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Lista de Odio
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Emii_Gregori
LizC
Vannia Marina012
PaolaS
Susanauribe
Little Rose
Abril.
Anne_Belikov
sooi.luuli
flochi
loveliilara
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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown
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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown
Í
Sinopsis……………………….…7 Capítulo 20……………………162
PARTE UNO Capítulo 21……………………169
Capítulo 1…………………….…9 Capítulo 22……………………173
2 DE MAYO, 2008 6:32 AM...20 Capítulo 23……………………178
Capítulo 2……………………...28 Capítulo 24……………………182
2 DE MAYO, 2008 7:10 AM...39 Capítulo 25……………………186
Capítulo 3……………………...47 Capítulo 26……………………189
2 DE MAYO, 2008 7:37 AM...53 Capítulo 27……………………194
Capítulo 4……………………...59 Capítulo 28……………………197
2 DE MAYO, 2008 7:41 AM...64 Capítulo 29……………………201
Capítulo 5……………………...73 Capítulo 30……………………206
PARTE DOS Capítulo 31……………………208
2 DE MAYO, 2008 6:36 AM Capítulo 32……………………215
Capítulo 6……………………..81 Capítulo 33……………………222
MAYO 2008 Capítulo 34……………………224
Capítulo 7……………………..88 Capítulo 35……………………227
Capítulo 8…………………….104 Capítulo 36……………………232
Capítulo 9…………………….107 Capítulo 37……………………238
Capítulo 10…………………...114 Capítulo 38……………………242
Capítulo 11…………………...120 Capítulo 39……………………246
Capítulo 12…………………...124 Capítulo 40……………………252
Capítulo 13…………………...128 Capítulo 41……………………253
Capítulo 14…………………...130 Capítulo 42……………………257
Capítulo 15…………………...134 Capítulo 43……………………262
PARTE TRES Capítulo 44……………………264
Capítulo 16……………………141 PARTE CUATRO
Capítulo 17……………………147 “¡Oh! ¿Y cómo disculparemos una
acción tan sangrienta?”….266
Capítulo 18……………………150
Sobre la autora………………..275
Capítulo 19……………………157
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Para Scott.
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Hace cinco meses, el novio de Valerie Leftman, Nick, abrió fuego en la cafetería
escolar. Al lanzarse para tratar de detenerlo, Valerie inadvertidamente salvó la
vida de una compañera de clase, pero se vio implicada en el tiroteo por la lista que
ella ayudó a crear. Una lista de las personas y cosas que ella y Nick odiaban. La lista
que él usó para elegir a sus objetivos.
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PARTE
UNO
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“Tenemos equipos revisando cada detalle”, dijo el Sargento Pam Marone. “Estamos
formándonos una imagen bastante clara de lo que sucedió en la mañana del día de
ayer. No ha sido fácil. Incluso algunos de nuestros oficiales más veteranos se han
conmocionado cuando entraron al lugar. Es una tremenda tragedia”.
El tiroteo, que comenzó justo cuando los estudiantes se estaban preparando para su
primera clase, dejó por lo menos seis muertos e incontables heridos.
Valerie Leftman, de 16 años, fue la última víctima de los disparos antes de que Nick
Levil, el presunto homicida, según los informes, se disparase a sí mismo.
Con un disparo en el muslo a corta distancia, Leftman requirió una extensa cirugía
para reparar sus heridas. Los representantes del Hospital General del condado de
Garvin la han puesto en la lista de “condición crítica.”
Los reportes de los testigos de la escena del tiroteo varían, algunos afirman que
Leftman fue una víctima, otros dicen que fue una heroína. Sin embargo, otros alegan
que estaba involucrada con Levil en un plan para disparar y asesinar a los
estudiantes que no eran de su agrado.
De acuerdo con Jane Keller, una estudiante que fue testigo del tiroteo, el disparo a
Leftman pareció ser accidental.
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“Parecía como si ella se hubiera tropezado y cayera encima de él o algo por el estilo,
pero no podría asegurarlo”, dijo Keller a los reporteros de la escena. “Lo único que sé
es que todo había terminado rápidamente después de que eso sucediera. Y que
cuando ella cayó encima de él, se dio la oportunidad para que algunas personas
escaparan”.
Pero la policía se está preguntando si el disparo que derribó a Leftman fue accidental
o fue un doble suicidio que salió mal.
Los primeros reportes indican que Leftman y Levil habían discutido sobre el suicidio
de una manera detallada, y algunas fuentes cercanas a la pareja insinúan que ellos
también platicaban sobre el homicidio, dejando a la policía preguntándose si hay
más en el tiroteo de la Preparatoria Garvin de lo que ellos inicialmente pensaron.
Así sean las heridas de Leftman intencionadas o accidentales, hay poca duda por
parte de la policía sobre el intento de suicidio de Nick Levil después de masacrar casi
media docena de los estudiantes de la Preparatoria Garvin.
“Fue un alivio”, dice Keller. “Algunos de los chicos incluso aclamaron, lo que supongo
estuvo mal hecho. Pero creo que puedo entender porqué lo hicieron. Fue realmente
escalofriante”.
Tras haber ignorado por tercera vez la alarma, mi mamá empezó a golpear la
puerta, tratando de levantarme de la cama. Justo como cualquier otra mañana. Sólo
que está mañana no era como cualquier otra. Ésta era la mañana en la que se
suponía que yo me repusiera y continuara con mi vida. Pero supongo que con las
mamás, los viejos hábitos nunca mueren… si la alarma no lo consigue, empiezan a
golpear la puerta y a gritar, sea la mañana que sea.
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El comité escolar trató de tener alguna ceremonia para mí en el verano. Lo cual era
loco. No tenía la intención de ser una heroína. Ni siquiera estaba pensando cuando
salté en medio de Nick y Jessica. Es algo certero que no pensé, Aquí está mi
oportunidad de salvar a la chica que solía burlarse de mí y me llamaba Hermana
Muerta, y conseguir que me disparen en el proceso. Según todos los reportes había
sido un acto heroico, pero para mi caso… bueno, nadie estaba completamente
seguro.
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salía era: Es algo tan tonto. No iría a una cosa tan estúpida como esa ni aunque me
pagaran. Supongo que los viejos hábitos nunca mueren para nadie.
En vez de eso, el Sr. Angerson, director de la escuela, terminó viniendo a casa esa
noche. Se sentó en la mesa de mi cocina y habló con mamá sobre… no lo sé… Dios,
el destino, los traumas, lo que sea. Estoy segura que estaba esperando a que yo
saliera de mi cuarto y sonriera y le dijera lo orgullosa que estaba de mi escuela y
que estaba más que contenta de servir como sacrificio humano para la Señorita
Perfecta Jessica Campbell. Tal vez también estaba esperando que me disculpara. Lo
cual haría si supiera cómo hacerlo. Pero hasta ahora, no había dado con palabras lo
suficientemente grandes para algo tan difícil como esto.
No contesté. En vez de eso halé las sabanas sobre mi cabeza. No es que no quisiera
hacerlo; es sólo que no podía hacerlo. Pero mamá jamás lo entendería. De la forma
en que ella lo veía, entre más personas me “perdonaran”, menos culpable tendría
que sentirme al respecto. De la forma en que yo lo veía… era justo lo contrario.
—¿Qué? —dije.
Abrió la puerta y entró, luciendo indecisa como un bebé de venado o algo por el
estilo. Su rostro estaba todo rojo y manchado y su nariz estaba seriamente tapada.
Sostenía una medalla en su mano, junto con la carta de “agradecimiento” de la
escuela.
—Ellos no te culpan —dijo—. Quieren que lo sepas. Quieren que regreses. Están
muy agradecidos por lo que hiciste. —Puso la medalla y la carta en mis manos. Le
eché un vistazo a la carta y vi que sólo como diez profesores habían firmado. Noté
que desde luego, el Sr. Kline no era uno de ellos. Por como millonésima vez desde
el tiroteo sentí una enorme punzada de culpa: el Sr. Kline era exactamente el tipo
de profesor que hubiera firmado esa carta, pero no podía hacerlo, porque estaba
muerto.
Nos miramos una a la otra durante un minuto. Sabía que mi mamá estaba
esperando algún tipo de gratitud de mi parte. Alguna sensación de que si la escuela
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estaba siguiendo adelante, tal vez yo también podía hacerlo. Tal vez todos
podríamos hacerlo.
—Um, si, mamá —dije. Devolviéndole la medalla y la carta a ella—. Eso es, um…
genial. —Traté de esbozar una sonrisa para tranquilizarla, pero me di cuenta que
no podía hacerlo. ¿Qué si todavía no quería seguir adelante? ¿Qué si la medalla me
recordaba que el chico en el que más confiaba en el mundo le disparó a personas,
me disparó a mí, se disparó a sí mismo? ¿Por qué no podía ver que aceptar “los
agradecimientos” de la escuela, desde esa perspectiva, era doloroso para mí? Como
si la gratitud fuera la única emoción posible que pudiera sentir en este momento.
Gratitud de estar viva. Gratitud por haber sido perdonada. Gratitud porque ellos
reconocieran que había salvado la vida de otros estudiantes de Garvin.
La verdad era que la mayoría de los días no me podía sentir agradecida sin
importar con cuanta fuerza lo intentara. La mayoría de los días no podía precisar
cómo me sentía. Alguna veces triste, otras aliviada, otras veces confundida, algunas
incomprendida. Y muchas veces enojada. Y, lo que es peor, no sabía con quién
estaba más enojada: conmigo misma, con Nick, mis padres, la escuela, el mundo
entero. Y entonces estaba la rabia que se sentía peor: la rabia con los estudiantes
que murieron.
—No, de verdad —dije—. Está bien. Sólo estoy realmente cansada, eso es todo
mamá. De verdad. Mi pierna…
Mamá encorvó la cabeza y salió de la habitación, se detuvo. Sabía que ella trataría
que el Dr. Hieler trabajara en “mi reacción” en nuestra próxima visita. Podía
imaginarlo sentado en su silla: “Entonces, Val, probablemente deberíamos hablar
sobre esa medalla…”
Sabía que mamá más tarde pondría la medalla y la carta en una caja de recuerdos
con toda la otra basura de niños que había recolectado durante los años. Obras de
arte del preescolar, reportes de calificaciones de séptimo grado, una carta de la
escuela agradeciéndome por detener un tiroteo en la escuela. Para mamá, de
alguna forma, todas esas cosas encajaban.
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cuando tenía frenillos y usaba suéteres de color pastel y escuchaba los Cuarenta
Principales y pensaba que la vida sería fácil?
Ahora los caballos se veían tan sólo como un papel tapiz de mierda para niños. No
me llevaban a ninguna parte. No podían hacerlo. Ahora sabía que nunca podrían
hacerlo, lo cual pensé que era tan triste. Como si toda mi vida, hubiera sido un
tonto sueño.
Observé la perilla girar. No había nada que pudiera hacer al respecto excepto mirar.
Ella entró. Yo tenía razón. Tenía el teléfono en la mano.
—Qué bueno que estés despierta —dijo. Sonrió y fue hasta la ventana. Se estiró y
abrió la persiana. Yo bizqueé ante la luz del sol.
Estiró su mano libre y alisó la falda color beige en sus caderas. Fue un movimiento
indeciso, como si fuera la primera vez que se hubiera puesto un traje. Por un
segundo lucía tan insegura como yo lo estaba, lo que me hizo sentir triste por ella.
—Sí —dijo, usando la misma mano para acariciar la parte de atrás de su cabello—.
Me imaginé que ya que tú estabas volviendo a la escuela, debería, ya sabes, tratar
de volver tiempo completo a la oficina.
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Caminó a tropezones hacia mí, caminado a través de la pila de ropa sucia en sus
tacones beige.
—Pues… sí. Han sido un par de meses. El Dr. Hieler piensa que es bueno que
regrese. Y estaré allí para recogerte después de la escuela. —Se sentó a mi lado en
la cama y acarició mi cabello—. Vas a estar bien.
—¿Cómo puedes estar tan segura? —pregunté—. ¿Cómo sabes que todo va a estar
bien? No puedes saberlo. Yo no estaba bien en mayo y eso no lo sabías. —Salí de la
cama. Mi pecho se sintió apretado y no estaba segura de que no fuera a llorar.
—Sólo lo sé, Valerie. Cariño, ese día no va a volver a pasar. Nick… se ha ido. Ahora
trata de no alterarte…
—Todos acordamos que esto era lo mejor, ¿lo recuerdas Valerie? —dijo—.
Sentados en la oficina del Dr. Hieler decidimos que salir corriendo no era una
buena opción para nuestra familia. Tú estuviste de acuerdo. Dijiste que no quería
que Frankie sufriera por lo que había sucedido. Y tu papá tiene su firma… dejar
todo eso y volver a empezar sería tan difícil para nosotros financieramente… —Se
encogió de hombros, sacudiendo la cabeza.
—Mamá —dije, pero no podía pensar en un buen argumento. Ella tenía razón. Yo
había sido la que había dicho que Frankie no tenía porqué dejar sus amigos. Que
sólo por ser mi hermano pequeño, no significaba que tuviera que cambiar de
ciudad, cambiar de escuela. Que papá, cuya mandíbula se tensaba con enfado cada
vez que alguien mencionaba la posibilidad de que nuestra familia se tuviera que
mudar a otra ciudad, no tenía porqué crear una nueva firma de abogados después
del trabajo tan duro que le había costado construir la suya. Que yo no debería tener
que estar atascada en casa con un tutor o aun peor, tener que cambiarme de
escuela en mi último año. Que estaría maldita si me escabullía como un criminal
cuando no había hecho nada malo.
—De todas formas, no es como si todo el mundo en el planeta no supiera quien soy
—dije, corriendo mis dedos por el brazo del sofá del Dr. Hieler—. No es como si
pudiera encontrar una escuela donde nadie hubiera escuchado sobre mí. ¿Se
imaginan que tan marginada sería en una nueva escuela? Al menos en Garvin sé
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que esperar. Además, si huyo de Garvin, todo el mundo estará aún más seguro de
que era culpable.
—Va a ser duro. —El Dr. Hieler había advertido—. Tendrás que enfrentar muchos
dragones.
—¿Estás segura? —El Dr. Hieler había preguntado, sus ojos entrecerrándose con
escepticismo.
Asentí.
—No es justo que tenga que irme. Puedo hacerlo. Si es horrible, puedo
transferirme al final del semestre. Pero voy a hacerlo. No tengo miedo.
Pero eso fue hace tiempo, cuando el verano se extendía enfrente de nosotros,
imposiblemente largo. Hace tiempo cuando “regresar” era sólo una idea, no una
realidad. Como una idea, seguía creyendo en ella. No era culpable de nada excepto
de amar a Nick y odiar a la gente que nos atormentaba, y no había forma de que yo
me escabullera y me escondiera de la gente que creía que era culpable de algo más.
Pero ahora que tenía que poner mi idea en práctica, no sólo estaba asustada;
estaba aterrorizada.
—Tuviste todo el verano para cambiar de opinión —dijo mamá, seguía sentada en
mi cama.
Cerré mi boca y me dirigí hacia mi armario. Agarré ropa interior limpia y un sostén,
luego hurgué en el piso por unos jeans y una camiseta.
No puedo decir que ella sonrió en ese momento. Hizo algo que se parecía a una
sonrisa, sólo que parecía un poco dolorosa. Hizo unos cuantos intentos de dirigirse
a la puerta y luego aparentemente decidió que era una buena decisión y se fue
hacia ella del todo, agarrando el teléfono con las dos manos. Me pregunté si se
llevaría accidentalmente el teléfono al trabajo con ella, con el pulgar todavía
posicionado sobre el 9.
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hubiera ido a un montón de bailes durante el verano. La mayor parte del tiempo ni
siquiera había podido caminar.
Ella alegó que tirar la camiseta había sido idea del Dr. Hieler, pero no le creí.
Algunas veces tenía la sensación de que ella culpaba de todas sus ideas al Dr. Hieler
para que yo le siguiera la corriente. El Dr. Hieler entendería que Nick el Asesino no
había usado esa camiseta. Yo ni siquiera sabía quién era Nick el Asesino. El Dr.
Hieler entendía eso.
—No creo que pueda hacer esto —dije—. No estoy lista. No creo que alguna vez
llegue a estar lista. Creo que fue una mala idea…
2Flogging Molly: Banda irlandesa estadounidense de punk celta formada en Los Ángeles,
California, en el año 1997.
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Las lágrimas saltaron a mis ojos y las limpié con mi dedo pulgar.
—De acuerdo.
—¿Y recuerdas lo que dijimos? Incluso si logras hacerlo sólo por medio día, ya es
una victoria, ¿verdad?
—Eso espero.
—Yo lo sé. Y recuerda lo que dijimos: siempre puedes transferirte al final del
semestre si no funciona. ¿Eso es qué? ¿Setenta y cinco días o algo por el estilo?
—¿Lo ves? Es pan comido. Podrás con ello. Llámame más tarde.
—Lo haré.
Colgué y recogí la mochila. Empecé a salir del cuarto, pero me detuve. Me faltaba
algo. Busqué bajo el estante de la gaveta del tocador y hurgué hasta encontrarla,
metida entre el marco de la gaveta, fuera del alcance investigativo de mamá. La
saqué y la miré por millonésima vez.
Era una foto mía y de Nick en el Lago Azul el último día de la escuela, en el segundo
año de bachillerato. Él sostenía una cerveza y yo me estaba riendo tan fuerte que
juro que se podían ver mis amígdalas en la fotografía, y estábamos sentados en una
roca gigante al lado del lago. Creo que fue Mason el que tomó la foto. No podría
recordar que era tan gracioso aunque mi vida dependiera de ello, sin importar
cuantas noches me pasara en vela tratando de acordarme.
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Nos veíamos tan felices. Y lo éramos. Sin importar lo que los e-mails, las notas
suicidas o la Lista de Odio dijera. Éramos felices.
Toqué la risa congelada en el rostro de Nick con mi dedo. Todavía podía escuchar
su voz fuerte y clara. Todavía podía escucharlo invitándome a salir en ese serio
modo de Nick, al mismo tiempo atrevido, enojado, romántico y tímido.
Levanté mis tacones contra la roca y agarré mis rodillas. Pensé en la pelea de
mamá y papá la noche anterior. En la voz de mamá subiendo por las escaleras
desde la sala, las palabras poco claras, pero el tono venenoso. Acerca de papá
yéndose de casa a eso de la media noche, cerrando la puerta suavemente detrás de
él.
Nick estuvo callado por un largo tiempo. Levantó otra roca y la tiró al lago. Salto
dos veces y cayó.
Se giró y medio rió, tomó el ultimo tragó de su cerveza y dejó la botella en el piso.
—Sí.
Arrugué la nariz.
3Thelma y Louise: es una película de 1991. Hoy es considerada un clásico, pero estuvo a punto de
no ver luz, por su carácter “feminista” y la violencia que exponía.
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Me levanté y sacudí la parte de atrás de mis muslos, que se sentían con huecos por
la textura de la roca en la que habíamos estado sentados.
—Entonces supongo que lo estoy haciendo, Julieta —dijo, y juro que cuando tocaba
su rostro en la foto podía volver a escucharlo. Podía sentirlo en el cuarto conmigo.
A pesar de haberse convertido en un monstruo en mayo a los ojos del mundo, a mis
ojos seguía siendo ese chico que me alzaba sobre el suelo, besándome y
llamándome Julieta.
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Traducido por ANDRE_G
Mi celular sonó y lo agarré antes de que mamá, Frankie o, Dios no lo quiera, papá lo
escuchara. Todavía era temprano y estaba oscuro afuera. Una de esas mañanas en
las que es difícil levantarse. Las vacaciones de verano estaban justo a la vuelta de la
esquina, lo que significaba tres meses para dormir y no tener que aguantar la
Preparatoria Garvin. No es que yo odiara la escuela ni nada por el estilo, pero
Christy Bruter estaba molestándome como siempre en el autobús y obtuve una D
en Ciencias porque se me olvidó estudiar para un examen y los finales iban a ser
asesinos este año.
Durante el último mes, él había estado pasando el rato con este chico Jeremy y cada
día parecía estar alejándose más y más de mí. Tenía miedo de que terminara
conmigo, así que sólo le seguí la corriente como si no fuera la gran cosa que ya casi
no nos viéramos. No quería presionarlo… él últimamente había estado muy volátil
y yo no quería empezar una pelea. No le pregunté qué había estado haciendo
durante esos días que no asistió a la escuela y, en su lugar, tan sólo le respondí sus
mensajes “la mierda en Bio necesita star sumergida n formldhído” y que “odio a
esas perras” y que “McNeal es afortunado de que no tenga un arma”. Esta última
parte volvería más tarde a remorderme la conciencia. En realidad, todo lo haría.
Pero eso último... esto último durante un largo tiempo me haría vomitar cada vez
que pensara en ello. E inspiraría una conversación de tres horas con el detective
Panzella. Y haría que mi padre me mirara siempre de otra manera, como si en el
fondo fuera una especie de monstruo y él lo pudiera ver.
Jeremy era este tipo mayor —como de veintiuno o algo así— que se había
graduado de Garvin hacia unos cuantos años. No fue a la universidad. No tenía
trabajo. Lo que pude ver es que todo lo que hacía Jeremy era golpear a su novia y
sentarse por ahí a fumar marihuana y ver dibujos animados durante todo el día.
Hasta que conoció a Nick y entonces dejó de ver los dibujos animados y comenzó a
fumar marihuana con Nick y sólo golpeaba a su novia en las noches cuando no
estaba en el garaje de Nick, tocando la batería, demasiado ido como para recordar
que ella existía. En las raras ocasiones en que había estado allí cuando Jeremy
estaba, Nick era un chico totalmente diferente. Alguien que yo realmente, ni
siquiera reconocía.
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Durante un largo tiempo pensé que tal vez no conocía en absoluto a Nick. Tal vez
cuando Nick y yo estábamos viendo la televisión en su sótano o riéndonos y
mojándonos el uno al otro en la piscina, yo no estaba viendo al verdadero Nick.
Como si el verdadero Nick fuera el que se mostraba cuando Jeremy venía… ese
Nick que era egoísta y de mirada dura.
Había oído hablar de las mujeres que eran completamente ciegas e ignoraban
todas las señales de que su hombre era un monstruo o una especie de pervertido,
pero de ninguna manera podría convencerme de que era una de ellas. Cuando
Jeremy no estaba... cuando éramos sólo Nick y yo, y miraba a Nick a los ojos... sabía
lo que veía y era algo bueno. Él era bueno. Algunas veces tenía un retorcido sentido
del humor —todos lo teníamos—, pero no estábamos hablando en serio. Así que
para mí, a veces tiene sentido que haya sido Jeremy él que puso esas ideas en la
cabeza de Nick sobre hacer un tiroteo en la escuela. No yo. Jeremy. Él es el malo. Lo
era. Tomé el celular que estaba debajo de las cobijas donde me había estado
despertando lentamente, haciéndome la idea de que tenía que pasar por otro día
de escuela.
—¿Hola?
—Nena. —La voz de Nick era débil, casi extraña, aunque en ese momento me
imaginé que era porque era muy temprano y Nick ya casi nunca se levantaba
temprano.
—¿Cómo...?
Estuve a punto de presionarlo, de decirle que quería saber, que merecía saber,
pero en vez de eso decidí cambiar de tema… si al fin iba a poder velo, no quería
perder el tiempo peleando con él.
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—¿Quiénes?
Me froté las esquinas de los ojos con las yemas de los dedos.
—La gente que dice “lo siento” después de todo. Los comerciales de comida rápida.
Y Jessica Campbell. —Jeremy, estuve a punto de añadir, pero recapacité.
—Ajá, pero Jake está bien. Me refiero a que es deportista y todo, pero de ninguna
manera es tan molesto como ella. Ayer, en clase de Salud yo estaba mirando al
espacio y supongo que estaba viendo en su dirección. Así que de repente me mira y
dice: “¿Qué estás mirando, Hermana Muerte?” Tenía el ceño fruncido, rodó los ojos
y dijo: “Infiernos, ocúpate de tus propios asuntos” y yo dije como: “Créeme, en
cualquier caso me importa un carajo lo que estabas diciendo” y ella dijo: “¿No
tienes un funeral al que asistir?” y sus estúpidos amigos se echaron a reír como si
fuera una especie de comediante o algo así. Es una perra.
—Sí, tienes razón. —Tosió. Escuché un ruido como si estuviera pasando de hoja y
podía imaginar a Nick sentado en su colchón escribiendo en el cuaderno de espiral
rojo que hemos compartido—. Todas esas rubias tan sólo deberían desaparecer.
En ese momento me había reído. Era gracioso. Estuve de acuerdo con él. Por lo
menos dije que estaba de acuerdo con él. Y, bueno, realmente pensé que lo estaba.
No me sentía como una mala persona, pero me reí porque para mí, ellas eran las
malas personas. Se lo merecían.
—Sí, deberían ser atropelladas por los Beemers4 de sus padres —le dije.
—Sí. Bueno.
Nos sentamos en silencio por un minuto. No sé lo que Nick estaba pensando. En ese
momento, tomé su silencio como una especie de acuerdo tácito conmigo, como si
estuviéramos hablando al mismo tiempo en una longitud de onda que no tenía
aliento. Pero ahora sé que es sólo una de esas “deducciones” de las que siempre me
hablaba el Dr. Hieler. La gente lo hace todo el tiempo… asumen que ellos “saben” lo
que está pasando por la cabeza de otra persona. Eso es imposible. Y creer que es
posible es un error. Un error bien grande. Uno que te arruinaría la vía, si no tienes
cuidado.
4 Beemer: Nombre que con el que se conoce a una motocicleta fabricada por la BMW.
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—Me tengo que ir —dijo Nick—. Tenemos que llevar al hijo de Jeremy a la
guardería. Su novia está siendo un dolor en el culo por eso. ¿Nos vemos en el
Cafetín?
—Genial.
—Te amo.
Colgué el teléfono, sonriendo. Tal vez se había resuelto lo que fuera que lo estaba
molestando. Tal vez estaba harto de Jeremy, del hijo de Jeremy, de los dibujos
animados de Jeremy y de la mariguana de Jeremy. Tal vez podría hablarle para
saltarnos el almuerzo y para que camináramos juntos por la carretera hasta
Casey’s para comer un sándwich. Solamente nosotros dos. Como en los viejos
tiempos. Sentados en el separador de concreto, sacando la cebolla de nuestros
sándwiches y haciéndonos preguntas sobre música, hombro a hombro, con los pies
balanceándose.
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Tenía su libro de texto de Historia de los Estados Unidos abierto sobre la mesa y
estaba garabateando frenéticamente en un pedazo de una hoja de papel de
cuaderno, deteniéndose sólo para meter un bocado de cereal en la boca a cada rato.
—Veo que estabas demasiado ocupado con las chicas como para hacer tu tarea por
la noche. —Me burlé, inclinándome sobre él para leer lo que estaba escribiendo—.
¿Exactamente qué pensaban las mujeres en la época de la Guerra Civil... sobre el
exceso de gel para el cabello?
—Dame un respiro —dijo, golpeándome con el codo—. Estuve hablando con Tina
hasta la medianoche. Tengo que terminar esto. Mamá va a enloquecer si vuelvo a
sacar otra C en Historia. Me volvería a quitar el celular.
—Bueno, está bien —dije—. Voy a dejarte en paz. No tengo la más mínima
intención de interponerme en tu fascinante romance telefónico con Tina. —El
waffle salió de la tostadora y lo agarré. Tomé un bocado, sin nada—. Hablando de
mamá, ¿hoy va a volver a llevarte a la escuela?
Él asintió con la cabeza. Mamá llevaba a Frankie todos los días a la escuela,
dejándolo de paso hacia su trabajo. Eso le daba a él unos minutos extra por la
mañana, que supongo que sería algo bueno. Sin embargo, ya que eso requeriría que
me sentara a noventa centímetros de mi madre y, por lo tanto, pasara cada mañana
escuchando como mi “cabello se ve atroz” y mi “falda es demasiado corta” y “¿Por
qué una chica tan hermosa como tú quiere arruinar su aspecto con todo ese
maquillaje y esos tintes para el cabello?” prefería pararme en la acera y esperar a
que el autobús lleno de deportistas pasara a buscarme. Y eso es mucho decir.
—Me largo de aquí —le dije, dirigiéndome hacia la puerta—. Buena suerte con tu
tarea.
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El aire se sentía más frío que de costumbre… se sentía como si el invierno estuviera
a punto de precipitarse sobre nosotros en lugar de la primavera. Como si ese
momento del día fuera lo más cálido que se iba a poner.
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Christy Bruter, 16. Capitana del equipo de softbol de la Preparatoria Garvin, fue la
primera víctima y pareció ser un objetivo directo. “Él la golpeo en el hombro”, dijo
Amy Bruter, la madre de la víctima. “Y otras de las chicas que estuvieron ahí nos
dijeron que cuando Christy volteó él dijo: “Tú has estado en la lista por un largo
tiempo,” y ella dijo: “¿Qué lista?” y luego él le disparó. Bruter, a quien le dispararon en
el estómago es descrita por los doctores como “Malditamente suertuda de estar con
vida”. En efecto, la investigación confirmó eso. El nombre de Bruter era el primero de
la ahora muy conocida “Lista del Odio”. Un cuaderno rojo en espiral confiscado de la
casa de Nick Levil sólo unas horas después del tiroteo.
—¿Estás nerviosa?
El Dr. Hieler y yo teníamos La Conversación al menos una vez por semana desde
mayo. Venía siendo algo como esto:
Él preguntaría.
—¿Estás a salvo?
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A veces, en mi mundo donde los padres se odiaban uno al otro y la escuela era un
campo de batalla, apestaba ser yo. Nick había sido mi escape. La única persona que
entendía. Era genial ser parte de un “nosotros,” con los mismos pensamientos,
mismos sentimientos, misma miseria. Pero ahora la otra parte del “nosotros” no
estaba, y estando allí en mi sombría habitación, estaba siendo golpeada con esta
realidad en la que no tenía ni idea de cómo volver a ser sólo yo.
No respondí. El bulto en mi garganta era muy grande. Parecía irreal que estuviera a
punto de caminar por los mimos pasillo con aquellos chicos que conocía tan bien,
pero que parecían completos extraños. Niños como Allen Moon, a quien había visto
mirar directamente a la cámara y decir: “Espero que encierren a Valerie de por
vida por lo que hizo”. Y Carmen Chiarro, a quien habían citado diciendo. “No sé
porque mi nombre estaba en esa lista. Ni siquiera sabía quiénes eran Nick y Valerie
antes de ese día”.
Podía verla ignorando quién era Nick. Cuando se mudó a Garvin como estudiante
de primer año, sólo era un chico callado y delgado, con ropa fea y cabello sucio.
Pero Carmen y yo habíamos cursamos juntas la primaria. Ella estaba mintiendo
cuando dijo que no me conocía. Y dado que ella fue buena amiga de Chris Summers.
El Señor Mariscal de Campo durante todo el segundo año, y dado que Chris
Summers odiaba a Nick y tomaría cada oportunidad que tenía para hacerlo sentir
miserable, dejando fuera que todos los amigos de Chris pensaran que era gracioso
que él atormentara a Nick, encontré muy sospechoso que no lo conociera, tampoco.
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¿Allen y Carmen estarían allí hoy? ¿Me estarían buscando? ¿Estarían deseando que
no apareciera?
—Y sabes el número del Dr. Hieler —me dijo mi madre, volviéndome a sobar la
rodilla.
Asentí.
—Lo sé.
Bajamos por Oak Street. Podría haber conducido por aquí aun estando dormida.
Derecho en Oak Street. A la izquierda en Foudling Avenue. A la izquierda en
Starling. Y de ahí a la derecha justo en el aparcadero. La Preparatoria Garvin estaba
justo enfrente. No me podría perder.
Sólo que está mañana todo se veía diferente para mí. La preparatoria Garvin nunca
podría volver a tener ese aspecto excitante e intimidante que tenía cuando yo era
nueva. Nunca más lo podría equiparar con un alucinante romance, con la euforia, la
risa, un trabajo bien hecho. La mayoría de las personas no piensan en ninguna de
estas cosas cuando se imaginan sus preparatorias. Era otra cosa que me había
robado Nick, a todos nosotros, ese día. No sólo se robó nuestra inocencia y nuestro
sentido de bienestar. De alguna forma también logró robarnos nuestros recuerdos.
—Estarás bien —me dijo mamá. Volteé mi cabeza y miré fuera de la ventana. Vi a
Delaney Peters caminando por el campo de fútbol agarrada del brazo de Sam Hall.
No tenía ni idea que estuvieran juntos, y de repente me sentí como si me hubiera
perdido toda una vida en vez de sólo un verano. Si las cosas hubieran sido
normales, hubiera pasado mi tiempo en el lago, en el bowling, en una estación de
gasolina o en los lugares de comida rápida, recogiendo chismes, enterándome
sobre los nuevos romances. En vez de eso, estuve encerrada en mi habitación,
asustada y enferma del estómago ante el mero pensamiento de ir al supermercado
con mi madre.
—El Dr. Hieler se siente seguro de que podrás manejar todo con gran éxito.
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Mamá se detuvo en la zona de descenso. Sus manos cayeron del volante y me miró.
Traté de no notar que la comisuras de sus labios temblaban y estaba picoteándose
distraídamente la uña de su pulgar. Me planté una sonrisa temblorosa por ella.
—Te veo aquí a las dos y cincuenta —me dijo—. Estaré esperando por ti.
—Voy a estar bien —le digo, mi voz suena pequeña. Jalé la manija de la puerta. Mis
manos no parecen tener la fuerza suficiente para abrirla, pero eventualmente lo
hacen. Lo que me decepcionó porque eso significaba que iba a tener que salir.
—Tal vez mañana puedas usar un poco de labial o algo parecido —dice mamá
mientras me empujo fuera del auto. Qué cosa tan rara para decir, pensé, pero cerré
los labios uno contra el otro, perdiendo la costumbre. Cierro la puerta y le doy a mi
madre un medio saludo. Se despide, buscándome con los ojos hasta que el carro de
atrás toca la corneta y ella se aleja.
—No puedo creerlo. —Parece como si alguien hubiera oprimido el botón “silencio”
justo después de esa palabra. Me volteó para mirar. Stacey y Duce estaban parados
allá, tomados de la mano.
—¿Val? —pregunta Stacey, no como si no creyera que fuera yo, sino como si no
creyera que yo estuviera allí.
—No sabía ibas a venir hoy —dijo Stacey. Sus ojos se movían brevemente de lado a
lado, evaluando la cara de Duce, y yo pude ver en ese mismo instante como ella se
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estaba moldeando para ser una copia de él. Su sonrisa adquirió un sesgo superior
que era muy incómodo en su rostro.
Pero había una gran diferencia entre Stacey y yo. Stacey no tenía enemigos,
probablemente porque era muy ansiosa por complacer a todo el mundo. Ella era
completamente moldeable: tan sólo le decías quién era ella y ella se convertía en
ello, así de fácil. Ella definitivamente no era una chica popular, pero tampoco era
una perdedora como yo. Ella siempre estuvo en la delgada línea de en medio,
totalmente abajo del radar.
