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JUAN ANTONIO FRAGO

EL ESPAÑOL
DE AMÉRICA EN LA
INDEPENDENCIA
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© 2010, Juan Antonio Frago


© De esta edición:
2010, Aguilar Chilena de Ediciones S.A.
Dr. Aníbal Ariztía 1444, Providencia,
Santiago de Chile.

ISBN: 978-956-239-732-2
Inscripción N°
Impreso en Chile/Printed in Chile
Primera edición: febrero 2010

Reproducción de láminas autorizada por el gobierno de España,


Ministerio de Cultura (AGI, ARChV).

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el permiso previo por escrito de la Editorial.
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Índice

PRÓLOGO por Alfredo Matus Olivier ........................................ 9


Juan Antonio Frago, historiadro del español de América

CAPÍTULO I
De la Colonia al despertar independiente. Cuestiones de historia externa

El problema demográfico ........................................................ 000


Distancias, aislamiento y población urbana en Indias ............ 000
Sociedad indiana y criollización lingüística ............................ 000
De lo popular al purismo. Voseo y lenguaje formal .............. 000

CAPÍTULO II
Lección de los marinerismos de tierra adentro

Un espigueo documental ........................................................ 000


Por ríos y en carretas ................................................................ 000
El caballo en la senda del marinerismo .................................. 000
Entre el Río de la Plata y México ............................................ 000
A modo de conclusión .............................................................. 000

CAPÍTULO III
Entre la tradición y la innovación

Lo que el folclore enseña ........................................................ 000


Quien a finales de la Colonia. Una cuestión de método ........ 000
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EL ESPAÑOL DE AMÉRICA EN LA IN D E P E N D E N C I A

Afinidades y diferencias dialectales. Sobre «ya yo me


voy» y «en la tarde nos vemos» .................................................. 000
Coda .......................................................................................... 000

CAPÍTULO IV
Letras y sonidos

Ortografía en manuscritos de los siglos XVIII y XIX ............ 000


En la imprenta .......................................................................... 000
Vulgarismos fonéticos. El antihiatismo .................................... 000
Resumen .................................................................................... 000

CAPÍTULO V
Fonética de ascendencia meridional

Relajamientos consonánticos .................................................. 000


El yeísmo .................................................................................... 000
El seseo ...................................................................................... 000
Consideraciones complementarias .......................................... 000

CAPÍTULO VI
Selecciones léxicas

La cuestión documental .......................................................... 000


Americanismos léxicos .............................................................. 000
La tradición en el léxico .......................................................... 000
Derivación .................................................................................. 000
Nuevos tiempos, nuevas palabras ............................................ 000
De indoamericanismos ............................................................ 000

CAPÍTULO VII
Gramática

El artículo .................................................................................. 000


El nombre .................................................................................. 000
El adjetivo .................................................................................. 000
Expresión analítica de la posesión .......................................... 000
En la pérdida de vosotros y vuestro ............................................ 000

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JUAN ANTONIO FRAGO

El tratamiento personal en el medio social bolivariano ........ 000


Pronombres átonos .................................................................. 000
Relativos .................................................................................... 000
Indefinidos ................................................................................ 000
El verbo ...................................................................................... 000
Adverbios .................................................................................. 000
Preposiciones ............................................................................ 000
Conjunciones ............................................................................ 000
Interjección ................................................................................ 000

CAPÍTULO 8
Perfiles del español americano en la Independencia

Marco histórico y caracterización lingüística .......................... 000


Sociedad y lengua .................................................................... 000
Al final de la Colonia: Americanismos generales y
regionales .................................................................................. 000
Gradualidad diatópica y sociolingüística ................................ 000
Conciencia lingüística del criollo en la Independencia ...... 000

Bibliografía .................................................................................. 000

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PRÓLOGO

Juan Antonio Frago,


historiador del español de América

No habría, en puridad, que llamarlo «historiador del español


de América». De acuerdo con su misma concepción lingüístico-
histórica, cabe más bien tenerlo por «historiador de la lengua es-
pañola», sin más. En la misma línea de los grandes maestros que
dedicaron su vida a la reconstrucción de la génesis y el desarrollo
de nuestra trayectoria idiomática, que no es más que nuestra an-
dadura histórica en sus dos vertientes, la peninsular, como lengua
originaria del solar hispánico latino, y la americana, como lengua
trasplantada a estos vastos territorios develados para el mundo por
el grande Almirante de la Mar Océana: Ramón Menéndez Pidal,
Rafael Lapesa, Amado Alonso, Joan Corominas, Rufino José Cuer-
vo, Andrés Bello, Guillermo Guitarte, por nombrar a los mayores.
Como ellos, ha contribuido con aportes fundamentales sobre el
español americano, refutando, corrigiendo o relativizando hipó-
tesis explicativas tradicionales de la lingüística hispánica, conside-
radas hasta ahora inquebrantables. Como ellos, ha sido uno de los
que más ha aportado al «des- cubrimiento» del étymon de nuestra
«razón histórica», como podría decir Ortega y Gasset.
Importantes obras ha dedicado este sabio aragonés a la com-
prensión y la génesis de nuestra lengua materna, de tan imprevisi-
bles dimensiones y destinos en su actual extensión universal, co-
mo cuarta lengua del mundo desde un punto de vista
demolingüístico, y como segunda y prioritaria en los países de
idiomas diferentes al español. Baste recordar ahora un par de tra-
bajos considerados clásicos entre los estudiosos de la historia lin-
güística hispánica: Textos y normas. Comentarios lingüísticos»
(2002), con importantes consideraciones sobre el período forma-

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tivo y medieval del español, y una larga serie de tratados funda-


mentales para el conocimiento de la modalidad americana de
nuestra misma lengua española, como Andaluz y español de Amé-
rica. Historia de un parentesco (1994) e Historia del español de
América (1999), además de una amplia colección de ensayos dedi-
cados al período colonial americano, como «Formación del espa-
ñol de América» (1996), y, más recientemente, al período inde-
pendiente, como «Tradición e innovación en el español
americano de la Independencia» (2007), «Conciencia lingüística
del criollo en la Independencia» (2008), materia esta última, com-
pletamente desatendida por los estudiosos, en que el catedrático
de Zaragoza puede ser considerado un pionero, y que culmina
con la que ahora presentamos.
No puede ser más feliz y oportuna la aparición de esta obra, El
español de América en la Independencia, que materializa, en
gran medida, el significado y el verdadero alcance cultural y lin-
güístico del V Congreso Internacional de la Lengua Español,
América en la lengua española (Valparaíso, 2010), dentro del con-
texto del Bicentenario de la Independencia de Chile. En este tra-
bajo se plasma, en lo concreto, esa «pregnante» presencia de
nuestra América en la lengua y en la cultura de nuestro idioma ori-
ginalmente castellano. Verdadera matriz hermenéutica, auténtico
epígrafe interpretativo es el que preside las consideraciones de es-
te estudio: la referencia al cuadro de Arcimboldo, que articula el
rostro de Rodolfo II con «las alubias indianas en vaina» y «la ma-
zorca de maíz». Que no otra cosa ha sido y es nuestro español ame-
ricano, que, sin desvirtuar ni desperfilar su genuino rostro penin-
sular, ha sido fecundado, coloreado y enriquecido con las
representaciones de la realidad y las sustancias originarias del
Nuevo Mundo.
Ocho capítulos comprende este libro, que van al meollo de la
cuestión desde los marcos teóricos externos hasta el tratamiento
circunstanciado de los fenómenos sistémicos en armoniosa y lo-
grada articulación. La «extrañeza ante la maravillosa realidad
americana» y el «asombro histórico», desde que el Guadalquivir se
traspasa, plus ultra, fueron el punto de partida para la penetra-
ción de América en el mundo occidental a través de la lengua y los
galeones. «La cosmovisión del europeo sufrió un radical vuelco

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con el Descubrimiento...», sostiene el autor y lo demuestra a lo lar-


go de todo su estudio. La demografía, la vasta extensión de los te-
rritorios, los malos caminos, las vías fluviales, la plaga de los pleitis-
tas, el estamento eclesiástico, entre otros, son indicadores
analizados en su relación causal con lo lingüístico. La variedad ti-
pológica de fuentes es asimismo sorprendente y utilizada de un
modo solidario (relaciones tipográficas, mapas, libros de viaje,
crónicas, cartografía virreinal, plantas urbanísticas, textos folclóri-
cos, exvotos, textos periodísticos, entre otras). Los principales fe-
nómenos lingüísticos de la discusión (seseo, yeísmo, voseo, aspira-
ción y pérdida de -s, cuestiones gramaticales, léxicas, fraseológicas
y semánticas) son abordados críticamente a la cruda luz de los do-
cumentos.
Enriquecido con once ilustraciones, de alto valor documental e
integradas a la argumentación, las notas de cada capítulo son de
gran calado informativo y cuidadamente enriquecedoras del texto
central. Mención especial merecen los «marinerismos de tierra
adentro», materia que el autor, ya en estudios anteriores, ha deli-
mitado teóricamente y tratado de modo analítico (flete, varar,
banda, matalotaje, lastrar, morro, arribar, relacionados con los
grandes vías fluviales —y también terrestres— americanas, como
el Marañón, el Madalena, el Paraná). El caballo, los astilleros, las
carretas, la pampa, y otras realidades americanas autóctonas, o
americanizadas, exhiben su rendimiento lingüístico en el discurso
del catedrático español A propósito de lunares, a través del análi-
sis de canciones folclóricas, llega a problematizar los discutidos
orígenes de la popular Cielito lindo, además de otras inferencias
históricas a partir de textos del repertorio de Margot Loyola. Un
realismo crítico a toda prueba se manifiesta en sus palabras: «Da-
do que esas circunstancias no han sido las mismas para el español
europeo y el trasplantado a América, es natural que éste se des-
arrollara de manera no siempre coincidente con el de la metrópo-
li, sea en la mejor conservación de usos que en España periclita-
ban, sea mediante evoluciones más progresivas o por la pura y
simple innovación, factores que no permiten una caracterización
histórica inamovible, porque la historia es cambiante como la mis-
ma realidad lingüística». Destaca la importancia que atribuye a la
gradualidad y a las preferencias glotológicas entre las regiones,

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cuestión de discusión habitual en la lexicografía diferencial y en la


dialectología: «En español no quedaría mucho auténticamente
dialectal si solo se tuvieran en cuenta los usos en verdad exclusivos
de tal o cual dominio, exclusividad que debería rigurosamente
probarse, pues resulta imprescindible considerar asimismo los he-
chos de preferencias o de grados entre regiones [...]».
El autor de esta obra es un teórico convencido de que «conocer
es distinguir», como sostenía el gran Benedetto Croce. Dentro de
este genuino proyecto cognitivo, Frago ha quebrado lanzas por
destruir mitos sobre la realidad idiomática americana, metáforas
que han conducido a que de lo que más se disponga, en esta com-
pleja área, sea de generalizaciones que se siguen admitiendo sin el
rigoroso examen de la razón. ¿Koiné antillana? ¿Base lingüística
del español de América? ¿Hidalguización? ¿Revolución fonológi-
ca? Todo lo somete a crítica metódica, estricta. Andalucismo, sí,
pero... Tierras altas y tierras bajas, bien, no obstante...; explicación
por contactos, magnífico, aunque... «Conocer es distinguir»; dis-
tingamos, pues, maticemos, averigüemos, confrontemos con la
cruda realidad inobjetable de los datos (documentados). Eche-
mos un poco de agua en el vino, como pedía Gregorio Salvador;
pongamos algunos puntos sobre las íes, como proponía Germán
de Granda. La solidez de los trabajos de Frago se fundamenta en
una estricta argumentación, enmarcada dentro del la historia del
español en general y respaldada por un excepcional soporte empí-
rico documental. Frago está convencido de que, en materia histó-
rica, más que en la construcción de modelos deductivos, el avance
del conocimiento descansa en las severas inferencias que permi-
ten los textos auténticos del pasado para reconfigurar con solven-
cia el trazado genético lingüístico.
La Academia Chilena de la Lengua agradece hondamente a
Juan Antonio Frago, uno de sus académicos correspondientes por
España, este sobresaliente estudio que, con tanta generosidad y
brillo, le brinda con ocasión del Bicentenario. Como todos los
grandes trabajos científicos, sólidamente fundados, originales des-
de la base, con potente sustento factual, este estudio se erige como
un auténtico seminario permanente, semillero de indagaciones.
Absolutamente indispensable para los investigadores, estudiosos y
estudiantes, con este tratado dispondrán de un cúmulo de infor-

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maciones y noticias fidedignas, punto de partida para cualquier


consideración genética relativa al español de la Independencia y
del período independiente en general. La mayor parte de sus
planteamientos, que exhiben, como es habitual en este lingüista,
una gran finura analítica histórica, constituyen otras tantas sendas
abiertas y una amplia y asertiva invitación a recorrerlas según las
orientaciones y métodos que él mismo ha demostrado ser compe-
tentes en la perspectiva de la reconstrucción diacrónica.
En los congresos y reuniones científicas de lingüística y filolo-
gía se acostumbra a susurrar en los pasillos: «Es difícil refutar a
Frago, porque nos lanza a la cara el enorme e inconmensurable
caudal de los datos documentales». Frago locutus, causa finita. Es
cierto. Cosa dura es rebatirle a Frago, cosa dura es discutir con
Frago, porque difícil cosa es contradecir los hechos objetivos (da-
ta), como difícil impugnar la realidad. Pero sigamos adelante con
denuedo; este severo historiador nos desafía a contradecirle, si es
que somos capaces. En esto radica el valor de este libro abierto a
las interrogantes, que habrá que seguir escribiendo. Un propuesta
hermenéutica y de reconstrucción del pasado. Puertas abiertas de
par en par; en esto consiste un estudio verdaderamente científico,
en esto se fragua el radical imperativo: aquí disponemos de un pu-
ñado de sugerentes interpretaciones históricas, nunca antes plan-
teadas, o nunca antes articuladas de este modo, una porción de hi-
pótesis plausibles, a modo de inquisiciones, y que tenemos la
responsabilidad ética de asumir para hacer progresar el conoci-
miento de nuestra entrañable realidad lingüística panhispánica,
que, en definitiva, constituye el conocimiento de nosotros mis-
mos. Quehacer mayor de interpretación es este, de cultura y de vi-
da. Como también pensaba Ortega y Gasset: «Toda labor de cultu-
ra es una interpretación —esclarecimiento, explicación o
exégesis— de la vida. La vida es el texto eterno, la retama ardien-
do al borde del camino donde Dios da sus voces».

Alfredo Matus Olivier


Academia Chilena de la Lengua

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CAPÍTULO I

De la Colonia al despertar independiente.


Cuestiones de historia externa

«¡Parece sueño el descubrimiento de las Indias!», es el admirati-


vo comienzo de la Geographía de América del P. Murillo Velarde, y
en este primer renglón de su obra el jesuita almeriense a media-
dos del siglo XVIII aún mantenía viva, en presente, la extrañeza
ante la maravillosa realidad americana que embargó a quienes,
con Colón al frente, en 1492 arribaron a la antillana Guanahaní.
Muchas cosas cambiaron, y muy pronto, en la vieja Europa mer-
ced al encuentro de los españoles con aquel sorprendente Nuevo
Mundo, a los que no tardarían en seguir los portugueses del Álva-
res Cabral por el litoral brasileño1. Mortales hambrunas se reme-
diarían con la patata y el maíz trasplantados de sus cultivos india-
nos, y la alimentación de los europeos se vería continuamente
enriquecida por productos ultramarinos que iban dejando de ser
exóticos, y el proceso aún continúa en nuestros días, con una far-
1 Desviada la flota portuguesa de su derrota a la India, se discute si el hecho
fue ocasional, se topó con la brasileña Terra da Vera Cruz, descubrimiento que
fue comunicado al rey Manuel I en prolija carta fechada «desde este Porto Segu-
ro de vuestra isla de Vera Cruz, hoy, viernes, primer día de mayo de 1500» por el
escribano Vaz de Caminha (2008: 145), aun cuando la continuidad del inicial
contacto luso-brasileño se redujo a los dos «degradados» abandonados por el al-
mirante en la playa Cabralia al zarpar hacia Calicut, y a los dos grumetes que an-
tes habían desertado. La fascinación ante el prodigioso hallazgo brasiliense im-
pregna la relación de Vaz de Caminha, en su mayor parte texto antropológico
sobre los tupiniquines, integrantes de la familia tupí-guaraní, con los cuales se
produjo ese primer contacto, y curiosamente una talla alemana de c. 1505 ya re-
presenta a los indígenas de la costa del Brasil (Greenblatt, 2008: 191), sin contar
con que en la Francia del siglo XVI circularon numerosos dibujos y grabados de
los tupinambas, cuyas costumbres y modos de vida fueron frecuente motivo de
especulación literaria y filosófica (Rodríguez Moya, 2008: 109-112).

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macia cada vez más efectiva mediante los preciados bálsamos, las
raíces, las cortezas y los frutos que de América acarreaban los galeo-
nes, en muchos casos con nombres amerindios que han alcanzado
universal difusión. Detalle del interés que por todo lo americano
se sintió en Europa puede ser el que Giuseppe Arcimboldo se sir-
viera de las alubias indianas en vaina y de la mazorca de maíz para
componer pictóricamente el rostro de Rodolfo II, en cuadro ale-
górico que el emperador recibió como preciado regalo en su pala-
cio de Praga el año 15912. Pero en la vieja Europa no sólo se busca-
ron ávidamente plantas y minerales llegados del Nuevo Mundo, o
cualquier otra curiosidad ultramarina, sino también documentos
y muy especialmente los apreciados códices mesoamericanos, de
los cuales el Vindobonenesis conoció un extraordinario periplo
desde que Cortés lo envió a Carlos V, éste lo regaló a Manuel I de
Portugal, quien se lo entregó al que sería papa Clemente VII, de
cuya biblioteca pasaría a la de Nicolaus Schomberg, cardenal de
Capua, para pasar con sus propiedades a Alemania, y tras varias pe-
ripecias más ser entregado en 1677 al emperador Leopoldo I, que
depositó los anales mixtecos en la Biblioteca Imperial de Viena,
donde hasta hoy se guardan (Cañizares Esguerra, 2007: 170-172).
La cosmovisión del europeo sufrió un radical vuelco con el
Descubrimiento, cambio que ya se inició a la vuelta del hazañoso
viaje colombino mediante la carta que el genial genovés dirigió al
racionero real Luis de Santángel, inmediatamente impresa en

2 Pionero en la experimentación con los productos americanos de aplicación


medicinal fue el sevillano Nicolás Monardes, quien cultivó el que quizá fue pri-
mer jardín botánico de España con plantas americanas, al menos desde 1534, ac-
tivo difusor de las mismas mediante el comercio de muestras y con su extraordi-
naria Historia medicinal de las cosas que se traen de nuestras Indias Occidentales que
sirven en medicina, obra ya completa en edición hispalense de 1574 a la que si-
guieron inmediatas traducciones al latín y a varios idiomas europeos, y en la cual
se descubren las judías y el maíz que también conoció Arcimboldo. De la rápida
difusión que la obra del hispalense tuvo y de su prestigio es muestra el que al po-
co de su publicación como autoridad la citara Cristóbal Acosta a propósito de la
piedra bezoar y del ámbar: «El que más particularidades quisiere ver del ámbar, lea
lo que dél escrive el Doctor Monardes en la segunda parte de su libro»
(1578/2005: 158, 219). De las voces indoamericanas que manejó Monardes me
he ocupado anteriormente, así como de los nombres de la flora ornamental de
origen americano que se empleó en la construcción del jardín real de la Casa de
Campo a finales del siglo XVI (2003, 2006).

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Barcelona y ese mismo 1493 varias veces traducida y editada en


Europa, pórtico, pues, de un nuevo ambiente cultural, y aun
e m ocional, dominado por el asombro ante el Nuevo Mundo (Green-
blatt, 2008)3, y el mito de un paraíso terrenal situado en América
aún resuena en la carta que Linneo escribe a su discípulo Loefling
antes de que éste partiera de Cádiz con la Expedición de Límites
al Orinoco de 1754:

Toda la maravillosa América será descrita por primera vez por


V. M.; ese destino le han reservado los siglos a V. M. y a su época.
¡Quién pudiera estar con V. M. un solo día en el más maravilloso
de los paraísos! (Lucena Giraldo, 1993: 122).

Sin embargo, si en tantos aspectos el crucial hecho descubridor


alteró la vida de muchos individuos, sobre todo de los que primera-
mente tuvieron arrojo para acometer la aventura indiana y de los
que engrosaron las siempre inciertas corrientes migratorias poste-
riores, también de comunidades enteras del viejo continente y de
las que se formarían en el nuevo, ese asombro histórico, sentida-
mente plasmado en la exclamación de Murillo Velarde, con espe-
cial relevancia atañe a la trayectoria seguida por la lengua española
desde aquel trascendental 1492. Efectivamente, tomado el reino
nazarí de Granada cuando la implantación castellana en las Cana-
rias estaba a punto de ser total, difícilmente se hubieran abierto
otros horizontes a su geografía lingüística de no haber sido porque
el descubrimiento de América vino a romper márgenes territoria-
3 La misiva con la que se comunicaba a la Corte el Descubrimiento fue firma-
da por Colón al arribar a las Canarias el 15 de febrero de 1493 y enviada desde
Lisboa con el añadido de un ánima o apéndice. La valiosa pieza, no exenta de
los misterios que rodean la vida del marino genovés, fue impresa en el mes de
abril siguiente, sin duda para darle la mayor divulgación, y el 15 de junio del mis-
mo año se publicó una versión italiana. El enorme interés que tan señalado suce-
so suscitó en Europa produjo tres ediciones en Roma y otras tres en París, dos en
Basilea, una de 1494, y otra en Amberes, y traducida al alemán se imprimió en
Estrasburgo el año 1497 (Antequera Luengo, 1992). El éxito de la carta colom-
bina fue fulminante y su repercusión inmediata en las elites europeas, fascina-
das por un texto de añadidos ribetes fantásticos, pues el grabado que acompaña
la edición latina de Basilea de 1493, en el ejemplar conservado por la British Li-
brary (Greenblatt, 2008: 217), representa a los indios huyendo de unos estereo-
tipados españoles desembarcando de una nave de porte mediterráneo.

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les echados, abriendo inmensos dominios a su expansión. Bien


comprendería la nueva situación el humanista Hernán Pérez de
Oliva cuando el año 1524 censura al patriciado cordobés por la
desatención de la ciudad al Guadalquivir, cuya navegación hasta el
mar se había hecho más necesaria que en la Antigüedad, «porque
antes ocupávamos el fin del mundo y ahora en el medio, con mu-
dança de fortuna que nunca otra se vido», argumento semejante al
que por 1560 esgrimiría Tomás de Mercado al advertir que «solien-
do antes Andalucía y Lusitania ser el extremo y fin de la tierra, des-
cubiertas las Indias, es ya como medio» (Elliott, 1972: 93, 95)4.
Aunque el desconocimiento y la consiguiente fabulación de los
europeos respecto de muchas cuestiones indianas duraron siglos,
de manera que todavía a mediados del XVIII se vio obligado a la si-

4 Entre los fines expuestos en el prólogo de la nebrisense gramática de 1492


su autor asume el definido por el obispo de Ávila, presente en la escena cortesa-
na: «dixo que después que vuestra Alteça metiesse debaxo de su iugo muchos
pueblos bárbaros e naciones de peregrinas obras, e con el vencimiento aquéllos
ternían necessidad de reçebir las leies quel vencedor pone al vencido, e con ellas
nuestra lengua, entonces por esta mi Arte podrían venir en el conocimiento de-
lla», palabras que a Lapesa lo llevaron a concluir: «Estos presentimientos se con-
virtieron pronto en realidad: el descubrimiento de América abrió mundos in-
mensos para la extensión de la lengua castellana» (1985: 289). Esta opinión
histórica, que en don Rafael pudo ser mera efusión literaria, algunos lingüistas la
han tomado al pie de la letra, pero la empresa a la que el obispo de Ávila aludía
era la de expansión africanista que acometerían los Reyes Católicos, con inter-
vención del cardenal Cisneros, que continuaría Carlos V y acabaría en fracaso. La
gramática de 1492 ni podía servir ni se empleó para la enseñanza del español, ni
Nebrija siquiera era capaz de imaginarse el descubrimiento de América, pero sus
dotes proféticas se dan por ciertas en escritos más o menos especializados, y en
periódico de gran difusión recientemente se pudo leer que «Nebrija fue sin duda
un erudito v is i onario» y su A rt e «una gramática del español como lengua extranje-
ra», en relación con los famosos «pueblos bárbaros». A finales del XV el designio
de expansión norteafricana era sentimiento muy extendido, que manifiesta Juan
del Encina, «que ella mesma (la reina Isabel) en persona, assí como hizo sobre
Málaga y Granada, juntamente con el rey ha de passar allá», «ninguna guerra de
acá puede estorvar la conquista de allende» (C a nc i on ero, 47r), y desde luego el po-
eta y músico salmantino entiende bien el sentido que la palabra imperio tenía, ‘go-
bierno y poder (del Príncipe)’, «que no menos dexaréys perdurable memoria de
aver alargado y estendido los límites y términos de la ciencia que los del imperio», en su
dedicatoria al príncipe don Juan (32r), igual que identifica la excelencia lingüís-
tica con la corte, expresión del imperio: «O gran rey de gran potencia, / aunque
ser pastor me veas, / tu ecelencia/ me dará gran eloquencia» (35r).

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guiente advertencia el P. Gumilla, en el «Prólogo para la inteligen-


cia de la obra» de su Orinoco ilustrado:

Debo entre tanto prevenir a los que miran como fábulas las reali-
dades del Nuevo Mundo, con la noticia cierta de que están muy
bien correspondidos por otro gran número de americanos, que con
otra tanta impericia y ceguedad miden con la misma vara torcida las
noticias de la Europa, con que acá miden estos deslumbrados las
que vienen de las Américas. Es cierto que la notable distancia no só-
lo desfigura lo verdadero, sino también suele dar visos de verdad a
lo que es falso5.

EL PROBLEMA DEMOGRÁFICO

Las fantasías, los mitos y las ignorancias de todo tipo que durante
siglos han envuelto como espesa bruma la realidad americana, el
estudio de muchos, ciclópeo a veces, las expediciones científicas y
de exploración geográfica, con frecuencia heroicas, el ansia por
saber de sus países de los mismos americanos y de no pocos ex-
tranjeros, con el tiempo se han disipado. Pero en el aspecto lin-
güístico el arbitrismo, la cómoda sujeción a enseñanzas recibidas,
los excesos en el voluntarismo «teorizante» y, sobre todo, una insu-
ficiente atención a los textos han hecho que aún hoy sea motivo
de estériles pugnas, con visos de indefinida continuidad, un he-
cho fundamental como es determinar rigurosamente qué español
se llevó a América a finales del siglo XV y a lo largo del XVI, en su

5 Obviamente, en España siempre se tuvo un conocimiento más directo y real


de América que en los otros países europeos, hasta el punto de que por las fe-
chas en que Gumilla escribía las palabras arriba citadas, en 1758 el traductor in-
glés de la obra de Antonio de Ulloa advertía que sin los relatos españoles y por-
tugueses los británicos no hubieran conocido de Sudamérica más que las zonas
costeras «visitadas accidentalmente por marinos u hostigadas y saqueadas por
corsarios... (que) sólo pueden contar lo que han visto: ¿y qué idea podemos for-
marnos de una alfombra turca si sólo vemos los flecos?» (Lucena Salmoral, 1988-
1990: II, 543). No es raro, pues, que durante algún tiempo se prohibiera la publi-
cación del Diccionario Biográfico-Histórico de las Indias Occidentales o América de
Antonio de Alcedo, por creerse que incitaría las apetencias de potencias extran-
jeras por los ricos dominios americanos.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

unidad y en su diversidad regional. Este punto de partida resulta


imprescindible para determinar el papel que pudo jugar el anda-
lucismo, y el meridionalismo en general, en la configuración del
español americano, y para calibrar por ende en su justa medida la
exorbitada importancia que a la llamada «koiné antillana» en tal
formación dialectal se le ha concedido, habiendo sido tan corta la
efectiva duración del «período antillano», teniendo mucho que
ver asimismo las circunstancias geográficas y demográficas en la
explicación histórica de las un tanto simplistamente llamadas mo-
dalidades americanas de tierras bajas y de tierras altas.
En lingüística histórica se suele plantear como desiderátum
metodológico la necesidad de compaginar la historia externa con
la interna del mismo idioma, por el reconocimiento de que el pri-
mer factor puede condicionar la evolución del sistema lingüístico.
Sin embargo, no es infrecuente que este planteamiento quede en
una mera cuestión de principio, o en superficial aplicación de las
consideraciones extralingüísticas. Por lo que al español de Améri-
ca concierne, es imprescindible tener en cuenta el número de
quienes hablaban nuestra lengua al llegar la Independencia, su
dispersión geográfica y la densidad poblacional por regiones. Y al
adentrarse en esta problemática poderosamente llama la atención
la escasez de habitantes que por entonces sufría el Nuevo Mundo,
algo que arroja luz sobre el desarrollo lingüístico del período vi-
rreinal y al mismo tiempo ayuda a comprender la etapa histórica
que se iniciaría con la separación de la metrópoli.
La penuria demográfica aún chocaba más a los que en la época
la percibieron con sentido crítico, entre ellos el fino observador
que fue Darwin, quien el 14 de abril de 1832 anotaba lo siguiente
en su excursión a una hacienda a orillas del río Macâe, a menos de
200 kilómetros de Río de Janeiro: «Considerando la enorme área
del Brasil, la proporción de terreno cultivado es insignificante si se
la compara con lo que permanece en el estado de naturaleza; en
alguna edad futura, ¡qué vasta población no podrá el país mante-
ner!» (2008: 41). La extrañeza del viajero inglés hubiera sido ma-
yor de haberse alejado de la franja costera, por tierras mucho me-
nos pobladas, y tres meses después el joven naturalista repite
experiencia y observación al arribo del Beagle a Montevideo:

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Maldonado está situado en la ribera norte del Plata y no muy


distante de la entrada del estuario. Es una pequeña ciudad muy
tranquila y descuidada, construida, como sucede generalmente
en estos países, con calles que se cortan en ángulo recto. Tiene en
su centro una gran plaza, que a causa de su magnitud hace más
evidente la escasez de población. Apenas si se nota en ella vida co-
mercial, y las exportaciones se reducen a algunas pieles y reses vi-
vas. Los habitantes son en su mayoría propietarios de fincas, a los
que se agregan unos cuantos tenderos y los artesanos necesarios,
tales como herreros y carpinteros, que atienden a las necesidades
de estos oficios en un circuito de 70 kilómetros (56),

acentuándose la sensación de soledad en su internación por la lla-


nura uruguaya:

Al día siguiente fuimos a caballo a la aldea de Las Minas... La


región está tan escasamente habitada, que durante el día entero
apenas encontramos una sola persona. Las Minas es un lugar mu-
cho más pequeño que el mismo Maldonado. Está situado en una
pequeña llanura y rodeado por bajas montañas rocosas. La forma
tiene la acostumbrada simetría, y con su iglesia revocada de blan-
co, situada en el centro, adquiere linda apariencia (58)6.

Nada de extraño tienen estas impresiones darwinianas si se


piensa que la población brasileña hacia el año 1810 era de unos
3.000.000, y de unos 15.000.000 de todas las razas la de Hispano-
américa (Lucena Salmoral, 1988-1990: III, 30-31), y que en el do-
minio uruguayo apenas vivían 75.000 personas. Bien es verdad
que en cuanto al sector indígena no se contabilizaban los «indios
bárbaros», «indios bravos» o «indios de frontera», tanto por ra-
zones políticas como por las dificultades que el recuento conlle-

6 A continuación anota Darwin su paso por una pulpería aislada en el campo,


de noche frecuentada por los gauchos, tipo humano que parece interesarle mu-
cho y que describe con detalle (ibíd). Cuando al explorador inglés le extraña la
despoblación de la zona que recorre debe tenerse en cuenta que los dos lugares,
Maldonado y Minas, no están muy alejados y que se encuentran en la zona de
mayor densidad demográfica.

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vaba7, verdad es que las referencias demográficas para esta época,


más aún para el período anterior, han de tomarse por aproxima-
ción, no siendo raro que las cantidades aparezcan variables en
unas mismas fuentes. De hecho, el cómputo hispanoamericano
precedentemente propuesto para 1810 en la propia obra colectiva
se valorará en 16.910.000 para el año 1800 (1988-1990: II, 620),
aunque lo incontestable es la extraordinaria debilidad poblacio-
nal de la América española. Por esta referencia bibliográfica, en
vísperas de la Independencia Venezuela tenía unos 900.000 habi-
tantes (III, 147), de unos 940.000 es la estimación para Colombia,
de 1.100.000 para el actual Perú y de 5.800.000 para México (620,
714), dato que en 1803 anotó Humboldt. En la prensa bolivariana,
poco antes de llegar el definitivo triunfo independentista, se habla
de los «16 millones de hombres que están decididos a governarse
por sí mismos» (Correo, 7), y de «los 17 millones (de habitantes)
que existen en la América» (282), pero también de «diez y nueve
millones de americanos» (279, 286), y la suma crece a varios millo-
nes más, «si se ha de creer a los diputados americanos en las Cor-
tes, a 24», esto en escrito de procedencia peninsular (128), y a
«20.000.000 de hombres» americanos se refiere «un diputado de
Nueva Granada» en informe a lord Castlereagh (71), cifrando en
«tres millones y medio de hombres» la población de la Gran Co-
lombia (Venezuela, Colombia y Ecuador) el vicepresidente Fran-
cisco Antonio Zea en su Manifiesto del 15 de enero de 1820 (201).
Pero esta población, con ser tan sumamente exigua para la in-
mensidad americana, además se hallaba muy desigualmente re-
partida en sus diferentes dominios. Efectivamente, la conquista de
América había avanzado con gran rapidez, hasta el punto de que,
como recuerda Murillo Velarde (Geografía, 1):

El año de 1540, antes de cumplirse cinquenta años, se havían des-


cubierto immensos golfos, imperios poderosos, reynos grandíssimos,
provincias dilatadíssimas, gentes sin número, riquezas sin medida, y,

7 Este sector indígena estaba excluido del ámbito legal en el corpus constitu-
cional gaditano de 1812 por razones de civilización, y el requisito de estar ave-
cindados los privaba de la condición de la ciudadanía, no siendo, pues, parte de
la población censable, situación que de hecho se mantuvo en zonas de Hispano-
américa durante el siglo XIX y parte del XX (Quijada, 2006: 612-613).

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en fin, un Nuevo Mundo escondido por millares de años enmedio de


la tierra,

y, no teniendo España masa humana mínimamente suficiente para


colonizar convenientemente tan dilatados dominios, se hubo de
frenar la ocupación territorial con el intento, no acompañado del
éxito que el legislador pretendía, de acompasarla a su evangeliza-
ción y poblamiento; pues, según recuerda Dionisio de Alcedo y He-
rrera en su D ictamen del Orinoco ilustrado, «el año de 1560 determinó
la Magestad del Señor Phelipe Segundo las Ordenanzas 32 y 33 que
después se recopilaron como estatutos en el Derecho Municipal de
las Indias, para que cessassen las conquistas hasta la reducción y po-
blación de lo descubierto»8. A principios del siglo XVII el octogena-
rio Huamán Poma recordaría que «en tienpo de la conquista, quán
poca gente auía» (Corón ic a, 467), y en 1539 Castillo Maldonado iro-
nizaba, con un coloquial rezum a rs e, sobre las noticias oficiales que
desde México se dirigian al Rey: «las nuevas son tan grandes y el Vis-
rrey las a solapado asta enviar al Rey en este nabío, que digo lo que
se ha rrecumado: dizen que ai grandes ciudades y mucha jente, la tie-
rra más rrica que ay en el mundo, y estamos todos atónitos»9.
Así, pues, en la mayor parte de América lo más frecuente era la
fragilidad del nervio demográfico de comunidades regionales co-

8 La reducción de los indios de los montes a poblados era tarea de los misioneros,
pero las reducciones de los indígenas debían ir acompañadas de la población del te-
rritorio por colonizadores, algo por lo que clamaban aún a finales del siglo XVII los
capuchinos aragoneses en Cumaná, en insistente solicitud a la Corona del envío de
familias canarias que afianzaran el territorio de sus misiones y lo defendieran del
contrabando francés, por ejemplo con la carta de fray Lorenzo de Zaragoza, del 2
de julio de 1695: Archivo General de Indias (AGI), Audiencia de Santo Domingo,
legajo 641. Pero la situación respecto de los indios «bárbaros» o «bravos» en muchos
parajes no había cambiado demasiado entre la que motivó las disposiciones filipi-
nas de 1560 y la que para 1745 descubren estas palabras de Dionisio de Alcedo en
su citado Dictamen: «Y principalmente lo que han obrado y adelantado las Missiones
en aquella parte de la América, olvidada desde su primer descubrimiento por la dis-
tancia, por el extravío y por la inutilidad de los riesgos, no encontrando otras rique-
zas que las poblaciones de los infieles, esparcidas en las quebradas de los montes y
márgenes de los ríos, sin otro trato desde entonces que el que les han participado
las peregrinaciones y solicitudes de los RR. PP. missioneros para domesticarlos, re-
ducirlos a pueblos y instruirlos en christiandad y policía» (Orinoco, 74).
9 Tercera carta de las que se citan en la n. 38.

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múnmente en desigual implantación por los extensos territorios de


su ámbito administrativo, de modo que Lastarria, mientras anota
que «en el estado presente (1804) se regula que la población (del Pa-
raguay) pasa de 80.000 almas, con los 40.000 indios de los menciona-
dos catorce pueblos», advierte que «por lindar el gobierno de Misio-
nes Guaraníes y el del Paraguay con los dominios de Portugal y con
unos vastos desiertos donde vagan los gentiles, siendo precisas las ar-
mas para detener a los portugueses dentro de los límites más conve-
nientes a la Corona de nuestro Soberano...» (I, 38r, 46v-47r), preocu-
pación por la defensa de los despoblados dominios hispánicos del
Río de la Plata, con señalada atención a la Banda Oriental del Uru-
guay, de la que asimismo participó Félix de Azara10.
Ahora bien, el fenómeno demográfico no sólo repercutiría en
la economía y en la estrategia tanto política como militar que de-
mandaban zonas sensibles a la penetración extranjera, en tierras
rioplatenses y del Guairá, en el Caribe y en el sur de los actuales Es-
tados Unidos, sino también sobre ciertos aspectos lingüísticos, in-
dudablemente en lo que al voseo se refiere. La distribución poblacio-
nal igualmente tiene consecuencias lingüísticas, o es representativa
del fenómeno de la diferenciación dialectal. En relación a Colombia
se ha señalado que hacia 1778 en los altiplanos andinos se concen-
traba el 62 por ciento de la población, mientras que el 38 por cien-
to restante residía en un territorio mucho más amplio formado
por las vertientes y llanuras cálidas y tropicales del oriente, norte y
centro de Nueva Granada (Lucena Salmoral, 1988-1990: II, 685),
lo cual está en directa relación con la configuración del español
americano en sus dos grandes variantes, diferenciadas por una
mayor o menor incidencia de los rasgos originariamente meridio-
nales, con especial impronta de los de tipo andaluz y canario, pero
que no se reducen a la mera contraposición de tierras altas y bajas,
ni a la banal explicación de que los emigrados andaluces habrían
preferido establecerse en zonas cálidas costeras por una «afinidad

10 El ilustrado aragonés hace reiteradas advertencias de este tenor: «Mientras


exista tendremos despoblada la frontera del Brasil, por donde día y noche se aban-
zan los establecimientos portugueses sin respetar fe ni tratados, y, si no la poblamos,
habrán, antes de cuatro años, cortado a nuestras Misiones...» (Memorias, 17). Para
frenar la expansión luso-brasileña fundó en el centro de Uruguay San Gabriel de
Batobí, que nombró Batobí de Azara en uno de sus informes el comisionado real.

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climática» que ni la realidad ni las fuentes documentales avalan.


En las tres primeras décadas siguientes a 1492 los españoles sólo
dominaron tierras calientes y en esos años el predominio migrato-
rio fue andaluz, y siguió siéndolo al menos en todo el siglo XVI.
Pero cuando los conquistadores llegan a los altiplanos, en ellos
descubren mejores condiciones para el desarrollo agroganadero,
también para el trasplante de cultivos europeos, y las tan ansiadas
riquezas mineras, sin contar con el aliciente de la abundante ma-
no de obra indígena que ofrecían, y a esos nuevos territorios acu-
de lo más granado de las siguientes corrientes migratorias.
De las mismas Antillas salieron muy pronto muchos pobladores
de México y de Perú, y por ello debe someterse a crítica el decisivo
papel de generación dialectal que algunos atribuyen a un «perío-
do antillano» de tan corta duración efectiva, aunque, claro está,
no todos quisieran o pudieran mudarse de los sitios primeramen-
te descubiertos y colonizados. Y no se trata de una cuestión espe-
culativa, sino de fundamentación histórica, en la que debe saber-
se, por ejemplo, que en 1606 los habitantes de Santo Domingo
habían quedado reducidos a 648 vecinos, o que en Panamá, fun-
dada por unos 400, el año 1536 se alude a la existencia de poco
más de 200 personas, de manera que la población habría dismi-
nuido hasta la mitad de los efectivos originarios, aunque en 1607
se había recuperado hasta los 5.702 habitantes, y esto teniendo en
cuenta la estratégica situación de dicha ciudad (Mena García,
1984: 32, 173). Por su parte, la capital de Jamaica en 1599 apenas
contaba con 130 vecinos, y Francisco de Saavedra, durante su es-
tancia como prisionero en la isla, anotó: «Se ha dicho que al tiem-
po que los ingleses conquistaron la Jamaica (1655-1660) no había
en ella más de tres mil almas, la mitad con corta diferencia libres y
la otra mitad esclavos» (Morales Padrón, 2004: 99).
En parte del XVII y sobre todo en el XVIII la emigración espa-
ñola ya no fue principalmente meridional, sino de las regiones can-
tábricas, gallegos incluidos, que siguió preferencias por los altipla-
nos mucho antes marcadas, circunstancia que seguramente
favoreció el desarrollo en ellos de una modalidad menos andalu-
zada. Estos factores, alguno más probablemente, pues el del aisla-
miento explica el carácter histórico del español de Chile, sin duda
han de tenerse en cuenta para evitar el tópico que todo lo simplifi-

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ca y poco aclara, porque asimismo debe considerarse que ya en


1494 advertía Colón de lo insanas que por «mudamiento de aguas
e aires» eran aquellas tierras cálidas de las que supuestamente tan-
to gustaron los «sevillanos»11. Se entenderá la desproporción po-
blacional antes consignada para la Nueva Granada en 1778 con el
testimonio de la intrépida Monja Alférez, quien, tras su estancia
en Santa Fe de Bogotá, recuerda en su autobiografía: «Pasé a Zara-
goza por el río de la Magdalena arriba. Caí allí enferma, y me pareció
mala tierra para españoles, y llegué a punto de muerte», esto salien-
do de América, pues de cuando llegó anotaba: «De allí (Cartagena
de las Indias) pasamos a Nombre de Dios, y estuvimos allí nueve
días, muriéndosenos en ellos mucha gente, lo cual hizo dar mu-
cha prisa a partir» (Erauso, 99, 165)12. Así que para escudarse en el
«período antillano», tomándolo como primordial base en la histo-
ria del español de América, sería preciso establecer su efectiva du-
ración sobre realistas criterios demográficos, alejados del tópico,
se necesitaría asimismo concretar qué español se asentó en las An-
tillas con las primeras migraciones, pormenorizando debidamen-
te lo que eran sus hablas meridionales, más allá de la apreciación
superficial y sin creer que todo fue cuestión del seseo, y, finalmen-
te, sin confundir léxico con fonética y gramática a cuento de la di-
fusión de voces taínas por tierras continentales.

11 Entrecomillo esta voz porque quienes defienden el determinante papel de


la «koiné antillana» en la formación del español americano, que tampoco des-
criben mínimamente, centran en Sevilla con práctica exclusividad el poder difu-
sor y normalizador del dialectalismo meridional tanto para la misma Andalucía
como para la lejana América.
12 A mediados del siglo XVIII esta región continuaba siendo muy peligrosa
para la salud de sus habitantes y sobre todo de los recién llegados. En su relato
sobre la expedición franciscana de 1756 fray Juan Serra, años después, recorda-
ría: «Mompós es de los parajes más calientes que yo he visto. Hace seis veces más
de calor sin inmutación todo el año que en España en medio de la canícula», y
que «en Honda el Comisario nos vistió, al uso de la tierra, de un sayalete azul
muy más ligero que nuestro sayal, para poder sostener los calores de aquel clima
en los caminos tan largos que nos quedaban, y tierra adentro hace mucho más
calor...», sin olvidar las plagas de los mortificantes jejenes, de cuyo hiriente ata-
que y de los rigores de un abrumador calor no se libraban ni el viajero andaluz
ni el aragonés durante la navegación por el Magdalena (Mantilla, 1993: 413).

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DISTANCIAS, AISLAMIENTO Y POBLACIÓN URBANA EN INDIAS

A mediados del siglo XVIII advierte Gumilla a los europeos que


«es necessario hacerse cargo que la vasta extensión de una y otra
América excede mucho al concepto ordinario que se hace de ella,
porque allá las leguas se cuentan a millares y los viages de 500 y
600 leguas se reputan por ordinarios», con el problema añadido
de «lo arduo y fragoso de los caminos» (Orinoco, 97). Anotaba,
pues, fray Reginaldo de Lizárraga que, saliendo de Talina, en el lí-
mite del Alto Perú, «desde aquí al primer pueblo de españoles de
la provincia de Tucumán, llamado Salta..., se ponen más de cien
leguas, todas despobladas, a lo menos por el camino que yo fui
siendo provincial de aquella provincia y de la de Chile» (Perú,
408), que «del valle de Salta dista la cibdad de Esteco, así llamada
la tercera en orden de Tucumán, cincuenta leguas de buen cami-
no carretero» (413) y que «de la cibdad de Esteco a Santiago del
Estero ponen cincuenta leguas, todas despobladas, a lo menos las
cuarenta, porque a diez leguas della llegamos a dos poblezuelos
de indios» (414), siendo excepcional que «de Jujui se llega en una
jornada al valle de Salta y pueblo del mismo nombre, de españo-
les, muy moderno, aunque más antiguo que el de Jujui», lugar este
poco antes poblado para asegurar el territorio y «para la quietud
de Salta por respecto de los indios de Calchaquí» (409, 410, 412).
Las distancias eran enormes y los viajes podían hacerse intermina-
bles, como el que según narra Rodríguez Freyle debió acometer el
arzobispo de Bogotá en 1625, provisto para el mismo cargo eclesiásti-
co en Charcas: «Tardó en este viaje más de un año, porque le andubo
por tierra y abrá más de ochocientas leguas», y el prelado que lo suce-
dió en la sede bogotana, anteriormente obispo de Tucumán, «para
venir a este arzobispado del Nuevo Reino de Granada atrabesó des-
de Tocumán a Chile, por tierra, más de ciento y 20 leguas, y de allí a
Lima y después al puerto de Guallaquil (sic) [por mar; de Guaya-
quil] a Quito [y] de Quito a Santafé por tierra, más de 200 y 20 le-
guas»13. La extraordinaria extensión del continente americano y el

13 Ca rnero, 153v, 155r. Según relata Lizárraga, «este viaje por mar del puerto del
Callao a Chile, agora veinte años, solía ser muy tardío, porque no hacían cada día
más que dar un bordo a la mar, otro a la tierra y surgir en la costa, y así están toda la

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proceso poblacional condicionaron la organización política y admi-


nistrativa del territorio, de acuerdo con lo que fue la sucesiva crea-
ción de organismos y ámbitos jurisdiccionales (virreinatos, capita-
nías generales, gobernaciones, audiencias, intendencias, etcétera), y
las grandes distancias indianas igualmente afectaron al quehacer de
la Iglesia, modificando, por ejemplo, la tendencia centralizadora de
los jesuitas en los límites de la provincia, por la fuerza de una reali-
dad periférica que en América del Sur propició las misiones en Chi-
loé, Arauco y Paraguay (Moreno Jería, 2007: 409).
No en todas partes existía un «buen camino carretero» como el
que recorría las cincuenta leguas entre Salta y Esteco que conoció
Lizárraga, ni todas las estaciones eran igualmente favorables para
el viajero, pues, como el mismo dominico enseña, en el Tucumán
los ríos «al invierno son como el Nilo, salen de madre y extiénden-
se por aquellas llanadas regando la tierra, que allá llaman baña-
dos» (412). De esta extensa provincia los del Paraguay estuvieron
bastante tiempo incomunicados por el infranqueable Chaco, por
indios de guerra, en interminables distancias sin colonización es-
pañola14, hasta que, una vez más con noticias recogidas por el frai-
le extremeño, el capitán Juan de Garay, con mestizos y unos pocos
españoles, se aventuró «el río abajo» desde Asunción «a descubrir
la tierra y ver si podía dar con la comarca de Tucumán, para co-
menzar a tener comercio con ella y con el Perú, y no estuviesen allí
acorralados viviendo como bárbaros», fundando Santa Fe, orillas del
Paraná, y «a la sazón también de la cibdad de Córdoba había sali-
do otro capitán (Jerónimo de Cabrera) con gente hacia el Orien-
te, en busca del Río de la Plata», y así «fue Dios servido que los
unos y los otros se encontraron, recibieron y hablaron amigable-
mente, y desde entonces se comunica el Río de la Plata con Tucu-

noche, a cuya causa tardaban un año y más en llegar a Chile; conocí en aquel reino a un
español que, embarcándose sus padres para aquel reino, se engendró y nació en la
mar y tornó su madre a se hacer otra vez preñada, y no habían llegado al puerto de
Coquimbo; agora se navega en veinticinco y a lo más largo de treinta» (151-152).
14 En la parte rioplatense más colonizada, por la ruta de la Carrera Real de Bue-
nos Aires al Perú, la población hispánica, se ha visto por las citas de Lizárraga, era es-
casa y discontinua, pues, de nuevo con el cronista dominico, «de la cibdad de Córdo-
ba al primer pueblo de españoles del reino de Chile, desta parte acá de la cordillera,
llamado Mendoza, hay cien leguas tiradas, todas despobladas y llanas, camino carre-
tero, en el cual hay algunos ríos, al tiempo de las aguas, grandes» (430).

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mán y Tucumán con el Río de la Plata» (423, 424), estableciéndose


de este modo el contacto entre comunidades hispánicas antes se-
paradas y la vía para un intercambio comercial de largo recorri-
do15. Señaladamente fue desde muy pronto la yerba del Paraguay
objeto de la actividad comercial en tierras guaraníes, así lo comu-
nicaba Luis de Céspedes Jería al Rey nada más llegar a su goberna-
ción del Guairá en 1628, «fui al puesto de Maracayú, donde se co-
xe y haze la yerba, trato con que tienen algún refrigerio para
ayudar a pasar sus grandísimos trauajos los moradores destas ciu-
dades»16, producto que antes de esta fecha ya había alcanzado los
mercados peruanos, argentinos y chilenos, y que a las puertas de la
Independencia todavía era importante giro mercantil según los
apuntes del Consulado de Buenos Aires (v. lámina I)17, de modo
que Miguel de Lastarria, en 1804, afirmaba que «la yerba que benefi-
cian de estos yerbales y de los silvestres... es ahora el ramo más inte-
resante del comercio activo del Paraguay, Paraná y Uruguay, pues
sus consumidores en las provincias de aquel Virreynato, del de Li-
ma y del Reyno de Chile lo pagan con 800.000 pesos fuertes en
moneda» (Colonias I, 40r).
La notable relación topográfica levantada por el Ejército Expe-
dicionario en Venezuela de 1815 a 1819 no sólo señala las distan-
cias entre puntos estratégicos y núcleos de población, sino que, co-
mo era natural en un trabajo de fines militares, de continuo
atiende a las condiciones del terreno para la marcha de las tropas,
con anotaciones frecuentes como «dos horas y media de subida,
con muchísimo barro y monte», «pantanos intransitables», «la
15 Lizárraga ya menciona ese comercio entre Paraguay y Tucumán: «De Santa
Fe a Córdoba no hay más distancia de sesenta leguas, llanísimas, las treinta sin
agua, si no es en medio del camino un pozo muy hondo; empero de allí sacan
agua para las personas y los caballos y bueyes; el día de hoy se frecuenta mucho
este camino, y traen de Santa Fe bonísimo vino, y de la Asumptión, porque como
vienen el río abajo llegan en breve a Santa Fe, y muchas cosas de azúcar y conser-
vas bonísimas, como se hacen en Valencia» (ibíd.).
16 AGI, Charcas 30, R.1, N.1/1/ 1r.
17 Efectivamente, la yerba del Paraguay o yerba mate («de la Provincia del Para-
guay y de los Pueblos de Misiones») se vendía en los mercados de Montevideo,
Mendoza, Tucumán, Salta y Potosí, o en Cochabamba, a cuya plaza «la llevan de
Buenos Aires», según el Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-
1797: AGI, Buenos Aires, 21. Al mismo manuscrito bonaerense pertenece la pá-
gina de esta lámina I.

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Lámina I
Yeísmo, americanismos e indoamericanismos. Comunicación fluvial del Paraguay
(n. 17).
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DE LA COLONIA A L D E S P E RTA R I N D E P E N D I E N T E . CUESTIONES DE HISTORIA EXTERNA

quebrada de Mariquiche en invierno es intransitable», «desde la


salida de Barinas empieza una gran sabana, que en tiempo de in-
vierno es fangosa», y de los caminos abundan las menciones del ti-
po «estrecho y peligroso», «muy barrioso», los de Borburato a Cu-
yagua, «no sólo son los caminos intransitables para ruedas, sino
que la mayor parte no puede penetrarse a caballo», esto en un te-
rritorio espaciosísimo como el venezolano, con ciudades por lo
general de poca entidad poblacional y una población rural disper-
sa en hatos, conucos, rancherías y ranchos, haciendas y pulperías,
y en pueblos comúnmente de corto censo (Solano, 1991)18.
Pero la población, siendo en conjunto escasa, no estaba homo-
géneamente repartida, y en la misma Venezuela a principios del si-
glo XIX todavía había amplias regiones sólo pobladas de indíge-
nas y otras de escasa colonización criolla, lo que no mucho antes
pone de relieve el Mapa de la Provincia y Missiones de la Compañía de
Jesús del Nuevo Reino de Granada que precede al texto del Orinoco
ilustrado, en el cual todo el territorio comprendido entre las aguas
vertientes meridionales de este río y el Amazonas es de Naciones no
conocidas, excepción hecha de una prolongación de la nación cari-
va, que asimismo aparece en los Llanos con otros grupos tribales
en área también muy extensa punteada de misiones jesuíticas y ca-
puchinas, mientras la restante demografía se ve principalmente
centrada en zonas no muy distantes de la costa y en las estribacio-
nes andinas. Esta descripción cartográfica corrobora lo que al res-
pecto de los pueblos indoamericanos indicaba por entonces el
dictamen de Dionisio de Alcedo (v. n. 8), y la parte del mapa co-
rrespondiente a Colombia se halla en perfecta consonancia con la
distribución geográfica de su población hacia 1778; la misma reali-
dad manifiesta un mapa corográfico hecho hacia 1810 «De la par-
te oriental de la provincia de Barinas comprehendida entre el Ori-
noco, el Apure y el río Meta», donde se da la siguiente indicación:
«Llanos casi desiertos que se estienden desde las montañas de Mé-
rida, cubiertas de nieves perpetuas, hasta más allá del Orinoco, y
18 Abundan en este corpus observaciones tales como «es pueblo muy pequeño»,
«es un pueblo muy infeliz» (208), «su población está también dispersa» (212),
«su población es muy corta», «su población casi es ninguna» (213), «su población
es muy pequeña» (217), «población enfermiza» (219), «el pueblo de San Miguel
es miserable» (222), «pueblos bien infelices» (223).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

desde las cadenas de la costa de Venezuela hasta el valle del río


Amazonas» (Cartografía VI, 91). No habían cambiado demasiado
las cosas desde que a mediados del siglo XVII un capuchino arago-
nés expresaba así su experiencia sobre el terreno:

Caminamos poco más de beinte días por aquellos grandes y es-


tendidos llanos asta llegar a Acarigua, término de Barquisimeto o
Nueba Segouia, y en una sabana llamada Choro allamos a un capi-
tán, vecino de la Nueba Segouia, llamado Juan de Salas, que tenía co-
mo quinientas almas agregadas a una capaz iglesia cuyo capellán o
doctrinero era un soldado, por no hauer allado el dicho capitán un
sacerdote en tanto tiempo que quisiese estar con estos naturales,
aunque les ofrecía más que mediano estipendio para poder pasar19.

Porque la cartografía de época virreinal, que tan maravillosa-


mente representada está en archivos americanos y españoles, sobre
todo en el General de Indias de Sevilla, es complemento necesario
para la mejor comprensión de lo que sobre esta problemática ense-
ñan cronistas, informes de particulares u oficiales, relaciones cientí-
ficas y militares, censos de población, etcétera. Así, un mapa del do-
minio guaranítico de 1770 señala interminables Est a ncias de ganados
y Desiertos llenos de cavallos silvestres y de tigres, que separan las Est a ncias
de los españoles de la Ciudad de las Corrientes de los pueblos de indios
hasta poco antes reducciones jesuíticas, marcada también la separa-
ción entre la gobernación de Asunción y los Límites de los guaranís,
que encerraban grandes y e rv ales de yerva del Paraguay y bosques mui es-
pesos de toda especie de árboles, en que hay muchos de varias frutas20, con
vacíos de población y pequeño número de puntos urbanos para tan
vasta geografía, que hacen perfectamente creíble el número de ha-
bitantes atribuido en 1804 al Paraguay por Lastarria.
Para el Río de la Plata su precariedad demográfica y las exten-
sas zonas del Virreinato sin marcas de localidades hispánicas, o só-

19 AGI, Audiencia de Santo Domingo 641, 1v de la carta escrita por fray Lo-
renzo de Magallón el 2 de agosto de 1658.
20 «Missiones de los indios guaranís que estaban a cargo de los P.P. Jesuitas
hasta el año de 1768...», facsimilarmente editado en La iglesia en América: evange-
lización y cultura, Sevilla, Comisaría General del Pabellón de la Santa Sede en la
Expo 92, 1992, p. 198.

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DE LA COLONIA A L D E S P E RTA R I N D E P E N D I E N T E . CUESTIONES DE HISTORIA EXTERNA

lo con referencias a tribus o naciones indígenas, claramente se


descubre en el magnífico mapa que Miguel de Lastarria adjunta al
tercer tomo de su obra, manuscrito el año 1805. En él, poco más
abajo de Buenos Aires es ya territorio irredento para la administra-
ción colonial y su soporte demográfico; de hecho, en la inmensi-
dad patagónica la presencia española sólo en la segunda mitad del
XVIII se fijó en un par de establecimientos y algunos fuertes subal-
ternos (Gorla, 1984). Por lo que al Uruguay concierne, su pobla-
miento era mínimo antes de la fundación de Montevideo, entre
los años 1723 y 1730, y durante todo el siglo XVIII apenas contó
con dieciocho núcleos urbanos, casi todos a orillas de la desembo-
cadura del Río de la Plata, siendo los más interiores Melo, Belén,
éste en la ribera del río Uruguay, y San Gabriel de Batoví, cuyo fun-
dador fue Félix de Azara, en zona próxima a las posiciones brasile-
ñas (Luque Azcona, 2007: 303, 304). La desocupación de buena
parte de la Banda Oriental bien se aprecia en mapa de este domi-
nio levantado el año 177121, despoblación de sus tierras y exigüi-
dad de sus ciudades y villas que todavía en 1832 advertía Darwin, y
Lastarria insistía en que los virreyes de Buenos Aires «durante sus
mandos visiten por una vez... los establecimientos que deben ha-
cerse en el interesantísimo territorio despoblado de la banda
oriental del Uruguay hasta la costa del mar» (Colonias I, 54v). El
mismo Montevideo por 1808 apenas llegaba a los 9.000 habitan-
tes, a pesar del crecimiento que había experimentado en anterio-
res décadas (Luque Azcona, 2007: 67).
La distribución poblacional no había cambiado demasiado en
muchas partes de América desde la publicación del Atlas Maior de
Joan Blaeu en 1665; sí, naturalmente, el cómputo demográfico,
aumentado sobre todo en las ciudades, habiéndose continuado
las fundaciones urbanas de diversa entidad, como las que jalona-
rían la costa uruguaya a fin de mitigar la extrema despoblación del
Uruguay y territorios del mediodía brasileño, entonces de sobera-
nía española (mapa 54), y el mapa 60 del geógrafo holandés —co-
rrespondiente al Paraguay, Guairá, Alto Perú, Argentina y Uru-
guay— no se diferencia sustancialmente del que presenta Miguel

21 Sector del Río de la Plata correspondiente a Uruguay, con detalles de la bahía de


Maldonado: AGI, Mapas y Planos (MP), Buenos Aires, 92 B.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

de Lastarria para 1805, registrando el compendio cartográfico del


seiscientos una gran diversidad geográfica en cuanto al número y
la importancia de los asentamientos urbanos en Indias22. A finales
del período colonial no eran pocas las zonas americanas aún en fa-
se de colonización; recuérdese la fundación en Chiapas el año
1795 de San Fernando de Guadalupe (v. n. 45), o el interior de
Santo Domingo, nada digamos de Nuevo México o Texas. Un ma-
pa de 1774 con precisión señala las misiones y los fortines militares
en la línea avanzada ante la inhóspita e indomable región chaque-
ña, que sólo en pleno siglo XX fue enteramente sometida y coloni-
zada23. Corría el año 1898 cuando murió a manos de indios pilagás
el aventurero vasco Ibarreta sin haber terminado su exploración
del salvaje y desconocido Pilcomayo, que recorrió desde el curso
boliviano hasta cerca de su desembocadura en el Paraguay (Díaz
Sáez, 2004).
Para la comprensión de cómo se formó y evolucionó el español
americano el historiador de la lengua también debe acercarse a lo
que fue el desarrollo urbano en el mundo indiano, cuestión capi-
tal en la constitución de la sociedad hispanoamericana sobre la
que no faltan estudios, como para el Perú del quinientos (Durán
Montero, 1978). A principios del XVII San Luis de Potosí tenía
aproximadamente 500 vecinos (para contar los habitantes habría
que multiplicar por entre 3 y 6), Veracruz 400, Jalapa 200, México
15.000, Tegucigalpa 100, San Salvador 200, La Habana 1.200, San-

22 Comparando los mapas 49 y 50 se verifica el mayor conglomerado de nú-


cleos habitados en el altiplano mexicano frente a la muy poco ocupada Centroa-
mérica, como menor es la población de los territorios colombianos y venezola-
nos que aparecen en el 52, y semejante mayor densidad urbana se aprecia en
Perú por comparación con los territorios que un siglo después formarían el vi-
rreinato del Río de la Plata (mapas 60 y 63): Joan Blaeu, Atlas Maior (1665). His-
pania, Portugalia, Africa et America, reproducción de B. Taschen, Madrid, 2006.
23 Gran Chaco Gualamba, diseñado en la expedición del gobernador de Tucumán,
Jerónimo de Matorras, en el que se re p resenta el encuentro entre dicho gobernador y Pai-
kin, jefe de las naciones indígenas del Chaco: AGI, MP, Buenos Aires, 107. Ilustrativo
es el Mapa del Chaco, fronteras, ríos caudalosos y espresión de parte de sus naciones pa-
ra demostrar el seguro modo de sugetarlas, del mismo año, en el que se dibujan dos
t r azas de pueblos defendidos con fuertes y estacadas: AGI, Charcas, 574. A fina-
les del siglo XIX fundaría la ciudad de Clorinda, enfrente de Asunción, en la
provincia argentina de Formosa, el aventurero colono asturiano José Fernán-
dez Cancio.

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to Domingo 600, San Juan de Puerto Rico 300, Caracas 300, Carta-
gena 1.500, Panamá 500, Quito 3.000, Bogotá 2.000, Lima 9.500,
Pisco 150, Arica 100, La Paz 200, Santiago 500, Concepción 200,
Tucumán 250, Buenos Aires 200, Asunción 650 (Morales Padrón,
1988: 291), y unas 350 personas vivían en Montevideo el año 1728
(Luque Azcona, 2007: 66). Ya a comienzos del XIX, entre 1800 y
1825, algunas de las principales ciudades hispanoamericanas ha-
bían crecido considerablemente, pero sin llegar a ser muy populo-
sas, pues México tenía 137.000 habitantes, Veracruz 16.000, Santo
Domingo 8.000, Caracas 42.000, Lima 64.000, Cuzco 16.000, San-
tiago 35.000, Buenos Aires 55.000 y Montevideo 7.000, siendo que
la capital del Uruguay, sólo entre 1835 y 1842 recibiría unos 33.000
inmigrantes (ibíd.: 677, 680). Según fuentes bolivarianas, Bogotá
albergaba 40.000 almas hacia 1820 (Correo, 320), y para Van Young
(2006: 890), en el último tercio del XVIII la ciudad de México era
de unos 100.000 habitantes, de 50.000 Puebla, de 25.000 Guana-
juato y Guadalajara, de 20.000 Antequera (Oaxaca) y de 15.000
Valladolid (Morelia)24.
Pero hubo lugares de pequeñísima entidad, pueblos de muy
pocos vecinos y que con frecuencia se hallaban enormemente dis-
tanciados los unos de los otros, circunstancia que en numerosos
escritos se advierte; así, en los de fray Reginaldo de Lizárraga, o en
carta de Pedro Ruiz de Haro, escribano público de probable ori-
gen castellano-manchego, quien en 1554 decía al Rey de la mexi-
cana Compostela, primera capital que había sido de Nueva Gali-
cia: «Y crea V. M. questa çibdad no tiene más quel nonbre, porque
en ella no ay sino veynte bezinos, y pobres, que nunca an alcança-
do a hazer una casa de piedra, sino todas de paxa y adobes, y así lo
está el tenplo y yglesia de Señor Santiago»25. Abundan las noticias
de este tenor, ciertamente, pero tanto o más ilustrativos sobre el
particular son los numerosos planos existentes de fundaciones de
pueblos y ciudades del Nuevo Mundo, sea de localidades que no
han llegado a tener un gran crecimiento demográfico, como es el
24 Siempre teniendo en cuenta lo meramente aproximado de estos censos,
pues mientras Morales Padrón le concede 7.000 habitantes a Montevideo, por
las mismas fechas son 9.359 para Luque Azcona, quien atribuye 168.846 a Méxi-
co y 28.000 a Bogotá para el año 1810 (2007: 315).
25 AGI, Guadalajara, 30, 51v.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

caso de Nueva Palencia26, sea de las que llegarían a ser grandes ca-
pitales, como Caracas, de tamaño urbanístico y número de habi-
tantes originariamente no muy superiores a los de la poco después
poblada localidad novopalentina27. Un muestreo ilustrativo sobre
el problema poblacional en la colonización indiana es el que pro-
porcionan las siguientes trazas: de Buenos Aires (1583), con los ti-
tulares del «repartimiento que hizo el general Juan de Garay a los
fundadores», Mendoza (1561) y los propietarios de las cuadras, Lima
(1611 y 1626), Trujillo (1687), Cartagena de Indias (1594 y 1597),
Panamá (1609), Santo Domingo (1608), Coatepec (1579), Con-
cepción, con la nómina de sus vecinos (1603), Huaxutla (1580)28.
El crecimiento de la población se produjo continuamente, claro
está, en proporciones diversas según las zonas hasta los cómputos
que para comienzos del siglo XIX se han visto, y el proceso demo-
gráfico también puede seguirse por medio de las plantas urbanís-
ticas, que cada vez se levantarán en mayor número y con más pre-
cisión técnica. Aunque en el umbral de la Independencia aún
eran acuciantes las necesidades de poblamiento y, por ende, de co-
lonización en muchos territorios americanos, y así para la inmen-
sidad argentina están los dos planos del proyecto «de la villa que se
había de fundar junto al fuerte de el Sauce con el nombre de Villa
de la Carlota», orilla del río Cuarto, años 1789 y 1793, el de 1794
de la poco antes fundada «Villa de la Concepción del río Quarto»,
con unas pocas cuadras ocupadas, otras dos trazas de 1805 del
pueblo de las Conchas, junto al río del mismo nombre, de muy
corto número de habitantes y con cambio de la población al Alto
de la Punta, o uno de 1793 del «pueblo que se intenta titular La
Luisiana», en el «camino de Mendoza a Buenos Ayres por la Carlo-
ta», con casi todos sus solares vacíos29. Si pasamos al otro extremo
de la América española y comparamos el plano de San Agustín de

26 Traça del pueblo y ciudad de la Nueva Palencia, poblada por el capitán Juan Mar-
tín Hincapié, del año 1594: AGI, MP, Panamá, 277. Un pueblo y caserío del mis-
mo nombre hay en el municipio de Mariño, estado de Sucre.
27 Fundada el año 1578 con el nombre de Santiago de León: AGI, MP, Vene-
zuela, 6.
28 Referencias archivísticas por el mismo orden: AGI, MP, Buenos Aires, 11,
221; Perú, 6, 7, 14; Panamá, 10, 11, 27; México, 10, 51, 16.
29 AGI, MP, Buenos Aires, 171, 187, 216, 217, 185.

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la Florida de 1595 con los de 1737 y 1779 de la misma ciudad, su


incremento constructivo y demográfico en los del siglo XVIII es
considerable, teniendo en cuenta también la guarnición que de-
fendía este enclave estratégico y los pequeños pueblos de su entorno
que se le habían agregado, mientras que San Carlos, en la emboca-
dura del Misisipi, por 1769 estaba arruinado y casi despoblado, y
en el plano de Pensacola de 1781, a la sazón con importante guar-
nición, el ingeniero militar anota: «Isla de casas de mucha exten-
sión por los huertos y jardines, lo que hace parecer el pueblo ma-
yor de lo que es»30.
Sumamente precaria fue la población en los anchos dominios
que van desde el Misisipi al golfo de California, que a lo largo de
1.280 kilómetros recorrió en 1599 la expedición de Oñate, estable-
ciendo únicamente los tres pequeños pueblos de Santo Domingo,
San Juan y San Gabriel, perdidos en el extenso Nuevo México31.
La débil presencia hispana en Texas un siglo después se aprecia en
el Mapa de la provincia donde habita la nación casdudacho, hecho en
1691 siendo Domingo Terán de los Ríos su primer gobernador32, y
la frágil colonización en los territorios situados al norte del Río
Grande igualmente se verifica en el levantamiento cartográfico
del viaje que el año 1690 hizo el gobernador Alonso de León des-
de Coahuila hasta la Carolina, en el del Paso por tierra de la Califor-
nia y sus confinantes y nuevas naciones y misiones de la Compañía de Je-
sús en la América Septentrional, descubierto, andado y demarcado por el
Padre Eusebio Kino, jesuita, desde el año 1698 hasta el de 170133, o en el
Diario de la expedición de fray Francisco Garcés al puerto de San
Francisco con Juan Bautista de Anza y fray Pedro Font en 177534.

30 AGI, MP, Florida y Luisiana, 4, 54, 79, 86, 247.


31 Relación de lo que don Juan de Oñate, gobernador de las provincias de Nuevo Méxi-
co, envía de lo sucedido en su jornada, a dos de marzo de este año de 99, en San Juan del
Nuevo México: AGI, Patronato, 22, Ramo, 13.
32 AGI, MP, México, 90.
33 AGI, MP, México, 88, 95.
34 AGI, Guadalajara, 516, núm. 36. De gran interés asimismo es el coetáneo
Diario del viaje de tierra hecho al norte de California de orden del Marqués de Croix, por la
tropa destinada a este objeto al mando del capitán Gaspar Portolá, al término del docu-
mento, en «Puerto y Real de San Diego, siete de febrero de mil setecientos y se-
tenta» (73r): AGI, Estado, 43, N. 7, 2.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

SOCIEDAD INDIANA Y CRIOLLIZACIÓN LINGÜÍSTICA

Hace tiempo que vengo aclarando lo que entiendo por criolliz a-


ción como proceso general de formación y de expansión social del
español americano, una modalidad de nuestra lengua que se haría
propia de los criollos americanos, es decir, de los hispanohablantes
nacidos en la indiana tierra, que durante bastante tiempo, en su in-
mensa mayoría, fueron descendientes de españoles. Pero como el
concepto no es étnico sino lingüístico, la criollización asimismo in-
cluye a los mestizos, que no pocas veces se vieron incluidos en la
misma clasificación tipológica, a los africanos arrastrados por el trá-
fico esclavista, criollo se llamó también al negro nacido en América
generalmente como sinónimo de l ad in o, frente al b oz a l llegado de
África y desconocedor del español, entre los mulatos la asimilación
idiomática sería mucho más rápida y común, al indio españolado y
por supuesto a las minorías extranjeras que vivieron en la América
española. No se trata, pues, de la creación de un pidgin o créol e, len-
guaje mixto y con acusado desarraigo respecto de una sola lengua
matriz, pues de más de una participa su sistema, sino del resultado
de la nivelación de los rasgos dialectales de origen español en un
nuevo marco geográfico y social en el que los viejos límites regiona-
les se rompen por las mezclas que experimenta la población inmi-
grante fundamentalmente, aunque junto a otros factores, mientras
que en España las fronteras de las antiguas variedades regionales
apenas experimentaron cambios. Hablamos, pues, del fenómeno
de conversión de la diversidad hispánica llevada a América en otra
que, sin romper amarras con sus orígenes, adquiere caracteres so-
ciolingüísticos y dialectales propios, tanto en sus rasgos unitarios
como en las diferencias lingüísticas desarrolladas o conservadas en
distintos territorios del inmenso dominio americano. En puridad,
esto es lo mismo que hablar de la formación y desarrollo del espa-
ñol de América, sólo que el ser o no ser criollo del individuo fue as-
pecto importante en la modulación lingüística que se estaba ope-
rando, también porque la conciencia de criollismo idiomático
acabaría asumiéndose en la sociedad hispanoamericana35.

35 En otras partes me he ocupado de la problemática que la nivelación ameri-


cana comporta (así, en 1996a: 31-38, 1999: 300-312, 2008a: 32-46). Insisto, pues

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La pequeñez de muchos núcleos urbanos facilitó la criolliza-


ción del español llevado a América, al propiciar el intercambio de
las distintas modalidades dialectales de los emigrados y su estrecha
relación con los nacidos en el Nuevo Mundo, así como la interfe-
rencia con individuos de otras razas, indios y africanos. Para la
comprensión del intercambio lingüístico, extranjerismos inclui-
dos, será bueno saber, por ejemplo, que en la descripción del pue-
blo y puerto venezolano de Caraballeda hecha por el obispo fray
Pedro de Ágreda el 23 de agosto de 1574 se hace constar que «es
Caraballeda un pueblo de hasta diez o doce vecinos españoles, ca-
si todos portugueses», o que del año 1602 a 1605 en la guarnición de
La Guaira se juntaban vascongados, castellanos, andaluces, algún
cántabro, aragonés y catalán, con portugueses y griegos candiotas,
al lado de criollos dominicanos y caraqueños, blancos y mestizos,
acompañados todos de indios y esclavos de ascendencia africana,
aquellos «veinte negros esclavos con algunas negras» que el gober-
nador Francisco Mejía de Godoy sugería se llevaran para el mante-
nimiento y reparación del fuerte, porque «la tierra es muy a pro-
pósito para la conservación y multiplicación de los dichos negros»
(Gasparini y Pérez, 1981: 44, 103-106)36.
Sumamente difícil de precisar es cómo se produjo el proceso
de nivelación en la individualidad de hablantes, cada uno con su
manera lingüística de ser, más costosa de cambiar en los que de Es-
paña llegaban con sus hábitos idiomáticos consolidados, mucho
más factible entre los criollos, que de niños participaban de la he-
terogeneidad dialectal y cultural de la comunidad indiana. Los
siempre hay quien no quiere entender lo meridianamente claro que empleo el
sustantivo criollización, porque el proceso lingüístico muy principalmente se dio
entre los criollos, que en el desarrollo del español mexicano ganaron una de las
primeras notas, si no la máxima, de su identidad cultural. Nunca la expresión
lengua criolla ni otra que tenga nada que ver con términos como pidgin, créole, ha-
blar acriollado o simplemente criollo. Como con toda razón los rechazó Alvar
(1996: 97, 98), negando que el español de Luisiana fuera «residual, ni acriollado,
ni cualquier otra ocurrencia tan poco afortunada como éstas», sino «un esplén-
dido español, vivo, riquísimo y expresivo», después de referirse a «un libro que
no podemos llamar afortunado» de Lipski, amigo de ver hablas criollas, princi-
palmente afroamericanas, por todos lados.
36 En otra parte me he ocupado del papel de «los otros europeos» y del «afro-
negrismo» en el español americano virreinal (1999: 162-198); más tarde, con
nueva atención documental, a la cuestión afroamericana (2004a).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

emigrados, como es natural, tenían mayor proclividad a la criolliza-


ción léxica que a la fonética y gramatical, y son numerosos los testi-
monios de españoles de todas las procedencias regionales que aca-
ban familiarizados con el vocabulario peculiar de los indianos, y
en cambio son raros los casos de quienes experimentan importan-
tes alteraciones en su pronunciación originaria, especialmente en
la tocante al seseo y a la pronunciación de /h/, si pasaron al Nue-
vo Mundo distinguiendo la ese de la interdental y con la velar fri-
cativa /x/. Pero hay ejemplos de ello, sobre todo respecto del fe-
nómeno seseoso, más de los que hace años supuse, entre ellos el
de fray Reginaldo de Lizárraga, nacido hacia 1540 en ciudad ex-
tremeña que recordará mucho después, «el fundador es natural
de Medellín, e yo nací en aquel pueblo», viajero con quince años
de edad junto a su familia a Quito, donde un hermano suyo ejerce-
ría el oficio notarial. El joven emigrado ingresó en el convento li-
meño de Nuestra Señora del Rosario, donde al recibir el hábito
dominico el año 1560 dejaría de llamarse Baltasar de Ovando.
Compuso su crónica rondando los setenta años, tras larguísima es-
tancia en tierras indianas, como él mismo recuerda:

Descendiendo en particular a nuestro intento, trataré lo que


he visto, como hombre que allegué a este Perú más ha de cincuen-
ta años el día que esto escribo, muchacho de quince años, con mis pa-
dres, que vinieron a Quito, desde donde, aunque en diferentes
tiempos y edades, he visto muchas veces lo más y mejor deste Pirú,
de allí hasta Potosí, que son más de 600 leguas, y desde Potosí al
reino de Chile, por tierra, que hay más de quinientas, atravesando
todo el reino de Tucumán (56, 57).

Lizárraga, por su temprana edad en la emigración y por su me-


dio siglo de vida americana, muestra todos los efectos de la criolli-
zación lingüística, plenamente identificado con el léxico indiano,
«tazas para beber, que llamamos cocos», «cúrase con una raizilla...,
llamámosla en estas partes contrayerba», «pobladas de chácaras, como
las llamamos en estas partes..., a las aceitunas llamamos criollas», «un
soldado, así llamamos a los solteros que no tienen casa conocida»,
«el ganado, que en grande abundancia se multiplicó, vuelto silves-
tre y bravo, y, como acá llamamos, cimarrón». En el manuscrito origi-

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nal de Lizárraga hay abundantes muestras gráficas de su seseo en


formas como conose, cresen, dose, yglecias, mereser, meresido, nesçeçida-
des, quinse, sertificó, sinco, susedió37.
La criollización de Lizárraga, casi con toda seguridad, fue com-
pleta y sistemático su seseo, pero mayores problemas de compren-
sión ofrece el sorprendente caso del salmantino Alonso del Casti-
llo Maldonado, hijo del doctor Alonso del Castillo, hermano de
un canónigo de la catedral de Salamanca y de Francisco, nombra-
do oidor de Audiencia en Nueva España y muerto a poco de arri-
bar a su destino mexicano, así como cuñado del doctor Bricio de
Santisteban, a quien dirige las tres cartas que a continuación co-
mento. Nuestro Alonso se determinó «a servir a su Majestad a mi
costa y vendiendo de mi azienda para los gastos del camino», en la
expedición a la Florida de Pánfilo de Narváez el año 1527. Partici-
pó en la increíblemente penosa aventura que lo llevó a recorrer
más de 10.000 kilómetros del suroeste de los Estados Unidos, en
cuyo transcurso sufrió prisión de los indios durante ocho años —de
la que sólo escaparon él mismo, Cabeza de Vaca, Andrés Dorantes
y el negro Esteban—, triste experiencia que una y otra vez le viene
a la memoria en sus misivas, así en estos recuerdos: «Escriví a vues-
tra merçed de mi venturosa salida a puerto de claridad», «enbié a
vuestra merced la rrelación de mis trabajos y miserable vida pasa-

37 Biblioteca de la Universidad de Zaragoza, ms. 377, en los folios 437, 475,


477, 478, 481, 483, 488, 490, 491, 492, 493, 509, 526. Tanto o más frecuentes son
las rectificaciones de lapsus por formas canónicas (comensaron, fortalesas, riezgo en
començaron, fortalezas, fuerças, etc.), demostrativas tanto del mismo fenómeno fo-
nético como de un prurito de corrección ortográfica, criterio cultural por consi-
guiente, sobre todo porque en el extenso corpus son frecuentes los hechos gráfi-
cos de ambos signos. Del hablar de su Extremadura natal pudo llevar Lizárraga
el yeísmo indicado por Ballano ‘Bayano’, folio 87 del segundo libro, y la neutra-
lización de /-r, -l/ en borvió corregido como bolvió y carcañales ‘calcañales’ (145,
207). Y de procedencia extremeña podría ser su jerbilla ‘hebilla’, todavía usual
en el mediodía peninsular, que por su trueque de j (x) por h revela la pronuncia-
ción /h/, y no /x/, también representada en América por idénticas alternancias
grafémicas (h-x, g, j) en numerosos textos desde el siglo XVI, en el de Lizárraga:
«Les raerá (a las mujeres) los cabellos de sus cabeças, les quitará los chapines y
xerbillas bordadas, las medias lunas, rodetes, las cadenas y collares de oro» (172,
libro primero, cap. 51). Otro extremeño, Luis Martín, emigrado a México, en
1571 pondría en una carta hihos («vnos hihos de Martín Hernández, vezino de la
villa de Serrejón...»), que he reproducido en facsímil (1999, lámina V).

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da y que nuestra salida avía sido sin ninguna rriqueza, sino nues-
tras personas, y yo tan viejo y tan lleno de canas, mostrando el po-
co rrefrijerio que avía tenido», como argumento también para la
petición de mercedes:

Mis compañeros son idos (a la corte) a pedir de comer y yo, por


me aver casado, no puedo yr allá y por estar mui cansado, y que es
notorio yo no pasar de treynta [y] ocho años y estoy tan cano co-
mo si vuiese ochenta años; ya lo estoy más a de seys años, porque
izo en mi cuerpo enprensión la vida miserable que tenía de andar
en carnes y servir de traer leña a cuesta y agua [para] que vibiesen
los yndios y, pues Dios fue servido de sacarme de allí y traerme a
tierra de cristianos en salvamento, es mui justo me den de comer
onrradamente; si no, que Dios se lo demande, como personas que
tienen en poco lo que Dios guardó más de ocho años sin comer
cosa que se sienbre ni comer sal38.

