIO: ¿Qué te importa? ¿Qué pasó?
ELVIRA: Cortaron el agua por cuatro horas. Me lo hacen a propósito.
SERGIO: ¿Quién?
ELVIRA: ¿Por qué no me avisó?
SERGIO: A lo mejor trataron de avisarnos. El timbre sonó como media hora, esta
mañana.
ELVIRA: Matilde, vas a tener que ir al negocio a comprar unas botellas de agua
mineral.
MATILDE: Estoy toda enjabonada.
ELVIRA: ¡Mejor! Así vas como por un tubo.
MATILDE: Me acosté a las cuatro de la mañana.
SERGIO: De eso, casualmente, quería hablar. ¿Se puede saber donde estuviste
hasta esa hora?
MATILDE: (yendo furiosa a su cuarto) En un cabaret con doscientos sicópatas
sexuales.
SERGIO: A ésta lo que le hace falta es una buena patada en el tujes.
ELVIRA: (Sentándose) Estoy cansada.
SERGIO: ¿De qué?
ELVIRA: ¿Acaso no sabés el trabajo que da una casa?
SERGIO: ¡No lo voy a saber! ¡No hablás de otra cosa! Mi pobre madre quedó
viuda a los treinta y cinco años y con cuatro hijos...
ELVIRA: ¡Ese tango lo conozco! Cocinaba, zurcía, tejía, bordaba y seguramente
culiaba y jamás se le oyó una queja. Me lo contaste más de un millón
de veces. Pero yo soy de carne y ella era de hierro.
SERGIO: ¡Pobre vieja! ¡Pobrecita! Cuando pienso en todo lo que sufrió y en la
poca felicidad que tuvo...
ELVIRA: Cuando pensás en todo eso no pasa nada. Lo pensaste un millón de
veces y jamás pasó nada. (Entra Jorge y detrás de él, furiosa,
Susana) ¿Qué pasa?
SUSANA: Pasa que yo ya no doy más. Pasa que yo sólo tengo treinta años y que
no me resigno a vivir en una casa que no es mi casa y en la que no soy
nada más que una sirvienta.
ELVIRA: Oigan, ¿por qué no van a lavar la ropa sucia en su casa?
SUSANA: Porque sucede que esta ropa sucia también es de ustedes. (A Elvira)
Hace cuatro años que tu suegra vive en mi casa y parece que tiene el
firme propósito de no moverse de ella.

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ELVIRA: ¡Mi suegra!
SUSANA: Sí, tu suegra (A Sergio, aún más furiosa) Y tu madre!
SERGIO: Pero, ¿en qué te molesta la pobre santa?
SUSANA: ¿Quieres que te diga en qué me molesta? La tengo en la cocina, en el
baño, en el living, en el dormitorio, en el pasillo, en la terraza y…
(tocándose la garganta) aquí. ¡Aquí la tengo! No puedo moverme sin
tenerla encima y vos me preguntas en qué me molesta.
SERGIO: ¿Cómo podés hablar así de una pobre anciana qué quién sabe sin le
quedan unos tres años de vida?
SUSANA: Eso es lo mismo que me dijeron hace cuatro años cuando se vino a
vivir con nosotros. Yo no quiero que se muera. ¡Que viva otros
doscientos años, pero que viva en otra parte!
JORGE: Susana estaba preparando una mayonesa y tuvo que dejarla un rato
porque la nena lloraba. Cuando volvió se encontró con que mamá había
transformado la mayonesa en flancitos de leche con chocolate.
ELVIRA: ¿Y por eso tanto escándalo?
SUSANA: (A Jorge) ¿Y lo de los merengues? (A Elvira y Sergio) Huevo que
compro le quita la clara para hacer merengue.
SERGIO: Pero si el merengue es tan rico.
SUSANA: ¿Y qué hago yo con todas las yemas que se van acumulando en el
refrigerador?
ELVIRA: ¡Mayonesa!
SUSANA: Mira, Elvira. Esto no es un chiste. Tráela a vivir una semana a tu casa y
vas a ver si tengo o no tengo razón.
SERGIO: ¡Pobre mamá!
SUSANA: Sí, pobre mamá. Ahora además se ensucia.
SERGIO: ¿Se ensucia? ¿Cómo se ensucia?
SUSANA: ¿Quieres que te haga un dibujito? ¿No sabes como se ensucian los
chicos?
SERGIO: ¿Quieres decir que...?
SUSANA: Sí, se caga. Y no le voy a poner unos calzones de goma. Tengo que
andar todo el santo día con el trapo en la mano.
JORGE: ¡Por favor, Susana!
SUSANA: ¡Por favor nada! Se va ella o me voy yo.
SERGIO: ¡Pobrecita!
SUSANA: Sí. Es muy fácil decir pobrecita a cuatro cuadras de distancia. Pero ella
no es mi madre y yo no tengo por qué aguantarla. Mete las manos en
todas partes, manosea todo...
SERGIO: Te querrá ayudar.
SUSANA: ¡Que se quede quieta! Yo no quiero ayuda. Si agarro una olla chica, ella
dice que agarre una más grande. Me quita las cosas de las manos,
prueba la comida mil veces para ver si está condimentada. Hace quince
días, aprovechando que nosotros no estábamos, quiso bañar a la nena.
ELVIRA: ¡Que ternura!
SUSANA: ¡Casi me la ahoga!
JORGE: Sergio, hacele un sitio aquí.
SERGIO: Pero, Jorge...
JORGE: Hacele un sitio. Vos también sos su hijo y tu mujer es mucho más
paciente que la mía.

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ELVIRA: Paciente hasta por ahí no más, mijito. Porque yo también tengo mi
genio y no estoy como para andar...
JORGE: Espero, Elvira, que nunca te pase ésto. Y si algún día te pasa, ojalá tu
hija tenga paciencia para aguantarte.
ELVIRA: La boca se te haga a un lado!!!
SERGIO: Habría que emplear a una mujer para que la atienda.
SUSANA: Claro, como casualmente lo que nos sobra es plata, podríamos
contratar los servicios de una enfermera
SERGIO: No tiene por qué ser una enfermera. Además, si fuera necesario, la
pagaríamos entre los cuatro hermanos.
SUSANA: Dónde querés que meta a la enfermera?
ELVIRA: En la habitación de ella. El cuarto de Mamá Cora es bastante grande.
SUSANA: Tan grande como el de Matilde, y lo comparte con la nena.
ELVIRA: ¿Estás loca? El de Matilde es de dos por dos.
SUSANA: Lo que quieras, pero tu suegra se viene a vivir a esta casa.
SERGIO: A mi madre vos no la vas a echar de ningún lado. ¿Me oís? Mi madre es
una señora, no cualquier cosa. (a Jorge) ¿No tenés manos para
cerrarle el pico de un sopapo?
JORGE: Sergio… ( Jorge no sabe expresarse claramente y se acerca a
Sergio. Lo toma del pijama) Tiene razón. Ella tiene razón. Tengo
una hijita de ocho meses…Aguantar a la nena ya es un martirio. Llora
todo el día. Es como una usina. No para. Llora, llora, llora. Ustedes
insistieron en que necesitaba una familia. Yo vivía tranquilo, pero era el
mayor y todos se empeñaron en que necesitaba una familia. ¡Pues
bien! ¡Ahora tengo familia!
SUSANA: ¿Estás arrepentido?
JORGE: No. Si soy feliz. Es que sólo estoy desesperado.
ELVIRA: ¿Por qué no hablan con Antonio y Emilia?
SUSANA: Emilia es viuda y trabaja como una negra para mantener al vago de su
hijo.
ELVIRA: Miren. Hoy viene Antonio. Háganle la oferta a él, a lo mejor se tienta.
SUSANA: (resentida) ¿Los invitaste a comer?
ELVIRA: Ellos nos invitaron la semana pasada.
SUSANA: Evidentemente nosotros no pertenecemos a la familia.
ELVIRA: Pero, ¿por qué decís eso?
SUSANA: Desde que me casé con Jorge, comí una sola vez en tu casa. Y fue hace
tres años.
ELVIRA: ¿Y vos? ¿Cuántas veces nos invitaste?
SUSANA: Más de una vez.
ELVIRA: No me enrostrés más tus tallarines ni tu ensalada rusa, que no gozan
de gran reputación en el barrio.
SERGIO: ¡Elvira!
ELVIRA: ¿Y qué? Si sólo hace tallarines y ensalada rusa . (Entran Antonio y
Nora. Ella viste de pieles y cuero aparatosamente, luce unas
gafas oscuras que nunca se saca. Trae en la mano una bandejita
muy pequeña) ¡Masas! Qué mala que sos, con lo que engordan!
NORA: ¿Qué le hace una mancha más al tigre? ¡Más invitados! ¡Qué sorpresa
más agradable! (A Susana) ¿Cómo estás linda?
SUSANA: Bien.