Luego del “incidente” como a mi padre le gusta llamarlo, Stacey vino a visitarme
dos veces. La primera, en el hospital, antes que yo le hablara a alguien. Y una en mi
casa cuando había sido liberada, y le dije a Frankie que le dijera que estaba
dormida. Realmente nunca volvió a tratar de ponerse en contacto conmigo, ni yo
tampoco lo hice. Tal vez había una parte de mí que se sentía como si ya no merecía
ninguna amistad. Como si se mereciera una mejor amiga que yo.
De alguna manera me sentía apenada por ella. Casi podía verlo en su cara —su
deseo de volver a lo que éramos antes del tiroteo, la culpa que sentía por haber
mantenido la distancia— pero también podía ver que ella era consciente de cómo
ser mi amiga la haría ver. Si yo era culpable porque amaba a Nick, ¿sería ella
culpable por quererme a mí? Ser mi amiga sería un gran riesgo a tomar… un
suicidio social para cualquiera en Garvin. Y Stacey podría no ser lo suficientemente
fuerte para tomar ese riesgo.
—A veces —le digo mirándola—. Al menos no tengo que tomar Educación Física,
pero lo más probable es que nunca llegue a tiempo a clase con esta cosa.
—¿Has estado en la tumba de Nick? —me preguntó Duce. Lo miré con dureza. Me
estaba mirando con un duro desdén en sus ojos—. ¿Has ido a la tumba de alguien?
—Déjala en paz. Es su primer día de vuelta —dijo ella, pero sin mucha convicción.
—Sí, vamos —murmuró David—. Me alegra que estés bien, Val. ¿En qué salón
tienes matemáticas?
Duce interrumpió.
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—¿Qué? Ella puede caminar. ¿Cómo es que nunca fue a la tumba de nadie? Quiero
decir, si yo fuera quien hubiera escrito todos esos nombres de gente que quería
muerta al menos iría a sus tumbas.
—Yo no quería que nadie muriera —casi susurré. Duce me dio una de esas miradas
de ceja levantada—. Sabes, él también era tu mejor amigo.
Había silencio entre nosotros, y comencé a notar que alrededor de nosotros habían
espectadores curiosos. Sólo que ellos no tenían curiosidad por la confrontación.
Tenían curiosidad por mí, como si repentinamente se hubiesen dado cuenta de
quién era yo. Caminaban lentamente por mi lado, susurrándose unos a otros,
mirándome fijamente.
Stacey también se había comenzado a dar cuenta. Se movió un poco y luego miró
más allá de mí.
—Debo irme a clase —dijo—. Me alegro de que estés de regreso, Val. —Ella ya
estaba alejándose de mí, con David, Mason y los otros siguiéndola.
—¿Por qué no vienes conmigo? —dijo una voz en mi oreja. Volteé y me encontré
observando el rostro de la Sra. Tate, la consejera. Ella envolvió su brazo alrededor
de mis hombros y me hizo avanzar, ambas dirigiéndonos valientemente a través de
las olas de chicos alrededor de nosotras, dejando los susurros atrás.
—Es bueno verte hoy aquí —dijo la Sra. Tate—. Estoy segura de que estás algo
temerosa al respecto, ¿cierto?
—Un poco —dije, pero no pude decir nada más porque ella me estaba moviendo
tan rápido que lo único que podía hacer era concentrarme en caminar. Irrumpimos
en el vestíbulo antes de que el pánico en mi pecho pudiera aparecer, y de alguna
manera me sentí engañada. Como si al menos debería tener el derecho de tener
miedo al entrar a mi escuela de nuevo, si eso es lo que quería.
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La Sra. Tate sacudió su mano hacia uno de ellos y me condujo a través de ellos sin
detenernos.
Caminamos a través del Cafetín. Traté de hacer caso omiso a mi imaginación, que
figuraba mis pies deslizándose en la pegajosa sangre sobre el suelo. Intenté
enfocarme en el sonido de los zapatos de la Sra. Tate, golpeando los azulejos,
tratando de recordarme a mí misma lo de “respirar y concentrarme” que el Dr.
Hieler había pasado tanto tiempo enseñándome. En ese momento, no podía
recordar ni una sola cosa.
Pasamos a través de la puerta en el otro extremo del Cafetín, donde estaban las
oficinas administrativas. Técnicamente, éste era el frente del edificio. Más policías
estaban revisando mochilas y pasando detectores de metales sobre la ropa de los
chicos.
—Me temo que tanta seguridad causará que nuestras mañanas comiencen con
retrasos. —La Sra. Tate suspiró—. Pero, por supuesto, de esta manera todos nos
sentimos más seguros.
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Ella me hizo pasar a través de los policías y hacia las oficinas. Las secretarias nos
miraron con educadas sonrisas, pero no dijeron una palabra. Mantuve mi cabeza
inclinada hacia el suelo mientras seguía a la Sra. Tate hasta su oficina. Esperaba
que me dejara permanecer allí durante un largo tiempo.
La oficina de la Sra. Tate era lo opuesto a la del Dr. Hieler. Donde él tenía filas y
filas de libros ordenados y limpios, la Sra. Tate tenía una descuidada aglomeración
de papeles y herramientas educativas, como si su oficina fuera en parte para
aconsejar, y en parte para almacenar objetos. Había libros apilados en casi todas
las superficies planas, y había fotos de ella con sus hijos y perros por todos lados.
La mayoría de los niños venía a la oficina de la Sra. Tate para quejarse de sus
profesores o para ver catálogos de Universidades, y eso era todo. Si la Sra. Tate
había ido a la Universidad esperando aconsejar montones de problemáticos
adolescentes, probablemente estaba muy decepcionada. Si es que se puede llamar
decepción a no tener suficientes personas problemáticas en tu vida.
Me indicó con un gesto que me sentara en una silla con un cojín de vinilo
desgarrado, mientras ella rodeaba un pequeño gabinete y se sentaba en la silla
detrás de su escritorio, viéndose empequeñecida por las pilas de papeles y de
notitas delante de ella. Se inclinó hacia adelante a través del desastre y enrolló sus
manos justo en el medio de un envoltorio viejo de comida rápida.
—Te estaba observando esta mañana —dijo—. Estoy contenta de que hayas
regresado a la escuela. Demuestra valentía.
—Bueno, espero que lo hagas. Eres una buena estudiante —dijo—. ¡Ah! —exclamó,
subiendo un dedo. Se inclinó hacia adelante y abrió una gaveta del archivador que
estaba junto a su escritorio. Una foto enmarcada de un gato blanco y negro
aruñando algo se tambaleó cuando el cajón se abría, y me la imaginé, varias veces
al día, teniendo que enderezar la foto después que se caía. Sacó una carpeta
marrón y la abrió sobre el escritorio, frente a ella, dejando la gaveta del archivador
entreabierta—. Eso me recuerda: universidades. Así es. Tú estabas considerando…
—Pasó algunas páginas—, la Universidad de Kansas, si no me equivoco. —
Continuó pasando las páginas, y luego movió su dedo sobre una página—. Sí. Aquí
está. La Universidad de Kansas y la Universidad del Noreste del Estado de Missouri.
—Ella cerró la carpeta y sonrió—. Recibí los requisitos de ambas justo la semana
pasada. Es un poco tarde para estar apenas comenzando este proceso, pero no
debería ser un problema. Bueno, tal vez tengas que explicar algunas cosas para tu
registro permanente, pero como en realidad tú… nunca fuiste acusada de… bueno,
sabes a lo que me refiero.
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—¿No irás?
—Escúchame, Valerie. Sé que te culpas por lo que ocurrió. Sé que crees que eres
como él. Pero no es así.
—De verdad Sra. Tate, no es necesario que diga eso —le dije. Toqué mi bolsillo
trasero, donde tenía la fotografía de Nick y yo en el Lago Azul, para ganar
confianza—. Digo, estoy bien y todo.
—La mayoría de los días, pasaba más tiempo con Nick que con mi propio hijo —
dijo—. Era tan indagador. Siempre tan furioso. Era uno de esos chicos que
simplemente iban a batallar en la vida. Estaba tan consumido por el odio. Se regía
por él, de hecho.
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Estaba subiendo las escaleras para ir a mi habitación cuando el timbre sonó. Podía
ver a Nick a través de la ventana al lado de la puerta, apoyándose en un pie y luego
en el otro.
—¡Yo abro! —les grité a mis padres mientras bajaba corriendo las escaleras, pero
ya la discusión había comenzado y ni siquiera se dieron cuenta.
—Eso es tan dulce —dije, leyendo la parte de atrás de la caja, donde él había
escrito cuidadosamente los nombres de las canciones y sus autores—. Me encanta.
—Sabes, tal vez algún día no regrese a casa, Jenny, ésa es una excelente idea. —Él
estaba gruñendo.
Nick observó la puerta, y podría jurar que vi vergüenza atravesar su rostro. Y algo
más. ¿Lástima, tal vez? ¿O quizás ese mismo hastío que sentía yo?
—¿Quieres salir de aquí? —me preguntó, metiendo sus manos en los bolsillos—.
No se escucha muy bien allá dentro. Podemos estar juntos por un rato.
—¿Sabes por qué nos llevamos tan bien, Val? —preguntó después de un rato—.
Porque pensamos exactamente igual. Es como si tuviésemos el mismo cerebro. Es
genial.
—No a mí —dijo. Se rascó su hombro—. Por un largo tiempo pensé que nadie me
entendería jamás, pero tú de verdad lo haces.
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—Es bueno que nos tengamos el uno al otro —dijo—. Es como si, tú sabes, aunque
el mundo te odiara, tienes a alguien en el que puedes confiar. Sólo nosotros dos en
contra de todo el mundo. Sólo tú y yo.
Miré la carpeta en la oficina de la Sra. Tate, una vez más embargada por la
sensación de que nunca conocí a Nick en absoluto. Todo eso de “almas gemelas” de
lo habíamos hablado había sido pura mierda. Porque cuando se trata de leer a las
personas, soy una estudiante aplazada.
Sentí un nudo en mi garganta. ¿Qué tan indulgente fue eso? La paria de la escuela
llora por los recuerdos de su novio, el asesino. Incluso yo me odiaría. Tragué y
forcé a que el nudo bajara por mi garganta.
Una lágrima se me escapó. Tragué y tragué pero no mejoró. ¿Cómo podía saber ella
sobre el futuro de Nick? No se puede predecir el futuro. Dios, si hubiese podido
predecir lo que ocurrió, lo hubiese detenido. Lo hubiese hecho irse. Pero no lo hice.
No pude. Y debí haberlo hecho. Eso es lo que me afecta. Debí haberlo hecho. Y
ahora mi futuro no tiene una universidad en él. Mi futuro se basa en ser conocida
alrededor del mundo como “La Chica que Odia a Todos”. Así fue como la prensa me
llamó: La Chica que Odia a Todos.
Quería decirle a Tate todas estas cosas. Pero era tan complicado, y pensar en ello
hacía que mi pierna temblara y que mi corazón doliera. Me levanté y me coloqué la
mochila. Sequé mis mejillas con el dorso de mi mano.
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—Será mejor que me vaya a clase —dije—, no quiero llegar tarde en el primer día
de clases. Lo pensaré. Lo de la universidad. Pero como ya le dije, no puedo hacer
ninguna promesa, ¿de acuerdo?
La Sra. Tate suspiró y se levantó. Cerró la gaveta del archivador, pero no se movió
alrededor de éste.
Comencé a caminar hacia la puerta. Pero justo cuando sujeté la manilla, me volteé.
—¿Sra. Tate? ¿Las cosas han cambiado mucho? —le pregunté—. Digo, ¿son
diferentes las personas?
No sabía cuál esperaba que fuera su respuesta. Sí, todos han aprendido su lección y
ahora somos una gran y feliz familia, justo como lo dicen los periódicos. O no, no
había abusadores, todo estaba en tu cabeza justo como dicen los demás. Nick
estaba loco y tú te lo creíste todo, y eso es todo. Estabas molesta sin razón alguna.
Tan furiosa, pero todo estaba en tu imaginación.
La Sra. Tate mordió su labio inferior y pareció pensar muy bien la pregunta.
—Las personas son personas —dijo finalmente, volteando sus manos en un triste y
desesperado encogimiento de hombros.
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Traducido por Yre24
La mayoría de los días encontraba totalmente irónico que mamá llevara a Frankie a
la escuela porque él odiaba el viaje en autobús, mientras yo viajaba en autobús
porque odiaba el atormentante paseo en carro con mamá. Pero algunos días yo
deseaba haber seguido adelante y enfrentarme a las críticas matutinas de mamá
porque el autobús era una mierda.
Por lo general yo podía avanzar lentamente hacia un asiento en algún sitio del
medio, y hundirme en forma de C, con mis rodillas apoyadas en el asiento en frente
de mí, escuchando mi MP3 y desapareciendo por completo.
Pero últimamente Christy Bruter había sido una verdadera molestia. No es que
esto fuera una novedad, ya que no podía soportar a Christy de todos modos. Nunca
podría.
Christy era una de esas chicas que son populares porque todo el mundo tiene
miedo de no ser su amigo. Ella era grande y voluminosa y su barriga destacaba
beligerantemente en la parte delantera de ella y unos muslos que eran enormes y
podrían partir un cráneo. Lo cual era extraño porque ella era la capitana del equipo
de softbol. Yo nunca pude entender eso. Simplemente no podía imaginarme a
Christy Bruter corriendo más que cualquier otro para llegar a primera base. Pero
supongo que ella debe haberlo hecho al menos una o dos veces. O quizás el
entrenador tenía demasiado miedo como para dejarla fuera. ¿Quién sabe?
He conocido a Christy al menos desde el preescolar y nunca, ni una sola vez, pensé
que ella podría agradarme. Y viceversa. Cada reunión nocturna de regreso a clases,
mamá tenía que llamar al profesor aparte e informarle que Christy y yo nunca
deberíamos sentarnos juntas en la misma mesa de grupo. “Todos tenemos a esa
persona”. Mamá le decía al profesor con una sonrisa apenada. Christy Bruter era
mi persona.
Ella se montaba dos estaciones después que yo, lo cual podía trabajar a mi favor la
mayoría de los días porque tenía tiempo de hacerme invisible antes de que ella
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entrara al autobús. No es que yo le tuviera miedo a ella ni nada de eso. Sólo que me
ponía enferma tener que lidiar con ella.
El autobús se deslizó haciendo una y otra parada. Mantuve mis ojos pegados a la
ventana, mirando a un terrier6 enterrando su nariz en una bolsa de basura en
frente de una casa. La cola del terrier golpeaba el viento y toda su cabeza estaba
completamente cubierta por la bolsa de basura. Me pregunté cómo podía respirar
y empecé a pensar en las cosas que él podría encontrar allí que lo podían
emocionar tanto.
Sentí un golpe contra mi brazo, me imaginé que fue una persona que había pasado
caminando y lo ignoré. Luego sentí uno más fuerte y alguien usó el cable para
arrebatar el audífono de mi oído derecho. Éste pendió por la colisión en el aire,
música metálica saliendo de él.
Su fea amiga Ellen —igualmente Amazona, cabello rojo, con cara de hombre,
receptora del equipo de softbol de la Preparatoria Garvin— rió, pero Christy sólo
me miraba con falsa inocencia parpadeando sus ojos.
—No sé de que hablas Hermana Muerte. Quizás estás teniendo una alucinación.
Quizás tienes algún mal o algo así. Quizás el diablo te lo hizo.
6 Terrier: Grupo de razas de perros entre las que se encuentra el Yorkshire Terrier.
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El autobús abrió sus puertas y todos nosotros nos levantamos. Esto es alguna clase
de instinto de los chicos, pensé. Tú podías estar en el medio de algo pero si el
autobús abría sus puertas, tú te levantabas. Ésta era una de las constantes de la
vida. Tú naces, tú mueres, tú te levantas cuando el autobús abre sus puertas.
Christy y yo nos levantamos, a sólo centímetros una de la otra. Podía oler el sirope
de panqueques en ella. Ella se burló de mí, dándome una mirada lenta de arriba-
hacia abajo.
—¿Apurada para ir a un funeral? ¿Quizás vas a plantar a Nick por un agradable frío
cadáver? Oh, espera. Nick es un cadáver.
Sostuve el contacto visual con ella, rehusando a echarme para atrás. Después de
todos estos años ella aún no se cansaba de las mismas viejas estúpidas bromas.
Todavía no las superaba. Mamá me dijo una vez que si yo continuaba ignorando a
Christy, eventualmente podría llegar a volverse aburrido para ella. Pero en días
como hoy, ignorarla a ella era más fácil decirlo que hacerlo. Yo dejaba pasar estas
cosas de rivalidad, pero de ninguna manera, iba a dejar que ella se fuera como si
nada después de haber roto mi aparato.
La empujé hacia adelante dentro del pasillo que ya había comenzado a moverse.
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Descendí por el pasillo y bajé del autobús sobre la acera, y troté a las gradas donde
Stacey, Duce y David estaban pasando el rato como siempre.
—Sí —dije—. Mira lo que la perra de Christy Bruter le hizo a mi reproductor MP3.
—Sólo olvídate de ella —dijo Stacey—. Ella es tal cual una vaca. Realmente a nadie
le agrada.
La puerta lateral del pasajero se abrió y Nick dio un paso afuera. Él tenía la pesada
chaqueta negra que él había estado vistiendo últimamente y tenía cerrada su
cremallera hasta la barbilla contra el agradable viento.
—Hey —dijo—. ¿Qué están haciendo ustedes, perdedores? —Él usó su mano libre
para hacer algún tipo de apretón de manos con Duce y luego le pegó a David en el
hombro.
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Nick sonrió con satisfacción y me extrañó lo peculiar que se veía. Vibrante, casi
zumbando o algo.
—He estado ocupado. —Fue la única respuesta de Nick. Sus ojos recorrieron el
frente de la escuela—. He estado ocupado —repitió él, pero él lo dijo tan
silenciosamente que estoy bastante segura que yo fui la única que lo escuchó. No
fue como si realmente estuviese hablando con alguno de nosotros. Yo podría haber
jurado que él le estaba hablando a toda la escuela en sí misma. El edificio, la
actividad de hormigas en su interior.
El Sr. Angerson arrastró sus pies detrás de nosotros y entonces usó su “voz de
director” la que a nosotros nos gustaba imitar en las fiestas. No, estudiantes de
Garvin, la cerveza es mala para sus cerebros en crecimiento. Estudiantes de Garvin,
ustedes deben comer un desayuno saludable antes de venir a la escuela. Y recuerden,
estudiantes de Garvin, díganle no a las drogas.
—Muy bien, estudiantes de Garvin —dijo él. Stacey y yo nos dimos un codazo la
una a la otra y nos reímos disimuladamente—. No nos demoremos esta mañana.
Tiempo de ir a clases.
Duce le dio un ligero roce a Angerson a modo de saludo y comenzó a marchar hacia
la escuela. Stacey y David lo siguieron, riendo. Comencé, también, pero paré bajo el
brazo de Nick, que todavía me sostenía en el mismo lugar de la acera. Alcé la vista
hacia él. Él todavía miraba fijamente la escuela, una sonrisa jugueteaba en las
esquinas de su boca.
—Mejor vamos antes que Angerson rompa algo —dije tirando del brazo de Nick—.
¡Hey! Estaba pensando. ¿Quieres que nos saltemos el almuerzo y consigamos algo
de Casey's hoy?
—¿Nick? Mejor vamos —dije otra vez. Ninguna respuesta. Finalmente de alguna
manera lo empujé a él con mi cadera—. ¿Nick?
Empezamos a caminar. Nuestras caderas chocando una con la otra en cada paso.
—Te iba a prestar mi reproductor MP3 para el primer período, pero Christy Bruter
lo rompió en el autobús —dije sosteniéndolo para que él lo viera. Él lo miró
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—He estado queriendo hacer algo en relación a ella por mucho tiempo —dijo él.
—Lo sé. Realmente la odio. —Me quejé, oprimiendo toda la atención que podría
darle al incidente—. No sé cuál es su problema.
Golpeamos las puertas y Nick finalmente dejó mis hombros. Una brisa sopló justo
en ese momento y recorrió todo el cuello de mi camisa, ondeando el frente de ella.
Me estremecí. Mi columna de repente sintió mucho frío.
Nick abrió una puerta y esperó que entrara por delante de él.
—Vamos a conseguir que esto termine —dijo él. Asentí, dirigiéndome hacia el
Cafetín. Mis ojos atentos a Christy Bruter, mis dientes castañeando.
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Jeff Hicks, 15. Como estudiante de primer año, Hicks por lo general no debería haber
estado caminando a través del Cafetín, de acuerdo a algunos estudiantes. “Nosotros
no vamos por ahí, si podemos evitarlo”, una estudiante de primer año, Marcie
Stindler, dijo a los periodistas. “Los estudiantes de último año nos fastidian si vamos
por allí. Es como una especie de regla no escrita para los de primer año, mantenerse
alejado del Cafetín, excepto durante el almuerzo. Cada estudiante de primer año lo
sabe”.
Sin embargo, Hicks estaba atrasado en la mañana del 2 de mayo y cortó camino a
través del Cafetín en su prisa por llegar a clase, ocurrió lo que algunos llaman un
clásico caso de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado. Él sufrió un
disparo en la parte posterior de la cabeza y murió instantáneamente en la escena. Un
monumento se ha creado en su nombre en el Banco del condado de Garvin. La policía
dice que no está claro si Levil conocía a Hicks o si Hicks fue golpeado
accidentalmente por una bala destinada a otra persona.
Debido a que la Sra. Tate me había mantenido en su oficina durante tanto tiempo,
me perdí el primer período y entré justo en la mitad del discurso del Primer Día de
Escuela de la Sra. Tennille. Sé que Tate lo había hecho para que yo no tuviera que
enfrentarme a los pasillos previos al primer período, pero casi que hubiera
preferido eso en lugar de tener todos los ojos clavados en mí cuando entré a clase.
Por lo menos en los pasillos hubiera podido ser una especie de sombra que pasaba.
Abrí la puerta y juro que todos en la clase dejaron lo que estaban haciendo y me
miraron. Billy Jenkins soltó su lápiz y tan sólo dejó que cayera rodando de su
escritorio. La boca de Mandy Horn se abrió tanto que pensé haber llegado a
escuchar que su mandíbula se rajaba. Incluso la Sra. Tennille dejó de hablar y se
quedó inmóvil durante unos segundos.
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vuelta a mi cama en casa. Decirles a mamá y al Dr. Hieler que me había equivocado,
que después de todo quería terminar la escuela secundaria con un tutor. Que yo no
era tan fuerte como pensaba en un principio.
—Sólo hemos estado hablando sobre el programa de estudios de este año —dijo la
Sra. Tennille, tomando el permiso. Su rostro permaneció de piedra—. Adelante,
tome asiento. Si usted tiene alguna pregunta sobre algo que ya hemos visto, me
puede preguntar cuando toque la campana.
La miré por un instante. La Sra. Tennille difícilmente había sido una de mis fans,
para empezar. Siempre había tenido problemas con el hecho de que yo no
participara en los laboratorios y con el hecho de que Nick en una especie de
"accidente" prendió una vez fuego a un tubo de ensayo en el tercer periodo. Ni
siquiera puedo contar las veces que ella había mandado el trasero de Nick a
detención, y siempre me había mirado cuando deambulaba por la acera en frente
de la escuela esperando a que él saliera.
No me podía imaginar lo que ahora debía estar sintiendo por mí. ¿Piedad, tal vez?,
¿por no haber visto lo que ella siempre vio en Nick? ¿Querría sacudirme y
gritarme: ¿"¡Te lo dije, niña estúpida!"? O tal vez sentía repugnancia por lo que
pasó con el Sr. Kline.
Tal vez, como yo, repetía esa escena una y otra vez en su cabeza un millón de veces
al día: el Sr. Kline, profesor de química, usando literalmente su cuerpo como
escudo ante una docena de estudiantes. Él estaba llorando. Con los mocos
saliéndole por la nariz, el cuerpo le temblaba. Tenía sus brazos extendidos a cada
lado, como Cristo, y sacudía la cabeza hacia Nick, desafiante y asustado.
Me gustaba Kline. A todos les gustaba Kline. Kline era el tipo de persona que
hubiera venido a tu fiesta de graduación. El tipo de persona que hablaría contigo
en el centro comercial… y nada como la mierda de “Hola, jovencito” que diría el Sr.
Angerson, el Director de la escuela. Kline decía: “Oye, ¿qué tal?” o “¿Manteniéndote
al margen de la ley?"
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que eso no era una novedad para la Sra. Tennille. También supongo que por eso
ella me miraba como si yo fuera una plaga puesta en libertad en su salón de clases.
Me volví y me dirigí a una silla vacía. Traté de mantener mis ojos exclusivamente
en la silla, pero me resultó imposible. Tragué. Sentía la garganta muy seca. Mis
manos estaban tan sudorosas que mi cuaderno se estaba resbalando. Mi pierna
latía y me sentí cojeando y me maldije en silencio por hacerlo.
Poco a poco las cabezas de mis compañeros de clase se volvieron hacia la parte
frontal de la habitación y sentí que volvía a empezar a respirar. Ochenta y tres,
coreé en mi cabeza. Ochenta y dos, si no se tiene en cuenta el día de hoy.
Era sólo otra forma en la que yo era diferente a todos ellos y, curiosamente, de
alguna manera, era tan sólo otra manera en la que yo era diferente a la manera en
que solía ser.
Me metí las uñas en las palmas de las manos. No quería que las vieran, temiendo
que alguien se diera cuenta de lo feas que estaban, pero me encontré extrañamente
calmada al sentirlas enterrándose en mis palmas. Bajé mis manos a mi regazo y
apreté los puños con fuerza, apretando hasta que la uñas estuvieron clavadas en
mis manos y pudiera respirar sin una oleada de náuseas rodando sobre mí.
—Mándenme un e-mail cada vez que tengan una pregunta —decía la señora
Tennille, apuntando a lo que había escrito en la pizarra, y luego se detuvo en seco.
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—Es Ginny —dijo Meghan, señalando a la niña llorando, que ahora me daba cuenta
que era Ginny Baker. Yo había oído en las noticias sobre todas las cirugías plásticas
que había tenido, pero en realidad no me había dado cuenta de lo mucho que había
cambiado su cara hasta ese momento.
—¿Ginny? —dijo en una voz tan suave que no estaba segura de que hubiera salido
de Tennille—. ¿Hay algo que pueda hacer para ayudarte? ¿Tal vez necesitas ir a
tomar algo de beber?
—Es ella —dijo, sin moverse. Sin embargo todo el mundo sabía de qué estaba
hablando y se volvieron a mirarme. Incluso Tennille miró en mi dirección. Bajé mi
rostro en dirección de mis manos y apreté las uñas incluso con más fuerza en las
palmas de mis manos. Metí mis labios en mi boca y los mordí con fuerza desde el
interior, sujetándolos con la boca cerrada—. No puedo sentarme aquí con ella sin
pensar en... sobre... —Ella respiró hondo y dejó escapar el aire con un torrente de
angustia que hizo que se me erizaran los pelos de la nuca—. ¿Por qué la dejaron
volver?
Agarró su mochila con ambas manos delante de ella, la abrazó contra su vientre, y
corrió por el pasillo, empujando tanto a Meghan como a Kelsey hacia atrás en sus
escritorios.
La Sra. Tennille dio un par de pasos hacia ella y se detuvo. Asintió ligeramente con
la cabeza y Ginny salió corriendo de la habitación, su cara contorsionada y
formando una mueca.
Todo estuvo completamente quieto durante un minuto y apreté los ojos cerrados y
en silencio conté hacia atrás desde cincuenta, otro de los métodos que había
aprendido. De mamá o del Dr. Hieler, no me acordaba. Escuchaba campanas en mi
mente y me sentí nerviosa. ¿Debía salir, también? ¿Ir detrás de Ginny, decirle que
lo sentía? ¿Ir a casa y no volver nunca más? ¿Debo decir algo a la clase? ¿Qué debía
hacer?
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Parpadeé para distanciar las lucecitas blancas que bailaban delante de mis ojos y
traté de concentrarme en lo que estaba diciendo, lo cual era difícil, porque casi
nadie dejó de mirarme.
Hubo más inquietud, y una vez más se volvió y se detuvo. Miré a mi izquierda y vi a
un par de chicos hablando acaloradamente entre sí.
—Clase —dijo la Sra. Tennille, su voz seguía siendo severa pero perdiendo el
control de la autoridad—. ¿Puedo tener su atención, por favor?
—Me gustaría seguir con esto para que no nos atrasemos antes de que el año
comience. —Sean McDannon levantó la mano.
Sean tosió en el puño como lo hacen algunos hombres cuando quieren cambiar sus
voces de regular a súper-poderoso y viril. Me miró, luego apartó la vista
rápidamente. Intenté esbozar una sonrisa, pero fue en vano porque ya se había
vuelto.
Sean era un chico bueno. Nunca tuvo un problema con nadie. En realidad, a nadie le
gustaba o lo odiaba. Era del tipo que volaba debajo del radar la mayor parte del
tiempo, lo que a veces puede hacer la diferencia en la escuela secundaria haciendo
que te dejen en paz o que te acosen. Que yo supiera, él nunca había sido acosado.
Sacaba buenas notas, se unió a clubes académicos, se mantuvo al margen de la ley,
tenía una novia sin pretensiones. Y vivía a unas seis casas de la mía, lo que
significaba que habíamos jugado juntos cuando éramos niños. Realmente no
habíamos hablado mucho desde que estábamos en quinto grado, pero no había
hostilidad entre nosotros. Nos saludábamos uno al otro si nos cruzábamos en el
pasillo o en la parada de autobús. No era gran cosa.
—Um, Sra. Tennille, la Sra. Tate nos dijo que deberíamos hablar de... um, de estas
cosas, y…
—Y no es justo que Ginny tenga que ser la que se vaya —dijo Meghan. Mientras
que Sean deliberadamente había decidido no mirarme desde esa primera mirada,
Meghan hizo un esfuerzo para hacer girar alrededor la cabeza y posó su mirada en
mí—. No es como si Ginny hubiera hecho algo malo.
—Nadie le pidió a Ginny que saliera, Meghan. Y estoy segura que la Sra. Tate quería
decir que podías ir a su oficina para hablar de estas…
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—No —dijo una voz en la mesa detrás de mí. Sonaba como Alex Gold, pero mi
cuerpo se sentía helado y no podía girar la cabeza para estar segura. Mis uñas se
clavaron profundamente en mis manos, dejando dolorosas media lunas púrpuras a
través de ellas—. No, cuando vino a la escuela ese tipo que trataba los traumas, nos
dijo que debíamos sentirnos libres de hablar de estas cosas cada vez que lo
necesitáramos. No es que lo necesite, ni nada. Estoy muy por encima de eso.
Meghan puso los ojos en blanco y desvió la mirada de odio de mí a un punto por
encima del hombro.
—Bueno, eso es realmente suficiente —dijo la Sra. Tennille, pero para entonces la
conversación se había salido de control—. Tal vez deberíamos volver a nuestra
discusión...
—Tú tampoco lo hiciste, Meghan —dijo Susan Crayson, sentada justo a la derecha
de Meghan—. A ti tampoco te volaron la cara. Ni siquiera eras realmente amiga de
Ginny antes del tiroteo. Sólo te gusta el drama.
Y eso fue lo que básicamente desató el infierno. Así que muchos chicos estaban
hablando por encima del otro, era casi imposible saber quién decía qué.
—De todos modos, no es como si Valerie le hubiera disparado a alguien. Sólo hizo
que Nick lo hiciera por ella. Y Nick está muerto, así que ¿a quién le importa?
—...bastante malo es tener pesadillas todas las noches al respecto, para llegar a
clase y...
—...¿estás diciendo que me gustó que a Ginny le dispararan porque era un buen
drama? ¿Estás diciéndolo en serio?
—...si nos hubiéramos portado bien con Nick, tal vez esto no habría sucedido. ¿No
es todo el punto de...
Fue un poco extraño porque al final, todos estaban tan ocupados odiándose unos a
los otros, que se olvidaron de odiarme a mí. Nadie me miraba. La Sra. Tennille
incluso se había hundido en la silla detrás de su escritorio y estaba mirando en
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Me sentí como si tuviera que decir algo, pero yo no sabía qué decir. Recordarles
que yo no había halado el gatillo me haría sonar a la defensiva. Tratar de consolar a
alguien sería más que raro. Hacer cualquier cosa sería como sobrecargar la
situación. Aún no estaba preparada para esto y no podía creer que alguna vez
hubiera pensado que lo estaba. No tenía respuestas a mis propias preguntas,
¿cómo podría responder alguna de las suyas? Mi mano involuntariamente se
derivó hacia el teléfono celular en mi bolsillo. Tal vez debería llamar a mamá.
Rogarle que me dejara ir a casa. Rogarle no volver nunca más. Tal vez debería
llamar al Dr. Hieler, decirle que, por primera vez, estaba equivocado. Si no podía
quedarme por ochenta y tres minutos, mucho menos por ochenta y tres días.
Después de un rato, la Sra. Tennille fue capaz retomar el control de la clase, y nos
sentamos allí, la tensión estaba por encima de nuestras cabezas, mientras
terminaba de repasar el plan de estudio.
Poco a poco, la gente empezó a olvidarse de que yo estaba allí. Empecé a sentir que
tal vez esto no era totalmente imposible, sentada en esa mesa, en esa clase. En esa
escuela.
Tienes que encontrar una manera de ver lo que realmente está allí, Valerie, Dr. Hieler
me había dicho. Tienes que empezar a confiar en que lo que ves es lo que está
realmente allí.
Abrí mi cuaderno y agarré un lápiz. Sólo que, en lugar de tomar notas sobre lo que
estaba diciendo Tennille, empecé a dibujar lo que veía. Los chicos estaban en los
cuerpos de chicos, vestidos de chicos, sus zapatos de chicos estaban desatados y
sus jeans rotos de chicos. Pero sus rostros eran diferentes. Donde yo normalmente
vería caras enojadas, ceños fruncidos, burla, en vez de eso vi confusión. Estaban
todos tan confundidos como yo.
Dibujé sus caras como un signo de interrogación gigante, que brotaban de sus
chaquetas Hollister y camisetas Old Navy. En los signos de interrogación había
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No sé si es eso lo que el Dr. Hieler había querido decir cuando me dijo que
empezara a ver lo que realmente está allí. Pero yo sé que el dibujo de los signos de
interrogación me decía mucho más que contar hacia atrás desde cincuenta.
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Traducido por andre27xl
—Terminemos con esto —dijo, y sonreí porque estaba muy feliz de que él pusiera
la cara por mí. Y también estaba feliz porque finalmente Christy Bruter obtendría
lo que se merecía. Éste era el viejo Nick… el Nick del cual me había enamorado. El
Nick que se enfrentaba a Christy Bruter y a cualquiera que me estuviera haciendo
la vida miserable, el que nunca retrocedía cuando un jugador de fútbol venía tras
él, tratando de hacerlo parecer pequeño. El Nick que entendía lo que se sentía ser
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yo… con una familia horrible, una vida escolar horrible, con gente como Christy
Bruter que siempre me recordaba que no era como ellos, que de alguna manera era
menos que ellos.
