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¿Qué Significa ‘Dadle Gloria’?


En Juan 17:4, la primera parte del versículo retrata las palabras de Cristo en aquella oración he-
cha por todos nosotros: ‘Yo te glorifiqué en la Tierra’. Fuimos llevados a considerar el propósito de
Dios con respecto al hombre, inclusive Su propósito eterno, y que ese propósito se cumple delante todo
el Universo en Jesucristo en la forma de la carne humana. El propósito de la existencia del hombre es
glorificar a Dios, y eso ha sido demostrado delante del Universo en Jesucristo; pues el eterno propósito
de Dios, concerniente al hombre, fue propuesto en Cristo, y llevado adelante en Cristo por todo hom-
bre, desde que el hombre pecó, y Él dice: ‘Yo te glorifiqué en la Tierra’. Eso revela que el propósito de
Dios, en la creación del hombre, es que el hombre Lo glorificase. Y lo que estudiaremos ahora es cómo
debemos glorificar a Dios, cómo Dios es glorificado en el hombre, y lo que representa glorificar a Dios.

¿Para qué fin fuimos creados?

Cuando estudiamos a Cristo, y vemos lo que Él hizo y lo que Dios hizo en Él, podemos saber lo
que es glorificar a Dios. Y en Él descubrimos cuál es el propósito de nuestra creación, cuál es el propó-
sito de nuestra existencia, y, de hecho, cuál es el propósito de la creación y de la existencia de cada
criatura inteligente en el Universo.
Vimos... que Dios solamente fue manifestado en Cristo en el mundo. El propio Cristo no se mani-
festó; Él se mantuvo en segundo plano; Él se vació y se volvió nosotros mismos del lado humano; y en-
tonces Dios, y solamente Dios, se manifestó en Él. Entonces, ¿qué significa glorificar a Dios? Es estar
en el lugar donde Dios, y solamente Dios, sea manifiesto en el individuo. Este es el propósito de la
creación y de la existencia de cada ángel y de cada hombre.
Para glorificar a Dios es necesario que cada uno esté en la condición y en la posición en que na-
die, sino Dios, sea manifiesto, porque esa fue la posición de Jesucristo. Así, dijo Él: ‘Las palabras que
Yo os digo no las digo por Mí mismo’ (Juan 14:10). ‘Yo descendí del cielo, no para hacer Mi propia
voluntad; y, sí, la voluntad de Aquel que Me envió’. ‘El Padre que permanece en Mí, hace Sus obras’
(Juan 14:10). ‘Yo nada puedo hacer de Mí mismo’ (Juan 5:30). ‘Nadie puede venir a Mí si el Padre que
Me envió no la trae’ (Juan 6:44). ‘Quien me ve a Mí, ve al padre: ¿cómo dices Tú, muéstranos al Pa-
dre? (Juan 14:9). ‘Quien habla por sí mismo está procurando su propia gloria; pero el que procura la
gloria de Quien lo envió, ese es verdadero y en Él no hay injusticia’ (Juan 7:18).

Buscando la gloria del Padre.-

Por lo tanto, Él dijo: ‘Las palabras que Yo os digo... no las digo de Mí mismo’ porque, como en
el otro versículo, aquel que habla de sí mismo, o sea, a partir de si mismo, busca su propia gloria. Pero
Cristo no estaba en busca de Su propia gloria. Él estaba buscando la gloria de Aquel que Lo envió; de
esta manera, declaró: ‘Las palabras que Yo os digo... no las digo de Mí mismo’. Al hacerlo, Él buscaba
la gloria de Aquel que Lo envió, y consta el registro de que ‘ese es verdadero y en Él no hay injusticia’.
Él estaba tan enteramente despojado de Sí mismo, tan enteramente distante estaba de ser manifestado
en cualquier medida, que ninguna influencia derivaba de Él, excepto la influencia del Padre. Eso se da-
ba en tal extensión que ningún hombre podía ir hasta Él, excepto si el Padre le enviase a Él alguien. Eso
revela cuán completamente Él mismo fue mantenido en una posición secundaria, cuán completamente
se vació. Así fue hecho tan completamente vacío, que ningún hombre podía ir a Él – ningún hombre
podía sentir cualquier influencia de Él o a Él ser atraído, excepto a partir del propio Padre. La manifes-
tación del Padre – eso podría atraer cualquier hombre a Cristo.
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¿Qué es glorificar a Dios?


Eso apenas ilustra que el gran hecho que estamos estudiando exactamente ahora, lo que significa
glorificar a Dios. Es ser tan enteramente vaciado del yo que nada, sino Dios, sea manifestado y ninguna
influencia derive del individuo a no ser la influencia de Dios – tan vaciado que todo, toda palabra – to-
do cuanto es manifiesto – sea solamente de Dios y que hable tan solamente del Padre.
‘Yo te glorifiqué en la Tierra’. Cuando Él estuvo sobre la Tierra se encontraba en nuestra carne
humana, pecaminosa; y cuando se vació y se mantuvo en una posición secundaria, el Padre entonces
habitó en Él y se manifestó a través de Él de tal modo que todas las obras de la carne fueron ocultas; y
la excepcional gloria de Dios, el carácter de Dios, la bondad de Dios, fueron manifestadas en lugar de
cualquier cosa de lo humano.