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NORA: Yo estoy muerta de calor. (A Jorge) ¿Qué tal, cariñito? Tenés la
felicidad pintada en la mirada. ¡Cuánto me alegro! (Besa a Sergio)
¿Cómo está mi amante maravilloso?
ELVIRA: Ésta insiste mucho con lo del amante maravilloso. Está empeñada en
que empiece a sospechar algo.
NORA: Todo es cierto, querida. Todo es cierto. ¡Pero que idea maravillosa
tuviste de invitarlos Elvira! ¡Hace tanto tiempo que no nos veíamos!
¡Con lo que yo los quiero! ¡Que bien se te ve, Susana! Siempre con esa
serenidad que te caracteriza.
SUSANA: Siempre con tu ojo clínico, Vos.
ANTONIO: ¿Cómo están esos ravioles que me prometiste?
ELVIRA: Parece que lo único que vamos a comer son estas masas. Es que nos
quedamos sin agua y no tengo en qué hervirlos.
ANTONIO: ¡Ah, no! ¡Con la ilusión que traía!
NORA: ¡Antonio vive soñando con tus comidas, Elvira! Te recuerda cada vez
que se ve las manchas de grasa que le quedan en las camisas. (Ríe)
¿Cuál es el secreto de tus tucos? No salen con nada. (ríen todos) ¿A
qué se debe esta deliciosa reunión familiar? (a Elvira) ¡Qué estupenda
idea tuviste al invitar a Jorge y a Susana! Hace siglos que no los veía.
SUSANA: Terminá de una vez, Nora. Nosotros no estamos invitados. Hay que
tener dinero para que lo inviten a uno. Nosotros somos pobres.
ANTONIO: Por favor, queremos pasar un plácido domingo familiar. Tranquilo,
pacífico, sereno y de reconciliación nacional.
SUSANA: Entonces llegaron en mal momento.
ELVIRA: No, querida. Quien llegó en mal momento sos vos.
SERGIO: ¡Por favor! (A Nora) Me pasé toda la semana añorando que llegara el
domingo y ahora, mirá lo que tengo.
ELVIRA: Si no te gusta, ya sabes lo que podés hacer.
NORA: (abrazando a Sergio) ¿Cómo te atrevés a hablarle así a mi amante
preferido?
ELVIRA: ¿No te lo dije? (A Antonio) ¿No te parece que aquí puede haber algo?
NORA: Pero cariño, ¿qué puedo hacer para que me creas?
ELVIRA: Nada. No es necesario que hagas nada.
NORA: ¿Será posible que nadie me tome en serio?
ELVIRA: Dame tus cosas y sentate.
NORA: Las gafas no. Odio la luz del mediodía.
ELVIRA: ¡Ah, sí! ¡Es cierto! (Yendo al dormitorio) Sergio, ocúpate de los
drinks.
NORA: ¡Drinks! Parece que están funcionando las clases de idioma.
SERGIO: Sí. Dice “no” en cuatro o cinco idiomas.
NORA: Malo. Daría mi reino por un martini. A ver si así me despejo un poco.
ANTONIO: (A Susana) ¿Cómo está la chiquita?
SUSANA: (Agresiva) Bien.
NORA: Todavía no cumple el añito, ¿no? Siempre me olvido de preguntar por
ella. Pero eso no significa que yo no la quiera. Ella ocupa un sitio muy
importante, tanto en mi corazón como en mis pensamientos. ¿No es
cierto que siempre hablo de ella, Antonio?
ANTONIO: (Distraído) ¿De quien?

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NORA: De la niña. Siempre le digo a Antonio que nunca en mi vida había visto
a una criatura más preciosa. ¿No es verdad, Antonio?
ANTONIO: ¿Qué cosa?
NORA: Todavía no cumple el año, ¿no?
SUSANA: No. Acaba de cumplir los ocho meses. (Entra Matilde vestida con un
lindo vestido primaveral).
NORA: Contigo se completa el cuadro familiar. Sospecho que éste va a ser el
día más entretenido de mi vida. Esta criatura me devuelve la juventud.
MATILDE: Buenos días, tío Jorge.
JORGE: (besándola) ¿Cómo estás? Nunca tenés un rato para ir a visitarnos.
Estamos a cuatro cuadras de distancia y creo que todavía ni conoces a
tu prima.
MATILDE: ¡Claro que la conozco! ¿No te acordás que fui al hospital a ver a tía
Susana?
ELVIRA: Sí, con escarpincitos, batitas y otras cosas.
MATILDE: (Besa a Susana) Hola, tía. (A Nora, después de besarla) ¡Qué bonito
vestido!
NORA: ¿Te gusta? (Dando vueltas de jactancia) Fue diseñado por el
mismísimo Pierre Cardín. ¿No es precioso?
MATILDE: ¡Un sueño!
ANTONIO: (Mirando baboso a Matilde) ¿Y a mí no me saludas, cosita rica?
MATILDE: ¡Ah! Disculpá tío. (Lo besa.)
SERGIO: (Que ha sacado varias botellas del barcito) Matilde, llevale este
Martini a tu tía. (Matilde va a buscarlo) Susana, ¿Qué vas a tomar?
SUSANA: (Molesta) Si las tías toman Martini, creo que yo no voy a tomar nada.
NORA: ¿Por qué decís eso?
SUSANA: Porque mi cuñado dijo: “Matilde, llévale este Martini a tu tía” Pudo
haber dicho “a tu tía Nora”. Pero no. Él da por hecho que la única tía
que tiene Matilde es Nora. Después de todo, yo soy pobre.
MATILDE: Enseguida te sirvo, tía Susana.
SUSANA: ¿No sabés que no tomo alcohol?
SERGIO: ¿Y para qué armas tanto escándalo entonces? ¿Dónde está la botella de
Cognac?
MATILDE: Mamá la tiene guardada.
ANTONIO: Servime un Whisky, Sergio.
SERGIO: ¡Whisky! ¡En estos tiempos! (A gritos) Elvira, ¿dónde guardaste el
cognac?
ELVIRA: (Off) ¡En el ropero! Vení a buscar la botella, Matilde. (Matilde va al
dormitorio)
NORA: (A Susana) ¿Cuándo van a llevarme a la nena? ¡El jardín está tan
maravilloso! Tienen que ir. ¿Cuándo van a ir?
SUSANA: Cuando nos inviten. (Matilde regresa)
NORA: Vayan mañana. (Rápidamente) ¡No! Mañana, no. Vayan el martes...
¡Ah! Tampoco, tengo un compromiso. Llámame el miércoles y nos
ponemos de acuerdo, ¿o.k.? La niña podrá correr por el jardín y tomar
un poco de aire puro.
SUSANA: Recién tiene ocho meses; todavía no corre.
NORA: Pero imagino que respirará, ¿no? (Ríe) Adoro a los niños. Debe ser por
eso que Dios me hizo estéril.

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MATILDE: ¿No consultaste al médico? A veces son los hombres los que no sirven.
SERGIO: ¿De dónde sacaste eso?
ANTONIO: ¡Épa! Yo sirvo todavía, ricurita.
MATILDE: ¿Cómo lo sabes? El hecho de que la tengas grande no quiere decir...
SERGIO: ¡Matilde! ¡No estás hablando como una señorita!
MATILDE: Estoy hablando de cosas naturales.
SERGIO: En mi casa no quiero que hablés de cosas naturales. ¿Eso es lo que te
enseñan en la escuela?
NORA: (Riendo) ¡Miren la cara que puso Sergio!
SERGIO: ¿De dónde sacaste eso?
MATILDE: No pensarás que todavía soy virgen, ¿no?
SERGIO: Por tu bien, espero que lo seas. ¡Elvira!
ELVIRA: (Off) Quiso decir que no es tonta. ¿Verdad que sólo quisiste decir eso?
MATILDE: Sí, mamá.
SERGIO: ¡Me da cada susto! Esta mañana volvió a las cuatro de no sé dónde.
ANTONIO: ¿Pero dónde estuviste hasta tan tarde?
MATILDE: Fuimos a una fiesta con Patricia y la señora Juanita. (Suena el
teléfono)
ELVIRA: (Off) ¡Contesten ese teléfono!
MATILDE: (Contestando) Aló. ¿Sí? Hola, señora Juanita. Espere un ratito. (Deja
el auricular descolgado sobre la mesa y se acerca a la puerta del
dormitorio) ¡Mamá! ¡Es la vieja de al lado!
SERGIO: ¡Idiota! ¿Querés que te escuche? (Aparece Elvira con otro vestido
más a tono con los invitados)
MATILDE: Doña Juanita ya hirvió los ravioles, pero dice que el agua se le
consumió un poco y que tiene demasiado almidón.
ELVIRA: Anda a buscarla y tené cuidado de no quemarte.
MATILDE: Siempre tengo que ir yo. (Matilde sale)
ELVIRA: Menos mal que esa vieja me imita en todo. Hago puchero, hace
puchero. Hago tallarines, hace tallarines.
SERGIO: ¡Elvira! El teléfono. (Elvira mira el teléfono con espanto).
ELVIRA: ¿Habrá oído? ¡Ay, Dios mío, que no haya oído! (Toma el auricular. Se
lo lleva al oído y cuelga rápidamente) Sí. Oyó. ¡Si será estúpida!
(Matilde regresa)
MATILDE: La señora Juanita dijo que nos fuéramos todos a la conchesu...
ELVIRA: (A Matilde) ¡Minusválida mental! ¿Quién te enseñó a dejar el teléfono
descolgado?
MATILDE: Nadie. Aprendí sola. (Todos ríen menos Susana y Elvira)
ELVIRA: ¡Estúpida! (Disimulando) ¿Quién se iba a imaginar que el teléfono
estaba descolgado? ¡Qué horror! ¡Con la lengua que tiene esa mujer!
Siempre me pasan estas cosas. (Nora y Antonio ríen)
SUSANA: Eso te pasa por la increíble facilidad que tenés para juzgar a todo el
mundo.
ELVIRA: Que yo sepa, Susana, a esta fiesta nadie te invitó. ¿Cómo quedarán los
ravioles hervidos en agua mineral?
ANTONIO: Supongo que bien.
ELVIRA: (A Matilde) Andá a comprar media docena de botellas de agua
mineral. (Matilde hace un gesto de fastidio y sale)

