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Norma Carricaburo
Entre los escritos de Lucio V. Mansilla, la producción para periódicos está, por lo
general, sustentada en la oralidad del causeur por antonomasia y en su conocimiento de
la técnica folletinesca. En este grupo de obras se inscriben especialmente Una excursión
a los indios ranqueles y Entre-nos, Causeries del jueves. Trataremos aquí los rasgos
característicos de la representación de la oralidad en este último libro.
La «conversación escrita»
Causeries fue la primera denominación de los escritos que aparecieron los días
jueves en el diario Sud-América a partir del 16 de agosto de 1888. Charla, conversación
con el lector, es el estilo literario intentado por Mansilla. En toda conversación existen,
además de las dos personas del coloquio, el aquí y ahora propio de la enunciación, los
elementos paralingüísticos y kinésicos, los turnos de habla, la
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Sin embargo, pocos nombres tan acertados como Causeries. Mansilla les imprime
el sello de charlas digresivas de tema amplio, en las que el autor se convierte en el
principal personaje: recuerdos de infancia o de viajes, evocaciones personales que, a
menudo, entroncan con la historia de nuestro país: justificaciones de muchas de sus
actitudes (aunque su fama se asiente en conductas insólitas y en continuas
transgresiones) o de las de sus familiares ilustres: el general Lucio
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Ante estas inquietudes de Vedia, Mansilla se decide por contar cómo el hambre lo
hizo escritor y promete para más adelante descubrir cuáles son los recursos de su estilo
oral:
La otra [pregunta], la que usted me imputa con su gentil
curiosidad, también la acepto, la reconozco, pero será para
después.
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Este «después» no llega, por lo menos en las Causeries, pero aquí y allá Mansilla
destaca algunas de las carencias de la escritura comparada con la conversación, por
ejemplo, la ausencia del sermo corporis:
De modo que allá va eso, Posse amigo, a manera de
zarandajas históricas, sintiendo que la pluma deficiente no
pueda, como pincel de artista manco, vivificar el cuadro,
puesto que no viéndonos las caras en este momento, faltan la
voz, los gestos, la acción, eso que el orador antiguo llamaba
quasi sermo corporis.
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Para distinguir los rasgos de la oralidad, conviene reparar en las referencias que
suele anotar sobre su forma de trabajar:
Dos horas he tardado en redactar y corregir
mentalmente lo que se va leyendo. Tengo, como Juan Jacobo
Rousseau, esta facultad: una memoria singular que retiene por
su orden, casi palabra por palabra, mis meditaciones. Escritas
estas, llévaselas el olvido, a tal extremo que suelo no
reconocerme, cuando me encuentro conmigo mismo por ahí,
sin el sello de mi nombre y apellido.
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La libertad en el tema
(248)
No diserto, hago confidencias en voz alta, sin cortapisas
ni reticencias mentales, teniendo por interlocutor a todo el que
me quiera leer.
(216)
(397)
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Rojas sostuvo:
Tantas son las repeticiones y redundancias de que abundan sus páginas en cuanto
a los temas, tanta la parlería digresiva, que sus catorce volúmenes parecen los
borradores del único libro que, con más economía en el plan y más arte en la exposición
hubiera podido componer el incoercible conversador, el espontáneo prosista (29)60.
En cambio, Juan Carlos Ghiano relaciona la digresión con el fondo romántico de
Mansilla y con su gusto por el folletín, donde las conclusiones se demoran. Para este
crítico tienen una doble justificación: «la franqueza del escritor coloquial y el buscado
histrionismo de quien se convierte en eje de sus relatos» (29)61.
En cambio, Cristina Iglesia y Julio Schvartzman advierten en la digresión el peso
de la oralidad:
En la antigua retórica, la digresión era la parte móvil
que sostenía el espectáculo de la oralidad. Mansilla produce,
como nadie, la inversión rotunda de proponer la digresión
como espectáculo de la escritura62.
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Otras veces es su secretario quien intenta impedir que Mansilla haga nuevas
digresiones:
Y como no puedo ser prolijo, porque mi secretario no
me deja, observándome (es el observador más importuno) que
no abuse de las digresiones, me concreto a prevenirles [...].