Sus ojos adquirieron una mirada lejana y extraña, después, comenzó a caminar
rápidamente a través de la multitud delante de mí. No estaba prestando atención
hacia adónde se dirigía. Sólo estaba caminando a través de la gente, sus hombros
chocaban contra los de ellos empujándolos hacia atrás. Me dejó frente a un montón
de caras molestas y gritos indignados, pero los ignoré y lo seguí lo más cerca que
pude.
Alcanzó a Christy un par de pasos antes de que yo lo hiciera. Tuve que estirar mi
cuello para verla por encima de su hombro. Pero todavía podía escucharlo. Estaba
esforzándome por escucharlo porque no quería perderme ni un segundo del
momento en que él estuviera aterrorizando a Christy. Así que estaba segura de lo
que escuché. Todavía lo escucho todos los días.
Debió haber golpeado a Christy en el hombro o algo parecido, justo como ella me lo
había hecho a mí en el autobús. Realmente no podía ver bien porque en ese
momento estaba dándome la espalda. Pero la vi cayéndose un poco hacia al frente,
casi chocando contra su amiga Willa. Ella se volteó con una mirada sorprendida y
dijo:
—¿Cuál es tu problema?
Para ese entonces, ya había alcanzado a Nick y estaba parada justo detrás de él. En
el video de seguridad se veía como si estuviera parada a su lado, con todos
nosotros tan cerca que era imposible decir de quién era cada cuerpo. Pero yo
estaba sólo a un paso detrás de él, y todo lo que realmente podía ver sobre el
hombro de Nick era la parte superior de Christy.
—Has estado en la lista por un largo tiempo —dijo, e inmediatamente me puse fría
porque no podía creer que le hubiera contado acerca de la lista. Honestamente,
estaba molesta. La lista era nuestro secreto. Sólo nuestro. Y él lo había arruinado. Y
sabía que con Christy Bruter habría un infierno que pagar. Probablemente les diría
a sus amigos y tendrían algo más para burlarse de nosotros. Probablemente les
diría a sus padres acerca de ello y ellos llamarían a los míos y sería castigada.
Quizás nos suspenderían y entonces estaría jodida para los finales.
—¿Cuál lista? —preguntó ella y bajó un poco la mirada y sus ojos se agrandaron.
Empezó a reír, y también Willa, y empecé a levantarme sobre la punta de mis pies
para ver de qué se estaban riendo.
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No era un gran ruido para mis oídos pero sí lo era para mi cerebro. Sonaba como si
todo el mundo me estuviera gritando. Grité. Sé que lo hice porque sentí mi boca
abrirse y mis cuerdas vocales vibrar, pero no escuché nada. Cerré mis ojos y dejé
salir un grito y mis brazos volaron instintivamente sobre mi cabeza y el único
pensamiento que tuve fue esto es algo malo, esto es algo malo, esto es algo malo, lo
cual estoy bastante segura era mi cuerpo en modo de piloto automático. Piloto
automático de supervivencia. Era más como un mensaje de mi cerebro a mi
cuerpo… peligro: ¡corre!
Abrí mis ojos y me lancé a agarrar a Nick, pero se había movido a un lado y en su
lugar me encontré mirando a Christy, quien tenía un aspecto de completa sorpresa
en su rostro. Su boca estaba abierta como si estuviera a punto de decir algo, y sus
dos manos estaban agarrando su estómago. Estaban cubiertas en sangre.
Y luego todo golpeó en tiempo real. Los chicos estaban gritando y corriendo,
obstruyendo las puertas y cayendo unos sobre los otros. Otros estaban parados
pareciendo entretenidos como si alguien hubiera hecho una broma muy buena y
estuvieran molestos por habérsela perdido. El Sr. Kline estaba empujando a los
chicos apartándolos de su camino y la Sra. Flores les estaba gritando instrucciones.
Creo que fui yo, pero hasta ahora no puedo estar segura de ello.
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Ginny Baker, 16. Baker, con un rol de estudiante de honor, fue reportada diciendo
adiós a sus amigos antes de entrar al primer período de clases cuando sonó el primer
disparo. Según unos testigos, Baker parecía ser un blanco deliberado, Levil se había
agachado para dispararle cuando ella se metió debajo de la mesa.
“Ella gritaba ‘¡Ayúdame, Meg!’, cuando él se agachó y le apuntó con el arma”, dijo
Meghan Norris de penúltimo año. “Pero realmente no supe qué hacer. No sabía qué
estaba sucediendo. Ni siquiera escuché el primer disparo. Y todo pasó tan rápido.
Todo lo que sabía era que la Sra. Flores nos estaba gritando que nos metiéramos
debajo de las mesas y nos cubriéramos la cabeza, y eso hicimos. Y justamente me
oculté debajo de la mesa donde estaba Ginny. Y él la atrapó. No le dijo nada en
absoluto. Sólo se inclinó, apuntó el arma a su rostro, le disparó, y se marchó. Estaba
realmente quieta después de que le disparó. Ya no me pedía que la ayudara, y pensé
que estaba muerta. Parecía muerta”.
No se pudo dar con la madre de Baker para que comentara al respecto. Su padre,
quien vive en Florida, describe el incidente como “la peor clase de tragedia que un
padre podría imaginar”. Agregó que regresará a la región central de EEUU para
ayudar a Baker a pasar por la extensiva cirugía plástica que los doctores dicen que se
requerirá para reconstruir su rostro.
—¿Así que tu mamá volvió a trabajar hoy? —preguntó Stacey. Estábamos en la
fila para el almuerzo, llenando nuestras bandejas. Habíamos salido juntas de inglés.
La clase había sido tensa pero soportable. Un par de chicas se pasaban notas de
una a la otra y la silla de Ginny estuvo vacía, pero además de eso las cosas estaban
calmadas.
La Sra. Long, mi profesora de inglés, era una de las pocas que habían firmado la
carta de agradecimiento de parte de la junta del colegio. Sus ojos se pusieron
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medio llorosos cuando entré al salón, pero no dijo nada. Sólo me sonrió y asintió.
Luego dejó que me sentara y comenzó la clase. Gracias a Dios.
—Sí.
—Mi mamá dijo que tu mamá la llamó el otro día sólo para hablar.
—Sabes como es mi mamá —dijo—. Le dijo que ya no quería que nuestra familia
fuera asociada con la tuya. Piensa que tu mamá es una mala madre.
—Wow —dije. Sentí algo extraño en mi estómago. Casi como si me sintiera mal
por mi mamá, lo cual no me había permitido hacer mucho. La culpa me desgarró.
Era mucho más fácil pensar que ella creía que era la peor hija del mundo la cual
había arruinado su vida—. Auch.
Eso definitivamente sonaba como mamá. Aun así, apostaba que después se había
encerrado en su cuarto y había llorado. Ella y la Sra. Brinks habían sido amigas por
quince años. Ambas estábamos calladas. No sé qué le pasaba a Stacey, pero para mí
volvía a ser ese estúpido nudo en mi garganta el que no me dejaba hablar.
Tomamos nuestras bandejas y pagamos por la comida, luego fuimos al Cafetín para
buscar asiento y comer nuestros almuerzos.
Normalmente esto sería algo que haría sin pensar. Antes del año pasado, Stacey y
yo tomaríamos nuestras bandejas e iríamos a la parte más lejana, a la tercera mesa
del fondo. Besaría a Nick y me sentaría entre él y Mason y comeríamos todos
juntos, riendo, quejándonos, destruyendo servilletas, lo que fuera.
Stacey caminó enfrente de mí, deteniéndose para tomar ketchup del kiosco de
aderezos. También tomé una tacita de ketchup aunque no tenía nada a qué ponerle
ketchup. Sólo estaba tratando de no mirar alrededor y ver cuántos rostros se
dirigían a mí. Tenía la idea que eran más que unos pocos. Ella tomó su bandeja,
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como si no supiera que estaba detrás, y la seguí. Quizás era por hábito, pero
probablemente era más porque no sabía qué otra cosa hacer.
Efectivamente, la pandilla estaba sentada en la mesa del fondo. David estaba allí.
También Mason. Duce. Bridget. Y el hermanastro de Bridget, Joey. David nos miró,
saludó a Stacey con la mano, y luego como que se fue marchitando mientras sus
ojos se posaban en mí. Me dio un saludo poco afectivo que murió a mitad de
camino. Lucía muy incómodo.
Stacey apoyó su bandeja en el último lugar libre de la mesa, entre Duce y David.
Inmediatamente Duce comenzó a conversar con ella —algo acerca de YouTube—
y comenzó a reírse con él, chillando.
—¡Oh, sí! ¡Lo vi! —Me quedé allí parada a unos pocos pasos de distancia de la
mesa, sin saber qué hacer.
—Oh, sí —dijo Stacey, mirándome. Tenía una mirada casi de sorpresa, como si no
se hubiera dado cuenta de que la había estado siguiendo. Como si no hubiéramos
caminado juntas en la fila para el almuerzo. Como si no me hubiera hablado. Miró a
Duce y luego a mí—. Sí, Em… —Apretó sus labios—. Val… supongo que nos
quedamos sin sillas. —Duce la rodeó con su brazo y nuevamente esa sonrisita de
superioridad se posó sobre sus labios.
David comenzó a pararse como si se estuviera levantando para buscarme una silla
o para darme la suya. Él no estaba comiendo. Casi nunca lo hacía.
Duce pateó la silla de David, exaltándolo. No miró a David cuando lo hizo, pero
David se detuvo y se volvió a sentar. Levantó los hombros como con timidez y
volvió a mirar la mesa, tan lejos de mí como podía. Duce comenzó a hablarle a
Stacey nuevamente, muy cerca de su oído. Ella soltó una risita. Incluso David se
veía absorto por algo que decía Bridget. Era como que, sin Nick, la “familia” me
hubiera desterrado. O quizás yo misma me había desterrado; no lo sé.
Lo que en realidad quise decir era que me escabulliría y me iría a sentar sola afuera
en algún lugar donde nadie me molestara y, más importante, donde yo no
molestara a nadie. Era lo mejor, de verdad. ¿De qué les habría hablado de todas
maneras? Ellos habían pasado el verano viviendo sus vidas. Yo había pasado el mío
luchando desesperadamente para construir una nueva.
Me di la vuelta y miré la cafetería. Era raro, todo parecía como antes. Los mismos
chicos se sentaban juntos. Las mismas chicas delgadas comían las mismas
ensaladas. Los deportistas subían su ingesta de proteínas. Los mismos nerds
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invisibles en una esquina. El ruido era ensordecedor. El Sr. Cavitt deambulaba por
las mesas gritando: “Las manos sobre la mesa, niños. ¡Manos sobre la mesa!”
Presioné mi espalda en la pared justo fuera del Cafetín, eché mi cabeza hacia atrás,
y cerré los ojos. Dejé salir un suspiro profundo. Estaba sudando y mis manos
comenzaban a sentirse frías alrededor de la bandeja. No tenía hambre en absoluto
y deseaba que este día se terminara. Lentamente me hundí en el piso y puse la
bandeja en el suelo frente a mí. Resté mis codos en las rodillas y dejé caer la cabeza
en mis manos.
En mi cabeza regresé al único lugar seguro que conocía: Nick. Recordaba estar
sentada en el piso de su habitación, con un joystick en la mano, gritándole.
—Más te vale no dejarme ganar. Maldición, Nick, me estás dejando ganar. ¡Basta!
Y él haciendo esa cosa que hacía con su boca cuando se ponía insoportable;
sacando su lengua ligeramente para un costado, con una sonrisa en la boca,
soltando una risita cada unos segundos.
—Nick, dije que te detengas. De verdad, no me dejes ganar. Odio cuando haces eso.
Es insultante.
Más risa cada pocos segundos y luego una furiosa abatida, perdiendo a propósito el
juego que estábamos jugando.
—¿Qué? —dijo—. ¿Qué? Ganaste justa y honestamente. Además, eres sólo una
chica. Necesitabas ayuda.
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—¡Oh no! No lo hagas, gran bestia —continuaba diciendo en esta voz alta y burlona
entre risas—. Auch, me estás lastimando.
—Está bien que alguien te deje ganar a veces, ¿sabes? —dijo, poniéndose serio—.
No siempre tenemos que ser los perdedores, Valerie. Ellos quizás quieran hacernos
sentir de esa manera, pero no lo somos. A veces logramos ganar también.
Jessica Campbell estaba parada frente a mí, su rostro no mostraba emoción alguna.
Estaba vestida con su uniforme de voleibol y su cabello en una coleta.
La última vez que había visto a Jessica Campbell, estaba asustada frente a Nick, sus
manos cubriendo su rostro. Gritando. Con todas sus fuerzas. Casi delirando por el
miedo. Sin embargo, todos los que estaban en el Cafetín sentían lo mismo.
Recordaba que tenía una mancha de sangre sobre su jeans y algo de comida en su
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cabello. Desde entonces había pensado cuán irónico era que fuera la persona más
indigna que había visto en mi vida, pero no me iba a jactar de eso por lo que había
sucedido. Realmente debería haber disfrutado verla así, pero no podía porque era
horrible.
—¿Qué? —dije.
Señaló el Cafetín.
—Puedes comer el almuerzo en mi mesa si quieres —dijo. Aún sin una sonrisa, sin
fruncir el ceño, ninguna emoción en su rostro. Me sentí como en una trampa. De
ninguna manera Jessica Campbell me estaba preguntando seriamente si quería
sentarme con ella. Me estaba tendiendo una trampa, lo sabía.
—¿Segura? Porque sólo estamos Sarah y yo allí, y Sarah está trabajando en alguna
clase de investigación para Física de todas formas. Ni siquiera sabrá que estás allí.
Miré más allá de ella hacia la mesa donde normalmente se sentaba. Seguro, Sarah
estaba sentada allí, su cabeza inclinada a un cuaderno, pero también había otros
diez chicos. Todos del grupo de Jessica. Dudaba seriamente que ellos no fueran a
notar que estaba allí. No era tonta. Y tampoco estaba desesperada.
Asentí.
—Lo recordaré.
—Supongo.
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Ah, así que ahí estaba. Aquí es donde ella me insulta, me dice que no soy querida,
se burla de mí. Sentí que comenzaba a construirse una muralla familiar en mi
interior.
Mira lo que realmente hay allí, Valerie, dijo la voz del Dr. Hieler en mi cabeza.
Tomé mi mochila y saqué mi cuaderno y un lápiz. Miré a los chicos adentro. Los
observé hacer lo que normalmente hacían y los dibujé haciéndolo, una manada de
lobos inclinados sobre sus bandejas, sus largos hocicos gruñendo, burlándose y
riendo. Excepto Jessica. Su cara de lobo me miraba delicadamente. Estaba casi
sorprendida de mirar lo que había dibujado y ver que su cara de lobo se parecía
más a la de un cachorro.
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Traducido por TwistedGirl
Pero entonces Nick se fue corriendo y Willa cayó de rodillas junto a Christy y le dio
la vuelta, y ahí estaba toda esa sangre. Estaba por todas partes. Christy aún estaba
respirando, pero sonaba realmente mal, como si estuviera tratando de respirar a
través de un cuenco lleno de pudín o algo así. Willa estaba tomando las manos de
Christy y le decía una y otra vez que ella iba a estar bien.
—Yo tengo mi celular —dijo Rachel Tarvin. Estaba de pie justo detrás de Willa y
estaba increíblemente tranquila, como si lidiara con disparos todos los días.
Rachel sacó el celular del bolsillo de sus jeans y lo abrió. Comenzó a presionar los
números cuando hubo otro fuerte disparo seguido por más gritos. Seguido por
otros dos fuertes disparos. Y entonces tres más.
Una multitud de chicos surgió en nuestra dirección y salté, temiendo ser aplastada
por ellos.
—No nos dejen —gritó Willa—. Ella va a morir. No se pueden ir. Necesito ayuda.
¡Ayuda!
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darme cuenta. Ahora Christy, parecía estar a una distancia imposible. Además
ahora podía ver algo peor.
Por la mesa del Consejo Estudiantil había sangre. Y vi dos cuerpos bajo la mesa,
ellos no se movían. Más allá, vi a Nick volcando mesas y sillas. De vez en cuando se
agachaba y miraba bajo una mesa, entonces sacaba a alguna persona y hablaba con
ella, agitando el arma ante su rostro. Entonces habría otro de esos disparos y más
gritos.
Empecé a juntarlo todo. Nick. El arma. Los disparos. Los gritos. Mi cerebro se
seguía moviendo en cámara lenta, pero estaba empezando a ganar velocidad. No
tenía sentido para mí. Pero entonces, tal vez sí lo tenía. De cierta forma, nosotros
habíamos hablado de esto.
—Sí —dije, limpiando los restos del pulidor de uñas del dedo de mi pie—. ¿Alocado,
no?
—¿Oíste la mierda que los medios estaban diciendo sobre los tipos que lo hicieron
y como no hubo señales de advertencia?
—Siguen diciendo que los tipos eran realmente populares y que todos los amaban,
y que no eran solitarios y todo ese tipo de cosas. Qué tontería.
—Sí.
—¿Hacer qué?
Me mordí el dedo y leí la leyenda de una foto de Cameron Díaz en la revista. Algo
sobre el bolso que llevaba.
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—Supongo —murmuré, volviendo a pasar las hojas—. Quiero decir, no soy popular
ni nada de eso, por lo que en realidad no sería lo mismo.
—Sí. Tienes razón. Pero yo podría hacerlo. Realmente podría volarme a esa gente.
No sería una sorpresa para nadie.
—No. —Estaba diciendo mientras chocaba contra los chicos en el camino—. No.
Espera...
Se oyeron otros tres o cuatro disparos, arrancando mi atención del chico muerto.
—¡Nick! —grité.
—¿Dónde está? —gritó Nick. Varios de los estudiantes detrás del Sr. Kline dieron
chillidos llorosos y se apretaron más entre ellos.
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—Viejo, baja la pistola —dijo el Sr. Kline. Su voz era temblorosa, aunque daba la
impresión que estaba haciendo su mejor esfuerzo para mantenerla estable—. Sólo
bájala y hablaremos.
Nick maldijo y pateó una silla. Esta voló a las piernas del Sr. Kline, pero él no se
movió. Ni siquiera se inmutó.
—¿Dónde está?
—¡Cállate! ¡Cierra la maldita boca! ¡Dime dónde está la perra de Tenille, maldita
sea, o volaré tu maldita cabeza!
Traté de correr más rápido, pero mis piernas se sentían como goma.
—Hombre, no sé dónde está. ¿No escuchas las sirenas? La policía ya está aquí. Se
acabó. Sólo baja la pistola y te ahorrarás…
Otro disparo llenó el aire. Mis ojos se cerraron instintivamente. Y cuando los volví a
abrir, vi al Sr. Kline cayendo al piso, sus brazos seguían extendidos. Cayó en esa
posición, y luego se arrugó sobre uno de sus costados. No estaba segura del lugar
exacto donde había sido impactado, pero sus ojos tenían una mala expresión en
ellos, como si él ya no estuviera viendo la cafetería.
Me quedé inmóvil, mis oídos estaban tapados por el ruido de la pistola, mis ojos
ardían, mi garganta estaba irritada. No dije nada. No hice nada. Tan sólo me quedé
mirando al Sr. Kline tendido sobre su costado, temblando.
Los chicos que se habían estado escondiendo detrás del Sr. Kline, en ese momento
quedaron atrapados entre Nick y la pared detrás de ellos. Eran unos seis o siete,
seguían acurrucados entre ellos y hacían ruidos de cachorros. En la parte posterior
del grupo estaba Jessica Campbell. Estaba doblada por la cintura, más o menos en
cuclillas, su trasero presionando contra la pared. Su cabello estaba recogido en una
coleta, pero se había salido de la banda elástica y estaba cayendo sobre su rostro.
Estaba temblando tanto que sus dientes castañeaban.
Había estado muy cerca del último disparo y mis oídos estaban ensordecidos. No
podía escuchar lo que Nick estaba diciendo, pero parte de ello sonaba como
“apártate” o “desaparece” y estaba agitando su arma. Los chicos se resistieron en
un principio, pero él disparó golpeando a Lin Yong en el brazo y todos se
dispersaron, arrastrando a Lin con ellos, dejando a Jessica sola acurrucada contra
la pared.
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Y lo supe. En ese momento supe lo que él iba a hacer. Mi audición seguía estando
nublada, pero no tanto como para que no pudiera oírlo gritarle, y ella gritando y
llorando a nadie en particular. Su boca estaba ampliamente abierta y tenía los ojos
cerrados.
Oh, Dios Mío. Pensé. La Lista. Él está encargándose de la gente que está en la Lista de
Odio. Empecé a avanzar de nuevo, sólo que esta vez era como si estuviera
corriendo a través de la arena. Mis pies se sentían pesados y cansados, mi pecho se
sentía como si alguien hubiera amarrado algo a su alrededor, sacándome el aliento
y arrastrándome hacia atrás, todo al mismo tiempo.
Nick volvió a empezar a levantar el arma. Jessica se cubrió el rostro con las manos
y se agachó contra la pared. No iba a llegar a tiempo.
—¡Nick! —grité.
Se volvió hacia mí, seguía sosteniendo el arma enfrente de él. Estaba sonriendo. Sin
importar los otros recuerdos que tenga de Nick Levil en mi vida, probablemente
una de las cosas que más recordaré es la sonrisa que tenía en el rostro cuando se
dio la vuelta. Era una especie de sonrisa inhumana. Pero en alguna parte —en
algún lugar de sus ojos—, juro que vi verdadero afecto. Como si el Nick que conocía,
estuviera en algún lugar de su interior, rogando que lo dejaran salir.
Tuvo una mirada curiosa en su rostro. La sonrisa se quedó, pero parecía como si no
entendiera por qué estaba corriendo hacia él. Como si fuera yo la que tuviera un
problema o algo parecido. Me miró con esa sonrisa de sorpresa, y no pude
escucharlo bien; pero estoy bastante segura de que dijo algo como:
Lo que me retrasó un poco, porque no podía recordar nada acerca de algún plan.
Además, cuando lo dijo, tenía esa mirada lejana en los ojos que era realmente
espeluznante, como si estuviera totalmente ausente de lo que estaba pasando en el
Cafetín. No se parecía en nada a sí mismo.
Negó con la cabeza un poco, como si fuera tan tonta por haber olvidado el supuesto
“plan” y su sonrisa se ensanchó. Se giró hacia Jessica y al mismo tiempo volvió a
levantar la pistola.
Esta vez me abalancé sobre él, mi único pensamiento era: No puedo ver que Jessica
Campbell muera justo enfrente de mí.
Creo que tropecé con el Sr. Kline. En realidad, sé que lo hice porque la cámara de
seguridad muestra que lo hice. Así que me tropecé con el Sr. Kline y me abalancé
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sobre Nick. Los dos tropezamos varios pasos juntos, y hubo otro de esos disparos y
sentí que el piso del Cafetín se desvanecía bajo mis pies.
Todo lo que supe en ese momento era que estaba acostada bajo una mesa a
aproximadamente un metro del Sr. Kline y que Nick estaba viendo el arma en su
mano con una mirada seria, mucho más sorprendido y estaba tan lejos de mí que
no estaba segura de cómo había llegado tan lejos en tan poco tiempo. Y que ahora
Jessica Campbell no seguía estando parada enfrente de la pared y pensé que podía
alcanzar a verla salir corriendo hacia la multitud de chicos que estaban en las
puertas del Cafetín.
Y entonces pienso que sentí más que ver, pero que definitivamente también vi, un
flujo de sangre brotando de mi muslo, muy rojo y espeso. Y traté de decir algo a
Nick —no recuerdo qué— y creo que levanté la cabeza como si fuera a ponerme de
pie. Nick miró la pistola y luego a mí, y sus ojos estaban vidriosos. Y entonces toda
esa niebla gris apareció detrás de mis ojos y me sentí más y más ligera o tal vez
más y más pesada y luego todo se volvió negro.
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Aunque los estudiantes están disgustados por la pérdida de Kline, pocos han
expresado sorpresa por la forma en que murió… como un héroe. Le dispararon en el
pecho mientras protegía a varios estudiantes y trataba de hablar con Levil para que
bajara el arma, Kline estaba “apenas resistiendo”, de acuerdo con los paramédicos
que llegaron a la escena. Luego fue declarado muerto en el Hospital General del
condado de Garvin. Kline no parecía ser un objetivo directo de Levil, sino que fue
disparado más bien en el calor del momento.
Él deja a su esposa, Renee, y a sus tres hijos. La Sra. Kline le dijo a los reporteros:
“Nick Levil le robó a mis hijos un futuro con su padre y personalmente me alegro de
que se suicidara. Él no se merece un futuro después de lo que ha hecho con todas
estas familias”.
El coche de mamá era el primero en la línea y yo no podría haber estado más
agradecida de ver aquel Buick color canela. Prácticamente corrí hacia él cuando
sonó la campana, olvidando todo sobre detenerme en mi casillero por la tarea.
Me deslicé al interior del coche y tomé mi primer verdadero aliento del día. Mamá
me miró, las líneas de expresión se extendieron por su frente. Lucían bastante
profundas, como si hubiera estado trabajando en ellas durante mucho tiempo.
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—¿Cómo te fue? —me preguntó. Podría decir que ella estaba tratando de sonar
brillante y alegre, pero también estaba al borde de la preocupación. Creo que
también había estado trabajando en ello durante mucho tiempo.
—Sí.
—Le dije a su madre. Le dije que no eras responsable de esto. Podrías pensar que
ella me escucharía. Por amor a Dios, ella fue tu líder de la tropa Brownie.
—Mamá, vamos. Ya sabes lo que dijo el Dr. Hieler sobre cómo iba a reaccionar la
gente ante mí.
—Sí, pero los Brinkses deberían ser diferente. Ellos deberían saberlo. No
deberíamos tener que convencerlos. Ustedes crecieron juntas. Criamos a nuestras
chicas juntos.
Ambas estuvimos en silencio por el resto del camino a casa. Mamá acomodó el
coche en el garaje y lo apagó. Luego apoyó la frente contra el volante y cerró sus
ojos.
No estaba segura de qué hacer. No pensé que fuera apropiado sólo salir del coche y
abandonarla. Pero tampoco creí que necesitara hablar. Parecía como si hubiera
tenido un infierno de día.
—Stacey me dijo que hablaste con su mamá —Ella no respondió—. Dijo que le
habías dicho a su madre que le dieran en el trasero. —Mamá rió en silencio.
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—Bueno, sabes cómo puede ser Lorraine. Muy engreída. He querido decirle que le
dieran en el trasero durante mucho tiempo. —Ella volvió a reír en silencio, y luego
rió tontamente, con sus ojos todavía cerrados y su cabeza todavía en el volante—.
Ésta fue sólo mi primera oportunidad. Se sintió bastante bien.
Me echó un vistazo con un ojo y luego comenzó a reírse más fuerte. No podía
evitarlo; al poco tiempo, también me estuve riendo. Antes de darme cuenta ambas
aullábamos en el asiento delantero del coche en el garaje cerrado.
—Lo que realmente dije fue: “que te den en tu gordo y altanero culo, Lorraine” —
Ambas nos reímos más fuerte. Entre las respiraciones, ella dijo—: Y le dije que
Howard flirteó conmigo en la fiesta de la piscina del año pasado.
Jadeé.
—¡Cállate! ¿El padre de Stacey flirteo contigo? ¡Qué asqueroso! Él es todo peludo,
repugnante y viejo.
Ella sacudió su cabeza, casi sin poder respirar lo suficiente como para hablar.
—Yo sólo lo… inventé. Dios, desearía... poder haber estado allí cuando... ella lo
acusó de ello.
Entonces, nos hundimos hacia atrás en el asiento y aullamos por lo que pareció una
eternidad. No podía recordar haber reído de esa manera. La risa se sentía extraña
en mi boca. Casi tenía sabor.
—Eres mala —dije por fin, una vez que comenzamos a tomar el aliento de nuevo—.
Me encanta, pero eres mala.
Ella volvió a sacudir su cabeza, secándose los ojos con sus dedos meñiques.
—Creo que no puedes culparlos. Parecía culpable. No tienes que dar la cara por mí,
mamá. Estaré bien.
—Pero ellos tienen que entender que Nick fue el que hizo esto, cariño. Él es el
malo. Te lo he estado diciendo durante años. Eres tan bonita… realmente tu lugar
es al lado de un buen chico. No un chico como Nick. Nunca debiste haber estado
junto a un chico como Nick.
Rodé mis ojos. Oh Dios, aquí vamos otra vez. Mamá diciéndome que Nick era malo
para mí. Diciéndome que no debo andar con chicos como él. También me decía que
había algo mal en Nick, que podía verlo en sus ojos. Aparentemente olvidaba que
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Nick estaba muerto y que ella no tenía que darme lecciones sobre cuán malo era
porque de todos modos ya no importa.
Alcancé la manija.
—No de nuevo. En serio, mamá. Está muerto. ¿Podemos seguir adelante? —Abrí la
puerta y salí, tirando mi mochila detrás de mí. Hice una mueca cuando puse el peso
sobre mi pierna.
Mamá luchó por salir de su cinturón de seguridad y salió del coche por el otro lado.
—No estoy peleando contigo, Valerie —dijo—. Es sólo que quiero verte feliz.
Nunca eres feliz. El Dr. Hieler sugirió...
Mi instinto era darle una mirada de odio. De decirle lo que sabía acerca de la
felicidad, lo cual era que nunca sabes cuándo puede llegar a convertirse en terror.
Que nunca permanece a tu alrededor. Que no había conocido la felicidad por un
largo tiempo, antes de que Nick entrara a mi vida, que ella y papá deberían saber
porqué. Que, por cierto, tampoco ella nunca fue feliz, en caso de que no lo haya
notado. Pero al ver su mirada en mí por encima del coche en su traje arrugado, con
lágrimas en sus ojos y su rostro aún enrojecido por la risa, decirle todas esas cosas
solamente me harían sentir cruel. Aunque sé que son ciertas.
—¿Por qué no puede simplemente pasar por su cabeza que Nick está muerto y que
ya puede dejar de molestarme por él? ¿Por qué tiene que darme lecciones todo el
tiempo?
—Es probable que tema que resultes como ella y que te cases con alguien que no
puedes soportar —dijo.
Comencé a decir algo más, pero oí la puerta del garaje repiquetear y supe que
mamá estaba entrando. Me moví furtivamente escaleras arriba hacia mi habitación.
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Frankie probablemente tenía razón. Mamá y papá eran cualquier cosa excepto
felices. Antes del último mayo ellos habían estado a punto de conseguir un
divorcio, lo que habría sido una completa bendición. Frankie y yo estábamos casi
vertiginosos por el pensamiento de que toda la lucha llegara a su fin.
Pero el tiroteo, mientras que pudo haber desgarrado a un sin número de familias,
irónicamente volvió a juntar a la mía. Ellos dijeron que estaban “asustados de
romper aún más a la familia en un momento de tensión extrema como éste”, pero
sabía la verdad:
2) Mi madre tenía un trabajo, pero nada que ver con el trabajo de papá. Mamá
hacía dinero, pero no tanto dinero. Y todos sabíamos que algunas cuentas
psiquiátricas importantes estaban debajo del montón.
Frankie y yo estábamos yendo con su relación, que era usualmente una cortés
inferencia, pero a veces burbujeaba dentro de la hostilidad que nos hacía a ambos
querer tirar sus cosas en bolsas de basura y comprarles boletos de avión a
cualquier sitio excepto aquí.
Recogí un vaso que había estado en mi mesita de noche, como, por siempre y lo
apilé en la parte superior de un plato. Estiré la mano y arrugué una servilleta que
había dejado cerca y la metí en el vaso.
Tuve este sentimiento breve de que tal vez debería limpiarlo todo. Partir de cero.
Hacer una propia Gran Liberación de Valerie. Pero exploré la ropa arrugada en el
suelo, los libros arrojados a un lado de la cama, el televisor con la pantalla
manchada y sucia, y me detuve en el lugar. Parecía demasiado trabajo, limpiar mi
pena.
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tiroteo, Frankie realmente no existía mucho. Sin toque de queda, nada de tareas, ni
límites. Mamá y papá siempre estaban demasiado ocupados combatiendo entre sí y
preocupándose por mí para recordar que había otro chico por el cual preocuparse.
No sabía si debía sentirme muy celosa de Frankie por esto, o realmente
lamentarme por él. Tal vez ambas cosas.
Volví a meter la mano en mi mochila y saqué un lápiz. Mordí la goma de borrar por
un momento, mirando la imagen que había comenzado de la Sra. Tennille. Ella se
veía tan triste. ¿Acaso no era gracioso que no hace mucho tiempo hubiera dicho
que quería que Tennille se sintiera triste? La odiaba. Pero hoy, al ver lo triste que
estaba, me sentí horrible. Me sentí responsable. Quería que ella sonriera, y me
pregunté si sonrió cuando llegó a casa y sostuvo a sus hijos o si ella llegó a casa y se
recostó en su sillón reclinable con un vodka y bebió hasta que no pudo escuchar
más los disparos.
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PARTE
DOS
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Cuando volví a abrir los ojos, estaba realmente sorprendida al ver que no estaba
durmiendo en mi cama, despertándome para comenzar un nuevo día en la escuela.
Esa es la forma en que se supone que funciona, ¿verdad? Se supone que Nick iba a
llamarme y yo iba a irme a la escuela, odiando cada minuto de ella,
preocupándome porque él y Jeremy estuviesen en el Lago Azul haciendo Dios sabe
qué, y agonizando porque Nick iba a romper conmigo, consiguiendo que Christy
Bruter me molestara en el autobús. Se suponía que debía despertarme, y los restos
que pudiera recordar acerca de Nick disparando en el Cafetín debían ser un sueño,
yéndose a la deriva antes de que pudiera reunir por completo las imágenes en mi
mente.
—Voy a ir a buscar a una enfermera —dijo otra voz. La de mi padre. Ésa era fácil.
La voz era tensa, forzada y seca. Al igual que papá. Él también apareció en mi
escena imaginaria, en el fondo, flotando fuera de la vista. Estaba tecleando algo en
su IPAD y tenía un teléfono celular entre su hombro y su oreja. Salió de la escena
con la misma rapidez que entró, y ahora sólo quedaba Frankie, que me volvía a
mirar.
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Se abrieron ante Frankie, de pie al final de mi cama, al lado de los dedos de mis
pies. Sólo que no era mi cama, era una extraña, con ásperas sábanas blancas y una
manta de color marrón que parecía harina de avena. Él tenía el cabello
completamente lacio y tuve que tomarme un minuto para tratar de aclarar mi
mente, porque sinceramente no podía recordar la última vez que había visto a
Frankie con el pelo lacio. Me costó bastante trabajo empatar el rostro de catorce
años de Frankie con en el cabello de once años de Frankie. Tuve que parpadear
varias veces antes de que pudiera darle sentido.
