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Volviendo a la idea de cartografía que acuña Didi Huberman, ahora como como
desfiguración, tropelía, travesía, y metáfora, resulta ostensible su gesto de quiebre con
la tradición de demarcación de territorios en vistas a la construcción de sentido y
sujeción al poder. Muy cerca de estas derivas, por su parte, Ivan de la nuez se afirma
en un gesto posteleolgógico y desterritiallizado que toma al paradigma espacial como
epistemologìa poética para zafar de los condicionamientos, tanto de la fijación
nacionalista como del paradigma hegemónico de la modernidad occidental. Y lo hace
por vía de la reterritorialización de la experiencia estética. Afirma el cubano:
En una hiperbólica serie que podría trazarse dentro de la tradición occidental desde la
Odisea (y sus reescrituras) a los mapas borgeanos (tan expandidos como el mismo
territorio), advertiríamos que las nociones metáfora de escritura y territorio exhiben una
genealogía crítica y teórica de apareamientos y dependencias. Es esa genealogía la que
revisitamos con afán promover una reconstrucción del archivo y un giro desde la mirada
de una epistemología poética. La serie otra podría abrirse con la contraseña deleuzeana:
“Escribir no tiene nada que ver con significar sino con deslindar, cartografiar incluso
futuros parajes” (Deleuze y Guattari, 2006:11) como advertencia a considerar que el
proceso de escritura se produce en una relación de contigüidad creativa entre los
imaginarios territoriales (colectivos, plurales) que funcionan en el archivo común y las
experiencias de territorialización /subjetivación a las que abre el proceso de producción
de un texto-obra. La frase “incluso futuros parajes” alude además a una temporalidad
abierta que deja ingresar lo anacrónico y lo por venir…Se trata , de todas formas, de
eludir el sesgo de “lo dado” porque “territorio no es objeto”, según afirma Raúl Antelo.
Se trata de pensar territorialidades desde un espacio dislocado, valga el oxímoron: no ya
como un dispositivo conceptual ni material sino como un mapa de lo extimo, dinámica
visagra entre lo intero y exterior, proceso de demarcación de zonas de sentido y de
inscripción de modos de habitar el mundo. Diríamos, en suma, que territorialidad puede
entenderse como una grafía que configura el recorte aleatorio del espacio donde se ponen
en juego las creencias, los valores, los concesos, lo individual y lo colectivo. Hacer un
mapa y no un calco, advertía Deleuze, y hacer un atlas y no un mapa, Didi Huberman.
Entre esos mapas desbordados y estos atlas de la yuxtaposicón y dislocación se abre un
espacio teórico y poético para ensayar nuevas ficciones territoriales.
Si el autor de Mil mesetas ha reflexionado acerca de esa idea de territorio como
proceso que interpela no solamente al espacio físico sino más bien a una idea de
territorialización de la existencia; Nancy, en cambio, expone su negación, su
abertura, exhibe la condición de abismo que convoca el territorio , y la percepción de
lo que no es. En sus palabras:
De este modo, el espacio es la nada y también el desborde, una abertura que a partir de
topoi-topos y tropos del pensamiento- se percibe como salida de sí de la existencia,
hacia la coexistencia (o la comparecencia). En ese entre-lugar los cuerpos, las figuras
y lugares se confunden en su literariedad y metaforicidad como un umbral que afecta la
noción misma de existencia porque “El hombre es eso que se espacia y que acaso jamás
habita en otro lugar que en ese espaciamiento, en esa arrealidad de su boca” (Nancy,
2007: 183).
Vale recordar, por otra parte que Deleuze y Guattari en Mil mesetas ya habían
repensado los vínculos entre territorialización y escritura a través de a la noción de
rizoma. De modo tal que lo rizomático- en tanto que opuesto a raíz - remitiría a una
lógica no genealógica y antimimética, dominada por la conexión, heterogeneidad y la
multiplicidad, una ruptura a-significante, principio de la cartografía y calcomanía:
“Todo rizoma comprende líneas de segmentariedad según las cuales está estratificado,
territorializado, organizado, significado, atribuido, etc; pero también líneas de
desterritorialización según las cuales se escapa sin cesar” (Deleuze, 2006:14)
Volviendo a la pregunta por el archivo, vale recordar que hacia el final de Mito y
archivo (2000), Roberto González Echevarría (se) pregunta si “hay narrativa más allá
del archivo” exponiendo no solo el carácter heterónomo de la literatura sino su eventual
carácter inespecífico. Si el archivo es acaso el ethos posible de la escritura, cabe la
pregunta por qué consecuencias acarrea esta inespecificidad – especificidad para la
reflexión sobre la ficción y entonces, la pregunta por si el vórtice de la literatura sería,
precisamente, esa zona de contacto donde la narrativa (se) interroga. Desde hace al
menos un par de décadas, algunos estudiosos - González Echeverría o Julio Ramos ()
-vienen señalando que la escritura latinoamericana hace estallar el sueño de moderno
de autonomía, en la medida en que otras formas,- geograficas, jurídicas, las científicas
o antropológicas- in-forman lo literario, lo revelan, lo exponen en su des-borde.
