Ciencia y Medicina en Los Tiempos de Los Virreinatos

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El libro recoge las conferencias del ciclo Desde

la Memoria, dedicado en esta ocasión a los


Virreinatos, en conmemoración del bicentena-
rio de la independencia de la América Latina.

Historiadores de la Ciencia analizan el desarrollo


científico y de las instituciones dedicadas a su
cultivo en Hispanoamérica y en España durante
el periodo colonial.

Esperamos contribuir a la difusión de un tema


no demasiado conocido ni por el público, ni
por los especialistas.
D E S D E L A M E M O R I A

HISTORIA, MEDICINA Y CIENCIA


EN TIEMPO DE...

Los Virreinatos

Este libro es el resultado del ciclo de conferencias que, con el mismo título,
organizó la Fundación de Ciencias de la Salud, en marzo de 2011, bajo la
dirección de Javier Puerto.
Queda rigurosamente prohibida, sin la autorización escrita de los titulares del copyright, bajo las sanciones
establecidas en las leyes, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento,
electrónico o mecánico, comprendidas la reprografía y el tratamiento informático.

© 2012 Fundación de Ciencias de la Salud y


© Los autores: M. Frías Núñez, A. Gomis Blanco, A. González Bueno, M.L. López Terrada,
M. Lucena Giraldo, C. Naranjo Orovio, G. Olagüe de Ros, M.Á. Puig-Samper

Fundación de Ciencias de la Salud


C/ Severo Ochoa, 2. Parque Tecnológico de Madrid. 28760 Tres Cantos (Madrid).
Tel.: +34 91 353 01 50. Fax: +34 91 350 54 20
email: info@fcs.es web: www.fcs.es

Coordinación editorial: Carmen Boto Rodríguez

Edición: Ergon. C/ Arboleda, 1. 28221 Majadahonda (Madrid)


ISBN: 978-84-15351-07-8

Imagen de portada: D. José de la Serna y Martínez de Hinojosa (1770-1832), último virrey de Perú
Autores

Marcelo Frías Núñez


Profesor Titular. Facultad de Humanidades, Comunicación y Documentación,
Universidad Carlos III de Madrid
Alberto Gomis Blanco
Catedrático de Historia de la Ciencia. Universidad de Alcalá de Henares
Antonio González Bueno
Profesor Titular. Facultad de Farmacia. Universidad Complutense de Madrid
María Luz López Terrada
Investigadora científica. Instituto de Historia de la Medicina y de la Ciencia
“López Piñero”. Universidad de Valencia, CSIC
Manuel Lucena Giraldo
Investigador científico. Centro de Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
Consuelo Naranjo Orovio
Profesora de Investigación y Directora del Instituto de Historia del Centro de
Ciencias Humanas y Sociales, CSIC
Guillermo Olagüe de Ros
Catedrático de Historia de la Ciencia. Universidad de Granada
Miguel Ángel Puig-Samper
Profesor de Investigación y Director del Departamento de Publicaciones, CSIC
Indice

1 Introducción
J. Puerto

I. Ciencia y sanidad en la Colombia y el México coloniales


9 Ciencia y medicina en la Nueva Granada
M. Frías Núñez
33 Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada
M.Á. Puig-Samper

II. Instituciones y fármacos


61 Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa
M.L. López Terrada
83 Sanidad y Ciencia en el Perú colonial
A. González Bueno

III. Viajeros y científicos


105 Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX
C. Naranjo Orovio
133 En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía
M. Lucena Giraldo

IV. Balances provisionales


157 Las enfermedades viajeras
G. Olagüe de Ros
203 Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros
A. Gomis Blanco
Introducción
Javier Puerto

Desde el año 2010 vienen celebrándose conmemoraciones de la inde-


pendencia de España en la mayoría de los países latinoamericanos, varias
de las cuales han tenido resonancia en nuestro país.

A muchos españoles de mi generación nos educaron, en principio,


en la creencia católica de nuestros padres y luego nos educamos por nues-
tra cuenta en el materialismo histórico de nuestros amigos y maestros.
Ambos conducen, ineludiblemente, al sentimiento de culpa. La primera
por su basamento judaico; la segunda a causa de lo mismo y del afán per-
manente de autocrítica.

Desde esa posición sentimental, los intelectuales españoles acaso sea-


mos los más proclives del universo a aceptar las leyendas negras sobre
nuestro devenir histórico. Quienes tan críticos somos con casi todo,
ese asunto lo asumimos, en muchas ocasiones, de forma absolutamente
acrítica.

Las sucesivas revisiones de la Historia, los procesos de memoria his-


tórica, además de caer en vicios intolerables para cualquier aprendiz de
historiador, como el presentismo, se convierten, casi siempre, en un ajuste
de cuentas con compatriotas de otras ideologías o practicantes de dife-

Introducción 1
rentes metodologías científicas, adobados con una porción de lanzadas
al toro muerto, que no sirven sino para enconar los rencores.

Los españoles, neutrales en todas las confrontaciones internacionales


desde la Guerra de la Independencia hasta la del Golfo, consideramos
inaceptable cualquier confrontación bélica, eso sí, siempre que no sea
civil.

Por varias de estas consideraciones, hemos preferido organizar este


ciclo de conferencias sobre algo todavía desgraciadamente muy desco-
nocido: la actividad científica de los españoles y de los criollos durante
el tiempo de la colonia; un tema muy familiar para los conferenciantes
y lamentablemente casi ignorado por el público en general y la mayo-
ría de los historiadores.

Hace unas semanas recibí un libro del Instituto de España. En el


mismo se hacía un recorrido metodológico por los practicantes de la His-
toria en nuestro país y, aparte de los de la Ciencia, no creo que dejara
fuera a ningún otro.

En la actualidad, los movimientos autodenominados bolivarianos se


hacen eco de una leyenda negra que habla de pueblos idílicos, masa-
crados por feroces españoles. Los pueblos no eran idílicos y los españo-
les sí eran feroces en su mayoría, pero el imperialismo español, situado
en su época, desde mi perspectiva personal, resiste la comparación con
cualquier otro. Lo hace para bien, desde el punto de vista ético, aun-
que no tanto desde el económico y mucho menos en el proceso de des-
colonización, pero eso, como señalaba recientemente Vargas Llosa, es
problema de los criollos que lo capitanearon y han dispuesto de dos siglos
para corregir las disfunciones y abusos heredados.

Si la generación de historiadores de la Ciencia a la que pertenezco


es recordada colectivamente por algo en el futuro, lo será, sin lugar a

2 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


dudas, gracias al inmenso esfuerzo efectuado a lo largo de veinticinco
años en la comprensión del fenómeno hispano-americano.

Empleo ahora ese término pues me refiero a cuando América perte-


necía en su mayoría, junto a las Islas Filipinas, a España.

Hace algunos años, Miguel Ángel Puig-Samper y Francisco Pelayo


presentaron, en un Congreso Internacional de Historia de la Ciencia, la
bibliografía sobre el tema, y ya se trataba de un librito de dimensiones
más que considerables.

José Luis Peset, dirigió un gran programa de investigación que nos


permitió a muchos dedicarnos al asunto durante varios años.

En el Ateneo de Madrid se celebraron varias sesiones sobre expedi-


ciones científicas, recogidas en un estupendo libro.

Antonio Lafuente escribió su tesis doctoral sobre Jorge Juan y Antonio


de Ulloa y luego impulsó varias investigaciones; lo mismo que Horacio Capel,
desde su cátedra de Geografía de Barcelona, o Miguel Ángel Puig-Samper
y el círculo de quienes trabajaban en el Real Jardín Botánico; Andrés Galera
y Juan Pimentel, se ocuparon de Malaspina y de diversos aspectos de las expe-
diciones; Belén Brañas, de Juan de Cuellar; Francisco Pelayo, de Löfling…

Se hicieron exposiciones sobre la expedición de Ruiz, Pavón y Dom-


bey; sobre la efectuada a la Nueva España; acerca de la de Malaspina o
Humboldt…

Se escribieron tesis doctorales y libros para estudiar a los personajes fun-


damentales de las aventuras científicas y a algunos de los secundarios…

Se estudió la minería, la farmacología y el conocimiento de la natu-


raleza americana por José Pardo Tomás, María Luz López Terrada, Raquel

Introducción 3
Álvarez, los fallecidos José María López Piñero y José Sala. Joaquín Fer-
nández se ocupó de Félix de Azara. El también fallecido Ignacio Tas-
cón, al igual que Nicolás García Tapia, estudió la ingeniería americana.
Isabel Vicente Maroto y el grupo de Valladolid abordaron otros aspectos.

En fin, todos nos dedicamos, durante muchos años, a investigar el


desarrollo de la ciencia y las instituciones científicas en Hispanoamérica
y en España durante el periodo colonial; por eso no ha sido nada fácil
organizar estas conferencias.

Mediante las mismas se trata de poner de relieve lo que se hizo en


esas tierras mientras pertenecieron a España, lo cual no quiere decir, ni
mucho menos, que se busque un tono hagiográfico hacia la actividad
imperialista, ni tampoco lo contrario, simplemente el rigor histórico.

Marcelo Frías y José Luis Peset son unos de los grandes expertos en
Mutis y en la Nueva Granada.

Celestino Mutis se ocupó de la Medicina, de la Astronomía –hubo


de defender muy tardíamente a Copérnico– de las Matemáticas, de la
Minería y de la Botánica. Fue apreciado por Linneo y Humboldt; él sólo
consiguió establecer la base para el posterior desarrollo de la ciencia
colombiana y muchos de sus discípulos se integraron entre quienes dese-
aban la independencia de la colonia: es difícil dar más a su tierra de adop-
ción.

Miguel Ángel Puig-Samper es un gran conocedor de la Nueva España


colonial y también de la ciencia española del exilio guerra civilista en
México, además de haber escrito páginas preciosas sobre Humboldt,
Darwin y otras muchas materias. Aquí se ocupará de la Ciencia en la
Nueva España, en donde, entre otras cosas, se erigió una Escuela de Mine-
ría, fundamental en el desarrollo científico-tecnológico del México inde-

4 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


pendiente, y se creó un Jardín Botánico y su director, el boticario Vicente
Cervantes, fue uno de los pocos aceptados, tras la independencia, con la
doble nacionalidad.

María Luz López Terrada se ocupará del análisis de la introducción


de medicamentos americanos en Europa, una de las principales ilusio-
nes durante el Renacimiento y la Ilustración, aunque la falta de cono-
cimientos farmacológicos no permitió resultados eficaces.

Antonio González Bueno ha explicado, como yo mismo, el aspecto


farmacológico o terapéutico de las expediciones botánicas, pero se espe-
cializó, junto a Raúl Rodríguez Nozal, en la expedición peruano chilena
de Hipólito Ruiz y José Pavón.

Consuelo Naranjo nos ha explicado lo que sabemos sobre el Caribe,


no sólo acerca de los viajeros, también de las instituciones, como el
Jardín Botánico de Cuba, y no se ha detenido en la colonia, sino que ha
perdurado en su esfuerzo tras la independencia que, obviamente, será de
las últimas en celebrarse.

Manuel Lucena Giraldo, además de escribir esclarecedores trabajos


sobre el imperialismo, se va a ocupar, en esta ocasión, de algo conflic-
tivo en su momento e incluso en la actualidad, la actividad en las fron-
teras del mundo amazónico.

Por fin haremos dos balances, entre los muchos que podían hacerse.
Guillermo Olagüe, que el año pasado nos habló de la viruela, una enfer-
medad que exportamos a las Indias para desgracia de los indígenas pri-
vados de defensas para ella, este año tratará del mal de bubas, el mal fran-
cés o la sífilis, la enfermedad que asoló Europa hasta el descubrimiento
de la microbiología, la bala mágica, el Salvarsán y sobre todo los anti-
bióticos.

Introducción 5
Y por último, Alberto Gomis nos explicará los muchos productos
naturales viajeros, de Europa a América y de América a Europa, sin los
cuales, entre otras cosas, no sería posible nuestra famosa dieta medite-
rránea.

Todos estos conocimientos forman parte de la Historia de España y


de la de América y no, precisamente, de lo peor de la misma.

Al ser un balance parcial, quedan fuera aspectos y personas que he


mencionado, pero la calidad de los ponentes permitirá hacernos una idea
de conjunto que no deberíamos perder de vista, de cara al conocimiento
del pasado y a la comprensión del presente.

Muchas acciones se organizaron con fines no demasiado altruistas,


pero acabaron siendo provechosas para quienes las ejecutaron y para los
pueblos en donde se llevaron a cabo. Se produjo una gran apertura de
horizontes intelectuales y científicos y un mestizaje no sólo entre las per-
sonas, sino entre los productos, de los cuales no nos aprovechamos dema-
siado ni los españoles ni los americanos, pero salió beneficiada la huma-
nidad en su conjunto.

Para acabar, permítanme parafrasear a Casimiro Gómez Ortega, el


director de las expediciones botánicas desde Madrid, en una carta al secre-
tario Gálvez y al monarca Carlos III, en donde se resume la intención
última del programa ilustrado de expediciones científicas, que además
poseen una indudable actualidad:

Doce naturalistas, químicos y mineralogistas buscando productos


en América, darían a Su Majestad mucho más provecho que un
ejército de cien mil hombres a la conquista de nuevas tierras.

Que se diviertan y les sea de provecho.

6 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


I. Ciencia y sanidad
en la Colombia y el
México coloniales
Ciencia y medicina en la
Nueva Granada
Marcelo Frías Núñez

Abordar una temática tan amplia como la Ciencia y la Medicina en


Nueva Granada en el tiempo limitado que nos han aconsejado los orga-
nizadores de estas jornadas supone una tarea un tanto osada. Parece, cier-
tamente, una tarea difícilmente abordable, pretender abarcar al menos una
parte significativa de los procesos que con Ciencia y Medicina podemos
relacionar a lo largo de la presencia española en este territorio americano,
durante toda la etapa colonial. Y preciso el término de “etapa colonial”,
pues la región neogranadina no se convierte en Virreinato hasta el siglo
XVIII. Hasta el siglo XVIII había perdurado la primitiva organización a
base de dos virreinatos: Nueva España, con cinco audiencias y diecinueve
gobernaciones, y Perú, con cinco audiencias y diez gobernaciones. Pero lo
desmesurado del territorio, el peligro extranjero, el contrabando y la misma
política reformista determinaron una subdivisión que originó la existen-
cia ya de cuatro virreinatos en el siglo XVIII. Precisamente este siglo XVIII
y los primeros años del XIX tendrán alguno de los referentes científicos y
médicos más señalados en la historia neogranadina, en torno a lo que supuso
la labor de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada, bajo

Este trabajo se enmarca dentro de los proyectos HAR2009-12418/HIST, MICINN y CSD008-00077, MICINN.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 9


la dirección del médico gaditano José Celestino Mutis, de lo que les hablaré
más adelante. Antes, quiero agradecer al profesor Javier Puerto, como direc-
tor de este ciclo sobre los virreinatos y a la Fundación de Ciencias de la
Salud, de la que el profesor Puerto es Patrono, la deferencia que han tenido
invitándome a participar en el ciclo Desde la Memoria: Historia, Medicina
y Ciencia en tiempo de Los Virreinatos, encargándome que me ocupara de
hablarles de Ciencia y Medicina en Nueva Granada.

Tratar de Ciencia y Medicina en Nueva Granada conlleva obligato-


riamente abordar temáticas de las que les hablarán en próximas jorna-
das de este ciclo: Botánica, Medicina, Minería, Medicamentos america-
nos, Viajes y viajeros científicos. El hecho de ser la persona que inicie
este ciclo me va a permitir abordar alguno de ellos, con la complicidad
de saber que soy el primero que les habla de ellos, y que ciertamente
verán completados –muy bien completados, tendría que señalar, dada la
calidad de los conferenciantes previstos en las próximas jornadas–.

Adaptándome al tiempo previsto para esta intervención, como les decía,


voy a presentarles tres elementos seleccionados sobre la Ciencia y la Medi-
cina neogranadinas. Como toda elección, ésta es selectiva, pero creo que
las tres alusiones y los momentos que conllevan significan un cambio que
va más allá de su propia referencia científica o médica. Las tres suponen
un “antes y un después” en el desarrollo histórico de la Nueva Granada,
con repercusiones que irán mucho más allá de su propio territorio.

Como ya les adelantaba en el inicio, el siglo XVIII es la referencia


principal en esta temática. Con todo, intentando contemplar al menos
una parte de la historia colonial no virreinal, en el caso de la Nueva Gra-
nada, interpretando el sentido de este ciclo, les daré en primer lugar
alguna pincelada de momentos, actuaciones y significación del que yo
considero personaje clave en esta etapa anterior y también referente para
la historia de la medicina y de la cirugía. En un segundo momento ya

10 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


me instalaré en el siglo XVIII, destacando la labor llevada a cabo por
Mutis, al que les citaba al principio, y el proyecto que sirvió de referente
obligado a la ciencia neogranadina de aquellos años. Finalmente, les pre-
sentaré una propuesta sanitaria que supone, ya en el periodo final del
virreinato y de la presencia colonial española, un cambio conceptual
en la temática concreta de la percepción de la enfermedad.

La historia que no nació en el siglo XVIII


Como acertadamente señala Estela Restrepo1, ya desde comienzos del
siglo XVI encontramos como muchos médicos europeos habían experi-
mentado con hierbas americanas, y algunos describían sus características
y propiedades. La descripción de los diversos seres del territorio americano
llegaba a Europa a través de España, con relatos como los de Fernández
de Oviedo (1535), Sahagún (1560), De Las Casas (1566), Hernández
(1571) o Acosta (1591). Sin entrar ahora a valorar las aportaciones de cada
uno de ellos, nos encontramos en 1565 con la publicación de un libro en
lengua romance en el que se anunciaban “las cosas que traen de nuestras
Indias occidentales que sirven al uso de la medicina”. Libro que sería tra-
ducido muy pronto al conjunto de las lenguas más utilizadas en la Europa
de entonces: al latín, al inglés, al francés, al italiano, al alemán y también,
aunque de forma parcial, al holandés. Estoy haciendo referencia, como segu-
ramente hayan adivinado, a la obra de Nicolás Monardes, considerado el
primer gran autor sobre las especies medicinales del continente americano2.

La obra de Monardes es la primera que puso realmente en circula-


ción en Europa el conjunto de tesoros botánicos americanos y se cons-
1 RESTREPO ZEA, E. “Del Arte Común de Curar a España y las Indias Occidentales”, Anuario Colombiano de His-
toria Social y de la Cultura, 24, 1997, pp. 351-357.
2 MONARDES, N. Primera y segunda y tercera partes de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias
occidentales, Sevilla, 1574. Utilizamos la edición de DENOT, E. y SATANOWSKY, N. N. Monardes. Herbolaria de
Indias, Turner, México, 1990.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 11


tituyó rápidamente en fuente imprescindible tanto para los interesados
en la Historia Natural, como para aquellos interesados en el uso de hier-
bas con propiedades curativas. Así, son abordadas plantas de la Nueva
Granada que ya habían sido conocidas por los primeros españoles que
habían llegado al litoral caribeño de la actual Colombia, entre ellas: el
guayacán, la pimienta luenga, las habas, el pipinichi, el tabaco, la ceba-
dilla, la trementina, la canela, el ruibarbo o la guayaba3.

Antes del siglo XVIII y desde los primeros viajes de Colón, entre los
españoles que llegaban a América se encontraban tanto médicos como ciru-
janos, aunque la mayor parte de ellos no nos han dejado escritas sus expe-
riencias. Sin embargo, como señala Hugo Sotomayor, para el territorio de
lo que es la actual Colombia conocemos al menos tres textos de estos siglos.
Uno corresponde al siglo XVI, titulado Milicia y descripción de las Indias,
del soldado Bernardo de Vargas Machuca, del que hay una primera edición
contemporánea en 18924. Los otros escritos son del siglo XVII. El primero,
Discursos medicinales, del médico portugués Juan Méndez Nieto, redactado
en Cartagena de Indias, en 1607 y posteriormente publicado en España5.
El segundo es la obra del cirujano Pedro López de León, Pratica y Teorica
de las apostemas6, que fue publicada por primera vez en Sevilla, en 1628,
alcanzando hasta cinco reediciones en el siglo XVII. López de León ejerció

3
RESTREPO ZEA, E. op. cit., p . 352.
4
SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo
XVII)”, Repertorio de Medicina y Cirugía, 18 (1), 2009, pp. 53-64. Sotomayor indica que el libro de Vargas
Machuca se terminó de redactar en 1595 pero “sólo se publicó en Madrid en 1892”. Sin embargo, en esta edi-
ción de 1892 –Librería de V. Suárez– se señala la primera impresión en Madrid, en 1599. Una edición más
reciente es la de M. Cuesta Domingo y F. López-Ríos Fernández, publicada en Valladolid, Seminario Iberoa-
mericano de descubrimiento, 2003.
5
MÉNDEZ NIETO, J. Discursos medicinales, compuesto por el licenciado…, manuscrito fechado en Cartagena de
Indias en 1607. Una edición reciente es la de L. Sánchez Granjel, con transcripción de G. del Ser Quijano y
L.E. Rodríguez-San Pedro, Editado por la Universidad de Salamanca y la Junta de Castilla y León en 1989. El
manuscrito original se encuentra en la Universidad de Salamanca. Un interesante interpretación sobre su figura
es la de M. Lux Martelo, “El Licenciado Juan Méndez Nieto, un mediador cultural: apropiación y transmi-
sión de saberes en el Nuevo Mundo”, Historia crítica, nº 31, 2006, pp. 53-76.
6 LÓPEZ DE LEÓN, P. Pratica y Teorica de las apostemas en general y particular. Cuestiones y praticas de cirugía de heri-
das, llagas y otras cosas nuevas y particulares, Sevilla, 1628.

12 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


en la ciudad sevillana, donde se publicó la primera edición de su obra, pero
ésta era el resultado de sus trabajos durante más de treinta años en tierras
del Nuevo Reino de Granada, donde había llegado en la última década del
siglo XVI como médico del presidio de las galeras. Su laboriosa dedicación
con los vecinos de Cartagena de Indias, tuvo también extensión a otros gru-
pos entre los que encontramos marineros, condenados a galeras, reclusos
del presidio y también los pacientes del Hospital de San Sebastián.

La importancia de López de León como cirujano radica en las pre-


sentaciones iconográficas de instrumentos utilizados en cirugía. Obra
quirúrgica que ha sido considerada como el primer referente del Nuevo
Reino de Granada y quizás también pionero en toda América. López de
Léon hace acertadas descripciones de enfermedades hoy conocidas como
el escorbuto, disenterías, pleuritis, bocio o sífilis, pero son sus procedi-
mientos quirúrgicos, y los dibujos de los instrumentos que usó y fabricó
lo que le hacen especialmente singular, como ha señalado el experto en
museología médica Felipe Cid7.

Veamos algunas de estas representaciones: en la figura 1, se pueden


reconocer, tal como ha identificado Hugo Sotomayor8, en los dibujos
identificados con los números 1, 9 y 13 aquellos cortantes de tipo esco-
plos; en los 2, 3 y 12: diferentes tipos de cuchillos, en el 8: una segueta;
en los números 20, 21 y 22 parecen representarse elementos para inter-
venir en fracturas y amputaciones, y con el número 28 encontramos dos
decenas de tipos de cauterio. En la figura 2, encontramos, con los núme-
ros 29, 30, 31 y 32 unos cauterios con sus cañas; los objetos identifica-
dos como 34, 35 y 36 parecen ser unas ventosas.

Estos dibujos de instrumentos quirúrgicos de hierro y de los proce-


sos para su elaboración son considerados como una referencia impres-
7 SOTOMAYOR, H. op. cit., 53-64.
8 Idem, p. 54.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 13


FIGURA 1. LÓPEZ DE LEÓN, P. Pratica y Teorica de las apostemas, Sevilla, 1628.
(Fuente: SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro
Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo XVII)”, Repertorio de Medicina y Ciru-
gía, 18 (1), 2009, pp. 53-64.

14 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


FIGURA 2. LÓPEZ DE LEÓN, P. Pratica y Teorica de las apostemas, Sevilla, 1628.
(Fuente: SOTOMAYOR, H. “Cirujano licenciado Pedro López de León y su libro
Práctica y Teórica de las Apostemas (siglo XVII)”, Repertorio de Medicina y Ciru-
gía, 18 (1), 2009, pp. 53-64).

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 15


cindible tanto desde la perspectiva museológica médica general y como
colombiana en particular. El único parangón en la historia médica colom-
biana, señala Sotomayor, pueden ser los objetos descritos por Juan de
Vargas, de Santafé de Bogotá, en testamento, en 1633, sobre el que ha
trabajado y publicado recientemente Paula Ronderos9.

La Expedición que –casi– todo lo abarca


La segunda pincelada, como les adelantaba al principio, pertenece ya
al siglo XVIII –prolongándose en los primeros años del XIX–, en unos
momentos en que Nueva Granada ya se ha convertido en nuevo Virrei-
nato, con independencia del de Perú, y un siglo clave también en lo que
se refiere a ciencia y medicina en el Virreinato.

El virreinato del Nuevo Reino de Granada se había conformado de


manera definitiva en 1739 con la integración de los territorios de Nueva
Granada, Venezuela y Quito, abarcando una extensión superior a los
tres millones de kilómetros cuadrados. La llegada del siglo XVIII trajo
una época de decadencia y crisis. En estos años, hubieron de dedicarse
grandes sumas al esfuerzo militar necesario para frenar las incursio-
nes piratas en la costa caribeña, al tiempo que los virreyes implanta-
ron nuevos impuestos –dentro de la reorganización fiscal del virrei-
nato–.

Y referente científico clave, sin duda, como exponente de las empre-


sas que se estaban apoyando desde la metrópoli, por la Corona Española,
pero también por las propias dinámicas que generó en Nueva Granada
fue la Real Expedición Botánica. Una Expedición, denominada Botá-

9 RONDEROS, P. “De objetos a artefactos: el oficio de la barbería en el Nuevo Reino de Granada del siglo XVII”,
en La huella de los objetos, segundas jornadas internacionalesde arte, historia y cultura colonial; 2008 mayo 21-
24; Bogotá: Museo de Arte Colonial, Museo Iglesia Santa Clara.

16 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


nica, pero que en realidad se convirtió en toda una institución científica
en las tierras neogranadinas10.

Y en ella, debemos destacar la figura de un médico gaditano que se


puso al frente de este proyecto expedicionario. Se ha venido señalando en
la mayor parte de los estudios y trabajos sobre las actividades de José Celes-
tino Mutis en el destacado papel que ocupa entre las personalidades
hispanocolombianas que han aportado un empuje decisivo en el com-
plejo mundo de la actividad científica. Es en este sentido donde su figura
destaca con luz propia. Mutis, cuyo referente se asocia principalmente a
los trabajos botánicos, abarcó muchos otros campos de la ciencia: medi-
cina, minería, astronomía, matemáticas11. Es por ello necesario que nos
centremos en un primer momento en el personaje.

La primera cuestión que se plantea es la manera de abordar su figura,


similar pero con claras diferencias a la de otros personajes semejantes del
siglo XVIII que se movieron entre las actividades científicas y otras muchas
ocupaciones. ¿Cómo debemos tratar la labor de estos personajes? ¿Cómo
estudiar sus múltiples actividades? ¿Como “científicos”? ¿Como “gesto-
res científicos”? En el caso de Mutis y del Nuevo Reino de Granada no
hay dudas sobre su labor científica; su propia formación en medicina, la
práctica médica que desarrolló, su continua aplicación a las novedades
de la botánica lo avalan desde esta perspectiva. Junto a ello, y en línea
con sus intereses variados, encontramos también su dedicación docente
a las matemáticas o su acercamiento a la astronomía.

Sin embargo, considero que tan relevante o más fue su labor de ges-
tión en todo el desarrollo científico del Nuevo Reino de Granada: pro-

10 FRÍAS NÚÑEZ, M. Tras el Dorado Vegetal. José Celestino Mutis y la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de
Granada (1783-1808), Diputación Provincial, Sevilla, 1993.
11 FRÍAS NÚÑEZ, M. “José Celestino Mutis: History of a Passion”, Mutis and The Royal Botanical Expedition to the
Nuevo Reyno de Granada, CSIC/Lunwerg Ed., Barcelona, Madrid, México, 2008, pp. 4-8.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 17


yectos de explotaciones mineras en la Montuosa, en Pamplona y en las
minas del Real de El Sapo, en Ibagué, sus tentativas empresariales y
comerciales al frente de la quina, la canela o el té de Bogotá aparecen en
esta dirección. Esta perspectiva de gestor de la ciencia también quedaría
de manifiesto en otras facetas más académicas, como sus propuestas de
planes de estudio universitarios y en su participación en la construcción
del Observatorio Astronómico. Evidentemente, aún destaca más en este
sentido toda su labor dirigiendo ese gran proyecto que le ha dado renom-
bre más allá del mundo científico hispanocolombiano: la Expedición
Botánica.

De todas las facetas que acabamos de mencionar querría hacer men-


ción a su interés por las explotaciones mineras. Su intento de conse-
guir un mejor rendimiendo en ellas le haría compaginar minería e his-
toria natural. El negativo juicio que le inspiró el estado de los trabajos
mineros a punto estuvo de hacerle abandonar el virreinato y de marchar
a Suecia con el objetivo de instruirse en las materias propias de la mine-
ría. Concretamente Mutis cuestionaba el método tradicional que se
empleba, el de amalgamación, defendiendo la conveniencia de poten-
ciar la técnica de fundición. Sin embargo, pudieron más con él sus inte-
reses de naturalista y su proyecto de estudio de la flora del Nuevo Reino
de Granada.

Es así que, desde 1783, con la aprobación oficial del proyecto de Expe-
dición Botánica, se abría un nuevo espacio en el quehacer científico. Ya
no estamos hablando de la actuación personal de un individuo sino de
un amplio proyecto que se convertiría en el eje vertebrador de las aspi-
raciones científicas de gran parte de la sociedad neogranadina. No les voy
a hacer un listado de todas las actividades y realizaciones de esta expedi-
ción a lo largo de 25 años, pero sí señalarles alguno de los elementos que
he considerado clave a lo largo de una dilatada trayectoria de acercamiento
a lo que históricamente supuso este proyecto de Expedición Científica.

18 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


a) Desde la dirección del proyecto iban a estar presentes las referen-
cias ilustradas. Mutis se había formado como tal y así proyectaba una
visión de racionalidad en su acercamiento a las posibles explotaciones de
la naturaleza y al aprovechamiento de sus recursos. El sentido de “lo útil”
estará presente en todas sus actividades, y en el caso de las plantas, nos
queda su deseo de ir descubriendo la posible utilidad de cada una de
ellas. Propiedades medicinales e intereses comerciales se darán a menudo
la mano en este recorrido.

b) En dicho interés por las posibles aplicaciones de los recursos, tres


plantas iban a centrar su interés y parte importante de sus actividades:
la quina, la canela y el té. Admitido ya por la práctica totalidad de la his-
toriografía sobre Mutis, la obsesión por la quina marcó gran parte del
devenir, no solo de sus actividades personales, sino de todo el proyecto
de Expedición. Labor que tuvo su implicación asimismo en gran parte
del Virreinato neogranadino. Una quina deseada desde Europa, cuyas
cualidades eran destacadas desde los púlpitos científicos12, en una época
donde las fiebres tercianas hacían estragos, y que se iba a convertir en
la cuestión que centró los intereses de médicos y botánicos13. Las expec-
tativas creadas en torno a ella tienen su reflejo a partir de 1785 cuando
se llegó incluso a conformar un plan de monopolio real del específico14.

c) La canela dio lugar a prácticas similares. En el caso de este pro-


ducto desde fechas tempranas se sabía que la planta americana no era
la Cinnamomum, la canela que comerciaban los holandeses. Pero no por
ello se desistió de trabajar su explotación e intentar aprovechar sus posi-

12
FRÍAS, M. “La Matière Médicale américaine: Le sujet du quinquina et les Dictionnaires d’Histoire Naturelle”,
Biological and Medical Sciences, Brepols Publishers, Belgium, 2002, pp. 83-93.
13
FRÍAS NÚÑEZ, M. “Teoría y práctica sobre la quina entre los siglos XVIII y XIX”, Medicina e Historia, (Mono-
gráfico) Barcelona, 2003.
14
Sobre el establecimiento del Estanco de las Quinas, sus incidencias y reales resoluciones, AGI, Indiferente General,
1554. Archivo del Real Jardín Botánico de Madrid (ARJBM), III, Documentación oficial, Informes. M. FRÍAS,
op. cit., 1993, pp. 196-206.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 19


bles utilidades15. Aún hoy hay más sombras que claros en la decisión
de abandonar el interés por la canela americana hacia 1790, y la salida
de ésta de los intereses de la Expedición. Falta de confianza desde la direc-
ción, pero seguramente también otras prioridades se estaban imponiendo
con el traslado de los expedicionarios aquel año desde la población de
Mariquita a la capital Santa Fé16.

d) Por su parte, el té, denominado “de Bogotá”, contó con un desa-


rrollo particular, pero con circunstancias y características comunes a
los otros dos ramos que les acabo de citar. Como sucedía con la canela,
el té de Bogotá suponía la posibilidad de ofrecer a la Corona española
un producto que pudiera competir en este campo con las otras nacio-
nes. La canela americana apareció, como les he señalado anterior-
mente, como una posibilidad de competir con el comercio de la canela
de Ceilán. El té de Bogotá, por su parte, se presentaba como un pro-
ducto idóneo en competencia con el té de China. Y en otro orden
de funciones, el té de Bogotá también tuvo similitudes con la planta
de la quina. Se hicieron igualmente acopios a gran escala, con un meca-
nismo similar al de la quina de recolección, almacenamiento y envío
posterior a la península. En el caso del té de Bogotá, fue la Corona
española la que puso fin a las expectativas que había despertado esta
planta17.

e) Aparece claro, por lo tanto, cómo el proyecto de esta Expedición


científica conllevó y alentó el impulso de una incipiente industria comer-
cial en el virreinato neogranadino. El interés y los consiguientes pro-
yectos y trabajos sobre la quina y el té dieron lugar a unas dinámicas

15
FRÍAS, M. y GALERA, A. (Ed.) Pedro Fernández de Cevallos. La ruta de la canela americana, Editorial Dastin,
2002. FRÍAS, M. y GALERA, A. “La región de “Canelos” y el referente de la canela en el continente americano”,
Miríada Hispánica, 2011, University of Virginia/Valencia, pp. 31-51.
16
FRÍAS, M. op. cit., 1993, pp. 231-244.
17
Examen del té de Bogotá, por GÓMEZ ORTEGA, C. 1786, ARJBM, III, Documentación oficial, Informes.
FRÍAS, M. op. cit., 1993, pp. 211-222.

20 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


de auténtica empresa: los cosecheros entregaban sus colecciones, éstas
eran almacenadas en Mariquita y en Honda desde donde se preparaba
el envío hacia la Península. Para el transporte en el virreinato se esta-
bleció un sistema a través del río Magdalena, desde Honda hasta Car-
tagena, y desde aquí por la ruta oceánica salían hacia España. Los tra-
bajos de la Expedición sirvieron asimismo para configurar una serie de
dinámicas y relaciones laborales que revitalizaron la vida comercial del
virreinato. Asimismo, contribuyó a despertar inquietudes culturales y
científicas en las distintas poblaciones a las que iban llegando los ecos de
las labores de los expedicionarios, síntoma del propio movimiento de la
sociedad neogranadina. Todo ello dio lugar a diferentes colaboracio-
nes, muchas veces espontáneas, con la propia Expedición.

f ) Sin embargo, la consagración de la Expedición y de su propio pro-


yecto entre los círculos científicos fue el trabajo sobre la Flora de Bogotá,
que permitió la identificación de numerosísimas especies vegetales del
Nuevo Reino de Granada. Los trabajos sobre la Flora dieron lugar a una
potenciación de la práctica pictórica naturalista, con la necesaria apor-
tación de los dibujantes y pintores naturaslitas. La creación de una escuela
botánica de dibujo es otra referencia clave en la proyección de la Expe-
dición.

g) La Expedición Botánica estableció un rígido sistema vertical de


trabajo, cuyo análisis nos permite ampliar el conocimiento de la estruc-
tura de una empresa científica. En la cúspide se hallaba Mutis en tanto
que director de los trabajos, pero también como regulador del com-
portamiento y relaciones diarias de los trabajadores. Este aspecto, de
connotaciones marcadamente paternalistas, iba a plantear continuos
problemas, sobre todo con algunos pintores. Esta constatación nos ha
hecho abrir una nueva mirada sobre las implicaciones sociales de un
proyecto científico, ciertamente paradigmático en el caso que nos
ocupa.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 21


Edificios-Obras, 4
Escribientes, 1 Gastos de la Quinta, 2
Mantenimiento, 3
Material oficina, 3 Pers. cient-
Esclavos, 3 Direcc., 30
Criados-Herb., 2

Acop. y otros
gastos, 8

Gasto diario, 13 Pintores, 30

FIGURA 3. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada Gastos generales -
Etapa de Mariquita (1783-1790) (Porcentajes). (Fuente: FRÍAS NÚÑEZ, M. “Aspec-
tos económicos y comerciales de las expediciones científicas: el proyecto del Nuevo
Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de su fallecimiento (1808-
2008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009, pp. 249).

En los cuadros que acompañamos podemos ver con detalle algunos


de estos aspectos principales del día a día de la Expedición. En la figura
3: Porcentajes de Gastos Generales durante la Etapa de Mariquita, entre
1783 y 1790; en la figura 4: Porcentajes de Gastos Generales durante la
Etapa de Santa Fé, entre 1791 y 1808; y en la figura 5: una comparativa
de las principales partidas de los gastos generales.

Mejor que curar: prevenir con la propia enfermedad


El tercer elemento o pincelada que les señalaba al principio, en línea
con la solicitud de los organizadores de estas jornadas, tiene que ver tam-

22 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


Escribientes, 5 Instrumentos, 1
Mantenimiento, 5
Material oficina, 2
Esclavos, 1 Pers. cient-
Criados-Herb., 2 Direcc., 27
Acop. y otros
gastos, 2

Gasto diario, 15

Pintores, 39

FIGURA 4. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada Gastos generales -
Etapa de Santa Fe (1791-1808) (Porcentajes). (Fuente: FRÍAS NÚÑEZ, M. “Aspec-
tos económicos y comerciales de las expediciones científicas: el proyecto del Nuevo
Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de su fallecimiento (1808-
2008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009, pp. 250.

bién con el siglo XVIII y mantiene asimismo relación con la labor de


Mutis, aunque en este caso igualmente tiene una proyección mucho
mayor. En el elemento que ahora les propongo, la cuestión es claramente
médica, en cuanto que concierne a las epidemias de viruelas y su manera
de abordarlas. Y no voy ahora a relatarles pormenorizadamente las cir-
cunstancias que acaecieron en la lucha contra estas epidemias, que ya
hemos recogido en otros trabajos. Baste ahora recordar la imagen trágica
que la viruela había dejado tradicionalmente, en América igual que en
Europa. El temor a estas epidemias iba a estar presente, por lo tanto,
en las distintas dinámicas que encontramos en el virreinato. Una apro-
ximación conceptual a este referente nos permite:

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 23


50
40
30
20
10
0
c. ores ario stos erb. avos cina o
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Etapa de Mariquita (1783-1790) Etapa de Santa Fé (1791-1808)

FIGURA 5. Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Granada. Comparativa


- Principales partidas Gastos generales - Etapas Mariquita - Santa Fe. (Fuente: FRÍAS
NÚÑEZ, M. “Aspectos económicos y comerciales de las expediciones científicas:
el proyecto del Nuevo Reino de Granada”, José Celestino Mutis en el bicentenario de
su fallecimiento (1808-2008), Real Academia Nacional de Farmacia, Madrid, 2009,
pp. 250).

a) Profundizar en el papel de la institucionalización como fenómeno


canalizador de la implantación de estructuras científicas.

b) Delimitar los agentes que intervienen en el proceso epidémico.

c) Valorar el papel del individuo como fenómeno en el proceso his-


tórico a través de su relación con la enfermedad.

d) Estudiar la repercusión de las epidemias de viruelas en la sociedad


neogranadina, como posible causa de los cambios en la concep-
ción de la enfermedad y como impulsora de una sociedad que
camina en su diferenciación de la española peninsular.

24 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


Vamos a detenernos en cada una de ellas.

a) La lucha contra la viruela ha sido resaltada desde su vertiente ins-


titucionalizadora tanto en España como en América. Ya hemos hecho
referencia en otras circunstancias al elemento institucionalizador en
cuanto a su potenciación a lo largo del siglo XIX18. Es, sin embargo, a
mediados del siglo XVIII cuando se comienzan a sentar las bases de este
proceso que intentaron concretar espacios institucionales, desde una
doble vertiente: los planteamientos teóricos y la práctica médica. No se
trata de valorar la efectividad de los tratamientos, sino de abordarlos
como fenómenos canalizadores de la implantación de estructuras cien-
tíficas, en la medida que se potencia el principio de racionalidad, la regla-
mentación y el seguimiento de la lucha contra las epidemias. Las epide-
mias de viruela, y la lucha que se mantuvo frente a ellas, marcaron el
intento de sentar las bases de una actuación metódica, producto del aná-
lisis y la experimentación.

Aquí debemos hacer referencia a la originalidad de la Expedición


de la Vacuna, ya en el siglo XIX, dirigida por Balmis y Salvany, en la
medida en que se trataba de una Expedición médica19. Y dentro de la
tradición expedicionaria y aventurera, tanto europea como española, esto
significaba un cambio cualitativo. Ya no se estaban estableciendo pro-
yectos de descubrimientos o conquistas del tipo tradicional, ni siquiera
de los que primaron en las expediciones científicas que se sucedieron a
lo largo del siglo XVIII. En una clara consonancia con las nuevas ten-
dencias que en materia de sanidad e higiene pública se habían ido impo-
niendo durante el siglo, la Expedición de la Vacuna pretende otro tipo
de conquista, la de erradicar la enfermedad, la de combatir y prevenir las

18
FRÍAS, M. y GALERA, A. “Aspectos médico-sanitarios en la institucionalización científica en los inicios del siglo
XIX”, IX Congreso de la SEHCYT, Cádiz, 2006, pp. 295-302.
19
AGI, Indiferente General, 1558-A. RAMÍREZ MARTÍN, S.M. La salud del Imperio. La Real Expedición Filantró-
pica de la Vacuna, Doce Calles, 2002.

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 25


epidemias de viruela, una apuesta por la salud pública. Y en este caso
también aparece el tema institucionalizador. La Expedición de la Vacuna
es institucionalizadora, como proyecto de la Corona española. Tenemos
noticias de la llegada de la vacuna al virreinato neogranadino y otras
regiones del continente americano antes de la Expedición de Balmis y
Salvany. Sin embargo, ninguna de esas acciones contaba con la organi-
zación y respaldo institucional que tuvo la Expedición de la Vacuna.
La actuación de Salvany en el virreinato contribuyó, además, a poten-
ciar una serie de actuaciones, como las formaciones de Juntas de Vacu-
nación, que darían un fuerte impulso al proceso institucionalizador de
la medicina en Nueva Granada20.

b) Esta apuesta de la Corona española por la salud aparece entre-


mezclada con las propias aspiraciones de la sociedad neogranadina. El
cuadro que nos ayuda a entenderlo viene marcado por la diversidad de
agentes que intervienen en el proceso epidémico y que podemos abor-
darlos desde tres niveles:

1. Normativas y disposiciones oficiales emanadas desde la Corona.


Es, sin duda, el nivel que aparece más homogéneo. Sus intereses
y objetivos inciden en la potenciación de la concepción de utili-
dad pública, en línea con la preocupación de los ilustrados en con-
servar la población y al intento de control de la epidemia y de la
propia población.

2. La administración virreinal aparece en el segundo nivel. Aquí se van


a compartir muchas de las orientaciones del anterior nivel, aun-

20
Archivo Nacional de Colombia, Colonia, Miscelánea, tomo 2. FRÍAS NÚÑEZ, M. “Planes de establecimiento de
Juntas Centrales de Vacuna en la institucionalización de la medicina en Colombia”, Enfermedad, clínica y
patología. Estudios sobre el origen y desarrollo de la Medicina Contemporánea, Madrid, Editorial Complutense,
1993, pp. 89-102. RAMÍREZ MARTÍN, S. “Las Juntas de Vacuna, prolongación de la obra sanitaria de la “Real
Expedición Filantrópica de la Vacuna” (1803-1810)”, Ars Médica. Revista de Humanidades, Vol.2, nº2, noviem-
bre, 2003, pp. 314-317.

26 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


que también irán marcándose las diferencias. Los propios virreyes
serán los principales protagonistas de este grupo y se encontrarán
con una doble dinámica. De un lado, como ejecutores de las nor-
mas que llegan desde las instancias gubernativas. Por otro, a través
de las propias reglamentaciones del virreinato, más cercanas a la rea-
lidad americana. El resto de autoridades locales conforman un sub-
grupo, especialmente los gobernadores provinciales y, sobre todo,
los cabildos. Este subgrupo marcaría un paso mayor aún en el acer-
camiento a la realidad social del virreinato: junto a las motivacio-
nes e intereses oficiales, aparecen ahora elementos particulares, en
círculos más íntimos, como es la preocupación de dichos dirigen-
tes por su propia situación personal y la de su familia.

3. El tercer nivel aparece copado por el grueso de la población del virrei-


nato. Las familias distinguidas y los propios médicos permiten con-
formar un subgrupo diferenciado. Los representantes de la Iglesia
estarían incluidos en un segundo subgrupo, mientras que el ter-
cero estaría compuesto por la plebe. En este nivel vamos a encontrar
un interés doble entre las motivaciones “profesionales” y los condi-
cionamientos personales. José Ignacio de Pombo, comerciante de
Cartagena, es un claro ejemplo de esta situación. En Pombo van a
confluir su preocupación por la incidencia de la viruela en la posi-
ble falta de trabajadores, con los condicionantes y preocupaciones
de protección de su familia frente a la epidemia. Doble perspectiva
que también van a vivir los médicos del virreinato. Mientras, la plebe,
tendrá la preocupación casi única de salvar la propia vida.

c) Como les adelantaba antes, en la cuestión de la medicina también


tenemos que hacer referencia al papel del individuo como fenómeno en
el proceso histórico: las iniciativas particulares en el virreinato, tanto de
autoridades como de vecinos, fueron un complemento decisivo a las accio-
nes institucionales. Esta individualidad, que sin duda estaba inmersa en

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 27


una sociedad que condicionaba sus actuaciones, dio forma y realidad a una
larga serie de Instrucciones, Métodos, etc., que no tendrían su verdadero
sentido si nos quedásemos únicamente en su aspecto normativo. Aquí,
la figura de Mutis vuelve a aparecer con una especial significación. Como
les dije hace unos momentos, la complejidad y los agentes que intervie-
nen en el proceso son numerosos. Pero también es evidente que el estudio
de la lucha contra la viruela, sin el referente histórico de Mutis, quedaría
muy incompleto. Mutis aglutinó los esfuerzos contras las epidemias, figu-
rando como autor y responsable de las Instrucciones para una mejor apli-
cación de la inoculación, así como del Método para curar las viruelas, estando
igualmente detrás de los informes que el virrey Caballero y Góngora envió
al ministro Gálvez; él fue, asimismo, el encargado de instruir a los comi-
sionados que tenían que buscar la vacuna en el virreinato21.

d) Ante el peligro que suponía la viruela, la decisión de tomar medi-


das preventivas antes de la llegada y contagio de la enfermedad había lle-
vado a adoptar, en primer lugar, la técnica de la inoculación, y poste-
riormente, la de la vacunación. La polémica generada por este principio
inoculador-vacunador se puede advertir desde tres prismas. Uno primero
de carácter médico: se trataba de saber si había que inocular, de qué
manera y con qué precauciones. La segunda mirada tiene un carácter
ideológico: a partir de la idea de que la naturaleza podía modificarse con
la aplicación de la técnica. Por último, una cuestión psicológica: nadie
quería ser el primero en experimentar una nueva práctica que consistía
en introducir parte de la enfermedad como medida preventiva.

El combate contra la viruela nos permite abordar desde la medicina


un proceso de transformación de la sociedad neogranadina. Frente a una
defensa tradicionalmente pasiva aparecen una serie de medidas preven-

21
ARJBM, III, Medicina. FRÍAS NÚÑEZ, M. Enfermedad y sociedad en la crisis colonial del Antiguo Régimen. (Nueva
Granada en el tránsito del siglo XVIII al XIX: Las epidemias de viruelas), Madrid, CSIC, 1992.

28 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


tivas, que he venido denominando como defensa activa. Una apuesta, al
mismo tiempo, por prácticas audaces y métodos eficaces, tras los que
aparece un efectivo cambio de mentalidad en el conjunto de la sociedad.
Las dinámicas en las que se dan continuidad estas prácticas son realmente
confusas. Así, por ejemplo, vamos a ver coincidir la defensa de un método
preventivo como la inoculación, con ritos tradicionales como las roga-
tivas, en los que la influencia divina seguirá siendo protagonista. Esta
última claramente potenciada desde las estancias eclesiásticas, que inten-
taban asimismo mantener su cuota de influencia.

Terminando
Creo, porque ya es tiempo de ir finalizando, que estos elementos que
les acabo de presentar reflejan tres maneras de abordar la historia que
pueden servir de referente para futuros trabajos de investigación. El estu-
dio de los dibujos y procedimientos de Pedro Pérez de León nos per-
miten situar el origen de la práctica de una disciplina que tendría un
apogeo bastante posterior, pero que ya en el siglo XVII mostraba una
técnica muy desarrollada.

El referente de la Real Expedición Botánica del Nuevo Reino de Gra-


nada, nos sirve a su vez como elemento aglutinador, como referente de
conjunto para abordar una sociedad que apuesta por el saber, con dis-
tintos objetivos y quizás con intereses enfrentados, pero con una idea
común: apertura al conocimiento y a la mejora general de su territorio.