—Frankie —le dije, pero antes de que pudiera decir algo más, mi atención se
distrajo con una especie de lloriqueo a mi derecha. Giré lentamente la cabeza. Mi
madre estaba allí, sentada en una silla tapizada de color rosa. Sus piernas estaban
cruzadas por las rodillas y tenía un codo apoyado sobre ellas. En esa mano tenía un
pañuelo arrugado que seguía usando para secarse la nariz.
Me miré a mí misma y me pregunté por qué pensaría ella que podría no sentirme
bien. Me revisé y todo parecía estar allí, incluyendo varios cables que normalmente
no hacían parte de mi cuerpo. Todavía no estaba segura de por qué razón me
encontraba allí, pero sabía que tenía que ser algo a lo que iba a poder sobrevivir.
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De alguna manera me había lastimado la pierna —eso era lo que podía deducir de
la sorda punzada que venía de debajo de la sábana—. Sin embargo, la pierna
todavía parecía estar allí, así que sabía que no había mucho por qué preocuparse.
—Mamá —le dije una vez más, deseando poder pensar en otra cosa que decir. Algo
más importante. Mi garganta estaba adolorida y se sentía hinchada. Traté de
aclararla, pero descubrí que también estaba seca, y lo único que podía hacer era un
poco de ruido chirriante que no ayudo en nada para mejorarme—. ¿Qué pasó?
Una enfermera con una bata rosa revoloteaba detrás de mamá, se movió hacia una
pequeña mesa y cogió un vaso de plástico con un pitillo colgando por uno de sus
bordes. Ella se lo entregó a mamá. Mamá lo sostuvo, lo miró como si nunca antes
hubiera visto un artefacto como ése, y luego miró por encima del hombro a uno de
los agentes de la policía, que se había alejado de la televisión y estaba mirándome,
con los dedos enganchados en su cinturón.
—Le han disparado —dijo claramente el oficial por encima del hombro de mamá y
vi a mamá hacer algún tipo de mueca de dolor cuando él lo dijo, aunque ella
todavía estaba dándole la cara a él, no a mí, y yo no podía ver su rostro con
exactitud—. Nick Levil le disparó.
—Pero ése es el nombre de mi novio —le dije. Más tarde me daría cuenta de lo
estúpido que eso había sonado, e incluso podría estar un poco avergonzada por
ello. Pero en ese momento, simplemente no tenía sentido, más que nada porque
aún no había encajado las piezas del rompecabezas y también porque estaba
saliendo de la anestesia, y probablemente siquiera un poco, porque mi cerebro no
quería que yo recordara todo de inmediato.
Una vez vi un documental sobre las diferentes cosas que haría el cerebro para
protegerse a sí mismo. Como cuando un niño es víctima de abuso y termina con
personalidades múltiples y cosas así por el estilo. Creo que mi cerebro estaba
haciendo eso —protegiéndome— pero no lo hizo por mucho tiempo. No por el
tiempo suficiente, de todos modos.
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Frankie no dijo nada, sólo apretó la mandíbula en una pose enfadada, y meneó la
cabeza. Su rostro estaba muy rojo.
—¿La escuela?
—Valerie, te estoy hablando. Enfermera, ¿ella está bien? ¿Valerie? ¿Puedes oírme?
Jesús, ¡Ted, haz algo!
—¡Más que estar allí parado! Ésta es tú familia, Ted, por amor de Dios, ¡es tu hija!
¡Valerie, respóndeme! ¡Val!
Pero no podía apartar los ojos de la pantalla del televisor, la que veía y al mismo
tiempo no veía.
Nick. Le disparó a la gente. Le disparó a Christy Bruter. El señor Kline. Oh, Dios, él
les disparó. Realmente lo hizo. Yo lo vi y él les disparó. Me disparó...
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—Enfermera, creo que está sufriendo. Creo que tiene que darle algo para el dolor.
Ted, has que le hagan algo para el dolor. —Y me di vagamente cuenta, a través de
un asombro transparente, de que ella también estaba llorando. Llorando, por lo
que sus órdenes tomaron este tipo de brusquedad frenética, de modo que sus
palabras salían con dificultad y eran desesperadas.
Por el rabillo del ojo, vi que mi padre venía tras de ella y la agarraba por los
hombros y la alejaba de la cama. Ella se fue a regañadientes, pero se fue, y enterró
la cara en el pecho de mi papá, y ambos salieron de la habitación. Podía escuchar
sus ásperos ladridos desvaneciéndose por el pasillo.
Lloré hasta que me dolía el estómago y estaba bastante segura de que iba a
vomitar. Mis ojos se sentían como si tuvieran arena y mi nariz estaba
completamente tapada. Incluso, lloré un poco después de eso. No puedo decir lo
que estaba pasando por mi mente con todo ese llanto; sólo que era turbio y oscuro
y odioso y lamentable y miserable, todo a la misma vez. Sólo que quería a Nick y
que quería no volver a verlo nunca jamás. Sólo que quería a mi mamá y tampoco
quería volver a verla nunca jamás. Sólo que sabía que, en algún lugar más allá en
los recovecos de mi mente, que mi cerebro se mantenía a salvo de sí mismo, que de
alguna manera también era responsable de lo que había ocurrido hoy. Que había
tenido un papel en ello y que esa nunca había sido mi intención. Y que no podía
decir con seguridad que no sería parte de ello si tuviera que hacerlo todo de nuevo.
Y no podía decir con seguridad que lo haría.
Con el tiempo el llanto disminuyó lo suficiente como para que yo pudiera volver a
respirar, algo que no era del todo bueno.
—Si ustedes pudieran salir por unos cuantos minutos. —Ella les dijo a los oficiales.
Ellos asintieron en silencio y salieron de la habitación. Cuando abrieron la puerta
hacia el pasillo, pude oír hablar en voz baja unas voces que pertenecían a mis
padres. Frankie se quedó dónde estaba.
Vomité una vez más, haciendo ruidos desagradables y dejando que desde mi nariz
corrieran hilos de mocos hasta la chata. Contuve el aliento y la enfermera utilizó un
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paño húmedo para limpiarme la cara. Se sentía bien: frío y tranquilizante. Cerré los
ojos y apoyé la cabeza sobre la almohada.
—La náusea es normal después de la anestesia —me dijo la enfermera con una voz
que podría describir como institucional—. Va a disminuir con el tiempo. Mientras
tanto, mantenga esto a la mano. —Me pasó una chata limpia, dobló el paño y lo
puso en mi frente y luego salió de la habitación con sus zapatos silenciosos.
—¿Él está en la cárcel? —le pregunté a Frankie. Pregunta estúpida. Por supuesto
que Nick estaría en la cárcel después de algo como esto.
—Le dispararon. —Lo dije más como una afirmación que como una pregunta y me
sorprendí cuando Frankie volvió a negar con la cabeza.
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"Yo no lo hice"
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De inmediato me sentí atraída por él. Tenía estos ojos oscuros realmente brillantes
y una sonrisa torcida adorable de disculpa, y nunca mostraba los dientes. Como yo,
él no era parte de los populares y, como yo, no quería serlo.
Pero en algún momento alrededor del 6º grado, todo esto pareció cambiar. Empecé
a mirar a mi alrededor y pensé que tal vez no tenía casi nada en común con los
otros niños. Sus familias no parecían miserables como la mía. No podía imaginar
que sintieran la misma sensación gélida en su casa como yo lo hacía, como si
caminaran dentro una tormenta de nieve cuando abrían la puerta principal. En las
reuniones de la escuela, sus papás los llamaban “Panquecito” o “Mi Pequeñita”,
mientras que los míos ni siquiera aparecían. A medida que empecé a dudar en
dónde encajaba, Christy Bruter, mi “esa persona”, ganó impulso en popularidad y
de repente ya no cabía lugar a duda, sólo la verdad: yo no era como ellos.
Así que me gustó la actitud de Nick. Adopté una perspectiva similar de “Me
Importa Una Mierda” y comencé a cortar agujeros en mi “linda” ropa para que se
viera andrajosa, y así perder a la inmaculada Valerie que mis padres querían que
fuera y que últimamente, también habían estado tratando con mucho empeño de
convencerme que era. También había ayudado el hecho de que mamá y papá
morirían si me veían salir con Nick. Ellos tenían esta idea de que yo era la Señorita
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Nick y yo teníamos Algebra juntos. Así es como nos conocimos. A él le gustaban mis
zapatos, los cuales tenían cinta adhesiva alrededor de los dedos, no para
mantenerlos unidos, sino porque quería que se vieran como si se estuvieran
cayendo a pedazos. Así es como empezamos, con él diciendo: “Me gustan tus
zapatos” y yo contestando: “Gracias. Odio el Algebra” y él diciendo: “Yo también”.
—Oye —susurró él más tarde, mientras la Sra. Parr estaba repartiendo hojas
iguales—, ¿no pasas el rato con Stacey?
Asentí con la cabeza, pasando un montón de papeles al chico geek7 detrás de mí.
—¿La conoces?
—Creo que ella toma mi autobús —dijo—. Supongo que parece agradable.
—Eso es genial.
La Sra. Parr nos mandó a callar y nos pusimos hacer nuestros trabajos, pero todos
los días hablábamos antes y después de la clase. Se lo presenté a Stacey y a Duce y
a la pandilla y él encajó con nosotros de inmediato, especialmente con Duce. Pero
era obvio desde el principio que él y yo encajábamos mejor que los demás.
Y entonces, un día estaba teniendo un día realmente horrible y lo único que quería
hacer era vengarme de todos los que estaban haciéndome sentir de esa manera.
Así que tuve esta idea de que escribiría sus nombres en un cuaderno, como si el
cuaderno fuera una especie de muñeco vudú de papel o algo por el estilo. Creo que
tenía esta sensación de que simplemente al escribir sus nombres en el cuaderno
demostraría que eran idiotas y que yo era la víctima.
Así que abrí mi cuaderno rojo de confianza y enumeré todas las líneas de la
columna de la página y comencé a escribir los nombres de las personas, de las
celebridades, de conceptos, de todo lo que odiaba. Al final del tercer periodo tenía
media página completa, con cosas como Christy Bruter y Álgebra… ¡¡¡no puedes
poner letras y números juntos!!! y Hairspray. Y todavía no me sentía realizada, así
7Chico geek: Antes era considerado ‘perdedor o un loser antisocial; sin éxito y con poca
personalidad’. Actualmente, el término se utiliza para referirse a la persona fascinada por la
tecnología y la informática. Sin embargo, los “no geeks” mantienen la primera.
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—No fui allí —le dije, sin levantar la mirada. Estaba ocupada escribiendo Los
problemas maritales de mamá y papá en el cuaderno. Ésa era una de las
importantes. La escribí cuatro veces más.
—Oh —dijo, y luego se quedó en silencio durante un minuto, pero podía sentirlo
mirando por encima de mi hombro—. ¿Qué es eso? —preguntó finalmente, como
riendo.
—Creo que deberías añadir la tarea de hoy a esa lista. Es una mierda. —Miré hacia
atrás y él me estaba sonriendo.
Y así es como comenzó: la infame Lista de Odio. Empezó como una broma. Una
forma de desahogar la frustración. Pero creció convirtiéndose en otra cosa que
nunca me habría podido imaginar.
Creo una vez que pudimos haber tenido esta idea de que la lista se publicaría… que
podríamos hacerle ver al mundo lo horrible que algunas personas podrían ser. Que
reiríamos de últimos contra esas personas, las porristas que me llamaban Hermana
Muerte, y los deportistas que golpeaban a Nick en el pecho en los pasillos cuando
nadie estaba mirando, esos “chicos perfectos” que nadie creería que eran tan malos
como los “chicos malos”. Habíamos hablado de cómo el mundo sería un lugar
mejor con listas como la nuestra alrededor, las personas rendirían cuentas por sus
acciones.
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La lista fue idea mía. Mi invención. La empecé, la continué. Eso comenzó nuestra
amistad y nos mantuvo unidos. Con esta lista, ninguno de los dos estuvo solo nunca
más.
La primera vez que fui a la casa de Nick fue el día en que oficialmente me enamoré
de él. Entramos en su cocina, la cual estaba sucia y descuidada. Oí un televisor en la
distancia y una tos de fumador haciendo eco por encima de su sonido. Nick abrió
una puerta al lado de la cocina y me indicó que lo siguiera por un tramo de
escalones de madera hacia el sótano.
El piso era de cemento, pero había una pequeña alfombra naranja arrojada sobre él,
justo al lado de un colchón, el cual estaba echado en el suelo, sin tenderse. Nick
arrojó su mochila sobre el colchón, y se dejó caer de espaldas en él. Suspiró
profundamente, pasando sus manos sobre sus ojos.
Me giré lentamente en círculo. Vi a una lavadora y una secadora contra una pared,
unas camisas caían de sus esquinas. Una trampa para ratones en la otra esquina.
Algunas cajas de mudanza apiladas contra una pared. Un closet esquinero al lado
de ellas, la ropa se derramaba saliéndose de los cajones abiertos y un surtido de
basura acumulado en la parte superior de la misma.
Mientras me acomodaba en la cama junto a él, noté una caja de plástico entre su
cama y la pared, llena de libros. Caminé de rodillas a través del colchón y tomé uno.
Agarré otro.
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—Sueño de Una Noche de Verano. Romeo y Julieta. Hamlet. Todos estos son de
Shakespeare.
Estudié la cubierta, y luego abrí el libro en una página al azar y leí en voz alta:
—“¡Funesto accidente!
—¡Oh! ¿Y cómo disculparemos una acción tan sangrienta? —dijo Nick, citando la
siguiente línea antes de que tuviera la oportunidad de leerla.
Se encogió de hombros.
—No es nada.
—Bueno, tienes que saber lo que está pasando en la historia para poder entenderlo
—dijo.
Me miró con incertidumbre, respiró hondo y empezó a hablar algo inseguro. Su voz
se hizo más y más animada, cuando me habló acerca de Hamlet y Claudio y Ofelia y
el asesinato y la traición. Respecto a la vacilación de Hamlet, que había sido su
error fatal. Acerca de cómo traicionó por completo a la mujer que amaba. Y
mientras me contaba la historia, citando pasajes acerca de la divinidad como si los
hubiera escrito él mismo, lo supe. Supe que me estaba enamorando de él, de este
muchacho con ropa desgastada y mala actitud que sonreía tímidamente, y citaba a
Shakespeare.
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—Hasta que un día Louis… que es el papá número tres —dijo—, trajo a casa este
libro que había encontrado en alguna venta de garaje. Fue su gran broma. —Nick
sacó Hamlet de mis manos y lo agitó en el aire—. “Me gustaría verte leyendo esto,
Chico Listo” —imitó con voz ronca—. Se echó a reír cuando lo dijo. Pensó que
estaba siendo muy divertido. También lo pensó mi mamá.
—Así que lo leíste para demostrarles que estaban equivocados —dije, hojeando las
páginas de Otelo.
—Al principio —dijo—. Pero entonces. —Se arrastró por la cama hasta mi lado,
recostándose contra la pared justo como yo estaba, mirando por encima de mi
hombro las páginas que yo pasaba. Me gustó el calor de su hombro contra el mío—.
Me empezó a gustar, ¿sabes? Era como armar un rompecabezas o algo así. Además
pensé que era muy divertido porque Louis era demasiado estúpido como para
saber que me había dado un libro donde el padrastro era el tipo malo. —Sacudió la
cabeza—. Idiota.
Se encogió de hombros.
—Así que, háblame sobre éste —dije, y él lo hizo, el control del Playstation quedó
olvidado en el suelo junto a la cama.
Pasé mis primeros días en el hospital recordando ese día. Devanando mis sesos
hasta que recordé cada pequeño detalle. Las sábanas de su cama eran rojas. Su
almohada no tenía una funda puesta. Había una foto enmarcada de una mujer
rubia —su madre— posando en el borde de su tocador. El inodoro del piso de
arriba se vaciaba mientras hablábamos del Rey Lear. Los pasos crujían sobre
nuestras cabezas, cuando su madre iba de la habitación al cuarto de baño a la
cocina. Todos los detalles. Cuanto más recordaba esos detalles, más increíble
encontraba lo que estaban diciendo sobre Nick en las noticias, las cuales encendí
clandestinamente, casi sintiéndome culpable, cuando todos se habían ido a casa
por la noche y estaba sola.
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En primer lugar, porque pasé mucho tiempo durante esos dos días en una especie
de universo alternativo medicado. Es curioso cómo piensas que la peor parte del
dolor cuando recibes un disparo sería justo cuando sucede, pero eso no es cierto.
De hecho, realmente no recuerdo haber sentido nada en el momento en que
sucedió. Miedo, tal vez. Una extraña sensación de pesadez, supongo. Pero no dolor.
El verdadero dolor no comenzó hasta el día siguiente, después de la cirugía,
después de que mi piel, nervios y músculos tuvieron un día para acostumbrarse a
la idea de que algo había cambiado para siempre.
Lloré mucho durante esos dos primeros días, y la mayor parte de mi llanto fue por
querer algo que hiciera que el dolor desapareciera. Esto no era una picadura de
abeja. Dolía como el infierno.
Así que la enfermera, que todavía no me gusta, podría decir, venía de vez en
cuando y me daba una inyección de este medicamento o un trago de aquel otro y lo
siguiente que sabía era que todo el mundo sonaba raro y la habitación se veía toda
borrosa y esas cosas. No sé cuánto de ese tiempo estuve dormida, pero sé que
después de esos primeros dos días cuando dejé de recibir los calmantes
alucinógenos y empecé a recibir los normales, deseé estar dormida con más
frecuencia.
Pero la razón más grande por la cual era difícil poner las piezas juntas era que
simplemente no parecían encajar. Como si mi cerebro no pudiera darle sentido a
todo eso. Sentí como si se me hubiese partido en dos. En realidad, le pregunté a la
enfermera en un momento dado, si era posible que el ruido de la pistola hubiera
hecho algo en mi cerebro, como si lo hubiera revuelto de modo que no pudiera
pensar con claridad. Todo lo que realmente podía pensar era en lo mucho que
quería dormir. Lo mucho que quería estar en un mundo diferente al que estaba.
Ella dijo:
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Mamá se sentaba junto a mi cama constantemente por los dos primeros días, todo
el tiempo vertiendo una emoción u otra sobre mí. En un momento estaba llorando
suavemente con un pañuelo en su palma, sacudiendo la cabeza con tristeza y
llamándome su bebé, y al siguiente era una mujer de rostro enojado, con la boca
fruncida culpándome y diciendo que no podía creer que ella diera a luz a tal
monstruo.
Realmente no tenía mucho que decir a eso. A ella. A cualquiera. Después de que
Frankie me dijera que Nick estaba muerto, que se había pegado un tiro, de alguna
manera sólo me acurruqué como una babosa salada. Me volví sobre un costado y
me acurruqué con mis sábanas y mantas, empujé mis rodillas contra mi pecho lo
mejor que pude con el vendaje y el dolor punzante en mi muslo, y los tubos y
cables que me mantenían atada a la cama. Sólo acurrucada en un ovillo y después
de que mi cuerpo dejó de enrollarse mi alma continuó. Enrollándose, enrollándose,
enrollándose hasta convertirse en algo oprimido, herido, pequeño.
No fue una gran decisión dejar de hablar o algo así. Era sólo que no sabía qué decir.
Sobre todo porque cada vez que abría la boca quería gritar de horror. Todo lo que
podía ver en mi cabeza era Nick, yaciendo muerto en algún lugar. Quería ir a su
funeral. Quería ir a su tumba, por lo menos. Más que todo quería darle un beso,
decirle que lo perdonaba por dispararme.
Pero también quería gritar de horror por el Sr. Kline. Por Abby Dempsey y los otros
a quienes había disparado. Incluso por Christy Bruter. Por mi mamá. Por Frankie. Y,
sí, por mí, también. Pero ninguno de esos sentimientos parecía coincidir, como
cuando estás armando un rompecabezas y dos piezas casi —exasperadamente,
sólo casi— encajan. Puedes empujar las piezas y forzarlas para que se ajusten, pero
incluso después de que se pegan con éxito todavía no se ajustan exactamente, no se
ven del todo bien. Así es como mi cerebro se sentía. Como si estuviera empujando,
uniendo las raras piezas del rompecabezas.
Cuando escuché que la puerta se abría, cerré los ojos rápidamente, porque quería
que quienquiera que fuese pensara que estaba dormida y se retirara para que yo
pudiera seguir pensando en esa noche. Juro que mi mano estaba caliente, como si
Nick estuviera justo allí en ese momento.
8 Laser tag: Juego deportivo que simula un combate entre dos equipos.
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Había un hombre con un traje marrón de pie junto a la cama. Supuse que
probablemente tenía unos cuarenta años, y estaba completamente calvo. No del
tipo de calvicie como si todo su cabello se hubiera caído, sino del tipo de calvicie
cuando se ha perdido bastante de ello como para simplemente afeitarse el resto.
Estaba mascando chicle. No sonreía.
Abrí los ojos, pero no me levanté. Tampoco dije nada. Sólo me limité a mirarlo, con
mi corazón latiendo con fuerza en mi pecho.
—¿Cómo está tu pierna, Valerie? —me dijo—. Puedo llamarte Valerie, ¿verdad?
—Mejor, espero. —Dio un paso atrás y jaló una silla hacía él. Se sentó allí—. Eres
joven. Aunque sea tienes eso de tu lado. Fui herido en el pie hace dos años, por un
adicto al crack, en el centro. Me tomó demasiado recuperarme. Pero soy un
hombre viejo. —Se rió de su propio chiste. Yo parpadeé. Seguía sin moverme, y mi
mano seguía en mi venda.
—Mi madre no tarda en regresar —le dije. No sé por qué lo dije porque era una
completa mentira. No tenía ni idea de cuándo iba a volver mamá. Sólo que me
pareció lo correcto para decir… que un adulto vendría pronto, por lo que
probablemente tenía que dejar sus planes de violación.
—Ella está en el lobby. Ya he hablado con ella —dijo—. Llegará luego. Tal vez
después del almuerzo o algo así. Está hablando con mi colega en este momento.
Puede que se tarde un poco. Tu papá también está allí abajo. En este momento, no
parece estar muy contento contigo.
Parpadeé.
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—Bien —dije. Pensé que eso más o menos lo resumía todo. Bien. Bien, ¿y él cuando
lo ha estado? Bien, ¿y a quién le importa? Bien, ciertamente a mí no. Bien.
Negué con mi cabeza, más que todo porque no podía entender por qué se
encontraba allí.
Supongo que debí haber sabido que esto se avecinaba. Tenía sentido, ¿verdad?
Excepto que en ese momento, nada tenía sentido. El tiroteo no tenía sentido, así
que ¿cómo podía tener sentido que un detective con traje café estuviera sentado en
frente de mi cama?
Estaba aterrada de muerte. No, incluso estaba más asustada que eso. Estaba tan
asustada que sentía frío por todas partes, y no estaba segura de ser capaz de
hablarle de algo.
—Mucha gente murió, Valerie. Tu novio Nick los asesinó. ¿Tienes alguna idea por
qué razón?
Pensé sobre eso. En todo lo que reconstruí de lo que pasó en la escuela, nunca se
me ocurrió pensar el porqué. La respuesta parecía ser muy obvia… Nick odiaba a
esos chicos. Y ellos lo odiaban a él. Ése era el porqué. Odio. Golpes en el pecho.
Apodos. Risas. Comentarios sarcásticos. Ser tirado contra los casilleros cuando
algún idiota pasaba por allí. Ellos lo odiaban y él los odiaba y de alguna manera
terminó así, con todo el mundo muerto.
Recordé una noche cercana a la Navidad. La mamá de Nick le había dejado su carro,
diciéndole que me llevara a pasear. Era raro que tuviéramos ruedas, y ambos
estábamos emocionados de ir a algún lugar al que no se pudiera ir caminando. Nos
decidimos por una película.
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de los asientos. Pero no nos importó. Estábamos muy felices por salir. Me deslicé
hacia el centro del asiento delantero para poder sentarme cerca de él mientras
conducía, algo inseguro, como si fuera su primera vez detrás del volante.
Lo pensé.
Asintió, sonriendo.
—Pero yo no te lo pediría —le dije—. Una comedia. Estoy de ánimo para reír.
—He estado esperando por esto todo el día. Mis padres fueron tan molestos
anoche, juro que pensé que me iba a volver loca.
Chris Summers estaba caminando al lado de nuestro coche, con una bebida gigante
en su mano. Estaba con sus amigos, y estaban tonteando, como siempre. Cruzaron
el estacionamiento justo enfrente de nosotros haciendo que Nick pisara el freno
fuertemente.
—¡Lindo carro, fenómeno! —dijo y luego ladeó su brazo y lanzó la bebida gigante
en el parabrisas. La tapa se abrió y la soda y el hielo salpicaron por todas partes,
dejando marcas de espuma mientras se deslizaban hacia abajo, sobre el capó del
coche.
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—¡Idiota! —grité, aún cuando Chris y sus amigos se habían ido y estaban pasando
por la entrada del cine. Varios chicos en el césped habían mirado y también se
estaban riendo—. ¡Eres tan idiota! —volví a gritar—. ¡Te crees muy cool, pero sólo
eres un estúpido! —Dejé que unos insultos más volaran, concentrando mi mirada
en la gente que estaba riendo, incluyendo a Jessica Campbell, quien estaba parada
con su grupo de amigas, sus manos sobre sus bocas abiertas, riendo—. ¡Dios! —
dije finalmente, recostándome otra vez en mi silla—. Me pregunto si perdió su
cerebro, ¿sabes?
Pero Nick no me respondió. Estaba sentado sin moverse, sus manos a las diez y dos
en el volante, la soda haciendo espuma en el capó. Me incliné hacía él. Su cara, que
hace unos minutos estaba sonriendo, había decaído por completo. Casi marchita.
En sus mejillas había brillantes manchas rojas y su mandíbula estaba temblando.
Casi podía sentir la vergüenza y la decepción que irradiaba de él, casi podía verlo
arrugándose en la derrota ante mis ojos. Me asustó. Normalmente, Nick se ponía
bravo y se defendía. Pero esta vez se veía como si quisiera llorar.
Pero Nick seguía sin decir nada, no hizo ningún movimiento, aún cuando los carros
de atrás estaban tocando la bocina.
Lo observé por otro minuto, oyendo su voz en mi cabeza: A veces también tenemos
que ganar, Valerie, había dicho. No esta noche, pensé. Está noche seguimos siendo los
perdedores.
—Sabes —le dije—, no estoy de humor para una película. Sólo consigamos algo de
comer. Volvamos a tu casa. Podemos ver la TV.
Me miró con sus labios en una apretada línea y sus ojos aguados. Asintió
lentamente, luego prendió el limpiaparabrisas, que hizo que el vaso volara y la
soda desapareciera, como si no nos hubiera arruinado la noche.
—Lo siento —me dijo con una voz entrecortada que apenas se podía oír. Luego
puso el motor en marcha y lentamente salimos del estacionamiento como un perro
apaleado.
Pero sentada en la cama del hospital, no parecía que eso fuera realmente lo que el
detective quería escuchar. Él no quería saber sobre Nick. Él solo quería saber sobre
el autor del crimen.
—¿Quieres adivinar?
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Me encogí de hombros.
—No sabría qué decir. Nick lo sabría. Pero no le puede preguntar porque está
muerto. Tal vez, puede que Jeremy lo sepa.
—¿Ese sería Jeremy Watson? De, uh… —Miró algunas notas de una libreta que
había sacado de la nada—. ¿Lowcrest? —dijo.
—Supongo —le dije. Me di cuenta que no tenía ni idea del apellido de Jeremy o de
dónde vivía. Lo único que sabía era que era amigo de Nick y que fue el último en
hablar con Nick antes de que todo sucediera—. Realmente no conozco bien a
Jeremy.
Las cejas del detective se subieron un poco, como si de alguna manera esperara
que yo fuera una de las mejores amigas de Jeremy o algo así.
—Realmente nunca llegue a conocerlo —le dije—. Sólo sabía que Nick salía con él.
—Hm. Eso es gracioso, porque los padres de Jeremy sí sabían mucho de ti. Sabían
tu nombre y apellido. Sabían dónde vivías. Me dijeron que te buscara si quería
respuestas.
—¿Cómo es que sabían algo sobre mí? —Me levanté sobre los codos—. Ni siquiera
los conozco.
—Tal vez Nick hablaba mucho de ti. ¿Esto fue planeado, Valerie? ¿Nick y tú habían
planeado juntos el tiroteo?
—Tenemos una docena de testigos que dijeron que las palabras de Nick antes de
dispararte fueron: “¿No recuerdas nuestro plan?” ¿No tienes ni idea de que plan
hablaba?
—No.
Se paró y alisó su traje. Sacó un fajo de papeles de una carpeta y me las entregó.
Miré hacia abajo y juro que dejé de respirar.
Para: NicksVal@aol.com
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De: cadaver@gmail.com
Creo que preferiría gas a cualquier otra cosa. Sabes, como entrar en el garaje,
encender el coche y sólo reposar en el asiento totalmente drogado y morir. Eso
sería totalmente intenso, hombre, si mis padres entraran en la mañana, listos para
ir a trabajar y me encontraran muerto con un porro en las manos.
N.
Para: cadaver@gmail.com
De: NicksVal@aol.com
¿Y por qué G.B? Sigo teniendo la lista desde cuando estaba revisándola en estudios
sociales. Puedo ponerla por ti.
Val.
Para: NicksVal@aol.com
De: cadaver@gmail.com
¿Por qué no? De todas formas, ella sólo es otra DBMP. Anótala. ¿Qué número es
ella? Creo que es algo así como la 407. Qué mal. Merece estar más arriba en la lista.
N.
Para: cadaver@gmail.com
De: NicksVal@aol.com
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Todas esas DBMP lo merecen. Ya la escribí. 411, por cierto. ¿No sería estupendo si,
de repente, el centro comercial estallara y el Club de DBMP fuera volado en
pedazos? Nada más que uñas falsas y cabellos rubios por todo el lugar. LOL.
Val.
El detective me miró de cerca mientras yo revisaba los papeles… todos los archivos
de mi computadora que luego supe que la policía había confiscado unas horas
después del tiroteo.
—¿Eh? —murmuré.
—DBMP. Ustedes mencionaron DBMP. Dijeron que Ginny Baker era una de ellos.
—Oh —dije—. Necesito tomar agua. —Se estiró y empujó la bandera del hospital
más cerca de mí. Agarré el agua y tomé—. DBMP —repetí, y negué con la cabeza.
—Revisé en la escuela. No es una organización del colegio. Así que sé que es algo
que tú y Nick se inventaron. —Se paró de nuevo y cerró la carpeta—. De acuerdo
—dijo, de nuevo en su voz normal—. Lo averiguaré. Mientras tanto, sólo voy a
asumir que DBMP era el sobrenombre que ustedes tenían para ciertos chicos, al
menos para uno de los que murieron.
—Delgadas… —empecé y luego cerré los ojos, apretando mi mandíbula. Sentí frío
por todo mi cuerpo y pensé que debería timbrarle a la enfermera o algo así. Pero
tenía el presentimiento de que la enfermera no haría nada para ayudarme. Tomé
aliento—. Delgadas Barbies Perras Millonarias. Eso es el Club DBMP, ¿de acuerdo?
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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown
El detective rodeó la silla y caminó hacia la puerta. Señaló los papeles que yo
seguía sosteniendo.
—Te dejaré estos por esta noche. Puedes mirarlos y mañana volveremos a hablar
al respecto.
Sentí pánico. No quería hablar con él en la mañana ni a ninguna otra hora del día.
—Mi padre es un abogado. No me dejará hablar sin un abogado. Esto no tiene nada
que ver conmigo.
Vi el resplandor de algo que atravesó la cara del detective… rabia, tal vez, o tal vez
sólo impaciencia.
Dejé la mirada fija en mi regazo, tratando de asimilar todo lo que había dicho. ¿El
cuaderno? ¿Los e-mails? No estaba completamente segura de lo que él había
querido decir, pero podía suponer que no era algo bueno para mí. Estaba
escaneando mentalmente todas las cosas horribles que había dicho en ese
cuaderno o en los mensajes de texto nocturnos que había intercambiado con Nick.
Nada de eso era bueno. Ahora estaba tan fría que casi no podía sentir nada por
debajo de mi cuello.
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—Así que, háblame de este apodo tuyo, “Hermana Muerte” —dijo el Detective
Panzella a la mañana siguiente, tan pronto como pasó por la puerta. Ningún
“¿Cómo está tu pierna? Espero que hoy esté mucho mejor”, sólo un “Háblame de
este apodo tuyo”.
—¿Qué hay con eso? Era un apodo estúpido —dije, pulsando el botón para levantar
la cabecera de mi cama hasta quedar sentada. Había estado mirando las
impresiones de computadora que él había dejado el día anterior, otra vez, y estaba
de mal humor. Todas esas cosas de las que hablamos, ¿por qué no me di cuenta?
¿Por qué no noté que Nick hablaba en serio?
—¿Qué? ¿Se refiere a por qué me llamaban así? Por mi delineador de ojos. Porque
usaba pantalones negros y teñía mi cabello de negro. Por qué, no sé. ¿Por qué no
les pregunta a ellos? No es como si yo hubiese pedido que me pusieran apodos.
—Así que, ¿no fue porque planearas asesinar personas con tu novio?
—¡No! Ya le dije. Nunca planeé nada con Nick. Ni siquiera sabía que Nick estaba
planeando algo. Era un apodo estúpido. No es como si yo lo hubiese creado. Lo
odiaba.
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Asentí.
—Dinos qué pensar, Valerie. Cuéntanos cómo ocurrió realmente. Sólo sabemos lo
que vemos. Y lo que vemos es a ti señalándole a Chritsty Bruter a tu novio. Al
menos otros tres chicos lo confirman.
Asentí y froté mi frente con mis dedos. Me estaba dando sueño, y estaba bastante
segura de que el vendaje de mi pierna necesitaba ser cambiado.
El detective se levantó, se acercó a la ventana y bajó las persianas para que el sol
no entrara más a la habitación. Parpadeé. Ahora la habitación se veía taciturna.
Como si mamá nunca fuera a regresar. Como si fuera a estar en esta cama para
siempre, escuchando las preguntas de este policía, incluso así me estuviese
retorciendo del dolor, con la herida de mi pierna tornándose gangrenosa y
carcomiéndose a sí misma.
Él acercó otra silla hasta el extremo opuesto de la cama de donde había estado
sentado. Se sentó y se rascó la barbilla.
—No lo sé. No sé qué fue lo que ocurrió, lo juro. En un minuto estábamos entrando
al Cafetín, como cualquier otro día y, al siguiente, las personas estaban corriendo y
gritando.
El detective frunció sus labios, cerró su libreta y se reclinó en la silla, moviendo sus
ojos hacia el techo, como si estuviera leyendo algo en él.
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Dicen que fue como si te estuvieses asegurando de que le habían disparado, y luego
continuaste. La dejaste muriendo. ¿Es eso correcto?
Cerré mis ojos con fuerza, tratando de no ver la imagen del estómago sangrante de
Christy Bruter, y mis manos presionadas sobre ella. Tratando de no sentir el pánico
que sentí ese día, brotando en mi garganta. Tratando de no oler la pólvora en el
aire, y no escuchar los gritos. Más lágrimas rodaron por mis mejillas.