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NORA: Ay, Elvira, yo creo que viviría en tu casa. Me divierto tanto aquí. (Ríe)
¡Siempre pasan cosas tan descabelladas!
ELVIRA: Sí. Me pasan muchas cosas y ésta es la peor de todas. No conoces a mi
vecina. Es capaz de decir que me vió, con sus propios ojos, en la cama
con el portero.
SERGIO: ¡Mirá como se escuda!
NORA: ¡Cómo se descubren las cosas!
SERGIO: Ya me parecía que el portero me saludaba con más amabilidad estos
últimos tiempos.
ELVIRA: ¿Por qué no se van a la mismísima eme?
NORA: Ay, ¡se puso colorada! (Ríe) Por fin podemos perder nuestros
escrúpulos, amante mío adorado. (Abraza a Sergio. Ríen todos,
menos Susana y Elvira)
ELVIRA: (Yendo a la cocina) Váyanse al diablo.
JORGE: ¿Vamos Susana?
NORA: ¿Qué apuro tienen? No nos vemos nunca.
SUSANA: Yo no tengo sirvienta.
NORA: (asociando) ¿Cómo está mamá Cora?
SUSANA: (encantada de tener una oportunidad de retomar el tema, vuelve
sobre sus pasos) ¡Maravillosa!
ANTONIO: Después de comer la llevaré a dar un paseo en auto. El aire le va a
hacer bien.
SUSANA: Lo que le haría bien es que la invitaras a pasar un tiempo en tu casa.
NORA: ¡Ay, no! ¡Pobre! Se aburriría como una ostra. (Con intención) ¿No se
siente feliz en tu casa?
SUSANA: ¿Cómo se va a sentir feliz en esa ratonera? Sin aire, sin luz... ¡La pobre
sería tan feliz cuidando las flores de tu jardín!
NORA: ¡Pero si nunca estamos en casa!
ANTONIO: Además, confieso que tengo muy poca paciencia con los viejos.
SUSANA: Pero con tu madre deberías tener un poco más. Hace cuatro años que
vivo con ella y sé que la pobre sería muy feliz si pudiera descansar por
un tiempo en la casa de otro hijo.
NORA: Pero, ¿cómo podés decirle a la pobre y querida anciana que se vaya a la
casa de otro hijo, sin herirla?
SUSANA: No tengas miedo, no se sentiría herida.
JORGE: Mamá cumplió la semana pasada ochenta y tres años, Antonio.
ANTONIO: ¡Puta! ¡Se me olvidó el cumpleaños! ¿Por qué no me llamaste para
recordármelo?
JORGE: Tienes una sola madre y pudiste haberte acordado sin ayuda.
ANTONIO: Tengo otras cosas más importantes que el cumpleaños de mamá.
JORGE: Nada debiera ser más importante que mamá.
ANTONIO: No digas eso. Hiciste mal, Jorge. Debiste avisarnos. Al fin y al cabo ella
vive en tu casa y por esa razón tenés más obligaciones que nosotros.
SUSANA: Encima de que vive en casa, somos nosotros los que tenemos que
cargar con todas las obligaciones. (Furiosa) En cuatro años fueron
incapaces de preguntarle si necesitaba algo.
ANTONIO: Supongo que Jorge le dará lo que ella necesita.
SUSANA: ¿Sabes cuánto gana Jorge?
JORGE: Bueno, basta.

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Esperando la carroza 12
SUSANA: Me pasé todo el invierno con mi abrigo viejo, juntando peso por peso
para reunir la cantidad necesaria para comprarme otro. Cuando por fin
logre reunirla, tu madre tuvo un ataque a la vesícula y la fortuna se me
fue al diablo entre médicos y medicamentos. A ninguno de ustedes se
les ocurrió preguntarnos si necesitábamos ayuda.
NORA: Sí, realmente... creo que la manutención de mamá Cora, es algo que
nos concierne a todos.
SUSANA: Tampoco es sólo una cuestión de plata, Nora. No es sólo eso. Es que...
bueno... yo estoy un poco cansada y quisiera vivir sola con mi marido y
mi hija por un tiempo. ¿No tengo derecho a un mes de vacaciones?
NORA: Estoy de acuerdo, pero insisto. Creo que sería muy cruel decirle a
mamá Cora que se vaya a casa de otro hijo por un tiempo.
SUSANA: Ella se sentiría feliz de que los hijos se la disputaran un poco.
ANTONIO: Yo estaría dispuesto a pasarle una plata mensual. ¿Cuánto te parece,
Jorge?
SUSANA: No necesitamos tu dinero. Lo único que queremos es que te la lleves
por un tiempo a tu casa.
MATILDE: (Entrando con dos botellas de agua) ¿Se puede saber qué fue lo
que dijo mi madre para que la vecina me mire con ojos de asesina?
(Se va a la cocina)
NORA: Te voy a ser franca, Susana. Si yo me la llevara a casa, mi madre
sentiría unos celos terribles. (a Sergio) ¿Y aquí, Sergio?
ELVIRA: Aquí no hay sitio. Ya discutimos eso con Susana. Esta casa es chica y
no hay sitio.
NORA: ¿Y si la lleváramos a la casa de Emilia?
SUSANA: Emilia vive con su hijo en una habitación.
ANTONIO: La pobre Emilia tiene unos problemas terribles.
NORA: Pero sería la solución, incluso para Emilia, que entre todos le
pasáramos una mensualidad.
JORGE: Emilia es tan amargada. Mamá se moriría a los dos días de estar con
ella.
NORA: Realmente. ¡Qué horrible el carácter de esa mujer!
SUSANA: Tiene sus motivos.
NORA: ¡Sí, claro, pobre! Si yo no quise decir... !Pero con todo! Hay gente que
trabaja duramente y no deja de sonreír por eso.
SUSANA: Emilia es viuda y muchas veces no tiene qué comer.
ANTONIO: Por eso no voy a verla. No puedo soportar que pase hambre.
NORA: Y es viuda hace cinco años. ¿Hasta cuándo se puede llorar la muerte de
un marido?
ANTONIO: ¿Cuánto tiempo me vas a llorar a mí?
NORA: No te preocupes, querido, que yo voy a morir antes. A los doce años,
una gitana me pronosticó que moriría a los cuarenta.
SERGIO: Entonces, todavía te quedan quince años de vida.
NORA: Reíte vos, reíte…pero yo todavía no tengo esas patitas de gallo que vos
sí tenés en esos ojos preciosos.
SERGIO: ¿Patas de gallo? ¿Dónde?
NORA: ¡Qué caradura! ¡No tiene otra cosa y pregunta dónde las tiene! ¡Ahí las
tenés, locura mía!
ELVIRA: Bueno, bueno, que ya se te está yendo la mano!

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Esperando la carroza 13
ANTONIO: ¿Falta mucho para saborear esos ravioles?
ELVIRA: Diez minutos. Pero no hay garantías, eh! Me trajo sólo dos botellas de
Agua.
ANTONIO: Van a salir perfectos.
SERGIO: El estómago me hace ruidos extraños.
ELVIRA: A vos el estómago te pide comida a todas horas. Para mí que tenés
solitarias.
NORA: ¿Cuántas puede tener el pobre? Se llaman solitarias, precisamente,
porque se tienen de a una.
SERGIO: Claro, si tuviera más, se llamarían acompañadas. (ríen todos menos
Susana) Reíte, Susana.
SUSANA: No tengo ganas.
SERGIO: (Se pone a hacer gracias delante de ella) ¿A ver cómo se ríe este
pepinillo en vinagre? ¿A ver cómo se ríe el terror del barrio? ¿A ver una
sonrisita?
SUSANA: ¿Querés dejarte de joder? ¿No te das cuenta de que estoy a punto de
estallar? Hace cuatro años que acumulo rabia. Me va a costar mucho
reírme de tus estupideces.
NORA: Pero dulce, ¿qué te pasa? ¡No echés a perder un día tan radiante!
SUSANA: Para mí es un día tan feo como cualquiera.
NORA: Me pregunto por qué. Sos una mujer joven, llena de atractivos,
inteligente, serena, reposada, comprensiva…
SUSANA: (Indignada porque se siente manipulada por Nora) Sé cómo soy,
Nora… No necesito tus halagos. Lo único que quiero es un poco de paz.
ELVIRA: (Volviendo) Ya se está quejando la mosquita muerta. No hacés más
que quejarte y ¿querés que te diga algo? No tenés derecho. Vos pudiste
comprarte un televisor color y nosotros no.
SUSANA: El televisor fue un regalo de casamiento. Y maldito sea el momento en
que nos lo regalaron.
NORA: ¿Por qué? Es una compañía maravillosa cuando una está sola.
SUSANA: Gracias a él, siempre tenemos la casa a oscuras. Mamá Cora se pasa
todo el día mirando esos estúpidos programas.
ANTONIO: ¡Pobre! ¡Menos mal que encuentra interés en eso!
SUSANA: ¡Pero todo el día! Y a todo volumen, claro, porque como está casi
sorda... (Breve silencio) Antonio, se lo pedí a Sergio y ahora te lo
pido a vos. Por favor, denme unas vacaciones sin mamá Cora. Nada
más que un mes. (Silencio, Susana sale)
JORGE: Está muy nerviosa. Ustedes quisieron que tuviera una familia. Ahora
tengo familia. Estoy desesperado. No es que sea desgraciado, ¡eh! Yo
soy feliz, pero no puedo más. Si quieren lo pido de rodillas. Llévensela
por un tiempo. Se los ruego. No aguanto más. (Sale. Silencio)
NORA: ¡Qué his – té – ri - cos!
ELVIRA: ¿Ahora entendés lo que te digo cuando hablamos de ella?
SERGIO: ¡Pobre Jorge!
ELVIRA: ¡Pobre! Es un estúpido. Un hombre de cincuenta años, en sus cabales,
no se casa con una mujer veinte años más joven. Después de todo, a
ella yo la comprendo. Susana es una mujer joven y no creo que Jorge
la haga demasiado feliz.
NORA: ¿Por qué? ¡Es tan bueno!

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Esperando la carroza 14
ELVIRA: ¿Bueno? ¿Para qué? No precisamente para lo que ella quiere. Con el
temperamento que tiene, tan volcánico, se casa con ese cadáver
viviente. (Nora ríe)
ANTONIO: ¡Qué horrible! Llegar a cierta edad y ser nada más que un estorbo en el
camino de todos.
NORA: ¡Pero qué estás diciendo! Mamá Cora no es un estorbo, ni nada que se
le parezca. Es una viejecita fuerte y muy útil para muchas cosas. Debe
zurcir, tejer, barrer, cocinar…Susana es una desagradecida.
ANTONIO: Llevémosla a casa, Nora.
NORA: ¡Claro! ¡Por supuesto! El próximo domingo la invitaremos a pasar el día.
ANTONIO: No me refiero a pasar un día. Sino... por un tiempo.
NORA: ¡Eso si que no! Me niego en rotundo a ser tan desalmada con ella. Esa
crueldad no va con mi carácter.
MATILDE: (Entrando) Mamá, el agua está hirviendo. Hace unos globitos raros.
ELVIRA: Voy (Sale)
NORA: Matilde, ¿vos querés a la abuelita?
MATILDE: ¡Claro!
NORA: ¿Ven? Matilde sí tiene sentimientos y no dirá que “no” si le ponen una
cama en su pieza para la pobre y querida abuela.
MATILDE: Yo no quiero dormir con viejas.
NORA: ¡Ay criatura! ¡Cómo podés ser tan egoísta!
MATILDE: La abuela está muy bien dónde está.
ANTONIO: No, no está bien. Ya oíste a Susana. La pobre está muy vieja y quien
sabe cuánto tiempo le quede de vida.
MATILDE: ¿Y si se muere en mi pieza? ¿Quieren que me de un ataque? (Todos
ríen)
ELVIRA: (reapareciendo) Matilde, ¿querés poner la mesa? ¿De qué se ríen?
MATILDE: Quieren meter a la abuela en mi cuarto.
ELVIRA: ¿Con qué? ¿Con fórceps? (Cambiando tema) No se hable más del
asunto. El que tenga necesidad de lavarse las manos o de hacer algo
parecido, que lo haga. (A Sergio) Y vos, andá a ponerte decente,
¿querés?
SERGIO: Yo me siento decentísimo así como estoy.
ELVIRA: ¡Te digo que te cambies! (Yendo a la cocina)
SERGIO: (A Nora) ¿Y vos, qué opinás? ¿Me cambio?
NORA: ¡Ay sí! Me deprimen tanto los hombres en pijama. (Sergio alza la
mirada al techo y se va al dormitorio)
MATILDE: Falta un cuchillo.
ELVIRA: (desde la cocina) Vení a buscarlo. (Matilde sale)
ANTONIO: ¿Por qué no lo dejaste comer en pijama?
NORA: Bastante me deprime la idea de comer ravioles preparados por esa
arpía, como para soportar...
ANTONIO: Baja la voz.
NORA: A vos tampoco te gustan los ravioles que hace esta estúpida, pero con
tal de halagarla... (Matilde vuelve con un cuchillo y una panera
con pan)
MATILDE: Los ravioles quedaron durísimos.