Por su parte, las epidemas de viruela y la lucha contra ellas, primero


desde el propio virreinato neogranadino y posteriormente desde un ambi-
cioso proyecto estatal español, nos adentran en otra posibilidad de estu-
dio social y nos permite constatar el cambio de una sociedad que, frente
a anteriores etapas de conformismo estaba, ahora, dispuesta a plantarse
frente a las adversidades. Eran tiempos políticos también donde se esta-

Ciencia y medicina en la Nueva Granada 29


ban asentando nuevos rumbos y que, tras la invasión napoleónica de la
península, empezarían a despegar definitivamente hacia su nueva con-
figuración en república Colombiana.

Bibliografía
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Ciencia y medicina en la Nueva Granada 31


Botánica, medicina y minería
en la Nueva España ilustrada
Miguel Ángel Puig-Samper

Al analizar el movimiento científico que se produce en Nueva España


en el último tercio del siglo XVIII, hay que destacar sin duda dos epi-
sodios fundamentales: la llegada a territorio novohispano de la llamada
Real Expedición Botánica a Nueva España, con sus implicaciones en la
educación, la medicina, la botánica, la zoología y las reformas en México,
y la aparición de Fausto de Elhuyar y de Alejandro de Humboldt en el
entorno del Real Seminario de Minería de México.

La Real Expedición Botánica a Nueva España (1787-1803), más cono-


cida como Expedición de Sessé y Mociño, tuvo un enorme impacto en
la ciencia y la cultura del Virreinato de Nueva España, favorecida por el
auge que a finales del siglo XVIII tuvo la pujante comunidad intelectual
novohispana, entre la que podemos recordar a personajes como José
Antonio Alzate, Luis Montaña, Clavijero, Díaz de Gamarra, Velázquez
de León, Gama, etc. La Expedición formó parte del proyecto ilustrado
de exploración científica de las colonias ultramarinas que impulsó el

Proyecto de investigación HAR2010-2133-C03-02 del Ministerio de Ciencia e Innovación “Naturalistas y viaje-


ros en el mundo hispánico. Aspectos institucionales, científicos y docentes”.

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 33


nuevo orden político español, cuya finalidad más importante consistió
en realizar el estudio más completo de los recursos naturales americanos,
poniendo énfasis en el inventario de los productos vegetales, especial-
mente los utilizados en la terapéutica medicinal, además, en este caso,
de intentar la recuperación de la obra práctica del protomédico de Felipe
II, Francisco Hernández, que ya en el siglo XVI había visitado este mismo
territorio con fines parecidos.

Antes de que se decidiera la organización de una expedición oficial a


Nueva España, que cumpliera unos objetivos similares a los encomen-
dados a las expediciones botánicas de Perú y Nueva Granada, el médico
aragonés Martín de Sessé ya consideraba la idea de establecer un Jardín
Botánico y una cátedra de botánica en la capital mexicana.

Desde la Isla de Cuba, propuso al director del Real Jardín Botánico


madrileño, Casimiro Gómez Ortega, –en carta fechada en La Habana
el 30 de enero de 1785– después de exponerle su intención de pasar a
México acompañando al Conde de Gálvez, “establecer Cathedra de Bota-
nica con Jardín, a que convida el fértil e inculto terreno que hay den-
tro de Palacio contiguo a la Universidad”. Para ello sugería el envío de
algún discípulo aventajado que pudiera hacerse cargo de este cometido,
además de proponer la organización de una Academia de Medicina Teó-
rico-Práctica similar a la implantada en la Península. En ambas institu-
ciones se impartiría la docencia de la Botánica a los estudiantes de los
tres ramos de la Medicina (Medicina, Cirugía y Farmacia), siguiendo los
nuevos principios del Sistema Linneano, de manera también similar a
lo que ya se hacía en la metrópoli. Se buscaba el conocimiento de las
plantas novohispanas y serviría además para la necesaria reforma del Pro-
tomedicato y de la estructura sanitaria de Nueva España. Asimismo el
futuro Jardín Botánico serviría de precioso depósito de las producciones
naturales de la América Septentrional, que posteriormente podrían ser
trasladadas a la Península para enriquecer los fondos de las dos institu-

34 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


ciones ilustradas de mayor importancia: el Real Jardín Botánico y el Real
Gabinete de Historia Natural de Madrid.

Unos años antes, el Cronista del Consejo de Indias, Juan Bautista


Muñoz, encontró en la Biblioteca de los jesuitas expulsos del Colegio
Imperial de Madrid, cinco volúmenes manuscritos de la Historia Natu-
ral de Nueva España del Protomédico de Felipe II, Francisco Hernán-
dez, quien en 1570 había sido enviado a esos territorios de ultramar para
estudiar las plantas medicinales y todo lo referente a la Historia Natu-
ral. El resultado de esta primera expedición científica al Nuevo Mundo
fue la recolección de miles de plantas, animales y minerales, numero-
sos dibujos de las especies exóticas recogidas, gran cantidad de datos y
descripciones (más de 3000 de las plantas recolectadas, 500 de anima-
les y unos 35 minerales). La obra, que había desaparecido en 1761 en el
incendio de El Escorial, aunque incompleta, podría recuperarse para la
Ciencia y el Estado, aprobándose su publicación en 1784. El encargo
recayó en Casimiro Gómez Ortega, a quien había pasado la obra manus-
crita para su preparación y posterior edición.

Para realizar esta tarea, creyó que era necesario completarla con los
posibles manuscritos y dibujos que podían encontrarse en México, para
lo cual la propuesta de Martín de Sessé no podía ser más oportuna, puesto
que a los objetivos que éste señalaba en su correspondencia con el primer
catedrático del Real Jardín Botánico de Madrid, se podía muy bien sumar
la localización de este material de Francisco Hernández y a la vez pro-
fundizar más en el conocimiento del mundo natural novohispano. A lo
largo de ese mismo año de 1785 y en los primeros meses de 1786, Sessé
le exponía su plan inicial, ofreciéndose a viajar por el territorio novohis-
pano. El planteamiento coincidía plenamente con el de Gómez Ortega,
quien junto con el Intendente del Jardín madrileño, José Pérez Caballero,
y el 2º Catedrático de la misma institución, Antonio Palau, concedieron
a Sessé el título de Comisionado por la ciudad de México para que diese

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 35


noticias de las plantas y demás producciones vegetales de Nueva España
que por su interés mereciesen ser enviadas al Real Jardín Botánico.

Formación del grupo expedicionario


El proyecto fue aprobado por Carlos III, según consta en la Real
Orden de 27 de octubre de 1786. En ella se ordenaba establecer en Nueva
España el Jardín Botánico, la Cátedra de Botánica y la formación de una
Real Expedición que debía “formar los dibujos, recoger las produccio-
nes naturales e ilustrar y completar los manuscritos de Francisco Her-
nandez”, originándose por tanto como una ampliación de la que se había
realizado dos siglos antes. Casimiro Gómez Ortega seleccionó la planti-
lla de expedicionarios y determinó los aspectos financieros de la misma,
siguiendo las mismas directrices que la experiencia le había proporcio-
nado con los botánicos enviados al Perú y Chile.

El grupo expedicionario quedó conformado en marzo de 1787 de


la siguiente forma: Martín de Sessé, director de la Expedición y del
Jardín; Vicente Cervantes, Catedrático de Botánica; José Longinos Mar-
tínez, Naturalista; Juan del Castillo y Jaime Senseve como Botánicos,
extendiéndoseles los correspondientes títulos. El Rey se expresaba de la
siguiente manera:

“Por cuanto conviene a mi servicio, y al bien de mis Vasallos, que a


exemplo de lo que de mi Real Orden se está executando en los Rey-
nos del Perú, y Santa Fé, se examinen, dibujen y describan metódi-
camente las producciones naturales de mis fértiles Dominios de la
Nueva España, no solo con el objeto general, e importante de pro-
mover los progresos de las Ciencias Phisicas, desterrando las dudas,
y adulteraciones, que hay en la Medicina, Tintura, y otras Artes úti-
les, y aumentar el comercio, sino también con el especial de suplir,
ilustrar y perfeccionar con arreglo al estado actual de las mismas Cien-

36 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


cias Naturales, los escritos originales que dexó el Proto-Médico de
Felipe Segundo por fruto de la expedición de igual naturaleza, que
costeó aquel Monarca, y hasta ahora no ha producido las completas
utilidades, que debían esperarse de ella”.

Más adelante la misma Real Orden señalaba las condiciones que debe-
ría observar el Director del Jardín Botánico y de la Expedición, Martín de
Sessé, a las que se añadirían otras Instrucciones que debían regir la Empresa:
“Primera. Deberá ser su mansión en aquel Reyno con la expresada
comisión por espacio de seis años: Segunda: Gozará el sueldo de dos
mil pesos, moneda de Indias, en cada un año desde el dia que incor-
porándose los demás Socios de la expedición se dé principio a ella,
y se le satisfarán por cualquiera Caxas Reales de aquel Reyno, a que
se halle más próximo para las observaciones de su encargo. Tercera:
Durante sus viages por aquel Reyno para los expresados fines gozará
el sueldo doble para subvenir a los precisos gastos, que con este motivo
le ocurran. Quarta: Quando se verifique su regreso a España se le asis-
tirá por mi Real Hacienda con la mitad del sueldo que gozó en Nueva
España, interim se le de otro distinto, y formaliza y presenta su obra
completa que debe ser el fruto de su trabajo. Quinta: Que de cuenta
de mi Real Hacienda se le proberá de Libros e Instrumentos de su
profesión para el exercicio de ella”.

El proyecto de Sessé tuvo buena acogida entre las autoridades virrei-


nales y las capas dirigentes de la sociedad novohispana, aunque los pro-
blemas pronto empezaron a surgir entre el Director de la expedición y
algunos de los miembros más relevantes de las instituciones sanitarias.
Los inconvenientes debieron surgir desde el momento en que Sessé tomó
la iniciativa “de solicitar la visita de Medicina y Boticas de este Reyno
que hace muchos años no se ha hecho sino por comisión a un médico
de las ciudades mas populosas”, con la intención de ordenar e inspec-
cionar la sanidad del Virreinato. Desde ese momento, Sessé fue sumando

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 37


adversarios en el seno del Protomedicato y la Universidad, que dificul-
taron la buena marcha de la Expedición.

Desde su llegada a México y hasta que los documentos oficiales lle-


garan a esta ciudad, Sessé continuaba desempeñando su cometido como
Correspondiente del Jardín Botánico de Madrid en México y solucio-
nando los encargos que Gómez Ortega le indicaba. Le remitió los pro-
ductos naturales que en sus cortas excursiones él mismo recolectó, así
como los que sus colaboradores le proporcionaron, como es el caso de
las 33 muestras de plantas procedentes del real de minas de Sombrerete,
de la semillas de Bulpinos y del Zorrillo, que eran plantas medicinales
que por sus portentosos efectos podrían sustituir al mercurio en la cura-
ción del gálico (sífilis) y que había experimentado en el Hospital de San
Juan de Dios que tenía a su cargo, esperando perfeccionar sus ensayos
para popularizarlas como remedios médicos.

El Jardín Botánico de México y la cátedra de botánica


Martín Sessé quería construir el Jardín Botánico en los terrenos del
Colegio de San Pedro y San Pablo, pero las dificultades interpuestas por
la Junta Municipal del Colegio de San Gregorio y el compromiso ante-
rior con el Seminario de San Carlos de los Naturales, obligaron a bus-
car otro lugar. Sessé encontró un lugar adecuado para los fines perse-
guidos en el terreno conocido como “Potrero de Atlampa”, situado junto
al Paseo Bucareli, cercano al acueducto del Salto del Agua y al Real Hos-
pital de Indios. El cuidado práctico del jardín fue encomendado en 1790
al Jardinero Mayor Jacinto López, enviado desde la corte madrileña por
el ministro Porlier.

Además, Martín de Sessé y Vicente Cervantes iniciaron la búsqueda


de un lugar adecuado para comenzar las clases de botánica. Ignacio Cas-
tera, arquitecto mayor de la ciudad, les propuso la venta de una casa

38 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


situada en el Potrero de Atlampa por unos 35.000 pesos, aunque poco
después decidió cedérsela en préstamo hasta 1792. Esta casa disponía de
un pequeño jardín, en el que Cervantes, desde su llegada a México acon-
dicionó el terreno y realizó algunas plantaciones de especies vegetales
traídas de España por él mismo, así como de zonas próximas al Potrero.

Sessé y Cervantes, apoyados por Constanzó, sugirieron entonces el


traslado desde los pantanosos terrenos de Atlampa al bosque de Chapul-
tepec, el lugar donde los Gálvez habían proyectado la construcción de un
palacio residencial, ya que los diferentes niveles del cerro, donde se loca-
lizaba el lugar elegido, permitían un cultivo muy variado de diferentes
especies vegetales; las plantas según su naturaleza y hábito podrían desa-
rrollarse bien: en las faldas del cerro, orientadas al sur y oeste, se pondrían
las de clima caliente; en las que miraban al norte y este, las de climas fríos;
y en el pie del cerro, las que nacían en sitios bajos y húmedos.

El virrey Revillagigedo estudió este proyecto y finalmente decidió


ofrecer a los botánicos el pequeño jardín del Palacio Real para que cul-
tivasen las especies necesarias para la enseñanza, mientras que las vivien-
das de los profesores quedaban en las casas contiguas al propio Palacio.
Así, el jardín de Chapultepec se destinaba a la creación de un parque
público en el que los botánicos podrían aclimatar diferentes especies
americanas y llevar de tarde en tarde a sus alumnos.

Desde entonces el Jardín Botánico y la Cátedra quedaron estableci-


dos en el Palacio virreinal del Zócalo, en pleno centro de la ciudad y con-
tiguo al lugar donde en tiempos pasados se encontraba el gran templo
de los aztecas, donde permaneció hasta 1820. El Jardín fue inaugurado
solemnemente en un acto público el 1 de mayo de 1788, en la Univer-
sidad mexicana, con asistencia de las personalidades más relevantes de
la ciudad. Dio comienzo con un discurso inaugural a cargo de Sessé en
el que alababa a la Corona por esta fundación, esbozaba los progresos de
la botánica, explicaba la “Utilidad a la Religión, a la Humanidad y al

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 39


Estado”, fijando especialmente su atención en las aplicaciones a la medi-
cina y a la agricultura, y finalmente intentaba atraer a los jóvenes al estu-
dio de la botánica a través del sistema de Linneo.

Al día siguiente se abrió el Curso de Botánica, con una introducción


a cargo de Cervantes sobre los principales sistemas botánicos que ha
tenido esta ciencia, resaltando finalmente las ventajas y progresos que ha
tenido ésta con el establecido por Linneo. También se leyeron el Regla-
mento y el Plan de Enseñanza del Jardín, para que los discípulos se esti-
mularan con los privilegios concedidos por el Rey. Cervantes empleaba
más de dos meses con los alumnos en el ejercicio práctico de las “des-
cripciones botánicas” según los Aforismos de Linneo, pues al parecer
éstas resultaban de difícil comprensión, sobre todo a médicos, farma-
céuticos y cirujanos, alumnos mayoritarios en sus clases, formados según
los preceptos tradicionales. Para el público conocimiento de las activi-
dades del Jardín se utilizaron los mismos procedimientos que en la metró-
poli: los discursos inaugurales y los ejercicios literarios con “actuantes”
al final del curso, en los que, en general, se hacía una apología de la botá-
nica, y se realizaba la determinación práctica de alguna planta, de la que
se señalaban sus virtudes y usos.

La apertura de la cátedra de botánica generó un clima de inquietud


intelectual sin precedentes, que tuvo su culminación en la gran contro-
versia científica e ideológico-política entre los intelectuales criollos y los
peninsulares. Es de destacar en este sentido la establecida entre el sabio
polígrafo mexicano José Antonio Alzate y el recién incorporado catedrático
Cervantes en torno a los “sistemas nomenclaturales científicos”.

Durante el segundo curso, en 1789, destacaron dos alumnos que


luego tuvieron un importante papel como miembros de la expedición a
Nueva España: José Mariano Mociño y José Maldonado. La trascen-
dencia científica y profesional que tuvieron los cursos de botánica en
México puede apreciarse por los numerosos profesores de Medicina,

40 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


Cirugía y Farmacia que sostuvieron actos públicos de Botánica en la Uni-
versidad y por los que asistieron a los cursos, entre los que sobresalen por
su categoría científica algunos de los que tanto han significado para la
ciencia novohispana, como Luis Montaña, Daniel O’Sullivan, Ignacio
Pérez de León, Dionisio Larreategui, Andrés del Rio, Miguel Costanzó,
José Joaquín Altamirano, etc…

En 1803, con la vuelta de los expedicionarios a España, Cervantes


permaneció en México, como catedrático y luego como director del Real
Jardín Botánico, hasta la Independencia en 1820. Consumada ésta, con-
tinuó trabajando hasta su muerte en 1829, siendo considerado por el
nuevo régimen como un benefactor y admirado por su intensa labor
científica y profesional.

Los expedicionarios, a veces juntos y otras divididos en grupos, reco-


rrieron extensas regiones naturales de Nueva España en distintos viajes
y comisiones, desde Vancouver en Canadá, hasta el estrecho del Darién
en Panamá; desde el Pacífico hasta las islas de Cuba y Puerto Rico. Her-
borizaron y recolectaron las producciones naturales de los tres reinos de
la naturaleza para mandarlos a la capital mexicana, donde eran clasifi-
cados y estudiados, para ser posteriormente enviados al Gabinete de His-
toria Natural y Jardín Botánico de Madrid.

Las primeras actividades de campo tenían por objeto conocer el fun-


cionamiento del equipo humano en las tareas exploratorias, así como la
recolección de materiales botánicos y zoológicos de las zonas periféri-
cas de la ciudad de México.

Las tres primeras campañas naturalistas


A mediados de 1788, José Longinos Martínez se unió a Sessé y a Jaime
Senseve, en estas tareas y los tres expedicionarios realizaron la “primera

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 41


campaña general”, instalándose el día 12 en el poblado de San Ángel,
para explorar las inmediaciones de la capital y los montes circunvecinos,
donde la mayor parte de las plantas observadas no resultaron novedosas.
Desde San Ángel, Sessé regresaba cada tres o cuatro días a la capital para
resolver los trámites oficiales encaminados a obtener subvenciones y
apoyo económico. Se alejaron 18 leguas del Valle de México hacia zonas
subtropicales, estableciendo su base de operaciones en San Agustín de
las Cuevas durante los meses de julio, agosto y septiembre y desde esta
última localidad, a lo largo de noviembre recorrieron Yecapixtla, Xochi-
tlán y el valle de Cuautla del actual estado de Morelos.

Coincidiendo con la finalización del primer curso de botánica, regre-


saron en dos grupos para asistir al acto público que iba a tener lugar en
la capital. Uno de ellos, formado por Longinos y Echeverría lo hizo a
través de Mexicalcingo, desde donde partió hacia Tierra Fría y Toluca.
Allí se encontró el famoso árbol de las manitas –Chiratodendron penta-
dactylon– que se trató de reproducir por estacas y ácodos, tarea que siem-
pre resultó infructuosa. Llegaron a México el 7 de diciembre, mientras
Sessé, con el otro grupo, lo hizo por la misma ruta que había emple-
ado antes, llegando a la capital el 30 de noviembre.

En estos últimos recorridos no obtuvieron grandes resultados en


cuanto a la obtención de especímenes, debido a la mala época del año
en que se desarrollaron y también por las grandes dificultades que pre-
sentaba el escarpado terreno. A pesar de todo, en esta campaña se reco-
lectaron entre 550 y 600 especies de plantas, principalmente de las mon-
tañas, de las que más de 66 eran nuevas o desconocidas. A partir de ese
momento se incorporaron a la Expedición, Castillo, que acababa de lle-
gar de Puerto Rico, el 17 de julio de 1788 sumándose a las tareas expe-
dicionarias un mes después, así como los dos dibujantes, Vicente de la
Cerda y Atanasio Echeverría, considerado este último por Humboldt
como uno de los mejores dibujantes botánicos de su época, por lo que

42 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


todo estaba dispuesto para emprender la segunda excursión hasta la costa
del Pacífico.

Esta segunda campaña comenzó en marzo de 1789, trasladándose a


Cuernavaca donde llegaron el 19 de ese mismo mes y en la que estable-
cieron su base de operaciones. En esta localidad el naturalista Longinos
se dirigió a José Clavijo y Fajardo, Vicedirector del Real Gabinete de His-
toria Natural de Madrid, dándole noticia de la remesa que hizo en el mes
de febrero de un cajón de aves de las inmediaciones de la ciudad de México.
Le adjuntaba también una lista con las 35 aves y 3 mamíferos y le comen-
taba que en el tiempo que llevaba en México había reconocido y arre-
glado metódicamente muchas colecciones de minerales.

Desde Cuernavaca se trasladaron hacia Tepeltapa, Huahuestla, Xona-


catla, atravesando el río Balsas hasta Tixtla, Acahuitzotla y Chilpancingo,
pasando por el conocido Cañón del Zopilote, hasta llegar a la sierra de
Igualatlaco y Mazatlán. En agosto del mismo año, el grupo se encon-
traba en Chilapa (prácticamente sin salir del estado de Guerrero) y
más adelante se encaminaron hacía Ocotito y Xaltianguis en dirección
a Acapulco, de donde regresaron a la capital mexicana el 28 de diciem-
bre de 1789. En esta segunda campaña, en la que hay que destacar la
labor científica de Juan del Castillo en la ruta de Acapulco, los expedi-
cionarios lograron reunir 372 especies en el herbario, de las cuales 106
eran nuevas, y los pintores llegaron a dibujar 180 láminas botánicas.

La tercera etapa de su recorrido por México, la más ambiciosa de


las efectuadas hasta el momento, partió de la capital mexicana con rumbo
hacia el norte, a las regiones de Michoacán y Sonora, tocando las cos-
tas del Pacífico al sur o suroeste de Colima. Participaron Sessé, Castillo,
los dos dibujantes y los recién incorporados Mociño y Maldonado, sin
la concurrencia de Longinos y Senseve. Estos últimos permanecieron en
la capital mexicana debido a que el primero estaba en desacuerdo con
las directrices que marcaba el director de la expedición y se dedicó a orga-

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 43


nizar un Gabinete de Historia Natural, mientras que Senseve quedó bajo
la dirección de Cervantes para dedicarse a la disección de animales.

La incorporación de Mociño y Maldonado se produjo por inicia-


tiva de Sessé, ante la necesidad de cubrir la plaza que obligadamente tenía
que abandonar Senseve. Desde ese momento, Mociño y Maldonado fue-
ron incorporados como miembros de la Expedición Botánica, con las
consiguientes ventajas derivadas de las mayores posibilidades que per-
mitieron la división del grupo expedicionario por varios rumbos. La ter-
cera campaña se inició el 17 de mayo de 1790, fecha en la que los expe-
dicionarios salieron de la capital de México hacia Tlasnepantla y San
Juan del Río. A continuación inspeccionaron las ciudades mineras de
Querétaro, San Miguel Allende y Guanajuato, para adentrarse en direc-
ción sur hasta la capital michoacana de Valladolid, la actual Morelia,
donde establecieron su centro de operaciones, tras bordear la parte nor-
occidental del lago de Cuitzeo.

Desde la misma capital michoacana planificaron su segundo reco-


rrido hacia el sur para visitar la región del lago de Pátzcuaro y conti-
nuar hacia la llamada Tierra Caliente. Reconocieron las aguas terma-
les de Cointzio acompañados por el Intendente Riaño y el alférez real
José Bernardo Foncerrada. Posteriormente, el grupo de científicos y sus
acompañantes se encaminaron hacia las zonas próximas al volcán del
Jorullo. A mediados de septiembre los expedicionarios se dirigieron
en dirección oeste hacia Tingambato y Uruapan, en cuyos alrededores
recogieron 13 especies nuevas, una en Tingambato y las restantes en
Uruapan. En esta última ciudad antes de la salida hacia la Tierra Caliente
del oeste michoacano, los expedicionarios recorrieron el valle del río
Cupatizio, al sur de la ciudad, para contemplar y disfrutar de la belleza
natural de la catarata de Zararacua. Posteriormente se encaminaron
hacia Parácuaro y Apatzingán, donde recolectaron una gran cantidad
de especies vegetales.

44 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


En dirección hacia la costa del Pacífico vía San Juan de los Plátanos,
Santa Ana Amatlán y Tomatlán llegaron en diciembre a Tepalcatepec y
desde aquí entraron en la provincia de Jalisco, a través de las difíciles mon-
tañas que delimitan el territorio por el valle del río Ahuijullo hasta Coa-
huayana, localidad costera y centro poblacional de gran importancia en
la zona meridional de Michoacán y adyacente con el actual Estado de
Colima. En febrero de 1791 se encontraban en Colima, desde donde se
dirigieron en dirección norte hasta Zapotlán, ya en Jalisco, para enca-
minarse más tarde a Sayula y Guadalajara, en donde permanecieron por
espacio de cuatro meses, clasificando todo el material recogido y plani-
ficando la continuación de su itinerario. Uno de los vegetales más apre-
ciados recogidos en este viaje por las costas del Pacífico fueron las nueces
moscadas que Cervantes con tanto interés les había sugerido que le envia-
ran para cultivarlas en el jardín mexicano y para enviarlas al de Madrid.

Desde Guadalajara fue remitido el herbario completo de esta excur-


sión, que constaba de 172 especies, de las que más de 53 eran nuevas y
que sumadas con las especies contenidas en los dos herbarios corres-
pondientes a las dos campañas anteriores, arrojan una cifra de más de
1.000 especies recolectadas, de las que aproximadamente la cuarta parte
eran nuevas. Fueron dibujadas 100 nuevas plantas, pero el aporte fun-
damental en cuanto a los resultados de esta 3ª excursión fue la recopila-
ción, ordenación y redacción de datos botánicos que los expedicionarios
realizaron durante su permanencia en Guadalajara, como resumen de
los tres años anteriores de viajes, más los de ese mismo año, que se plasmó
en el manuscrito denominado Plantas de Nueva España. Asimismo, en
el terreno de la zoología, es muy probable que una gran parte del manus-
crito referente a la ornitología mexicana se elaborase en esa misma loca-
lidad y en esta misma fecha.

En esta zona del centro-occidente de México, el grupo de naturalis-


tas se dividió en dos secciones: Mociño, Castillo y Echeverría se enca-

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 45


minaron al norte por la falda de la Sierra Madre, cruzándola por el Puerto
de las Canelas en dirección a Los Álamos, donde el grupo se encontraba
en octubre. Seguidamente, se adentraron en la sierra de los Tarahuma-
ras (Chihuahua), donde Castillo enfermó gravemente, y a continuación
en la de los Tepehuanes en Durango, localidad que visitaron en enero
de 1792, hasta alcanzar Aguascalientes, lugar de encuentro con el otro
grupo expedicionario. Éste, formado por Sessé, De la Cerda y Maldo-
nado, recorrió las provincias de Sinaloa y Ostumuri, así como las misio-
nes del río Yaqui, tras lo cual regresaron a Aguascalientes pasando con
rumbo norte por Ahuacatlán, Tequepexpan, Santa María del Oro y Tepic
en Nayarit, donde se encontraban el 12 de agosto de 1791.

Longinos y Senseve emprendieron su viaje el 20 de enero de 1791,


saliendo de la ciudad de México para explorar la Alta y Baja Califor-
nia. Sus planes consistían en embarcarse en el puerto de San Blas para
El Loreto y recorrer la península de California, donde pensaban per-
manecer algún tiempo para reconocer sus minas y costas hasta donde le
fuera posible para después atravesar el golfo y regresar a las costas de
Sonora y Sinaloa y de aquí a la capital de México. El resultado de más
de tres años de exploraciones y actividades naturalistas fue el haber reco-
rrido 2000 leguas, embarcándose 5 veces por el golfo de California, rea-
lizando numerosos estudios y recolecciones de materiales zoológicos,
botánicos y mineralógicos.

En cuanto a la expedición principal, las dos secciones del grupo expe-


dicionario se reunieron en Aguascalientes como estaba previsto, y en esta
localidad Sessé recibió la orden del virrey Revillagigedo, con fecha 21 de
diciembre de 1791, para que una comisión de naturalistas se incorporara
a la Expedición de Límites que se dirigía a la Isla de Nutka, bajo el mando
del navegante Juan Francisco de la Bodega y Quadra, comandante del
Departamento de San Blas. Los naturalistas elegidos para la misión fue-
ron Mociño, Maldonado y el dibujante Echeverría, que fueron llegando

46 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


por separado a San Blas procedentes de las distintas localidades donde se
encontraban en esas fechas. La llegada a la pintoresca isla de Nutka des-
pués de una travesía sin percances, se produjo el 29 de abril de 1792. Fue-
ron recibidos cordialmente por los nativos encabezados por su jefe Macuina,
como expresa el propio Mociño en su obra “Noticias de Nutka”, que fue
redactada por el naturalista a su regreso en la capital mexicana y que con
su relevante información y vivo estilo literario, permite conocer los por-
menores de la estancia y actividades de los expedicionarios.

Mientras tanto, Sessé y los compañeros que formaban su grupo, Cas-


tillo y De la Cerda, emprendieron su regreso desde Aguascalientes a la capi-
tal mexicana, en la que permanecieron más de un año, desde principios
de 1792 hasta mediados de 1793. Sessé se incorporó de nuevo a sus tareas
en la dirección del Jardín Botánico y se dedicó a resolver los problemas
surgidos con el Protomedicato y la Universidad, en relación a la suspen-
sión de los actos públicos de botánica de los dos años anteriores.

La exploración del sureste de México


La nueva fase de la Expedición por territorio mexicano estaba pla-
nificada a principios de 1793, para recorrer los grandes territorios del
este y del sur, que lindaban con el Golfo de México. La expedición, nue-
vamente, quedó dividida en dos grupos: Mociño, junto con Castillo y
De la Cerda recorrerían la Mixteca, costas de Tabasco y de Tehuantepec;
mientras Sessé, del Villar y Echeverría se dirigirían hacia la Huasteca.
Mociño y de la Cerda emprendieron su marcha desde la ciudad de
México, el 20 de abril de 1793, hacia la sierra de Papalotipac y la Mix-
teca, por donde anduvieron más de dos meses y medio, sin que pudiera
acompañarles Juan del Castillo, puesto que dos días antes de la salida
había sufrido un agravamiento de la enfermedad contraída en la región
Tarahumara. A continuación los dos expedicionarios llegaron a Córdoba,
donde se unieron al otro grupo, que al mando de Sessé había llegado a

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 47


esta ciudad veracruzana después de haber recorrido Jalapa, Huatusco y
Puebla de Perote. Reunido todo el grupo expedicionario en Córdoba en
el mes de julio, decidieron alterar los planes, dirigiéndose todos juntos
hacia la región costera de Veracruz.

La llegada de los expedicionarios a estas regiones del golfo de México


coincidió con las erupciones del volcán de San Martín, situado en las
cercanías de San Andrés de Tuxtla, que llevaba en actividad desde pri-
meros de marzo de 1793. Las trágicas noticias llegaron a la capital mexi-
cana y para remediar esta serie de calamidades el virrey Revillagigedo
ordenó que se formase una comisión de investigación, que estudiase los
orígenes y las consecuencias que este fenómeno provocó. Sessé encargó
a Mociño, junto a Julián del Villar y Atanasio Echeverría observar y des-
cribir los fenómenos telúricos que en la cumbre se estaban produciendo,
así como de recoger materiales volcánicos. El resultado de esta investi-
gación lo expuso en sendos informes que proporcionó a las autorida-
des locales y el que dirigió al virrey, conocido como “Descripción del
volcán de Tuxtla”.

La Real Expedición Botánica en la periferia del Virreinato


En el mes de junio de 1794 finalizaban los seis años de la Expedición
Botánica de Nueva España, de acuerdo con lo prefijado en las Instruc-
ciones, habiendo recorrido más de tres mil leguas, pero por diversas cau-
sas, aún no se había podido llevar a cabo el reconocimiento previsto de
los territorios de la franja sur del Virreinato –la raya de Guatemala– de
sumo interés para sus investigaciones. Las continuas peticiones que se
hicieron desde México a Madrid dio como resultado la prórroga de la
Expedición Botánica a Nueva España, para recorrer en el término de dos
años el Reino de Guatemala y las Islas de Barlovento. Estas últimas eran
igualmente ricas en bálsamos y otros productos naturales de mucho inte-
rés para el comercio y la medicina, por lo que su exploración y estudio

48 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


resultaba igualmente muy conveniente. A tal fin se formaron dos gru-
pos expedicionarios: al Reino de Guatemala irían Mociño, Longinos y
De la Cerda, en tanto que a las Islas de Cuba, Santo Domingo y Puerto
Rico lo harían Sessé, Senseve y Echeverría.

El 22 de abril salieron de la capital mexicana camino de Puebla donde


estaban dos días después; de allí partieron hacia el puerto de Veracruz
donde embarcaron, el 5 de Mayo de 1795, en la fragata Santa Águeda
con destino a La Habana donde llegaron el 30 de mayo. Martín de Sessé
estableció contacto con la Sociedad Patriótica y el Real Consulado de La
Habana, que propiciaron la formación como botánico del médico haba-
nero José Estévez y Cantal. Asimismo, Sessé hizo los primeros planes
para el establecimiento de un Jardín Botánico en La Habana.

El 4 de marzo de 1796 partieron Sessé y Estévez, junto a Senseve y


el pintor Echeverría, a bordo de la fragata Gloria, rumbo a Puerto Rico,
donde describieron más de trescientas especies vegetales, muchas de ellas
desconocidas para la ciencia, como resultado de una exploración alre-
dedor de casi toda la Isla, que se prolongó hasta el 12 de mayo de 1797,
como resultado del bloqueo inglés al puerto de San Juan, que inmovi-
lizó a los expedicionarios. En junio, ya en La Habana, Sessé pudo conec-
tar sus actividades con las de la Comisión Real de Guantánamo, que diri-
gía el conde de Mopox, para hacer una exploración del occidente cubano
antes de su vuelta definitiva a México en 1798.

En relación a la prórroga de dos años para explorar los nuevos terri-


torios centroamericanos y pese a la inicial oposición de uno de los miem-
bros elegidos para la misma, José Longinos Martínez, los otros dos natu-
ralistas, Mociño y de la Cerda, junto a Julián del Villar, partieron hacia
el sureste de México y Centroamérica. Cuando el grupo de Mociño llegó
a la capital guatemalteca, Longinos ya llevaba en esta ciudad más de 5
meses y se encontraba trabajando en la formación de su nuevo Gabinete
de Historia Natural, que estaba a punto de inaugurarse. Su viaje, que

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 49


duró aproximadamente un año, se inició unos días después de que el
grupo de Mociño abandonara la capital mexicana. Desde la llegada de
los dos grupos de naturalistas a la capital guatemalteca, éstos se mantu-
vieron ocupados los meses restantes de ese año de 1796 en las tareas que
Longinos había considerado prioritarias desde el inicio de la Expedición
Botánica y que no fueron otras que la de dedicar sus esfuerzos a la ins-
talación de un nuevo Gabinete de Historia Natural, como ya había hecho
en la capital del Virreinato.

La Sociedad Económica de Amigos del País de Guatemala prestó todo


su apoyo a Longinos para llevar a buen fin su proyecto de museo de cien-
cias naturales. En toda la estancia centroamericana la colaboración y el
entusiasmo por los trabajos científicos de la Real Expedición marcaron
el inicio del despegue renovador en el ámbito de la ciencia y la técnica
en el Reino.

La apertura del Gabinete de Historia Natural fue una fiesta, una cere-
monia científica y un hecho cultural de trascendencia histórica para Cen-
troamérica. El día 9 de diciembre de 1796, a las cuatro de la tarde se
inauguró el primer Gabinete de Historia Natural de Guatemala. Los
alumnos que se formaron en el Gabinete, entre los que destacaron Pas-
casio Ortiz de Letona y Mariano A. Larrave, también consiguieron apren-
der el número de plantas tintóreas que conoció Linneo, especificando
qué parte de la planta era la útil y qué preparación necesitaba para el uso
de los tintes. En el campo de la zoología, aprendieron algunas nocio-
nes prácticas en la disección y embalsamado de animales. Mociño y de
la Cerda, a principios de 1797, salieron de Nueva Guatemala y empren-
dieron sus exploraciones por gran parte de Centroamérica. Iniciaron
su recorrido por la región suroccidental de la Capitanía General, en una
trayectoria ceñida en todo momento a la fachada sur de la costa del Pací-
fico, que probablemente era la alternativa más favorable que se les ocu-
rrió por ser esta franja de territorio la más habitada, y que presentaba

50 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


menos riesgos para su aventurada expedición. El camino de herradura
partía de la capital de Guatemala dirigiéndose hacia Nicaragua, a tra-
vés de los pueblos de Petapa, Xalpatlauac, Atiquizaya, Sonsonate, San
Salvador y San Miguel. Proseguía por los pueblos de Nacaome y Cho-
luteca y se adentraba en la circunscripción nicaragüense atravesando
las localidades de Zomoto, El Viejo, León, Managua, Masaya, Granada,
San Juan del Sur y Nicoya.

A lo largo del trayecto, el trabajo de campo fue exhaustivo, las her-


borizaciones, recogida de datos y dibujos de las distintas especies, fue-
ron constantes por todas las localidades por donde pasaron, pero no sólo
Mociño y de la Cerda se dedicaron a las actividades naturalistas funda-
mentales de su comisión, sino que en cada lugar que visitaron procura-
ron analizar los asuntos de interés científico que llamaban su atención,
realizando experimentos y colaborando con las autoridades locales.
Mociño, tras sus recorridos por las regiones productoras de añil en este
Reino, hizo observaciones y numerosos ensayos y experimentos que
plasmó en una “Memoria” sobre esta planta utilitaria, que fue publicada
por la Real Sociedad Económica de Guatemala. Además realizó el reco-
nocimiento del mineral de azogue en la localidad de Ocozocoautla, en
la Intendencia de Chiapas. En la capital de dicha Intendencia combatió
la epidemia de “vitíligo”, denominada lepra de Chiapas, por iniciativa
del obispo de Ciudad Real, con su habilidad y generosidad, aportando
los medicamentos precisos, con lo que consiguió la curación de muchos
de los afectados.

El regreso de los expedicionarios, la medicina mexicana y los


intentos de publicación
En 1799 todo el grupo expedicionario se encontraba en la ciudad de
México, excepto los dos miembros más desafortunados que habían falle-
cido a consecuencia de las enfermedades contraídas en las exploraciones

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 51


por las intrincadas e insalubres regiones de Nueva España, Longinos y
Castillo, y el pintor Atanasio Echeverría que se había quedado en Cuba
agregado a la expedición del Conde de Mopox, que ya estaba dispuesta
para su regreso a España. El resto de los naturalistas y sus colaboradores
se dedicaron a partir de esta fecha a preparar el retorno a la Península.
Mientras tanto, se ocuparon de la preparación de los materiales (la orga-
nización de los manuscritos de la futura Flora Mexicana, complemen-
tada con su correspondiente iconografía, herbarios, ejemplares zooló-
gicos, etc.) que deberían llevar consigo, tras muchos años de explora-
ciones y estudios por tierras novohispanas, además de realizar los dupli-
cados que habrían de quedarse en México, para que sirvieran a las cla-
ses de botánica que Cervantes continuaba impartiendo en una de las
salas del palacio virreinal.

Además, Sessé propuso la creación de las denominadas Salas de Obser-


vación en los hospitales generales de San Andrés y Real de Naturales
de la capital mexicana. En ellas se analizaron las virtudes terapéuticas de
las plantas medicinales indígenas basándose en la observación y experi-
mentación clínica de los efectos curativos que ejercían sobre los enfer-
mos, con vistas a su aplicación a la medicina, a la farmacopea y a la forma-
ción de una flora médica indígena de Nueva España. Como se indicó al
comienzo, la expedición contribuyó parcialmente a la modernización de
la medicina novohispana, aún apegada a los usos tradicionales. En el
campo universitario, hay que recordar que las cátedras entre 1775 y 1833
en la Universidad eran Prima de Medicina, Vísperas de Medicina, Método
Medendi, Anatomía y Cirugía y Astrología y Matemáticas, en tanto que
en el Colegio de Cirugía se enseñaba Anatomía, Operaciones teóricas
y prácticas y Fisiología. A estas enseñanzas sanitarias habría que añadir
más tarde la propia cátedra de Botánica en 1788 y en 1804 la cátedra de
Medicina práctica en el Hospital de San Andrés, impartida por Luis José
Montaña. La vía de la modernización había comenzado un tiempo antes,
ya que poco después de establecido en Cádiz el Colegio de Cirugía, se

52 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


abrió una institución similar en la Ciudad de México, en el Hospital
Real de Naturales (1768), para impartir la cátedra de anatomía práctica.
El doctor Manuel Moreno fue su primer director. Los cursos se inau-
guraron en 1770 con demostraciones anatómicas realizadas por Andrés
Montaner y Virgili, sobrino de Pedro Virgili, catedrático de anatomía,
ayudante de cirujano mayor de la Real Armada y maestro honorario del
Real Colegio de Cirugía de Barcelona. Desde 1803 hasta su disolución
en 1822 dirigió el Colegio el malagueño Antonio Serrano, quien ade-
más ocupaba plaza de cirujano en los Hospitales Reales de Naturales y
San Andrés, puestos desde los que luchó por modernizar la medicina
frente al Protomedicato.

A finales de 1803, después de 16 años de Expedición por la Nueva


España, Sessé y Mociño –ya en Madrid– reanudaron sus actividades e
iniciaron el rescate y ordenamiento de todos los materiales que habían
ido remitiendo al Real Jardín Botánico durante sus exploraciones, así
como de los demás materiales que ellos mismos habían traído a la Penín-
sula, intentando reunir en un solo contingente todos los dibujos, manus-
critos y especímenes de herbario. Estos, debidamente estudiados y orde-
nados, serían utilizados para la publicación de la Flora Mexicana, pero
el convulsionado panorama político español desde principios del siglo
XIX contribuyó a que este legado científico no fuera aprovechado en su
momento y que sufriera multitud de avatares, pérdidas, ventas, etc.., sin
obtener la rentabilidad científica que tanto podría haber significado para
la ciencia española.

En fin, la obra no se pudo acabar, Sessé falleció en 1808 y Mociño se


encargó a partir de entonces de todo lo referente a la Expedición, de
ordenar y clasificar todos los materiales e intentar concluir un Prodro-
mus de la Flora de México. Más adelante por los avatares sufridos por el
botánico mexicano, este cometido quedó sin efecto aunque su persis-
tencia le hizo concebir la esperanza, a su regreso del exilio, de plantear

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 53


nuevamente esta posibilidad, lo que no pudo ni siquiera intentarse pues
el botánico murió al poco tiempo de regresar a Barcelona.

La dispersión sufrida por los materiales desde el exilio del botánico


mexicano en Montpellier en 1814, hasta la muy reciente pérdida para
el patrimonio científico español de la mayor parte de la Iconografía en
1981, no impidió que los resultados de la Expedición se dieran a cono-
cer a lo largo de este dilatado período, aunque parcialmente. En varios
países, incluido España, diversas publicaciones se encargaron de su difu-
sión, pero el ir apareciendo incompletos y diseminados en periódicos,
revistas, monografías, repertorios botánicos y formando parte de grandes
tratados les ha restado la brillantez y el valor que sin duda hubieran tenido
si su estudio y edición como obra de conjunto se hubiera realizado justo
en el tiempo en que la comunidad botánica internacional los demandaba.

Aparte de los trabajos publicados por los propios protagonistas de


la Expedición Botánica en Nueva España, la mayor parte de las des-
cripciones de las especies de la flora novohispana, propiamente dichas,
salvo claro está la gran mayoría de las que integran la Flora de Guate-
mala, fueron apareciendo sucesivamente en otros trabajos impresos a lo
largo de los siglos XIX y XX.

Ahora bien, los mayores frutos de la Expedición Botánica a Nueva


España se plasmaron en la compilación de miles de descripciones y datos
botánicos de la flora novohispana, que consiguieron finalmente apare-
cer como las dos obras póstumas de Sessé y Mociño: Plantae Novae His-
paniae y Flora Mexicana. Las “Plantas de Nueva España” y la “Flora Mexi-
cana” aparecieron por entregas, entre 1887 y 1891 la primera y desde
esta última fecha hasta 1897 la segunda, como apéndice de la revista La
Naturaleza, periódico de la Sociedad Mexicana de Historia Natural. La
segunda edición de ambas fue realizada por la Secretaría de Fomento del
gobierno mexicano en 1893 y 1894, con motivo de la Exposición Inter-
nacional de Chicago celebrada en el primero de esos años.

54 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


La tercera gran contribución de la Expedición Botánica de Nueva
España al frustrado proyecto ilustrado de elaboración de las “Floras Ame-
ricanas”, fue la aportada por el botánico de la Comisión de Centroa-
mérica, José Mariano Mociño. Este, como resultado de sus herboriza-
ciones, confeccionó la Flora de Guatemala. La última gran contribución
de la Real Expedición Botánica a Nueva España, la Ornitología de Nueva
España, que ha sido recientemente descubierta, todavía se conserva inédita
y está actualmente en estudio, siendo probablemente la contribución
zoológica más relevante de la expedición.

Algunos apuntes sobre la minería mexicana


Es de sobra conocida la importancia de la minería mexicana, espe-
cialmente la de la plata, para las arcas de la corona española a lo largo
de toda la época virreinal, aunque lo es menos el proceso de trans-
formación que sufrió en el siglo XVIII como consecuencia de la aso-
ciación de los mineros relevantes, los cambios legales y la introduc-
ción de nuevas tecnologías en la minería de Nueva España. El primer
hito de algún alcance fue el escrito de Francisco Javier Gamboa, abo-
gado de la Real Cancillería de México y diputado del Consulado de
la Nueva España, que dio a conocer en Madrid, en 1761, sus Comen-
tarios a las Ordenanzas de minas dedicados al Católico Rey nuestro Señor,
Don Carlos III…, en tanto que el segundo vino de la mano de Juan
Lucas de Lassaga, Regidor de la Ciudad y Juez Contador de Menores
y Albaceazgos, y de Joaquín Velázquez de León, Abogado de la Real
Audiencia y antiguo catedrático de Matemáticas de la Universidad
mexicana. Se produjo en 1774 con la publicación en México, por
Felipe de Zúñiga y Ontiveros, de la Representación que a nombre de la
Minería de esta Nueva España hacen al Rey nuestro Señor los Apodera-
dos de ella.., con la que se proponía la reordenación del mundo minero
novohispano.

Botánica, medicina y minería en la Nueva España ilustrada 55


Pero el suceso fundamental para estos intentos de renovación legal y
técnica se produjo con la llegada en 1788 de Fausto de Elhuyar (1755-
1833), uno de los descubridores del wolframio junto a su hermano Juan
José, con técnicos alemanes, entre ellos Federico Sonneschmidt y Luis
Lindner, para renovar la minería mexicana, lo que termina de consolidarse
con la apertura en 1792 del Real Seminario de Minería en México, una
especie de Freiberg hispano, que probablemente fue una de las institucio-
nes de más prestigio en el mundo iberoamericano. Sólo hay que recordar
la participación en esta institución de Andrés Manuel del Río (1764-1849),
el descubridor del vanadio (eritronio) y autor de unos modernos Ele-
mentos de Orictognosia en 1795, así como la de Alexander von Humboldt,
también presente como profesor del Seminario durante su estancia en
Nueva España en 1803. Además fue suya la Introducción a la Pasigrafía
geológica que acompañó a la segunda edición en 1805 de la obra de su
colega Andrés Manuel del Río para uso de los alumnos del Colegio minero.

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58 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


II. Instituciones y fármacos
Las primeras plantas medicinales
americanas conocidas en Europa
María Luz López Terrada

Introducción
Como es bien sabido, la medicina académica que se practicaba en los
siglos XVI y XVII había nacido en el mundo mediterráneo, como resul-
tado del cruce y mestizaje entre las ricas tradiciones sanadoras de los pue-
blos que vivían en el sur de Europa, el norte de África y el Próximo
Oriente. Sin embargo hubo un momento en el que intervino el llamado
“mundo atlántico”. En esta nueva fase de su complejísima evolución,
la medicina occidental se transformó a partir de las interacciones de los
pueblos de Europa, Asia y América. Así, desde el siglo XVI, la consoli-
dación de las rutas marinas de larga distancia avivaron sucesivas oleadas
de hibridación cultural que tuvieron un significativo impacto en la prác-
tica médica.

Sanadores y pacientes viajaron a través de estas nuevas rutas inter-


cambiando remedios, textos médicos, nociones y conceptos sobre salud
y enfermedad, y drogas maravillosas. Estas personas fueron los princi-

Este trabajo ha sido realizado en el marco del Proyecto de investigación HAR2009–11030-C02-02 financiado
por el Ministerio de Ciencia e Innovación.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 61


pales agentes de las nuevas estrategias de recolección, organización y
ordenación de las ingentes cantidades de nueva información sobre el
cuerpo humano y el mundo natural. Porque, en los siglos XVI y XVII
la observación, descripción y acumulación de datos y la exhibición de
los objetos en jardines y gabinetes o colecciones de todo tipo (además
de las ilustraciones) fueron los medios por los cuales la naturaleza fue
catalogada, presentada al público y conocida cada vez más1.

Como se ha señalado recientemente, los europeos de esta época hicie-


ron de la conquista y conocimiento de la naturaleza un imperativo polí-
tico. Esto dio lugar a importantes innovaciones en diferentes disciplinas
en plena y profunda transformación, como era la historia natural o la
materia médica. Las plantas se consideraron de otra manera y se con-
virtieron poco a poco en objetos de estudio por sí mismas, y los estu-
diosos se fueron alejando de los acercamientos simbólicos y emblemáti-
cos. Así surgieron nuevos conceptos de la naturaleza que correspondían
a su vez a cambios materiales y políticos. También apareció un nuevo
discurso que dio lugar a un profundo cambio en las actitudes hacia el
mundo natural, en las relaciones entre los objetos naturales y artificiales
y en su representación artística, cambios que se produjeron a la vez
que un nuevo comercio mundial y un nuevo imperialismo. Todo ello
unido a lo que en los estudios históricos más clásicos se ha venido con-
siderando la gran renovación de la materia médica renacentista, a saber,
la confluencia del humanismo y su crítica textual de los clásicos, lo que
implicó un nuevo acercamiento a los textos biomédicos griegos y roma-
nos, con la inclusión de la botánica entre los estudios académicos, par-

1
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commerce, medicine, and science in the Dutch Golden Age. New Haven, Yale University Press, 82-132.

