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En tres diferentes viajes – cada uno de varios años de duración – Pablo compartió las
nuevas de Jesús en muchas ciudades de la costa y pueblos con rutas comerciales. Esta es
una breve crónica de estos viajes misioneros.
El ministerio de Pablo a los gentiles atrajo la controversia sobre quién podía ser salvo y
cómo debía ser salvo. Entre su primero y segundo viajes misioneros, él participó en una
conferencia en Jerusalén discutiendo sobre el camino de salvación. El consenso final fue
que los gentiles podían recibir a Jesús sin sujetarse a las tradiciones judías.
Pablo les enseñó a aquellos que creyeron en Cristo y los estableció en iglesias. Durante
este segundo viaje misionero, Pablo hizo muchos discípulos de varias procedencias: un
joven llamado Timoteo, una mujer de negocios llamada Lidia, y una pareja llamados
Aquila y Priscila.
Tercer Viaje Misionero (Hechos 18:23 – 20:38): Durante este último viaje misionero de
Pablo, predicó fervientemente en Asia Menor. Dios confirmó su mensaje con
milagros. Hechos 20:7-12 nos dice de Pablo en Troas predicando un sermón
excepcionalmente largo. Un joven que estaba sentado en un tercer piso, se quedó
dormido y cayó por la ventana. Fue dado por muerto, pero Pablo lo revivió.
Los nuevos creyentes de Efeso que habían estado anteriormente involucrados con el
ocultismo, quemaron sus libros de magia. Por otra parte, los que fabricaban ídolos, no
estaban contentos con sus pérdidas en el negocio debido a este verdadero Dios y a Su
Hijo. Un platero llamado Demetrio, comenzó una revuelta en toda la ciudad, alabando a
su diosa Diana. Los juicios siempre perseguían a Pablo. A última instancia, la
persecución y oposición fortaleció a los verdaderos cristianos quienes propagaron el
Evangelio.
Al final del último viaje misionero de Pablo, él sabía que pronto sería encarcelado y
probablemente muerto. Sus palabras finales a la iglesia de Efeso, muestran su devoción
a Cristo: “Vosotros sabéis cómo me he comportado entre vosotros todo el tiempo, desde
el primer día que entré en Asia, sirviendo al Señor con toda humildad, y con muchas
lágrimas, y pruebas que me han venido por las asechanzas de los judíos; y como nada
que fuese útil he rehuido de anunciaros y enseñaros, públicamente y por las casas,
testificando a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con Dios y de la fe en
nuestro Señor Jesucristo. Ahora, he aquí, ligado yo en espíritu, voy a Jerusalén, sin
saber lo que allá me ha de acontecer; salvo que el Espíritu Santo por todas las ciudades
me da testimonio, diciendo que me esperan prisiones y tribulaciones. Pero de ninguna
cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera
con gozo, y el ministerio que recibí del evangelio de la gracia de Dios.” (Hechos 20:18-
24).
Ese era el propósito de los viajes misioneros de Pablo: proclamar la gracia de Dios en el
perdón de los pecados a través de Cristo. Dios usó el ministerio de Pablo para llevar el
Evangelio a los gentiles y establecer la iglesia. Sus cartas a las iglesias, registradas en el
Nuevo Testamento, aún mantienen la vida y la doctrina de la iglesia. Aunque él
sacrificó todo, los viajes misioneros de Pablo valieron su costo (Filipenses 3:7-11).