Dios manifiesto en nuestra carne pecaminosa.-

Eso es lo mismo que vimos anteriormente, de que Dios manifestado en la carne, Dios manifiesto
en la naturaleza pecaminosa, es el misterio de Dios (Apoc. 10:7), no Dios manifestado en carne sin pe-
cado. Eso significa decir, Dios habitará en tal medida en nuestra carne pecaminosa hoy que, aun cuan-
do esa carne sea pecaminosa, su pecaminosidad no será sentida o reconocida, ni ejercerá ninguna in-
fluencia sobre los demás; de que Dios habitará de tal modo en la carne pecaminosa que, a despecho de
toda la pecaminosidad de la carne pecaminosa, Su influencia, Su gloria, Su justicia, Su carácter, sean
manifiestos donde quiera que esa persona vaya.

Jesús revela la intención universal del Padre.-

Ese fue precisamente lo que pasó con Jesús en la carne. Así Dios nos ha demostrado a todos co-
mo debemos glorificar a Dios. Él le ha demostrado al Universo cómo el Universo debe glorificar a
Dios, o sea, que Dios, y solamente Dios, sea manifestado en toda inteligencia del Universo. Esa fue la
intención de Dios desde el principio; ese fue Su propósito, Su eterno propósito, que Él propuso en Cris-
to Jesús, nuestro Señor.
Debemos leerlo ahora. Tendremos ocasión de referirnos a eso posteriormente. Leeremos el texto
que habla de eso en una palabra. Efe. 1:9-10. ‘Desvendándonos el misterio de Su voluntad, según Su
beneplácito que propusiera en Cristo’. ¿Cuál es esa voluntad que Él había propuesto en Él? Que Él,
siendo el Dios eterno, proponiendo Su voluntad en Él, siendo ese Su propio propósito – el mismo que
es referido en otro lugar como el ‘eterno propósito’. ¿Cuál es el eterno propósito que Él propuso en
Cristo Jesús, el Señor? He aquí: ‘De hacer convergir en Él, en la dispensación de la plenitud de los
tiempos, todas las cosas, tanto las del cielo como las de la Tierra’.

Dios Padre revelado en Cristo.-

Reconsidere todo ahora y piense en cómo Dios ‘puede reunir todas las cosas en Cristo’. ¿Quién
es Aquel en quien Dios reúne todas las cosas en Cristo? Ese ‘Alguien’ es Dios. ¿Quién estaba en Cris-
to? ‘Dios estaba en Cristo? Nadie fue manifestado ahí, sino Dios. Dios habita en Cristo. Ahora en Cris-
to Él está reuniendo ‘todas las cosas, tanto las del cielo como las de la Tierra’. Por lo tanto, Su propósi-
to, en la dispensación de la plenitud de los tiempos, es reunir en Él todas las cosas en Cristo. Mediante
Cristo, por Cristo, y en Cristo, todas las cosas, en el cielo y en la Tierra, son reunidas en un Dios; de
modo que Dios solamente será manifestado por todo el Universo, de modo que, cuando se complete la
dispensación de los tiempos, y el eterno propósito de Dios se presente completo delante del Universo,
donde quiera que miremos, sobre quien quiera que sea que miremos, veremos a Dios reflejado; todos
ustedes verán la imagen de Dios reflejada. Y Dios será ‘todo en todos’. Eso es lo que vemos en Jesu-
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cristo. 2 Cor. 4:6. ‘Porque Dios dijo: ‘De tinieblas resplandecerá la luz’; Él mismo resplandeció en
nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo’.
En Cristo vemos la gloria del Padre.-

Contemplamos la faz de Jesucristo. ¿Qué vemos? Vemos a Dios. No vemos a Cristo reflejado en
la faz de Jesucristo. Él Se vació, para que Dios pudiese ser reflejado, para que Dios pudiese brillar a la
vista del hombre, que, en carne humana, no podría soportar Su presencia. Jesucristo asumió la carne del
hombre que, como un velo, modificó de tal modo los rayos de la gloria divina a fin de que pudiésemos
ver y vivir. No podemos mirar la faz desvelada de Dios, de la misma manera en que los hijos de Israel
no podían contemplar la faz de Moisés. Por lo tanto, Jesús reúne en Sí mismo la carne humana y recu-
bre la refulgente y consumidora gloria del Padre, de modo que nosotros, mirando Su faz, podamos ver a
Dios reflejado, y podamos verlo y amarlo tal como Él es, y así tener la vida que hay en Él.
Ese pensamiento es observado en 2 Cor. 3:18. Lo mencionaré de memoria ahora. Tendremos oca-
sión de referirnos a él nuevamente antes de concluir la lección. ‘Y todos nosotros con el rostro desven-
dado, contemplando, como por un espejo, la gloria del Señor’. ¿Dónde contemplamos la gloria del Se-
ñor? En ‘Su propia imagen’. Pero aquí es dicho que contemplamos como en un espejo. ¿Para qué sirve
un espejo? Un espejo no posee luz en sí mismo. En espejo refleja la luz que incide sobre él. Nosotros
todos, con el rostro desvendado, contemplamos en la imagen de Jesucristo, como en un espejo, la gloria
del Señor; por lo tanto, Cristo es Aquel mediante quien el Padre es reflejado para el Universo entero.