62 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


ticularmente los estudios médicos universitarios. A este respecto no hay
que olvidar que la gran mayoría de cultivadores de la botánica de este
periodo se habían formado en las Universidades como médicos2.

Por otro lado y, sin duda alguna, la Monarquía Hispánica era enton-
ces una potencia política y económica en expansión, con un enorme
ámbito geográfico para colonizar, por lo que resultaba imperativo cono-
cer las características de la naturaleza de los nuevos territorios para poder
dominarlos, controlarlos y explotarlos. Ello llevó, inevitablemente, a la
Monarquía Hispánica a adquirir una posición central en la circulación
del conocimiento científico, en especial en los aspectos más vinculados
a la conquista y explotación de los nuevos territorios americanos. Por eso
no puede extrañar que en el ámbito hispánico se originara la producción
más importante de textos conteniendo las primeras descripciones de la
naturaleza americana3.

Los estudios en relación con la materia médica europea y las recien-


tes posiciones con respecto a la expansión colonial hispana permiten
hablar de la decisiva influencia que tuvieron determinados textos y
personajes en la difusión en el mundo europeo de los conocimientos que
se tenían de las plantas –y consecuentemente de los medicamentos– de
un territorio de tal magnitud como América Central y del Sur. El Nuevo
Mundo, como lo muestra la gran cantidad de literatura de todo tipo
de género publicada por todo el Viejo Continente, estaba siendo asi-
milado al imaginario europeo. Sin embargo, por ley sólo tenían acceso

2
SCHIEBINGER, L.; SWAN, C. (eds.) (2005). Colonial Botany. Science, Commerce and Politics in Early Modern World.
Philadelphia, University of Pennsylvania Press; OGILVIE, B.W. (2006) y OGILVIE, B.W. (2003). “The Many
Books of Nature”: Renaissance Naturalists and Information Overload”, Journal of the History of Ideas, 2003, 29-
40, p. 33.
3
LÓPEZ PIÑERO, J.M. (1979). Ciencia y técnica en la sociedad española de los siglos XVI y XVII. Barcelona, Labor,
279-308; NAVARRO BROTONS, V.; EAMON, W. (eds.), Más allá de la Leyenda Negra. España y la Revolución Cien-
tífica. Beyond the Black Legend: Spain and the Scientific Revolution. Valencia, Instituto de Historia de la ciencia
y documentación López Piñero, 2007, especialmente “Iberian Science in an Imperial Setting,” 89-147.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 63


a la América colonizada los habitantes de Castilla. Aquí queremos recor-
dar que los castellanos (y otros pocos súbditos de la corona) fueron los
primeros que tuvieron acceso a América y, consecuentemente los pri-
meros europeos en nombrar, describir, catalogar y representar las pri-
meras noticias de plantas medicinales americanas.

La asimilación en Europa de las plantas americanas fue un complejo


proceso que condujo a profundos cambios en la sociedad y en la cultura
europea. Su introducción y uso dieron lugar a importantes cambios en
la alimentación y en los medicamentos hasta entonces utilizados por los
europeos, pero también en los jardines y en el paisaje, las drogas, las
maderas, los colorantes y otras muchas cosas de aplicación práctica. Por
ello, voy a limitarme a tratar de reconstruir como se inició el proceso de
conocimiento de las plantas medicinales americanas a partir de la lla-
mada “Crónica de Indias”, es decir, de las primeras noticias y descrip-
ciones de las mismas publicadas en Europa4.

Las fuentes: la Crónica de Indias


El descubrimiento, la conquista y la colonización de América por los
españoles dieron origen a un tipo de narración situada entre la crónica
medieval castellana y los textos historiográficos renacentistas, y bauti-
zada como “Crónica de Indias” casi desde su aparición. Se trata de un
género literario que, por su contenido, podríamos situar entre la geo-
grafía, la historia, el relato de viaje, la etnografía y la historia natural. Son
narraciones, realizadas desde la perspectiva de las dos primeras genera-
ciones de colonizadores europeos, así como de los procesos de domina-
4
Este tema ha sido ampliamente tratado en: PARDO TOMÁS, J.; LÓPEZ TERRADA, M.L. (1993). Las primeras noti-
cias sobre plantas americanas en las relaciones de viaje y crónicas de Indias, 1493-1553, Valencia, Instituto de Estu-
dios Documentales e Históricos sobre la Ciencia, y LÓPEZ PIÑERO J.M.; LÓPEZ TERRADA, M.L. (1997). La
influencia española en la introducción en Europa de las plantas americanas (1493-1623), Valencia, Instituto de
Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia.

64 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


ción cultural, religiosa y política que ellos mismos llevaron a cabo. Aun-
que, en este sentido genérico, se trata de obras similares, el grupo de tex-
tos es muy heterogéneo, tanto por su estructura interna, como por el
perfil de sus autores y los objetivos con que los redactaron. En todos los
casos, sin embargo, ofrecen en conjunto de información muy variado
sobre la naturaleza americana durante el primer período de contacto
europeo con el Nuevo Mundo. Hay que tener presente que la mayor
parte de los cronistas cuyas obras vamos a mencionar se sirvieron de la
cosmografía de la Antigüedad, aunque al mismo tiempo la estuvieran
refutando, para obtener una mejor comprensión del Nuevo Mundo que
estaban describiendo, utilizando textos clásicos para encontrar referen-
tes directos que explicaran el Descubrimiento, así como apoyándose
en el criterio de auctoritas no sólo de los clásicos grecolatinos, sino tam-
bién de las Escrituras y de la Patrística5. Dado el tema que nos ocupa,
hay que señalar que en toda Crónica de Indias el interés por la natura-
leza exótica y su descripción es sólo un elemento más. Así, la imagen de
América y la concepción de la naturaleza del Nuevo Mundo que va a
transmitir la Crónica de Indias dependió, en gran medida (y entre otras
cosas), de la interpretación que hicieron los cronistas de los textos clá-
sicos y su adaptación para la descripción de la naturaleza que estaban
realizando. Como señaló hace ya más de cincuenta años Edmundo O’Gor-
man, América “antes de ser una realidad fue una prefiguración fabu-
losa de la cultura Europea6”.

Los textos de la Crónica de Indias que voy a utilizar no han sido ele-
gidos aleatoriamente, sino que reúnen unas características específicas.
En primer lugar, son impresos, lo que supone, en principio, que tuvie-
ron una difusión y un número de lectores potencialmente mayor que

5
BERCHANSKI, J.C.; OLIVER, J.L.; PIUZZI, O.J. “Algunas concepciones de la Historia vigentes en la Historiogra-
fía Indiana del siglo XVI”, Parte II. En: http://es.shvoong.com/humanities/h_history/1708333-algunas-con-
cepciones-la-historia-vigentes/
6
O’GORMAN, E. (1958). La invención de América. México, FCE.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 65


si hubieran permanecido manuscritas. En segundo, pertenecen a la
primera fase del conocimiento europeo del territorio americano. Por
último, todas ellas contienen información sobre la naturaleza americana.
Hay que tener en cuenta que solamente una parte de las Crónicas de
Indias fueron impresas en la época, y que hubo muchas que permane-
cieron manuscritas hasta bien entrado el siglo XIX. En algunos casos fue-
ron precisamente éstas últimas las que contenían una mayor cantidad de
información sobre la naturaleza y las plantas americanas.

Las primeras noticias sobre la naturaleza del Nuevo Mundo fueron,


lógicamente, las contenidas en los textos del mismo Cristóbal Colón, así
como en otros escritos sobre los llamados ‘primeros viajes de Descubri-
miento’, como el del médico sevillano Diego Álvarez Chanca. Los más
influyentes de esta fase fueron, sin duda, el Mundus Novus (1504) de
Amerigo Vespucci (1454-1512) y las Decades (1511-1521) de Pietro
Martire d’Anghiera (1454-1526), que durante su larga vida cortesana
en Castilla castellanizó su nombre como Pedro Mártir de Anglería. A
esta fase inicial siguió otra, encabezada por el Sumario (1526) y la pri-
mera parte de la Historia general y natural de las Indias (1535), de Gon-
zalo Fernández de Oviedo (1478-1557), el único autor de la época que
se propuso expresamente describir la naturaleza americana y sus pro-
ductos. En un segundo plano pueden situarse las Cartas de relación (1522-
1524), de Hernán Cortés (1485-1547), y las narraciones de Cabeza de
Vaca, los Naufragios (1542) y los Comentarios (1555). Tras la de Oviedo,
las obras más influyentes fueron la Historia de las Indias (1552), de Fran-
cisco López de Gómara (1511-1566) y la Chronica del Peru (1553), de
Pedro Cieza de León (1520-1554)7.

Cada uno de estos textos describió una parte diferente de los territo-
rios americanos y, consecuentemente, de la geografía, la flora, la fauna,

7 Cf. PARDO; LÓPEZ (1993), p. 17-135.

66 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


etc. De igual modo no todos los autores antes mencionados percibieron
de igual modo la naturaleza americana, ni por consiguiente, las noticias
y descripciones que plasmaron en sus obras tienen el mismo carácter. En
ellos pueden encontrarse diversas noticias acerca de los productos medi-
cinales americanos, ya que sus autores, sin formación médica, tuvieron
que enfrentarse a determinados problemas de salud y encontraron testi-
monios directos del uso y efecto de determinas plantas, bien de los pro-
pios colonizadores, bien entre las diversas poblaciones indígenas.

A partir de la información contenida en estos textos8, y hasta media-


dos del siglo XVI, los tratados europeos de botánica y materia médica
incluyeron escasas noticias sobre las plantas americanas, casi todas pro-
cedentes de la información proporcionada por estas primeras noticias.
En ningún texto se recogen más de seis o siete especies de origen ame-
ricano. El análisis en detalle de los principales textos botánicos de la época
permite comprobar que se refieren principalmente a especies que se
habían introducido realmente a través de la Península Ibérica, donde cre-
cían de forma espontánea o cultivada, aunque a menudo se desconocía
este hecho y también su procedencia del Nuevo Mundo. Quizás, el ejem-
plo más significativo a este respecto sea el del maíz, reproducido y estu-
diado tanto por Ruelle como por los llamados “padres alemanes de la
botánica” (Otto Brunfels, Hieronimus Bock y Leonhart Fuchs), y deno-
minado Turcicum frumento, es decir, trigo turco, de donde se conside-
raba que procedía. Algo similar ocurrió con el pimiento o la calabaza.
Muy diferente fue la historia de otra planta de origen americano intro-
ducida y conocida desde los primeros contactos: el guayaco, cuyo ori-
gen se conocía perfectamente y que generó una amplia literatura espe-
cializada en relación con la dedicada al morbo gallico9. Así, hasta las fun-

8 Cf. “Traducciones y ediciones en otros países de las primeras noticias y descripciones españolas de plantas ame-
ricanas”. En: LÓPEZ PIÑERO y LÓPEZ TERRADA (1997), p. 24-30.
9 Sobre las numerosas publicaciones que se le dedicaron cf. VÖTTINER-PLETZ, P. (1990), Lignum sanctum. Zur
therapeutische Verwendung des Guajak vom 16. bis 20.Jahrhundert, Frankfurt am Main, Govi-Verlag.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 67


damentales contribuciones de Nicolás Monardes y de Francisco Her-
nández, en los años sesenta y setenta del siglo XVI, el conocimiento euro-
peo de la materia médica americana fue muy fragmentario, y sin un acer-
camiento científico a las plantas medicinales usadas en los diversos sis-
temas médicos amerindios para incorporar nuevos remedios medicina-
les asimilables a las concepciones médicas europeas de la época10.

Lógicamente, lo que más interesó a los cronistas fueron los produc-


tos comestibles y los remedios medicinales. De este modo, casi la mitad
de plantas descritas en estas crónicas, ochenta en total, pueden ser con-
sideradas alimentos, mientras que las cincuenta especies de uso medi-
cinal suponen un poco más de la cuarta parte. El tercer grupo, las cua-
renta y siete plantas restantes, está compuesto por productos con usos
muy determinados, diferentes al alimenticio o medicinal, como los colo-
rantes o los árboles maderables, y menciones o descripciones de plan-
tas sin ningún uso determinado11.

Las medicinas del Nuevo Mundo


El medio centenar de especies botánicas de uso medicinal que apa-
recen mencionadas o descritas en nuestros textos puede agruparse en tres
grandes apartados. En primer lugar, las viejas plantas medicinales, aque-
llas plantas comunes a los dos continentes, cuyo uso, por tanto, era cono-

10
Sobre Monardes cf. LÓPEZ PIÑERO, J.M. (1989), La Historia Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias
Occidentales (1565-1574) de Nicolás Monardes. Edición facsímil y estudio introductorio, Madrid, Ministerio de
Sanidad y Consumo y LÓPEZ PIÑERO, J. M. (1990), Las nuevas medicinas americanas en la obra (1565-1574)
de Nicolás Monardes, Asclepio, 42, 3-68. Sobre Francisco Hernández: SOMOLINOS D’ARDOIS, G. (1960),
Vida y obra de Francisco Hernández. En: Francisco Hernández Obras completas, México, Universidad Nacio-
nal de México, vol. I, pp. 95-440; LÓPEZ PIÑERO, J.M.; PARDO TOMÁS, J. (1996), La influencia de Francisco
Hernández (1515-1587) en la constitución de la botánica y la materia médica modernas, Valencia, Instituto de
Estudios Documentales e Históricos sobre la Ciencia y VAREY, S.; CHABRÁN, R.; WEINER, D.B. Searching for
the secrets of nature: the life and works of Dr. Francisco Hernández. Stanford, Stanford University Press, 2000.
11 Todas las plantas mencionadas en las Crónicas de Indias mencionadas han sido estudiadas en su totalidad y con
detalla en PARDO; LÓPEZ (1993), p. 143-251.

68 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


cido, generalmente, por los europeos; en segundo lo que podríamos deno-
minar los nuevos viejos remedios, es decir, remedios procedentes de plan-
tas nuevas, pero por haber observado un uso común con el de sus parien-
tes usados en Europa (pero de procedencia exótica) fueron asimilados
con facilidad e incorporados como sucedáneos. Por último, las nuevas
medicinas, plantas de origen exclusivamente americano, cuyo uso medi-
cinal, en la mayor parte de los casos, fue conocido gracias a la observa-
ción de las costumbres de los indígenas y aplicado posteriormente por
los colonizadores.

Las viejas plantas medicinales

Los remedios pertenecientes a este primer grupo tienen, lógicamente,


un interés menor para nosotros, puesto que su uso quedó restringido
al propio suelo americano o, excepcionalmente, se llevó a Europa, com-
pitiendo con el producto autóctono. Así, por ejemplo, el culantro (Eryn-
gium foetidum L.), la escamonea (Convulvulus scammonia L.), el mal-
vavisco (Malvaviscus sp.), la manzanilla (Matricaria chamomila L.) o el
poleo (Satureja brownei Briq.) americanos, tenían su correspondiente
europeo y su uso medicinal databa, en muchos casos, de la Antigüedad
clásica. Lo que los europeos hicieron fue reconocer las especies ameri-
canas semejantes y limitarse a utilizarlas de acuerdo con su propia tra-
dición12.

Los nuevos viejos remedios

Las plantas descritas en las Crónicas pertenecientes al segundo apar-


tado se refieren a algo más de una veintena de especies, pero algunas
de ellas tuvieron una escasa o nula difusión en Europa. Las que sí goza-
ron de esta difusión se pueden agrupar según el uso medicinal para el

12 Ibídem, 281, 284, 301 y 315.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 69


que fueron utilizadas de acuerdo con el galenismo de la medicina aca-
démica europea. Es decir en resinas, purgantes, bálsamos y sudoríficos.

1. Las resinas

Los cronistas, excepto Álvarez Chanca, no se interesaron gran cosa


por la presencia de estos productos, salvo en casos muy concretos y movi-
dos más por un interés comercial que de otro tipo.

Ello explica la abundancia e imprecisión de referencias a resinas medi-


cinales con nombres europeos (anime, anime album, eneldo blanco, tre-
mentina, almáciga, etc.) junto a la ausencia de descripciones detalladas
de las plantas de donde se extraían tales resinas. Por lo tanto, es muy difí-
cil establecer identificaciones precisas en la mayoría de los casos.

No ocurre así con la descripción que López de Gómara hizo del liqui-
dámbar americano, donde ofreció también el nombre náhuatl del árbol
de donde se extraía, el ocotzotl (Liquidambar styraciflua L.): “ocozotles
es árbol grande y hermoso, las hojas como yedra; cuyo licor, que llaman
liquidámbar, cura heridas, y mezclado con polvos de su mesma corteza
es gentil perfume y olor suave13”. En las fechas en que esto se escribió
esta resina había sido ya identificada como efectivo sustituto del liqui-
dámbar clásico (L. orientalis Miller).

En otras ocasiones, el uso medicinal de la planta en cuestión no se


había desarrollado aún completamente. Por ejemplo, en el caso del molle
(Schinus molle L.), que cuando fue descrito por Cieza y López de Gómara
no se conocía todavía el uso medicinal de su resina, limitándose el apro-
vechamiento a la corteza, las hojas y los frutos, como bien recogen dichos

13
LÓPEZ DE GÓMARA (1946). Hispania Victrix. Primera y segunda parte de la Historia General de las Indias, con
todo el descubrimiento y cosas notables que han acaecido desde que se ganaron hasta el año 1551; con la conquista de
México y de Nueva España. Madrid, Atlas, 452.

70 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


autores. Fue la descripción de este árbol que hizo Cieza la que fue trans-
mitida a los cultivadores de la botánica europeas de finales del siglo XVI,
gracias a la traducción literal al latín que incluyó Clusius en su Exoti-
carum14.

2. Los purgantes

Por lo que respecta a los purgantes, es sabido la importancia que tuvie-


ron en la terapéutica europea de la época, de base galénica. En las plan-
tas de este uso que recogen las obras analizadas, es muy pertinente la
división en dos grandes grupos con la que iniciábamos este apartado.

2.1. Del primer grupo, el de aquellos productos que ya se conocían


en el Viejo Mundo y que tenían en América una variedad distinta, por
lo que se usaron como sucedáneos. Los casos más significativos son el de
la cañafístula y el de las higueras del infierno.

La cañafístula del Viejo Mundo es la Cassia fistula L., de origen asiá-


tico. La especie americana es Cassia grandis L., cuya diferencia funda-
mental con la anterior es su mayor grosor, característica que todos los
autores registraron en sus descripciones. Por ejemplo, en la de Cabeza
de Vaca, que señalaba así las diferencias entre ambas: “de dentro es muy
melosa, no hay diferencia en nada de la que se trae de las otras partes a
España, salvo ser más gruesa y algo áspera en el gusto15”. La descripción
de Fernández de Oviedo destaca, además, su información sobre la tem-
prana aclimatación de ejemplares de C. fistula L. en la Española.

Este mismo autor es quien nos ofreció la descripción de las llamadas


higueras del infierno, una de las denominaciones tradicionales del árbol
del ricino. En este caso, Oviedo no percibió la diferencia existente entre

14
CLUSIUS, C. (1605), Exoticorum libri decem ..., [Antverpiae], Ex officina Plantiniana Raphelengii, p. 322.
15
NUÑEZ CABEZA DE VACA, A. (1946), Naufragios y comentarios. Madrid, Atlas, p. 576.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 71


el ricino (Ricinus communis L.), el tártago (Euphorbia lathyris L., que en
la terminología de los boticarios de la época, como recogió el propio
Oviedo, se confundía también con el ricino, ambas de la familia de las
Euforbiáceas), y el que con el tiempo sería conocido como ricino ame-
ricano (Jatropha curcas L.), que es probablemente lo que el autor vio en
Santo Domingo.

2.2. Del segundo grupo, el de los purgantes de origen americano,


debe destacarse otra especie de Jatropha, concretamente J. multifida L.
(=Curcas multifidus Endl.), que es la que Oviedo describió como “ave-
llanas purgativas”. El uso de este purgante “se aprendió de los indios”,
como escribió el propio cronista, y pronto fue aceptado e incluso se
exportó a la Península ibérica, informando que los boticarios habían bau-
tizado este remedio con el nombre de ben (ben magnum, para diferen-
ciarlo del conocido desde la Antigüedad como ben parvum), además
de relatar como los colonizadores habían ido probando el efecto pur-
gante de estas “avellanas”: “porque nuestros médicos no las conocían ni
las sabían aplicar16”.

Otros dos purgantes de origen americano fueron también asimilados


tras las observaciones de su uso por parte de los indígenas, como nos
cuentan, respectivamente, Fernández de Oviedo y Cieza. El primero de
ellos describió la llamada “hierba y” (probablemente una especie de Ipo-
moea), que usaban para purgarse los pobladores de la Española y del
Darién, indicando incluso el modo de preparación. Por su parte, Cieza,
en la región de la actual Cartagena de Indias, experimentó en su pro-
pia persona los efectos purgantes del “bejuco de la estrella” (Aristolochia
fragantísima Ruiz), cuyo benéfico efecto comparó al del ruibarbo, qui-
zás el más preciado de los purgantes clásicos. Por ello, quiero volver a
insistir en la condición de sucedáneos que tuvieron una buena parte de

16 PARDO; LÓPEZ (1993), p. 212-213.

72 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


los productos americanos que se asimilaron a la materia médica euro-
pea, de manera bastante más temprana y de modo más general de lo que
pudiera pensarse en un principio17.

3. Los bálsamos

El tercer grupo de remedios medicinales que suponían un capítulo


importante en la terapéutica de la época era el de los bálsamos. El bál-
samo clásico por antonomasia procedía de Egipto y la costa de Judea
(Commiphora opobalsamum (L.) Engl.) y la rareza del mismo, había gene-
rado ya desde la Edad Media una serie de imitaciones y una búsqueda
constante de sucedáneos con efectos similares. Por lo tanto, no es extraño
que desde los primeros años de la colonización del Nuevo Mundo se bus-
cara insistentemente un “bálsamo” americano18.

El primer bálsamo del que se obtuvieron resultados satisfactorios fue


el que se elaboró a partir del árbol llamado goaconax de los taínos de la Espa-
ñola, que se convirtió en una especia de panacea para las heridas. La his-
toria de su descubrimiento y fabricación fue narrada detalladamente por
Fernández de Oviedo en la Historia General y Natural. Por él sabemos
que hubo incluso un privilegio imperial otorgado al “inventor” de tal bál-
samo, Antón de Villasancta, quien al parecer había aprendido el remedio
de su mujer indígena19. El goaconax probablemente se obtenía de una Eufor-
biácea del género Croton. Sin embargo, hay autores que mantienen para
este árbol la misma identificación que para los demás bálsamos america-
nos; es decir, afirman que se trata de una especie del género Myroxylon.

17 Ibídem, 213-214
18 FOLCH ANDREU, R. Los bálsamos en tiempos pretéritos. Boletín de la Sociedad Española de Historia de la Far-
macia, 19, (1959), 49-58. SCHNEIDER, W. (1968-1975), Lexikon zur Arzneimittelgeschichte. Sachwörterbuch zur
Geschichte der pharmazeutischen Botanik, Chemie, Mineralogie, Pharmakologie, Zoologie, Frankfurt am Main,
Govi-Verla, vol. V/1, 355-357.
19 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G. (1535), La historia general de las Indias, Sevilla, en la emprenta de Juan Cromber-
germ f. 93v-94v y PARDO; LÓPEZ (1993), 216-217.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 73


En efecto, tanto el “xilo” de los mexicas que describe López de Gómara,
como el bálsamo aludido por Anglería, parecen ser especies diferentes de
Myroxylon (generalmente M. balsamum L., en sus diferentes variedades)
y fueron los bálsamos elaborados a partir de estas plantas los que se difun-
dieron ampliamente por toda Europa, alcanzando gran éxito como sus-
titutos del bálsamo clásico, casi imposible de obtener ya en aquella época.

De hecho, el bálsamo ocupa un importante lugar en la obra que difun-


dió en Europa las plantas medicinales americanas: el texto de Monardes.
Como es bien sabido, este texto fue traducido al latín por el naturalista
Carolus Clusius y profusamente anotado. Cabe recordar aquí, que las
traducciones de Clusius de los textos de Monardes y Acosta supusieron
un punto de inflexión del conocimiento científico de las plantas ame-
ricanas entre los cultivadores de la botánica europeos20. Pues bien, en
el capítulo de los bálsamos, como buen seguidor del humanismo cien-
tífico, Clusius tuvo especial interés en “recuperar” los productos cura-
tivos citados por los clásicos, esforzándose en identificarlos incluso con
las “nuevas medicinas” americanas, igual que hicieron la mayoría de
los naturalistas de su tiempo. Ello explica, por ejemplo, que se negara a
aceptar la desaparición del “opobálsamo” clásico, afirmando que conti-
nuaba obteniéndose “en la Arabia feliz” y en “cierto lugar de Egipto cer-
cano a El Cairo”. En realidad, el “balsamum orientale verum” había des-
aparecido ya del comercio durante la Edad Media y continuó siendo
extraordinariamente raro durante los primeros tiempos modernos. Frente
a ello, le dedica breves comentarios a dos bálsamos de origen americano,

20
La figura del naturalista Carolus Clusius ha sido objeto de numerosos estudios, además de los clásicos, como
el de HUNGER, F.W.T. (1927-1942), Charles de l’Escluse (Carolus Clusius) Nederlandsch Kruidkunge (1526-1609),
‘s-Gravenhage, M. Nijhoff, su figura ha sido objeto de un renovado interés como lo demuestra “The Clusius
Project” (Scaliger Institute of Leiden University ): www.Clusiusproject.leidenuniv.nl/index.php3?m=24&c023.
Cf. EGMOND, F. (2007), The Clusius Project: Carolus Clusius and the Sixteenth-Century Botany in the con-
text of the New cultural History of Science, Berichte zur Wissenschaftgeschichte, 30, 66-8 y EGMOND, F; HOF-
TIJZER, P.; VISSER, R.P.W. (eds).( 2007), Carolus Clusius. Towards a cultural history of a Renaissance naturalist,
Amsterdam, o COOK, H.J. (2007), 84-104.

74 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


el bálsamo de Perú y el bálsamo de Tolú, del que había conseguido las
primeras muestras de su “licor” en 1581 y 1582, lo que ilustra el pro-
ceso de difusión de una novedad terapéutica tan importante21.

Las nuevas medicinas

1. El guayaco y la zarzaparrilla

En este repaso de los productos medicinales de origen americano des-


critos en las primeras relaciones y crónicas, hemos dejado para el final
los dos que quizá sean los más conocidos: el guayaco y la zarzaparrilla,
ambos utilizados como sudoríficos y empleados, sobre todo, como medi-
camentos contra una nueva enfermedad, el morbo gallico.

El remedio medicinal americano que primero, de forma más rápida


y más conocido en toda Europa durante las tres primeras décadas pos-
teriores a la llegada de Colón al Nuevo Mundo fue, sin duda, el guayaco
(Guaiacum officinale L. / G. sanctum L.). Esta gran y temprana difusión
estuvo asociada a su utilización como remedio contra el morbo gallico y
produjo una abundante literatura en torno a su preparación y efectos,
además de dar lugar a lucrativos negocios22. Extrañamente, en nin-
guno de los textos colombinos se recogen menciones al guayaco.

El primero de nuestros autores que describió la planta y su uso fue


Fernández de Oviedo, en el Sumario (1526). Años más tarde, en su His-
toria (1535), amplió considerablemente su exposición, hablando ya de
las dos especies diferentes de Guaiacum y exponiendo la idea, que luego
sería repetida por otros autores y tratadistas europeos, del origen ameri-
cano tanto de la enfermedad, como del remedio más excelente para curarla:

21
CLUSISUS (1605), 304-305.
22
Un amplio y detallado estudio de la temprana introducción y difusión del guayaco en Europa, así como de las
publicaciones en torno al uso del mismo en LÓPEZ PIÑERO, J.M. (2005). Atlas y diccionario histórico de las plan-
tas medicinales. Valencia, Faximil Edicions digitals.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 75


“así como es común el mal de las búas en todas estas partes, quiere la
misericordia divina que así sea el remedio comunicado e se halle para
curar esta dolencia; pero aunque en otras partes se halle esta enfer-
medad, el origen donde los cristianos vieron las búas e experimen-
taron e vieron curarlas y experimentar el árbol del guayacán fue en
esta isla Española23”.

Los textos de Oviedo sobre el guayaco tuvieron una amplia reper-


cusión en Europa, debido precisamente a la enorme popularidad alcan-
zada por este remedio medicinal. También Anglería y López de Gómara
se ocuparon del guayaco en sus respectivas obras y su información fue
reproducida en los textos europeos sobre materia médica24.

En cuanto al otro remedio americano usado contra el morbo gallico,


la zarzaparrilla (Smilax officinalis Humb. y especies afines), su hallazgo
fue tardío, pero fue uno de los nuevos productos que superaron con cre-
ces a su competidor europeo (la zarzaparrilla europea). Aunque, como
veremos, hay descripciones anteriores, fue Monardes, que ha sido con-
siderado un “clásico” de la farmacognosia25, el que ofreció la primera
exposición completa del uso de esta planta como medicamento, deta-
llando su preparación y administración en forma de jarabe, polvo y agua.
Además estableció una división entre la zarzaparrilla de México, la de
Quito y la de Honduras que se mantuvo en los tratados de materia médica
hasta el siglo XIX26. Sin embargo, diez años antes de la obra de Monar-
des, Cieza de León hizo una clara referencia a la misma, distinguiéndola
claramente de la zarzaparrilla del Viejo Mundo (Smilax aspera L.). La
descripción de Cieza es muy interesante, tanto por la riqueza de deta-

23 FERNÁNDEZ DE OVIEDO (1535), 92v.


24 Un estudio pormenorizado de la difusión de estos textos en LÓPEZ PIÑERO, J.M. y LÓPEZ TERRADA M.L. (1997),
p. 31-35.
25 TSCHIRCH (1909-1927), vol. I/3, p. 774-787.
26 LÓPEZ PIÑERO, J.M. (1990), 43.

76 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


lles, como por las precisas informaciones que dio sobre el modo de apli-
carse. Entre otras cosas, el cronista del Perú describió como se admi-
nistraba el remedio:

“Las raíces de esta yerba son provechosas para muchas enfermedades,


y más para el mal de bubas y dolores que causa a los hombres esta
pestífera enfermedad; y así, los que quieren sanar, con meterse en un
aposento caliente y que esté abrigado, de manera que la frialdad o
aire no dañe al enfermo, con solamente purgarse y comer viandas
delicadas y de dieta y beber del agua de estas raíces, las cuales cuecen
lo que conviene para aquel efecto, y sacada el agua, que sale muy clara
y no de mal sabor ni ninguno olor, dándola a beber al enfermo algu-
nos días, sin le hacer otro beneficio, purga la maletía del cuerpo de
tal manera que en breve queda más sano que antes estaba27”.

También merece destacarse que Cieza mencionó específicamente la


zarzaparrilla originaria de Guayaquil, que pocos años después Monar-
des, quizá conocedor de la Crónica, recomendaría como la “mejor y de
mayores efectos”.

La zarzaparrilla americana fue pues no sólo un sucedáneo de la euro-


pea, sino el primer sucedáneo de una nueva medicina (el guayaco), cuya
importancia era tan grande y su comercio tan interesante que generó
rápidamente la necesidad de buscar alternativas similares.

2. Cuatro drogas americanas: la cohoba, el tabaco, la coca y los hongos


alucinógenos

Quiero terminar haciendo mención a cuatro plantas americanas, que


se podrían calificar de drogas, pero que han tenido un uso como reme-

27 CIEZA DE LEÓN, P. Obras completas. Madrid, CSIC, vol. 1. pp. 78-79.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 77


dios medicinales. Me estoy refiriendo a la cohoba, el tabaco, la coca y
los hongos alucinógenos.

Una de las características comunes a todas las culturas amerindias en


el momento de la llegada de los europeos era el uso de drogas con fines,
sobre todo, religiosos o rituales. Esta peculiaridad no pasó desapercibida,
lógicamente, a los primeros observadores y viajeros del Viejo Mundo.
En especial, atrajo poderosamente su atención la costumbre de inhalar
el humo de algunas de estas sustancias. Por todo ello, las primeras alu-
siones al uso de estas drogas centran más su atención en el modo de uti-
lizarlas y en sus efectos, que en la descripción de la planta o plantas emple-
adas en la elaboración de las “ahumadas” o “sahumerios que estos indios
hacen”, como repiten una y otra vez las fuentes.

En la región antillana, la primera en ser conocida, los indios taínos


usaban diversas hierbas para fumar. Es muy difícil identificar con preci-
sión a qué hierba se refieren las diversas alusiones de los autores. Espe-
cialmente, en el caso de la cohoba (Anadenanthera peregrina (Piptade-
nia) ) y el tabaco (Nicotiana tabacum L. y especies afines), resulta impo-
sible distinguir entre una y otra hierba, ya que el modo de tomarlas era
muy similar. La referencia de Cristóbal Colón en su primer viaje a unas
“yerbas para tomar sus sahumerios” fue atribuida, ya desde Las Casas, al
tabaco, aunque bien pudiera referirse a otras hierbas28.

Fernández de Oviedo, por su parte, fue el primero en describir la


planta de Nicotiana, pero no la asoció al vocablo taíno “tabaco”, que
tanto para él como para Las Casas designaba el instrumento de madera
con el que los indios lo fumaban. Conviene precisar que tanto Oviedo
como otros autores no comprendieron con precisión el uso del tabaco
entre los indígenas. En todos los pueblos precolombinos la planta, como

28 PARDO; LÓPEZ (1993), 224-228.

78 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


hemos apuntado, tenía usos ceremoniales, mágico religiosos y medici-
nales. Sin embargo, los primeros testimonios tan sólo reflejan los efec-
tos producidos por el tabaco –especialmente el sueño– entre los que lo
fumaban y están teñidos de consideraciones moralizantes acerca de la
“depravación” de los fumadores indígenas:

“usaban los indios de esta isla [Española] entre otros sus vicios uno
muy malo, que es tomar unas ahumadas que ellos llaman tabaco, para
salir de sentido; y esto hacían con el humo de cierta hierba, que a lo
que yo he podido entender, es de calidad del beleño29”.

Sin embargo, la adopción de esta práctica por parte de los españo-


les parece que fue muy temprana, no sólo como costumbre, sino tam-
bién como remedio medicinal contra el morbo gallico, como reflejó el
mismo Oviedo: “sé que ya algunos cristianos lo usaban, en especial los
que estaban tocados del mal de las búas, porque dicen los tales que en
aquel tiempo que están así transportados no sienten los dolores de su
enfermedad30”.

Cabe señalar que el tabaco fue introducido en Europa por los espa-
ñoles inmediatamente después del descubrimiento. El primer estudio
farmacológico fue el de Nicolás Monardes, que también incluye la pri-
mera figura impresa de la planta31.

Muy distinto era el caso del uso de la coca, que se hallaba igualmente
muy extendido entre las diversas culturas precolombinas, pero especial-
mente las de la región andina. Los amerindios no solían fumar coca, sino
que mascaban las hojas de la planta (Erytroxylum coca Lam.), a veces

29 FERNÁNDEZ DE OVIEDO (1535), 47r.


30 Ibídem.
31 MONARDES, N. (1580). Primera, y segunda y tercera partes de la Historia medicinal de las cosas que se traen de nues-
tras Indias Occidentales, Sevilla, en Casa de Fernando Díaz, pp. 32r-39r.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 79


junto con otras hierbas, difíciles de identificar con precisión. Por otra
parte, la finalidad del consumo de la coca no era exclusivamente de tipo
mágico religioso, ya que se utilizaba también en otros muchos aspectos
de la vida cotidiana indígena.

Tradicionalmente, la primera referencia europea a esta planta se ha


considerado que es la de Anglería, que la denominó hai, al relatar su uso
por los indios caribe como producto para ennegrecer los dientes, ade-
más de ser su cultivo principal. De hecho, hayo sigue siendo la deno-
minación de la coca en la actual Colombia. Por su parte, López de Gómara
la llamó ahí, porque probablemente basó su información en Anglería,
como puede deducirse de las similitudes entre las respectivas descrip-
ciones32.

El nombre “coca” procede en realidad del quéchua kúkka y por


ello, lógicamente, esta denominación aparece solamente en la Crónica
de Cieza de León. Es en esta obra donde más ampliamente se trata de
la planta, su cultivo, su comercio y las características de su consumo.
Gracias a las observaciones de Cieza, nos es posible conocer cómo los
españoles participaron desde muy pronto en el cultivo y el comercio
de la coca, afirmando incluso que “algunos están en España ricos con
lo que hubieron del valor desta coca, mercándola y tornándola a ven-
der33”.

Por último, debemos hacer referencia a otro tipo de droga, peculiar


de las culturas mesoamericanas, que recogió, en un breve fragmento el
cronista López de Gómara. Nos referimos a la costumbre de ingerir un
tipo de hongos alucinógenos, los llamados teunanacatl (Psilocybe mexi-

32 PARDO; LÓPEZ (1993), 229-232.


33 CIEZA (1984-85), 121. Cieza le dedica a esta planta todo el capítulo 96, cuyo título es “Cómo en todas las
más de las Indias usaron los naturales dellas traer hierba o raíces en la boca, y de la preciada hierba llamada coca,
que se cría en muchas partes deste reino”.

80 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


cana Heim. y especies afines), cuya traducción castellana vendría a ser
algo similar a “carne de dios”. El consumo de dichos hongos formaba
parte de los rituales mágico religiosos de casi todos los pueblos mesoa-
mericanos y sus propiedades alucinógenas fueron destacadas por el cro-
nista de este modo: “se les antoja ver culebras, tigres, caimanes, y peces
que los tragan y otras muchas visiones que los espantan34”; si bien no
supo comprender la función que este comportamiento tenía dentro
del mundo religioso mexica.

34 LÓPEZ DE GÓMARA (1946), p. 441.

Las primeras plantas medicinales americanas conocidas en Europa 81


Sanidad y Ciencia en el
Perú virreinal
Antonio González Bueno

Los límites territoriales del Virreinato


El Virreinato del Perú fue una entidad territorial creada mediante las
Leyes Nuevas para la Gobernación de las Indias, promulgadas por Real
Cédula de Carlos I firmada en Barcelona, el 20 de noviembre de 1542;
en él quedaron integradas las Gobernaciones de Nueva Castilla, Nueva
Toledo, Río de la Plata, Quito, Río San Juan, Popayán y las comarcas
australes hasta el estrecho de Magallanes, fundadas por los primeros con-
quistadores; a la Ciudad de los Reyes, su capital, fue trasladada la sede
de la Real Audiencia de Panamá. Los límites del Virreinato peruano se
fueron expandiendo a través de los procesos de colonización que lleva-
ron a los españoles a dominar las llanuras y cejas de montaña próximas
a sus primeros establecimientos.

A lo largo de sus más de 250 años de pervivencia, el Virreinato varía


sustancialmente sus límites territoriales; en su primera demarcación com-
prendía el extenso espacio que media entre Panamá y Chile, de norte a
sur, a excepción de la actual Venezuela y, hacia el este, hasta la Argen-
tina, con la excepción del Brasil, que pertenecía al dominio portugués;
al final de su historia abarcó los territorios que hoy componen las Repú-

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 83


blicas de Bolivia, Chile, Ecuador y Perú, a los que quedó limitado tras
las reformas borbónicas1. Aun cuando, en algún momento de su histo-
ria, las Audiencias de Panamá, Chile –e incluso Buenos Aires– estuvie-
ron vinculadas al Virreinato del Perú, gozaron de cierta independencia
política al estar bajo el gobierno de un Capitán general.

La imagen que de estos territorios llegó a Europa ha estado imbuida


de un carácter mítico como no ha tenido ninguna de las otras posesio-
nes españoles en tierras americanas: el Perú ha pasado a ser sinónimo de
riqueza, alrededor suyo giran otros nombres de igual sentido metafórico:
Jauja, El Dorado, el Gran Pahití, asentados en el enorme impacto pro-
ducido en Europa por los tesoros y la plata de los incas, maridados con
el origen seductor de las leyendas, de origen bíblico y medieval, con que
los hicieron acompañar los cronistas de Indias2.

Hacia 1527, uno de los cronistas de la conquista, quizás Juan de


Sámano, Francisco de Xerez o algún avezado marino, describía el terri-
torio como “una provinçia que se dize el perú, que es en la misma costa
de tierra firme en la parte del mar del sur de donde es la cibdad de panamá
(…) que entrando la tierra dentro, detras una sierra que se haze grande,
avia muchos pueblos a do avia mucha cantidad de oro, y que la tierra
hera muy llana y enchuta…”3. Y más de 250 años después, en el enero
de 1792, José Hipólito Unanue (1755-1833) –bajo la firma de Aristio–

1
El virreinato del Perú inició tardíamente su independencia de la Corona española; hasta 1814 fue el foco de la
resistencia realista en América del Sur. Sobre los límites del Perú colonial cf. Teodoro HAMPE MARTÍNEZ. “La
división gubernativa, hacendística y judicial en el Virreinato del Perú (siglos XVI-XVII)”. Revista de Indias,
48(182/183): 59-85. Madrid, 1988; Raúl PORRAS BARRENECHEA y Alberto WAGNER DE REYNA. Historia de
los límites del Perú. Lima: Editorial Universitaria, 1981.
2
Un asunto tratado por Peter T. BRADLEY. “La fascinación europea con el Perú y expediciones al mar del sur en
el siglo XVII”. Revista de Indias, 48(182/183): 257-283. Madrid, 1988.
3 El texto en Francisco DE XEREZ [Concepción BRAVO GUERREIRA, ed]. Verdadera Relación de la Conquista del
Perú. Madrid: Historia 16, 1985 (cf. p. 175-176). El Corpus diacrónico del español (CORDE) atribuye la des-
cripción a Juan de Sámano; sobre la autoría cf. Concepción BRAVO GUERREIRA. “¿Fue Francisco de Xerez el autor
de la Relación de Sámano?”. Anuario de Estudios Americanos. 33: 35-55. Sevilla. 1978 y Francisco CARRILLO.
Cartas y cronistas del descubrimiento y la conquista. Lima: Horizonte, 1987.

84 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


seguía alimentando la misma sensación de riqueza al referirse al valle de
Vitoc, en la provincia de Huánuco, cuyas tierras “rendían tres cosechas
al año, en tal abundancia que (…) era respecto de las Provincias colin-
dantes lo que Sicilia para el Imperio Romano. Á la fecundidad del suelo
une la bondad del clima…”4.

De estas míticas riquezas peruanas, la España metropolitana sólo tuvo


ojos para las minas de plata y oro, sometidas a un sistema de extrac-
ción intensiva durante el XVI y gran parte del XVII, que empezó a decaer
con la entrada del XVIII; de entre las muchas minas explotadas por la
Corona española, la de Potosí fue sin duda el más grande yacimiento.
De su suelo salieron las dos terceras partes de la plata con la que el Perú
abasteció a la Corte española, hasta que en 1776 pasara a formar parte
del Virreinato del Río de la Plata5. Desde luego, Potosí no fue la única
explotación minera peruana; y el último cuarto del XVIII y las prime-
ras décadas del XIX conocieron un significativo aumento de la pro-
ducción minera en el Virreinato peruano, pese a la trasferencia del Alto
Perú –y sus productivas minas– al nuevo Virreinato de la Plata6.

Pero no es de la explotación directa de los recursos naturales de lo


que habremos de ocuparnos, sino de ofrecer unas pinceladas generales
sobre la institucionalización de los saberes y prácticas científicas en el
Perú colonial. Vaya por delante que este proceso es un fenómeno esen-
cialmente urbano y que queda vinculado, hasta bien avanzado el XVIII,
a unas elites locales de procedencia metropolitana, por lo que sólo en las

4
ARISTIO [José Hipólito UNANUE]. “Repoblación del valle de Vitoc”. Mercurio Peruano, 4(107): 27-33. Lima,
1792. [La cita en p. 28].
5
Antonio Acosta señala cómo en la década de 1540, tras el comienzo de la explotación de Potosí, el comercio del
Perú llegó a absorber casi el 60% del mantenido por las colonias con la metrópoli y que las remesas peruanas
supusieron, pese a su irregularidad, porcentajes superiores al 50% de las remitidas a la Corona desde las tierras
americanas (Cf. Antonio ACOSTA. “Estado, clases y Real Hacienda en los inicios de la conquista del Perú”. Revista
de Indias, 66(236): 57-86. Madrid, 2006).
6 John R. FISHER. “Redes de poder en el Virreinato del Perú, 1776-1824: los burócratas”. Revista de Indias, 66(236):
149-164. Madrid, 2006.

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 85


grandes urbes, en las que los asentamientos de españoles y criollos cobran
protagonismo, se desarrollarán las estructuras sociales, económicas y físi-
cas que permitan la implantación y desarrollo de una sanidad y de una
ciencia afín al modelo europeo.

Como dejamos avanzado, este proceso de introducción de nuevos


saberes y nuevas prácticas cobra especial protagonismo durante el XVIII.
La llegada de los Borbones a la Corona española supone un cambio de
perspectiva frente a los territorios coloniales; reflejo de la propia situa-
ción de cambio que se vive en la metrópoli.

Durante el siglo XVII la Corte española había dado la espalda al riquí-


simo acervo cultural y económico de sus colonias. Pero en el XVIII retomó
su primitiva actitud descubridora y lo hizo con entusiasmo. El proceso
de reformas borbónicas pasa por una racionalización de la administra-
ción colonial, en un intento de aproximación a lo realizado por otros
imperios y estas reformas tienen su base en dos puntales: el aumento
de la población activa y el fomento de la educación7.

De manera indirecta, las reformas borbónicas implican una trans-


formación sanitaria; el aumento de la población, sometida a un dra-
mático descenso en el Perú durante los últimos tiempos del Virreinato8,
supone una apuesta por mejorar las condiciones de vida que, en el caso
de los trabajadores, va unido a un aumento de la producción. Buena
parte de las medidas desarrolladas durante la dinastía Borbónica tienen
como destinatario un grupo social hasta entonces poco valorado, la pobla-

7
Sobre la implantación de las reformas borbónicas en el territorio peruano cf. Scarlett O’PHELANV (comp.). El
Perú en el siglo XVIII. La era borbónica. Lima: Instituto Riva-Agüero, 1999. Los resultados de estas reformas, en
especial para la economía del Virreinato, han sido puestos en entredicho por John R. FISHER. El Perú Borbónico,
1756-1824. Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000.
8
Los datos que aporta Luis NAVARRO GARCÍA (Intendencias en Indias. Sevilla: CSIC, 1959) son contundentes:
entre 1650 y 1825 la población del Perú pasa de 1,6 millones de habitantes a 1,4 millones; por el contrario, el
Virreinato de Nueva España, en el mismo período, aumenta de 3,8 millones a 6,8 millones de habitantes.

86 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


ción libre mestiza, que se configura como el mejor reservorio de mano
de obra en un nuevo modelo económico de carácter mercantilista9.

Mas no avancemos en el tiempo y ocupémonos primero de la estruc-


tura sanitaria virreinal, hasta donde nos es conocida.

La sanidad en el Virreinato
El proceso de institucionalización de la sanidad de ‘tipo europeo’ en
el territorio del Virreinato peruano sigue, en sus inicios, la misma anda-
dura que para el resto de los territorios coloniales: junto a las tropas de
conquista llegan algunos médicos –y sobre todo cirujanos romancistas–
portadores de los sistemas vigentes en la metrópoli; se unen a ellos miem-
bros de algunas órdenes religiosas que organizan centros de atención hos-
pitalaria destinados bien a los españoles bien a los naturales10.

Apenas fundada la Ciudad de los Reyes, bajo el gobierno de Fran-


cisco Pizarro (1478-1541), aún bajo el ámbito territorial de la Nueva
Castilla, se cedieron los terrenos para que los Dominicos levantaran una
enfermería y casa-albergue u hospital establecido, en marzo de 1538,
bajo la denominación de Rinconada de Santo Domingo, concebido como
una solución transitoria en la que –de manera excepcional– indios y espa-
ñoles comparten espacio; éste, como las salas destinadas a mujeres enfer-
mas en el Beaterio de las Camilas, tendrá una existencia fugaz.

9
Cf. Emilio QUEVEDO. “El conflicto entre tradiciones científicas modernas europeas y americanas en el campo
de la Medicina en la América Latina colonial”. En: Antonio LAFUENTE, Alberto ELENA y María Luisa ORTEGA
(eds.). Mundialización de la ciencia y cultura colonial: 269-286. Madrid: Doce Calles, 1993.
10
Entre los primeros médicos y cirujanos europeos que pisaron el territorio del Virreinato peruano figuran el doc-
tor Hernando de Sepúlveda, para quien se señala el año 1537 como el de su llegada a Lima; con anterioridad,
dos bachilleres, Enríquez y Marín, ambos cirujanos, acompañaron al ejército de Diego Almagro, en 1535, por
tierras chilenas (cf. Oswaldo SALAVERRY. “La medicina en el Virreinato del Perú”. En: Javier PUERTO (dir.). Cien-
cia y técnica en Latinoamérica en el período virreinal, 1: 301-369. Madrid: TF editores, 2005).

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 87


En 1549, pacificado ya el territorio, y por especial interés de fray Jeró-
nimo de Loayza (1498-1575), arzobispo y protector de los indígenas, se
abren las puertas del Hospital de Santa Ana de los Naturales; poco después,
hacia 1556, sería el nuevo Hospital de la Ciudad –o de los españoles– el
que entraría en funcionamiento, bajo la denominación de Hospital de San
Andrés, dedicado a la atención de varones. Ambos, el de Santa Ana y el
de San Andrés, quedaron bajo la administración conjunta de un mayor-
domo designado por sus respectivos patronos: el Arzobispado y el Cabildo,
aunque por poco tiempo, hasta la organización del Protomedicato peruano.
De 1559 data la fundación del Hospital de San Cosme y San Damián [vulgo
de la Caridad], destinado a pobres enfermas, a cargo de una hermandad
seglar, la de la Caridad, de la que acabaría tomando su nombre11.