—No, no es correcto.
—No. Digo, sí, la dejé allí, pero no huí. No la dejé para que se muriera. Lo juro. Me
fui porque tenía que encontrar a Nick. Tenía que decirle que se detuviera.
—Y vuélveme a decir, ¿qué fue lo que le dijiste a tu amiga Stacey Brinks ese día
cuando te bajaste del autobús?
Mi piernas latían, y mi cabeza también. Mi garganta estaba seca por hablar tanto
tiempo. Y me estaba asustando. Mucho. No podía recordar lo que le había dicho a
Stacey. Estaba llegando al punto en el que no podía recordar casi nada, y esas cosas
que sí recordaba, ya no estaba tan segura de que fueran verdad.
—¿Hmm? —dijo—. ¿Le dijiste algo a Stacey Brinks después de que te bajaste del
autobús?
Sacudí mi cabeza.
—Según Stacey, tus palabras fueron algo parecido a: “Quiero matarla. Ella va a
lamentar esto”. ¿Fue eso lo que dijiste?
—Lo lamento Detective, pero debo cambiar sus vendajes antes de que mi turno
termine —dijo.
Esperaba que por más tarde se refiera a nunca. Que de alguna manera, un milagro
ocurriría entre ahora y más tarde, y él decidiera que yo ya no tenía más respuestas
que darle.
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Estaba sentada en una silla de ruedas junto a la cama, usando un par de pantalones
de mezclilla y una playera por primera vez desde el tiroteo. Mamá me los había
traído de casa. Eran viejos, quizá de noveno grado o algo así, y estaban pasados de
moda. Pero se sintió bien volver a usar ropa de verdad, incluso si eso significaba
que no podía moverme mucho sin rozar la mezclilla contra la herida en mi muslo,
lo que me hacía gruñir y rechinar los dientes. También se sentía bien sentarse
erguida. Más o menos. No es como si pudiera hacer mucho más que sentarme a ver
la televisión.
Durante el día, cuando mamá, el detective Panzella y las enfermeras estaban cerca,
mantenía la televisión sintonizada en el Canal de Cocina o algún otro canal que no
mostrara la cobertura del tiroteo. Pero por la noche, mi intensa curiosidad ganaba
y veía las noticias, mi corazón algunas veces palpitaba fuertemente en mi pecho
mientras intentaba juntar las piezas de quién había sobrevivido, quién había
muerto, y cómo resolvía la escuela sus asuntos.
Durante los comerciales mi mente iba a la deriva. Me preguntaba por mis amigos,
si ellos habían logrado salir con vida o no. Acerca de lo que estaban haciendo.
¿Estaban llorando? ¿Estaban celebrando? ¿La vida simplemente había continuado
para ellos? Y luego mi mente vagaba hacía las víctimas y tenía que clavar el puño
en mi muslo y cambiar de canal para tratar de pensar en alguna otra cosa.
Él estaba seguro de que había disparado ese día. O que por lo menos, de alguna
forma estaba detrás de todo eso. Sin importar lo que yo le dijera él estaba seguro
de ello. No importaba lo mucho que llorara, él no cambiaría de opinión. Y tomando
en cuenta la evidencia que me había mostrado el último par de días, supongo que
no podía culparlo por ello. Parecía tan culpable como el infierno, incluso para mí, y
yo sabía que no lo había hecho.
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Como sonaban las cosas, prácticamente todo el mundo había visto el cuaderno.
Incluso la prensa sabía todo acerca del cuaderno. Había visto fragmentos del
mismo resaltados en uno de los noticieros nocturnos en la televisión. Había oído
que lo citaban en uno de esos programas matutinos, y traté de no pensar cuán
irónico era que las emperifolladas personas de las noticias, que eran quienes
encontraban el cuaderno tan fascinante, fueran justamente el tipo de personas que
habrían terminado en el mismo. De hecho, creo que un par de ellos realmente
estaban en él. Me preguntaba si ellos sabían eso. Lo cual me enviaba dentro de una
espiral de preguntas y “qué tal si” y ése no era un buen lugar para estar,
especialmente con el Detective Panzella husmeando alrededor de mi habitación
todo el tiempo.
Había perdido la cuenta de los días, pero imaginaba que había estado allí alrededor
de una semana por el número de visitas que había tenido del detective.
Después de que el detective saliera, mamá regresó con la ropa, un par de revistas, y
una barra de dulce. Ella también parecía estar un poco más feliz. Raro, pensé,
puesto que ella sabía que el detective había estado interrogándome en mi
habitación. Tampoco parecía como si hubiese estado llorando. Su nariz roja y sus
ojos hinchados casi se habían convertido en rasgos permanentes de su rostro, y
estaba sorprendida al ver el rastro de una cara maquillada y, si bien no había una
sonrisa, sí un aspecto de complacencia en su rostro.
Me entregó la ropa y me ayudó a vestirme. Luego dejó que me apoyara contra ella
mientras subía mi pierna sana sobre la silla de ruedas y me dispuso en ella.
Desenrolló el control remoto de donde yo lo había envuelto alrededor del barandal
y me lo entregó. Luego se sentó sobre el borde de la cama y me miró fijamente.
Volví a asentir, mirando mis pies descalzos y deseando haberle pedido que trajera
calcetines.
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—Tú nunca estás aquí cuando él viene a interrogarme, mamá. No hay nadie aquí.
Siempre estoy sola.
Volví a asentir con la cabeza, decidiendo que repentinamente estaba muy cansada
como para pelear con ella. Decidí de pronto que realmente no importaba lo que ella
pensara. Esto era tan grande que ella no podría salvarme incluso si creyera que era
inocente.
Nos sentamos allí por unos cuantos minutos. Recorrí los canales de la televisión y
terminé viendo a Rachael Ray, que estaba cocinando algún tipo de pollo o algo
parecido. Las dos estábamos silenciosas, salvo por el sonido de los zapatos de mi
mamá cuando cambiaba de posición o el chirrido del vinilo de la silla de ruedas
cuando yo lo hacía. Probablemente mamá tampoco podía pensar en algo más que
decir, no si yo no le daba algo grande, como una dramática confesión de telenovela
o algo por el estilo.
—Fue a casa.
—Él no sabe qué creer, Valerie. Fue a casa para pensar. Al menos eso fue lo que
dijo.
Ahora esa era una respuesta que colgaba igual de pesada que la pregunta, en lo que
a mí respectaba. Al menos eso fue lo que dijo. ¿Qué se suponía que eso significaba?
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—Se supone que digas eso. Pero sé la verdad, mamá. Él me odia. ¿Tú también me
odias? ¿Ahora todo el mundo me odia?
—Estás siendo ridícula, Valerie —dijo ella. Se levantó y tomó su bolso—. Voy a ir
abajo a tomar un sándwich. ¿Quieres que te traiga algo?
Mamá no había estado mucho tiempo afuera cuando sonó un suave golpe en la
puerta. No respondí. Parecía como si fuera demasiado el esfuerzo de abrir la boca.
En todo caso, no es como si pudiera evitar a alguien en estos días.
La puerta volvió a sonar y luego se abrió suavemente. Una cabeza se asomó. Stacey.
No puedo decir el alivio que sentí al ver su rostro. Todo su rostro. No estaba sólo
viva, sino que tampoco estaba marcada. Sin agujeros de bala. Sin quemaduras.
Nada. Casi lloré viéndola allí parada.
Por supuesto que no puedes ver las cicatrices emocionales en el rostro de una
persona, ¿cierto?
Pese a que estaba muy feliz de ver que ella estuviera viva, una vez que ella abrió la
boca y la voz que salió era la voz con la que había reído, digamos, un millón de
veces durante años, me di cuenta que no tenía idea de qué decirle.
Esto podría sonar estúpido, pero creo que estaba avergonzada. Ya sabes, como
cuando eres un niño pequeño y tu mamá y tu papá te gritan en frente de tus amigos,
y te sientes realmente humillado, como si tus amigos acabaran de ver algo
realmente privado sobre ti, que se aleja por completo del tipo de persona que “lo
tiene todo bajo control” que intentas proyectar al mundo. Era como eso, sólo que
un billón de veces más o algo parecido.
Juro que quería decirle un montón de cosas. Quería preguntarle por Mason y Duce.
Quería preguntarle sobre la escuela. También, si Christy Bruter y Ginny Baker
habían sobrevivieron o no. Quería preguntarle si sabía que Nick estaba planeando
esto. Quería que ella dijera que también la había tomado por sorpresa. Quería que
me dijera que yo no era la única culpable por no haberlo detenido. Por ser tan
increíblemente ciega y estúpida.
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Pero simplemente era demasiado extraño. Una vez que ella entró, dijo:
—No respondiste cuando toqué así que pensé que estabas dormida o algo parecido.
—Todo se sentía tan surrealista. No sólo el tiroteo. No sólo la transmisión de las
imágenes de los estudiantes en la televisión, medio sangrando, afuera de las
puertas de la cafetería de mi secundaria al igual que una vena pinchada. No sólo
que Nick se hubiera ido y que el Detective Panzella estuviera citando frases de La
ley y el orden a mi lado. Todo eso. Cada pedazo, desde el primer grado cuando
Stacey me mostró un diente delantero flojo que sobresalía como un pedazo de
chicle cuando ella lo empujaba con su lengua y me hizo vaciar el estómago sobre el
pasamanos del patio de recreo. Como si todo eso fuera un sueño. Y esto —este
infierno— fuera mi realidad.
Se quedó de pie al final de mi cama, torpemente, del modo en que Frankie estaba
de pie el día en que desperté.
—Escuché que tienes, como, un agujero ahí —dijo ella—. Aunque fue Frankie quien
me lo dijo, así que quien sabe si se puede creer en eso.
—No está mal —repetí—. La mayor parte del tiempo está muy entumecido. Por los
analgésicos.
Ella comenzó a raspar una etiqueta del barandal de la cama con la uña de su dedo
pulgar. Conocía a Stacey lo suficientemente bien como para saber que eso
significaba que estaba inquieta, tal vez enojada o frustrada. O ambas cosas. Ella
suspiró.
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realmente no quiere que yo lo haga, pero yo quiero, ¿sabes? Creo que lo necesito.
No lo sé.
Ella levantó su rostro y vio la televisión. Podía ver que su mente apenas estaba
atenta a los bollos de crema que estaban siendo sacados del horno por cualquiera
que fuera el presentador que estaba cocinando en ese momento.
Abrí la boca. Se sentía llena de nada, tal vez llena de nubes o algo por el estilo, lo
cual creo que era apropiado cuando sales de un mundo de sueños como ese y
entras a una fea, horrible realidad, tan horrible que tiene un sabor, y una forma.
—No. Ella no murió. Está justo al final del pasillo. Acabo de verla. —Cuando no dije
nada, ella apartó su cabello hacia atrás y me miró con los ojos entrecerrados—.
¿Decepcionada?
Y eso fue todo. Esa única palabra. Me dijo que Stacey, incluso mi vieja amiga Stacey,
la única que estuvo conmigo cuando comencé el primer periodo, la única que usaba
mi traje de baño y mis sombras para los ojos, también creía que yo era culpable.
Así ella no lo hubiera dicho en voz alta, incluso si ella no creía que yo hubiera
jalado el gatillo, en el fondo ella me culpaba.
—Por supuesto que no. Ya no sé qué pensar acerca de nada —respondí. Era lo más
sincera que había sido en días.
—Sólo para que lo sepas —dijo ella—. No podía creer lo que pasó. No al principio.
Cuando escuché a todos diciendo quién había disparado, no les creí. Tú y Nick… ya
sabes, eras mi mejor amiga. Y Nick siempre parecía tan genial. Un poco Edward
Manos de Tijeras o algo parecido, pero de una forma genial. Nunca hubiera
pensado… simplemente no lo podía creer. Nick. Wow.
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—Tampoco yo podía. Sigo sin hacerlo a veces —dije—. Pero te juro, Stacey, que no
le disparé a nadie.
—Solamente le dijiste a Nick que lo hiciera por ti —dijo ella—. Tengo que irme. Lo
único que quería decirte es que me alegro de que estés bien. —Puso su mano sobre
la perilla de la puerta y la abrió—. Dudo que te dejen acercarte a ella, pero si ves a
Christy Bruter en el pasillo, tal vez deberías disculparte con ella. —Dio un paso
hacia afuera, pero justo antes de cerrar la puerta tras ella, escuché que dijo—: Yo lo
hice. —Y no pude evitar preguntarme durante, como, unas ocho horas después de
eso, por qué razón en el mundo Stacey tendría que haberse disculpado.
Y cuando caí en la cuenta de que ella probablemente se disculpó por ser mi amiga,
ese mundo de sueños simplemente se apagó, se esfumó. Nunca existió.
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Pensé que iría a casa. Mamá entró en silencio mientras yo dormía y dejó tendido
otro conjunto para que me pusiera, antes de volver a desaparecer como humo. Me
senté, la luz de la mañana emanaba atravesando la ventana y por la parte inferior
de mi cama, me quité el cabello que tenía en los ojos con los dedos. El día se sentía
diferente de alguna manera, como si tuviera alguna posibilidad.
Salí de la cama, agarré las muletas que la enfermera nocturna había dejado
apoyadas contra la pared al lado de mi cama, y las usé para cojear hasta el baño…
de alguna forma había conseguido hacerlo por mí misma durante todo el día. La
medicación para el dolor aún me tenía indispuesta, pero ya no tenía la IV10, y el
vendaje alrededor de mi pierna seguía estando hinchado, pero no demasiado. Mi
pierna sólo palpitaba un poco, algo así como lo haría una astilla alojada en la cuña
entre tus dedos.
—¿Te refieres a que voy a estar atrapada aquí por otro día? Pero me siento bien,
puedo moverme bien, puedo ir a casa, quiero ir a casa mamá.
—Ven aquí, déjame ayudarte con eso —dijo mamá, inclinándose hacia el frente
para ayudarme a meterme en mis jeans. Ella los desabrochó y cerró la cremallera
por mí, lo cual se sentía raro y confortante al mismo tiempo.
Anduve con dificultad hasta la silla de ruedas y me dejé caer en ella. Saqué mi
cabello de la parte de atrás de mi camisa y me acomodé. Me giré hacia la mesita de
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noche, donde la enfermera había dejado una bandeja de comida para mí. Olí la
tocineta y mi estómago rugió.
Justo en el momento en que mamá estaba abriendo su boca para hablar, la puerta
se abrió de golpe y entró un hombre con un par de pantalones caquis, una camisa a
cuadros y una bata de laboratorio puesta sobre ella.
—Y tú debes ser Valerie —dijo, su voz pausada y calmada. Él alargó su mano como
queriendo que yo se la estrechara. Tragué la tocineta y estreché su mano con
vacilación—. Dr. Dentley —dijo él—. Soy parte del personal de Psiquiatría del
Hospital Garvin. ¿Cómo se siente tu pierna?
Miré a mamá, pero ella estaba mirando a sus pies, como si estuviera pretendiendo
que no estábamos en la habitación con ella.
—Bien. De acuerdo —dijo él, la sonrisa nunca dejó su cara. Era una sonrisa
nerviosa, casi como si estuviera medio asustado, pero no de mí. Era como si tuviera
miedo a la vida. Como si ella fuera a saltar y a morderlo en cualquier momento—.
Dime cuál es tu nivel de dolor en este momento.
Se estiró hacia atrás y sacó mi planilla, que desde luego, tenía la hoja de
seguimiento de mi dolor, pegada a la parte de atrás del portapapeles. Había estado
contestando esa pregunta unas cien veces al día desde que había estado aquí. ¿Su
dolor es un diez? ¿Un siete? ¿Tal vez sea un 4.375 el día de hoy?
Él rió en silencio y usó su dedo índice para empujar sus gafas sobre el puente de su
nariz.
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Purple Rose HATE LIST Jennifer Brown
—¿Qué? —Miré sobre su hombro de nuevo—. ¿Mamá? —Pero ella seguía con la
mirada fija en sus zapatos.
Nick siempre había estado obsesionado con la muerte. Eso no era gran cosa.
¿Sabes? Algunas personas están obsesionadas con videojuegos. Algunas personas
no piensan en nada más que deportes. Algunos chicos están totalmente metidos en
las cosas militares. A Nick le gustaba la muerte. Desde el primer día, cuando estaba
recostado en su cama hablando sobre la forma en que Hamlet debió haber matado
a Claudio cuando tuvo la oportunidad. Nick había estado hablando acerca de la
muerte.
Pero esas eran historias, sólo eso. Él contaba historias sobre la muerte. Contaba
películas, libros, todos con trágicas y significativas escenas de muerte. Hablaba de
noticias y reportajes de crímenes. Eso era lo suyo. Y yo adopté su lenguaje; yo
también contaba historias. Eso no era gran cosa. De verdad, ni siquiera me di
cuenta del momento en que comencé a hacerlo. Se sentía como ficción, todo eso.
Shakespeare contó historias sobre la muerte. Poe contó historias sobre la muerte.
Stephen Maldito King, contó historias sobre la muerte, y nada de eso significaba
nada.
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alarmante que habría hecho que cualquiera se sentara y lo notara? ¿Cómo pude no
haber visto que los cuentos de Nick habían pasado de la ficción a la realidad?
¿Cómo pude no haber visto que mis respuestas —que seguían siendo ficción en mi
cabeza— podían hacerme parecer para todo el mundo como que si yo también
estuviera obsesionada con la muerte?
No lo sé, pero no lo había visto. Por mucho que deseara haberlo hecho. No lo había
visto.
—¿Se refiere a esos e-mails? No estaba hablando en serio. Era puro Romeo y Julieta.
Eso fue todo Nick. No yo.
—Y todos nosotros creemos que el mejor curso de acción para ti en este momento
es mantenerte a salvo y meterte en un programa residencial del hospital adonde
puedas recibir algo de ayuda para combatir aquellos impulsos suicidas. Terapia de
grupo, terapia individual, algo de medicación.
—No. Mamá, sabes que no necesito eso. Dile que no necesito esto.
—Val, es por tu propio bien —dijo mamá finalmente dejando de mirar sus zapatos.
Noté que ella tenía sus dedos rodeando el asa de la maleta—. Sólo será por poco
tiempo. Un par de semanas.
El Dr. Dentley se inclinó para presionar el botón de llamada del control remoto.
Una enfermera se apresuró y recogió la maleta, luego tan sólo se quedó parada
esperando en la puerta. Mamá también se levantó dirigiéndose hacia la puerta del
baño, quitándose del camino.
—¡No! —dije, e imagino por la forma en que mamá pestañeó que cuando lo dije
debí haber estado gritando, sin embargo, no lo sentí así. Lo único que podía pensar
era en clases de Artes Comunicativas en décimo grado donde vimos One Flew Over
the Cuckoo’s Nest. Lo único que podía pensar era en Jack Nickolson gritándole a la
enfermera porque quería mantener la TV encendida, y el espeluznante indio cara
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pálida y el pequeño chico nervioso con lentes. E incluso —aquí está la cosa más
tonta de todas— tuve la idea de que cuando se corriera la voz de que había estado
encerrada en una sala psiquiátrica, todo el mundo se burlaría de mí. Christy Bruter
tendría un día de campaña con eso. Y lo único que podía pensar era: Van a tener
que llevarme muerta, porque no hay manera que yo vaya allí por mi propia cuenta.
El Dr. Dentley debió haber tenido el mismo pensamiento porque una vez que
empecé a gritar: “¡No! ¡No quiero ir! ¡Aléjense de mí!”. El agradable aspecto de su
rostro cambió sólo un poco y le dio un asentimiento a la enfermera quien se
apresuró a salir de la habitación.
Unos pocos minutos más tarde, dos grandes enfermeros entraron y el Dr. Dentley
dijo:
—Tengan cuidado con el muslo izquierdo. —Con su voz clínica y luego los
enfermeros fueron hasta donde yo estaba, sosteniéndome mientras la enfermera
se me acercaba con una aguja. Instintivamente, me dejé caer en mi silla de ruedas,
mis muletas chocaron contra el piso.
En unos segundos, la única parte que cooperaba en la lucha contra mi destino eran
las lágrimas, que mojaron mi cara y se reunieron en mi cuello. Mamá también lloró,
y eso me dio algo de satisfacción, aunque no era suficiente.
—Mamá —gemí y me hicieron rodar en frente de ella—. Por favor, no hagas esto.
Tú puedes detenerlo… —Ella no respondió. Al menos no con palabras.
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Dicen que las experiencias cercanas a la muerte cambian a las personas. Que de
repente descubren lo es la tolerancia y el amor. Que ya no recurren a la
mezquindad ni al odio.
Sus padres tenían la mirada fija en mí, con ojos fatigados. Y Christy miró con la más
ligera sonrisa torcida. La misma sonrisa que había visto tantas veces en el autobús.
Completamente inalterada.
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Habrá muchas oportunidades en mi vida en las que me preguntaré cómo hice para
sobrevivir a esos diez días en el ala psiquiátrica del hospital. Cómo conseguí ir de la
cama al baño. Cómo fui del baño a las sesiones de grupo. Cómo viví escuchando
aquellas voces agudas gritando cosas ridículas durante la noche. Cómo sentí que mi
vida se rebajó a un nivel desagradable cuando un técnico entró una mañana a mi
habitación y me susurró que si necesitaba "un golpe", nosotros "probablemente
podríamos resolver la forma de hacerlo", y mientras lo dijo, tiró de la parte
delantera de su bata.
El Dr. Dentley me revolvía el estómago. Con sus dientes cubiertos de sarro, sus
gafas con partículas de caspa y su manera de hablar como un libro de psicología. Al
mismo tiempo, su mirada estaba distraída con algo más importante mientras yo le
contestaba sus preguntas de súper-psiquiatra.
No sentía como si ése fuese el lugar al que perteneciera. La mayoría de las veces
me sentía como si todo el mundo estuviera loco —incluso el Dr. Dentley— y sólo
yo fuera la única cuerda.
Y Brandee, la única que sabía por qué estaba yo ahí y quien me miraba con sus
tristes y oscuros ojos, y me hacía preguntas cada vez que podía.
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Eso era suficiente para volverme loca, pero trabajaba muy duro para no dejar que
me afectara. La mayoría de las veces simplemente la ignoraba. Me encogía de
hombros sin contestarle, o fingía que no la escuchaba. Pero algunas veces
respondía, creyendo que si lo hacía ella se iba a callar. Estaba equivocada.
Responderle sólo traía una nueva ola de preguntas y lamentaba el haberle
contestado.
Lo único bueno que sucedió durante esos días en el ala de psiquiatría fue que el
Detective Panzella dejó de venir a interrogarme intensamente. Eso podía significar
que el Dr. Dentley lo mantenía alejado de mí o que él había decidido que estaba
diciendo la verdad o que estaba elaborando un caso en mi contra, no lo sabía. Todo
lo que sabía era que estaba bien que él no estuviera a mi alrededor.
Pasé de un lugar a otro como se suponía que debía de hacerlo. Cambié mi pijama
por una bata de hospital como una buena chica. Me senté en el sofá de la sala
común, viendo los programas aprobados, viendo por la ventana hacia la carretera,
fingiendo no ver los mocos secos untados en las paredes junto a mí. Fingiendo que
mi corazón no estaba roto. Fingiendo que no estaba enojada, confundida, asustada.
—Ahora veo que Nick era completamente malo para mí —dije animadamente—.
Quiero volver a empezar. Pienso que ir a la universidad va a ser algo bueno. Sí, la
universidad.
Escondí la ira que brotaba en mi interior. La ira hacia mis padres por no haber
estado allí para mí. La ira hacia Nick por estar muerto. La ira hacia la gente de la
escuela que había atormentado a Nick. La ira hacia mí misma por no haber visto lo
que se avecinaba. Aprendí a controlar la ira, mandándola al fondo de mi mente, con
la esperanza de que acabara esfumándose, que desapareciera. Aprendí a fingir que
ya se había ido.
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Dije las cosas que me sacarían de allí. De mí boca salían las palabras que ellos
necesitaban escuchar y de alguna manera me metí a las sesiones de grupo y no dije
nada cuando alguno de los otros pacientes me insultaba. Comí mis comidas, realicé
las pruebas y cooperé en todo lo que pude. Simplemente quería irme.
—Vamos a darte de alta —dijo, de una manera tan casual que casi lo pasé por alto.
—¿En serio?
—Sí. Estamos muy contentos con tu progreso. Pero estás muy lejos de curarte,
Valerie. Vamos a mandarte a consulta externa intensiva.
—No. Estarás viendo... —Se silenció, hojeando las páginas en el portapapeles que
llevaba. Asintió en aprobación—. Sí. Verás a Rex Hieler. —Alzó la vista para
verme—. Te va a gustar el Dr. Hieler, es perfecto para este caso.
Salí del hospital, seguía siendo un “caso”, pero uno que habían dado de alta.
Una enfermera me llevó hasta la puerta principal del hospital en una silla de
ruedas. Era consciente de que todos los ojos en el edificio estaban viéndome
fijamente cuando pasaba. Es probable que en realidad no estuvieran fijos en mí,
pero así lo sentí. Como si todo el mundo supiera quién era yo y porqué estaba ahí.
Como si todo el mundo me mirara fijamente, preguntándose si lo que habían
escuchado era cierto. Preguntándose si existía un Dios, y si era un Dios cruel al
dejarme vivir.
Mamá había dejado el coche estacionado afuera y venía hacia mí, con un par de
muletas en su mano. Las tomé y me dirigí cojeando al coche, me metí en el interior,
sin decirle nada a mamá o a la enfermera, quien estaba dándole instrucciones a
mamá justo en la puerta del hospital.
Cuando abrí la puerta, lo primero que vi fue a Frankie tumbado en el piso viendo la
televisión.
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—Eso es lo que dijo Tina —dijo. Como si nada hubiera pasado. Como si yo no
siguiera oliendo a hospital. Como si no fuera un fenómeno suicida que vuelve a
casa para hacerle la vida miserable.
En ese momento, Frankie era el mejor hermano que alguien pudiera tener.
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La oficina del Dr. Hieler era acogedora y académica; un oasis de libros y suave
música rock en un mar de institucionalismo. Su secretaria, una chica relajada de
piel morena y uñas largas, era cortante y profesional, haciéndonos pasar a mi
mamá y a mí de la sala de espera al consultorio como si estuviéramos allí para
comprar diamantes exóticos. Abrió una mini heladera, trayéndome una Coca-Cola
y una botella de agua para mamá, y luego nos señaló una puerta abierta. Entramos.
El doctor Hieler se irguió detrás del escritorio, quitándose los anteojos y formando
una sonrisa con los labios apretados, lo que hizo que sus ojos parecieran tristes. O
tal vez su mirada siempre estaba triste. Supongo que si yo tuviera que escuchar
historias de dolor y miseria todo el día, mis ojos también se verían tristes.
Mamá estiró su brazo, viéndose demasiado formal y rígida para estar en la oficina.
—Hola, Dr. Hieler —dijo ella—. Jenny Leftman. Ésta es mi hija, Valerie. —Estiró su
mano hacia mí y la puso en mi hombro, dándome un ligero empujón hacia
adelante—. Fue remitida a usted por Bill Dentley del Hospital General de Garvin.
El Dr. Hieler se acomodó en una silla de gruesa tapicería y nos indicó con su mano
que nos sentáramos en el sillón directamente frente a él. Me desplomé sobre el
sillón, mirando cómo mamá se acercaba con rigidez y se sentaba en la orilla, como
si se fuera a ensuciar. De repente todo lo que mamá dijera o hiciera era vergonzoso,
fastidioso, frustrante. Quería sacarla de la habitación, y más aún, sacarme a mí
misma de allí.
—Como estaba diciendo —dijo mamá—. Valerie estuvo en la escuela el día del
tiroteo.
Los ojos del Dr. Hieler se movieron hacia mí, pero no dijo nada.
—Ella, eh, conocía al joven involucrado —finalizó mamá. Fue más de lo que pude
soportar, con esta falsa actuación suya.
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—Lo lamento —dijo el Dr. Hieler muy tranquilamente, y primero pensé que le
estaba hablando a mamá. Pero cuando levanté la vista me estaba viendo
directamente a mí.
Sacudí mi cabeza. Mamá aún pensaba que tenía una vida con la cual seguir adelante.
—Bueno —dijo, con voz tan suave que pareció un arrullo—, que siga con su vida es
importante. Pero ahora mismo puede que sea más importante que exponga sus
sentimientos, que lidie con ellos, y encuentre una manera de estar bien con todo lo
que pasó.
—Ella no habla sobre eso —argumentó mamá—. Desde que salió del hospital…
Pero el Dr. Hieler la silenció extendiendo su mano, con sus ojos nuevamente sobre
mí.
—Mira, no voy a decirte que sé lo que estás sintiendo. No voy a restarle valor a
todo lo que viviste diciéndote que tengo una idea de lo que se siente —me dijo. Yo
no dije nada. Él volvió a moverse en su silla—. Tal vez si empezamos de otra
manera. ¿Qué tal si sacamos a tu mamá y hablamos tú y yo por un rato? ¿Estás
cómoda con eso?
No respondí.
—Trabajo con muchos chicos de la edad de Valerie —dijo en voz baja—. Tiendo a
ser muy abierto y directo. No cruel, sólo directo. Si hay algo que debemos poner
sobre la mesa, lo ponemos sobre la mesa para poder trabajar en ello y así poder
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No dije nada.
—He lidiado con violencia. Pero nunca con algo como esto. Creo que puedo ayudar,
pero no quiero mentirle y actuar como si supiera todo sobre esto. —Me miró
directamente y podía jurar que esta vez realmente vi el dolor en sus tristes ojos—.
Lo que pasaste realmente apesta.
Seguí sin decir nada. Era más fácil estar callada con el Dr. Hieler. El Dr. Dentley me
habría encerrado por ello; el Dr. Hieler parecía esperárselo.
—Estaré justo afuera. —Escuché que decía. Escuché al Dr. Hieler cerrar la puerta y
de pronto todo se puso tan silencioso que podía escuchar su reloj haciendo tic-tac.
Escuché a los almohadones de su silla soltar el aire mientras él se volvía a asentar.
—Éste es uno de esos momentos en los cuales lo más probable es que no haya nada
correcto para decir —dijo, muy suavemente—. Tendría que imaginar que esto es
horrible y sólo sigue poniéndose más horrible.
—Primero tuviste que atravesar esto, te dispararon, perdiste a alguien que amabas.
Todo está jodido, la escuela, la familia, las amistades, y ahora estás estancada en
una oficina con un psiquiatra gordo que sólo quiere entrar en tu cabeza.
Levanté la vista, manteniendo mi cabeza inclinada hacia abajo para que no pudiera
verme sonreír. Pero debió haberlo visto porque él también me sonrió. Ya me caía
bien.
—Mira —dijo—. No sólo pienso que todo esto es terrible para ti, sino que también
estoy al tanto que probablemente no tuviste control sobre nada de esto. Me
gustaría hacer las cosas de otra manera aquí. Me gustaría darte mucho control. Nos
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moveremos tan rápido como quieras. Si traigo a colación un asunto del que no
quieres hablar, o te presiono demasiado respecto a algo, tan sólo dímelo y
cambiaré el tema a algo sencillo y seguro.
—La próxima vez que nos reunamos, ¿por qué no empezamos hablando un poco
sobre ti? Qué era en lo que estabas interesada, cómo era la vida antes de que esto
sucediera, conocernos un poco el uno al otro, y seguir desde allí. ¿Suena bien?
—Está bien —dije. Mi voz era débil, pero estaba sorprendida de escuchar que
había una voz allí.
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Lo estudié. Como siempre, tenía puesto un traje marrón, y parecía recién aseado,
como si acabara de salir de la ducha antes de venir a casa. De hecho, pensé que
podía oler el jabón en él y que olía como el mismo tipo de jabón que usábamos en
casa. También podía oler su loción para después del afeitado, y eso
inmediatamente envió una sensación de nauseas a mi estómago. Sentí que las
lágrimas brotaban involuntariamente de mis ojos y, si hubiera tenido la posibilidad
de usar mis dos piernas, podría haber salido corriendo de la casa, gritando sólo
para alejarme de él.
—Hola —respondí.
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—Está bien —dije. ¿Qué otra cosa podía decir? ¿Gracias a Dios? ¿Te lo dije? ¿Por
qué? Nada de eso parecía precisamente adecuado en ese momento. Así que me
quedé con “está bien” y agregué—: Oh, gracias.
—Se han presentado algunos de los testigos —explicó el detective. Tomó un sorbo
de su café—. Uno en particular pidió reunirse con el fiscal del distrito y conmigo.
Era muy detallada y persuasiva. No serás acusada.
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—Entonces, dime algo sobre Valerie —dijo el Dr. Hieler en nuestra siguiente visita.
Se recostó en su silla, lanzando una pierna sobre el brazo de la misma.
Me encogí. Por mucho que odiara tener a mamá a mi alrededor todo el tiempo,
echándome miradas preocupadas, deseé que se hubiera quedado en la oficina para
nuestra sesión.
—Quieres decir como… ¿por qué hablaba sobre suicidios y sobre la gente que
odiaba todo el tiempo y cosas por el estilo?
—No, quiero que me hables sobre ti. ¿Qué te gusta? ¿Qué puedes hacer? ¿Qué es
importante para ti?
Me senté como una piedra. Había pasado tanto tiempo desde que me importaban
otras cosas aparte del tiroteo. Ni siquiera estaba segura de que en este momento
hubiera otra cosa sobre mí que realmente importara.
—Bueno, veo que podemos comenzar —dijo sonriendo—. Odio las palomitas de
microondas. Casi fui un abogado. Y puedo hacer un mortal hacia atrás con mis
manos11. ¿Qué hay de ti? Háblame de ti misma, Valerie. ¿Qué tipo de música te
gusta? ¿Cuál es tu sabor favorito de helado?
—Vainilla —dije. Mordí mi labio—. Um. Me gusta ese globo de aire caliente. —
Señalé hacia el techo donde colgaba un antiguo globo de aire caliente de madera—.
Es muy colorido.
Sonrió.
11“Hacer un Mortal hacia atrás”: Es un tipo de salto gimnástico en el que una persona rota
alrededor de su plano medio, moviendo sus pies por sobre su cabeza.
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—Yo tampoco. Mi esposa fue la que pensó en eso. Sólo me gusta tomar el crédito
por ello.
Sonreí. Había algo en el Dr. Hieler que se sentía tan seguro. Quería decirle cosas.
Estrujé mi cerebro. Esto era mucho más difícil de lo que pensé que sería.
Él sonrió.
—Eso está bien. Te mentí. Yo tampoco puedo hacer un. Pero creo que estaría bien
aprender, ¿no crees?
Reí.
—Sí, supongo. Pero la mayor parte de los días no puedo realmente caminar muy
bien.
—No te preocupes. En un abrir y cerrar de ojos volverás a correr. Tal vez incluso
hagas volteretas hacia atrás. Uno nunca sabe.
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—Desde luego.
—¿Cuando tú hablas con mamá... durante sus sesiones... ella me culpa de todo a mí?
