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Un acto carece de sentido en sí mismo porque el sentido depende de una

intencionalidad, por lo que el sentido debemos ubicarlo no en el acto, sino en el


agente del acto, al que atribuimos, precisamente, la capacidad de intencionalidad.
En el momento en que atribuimos una intencionalidad específica al agente del acto,
postulamos un sentido del acto, y este proceso se llama interpretación.

La interpretación, para O’Gorman, es la operación por medio de la cual concedemos


un ser a las cosas, un ser histórico y mudable, que se transforma de acuerdo con el
horizonte de interpretación desde el cual se concede el ser a las cosas; por ejemplo,
el ser del sol era el ser de una deidad en la Antigua Grecia, para convertirse en el
ser de un planeta en el modelo geocéntrico y, finalmente, en el ser de una estrella
en nuestros tiempos. O’Gorman se opone a la visión substancialista, que concibe
un ser eterno e inmutable, idéntico a sí mismo y abstracto, como el Ser de
Parménides, porque en esta visión ontológica se niega el carácter histórico del ser,
y porque las premisas de esta visión demuestran ser insostenibles frente a la
investigación histórica rigurosa, investigación que no es ajena a la filosofía en la
visión de O’Gorman, pues estas dos disciplinas no se pueden concebir la una sin la
otra.

El ser de las cosas es, para O’Gorman, un ser cambiante, múltiple y devenido, que
llega a ser para después dejar de ser,y el proceso de interpretación es siempre la
elección de un ser entre otros posibles; por lo tanto, el ser de un ente determinado
tiene una historia y una posibilidad constante de transformación.

América no puede ser descubierta si no es una cosa en sí, porque para que algo
sea descubierto tiene que poseer un ser, predeterminado e inmutable, para poder
ser descubierto. Las metáforas sexuales a las que alude O’Gorman, como que
América ofreció su ser virgen a los conquistadores, no tiene sentido si estas tierras
se conciben como un ente sin ser predeterminado; este ser se construye, no se
descubre, porque descubrir implica que sólo hay un ser posible, cuando la realidad
es que este ser posible (el de América tal y como la entiende la teoría del
descubrimiento), es una interpretación cuya validez reposa en los presupuestos e
intereses de quienes postulan esa interpretación, determinada por su momento
histórico, y que cancela otras posibilidades de interpretación; el que no hubiera
estas múltiples posibilidades solo sería cierto si América tuviera un ser en sí.

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