En enero de 1552, el arzobispo Jerónimo de Loayza instaló, proce-


dente de Sevilla, la primera botica al estilo europeo en los solares del
Hospital de Santa Ana de los Naturales, que habría de prestar servicio
a éste y al de San Andrés, con el que estaba administrativamente vin-
culado; su entrada en funcionamiento fue inmediata, corrió a cargo
del boticario Francisco de Bilbao, quien quedaba formalmente autori-
zado para preparar medicamentos destinados al ámbito extrahospitala-
rio. Con la botica entró en la Ciudad de los Reyes una pequeña biblio-
teca para el uso del boticario: un Modus faciendi de fray Bernardino de
Laredo, el Banquete de los Caballeros del doctor Ávila, un Mesué y un
‘Vocabulario de Antonio’, quizás el español-latino que escribiera Elio
Antonio de Nebrija (1444-1522)12. No debió ser éste el primer botica-
rio asentado en Lima; en 1538 ya estaba activa la botica de Juan Rodrí-
guez, de la que se surtió el propio Francisco Pizarro (ca. 1478-1541)13.

11
HESPERIÓPHYLO [José ROSSI RUBÍ]. “Historia de la Hermandad, y Hospital de la Caridad”. Mercurio Peruano,
1(2): 9-16. Lima, 1791.
12
Miguel RABÍ CHARA. “La primera botica de los hospitales de la ciudad de Lima en el siglo XVI”. Asclepio, 52(1):
269-280. Madrid, 2000 .
13
Cf. Oswaldo SALAVERRY. Op. cit. nota 10, p. 336.

88 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


No sólo la Ciudad de los Reyes tuvo hospitales gestionados al modo
europeo; en mayo de 1575 se fundó, en el puerto de El Callao, el Hos-
pital del Espíritu Santo, bajo el patrocinio de un grupo de navieros,
reconstruido, tras los terremotos de 1687 y el seísmo de 1746, siem-
pre al amparo económico de marinos mercantes. En torno al Hospital
del Espíritu Santo se estableció, hacia 1657, una academia para la pre-
paración de pilotos, a la que quedó aneja una Cátedra de Matemáti-
cas fundada por el virrey Luis Enríquez de Guzmán (ca. 1600-ca. 1663),
quien designó como primer catedrático al peruano Francisco Ruiz
Lozano (1607-1677), nombrado luego Cosmógrafo Mayor del Virrei-
nato. A este mismo Hospital se agregó, hacia 1780, una Escuela Prác-
tica de Medicina, precursora del Colegio de Medicina de San
Femando14.

Y fueron más los hospitales fundados en el Virreinato, algunos de


corta vida institucional; recordemos, entre otros, el de San Sebastián, en
Trujillo (1551), el de San Lázaro (1555) y el de Nuestra Señora de los
Remedios (1556), ambos en Cuzco, o el de San Juan, en Arequipa (1559),
la mayor parte de ellos debidos a la caridad privada15.

Con ánimo de trasladar al Virreinato del Perú la misma estructura


organizativa de la sanidad metropolitana, Felipe II instauró, en 1570, el
Protomedicato General de Lima, destinado a reglamentar y regular la
práctica de las profesiones sanitarias en el Perú. En 1569 llegó a Lima
Antonio Sánchez de Renedo (m. 1579), el primero en ostentar la direc-
ción del Protomedicato limeño, pero no el primer protomédico en estas
tierras, honor que recae en Hernando de Sepúlveda, comisionado por
Carlos V, presente en la Ciudad de los Reyes en 1537, cuando ésta aún

14
Miguel RABÍ CHARA. “Un capítulo inédito: el traslado del Hospital del Espíritu Santo de Lima a Bellavista
(1750)”. Asclepio, 47(1): 123-133. Madrid, 1995.
15
Cf. Oswaldo SALAVERRY. Op. cit. nota 10.

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 89


se encontraba en plena construcción, y al que el Cabildo de la Ciudad
nombró ‘protomédico sustituto”16.

Simultáneamente a la puesta en funcionamiento de estos primeros


centros hospitalarios, también por iniciativa de los Dominicos, se funda
la Universidad Mayor de San Marcos de Lima, inaugurada en 1551, qui-
zás la institución de educación superior más antigua del continente ame-
ricano. A ésta siguieron la de San Antonio Abad, en el Cuzco, activa
en 1598, la de San Cristóbal de Huamanga, fundada en 1677, y la Uni-
versidad de San Agustín de Arequipa, cuya apertura se fecha en 171417.

Aunque el protomédico Sánchez Renedo ejerció como Rector de la


Universidad de San Marcos entre 1573 y 1577, los estudios de Medi-
cina no tuvieron espacio propio en el ámbito universitario hasta que el
virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera Bobadilla (1589-1647),
conde de Chinchón, proveyera la Cátedra de Prima de Medicina, en abril
de 1635, para su médico de Cámara, Juan de la Vega; y otra Cátedra
de Vísperas, por esas mismas fechas, ocupada inicialmente por Jerónimo
Andrés Rocha. Mediante Real Cédula de 1646 se dispuso que el Pro-
tomédico de Lima, y médico del Virrey, fuera a la vez catedrático de
Prima de Medicina.

No obstante, estos datos no deben llevarnos a engaño: ni los cen-


tros de asistencia hospitalaria estaban atendidos por profesionales de la
salud, ni las universidades peruanas, centradas en el proceso de cristia-
nización del territorio colonial, impartieron cátedras médicas con sufi-

16 El Tribunal del Protomedicato peruano, que llegó a extender su jurisdicción hasta Buenos Aires, fue abolido en
diciembre de 1848; quedó sustituido por la Junta Directiva de Medicina. Sobre el Protomédico en el Perú cf.
John TATE LANNING. The Royal Protomedicato: the regulation of the medical professions in the Spanish Empire.
Durham [NC]: Duke University Press, 1985; y Abraham ZAVALA BATLLE. “El Protomedicato en el Perú”.
Acta Médica Peruana, 27(2): 151-157. Lima, 2010.
17 Sobre el proceso de fundación de centros de enseñanza superior en América latina cf. Alfred B. THOMAS.
Latin America. A History. New York: The Macmillan Co., 1956.

90 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


ciente continuidad como para que de ella egresaran los profesionales que
el territorio necesitaba.

La presencia de médicos y farmacéuticos en territorio peruano parece


condicionada a los que, formados en la metrópoli, deciden emprender
el largo e inseguro camino de las Indias18. Sólo quien pudiera permitír-
selo dispondría de su propio médico, formado en la metrópoli, y con
quien viajará cuando la Corona le otorgue las prebendas que le inciten
a trasladarse al Virreinato19. Los naturales seguirán confiando en sus
curanderos, los españoles pobres y los indios destribalizados serán aten-
didos por las órdenes religiosas en las instalaciones fundadas por éstas.
Nada habremos de decir de los esclavos, para sus ‘propietarios’ resultaba
más costoso proporcionarles los cuidados necesarios que adquirir otro
nuevo que los sustituyera20.

Los datos que ofrece el médico criollo Hipólito Unanue, en su dis-


curso inaugural del anfiteatro anatómico de la Universidad de San Mar-
cos21, corriendo el noviembre de 1792, parecen concluyentes:

18 El resto de las profesiones sanitarias no corrió mejor suerte; valga, de nuevo, el testimonio de José Hipólito UNA-
NUE: “Á imitacion de los hombres sin instruccion ni conciencia que encontráron su subsistencia en la práctica
de la Medicina: unas mujeres incapaces y por lo regular de esfera humilde, se apoderaron de la delicada parte
de la Cirugía, que cuida del exórdio de la humanidad; del Arte de partear, cuyo exercicio pide virtud, calidad
y ciencia. (…). Su capricho y arrojo ha privado al Perú, en innumerables momentos, del nuevo habitante con
que la Naturaleza benéfica pretendía reparar sus pérdidas, y de unas madres fecundas que podían hacérselas olvi-
dar” (Op. cit. nota 4, p. 107).
19 Sobre la ausencia de médicos, debidamente formados, en los primeros años de la colonización, daba cuenta José
Hipólito UNANUE. “En el siglo de la Conquista no había en el Perú otros Médicos que los venidos de Europa. El
célebre Pedro de Osma dice de ellos á Monardes: ob Medicorum huc á vobis commeantium magna ex parte negligen-
tiam et inscitiam, quibus Publica utilitas (quam tamen summam præstare possent) curae non est, sed ut quæstui dumta-
xat serviant, Epist. ad Nicol. Monardis e Lima in Peru, ad 26 decembris 1568. En ella misma asegura que las yerbas,
y demas drogas medicinales de estos países no aprovechaban por falta de método en su administración… ex qui-
bus sine methodo ante usurpatis, nullum auxilium percipiebamus. En el Tom. II del Mercur. Pág. 72. cité esta Carta,
y dí razon de la profesion de Pedro de Osma, a quien Monardes compara a Dioscorides”. (Op. cit. nota 4, p. 96).
20
No obstante quedan noticias de algunos hospitales expresamente destinados a ellos, tal el Hospital Real de Pobres
Negros, fundado por el agustino fray Bartolomé Vadillo, en la Lima de 1651 y reconstruido, tras el terremoto
de 1687 (Cf. SALAVERRY. Op. cit. nota 10, p. 329-332).
21 El anfiteatro anatómico, instaurado éste 1792, tuvo su sede inicial en el Real Hospital de San Andrés de los
Españoles.

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 91


“En el siglo 16 el gusto dominante de nuestra Nacion estaba á favor de
la Teología Escolástica, de la Filosofía de Aristóteles y del Derecho Civil
de los romanos. (…) Para la Medicina se designáron dos Cátedras, una
de Prima y otra de Vísperas, proveyéndose únicamente la primera en
el doctor Antonio Sánchez Renedo; pero no habiéndosele señalado
sueldo alguno, con el Doctor Renedo se acabaron las Cátedras y Cate-
dráticos de Medicina. Por esto, no es de extrañar que cuando en 1637
se deliberaba sobre su restauracion, asegurase el Doctor Huerta, que
habiendo florecido un crecido número de Doctores en Teología, Artes
y Leyes, numerándose en aquel año mas de ciento en Lima, en 70 años
corridos después de la fundacion de la Universidad solo se habian cono-
cido tres o cuatro Doctores Médicos que, habiendo estudiado en otras
partes, se incorporaron en ella (…) La suma necesidad y escasez de estos
(…) diéron motivo á que en el año de 1638 se fundasen de nuevo las
Cátedras de Prima y de Vísperas de Medicina (…) Despues se añadie-
ron las Cátedras de Método y Anatomía, cuyos Profesores, sin renta,
han sido hasta ahora Catedráticos in partibus o Catedráticos de anillo.
Faltando por estas razones la enseñanza pública de la Medicina en la
Real Escuela, y no habiendo Colegios que la supliesen, no se han hecho
en esta facultad los progresos que se debían, con gran detrimento de la
salud pública…”22.

Tampoco esta restauración del XVII gozó del éxito esperado, quizás
por la propia oposición interna con que contó en el claustro universi-
tario23. En julio de 1660 se unió a las de Prima y Vísperas, una Cáte-

22
José Hipólito UNANUE. “Decadencia y Restauración del Perú. Oración inaugural que, para la estrena y abertura
[sic] del Anfiteatro anatómico, dijo en la Real Universidad de San Marcos el día 21 de noviembre de 1792 el
doctor…”, Mercurio Peruano, 7(218-222): 82-127. Lima, 1793 [La cita en pág. 98-99].
23
Como relata el propio UNANUE: “En el Claustro tenido en la Real Universidad de San Marcos en 1637, para
resolver la fundacion de dos Cátedras de Medicina, se opuso el Doct. Monzo de Huerta, Catedrático Jubilado
de lengua Quechua, por ser constante que los Indios curaban mejor que los Médicos, sanando á los que estos
habían desahuciado, y por haber muchos que por haber estado algun tiempo en los Hospitales, de solo la expe-
riencia que han tenido curan muy acertadamente sin ser Médicos, como Martín Sánchez y Juan Ximenes…”.
(Op. cit. nota 22, p. 97).

92 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


dra de Método de Galeno; habrá que esperar hasta 1722 para que la
Universidad de Lima dispusiera de una Cátedra de Anatomía, y ésta
–como las anteriores– fue fundamentalmente teórica, asentada en la
tradición hipocrática24. Sólo en 1788, cuando esta Cátedra de Anato-
mía fuera ocupada por José Hipólito Unanue (1755-1833), se pro-
moverá en ella un cambio hacia los nuevos sistemas médicos de uso
común en Europa25.

En torno a Unanue se articulará un grupo de ilustrados interesados


en la ciencia europea; los nombres de Cosme Bueno, Gabriel Moreno o
José Manuel Dávalos, deben ser especialmente recordados; algunos de
ellos, Unanue en cabeza, verán recompensados sus desvelos con el nom-
bramiento de correspondientes de la Real Academia Médica Matritense;
no obstante, hasta 1815 el Virreinato no contará con una institución
expresamente dedicada a la enseñanza de la Medicina y la Cirugía: el
Colegio de Medicina y Cirugía de San Fernando, de notoria impor-
tancia en los años del Perú independiente26.

La ciencia virreinal
El proceso de creación de nuevas estructuras científicas se desa-
rrolla, en el Virreinato del Perú y en el resto de los virreinatos ameri-

24
José Hipólito UNANUE. Op. cit. nota 22, (cf, p. 85). Aún en la segunda mitad del XVII ve la luz el texto de Juan
DE FIGUEROA. Opusculo de astrologia en medicina, y de los terminos, y partes de la astronomia necessarias para el
uso della... En Lima: [s.n.], 1660.
25
Cf. Jean-Pierre CLÉMENT. “Decadencia y restauración de la medicina peruana a finales del siglo XVIII”. Ascle-
pio, 39(2): 217-238. Madrid, 1987.
26
Algunos de los documentos fundacionales del Colegio de Medicina y Cirugía de Lima, conservados en el Archivo
General de Indias (Sevilla), están reproducidos en la selección realizada por Francisco MURILLO CAMPOS y Diego
BERMÚDEZ CAMACHO para la Real Academia de Farmacia (cf. Anales de la Real Academia de Farmacia, 23(1):
70-90. Madrid, 1957). Sobre José Hipólito Unanue y su influencia en el desarrollo de la medicina peruana cf.
John E. WOODHAM. “The influence of Hipolito Unanue on peruvian medical science, 1789-1820: a reap-
praisal.” The Hispanic American Historical Review, 50: 693-714. Pittsburgh, 1970.

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 93


canos, a la sombra de las expediciones científicas enviadas desde la
Corte27.

El fomento de las ciencias útiles, una de las características de la polí-


tica ilustrada, sería reconocido como necesario por quienes, desde los
territorios coloniales, apoyaron las reformas propiciadas por la nueva
dinastía28; Hipólito Unanue escribiría en 1792:

“Las Ciencias naturales son de primera necesidad en el Perú, aten-


didos los frutos que él ofrece, y han sido las más olvidadas. No pre-
sentando giro ni premio, casi nadie las ha cultivado; así todo lo que
depende de ellas, ó se ha dejado de hacer, o se ha practicado por un
ciego empirismo. (…) La Física, la Mecánica, la Geometría, la Arqui-
tectura subterránea, la Química y Docimástica forman hoy las deli-
cias de muchos que, al abrigo de la protección [del virrey Gil de Tabo-
ada], no pueden ménos que hacer rápidos progresos que resulten á
favor de la Minería y la Agricultura”29.

27 Hasta el extremo que Marcos Cueto llegó a escribir, al ocuparse de las reformas sanitarias: “En Lima (…) sería
la Expedición Botánica de Ruiz y Pavón (1777-1788) la que crearía un nuevo ambiente cultural; en torno al
cual comenzaría a surgir un creciente interés por la ciencia moderna y por el uso de la herbolaria, caracterís-
tica distintiva de la medican moderna, desde Sydenham y Boerhaave” (Marcos CUETO. “Las expediciones botá-
nicas, la Ilustración española y la francesa y su papel en la institucionalización de la enseñanza médica en la Amé-
rica colonial, durante los siglos XVIII y XIX”. En: Alejandro R. DÍEZ TORRE, Tomás MALLO y Daniel PACHECO
(eds.). De la Ciencia Ilustrada a la Ciencia Romántica. Actas de las II Jornadas sobre ‘España y las expediciones cien-
tíficas en América y Filipinas’: 377-397. Madrid: Doce Calles, 1993 (La cita en p. 384).
28 Sobre el apoyo del grupo de intelectuales vinculados a la Sociedad Patriótica de Amantes del País a las refor-
mas borbónicas cf. Pedro M. GUIBOVICH PÉREZ. “Alcances y límites de un proyecto ilustrado: la Sociedad de
Amantes del País y el Mercurio Peruano”. Histórica, 29(2): 45-66. Lima, 2005. “Se puede decir que el perió-
dico se volvió el vocero de la autoridad, que se sirvió de este medio para difundir sus postulados entre los miem-
bros de la sociedad, en particular entre la elite dirigente…” (Op. cit. p.58).
29 Así lo reconoce José Hipólito UNANUE. “Si la práctica medica del Perú solo empezó á desear merecer con jus-
ticia el título de tal á los principios del siglo 18, de la Cirugía se supo únicamente el nombre casi hasta media-
dos del propio siglo, hasta que la ilustró en él el feliz Delgar” (Op. cit. nota 22, p. 106). El cirujano, de origen
francés, Martín Delgar llegó a Perú en 1744, trabajó en un hospital de la gran mina de plata de Potosí, en el
Alto Perú; se interesó por la terapéutica indígena, de la que dejó algunos testimonios (Cf. Adam WARREN. “Rece-
tarios: sus autores y lectores en el Perú colonial”. Histórica, 33(1): 11-41. Lima, 2009).

94 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


Para entonces ya se había llevado a cabo la Expedición franco-espa-
ñola al Virreinato del Perú, no la primera de las expediciones europeas
que hoyaron el territorio, pero sin duda la que más repercusión tuvo
en el ámbito colonial.

La anunciada partida de la Expedición peruano-chilena hacia la metró-


poli, y la previsible demanda de material americano para las labores de
inventariado y clasificación que habrían de realizarse en la Corte30, motivó
la propuesta, formulada por Casimiro Gómez Ortega (1741-1818) en
1786, de que Juan José Tafalla (1755-1811), el discípulo formado por
Hipólito Ruiz (1754-1816) y José Pavón (1754-1840), se integrara en
el claustro de la Universidad de San Marcos31.

En Lima, al igual que ocurriera en otros virreinatos, la propuesta pro-


vocó recelos por parte del claustro universitario y las reticencias del Real
Tribunal del Protomedicato, por lo que suponía de alteración de sus res-
pectivas estructuras organizativas. Pero, en contra de lo acontecido en
otros territorios coloniales, los ilustrados criollos limeños apoyaron la
introducción del nuevo sistema linneano.

Carl Linné entró en el Perú de las manos de los botánicos, españoles


y franceses, que conformaron la Real Expedición, pero la difusión de su
sistema no se produjo en el Virreinato a través de la enseñanza reglada
de la Botánica –como sí ocurrió en México–, sino por mediación de la
Sociedad Académica de Amantes del País de Lima y, en particular, de
la revista que éstos editaron, el Mercurio Peruano. No son pocos los artí-

30 “... para responder a las dudas y preguntas que desde Madrid se les hiciese, y aumentar la obra [Flora Peruviana
et Chilensis] con nuevos descubrimientos que fuesen haciendo...” (Carta de Hipólito Ruiz a José Gálvez. Huá-
nuco, 12-VI-1786. Archivo del Museo Nacional de Ciencias Naturales (Madrid) [Arch. MNCN], Expedicio-
nes, doc. 111).
31
Sobre la difusión de la Botánica linneana en los territorios coloniales españoles cf. Antonio GONZÁLEZ BUENO.
“Plantas y luces: la Botánica de la Ilustración en la América hispana.” En: Karl KOHUT y Sonia V. ROSE (eds.).
La formación de la cultura virreinal. III: el siglo XVIII: 107-128. Madrid / Frankfurt: Iberoamericana / Ver-
vuert Verlag, 2006.

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 95


culos de cariz botánico e impronta linneana aparecidos en las páginas de
esta revista32, pero es obligado referirse, al menos, a las contribuciones
de José Hipólito Unanue y del padre Francisco González Laguna.

Bajo la firma de Aristio –José Hipólito Unanue– se publicó, en las


páginas del Mercurio Peruano aparecidas en 1791, una “Introducción a
la descripción científica de las plantas del Perú”33, modelo de asimila-
ción de los principios linneanos, a la que siguieron otras memorias sobre
el tabaco o la coca, construidas -en lo que a la formulación taxonómica
respecta- según las ideas del “príncipe de los sexualistas”.

José Hipólito Unanue no fue el único divulgador del sistema linne-


ano en el Perú; las páginas del Mercurio Peruano editadas en 1794 inclu-
yen una memoria sobre la “Necesidad de una Historia Natural Cientí-
fica”, firmada por el padre González Laguna, un alegato más sobre la
conveniencia de utilizar los sistemas linneanos de clasificación y nomen-
clatura para el inventario de la Naturaleza peruana34.

Conviene detenerse unos momentos en las palabras de este religioso


de Agonizantes, corresponsal del Real Jardín Botánico de Madrid y
que tanto apoyo prestó a la Expedición dirigida por Hipólito Ruiz, redac-
tadas ya finalizado el siglo XVIII, en 1794:

“Entre muchos de nosotros todavía esta ciencia [la Botánica] se reputa


pueril, impertinente, é inútil, todavía se oye, la Historia Natural no
esta recibida en el estado Político ni Eclesiástico nunca ha merecido Cáte-
dras en las Universidades, ni Aulas en nuestras Escuelas; como si las

32
Jean-Pierre CLÉMENT (El Mercurio Peruano. 1790-1795. Frankfurt / Madrid: Vervuert / Iberoamericana, 1997-
1998. 2 vols.) se ha ocupado de este asunto con extensión y profundidad envidiables.
33
ARISTIO [José Hipólito UNANUE]. “Botánica. Introducción a la descripción científica de las plantas del Perú”.
Mercurio Peruano, 2(43/44): 68-86. Lima, 1791.
34
Francisco GONZÁLEZ LAGUNA. “Necesidad de la Historia natural científica”. Mercurio Peruano, 10(316/319):
25-58. Lima, 1794.

96 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


nuestras fueran las de todo el mundo, ó solo las ciencias que las obtie-
nen fuesen las únicas que hacen feliz al hombre…”35.

La decisión de crear en el seno de la Universidad de San Marcos una


Cátedra de Botánica se produce mediante una Real Orden, firmada el
18 de marzo de 1787, en la cual se ordena la dotación de esta plaza en
favor de Juan José Tafalla36; era éste el modo, diseñado desde la Corte,
para asegurar la continua remisión de materiales, precisados para los
trabajos florísticos de los expedicionarios en la metrópoli37. El silencio
administrativo, fiel reflejo de los intereses de los claustrales universita-
rios, acompañó a la decisión regia38. La creación de tal Cátedra supo-
nía, de facto, la integración de su titular entre los jueces examinadores
del Real Tribunal del Protomedicato; conocedor, por propia experien-
cia, de cómo conseguir el objetivo propuesto, Casimiro Gómez Ortega
sugerirá a Francisco Cerdá, Primer Oficial de la Secretaría de Gracia y
Justicia para el Despacho de Indias, en escrito reservado fechado el 18
de noviembre de 1791: “la reforma del Protomedicato [de Lima] a imi-
tación de lo que se ha hecho con el de Madrid y lo que se está pensando
con el de México.”39

35
Francisco GONZÁLEZ LAGUNA. Op. cit. nota 34, pág. 30-31.
36
Cf. Borrador de la Real Orden de 18 de marzo de 1787 dirigida, desde El Pardo, al Superintendente Subdele-
gado de la Real Hacienda de Lima (Arch. MNCN, expediciones, doc. 120).
37
“Deseoso también Su Magestad de que se radiquen y propaguen por medio de la enseñanza los conocimientos
de Botánica o Historia natural (lo que podrá lograrse sin gravamen del Real Erario) quiere que mediante en la
Universidad Literaria de esa capital habrá o debe haber una Cátedra de simples o de Materia médica para lo que
se necesita el conocimiento de las yervas se confiere sin perjuicios de tercero al Botánico Agregado a cuyas órde-
nes ha de estar el Dibujante, con la obligación de enseñar la Botánica theórica y práctica y de continuar las explo-
raciones, Herbarios, Dibujos y remesas que se les encarguen...” (Real Orden, 18-III-1787. Arch. MNCN, expe-
diciones, doc. 120).
38
Algunos ilustrados peruanos actuaron en sentido contrario, tal el protomédico Juan Joseph Aguirre, tan con-
trario a ésta y otras reformas promovidas –incluso– desde el propio Virreinato; es de destacar –por el contra-
rio– el reiterado apoyo del padre González Laguna a las propuestas de Juan José Tafalla; cf., entre otros docu-
mentos, el informe remitido a Antonio Porlier, con fecha 16 de abril de 1790 (Arch. MNCN, expediciones,
doc, 171).
39 Carta de Casimiro Gómez Ortega a Francisco Cerdá. Madrid, 18-XI-1791 (Arch. MNCN, expediciones,
doc. 182).

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 97


Pero Lima está muy alejada de la Corte, y las decisiones del Soberano
tardan en llegar, y mucho más en cumplirse, en particular cuando hay
intereses profesionales y personales encontrados; de nuevo el silencio y
la inamovilidad administrativa serán la repuesta ofrecida por las cúpu-
las virreinales.

La Cátedra de Botánica sería creada a comienzos de 1796 y otorgada


‘interinamente’ al médico mulato Juan Manuel Dávalos, candidato afín
al Real Tribunal, formado científicamente en Francia40. Mientras tal ocu-
rría, Juan José Tafalla se hallaba herborizando en las montañas de Huá-
nuco; a su vuelta a Lima exigió –y obtuvo– el cumplimiento de la Real
Orden de 1787 –dictada once años atrás–41. Juan José Tafalla, de origen
hispano y carente de formación académica como médico, pudo ocuparse
de la docencia apenas un año; en 1799 salía hacia la Audiencia de Quito,
donde habría de dedicarse al estudio de los quinos, un producto de tras-
cendental interés para la economía de la Corona y, especialmente, para
las de los grupos –hispanos, peruanos y novo-granadinos– enfrascados
en monopolizar su comercio42.

Juan José Tafalla permaneció en los quinares de Quito hasta 1808. A


su regreso a Lima, coincidente con la creación del Colegio de Medi-
cina y Cirugía de San Fernando, en el que tanta intervención tuvo el
médico José Hipólito Unanue, volvió a ocuparse de la enseñanza de la
Botánica en esta institución; sus trabajos de campo –esta vez en terri-

40
Eduardo ESTRELLA. “Introducción histórica: la expedición de Juan Tafalla a la Real Audiencia de Quito (1799-
1808) y la Flora Huayaquilensis”. En: Juan José TAFALLA (Eduardo ESTRELLA, ed.). Flora Huayaquilensis sive des-
criptiones et iconesplantarum Huayaquilensiumj secundum systema linneanum digestae: XIII-CVI. Madrid: ICONA
/ CSIC, 1989), que ha estudiado documentalmente la cuestión en archivos peruanos, señala el 30 de enero de
1796 como la fecha de posesión de la Cátedra por Juan Manuel Dávalos.
41
Juan José Tafalla tomó posesión de la Cátedra el 10 de julio de 1797 (cf. Eduardo ESTRELLA. Op. cit. nota 40,
p. XXVI).
42
Los trabajos florísticos de Juan José Tafalla en la Audiencia de Quito, realizados entre 1799 y 1809, su “Flora
Huayaquilensis”, han sido editados por Eduardo ESTRELLA (Flora Huayaquilensis sive descriptiones et icones-
plantarum Huayaquilensiumj secundum systema linneanum digestae. Madrid: ICONA / CSIC, 1989).

98 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos


torio chileno– le llevaron a renunciar a la docencia a los pocos meses,
fue sustituido por su discípulo Juan Agustín Manzanilla. Desde fines de
1810 hasta los comienzos de 1811, Juan José Tafalla dictó algunas cla-
ses de Botánica en el Colegio de San Fernando; fueron los últimos actos
públicos de su vida. A su muerte, acaecida el 1 de octubre de 1811, se
hizo cargo de la Cátedra de Botánica, ya de manera definitiva, Juan Agus-
tín Manzanilla, esta vez con el apoyo del, entonces, protomédico José
Hipólito Unanue43.

Las enseñanzas botánicas impartidas en el Real Colegio peruano siguen


la misma estructura de clases teóricas y prácticas implantada en el Real
Jardín de Madrid y la docencia se realizó ateniéndose, de manera estricta,
a los planteamientos del sistema linneano; para la enseñanza práctica
se fundó, en 1808, un jardín anejo al Real Colegio, cuya dirección era
inherente a la Cátedra de Botánica.

La Botánica, la ciencia amable, no fue la única de las disciplinas cien-


tíficas que conoció un cierto desarrollado al calor de las luces ilustradas.
Desde las páginas del Mercurio Peruano se desvela el interés por las nue-
vas teorías de Lavoisier, Morveau y Fourcroy en el caso de la Química,
de la mano de José Coquette y Fajardo44; o de Newton en el de la Física,
como lo hacía por las de Sydenham o Boerhaave en el campo médico, o

43
Juan Agustín Manzanilla no permaneció en la Cátedra mucho años, hubo de retirarse por problemas de demen-
cia; en 1820 impartía la materia Francisco Paula (cf. Eduardo ESTRELLA. Op. cit. nota 40, p. LVI). José Hipó-
lito Unanue ocupó la plaza que la muerte de Juan Aguirre (13-XI-1807) dejara vacante, contaba con el apoyo
explícito del virrey José Abasal.
44
José COQUETTE. “Química Física. Carta dirigida á la Sociedad remitiendole una obra intitulada, Principios de
Química Física, para servir de introducción á la Historia Natural del Perú”. Mercurio Peruano, 6(183): 74-81;
6(184): 82-89; 6(185): 90-97; 6(186): 98-105. 2 tablas; 6(187): 106-113. Lima, 1792. “Memoria sobre la nece-
sidad de perfeccionar y reformar la nomenclatura de la química, leída en la Junta pública de la Academia Real
de las Ciencias de París, por Mr. Lavoisier”. Mercurio Peruano, 9(305): 218-225; 9(306): 226-228. Lima, 1793.
“Memoria sobre la explicación de los principios de la nomenclatura metodica, leida á la Academia el 2 de Mayo
1787. Por Mr. Fourcroy” Mercurio Peruano, 9(306): 228-232; 9(307): 234-241; 9(308): 243-250; 9(309): 251-
252. Lima, 1793. “Memoria para la explicación de la tabla de nomenclatura por Mr. De Fourcroy” Mercurio
Peruano, 9(309): 252-258; 9(310): 259-264. Lima, 1793.

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 99


las de Linneo para el mundo natural, como ya hemos dejado apuntado
más arriba45.

Pese a su extraordinaria importancia, el Mercurio Peruano no fue el


único papel periódico limeño en el que tuvieron cabida las noticias de
ciencia; con anterioridad se publicó el Diario de Lima, curioso, erudito,
económico y comercial, mantenido por el periodista madrileño Francisco
Antonio Cabello y Mesa (bajo el alias de ‘Jaime Báusate y Mesa’) activo
por espacio de casi tres años, entre 1790 y 1793, de inferior calidad en
sus contenidos, pero donde podían leerse algunas informaciones geo-
gráficas, matemáticas y médicas46. La aparición del Mercurio Peruano,
en 1791, frenó la iniciativa de este empresario, pero en las páginas de su
diario, que pasa por ser el primero en tierras de la América española,
contó con firmas de interés como la del catedrático de la Universidad
Mayor de San Marcos, Cosme Bueno (1711-1798)47.

De modo que, al menos en los años finales del XVIII, quizás como
consecuencia de un movimiento iniciado en los centrales del siglo, es
posible definir una elite colonial que manifiesta un interés por las nue-
vas ciencias, y lo hacen de manera pública. Es posible que este movi-
miento responda a las reformas emprendidas por la dinastía Borbónica
en los territorios americanos, y que –en alguna medida– este interés
nazca, entre una minoría urbana y acomodada, como un proceso de
mimetización con las propias estructuras metropolitanas que, en cual-
quier caso, se vio fecundado por la propia idiosincrasia –cultural y social–

45 Del contenido científico del Mercurio Peruano se ha ocupado, por extenso, Jean-Pierre CLÉMENT. Op. cit.
nota 32, (cf. vol. 1: 107-130).
46 Sobre la actividad periodística de ‘Jaime Báusate y Mesa’ cf. Mónica Patricia MARTINI. Francisco Antonio
Cabello y Mesa: un publicista ilustrado de dos mundos (1786-1824). Buenos Aires: Instituto de Investigaciones
sobre Identidad Cultural, Universidad del Salvador, 1998.
47 La actividad científica de este ilustrado ha sido estudiada por D.W. MCPHEETERS. “The distinguished peruvian
scholar Cosme Bueno 1711-1798”. The Hispanic American Historical Review, 35(4): 484-491. Pittsburgh, 1955;
Joan Manuel MORALES CAMA y Marco Antonio MORALES CAMA. La Ilustración en Lima: vida y obra del doc-
tor Cosme Bueno y Alegre (1711-1798). Lima: [s.n.], 2010.

100 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
del territorio americano en el que se produce esta manifestación de adhe-
sión a los modelos de ciencia desarrollados en el continente europeo.

Quizás en el trato con las plantas sea donde mejor se aprecie este par-
ticular sistema de mimetización de la ciencia adaptada a la idiosincra-
sia local: ya dejamos señalado la aceptación de los principios nomen-
claturales establecidos por el naturalista sueco; pero el interés de los botá-
nicos peruanos se centrará en las producciones locales cuya excepcio-
nal importancia conocen –el caso de la quina o de la coca resultan espe-
cialmente ilustrativos48– y a las que dedican particulares estudios; sus
trabajos nos muestran a un grupo de hombres comprometidos con la
realidad económica del territorio, centrados en la aplicación práctica de
sus recursos, no sólo en la difusión vacía de las nuevas teorías científicas,
sino en su puesta en práctica ante la realidad en la que se sienten inmer-
sos. Se trata de mirar –y hacer ver– con otros ojos la realidad peruana.

En palabras de Jacinto Calero, promotor del Mercurio Peruano, for-


muladas en 1790:

“La escasez de noticias que tenemos del País mismo que habitamos
y del interior y los ningunos vehículos, que se proporcionan para
hacer cundir en el Orbe literario nuestras nociones, son las causas de
donde nace, que un Reino como el Peruano, tan favorecido en la
naturaleza de la benignidad del Clima, y en la opulencia del Suelo,
apenas ocupa un lugar muy reducido en el cuadro primitivo del Uni-
verso que nos trazan los Historiadores…”49.

48 Jean-Pierre CLÉMENT. “La coca du Pérou ou la passion botanique au XVIII ème siècle”. En: Nouveau Monde
et renouveau de l’Histoire Naturelle, 1: 65-84. Paris: Université de la Sorbonne Nouvelle-Paris III, 1986.
49 Prospecto del papel periodico intitulado Mercurio Peruano de Historia, Literatura, y noticias pública, que á nom-
bre de una Sociedad de Amantes del País, y como uno de ellos, promete dar á luz Don Jacinto Calero y Moreira.
[Lima]: en la Imprenta Real de niños expósitos, 1790 (cf. p. 4).

Sanidad y Ciencia en el Perú virreinal 101


III. Viajeros y científicos
Expediciones y ciencia en el
Caribe insular, siglos XVIII-XIX
Consuelo Naranjo Orovio

El siglo XVIII es conocido como el siglo de las Luces y de la Ilus-


tración. Es el siglo en el que la ciencia pasó a ocupar un lugar central
dotando al hombre de una fuerza extraordinaria a partir de la toma de
conciencia de su capacidad para transformar la historia y el mundo.
Junto al saber y la ciencia, el siglo XVIII fue también el siglo de los
grandes viajes. En este siglo, Ilustración, ciencia y las expediciones cien-
tíficas son los tres elementos interdependientes que actuaron de manera
coordinada. Esta conexión es la que obliga a trabajar las expediciones,
la ciencia y los científicos como partes de un proyecto y de un mundo
que dirigía su mirada a la conquista del saber. En esa conquista del
saber, la aventura expedicionaria fue una etapa más.

Sin embargo, esta breve explicación quedaría incompleta si no ana-


lizamos la búsqueda del saber en un contexto y un período determi-
nado como fue el siglo XVIII y gran parte del XIX, en el que obtener
mayores conocimientos sobre los recursos naturales, las poblaciones
y los territorios fue una necesidad inherente a la gestión de los Esta-

Este trabajo forma parte del proyecto de investigación HAR2009-09844, financiado por el MICINN (España).

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 105


dos y, sobre todo, para logar controlar y explotar de una manera más
racional los territorios coloniales de Ultramar.

El desarrollo de la ciencia necesitó y se sirvió de la expansión terri-


torial y colonial, y fue esta presencia colonial la que contribuyó en gran
medida al avance científico. Las expediciones colaboraron en el pro-
greso de la ciencia a la vez que dotaron a los gobiernos europeos de
información de los recursos naturales de sus colonias que fue de suma
importancia para controlar e iniciar una explotación más racional y
provechosa de éstas. A través de las expediciones, de sus resultados y
aplicaciones en los territorios coloniales y en las metrópolis podemos
entender mejor la conexión y dependencia de la ciencia europea, metro-
politana, y la colonial. Como apuntan algunos autores, la ciencia formó
parte del proceso de colonización y las colonias americanas fueron
enclaves para la organización de la ciencia fuera de Europa en el siglo
XVIII (McClellan, 1984).

En este sentido, quiero destacar que la ciencia fue el elemento


principal en la puesta en marcha de algunas políticas gubernamen-
tales cuyo objetivo era el crecimiento económico de las colonias. El
desarrollo que alcanzaron en los territorios americanos la medicina,
la botánica y en general la historia natural guarda relación con lo
dicho. En otras palabras, como han demostrado varios estudiosos del
tema, las expediciones fueron un instrumento utilizado por las metró-
polis (España, Francia, Inglaterra, Alemania) para obtener mayores
recursos de sus colonias a la vez que contribuyeron a la globalización
y al desarrollo del conocimiento científico, tanto en los centros de
poder como en las colonias (Sellés, Peset y Lafuente, 1988; Peset,
1985 y 1987; Puig-Samper, 1991b y 2010; Puig-Samper y Pelayo,
1995; Bernabéu, 2000; entre otros muchos). En este marco de inter-
acción, en el que la circulación del conocimiento científico es uno
de los protagonistas, es como les propongo que revisemos el alcance

106 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
y desarrollo de las expediciones científicas a América y, en concreto
al Caribe insular.

Las expediciones al Caribe insular: ciencia, defensa, control y


explotación de los territorios

A partir de esta rápida explicación, vamos a pasar a estudiar las cau-


sas que motivaron el envío de expediciones al Caribe insular en los
siglos XVIII y XIX. Junto al interés científico para el conocimiento y
aprovechamiento de los recursos naturales, como pieza del programa
del Reformismo y que comparte con las expediciones enviadas a los
virreinatos de Nueva España y Nueva Granada, hay determinadas carac-
terísticas que motivaron que las potencias europeas pusieran su mirada
en el Caribe. Dominar esta zona se convirtió en un objetivo princi-
pal para España, Francia e Inglaterra, no sólo por la riqueza que en
ellas se generaba por la explotación de sus recursos, sobre todo de la
agricultura cañera, sino también por su posición estratégica. Las islas
fueron concebidas como plataforma de la conquista de tierra firme,
además de garantes y testigos del tráfico mercantil entre Europa y Amé-
rica. Es por ello, que las luchas europeas también se dirimieron en el
siglo XVIII en otros escenarios extraeuropeos y se trasladaron al Caribe.
Ejemplos de la rivalidad imperial son la toma de La Habana por los
ingleses en 1762-1762, de Trinidad en 1797, el asalto a San Juan de
Puerto Rico en 1797, o de la cesión a Francia en 1795 de la parte
este de la Española, la actual República Dominicana.

En este marco, algunas de las expediciones tuvieron como obje-


tivo reconocer el territorio para asegurar su defensa, sobre todo tras
la ofensiva inglesa. A este fin respondieron los viajes de Alejandro
O’Reilly, enviado a Cuba y Puerto Rico tras la ocupación de La
Habana por los ingleses en 1762-1763 con el fin de emprender refor-

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 107


mas en la administración civil y militar. Para ello realizó un minu-
cioso examen del sistema defensivo, las fortificaciones y el ejército
de las plazas principales que España tenía en el Caribe, La Habana
y San Juan de Puerto Rico, que visitó en 1764 y 1765 respectiva-
mente. En sus informes manifestó la necesidad de reorganizar desde
un punto de vista militar ambas islas, reforzar su sistema defensivo
y poner en marcha reformas que rentabilizasen estos territorios. Para
ello se tomaron algunas medidas destinadas a activar la economía,
tales como la diversificación de la agricultura de exportación, el
impulso del comercio a través de la creación de compañías mercan-
tiles, la apertura de nuevos puertos y, en el caso de Cuba, se recons-
truyó el Arsenal de La Habana. Las reformas acometidas en los aspec-
tos militar y administrativo dieron como resultado la implanta-
ción de un nuevo reglamento de milicias y su reestructuración, den-
tro de la cual estuvo la creación de milicias disciplinarias en Puerto
Rico, el aumento de las dotaciones del ejército, y la instauración de
la Intendencia en Cuba y en Puerto Rico en 1764 y 1765 respecti-
vamente. Las obras de fortificación y amurallamiento acometidas
por presencia por Alejandro O’Reilly culminaron el sistema defen-
sivo de estas plazas antillanas. En La Habana se reconstruyeron las
fortalezas de La Fuerza, La Punta y El Morro, la muralla de la ciu-
dad, y se comenzó la construcción de otras fortalezas como La
Cabaña, Atarés y el Príncipe; en este proyecto se edificaron varias
baterías, la Pastora y el Polvorín y se remodelaron los castillos de El
Príncipe en La Habana, El Morro en Santiago, y San Severino en
Matanzas. En San Juan se llevaron diversas obras, iniciándose la
construcción del Castillo de San Cristóbal y acometiéndose varias
obras en otros edificios defensivos como el Morro y la Fortaleza. Este
sistema defensivo pasó la prueba al resistir el ataque inglés de 1797
a la ciudadela de San Juan (Cruz de Arrigoitia, 2004). En sus infor-
mes también aparecen datos sobre el estado de la población y sus
costumbres. La Memoria de O’Reilly sobre Puerto Rico, editada por

108 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Tapia en Biblioteca Histórica, en 1854, pasó a ser un texto funda-
cional de la historia insular, como posteriormente ocurrió con la
obra de André Pierre Ledrú (Torres Ramírez, 1969).

El desarrollo del libre comercio en 1765 y la necesidad de asegurar


las rutas comerciales entre La Habana y Veracruz requirió tener un
mayor conocimiento del sistema defensivo y militar de las islas del
Caribe, así como de su cartografía. Además, era preciso tener planos
locales y regionales en los que apoyarse para lanzar una política de inte-
gración y activación del comercio. A estos objetivos respondieron otras
exploraciones como el reconocimiento de la costa norte de Cuba del
conde de Macuriges (1765), y la expedición de carácter hidrográfico
de Ventura Barcaíztegui (1790) y la comandada por Cosme de Chu-
rruca y Elorza (1792), conocida como Expedición al Atlas de la Amé-
rica Septentrional cuyo fin era el levantamiento cartográfico del Golfo
de México, Florida, Tierra Firme y Antillas. El nombramiento de Anto-
nio Valdés, en 1783, como responsable de la Secretaría de Marina e
Indias y el de José Mazarredo, en 1786, como comandante de las tres
compañías de guardias marinas (Cádiz, Ferrol y Cartagena) fue deci-
sivo para poner en marcha el proyecto de reconocimiento cartográfico
del Caribe (Puig-Samper, 1991a; González-Ripoll, 1991a y 1991b;
Bernabéu, 1988).

Era preciso controlar el territorio para impedir no sólo que ingle-


ses o franceses lo ocuparan, sino también para frenar la entrada de cor-
sarios y piratas y dificultar el contrabando que se realizaba por las cos-
tas más alejadas del centro y que permanecían despobladas. Asimismo,
en estos años, finales del siglo XVIII, otro acontecimiento estremeció
al mundo. Me refiero a la Revolución Haitiana de 1791, la primera
revolución protagonizada por los esclavos y que desembocó en el pri-
mer Estado dirigido por antiguos esclavos negros. El miedo que causó
esta revolución al hacer tambalear los cimientos de la civilización euro-

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 109


pea provocó una alerta que se tradujo, entre otras consecuencias, en el
reforzamiento del sistema defensivo para evitar la entrada de exescla-
vos desde Saint Domingue o de posibles invasiones haitianas que ponían
en peligro el mantenimiento del orden colonial que contó con la escla-
vitud como garante (González-Ripoll, Naranjo, Ferrer, García, Opatrný,
2004). Haití, símbolo de libertad para muchos, pasó a ser un icono del
miedo para otros. Esta revolución además de dar un nuevo rumbo a la
historia, estuvo presente en los planes y proyectos que a partir de enton-
ces hicieron los gobiernos, sobre todo los de aquellos territorios cer-
canos a Haití que temían tanto por su seguridad física como por la
posible entrada de ideas que pondrían en peligro la estabilidad social
y económica de las colonias. Los reconocimientos geográficos, las expe-
diciones y comisiones que sucedieron a 1791 tuvieron entre sus obje-
tivos el amurallamiento y la defensa de los países frentes a posibles inva-
siones haitianas. El llamado desde entonces “miedo al negro” se pro-
pagó con rapidez y prendió con fuerza sobre todo en los espacios en
los que la esclavitud era el principal motor económico y el soporte del
poder colonial.

Como hemos explicado en otros estudios, la Revolución Haitiana


introdujo nuevos contenidos en las propuestas emanadas por el refor-
mismo, y junto a las ideas propiamente ilustradas emergió con fuerza
la necesidad de poblar la isla con colonos blancos (Naranjo Orovio,
2004 y 2009). Los reconocimientos geográficos y militares de los años
siguientes respondieron a estos fines. Para estudiarlo nos detendremos
en dos expediciones de Cuba, la de Ventura Barcaíztegui, 1790-1793,
y la Real Comisión del conde de Mopox y Jaruco, 1796-1802. Ambas
tuvieron entre sus prioridades el reconocimiento de la zona este de la
isla, en concreto las costas de Guantánamo y Nipe, que por su cerca-
nía a Saint Domingue y Jamaica y su despoblación, representaban un
peligro tanto para la seguridad del país como para el mantenimiento
del poder colonial de España.

110 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
El expediente sobre la creación de una población con el nombre
de Alcudia Carolina, en la bahía de Guantánamo, fechado entre 1793
y 1794, y que por su contenido atribuimos a la expedición de Bar-
caíztegui, recoge los objetivos perseguidos por el reformismo. En el
primer informe, titulado “Idea sobre los establecimientos teórico prác-
ticos de agricultura según convienen a la América: con un análisis
de la actual población y cultivos de la interesante isla de Cuba”, se
describe cómo debían fundarse pueblos a lo largo del territorio cubano:
bahía de Guantánamo, bahía de Nipe, Puerto Escondido o Caba-
ñas. Con la creación de nuevas poblaciones se perseguía tanto fomen-
tar la riqueza e impulsar el comercio nacional como aumentar el sis-
tema defensivo. “Sola la isla de Cuba vale un reino… y en cualquier
caso, cueste lo que cueste a España le conviene mantenerla, por eso,
¿no sería mejor poblarla? […] La soledad de estas costas quedaría
suplida con la superflua población de otras ciudades ya que, apuntaba
“estas colonias nuevas forman el más precioso y feliz destino para
los vagos, ociosos y desvalidos de aquellos vastos países donde es muy
arriesgada su existencia”. Se dispuso que cada población tuviera 8 ber-
gantines de 250 toneladas y 4 barcos de 40 toneladas que servirían
“para ejercitar en tiempos de paz a gentes que serán muy útiles en
tiempos de guerra”.

Junto a este primer informe sobre población, Barcaíztegui elaboró


otro titulado “De la Ysla de Cuba en general”, en el que resaltaba la
bonanza del clima, la abundancia de maderas para la construcción y la
fertilidad de las tierras, sobre todo si se comparaba con las más pobres
de Santo Domingo y Puerto Rico. En el tercer informe titulado “De
la punta oriental y costa meridional de la Ysla de Cuba”, el marino des-
tacaba la posición estratégica de algunos puntos de esta isla, lo que a
su juicio hacía que Cuba fuera uno de los lugares más óptimos que
tenía el imperio español. En este sentido destacaba que Guantánamo
era el lugar más adecuado para establecer una base estratégica de la

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 111


Marina con el fin de mantener y abastecer una escuadra que, en caso
de necesidad, auxiliaría a otros territorios americanos de Tierra Firme
y serviría para defenderse de los ataques procedentes de Guarico (Haití)
o de los asaltos de los ingleses con base en Jamaica.

Barcaíztegui preveía el abastecimiento de las escuadras, ejércitos y


flotas en el cuarto informe, “De las tierras que pueden cultivarse en
el Guantánamo, con una idea de sus posibles productos”, en el que
examinaba los recursos naturales que podrían explotarse y comerciali-
zarse. Según sus cálculos, si en cada puerto de la isla de Cuba se esta-
bleciesen colonos, en diez años se duplicaría la producción de azúcar
y se triplicaría la de otros productos como el café, el algodón y el añil.
Puesto que Santiago de Cuba era la única ciudad fortificada, el esta-
blecimiento de nuevas poblaciones y la creación de milicias contri-
buirían a defender la costa y a controlar el contrabando sobre todo por
los puertos Cabañas, Guantánamo y Puerto Escondido, y las playas
Juraguá, Juraguacito, Aguadores y Guacaibón. La colonización podría
seguir hacia el norte, por el camino de Baracoa, donde los terrenos
abandonados eran aún más abundantes.