En su carta de 1537, Castillo Maldonado escribe ececibos ‘exce-


sivos’, nececidad, nececidades, nececario (la segunda c por ç), favoresca
y Vásquez, no con la ese sigmática, inexistente en sus misivas; ececi-
vos, nececidad (los tres registros de esta palabra), Álvares y Vásquez
en la de 1538, y meresco en la de 1539, con un muriesen que parece
enmendado sobre muriecen, pero no es de lectura segura. De todos
modos, ahí están sus grafías seseo-ceceosas, en el caso de c por s fi-
jadas en las mismas palabras siempre que éstas aparecen en los ci-
tados textos epistolares. En Castillo Maldonado la pronunciación
confundidora seguramente no fue de realización sistemática, sino
polimórfica, pero aun así resulta llamativa en quien había emigra-
do con veintisiete años y sólo llevaba unos diez de residencia en In-
dias en el momento de redactar la primera carta39. Ahora bien, las
circunstancias de su vida indiana pudieron determinar un perso-
nal cambio lingüístico que en verdad resulta extraño; efectiva-

38 Esto, y las referencias lingüísticas que siguen, en sus cartas: México, 20 de


diciembre de 1537; Tehuacán, 25 de junio de 1538; México, 20 de septiembre de
1539: Archivo de la Real Chancillería de Valladolid (ARChV), Pleitos Civiles, Pé-
rez Alonso, Fenecidos, caja 647-1. Los tres textos epistolares son autógrafos.
39 Castillo Maldonado muestra en sus cartas rasgos lingüísticos propios de su
tierra norteña, como para la época era la pérdida de /h-/ (a l l a r, azer, yjos, o lg ad o),

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mente, más de ocho años los pasó el salmantino en un medio ex-


pedicionario de acusada impronta andalucista, ambiente que to-
davía hubo de acentuarse más mientras el grupo disminuía en los
combates y en la servidumbre a que se vieron sometidos los super-
vivientes. Apenas recobrada su libertad, Castillo Maldonado casó
«con vna dueña, mujer de vn conquistador desta tierra, de muy
buena fama y linpieza de su persona y moça», viuda del andaluz
Juan Ruiz de Alanís, con quien había tenido descendencia, «y son,
de los yjos que tiene, dos chiquitos». Se había recompuesto el gru-
po familiar mezcla criolla y peninsular, sustituido por un norteño
el difunto varón andaluz de larga experiencia indiana, emigrado a
Indias en 1513, con estadía cubana y paso a México entre los con-
quistadores (Boyd-Bowmann, 1964: 105), pero el andalucismo fo-
nético había impregnado ya al que heredó su papel marital.
Situaciones familiares semejantes a la vivida por Castillo Maldo-
nado fueron frecuentes en aquellos años y en todo el período co-
lonial. Un Pedro de Carranza escribe a su padre en Castro Urdia-
les el año 1671: «Señor, yo me casé en este mineral y pueblo de
Tegusigalpa con vna moza hixa de buenos padres, nobles y descen-
dientes de la Montaña y Vizcaia... Tengo en ella cinco hixos que
encomiendan a Dios a vuestra merced»; el burgalés Faustino de
Manero, desde Oaxaca, en 1783 comunica a su hermano en la villa
de Cerezo: «En quanto a nuestro hermano don Víctores y su casa-
miento, puedes escribirle la enorabuena. Tiene ya una niña y un
niño mui lindos, y en orden a su madama te signifiqué anterior-
mente ser de todas circunstancias de las familias primeras que po-
blaron este país»; y un riojano, Manuel de Frías y Quejana, por car-
ta fechada en Salta el 12 de marzo de 1794, agradece a su tía,
monja de San Salvador de Cañas (La Rioja), «vuestra merced en
favor de estos sus sovrinos americanos, que le parecía no había tales
hombres en el mundo», y fueron muchos los casos de relaciones
no sacramentadas, como la mantenida por el cántabro Simón de
Carranza con una criolla en sus andanzas de mercader por Chile a

la vocalización o pérdida de /-b/ implosiva (civdad, cidades, viuda), el uso cons-


tante de meitad, un ejemplo de laísmo, «que la traían muchos casamientos de on-
bres rricos», segunda misiva (3r, línea 13), pero también los que eran comunes a
todo el español peninsular, con su exclusivo uso de la -s-, y el intercambio de b y v
(ececivos-ececibos, biba, boluntad, malbibir).

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principios del XVIII, de la que quedaron dos hijos naturales (Mar-


tínez Martínez, 2007: 295, 377, 533, 640).
Por lo que al fenómeno seseoso se refiere, el hecho textual no
varía entre los siglos XVI y XVIII. En el quinientos son muy raros
los documentos dados en Indias por peninsulares emigrados en
edad adulta que manifiesten el seseo, no siendo de procedencia
andaluza, y algo parecido sucede hasta finales del período colo-
nial. No presenta grafías seseosas Alfonso Martín de Brihuega,
burgalés, en su carta escrita el 1733 en Zacatecas, ni Francisco de
Almancaya, zamorano, en la que redacta en Chuquisaca el 1750, a
pesar de haber viajado aún muchacho, «sólo se me dieron alimen-
tos hasta la edad de 12 años, en que me vine con el señor Callejas»,
ni el también burgalés Narciso Montero en la que compone el 1795
en Tetepango40. Aunque puede darse algún caso como el del cánta-
bro Francisco Jorge de Quintana, que en texto epistolar escrito el 15
de julio de 1785 en Cádiz, a bordo del paquebote que lo traía de Co-
lombia, donde había sido capitán de milicias, y tras más de treinta
años de permanencia en América (Martínez Martínez, 2007: 505),
comete un desliz confundidor (ancias ‘ansias’), muestra su tenden-
cia al antihiatismo (Juaquín), también con el hipercorrecto noticea
(«la primera noticea que tubieron de paz»), y emplea los arcaizantes
onde ‘donde’ y haber transitivo: «No me allo con tiempo ni fuerzas
para más y sin más papel que este que h ube de un libro biexo», con
los usos léxicos botarse ‘echarse’ («y prontamente se botaron al cor-
so»), y solicitar ‘buscar’: «Deme vuestra merced noticia prontamente
a Madrid por persona de su sagtisfación, que este me solicite en la
calle Jacometrenzo, Posada de la Águila, que está a espaldas de la
plaçuela de la Cevada, junto a las cantarillas, según me acuerdo de
muchos años, y porque aunque yo no biba en ella, pasaré allí a solici-
tarla. No puedo dar de aquí otro conocimiento»41.
Pero los emigrados que no se muestran tocados por el seseo, los
más, de llevar un tiempo considerable residiendo en Indias en sus
escritos mostrarán otros usos que se estaban haciendo característi-
cos del español americano, o que ya estaban consolidados, como
40 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Olvidados, caja 738-2; Pleitos Ci-
viles, Alonso Rodríguez, Depositados, caja 521-2; Pleitos Civiles, Lapuerta, Olvi-
dados, caja 2196-1.
41 ARChV, Pleitos Civiles, Zarandona y Balboa, Olvidados, caja 3657-2.

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en la carta limeña de 1726 del cántabro Mateo de la Vega, sin gra-


fías seseosas, con el recurrente sintagma de doble referencia pose-
siva («su madre de vuestra merced», «su hermano de vuestra merced»),
igual que la de México de 1730 de Retes y Luyando, afecta al em-
pleo de agarrar y al diminutivo -ito: «La inttenzión que tiene de
agarrar el poder, que nunca berá para esa administrazión, y la chi-
quita me da a enttender quiere ser relixiosa», del mismo en otra de
1731 aparecer pronominalizado («quando menos lo piensen me e de
aparezer ay») y palo ‘árbol’ en una más de ese año42, de nuevo agarrar
en la ya citada misiva de 1795 de Montero dada en Tetepango, jun-
to a un luego ‘inmediatamente’ repetido, «porque su madre los
agarrará (los 1.500 reales) y jugará luego luego como acostumbra
hacer», con un cajonillos sin infijo -c-: «pienso que por diferentes
cajonillos de comerciantes procurará tomarlos». Y el impersonal
haber pluralizado se encuentra en la misiva fechada en Chuquisaca
por Almancaya el año 1750: «Suplico a vuestra reverencia que de
los caídos que huviesen de las aziendas de mis legítimas me remita
vna pieza de paño negro». Entre los criollos el seseo es general,
con frecuencia acompañado del yeísmo que revelan los intercam-
bios de ll y y, como se comprobará por el muestreo textual que co-
mentaré más adelante. Dado que el fenómeno de nivelación dia-
lectal, y de la asunción, desarrollo evolutivo y fijación social de los
rasgos lingüísticos hispanoamericanos tuvo lugar del modo más
favorable y sistemático entre los hablantes criollos, mejor desde
luego que en los emigrados peninsulares —los no andaluces, claro
está—, en la cronología del español de América las proporciones
demográficas suponen un factor sin duda determinante. Y es un
hecho cierto que muy pronto los nacidos en Indias superaron nú-
mericamente a los procedentes de España, lo cual se afirma res-
pecto del Perú, y en parecido sentido se indica sobre la Nueva Es-
paña, «según acá se dize», en carta del gobernador García de
Castro del 2 de abril de 1567:

V. E. entienda que la gente de esta tierra es otra que la de antes,


porque los españoles que tienen de comer en ella los más de ellos

42 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Fenecidos, caja 2288-1; Pleitos


Civiles, Ceballos Escalera, Olvidados, legajo 421.

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son biejos y muchos se an muerto, y an sucedido sus hijos en sus


rrepartimientos, y an dexado muchos hijos; por manera que esta
tierra está llena de criollos, que son estos que acá an nacido (Cés-
pedes del Castillo, 1986: 195).

Desde luego en el siglo XVIII los peninsulares constituían una


exigua minoría en la población hispanoamericana, de apenas el 1
por ciento, y unos 100.000 individuos emigrados en esta centuria
(Lucena Salmoral, 1988: III, 30, 31), pero aunque no existen esti-
maciones seguras sobre el setecientos, parece ser que en él hubo
una drástica disminución migratoria en comparación con el siglo
XVI, pudiéndose afirmar que como máximo un millón fue el nú-
mero de españoles que pasaron al Nuevo Mundo en todo el perío-
do colonial, de modo que el crecimiento de la población criolla
fue principalmente endógeno, contando también con el incre-
mento de la trata negrera (Lemus y Márquez, 1992: 48-50). Esta
circunstancia, que los americanistas no han solido tener en cuen-
ta, fue decisiva en el proceso de formación del español americano,
en el que también fue factor importante el mestizaje, pues los mes-
tizos, con la particularidad del bilingüismo de muchos de ellos, ex-
tendieron considerablemente el cuerpo hispánico en América,
participando en la evolución de la lengua igual que los hijos de pa-
dre y madre españoles, aunque en número mucho mayor, hasta el
punto de que la distribución étnica estimada para Hispanoaméri-
ca a principios del siglo XIX era del 20 por ciento de blancos, 25 de
mestizos, 45 de indios y 10 de negros (Lucena Salmoral, 1988: III,
31), y hasta hoy la mezcla racial y la asimilación lingüística que
arrastra aún no ha terminado. Recuerda Krauze que a finales del
siglo XVI los mestizos de Nueva España sólo sumaban unos cuan-
tos miles, que en 1803 Humboldt registró un 41 por ciento de in-
dígenas, un 39 de raza mezclada y un 19 de blancos, y concluye:
«Poco tiempo después, en algún momento del siglo XIX, los mes-
tizos llegaron a ser la mayoría del país, mientras que los indios y
los blancos continuaron declinando. Los hijos de Cortés y la Ma-
linche habían ganado la batalla» (2005: 234). Pero también debe
tenerse en cuenta en la problemática de adhesiones y nivelaciones
lingüísticas que la población indígena y mestiza tuvo desigual dis-
tribución, pues los segundos, como los blancos, abundaron mu-

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cho más en las ciudades que en el campo, de modo que, por ejem-
plo, en la provincia de Oaxaca a finales del XVIII los núcleos rura-
les eran de abrumador predominio indio, mientras que españoles,
peninsulares y criollos, constituían una exigua minoría, e incluso
en algunos eran inexistentes, y por el contrario en la capital, Ante-
quera, era escaso el elemento indoamericano (Canterla y Tovar,
1982: 200, 201).
Para la etapa de fundación y consolidación del español ameri-
cano, siglo XVI y principios del XVII, no faltan las noticias sobre
los mestizos semejantes a la que sobre los criollos daba García de
Castro, con la constante alusión a la abundancia de los mismos en
comparación con los españoles, aunque seguramente no prolife-
raran casos de procreación mezclada como el que relata el cronista
de la conquista de México: «Pasó un soldado que se decía Álvaro,
hombre de la mar, natural de Palos, que decían que tuvo en indias
de la tierra treinta hijos en obra de tres años; matáronlo indios en lo
de las Higüeras»43. Cuando Lizárraga en su crónica describe el Pa-
raguay comienza mencionando Asunción, «cabeza de aquel reino,
con mucha gente, los más allí nacidos, mestizos y mestizas, los espa-
ñoles meros son pocos», y debe advertirse que estos meros españoles
eran los propios criollos, según este pasaje del mismo texto: «Casti-
garon (‘enseñaron’) los viejos conquistadores y criaron en mucha
policía a los montañeses (‘mestizos’) y a los españoles meros como a
ellos los criaron sus padres» (Perú, 423, 426), y en la carta que,
nombrado obispo asunceño, dirige al Rey, el dominico reitera
idéntica observación demográfica, «porque los meros hespañoles son
raros, el obispado es muy diviso, los pueblos de los hespañoles muy
distantes vnos de otros a la rribera del río, ques vno de los mayores
del mundo»44. Cuenta el cronista que en el Paraguay a los mestizos
les «enseñaban primero a leer, escribir y contar» (427), recuerda
al que era «muy gran lengua y en la nuestra muy ladino» (326), a
«un soldado, por nombre Mosquera, mestizo del Río de la Plata,
hombre de bien y en la lengua chiriguana y en la nuestra bien ex-
perto» (333), a otro «llamado fulano Capillas, ladino como el de-
43 Bernal Díaz del Castillo, Historia verdadera de la conquista de la Nueva España,
edición de Miguel León-Portilla, Madrid, 1984, Historia 16, p. 444.
44 AGI, Charcas, 138, «de Córdova, governación de Tucumán, 28 de abril de
(1)608 años».

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monio y blanco, que no parece mestizo, casado y con hijos en la


ciudad de La Plata» (238). El dominio de lenguas entre los mesti-
zos lo tiene muy presente Lizárraga, y así no deja de anotar el caso
del que se crió con los calchaquís, apresado y llevado a Salta, «don-
de le vi; no sabía nuestra lengua, porque no la había oído» (413).
Por razones sobradamente conocidas el mestizo tendía a acer-
carse al medio social y cultural del padre español o criollo, lo cual
supuso una eficaz atracción a la lengua de la clase dominante,
aunque hubiera ejemplos como el últimamente referido por Lizá-
rraga, y contando con que no todas las asimilaciones lingüísticas
serían semejantes a la del inca Garcilaso de la Vega, mucho menos
en situaciones de mezcla racial como la causada por aquel Álvaro,
«hombre de la mar, natural de Palos», que por desaforada mere-
ció la reseña de Bernal Díaz del Castillo. Así, pues, los mestizos no
sólo asimilaron la lengua española, sino que fueron protagonistas,
igual que los criollos, de su adaptación a la realidad indiana, hete-
rogénea desde el principio —empezando por la diversidad regio-
nal y dialectal de la emigración española—, de su particular confi-
guración y de su expansión tanto social como geográfica, aspectos
que no se pueden soslayar en la discusión sobre la formación del
español de América y que, más allá de simplistas periodizaciones
historiográficas, explican su estado cuando la Independencia se
acercaba. Precisamente por los años en que Lizárraga escribía su
crónica y su carta al Rey, un relevante mestizo paraguayo, hijo de
padre andaluz y de madre guaraní, el hombre de armas y de letras
que fue Ruy Díaz de Guzmán, en texto autógrafo descubre su par-
ticipación en un fonetismo americano de ascendencia meridio-
nal, igual que el criollo chileno fray Martín de Salvatierra, «hijo de
uno de los primeros conquistadores de este reino de Chile», con
su seseo (Frago Gracia, 1994: 93).
Por como fue la convivencia indiana y por elementales razones
de número demográfico, está claro que la adopción de los hechos
más diferenciales del español del siglo XVI, el andalucismo y el
meridionalismo en general, se dio más natural y extensamente en-
tre mestizos y criollos. De la educación de éstos trata Lizárraga en
el capítulo de su crónica que titula Cómo se crían los hijos de los espa-
ñoles que nacen en este reino:

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Nacido el pobre muchacho, lo entregan a una india o negra,


borracha, que le críe, sucia, mentirosa, con las demás buenas incli-
naciones que habemos dicho, y críase, ya grandecillo, con indie-
zuelos... Pues ya que así los crían las amas negras e indias, después
de cinco años en adelante ¿críanlos con el rigor que es justo para
que lo malo que mamaron en la leche pierdan?,

y la promiscuidad social de los niños de sangre mezclada aún de-


bía de ser mayor, al menos en el Paraguay, pues el dominico con-
cluye: «De las costumbres de los nacidos de españoles e indias, que
llamamos mestizos o por otro nombre montañeses, no hay para
qué gastar tiempo en ello» (253-254). Aunque de lo que estas ob-
servaciones tratan es del rechazo de determinadas conductas so-
ciales, el cuadro que pintan supone un ambiente por demás propi-
cio al intercambio lingüístico, que como hemos visto en mayor o
menor medida experimentaron algunos peninsulares según las
especiales circunstancias de su vida en Indias, o como ocurriría
con fray Alonso de Molina, autor del soberbio Vocabulario en len-
gua castellana y mexicana (1571), con un primer Vocabulario impre-
so en 1555, cuya familia siendo él muy niño emigró a Nueva Espa-
ña, donde pronto aprendió el náhuatl en sus juegos callejeros.
Pero fueron pocos los peninsulares llegados al Nuevo Mundo en
tan tierna edad; para los adultos, la plena nivelación lingüística ge-
neralmente tuvo que esperar a sus descendientes americanos.

DE LO POPULAR AL PURISMO. VOSEO Y LENGUAJE FORMAL

En América tiene una extensísima implantación el tratamiento


de vos por tú que en España se había hecho popular a finales del si-
glo XV y parte del XVI, todavía sin el sentido despreciativo que en
determinados niveles sociales caracterizaría después su uso, resul-
tante de la devaluación del antiguo sentido de respeto que el vos
con referencia singular conllevaba. Parece fuera de duda que la
dispersión de la población americana, el gran alejamiento entre
los pequeños pueblos y entre éstos y las ciudades, así como las difi-
cultades de comunicación que en muchas partes hubo, fueron fac-
tores propicios al mantenimiento del voseo en amplias zonas del

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Nuevo Mundo. Las vías de comunicación y los centros del poder y


de la cultura explican determinados rasgos del español america-
nos, como el del voseo, y a la existencia y localización de las gran-
des cortes virreinales se ha atribuido su desaparición de las áreas
de influencia de Lima y de México, pero también de otras impor-
tantes gobernaciones provinciales y centros urbanos irradiadores
del prestigio sociocultural, mientras que esta forma de tratamien-
to pervive en Yucatán, «única península no sólo geográfica sino
histórica de México», donde se daba «una recelosa condición de
lejanía con respecto a la metrópoli española, que desde la Inde-
pendencia se ahondó aún más con su homóloga mexicana», de
modo que a mediados del XIX «Yucatán era el único espacio polí-
tico irredento del mapa mexicano» (Krauze, 2005: 328), territo-
rio, en fin, de mayoritaria población rural indígena antes y des-
pués del triunfo independentista45.
También el hecho de que el Río de la Plata durante bastante
tiempo dependiera de la lejana Audiencia de Charcas, y para asun-
tos de la máxima importancia de la más distante Lima hasta mucho
después, porque el virreinato de Buenos Aires se fundaría en 1776,
así como lo enorme de su patrimonio territorial, de unos 5.000.000 de
km2 (Morales Padrón, 1988: 439-440), propiciaron la conservación
de un uso como el del voseo que a la sazón muchos consideraban
propio de campesinos, teniendo en cuenta además la escasa densi-
dad poblacional de este dominio, con pocas ciudades y de no mu-
cha entidad la mayoría de ellas. El carácter rural de las tierras riopla-
tenses fue muchísimo más acusado que el de México, que a pesar de
contar con más ciudades y de más habitantes sólo tenía una pobla-
ción urbana del 10 por ciento del total en el último tercio del siglo
XVIII (Van Young, 2006: 890). La misma capital del nuevo virreina-
to austral había sido una pequeña ciudad agroganadera, con un
puerto por mucho tiempo desaprovechado para el tráfico mercan-
til, y antes de 1776 dependiente de un alejado centro decisorio del
supremo poder colonial, por lo que en ella el voseo había arraigado
45 Todavía en 1795 se terminaba la fundación de San Fernando de Guadalu-
pe «en el salto de agua del río Tulija que lleva su corriente a las lagunas de Chi-
chicaste y a la de Términos», una vez «lograda la reducción de los yndios que vi-
vían como brutos en aquellos montes; los reunió y estableció el yntendente de
Chiapa»: AGI, MP, Guatemala, 271.

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como en cualquier medio rural, y la afección a este uso lingüístico la


conservaba hasta la llegada de la Independencia, a pesar de que la
población de Buenos Aires se había visto muy aumentada en los últi-
mos sesenta años, pues de sus 11.620 habitantes para 1740-1750 ha-
bía pasado a 61.160, según Luque Azcona (2007: 315), sin olvidar el
importante empuje comercial que la capital virreinal rioplatense ve-
nía cobrando desde algún tiempo atrás, de modo que, como Lasta-
rria advierte, ya era «la preferente salida del cobre y oro de Chile y
del estaño y plata del Perú», aparte de sus intercambios con el Bra-
sil, de donde se importaban esclavos, pues «los negros que podemos
extraer del Brasil sobran con mucho para dar salida por ellos a nues-
tros frutos en la cantidad que necesitan o que acostumbran proveer-
se los brasileños» (II, 133v, 143r-v). El crecimiento demográfico que
a continuación experimentará, así como su cada vez mayor protago-
nismo político y cultural harán que el voseo de la metrópoli bonae-
rense impida el declive del que hasta entonces mantenían comuni-
dades rurales en las pampas interiores, e incluso lo irradiará hacia
zonas norteñas cuyas hablas conocían el tratamiento tú/usted, y na-
turalmente a las tierras patagónicas de reciente colonización.
El istmo de Panamá, de intenso tráfico como lugar obligado de
paso que fue entre el Caribe y el Pacífico, y con Portobelo como
punto de destino de uno de los trayectos de la Carrera de Indias,
también adoptó la solución tuteante, mientras la mayor parte de
Centroamérica mantuvo la voseante, y el tradicional ruralismo y
un cierto aislamiento del territorio de Maracaibo respecto de Ca-
racas permitió la pervivencia del voseo, que en cambio desapare-
ció de la capital de la gobernación y de su área de influencia, no
sólo merced a este núcleo de poder y de cultura, sino también por
el intenso tráfico marítimo que en el siglo XVIII se centró en La
Guaira por el comercio del cacao. De hecho, si se analizan los ma-
pas del voseo (Rona, 1967) se advierte cómo la intensidad del con-
tacto entre la metrópoli y América determinó la eliminación del
uso tradicional y el triunfo del esquema tú/usted, como sucedió en
la colombiana Cartagena, en cuyo litoral es exclusiva la innova-
ción morfológica, igual que para las Antillas fue decisivo el puerto
de La Habana, enlace de las flotas de Indias con sus terminales
cartagenera y veracruzana, ruta marinera que aún sería principal
para los galeones y paquebotes sueltos del siglo XVIII.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Por cierto que, como en Puerto Rico y Santo Domingo, el vos


tendió a su desaparición en toda Cuba, pero se ha señalado la
mezcla de tuteo y de voseo en la región de Camagüey e incluso en
toda la parte oriental de la isla hasta no hace mucho (Rona, 1967:
47), y aunque Lapesa, y con él otros estudiosos, afirma que se ha
perdido todo rastro del tratamiento voseante en esta zona cubana
(1985: 580), en puntos rurales y en situaciones comunicativas de
íntima familiaridad aún parece posible oírlo («¿vos estái enferma,
hija»)46. En cualquier caso, independientemente de la situación ac-
tual del voseo en este territorio y de cuándo se produjo su declive,
la verdad es que a factores extralingüísticos, o de historia externa,
hay que achacar la prolongación de dicho rasgo gramatical arcai-
zante en la historia del español de Cuba, pues sobre todo ocurrió
en la parte más alejada de La Habana, fuera de las rutas más fre-
cuentadas por el tráfico marítimo y con escasa presencia de la inmi-
gración peninsular durante el período colonial. Precisamente fue-
ron los canarios quienes en el siglo XVIII, y su llegada prosiguió en
la siguiente centuria, «blanquearon» parcialmente el oriente cuba-
no, muy predominantemente negro, no siendo aventurado conce-
der a este grupo regional un refuerzo para el voseo marginal de la
isla, porque no es del todo cierto que el «voseo es hoy el único fe-
nómeno del español americano que no tiene paralelo en ninguna
región española, pues tanto en la Península como en las islas Cana-
rias desapareció hace ya varios siglos» (López Morales, 1998: 147),
ya que no sólo en hablas leonesas, sino en algunas canarias, aunque
declinante hasta hoy, ha llegado el empleo de vos por t ú.
El espíritu de hidalguización, tan arraigado en la sociedad es-
pañola de los siglos XVI y XVII, cobró más fuerza en la indiana
(Rosenblat, 1973), donde el desprecio que llegó a conllevar el em-
pleo del vos, que sin embargo perviviría extensamente entre los
hablantes rurales y en zonas alejadas de los grandes centros de
46 Es lo que me afirma Juan Jorge Fernández Marrero, natural de ella, profe-
sor en el Instituto Cervantes de São Paulo. Incluso es posible que sea reciente la
pérdida del voseo en otras partes de Cuba, pues en entrevista televisiva registré
un oíme ‘oidme’ dicho a su interlocutor español por el músico Bebo Valdés (Dio-
nisio Ramón Emilio Valdés Amaro), nacido en Quivicán, cerca del golfo de Bata-
banó y al sur de la provincia de La Habana, el año 1918 y desde 1960 residente
en Suecia. El diálogo era entre el artista cubano y El Cigala, cantaor flamenco:
TV1, «Informe Semanal», 12 de diciembre de 2003.

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DE LA COLONIA A L D E S P E RTA R I N D E P E N D I E N T E . CUESTIONES DE HISTORIA EXTERNA

normalización sociocultural, llega a ejemplificarse en un diálogo


entre negros esclavos de la más baja consideración social, curiosa-
mente ideado por un cronista indígena:

Y otra ues ajuntáronse a la conuersación negros cargados de hie-


rro, rriniendo entre ellos. Le dixo al uno: «Bos estáys cargado de hie-
rro por uellaco y borracho y tauaquero». Y al otro le dixo: «Y bos por
muy fino ladrón y cimarrón estáy cargado de hierro» (Corónica, 705).

En Cervantes y en la literatura de su tiempo, que también es el


del quechua Huamán Poma, el hiriente empleo de vos es motivo
de conflictos personales, señal en todo caso de un exagerado sen-
tido del honor y del deseo de marcar relevancias sociales tantas ve-
ces ficticias (Frago Gracia, 2005), y por supuesto en América tam-
bién repercutirá aquel vos profundamente despreciativo, cuyo eco
resuena en citas como estas chilenas de 1570 y 1571: «Llamándome
de vos con ira», «comenzó con airadas palabras e injurias a llamar-
me de vos», «lo comenzó a tratar mal diciéndole de vos hartas ve-
ces» (Boyd-Bowman, 1972: 985, 986). Naturalmente, la pasmosa
realidad indiana que los emigrados encontraban como peculio de
conquista, algunos enriquecidos y rodeados de numerosa servi-
dumbre amarilla y negra, agudizó aquellas ansias de significación
social, para muchos inalcanzable en la vieja España. Como Rosen-
blat concluye, entre los que llegaron al Nuevo Mundo no hubo
«una mayoría de hidalgos, sino una hidalguización general», por-
que «todos empezaron en seguida a considerarse hidalgos», de
modo que, según notaba en México por 1562 fray Jerónimo de
Mendieta, «todos los españoles, hasta el más vil y desventurado,
quieren ser señores y vivir por sí, y no servir a nadie, sino ser servi-
dos», impresión que desde el Perú corroboraba fray Domingo de
Santo Tomás: «Todos los españoles acá son caballeros y se tratan
como tales» (1973: 343, 350). Cómo sería la cosa que el cronista
indio recordaba con nostalgia los primeros tiempos de la Conquis-
ta, cuando «no abía dones ni donas ni mundo al rrebés», mientras
que ya «los españoles pulperos, mercachifles, jastres, sapateros,
pasteleros, panaderos, se llaman don y doña», y, según él, hasta los
indígenas se habían contagiado de la afición al tratamiento hono-
rífico, pues «ací ay mucho don y doña de yndio baxo mitayo», «de

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

yndio tributario, mitayo, se hizo cacique prencipal y se llama don y


sus mujeres doña», extendiéndose el vicio social a otros colores,
pues «acimismo las mujeres de los mestizos y mulatos se llaman do-
ñas, que rrebuelbe el mundo» (Corónica, 409, 530, 604).
Estas circunstancias sociales forzosamente tenían que redundar
también en un robustecimiento del espíritu de selección lingüísti-
ca, que corría pareja con la tendencia a conservar usos acendrados
por la tradición literaria. El conservadurismo lingüístico sin duda se
vio favorecido por la cultura escrituraria y el lenguaje oficial que
acompañó al español desde su embarque para las Indias, cuando
debía tratar con el e sc r ib ano de nao después de superar los trámites
burocráticos necesarios para la obtención de su licencia, y al llegar
al Nuevo Mundo un escribano de tierra los esperaba al pie de la pasare-
la. Allí el registro de la escribanía pública no podía faltar en expedi-
ciones, fundaciones de ciudades, reparto de tierras o encomiendas,
de manera que desde el principio fue muy alto el número de escri-
banos y miembros del oficio judicial en la recién descubierta Améri-
ca, llegándose incluso a una verdadera saturación de los mismos; en
fundada opinión de Rosenblat, «la proporción de bachilleres y li-
cenciados pleitistas debía de ser una de las primeras plagas de In-
dias», quien aduce una carta de Núñez de Balboa al Rey, del año
1513, en la cual se recomienda que «mande que ningún bachiller
en Leyes ni otro ninguno, si no fuera de Medicina, pase a estas par-
tes de la Tierra Firme, so una gran pena», y una real cédula del 6 de
septiembre de 1521 advierte que «a causa de haber en dicha isla mu-
chos procuradores y abogados, ha habido y hay en ella muchos plei-
tos y cuestiones» (1977: 36, 37). Así, pues, en América desde los pri-
meros núcleos colonizadores se dio una gran familiaridad con los
medios administrativos y forenses, porque todo debía fundarse, re-
partirse y someterse a normas legales, más aún con la conquista de
los grandes espacios continentales, que requirió más profesionales
de la notaría y del derecho, y ofreció oportunidades de ascenso so-
cial, como manifiesta la carta que el emigrado andaluz Diego Díaz
Galiano escribía en México el año 1571 a su sobrino: «No se os pon-
ga esto por delante, syno haçeos escryvano y sacá lyçençia para vos y
vuestra muxer y hyxos y beníos en la prymera flota»47.

47 AGI, Indiferente General, 2053, México, 28 de febrero de 1570.

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DE LA COLONIA A L D E S P E RTA R I N D E P E N D I E N T E . CUESTIONES DE HISTORIA EXTERNA

De ahí que se cayera en un exacerbado pleitismo en el que


pronto se vieron envueltos los mismos indígenas, lo cual también
denuncia Huamán Poma cuando habla del yndio pleitista o dice
que «con color de ella armavan pleytos» (Corónica, 509, 591), y de
hecho el cronista andino abunda tanto en las críticas contra la fie-
bre pleiteadora de los españoles a la que gozosamente se habían
sumado algunos naturales, como en los consejos al indio para que
aprenda a leer y escribir y pueda navegar así más seguro por el pe-
ligroso piélago judicial48. Esta familiaridad con el lenguaje foren-
se, tan enquistada socialmente desde los orígenes de las comuni-
dades hispanoamericanas, explica la popularización en distintas
zonas de América de términos y expresiones de ámbito jurídico
como mero —«mero y mixto imperio», antes «merum et mixtum im-
perium», en la tradición jurisprudencial—, a juro, de juro, escribano
‘notario’, ‘escribiente, ayudante de notario’, escribanía ‘notaría’,
pleito ‘litigio, discusión, pelea’, pleitear ‘litigar, discutir, pelear’, abo-
gaderas ‘argumentos rebuscados y maliciosos», fiscal ‘persona a car-
go de la iglesia y sus bienes en los pueblos pequeños’, éste proce-
dente de costumbres eclesiásticas de la época virreinal. En versos
satíricos publicados por periódicos mexicanos los años 1827 y
1833, comprobaremos la vitalidad de mero, «y cata el retrato mero /
de un astuto maromero», así como la de escribano:

entonces eran doctos


los jueces y abogados,
el alguacil, clemente,
veraz el escribano
(Costeloe, 1975: 477, 479).

La mayor incidencia del lenguaje forense en el español ameri-


cano por comparación con el europeo es innegable, algo que a ca-
da paso se comprueba, aunque los diccionarios de americanismos
no siempre atiendan a particularidades como la que proporciona
48 En anteriores estudios ofrezco el testimonio de una reclamación adminis-
trativa redactada en toda regla en Potosí el año 1596 por un curaca bilingüe, y el
de varios caciques mexicanos que en petición al Rey entran en contacto con los
procedimientos oficiales sin dominar suficientemente el español (1994: 99, 108;
1999: 303).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

el siguiente pasaje del político y escritor nicaragüense Sergio Ra-


mírez: «Anastasio Somoza, que empezaba a consolidar el poder de
medio siglo que heredaría más tarde a sus hijos, mandó emboscarlo
y ordenó asesinarlo»49, con un uso del verbo heredar que ni mucho
menos es corriente en España, pero que se mantiene plenamente
vivo también en Colombia y en México: «El primero en oponerse
fue el capitán Allende, hombre de 40 años de edad, hijo de un
acaudalado comerciante vasco que le heredó una soberbia casona»
(Ayala Anguiano, 2005: 643), y al parecer también en Chile: «Man-
tiene viva esta tradición que generalmente recibe dentro de su fa-
milia y debe heredar a las nuevas generaciones» (Loyola Palacios, 2006:
257)50. El trato y contrato de los hispanoamericanos con el lengua-
je forense y en general con el de la administración pública, muy
tradicional en uno y otro caso, pudo favorecer la continuidad
americana de construcciones que en el español de los siglos XVI y
XVII ya eran de carácter formal o de uso en franco declive, como
el posesivo mío antepuesto al sustantivo signo (v. gr. «por ende fize
aquí mío signo»), que a lo largo de todo el XVI encuentro en pasa-
jes formularios de escribanos públicos indianos (1999: 130, 293,
296), la combinación sintagmática del tipo la mi casa o un mi hijo, o
la expresión de la negación como nadie (ninguno) no + verbo que
fue normal en el castellano medieval —recuérdense los cidianos
«mas ninguno non osaua», «que nadi no’l diessen posada»—, y que
durante el siglo XVI y principios del XVII se mantuvo vigorosa en
ordenanzas y otros textos oficiales.
Un ejemplo extremo de fijación temporal del estereotipado
lenguaje administrativo lo proporcionan los privilegios reales de
1604 y 1615 para la publicación de las dos partes del Quijote, piezas

49 El País, 20.2.2009, p. 28.


50 En más sitios de América seguramente se mantendrá este uso verbal, del que
Corominas y Pascual anotan: «Conocida es la acepción antigua heredar a alguien en
el sentido de ‘instituirlo heredero’» (1980-1991: III, 344), de la que Cuervo da re-
ferencias textuales hasta el siglo XVII (1992-1994: V, 146) y que aún está en los dic-
cionarios dieciochescos de Autorid ad e s y Terreros. El diccionario académico en su
edición de 1992 pone la acepción ‘sustituir uno a otro por su heredero’ como figu-
rada, calificación que no le conviene y que ha sido eliminada en la de 2001, donde
sin embargo se mantiene la de ‘dar a alguien heredades, posesiones o bienes
raíces’ como poco usada, nota que se debería precisar en su alcance diatópico. El
contraste léxico entre América y España en este punto es notorio.

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DE LA COLONIA A L D E S P E RTA R I N D E P E N D I E N T E . CUESTIONES DE HISTORIA EXTERNA

en las que siempre que se hace referencia al monarca se pone la


nuestra merced, las nuestras Audiencias, el nuestro Consejo, esta nuestra
cédula, estos nuestros reinos, y en el del Orinoco ilustrado (1745) aún
serán constantes la mi Casa, la mi merced, las mis Audiencias, el mi
Consejo, esta mi cédula, estos mis reinos, y, por no cambiar, ni siquiera
lo había hecho la pena impuesta al infractor de las normas reales
para ediciones distanciadas bastante más de una centuria, de «cin-
cuenta mil maravedíes» igual para la de Gumilla que para las de
Cervantes. A veces, se verá más adelante, a usos del español ameri-
cano que no son sino pervivencias de antiguos rasgos normales en
el español común, incluso con el marchamo literario, se les ha da-
do esotéricas explicaciones, vistas como «construcciones aparen-
temente extrahispánicas», por no tener en cuenta con el debido
rigor la historia de la lengua de la que se está tratando, ni los con-
dicionamientos de historia externa que en América la han mol-
deado de manera especial en determinados aspectos. El aislamiento
poblacional inclina a la tradición, y hasta puede favorecer la selec-
ción lingüística en casos de relevancia social del criollo, que en las
ciudades tenía un medio idóneo para la exquisitez en las costum-
bres, hábitos idiomáticos incluidos. En absoluto es descartable
que en uno y otro sentido influyeran los círculos de la administra-
ción política y judicial, así como el oficio notarial, de gran peso en
la sociedad indiana. Esto sin olvidar el factor educativo, y lo que en
el aspecto cultural pudo suponer un estamento eclesiástico ex-
traordinariamente denso en los centros urbanos de alguna impor-
tancia, pues, por ejemplo, según padrón de 1777 en Antequera
(Oaxaca), de sus 19.653 habitantes, 469 eran clérigos y religiosos
(Canterla y Tovar, 1982: 201), y en Trujillo del Perú hacia 1789 se
censa un número de 5.515 habitantes, de los cuales 422 son hom-
bres y mujeres de la Iglesia (Trujillo, I, 5)51.
El estamento eclesiástico probablemente influyó más en la edu-
cación del común de las gentes en América que en España, y esto
ya en años próximos a la Independencia, según sugiere el hecho
de que en la chilena Concepción el año 1780 había un «colegio se-
51 Esta plana demográfica, Estado que demuestra el número de abitantes de Truxillo
del Perú, con distinción de castas, formado por su actual obispo, enseña que el mestizaje
era numeroso en dicho territorio, de preferente asentamiento en las ciudades, aun-
que con presencia rural mayor que la que por entonces se daba en Oaxaca.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

minario donde se instruyen no sólo nueve seminaristas destinados


al ministerio diario de la Iglesia, sino también los hijos de los veci-
nos que se aplican a las ciencias» (Solano, 1994: 247), y no era caso
único por entonces, quizá con mayor peso de este factor cultural
en los primeros tiempos. Con frailes se formó Huamán Poma, pró-
ximo también a la escribanía pública, dice él que practicó el oficio
de escribano, cuyas formas desde luego se reflejan en su obra, en
la que deja caer no pocos latinajos, con un castellano trufado de
construcciones como este mi amo, su muger de vuestra merced, sus ami-
gos de ellos, por entonces propias de un estilo elevado (Corónica,
705, 722, 726). E históricamente algo significa que el diccionario
académico registre festinar ‘apresurar, precipitar, activar’ como
desusado en España pero vigente en América, y quizá más aún que
este latinismo en Ecuador figuradamente signifique ‘malversar’
(Morínigo). Ni es ajeno a una particular tradición educativa el que
un niño ecuatoriano de bajo nivel social pueda argumentar, al me-
nos ocasionalmente, con el adversativo e mp ero, mientras que el con-
secutivo por ende se reitera en escritos de universitarios colombia-
nos y chilenos, en los cuales, como es natural, no sólo resulta común
a m er itar ‘merecer’, americanismo general, sino que también regis-
tran los asimismo cultos a c áp it e («en este a c áp it e se analizan...»),
con aféresis lo empleó la chilena sor Dolores, «para esto le pongo
cáp it e s a cada sircunstansia de las que tratamos» (C a rt a s, 2), y c o nn o-
t ad o («la vida privada del c o nn ot ad o prócer»), y construcciones co-
mo en aquel entonces o luego de («luego del análisis...»), junto a usos lé-
xicos como los de «influían política e ideológicamente entre p ares y
s u ba lt e rn o s», «una forma de expresión entre sus p ares»52.

52 Son algunas de las notas que tomé en enero de 2008 en ejercicios de alum-
nos de un Curso de Doctorado de la Pontificia Universidad Católica santiaguina
y del Magíster en Lingüística de la Universidad de Chile, textos que en modo al-
guno podrían considerarse artificiosos pero que son extraños en universitarios
españoles de igual nivel académico. Como festinar y ameritar, latinismos son acápite,
en el diccionario académico ‘párrafo’ como americanismo general, ‘título, capí-
tulo, epígrafe’ de Argentina y Cuba, ‘texto breve, posterior al título, que aclara
el contenido del artículo que encabeza’, y connotado ‘distinguido, notable’, tam-
bién común en América.

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CAPÍTULO II

Lección de los marinerismos de tierra adentro

El contacto de españoles e indianos con el vocabulario propio de


la marinería, que llegó a constituirse en auténtica jerga, fue nece-
sariamente estrecho, por lo duradero de las travesías atlánticas y
por las largas esperas que solía requerir su embarque. Pero ese tra-
to se convertiría en verdadera familiaridad lingüística para los mu-
chos emigrados de toda clase y condición que por diversas razones
realizaron tantos viajes y tornaviajes entre España y América, en
los que no pocos criollos también participarían. Por otro lado, en
el Nuevo Mundo se practicó intensamente la navegación litoral y,
más aún, la fluvial, en extensas zonas interiores la mejor o única
forma de comunicación entre los alejados núcleos colonizadores,
militares o misioneros, de manera que las comunidades hispanoa-
mericanas, a la postre tendrían un relevante papel, si no principal
protagonismo en la formación de los marinerismos de tierra aden-
tro. Todo ello hizo que en el español americano el léxico marine-
ro arraigara extraordinariamente, convirtiendo sus anteriores re-
gistros, propios de un especial oficio, en usos populares, mediante
un curioso cambio semántico que formó los llamados marineris-
mos de tierra adentro, de los cuales en el Río de la Plata la adecua-
ción de flete para designar el caballo es caso paradigmático, pero al
fin y al cabo una muestra más de tantas otras particularidades léxi-
cas que ayudan a darle carácter regional al español rioplatense.
Sin embargo, además de estas dos causas generales, el viaje oceá-
nico y las posteriores navegaciones litorales y fluviales, hay que
contar con el papel de los mismos marineros en el trasvase semán-
tico que muchos de sus específicos términos experimentaron en
América, donde los de esta profesión tuvieron un notable peso so-

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

cial, de modo que, según relata Murúa, de los «cinco hospitales fa-
mosos» que en su tiempo había en Lima, uno era «con título del
Espíritu Santo, para curar marineros y gente de la mar» (Historia,
513). No sólo eso, sino que fueron muchos los marineros que de-
sertaron al llegar a América, una suerte de emigración clandestina
que evidentemente favoreció la difusión del marinerismo léxico
más allá de las zonas costeras, pues, por ejemplo, de los 7.135 indi-
viduos contabilizados en las tripulaciones de la Carrera de Indias
entre 1598 y 1610, nada menos que 2.966 se «ausentaron» al arri-
bo a puertos americanos (Jacobs, 1991: 526). «Hombre de la mar»
era aquel Álvaro andaluz que participó en la conquista de México
y en tres años tuvo treinta hijos «en indias de la tierra», y Lizárraga
relata su encuentro con uno de aquellos marineros «ausentados»
al llegar a las Indias: «En la compañía caminábamos cuatro o cinco
de conformidad; venía un piloto que huyendo de la mar quiso ver a
Potosí» (Perú, 184). Pero la entrada ilegal de marineros continuó
durante todo el período colonial, pues en documento del Consu-
lado veracruzano del año 1803 se aconseja vigilar «la entrada, pro-
cedencia y pertenencia de los frutos y efectos, la pérdida de mari-
nería que se experimente en las navegaciones en los puntos
mortíferos y en la deserción» (Veracruz, 86).
El marinerismo léxico convertido en uso no especializado, sino
general, matiza frecuentemente el hablar de los hispanoamericanos,
de cualquier zona de la que sean naturales, con notas diferenciado-
ras respecto del que es usual entre los españoles en su conjunto, lo
cual, por ejemplo, se verifica en este pasaje de la prensa chilena: «Las
suspensiones de vuelos por motivos sindicales, que en los últimos
días dejaron a 5.000 pasajeros varados en el aeropuerto de Ezeiza»53.
Santamaría recoge como mexicanismos varada y varamiento ‘el
hecho de varar o vararse’, varadero ‘paso por las aguas donde las
embarcaciones se varan con frecuencia, a causa de su poca pro-
fundidad, sobre todo al bajar la creciente’, y de vararse trae la acep-
ción propia y general de ‘encallar la embarcación’, pero también
la secundaria o figurada de ‘entorpecerse o interrumpirse un
negocio’, con la nota «úsase más en la frase varársele a uno la ca-
noa». No registra varar Morínigo, pero sí el adjetivo participial va-

53 La Tercera, 15.1.2008, p. 3.

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

rado con significados distintos al original o marinero, usuales en


Argentina, Chile, Honduras, México y Nicaragua. El diccionario
académico incluye varado con acepción figurada de difusión ame-
ricana, así como las que responden a un cambio semántico de va-
rar, a saber, ‘dicho de un vehículo, quedarse detenido por avería’,
dada por general en América, y ‘quedarse detenido en un lugar
por circunstancias imprevistas’, como venezolanismo.

UN ESPIGUEO DOCUMENTAL

El español embarcado hacia América durante su viaje necesa-


riamente se movería en un medio influido por el lenguaje marine-
ro, pero la profunda impregnación de ese vocabulario especial el
emigrado la experimentaría de manera más acusada y continua
una vez asentado en tierras indianas. Meridianamente se com-
prueba esto en fray Diego de Ocaña, quien permaneció nueve
años en el Nuevo Mundo (1599-1608), donde murió no sin antes
haber escrito su relato, que es más autobiográfico que cronístico.
Pues bien, en tan corto espacio de tiempo el fraile jerónimo, naci-
do en la población manchega de la que tomó su apellido, por con-
siguiente peninsular de tierra adentro, en su peregrinar indiano
con toda naturalidad se sirve de vocablos originariamente náuti-
cos hechos ya de uso general y por consiguiente sin su primitivo
sentido técnico. Entre ellos alijar: «fue necesario apearnos porque
los caballos no se podían ya llevar a sí mismos..., y así fuimos alijan-
do la ropa y yo dejé el manto y el hábito puse sobre el caballo»
(114); banda: «a la una banda de este río y de la otra son todos los
indios de guerra», «hay un ramo de cordillera pequeña monstruo-
sa que divide la tierra en dos partes, una a la banda de la mar y otra
a la cordillera» (América, 109, 129); bojear: «por caminos nunca an-
dados, subiendo y bajando cuestas por las quebradas de los ríos,
íbamos bojeando los cerros» (123); flete, fletar: «alquilamos nueve
mulas..., de suerte que de sólo fletes de las mulas pagamos ciento
ochenta pesos por tres días de camino que hay hasta Panamá»
(45), «las cuales yo hice con los oficiales reales que las fletasen en
estos carneros porque van con más brevedad que las recuas de mu-
las» (167); matalotaje: «sin detenerme en todo el Paraguay y Tucu-

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

mán en pueblo ninguno más de cuanto habíamos menester para


hacer matalotaje para pasar adelante» (144); mazamorra: «aunque
sin regalo, porque no había otro sino unas mazamorras de harina
de maíz, puches o gachas, que allí llaman» (146).
El franciscano Martín Ignacio de Loyola, guipuzcoano, proba-
blemente eibarrés, emplea banda sin connotación náutica: «cerca
de la ciudad de Manila, de la otra banda del río, hay un pueblo de
chinos bautizados» (Viaje, 151), y con sentido figurado portañola:
«se halló una choza hecha de palos y cubierta toda de tierra, con
sola una pequeña portañola, que podían caber dentro como dos
personas» (213). Maneja con toda precisión el tecnicismo marine-
ro arrumbar: «se tomó la derrota al Esnordeste en busca de otra is-
la... gobernando ésta según su pintura y arrumbada en las cartas»
(206), con precisión ubica geográfica y lingüísticamente la voz hu-
racán cuando describe el trayecto entre Santo Domingo y Nueva
España, con varias islas interpuestas, pues «cerca de ellas —dice—
suele haber grandes huracanes, en la lengua de los propios isleños»
(117), y conoce bien el particular uso marinero que brisa por en-
tonces tenía: «en este puerto (Acapulco) se embarcan y caminan
al Sudueste... por buscar vientos prósperos, que los hallan, los que
llaman los marineros brisas» (140).
El mercedario fray Martín de Murúa, también vasco, tenía a sus
espaldas una larga experiencia indiana, sobre todo del mundo an-
dino, cuando escribe el texto cronístico donde boje aparece con su
primigenio sentido marítimo: «junto a Guayaquil está la mentada
isla de Puná, que tiene doce leguas de boje» (Historia, 525). Pero
son varios los términos de antigua impronta marinera que Murúa
emplea semánticamente adaptados a situaciones de tierra aden-
tro, y no podía faltar entre ellos el asendereado banda: «puestos de
la otra banda se metieron así al lugar que tenían marcado», «ha-
ciendo salva con los arcabuces a los compañeros que estaban de la
otra banda» (301), «los de una banda del río no podían pescar en
la otra» (370), «que está de la otra banda del río» (511), «comenzó
a obscurecer el cielo hacia la banda de la costa de la mar» (538),
«al indio lo pasó en vuelo a la otra banda» (545). Junto a él en el
corpus del mercedario figuran otros marinerismos originarios
convertidos en americanismos léxicos, a saber, lastrar: «hay en esta
villa hombres riquísimos y que, entre semana, andan con un vesti-

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do pardo de paño... y, entrando en su casa, la hallaran lastrada de


barras» (572), matalotaje: «dejó en el bohío... cinco soldados y cua-
tro indios que le enviasen de comer, que allí había mucha comida
que el Ynga tenía para su matalotaje» (302).
Un fraile de vida itinerante y con tan larga experiencia america-
na como Lizárraga no podía ser ajeno a la terminología marinera
ni a su adecuación semántica a la realidad geográfica del Nuevo
Mundo entre los hablantes hispanoamericanos. El piloto español
que iba a Potosí «huyendo de la mar» le explica el fenómeno que
acababa de contemplar en el lago Titicaca, «preguntéle qué era
aquello; entonces me dijo: aquella se llama manga de agua, y si cae
en navío sin puente, sin remedio le anega...» (Perú, 185), y en su
texto maneja símiles marineros con palabras que se convertirían
en marinerismos de tierra adentro o voces de uso común, así
cuando descubre el correr de los ñandúes por las llanuras argenti-
nas, «viran como carabela a la bolina a otro bordo, dejando el galgo
burlado» (415), y emplea marinerismos con explícita referencia a
su procedencia: «este edificio era muy alto, y en circuito o de box, si
como marineros nos es lícito hablar, debía tener poco menos de
media legua», «tiene en torno, y si hablamos como marineros de
boj, ochenta leguas y cuarenta travesías» (81, 183), «dos leguas de
esta ciudad a la parte de poniente demora, hablemos como marine-
ros, el puerto», «a la parte del oriente de toda la provincia de Tu-
cumán demora, hablando como marineros, el Río de la Plata» (131,
422), «la playa de Arica es muy grande y muy conocida por un mo-
rro, así lo llaman los marineros, blanco, que desde muchas leguas
en la mar se parece», «en medio deste gran despoblado de Ataca-
ma a Copiapó hay un cerro muy conocido, llamado Morro Moreno
de los marineros» (146, 151); pero también sin alusión a la termi-
nología marinera: «con estas garúas en los cerros y médanos de
arena se cría mucha yerba y flores olorosas» (73), «el matalotaje de
los caminantes es biscocho, queso y tocino», «aunque pasaban por
las chácaras pedían comida y eran conocidos ser chiriguanas, nin-
guno les hacía mal, antes les daban matalotaje» (150, 334).
Félix de Azara, en los últimos años del siglo XVIII y primeros de la
centuria siguiente, no sólo dibuja una fiel estampa de lo que suponía
el tránsito, sobre todo el comercial, por la inmensidad del Río de la
Plata, sino que con toda soltura emplea términos de origen marine-

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ro, pero no con los significados que en este oficio tenían: emplea
arribar con el sentido figurado de ‘llegar, alcanzar’, «no pudiendo las
ventas portuguesas arribar al importe de nuestras mulas, asnos y caba-
llos», «todas las minas o monedas de ambas Américas no arriban a la
mitad» (Memorias, 22, 24); banda ‘lado, orilla’, «por haber constitui-
do últimamente las guardias en su banda oriental, muchas leguas
aguas arriba de su boca», «difícilmente podrá juntar 1.000 (milicia-
nos) más en cada banda del Río de la Plata» (66, 107); y tiene como
sinónimos conducta ‘transporte, conducción’ y flota:

Alegan también que sus fuertes de Coimbra y Alburquerque


son anteriores al tratado... y que sin ellos les sería imposible impe-
dir la fuga de sus esclavos y la de los indios que habitan en sus pue-
blos situados a la parte oriental del río Paraguay, ni evitar la clan-
destina estracción del oro de Cuyabá ni asegurar sus conductas o
flotas contra las invasiones de los indios infieles (57).

Pues una palabra clave en esta cuestión léxica como es flota la


registra Santamaría en la frase hecha meter flota ‘acuciar, apremiar
para que se obre con actividad’, y el diccionario académico la re-
coge en otras expresiones fijas y con varias acepciones figuradas,
todas americanas, curiosamente; y sin nota regional la Academia
incluye isla ‘manzana, espacio urbano delimitado por calles’ y
‘conjunto de árboles o monte de corta extensión, aislado y que no
está junto a un río’, también con el significado chileno de ‘terreno
más o menos extenso, próximo a un río, y que en años anteriores
ha sido bañado por las aguas de éste, o lo es actualmente en las
grandes crecidas’; pero el segundo de los referidos sentidos de isla
que la Academia da como generales, como mexicano lo ofreció
Santamaría. Sin perder de vista este conflicto lexicográfico, como
tantos que dificultan el estudio sincrónico y diacrónico del espa-
ñol americano, es lo cierto que isla con acepción figurada se en-
cuentra ya en Murúa cuando describe Oruro: «Fueron a aquel
asiento de San Miguel de Hururo, que así se llamaba, a catear los
cerros, que son siete, asidos unos con otros, que hacen una isla»
(Historia, 557), de manera que con tales precedentes fácilmente se
explica la existencia del argentino isleta ‘conjunto de árboles en
medio de una llanura’. Aunque la Real Academia Española, en el

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Autoridades incluyera isla ‘un conjunto de casas, cercado por todas


partes de calles’, en este caso sin ejemplo textual, en la entrada
manzana emplea dicha voz como mero símil definitorio, ‘conjunto
de varias casas contiguas que forman una a modo de isla con las ca-
lles que las rodean’, y Terreros, que no acoge isla con tal acepción,
se atendrá a similar procedimiento para definir manzana de casas
‘aquellas que están como aisladas de calles’, lo cual parece indicar
que este término con tal sentido no ha sido muy usual en España.
Con definición semejante a las de Santamaría y la Academia atri-
buye Morínigo isla a México, Paraguay, Argentina y Uruguay,
mientras que Corominas y Pascual añaden la acepción ‘paño de
terreno entre hondonadas profundas’ para la provincia argentina
de Mendoza (1980-1991: III, 465).
Parecida cuestión vuelve a plantearse en el caso de navegar, ver-
bo del que el diccionario académico desconoce cualquier acep-
ción americana, y que con el significado de ‘transportar’, «confor-
me con la conocida tendencia criolla al empleo de términos
náuticos para cosas de tierra firme», lo atestiguan Corominas y
Pascual (1980-1991: IV, 219) en texto mendocino de 1686: «Los
vezinos... desta ciudad... se sustentan del bino que cojen, navegán-
dolo a las provincias del Tucumán y Río de la Plata... con las carre-
tas que arman... fletándolas para conducir dicho bino». Y con este
sentido, propio de un marinerismo de tierra adentro, está emplea-
do ya n avegar como ‘transportar’ o ‘comerciar’ en relación de
Hernandarias de Saavedra al Rey: «Las permisiones de harinas, se-
vos y ceçinas que V. M. se sirvió conceder a los vezinos desta ciu-
dad... mandé pregonar que todos navegasen lo que les faltava por
navegar de sus permisiones, porque pasado el dicho año no se avía
de permitir», «otras diligencias que ante mí an hecho este año
açerca de que se les dexen navegar más de dos mill hanegas que les
faltan»54. El mismo verbo tiene en el norte de México el sentido fi-
gurado y popular de ‘sufrir, padecer o luchar’, así como en Sinaloa
navío es ‘una planta cesalpiniácea’ (Santamaría), y en 1820 el Co-
rreo del Orinoco documenta en Venezuela navegar ‘transportar y

54 Informe del gobernador Hernandarias a S. M., Buenos Aires, 8 de mayo de 1609:


AGI, Charcas, 27, R. 8, N. 65 /1/, 1r-v. Y téngase presente la navegación pampera
en la estampa dieciochesca de Murillo Velarde.

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negociar’: «He establecido en él mi cuartel a fin de reunir alguna


gente..., navegar los cacaos, organizar la marina y disponer cuanto
sea capaz de restablecer el orden» (353). En los años en que la In-
dependencia estaba decidiendo su suerte, la navegación se con-
vierte en pura metáfora para pintar la figura de Simón Bolívar en
situación comprometida para el Libertador:

Los pueblos de Colombia tienen demasiada confianza en el


Presidente del Estado, por ahora gefe de las armas: él ha sido y es
no sólo el director, sino el criador (por decirlo así) de la Nave. Él
ha buscado las maderas, ordenado el velamen y a sus continuos es-
fuerzos se debe casi todo lo que hay en ella. El rumbo y navegación
es la obra de su extraordinario ingenio, y no es creíble, sin mudar
la naturaleza del hombre, que quisiera estrellarla contra una roca
para quedar él mismo, su reputación, su gloria y patrimonio sepul-
tados junto con todos sus compañeros en el mar furioso de la ven-
ganza española (Correo, 369).

POR RÍOS Y EN CARRETAS

Al español que llegaba a América le asombraba la inmensidad de


aquellos cauces hídricos, el del Marañón comparado con el mismo
mar por Murúa: «junto a un brazo de mar, que así se puede llamar
aquel río grande», «el río Marañón, que tiene más de cincuenta le-
guas de boca y corre hasta la mar mil y quinientas, que quien le ve le
juzgara por otro océano» (Historia, 302, 303, 466). Y el mismo fraile
vasco resume en los siguientes términos su conocimiento de la abun-
dancia fluvial de América del Sur: «Destas sierras (los Andes), que or-
dinariamente están nevadas poco o mucho, proceden los ríos; y algu-
nos son tan grandes, profundos y anchos que se tienen por los
mayores del mundo, como son el río Marañón de Orellana, el de la
Magdalena, el de la Plata y otros famosos» (465, 466).
El jesuita Murillo Velarde, a mediados del siglo XVIII describe
el curso del Magdalena y nota que «se navega más de 150 leguas y
en más de 300 no se vadea» (Geografía, 228), por lo cual se aprove-
chaba para introducir mercaderías desde el Caribe al interior de
Nueva Granada, igual que se fija en semejante actividad comercial

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por el interior nicaragüense: «al oriente de León, en la boca orien-


tal de la laguna, por donde sale el río que llaman Desaguadero y se
meten por él con canoas las mercaderías que se llevan de Portobe-
lo» (129), así como en las anegadizas planicies tabasqueñas: «es
tierra llena de esteros, lagunas y pantanos, y assí se anda por ella
en barcos y canoas» (116). A finales del mismo siglo en la vecina
Chiapas se mantenía el transporte fluvial de mercancías, así en el
recién fundado San Fernando de Guadalupe, donde el intenden-
te dejó «completamente cumplido todo su proyecto y abierta la
comunicación por agua con el Reyno de Nueva España, como
aquellos días vino el bongo grande del precidio del Carmen por
maíces y otros frutos, arrivando hasta la Casa Real de dicha pobla-
ción» (v. n. 45).
En la precedente cita se menciona el bongo, término de origen
africano, pero por los ríos americanos surcaron embarcaciones de
los más diversos tipos y cualquier medio de navegación sirvió para
su tránsito, como el que desde su experiencia personal describe
Murillo Velarde:

Tiene puerto en el río, que es muy ancho, por donde suben las
mercaderías por el mar, y por tierra van a Quito. En este y otros
ríos donde no hay puentes hay balsas de calabazas, en que se sientan
los passageros y se pone la ropa, y un indio va nadando y tirando la
balsa con la mano hasta la otra orilla, y assí passé el río de las Balsas
entre México y Acapulco (Geografía, 258).

De modo, pues, que los españoles emigrados a América, y lo


mismo les ocurriría a los criollos, se vieron en la necesidad de na-
vegar tierra adentro por ríos y esteros, haciendo así cada vez más
suyos términos que antes sólo pertenecían al lenguaje de los mari-
neros, y la mayoría de esos indianos de nuevo cuño no habían sido
hombres de la mar. Fray Gaspar de Carvajal, extremeño, con metá-
fora marinera, «que no fue poco para que nosotros saliésemos a
puerto de claridad» (Amazonas, 226), expresa su alegría porque el sa-
ber de la lengua de los indios los sacara de grave apuro, y cuenta
cómo en la hazaña amazónica de la que él fue partícipe se hubo de
improvisar la construcción de un bergantín: «visto por el capitán
el buen aparejo y disposición de la tierra y la buena voluntad de

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los indios, mandó juntar a todos sus compañeros y les dijo que...
sería bien hacer un bergantín, y así se puso por obra», aunque «no
había hombre entre nosotros que fuesse acostumbrado a semejan-
tes oficios» (230). Las malas comunicaciones hacían que las gran-
des distancias americanas fueran muy difíciles de cubrirse, y así no
extraña que Murúa en relación con «este dicho reino del Perú»
hablara de «tierras tan remotas como son Santa Cruz de la Sierra y
Paraguay» (Historia, 488). Fray Diego de Ocaña observará que «de
este puerto de Buenos Aires hay dos caminos, el uno para el Para-
guay y el otro para Tucumán, y también para Chile y para el Perú.
El río arriba es el camino de la ciudad de Santa Fe, que es el pri-
mer pueblo del Paraguay» (América, 129). El fraile jerónimo se fija
en la enorme extensión de la cuenca del gran Paraná, así como en
su navegación:

Este río es tan grande porque recoge todos los ríos que corren
de la parte del norte, más de seiscientas leguas, que son sin núme-
ro y todos caudalosos, que en tiempo de aguas no se vadean. Y por
la parte del sur coge todos los que bajan del Paraguay, desde la cor-
dillera, que son otras quinientas leguas y más. Y navégase en este río
con bergantines, de ordinario, y algunas barcas (127).

Por el río se viajaba y traficaba en bergantines y barcas, en caba-


llos y carretas por las inacabables llanuras argentinas: «ahora habe-
mos de decir del Tucumán, al cual se va por el otro camino que diji-
mos..., todo por tierra llana, camino de carretas, sobre la mano
derecha, hacia el norte», añadiendo el infatigable fraile manchego:

Al primer pueblo que se llega es San Jerónimo de Córdoba,


ochenta leguas y más del fuerte de Caboto... Aquí, en este pueblo,
es toda la contratación del Paraguay, de Chile y del Brasil y de Bue-
nos Aires, porque está en el paso de todas estas partes, y de aquí lle-
van los pasajeros carretas con bueyes para todas estas partes, donde lle-
van matalotaje para todo el camino, de lo que es menester, y las
mercaderías que los navíos traen (136).

Las grandes distancias y el alejamiento entre los distintos luga-


res poblados de América del Sur, y del inmenso dominio riopla-

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tense en particular, están continuamente presentes en las observa-


ciones geográficas de Ocaña y en el itinerario que él mismo reco-
rre, con apuntes como éstos: «desde aquí (Santa Fe) se va a otro
pueblo que se llama Las Corrientes, por el mismo río, que hay se-
senta leguas», «desde aquí (Corrientes)... se va a otro pueblo que se
llama el Río Bermejo y los españoles le llaman la Concepción; hay
cuarenta y dos leguas todo de tierra llana y de mucha arboleda»
(129), «para ir a Esteco hay noventa leguas y en ellas no hay río nin-
guno, sino algunas aguadas, a manera de pozos, a seis leguas y a
ocho, que son las jornadas de carre t a s», «hay desde Las Corrientes a es-
ta ciudad (Asunción) cincuenta leguas, por el mismo río por donde
van los bergantines y barcas» (131), «van a un pueblo que se llama la
Punta de los Venados, cuarenta y cinco leguas de Córdoba», «está
San Juan de Cuyo veinticinco leguas de Mendoza, a un lado», «vol-
viendo al otro camino real, que va desde Córdoba a Santiago del
Estero, hay ochenta leguas», «de aquí se va a otro pueblo que se lla-
ma San Miguel de Tucumán, veinticinco leguas a un lado» (137),
«a un lado de la misma sierra está otro pueblo que se llama La Rio-
ja, cuarenta leguas de San Miguel», «por el otro camino de Santia-
go del Estero, que es el real, se va a Nuestra Señora de Talavera de
Esteco, que está cincuenta leguas de Santiago» (138), «desde aquí
(Las Juntas) se va a la ciudad de San Bernardo de Lerma, valle de
Salta, que es otras veinticinco leguas..., desde aquí se va a San Fran-
cisco de Álava de Jujuy; hay catorce leguas» (139).
La extensión territorial, el distanciamiento de los núcleos de
población y la propia configuración del terreno condicionaban el
desarrollo de la colonización, inevitablemente relacionada tam-
bién con las posibilidades comunicativas y con el comercio, lo que
impulsó la expansión chilena transandina, como fray Diego de
Ocaña reconoce a propósito de las fundaciones de Punta de los
Venados, «pueblo nuevo, para refugio de los pasajeros que pasan a
Chile en los seis meses del año que se abre la cordillera», de San
Juan de Cuyo y de Mendoza, que «aunque están destotra parte de
la cordillera son de la Gobernación de Chile porque los poblaron
gente de allá para abrir camino y tener comunicación con los de
Tucumán» (137). Lo contrario dificultaba el poblamiento de una
región y favorecía la prolongación del aislamiento entre los prime-
ros sitios fundados por los españoles, situación que exigía la aper-

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tura y mantenimiento de vías de comunicación o el aprovecha-


miento de las ya existentes, las fluviales, sobre todo, en el caso de
los llanos rioplatenses, donde aun cuando el urbanismo y la pobla-
ción aumentaron a lo largo del siglo XVII, ese crecimiento fue
mucho menor que el experimentado en otras partes de América
del Sur (Morales Padrón, 1988: 292).
Por eso pocos años antes de la Independencia Félix de Azara alu-
de a las provincias de Chiquitos y Moxos como «las más pobres, sin
comercio ni comunicación» (Memorias, 64), desaconseja un trazado
fronterizo con los portugueses del Brasil por ser el territorio «muy
distante de otros establecimientos, sin franca comunicación por ríos»
(54), igual que le llama la atención la dispersión de la población ru-
ral rioplatense y el hecho de que la mayor concentración urbana se
diese en puntos litorales, «este desparrame general no tiene otra ex-
cepción que la de las pocas ciudades, por estar en puertos» (10), y
aun reconociendo que en las pampas «todos los caminos son llanos y
correctos, que las bestias de transporte valen poquísimo», su prefe-
rencia por el tráfico fluvial sobre el terrestre es manifiesta, pues «por
fortuna nuestras vastas campañas son atravesadas por tres o cuatro
ríos de primer orden y por otros muchísimos que les tributan siendo
navegables con buques de buen porte y otros con embarcaciones
chatas» (25). Y Miguel de Lastarria por los mismos años observaba:
«Los bosques son inmensos sobre sus tres mayores ríos (los tres pri-
meros por navíos grandes) y cuyas largas riberas son un astillero con-
tinuado donde ha sido construido el mayor número de zumacas,
bergantines, faluchas y lanchas en que se trafica por estos puertos del
gran Río de la Plata compuesto de aquellos» (Colonias I, 20v).

EL CABALLO EN LA SENDA DEL MARINERISMO

Así, pues, la navegación fluvial y costanera fue intensa en los


territorios rioplatenses, imprescindible para asegurar las comuni-
caciones y el comercio en extensa parte de ellos, lo cual permitió
la familiarización de muchas comunidades americanas con la ter-
minología marinera, por el continuo trato con el tráfico de toda
clase de barcos y con la construcción naviera, pues esas poblacio-
nes solían estar preferentemente asentadas en las proximidades

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de los grandes ríos. Pero naturalmente la comunicación y el co-


mercio entre pueblos y ciudades también se daba por tierra, y por
los caminos terrestres se difundieron las palabras marineras se-
mánticamente adaptadas a una realidad de tierra adentro, dando
lugar su popularización a las más variadas acepciones figuradas,
ajenas a los usos que esos términos habían tenido entre los hom-
bres de la mar. El cuadro fue de trazos semejantes en distintas zo-
nas de América, por lo cual nada de particular tiene que acarrea r y
acarreo (o acarret o) pronto se refirieran también a la navegación
por río, según el siguiente testimonio de Diego de Ocaña: «Aquí
hay falta de comida porque no tiene tierras para ello y así se trae
todo de acarret o en canoas por un río de los términos de Osorno»
(A m ér ic a , 110).
En el caso de Argentina las ciudades se ubicaban a orillas del
Paraná y a lo largo de la Carrera Real, camino carretero frecuenta-
do por quienes viajaban entre Buenos Aires, el Alto Perú y Lima,
transporte que también permitía la orografía pampera hacia luga-
res alejados de esa ruta principal. Y el mismo fraile manchego Die-
go de Ocaña conocía las carretas de bueyes que recorrían las lla-
nuras argentinas con «matalotaje para todo el camino, de lo que
es menester, y las mercancías que los navíos traen». También escri-
be Ocaña: «Desde aquí (San Bernardo de Lerma, valle de Salta) se
va a San Francisco de Álava de Jujuy. Hay catorce leguas, todo sie-
rra y pantanos y ciénagas y ríos; y desde aquí hasta el Paraguay es
todo de tierra llana, que se anda todo con carretas, aunque hay algu-
nos montecillos, pero el camino va siempre por llano, que son más
de cuatrocientas leguas» (139). Y lo mismo que el jerónimo ha se-
ñalado el lugar donde se construían los bergantines del Paraná,
identificará el sitio, San Miguel de Tucumán, donde se hacían las
carretas para el transporte por las pampas: «por la mucha madera
que tienen se hacen aquí todas las carretas que se gastan en el ser-
vicio de esta Gobernación» (138).
Será en el siglo XVIII cuando Murillo Velarde recoja la noticia
del arribo a Buenos Aires de una flota cargada de productos espa-
ñoles y europeos, enlazándola con una imagen bastante detallada
de la carreta pampera, y, lo que más importa destacar ahora, con
implicación de los términos navegar y navegación:

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Desde Buenos Ayres azia el poniente hay grandíssimas llana-


das, o pampas, y casi del todo despobladas, y no se ve en todo el
campo ciudad, casa, castillo, monte ni árbol. Parecen un mar im-
menso de tierra, lleno de yerva crecida: navégase por estas campi-
ñas en carretas muy grandes que tiran varios bueyes y en que, co-
mo si fuera verdadera navegación, se lleva todo lo necessario para
el camino. La carreta es la casa en que va el catre, la leña, el agua,
la comida y toda la demás provisión, porque en pocos parages del
camino hay agua y leña (Geografía, 322, 323),

aunque fray Reginaldo de Lizárraga ya había contemplado la in-


mensidad pampeana con ojos marineros:

Los campos y llanos son espaciosísimos, porque así como estan-


do en alta mar no vemos sino cielo y agua, así en aquella provincia
de Esteco para adelante no vemos sino cielo y llanuras; estas co-
rren más de 400 leguas sin que se halle ni se vea un cerrillo, ni casi
una piedra (Perú, 412).

Con razón se ha dicho que «para las ciudades mediterráneas los


arrieros y sus recuas de mulas cumplían el papel de flotas de barcos»
(Lacoste, 2008: 65); el símil de Murillo Velarde sobre la navegación
de las carretas por las pampas es muy representativo del maridaje
entre el transporte marítimo y fluvial y el que tenía lugar por el
«mar» pampero, y en 1781 fray Francisco Murillo emplea boj ea r ‘dis-
currir un cauce fluvial’: «el once caminamos a (sic) salir el sol; reco-
nocimos boj eaba el río con mucha variedad y tenía a sus márgenes
barrancas tan eminentes...», descubre la práctica de la arriería en la
construcción o arreglo de embarcaciones: «donde havía dicho Cor-
nejo dejado el barco con mi gente, cargas y cuatro arrieros con el fin de
trabajar mi canoa», registra fletar ‘alquilar’ cabalgadura, «havía fletado
caballo para venirse», y certifica la identificación que a efectos prác-
ticos el indio chaqueño hace entre la canoa y el caballo:

El veinte y uno, saliendo al amanecer, a la legua de camino en-


contramos una ranchería al lado del norte, de unos 150 de toda
chusma, que nos estaban aguardando entre unos zauzes, y uno de
ellos en voz alta dijo: «Si no hay tabaco, no hay caballo». Compre-

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hendile el misterio y atracando mi canoa, que para él era el caballo,


dándoles tabaco y otras regalías, pasé55.

Se manifiesta aquí la estrecha relación que para un natural del


inhóspito Chaco se daba entre el transporte por río y el terrestre,
pero también que esa identificación no era sólo propia del inculto
indígena, sino que había calado en la sociedad criolla rioplatense,
de donde que el caballo acabara llamándose f l et e («y cáibamos al
cantón / con los fletes aplastaos», estr. 114 del Martín Fierro). Efecti-
vamente, fray Francisco Murillo emplea f l etar caballo, pero este ver-
bo y el sustantivo f l ete en pleno siglo XVI se aplicaron en Indias al
arriendo de cualquier medio de transporte, de canoas, camélidos
andinos, caballos o mulas y carretas, por lo cual f l et e ‘caballo rápido
y de buena estampa’ ha encontrado una amplía difusión, pues Mo-
rínigo lo registra en Argentina, Uruguay, Bolivia y Colombia. Pero
tan significativo o más que el referido cambio semántico, como ex-
presión de la profunda popularización que esta palabra tomada de
la profesión marinera alcanzó en tierras indianas, es la polisemia
que allí adquirió f l et e, con acepciones figuradas como las que este
lexicógrafo consigna: ‘conquista de prostituta callejera’ en Cuba,
‘compañía amorosa o galante, tanto en hombres como en mujeres’
en Perú, con el derivado verbal f l et ear ‘proferir palabras agresivas’,
‘agredir’ en Argentina, Chile y Perú, ‘despedir de un empleo’,
‘echar a alguien de un sitio o reunión’ en Argentina, ‘largarse’ en
México, Cuba y Colombia, ‘fastidiarse’ en Guatemala, y junto a las
locuciones salir fletado ‘salir a escape’ usual en Cuba y México, y s a-
lir sin flete ‘íd.’ en Colombia y Venezuela.
De todos modos, flete como marinerismo de tierra adentro en-
cuentra su máximo arraigo en el mundo rural rioplatense, en lo que
a buen seguro mucho tiene que ver la legendaria figura del gaucho,
consumado caballista, según Azara poco amigo de las armas de fue-
go por «la incomodidad que les causa su cuidado y el llevarlas a ca-
ballo para correr, en que consiste toda su delicia», «estas gentes cu-
yo encanto es estar siempre a caballo y correr tras de los toros»
(Memorias, 5, 10), igual que por los mismos años vería a los gauchos

55 Diario de Fr. Francisco Murillo, Buenos Aires, 1781: Biblioteca Nacional, ms.
18758-1, 5r, 8r.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Miguel de Lastarria, también como hábiles boleadores y prácticos


en el rodeo (Colonias II, 118v-120v), y poco después Darwin, quien
asimismo se fijó en su fisonomía y modales (2008: 58-60).
No es meramente anecdótica, desde luego, la metáfora maríti-
ma de los llanos rioplatenses, de Lizárraga y Murillo Velarde, que
de alguna manera explica que en el español de Argentina abra ha-
ya llegado a significar ‘campo ancho y despejado en medio de un
bosque’, bajío ‘terreno bajo’, costear ‘pastorear el ganado’, también
en Uruguay, embarcadero ‘corral con salida en rampa que sirve para
embarcar los animales en vagones de tren’, embicar ‘embestir dere-
cho a tierra con una embarcación’, ensenada ‘pequeño potrero
cercado’, falucho ‘zarcillo en forma de trébol’, ‘sombrero de gala
de dos picos y ala abarquillada que usan marinos y diplomáticos’,
playa ‘explanada, lugar espacioso y llano destinado para usos espe-
ciales en los poblados y establecimientos industriales que ocupan
mucha superficie’, ‘en las estancias, el lugar destinado a la esquila’,
rumbeador ‘persona con pericia y buen instinto para encontrar el
rumbo conveniente en bosques o desiertos, baqueano’, rumbear
‘tomar rumbo, orientarse’, travesía ‘región vasta y desierta, gene-
ralmente sin agua’ (Morínigo). Este estudioso señala una exten-
sión americana mucho mayor de bajío con el referido significado y
añade su acepción mexicana de ‘terreno plano y amplio de labor,
sembradío en lo alto de las mesetas’, amplía el uso de embicar con
el sentido consignado a Paraguay, Uruguay y Chile, localiza en Cu-
ba su acepción de ‘embocar, acertar a introducir una cosa en un
hoyo o cavidad’ y en México las de ‘embrocar una vasija o ponerla
boca abajo’, ‘beber’, mientras Santamaría añade la de ‘poner proa
derechamente a la tierra la nave, y aun encallar por tal motivo’,
que también hace propia de Argentina y Chile. Que rumbo y sus
derivados puedan tener esas acepciones y usos en América es natu-
ral desde el momento en que Darwin, de su estancia en Uruguay,
recordara el siguiente detalle: «Causó la más viva admiración que
un extranjero como yo conociera el camino (porque dirección y ca-
mino son sinónimos en esta campiña) para los sitios en que nunca ha-
bía estado» (2008: 57). Y la chilena Peña y Lillo, en la segunda mi-
tad del XVIII frecuentemente emplearía rumbo con sentido
figurado, así: «me veo tentadísima por muy diferente rumbo», «otras
veses vienen estos egsesos de amor por otro rumbo», «después de

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

haber pasado tres meses en este martirio, sin sesar día ni hora, em-
piesa ahora por otro rumbo» (Cartas, 1, 29, 38).

ENTRE EL RÍO DE LA PLATA Y MÉXICO

En la epopeya gauchesca el mismo apodo del protagonista es con-


secuencia de la importancia que la navegación en su vertiente co-
mercial tuvo en la formación del léxico americano, en cierto modo
algo parecido a lo que ocurrió con flete ‘precio del alquiler de una
nave’, pues fierro, que en el habla de los gauchos tuvo el significado
de ‘arma blanca’, con varias acepciones se conserva en toda Améri-
ca. Originario dialectalismo norteño, propio de las ferrerías leonesas
y sobre todo de las vascongadas, con este nombre se embarcaban ha-
cia las Indias las manufacturas de hierro (azadones, clavazón, mache-
tes..., de fierro), uno de los productos más rentables de la exportación
española en época colonial, pero, cesado este comercio marítimo,
fierro se mantuvo en el español americano mientras en la Península
se retraía a sus cuarteles de invierno septentrionales, donde su decli-
ve fue continuo desde la derrota metropolitana.
Semejante ejemplo del peso que el flujo comercial procedente
de la metrópoli tuvo en los usos léxicos hispanoamericanos se halla
en la voz mamajuana de estos versos del Martín Fierro:

Pues siempre la mamajuana


vivía bajo la carreta,
y aquel que no era chancleta,
en cuanto el goyete vía,
sin miedo se le prendía
como güérfano a la teta
(estr. 39).

Efectivamente, en los galeones de la Carrera de Indias se trans-


portaban «damesanas de vino de Francia», según en otra parte del
documento (1999: 306), y damesana con la variante damasana per-
vive en buena parte de América, mamajuana al menos en Argenti-
na, Colombia y Perú, formas que, junto a damajuana, son adapta-
ciones al español del francés dame-jeanne, en el caso de mamajuana

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

seguramente mediante etimología popular. Vino de Burdeos con-


tenido en estas vasijas bebía la oficialidad de los galeones y paque-
botes del siglo XVIII, y su venta en América alcanzaba elevados
precios, pero también se emplearían para llevar vinos y licores es-
pañoles, pues entre las capturas hechas a los realistas por una co-
lumna bolivariana había «cinco damesanas de aguardiente de España,
cinco botijuelas de aceite de Castilla...» (Correo, 351), y en texto
bonaerense de 1796 se relata el trágico suceso causado por la ex-
plosión de la pólvora que iba a ser transportada en damasjuanas,
con los dos elementos de esta composición léxica en plural:

Estando dos negros y un mulato esclavos en el patio de una casa


pequeña... limpiando una porción de pólvora de D. José Chilabet
contenida en seis barriles para embarcarla en damas juanas y remi-
tir al Paraguay, y arrojando la que quedaba de la limpiadura a un
basurero immediato, adonde acababa de tirar el mulato una pun-
ta de cigarro que aún mantenía fuego...56

Hay palabras extraordinariamente representativas del mari-


daje que en América se produjo entre el tecnicismo náutico y el
léxico común del español que al otro lado del Atlántico estaba
desarrollando peculiaridades regionales. Así, patache mantiene
en Argentina un sentido cercano al originario, ‘embarcación pe-
queña, plana de fondo, destinada a llevar cargas’, con la variante
pat ac h o también usual en el Paraguay, pero esta voz en Honduras
y México significa ‘pequeña recua de mulas’, ‘recua diestra en el
oficio de cargar y viajar’ (Morínigo), como patachero tiene el sen-
tido mexicano de ‘arriero que maneja un patacho’, similarmen-
te a los casos de chinchorro ‘rebaño pequeño, manada de menos
de cien ovejas’ y también ‘recua pequeña’, de donde chinchorrero
‘arriero’ (Santamaría). De manera que con patacho se comprue-
ba cómo el nombre de una embarcación ha acabado asociándo-
se al transporte mediante tracción animal, igual que ocurrió con
chinc h orro, término que no sólo significa ‘red de pescador’, sino
asimismo ‘pequeño barco de pesca’, acepción ésta que atestiguo

56 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio. 1796-1797 (v. n. 17): Bue-
nos Aires, septiembre de 1796, 1r-v.

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

en documento malagueño de finales del siglo XV, la de ‘peque-


ño ganado’ («cortos chinc h orros de obejas y vacas») en texto no-
vohispano de 1743, y la de ‘red de pescador’ en otro indiano de
hacia 1614 compuesto por un sevillano, y en corpus peruano de
1782-178657.
Revelan estas referencias diacrónicas y diatópicas coherencia
histórica y dialectal, la de un término de relación andaluza y cana-
ria, con posterior irradiación americana. Pero esta perspectiva no
queda clara en el diccionario académico, que en su edición de
2001 recoge chinchorro con las dos acepciones originarias sin nota
regional, es decir, como voz de difusión general, todo, a mi pare-
cer, porque en el Autoridades al significado ‘especie de red a modo
de barredera que usan los pescadores en España’ se le atribuye,
como se ve, uso común, indicándose además sobre dicho aparejo
que «es semejante a la xábega». Ahora bien, tampoco a propósito
de jábega señala su regionalismo el diccionario dieciochesco, y, sin
embargo, de jabeguero ‘pescador de xábega’ se dice que «es voz
mui usada en Andalucía»58, y en el setecientos un corpus onuben-
se contiene los dos vocablos como nombres de barcos de pesca:

Oy todavía se trafica en Huelva con 25 barcos viageros, sin con-


tar las jábegas, cazonales, labadas, chinchorros y otras muchas em-
barcaciones, que se emplean en la pesca, ocupan gran parte del
pueblo y surten de pescado la villa y todo el reynado de Sevilla
(Mora Negro, 1761/1987: 142, 143).

Así, pues, chinchorro pasa a América con dos acepciones marine-


ras (‘red’, ‘embarcación’), que mantiene en su nueva y muy am-
pliada geografía lingüística, donde adquiere nuevos significados
que hacen al vocablo marinerismo de tierra adentro, guardándose
en este caso la referencia a su uso originario al tiempo que se aña-
de el cambio semántico que lo desvió de él, convirtiéndolo así en

57 Datos que doy en 1994 (126, 130) y 1999 (140, 228).


58 De hecho, en el mismo documento malagueño de finales del XV donde re-
gistro chinchorro también se halla jábega: «tiene çinco fijos con dos barcos e dos
xábegas», y sobre el andalucismo de jábega debe tenerse en cuenta, aparte de la
documentación arriba citada, que era de Almeria la primera autoridad, López
Tamarid, sobre esta palabra aducida por la Academia.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

término común, ya no exclusivo de los hombres de la mar59. El es-


trecho contacto alcanzado por los hispanoamericanos con la ter-
minologia náutica y su empleo corriente en tierras del interior ex-
plican también que brulote adopte las acepciones figuradas de
‘palabrota’ en Bolivia y Chile, y de ‘escrito incendiario’, ‘dicho
provocativo y soez’ en dominios rioplatenses, y el contacto con los
hombres del mar da cuenta también de que en Chile, Perú y Ecua-
dor exista el baile popular llamado marinera (Morínigo).
En el Correo del Orinoco también se reconoce la importancia que
tuvieron los cauces fluviales y el cabotaje para el transporte de
mercancías, pues uno de los artículos de la «Ley sobre prohibición
de importar varios artículos y arreglo de comercio de un puerto a
otro de la República», dictada por el Congreso General, que en
sus páginas se publica, concede la siguiente exención: «Que los ca-
pitanes de los puertos no cobren derecho alguno a los buques sin quilla
que hacen la navegación interior o de costa conduciendo víveres...»
(505). Pero tampoco faltan en este corpus periodístico noticias so-
bre situaciones de comunicación terrestre impracticable cuando
«las lluvias... son insuperables», según relata cierto comunicado
militar, en el que el jefe independentista dice que «como estos ca-
minos son casi intransitables, dispuse, a fin de no inutilizar los sol-
dados en tan penosa jornada, embarcarme por el río con la tropa»
(353). Y un parte del general Páez relata:

El 11 llegué al paso del río, y habiendo experimentado en el


tránsito la imposibilidad de seguir adelante la infantería por las
inundaciones de las sabanas, la hize contramarchar a la isla, y seguí
con la caballería destinada a emprender sobre Guanare y otros
puntos del occidente de Caracas (148).