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Esperando la carroza 15
ELVIRA: (entrando desalentada) Los ravioles quedaron durísimos. Y están
pegados como con poxipol. El agua debe ser la culpable. Era poca y era
con gas. Esta estúpida fue incapaz de pedir sin gas.
MATILDE: ¡Y qué sabía yo!
ELVIRA: Nunca sabes nada. (Muy preocupada) Pero eso ya es horrible…y
además se quemó el tuco ¿Qué les doy de comer ahora?
SERGIO: Elvira, ¿qué se quema?
ELVIRA: (a gritos) ¡La casa! (preocupada) ¿Qué les doy de comer ahora?
NORA: Por nosotros no te preocupes. Abrí una lata de cualquier cosa.
ELVIRA: No tengo latas de cualquier cosa… ¡Matilde...!
MATILDE: Yo no voy...
ELVIRA: Matilde, andá a comprar medio kilo de...
MATILDE: ¡Que no! Y esa es mi decisión final. (Se va al dormitorio. Elvira la
persigue)
ELVIRA: (a gritos persiguiéndola) Andá a comprar salchichas y huevos.
MATILDE: (Reapareciendo por la puerta del dormitorio y luego se dirige a
la cocina. Elvira la persigue) No voy a ir a comprar otra vez.
ELVIRA: ¡Matilde! ¡Qué van a decir tus tíos!
NORA: Y ahora va a empezar a largar una indirecta tras otra para que vayas a
comprar un pollo asado o algo así.
ANTONIO: No seas mal pensada.
ELVIRA: (Entrando) ¿Antonio, no podrías ir a comprar un pollo o algo así?
NORA: (Aparte a Antonio) ¿No te dije? (A Elvira) No te preocupes.
Comeremos los ravioles tal como están. A nosotros nos encantan los
ravioles pegoteados.
SERGIO: (Apareciendo) ¿Cómo me veo ahora?
ELVIRA: Como para salir con Antonio a comprar un pollo asado.
SERGIO: ¿Qué te pasó? ¿Se te quemaron?
ELVIRA: Sí. ¿Y qué?
SERGIO: Por una vez que Antonio y Nora vienen a comer...
ELVIRA: ¡Por una vez! Vienen domingo por medio.
SUSANA: (Entrando con Jorge detrás) ¿Está aquí?
SERGIO: ¿Buscás a alguien?
SUSANA: A mamá Cora. ¿Está aquí?
SERGIO: No. ¿Dijo que venía?
SUSANA: Se fue. La puerta estaba abierta y ella no estaba.
ELVIRA: ¿Se fue de tu casa? (Mira a Nora)
SUSANA: ¡Quién sabe para dónde se habrá ido!
ELVIRA: ¿Y ahora te preocupás? (Elvira se va para adentro)
SUSANA: Yo sabía que esta víbora iba a pensar lo peor. (Gritando) Nadie la
echó.
NORA: ¡Pobre señora!
ANTONIO: Debe haber ido a casa de Emilia.
JORGE: No te quedes ahí. Tomá el auto y anda a ver si está allí.
SUSANA: ¿Nos podés dejar en casa? Dejamos a la niña sola.
ANTONIO: Claro. Vamos. (Los hombres y Susana salen. Nora se vuelve hacia
la puerta de la cocina de donde sale Elvira)
NORA: ¿Qué me decís? ¿No te asusta?
ELVIRA: A mí ya no me asombra nada.

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Esperando la carroza 16
NORA: ¡Pero es atroz! (se oye música muy fuerte)
ELVIRA: ¡Matilde! ¡Música en un momento como este, no! Se me parte la
cabeza.

(UNA HORA MÁS TARDE. CASA DE SERGIO. NORA EN UN


SILLÓN PRESTA ATENCIÓN AL LLAMADO QUE INTENTA HACER
ELVIRA.)

ELVIRA: ¡Hola! ¡Hola! ¡Maldito aparato! Se volvió a cortar.


NORA: Dejá, no insistas más. Ya regresarán.
ELVIRA: (Marcando nuevamente) No me va a vencer a mí un aparato de
mierda. ¡Con lo que nos cuesta! Llama. Hol… Levantan el tubo y se
corta. ¡Maldito Aparato!
NORA: Elvira, calmate, me estás poniendo nerviosa, te lo suplico.
ELVIRA: Esta es la última. Ah, disculpe que lo moleste a hora tan intempestiva,
pero, ¿sería tan amable de llamar a la señora Emilia, de al lado?
¿Cómo? No le oigo. Es muy urgente. (pausa) Mala suerte. Es usted lo
que se conoce como un auténtico caballero. (cuelga) ¡Ojalá se te
atragante la comida y te tengan que llevar al hospital, medio ahogado!
NORA: ¿Qué te dijo?
ELVIRA: ¡Que no!
NORA: Mamá Cora debe estar en casa de Emilia y los hombres habrán ido a
comprar algo para comer. (Entra Matilde)
MATILDE: Mamá, mi estómago está desesperado de hambre.
ELVIRA: Jodete.
NORA: (Con falsa ternura) Cielo, por qué no abrís el paquetito de masas que
traje? (Matilde sale y regresa con la bandejita de masas)
MATILDE: ¿Querés, Tía?
NORA: Bueno, aunque soy tan poco amiga de los dulces! (Comen las tres
ensimismadas un largo rato) ¡Con razón as pagamos tan caras! Son
deliciosas! ¡Comé, Elvira!
ELVIRA: (Con la boca llena) Como, como. (Las tres comen en silencio.
Timbre de calle. Elvira se atora y se atropella, pues no le hace
gracia que la encuentren comiendo tranquilamente mientras no
se sepa nada de la anciana)
MATILDE: ¿Qué te pasa?
ELVIRA: ¡Rápido! Llevate la bandejita a la cocina. Si nos ven comiendo antes de
saber qué ha pasado con la vieja, van a decir que no tenemos corazón.
(Matilde lleva la bandejita a la cocina. Elvira abre la puerta
tosiendo. Son Susana y Jorge)
SUSANA: ¿Y?
ELVIRA: Todavía no volvieron. Esperamos por tu bien, Susana, que no le haya
pasado nada.
SUSANA: ¿Qué querés decir con eso?
ELVIRA: Que si algo le pasó, es por tu culpa. Eso quise decir.
SUSANA: Si Mamá Cora hubiese vivido contigo y no conmigo la hubiéramos
enterrado hace años.

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Esperando la carroza 17
NORA: Por favor, sean buenas. No hablemos más de Mamá Cora hasta que los
hombres regresen y sepamos de ella. ¿Con quién dejaste a la niña,
Susana?
SUSANA: (A Elvira) Desde el primer día que te vi, supe que eras...
JORGE: ¡Ya basta!
SUSANA: Supe que eras una una chismosa, una peladora de mierda.
NORA: ¿Con quién dejaron a la niña?
ELVIRA: Yo cuando te conocí le dije a Jorge “¿Con ésto te vas a casar? Esta
calentona te pone el gorro al primer mes de casados” (A Jorge) ¿Te lo
dije o no te lo dije?
JORGE: ¿Quién habrá inventado a las mujeres? ¿Dios mío, por qué les diste
lengua?
NORA: Matilde, traé una de esas riquísimas masas que te llevaste a la cocina,
y convidá a tus queridos tíos. (Matilde va a la cocina)
JORGE: Insulto va, insulto viene… ¿Qué tienen en la cabeza? Dios mío, por qué
les diste lengua?
MATILDE: (Volviendo con la bandejita, a Susana) ¿Querés, tía?
SUSANA: (para subrayar el rechazo le da un golpe a la bandeja, arrojando
al suelo las masitas) ¡No! (pausa) ¿Se puede saber por qué le
dijiste que lo iba a engañar en el primer mes de casados?
NORA: ¡Susana, son cosas que pasaron hace cuatro años!
ELVIRA: En primer lugar lo dije porque tengo lengua, en segundo lugar porque
somos libres y en tercer lugar... porque quise.
SUSANA: Si yo me aprovechara de las tres estupideces que nombraste y dijera
una cosita que yo me sé, te aseguro que perderías las ganas de hablar
de la gente gratuitamente.
ELVIRA: Si sabes algo, decilo ya.
JORGE: ¡Córtenla de una vez! ¡Cotorras!
ELVIRA: ¡Cotorra será tu abuela!
NORA: Susana, te lo pregunto por tercera vez. ¿Quién se quedó con la niña?
JORGE: Mis suegros.
NORA: ¿Cómo están tus maravillosos padres, Susana?
JORGE: Están bien.
NORA: Hace siglos que no los veo. ¡Con lo que los quiero! Deben estar chochos
con la nieta.
JORGE: Los tiene hasta la coronilla, porque la niña llora. Llora todo el día, no
sabemos por qué llora tanto. Yo no duermo hace ocho meses.
MATILDE: (Entrando) ¿Querés que te vaya a comprar ahora, mamita?
ELVIRA: No. Tráeme una aspirina.
MATILDE: Sí, mamá. (va a la cocina)
ELVIRA: (yendo tras Matilde) No te preocupes, Matilde. Yo voy.
JORGE: No debiste.
NORA: ¡Cómo pudiste inventar una cosa así!
SUSANA: No inventé nada.
NORA: ¿Y con quién?
SUSANA: Yo sé con quien.
NORA: Hay que tener valor para engañar al marido. ¡Pobre Sergio! ¿Fue hace
mucho?
SUSANA: No.