—No —dijo.
—Quiero decir, ¿te dijo lo mucho que odiaba a Nick y cuántas veces intentó hacer
que rompiera con él? ¿Te dijo que obtuve lo que me merecía con mi pierna?
—Ella nunca ha dicho ninguna de esas cosas. Expresó su preocupación. Está muy
triste. Se culpa a sí misma. Piensa que debería haberte prestado más atención.
—Probablemente quiere que te sientas mal por ella y que me odies, como todo el
mundo.
—Sí. Hemos sido amigas desde que éramos niñas. Ella vino ayer por la noche.
—¡Genial! —El Dr. Hieler me examinó de cerca y corrió su dedo índice sobre su
labio inferior, pensativamente—. No pareces feliz por eso.
Me encogí.
—Bueno, sí. Fue genial que ella pasara por allí. Es sólo que... no lo sé.
Me encogí de nuevo.
—Le dije a mi hermano que le dijera que estaba dormida de modo que se marchara.
Él asintió.
—¿Por qué?
—No lo sé. Es sólo que... —Me moví nerviosamente—. Es sólo que ella nunca se
molestó en preguntarme si yo estuve involucrada en el tiroteo. Se suponía que ella
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Esta vez me tocó estar en silencio. No sabía qué pensar de eso, además de que la
idea de hacer frente a todas aquellas personas —los afligidos que gritaban
pidiendo justicia cada vez que encendía la televisión o abría un periódico o veía la
portada de una revista— todavía me hacía sentir mal del estómago.
—Sí, pero no querías que se fuera —dijo. Nuestros ojos se encontraron, y luego de
pronto se levantó y arqueó su espalda, elevando las manos por encima de su
cabeza—. Me han dicho que está todo en las piernas —dijo, más o menos en
cuclillas como si fuera a saltar en el aire.
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—¿Qué?
Él tragó su cereal.
—Mamá dice que se supone que nosotros debemos impedirte ver los periódicos y,
ya sabes, la televisión y esas cosas. Y se supone que debemos colgar si un reportero
llama al teléfono. Pero ya no llaman tanto como lo hacían cuando estabas en el
hospital.
—Eso es ridículo.
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—Sí, sí, le diré que fuiste todo un Boy Scout. Como sea.
ANGELA DASH
“Si hay algo que pueda considerarse remotamente bueno de esta tragedia”, dijo él, “es
que los estudiantes parecen haber llegado a un acuerdo unos con otros y con el viejo
dicho de ‘vive y deja vivir’”.
“Las cosas están mucho más pacíficas”, dijo. “Ya casi nunca tenemos el número de
quejas provenientes de la oficina del consejero sobre las pequeñas cosas que solíamos
tener”.
Los problemas de mal comportamiento en el aula de clase también son cosas del
pasado, de acuerdo con Angerson, quien predice que la escuela espera ver una
disminución en el número de problemas de mal comportamiento en los próximos
años.
“Creo que los estudiantes están comenzando a comprender que aquí todos somos
amigos. Que las críticas, opiniones crueles, y la pronta aversión que es tan común en
los chicos de esta edad, simplemente no valen la pena. Desafortunadamente han
tenido que descubrirlo por las malas. Pero ellos aprendieron y han cambiado. Por lo
tanto, creo que esta generación hará del mundo un mejor lugar”.
A los estudiantes se les permitió regresar al edificio para completar el año escolar,
aunque Angerson admite que el plan de estudios ha pasado a segundo plano, frente a
lo que él llama “control de daños”. El distrito contrató un equipo de asesores
capacitados para trabajar con los estudiantes en asimilar lo que pasó el 2 de mayo.
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Angerson también reporta que los estudiantes no están obligados a regresar. Los
exámenes finales no serán aplicados, y los profesores están trabajando de cerca con
los estudiantes de forma individual, para asegurarse de que tengan la calificación
que ellos necesitan.
“Tenemos a algunos profesores que están dirigiendo grupos de estudio en sus casas
por la noche. Algunos en la biblioteca. Otros lo están haciendo por internet. Pero
muchos de los chicos regresaron”, dijo Angerson. “Algunos de ellos realmente tienen
un espíritu escolar y querían demostrar su apoyo a la Preparatoria Garvin. Querían
demostrar que no estaban asustados. Honestamente, la razón principal por la que
reanudamos las clases fue en respuesta a la protesta de los estudiantes”.
Yo contrabandeé el artículo hasta el interior de la oficina del Dr. Hieler más tarde
ese día. Él apenas había cerrado la puerta cuando yo dejé caer el periódico sobre la
mesa de café entre nosotros.
El Dr. Hieler escaneó el periódico con sus ojos mientras se acomodaba en su silla.
—¿A quién?
—A Nick. Si las personas que sobrevivieron son más fuertes y todo lo relacionado
con la paz es cierto, como lo dice la noticia, ¿eso lo convierte a él en un héroe? ¿Él
es como la versión del siglo veintiuno de John Lennon? ¿Un repartidor de paz con
una pistola?
—Comprendo que sería más fácil para ti pensar en él como un héroe. Pero, Valerie,
él mató a un montón de chicos. Lo más probable es que mucha gente no vaya a
pensar en él como un héroe.
—Pero parece muy injusto que la escuela simplemente siga adelante y que
finalmente ellos estén aceptando a todos y que nadie esté diciendo nada más
cuando Nick se ha ido. Quiero decir, sé que es por su propia culpa que él se fueran,
pero sin embargo, ¿por qué ellos simplemente no pudieron haberlo visto antes?
¿Por qué tuvo que haber pasado esto? Simplemente no es justo.
—La vida no es justa. Un lugar justo es donde comes perros calientes y montas la
rueda de la fortuna.
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Me disgusté, con la mirada fija en el artículo hasta que las palabras parecieron
borrosas.
—Probablemente estás pensando que yo soy una idiota por estar un poco
orgullosa de él.
—No, pero no creo que tú realmente estés orgullosa. Creo que estás enojada.
Pienso que desearías que este cambio de actitud en Garvin hubiese pasado antes y
entonces tal vez nada de esto hubiera sucedido. Y también pienso que tú realmente
no crees que eso sea cierto.
Y por primera vez —aunque ciertamente no por última vez— le conté todo al Dr.
Hieler. Todo. Desde haber hablado acerca de Hamlet sentados en la cama
distendida de Nick hasta el deseo de que Christy Bruter pagara en grande por lo
que le hizo a mi reproductor de Mp3, y la culpa que estaba sintiendo. Todo lo que
no puede decirle al policía en mi cama del hospital. Que no pude decirle a Stacey. Ni
a mamá.
Tal vez era la forma en que el Dr. Hieler me miraba, como si él fuera la única
persona en el mundo que podía entender como era que todo se había salido de
control. Tal vez era simplemente que ya estaba preparada. Quizá fue el artículo del
periódico. Tal vez era la forma en que mi cuerpo estallaba, dejando escapar la
presión antes de que me autodestruyera.
—Eso es algo natural, ¿no lo crees? Simplemente porque estabas feliz de que Nick
fuera a defenderte no quiere decir que tú hubieras tomado una pistola y le habrías
disparado a ella.
—De nuevo, es algo natural. Yo también habría estado enojado. El enojo no es igual
a la culpabilidad.
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—Pensaba que él iba romper conmigo, así que tenerlo defendiéndome era algo
realmente bueno. Eso me tranquilizó. Pensé que íbamos a estar bien. Ni siquiera
pensé en la Lista de Odio.
Una vez más, él asintió, sus ojos entrecerrados mientras yo me sentía más nerviosa.
—Dile que me atrasaré un poco hoy —dijo él. Su secretaria asintió y desapareció.
Después de que ella se marchara, fui muy consciente del silencio que se extendió
entre nosotros por la habitación. Podía escuchar la puerta cerrarse en el vestíbulo,
a alguien hablando en el pasillo. Me sentí avergonzada, expuesta, un poco incrédula
de que hubiera soltado todo eso. Quería escabullirme de allí, no volver a ver al Dr.
Hieler, esconderme en mi habitación y ser llevada por los caballos del papel tapiz
de mi pared a un lugar donde no fuera tan vulnerable.
Pero, me di cuenta con un cierto grado de horror, incluso serena, que aún no había
terminado. Había más. Más oscuridad, cosas peores que tenía que saber. Cosas que
me perseguirían por la noche y no me dejarían ir, como un hormigueo detrás de mí
oreja, un lugar con comezón que no pudiera ser identificado y no se pudiera rascar.
—¿Qué hay si no lo tomé en serio en ese entonces pero tal vez ahora sí? —
pregunté.
—La Lista de Odio. Tal vez no era mi intención que aquellas personas murieran,
pero en algún momento, subconscientemente, realmente lo quise. Y quizá Nick lo
notó. Tal vez él sabía algo sobre mí que ni siquiera yo sabía. Tal vez todos lo veían y
esa es la razón por la que me odian tanto, porque soy una farsante. Puse todo en
movimiento con esa estúpida lista y luego dejé que Nick hiciera el trabajo sucio. Así
que, no sé, tal vez ahora debería tomármelo en serio. Tal vez eso haría que todos se
sintieran mejor.
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—Dudo que más asesinatos pudieran hacer que alguien se sintiese mejor, mucho
menos a ti.
—¿Y qué? ¿A quién le importa lo que ellos esperen? ¿Tú qué esperas de ti? Eso es lo
que realmente importa.
—Ésa es la cuestión, ¡no sé qué esperar de mí! Porque todo lo que esperaba sobre
cualquier cosa se ha ido a la mierda. Y creo que las personas están decepcionadas
de que yo no haya muerto. Los papás de Christy Bruter definitivamente piensan
que debí haberme matado después de lo que paso, al igual que Nick. Ellos
desearían que Nick hubiera tenido una mejor puntería cuando me disparó.
—Son padres y también están sufriendo. Aun así, dudo que ellos quisiesen que tú
estuvieras muerta.
—Pero tal vez yo si quisiera que ella estuviera muerta. Tal vez una parte de mí
siempre quiso que ella muriera.
—Val… —dijo el Dr. Hieler, y su titubeo lo dijo todo: Si no dejas de hablar de esta
manera, no tendré otra opción que volverte a encerrar en la sala de psiquiatría con el
Dr. Dentley. Me mordí mi labio. Una lágrima se deslizó por mi mejilla y no por
primera vez, me afligí por el deseo de que Nick me abrazara.
—Es simplemente que me siento como una mala persona porque incluso ahora hay
algunas veces en las que me encuentro a mí misma deseando que él tan sólo
estuviera en la cárcel, y así yo podría volverlo a ver —dije. De repente volví a
sorprenderme con ese recuerdo, Nick sosteniéndome por las muñecas sobre el
piso de su dormitorio, diciéndome que nosotros podríamos ser ganadores. Él
inclinándose hacía mí para besarme. Me senté en el diván, sintiéndome más sola de
lo que me había sentido alguna vez. Sintiendo más frío de lo que jamás hubiera
imaginado que era posible. Sintiendo que, de todo el horror de lo que había pasado,
esto era lo peor. Esto era lo peor porque, incluso después de todo lo que había
hecho, seguía extrañando a Nick. A veces logramos ganar también, me había dicho
él y, al volver a escuchar esas palabras en mi mente, comencé a llorar,
miserablemente, dolorosamente, el Dr. Hieler se movió junto a mí en el diván, con
su mano sobre mi espalda—. Estoy tan triste sin él —sollocé, tomando un pañuelo
de la mano del Dr. Hieler—. Simplemente estoy tan triste.
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PARTE
TRES
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Max Hills, 16. “Yo pensaba que eran amigos”, dijo una estudiante sobre la decisión de
Levil de disparar a Hills, quien fue declarado muerto en la escena. “Definitivamente
tenía la intención de dispararle”, agregó. “Él, como que, se agachó para mirar debajo
de la mesa y asegurarse de que sabía a quién le estaba disparando antes de hacerlo”.
Hills fue descrito por sus amigos como un estudiante tranquilo, bueno para las
matemáticas y la ciencia, pero no demasiado involucrado en muchas actividades
extracurriculares, se le había visto en muchas ocasiones hablando con Levil, tanto en
la escuela como fuera de ella. Muchos pensaban que los dos eran amigos, lo que dejó
a una gran cantidad de estudiantes preguntándose por qué Levil tenía como objetivo
a Hill, si es que de hecho, lo hizo.
“Tal vez él pensó que era otra persona”, dijo Erica Fromman, una estudiante de
último año. "O tal vez no le importaba si eran amigos o no", una hipótesis que deja a
algunos preguntándose si las víctimas fueron más aleatorias de lo que inicialmente se
sospechaba.
Sin embargo, Alaina, la Madre de Hills, dice que ella cree que Max fue un objetivo
deliberado. “No le quiso prestar su camioneta a Nick el verano pasado”, dijo a los
periodistas. “Y al día siguiente alguien rompió los faros de Max en el estacionamiento
mientras se encontraba en el trabajo. Max nunca pudo probar que fue Nick quien lo
hizo, pero ambos sabíamos que había sido él. No fueron amigos desde entonces. No
volvieron a hablar de nuevo. Max estaba bastante enojado por los faros. Él mismo
compró esa camioneta”.
Cuando llegué a casa de la escuela, después de mi segundo día de estar de vuelta,
yo realmente dudé de mi capacidad para seguir yendo a esa escuela. Olvídate de la
transferencia al final del semestre. Yo no podría soportarlo por tanto tiempo.
Ginny Baker nunca regresó a clases… al menos no a las clases que tenía conmigo. Y
Tennille nunca me miró a los ojos. Y Stacey y yo nunca nos sentábamos juntas en el
almuerzo. Pero casi todo el resto del mundo ignoraba mi existencia, lo cual me
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pareció bastante bueno. Pero era difícil. Ser una paria, sin ni siquiera tener amigos
marginados, era difícil.
Yo estaba muy contenta de volver a casa en el segundo día, a pesar de que mamá se
mantuvo tratando de jugar a la mamá conmigo, como si tuviera siete o algo así,
haciéndome preguntas sobre la tarea, mis maestros y —mi favorita— sobre mis
amigos. Aún creía que yo tenía algunos de ellos. Ella realmente creía en los
informes de prensa.
Los que decían que estábamos todos tomados de las manos y hablando de la paz y
del amor y la aceptación todos los días. Los que decían que los chicos eran
“increíblemente resistentes, sobre todo cuando se trataba del concepto de perdón”.
A menudo me preguntaba si esa periodista, Angela Dash, era real. Todo lo que
escribía la mujer era un chiste total.
Perdí la noción del tiempo, mejorando un boceto que había hecho de Stacey y Duce
en la mesa del almuerzo, sus espaldas eran paredes de ladrillos, y me sorprendí al
ver que el sol estaba mucho más bajo en el cielo cuando un golpe en la puerta me
interrumpió.
—Más tarde, Frankie —grité. Necesitaba tiempo para pensar, tiempo para
relajarme. Quería terminar el boceto para poder hacer mi tarea de bio.
—¡Ocupada! —grité.
Unos segundos más tarde, la manija de la puerta giró y una grieta se abrió. En
silencio, me maldije por haber olvidado pasar el cerrojo.
—Dije que estoy… —empecé a decir, pero me detuve cuando Jessica Campbell se
asomó a través de la pequeña grieta en la puerta.
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—Lo siento —dijo—. Puedo volver más tarde. Es sólo que estuve tratando de
llamar un par de veces y tu mamá dijo que no pasarías al teléfono. —Ah, mamá al
parecer todavía estaba seleccionando mis llamadas.
—Así que, ¿te dijo que vinieras? —pregunté, incrédula. Mi madre conocía a Jessica
Campbell. Todo el mundo conocía a Jessica Campbell. Sólo el hecho de que ella
estuviera suelta en mi casa parecía... arriesgado, en el mejor de los casos.
—No, esa fue mi idea. —Jessica entró y cerró la puerta detrás de ella. Se acercó a la
cama y se quedó de pie al final de la misma—. En realidad, cuando llegué aquí, me
dijo que no me verías. Pero le dije que tenía que intentarlo de todos modos, así que
me dejó entrar, no creo que le agrade mucho.
Me reí.
El rostro de Jessica se puso muy rojo y por un segundo pensé que ella iba a llorar.
Una vez más me sorprendió lo no-Jessica que estaba siendo. La confianza se había
ido, la superioridad estaba perdida, todo sustituido por esta vulnerabilidad extraña
que no lucía acorde a ella. Ella sacudió la cabeza hacia un lado, lanzando
hábilmente su pelo sobre un hombro, y se sentó en la cama.
Me encogí de hombros.
—¿Y?
Así que así seria, ahora que yo volvía a ser parte de la corriente, ellos iban a salirse
de su camino para asegurarse de que yo supiera que no era oficialmente parte del
todo. Ya no tendrían que esperar a que llegara la hora de almorzar o a pasar por mi
casillero para hacerme sentir como la chica que todo el mundo odiaba. Ellos iban a
venir a mi casa a decírmelo. ¿Era eso? ¿Era este mi castigo?
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—Así que ¿Viniste a mi casa para decirme que charlas con mi ex-mejor amiga
acerca de mí?
—No —dijo Jessica. Ella arrugó la frente, como si estuviera loca sólo por sugerir tal
cosa. La frente arrugada era una expresión que reconocía en ella, ésta solía
preceder un comentario malcriado. Me preparé para ello, pero en vez de eso ella
suspiró y se miró las manos—. No. Stacey y yo hablamos de cómo pensamos que
fuiste ensuciada por Nick.
—¿Ensuciada?
Ella utilizó su dedo medio para deslizar su flequillo hacia un lado y meterlo en su
oreja.
—Sí. Ya lo sabes. No eras culpable. Sin embargo, fuiste arrastrada con él. Y
entonces cuando decidieron que no eras culpable, ellos nunca dijeron mucho al
respecto.
—¿Ellos?
—Ya sabes. Las noticias. Los medios de comunicación. Ellos sólo hablaban de cómo
eras culpable y que la policía no estaba llegando al fondo del asunto, pero en
realidad nunca dijeron mucho cuando la policía decidió que no lo hiciste. De
verdad es que no es justo.
—La gente sigue diciendo que estás comenzando otra Lista de Odio. ¿Es ése?
—¿Por qué lo haría? —Pero ambas sabíamos la respuesta a por qué debería y
ninguna de las dos lo dijo en voz alta.
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—Me gusta tu habitación —dijo. Pero era algo muy patético que decir, así que ni
siquiera me molesté en responder y creo que ella podría haber estado agradecida
por ello.
Se puso de pie.
—Cool. Tenemos una reunión el jueves en el salón de la Sra. Stone. Ya sabes, una
lluvia de ideas.
—¿Estás segura de que me quieren allí? Quiero decir, ¿no tiene que haber una
votación del Consejo Estudiantil?
—Yo te quiero allí —dijo, como si eso fuese lo único que importaba.
Asentí con la cabeza, no dije nada. Ella pareció flotar en el medio de la habitación
durante unos segundos, pensando. Como si no podía decidir si debía quedarse o
irse. Como si ella no pudiera entender cómo había llegado allí en primer lugar.
—Así que, todo el mundo está diciendo que tú estabas involucrada en ello. Me
refiero al tiroteo —dijo en voz muy baja—. ¿Sabías lo que él estaba planeando?
—No lo creo —le dije—. Yo no sabía que él realmente quería decir todo eso. Eso
probablemente suena muy patético, pero es lo mejor que puedo hacer ahora
mismo. Él no era un mal tipo.
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—No lo creo —le dije otra vez, entonces cambié de opinión—. No, estoy bastante
segura de que no lo hice.
Ella asintió de nuevo. Creo que ésa fue la respuesta que ella esperaba. Se fue tan
silenciosamente como había venido.
Más tarde, mientras estaba sentada en la oficina del Dr. Hieler, haciendo equilibro
con una lata de Coca-Cola sobre mi rodilla, le relaté el extraño escenario a él.
—Estar allí sentada, con Jessica Campbell en mi cama, era totalmente extraño.
Quiero decir, me sentía desnuda... o algo así con ella en la habitación. Como todo lo
que ella mirara parecía privado. Me ponía nerviosa.
—Eso es bueno.
En cambio, ella tan sólo se fue. Y después de haberse ido, volví a encender mi
estéreo y me estiré en la cama. Me volví sobre uno de mis costados y me quedé
mirando los caballos en mi pared. Uno de ellos parecía brillar un poco, cuanto más
lo miraba, más parecía querer despegar.
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Karie Renfro, 15. La estudiante de segundo año Katie Renfro no estaba en el Cafetín
cuando se convirtió en víctima de los disparos. “Katie sólo estaba pasando luego de
dejar la oficina de orientación”, Adriana Tate, la consejera de la escuela, le dijo a los
reporteros. “Ella ni siquiera conocía a Nick Levil, no lo creo”, agregó.
Renfro, cuyas heridas no eran mortales, fue golpeada en los bíceps por una bala
perdida que parecía haber rebotado cerca de un armario del Cafetín.
“No dolió tanto”, dijo Renfro. “Se sintió más como una picadura. Ni siquiera sabía que
me habían disparado hasta que cuando salí uno de los bomberos me dijo que tenía
sangre rodando por la parte de atrás de mi brazo. Luego empecé a enloquecer. Pero
creo que enloquecí porque todos los demás estaban así, ¿sabes?”
Los padres de Renfro reportaron que habían tomado la decisión de sacar a Katie de
la escuela pública permanentemente.
“No lo pensamos”, dijo Vic Renfro. “Siempre estuvimos algo preocupados de que Katie
fuera a una escuela pública. Esto sólo cerró el trato”.
“Uno nunca sabe”, agregó la madre de Katie, Kimber Renfro, sombríamente, “con
quien va a estar tu hijo en una escuela pública. Dejan entrar a todo el mundo en esos
lugares. Aun a los chicos con problemas. Y no queremos que nuestra hija ande con
niños problema”.
—Ella está exagerando todo eso —dije. Estaba dando vueltas… algo que no hacia
comúnmente en la oficina del Dr. Hieler. Aunque claro, normalmente no estaba
debajo del microscopio de mi madre, que se ponía más intensa con cada día que
pasaba. Era como si en vez de confiar más en mí, mientras pasaba el tiempo,
confiara menos. Como si tuviera miedo de que si paraba de mirarme, sólo por un
segundo, iba a terminar envuelta en otro tiroteo.
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—Bueno, ¿me estás culpando? —dijo mi madre. Ella suspiró y se limpió la nariz
con un pañuelo de papel que había sacado del bolsillo de su chaqueta—. Sólo me
cuesta creer que ella ahora quiera salir con esa gente y que ellos quieran salir con
ella. ¿Y ahora un proyecto memorable? Seguramente no es sano seguirse centrando
en el incidente. Seguramente no está avanzando, ¿verdad?
—Por última vez, mamá. No quiero andar con ella. Estoy trabajando en un
proyecto. Eso es todo. Un proyecto del colegio. Creo que querías que volviera con
mis proyectos del colegio. Ésta es mi manera de “avanzar” con mi vida.
—Hace dos días ella no quería ni siquiera ir al colegio. Y ahora ella quiere trabajar
en un proyecto escolar con todos los chicos de esa lista —le dijo al Dr. Hieler—. Es
sospechoso, ¿no cree? Suena como falso para mí.
—Ella no le habló a Jessica, yo sí. Jessica estaba siendo seria cuando me lo pidió. No
era falso.
El Dr. Hieler asintió, todavía frotándose los labios, pero no dijo nada.
Mi mamá negó con su cabeza, como si fuera una tonta por creerle a Jessica
Campbell. Como si fuera una tonta por todo en lo que he creído, sólo porque una
vez creí en Nick.
—No estoy preocupada porque ellos te hieran —dijo mi madre con la voz ronca.
Me miró a los ojos. Se sonó la nariz de nuevo con el pañuelo.
Miré de ella al Dr. Hieler. Seguía sentado con su dedo índice descansando en sus
labios. No dijo nada. No se movió.
—¿Vas a herirlos? —me dijo mi madre—. ¿Te vas a unir a ellos para así terminar el
trabajo que Nick empezó?
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—Es sólo que antes no ponía cuidado —dijo medio a mí, y medio al Dr. Hieler—. Y
mira lo que pasó. La gente cree que soy una persona horrible y, no sé, tal vez
tengan razón. Una madre debería saber estas cosas. Una madre no debería estar así
de sorprendida como lo estuve. Entre más la deje ir… más creo que va a haber
muertes en mi conciencia.
Se limpió la nariz mientras el Dr. Hieler le hablaba en voz suave, con voz
comprensible. Pero estaba muy entumecida como para escuchar lo que él decía.
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Chris Summer, 16. Summers murió como héroe, dijeron los testigos.
“Él estaba tratando de sacar a todos del camino”, dijo Anna Ellerton de 16 años.
“Estaba ayudando a las personas a salir de la puerta hacia el pasillo. Ese era el tipo
de cosas que Chris solía hacer, ¿sabes? Tratar de organizar las cosas”.
De acuerdo con Ellerton, Summers fue empujado hacia atrás por estudiantes
desesperados que intentaban huir de la cafetería, y terminó en el camino de Levil.
“Nick se rió y le preguntó, quién era el chico grande ahora, y luego le disparó”, dijo
Ellerton. “Me imaginé que estaba muerto, así que sólo seguí corriendo. No sé si murió
de una o no. Todo lo que sé es que estaba tratando de ayudar. Todo lo que hacía era
tratar de ayudar”.
Casi me regreso. Miré a través de la larga ventana en la puerta del salón y vi a un
grupo de chicos sentados en un círculo de sillas, Jessica Campbell en el medio de
ellos, hablando con seriedad. La Sra. Stone, la profesora asesora del Consejo
Estudiantil, estaba sentado en un escritorio ligeramente a un lado.
Ella tenía sus piernas cruzadas y un zapato colgando de su pie. Me recordó una foto
del periódico que vi luego del tiroteo… un sólo zapato de tacón abandonado
enfrente de la acera de la escuela, su portador estaba demasiado asustado,
demasiado herido o demasiado muerto como para recogerlo.
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—¿Por quién votaste en la asamblea? —le pregunté luego esa noche cuando nos
reunimos.
—Yo escribí el nombre de Homero Simpson —dije y ambos nos reímos—. Espero
que Jessica Campbell no llegue a ser presidenta.
—Sabes que lo será —me dijo. Apagó la luz y de repente todo estaba negro en la
tienda. No podía ver nada… sólo podía saber que no estaba sola por el calor que
vibraba de Nick a mi lado.
—No.
Ambos nos quedamos en silencio luego, escuchando a las ranas fuera de la tienda,
sosteniendo un coro alrededor del estanque a nuestra izquierda.
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Miré hacia arriba, Jessica estaba sosteniendo la puerta. Gesticuló para que entrara.
Y mi cuerpo se fue a piloto automático y entré tras ella.
Todo el mundo me miraba. Decir que no todos los rostros eran amables sería algo
inexacto. Era más como que ninguno era así. Ni siquiera el de Jessica. Su rostro
tenía una expresión más distante, de negocios, como si estuviera acompañando a
un preso hasta la cámara de ejecución.
Meghan Norris me miró a través de los párpados bajos, sus labios fruncidos, sus
rodillas subiendo y bajando debajo del escritorio de una manera impaciente.
Me encontré con su mirada, y ella rodó los ojos, luego miró hacia arriba y luego
fuera de la ventana.
—Okey —dijo Jessica, sentándose. Me senté al lado de ella, aún sosteniendo mis
libros enfrente de mí. Todavía no estaba segura si iba a perder el conocimiento.
Tomé una respiración profunda, la sostuve por diez segundos, y la solté
lentamente, tan silenciosa como pude—. Okey —repitió ella. —Organizó algunos
papeles, todos de negocios—. He hablado con el Sr. Angerson y definitivamente
vamos a tener un espacio en la esquina noreste del Patio, justo al lado de las
puertas del Cafetín. Podemos poner lo que queramos allí, siempre y cuando pase la
aprobación de APP12, lo que no debe ser difícil.
Jessica asintió.
—Sí, o un árbol —dijo Meghan, sonando emocionada; olvidando, por lo menos por
un momento, que yo estaba llenando su espacio personal.
—Las estatuas pueden ser costosa —apuntó la Sra. Stone—. ¿Tenemos dinero para
algo así?
—El APP prometió algo de dinero para hacerlo. Y nosotros tenemos nuestra
cuenta. Y donas. Y ventas… —Había un incómodo silencio. Las donas no se vendían
desde el incidente. Desde que Abby Demsey, la mejor amiga de Jessica, había sido
asesinada vendiéndolas en mayo dos. Jessica aclaró su garganta—. Abby hubiera
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querido que reuniéramos dinero para esto —dijo ella. Sentí ojos en mí, pero no
miré de quienes eran. Me revolví en la silla, tomé otra gran respiración, la sostuve,
y la dejé ir.
—Podemos tener otro evento para recaudar fondos —dijo Rachel Manne—.
Podemos vender chupetas y entregarlas como dulces por gramos.
—Una fiesta de helado es una idea genial. Puedo hablar con el Sr. Hudpeth para
que el departamento de drama haga una variedad de actos para eso —agregó la
Sra. Stone.
—¡Oh, sí! Y tal vez el coro pueda cantar o algo —dijo alguien. Ahora las ideas iban y
venían rápidamente mientras la charla brotaba sobre el evento. Afortunadamente
fui dejada a un lado, afortunadamente olvidada por todos.
—Podríamos hacer una cápsula del tiempo. Poner una placa o algo marcando el
lugar y establecer que se abrirá en, no sé, cincuenta años o algo. Así la gente podría
ver que había más gente en la clase que… bueno… que habían más.
—Podríamos poder una banca —agregué—. Y poner los nombres de… de… —De
repente no podía seguir.
—Las víctimas —dijo Josh. Su voz sonando inquieta—. Eso era lo que ibas a decir,
¿verdad? El nombre de las víctimas grabadas en la banca. O en la plaqueta.
—¿Todos? ¿O sólo los que murieron? —preguntó Meghan. El aire se sentía muy
pesado a mi alrededor. No quería saber a quién miraban. Tenía una muy buena
idea de a quién era.
—Todos —dijo Josh—. Quiero decir, como, el nombre de Ginny Baker debería ir
ahí, ¿no lo creen?
13Original en inglés: ice cream socia: Es un evento, cuyo objetivo principal es servir el helado a
los invitados.
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—Entonces no es estrictamente memorial —dijo la Sra. Stone una vez que todos
empezaron a hablar de nuevo.
—…el monumento podría ser sobre las vidas perdidas, pero también podría ser de
otras cosas, también, como…
—No de todos —dijo Josh en voz más alta de lo normal para parar la charla—. No
de todos —repitió—. No el de Nick Levil. De ninguna manera.
—Técnicamente, él fue una víctima, también. —La Sra. Stone apenas susurró—.
Técnicamente, si se va a tener el nombre de las víctimas, el nombre de él debería
estar ahí.
—Yo tampoco lo creo —dije antes de saber que mi boca se había abierto—. No
sería justo para los demás. —Me quedé sin aliento cuando me di cuenta lo que
acababa de hacer. Nick había sido todo para mí. Ni siquiera creía que fuera un
monstruo, ni siquiera luego de lo que le había hecho a la escuela. Y tampoco me
sentía inocente con mi parte. Pero aquí me acababa de lanzar debajo del bus. ¿Y
para qué? ¿Complacer al Consejo Estudiantil? ¿Para caerle bien a esta gente que,
sólo unos meses antes, se habían reído cuando Chris Summers se había burlado de
Nick, reído cuando Christy Bruter me había llamado Hermana Muerte? ¿Para hacer
un show de Jessica Campbell, cuando aún no podía decir si me odiaba o si de
alguna forma había cambiado? ¿O de verdad lo había creído?
Era una parte de mí que no había identificado todavía y que de repente había
estallado, vociferando mi miedo en voz alta: que Nick y yo no fuimos las víctimas...
¿fuimos al final los bravucones?
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Sentí un cambio en mí tan abrupto que era casi físico. Casi podía verme partiendo
en dos: la Valerie antes del tiroteo y la Valerie de ahora. Y sólo no encajaban.
—Tengo que irme —dije—. Um, mi madre está esperándome. —Agarré mis libros
y abrí la puerta, agradeciendo que hubiera llamado a mi madre antes y haberle
dicho que fuera en la hora normal, sólo en caso que me acobardara en la reunión.
Gracias a Dios que, por una vez, la desconfianza de mi madre en mí valdría la pena,
que estaría allí, mordiéndose las uñas y mirando por la ventana a la escuela por si
había alguna señal de peligro.
—¿Qué pasa? —preguntó mamá—. ¿Qué está pasando? ¿Qué pasó allá, Valerie?
—La reunión se acabó —le dije, cerrando mis ojos—. Sólo vámonos.
—¿Pero por qué esa chica está corriendo fuera? Oh, Dios, Valerie, ¿por qué está
corriendo?
Abrí mis ojos y bajé la ventana del pasajero. Jessica estaba caminando hacia el auto.
Mi madre pisó el acelerador, tal vez un poco fuerte porque en realidad los
neumáticos chirriaron, y salimos fuera del estacionamiento. Por el espejo observé
a Jessica volverse más pequeña y más pequeña. Se paró en la curva donde mi
ventana estaba sólo unos momentos antes, también viendo como nos hacíamos
más pequeñas.
—Dios mío, Valerie, ¿qué paso? ¿Algo pasó? Oh, Dios, por favor dime que nada
pasó. Valerie, no puedo soportar que algo más haya pasado.
La ignoré. No fue hasta que sentí cosquillas en mi barbilla y cuando la limpié que
me di cuenta que era una lágrima rodando hacia abajo. Y que después de todo no la
estaba ignorando. Sólo estaba llorando muy fuerte para responder.
Cuando mi madre paró para que la puerta del garaje pudiera abrir, abrí la puerta.
Me agaché debajo de la puerta del garaje y entré en la casa. Estaba sólo a mitad de
camino subiendo las escaleras cuando escuché su llanto en la cocina:
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Lin Yong. 16. “Cuando veo lo que le ha hecho, me rompe el corazón”. Sheling Yong
dijo cuando le pedimos que describiera las heridas de su hija. “Estoy agradecida que
Lin siga viva, pero la bala le hizo un daño permanente en su brazo. Ella era violinista
estatal. Ahora todo eso se ha ido. Sus dedos ya no funcionan bien. No puede tocar”.
“Es también en mi brazo derecho”, dijo Yong. “Así que estoy teniendo un momento
difícil escribiendo. Estoy tratando de aprender a escribir con la mano izquierda. Pero
mi amiga Abby esta muerta, así que no me quejo mucho sobre lo de mi brazo. El
definitivamente también pudo haberme asesinado”.
Luego de la reunión del Consejo Estudiantil, mi madre molestó a la secretaria del
Dr. Hieler para que nos metieran en el horario.
—Tu madre dijo que dejaste la reunión del consejo muy molesta, Val —dijo el Dr.
Hieler incluso antes que me sentara en el sofá. Creo que detecté un poco de
molestia en su voz.
Así es como siempre me imaginé que era la vida hogareña del Dr. Hieler —muy de
los cincuenta— televisión perfecta, con una paciente y amorosa familia y sin
ningún problema personal.