59 Del sentido ‘red’ se pasó al de ‘hamaca tejida en forma de red’ en Colom-


bia, República Dominicana, Panamá, Puerto Rico y Venezuela (Morínigo), que
Santamaría extiende a algunas zonas de México. De la misma acepción derivó la
de ‘rebaño pequeño’, que se guardaría de noche protegido por una red (véase
el étimo de redil), y la de ‘recua pequeña’, en referencia ya al transporte terres-
tre. La polisemia americana de esta palabra se enriquece con las menciones que
el mismo Morínigo recoge de ‘tiendecita pobre’ en la República Dominicana y
Puerto Rico, ‘grupo de casuchas o cuartos de alquiler’ en Costa Rica.

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

La familiaridad con la navegación que el Correo revela se corres-


ponde con la adaptación de voces marineras a otros significados,
los que llamamos marinerismos de tierra adentro, y así se encuen-
tra con sentido figurado escollar ‘fracasar, malograrse’, «que así se
escollarán siempre los esfuerzos de los viles defensores del tirano
de España» (231), americanismo que da como argentino y chile-
no Morínigo y con él la Academia en su diccionario, curiosamente
sin registro en los venezolanismos de Tejera y de Núñez y Pérez.
Palangre ‘engaño o fraude, negocio oportunista’ sí es recogido en
estos dos compendios de vocabulario de Venezuela, y el marineris-
mo léxico ya figura en el corpus bolivariano con sentido metafóri-
co: «su hermano D. Juan no es el que era cuando V. estubo aquí;
hoy ha hecho unos palangres de pescar, veremos su pesquería»
(357), igual que sucede con mogote ‘conjunto intrincado de arbus-
tos y bejucos que se destaca en la sabana’ (Tejera), ‘grupo de ar-
bustos, maleza que crece en un terreno’ (Núñez y Pérez): «que ya
los bejucos nos salen por las orejas, narices, boca y ojos, de suerte
que cuando nos vayamos a los Llanos, cada persona es un mogote
de bejucos» (338). Plan ‘llano, planicie’ es otro marinerismo origi-
nario con alteración semántica, que consta en noticias mexicanas
publicadas en el Correo del Orinoco: «y que Rincón se había retirado
con su tropa al plan del río» (483). Finalmente, por no alargar en
exceso la ejemplificación, rumbo es ‘picada, trocha’ en Bolivia y
México (Morínigo), pero con el sentido de ‘camino, especialmen-
te el que está fuera de lugares poblados’ asimismo lo dan como ve-
nezolanismo Núñez y Pérez, y efectivamente el marinerismo de
tierra adentro se documenta en el periódico de Angostura: «el
enemigo sufrió demasiado en todo el día, en cuyo tiempo se des-
cubrió un gran rumbo por el fondo de la casa cubierto de bosques
que impidieron observarlo en los choques de la mañana», «y ha-
ciendo un ataque falso por el frente, mandé cargar por el rumbo
descubierto» (148)60.

60 En estas citas, se refieren al asedio a una casa ocupada por realistas, rumbo
seguramente no significa ‘camino’, sino ‘hundimiento, brecha en un muro’, pe-
ro no dejaría de tratarse de un marinerismo de tierra adentro, relacionado con
la acepción ‘cualquier agujero que se hace o se produce en el casco de la nave’,
dada como propia de la marina por el diccionario académico.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

El uso que mogote ocasionalmente tuvo entre navegantes (O’Scan-


lan, 1831/1974: 371) se mantiene en la obra de Murillo Velarde,
pero también con referencia fluvial: «en el río, en la costa y en el
golfo de San Lorenzo hay varias islas y mogotes» (Geografía, 366), y
lo mismo verifica este corpus respecto al empleo de placer: «a la
punta de dicho cabo hay un placer o baxo de más de 20 leguas», «al
poniente de estos baxos hay dos placeres con algunos arrecifes»
(128, 363, 366). Pero ya se ha visto la transformación semántica ex-
perimentada por mogote en el texto venezolano, y grande es la dis-
tancia significativa recorrida por placer desde su sentido marinero
a las acepciones colombianas ‘terreno limpio, listo para la
siembra’, ‘solar, terreno’, y a la cubana ‘campo, terreno’ (Moríni-
go)61, ‘yacimiento, mina’, ‘criadero o lugar en que se encuentran
perlas’ (Tejera), el segundo significado también en México y en
otras partes de América (Santamaría).
Buena parte de los marinerismos de tierra adentro se acuñaron
antes de la Independencia, lo cual de alguna manera explica que
bastantes se hicieran comunes o muy extendidos en el español de
América, aunque desde luego algunos términos de los de esta cla-
se son de ámbito regional y en lo que precede varios han sido con-
signados, generalmente también de considerable antigüedad. Así,
braza es principalmente medida de longitud náutica, pero el dic-
cionario académico asimismo recoge esta voz como medida agra-
ria usada en Filipinas, lo cual supone un considerable poso tradi-
cional, al par que registra brazada como sinónimo anticuado de
braza. Pues bien, brazada por braza ‘medida de longitud general-
mente usada en la marina’ se conserva en Colombia, Guatemala,
República Dominicana, Venezuela y Río de la Plata, y en México co-
mo ‘unidad de medida para la venta de piedras de mampostería’,
según Morínigo, aunque Santamaría añade que en algunos esta-
dos mexicanos braza es ‘medida de superficie más o menos equiva-
lente a la filipina’62 y que en el de Veracruz «se da este nombre a

61 El diccionario académico recoge el cubanismo con mayor precisión defini-


toria: ‘campo yermo, o terreno plano y descubierto, en el interior o en las inme-
diaciones de una ciudad’.
62 No es casual esta coincidencia léxica entre el español de Filipinas y el de
México, si se tiene en cuenta la estrecha y duradera relación de ambos dominios
en tiempos virreinales, de la que es exponente el galeón de Manila.

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

una garrocha como de dos metros de largo, llamada también bra-


zada». Pues bien, un texto satírico novohispano de 1708 descubre
el empleo de braza de piedra de sentido acorde con el referido por
los lexicógrafos americanistas a la voz sufijada:

Quéjase el señor doctor don Gaspar de León, porque dice que


está muy corto el estipendio de la propina y que ha gastado más de
una braza de piedra que compró para espantar las gallinas que se le
vuelan a la azotea (porque es tan ingenioso que nada se le va por
alto) y para apedrear los cacomiztles (Madroñal, 2005: 463).

Lo característico del español americano en todo su dominio


geográfico es ese trasvase de tecnicismos marineros al uso común me-
diante el cambio semántico, rasgo resultante de la familiaridad de
muchos hablantes con la navegación marítima y de la extensión de
su terminología a la fluvial, de donde que el marinerismo de tierra
adentro se encuentre incluso en las zonas más interiores de Améri-
ca. De ahí también que un término náutico como b at elón, sufijado
de bat e l, haya llegado a significar ‘canoa’ en Bolivia, Colombia,
Ecuador y Perú (Morínigo), como que bote y el afroamericanismo
bongo se hagan sinónimos en el Correo (400), donde se atestigua em-
bals a r, derivado de b a ls a, con el significado de ‘atravesar un río, la-
guna, etc., en una embarcación cualquiera’, que como propio de
Colombia lo da Morínigo, junto a su deverbal emb a ls e, sin registro
en este lexicógrafo, ambas voces presentes en el oficio de un co-
mandante realista, tal vez criollo, al gobernador de Santa Marta:

Recibí a las once del 28, por el capitán del cuerpo don Rafael
Cisneros su muy atento oficio del 25, en que me avisaba debían
unírseme 200 hombres que estaban ya en Sitio Nuevo y para cuyo
embalce tenía ya, a fuerza de diligencias y dinero, listas las barque-
tas necesarias por Santo Tomás y Ponedera..., habiendo dado avi-
so... de que estaba obligado e iba a emprender mi retirada, todo
con el fin de evitar embalzasen y se hallasen comprometidos, si du-
daban mi movimiento (326).

Independientemente de los mayores o menores obstáculos que


presentaran las diversas rutas terrestres, eran comunes a todos los

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

dominios indianos las enormes distancias que mediaban entre los


diferentes núcleos habitados, de manera que en muchas zonas la
arriería cobró una gran importancia comercial, no sólo en el Río
de la Plata, sino también en Nueva España, donde este oficio se vio
sometido a una estricta reglamentación en el siglo XVIII (Suárez
Argüello, 1997), cuya importancia económica pone de relieve esta
respuesta a cierto cuestionario de 1831: «Lo general de la lana que
producen los ganados de esta especie que hay en el Estado (de Du-
rango), se vende a los arrieros que trafican y la conducen a los obra-
jes de Aguascalientes, Guadalajara, a muchos pueblos del Bajío y a
Querétaro» (Saravia, 1982: 96). Como desde la navegación maríti-
ma y fluvial se difundió por los espacios interiores parte de su ter-
minología semánticamente adecuada a ellos, de donde los mexi-
canos chinchorro y patacho ‘pequeña recua’, chinchorrero y patachero
‘recuero, arriero’, o flete ‘la carga misma que se transporta por cual-
quier medio’. Este sentido de flete lo comparten otras hablas hispa-
noamericanas, como ocurre con fletar ‘alquilar un vehículo cual-
quiera, o una montura para el transporte’, del cual dice Santamaría
que «por acá le aplicamos igualmente a mar y a tierra: lo mismo se
fleta una nave que un atajo de burros», y aquí han de mencionarse
las acepciones ‘embarcación, carro o carreta que se alquila para
transportar personas, mercaderías y otras cosas’ y ‘arriero’ referidas
por dicho lexicógrafo a fletero. El transporte por tierra no dejó de
contribuir con algún préstamo al léxico del acuático, de lo cual
ejemplo curioso es trajinera ‘chinampa, piragua o canoa que sirve al
indio para trabajar diariamente, sobre todo a la india, en Xochimil-
co, vendiendo flores, comidas y bebidas’, con el correspondiente
trajinero ‘que trabaja viajando o haciendo transportes en una
trajinera’ (Santamaría)63. Lo cierto es que en el umbral de la Inde-
pendencia en México, como en otras partes de América, las comuni-
caciones continuaban siendo un problema acuciante para el desarro-

63 Mientras que en el español común trajinera no existe y trajinero ha tenido el


significado del cat. traginer ‘arriero’, del que es préstamo (Corominas y Pascual,
1980-1991: V, 576). En carta del gobernador de Costa Rica del 1 de febrero de
1639 se lee: «hice abrir y que se trajinase, como se trajina el puerto de Matina de
esta provincia, que por otro nombre se dice Punta Blanca, correspondiente a
Puerto Belo y Cartagena de la Mar del Norte, por donde entran y salen géneros
de Castilla y de esta provincia» (Medina Encina, 2001: 16).

82
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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

llo del comercio, de gran repercusión social, con implicaciones lin-


güísticas por consiguiente, situación que, aun cuando quizá con al-
guna exageración, pintan estas palabras de la Memoria que en el
Consulado veracruzano se leyó el 10 de enero de 1803:

Cualesquiera hombre sensato y observador se admirará de que


dependiendo la riqueza pública del expedito tráfico ultramarino
no exista en Nueva España camino, puente, posada, río navegable,
canal, ni recurso alguno de los muchos que lo facilitan y aumen-
tan en todas partes, y que el único puerto de mar padezca todavía
los vicios y defectos que debieron remediarse muchos años hace
(Veracruz, 92).

A MODO DE CONCLUSIÓN

Los marinerismos de tierra adentro están entre los vocablos que


mejor caracterizan el léxico del español de América y lo distinguen
del de España. Son resultantes del proceso histórico por el cual pala-
bras en su mayoría de procedencia europea se acomodaron semánti-
camente a las circunstancias indianas, dando lugar a muchos de los
llamados americanismos léxicos, y en este caso se trata de términos
náuticos que a su significado técnico o especializado en el oficio ma-
rinero añadieron otro usual para el común de los hablantes. En el
curso de tales cambios semánticos mucho tuvo que ver la familiariza-
ción de emigrados y criollos con la Carrera de Indias y con la navega-
ción de cabotaje, pero tanto o más determinante resultó ser la fluvial,
pues en extensos territorios los grandes ríos americanos fueron el
mejor medio para la comunicación y el transporte. El estudio docu-
mental de este grupo de voces revela que el fenómeno semántico en
cuestión es propio de todo el español americano, aunque haya mari-
nerismos originarios que se han hecho de difusión general y otros re-
gionalmente particulares, que viene de antiguo, pues en lo funda-
mental aparece conformado antes de la Independencia, y que en su
motivación fueron determinantes el factor geográfico y el social.
Significativa es la coincidente imagen con que a fray Diego de
Ocaña se le representa la fundación de Punta de los Venados en
los Andes, «para refugio de los pasajeros» durante «los seis meses

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

del año que se abre la cordillera», que permitía el contacto de Chi-


le con Tucumán, y la de Corrientes a orillas del Paraná, «para refu-
gio de caminantes», a fin de asegurar la comunicación de Buenos
Aires con Asunción, y del Paraguay con el interior argentino
(América, 129, 137); pero igualmente ilustrativo es su empleo de
pasajeros para quienes iban por ruta terrestre y de caminantes para
los que seguían el curso fluvial. La indiferenciación semántica se-
guramente no es casual, sino resultante de una imperiosa necesidad
de disponer de vías expeditas en territorios inmensos y de pobla-
ción tan escasa como dispersa, que frecuentemente encontraban
importantes obstáculos naturales y casi siempre la dureza de las
grandes distancias. Uno y otro extremo todavía resultan determi-
nantes para el comercio rioplatense poco antes de la Independen-
cia, en el primer caso como indirecto recordatorio de lo que mu-
cho antes había advertido Ocaña:

Los fletes de las carretas han subido hasta 100 pesos, y algunas
se han fletado a 110, haviéndose unido para ello los troperos con la
noticia del aumento en el precio de los frutos del país en Buenos
Ayres. La cordillera aún subsiste abierta, y los fletes de arria a 8 pesos.

El arrós, sin embargo de propagarse con tanto exceso en el Tu-


cumán, conserva un precio mui alto, por serlo sin duda el de su condu-
ción a la capital de Buenos Ayres, o por no haverse aún perfeccionado
las máquinas para descascarlo con facilidad64.

En anotación del 24 de octubre del mismo año referida a Mon-


tevideo se dice que «los efectos y precios en dicho puerto guardan
igual proporción con los de la capital de Buenos Ayres por su in-
mediación a ella, y lo mismo sucede con Santa Fe y Corrientes»,
mientras que en julio de ese 1797, de nuevo sobre Mendoza, se ex-
presa la queja de que «el flete de carretas está a 110 pesos hasta la

64 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires,


mayo y junio de 1797, informes sobre Mendoza. Nótese que la primera cita con-
tiene los americanismos tropero y arria, originados en los usos léxicos del trans-
porte terrestre. No es extraño que tantas noticias semejantes a éstas se refieran a
Mendoza, que fue centro neurálgico de la comunicación bioceánica, de Buenos
Aires a Santiago (Lacoste, 2008).

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

capital de Buenos Ayres, por cuia causa no se extraen los referidos


frutos». Y Félix de Azara informa favorablemente el proyecto de
fundación con un pueblo en el «sitio donde se juntan los ríos Dia-
mante y Atuel», porque desde esta confluencia el primero era na-
vegable al menos con chalupas «hasta encontrar el río Negro, y es-
te desde allí a la mar en la costa patagónica», pudiéndose esperar
que la población proyectada fuera «el almacén de los muchos y
preciosos frutos que produce la ciudad de Mendoza y las demás
que con ella componen la dilatada provincia de Cuyo, y al mismo
tiempo el puerto por donde llevarlos a la mar», insistiendo el co-
misionado real:

Es cosa lastimosa que dicha provincia, la más fértil de América


y aun del mundo en frutos preciosos de agricultura, no pueda hoy
estraerlos sino en carretas a Buenos Aires, distante 300 leguas. La
distancia de Mendoza, que es la capital, al proyectado pueblo o
embarcadero es sólo de 60 leguas escasas y llanas, y la navegación
hasta la mar no podrá ser inquietada por los indios, porque ningu-
no de los de por allí es marinero ni tiene embarcación ni canoa
(Memorias, 91-92).

Véase, pues, que los precios no encarecían entre Montevideo y


Buenos Aires, ni en el comercio entre la capital virreinal y Santa Fe
y Corrientes por la vía del Paraná, mientras que la conducción por
carretas dificultaba enormemente la exportación de los productos
del norte argentino todavía a principios del siglo XIX, y en los in-
formes del Consulado bonaerense al tratar de la provincia del Pa-
raguay se ponía de relieve la circunstancia favorable de que «se ha-
lla situada 500 leguas de la capital de Buenos Aires y desfruta el
beneficio de la navegación por el río Paraná hasta la ciudad de la
Asunción, que es su capital», y en este corpus se copia informe del
gobernador del Paraguay con la noticia de que se estaba constru-
yendo una fragata65, que Azara poco después vería terminada:
«don Casimiro Necochea acaba de construir en el Paraguay una
fragata de cuatrocientas toneladas y de resultas hay allí en astillero

65 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires,


octubre de 1796, 15v.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

otros siete buques grandes» (Memorias, 25-26). Una prueba más de


lo vital que para este territorio interior era la navegación fluvial
(lámina I), base de la principal industria por entonces de Asun-
ción y Corrientes (Morales Padrón, 1988: 321), aunque había anti-
guos precedentes de esa actividad fabril y comercial, pues fray Die-
go de Ocaña ya había constatado que en la ciudad asunceña era
donde «se hacen los bergantines y las barcas para bajar al puerto
de Buenos Aires, y en ellas bajan todo género de mantenimientos
para llevar a vender al Brasil» (América, 131).
Los ríos marcaron profundamente la suerte de la colonización
americana interior por la facilidad que daban a la comunicación y
al comercio, lo que claramente demuestra la Carta topográfica de la
provincia de Truxillo del Perú, o las correspondientes a las provincias
de Saña, Piura, Jaén, los Huambos y Caxamarca, levantadas por
iniciativa de Martínez Compañón66. Pero lo mismo sucedía en
Centroamérica con las haciendas de cacaotales situadas todas en
las vueltas del Matina, tal como se representan en 1738-175567, o
por 1781 en dominio costarricense, con la mayoría de sus pobla-
ciones fundadas en la inmediatez de los cauces fluviales68, igual
que en extensas zonas de Colombia y Venezuela, en cuyos territo-
rios sin ríos navegables los núcleos habitados se alineaban a la vera
de los caminos de más fácil trazado, con frecuencia a gran distan-
cia los unos de los otros69, y para 1550-1560 contamos con el dibu-
jo de los caminos entre México y las costas de Nueva Galicia, pues
ya desde 1528 la Corona daba instrucciones para que se remitie-
ran descripciones de los dominios indianos (lámina II)70, y en en-
cuesta programada por cédula real de 1635 se inquiere «qué río
pasa por este pueblo y en qué distancia», «cuánto hay de su naci-

66 Trujillo I,11, 75, 81, 85, 87, 89.


67 Mapa del curso del río Matina (1738-1755): AGI, MP, Guatemala, 23.
68 Plano geográfico de las provincias y terrenos confinantes a la Talamanca, con de-
mostración de sus montañas, situaciones, etcétera (1781): AGI, MP, Guatemala, 242.
69 Véanse, por ejemplo, el Croquis itinerario e hidrográfico de Venezuela (c. 1780-
1790), el Mapa de la provincia de Barinas, con las avenidas de Cúcuta y Cazanare a
Guadalito (S. XVIII), y el Plano de la mayor parte de la provincia de Barinas, con agre-
gación de la ciudad de Guanare y su distrito entre los ríos Bocono y Morador (c. 1790):
Cartografía V, 10, 89, 90.
70 Diseño o apunte de parte de la Nueva España, desde México hacia la Nueva Gali-
cia: AGI, MP, México, 8.

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Lámina II
Caminos y poblaciones de México a Nueva Galicia (n. 70).
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

miento al pueblo y de ahí a su embocadura», «si es río navegable y


para qué disposición de bajeles», «qué género y manera de balsas
hay en este río» (Solano, 1988a: 125). Circulares semejantes se dis-
pusieron en América por la autoridad civil y eclesiástica hasta fina-
les del período virreinal, porque las comunicaciones eran tan fun-
damentales como difíciles, sobre todo en las rutas terrestres de
regiones apenas colonizadas, donde las distancias se hacían inter-
minables71. Pero incluso para dominios de presencia española mu-
cho más densa que la del sur de los Estados Unidos, como eran los
de Argentina y Chile, es ilustrativo el caso del comerciante chileno
José Norberto Vicuña, que, saliendo de Buenos Aires el 1 de marzo
de 1731 con «una caravana de carretas que conducía 200 negros
por cuenta de la compañía inglesa y 85 suyos», cruzó las pampas y
la cordillera, entrando en Santiago el 8 de mayo (Lacoste, 2008:
69). Claro que mucho peor era la situación en las zonas del Alto
Perú «abundantes en arboledas de toda suerte de maderas esquisi-
tas, que no pueden beneficiarse por la fragosidad de dichas mon-
tañas y no permitir sus caminos extracción a otra parte»72.
Las vías terrestres, fluviales y marítimas con las gentes que las si-
guen propagan la diversidad léxica, lo que se verifica con la exis-
tencia del náhuatl camote ‘batata’ en Argentina, y su uso figurado
en el español ecuatoriano como ‘tonto, simple’ (Morínigo) sugie-
re que la difusión sudamericana de dicho indoamericanismo es de
bastante antigüedad. Efectivamente, en los años inmediatos a la
Independencia se registra camote entre los productos del comercio
rioplatense como producción de Tucumán: «en este año se han
cosechado con abundancia naranjas dulces y camotes»73, pero en-
tre las láminas pintadas de Martínez Compañón está la del camote

71 Sobre esto por demás ilustrativa es la Pintura del indio Miguel (Nuevo México),
de 1602, con señalamiento de poblazones, caminos y ríos, y anotaciones como «no llega-
ron aquí españoles», y de distancias («ay 44 días de camino», «ay 22 días de cami-
no»): AGI, MP, México, 50, o el Plano corográfico del reino y provincia de Nuevo México, di-
bujado y pintado por Álvarez Barreiro en 1727, con los presidios y poblaciones,
cauces fluviales y el Camino Real de Durango al Parral: AGI, MP, México, 122.
72 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires,
octubre de 1796, informe sobre la Diputación de La Paz, 9r.
73 Informe del estado de la agricultura, artes y comercio, 1796-1797: Buenos Aires,
julio de 1797, apuntes sobre Tucumán. Y en Perú recoge Morínigo camotillo ‘dul-
ce de camote’ (v.n. 286).

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

amarillo y morado (Trujillo IV, 124), y mucho antes ya era término


familiar para Huamán Poma: «Y de los Yndios yungas, de las comi-
das, yunca, sara, camote, apicho...» (Corónica, 69). En pleno siglo
XVI se cultivaba el camote en el Perú, de donde llegó al Río de la
Plata, y en tierras peruanas arraigó no por el tráfico mercantil pro-
cedente de Nueva España, sino a resultas de migraciones inter-
americanas, pues se sabe que poco después de la conquista de Mé-
xico hubo deserciones de soldados «para marcharse al promisorio
Perú» (Krauze, 2005: 189), aunque también se dieron cambios de
residencia de colonos, porque Lizárraga recuerda el caso de «un
buen hombre (que) vino de México, casado y pobre», a quien, al
ser preguntado por su oficio por el marqués de Cañete y respon-
der «sé mucho de labranza y crianza», el virrey le dijo: «Mucho me
alegro de eso, porque agora mando poblar un pueblo 22 leguas
desta ciudad, de muy fértil suelo; idos allá con vuestra mujer e hi-
jos» (Perú, 309), y la extensión sudamericana del también náhuatl
igualmente debe de ser antigua, pues familiar era en Chile a me-
diados del XVII: «unos bollos de maíz que llaman tamales por acá»,
«habiéndome enviado la señora algunos rosquetes de huevos y ta-
males de maíz» (Cautiverio, 886, 888).
La comunicación anual entre Filipinas y Nueva España por el ga-
león de Manila llevó al español novohispano con palabras como
biomb o, probablemente bule, catana, charol (y charola), maque, miriña-
que (biriñ aque, miñaque, mirriñaca), p equín, quimón (q uim ono, quimo-
na), s ag ú (o sagó) y tibor, algunas difundidas a otras partes de Améri-
ca y de España, sobre todo a sus regiones meridionales, pues hubo
muchos envíos como el que en 1734 se hizo de Veracruz a Cádiz,
«un cajonzito de vúcaros y losa de China y otros juguetes y un lienzo
de unos retratos y tres bateas» (Martínez Martínez, 2007: 415)74. A
finales del XVIII continuaba activo el trato comercial entre Filipinas
y España, pasando por México, de modo que Francisco Saavedra,
comisionado del gobierno metropolitano, de la flota procedente de
Veracruz anclada en La Habana anotaba que «en los buques mer-
cantes venían 2.400 tercios de harina partibles entre el ejército y la
escuadra, y muchas mercancías de China» (Morales Padrón, 2004: 215).

74 De esta cuestión histórica, de la variación semántica y difusión geográfica


de estas voces, me he ocupado en 1996b, 1997 y 1999 (199-208).

89
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

La ordenada relación transpacífica de Filipinas con América, so-


bre todo centrada en Acapulco, acabó con el triunfo de la revolu-
ción en México, comunicación marítima que en el periódico boliva-
riano se tachaba de obsoleta, pues la navegación se hacía «por
buques españoles de un andar pesado en setenta y cinco días» (Co-
rreo, 442), pero que durante sus dos largos siglos de actividad había
permitido la propagación por el continente americano de términos
orientales como los señalados, y, de manera mucho más curiosa, la
de un vocablo náutico como champán. El diccionario académico lo
incluye como ‘embarcación grande, de fondo plano, que se emplea
en China, Japón y algunas partes de América del Sur para navegar
por los ríos’, con mención del étimo malayo, a su vez préstamo del
chino, planteamiento etimológico que figura en Corominas y Pas-
cual (1980-1991: II, 320) junto a la precisión de que dicha palabra
«se emplea en el río Magdalena (Colombia) y Filipinas», y con una
primera datación asiática del año 1690. Tan interesante palabra des-
de el punto de vista histórico no se halla en importantes repertorios
y diccionarios de americanismos, así en el de Morínigo75, O’Scanlan
únicamente la refería al Extremo Oriente y por lo regular a la nave-
gación fluvial, «aunque con tiempos bonancibles (el buque) suele a
veces llegar hasta Filipinas» (1831/1974: 200), y la Academia aún la
desconocía en la edición de 1899 de su diccionario; en cambio, la
recogen Haensch y Werner (1993) como ‘embarcación grande, de
fondo plano, utilizada para la navegación fluvial’ y el CORDE sólo la
registra desde 1676, documentación filipina como todas las que con
posteriores dataciones este corpus trae76. Boyd-Bowman (2003) tie-
ne varios testimonios de la segunda mitad del siglo XVIII, de Vene-
zuela, Colombia, Santo Domingo, incluidas menciones textuales
que parecen situar champán también en el Río de la Plata.
Esta clase de nave fue conocida por los españoles en aguas filipi-
nas y hacia 1614 la menciona en su relato el descubridor Fernández

75 Este autor efectivamente no recoge champán con entrada propia, pero en


la de patilla, como argentino ‘poyo, asiento’, se lee en su definición como colom-
bianismo: ‘lugar donde va el patrón en las canoas o champanes’.
76 Corpus diacrónico del español, del banco de datos electrónico de la Real Aca-
demia Española. En el diccionario de Haensch y Werner sobra la indicación de
que champán es de significado diferente en el español peninsular, pues evidente-
mente se está ante palabras distintas en situación de homonimia.

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

de Quirós: «llegó un gran champán cargado de muchas gallinas, ter-


neros..., que los traía un Diego Díaz Marmolejo, encomendero de
aquella tierra», pasaje que en otra parte he citado (1999: 204). Su
implantación americana se testimonia el 4 de febrero de 1820, en el
parte militar del triunfo independentista sobre el Magdalena:

Han quedado en nuestro poder... cuatro buques de guerra, in-


clusos los dos echados a pique..., tres champanes grandes con sus
equipages, su hospital, botiquín, una caxa de guerra, los libros del
cirujano, los hábitos y breviario del capellán, dos barquetonas lle-
nas de aves, cerdos y chivos (231).

El pasaje citado determina la presencia de champán en el área


colombiana que Corominas señala, y quedaría por saber, aunque
la cuestión no sea estrictamente lingüística, cómo llegó a un río
como el Magdalena, de la vertiente atlántica. Dicho tipo de cons-
trucción naval y su nombre sin duda proceden de las Filipinas, de
donde arribarían a tierras americanas en el galeón de Manila, con
el bagaje del saber de oficiales o ingenieros de previas experien-
cias en el Extremo Oriente, y ello en pleno período colonial, habi-
da cuenta de la documentación que manejo. Un resultado más, en
definitiva, de las transferencias materiales, culturales y léxicas que
por aquella ruta del Pacífico durante mucho tiempo se dieron a
los dominios americanos, y de ellos a España. Ahora bien, al pare-
cer la geografía lingüística de champán fue más amplia que el curso
del Magdalena, puesto que documentalmente se localiza también
en Barcelona, con el comunicado que el 28 de noviembre de 1820
dirige desde esta ciudad el general Monagas al vicepresidente de
Venezuela notificándole la evacuación del Morro por el goberna-
dor español San-Just, una vez enterado de «haberse retirado el
enemigo la noche del 26, quemando antes las trincheras, casas y
enramadas, que al intento de defenderse tenía, y hasta un cham-
pán que no puedieron llevarse consigo» (358). Considerando el
contexto de esta cita, lo que era el tramo navegable del Neverí y la
dirección que hubieron de seguir los realistas en fuga, el mencio-
nado barco también tuvo uso marítimo, al menos de cabotaje, y no
sólo fluvial, igual, por otro lado, que entre los sangleyes de las Fili-
pinas, de manera que la difusión de champán se extendió por el

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

litoral colombiano y venezolano del mar del Norte, con sus ríos
más caudalosos. Esto se confirma en las noticias aportadas por los
participantes en la Expedición de Límites al Orinoco, uno de los
cuales en 1754 se queja de la desbandada de sus compañeros, por
lo cual estaban «los champanes imposibilitados de hacer marcha»,
embarcaciones que los expedicionarios construyeron en gran nú-
mero en la Trinidad y boca del Orinoco, con las que navegaron
por este río, incluidos sus peligrosos rápidos de Atures, y por la
Guayana (Lucena Giraldo, 1993: 149-160).
Se ha visto cómo el marinerismo mogote ya tiene entidad fluvial
en Murillo Velarde, y por los mismos años en el curso del río Matina
se dibujan islotes anotados mogote y mogote de tierr a (v. n. 67), término
ya consignado anteriormente con la mayor figuración semántica por
los mismos años de la Independencia en Venezuela, donde tam-
bién se registra por entonces palangre ‘negocio oportunista’, consi-
guientemente otro marinerismo con cambio de significado, y
guimbalete se atestigua en 1757 con forma americana, no como una
pieza de la bomba para achicar agua en los buques, sino de maqui-
naria en factoría terrestre: «vinvalete que pasa por el medio del
mango de la sigüeña con una escopladura que la trava y cuñas que
lo suetan (sic)» (Cartografía IX, 33), anticipo del regionalismo me-
xicano. En corpus chileno de 1780 se testimonian casos semejan-
tes, como flete ‘transporte por tierra’ y plan ‘llano, planicie’: «Con-
temple vuestra señoría ¿cómo será posible que esta pobre gente
de campaña... pueda lograr su flete? Pues sólo el flete de aquí al
puerto cuesta cuatro reales», «de este norte sur hasta el río Biobío
dos leguas, en cuyo plan están las chacras...», «la villa de San Juan
Bautista de Hualqui, la que está situada en un plan arenisco» (So-
lano, 1994: 49, 245, 249). Así, pues, en cuanto se escarba en la in-
gente masa documental hispanoamericana aparecen o se reiteran
atestiguaciones de marinerismos de tierra adentro por toda la geo-
grafía indiana, naturalmente junto a testimonios históricos de
otros americanismos léxicos, de los que aquéllos forman un grupo
especial. Por ejemplo, en un solo plano mexicano de 1787 de be-
llísima caligrafía se revela la preferencia novohispana por cernir
(«para cernir tabaco», «donde se carga el tabaco para cernirlo») y
por rueda catarina; pero también se atestigua en esta lámina el ná-
huatl malacate, el mexicanismo hispánico andante ‘caballo’ («man-

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LECCIÓN DE LOS MARINERISMOS DE TIERRA ADENTRO

cebo que gobierna el andante», «andante que mueve toda la má-


quina»), así como un despellar («farol de la tela que despella el taba-
co»), verbo que en la misma área aún está vivo77. Añádase un tolda
en doble leyenda: «Tolda donde se carga el tabaco para cernirlo» y
«Tolda que recibe el tabaco hecho corte», palabra que no registra
Santamaría, pero sí Morínigo con diversas acepciones y en varios
países, no en México, aunque mi documentación confirma que
también tuvo difusión novohispana. Pero tolda, que la Academia
no recoge siquiera como americanismo, es en sus primeros testi-
monios castellanos vocablo de uso marinero (Corominas y Pascual,
1980-1991: V, 531, 532), y continuaba siéndolo a finales del siglo
XVIII para Terreros, quien lo define como ‘una especie de toldo
grande que se pone en los navíos para guarecerse de la lluvia’, por
los mismos años en que ya se ve convertido en marinerismo de tie-
rra adentro, previo cambio semántico, en el español de América,
según esta cala documental confirma.
En los americanismos de tierra adentro meridianamente se
comprueba de qué manera el léxico llevado a Indias por emigra-
dos de toda clase y condición, en este caso la de quienes seguían el
oficio de la marinería, se adapta a las circunstancias de una geo-
grafía física y humana bien distinta a la española. La adaptación es
semántica, al convertir usos léxicos propios de un medio profesio-
nal en voces de referencia no marítima de empleo común, pero
con una representación sociolingüística que al resultado del pro-
ceso lo hace representativo del que condujo a la formación del es-
pañol de América. Efectivamente, el grupo de marinerismos de
tierra adentro es numéricamente pequeño, aun siendo nutrido,
puesto en relación con el acervo léxico de nuestra lengua, pero su-
ficiente, tratándose además de vocablos frecuentes en el habla, pa-
ra dar una nota de diferenciación al español de América frente al
de España, aparte de que quienes pretenden extensos inventarios
de «-ismos» (americanismos, andalucismos, murcianismos, etc.)
con el marchamo de la auténtica exclusividad, para establecer la
diversidad regional del español, se sitúan fuera de su realidad his-
tórica y sincrónica. Estos términos, por otro lado, revelan el equili-

77 Vista de una máquina para cernir tabaco en la Real Fábrica de sigarros: AGI, MP,
Ingenios y Muestras, 162 (México, 1787).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

brio en el que el español americano se mueve entre el apego a la


tradición, algunos incluso se han perdido en el lenguaje de los ma-
rineros, y su particular faceta innovadora, no sólo por lo que al as-
pecto semántico concierne, sino porque los cambios que en prin-
cipio fueron de unos pocos serían aceptados por todos, una
vertiente más, pues, del fenómeno de la criollización. Por último,
de las palabras de esta clase las hay de general difusión americana,
pero también están las de ámbito regional, comúnmente muy ex-
tenso, y, si no todas, en su mayoría acuñadas en el período colo-
nial, no pocas ya durante el siglo XVI78.

78 Aparte de las dataciones que en este capítulo se refieren, otros testimonios


de marinerismos de tierra adentro anoto en otras partes, así en 1999 para abra,
arrumar, changador, costear, halar (jalar), múcara, placer (141, 152, 156, 175, 283,
306). En probable relación con el argentinismo travesía antes mencionado están
los siguientes pasajes de la Gazeta de Buenos Ayres, del 21 de agosto de 1810, del re-
lato de la cabalgada que condujo al apresamiento de Liniers, del gobernador de
Córdoba y del coronel Allende: «En esta situación determiné que el teniente co-
ronel graduado... se encaminase a tomar la entrada de la travesía por donde se
puede salir para el Valle», «y ocurrió la casualidad de que el teniente D. Domin-
go Albariño... instruido de la dirección que había tomado aquella partida, se en-
caminó a reunírsele, como lo consiguió al llegar a la puerta de la travesía, donde
solicitó informes sobre los prófugos del dueño de un rancho que allí se encuen-
tra». Y está el siguiente testimonio chileno de mediados del XVII referido a zona
interior de La Imperial: «Nos llevó a todos los de nuestro aíllo a su rancho por-
que pasásemos la noche con algún alivio... que, si como pasan luego tuviesen sus
rigores permanencia, fuera más penoso el tiempo y desabrido que el del más ri-
guroso invierno, por ser los huracanes de travesía con estremo fuertes y desafora-
dos, pues se ha visto en ocasiones arrancar de raíz fornidos árboles» (Cautiverio,
527, 528).

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CAPÍTULO III

Entre la tradición y la innovación

LO QUE EL FOLCLORE ENSEÑA

Discutiendo de libros Don Quijote y Sansón Carrasco, con San-


cho metiendo alguna vez su cuchara, en una de sus réplicas el ba-
chiller argumenta con un sentencioso «quizá podría ser que lo
que a ellos les parece mal fueran l un are s, que a las veces acrecien-
tan la hermosura del rostro que los tiene» (Q u ij ot e, 713), y más
adelante con burlesca exageración dirá Sancho de Dulcinea:
«Nunca yo vi su fealdad, sino su hermosura, a la cual subía de
p u n to y quilates un lunar que tenía sobre el labio derecho, a manera
de bigote, con siete o ocho cabellos rubios como hebras de oro y
largos de más de un palmo», tono burlón que a medias capta Don
Quijote cuando se extraña de que «muy luengos para lunares son
pelos de la grandeza que has significado» (774). El mismo motivo
folclórico y literario aparece en la cervantina Git an illa («un l un a r
tienes, ¡qué lindo!»).
Parece, pues, que la canción mexicana Cielito lindo, universal-
mente conocida en la composición decimonónica de Quirino
Mendoza Cortés, es eco de una vieja creencia hispánica en el to-
que de distinción de la belleza femenina, con alusión quijotesca.
Se ha levantado la hipótesis de que el mismo cantar tenga raíces
españolas, andaluzas por más señas, aunque tal tradición folclóri-
ca tendría precedencia más amplia que la meramente regional, si
bien el compositor mexicano se nutrió del acervo cancioneril de
su país, al que pertenencen estos versos, encuestados en medios
populares por Frenk Alatorre (1975: 977):

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Ese lunar que tienes (cielito lindo)


junto a la boca,
no se lo des a nadie (cielito lindo),
que a mi me toca,

y estos otros:

Y ese lunar que tienes (cielito lindo)


y en la nariz,
no se lo des a naidien (prenda querida),
que es para mí.

Sin embargo, la copla popular ecuatoriana que comienza En mi


mente tan grabada está, termina con la seguidilla:

Ese lunar que tienes


junto a la boca,
no se lo des a nadie
que a mi me toca
(Poesía, 135).

Se ensancha, pues, el marco geográfico de una tradición poéti-


co-musical que con variantes, sobre todo en la tonada, pudo ser
panhispánica, en tal caso con casi obligada antecedencia peninsu-
lar, antiguo territorio metropolitano donde en el siglo XIX se re-
cogió el cantar:

Ese lunar que tienes


junto a la boca
no se lo des a nadie,
que a mi me toca.
Junto a la nariz,
no se lo des a nadie,
que me toca a mí
(Rodríguez Marín, 1948: 156, 157).

La correspondencia formal y temática con los textos orales mexi-


canos allegados por Frenk Alatorre es manifiesta, y en el fondo histó-

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

rico está el contundente testimonio de la explicación que Correas dio


al dicho paremiológico El lunar sobre los dientes, señor de sus parientes:

Manera es de alabar el lunar que está sobre la boca, adonde pa-


rece mejor a la dama que los de otra parte del rostro; y un cantarci-
llo hay que le alaba junto a la boca (1627/1967: 90)79.

Relación sin duda no tan directa con la tradición literaria españo-


la como la del caso al que acabo de referirme, pero que desde luego
se nutre de la común savia cultural hispánica, se intuye en el bolero
Quizás, quizás, quizás, al fin y al cabo manifestación de arraigada ten-
dencia estilística a las tríadas léxicas y gramaticales, y en general al
lenguaje con reiteración numérica de que tanto gustó el mismo Cer-
vantes, y con él muchos otros autores en España y en América, pues
el mismo Bolívar en uno de sus discursos decía: «Uncido el pueblo
americano al triple yugo de la ignorancia, de la tiranía y del vicio, no
hemos podido adquirir ni saber, ni poder ni virtud» (Correo, 77). De he-
cho, idéntico triplete adverbial, con otras repeticiones del género, se
encuentra en el poeta y músico salmantino Lucas Fernández:

Nadie ño me quitará
por agora aquesta vez,
que ramo de cachondiez
entre vosotros ño está,
pues quiçás, quiçás, quiçá,

79 En otro pasaje cervantino, apoyando Sancho la burlesca descripción que


de Don Quijote transmite la princesa Micomicona, asegura a su amo «que yo
sé que tiene vuestra merced un l unar desas señas en la mitad del espinazo, que
es señal de ser hombre fuerte» (382). De modo que el lunar cubre varios as-
pectos de las antiguas ideas fisionómicas, al mismo tiempo que es indicio del
carácter del individuo, en indudable relación con el hado, pues es ancentral la
creencia en el influjo que la luna ejerce sobre el destino de las personas. Senti-
do positivo tiene lunar en las menciones cervantinas sobre la belleza femenina
o el vigor varonil, y negativo en las acepciones ‘nota o mancha que resulta a al-
guien de haber hecho algo vituperable’, ‘defecto o tacha de poca entidad en
comparación con la bondad de la cosa en que se nota’, acepciones del diccio-
nario académico. Y Covarrubias a propósito de l un a r anota: «los fisionómicos
juzgan destos lunares, especialmente los que están en el rostro, dándoles co-
rrespondencia a las demás partes de cuerpo. Todo es niñería y de poca consi-
deración» (1611/1984: 773).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

dome a esta cruz y al diabro


y, por cuerpo de sant Pabro,
que a esso no vine acá80.

Y el alma, corazón y vida del Recuerda aquella vez tiene precedente vi-
rreinal con versión de amor a lo divino, con variante, en la chilena Pe-
ña y Lillo, «me cautivó tanto su amable vista y hermosura, que me llevó
toda la voluntad, corasón y alma» (Cartas, 20), y en versos altoperuanos
de una Loa dedicada al nacimiento de Cristo para la Nochebuena:

Alma, vida y corazón,


las potencias y sentidos,
al que es nuestro Salvador
tributémosle rendidos.

Recibe, pues, Niño hermoso,


esta mi corta oblación,
mis potencias y sentidos,
alma, vida y corazón.
(Potosí, 364, 377).

Si pasamos a la tonada popular, las raíces hispánicas con profusión


penetran bajo el humus histórico, y en las letras recogidas por Margot
Loyola Palacios sin mucha dificultad se escucha el eco de las que can-
taron, y continúan cantando en no pocos casos, campesinos castella-
nos, aragoneses, andaluces o canarios, más allá de la ejemplaridad
cultural que suponen sus villancicos, o los que por Navidad se oyen
en Venezuela y en tantos sitios de la extensa América, por no hablar
de particularísimas sintonías regionales, como la celebración carna-
valesca de Sanare, con propia canción, que tiene lugar cada 28 de di-
ciembre, Día de los Locos y de los Santos Inocentes, conocida en esta
localidad venezolana como Día de los Zaragozas o Locos de Sanare y
protagonizada por cientos de enmascarados, en cuyo origen mucho
tuvieron que ver los capuchinos de Aragón que hasta finales del pe-
ríodo colonial evangelizaron Cumaná y anduvieron por la Nueva An-

80 De la Comedia hecha en lenguaje y estilo pastoril, en Farsas A3v. A continuación se


repetirán asp era, aspera, aspera, digo, digo, digo, ño, ño, ño y çuecos, çapatos, çapatas.

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

dalucía y por la Nueva Granada81. A semejanza de lo que en el plano


lingüístico sucede —base peninsular y canaria del español america-
no, único en su conjunto pero con diversidad diatópica—, el folclore
literario hispanoamericano, fundado en las formas poéticas trasplan-
tadas a los dominios indianos por la colonización española, es uno só-
lo, sin carácter nacionalista, aunque con variantes regionales (Pardo
Tovar, 1966). El folclore también tiene de sustantivo un fuerte carác-
ter tradicional, y el americano claramente lo manifiesta no sólo en la
expresión idiomática, sino en la frecuente mención de la misma pala-
bra tradición, «la tradición que perdura» de la cueca chilena Fiesta lin-
da, de continuo sugerida en la letra del vals peruano Amarr aditos, en
el ambiente del criollismo urbano, que culmina en un «no hay nada
mejor que ser un señor de aquellos que vieron mis abuelos».
En la recopilación de Loyola Palacios encontramos arcaísmos
como cirgüela ‘ciruela’ y zaragozos ‘especie de duraznos’ (250), la
primera de estas voces con pervivencias andaluzas y canarias, y con
reiterada presencia en el peruano Huamán Poma, «las dichas mo-
llares blanquícimas, tamaño como cirgüela» (Corónica, 69, 1044,
1052), fenómeno fonético de gran antigüedad en castellano, el
del refuerzo pleno con /g/ de la semiconsonante del diptongo
[we], que se manifiesta en viruela, «yndio con virgüelas», pocos
años antes de la Independencia (Trujillo II, 197)82. En cuanto a la
segunda, ni siquiera en su Aragón originario se mantiene zaragozo,
ni el antiguo nombre de la famoso ciruela zaragocí.
Parecido caso de apego a la tradición se comprueba en los ver-
sos de La feria de Chillán recogidos por la musicóloga chilena:
81 Hasta no hace mucho en el zaragozano Hospital de Gracia se alegró a los en-
fermos con un carnaval de los locos cada 28 de diciembre. Por otro lado, una alum-
na de los cursos que tenían lugar en el Instituto de Cooperación Iberoamericana
me informó que en Barranquilla y Región Caribe de Colombia se consumen le-
gumbres llamadas zaragozas ‘judías rojas grandes preparadas con poco caldo y
acompañadas de carne guisada y arroz’. Claro es que el folclore carnavalesco arago-
nés se criollizó en Venezuela, como la pluralidad cultural y étnica se aprecia en la
estampa de la peruana Danza de pallas que trae la lámina III (Trujillo II, 149).
82 Esta forma de finales del siglo XVIII parece lexicalización del fenómeno
fonético en ella implicado, que, también en dominio peruano, se reitera casi dos
siglos antes en el texto de Huamán Poma: «de las pistelencias que diesen bía de
saranpión y birgüelas y garrotillo», «murió con las birgüelas y saranpión», «piste-
lencia de saranpión y birgüelas muy grandícimas», «ubo pistelencia de saranpión
y virgüelas y tavardete» (Corónica, 95, 141, 286, 465).

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Lámina III
Danza de pallas (n. 81).
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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

Pase pa’cá, caballero,


si quiere café tomar,
se lo tengo con malicia
y sopaipilla pasá (246),

donde se registra un meridionalismo fonético, pasá ‘pasada’ y un


andalucismo léxico, sopaipilla, mucho mejor conservado en Boli-
via, Argentina y Chile (Morínigo), que en el mediodía peninsular
del que procede83, vocablo ya popular en los campos chilenos a
mediados del XVII: «sartenes en que freír buñuelos y rosquillas y
sopaipillas de huevos y pescado fresco», «entreverando platos de
mariscos, rosquillas fritas, sopaipillas con mucha miel de abejas y
otros regalos» (Cautiverio, 555, 556). Más testimonios hay en este
corpus cancioneril de este tipo dialectal, cosa natural en las hablas
rurales chilenas, pero también de arcaísmos como onde (90, 244) y
vide ‘vi’ (188, 189), así como innovaciones desde el punto de vista
histórico, verbigracia la de vocalización de consonante implosiva,
espeuto ‘experto’ (244), o las de comaire ‘comadre’ y maire (108,
115), también la pluralización de un verbo impersonal, «habrán
ojos desgraciados, / pero no como los míos» (149), y la que supo-
ne el cambio normativo sobre el tratamiento personal, con expre-
sión del vos en un tuteo general de la misma composición, «estando
de vos ausente» (149), con tonadas sólo tuteantes y otras donde el
voseo verbal se mezcla con el tuteo: «te vais a la mar», «te advier-
to..., que no me echís al olvido», «ya te vais a retirar» (97, 105, 144).
Contiene el corpus de Loyola Palacios un naiden ‘nadie’ de pro-
bada raigambre hispánica, española y americana, y a lo que se ve
con bastante uso rural, según los registros que estas tonadas ofre-
cen (166, 195, 205)84, y un ejemplo repetido de preservación de la
83 En Chile, por ejemplo, sopaipilla es voz de conocimiento y uso general,
mientras que en Andalucía se está perdiendo, más aún el simple sopaipa, sobre
todo entre los jóvenes. El pasado mes de mayo de 2009, durante la conferencia
que pronunciaba en el salón de actos de la sevillana Facultad de Ciencias de la
Educación, pregunté por esta palabra a los asistentes, de los cuales media doce-
na escasa la conocía, para asombro de la alumna chilena que cumplía con su be-
ca de estudios en la Universidad hispalense.
84 Constata Oroz el uso de las variantes naiden y nadien en la lengua popular y
vulgar (1966: 299), la primera reiterada en las tonadas de Loyola Palacios, según
se ha visto, pero tiene otros registros españoles junto a naid e n, al menos en las

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

aspiración /h-/ de /f-/ latina, «una niña iba jullendo, / jullendo por
no ser monja» (180), fenómeno que en Chile ha tendido a su de-
saparición, si bien todavía encuentra algún arraigo en ciertos medios
populares y rústicos (Oroz, 1966: 123). Este juir ‘huir’ aunque por
lexicalización anclado en la tradición, al mismo tiempo es una
muestra de cómo el dominio chileno, a pesar del aislamiento que
en el pasado sufrió, también ha participado en la innovación nor-
mativa tendiente a la eliminación de este tipo de aspiración, e in-
cluso con mayor fuerza que otras variedades regionales hispanoa-
mericanas, como, en otro orden de cosas, rasgo innovador es el
representado por el habrán impersonal antes consignado.
Ahora bien, estos hechos de referencia innovadora directa o indi-
recta no son de reciente germinación, sino que remontan al período
colonial. Véase el caso de sandilla en la tonada He venido padeciendo:

Señores y señoritas,
pedacito de sandilla,
hei venido a celebrar
por ser día de tu trilla (178),

voz de uso común en el habla popular y sobre todo rústica chilena,


mientras que en el nivel culto y urbano es sandía la forma normal.
Corominas y Pascual apuntan que «lo más corriente en Chile pare-
ce ser sandilla (= -iya)... lo mismo que en Nicaragua», y que en
Mendoza se oye sandieja o sandiyeja ‘alcayota’ (1980-1991: V, 147),
pero en Bolivia también recoge sandilla Fernández Naranjo, y San-
tamaría en México con la siguiente observación: «(Por sandía).
Vulgarismo pocho, o de noramericanos de origen mejicano; usual
también en algunos pueblos atrasados. Común en casi toda Cen-
tro América», en cuyo diccionario asimismo se incluye sandillita
como nombre de una planta cucurbitácea autóctona. Se trata,
hablas meridionales, y también americanos, pues las dos las encuentran Núñez y
Pérez en Venezuela, Corominas y Pascual en Cuba y Ecuador junto a su mención
chilena, con esta referencia cronológica: «el hecho es que la forma nadien, o más
bien naid e n, es sólo reciente» (1980-1991: IV, 203). Sin embargo, esta alteración
morfofonética es antigua, pues documento nadien en manuscrito canario de 1734
y mucho antes en otro de un indiano vasco del Perú del año 1593, en la misma car-
ta al secretario de Felipe II en el Consejo de Indias donde pone «acá an abido cier-
tas reboluciones» (1999: 112, 266), con un haber impersonal pluralizado.

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

pues, de indicios de una difusión mayor de esta palabra en América,


que no es sino la pervivencia de una epéntesis antihiática, frecuente
en el español americano, pero con una /-y-/ curiosamente en mu-
chos sitios yeístas transcrita ll, que desde luego no corresponde a la
pronunciación de una palatal lateral. Semejante coincidencia po-
dría remitir a la situación unitaria del mundo indiano, y por lo me-
nos zandilla, con la misma grafía lleísta, igual que la de jullendo, e ini-
cial cacográfica de seseo, se encuentra en la descripción de Saña que
publica el Mercurio Peruano el 29 de septiembre de 1793: «Así se halla-
rán en su terreno... los arbustos, como son las piñas, plátanos, pepi-
nos, melones y zandillas» (Trujillo, Apéndice III, núm. 69).

QUIEN A FINALES DE LA COLONIA. UNA CUESTIÓN DE MÉTODO

A propósito de quien, Alarcos Llorach señala que «sólo varía en


número» y que «cuando lleva antecedente, éste denota persona o
cosa personificada», aun cuando «del uso originario de quien co-
mo plural persisten ejemplos en escritores más o menos conserva-
dores», registro arcaizante del que proporciona tres muestras ex-
purgadas de dos autores decimonónicos, precisando de todos
modos que se trata de «casos en que hoy se usaría normalmente el
plural quienes» (1994: 99, 100). Sin embargo, un poeta culto como
Gabriel Celaya, ya en la segunda mitad del siglo XX compuso dos
octosílabos con sendos quien plural, «nosotros somos quien somos»
y «decir que somos quien somos», sin que en modo alguno esos versos
sean representativos de una lengua «común» teñida de vulgari-
dad, como algún otro gramático supone85. Ni es cuestión de remi-
niscencias gramaticales extraordinariamente esporádicas y difícil-
mente verificables, pues recientemente de una de las más altas
instancias burocráticas leo: «Los aspirantes o las personas en quien

85 Remito a Frago Gracia (2002: 83-85). La Real Academia Española indica


que quien «se emplea a veces en lugar del plural quienes», sin connotación socio-
lógica por consiguiente, pero en la misma obra precisará que dicho uso es del
«habla coloquial» y que este relativo «se refiere únicamente a personas o cosas
personificadas» (1974: 220, 531), y recientemente mantiene que «hoy no se con-
sidera correcto» el empleo de quien para el plural y que se halla «siempre referi-
do a personas o a entes personificados, nunca a cosas» (2005: 550).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

deleguen asistirán provistos del Documento Nacional de Identi-


dad»86, y, de hecho, expurgos de quien y quién plural sin dificultad se
encuentran en la prensa diaria, incluso debidos a individuos de re-
levancia cultural y social, algo demostrativo de que de ninguna ma-
nera nos enfrentamos a un modismo absolutamente marginal del
español actual87. Nada de particular tiene, pues, que en escrito mi-
nisterial español de 1834 todavía se escribiera: «que lo mismo debía
verificarse con los que firmaron la representación si hubiera con
quien remplazarlos» (Actas, 243), corpus en el cual hay algunos
ejemplos de quien sin denotación personal, así: «que esas acciones
entrasen en el Real Tesoro, por quien se paga el presupuesto de Gra-
cia y Justicia» y «despachen en la forma acostumbrada a todo buque
español que esté completamente habilitado por los (puertos) de la
Coruña, Gijón, Santander y Bilbao, únicos de los comprendidos en
el bloqueo a quienes se estiende esta gracia» (260, 265).
Únicamente tomaré ahora como precedente referencia penin-
sular un texto tan representativo en la historia del español como
es la gran novela cervantina, que en su amplísima extensión revela
el neto predominio de quien plural, y que su antecedente puede
ser tanto persona como cosa, verbigracia: «los argumentos de
quien se sirve la retórica», «un género de mezcla de quien no se ha
de vestir ningún cristiano entendimiento», «le tomó gana de ver
quién (el libro) era», «un bálsamo de quien tengo la receta en la
memoria», «la estera de enea sobre quien se había vuelto a echar»
(Quijote, 18, 90, 125, 198). Esto era así en Cervantes, aunque tam-
bién debe tenerse en cuenta que por entonces la innovación quie-
nes todavía era más popular que de aceptación literaria, de modo
que Correas refiere quien como singular y plural, pero advirtien-
do: «Ya le dan y se usa otro plural quienes, formado en es por la re-
86 En el Boletín Oficial del Estado, núm. 166, 13 de julio de 2006, 26367. Real-
mente sería sumamente raro que un lingüista mínimamente observador pasara
un día sin detectar usos como éste en los medios de comunicación o en el habla
cotidiana, incluso posiblemente en la suya propia.
87 Como no podía ser de otro modo, teniendo en cuenta que la lengua escrita
es menos espontánea que la hablada, y permite mucho más la corrección de lo
que se entienda por desliz. Pero aunque es cierto que la forma quienes desde ha-
ce mucho tiempo resultó triunfante y es la que los gramáticos exigen, la variante
quien se da espontáneamente con una cierta frecuencia, por desgracia no cuanti-
ficada, y no sólo en medios populares.

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

gla común; y es propio, más no tan usado ni antiguo» (1625/1954:


166); por lo cual natural es que al Nuevo Mundo llegara un espa-
ñol con variación morfológica en este relativo (v. n. 90), pues ante
el mismo escribano público, Pedro de los Ríos, en 1576 tanto se
declara «ni save quiénes son» como «que no save quién son», y dos
años antes cierta emigrada andaluza en una carta pone: «si tuvié-
rades media dozena de hijos a quien sustentar», así como en billete
lingüísticamente popular de hacia 1640 se lee que «ubo unas güés-
pedas de quien sospeché» (Nueva España, 175, 208, 211, 347). Y en
1752, Murillo Velarde, español con experiencia novohispana, aún
escribiría «llevó un presente... a los españoles, de quien después
fue grande amigo», «que consta de 300 religiosos, a quien no les
falta nada» (Geografía, 222, 269). Los primerizos textos america-
nos asimismo ofrecen ejemplos de quien invariable de género, así
uno de 1525, «los cavallos, en quien los christianos tienen la princi-
pal fuerça», del repertorio de Company (44).
En los años inmediatamente anteriores y siguientes a la Indepen-
dencia probablemente ya era quienes la forma de plural más extendi-
da en América. Se halla en informe militar de 1812, «los soldados de
línea bien versados y aguerridos que las manejan, a quienes el fuego y
la intemperie los robustece» (D oc umentos, 1), pero en el Correo del
Orinoco lo mismo se encuentra una página con quienes (290) que
otra con dos ejemplos de quien plural: «esta grande empresa está re-
servada a los espíritus de los Franciscos de Sales, Felipes Neri, etc., a
quien vmd. debe imitar en estos triunfos», «he cumplido con todos
sus recomendados, a quien me manda imponga de su crítica situa-
ción» (63). En el mismo periódico se registra esta forma con antece-
dente no personal: «se batirán por el comercio, porque se verá que
la riqueza viene aún más de él que del territorio, y que él es quien da
al territorio todo su valor» (236), uso que pocos años después, en
1830, aparece en estos versos bolivianos:

De cinco letras que forman


de Jesús el dulse nombre,
es la J quien primero
llena de júbilo al hombre
(Potosí, 386).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Este expurgo documental es ya suficiente para recibir con pru-


dencia la opinión de que «en el tránsito del XVIII al XIX» el relativo
quien «termina de especializarse como relativo variable en número y
con referencia a un antecedente personal»88, algo que para el espa-
ñol peninsular es discutible, si la necesidad teorizante y la considera-
ción normativa no priman radicalmen e sobre la co pleja realidad
del uso, mucho más para el americano, en bastantes aspectos más va-
riado y documen almente menos estudiado hasta ahora. Acabo de
aducir una muestra altope uan de 1830 de un quien sin referencia
personal, pero en texto caraqueño de mediados del siglo XX puede
leer : «encaramado sobre el primer vehículo l draba el perro masco-
ta de los b mberos, quien se tom ba el incendio como cosa perso-
nal», pero en crítica española de televisión anoté «quien no remonta

de gé ero no ha muer o n español, aunque su uso pueda ser más o


menos oca ional, mucho más vivo está quien plural a pesar de su des-
tierro en la normativa gramatical, y desde luego notable vigencia te-
nía aún en América en la época de la Independenc a. Poco antes la
chilena Peña y Lil o lo empleaba, como su editora d ierte (Kordic
Ri uelme, 2008: 31), incluso co pr ferencia sobre quienes, así n «ni
tengo genio de andar tratando estas cosas con otros, con quien no h
tratad nunca», «porque tenía tres a quien asistir» Cartas, 1), «las cria-
turas con quien se trata» (24), «se me ha quedado... tan adolorido y
sentido mi corasón d ver la bondad de mi Dios tan ofendido de las
criaturas, a quien tantos bienes nos ha hecho» (29).
Con el precedente dieciochesco de P ñ y Lillo n es extraño qu
ahora Loyola Palacios en el cancionero popular chileno aún recoja
quien para el p ural y también quienes: «negros quien se lo sirvieron»,
«negros quien se lo tomaron» , «negros quienes los sirvieron», «negros
88 Es lo que afirma Girón Alconchel, y que con cualquier tipo de anteceden-
te, personal o no personal, ha llegado hasta «la primera mitad del siglo XX, aun-
que sea como un re rso personificador» (2009: 1549, 1550). Pero esta construc-
ción se oye aún hoy, es cierto que ocasionalmente, y probablemente no es sino
una simple muestra de la decadente pervivencia de un uso que fue normal en el
siglo XVII y en otros muchos autores del XVIII, con muestras decimonónicas
que un mayor expurgo documental seguramente aumentará.
89 La cita la tomé en texto publicado por la revista Imagen, del
Consejo Nacional de la Cultura (Caracas), junio-agosto de 1998, p. 80; la refe-
rencia televisiva en La Razón, 18.1.2004, p. 77.

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

quienes lo tomaron», en la letra de la tonada Parabienes de los negros que


para la primera variante se tomó en Niblinto (Chillán) y para la se-
gunda en El Bajo de Melipilla, de distintas cantoras (2006: 168, 169).
Por su parte, Oroz señala que en el habla vulgar chilena se da la tenden-
cia a preferir que o el que en lugar de quien (y su plural), «relegado al es-
tilo literario», y que en el mismo nivel vulgar merece mencionarse «el
uso de quién (variante quén) como plural al lado de quiénes» (1966:
298, 379). Así, pues, en este capítulo de la historia del español la varie-
dad europea y la americana tienen una primera etapa común90, que
sin embargo en la segunda irá presentando caracteres propios, con
un mayor arraigo del invariable de número quien (y quién), que pare-
ce mantenerse actualmente y que ya ocurría en el preludio de la Inde-
pendencia; y junto a este rasgo conservador está el aspecto fuerte-
mente innovador del retroceso experimentado por quien en su
reemplazo por que o el que, claramente avanzado antes del siglo XIX.

AFINIDADES Y DIFERENCIAS DIALECTALES.


SOBRE «YA YO ME VOY» Y «EN LA TARDE NOS VEMOS»

Una causa lingüística en la formación del español americano,


principal además, es la mezcla dialectal aportada por una emigra-
ción española regionalmente variada, y continúa siéndolo el hecho
de que en esa heterogeneidad predominara el elemento meridio-
nal, con la especial identidad que le daba el dialectalismo andaluz y
canario. Este fermento meridional, castellano nuevo y novísimo,
condicionó la primera gran nivelación del castellano en América,
que puede decirse fue de alcance general. No tan evidentes son las
consecuencias lingüísticas de posteriores cambios en el rumbo de
las corrientes migratorias, aunque en determinadas zonas segura-
mente las tuvieron; sea como fuere, la simple contemplación de la

90 Hasta el punto de que la primera atestiguación, o una de las más tempra-


nas, de la variación quien-quienes la proporciona una carta escrita el año 1537 en
México por el salmantino Alonso del Castillo (la primera de las consignadas en
la n. 38): «La brevedad del mensajero no me da lugar a escrevir a algunos seño-
res mis devdos y no quiero aseñalar a ninguno porque no sé quiénes son vivos o
muertos. A todos aquellos a quien yo tengo obligación les beso las manos». En el
manuscrito se lee «no se qujeneses son» y «aquellos a qujen».

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

geografía lingüística de América alecciona sobre lo que a este res-


pecto ocurrió en el pasado. Efectivamente, a la variedad de islas y
costas, o tierras bajas, se la considera más andalucista que la de tie-
rras altas o interiores, y en cierto modo tal apreciación correspon-
de a la realidad; pero hay zonas argentinas que más bien pertene-
cen en lo fonético al primer tipo sin ser ribereñas, y lo mismo
puede decirse del español de Nuevo México o del chileno.
Si hablo de la extrema dificultad que hay para sacar concretas con-
secuencias lingüísticas de los cambios de tendencias migratorias en el
período colonial, recordaré que para mí tan importantes como facto-
res de dialectalización fueron el aislamiento, las distancias y las altera-
ciones poblacionales ocurridas en América ya en la primera mitad
del XVI, es porque filólogos y lingüistas tampoco solemos manejar
suficientemente todas las claves de la emigración. En nuestra biblio-
grafía hay referencias a la colonización meridional del sur de los Esta-
dos Unidos, pero no menciones tan precisas como la concerniente a
la conducción de 400 familias canarias a Texas entre 1720 y 1731, o
sobre la inmigración andaluza en Luisiana en 1778, cuando llegaron
a este extenso territorio más de 500 pobladores salidos del obispado
de Málaga para establecerse, junto a un contingente canario, en la re-
gión de Attakapas91. Ni es muy conocido el que a raíz de la entrega de
la Florida a Inglaterra por el Tratado de París de 1763, en un solo año
evacuaran la provincia más de 3.000 españoles, 83 indios llamáis cris-
tianos, 79 negros libres y mulatos y más de 350 esclavos, abandonán-
dose también Pensacola, que desde San Agustín se trasladaron a Cu-
ba y a Yucatán92. Y es muy posible que este hecho de historia externa
tuviera alguna repercusión lingüística, quizá el afianzamiento de la
modalidad andalucista en el hablar cubano, y especialmente en tie-
rras costeras mexicanas, de modo que más tarde en Memoria leída
en el Consulado de Veracruz el año 1807 aún se proponía:

Es de toda preferencia el aumento de la población de esta pro-


vincia por la traslación de familias de otros países sujetos a la do-

91 AGI, Guadalajara, 178; Santo Domingo, 2574.


92 AGI, Santo Domingo, 2595. Con la «Relación del número de personas...
que con motivo de su entrega a la corona británica se han trasladado y trasladan
hacia la ciudad de La Habana y la villa de San Francisco de Campeche» (Haba-
na, 20 de mayo de 1770).

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

minación de nuestro gobierno y atemperadas a climas cálidos co-


mo éste; y constándome que en la Luisiana existen más de mil de
estas recomendables circunstancias situadas en el trono del inglés,
Bueyes, Galveston y otros parajes, que... se trasladarían aquí gusto-
samente, siempre que se les señalase tierras y se les auxiliase con
herramientas y otros útiles correspondientes (Veracruz, 139).

Mucho menos clara que la filiación dialectal de tipo meridional


es la de otros rasgos que en el español americano constituyen par-
ticularismos regionales y están socioculturalmente connotados,
como es el probable arcaísmo de la -e paragógica que Alvar regis-
tró en Valle de Bueyeros, de Nuevo México, «con cierta frecuencia
tras -r y menos tras -l y -s» (1996: 94), que también verifica Quesada
Pacheco «entre hablantes ancianos —todos desde hace dos siglos
monolingües en español— de la comunidad indígena huetar de
Costa Rica (vertiente pacífica central): llegare [llegar], lo cual da
pie para pensar en un fenómeno fonético antiguo, siendo áreas
reliquia las zonas donde se da» (2000: 52, 53). Pero asimismo se
encuentra muy extendida en las regiones sureñas de Chile, siendo
común en Chiloé (amore, pesare, sure), y aunque prudentemente
Oroz se limita a la descripción diatópica del fenómeno sin entrar
en sus posibles causas (1966: 175), no parece improbable que tales
registros se deban a antiguas presencias de gentes del noroeste pe-
ninsular, asturianos, gallegos y leoneses, cuadrante del que es pro-
pio el fenómeno en cuestión, mientras que para el mismo hecho
fonético registrado en hablas del español del sur de los Estados
Unidos, al lado de la tendencia al cierre de -e, -o finales en -i, -u, la
influencia originaria sería canaria, a su vez de impronta portugue-
sa, muy posible teniendo en cuenta la intensa inmigración lusa en
el archipiélago atlántico y que en 1544-1545 a fray Tomás de la To-
rre en La Gomera le llamó la atención que «está esta isla poblada
por la mayor parte de portugueses» (Martínez, 1984: 252)93. El ca-
so de Chile es significativo sobre el particular, pues aunque dispo-
nía de puertos marítimos, los buques con frecuencia faltaban y la
93 Alvar ha encontrado casos de -e paragógica tras -s y -r en hablas tinerfeñas,
donde podrían ser reminiscencias de pobladores noroccidentales y portugue-
ses, pero este autor no los atribuye a «conservadurismo arcaico», sino a «un desa-
rrollo secundario de -e debido al carácter líquido de la vibrante» (para -r + e), y

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

comunicación terrestre con los dominios vecinos era difícil, sin


contar con lo que la resistencia araucana frenaba la inmigración,
de modo que el destino chileno durante largo tiempo fue conside-
rado un verdadero destierro por muchos funcionarios, no faltan-
do las documentaciones de tal estado de opinión, así en Huamán
Poma: «es la pena d’esecutalle todos sus bienes y desterralle a Es-
paña para sécula, o a Chile», «sean desterrados seys años de gale-
ras, o a Chile», «le enbíe a su costa con alguaziles que la lleve a las
dichas ciudades, o que sean desterrados a Chile» (Corónica, 943, 966,
978). Pero el aislamiento y las distancias no tienen siempre los mis-
mos efectos lingüísticos, pues, ya que del dominio chileno trata-
mos, su parcela por mucho tiempo más aislada ha sido Chiloé,
que, mientras conserva con fuerza la arcaizante parágoge (sure),
es la zona de mayor dominio del tuteo, junto a la región norteña
de Arica e Iquique (Oroz, 1966: 296, 297), más innovadora, pues,
en este particular aspecto que el resto del país voseante. En el caso
chilota sobre el tratamiento personal con tuteo ha podido ser de-
terminante la cercanía de la población isleña a los núcleos oficiales,
eclesiásticos, militares y del comercio; en el norteño, su antigua
pertenencia peruana y la influencia de Lima.
La combinación morfosintáctica ya + pronombre personal an-
tepuesta al verbo era normal y de numerosa aparición en el espa-
ñol clásico; la he atestiguado en Juan del Encina («esso ya yo lo sa-
bía»), en Lucas Fernández («ya yo quiero concruir»), en el
Lazarillo de Tormes («ya yo tenía otras tantas libras de pan»), aquí
también pospuesta al verbo («tenía ya yo echada la aldava»), en
Garcilaso de la Vega («ya yo con mi dolor sin guía camino»), y en el
Quijote es aún predominante, con once registros de ya yo por uno
de yo ya (2002: 487, 488), y a América llega también sin connota-
ción vulgar, pues se encuentra en el testamento de Martín Enrí-
quez, virrey del Perú, formalizado en Lima el 19 de mayo de 1582:
«Mando que a fray Juan Enríquez se le den los libros que él pidie-
re, y a fray Enrique ya yo le dí mil ducados para libros»94. Las gra-
máticas españolas no acostumbran a referirse a este uso en la ac-
tualidad, tampoco la Real Academia Española (1974), ni se suelen
por analogía con esta solución para la -s + e, exclusivamente basada en «la ten-
dencia a la sílaba abierta del español» (1993: 66).
94 Archivo Histórico de Protocolos de Madrid, Protocolo 290, f. 1413.

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

ocupar de él las descripciones del español de América hechas por


hispanoamericanos, ignoro el porqué, pues Kany constata su pervi-
vencia «a veces», pero «no sólo en el habla popular, sino asimismo en
la lengua escrita», e incluso aporta algunos ejemplos sueltos penin-
sulares de Zamora, Ciudad Real y Sevilla (1969: 315). La construc-
ción de ya + pronombre personal seguidos del verbo es bien conoci-
da en Andalucía occidental, en Sevilla se oye frecuentemente
incluso entre hablantes cultos, y es el registro morfosintáctico co-
mún en el español de Canarias. En América debe de tener extensión
mayor que la consignada por Kany, pues igualmente la he oído en
Chile, donde por 1763-1769 a la monja Peña y Lillo le resultaba fami-
liar, por ejemplo, «ya yo conosco que no es para sus embarasos esta
molestia» (Cartas, 44), «pues ya yo estaba con cuidado» (56), «ya yo es-
taba sintiendo la operasión tan divina en mí» (57), como se verifica
en la copia bogotana del Carnero de 1784, «ya yo lo hubiera hecho»
(65v), con testimonios bolivianos, «ya yo deseo encubrirlo», «ya yo
quedo a tu rasón convensida» (Potosí, 409, 415), uno de criollo mexi-
cano del año 1789, «ya yo le he dicho que mui poco tengo que servir-
lo en esto»95, y otro del 14 de octubre de 1820 en el Correo del Orinoco:
«ya yo sé que hay algún disgusto por su ida» (337).
Estamos ante la ruptura de la geografía lingüística de una cons-
trucción que fue de difusión general y que dejó de serlo, más en
España que en América. En la Península ya yo + verbo se mantiene
en algún punto del tercio occidental y, por lo que sabemos, sobre
todo en el suroeste andaluz, aquí sin marca de depreciación cultu-
ral, aunque en niveles sociales medios y altos seguramente se pre-
fiere la anteposición del pronombre sujeto al adverbio; y en Cana-
rias su implantación es general, propia de todos los tramos
sociolingüísticos. En el español americano su extensión territorial
no está tan claramente fragmentada como en el europeo, y otros
estudios sobre este uso morfosintáctico probablemente ampliarán
su distribución diatópica y social, con el aspecto normativo de por
medio, así como con las posibles diferencias socioculturales de
sentido focalizadas en la variación ya yo + verbo / yo ya + verbo.
Por lo que respecta a la locución adverbial en la tarde (en la ma-
ñana, en la noche), la Real Academia Española sólo consigna los ti-

95 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Olvidados, caja 1053-12.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

pos a la noche y por la mañana (1974: 439, 442), y Pavón Lucero de


por la mañana, por la tarde, por la noche indica que «en el español clá-
sico y el español de América, en estas mismas locuciones se utiliza,
en lugar de por, la preposición en» (2000: 617); pero la bibliografía
americanista no suele ocuparse de una frase adverbial que es ge-
neral y de continua aparición en el español americano actual, en
clara diferencia de lo que en el español europeo ocurre96. La falta
de contraste diatópico no tendría demasiada importancia tratán-
dose de un hecho puntual, y bastante menos se ha practicado la
comparación desde la lingüística española. Ahora bien, la presen-
te situación es consecuencia de una evolución histórica que sí me-
rece ponerse sobre el tapete de la investigación. En el texto que
certifica el encuentro de los españoles, comandados por Colón,
con las Américas se escribe «por no la ir a demandar de noche» ( D i a-
rio, 69), «entró en la barca por la mañana» (85), «ya a la tarde que-
riendo despedir...» (123), aunque abundan más los registros de la
locución con en, por ejemplo: «hasta el domingo en la noche no pudo
el Almirante tomar la Gomera» (43), «en la mañana entró en la bar-
ca el Almirante» (76), «ayer en la noche, dize el Almirante...» (78),
«miércoles en la noche navegó al Sur» (87), «en la tarde vino allí una
canoa» (112), «surgió ayer en la tarde para tomar leña» (163). En su
gramática, Correas simplemente enumera como expresiones de li-
bre elección a la tarde, por la tarde, en la tarde (1625/1954: 343), y po-
co antes en el relato de la Monja Alférez se pone «y a la tarde, hallán-
dome en rueda con tres cardenales...» (Erauso, 174).
Hacia finales del XVIII la chilena Peña y Lillo ofrece muchos
testimonios de a la noche, ninguno de en la noche, como «la estoy
encomendando a Dios desde el jueves a la noche», «el lunes a la no-
che», «volví deste desmayo a la noche», «todo lo dicho apura más a
la noche» (Cartas, 8, 11, 16, 41). En los mismos años en que se com-
batía por la Independencia el Correo del Orinoco mantiene esta mis-
ma locución, «a la tarde, al ponerse el sol, se repitieron las mismas
salvas y saludos» (240), así como la de por la mañana, «hoy por la
maña n a se ha verificado en la Santa Iglesia Catedral la solemni-
dad debida en acción de gracias», en alternancia con la construida
96 Hoy mismo leo en crónica dada en San José de Costa Rica: «reveló, ade-
más, que el jueves en la noche se comunicó con Thomas Shannon» (El País,
11.7.2009).

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

mediante en, «el martes en la tarde llegó a manos del Sr. Comandante
general de esta provincia la correspondencia» (425), «en la noche
del 22» (500). En la copia bogotana del Carnero hay dos casos se-
guidos de semejante frase adverbial: «el propio jueves en la tarde
fue a la cársel», «este viernes en la tarde le notificaron la sentencia»
(77v, 78r); con anterioridad en documento mexicano de 1689 se
pone: «que lla no puedo a esperá más que hasta esta noche o ma-
ñana en la noche», y en otro del mismo año alternan «que se conta-
ron siete de este presente mes, en la noche» y «el día juebes dicho,
por la tarde» (Nueva España, 382, 388). Bueno será tener en cuenta
como referencia comparativa que en el diario escrito por el sevilla-
no Francisco de Saavedra de su misión en Indias entre 1780 y 1782
ninguna locución hay con en y numerosas con a y por, entre ellas:
«a la tarde fui a recorrer otro arrabal de México», «a la tarde pasamos
a la Fábrica Vieja de Pólvora de Chapultepec», «a la noche me ente-
ró un oficial de la Aduana de varios asuntos», «a la tarde fui con Ri-
vadeneira a ver la Acordada» (Morales Padrón, 2004: 243-245),
«por la mañana fui yo a ver a Solano», «por la mañana hablé con el
Intendente», «tuvimos por la tarde una larga conferencia» (209,
214, 218). Parece, pues, que la diferenciación entre el español
americano y el europeo en lo tocante a este aspecto gramatical ve-
nía fraguándose desde algún tiempo antes.

CODA

Afinidades dialectales presenta en su conjunto el español ame-


ricano con una parte del europeo, en lo que al meridionalismo fo-
nético concierne, pero también diferencias internas, en no pocos
aspectos sólo de grado, marcadas por el contraste entre las moda-
lidades que se han venido en llamar de tierras altas y de tierras ba-
jas, costas e islas, ésta de mayor identificación andalucista. Básica-
mente se da el mantenimiento de una de las variedades del
español extendida por una parte de los emigrados en el siglo XVI,
aspecto conservador, pues, más aún en el de los que quedaron an-
clados en zonas cálidas o en territorios muy alejados de los princi-
pales centros urbanos y mal comunicados. Pero la faceta innova-
dora está en la extensión de este fonetismo a emigrados que no lo

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

tenían, y sobre todo a sus descendientes criollos, así como en la


formación de la variedad de altiplanos. En lo tocante a fenómenos
como el de la parágoge y el cierre de timbre vocálico de /-e, -o/, su
carácter marginal y la dificultad de su documentación hacen pro-
blemática toda clasificación dialectológica en perspectiva históri-
ca: si se deben a asentamientos colonizadores que tenían esos ras-
gos en su hablar, su antigüedad americana es clara, así como su
filiación lingüística; pero podrán ser de moderna aparición si se
trata de alteraciones fonéticas sin impronta europea.
De todos modos, sucede que algunas de las zonas en que tales
modismos se encuentran fueron de poco contacto con la coloniza-
ción española y con los centros de una cierta importancia cultural,
o territorios marcados por su lejanía y aislamiento, y esto permite
pensar para tales casos en niveles cronológicos anteriores a la In-
depenencia, bien entendido que el alejamiento no conduce nece-
sariamente al arcaísmo, como en el tuteo de Chiloé se comprueba.
El español de Chile ofrece aspectos que presumiblemente resulta-
ron del relativo aislamiento del territorio y de lo que el peligro
araucano supuso, y algún otro en que su carácter tradicional o in-
novador dependerá de la explicación histórica que reciba, la arti-
culación postpalatal de /h/ seguida de /e, i/ de manera destaca-
da. Si como algunos sostienen se está ante una pronunciación
continuadora de la prepalatal fricativa sonora del castellano me-
dieval, mayor arcaísmo no cabe, aunque si, como es mi opinión,
no se trata de semejante continuismo fonético, sino de una simple
atracción de la consonante velar hacia estas vocales anteriores, la
antigüedad del fenómeno ya no se situará en los mismos comien-
zos de la conquista y colonización, y constituirá un relevante caso
de innovación, problema del que en otro estudio me he ocupado
(2008a). De todos modos, independientemente de posturas teóri-
cas el historiador debe manejar con rigor la técnica de su oficio,
del error ocasional nadie se libra, porque no es de recibo, ya que
de la -e paragógica hemos hablado, que al estudiar el vocalismo del
español colombiano colonial se presenten como ejemplos de la
existencia de este fenómeno en la Nueva Granada del quinientos
las formas ábile, estérile, ynterese, latinismos crudos que como varian-
tes de hábil, estéril, interés son bien conocidos en textos del cuatro-
cientos y del quinientos, incluso posteriores, de cualquier zona

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

hispánica, y en absoluto tienen que ver con esta cuestión. Así el


historiador confunde más que aclara, la parágoge habría sido ge-
neral en el mundo hispánico de aceptar semejante argumenta-
ción, e innecesariamente, pues la simple consulta de un dicciona-
rio, el de Corominas y Pascual, por ejemplo, o del CORDE habría
bastado para suplir el fallo de conocimiento.
En el léxico el juego entre tradición e innovación tiene conti-
nua y meridiana comprobación por razones de todo punto obvias,
en las que más adelante habrá ocasión de entrar con más detalle.
Pero otros problemas pueden encontrar bastante explicación en
la observación del americanismo léxico; así, en el tan debatido
asunto del andalucismo como importante factor en la formación
del español americano será preciso considerar que en todas partes
hay palabras procedentes de Andalucía y de Canarias, pocas o mu-
chas, según el criterio que se adopte, pero indicaciones ciertas de
que por doquier estuvo bien presente la inmigración meridional:
ahora se insiste en la cuantificación como método, quizá demasiado
y con frecuencia únicamente sobre el papel. Y a cada paso se en-
cuentran muestras de la influencia que el lenguaje formal ha tenido
en la expresión de los hispanoamericanos, como hoy mismo apre-
cio en artículo del político y periodista uruguayo Julio María San-
guinetti, con un uso de habilitar por su sentido seguramente de as-
cendencia forense, «dos siglos de independencia no habilitan ya más
excusas», y en crónica de Lima se incluye el pasaje «será un minis-
tro-secretario, obsec u e nte a los dictados del presidente»97, con un cul-
tismo de raro empleo, si alguno tiene, entre periodistas españoles.
La citada noticia limeña contiene un luego de ‘enseguida de,
después de’ («llegaba al cargo... luego de una bien considerada ges-
tión»), que también aparece en el artículo de Sanguinetti («quien
abandonó la Presidencia luego de ser reelecto»), locución adverbial
con sentido de inmediatez de extraordinario uso en América que
ya se documenta con profusión en la Independencia y que supone
un aspecto de la prolongación del valor medieval y parcialmente
97 El País, 13.7.2009, pp. 4, 25. En este texto periodístico y en pocas líneas se
da una reiteración del relativo quien más propia de la lengua escrita culta en
América que de la hablada: «González Macchi, quien a duras penas termina su
mandato», «Alberto Fujimori, quien abandonó la Presidencia», «Eduardo Duhal-
de, quien alcanza la normalización institucional».