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JORGE: No le hagas caso, Nora. ¿No ves que Susana está inventando?
NORA: ¡Pero Jorge! Susana es honrada, es incapaz de inventar una cosa así
para hacerle daño a una inocente. ¿Verdad dulce? Si ella habla es
porque sabe que tiene fundamentos para hacerlo Conozco pocas
personas tan honestas y con ese sentido de la justicia. Yo te admiro,
querida, te juro que te admiro. ¡Contá!
SUSANA: No quiero hablar. (vienen de la calle Sergio y Antonio)
JORGE: ¿Y? ¡Hablen! ¿Estaba con Emilia?
SERGIO: No. Emilia no sabe nada. Ya hicimos la denuncia en la policía.
ANTONIO: ¡Pasamos una vergüenza! No nos acordábamos del nombre. ¡Como
siempre le hemos dicho mamá Cora!
SERGIO: Ni siquiera recordamos los años que tiene.
ANTONIO: ¿Cuántos dijiste que cumplió?
JORGE: Ochenta y tres.
ANTONIO: Yo dije noventa.
SERGIO: El oficial puso “tirando a vieja”.
NORA: ¡Qué vergüenza! ¿Fueron a lo del tío Felipe?
SERGIO: ¡No, cómo no se nos ocurrió!
SUSANA: Matilde, traé la guía, ¿querés? (Matilde sale. Antonio mira a Susana)
ANTONIO: ¿Salió con dinero?
SUSANA: Claro que no. ¿De dónde iba a sacar dinero? (Matilde regresa con la
guía. Sergio se la saca de las manos)
SERGIO: Dame. (busca en la guía y hace el llamado) ¿Tío Felipe? Soy Sergio.
Sergio. Su sobrino. El hijo de mamá Cora. Haga memoria, tío. El casado
con Elvira… (mira el tubo) Cortó. (silencio)
ANTONIO: ¿Y Elvira?
NORA: Se acostó un rato. No se siente bien.
SERGIO: ¿Le pasó algo?
NORA: Nada grave. ¿Por qué no vas a verla? (Sergio va para adentro. A
Jorge) Vos también deberías ir a ver cómo está. Después de todo la
discusión fue con tu mujer.
JORGE: Tienes razón. Intentaré calmarla.
ANTONIO: ¿Qué pasó?
NORA: Si querés enterarte, andá con ellos. Además, Elvira te quiere tanto que
necesita de tu compañía. (Antonio sale. A Susana,
inteligentemente) Me dejaste helada con la historia de Elvira.
SUSANA: Yo no eché a Mamá Cora.
NORA: Lo sé. Lo sé. (Silencio) ¿Te dije que me dejaste helada con la historia
de Elvira?
SUSANA: Nora, no pienso decirte nada. No pierdas el tiempo tratando de
sonsacarme algo. Soy cualquier cosa, menos chismosa.
NORA: ¡Pero Susana!
SUSANA: Enviaste a todo el mundo adentro para hablar del asunto con
comodidad. Pero te equivocaste. Yo no hablo.
NORA: Está bien. Si no querés hablar, no hables.
SUSANA: ¿Para qué querés saber con quién se acostó Elvira?
NORA: ¡Para saber qué clase de mujer es!

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Esperando la carroza 19
SUSANA: ¡Vamos Nora! Las mujeres no cambiamos por ser más o menos fieles a
nuestros maridos. Ya ves, vos tenés amores con Sergio y para mí
seguís siendo la misma. (Nora la mira espantada)
NORA: ¡Cómo te atrevés! ¡Esa es una infamia!
SUSANA: No es una infamia. Lo sabe todo el mundo. Elvira es la única que no lo
sabe. Como se ocupa tanto de la vida de los demás, descuida la suya.
NORA: Esa es una más de tus mentiras.
SUSANA: ¿Mentira? Los vi salir de un telo. Ibas con lentes negros, pañuelo en la
cabeza... Hace un año que lo sé y jamás dije nada.
NORA: ¡Pero cómo podés insistir! Viste hace Un año a una mujer con lentes
negros, pañuelo en la cabeza y una capa negra y...
SUSANA: Yo no dije que vi a una mujer con capa negra.
NORA: (Aterrorizada) Susana yo te juro que fue una sola vez.
SUSANA: No jures nada (Suena el teléfono. Susana atiende.) Aló. Sí. Diga,
soy la cuñada. Bueno, espere un momento. (Llama) Sergio, te llaman
de la policía. (Vienen corriendo Sergio, Antonio, Jorge y Matilde.
Luego aparece Elvira con el pañuelo sobre la frente. Sergio toma
el teléfono)
SERGIO: ¿Aló? Sí, soy yo. Digamé. (Pausa dramática) ¿Dónde?
SUSANA: ¿Qué pasó?
SERGIO: ¡Mamita! ¡Pobrecita!
SUSANA: ¿Qué pasó, Sergio?
SERGIO: Sí, sí, por supuesto. (Cuelga. Guarda silencio. Todos esperan que
diga algo) Una anciana se tiró al tren, cerca de la estación. (Todos se
remecen) Tenemos que ir a la morgue a reconocer el cuerpo.
JORGE: No puede ser ella, no fue para tanto.
ANTONIO: Sergio...
SERGIO: Vamos. (Se dirigen a la puerta los hermanos y Susana)
SUSANA: (Saliendo) ¡Qué no sea ella, Dios mío! Que no sea ella. (Salen)
ELVIRA: ¡Ojalá sea ella! ¡Ojalá sea ella! Sólo para que la conciencia le remuerda
como se merece por haber echado a la calle a esa pobre vieja.
EMILIA: (Entrando desesperada) ¿Y? ¿Apareció?
ELVIRA: (Sin darle importancia a la recién llegada) Tus hermanos fueron a
la morgue a reconocer el cadáver. (Emilia se desmaya) ¡Pero Emilia,
por dios! Matilde, anda a buscar el frasco de colonia a mi dormitorio.
(Matilde va. Emilia vuelve en sí) No, Matilde. Ya no vayas, no es
necesario (Matilde vuelve)
EMILIA: Pero,... ¿Qué pasó?
ELVIRA: Nada. Se tiró a las vías del tren (Emilia se vuelve a desmayar.)
Ahora sí, Matildita. Anda a buscar la colonia. (Elvira cachetea a
Emilia, ésta vuelve en sí desvanecida) No te pongas así. Todavía no
se sabe si es ella. (Matilde vuelve con el frasco de perfume)
EMILIA: ¡Cuatro hijos! Y de los cuatro no hace uno. El infierno nos merecemos
en el juicio final. No merecemos que Jehová nos lleve a su reino.
¡Cuatro hijos! (mira a Nora) Y alguno rico…
NORA: Antonio siempre quiso ayudar.
EMILIA: ¡Nora, tené un poco de vergüenza! Viven los dos solos en esa casona
enorme, sin hijos…Y ese delincuente no tenía lugar para una pobre
madre vieja…

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Esperando la carroza 20
NORA: ¡No llames delincuente a tu hermano, es un patriota! (cambiando el
tema) Aún no sabemos si la anciana es Mamá Cora.. Esperemos que
todo esto se resuelva de buen modo.
EMILIA: ¿Creés todavía en los milagros? ¿Creés que tu corazón va a empezar a
latir esta tarde? (A Elvira) O el tuyo. Yo no. Yo creo que las dos son un
par de egoístas incapaces de sentir amor y misericordia por nadie.
ELVIRA: Che, che, che…
EMILIA: ¿Qué? Tenés el coraje de sentirte ofendida? No seas caradura.
ELVIRA: ¿Y por qué no te ocupaste de ella? Al fin y al cabo no era mi madre…
EMILIA: ¿Dónde querías que la metiera? ¿Debajo de la cama?
ELVIRA: Cada cual sabe dónde le aprieta el zapato y cuál es su vía crucis.
A nosotros tampoco nos sobra la plata.
EMILIA: ¿Quién te pide nada? No te sobra la plata, pero no te perdés un estreno
de cine ni un banquete, cuando se trata de aparentar delante de los
parientes.
ELVIRA: ¡Al cine! ¿Hace cuánto que no voy, Matilde?
MATILDE: (pescada de sorpresa, contesta sin pensar) Fuiste anoche.
ELVIRA: (Entre asombrada y furiosa) ¿Anoche? Sí. Fui anoche. ¿Pero hace
cuánto que no iba? ¡Siglos! Y al fin y al cabo, che, si voy al cine es con
mi plata y no con dinero robado ni prestado.
EMILIA: ¡Y mis hermanos! ¡Que me abandonen a mí, todavía! ¡Pero a ella! ¡Ella
se sacrificó toda la vida por nosotros! (Mientras habla, tironea
nerviosamente del mantel que cubre la mesa. Sobre el mantel
hay un centro de mesa lleno de uvas y otras frutas de cerámica
y vidrio) Ella se sacrificó toda la vida por nosotros. Trabajó como una
burra para que no nos faltara un plato de comida o un par de zapatos.
(Elvira mira inquieta por los crecientes nervios de la cuñada;
que ante cada insulto, tironea más y más del mantel) ¡Cobardes!
¡Maricones! ¡Calzonudos! ¡Delincuentes!
ELVIRA: (Levantando el centro de mesa y recogiendo casi al mismo tiempo
el mantel para guardarlo en un cajón) Emilia, te ruego que te
calmes y que elijas con cuidado el vocabulario. Estás ante una nena.
EMILIA: ¡Cuatro hijos! Y no digo nada de Nora que no tiene hijos y por lo tanto
no sabe . Pero vos, Elvira…vos tenés una hija. ¿No tenés miedo al día
de mañana?