Cristo, calificado para la misión.-

Apenas Él podría reflejar al Padre en Su plenitud, porque Sus salidas son desde los días de la
eternidad; y como dice en el octavo capítulo de Proverbios, ‘Yo estaba en Él y era Su arquitecto’. Él
era Uno de Dios, igual a Dios; y Su naturaleza es la naturaleza de Dios. Por lo tanto, una gran necesi-
dad que apenas Él podría venir al mundo y salvar al hombre, fue debido a que el Padre deseó manifes-
tarse plenamente a los hijos de los hombres; y nadie en el Universo podría manifestar al padre en Su
plenitud, excepto el Hijo unigénito, que es la imagen del Padre. Ninguna criatura podría hacerlo por no
ser suficientemente grande. Solamente Aquel cuyas salidas fueron desde los días de la eternidad podría
hacerlo; consecuentemente, Él vino y Dios habitó en Él. ¿Cuánto? ‘Toda la plenitud de la Divinidad’ es
reflejada en Él ‘corporalmente’. Y eso no es solamente para los hombres sobre la Tierra, sino que se da
a fin de que, en la dispensación de la plenitud de los tiempos, Él pudiese reunir en Uno, en Cristo, todas
las cosas que están en el cielo y sobre la Tierra. En Cristo Dios es manifiesto a los ángeles y reflejado a
los hombres en el mundo de un modo en que no pueden ver a Dios de otra manera.

Cristo fue nosotros mismos.-

Así, pues, tenemos tanto que aprender a respecto de lo que significa glorificar a Dios y sobre co-
mo eso es hecho. Significa ser tan vaciado del yo que Dios solamente pueda ser manifestado en Su jus-
ticia, Su carácter, que es Su gloria. En Cristo es revelado el propósito del Padre con respecto a nosotros.
Todo cuanto se dio en Cristo fue para revelar lo que será hecho en nosotros; pues Él fue nosotros mis-
mos. Por lo tanto, debemos constantemente tener en mente el gran pensamiento de que debemos glori-
ficar a Dios sobre la Tierra.
En Él y por Él, descubrimos aquella divina mente que en Cristo se vació de Su ego justo. Por esa
mente divina, nuestra injusticia es vaciada, a fin de que Dios pueda ser glorificado en nosotros; y que se
hagan verdad en nosotros Sus palabras, ‘te glorifiqué a Ti sobre la Tierra’.

Cómo somos la luz del mundo.-


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Leamos aquellos dos versículos en Corintios ahora para nuestro propio beneficio. Hace poco lo
leímos desde la perspectiva divina. ‘Porque Dios dijo: de tinieblas resplandecerá la luz, Él mismo res-
plandeció en nuestros corazones, para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de
Cristo’. 2 Cor. 4:6. Mirémoslo ahora para nosotros. En primer lugar, ¿qué es lo que Dios realizó? Res-
plandeció en nuestros corazones. ¿Para qué? ‘Para iluminación del conocimiento de la gloria de Dios
en la faz de Cristo’.
¿Perciben, pues, que Dios, en Jesucristo, está manifestando, revelando en la faz de Cristo Su glo-
ria, la cual, reflejada en nosotros, refulge también para otros? Por lo tanto, ‘vosotros sois la luz del
mundo’. Somos la luz del mundo porque la luz de la gloria de Dios, resplandeciendo a partir de Jesu-
cristo en nuestros corazones, es reflejada – brilla – a los demás, de manera que, las personas viéndonos,
vean nuestras buenas obras, y puedan glorificar a Dios en ‘el día de la visitación’. ‘Puedan glorificar al
padre que está en los cielos’.