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

clásico de luego98. En el español americano de la segunda mitad del


XVIII y primera del XIX constataremos hechos de acusado con-
servadurismo lingüístico, como el del artículo antecedente del re-
lativo en caso oblicuo (la en que, el con que), el presente de subjuntivo
vamos ‘vayamos’, la frecuente aparición de participios con enclisis
pronominal («se han desenmascarado y dádose a conocer»), o los nu-
merosos testimonios de la preposición en con valor direccional
(«ir en casa»); pero también no pocos rasgos innovadores en com-
paración con el español peninsular, entre ellos el proceso de eli-
minación de vosotros y del posesivo vuestro, la pluralización de haber
y hacer impersonales («hoy hacen tres días»), o la pronominaliza-
ción verbal (desaparecerse, desertarse, regresarse). El español, como
tantas otras lenguas, se mueve entre la tendencia a conservar los
usos establecidos y el empuje innovador que acarreará el cambio
de algunos de ellos o la creación de nuevas formas de expresión,
en un particular equilibrio de esta disyuntiva que determinadas
circunstancias lingüísticas y extralingüísticas, no siempre identifi-
cables a ciencia cierta, inclinan en uno u otro sentido.
Dado que esas circunstancias no han sido las mismas para el es-
pañol europeo y el trasplantado a América, es natural que éste se
desarrollara de manera no siempre coincidente con el de la metró-
poli, sea en la mejor conservación de usos que en España periclita-
ban, sea mediante evoluciones más progresivas o por la pura y sim-
ple innovación, factores que no permiten una caracterización
histórica inamovible, porque la historia es cambiante como la mis-
ma realidad lingüística. Es así que en el Qu ij ote resulta normal huirs e,
como de registro común continuaría siendo en los textos america-
nos de la Independencia, no así en los españoles; y si en el siglo
XVIII se relacionaba el hablar hispanoamericano con el de Andalu-
cía occidental por el seseo y el yeísmo frente al restante dominio pe-
98 Impensable es registrar en la prensa española cuatro casos de luego de en
una sola página de Cartas al Director, como en ésta de La Tercera de Santiago:
«luego de la renuncia de tres ministros...», «luego de un entrevero, los carabineros
respondieron al fuego», «los comentarios que se escucharon luego de este inci-
dente», «luego de pasar por estos procesos» (8.1.2008, p. 2), en el mismo periódi-
co el también frecuente luego de que (15.1.2008, p. 18). La Real Academia Espa-
ñola (1974: 497) consigna el empleo de luego de con participio en la frase
absoluta, de por sí de signo culto; pero en absoluto es comparable su presencia
en el español de España y en el de América.

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ENTRE L A T R A D I C I Ó N Y L A I N N O VA C I Ó N

ninsular, el segundo modismo fonético ya no sirve de carácter dife-


renciador, por la extensión que ha experimentado en regiones es-
pañolas antes distinguidoras. De tal manera que en este punto la
comparación se ha ido reduciendo a una diversidad diatópica de
pronunciaciones yeístas y al contraste con las pervivencias de la dis-
tinción /l/ e /y/ a uno y otro lado del Atlántico, mientras que las
afinidades y diferencias dialectales entre el español de América y el
de España de finales del XVIII y principios del XIX a propósito de la
combinación ya yo + verbo se mantienen actualmente.
Debe advertirse, por último, que siendo grande América y
grandes los cambios sociales y demográficos que la comunidad
hispánica originaria experimentó durante la Colonia, su historia
lingüística necesariamente tenía que ser poliédrica, en modo al-
guno reductible a cómodos esquemas. El gramático podrá decir
que el pronombre vosotros y el posesivo vuestro se han perdido en el
español americano, y esto en gran medida es cierto, en lo sistemá-
tico si se quiere; pero por tradición eclesiástica en las misas de bas-
tantes iglesias bogotanas el sacerdote dirá «el Señor esté con voso-
tros» o «tomad y bebed todos de Él»99, y a los muchachos en ocasiones
solemnes, como en la fiesta nacional, los maestros en algunas es-
cuelas americanas se les dirigen con el vosotros, que en situación
peligrosa hace pocos años usó ante huelguistas amenazantes un
gobernador argentino («yo estoy con vosotros»). Un pronombre
que a veces empleó en su prosa, expresión quizá de una tradicio-
nal retórica literaria y de su formación magisterial, la más laurea-
da poeta chilena: «yo, al igual de vosotros..., vivo el mismo desvelo
vuestro» (Mistral, 34), «vosotros ya decoráis el muro», «vosotros, niños,
creáis y seguiréis creando con gozo», «vosotros, niños, no os dais cuen-
ta cabal de esta creación brasileña que sale en bocanada sobrena-
tural de vuestras escuelas y de vuestras iglesias», «ved, pues, cómo el
Incanato proveía de veras al ramo entero...» (176, 177, 197). En
Pueblo de mi Chile, texto que le publicó El Mercurio el 9 de septiem-
bre de 1954, la afectividad quizá empujó a Gabriela Mistral a escri-
birlo con el vosotros y el vuestro, tratamiento de cercanía que en su
alma lingüística no se había perdido: «Vosotros ganáis vuestra vida
99 Dato que debo a mi alumna bogotana de doctorado Ruth Villa Navia,
quien me advierte que a veces el mismo celebrante explica que se debería decir
ustedes con el verbo en tercera persona.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

con mucha más dureza que yo», «yo no lucho ni tanto como voso-
tros...», «os pido que descanséis», «y un abrazo muy fiel para todos
vosotros», etcétera, y habiendo comenzado con un «entre ustedes y
esta vieja maestra», hace la despedida con un «ahora me van a per-
mitir unas palabras que no tienen relación conmigo» (Prosas, 241-
243). Y si con letras de canciones comienza este capítulo, con la de
otra termina, la mexicana Yo tengo unos ojos negros, donde un verbo
en segunda persona del plural, raro en América, se entona: «Ojos
negros, traicioneros ¿por qué me miráis así?».

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CAPÍTULO IV

Letras y sonidos

ORTOGRAFÍA EN MANUSCRITOS DE LOS SIGLOS XVIII Y XIX

Un mínimo conocimiento de los manuscritos e impresos compues-


tos en América durante el período colonial es suficiente para poder
rechazar tajantemente la especie que a veces circula en la bibliogra-
fía lingüística en el sentido de que su ortografía llegó a ser «caótica»,
y de que ello pudo poner en peligro la unidad del idioma. Si así hu-
biera sido, el idioma español irremediablemente habría sufrido un
serio quebranto en su sistema, es de suponer que sobre todo en su
parte fonética, porque la uniformidad ortográfica ha llegado a la len-
gua escrita en España bastante después de la Independencia, y más
tarde y con mayores dificultades en América. Pero sucede que tama-
ño desorden ortográfico nunca ha existido, ni en los escritos hechos
por autores de muy baja formación escolar, aparte de que, como en
otra parte defiendo (2006b), la pasada variación en algunos elemen-
tos grafémicos no podía poner en serio riesgo la unidad de la lengua,
unidad que no es sinónimo de uniformidad, habiendo otras podero-
sas razones para mantenerla, lo que no impide reconocer que el lo-
gro de unas normas unificadas y por todos aceptadas sin duda ha si-
do beneficioso en muchos e importantes aspectos. De toda evidencia
es que no hay textos que con todas sus alternancias y «desvíos» orto-
gráficos fueran de difícil lectura y comprensión en su tiempo, con
ninguno me he topado de tal clase, salvo de manera puntual en al-
gún manuscrito, porque el lector de la época en cuestión estaba
acostumbrado a encontrarse con rasgos semejantes o a escribirlos él
mismo, y porque ha de suponérsele la suficiente sindéresis para com-
prender por el contexto, si determinado uso anómalo lo requería.

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119-150 El español de.qxd 2/2/10 18:52 Page 120

EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

El historiador no debe caer en una visión ucrónica de los he-


chos, contemplando los usos escriturarios en comparación con la
norma ortográfica actual, ni acumulando indiscriminadamente
en una serie de documentos ejemplos de variaciones y de rarezas o
supuestas anomalías gráficas, que en su tiempo no lo eran o no
tanto como pudiera creerse, dándose así la errónea impresión de
caos ortográfico. La comparación ha de hacerse con lo que por
entonces se escribía en la metrópoli, donde nunca había impera-
do la uniformidad ortográfica; naturalmente, en el origen de todo
estaba el alfabeto latino y en los años del paso a la escritura roman-
ce se establecieron pautas de representación grafemática, que en
unos casos resultaron constantes, también en su aceptación poste-
rior, pero variables en otros. De hecho, hasta la fundación de la Real
Academia Española no puede hablarse de una autorizada regla-
mentación, pues las varias ortografías anteriormente publicadas
por distintos autores tuvieron una difusión limitada y no solían
coincidir en todas sus propuestas. En la práctica escrituraria co-
existían tendencias diversas de diferente arraigo, de las cuales unas
iban imponiéndose lentamente sobre sus variantes, aunque con
inevitables cruces, y sobre la base de los usos gráficos más asenta-
dos la institución académica fue estableciendo su propia norma,
que acabaría siendo oficial en todo el mundo hispánico. Pero de
su Ortografía desde 1741 a 1815 se hicieron ocho ediciones, cada
una con modificaciones sobre la anterior, y su eficacia escolar tar-
daría en ser plenamente efectiva, más en América que en España,
por razones obvias, sin contar con las postulaciones de sistemas or-
tográficos distintos al de la Academia que hubo en los dominios
ultramarinos ya independientes.
La variación ortográfica en la scripta hispanoamericana tiene
mucho que ver con la peninsular, y no es muy diferente de ella; y
en su consideración también deben tenerse en cuenta las diferen-
cias que en la regularización ortográfica se observarán entre ma-
nuscritos e impresos, y especialmente el nivel cultural de cada au-
tor, que explicará en buena medida el mayor o menor número de
los lapsus y otras peculiaridades apartadizas de los usos más co-
rrientes en cada momento, sobre todo en la letra manual, aunque
el aspecto cultural no deja de incidir en la producción textual con
la de molde. En esta materia las diferencias entre América y la me-

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LETRAS Y SONIDOS

trópoli no podían ser sino de grado en el apego a una tradición or-


tográfica común y en las preferencias por uno u otro uso gráfico,
que tampoco se pueden generalizar, y, por lo que a los anteceden-
tes más próximos a la Independencia se refiere, sabido es que en
el siglo XVIII la emigración española tuvo un alto componente de
servidores del gobierno y miembros de la clase judicial y notarial, y
que no pocos jóvenes de la elite criolla se formaron en la Penínsu-
la. No sólo eso, sino que desde luego muy pronto a Indias llegaron
cartillas para aprender a escribir como las que en España corrie-
ron desde finales del siglo XV, y en el XVIII fueron corrientes en
Nueva España, también los catones y los catecismos, para la difu-
sión de las primeras letras (Castañeda García et al., 2004). En 1801
se ofertaba en Bogotá un Formulario para escribir, y en 1791 se anun-
ciaban muestras, impresas en Madrid, para el aprendizaje de la es-
critura, a la venta en la escuela pública de la misma ciudad (Silva,
2002: 242), como en la población colombiana de San Juan de Gi-
rón el plan de estudios presentado el año 1805 para la contrata-
ción de un maestro incluía «algunas lecciones de la gramática y or-
tografía castellana, según el Diccionario de la Lengua de la Real
Academia», y en petición dirigida a Carlos IV el bibliotecario de la
capital de Nueva Granada relata cómo, aprovechando su conoci-
miento de los libros bajo su custodia, había abierto una especie de
escuela libre, entre cuyas enseñanzas estaba el «estudio metódico
de la gramática y ortografía de la lengua castellana» (75, 241).

Cartas de americanos cultos

Los criollos de relevancia social estaban familiarizados con la


más selecta lengua escrita del momento, por su formación escolar,
por sus negocios o por su relación con la administración colonial,
inmersos con frecuencia en interminables pleitos para los que ne-
cesitaban el auxilio de sus archivos familiares. Entre ellos el mexi-
cano Atenógenes Rojano, con aspiraciones nobiliarias, que inter-
cambia correspondencia con su representante en la Península,
«las gratas letras de usted de 15 de enero último ha que contesto y
que he visto con el mayor aprecio...», y como oro en paño guarda
la vieja ejecutoria de caligrafía (en letra de gusanillo), a la sazón,

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

año 1819, ya de difícil lectura incluso para los profesionales de la


escribanía pública:

Pida usted el depósito de las rentas con protexta de presentar


los papeles de mi nobleza, que en primera ocación remitiré del
modo que usted me los pide, sin que halla (sic) motivo de dudas,
pues lo bolumoso del libro de mi executoria y su antigüidad ha si-
do la causa de la demora, pues en la información que produxe an-
te el señor corregidor de esta capital pedí al escribano actuario
certificación relativa de ella para instruir al procurador de la ciu-
dad y señor juez, la letra de gusanillo que tiene el citado libro me ha
costado mucho dinero, su fiel copia para el efecto indicado100.

En su mismo nivel sociocultural un peninsular no habría escrito de


distinta manera, dejada aparte la manifestación gráfica del seseo y del
yeísmo, aunque se registren en este texto formas divergentes de la or-
tografía actual, normales sin embargo en cualquier escrito medioculto
de la época. Se hallan algunos trueques de b y v (abiso, bolumoso, cerbirá,
inberción, orv e), una h expletiva en ha ‘a’ y hací ‘así’, un ejemplo de v con
valor vocálico (vse), la -i sólo en las dos apariciones del adverbio mui,
un registro de -i- consonántica (cuio ‘cuyo’) y la latinizante q en qual-
quier, quando y quanto. Diferencias de detalle presenta la misiva dada en
Madrid el mismo año por fray Antonio Blanco, novohispano a la sazón
residente en España y poderhabiente de Rojano, que no tiene formas
como mui y cuio, pero en dos ocasiones recurre a la u por v (euacuar, se-
ruir)101. Pocos decenios antes un escribano público y de provincia de la
Real Audiencia de La Plata redacta un testimonio de aspecto acusada-
mente seseoso, con casos de v- por u- (vltramarinos, vno, vna) y conti-
nuo empleo de u consonántica (cauildos, deua, fauor, hauer, lleuar, etc.),
y de -i- por -y- (constante en cuio y suio), de q por c (quales, qualquier,
quando, quantos) y algún ejemplo de rr- (rreagrauadas)102.
En 1725 un criollo del Cuzco, Pedro de Oquendo, representante
en la Corte de la también peruana doña Josefa Centeno, escribe
100 ARChV, Pleitos Civiles, Lapuerta, Olvidados, caja 2196-1, México, 29 de
abril de 1819.
101 Ibíd.
102 ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Depositados, caja 521-2, 30r-
32v, 16 de junio de 1750.

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LETRAS Y SONIDOS

una misiva que descubre el uso de v- vocálica (vltramar in a), de rr tras


consonante (honrr ad o), un a st a sin h-, la i final en doi, regular como
consonante (a rguió, cuio, proiecto), así como la u también consonán-
tica en inicio de vocablo (uista, 2 ejs.), y en posición interior (auer, y
haber, breuedad, prouienen, prouará, prouidencia), en alternancia con v
(veo, ver, vicios)103. Antes le había escrito a Madrid desde el Cuzco, el
23 de marzo de 1721, su hermana doña Juana, misiva mucho más
extensa que la anterior, e igualmente seseosa, y entre los dos textos
epistolares se observan coincidencias, pero también diferencias dig-
nas de mención104. Es coincidente la de Juana en el muy ocasional
empleo de la v vocálica (v n a), por la falta de h en asta, aunque mien-
tras pone esta letra el hombre en haber sistemáticamente, incluso
cuando lo escribe con u (h a u e r), la mujer nunca se sirve de ella en
sus numerosos empleos de este verbo, y en cambio usa la y en y m p o-
sible, ynstrumentos (con i en la de Pedro), ynmediatamente, ynterpuesto.
Las dos cartas tienen q en voces como qual, qualquier, quando, quanto
y quatro, todas ellas en la redacción cuzqueña, donde regularmente
se usa -i en muchos registros de mui, oi, virrei, con las excepciones de
un oy y de un virrey (en la del varón se da con Rey). Frente al caso de
honrrados en Pedro de Oquendo, para la época raro en su nivel cul-
tural, las particularidades más llamativas en su hermana consisten
en las vacilaciones que sufre con la -rr-, que varias veces escribe -r-
(arendamiento, coregidos, socorer, virei), la forma pros igiera ‘prosiguiera’
y una repetida utilización de n ante p (e npeño).
Aunque las dos principales notas distinguidoras en la ortogra-
fía de los hermanos consisten en que Juana de Oquendo no em-
plea i consonántica, sino y (mayor, ya siempre), y en cuanto a la u
también consonante únicamente al comienzo de la carta se sirve
de ella («E uisto el capítulo de carta escrita a nuestra madre...»),
para en el resto de la misiva poner exclusivamente v (avía, aviendo,
vida, virrei, virtud, visto) y b en decenas de ejemplos, tanto etimoló-

103 ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. Se observa en
el caso de b, v, y u la lucha entre tradición y novedad, caso de auer y haber, y la va-
cilación normativa con b, canónica en abiertamente, acaba, besa, breuedad, debían,
febrero, haber, libraron, prueba, sobra, cacográfica en conbenientes y Villanueba. Indi-
cio de impronta formularia es que la v- aparezca las cuatro veces en que se pone
la abreviatura vmd. ‘vuestra merced’.
104 Ibíd., Cuzco, 23 de marzo de 1721.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

gicos (aber, abido, abiendo, gobierno), como cacográficos: bara, benir,


bolbían, boluntad, estubo, llebo, nobedad, probisor, etc. Está claro que ni
Juana ni Pedro desentonan de los diferentes usos ortográficos que
pueden encontrarse en el primer tercio del XVIII a una y otra ori-
lla del Atlántico; es evidente también que la mujer tuvo distinto
maestro que su hermano, y en mayor sintonía con las corrientes
entonces más en boga, por su empleo único de la y consonante y
casi absoluto rechazo de la tradicional u, coincidentemente con
los criterios que adoptaría la Real Academia Española en su Auto-
ridades para las dos letras, incluso con mayor modernidad por par-
te de la criolla, en este caso también de su hermano, a cuenta de
su absoluto desapego de la grafía ss, que aún mantuvo el primer
diccionario académico. De la repercusión que los distintos niveles
culturales de los dos autores peruanos tuvieron en sus respectivos
escritos me ocuparé a continuación.

Corpus altoperuano de nivel sociocultural medio

Veamos ahora el estado de la cuestión ortográfica en el manus-


crito que cito como Tortura, redactado en Cochabamba el 1791 y
presentado ante la Audiencia de Charcas el mismo año, recurso
judicial, con lo que de forma y estilo esto conlleva, pero no exento
de la viveza coloquial, «hasta mandar por último el tolerado reo
theniente de alguasil filar ochenta o noventa hombres... a usanza
de guerra, con látigos, palos y pellejos en mano y poniendo en carre-
ra de baqueta al desvalido reo en el nombre como yo le proponían
eligiese una de dos: o sufrir la felpa de golpes o pagar el carselaje»
(8v), «¿Con que ha escrito contra usted a la Administración de Ta-
bacos? ¡Qué insolencia! ¿A que le mando dar doscientos asotes?»
(10v). El reo recurrente, Judas Tadeo Andrade, escribe y firma la
explicación de cada una de las ocho láminas que el corpus contie-
ne, con escenas de su terrible experiencia carcelaria, y al final del
recurso, antes del documento de súplica que en su favor aportan
dos vecinos de Cochabamba, su autor estampa su nombre y rúbri-
ca bajo la aclaración: «Verdadero vorrador de la que escribí a los
oficiales reales, y por ser verdad lo firmé» (22v). El autor del recur-
so es el mismo condenado, hombre de mediana cultura, como los

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LETRAS Y SONIDOS

representantes de ese nivel en la sociedad altoperuana al acabar el


siglo XVIII, algunos de los cuales dejan su letra en hojas timbradas
de la Audiencia de La Plata y en las últimas páginas de esta precio-
sa pieza documental, por supuesto seseosa.
La ortografía del conjunto, incluida la de Andrade, no difiere
mucho de los casos anteriormente expuestos en cuanto al empleo
de v vocálica (vn, vna, vtil id a d), con un ejemplo suelto de mui (7v),
a la falta de u de representación vocal, al de la latinizante q (c o ns e-
q u e ncia, qual, quant o...) y a la variación entre i e y c o ns onánt ic a s
(cuio-cuyo, oió-oyó, etc.). Con harta frecuencia aparece en este ma-
nuscrito la y grafía de /i/ en inicio de palabra y diptongo decre-
ciente —y n c h adas, ynocencia, yra; alcayde, desayre, oyga, etc.—. Com-
parativamente destacan lo numeroso de este registro ortográfico,
tal vez debido a la tradición del oficio forense que informa el texto,
y la extraordinaria abundancia de usos de v por b (c av esa, savedoras,
v a j o, etc.), sobre todo notable el trueque contrario, por ejemplo
buestro, nobenta, nueba, seberamente, subsecibo, lapsus reiterativo segu-
ramente de causa cultural, como en la carta de Juana de Oquendo,
curiosamente también coincidente en su propensión a la y vocáli-
ca; y en el texto boliviano la manifiesta impericia en el manejo de la
h (a b l a ndo, allo, alló) se intenta corregir en vano, mediante su indis-
criminado uso en continuas hipercorrecciones, como habiertam e n-
te, h a ntes, hapearon, haún, haunque, ehuropeo, hera, hiba, yahace ‘yace’.
Hay muestras de g para /g/ ante /e, i/ (A g il a r, frecuente junto a
Aguilar, y emb r i ag e z), así como una de q sin tradición latina para /k/
ante /u/ (c o ns eq us i ó n), y se encuentran bastantes casos de rr inicial
(rraíz, rrecibiendo, rrecomendada, rresulta, rretenidos, rr i s c o), y tras n
(E nrr ique, honrrado, ynrr a c i o n a l e s), así como varios de n delante de b
y p (C ochabanba, enbargo; conpetencias, intenpestibamente).
Finalmente, conviene señalar que un cambio de letra, como el
observado en el folio 16r-v, puede manifestar determinadas prefe-
rencias ortográficas del escribano en cuestión, pues en el corto espa-
cio textual de éste se hallan seis registros de rr- y - rr, junto a una pe-
queña incidencia del intercambio de b y v, de igual modo que
mientras en todo el recurso judicial la ss es extraña (un caso de assotes
trae el 13r), en la remisión que la Audiencia hace de los autos crimi-
nales a la autoridad para el cumplimiento de la pena el escribano po-
ne asessor (en sus tres menciones), assí, essa, Jossef y presso (24r, 25r).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Ortografía del Carnero

De las cuatro manos que intervienen en la copia bogotana del


Carnero, de 1784, una sólo escribió la portada, con la grafía ss en
pertenesse y los diez renglones del último folio (181r), con un quén-
tasse, doble ese que es sumamente ocasional en este corpus, algún
raro ejemplo hay como el de Inojossa (48v), salvo en la parte co-
rrespondiente al tercer copista, quien empieza usándola con reite-
ración —acasso, caussa, cavessa, Monssón, passó (74r, 75r)—, para
luego ponerla más aisladamente con determinadas palabras, en-
tre ellas cassa (81v, tres muestras en 97r). Por lo demás, en lo fun-
damental la ortografía del Carnero en la mayor parte de sus usos
coincide con la de los anteriores textos, otra cosa es el distinto gra-
do de frecuencia en cada uno de ellos, pues se halla la i alguna vez
para la conjunción copulativa (i, hi), a final de palabra (doi, estoi,
hai, mui, virrei) alternante con la menos frecuente -y (hay, muy, oy),
así como la y inicial y tras vocal (yllustres, yncluían, ynperio, ystorial,
oydor), pero con abundancia claramente menor que la observada
en el boliviano Tortura. No faltan los casos de q latinizante (qual,
quando, quenta), si bien su presencia no es demasiado llamativa,
menos aún en ejemplos como el de qudicia (162r), y en cambio es
muy frecuente la i consonántica (aiudar, cuia, maior, proueió, suio),
aunque hay ejemplos de haya y mayo, y a comienzo de palabra yo,
como yendo o yerro, con alguna muestra de j para la mediopalatal
/y/, ajo ‘hayo, arbusto de la coca’ (116r).
Se prodigan los registros de rr inicial y tras n, no de igual mane-
ra en todos los copistas: rrabioso, rrasos, rrastro, rrebuelto, rrico, rridi-
culosos, rrienda, rrincón, rrueda, rruido; deshonrró, honrra, honrrado,
Manrrique, y se encuentra n escrita ante b (conbenía, honbres, sin en-
bargo, tanbién) y p (aconpañado, desanparado, tanpoco, ynperio). Para
la época no resulta chocante el ocasional hallazgo de una forma
como gerrilla ‘guerrilla’ (144r), ni las alternancias muger-mujer-mu-
xer, jente-xente, siempre que no se produzcan con tanta reiteración
como la que este texto descubre, tal vez de motivación cultural,
que sin duda tiene la extensa lista de lapsus con b y v, entre ellos
los de aprobechándose, ba, bes, bolber, bolbiendo, estubo, tubiésemos; vai-

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LETRAS Y SONIDOS

les, cavezera, cavildo, vrevedad, así como el no menos amplio inven-


tario de voces con h expletiva: ha ‘a’, haiudados, hallegado, haora, he-
llos, hi ‘y’, himagen, hinsoportables, hirse105.

Exvotos mexicanos

Ni que decir tiene, la formación escolar e intelectual del autor


de cada pieza documental influye en su redacción, aspecto orto-
gráfico incluido, y en los análisis que preceden se advierten ciertas
derivaciones del factor cultural, sucediendo en ocasiones que una
deficiente instrucción puede favorecer un mayor apego a la tradi-
ción escrituraria, tal vez porque el maestro también era ajeno a las
tendencias más innovadoras o puestas al día. Es lo que parece suce-
der con quienes compusieron los cuadros de exvotos populares del
mexicano Retablos, donde por supuesto abundan las cacografías en-
tre b y v, así baras, biniendo, bolante, bolteó, devido en cuadro de 1743, y
las concernientes a la h, aser y harim á nd ole ‘arrimándole’ en otro de
1752, faltas que son comunes a todos los exvotos del siglo XVIII y a
los del XIX, y estos datos son altamente significativos en cuanto a su
frecuencia, ya que el número con que se producen se verifica en
textos de corta extensión, la mayoría de muy pocas líneas, observa-
ción igualmente válida para las particularidades ortográficas que si-
guen, algunas prolongadas hasta bien entrado el siglo XX.
1. Con valor consonántico se interfieren i e y en se hayó-lo haiaron,
cuio (1761, 5), y grafía de consonante es i asimismo en cuia, restituió
(1781, 10). Con referencia vocálica también fueron variantes para
la conjunción copulativa (1761, 5; 1851, 26), palabra gramatical que
en alguna pieza constantemente se escribe con i (1842, 18), mien-
tras otras siempre registran mui (1846, 21; 1852, 27). Más numero-
sos son los corpus con atestiguación de y como grafía de la vocal /i/
en inicio e interior de palabra, sobre todo en la primera posición:
caydas (1784, 13b), ynbocando (1743, 1), ymagen (1776, 8), yso, yma-
gen (1846, 21), y m agen, ynbocó, ynstantes (1849, 22), yrritación (1854,
29), ymbocó (1861, 34), ynvocó (1891, 46), ymediatamente (1882, 46b),

105 Se aducen unos pocos ejemplos para cada caso grafémico de los muchísi-
mos que el Carnero ofrece.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Yxtac alc o (1895, 48), ymajen (1867, 52), y n b ocó, ymagen (1868, 53),
ymagen (1875, 56). Con toda seguridad la rancia prosapia cultista de
esta letra y su antañona simbología pitagórica no fueron ajenas al
persistente arraigo de la misma en la ortografía española, hasta el
punto de que llega a registrarse en exvotos de la primera mitad del
XX: ynbocó, ynprebista (1927, 67), yso (1939, 73), ymbocó (h. 1940, 75),
con mayor restricción y en palabras de especial significación socio-
lógica en algunos escritos españoles de los mismos años.
2. Puede que tampoco suponga una simple transgresión orto-
gráfica la n puesta delante de b y p en las formas que acaban de ci-
tarse para el uso de la y, así como en nonbre, inpidió (1784, 13b), in-
bocó (1838, 16; 1850, 25; 1895, 49), Canpos (1845, 20), no siendo
casual que el primer exvoto de ortografía moderna también en es-
te punto testimonie el triunfo de la corriente innovadora, pues a
la n que en primera instancia se había escrito en inploró se le aña-
dió luego un tercer trazo para convertirla en m (1827, 14).
3. Cultismos gráficos de ch y q con valor de /k/: charidad (1759, 4),
quando (1752, 2; 1776, 8), quasi (1759, 4).
4. Empleos de v para /u/ a comienzo de palabra y de u para
/b/ en posición interior: 3 ejs. de vn-vna, coexistentes con una,
junto a deuosión, feruorosos, hauiendo, al lado de maravilloso, movi-
mientos (1759, 4), vnido, sirue (1776, 8), vna (1780, 9), vn (1846,
21), todavía vn, vnico en retablo de 1864.
5. Quizá constituyan faltas propiamente dichas los casos de -r- por
-rr- de harim á nd ola (1752, 2), o c urió (1770, 6), buro (1882, 46b), o c ure
(1873, 54). Pero la grafía aRiva (1784, 13b) tiene precedentes me-
dievales y todavía es más fácil de enlazar con formas escriturarias del
Medievo la rr- de rre st ableció (1850, 25), rremedio, rrestablecida (1851,
26), rrazón (1854, 30), rremedio, rrestablecido (1859, 33), rretablo (1939,
74), ocurriendo lo propio con la rr tras consonante de fiebrre (1867,
52) y con la misma grafía a final de sílaba en C o rrpos, arrcánjel, herr-
manos, muerrte, perrsonas, puerrtas (1939, 72). Desde luego, si no esta-
mos ante huellas de antiguos usos grafémicos, el primero y el segun-
do profusamente registrados, por ejemplo, en el códice del Poema
de Fernán González, copia de 1470-1480, de la mayor obviedad resulta
que los autores modernos de tales soluciones gráficas se han movi-
do por idénticos resortes psicolingüísticos que los antiguos, y con
igual adecuación de la realidad fónica a la ortografía.

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LETRAS Y SONIDOS

6. En todas partes fueron bastante frecuentes los trueques en-


tre x, g, j delante de e, i manifiestos en cojió, lixítima (h. 1782, 13),
Jetrudis (1864, 37), Virjen (1897, 50). También se conocieron muy
anteriormente ocasionales empleos de g ante e, i con valor de velar
sonora /g/, en lugar de gu, y en este corpus se verifica en varios ca-
sos, como los de Gerrero (1770, 6), consigió (1849, 22), encegida
(1851, 26), consegir (1856, 31); igual que los de g ante a, o, u con re-
ferencia a la pronunciación velar /h/, que aquí aparecen en gua-
xase ‘juagarse’ (h. 1782, 13), amazigo y amasigo ‘amasijo’ (1776, 8),
trabagos ‘trabajos’ (1845, 20), mogada ‘mojada’ (1856, 31).

EN LA IMPRENTA

La manuscritura no experimentó en toda América el mismo in-


flujo relativamente regularizador, o ejemplar, que en el aspecto or-
tográfico pudo experimentar en la metrópoli de parte de la letra
de molde, pues en muchos sitios no se conoció la imprenta hasta
los años de la Independencia, de intenso combate tanto militar
como ideológico. En algunos lugares la llegada de impresores con
su instrumental se celebró como una gran fiesta y en gran número
de ciudades se empezaron a publicar periódicos o aumentaron los
preexistentes. La que se ha llamado «orgía periodística», promovi-
da desde 1810 y a resultas de la emancipación, sin duda favoreció
la alfabetización de los americanos y acrecentó el número de lec-
tores, reforzando así la prensa el papel modélico que en materia
ortográfica le correspondía a la imprenta en general, pues además
de libros, periódicos y revistas se publicó una infinidad de pasqui-
nes, panfletos, hojas sueltas y papeles volantes (Alonso, 2004). Pe-
ro al fin y al cabo modelo de una ortografía que distaba mucho de
ser uniforme en una producción editorial asimismo deudora de
usos largamente asentados en la tradición manuscrita.

El Correo del Orinoco

Este voluminoso corpus periodístico, editado en Angostura en-


tre 1818 y 1822, por los años en que la Independencia llega a su

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

triunfo definitivo, compuesto de aportaciones principalmente ve-


nezolanas y colombianas, pero también de las Antillas y de otras
partes de América del Sur, pertenecientes al ámbito oficial (admi-
nistrativo, político y militar), así como a muchos colaboradores
particulares, permite las siguientes observaciones:
1. Contiene el Correo un considerable número de formas en las
cuales se grafía con x el fonema velar /h/ en su realización ameri-
cana, claro está; entre tales registros los siguientes: aflixido (53),
baxáes (238), baxo-baxa (454, 464), dixo (238), diximos (240), execu-
tar (241), exército (239, 240, 451), fixar (241), quexas (454), vexacio-
nes (238). Salvo en el caso de aflixido, las demás voces están escritas
de acuerdo con la tradición medieval y corresponden a la evolu-
ción fonética originaria en castellano, y la continuidad de esta grafía
era intensa en el siglo XVIII, según se ha visto. Hacía muy pocos años
desde que la Academia, en pleno conflicto bélico entre España y sus
colonias, había proscrito la x como representación del fonema velar
(en 1815), y tal disposición mal podía hacerse efectiva en América
cuando textos ministeriales aún registraban años después en Madrid
exército con bastante frecuencia, así como execución y fixar106. Pero lo
mismo que en el corpus peninsular se encuentran bajo, caja, dejar
(Actas, 36, 37), en el venezolano se hallan condugese y egecutó (231,
451), en la tendencia a la modernidad ortográfica107.
2. Como grafía de /k/ la Academia había suprimido la q latini-
zante en 1775, la usaba Murillo Velarde en voces como quadra y
quáqu ero (Geografía, 166, 267, 282, 354), y aún mantiene bastante uso
en el corpus periodístico venezolano, verbigracia: qual (11, 13, 454),
qualquier, qualesquiera (454), pero cualquier (453), quando (154,
440), quanto (10), quarteles (440), quatro (154, 218), questión (454),
conseqüencia (19, 34, 374), y consequencia sin diéresis (384, 385),
consequente (453), delinqüencias (413), delinqüente, eloqüencia, esqua-
dra (154), freqüentemente (381), iniquos (155), seqüestrada (23), se-
quaces (247); también persequción (100), sin precedente gráfico la-

106 Actas, 156, 182, 185, 197, 198, 208, 213, 214, 216, 218, 238.
107 Es cierto que en estas voces en lugar de la etimológica x está la de la j de la
actual ortografía oficial, como en el texto oficial madrileño son corrientes diriji-
do, elejidos, exijirse, prestijio, urjencia (Actas, 195, 253, 358, 361). Como al tratar del
Carnero advierto, también los ejemplos que del Correo aquí manejo son una parte
de expurgos más numerosos.

130
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LETRAS Y SONIDOS

tino. Pero a pesar de la normativa académica el multisecular uso


ortográfico, de inicial impronta etimologizante y cultista, tardaría
en desarraigarse no sólo en América, como se acaba de ver, sino
también en España, en cuyos textos ministeriales de la primera mi-
tad del siglo XIX todavía no son inusuales testimonios como los de
qual, quales (Actas, 137), qualquier (149), qualquiera (244), quantía,
quarenta, cinquenta (147), quanto (146), qüestión (146, 202).
3. El empleo de la y en situaciones que no le corresponden en
la moderna ortografía oficial se verifica en innumerables autores
dieciochescos y, aparte de sus anteriores menciones, lo encuentro
en texto teatral boliviano de 1799: hayga ‘haiga (haya)’ (Potosí,
171, 173), con el apellido ecuatoriano Garaycoa en carta de 1822
firmada por Antonio José de Sucre, donde también se pone heroy-
co, y el mismo nombre de familia con idéntica grafía aparece junto
a yglesia en misiva de dicho año que lleva la firma de Simón Bolívar
(Documentos, 6, 7)108.
En el periódico de Angostura abundan las grafías de este tipo:
ayre, bayles, Buenos Ayres, heroycos, Maracaybo, paysano, reyna, reynos;
yglesia, ylustre, yndependencia, yndependiente, Ynglaterra, yngleses109.
Pervivencia, pues, de antiquísimos usos escriturarios para la y en la
vocal segunda del diptongo decreciente o en hiato, y a comienzo
de palabras culturalmente significativas, pero de nuevo nada pri-
vativo de los textos americanos, porque las citadas Actas españolas
del Consejo de Ministros recogen en abundancia voces así grafia-
das: pays, pleyto, reyna, reyno, virreynato, etc., bien es verdad que en
redacción manuscrita.
Ayudará a entender semejante arraigo de esta grafía saber que
el mismo Goya se servía de ella con superpuntuación de tradición
medieval, con otros ejemplos en el XVIII, que un panfletario, se-
guramente jesuita, en dicha centuria ridiculizaba a Sabatini por
«inventor de las Y griegas», y que el simbolismo de la letra pitagó-
rica la hizo llegar hasta bien entrado el XX, más en América, de
manera que en el Acta oficial del nombramiento de Ramón y Ca-
jal como director del instituto científico de su nombre, fechada el
108 En carta autógrafa de Bolívar, del 16 de noviembre de 1826, el Libertador
pone repetidamente Garaycoa, con grafía fijada en este apellido, pero heroicas, que
también así escribe en otro autógrafo suyo de hacia 1829 (Documentos, 18, 21).
109 Correo, 179, 180, 239, 401, 406.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

12 de noviembre de 1920, aún se puso Ynstituto según en otra par-


te relato (2008b: 41-43). El adorno de la y, de tan rancio abolengo
en la manuscritura hispánica, también alcanzó a América, y en
plano del 28 de noviembre de 1769 hecho en Nueva Orleans se
encuentra una vez como conjunción copulativa coronada en for-
ma de acento circunflejo110.
4. Ni que decir tiene, en el Correo del Orinoco no faltan los ejem-
plos de confusión entre b y v, como biscayno, bóbeda, corcobear, tubo,
también todabía y vuelban en la carta firmada por Bolívar última-
mente citada (Documentos, 7), mientras que en dos autógrafos su-
yos el Libertador irreprochablemente emplea b y v según la norma
moderna (18, 21)111, igual que se muestra diestro en el manejo de
la h, con una sola falta (enorabuena) en el primero (18). En cuanto
a los casos de acia sin h del texto de Angostura (v. gr. 227, 239,
263), que también se hallan en las Actas madrileñas (21, 40, 161),
difícilmente por entonces se tomarían como señal de incultura,
según más adelante advierto.
5. Que en el Correo bolivariano se halle esporádicamente -r- por
-rr-, así aborece, carera, coriente, ocurir (51, 91, 169, 465), no tiene
mucho de particular, pues es caso de antiguo conocido y segura-
mente se trata de simple errata de imprenta. Los ejemplos más
aislados aún de rru idos, honrrosos y h o nrrosa (126, 501, 520) quizá
son de otra índole, pues tienen precedentes en autores cultos, en
textos literarios incluso según se ha visto. Con mayor razón se
puede decir esto del uso de n ante b y p, común en el castellano
medieval y frecuente después en muchos textos, no siendo tal vez
casual que en la misma página del Correo del Orinoco que registra
h o nrrosa asimismo presente un tanbién y en dos ocasiones conpet e n-
t em e nte (520).
6. La letra i a final de palabra es muy rara en el Correo, pero aún la
encuentro con estoi (512) y mui (408, 504), y al menos una vez para
la conjunción copulativa: «ni habrá tampoco beneficio que pueda

110 Plano de la ysla real cathólica de San Carlos, cituada en la embocadura del río Miscisi-
pi: AGI, MP, Florida y Luisiana, 72. El mismo cincunflejo que regularmente lleva la
conjunción o, en la manuscritura antigua también de distintas formas adornado.
111 En tanto que la indistinción años más tarde abundaba en el corpus minis-
terial madrileño: aprovándose, deliveración, revelión (Actas, 21, 22, 152), lebantó, pre-
caber, respectibo, tubieron, uba (23, 161, 386, 393, 523).

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LETRAS Y SONIDOS

jamás domarlas i mucho menos atraerlas al partido de la razón»


(496), grafía que, como bien sabido es, había sido propuesta y usada
por Nebrija, aunque en la práctica escrituraria era conocida mucho
antes y en el caso de mui recuérdese que así se halla como entrada,
es cierto que excepcional, en el primer diccionario académico o de
Autoridades. Un único testimonio he encontrado de u consonántica,
con el nombre de persona Saluador Camacho (507).
7. No aparece en este corpus periodístico la i consonántica, pero
sí una j que en ocasiones representa la mediopalatal /y/: a bj e cc i ó n
‘abyección’, a bj e ct o (64, 197), pero a by e cta (239), major en «herma-
no major» (311), subj ug ación-subyugación (71), probablemente lati-
nismo gráfico112. Sobre esta grafía recuérdese el ajo ‘hayo’ del
Carnero, donde probablemente se da también la alternancia Boja-
cá-Boyacá, en el topónimo indoamericano Bojacá de lugar cercano
a Bogotá, variación que en el Correo remite al Boyacá de la batalla
que decidió la suerte de Nueva Granada113. Un adjacente se lee en
el título del «Plano de la villa de Pansacola en la WE Florida, del
fuerte de (San) Jorge y de las fortificaciones adjacentes últimamen-
te construidas», del año 1781114, y projetto se pone en la planta del
acuartelamiento del Puerto de España en Trinidad, de 1786, don-
de también se escribió la jota mayúscula por i en Jnfantería (Carto-
grafía VI, 154). Hay precedentes de este uso ortográfico de refe-
rencia palatal, pero en contexto escriturario bien distinto, de
cuando la j sin punto se usaba por la i latina para /i/, también sin
superpuntuación, por facilitar la lectura, uso en muchos escritos
del XVI aún vigente, de manera que como la i podía servir como y
consonántica, eso mismo se daba con la j, con ejemplos en carta
del deán extremeño de Tlaxcala, quien en ocasiones pone aquj,
mj, muj, «j porque me remito...», igual que «y aja ésta por suja»

112 No se trataría del único latinismo ortográfico del Correo, donde indudable
es recollección (56).
113 De estos dos casos con mayor detenimiento me ocupo en otra parte
(2008b: 40). En cuanto al Bojacá-Boyacá de las cercanías de Bogotá, se debe tener
presente que el Carnero nos ha llegado en copia, y que el original se acabó el año
1638, lo que puede explicar la variación en la representación gráfica y fonética
de este nombre de lugar vernáculo.
114 AGI, MP, Florida y Luisiana, 247. Título seseante (fuersas) de perfecta cali-
grafía, con empleo de v vocálica.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

(Nueva España, 184), así como en misiva fechada en Cartagena de


Indias por Luis de Larraga a su mujer el año 1581, texto epistolar
donde el autor pone suya y yo, pero sujo en la despedida («Sujo has-
ta la muerte»)115.
8. Quizá pudiera tomarse por lapsus intrascendentes una grafía
suelta como sacueados ‘saqueados’, «estado humilde de colonos ul-
trajados, vejados y sacueados» (239), si no fuera porque también
ocurre en misiva chilena de 1764, «se me tuerse la boca para el la-
do iscuierdo», forma anotada y cotejada por su editora (Kordic Ri-
quelme, 2008: 16), y porque esta representación cu de /k/ ante
/e, i/ se da en versos de Juan del Encina impresos el año 1496: «hi-
zo tan gran alboroque / cue (‘que’) se tornó cugujada», «déxame
mi corazón / no cuiero (‘quiero’) tu galardón»116. Y similar es el ca-
so de gu para /g/ ante /a/ en distinguan (229), y guarantes ‘-
garantes’: «a quien en la calle públicamente le echaron garra los
guarantes por ciertas deudillas que había dejado de transar» (484).
En cuanto a precedencias en la evolución de la ortografía his-
pánica, el uso de n antepuesta a b y p no sólo estuvo muy extendido
en la lengua escrita medieval, sino que fue común en muchos tex-
tos indianos, por ejemplo en las cartas mexicanas del salmantino
Alonso del Castillo, y en los siglos XVIII y XIX, dependiendo de las
distintas enseñanzas escolares, es fácil encontrarlo en América
con diferentes frecuencias. Mucho menos regulares son las ante-
riores muestras de cu por qu, las de gu y g por g y gu, respectivamen-
te, que, sin embargo, son más frecuentes que las del caso anterior,
con ejemplos de pagua ‘paga’ en Lucas Fernández (1514) y en do-
cumento de Carmona de 1511 junto a entreguándolo y siegua ‘siega’,
en actas de Morón de la Frontera de principios del XVI gisa
‘guisa’, fygera ‘higuera’, largezas ‘larguezas’, o nauegen ‘naveguen’
en poder notarial hispalense de 1478, y ni siquiera Nebrija se libró
de un siguo ‘sigo’ en su gramática de 1492, según anteriormente
he referido (2008b: 41).

115 AGI, Indiferente General, 2098.


116 Cancionero, 58r, 79v. En la misma plana donde aparece cuiero hay trece ca-
sos de este verbo con grafía qu-, de ellos cuatro quiero.

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LETRAS Y SONIDOS

La Aurora de Chile

Tres son los números de este madrugador periódico independen-


tista sometidos a escrutinio ortográfico117, en el que todos coinciden
en un extendido empleo de la q latinizante: conseqüencia, qual, qual-
quier, quando, quarenta, quatro, questiones, así como en el de la y, éste es-
porádico y en unas pocas palabras (Haytí, haytianas, reyno, reyna) en el
primero; Reyno (de Chile) alternante con Reino en el segundo, don-
de un comunicado oficial pone la griega en variación con la latina en
abreviatura de fórmula de tratamiento respetuoso, «asegura a V. S.
Y...», «Dios guarde a V. S. I. muchos años» (Vuestra Señoría Ilustrísi-
ma); en el tercero Reyno y reynar sólo en carta pastoral inserta del pre-
lado gobernador en sede vacante de la diócesis de Santiago, cuyo
apellido en el encabezamiento figura como Gerrero ‘Guerrero’.
Aparte de este rasgo de arcaísmo grafémico (g por gu), el primer
número de los analizados es el de aspecto más tradicional, por el ca-
so de Enrr ique y la -i en un hai coincidente con hay (pero siempre ley,
rey), constante en mui, así como por la i consonántica de cuia. En el
oficio del obispo de La Concepción que publica el segundo número
hay otro ejemplo de esta grafía con el subjuntivo haian («no puedo
persuadirme a que... haian influido siniestras intenciones»).
La h latinizante muestra un gran arraigo en estas hojas periodís-
ticas: comprehender, trahe (núm. 1); distraher, emprehender (núm. 2);
trahe, trahiga (núm. 3). El diccionario de Autoridades aún mantenía
así escritas estas formas verbales, con la única innovación de em-
prender. En los demás casos únicamente contravienen la norma
más asentada en la época un hechó («hechó el siguiente brindis»),
en el primer número, correcto en buen número de palabras con h
(habían hecho, hacían, ahora, hallar, hasta, humanidad, etc.); a ‘ha’
(«no a perdonado»), habrir («habría las puertas a los desconten-
tos»), halienta, en el segundo; y exibe es la única cacografía del ter-
cero. Sólo aparente error es el acia ‘hacia’ de estos textos.
El sustrato cultural, o el factor de la formación escolar, aflora
en la ortografía de la publicación periodística chilena, en la cual

117 Aurora de Chile. Periódico ministerial y político, impreso en Santiago de


Chile, en la imprenta de este Gobierno, 13.2.1812; 18.7.1812 (Aurora de Chile Ex-
traordinaria), 1.4.1813: facsímiles en http://www.memoriachilena.cl.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

generalmente los textos de procedencia gubernativa son los de


mayor uniformidad y modernidad grafémica, lo cual por cierto
también se advierte en el Correo del Orinoco. Si nos fijamos en los ex-
purgos de b y v, el segundo número únicamente ofrece el lapsus
de govierno, precisamente en el oficio inserto del obispo de La
Concepción, que es donde se presentan las faltas con la h, salvo el
halienta de la nota del editor, con numerosas grafías seseosas; el
tercero trae los errores executibo, havían, pabor y tubiesen, acompa-
ñados de un mayor número de lapsus indicadores del seseo; pero
es el primer número el que se lleva la palma en la permisividad or-
tográfica (también el que registra cuia, hai, mui, Enrrique), con un
continuo desliz en el empleo de b y v: desembuelve, esclabitud, nuebo,
nueba, olbido, tubo, govierno, haviais, huviera (pero hubiera), huviesen,
asimismo el que mayor libertad deja al desliz seseante118.

El Mercurio Peruano

Las páginas facsimilares que a continuación se analizan contienen


los artículos que José Ignacio de Lecuanda publicó en el Mercurio Pe-
ruano, el primero el 2 de agosto de 1792 y el último del 30 de marzo
de 1794, con la descripción de las provincias de Trujillo que en larga
visita pastoral recorrió el obispo Martínez Compañón119. Lecuanda
era sobrino del ilustrado prelado, peninsular de origen norteño, alto
funcionario de la administración virreinal y de considerable cultura,
todo lo cual debe tenerse en cuenta a la hora de calificar los hechos

118 Lapsus seseosos en la Aurora de Chile: aderesados, brillantés, cresca, decender,


dies, dozeles, esfuersos, espesie, establescamos, hisieron, jusgado, obscurescan, recentido, re-
conosimiento, suseptible (13.2.1812, cuatro páginas); sólo un repetido conosca, y en
las pocas líneas del inserto oficio episcopal delisioso, convulciones, presindir
(18.7.1812, tres páginas); emprezas, exclucivamente, sosobras, un reiterado traisión, y
ecleciásticos, exepción, ocacionando en la carta del obispo de Santiago (1.4.1813,
cuatro páginas).
119 Trujillo, Apéndice III. Todos los textos de este facsímil están detenidamen-
te leídos, pero el análisis exhaustivo para evitar innecesarias reiteraciones se de-
dica a los números del Mercurio Peruano 165 (2.8.1792), 166 (5.8.1792), 249
(25.5.1793), 269 (1.8.1793), 333 (13.3.1794), 336 (23.3.1794), uno de cinco,
otro de seis y los demás de ocho páginas.

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LETRAS Y SONIDOS

grafémicos y fonéticos que presentan sus páginas, tamizadas por quie-


nes participaron en su impresión para el periódico limeño.
Es común a los artículos de este corpus periodístico la q latini-
zante en formas como adequada, aquátil, obliquo, quadrúpedos, qua-
si, quarta, así escritas corrientemente en el XVIII; y la y, aunque de
manera no tan generalizada y de frecuencia variable según los tex-
tos, aparece en diptongos decrecientes interiores, así en ayre, azey-
tes, azeytunas, bayle, reynado, reyno, trayción, traycionero. Las erratas de
imprenta son esporádicas y evidentes en golges por golpes (165), o
puadrúperos por quadrúpedos (249), quizá también en casos sueltos
de contrarestar y prerogativa (165, 249), pero la serie de contribucio-
nes de Lecuanda al periódico limeño en este aspecto está impresa
con bastante cuidado.
No son faltas, como en anteriores ocasiones se ha visto, los rei-
terados usos de la h en comprehende (165), contraheré (249) y contra-
hen (269), insertos en la línea escrituraria tradicional y de signo
culto, como tampoco se puede tachar de error el recurrente ejem-
plo de acia (165, 166, 249, 333), verificado en carta del mexicano
Atenógenes Rojano, de 1819, «pequeño tributo de mi gratitud
asia usted» (v. n. 100), y en la Aurora de Chile, cuando tanto el Auto-
ridades como Terreros aún mantienen esta grafía junto a hacia. Por
el contrario, sí suponen faltas ortográficas otras ausencias de la h,
así como los trueques de b y v, indicios de un determinado nivel
cultural si pasan de lo puramente ocasional, y de éstos sólo trae ura-
cán y javalí el núm. 165, en el cual únicamente un repetido raíses se
registra, y el seseo gráfico no aparece en el núm. 166, de ortografía
correcta, quitado un vagre, en cualquier caso palabra de poca tra-
dición literaria y lexicográfica, pues la Academia durante mucho
tiempo la ignoró (Terreros la incluye con b). El núm. 249 trae o c ea r
‘hozar’ («o c ear la tierra como el cerdo»), ojas, ormiguero, urón, y
avejas, pabos, vívoras, acompañados de varios deslices seseosos: al-
cansándole, Baltazar, casador, cebo ‘sebo’, embelezar, espesífico, gamusa,
latigaso, Sausal. En el núm. 269, que ofrece una excepcional mues-
tra de v por u (vsa), se dan las cacografías ojas, (junto a hojas), rehu-
mas, ésta de posible intención cultista, y labado, silvido, sorviendo,
xarave, al lado de buen número de desviaciones seseo-ceceosas:
Alonzo, altramús, bersas, cebo, ensía, fóciles ‘fósiles’, liza ‘lisa’ («su ho-
ja... por el lado que está liza...»), losa ‘loza’, peluza ‘pelusa’, poso ‘po-

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

zo’, sumo ‘zumo’. El núm. 333 ninguna falta ortográfica descubre,


pero dos formas relacionadas con el seseo (cadalzo, Garcilazo); y el
núm. 336, de idéntico aspecto tipográfico, testimonia un ceceo
gráfico (ganzo ‘ganso’) con los lapsus de desinchar y cuebas.
Como con la lectura de la Aurora de Chile se comprueba, en esta
edición limeña también queda claro que un mayor desaliño orto-
gráfico deja más libertad a la manifestación del seseo gráfico, pues
supone un nivel cultural no demasiado riguroso, y que el aprendiza-
je escolar no ha sido barrera suficiente para mantener el equilibrio
entre la convención escrituraria y la realidad fonética, de tres letras
(s, c, z) para un sonido. Esto en el caso de que se quisiera evitar la va-
riación gráfica, a lo que se solía tender en la imprenta, pero que ni
entre individuos muy cultivados fue siempre el ideal perseguido, se-
gún veremos. De los usos ortográficos en declive, con más presencia
en la letra manuscrita que en la de molde, las páginas analizadas del
Mercurio Peruano apenas muestran el ejemplo arriba anotado de vsa
‘usa’ y los de isrraelitas (252) y enrrollar (338).

VULGARISMOS FONÉTICOS. EL ANTIHIATISMO

En impresos

En lo que es el texto impreso, las alteraciones vocálicas y conso-


nánticas tienen escasa incidencia, seguramente porque en su nivel
cultural se rechazaban, y quizá también porque el proceso editorial
permite, y de alguna manera exige, la corrección formal, en general
más que la escritura manual, con mucha frecuencia de mayor espon-
taneidad. En los tres números de la Aurora de Chile analizados, ningún
cambio de timbre vocálico he registrado, y en las mucho más nume-
rosas páginas del Mercurio Peruano apenas el de caray por carey, «la tor-
tuga es animal anfibio..., su concha muy dura, que sirve para uso co-
mún como vacija, y para algunos embutidos de gusto, a que llaman
caray» (250), y alguna reducción de grupo consonántico: costipacio-
nes (269). El periódico santiaguino en su tercer número trae una
simplificación de secuencia vocálica por antihiatismo, en crería
‘creería’, variante de este fenómeno fonético manifiesta en «piedra
besuar» (249), por el canónico bezoar. El cambio de anchova o anchoba

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LETRAS Y SONIDOS

(267, 286) no se podría considerar una epéntesis antihiática del mo-


mento, pues anchova es entrada única en Aut or idades y Terreros, y es
forma que «parece ser la de uso general hasta el siglo XVIII»120.
El Correo del Orinoco, corpus de extensión mucho mayor y de au-
toría más heterogénea, muestra más casos de cambios en vocales
átonas: anaurisma (184), difirente (522), retrocidió (509), sostituto (246),
sufocando (128), voltigear ‘voltejear’ (282), con algún raro ejemplo
de diptongo analógico, diferiencias (520), que naturalmente tiene
mayor presencia en un manuscrito como el del Carnero, sensible-
mente menos culto: auciencia-ausiensia (37v, 42v, 131r), conosiensia
(113v). La tendencia antihiática aparece en preminente (453) y pro-
ver (73), pero se da el caso contrario de preveer ‘prever’ (238), cu-
riosamente las tres soluciones frecuentes en el español de España
actual, mientras se mantienen los cultismos sorprehender (451), sor-
prehendida (238), aún vigentes en el Autoridades y en Terreros. La
reacción al antihiatismo se da con el ultracorrecto Galeano, en
mención del político español Antonio Alcalá Galiano (251), y en
un Goatemala (312), nada raro en fuentes coloniales, así en mapa
de esta ciudad del año 1776, pero Guatemala en otro de 1778 (Pla-
nos, 170, 171).
En el consonantismo se dan pérdidas de unidades en posición
silábica implosiva, de por sí de articulación relajada, como ojetos, re-
dución y satisfación (108, 353, 394), pero asimismo reacciones hiper-
correctas, en conjectura (327), fracmentos (125), graduacción (384),
respectar (395)121, y aunque en el Correo con bastante frecuencia se es-
cribe s la x representante de /ks/ en voces cultas (esamen, estranjero,
escelente), no falta la contradicción purista que pretende marcar con
una c la pronunciación velar del primer elemento del grupo, así en
acciomas ‘axiomas’ y m á cz imas ‘máximas’ (319, 465). El refuerzo ve-
lar del diptongo /we/ muy ocasionalmente se encuentra, parigüelas
‘parihuelas’ (320), igual que la pérdida de la /-d-/ en la termina-

120 Según Corominas y Pascual (1980-1991: I, 255), quienes atestiguan an-


choa en autor muerto el año 1800.
121 Acquiescentia (383) es puro latinismo y victorear (366) era variante, origina-
riamente latinizante, de vitorear, ésta muy predominante en el Correo. En trazas
arquitectónicas mexicanas lo mismo se encuentra un ynespunable veracruzano de
1763, que un ultracorrecto «se abaluó por los perictos» en Yxmiquilpan el año
1782 (Planos, 268, 275).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

ción -ado, en el topónimo mexicano A lv arao y en el apellido venezo-


lano Mellao (451, 468), el primero curiosamente también en antro-
pónimo de zona andina del año 1785: «yngenio de don Juan Alva-
rao»122. El fenómeno en cuestión por entonces era vulgar en España
y en América, aunque tal vez no en igual grado, de donde sus poquí-
simas apariciones en el Correo, y el mexicano pretendidamente co-
rrecto bac al ado (Nueva España, 284) junto a la variación igualmente
novohispana Ruc ab ado-Rucabao que en el siguiente capítulo se co-
menta. Respecto de la elisión de la /-d/ final de palabra, desde mu-
cho antes frecuente en el hablar popular y no ignorada en niveles
más elevados, sólo he encontrado en el periódico bolivariano el ca-
so de «v en í, españoles...» (495), en pasaje de fuerte emotividad.

En manuscritos

Dado el volumen textual del Correo del Orinoco, no puede decirse


que sea notable el vulgarismo fonético, vocálico y consonántico que
en él se aprecia, y lo mismo cabe decir de los otros impresos analiza-
dos, advirtiéndose en las correspondientes ultracorrecciones una
postura de freno ante usos que en su medio sociocultural de autores y
lectores no se consideraban apropiados. En los manuscritos las dife-
rencias sociolingüísticas suelen ser más fácilmente determinables, y, si
no, volvamos a los hermanos peruanos Juana y Pedro de Oquendo, en
los que se han visto pruebas ortográficas de haber sido instruidos por
maestros distintos, con claros indicios de haber alcanzado una mayor
formación intelectual el varón, menos afecto a las cacografías, no co-
mete ni un solo vulgarismo fonético, pues el tienida por tenida que es-
cribe seguramente es fruto de un ocasional descuido. Por su parte, la
mujer tiene una caligrafía de peor calidad, cae en más descuidos, apre-
lenderlo ‘aprehenderlo’, ascitió ‘asistió’, cuidad y suidad por ciudad, ejer-
dido ‘ejercido’, exsibisie ‘exhibiese’, estubo figado ‘estuvo fugado’, ocurie-
rr a, su esensia ‘su excelencia’; en lo fonético pone tinían ‘tenían’, usté,
asetó ‘aceptó’ y un istantes, así como el hipercorrecto antihiático aon-
que ‘aunque’, lo cual no quiere decir que Juana fuera inculta, pues es-
cribe con soltura sintáctica y con gracia coloquial, y le resulta familiar

122 AGI, MP, Perú y Chile, 79.

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LETRAS Y SONIDOS

el medio forense y su lenguaje, no en vano en su carta entre otras co-


sas escribe juridisión real, «la apelasión que abía ynterpuesto», chanselar, so-
brecartada, s esasio ‘cessatio’, «lo abía absuelto ad reincidenxian» (sic), y,
como su hermano, emplea el adverbial asimismo, no con la forma asi-
mesmo, lo cual en la primera mitad del XVIII era estar en la tendencia
normativa culta; pero Pedro de Oquendo era abogado y su misiva es
de la formalidad propia de su oficio. De semejante estilo era la escrita
en 1819 por el mexicano fray Antonio Blanco, predicador general de
la Orden de San Francisco, ausente de todo vulgarismo y de lapsus de
escritura, salvo los indicadores del seseo, igual que la de su coterráneo
Atenógenes Rojano, del mismo año, con un único ejemplo de vulga-
rismo fonético (antigüidad), una ultracorrección, al menos gráfica
(protexta), y un caso de antihiatismo en escace ‘escasee’, «usted no se es-
cace en los gastos del asunto», aparte de su yeísmo y seseo, sin error al-
guno; de nuevo menos en las grafías seseosas en otra que el año ante-
rior había fechado en la ciudad de México123.
El boliviano Tortura contiene varios casos de vacilación vocálica: desi-
pando, dilinquido, infedilidad, sepoltura, sostituto, el diptongo analógico o
regresivo de ynociencia y las alteraciones de consonantes implosivas de
avierta ‘advierta’, inabtitud, indegnisar, junto a la simplificación de gru-
po culto en ynvitísimo y la disimilación eliminatoria de alveolares líqui-
das en tripicado ‘triplicado’ (21r)124. Pero tal vez más llamativo sea el
vigor del fenómeno antihiático que representan tanto las soluciones
antiojo ‘anteojo’ (lámina V), quadiubando ‘coadyuvando’ (10v), olio
‘óleo’, «mandé exculpir en dies y seis láminas al olio los susesos del alsa-
miento» (21v), paciarse ‘pasearse’ (12r), como las falsas correcciones
de descarreada ‘descarriada’ (7v) y aleados ‘aliados’ (10v).
Los mediocres copistas del Carnero no evitan cambios vocálicos
como los de cartaxeneses (32r), cudicia (16r), cudisiar (96v), defunto
(156v), disinios (11r, designio en 12v), ynsinia (56r-v), piligro (135r),
piriquitos (88v), prebindados (180v), surtija (157v), y, además de los
casos ya referidos de auciencia y conosiensia, el de diferiencia (73r),

123 Referencias a estas cartas, estudiadas por la cuestión ortográfica, en las


notas 100, 101, 103, 104. La última de Atenógenes Rojano, del 22 de julio de
1818, en la misma signatura del ARChV.
124 Folios 1r-v, 5v, 13r, 21r, 22r, 25r. El ejemplo de equiedad ‘equidad’ (19v) se-
guramente es de simple descuido; entriegue y la variante entriega-entrega (11v, 15v)
pertenecen a la historia del verbo entregar.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

con diptongo asimismo anómalo, pero que en absoluto se trata de


diptongación propiamente dicha. En las consonantes finales de sí-
laba su relajamiento llega a la pérdida de la implosiva en el fre-
cuente Madalena (2v, 30r-v), variación de Magdalena (3v), e incluso
a la vocalización de autuaron ‘actuaron’ (129r) y autuado (140v);
conocen asimismo la pérdida de la sonora /-g-/, en ahuja (93r),
ahugero (79r), cuhujones ‘cogujones’ (81r), con la vulgar confusión
de /-g-/ en /-b-/ de abuja (106v), el refuerzo con /g-/ del dipton-
go /we/ en güerta (65v) y bigüela (51v, bihuela en 52r), y la metáte-
sis igualmente vulgar de Flugensio (114v, 115v). No deja de impri-
mir su huella el antihiatismo en el corpus bogotano, con los
apellidos Azqueta-Ascueta (56r, 58v, 172r) por Azcoeta y Villaruel
(141r) por Villarroel, y en caidiso ‘caedizo’ (100r), junto a la ultra-
corrección de arzedeano variante de arzediano (155r), y probable-
mente la de baquillano ‘baquiano o baqueano’ (170v).
En los populares exvotos mexicanos de Retablos el vulgarismo
fonético es nota destacada y común, según constata la serie de des-
lices vocálicos y consonánticos que en otro estudio referí (1999:
287): lixítima, amenorar, enflamación, decentería ‘disentería’, infición
‘infección’; Flugencia ‘Fulgencia’, asidentada, ausilio, coluna, yme-
diat a m e n t e, el ya indicado infición por su pérdida de la /-k/ implosiva,
asión ‘acción’, guaxase ‘juagarse (enjuagarse)’, «al guaxase los col-
miyos le acometió una alferecía», edá, enfermedá, salú. Esta colección
de leyendas de cuadros registra el relajamiento vocálico mexicano
en contacto con /s/ con las voces agradsimiento ‘agradecimiento’,
Corrpos ‘Corpus’ en exvoto de 1939 y Juan Práxedis Vazquis ‘Práxe-
des Vázquez’ de 1874, y el onomástico Práxedis figura también en
versos decimonónicos que rememoran el fusilamiento de Lozada
(Krauze, 2005: 146). El rasgo antihiático se documenta en un Lio-
nardo ‘Leonardo’ de 1845125.

125 Más antihiatos mexicanos se mencionan en lo que sigue, pero otros expur-
gos documentales fácilmente los aumentan, así el hipercorrecto coello ‘cuello’ de
1796, el nombre de mujer Rosalea ‘Rosalía’, también ultracorrecto, constante en
documento de 1744, el epentético s o nrriyéndose en 1689, trair ‘traer’ en 1806, ma-
noció ‘manoseó’ y manosiado en 1815 (Nueva España, 396, 535, 619, 699, 724). Y a
los casos hasta aquí consignados súmense los bolivianos de finales del XVIII rial
‘real’, t r a irá y la falsa corrección tapeales ‘tapiales’ (Potos í, 166, 357, 372), y un v a-
guiar ‘vaguear’ en constitución eclesiástica venezolana de 1817 (S ín odos, 157).

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El cartulario de Peña y Lillo (1763-1769) abunda en incorrec-


ciones fonéticas, téngase en cuenta también que es de gran ex-
tensión, como conc ig u i r (1), dispertar (2, 60), eligiré (63); comut ad o
y com ut e (54, 65), d ot r in a (2, 57), elesión y p e rf eciones (58), esebsión
(59), obn ip ot e nsia (35), o bt ubre (53), ostante (34), güérfanos (56),
güesos (29), e nf e rm ed á (58), etern id á (40), fals ed á (12), vol u nt á (38),
con presencia de la terminación -ado hecha -ao en rec a o (9, 39, 50)
y ret orao ‘rectorado’ (26), ejemplos de algún cruce léxico en s u e-
ñol e nt a ‘somnolienta’ (2) y de metátesis silábica en red it e ‘derrite’
(29), o de pérdida de consonantes sonoras intervocálicas, así en
día ‘diga’ (1) y saer ‘saber’ (12)126. El antihiatismo estaba muy
arraigado en el habla de esta monja chilena, a tenor de lo que in-
dican las numerosas y variadas manifestaciones en su lengua es-
crita, donde no sólo se registra almuhadas ‘almohadas’, pas i as e
‘pasease’, parios ‘pareos’, con las ultracorrecciones seát ica ‘ciáti-
ca’, rum ea nd o ‘rumiando’ y rum eado ‘rumiado’, sino soluciones
epentéticas como leyía ‘leía’, pos ey ía n, veyía y p on idan ‘ponían’,
además de numerosas simplificaciones de la secuencia e e, lo que
es una forma de antihiato, así cren ‘creen’, c reré, crerlo, ler, poser, pro-
ver, proverá, vemensia127. Aparentemente este corpus sería de una
autora escasamente cultivada, pero tal apreciación sería precipi-
tada, pues sor Dolores da muestras de conocimientos librescos,
estaba acostumbrada a la lectura diaria, aunque fuera de libros
piadosos, y en su estilo, aparte de revelar una notable riqueza de
vocabulario, refleja maneras propias de la tradición literaria, en-
tre ellas el frecuente empleo de la enclisis pronominal a comien-
zo de párrafo, por ejemplo en «Pregúntam e su reverensia...» (35),
« D í s eme su reverensia...» (40), «Av í s ole cómo el médico se ha reti-
rado de mí» (43). Peña y Lillo seguramente representa el nivel
medio sociocultural del Chile de la segunda mitad del XVIII, al
cual no le debían de resultar ajenos los modismos fonéticos verifi-
cados en sus C a rt a s, y la dominica no se preocupa demasiado por

126 Las comenta Raïssa Kordic, así como la apócope chilena que supone parés
‘parece’ (12), y casos similares (2008: 135, 206, 212).
127 Cartas, 1, 3, 8, 9, 16, 34, 35, 37, 45, 48, 55, 57, 58, 60, 61. El tipo antihiático
con epéntesis -d- al que ponidan pertenece y del que hay varias muestras en este
cartulario, es característico del habla chilena actual, como Kordic Riquelme ad-
vierte (2008: 336).

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reprimirlos en una lengua escrita que en continuas misivas a su


confesor ejercita casi compulsivamente, con el sentimiento, a ve-
ces la alucinación, a flor de piel, y esa íntima cercanía entre la au-
tora, sus textos y el destinatario de los mismos permite que el
componente más popular de su habla aflore en unas páginas de
caligrafía por cierto bastante aseada. Y en el manuscrito bonae-
rense de 1781 de fray Francisco Murillo un auxíl eo s ‘auxilios’ ha
visto corregida su anómala e en i (v. n. 55, 2v).

Resumen

Lejos de toda realidad histórica, pues, la pretensión de un es-


tado «caótico» de la ortografía americana, inexistente en todo
momento y en cualquier tipo textual; tampoco un solo uso grafé-
mico ha habido que no fuera común a ambos lados del Atlánti-
co, ni siquiera en los decenios finales del período colonial. Cier-
tamente, no se han descubierto particularidades ortográficas en
textos dieciochescos o decimonónicos sin antecedentes tanto en
la misma documentación hispanoamericana como en la penin-
sular, y el particularismo será sólo relativo, basado en el criterio
de la mayor o menor frecuencia de registros gráficos anclados en
la tradición, en alguna ocasión quizá meros resortes escritura-
rios, analógicos por lo común, de siempre conocidos, caso, tal
vez, de arrcánjel del exvoto mexicano, o de las más tardías apari-
ciones del tipo consegir ‘conseguir’128. En las desviaciones más lla-
mativas de los usos imperantes en la ortografía de la época, pero
también en tendencias menos excepcionales, por ejemplo en el
último tercio del XIX en periódicos bogotanos aún era frecuen-
te emplear la i para la conjunción copulativa, como mui era cons-
tante en exvotos mexicanos de 1846 y 1852, por lo general se tra-
taba de la continuidad de antiguas posibilidades grafémicas en
un común acervo medieval y clásico que durante siglos mantuvo
128 No deja de ser curioso que, por ejemplo, la misma grafía Gerrero ‘Gue-
rrero’ la registre un exvoto de 1770 como topónimo novohispano y que como
apellido del obispo de Santiago así aparezca en la Aurora de Chile, del mismo mo-
do que la variación José Guerrero-José Gerrero se halla en texto mexicano de 1692
(Nueva España, 425).

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LETRAS Y SONIDOS

variantes129. El dicho «cada maestrillo tiene su librillo» es de plena


aplicación en esta materia, y así lo reconoció Mateo Alemán. Y aun-
que la comparación con las tendencias ortográficas que en España
iban decantándose es inevitable, incluso conveniente, el contraste no
puede reducirse a lo que la Real Academia Española fue regulando
desde su fundación130, pues a pesar de esas normas académicas en la
misma metrópoli la diversidad de usos también continuó siendo con-
siderable durante bastante tiempo; ni olvidando que las cosas en
América necesariamente tenían que ser en algo distintas. No podía
ser de otro modo teniendo en cuenta la enormidad de territorio, la
dispersión demográfica y otras circunstancias que podrían conside-
rarse, o particularidades tan especiales como el contacto con los in-
gleses de Jamaica y sobre todo de Belice y la Honduras británica, que
en parte incluye la Descripción plano hidrográphica de la provincia de Yvca-
thán, golfo de Hondvras y lagvna de Términos, de 1770, con numeroso
empleo de la k, así en Canal de Kankaun, Boca de Bakalar, Cayo de Hika-
kos, etc., o el que hacia el mismo año se trazó sólo sobre el Yucatán, en
el cual varios topónimos están escritos con esta letra, así Calkini, Hecel-
chekan, Tekax, Tepakan, Zenoteake, entre otros (Cartografía III, 123, 124).
De la diversidad de maestros y de sus particulares enseñanzas de
la escritura tenemos un buen ejemplo en los hermanos Oquendo,
y de que Juana se muestra un tanto más arcaizante que Pedro en al-
gunas de sus grafías. Aunque una estricta generalización no sea po-
sible en esta problemática, sí parece cierto que el rasgo más carac-
terizador de la ortografía americana respecto de la española es su
129 Incluso ha de reconocerse el poso tradicional que hay en las reglas de Be-
llo para escribir rrei, onrra, qerer, qasa, gerr a; lo novedoso está en la sistematicidad
con que estas grafías se proponen. Y si se siguen los textos del corpus Nueva Espa-
ña en todo el siglo XVIII y en los mismos años de la Independencia, se comproba-
rá que prácticamente nada de la ortografía medieval y clásica falta en ellos, sino
que lo que hay es diversidad de frecuencia en la aplicación de las distintas posibi-
lidades gráficas, resultantes de las diferencias culturales de quienes escribían y de
las diversas pautas recibidas en el aprendizaje de la escritura. Por supuesto las ten-
dencias más innovadoras iban abriéndose paso, y la ortografía académica reper-
cutía en las elites criollas: básicamente de este tipo es la que Agustín de Itúrbide
aplicó en su carta al último virrey de Nueva España (v. n. 131).
130 Nótese que tanto el Autoridades como Terreros sólo tienen oy sin h, y admi-
ten la variación acia-hacia, aunque con preferencia por la forma con hache, igual
que la de aora-ahora, incluyendo también agora el primer diccionario académico,
no así el lexicógrafo jesuita.

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mayor apego a la tradición; no que determinado texto contenga


ejemplos sueltos de c o ns egir, enpezar, rregistrar, honrra, sauer o vtil i-
dad, sino que se den profusamente todos o varios de ellos junto a
otros usos gráficos que la ortografía académica iba desechando.
Que el nivel cultural y el espíritu normativo influían en estos he-
chos de variación ortográfica es evidente, en cuanto que se produ-
cen menos en los impresos que en los manuscritos, y en éstos las di-
ferencias son grandes, a veces según el rango sociocultural de cada
autor. Sucede, así, que, mientras los exvotos mexicanos están plaga-
dos de usos gráficos arcaizantes, un autógrafo epistolar de Agustín
de Itúrbide únicamente presenta un c o nb at i r, todo lo demás es h o m-
bre, nombre, temprano, temporal, etc., la y inicial sólo en las palabras
yndep e nd e nc i a e ydiom a, y en su apellido (Y t ú rb id e) y la q latinizante
exclusivamente en quánta interrogativo, quán exc l am at ivo en varia-
ción con cuán («cuán iguales son los derechos..., quán justas, racio-
nales y ordenadas son las reclamaciones...») y qual («qual ningún
otro español habrá disfrutado»)131. Un caso curioso es el de sor Do-
lores Peña y Lillo, que con extraordinaria perseverancia emplea n
delante de b y p (c o nt e nplo, conbiene), de g por j (s em eg a nte), o por gu
(c o ns eg ir á), de y inicial (y s i ero n), así como de la i c o ns onánt ic a
(m a i ores), lo cual claramente se advierte desde su primera misiva132.
A la enseñanza de la escritura recibida por sor Dolores sin duda
se debe su especial ortografía, enseñanza seguramente inserta en
una particular tradición conventual, a tenor también de lo que su-
giere su escrito de profesión monacal, en el que ya están fijados los
hábitos escriturarios que caracterizarán sus posteriores cartas (lá-
mina IV)133. Pero el sentido de la corrección no está ausente de es-

131 Dirigida al S. D. Juan Ruiz de Apodaca, conde de Benadito, León, 28 de abril de


1821, de Agustín de Ytúrbide. Conservada en el archivo del Colegio de Vizcaínas
de la ciudad de México, la reproducen facsimilarmente Gárate Arriola y Telle-
chea Idígoras (1992: 155-158).
132 En su primera plana se registran las formas conbiene, contenplo, cunple, cun-
plir, inpetuos, sienpre, tenpestad; consegos, semegante; concigir, consegirá, sigen; ysieron,
yso; maiores (pero cuya, desplayo, suya), con varios usos incorrectos de h y de b, v, lo
cual se extiende a todo el cartulario. Debo los facsímiles de la monja chilena a la
amistad de su editora, la Dra. Raïssa Kordic Riquelme.
133 Los rasgos cacográficos señalados en la anterior nota están presentes en
esta página del libro de profesiones de su convento, con el uso de n ante b y p
(nonbre, tiempo), y con un tratamiento de consonantes implosivas (elegtas, obtubre)

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Lámina IV
Ortografía y seseo en Peña y Lillo (ns. 132, 133).
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

te corpus epistolar, pues en la página inicial de su primera carta se


lee cristiana con una h superpuesta para dar la ch culta y tradicio-
nal en este término, y la anotación marginal al acta de profesión
de la novicia en su cuarta línea tiene un «higa legítima» cuya g fue
enmendada por una j; igual que en el manuscrito del Consulado
de Buenos Aires de 1796-1797 a ai y allado otra mano les puso la h
canónica134. Aun en los textos de menor relieve cultural, como
pueden ser los exvotos mexicanos, caben las correcciones, así la
del que tiene la n de inploró retocada en m (1827, 14), o la del que
cambia consegir en conseguir (1877, 58), demostrativas de las tensio-
nes que ocasionaba la convivencia de usos gráficos en creciente
declive con los que tendían a generalizarse.
Una fe de erratas de 1867 reza: «dice paroqial, debe leerse parro-
quial» (Concepción, 256), advertencia editorial que demuestra lo di-
fícil de desarraigar que eran grafías como ésta en una escritura
hasta entonces no normalizada. Porque la realidad es que no ha-
bía habido una enseñanza con reglas sistemáticas ni en América,
de ahí el conbatir de Itúrbide, ni en España, pues en las cartas que
por entonces escribió Goya no sólo he encontrado canpo y honbre,
sino qe, por supuesto quadros, quarto, etc., enrredes y onrrado, y hasta
Puiguert ‘Puigvert’ y uyda ‘vida’ (2008b: 42). A pesar de la tenden-
cia regularizadora de la imprenta, o de que en el Correo del Orinoco
se insertara un anuncio de parte de Simón Bolívar en el que se
ofrecía enseñanza gratuita a tres jóvenes que quisieran instruirse

que será recurrente en su cartulario. Como señala Kordic Riquelme (2008: 33,
34), sor Dolores desde niña había frecuentado el monasterio dominico y en él
ingresó a los doce años, contando diecisiete cuando escribió el acta de profe-
sión, de manera que conventual sin duda fue su formación. La caligrafía de este
texto es más cuidada que la de las cartas, pues el documento también es más for-
mal y la ocasión solemne, aparte de que la salud de la profesa aún no adolecía de
los graves achaques que años después sufrió. Indica la editora que la anotación
existente al pie de la profesión de sor Dolores es de letra propia del siglo XIX.
134 Corpus citado en la n. 17. Anotación (Buenos Ayres, mes de octubre de 1796)
referida a la provincia de Jujuy para ai; para (h)allado (Buenos Ayres, quince de enero
de mil setecientos noventa y siete), informe sobre Tucumán. El añadido de la h en
ambos casos está hecho por pluma distinta de la que había escrito esas dos pala-
bras, y al respecto se observará que la corrección es excepcional, en el manuscri-
to bonaerense ai se encuentra continuamente, y que sólo afecta a la hache, pero
no a la -i final, muy frecuente en este documento, i que en bastantes casos tiene
valor consonántico (cuio, maiores, etc.).

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LETRAS Y SONIDOS

«en el arte de la imprenta», con preferencia para «los que sepan


leer y escribir más correctamente»135.
Por lo que a vulgarismos fonéticos se refiere, deben juzgarse
primeramente cuando realmente lo son y después situados en el
tiempo en que se producen, pues algunos que hoy merecen tal
consideración sociolingüística en el pasado incluso tuvieron acep-
tación literaria, varios en el mismo Quijote se pueden encontrar, ni
la acumulación indiscriminada de datos da idea cabal del arraigo
social y geográfico del fenómeno en cuestión136. El análisis por
textos —el número de atestiguaciones también ha de ponerse en
relación con su extensión para así calibrar su real frecuencia— re-
vela que la incidencia de determinadas faltas ortográficas, espe-
cialmente sobre la h y el uso de b, v, está en consonancia con la de
los vulgarismos fonéticos, y el contraste al respecto es claro en los
hermanos Pedro y Juana de Oquendo. La carta de Agustín de Itúr-
bide es de notable corrección académica, ni un solo error presenta
en los numerosos registros de la h, y en cuanto a b, v apenas come-
te los de governado, «la basta y opulenta América», responsavilidades
y turvulenta, en una redacción de estilo y lenguaje propios de una
persona de buena formación, y la contrapartida es la vacilación vo-
cálica de endemnizado y el antihiatismo de cre ‘cree’, en anteriores
análisis ya constatado.
De las alternancias fonéticas se reiteran ciertos modismos en
distintas zonas de América, a veces casi anecdóticamente, como el
Flugensio del Carnero que será Flugencia en exvoto mexicano, pero
otras veces en casos de mayor entidad lingüística, caso de la vocali-
zación de consonante implosiva, pues se acaba de verificar en el
135 El anuncio se inserta en el primer número de este periódico, del 13 de
mayo de 1818 (Correo, 4).
136 Tan disparatado es calificar ábile, estérile, interese de casos con -e paragógica
en textos colombianos del XVI, como decir que meitad es «reinterpretación de
los medievales meatad, meetad»: el hidalgo salmantino Castillo Maldonado en sus
cartas mexicanas era adicto a esta forma, de historia bastante conocida en espa-
ñol. Ni desminuir, aun en el Autoridades, es ejemplo de vacilación vocálica, como
tampoco f e e, en textos oficiales y forenses tanto en América como en España llega
al XIX, «duplica la vocal»: las tiene así desde su origen en el lat. fidem (fe fue va-
riante por simplificación de ee). Y desde luego para nota es proponer para siglos
pasados mesmo como alteración vulgar de mismo, cuando se trata de una variación
etimológica, de la cual mesmo predominó en el castellano literario medieval, y to-
davía era frecuente en los grandes autores del Siglo de Oro, Cervantes incluido.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

boliviano Tortura con autuaron y autuado, y el mismo cambio a fina-


les del XVIII se verifica con un auministración en el dominio perua-
no, con un afeuto ‘afecto’ en escrito de criollo chileno de 1766 y
con un proyeitadas ‘proyectadas’ novohispano de 1741137. En la se-
gunda mitad de este siglo tales testimonios difícilmente se encon-
trarían en textos peninsulares de nivel semejante al manuscrito
Trujillo o al plano arquitectónico de Guadalajara; la carta del chile-
no con su afeuto, en cambio, es muy popular y marcadamente vul-
gar, pero en general las vacilaciones vocálicas y consonánticas no
marcan una neta diferencia entre el español americano y el de Es-
paña en la época. Por el contrario, el antihiatismo había alcanza-
do en América una mayor difusión y, sobre todo, afectaba a ha-
blantes de nivel social medio, e incluso alto138: el mismo Simón
Bolívar igual escribía baquiano que baqueano (Lengua, 187, 188).

137 AGI, MP, México, 138, Guadalajara, septiembre de 1741.


138 Los mapas y planos de la época colonial sitúan en la geografía americana
más testimonios antihiáticos, así deliniado y geiométricos ‘geyométricos (geométri-
cos)’ en Buenos Aires, años 1708 y 1713; baiia ‘bahiya (bahía)’ en Talcahuano,
Chile, 1785; Juachín en Nueva Guayana y Angostura,1790; Goatemala en Guate-
mala, 1776; «quadra de don Juan Arreola» (Arriola) en Valladolid, Nueva Espa-
ña, 1794; tuesas ‘toesas’ en San Carlos, San Agustín de la Florida, 1769 (Planos,
116, 131, 170, 261, 346). Los casos peruanos de finales del XVIII Abregu (Abreu),
besuar ‘bezoar’, Juaquín, variando ‘vareando’ anteriormente los he citado (1999:
210), con precedentes americanos y españoles de este fenómeno. Tuesa constan-
te en plano de La Habana de mediados del XVIII: AGI, MP, Santo Domingo,
180, pero aparece en mapas de toda América, a veces en alternancia con toesa.