Asentí.
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—¿Segura? Tu madre dijo que alguien iba corriendo detrás de ti. ¿Pasó algo?
Consideré esa pregunta. ¿Debía decirle que sí, que pasó algo? ¿Debería decirle que
públicamente abandoné a Nick, que al fin todos metieron en mi cabeza que Nick
era malo?
¿Debería decirle que me sentía malditamente culpable por eso? ¿Que caí ante la
presión de los populares y que estaba muy avergonzada por eso?
Podía decir por el modo en que inclinó su cabeza, que no se tragaba ni una sola
palabra de lo que yo estaba diciendo.
—¿Tu calculadora?
Asentí.
—¿Y estabas llorando por eso? ¿Por tu calculadora? —Asentí de nuevo, mirando al
piso y me mordí el labio inferior para evitar que temblara.
Como me quedé sin decir nada, él continuó lento, suave y con palabras mensuradas.
—Apuesto que te sentiste muy mal por dejar una calculadora como ésa. Como si
sintieras que debiste ser más cuidadosa con esa calculadora.
—Eso no te hace una mala persona, Valerie, por olvidar una calculadora ahora o
luego. Y si luego no la puedes encontrar y necesitas una nueva calculadora… bueno,
hay un montón de buenas calculadoras por ahí.
—¿Tienes una nota del doctor, Valerie? —La Sra. Tate se volteó y me vio.
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Ella utilizó una uña cuidadosamente para meter una pieza perdida de cabello de
nuevo en el moño y me sonrió.
—¿Cómo vas, Valerie? —me preguntó en su voz suave, como si fuera muy frágil,
como si el volumen incorrecto me pudiera hacer colapsar.
Deseé que la secretaria de afuera hubiera usado esa voz y que la Sra. Tate sólo me
estuviera hablando normalmente.
—Tan sólo hace unos días. Luego de la reunión con el Consejo Estudiantil.
—Bien, bien —dijo la Sra. Tate asintiendo enfáticamente—. El Dr. Hieler por lo que
he escuchado es muy buen doctor, Valerie. Muy bueno en lo que hace.
Mientras tanto pensé en todas las veces que me sentía más segura, el Dr. Hieler por
lo general estaba involucrado de una u otra forma.
La Sra. Tate se puso de pie y caminó alrededor de su escritorio. Ella se dejó caer en
la silla, la que crujió un poco con su peso.
Suspiré. El almuerzo seguía sin ser mi hora preferida del día. El Cafetín siempre me
perseguía, y Stacey y yo todavía nos cruzábamos en la mesa de condimentos, de
donde ella se iría hacia mis viejos amigos, pretendiendo que nunca me conoció, y
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yo debía ir afuera al pasillo, pretendiendo que lo que más quería en el mundo era
comer sola en el piso del pasillo fuera del baño de hombres.
—Te he visto afuera en el pasillo todos los días —dijo la Sra. Tate, como si ella
leyera mi mente—. ¿Por qué no vas a comer al Cafetín? —Ella se balanceó hacia
adelante, apuntando sus codos en su escritorio. Ella mantuvo sus manos cerradas
juntas al frente, como si estuviera rezando—. Jessica Campbell estuvo aquí ayer.
Dijo que te había invitado a almorzar a su mesa, pero no lo hiciste. ¿Es eso cierto?
—Sí. Ella me preguntó hace mucho tiempo. No fue nada personal o algo. Solamente
estaba ocupada. Trabajando en un proyecto de arte. —Mi mano involuntariamente
acarició la cubierta de mi cuaderno de espiral negro.
—No es tu culpa, Valerie, si es lo que estás pensando. Ginny tiene muchos traumas
con los que debe trabajar y ella luchó por regresar al colegio desde que ocurrió el
incidente. Ella lo resolvió con sus profesores y estará bien estudiando en casa por
un rato. Jessica en verdad parece estar tratando de llegar a ti. No deberías huir de
eso.
—Escucha, Valerie —dijo ella, tirando del borde de su chaqueta del traje, que lucía
apretada e incómoda—. No quería hacer esto, pero comer afuera del Cafetín ya no
está permitido sin autorización de un profesor. El Sr. Angerson ha puesto una
prohibición a la actividad de los estudiantes solitarios.
—Significa que si eres vista afuera sola sin autorización obtendrás detención.
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Por un segundo no sabía que decir. ¿Es esto una prisión ahora? quería gritar. ¿Ahora
ustedes son vigilantes? Pero ella probablemente respondería, siempre hemos sido
eso, entonces lo dejé pasar.
—Valerie —dijo ella y tiró de mi hombro suavemente—. Sólo dale una oportunidad.
Jessica en verdad quiere que esto funcione.
¿Pero por qué? Quería gritar. ¿Por qué Jessica Campbell de repente ser mi amiga?
¿Por qué repentinamente ella es amable conmigo?
—No necesito amigos —dije, la Sra. Tate pestañeó, una arruga entre sus cejas, sus
labios presionados. Suspiré—. Sólo quiero tener mi tarea lista y graduarme —
dije—. El Dr. Hieler piensa que eso es en lo que debo concentrarme ahora. Sólo en
tener las cosas en línea.
Eso último no era exactamente verdad. El Dr. Hieler nunca me había dado ninguna
clase de directiva de “buscar profundamente y hacerlo” o alguna clase de esas
estupideces. Principalmente Dr. Hieler estaba evitando que me matara a mí misma.
Cuando la Sra. Tate no dijo nada más, tomé eso como mi indicación para irme. Salí
de ahí, mi pierna punzando por haber sido empujada, mi lento resbalón en la mano,
no pensando en nada más que en cómo iba a escaparme de ir a almorzar hoy.
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—Disculpe, estoy atrasada —dije, entrando rápido y lanzándome sobre el sofá. Me
estiré y agarré la Coca-Cola que el Dr. Hieler había colocado en la mesita de café
para mí, como siempre lo hacía—. Tenía detención sabatina y nos pasamos porque
el profesor se emocionó en alguna lectura y perdió la noción del tiempo.
—No hay problema —dijo el Dr. Hieler—. Tenía algún papeleo que arreglar de
todos modos. —Pero lo atrapé dando un pequeño vistazo al reloj. Me preguntaba si
se estaba perdiendo algún juego de las Ligas Menores hoy. Quizás una reunión del
grupo de gimnasia de su hija. Quizás una cita de almuerzo con su esposa—. ¿Por
qué el castigo?
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—Por el almuerzo. No comí en el Cafetín como ellos quieren que lo haga. Así que
tengo castigos todos los días y entonces el viernes Angerson me dio castigo para el
sábado. Piensa que me va a romper, supongo, si tengo suficientes detenciones.
Pero no va a funcionar. No quiero comer allí.
—¿Con quién voy a comer? No es como si pudiera encontrarme con una persona al
azar y decirle: “Hey, ¿puedo sentarme aquí?” Y todos dirían: “¡Claro!” Ni siquiera
mis viejos amigos me dejan sentarme con ellos.
—¿Y qué hay con la otra chica? La que está en el Consejo de Estudiantes.
—Las amigas de Jessica no son mis amigas —dije—. Nunca lo fueron. Es por esa
razón que Nick y yo las teníamos en la Lista… —Me detuve abruptamente,
sorprendida de mí misma por casi mencionar la Lista de Odio tan casualmente.
Intenté no prestarle atención, cambiar de tema—. Angerson sólo tiene algo con lo
de la solidaridad escolar, así no se ve mal en televisión. Ése es su problema, no el
mío.
—Creo que te importa más de lo que quieras admitir. ¿Qué pasaría si lo intentaras
sólo un día?
Mi mamá ya se había ido cuando salí de la sesión. Había dejado un papelito pegado
fuera de la puerta del Dr. Hieler, diciendo que estaba haciendo un recado y que ya
regresaba, así que teníamos que esperarla en el estacionamiento. Agarré la nota
antes de que el Dr. Hieler lo notara, la arranqué, y la metí en mi bolsillo. Si la veía,
se iba a sentir obligado a quedarse por más tiempo y ya me sentía lo
suficientemente mal.
Salí del edificio de oficinas y me quedé parada afuera por un momento, sin estar
segura de qué hacer conmigo misma. Iba a tener que pasar desapercibida, para que
el Dr. Hieler no me viera cuando saliera. Consideré agacharme tras la fila de setos
que estaban al lado del edificio, pero no estaba segura de si mi pierna iba a
permitirme hacerlo.
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Además había alguna clase de animal debajo de eso; podía escuchar algunas cosas
crujir alrededor y vi como las ramas se retorcían dos veces.
Metí mis manos dentro de mis bolsillos y deambulé a través del estacionamiento,
pateando piedras con mis pies mientras caminaba. Pronto alcancé la acera. Me
detuve y miré alrededor. Eran los setos o el distrito comercial que estaba cruzando
la carretera. O ser encontrada por el Dr. Hieler y entrar por una sesión extra, no
gracias. Saqué mis manos de los bolsillos y esperé en el borde de la acera a que los
autos pasaran. Quizás podría encontrar el carro de mi mamá en la tienda Shop ’N’
Shop en el centro comercial que estaba al otro lado de la calle. No había carros
pasando así que troté y salté a través de ella.
Entré en Shop ’N’ Shop y caminé alrededor hasta que encontré un bebedero. Me
detuve en los stands de algunas tiendas y paseé entre algunas de ellas. Caminé por
el pasillo de los dulces, deseando tener dinero para comprarme una malteada de
chocolate. Pero no tomó mucho tiempo antes de que me aburriera. De vuelta en el
exterior me paré sobre los dedos de mis pies y estiré mi cuello para ver hacia el
estacionamiento del Dr. Hieler. Suspiré y me senté en la acera, mi espalda se apoyó
contra la ventana de Shop ’N’ Shop hasta que el gerente salió y me dijo que tenía
que moverme; y que a los clientes no les gustaba ver a la gente sin hogar vagando
frente a la tienda.
Así que caminé un par de puertas más abajo, buscando un buen lugar para
sentarme.
La tienda de teléfonos estaba allí y también el lugar donde mi mamá solía llevarme
cuando era pequeña para que me cortaran el cabello. Miré por las ventanas, viendo
a una niña pequeña llorar mientras su mamá la sostenía para que la estilista le
pudiera dar un peinado de bebé. Miré hacia la tienda de teléfonos también, donde
todos se veían molestos, incluso los empleados.
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Tengo que admitirlo, la curiosidad me llamó. Quería saber qué clase de derrame
podría verse tan glorioso, tan brillante. Los derrames generalmente eran sucios y
desordenados, no hermosos.
Tan pronto como la puerta se cerró tras de mí pude sentir cómo todo el mundo se
cerraba. Dentro, el lugar se veía repleto, oscuro, y olía como una Iglesia en
Domingo de Pascua. Había filas y filas de estantes que llegaban hasta el techo casi
cayéndose por el peso de los bustos de yeso, cuencos de cerámica, baúles de
madera. Canastas, ollas, cajas de cartón con formas interesantes. Vagué por uno de
los pasillos, sintiéndome pequeña.
Al final del pasillo había un claro y jadeé. Había caballetes en todas partes, por lo
menos una docena de ellos, y una larga mesa cubierta con periódicos junto a una
ventana que daba hacia el este, mirando hacia atrás. A su alrededor había canastas
y cajas de suministros, pinturas, telas, cintas, trozos de arcilla, plumas.
La dama con el delantal de mezclilla que había visto afuera estaba sentada sobre
un taburete frente a un caballete, pintando grandes rayas moradas a través de un
lienzo.
—Pienso que el sol de la mañana es de lo más inspirador, ¿tú no? —dijo sin darse
la vuelta.
No respondí.
—Claro, en este momento del día toda la gente en ese supermercado están
obteniendo esa luz brillante. Pero yo… —Levantó su pincel y pintó el aire con
ella—. Yo obtengo la luz más inspiradora del día. Ellos pueden tener su atardecer.
Es el amanecer lo que la llama la atención de la gente. El renacimiento siempre lo
hace.
Igual me quedé allí, sin estar segura de adónde mirar primero. Quería tocar las
cosas, correr mis dedos a través de las vasijas de yeso y oler el interior de las cajas
y enterrar mis manos en un trozo de arcilla, y tenía miedo de que si me movía,
incluso mis labios, me dejara llevar por mi antojo y me perdería en este laberinto
de creaciones por siempre.
Ella añadió otras pinceladas de morado en las esquinas de su lienzo, luego se bajó
de su taburete y se paró atrás, admirando su trabajo.
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—Bueno ¡entonces! —dijo ella—. ¡Eso lo arregla todo! ¿Té? —Se apresuró tras la
caja registradora y pude escuchar su vajilla tintinear—. ¿Cómo lo tomas? —
preguntó, su voz baja.
—Um —dije, arrastrando los pies hacia delante—. No… no puedo. Tengo que
volver afuera. Mi mamá.
—¡Oh! Esperaba tener algo de compañía hoy. Este lugar siempre se ve muy
abandonado cuando mis estudiantes se van. Demasiado silencioso. Genial para los
ratones, malo para Bea, esa soy yo. —Tomó un sorbo de una taza de té con conejos
pintados en el frente de ella, una típica taza de un juego de té para niños. Mantuvo
su dedo meñique estirado mientras bebía.
—Oh, sí —dijo ella. Dio la vuelta a la caja registradora dando una reverencia—.
Doy clases. Muchas y muchas clases. Cerámica, pintura, macramé, nómbralo y lo
enseño.
—No —respondió ella, mirando mi mano entre las cuentas. La saqué con un
movimiento brusco y dos cuentas se cayeron, y bailaron a través del suelo. Ella
sonrió cuando me sonrojé, como si mi vergüenza fuera simpática para ella—. Oh,
no, no sólo le enseño a cualquiera. Algunos me enseñan a mí.
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Intenté tirar mi mano de vuelta, pero no pude hacer nada. Aunque estaba
extrañada porque me estaba tocando, quería saber qué significaban sus “¡oh!”.
—Bueno, puedo divisar a otra artista donde sea. Y tú eres una, ¿cierto? Claro que lo
eres. ¡Te gusta el morado! —Se dio la vuelta y golpeó mi mano con más fuerza,
empujándome tras ella. Me llevó al lienzo en donde había estado trabajando. Con
su mano libre levantó la paleta y el pincel en el taburete y lo señaló—. Siéntate —
dijo ella.
Me senté.
Me tendió la brocha.
La miré.
—Las fotografías son tomadas por los fotógrafos. Esto es una pintura. Así que pinta.
—La miré un poco más. Empujó mi mano hacia el lienzo—. Vamos.
Lentamente metí la brocha en la pintura negra e hice una raya a través del lienzo,
perpendicularmente al morado.
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aquí. O de pavo real. Oh, sí ¡pavos reales! Aunque nunca nadie se comunicó con
ayuda de pavos reales, no creo que…
—¿Dónde estás? —La voz de mi mamá rugió al otro lado de la línea del teléfono—.
He estado muerta de preocupación, no están ni el Dr. Hieler ni tú. Por Dios Santo,
Valerie, ¿por qué no puedes esperarme como te lo pedí? ¿Sabes qué había llegado a
pensar?
—Ya voy para allá —murmuré por el teléfono. Me levanté del taburete mientras
metía mi celular de vuelta en mi bolsillo—. Lo siento —le dije a Bea—. Mi mamá…
Ella dio un manotazo al aire con una mano, mientras agarraba una escoba con la
otra, haciendo una línea recta con un montón de aserrín que estaba debajo de una
mesa para trabajar madera que estaba contra la pared más lejana.
—Nunca sientas pena de una madre —respondió—. Sentir pena por una madre, sí,
pero de ella, ciertamente no. La mayoría de las madres aman el morado. Yo debería
saberlo, tuve una madre a la que le encantaba el morado.
Corrí por el pasillo por donde había llegado —con la sensación de que estaba
huyendo de un místico y oscuro bosque— acababa de llegar a la puerta cuando la
voz de Bea flotó a través de la tienda.
Sonreí y salí. No fue hasta que entré al auto de mi mama, sin aliento y sudorosa por
el apuro y el regocijo que recordé que nunca le había dicho mi nombre a Bea.
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El almuerzo era una especie de pizza mexicana petrificada, lo cual era adecuado
para un lunes, si me preguntan. Me sentía como pizza petrificada la mayoría de los
lunes, siendo forzada a salir de mi pequeño capullo de felicidad en mi habitación
hacia el centro de atención de la Preparatoria Garvin.
Aparte del sábado por la mañana, mi fin de semana había pasado dichosamente sin
incidentes. Mamá y papá no se hablaban por cualquiera que fuera la razón, y
Frankie estaba en algún retiro religioso con un amigo. No es que nuestra familia
fuera a la iglesia, cosa que señalaron los medios una y otra vez después del tiroteo,
pero aparentemente había un par de chicas que iban a la iglesia de su amigo y
Frankie estaba determinado a pasar algún tiempo a solas con una de ellas. A decir
verdad, si Frankie lograba poner las manos sobre alguna chica en algún momento
durante el fin de semana, lo haría sin pensarlo dos veces —sea un retiro religioso o
no— lo cual pensaba que estaba muy mal, pero al menos tratar de llegar a tercera
base en un retiro religioso lo alejaba de tener que soportar la guerra fría entre
mamá y papá en casa.
Una vez, sábado a la noche, bajé a la cocina después de escuchar cerrarse la puerta
delantera, sólo para encontrar a papá sentado en la mesa, cerniéndose sobre un
tazón con cereal.
—Tu madre fue a algún grupo de apoyo —dijo, mirando fijamente su tazón—. No
hay nada para comer en esta maldita casa —dijo—. A menos que te guste el cereal.
—Cereal está bien —dije, tomando una caja que estaba sobre la heladera.
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Lo miré. Sus ojos estaban enrojecidos, su rostro sin afeitar. Sus manos lucían
ásperas y temblorosas, y me di cuenta que había pasado mucho tiempo desde que
lo había mirado bien, ni siquiera me había dado cuenta cuánto había envejecido
últimamente. Parecía viejo. Agotado.
—Cereal está bien —repetí, más suave esta vez, sacando un tazón de la alacena.
—¿Quieres… quieres que ordene pizza o algo así? Para la cena, quiero decir.
—¿Qué punto tendría? —repitió. Parecía que tenía razón, así que subí las escaleras
hacia mi habitación y escuché la radio mientras comía el cereal. Tenía razón, estaba
rancio.
—Sí, creo que sí —dije, siguiendo con mis asuntos—. Me gusta el pasillo.
—Supongo.
—No voy a dejar que orqueste otra tragedia en esta escuela, señorita —me dijo el
Sr. Angerson, con su piel enrojeciendo desde su corbata hasta el mentón. Allá va la
medalla, la carta y toda esa basura del heroísmo y el perdón, pensé—. Hay una
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—Nunca orquesté nada —respondí—. Y tampoco estoy haciendo nada malo ahora.
Él frunció los labios y me miró fijo, el enrojecimiento iba de su mentón hacia sus
mejillas.
—Me gustaría que reconsideres tus opciones —dijo—. Como un favor personal
hacia los sobrevivientes de esta escuela.
Dejó que la palabra “sobrevivientes” cayera sobre mí como una bomba y funcionó.
Me sentí agitada por ello. Sentía como si hubiera dicho la palabra muy fuerte y
todos la hubieran escuchado.
Pagué mi comida y llevé mi bandeja hacia la parte principal del Cafetín. Sentí como
si todos me estuvieran mirando, como conejos atrapados en la mitad de la noche
por las luces traseras de una casa. Pero miré hacia adelante, sólo hacia adelante, y
salí hacia el pasillo.
—¿Estás segura que quieres hacer esto? —preguntó mientras me hundía en el piso,
balanceando mi bandeja en mi regazo con cuidado.
—Jessica —dijo él, con una de esas afirmaciones que sonaban como una
pregunta—. ¿Qué estás haciendo?
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El Sr. Angerson parecía como si quisiera golpear algo. Se quedó parado un minuto,
luego pretendió que había visto algo alarmante en el Cafetín y se marchó para
“detenerlo”.
—Gracias —dije con la boca llena—. Está buscando una razón para expulsarme.
14 Juego de palabras: “ass” puede ser traducida como “trasero”, “idiota”, “asno”.
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Abby Dempsey, 17. Como Vicepresidenta del Consejo Estudiantil, Dempsey estaba a
cargo de una mesa de recaudación de fondos vendiendo rosquillas. Obtuvo dos
disparos en la garganta. La policía cree que eran balas perdidas, destinadas al
estudiante en línea aproximadamente a noventa centímetros de donde Dempsey
estaba. Los padres de Dempsey no hicieron comentarios a los reporteros, y dicen, los
amigos de la familia, que están “profundamente afligidos por la pérdida de su única
hija”.
Mamá llamó y dejó un mensaje en mi celular diciéndome que tenía una reunión y
que no podía venir a recogerme.
¿Cómo podía? Me dije a mí misma. ¿Cómo iba a echarme a los lobos de esa manera?
Supongo que no hace falta decir que no iba a viajar en autobús a casa, sin importar
si mamá me llevaba o no. A decir verdad, mi casa estaba sólo a ocho kilómetros de
distancia y yo había caminado esa ruta más de una vez. Pero eso era cuando mis
dos piernas eran normales. Dudé de mi capacidad de hacerlo ahora, segura de que
a mitad de camino, mi muslo comenzaría a palpitar y me obligaría a sentarme y
esperar a que el depredador más cercano me llevara lejos.
Había una época en la que me avergonzaba de que la oficina de papá no fuera más
imponente. Ahí estaba, supuestamente un abogado importante, y estaba en una
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pequeña “oficina satélite”, la cual, si me preguntan, era sólo otra manera de decir
“un agujero en la pared de los suburbios”. Pero hoy me alegraba de que trabajara
en un agujero en la pared no tan lejos de la escuela, porque el sol de octubre no
hacía nada para calentar el aire y en sólo unas pocas calles que llevaba caminando,
comencé a lamentarme de no haber tomado el autobús después de todo.
Sólo había estado en la oficina de papá un par de veces antes; no tenía exactamente
una alfombra de bienvenida para que su familia se presentara en su trabajo. A él le
gustaba pretender que no quería exponernos a los, como él los llamaba,
“maleantes” que representaba. Pero la verdad era que su oficina era el escape de su
familia. Si empezábamos a aparecer por ahí, ¿cuál sería el punto de estar siempre
trabajando?
La recordé siendo linda y tímida, y riendo más que nadie cada vez que mi papá
decía uno de sus tontos chistes malos.
Era una afirmación. Ella no sonreía. Tragó saliva —realmente tragó como lo hacen
en las películas— y la imaginé buscando un botón de seguridad rojo debajo del
escritorio sólo en caso de que yo sacara una pistola o algo así.
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—Hey, cariño, ¿podrías sacar el archivo Santosh…? —Estaba diciendo, con la nariz
enterrada en una pila de papeles, leyendo. Caminó alrededor de la parte de atrás
de la silla de Britni/Brenna. Ella estaba inmóvil, excepto por el color que
aumentaba en su rostro. La mano de papá aterrizó familiarmente en su hombro
mientras caminaba, dándole un suave apretón, un gesto que no había visto darle a
mi madre... nunca.
—¿Qué está mal, cariño? Te ves tensa… —comenzó papá, finalmente mirando hacia
arriba, pero se detuvo cuando sus ojos se posaron en mí.
—Necesito que me lleven —dije. Al menos, creo que lo dije. No estoy segura del
todo porque mis labios estaban demasiado entumecidos. Britni/Brenna murmuró
algo y salió corriendo de su silla hacia el baño. Podía haber adivinado que no
volvería hasta después de mi partida—. Mamá um... mamá tenía una reunión.
—Oh —dijo papá. ¿Estaba viendo cosas o su cara se veía enrojecida también?—. Oh,
sí. Seguro. Bueno. Dame un minuto.
Salió rápidamente de regreso a su oficina y pude oír cosas arrastrándose por ahí,
cajones siendo cerrados, llaves sonando. Me quedé en mi lugar, empezando a
preguntarme si me había imaginado todo el asunto.
Parecía como si estuviera considerando fingir que no sabía de qué estaba hablando.
Ladeó la cabeza hacia un lado y dejó que se cerrara la puerta.
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—No sabes lo que piensas que sabes —dijo—. Vamos a casa. En realidad no es tu
asunto.
Y a pesar de que sabía que mis padres no estaban exactamente enamorados antes
del tiroteo, esto me golpeó como una gran epifanía. Y por alguna razón me sentí
peor que antes. Supongo que siempre había pensando que era por mí, y que
cuando dejara la casa serían felices y estarían enamorados de nuevo. Ahora con la
hermosa cara enrojecida de Britni/Brenna en la escena, mamá y papá
probablemente nunca se enamorarían de nuevo. De repente, todas esas peleas que
habían tenido a lo largo de los años ya no parecían reparables. Comprendí porqué
me había aferrado a Nick como un salvavidas… él no sólo comprendía a las familias
de mierda, comprendía también a las familias de mierda que no volverían a ser
buenas otra vez. Debe haber habido una parte de mí que lo supo desde el principio.
—Todo este tiempo me he estado preguntando qué hice para que mamá y tú se
odiaran, y tú estabas teniendo una aventura con tu secretaria. Oh, Dios mío, soy
una completa idiota.
—¿Así que está bien? —pregunté, señalando hacia la puerta del baño—. ¿Esto está
bien?
—¿Mamá lo sabe?
—Me tengo que ir —dije, empujándolo y pasando por la puerta. El aire frío se
sintió mucho mejor al salir.
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Caminé por la acera tomando el camino por el que había llegado. Esperé a que se
asomara por la puerta y gritara: ¡Valerie, detente! ¡No, lo has comprendido mal,
Valerie! ¡Amo a tu madre, Valerie! Pero, ¿qué pasa con que te lleve, Valerie?
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—Oye, mamá. Tuve que pedir ayuda para una tarea y perdí el bus —mentí—.
Esperaré para que me recojas después de tu reunión.
Cuando llegué a la escuela, entré y arrojé mis cosas por la gran vitrina que asaltaba
a los visitantes con brillantes trofeos de fútbol, trofeos de pista y gigantes fotos de
los entrenadores que se han ido de la escuela a lo largo de los años. Lejos de sus
días de gloria. O simplemente dejados atrás.
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—Hola —respondí.
Jessica se detuvo frente a mí y dejó su mochila. Ella miró hacia la puerta principal.
Suspiró y se sentó con las piernas cruzadas junto a su mochila, a sólo un par de
centímetros de mí.
—Estoy esperando a Meghan —dijo, como si quisiera justificar porqué podría estar
sentada en el pasillo junto a mí si no me estaba salvando de Angerson—. Está
volviendo a tomar su examen de alemán. Le dije que la llevaría a su casa. —Se
aclaró la garganta torpemente—. ¿Quieres que te lleve? Puedo llevarte, también, si
puedes esperar por Meghan. No debería tomarle mucho más tiempo.
—Mi mamá está en camino —dije—. Probablemente estará aquí muy pronto. —Y
entonces añadí—: Gracias.
Otro casillero se cerró en algún lugar del pasillo de ciencias y nuestras cabezas
giraron hacia el sonido de un par de chicos hablando. Sus voces se apagaron y
escuchamos el sonido de una puerta de madera cerrándose, cortando nuestra
conversación por completo.
—Oh —dije—. Imaginé que la reunión era sólo una vez. Pensé... bueno, en cierto
modo los abandoné a ustedes la última vez. Además, ya sabes, pensé que tenían
que votar por ti para ser miembro del Consejo Estudiantil. Algo me dice que no me
votará mucha gente.
Ella tenía una mirada divertida en su rostro y luego soltó una risa chillona y un
poco nerviosa.
—Sí, probablemente no —dijo—. Pero sigo diciéndote que está bien. Todos
comprenden que serás parte del proyecto. Lo cual es genial.
Arqueé una ceja y le di una mirada de lo dudo. Ella rió de nuevo, esta vez un poco
más entrecortada y relajada.
—¿Qué? ¡Lo es! —dijo. No pude evitarlo. También me reí. Muy pronto ambas nos
estábamos desmoronando, apoyamos nuestras cabezas contra la pared de ladrillo
detrás de nosotras, la tensión deslizándose de nosotras.
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—No todo el mundo estaba en contra de ello, sabes. Algunas personas pensaron
que la idea era genial desde el principio.
—Sí, como Meghan, supongo —dije—. Ella quiere ser mi mejor amiga, sabes.
Mañana nos vamos a vestir igual. Seremos twinkies15.
Nos miramos mutuamente por un momento y nos echamos a reír otra vez.
—No exactamente —dijo Jessica—. Pero ella vino. Puedo ser muy persuasiva. —
Sonrió maliciosamente y movió sus cejas—. En serio. No te preocupes por Meghan.
Ella va ha estar bien con eso. Es necesario que tú participes. Necesito que te
involucres. Eres inteligente y eres, como que, realmente creativa. Necesitamos eso.
¿Por favor?
Una puerta se abrió al final del pasillo y Meghan salió. Jessica tomó su mochila y su
chaqueta. Se encogió de hombros.
—No le disparaste a nadie —dijo—. Ellos no tienen razones para odiarte. Eso es lo
que sigo diciéndoles. —Ella se levantó y colocó su mochila en su hombro—. ¿Nos
vemos mañana, entonces?
Tuve un repentino destello de claridad. ¿Qué fue lo que el Detective Panzella había
dicho sobre la chica que ayudó a limpiarme? Ella era rubia. Alta. De penúltimo año.
Seguía repitiendo: “Ella no le disparó a nadie...”
—No hay problema —dijo—. Sólo tienes que estar allí, ¿de acuerdo?
Unos minutos más tarde mi mamá se detuvo frente a la escuela y tocó la bocina.
Anduve con dificultad hacia el coche y me deslicé dentro. Mamá parecía sombría
detrás del volante.
—No puedo creer que hayas perdido el bus —dijo. Reconocí la voz… su voz
molesta y frustrada. La que ella usaba a menudo cuando llegaba a casa del trabajo.
—Lo siento —le dije—. Tuve que pedir ayuda con una tarea.
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—Papá estaba ocupado con un cliente —mentí—. Habría tenido que esperar
mucho tiempo por él.
Supongo que debería haberme sentido culpable por mentirle a mamá sobre lo que
sabía. Pero entonces nuevamente papá no le disparó a nadie, tampoco.
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—No sé, Valerie —dijo mamá, arrugando el entrecejo—. ¿Clases de arte? Nunca
antes había escuchado hablar sobre esta mujer. Ni siquiera sabía que había un
estudio allí. ¿Estás segura de que es seguro?
Puse los ojos en blanco. Mamá había estado de un humor fatal durante días. Casi
parecía como si mientras más tratara de seguir a delante con mi vida, ella confiaba
menos en mí.
—Sí, por supuesto que es seguro. Ella sólo es una artista, mamá. Vamos, ¿puedes
simplemente dejarme hacer esta única cosa? Puedes ir a hacer las compras a
Shop ’N’ Shop mientras yo estoy ahí.
—No lo sé.
—¿Por favor? Mamá, vamos, siempre estás diciendo que quieres que haga cosas
normales. Las clases de arte son algo normal.
Ella suspiró.
—Está bien, pero voy a entrar contigo. Quiero revisar ese lugar. La última vez que
te dejé ir simplemente a hacer lo que sea que querías, estuviste involucrada con
Nick Levil, y mira a dónde nos llevó.
Entramos al estudio de Bea juntas y pude sentir a mamá titubear en la puerta, una
vez que el húmedo y pesado aire nos rodeó.
—Shhh —susurré, aunque no estaba exactamente segura de porqué quería que ella
estuviera callada. Tal vez porque temía que Bea la escuchara y me dijera que no
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podía asistir a las clases después de todo. Que la energía negativa de mamá pudiera
arruinar la increíble luz púrpura de la mañana.
Caminé por del pasillo hacia el fondo, donde pude escuchar un tintineo de música
—campanas tocando en el exterior rítmicamente— y un suave murmullo de voces.
Podía ver la espalda de los artistas posados en los taburetes al frente de los lienzos.
Había una señora mayor trabajando con papel a un lado, doblando y arrugándolo
en complejas formas y animales, y un pequeño niño jugando con un par de carritos
de cajas de fósforos debajo de una de las mesitas. Bea estaba inclinada sobre un
espejo, alrededor del cual estaba colgando y pegando un elaborado diseño de
conchas marinas. Me detuve al final del pasillo, de pronto segura de que antes
había entendido mal a Bea y que no debería estar ahí. Ella estaba siendo amable.
Realmente no me quiere aquí, pensé. Debería irme.
Pero antes de que pudiera siquiera terminar ese último pensamiento, Bea se había
enderezado y estaba sonriéndome, con su divertido cabello amarrado en un
montículo brillante en lo alto de su cabeza, con listones y adornos pequeños
colgando de él.
—Valerie —dijo ella, abriendo los brazos ampliamente—. ¡Mi Valerie púrpura! —
Dio dos palmadas con sus manos—. Regresaste. Estaba esperándote.
Asentí.
—Esperaba que pudiera, eh… tomar algunas clases de arte contigo. Pintura.
—Es un placer conocerte —le dijo Bea a mamá. Mamá asintió, tragando saliva, pero
no contestó—. Por supuesto que pintarás con nosotros, Valerie. Tengo un caballete
justo por allá para ti.
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—Estaré en Shop ‘N’ Shop. Tienes una hora —me dijo a mí—. Sólo una.
—El uno es mi número favorito. —Bea se rió—. La palabra ganó16 es el pasado del
verbo ganar, y nosotros podemos decir al final de día que hemos ganado una vez
más, ¿podemos? Algunos días llegar al final del día es absolutamente la victoria.
Uno. Ganó. Una hora. Sólo una. Ganó. Lancé las palabras en mi cabeza.
—Entonces tú, por supuesto, pintarás. Has estado pintando desde esta mañana
cuando te levantaste. —Se dio unos golpecitos en la sien con su dedo—. Aquí. Has
estado pintando y pintando. Usando montones de púrpura justo aquí. Todo lo que
necesitas hacer es ponerlo en el lienzo.
Asentí con la cabeza, tomando el pincel, y comenzando a pintar. Sin boceto, sin
fotos de referencia. Sólo la pintura en mi mente, al Dr. Hieler como realmente lo
veía. Habría pocas sombras en esta pintura. Sin oscuridad.
—Hmmm —dijo Bea sobre mi hombro—. Oh, sí. —Y luego se movió a otra parte
del estudio. Podía escuchar sus gentiles instrucciones en susurros hacia los otros
artistas, dando afectuoso apoyo. En cierto momento estalló a carcajadas cuando un
artista le dijo que había metido su celular en la licuadora esa mañana y se convirtió
en puré. Pero no podía mirarla. No podía levantar la vista en absoluto, no hasta que
16Ganó: Analogía entre las palabras en inglés one (uno) y won (ganó), ya que al pronunciarse
suenan casi igual.
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el aire cepilló mi nuca otra vez y escuché la voz de mamá, entonces el sonido que
no pertenecía al estudio en lo absoluto, flotó por el pasillo hacia mí:
Cuando alcé la vista, estaba sorprendida de ver que Bea estaba junto a mí y su
mano estaba sobre mi hombro.