El espejo funcionando.-

Estudien el proceso. Allá está el padre, habitando en la luz de la cual ningún hombre aproximar-
se, que ningún hombre jamás vio, ni puede ver; de tan trascendente gloria, de tan consumidor fulgor de
santidad, que ningún hombre podría contemplar y vivir. Pero el Padre desea que Lo miremos a Él y vi-
vamos. Por lo tanto, el unigénito del Padre se sometió libremente como el Don y se volvió como noso-
tros en la carne pecaminosa a fin de que el Padre pudiese velar en Él de tal manera Su gloria consumi-
dora y los rayos de Su fulgor, de manera que pudiésemos ver y vivir. Y cuando miramos hacia allá y vi-
vimos, ese brillo, esa gloria fulgurante de la faz de Jesucristo brille en nuestros corazones y sea refleja-
da para el mundo.
Ahora, el último versículo del tercer capítulo nuevamente: ‘Y todos nosotros con el rostro des-
vendado, contemplando, como por un espejo, la gloria del Señor, somos transformados de gloria en
gloria, en Su misma imagen, como por el Señor, el Espíritu’. ¿La imagen de quién? La imagen de Jesu-
cristo. Somos ‘transformados de gloria en gloria, en Su propia imagen, como por el Señor, el Espíritu’.
Jesucristo reflejaba la imagen de Dios; nosotros, cambiados en la misma imagen, podamos reflejar la
imagen de Dios.
La versión alemana ofrece otro texto, aun más enfático que este nuestro. Leeré el equivalente al
inglés: ‘Pero ahora está reflejado en nosotros toda la gloria del Señor’. ¿Perciben? ‘Pero ahora en todos
nosotros esta reflejada la gloria del Señor’. La idea en nuestra versión inglesa y esta idea en el alemán,
son ambas correctas. Vemos en la faz de Cristo la gloria, y somos cambiados en la misma imagen de
gloria en gloria, y entonces es también reflejada en nosotros la gloria del Señor.
Ahora leeré el resto del versículo en alemán: ‘Pero ahora está reflejada en todos nosotros la gloria
del Señor con faz descubierta; y somos glorificados en la misma imagen de una gloria a otra, como de
parte del Señor, que es el Espíritu’. El Señor, que es el Espíritu; el verso precedente declaró que el Se-
ñor es ese Espíritu.
Así, pueden ver que el sentido todo es que Dios será glorificado en nosotros; para que seamos
glorificados por esa gloria; y que eso puede ser reflejado a todos los hombres por todas partes; a fin de
que puedan creer en Dios y glorificarlo.
“Cuando el carácter de Cristo se reproduzca perfectamente en Su pueblo, entonces vendrá para
reclamarlos como Suyos”. PVGM:69.
Observen ahora nuevamente el capítulo 17 de Juan. Trae el mismo relato de Juan 17:22. leeré
nuevamente los versículos 4-5:
‘Yo te glorifiqué en la Tierra, consumando la obra que Me confiaste para hacer; y ahora, glori-
fícame, oh Padre, contigo mismo, con la gloria que Yo tuve junto de Ti, antes que hubiese mundo’.
Ahora el versículo 22: ‘Yo les he transmitido la gloria que Me has dado’. Él nos la ha dado. Por
lo tanto ella nos pertenece. Esa gloria le pertenece al creyente en Jesús. Y cuando nos sometemos a Él,
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Él nos concede aquella mente divina que nos vacia y entonces Dios en Jesucristo resplandece en nues-
tros corazones, del cual es reflejada Su propia gloria, Su propia imagen divina. Y eso será tan perfecta-
mente cumplido que, cuando él viene a todo creyente sobre el cual lanza los ojos, se verá a Sí mismo.
‘Él se sentará como un joyero y purificador de plata’. Él se ve a Sí mismo reflejado en Su pueblo, de
modo que todos reflejen la imagen y la gloria de Dios.

Ilustración.-

Empleemos cosas naturales a fin de que podamos, si es posible, ver esto de un modo más claro.
Ahí está el sol brillando en el cielo. A usted y a mi nos gustaría mirar el sol y verlo como él es. Pero
aun mirándolo de relance, ofusca de tal modo nuestros ojos, que lleva un tiempo para recuperar su con-
dición natural. Así, no podemos mirar al sol para contemplar las glorias que ahí están. El sol posee glo-
rias y bellezas al brillar en el cielo.
Ahora, si usasen un prisma, uno de tres caras, tres pedazos de vidrio colocados en un ángulo agu-
do, y lo sometiesen a la luz solar de modo que los rayos de sol brillen a través de él, verán reflejados
sobre la pared, sobre el terreno, o donde quiera que pueda incidir el reflejo, el sol tal como él es. ¿Y
qué observarán? ¿Cómo se llama eso? Un arco iris.
¿Y qué es más bello que un arco iris? No pueden tener un más maravilloso conjunto de colores
que los que hay en el arco iris. Pero ese arco iris es simplemente la descomposición de la luz del sol,
con su gloria tan distribuida que podemos mirarlo y ver cuán bonito es. Toda esa gloria ahí está, pero
no podemos verla ahí. No podemos directamente del sol. El sol es demasiado fulgurante; nuestros ojos
no están acostumbrados a la luz; no podemos soportarla.
Por lo tanto, el prisma toma esa gloria, y hace con que brille en rayos tales que podamos contem-
plarla. Y eso nos capacita a ver el sol como no podríamos hacerlo de otra manera. Sin embargo, cuando
miramos el arco iris, estamos apenas mirando el sol. Mirando el arco iris, simplemente vemos la gloria
que hay en el sol conforme brilla en el cielo. Contemplando directamente la faz del sol, no podemos
verlo como es. Pero viendo el reflejo, vemos la gloria del sol en una forma que nos deleita hacerlo.

Aplicación.-

Ahora, Dios siempre es mucho más brillante que el sol. Si el sol ofusca nuestros ojos por un mero
relance, ¿qué es lo que hace la gloria trascendente del Señor sobre nuestros ojos mortales y pecamino-
sos? Él nos consumiría. Por lo tanto, no podemos contemplarlo tal como es en Su gloria desvelada y no
alterada. Nuestra naturaleza no tiene condiciones de soportarla. Pero Él desea que veamos Su gloria.
Desea que todo el Universo contemple Su gloria. Por lo tanto, Jesucristo se colocó aquí entre el Padre y
nosotros, y el Padre hizo con que toda Su gloria sea manifiesta en Él, y así como resplandece Su faz, la
gloria es distribuida de tal forma, tan modificada, que podemos mirarla; y es hecha tan bella que nos
deleitamos en ella. Entonces somos capacitados a ver a Dios como Él es. En Jesucristo nada vemos que
no sea de Dios en el pleno fulgor de Su gloria desvelada.
Ahora el sol refulge en los cielos naturales día tras día, y todas esas glorias Él las vuelve conoci-
das a los hijos de los hombres y las coloca delante de los hijos de los hombres. Todo cuanto el sol pre-
cisa, a fin de conservar sus glorias siempre delante de nosotros de esa bella manera, es de un prisma –
un medio mediante el cual puede brillar para la refracción de su gloria, y algo sobre lo cual esos rayos
incidan para reflejar después de haber pasado por el prisma. Ustedes podrían tener un arco iris todos los
días del año, si tuviesen un prisma y algo sobre lo cual los rayos refractados pudiesen incidir.