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CAPÍTULO V

Fonética de ascendencia meridional

RELAJAMIENTOS CONSONÁNTICOS

Pérdida de la /-d-/ intervocálica

El relajamiento extremo de la dental sonora entre vocales resul-


tante en el cero fonético es más antiguo de lo que se creía. Para Me-
néndez Pidal, su primer testimonio en la terminación -ado sería del
año 1737, pero hay ejemplos aragoneses de este cambio (listao, sa-
cao) de la primera mitad del siglo XV, un tocao de 1517 en la Propala-
dia de Torres Naharro, y varias muestras más de esta pérdida conso-
nántica en documentos andaluces, alguna también en escrito
indiano, del XVI, que en otra parte refiero (1993: 471). Recuerda
Lapesa que «en 1701 el gramático francés Maunory da la noticia de
que en Madrid era corriente la supresión de la /-d-/ en la termina-
ción -ado de participios trisílabos o tetrasílabos (matao, desterrao), pe-
ro no en los bisílabos ni en los sustantivos (dado, soldado, cuidado)»
(1985: 389). En mis expurgos americanos del XVIII y principios del
XIX han aparecido Mellao y Alvarao, éste en noticia mexicana, por las
páginas del Correo del Orinoco, y en la chilena Peña y Lillo recao y reto-
rao, mostrando la falsa corrección novohispana de bacalado la fuerza
que en ese dominio norteño debía de haber cobrado este fenómeno
evolutivo, y quizá no sólo en medios populares, pues un informe
eclesiástico de 1808 una vez pone «el presbítero Rucabado» y hasta en
siete ocasiones Rucabao (Nueva España, 704, 705), otro Alvarao a fina-
les del XVIII en el manuscrito peruano de Martínez Compañón.
De caracterización dialectal más claramente meridional, y de más
acusados rasgos andalucistas, aunque no absolutamente privativa de

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

todo este dominio peninsular y canario, es la extensión de la pérdida


de la /-d-/ a otras secuencias. Registré mostrá ‘mostrada’ en disposi-
ción alfonsí de finales del XIII que también contiene un lo alcaldes,
un see ‘sede’ en texto cordobés de 1398, a principios del XVI en
Morón de la Frontera deo ‘dedo’, y en textos sevillanos de este siglo
nombrás ‘nombradas’, roapiés ‘rodapiés’, sobredorá ‘sobredorada’,
probá en papel de la Cancillería granadina del año 1595, m ar í o en
informe de 1592 de un oficial andaluz del Consejo de Indias sobre
memorial americano, con más atestiguaciones probatorias de que
el fenómeno estaba muy extendido y arraigado entre los hablantes
andaluces de los siglos XVI y XVII, y no sólo en los de nivel socio-
cultural bajo, al que desde luego no pertenecían los autores de los
textos analizados, pues hasta el muy cultivado, como su obra escrita
certifica, Francisco Pacheco, suegro de Velázquez, caía en el desliz
ca ‘cada’ y no siempre lo enmendaba (1993: 472, 473)139.
En la chilena Peña y Lillo se registran entre otros los casos de desií
‘decidí’ (Cartas, 20), pío ‘pido’ (24), mo ‘modo’, «de mo que no puedo
desmandarme en nada» (51); paescan ‘padezcan’, «la causa que seré
de que mis confesores paescan por mí» (34); perdío en el Carnero, «cuan-
do volvió perdío de buscar el Dorado» (31r), y delicá, «la delicá porfía de
los buriles en el bronze», se halla en planta del uruguayo San Gabriel
en 1681 (Planos, 330), como concuñá ‘concuñada’ en testimonio inqui-
sitorial depuesto el año 1741 por un criollo del estado de Hidalgo: «se
llegó a la dicha Pascuala, su concuñá», «las dichas Pascuala, su concuñá,
y la yndia Gertrudis, a quienes vio solas...» (Nueva España, 514, 515). En
territorio peruano y a finales del XVIII por dos veces hallo vóvea en al-
ternancia con vóveda y en una ocasión quebrá ‘quebrada’, «jornadas re-
gulares de arrieros con carga en tierra llana o poco quebrá» (Trujillo I,
24; IX, 2), y ensená ‘ensenada’ («ensená de Guanabacoa») en mapa del
puerto y ciudad de La Habana de 1798 (Planos, 72).
No parece que tuviera mucha aceptación entre los cultos este mo-
dismo fonético al término de la Colonia, no sólo por la parquedad
de sus registros en la lengua escrita, aunque en la más popular segu-
139 En carta del extremeño Luis Martín escrita en México el año 1571 se lee
«yo é bivío en México...», como en misivas coetáneas de emigrados andaluces se
registran amá ‘amada’, desdichá, prometío, to ‘todo’, y de la implantación del fenó-
meno en Andalucía en los siglos XVIII y XIX abundan los testimonios, como el
cuchillá que leo en exvoto cordobés de 1717 (1999: 49, 72, 254).

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

ramente tendrá mayor presencia, sino porque está ausente de los


textos impresos que se han tenido en cuenta, el venezolano S ínodos
incluido. Sin embargo, el muestreo presentado es indicativo de la
gran extensión americana que dicho tratamiento de la /-d-/ intervo-
cálica tenía en la época de referencia, y su presencia en el español ul-
tramarino es antigua, pues se verifica en carta mexicana del doctor
Bartolomé Melgarejo, natural de la localidad sevillana de Alanís,
quien en 1558 escribe he podío para luego corregir podido, y en bivío
‘vivido’ que escribió también en México el año 1571 un emigrado ex-
tremeño (v. n. 137), además de amá («a mi muy amá y querida hija»),
desdichá, prometío, to ‘todo’, en escritos de indianos andaluces140.

Neutralizaciones de /-r, -l/

Este fenómeno, consecuencia del relajamiento extremo de con-


sonantes finales de sílaba, no es exclusivo de las hablas meridiona-
les, también lo he registrado sincrónica y diacrónicamente en el
norte peninsular, pero indudablemente donde con mayor intensi-
dad radica es en las hablas meridionales, generalmente asociado a
la aspiración o pérdida de la /-s/141, y en los casos andaluz y canario
140 Referencias de documentos originales que hace diez años cité, con las fe-
chas de 1560, 1572, 1573, 1576 (1999: 72). Para las cartas de Melgarejo: AGI, Méxi-
co 168, 18, carta 1; 19, carta 2; 15, cartas 3 y 7. El fraile andaluz en sus cartas tam-
bién había escrito en primera instancia sus ánima, por otra cart a s, la dichas
responsivas cartas, lo casos para a continuación reponer la -s olvidada sobre la vocal a
la que debía seguir, lo mismo que enmendaría la ese ultracorrecta de un ellos ‘ello’
neutro, y hut ad o ‘hurtado’, mediante la superposición de una pequeña r entre la u
y la t. Se advierte aquí la vitalidad de todos estos modismos en un hablante culto
como Melgarejo, quien, sin embargo, rechaza los errores que en la escritura lo ha-
cen caer. Otra situación es la del documento sevillano de 1590 en el que reiterada-
mente se ha puesto gazer o jazer ‘hacer’, con la aspiración antigua de /f-/ latina
confundida con la evolución velar de las antiguas prepalatales, que en el castella-
no septentrional daría /x/, y otra mano, seguramente de un oficial del Consejo de
Indias en Madrid, ha corregido las veces que se percató del error, igual que un oyo
del mismo texto se enmendó en oydo. Aquí de lo que se trata es del conflicto entre
dos normas fonéticas diatópicas, la del norteño y la del hablante meridional.
141 Y esto desde el principio, pues en 1266 Remón Pérez, el mismo notario de
Sevilla que un año antes, según a continuación anoto, había puesto mj ‘mil’, es-
cribe: «e todos aquellos que tovierdes esta mezquita que seades tenidos de las
mejorar por sienpre».

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

también al seseo o al ceceo. En Andalucía occidental sus atestigua-


ciones son muy tempranas, desde las hispalenses mj ‘mil’ (1265),
B ere nguel ‘Berenguer’ (1272), con la variación «los fijos de Çe Bal-
douín» (1299) y «los fijos de Çer Baldouín» (1300), pasando por los
Guadalquiví-Guadarquivir, cat ag in eses ‘cartagineses’ o espardas ‘es-
paldas’ del cuatrocientos, hasta Nebrija tiene un arfil toledano en su
diccionario español-latino de 1492, alfil toledano en el español-lati-
no de c. 1495, con numerosos testimonios del XVI, entre ellos alç o-
bispo, borver, cavirdo, labradó, melcaderías; también del XVII, así b ed a-
dero ‘verdadero’, hospital-hospitar, pertenescé ‘pertenecer’, «an de p ed í
(‘pedir’) postura a la jucticia», quarq u i era, resorbella ‘resolverla’, s a-
çillos ‘zarcillos’, y por supuesto del XVIII, con los ejemplos de a lm a-
dores ‘armadores’, armoadas, calmesí ‘carmesí’, corcha ‘colcha’, c o r-
chón ‘colchón’, f e rp a ‘felpa’, entre otras documentaciones que en
otra parte aduje, en las cuales se manifiesta el trueque de -r con -l y
la pérdida de ambas consonantes (1993: 488-498).
Esta innovación fonética llegó a América con emigrados extre-
meños, así aquel Alonso Ortiz que en dos cartas escritas en México
el año 1574, junto a otros rasgos del habla de su región natal, trae
un bennán ‘vernán (vendrán)’, con la -r asimilada a la nasal
siguiente, «aquellas bennán a mi poder con esto», borber, habrar
‘hablar’, un reiterado Merchor y Mogel ‘Moguer’, y pacense era el
deán de Tlaxcala, en cuya misiva dada en Puebla de los Ángeles el
9 de marzo del mismo 1574 escribe dos veces Alburqueque ‘Albur-
querque’142. De origen extremeño también era fray Reginaldo de
Lizárraga y en su crónica indiana puso boruió, que corrigió boluió, y
carcañales ‘calcañares’ (v. n. 37). Claro es que los andaluces partici-
paron activamente en este aporte dialectal, ya con fray Bartolomé
de las Casas (sedas ‘cerdas’), en México un emigrado dirigiría el
año 1575 una carta a «la calle del Perar, en Triana», la variación Es-
cobar-Escobal en otro texto epistolar de Jamaica en 1567, y en el de un
residente en Santo Domingo fechado el 1583 cabdá ‘caudal’, der
‘de el’ («la mar der Sur»), mugé, Velgara ‘Vergara’; de emigrados ca-
narios a Indias no faltan las evidencias de este fenómeno fonético:
142 Nueva España, 177-184. Por cierto que Company Company en sendas no-
tas advierte que el escribano del Consejo de Indias corrigió con la canónica l en
una ocasión el cacográfico Merchor y también borber, nuevo caso, pues, de conflic-
to entre distintas normas del español del XVI.

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

Bartazar, lago ‘largo’ y oden ‘orden’ en las cartas novohispanas de


1592 de un clérigo originario de La Palma, que en la primera rec-
tifica Bartazar con su correspondiente l y en la segunda oden con r
sobre la caja de escritura143.
En 1598, fray Miguel de Monsalve, con 33 años de estancia en
Perú, escribe descarso y lo enmienda descalso, nótese que la neutra-
lización de /-r/ y /-l/ pero no el seseo; el 20 de mayo de 1602, otro
fraile, andaluz o criollo, en el sobrescrito de un memorial al Rey
puso Rear y lo rectificó Real; se encuentra borber en validación del
escribano público de La Habana en 1611, arcaldes, rehecho en su
forma canónica, en memoria de los alcaldes de Guadalajara del 31
de marzo de 1667, y en exvoto de Pénjamo de 1895 Bijen ‘Virgen’ y
mesed ‘merced’. Antes, en 1766, la carta poco culta que redacta en
prisión un criollo chileno contiene las formas Bardibia, buerba
‘vuelva’, esperimental ‘experimentar’, mir ‘mil’, particural ‘particu-
lar’, sardrá ‘saldrá’, ynbialme144. Y por los mismos años, su paisana
sor Dolores, de mayor cultura y con superior dominio de la lengua
escrita, tiene algún ejemplo de pérdida de /-l/, ama ‘alma’ (58), y
sobre todo de elisión de /-r/, de lo que es muestra este espigueo
documental: adorá ‘adorar’, infinitivo como contenplá (57, 58) y se-
rrá ‘cerrar’ junto a páparos ‘párparos (párpados)’, «ni abrir ni serrá
los páparos» (45), consevasen ‘conservasen’ (20), execicios (41), inte-
rió (51), muete ‘muerte’ (54, 60), infieno ‘infierno’ (65)145. Así,
pues, este rasgo fonético estaba bien implantado en el español de
Chile de la segunda mitad del siglo XVIII, y no sólo en estratos po-
pulares de bajo nivel cultural, aunque en el cartulario de la monja
143 De un acopio documental mayor, manejo estos datos en mi libro de 1999
(66, 68, 71, 72, 95), y varias atestiguaciones isleñas del XVI, por las que se explica
que los emigrados canarios presentaran estas neutralizaciones en sus escritos
americanos: cabido ‘cabildo’ (1509), cadahasso ‘cadalso’ (1516), desbugar ‘desbur-
gar’ (1522), alsal ‘alzar’ y armaizal ‘almaizar’ (1598); además de peltrechos en
1668, artura en 1686, corregido altura, dos ejemplos de pajal en 1734, vuerta en
1787 y lugal en 1795 ostensiblemente rehechos vuelta y lugar (98, 268).
144 Datos que di en 1999 (247, 249, 251, 286, 295, 297). Del cubano borber de
1611 está la lámina XXVII de este libro.
145 De esta forma Kordic Riquelme opina que es «quizá reflejo de la asimila-
ción de -r ante n, fenómeno presente en todos los estratos socioculturales de la zo-
na central de Chile» (2008: 504), modismo que se conoce en Extremadura, re-
cuérdese el bennán ‘vernán’ de 1574 del emigrado de esta región en México, y en
Andalucía, con un Fennando ‘Fernando’ que documento en 1791 (1993: 489).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

se manifieste en grado de frecuencia comparativamente menor


que en el escrito del hombre sometido a prisión.
En la Bogotá de finales del setecientos los cuatro amanuenses en-
cargados de la copia del Carnero, es cierto que se ignora de qué parte
de Colombia procedían, cometen bastantes faltas reveladoras del caso
fonético que nos ocupa, entre ellas, y de las que presentan -l por - r:
Carabajar en alternancia con Carabajal ‘Carbajal’ (23v), Almendaris
‘Armendáriz’ (55v, 56v), de -r por -l en tembrar (115r), de elisión de -l
en buebo ‘vuelvo’ (161v) y en qua ‘cual’, «lo qua hacía porque le deja-
se un hijo» (168r), y de -r en el apellido Cortasa ‘Cortázar’ (176v). Lo
curioso, sin embargo, es que otra mano, y con diferente tinta, en las
ocasiones que percibió el error lo rectificó, nueva prueba de dife-
renciación normativa en el español americano, cosa que sucedió
con las siguientes formas, tal como en el manuscrito aparecen: arbo-
roto, cárser, acalde ‘alcalde’, fiscar ‘fiscal’, pretir ‘pretil’, durse146.
En el dominio novohispano hallo un parpó ‘palpó’ de 1741 y en
1797 un se ‘ser’: «temerosa de no se vista de algunas religiosas» (Nueva
España, 521, 632); y en tres cartas del año 1689 de un panadero de la
ciudad de México, de rudimentaria formación en primeras letras, un
reiterado reflejo de la neutralización de líquidas, con el intercambio
consonántico de surtan (sic) ‘sueltan’ y la serie de infinitivos sin su -r fi-
nal abé ‘haber’, asélo, be ‘ver’, desile, llorá, metélos, oriná, ponderátelos, quitá
y sacá (378-387), antes acé ‘hacer’ en información llena de deslices se-
seosos hecha en la Audiencia de México el año 1591147. Y en 1577, Die-
go de Carvajal, fraile con el cargo de prior en Santo Domingo, escribe
una breve relación con el lapsus generar ‘general’ junto al de juiendo
‘huyendo’, en medio de numerosas cacografías seseo-ceceosas148.
En tierras peruanas a finales del XVIII en el manuscrito pro-
movido por el obispo Martínez Compañón se lee un yerba e r r ó-
146 Carnero, 76r-v, 77r, 95v, 112r, 119r. En cuanto al tenbrar poco antes mencio-
nado, es cierto que se trata de la forma originaria en el castellano antiguo, tam-
bién temblar en Berceo (Corominas y Pascual 1980-1991: V. 454), pero en Nebrija
ya es única la segunda variante, y por supuesto es entrada exclusiva en Autorida-
des y Terreros.
147 AGI, México, 112. La autorización es del 21 de mayo de 1591, sobre peti-
ción de doña María de Cepeda, viuda del doctor Tomás de la Cámara, alcalde
del crimen que había sido en dicha Audiencia.
148 La lámina IX de mi libro de 1994 es facsímil de este documento y en ella
se leen las formas generar y juiendo, además de seseos y ceceos gráficos.

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

neamente corregido yelb a, y rejargar il l o rehecho rejalgarillo149; mucié-


lago en lámina pintada y murciélago en el índice150; mostrar y cabirdo
igualmente rectificados, el segundo término en su forma canónica y
el primero en la falsa corrección de mostral151. Los mapas y planos
indianos asimismo ofrecen la posibilidad de ampliar y precisar la ge-
ografía de este tipo fonético, según se ha visto con facetas tanto dia-
lectales como sociolingüísticas, verbigracia con un arq uil ó dominica-
no de 1792 (C a rtografía IX, 255), con un cárcer cubano de 1768
(Planos, 80), o con la variación «combento de el Calm e l», «Nuestra
Señora de el Carmel» de una planta de Guadalajara de 1753 (ibíd.,
223). Nada digamos de la preciosa estampa costumbrista y socioló-
gica del año 1798, de referencia cubana, en la cual el humilde alba-
ñil recibe su estipendio con un quejoso «eso es poco», con su seseo y
ceceo gráficos y un perspertiva que de alguna manera tiene que ver
con el relajamiento de las consonantes implosivas, de /-r, -l/ en par-
ticular, de semejante referencia fonética a la del alcenal ‘arsenal’ de
plano de La Habana de 1787 (lámina V)152.
En lo que a la letra impresa se refiere, de los números del M e rc u-
rio Peruano leídos sólo en el 250 aparece sartar ‘saltar’ y en el 252 re-
jargar il lo, anteriormente visto en el manuscrito Trujillo. Y en la gran
extensión del Correo del Orinoco únicamente he podido encontrar los
casos de escorta, escortaban ‘escoltaban’ (220) y pe lt recho ‘pertrecho’
(231), con la variante petrechos (462). Por cierto que este peltrechos
del Correo bolivariano no es una alteración casual e intrascendente
de pertrechos, sino que su presencia en un periódico reacio a las alter-
nancias o elisiones de -r y -l tiene un especial sentido histórico y sin-
crónico, pues sin duda se trata del ejemplo de una antigua lexicali-
zación, que sin embargo coexistió durante mucho tiempo con la
forma regular desde su origen. Documenté peltrechos en texto cana-
rio de 1668 (1999: 98), antes en documento sevillano de 1615

149 Trujillo VI, 58, 114. En las correspondientes estampas se escribió correcta-
mente yerba y rejalgarillo.
150 Trujillo VII, 157. El índice de este volumen es de mejor caligrafía que las
láminas, la 53 incluso escrita a lápiz por amanuense sin duda bilingüe.
151 Trujillo, Apéndice I, 78, 127.
152 Perspectiva de la iglesia y cementerio de San Juan de Bayamo, 8 de febrero de
1798, AGI, MP, Santo Domingo, 609 bis; para a lc en a l: AGI, MP, Santo Domingo,
530.

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Lámina V
Relajamiento consonántico y seseo en Cuba (n. 152).
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

(1994: lámina LXV). En América es amplia y numerosa la atestigua-


ción de esta forma, de la que ofrezco un breve muestreo en mapas y
planos indianos: la misma planta dominicana de 1792 que testimo-
nia arq u il ó trae repetido p e lt rechos, igual que tiene esta voz con -l la
traza del castillo habanero de la Cabaña de 1749, constante con tres
ejemplos del año 1787 en la del Morro de San Juan de Puerto Ri-
co153, y otro peltrechos de 1757 en la hondureña Omoa (P l an o s, 179).

Aspiración y pérdida de /-s/ final de sílaba

Creía A. Alonso que «la aspiración de la s final de sílaba es un


fenómeno que se ha producido en el siglo XIX (quizá empezara
en el XVIII en alguna parte, pero no tenemos denuncia alguna)
en una gran zona peninsular y en otra zona americana mucho ma-
yor», opinión que influyó no poco, a mi parecer negativamente,
en filólogos y lingüistas españoles y americanos. Naturalmente,
Alonso estaba pensando en la «denuncia» de gramáticos y otros
tratadistas, y en su espera mucho tendría que aguardar, efectiva-
mente, el nacimiento de este particular fenómeno fonético. Pero
se sabe muy bien que el maestro navarro sentía una cierta aversión
al método textual, algo que Guillermo L. Guitarte y yo hemos
puesto de relieve, antes el destacado estudioso argentino, porque
algunos, afortunadamente cada vez más, estamos convencidos de
que los manuscritos, y aun los impresos en cierto modo, también
denuncian, es cierto que sin la precisión de las modernas graba-
ciones, la fonética de sus autores. El caso que ahora nos ocupa, la
aspiración y el relajamiento extremo de la /-s/, queda manifiesto
con las elisiones, los usos ultracorrectos de la ese, y las enmiendas
a veces realizadas allá donde esta letra se había olvidado o donde
su empleo se consideró incorrecto, con evidencia tanto mayor
cuanto más se reiteren estos hechos en la escritura154. Entre los

153 Cartografía IX,28, 206, 255.


154 Muy excepcionales son los trueques de la s con h o j. Mi crítica al plantea-
miento metodológico de Alonso la he expuesto en varias publicaciones, sobre
todo en diversas partes de mi libro de 1993; sus palabras arriba citadas y mis do-
cumentaciones andaluzas de usos anómalos de la -s, desde 1266 hasta todo el si-
glo XVIII, en las páginas 482-488.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

que en su hablar tienen este modismo la equivocación al escribir


siempre acecha, sobre todo en quienes han recibido una escasa
formación, e incluso los cultos saben de la disciplina a que se han
tenido que someter en su aprendizaje escolar155. Y en los escritos
antiguos las cosas no han sido diferentes a este respecto, según lo
cual las apariciones de este cambio lingüístico en Andalucía se
han podido rastrear desde la segunda mitad del siglo XIII, siendo
muchas sus atestiguaciones en el XIV, numerosas desde comien-
zos del XVI en adelante, documentaciones que se dan con fre-
cuencia notablemente mayor que las concernientes al tratamiento
neutralizador de /-r, -l/156.
Hay datos sobre el hablar de emigrados extremeños en Améri-
ca connotado por la aspiración de /-s/, hasta con la nasalización
de esta sibilante que se advierte en un «eseciuos precion» (‘excesi-
vos precios’) escrito en el Perú hacia 1570, y también los hay en
cartas de canarios, aunque son muchos más los referidos a india-
nos de origen andaluz157. Acercándonos hacia el final del virreina-
to, el mismo chileno que el año 1766 escribía una carta con formas
como Bardibia o sardrá, antes anotadas, da muestras de aspirar,
perder o relajar extremadamente la /-s/: «me enbíe una cebollas»,
«lo mesmos», «muchas m em or i a». Por entonces, en su corpus episto-
lar sor Dolores con gran frecuencia, en decenas de casos, se mues-
tra vacilante en el empleo de la - s, sobre todo con su elisión, y de to-
da evidencia es que deslices tan reiterados no pueden ser casuales
descuidos. Entre esos lapsus de sentido fonético están los siguien-
tes: otro santos, mi particulares devotos, lo discursos, nuestro corasones, mis
155 Esto tendría que ser evidente para cualquier estudioso que compare lo que
al respecto ocurre en la letra, manuscrita o de molde, de los territorios donde el fe-
nómeno aspirador existe, y en aquellos donde se desconoce. Claro que siempre
están los que con interesada suficiencia, y con espíritu crítico un tanto romo, casi
todo lo achacan al simple e insignificante desliz. En una perspectiva histórica, se-
ría por demás sorprendente que justamente en cuestiones como éstas los antiguos
hablantes no hubieran dejado huellas de su fonetismo en la escritura.
156 Abundantes documentaciones de este fenómeno en textos andaluces he
recogido en anteriores trabajos, varias en láminas facsímiles (1993: 482-488;
1994: 18-20).
157 En mi libro de 1999 (48, 52, 95, 96), la forma precion en su lámina VII; los
datos sobre emigrados andaluces pueden encontrarse por el correspondiente
índice. Sería innecesario advertir que en esta obra manejé mucha más docu-
mentación andaluza que extremeña y canaria.

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

sentido, los demás papele, todo los rasionale, marte ‘martes’, aquellas per-
sona, mi súplicas, sus memoria, las criatura, respueta, tale casos158.
En el boliviano Tortura: «nuestros ynvictismo (sic) Monarcha»
(7v), subtraydo (9r), abtenían (12r), y los casos posiblemente rela-
cionados de prepertiba ‘perspectiva’ y encusa ‘excusa’ (10v, 15v). En
el Carnero bogotano: su noticias, las batalla, su tributos, «a los demás
sus compañeros... no lo culpo», «los uno dijeron verdad», «tiene el
dicho cura lo 80 de edad», supención, repondió, «Audiencia de la
Charcas», «su primeros años», mimo ‘mismo’, «hermanos eran... y
uno de ello...», «lo que confiados en la misericordia de Dios le ofen-
den»159. En el corpus mexicano editado por Company Company:
«a las ora referidas», «sin riesgos ninguno», «nos estás poniendo a
riesgos», má ‘más’, sastifasiones en cartas de semialfabetizado, del
año 1689; dejarretó, dejarretada ‘desjarretada’, los zerrillo, «le deorejó
(‘desorejó’) a un macho», «todo lo que lleba dicho es los que sa-
ve», «lo refieren en sus declaración», «y entres las mulas un macho
romo», en 1731; «esto es los corriente», 1741; «los que executaré
con rendida voluntad», 1744; «ni a quien mi ojos bolver», 1788;
«cuya havitaciones ignora», 1796; las caballeriza, 1797160.
En el manuscrito peruano Trujillo he visto una escasa incidencia
de lapsus relativos a la aspiración o pérdida de la /-s/, apenas en la ul-
tracorrección sus immediación y los híbridos fasiltol ‘facistol’ y martuer-
sillo ‘mastuercillo’, y el probablemente hipercorrecto diósescis ‘-
diócesis’161; y en los artículos del Mercurio Peruano que se nutren de la
obra impulsada por Martínez Compañón: «poca son las familias»,
«que llaman lo pintores colapis», «la mala versación de su administrado-
res», «son víctima de sus furias»162. De referencia cartográfica tenemos

158 Cartas, 4, 7, 11, 13, 26, 29, 30, 32, 35, 44, 45, 58. En una misma carta pue-
den darse varios ejemplos, así p ad ec o ‘padezco’, t odo los torm e n t o s, h ab l amo (31), ata
‘hasta’, desto ángeles, t oda disparan (46). Y luego están casos como los de ofrenco
‘ofrezco’, i nformen ‘informes’ o serrás ‘cerrar’, los de este tipo en bastante número,
probablemente relacionados con el fenómeno que en este apartado se trata.
159 Folios 2v, 7v, 10v, 31v, 58r, 72v, 134r, 136r, 158v, 159v, 162v, 169r. El inventa-
rio es más largo, al que además habría que sumar registros como el de enpía ‘es-
pía’ (154v).
160 Nueva España, 378-385, 471, 475, 478, 479, 520, 537, 610, 616, 635.
161 Trujillo I, 101; V, 84; IX, 5; X, 24. En X, 7 parece haberse escrito su longitu-
des para luego añadirse al posesivo una ese alta de trazo grueso.
162 Trujillo, Apéndice III, núms. 248, 250, 253, 264.

161
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

un casale ‘casales’ de la colonia de Sacramento y 1736, «los Casale que


llaman vulgarmente y que es un haraval» (Planos, 328), y de los planos
de la ciudad y bahía de San Juan de Puerto Rico, en uno de 1782 se
lee Río Castaño y Punta Castaño, que son Río Cataño, Punta Cataño en el
de 1783, y Caño de Cataño, Punta de Cataño en otro del año 1808163,
mientras yntrutiba ‘instructiva’, «la relación yntrutiba que la acompa-
ña», junto a un lleísmo gráfico Cristóval de Zallas (‘Zayas’) se halla en
mapa de la isla del Carmen en el golfo de Campeche, de 1765164.

La aspiración de /f/ y la /h/ americana

Sabido es que en el siglo XVI la aspiración de /f/ originada en la


/f/ latina y en la glotal árabe (hambre, hembra; hasta) y su pérdida
(ambre, embra; asta) dividía en dos grandes porciones la geografía lin-
güística española, siendo el dominio más extenso del primer rasgo
fonético el correspondiente al mediodía peninsular y a Canarias. En
España los límites dialectales no han cambiado porque este modis-
mo haya invadido la zona no aspiradora, pero en América, como en
tantas otras cuestiones solió suceder, se expandió por cualesquiera
puntos, llevado por los emigrados que en su hablar tenían esta aspi-
ración, incluso trasladado a los descendientes criollos de los no aspi-
radores en el proceso de nivelación general del español americano.
Sabemos también que en la metrópoli el contraste de las dos normas
entre los cultos connotó negativamente la modalidad aspiradora,
con testimonios claros de la nueva situación sociolingüística a princi-
pios del XVII, con el consiguiente retraimiento de su uso en los me-
dios social y culturalmente elevados, su creciente desalojo de las ciu-
dades y, en fin, su conversión en hecho de habla vulgar y rústica.
Naturalmente, en los hablantes americanos se reprodujo el cuadro
normativo metropolitano, adecuado a la particular realidad indiana.

163 Cartografía IX, 198, 199, 221. No deja de ser curioso que como apellido ha-
ya podido documentar cuatro veces Cataño en texto de la onubense Bollullos
Par del Condado de 1783 (1993: 487).
164 Cartografía III, 17. Y aun en la letra impresa del Correo del Orinoco, a pesar
de la criba impuesta por impresores y correctores, no faltan deslices que pueden
estar relacionados con este fenómeno fonético, así la variación las Floridas-la Flo-
ridas en líneas seguidas (377).

162
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

En el siglo XVI el español europeo no sólo estaba geográfica-


mente diferenciado en lo tocante a estas dos soluciones de la evo-
lución originaria en la /f/ latina, sino también, de manera diató-
pica casi coincidente, por los resultados derivados de la
velarización de las antiguas prepalatales fricativas, que dieron en
el español norteño /x/, velar fricativo sordo, y /h/, velar aspirado
sordo, en el meridional y canario, probablemente debido a la pre-
existencia en este dominio sureño e isleño de la aspiración proce-
dente de /f/165. Es la situación que hasta el día de hoy se mantie-
ne, pero a América pasaron unos hablantes con /h/ y otros con
/x/, en su nuevo destino se mezclaron y esa diversidad fonética
terminó por nivelarse, con predominio en las generaciones crio-
llas del germen lingüístico aportado por los emigrados meridiona-
les y canarios, pero no como exacto calco del mismo, cosa natural
habida cuenta de las circunstancias específicas del mundo india-
no, y de los movimientos demográficos que en él se sucedieron, in-
ternos y de emigración europea. Por eso en el español americano
hay distintas realizaciones de la /h/, pero lo que en ninguna parte
existe es la /x/ de tipo norteño, y esto hace verdaderamente sor-
prendente que entre los americanistas se continúe considerando
la /h/ de América como alófono sufragáneo de /x/, fonema de
un sistema supuestamente general y cerrado de nuestra lengua166.

165 De argumentar este planteamiento histórico me he ocupado en varias oca-


siones, sobre todo en mi libro de 1993 y, más recientemente, en el artículo 2008a.
166 ¿Se hablan distintas lenguas españolas porque unos, los más, tengan sólo

/Ï/ y otros, los menos, /Ï/ y /y/? ¿En qué es dependiente la pronunciación /h/,
meridional, canaria y americana, de la norteña /x/? ¿Cómo lo propio de unos
pocos millones de hablantes será sistemático, y no lo que varios cientos de millo-
nes usan? ¿Si la /h/ no es un alófono de la /x/, que en absoluto lo es, cómo se
define? A mi modo de ver, no hay en todo esto sino una postura reverencial hacia
ya viejos postulados teóricos, por parte de algunos una cierta actitud de dirigis-
mo lingüístico, y en otros, quizá sin ser conscientes de ello, una trasnochada pos-
tura castellanista. Desde hace años hay quienes se han visto obligados a hablar
de «diasistema», de «uno o varios sistemas», etcétera, y eso no está mal, pero me-
jor es que el lingüista reconozca la realidad de la lengua que estudia, sin perder
la perspectiva histórica, cuya unidad no se ha roto, ni es previsible que se quie-
bre, porque desde hace siglos hayan existido diferencias fonéticas como las se-
ñaladas, que no son unas dependientes de entidades superiores, sino que por lo
general han vivido en dominios diferentes sin amenaza alguna para un idioma
que siempre ha permitido la diversidad.

163
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

La identificación de este fenómeno fonético se ha hecho por


gramáticos y diferentes tratadistas, pero más temprana y extensa-
mente por los intercambios que en los textos se han producido en-
tre h y x, g, j, bien entendido que en los de autores naturales de
territorios en los que hubo /h/ (< /f/) y en ella resultaron los anti-
guos prepalatales fricativos, no así donde se había perdido la vieja
aspiración y la otra evolución fonológica dio /x/. Desde principios del
XVI y a lo largo de esta centuria y de las siguientes, en documentos
andaluces he registrado numerosos casos de dichos trueques grafé-
micos: h e ntil, hiho, mehor; almoxadas, gecho, gierro-jierro, jazer, jerr a j e,
etc.; y hara ‘jara’, «proveen a Huelva de leche y leña de h ar a y otras,
de que abundan aquellos montes», en culto autor onubense del
XVIII (Mora Negro, 1761/1987: 52)167; recientemente he hallado
la grafía a lm ox ad a s ‘almohadas’ también en manuscrito malagueño
de finales del XV (2008a: 36). En carta de extremeño escrita en la
ciudad de México el año 1571 encuentro h ih o s ‘hijos’ (1999: lámina
V), como en la documentación canaria verifico dos veces h arro ‘-
jarro’ en un mismo protocolo de 1598, y a j og ó ‘ahogó’, hamás, ehi-
dos ‘ejidos’, henh a nb re ‘enjambre’, h e nte, joia ‘hoya’, m uguer ‘mujer’
en textos de los siglos XVII y XVIII (1996c: 246).
Ya en fuentes indianas, aparte del citado hihos de extremeño, docu-
mento en la segunda mitad del XVI y primera del XVII jartas ‘hartas’,
jasta ‘hasta’, juiendo, recohidamente, la jabana ‘La Habana’168; en otra par-
te presento un gise corregido hise en Chile hacia 1605, y el nombre pro-
pio Hoán ‘Juan’ en firma rubricada en Guadalajara el año 1652169. En
167 En 1993 (414, 416, 417, 449-453), con las láminas IV, V, XLI, XLIII, XLV,
XLVI, XLVII, XLVIII. Debe suprimirse la núm. II, con error de lectura al que,
siendo de mi responsabilidad, me indujo la edición de un medievalista. La in-
fluencia de la letra impresa y los pocos años de experiencia en el método docu-
mental malograron mi pesquisa en archivo malagueño para conseguir el folio
medieval que reproduje en facsímil. Al menos sirvió para que algunos se deci-
dieran a prestar cierta atención, tampoco demasiada, a los manuscritos para ha-
cer historia fonológica. La lámina XXIV de mi libro de 1994 trae un háquima
‘jáquima’ sevillano de 1695. En la edición príncipe de Mora Negro no sólo se do-
cumenta hara, sino «altura escalpada» (8) y Odier ‘Odiel’ (102).
168 En mi libro de 1999, localizaciones indicadas en el correspondiente índi-
ce; jartas y la jabana en láminas XIV y XXVIII.
169 En 1994, láminas VII para Hoán, XX para gise, y IX para el anteriormente
mencionado juiendo de Santo Domingo. En otros trabajos míos manejo más da-
tos documentales de esta clase, que no creo necesario acumular aquí.

164
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

autógrafo de un tejedor de la ciudad de México de 1689 es constante


el empleo de juir ‘huir’ y juiga ‘huya’, con seis ejemplos170, y en el domi-
nio peruano a finales del XVIII se encuentra lexicalizado pitajaia ‘pita-
haya’, así como sajino (también escrito sagino) ‘sahino, saíno’, y un re-
petido tinagua ‘tinaja’, guilguero ‘jilguero’ en el Mercurio Peruano171.
El altoperuano Tortura descubre la pronunciación /h/ de as-
cendencia meridional por la grafía juelgo ‘holgura (huelgo)’, «fue
dicha cadena pendiente de un trozo introdusido a una pared del
calabozo..., sin más juelgo que una bara que dista quanto pueda el
pasiente pararse o recostarse» (23v). Seguramente fue en México,
el único territorio americano que el jesuita Murillo Velarde cono-
ció en su ida y vuelta entre España y Filipinas, donde oyó pitajaya,
palabra que dos veces menciona en su obra, así como jamaca: «los
llevaron en jamacas, que son unas redes o una manta colgada por
los dos lados de una caña o pértiga»172, y el Correo del Orinoco, aparte
del andalucismo jarana (179), no registra más que la aspiración le-
xicalizada de geniquén ‘henequén’, con la g desde hacía mucho
tiempo correspondiente al resultado velar de las antiguas prepala-
tales: «un gran número de mochilas de geniquén y algunas botijue-
las de alquitrán» (351), donde sin duda esta letra del vocablo in-
doamericano se pronunciaba igual que la j de botijuelas.
En esta precisa cuestión lingüística dos datos hasta ahora apun-
tados denotan un fonetismo americano en todas partes semejante,
no digo que por doquier idéntico, sólo que su manifestación en la
escritura dependía de factores culturales, y también de la tradi-
ción literaria de cada palabra, por lo que el indoamericanismo lé-
xico era terreno abonado para el intercambio grafémico (entre h y
x, g, j): se ha visto con jamaca, pitajaya y sajino, o con geniquén en el
Correo bolivariano. Y lo mismo se aprecia en la copia bogotana del
Carnero, donde bohío aparece frecuentemente con j (como vojío y
bujío)173, además del también autóctono bajareque ‘bahareque’
170 Nueva España, 393-395. V. n. 185 para otros casos mexicanos de 1743.
171 TrujilloIV, 4, 134 (pitajaia); VI, 33, 89 (sajino); I, 60, 79 (tinagua); Apéndi-
ce III, núm. 250 (guilguero); seguramente habría que añadir como casos de aspi-
ración lexicalizada escrita con j los de moj ar illa y m oj arr it a (VIII, 49, 50). Morínigo
señala para las Antillas y Centroamérica pitajaya con las variantes pitaya y pitaha-
ya, ésta también en otros dominios americanos, incluido el peruano.
172 Geografía, 30, 180, 251.
172 Carnero, 19v, 20r, 31v, 106v.

165
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

(58r), sin contar con el apellido hispánico Bohórquez reiterada-


mente escrito Bojórquez o Boxórquez174; y curiosamente tanto bajare-
que como bujío se hallan en escritos de Simón Bolívar, claramente
lexicalizados, pues (Lengua, 263, 266). Por supuesto esta geografía
lingüística documentalmente siempre es ampliable, así con el
puertorriqueño jiguereta dieciochesco175, pero, por centrarme en
el siglo anterior a la Independencia, referiré los siguientes casos:
«vujíos de palma», 1737, bujío, 1794, en Santo Domingo176; rejoya
‘rehoya’, «rejoia del Late, de cañadas y lomas de monte bajo», 1773,
en Guatemala, «playa jonda» (‘honda’) en Acapulco, 1712, «bujíos o
habitaciones de negros» en Bujurayavo, 1731, «calle de la joya», «jo-
ya de Santo Thomás», «la joya del jagüei» (‘hoya’) en Santiago de
Cuba, 1751, en Cartagena de Indias a finales del XVI «xagüey y pozo
del Rey», en 1716 «plazuela de los habuey e s» (‘jagüeyes’) 177.
Incluso la aspiración secundaria, no la procedente de /f/ lati-
na, sino de la consonante castellana seguida de vocal posterior o
velar (jogón ‘fogón’, juego ‘fuego’, juerte ‘fuerte’), conocida en al-
gunas hablas populares españolas pero mucho más extendida en
las americanas, está plasmada en un juentes corregido fuentes de in-
ventario de bienes del obispo de Oaxaca, del año 1796 (Nueva Es-
paña, 621), y probablemente la indica el colombiano infuriados ‘in-
juriados’ seguido de injurias (Carnero, 167v).

EL YEÍSMO

La eliminación de la oposición /Ï/~/y/ recibida por el castella-


no primitivo en su evolución desde el latín, cuyo proceso de pérdida
de la consonante palatal lateral está en marcha, en el sentido de que
aún no ha dominado toda la geografía del español, ni en España ni
en América, textualmente es de identificación sumamente fácil,
pues los hablantes que sólo disponen del fonema /y/ al escribir

174 Carnero, 155r, 178v, 179r. Indicador de la fonética americana seguramente


es también el apellido Guirón ‘Girón’ en Francisco Hernández Guirón (139v).
175 Lo he citado de ilustrado aragonés que estuvo relacionado con Íñigo Ab-
bad y Lasierra, secretario del obispo de Puerto Rico (1999: 293).
176 Cartografía IX, 236, 257.
177 Planos, 41, 49, 56, 93, 173, 195.

166
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

corren el riesgo, pero de acuerdo a circunstancias personales muy


variables, de confundir las letras que tradicionalmente han repre-
sentado los dos sonidos, la ll y la y. Salvo en casos especiales de po-
limorfismo, que el estudioso deberá precisar, si en un texto hay ll
por y (aller ‘ayer’, mallo ‘mayo’), en principio se trata también, co-
mo en el caso contrario, del yeísmo fonético, y si se habla de lleís-
mo será puramente gráfico, hasta es forzado pensar, como algu-
nos hacen, en una ultracorrección, se supone que ortográfica:
sencillamente, el yeísta al escribir yo sólo podrá equivocarse po-
niendo llo, no conscientemente, por supuesto. Otra cosa es que en
determinado momento la vacilación, por ejemplo, le haga poner
desmallo por desmayo, pero quien únicamente dispone de la /y/ no
estará reflexionando continuamente en su escritura, ni esta cues-
tión es de verdadera enjundia lingüística ni en ella se puede pasar
de la mera suposición.
En todo tipo de escritos actuales más o menos frecuentemente,
según los casos, aparecen muestras de la existencia del fenómeno
yeísta, en la prensa por supuesto también, así en reciente artículo
de tema financiero, «la emisión de cuotas por parte de estas enti-
dades ha encayado en un terreno políticamente resbaladizo»178, pe-
ro lógicamente el yeísmo gráfico se ve favorecido en situaciones
de cruce homofónico total o parcial, como el que supone el pre-
sente de indicativo de hallar en su tercera persona singular y el
plural con el presente de subjuntivo de haber, causa de numerosos
deslices como éste: «quienes tienen ese derecho cuando se hayan
en alta mar»179. Las manifestaciones gráficas del yeísmo no sólo
son iguales hoy y en el pasado, sino que, precisamente por ello, no
es raro que coincidan en las mismas palabras, de manera que si en-
cayado, participio de encallar, así se encuentra en texto periodístico
de hace pocos meses, idénticamente se halla en plano de la isla de
San Carlos, en la desembocadura del Misisipi, del año 1769: «la
lancha y otra pequeña embarcación... encayadas en el lodo bajo

178Cuaderno Claves de la semana, p. 8, inserto en el Abc, 12.4.2009.


179 El País, 11.5.2009, p. 5. En la portada de un semanario dominical de gran
difusión aparecía el siguiente título: «Apuestas en la Red: cara y cruz del negocio
más bollante de Internet» (XL Semanal, núm. 1.055, 13-19 de enero de 2008), y en
siguiente número en carta al director una lectora se quejaba de semejante erra-
ta, confesando que había dudado «de la correcta ortografía boyante».

167
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

que rodea toda su orilla»180. Y si en la actualidad es fácil descubrir


yeísmos gráficos en hallar condicionados por cuasi homofonías
con formas subjuntivas de haber, la mayoría de los registros yeístas
del Correo del Orinoco obedece a esta correspondencia léxico-foné-
tica: «y organizar la provincia de Barcelona, de su mando, que ya
se haya libre» (313), «éstos se hayan sitiados por mar y tierra estre-
chamente» (518), «las fuerzas navales, sin embargo de que no vati-
rán la plaza en este intervalo, llevarán a puro y devido efecto el
bloqueo a que se hayan destinadas», «repito a V. S. que las fuerzas
navales llevarán siempre a puro y devido efecto el bloqueo a que se
hayan destinadas» (520).
Aunque el yeísmo en su origen no es exclusivamente meridio-
nal, ni originariamente se dio en todo el territorio andaluz, desde
el siglo XVI al XVIII en el sur de la Península estuvo más arraiga-
do, y desde mediados del quinientos la documentación andaluza
ofrece muestras gráficas del fenómeno181. Pero son las cartas de
emigrados a Indias las que contienen un mayor número de caco-
grafías yeístas, precisamente las debidas a personas de cultura me-
dia o baja, pero también esto ocurre en autores de mejor forma-
ción. Entre ellas la del extremeño Alonso Ortiz, ya citada, en la
que se lee «que ante quella la escribiese le abía llablado (‘ya
hablado’) por ella a Cepeda», dato del año 1574, como en su ma-
nuscrito cronístico fray Reginaldo de Lizárraga, cacereño de ori-
gen pero con muchos años de permanencia en América, pone Ba-
llano por Bayano; y en cuanto a los andaluces, está el que en dos
misivas enviadas desde México en 1573 escribe llierto ‘yerto’, dos
veces cabayo, valleta, negoçiayo ‘negociallo (negociarlo)’ y va ya ‘va
allá’, procedencia regional que seguramente era la del notario de
La Habana que en 1580 escribió viya y luego corrigió villa, y siete
veces aparece crioyo, sistemáticamente, en documento dominica-
180 Citado en la n. 110.
181 Me ocupé de esta cuestión en 1993 (504-508). En territorio que formó par-
te del reino de Toledo documenté aller ‘ayer’ en la temprana fecha de 1518, junto
a formas características de las hablas meridionales, un repetido carc añ a l, alternan-
te con c a lcañal, l ib er armente ‘liberalmente’ y c aía ‘caída’ (2002: 108). No fue apro-
piada mi identificación de yeísmo en la rima allá-ya de Juan del Encina (420), pero
quizá lo indique la variación omezillo-omezío de su Canc i onero (98r-102r), y probable-
mente el agradéceyo puesto por Torres Naharro en boca de un portugués: «agradéce-
yo, cabrón / questamos en o tinelo» (Prop aladia, en Tin el laria, IIa).

168
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

no de 1590 que presenté en facsímil, de autor cuyo origen regio-


nal me es desconocido182.
Casos de yeísmo americano del siglo XVIII que en 1999 recogí
son: de zona peruana: zandilla, Yrigollen ‘Irigoyen’, Caye Real (su-
perpuesta ll a y), anafalla ‘anafaya’, en el corpus Trujillo de finales
de esta centuria; en carta chilena de 1766 dos casos de llo ‘yo’ y
uno de sulla183; en exvotos novohispanos de la segunda mitad de
este siglo y primera del XIX un buen número de yeísmos y de lleísmos
gráficos, así colmiyos, hayándose, lla ‘ya’, cullo ‘cuyo’, mallo ‘mayo’,
etc.184. En las relaciones geográficas del arzobispado de México,
manuscrito de 1743, a pesar de la hermosa letra con que están re-
dactadas abundan los lapsus seseosos, también los yeístas, a veces
asociados a la aspiración lexicalizada de /h/ procedente de /f/ la-
tina, ejemplo de j ol l a y golla ‘hoya’ («en vna llanada a modo de jolla
pegada al dicho monte», «vna llanada a modo de g ol l a»), y de mi es-
pigueo en este corpus añadiré cuatro testimonios de chir im olla y los
mismos de m ag u el l e s ‘magueyes’, arrol l o ‘arroyo’, tres muestras de
llendo ‘yendo’, llunta («seis lluntas para labor y algunas mulas para
la conducción»), alluda ‘ayuda’ («pueblo de Santa Ana, alluda de
parrochia del pueblo de Tenacingo»)185. Y la planta diseñada en
1792 por don Narciso Codina para el Hospital General de Guadala-
jara, de elegante caligrafía, ofrece numerosas cacografías seseosas,
pero también las de c l ar avollas ‘claraboyas’ y mallor ‘mayor’186.
Estos datos confirman la opinión de Murillo Velarde sobre la im-
plantación del yeísmo en Nueva España a mediados del XVIII, y por
supuesto la aseguran en los mismos años de la Independencia, pero
también su extensión por otras partes de América (Chile, Perú, Co-
182 El conjunto de estos datos, junto a la cacografía Reylles ‘Reyes’ recogida
por Boyd-Bowman en texto veracruzano de 1568 escrito por un andaluz, los pre-
senté en 1999 (48, 59, 68, 296). Sobre el primerizo yeísmo de emigrados de An-
dalucía en América, v. lámina LXIX de mi libro de 1993, y V en el de 1994.
183 Se trata de la carta del presidiario que para otros meridionalismos fonéti-
cos se ha citado. En el cartulario coetáneo de Peña y Lillo se registran tres casos
de culas ‘cuyas’, que en la argumentación de Kordic Riquelme correspondían a
manifestaciones del yeísmo de la monja chilena (2008: 23, 24).
184 1999: 210, 215, 247, 285-286.
185 AGI, Indiferente General 107, 766v, 767r, 770v, 771r-v, 772r, 775v, 776v,
777r, 780r-v, 781v, 805r, 809r. Estos testimonios de jolla-golla son semejantes a los
señalados en la n. 170.
186 AGI, MP, México 546 bis, Guadalajara, 15 de septiembre de 1792.

169
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

lombia y Venezuela), con referencias anteriores a Cuba y Santo Do-


mingo, y en el Correo del Orinoco, aparte de los lapsus en el verbo ha-
llar favorecidos por cruces con haber, están los de Montolla ‘Montoya’
y hulleron (274, 510), así como un M ay o rca alternante con Mallorca
(90), y un ayá ‘allá’ en pasaje de expresión directa y emotiva: «¿Con-
que corre, Excmo. Sr., por ayá la misma moneda que la benignidad
de V. E. nos trajo acá?» (500)187. La cartografía y los planos urbanís-
ticos o arquitectónicos de nuevo traen su aporte de documentación
lingüística: La Habana, 1757: «Tablonc iy o s sobre los que asientan las
tozas para que vallan elevadas del tablado», «bancos sobre los que
asientan los extremos y ombriyos de la sigüeña»; Manzanillo (Cuba),
1767: «Punta del Martiyo», lleguadas ‘yeguadas’; Maracaibo, 1777:
«se h ay a en el día libre»188. En Plano de Nassau de 1782 c allo ‘cayo’
es continuo, con seis registros; el doblete L l er a-Yera en la novohispa-
na Santa Bárbara, 1751; plalla en Veracruz, 1764; muraya («el nuevo
resguardo de lienzos de cerco o muraya ban anotados») en la ciu-
dad de México, 1777; «caye San Antonio» en Santiago de Cuba,
1751; «aciento del yarel l a l» y «río del y arellal» en Holguín, 1752189.
Otros seis testimonios de callo ‘cayo’ («canal chico de C allo Tabaco»,
etc.) muestra una descripción topográfica de hacia 1751 entre las
provincias de Guatemala y Yucatán, y en otra de La Habana, de
1787, se lee: «por c ul l a razón y estrechés del terreno es incapás de
formarze», «c ul l a línea corre desde la H a la Y», y para el Río de la
Plata, de la zona de Montevideo, año 1769, es la atestiguación de
haiar ‘hallar’ («arroyo adonde se puede haiar agua»)190, zapayos ‘za-
pallos’ en el manuscrito bonaerense de 1796-1797 (lámina I).
La tradición del yeísmo en América parece ser tan antigua co-
mo la misma colonización española de este continente, y su de-
sarrollo guarda un cierto paralelismo con el que experimentó en
el mediodía peninsular, pues mi análisis de exvotos andaluces y
mexicanos arroja semejante aparición de grafías lleístas y yeístas

187 En una breve nota a pie de página donde el redactor comenta la situación
que en España estaba sufriendo el general Morillo, odiado por los independentis-
tas, en la cual también se lee indegne ‘indemne’, alcansado, ancia ‘ansia’, comicionado.
188 Cartografía VI, 73; IX, 33, 53.
189 Planos, 26, 77, 93, 232, 255, 270.
190 AGI, MP, México, 198; Santo Domingo, 530; Buenos Aires, 79. Y recuérdese
el encayadas de Luisiana de 1769 (v. n. 180).

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

en unos y otros191. La diferencia radica en que a lo largo del setecien-


tos el yeísmo ni siguiera se había propagado a toda Andalucía, pues
el jesuita Murillo Velarde, almeriense, sólo comparaba el de Sevilla y
Málaga con el de México, ni se había extendido por otras regiones
peninsulares en las que el fenómeno se conoció mucho más tarde,
mientras que en la mayor parte de los territorios indianos estaba
bien implantado, quizá no de manera completamente excluyente,
que esto es muy difícil de saber, como ocurrió con el seseo o con la
/h/ distinta de la /x/ norteña, a resultas del proceso de nivelación
lingüística que experimentó la sociedad hispanoamericana.
Lo cierto es que en el XVIII, probablemente antes ya, y en los
años de la Independencia el yeísmo era un modismo genuina-
mente criollo, no sólo porque los europeos fueran una exigua mi-
noría en América, sino porque de ellos únicamente los que proce-
dían de zonas españolas confundidoras lo manifiestan en sus
escritos; y este rasgo fonético se daba en todos los niveles sociales,
sin que importara el origen regional del antepasado español. A la
elite de Cóndor y del Cuzco pertenecían los dos grupos familiares
que en todos sus escritos se muestran seseosos y que también de-
bían de ser yeístas, pues algunas cartas suyas descubren lapsus reve-
ladores de dicho fenómeno fonético, así una autógrafa de Juan de
Isásaga y Francia fechada en Cóndor el 12 de agosto de 1696, en la
cual se lee: «no allo asunto para consolarte... y alludarte con lágri-
mas y lamentasiones» (lámina VI), y en otra dada en esta ciudad el
15 de octubre de 1689, firmada y rubricada por el mismo Isásaga y
Francia pero escrita por otra mano, de un servidor o amanuense
de oficio: «Háyome oi, día de la fecha, con tres cartas juntas de
vmd.», «que no lleguen mis cartas a manos de vmd., llendo por las
del Sr. D. Matheo...»192. En misiva que el 30 de agosto de 1722 diri-
gió a Pedro de Oquendo, quien como sabemos por entonces resi-
191 En 1999 (255-257, 285, 286). Y similar asimismo es la documentación del
yeísmo durante esos años en manuscritos de México y de Andalucía de otro ni-
vel cultural, teniendo en cuenta que a mayor formación del autor, menos serán
las cacografías que comete, igual en ambos lados del Atlántico.
192 ARChV, Pleitos Civiles, Taboada, Fenecidos, caja 3842-1. El lapsus del au-
tógrafo (alludarte) en la línea 5 de la lámina. En esta plana su autor escribe: «te
aseguro que asta que vi tu carta estube con rresuelta determinasión de irme en
galeones a vivir y morir en la patria de nuestros agüelos, porque este reino ya no es
más que inquietudes y sustos con los piratas enemigos».

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Lámina VI
Yeísmo y seseo en criollo de Cóndor (n. 192).
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

día en la Corte, Francisco Pacheco Portocarrero, chantre de la ca-


tedral del Cuzco, el seseo va acompañado de un lleísmo gráfico,
«sin que yo halla meresido letra de vmd.» (lámina VII), lo cual para
la pronunciación seseosa extrañaría en un extremeño de origen,
sin bien no hay discusión al respecto viendo que, aun cuando la
carta la firmó este clérigo, la escribió alguien del medio social en
que él se movía193. Encumbrado familiar y socialmente era tam-
bién el mexicano José Atenógenes Rojano, quien en 1819, junto a
bastantes deslices causados por su seseo, cae en el trueque de halla
en lugar de haya («sin que halla motivo de dudas»)194.
Sobresaliente ejemplo documental sobre el yeísmo es la copia
bogotana del Carnero, de 1784, por el extraordinario número de
confusiones ortográficas que en ella se verifican; pero no sólo por-
que tales lapsus descubran el fenómeno fonético de eliminación
de la /Ï/, ni porque su gran frecuencia pruebe una más intensa vi-
gencia de la pronunciación yeísta que los trueque de ll e y mucho
más aislados de otros textos, sino porque las confusiones gráficas
son de los cuatro amanuenses que intervienen en la copia, lo cual
es indicio de la extensión social que el modismo había alcanzado; y,
sobre todo, porque el análisis demuestra que el nivel cultural del
hablante-escribiente es determinante en la comisión de cierto tipo
de deslices ortográficos, entre ellos los relativos al yeísmo. Del cú-
mulo de cacografías de este tipo que el C a rn ero contiene me limito
a consignar las siguientes: a y un o-h al l un o (6r), h al l ud ó, hol l eron (11r),
sullas, alluda (13r), y ev av a (35r), l l a ‘ya’ (50r, 51r, 52r, 54r, 55v, 66r,
67r, 72v), vállanse (52r), llendo ‘yendo’ (68v), «cosa maravillosa es
para mí que del hablar he visto muchos prosesos, y que del callar
no h alla visto ninguno» (126r), l l e rv a s, llerbas (157v, 159r).

EL SESEO

A la altura del siglo XVIII y primer tercio del XIX la discusión histó-
rica sobre el origen del seseo americano no tiene demasiado sentido,

193 ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. El yeísmo
(halla) en la línea 7 de la lámina.
194 Citadas en las notas 100, 123.

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Lámina VII
Yeísmo y seseo de cuzqueño anónimo (n. 193).
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

pues de toda evidencia es que se trata del resultado último de un pro-


ceso de criollización lingüística que afectó igualmente a otras cues-
tiones fonéticas, pero también gramaticales y léxicas. Si el seseo ame-
ricano no fue desde el principio independiente del andaluz y
canario, supuesto que documentalmente puede negarse de forma
tajante, evidentemente se está ante un caso más, aunque de suma im-
portancia en la caracterización del español americano, de nivelación
de las diferencias que en su hablar llevaron al Nuevo Mundo los emi-
grados españoles, que convertiría el rasgo regionalmente particular
en uso general de la sociedad indiana195. Pero la situación del siglo
XVI no es equiparable a la que al respecto se vivía hacia el final de la
Colonia, porque en el quinientos la población europea de seseosos y
de distinguidores tenía mucho peso en la población americana de
lengua española, predominante en la primera mitad de esta centu-
ria, mientras que conforme se acercaba la Independencia el penin-
sular constituía un porcentaje demográfico mínimo. El seseo desde
antes era rasgo característico del habla criolla, y entiéndase que el fe-
nómeno engloba a otros grupos étnicos asimilados al español, de
manera que el problema consiste ya en averiguar si la distinción de
/s/ y /ı/ se mantenía o no en grupos de gentes nacidas en América.
Por supuesto estaban los vascos bilingües que en su español prac-
ticaban un seseo esporádico, dependiente en su frecuencia del gra-
do cultural de cada uno y del dominio que se tuviera de la segunda
lengua, como aquel Francisco de Arranechea, rico comerciante que
el 9 de julio de 1796 en Sombrerete escribía a un primo de Oyarzun,
carta en la que, como en otras suyas, cae en un error seseo-ceceoso:
«con algún subc id io que en adelante, con la livertad que puede, pre-
mie y comercie con el descanso que le pareciere»196. O los de lengua
materna catalana, como fray Junípero Serra, que en carta que dirige
al virrey de Nueva España desde San Carlos de Monterrey, el 9 de
septiembre de 1774, cae en otro seseo gráfico: «Respecto del diario
que incluí a V. E., desía que no nos quedávamos acá con copia»197. Y

195 Esta generalización social y geográfica distingue lo americano de lo anda-


luz y canario, y el hecho de que el ceceo en el conjunto de América comparativa-
mente no responde a la importancia demográfica y a la gran difusión territorial
que tiene en Andalucía.
196 ARChV, Pleitos Civiles, Quevedo, Olvidados, caja 321-2.
197 AGI, Estado, 43, núm. 9.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

naturalmente los andaluces y canarios residentes en América habla-


ban con su seseo originario y lo reflejaban en sus escritos, lo mismo
en el XVI que en el XVIII o el XIX, sólo que en el quinientos su im-
pronta, con el apoyo puntual de las minorías catalana, vasca, gallega
y portuguesa, fue decisiva en la formación del fonetismo america-
no, mientras que cuando el dominio español llegaba a su fin poco
podrían influir en una pronunciación de los criollos mucho antes
configurada. Por su parte, los españoles no seseantes, salvo en parti-
culares circunstancias, ni al principio de la Colonia ni al final se con-
tagiaron de este rasgo fonético de matriz canario-andaluza, como
antes se ha apuntado (I, 3). El contraste es relevante en la carta que
el 24 de diciembre de 1720 José de la Fuente, miembro del más se-
lecto círculo criollo del Cuzco, dirige a su hermano, por entonces
residente en Madrid, que hasta la datación copia al dictado un alle-
gado, quizá empleado en el oficio judicial al que el remitente perte-
necía. El anónimo escriba, sin duda peninsular, ni un solo desliz de
tipo meridional comete, mientras que el criollo, en las líneas que de
su puño y letra añade, así se expresa:

Miguel mío: ésta ba de letra de un amigo, porque un quento de


competencia que a auido oi entre el corregidor y alcalde me tiene la
cabesa güeca, porque me metieron en él por la falta de abogados. No
tengo que encareserte mi pretención, porque es a tí a quien te pido me
solicites esta combeniencia, que eres mi padre y toda mi esperansa.
Hermano de mi corasón, pónesse en tus brasos tu amantíssimo
hermano, amigo y reconocido Juchepe.
Hermano de mi corasón, Dn. Miguel de la Fuente198.

Por lo que mi experiencia documental me dicta, al menos desde


la segunda mitad del XVII, quizá antes, lo general entre los criollos
era el seseo. Seseaban los peruanos Juana de Oquendo199 y su herma-
no Pedro200, también Buenaventura Isásaga y Tenorio201, y, en fin, la

198 ARChV, Pleitos Civiles, Taboada, Fenecidos, caja 3842-1.


199 Audiensia, ejersite, grasias, rasones, selar, sensos, sugesión, etc. Carta citada en
n. 104.
200 Conclución, hiso, presisado, rasón. Carta citada en n. 103.
201 Aserelado, gose, hase, obligasión, pesedieron (sic) ‘precedieron’, Plásido, sir-
cunstansias (referencia como en n. 198): Cóndor, 31 de octubre de 1720.

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

generalidad de los individuos de nivel social alto de este dominio an-


dino es el tipo fonético que muestra en escritos tanto privados como
oficiales. Igual que dos cartas de Ateóngenes Rojano, emparentado
con la nobleza novohispana, en 1819 ofrecen varias cacografías se-
seosas202, así como la misiva que ese mismo año compuso el influyente
fraile mexicano Antonio Blanco, conocedor de «la prosapia radical
del dicho caballero Roxano»203. El seseo podía ir asociado a otros
modismos de ascendencia meridional, así en el texto epistolar de en-
cumbrado cuzqueño, lleno de seseos gráficos, pero también con un
caso de maqués ‘marqués’ sin su -r final de sílaba, y dos registros de es-
ta palabra sin la -s implosiva (marqué)204, y con frecuencia en muchos
sitios seseo y yeísmo aparecen juntos, así en los escritos peruanos en
el anterior apartado citados, o en la estampa mexicana de uniformes
militares de 1767, explicados con esta leyenda:

Este regimiento se formó nuebamente de orden de S. M. en 30


de noviembre de 1767, por el Sr. Dn. Christóval de Zayas Gvsmán y
Moscozo, Mariscal de Campo de los Reales Exércitos, Governador y
Capitán General de esta Provincia. Las figuras demuestran el uni-
forme que vsan y se hayan bestidos, siendo el género de coleta y la
gorra, canana y brin de cuero (lámina VIII)205.

La descripción cartográfica de los últimos decenios del período


colonial dibuja una geografía lingüística americana con todos sus
puntos dominados por el seseo, que también está presente con sus
manifestaciones gráficas en todos los textos aquí analizados, ma-
nuscritos e impresos, con frecuencia variable, dependiente de di-
versos condicionamientos, pues, por ejemplo, los producidos por

202 En la primera mayorasgo, pasífico, pocesiones, pretención; en la segunda apoce-


sionarse, embarase, espreciva, jues, ocación, pocesión, subseción. En la n. 100 la referen-
cia archivística para las dos cartas, de 24 de marzo y de 28 de abril de 1819, res-
pectivamente.
203 Anciaba, buquez, carese, conosca, conosco, demaciado, eficasia, mayorasgo, penín-
zula. Carta citada en la n. 101.
204 Mateo de Cáceres y Sotomayor a Pedro de Oquendo, Cuzco, 17 de enero
de 1721: ARChV, Pleitos Civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2. La letra de
la carta, correcta, probablemente es de un escribano de oficio; el remitente fir-
ma Matheo de cáseres y soto maior.
205 AGI, MP, Uniformes, 102, Milicias de blancos de Mérida de Yucatán, 1767.

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Lámina VIII
Yeísmo y seseo en México (n. 205).
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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

la imprenta suelen ser menos receptivos al lapsus ortográfico del


seseo o de otra clase, de igual modo que las redacciones institucio-
nales en general son ortográficamente más formales que las de
particulares, por destacados social o políticamente que fueran sus
autores. En un solo folio del Carnero se encuentran los deslices ca-
resen, desir, disiendo, entonses, gososo, nesesario, paréseme, seguedad, sere-
monias, sierto (15r-v), y en otro del boliviano Tortura, de más conte-
nido textual, los de amen as ó, a nt es ed a n, a nt esedent e, apacion ad a,
aserc a, c al ab os o, certificas i ó n, ciendo, desi r, exsesos, Gusmán, haser, has i e n-
da, jusgado, obscureser, pareser, prición, redusir, ves, vicita (3r-v)206. Ca-
so especial es el de sor Dolores Peña y Lillo, cuya lengua escrita es
tan regularmente seseosa, que algunas de sus cartas parecen trans-
literaciones fonéticas, y ya en su acta de profesión, salvo en ciudad,
sólo empleó el seseo ortográfico: constisiones (por constitusiones),
hobediensia, Pastorisa, pobresa, susedieren (lámina IV)207.
Aunque con expresión grafémica de diversa entidad e intensi-
dad, el seseo era general en la sociedad americana de la Indepen-
dencia; seseaban los incultos y los cultos, y tenían esta pronuncia-
ción los próceres independentistas. Pues Agustín de Itúrbide, en
carta de buen estilo y lenguaje, y de ortografía próxima a la acadé-
mica, con correcta, si no elegante, caligrafía, escribe ambisión, cedi-
sión, desinterez, hipocrecía, miceria, micerable, viseversa, y por dos veces
se corrige en la duda entre fases y faces208; Simón Bolívar tiene misi-
vas autógrafas sin seseos gráficos (Documentos, 3, 21), pero en otras

206 Claro es que la comparación por aleatoria y puntual es sólo indiciaria, pues
si se toma otro folio del Carn ero el cómputo cacográfico aumenta considerable-
mente, con las siguientes formas, algunas varias veces repetidas: a lc a nso, calab os o,
cársel, conseda, Cortez, crese, decea, enserrados, entonses, faboresca, haser, importantícimo,
precidente, pucieron, rasón, Sánches (69r-v). Pero las diferencias cuantitativas en los
errores ortográficos sólo podrán indicar diversos niveles culturales u otras circuns-
tancias ajenas a la lengua entre los distintos copistas o autores, pero no que sesea-
ran más o menos al hablar, puesto que el seseo era fonéticamente sistemático.
207 En su primera carta, de gran extensión, sor Dolores continuamente en
decenas de casos emplea s por c-z, con un aislado concigir ‘conseguir’, y sólo tiene
como formas que pudieran llamarse canónicas exercicio espiritual y exercicios espiri-
tuales, exercicios y oración en la segunda, tónica ortográfica que sigue en muchas
de sus misivas, algunas con unos pocos ejemplos «distinguidores» más, otras con
uno solo (exercicios en 8, cielos en 29, conocer en 34), y varias de completo seseo
gráfico (entre ellas las numeradas 18, 21, 30).
208 Citada en n. 131.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

de su puño y letra pone «mil espreciones cariñosas», goso y «un mi-


llón de e sp rec i ones amistosas» (10, 18); y Bernardo O’Higgins, en las
que dirige a su madre, doña Isabel (Ysabel) Riquelme, pone dies,
docientos, lansas, serrada; Alcásar, avansase, braso, condución, decea, deceo,
desir, dies, hise, sebada; abraso, fuersas, intimasión, rechasado, veses209.
Por supuesto, de ahí abajo en todos los niveles y en todas partes se
documenta el seseo, incluso en la vajilla de campaña del coronel
ecuatoriano Evangelista Landázuri, grabada en 1818 por humil-
des artesanos o por soldados con leyendas como éstas: «penzemos li-
bertad en todo momento», «penzad tenazmente en ser libres», o la
que figura en totuma metálica hecha en Guayaquil en 1820, «viva
el ejérsito libertador», propiedad del comandante Wenceslao Fran-
co (Poesía, 283-286).

CONSIDERACIONES COMPLEMENTARIAS

Que el participio de encallar aparezca actualmente con grafía


yeísta en periódico madrileño (encayado) y en plano americano de
1769 (encayadas), y que esas correspondencias sincrónico-diacró-
nicas tan frecuentemente se verifiquen con el verbo hallar en la
manifestación ortográfica de este fenómeno, condicionada por
las formas con y de haber, supone una comprobación empírica de
la cuestión histórica, pues la coincidencia en tan puntuales he-
chos, más que casual sería previsible. Como, en el caso del antihia-
tismo, natural es que la ultracorrección ceática sobre ciática, posi-
ble en algunas hablas populares en el día de hoy, se diera en la
chilena Peña y Lillo (seática) al mismo tiempo que en un «dolores
zeáticos» andaluz210.
209 Cartas de 17 de marzo y de 31 de mayo de 1812 las dos primeras, sin fecha
la tercera, pero de datación próxima a las anteriores: textos digitalizados en
http://www.memoriachilena.cl. Seseaba igualmente el joven y culto patriota chile-
no José Miguel Carrera, como demuestra su Diario militar, lo mismo que el cate-
drático peruano Miguel de Lastarria, con importante experiencia chilena y en el
Río de la Plata, quien vio terminada en Madrid el año 1805 su ingente obra ma-
nuscrita, y acabaría sus días en la metrópoli cuando la contienda independentis-
ta se acercaba a su final.
210 Recogí esta reacción hipercorrecta, natural en la tendencia antihiática,
en exvoto de la cordobesa Priego del año 1789 (1999: 255).

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

Si un documento canario de finales del XVI ofrece el registro de


harro ‘jarro’, demostrativo, con otras formas del mismo tipo grafémi-
co-fonético, de la existencia de la pronunciación aspirada /h/ pro-
cedente de las antiguas prepalatales fricativas, y pocos años después
Quevedo se sirve de la misma palabra y grafía para caracterizar el ha-
bla del marginalismo sevillano, naturalmente frente a la velar fricati-
va sorda /x/ del español norteño, más allá de la curiosidad literaria
tenemos una referencia segura de que en esta concreta evolución fo-
nética estaba consolidada la diferenciación diatópica del español eu-
ropeo, y los datos ultramarinos muestran un proceso de nivelación
que decantaría el español de América del lado meridional, solución
que en algunos sitios seguramente había triunfado ya211.
Sobre la precedencia española en su vertiente meridional de
los fenómenos fonéticos americanos aquí considerados, lo verda-
deramente extraño es que las cosas no hubieran sucedido con esta
ilación histórica, no es preciso insistir demasiado, pero no estará
de más recordar que la neutralización americana de /-r, -l/ en-
cuentra correspondencia fonética en las citas «el padre priol» y
«con la respuesta del padre priol» de dos cartas del mismo Colón, y
que fray Bartolomé de las Casas en sus manuscritos tiene no pocas
grafías seseo-ceceosas, y otras concernientes al tratamiento meri-
dional de la /-s/ e incluso al de /-r, -l/ (hazé ‘hacer’)212. Para el ca-
so de /h/ en lugar del norteño /x/ la secuencia dialectal entre
Andalucía y el archipiélago canario estaba clara para el erudito is-
leño Dámaso de Quezada y Chaves, quien en 1770 escribía:

Como la mayor parte de los conquistadores de ésta y las otras


yslas llegaron de la Andalucía, donde se usa mucho la j y la g, di-

211 Albergo la esperanza de que no habrá quien salga diciendo que en mi opi-
nión el gran autor clásico tomó harro de un documento notarial canario. La coinci-
dencia, aunque curiosa y fortuita, se basa en la comunidad fonética de andaluces y
canarios; la agudeza de Quevedo al contraponer g erido, m ogino, j umo a p ahería, m o-
har, habalí y harro de vino, está en la línea de lo que el padre Juan Villar afirmaría a
mediados del XVII: «en esta parte occidental de el Andalucía... convierten las jotas
en gees y equis en aches, diciendo por joya hoya, por girón hirón y por xabón habón», in-
teresantes manifestaciones eruditas y literarias, como otras del género que en otra
parte lingüísticamente he matizado (1993: 15-17, 205-207, 446-449).
212 Datos que doy en 1994 (19, 91), con la lámina XV facsímil del famoso domi-
nico andaluz; la lámina VIII de mi libro de 1999 para grafías ceceosas de este autor.

181
EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

ciendo jacer, Germán, Gernando, jambre por hambre, jierro por hier[r]o,
a quedado entre las gentes campestres nombrar a esta ysla Jierro, el
mismo que también dan a el metal fierro diciendo jierro213.

Poco después Terreros afirmaría la identidad fonética en este


preciso punto entre andaluces y americanos, al tratar de la letra h
con la terminología propia de la época: «y así como la suavizamos
en Castilla de aquella pronunciación gutural o de j que le dan en
muchas partes de Andalucía y de América pronunciando jilo, jor-
miga...»214. General era ya este rasgo fonético caracterizador del es-
pañol americano, con variantes que la escritura no puede detectar
pero siempre distintas a una realización /x/ hispanonorteña, que
en modo alguno puede tomarse por suprema referencia sistemáti-
ca de la común lengua española, y semejante era la extensión te-
rritorial y social del seseo antes de la Independencia. Extraordina-
riamente difundido estaba el yeísmo, aunque es de suponer que la
distinción /Ï/~/y/ se mantenía como mínimo en los dominios
que aún la conservan actualmente, y menos precisa es la geografía
lingüística en el conjunto americano de los relajamientos conso-
nánticos primeramente estudiados, de los cuales la pérdida de la
/-d-/ y la neutralización de /-r, -l/ no debían de aceptarse entre
los cultos, según lo que el análisis documental sugiere.
Que el seseo, con la realización ceceosa de algunas zonas, era
universal en la sociedad americana, 1875 0 0 79.025 2474 Tcla era

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

nos gráficos para una sola articulación fónica tuvo que suponer un
esfuerzo añadido para el seseoso y una fuente de imprevistos erro-
res en la escritura, como continúa siéndolo hoy día. Sobre esos
lapsus desde muy pronto muchos de sus autores hicieron correc-
ciones, lingüísticamente también significativas, pero en América
desde el siglo XVII en numerosos escritos de nivel culto se prescin-
dió de todo retoque a las cacografías seseosas, con raras excepcio-
nes, sobre todo en palabras especiales y en homonimias216.
En cuanto a la verificación textual del ceceo fonético, reitera-
damente he advertido que resulta imposible si no es mediante co-
nocimientos ajenos a la escritura, pues los que sesean o cecean co-
meten las mismas faltas ortográficas, el trueque de s por c o z y el
contrario. A la identificación del tipo fonético ayudaría conocer la
naturaleza local del autor de los lapsus, cosa posible con ciertos
emigrados andaluces nacidos en sitios hoy de habla ceceante, co-

el ensordecimiento de la ese como mínimo estaba muy avanzado ya, de modo


que es indiferente encontrar ss o s en los textos, aparte de que en el siglo XIV y
sobre todo en el XV muchos escribanos decidieron emplear únicamente la ese
simple y no por incultura o vulgarismo, pues el uso exclusivo de la s entre vocales
fue práctica común en el mismo entorno de los Reyes Católicos. Semejantes
confusiones gráficas se produjeron en los seseos portugués, catalán y en el de los
vascongados y navarros de lengua materna vasca cuando escribían en romance,
aunque esos seseos no fueran idénticos al andaluz.
216 A veces un cí se ve corregido en sí, y la vacilación escrituraria de Itúrbide
curiosamente se da en homonimia u homofonía entre f ac e s y f as e s para quien se-
sea, «por sostener un partido marcado por todas sus f ac e s con el sello de la ini-qui-
dad», donde el futuro emperador mexicano primero puso f ac e s, después super-
puso una s a la c y finalmente escribió otra c e ntre líneas debajo de la enmienda.
Por su parte, fray Francisco Murillo en su Diario bonaerense de 1781 (v. n. 55) só-
lo corrige un seseo gráfico al escribir «la casa era nuestro alimento», superpo-
niendo una z muy marcada a la s, y casa pasa a ser caza (3r), mientras se detiene a
rectificar la r de «e r dicho práctico» en l y vacila hasta caer en un incorrecto flur-
bial «nuestro viaje flurb i a l» (4v), añadiendo una s a lo en «l o ( s ) dos capitanes» (9v),
incluso rectificando como b la p de su desliz apundancia (7r), y se ha visto cómo en
el manuscrito del Consulado de Buenos Aires de 1796-1797 (v. n. 17) alguien se
ocupó en poner una h inicial a los verbales ai y allado (v. n. 134), pero ninguna
rectificación se observa en los frecuentes arr ó s, e sc acés, e sc ac e a, exepción, exploción,
etc. Las correcciones que en el corpus Truj il l o he anotado referentes a las altera-
ciones de /-r/ y /-l/ y al yeísmo (1999: 214, 215), están en consonancia con las
que afectan a faltas sesesosas canónicamente rehechas, así suz ángulos (II, 124),
zorsal, arros ero, alc at r á s, lec h us a, l ec h usita (VII, 3, 76, 82, 155, 156), y probablemente
se deben al círculo más próximo al obispo español Martínez Compañón.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

mo podría ser indicio un llamativo predominio del ceceo gráfico,


así el de aquella leyenda explicativa de un plano del uruguayo San
Gabriel, de 1681, que por un lado tiene hauçiliaren, Moiçés, religio-
ço, virtuoça y por otro lado destrosador, ynsentivo, formas puestas por
quien se firma Bernardo Antonio de Meza (Planos, 330); pero difí-
cilmente se pasaría de la mera hipótesis, casi siempre científica-
mente inoperante. Una y otra vez se habrán advertido las dos cla-
ses de cacografías en un mismo escrito, también en la cubana
lámina V, con dos sementerio, en la parte inferior derecha de otra
mano y abreviado cementerio, y un yglecia que hasta la saciedad se re-
pite en infinidad de documentos, muchos de ellos curiosamente
debidos a eclesiásticos.
Se había hecho tan común el seseo fonético, que el ortográfico
se convirtió en habitual, incluso entre quienes evitaban otras faltas,
aunque la formación escolar y la cultura en sus distintos grados
también condicionaron la mayor o menor frecuencia del seseo
ortográfico217. Más adelante vendría un cuidado editorial cada vez
más escrupuloso en evitación de cualquier clase de errores textua-
les, como el que manifiesta aquella fe de erratas chilena de 1867
con su advertencia «dice ilustrícima, debe leerse ilustrísima», tam-
bién «dice sacritía, debe leerse sacristía» (Concepción, 255), que sin
embargo no va mucho más allá de lo testimonial, pues en la misma
edición no faltan lapsus como ecepción o exeda (96, 249).
En cambio, el yeísmo concitó un mayor rechazo en su manifesta-
ción escrituraria, pues ll e y eran llamativamente dispares en sus di-
bujos, y tal vez porque el fenómeno yeísta no fuera tan antiguo en
su amplísima extensión territorial y social. El caso es que en el oc-
tavo número del Correo del Orinoco se imprimió el pasaje «¿ha habi-
do alguna quexa de que se halla confiscado alguna propiedad?»
(31), y al final del siguiente, en una llamada a las «Erratas del Nº an-
217 Claro es que en problemática tan compleja como ésta, por lo inmenso del
dominio al que se refiere, por la diversidad etnolingüística y cultural que en él se
dio, con reflejo en la lengua escrita, y también por lo mucho que todavía falta
para tener un adecuado conocimiento histórico del español americano, la ex-
cepción, y quizá hasta la rectificación, puede estar a la vuelta de la esquina. De
todos modos ya he advertido que los escritos oficiales suelen ser ortográficamen-
te más regulares que los privados, incluso en el aspecto del seseo gráfico, sobre
todo en los de solemne rango institucional, de los que hay piezas de preciosa ca-
ligrafía y muy poco afectadas por el desliz cacográfico.

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FONÉTICA DE ASCENDENCIA MERIDIONAL

terior», se advierte con mención de página, columna y línea: «dice


halla, lee haya» (36). Y en carta de muy buena letra que lleva la firma
autógrafa de Bolívar, del 16 de junio de 1823, su amanuense no re-
paró en los lapsus azil o, co ncid er ación, entristesen, iluciones, ofre sc o, pla-
ser, sensasiones, trizcado, pero tras escribir coy ad o se superpuso a la y
una ll para que quedara el correcto collado (D oc umentos, 9).

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CAPÍTULO VI

Selecciones léxicas

LA CUESTIÓN DOCUMENTAL

Si en el Autoridades leemos la definición de huracán, ‘viento repenti-


no, que con increíble ímpetu se mueve ordinariamente en remolinos’,
sin referencia diatópica alguna, y la similar acepción de Terreros: ‘vien-
to repentino y furioso, o vientos contrarios y con fuertes remolinos’,
también sin determinación regional, es inevitable la conclusión de
que antes de que el siglo XVIII terminara, esta palabra, de origen taí-
no, ya era familiar para los hispanohablantes de las dos orillas del
Atlántico. Sin embargo, en España su conocimiento seguramente era
de carácter libresco, detalle erudito propio de las minorías más cultiva-
das, con la probable excepción de gentes de la mar andaluzas y cana-
rias, que la usan con la aspiración antillana y adaptación semántica a la
climatología de sus litorales; pero este supuesto sólo documentalmen-
te se podrá aclarar. Ahora bien, el arraigo de huracán en el español ha-
blado de la época en el conjunto peninsular puede descartarse, pues
muy avanzado el XIX todavía sería su uso genuina y privativamente
americano, o casi, según indica la siguiente observación de un parte
redactado en 1876 por el ingeniero militar don Leonardo de Tejada:

Antes de describir el huracán ocurrido el 13 de setiembre último


en la ysla de Puerto Rico, creemos oportuno dar algunas noticias ge-
nerales sobre los ciclones, llamados vulgarmente huracanes en las Anti-
llas, donde con tanta frecuencia dejan sentir sus terribles efectos218.

218 Expediente del Servicio Meteorológico, Memoria descriptiva del huracán del 13
de setiembre de 1876 en la ysla de Puerto Rico: Archivo Histórico Nacional, Ultramar 374,

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

La documentación americana efectivamente arroja luz sobre no


pocos aspectos de la historia general del léxico español, como es el ca-
so ya referido sobre huracán, o como sucede con la sinonimia añil-índi-
go. La presencia del segundo vocablo se fija en el diccionario de Terre-
ros, pero añil había sido desde la Edad Media popular en nuestra
lengua, y con este nombre se cultivó en América la planta tintorera, cu-
ya pasta se envió a la metrópoli durante mucho tiempo. Sin embargo,
a raíz de la Revolución francesa realistas de la isla Mauricio buscan re-
fugio en Buenos Aires y ofrecen a las autoridades virreinales semillas y
plantas que habían llevado consigo. Lo cierto es que los informes del
Consulado bonaerense de 1796-1797 dan cuenta de la reciente experi-
mentación de este cultivo en tierras de Jujuy, con el empleo de la voz
índigo, que otra mano tacha horizontalmente y le superpone añil:

Abunda en distintos parajes de esta provincia el índigo (añil) y


el arrós, el primero en las riveras de río Negro; ya queda puesto el
plantío, que promete progresar por estar hecho el experimento
con 60 libras de añil que se acaban de beneficiar por vía de ensayo,
y se reconoce su calidad regular y que con la práctica se perfeccio-
nará este importante ramo219.

A la lexicografía histórica del español sin duda interesa asimismo


la aparición de la forma estrallar en plano de la isla de San Carlos, en

exp. 2. La posibilidad sugerida de que huracán también pudiera ser familiar para las
gentes del litoral atlántico andaluz, por lo demás tan relacionadas desde el Descubri-
miento con las Antillas, parece confirmarse en el relato que un natural de Huelva
hace de los desastres que asolaron en el XVIII a su ciudad y a la costa portuguesa,
hasta Lisboa: «la iglesia es tan fuerte y de bóbedas tan firmes, que ha resistido a las
violencias más terribles de huracanes y terremotos. A 26 de octubre de 1722 passó por
Huelva hacia Portugal vna ráfaga de huracán, que asoló quanto topó», «por octubre
de 1758 se lastimó tercera vez a la violencia de vn huracán deshecho, que causó gran-
des estragos en toda la costa» (Mora Negro, 1761/1987: 151, 52).
219 Citado en n. 17: notación en los informes que siguen a Buenos Aires, mes de oc-
tubre de 1796. De hecho, este corpus revela que el añil era producto habitual en el
comercio del Río de la Plata, salvo en la ocasión citada siempre con este nombre. Es-
tos datos seguramente interesan al artículo añil de Corominas y Pascual (1980-
1991: I, 288). Recuerda Lastarria la llegada al Río de la Plata, pocos años antes, de
las familias francesas transmigradas, y se explaya sobre la necesidad de cultivar la ca-
nela, la nuez moscada, el clavo y la pimienta, «de cuyos codiciados vegetales tenía
un plantel la Compañía Oriental de Francia en la ysla Mauricio» (Colonias II, 44v).