En un quinto informe Barcaíztegui detallaba la manera en la que


debía realizarse la colonización: “Sobre los lugarcillos de labradores
premiados anualmente por su aplicación a la agricultura de América
y plan para poblar la Bahía del Guantánamo”. Para poner en marcha
el proyecto preveían que se instalasen en la costa de Guantánamo
1.800 labradores, repartidos en 18 barrios iguales, a los que se les
entregaría 120 pesos al año para su manutención, vestido y cama, y
asistencia médica. Las nuevas poblaciones también servirían de aca-
demias teórico-prácticas de agricultura, a la vez que habría regimientos
de tropa o de milicias que ayudarían a la defensa del país si fuera
necesario. Según Barcaíztegui, la ciudad, llamada Regimiento de la
Alcudia Carolina, sería un experimento que, en el caso de resultar

112 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
positivo, se utilizaría como modelo para crear otras poblaciones
(Naranjo Orovio, 2004).

Los resultados de la expedición de Barcaíztegui se concentran en


algunos planos de los puertos situados en la parte oriental de Cuba
desde la punta de Maisi a Nuevitas (Mata, Nuevitas, Baracoa, Maravi,
Navas, Cayaguaneque, Taco, Jaragua, Cayo de Moa, Mata, Baracoa,
Yaguaneque, Cananova, Cebollas, Tanamo, Cabonico y Livia, Nipe,
Banes, Sama, Naranjo, Vita, Bariay, Jururu, Gibara, Puerto Padre,
Manati y Nueva Grandes o del Bayamo) y en tres mapas: Carta esfé-
rica de la parte oriental de Cuba, desde el puerto de Santiago de Cuba
a la punta de Maisi y desde ella a Maternillo (1793); Carta esférica
de la costa meridional, parte de la septentrional e islas de Cuba desde
punta Maisi hasta el cabo de San Antonio (1793), y el mapa de la Bahía
de Guantánamo y sus inmediaciones (completado en 1797 por Ramón
Arrospide) (González-Ripoll, 1991).

En 1792 se puso en marcha una ambiciosa expedición destinada a


cartografiar el Atlas de la América Septentrional, que comprendía el
seno mexicano, es decir, todas las islas del Caribe hasta la costa sep-
tentrional de las entonces provincias Unidas de América. A Cosme de
Churruca y Elorza se le encomendó levantar la cartografía de las islas,
mientras que Joaquín Francisco Fidalgo fue el encargado del recono-
cimiento del Golfo de México. En su viaje, Churruca visitó Trinidad,
Puerto Rico, y verificaron la posición de otras islas menores como Saint
Thomas, Antigua, Vieques, Culebra, Tórtola, Islas Vírgenes, Sombrero,
Barbudo, Isla Redonda, Granada, Saba, entre otras (González-Ripoll,
1995; Martín Merás, 1993). Los resultados de la expedición de Cosme
de Churruca fueron agrupados y publicados en tres fases. En 1802 se
editaron la Carta esférica de las Antillas y la Carta geométrica de la isla
de Puerto Rico; en 1804 la Carta esférica de las Islas Caribe de Sota-
vento, y en 1811 la Carta esférica de los canales entre las islas de San

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 113


Martín, San Bartolomé y Anguila. Estas publicaciones contienen pla-
nos de distintos territorios que se levantaron durante el recorrido: Carta
Esférica de la isla de Trinidad (1792); Plano geométrico de la boca
de los Dragos de Trinidad (1792); Carta esférica de la isla de Granada
(1793); Planos de las islas de Saba, San Eustaquio, San Cristóbal, Nie-
ves y Monserrat (1793); Carta esférica del canal entre Puerto Rico y
Santo Domingo (1793); Carta esférica de las islas Vírgenes (1793);
Carta general de las islas de Barlovento hasta el puerto capital de Santo
Domingo desde Trinidad de Barlovento (1794); Carta esférica de Puerto
Rico y sus adyacentes (1794); Plano de la isla de Martinica (1795);
Carta esférica de una parte de las islas Antillas de Barlovento (1795).

Sin duda, una expedición que respondió a todos los fines hasta ahora
comentados fue la Real Comisión de Guantánamo enviada a Cuba en
1796 y que permaneció en la isla hasta 1802. Con esta exploración,
también conocida como la expedición del Conde de Mopox y Jaruco,
integrante de la elite habanera que dirigió la Comisión, la Corona se
propuso reconocer todo el territorio para tener un conocimiento más
exhaustivo de la flora, la fauna y sus recursos naturales, y precisar
qué lugares eran los más óptimos para establecer poblaciones. Partiendo
desde Guantánamo, los expedicionarios recorrieron toda la isla, hasta
llegar a la Isla de Pinos, actual isla de la Juventud. Los objetivos eran
el fomento de la isla (económico y poblacional); el control de territo-
rio, a través del cual sería posible conseguir una integración territorial
que favorecería el comercio interior y exterior, y la defensa de Cuba.

Los participantes en la Comisión generaron unos valiosos y exhaus-


tivos informes sobre las posibilidades que ofrecía Cuba para su fomento:
desde la creación de ciudades para defender la isla, la construcción
de caminos, hasta la edificación de puertos para facilitar el comercio
interior y exterior. Se tuvo especial interés en explorar la parte orien-
tal por su proximidad a Haití. En este sentido hay que destacar el reco-

114 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
rrido y los proyectos de fundación de ciudades en Guantánamo o en
Nuevitas, así como en zonas en los que era preciso construir un puerto.
En la parte suroriental, Guantánamo y Nipe fueron las zonas elegi-
das para crear poblaciones; en la costa meridional la ciudad se proyectó
en Jagua, y en la costa noroeste se eligió Mariel, en donde se construiría
un puerto con similares utilidades al de Matanzas. Agustín de Blondo
y Zabala fue el encargado de elaborar las memorias de Mariel. El con-
tenido científico (estudio y recolección de plantas, animales y mine-
rales) se delegó en el botánico Baltasar Manuel Boldo, quien contó con
José Guío como dibujante, y posteriormente a José Estévez que, tras
la muerte de Boldo en 1799, se encargó de terminar la primera flora
de Cuba; Francisco Remírez fue responsable de los estudios mineraló-
gicos, y los ingenieros Francisco y Félix Lemaur, y Juan Pro de la Cruz
realizaron los estudios de ingeniería y prospección (Puig-Samper, 1991c;
Naranjo Orovio, 1991).

Hay que destacar la acertada visión de los ingenieros que partici-


paron en la Comisión sobre las necesidades de la isla y los proyectos
que idearon. En muchos casos, estos proyectos se realizaron años más
tarde, como fue la creación de la ciudad y puerto de Cienfuegos, en
1818, cuya fundación, en la bahía de Jagua, ya se sugirió en los infor-
mes de la Comisión. En otras ocasiones, las ideas que contenían los
informes sirvieron de base a otros proyectos. Me refiero a la propuesta
de construir un canal de navegación entre Güines, una zona produc-
tora de azúcar, y La Habana, con el fin transportar el azúcar a La Habana
para su exportación, o bien las maderas hasta el Arsenal para la cons-
trucción de barcos para la Armada y defensa. Aunque esta obra de inge-
niería no se realizó, en 1837 estos dos puntos fueron conectados por
el ferrocarril.

Guantánamo ocupó un lugar central en los objetivos de esta expe-


dición. Debido a su importancia, fue el conde de Mopox quien se

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 115


encargó personalmente del reconocimiento de su territorio, en cuya
descripción de la bahía utilizó el informe de Barcaíztegui. Este pro-
yecto, junto al de la construcción del canal de Güines, fue el que generó
más informes y planos. Uno de los primeros cometidos fue el esta-
blecimiento de dos poblaciones (La Paz y Alcudia) en un punto estra-
tégico tanto para la defensa como para incentivar el comercio. Situa-
das en la desembocadura de un río, se comunicarían con la ciudad más
próxima e importante, Santiago de Cuba, a través de un camino. Para
su poblamiento se preveía el asentamiento de 150 familias de España
(Canarias, Cataluña y Galicia), así como de colonos procedentes de
otras partes de la isla. Además de estas ciudades, el ingenio de la Comi-
sión, José Martínez, presentó un proyecto para la creación de otra ciu-
dad en Guantánamo a partir de tierras donadas por el Estado que se
poblarían con familias procedentes de Santo Domingo, por colonos
extranjeros que fueran católicos, agricultores europeos vecinos de Cuba
y por hijos del país elegidos a sorteo y que cumplieran algunas con-
diciones, como ser pobres sin bienes, blancos “de calidad” y menores
de 24 años. La población comenzaría con 50 vecinos cuyo número iría
aumentando hasta 150 en el segundo y tercer año, hasta llegar a 300
vecinos en el quinto año, cuando se daba por finalizada la empresa.
Como en otros proyectos de colonización, el Estado o la empresa que
lo patrocinara daría a los colonos algunas facilidades para su estable-
cimiento: donación de tierras, aperos de labranza y animales de corral,
así como la autorización para el corte de maderas destinadas a la cons-
trucción de una casa en el pueblo siguiendo las indicaciones dadas a
tal fin, y la exención de pagar tributos durante los primeros años. A
cambio, los colonos se comprometían a cultivar al menos tres cuartas
partes de la tierra.

Colonización y defensa fueron los objetivos resaltados en todas


las memorias enviadas por los expedicionarios. Los participantes en la
Real Comisión de Guantánamo elaboraron varios informes sobre la

116 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
necesidad y conveniencia de establecer poblaciones en distintas partes
de la isla donde se asentarían los refugiados de Santo Domingo que
ayudarían al fomento económico de la isla. Algunos de estos informes
enviados a España tras el reconocimiento de la bahía de Nipe por Agus-
tín de Blondo y Zabala, en 1799 y 1802, recogen uno de los princi-
pales fines perseguidos por esta expedición, como era auxiliar y fomen-
tar el comercio con España, y conservar los dominios en esa parte de
América, cuya fertilidad y situación hacían de ella una zona clave en
la política de la monarquía. Agustín de Blondo y Zabala fue también
el encargado de reconocer la costa norte. Tras su examen propuso habi-
litar el puerto de Mariel y crear una ciudad con similares fines defen-
sivos y económicos a los ya expuestos. La proximidad del nuevo puerto
a las zonas productoras de azúcar y café produciría un aumento del
comercio al poderse enviar directamente sin tener que llevarlos a La
Habana, lo cual a su vez reduciría el precio final de los productos. Otra
de las zonas que recibió gran atención para establecer una ciudad fue
la bahía de Jagua. Los comisionados fueron los ingenieros Félix y Fran-
cisco Lemaur. En su amplio y detallado informe, del 30 de junio de
1798, destacaban las ventajas económicas y defensivas de esta zona y
proponían un plan para su colonización. Similar a este proyecto, Mopox
presentó otro para crear una ciudad en terrenos de su propiedad en
la jurisdicción de La Habana, en la zona de mayor producción azuca-
rera del momento. En 1803 creó la ciudad de Nueva Paz, que en pocos
años comenzó a desarrollarse: en 1807 contaba con 360 labradores, a
los que se les había donado dos caballerías para cultivar tabaco y tenían
58 casas para curar el tabaco, cuya cosecha ascendía a 1.584 arrobas
anuales.

Como Subinspector General de las Tropas de la Isla de Cuba, Mopox


también se preocupó de evaluar el estado defensivo de la isla y la com-
posición del ejército. En 1797presentó al Príncipe de la Paz un ambi-
cioso proyecto que contenía un plan de reforma del Ejército que iba

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 117


desde el aumento y creación de nuevas milicias, el traslado del Bata-
llón Fijo de Santo Domingo a la isla, hasta el refuerzo de la artillería
con la integración de individuos negros y mulatos, pertenecientes al
grupo denominado “población de color libre”. En la memoria que el
conde de Mopox envió a Godoy, el 30 de junio de 1806, insistía en
la urgencia de reforzar el sistema defensivo de la isla sobre todo tras
la Revolución Haitiana a la que hacía referencia con las siguientes pala-
bras:

“…que quien recuerda los principios que ha tenido la insurrección


de la isla de Santo Domingo penetra el corazón del hombre, reco-
noce el estado de esta isla y prevé las contingencias que en lo futuro
pueden resultar…”1.

La expedición del conde de Mopox sirve también de ejemplo para


demostrar la conexión entre la ciencia y la política colonial, y revelar
hasta qué punto los intereses metropolitanos y criollos eran conver-
gentes en el período que estamos analizando. El estudio de los pro-
yectos y debates generados en el Real Consulado de Agricultura y
Comercio de la Habana en los años anteriores a la Comisión Real de
Guantánamo relacionados con la construcción de una red de caminos
que facilitara el transporte y el comercio en el interior de la isla pone
de manifiesto lo que venimos planteando, ya que muchos de las deman-
das de estos criollos coinciden con las propuestas que los comisiona-
dos de la expedición de Mopox y Jaruco enviaron a España para poner
en marcha la explotación y el fomento de la isla. Algunos de estos pro-
yectos fueron desarrollados años después, como fue la creación en la
bahía de Jagua de la ciudad Fernandina de Jagua por Luis de Clouet
en 1818 (actual Cienfuegos).

1 Servicio Histórico Militar (Madrid), Signatura 4-2-9-12.

118 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
La otra expedición que recorrió Cuba a finales del siglo XVIII pro-
cedía del virreinato de Nueva España, conocida como Expedición Botá-
nica a Nueva España, inició sus trabajos en 1786. En 1794 Martín
de Sessé, director de la expedición, solicitó a Carlos IV una prórroga
de dos años para explorar las islas de Cuba, Puerto Rico y Santo
Domingo, así como gran parte de Centroamérica. A finales de 1794
Sessé tenía el permiso para comenzar su viaje en la primavera de 1795.
Organizados en dos grupos, el primero partió hacia Cuba en mayo de
1795, y estaría compuesto por Martín de Sessé, Jaime Senseve y Ata-
nasio Echevarría; a ellos se les unió el médico cubano José Estévez (Puig-
Samper, 1991d). En su recorrido por estas islas entre 1795 y 1798
los expedicionarios recolectaron plantas, hicieron estudios ictiológicos
y se relacionaron con algunos miembros de las elites interesados en
estudiar botánica y química con un fin utilitarista. Este fue el caso de
Nicolás Calvo de la Puerta quien en 1793 había presentado a la Socie-
dad Económica de Amigos del País de la Habana una propuesta para
crear una escuela de agricultura. Durante la estancia de Martín Sessé
en Cuba tenemos constancia de que compaginó sus investigaciones
con el asesoramiento en materia botánica a algunos científicos criollos.
En 1796 Sessé, Estévez y el dibujante Atanasio Echeverría se dirigie-
ron a Puerto Rico, donde recolectaron plantas y describieron unas 300
que eran desconocidas en Europa. La expedición no pudo terminar su
viaje y realizar los objetivos perseguidos debido a las revueltas de Santo
Domingo y la declaración de guerra contra Inglaterra. Tras la explo-
ración de Puerto Rico, los expedicionarios tuvieron que regresar a La
Habana. A su regreso a Cuba en 1797, se unieron a los trabajos que
realizaban los científicos de la Real Comisión de Guantánamo, incor-
porándose a esta expedición Estévez y Echeverría. Resultados de la
exploración de Cuba fueron el inventario botánico, obra de Sessé, la
Flora de Cuba, elaborada por Boldo y continuada por Estévez tras su
muerte en 1799, una colección de láminas de plantas e insectos que
dibujó Guío y un repertorio de aves y peces obra del pintor Echeve-

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 119


rría (Fernández de Caleya, Puig-Samper, Zamudio, Valero y Maldo-
nado, 1998).

Otro aspecto importante en el estudio de las expediciones cientí-


ficas al Caribe insular es el estudio de las islas como laboratorios de
experimentación por ser enclaves en los que se desarrolló una agri-
cultura comercial a partir del café, el cacao y sobre todo del azúcar; su
desarrollo repercutió de manera directa en el crecimiento económico
de Europa. Buscar la rentabilidad económica motivó el desarrollo y la
aplicación de la medicina, la botánica o el ensayo de nuevos cultivos y
técnicas agrícolas. La experimentación de plantas, en especial aunque
no sólo de diversos tipos de caña, fue uno de los pilares de la ciencia
en esta zona cuyo crecimiento dependía de la puesta en marcha de nue-
vos cultivos y variedades de caña de azúcar que hicieran más rentable
su cultivo.

Las Memorias de la Sociedad Económica de Amigos del País La


Habana (1793), y el Papel Periódico de la Havana (1790) recogen los
debates mantenidos en las instituciones científicas de la época de las
Antillas y de Europa sobre los avances agrícolas y el modo de adap-
tarlos a los trópicos. La Sociedad Económica de Amigos del País con-
centró parte de sus esfuerzos a estudiar proyectos de desarrollo agrí-
cola orientado a reorganizar la agricultura cubana. Las propuestas de
Juan Manuel O’Farrill y Nicolás Calvo de la Puerta, quienes en 1793
abogaron por la utilidad de la botánica para el desarrollo agrícola y por
la conveniencia de fundar escuelas agrícolas, o los proyectos del hacen-
dado cubano José María Calvo que en 1818 propuso la creación de
una escuela de agricultura práctica, fundamentando en su “Castilla rús-
tica” el criterio de organizar cursos gratuitos para el cultivo y ensayo
de plantas útiles, así como estimular a los agricultores a introducir nue-
vos cultivos y maquinaria agrícola mediante la convocatoria de pre-
mios, coinciden con los intereses y estudios botánicos y agrícolas rea-

120 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
lizados por las expediciones científicas. Así mismo, el Jardín Botá-
nico de La Habana, creado en 1817 en parte como resultado del inte-
rés suscitado por estas expediciones, fue uno de los lugares de experi-
mentación de nuevas técnicas y cultivos; en él se fundó una cátedra
para la enseñanza de la botánica; posteriormente el Instituto de Inves-
tigaciones Químicas, de 1848, contribuyó al desarrollo de nuevas téc-
nicas y su aplicación a la agricultura (Puig-Samper y Valero, 2000).

Este afán por la experimentación, impulsado por los intereses eco-


nómicos, metropolitanos y criollos, también motivó algunos viajes a
Europa y a otras zonas donde se cultivaba azúcar con el fin de apren-
der nuevas técnicas e introducir variedades de caña que contribuyeran
a modernizar la agricultura cubana (González-Ripoll, 1999, 2002,
2004). Desde las cátedras universitarias o desde las instituciones aca-
démicas, como la Real Academia de Ciencias Médicas y Físicas de la
Habana (1861), el Liceo de Guanabacoa, el Liceo de la Habana, o la
Sociedad de Antropología de la isla de Cuba (1877), la medicina ocupó
un lugar central. En estas instituciones se desarrollaron intensos deba-
tes sobre las enfermedades de los trópicos, la capacidad de aclimata-
ción del hombre blanco, las posibilidades de adaptación de diferen-
tes poblaciones al trabajo en estas latitudes, así como sobre la higiene
y las características fisiológicas de las poblaciones. La variabilidad de
las poblaciones en el Caribe constituyó uno elemento fundamental
para la experimentación de teorías médicas y antropológicas (Pruna y
García González, 1989; García González, 2008).

Recuento de otras expediciones

El Caribe fue también lugar de tránsito de otras expediciones que


no fueron enviadas por la Corona española pero que recalaron en Cuba
y Puerto Rico. Me refiero al reconocimiento de Puerto Rico de André

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 121


Pierre Ledrú, en 1798, como botánico, y del dibujante Antonio Gon-
zález, integrantes de la expedición de La Belle Angélique comandada
por Nicolas Baudin, y a los viajes a Cuba de Alexander von Humboldt.

Resultado de la visita del botánico André Pierre Ledrú a Puerto Rico


en 1797 son unas memorias recogidas en la obra Viaje a la Isla de Puerto
Rico, publicada en 1810 en francés y en 1863 traducidas al español. El
fin de esta expedición era recolectar muestras de animales, plantas y
minerales destinados a las colecciones del Museo de Historia Natural
de París, y observar las costumbres de los habitantes. Junto con la His-
toria geográfica, civil y natural de la Isla de San Juan Bautista de Puerto
Rico de Íñigo Abbad y Lasierra, publicada en 1788, y la Memoria de
Alejandro de O’Reilly, la obra de Ledrú, que basó parte de su relato en
los datos procedentes de Abbad y Lasierra y de Ledrú, constituye una
de las primeras descripciones que tenemos de muchas partes de Puerto
Rico. Esto ha motivado que durante mucho tiempo la historiografía
la haya considerado una de las obras de referencia para acercarse a la
vida y costumbres de los últimos años del siglo XVIII sin cuestionar el
grado de veracidad y en qué medida el relato elaborado a posteriori de
su viaje es en parte una recreación novelada (Ledrú, en prensa; Gon-
zález, 2007).

Sin duda, el viaje a estos mares más notorio fue el del científico Ale-
jandro de Humboldt que visitó Cuba en dos ocasiones, 1800-1801 y
1804, acompañado del botánico Aimé Bonpland. A su llegada, Hum-
boldt encontró un mundo reducido al azúcar, a la plantación y a los
esclavos. Arribó a una isla que en un espacio breve de tiempo había
transformado su estructura demográfica, su sociedad, su cultura y
sus campos. Una isla que despegaba de forma vertiginosa, a cambio de
lo cual la elite supo negociar y brindar su lealtad a la metrópoli. La
“siempre fiel isla de Cuba” se transformaba en el principal baluarte del
poder colonial español en América a la vez que su oligarquía iba con-

122 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
solidando su poder, poder económico, social y lentamente político. Un
poder que supo inteligentemente manejar a favor de sus intereses mien-
tras que éstos fueron convergentes con los de la metrópoli. La escla-
vitud, que para unos era fuente de riqueza y arma para el manteni-
miento del poder colonial, para Humboldt suponía un sistema obso-
leto que provocaría la destrucción de las metrópolis y así lo expuso
en el Ensayo política de la isla de Cuba, publicado en 1826 y tradu-
cida al español un año después.

Durante su primera estancia, Humboldt y Bonpland visitaron algu-


nas localidades cercanas a La Habana, como Guanabacoa, Regla, Mana-
gua, Bejucal, el valle de Güines o San Antonio de las Vegas; algunos
ingenios azucareros de influyentes hacendados, como el ingenio La
Holanda de Nicolás Calvo de la Puerta y el ingenio Río Blanco del conde
de Mopox y de Jaruco; la Isla de Pinos, la bahía de Jagua, el Río Bravo
y la Villa de Trinidad. El contacto con varios miembros de la elite inte-
lectual posibilitó que, a su regreso a La Habana en 1804, el naturalista
alemán recogiera la información que había sido solicitado en su ante-
rior estancia a Andrés de Jáuregui, Francisco de Arango y Parreño y
Antonio del Valle Hernández, quienes pusieron en sus manos datos
relativos al comercio, la población, la esclavitud, la agricultura y la pro-
ducción azucarera. Estas informaciones sobre la población, en especial
sobre los esclavos, le sirvieron a Humboldt para emprender estima-
ciones sobre el crecimiento de la población, el comercio, o las rique-
zas del país. Estos datos, junto con las observaciones de carácter cien-
tífico sobre la botánica, la meteorología, la geografía, etc., motivan que
su obra sea una referencia obligada para conocer la Cuba de principios
del siglo XIX.

En los comentarios que Humboldt escribió en su Ensayo sobre la


Isla de Cuba sobre la población americana estuvieron presentes en todo
momento los acontecimientos de Saint Domingue. El terror, el ver-

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 123


dadero miedo de las elites ante la Revolución Haitiana se manifiesta
en las distintas obras de Humboldt. El miedo al negro, el fantasma de
la negritud que planeó desde 1791 por toda América y que conmo-
cionó también a las elites europeas, hizo que Humboldt se mostrase
crítico con la esclavitud, no sólo porque era un sistema que atentaba a
la dignidad y a los derechos del hombre, sino también porque podía
llegar a ser la causa de estallidos revolucionarios. Sus palabras fueron
condenadas a pesar de coincidir con el sentir de los hacendados y las
autoridades, que tenían muy presentes unos hechos sangrientos y sen-
tían el miedo ante el asalto de la “barbarie”:

“Cuando por la influencia de circunstancias extraordinarias sean


menos los temores, y cuando los países en que el amontonamiento
de esclavos haya dado a la sociedad la mezcla funesta de elemen-
tos heterogéneos, sean arrastrados, quizás a pesar suyo, a una gue-
rra exterior, las disensiones civiles brotarán con toda su violencia
y las familias europeas, que no tienen culpa de un orden de cosas
que no han creado, estarán expuestas a los mayores peligros”.

En otra parte del Ensayo sobre la Isla de Cuba apuntaba:

“La isla de Cuba puede liberarse mejor que las demás Antillas del
naufragio común; porque cuenta con 455.000 hombres libres, no
siendo los esclavos más que 260.000 y puede preparar gradualmente
la abolición de la esclavitud, valiéndose para ello de medidas huma-
nas y prudentes […]

Los principios de una política limitada y mezquina, que guía a los


gobernantes de las islas muy pequeñas, verdaderos talleres, dependientes
de la Europa y no habitados por hombres que abandonan el territorio
luego que se han enriquecido suficientemente, no pueden convenir a
un país, casi tan grande como la Inglaterra, lleno de ciudades populo-

124 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
sas y cuyos habitantes establecidos de padres a hijos, hace muchos siglos,
lejos de considerarse como extranjeros en el suelo americano, muy por
el contrario le tienen el mismo cariño como si fuera su patria. La pobla-
ción de la isla de Cuba, que quizás antes de cincuenta años se acre-
centará de un millón, puede abrir, por sus consumos mismos, un campo
inmenso a la industria indígena. Si el tráfico de los negros cesa ente-
ramente, los esclavos pasarán poco a poco a la condición de hombres
libres, y la sociedad arreglada por sí misma, sin hallarse expuesta a
los vaivenes violentos de las conmociones civiles, volverá a entrar en el
camino señalado por la naturaleza a toda sociedad numerosa e ins-
truida” (Humboldt, 1998: 174, 348-349).

La publicación del Ensayo político de la isla de Cuba en 1826 en el


que vertía sus comentarios y análisis sobre el sistema social y econó-
mico de Cuba y condenaba la esclavitud le enfrentó a los grandes hacen-
dados y comerciantes criollos y metropolitanos. Como primera medida
para frenar y silenciar sus críticas, en 1827 las autoridades mandaron
decomisar y retirar el Ensayo de las librerías de La Habana.

En el período que estudiamos, la otra gran isla de la que tenemos


una descripción importante como resultado del viaje de un hombre
interesado por la ciencia es Santo Domingo. Su exploración fue reali-
zada por Mederic-Luis-Elie Moreau de Saint-Méry. Abogado martini-
qués asentado en Cap François, fue miembro del Consejo Superior de
la colonia y perteneció a los círculos intelectuales más distinguidos:
correspondiente de academias provinciales francesas y Cercle des Phi-
ladelphes, una institución surgida en 1784 en Saint Domingue bajo el
espíritu de la Ilustración interesada en el desarrollo económico y cul-
tural de esta colonia, así como en la ciencia y de manera especial en
la medicina. El interés de sus miembros, médicos, abogados, hacen-
dados, etc., por las cuestiones relativas al crecimiento económico, a
la esclavitud y a la historia natural (sobre todo zoología) se recogen en

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 125


la publicación de 1787 de Quenstions relatives a l’Agriculture de Saint
Domingue y la publicación en 1790 del Journal de Medecine, Chirur-
gie, Pharmacie de la que además de sus artículos científicos hay que
destacar que fue la primera revista con estas características publicada
en América (McClellan, 1984).

En 1783 Moreau de Saint-Méry, alentado por el espíritu del cono-


cimiento, realizó un viaje por toda la isla. Su obra hay que estudiarla
en el contexto en que se produjo y teniendo en cuenta las motivacio-
nes que impulsaron al viajero a escribirla. Como ha señalado Mª Dolo-
res González-Ripoll, Moreau de Saint-Méry “ejemplifica la visión colo-
nial dentro de la colonia del criollo perteneciente a la elite blanca y
devenido en hombre útil para su respectiva metrópoli” (González-
Ripoll, 2004). El resultado fue la publicación de dos obras, una sobre
la parte española de Santo Domingo editada en 1796 y otra sobre Saint
Domingue publicada en dos volúmenes en 1797-1798 (Moreau de
Saint-Méry, 1796, 1797-1798). El libro de Saint Domingue representa
una de las obras de mayor importancia por el número y el valor de los
documentos que incluye, así como por la información de primera mano
sobre la agricultura, la población, la geografía y el desarrollo científico
de la colonia y los intereses de la elite reunida alrededor del Cercle des
Philadelphes de introducir los avances científicos que repercutieran en
el desarrollo de la agricultura en una colonia que en estos años era la
mayor productora de azúcar. Para la parte española, su mirada es la de
un espectador, la de un viajero no científico por lo que los relatos y sus
imágenes no tienen un calado profundo; estima la población, describe
las costumbres haciendo, en ocasiones, un contrapunteo entre las cul-
turas francesa y la española, describe entre otros aspectos la tenencia
de la tierra, la situación de los esclavos y apunta algunos elementos
que, a su juicio, provocan el retraso económico de la colonia hispana.
Su obra también refiere los beneficios que Francia obtendría si se ane-
xionara la parte española de la isla. En este caso, apunta el autor, para

126 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
reforzar la defensa de toda la isla sería preciso construir una fortaleza
y un arsenal marítimo en la bahía de Samaná. Este libro tiene el valor
de contener las primeras descripciones sistemáticas de muchos aspec-
tos de Santo Domingo, por lo que se ha convertido en una obra de
referencia para la historia del siglo XVIII. Respecto a la información
de Saint Domingue, como se ha apuntado, constituye una obra de pri-
mera mano para conocer el esplendor intelectual que la colonia fran-
cesa alcanzó en los años previos a la revolución de 1791.

A modo de conclusiones

Las expediciones, los viajeros y los científicos contribuyeron a poner


en relación y en movimiento no sólo mercancías y hombres, sino tam-
bién ideas y conocimientos. A través de ellas se ofreció una nueva ima-
gen de América. Por otra parte, ayudaron a que los criollos tomaran
conciencia de su riqueza y de su potencialidad. Las expediciones sir-
vieron para establecer los límites geográficos, lo cual contribuyó a incre-
mentar el conocimiento de los criollos sobre su territorio, a que lo apre-
hendieran como propio, al igual que sus frutos, riqueza y población.
Esto significó un paso importante en el proceso de la formación de la
criollidad, ya que favorecieron el asentamiento de las bases de lo pro-
pio a partir de la descripción de lo particular, de lo americano. Desde
este punto de vista, a nivel simbólico, algunos países consideran a deter-
minadas expediciones como un segundo descubrimiento por haber-
les dotado de instrumentos de los que se valieron para reivindicar lo
particular y su derecho a la independencia.

Muchos de los informes derivados de estas expediciones fueron la


base para la puesta en marcha de proyectos de colonización y creación
de ciudades, así como para el desarrollo de nuevos cultivos o el inicio
de instituciones científicas. Las luces y la modernidad que introduje-

Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 127


ron no serían desterradas de estos territorios cuyas elites, apoyadas en
los nuevos avances de la ciencia y creyendo que la educación era una
de las vías para alcanzar el progreso, supieron compaginar educación,
ciencia y crecimiento económico, iniciando la escritura de su historia
y el camino hacia la futura nación.

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Expediciones y ciencia en el Caribe insular, siglos XVIII y XIX 131


En el borde de Occidente. Viajes
y expediciones a la Amazonía
Manuel Lucena Giraldo

Todos los días escuchamos cientos de veces la palabra globalización.


Es más, podríamos afirmar que sin lugar a dudas se ha convertido en el
término que designa la contienda actual entre opuestos absolutos. A un
lado, se sitúan aquellos que defienden por encima de toda consideración
que la unificación mundial de comunicaciones y capitales sitúa a la huma-
nidad en el desbordamiento de una era de desarrollo planetario, una era
de homología e identificación entre el espacio del mundo y las fronte-
ras, abiertas como nunca antes, promesa de un futuro al alcance de la
mano. Al otro, haciendo abundante uso de esas mismas facilidades de
comunicación instantánea, están quienes plantean el riesgo sistémico
que conlleva, o la necesidad de ponerle límites, como si ello fuera posi-
ble. Ni unos ni otros suelen ser conscientes de que no se trata de un pro-
ceso iniciado en los años ochenta del siglo XX, sino que es muy anterior.
Tampoco tienen en cuenta en toda su relevancia los elementos cultura-
les que han configurado la globalización.

Tanto si ésta ha comenzado según piensan algunos hace unos 5.000


años, con el desarrollo de la agricultura, la disposición de excedentes,

Proyecto MCINN FFI2010-20876, Epistemología histórica: historia de las emociones.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 133


la fundación de ciudades y el desarrollo del estado teocrático y militar,
como si cuenta sólo con 500 años, como señaló Adam Smith, que enfa-
tizó la importancia del descubrimiento de América y el paso del cabo de
Buena Esperanza en su desarrollo, lo importante es determinar la manera
en que unas culturas se han relacionado con otras1. O cómo han ope-
rado prejuicios, proselitismos y francas asimetrías de percepción en sus
encuentros, narrados de manera habitual en la literatura de viajes. Nues-
tro caso se va a ocupar de una geografía concreta, la selva amazónica, y
de un período de especial relevancia. Este se corresponde con el refor-
mismo borbónico, que pretendió actualizar las estructuras de la monar-
quía española durante la segunda mitad del siglo XVIII, e implementó
procesos sustanciales.

El proyecto de delimitación
Las relaciones entre Portugal y España tuvieron un motivo de con-
tienda permanente desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII a causa de la
gran expansión lusa en el Nuevo Mundo. Hacia 1740 se había converti-
do en inminente disputa fronteriza. La definición de las áreas de sobe-
ranía parecía imprescindible para evitar un conflicto directo, pero había
un nuevo factor que aconsejaba la búsqueda de algún tipo de negocia-
ción. El control del espacio y los mercados se había convertido en un
elemento básico de la carrera colonial. Tanto España como Portugal
afrontaban proyectos de renovación que demandaban un estricto con-
trol de sus vastos territorios americanos, en particular en la Amazonía.

El rey portugués José I tuvo que esperar a la muerte de Felipe V en


1746 para lograr que España acogiera un proyecto de dirimir los pro-

1 FERNÁNDEZ-ARMESTO, F. (2006) Los conquistadores del horizonte. Una historia global de la exploración, Barce-
lona, Destino, pp. 29-40.

134 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
blemas fronterizos mutuos en Asia y América. A pesar de la complejidad
de las negociaciones, que duraron cerca de tres años, el 13 de enero de
1750 los plenipotenciarios concluyeron el Tratado de Madrid, cuya carac-
terística principal fue el reparto de América del Sur en dos áreas de influen-
cia, el Amazonas para Portugal y El Plata para España2. En el articulado
se determinó el curso de la línea divisoria en el Nuevo Mundo; Portugal
cedió a España el control sobre el Río de la Plata y las islas Filipinas.
España otorgó a los lusos el control de la vasta frontera amazónica.

La determinación sobre el terreno de la línea divisoria quedó reser-


vada a dos grandes expediciones de límites, cuyo modelo fue militar.
Estuvieron divididas en unidades de demarcación, las partidas, com-
puestas por un comisario de cada nación, geógrafos, cartógrafos, astró-
nomos, dibujantes, capellanes, cirujanos, tropa de escolta, personal auxi-
liar e indígenas de servicio. Según se decidió por los ministros de estado
respectivos, la expedición del norte debía ocuparse del trazado de la línea
desde los montes de Guayana y confines de Surinam junto a la actual
Venezuela hasta la boca del río Jaurú, en el Mato Grosso brasileño. Por
su parte, la expedición del sur iría desde allí hasta Castillos Grandes,
en el Uruguay. Pronto quedó claro que los futuros expedicionarios ten-
drían como fin principal el trazado de la línea divisoria, pero también
recibirían otro tipo de cometidos, unos propósitos secundarios, como
consecuencia de la filosofía política reformista que había gestado el pro-
yecto delimitador. Así, en el caso de la expedición del norte, conocida
inicialmente como “del Marañón” pero finalmente bautizada “del Ori-
noco”, recibieron la orden de obtener noticias sobre las provincias vene-
zolanas a atravesar y las comunicaciones fluviales. También debían fun-
dar pueblos de españoles para defender las fronteras, atraer y dominar a
los caribes, pactar con los esclavos huidos de las plantaciones costeras

2 LUCENA GIRALDO, M. (1993) Laboratorio tropical. La expedición de límites al Orinoco, 1750-1767, Ediciones
Monte Avila-CSIC, p. 65 y ss.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 135


holandesas al interior del continente y hasta estudiar el cacao y la canela
de la selva con vistas a su posible cultivo y beneficio.

Las Instrucciones para la demarcación del norte de la línea divisoria


de junio de 1752 y otras cédulas posteriores organizaron la expedición
con gran detenimiento. Sus miembros viajarían a Cumaná, capital de la
Nueva Andalucía, en el oriente de Venezuela, donde el gobernador les
debía proveer de todo lo necesario para adentrarse al interior del conti-
nente. Tras remontar el Orinoco cruzarían al Amazonas por el caño Casi-
quiare, a fin de reunirse con los portugueses en la localidad de Mariuá,
sobre el río Negro. Allí se instalaría un “palacio de las demarcaciones”
para comenzar los trabajos, según el modelo de la paz de los Pirineos de
1659 entre España y Francia, celebrada en pleno río Bidasoa:

“Se ha de hacer una casa de madera o tienda de campaña que sirva


para tener las conferencias que se deben hacer [...] ordenándose la refe-
rida casa de suerte que en ella haya dos entradas diferentes, una para
que entre el comisario principal español y otra para el portugués,
poniendo dentro de la referida casa una mesa redonda con dos sillas
para los dichos comisarios, las cuales han de estar con el respaldo vuelto
a las puertas por donde éstos entran. Además de estas sillas pondrán
después los taburetes que sean necesarios para los dos secretarios”3.

Los trabajos de fijación de la línea divisoria fueron organizados de


modo muy preciso. En Mariuá se reuniría la primera partida para trazar
el límite desde el río Javarí hasta el Japurá, ascendiendo luego hacia los
montes que se creía existían entre los ríos Orinoco y Amazonas. Una
segunda partida debía definir la latitud intermedia entre los ríos Madeira
y Mamoré para dirigirse luego hacia el Javarí. La tercera partida fijaría
la línea desde la boca del Mamoré hasta el lugar donde el Jaurú vierte

3 Carta de José de Carvajal a S. M., S/F, S/L, Archivo General de Simancas (En adelante AGS), Estado, 7403.

136 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
sus aguas al Paraguay. Desde allí el trazado de la línea estaría a cargo de
la expedición del sur.

Aunque no era fácil definir el perfil del expedicionario ideal para lle-
var a cabo semejante tarea, estaba claro que debía representar con leal-
tad a la monarquía reformista y tener una buena preparación científica
y técnica, resistencia física, dotes de mando y capacidad para sobrellevar
las dificultades con entereza. Tres marinos, José de Iturriaga, Antonio de
Urrutia y José Solano, y un militar, Eugenio de Alvarado, fueron elegi-
dos como comisarios. El equipo expedicionario se completó con los mari-
nos cosmógrafos Ignacio Milhau, Vicente Doz y Nicolás Guerrero, el
piloto Santiago Zuloaga, el instrumentario Apolinar Díez de la Fuente,
el astrónomo jesuita Francisco Javier Haller y el botánico Pedro Löfling,
un discípulo de Linneo entonces residente en España. Cirujanos, pilo-
tines y personal auxiliar completaron la comitiva. Mientras los prepa-
rativos de la expedición del norte llegaban a término, la gran polémica
desencadenada por la ejecución del Tratado de Madrid en el sur del con-
tinente, con la Guerra guaranítica y el enfrentamiento de los expedicio-
narios con los jesuitas y los indios, obligó a que los preparativos se efec-
tuaran en el mayor sigilo. A comienzos de 1754 se encontraban, por fin,
terminados. Había sido necesario comprar una fragata, la Inmaculada
Concepción, y fletar el navío Santa Ana de la Real compañía guipuzco-
ana, que disfrutaba del comercio exclusivo del cacao venezolano, para
disponer del espacio requerido. La búsqueda de libros e instrumental
científico se había encargado al comisario José Solano, que había obte-
nido en Londres y París las dotaciones necesarias4. Por fin, el 15 de febrero

4
Entre los instrumentos remitidos para la expedición se contaron un telescopio reflectante de 18 pulgadas, un
cuadrante astronómico de un pie de radio, microscopios, cuartos de círculo de uno y dos pies de radio, plan-
chetas, teodolitos, estuches de compases, pantómetra y semicírculo, compases de barra, un pedómetro, glo-
bos, relojes astronómicos, telescopios, telescopios de refacción de 8 y 15 pies de largo con micrómetros, len-
tes, anteojos, micrómetros, máquinas neumáticas, termómetros, tubos para barómetros, un microscopio de inci-
dencia, barras magnéticas, un péndulo y cuatro cámaras oscuras; LUCENA GIRALDO, M. (1993) pp. 132-133.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 137


de 1754 a las 7.30 de la mañana, tuvo lugar la partida de Cádiz hacia
el Nuevo Mundo.

La expedición del Orinoco hasta el paso de los raudales


Santa Inés de Cumaná estaba situada a un cuarto de legua de la costa
oriental venezolana, sobre el valle del río Manzanares. Aunque funcio-
naba como escala de los barcos que venían de Europa y tenían destino
en La Guaira, su importancia distaba de ser la que había tenido en la
gran era de la explotación perlífera, finalizada a principios del siglo ante-
rior. La llegada de los expedicionarios tuvo lugar el 10 de abril, tras un
viaje caracterizado por la falta de brisas y repetidas calmas. Una vez
alojados “en las mejores casas que permitía el país”, comenzaron los tra-
bajos científicos y organizativos. El primer comisario, José de Iturriaga,
comunicó al gobernador Mateo Gual sus necesidades, ciertamente extraor-
dinarias. Pues le ordenó entregarle doce lanchas o piraguas y tres o cua-
tro goletas o balandras artilladas para desplazarse a la ciudad de Gua-
yana, además de otras 25 lanchas, seis curiaras (canoas indígenas), 250
indios bogas (remeros), tasajo (carne seca) y cazabe para un año, todo
ello acompañado de cien hombres de tropa y cuatro oficiales baquianos,
acostumbrados al país, antes de adentrarse en el Orinoco.

El proceso de ruptura entre Iturriaga y Gual, causado tanto por las


desorbitadas necesidades de la expedición como por viejos rencores per-
sonales, tuvo graves consecuencias. Sólo la ayuda de las gobernaciones
vecinas y la capacidad organizativa de los comisarios, que llegaron a pro-
mover la construcción de un astillero para contar con embarcaciones
adecuadas, hizo posible el avance. En agosto de 1754 partió un primer
convoy. Aunque el destino final era Guayana, Solano se encaminó a la
isla de Trinidad a solucionar los problemas de transporte, Urrutia se
dedicó a reconocer la costa y Alvarado se acercó a las posesiones holan-
desas en misión de espionaje. En Cumaná permanecieron Iturriaga y

138 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
el equipo de naturalistas, que se ocupó bajo la dirección de Löfling en
labores de herborización. Allí adelantaron los trabajos de la “Flora cuma-
nensis”, primera hecha en América según la taxonomía linneana. En
marzo de 1755 recibieron la orden de dirigirse a Guayana por tierra, a
través de los llanos de Barcelona. Tras vadear el río Güere, Löfling y
sus hombres llegaron al caserío de Muitaco, donde tomaron una pira-
gua que los acercó a Santo Tomé de Guayana.

El resto de los expedicionarios había sufrido toda suerte de dificul-


tades. José Solano y los guardamarinas que lo acompañaban para ins-
truirse, según el exitoso modelo llevado a la práctica la década anterior
por Jorge Juan y Antonio de Ulloa durante la expedición del grado de
meridiano al Ecuador, se habían dirigido a las islas de Margarita y Tri-
nidad. El conjunto de trabajos consistía en mediciones astronómicas,
levantamientos cartográficos, estudios de temperatura y pluviosidad5.
Urrutia y Alvarado, que habían tomado la ruta de la costa, pasaron la
desembocadura del Orinoco por la boca de Navíos y remontaron el río
para reunirse con sus compañeros. En enero de 1755, las fiebres causa-
ron la muerte a Urrutia mientras se dedicaba a trabajos cartográficos; fue
el primero de una larga serie de fallecimientos. Su compañero Alvarado,
lejos de amilanarse, se entregó a una frenética actividad. Primero estuvo
en Caroní y luego se radicó en Altagracia. Su labor se encaminó a com-
pletar un amplio cuestionario que le había entregado Iturriaga y por eso
preparó informes sobre las misiones, la quina, el sistema fluvial y el mito
de El Dorado, que no tuvo inconveniente en calificar de “fábula dañina”.

Aunque llevara el pomposo nombre de ciudad, lo cierto es que Santo


Tomé de Guayana era una castigada aldea, reubicada y despoblada nume-
rosas veces desde su fundación en 1595 y habitada entonces por unos 150
soldados y sus familias. Cuando la mayor parte de los expedicionarios se

5 LUCENA GIRALDO, M. Ed. (1999) Viajes a la Guayana Ilustrada, Caracas, BBV-Banco Provincial, pp. 165-
178.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 139


reunieron allí, en julio de 1755, habían pagado un alto precio. El primer
comisario llegó “derrotado de los aguaceros y crecientes del río [y] dejando
atrás la mitad de su convoy”. Casi todos se encontraban tan enfermos que
en septiembre pasaron a las cercanas misiones capuchinas a restablecerse.
Una carta del instrumentario Apolinar Díez de la Fuente a un amigo suyo
señaló por entonces: “No quiero cansar a vuestra merced con noticias
melancólicas [...] Sólo le digo que hemos quedado de toda la expedición
la mitad, unos mancos y otros tullidos y los demás muriéndose, yo escapé
en una tabla en la primera turbonada con todos los sacramentos”6. Entre
las bajas más sensibles se encontraba la del botánico Löfling, que se había
adentrado en las misiones del Caroní para evitar que el invierno lo dejara
aislado en el interior. Su muerte en febrero de 1756 desintegró el equipo
de botánicos, que desertaron o fueron incorporados a otras tareas.

A pesar de la gravedad de la situación y para sorpresa de todos, el pri-


mer comisario Iturriaga no mostró intención de moverse de inmediato
hacia el Amazonas, porque según argumentó creía poder acabar con los
caribes, aliados de los holandeses del Esequibo, que desde hacía tiempo
eran “los dueños del Orinoco”. En esas circunstancias, los comisarios que
quedaban, Alvarado y Solano, tomaron en febrero de 1756 el camino de
los peligrosos raudales del Orinoco (agrupaciones de rocas, islotes y rápi-
dos), con la esperanza de abrir el camino hacia río Negro, donde los por-
tugueses llevaban tres años esperándoles. Solano, acompañado de 126
indígenas y 13 soldados, se dirigió a los raudales en un convoy que cons-
taba de ocho champanes de carga, una piragua de cocina, tres falúas, tres
piraguas y tres curiaras para la pesca. Tras aproximarse a un peligroso des-
peñadero, logró atravesarlo. Fue un momento trascendental en la histo-
ria de la selva amazónica, porque terminó con un verdadero mito, según
el cual eran infranqueables. El paso hacia el Amazonas quedaba abierto.

6 Carta de Apolinar Díez de la Fuente a Manuel Sánchez de Orellana, Caroní, 8 de diciembre de 1755, AGS,
Estado, 7389.

140 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Años de exploración y poblamiento
Aunque el paso de los raudales de Atures y Maipures era muy impor-
tante, los comisarios carecían de motivos para estar satisfechos. Habían
transcurrido dos años y medio desde su llegada a América. Es cierto que
algunos de los propósitos secundarios se habían cumplido, pero la con-
secución del fin principal, el trazado de la línea divisoria con los portu-
gueses, ni siquiera había comenzado. A las bajas producidas se sumaba
una alarmante falta de recursos; mientras la expedición no solucionara
sus dificultades logísticas, el acercamiento a río Negro era inviable. Una
junta de comisarios intentó solventar el problema con varias decisiones.
Mientras Iturriaga debía adelantarse a los raudales con todas las fuerzas
disponibles, José Solano recibió el encargo de viajar a la capital virreinal,
Santafé de Bogotá, a pedir auxilios. Por otra parte, Juan Ignacio de Mada-
riaga viajaría a España a poner en conocimiento de las autoridades lo
ocurrido y solicitar ayuda.
En el tiempo transcurrido desde la partida de Cádiz en 1754, los cam-
bios políticos habían sido considerables. Mientras el rey Fernando VI
languidecía camino de la locura para acabar muriendo de “melancolía
involutiva”, el marqués de la Ensenada había sido víctima de una intriga
palaciega, y José de Carvajal, principal impulsor del Tratado de Madrid,
había fallecido. Los nuevos ministros, Ricardo Wall y Julián de Arriaga,
dudaban de la utilidad de unas expediciones de límites caras y proble-
máticas. Para colmo, el emisario de Iturriaga incumplió su misión y
obtuvo un destino menos peligroso. Sólo la necesidad de cumplir un tra-
tado en el que el rey había empeñado su palabra, junto a la posible ren-
tabilidad a largo plazo del proyecto delimitador como parte de las refor-
mas borbónicas, justificó la continuidad.
Además de algunas reprobaciones, órdenes y ascensos, Wall y Arriaga
enviaron desde España al Orinoco personal, víveres, pertrechos y sobre
todo dinero. La resolución más importante fue el nombramiento del mili-

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 141


tar José Diguja como cuarto comisario y gobernador de Nueva Andalu-
cía. La lección se había aprendido. Con Diguja no sólo se incorporaba un
militar con experiencia del terreno, sino que se americanizaba la expedi-
ción para asegurar su viabilidad. En febrero de 1757, José Solano tomó el
camino de la capital bogotana en la esperanza de ser escuchado por el virrey
Solís, según pidió Iturriaga, “con amor y compasión”. Aunque se trataba
de una ruta conocida desde hacía tiempo a través del río Meta, no dejaba
de tener sus riesgos. El viaje duró 53 días, de los que 18 fueron de nave-
gación a vela y los 33 restantes Solano fue por tierra, “atravesando las
elevadas y escabrosas sierras de la América Meridional llamadas los Andes”.
La visita, que se prolongó hasta finales de año, logró que el virrey entre-
gara 100.000 pesos para la expedición, además de hombres y pertrechos.