ELVIRA: No te atrevas a meterle ideas raras en la cabeza…estás hablando como


una comunista judeo-masónica. Ella se ha criado rodeada de amor y
delicadeza. ¿Y a vos te gusta tener un hijo vago?
EMILIA: Hablar con vos es igual que hablar a la pared.
NORA: Yo te juro Emilia que…yo no sabía cuál era la verdadera situación de
Mamá Cora. Te ruego que no me creas peor de lo que soy.
ELVIRA: ¡Eso! Nadie es peor de lo que es. Quiero decir que…si yo también
hubiera sabido…
EMILIA: Callate, Elvira. Callate. No seas hipócrita. ¿Me vas a decir que viviendo
a cuatro cuadras de distancia de lo de Jorge, no sabías cuál era la
verdadera situación en su casa?
ELVIRA: Nunca vemos a Jorge. No trago a Susana. Jamás la tragué y no pienso
tragarla.

20
Esperando la carroza 21
EMILIA: ¡Muy bien! Pero la cuestión es que mamá tuvo que suicidarse porque
los queridos hijos le hicieron la vida tan pesada que no pudo
soportarla. ¡Pobre mamá! Ella que sacrificó toda una vida por nosotros.
¡Que el Nazareno la tenga en su santo reino!
NORA: No te apresures, no se sabe.
EMILIA: Yo lo sé. Me lo dice el corazón.
ELVIRA: A vos el corazón te dice mucho y te equivocás siempre. Meterle a esta
chiquilina ideas raras en la cabeza para que me odie cuando sea vieja.
No tenés perdón de Dios, Emilia. ¡Sobre todo teniendo un hijo como el
que vos tenés!
EMILIA: ( Muy serena) Andate a la mierda. ( Se incorpora lentamente
ante el asombro de Elvira. Sale dando un portazo)
NORA: Pobre Emilia! Deberías ir a buscarla!
ELVIRA: ¡Ni muerta! (A Matilde) ¡Y vos…tarada! ¡Idiota de la cabeza! Yo digo
que hace un siglo que no voy al cine y vos…que fui anoche.
MATILDE: ¿Para qué me preguntaste? (suena el teléfono)
ELVIRA: (Contestando) Aló. (Pausa) ¿Quién es? (Pausa) Sos vos, Sergio. No
te reconocí la voz… No te pongas así, Sergio. Estamos todos nerviosos.
(Tapa el tubo y se dirige a Nora) Me llamó “Mi Amor” y yo le
pregunto quién es. (Vuelve al auricular) Sergio, no te reconocí la voz.
Claro que nadie más que vos me llama “Mi Amor”. Ni siquiera vos me
llamás así nunca. Por eso me sorprendiste. Pregunté mecánicamente.
Contá! Ay, Sergio, contá! ¡Pero! ¡No! ¡Qué atrocidad! (Nora se le
acerca)
NORA: ¿Es ella?
ELVIRA: (Asiente) ¿Y no podríamos velarla en casa de Antonio? ¿Aquí? Sergio,
sabes lo sensible que es Matilde. ¿Querés traumatizarla? Sí, querido, ya
sé que es tu madre. Bueno, ¡Qué le vamos a hacer! ¡Pero que Susana
no me pise esta casa, eh! (va a colgar, pero se acuerda de…) Ah,
viejo…Te acompaño en el sentimiento. (Cuelga) ¡Qué vida, Dios mío!
MATILDE: ¿La van a traer aquí?
ELVIRA: Vos te callas. ¿Dónde quieres que la velen? ¿En la casa de la bruta de tu
tía? Anda a comer algo antes de que lleguen, después no vas a poder.
¡Pobre Sergio! ¡Tenía una voz! Dice que quedó tan destrozada que
apenas se le reconoce. Por los zapatos supieron que era ella. La traen
para acá.
MATILDE: ¿Por qué la tienen que traer aquí? ¿No pueden velarla en la morgue?
ELVIRA: Es la madre de tu padre, Matildita. No seas dura de corazón. (Entran
violentamente Jorge y Susana)
JORGE: Elvira, no pueden hacerme esto. Vivió conmigo toda la vida. Mamá no
sabía lo que hacía. Nora,... ¿Podes imaginar lo que será de mi vida de
ahora en adelante?
ELVIRA: Un calvario. Como debe ser.
JORGE: Las cosas no sucedieron como ustedes se imaginan. No pueden
hacerme esto.
NORA: ¿Qué te estamos haciendo, Jorge? ¿Querés explicarte?
JORGE: Sergio y Antonio decidieron velarla aquí y no en mi casa.
ELVIRA: Se mató por culpa de ustedes, ¿no?

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Esperando la carroza 22
SUSANA: No sé para qué vinimos a pedir el apoyo de ésta. Vos sos el mayor y
por lo tanto tenés más derechos que los otros.
ELVIRA: ¿Por qué no pensaron en eso antes de echarla a la calle?
JORGE: ¿Pero, quién la echó? (Se deja caer de rodillas, presa de la
desesperación) ¿Quién la echó? Susana había preparado una
mayonesa para hacer...
ELVIRA: Ya lo sabemos. Ahora no te molestará más. ¿No querían que alguien se
la llevara por algún tiempo? Pues bien, Dios los oyó y se la llevó para
siempre. ¿De qué se quejan?
SUSANA: ¿Por qué no te ocupas de tus asuntos, en lugar de chusmear cómo lo
sabes hacer?
ELVIRA: ¿De qué asuntos debiera preocuparme, por ejemplo?
SUSANA: De Nora y de Sergio, por ejemplo.
NORA y JORGE: ¡Susana!
JORGE: Debería darte una...
ELVIRA: ¿Qué pasa con Nora y Sergio?
NORA: ¿Cómo podés inventar cosas así, Susana? Sobre todo en este momento.
ELVIRA: ¿Pero qué quiso decir con eso? (A Nora) Que vos y Sergio...
NORA: ¡Elvira, la nena!
ELVIRA: Siempre está donde no la llaman. (A Matilde, a gritos) Andá para
adentro vos. Qué hacés siempre entre los mayores?
MATILDE: Puta... (Se va)
ELVIRA: (A Susana) ¿Qué quisiste decir?
SUSANA: Lo que dije. (Se dirige a la puerta) Vamos, Jorge. Antes que tenga
que hacerle un dibujito para que se dé cuenta.
ELVIRA: ¿Ahora te vas? (La detiene) Arrojaste la piedra, no escondas la mano
ahora.
NORA: Elvira, no hay que olvidar a la pobre vieja.
ELVIRA: ¿Qué vieja?
NORA: Mamá Cora.
ELVIRA: ¡Ah!
NORA: ¡Pobrecita! ¿Cómo podés ofenderte por lo que diga Susana en este
estado? Yo la perdono. A mí, que me ha ofendido más que a vos, yo la
perdono.
ELVIRA: ¿Yo soy la cornuda y a vos te ofende más?
JORGE: No te preocupes hoy por vos, Elvira. ¿No te das cuenta de que hoy
pasaron cosas mucho más importantes? (Susana se acerca a Elvira
mas calmada, pero seca)
SUSANA: Perdóname. Inventé esa mentira para hacerte sufrir.
NORA: (Rápidamente) Que no se hable más del asunto. Las palabras son
sólo palabras y se las lleva el viento.
ELVIRA: No para mí. (A Susana) Guárdate tu perdón en un bolsillo y salí de
esta casa inmediatamente.
JORGE: Pero ¿Qué hacemos con mamá? (Elvira va a contestar, pero Nora le
tapa la boca) Nosotros no hicimos ni la mitad de lo que debimos haber
hecho por la pobre vieja, pero a tu lado, Susana y yo, somos dos
santos.
ELVIRA: Sí, pero salgan antes de que los canonice. (Antonio irrumpe
violentamente)

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Esperando la carroza 23
ANTONIO: Ya la bajan. ¿Prepararon la pieza?
NORA: ¡Antonio! (Se abrazan)
SERGIO: (Entrando) ¡Elvira! (Ella abraza a su marido. Se abrazan todos,
incluidos Susana y Jorge. Hay intercambio de abrazos durante
algunos segundos. Matilde viene de su cuarto)
SERGIO: ¡Murió la abuelita, Matilde! (Abraza a Matilde)
JORGE: ¡Por favor! ¡Por favor! Dejen que me la lleve a casa.
SERGIO: Ya es tarde.
JORGE: (desesperado) ¡Antonio, por favor, por favor!
ANTONIO: (hacia afuera) ¡Apúrense con el cadáver!
JORGE: (enloquecido) No me hagan esto. ¡Ladrones! (Saliendo) ¡Ladrones!
ELVIRA: (arreglándose el pelo) ¡Ay, todo se hace a última hora! ¡No tuve ni
tiempo de llamar a la familia! (A Nora) Hagamos la lista de invita...
quiero decir... ¿a quién llamamos?

(CUATRO HORAS MÁS TARDE. LA PUERTA QUE COMUNICA CON


LA HABITACIÓN DE MATILDE ESTÁ ABIERTA. ALLÍ VELAN AL
CADÁVER Y POR LO TANTO DE ALLÍ NOS LLEGAN LOS LLANTOS Y
LOS REZOS DE LOS DEUDOS. MATILDE ESTÁ SOLA. LLORA, PERO
SOSPECHAMOS QUE LO HACE MÁS IMPULSADA POR EL HECHO
DE QUE VELAN A LA MUERTA EN SU CUARTO, QUE POR UN
AUTÉNTICO DOLOR. LA PUERTA DE CALLE ESTÁ ABIERTA. POR
LAS PERSIANAS BAJAS ENTRAN LOS ANARANJADOS RAYOS DEL
SOL DE LA TARDE.)