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

la desembocadura del Misisipi, fechado en Nueva Orleans el 28 de


noviembre de 1769, «se estrallarán las lanchas entre las palisadas»220,
pero más directamente afecta este testimonio, claro está, a la historia
del léxico hispanoamericano, pues asegura la tradición colonial de
una forma que como argentina y dominicana, ‘estallar o reventar’, y
también de la segunda ubicación ‘estrellarse, quedar mal parado’,
da Morínigo, como venezolanismo estrallarse ‘romperse una cosa’ en
Núñez y Pérez, al mismo tiempo que amplía su extensión geográfica.
Igual que la expansión del portuguesismo cachuera —Morínigo refie-
re cachuela ‘caída o rápido de un río’ a Bolivia y Perú— se precisa con
registros como el de su anotación en planta cartográfica de 1777 de
zona paraguaya por entonces en disputa con los brasileños221.
Los mapas y planos de la América colonial no sólo ofrecen testi-
monios históricos de muchos americanismos, sino que por su propio
carácter textual aseguran la distribución geográfica de los términos
en ellos contenidos. Por ejemplo, sabemos que el andalucismo estero
se difundió pronto por América, siendo asimilado por indianos de
cualquier procedencia regional, así por el extremeño fray Gaspar de
Carvajal, quien hacia 1542 escribía: «como salíamos muy faltos y con
arta necesidad de comida, fuimos a tomar vn pueblo, el qual estava
metido en vn estero» (Amazonas, 14v)222. Hoy se trata de un america-
nismo general, pero sin duda lo era antes de la Independencia, pues
a lo largo del XVIII y principios del XIX se ve punteando toda la geo-
grafía americana, en su trazado litoral y en zonas interiores, y lo mis-
mo cabe decir de cuadra con sentido urbanístico223, de manera que
en los planos de ciudades donde este término se encuentra, sus leyen-
220 Citado en n. 110.
221 Plaza de Igatimí ocupada por los portugueses en la jurisdicción de Paraguay:
AGI, MP, Buenos Aires, 115. En el mapa se anota asimismo el Paso de los Mbayás.
222 Manifestaciones del habla extremeña de este fraile es su vacilación entre
yerbas y yelbas (15r), así como un reiterado frechas ‘flechas’ (14r, 11v). Efectiva-
mente, estero no sólo está en el andaluz Nebrija, sino en los textos del litoral
atlántico de Andalucía, área fuera de la cual es imposible encontrar en el XVIII
el uso familiar y reiterado que de esta voz hace el onubense Mora Negro, v. gr.:
«por aquí vn estero o arroyo que los naturales llaman la Rivera...», «la situación de
Huelva sobre esteros», «la abundancia y variedad de los mariscos que producen
sus esteros y marinas» (1761/1987: 6, 22, 50).
223 En los mapas y planos facsímiles de los corpus Cartografía y Planos en este
estudio manejado hay suficientes datos sobre la difusión de estero y cuadra en los
dominios americanos continentales e insulares.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

das también tienen seseo, y a menudo indicios de otros americanis-


mos lingüísticos, lo cual no sucede sino excepcionalmente en los
que fueron trazados por quienes empleaban la palabra manzana.
Los datos a estero y cuadra referidos son de abundante aparición
en esta clase de fuentes históricas, donde por supuesto no faltan
otras referencias de interés léxico, como aquel diseño de unifor-
me novohispano de 1804 en el cual se describe como parte de la
indumentaria militar con el núm. 1 la «cuera de 7 pieles de ante en
forma de acolchado», datación inmediata a la Independencia que
explica la inclusión de cuera en el diccionario de Santamaría no só-
lo como voz anticuada con el significado ‘especie de sayo o levita
larga de cuero que usaban antiguamente los soldados presidiales
de la frontera, y también los vaqueros’, se verá por la figura facsí-
mil que en 1804 la cuera no era exactamente así, pero también
con particulares usos modernos: ‘jaquetilla, especie de sayo de
cuero, que usan principalmente los vaqueros’ y cueras ‘se dice en
algunas partes del interior del país por pantalones de cuero que
usa la gente de campo’ (lámina IX)224.
Aunque cada vez está mejorando la información lexicográfica
sobre el americanismo léxico, todavía existen bastantes carencias
en el conocimiento de su realidad actual, algo que se ha comproba-
do en el por otra parte muy útil diccionario de Morínigo a propósi-
to de champ á n, nombre de embarcación (v. n. 75). El mismo Santa-
maría ofrece información contradictoria en su entrada champ á n,
que califica de vulgarismo por champaña, y sin embargo en nota re-
coge la siguiente queja de un autor colombiano: «Es intolerable
que el Diccionario de la Academia no traiga este nombre de una
embarcación conocida en nuestro río principal (Magdalena), men-
cionada en libros y leyes de la colonia», sobre la cual el benemérito
estudioso mexicano concluye: «Ya está en el Diccionario, para satis-
facción del Padre Revollo». Aunque para el historiador más impor-

224 Del estado en que están las tropas que guarnecen la línea de frontera de las nueve
provincias internas de Nueva España: AGI, MP, Uniformes, 81. En ilustración sobre
los húsares de Texas en acción de guerra, realizada por el mismo autor, se lee el adje-
tivo presidial con igual valor al que le da Santamaría en su primera definición
(«Del estado en que deven ponerse las compañías presidiales»): AGI, MP, Unifor-
mes, 57. Probablemente la voz ante de esta lámina sea ya la peculiar de México
con el significado de ‘tapir’.

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Lámina IX
Sobre el mexicanismo cuera (n. 224).
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

tante que advertir en esta ocasión que no se está ante una polisemia
del galicismo, sino que se trata de su homonimia con un vocablo de
origen asiático, es constatar la pérdida de este término náutico del
español de México, al menos por lo que su ausencia del diccionario
de Santamaría hace suponer; y, sin embargo, se conoció en el domi-
nio novohispano, siquiera fuera en la segunda mitad del siglo
XVIII. Es lo que confirma el Plano pequeño de una parte de la ysla del
C a rmen (golfo de Campeche) del año 1770, donde como topónimo se
anota Arroyo del Champán225. Esto aclararía la dificultad de explicar
la presencia del champán en ríos de Colombia y Venezuela, proba-
blemente también en el Río de la Plata, pues la nave de los sangle-
yes habría seguido el habitual trayecto de Manila a Acapulco, pro-
bablemente en el boceto de algún ingeniero naval, y, adaptada
primeramente en las costas yucatecas, se habría llevado su construc-
ción a los grandes ríos de la vertiente atlántica de Sudamérica.

AMERICANISMOS LÉXICOS

De difusión general

Muchas más documentaciones léxicas ofrecen los textos, por lo co-


mún breves, de los mapas y planos; algunas se han señalado en capítu-
los precedentes y otras se tendrán en cuenta en lo que sigue. Las ya
consideradas, por un lado, aseguran una determinada antigüedad del
vocablo en cuestión y, por otro, precisan en mayor o menor medida su
implantación diatópica, pueden ser los ejemplos de champán y estra-
llar. No siempre se podrá afirmar categóricamente la difusión general
de tal o cual americanismo léxico antes de la Independencia, por fal-
ta de un suficiente sustento empírico. Pero la hipótesis de que mu-
chos ya tendrían esa condición entre los hispanoamericanos antes de
su separación de la antigua metrópoli tiene visos de verosimilitud,
que el soporte documental hará más creíbles, y el postulado también
s i rve para no pocos términos americanos de ámbito sólo regional.
225 Cartografía III, 17. Otros lugares nombrados son El Bongo y Estero de Pargo,
éste con la voz pargo, andalucismo y canarismo, a la que la Academia tardaría
más de un siglo en recibir en su diccionario. No había leído este mapa cuando
hace pocos meses redactaba el segundo capítulo de este libro.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

Por supuesto, otros textos sirven para concretar diacronías léxi-


co-semánticas y sus respectivos territorios. Tenemos una interesan-
te muestra de ello en el taíno guayaba, que los colonizadores difun-
dieron desde las Antillas por toda América; pero interesa ahora su
acepción secundaria y figurada de ‘mentira’, que Morínigo locali-
za en Centroamérica, Antillas, Argentina, Colombia, Chile, Ecua-
dor y Venezuela, pero cuyo uso lo amplía a México «en estilo fami-
liar» Santamaría. Tal unanimidad en esta derivación semántica
metafórica en principio me hacía pensar, como en casos semejan-
tes, en su generalización durante la época colonial, como fenóme-
no genuinamente criollo en definitiva, lo que corrobora el relato
científico del ilustrado español Hipólito Ruiz, quien al describir la
guayaba (huayabas) el año 1786 observa:

Es tan abundante en todo el valle de Huánuco que por lo mis-


mo son llamados sus naturales huayaberos, palabra que aplican a
los embusteros, y para decir ¡qué mentira tan gorda! usan en el Pe-
rú la expresión ¡qué huayaba tan gorda! (Relación, 277).

Se documenta así antes de la Independencia esta innovación se-


mántica del español americano y se añade el dominio peruano a la
geografía lingüística de esta acepción familiar, que efectivamente
resulta ser general, o casi. Pero son muchas las noticias léxicas que
el naturalista burgalés proporciona en la memoria que de su expe-
dición botánica al virreinato del Perú escribió, en la cual demuestra
también un agudo interés por los usos y costumbres de las gentes, lo
mismo que por las particularidades de su vocabulario. Así, en su des-
cripción de Santiago de Chile inicialmente recurre a la sinonimia
diatópica cuadra-m a nz an a, poniendo en primer lugar el término
americano, el único que empleará a continuación de este pasaje:

La ciudad de Santiago de Chile se halla situada... en un hermo-


so y dilatado llano, algo pendiente y ventilado, con dos espaciosos
varrios a la vanda opuesta del río, llamados la Cañadilla y la Chim-
ba, y a la parte del sur a quatro quadras o manzanas de la plaza ma-
yor una calle como 50 varas de ancho y mil y ochocientas de largo
que llaman la Cañada (236).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Chile fascinó al joven botánico español, que aprovecha cual-


quier ocasión para apuntar sus conocimientos en el hablar del país,
por ejemplo cuando da a Cissus striata su correspondencia vulgar:
«voqui, nombre que también aplican los chilenos a las personas re-
voltosas y chismosas» (212), o cuando, tratando de la Laurus rubra,
vulgar peumo, hace el siguiente comentario:

A los frutos atribuyen la virtud antihydrópica. La gente del


campo, como tan generosa, para convidar a comer a qualquiera
pasagero que llega a sus casas al media día, le incitan con esta ex-
presión: ¡Arrímate, mi alma, a la olla, que tiene peumo! (213).

Se conjuga, pues, en la obra de Hipólito Ruiz el dato que tiene


que ver con el americanismo general —caso de la acepción figurada
de guayaba, aunque él la creyera sólo peruana—, y con el auténtico
particularismo regional, que cuenta entre los nombres de frutos de
Chile, «el pavimento que a su tiempo se cubre de frutillas o fresas de
exquisito sabor» (196), «son delicadísimas, como lo son también los
peros joaquinos y demás frutas europeas, las quales adquieren mayor
bondad en aquellos terrenos que en los de España» (208), y con el
significado chileno emplea guaso: «donde los huazos o gente del cam-
po los cogen con temerario arrojo», «hai varios potreros de caballos
del Rey custodiados por muchas familias de guazos que viven reparti-
dos en rancherías», «las guazas se colorean también las mexillas con
el xugo de ellas» (194, 210, 222). De zona peruana refiere la costum-
bre de mezclar las semillas del molle con granos de pimienta después
de tostadas, «con notable daño de la salud..., perjudiciales mezclas,
de las quales proviene el vicho o mal del valle y terribles hemorroides»,
«es una de las flores (del aromo) que entran en la mixtura o puchero,
como llaman en el Perú a una mezcla de diversas flores fragantes»,
Fernández Naranjo recoge en Bolivia mistura o mixtura ‘cierto plato
criollo’, y como nombres comunes de la Vermifuga corymbosa, «mata-
gusanos, contrahierba y chinapayá por tierra de Cuzco» (275), sustanti-
vo compuesto (matagusanos) atribuido por Morínigo a Perú, Chile y
Argentina, al parecer con el mismo significado226.
226 Aunque con el nombre científico Eupatorium chilense. En Guatemala,
Honduras, Nicaragua y El Salvador ‘conserva que se hace de corteza de naranja
y miel’, en México ‘untura que se hace para matar los gusanos del ganado’.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

Como americanismo general se da jetón ‘jetudo, hocicudo’, en


Chile ‘tonto’ (Morínigo), voz que ha tenido acusado sentido racis-
ta en referencia al indio, en ocasiones incluso al mestizo. Que esa
generalidad de uso sea reciente o antigua es algo que sólo la docu-
mentación puede aclarar, pero su atestiguación en los años inme-
diatamente siguientes a la Independencia, a consecuencia de la
convulsión social derivada del intento de consolidar una Confede-
ración peruano-boliviana, certifica que del período virreinal venía
su común difusión americana227. En efecto, contra la figura del
Protector, el político y militar boliviano Andrés de Santa Cruz, di-
rigió sus sátiras el poeta peruano Felipe Pardo y Aliaga, tildándolo
de indio y cholo, su padre era un criollo de Huamanga y su madre
una indígena aimara, de extranjero e invasor, con la violencia que
estos versos reflejan:

De los bolivianos
será la victoria,
¡qué gloria, qué gloria
para los peruanos!
Santa Cruz, propicio,
trae cadena aciaga,
¡ah, cómo se paga
tan gran beneficio!
¡Que la trompa suene!
¡Torrón, ton, ton, ton!
¡Que viene, que viene
el cholo jetón!
(Martínez y Chust 2008: 234).

Presento a continuación un espigueo de las voces dadas en la


lexicografía especializada por americanismos generales, para evi-
tar citas repetitivas sólo refiero a Morínigo, salvo alguna otra men-

227 El diccionario académico sin nota regional trae jetón ‘que tiene grande
jeta’, pero jetudo parece tener más uso, y de hecho la primera voz en no pocas ha-
blas españolas poco o nada se oye; ni Autoridades ni Terreros registran jetón. Co-
varrubias definió xeta con un segundo sentido despectivo hacia el aspecto facial
del negro: ‘especie de hongo, por alusión llamamos xeta el hozico del negro y
del puerco’ (1611/1984: 1015).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

ción que en su momento se expresará, con documentaciones an-


teriores al triunfo independentista:
Arria ‘recua de animales de carga’: «las arrias que los trafican»
(Carnero, 32r), «la cordillera aún subsiste abierta, y los fletes de
arria a 8 pesos», en corpus bonaerense de 1796-1797 (v. n. 64).
Ceba ‘cebo de escopeta’: «le puso al pecho una escopeta de dos
tiros, que disparó y dio la casualidad de que fallase la ceba, que, a
no haber sucedido, sin duda le hubiera muerto» 228.
Ciga rrería ‘tienda donde se venden cigarros’: «luego que bine, allé
la sig arrería en poder de el casero», de 1743 (Nueva España, 526).
Empotrerar ‘meter el ganado en el potrero para que paste’: «im-
puesto el señor general que el enemigo español Arana conservaba
empotreradas a las inmediaciones del pueblo de San Pablo 400 bes-
tias caballares...» (Correo, 274), y, en carta de Bolívar: «las mulas,
caballos y ganado se empotrerarán lo más inmediato que sea posible
a Popayán» (Lengua, 244).
Llamado ‘llamamiento’: «que, aviendo venido a su llamado y con
mucha obediencia...», de 1694 (Nueva España, 456): «el corneta da por
noticias que Arana se embarcó por llamado de Morillo» (Correo, 348).
Pararse ‘ponerse en pie’: «fue dicha cadena pendiente de un
trozo introdusido a una pared del calabozo..., sin más juelgo que
un bara que dista quanto pueda el pasiente pararse o recostarse»
(Tortura, 23v). En México ‘despertar o levantarse’, aquí el órgano
sexual masculino: «le preguntó si quando veía a las mugeres se le
parava el miembro», de 1799 (Nueva España, 661).
Pendejo, de varias acepciones: «los Pirangas y Escorcia lo comen-
saron a maltratar diciéndole mil ynsolencias: que era un yndio
pendejo», de 1808 (Nueva España, 706).
Pitar ‘fumar’: «me ha dejado la mano isquierda inhábil del to-
do; aun de pitar polvillo no es capás», «me hiere por toda la caja del
cuerpo, pero más agudamente en pecho y espaldas, que me que-
dan unas punsadas que no me dejan resollar ni pitar, comer, escupir,
etcétera» (Cartas, 12, 54). En el Alto Perú: «¿Es muchacho? / Ya
algo hecho. / ¿Sabe pitar?» (Potosí, 229).
Plata ‘dinero’: «aseguraba esto y qe le abía de costar a mi mari-
do mucha plata, porque el cuento sobre juridición con dos seño-

228 Gazeta de Buenos Ayres, martes 21 de agosto de 1810.

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res prinsipales mi marido era el que lo abía de costear», en carta


de Juana de Oquendo, Cuzco, 1721 (v. n. 104).
Potrero ‘prado o campo destinado a la cría y pastoreo de toda
clase de animales’: «en toda esta costa, que es realenga, hai varios
potreros de caballos del Rey custodiados por muchas familias de
guazos que viven repartidos en rancherías por aquella espaciosa y
amena campiña», en Chile (Relación, 194); «se encuentran algu-
nos placeres que sirven de potreros», en Venezuela (Solano, 1991:
204); «comienzan los desmontes para las clases de fincas denomi-
nadas potreros, dedicadas a la crianza y ceba de ganado», Cuba,
1846 (Cartografía IX, 155).
Precisar ‘necesitar’, ‘verse obligado’: «que prec i ss aba prover de co-
mida», manuscrito bonaerense de 1781 (v. n. 55, 2v); «el tiempo de
los errores e ilusiones ha concluido, mis amigos: yo quiero ser ge-
neroso antes de estar precis ad o a reclamar todo el rigor del derecho
de la guerra», en proclama del general José de San Martín A los es-
pañoles europeos residentes en el Perú, dada en Pisco el 8 de septiembre
de 1820 (C orre o, 386); «cuyo martirio sufrió sin sacársele un minuto
de ella ni aun para las presisas nesesidades» (To rt ur a, 23v); pres is o,
presis a n, pres is am e nt e en plano de la isla de San Carlos, desemboca-
dura del Misisipi, de 1769 (v. n. 110); «pidióme don Joseph el dine-
ro que me dio para el biaxe, y me allé presis ad o a poner pleito en la
Audiensia», de 1743 (N u eva España, 526); «por las rasones que lle-
bo dicho se bio dicho mi marido presis ad o a aser las amistades, que-
dando libre de la multa que pretendían sin rasón sacarle», en la
carta de Juana de Oquendo de 1721; «el valuarte nuebo que presis a-
m e nt e conviene hazer por estar indefensa la cortina y ser muy larga
la distancia de la defensa», de 1663 en Veracruz (P l an o s, 263).
Riesgoso ‘arriesgado, peligroso’: «el otro (puerto), llamado Che-
rrepe, que se halla en 7 gr. 8 min., al que sólo arriban en caso de
necesidad, por lo riesgoso de su costa y mal fondeadero» 229.
Transar ‘transigir, llegar a un acuerdo’: «públicamente le echa-
ron garra los guarantes por ciertas deudillas que había dejado de
transar» (Correo, 484).

229 Trujillo, Apéndice III, núm. 285 del Mercurio Peruano, 26 de septiembre de
1793.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Americanismos regionales

No siempre resulta fácil, sin embargo, determinar la completa


difusión de una palabra en el español americano, y quizá más pro-
blemático resulta delimitar las zonas de los regionalismos, común-
mente de gran extensión y a veces localizados en áreas disconti-
nuas, en no pocas ocasiones también con distintas acepciones,
dificultad dialectológica a la que contribuyen las deficiencias que
en información lexicográfica actual todavía subsisten. A veces in-
cluso el aparato documental amplía la geografía léxica de los dic-
cionarios americanistas, lo que por ejemplo sucede con vejaminoso
‘vejatorio’, que Morínigo refiere a Perú y Puerto Rico, pero que se
halla en el Manifiesto del Gobierno al pueblo que compone el Estado de
Chile, dado el 5 de mayo de 1818 por Bernardo O’Higgins y Anto-
nio José de Irisarri: «Esta concurrencia de circunstancias hizo la
reorganización del exército más difícil y aún más vexaminosa; pero
los valientes nunca tiemblan» (Correo, 125). Y en ocasiones la con-
creta, pues el mismo autor incluye apealar como mexicanismo y
pialar ‘enlazar un animal por las patas’ como propio de Argentina,
Uruguay, Paraguay, Chile, Colombia y México; Santamaría para es-
te país efectivamente recoge apealar, y señala que «por corrupción
dicen algunos apialar», y también pealar «forma vulgar de apealar»,
pialar «común, por pealar». En realidad se trata de un caso más del
frecuente antihiatismo del español americano; pero el correcto
apealar asimismo quedó localizado en el dominio rioplatense por
Miguel de Lastarria en su magnífico corpus manuscrito de 1804-
1805: «lo dirigen (el lazo) al cuello, o al uno o a los dos pies o ma-
nos, lo que llamamos apealar» 230.
De las numerosas documentaciones de regionalismos america-
nos de finales de la época colonial selecciono unas cuantas, a títu-
lo meramente ilustrativo, total o parcialmente coincidentes con la
extensión territorial actual que Morínigo les atribuye:
Agriada ‘disgusto, enfado’, Santamaría trae la frase hecha agriar
a uno la conserva ‘darle un disgusto serio’: «me ha hablado el mar-
quez igualmente de que te confiera los poderes de los mayorasgos
que poseo en esos Reynos y ya le tengo dicho el que tú siempre

230 Colonias II, 119r.

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fuiste dueño de ellos y que sólo la agrida que nos dimos pudo cor-
tarla más para remitirlos»231.
Amasio ‘persona que vive maritalmente con otra, sin estar legal-
mente casada’, ‘querida, concubina’ en Santamaría: «embebecido
en los alagos de la amacia... le hiso cometer el atentado de ahogar-
la», «con las insinuaciones y consejos del amacio le segó el diablo
para cometer el delicto», de 1799 (Nueva España, 666, 667).
Andante ‘caballo’ (Santamaría): v. n. 77.
Bordo ‘reparo en un cauce’: «se tomó la medida precisamente por el
bordo interior del vertical de la acequia», México, 1777 (Planos, 233).
Charco ‘remanso de un río’, en Cántico lúgubre quiteño de 1810:

corren de sangre torrentes


ríos, lagos, charcos, mares,
y todo lo que repares
anegado en estas fuentes
(Poesía, 214).

Chirrionazo, de chirrión ‘látigo’: «puso un camposantero para


que gobernara el campo santo, y se manejó aquel hombre con mu-
cha furia contra los pobres dolientes; a chirrionazo los despechaba»,
en solicitud al arzobispo de los indios del común de Actopan, de
1814 (Van Young, 2006: 409)232.
Desg reño ‘desorden’: «es increíble el aturdimiento y desgreño con
que se han manejado, y en mi concepto no han dado un paso sin que
haya sido preciso destruir y abandonar algo de lo que sacaron»233.
Despechar ‘despaldillar’: v. chirrionazo.
Disimular ‘perdonar, dispensar’ (Santamaría): «vuestra merced
disimúleme, por amor de Dios, en lo que me he propasado» (Som-
brerete, 1796)234.

231 El marqués del Valle de la Colina a su primo José Claudio Madrazo, regi-
dor de Burgos: ARChV, Pleitos Civiles, Alonso Rodríguez, Olvidados, caja 1053-
12, Méjico y junio veinte y seis de (mil) setecientos ochenta y nueve.
232 Morínigo recoge de Chile despechar ‘despaldillar’.
233 Gazeta de Buenos Ayres, 21 de agosto de 1810.
234 Carta dada en esta población mexicana por indiano vasco con larga per-
manencia en Nueva España: ARChV, Pleitos Civiles, Quevedo, Olvidados, caja
321-2. En Pasajes (Guipúzcoa) escribe una misiva el 14 de marzo de 1801 otro

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Encino ‘encina’ (Santamaría): «arboladas de encino y ocotales»,


«monte muy espeso de árboles de encino», Malinalco, 1743 (México,
183); «los referidos llanos están llenos de encinos y chaparrales»,
Jalapa de Guatemala, 1773 (Planos, 175).
Pellón ‘pelleja curtida, generalmente de oveja, que se pone so-
bre la silla de montar’: «húyesele el caballo detrás de unas yeguas,
y aunque mi esclavo salió también con el fin de ayudar a mi discí-
pulo a coger el caballo, se volvieron uno y otro cansados al puesto
sin noticia dél; pero el farmacéutico, como venía cargado con el
pellón y alforjas que havía tenido la fortuna de encontrar por el
campo...» (Relación, 235); «los pellones, ponchos y ponchillos no
han tenido la menor alteración (de precio)» 235.
Pito ‘pipa de fumar’: «Tabaco de oja, a 2 pesos arroba. De pito, a
12 reales ídem», Buenos Aires y Paraguay, 1796-1797 (lámina I).
Polvillo ‘enfermedad del trigo’: «la desgracia de las sementeras a cau-
sa del polvillo a los trigos y plaga de langosta» 236. Polvillo ‘tabaco’ (v. pitar).
Rastrellazo ‘rastrillazo (disparo)’: «habrá un año que tiró un tra-
bucazo... y que, a no haverse dicho Rojas tirado contra el suelo al
rastrellazo, estando a pie lo mata, porque dicho Muñoz le tiró es-
tando a cavallo», Metepec, 1731 (Nueva España, 477).
Tinto ‘infusión de café’, colombianismo en el diccionario aca-
démico: «Entonces se pateaba, se tronaba en los templos, se ergo-
tizaba muchas horas... Pero todos tomaban buenos tintos, bizco-
chos, mistelas, aguas, chocolate y dulce cuando se serenaban esos
fuegos fatuos que no pasaban al corazón» 237.

vascongado recién llegado de Lima, en la cual pone: «y así es menester que disi-
mulen hasta que yo verifique el objetto de mi solicittud y mi buelta» (ARChV,
Pleitos Civiles, Zarandona y Walls, Olvidados, caja 3104-4).
235 Informe del estado de la agricultura, y comercio, del Consulado de Buenos Ai-
res, 1796-1797 (v. n. 17): Buenos Ayres, mes de octubre de 1797, informe sobre Tucu-
mán (Estado de la plaza, efectos de la tierra). En este corpus es frecuente el registro
de pellón.
236 Ibíd., Buenos Ayres, mes de noviembre, informe sobre Santa Fe. Morínigo da
polvillo ‘enfermedad de la caña de azúcar’ para Argentina y como ‘enfermedad
del trigo’ para Colombia, pero en el corpus rioplatense los numerosos casos de
polvillo van referidos al trigo. Por aquellos años en este dominio el consumo de
azúcar dependía de las importaciones de Cuba y de Chile.
237 En carta del ilustrado colombiano Francisco José de Caldas, del 15 de
abril de 1812 (Silva, 2002: 572).

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

Trop e ro ‘persona que lleva una tropa de ganado o carretas’: v. n. 64.


Tupir ‘obstruir un conducto’: «este es el modo de que más se fi-
xen los sermones en los oyentes, y no tupiéndoles los oídos con dis-
tintas voces o sinónimos» (Sínodos, 128); sufijado tupiar (tupear con
antihiato): «para limpiar la sanja cuando las orruras la tupian», Cu-
ba, 1757 (Cartografía IX, 32).
Ubero ‘árbol frondoso y de poca altura que crece a orillas del
mar’: «Loma en frente de Carmona. Altura de Carmona. Huberos»,
La Habana, 1733; «playa..., descubriéndose por sobre ella la pobla-
ción con arboleda de uberos», Río Tinto, Honduras, hacia 1758
(Planos, 66, 184).
Versación ‘conocimiento de una materia’: «declare si sabe y cons-
ta de echo público allarse en aquellos jusgados suprimidas varias
causas, unas por favoreser a los reos y otras porque resulta de ellas la
mala bers ación de vuestro gobernador y su asesor» (Tortur a, 6v) 238.

Un muestreo venezolano

Llama rein os o el venezolano al colombiano, y el término figura


en papel de un funcionario al servicio del general José Antonio
Páez, del año 1829, de contenido favorable a la separación de Ve-
nezuela de la República de Colombia: «conviene que vengan to-
das, todas, todas las actas, sin quedar un rincón que no pida tres
cosas, a saber: nada de unión con los rein os o s...» (Alonso, 2004:
75); y en carta del 12 de junio de 1820 le confesaba Bolívar al ge-
neral Santander: «Al Escribas lo aborrezco ya de muerte, no sólo
porque tiene un nombre de los contrarios a Jesús, sino porque
me ha tocado a los reinosos, por los cuales he tenido, tengo y ten-
dré pasión toda mi vida» (Lengua, 301). No recoge Morínigo
frailejón, ni Núñez y Pérez, sí Tejera, pero consta en la descrip-
ción topográfica publicada por Solano: «Desde la venta se em-
pieza a subir y coger el páramo. Se pasa la Quebrada por un pe-
queño puente. Hay al principio monte bajo, después hasta los
Apartaderos todo es pelado, con solo frailejón, planta natural del
páramo», cita contigua a la que contiene p l acer, cuyo significado

238 Morínigo lo refiere a Argentina, Chile y México, y este corpus es boliviano.

201
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

parece ser el de ‘campo, prado’: «cerca de la cúspide trepa, baja


por entre las cuestas peladas, no muy pendiente, a veces domina-
do por la derecha. Se encuentran algunos placeres que sirven de
pot reros» (1991: 204).
Y en vejamen universitario caraqueño de 1801 se documenta
con acepción metafórica guavina:

es su ciencia peregrina
sobre parar un rodeo
y si lo echan al sorteo
Pepe-illo es un guavina,

así como el también regional alegrona ‘persona en ligero estado de


ebriedad’ (Núñez y Pérez):

su moza edad también fue,


como la vuestra, alegrona,
aunque le veis con corona,
sabed que está su pellejo
hecho una criba, del rejo
que llevó su real persona,

y galerón ‘composición musical cantada, con ritmo de joropo’ (Tejera):

Esas son gracias que están


corruptas en la Misión,
pues las canta en galerón
el fiscal y el sacristán.

En esto de galerón
es un maestro de capilla;
tráiganle una guitarrilla,
aunque no tenga bordón,
no importa que al primer son
no nos cante las folías,
pero oirán un verso usías,
que acaba, al decirse entero,
«le he de estar echando cuero

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

siete noches con sus días»


(Madroñal, 2005: 502-504)239.

En el Correo del Orinoco se hallan palabras tan características del


español americano actual como apurarse ‘apresurarse’, «la marcha a
Sogamoso deberá ser muy breve; es menester apurarse en trabajar
todo lo que para ella se necesita» (132), y receso, «al receso de esta cor-
poración siguieron varias acciones», «el actual Congreso se pondrá
en receso el 15 de enero de 1820» (54, 191). Y las acepciones figura-
das de escarmentar ‘pasar a cuchillo’, «asaltó una casa y escarmentó, en-
tre los llaneros equivale a pasar a cuchillo, a quantos enemigos la
ocupaban» (24), de tirar ‘fusilar’, «se pasó al enemigo en Barinas el
año pasado, ahora fue prisionero nuevamente en la Fundación; lo
puse en capilla con ánimo de tirarlo, y por varias súplicas... le he sal-
vado la vida» (394), y de la expresión tocar el violín, con aclaración se-
mántica en la misma cita: «todo esto ha de quedar entre los dos no
más, porque aquí saben tocar muy lindamente el violín (degüello), y
no quiero que me lo toquen de ninguna manera» (192).
Con el significado venezolano de ‘domar’ registra trochar el pe-
riódico bolivariano, «mucha abundancia de ganados, y aun de caba-
llos, aunque éstos cerreros la mayor parte; pero se van trochando»
(103), además de ma ng a ‘grupo de personas’, «para que sea domi-
nado a discreción por una m a ng a de facinerosos» (351), machaca
‘cantilena’, «¿qué te parece, amigo mío, del machaca de nuestro cen-
sor?; pues sabe que esta no es la mitad del sermón» (408), perf úm enes
‘perfumes’ (509), pica ‘trocha o vereda’ (10, 346), picar ‘provocar,
molestar’, «nuestra caballería ha salido en guerrillas a picarle la reta-
guardia, molestarlo en todas direcciones», «aunque nuestro egérci-
to le p ic ab a la retaguardia, no pudo obtener suceso» (100, 338), s a-
banear (318). Desde luego el acervo de voces provinciales está bien
representado en este corpus periodístico, pudiéndose sumar a va-
rias de las citadas estas otras: banco ‘extensión de terreno con vegeta-
ción arbórea que sobresale en la llanura’ (110), cajón ‘terreno llano
entre dos ríos’ (103, 110), c an allaje ‘gente de condición baja’ (100),
caño ‘afluente de un río o brazo de un delta’ (103, 110, 191), e mb al-

239 Con sentido propio guavina es ictiónimo, y como ‘canción popular’ lo re-
fiere Morínigo a Colombia, y a Argentina alegrona con el referido significado.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

sar ‘atravesar un río en cualquier embarcación’ (326), empalado ‘em-


palizada’, «hasta las partidas de observación que tenía sobre el em-
palado las ha abandonado el héroe que pretendía ocupar a Maracay-
bo» (453), hato ‘hacienda dedicada a la cría de ganado’ (52, 88,
452), llanero ‘natural de los Llanos’ (88), m ata ‘grupo aislado de ár-
boles en una llanura’ (298), monte ‘bosque espeso o selva’ (394), pa-
langre ‘negocio oportunista’ (II, 4), p ando ‘encorvado’, papelón ‘pan
de azúcar sin refinar’, roza ‘plantación hecha en un terreno rozado’
(100). Y el citado vejamen caraqueño de 1801 no sólo trae llan ero, si-
no un col ea r ‘derribar una res tirando de la cola’, que es venezolano,
pero también usual en Colombia, México y Argentina (Morínigo):

Mi mollera se abotona
si no me inspiras primero,
cómo coleaba un ternero,
cómo ensillaba una jaca,
cómo ordeñaba una vaca
el más famoso llanero
(Madroñal, 2005: 502)

LA TRADICIÓN EN EL LÉXICO

La voz ivierno es la etimológica en castellano y durante la Edad


Media la más usual, aunque no tardó en aparecer la variante in-
vierno (en Nebrija se registra ivierno-invierno), por lo que es natural
que a América pasaran las dos formas con semejante connotación
cultural, aunque en el español clásico invierno fuera recibiendo
creciente favor entre los más cultivados240. Casos como éste de va-
riación léxica, pero también en la gramática y en la fonética, sue-
len tardar mucho tiempo en solucionarse con el triunfo definitivo
y total de uno de los elementos en competencia y, efectivamente,
se ha señalado que ivierno continúa siendo popular en Andalucía
—aunque se deberían añadir algunos puntos de Canarias (Tesoro,

240 Covarrubias sólo incluye en su diccionario invierno e invernar (1611/


1984: 740, 741), y en la edición de Francisco Rico del Quijote sólo se encuentra
invierno en once registros.

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1558)—, mucho más en América: Nuevo México, zona andina del


Ecuador y Chile241, donde en 1675 lo usaba un autor culto como Nú-
ñez de Pineda: «al medio día nos acogimos a la sombra de unos cresi-
dos árboles, que en otra ocación he significado lo copioso y abundan-
te de sus hojas, continuas en el ivierno y en el verano» (Cautiverio, 628).
A finales del XVIII la corriente normativa que había triunfado en Es-
paña y en muchas partes de América entre hablantes cultos era a fa-
vor del empleo de invierno242, y, sin embargo, nada menos que Bernar-
do O’Higgins era adicto a la forma cuando menos declinante en el
uso lingüístico culto de la mayor parte del mundo hispánico en la
época: «y como el hibierno avansase, y con crudesa, determinó retirar-
se a Consepción», «no se ha efectuado por lo avansado del h ibierno»,
«no conviene hasta la primavera, por lo riguroso del hibierno»243. Por
el contrario, invierno está en carta de Simón Bolívar (Lengua, 266).
¿Significa esto que O’Higgins era de hablar popular o vulgar?
Ni su extracción familiar ni su educación y relevancia social autori-
zarían semejante conclusión, mucho menos mediando el análisis
de sus escritos, sino que se está ante un uso léxico que en otros si-
tios no admitían los cultos, pero sí en un Chile de habla en mu-
chos aspectos muy tradicional por entonces. Lo que desde la Inde-
pendencia hasta hoy ha ocurrido al respecto es que los chilenos
cultos han ido adhiriéndose al uso de invierno, quedando el anti-
guo ivierno relegado al medio popular o rústico244. Vocablo arrai-
gado en la tradición, marinerismo de origen, era asimismo maza-

241 Corominas y Pascual (1980-1991: III, 461). A pesar de estos datos, y de que
probablemente la extensión americana de ivierno será mayor, Morínigo no lo reco-
ge; claro es que el diccionario académico peca por exceso al incluir sin nota alguna
ivernal, ivernar e ivierno, esto en la edición de 1984; en la de 1992 a las dos primeras
voces se les pone la advertencia ant. (anticuado), pero no a la tercera, y en 2001 se
suprime ivernal y tanto i v e rnar como ivierno pasan a ser «poco usados».
242 El Autoridades sólo incluyó invierno, pero posteriormente Terreros tiene
las entradas invierno e ivierno, ésta sólo en remisión a la primera y seguramente
como variante secundaria.
243 Segunda carta autógrafa de las citadas en la n. 209.
244 Los perfiles sociolingüísticos, sin embargo, no son netos, pues un cuarto
de siglo antes que O’Higgins, sor Dolores, de relieve sociocultural sin duda me-
nor, recurría al empleo de invierno (Cartas, 5, 63), en sintonía con la tendencia
normativa que sobre el particular triunfaba en la metrópoli y en otras partes de
América, de modo que en Chile la variación ivierno-invierno aún debía de darse
en los estratos medio y alto de la sociedad.

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morra, de cuya elaboración fue testigo el botánico Hipólito Ruiz


durante su estancia en Chile, «de las raíces de esta planta sacan los
chilenos un almidón blanquísimo con que hacen delicadas maza-
morras o puches, blandas y transparentes como jalea» (Relación,
212), palabra, pues, con sentido distinto al de ‘comida a base de
maíz hervido’ que Morínigo da para toda la América meridional.
Y si de apego a la tradición en materia léxica se trata, sobresaliente
ejemplo es sopaipilla, andalucismo tempranamente implantado en
Chile, también es usual en Bolivia y el noroeste argentino, del que
al menos en el español chileno he constatado una pervivencia de
mayor vitalidad que en las hablas andaluzas de donde procede245.
En el corpus de Angostura se registran antiguas alteraciones fo-
néticas lexicalizadas y convertidas en usos populares, cangren ad o
‘gangrenado’ (Correo, 371) y madrasta (24, 133, 454), tanto en el es-
pañol americano como en el europeo, y mezq u in o con el sentido an-
tiguo de ‘pobre, necesitado’, «sus fuerzas sutiles son tan mezquin a s,
que no han podido aún poseer la Ziénega de Tesca» (325). El verbo
parecer ‘aparecer, comparecer’ aún competía en el siglo XVIII con su
nuevo sinónimo aparecer, si bien en desventaja por su frecuencia ca-
da vez menor, y en el español americano todavía mantiene algún
uso, recuérdese el chileno parecimiento ‘comparecencia’ (Moríni-
go), teniendo notable vitalidad en el lenguaje formal de la prensa
bolivariana, así: «ni los comisionados del gobierno español han pare-
cido», «se vieron parecer armas desnudas», «ha querido parecer en la
barra y leer una representación» (53, 327, 360).
En la documentación americana del primer tercio del siglo
XIX se advierte la variación entre manutención (Correo, 152) y man-
tención, forma de reiterado empleo en corpus coetáneo asimismo
venezolano246, y aunque la segunda forma tiene muy aislada repre-
sentación en textos ministeriales españoles de la época (Actas,
157), en América sin duda gozaba de mayor vitalidad, advierte Hil-
debrandt que Bolívar usaba indistintamente las dos variantes léxi-
cas (Lengua, 446), diferencia acentuada desde entonces también
por regresión de esta voz en España, al parecer mantenida en al-
245 V. n. 83. En datación chilena: «asadores y sartenes en que freir buñuelos y
rosquillas y sopaipillas de huevos», «entreverando platos de mariscos, rosquillas
fritas, sopaipillas con mucha miel de abejas y otros regalos» (Cautiverio, 555, 556).
246 Sínodos, 170, 190, 194, 197.

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gunas hablas rurales de Andalucía oriental: desde luego en el es-


pañol europeo no se oirá mantención de hablante culto o simple-
mente urbano, como por ejemplo sucede en Chile247. General en
español fue catar ‘mirar, observar, considerar’, ‘buscar’, que en la
crónica de fray Martín de Murúa se encuentra con sufijo -ear, «fue-
ron... a catear los cerros», con otro pasaje semánticamente aclara-
torio del anterior registro textual: «teniendo noticia los españoles
dello, fueron a reconocer el cerro y a darle catas, para ensayar los
metales dél» (Historia, 557, 564), voz que en el epistolario de la
chilena sor Dolores es frecuente, así «catá’ qui, mi padre Manuel, a
lo que sabe la crus», «catá’ qui, padre mío, cómo lo he pasado este
año» (Cartas, 45, 48), y periódicos mexicanos (Correo de la Federa-
ción Mexicana y El Sol) en composiciones satíricas que publican el
año 1827 traen el verbo catar con su sentido etimológico, ya ameri-
canismo léxico porque en España su uso estaba casi amortizado248:

y cata el retrato mero


de un astuto maromero
y un equilibrista fino

cata ahí la tinta excelente


con que imprimen diariamente
el periódico El Solero
(Costeloe, 1975: 477).

247 En su edición de 2001 el diccionario académico incluye mantención con la


mera nota de «poco usado», pero una cosa es el escaso uso general de una pala-
bra y otra que se halle limitado a determinada área y en ella a un cierto tipo de
hablantes; el Autoridades no daba cabida a mantención, tampoco Terreros. Por
mantenimiento se lee en la prensa santiaguina: «los malos indicadores económi-
cos de nuestro país..., como el IPC o la mantención del impuesto a las gasolinas»
(La Tercera, 8.1.2008, p. 2).
248 En la última edición del diccionario académico sólo las dos primeras
acepciones, históricamente secundarias, de catar (‘probar, gustar algo’ y ‘castrar
las colmenas’) se dan como vigentes, y las nueve restantes (‘mirar’, ‘registrar’,
‘buscar’, etc.) como anticuadas, poco usadas o desusadas, pero no se incluyen
sus usos americanos. Si se comparan las entradas de catar en el Autoridades y en
Terreros, se comprobará que en el primero el contenido es en buena medida
más histórico que sincrónico, y en cualquier caso el manifiesto declive de su uso,
que en Canarias, por el carácter tradicional de sus hablas, se mantiene con algu-
nas acepciones antiguas (Tesoro, 743).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

En el español de México pervive cernir ‘cerner’ (Santamaría),


ya en plano novohispano de 1787 de una máquina para la elabora-
ción del tabaco249, y hacia 1613 lo empleaba en su crónica el P. Mu-
rúa, «andan ocupados en cada ingenio en moler, cernir, repasar y
quemarlo» (Historia, 570), y si en este mismo dominio se mantiene
vertir ‘verter’, poco antes de que se dibujara la referida planta me-
cánica donde se halla cernir, al otro extremo del continente la chi-
lena Peña y Lillo escribía: «con afectos tiernos de mi alma, los que
me hasía vertir abundantes lágrimas» (Cartas, 35); por cierto que
sor Dolores en uno de sus textos epistolares echa mano del crudo
arcaísmo que ya era maletía en el español común: «sin maletía de
calentura» (50)250. El diccionario académico da parar ‘estar o po-
ner de pie’ como voz murciana, pero al menos también se encuen-
tra en hablas aragonesas, y como americanismo general, que en
forma pronominal está antes documentado en los corpus Tortura y
Nueva España, y parar ‘levantar’, que también lo empleaba Bolívar
(Lengua, 305, 306), en el Cántico lúgubre compuesto en Quito tras
los trágicos sucesos del 2 de agosto de 1810:

Sacan todos los cañones,


paran horcas y amenazan,
todos huyen, no pasan,
ni asoman a los balcones
(Poesía, 215)

En el pasaje «una plancha de f i erro llamada plat in a» (To rt ur a, 4r),


plat in a tiene el sentido de ‘plancha de hierro martillado’, que se-
gún Corominas y Pascual «parece ser el conservado en Asturias», y
al tratar del antiguo y dialectal d e sb oronar ‘desmigajar, desmoronar’
estos autores señalan su pervivencia en México, América Central,
Colombia, Chile y Argentina (1980-1991: II, 347, 471), geografía a
la que se deberá añadir el dominio boliviano, según en este mismo
manuscrito se lee: «una cárcel antigua y abandonada por húmeda y
249 V. n. 77.
250 El diccionario académico trae maletía ‘enfermedad’ como antiguo; el Au-
toridades no lo recoge, sí malatía con la advertencia de que «en lo antiguo se de-
cía malaltía», que es la forma traída por Terreros, puros arcaísmos lexicográfi-
cos, pues.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

desb oron ad a» (5v). Del acervo dialectal hispánico se ha nutrido en


gran número el americanismo léxico, y a los ejemplos citados mu-
chos otros podrían sumarse, sobre todo andalucismos y canaris-
mos, así como voces del occidente peninsular, muchas asimismo
con impronta andaluza y canaria, entre ellas, sólo de las existentes
en el C orreo del Orinoco, c añ av er a l (179), e st ero (191), lama (32), mé-
d an o (518), p ár amo (192), prieto (521), rancho (452), t r ap ic h e (99,
120), v iv a nd ero (103) y un f i erro (52, 240, 438) de inequívoca ascen-
dencia en la región leonesa y en el español de Vizcaya, las famosas
ferrer ía s vascongadas, término difundido en América por el comer-
cio metropolitano, como lo fue a nc h eta ‘negocio, bicoca’, docu-
mentado en canción ecuatoriana que se compuso el año 1820:

Ya no hay más ancheta


para su ambición,
porque ya el realista
no será el mandón251.

DERIVACIÓN

Una simple variación morfológica puede dar lugar al america-


nismo léxico, el ya considerado llam ad o y el caso de denuncio ‘de-
nuncia’, que manejaba el secretario de Bolívar en comunicación al
vicepresidente del Consejo de Gobierno del Perú el año 1826 a
propósito de una delación sobre cierto movimiento conspirador:
«y deseando S. E. el esclarecimiento de este den u nc i o, me manda
transmitirlo al conocimiento de V. E.» (L e ngua, 289). También se

251 Poesía, 248. En el diccionario académico ‘pacotilla de venta que se llevaba


a América en tiempo de la dominación española’, ‘porción corta de mercade-
rías que una persona lleva a vender a cualquier parte’, ‘negocio generalmente
pequeño o malo’, como americanismo ‘negocio, bicoca’. Corominas y Pascual
documentan ancheta en autor fallecido el año 1800, con la hipótesis de que pro-
cede del nombre de algún navegante o comerciante, probablemente vasco
(1980-1991: I, 254). Del trato comercial y postal de época colonial viene el signi-
ficado americano de cajón ‘comercio, tienda de abacería’, recogido por la Aca-
demia, así como el mexicano cajón de ropa ‘lencería, tienda en que se venden ob-
jetos al menudeo’, y sus derivados cajonero y cajonear (Santamaría): v. referencia
sobre cajoncillo en n. 256.

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crearon voces propias de la variedad americana mediante prefija-


ciones y sufijaciones sobre bases léxicas comúnmente de sentido ya
criollo, así con p otrero el anteriormente documentado empotrer a r, o
con p ár amo el e mp ar amar que el Libertador usaba: «si pueden soco-
rrer los soldados que hayan quedado emp ar am ad o s» (Lengua, 267).
De gran rendimiento en la generación léxica hispanoamerica-
na es el sufijo -ear, visto en el catear ‘explorar terrenos en busca de
alguna veta minera, hacer catas’ del mercedario vasco Murúa, y
Huamán Poma hacia 1615 ponía en su Corónica verbos como bella-
quear, em b o rrachear, molestear, tabaquear y traginear252; sesenta años des-
pués maloquear en Chile (Cautiv er i o, 969), y un mexicano mor at ear
‘amoratar’ de 1733 (Nueva España, 495); en texto boliviano de 1799
hay un e n ojear ‘enojar’ (Potosí, 193), y en el Correo ult r ag ear (186), c o r-
covear y saban ea r (318, 357). Algo parecido puede decirse de la pro-
ductividad del abundancial -oso, presente en tantas derivaciones
americanas, también en los ya documentados reinoso, sufijado con
sentido irónico de re in o (Reino de Nueva Granada), riesg os o y v ej amino-
so, pero que también está en un rotoso (Potosí, 233), y en el Correo del
Orinoco se encuentran circuitoso, espirituoso, polvoroso («nube polvoro-
sa») y sang u in oso253, pensionoso ‘penoso, dificultoso’ en texto chileno
de 1780254, por entonces también dos veces en sor Dolores (Cartas,
1, 6), anteriormente solteroso: «que es antigua costumbre coger la re-
taguardia (en el baile) los casiques y los indios más graves, y también
algunos solt erosos mosetones» (Cautiv eri o, 892).
En todo el español americano es corriente la sufijación en -ada
de sentido colectivo: cavallada, criollada, novillada y pasquinada en

252 Corónica, 588, 671, 672, 680, 705.


253 Correo, 73, 211, 232, 237, 396. El diccionario académico incluye como pan-
hispánicos espirituoso, polvoroso y sanguinoso, no así circuitoso, pensionoso, reinoso,
riesgoso, rotoso y vejaminoso. De las voces comunes habría que ver si son de más uso
en el español americano o en el de España, donde desde luego es más corriente
polvoriento que polvoroso, como también parece más frecuente entre nosotros en-
redador que enredoso, este adjetivo en escritos de Bolívar (Lengua, 456). Unas ve-
ces se tratará de cuestión de grado, otras de exclusividad; tampoco es usual en el
español europeo maloso, sí tiene registro lexicográfico verboso, pero en ab s o l u t o
corre con la frescura de su empleo en el español mexicano de Krauze, acompaña-
do de empeñoso y riesgoso (2005: 313, 330, 334).
254 Chile, 146, 147: «un camino muy pensionoso, y particularmente los invier-
nos», «cercada de montañas bastante pensionosas».

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el Correo de Angostura (102, 110, 139), bestiada ‘conjunto de bes-


tias de carga’, «toda la bestiada y ganados que lleve el batallón de
Vargas los pondrán a pastar», en Bolívar (Lengua, 463); más al sur
caballada, peonada y vacada255, y sustantivos de acción sobre lexe-
mas verbales da este sufijo en es mordida y recorrida, voces que usa-
ba Bolívar: «nadie se escapa, al levantarse, de las mordidas de la en-
vidia», «yo me voy a hacer un recorrida de esos paises» (Lengua, 292,
463), mexicanismos desorejada, desjarretada, «la desorejada del ma-
cho y dejarretada del cavallo», 1731 (Nueva España, 475), cortada,
1787, «José María Ávila tiene una cortada en la cara» (605), y lexi-
calizada también está la sufijación mascada ‘pañuelo, especialmen-
te de seda, para adorno’, en documento de 1799 del mismo cor-
pus: «que también tenía el muchacho agresor una mascada de
color en el pescuezo» (657), además del agriada ‘disgusto, enfado’
antes referido. De acepción colectiva a la par que despectiva es la
derivación en -aje de un canallaje recurrente en el citado periódico
venezolano (Correo, 100, 111), y el morfema -azo como aumentati-
vo despreciativo en carta de un capitán venezolano al coronel ar-
gentino Juan Lavalle, publicada en periódico boliviano el 10 de
agosto de 1826: «lo he visto en los bailes de Lima con unas tamaña-
zas espuelas a lo gaucho, rompiendo el traje a las señoritas» (Mar-
tínez y Chust, 2008: 203); sustazo en texto colonial altoperuano
(Potosí, 370). El procedimiento léxico-semántico en cuestión le
era muy familiar a Bolívar, quien lo emplea (gloriosazas) en carta
de 1824 por referencia a sus grandes amigas ecuatorianas: «a la
gloriosa y gloriosasas damas Garaycoas» (Documentos, 11).
Tendencia común americana es añadir al lexema el diminuti-
vo -ito sin infijo, en casos como altarito ‘altarcito’, de documenta-
ción rioplatense aunque de autor peruano, «arman sus alta-
ritos» (Colonias I, 9v), los novohispanos cajonillo, mueblito, pueblito

255 Chile, 103, 119, 218, 221; «dificultaban conseguir las caballadas necesarias
para una marcha precipitada», «han hecho los más eficaces esfuerzos para pro-
porcionarme caballadas, informes y quantos auxilios me han sido necesarios»:
Gazeta de Buenos Ayres, martes 21 de agosto de 1810; indiada en el manuscrito bo-
narense de 1781 de fray Francisco Murillo (v. n. 55, 3v). El sufijo indiada tenía
antigua y generalizada acuñación en América, y es como los realistas se referían
en México a las tropas insurgentes, al principio mayoritariamente integradas
por indígenas (Van Young, 2006: 521).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

y solarito256, ind it a (C ol egio de las Ynditas) en el P l ano general de la ciu-


dad México levantado el año 1793 (C a rt og r afía III, 57). El también
diminutivo -ico en el siglo XVII aún era usual en todos los territo-
rios castellanohablantes, pero, hacia el final de esta centuria, con
diferentes grados de vitalidad; su presencia en las cartas de Goya
descubrirán la naturaleza aragonesa del genial pintor, pues la geo-
grafía lingüística de dicho morfema derivativo anteriormente se
había fragmentado en la Península, también en América. Es, pues,
bastante seguro que conlleve una nota de regionalismo colombia-
no-venezolano su presencia en el C orre o, concretamente en irónico
comentario a pie de página del redactor de este periódico, «¿no
valdría más que V. E. continuase con sus sermoncic o s?», y en carta en
sus páginas publicada, llena de giros coloquiales: «¿no es esto lo
que quieren decir los punt ic o s?», «dígame si no el señor Cerquero
en términos castisos, claros y sin p u nt icos para que todos lo entien-
dan...» (291, 319)257.
Recurría burlescamente Bolívar al adjetivo reilón ‘reidor,
burlón’, «no parece sino que el tal defensor quería acusarlo o que,
por lo menos, pagase su desgracia con el escarnio de los reilones»
(Lengua, 297), formado con un falso sufijo -lón de notable produc-
tividad en extensas zonas de América (bebelón, comelón, correlón, pe-
dilón, etc.), con creaciones léxicas coloquiales que revelan un in-
dudable poso popular, mientras que resulta claro el carácter culto
de la sufijación en -al de voces como gacetal («fábulas g ac etales») y
congresal ‘congresista’ del Correo del Orinoco (61, 176), el segundo tér-
mino frecuentemente empleado por Bolívar (Lengua, 153, 154), que
se encuentra en una voz sin recepción académica como presidial
(«las compañías presidiales») y prov isional («bolsas para llevar el agua
y víveres p rovisionales»), de estampas novohispanas del año 1804, el
segundo adjetivo con significado seguramente aproximado al que

256 Mueblito, junto a bienecitos, en texto de 1816 que edita Van Young (2006:
167), pueblito y solarito en plantas urbanísticas novohispanas de 1732 y 1794, res-
pectivamente (Planos, 220, 243), cajonillos en carta escrita en Tetepango el 26 de
octubre de 1795: «aunque sí pienso que por diferentes cajonillos de comercian-
tes procurará tomarlos (los 1.500 reales)»: ARChV, Pleitos civiles, Lapuerta, Ol-
vidados, caja 2196-1.
257 La Calle (o callejón) de la Pulquería de Juanico se anota en el Plano general de
la ciudad de México levantado el año 1793 (Cartografía III, 57).

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tiene en el español común258. Palabras que acabarían generalizán-


dose en nuestra lengua son adicion a l, en escrito de Bolívar de 1826, y
colonial, puesta por el Libertador en nota de 1810 (Lengua, 438,
440), colonial y sistema colonial en el Correo (54, 290).
Mención especial merece el sufijo -ista, de origen culto y de ex-
traordinaria vitalidad en el español americano del siglo XVIII y
primeros decenios del XIX, fecundo también en el de España, con
numerosos registros en el Correo del Orinoco, entre ellos los de anar-
quista (517), boletinista (191, 192), estadista (400), colonista ‘colono’
(89), clubista (402), logista (246), manufacturista (208), monopolista
(423, 485, 492), publicista (387), revolucionista (470). El fundador
de la Gran Colombia tiene en su léxico bolivista ‘partidario de
Bolívar’, empresista ‘empresario’, federalista y santanderista (Lengua,
485), y en otros corpus y regiones aparecen más muestras de este
tipo de derivación, del que hay un terrenista ‘terrateniente’ en Aza-
ra, «el que no se admitan contratos por los que no son agriculto-
res, el que no haya en la Asunción más de un terrenista esento»
(Memorias, 157) y dos ejemplos en la redondilla que el Correo de la
Federación Mexicana publicó el 8 de mayo de 1827:

De republicano un tanto,
un poco de iturbidista,
un algo de borbonista
y de católico un cuanto
(Costeloe, 1975: 477).

Parece que a finales del período colonial este sufijo fue más vigo-
roso en la formación de palabras en la América española y desde
luego lo ha sido después, habiendo dado lugar a numerosos ameri-
canismos léxicos, como c am arista, campañista, conferencista, oposicio-
nista, también nombres de oficios mecánicos o manuales, sean los
argentinos cambista ‘empleado ferroviario’ y carburista ‘mecánico de
carburadores’, pero desde muy pronto la vena popular se nutrió de
258 Véase la lámina IX y n. 224. En el altoperuano Tortura se lee: «bieron y pal-
paron ynchadas en superior grado las partes jenitales y una inflamación en el ex-
ternón del pecho, además de una beterada quebradura, sin más cura que el bra-
guero para sujetar la máquina organisal» (23v). El diccionario académico no
recoge presidial, sí provisional ‘que se tiene temporalmente’.

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esta clase de derivados, pues un tabista ‘jugador de tabas’ se halla en


texto mexicano de 1813: «que no jugase con aquel yndio, que era
mui tabista y siempre le havía de ganar» (N u eva España, 719)259.

NUEVOS TIEMPOS, NUEVAS PALABRAS

La confrontación social, ideológica y militar que desataron los


movimientos independentistas y la reacción realista forzosamente
había de traer consecuencias léxicas, una de las cuales fue el em-
pleo de g od o como sinónimo despectivo de ‘español’: «puede ser al-
guna escaramuza a que los godos le quieran dar una alta importan-
cia, según lo tienen de costumbre», «no ha dejado de infundir
algún temor del nombre chileno en el pecho del godo cruel que hoy
gobierna la plaza de Panamá» (C orreo, 234, 235), con la prefijación
sarcástica de arc h ig odo (79), denominación peyorativa que reitera-
damente empleó Bolívar (Lengua, 275, 276)260, y corrió en canciones
quiteñas de la revolución: «¡Abajo, malditos godos! / ¡Viva la Junta!»,
«Al fin estos godos bungas / nos dejarán respirar» (Poesía, 190, 194).
En México, además del apelativo gachupín, de uso muy anterior a los
años de guerra con la metrópoli, se acuñó el de chaqu et a por alusión
al uniforme de los realistas, y así el P. Correa, caudillo insurgente, es-
cribía en 1811 que «mis reclutas alanceaban a los chaquetas con más
denuedo y coraje que Don Quijote las manadas de carneros»; el tér-
mino designaba también a los partidarios de los españoles, así como
coyote llamaban los indios al criollo, pero a veces igualmente al blan-
co de procedencia europea261. Y en texto chileno se halla la voz ma-

259 Son corrientes en el español de Chile formas como andinista («hallan


muerto a andinista en cerro La Paloma»), brigadista, lautarista y violentista («esta-
mos frente a movimientos violentistas»), pero también overlista y singerista para el
oficio de la costura a máquina.
260 También usa este término J. Illingrot en carta a doña Manuela Garaycoa del
3 de diciembre de 1825: «él se aplica como nadie a su profesión..., que es valiente
hasta la temeridad y afortunado en cuanto los godos saben echar sus botes a pique y
herirle infinitos soldados sin tocarle a su hijo de V. un pelo» (Documentos, 15).
261 En la revuelta de Amecameca de 1810 el párroco quiso apaciguar la situa-
ción organizando una procesión, pero el vecindario indio se opuso a la presen-
cia de los españoles europeos del pueblo diciendo que «no querían que los ga-
chupines estuvieran presentes, y si los coyotes se oponían, que también ellos se

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

turrango despectivamente aplicada a los españoles, a los que en ge-


neral los americanos consideraban malos jinetes:

Los malvados maturrangos y marineros tratan con el mismo de-


signio de adormecer vuestra vigilancia, llenando papelitos con re-
laciones falsas de triunfos quiméricos. Los europeos de noble ori-
gen que reciden entre nosotros como nuestros hermanos, ellos
mismos se ríen de estas estratagemas ridículas,

y por esa identificación del español recién llegado («marineros»)


el mismo autor se refiere a los chapetones realistas con el nom-
bre de p ol isones (como americanismo general p ol isón ‘tontillo’ en
Morínigo):

¡Que digan los polisones, los marineros, estos hombres de nada,


que con la velocidad del relámpago se han elevado al alto rango
de hombres de estado! ¡Que digan qué derechos, qué privilegios
han tenido las provincias de España para formar sus Juntas que no
tengan las provincias de América para formar las suyas!262

El estallido de la sublevación obligó a «inventarse un vocabula-


rio, o importarlo de las márgenes del habla diaria», de modo que
en México sobre el apellido del prestigioso jefe realista Félix Ma-
ría Calleja del Rey, que sería virrey entre 1813 y 1816, se creó el ad-
jetivo callejero, ofensivamente asociado a los perros de la calle, tam-
bién acallejeado y encallejado, como medio de menospreciar la
figura del afamado militar y de nombrar a los seguidores del ban-
do español, mientras encurado era el seguidor de Hidalgo y de
otros curas insurgentes (Van Young, 2006: 555, 556). A diversas fac-
ciones colombianas las llama Bolívar bartolinos (o legión colegiala),
fueran»: esta referencia y la de chaqueta en Van Young (2006: 517, 785). En el
complejo ambiente racial mexicano las masas indígenas no siempre hicieron
distingos frente al conjunto de «españoles», que incluía tanto a los «españoles
europeos» como a los «españoles americanos». Una de las acepciones que San-
tamaría recoge de coyote es ‘dícese a veces del criollo o hijo de europeo’.
262 Catecismo político christiano dispuesto para la instrucción de la juventud de los pue-
blos libres de la América meridional: su autor Don José Amor de la Patria (sin duda seudóni-
mo): circuló en Santiago uno o dos meses antes de la convocatoria al Cabildo
Abierto del 18 de septiembre de 1810. Digitalizado en http://www.memoriachilena.cl.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

colorados, orejones, sabaneros y septembrinos, cosiateros a los integrantes


de la Cosiata, movimiento separatista venezolano; había aprendi-
do el Libertador el nombre de pelucones de los conservadores chi-
lenos —pipiolos serían los liberales y los moderados estanqueros—,
menciona al bando mexicano de los léperos, sabía que en Buenos
Aires las intrigas políticas eran cubiletes, y considera republiquetas a
la naciente Argentina y a la federación peruano-boliviana (Lengua,
277, 328-337). La expresión bolivariana, sin embargo, no es sino la
ampliación semántica, sentido despectivo de ‘república o país’,
pues fueron republiquetas las guerrillas insurgentes que combatie-
ron en el Alto Perú después de los triunfos realistas de 1813, y la
invención del término se le atribuye a Bartolomé Mitre (Martínez
y Chust, 2008: 148, 155).
La violencia desatada hizo que ciertas palabras adquirieran un
simbolismo especial en aquellos revueltos años, cuando gachupín,
hasta entonces mera denominación despectiva, encarna el odio
del independentista hacia el europeo, y criollo se llena de parte de
algunos realistas de un sentido de enconado desprecio que no ha-
bía tenido hasta tal extremo, de manera que en el plan elaborado
el año 1812 por fray Manuel Estrada para la pacificación del virrei-
nato uno de sus puntos determinaba la omisión de estos términos
ofensivos en los sermones (Van Young, 2006: 429), y el significado
de indiano radicalmente se altera en boca de un indio, escribano
del concejo indígena de Ocoyoacac, según disposición testifical
en su contra: «que así todo el que se nombrara español había de
morir y que todo el que quisiera vivir seguro en lo sucesivo se ha
de llamar indiano»263, deturpación semántica que se corrobora en
texto chileno coetáneo:

Quieren manteneros dormidos para disponer de vosotros como


les convenga al fin de la tragedia; temen vuestra separación y os ala-

263 El texto también en Van Young (2006: 282). La palabra indiano no había
tenido ningún sentido peyorativo, ‘cosa perteneciente a las Indias’, ‘sujeto que
ha estado en las Indias y después vuelve a España’, ‘el muy rico y poderoso’ (Auto-
rid ade s). El primer sentido está en el sintagma sujeto indiano usado por un criollo
en 1696 (v. n. 362), pero el autor chileno que en la siguiente nota se cita inten-
cionadamente juega en su indiano con el genérico ‘propio de las Indias’ y el es-
pecífico indio ‘indígena de las Indias’.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

gan como a los niños con palabras tan dulces como la miel, mas si
fuera posible la reposición del gobierno monárquico en España, es-
tos mismos que os llaman hermanos os llamarían indianos y os trata-
rían como siempre, esto es, como yndios de encomienda264.

Se derrumba el dominio español y con él caen instituciones y di-


versas prácticas de la vida colonial, así como algunos de sus nom-
bres, como la seña, moneda de poco valor que hubo de prohibirse
por bando de Bolívar de 1821: «Informado de que a pesar de las re-
petidas órdenes... la moneda de cobre que con el nombre de señas
ha emitido y puesto en circulación el gobierno de España mientras
dominó en Venezuela continúa aún circulando...» (Correo, 461), y
correría en el comercio venezolano durante varios años más265.
También entre las disposiciones que en materia de educación tomó
el Congreso General colombiano (Rosario de Cúcuta, 26 de junio
de 1821) estaba la de que «en los pueblos de indígenas, llamados an-
tes de indios, las escuelas se dotarán de lo que produzcan los arrenda-
mientos del sobrante de los resguardos» (Correo, 490), lo que en mo-
do alguno significa que la palabra i nd io fuera sustituida por i nd ígena
en la lengua de los independentistas, pues en el periódico bolivaria-
no la primera es la comúnmente empleada, sino que en el texto ofi-
cial el legislador quiso marcar distancias respecto de lo que era la
terminología propia de la administración española.
Cambian muchos nombres de lugar en América a consecuen-
cia de la emancipación, aparte de intentos que no cuajaron. Así el
que tiene eco en una elegía A las víctimas de Cundinamarca: «El
Continente de Colombia obró de acuerdo sin comunicarse, porque
la naturaleza y la virtud animaron a sus moradores de un mismo
espíritu», y en nota a pie de página del Correo del Orinoco se aposti-
lla: «Nombre más justo de América» (223), y colombianos llama a
los americanos un titulado Dogma filosófico de la insurrección, artícu-
lo chileno que publica el mismo periódico de Angostura (376); y
en su carta a Apodaca no habla Itúrbide de México, aunque el
nombre nacional ya estaba en curso, sino de que «sea tarde o tem-
prano, el Septentrión de América debe separarse de España, aunque
264 Enel Catecismo político citado por la n. 262.
265 Según nota Martha Hildebrandt, en Barlovento se llama seña al centavo o
puya de bolívar (Lengua, 424).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

pese al tiranismo» (v. n. 131)266. Ciertas palabras se cargaron de


sentido ideológico, infidencia pasó a significar ‘sublevación o
insurrección’, y el sentido en que se tomaban dependía del bando
que las empleara, los bolivarianos prefirieron disidente y disidencia
a insurgente e insurgencia, y sobre todo rotundamente rechazan el
calificativo de rebeldes que les aplican los realistas267. En la petición
de amnistía hecha el año 1811 por un criollo mexicano confiesa
éste su ignorancia en materia política por el medio rural en que se
había criado, pues las «cosas de Estado, de política, y de gabinete
están tan distantes como que es un idioma desconocido y que ja-
más se pronuncia entre nosotros» (Van Young, 2006: 242), pero
estas cuestiones y la terminología a ellas concerniente interesaron
cada vez a más gente durante la guerra contra España y en los pri-
meros pasos de las nuevas repúblicas, dándose lugar a discusiones
de teoría política como las que por 1828 ocuparon las páginas del
diario Águila Mexicana sobre las acepciones del término partido
(Costeloe, 1975: 157, 158).
En consonancia con la ilustración dieciochesca y con las in-
quietudes políticas y culturales que se vivían por los años de la In-
dependencia está el empleo de cultismos como los que figuran en
el Correo del Orinoco, que vienen a coincidir con los que proporcio-
nan otros textos americanos de la época, entre ellos el muy raro
acefalar, «complicadas de esta manera las máximas del gobierno
acefalado de la Península» (328), además de alucinar (345, 402),
también en alternancia con la grafía halucinar (88), aerostático
(498: globo aerostático), aneurisma (124), autómata y comitente (378,
379), fluido vacuno (227), procrastinar en «también se ha recurrido
a un nuevo estratagema para procrastinar y engañar» (193), prospec-
to (270, 457), retrogradar (276, 290, 333), latinismo que se reputa
muy raro en español pero que tiene numerosas citas en este texto,
así como su adjetivo retrógrado en «movimiento retrógrado del Pao a
266 Hasta que no se generalizó México por Nueva España no fue raro denomi-
nar el territorio del virreinato como la América Septentrional. Pero años antes de
que estallaran las primeras insurrecciones independentistas en textos oficiales
(de la administración, de la milicia, etc.) ya se empleó el término Reino de México
(v. n. 273).
267 Del uso «políticamente correcto» de los independentistas y de su opción
político-militar según el bando contendiente hay numerosos pasajes en el Correo
del Orinoco, así en las páginas 57, 223, 248, 328, 354, 510, 511.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

Valencia» (239), stenógrafo (91), taquígrafo (446). Varios son los as-
pectos de la cultura y de la ciencia implicados en estos usos léxi-
cos, incluido el término físico electricidad: «la independencia de
Guayaquil, que se supo en México en octubre, obró por todas par-
tes con los efectos de la electricidad» (468), y eléctrico: «cuatro o cin-
co palabras que solamente alcanzó a pronunciar llenas de unción
y ternura fueron un fuego eléctrico que abrasó el corazón de cuantos
las escuchamos» (240). El sentido figurado que en esta cita tiene
el adjetivo eléctrico se convierte en la acepción ‘enardecer’ del ver-
bo electrizar, que se tuvo por galicista: «la memoria de estos héroes
electriza la imaginación más apática», «la sangre de los patriotas de-
rramada por ellos infructuosamente sólo servía para electrizar a los
que se habían decidido por la noble empresa», «con cuyo nombre
electrizado, S. E. el Vice-Presidente no cesaba de repetir los brindis»
(115, 398, 432). La situación política, económica y militar que vivía
América en un ambiente ideológico especial se refleja en el uso de
vocablos y sintagmas como a dm in i st r ación ‘gobierno’ (428), c ol onial
y sistema colonial (54, 290), comicio (284), constitución política (357),
contrarrevolución y antirrevolución (296), despotismo (453, 518), despo-
tizar (413, 454), disidente (293, 354), faccionario (410), faccioso (73,
454), filantropía (453), gobernador político (79), imperio de la ley
(325), insurgente (22, 354, 429), jefe político (354), insurrección e in-
surreccionar (282, 398), movimiento revolucionario (284), procurador
general de la República (91), soberanía nacional (460), terrorismo (282),
tribunal de cuentas (198).
Particular interés lingüístico, pero también sociológico e ideoló-
gico, tienen los extranjerismos que al español americano llevaron
los aires independentistas. La atracción que por lo francés sentían
las minorías de ilustrados americanos venía de los últimos decenios
del XVIII, y en el embargo de libros de Antonio Nariño, efectuado
en Bogotá por el Santo Oficio el año 1794 es largo el inventario de
los titulados en lengua francesa (Silva, 2002: 295, 296), y Simón Bolí-
var, que la hablaba y escribía, tenía su biblioteca principalmente
compuesta de obras en este idioma, alrededor de setenta, junto a
seis libros en inglés (Lengua, 19). Y el observador viajero que fue el
sevillano Francisco de Saavedra esta opinión sacó de las elites crio-
llas en la misión que desempeñó por América entre 1780 y 1782:

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Los criollos se hallan en el día en muy diferente estado del que


estaban algunos años ha. Se han ilustrado mucho en poco tiempo.
La nueva filosofía va haciendo allí muchos más rápidos progresos
que en España (el celo de la religión que era el freno más podero-
so para contenerlos se entibia por momentos). El trato de los an-
gloamericanos y extranjeros les ha infundido nuevas ideas sobre
los derechos de los hombres y los soberanos, y la introducción de
los libros franceses, de que hay allí inmensa copia, va haciendo
una especie de revolución en su modo de pensar: hay repartidos
en nuestra América millares de ejemplares de las obras de Volter
(sic), Rousseau, Robertons (sic), el Abate Renal (sic) y otros filóso-
fos modernos que aquellos naturales leen con una especie de en-
tusiasmo (Morales Padrón, 2004: 30-31)268.

A veces resulta problemática la plena identificación del extran-


jerismo, así en el caso de rec es o, americanismo general ya docu-
mentado, préstamo del inglés recess para Hildebrandt (L e ng u a,
156) y Morínigo, simple latinismo para Corominas y Pascual (1980-
1991: II, 13), aunque efectivamente la influencia de las formas par-
lamentarias británica y norteamericana hayan determinado su di-
fusión por la América española. Más difícil de aceptar es la
propuesta de anglicismo que el mismo Morínigo hace para act u a-
rial, en vista de que actuario ‘escribiente o notario ante quien pasan
las causas’ (A ut or id ad e s) es voz acreditada en el antiguo lenguaje fo-
rense español, y se encuentra en el boliviano To rt ur a, «los autos de
que se trata y paran en el oficio del actuario Ángel Aztete» (8r), an-
terior al influjo del inglés en esta materia, argumento que vale para
prov ee r, como americanismo procedente del inglés, ‘disponer,
ordenar’, dado por dicho estudioso, pero con igual forma y acep-
ción en el primer diccionario académico, y en fuentes anteriores.
En cuanto a p aq u ete ‘buque’, con registro en el C orreo del Orinoco
(520), en anterior estudio (2007: 172) lo tomé por préstamo fran-
cés, siguiendo a Corominas y Pascual (1980-1991: IV, 331), pero a
este vocablo, de frecuente uso en Bolívar, Hildebrandt lo da como
anglicismo, de p a ck e t, abreviación de p a cket boat (Lengua, 161).
268 El mismo Saavedra proporciona noticias sobre el aprovisionamiento de
víveres para La Habana, y de la entrada en su puerto de una embarcación proce-
dente de Filadelfia (133, 219).

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

Lo cierto es que el español americano del último tramo colo-


nial y de la Independencia fue campo abonado para el extranje-
rismo, con préstamos galicistas como c h ic ote en Lastarria, «c h ic otes
trenzados de muchos ramales de cañones delgados de plumas, de
nervios y cuero» (C ol onias I, 65r); c h ic otazo en el Correo del Orinoco
(139), junto a b r i n ‘especie de lona’ en c h aqueta de brincillo (180),
c o mp lo t, plural c o mp l oe s (238), y c o mp l otar en comunicado proce-
dente de Buenos Aires (246), c ol on e l (394), e sp i onar (23), f il ibus-
tier (40), f o rn it ur a y furn it ura (285, 388, 411), f u ete ‘látigo’ (84), p o-
lizón (358) y p ol isón (510), recuérdese el chileno pol isón a nt e s
documentado; en cuanto a res o rte ‘jurisdicción, atribución o
competencia’, americanismo de amplia difusión territorial (Mo-
rínigo), está en el periódico bolivariano, «en conformidad irá a la
nueva capital del Estado en sus casos todo lo que no sea del res o rte
militar» (349), pero también se halla en anterior corpus altope-
ruano: «si antes me opuse, arresgando (sic) mi vida abisando al
theniente de alguacil José Soria y demás ministros de su res o rt e...»
(Tort ur a, 13v). Están también en el mismo periódico los galicis-
mos directos: d es e rt, «disponiendo en las salas capitulares un mag-
nífico y exquisito desert la noche de aquel día» (519), e mb r as ur a
‘tronera’ (520), petit maître, «allí el lascivo petit-maître hace juego a
la incauta doncella con gestos indecentes» (97) y rem a rc ab l e: «en
los Estados Unidos tenemos un exemplo rem a rcable de esta ver-
dad», «hay ocurrencias rem a rc ab l e s después de mi última comuni-
cación» (143, 346), galicismo también de Bolívar (L e ng u a, 93). Y
tempranamente, en 1810, en la relación versificada de un quite-
ño aparece el verbo mas ac r a r:

Quebrantadas las puertas,


los derechos violados.
¿Es este país salvaje?
¿Qué escena es ésta,
a qué infame masacro?
(Poesía, 232).

Embrasura y merlón, de la terminología militar, en planta de


Puerto Real de Jamaica del año 1782, junto al también galicismo
marchante: «18 embrasuras son déviles, vajos los merlones y están en la

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

arena y 5 cañones sin efecto», «carenero de navíos marchantes»


(Planos, 187); «remarcable falta» en plano de la isla de San Carlos,
en la desembocadura del Misisipi, de 1769269. El contacto de espa-
ñoles y franceses en las Antillas y en la Luisiana, unas veces de
alianza y otras de enfrentamiento, explica algunos de los referidos
préstamos, así como el del derivado verbal de glacis en plano do-
minicano de 1818: «línea atrincherada, con 4 redientes todo de
tierras glasisadas, para cubrir la playa»270; el de abatisaje en descrip-
ción cartográfica de Nassau, de 1782: «casas fuertes con abatisaje
de árboles y tres cañones contra el desembarco», «retrinchera-
miento al O. con abatisaje»271; brisura (fr. brisure) en planta del casti-
llo de San Cristóbal, de San Juan de Puerto Rico, de 1765: «brisuras
proyectadas en la cortina para aumentar los fuegos de los flancos»
(Cartografía IX, 193)272. Y en el proyecto de invasión tramado por
un partido norteamericano reunido en Luisiana en 1806 se lee
ampararse ‘apoderarse’ (fr. s’emparer) y gentes de color ‘negros’:

Los americanos en número de tres mil se reunirán en Baton


Rouge, se ampararán del fuerte, de allí pasarán a la Movila, de don-
de con el socorro de quinientos hombres, algunas fragatas y em-
barcaciones de transporte que aguardan de la Jamayca, caerán so-
bre Panzacola. Vna vez tomada esta plaza, se hará una expedición

269 Citado en n. 110.


270 Croquis que demuestra la posición de las baterías, atrincheramientos y playas de
Jaina (Cartografía IX, 266). Morínigo señala en Puerto Rico el simple glacis como
glácil, que en Perú es ‘explanada de ladrillo donde se ponen a secar al sol los
granos’.
271 AGI, MP, México, 388. Morínigo recoge el galicismo no sufijado abatís con
referencia al dominio rioplatense con la acepción ‘trinchera improvisada con
troncos, fosos y ramas de árboles’, anotando que «se emplearon durante la gue-
rra del Paraguay con la Argentina, Uruguay y Brasil». En este plano el asimismo
préstamo francés croquis, de recepción académica muy posterior.
272 Por los conflictos que siguieron a la concesión a Francia de una parte de La
Española el galicismo crudo salpica los mapas militares españoles, así levé (fr. levée
‘dique’) en plano de la población haitiana de Bayajá, de 1794: «se halla contenida el
agua con un levé o fuerte margen de unos 6 pies de altura» (Cartografía IX, 256). A
causas muy distintas obedecerá la presencia de usina («usina de gaz») en plano de la
ciudad de Buenos Aires de 1882, en el cual también se halla barr acas («barr acas al
norte», «barracas al sur»), que si, como parece, tiene sentido de ‘casernas, cuarteles’,
sería el americanismo adaptado del inglés barracks: AGI, MP, Buenos Aires, 257.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

abierta por el Río Grande; entonces los criollos de la Luisiana, los


españoles seducidos y las gentes de color se reunirán...273

Tratándose de anglicismos, el texto que se acaba de citar docu-


menta m ay o r («m ay o r de milicias»), del inglés m aj o r ‘comandante’, y
g e nte de color, traducción de c ol o ured person aunque con posible apo-
yo del francés274. En el C orreo del Orinoco aparece reiteradamente,
así: «pero la g e nte de color... no podrá establecerse en ninguna de
aquellas posesiones por la aversión de sus habitantes a las castas de
tintura africana» (303), «excluyendo las g e ntes de color orig in arias de
África, exclusión injusta respecto de una clase numerosa, ocupada
casi toda en el cultivo del suelo, y en la cual hay ya un gran número
de familias industriosas honradas, y aun ricas» (374), «Cuba, por
egemplo, donde el número de esclavos y g e nte de color es muy gran-
de» (375)275. Tanto del inglés como del francés puede proceder la
voz h ar a nga ‘arenga’ de un texto de 1770 dada en el sureste de los
actuales Estados Unidos: «En la primera (cañada) vimos una ran-
chería de gentiles, que salió a recivirnos al paso; uno de ellos hizo
su h ar a nga y cumplido, a la que sólo respondimos con demostracio-
nes y señas de agradecidos, pero sin detenernos»276.
Muy probablemente confluyeron las influencias francesa y an-
glosajona en la generalización de corte ‘tribunal de justicia’ en el
español americano, empleado por Bolívar: Corte Superior de Hacien-
da y Corte Superior de Justicia (Lengua, 47), que el Correo del Orinoco
trae en la traducción de un periódico estadounidense sobre cierto
juicio desarrollado «en la Corte del Distrito de los Estados Unidos
273 Disposición revolucionaria del Partido Americano para invadir el Reyno de México
y otras posesiones españolas en el Seno: AGI, Santo Domingo, 2600, 857r. Remite el
informe a Pedro de Ceballos, secretario de Estado, el marqués de Casa Calvo,
nombrado comisario para la entrega de la Luisiana.
274 Opina Hildebrandt que hombre de color, expresión usada por Bolívar, es cal-
co de les hommes de couleur (Lengua, 142).
275 Negro era palabra evitada por su sentido socialmente peyorativo, sustituida
por otras con atenuación semántica, moreno sobre todo: «ellas (las almas), dice, o
blancas o pardas o morenas...», «si no fuese muy numerosa la emigración de los
pardos y morenos, serían quizás tolerados» (Correo, 234, 303).
276 Diario del viaje de tierra hecho al norte de California de orden del Marqués de
Croix por la tropa destinada a este objeto al mando del capitán Gaspar Portolá: AGI, Esta-
do, 43, N. 7, 2, 2v. Dado en «Puerto y Real de San Diego, siete de febrero de mil
setecientos y setenta» (73r).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

en Baltimore..., que esta Corte tiene jurisdicción bastante y debe


hacer restituir la propiedad que ahora está aquí» (213), en otros
pasajes tanto con la forma simple como en Corte de Justicia277. Indu-
dablemente el lenguaje forense francés y angloamericano tuvo
gran eco en la América española, algo bien sabido y que evidencia
un artículo publicado en la Aurora de Chile con el título De los juicios
por jurados, «según lo describe M. de Lolme, exponiendo la juris-
prudencia criminal de Inglaterra», en el cual abundan términos
ingleses, algunos mixtos de francés: sheriff, grand jury, petit jury, ju-
ries, pannel, «toda la lista de quarenta personas que presenta el she-
riff, y se llama pannel», verdict, to the array, «la primera se llama recu-
sación, to the array», «culpable, guilty», alguno ya adecuado a la
morfofonética hispánica, caso del americanismo barra, adaptado
del inglés bar: «el día en que la acusación ha de juzgarse definitiva-
mente el acusado comparece a la barra del tribunal»278, que tam-
bién se halla en artículo traducido del Morning Chronicle que apa-
rece en el Correo: «El 5 el general Riego ha querido parecer en la
barra y leer una representación a las Cortes» (360).
Este periódico registra también bill, club («club de liberales») y
clubista (284, 402), comodor (208), galón, «se vende un alambique
completo de 160 galones» (520), committee (184), lugre ‘embarcación’
(364), monopoli (inglés monopoly), «no pierde ninguna de las venta-
jas mercantiles (el monopoli) que ha gozado hasta ahora en aque-
llas provincias» (492), con la cursiva y el paréntesis que el redactor
puso, queche ‘embarcación’ (484), retaliación ‘represalia’, y retaliar:
«fueron fusilados por los independientes como una retaliación de
la muerte de Mina» (39), «habría sido necesario retribuir y retaliar
ojo por ojo y diente por diente» (234), «han rehusado noblemen-
te retaliar con sangre esas terribles escenas» (276). La presumible
presencia del anglicismo barraca ‘cuartel’ en el Buenos Aires de
1882 (v. n. 271) es segura en el plano de Pensacola de 1781, hecho
tras la toma de esta plaza a los británicos por Bernardo de Gálvez,
asedio en el que por cierto participó Francisco de Miranda con el
grado de capitán, en cuyas fortificaciones figuran unas «barracas
277 Correo, 8, 14, 219, 239, 423. Hildebrandt tiene corte por galicismo, pero el
ejemplo norteamericano sin duda contó en la adopción de este préstamo, y qui-
zá con más fuerza que el francés.
278 Tercer número de la Aurora de Chile citado en la n. 117.