Sea la pared.-
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Así también pueden tener la gloria de Dios manifiesta cada día del año, si apenas mantienen a Je-
sucristo delante de los ojos como un bendito prisma para refractar los brillantes rayos de la gloria de
Dios, y vuestro propio ego presentado a Dios tal como a Dios le gustaría que esos rayos refractados se
volviesen visibles en el reflejo. Entonces, no solamente usted, sino que otras personas constantemente
verán la gloria de Dios.
Todo lo que Dios desea, todo lo que Él necesita, a fin de que el hombre vea y conozca Su gloria,
es un Prisma mediante el cual brillar. En Jesucristo eso es realizado de modo completo. Después Él de-
sea algo sobre lo cual esos rayos refractados puedan reposar y ser reflejados, para que las personas pue-
dan verlos. ¿Consentirán ustedes en ser estos objetos, permitirán ustedes permanecer allí, abiertos a los
refractados rayos de la gloria de Dios, al brillar mediante ese bendito Prisma que es Jesucristo? Permi-
tan que esos rayos de la gloria de Dios incidan sobre ustedes, para que los hombres, mirando ahí, pue-
dan ver reflejada la gloria de Dios. Eso es lo que Él desea.
Otro pensamiento: Tome su prisma y póngalo contra el sol. Los rayos de luz refractados inciden
sobre la pared de la casa; ¡y observen en el reflejo el bello arco iris! Pero ese muro es apenas de barro.
¿Puede ese barro manifestar la gloria del sol? ¿Puede el sol ser glorificado por ese barro? Si. Cierta-
mente. ¿Puede ese barro reflejar los brillantes rayos del sol, de modo que sea bello? ¿Cómo puede el
barro hacerlo? Oh, no está en el barro; está en la gloria. Pueden colocar el prisma contra el sol, y dejar
que los rayos refractados incidan sobre la pared. Pueden mantenerlo ahí, y aquella pared puede mani-
festar la gloria del sol, no porque la pared tenga alguna gloria en sí misma, sino que debido a la gloria
del sol.

La gloria de Dios proyectada sobre nuestra carne pecaminosa.-

¿Es demasiado, por lo tanto, que pensemos que la carne pecaminosa, tal como la nuestra, indig-
nos polvo y cenizas, como somos, es demasiado pensar que individuos como nosotros puedan manifes-
tar la gloria del Señor, proyectada mediante Jesucristo, la gloria del Señor refulgiendo de la faz de Jesu-
cristo? Puede ser que ustedes sean barro; puede ser que sean los más bajos sobre la Tierra; puede darse
que sean pecadores como cualquier hombre lo es; pero simplemente colóquense ahí, y permitan que la
gloria refulja sobre ustedes como a Dios le gustaría que ocurriese, y entonces glorificarán a Dios.
Oh, cuán frecuentemente la desanimadora pregunta es formulada: ¿Cómo puede alguien como yo
glorificar a Dios? Porque, querido hermano o hermana, no se debe a usted. Se debe a la gloria. La vir-
tud para brillar no está en usted, no más que lo que está en el muro la facultad de hacer con que el arco
iris brille. Nuestra parte es colocar a disposición un lugar para que la gloria incida, de manera que ella
pueda brillar en bellos rayos reflejados de la gloria de Dios. La virtud no está en nosotros, está en la
gloria. Eso es lo que significa glorificar a Dios.

¿Qué se requiere?

Se requiere vaciarse del yo, a fin de que Dios en Cristo pueda ser glorificado. La mente de Cristo
hace eso, y así Dios es glorificado. Aun cuando hayamos sido pecadores durante toda nuestra existen-
cia y nuestra carene sea pecaminosa, Dios es glorificado, no por el mérito en nosotros, sino por el méri-
to que hay en la gloria. Y ese es el propósito por el cual Dios creó todo ser en el Universo: es que todo
ser sea un medio para reflejar y para hacer conocido el fulgor de la gloria del carácter de Dios tal como
es revelado en Jesucristo.

Una desastrosa ilusión.-

Hace mucho tiempo, en el pasado, hubo alguien que era tan brillante y glorioso por la gloria del
Señor, que comenzó a darse a sí mismo el crédito por eso y se propuso brillar por sí mismo; se propuso
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glorificarse a sí mismo; se propuso reflejar luz de sí mismo; pero desde entonces no ha brillado con
ninguna luz real. Todo ha sido tinieblas desde entonces. Ese es el origen de las tinieblas en el Universo.
Y los resultados que de eso derivan, desde el inicio hasta el último resultado que jamás vendrá de él,
son simplemente los resultados de aquel esfuerzo para manifestar el yo (ego), para dejar que el yo bri-
lle, para glorificarse a sí mismo. Y el fin de eso es que todo perece y termina en nada.