A su retorno en enero de 1758 al cuartel general en Cabruta, Solano


experimentó una nueva sorpresa. Pese a los esfuerzos de todos, el primer
comisario Iturriaga seguía sin desplazarse al Alto Orinoco. Sus excusas
parecían fundamentadas. El enfrentamiento de los jesuitas con los indí-
genas Guaipunabis creaba allí una situación de peligro, y la retirada de
los comisarios portugueses obligaba a esperar a sus sustitutos. En reali-
dad, Iturriaga carecía de interés por avanzar al Amazonas. Lo que le pre-
ocupaba era hostigar a los holandeses y a los caribes con el fin de lograr
el dominio español en el Orinoco Medio. Heredero de la estrategia regio-
nal de la Compañía guipuzcoana, de la que había sido director, su obje-
tivo era el control de la ruta de la Guayana con Venezuela y Santafé de
Bogotá, el camino transversal llanero y continental. El propósito era con-
vertir la región en una enorme plantación tropical, al modo de las islas
del Caribe no hispánico. A tal efecto, había ordenado a Vicente Doz y
Nicolás Guerrero el reconocimiento del río Apure con el objetivo de esta-
blecer comunicaciones entre el Orinoco y los llanos. A fines de 1758 vol-
vió a enviar a Vicente Doz a cartografiar el terreno comprendido entre
los ríos Cuchivero y Caura, en busca de lugares para establecer “pueblos
de españoles”. Cuatro meses después de su regreso fundaron Ciudad Real

142 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
y Real Corona. Desde allí los españoles pudieron por fin controlar el
territorio circundante del Orinoco medio e impedir con garantías de
éxito la presencia caribe y el contrabando holandés.

Entre 1759 y 1761 se pusieron las bases para la definitiva transfor-


mación de la Guayana, desde el Alto Amazonas hasta la frontera brasi-
leña en un territorio integrado al imperio español. Este cambio fue posi-
ble gracias a una estrategia basada en dos circunstancias: el valor del terri-
torio amazónico para los españoles en general y la expedición en parti-
cular, y la inestabilidad de las relaciones entre los indígenas a causa de la
presencia de las misiones jesuitas en el norte y la presión de esclavistas y
comerciantes portugueses en el sur. El método seguido por los expedi-
cionarios para entrar en el Alto Orinoco y consolidar su presencia intentó
una cierta línea cooperativa. Su principal representante, José Solano, se
presentó como socio y benefactor ante los indígenas en el momento pre-
ciso, cuando los portugueses estaban exterminando a los Manao. En
febrero de 1758, Solano emprendió un nuevo viaje hacia el raudal de Mai-
pures sin alardes de fuerza, en una falúa tripulada por veinte remeros indí-
genas. A continuación, se acercó al pueblo del jefe Crucero y pactó la fun-
dación de San Fernando de Atabapo en un sitio escogido por ambos. Tras
nombrar a las autoridades –Crucero fue designado cacique principal–
se comenzaron las labranzas, se procedió al bautizo y adoctrinamiento de
los niños y se buscaron pobladores en las gobernaciones vecinas. A fina-
les de año, el pueblo ya contaba con 200 habitantes. Con su existencia,
la expedición de límites se garantizó la base de aprovisionamiento que
requería para el desplazamiento a río Negro y el propio Amazonas.

Por otra parte, el control de la vital ruta de los raudales del Orinoco
fue asegurado por Solano mediante la amistad de otros grupos indíge-
nas, a los que extendió en marzo de 1759 el compromiso logrado con
Crucero. El acuerdo estableció una verdadera Pax hispánica en la región,
cuya manifestación más destacada fue la existencia de una red de pue-

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 143


blos que permitiría a los expedicionarios avanzar hacia el sur. Comen-
zaba en la misión jesuita de Atures y seguía por San José de Maipures,
San Fernando de Atabapo, Santa Bárbara, Buena Guardia de Nuestra
Señora de Guadalupe, San Felipe y San Carlos de Río Negro, junto a
la frontera portuguesa.

La consolidación de la presencia expedicionaria en el Alto Orinoco


y las alucinantes exploraciones del nacimiento del río (sólo en 1951 se
conocieron sus fuentes) debió mucho a los viajes de Simón Santos, Fran-
cisco Fernández de Bobadilla y Apolinar Díez de la Fuente. El dos de
agosto de 1759 Santos partió de San Fernando en compañía del sargento
Francisco Fernández de Bobadilla. Mientras el primero debía atraerse a
los indígenas del Casiquiare y recoger bastimentos, el segundo tenía como
misión alcanzar la aldea portuguesa de Mariuá y preparar el avance de
la comitiva hasta aquella localidad. El diez de septiembre ambos llegaron
al caño Mutuiti, lugar al que iba destinado Santos con orden de estable-
cer nuevas fundaciones. Fernández de Bobadilla, por su parte, alcanzó a
principios de octubre el primer pueblo portugués, Tomare. Un día de
camino más abajo se encontraba Mariuá, rebautizada como Barcelos,
donde lo recibió el teniente coronel Sousa Filgueiras, representante del
gobernador luso. Habían pasado seis años desde el comienzo de la expe-
dición en la costa venezolana. En enero de 1760 Fernández de Bobadilla
tomó el camino de regreso, llevando noticias de todo lo sucedido a los
portugueses desde 1753 y un mensaje conciliador para el primer comi-
sario Iturriaga. Tras dejar atrás San Carlos de Río Negro, Fernández de
Bobadilla llegó al caño Casiquiare y ocho días después, en la boca del Ori-
noco, se encontró con Apolinar Díez de la Fuente. En el camino a San
Fernando de Atabapo invirtió cuatro días, llegando a la citada localidad
el 10 de marzo. Había tardado solamente 42 días, un verdadero éxito.

A finales de 1759, el alférez Santos había fundado San Carlos y San


Felipe, un pueblo enfrente del otro, poco más abajo de la entrada del

144 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
caño Casiquiare en río Negro, afluente del Amazonas. Aunque en algún
momento Solano soñó con establecer un fuerte español todavía más al
sur, la frontera hispano-portuguesa permanecería de hecho en San Car-
los hasta el final del período colonial. Esta apertura de la ruta de Río
Negro a través del Casiquiare parece ser próxima en el tiempo al hallazgo
de una vía alternativa que iba en parte por tierra a través del arrastradero
que comunica la cabecera del caño Tuamini, afluente del Atabapo, con
el caño Pimichín, que entra en río Negro. El descubrimiento, realizado
seguramente en 1759 por Nicolás Guerrero, permitió el ahorro de treinta
días de navegación.

En esta fructífera etapa las exploraciones fueron continuas. En diciem-


bre de 1759 Apolinar Díez de la Fuente partió de San Fernando de Ata-
bapo, con órdenes de Solano de reconocer los cacahuales silvestres de los
ríos Padamo y Ocamo. También de explorar las márgenes y cabecera del
Orinoco, buscar lugares aptos para fundar pueblos de indios y españo-
les y erigir un fuerte en el extremo septentrional del caño Casiquiare.
Díez de la Fuente siguió la ruta habitual de remontada del Orinoco. El
día 7 de aquel mes llegó a Santa Bárbara. El emplazamiento, según indicó
en su Diario, le pareció adecuado: “Hallé aparente [el lugar] y conforme
con lo que se me encarga, por ser abundante de aguas, maderas, tierra
de labor y demás requisitos necesarios para la economía de una pobla-
ción”. Tras explorar el curso de los ríos, fundó en el extremo orinoqués
del caño Casiquiare el fuerte de Buena Guardia.

A comienzos de 1760 continuó viaje hacia las cabeceras del Orinoco.


El encuentro con los indígenas fue pacífico: “El día 9 vino un fusilero
con siete indios Maquiritares que me traían un regalo del capitán Gua-
rape, que constaba de cazabe, frutas y animalejos del país compuestos
a su moda”. Después de intercambiar con ellos regalos por víveres, exploró
los cacahuales del Padamo y el Ocamo y en marzo continuó viaje. Este
se iba haciendo más difícil por lo sinuoso y estrecho del cauce, la lluvia

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 145


y la falta de provisiones. Incluso los indígenas acompañantes abando-
naron la exploración. Lo que consideraron el “descubrimiento” del ori-
gen del Orinoco tuvo lugar el 11 de abril. Aunque Díez de la Fuente
creyó que el nacimiento del gran río estaba en el raudal de los Guaicas,
lo que no era cierto, se trató de una verdadera hazaña7. El regreso, por
otra parte, fue muy rápido: el 26 de abril alcanzaron San Fernando de
Atabapo. Las noticias sobre las riquezas naturales, la disposición a urba-
nizarse de los indígenas y la existencia de rutas fluviales abiertas fueron
las razones que llevaron a José Solano a encargar a Apolinar Díez de la
Fuente una nueva exploración de las cabeceras del Orinoco, que tuvo
lugar entre agosto y octubre de 1760. Con grandes dificultades por la
falta de alimentos, ya que sólo tenían cazabe, el pan de la selva, lograron
fundar La Esmeralda en un paraje que parecía idóneo para establecer un
pueblo de españoles. A finales de año volvieron a Ciudad Real, cuartel
general de la expedición.

Entre 1756 y 1759 el segundo comisario Eugenio de Alvarado per-


maneció recluido en las misiones jesuitas, dedicado a calumniar a Itu-
rriaga y a preparar escritos contra la Compañía de Jesús que en el futuro
le rendirían considerables dividendos políticos. Sólo una orden tajante
a Iturriaga logró que lo incorporara de nuevo a las tareas de exploración.
A finales de 1759 Alvarado partió para Santafé de Bogotá con el obje-
tivo de abrir una ruta desde el Alto Orinoco hacia el interior del Virrei-
nato de Nueva Granada por los ríos Guaviare, Ariare y Guayabero, que
debía solucionar los problemas de abastecimiento. Tras un viaje muy difi-
cultoso, logró alcanzar la capital virreinal y entrevistarse con el virrey
Solís. Gracias a una actividad febril, logró organizar el abastecimiento
por los ríos Ariari y Guaviare, al precio de enfrentarse con casi todos los
estamentos sociales del reino. Aunque su proyecto de apertura del que

7 GRELIER, J. (1953) “La expedición franco-venezolana al Alto Orinoco en 1951”, Boletín de la Academia nacio-
nal de la historia, Nº 142, Caracas, ANH, p. 18.

146 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
sería conocido como Camino de Apiay no se llevó a la práctica, el pro-
blema básico al que se había enfrentado, la apertura de una ruta trans-
versal que uniera el Caribe con los Andes, sería objeto de distintos inten-
tos de resolución en las décadas posteriores.

Mientras Solano culminaba su proyecto de ocupación del Alto Ori-


noco y el Amazonas y Alvarado se entretenía en la apertura de la ruta
virreinal, el primer comisario José de Iturriaga había permanecido fiel
a su plan de fundación en el Orinoco Medio, destinado a acabar con el
poder de los caribes. A mediados de 1760, los capitanes pobladores de
Ciudad Real y Real Corona intentaban captar voluntarios para impedir
que sus pueblos tomaran el carácter de colonia penal con el que acaba-
rían revestidos8. Los acontecimientos en la península impondrían un
cambio inmediato. Al morir Fernando VI el 10 de agosto de 1759, había
desaparecido el último de los grandes personajes alrededor de los cua-
les se había construido el sueño del entendimiento entre las potencias
ibéricas. Su sucesor, Carlos III, tenía una opinión formada sobre el nego-
cio de la línea divisoria. Su hombre de confianza en el reino de las Dos
Sicilias, Bernardo Tanucci, había aconsejado ya en 1755 anular el Tra-
tado de Madrid, al que aludió como la “mal proyectada permuta [del
Amazonas por el Plata]”. No es de extrañar que uno de los primeros actos
de gobierno del nuevo monarca fuera ordenar la detención de los tra-
bajos de los expedicionarios en América, en espera de una decisión defi-
nitiva. Cinco meses después, un oficio de la corte comunicaba al emba-
jador portugués la anulación del acuerdo diplomático. Su acta de defun-
ción, el Tratado de El Pardo, firmado el 12 de febrero de 1761, señaló
casi como único argumento que todo debía ser “como si el referido
[acuerdo] de 13 de enero de 1750 con los demás que de él se siguieron
nunca hubiesen existido”.

8 LUCENA GIRALDO, M. (1988) “Gente de infame condición. Sociedad y familia en Ciudad Real del Orinoco,
1759-1767”, Revista Complutense de Historia de América, 24, pp. 177-191.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 147


El Dorado amazónico y la tensión fronteriza
Durante los meses siguientes, comisarios, oficiales, tropas de escolta
e indígenas, peones y bogas, que sumaban un contingente cercano a 800
personas, retornaron desde el Amazonas y el Orinoco a sus lugares de
origen. Pero no todos. José de Iturriaga decidió permanecer en el Ori-
noco como comandante general de Nuevas Poblaciones. En 1762 se diri-
gió al ministro de Indias pidiendo que le enviaran mulas, recipientes
de cobre y esclavos a fin de establecer unas plantaciones de caña de azú-
car que creía serían muy provechosas para el rey y sus súbditos. Aluci-
nado por el éxito económico de las Antillas británicas y francesas, Itu-
rriaga creía poder construir en la selva de Guayana una especie de nuevo
Dorado, racional y geométrico, una utopía azucarera de la que serían
excluidos los indígenas (trabajadores flojos e indolentes según su opi-
nión), molestos misioneros y pequeños propietarios. El proceso de explo-
ración del territorio venezolano hasta la independencia estuvo condi-
cionado por estos planes grandiosos.
Hay que recordar a este respecto las nuevas exploraciones hacia el ori-
gen del Orinoco y los ríos Padamo y Ocamo, en busca de cacao silves-
tre, efectuadas en 1764. O la tentativa de Apolinar Díez de la Fuente en
1767 para alcanzar el sitio de La Esmeralda, donde permaneció ocupado
en poblar, buscar minerales y explorar cacahuales silvestres. La tensión
regional no decreció con el final de la expedición al Orinoco: todo lo
contrario. En octubre de 1768, el ministro de Indias Julián de Arriaga
inquirió al nuevo gobernador de Guayana, el capitán de artillería Manuel
Centurión, sobre lo sucedido en los experimentos con los recursos natu-
rales que se habían hecho durante la última década. En su respuesta, se
mostró cauto. El problema según expresó no era la falta de recursos natu-
rales, sino la carencia de poblaciones: “Hallo, Excmo. Sr., imposibilidad
de comerciarse al presente los abundantes cacahuales que expresa por lo
remoto de aquellos parajes sin civil población, y por esta razón destitui-
dos de los auxilios que facilita el comercio”.

148 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Aquella era una opinión muy importante, porque el todavía capi-
tán Centurión, guiado por una férrea voluntad y decidido a extender a
toda costa el poder del rey contra indígenas díscolos y misioneros dema-
siado independientes, mejoraría en los años siguientes la defensa del Ori-
noco, promovería diversas exploraciones y llevaría a la máxima expre-
sión la teoría de la frontera efectiva como frontera poblada. No es difí-
cil comprender su extraordinario interés en la cartografía y su voluntad,
casi obsesiva, de que se conociera la última región amazónica descono-
cida para los españoles, el Parime, en la actual frontera de Venezuela con
el norte de Brasil. Conseguir llegar hasta allí, a la mítica tierra de la laguna
dorada, fue su obsesión, porque representaba el triunfo sobre díscolos
misioneros, indios no reducidos y los tradicionales enemigos de la corona
en la región, holandeses y portugueses. A tal fin, Centurión promovió
una serie de exploraciones que constituyeron la última búsqueda de El
Dorado. La primera de ellas salió de Angostura junto al Orinoco en enero
de 1772, y estuvo a cargo del teniente Nicolás Martínez, a quien acom-
pañaron dos franciscanos observantes, un sargento, un cabo, doce sol-
dados, un cosmógrafo y dos intérpretes. Tras remontar el Caura hacia el
interior del continente, se dirigieron al cercano río Cuato, donde deci-
dieron permanecer en espera de la estación lluviosa. Poco después alcan-
zaron el río Paragua y el Paraguamusi, donde se les unieron refuerzos,
pero el riesgo de quedar aislados les obligó a regresar a La Barceloneta,
a la que llegaron el 24 de septiembre de aquel mismo año.

Apenas unos meses después, en marzo de 1773, salió de Angostura


la Real expedición de la Parima. Comandada por el teniente Vicente
Díez de la Fuente, constaba de 125 hombres e indios auxiliares. Una vez
alcanzado el Alto Paragua, un grupo de expedicionarios se adelantó al
Uraricoera y el Tacutú, donde gracias a las alianzas establecidas con los
indígenas fundaron los pueblos de Santa Rosa de Curaricara, San Juan
Bautista de Cada Cada y Santa Bárbara, que representaron la máxima
expansión alcanzada por los españoles en aquella región amazónica.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 149


Durante los meses siguientes, se dedicaron a consolidar las posiciones
obtenidas.

Hacia 1775 la tensión regional alcanzó su punto culminante, ya que


a la saturación de noticias sobre la situación de holandeses, portugue-
ses y españoles se sumaron las cada vez más violentas revueltas indíge-
nas. Pese a todo, en octubre de 1775 el gobernador Centurión promo-
vió una tercera expedición al Parime, que fue puesta a cargo del vene-
zolano Antonio López, a quien acompañaron, entre otros, el célebre
intérprete de caribes Isidoro Rondón, treinta indígenas y un minero. Tras
partir de Guirior, los expedicionarios atravesaron los pueblos del Parime,
ascendieron el río Tacutú hasta el cerro Apucuamo o Dorado y tomaron
diversas muestras de mineral. A su regreso, fueron apresados en la boca
del río Mao por un contingente portugués, que les trasladó de inmediato
al Pará9. Con la captura de esos hombres devino el fin del sueño dora-
dista de Manuel Centurión, aunque la dinámica de las exploraciones no
se detendría.

La comisión del Marañón


Ante el estado de guerra no declarada entre las monarquías espa-
ñola y portuguesa, el rey de Francia Luis XVI ofreció en 1775 su media-
ción para resolver las diferencias: era un intento de atraer a Portugal a la
alianza hispano-francesa sellada en los Pactos de Familia. El todopode-
roso marqués de Pombal, ministro luso, contestó a la oferta en términos
ambiguos, pero solicitó al ministro de Estado español, marqués de Gri-
maldi, el inicio de conversaciones. Estas no fructificaron, de modo que
en 1776 se produjo un conflicto armado, que pilló al aliado preferente

9 LUCENA GIRALDO, M. (1992) “La última búsqueda de El Dorado. Las Expediciones al Parime (1770-1776)”,
Iberoamericana Pragensia, XXVI, 67-86.

150 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
de Portugal, Gran Bretaña, en posición de debilidad por el comienzo de
la revuelta de los colonos de América del Norte: la guerra de indepen-
dencia de Estados Unidos había comenzado.

Aunque una gran expedición contra los portugueses que partió de


Cádiz en noviembre de 1776 hacia la isla de Santa Catalina al mando
de Pedro de Cevallos, primer virrey del Río de la Plata, logró grandes
éxitos, el aislamiento diplomático, la muerte del rey y la destitución
del marqués de Pombal en febrero de 1777 en el caso de Portugal, y en
el español la sustitución del marqués de Grimaldi por el conde de Flo-
ridablanca, la continuidad de la relación dinástica con la corona lusa y
el riesgo de un ataque británico, acabaron llevando de nuevo a la nego-
ciación a las monarquías ibéricas. Los plenipotenciarios se pusieron de
acuerdo con una rapidez inusual y firmaron el 1 de octubre de 1777
en San Ildefonso un Tratado preliminar de límites de las posesiones res-
pectivas en América y Asia. Fue, por tanto, un instrumento diplomático
concebido con un carácter temporal, en espera de que se pudiera elabo-
rar un acuerdo definitivo.

Constaba de 24 artículos y debía servir de base para uno de perpetua


e indisoluble amistad, uno de paz y otro definitivo de límites. No repre-
sentó, por tanto, la culminación del desarrollo y la evolución del pro-
blema fronterizo luso-hispano, sino un cese de hostilidades, un statu quo
a partir del cual se podía empezar la verdadera negociación. Tras hacer
votos por una paz perpetua, el Tratado ratificaba otros precedentes y
fijaba las posesiones mutuas. Quedaban para España la Colonia de Sacra-
mento, la isla de San Gabriel y los siete pueblos del Paraguay, cuya entrega
había causado la Guerra Guaranítica en 1754. Para Portugal, Río Grande
de San Pedro y el Yacuí, además de grandes áreas amazónicas. Una zona
neutral separaría los dominios de ambas coronas. En Asia, Portugal renun-
ció a sus derechos sobre las islas Marianas y Filipinas y por unos artícu-
los separados en África cedió Annobón y Fernando Poo, a fin de que

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 151


España se estableciera allí y comerciara con esclavos en las costas veci-
nas. Entre los artículos VII y XII se fijó la línea divisoria continental,
que en la Amazonía quedó definida de forma muy similar a la de 1750,
si bien pretendió resguardar los establecimientos portugueses de los ríos
Japurá y Negro sin afectar a los españoles, o evitar intromisiones mutuas
en las zonas señaladas como neutrales.

La puesta en marcha de la demarcación amazónica fue difícil. Tras


interminables debates de la junta de límites, una instrucción de 1778
señaló que una “cuarta partida”, encargada del trazado en la zona más
septentrional del continente, partiría de San Fernando de Pebas, en la
Audiencia quiteña, y bajaría hasta la desembocadura del río Japurá en el
Amazonas. Tras reunirse con los portugueses, el comisario y sus hom-
bres llevarían adelante el trazado en los confines del virreinato peruano,
la audiencia quiteña, el virreinato de Nueva Granada y la capitanía gene-
ral de Venezuela, hasta el final de la línea divisoria en el océano Atlán-
tico. Las tareas de organización de la que sería conocida como comisión
del Marañón fueron encargadas al antiguo comisario de límites y virrey
de la Nueva Granada, Manuel Antonio de Flores. Este designó como
primer comisario a Ramón García de León Pizarro (que causaría baja),
al ingeniero militar Francisco de Requena y Herrera como su ayudante,
al capitán de milicias Felipe de Arechua como segundo comisario y al
antiguo instrumentario de la expedición del Orinoco Apolinar Díez de
la Fuente como astrónomo. También fueron incorporados dibujantes,
capellán, cirujano y personal de apoyo.

Requena, que como ingeniero militar era el único con formación téc-
nica, se tuvo que ocupar en solitario del mando político y científico de
la comisión. Los augurios bajo los que comenzó no pudieron ser peores.
Además del cambio de personal, los instrumentos para la demarcación
(cuarto de circulo, péndulo o reloj astronómico, anteojo, teodolito, relo-
jes, micrómetro, termómetro, agujas y barómetro) no llegaron hasta

152 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
1782, e incluso el mapa destinado a los trabajos de delimitación se per-
dió en el correo. Los expedicionarios partieron en enero de 1780 de
Quito hacia el Amazonas. Tras pasar por Omagua, su llegada a la forta-
leza de Tabatinga –estratégico punto de reunión con los portugueses que
debía ser entregado a los españoles– tuvo lugar el 7 de marzo de 1781.
Las primeras diferencias se produjeron entonces. Según indicaba el artí-
culo XX del tratado, la localidad y la margen norte del Amazonas desde
la entrada del río Javarí hasta la boca más occidental del Japurá pasarían
a España, pero una discusión sobre la indemnización a pagar paralizó su
entrega a Requena. La petición portuguesa de entrega de los fuertes espa-
ñoles de Río Negro, además de escandalizar al comisario español, aumentó
las suspicacias. Pese a todo, en julio de 1781 los expedicionarios comen-
zaron los trabajos en el Javarí, en cuya boca colocaron un obelisco de
señalización. Al mes siguiente, partieron con el fin de determinar cuál
era la boca más occidental del Japurá, cuestión que se habría de conver-
tir en el escollo básico de la delimitación amazónica. Tras una pequeña
exploración regresaron a Tefé. La situación de los expedicionarios espa-
ñoles era pésima; Requena estaba enfermo, carecía de astrónomo y tenía
problemas logísticos por los obstáculos de los portugueses al suministro
de víveres y embarcaciones desde Mainas y el Orinoco10. Sobreponién-
dose a los contratiempos, en febrero de 1782 partieron a un nuevo intento
de demarcación del Japurá. Después de navegar con grandes dificulta-
des por rápidos y cataratas, españoles y portugueses lograron llegar a la
boca del río Apaporis y subieron hasta el río Yarí o de los Engaños. La
fiebre y la disentería les obligaron a retornar.

En junio de 1782 reiniciaron el ascenso del Apaporis, pero la difi-


cultad del terreno y las epidemias les obligaron a regresar definitivamente
a Tefé, donde llegaron al mes siguiente. A partir de este momento, entra-

10 LUCENA GIRALDO, M. Ed. (1991) Francisco de Requena. Ilustrados y bárbaros. Diario de la exploración de lími-
tes al Amazonas (1782), Madrid, Alianza Editorial, p. 65 y ss.

En el borde de Occidente. Viajes y expediciones a la Amazonía 153


ron en una fase de parálisis. Las diferencias sobre la entrega de Tabatinga,
la situación de la boca más occidental del río Japurá y el trazado de
una línea que dejara cubiertos los establecimientos portugueses entre los
ríos Japurá y Negro sin perjudicar a los españoles del Orinoco no se resol-
vieron. Nuevas exploraciones de los ríos Japurá, Apaporis, Mesai y de los
Engaños e interminables consultas a las cortes peninsulares no sirvieron
de nada.

Por fin, a fines de 1790, después de permanecer más de cuatro años


en Tefé sin resultado alguno, Requena decidió retirarse a la gobernación
de Mainas, dando término a su tarea en el Amazonas11. En 1793 regresó
a España. Su sucesor fue el gobernador de Mainas Diego Calvo, que pre-
paró para su remisión los mapas y manuscritos de la Comisión, envia-
dos a España en 1796. La disolución definitiva no tuvo lugar hasta 1804;
aunque la colaboración hispano-portuguesa en la tarea de delimitación
se había mostrado inviable, todo lo ocurrido desde mediados de siglo
había transformado la región para siempre. Como ha señalado Neil Safier,
“los trazos de la presencia humana a menudo eluden los espacios fron-
terizos de los mapas imperiales”12. Aquel borde selvático de Occidente
en el que se había convertido la Amazonía sería ya también, para siem-
pre, una frontera abierta de la globalización.

11 BEERMAN, E (1996) Francisco Requena: La expedición de límites. Amazonia, 1779-1795, Madrid, Compañía Lite-
raria, p. 52.
12 SAFIER, N. (2009) The confines of the colony. Boundaries, Ethnographic landscapes and Imperial carto-
graphy in Iberoamerica”, Ackerman, J. R. Ed. The imperial Map. Cartography and the mastery of Empire, Chi-
cago, University Press, p. 183.

154 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
IV. Balances provisionales
Las enfermedades viajeras
Guillermo Olagüe de Ros

Salud y enfermedad en la América anterior a la Conquista:


El mito del Edén precolombino
Hace ya tiempo quedó claramente demostrado que la América pre-
hispánica estuvo sometida a las mismas condiciones morbosas que Europa.
No existió pues un paraíso que desapareció tras la llegada de los espa-
ñoles. En su revisión sobre el tema, Austin Alchon (1999) ofrece un
panorama detallado de las difíciles condiciones de vida de las poblacio-
nes americanas en esa fase previa. Por otro lado, la existencia de prácti-
cas curativas, tanto en el México anterior a la llegada de Hernán Cor-
tés como en la cultura inca (Hernández Rodríguez, 1982; Verano y Lom-
bardi, 1999; Cárdenas de la Peña, 2003; Ortiz de Montellano, 2003;
Mandujano Sánchez y cols., 2003; Musso, 2004) y de medidas de salud
pública (Harvey, 1981) hablan a favor de la no existencia de ese edén
americano. Finalmente, diversos estudios de Francisco Guerra y María
del Carmen Sánchez-Téllez han puesto de evidencia un sinfín de enfer-
medades que ya estaban presentes antes de la conquista española (Gue-
rra, 1988a y 1988b; Guerra y Sánchez-Téllez, 1990; Sánchez-Téllez y
Guerra, 1986).

Las enfermedades viajeras 157


En este trabajo pretendo ofrecer un panorama general sobre la enfer-
medad en el mundo americano. En primer lugar trataré de algunos de los
males que ya existían antes de la presencia de los españoles, o bien, que
surgieron como propios tras su llegada, y en segundo término abordaré las
consecuencias del intercambio epidemiológico, es decir, de las enferme-
dades nativas de ese mundo americano que se introdujeron en Europa, y
de las de este continente, que eran desconocidas en América, y que fueron
exportadas como resultas de los viajes al Nuevo Mundo. No es mi obje-
tivo narrar detalladamente cada una de las patologías, aunque procuraré
dar cuenta del momento en que, por primera vez, las enfermedades pro-
cedentes de Europa eclosionaron en la América hispana. Por razones obvias
me extenderé con más detalle en la viruela, enfermedad desconocida en
América, importada de España y que tuvo consecuencias realmente catas-
tróficas. La presencia de la viruela en el Nuevo Mundo movió a Carlos IV
en 1803 a programar una Real Expedición Filantrópica de la Vacuna, cues-
tión que también abordaré, la primera empresa a gran escala preventiva
contra esta enfermedad, gracias a que Edward Jenner, un médico inglés,
había descubierto un método efectivo contra la misma en 1796.

Una última observación que debo hacer es que la identificación de


algunas de las enfermedades que más adelante comentaré se ha hecho,
históricamente, en base a los testimonios escritos dejados por los cro-
nistas, o bien a partir de restos humanos, en aquellas con afectación ósea.
Sin embargo, la unanimidad entre los estudiosos en cuanto al diagnós-
tico no ha sido absoluta, dado que el cuadro clínico descrito en varias de
ellas es bastante parecido. Durante mucho tiempo se pensó, por ejem-
plo, que la primera epidemia importada por los españoles en América,
concretamente en La Española en 1493, fue de viruela, pero interpreta-
ciones más recientes han concluido que se trató de gripe suina. Esta falta
de unanimidad en algunos diagnósticos retrospectivos da razón de que
algunos procesos analizados por mí hayan sido considerados por otros
analistas como enfermedades distintas.

158 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
El Cocoliztli

Una de esas enfermedades propias, que afectó fundamentalmente a


jóvenes indios de amplias zonas de México, fue el cocoliztli, un término
náhuatl que significa enfermedad o pestilencia. En la última década un
grupo de historiadores, encabezados por Acuña Soto, en una serie de tra-
bajos que citaré a lo largo de esta exposición, han analizado esta patología
y han demostrado con bastante convicción que no fue importada por los
europeos y que fue propia de México, estallando de forma inusitada ape-
nas 20 años después de la conquista española. Sus devastadores efectos
desde el punto de vista poblacional, especialmente las crisis de 1545-48
y 1576-1578, las mejor conocidas, incluso superaron a algunas de las epi-
demias aparecidas tras la llegada de los europeos1. Según Carral Cuevas,
como consecuencia de estos dos brotes epidémicos de cocoliztli las autori-
dades españolas modificaron su política de encomiendas a perpetuidad y
emprendieron medidas activas de protección de las poblaciones nativas2.

Se han conservado dos testimonios, de Francisco Hernández y Alonso


López de Hinojosa, en los que se describe minuciosamente la sintoma-
tología y patocronia de los afectados precisamente durante el brote de
1576, uno de los más terroríficos. Según Hernández

“Las fiebres eran contagiosas, abrasadoras y continuas, mas todas pes-


tilentes, y en gran parte letales. La lengua seca y negra. Sed intensa,
orinas de color verde marino, verde vegetal y negro, mas de cuando
en cuando pasando la coloración verdosa a la pálida. Pulsos frecuen-
tes y rápidos, más pequeños y débiles. De vez en cuando hasta nulos.
Los ojos y todo el cuerpo amarillos. Seguía delirio y convulsión, pos-
temas detrás de una o ambas orejas, y tumor duro y doloroso, dolor

1
ACUÑA-SOTO, R.; STAHLE, D.W.; CLEAVELAND, M.K.; THERRELL, M.D. (2002).
2
CARRAL CUEVAS (2008).

Las enfermedades viajeras 159


de corazón, pecho y vientre, temblor y gran angustia y disenterías.
La sangre que salía al cortar una vena era de color verde o muy pálido,
seca y sin ninguna serosidad… Les manaba sangre de los oídos; a
muchos en verdad fluíales la sangre de la nariz, de los que recaían casi
ninguno se salvaba. Con el flujo de la sangre de la nariz muchos se
salvaban, los demás perecían. Los atacados de disentería en su mayor
parte ordinariamente se salvaban, ni los abscesos detrás de la oreja
eran mortales… sino que espontáneamente maduraban…”3.

Por su parte, el jesuita López de Hinojosa (1525-1597) se expre-


saba así:

“… los enfermos tenían excesiva sed. Nunca se hartaban de agua, por-


que eran tanto el calor del veneno que en el estómago y corazón tenían,
que les subían aquellos humos al cerebro que a dos días se tornaban
locos… Se paraban los heridos de este mal muy amarillos y atiricia-
dos. La orina que hechaban (sic) los enfermos era muy retinta, como
vino bloque y… muy gruesa y espesa. Los que orinaban mucho eran
los que vivían”4.

Además de estos dos brotes, Acuña Soto y colaboradores han identifi-


cado hasta doce epidemias más de esta enfermedad en el México hispano5.

3
Francisco Hernández (1517-1587) fue comisionado por Felipe II para estudiar la historia natural de
Nueva España. En México fue testigo de las autopsias practicadas por López de Hinojosa. En los
años 50, Somolinos d’Ardois dio a luz el testimonio de Hernández acerca de esta enfermedad, que
se había conservado en el Archivo del Ministerio de Hacienda en Madrid (MARR, J.S.; KIRACOFE,
J.B. (2000), pág. 348). El texto de Hernández en: CUENYA MATEOS (1997), pp. 25-26.
4
LÓPEZ DE HINOJOSA, A. (1578). Suma y recopilación de cirugía con un arte para sangrar muy útil y
provechosa. México, Antonio Ricardo. Hinojosa, con Juan de la Fuente, realizó la primera autopsia
en Nueva España, en el Hospital Real de Indios, precisamente a un indio fallecido de cocoliztli. De
la obra de López de Hinojosa se hizo una segunda edición en 1595 (México, Pedro Balli). El frag-
mento de López de Hinojosa en CUENYA MATEOS, op. cit., pág. 26.
5
1559, 1566, 1576, 1587, 1592, 1601, 1604, 1606, 1613, 1624, 1642, 1736 y 1813-1815. de
ellas, las de 1736 y 12813 fueron, tras las dos ya citadas, muy malignas (ACUÑA-SOTO, R.; CALDE-
RÓN ROMERO, L. y MAGUIRE, J.H., 2000). En el caso concreto de Puebla, VOLLMER (1973) ha mos-
trado que el brote de 1736 fue de más importancia que el de 1576-78, un 32% frente al 18%.

160 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
El cocoliztli se caracterizó, pues, por tratarse de una fiebre hemorrá-
gica, que se acompañaba de sed intensa, dolor de cabeza, confusión y
delirio, gangrena de los labios, ictericia, erupciones petequiales, pústu-
las y abscesos posauriculares, congestión pulmonar, hemoptisis, dolor
en tórax y abdomen, y en su fase final de ansiedad, delirio, convulsiones
y coma. Las hemorragias eran fundamentalmente nasales, por boca, ojos,
oídos y pulmones6. Su curso era muy rápido, apenas cuatro días, y solía
terminar con la muerte del paciente, normalmente jóvenes nativos en
torno a la treintena.

Acuña Soto (2002, 2004, 2005 y 2008) y Therrel y colaboradores


(2004) han concedido a los cambios climáticos un papel fundamental
en el curso de la enfermedad7. En efecto, en las dos epidemias del siglo
XVI el cocoliztli estalló en periodos de abundantes lluvias tras grandes
sequías, que favorecieron la difusión del proceso. Además, la enferme-
dad surgió y se expandió en las zonas interiores de México, no afectando
a las planicies costeras, mucho más cálidas. Acuña (2002) apunta a que
el cocoliztli fue causado por un virus, siendo roedores su reservorio natu-
ral. Las pésimas condiciones de vida de la población indígena contribu-
yeron a la expansión del virus, probablemente un arenavirus o hantavi-
rus, aún no identificado pero que quizás sigue latente esperando con-
diciones favorables para su eclosión (Acuña Soto y cols., 2008).

Los efectos en la población de los dos episodios comentados fueron


muy importantes. Acuña Soto y colaboradores (2002), y Quintanilla-
Sorio (2005) han estimado que la mortalidad por esta fiebre hemorrá-
gica fue muy parecida a la epidemia de peste negra europea de 1348. La
crisis de 1545 supuso la pérdida de entre 12 y 15 millones de habitan-

6
MARR, J.S.; KIRACOFE, J.B. (2000).
7
Otros estudiosos también han advertido de la importancia de las variaciones climáticas en México.
Concretamente, ENDFIELD, Georgina. (2007), ha señalado las consecuencias de los periodos de sequía
y grandes lluvias en el curso de la economía mexicana de los siglos XVII y XVIII.

Las enfermedades viajeras 161


tes (un 80% de la población nativa), y en la de 1576 falleció más del
50% de los cuatro millones que habían sobrevivido a la primera epide-
mia (Acuña Soto y colaboradores, 2002 y 2004). México no recupera-
ría la población indígena a los niveles previos a la presencia de esta enfer-
medad hasta entrados el siglo XIX.

Pinta o Mal de Pinto


También conocida como ccara, carate, overia, o enfermedad de León
Blanco (en honor de este estudioso cubano que aisló al germen cau-
sal), es una treponematosis causada por el treponema carateum, de trans-
misión no sexual, con mayor incidencia en poblaciones con malas con-
diciones higiénicas, y que cursa con una decoloración intensa de la piel.
Se desconoce el vector de la enfermedad, aunque su transmisión es posi-
ble a partir de pequeñas heridas en piel. Es la treponematosis más anti-
gua. Los casos se concentran con más abundancia en México, América
Central y del Sur, especialmente en Perú y Venezuela. Hay testimonios
acerca de la misma desde la época de la dominación hispánica (Weiss,
1947; Márquez, 1956; Vegas y Medina, 1960-1961).

Leishmaniosis americana, espundia, uta, o úlcera de los chicleros


Es un proceso patológico causado por distintos tipos de leishmania,
un protozoo aclimatado en amplias zonas, siendo diversos animales su
reservorio habitual (roedores y perros). El vector que transmite la enfer-
medad al hombre es un mosquito flebotomo. En oriente produce la leis-
hmaniosis cutánea, y su radio de acción alcanza también a África. La otra
forma, la visceral, conocida a partir del siglo XIX, se denomina kala-
azar, y es mucho más grave y mortal que la cutánea. Esta segunda forma
tuvo amplia difusión en España a principios del siglo XX. Gustavo Pit-
taluga (1876-1956) fue el primero en describir la enfermedad en 1912
en Tortosa. Dos años después, Francisco Camacho Aleixandre y Fidel
Fernández Martínez (1890-1942) hallaron nuevos pacientes de kala-

162 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
azar en las costas de Granada y Almería (Olagüe de Ros, 2001). La enfer-
medad no ha desparecido totalmente de nuestra península. En los últi-
mos años, además, se han notificado coinfecciones de kala azar y sida.

En América, la enfermedad está prácticamente presente en todo el con-


tinente sudamericano y se manifiesta de diversas formas. En la península
del Yucatán la responsable es la leishmania tropica mexicana, y cursa con
una única úlcera que perdura durante unos seis meses (úlcera de los chicle-
ros), localizada preferentemente en el pabellón de la oreja. En la Amazonía,
Panamá y Paraguay se conoce a esta enfermedad como espundia, y su res-
ponsable es la leishmania brasiliensis. Se inicia con una úlcera que al cabo
de 5 a 25 años se extiende a boca y recto. La tercera forma es la uta, y es
más abundante en Perú y Argentina. Cursa con lesiones en nariz y boca.
Algunas cerámicas antropomorfas de la cultura Tomaco-La Tolita de Colom-
bia y Ecuador, que presentan ulceraciones nasales y pérdida total de la nariz,
se han interpretado como representación de esta patología. Finalmente la
leishmaniosis leproide ocurre en Venezuela, produce nódulos cutáneos no
ulcerativos que, en ocasiones, son difíciles de distinguir de los propios de
la lepra, de ahí su nombre. Hay diversos testimonios de la época hispá-
nica que evidencian la presencia de esta enfermedad de manera clara (Gue-
rra y Sánchez-Téllez, 1990). Se calcula que en torno a doce millones de
habitantes padecen este proceso en todo el mundo (Allison, 1995a).

Verruga peruana, enfermedad de Carrión, o fiebre de La Oroya

Es un endemismo propio de Perú, Ecuador y Colombia, causado por


la Bartonella Bacilliformis, y transmitida por el mosquito hembra del
Phlebotomus Verrucarum, que es exclusivo de los países citados8. El ger-
men parasita en la sangre humana, dando lugar a una intensa anemia

8
Se llama así en honor del médico peruano de origen argentino Alberto Leopoldo Barton Thompson
(1870-1950), que fue quien describió en 1905, por primera vez, a este agente causal (GONZÁLES, R.
y cols., 2007).

Las enfermedades viajeras 163


hemolítica con fiebre (Fiebre de La Oroya) a la que sigue la erupción
cutánea que se conoce como “Verruga Peruana”, y que evoluciona en
varias fases: miliar, nodular y mular.

Se han conservado cerámicas incaicas antropomorfas en las que, pro-


bablemente, se muestran pacientes afectos de este proceso. Es muy posi-
ble que los conquistadores españoles llegaran a tener conocimiento de
la misma. Hay abundantes testimonios escritos que la describen clara-
mente. Por ejemplo Guerra y Sánchez-Téllez (1990) recogen el testi-
monio de Antonio de Herrera y Tordesillas (1601), que en su Historia
general de los hechos de los castellanos en las Islas y Tierra Firme del Mar
Océano, la comenta de esta manera:

“aconteció acostarse sanos [los conquistadores] y levantarse hincha-


dos y algunos muertos, otros con los miembros encogidos, tardando
20 días en sanar. Nacíanles verrugas encima de los ojos y por todo
el cuerpo con grandes dolores que causaban impedimento y fealdad,
y dábales pena no saberse curar enfermedad tan contagiosa. Los que
se las cortaban se desangraban tanto que pocos escaparon”9.

En el siglo XIX tuvo lugar, en el transcurso de la construcción del ferro-


carril de Lima a La Oroya, un brote epidémico de notables proporciones.
Daniel Alcides Carrión (1857-1885), un estudiante de medicina, se auto
inoculó la enfermedad para demostrar que este brote era una fase en la
evolución de un único proceso. Por desgracia, Carrión falleció a conse-
cuencia del mismo (Pamo Reyna, 2003; García-Cáceres, 2006).

Treponematosis

Junto al Mal de Pinto, que ya he comentado, en las poblaciones indí-


genas americanas se dieron otras treponematosis, además de la sífilis, como

9
GUERRA y SÁNCHEZ TÉLLEZ (1990), pág. 34.

164 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
la fambresia, bubas, pian o yaws, causada por el treponema pertenue, y la
treponárida o sífilis endémica, debida al treponema pallidum endemicum.

Hay una abundante literatura acerca de la evolución biológica de los


gérmenes responsables de las treponematosis. Sin extenderme en la teo-
ría que defiende que todos los gérmenes de este grupo son consecuencia
de una evolución natural a partir de un germen común (unitaria), o bien
que son diferentes y que han sufrido un proceso de mutación (evolucio-
nista), parece estar claro que una buena parte de las treponematosis ya
existían en América antes de la llegada de los españoles. Se han encon-
trado abundantes restos óseos precolombinos con lesiones causadas por
treponemas. Con todo, como ha señalado Kiple (1995) en relación con
estas enfermedades, el debate no se ha cerrado, pues “no existe todavía
consenso acerca de su lugar o lugares de origen, ni sobre su antigüedad”10.

En la frambesia lo característico son las lesiones cutáneas, que evo-


lucionan a una hiperqueratosis, y gomas en huesos. Hay evidencia de su
presencia en el Perú precolombino. Además, hay abundantes testimo-
nios literarios que hablan positivamente de su existencia antes de la lle-
gada de los españoles (Guerra, 1990).

La sífilis treponárida o endémica, también conocida como bejel, es


típica de la infancia. Se inicia con lesiones orales y erupción en axilas.
Cuando alcanza al hueso, con preferencia la tibia, produce una perios-
titis (tibia en sable). A veces, no es fácil distinguir las lesiones cutáneas y
óseas de la frambesia y los de la sífilis venérea.

La Ciguatera
Es una intoxicación como resultas de la ingesta humana de peces car-
nívoros que, al comerse a su vez a los herbívoros, ingieren también la

10
KIPLE (1995), pág. 1055.

Las enfermedades viajeras 165


ciguatoxina de la que estos son portadores. La toxina es producida por
un dinoflagelado (gambierodiscus toxicus), que vive en algas o en el coral,
en los mares tropicales. Se calcula que anualmente se envenenan unas
50.000 personas. El cuadro clínico es florido, con afectación neuroló-
gica, gastrointestinal, cardiorrespiratoria y alteración vegetativa, suele
durar días, aunque algunas manifestaciones neurológicas perduran a veces
años (Laurent y cols., 2005; Kipping y cols., 2006).
Una de las más acabadas descripciones de esta contaminación se debe
a Antonio Parra, que le dedicó un epígrafe en su Descripción de dife-
rentes piezas de Historia Natural, las más del ramo marítimo, publicada en
1787 en La Habana (Imprenta de la Capitanía General)11.
La frecuencia de viajes turísticos a países tropicales da cuenta de la
existencia de casos de ciguatera en personas foráneas que han comido
peces emponzoñados y manifiestan el cuadro clínico de regreso a su país
de origen. La presencia de algunos casos en Canarias por ingesta de peces
portadores de la ciguatoxina capturados en aguas de esas islas en los años
2008 y 2009 ha llevado al gobierno de esa Comunidad Autónoma a esta-
blecer una normativa de intervención en caso de aparición de la enfer-
medad (Protocolo de actuación para la vigilancia…, 2009).

El intercambio epidemiológico
Presencia en Europa de enfermedades procedentes del mundo americano
1. La enfermedad de Chagas, Tripanosomiasis cruzi o Tripanosomiasis
americana
Hay testimonios bastante sólidos acerca de la presencia de esta pato-
logía en momias de más de dos mil años procedentes del Valle de Tara-

11 PARRA, A. (1787). Siguatèra, págs. 105-111. Comentarios de otros tratadistas que también analiza-
ron la enfermedad en: MIRA GUTIÉRREZ (1989).

166 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
paca, al norte de Chile. Además de cerámicas mochicas que muestran
las lesiones ocasionadas por esta enfermedad, Guerra y Sánchez-Téllez
(1990) han dado cuenta de abundantes vestigios de portugueses de los
siglos XVI a XVIII en los que se describen de manera clara los síntomas
y signos de la misma. Actualmente es una enfermedad endémica en
amplias zonas de Suramérica, del Caribe y áreas de los Estados Unidos,
siendo originaria de Brasil. Está producida por el Tripanosoma cruzi, un
protozoo que vive en una amplia variedad de animales domésticos y sal-
vajes (perros, gatos, armadillos, monos y otros más). Su transmisión al
hombre precisa de vectores, básicamente insectos (conocidos en Argen-
tina como vinchucas, en Ecuador como chinchorros y en Perú como chi-
rimachas), los cuales depositan sus heces, que están repletas de tripa-
nosomas, en aquellos lugares donde han mordido, con lo que se inicia
el ciclo reproductivo de la enfermedad.

El proceso morboso evoluciona en tres fases: una aguda, que dura


aproximadamente un mes, cursa con fiebre, adenitis y alteraciones ocu-
lares. La mortalidad se da en un 10% de los afectados, y es debida a mio-
carditis y alteraciones pulmonares. Los que sobreviven entran en una
fase intermedia, que puede durar hasta veinte años, en la cual no hay
manifestaciones clínicas, aunque existen alteraciones del esófago, del
ritmo cardíaco y de la motilidad peristáltica intestinal. La etapa cró-
nica es el principal motivo de defunción en áreas endémicas, los pacien-
tes presentan hipertrofia cardiaca y alteraciones del aparato digestivo,
megacolon o megaesófago (Allison, 1995b).

El inicial conocimiento científico de la misma se debió a Carlos Cha-


gas (1879-1934), un médico brasileño, que describió el agente causal,
el vector y sus principales notas epidemiológicas por primera vez en 1909.

Recientemente, Portús Vinyeta (2009) ha advertido que entre la pobla-


ción sudamericana residente en España hay índices relativamente altos de
personas que padecen este mal (entre 48.000 y 87.000 personas). La lle-

Las enfermedades viajeras 167


gada de los vectores, las transfusiones sanguíneas u otras modalidades, pue-
den ser causa de una presencia preocupante de casos en nuestro país.

2. Fiebre amarilla o vómito negro

Es una enfermedad causada por un virus del grupo B, y que es trans-


mitida por el Aedes aegypti, al igual que el dengue. Cuenta con una abun-
dante polisemia, pero me referiré a ella con los dos nombres que figuran
en el encabezado, pues expresan muy gráficamente sus síntomas más lla-
mativos: ictericia y hemorragias, fundamentalmente gástricas e intesti-
nales; se acompaña además de fiebre elevada y dolor de cabeza. Antaño
fue un proceso con altas tasas de mortalidad (de un 20 a un 70%), aun-
que en la actualidad se han reducido muy significativamente (Cooper
y Kiple, 1995). Es propia de países con clima templado, con mayor inci-
dencia en los meses de verano, y con una presencia menos constante
en las ciudades del interior.