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

empesadas» y un «reducto abandonado de 12 cañones, con vna


barraca a prueba de bomba»279. El comercio con los Estados Uni-
dos y con las Antillas extranjeras explica el registro de tobaco en la
lista de salidas del puerto de Angostura: «Bergantín americano,
Yrene, capitán Estevan, para Filadelfia, con cueros, cacao, añil, al-
godón y tobaco» (Correo, 496), así como la frecuencia del anglicis-
mo ron, alguna vez con grafía rom, en este periódico venezolano280.
Y si Bolívar emplea el préstamo bote ‘buque’ (y bote de vapor), así co-
mo la palabra inglesa steamboat (Lengua, 161, 162), en el corpus pe-
riodístico he podido seguir la secuencia de su adaptación léxico-
semántica al español, primero con el emparejamiento sinonímico
de bote (inglés boat) y buque, pasando al híbrido bote de vapor y final-
mente a buque de vapor, con una aparición del inglés steamboat, asi-
mismo en el Libertador, y un repetido buque de vapor de Fulton con
mención del inventor de «este artefacto»281.

DE INDOAMERICANISMOS

Cuando en su gran diccionario se refirió Terreros al «castellano


que llaman provincial», claramente le constaba la diversidad diatópica
reinante en el léxico del español de América a finales del siglo XVIII:

No es menester pasar a las Indias, en las cuales, omitidos sus in-


numerables idiomas nativos, en que casi se diferencian por luga-
res o por mui pequeños distritos, dan casi en cada Reino y Provin-
cia diverso nombre a un mismo objeto282.

No precisa más el sabio jesuita, pero en su obra recoge muchísi-


mas más voces procedentes de lenguas indígenas que americanis-
mos léxicos, es decir, aquellas palabras llevadas al Nuevo Mundo
por emigrados españoles, pero no sólo por ellos, y que con distin-
tos motivos acabaron siendo peculiares de los dominios hispanoa-
279 AGI, MP, Florida y Luisiana, 247.
280 Co rreo,36, 380, 388, 392, 400, 404, 416, 424, 430, 466; «la subasta del aguar-
diente rom o de caña» (204). Tobaco es de presencia testimonial frente a tabaco.
281 Correo, 68, 239, 442.
282 Prólogo, IV.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

mericanos en toda su extensión, o en algunas de sus partes. Por


otro lado, la diferenciación dialectal del léxico americano es más
numerosa, y sobre todo lo ha sido en siglos pasados, en el vocabu-
lario de origen indígena que en los llamados americanismos, aun-
que esto ni es ni ha sido parejo en todos los territorios ni en todos
los medios sociales, y aún menos se verifica por igual la impronta
del indoamericanismo léxico en los textos que sirven a la retros-
pección histórica. Veamos como primer ejemplo la información
que sobre el particular ofrecen las páginas del Correo del Orinoco.
Se atestiguan en ellas unos pocos quechuismos: coca (105), cóndor
(201), chasqui (326), mita en referencia histórica (65), pampa (472) y
quina (511); escasos nahuatlismos también: cacagual ‘cacahual, cam-
po plantado de cacaos’ (47), nopal (434), zapote (324), préstamos de
las dos grandes lenguas precolombinas que se hicieron generales o
de gran implantación geográfica en el continente americano. Se en-
cuentra un inventario algo más crecido de tainismos de difusión ge-
neral o de amplia implantación en América, extendidos como fue-
ron por los colonizadores desde las Antillas por tierras continentales:
bejuco (338), cabuya (237), huracán (75, 408, 484), también escrito
uracán (264), maíz (100), sabana (325), con el sufijado hispánico sa-
banear (318, 357), yuca (100), y otros indigenismos taínos cuya exten-
sión se halla limitada a las Antillas, Colombia y Venezuela, alguno
también a la América Central: caney (30), casabe (359), conuco (103,
120), jeniquén ‘henequén’ (351). La geografía lingüística de estos
usos léxicos marca trazos de identidad regional, más determinados
aún y relevantes en el caso de los indoamericanismos caribes de Tie-
rra Firme, entre los cuales se cuentan los generales loro (61, 136) y pi-
ragua (147), caníbal ‘feroz, sanguinario’ y caribe con igual sentido,
aplicados por los independentistas a los realistas (42, 233). El parti-
cularismo regional se verifica en caraota (338), catire (466), chigüire
‘roedor de gran tamaño’, «ha tenido que alimentarse en el Caujaral
y otras partes de burros y chigüires» (88), curiara ‘embarcación hecha
de un tronco de árbol’, «los españoles... armaron tres esquifes y tres
curiaras, que a las 7 de la mañana estaban ya al costado del bergan-
tín» (329), gilayuco ‘taparrabos de los indígenas’ (247), guairo ‘em-
barcación de una vela triangular’ (384, 400, 416, 424), jojota ‘mujer
joven’, «no hay ni una sola jojotilla de pecho parado que haya podido
animar al señor mayor de 25 años» (100), morichal ‘terreno poblado

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

de palmeras moriches’ (298, 300, 384, 388), tacís ‘especie de hacha


de punta curva’ en «8 caxas (de) tasises» (40).
El análisis de este voluminoso corpus periodístico verifica que
el alto número de americanismos léxicos que arroja contrasta con
la mayor parquedad del vocabulario indígena, en el que priman
los términos de origen taíno y caribe, con apreciable presencia del
regionalismo colombiano-venezolano. Esta realidad cuantitativa
del indoamericanismo en el Correo es natural, habida cuenta de la
condición social de los autores criollos de sus textos, que temática-
mente también son diversos.
El texto boliviano Tortura, ambientado en la Cochabamba de
1791, sólo testimonia tabaco, desde mucho antes general en el es-
pañol de los dos continentes, y el mexicanismo originario petaca,
«las ocho petacas de tabaco, que ocupaban dos mil masos» (19r),
por entonces sólo común en el americano283, a pesar de que depo-
ne un criollo con lengua de rasgos populares, en una ciudad de
dominio mestizo y fuerte presencia indígena, pues uno de los per-
sonajes citados se llamaba Enrique Torres y Guañacota. Pero la te-
mática del relato procesal no era compatible con el indoamerica-
nismo léxico, y no por rechazo alguno de principio, como
tampoco era contraria a los términos autóctonos la chilena Peña y
Lillo, que sin embargo apenas recurre al mapuchismo chavalongo,
«sé que ya, grasias al Señor, queda su reverensia libre de todo peli-
gro del chavalongo» y a tucuy en diminutivo hispánico, «remítole...
dos servilletas y el tucuisito que me envió, con el reboso» (Cartas,
51, 64)284. En cambio, el español Hipólito Ruiz, por el espíritu ob-
servador del científico y el trabajo descriptivo que llevaba entre
manos, no sólo recoge con definición el citado mapuchismo, «me

283 De petaca dice Terreros: ‘en América, una especie de cofre cuadrado he-
cho de cierta palma...’. Frente a esta penuria del indoamericanismo en el texto
altoperuano, están sus americanismos léxicos botar, desboronado, fierro, pensionar,
platina, resorte y versación.
284 Mientras que en su epistolario abundan americanismos léxicos como ar-
diloso, borbosada, cargosidad, catar, dolama, fresada, pensionoso, pitar, pollera, polvillo,
taimarse, y otros que pueden seguirse por el índice de la editora de sor Dolores
(Kordic Riquelme, 2008). Tocuyo o tucuyo (y tucuy) es indigenismo de origen in-
cierto, aunque se suele identificar con la población venezolana de este nombre,
de antiguo famosa por su actividad textil, y el nombre común en Sudamérica
desde luego es de difusión mucho más amplia que la de chavalongo.

227
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

acometió a los pocos días de estar en Santiago una especie de ta-


bardillo, que llaman allí chavalongo» (Relación, 233), sino que con
toda naturalidad recoge cualquier objeto de su investigación de
campo con su nombre, fuera indoamericanismo o americanismo
léxico, a veces con su equivalencia en el español general, «mem-
brillos que llaman lúcumas, y son de delicado sabor y olor» (208),
atestiguando en este caso el uso de tal quechuismo en Chile, así
como el de turucasa con el sinónimo taíno guayacán, «Porlieria
hygrometra (V = vulgar) turucasa y guayacán en el Reyno de Chile»
(276), y de Muña, pueblo «en diez grados de altura casi en frente
de Huánuco por la parte oriental de esta ciudad, a 24 leguas de ca-
mino de ella y sobre una meseta», dice que «el terreno... es fértil y
a propósito para todo género de semillas y frutos, pero se conten-
tan sus naturales con el maíz, frijoles, papas, camotes, cayotas, zapayos
(sic), arracachas, achyras y algunas verduras mal cultivadas»
(284)285. Este pequeño listado no sólo confirma la importancia
que naturalmente el quechuismo tiene en el español peruano, si-
no asimismo la extensión a esta región de nahuatlismos antes de la
Independencia, algo que la documentación también asegura para
Chile y el Río de la Plata (lámina X)286.
En el diario que acabó en 1781 sobre la exploración llevada a
efecto el año anterior «de los ríos de Jujui, Tarija y Grande», fray
Francisco Murillo tampoco se priva de dar cabida a bastantes indi-
genismos, todos los que su relato requería, entre ellos, como en
Tortura, el nahuatlismo petaca, alguna voz guaraní, pacara, y no po-
cos quechuismos, naturales en el territorio rioplatense al que se
refieren, entre ellos charque, chasque, choclo, gualca, lechiguana, qui-
naquina y zapallo287. Al autor de esta relación todas esas voces le re-
sultan familiares, pues sin ninguna explicación las usa, y cuando
no es así, en su redacción se advierte en su primer empleo, «me re-
galó dicho ladino un poco de fruta que llaman chañar» (8r), no así
285 Morínigo localiza lúcuma en Chile y Perú, pero turucasa sólo en este país;
Hipólito Ruiz define lúcuma como ‘membrillo’, no ‘fruto comestible parecido a
una ciruela’.
286 Trujillo, IV, 124. Dicho corpus, además de esta voz náhuatl, testimonia
achiote en adaptación peruana (achote), así como capulí, copal y zapote (III, 54; IV,
4, 29, 124). Hipólito Ruiz igualmente acarrea a su obra numerosos términos ma-
puches, sobre todo nombres de la flora.
287 Citado en n. 55.

228
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Lámina X
El mexicanismo camote en el Perú (n. 286).
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

en la segunda aparición del quechuismo: «las márgenes del río en


este día y los quatro antecedentes, todo campos y algunas sejas de
montes de algarrobos y chañares» (9r).
El cultísimo catedrático Miguel de Lastarria, cuando emite opinio-
nes de carácter oficial o doctrinales, ni un indoamericanismo emplea,
porque lógicamente no casa en tal tipo de texto, pero en las descrip-
ciones de los dominios rioplatenses tiene observaciones como ésta:

Usan frecuentemente de sus singulares armas, el lazo y el loque


o live que llaman en Chile, y en el Río de la Plata las bolas, que son
tres piedras redondas ferruginosas, mui pesadas, como de quatro
dedos de diámetro la una, gradualmente menores las otras dos, fo-
rradas en cuero y atadas a un centro común con fuerte cuerda de
nervio o cuero, largas de una y media vara (Colonias II, 118v, 119r),

y no sólo informa sobre el capiguará y el quiyá, sino que de la piel


de esta nutria «hacían los antiguos guaranís sus quiyapás o vesti-
dos» (II, 31r), además de referirse a las variedades de la chicha de
las zonas que conocía: «no obstante que no ignoren el modo de
hacer fermentar v. g. la chicha de manzana de los araucanos, de
maíz de los peruleros y de otras semillas o jugos que generalmente
embriagan a los bárbaros» (I, 64r).
Semejantemente, el manuscrito del Consulado bonaerense de
1796-1797 tiene sus pasajes de tipo burocrático exentos de vocablos
amerindios, que sin embargo aparecen cuando se relacionan los
productos comercializados en las distintas plazas, como son las ba-
teas, el camote, el maíz, los ponchos y el charque, o los que se crían en de-
terminadas regiones; así en el Paraguay, aparte de los denominados
con los americanismos habillas y y e rba de palo, los de nombre guaraní
car ag u atá, güembé y mandioc a, los quechuas p oroto y z apallo (z apayo) y
el tainismo general batata (v. lámina I), como en la relación de los
«Efectos y frutos de América que se introducen en esta Capital»,
Buenos Aires, de la Provincia del Paraguay se mencionan las «pal-
mas, cañas, tacuarás, mazas, exes y demás necesario para carretas».
En ocasiones el redactor se siente obligado a definir el indigenismo,
«tucuyo o lienzo de algodón», especialmente si lo considera particu-
larismo regional, como se ve en esta estampa con los guaranís car a-
guatá y güembé, en páginas anteriores «huembé, especie de yerba que

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

suple en los barcos al cáñamo», igual que en la relación de los «efec-


tos de la tierra» de consumo en Potosí se cuentan «10.500 cestos de
coca que llaman gat er a» procedentes de La Paz288.
No es cuestión, pues, de preferencias personales ni de condi-
cionamientos ideológicos, sino de la pura y simple necesidad co-
municativa, que unas veces se impone y otras resulta imposible. En
el mismo corpus Nueva España editado por Concepción Company
hay textos de finales del siglo XVIII y principios del XIX sin un so-
lo indigenismo léxico y otros en los que esta clase de palabras
abunda, según las personas y situaciones sociales implicadas, en
definitiva de acuerdo con el contenido del documento. Hay cor-
pus mexicanos del último siglo colonial y de los años de la Inde-
pendencia con raras voces vernáculas, o con ninguna, y otros que
por su propia condición temática las exigen, como aquel de 1743
que en una sola plana trae chirimoya, maiz, ocotal, petate, tianguis y
zacatonal, y en otra (a)guacate, bateas, caciques, capulí, chagüistle, chi-
le, ixote, jitomate, magüeyes, maíz, matlazahuatl, ocote, petate, pulque,
tianguis, tomate, tuna (México, 179, 184).
Todos los textos en esta investigación manejados se rigen por
estos principios, que de alguna manera reflejan lo que debía de
ser el comportamiento estrictamente lingüístico de los hablantes
en la época respecto de los indoamericanismos léxicos289. La con-

288 Corpus citado en n. 17. Cuando se anotan los productos de la zona de La


Paz, cuya «agricultura consiste en el plantío de cocales, viñas y algunos cañavera-
les en los valles», se añade que «en las punas se siembra trigo, maíz, cebada y
otros granos: papas, ocas, quinua, cañagua», con tres quechuismos (cañahua, oca y
quinua) que no se encuentran en las relaciones propiamente argentinas.
289 Claro es que la lengua escrita refleja la realidad de la hablada, pero no de
una manera como fotográfica: para ello se necesitaría un análisis textual sociocul-
tural y geográfico enormemente variado, y aun así la identificación nunca sería
plena. Está claro, por ejemplo, que un bilingüe tendría una disponibilidad de in-
digenismos mayor que el monolingüe, pero sería cuestión de ver si en un mismo
nivel social aquél los usaba más que éste para hablar o escribir en español. Pero el
precavido manejo de la documentación indudablemente permite un acerca-
miento válido a pasadas situaciones lingüísticas, manifestadas en los textos según
sus circunstancias temáticas y de autoría. Los impresos en principio son menos
receptivos a esta clase léxica, así el C orreo del Orinoco o la A urora de Chile, pero los
artículos del Merc urio Peruano estudiados contienen numerosas voces vernáculas,
por afinidad con los contenidos de los volúmenes manuscritos del corpus Truj il l o ,
llenos de términos indoamericanos, principalmente quechuas.

231
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

sideración genérica del indio entre los independentistas tiene va-


rios aspectos, uno de los cuales es de índole dialéctica en los escritos
de proselitismo ideológico y de controversia con los americanos
de actitudes templadas o vacilantes ante la postura española. Así
en el Artículo comunicado firmado por Un Guayanés (seudónimo),
que publica el Correo del Orinoco: «además no queremos dar mate-
ria a la risa de los españoles, ni que por nuestra culpa repitan el di-
cho común de que somos indios, lisongeándose de podernos enga-
ñar todavía como a tales» (374), y recuérdese que tanto en México
como en Chile la palabra indiano se tiñe de un sentido étnico, o de
radicación en la patria americana, que anteriormente no había te-
nido290. Y Simón Bolívar en su discurso al Congreso General de Vene-
zuela en el acto de su instalación compara la situación de la América
que se estaba independizando con la caída del Imperio romano,
se fija en los problemas de gobernabilidad que los americanos («el
pueblo americano») encuentran, hasta entonces «ausentes del
universo en quanto era relativo a la ciencia del Gobierno», y en el
logro de su identidad nacional, mediando la compleja relación
del criollo, casta a la que pertenecía, con el indio:

Nosotros ni aun conservamos los vestigios de lo que (América)


fue en otro tiempo: no somos europeos, no somos indios, sino una
especie media entre los aborígenes y los españoles. Americanos
por nacimiento y europeos por derechos, nos hallamos en el con-
flicto de disputar a los naturales los títulos de posesión y de mante-
nernos en el país que nos vio nacer contra la oposición de los inva-
sores; así nuestro caso es el más extraordinario y complicado
(Correo, 77).

El Libertador usa una serie de indoamericanismos no muy dis-


tinta a la que el Correo del Orinoco documenta, unos por entonces
generales: cacique, canoa, chicha, huracán, maíz (antillanismos), ca-
cao, hule, petaca (mexicanismos), papa, quina (peruanismos), sobre
290 V. notas 263 y 264. El pasaje citado está impreso con cursiva en somos indios,
y el referido artículo responde a la controversia que en el lado independiente
causó el armisticio de seis meses «entre los Gobiernos de Colombia y España»,
según reza la Proclama a los soldados del Ejército Libertador dada por Bolívar en Bari-
nas el 7 de diciembre de 1820 (Correo, 369).

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SE L E C C I O N E S LÉXICAS

todo voces de especial uso en su patria y zonas aledañas: bujío, ca-


ney, caribe, cocuiza, conuco, cotiza, curiara, guairo, piragua, tocuyo, ésta
de gran extensión sudamericana291. Sobre el Perú tenía Bolívar
sentimientos contradictorios, pero la ensoñación del Imperio de
los incas «le da en proyección ideal la imagen de una América
fuerte y grande, idéntica sólo a sí misma y dueña absoluta de su
destino histórico», y mientras duró su estancia en tierras peruanas
asimiló unos cuantos quechuismos «fugaces en el lenguaje del Li-
bertador», pero por un criterio selectivo parece evitar cancha ‘maíz
tostado’ y evita ayllo, hablando sistemáticamente de tierras de comu-
nidad, según Hildebrandt (Lengua, 191-232). Todo esto sin contar
con el hecho de que algún representante de la clase criolla que es-
cribe en el Correo del Orinoco reconozca el desconocimiento de una
parte de la terminología indígena, cuando al referirse a la gran ri-
queza que encerraban «las selbas de Chocó» alude a los «bálsa-
mos, aromas, recinas, gomas, tintes preciosas que la industria usa-
ría de ellos con luxo y profución, medicamentos cuyos nombres
ignoramos, pero que sus habitantes los usan con ignorancia de sus
virtudes» (511).

291 Lengua, 177-188, 233, 247, 257, 260, 262, 273, 274, 286.

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CAPÍTULO VII

Gramática

EL ARTÍCULO

La combinación del artículo determinado con nombres femeni-


nos iniciados por á- tónica mediante el, ya recomendada por Juan de
Valdés, en sor Dolores Peña y Lillo tiene varias presencias, el alma292,
pero con más frecuentes transgresiones del tipo tradicional la alma y
la habla293. En el Correo del Orinoco predomina el artículo de forma
masculina, aunque ofrece bastantes registros de la antigua construc-
ción, incluso en escritos muy formales, señal de que aún no estaba
muy connotada de vulgarismo: la acta (197, 522), la ala derecha (35,
188), la agua (46), la arca santa en pronunciamiento oficial de Bolí-
var (76), la alma noble (367), la hambre (479), la águila mexicana (523);
por el contrario, el alarma (185) y el Austria (336). Varios son los ejem-
plos de la agua y la alma en corpus eclesiástico venezolano294; asimis-
mo encuentro la agua en el peruano Trujillo295 y en texto popular me-
xicano de 1842 (Retablos, 19). En cuanto al indeterminado, se hallan
casos de una ante á- en sor Dolores: una alma, una arma (Cartas, 1,
29), y «una alma enamorada» en la Aurora de Chile296.
Arcaizante resulta el juego distributivo del artículo con los in-
definidos uno y otro en «la generosidad y humanidad del uno con la
barbarie y crueldad del otro» (Correo, 180), «levantaban con la una

292 Así en Cartas, 29, 56, 60, 65.


293 Cartas, 29, 34, 35, 37, 58, 65, referencias sólo indicativas, como las de la
nota anterior.
294 Sínodos, 136, 137, 251, 278.
295 Apéndice III, núm. 264 del Mercurio Peruano.
296 Del 18.7.1812, citado en n. 117.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

mano un cortinage tricolor de rico damasco y con la otra sostenían


las Armas de las Repúblicas de Venezuela y la Nueva Granada»
(199), «estando encadenada la felicidad o la desgracia del un país a
la felicidad o desgracia del otro» (241).
Sin duda más anticuada todavía era la ausencia del artículo con
nombres de ríos, verificada en «todos corren hacia el centro del
país y reunidos tributan sus aguas a Maule» (Chile, 122, 238), uso
que aún era literario hasta avanzado el siglo XVII, y notable arcaís-
mo en el Correo del Orinoco supone su falta en el sintagma prepositivo
de los pasajes «hoy 26, día de Señora Santa Ana» (62), «ahí remito a
Ribero para que V. con señora Teodora y Petronila... se venga conmi-
go» (354), idéntica a las que documento en exvotos populares de
México, de hacia 1780 en «cojió por patrono a Señor San Miguel Ar -
c á n g e l», de 1861 en «ymbocó... a Señor San Francisco», de 1862 en
«habien[do] aclamado él a Señor San Antonio»297. Pero no se trataba
sólo de un uso tradicional de carácter popular, pues desde luego a
ese nivel no pertenecen los registros del Correo venezolano, ni las do-
cumentaciones también mexicanas «tres estampas de papel de señor
San José», en inventario notarial de 1796, «al otro día, que era lunes,
se casó, porque la confesión era para casarse, y martes volvió a con-
cluir la confesión», en texto judicial de 1802, «certifico... haver reco-
nosido a señora doña María Antonia Reina de varias contuciones», en
informe médico de 1816 (Nueva España, 621, 671, 730), tampoco la
leyenda cartográfica «la iglesia de señor San Joseph» referida a la Valla-
dolid novohispana, de 1794 (Plan o s, 261)298.
Son estas, efectivamente, algunas de las situaciones en las que
el artículo más se resistió a aparecer en el castellano antiguo, igual
que en anteposición al relativo, y en el periódico bolivariano son

297 Retablos, 12, 34, 35.


298 Se trata de casos, el de los nombres de ríos por su misma individualidad y
el del sintagma prepositivo por el sentido de su determinación gramatical, en los
que el artículo, también elemento determinante, más tardó en aparecer y exten-
der su uso, igual que en la datación ocurrió con los nombres de los días, que sólo
desde el siglo XV fueron marcándose con el. Las construcciones sintagmáticas
aquí citadas tienen el suplemento individualizador del nombre propio, sobre to-
do de santos, lo cual seguramente les habían dado carácter de secuencias fijas.
De hecho, en el texto que acompaña al plano de la novohispana Valladolid hay
numerosos sintagma prepositivos, todos con el artículo el como determinante
del núcleo nominal, excepción hecha del que arriba se ha señalado.

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GRAMÁTICA

numerosísimos los casos en los cuales no se pone este determinan-


te, entre ellos los siguientes: «no hallaban buques en que atravesar
el río» (218), «un país a que debieron su origen» (260), «la prospe-
ridad de un país a que debieron su origen nuestros antepasados»
(280), «la nación de que él es el gefe» (283), «yo tendré la gloria de
anunciar al gobierno de Chile de que dependo que sus heroicos es-
fuerzos...» (429), «los únicos hechos sobre que podemos reposar»
(435), «una patria de que fueron arrancados con tiranía» (464). Si-
milares muestras se hallan en otros corpus, verbigracia: «a nadie
se prosiga confesando, advertida ignorancia de la doctrina chris-
tiana, sobre que se pondrá mucho cuidado» (Sínodos, 140), «algunos
se ejercitan en servir a los dueños de las estancias de que abajo se
hará mención», «1.000 (fanegas) de maíz, a que se agregan 4.000
arrobas de vino» (Chile, 43, 124), por entonces también en sor Do-
lores con numerosos registros, entre ellos: «el altísimo fin para que
nos crió» (Cartas, 35), «los apetitos a que se inclina esta maldita na-
turalesa» (49), «y lo gastase en todo lo que se me ofreciese, a que
no pude resistir» (61). Y en pasajes de autores mexicanos de la se-
gunda mitad del siglo XIX se recogen citas como éstas: «la socie-
dad a que pertenecemos», «el mismo (pueblo) de que formamos
parte», «el Estado en que tengo la mayor parte de mis propieda-
des», «fundaciones piadosas y benéficas... de que especialmente la
ciudad de Méjico presenta tan grandiosas muestras»299. Cierta-
mente, todavía hoy no está regularizado el empleo del artículo
con el relativo que, si bien en el español americano se halla mucho
menos extendido que en el de España.
Se encuentra en la chilena Peña y Lillo algún caso de a + el sin
amalgama, «a el alma» (Cartas, 65), y son muchas las muestras del
mismo tipo de la secuencia de + el: «que esto sea de el agrado de
Dios», «los abismos de el infierno», «los ojos de el alma», «astusia de
el Enemigo», «arte de el Enemigo», pero «por los ojos del cuerpo»
(29), siendo el uso no aglutinado dominante en bastantes cartas
de sor Dolores. Ejemplos de la secuencia de la preposición a y del
artículo sin aglutinar se hallan en el Correo de Angostura: «sirvien-
do a el Altar» (186), «oiga libremente a el pueblo, pero del modo
que con más dignidad juzgue posible», «a el hablar en el asunto...»

299 Textos citados por Krauze (2005: 205, 220, 221, 283).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

(246, 315); también en corpus eclesiástico venezolano: «a el al-


ma», «de el alma»300. En la Península, a pesar de la «afectación» que
la Academia atribuía a los usos no contractos de preposición y artí-
culo, aún podía darse un caso de la construcción no amalgamada
(«a el qual no podáis...») en privilegio firmado por Carlos IV el
año 1796, pero el modismo estaba en franca decadencia, posible-
mente más que en América301.
De sabor quizá más arcaizante que los citados casos de ausencia
del artículo es la pervivencia del que llamamos determinado en
función pronominal, como antecedente del relativo que regido
por preposición, construcción desde hacía tiempo en pleno decli-
ve, de la que naturalmente hay no pocos testimonios indianos an-
teriores302. Y es curioso que los ejemplos más tardíos salgan de dos
corpus venezolanos, con dataciones de alrededor de 1820, todos
con el elemento prepositivo en como marca del relativo: «privan-
do al enemigo... sus caballos de madrina, y hasta los en que van
montados» (Correo, 52), «se hallará de un solo paso transportado
del siglo en que él vive al en que vive Europa» (73), «por el en que se
presentan las miserables descarnadas familias» (100); y «aunque
no sean de los en que se prohibe trabajar» (Sínodos, 117).

EL NOMBRE

Género

En corpus peruano de finales del XVIII aparecen la clima y con


gran reiteración la azúcar303, la dicha azúcar (Chile, 143), la azúcar

300 Estos dos casos reiterados en Sínodos, 111, 125, 141.


301 Claro que está por ver si el uso en cuestión sólo era de la lengua escrita, al-
go probable a esas alturas de la historia, o también de la hablada, pero desde lue-
go he observado diferencias a su respecto, pues mientras en el texto real hay un
único registro, el notario gaditano que en el siguiente año hace un breve infor-
me sobre dicho escrito, pone cinco veces del y siete de el (2002: 81, 82).
302 Precedentemente he anotado varias referencias cronísticas (2008b: 62),
pero para el siglo XVI y primera mitad del XVII las atestiguaciones fácilmente
podrían aumentarse, así en la Monja Alférez «ajusté lo a que iba» (Erauso, 143).
303 Trujillo, Apéndice III, núm. 247 del Mercurio Peruano («las climas más férti-
les»), 254, 288 y pássim.

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GRAMÁTICA

en Lastarria (Colonias II, 9v), en el Correo de Angostura azúcar prieta


(521), además de la variación que el texto periodístico ofrece de
un espía (353, 481) y la espía, una espía (346, 410), con el femenino
tintes preciosas (511).
Usados como sustantivos los participios invariables dec l arante y
querellante han derivado con el morfema -a en formas femeninas:
«porque ni la declaranta fue a sacar el preso...», «lo que passó fue que
haviendo ido el alcalde... por el hermano de la declaranta...», «que la
declaranta no fue, como dice en el escrito, a sacar el preso», 1768
(Nueva España, 580), mariscala (P u e nte de la Mariscala) en el P l ano ge -
neral de la ciudad de México levantado el año 1793 (Cartografía III, 57);
«como la q u erel l a nta se hallase presente sin lección alguna...», «man-
dó... entrase la q u erellanta al patio» (Tortur a, 9v). El adjetivo col egi ala
(legión colegiala) está en escrito de Bolívar (Lengua, 329).

El número plural

El plural con -es, posible en vocablos terminados en -s, se verifi-


ca con el extranjerismo brindis, documentado como singular en
corpus chileno del XVII, «paguéle el brindis con otro que me ha-
bía hecho el casique al apearme», también en el plural bríndises
(bríndices): «a esto se allegaban otros continuos bríndices de otros
particulares casiques» (Cautiverio, 525, 527); en el Correo del Orino -
co serán los plurales tasises («8 caxas (de) tasises») del indigenismo
tacís ‘hacha de punta curva’ (40), y Moyseses de Moisés (411). Misie-
ses («Calle de Misieses») aparece en planta urbana de La Puebla, de
1794 (Planos, 243), y la tendencia americana a hacer plurales ana-
lógicos en -ses (cafeses, manises, papases) seguramente se fundamen-
ta en derivaciones morfológicas como éstas, partiendo también de
plurales del tipo sofaes (Correo, 198), si no está apuntada ya por el
rodapieses (en Autoridades y Terreros el singular es rodapié) que tal
vez oyó en Chile un viajero español: «están construídas (las casas
de Santiago) de cal y adobes y canto, techadas de tejas y pintados
los rodapieses, zaguanes y patios» (Relación, 237).
El plural de perfúmenes de perfume se atestigua en disposición ofi-
cial emanada del Congreso General de Colombia, villa del Rosario
de Cúcuta, 25 de septiembre de 1821, texto de expresión sumamen-

239
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

te cuidada, «pagarán un veintidós y medio por ciento... los encages


de hilo o seda, pañuelos de punto, flores artificiales, plumas de ador-
no, espejos, perfúmenes, esencias y aguas de olor» (Correo, 509). En él
seguramente fue determinante la analogía (con especímenes, regíme -
nes, etc.), como en un infórmenes localizado en la localidad murciana
de Mazarrón, y tengo constancia de la coincidencia con el america-
nismo perfúmenes en algunas hablas onubenses (2004b).

EL ADJETIVO

Gradación

En el Correo mediante la prefijación archi- se verifica la intensifi-


cación significativa de archigodos (79); con super- en «aunque con
superabundante caudal de agua» (Chile, 191), y en superfino, «cosas
de oro superfinas» del año 1800 (Nueva España, 669).
Es corriente la formación del superlativo con el empleo de bien:
«a bien caro precio» (Correo, 128), bien interesante (167), «estaba bien
afligido» (240), bien numerosa (250), bien persuadido (502); en otra
fuente venezolana: «son bien pacíficos», «son bien fáciles de incen-
diar», «pueblos bien infelices» (Solano, 1991: 236); en Peña y Lillo:
«yo quedo bien apurada de mis continuos quebrantos» (Cartas, 53).
También con demasiado ‘mucho, muy’: «era imposible expresar-
se en lenguage demasiado duro» (Correo, 336), «esta noticia será de-
masiado grata», «son demasiado conocidos» (359, 360), «es demasiado
notorio que no aspiro sino a la tranquilidad» (512).
Con bast a nte ‘mucho, muy’ en textos venezolanos y colombianos:
«perdiendo nosotros en él al ayudante del señor coronel Mires, que
murió gloriosamente después de haberse portado con un valor ex-
traordinario, cuya pérdida es bast a nte sensible a la República» (Correo,
285), «por haber degradado y castigado muy rigurosamente a un
coronel que era bastante q uer ido de los soldados» (359), «¿y es posi-
ble que haya hombre tan rudo que haya creído al general Bolívar
bastante estúpido para marchitar tantas coronas de laurel...?» (378).
En la comparación se emplea más bien ‘mejor’ en texto de Omoa
(Honduras) de 1758: «que este sitio esté más bien ventilado de los
vientos» (Plan o s, 180), y más malo ‘peor’ en «y pasando el día lunes y

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GRAMÁTICA

martes, supo que estava más malo por lo que passó allá», 1733 (Nu eva
E s p a ñ a, 494). La formación más peor (Kany, 1969: 71) se encuentra
en el Catec ismo político chileno de 1810: «por iguales o semejantes
medios y algo más peores que los que ha usado Napoleón»304.

Orden de colocación del posesivo

Es característica del español americano la anteposición del pose-


sivo al sustantivo en vocativo; así en la carta De un americano a un ami -
go suyo que se publicó en Cádiz y reproduce el Correo se verifica la an-
teposición del posesivo al nombre en vocativo: «esta es una ojeada
rápida, m i amigo, sobre las grandes verdades...», «quiera un día, m i
amigo, concedernos a V. y a mí el consuelo de ir a depositar nuestras
cenizas al lado de nuestros padres» (324), y en proclama del general
San Martín, que este periódico imprime, se lee: «el tiempo de los
errores e ilusiones ha concluido, mis amigos» (386). En el mismo
periódico: «es un espectáculo bello y magnífico, mi amigo», «no hay
que cansarse, mi amigo» (314), «pero, mi amigo, éste no es segura-
mente el misionero» (319), «¿qué americano, mi a m igo, qué espa-
ñol sensible...?» (320), «mi Navarro, véngase esta noche a hablar
conmigo», «que usted, mi amigo, puede leer» (354), «creedme, mis
amigos, que nunca puede presentarce un día más triste a mi cora-
zón» (517). Están también los siguientes registros bolivianos de fi-
nales del siglo XVIII: «me ha hecho escarmentar mucho, mi amigo»,
«así, mis señores, así, mis amos», «¿no me conoce, mi amigo?», «¡oh,
mi amigo don Lorenzo...!» (Potosí, 132, 197, 220, 229). Y este orden
del posesivo asimismo es usual para la monja chilena: «Mi padre Ma-
nuel, yo me he hallado muy afligida en estos días» (Cartas, 5), «y a
Dios, mi padre, que le guarde muchos años en su amor» (8), «mi Pa-
dre, yo no sé qué pensar en esto» (44), «catá’ quí, mi padre Manuel,
a lo que sabe la crus» (45), pero «catá’ quí, padre mío, cómo lo he
pasado este año» (48), «ve aquí, mi p adre, en estos acaesimientos co-
mo el presente, primero creyera que no había Dios» (61).
También se da la posposición del posesivo al núcleo nominal
del sintagma, por ejemplo: «para ofrecer al pueblo y gobierno de

304 Manuscrito citado en la n. 262.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

esta República la más completa consideración por parte nuestra»


(Correo, 355), «ha tomado la ley en favor suyo» en la Aurora de Chi -
le305, uso morfosintáctico presente en la crónica de fray Diego de
Ocaña, de hacia 1607: «por estos arenales se encontraron con el
campo del rey, que iba en busca suya» (América, 247).
El periódico bolivariano igualmente registra la colocación del po-
sesivo tras el adverbio, en la secuencia alrededor suyo: «fingió que ne-
cesitaba de reposo y sucesivamente llama su esposa e hijos alrededor
suyo» (Correo, 381), y con mayor profusión en el epistolario chileno
de sor Dolores: «que no las halle en contra mía» y «se convoca todo el
infierno en mi contra» (Cartas, 20), «que veo en mi interior descargar
una arma de filos con mucho furor en contra mía» (29), «pues no sólo
parese que se ponen en contra mía las criaturas» (34), «echaron todas
en contra mía» (38), «todas las criaturas están en contra mía» (41). Esta
construcción, que Moreno de Alba da como particularmente usual
en Argentina (2001: 248) y que para Quesada Pacheco es asimismo
común en las Antillas, América Central y costas del Caribe (2000:
82), se ha señalado en varias hablas regionales españolas, en algunas
con registros rústicos que parecen asegurarle un arraigo tradicional;
pero su tendencia a la generalización diatópica y sociocultural es re-
ciente a este lado del Atlántico, salvo en Andalucía y en Canarias.

Posesivo con artículos y demostrativos

El empleo de un determinante demostrativo antepuesto al po-


sesivo que precede al sustantivo es raro en el español europeo ac-
tual y generalmente limitado al nivel culto, mientras que su fre-
cuencia es más intensa en América, en algunas zonas incluso
propio del habla popular (Quesada Pacheco, 2000: 82). Y en el Co-
rreo del Orinoco están los testimonios de «esta mi decidida resolución»
(7), «este su puesto» (516); «ese tu cielo», mexicano de 1790-1800
(Nueva España, 613), «esa tu cara», boliviano de 1799 (Potosí, 190).
Similar es el caso de la determinación del posesivo reforzada
por el indefinido un, con documentación mexicana de 1731 en
«un su cuñado» y de 1745 en «se salió la referida a vivir con una su

305 Número de 1.4.1813 (citado en n. 117).

242
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GRAMÁTICA

parienta» (Nueva España, 471, 539), y con el artículo determinado,


interpuesto el participio referencial dicho u otro elemento nomi-
nal, en el mismo corpus: «la dicha mi espoça» 1696, «al señor mi
capitán» 1787 (462, 607), uso, como el anterior, bastante extendi-
do en América (Kany, 1969: 64). Más acusado es el carácter arcai-
zante que a finales del período colonial tenían las formas demos-
trativas reforzadas y compuestas aquesta, aquesos (Correo, 62, 219),
de documentación mucho más numerosa en el corpus boliviano
de entre finales del XVIII y comienzos del XIX aquí manejado (Po-
tosí, 181, 385, 389), también en anteposición al posesivo en «aques-
te tu atrevimiento» (252), sin que falte en su composición de 1799
un ejemplo del sintagma Art + Pos + N: la tu boca (167).

EXPRESIÓN ANALÍTICA DE LA POSESIÓN

La complementación del posesivo mediante un sintagma pre-


posicional se halla en los más antiguos textos literarios (recuérde-
se el cidiano «dél entró su carta», uso que en el español de España
es hoy raro y muy formal, dándose una pervivencia suya más inten-
sa y sociolingüísticamente más compleja en el español americano,
y en el Correo del Orinoco se encuentran ejemplos como «sus bravos
de vmd.», «su proclama de Vigodet» (284), también «su ejercicio de
éstos» (Chile, 159), en sor Dolores «sus rasones de la madre», «en su
pecho de su reverensia» (Cartas, 2); y está el boliviano dieciochesco
«su madre de éste» (Potosí, 90), con los casos semejantes de «su hijo
de usted» y «su sobrino de él» de una carta dada en el Callao por
Illingrot el año 1825 (Documentos, 15). En México «de su misma
boca de dicho padre», 1692 (Nueva España, 426); en misiva escrita
por Rufino J. Cuervo en 1904 documento un «su casa de usted» y un
«su diccionario de usted» (Epistolario II, 105).
El declive del posesivo etimológico de tercera persona está am-
pliamente atestiguado en el Correo del Orinoco, ocupando su lugar un
complemento del nombre marcado por la preposición de c uyo nú-
cleo es un pronombre personal, construcción que formalmente, pe-
ro de alguna manera también por el sentido, se fundamenta o apoya
en la de tipo tradicional del mismo giro sintagmático arriba señala-
da («su sobrino de él»). Efectivamente, este corpus ofrece numerosos

243
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

testimonios del sintagma de él con valor posesivo, entre los cuales se


cuentan los siguientes: «no importa a qual de los dos partidos con-
tendientes pertenesca la gloria o el oprobio de ellos» (4), «mención
hecha en la Cámara de Representantes de los Estados Unidos por el
Honorable Enrique Clay, presidente de ella» (256), «por cabeza de
él», «siendo jueces de él los señores generales de brigada...» (301), «el
comandante de él, capitán Tomás Antonio Rengel, se ha puesto a mis
órdenes» (318), «a sus hermanos, que tenga ésta por de ellos» (348),
«si ha reclamado de los aseguradores el valor de él y su cargo» (409),
«pero si V. S. o cualquiera otro gefe de la República dispusiese que
las tropas de ella...» (427), «el mando de ella», «al medio de nosotros»
en manifiesto de O’Higgins (125, 126); antes, el año 1695, en Méxi-
co: «porque la causa de él se aga» (Nueva España, 459).
Ejemplos del sintagma de usted en sustitución de un posesivo:
«parece haber humanizado la arrogancia castellana de usted» (52),
«se me olvidaba satisfacer una curiosidad de usted» (79), «los nom-
bres de usted y de los representantes del pueblo en esta ocasión so-
lemne lo acompañarán con honor, y el discurso de usted en la aper-
tura será de aquí en adelante citado...» (92), «debiendo yo llenar
las esperanzas de usted» (143), «los reclamos entre la nación de us -
ted y la nuestra» (287), «una pronta determinación de parte del
gobierno de usted» (340), «y el egército de usted pereciendo de
hambre», «para que el nombre de usted y Boves sea conocido»
(348), «ha visto con el mayor sentimiento la separación de usted de
la justa causa» (354), «yo no sé dónde están las hazañas de usted»
(441). La tendencia a esta expresión del posesivo es tan fuerte que
incluso se verifica con un raro vos respetuoso: «los méritos y servi-
cios de vos, ciudadano» (Documentos, 2), también de usted en dos
cartas de Bolívar que este mismo corpus contiene: «la venerable
madre de usted» (10), «me ha dado las expreciones de usted y las de
toda su familia» (16).

EN LA PÉRDIDA DE VOSOTROS Y VUESTRO

Esta faceta evolutiva del español americano sin duda se relacio-


na con la que acaba de contemplarse y probablemente con la que
se refiere al tratamiento personal. En el Correo del Orinoco son muy

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GRAMÁTICA

frecuentes los registros de vosotros, tanto porque muchos de sus


textos son de carácter formal, y aun oficial en bastantes casos, co-
mo porque pesaba mucho todavía la tradición literaria y el estilo
oratorio; y correlativamente también, aunque en menor grado, los
del posesivo vuestro. Véanse las citas: «no es a vosotros que hacemos
la guerra» (4), «vosotros nos brindasteis con vuestra amistad, vues-
tras ofertas generosas os ganaron nuestra confianza..., vosotros in-
ventasteis...», en las notas del redactor (7), «reunid vuestros esfuer-
zos a los de vuestros hermanos: Venezuela conmigo marcha a
libertaros, como vosotros conmigo en los años pasados libertasteis a
Venezuela» y «apartad vuestros ojos de los monumentos dolorosos
que os recuerdan vuestras crueles pérdidas», en sendas proclamas
de Bolívar (33, 53), «vosotros os halláis en peligro de perder vues-
tras dependencias» (65), «vosotros, representantes, habéis corres-
pondido noblemente a mi confianza» (210), «a vosotros, que pre-
sentáis vuestra frente serena al fierro y a la muerte» (240), «no sólo
a vosotros, sino a todos esos pueblos... que asechan el momento de
aprovecharse de vuestro acierto» (408). Y el mismo uso se verifica
en el chileno Bernardo O’Higgins: «yo os saludo, ilustres hijos del
sol, y me felicito con vosotros...; ya están cumplidas nuestras prome-
sas y vuestros deseos» (347).
Bien es verdad que el sintagma pronominal posesivo de tercera
persona anuncia la ruina de vosotros y vuestro, más todavía el hecho
de que vosotros también aparezca con notable frecuencia en la mis-
ma construcción preposicional posesiva, verbigracia: «yo he reci-
bido en nombre de vosotros los testimonios más honrosos», en aren-
ga de Bolívar donde también se lee: «¿no sois vosotros los hijos de la
Victoria?» (Correo, 369); y en breve proclama del coronel José
Ucrós junto a varios usos de vuestro y de un continuo empleo del
verbo en segunda persona del plural (conduzcáis, llenaréis, volváis,
etc.), se verifican los posesivos pronominales de vosotros y de ellos: «a
la cabeza de vosotros está el gefe», «de vosotros es, pues, la laudable
empresa», «la vida de ellos interesa al honor de la nación» (424).
Pero es bastante seguro que en el primer tercio del siglo XIX toda-
vía no fuera exclusivamente literario el uso de vosotros (y de vues-
tro), no sólo por la gran abundancia de sus presencias textuales, si-
no porque uno de los colaboradores del Correo del Orinoco firma
con el seudónimo Uno de vosotros (283). Con razón se ha dicho que

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

la pérdida de vuestro llevó al debilitamiento en el uso de nuestro,


asimismo atacado por un sintagma pronominal prepositivo en
función de posesivo (de nosotros), sustitución de la que hallo un
ejemplo en el mismo periódico de Angostura, precisamente en
una de las notas del redactor, en las cuales más se aprecia la espon-
taneidad idiomática y el coloquialismo: «dixo vmd. en el de 16 de
febrero que todas las fuerzas de nosotros, los rebeldes..., lo atacaron
en Calabozo» (18).
La crisis del orden de los posesivos antepuestos al nombre era
muy acusada desde al menos varias décadas antes de la Indepen-
dencia, y en su reajuste entraban en juego los pronombres de ter-
cera persona, mediante la extensión del refuerzo preposicional al
posesivo su, recurso que pertenecía al tradicional acervo gramati-
cal, y con intervención de las mismas fórmulas del tratamiento
personal. Los testimonios del profundo cambio lingüístico que es-
taba operándose son muchos, así el de la letra que en Cochabam-
ba cantaban el año 1783 los indios sublevados: «Viva nuestro Rey
Tupacmaru y muera Carlos III, los chapetones vístanse de acero pa-
ra defender a vuestro Rey Carlos III»306. Anteriormente, una pintu-
ra cuzqueña del año 1754 presenta la siguiente leyenda, que en
otra parte cito y estudio (1999: 244), en la cual vuesas mercedes con-
cuerda con verbo en segunda persona y alterna con ustedes en sin-
tagma prepositivo de valor posesivo:

Contemplad vuesas mercedes


a Satanás del Rivero
resibiendo mojicón fiero
para escarmiento de ustedes.

Con mayor cercanía al grito independentista está el ya aducido


entremés potosino de 1799, con personajes de baja extracción so-
cial (un negro, una negra y un indio sacristán), junto a un doctor
que interviene al final de la representación. El negro al sacristán
primeramente lo trata de usted y su merced para luego mezclar el tu-
teo con el voseo, mientras que el sacristán sólo se dirige al negro
con el tú y el vos en continua alternancia. El doctor trata al negro

306 AGI, Charcas, 736. Informe de Urrutia y Las Casas del 1 de mayo de 1783.

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GRAMÁTICA

de t ú, pero al conjunto de los personajes inferiores en tercera perso-


na de ustedes: «¿qué hacen ustedes aquí? ¿no me conocen que soy...?»,
«¿no saben que antes de ser monigote ya fui sacerdote?», «negro, vuél-
vele las llaves y hagan pronto amistad»; y en tercera persona plural
emplean el subjuntivo de valor apelativo tanto el sacristán («miren no
más») como el doctor («miren qué gran desvergüenza»). De modo
que el triunfo de ustedes sobre vosotros parece asegurado en este texto
boliviano, aunque, por rémora lingüística o por el peso de la tradi-
ción literaria, en una ocasión se interfieren la tercera y la segunda
persona del plural, esto en palabras del doctor: «yo les mando a los
dos que pronto hagáis amistades»307, estadio de neutralización pro-
nominal que aún se vive en Andalucía occidental.

EL TRATAMIENTO PERSONAL EN EL MEDIO SOCIAL BOLIVARIANO

En los textos que el C orreo del Orinoco reúne, principalmente re-


feridos a los territorios que constituyeron la Gran Colombia, y por
el nivel sociolingüístico al que pertenecen, el vos es de uso suma-
mente raro y de tono elevado el que en ocasión solemne dirige a
Bolívar una distinguida señorita: «y todo esto a vos lo debemos, ¡o
grande general!», en alternancia con el tuteo: «rec ib e , pues, esta li-
mitada demostración que por medio de nosotras os tributa un pue-
blo entregado al más vivo transporte», así como el superintenden-
te, éste después de haber recurrido reiteradamente al tratamiento
de V. E. ‘vuestra excelencia’ de tercera persona («los bienes que V.
E. ha traído»): «vivid, pues, o gran Bolívar, v ivid s i e mpre feliz y victo-
rioso» (198, 199). El propio Libertador en carta que dirige al Con-
greso recurre al vos r ev erencial: «dignaos, S eñ o r, acoger con vues-
tra bondad mi más reverente homenaje, la profesión que os hago
de mi más cordial adhesión» (C orre o, 455); y en disposición firmada
de su puño y letra por el mismo Bolívar en Los Cayos de San Luis el
15 de marzo de 1816 se encuentra otro empleo del vos, de acuerdo
con el tradicional sentido de respeto: «atendidos los méritos y serv i-
cios de v o s, ciudadano José María Guevara, he venido en nombra-

307 Potosí, 170, 172, 193, 194, 196. Ejemplos semejantes de ustedes por vosotros
en textos mexicanos que se citan más adelante (VIII, 2 y n. 353).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

ros subteniente efectivo del ejército» (D oc um e ntos, 2). Más excep-


cionalmente aún se halla nos sujeto de un verbo en plural por n os o-
tros: «Nos los representantes de la Nueva Granada y Venezuela, reu-
nidos en Congreso General...» (C orre o, 463), arcaísmo del que
señalé un precedente cubano de 1585 con parecido contexto pro-
tocolario: «N o s, los escrivanos públicos por S. M. en esta villa de San
Salvador del Vayamo, damos fee...» (2002: 40).
En el Correo del Orinoco, salvo el ocasional uso de vos y el más ex-
tendido de vosotros ya referidos, el tratamiento recae en la tercera
persona, tanto mediando la confianza como el distanciamiento
formal, y sólo en alguna situación epistolar se mezclan el tú y el us-
ted (35). En cuanto a las formas pronominales, hay textos que sólo
registran vuestra merced (11, 12, 34-36, 108), o únicamente usted
tanto en singular como en plural (136, 287, 352), y otros que alter-
nan vuestra merced con usted (13, 22, 79), menos su merced con usted
(319), con alguno que tiene usted en singular y en plural vuestras
mercedes (79). Simón Bolívar, dirigiéndose a una dama, escribe: «yo
tendré la mayor satisfacción de bailar con vuestra merced cuando
vuestra merced disponga», y en otras cartas da igual tratamiento
(vmds.) a «mis amabilísimas damas» y a «mis dignas amigotas»,
combinando las dos formas (v. y vmd.) en misiva a doña Manuela
Garaycoa, mientras que Francisco de Paula Santander sólo recu-
rre al ustedes en oficio a los asentistas del ramo de sales dado en
Guayaquil el año 1832308.

PRONOMBRES ÁTONOS

En la suma pronominal se lo cuando el complemento indirecto


se es plural (‘les, a ellos’) su número por falso análisis se traslada al
complemento directo singular (lo, la), incluso si éste es neutro, co-
mo es el caso de se lo a se los que aquí documento: «Los cartagine-
ses son vuestros hermanos y debéis tratarlos como tales. Yo se los he
prometido así y vosotros debéis hacerlo» (Correo, 499). Se les por se
lo en carta dada en Cumaná por el capuchino aragonés fray Juan
de Cariñena el 25 de febrero de 1701: «con el motibo de aver ido 9

308 Documentos, 3, 7, 16, 18, 27.

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GRAMÁTICA

indios y 2 indias a la fuerza de Araya a buscar sal, saliéndoles a ellos


mismos de su mismo motibo, sin avérseles yo mandado»309. El uso
es común en el español americano y frecuente en el de Canarias
(Alarcos Llorach, 1994: 205), con incidencia también en el de An-
dalucía. Pero cada vez se oye más esta construcción en todo el es-
pañol peninsular.
Le por les anticipador de complemento indirecto plural (Kany,
1969: 139, 140): «sacándole a las ojas su sumo», Lima 1793310; en
carta de Bolívar de 1825: «dígale a sus cuñaditas que mucho las
pienso» (Lengua, 341).
En ejemplo boliviano de 1799 junto a la doble referencia de
complemento indirecto me y a mí hay un la catafórico del sintagma
de complemento directo: «Démela a mí, Señora, una poquito de
plata» (Potosí, 167).

RELATIVOS

Cual como que parece tener mayor uso en América que en Espa-
ña, atestiguado en texto mexicano de 1787: «para saver cuál es lo
malo que iso» (Nueva España, 607).
Al tratar del artículo se ha visto como al final del período colo-
nial el español americano mostraba un rechazo mayor que el eu-
ropeo a la anteposición del determinado el al relativo que, diferen-
cia que incluso se ha ahondado desde entonces, y lo mismo cabe
decir de la preferencia de el que por el cual en muchas partes de
América, situación de la que existe numerosa documentación, co-
mo la que proporciona el corpus epistolar de la chilena Peña y Li-
llo, al que pertenece esta corta selección: «en lo más eminente de
aquel lugar, el que estaba muy frondoso» (Cartas, 60), «tenía de
adorno primorosas flores de diversas colores, las que hermoseaban
dicha corona» (36), «dos cartas que le tengo escritas sobre el asun-
to, las que no sé si han llegado a sus manos», «y antes de estas (car-
tas) le había escrito por mano del padre José, el boticario, la que
sentiré muy mucho que se pierda» (38), «yo quedo bien apurada

309 AGI, Santo Domingo, 642, núm. 11.


310 Trujillo,Apéndice III, núm. 251 del Mercurio Peruano.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

de mis continuos quebrantos, los que se aumentaron desde el día


15 de agosto» (53).
De los usos del relativo quien me he ocupado anteriormente (III, 2).

INDEFINIDOS

Se documenta el plural cualesquier ante sustantivos de los dos


géneros en el corpus altoperuano Tortura: «qualesquier deshorden
o destrucción», «declarando por nula qualesquier escritura de tra-
to», «prohibiéndosele de qualesquier estado que en este ynterme-
dio pudiera elegir» (17r, 19r-v), genéricamente variable en la co-
pia bogotana del Carnero de 1784: cualesquiera causa, qualesquiera
escritura, cualesquier cargo, qualesquier estado (2r, 11r, 19r-v); en Méxi-
co, 1803: «qualesquiera hombre sensato y observador se admirará
de que...» (Veracruz, 92). Nota Kany que «en Hispanoamérica es
general la confusión, y no ya sólo en el habla popular, sino tam-
bién en la de ciertas personas cultas», y, siguiendo a Cuervo, que
«cualesquier con un nombre en singular es más común que en otra
parte alguna» (1969: 182), se entiende que de España.
El mismo estudioso observa que «tampoco constituye la mejor
costumbre el uso de ninguno por n ad i e» (1969: 179), y esto es cier-
to para el momento actual, sobre todo si se tiene como modelo la
norma culta europea. Ocurre, sin embargo, que el castellano me-
dieval prefirió n i ng uno a n ad i (luego n ad i e), forma esta que tardó
en imponerse en la lengua escrita más cuidada, hasta que en Espa-
ña desplazó del estándar alto a ningun o, conservado sobre todo en
el habla popular. No es vulgarismo, pues, su frecuencia en los tex-
tos americanos de finales de la Colonia, sino como mucho mues-
tra de un cierto apego a la tradición lingüística. Se halla en la A u-
rora de Chile: «n i ng un o alegue ignorancia», «allí ning un o puede
decir de otro...»311; en el Correo de Angostura: «n i ng un o puede
contemplar nuestro destino» (126), «no puede causar a ning un o
ofensa justa» (210).

311 Número de 1.4.1813 (citado en n. 117).

250
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GRAMÁTICA

EL VERBO

Formas arcaicas y vulgares

Vía ‘veía’ está en la copia bogotana del Carnero, de 1784 (114v),


y en México, 1692 (Nueva España, 422). Se registra vide ‘vi’ en tex-
to mexicano de 1806 (Nueva España, 700), escrito de nivel popular
parecido al de otro novohispano de 1784 en el que encuentro vi-
do, formas verbales que en tales fechas ya estaban connotadas de
arcaísmo, no así en la probanza pública dada también en el mismo
dominio indiano el año 1570, en Durango, donde vido es general
con decenas de atestiguaciones, así como en el cronista Huamán
Poma, según en otra parte he señalado312; vide igualmente en cor-
pus boliviano (Potosí, 77). El subjuntivo haiga se documenta el año
1763 en La Habana (Cartografía IX, 45), y está reiteradamente
atestiguado en citas bolivianas de nivel muy popular a finales del
siglo XVIII313, pero aún no era exclusivamente vulgar cuando ha-
cia 1615 con frecuencia lo usa en su crónica Huamán Poma, según
refiero en estudio donde asimismo atestiguo la forma hay usada lo
mismo como impersonal temporal que como auxiliar, «qué se ay
hecho dellos», este segundo registro en manuscrito canario de 1686
(1999: 299, 304). No sólo se testimonia dicha tercera persona del
presente de indicativo de haber, sino un hey primera persona en
función auxiliar: «yo hey visto muchas comedias», «ya t’hey dicho...»,
«las costillas l’hey de quebrar»314; y habemos por hemos se encuentra
en: «¿y quando comulgamos, qué habemos de hacer?», «¿y para
confesarnos, qué habemos de hacer?» (Sínodos, 126). Otros vulgaris-
mos son traí ‘traje’ y traís ‘traéis’ (Potosí, 75, 185).

312 En 1999 (288, 294, 304). La forma v ido de 1784 en el muy popular Retablos; y
más atestiguaciones de vide, vido en el corpus N u eva España (296, 392, 422, 432).
313 Potosí, 171, 173, 219, 239. También se documenta aiga el año 1696 en Mé-
xico (Nueva España, 461), ayga en 1731: ARChV, Pleitos Civiles, Ceballos Escale-
ra, Olvidados, legajo 421; «que no me haygan escripto» en 1785: ibíd., Quevedo,
Olvidados, caja 321-2.
314 Potosí, 137, 181, 196.

251
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Pervivencias tradicionales de «haber» y de «ser»

Reminiscencias del uso histórico, etimológico, de haber para ex-


presar la posesión en acción verbal son las de «según hayan por
conveniente los dueños del trabajo» (Chile, 40), «bienaventurados
los que han hambre y sed de justicia» (Sínodos, 121). La tendencia
formularia que estas citas revelan es indudable en el caso del pasa-
je eclesiástico, de carácter claramente estereotipado; más libre pa-
rece el empleo de haber transitivo en «franqueando previamente
las sumas que pida mi apoderado en Madrid, habiéndolas en su po-
der», pasaje de la carta escrita el 28 de abril de 1819 por el mexica-
no Atenógenes Rojano315, del todo normal en la tradición etimoló-
gica es su precedente uso novohispano en «las piedras de metal...
que él abía a las manos», 1692 (Nueva España, 421).
Ser por estar con complemento locativo se halla en esta misma
misiva de Atenógenes Rojano: «siendo en su poder de usted los ren-
dimientos, se cerbirá franquear a la persona a cuio título va la que
incluyo las cantidades que le pida».

«Ser» con participios de verbos de movimiento

En el Correo del Orinoco, además de algún ejemplo suelto como


«p as ada que sea» (452), abundan los registros de ser con el partici-
pio de lleg a r, así: «aún no era llegada la crisis anunciada» (72), «es
llegada tu última hora» (168), «era llegada la hora de reunirse»
(240) «será llegado el día» (328), «será entonces llegado el día» (329),
«es llegado el momento» (428), «era llegado el momento» (500).
Estas construcciones con l l egar por la variación genérica partici-
pial son asimilables a las atributivas, pero indudablemente en-
troncan con el antiguo empleo de ser como auxiliar de verbos de
movimiento, y en este corpus se trata de expresiones casi fijas,
pues en los demás casos llegar forma sus tiempos compuestos con
haber, verbigracia «ha llegado la división a este pueblo evacuado la
noche antes» (425).

315 Citada en n. 100.

252
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GRAMÁTICA

Pluralización de «haber» y «hacer» impersonales

A diferencia de los anteriores usos, de claros ribetes tradiciona-


les, la pluralización de estos dos verbos cuando funcionan como
impersonales para expresar la existencia o la temporalidad, cons-
tituye un rasgo de modernidad lingüística, no sólo por la rareza de
antiguas atestiguaciones, sino por el extraordinario desarrollo
que ha cobrado, especialmente en el español americano. De este
fenómeno gramatical había recogido un ejemplo en carta de emi-
grado vascongado bilingüe escrita en el virreinato del Perú el año
1593, «acá an abido ciertas reboluciones», y otro en texto canario,
«dixo que abrán veinte días...», de 1721 (1999: 112, 279).
En los años próximos a la Independencia hallo varias muestras
del impersonal haber existencial pluralizado: «han habido ocasio-
nes» , «menos mal sería que se quitasen y no hubiesen tales bode-
gas, y que de haberlas fuesen sus dueños obligados a comprar el
trigo» (Chile, 39, 49); de este dominio es el corpus de sor Dolores,
que contiene numerosos registros de este uso verbal, entre ellos:
«que no hubiesen más ofensas» (Cartas, 14), «no habían casas ni co-
sa alguna más que la tierra llana», «era tan copiosa la multitud de
almas que habían, que...» (29), «en él habían mucho sinnúmero de
cruses» (34), «se espantaban unas de otras de ver que tales coraso-
nes hubiesen» (38), «aunque hayan otros modos de padeser» (41),
«el no saber... qué incomodidades habrán» (53), «pedí que ya no
hubiensen (sic) más pecados en el mundo» (57); en el Catecismo po -
lítico de 1810: «habían hombres perversos que... coadyubaban a es-
tos designios»316, y en la Aurora de Chile: «¿en una raza degradada y
envilecida podían haber constancia y sentimientos?»317. En el Alto
Perú: «que habrán más de cuatrocientos», «pocos patronos habrán
que vistan antes de tiempo a sus muchachos» (Potosí, 226, 238). Y
en manuscrito bonaerense de 1781 se lee: «repartíles algunas co-
sas y haviendo dado unas varas de ropa a uno que al parecer era el
que más mandava, le dige: ‘‘toma, capitán’’, y quantos havían que-
rían ser capitanes porque les diesse a ellos»318.

316 Citado en n. 262.


317 Número de 13.2.1812 (v. n. 117).
318 Diario de fr. Francisco Murillo citado en n. 55, 6v.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

El impersonal hacer en plural tiene igualmente presencia tex-


tual: «hacen hoy 19 días» (Correo, 224), «hoy hacen tres días» (314),
«dos pasageros que han salido de aquella plaza hacen 36 días»
(520); «siete semanas hacen hoy cabales», «cuatro años hacen hoy»
(Potosí, 91, 93). Este giro, aunque cuenta con algún precedente en
el español peninsular, efectivamente tuvo una especial expansión
en América, y dentro de los usos de los verbos impersonales habrá
que recordar el de hay no existencial, sino temporal, que docu-
menté en carta escrita en Montevideo el año 1803 por un emigra-
do andaluz, «pues ai muchos años que no nos bemos» (1999: 299),
pero que también se halla en textos de americanos: «la América
Septentrional era salvage, inculta, desierta hay ciento cincuenta
años», «hay cerca de dos meses» (Correo, 355), esto junto al empleo
de ha, así en «ha mucho tiempo» y «ocho años ha» (299, 301), con
testimonios de había también temporal, que fue propio del espa-
ñol clásico: «que había largo tiempo se hallaba en aquella ciudad»,
«había dos años que estaba en los calabozos» (240, 284).
El transcurso del tiempo también se expresa con el verbo im-
personal quizá elíptico, simplemente mediante el adverbio ahora y
el complemento directo con significado de tiempo, construcción
arcaica en español pero con muchos registros en el Correo del Orinoco,
entre los cuales: ahora tres meses junto a tres días hace (100, 103), aho-
ra dos meses (319), ahora seis meses (320), ahora seis años (338), con
pervivencia en el español americano (Kany, 1969: 264-266). En
México: «quatro o cinco días havía» 1688, «habrá como onze me-
ses» 1740, «lo que avía pasado aora onze años»1634, «con quien le
avía suçedido el caso aora treinta años» 1686, «y ahora pocos días
ha tubo noticias» 1688, «y agora cuatro años, poco más o menos,
tube io notisias» 1692319. En el epistolario chileno de sor Dolores:
ahora 5 años (Cartas, 9), ahora cuatro años (61), ahora 12 años, ahora
sinco años, «porque ahora tiempos dieron en sacarme mis papeles»
(65), junto al verbo haber con tal función: sinco años ha, tiempos ha
(2), más de un mes ha (9), días ha (29, 35), años ha, tiempos ha, había
trese años (61), habrá un año (65), «más ha de un año que me siento
con grandes ansias» (24).

319 Nueva España, 335, 364, 373, 374, 426, 514.

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GRAMÁTICA

Pronominalización verbal

En el español clásico huirse corrientemente fue de uso prono-


minal, pero actualmente con mucho se prefiere huir, mientras que
en el Correo del Orinoco este verbo se encuentra frecuentemente
con se (56, 112, 167, etc.). De hecho, el proceso pronominalizador
ha ido adquiriendo creciente fuerza en el español americano, cla-
ramente mayor que en el de España. Así, aparecer reiteradamente
se halla en este corpus periodístico en forma pronominal en con-
textos donde el español europeo lo preferiría sin se, como en la ci-
ta: «a la media hora se apareció el enemigo y fue batido por las dos
emboscadas» (353), y algo parecido sucede con desaparecerse: «se
han desaparecido y dicen algunos que iban para Sabanas» (88, 481)
y con disminuirse: «la columna enemiga se había defendido valien-
temente a pesar de que se había disminuido mucho» (451). Se docu-
mentan también apurarse (132), avanzarse (24, 232), «que, igno-
rante de la derrota, se avansaba a Yaguachi» (507), devolverse
‘regresar’ (298), robarse (14, 56) y constantemente, con decenas
de registros, desertarse (18, 166, 240, 313, 314, etc.): «se le han deser -
tado en tanto número los criollos...» (316), «se han decertado los úni-
cos 600 hombres que tenían» (511), así como pasarse: «dos años se
habían pasado y todavía se veían suspensos allí los esqueletos huma-
nos» (42). Igualmente se encuentra regresarse en corpus eclesiásti-
co venezolano (Sínodos, 127); desaparecerse en texto bonaerense de
1781: «y como no viniessen, se desapareció a nuestra vista por más
que lo llamamos»320, lo mismo en texto chileno del XVII, «nos desa-
paresimos de adonde estaban» (Cautiverio, 527), y después en las
misivas de sor Dolores: «así que invoco el nombre de Jesús en mi
defensa para aquel movimiento y se desaparese todo» (Cartas, 29).
Documentación altoperuana tiene tomar pronominalizado con la
acepción americana de ‘emborracharse’:

Mi don Bato es prevenido


y no sesa su molino,
su quijada es tarabilla
y él es embudo de vino.

320 Diario de fr. Francisco Murillo citado en n. 55, 6r.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Él se toma a lo divino
y nosotros a lo humano
(Potosí, 366).

En México: «resulta que, regresándose de Pachuca en compañía


de otros dos...», 1811, «se entró como a las tres de la mañana en la
recámara», 1813 (Nueva España, 711, 717), como en sus populares
Retablos: «saliéndoseles tres ladrones...» (36, 1862). Mexicano es
igualmente un ejemplo de escasearse del año 1819: «y usted no se es-
cace[e] en los gastos del asunto»321, que tiene correspondencia en
el dominio colombiano-venezolano: «con el objeto de disfrutar de
sus artículos de subsistencia, por haberse escaseado sensiblemente
en Betijoque» (Correo, 410).

Los pretéritos perfectos simple y compuesto

Ambos se encuentran con los usos y valores correspondientes a


la norma estándar peninsular en la relación que una y otra forma
tienen con el presente; pero su acomodación a la norma america-
na, con una diferenciación de uso preferentemente basada en el
aspecto, se verifica en numerosas citas. Actualmente en el español
americano el antepresente (he cantado) es de frecuencia limitada,
mucho menor que la del pretérito simple (Moreno de Alba 2001:
242, 243), salvo en dominios andinos y de Argentina (Quesada Pa-
checo, 2000: 102), pero en la documentación de la Independencia
la forma compuesta se da con gran abundancia, probablemente
debido al poso tradicional de la lengua escrita, tal vez también por
un prurito de corrección o de estilo, algo parecido a lo que se ha ob-
servado a propósito de vosotros y vuestro. La diferencia respecto de la
norma peninsular más extendida sin duda se manifiesta en pasajes
como los siguientes, con presencia tanto del pretérito simple como
del compuesto: «luego que he llegado al arrastradero indicado... me
ví en la necesidad de arrastrar a todo trance la mayor parte de las
que me habían conducido de Tumaco» (Correo, 410), y en esta otra
cita del corpus periodístico la forma compuesta casi más que de an-

321 Carta citada en n. 100.

256
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GRAMÁTICA

tepresente tiene el valor de presente mismo, referida como se halla


al adverbio ahora y al verbo son: «ahora que son las cinco de la tarde he
tenido la satisfacción de haber entrado a esta capital» (425).
La ruptura normativa entre las dos orillas del Atlántico por lo
que a esta cuestión gramatical concierne se evidencia por las nu-
merosas ocasiones en que el pretérito compuesto se emplea con
referencia cronológica externa a la unidad temporal en la que se
sitúa el que habla o escribe, sea la del año: ha publicado el año ante -
rior (395), sea la del día: ayer ha llegado (Correo, 76, 425), ayer ha que -
dado (132), anteayer ha llegado (224), ha evacuado ayer (346), ayer he
sido informado (351), ayer han sido conducidos (360), han triunfado
ayer (394), ayer se han presentado (425), ayer he llegado (501), «ayer...
hemos recibido recientes noticias de México» (504), y ha recibido ano -
che (Documentos, 13).

Participios con enclisis pronominal

En la relación que el año 1628 enviaba al Rey desde el Guairá


Céspedes Jería se lee: «no an entrado ni visitádolas ningún governa-
dor ni obispo»322, construcción tradicional en la cual el auxiliar
del segundo verbo está elidido y el complemento pronominal en-
clítico al participio, igual que en la cita mexicana de 1746 «aviendo
querellado ante su merced Pedro Cavallero contra Manuel Castañe-
da... e ídolo a solicitar...» (Nueva España, 540); en la chilena Peña y
Lillo: «pero ahora ha conosídome bien y ha dado en otro estremo
opuesto del que empesó» (Cartas, 63). Mucho después, en misiva
de 1893 de Rufino José Cuervo, encontramos la cita «me anuncia-
ban haber recibido el libro de usted y remitídolo a un amigo de esta
ciudad», y el mismo filólogo escribiría en 1904: «le explicará a us-
ted por qué no le he dado cuenta de mi mala vida ni preguntádole a
usted noticias de la suya», en otra carta suya de 1899 el pasaje «us-
ted me ha trasportado al corazón de la Pampa y héchome conocer
una familia honrada» (Epistolario I, 101; II, 99, 195). De manera,
pues, que a finales del siglo XIX este giro gramatical tenía bastan-
te vitalidad en el español americano y no era de rango vulgar, y re-

322 Manuscrito citado en n. 16, 2r.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

lacionadas con él al parecer aún se encuentran pervivencias rura-


les en el español costarricense, según usos que recoge Quesada
Pacheco (2000: 110).
Esto supone que el uso gramatical en cuestión seguía muy vivo
en América al menos hasta principios del siglo XX, y es una prue-
ba más de que sobre nuestra lengua no se debe investigar sin te-
n er en cuenta las particularidades del español americano. Lo cierto
es que en el C orreo del Orinoco el referido tipo de enclisis pronomi-
nal es absolutamente normal, rasgo, pues, de notable apego a la
tradición lingüística, con numerosos registros, entre ellos: «por
h ab e rle salvado y s ac ád olo de las garras del león Morillo» (104), «h a-
b i é nd ome atacado tan inesperadamente y apod er ád ose de mis ar-
mas...» (168), «su resultado ha sido h ab e rles matado nueve hom-
bres, tom ád oles prisioneros 4 y pas ád os e a nosotros en el tiroteo el
capitán José Barrajola» (261), «sucedió la revolución en Caracas
por h ab e rse desplomado la Monarquía española y est ab l ec ídose por la
fuerza una nueva dinastía» (266), «¿conque no sólo se h ab ían con -
servado a los prisioneros criollos, a dm it íd ol o s al servicio, sino que se
conservaron también a los españoles europeos, y también se les
admitió al servicio?» (298), «se han desmascarado y d ád ose a cono-
cer» (299), «h ab i é nd ose form a do por el señor teniente coronel gra-
duado... el proceso que precede... y h éc h ose por dicho señor rela-
ción de todo lo actuado...» (301), «han abandonado igualmente a
los opresores y u n íd ose a los defensores de la patria» (313), «tra-
mando una revolución que ha quitado a los enemigos una fuerza
considerable y som et íd ol a a nuestras órdenes» (330), «ya la h ab í a
evacuado el día anterior... y dejád ol a en total abandono» (431),
«nunca lo ha manifestado abiertamente ni l l ev ád ol o a efecto» (442),
«h abía sido despojado del mando político y militar y suc ed íd ole el co-
ronel graduado» (500).

La transitividad

En el C orreo del Orinoco, pero lo mismo se verifica en otras fuen-


tes americanas de la época, es muy numerosa la documentación
de verbos transitivos cuyo complemento directo de persona no
lleva marca preposicional, casos como los de «deprimir los insur-

258
gentes» (51), «perseguir los dispersos» (451), «atraerá los veci-
nos», «reunir casi todos los dispersos» (453), aunque no faltan los
ejemplos contrarios, así «no se encontró al e n em igo», «fue forzo-
so... expeler del servicio y del país a los amotinados» (299), «han
abandonado igualmente a los opresores» (313). No obstante lo
cual, son muy predominantes los complementos directos perso-
nales sin la preposición a, en medida mucho mayor que la obser-
vada en los textos españoles de la época, característica gramatical
que aún hoy distingue a las modalidades europea y americana de
nuestra lengua. Como digo, la misma falta prepositiva se verifica
en cualquier fuente americana de la época con semejante fre-
cuencia, por ejemplo «Dios g u a rde ustedes muchos años» y «no des
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

complemento directo de persona es que incluso se verifica su fal-


ta ante quien, pronombre con el cual la gramática da como obli-
gada la preposición: «también tengo preso al español D. Francis-
co Zorrilla, quien conocerá V. E., pues por este Valle es de mucho
nombre» (218).
Es peculiar la atestiguación mexicana del año 1811 de convidar
pulque, «trató el agresor de que Dionicio le convidase más pulque»
(Nueva España, 711), por ausencia de la preposición (con, a), cons-
trucción en todo caso semejante a la que con amenazar se halla en
el Correo: «a cada instante les amenazaban la muerte» (359), en el
mismo periódico bolivariano también «no lo abusemos, pues, no le
desfiguremos sus providencias» (323). Con complemento directo
aparece el verbo de movimiento regresar en texto mexicano de
1799: «en cuio estado mandé al ministro de guerra le regresase a la
cárcel» (Nueva España, 658), igual que en carta de Bolívar se halla
el intransitivo continuar ‘durar, permanecer’ con complemento
personal: «pero si el Congreso soberano persiste, como no lo te-
mo, en continuarme aún en la Presidencia del Estado...» (Correo,
455). Pensar con complemento directo personal por falta de la
preposición en lo usa Bolívar en carta de 1825: «Dígale a sus cuña-
ditas que mucho las pienso» (Lengua, 341).

ADVERBIOS

Gradación

Más bien ‘mejor’, en «atrancad la puerta más bien, no se entre acá


dentro» (Potosí, 108). El superlativo con bien en Peña y Lillo: «dándo-
me bien duro así en mi interior como en lo exterior» (Cartas, 53), con
la prefijación de super- en superabundantemente (Correo, 347). La locu-
ción ponderativa hasta lo sumo también se halla en las misivas de la chi-
lena sor Dolores: «me aflige hasta lo sumo» (47), «se aniquila mi alma
hasta lo sumo en la divina presensia» (54), «me atribula hasta lo sumo»
(63), así como en el periódico de Angostura: «que han reprimido has-
ta lo sumo y casi ahogado sus resentimientos» (Correo, 470).

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GRAMÁTICA

Duplicación adverbial

Aún todavía, medio medio y pronto pronto en el Correo: «servirá de


egemplo a muchos americanos que aún todavía comandan las ar-
mas españolas» (353), «pero fue descubierto por un comerciante
a quien pidieron 1200 pesos para poder reducir la tropa, la (que)
dicen estaba ya medio medio, y matar al gobernador y demás gefes»
(337), «que venga de esa pronto pronto» (511).

Adverbialización de adjetivos

Bueno por bien en «está bueno, ahí lo veremos» (Potosí, 145), ya en


Huamán Poma hacia 1615: «¡ho, qué bueno, señor! Vuestra merced
será otro encomendero, pero depriesa de hinchir la bolsa» (Coróni-
ca, 722); en la chilena sor Dolores: «dándome bien duro» (Cartas, 53);
en Puerto Rico, 1783: «el fondo del canal es fango gredoso, donde
agarran infinito las anclas» (Cartografía IX, 199); en México: «oyrás
arriba en l’asotea que te disen quedo...», 1689 (Nueva España, 381),
«he celebrado infinito el recibo de dicha su carta», «a mi venida para
acá ablamos bastante largo», 1794325, «vaya, ande usted breve», 1812
(Van Young, 2006: 262); en el peruano Lastarria, 1804-1805: «los fa-
vorecen de modo que más fácil y pronto se perfeccionará su civiliza-
ción» (Colonias I, 67r); en el periódico de Angostura: «avanzan d ere-
cho», «muy breve principiarán las operaciones» (Correo, 235, 346). La
acusada tendencia chilena al empleo del adjetivo harto ‘mucho,
sobrado’ está ampliamente documentada en el corpus epistolar de
sor Dolores, así harta claridad (Cartas, 1), harto trabajo (11), hartas men -
tiras, harto milagro (58), etcétera; pero esta voz también se encuentra
como adverbio: «harto me tienta el Enemigo a no escribir» (40), «que
harto me atormenta el Enemigo sobre este punto» (43).
Medio con variación de género (Kany, 1969: 55, 56), en «una viña
media perdida» (Chile, 137); «llevaba una escopeta media tapada
con el capote», 1694 (Nueva España, 443).

325 Carta escrita en México el 28 de abril de 1794: ARChV, Pleitos Civiles,


Quevedo, Olvidados, caja 321-2.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Formas adverbiales

Actualmente ‘entonces, en el momento’. Por referencia a coinci-


dencia con la acción verbal en el pasado está en la chilena sor Do-
lores: «esto que me pasó estaba actualmente en semana de campa-
nas, y el enemigo de la pas hasía por donde yo la perdiese» (Cartas,
36), «a que no pude dar respuesta, porque actualmente estaba muy
agravada» (58). En México, 1815: «un libro que actualmente estaba
leyendo» (Nueva España, 724). En Colombia, 1795: «y el infeliz de
Zea... (que) se hallaba actualmente en el Valle de Fusagasugá...»
(Silva, 2002: 108).
Ahí ‘entonces, ya’: «que con su padre Christóbal Godina se peleó
y le segó un ojo de agua la dicha María, y estando descubriendo otro
quiso también embarazarlo, y, entre otros desaogos, le dixo a su pa-
dre que ay le chillaría la agua», 1772 (Nueva España, 596).
Bastante ‘muy, mucho’: «perdiendo nosotros en él al ayudante
del señor coronel Mires, que murió gloriosamente después de ha-
berse portado con un valor extraordinario, cuya pérdida es bastan-
te sensible a la República» (Correo, 285), «por haber degradado y
castigado muy rigurosamente a un coronel que era bastante queri-
do de los soldados» (359), «ochocientas bayonetas que me acome-
tieron con bastante intrepidez» (425), «yo siento bastante que en
momento en que reyna la buena armonía... me sea preciso comu-
nicar a V. E. un suceso que no puede serle agradable» (427).
Demasiado ‘mucho’. Se ha visto como formante del superlativo
de adjetivos, pero también se halla como simple elemento adver-
bial. En Peña y Lillo: «la falta de caridad que tengo en desahogarme
tan demasiado» (Cartas, 38). Además: «a causa de evitarse algunas
porciones demaciadamente fogosas», La Habana 1761 (Cartografía
IX, 37), «el enemigo sufrió demasiado en todo el día», «este oficio
los sorprendió demasiado» (Correo, 148, 353).
Ha rt o ‘mucho, sobradamente’. Tratado en adverbilización de adjetivos.
Luego. Aún conserva su sentido antiguo de ‘inmediatamente’
en el Sainete picaresco altoperuano, en el cual Benito dice: «¿vestido
he de tener?» y Claudio le responde: «y tan luego» (Potosí, 238).
Con esta referencia a la inmediatez en el Correo del Orinoco es fre-
cuente desde luego, por ejemplo «si deberá participarse cuarenta días
antes o romperse las hostilidades desde luego sin esta notificación»

262
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GRAMÁTICA

(428), y dicho valor tiene la locución luego que ‘nada más que, in-
mediatamente que’: «luego que he llegado al arrastradero indica-
do..., me vi en la precisión de arrastrar a todo trance...» (410), así
como el superlativo muy luego: «recobrará muy luego la perfecta
tranquilidad» (416, 478), además de la secuencia luego en el mismo
instante (523). En México luego al instante se atestigua el año 1692 y
el duplicado luego luego en 1694: «que con ocasión de querer dicho
alcalde mayor que luego luego le pagassen dicha grana...» (Nueva
España, 433, 442); en cita epistolar mexicana de 1819: «sobre el
despojo del mayorazgo, podrá usted, luego que tome poseción, ha-
cer que se restituyan»326. En texto chileno de 1810: «haced lo que
han hecho en Buenos Aires: formad desde luego una Junta Provisio-
nal», y en la Aurora de Chile: «el nuevo gobierno, deseoso de dar des-
de luego pruebas de su amor a la justicia y al buen orden...», «luego
que fue reconocida y jurada la nueva Junta, se destacó por su orden
competente número de guardia»327.
Onde. Las locuciones locativas a onde y de onde se presentan con
extraordinaria frecuencia en el corpus chileno de Peña y Lillo328,
con la variante más vulgar ande, «en el calvario, ya crusificado, ande
consumó la obra de nuestra redensión» (Cartas, 58), en este caso,
como su editora anota, «añadida la o entre líneas en el manuscri-
to»329. En México, 1799: «diciéndole que a ónde estaba el medio
que llebaba», «fue a la casa a onde vibe el citado padre», 1815 (Nue-
va España, 656, 724).
Recién ‘apenas, recién ahora’. En el Alto Perú: «Espera, bruto, ¿no
vez / que recién pido dinero / para que te hagan la ropa?» (Potosí, 238).
Últimamente ‘recientemente, finalmente’. En Omoa (Honduras),
1768: «plano de tierra, desmontado y quemado últimament e» (Pla-
nos, 181); en Perú: «u lt imamente, a fuerza de muchos azeytes y varios
instrumentos, se consiguió sacarle el pescado»330; en México: «que,
haviéndolo contenido, les hizo resistencia, pero que últimamente lo

326 Carta de Atenógenes Rojano citada en n. 100.


327 Catecismo político citado en n. 262 y número del 18.7.1812 del periódico
santiaguino citado en n. 117.
328 Cartas, 1, 2, 37, 47, 54, 57, 60, 61, con muchas más atestiguaciones.
329 Kordic Riquelme (2008: 472). En el español de Chile actual onde se man-
tiene muy vivo, más que en el conjunto de las hablas populares españolas.
330 Trujillo, Apéndice III, núm. 250 del Mercurio Peruano.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

afianzaron y lo revolvieron para su casa», 1803, «se salió últimamente


a solicitar del alcalde de barrio», 1816 (N u eva España, 679, 728); en
el Correo del Orinoco: «la capital de Caracas debía ser ocupada por las
tropas expedicionarias ú lt imamente venidas de Europa» (189), «ú lt i-
mamente, declara la República de Venezuela...» (318), «el sentimien-
to conservador a que últimamente os provoco» (386), «y, últimament e,
que el tratado de armisticio no garantiza de ningún modo la integri-
dad de nuestros respectivos territorios» (428).
Ya. Por su combinación con el pronombre personal sujeto (ya
yo dije / yo ya dije), está tratado en III, 3.