Ser o no ser.-

Glorificar el ego es terminar en nada, es dejar de existir. Glorificar a Dios es continuar eterna-
mente. La razón por la cual Él crea a las personas es para que Lo glorifiquen. Aquel que Lo glorifica no
puede ayudarlo en eso, pero va a vivir durante toda la eternidad. Dios desea tales seres en el Universo.
La cuestión para todo hombre de hecho es: ‘Ser o no ser; esa es la cuestión’. ¿Decidiremos ser, y ser un
medio de glorificar a Dios por toda la eternidad? ¿O decidiremos glorificar el yo por un pequeño tiem-
po, y eso solamente en tinieblas, y entonces partir para la oscuridad eterna? Oh, en vista de lo que Dios
realizó, no es difícil decidir cuál es la decisión que debe ser tomada. No es difícil decidir. ¿Entonces no
debería ser nuestra decisión ahora y para siempre escoger solamente la manera de Dios? ¿Decidir glori-
ficarlo, y a Él solamente?

Las implicaciones.-

Ahora, otra palabra en cuanto a lo que eso implica. He aquí un pasaje de Juan 12:23 que dice: “Le
respondió Jesús: es llegada la hora de ser glorificado el Hijo del hombre”.
Y ahí, nuevamente en el verso 27 dice: “Ahora está angustiada Mi alma, ¿y qué diré Yo? Padre,
¿sálvame de esta hora? Pero precisamente con este propósito vine para esta hora”.
¿Qué es lo que Él dijo entonces? ‘Padre, glorifica Tu nombre’. Ahí estaba Él, a la sombra del Ge-
tsemaní. Sabía que había llegado la hora, y también comprendía lo que eso representaba. Allí estaba
aquella angustia presionando Su divina alma, llevándolo a decir: ‘¿Qué diré Yo? Padre, ¿sálvame de
esta hora? Pero precisamente con este propósito vine hasta esta hora’. La única cosa, pues, que había
para decir, al llegar Él hasta aquella hora, para tal propósito, la única cosa que pudo decir fue: ‘Padre,
glorifica Tu nombre’. Después de eso, vino el Getsemaní, y la cruz, y la muerte. Pero en esa sumisión –
‘Padre, glorifica Tu nombre’ – estaba dado el paso que Le dio la victoria en el Getsemaní, y sobre la
cruz, y sobre la muerte.

¡Nuestra vez!

Él venció, y usted y yo podemos ir a aquel lugar muchas veces. Ya hemos estado en aquel lugar –
donde viene un tiempo en que sobre mí pueda ser hecha esa exigencia. Esa experiencia tiene que ser
enfrentada, y considerándola como se presenta, y como la vemos, seremos tentados a decir: ‘Oh, ¿será
necesario que se tenga que soportar eso? ¿No es demasiado lo que Dios requiere que un hombre sopor-
te?’. ‘Ahora está angustiada Mi alma, ¿y qué diré Yo? Padre, sálvame de esta hora?’ ¿Quién lo llevó
hasta esa hora? ¿Quién lo hizo enfrentarse con esa dificultad? ¿Cómo llegó allí? El Padre está lidiando
con nosotros; Él nos llevó hasta allí.
Entonces, cuando, bajo Su mano, somos llevados al punto en que parece como que le costase a un
hombre que su propia alma pueda soportarlo. ¿Qué diremos? ¿Padre, sálvame de esta hora? Pero si es
por esa razón que vine hasta esta hora. Él me trajo hasta aquí con un propósito. Puedo no saber cuál es
la experiencia que Él tiene para mi fuera de esa; puedo no saber cuál es la experiencia que Él tiene re-
servada para mi fuera de eso; puedo no saber cuál es el propósito divino en esa prueba; pero una cosa
se: decidí glorificar a Dios. Decidí que Dios, en lugar de mí mismo (de mi ego), será glorificado en mi;
que Su camino será encontrado en mi en lugar de mi camino.
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Por lo tanto, no podemos decir: ‘Padre, sálvame de esta hora’. La única cosa que se puede hacer
es curvarnos en sumisión; la única palabra que se puede decir es: ‘Padre, glorifica Tú nombre’. (‘Padre,
glorifica Tú nombre’ significa: reconozco y acepto Su gerencia universal como eficaz; de buen grado
me someto a ella. Espero que continúe a realizarla, según Tus designios). El Getsemaní puede seguirse
inmediatamente; la cruz ciertamente se seguirá; pero hay victoria en ese Getsemaní; y hay victoria so-
bre aquella cruz, y sobre todo lo que pueda venir.
Eso ciertamente es verdad; porque Dios no nos deja sin la Palabra. Lea ahora el versículo com-
pleto: ‘¿Qué diré? Padre, ¿sálvame de esta hora? Pero si es por esta causa que Yo vine para esta hora.
Padre, glorifica Tú nombre. Entonces vino una voz del cielo, diciendo: Lo he glorificado y lo glorifica-
ré nuevamente’.