VOCES: Bla , bla bla...buahhh…bla bla bla (Siguen oyéndose las voces
salmodiando el rezo, mezcladas con llantos. Tío Felipe viene del
cuarto de Matilde y se dirige a un mueble. De allí saca una
botella de Cognac. Bebe de la botella)
TÍO FELIPE: ¡No te pongas así, Matildita!
MATILDE: Pero, tío Felipe...
TÍO FELIPE: Que no sigas llorando, hija.
MATILDE: Es que los muertos me asustan, tío.
TÍO FELIPE: Así es la vida, ¿qué se le va a hacer? Un traguito. Con este calor uno se
deshidrata y se le seca la garganta. (Vuelve a tomar, pero se
atraganta porque en la puerta aparece un jovencito con una
corona de flores. El viejo esconde la botella debajo del saco y se
va a la cocina)
JUNIOR: ¿Es aquí dónde hay una dama muerta?
MATILDE: Una vieja muerta.
TÍO FELIPE: (Deteniéndose brevemente al oír a Matilde) ¡Esa no es manera de
tratar a tu abuelita! (Desaparece en la cocina)
JUNIOR: ¿Dónde la dejo? (Matilde lo mira sin comprender) La corona.
MATILDE: Llévala para adentro.
JUNIOR: No podría. Perdóneme, pero los muertos me asustan. (Matilde
gritonea un llanto) La acompaño en el sentimiento y le dejo la corona
aquí, si no le importa. (Elvira viene del cuarto de Matilde)
ELVIRA: No llore más, m’hijita. Se va a enfermar.
MATILDE: ¿Por qué la tenían que poner en mi pieza?

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Esperando la carroza 24
ELVIRA: ¡Matilde!
MATILDE: Los muertos me asustan.
ELVIRA: ¡Es tu abuela!
MATILDE: Eso no impide que sea un muerto.
ELVIRA: Cállate de una vez. (Al jovencito) ¿No esperarás una propina en un
día de dolor como el de hoy, no?
JUNIOR: No señora. De todos modos la acompaño en el sentimiento.
ELVIRA: Gracias, hijo. ¿Querés entrar a ver a la muertita?
JUNIOR: No señora.
ELVIRA: Tienes que ver cómo quedó la pobre, toda desmenuzada. Imaginate
que se tiró debajo del tren.
JUNIOR: Señora, es que...
ELVIRA: Pero, anda, hijo. No es ninguna molestia. (Prácticamente empuja al
jovencito adentro. Luego se acerca a la corona) Que haga un poco
de bulto. ¡Vino tan poca gente! (Leyendo la tarjeta de la corona)
Dora y Alfonsina.
NORA: (Viniendo de dentro) ¿Quién es ese chiquillo que acaba de entrar?
ELVIRA: No sé. Trajo esta corona.
NORA: ¡Está que vomita! ¡Tiene una cara de espanto! Tuve que interrumpir mi
llanto para reírme de él. He llorado tanto que ya estoy prácticamente
deshidratada.
ELVIRA: Es que habría que ser de piedra para no llorar. (Entra Doña
Gertrudis) ¡Doña Gertrudis! ¿Qué me dice de esta tragedia?
GERTRUDIS: (Con leve acento francés) Aún no lo puedo creer.
ELVIRA: Nadie lo puede creer. (A Nora) ¿Conoces a la profesora de idiomas de
Matilde? Esta es Nora, mi cuñada.
GERTRUDIS: Enchantée.
NORA: Enchantée.
GERTRUDIS: ¡Quel tragedie! Aún no lo puedo creer.
ELVIRA: Nadie lo puede creer. ¡Que pérdida tan irreparable!
GERTRUDIS: Era una santa. ¡Y qué condiciones tenía para el francés!
ELVIRA: Estaba llena de condiciones para muchas cosas. Sí, era una santa.
GERTRUDIS: ¿Pero pourquoi? ¿Pourquoi?
ELVIRA: Es lo que todos nos preguntamos. (Llorando falsamente) ¿Sorcua?
¿Sorcua? Vaya a verla, que le dará una gran alegría. (Gertrudis se
dirige al cuarto)
GERTRUDIS: ¡Ay, pobre mamá Cora!
ELVIRA: (a Nora, burlándose) ¡Pobre mamá Cora! ¡Tenía ochenta y tres años!
¡Qué querían! ¿Qué llegara a los cien? Si yo llegara a vivir un día
después de los ochenta, me suicido.
NORA: Es lo que ella hizo.
MATILDE: Mamá, ¿puedo ir a la casa de la Pati?
ELVIRA: ¡No! ¿Qué va a decir la gente? Quédate y llorá un poco más o andate a
mi cuarto y acostate un rato en mi cama. (Matilde sale)
TÍO FELIPE: (Apareciendo desde la cocina) He perdido el sentido de la
orientación, Elvirita. ¿Dónde está el velorio?
ELVIRA: (Indicándole) Por ahí. (El tío sale) Este viejo se va a tomar hasta el
agua de las flores. (Aparece Sergio, desde la pieza de Matilde)
¿Qué hace nuestra querida cuñadita?

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Esperando la carroza 25
SERGIO: Está llorando. (Toma un vaso de agua)
ELVIRA: ¡Hipócrita! ¿Sabés qué me insinuó esta tarde? Que vos y Nora eran
amantes (Sergio se atraganta con el agua)
NORA: ¿A quién le importa lo que diga? Yo tengo la conciencia tranquila.
SERGIO: ¡Mujeres! ¿Cómo pueden ir y venir con chismes en un momento así?
(Entran Doña Juanita, con un enorme recipiente de plástico con
agua, y su nieta Patricia)
JUANA: En momentos así no hay lugar para el rencor. Te traje el agua de los
ravioles.
ELVIRA: ¡Qué corazón el suyo, Doña Juanita! (A Pati) Patita, agarra eso y
llevalo a la cocina. (La jovencita va a la cocina con el recipiente)
JUANA: Mi más sentido pésame.
SERGIO: Gracias, doña Juanita.
JUANA: ¿Para qué nacerá uno? Es tan corto el tránsito por la vida que
sinceramente no vale la pena.
ELVIRA: Es lo que decimos todos. No vale la pena, no. Pase, doña Juanita. Pase,
que el alma de la pobre se sentirá muy reconfortada. (Juanita va
adentro. Pati vuelve de la cocina)
PATRICIA: ¿Y Matilde?
ELVIRA: Matilde está en mi cuarto. Andá a distraerla un poco, tesoro. ¡Qué linda
estás con ese vestidito nuevo! Pareces una modelo. (Pati sonríe y se
va) ¡Qué horrible está esta pendeja! Cada día se parece más al padre.
¡Otra vez me duele la cabeza! Voy a tomarme una aspirina. (Sale
hacia la cocina)
SERGIO: ¿Por qué aprovecharía Susana un día como el de hoy para hablar de lo
nuestro!
NORA: ¡Nos vio saliendo del Niágara, pero yo lo negué! Si Antonio se
enterará...
SERGIO: ¡No! ¡Sería terrible para mi pobre hermano! ¡Con lo que yo lo quiero!
NORA: Parece que ella también te está poniendo cuernos.
SERGIO: (que hasta ahora estuvo susurrando, explota a gritos) ¡Mi esposa
jamás me ha puesto cuernos! (Emilia viene del velorio)
EMILIA: ¡Un poco de respeto por la madre muerta!
JORGE: (apareciendo con el junior desmayado en brazos) ¿Quién dejó
entrar a esta criatura? Los velorios no son para niños. (Jorge lo
acuesta sobre el sofá. Elvira viene de la cocina)
ELVIRA: (Gritando) ¿Qué pasó?
EMILIA: No grites.
JORGE: (A Elvira) ¿Por qué lo dejaste entrar?
ELVIRA: ¡Yo no lo dejé entrar! ¡Él quiso verla! (El jovencito vuelve en sí)
Bueno m’hijito, recuperate y ándate, que un velorio es algo serio. ¿Te
sentís mejor?
JUNIOR: Sí. (se incorpora) Los acompaño en el sentimiento. (Sale, mientras
Emilia y Jorge vuelven al velatorio y Susana viene desde allí)
ELVIRA: (A Nora) Explicale que esto no es una fiesta, por si no lo sabe.
SUSANA: (A Nora) Decile que ya que se está dando el gusto de velarla aquí, que
por lo menos traiga más sillas.
NORA: (Explotando) ¿Quieren dejarse de joder? Tengan piedad de mis
nervios.

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Esperando la carroza 26
ELVIRA: ¡Nora!
NORA: (tratando de recomponer su imagen) Tengo los nervios
destrozados. Con todo lo que pasó hoy…
SUSANA: Es cierto, pasaron tantas cosas…
ELVIRA: Con vos no hablo.
SUSANA: Hacés mal. Ustedes tampoco son santas.
ELVIRA: ¿Quién la echó de tu casa? ¿Vos o yo?
SUSANA: Yo no eché a mamá Cora. Perdí la paciencia, eso es todo...
ELVIRA: Si volvés a contarme lo de la mayonesa, te juro que pego un grito.
SUSANA: Es horrible. Jorge no me lo perdonará nunca.
ELVIRA: ¡Sí que te perdonará! Es un pobre hombre sin carácter.
SUSANA: Yo no me lo perdonaré nunca.
ELVIRA: Ah, eso es otra cosa…Si te sentís culpable…
SUSANA: ¿Qué hacés vos para no sentir remordimientos?
ELVIRA: Cumplo siempre con mi deber y trato de no ser injusta.
NORA: Yo, que soy la menos culpable de las tres, tengo unos
remordimientos espantosos.
ELVIRA: ¿Menos culpable por qué? Sos tan inocente como yo.
NORA: Elvira, …No quiero poner el dedo en la llaga, pero…al fin y al cabo…
Sergio y vos están viviendo en la casa que fue de Mamá Cora. Estos
son sus muebles.
ELVIRA: ¡Ahora vas a reprocharme eso!
NORA: Dios me libre! Yo no te reprocho nada! Te recuerdo nada más que….
(Suena el teléfono)
ELVIRA: ¡Qué falta de respeto! ¡Llamar en un día de duelo! (Atiende) Aló. ¿Sí?
Yo soy la esposa. Hable. ¡No! Repítamelo. (Nora y Susana se le
acercan. Emilia se asoma. Elvira ríe)
EMILIA: ¿No te da vergüenza reírte en un día como hoy?
ELVIRA: Pero... ¿está seguro? No, yo no me fijé y si los propios hijos no se
dieron cuenta...
EMILIA: ¿De qué no nos dimos cuenta?
ELVIRA: De que se equivocaron de muerta. Ese cadáver es de otra persona.
(Emilia vuelve a desmayarse, pero ya nadie le hace caso porque
están acostumbrados)
SUSANA: Tenía los mismos zapatos.
ELVIRA: (al teléfono) Bueno, venga a buscarla enseguida. Que la estamos
velando en la pieza de mi hija y ya hemos llorado como locos.
(Cuelga)
ANTONIO: (Viniendo del velatorio) ¿Qué pasa? (Al entrar tropieza con
Emilia) ¿Emilia, qué haces aquí? ¿Te parece el momento apropiado
para dormir una siesta? (Aparecen todos)
EMILIA: (gateando y gimiendo como una niña) ¡Mamá! ¿Dónde está mi
mamá?
ELVIRA: ¡Que alguien le tape la boca a esa mujer! La muerta que estamos
velando es una húngara que antes de suicidarse dejó una carta a la
policía.
EMILIA: ¿Dónde está mamá? ¿Dónde? (Aparecen Matilde y Patricia)
MATILDE: ¿Qué pasa?

