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El documento describe la encarnación de Dios como Él tomando forma humana. Explica que para que Dios se encarne, debe tener una humanidad normal y vivir y obrar en la carne. Afirma que solo la humanidad de Dios puede expresar adecuadamente la obra divina y que Él debe poseer una mente humana normal para llevar a cabo Su ministerio en la humanidad.
El documento describe la encarnación de Dios como Él tomando forma humana. Explica que para que Dios se encarne, debe tener una humanidad normal y vivir y obrar en la carne. Afirma que solo la humanidad de Dios puede expresar adecuadamente la obra divina y que Él debe poseer una mente humana normal para llevar a cabo Su ministerio en la humanidad.
El documento describe la encarnación de Dios como Él tomando forma humana. Explica que para que Dios se encarne, debe tener una humanidad normal y vivir y obrar en la carne. Afirma que solo la humanidad de Dios puede expresar adecuadamente la obra divina y que Él debe poseer una mente humana normal para llevar a cabo Su ministerio en la humanidad.
La “encarnación” es la aparición de Dios en la carne; Él obra en
medio de la humanidad creada a imagen de la carne. Por tanto, para que Dios se encarne, primero debe ser carne, una carne con una humanidad normal; esto, como mínimo, es el requisito previo más básico. De hecho, la implicación de la encarnación de Dios es que Él vive y obra en la carne; Dios se hace carne en Su misma esencia, se hace hombre.
La encarnación significa que el Espíritu de Dios se hace carne, es
decir, que Dios se hace carne; la obra que la carne realiza es la obra del Espíritu, la cual se materializa en la carne y es expresada por la carne. Nadie, excepto la carne de Dios, puede cumplir con el ministerio del Dios encarnado; es decir, que solo la carne encarnada de Dios, esa humanidad normal —y nadie más— puede expresar la obra divina. Si durante Su primera venida, Dios no hubiera poseído una humanidad normal antes de los veintinueve años de edad, si al nacer, hubiera podido obrar milagros, si tan pronto como hubiera aprendido a hablar, hubiera podido hablar el lenguaje del cielo, si en el momento en el que puso Su pie sobre la tierra por primera vez, hubiera podido comprender todos los asuntos mundanos, distinguir todos los pensamientos y las intenciones de cada persona, a esa persona no se le habría podido haber llamado un hombre normal y tal carne no podría haberse llamado carne humana. Si este fuera el caso con Cristo, entonces el sentido y la esencia de la encarnación de Dios se perdería. Que posea una humanidad normal demuestra que Él es Dios encarnado en la carne; que pase por un proceso de crecimiento humano normal demuestra aún más que Él es de carne normal; además, Su obra es prueba suficiente de que Él es la Palabra de Dios, el Espíritu de Dios, hecho carne.
La humanidad de Dios encarnado existe para mantener la obra
divina normal en la carne; Su pensamiento humano normal sustenta Su humanidad normal y todas Sus actividades corporales normales. Se podría decir que Su pensamiento humano normal existe con el fin de sustentar toda la obra de Dios en la carne. Si esta carne no poseyera una mente humana normal, entonces Dios no podría obrar en la carne y lo que Él debe hacer en la carne no se cumpliría jamás. Aunque el Dios encarnado posee una mente humana normal, Su obra no está adulterada por el pensamiento humano; Él emprende la obra en la humanidad con una mente normal, bajo la condición previa de que Él posee la humanidad con una mente propia, no por el ejercicio del pensamiento humano normal. No importa cuán elevados sean los pensamientos de Su carne, Su obra no está manchada con la lógica o el pensamiento. En otras palabras, Su obra no es concebida por la mente de Su carne, sino que es una expresión directa de la obra divina en Su humanidad. Toda Su obra es el ministerio que debe cumplir y nada de ella es concebida por Su cerebro. Por ejemplo, sanar a los enfermos, echar fuera a los demonios y la crucifixión no fueron productos de Su mente humana y ningún hombre con una mente humana podría haber logrado estas cosas. De igual forma, la obra de conquista actual es un ministerio que debe llevar a cabo el Dios encarnado, pero no es la obra de una voluntad humana, es la obra que Su divinidad debe llevar a cabo y que ningún humano carnal es capaz de realizar. Así pues, el Dios encarnado debe poseer una mente humana normal, debe poseer una humanidad normal, porque Él debe desempeñar Su obra en la humanidad con una mente normal. Esta es la esencia de la obra del Dios encarnado, la propia esencia del Dios encarnado.
Versículos bíblicos como referencia:
“En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios” (Juan 1:1). Aquí se refiere que el hacer se evalúa en lo divino, porque de por si todo lo que haces en la carne debe estar evaluado por Dios, para que puedas hacer cosas estando en la carne, pero no carnales.
“Y el Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros, y vimos su gloria,
gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad” (Juan 1:14). Aquí se puede mostrar como el hijo tomó de su tiempo para habitar con nosotros, caminar con nosotros y enseñarnos a convivir más de cerca con el padre.
“Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al
Padre sino por mí. Si me hubierais conocido, también hubierais conocido a mi Padre; desde ahora le conocéis y le habéis visto” (Juan 14:6-7). Se puede interpretar que por vía a Cristo podemos conocer a Dios padre, dado que el nos guiará a su presencia.
“Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo he estado con vosotros, y todavía no me
conoces, Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre; ¿cómo dices tú: ‘Muéstranos al Padre’? ¿No crees que yo esté en el Padre, y el Padre en mí? Las palabras que yo os digo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí es el que hace las obras. Creedme que yo estoy en el Padre, y el Padre en mí; y si no, creed por las obras mismas” (Juan 14:9-11). Se refiere a la similitud espiritual que tiene Dios hijo con Dios padre, y que se debe conocer a Jesús para conocer a Jehovah.
“Yo y el Padre somos uno” (Juan 10:30). Se interpreta a que una parte de Dios es Jesús.
Obras escogidas de Tertuliano: Apología contra los gentiles. Exhortación a los mártires. Virtud de la paciencia. La oración cristiana. La respuesta a los judíos