Es muy probable que la fiebre amarilla hiciera presencia en el mundo


americano a partir de 1498, tras el tercer viaje de Colón que, antes de
atracar en América, hizo escala en la Islas de Cabo Verde, en la que pro-
bablemente la fiebre amarilla era ya endémica, a partir del foco africano
del Golfo de Guinea. El hecho es que cuando desembarcó la tripulación
de Colón en la isla de Santiago, muchos de los marineros ya sufrían el
mal, lo que le obligó a abandonar rápidamente la isla (Guerra y Sánchez-
Téllez, 1990). Es decir, la enfermedad, de origen africano, fue introdu-
cida por los españoles, aunque bien es cierto que todavía no ha quedado
resuelto definitivamente el posible origen americano de la misma. Se
sabe de la presencia de epidemias de vómito negro en la península de
Yucatán en 1648, y en La Habana en 1649.

En Europa hay constancia de su presencia en Lisboa en 1723. A par-


tir del último cuarto de ese siglo Cádiz se verá azotada frecuentemente
por su presencia y ya, de forma bastante regular, aparecerá en buena parte

168 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
de las ciudades portuarias españolas. En 1800, por ejemplo, hizo acto
de presencia en Sevilla, ocasionando una notable mortandad, y en Cádiz,
donde falleció un 15% de la población (Hermosilla Molina, 1978; Igle-
sias Rodríguez, 1987). En 1804 brotó de nuevo en Cádiz y alrededores,
y en Alicante (Pascual Artiaga, 2002).

Las epidemias malagueñas de 1741, 1803-1804, 1813 y 1821 fue-


ron estudiadas muy detenidamente por Juan Luis Carrillo y Luis Gar-
cía Ballester en 1980.

Hay información precisa, además, sobre el brote de 1821 en Barce-


lona y Palma de Mallorca (Gaspar García, 1992; Moll, 1993). En Bar-
celona el foco originario fue un navío procedente de La Habana, El Gran
Turco, que cuando atracó ya contaba con enfermos de esta dolencia.
Cuando en diciembre se levantó el cordón sanitario que se había impuesto
como una medida de lucha contra la enfermedad se estimó que durante
el tiempo de la epidemia habían fallecido en torno a 8.900 personas,
unas 30 a 40 diarias. El temor en Francia por su presencia movió a
Luis XVIII a crear un cordón sanitario en la frontera, para impedir el
paso de personas, y además creó una comisión de médicos para estu-
diarla, de los que A. Mazet falleció como consecuencia de la enferme-
dad. De nuevo Barcelona conoció la presencia del vómito negro en 1870,
que se cebó en el barrio de La Barceloneta y dejó más de 1.200 muertos
(Artigas Raventós, 1974; Canela Soler y cols., 2009).

A pesar de no ser habituales los brotes epidémicos en ciudades del


interior, en Granada se dio uno de mediana intensidad, en agosto de
1804, quizás procedente de malagueños, que se cobró unas 40 vícti-
mas (Jiménez Ortiz, 1974). En Madrid apareció en 1878 y fue éste, qui-
zás, el último brote en España en el siglo XIX. En la Figura 1 ofrezco
una distribución témporo-espacial de las epidemias de vómito negro en
España en los siglos XVIII y XIX.

Las enfermedades viajeras 169


Barcelona
Madrid 1821, 1870
1878 Tortosa
1821

Palma de Mallorca
Murcia 1821, 1870
Sevilla
1800, 1819 1804 Alicante
1804
Puerto de Sta. María Jerez Cartagena
1819 1819 1804, 1810-1811
Cádiz Málaga
1730, 1733, 1741, (1803), 1813, 1821
1800, 1804, 1810-
1811, 1813, 1819

Islas Canarias
1838, 1846-1847, 1862-1863 Fuente: Rodríguez Ocaña (2010), p. 151

FIGURA 1. Epidemias de fiebre amarilla en España. Siglos XVIII-XIX.

En la actualidad la fiebre amarilla sigue siendo un problema de salud


pública muy importante, especialmente en África –sobre todo en Ghana
y Nigeria– y América Latina. Según la Organización Mundial de la Salud,
el vómito negro se cobra anualmente más de 50.000 vidas, siendo 206.000
los nuevos afectados por el mal12.

3. El dengue

Es una patología ampliamente diseminada en el mundo, especial-


mente en las zonas tropicales y subtropicales. El causante es un flavivi-
rus que es transmitido tras la mordedura del mosquito Aedes aegypti,
en los trópicos, o el Aedes albopictus (mosquito tigre) en las zonas menos

12
http://portalinfomed.sld.cu/socbio.

170 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
templadas, como Europa y los Estados Unidos de América. La presen-
cia del Aedes albopictus en zonas templadas ha causado cierto temor entre
los epidemiólogos, por lo que supone de posible presencia de dengue en
zonas antaño libres del mismo. Las tres manifestaciones más típicas del
dengue son fiebre muy alta, erupción rojiza en la piel del tronco y de las
extremidades, pero no en la cara, fotofobia, y dolor de cabeza. Una com-
plicación grave es la aparición de hemorragias, que son muy graves en
los niños, pudiéndoles ocasionar la muerte (McSherry, 1995).

La enfermedad es endémica en las regiones subtropicales de América,


en África, Asia y Australia. La variante de dengue hemorrágico se loca-
liza fundamentalmente en Asia, aunque se han dado brotes en otras áreas
geográficas.

En América la primera epidemia documentada de esta enfermedad


fue en Panamá, en 1699. En Perú hay noticias de brotes en 1700 y 1818
(Maguiñas Vargas y cols., 2005). Laval, por su parte, ha analizado un
brote chileno autóctono de 1889 (Laval R., 2001). A modo de resumen
se puede decir que desde hace 200 años, y con intervalos de unos diez,
se han presentado episodios epidémicos de esta infección en el conti-
nente americano. El primer episodio con demostración serológica tuvo
lugar en Trinidad en 1953-1954.

Hay acuerdo en que las primeras epidemias de dengue en España


tuvieron lugar en Cádiz y Sevilla entre 1784 y 1788. La gaditana de 1784
fue conocida como la pantomima o la piadosa por su escasa mortali-
dad. En la siguiente centuria se dio otra que afectó a Canarias, Cádiz
(1864) y otros puntos de la costa del Mediterráneo (López-Vélez y Molina
Moreno, 2005). La presencia del Aedes aegypti en amplias zonas de Europa
da razón del estallido ocasional de episodios, algunos francamente viru-
lentos, como el de 1927-1928, que afectó a Grecia, produciendo altas
tasas de morbilidad, aunque con una discreta mortalidad, y que también
alcanzó a Andalucía, especialmente en Sevilla, Córdoba, Granada y Alme-

Las enfermedades viajeras 171


ría. Los afectados fueron más de 200.000, y popularmente fue conocida
como “El Colorado”.

El reciente descubrimiento del Aedes albopictus en algunas zonas de


España, fundamentalmente en Cataluña, ha hecho saltar las alarmas ante
la posibilidad de que pudieran darse nuevos brotes epidémicos en nues-
tro país (Bueno Marí y Jiménez Peydró, 2010). Los frecuentes viajes
turísticos a zonas tropicales han aumentado la incidencia y la presencia
de casos en España (Valerio y cols., 2006 y Martínez Oviedo y cols.,
2010). Así, en el período 2002 a 2005 se confirmó la existencia de 57
infectados en personas que habían viajado a los trópicos (Muñoz y cols.,
2008). El cambio climático puede favorecer en un futuro la presencia en
España de algunos vectores transmisores de enfermedades, como el den-
gue, la encefalitis del Nilo occidental, la malaria, la leishmaniosis y la
fiebre del valle del Rift (López Vélez y Molina Moreno, 2005)13.

La presencia de enfermedades europeas en el mundo americano

No cabe duda que la introducción de patologías comunes en Europa


en un territorio virgen de ellas, como era el continente americano, supuso
una catástrofe demográfica de proporciones descomunales. Mª Carmen
Sánchez-Téllez y Francisco Guerra (1986) han estimado que, por ejem-
plo, la población de México y América Central pasó de unos 25 millo-
nes de habitantes a poco más de dos millones, mientras que en Perú dis-
minuyó a un millón y medio de un total de seis millones. En este punto
abordaré alguna de esas enfermedades que azotaron al continente ame-
ricano.

13 Rolland ZELL (2004) también ha relacionado las alteraciones climáticas con los estallidos de crisis
epidémicas, como la malaria, el dengue y la fiebre del Nilo occidental, aunque añade otros elemen-
tos, como el uso de pesticidas, la deforestación y los cambios en las políticas de salud pública, demo-
gráfica y social.

172 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
1. Sarampión o tepitonzahuatl (pequeña lepra) (1531)

Es una viriasis altamente contagiosa, de mayor afectación en la infan-


cia, que ocasiona en los países en vías de desarrollo unos 50 millones de
nuevos casos, con una mortalidad francamente alta (en torno a millón
y medio), causada por un virus de la familia paramyxoviridae (Morbi-
llivirus) que tiene en los humanos su único reservorio. Clínicamente se
acompaña de erupción cutánea rojiza, tos y conjuntivitis, y puede com-
plicarse con infecciones microbianas sobreañadidas. Es una de las enfer-
medades más contagiosas, bien por las secreciones nasales y faríngeas,
o simplemente por contacto directo. Está ampliamente distribuida en el
mundo, y en los países en vías de desarrollo ocasiona anualmente unos
50 millones de casos nuevos, con una mortalidad de cerca de un millón
y medio (Kim-Farley, 1995).

El primer brote en suelo americano tuvo lugar, parece ser, en Santo


Domingo a fines de 1495; de allí pasó a Puerto Rico (1508) y se exten-
dió ampliamente por el Caribe. En el continente hizo acto de presen-
cia en Panamá (1523), en México hacia 1531, a partir de un marinero
“herido de sarampión”, y en poco tiempo se generalizó por toda Cen-
troamérica (Cordero del Campillo, 2001). Los indígenas lo denomina-
ron tepitonzahuatl (pequeña lepra, o pequeños granos) (Zinsser, 1935).

2. Gripe (1493)

El 9 de diciembre de 1493, cuando desembarca Colón en la Espa-


ñola, se desencadenó la primera epidemia traída por los españoles en tie-
rras americanas: la gripe. La enfermedad, en su variedad suina, diezmó
a la mitad a los españoles, y entre los indios sus efectos fueron catastró-
ficos. Se ha estimado que pereció más del 90% de la población nativa,
y dejó desiertas muchas otras islas caribeñas, pues sus habitantes fue-
ron reclutados para reemplazar a los de la Española, que fallecían masi-
vamente en el curso de la enfermedad. En el continente la gripe estalló

Las enfermedades viajeras 173


en México en 1521 y a continuación en 1545, episodio que se acom-
pañó de una elevada mortandad. Más tarde, en 1552, hizo su presen-
cia en Brasil. El brote primigenio de 1493 se debió a cerdos, y proba-
blemente también por caballos, que Colón había traído consigo durante
su escala en las Islas Canarias y que, al decir de algunos cronistas, una
vez fueron desembarcados en la isla estaban perdidos. El agente etioló-
gico de este estallido parece ser que fue el virus gripal tipo A, el mismo
que siglos después causaría la gripe española de 1918 (Sánchez-Téllez y
Guerra, 1986; Guerra, 1988a y 1988b; Cordero del Campillo, 2001)14.

3. Las nuevas enfermedades surgidas en el Renacimiento y su presencia


en América: la modorra o modorrilla (1514), el tifus exantemático, tabardillo,
pintas, o matlazahuatl (1526), y la difteria o garrotillo

Como es sabido, una de las notas distintivas de la clínica del Renaci-


miento fue la aparición de enfermedades nuevas, procesos que hasta enton-
ces no habían sido advertidos por los médicos europeos. Su presencia per-
mitió a los clínicos estudiarlos con mayor libertad y ofrecieron descripcio-
nes francamente acertadas y muy detallistas. Nos referimos al morbo gálico
o sífilis, el sudor inglés, o gripe, el tifus exantemático, la difteria y la modo-
rra. Tales males también viajaron a América con los expedicionarios espa-
ñoles. Puesto que la sífilis ya fue abordada en el ciclo de conferencias del
pasado año dedicado a Las Epidemias, me centraré en exponer algunas ideas
y datos sobre la incidencia de las restantes en el mundo americano15.

3.1. La modorra o modorrilla

En 1505, Gaspar Torella, uno de los más renombrados clínicos de


la España renacentista, describió en su Consilium de modorrilla (Roma

14 Otros estudiosos, sin embargo, han cuestionado que esta primera epidemia de 1493 fuera de gripe,
como Noble David COOK (2002).
15 OLAGÜE DE ROS (2010).

174 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
y Salamanca, 1505; Pavía, 1521), un nuevo cuadro clínico caracteri-
zado por:

“… una fiebre moderada, alienación mental y perturbación de los


“sentidos interiores”, algunos al segundo o tercer día de persistir el
dolor de cabeza, la pesadez y la fiebre que les perturbaba en su inte-
rior, reían y, al poco, lloraban; y así, al séptimo día o antes, se encon-
traban en una situación limite. Algunos reían, aunque no lloraban,
arrancándose el pelo en el lecho, revolviendo lienzos y coberteras,
sin responder a pregunta alguna; y fallecían con una moderada aspe-
reza lingual… Otros yacían boca arriba con cierta tristeza, sin querer
responder a preguntas, y, si a veces respondían, lo hacían con angus-
tia, ansiedad y casi afligiéndose por ello. En otros, en cambio, al segundo
o tercer día la fiebre aumentaba mucho, acompañándose de sed intensa
y sequedad de boca, inquietud, ira, genio y furor, y trastornos de la
imaginación. A veces se echaban las manos a los ojos…”.

Esta “nueva” enfermedad, modorra o modorrilla, pues el sopor era uno


de sus manifestaciones más características, procedente de Flandes, se
expandió rápidamente por la Península. Constan brotes epidémicos de
la misma en 1521 (Sevilla), 1522 (Segovia y Valencia) y 1540 (Burgos).
Recientemente, Justo Hernández (2010) ha analizado la presencia de
la modorra en las Islas Canarias, que hizo su presencia durante la con-
quista de las mismas por las tropas castellanas en el invierno de 1494 a
1495. Los soldados castellanos permanecieron indemnes, mientras que
la población guanche quedó diezmada por la modorrilla (entre un 15 a
un 30% de fallecidos).

Parece ser que el primer episodio en América tuvo lugar en 1514 en


el curso de la expedición de Pedro Arias de Ávila (1443–1531) a Santa
María Antigua de Darién (actual Colombia). La mitad del cuerpo expe-
dicionario de Arias sucumbió a la misma. Bernal Díaz del Castillo, en
su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España, (1568) y Fran-

Las enfermedades viajeras 175


cisco López de Gómara describieron la muerte de Luis Ponce de León
en la ciudad de México en 1526, por causa de la modorra:

“Enfermó de modorra de esta manera […] Fue asaltado por una fie-
bre muy alta, y por cuatro días entró en sueño profundo con pérdida
de los sentidos… al noveno día falleció…”

La crisis más intensa tuvo lugar en 1526, y de ella Hernán Cortés dio
cuenta a Carlos V en septiembre de ese año. Se ha interpretado la modo-
rra como una forma de tifus, meningitis cerebro espinal o, más proba-
blemente, una epidemia de meningitis letárgica (Fontoura, 2009; Her-
nández, 2011).

3.2. El tabardillo o tifus exantemático

Hay dos formas de tifus que cursan con un cuadro clínico parecido, lo
que en ocasiones ha hecho difícil su diferenciación. El tabardillo o tifus
epidémico está causado por una rickettsia (r. prowazekii) que se transmite
a través del piojo (pediculus humani corporis). Su aparición está muy con-
dicionada por las malas condiciones de vida de los seres humanos. Tras un
primer periodo de intensa fiebre y postración, que puede durar una semana,
a continuación le aparecen al paciente lesiones en piel, primero rojizas y
en un momento sucesivo de color más oscuro. En los casos de peor evo-
lución se pueden llegar al coma y la muerte. El tifus murino, de cuadro clí-
nico suave, está causado por la rickettsia typhi, que vive en la rata, siendo
el vector la mosca de la rata, la Xenopsylla cheopis (Harden, 1995).

La enfermedad estuvo muy presente en la España Medieval y del


Renacimiento. Hay noticias de algunos importantes brotes –1393-1394,
1553 y 1582– en Sevilla; en Castilla (1557), y en 1568-1570, descrito
por Luis de Toro, en el curso de la rebelión de los moriscos granadinos
y su posterior dispersión por tierras de Castilla. La repetida presencia del
tabardillo da razón de la abundancia de textos médicos describiendo el

176 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
mismo, como los de Francisco Bravo (1570), Luis Mercado y Luis de
Toro (1574), Alfonso López de Corella (1574), Agustín de Farfán (1579),
Juan de Carmona (1582), Luis de Lemos (1585) y Nicolás Bocangelino
(1600), entre otros16.

La primera noticia sobre la presencia del tabardillo en América da


cuenta de una epidemia en Veracruz, México, en 1526, tras la llegada
a esa ciudad de una flota comandada por Luis Ponce de León, que falle-
ció como consecuencia de este mal. A partir de esa fecha la repetición
de brotes epidémicos en México fue relativamente frecuente, como
por ejemplo en 1541.

Aunque he incluido al tabardillo en el grupo de enfermedades que se


introdujeron en América, hay fundadas sospechas de que ya estaba pre-
sente entre los aztecas antes de la llegada de Cortés. Lo cierto es que en
el siglo XVI en torno a dos millones de indios mexicanos fallecieron por
causa de esta enfermedad (Harden, 1995).

La primera exposición clínica en el mundo americano se debe a Fran-


cisco Bravo (1570). En el primer escrito que compone su Opera Medi-
cinalia, Bravo ofreció una magnífica descripción del tifus, basada en su
dilatada experiencia tanto en España como en México, en donde residía
desde hacía unos diez años. Casi un cuarto de siglo después el agustino
Agustín de Farfán dio a luz, también México, su Tratado breve de medi-
cina (México, Pedro Ocharte, 1592), en el cual consagró dos capítulos
del Libro tercero a tratar del tabardete, e incluyó para su tratamiento algún
producto de la materia médica tradicional americana17.

16
CARMONA, Juan Ignacio. (2005) ha dedicado un capítulo de su monografía (Tifus) a estudiar dete-
nidamente la presencia del tabardillo en la España del Renacimiento (pp. 79-94). Presta una gran
atención a la epidemia sevillana de 1582.
17
En opinión de ACUÑA SOTO y cols. (2000), Farfán también habló de la epidemia de cocoliztli de 1576
en el Libro tercero de su Tratado, en el capítulo dedicado a la “calentura de la sangre corrompida y
su cura” (op. cit., pp. 238-248).

Las enfermedades viajeras 177


3.3. El garrotillo o difteria

Está producida por el Corynebacterium diphteriae, o bacilo de Klebs-


Löffer, que produce en paladar, amígdalas y faringe unas membranas
características. Durante los brotes epidémicos el germen de la difteria
puede ser infectado por un virus que es el causante de la elaboración
de una exotoxina altamente letal, pues puede producir una mortalidad
entre el 30 y 50% de la población infantil. El periodo de incubación es
corto, dos a cuatro días, tras el cual el germen produce un exudado mem-
branoso en la faringe.

La primera descripción precisa de esta enfermedad se debe a Areteo


de Capadocia, pero a partir del siglo XVI, con “nuevos ojos”, mereció la
atención de los más notables clínicos europeos y españoles, como Juan
de Villareal, Cristóbal Pérez de Herrera y Alonso de los Ruizes y Fon-
techa. Una espléndida descripción la ofreció Francisco Valles en sus Com-
mentaria in libris Hippocratis (1569):

“Los enfermos se sofocan, la lengua se hace lívida, redonda y encor-


vada, lo mismo que les pasa a los que son estrangulados por el aro,
con las manos o de cualquier otro modo… la estrechez de la zona
anatómica estrangula, aunque sea con una tumefacción mínima. Esta
enfermedad consiste en un flemón erisipelatoide ciertamente pequeño,
pues esta zona no puede resistir una grande ni siquiera una hora, pero
que se apodera de la garganta por dentro… Hay tensión en los ten-
dones posteriores cervicales y el aliento es exiguo porque no se puede
respirar bien el aire al no dilatarse el tórax….”18.

Durante el último cuarto del siglo XVI y primero del siguiente, la dif-
teria se presentó en España en seis ocasiones, y de aquí se expandió a Italia.

18 Cit. por LÓPEZ PIÑERO (2010), pág. 278.

178 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
De la difusión de esta enfermedad en el mundo americano posco-
lombino hay pocos análisis. Se desconoce el momento de su introduc-
ción. Parece ser que en Quito se dio un brote de garrotillo en 1606. La
aparición de la difteria en Chile fue tardía, en 1816, importada de la
vecina Argentina, con otros brotes epidémicos en 1830, 1850 y 1876
(Laval R, 2003a). En la actualidad, tras la introducción de la vacuna,
se dan brotes aislados, como en Ecuador (1994-1995) y Colombia (2000).

4. El paludismo o malaria
No hay consenso absoluto acerca del origen de esta enfermedad en
el mundo americano. Frente a algunos autores que defienden su pre-
sencia con anterioridad a la llegada de los españoles, otros descartan tajan-
temente esta opción. Guerra (1990), por su parte, la considera una enfer-
medad controvertida en cuanto a su origen y argumenta que, quizás,
existió en América antes de la Conquista y que fue el resultado de una
mutación del agente causal, pues reconoce la existencia de un paludismo
en primates debido al plasmodium brasilianum y al p. simium. Karasch
(1995) estima que hubo malaria precolombina y que fue la responsa-
ble del cuadro febril que padecieron los incas cuando invadieron el Alto
Amazonas. Ello no es óbice para que el paludismo, además, fuera impor-
tado desde Europa, continente en el que existían entonces focos endé-
micos muy importantes. Lo que sí que está claro es que la malaria por
plasmodium falciparum no existió antes del Descubrimiento.

5. La viruela, o zahuatl (gran lepra)


La viruela es una enfermedad de dilatada presencia en Oriente. Es
lógico, pues, que las primeras medidas en contra de este mal se dieran
en ese ámbito geográfico. En China, por ejemplo, su presencia se remonta
a la dinastía Han (siglos III a. C. a III d.C.), y para prevenirla era fre-
cuente la técnica de la inoculación por vía nasal, es decir, se soplaba en
las narices de una persona sana polvo de costras procedentes de una

Las enfermedades viajeras 179


enferma que estaba en curso de curación. Por su parte, en la India era
una casta de brahmanes la encargada de inocular (thika) por medio de
finas agujas en cuyo extremo iba una gota de viruela extraída de un
enfermo (Kocchar, 1999).

En el mundo occidental la viruela cuenta con testimonios de su pre-


sencia por lo menos desde la Edad Media. En sus orígenes fue una enfer-
medad discreta, que afectaba mayormente a la población infantil y que
cursaba con fiebre y erupción cutánea. Pero a partir del siglo XVII se
hizo más virulenta, con elevadas tasas de mortalidad, especialmente en
la infancia; y los que lograban sobrevivir o bien quedaban ciegos, o esté-
riles, o con deformidades importantes. El siglo XVIII fue, pues, de
predomino total de esta enfermedad, una vez la peste fue amainando su
virulencia.

La presencia de la viruela en América ha sido motivo de largas con-


troversias, fundamentalmente en relación con su primera aparición
tras la llegada de los españoles y en cuanto a los posteriores episodios.

Hay cierto consenso en que el primer brote de esta enfermedad esta-


lló en Santo Domingo en diciembre de 1518, a raíz de la llegada de un
barco portugués que transportaba esclavos negros enfermos de dicho
mal. En escaso tiempo, todas las Antillas sufrieron sus efectos. En el con-
tinente la enfermedad fue introducida en 1520 por las tropas de Pánfilo
de Narváez, un capitán español procedente de Cuba al que se le había
encomendado arrestar a Hernán Cortés. Uno de los porteadores de Nar-
váez, un negro enfermo de viruela, fue el origen de la rápida expansión
de la enfermedad en México y el resto continente. Como cuenta Bernal
Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva
España, la enfermedad procedió de:

“un negro que traías lleno de viruela, que harto negro fue para la
Nueva España, que fue la causa que se pegase e hinchiese toda la tie-

180 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
rra dellas, de lo cual hobo gran mortandad que, según decían los
indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavá-
banse muchas veces, y a esta causa murieron gran cantidad dellos. Por
manera que negra la ventura de Narváez, y más prietas la muerte de
tanta gente sin ser cristiana”19.

Por su parte, Bernardino de Sahagún en su Historia de las cosas de la


Nueva España (ca. 1540-1580), relata de esta forma tan gráfica la expan-
sión de la enfermedad en México:

“Antes que los españoles que están en Tlaxcala, viniesen a conquistar a


México dio una grande pestilencia de viruelas a todos los indios, en el
mes que llamaban tepeilhuitl, que es al fin de Septiembre. Desta pesti-
lencia murieron muchos indios; tenían todo el cuerpo y toda la cara y
todos los miembros tan llenos y lastimados de viruelas que no se podían
bullir ni menear de un lugar, ni volver de un lado a otro, y si alguno los
meneaba daban voces. Esta pestilencia mata gentes sin número. Muchas
murieron de hambre porque no había quien pudiese hacer comidas; los
que escaparon de esta pestilencia quedaron con las caras ahoyadas y algu-
nos ojos quebrados. Duró la fuerza desta pestilencia sesenta días, y des-
pués que fue aflojando en México, fue hacia Chalco”20.

Precisamente, Tenochtitlán, la capital, asediada por Cortés, fue con-


quistada gracias a que contó con un inesperado aliado, una terrible
epidemia de viruelas, enfermedad que había sido introducido en dicha
ciudad por un indio portador de la misma. Parece ser, también, que
durante este asedio además de la viruela hizo acto de presencia la gripe
(Guerra, 1988). En 1521 la viruela ya era una realidad en Guatemala, y
en 1525 en Perú. En la actual Colombia hizo su presencia en 1558, y

19 Cit. por CORDERO DEL CAMPILLO (2001), pág. 603.


20 Cit. por FRANCO PAREDES y cols. (2004), pág. 322.

Las enfermedades viajeras 181


reapareció en 1564 y 1587. En Chile estalló en 1561. Es decir, en ape-
nas medio siglo toda Sudamérica había conocido ya los funestos efectos
de esta enfermedad (García-Cáceres, 2003; Gutiérrez Beltrán, 2007;
Laval, 2003c).

Es difícil establecer de manera fidedigna cuantas personas se inocu-


laron en Europa contra la viruela en el siglo XVIII. Los datos son dis-
pares, aunque ya he adelantado que su éxito fue relativo. Edwardes (1902)
por ejemplo, ofreció en su historia de la viruela en este continente datos
muy precisos sobre el desigual progreso de las inoculaciones en distin-
tos países a lo largo del siglo XVIII.

El 14 de mayo de 1796, sábado, Edward Jenner (1749-1823), un


cirujano y médico inglés que ejercía en el medio rural, inoculaba pus
procedente de llagas de la mano de Sarah Nelmes, que había contraído
al ordeñar una de las vacas, de nombre Blossom, a James Phipps, de ocho
años de edad. Nelmes nunca había padecido de viruelas, ni tampoco
todas aquellas personas que trabajan en granjas y ordeñaban a las vacas
en Gloucestershire, condado en el que ejercía su profesión Jenner, incluso
aunque hubiera un brote de viruelas en la zona. A los pocos días apare-
cieron en el lugar donde Jenner había hecho las incisiones pústulas que
paulatinamente fueron remitiendo. James apenas tuvo molestias y final-
mente se recuperó por completo. El 1 de julio de ese mismo año inoculó
a James pus de viruela humana, pero el niño no experimentó ninguno
de los síntomas propios de la enfermedad. Es decir, la viruela vacuna
(cowpox) había impedido la aparición de la viruela humana (smallpox).

El hallazgo de Jenner revolucionaba la lucha contra la viruela, pues


lo que había conseguido era reproducir en el niño la viruela de las vacas,
una enfermedad benigna para los humanos, no contagiosa, pero que les
inmunizaba definitivamente contra la temible viruela humana. Por
ello y para diferenciarla de la inoculación se la dominó vacunación (Fis-
her, 1991; Tuells Hernández, 2007; Riedel, 2008).

182 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Dos años después Jenner publicaba a su costa, puesto que la Royal
Society desestimó editarla, una obrita de apenas 70 páginas, An inquiry
into the causes and effects of the variolae vaccinae, cuyo precio de venta
eran 7 chelines y 6 peniques, en la que daba cuenta de los resultados que
había obtenido durante ese tiempo en 27 sujetos con el nuevo proceder.
La difusión del hallazgo de Jenner fue espectacular en toda Europa. Su
Inquiry fue traducido a casi todos los idiomas, salvo al castellano. En
España la práctica de la vacunación conoció una rápida difusión en sus
primeros años de aplicación, gracias especialmente a la febril actividad
desplegada por individualidades concretas. Pero algunos de los más deci-
didos partidarios de la nueva técnica comenzaron a denunciar, ya en
fechas tempranas, crecientes dificultades en su expansión. Estos obstá-
culos también se dieron en otros países europeos, pero en nuestro caso
la ausencia de una potente infraestructura burocrática contribuyó sen-
siblemente a esta retracción.

5.1. La Real Expedición Filantrópica de la Vacuna (1803-1806)

Pocas empresas científicas hispanas cuentan con una bibliografía tan


extensa como diversa en cuanto a la valoración de la aventura expedi-
cionaria de Balmis21. En general todas reconocen el esfuerzo de la Corona
hispana. Sin embargo, en los últimos años algunos estudiosos america-
nos vienen cuestionando la importancia del evento, sobre la base de que
antes de Balmis la vacuna ya era de práctica común en América y esti-
mando, además, que hasta cierto punto el plan de Balmis interfirió
con las infraestructuras criollas, lo que fue origen de frecuentes con-
flictos.

21
Además de los trabajos que se citan en el texto, recomiendo la consulta de los de COOK (1942), DÍAZ
DE YRAOLA, (1948), SMITH (1974), RIGAU-PÉREZ (1992), y RAMÍREZ MARTÍN (2003, 2004 y 2007).
Vid. también: IRISARRI AGUIRE (2007); RIZZI, (2007), CORTÉS RIVEROY (2008), OLAGÜE DE ROS
(2010-2011). Recientemente la revista Canelobre, que edita la Diputación de Alicante, ha dedicado
monográficamente su último número (57) (2010-2011) al estudio histórico de la viruela y a anali-
zar detenidamente la Expedición de Balmis.

Las enfermedades viajeras 183


En 1802 Lima padeció una epidemia variolosa de grandes conse-
cuencias. Santa Fe, por ejemplo, mermó su población en casi un quince
por ciento del total de sus habitantes. Conocida la existencia de la vacuna
jenneriana, el virrey de Nueva Granada solicitó a Madrid el envío del
fluido. A finales de ese mismo año, Carlos IV requirió el parecer del
Consejo de Indias, que se mostró totalmente de acuerdo en difundir el
nuevo invento en las Colonias americanas. Casi simultáneamente dos
médicos, José Flores y Francisco Xavier de Balmis, apoyaron de forma
entusiasta la idea. José Flores (1751-1814) había nacido en América,
concretamente en Guatemala, y formaba parte de la camarilla de médi-
cos del monarca. En febrero de 1803 redactó un informe de 10 puntos
para garantizar la llegada de la vacuna a América. Para garantizar la
expansión de la práctica Flores entendía que, una vez llegada la expe-
dición, el organismo más idóneo para regular su difusión eran las Rea-
les Audiencias de cada lugar.

Por su parte, Francisco Xavier de Balmis remitió al Ministro Caba-


llero un detallado informe sobre la cuestión, bastante diferente al de Flo-
res. Para Balmis bastaba con fletar un único navío, al que se incorpora-
rían una veintena de niños procedentes de Madrid y de un hospicio
gallego, pues a su entender eran estos últimos sujetos acostumbrados ya
a la mar. El lugar de partida sería probablemente La Coruña, pues era
desde 1764 el lugar de donde partían los navíos con el correo a La Habana,
Montevideo y Buenos Aires. La Coruña, era, pues, el puerto español con
mejores conexiones con la América hispana. Desde allí, y tras hacer escala
en las islas Canarias, finalmente el buque pondría rumbo a las colonias
americanas. De la propagación se encargarían unas nuevas Juntas de Vacu-
nación, que se irían creando en función de las necesidades y de la expan-
sión de la vacuna. Una vez consultados los Cirujanos de Cámara de su
Majestad Carlos IV –junta integrada por los prestigiosos Antonio Gim-
bernat, Ignacio Lacaba y Leonardo Galli– se seleccionó el 23 de junio
de 1803 el proyecto de Balmis.

184 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Tres meses después, el uno de septiembre, Carlos IV, que había sufrido
también en su familia las consecuencias de la viruela, promulgó un edicto
dirigido a todos los habitantes de las colonias españolas de América y
Asia en el que les comunicaba la próxima llegada de una expedición enca-
minada a vacunar gratuitamente a la población, la masiva instrucción
en la vacuna contra la viruela, la organización de juntas encargadas del
control y difusión de la vacuna y las medidas oportunas para el mante-
nimiento de suero fresco para ulteriores vacunaciones.

Todos y cada uno de los lugares de arribada de la futura expedición


fueron instruidos por la Corona para que facilitaran en su momento la
labor de los recién llegados. Al Comandante de Canarias se le demanda
que haga un recibimiento acorde con la importancia de la misión. Al de
Puerto Rico que le preste los remedios necesarios para proseguir su anda-
dura. Al de La Habana que le facilite niños a Balmis, si así se le pide.

El informe de Balmis de junio de 1803, un Reglamento que deberán


observar los Empleados de la expedición destinada a conducir y propagar la
inoculación de la verdadera vacuna en los cuatro Virreinatos de Américas y
provincias del Yucatán y Caracas y en las Islas Antillas, muestra la capaci-
dad organizativa de Balmis y de que estaba pendiente hasta el último
detalle en relación con la esperada expedición.

Hasta el invierno de ese año no partió la expedición, pues previa-


mente tuvieron que resolverse problemas diversos, como la selección del
navío, la contratación del capitán –que fue el vizcaíno Pedro del Barco
y España–, de la marinería y de los técnicos encargados de la difusión
del invento de Jenner. La expedición se financió, descartadas otras posi-
bles fuentes, con cargo a la Real Hacienda, tal como establecía el monarca.

Que fuera el alicantino Francisco Xavier de Balmis y Berenguer (1753-


1819) el escogido por la Junta de Cirujanos de Cámara en junio de 1803
para dirigir la expedición no fue accidental. En efecto, además de por

Las enfermedades viajeras 185


su doble condición de médico y cirujano –desde 1795 era cirujano hono-
rario de Cámara de Carlos IV y bachiller en medicina por Toledo desde
1797–, Balmis contaba con una amplia estancia profesional en América
de más de diez años y se había destacado como un ferviente defensor y
propagador de la vacuna antivariólica de Jenner y como naturalista. En
ese mismo año de 1803 Balmis había publicado la traducción castellana,
con una amplia introducción original del propio Balmis, del Tratado his-
tórico y práctico de la vacuna del francés Jacques Louis Moreau de la Sar-
the, que incluía una magnífica lámina explicativa de las diferentes etapas
de la pústula vacunal, con lo que se le facilitaba al profano conocer de
primera mano si la vacuna había prendido correctamente (Balaguer, 1987).

De resultas de su primera estancia en América (1781-1792) Balmis


publicó en Madrid una monografía sobre las propiedades curativas para
la sífilis y la escrófula del ágave y de la begonia, dos plantas autóctonas de
aquellas tierras. Tras la Real Expedición Balmis regresó a España, pero mar-
chó otra vez a México en 1810 por su frontal oposición a la presencia
de los franceses en la península. De nuevo en España desde 1813, Fer-
nando VII le nombró Cirujano de Cámara y miembro de la Junta Supe-
rior de Cirugía, falleciendo en Madrid en 1819 (Balaguer Perigüell, 1996).

Junto a Balmis integraron la expedición el cirujano catalán José Sal-


vany y Lleopart (n. 1777) –subdirector–, que fallecería en el curso de la
expedición en Cochabamba, los practicantes Francisco Pastor Balmis
–sobrino de Francisco Xavier e hijo de su hermana Micaela y con gran
experiencia en la vacunación que aprendió y realizó con gran frecuencia
junto a su tío– y Rafael Lozano Pérez; los enfermeros Basilio Bolaños,
Pedro Ortega y Antonio Pastor, y los ayudantes Manuel Julián Grajales
(n. 1778), originario de Toledo, cirujano y médico, y Antonio Gutiérrez
Robredo (1773), el discípulo predilecto del Balmis. Francisco y Anto-
nio Pastor regresaron a la península en 1810. El capitán de la nave fue,
como ya adelanté, el vizcaíno Pedro del Barco y España, que, al regresar

186 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
la expedición vacunífera, fue nombrado Teniente de Navío (Balaguer
Perigüell y Ballester Añón, s.a.).

La presencia de los niños era capital, pues eran el reservorio de la linfa,


ya que cada semana eran vacunados dos de ellos. Esta era, pues, una inge-
niosa forma de garantizar el éxito de la expedición y, por tanto, de la lle-
gada de vacuna fresca a las diferentes colonias durante el trayecto. Ade-
más del salario de Balmis, la expedición contó con 90.000 reales de vellón,
cantidad que incluía el flete del navío y los sueldos de los miembros que
acompañaban a Balmis. En la dotación se incluyó un buen botiquín,
con lienzos, vidrios, barómetros y termómetros, y 500 ejemplares de la
traducción, ya mencionada, que Balmis había hecho de la obra de Moreau
de la Sarthe, al objeto de donarla en aquellas lugares por donde pasara
el grupo vacunador.

La expedición se completaba con veintidós niños, una vez descartado


otro que quedó en tierra al estar enfermo, de la Casa de Expósitos de La
Coruña, de edades comprendidas entre los tres y nueve años, a los que
acompañaban la directora de la misma, Isabel Sendales Gómez que, una
vez en América, se estableció definitivamente en Puebla de los Ángeles. Se
conoce el nombre de la mayoría de ellos: Benito Vélez, por ejemplo, era
hijo adoptivo de la directora; otros, como Tomás Metitón y Juan Anto-
nio, fallecieron en el curso del viaje. Cuatro eran madrileños y el resto galle-
gos. La mayoría –siete– eran de tres años de edad; ocho, de seis y siete años,
dos de cinco y nueve, y uno de ocho. Las subexpediciones a otros lugares,
una vez llegados a América, se nutrieron de nuevos niños que cumplieron
el mismo papel que los hispanos. Estas nuevas vacunaciones se practica-
ron con infantes de Puerto Rico, venezolanos, cuatro esclavos cubanos que
compró Balmis, veintiséis mejicanos, cuatro filipinos y un chino. El grueso
de los niños españoles se quedó en México y el hijo adoptivo de la Direc-
tora, Isabel Sendales, marchó con su madre y Balmis a Manila. No se tiene
más noticias sobre el devenir de los niños. Pero no cabe duda que, aun

Las enfermedades viajeras 187


en el anonimato, prestaron un gran servicio a la humanidad doliente (Bicen-
tenario de la “Real Expedición Filantrópica de la Vacuna”..., 2004).
Tras rechazar otras posibilidades, como recurrir a los barcos correo,
finalmente se optó por la corbeta María Pita, un navío de 160 tonela-
das que servía perfectamente para los fines de Balmis. El 30 de noviem-
bre de 1803 partía de La Coruña la expedición al completo que, diez
días después, arribaba al puerto de Santa Cruz de Tenerife, donde fue-
ron recibidos de forma calurosa por las autoridades y la población de
la isla. En Tenerife se estableció un centro vacunal para la expansión de
la linfa por todas las islas del archipiélago. Desde cada isla se enviaron
niños a Tenerife para ser vacunados y, así, servir de reservorio una vez
regresaban a sus lugares de procedencia.
La primera escala americana fue Puerto Rico, donde permaneció la
nave hasta el día 12 de marzo de 1804. El fin último del viaje, la expan-
sión de la vacuna, no pudo cumplirse cabalmente en la isla, pues desde
finales de 1803, es decir, al poco de la partida del navío de La Coruña,
el médico de origen catalán Francisco Oller Ferrer, con linfa procedente
de la isla de Santo Tomás, venía vacunando regularmente a toda la pobla-
ción, con el aplauso de las autoridades civiles y religiosas de Puerto Rico.
Se calcula que Oller vacunó, hasta la llegada de Balmis, a una media de
cinco mil personas en un solo mes. El recibimiento a Balmis no fue, pues,
tan caluroso como se podía esperar. Durante su estancia, Balmis se
enfrentó duramente con Oller, pues entendía que las vacunaciones prac-
ticadas por el catalán lo habían sido de forma apresurada y con escasas
garantías de éxito, por lo que solicitó al Gobernador la revacunación
de toda la población y que le facilitara más niños. Pero como el Gober-
nador tomó partido por Oller, Balmis tuvo que desistir de su intento.
Con menos niños de los previstos por Balmis, la expedición llegó a
Puerto Cabello, en la Capitanía General de Venezuela (Archila, 1969).
Inmediatamente se procedió a vacunar a veintiocho niños. Como el viaje

188 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
había sido muy tormentoso y solo se disponía de un niño vacunado, Bal-
mis tomó la decisión de dividir la expedición en dos grupos; uno lide-
rado por el propio Balmis, y el segundo por Manuel Julián Grajales, con
un mismo destino: Caracas. El grupo de Julián Grajales, a bordo del
navío Rambli, llevaba además dos niños con linfa lista. Balmis, por su
parte, arribó a Caracas por el interior el 28 de marzo.

Finalmente, Salvany, que se había quedado en Puerto Cabello vacu-


nando, se unió a Balmis y Julián Grajales en la capital venezolana. En
Caracas se constituyó también una Junta Central de Vacuna –modélica en
cuanto a su eficacia y fines– encargada de dar continuidad a las vacuna-
ciones una vez abandonaran la Capitanía de Venezuela Balmis y sus com-
pañeros de viaje. Además de Caracas, otras ciudades, como Maracaibo
y Valencia, también se beneficiaron de la presencia de Balmis y su grupo.

De nuevo Balmis tomó la decisión de fragmentar en dos grupos la


misión. Uno, comandado por José Salvany y Lleopart, su segundo de a
bordo, con cuatro niños se encaminaría hacia el sur, Perú, Santa Fe y Bue-
nos Aires, y el otro, al mando de Balmis y con seis niños marcharía hacia
Centroamérica. Al igual que en Caracas, también se programó la crea-
ción en cada capital de una Junta Central de Vacunación. Salvany, a bordo
de un nuevo barco, el bergantín San Luis, partió del puerto de La Guayra
el ocho de mayo. A pesar de que días después el navío naufragó en la des-
embocadura del río Magdalena, el grupo de Salvany, tras varias peripe-
cias, llegó a Cartagena de Indias el 24 de mayo, vacunándose más de dos
mil niños, y el 17 de diciembre a Santa Fe, capital del virreinato, en donde
fundaron una Junta de Vacunación y una de Sanidad. A Quito llegaron el
16 de julio del siguiente año y los niños fueron recibidos como auténti-
cos héroes. A Lima arribaron un poco antes, el 23 de mayo, en donde
fueron recibidos con cierta hostilidad, quizás porque buena parte de la
población estaba ya vacunada y porque algunos vacunadores habían con-
vertido esta práctica preventiva en un rentable negocio.

Las enfermedades viajeras 189


Una de las escasas experiencias gratas que recibió Salvany en Lima se
la proporcionó Hipólito Unanue, profesor de anatomía, que le ofreció
una digna recepción ante el claustro de la Universidad de San Marcos.
Salvany, que nunca gozó de una buena salud, fallecía en Cochabamba,
como ya adelanté, el 31 de junio de 1810, probablemente por una tuber-
culosis pulmonar y otros males. Manuel Julián Grajales, su subalterno,
se responsabilizó de continuar la labor, llegando hasta Valparaíso y más
adelante a Santiago de Chile, la capital. Aunque su objetivo era llegar al
Virreinato del Río de la Plata, las insurrecciones políticas contra la metró-
polis obligaron a la Expedición a poner rumbo rápidamente hacia el
norte. Finalmente, regresaron en enero de 1812 a Perú.
El grupo de Balmis llegó a La Habana, y no a Santiago que era su
objetivo, el 26 de mayo de 1804. La vacuna ya había sido introducida
en la isla desde Puerto Rico por el ya mencionado Francisco Oller Ferrer,
hecho que no mermó en absoluto la importancia de la misión. La recep-
ción fue muy positiva y la colaboración de las autoridades fue notable.
Se calcula que más de diez mil personas fueron vacunadas en la isla de
Cuba. El único contratiempo lo provocó el Capitán general de la Isla,
que se negó a facilitar a Balmis más niños para proseguir su derrotero,
lo que suplió con la compra de unos esclavos y con un chivo volunta-
rio que prestaba sus servicios en el ejército.
La siguiente etapa del trayecto, México, era ya bien conocida por Bal-
mis a raíz de su anterior estancia en América. Desde aquí el grupo de
Balmis recorrió buena parte de la América Central: Guatemala, Vera-
cruz, Jalapa y, finalmente, a la capital del Virreinato, México, a donde
llegaron en el mes de julio. Tras una intensa campaña vacunal por la prin-
cipales ciudades del país –se calcula que fueron más de 100.000 las per-
sonas beneficiadas– y la creación de un buen número de Juntas de Vacu-
nación, el día 8 de febrero, y a bordo del buque Magallanes, zarparon los
expedicionarios –Balmis, sus ayudantes y veintiséis niños– del puerto de

190 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Veracruz con destino a Manila, en cuyo puerto atracaron tras un viaje
azaroso y lleno de incomodidades para los niños, por falta de colabora-
ción del capitán de la nave, el 15 de abril de 1805. Al día siguiente empe-
zaron las vacunaciones, a pesar del frío recibimiento de las autoridades
de las islas, que no se molestaron en acudir a puerto para recibir a los
viajeros. En agosto los vacunados sobrepasaban los 9.000.
Cinco meses después de su llegada, el 3 de septiembre de 1805, Bal-
mis emprendía un nuevo derrotero a bordo de la fragata Diligencia con
destino a China, concretamente a la colonia portuguesa de Macao, y
Cantón, con tres niños y algunos colaboradores. A pesar de los esfuer-
zos de Balmis, apenas una veintena de personas fueron vacunadas. En
febrero de 1806 Balmis, que entendía que su misión de expandir la vacu-
nación había concluido satisfactoriamente, decidió regresar a España.
Aprovechando que el navío portugués Bom Jesús de Alem tenía previsto
partir de Macao en esas fechas, Balmis decidió embarcarse y regresar a
Europa. Primero se hizo escala en la isla de Santa Elena (junio de 1806).
Poco antes de proseguir el viaje el Gobernador de la isla le entregó a Bal-
mis un paquete que había llegado hacia varios años y que contenía una
carta de Jenner y linfa vacunal.
En agosto el Bom Jesús de Alem entraba en Lisboa. Finalmente, el siete
de septiembre Balmis era recibido con todos los honores en San Ilde-
fonso por el rey Carlos IV. Tras estos cuatro años, algunas pérdidas huma-
nas, técnicos principalmente, como Salvany, unos niños, los origina-
riamente venidos de España, que quedaron de por siempre en América,
salvo los que fallecieron en el curso de tan prolongada expedición, cien-
tos de miles de vacunaciones positivas fueron el mejor balance final de
la expedición filantrópica.
La Expedición Filantrópica de la Vacuna fue elogiosamente comen-
tada por las principales figuras de la ciencia y de la política de su tiempo,
incluido el propio Edward Jenner.

Las enfermedades viajeras 191


Bien es cierto que, como ya he adelantado, por muchos lugares por
donde pasaron los expedicionarios la vacunación jenneriana ya era cono-
cida y practicada con cierta regularidad, lo que ocasionó en algunos casos
conflictos de competencia entre los expedicionarios y las autoridades loca-
les. En Puerto Rico, uno de los primeros destinos de la María Pita, Fran-
cisco Oller y Tomás Prieto venían ya vacunando desde finales de 1803
con pus procedente de la vecina isla de Saint Thomas, como ya indi-
qué. En marzo del siguiente año prácticamente no existía niño en la isla
que no se hubiera beneficiado del descubrimiento de Edward Jenner.

En México, gracias a las gestiones del virrey Iturrigaray, que consi-


guió que Tomás Romay Chacón (1764-1849) le remitiera pus vacunal, se
empezó a vacunar en abril en Veracruz, en mayo de 1804 en la península
de Yucatán y a finales de ese mismo mes en la ciudad de México. No se
olvide que Balmis no llegó a tierra mexicana hasta junio de ese mismo año,
cuando ya se habían vacunado casi quinientos niños en la Casa de Niños
Expósitos de la capital azteca (Aceves Pastrana y Morales Cosme, 1997).
Desde Veracruz la vacuna llegó a Guatemala en mayo de 1804, siendo el
médico Narciso Esparragosa el encargado de difundirla en el territorio.

También en Cuba la vacunación era ya conocida desde febrero de


1804 merced a los desvelos del ya nombrado Tomás Romay, con linfa
procedente de Puerto Rico, que inició la práctica en la isla a partir de
tres niños procedentes de la isla vecina (López Espinosa , 2007). Por su
parte, en Venezuela fue introducida desde Puerto Rico, mediante un
envío del ya mencionado Francisco Oller. Cuando Manuel Julián Gra-
jales llegó a Chile en 1807 la vacuna ya era usada en buena parte del
territorio. En Montevideo, y con pus vacunal conservado entre cristales
y proporcionado por un capitán de un navío negrero portugués, el ciru-
jano Cristóbal Martín vacunó con éxito a cuatro niños. Desde aquí la
vacuna se expandió a Argentina en julio de 1805 (Rizzi, 2007), y a Chile,
que conoció las primeras prácticas vacunales en octubre de 1805, antes,

192 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
pues de la venida de Grajales (Laval R, 2003b). Desde Buenos Aires la
vacuna se remitió a Lima por barcos que transportaban el correo y se
generalizó desde octubre de 1805, tras un previo intento fallido en 1802
a cargo del ya mencionado Hipólito Unanue. Es precisamente con linfa
de Buenos Aires cuando empiezan las primeras inoculaciones en Lima
en octubre de 1805 (Balaguer Perigüell y Ballester Añón, s.a.).