Escoja ser.-

Esa Palabra es para ustedes y para mi en toda prueba, porque ‘la gloria que me diste, Yo se las
di’. Nos pertenece a nosotros. Él verá que está reflejada sobre nosotros; y mediante nosotros, a fin de
que los hombres sepan que Dios es aun manifestado en la carne. ¿Cuál debiera, entonces, ser nuestra
elección? Que esto sea determinado de una vez por todas. Es, ser, o no ser. ¿Qué escogeremos? ¿Ser?
Pero ser significa glorificar a Dios. El único propósito de la existencia del Universo es glorificar a
Dios. Por lo tanto, la elección de ser es la elección de glorificar a Dios, y la elección de glorificar a
Dios es la elección de que el yo sea vaciado y perdido, y que solamente Dios aparezca y sea visto.

Él: todo en mi.-

Entonces, cuando todo sea realizado, el capítulo 15 de 1 Cor ofrece la gran consumación. Versos
24 al 28: “Y entonces vendrá el fin, cuando Él le entregue el reino a Dios y Padre, cuando haya destrui-
do todo principado, así como toda potestad y poder. Porque conviene que Él reine hasta que haya pues-
to a todos los enemigos debajo de Sus pies. El último enemigo a ser destruido es la muerte. Porque to-
das las cosas sujetó debajo de Sus pies. Y cuando dice que todas las cosas Le están sujetas, ciertamente
excluye a Aquel que todo Le subordinó. Cuando, sin embargo, todas las cosas Le estuvieren sujetas,
entonces el propio Hijo también se sujetará a Aquel que todas las cosas Le sujetó, para que Dios sea to-
do en todos”.
¿Todo en cuántos? Él será todo en mi, Él será todo en ustedes, Él será todo en todos, mediante Je-
sucristo. Ahí vemos el plan completo. Es que el Universo entero y todo en él refleje a Dios.

Nuestro privilegio.-

Este es el privilegio que Dios estableció delante de todo ser humano. Es el privilegio que Él esta-
bleció delante de toda criatura en el Universo. Lucifer y multitudes que se fueron con él, lo rechazaron.
Los hombres lo rechazaron. ¿Y qué haremos usted y yo? ¿Aceptaremos el privilegio?

Eternamente afectado.-

Veamos si podemos obtener alguna idea de la medida de ese privilegio. ¿Cuánto costó traer ese
privilegio hasta nosotros? ¿Cuánto costó? Costó el infinito precio del Hijo de Dios.
Ahora, una pregunta: ¿Fue ese Don un Don por 33 años apenas? En otras palabras, habiendo pa-
sado una eternidad hasta que Él vino a este mundo, ¿vino Jesús entonces a este mundo como lo hizo
por apenas 33 años, y entonces volvió a lo que era antes, para consistir en todos los aspectos como era
antes a través de la eternidad venidera? ¿Y así Su sacrificio será prácticamente por apenas 33 años?
¿Fue aquel un sacrificio por apenas 33 años? ¿O fue un sacrificio eterno? Cuando Jesucristo dejó los
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cielos, se vació y se sumergió en nosotros, ¿por cuánto tiempo fue eso? Esta es la cuestión. Y la res-
puesta es que eso fue hecho por toda la eternidad. El Padre renunció a Su Hijo por nosotros, y Cristo se
entregó por nosotros por toda la eternidad. Nunca más será Él, en todos los respectos, como fue antes.
Él se entregó a Sí mismo por nosotros.

¡Oh, qué amor glorioso!

“Porque Dios amó al mundo de tal manera que dio a Su Hijo unigénito”. Él lo dio no apenas para
habitar entre los hombres, para soportar sus pecados y morir el sacrificio de ellos; Lo dio a la raza caí-
da. Cristo debía identificarse con los intereses y necesidades de la raza humana. Aquel que es uno con
Dios se unió con los hijos de los hombres por lazos que nunca deben ser deshechos”.
¿En qué punto Se unió con nosotros? En nuestra carne, en nuestra naturaleza. ¿En qué medida se
unió a nosotros? ‘Por lazos que nunca serán deshechos’. ¡Gracias a Dios! Entonces Él renunció a la na-
turaleza de Dios, que tuviera con Dios antes que el mundo existiese, y asumió nuestra naturaleza; y lle-
va nuestra naturaleza por toda la eternidad. Ese es el sacrificio que gana (conquista, atrae) los corazo-
nes de los hombres.
Si eso fuese conocido, como muchos realmente lo consideran, que el sacrificio de Cristo perduró
durante 33 años apenas, y entonces murió la muerte de cruz y volvió para la eternidad en todos los as-
pectos como era antes; los hombres podrían argumentar que, al final de cuentas, en vista de la eternidad
anterior y de la eternidad posterior, 33 años no serían un sacrificio tan infinito. Pero cuando considera-
mos que Él sumergió Su naturaleza en nuestra naturaleza humana por toda la eternidad, ese sí es un sa-
crificio. Ese es el amor de Dios. Y ningún corazón puede argumentar contra eso. No hay un corazón en
este mundo que pueda raciocinar contra ese hecho. Lo acepte o no el corazón, crea el hombre en eso o
no, hay un poder compulsivo en ese hecho, y el corazón debe permanecer en silencio ante la presencia
de la tremenda realidad.

¿Qué Le costó?