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Esperando la carroza 27
ELVIRA: Que esa muerta que estamos velando, no es tu abuela. Es una
húngara.
MATILDE: (histérica) ¡Yo no duermo más en esa pieza!
ELVIRA: ¿Que hacemos? Saquenmé a esa húngara de la pieza de la nena.
JUANA: No nos apuremos, Elvira. Quizás ese llamado haya sido una broma.
Llamen a la policía, sólo así sabremos la verdad.
MATILDE: Yo no duermo más en esa pieza.
ELVIRA: ¡Callate! (Sergio busca el número en la guía) ¡Tanta lágrima inútil!
¡Tanto dolor malgastado! ¿Por qué no se quedarán en sus países estos
comunistas muertos de hambre? (A Sergio) ¿Lo encontraste? (Sergio
marca un número de teléfono)
EMILIA: ¡Pobre mamá! Si llegara a ser ella... ni un velorio tranquilo pudo tener
la pobre.
ELVIRA: No llores más hasta que sepamos. ¿Para qué derramar lágrimas por
muertos ajenos?
SERGIO: (Hablando por teléfono) Aló. Buenas tardes. Mire... esta tarde
denunciamos la desaparición de una señora anciana y dos horas más
tarde nos llaman para decirnos que la habían encontrado y que estaba
en la morgue. ¿Cómo? Sí. Muerta, claro. Entonces nos fuimos a la
morgue y la reconocimos por los zapatos, porque el resto estaba
desfigurado. Imagínese, se tiró debajo del tren. Después de llenar no
sé cuántos trámites, conseguimos traerla a casa con este calor. Hace
cuatro horas que la estamos velando y ahora resulta que recibimos otra
llamada y nos dijeron que el cadáver que tenemos en mi casa no es el
de mi madre, sino el de una húngara. ¡Averigüemeló, por favor! (Tapa
el auricular) Fue a ver.
ELVIRA: Por Dios, no se aglomeren. Hace un calor de perros.
SERGIO: (volviendo al teléfono) ¿Sí? Ah. Pero no sabe quién... ¿Está
seguro?... Bueno. Gracias. (Cuelga) Dice que no sabe nada de ninguna
húngara.
GERTRUDIS: Voilá.
ELVIRA: ¡Cuánta gente baja hay en este mundo, madre mía! Bueno, a seguir
entonces con el velorio, que aquí no ha pasado nada. (todos vuelven
automáticamente a llorar mientras se dirigen nuevamente al
velatorio. Los únicos que quedan son Elvira, Nora, Matilde, Pati y
Sergio)
MATILDE: Mamá, ¿podemos ir a la casa de...
ELVIRA: ¡Qué no! Te he dicho mil veces que no. (Matilde vuelve a la pieza de
Elvira con Pati)
NORA: Se me parte la cabeza. Nunca había pasado un domingo más miserable.
TÍO FELIPE: (apareciendo desde el velatorio) Tengo la garganta seca, Elvirita.
¿No tendrás algún licorcito por ahí?
ELVIRA: No, ya se los tomó todos. Vaya a rezar por mamá Cora! (Sergio lleva
a tío Felipe al velatorio. Mientras entra mamá Cora, como si
flotara en el aire. Elvira se incorpora automáticamente) ¿Qué me
dice usted de esta tragedia (Nora se incorpora aterrada) Se cono...
(reaccionando espantada) ¡Mamá Cora!
MAMÁ CORA: ¿Qué tal, hijas?

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Esperando la carroza 28
ELVIRA: ¿Dónde estuvo metida todo el día? ¡Qué inconsciente! Tenemos la casa
llena de gente. (Se escuchan los rezos desde dentro. Nora abraza
a la vieja llorando histéricamente)
MAMÁ CORA: ¿Qué sucede?
ELVIRA: ¿Qué hacemos ahora? ¿Qué hacemos, Nora?
NORA: Llevala a tu dormitorio.
ELVIRA: Venga, mamá Cora. ¡Pero qué inconsciente! (Elvira la guía hasta su
cuarto, pero mamá Cora se detiene al escuchar los rezos y
llantos)
MAMÁ CORA: Alguien está llorando en la pieza de Matilde.
ELVIRA: No se preocupe. Es la televisión. (A la vieja se le ilumina el rostro)
MAMÁ CORA: ¿La televisión? (Intenta encaminarse hacia el velatorio. Elvira la
detiene)
ELVIRA: Es la tele de la casa de al lado. Venga, recuestesé un ratito en mi
cama. (La lleva. Silencio. En ese momento se escuchan los gritos
histéricos de Matilde y Pati. Aparecen gritando como poseídas.
Corren alrededor de Nora que está al borde de una crisis. Los
parientes y amigos de mamá Cora se asoman. Las niñas dan una
última vuelta y salen a la calle, siempre gritando)
TODOS: ¿Y ahora qué pasa? ¿Qué es esto? ¿Qué pasa?
SERGIO: ¿Qué pasa?
ELVIRA: (viniendo de su habitación) ¿Dónde hay un voluntario que quiera
darle unas cachetadas a esas locas? El barrio se va a alborotar.
(Gritando a la calle) ¡Matilde!
SERGIO: ¿Qué pasa?
ELVIRA: Pasa que el llamado de hoy era del departamento de policía.
GERTRUDIS: Pero ma fille, no hagas caso de ese llamado. Deja que la pobre tenga
un velorio tranquilo.
ELVIRA: La que tiene un velorio tranquilo es esa húngara. Mamá Cora está en
mi pieza.
SUSANA: ¡Ay Dios! (Susana, Emilia, Jorge, Sergio y Antonio corren hacia
dentro)
ELVIRA: ¡Qué domingo! ¡Madre! ¡Qué domingo!
NORA: Ahí vienen a buscarla.
ELVIRA: ¿A quién?
NORA: Al cuerpo ese. Al cadáver de la húngara.
ELVIRA: Ocupate vos, ¿querés? Que se lo lleven de una vez. Que lo saquen del
cuarto por la ventana. Que también entren por la ventana los
camilleros. No quiero que Mamá Cora se dé cuenta de nada. (Nora
sale a ocuparse)
TÍO FELIPE: (Apareciendo) ¿Qué pasa? He oído gritos. ¿Pasa algo, Elvira?
ELVIRA: Sí. Pasa algo. (Mamá Cora vuelve con sus hijos)
TÍO FELIPE: ¡Dios! Este es un aviso. No tomo más. (Sale tambaleándose a la
calle)
GERTRUDIS: ¡Mamá Cora!
MAMÁ CORA: ¡Gertrudis! ¿Qué pasa aquí? ¿Alguien está de cumpleaños?
JUANA: ¿Dónde estuvo todo el día?
MAMÁ CORA: En el cine. Era un programa triple con películas de Carlos Gardel.
JUANA: ¡Pero todo el día!

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MAMÁ CORA: Para no molestar a Susana y a Jorge. Los pobres están nerviosos y
quise dejarlos solos por unas horas. (A Elvira) ¿Por qué gritó Matilde
cuándo me vio entrar?
ELVIRA: No sé. ¡Esa niña está tan rara!
MAMÁ CORA: Ni que yo fuese un fantasma. Pero,... ¿qué hace toda esta gente aquí?
JUANA: Venimos para ver si quería acompañarnos a un velorio.
MAMÁ CORA: ¿Quién murió?
JUANA: Una pobre húngara.
MAMÁ CORA: Yo conocí a una húngara hace muchos años.
JUANA: Seguro que es la misma.
MAMÁ CORA: No hay que dejar de ir, entonces. ¡Ay, qué corta es la vida! ¡Dios mío!
SERGIO: (A Elvira) Preguntale a los camilleros adónde se la llevan. Mamá era
amiga de la húngara. (Elvira sale) Cierto. Qué corta es la vida. ¡No
somos nada!
JUANA: ¡No somos nada! Es lo que yo digo. ¡No somos nada! ¡Pobre húngara!
ELVIRA: (Llega con el papel de la dirección en la mano) Es aquí cerca, unas
diez cuadras. ¡Lo que es tener suerte! Aquí tienen la dirección. La
húngara los está esperando. Vayan rápido. Si se apuran, encontrarán
buenos sitios. (Los viejos comienzan a movilizarse) Adiós a todo el
mundo. No se despidan que no terminaríamos nunca. Qué Dios los
bendiga. (Los ancianos van saliendo)
JUANA: Elvira, la nena se me escapó con Matilde. Cuando vuelva la mandás a
casa.
ELVIRA: ¿Por qué no me la prestás hasta mañana? Para que acompañe a
Matilde. La pobre va a tener miedo de dormir sola en su pieza.
JUANA: Está bien. Quédate con ella. Yo le aviso a su papá.
MAMÁ CORA: ¿Será la misma húngara?
ELVIRA: ¿Qué duda cabe? (A Nora que recoge sus cosas como una zombie
para irse) Nora, planeemos algo divertido para el próximo domingo.
¿Qué te parece? Cuando nos juntamos no lo pasamos tan mal,
¿verdad? (Susana ríe histéricamente) ¿Y vos? ¿De qué te reís, si es
que se puede saber?
SUSANA: ¿De qué me río? De vos. ¡De todos nosotros me río! (Y se echa a
llorar al mismo tiempo que se deja caer sobre el sillón
desesperada)

CAE EL TELÓN

FIN

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