Locuciones adverbiales

A su turno ‘a su vez’. En el Correo bolivariano: «fue atacado el 20


de mayo por todas las fuerzas enemigas reunidas y las rechazó con
ventaja, y, habiéndolas atacado a su turno el 25, las derrotó comple-
tamente» (299).
De hoy más ‘en adelante’. También en el periódico de Angostu-
ra: «de hoy más, ya no está en el poder de nadie detener su vuelo»
(Correo, 236).
Dentro de poco ‘recientemente’. Con dos registros en manifiesto
gubernamental chileno de 1818 que publica el Correo del Orinoco:
«dentro de poco se reunieron a los alrededores de Santiago» (125).
En seguidas. Usual en hablas campesinas, aunque Kany sólo re-
coge a seguidas (1969: 374): «Sir J. Mackintosh, que oró en seguidas,
sentía que la Cámara no estuviese completa» (Correo, 336).
Más nada. En el Correo: «no tiene más nada que desear» (236).
No más ‘solamente’, y como simple refuerzo expresivo. En el Co-
rreo tiene numerosos testimonios, verbigracia: «no más que el otro
día el Señor (...) dixo que la Gran Bretaña se había denegado a
vendernos los buques» (38), «todo esto ha de quedar entre los dos
no más» (192), «de infinitas e inmensas injusticias, insultos y estra-
gos, quiero decir tres o cuatro no más» (300), «¿conque cinco no
más son las quejas elevadas contra usted...?» (414). En el Alto Perú:
«miren no más qué valiente», «absórveme no má, pue» (Potosí, 157,
183). En Chile, con datos de sor Dolores: «le dije que me aconseja-
ba que no dejase la comunión frecuente..., y no más callé», «que

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GRAMÁTICA

suelen acaeser para la comunión, y no más» (Cartas, 48, 49). En


México: «eso no más le suplico», 1787, «me dijo que él yba a salir...,
y no más», 1806 (Nueva España, 606, 700).

PREPOSICIONES

A. Con valor locativo reiteradamente se documenta en el Co-


rreo, así en «se refugió al bosque» (109), «a las inmediaciones
de...» (195), y con el sentido de dirección que en el español euro-
peo tiene en: «Bolívar concibió el gran proyecto de... penetrar a la
Nueva Granada con parte de su exército», «Bolívar no entraría a la
capital sin una fuerte batalla» (212), entré a (431), pero entró en
(425). Constantemente se halla en la expresión a nombre de («pre-
sidía a esta función a nombre de la ciudad»), con numerosas mues-
tras en este corpus periodístico331, asimismo en la Aurora de Chile:
«transmítales V. S. a nombre de la Patria que representamos los ho-
menages de la virtud»332, y en el Catecismo político de 1810: «formad
vuestro govierno a nombre del rey Fernando para quando venga a
reynar entre nosotros»333, con testimonios mexicanos de 1813
(Van Young, 2006: 236, 538).
Bajo de. En la Aurora de Chile: «empero, baxo de los musulmanes
¿quál es hoy la cultura de los griegos?»334, y en el Catecismo político:
«quando os halléis encorbados bajo de un yugo estrangero»335; en
el periódico de Angostura hay abundantes pasajes como «que bajo
de este pretexto han procurado con actividad el contrabando»336.
En Perú: «desde el origen del mundo hubo sociedades arregladas,
ya bajo del primer padre de los mortales, ya bajo de los patriarcas»337.
De. Con sentido partitivo en texto altoperuano de 1799: «una
poquita de plata» (Potosí, 167). En México: «una poca de lamparilla

331 Correo, 54, 143, 198, 210, 391, 473, etcétera.


332 Número de 18.7.1812 (citado en n. 117).
333 Citado en n. 262.
334 Número de 1.4.1813 (citado en n. 117).
335 Citado en n. 262.
336 Correo, 4, 107, 108, 197, 203, 283, 377, 417, corto muestreo de los numero-
sos testimonios que para la locución prepositiva bajo de este corpus ofrece.
337 Trujillo, Apéndice III, núm. 165 del Mercurio Peruano.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

de género», 1694, «una poca de sebada», 1799 (Nueva España, 443,


652); en el Correo del Orinoco: «algún poco de confianza» (354), y
«¡qué de generaciones!» en manifiesto de O’Higgins que este pe-
riódico publica (126)338.
En ‘por’ temporal («el martes en la tarde»), comentado en III,
3. El uso de en ‘a’ fue normal en el castellano medieval y todavía
era de alguna frecuencia en la lengua escrita de los siglos XVI-
XVII, naturalmente mayor en los textos de nivel más popular, y en
sus pervivencias americanas necesariamente no hay que buscar
sustratos indígenas, salvo por lo que condicionen determinadas si-
tuaciones de bilingüismo, y menos aún influencias africanas.
Testimonios mexicanos son: «fui derecho en casa de mi espo-
sa», 1696 (Nueva España, 461), «llebaron al declarante en casa del
governador», «gane v. m. por ahí para en casa del governador»,
1799 (652, 653). Del Correo del Orinoco: «fue el primer comisionado
británico que saltó en España a hostilizar contra Bonaparte» (58),
«prefirieron retirarse por tierra a Cumanacoa para incorporarse
en las tropas de la República» (329), «todo el que prefiera incorpo-
rarse en las legiones patrióticas...» (386), «no se les permitió saltar
en tierra» (484), «me incorporé en el Congreso de Nueva Grana-
da» (488), y son frecuentes las variaciones ocurrir en casa-ocurrir a
casa (392, 396).
Por cima de. En Chile: «no conocen ni ven, porque miran por si -
ma del hombro» (Cautiverio, 557). Forma gramatical muy proba-
blemente emparentada con hablas del occidente peninsular.

CONJUNCIONES

Cada que ‘siempre que’. En México: «lo haría cada que... se le


mande», 1740 (Nueva España, 515). Hacia 1535, Juan de Valdés ya
repudiaba el uso de cada que por siempre (que), superviviente sin

338 En Lizárraga «unos pocos de cocos» (Perú, 400). La expresión dar de pare-
ce conservarse con mayor vitalidad en América que en España, y el manuscrito
altoperuano Tortura registra «en haverme dado de bofetadas», «les dio de palos»,
«por haberle dado de trompadas» (2r, 5r, 23r); en texto mexicano de 1694, «para
que le diesen de copas» (Nueva España, 454); «se suponía hijo de César y le dio de
puñaladas», en el Catecismo político chileno de 1810 (v. n. 262).

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GRAMÁTICA

embargo en algunas hablas rústicas españolas, «y, con especial vi-


gor, en numerosas regiones hispanoamericanas» (Kany, 1969:
444). El mismo autor señala la pervivencia americana de la varian-
te cada y cuando (que), de la que encuentro precedente mexicano:
«a él le era fásil elebarse cada y cuando que quisiera», 1692 (Nueva
España, 422).
Como que (Kany, 1969: 445, 446). En el boliviano Tortura: «con la
autoridad de juez, como que acabava de recevir la bara pocos meses
antes», «escasos de toda defenza, como que no podían ni hallaban
arbitrio para dar las instrucciones a sus defensores» (5v, 14r). En
México: «me llebaba en los hombros el padre, como que yba a una
fiesta», 1692 (Nueva España, 423), «lo que tienes ya lo sé, y tú como
que lo saves», 1805 (687), «lo que, oído por el que relata, como que
todos eran amigos..., no hiso más que decirles...», 1813 (717).
De que ‘desde que, en cuanto’. En el corpus de Peña y Lillo gran
presencia textual tiene esta locución conjuntiva, coloquial y poco
usada para la Academia en 2001339, entre cuyos registros están los de
«resebí el suyo y de que vi su contenido...» (C a rt a s, 15), «pero, deque
miro las cosas de tejas abajo...» (54), «y le aviso que, d eq ue le hablé
para mi confesor, me hiso haser confesión general» (58), «de que lle-
gaba a mi asiento persebía olor fragante» (61), «no sé lo que es te-
ner un buen pensamiento de que desp i e rto», «no hay más consuelo
que, d eque despierto en alguna alterasión destas y conosco ser todo
falso, dar grasias a Dios que no es verdá lo que ha pasado» (64).
Después que ‘desde que, desde que, en cuanto’. Como anticuada
se registra en el diccionario académico esta locución, que se conser-
va muy viva en el epistolario chileno de sor Dolores, con ejemplos
como «después que volví a mis sentidos, sentí en mi corasón grandes
sobresaltos» (Cart a s, 29), «así son las lágrimas después que me veo
burlada» (40), y antes aparece este nexo en otros corpus del mismo
territorio: «después que yo llegué a casa de Tureupillán, hise una me-
sita a modo de banco» (Cautiverio, 887). Y en proclama del general
San Martín: «Después que el exceso de desgracias y de crímenes ha su-
339 En la edición de 1992 el diccionario académico daba deque ‘después que,
luego que’ como adverbio temporal, «familiar» y poco usado; en la de 2001 acer-
tadamente cambia dicha clasificación gramatical por la de conjunción, aunque la
n o ta de «coloquial» que a su empleo se le atribuye no es la que corresponde a una
difusión muy predominantemente, si no exclusivamente, rural de esta forma.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

blevado las provincias de España, cuando la más atroz guerra intesti-


na cubre de espanto y luto todas las familias...» (C orreo, 386). En Mé-
xico: «abíaseme olvidado desir en su lugar cómo d e spués que el padre
me bido gastado...», 1692 (Nueva España, 422).
Más que ‘aunque’. En el Alto Perú: «más que la guarde en el cu-
lo, yo he de salir con mis fines» (Potosí, 227); en corpus peruano
con fecha de 1793: «quando camina, más que sea por un espeso
bosque, va destruyendo con su recia trompa quanto encuen-
tra»340; en el Correo de Angostura: «les obligó a retirarse habiéndo-
se repetido la carga por dos ocasiones, más que quisieron mante-
ner el campo» (331).

INTERJECCIÓN

Ojalá y. Se usa en el español meridional, sobre todo en Andalu-


cía, pero en América esta interjección se halla considerablemente
extendida (Kany, 1969: 309, 310). Aparece en texto mexicano de
1806, «¡ojalá y nunca ubiera ido!» (Nueva España, 698), y anterior-
mente se encuentra en la crónica de fray Reginaldo de Lizárraga,
no se olvide que era de origen extremeño: «donde ojalá y no se ca-
sen otra vez» (Perú, 322).

340 Trujillo, Apéndice III, núm. 264 del Mercurio Peruano.

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CAPÍTULO VIII

Perfiles del español americano


en la Independencia

MARCO HISTÓRICO Y CARACTERIZACIÓN LINGÜÍSTICA

En los dos primeros capítulos de este libro he señalado las causas que
a mi juicio condicionaron la formación del español americano con las
variedades diatópicas que la emigración aportó, así como su desarrollo
posterior hasta cuajar en una modalidad homogénea en determinados
rasgos frente al español europeo, pero también con ciertos caracteres
de diferenciación regional, como no podía ser menos tratándose de do-
minios de tan extraordinaria extensión, tampoco idénticos en las res-
pectivas historias de su hispanización. Y en esa relación fundamental en-
tre las dos orillas del Atlántico es claro que las afinidades más profundas
y numerosas se dan entre el español de América y el del mediodía pe-
ninsular, el de Andalucía sobre todo, así como el de Canarias. De este es-
pecial parentesco lingüístico se han visto varias muestras léxicas en lo
que precede, y muchas más se podría, traer a colación, alguna de signifi-
cación histórica tan excepcional —y, según creo, hasta ahora desconoci-
da—, como es estrallar (y estrallarse) ‘estallar, reventar’, ‘romperse una
cosa’, ‘estrellarse’, que la lexicografía americanista localiza en Argenti-
na, Santo Domingo y Venezuela, pero que asimismo se documenta en
plano de la desembocadura del Misisipi de 1769 (VI, 1), con la particu-
laridad de que la Luisiana fue territorio de predominante poblamiento
canario, de mucho peso también en las Antillas y Venezuela, así como
en tierras uruguayas. Y con el colofón sincrónico de que sean las hablas
canarias las únicas de España que mantienen con gran vitalidad el mis-
mo estrallar con significados idénticos a los americanos341.

341 También estrallejo, estrallerío, estrallido, estrallo (Tesoro, 1239, 1240). Aunque

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

La marca inicialmente regional del seseo, y ceceo, así como la


de la /h/ americana frente a la /x/ del centro y norte de la Penín-
sula, en cierto modo igual que la de los relajamientos extremos de
/-s/, /-r, -l/ y /-d-/, o la del yeísmo, documentalmente parece indis-
cutible. Claro es que en América estos fenómenos tuvieron su pro-
pio desenvolvimiento geográfico y social, empezando por el proce-
so de nivelación que en el Nuevo Mundo experimentaron. Su
explicación ciertamente no puede basarse en tópicos climatológi-
cos, aparentemente desechados hace tiempo por la ciencia; pero
aún circula un sucedáneo en la especie de que los andaluces para su
asentamiento indiano habrían preferido las tierras «calientes» isle-
ñas y continentales, un tanto como si añoraran el clima sevillano. Al
descarte de semejante simpleza «histórica» he dedicado alguna
atención anteriormente (I, 1, 3; 2008a: 32-40), aunque no estará de
más recordar que los mismos criollos bogotanos se admiraban del
temple de Bolívar para «haber sufrido todas las privaciones y los rigo -
res del clima más mortífero de Tierra Firm e» (C orreo, 197). Y si en 1577 un
emigrado escribía a su hermano en estos términos:

Ésta será para hazerte saber cómo yo llegué a esta çiudad de


México, y después que a ella vine no e tenido un día de salud, por-
que en esta tierra todos los que vienen de España les da una chape-
tonada que se mueren más del tercio de la gente que biene (Nueva
España, 212),

y el remitente era sevillano; pero la situación era mucho más adversa


para la salud de los españoles en las tierras cálidas costeras, y como
último botón de muestra recojo la experiencia del también hispalen-
se Francisco de Saavedra a su llegada a Cumaná en 1780:

No me causó la menor novedad la variación de clima y alimen-


tos, no obstante que se estaba en la estación de las calmas, y que

el Autoridades recoge rastrallar ‘chasquear con la honda o el látigo’, y que restra-


llar ‘crujir, restallar’ sea usual en León, estando documentado dar estrallido ‘esta-
llar’, ‘quebrar financieramente’ en el sevillano Mateo Alemán (Corominas y Pas-
cual, 1980-1991: II, 767), la correspondencia española con América en este
punto sin duda es la canaria. El mexicano rastrellazo ‘rastrillazo, disparo’ antes
documentado muy probablemente pertenece a esta familia léxica.

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PERFILES D E L E S PA Ñ O L A M E R I C A N O E N L A INDEPENDENCIA

hacia mucho calor. A mi criado don Ignacio García le asaltó una


dolencia endémica en aquellos paises, y que rara vez perdona a los
forasteros: llámase vulgarmente el bicho, trae grande aparato de
calenturas y dolores, y descuidado sería mortal, pero se cura fácil-
mente con refrescos de cosas ácidas aplicando cortaduras de li-
món al orificio (Morales Padrón, 2004: 57).

El factor demográfico sería determinante durante toda la Colo-


nia, pero no con la misma incidencia en el aspecto lingüístico de
parte de la emigración española, que en el siglo XVIII decreció
considerablemente y porcentualmente contó poco en el conjunto
de la población hispanoamericana. En la capital de Nueva España
los peninsulares no eran muchos, aunque tenían un gran peso en
la administración y en la economía del virreinato, de manera que
de los 130 comerciantes que componían el Consulado de México
entre 1763 y 1771 la mayoría era de peninsulares, habiéndose
identificado la exacta procedencia de 58 de ellos (Lemus y Már-
quez, 1992: 89), y en todo el enorme dominio novohispano los re-
sidentes nacidos en España eran unos 15.000, otras fuentes elevan
su número a 20.000, apenas el 0,2 por ciento de toda la población,
aunque esta exigua minoría controlaba el gobierno, el ejército, la
Iglesia, buena parte del comercio exterior, además de la produc-
ción vinícola y textil del país (Anna, 2003: 11)342. Semejante situa-
ción se daba en otras partes, pues los españoles expulsados del Pe-
rú, según los títulos de las décimas escritas inmediatamente
después del cese del gobierno virreinal sobre la Despedida de chape -
tones empleados de Lima, estaban representados por un general, un
togado, un administrador de rentas, un oficial real, un minero, un
hacendado, un naviero y un almacenista (Poesía, 250-252). La
composición satírica resume bien las principales actividades de-
sempeñadas por los metropolitanos en América en la última etapa
colonial, probadas por documentos del mismo suceso de expul-
sión (Ruiz de Gordejuela, 2006). En cuanto a la preferencia de los
emigrados sin distinción de origen por las tierras altas, bien la co-
nocían quienes eran testigos de vista, como para el Perú se asegu-

342 Según este autor, de esos 15.000 españoles europeos 7.500 eran militares,
6.000 funcionarios y comerciantes, y 1.500 eclesiásticos.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

raba en publicación limeña de 1794, «la experiencia acredita que


un europeo se radica o detiene más fácilmente en la sierra que en
los valles», aunque la razón aquí aducida no es precisamente la de
la benignidad climática343.
Así, pues, la sociedad americana, bastante antes de producirse los
movimientos independentistas, era genuinamente criolla, pero con-
tinuaba afectada por la escasez de su demografía, así como por su
dispersión territorial y en no pocos sitios se sufrían los problemas del
aislamiento —no absoluto, por supuesto—, que las dificultades de
comunicación, más en la terrestre que en la fluvial y en la marítima,
agrandaban. Se ha visto cómo el oficio de la arriería fue fundamental
para el mantenimiento de la actividad económica en extensas zonas
interiores, en el Río de la Plata o en Nueva España, y esto hasta los úl-
timos años de la Colonia. En el dominio novohispano el Reglamento
de arrieros y mercaderes, de 1796, establecía los plazos para llegar a Gua-
dalajara desde los principales puntos del país: 60 días a partir de Ve-
racruz, 30 de México, 20 de Querétaro y las mismas jornadas desde
San Miguel el Grande (Suárez Argüello, 1997), y el 19 de julio del
mismo año los arrieros de la Antigua Veracruz escriben una carta a la
Reina solicitando que se hiciera un camino desde Veracruz a Xalapa,
y de allí a Perote344. Poco antes en su visita a este territorio Francisco
de Saavedra se maravillaba de que la carrera real de Veracruz a la ca-
pital del virreinato no fuera un camino carretero en condiciones:

Salimos de Perote al amanecer. Llegamos a Xalapa poco después


del mediodía. Fui considerando a cuán poca costa podría hacerse un

343 Tru j i l l o, Apéndice III, núm. 336 del Merc urio Peru a n o. El redactor opina que
el hecho es «verosímil provenga de aquel imán que tiene el agasajo: son también
más subordinadas (las indias) a los preceptos del varón», «pues aventajan a la mu-
geres de los valles en el cariño, principalmente para con el forastero». Pero las ra-
zones de la atracción que por el altiplano sentían los emigrados españoles sin du-
da eran más prosaicas o materiales, como serían el rendimiento agrícola, la
minería, la disponibilidad de más mano de obra indígena. En cambio, la suavidad
climática y la facilidad para el comercio explicarían el poblamiento de Trujillo
del Perú, donde «hay (familias) que se derivan de aquellas personas que, atrahi-
das del comercio y bondad de su clima, se fueron avecindando, y muchas que, ha-
biendo venido con honoríficos empleos a ella o a los corregimientos confinantes,
la eligieron para su residencia» (núm. 248 del Merc urio Peru a n o) .
344 AGI, Estado 40, N. 30

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PERFILES D E L E S PA Ñ O L A M E R I C A N O E N L A INDEPENDENCIA

excelente camino de ruedas desde Veracruz a México; en él se traba-


ja sobre el particular y está encargado de ello un buen ingeniero. Sin
embargo, me parece que más que hacer un camino de caja se entien-
de por tal las huellas de las ruedas hechas por los vehiculos...; lo que
se hace es echar un remiendo al que en el día existe (Diario, 251).

Por referencia a México se ha señalado el tradicional aislamien-


to de la población criolla del Yucatán, que desde luego no era de
igual grado en el medio rural que en el urbano de Mérida, de cu-
yos 19.047 habitantes, según padrón de 1788, 4.264 eran «españo-
les» (blancos europeos y mexicanos), 7.113 indios, 5.048 mestizos,
2.442 pardos o mulatos, 241 negros, y en los conventos 50 monjas
además de 249 criadas345. En Mérida de Yucatán el uso del español
sería preponderante, no así en el campo, pero el sistema de castas
intramuros y el predominio indígena circundante sin duda anima-
ban el espíritu aristocrático, de inevitables consecuencias lingüísti-
cas, en la elite criolla. En el Perú la situación era extraordinaria-
mente variada, pues en «las Balsas, puerto real por donde pasan el
Marañón... el calor que allí se experimenta es excesivo, y sus habi-
tantes son indios y mestizos», mientras que la ciudad de Santiago
de los Valles estaba habitada por «algunos españoles, mucha gente
blanca y pocos indios», en un partido como el de Moyobamba, sel-
vático y con sólo dos curatos a pesar de su gran extensión, «en un
llano tan dilatado que hace horizonte sin que se distinga cerro al-
guno», cuyo «terreno es montuoso (selvático), muy húmedo y lle-
no de ciénegas a causa de los muchos ríos caudalosos que lo inun-
dan»; y los habitantes de este territorio, además de los de
Chachapoyas, Luya y Lamas, «está regulada en veinte y cinco mil
trescientos y setenta y ocho», la mitad indios, seguidos de mestizos
y españoles, a larga distancia por los pardos y negros, «corto nú-
mero —concluye el autor— en un terreno tan dilatado y que des-
de luego, como en el resto del Perú, influye en su actual decaden-
cia y miseria»346.
345 Cartografía III, 128. El estamento militar, por lo tanto hispanohablante,
era importante, pues contaba con 676 miembros de las milicias de voluntarios
blancos, 684 de las ocho compañías de tiradores pardos, y 50 hombres de la
compañía de dragones.
346 Trujillo, Apéndice III, núms. 165 y 166 del Mercurio Peruano.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

En este marco geográfico y social, y en otros semejantes que co-


noció la América colonial, el mantenimiento de la tradición lin-
güística forzosamente se veía favorecido, lo cual supone que las
principales notas del fonetismo americano se configurarían muy
pronto, algo que por otro lado la documentación avala. En el as-
pecto gramatical la mejor pervivencia de viejos usos hispánicos
también queda suficientemente probada. Extender el listado de
antiguas concomitancias españolas y americanas es tarea suma-
mente fácil, pues basta con ampliar el análisis textual y, así, en car-
ta dada en Sevilla el año 1596 por una monja natural de Ayamonte
(Huelva) se encuentra repetido el refuerzo prepositivo del posesi-
vo, una de las citas también con el tipo sintagmático Dem. + Pos. +
N.: «por la cingular merced y regalo que me a hecho a mí y a toda
esta su casa de vuestra merced», «yo e resiuido su bista de mis amadas
hermanas»347, una prueba más de que en absoluto se trataba de gi-
ros exclusivos del estilo notarial. Las citadas construcciones abun-
dan en el corpus literario de Torres Naharro, del año 1517, ade-
más del empleo de mi + vocativo: «díme agora, por mi amor, mi
señora, de quién habramos agora», «Dios te guíe, mi señora», «y él te
guarde, mi señor»; se registra asimismo la posposición del posesivo
en sintagmas «que contienen un nombre que trasmite valor de
complemento al adjetivo posesivo: a causa tuya (a causa de tí), en
busca suya (en busca de él), a pesar suyo... (Chile)» (Kany, 1976: 65,
66), con la cita «essa es ida en busca mía», que contiene el auxiliar
ser de un verbo de movimiento (es ida), sin que falten atestiguacio-
nes como la del imperfecto contracto vían ‘veían’ o la de los vocá-
licamente disimilados escrebir y recebir (Propaladia).
Algo anteriores son los versos de Juan del Encina, publicados el
año 1496, en los cuales son casi generales escrebir y recebir, frecuentes
vía ‘veía’, vías ‘veías’, así como la combinación ya + pronombre perso-
nal antepuesto al verbo: ya tú sabes, ya yo avía oydo, ya yo mesmo no era
mío, esso ya yo lo sabía; sin que falten el orden pronominal me se («que
en venir me se desfrola»), la construcción Dem. + Pos. + N. (aqueste
vuestro letor), la anteposición de mi a vocativo («andad en paz, mis her -

347 Texto epistolar que facsimilarmente reproduce la lámina IV de otra inves-


tigación mía (1993: 44). En él, aparte de un seseo o ceceo pleno, se registra toda-
vía un caso de haber ‘tener’: «dise que aya ésta por suya vuestra merced».

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PERFILES D E L E S PA Ñ O L A M E R I C A N O E N L A INDEPENDENCIA

manos»), la formación del superlativo con más y positivo («tú sos el más
buen zagal»), la forma con aféresis ora («y ora quieres ser traydor», «ora
las vuestras posseo»), junto a bastantes casos de no más ‘solamente’,
entre ellos: «el viernes de cruz no más», «¡o, qué dulçor de dulçores, /
morir una vez no más!» (Cancionero). Y vamos, vais subjuntivos en las
Farsas de Lucas Fernández: «no’s vays tan desconsolada, / ay, cuyta-
da», «algo me querrás llevar, / sin dudar, / ante que vamos de aquí».
El presente de subjuntivo vamos también se encontrará más tar-
de, 1614, en La famosa tragicomedia de Peribáñez y el Comendador de
Ocaña de Lope de Vega, uso ocasionalmente aún conservado en
América (Kany, 1969: 215, 216): «que no os vais, os ruego», junto a
la locución adverbial no más: «con esto no más que le conceda»,
«diome la muerte no más», y la anteposición del posesivo mi a sus-
tantivo en vocativo: «por vuestra casa, mi Antón, tengo de entrar
en la mía». No pocos casos de este hecho gramatical registran los
textos aquí estudiados, entre ellos para Chile, segunda mitad del
XVII: «pues volveré a acompañaros, dijo el indio, si gustáis que
nos vamos paseando» (Cautiverio, 551), y en 1810: «la metrópoli ha
querido que bamos a buscar justicia y a solicitar empleos a la distan-
cia de más de tres mil leguas»348; y en México, 1813: «balla, señor
padre, tomemos y bámonos, que yo también tengo que ir a ver a mis
cavallos» (Nueva España, 719). Tampoco faltan testimonios de la
antigua construcción negativa con dos voces de este sentido ante-
puestas al verbo: «ni las longanizas tampoco me has enviado» (Co-
rreo, 358), «hasta ahora no tiene dueño ni tampoco se conoce la cali-
dad de éste»349. A Lizárraga pertenecen las citas «éste también no se
vadea», «porque ni los maridos no tienen ánimo» (Perú, 125, 170).
Pero no todo es rasgo tradicional en la gramática de esta docu-
mentación, pues el fenómeno de pronominalización verbal, con
caracteres semejantes a los que al respecto hoy se observan en el es-
pañol americano, se verifica en grado sensiblemente más progresi-
vo que en el español de España de la época. Y se apunta vigorosa la
tendencia a elidir la preposición de con verbos que tradicionalmen-
te la habían exigido (queísmo), de la que sólo en el Correo del Ori-
noco escojo estos ejemplos: «c o nv e nc i eron a Cristóval que se hallaba

348 Catecismo político, citado en la n. 262.


349 Trujillo, Apéndice III, núm. 269 del Mercurio Peruano.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

sentado sobre el borde de un precipicio» (381), «est amos convenci -


dos que quando las aguas estén en su altura...» (424), «debéis estar
persuad idos que ambos departamentos han sido igualmente trata-
dos» (499), «he recibido varios partes... avis á nd ome que su puesto es-
taba cercado» (500), «lo deposita en manos de V. E. p e rs u ad ido que
si con su espada ha asegurado a la República...», pero «el Congreso
está bien p e rs u ad ido de que la República será feliz» (502). En su emo-
cionado manifiesto A los pueblos de Colombia, dado en la hacienda de
San Pedro el 10 de diciembre de 1830, próxima la hora de su muer-
te, escribía Bolívar: «Me separé del mando cuando me pers u adí que
desconfiabais de mi desprendimiento» (D ocumentos, 25).
Para algunos autores, por fortuna muy pocos, el español ameri-
cano es «revolucionario», evolutivamente se entiende, pero resul-
ta que ni término ni concepto caben en historia de la lengua, pues
el cambio lingüístico opera pausadamente, precisamente porque
debe ser asumido por el conjunto de los hablantes, y esa conquista
de las voluntades lingüísticas no se produce de la noche a la maña-
na: es doctrina asentada por grandes lingüistas que la documenta-
ción y la experiencia de lo que ante nuestros ojos sucede sobrada-
mente prueban. Esto vale para la fonética y para la gramática, y en
cierto modo para el fundamento léxico de la lengua, que, sin em-
bargo, por ser un campo mucho más abierto y por su propia idio-
sincrasia semántica, permite rápidos triunfos sociales de alteracio-
nes de significado en algunos de sus elementos, entradas de voces
foráneas y también desusos consumados en no mucho tiempo. Si
un día se habló de «innovación» fonética y de «revolución» fono-
lógica fue por la necesidad del lingüista de sintetizar «estructural-
mente» procesos de larga duración, de los que muy poco se sabía
de su comienzo (cronológico, geográfico y social), y tampoco mu-
cho de su imposición final como hecho sistemático. Otra cosa es
caracterizar al español de América como un todo con el marbete
de «revolucionario», basado sólo en unas pocas como desbocadas
evoluciones fonéticas, meramente supuestas, y en algún estereoti-
po teórico ayuno de documentación.
Evidentemente, el desarrollo diacrónico de una unidad del es-
pañol como la americana, de tan extraordinaria extensión geográ-
fica y de semejante complejidad social, no puede definirse lapida-
riamente, ni tomarse una parte, aun cuando se interpretara ade-

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cuadamente, por el todo. Ni es admisible que se quiera poner una


etiqueta de sentido histórico a una realidad dialectal que desde
hace mucho tiempo llegó a ser la más relevante del mundo hispá-
nico, sin prestarle la debida atención científica, que en esta disci-
plina mayormente radica en el análisis textual. Varias de las princi-
pales circunstancias que rodean la evolución del español desde
que se trasplantó al Nuevo Mundo justifican el innegable carácter
tradicional que en no pocos aspectos actualmente presenta, y que
por descontado tenía en los años de la Independencia, lo cual en
sí mismo ni es positivo ni negativo: es lo que los hablantes en su vi-
vir americano quisieron que fuera. Pero junto a la tradición puede
existir la innovación, que según pienso es el caso de la pronuncia-
ción chilena de la /h/ seguida de vocal palatal. La misma nivela-
ción fonética, con protagonismo del meridionalismo originario,
no deja de ser un fenómeno innovador, que también se da en la
resemantización americana de tantas palabras del español euro-
peo, en las adopciones de préstamos de otras lenguas, en la reno-
vación léxica impulsada por la revolución independentista.

SOCIEDAD Y LENGUA

Tan fuera de lugar es tratar de «revolucionario» al español de


América, insisto en que tal término debería ser resultante de una
retrospección histórica, como que se consideren «construcciones
sintácticas aparentemente extra-hispánicas» las de un mi amigo,
otro mi hermano, si él fuera venido ayer o esa tu criatura, o que tenga
que ser un caso de «penetración sintáctica» del guaraní la «doble
negación con negación antepuesta: nadie no está»350. Ni tan alegre-
mente se puede tomar la preposición de «ir en casa» como mues-
tra de calco indígena o africano en el español americano, pues to-
da cautela es poca en este terreno, teniendo en cuenta los
precedentes históricos del español común.
350 Según Lipski (1966: 196, 305, 333). Esa «doble negación» fue la normal
en el castellano medieval, aún documentada hasta bien entrado el siglo XVII. El
ejemplo de este autor «ya me lo cayó el diablo» para un lo pleonástico no puede
explicare sin contexto, pues caer también es transitivo (‘tirar, derribar’) en zonas
hispánicas.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

Construcciones como su casa de usted, su misma boca de dicho pa -


dre, su sobrino de él, este su puesto, y otras que a finales del período vi-
rreinal he documentado (I, 4; VII, 3, 4), son muestras de un len-
guaje formal que en España desde hacía tiempo estaba en
decadencia y que en América encontró favorable ambiente social
para su pervivencia. Por las especiales costumbres de las elites crio-
llas, por su tendencia a la selección y por el sentido aristocrático
que las animaba. Así, a finales del XVIII, tratándose de los mora-
dores de Trujillo del Perú se decía: «tiene la ciudad familias muy
nobles, y aquellas que provienen de los primeros conquistadores y
encomenderos se juzgan más privilegiadas»351, y en México, recla-
mando un mayorazgo de España, Atenógenes Rojano comunicaba
a su representante haber remitido «la justificación de mi nobleza»
y proclamaba que «sin embargo de ser un oficial del rey y depen-
diente de la Real Casa de Moneda, que ambos me constituyen no-
ble, con todo mediante aquel, por un efecto de la divina providen-
cia, soy caballero hijodalgo notorio con los mejores enlaces en esta
capital por ambas líneas»352. Referencias como éstas abundan so-
bremanera, demostrativas en todo caso de que las pretensiones de
relevancia social que a tantos españoles de los siglos XVI-XVII afec-
taron, el «espíritu de hidalguización» del que Rosenblat habló, en
tierras americanas se potenciaron y extendieron en el tiempo. Y al
comisionado español Francisco Saavedra en su estancia americana
de 1780-1782 le llamaría la atención el prurito nobiliario de algu-
nos criollos de Cumaná:

Las familias españolas establecidas allí desde lo antiguo, están


muy encaprichadas en su nobleza, a pesar de los pocos medios
que tienen para sostenerla; pero esta preocupación ha producido
un buen efecto, impidiéndoles mezclarse con las varias razas de
color que han viciado la sangre española en otras partes de Améri-
ca (Morales Padrón, 2004: 59).

En Nueva Granada la situación no era distinta, pues don Jeróni-


mo Torres ofrece la siguiente nota autobiográfica: «Nací en Popa-

351 Trujillo, Apéndice III, núm. 248 del Mercurio Peruano.


352 Carta del 24 de marzo de 1819, citada en la n. 100.

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yán en 1772. Mi padre, don Jerónimo Francisco de Torres y Herre-


ros, hijodalgo español de raza limpia, según él se calificaba...», y su
hermano Camilo por referencia a la misma ciudad dice: «Tú sabes
el país que habitamos y la preocupación que reina en él en esta
materia. Un hombre destituido de los papeles de su linaje está
siempre expuesto a tener mil lances de honor» (Silva, 2002: 40,
599). Aunque se empezaron a escuchar quejas contra el manteni-
miento de tal estado de cosas, como la del colombiano Diego Mar-
tín Tanco, quien en 1792 se expresaba así: «Cuando se trata del
bien universal de un Reino y de los medios de fomentarlo, debe
quedar excluida toda idea de nobleza, elevado nacimiento, des-
cendencias ilustres y honoríficos empleos» (614).
La formación escolar y académica de las minorías criollas tam-
bién tiene mucho que ver con el gusto por el lenguaje formal y
con la tendencia al refinamiento lingüístico. A mediados del
XVIII, Murillo Velarde, refiriéndose a los novohispanos, mezcla el
lugar común y la alusión a verdaderas peculiaridades léxicas, con
el rechazo a un estilo altisonante en grupos profesionales (médi-
cos y abogados), que parece chocarle:

Son los mexicanos en lo común afluentes en la lengua españo-


la, fuera de algunas palabras regionales, pero los médicos y aboga-
dos principiantes la desfiguran con mil clausulones medio latinos,
medio griegos, a modo de centauros, de suerte que cada uno pare-
ce una culta latiniparla,

alcanzando el nivel de la mayor generalización esta otra opinión


suya, poco concreta pero que estaba muy extendida entre quienes
viajaban a América:

Y en lo que he experimentado de todos, no exceden los de Li-


ma a los de México, ni los de México a los de Philipinas. Todos
ellos son de memoria prompta, de nativa loquacidad, de lengua
expedita y desembarazo en el decir (Geografía, 271).

La imagen de la donosura del habla del criollo se acuñó muy


pronto, según esta opinión de fray Martín de Murúa sobre los li-
meños: «no se hallará en esta ciudad un vocablo tosco y que desdi-

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

ga de la pulideza y cortesanía que pide el lenguaje español, que


acá se ha trasplantado de lo mejor y más acendrado» (Perú, 515).
Pero en lo que toca a la conservación de giros gramaticales como
los señalados, aparte de lo que supondría la práctica de un estilo
retórico en el siglo XIX (Silva, 2002: 631), sin duda no poco tuvo
que ver el conservadurismo lingüístico del entramado judicial, y la
plétora de abogados, contra la que desde tempranas fechas se alza-
ron voces, por el pleitismo que conllevaba. Todavía en 1780 el es-
pañol Francisco de Saavedra, recién llegado a Cumaná, tras descri-
bir ciertos aspectos de la ciudad observaba:

Hay sin embargo allí muchos enredos, nacidos por la mayor


parte de la abundancia de abogados, que no hallando ocasiones
en un país tan pobre de ejercer su profesión honradamente, susci-
tan pleitos, atizan el fuego de la discordia, y viven a expensas de la
quietud de sus conciudadanos (Morales Padrón, 2004: 60).

Esta afición a pleitear judicialmente ya la denunciaba en los in-


dios andinos Huamán Poma a principios del siglo XVII, y con deri-
vación a la violencia se achaca en 1743 como una de las causas de
la decadencia del pueblo mexicano de Ocuila:

Los indios que hay hoy no son tan trabajadores como los anti-
guos y la falta de principales y caciques que los hacían trabajar, y
porque también son pleitistas, que los distrae, como lo causó la su-
blevación que los de esta cabecera tuvieron con el ingenio de Xal-
molonga, a cuyos autos se remiten (México, 184).

De ahí las documentaciones mexicanas de pleito ‘discusión,


riña’: «y como resultaron varios pleitos y celos, se salió la referida a
vivir con una su parienta», 1745, «que aunque estuvo a poca dis-
tancia mirando el pleito, que ella no oyó dichas palabras», 1772
(Nueva España, 539, 596). Del trato con el lenguaje forense se pasó
a la popularización de varios de sus términos, pero también a la
expansión social de usos gramaticales que en España difícilmente
traspasaron los límites de la norma culta, cuya vulgarización en
América se vio favorecida por el prestigio que rodeaba a la aristo-
cracia criolla en una sociedad de castas, y por circunstancias que

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propiciaban el contacto humano en núcleos de escasa población.


De otro modo no se explicaría que un panadero de la ciudad de
México de baja formación escolar en 1689 escribiera «con tantos
ruegos a todos y asta su padre de vd.», «de todo responde su padre
de vd.», «mi bien, por vida tulla que no deges de salir» (Nueva Espa -
ña, 382). Porque también la anteposición de mi en vocativos, de
origen culto, se hizo popular en América, también en Canarias,
como ya lo era para el menestral mexicano, o para los campesinos
chilenos, según el dicho «¡arrímate a la olla, mi alma, que tiene
peumo!» recogido por el botánico Hipólito Ruiz.
A veces la lengua escrita ofrece resquicios para determinar con
suficiente precisión el alcance sociolingüístico de usos como los
precedentes. Pero el tráiganle («tráiganle una guitarrilla, / aunque
no tenga bordón») de los versos venezolanos de 1801 ya aducidos
(VI, 2) lleva a pensar que, efectivamente, el pronombre vosotros
apenas tenía vigencia como registro oral en el español americano
de principios del siglo XIX, como anteriormente he supuesto, a
pesar de la importante pervivencia literaria (retórica o formal) de
vosotros y vuestro (VII, 5), y la impresión se afirma cuando en 1741
el mayordomo de una hacienda rural decía vayan con Dios a los pe-
ones indios, y sabiendo que en testificación inquisitorial de 1751
«Juana María, yndia sirviente, y doña Josepha Manso del Villar, y
juntas y muy admiradas dixeron: cállense, que éste puede ser algún
maleficio» (Nueva España, 517, 574). El padre Correa escribía en
tono coloquial: «¡pregúntenselo al señor Andrade!», «ha, que no es-
tán impuestos ustedes, hermanos míos, en lo que es Correa!»; en
proceso de 1811 por la matanza cometida por un grupo de indios
se pone que gritaban «¡mátenlos a todos!», y en la revuelta de Cuer-
navaca de noviembre de 1810 un insurgente animaba así a los que
tumultuariamente pretendían quemar una casa donde se refugia-
ban varios españoles: «préndanle fuego, hombre; préndanle fuego y
ya verán cómo salen corriendo los gachupines que están ahí es-
condidos», con otro testimonio procesal muy popular del año
1813: «vean la maldad de Luis y el pago que sacó Ponce de haberle
hecho tanto bien»353.

353 Textos manejados por Van Young (2006: 262, 529, 625, 784, 788).

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

AL FINAL DE LA COLONIA: AMERICANISMOS GENERALES Y REGIONALES

Una y otra vez el historiador se encuentra con dos evidencias,


por un lado que muchos rasgos lingüísticos de valor caracterizador
que la documentación indiana le ofrece son de difusión general o
muy amplia, y por otro que también frecuentemente esos mismos
fenómenos atestiguados en torno a la Independencia configuran
la diferenciación del español americano actual. Que se diera en el
período colonial la distribución de los caracteres fonéticos regio-
nales y generales del español americano, de la gran mayoría de
ellos al menos, es algo que no ofrece muchas dudas, y lo propio
puede decirse de lo más granado del acervo de los americanismos
léxicos. El desarrollo evolutivo probablemente haya sido más lento
en el orden gramatical, aunque no pocos de los elementos que dis-
tinguen a la modalidad americana aparecen triunfantes o en ex-
pansión a principio del siglo XIX. Da mucho que pensar, efectiva-
mente, que tantos modismos hoy de identidad americana tengan
difusión general o que otros sean de gran extensión regional, cir-
cunstancia que parece remitir a la época en que toda América estu-
vo unida política y administrativamente, cuando los funcionarios y
militares españoles y criollos cambiaban entre cualesquiera desti-
nos y los traslados afectaban igualmente al ramo eclesiástico, cuan-
do las relaciones comerciales se movían libremente de Acapulco a
Valparaíso, del Cuzco y Potosí a Buenos Aires y en el Río de la Plata
se recibía el azúcar de Cuba, sin contar con el papel normalizador
que ejercieron los principales centros culturales, que irradiaron su
influencia muy lejos por la inmensidad americana.
Se liberará América de España, pero se crearán fronteras nacio-
nales, con iglesia, enseñanza, funcionariado y ejército propios en
cada República. Será preciso saber también qué contactos efecti-
vos hubo entre los diferentes nuevos países para suponer las con-
secuencias que la Independencia tuvo en materia lingüística. Aho-
ra bien, muchos de los elementos característicos del español
americano lo son por contraste con el español europeo, lo cual su-
giere que las divergencias a partir de la común huella hispánica es-
tuvieran suficientemente apuntadas en todas partes antes de que
América se encontrara a sí misma, aunque fragmentándose, y eso
es lo que parecen indicar los expurgos documentales sobre los

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PERFILES D E L E S PA Ñ O L A M E R I C A N O E N L A INDEPENDENCIA

años de la Independencia. Es también lo que la historia externa


hace suponer en una América que, entrado el siglo XIX, tenía no
pocos de sus territorios escasamente comunicados entre ellos. Le-
yendo los textos de la época se comprueba el desconocimiento
que los americanos en general tenían de regiones distintas a la
propia, máxime si mediaban grandes distancias. En carta reserva-
da al ministro Mariano Luis de Urquijo, fechada en Santiago el 20
de agosto de 1801, el oidor decano presidente interino de Chile le
comunica estar enterado del «plan de subversión de nuestra Amé-
rica adoptado por el gabinete ynglés, fraguado por Dn. Francisco
Miranda, dirigiendo vna expedición desde la ysla de la Trinidad a
Puerto Cabello y Tierra Firme», y añadía:

Aunque es inmensa la distancia e incomunicación de aquí a aquel te -


atro, se estará con la más vigilante precaución, observando exactí-
simamente quanto con este motivo se previene, para atajar todo
designio que intente perturbar la inalterable lealtad desde Reyno
(lámina XI)354.

Aparte de las relaciones comerciales interamericanas por enton-


ces existentes, quienes más se movían a lo largo y ancho de Améri-
ca eran los miembros de la Iglesia y los servidores de la administra-
ción colonial, civil y militar, tanto españoles como americanos.
Como ejemplo tenemos el caso del j av eque Andaluz, uno de los bu-
ques surtos en el puerto de Montevideo en 1769355, y que años más
tarde aparece surcando el golfo de México entre La Habana, Mobi-
la y la desembocadura del Misisipi, primero sólo con el nombre de
la clase de embarcación, cuando Bernardo de Gálvez pide refuer-
zos, pero «convinieron que el c h a mb equín se arriesgaba mucho en
entrar», a la bahía de Mobila, y el oficial que mandaba el convoy «se
retiró con el c h a mb equín a la Habana». Poco después, Francisco de
Saavedra sería testigo, la madrugada del 28 de marzo de 1781, de la

354 AGI, Estado, 85, N. 49. Sin duda dicho oidor ignoraba que Urquijo había si-
do destituido por Carlos IV. En cuanto a la trama londinense denunciada, conviene
recordar que en 1799 O’Higgins se entrevistaba en Londres con Francisco de Mi-
randa, y que, ganado por el venezolano para la causa independentista, regresaba
en 1801 a su Chile natal, el mismo año en que esta carta se remitía a la metrópoli.
355 Plano citado en la n. 190.

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Lámina XI
Chile en la distancia americana. Un anuncio de la independencia (n. 354).
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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

salida del puerto de la capital de Cuba de la flota que acudía a apo-


yar la toma de Pensacola: «componíase del navío San Román, de 61
(cañones), las fragatas C ec ilia y C l ar a, de 36, el chamberquín (sic)
A nd al u z, de 20, el paquebot San Pío, de 18, y 32 transportes en que
iban 1.300 hombres de tropa, el tren de los pertrechos y víveres»
(Morales Padrón, 2004: 143, 150). En su diccionario marítimo el
capitán de fragata Timoteo O’Scalan aclara que ch a mbeq uí n es ‘ja-
beque con aparejo de fragata’ (1831/1974: 200)356.
Si el diccionario académico recoge como americanismo gene-
ral tomar ‘ingerir bebidas alcohólicas’ y pronominalizado tomarse
‘emborracharse’, en el septentrión mexicano ya se halla esta voz
con dicho significado en texto referido a un suceso criminal entre
borrachos del año 1813: «que, como iban tomados, cada uno se fue
a dormir a su casa» (Nueva España, 719), como se encontraría mu-
cho más al sur en estos versos altoperuanos de finales del XVIII:

Mi don Bato es prevenido


y no sesa su molino,
su quijada es tarabilla
y él es embudo de vino.
Él se toma a lo divino
y nosotros a lo humano
(Potosí, 366).

Son sólo dos datos, pero suficientes para asegurar la generaliza-


ción de este término en América antes de su separación de España,
y si en composición limeña muy poco posterior al triunfo indepen-
dentista se usa el despectivo j et ó n, no parece creíble que la particu-
lar configuración semántica de este vocablo se deba al autor del
texto en cuestión, ni que su total difusión americana se diera desde

356 Efectivamente, la Armada española indistintamente llamó a este buque


jabeque y chambequín, y de hecho mientras el Andaluz sirvió en el Atlántico sur,
participaría en el ataque al asentamiento inglés de las Malvinas, también es de-
signado con el segundo nombre, aunque como jabeque (javeque) se nombra en el
plano montevideano. Por el Río de la Plata y zonas próximas navegaba al menos
hasta 1777, pero luego el chambequín sería enviado a La Habana, en apoyo de las
tropas españolas y francesas que combatían a los ingleses a favor de los indepen-
dentistas norteamericanos.

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entonces y a partir de dicha área peruana, sino que de antes venían


las cosas; lo mismo puede decirse respecto de m arom ero, por enton-
ces documentado en periódico mexicano pero que es de común
uso americano. Si prec is a r ‘necesitar, verse obligado’ es americanis-
mo general, resulta poco probable que precisión ‘urgencia, prisa’ se
vea reducido al español de México, como Morínigo en su dicciona-
rio lo incluye, y efectivamente se encuentra en el Correo del Orinoco,
igual que d is im ul a r ‘perdonar, dispensar’, como mexicanismo dado
por Santamaría357. Son numerosos los americanismos generales o
de amplísima difusión documentados en los últimos decenios de la
presencia española en la América continental, algunos con gran
antelación también. Entre los que en este estudio se consideran,
arria, que ya lo empleaba Huamán Poma a principios del XVII:
«una mula buena de cuerpo y pelo, de camino o de h arr i a, cincuen-
ta pesos» (C or ón ica, 693). Y otros muchos que no me es posible tra-
tar aquí, por ejemplo cuchilla ‘cumbre alargada y áspera de una ca-
dena de cerros bajos’, ‘cordillera de cerros bajos’, ‘loma’, propio
de la América meridional (Morínigo), registrado en Lastarria, «el
río Negro, que tiene su principio en la cuchilla que hace divisoria
entre nuestro pueblo y Portugal», o Brasil (C ol onias III, 51r), ya en
Lizárraga, «despachó algunos soldados arcabuceros que por una
cuchilla arriba subiendo echasen de allí a los enemigos» (P erú, 461),
quien también trae otros americanismos de diversa extensión, así
p aj onal, «llegó a este p aj onal ya tarde, donde, alojando la gente, ya
comenzaban a armar sus toldos» (356), o b añ ado, éste como parti-
cularismo rioplatense: «los ríos desta provincia (Tucumán), singu-
l a r idad el de Esteco y el de Santiago del Estero, al invierno son como
el Nilo, salen de madre y extiéndense por aquellas llanadas regan-
do la tierra, que allá llaman bañad o s» (412)358.

357 «Permita el uso de la Cruz de que habla el artículo tercero, disimulando la


pequeñez de los actos consagrados al mérito y virtudes de V. E., comparados con
nuestra deuda, nuestra gratitud y nuestros deseos», «hallándome sin canoas pa-
ra seguir mi marcha, me vi en la precisión de arrastrar a todo trance la mayor par-
te de las que me habían conducido de Tumaco» (Correo, 197, 410).
358 Pajonal viene en mapa peruano de 1791 (Cuesta Domingo, 1993: 306). En
cuanto a bañado, Lizárraga lo conocía como regionalismo rioplatense, mientras
que para el diccionario académico, pues lo recoge sin nota, es americanismo ge-
neral. Morínigo lo da como usual en Argentina, Bolivia y Paraguay.

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Siendo el americanismo léxico en su mayor parte resultante del


fenómeno de renovación semántica de palabras llevadas por la emi-
gración española, o del particular aprovechamiento de recursos
morfológicos para la formación de palabras con que cuenta la len-
gua común, está claro que se inserta en un proceso innovador, que
en muchos de sus elementos se comprueba cumplido antes de que
acabara la época colonial. Y esto tanto para toda América como en el
plano regional, que puede ser de la enorme amplitud del que co-
rresponde a bombilla ‘cánula de metal para tomar el mate’, domi-
nio según Morínigo formado por Perú, Bolivia, Paraguay, Uruguay,
Argentina y Chile, presente ya en El lazarillo de ciegos caminantes del
seudónimo Concolorcorvo, de 1773: «por ser muy común que varios
concurrentes beban en un mismo mate y con una propia bombilla»
(CORDE). De los extranjerismos los hay que naturalmente sólo pu-
dieron entrar en el español americano durante los años del conflicto
independentista, o después, y parece lógico pensar que la mayoría
de los afroamericanismos se debió de acuñar en el período colonial,
como el rioplatense bombero ‘explorador’, ‘espía’, que se encuen-
tra en parte militar dado en Buenos Aires el año 1821: «con el objeto
de reconocer y atacar varias partidas de la enemiga, que, según noti-
cias de mis bomberos, recogían las caballadas» (Correo, 517).
El trazado de límites intradialectales o regionales en la perspec-
tiva histórica es posible con el léxico, que permite el trazado de no
pocas isoglosas suficientemente seguras, y los cronistas de Indias
ya ofrecieron bastantes referencias sobre la distribución geográfi-
ca de algunos americanismos léxicos y de muchos más indigenis-
mos, cosa natural en esta clase de obras. Desde luego el vocabula-
rio indoamericano se presta al establecimiento de sinonimias
diatópicas, pues ya en la primera entrada de O’Scanlan se lee:

abacá, planta de Filipinas y de toda la India, semejante a la pita de


España («vino de América a Europa»), al g en iqué o g en iquén de Vera-
cruz y al güambé o güembé de Buenos Aires, de cuyas hebras se hacen
cables y jarcias..., toma el referido nombre de geniqué o g en iquén a lo
menos entre la gente de mar del Seno mejicano y aun de toda la
Costa Firme e Islas de barlovento, y en los tiempos inmediatos a la
conquista, y aun algo después, se llamó fique (1831/1974: 1).

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Los hechos gramaticales que son de herencia hispánica por lo


general pueden darse en cualquier territorio, aunque con diferen-
cias de gradualidad diatópica, dependiendo de las circunstancias
geográficas, de población y de cultura de cada zona.

GRADUALIDAD DIATÓPICA Y SOCIOLINGÜÍSTICA

Al tratar de sufijados como los anteriormente referidos polv oroso,


riesgoso y rotoso no estará de más recordar que de la alternancia -oso
/ -iento en las hablas mexicanas, Moreno de Alba verifica la frecuencia
mucho mayor de mugroso frente a mugriento, del mismo modo que
caprichudo claramente predomina sobre caprichoso, mientras el ad-
jetivo derivado en -udo tiene una única presencia en los textos de
España que el filólogo mexicano maneja, de donde su razonable
conclusión de que «prácticamente caprichudo no se emplea en este
dialecto» (2007: 130-132). Es lo que mi experiencia de hablante y
de lector también me dicta, no obstante que el diccionario acadé-
mico con plena equiparación incluya caprichoso y caprichudo, quizá
porque no pueda permitirse las diferencias dialectales y de prefe-
rencias de uso en todas sus entradas. Un registro mexicano como
el de caprichudo en 1808, «el presbítero Rucabado..., petulante en
sus proposiciones, caprichudo, preocupado en muchas cosas...»
(Nueva España, 704), seguramente nos sitúa en los antecedentes
de la situación actual descrita por el citado estudioso, mucho más
los testimonios de la sufijación en -oso (reinoso, rotoso, vejaminoso,
etc.) recogidos en el capítulo VI.
Son hechos de diferenciación puntuales, pero que, sumados a
otros anteriormente señalados, efectivamente distinguen al ha-
blante hispanoamericano del que practica el español europeo. El
español de América, procediendo como procede del trasplantado
por heterogéneas migraciones españolas, por un lado no puede
presentar numerosísimas y radicales diferencias respecto de su
matriz, en tal caso quizá se estaría hablando de lenguas distintas, y
por otro lado lo normal es que, habiendo recibido influencias de
todas las regiones peninsulares y de Canarias, tenga ciertas afini-
dades con todas ellas, aunque, por las razones históricas expues-
tas, más intensas y extensas con unas que con otras. Se está aquí

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ante la gradualidad diatópica, pues es claro que en el aspecto fo-


nético, pero no sólo, el español americano en su conjunto se
muestra más afín a las hablas meridionales españolas, sobre todo a
las de Andalucía y Canarias, que a las restantes.
Además, de toda evidencia es que en el español de América es di-
fícil encontrar un numeroso manojo de rasgos lingüísticos de au-
téntica identidad nacional o regional con nota de exclusividad, más
allá de las peculiaridades léxicas. Por eso mismo es tan importante
conocer la verdadera situación lingüística de América en el momen-
to en que la emancipación continental tiene lugar, y en los decenios
precedentes, y por eso los estudios de ámbito regional, por supuesto
necesarios, no pueden llevar a conclusiones que identifiquen lo do-
cumentalmente descrito sólo con la identidad lingüística del domi-
nio considerado, en sentido privativo. Lo prudente será encajar las
distintas piezas diatópicas de la América a punto de salir de su de-
pendencia colonial, para disponer así de un panorama lingüístico
de conjunto. No sólo se ganará de este modo en la comprensión de
lo que fue la suerte del español en la Indias occidentales durante
tres largos siglos, sino que se dispondrá de un fundamento para es-
tablecer comparaciones internas, y con el español europeo, en su
evolución posterior a la ruptura independentista.
Un reciente estudio sobre el español de México asegura que va-
rios rasgos que hoy lo caracterizan estaban plenamente consolida-
dos hacia el final del período colonial (Company Company,
2007)359, y es lo que mi perspectiva documental me asegura para
esos mismos usos, y para muchos más, en todo el español america-
no de la época. Es cierto que las diferencias más fueron graduales
que de exclusividad social y territorial, aunque hubo hechos lin-
güísticos de carácter privativo, y en mayor número los hay en la ac-
tualidad, cuando por ejemplo el tipo sintáctico ya nosotros lo dijimos
es de nivel popular en muchos sitios y la construcción un mi amigo
puede mantenerse en zonas marginales, campesinas o bilingües.
En la comparación del español de América con el de España la di-
359 Esta autora señala como usos dialectales dieciochescos, y los relaciona
con el español de México actual, el reiterado empleo del diminutivo -ito, la pro-
nominalización «anómala», las duplicaciones posesivas, la ausencia de leísmo
referencial y el caso del pretérito perfecto compuesto frente al pretérito perfec-
to simple.

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versidad es más cuestión de grado, de frecuencia de uso de conjun-


to a conjunto dialectal, también por afinidades y diferencias entre
regiones de uno y otro lado del Atlántico. El -ismo dialectológico
suele tomarse como referencia a una estricta peculiaridad territo-
rial —andalucismo, aragonesismo, murcianismo; chilenismo, pe-
ruanismo, incluso americanismo, etc.— , y en las definiciones de es-
tos términos el diccionario académico emplea los adjetivos peculiar
y prop i o, aunque en puridad los hechos idiomáticos concernidos no
respondan a una real «propiedad», sino que muchos de ellos, segu-
ramente los más, en distintos grados son compartidos con algunos
o tros dominios. Hace años, a propósito del español regional de Ara-
gón, sostuve que bastantes de los considerados aragonesismos lo
son relativamente, no exclusivamente, pero que aun cuando se re-
gistran en otras partes, caracterizan a los hablantes de esta región
por su arraigo territorial e implicación social, porque en otras zo-
nas peninsulares faltan y porque gradualmente son representativos
de los aragoneses. En la práctica así había tratado el andalucismo,
el canarismo y así vengo refiriéndome al americanismo. El criterio
de la gradualidad es indispensable en dialectología hispánica, nada
más y nada menos que a resultas de cómo se ha extendido y forma-
do el español, en la Península y en su expansión atlántica.
En español no quedaría mucho auténticamente dialectal si sólo
se tuvieran en cuenta los usos en verdad exclusivos de tal o cual
dominio, exclusividad que además debería rigurosamente probar-
se, pues resulta imprescindible considerar asimismo los hechos de
preferencias o de grados entre regiones, porque tan referencial es
lo uno como lo otro, a condición de que se distingan los planos y
no se tome alegremente lo relativo por absoluto. Es lo que la reali-
dad de nuestra lengua impone tanto sincrónicamente como en su
desarrollo evolutivo, algo que continuamente se está planteando
al lingüista e incluso a cualquier atento observador de lo que entre
los hablantes sucede, ¿o no es significativo el preferente empleo
americano de acá por el nuestro de a q u í? En cuanto al diminutivo
-ito, por los españoles fue llevado al Nuevo Mundo, y desde luego
repetidamente a él recurre Lucas Fernández en composición navi-
deña: «en un pesebrito / hallamos un niño / atán graciosito»360; pero

360 Farsas, en Auto o farsa del nascimiento de Nuestro Señor Jesucristo.

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en España no alcanzó la frecuencia de uso que pronto tuvo en


América, de lo que hay no pocas muestras en el andino Huamán
Poma, como en este pasaje: «el hijo llamado Yaquito sea cleriguito y
Francisquillo también..., y nos enbiará chenitas y muchachitos,
yndias depocitados; pues, Señor, ¿no será bueno que Aloncito sea
flayre...?» (Corónica, 536).
De la inclinación al diminutivo -ito, diferencia sólo de grado,
anoté una muestra de 1593, «por ser este pueblo juntito a mi bene-
ficio», debida a emigrado vasco desde bastantes años antes asenta-
do en el Perú (1999: 112), y este gusto lingüístico redundará en
múltiples manifestaciones textuales, dependiendo de temas, esti-
los y afectividades. Así, en populares versos altoperuanos: amiguito,
changanquita, chiquita, corazoncito, fandanguito, guagüita, negritos,
poquito, etc.361, nada digamos de lo que al respecto ocurre en la
canción dieciochesca, con frecuencia plagada de diminutivos. Es
el caso de la breve letra de la peruana Tonada «la Donosa» a voz y ba -
jo, para baylar cantando, transmitida en la monumental obra de
Martínez Compañón, canción que tiene cuatro registros de chinita
y dos de lindita, junto a los de donozita y parientita: «no reúses de
mandarme, chinita, donozita, parientita...» (Trujillo II, 182). Según
asuntos, muchos documentos novohispanos están plagados de es-
te diminutivo, pero creo que es muy representativa de su arraigo
social la abundancia con que aparece en la toponimia urbana,
pues en el Plano general de la ciudad de México, levantado el año
1793, algunos de sus ejemplos son: Plaza de las Granaditas, Callejón
de S. Dieguito, Puente de Santiaguito, Callejón del Solito, Colegio de las
Ynditas, Santa Clarita, Los Pajaritos (Cartografía III, 57). En textos
chilenos de finales del XVIII y principios del XIX que reflejan la
intimidad familiar son corrientes expresiones como «hijita, buen
primor», «hijita querida», «soy toda suya, su hijita», «mi negrito»,
«negrita de mis ojos», golondrinita (Goicovic Donoso, 2006: 189).
Lo que se dice de la abundancia del diminutivo en la tonada pe-
ruana dieciochesca puede decirse del adjetivo lindo que su letra
contiene, pues aunque el diccionario académico lo presente sin
nota regional, y con ello no comete ningún desafuero lingüístico,
es lo cierto que al menos en las tres cuartas partes de España su

361 Potosí, 114, 117, 123, 130, 211.

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uso es escaso, y culto, mientras que no sólo en el Perú, sino en to-


da América, es del todo popular y de muy frecuente empleo, y ya
lo era en pleno período colonial, viniendo a coincidir en esto, co-
mo en tantas otras cosas, el hablar hispanoamericano con el de
Andalucía y Canarias. En los siglos XVI y XVII la innovación se-
mántica que en lindo se produjo, desde el sentido etimológico ‘le-
gítimo, puro’ al de ‘hermoso’ y acepciones conexas, debió de ser
preferentemente literaria, y desde luego los cronistas de Indias lo
emplean con profusión, pues no parece que llegara a popularizar-
se en extensas zonas peninsulares. El Quijote, con su gran exten-
sión textual y la diversidad de situaciones temáticas que contiene,
registra 9 casos de lindo, 13 de bello, adjetivo de origen ultrapirenai-
co que aún no se ha hecho popular, por 113 de hermoso.

CONCIENCIA LINGÜÍSTICA DEL CRIOLLO EN LA INDEPENDENCIA

En pleno siglo XVI hay alusiones a reticencias de los baquianos


hacia los chapetones, como en la carta que el año 1583 escribe a su
mujer un emigrado, «a otro biaje, si Dios me da salú, entiendo
ynbiar mejor rretorno, porque estaré ya más baqueano, que asta
agora somos chapetones», misiva que hice objeto de un comentario
lingüístico (2002: 471-474), y recuérdese el chapetonada mexicano
de 1577 poco antes citado. Pronto menudearán las observaciones
sobre el significado de la voz criollo, sobre las costumbres, gustos y
manera de ser de los criollos, como ésta de Diego de Ocaña, de
1604-1605, referida a Lima, donde, dice el cronista, «hay mujeres
muy hermosas, de buenas teces de rostros, y de buenas manos y ca-
bellos, y buenos vestidos y aderezos; y se tocan y componen muy
bien, particularmente las criollas, que son muy graciosas y desen-
fadadas», y en 1696 un sacerdote criollo lamenta que «está tan dis-
putada a quemazones en los ánimos la materia de la infernal nacio -
nalidad por estos reynos», pues «con qué desprecio y aun cólera
mira el noble europeo a la persona, al cavallero y al sujeto indiano,
y éstos con qué tedio, sobrecejo y aun horror miran [a] aquellos,
sin más ocasión que nacieron o no nacieron aquí»362. El español

362 Textos, 183, 194, 195, 202.

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americano, o criollo, no tardó en percatarse de su idiosincrasia, y


surgieron las desavenencias con el español europeo, conflictos
muchas veces de intereses que tampoco faltaron en el estamento
eclesiástico, y en ocasiones el conflicto fue de alta tensión en las
mismas comunidades conventuales (Mantilla, 1993). Del culto e
inquieto sacerdote mexicano Carlos de Sigüenza y Góngora, naci-
do el año 1645, se ha resaltado su «nacionalismo o criollismo», al-
go que «resulta difícil de precisar en su exacto sentido», pero que
«surge como una conciencia de que él pertenece a la Nueva Espa -
ña» y «en su deseo de una criolla nación, sobre todo expresada co-
mo cultura criolla» (Beuchot, 1998: 192, 193). Cuando lleguen los
años de la contienda por la emancipación, el natural resquemor
contra chapetones o gachupines se arropa con el sentimiento de
una superioridad cultural sobre:

Cuantos españoles han mandado nuestro país, que su cuna ha si-


do igual a su educación, pues sólo han acostumbrado el egercicio
mecánico y ratero para proporcionarse el alimento (Correo, 348).

Ahora bien, de esa toma de conciencia de la identidad criolla


en el plano cultural y de la postura reivindicativa, que adquiriría
tintes políticos a las puertas de la Independencia y en anteriores
conatos, no se sigue necesariamente la concienciación lingüística
de los americanos. El mismo Judas Tadeo Andrade, durante nueve
interminables meses sometido a vejaciones y tortura, en su recurso
judicial se muestra fidelísimo vasallo del Rey y sus quejas contra los
ministros de justicia son por sus abusos de poder, echando en cara
del alcalde peninsular que infligía atroz suplicio a un joven escla-
vo negro su crueldad, porque así se comportara habiendo nacido
cerca de la majestad real: «Ah, señor alcalde..., cómo usted, siendo
europeo, nacido y criado tan inmediato al respeto y veneración
que se deve a los inviolables preseptos del Rey, quiere quitarle la vi-
da a un inosente joben que, contra ley natural, nació sujeto a la
servidumbre» (Tortura, 5r).
De todos modos, vuelvo a insistir en que en mi planteamiento
criollo responde más a un sentido lingüístico y cultural que racial,
porque además con este doble valor se empleó esta palabra por los
mismos americanos, para los cuales no siempre ni en todas partes

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criollo era el blanco descendiente de españoles por línea paterna


y materna, y así Santamaría defiende que en el mundo andino «el
término criollo sugiere un mestizo de europeo y aborigen con
prácticas culturales europeas» (1997: 111). Claro es que origina-
riamente criollos fueron los hijos de españoles y quienes siguieron
aumentando la estirpe, pero otras circunstancias, económicas y
culturales, acabaron superando en muchos sitios el dique racial
en el sistema de cartas. De hecho, en el virreinato del Perú y tam-
bién a finales del siglo XVIII del mestizo se dice que «entre la gen-
te mixta es la más distinguida, o se reputa como tal, al que nace de
español y de india, o viceversa», y del quinterón que «de éste ape-
nas se le distinguen el color rojo o de cobre, que es el del indio, y
mudando de patria a donde no le conoscan, se equivocan y le tie-
nen en el concepto de europeo o español americano»363.
La cuestión lingüística importaba mucho en el umbral de la eclo-
sión independentista y de alguna manera era factor de una cierta co-
hesión social. En el mismo dominio andino de los mestizos de Piura
se afirma que «su idioma es el mismo de los españoles», y en relación
con los mestizos, negros, mulatos y zambos de Saña que «el idioma
de estas castas en nada se diferencia de las demás, pues todos hablan
español»364. En Nueva España fue corriente la expresión gente de ra -
zón por referencia a los hablantes de español, todavía hoy según San-
tamaría el sintagma de razón ‘dícese de la persona de habla española,
para distinguirla del indio’, y en descripciones etnográficas de varios
pueblos, por ejemplo en la de Tenancingo, el encuestador anota:
«gente de razón de españoles, mestizos y mulatos», y en la de Ocuila,
aparte de referir las «6 familias de españoles y mestizos» diferencia-
das de la población de indios, parece aplicar la expresión también a
indios ladinos cuando habla de «los de razón que asisten en la pasto-
ría de ovejas de los ganados de los padres de la Compañía, que su nú-
mero no se sabe» (México, 179); en 1797 una delegación de indios
del pueblo de Zapotlán el Grande se quejaba de que «la iglesia sirva
solamente para los de razón, pues sólo a estos se entierran en ella, y a
los indios que están en su suelo y en su pueblo, despreciarlos y tratar-
los con inhumanidad» (Van Young, 2006: 847). Todos ellos, muy ma-

363 Trujillo, Apéndice III, núm. 264 del Mercurio Peruano.


364 Trujillo, Apéndice III, núms. 264 y 286 del Mercurio Peruano.

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EL E S PA Ñ O L D E AMÉRICA EN LA INDEPENDENCIA

yoritariamente nacidos en la tierra, de los llamados «españoles» muy


pocos eran europeos, protagonizaron la sincronía lingüística que se
acercaba al desenlace emancipador.
Quien expresamente se identifica con su hablar reconoce mo-
dismos que tiene por propios y los asume en una distinción comu-
nitaria frente a usos que ve como peculiares de otros hablantes de
su misma lengua, o que así los supone. La extensísima América es-
pañola cuenta con variedades lingüísticas de ámbito regional, que
probablemente existían antes de la Independencia, aunque quizá
no en toda su misma identidad actual, o al menos estaban configu-
rándose más allá de lo que a este respecto significan los particula-
rismos léxicos de carácter diatópico, ya notados por los cronistas
en el siglo XVI. Entre ellos fray Reginaldo de Lizárraga, quien co-
mo hemos visto atribuye al Tucumán el uso de bañado («allá lla-
man»), y recoge un dicho que sobre este territorio rioplatense co-
rría en la provincia de Charcas, donde «es refrán recibido: de
hombres y caballos de Tucumán, no hay que fiar» (Perú, 415).
En las Cartas de un patriota un colaborador del periódico boliva-
riano, al discutir el «proyecto del gabinete francés sobre establecer
en Buenos Aires un rey de la familia de Borbón», pone el acento
en la «casi» unitaria civilización de los americanos, que no podía
ser otra que la hispánica:

La cuestión, pues, debe reducirse a examinar si el estableci-


miento de una Monarquía, siendo como es un mal, es tan necesa-
rio a los americanos que deba sufrirse por evitar mayores males.
Digo a los americanos, porque, hablando en general, creo que pa-
ra el punto en cuestión lo mismo es Colombia que Buenos Aires,
Chile y el Perú. Sus territorios son grandes, su civilización es casi la
misma (Correo, 355).

Seguramente el concepto de civilización incluía la cuestión idio-


mática, pero no hay modo de saber si el «casi» de esta cita se refe-
ría también a alguna diferenciación regional. Tampoco se puede
determinar una diversidad lingüística diatópica y sociocultural en
la siguiente observación de Miguel de Lastarria, aunque con bas-
tante probabilidad la tenía en cuenta el ilustrado jurista america-
no, también con empleo del término civilización:

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Llamaré ya perfectamente civilizados a los pueblos de los espa-


ñoles que considero en el 15º grado, o en el principio del estado
adulto de civilización. Siguen los vecinos de las villas y de las ciuda-
des más o menos pulidas según su tráfico, observándose su cultura
en razón del mayor comercio exterior y de las relaciones inmedia-
tas con la metrópoli que facilita la navegación (Colonias I, 67v).

La falta de civilización, educación y cultura se suele asociar a la


incomunicación; de esas cualidades, tan apreciadas en el siglo de
la Ilustración, carecían quienes habitaban territorios condenados
al aislamiento, sobre todo las gentes ajenas al primigenio núcleo
colonizador. A este respecto son elocuentes las observaciones que
en la obra de Martínez Compañón a finales del XVIII se hacen so-
bre los cholos, que «después de los indios es la clase que más abun-
da en el Perú», pero los de los valles son «bien cultivados y de me-
jor educación que los de las sierras o países interiores»; en
Cajamarca «los españoles aquí, como en los demás países del reyno,
son los que desfrutan mayores estimaciones y preeminencias...,
aunque los que nacen en el país no tienen aquella eloqüencia y
desenvoltura que los de los valles...; parecen menos civilizados
que los de los valles»; también se anota que «el número de mesti-
zos... es abundante y quanto menos civilizados, siguiendo a los in-
dios en su rusticidad..., pero, acercándose en el color a los espa-
ñoles, logran con su protección mayor cultura», y los indios de la
región cajamarqueña «habitan algunos muchos recintos infacun-
dos o quebrados, y los más desde que nacen hasta que mueren no
pisan más sendas que las que se comunican en sus rústicas caba-
ñas, principio fundamental de su incultura»365. ¿A qué se refiere
esa menor «elocuencia» de los «españoles» de Cajamarca frente a
los de los valles? Seguramente algo tiene que ver también con la
cuestión lingüística, y recuérdese que Lizárraga resaltaba cómo la
búsqueda de los españoles y mestizos del Paraguay de comunica-
ción con la región de Tucumán fue «para comenzar a tener co-
mercio con ella y con el Perú, y no estuviesen allí acorralados vivien -
do como bárbaros» (I, 2).

365 Trujillo, Apéndice III, núms. 264 y 335 del Mercurio Peruano.

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El uso de la tierr a se menciona en vejamen de la Universidad de Cór-


doba de Tucumán del año 1725, a propósito de la jocosa extrañeza
que causa el escolar recién llegado de La Rioja, quien al oír hablar de
la media naranja de una iglesia, exclama: «¡Media naranja! Pues las que
suelen poner en mi tierra para Todos Santos en las iglesias suelen ser
enteras ¿por qué ponen aquí media no más?», y el disparate continúa:

Con que hasta ahora creo no se ha enterado de la media naranja;


y el maestro Bernardo, que no tiene pepita, le dijo al uso de su tierr a:
Desengañémono, hermanito,
güesté no entiende de iglesia,
porque según se te ha puesto,
no quere quitá montera
(Madroñal, 2005: 479, 480)366.

En vejamen limeño de hacia 1626 se identifica el hablar cuz-


queño como lenguaje mixtifori, es decir, mezclado, y se atribuye la
antigua interjección hispánica ¡guay! a las damas de Guánuco y la
indoamericana ¡atatay!, «de atatau, exclamación de dolor» (Fer-
nández Naranjo), a las del Cuzco y Chuquisaca:

La señora, viendo sus tocas y almohadas llenas de sangre, en len-


gua mistifori, que es la del Cuzco, dijo: «Atatai, Jisós sea conmigo».
Nuestro graduando respondió en el mismo tono, diciendo le dolían
las caderas: «Ponítemi tras la mano». De aquí sacamos que si el guai, en
opinión de el doctor Corbacho, se compuso por las damas de Guánu-
co, el atatai por las de el Cuzco y Chiguizaca (Madroñal, 2005: 344)367.

El reconocimiento del propio hablar en el seno de la común


lengua española se había ido abriendo paso entre los americanos,
366 El sufijo -ito, y las elisiones de -s y -r (en desengañémono y quitá) seguramente se-
rían tan al uso de la tierr a de La Rioja como de Córdoba, y güesté no deja de ser una va-
riante vulgar de u sted a partir de las alteraciones sufridas por vuestra merced, pero el
quere por quiere parece indicar que se trata de la imitación de una lengua estereotipa-
da o artificiosa, como las que tuvieron curso literario del siglo XVI al XVIII. De todos
modos la expresión al uso de la tierra sugiere la percepción de una diferenciación dia-
tópica o dialectal, aunque pueda estar tópicamente expresada.
367 Lo que en esta cita se refiere, más que diferencias locales sólo basadas en
sendos interjectivos distintos, es un español andino de bilingües. En cuanto a

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de lo cual indicios se han apuntado en lo que precede, con espe-


cial claridad en lo referente al léxico, lo cual tampoco puede ex-
trañar, según también se comprueba por lo que en 1721 escribía
en el Cuzco un criollo a un amigo y paisano a la sazón residente en
Madrid: «pero llegó la cédula de su canongía dada a don Sebas-
tián de Mazedo, cura que era de Yaurrique, por la qual se recibie-
ron ambos; por la práctica de las iglesias corre la cogió Mazedo por
la sinchada, si vuestra merced se acuerda de los términos de por
acá»368. Simón Bolívar da muestras de reconocer el particularismo
en su misma diferenciación regional, cuando en oficio reservado,
que firma su secretario y relata la entrevista celebrada en Guaya-
quil con el general San Martín, se extraña de que el argentino en
vez de preguntarle «si estaba muy sofocado por los enredos de
Guayaquil» se sirviera «de otra frase más común y grosera, cual es
pellejerías, que se supone ser el significado de enredos», el riopla-
tense estaba más próximo al sentido antiguo de esta palabra y Bolí-
var seguía su innovación semántica, de modo que causó mala im-
presión a los venezolanos San Martín, a quien Tomás de Heres
atribuye «unas vulgaridades que hacen rebajar el concepto que se
adquiere por sus servicios; por ejemplo, usa frecuentemente di-
chos de los gitanos y de soldados andaluces» (Lengua, 223, 224).
En otro momento desde Quito el Libertador se refiere a pensar
con complemento directo personal, en lugar de pensar en, «como
dicen por acá» (340, 341).
La diversidad sociolingüística asimismo se refleja en los textos
indianos, de manera especial en los literarios, pues el erudito se
sirve con intención de la variación que la lengua le ofrece, como el
criollo «del llano en que yo nací», autor del vejamen caraqueño de
1801 al doctor Salvador Delgado, quien hace un juego de palabras
con la expresión hilar delgado y el apellido del protagonista, pero
con la aspiración por entonces de ambiente rural tanto en el me-
guay, naturalmente era de tradición hispánica, a la sazón ya anticuado, pues, co-
mo Corominas y Pascual advierten, «en castellano el uso de guay tendió pronto a
anticuarse, convirtiéndose en vocablo poético» (1980-1991: III, 254), y desde
luego el primer diccionario académico, o de Autoridades, coetáneamente señala
que «ay... antiguamente se decía guay». Un guaya interjectivo fue usual en el Alto
Perú (Potosí, 171-174).
368 Carta de Francisco Javier González de la Guerra a Pedro de Oquendo:
ARChV, Pleitos civiles, Pérez Alonso, Olvidados, caja 187-2.

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diodía peninsular como en América: «traigo un famoso ramal / y


haré ver a este animal / que aquí se jila delgado» (Madroñal, 2005:
502). De todos modos el llanero sentía la idea de su identidad re-
gional, seguramente fundada en sus costumbres, que Escalona, ca-
pitán del ejército de Colombia, ejemplifica en los modelos sociales
y en la manera de enjaezar su montura «a la llanera», en contrapo-
sición al coronel argentino Lavalle, «de modo que, hablando im-
parcialmente, vuestra señoría, mi caballo y yo hacemos una com-
paración exacta», pero tal vez también en lo lingüístico cuando
concluye: «así pues, la cuestión entre un llanero y un gaucho, es-
cribiendo, será cosa divertida para los que entienden de papeles»,
en carta de 1826 (Martínez y Chust, 2008: 203).
Desde muy pronto los errores ortográficos cometidos por se-
seosos y ceceosos fueron objeto de reconvención por parte de los
tratadistas, recuérdese el caso del padre Juan Villar, de 1651. Sin
embargo, el motivo no era sólo cosa de gramáticos, sino que se ha-
bía convertido en lugar común de toda clase de eruditos, pues en
vejamen sevillano de 1655 un cura se burla de sus feligreses dicién-
doles: «el primer punto que sé yo y no sabéis vosotros es que sois
unos ciervos de Dios, que así me lo confiesan vuestras mujeres», y,
semejantemente, otra pieza burlesca universitaria de hacia 1727,
ésta de la Córdoba argentina, registra el calambur entre nuez y no
es, alusivo al reconocimiento de un seseo enfrentado a la distin-
ción, con el añadido del antihiatismo: «ha dado que el niño no ha
de comer sino empanadas y, porque no le hagan daño, las hace de
noeses con un si es no es de carne», «porque si lo que no es, es nada,
noese s en pan es en pan nada» (Madroñal, 2005: 446, 474). Es, pues,
muy probable que algunos americanos se hubieran percatado de
su peculiar modo de hablar, según lo que algunos de los pasajes ci-
tados sugieren, así como la escritura referente al seseo. Efectiva-
mente, desde finales del siglo XVI no son pocos los textos de muy
lograda caligrafía escritos en América por autores de buen nivel
cultural en los cuales abunda la grafía seseosa, a la que parece dar-
se rienda suelta en otros documentos de las dos centurias siguien-
tes, de modo que en el epistolario de la chilena Peña y Lillo la s ca-
cográfica por c y z es de abrumadora presencia, siendo varias de
sus cartas como transcripciones fonéticas del seseo de quien las
compuso. Semejante proliferación de la grafía seseosa no se verifi-

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ca en los manuscritos andaluces coetáneos de nivel cultural medio


y alto, lo que desde hace años me ha llevado a pensar que muchos
criollos habían tomado conciencia de su seseo y se habían identifi-
cado culturalmente con él, desde el momento en que la barrera
levantada por la cultura ortográfica en la formación escolar y por
las lecturas no impedía la continua afloración de su modismo fo-
nético en la escritura: sin duda por ello el cometer seseo gráfico
les resultaba indiferente, y quizá hasta natural. De acuerdo con los
datos que maneja Guitarte (1983: 107-109), parece que con el se-
seo reconocían los combatientes del bando independiente a los
realistas, claro es que de ese mortal sibolet andaluces y canarios sal-
drían indemnes, y resultaría así evidente que tenían la pronuncia-
ción seseosa como seña de identidad.
Pasados pocos años de la Independencia, incluso algún viaje-
ro inglés se percatará de las diferencias en el hablar de chilenos y
argentinos, aunque no sabemos las razones en que tal anotación
se basa: «El idioma de los chilenos es con mucho superior en
pronunciación al hablado por los españoles de la costa Este. En
Santiago no se oye ninguno de los barbarismos corrientes en
Buenos Aires» (Estrada Turra, 1987: 649). Se trata, en todo caso,
de una opinión, por desgracia no argumentada, sobre diferen-
cias regionales en la América austral. Más enjundia tiene el
apunte hecho poco después, en 1841 (trasladado en 1846), sobre
el español hablado en Santa Clara, muy probablemente referido
a diversidad diatópica dentro del dominio cubano, dado que fue
un natural de la isla quien hizo el extenso informe del que el si-
guiente pasaje forma parte, con cubanismos léxicos, y seseos y yeís-
mos gráficos:

Los habitantes de Sta. Clara pertenecen a españoles que funda-


ron a S. Juan de los Remedios del Cayo; son activos, industriosos y
de costumbres muy sencillas. Hablan el castellano adulterado con
términos provinciales y con una pronunciación particular (Carto-
grafía IX, 155).

Existen numerosos testimonios probatorios de que los criollos


eran conscientes de su unidad lingüística con la España de la que
pugnaban por separarse, lo que no está reñido con el reconoci-

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miento de diferencias frente al español europeo y también de sus


propias variedades americanas. Así, en el Correo del Orinoco se lee
que «la opinión de los más ilustrados españoles es favorable a
nuestra independencia», porque «ellos comprenden las ventajas
de la paz con unos pueblos cuyas relaciones vinculadas en la san-
gre, en el idioma, en las costumbres no han sido todavía destruidas
absolutamente» (472), y el mismo Bolívar se sirve del hecho lin-
güístico en su respuesta a la carta que el general español Mariano
Renovales le había dirigido desde Londres: «Nada es tan precioso
para nosotros como la adquisición de militares expertos y experi-
mentados, acostumbrados a nuestros usos e iguales a nosotros en
lengua y religión» (8). Todo ello en la línea de lo que propondrá el
Acta de Independencia de Venezuela:

Miramos y declaramos como amigos nuestros, compañeros de


nuestra suerte y partícipes de nuestra felicidad a los que, unidos
con nosotros por los vínculos de la sangre, la lengua y la religión,
han sufrido los mismos males en el anterior orden, siempre que,
reconociendo nuestra absoluta independencia de él y de toda otra
denominación (sic) extraña, nos ayuden a mantenerla con su vi-
da, su fortuna y su opinión (Correo, 281).

Pero es posible entresacar de textos polemistas de los años de la


sublevación americana afirmaciones como la que sigue, cuya ver-
dadera dimensión lingüística, sin embargo, no es de fácil determi-
nación: «Sería largo e inoportuno contraponer aquí hechos a he-
chos, procederes a procederes, y hasta el tono y el lenguage de
América al tono y el lenguage de España» (Correo, 39)369. Ahora bien,
antes de que llegara el definitivo triunfo de los insurgentes ya se
tiene el explícito reconocimiento de una conciencia lingüística
americana. Es lo que supone la noticia publicada por el Correo del
Orinoco el 1 de diciembre de 1821 sobre los delegados que habían
viajado a España para concertar los términos de un armisticio:
369 El artículo al que esta cita pertenece compara los distintos comporta-
mientos y las diferentes consideraciones que en el conflicto mantenían España y
América. Con tono el articulista puede aludir al ‘modo particular de la
expresión’, pero en el pasaje del vejamen limeño de hacia 1626 esta voz se refie-
re a una modalidad lingüística, en su caso la del bilingüe andino.

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El arribo de nuestros enviados a Cádiz en mayo último debió


por esta parte causar algunos sinsabores al Rey y a sus ministros.
Bastábales saber que los señores Revenga y Echeverría eran hom-
bres que podían hablar castellano-colombiano, y sacar a muchos de
errores (Correo, 492).

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