Ese es el sacrificio que Él hizo, y prosigo leyendo: ‘Aquel que es uno con Dios se unió con los hi-
jos de los hombres por lazos que nunca serán deshechos’. Jesús no se avergüenza de ‘llamarlos herma-
nos’; nuestro Sacrificio, nuestro Abogado, nuestro Hermano, cargando nuestra forma delante del trono
del Padre y por eras eternas, uno con la raza que redimió, el Hijo del hombre’.
Esto es lo que cuesta: el eterno sacrificio de Aquel que era uno con Dios. Eso es lo que cuesta lle-
varle a los hombres el privilegio de glorificar a Dios.

¿Pagó Él un valor mayor de lo que valía?

Ahora, otra cuestión: ¿Fue el privilegio ahí digno del sacrificio? ¿O fue pagado el precio para
crear el privilegio? Por favor, piense en eso cuidadosamente. ¿Cuál es el privilegio? Hemos descubierto
que el privilegio traído a toda alma es glorificar a Dios. ¿Cuál fue el precio pagado para traernos tal
privilegio? Costó el sacrificio infinito del Hijo de Dios. Ahora, ¿hizo Él el sacrificio para crear el privi-
legio, o el privilegio ya existía y el precio pagado para volverlo a tener fue un precio justo?
Veo que esta es una nueva reflexión para muchos de ustedes, pero no tengan miedo. Está correc-
ta. Por favor, considérenla cuidadosamente y piensen. Eso es todo lo que tenemos que hacer. Repetiré,
hasta dos o tres veces, si es necesario; pues vale plenamente la pena hacerlo. Desde que ese bendito he-
cho vino a mi, que el sacrificio del Hijo de Dios representa un sacrificio eterno, y enteramente por mi,
la palabra que ha estado sobre mi mente casi incesantemente ha sido: ‘Andaré mansamente delante del
Señor todos mis días’.
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¡Increíble! ¡Es justo el estupendo precio pagado!

La cuestión es: ¿Creó Él el privilegio para hacer el sacrificio? ¿O ya existía el privilegio y lo per-
dimos, y valió la pena el sacrificio hecho por Él para que lo tengamos de vuelta?
Entonces, ¿quién puede evaluar el privilegio que Dios nos da en el bendito privilegio de glorifi-
carlo? Ninguna mente lo podrá comprender (entender). ¿Vale la pena el sacrificio pagado por Él, un sa-
crificio eterno? Oh, ¿no hizo bien David cuando exclamó: ‘Señor... tal conocimiento es demasiado ma-
ravilloso para mi; es sobremanera elevado, no lo puedo alcanzar’ y ‘en la multitud de mis pensamientos
conmigo, Tus confortos delician mi alma’?
‘Grande es el misterio de la piedad; pues Dios fue manifestado en carne’. El Hijo del hombre re-
cibido en gloria, esto significa nosotros mismos recibidos allá. Y en eso Él nos trajo el infinito privile-
gio de glorificar a Dios. Eso valió el precio que fue pagado. Jamás podríamos haber imaginado que el
privilegio fuese tan inmenso. Pero Dios contempló el privilegio, Jesucristo contempló el privilegio, de
lo que es glorificar a Dios. Y contemplando eso, y viendo a dónde habíamos ido, fue dicho: vale la pe-
na pagar el precio. Cristo declaró: ‘Yo pagaré el precio’. ‘Porque Dios amó el mundo de tal manera
que dio a Su Hijo unigénito’, y así nos trajo el privilegio de glorificar a Dios.

Nota del Traductor: Este es el capítulo 28 del libro “Cómo Ser feliz” de Olvide Zanella. 2004, Brasil.
El título de este capítulo es ¿Qué Significa Darle Gloria?. Este capítulo corresponde a un trabajo hecho
por Alonzo T. Jones, publicado en el Boletín de la Conferencia General en 1895, páginas 376-383.

Meditemos.-

Considere la inversión hecha por el Padre en el ser humano por más indigno que él nos pueda pa-
recer. ¡Qué valor inmenso posee, entonces, aquel semejante mío, que, a mis ojos, puede parecer tan
despreciable! Delante de un hecho tan estupendo como Alonzo T. Jones nos mostró, concuerde en ser
la pared de barro, sobre la cual Dios Padre, mediante Su maravilloso ‘Prisma’, pueda proyectar la luz
de Su carácter de amor. Reflejar esos rayos divinos es el equivalente a ‘vestirse de lino finísimo...’.
(Apoc. 19:8).
Es como si Dios dijese: ‘Observe que cuando Yo proyecté la luz de Mi carácter de amor sobre la
carne pecaminosa de vuestro Hermano, Jesucristo, Yo condené el pecado. Si usted concuerda, estoy lis-
to para hacerla pasar por Mi ‘Prisma’ para realizar lo mismo en usted. ¿Está dispuesto?’. ¡Esa es la Jus-
ticia de Cristo por la Fe! Y, ¿cómo se realizará este proceso? Citando la Palabra.

Amigo, el Cielo invistió todo lo que poseía para posibilitar nuestra felicidad, para que volviése-
mos a disfrutar del privilegio de glorificar al Padre. ¿Estamos de acuerdo en que ‘dadle gloria’ (Apoc.
14:7) es sinónimo de ‘dominar el ego por la fe’?
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