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(293)
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Las continuas digresiones vuelven necesarios los regresos al tema. Estos giros
están pautados conversacionalmente por expresiones metalingüísticas tales como
«vamos al grano» (118) o «retomemos el hilo interrumpido de lo que llamaremos la
redacción» (216) o «vamos al cuento» (248) o «ya estamos, pues, y entro en materia, si
es que no estaba en ella todavía» (293) o «Pues dejadme discurrir un breve instante, a
ver cómo redondeo el introito consabido, antes de entrar en materia... ¡ah! sí... ya estoy»
(341), etc. El regreso al tema también suele estar marcado por una repetición de lo dicho
con anterioridad, acompañada de «como ya he dicho», «como ya ustedes saben», etc.
La libertad en la expresión
(471)
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(382-3)
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Por otra parte, y en especial porque van a ser publicadas en el periódico, las
Causeries están dedicadas al público que lo sigue y que aflora en el «ustedes los
lectores», o en el «paciente lector» u otras variantes. Este ustedes a veces se transforma
en una retórica y escrituraria segunda persona del plural (Imaginaos, ved, queréis,
preguntáis, etc.). Como en Una excursión a los indios ranqueles, estamos frente a un
destinatario oficial («Santiago amigo») y los consabidos lectores. En una charla
compara su situación con la del autor dramático, que se dirige a todos los concurrentes y
a ninguno:
Me dirijo a todo el mundo y, en este caso, si hay
ofensa, contesto con el proverbio francés: ce qu’insulte tout le
monde, n’insulte personne.
(617-8)
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Pero un rasgo esencial para el estilo oral es un destinatario, un tú que justifique la
conversación. La novedad que introducen las Causeries, con respecto a Una excursión a
los indios ranqueles, consiste en la incorporación de una nueva figura, la del secretario.
Más allá de que se trate de una figura real, el secretario se incorpora a la ficción de las
charlas como un nuevo personaje. Éste es quien lo interrumpe, lo corrige, le recuerda el
tema del que se apartaron con la digresión, le critica el título de alguna causerie, le
advierte cuándo tiene que finalizar porque se ha alcanzado el número de carillas que
requiere la imprenta, etc. Mansilla construye al secretario más que como colaborador
como interlocutor dentro del proceso escriturario. Así como se convierte a sí mismo en
personaje de sus charlas, no es de extrañar que haga de su secretario un personaje de
ficción que suele aparecer en el texto como representación del lector ausente a quienes
están dirigidas las Causeries. Un personaje que se le opone, le discute o se deja seducir
por el discurso de su «mecenas», según denominación de Mansilla:
Mi secretario (¡caramba con mi secretario!) me
pregunta cortándome quizá el hilo de lo mejor que iba a
dictar, si ya era discreto entonces; porque no entiende que
siéndolo, hiciera las locuras que les estoy contando a ustedes.
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molesta de interrumpirme, convirtiéndose en una
especie de público anticipado...!).
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discursiva. Me interesa señalar su doble función dentro de las Causeries. Por una
parte, intratextualmente, es el alocutario presente, y por otra parte, extratextualmente, es
el destinatario del discurso oral que debe convertirse en escrito. Sin duda era tarea del
secretario colaborar con Mansilla haciéndole algunas indicaciones (que el autor exagera
y transforma en material literario), pero principalmente es el destinatario de la voz. No
es lo mismo dictar que escribir, no es igual la ausencia de público que la presencia de
este «público anticipado» en el cual el autor podía comprobar el efecto de sus palabras.
En «¿Si dicto o escribo?», causerie dedicada a Marcos Avellaneda (h), relata su
forma de trabajar, y es interesante para estudiar el estilo oral de Mansilla. Entre bromas
y veras interpretamos que el autor escribía sus ensayos o su literatura más enjundiosa a
la noche, a la luz de la lámpara. También pensaba el tema de las Causeries por la noche.
Pero no las escribía, sino que se las dictaba a su secretario a la mañana siguiente. Varias
veces habla de su disciplina: levantarse temprano, antes de la llegada del secretario a las
siete, no importa a qué hora se haya acostado la noche anterior. Comparten la misma
mesa amplia, el ambiente acogedor, el café, el whisky, los cigarros y la conversación.