Los conflictos entre Balmis y las autoridades locales americanas, que


han sido puesto de manifiesto por diversos historiadores, hay que enten-
derlos en el contexto de las acciones llevadas a cabo en la mayoría de los
países europeos para garantizar la expansión de la práctica vacunal. En
Francia y en buena parte de los estados italianos, por ejemplo, modelo
que siguió nuestro país, se crearon Comités de Vacunación, fuertemente
jerarquizados, controlados y muy centralizados. Ese era el organigrama
que Balmis quiso llevar a Hispanoamérica, a través de las Juntas de Vacu-
nación, como la de Guatemala (1805), con relativa autonomía entre ellas
y a cuyo frente estaban las autoridades locales, que chocaron frontal-
mente con las medidas descentralizadas que en las colonias habían puesto
en práctica antes de la llegada de Balmis las autoridades locales. En algu-
nos lugares, incluso, se boicoteó la creación de dichas Juntas.

No fue, pues, tanto el carácter rígido y autoritario de Balmis el cau-


sante de los litigios, si no más bien dos modos muy diferentes de garan-
tizar las vacunaciones, el centralizado, que defendía Balmis, y el autóc-
tono, espontáneo y sin excesivo control, aunque bien es cierto que con-
siguió ciertos éxitos. Pero muchas de las campañas vacunales previas a la
llegada de Balmis y sus expedicionarios fracasaron estrepitosamente por
falta de control. Por otro lado, este modelo que defendía Balmis repro-
ducía a escala el vigente en el estado borbónico en materia de salud
pública. Es decir, un organismo central, la Suprema Junta de Sanidad,
y unas Juntas de Sanidad de Puerto y Juntas de Sanidad locales y regio-
nales en la periferia (Ramírez Martín, 2004).

Las enfermedades viajeras 193


En otros lugares, sin embargo, la llegada de los españoles fue recibida
con gran entusiasmo, pues eran zonas en las que todavía era descono-
cida desde el punto de vista práctico la vacuna jenneriana, aunque se
tenían noticias impresas de sus ventajas, como ya he señalado en el caso
de Caracas.

La Expedición Filantrópica cumplió con creces sus objetivos, básica-


mente la expansión vacunal, aunque el fluido jenneriano ya fuera cono-
cido en algunos lugares. Pero ello no merma sus logros. Además, puso a
prueba la capacidad organizativa de un estado, el hispano, que programó
de forma muy eficaz tal aventura. La Expedición de Balmis es, sin duda,
la primera campaña preventiva de vacunación en masa de la edad moderna
contra una enfermedad letal y constituye, hasta el descubrimiento de
la vacunación contra el cólera por el también español Jaime Ferrán y
Clúa en 1885, la principal aportación de la medicina española a la salud
pública de todos los tiempos. La lucha contra la viruela había comen-
zando de la mejor manera posible. En 1980 la Organización Mundial
de la Salud (OMS) declaró erradicada de todo el globo terráqueo tan
mortífera enfermedad.

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202 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Alimentos, medicamentos y otros
productos viajeros
Alberto Gomis Blanco

Introducción
Con el descubrimiento de América se inició un extraordinario pro-
ceso de intercambio de alimentos, medicamentos y otros productos entre
el Viejo Mundo y el Nuevo. Como consecuencia, del mismo, se pro-
duciría un cambio substancial en los sistemas de alimentación en Europa,
al tiempo que se adquirían nuevos hábitos y se probaban las aplicacio-
nes de nuevos productos naturales. ¿Alguien entendería, hoy en día, nues-
tra cocina sin el tomate o la patata? ¿los dulces sin el chocolate? o la polé-
mica desencadenada entre los defensores y detractores del tabaco, si no
fuera por el extraordinario consumo que se han hecho de estos cuatro
artículos. Y, sin embargo, se trata, tan sólo, de algunos de los muchos
productos americanos que llegaron a Europa en distintos momentos

Resulta evidente que, desde los primeros viajes de Cristóbal Colón,


el primer virrey de América, los expedicionarios fueron encontrando pro-
ductos naturales que les eran desconocidos. Colón, tras desembarcar en
Palos de vuelta de su primer viaje, marchó a Barcelona donde se encon-

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 203


traban los Reyes Católicos y, allí, el día 3 de abril de 1493 les presentó
el oro y demás cosas que traía del otro mundo:

“todo aquello, excepto el oro, era nuevo (…) Loaron los papagayos
por ser de muy hermoso colores (…) Probaron el aji1, especia de los
indios, que les quemó la lengua, y las batatas, que son raíces dulces,
y los gallipavos, que son mejores que los pavos y las gallinas. Mara-
villáronse que no hubiese trigo allá, sino que todos comiesen pan
de aquel maiz”2.

Y a la vuelta del segundo viaje, que les llevó a las islas de Dominica
y Guadalupe, el médico sevillano Diego Álvarez Chanca, el primer cien-
tífico en el Nuevo Mundo, dirigió una amplia carta al cabildo de su ciu-
dad en la que, junto al animado relato de los múltiples sucesos acaeci-
dos en el transcurso del mismo, figuran algunas buenas descripciones de
la naturaleza antillana3. Al final, de la misma, figura un detallado catá-
logo botánico de las plantas por él observadas.

Sin embargo, serían cronistas posteriores quienes pusieron un ver-


dadero empeño en la descripción y clasificación de los productos de la
naturaleza americana y, a consecuencia del interés que sus relatos sus-
citaron, muchos de ellos serían llevados al Viejo Mundo. Repasare-
mos algunos, encuadrándolos en tres apartados. En el primero referi-
remos algunos de los alimentos que más contribuyeron, con posterio-
ridad, a la alimentación de los europeos; en el segundo, unos pocos
medicamentos; mientras que en el tercero, recogeremos otros produc-
tos que también viajaron hacia el Viejo Mundo. Al tabaco le dedicare-
mos capítulo aparte, sirviéndonos de nexo de unión entre los apartados
segundo y tercero.

1 Chile o pimiento.
2 LÓPEZ DE GOMARA, F. Historia General de las Indias. Madrid, Calpe, 1922. Cfr. tomo 1, pág. 46.
3 PANIAGUA, J.A. El Doctor Chanca y su obra médica. Madrid, Ediciones Cultura Hispánica, 1977.

204 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Alimentos
Antes de pasar a ocuparme de los alimentos que nos llegaron de Amé-
rica, hay que recordar que el descubrimiento de América supuso un inter-
cambio bidireccional. En los primeros tiempos, se enviaba desde la metró-
poli a las nuevas tierras americanas todo tipo de víveres, con objeto de
servir de alimentación a descubridores, soldados, clérigos y restos de
expedicionarios. Con mucha rapidez, en las tierras conquistadas, se intro-
dujo el cultivo del trigo, la vid y el olivo. Pero los españoles que llegaron
a las Indias no pudieron sustraerse de consumir los alimentos que encon-
traban a su paso, por tres razones. Por un lado, la simple curiosidad ante
lo desconocido. Por otro, el afán de conocimiento científico que estuvo
presente en algunos expedicionarios, como fue el caso de Francisco Her-
nández, a quien Felipe II comisionó en 1570 para el estudio de los
productos naturales del virreinato de Nueva España y que, durante los
seis años que pasó en aquel, realizó un extraordinario acopio de pro-
ductos de la naturaleza americana4. La tercera razón, pero tal vez fuera
la más determinante, el haberse agotado en diferentes momentos los víve-
res que portaban consigo, lo que debió resultar bastante frecuente en los
primeros años y durante las expediciones de conquista5.

Como contrapartida a los envíos de la metrópoli, fueron llegando,


a ésta, noticias de los hallazgos y los nuevos productos alimenticios. Es
muy extensa la relación de los que viajaron hacia Europa. Ya hemos citado
al tomate, cuyo cultivo no comenzó en Europa hasta el siglo XVI, la
patata, que fue uno de los productos que más tardaron en descubrir los

4 A consecuencia de la expedición, desarrollada entre los años 1570 y 1577, resultó una obra enci-
clopédica en la que se describían 2.900 especies vegetales del Nuevo Mundo, gran parte de la cual se
perdió en el incendio acaecido en la Biblioteca y Monasterio de San Lorenzo de El Escorial el día 7
de junio de 1671.
5 PÉREZ SAMPER, M.A. “La integración de los productos americanos en los sistemas alimentarios medi-
terráneos” En: XIV Jornades d´Estudis Històrics Locals. La Mediterrània, àrea de convergència de sis-
temas alimentaris (segles V-XVIII): 89-148. Palma, Institut d´Estudis Baleàrics, 1996. Cfr. págs. 90-91.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 205


españoles en América, y el chocolate, la bebida de los dioses aztecas y
mayas. Referiré algo de cada uno de estos alimentos de origen vegetal,
así como también del maíz, los chiles, la piña y el cacahuete, y de un ani-
mal, el pavo.

Señalar, también, que dichos productos no cambiarían de repente los


hábitos alimenticios de españoles, europeos, asiáticos o africanos, sino
que fueron haciéndose, poco a poco, un espacio dentro de ellos, bien
porque se asociaron a productos similares que ya consumían, como en
el caso del pavo, pues la carne de ave era la más apreciada de la época;
del maíz, que al ser un cereal, ocupó su lugar dentro de éstos, pero sin
desbancar al trigo; o los chiles que se hicieron hueco entre las verduras
y alcanzaron un gran protagonismo como condimento y, por tanto, como
una alternativa a las especias orientales.

Maíz

El maíz (Zea mays L.) constituía en el siglo XV la base de la alimen-


tación de las culturas precolombinas. Colón ya se topó con la planta en
su primera viaje y la anotó en su diario el día 16 de octubre de 1492
con el nombre de panizo, por ser la planta más parecida que él cono-
cía6. Luego, casi todos los cronistas reflejaron sus virtudes como alimento
y describieron las formas de su cultivo y consumo en América. Entre ellos,
el jesuita José de Acosta, que había llegado formando parte de la tercera
expedición de los Jesuitas al Perú, y que como consecuencia de sus via-
jes por el virreinato, que en la época que él lo recorrió cubría una inmensa
área, incluyendo gran parte de lo que es en la actualidad Chile7, consignó
en su Historia Natural y Moral de las Indias, aparecida en 1590, como:

6 Ibídem. Cfr. pág. 99.


7 BEDDALL, B.G. “El P. José de Acosta y la posición de su Historia natural y moral de las Indias en la
historia de la ciencia”. En: ACOSTA, J. de. Historia Natural y Moral de las Indias: 11-97. Valencia, His-
paniae Scientia, 1977.

206 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
“El pan de los Indios es el mayz: comenlo comúnmente cozido assi en
granos y caliente, que llaman ellos Mote: como comen los Chinas y
Japones el arroz tambien cozido consu agua caliente. Algunas vezes lo
comen tostado; ay mayz redondo y gruesso, como lo de los Lucanas,
que lo comen Españoles por golosina tostado, y tiene mejor sabor que
garvanços tostados. Otro modo de comerñe mas regalado es moliendo
el mayz, y haziendo de su harina massa y dellas unas tortillas …”8.

También había sido muy positivo el juicio de Nicolás Monardes, que


en su Historia Medicinal: de las cosas que se traen de nuestras Indias Occi-
dentales, obra que consta de tres partes aparecidas, en 1565, 1571 y 1574,
respectivamente, lo consideraba un alimento “de tanta sustancia como
nuestro trigo”9.

Parece lógico que los primeros cultivos del maíz en España y Europa
se realizaran a comienzos del siglo XVI en Canarias y Andalucía, por la
estrecha relación de estas regiones con América. No debieron de tardar
mucho en llegar a Castilla. No obstante, no se generalizarían por toda
la Península hasta el siglo XVII, siendo en el norte donde el maíz, aso-
ciado a la alimentación humana y animal, se convertiría en el cereal
básico. Hay que anotar como mientras que en algunas regiones de España
sólo se empleaba como forraje para los animales, en otras se utilizó para
la elaboración de pan y la preparación de gachas cocidas con agua.

Aunque, entre nosotros, no admitía comparación el pan de trigo con


el pan de maíz, su consumo fue desplazando a otros cereales menores
que eran preparados hervidos, en lugar de amasados y cocidos. La apa-
rición de la enfermedad de la pelagra, en aquellas regiones en las que el
maíz había adquirido elevado protagonismo en la dieta, supuso un freno

8 ACOSTA, J. DE. Historia Natural y Moral de las Indias. Sevilla, Juan de León, 1590. Cfr. pág. 237.
9 MONARDES, N. Primera y Segunda y Tercera Partes. De la Historia Medicinal de las cosas que se traen
de nuestras Indias Occidentales. Sevilla, en casa de Fernando Díaz, 1580. Cfr. f. 95.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 207


en su expansión, quedando relegado su empleo a la alimentación ani-
mal.

Actualmente el maíz debe ser considerado como la mayor aportación


alimenticia del continente americano. La extensión y producción del
grano mesoamericano no ha parado de aumentar en el último medio
siglo, hasta el punto que se disputa con el arroz el primer puesto mun-
dial en cuanto a volumen de producción.

Tomate

La planta del tomate (género Lycopersicon L.) es originaria de Amé-


rica del Sur, de donde pasó a Mesoamérica como hierba silvestre por el
proceso de domesticación. Cuando los expedicionarios llegaron a Tenoch-
titlan en 1519 pudieron comprobar la gran cantidad de clases de toma-
tes que se comercializaban en el mercado de Tlateloco, pues su empleo
resultaba esencial en la preparación de múltiples platos. Al respecto, el
cronista fray Bernardino de Sahagún en su Historia general de las cosas
de la Nueva España señala como la mayoría de los estofados, guisos y sal-
sas que se comercializaban en los mercados de México en el siglo XVI
estaban confeccionados con tomates rojos y verdes10. Por su parte, José
de Acosta en la obra reseñada, recoge que:

“… son frescos y sanos, y es un género de granos gruessos xugosos


y hazen gustosa salsa, y por si son buenos de comer”11.

La planta del tomate debió de llegar a España luego de la conquista de


México y de aquí pasar a Italia. En ambos países su aceptación fue rapi-
dísima, produciéndose un sincretismo perfecto entre tres productos, el

10
SAHAGÚN, B. de. Historia general de las cosas de la Nueva España. Madrid, Alianza Editorial, 1988.
Cfr. volumen 2, págs. 613 y 618.
11
ACOSTA, J. DE., 1590. Cfr. pág. 247.

208 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
propio tomate, la pimienta y el aceite de oliva, de origen geográfico tan
diferente12. En 1592 el sacerdote Gregorio de Ríos, responsable del jardín
botánico de Aranjuez, publicó la primera referencia escrita, aunque bas-
tante imprecisa, del cultivo del tomate, al que llama pomate, en España13.

El tomate se hace protagonista en las obras de algunos autores del


Siglo de Oro y aparece representado, junto a unas calabazas, en el cua-
dro de Bartolomé Murillo La cocina de los ángeles, pintado para el con-
vento franciscano de Sevilla. A finales del siglo XVIII el empleo del tomate
se habría difundido ampliamente en España e Italia, si bien sería el siglo
XIX el del triunfo del tomate, como atestiguan los recetarios de la época14.
Hoy en día, el tomate no puede faltar en la cocina mediterránea, ni el
ketchup o cátchup, la salsa de tomate condimentada con vinagre, azú-
car y sal, en la cocina rápida.

Chiles

Bajo las denominaciones de chile, ají, pimiento o guindilla encon-


tramos el fruto picante de dos solanáceas (Capsicum annuum L. y Cap-
sicum frutescens L.) originarias de México, Centroamérica y Sudamérica,
emparentadas con el tomate y de las que existen variedades de muchos
tamaños, formas y colores.

Ya hemos señalado como Colón se lo dio a probar a los Reyes Cató-


licos en 1493. Por ello, resulta normal, que el chile se convirtiera, en
poco tiempo, en el substituto de la pimienta, pues entre otras razones su
importación resultaba más económica que traer la pimienta de Oriente.

12
La pimienta es de origen asiático y el aceite de oliva mediterráneo. Cfr. LORA GONZÁLEZ, A. “La con-
tribución americana a la dieta europea” En: ¡A Comer¡ Alimentación y Cultura. Catálogo de la expo-
sición. Museo Nacional de Antropología: 35-47. Madrid, Ministerio de Educación y Cultura, 1998.
13
DE LOS RÍOS, G. Agricultura de jardines que trata de la manera que se han de criar, governar, y conser-
var las plantas. Madrid, por P. Madrigal, 1592.
14
PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. págs. 108-110.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 209


Por esta razón, muy tempranamente se organizó un comercio de chile
de América a España, si bien no tuvo el éxito que Colón le había pro-
nosticado, ya que pronto entró en competencia con el cultivado en España
y otros países europeos15.

Monardes bajo la denominación “De la pimienta de las Indias”,


que incluye dentro de las plantas medicinales, apunta:

“No quiero dexar de dezir de la Pimienta que traen de las Indias, que
no solo sirve a medicina, pero es excelentissima: la qual es conocida
en toda España, porque no ay jardin, ni huerta, ni maceton que no
la tenga sembrada, por la hermosura de fruto que lleva”16.

Hoy en día los chiles siguen incorporándose, como antaño, a diver-


sos platos. La única transculturación sufrida por estas especies tiene que
ver con las variedades que se cultivan en cada región del mundo.

Patata

La papa o patata (Solanum tuberosum L.) fue uno de los productos


que más tardaron en descubrir los españoles. La palabra patata, viene del
español, aunque algunos ven un anglicismo, del inglés “potato”; papa
sigue empleándose en América, Andalucía y Canarias. Anteriormente al
descubrimiento de América la papa se cultivaba en algunas regiones de
América y, por lo que parece, su gran propagación se debió a los incas.

Las primeras menciones a este tubérculo se encuentran en los escri-


tos de los primeros cronistas de la América del Sur, como Pedro Cieza
de León (Crónica del Perú), Agustín de Zarate (Historia del descubri-
miento y conquista de la provincia del Perú) y Francisco López de Gomara

15 PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. págs. 111.


16 MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 19.

210 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
(Historia general de las Indias). El primero de los nombrados debió cono-
cerlas hacia 1538, describiéndolas años más tarde del modo siguiente:

“De los mantenimientos naturales fuera del maíz, hay otros dos que
se tienen por principal bastimento entre los indios: al uno llaman
papas, que es a manera de turmas de tierra, el cual después de cocido
queda tan tierno por dentro como castaña cocida …”17.

Tras las menciones, fue importada al Viejo Mundo. En nuestra Penín-


sula parece que las primeras patatas fueron cultivadas en Galicia, tal vez
porque algunos navíos regresaran a puertos gallegos. Sin embargo, en
1567 ya se cargaban patatas canarias en el puerto de Isletas, en Gran
Canarias, con destino a Amberes18. De España, donde apenas tuvo difu-
sión, pasó a Italia y, de allí, a Alemania, donde se las llamó Kartoffel.
Algunos historiadores apuntan la prioridad de los ingleses en la intro-
ducción del tubérculo en Europa. Se basan en que las islas Británicas
obtuvieron esta planta de su colonia de Virginia, de donde debió lle-
varlas Francis Drake en 1590. Sin embargo, el cultivó de patatas no se
difundió hasta el siglo XVII, primero en Irlanda, luego en Inglaterra.

Francia y España no se lanzaron a la práctica de este cultivo hasta la


segunda mitad del siglo XVIII y, sobre todo, para que éste se volviese,
en poco tiempo, un componente importante de la alimentación de los
ciudadanos de ambos países. Para conseguir esto, fue necesario empren-
der una verdadera campaña «publicitaria» de la patata, al frente del cual
se pusieron algunos médicos, farmacéuticos, higienistas y botánicos, entre
otros. Los franceses le dieron el nombre definitivo en francés de pomme
de terre, lo que hizo Duhamel de Monceau en 1762.

17 CIEZA DE LEÓN, P. Crónica del Perú. Madrid, Sarpe, 1985. Cfr. pág. 57.
18 RODRÍGUEZ GALDO, M.X. “Introducción y difusión del cultivo de la patata en España (siglos XVI-
XVIII)”. En: LÓPEZ LINAJE, J. (ed) La patata en España. Historia y Agroecología del tubérculo andino:
99-126. Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008. Cfr. pág. 107.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 211


Siete años después, en 1769, la Academia de Besançon ofreció un
premio a la memoria que propusiese el producto vegetal más capaz para
sustituir provisionalmente al pan. El primer premio, fallado dos años
más tarde, recayó en el farmacéutico militar francés Antoine Parmentier
que, habiendo conocido la patata en Alemania, hizo de ella el tema de
su disertación, titulando Examen chymique des pommes de terres, que vio
la luz en París en 177319. De Francia, donde su cultivo se extendió, los
efectos repercutieron en los ilustrados españoles que, con ascendencia
sobre los gobernantes reformistas de los reinados de Carlos III (1759-
1788) y Carlos IV (1788-1908), resultarían decisivos para que la patata
entrara, en España, en la cocina del pueblo llano20.

Piña

Los españoles encontraron en el Nuevo Mundo gran variedad de fru-


tas, como la chirimoya, la papaya, la guayaba, la piña americana y un
largo etcétera. De todas ella, la piña o ananá (Ananas comosus L.) era la
más apreciada por los indígenas y también lo fue por los conquistado-
res, así lo señala Monardes:

“Las Piñas, son una fruta la más celebrada que ay en todas las Indias,
assi de los mismos Indios, como de los Españoles, llamanse piñas por
la semejanza que tiene este fruto con nuestras piñas ….”21.

Originaria de la cuenca del Paraná-Paraguay, Colón la encontró,


durante su segundo viaje, en la isla de Guadalupe. Luego, mereció la
atención de muchos cronistas, entre ellos de Gonzalo Fernández de

19
PARMENTIER, A. Examen chymique des pommes de terre. Dans lequel on traite des Parties conflituantes
du Bled. Paris, Chez Didot, 1773.
20
LÓPEZ LINAGE, J. “La patata entra en la cocina del pueblo llano”. En: LÓPEZ LINAGE, J. (ed) La patata
en España. Historia y Agroecología del tubérculo andino: 269-331. Madrid, Ministerio de Medio
Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008. Cfr. pág. 304.
21
MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 82v.

212 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Oviedo que trató de ella, tanto en el Sumario de la Historia Natural de
las Indias que se publicó en 1526, como en la más amplia Historia Gene-
ral y Natural de las Indias, cuya primera parte apareció impresa en 1535.
En el Sumario apunta:

“Hay una fruta que se llaman piñas, que nasce en unas plantas como
cardos (…) y huele esta fruta mejor que los melocotones, y toda la
casa huele por una o dos de ellas, y es tan suave fruta, que creo es una
de las mejores del mundo, y de más lindo y suave sabor y vista, y
parescen en el gusto como melocotones, que mucho sabor tengan de
duraznos, y es carnosa como el durazno, salvo que tiene briznas como
el cardo, pero muy sutiles…”22.

En el siglo XVI las piñas americanas debían consumirse en España


en conserva, fundamentalmente en almíbar. Su aclimatación no debió
comenzar hasta finales de ese siglo o principio del siguiente.

Cacahuete

El cacahuete, maní o gonça avellanada (Arachis hypogaea, L.), como


lo denominó Colon en su primer viaje, es un alimento cuyo consumo
apenas sufrió cambios tras la salida de América, si bien se hizo muy popu-
lar en los campos africanos, donde su cultivo aporta el 25% de la pro-
ducción mundial23. La semilla del cacahuete debe ser plantada en tie-
rra cada año, después de la helada, cosechándose de 4 a 5 meses más
tarde.

Monardes la llamó “fruta que se cría debaxo de tierra”, señalando que


se la habían enviado del Perú y que era muy hermosa de ver y muy sabrosa

22 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G. De la Natural Historia de las Indias (Sumario de Historia Natural de las
Indias). Con un estudio preliminar y notas por Enrique Álvarez López. Madrid, Editorial Summa,
1942. Cfr. págs. 165-166.
23 LORA GONZÁLEZ, A., 1998. Cfr. pág. 38

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 213


de comer24. A finales del siglo XVIII y comienzos del XIX se asistió en
España a una amplia polémica sobre la introducción de esta leguminosa,
ya que se discutió sobre su rentabilidad frente a otros cultivos. Sirvió de
detonante la memoria sobre el aceite del cacahuete redactada por Fran-
cisco Tabares de Ulloa, canónigo prebendo de la Santa Iglesia Metro-
politana de Valencia, en 1798, en la que narra como fue el arzobispo de
Valencia Francisco de Fabián y Fuero quien veinte años antes la había
mandado traer de América junto con otras plantas indígenas de aquel
continente, con objeto de enriquecer el Jardín Botánico que había for-
mado en la villa de Puzol25.

Cacao y chocolate

El árbol del cacao (Theobroma cacao L.) parece ser originario de la


zona oriental de los Andes, si bien alcanzó una gran difusión por toda
Centroamérica. Aunque Colón ya lo registró en su diario el 22 de diciem-
bre de 1492, no fue hasta la conquista de México cuando empezó a otor-
gársele un papel destacado en la elaboración de muchas bebidas, entre
las que destacaba el “chocolatl”. Los españoles se familiarizan con él en
la corte azteca, donde se consumía habitualmente.

El chocolate tiene su materia prima más importante en el cacao. En


México se preparaba mezclando sus semillas con achiote, chile, vainilla
y otras especias, pétalos de flores aromáticas y, con ocasión de algunas
ceremonias, hongos y semillas alucinógenas. Toda la mezcla se calentaba
hasta conseguir una pasta homogénea que se podía moldear en forma de
pequeñas tabletas. La bebida se obtenía luego de introducir una tableta
en agua caliente y su posterior disolución. En algunos casos se añadía
24 MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 85v.
25 FERNÁNDEZ, J.; GOMIS A.; LACALLE, J. y PELAYO, F. “El aprovechamiento por parte de España de las
materias primas agrícolas de América en los siglos XVIII y XIX: La polémica del cultivo del caca-
huete”. En: El científico español ante su historia. La Ciencia Española entre 1750-1850: 201-221.
Madrid, Diputación Provincial de Madrid, 1980. Cfr. págs. 211-218.

214 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
“arolle” (harina de maíz) para espesarlo. Su sabor era intenso y amargo
y, tal vez, esta fuera la causa de su poca repercusión cuando Hernán Cor-
tes lo trajo consigo en su regreso a España en 152826.

Desde el principio, el chocolate fue motivo de críticas y alabanzas, ya


que mientras que para algunos era bebida malsana e indigesta, otros veían
en ella propiedades medicinales. Francisco Hernández recoge en su His-
toria de las plantas de Nueva España las diferentes bebidas que se prepa-
raban con cacao y sus virtudes, si bien, señala, que tomado en exceso
resulta perjudicial para la salud.

Muy pronto el chocolate se convirtió en una bebida de prestigio en


España, hasta el punto de que la familia real española era una gran con-
sumidora. Lo recibían, habitualmente como obsequio, de los Virreyes
de Indias. Cuando alguna Infanta contraía matrimonio y marchaba a
otras Cortes, en su ajuar no podía faltar el chocolate27.

Al tiempo que el consumo del chocolate fue extendiéndose, el debate


sobre si el mismo quebrantaba o no el ayuno a los ojos de la religión,
también. Los cristianos sostuvieron, en un principio, que el chocolate
era una especie de refresco que apagaba la sed, pero sin alimentar28. Tan
interesada interpretación no prosperó. El doctor Juan de Cardenas, en
1591, señalaba que una pechuga de ave molida y desatada en caldo tam-
bién se bebía y que todos admitían que rompía el ayuno29. En la misma
línea, el licenciado Antonio de León Pinelo, relator del Consejo de Indias,
compuso el tratado Question moral. Si el chocolate quebranta el ayuno

26 PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. pág. 115.


27 PÉREZ SAMPER, M.A. 1996. Cfr. pág. 118.
28 GONZÁLEZ TASCÓN, I. y FERNÁNDEZ PÉREZ, J. “Del «chocolatl» de los aztecas a la Compañía Gui-
puzcoana de Caracas”. En: FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura
viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y alimentarias en España y en la América virrei-
nal: 125-135. Barcelona, Lunwerg Editores, S.A, 1990. Cfr. p. 134.
29 CARDENAS, J. de Problemas y secretos maravillosos de las Indias. México, Pedro Ocharte, 1591.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 215


eclesiástico en donde, luego de reconocer la rápida incorporación de la
bebida en los hábitos de los españoles y de referir las distintas formas de
prepararlo, señala que en España se la habían añadido nuevos ingre-
dientes, como frutos secos, almendras, avellanas y nueces, además de
especias venidas de Oriente, como canela y clavo, pimienta negra, jen-
gibre y nuez moscada30.

Pavo

De los animales que nos llegaron del Nuevo Mundo, el pavo (Mele-
gris gallipavo L.), ha sido el más importante desde el punto de vista de
la alimentación humana. Fue importado por los jesuitas, que los criaron
en gran cantidad. Brillat-Savarin (1755-1825) que, aunque fue legisla-
dor, magistrado y diputado de la Asamblea francesa, es más recordado
como gastrónomo y escritor, señaló que:

“el pavo es con toda seguridad uno de los mejores regalos que el nuevo
mundo hizo al viejo”31.

En América era posible encontrar al pavo en estado salvaje, pero también


doméstico. Los aztecas lo denominaban “uexelot”, de ahí el actual nombre
mejicano de guajolote. No pueden faltar múltiples descripciones de ellos en
las obras de nuestros cronistas. Así Fernández de Oviedo señalaba:

“Hay unos pavos rubios y otros negros (…) y son de mejor comer
que los de España. Estos pavos son salvajes, y algunos hay domésti-
cos en las casas, que los toman pequeños. Los ballesteros matan muchos
de ellos, porque los hay en mucha cantidad. Dicen algunos que el

30 LEÓN PINELO, A. DE. Question moral. Si el chocolate quebranta el ayuno eclesiástico. Tratase de otras
bebidas y confecciones que se usan en varias Provincias. Madrid, por la viuda de Iuan González, 1636.
Cfr. fol. 8-9.
31 BRILLAT-SAVARIN. Fisiología del Gusto (Meditaciones gastronómicas) Buenos Aires, Editorial Losada
S.A., 1939. Cfr. pag. 71.

216 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
pavo es bermejo y la pava negra; otros dicen que son de dos géneros
(…) Vale un pavo de éstos un ducado, y a veces un castellano o peso
de oro, que es tanto como en España un real para lo gastar…”32.

Los pavos hermosos de España, a los que se refería el cronista Fer-


nández de Oviedo, eran los pavos reales, que ciertamente son de gran
hermosura, pero de carne insípida.

Medicamentos
En diferentes intervenciones de este ciclo sobre “Los Virreinatos”
ha quedado suficientemente expuesto como el Viejo Mundo también se
benefició de las posibilidades curativas de algunas plantas americanas.
Por ello, me limitaré a apuntar algo de dos árboles y una planta de las
que se extraían medicinas que todavía se utilizan, aunque ahora, éstas,
se obtengan mediante su síntesis en el laboratorio. Me refiero a la quina,
el curare y la coca.

Quina

La quina se obtenía de la corteza del árbol de ese nombre y se empleó,


durante muchísimo tiempo, para combatir la malaria. No tenemos prue-
bas de que en el año 1513 en que los primeros españoles llegaron al Perú
los indígenas conocieran ya las propiedades antipiréticas de la corteza de
quina. Sin embargo, algunos de los naturalistas que más tarde investi-
garon en la zona, como Arrot y La Condamine, o Jussieu en Loja, oye-
ron hablar de que sí las conocían, si bien habrían preferido ocultarlas.
Estos indígenas emplearon durante mucho tiempo el nombre de “cas-
carilla”, frente al de quina de los europeos, para referir este remedio.

32 FERNÁNDEZ DE OVIEDO, G., 1942. Cfr. págs. 117-118.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 217


Cuenta la leyenda que fue Francisca Hernández, condesa de Chin-
chón y esposa del virrey del Perú, la primera europea curada de tercia-
nas con corteza de quina. El hecho tuvo lugar en 1638, cuando al encon-
trase enferma con «los fríos», su sirviente india Zuma le echó en el agua
unos polvos para que sanara. Zuma fue sorprendida y acusada de inten-
tar envenenar a la condesa, por lo que fue condenada a muerte junto con
su marido, si bien la aristócrata evitó la ejecución. Los indios desvelaron,
entonces, los poderes curativos de la corteza de quina y, a partir de ese
momento, fue más común su empleo en el tratamiento del paludismo33.

La leyenda ha sido desacreditada por numerosos historiadores, pero


tuvo mucho que ver con un hecho estrictamente científico, cual fue el
de la nominación científica del arbusto por el sueco Linneo en la pri-
mera mitad del siglo XVIII. Éste, en honor a la condesa de Chinchón,
dio el nombre genérico Cinchona a este género de la familia de las rubiá-
ceas, pero, con la particularidad de que mal informado sobre la manera
de deletrear dicho nombre, escribió Cinchona en vez de «Chinchona»,
comenzando por Ch, como debió de haber sido.

Si bien cabe pensar que en algún momento algún navegante pudo llevar
a España o Italia alguna muestra de quina, fueron los Jesuitas los primeros
que de manera deliberada enviaron ésta al Padre Lugo (a partir de 1643 car-
denal Juan de Lugo). El Padre Lugo, uno de los curados con la quina, soli-
citó al médico del Papa, Gabriel Fonseca, ensayar la eficacia del nuevo reme-
dio. De ahí el sinónimo, también utilizado, de “Corteza de los Jesuitas”.

A pesar del gran beneficio que el descubrimiento de la quina supuso


para la humanidad, sus méritos no fueron inmediatamente reconocidos,

33 BLANCO, E. y MORALES, R. “Plantas curativas y drogas, intercambio entre dos mundos” En: FER-
NÁNDEZ PÉREZ, J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de
plantas industriales y alimentarias en España y en la América virreinal: 83-95. Barcelona, Lunwerg Edi-
tores, S.A., 1990 Cfr. p. 85.

218 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
pues se desencadenó una fuerte controversia acerca de su valor medici-
nal, entre diferentes escuelas y médicos. En todo caso, a principios del
siglo XVIII el comercio de la corteza de la quina estaba muy extendido
en Loja, y las buenas quinas debían proceder de esa comarca, debiendo
justificarse su procedencia por escrito.

En la segunda mitad del siglo XVIII los árboles de la quina siguieron


siendo buscados y estudiados, contándose como muy notables las expe-
diciones de José Celestino Mutis al Nuevo Reino de Granada y de Hipó-
lito Ruiz y José Pavón al de Perú. En 1820 los farmacéuticos franceses
Pelletier y Caventou aislaron la quinina, el principal alcaloide de los
muchos que contiene la corteza del árbol de la quina. Pese a ello, durante
el siglo XIX, todavía se intentó la aclimatación del árbol en diferentes
regiones, como el proyecto que se desarrolló en el Real Colegio de San
José de Manila, capital de Filipinas, cuando su administración todavía
dependía de España34.

Curare

El curare es una sustancia que se extrae, principalmente, de la cor-


teza del maracure (Strychnos toxicaria), una planta leñosa, trepadora, que
abundaba en Centroamérica y Sudamérica. Los indígenas de esas regio-
nes la colocaban en las puntas de sus flechas como veneno mortífero
en sus cacerías y con ella mataron a no pocos españoles, entre ellos Alonso
de Ojeda y Juan de la Cosa. Según la leyenda, su preparación corría a
cargo de las mujeres ancianas de los poblados que, durante su elabora-
ción, quedaban medio muertas por los humos nocivos que se despren-
dían35.

34 La documentación sobre el intento de ensayar, en el año 1878, el cultivo del árbol de la quina en
las haciendas del Real Colegio de San José de Manila se conserva en el Archivo de la Real Acade-
mia de Farmacia (Legajo 138, expediente 3).
35 BLANCO, E. y MORALES, R., 1990. Cfr. pág. 88.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 219


Contiene un alcaloide, la curarina, que actualmente sólo se emplea
como anestésico en medicina, con objeto de conseguir una relajación
muscular durante la cirugía.

Coca

La coca (Erythroxylum coca Lam.) es una planta arbustiva que alcanza


hasta los 5 metros, de corteza rojiza, hojas de hasta 5 centímetros y flo-
res amarillas pequeñas. Se recolectan sus hojas, que se dejan fermentar
durante un corto período de tiempo. Los indígenas de Sudamérica las
masticaban o tomaban en infusión como estimulante y analgésico antes
de la llegada de los españoles36, aunque algunos también la empleaban
para eliminar el hambre.

Monardes da una descripción bastante completa de la planta, en la


tercera parte de su Historia37, apuntando las formas y finalidades de su
uso general entre los Indios. Luego de señalar que, para combatir la fatiga,
el hambre y la sed masticaban sus hojas mezcladas con polvo de conchas
calcinadas, dice:

“Quando se quieren emborrachar, o estar algo fuera de juyzio mez-


clan con la Coca hojas de Tabaco, y chupan lo todo junto, y andan
como fuera de si como un hombre borracho, que es cosa que les da
grande contentamiento estar de aquella manera”38.

En el siglo XIX consiguió extraerse el principio activo de sus hojas,


la cocaína. Se trata de un alcaloide con acción anestésica local, que en
medicina se emplea como narcótico o anestésico, si bien se trata de
una sustancia que produce hábito o drogodependencia.

36
Ibídem., Cfr. pág. 87.
37
MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 93-94.
38
Ibídem. Cfr. f. 93v.

220 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
El tabaco
Mención aparte merece la planta del tabaco, una de las primeras que
llamó la atención de Colón y los primeros navegantes tras llegar a Amé-
rica en 1492. Los primeros indígenas que observaron haciendo uso de
ella, lo fueron con un tizón en la mano, pero como el uso de la planta
estaba muy extendido por el Nuevo Mundo, con el tiempo fueron obser-
vándose indígenas que usaban pipas y pequeños tubos bifurcados, otros
que lo consumían en polvo y los que masticaban hojas de tabaco. La
mayoría de las comunidades la conocían y la empleaban, a veces con fin
placentero, otras como ritual y en ocasiones con carácter mágico39.

La aceptación del tabaco por los conquistadores, la forma de su pene-


tración en el Viejo Mundo, los usos que arraigaron más rápidamente y
cuáles fueron las capas sociales que primero se habituaron a su consumo
presentan todavía algunos interrogantes. Se cree que las primeras simien-
tes de la planta llegaron tempranamente a localidades de sur de España
y que fueron médicos e investigadores los primeros interesados en cono-
cer sus cualidades fundamentales y ensayar sus propiedades medicina-
les. Destacó en esta labor Nicolás Monardes, a quien algunos reconocen
como el primer cultivador del tabaco en la península, concretamente en
el jardín botánico que tenía en la calle Sierpes40. En su libro La Historia
Medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales, sitúa un
grabado de la planta al comienzo de la segunda parte y dedica un amplio
capítulo al estudio de sus grandes virtudes, que comienza:

“Esta Yerva que comúnmente llaman Tabaco, es yerva muy antigua


y conocida entre los Indios: mayormente entre los de nueva España:

39
RODRÍGUEZ GORDILLO, J.M. “El tabaco: del uso medicinal a la industrialización”. En: FERNÁNDEZ PÉREZ,
J. y GONZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y
alimentarias en la España y en la América virreinal: 53-81. Barcelona, Lunwerg Editores S.A., 1990.
40
Ibídem. Cfr. pág. 55.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 221


que después que se ganaron aquellos reynos, de nuestros Españoles:
enseñados por los Indios, se aprovecharon della, en las heridas que
en la guerra recibian: curandose con ella, con grande aprovechamiento
de todos”41.

Más adelante, pasa revista a las virtudes curativas de las hojas del
tabaco, las más de las veces consistentes en aplicaciones locales de las
hojas calentadas “entre ceniza o rescoldo muy caliente”, o bien “majadas”
o “hechas una pelotilla” o “borujo”. Estaban indicadas para los dolores de
cabeza, estómago, ijada, muelas y otras partes del cuerpo42. La traduc-
ción de la obra de Monardes a las principales lenguas contribuiría, que
duda cabe, a la expansión del tabaco y su uso medicinal fue ganando
espacio en farmacopeas, herbarios, diccionarios y textos de medicina.

Con anterioridad, el embajador francés en Lisboa, Jean Nicot, había


enviado en 1560 a su soberana, Catalina de Médicis, unas hojas de tabaco
molidas (rapé), con la pretensión de aliviar sus migrañas. La reina se mos-
tró encantada con este remedio y se trasformó en una activa propaga-
dora de su uso. Diversos personajes de la nobleza introducirían su con-
sumo en el resto de las cortes europeas. En la corte española de Felipe II
serían la princesa de Éboli y don Juan de Austria los defensores de su
uso, siendo tal su aceptación y, por tanto, la demanda del producto que
ya en 1620 se construía en Sevilla la primera fábrica de tabaco (tabaco
en polvo) y poco después se construía otra en Cádiz (cigarros). El flo-
reciente comercio del tabaco no pasaría inadvertido para los gobiernos,
que vieron en él una importante fuente de ingresos por la vía de los
impuestos.

41
MONARDES, N., 1580. Cfr. f. 32.
42
LÓPEZ PIÑERO, J.M., “Introducción”. En: MONARDES, N. La Historia Medicinal de las cosas que se
traen de nuestras Indias Occidentales (1565-1574): 1-74. Madrid, Ministerio de Sanidad y Consumo,
1989. Cfr. pág. 49.

222 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
No tardaron en aparecer las primeras manifestaciones sobre los efec-
tos nocivos del nuevo hábito. La polémica entre los partidarios de su
empleo y los detractores del mismo ya había comenzado en las primeras
décadas del siglo XVII, cuando gracias a su empleo medicinal se asiste a
la gran eclosión de la industria tabaquera. El siglo XIX supondría la intro-
ducción del cigarrillo, en cuya diseminación jugaron un papel importante
los soldados. Así, se cuenta que en la guerra entre Turquía y Egipto (1832)
a los soldados de este último país se les ocurrió rellenar los cartuchos de
sus fusiles con picadura de tabaco, creando así el primer cigarrillo.

Unos años más tarde (1865) aparecería la primera máquina manu-


facturera de cigarrillos y a partir de ahí se asistiría a la extensión en el
hábito de fumar cigarrillos, la forma actualmente más común de con-
sumir tabaco y en torno a la cual, pese a que se la asocian un elevado
número de enfermedades, se mueve una potente industria.

Otros productos viajeros


El tabaco me ha servido de nexo de unión con otros productos via-
jeros y, aunque fueron muchos más los productos que se intercambia-
ron entre uno y otro lado del Atlántico, quiero detenerme de manera
más especial en las plantas tintóreas americanas, ya que, en el Viejo
Mundo, el número y eficacia de los tintes aumentó sobremanera luego
del descubrimiento de América43. Las culturas indígenas americanas,
muy interesadas en dotar de color toda clase de objetos, emplearon desde
época muy temprana toda una serie de colorantes naturales con los
que recubrir sus figuras de culto, edificaciones, adornos, vajillas, texti-
les, etc. En ocasiones, combinaban las sustancias vistosas que extraían

43
GOMIS BLANCO, A. “La tintura y las plantas tintóreas americanas”. En: FERNÁNDEZ PÉREZ, J. y GON-
ZÁLEZ TASCÓN, I. (eds.) La agricultura viajera. Cultivos y manufacturas de plantas industriales y ali-
mentarias en la España y en la América virreinal: 195-211. Barcelona, Lunwerg Editores S.A, 1990.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 223


de los vegetales con objetos diversos, como piedras, conchas, metales y
plumas polícromas. Repasaremos, brevemente, dos de estas plantas
tintóreas, para detenernos, finalmente, en la cochinilla44.

Palo de Campeche

El palo de Campeche (Haematoxylon campechianum L.) fue el prin-


cipal colorante que los españoles trajeron a Europa. Los indígenas lo
empleaban mediante una sencilla maceración a partir de la madera
desmenuzada de este árbol, cuya distribución correspondía con el área
de México y América Central, para teñir telas de color rojo púrpura.

Su componente tintóreo es la hemateina, si bien no se encuentra como


tal en el árbol, y si bajo la forma de hematoxilina.

Achiote

El achiote (Bixa orellana L.) es otro colorante cuyo empleo estaba


generalizado entre los indígenas. El arbusto crece en terrenos abiertos de
los trópicos y zonas subtropicales de la América austral, siendo sus semi-
llas las que se emplean para la tintura, pues de ellas, por maceración, se
extrae una substancia de color roja.

En Guatemala el achiote alcanzó mucha importancia en la época colo-


nial, lo que motivó que el cabildo de la capital le fijara gravámenes por
primera vez el 12 de enero de 1644. Está compuesto, además de por
diversos ácidos grasos (palmítico, esteárico, arachídico y oleíco), por dos
substancias colorantes, la orellina que es amarilla y soluble en agua, y la
bixina, que es roja, insoluble en agua, pero soluble en grasas45.

44 CABELLO CARRO, P. “Tinturas y colorantes de la América indígena” En: Catálogo de la exposición plan-
tas tintóreas y su uso: 47-71. Madrid, Real Jardín Botánico – CSIC, 1982.
45 PATIÑO, V.M. Plantas cultivadas y animales domésticos en América equinoccial. Tomo III. Fibras, Medi-
cinas, Misceláneas. Cali, Imprenta Departamental, 1967. Cfr. pág. 146.

224 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
Cochinilla

Me ocuparé, por último, de la cochinilla (Dactylopius coccus Costa).


Se trata de un insecto, concretamente de un hemíptero homóptero fitó-
fago, perteneciente a la familia de la Cocidos, cuya cría y explotación va
ligada al cultivo del nopal americano. Originario de México, presenta
acentuado dimorfismo sexual, ya que mientras que los machos son blan-
quecinos, las hembras son de color rojo sangre.

Durante mucho tiempo no existió certeza de lo qué eran las cochi-


nillas, lo cual no impidió que fueran apreciadas como agentes tintóreos
y que muy rápidamente comenzara su importación. José de Acosta, en su
Historia Natural y Moral de las Indias, al referir los tunales, que era como
se denominaban en las regiones por él recorridas los nopales, escribió:

“Ay otros tunales, que aunque no dan este fruto, lo estiman mucho
mas, y lo cultivan con gran cuydado, porque aunque no dan fruta de
tunas, dan empero el beneficio de la Grana. Porque en las hojas de
este árbol, quando es bien cultivado, nacen unos gusanillos pegados
a ella, y cubiertos de cierta telilla delgada: los quales dedicadamente
cogen, y son la Cochinilla tan afamada de Indias, con que tiñen la
Grana fina: dexanlos secar, y así secos los traen a España, que es una
gruesa y rica mercadería: vale la arroba de esta Cochinilla o Grana
muchos ducados. En la flota del año ochenta y siete vinieron cinco
mil y seyscientas y setenta y siete arrobas de Grana, que montaron
doscientos y ochenta y tres mil y setecientos y cincuenta pesos, y de
ordinario viene cada año semejante riqueza”46.

No faltaron quienes consideraban a la cochinilla como el fruto del


árbol y esto explica que se le diese el nombre de grana. Fue el criollo José

46
ACOSTA, J. DE, 1590. Cfr. págs.254-255.

Alimentos, medicamentos y otros productos viajeros 225


Antonio de Alzate y Ramírez quien, a finales del siglo XVIII, en su Memo-
ria en que se trata del insecto Grana o Cochinilla aclararía completamente
la naturaleza y medio de propagación de este insecto, así como el modo
más idóneo para matarlas (en hornos de poco calor) y prepararlas47.

La aclimatación de la cochinilla en las Islas Canarias, Andalucía, Valen-


cia e Islas Baleares no se emprendería hasta los comienzos del siglo XIX48.
En las primeras con indudable éxito.

Corolario
Hasta hace poco más de cinco siglos, las civilizaciones del Viejo Mundo
tan sólo controlaban el 20% de la superficie de los continentes. Tras el
descubrimiento de América, y poco a poco, el hombre llegó a conocer
la totalidad del planeta. Los logros biológicos (alimentos, medicamen-
tos, especies tintóreas) alcanzados en estos cinco siglos superan, con
mucho, los objetivos de las primeras expediciones enviadas por la Corona
de Castilla de buscar oro y metales preciosos. Pensemos que la cosecha
de patatas de un año alcanza más valor que todo el oro y la plata que se
extrajo del Nuevo Mundo a lo largo del tiempo. Así, en el año 2006
supuso, a precio de consumidor, 184.000 millones de dólares. Hoy en
día la patata se produce en 148 de los 198 países del mundo49. Y este
es sólo uno de los productos de los Virreinatos que viajaron al Viejo
Mundo.

47
ALZATE, J.A. DE. Memoria en que se trata del insecto Grana o Cochinilla, de su naturaleza y serie, de
su vida, como también del método para propagarla y reducirla al estado en que forma uno de los ramos
más útiles del Comercio, 1795.
48 PÉREZ ARCAS, L. Elementos de Zoología, 5ª edición. Madrid, 1883. Cfr. pág. 455.
49 Estos datos figuran en la introducción del capítulo de MASSON MEISS, L. “La papa entre las gran-
des culturas andinas”, En: LÓPEZ LINAGE, J. (ed.). La patata en España: historia y agroecología del
tubérculo andino: 11-88. Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008.

226 Desde la memoria. Historia, Medicina y Ciencia en tiempo de... Los Virreinatos
El libro recoge las conferencias del ciclo Desde
la Memoria, dedicado en esta ocasión a los
Virreinatos, en conmemoración del bicentena-
rio de la independencia de la América Latina.

Historiadores de la Ciencia analizan el desarrollo


científico y de las instituciones dedicadas a su
cultivo en Hispanoamérica y en España durante
el periodo colonial.

Esperamos contribuir a la difusión de un tema


no demasiado conocido ni por el público, ni
por los especialistas.

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