Por otra parte, desandando las ficciones de autonomía, la voz del Agente de la
Seguridad del Estado es la encargada de hablar de arte: de escritura como low profile
(bajo perfil), poniendo en escena las posibilidades de la enunciación y las condiciones
de visibilidad autorial en un sistema cultural con reglas tan específicas como el
cubano. Por otra parte, escritura y subjetividad: se entraman en las posibilidades de
pensar la matriz de la autoficción- como la forma por antonomasia de la ficción del yo-
y la clausura de ese yo en la enfermedad. Los cuerpos y subjetividades enfermas
(autistas) organizan la respuesta cultural a un sistema totalitario.
Las bases espúreas del arte entonces serán -en el desvío martiano- la
conspiración, y la performativización “sin rarezas conceptuales”, dos matrices se
materializan a en : la ironía y la objetivación (aclara las fuentes), en las operaciones
de localización y datación de las prácticas de archivo que se vuelven los
procedimientos propios de la ficción, borrando así las fronteras entre, ficción y no
ficción, entre verdad y no verdad. La Seguridad del Estado entonces funciona como el
Síndrome de Estocolmo de la literatura al interior de una economía discursiva donde
Apuntes, literatura, censura, estado se vuelven a articular:
La novela platea así otra relación entre subjetividad y territorialidad. Estar muerto y
enterrado y desenterrado es un entrelugar entre la vida y la muerte, un exceso y un
resto espacial y temporal: es también una marca de relocalización que integra la
saturación de relatos (desde el paraíso terrenal a la capital latinoamericana de la
revolución) sobre la ínsula y su deslocalización al convertir a los sujetos que la habitan
en zombis, los personajes mediáticos y globalizados de la industria cultural del siglo
XXI. Por otra parte, la cultura reguetonera funciona como un dispositivo totalizador y
desterritorializado que borra la épica y se recoloca en un imaginario- ni global- ni
local- que deconstruye la retórica exotista y colorlocalista del Caribe.
Perspectiva meta
Como exceso y como desvío, entonces, el espacio que inventa la ficción opera
críticamente sobre la imagen tradicional de insularidad cubana en sus versiones
eufóricas (Lezama- Vitier) y disfóricas (Piñera- García Vega). Reelabora la imagen
paraíso-cárcel para pensar a la isla como “una memoria portátil”, vale decir, una
imagen ubicua y excesiva- desencializada y desterritorializada- con capacidad de
relocalización en diferentes contextos; que es al tiempo un reservorio finito de
archivos y pura materialidad regida por la lógica de la perennidad, susceptible de daño,
de contaminación, de enfermedad y de muerte. Desprovista de los contenidos mìticos,
la imagen de la isla se vuelve un mero dispositivo material, transportable, bio-
degradable; un dossier.
“Quise escribir sobre Villa Marista —donde pasé mi Servicio Militar— como si
fuera un decorado de ciencia-ficción; sobre órganos neoplásicos de inteligencia
y recontrainteligencia, sobre agentes de la Seguridad del Estado haciendo cosas
increíbles por todas partes. La Seguridad del Estado cubana vela en realidad por
la seguridad de un gobierno, un monolito de gobierno, y por tanto es una labor
tan reñida con la entropía que siempre va a tener las narices pegadas al ridículo,
a la caricatura
Por otra parte, los espacios que designo como Santuario vip, son los espacios
desacralizados que encierran, dislocadas, las marcas de la religiosidad caribeña: el
santuario de la virgen de la Caridad del Cobre con .las ofrendas colgadas y pedidos con
errores ortografía o la casa de Baby Zombi, como santuario mediático atravesado por
fetiches, imágenes y restos de una cultura global leída desde los márgenes de una isla,
desde el recorte paradójico y desmitificado de la épica cubana del siglo xx
Cierre:
Si escribir nada tiene que ver con significar sino con cartografiar como propuso el autor
de el anti Edipo, la escritura emerge como el espacio privilegiado para interrogar los
diseños del poder y la construcción experiencias de territorialidad en un presente
literario que ha puesto en jaque el archivo espacial. Escritura, territorio y archivo
entonces pueden ser metáforas para volver a pensar la inscripción del destierro, del
abandono y de la experiencia del quedarse. Como en la novela de Lage, una especie de
Atlas tensionado entre dos pesadumbres: la de la mirada extraviada en el mar del
olvido y la experiencia (acaso, solo acaso, dignificadora) del plantado
“El amanecer sorprendía a Amy mirando el mar, extrañando a su marido que allá
en Miami se había olvidado de ella al 100% pero no importaba porque ella
seguía y seguiría aquí, de pie, orinando contra el muro del Malecón (32)
Bibliografia