Este método de trabajo lo lleva a apuntar en la memoria ciertas narraciones que luego
dictará. Sin embargo, las Causeries también pasan por el proceso madurativo del cajón
y por una exhaustiva corrección que Mansilla le señala a Marquitos Avellaneda como
pasos imprescindibles
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«¡Dudar! ¿Conocen ustedes algo más punzante que esto?» (44); «¡Qué extraña
cosa era la reputación!» (49); «¡Y cómo me fastidiaban esas coplas!» (54); «¡Pobre
viejo!» (55). A veces las voces que se introducen son gritos de la calle: «¡Viva la
Confederación! ¡Mueran los salvajes unitarios!» (45). En algunos casos la exclamación
corresponde al recurso oral de concluir sintácticamente una enumeración abierta con la
fórmula qué sé yo: «Al menos, para que nos durmiéramos, unos negros, que habían sido
esclavos, nos decían que se oían, a ciertas horas de la noche, ruidos de cadenas, ayes de
moribundos, ¡qué sé yo!» (42); «Zurcía, cosía, leía, rezaba (y nos hacía rezar unos rezos
interminables), oía misa, recibía visitas, salía, paseaba, bailaba, ¡qué sé yo!» (53). Las
interrogaciones a veces sirven para crear suspenso: «¿Y quiénes eran ellos?» (39); «Y
Miguel, ¿quién era?... ¿Miguel? Este Miguel a secas era nada menos que [...]» (40);
otras veces parecen recoger la voz del interlocutor: «¿Haciendo qué? Purgando
pecadillos de cuenta» (52); «¿Cómo me acuerdo de esas cosas?» (78).
INTERJECCIONES. También abundan, como sucede en el lenguaje expresivo:
«¡Eh! los muchachos dirían para su coleto...» (76); «Ay! aquel vamos a comer [...]»
(76); «¡Caramba y qué mal hice [...]!» (80); «Ah!, no es una palabra vana [...]» (80);
«¡Eh!, esa tarde sucedió lo de las anteriores» (95); «¡Hum! Y qué arreglos caben entre
tú y yo?» (116); «¡Cáspita, y qué introducción!» (118).
EL ÉNFASIS FONÉTICO. Se suele marcar el relieve enfático
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honorg parrga mí», «Sí, señorrg» (136), «Grragcias -articuló el boticario y salió,
entre varias jotas archiguturales, como gato por tirante [...]» (138).
La pronunciación de la r vibrante lo lleva a las siguientes comparaciones:
¡La r de cordon ha sonado vibrante y pura, como una r
italiana!...
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prueba de esto: «¡Hum! ¿Y qué arreglos caben entre tú y yo?», dice, y a esta frase
le coloca una nota que desarrolla al pie de página: «Entre ti y mí, debiera decirse
gramaticalmente hablando, pero...»67, 116. Es sabido que nuestros hombres de 1880 se
consideraban a sí mismos exponentes de la norma culta, pero una norma que
incorporaba lo oral, porque la conversación inteligente y amena otorgaba un gran
prestigio en la época.
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de la oralidad para sus Causeries. Entre ellas resulta relevante la figura del
interlocutor, su igual, su doble, su lector modelo. Precisamente, ya en el título, hallamos
el nos, plural del tú y el yo que constituyen los dos extremos del canal conversacional.
Como en todo discurso escrito, el emisor es siempre uno; sin embargo, el interlocutor
puede variar, pero atendiendo a estas particularidades: es un argentino de su clase, con
su misma cultura, con sus mismas o similares lecturas y experiencias, para que pueda
entender los guiños, los sobrentendidos. Ficcionalmente, la incorporación del
«personaje-secretario» le permite fingir un desdoblamiento en el momento mismo de la
escritura para mejor simular la charla. El secretario pasa a ser su amigo, su par (como
los que trata en el club), pero se justifica la relación laboral transformándose el mismo
Mansilla en el «mecenas», figura que le ayuda a completar la imagen ponderativa de sí
mismo.
Se trata de recursos de la oralidad que en muchos casos Mansilla comparte con
los hombres de su tiempo y que, en otros, conforman la originalidad de su estilo
peculiar.
Norma Carricaburo
CONICET