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LA PANDEMIA Y MÁS ALLÁ...

Estamos viviendo horas históricas. El cierre del mundo no tiene precedentes en la historia de la
humanidad. Hoy, el objetivo prioritario para casi todos los gobiernos es “achatar la curva” de
contagios para que no colapsen los sistemas de salud y evitar que las víctimas se multipliquen por
diez. Pero a no dudar que el costo social y económico será enorme. A duras penas y mediante un
indispensable plan de cooperación global de reconstrucción, el mundo podrá recuperarse. Pero la
pregunta crucial es: ¿qué impide que vuelva a pasar lo mismo el año que viene? Ni el mundo, ni
ningún país podrían enfrentar una “segunda” pandemia, al menos por una década.
Esta crisis global no tiene nada de sorpresivo. Hace más de dos décadas que se sabe que iba a
pasar. Al menos diez películas y series masivas tratan sobre el estallido de una pandemia. Hay algo
en esta pandemia parecido a la Primera Guerra Mundial. El mundo no podía permitirse una nueva
guerra mundial y por esa razón las potencias crearon una Liga de Naciones que pudiera garantizar
la paz. El proyecto fracasó y estalló la “Segunda” Guerra Mundial: Europa y parte de Asia quedaron
arrasadas, el alma de la humanidad se rompió ante los genocidios cometidos por las culturas más
“civilizadas”.                                                                                  
Si algún aprendizaje está dejando esta pandemia es que la interconexión personal llegó a tal
punto, que un nuevo virus tardó apenas tres meses en invadir la Tierra, yendo de persona a
persona. Nos hemos vuelto el caldo de cultivo perfecto para los virus globales. ¿Y cada vez que
esto suceda habrá que parar el mundo?
Millones de empresas quebrarán si los Estados no las subsidian. Miles de millones de personas
están dejando de trabajar y por lo tanto de percibir ingresos si los Estados no las subsidian. ¿Pero
quién pagará los gastos de los Estados? ¿Más impuestos, más emisión, más deuda? Cualquiera sea
la respuesta, es obvio que se trata de un cambio de modelo.
Hay pleno consenso que el impacto será brutal. Hoy ya nadie piensa que el comercio internacional
podrá volver al dinamismo que tuvo hasta la Crisis de 2008. Se sabe que el mundo va a profundizar
las políticas orientadas hacia la demanda del mercado interno, el empleo y la acción del Estado. Es
decir, “keynesianismo”, una mala palabra para la ideología del libre mercado, dominante en los
últimos 70 años.
Esta crisis no sólo deja en evidencia que las recetas del libre mercado se han vuelto
ineficaces. Ante todo pone en evidencia que la cuestión central son las asimetrías y la
desigualdad globales. Esa es la verdadera pandemia.
De pronto el FMI llama a los Estados a gastar más. Pero hoy los recursos ya no están en los
Estados. Han sido privatizados y puestos en poquísimas manos, al punto que apareció una
asociación llamada Millonarios Patrióticos que confiesan que el mundo les ha pagado más dinero
del que les corresponde y piden al Estado que les suban los impuestos. Vivimos a todas luces en el
Reino del Revés: “un ladrón es vigilante y otro es juez”.
No es posible un mundo hiperconectado y a la vez asimétrico. Dos mil millones de personas, un
tercio de la humanidad no tiene agua, ya no para lavarse las manos, sino para beber. La
desigualdad se ha convertido en nuestro punto débil como especie y va a ser aprovechado por los
virus que han descubierto que la humanidad se ha vuelto una presa fácil.
Las asimetrías han vuelto al mundo un lugar invivible e inviable y la solidaridad se ha vuelto un
imperativo, también para los egoístas. Esta pandemia ataca, como siempre, a los pobres de los
países pobres, pero la novedad es que ataca también a los ricos de los países ricos y a quienes
están en el medio. “Nadie se salva solo”, dijo hoy el papa Francisco en una conmovedora oración
global en una plaza vacía y lluviosa.
Vivimos en una “anomia global”. El mismísimo Francis Fukujama, máximo ideólogo de los
beneficios que la globalización traería a la humanidad, pide ahora la “vuelta de un socialismo”
distribucionista capaz de reequilibrar el mundo:
“Este período extendido, que comenzó con Reagan y Thatcher, en el que se impusieron ciertas
ideas sobre los beneficios de los mercados no regulados, tuvo un efecto desastroso en muchos
aspectos. En materia de igualdad social, ha llevado a un debilitamiento de los sindicatos, del poder
de negociación de los trabajadores ordinarios, el surgimiento de una clase oligárquica en casi
todas partes que luego ejerce un poder político indebido”. ("El socialismo debe volver", Francis
Fukuyama,  The New Statesman, octubre de 2018)
¿Cómo avanzar hacia un mundo más simétrico, equitativo, inclusivo y cuidadoso del medio
ambiente, y evitar un avance del fascismo impulsado por un “sálvese quien pueda” suicida?
La influyente revista Foreign Policy dijo la semana pasada que “la pandemia cambiará al mundo
para siempre” (“How the World Will Look After the Coronavirus Pandemic”, FP, 20/03/2020) y está
publicando un artículo tras otro para entender “cómo se reorganizará la estructura de poder
internacional”.
Teniendo en cuenta lo que pasó en la Primera y Segunda Guerras Mundiales y la Crisis de 2008, es
altamente probable que, cuando la pandemia termine, se produzca una cumbre internacional para
establecer un nuevo orden mundial.
Si la crisis de 2008 puso en evidencia que el G7 ya no era suficiente y apareció la Cumbre del G20,
esta crisis pone de manifiesto que hoy ya ni siquiera el G20 es suficiente. Será necesario un
congreso mundial, probablemente a partir de la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Habrá que retomar la agenda histórica de justicia social mundial de la OIT, la agenda de la UNCTAD
sobre derecho al desarrollo y la agenda del cambio climático. Se trata de una agenda que
empalma con la agenda global que Francisco impulsa desde el Vaticano, basada en el diálogo
intercultural igualitario, para constituir un nuevo mundo donde no haya seres humanos excluidos.
Urge terminar con las relaciones internacionales desiguales, resabios del colonialismo y
neocolonialismo. Habrá que avanzar sobre cuestiones esenciales como el diálogo Sur-Sur, las
autonomías nacionales y regionales (como el Mercosur, la Unasur y la Celac), la regulación de las
mega empresas multinacionales, la crucial cuestión de la división internacional del trabajo (que se
encuentra en el corazón del diseño asimétrico del mundo).
Lo que sostenemos es que el eje central de ese nuevo orden mundial debe ser la eliminación a
corto plazo de las grandes asimetrías globales. En caso contrario, las pandemias globales se
repetirán una y otra vez, hasta aniquilar todo tipo de organización social.
 

Alberto “Pepe” Robles es abogado sindical con expertise en relaciones laborales internacionales, y
docente  en el Instituto del Mundo del Trabajo Julio Godio de la Universidad Nacional de Tres de
Febrero (UNTREF), la carrera de Relaciones del Trabajo de la Universidad de Buenos Aires y el
Posgrado de Recursos Humanos de la Universidad de San Andrés.

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