—El tiempo no se acaba —susurró, sin mirarme a mí, sino al lienzo—. Así como
siempre hay tiempo para el dolor, siempre hay tiempo para la curación. Por
supuesto que lo hay.
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Acababa de dar la vuelta en la esquina del pasillo de ciencias cuando Meghan gritó
mi nombre y apareció detrás de mí. Caminé más despacio, mirando
preocupadamente hacia la oficina de la Sra. Stone, donde la reunión del Consejo
Estudiantil comenzaría en unos minutos, y me detuve a regañadientes.
Normalmente habría seguido caminando sin dudar. Meghan me había dejado muy
claro que me culpaba por lo que había ocurrido, y me imaginaba que lo que fuera
que quisiera decirme, no podía ser bueno.
Pero no tenía hacia donde huir. Los pasillos estaban vacíos a esta hora del día en
este lado del edificio. Todos los atletas estaban en el gimnasio. Y el resto estaba
camino a casa.
—Genial, iré contigo —dijo Meghan. La miré por un segundo más y luego
lentamente comencé a caminar al salón de la Sra. Stone. Después de unos pasos ella
dijo—: Me gusta tu idea de la cápsula. Va a estar bueno.
—¿La verdad? Jessica me dijo que fuera amable contigo. Bueno, en realidad no me
lo dijo, pero, ya sabes… como que se enojó conmigo por gritarte y peleamos por
ello. Nos arreglamos y todo, pero decidí que tiene razón. Al menos puedo intentarlo.
—Se encogió de hombros—. No eres mala ni nada. Sólo callada.
—Normalmente no sé qué decir —dije—. Siempre he sido callada. Sólo que antes
nadie me notaba, supongo.
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Ella me miró.
Podíamos ver el aula de la Sra. Stone adelante. Había luz adentro y podíamos oír las
voces saliendo de allí. La de la Sra. Stone sobresalía; unas risas alegraban el
ambiente. Nos detuvimos.
—Quiero preguntarte algo —dijo Meghan—. Uhm… alguien dijo que mi nombre
estaba en la Lista del Odio. Así que me preguntaba… ¿por qué? Quiero decir, mucha
gente habla de que las víctimas se lo merecían porque molestaban a Nick, pero yo
realmente no los conocía. Nunca hablé con él.
Apreté mis labios y quise más que nada estar en el salón de la Sra. Stone, con
Jessica como defensora. Meghan tenía razón sobre algo; no la conocíamos antes del
tiroteo. Nunca habíamos hablado con ella, ni habíamos sabido nada de su
personalidad. Pero sentíamos que sabíamos lo suficiente, dado con quién andaba.
—Hey, fenómeno —dijo Chris—. Sostén esto por mí. —Le tiró un chicle que sacó
de su boca al plato de Nick. Sus amigos rompieron a reír, llevando sus manos a sus
pechos, dando traspiés como si estuvieran ebrios.
Se fueron a su mesa, riéndose. Podía ver la furia en Nick, sus ojos oscureciéndose,
su mandíbula apretada. Estaba diferente de como había estado aquel día en el cine.
Entonces se vio triste, derrotado. Ahora parecía molesto. Comenzó a levantarse de
la mesa.
—No —dije, poniendo mi mano sobre su hombro. Nick había sido atrapado en dos
peleas ese mes, y Anderson estaba amenazando con una suspensión.
—No valen la pena. Ten, come las mías. —Empujé hacia él la bandeja de mi
almuerzo—. De todas formas no me gustan las papas.
Se congeló, con las aletas de la nariz dilatadas, las palmas presionadas en la mesa.
Inspiró hondo varias veces y volvió a su asiento.
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Parecía justificado en ese momento. Los odiaba mucho por lo que le hacían a Nick,
y a mí. Pero ahora, de pie en el pasillo afuera del salón de clases de la Sra. Stone,
todo se sentía diferente. De pie en el pasillo, Meghan no era tan horrible. Sólo era
otra persona confundida buscando respuestas. Como yo.
—No era por ti —le dije honestamente a Meghan—. Era Chris. Estabas sentada con
él en el almuerzo una vez y… —Me detuve en seco, comprendiendo que sin
importar cuán enojados estábamos Nick y yo ese día, sin importar qué tan cruel fue
Chris con Nick en su momento, y por todo lo que había ocurrido, simplemente no
tendría sentido para ella. Apenas tenía sentido para mí—. Fue estúpido. No fue
correcto.
—Bueno —dijo al fin—, supongo que ya no importa, ¿cierto? —Sonrió. Era una
sonrisa forzada, pero no falsa. Aprecié mucho eso, al menos.
Entramos en el salón de la Sra. Stone, y por primera vez no sentí deseos de salir
huyendo.
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Nick Levil, 17. Aunque los testigos y la policía han identificado positivamente a Nick
Levil, de penúltimo año, como el tirador, aun no se tiene clara su motivación para
llevar a cabo el crimen. “Él era del tipo aislado, pero yo no lo llamaría un solitario o
algo así”, dijo la estudiante de penúltimo año, Stacey Brinks, a los reporteros.
“También tenía novia y muchos amigos. A veces hablaba de suicidarse, muchas veces,
de hecho, pero nunca dijo nada acerca de matar a otras personas. Al menos no a
nosotros. Tal vez Valerie sabía, pero nosotros no”.
La policía ha sido capaz, con ayuda de los videos de seguridad, de rastrear los
movimientos de Levil durante la mañana del 2 de mayo, y han reconstruido una idea
clara de lo que ocurrió en la cafetería ese día. Luego de abrir fuego en el comedor
lleno de estudiantes, principalmente estudiantes de último año, Levil le disparó a su
novia, Valerie Leftman, en la pierna y después se disparó a sí mismo. Partes de los
videos, que muestran el espeluznante final del alboroto, han sido puestos al aire en
algunos canales de noticias, provocando una gran conmoción en la familia Levil.
“Mi hijo pudo ser quien disparó, pero sigue siendo una víctima”, dijo la madre de Levil
a los reporteros. “Malditos sean esos tiburones de los medios de comunicación que
creen que algo como eso no está desgarrando a mi familia en pedazos. ¿Creen que ver
a nuestro hijo meterse una bala en el cerebro una y otra vez no va a partir nuestros
corazones?”.
El padrastro de Levil agregó entre lágrimas: “Nuestro hijo también está muerto. Por
favor no olviden eso”.
No sé cómo pasó, pero de alguna manera debí haberme acostumbrado a ser amiga
de Jessica Campbell. El final del semestre llegó y se fue y el Dr. Hieler había hecho
un gran alboroto por eso en una de nuestras sesiones, yo podría nunca haberlo
notado.
—Te dije que ibas a pasar el semestre —me había dicho—. ¡Demonios, soy bueno
en esto!
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—No te lleves todo el crédito —le había dicho bromeando—. Nadie ha dicho que
vaya a regresar luego de las vacaciones de invierno. ¿Cómo sabes que no me voy a
transferir?
La gente parecía, en general, estarse adaptando a la idea de que iba a seguir por ahí,
y parecía estar ayudando el hecho de que Jessica y yo nos sentáramos juntas todos
los días en el almuerzo.
—No, mi mamá no me deja —dijo Meghan. Ella estaba sosteniendo el otro extremo
de la serpentina. Jessica le arrojó el rollo de cinta adhesiva. Meghan se estiró para
atraparlo y dejó caer el otro extremo de serpentina—. ¡Mierda!
—Ya lo tengo —dije. Cojeando, agarré la serpentina, la torcí como Meghan la tenía
antes, y se la entregué.
—Gracias —me dijo. Se paró de puntitas y la pegó a la pared. Mientas ella hacía eso,
Jessica estaba ocupada inflando un globo para pegarlo en medio de la serpentina.
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—Mi mamá no me deja ir a ningún lado estos días. Está muy paranoica. Mi papá
dice que se le pasará. Pero ahora ella está hablando sobre hacerme ir a la
universidad comunitaria el próximo año porque no puede soportar la idea de que
me vaya a la Universidad. Como si al irme vaya a estar en otro tiroteo escolar o algo
parecido. Necesita terapia.
Apreté el nudo del globo que estaba soplando y saqué otro de la bolsa.
—Bueno, mi papá me consiguió los tickets con alguien del trabajo —dijo Jessica—.
Llegó a casa y fue como, “Hey Jess, ¿alguna vez has escuchado a este cantante,
Justin Timberlake? ¿Canta country o algo?” —Nos reímos—. Y yo estaba como,
“Diablos, sí, ¡he escuchado a Justin Timberlake!” y él dijo: “Bueno, tengo dos
entradas para ir y puedes quedártelas pero tienes que ir con Roddy”. Así que mi
hermano va a venir a casa desde la Universidad de Kansas ese fin de semana y me
va a llevar, supongo que está bien. Roddy por lo general es genial.
—De ninguna manera dejaría que mis padres me hicieran ir con Troy —dijo
Meghan—. Él anda con esos perdedores, como Duce Barnes. Probablemente me
pegaría un tiro si estuviera sola con él. —Su cara se volvió algo rosada y me miró.
Yo conocía a Troy. A veces Troy había estado con Duce cuando Nick no había
llegado. Troy se había graduado de Garvin hace como tres años y era algo así como
una leyenda por ser algo impulsivo. Una vez tuvo problemas por tumbar toda una
fila de lockers. Meghan miraba a su hermano y lo adoraba. Pero ella no era nada
como él.
Nadie dijo nada durante un minuto. Amarré el globo en el que había estado
trabajando y lo dejé caer al suelo. Me volteé, saqué otro de la bolsa y lo puse en mi
boca.
Aclaré mi garganta. No me sentía del todo cómoda con Meghan y creo que era un
sentimiento mutuo.
—Uhm —dije, probando mi voz, la cual sonaba demasiado casual para cómo me
sentía—. No lo creo. Estoy bastante enterrada de por vida.
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—Sí, supongo que mis padres no lo ven así. Ellos ahora mismo están con eso de mi
“falta de juicio”.
—No tengo ningún lugar al que ir. —Me encogí de hombros. Los chicos en la parte
de atrás estaban discutiendo tranquilamente sobre la colocación de las velas.
—Jess, deberías invitarla a la fiesta de Alex —dijo Meghan. Se bajó de la silla y dio
un paso atrás para admirar la serpentina—. ¿Cómo se ve?
Me paré.
Inflamos más globos por algunos minutos más y luego Jessica dijo:
—Meghan estaba hablando sobre esta fiesta a la que todos vamos a ir el veinticinco.
Es una fiesta de granero. ¿Alguna vez has estado en una?
—Es en la granja de Alex Gold. Sus padres van a estar en Irlanda por dos semanas.
Deberá ser muy salvaje.
—La última vez perdí mis zapatos —agregó Meghan—. Y Jamie Pembroke vomitó.
¿Te acuerdas de eso? —Ella y Jessica se rieron—. Deberías venir, Val —añadió
Meghan—. Es realmente una maravilla.
—Sí, ven con nosotras —dijo Jessica. Alargó la mano y me dio un codazo en el
brazo—. Todos van a dormir en mi casa.
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imaginar lo que Nick pensaría si fuera. No había manera de que pudiera manejar
eso.
—¡Genial!
Ella todavía estaba quitándose su abrigo con su nariz enrojecida por el fuerte
viento que había llegado de la nada esta mañana.
La Sra. Stone puso su mano en el pecho y miró a su alrededor, pero parecía estar
pasando más tiempo mirándome a mí, a Jessica y a Meghan mientras nos reíamos,
paradas una al lado de la otra, golpeándonos los hombros y charlando.
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—Disculpen chicas, pero no pueden estar sentadas aquí por más tiempo —dijo el
Sr. Angerson—. Los constructores estarán viniendo y yendo por aquí.
Los constructores habían estado entrando y saliendo del edificio durante toda la
mañana, martillando, golpeando y utilizando máquinas ruidosas, lo que hizo muy
difícil concentrarse en cualquier cosa. Estaban instalando nuevas puertas —unas
sin ventanas de vidrio— en los salones de clases, reemplazando el vidrio de ambos
lados por una especie de cosa a prueba de balas. Las puertas que estaban
instalando se atrancaban desde adentro cada vez que eran cerradas, lo que
significaba que si tenías que ir al baño durante clases, debías tocar la puerta para
que te dejaran entrar de nuevo. Por supuesto, también implicaba que estábamos
sentados en una pequeña fortaleza de seguridad, por si acaso alguien ingresaba al
edificio con un arma, una bomba o algo.
—De acuerdo —dijo Jessica. Nos miramos la una a la otra y después ambas
volteamos para observar la cafetería—. Vamos —dijo en su antigua voz de “Jessica
la Comandante” que recordaba tan bien—. Te puedes sentar conmigo. —Se echó su
cabello con confianza sobre un hombro y sacó su pecho, caminando con valentía a
través de la multitud.
Mis pies se sintieron fríos y pesados, pero de todos modos la seguí. Me condujo
hasta lo que yo siempre había conocido como el cuartel general de las DBMP, y sólo
pensar en eso me hizo entrar en pánico.
—Hola Jess —dijo Meghan. Pero su voz era muy baja y su rostro estaba serio. El
momento en la reunión del Consejo Estudiantil, explotando globos juntas, pudo
haber sido fácilmente una alucinación—. Hola Val.
Intenté forzar a mi boca a formar una sonrisa, pero hablar estaba fuera de
discusión.
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—Angerson detuvo eso, por supuesto —dijo Jessica. Se sentó y luego se volteó
hacia mí—. Vamos, Val. Siéntate. A nadie le molestará.
Alguien hizo un sonido de “aff” cuando ella dijo eso, pero no pude ver quién fue.
—¿Ambas quiénes?
—Claro que sí —dijo Jessica—. ¿Cuál es el problema con eso? —Detecté una nota
de enojo en su voz, un sonido que reconocía muy bien. ¿Cuántas veces no lo había
escuchado dirigido a mí?
¿Qué estás mirando, Hermana Muerte? Bonitas botas, Hermana Muerte. Como si yo
hubiese estado hablando con tus amigos perdedores, Hermana Muerte. ¿Tienes algún
problema? ¿Qué es lo que te pasa? ¿Te pasa algo, Hermana Muerte? Sólo que esta vez
no estaba dirigido a mí, sino a sus amigos a los cuales reinaba. Me sentí aliviada, y
enseguida me sentí culpable por sentir alivio. En ese momento no te podría haber
dicho quién había cambiado más: Jessica Campbell o yo.
—De hecho, aún no le he preguntado a mis padres —le murmuré a Jessica—. Les
iba a preguntar este fin de semana.
Todos estaban mirando fijamente sus propias bandejas y la charla había cesado.
Varios de ellos estaban murmurando lo suficientemente fuerte como para que yo
supiera que estaban hablando de mí, pero no como para saber qué estaban
diciendo.
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Fue demasiado. Estúpida yo por pensar que podía encajar aquí, aún después de
todo este tiempo. Incluso con Jessica de mi lado. Ve lo que es real, eso era lo que el
Dr. Hieler quería que hiciera. Ve lo que de verdad está allí. Bueno, podía ver lo que
de verdad estaba allí ahora, y nada de eso era bueno. Todo era exactamente igual
que antes. Sólo que antes yo hubiera escrito sus nombres en la Lista de Odio y
hubiera corrido hacia Nick para que me reconfortara. Ahora yo era una persona
diferente y no tenía idea de qué hacer, además de huir.
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Estaba sentada en mi cama, admirando el reciente esmalte rosa fuerte con el que
me había pintado las uñas de los pies. No me había pintado los pies con ese rosado
desde hace tiempo por lo que dudé que el esmalte aún estuviera bueno.
Seguía esperando que se secaran —sacando un poco de aire de mi boca sin ponerle
mucho esfuerzo— cuando hubo un golpe, muy suave, en mi puerta.
—¿Sí?
Entró en la habitación e hizo su camino a través del piso como si estuviera pasando
por un campo minado. Empujó una pila de camisetas fuera de su camino con el pie.
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Noté que estaba usando zapatos. Zapatos de correr. Y jeans, y también una
camiseta. Su casual, pero para salir, atuendo.
Se sentó en el borde de la cama. Al principio no dijo nada, sólo miró mis uñas de los
pies. Los doblé hacia adentro e inmediatamente me preocupé de haber dañado mi
trabajo. Los desdoblé. Sólo uno se echó a perder. Usé mi dedo pulgar para sacar la
mayoría del esmalte de uñas y luego me quedé mirando mi pie. El cual de repente
se veía tan vulnerable e imperfecto con el esmalte rosado alrededor de la uña pero
desnudo en el interior. Como si hubiera empezado pero luego se me hubiera
olvidado ponerlo bonito.
—¿Nuevo color? —preguntó, lo que pensé que era una pregunta muy extraña
viniendo de un papá. ¿Acaso los papás debían notar el esmalte de uñas de sus
hijas? No estaba segura, pero no era algo que mi padre podría notar, y cada
pensamiento de eso me hizo sentir inquieta.
—Papá —empecé, pero levantó una mano para pararme. Tragó saliva. Ninguna
frase que empezara Escucha Val, sobre Briley… no iba a ser el comienzo de una
placentera conversación. De eso estaba segura.
—Papá, no voy a decirle a mi madre. No tienes que hacer esto —empecé diciéndole,
pero me interrumpió.
Luego me quedé callada, mis pies poniéndose fríos. Los miré fuertemente,
esperando que el rosa fuerte se cambiara a morado o a azul hielo, como un anillo
de estado de ánimo. Tal vez el amarillo cadáver no fuera una cosa del pasado,
después de todo. Empecé a preguntarme quién era la impostora, la vieja Valerie o
la nueva, era algo que sentía una y otra vez luego del tiroteo, como si pudiera
cambiar de forma momento-a-momento.
—Por supuesto no lo tomó bien. Está muy enojada. Me pidió que me fuera.
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—Guau. —Respiré.
—No hace ninguna diferencia para ti, amo a Briley. La he amado desde hace tiempo.
Probablemente nos casemos.
Nos sentamos allí en silencio por un rato. Me pregunté qué estaba pensando mi
padre, ¿por qué estaba aquí? ¿Estaba esperando una absolución? ¿Que yo dijera
que estaba bien que él hiciera eso? ¿Tenía que hacer algún tipo de declaración
sobre la aceptación magnánima de Briley en mi vida?
—¿Desde hace cuándo tú y… um… ella… han estado juntos? —le pregunté.
Levantó sus ojos para mirarme directamente. Tal vez esa era la única vez que había
visto a mi padre a los ojos y estaba sorprendida de lo profundos que se veían. Creo
que siempre he visto a mi padre en sólo una dimensión. Nunca tuve un
pensamiento que no lo incluyera en el trabajo. Nunca una emoción que no fuera
impaciencia o rabia.
—Esto paso mucho antes del tiroteo. —Me dio una media sonrisa—. De alguna
manera el tiroteo hizo que tu madre y yo nos acercáramos. Se me hizo más difícil
dejarla. He roto el corazón de Briley un millón de veces en los últimos meses.
Teníamos planeado que me fuera a vivir con ella en el verano. Esperábamos estar
casados para este momento. Pero el tiroteo…
Él como muchos más, dejó la frase colgando luego de esas palabras, como si ellas
explicaran todo por sí solas. Sin embargo, sabía a qué se refería, sin que él siguiera.
El tiroteo había cambiado todo. Para todos. Aun para Briley, que no tenía nada que
ver con la Preparatoria Garvin.
—No podía dejar a Jenny luego de eso. Ella ha pasado por mucho. Respeto a tu
madre y no quiero herirla. Es sólo que no la amo. No de la manera en que amo a
Briley.
Asintió lentamente.
Quería que hubiera una parte de mí que estuviera en contra de eso. No lo hagas.
Quería gritarle. No, ¡no puedes! Pero no pude hacerlo. Porque la verdad era, y
ambos lo sabíamos, que él se había ido hace largo, largo tiempo. No lo haría
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quedarse atrapado aquí mientras quisiera estar en otro lugar. En su propia y rara
manera él era sólo otra víctima del tiroteo. Uno de los que no pudo escapar.
—¿Estás molesta? —me preguntó, lo que me pareció que era una pregunta muy
extraña.
—Sí —dije. Y lo estaba. Es sólo que no estaba del todo segura de si estaba molesta
con él. Pero no creo que quisiera oír esa parte. Creo que para él era importante
escuchar que a mí me importaba tanto como para estar molesta.
Los miró por unos momentos y luego se paró en silencio y se fue a la puerta. No se
volteó cuando la alcanzó. Sólo alcanzó la manija y la movió.
—No —dijo sin encararme—. Tal vez eso me vuelve un mal padre, pero no creo
que pueda. No importa lo que la policía haya encontrado, estuviste involucrada en
ese tiroteo, Valerie. Tú escribiste esos nombres en la lista. Escribiste mi nombre en
la lista. Tenías una buena vida aquí. Pudiste no haber apretado el gatillo, pero
ayudaste a causar la tragedia.
Abrió la puerta.
—Lo siento. De verdad lo siento. —Dio un paso fuera, hacia el pasillo—. Dejaré mi
dirección y mi número con tu madre —dijo, antes de salir lentamente fuera de mi
vista.
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Como siempre, decidí que sería más seguro saltarme la cena e ir por algo de comer
después de que todos se fueran a la cama. Esperé hasta ver la rendija entre el final
de la puerta y el piso volverse oscura —por las luces apagadas— y salí.
—Vete a la cama, Valerie, sólo soy yo —dijo mamá desde la fortaleza oscura del
sillón. Su voz sonaba gangosa y su nariz tapada.
Hubo otro silencio largo y comencé a pensar que quizás debería irme a la cama
como ella había dicho. Pero después de un momento dijo:
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—¿Comiste algo, entonces? Le dije al Dr. Hieler que no te había visto comer nada
en semanas.
—Eso era lo que pensaba —dijo, y podía escuchar las lágrimas en su voz. Sollozó
un poco más y ese sonido silencioso entraba y salía en el aire a mi alrededor.
Finalmente dio un respiro profundo—. Estás más delgada y nunca te veo comer
nada. ¿Qué se suponía que pensara? El Dr. Hieler pensaba que estarías haciendo
eso, comer cuando no estoy cerca.
Otro punto para el Dr. Hieler. Algunas veces olvido cuántas veces me defiende sin
siquiera yo saberlo. A veces me pregunto cuántas veces la bajó del techo acerca de
ridiculeces.
—Ya lo hago. Pero no al hombre con el cual estuve viviendo estos últimos años.
Extraño al hombre al cual le dije “Acepto”. Probablemente no lo entenderías.
—Sí, supongo que lo haces —dijo, lo cual se sintió tan bien que no tenía palabras—.
Recuerdas… —dijo, pero luego se detuvo. Escuché otro pañuelo dejar su caja y otro
sollozo—. ¿Recuerdas ese verano que fuimos a Dakota del Sur? ¿Recuerdas que
fuimos en la vieja furgoneta del abuelo y la cargamos con un congelador gigante
con sándwiches y gaseosas y simplemente nos fuimos porque tu padre quería que
Frankie y tú vieran el Monte Rushmore?
—Sí —dije—. Recuerdo que llevaste un orinal en el auto por si a caso teníamos que
hacer en el camino. Y Frankie comió patas de cangrejo en un buffet en alguna parte
de Nebraska y vomitó sobre la mesa.
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—Y el museo rock. Recuerdas que lloré porque pensé que sería como un museo de
música rock, y cuando llegamos eran solamente rocas.
—Y tu abuela, que Dios guarde su alma, fumó esos asquerosos cigarrillos durante
todo el viaje.
Ambas reímos entre dientes, y nos quedamos en silencio una vez más. Fue un viaje
horrible. Un maravilloso y horrible viaje.
—Sí, supongo que estoy bien con ello. Papá odiaba estar aquí. Quizás no sea el
mejor padre de todos, pero no creo que nadie debería ser así de miserable.
—Tu papá lo hizo —dijo—. Justo después de hablar contigo. Le dije que no sería yo
quien les rompiera el corazón. Pensé que era justo que él mismo tuviera que
contarles que estaba saliendo con una chica de veinte. Ya no voy a hacerme cargo
de su trabajo sucio. Estoy cansada de ser la mala de la película.
—Frankie es un buen chico, mamá —dije—. Él se junta con buenos chicos. Él no…
—será como yo fue lo que estaba a punto de salir de mi boca, pero me dio
vergüenza y en cambio dije—:…estará en problemas.
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—Espero que no —dijo—. Apenas puedo manejar lo qué está pasando contigo.
Sólo soy una persona. No puedo cuidar a todos todo el tiempo.
—No tienes que cuidarme más —dije—. Estoy bien, mamá, en serio. El Dr. Hieler
dice que estoy progresando realmente bien. Y estoy haciendo esas clases de arte
con Bea. Y estoy trabajando en ese proyecto del Consejo Estudiantil. —Y
repentinamente sentí la urgente necesidad de reparar algo en el interior de mi
madre. Repentinamente estaba inundada de una compasión por ella que podría
haber jurado que nunca existiría de nuevo. Repentinamente quería ser quien le
diera esperanzas, regresarle ese tiempo en Dakota del Sur—. De hecho, estaba
preguntándome si me dejarías ir a una fiesta de pijamas en la casa de Jessica
Campbell la próxima semana. —Mi garganta se sentía tirante.
—Oh, Val —dijo, su voz gruesa y pesada—. ¿Está segura que quieres hacer esto?
Pensé que odiabas a esas chicas.
—No, de verdad, mamá. Fue enfrente de ella que salté. Salvé su vida. La salvé. Y
ahora somos amigas.
Nuevamente hubo un largo silencio. Mamá sollozó un poco y el sonido era tan
nublado que casi sentía que no podía respirar.
—A veces estoy tan ocupada viéndote como el enemigo que desmanteló la vida de
mi familia, que olvido ver que fuiste tú quien detuvo el tiroteo. Tú fuiste quien
salvó la vida de esa chica. Nunca te agradecí por eso, ¿verdad?
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Mi estómago dio un vuelco. No estaba segura si sabía como divertirme con esa
gente. Su idea de diversión era muy diferente de cualquier cosa que había conocido.
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—Así que supongo que ya sabes que mi padre se fue —dije, estudiando la
estantería del Dr. Hieler, de espaldas a él, mientras tenía su usual pose en su silla:
las piernas colgando por un lado, su dedo índice trazando su labio inferior en
contemplación.
—A veces, incluso las cosas que esperamos que sucedan, pueden aún lastimarnos.
—Lo sé. Creo que superé lo de papá hace mucho tiempo. Creo que, me dolió en ese
entonces, pero ahora... no sé... ahora parece ser un alivio.
—Puedo entenderlo.
—Gracias por hablar de la cosa de la anorexia con mamá, por cierto —dije.
Abandoné la estantería y me dejé caer hacía atrás en el sofá. Él asintió con la
cabeza.
—Sí, lo sé. Estoy comiendo. Incluso he vuelto a ganar unos kilos. No es gran cosa.
No es como si estuviera tratando de perder peso.
—Creo eso. Ella sólo se preocupa, es todo. A veces tienes el humor de la gente
mayor. Deja que te vea comer algo de vez en cuando, ¿de acuerdo? —Asentí con la
cabeza.
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Levantó las cejas y se inclinó hacia adelante para tomar el cuadro que había sacado
de mi mochila.
Le dio la vuelta al cuadro y lo estudió. Era el retrato que había pintado en el estudio
de Bea el sábado pasado.
—Es increíble —dijo. Luego lo repitió, con más entusiasmo—: ¡Es increíble! No
tenía idea de que pudieras hacer esto.
—Sí, creo que realmente me gusta pintar. He estado pasando el rato con esta mujer
en un estudio en la calle y ella ha estado dejándome pintar gratuitamente. He
estado dibujando las cosas como realmente las veo. No como lo que todos quieren
que vea, pero es lo que realmente está ahí. Ha sido muy útil. Aunque algunas
personas piensan que es otro Libro de Odio. Pero, da igual. Sólo los dibujo, también.
Él dejó con mucho cuidado el lienzo apoyado contra la lámpara de la mesa junto a
él.
—¿Puedo ver el libro? ¿Lo traerías contigo la próxima vez? —Sonreí tímidamente.
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Jessica y Cheri estaban hablando de cuando a Doug Hobson le habían bajado los
pantalones en la casa de campo, luego de la práctica de rastreo, a principios de la
semana. Estaban riendo y metiendo pretzels en sus bocas descuidadamente, me
sentía como si estuviera en un cine mirándolas en la pantalla. Meghan y McKenzie
estaban estudiando un artículo de una revista sobre peinados para el cabello. Me
senté al final de la mesa en silencio mordisqueando el pretzel.
La mamá de Jessica estaba junto al fregadero y le sonrió a su hija, riendo con ellas
cada vez que salían con alguna historia graciosa, pero sin entrar en la
conversación. Intenté no darme cuenta de cómo su sonrisa vacilaba
eventualmente, cuando me lanzaba una mirada.
Luego de un rato la mamá de Jessica golpeó a la puerta y la abrió un poco con esa
sonrisa pegada en sus dientes perfectos. Anunció que la cena estaba lista y bajamos
para encontrar pizza hecha en casa en el mostrador. De tres tipos. Las cortezas
perfectamente crujientes y doradas. La carne perfectamente horneada. Los
vegetales perfectamente suaves. A la medida, e incluso una corteza cortada y con
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La casa de Alex era una casa de campo de ladrillo, casi oculta detrás de un
bosquecillo de árboles de manzano silvestre. No había luces en la casa, lo que la
hacía ver siniestra en la noche, aun cuando el camino estaba lleno de carros.
Justo después de la entrada, una gran puerta que daba a un pastizal había sido
abierta y Jessica condujo hasta el pasto. Un poco más arriba parecía un
estacionamiento, como si todos los de Garvin hubieran ido a la fiesta, y Jessica
estacionara su carro con los demás. Tan pronto como nos bajamos pudimos
escuchar la música golpeándonos a nuestra izquierda. Enfrente podíamos ver el
granero, la puerta abierta de par en par, un cuadrado de luz negra y medias lunas
de luz de colores girando se derramaban sobre la hierba cortada.
Sobre eso se podía oír las risas y gritos, y un poco por encima de eso podíamos oír
los sonidos que se pueden esperar escuchar en una granja… el ladrido de un perro
lejanamente, un mugido intermitente, unas ranas charlando cerca de una charca.
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tomado una gota de alcohol desde que Nick había muerto y no estaba segura si
podría manejarlo.
—¿No quieres una de estas? —Alguien me dijo desde atrás. Me volteé y vi a Josh
sosteniendo una cerveza—. Esto es una fiesta, hombre.
Dio un paso adelante, tomó la soda de mi mano y la devolvió al hielo, luego rebuscó
en la bañera y sacó una botella de cerveza. Giró la parte superior.
—Toma. —Me dio una sonrisa que mostraba todos sus dientes.
Tomé la cerveza con mis manos temblando. Pensé en Nick. En los momentos en
que salíamos de fiesta juntos. Las veces que nos burlamos imaginándonos cómo la
gente como Jessica y Josh salían de fiesta. Sobre cuán decepcionado estaría Nick de
mí si me viera tomando con Josh. Sobre cómo ya no importaba lo que Nick pensara,
porque él se había ido. Y como de alguna manera ese pensamiento parecía hacer la
diferencia. Di un largo trago.
Miré atrás un momento, segura que no estaba hablando conmigo. Él apenas podía
soportar mirarme en esas reuniones del consejo. No había puesto exactamente una
silla en la mesa del almuerzo para que me sentara, tampoco. El cambio parecía
tan… repentino.
Se rió.
Me reí también. Y no una pequeña risa, algo que medio me sorprendió. Me volví a
meter la botella en la boca y me di cuenta que ya estaba vacía. Arrojé la botella
vacía detrás de la paca de heno con un tintineo y saqué otra del hielo. Josh me la
quitó de la mano y abrió la parte de arriba, luego me la volvió a dar.
—En realidad ya no bailo más —le dije, tomando un gran sorbo—. Mi pierna…
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Pero cuando miré abajo, mi pierna lucía exactamente como la de los demás. Y,
ahora que lo pienso, tampoco palpitaba de momento, tampoco. Di otro largo trago.
Bebí de nuevo y lamí mis labios. Él olía bien. Como a jabón. A algún tipo de jabón de
hombre, como el que usaba Nick. Amaba ese olor en Nick. Y de repente un anhelo
se abrió paso en mí, tan grande que dolía.
De repente estaba tan sola, me sentí como si estuviera en una caja. Cerré mis ojos e
incliné mi cabeza en el brazo de Josh. Cosas nadaban en frente de mis parpados
cerrados. Sonreí, luego abrí mis ojos y acabé el resto de mi cerveza. La arrojé en la
pila y agarré su mano.
La canción cambió a una más lenta y dejé que Josh me abrazara alrededor en la
cintura. Me acerqué a él con los ojos cerrados. Las mangas de su chaqueta
estampada crujieron en mi mejilla y me absorbió el sonido, junto con su olor, y la
sensación áspera del estampado de fútbol presionando mi oído. Con mis ojos
cerrados, pude imaginarme que estaba oliendo la chaqueta de Nick, sintiendo el
cierre presionándose en mis oídos. Escuchándolo decirme que me amaba.
Diciéndome que siempre me amaría.
Por un minuto mi fantasía fue tan real que cuando miré arriba para mirar sus ojos
me sorprendí de ver a Josh.
—Creo que debería ir por aire o algo —dije—. Mi cabeza está dando vueltas. Creo
que bebí muy rápido.
Nos abrimos camino a través de la multitud y nos dirigimos fuera del granero.
Unos cuantos chicos estaban dispersos por aquí y allá, besándose, fumando,
jugando a agarrarse el trasero en la luz tenue y con música suave que se oía a
través de la puerta.
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Rodeamos la esquina al lado del granero donde no había nadie. Josh se sentó en el
pasto y yo me dejé caer a su lado, limpiándome con mis manos la frente, que había
empezado a sudar.
—Gracias —le dije—. No he tenido mucho ejercicio en los últimos meses. Estoy
algo así como fuera de práctica.
—No hay problema —dijo Josh—. De todas maneras estaba listo para un descanso.
—Y me sonrió. Una sonrisa genuina. Y esta fiesta estaba genial. Nada como Nick y
yo pensábamos que eran estas fiestas.
—Bueno, que tienes aquí, ¿Joshy? —dijo Troy, parándose frente a nosotros, sus
brazos cruzados en su pecho—. ¿Estás ocupado con la novia del asesino?
¡Arriesgado! Oye, he escuchado que volar a la gente la excita.
La sonrisa de Josh se apagó, remplazada por una dura que conocía muy bien.
—¿Con ella? De ninguna manera, hombre. Sólo la estoy observando. Por Alex.
Asegurándome que no cause ningún problema.
—Gracias, pero no necesito niñera —le dije. Intenté con todas mis fuerzas sonar
dura, como si no me hubiera afectado, pero hubo un temblor al final de las palabras,
y me encontré presionando mis labios juntos—. Ya te puedes ir —le dije cuando fui
capaz de separarlos—. Ya me estaba yendo.
Troy se agachó y me apretó las rodillas con sus manos, mirándome directamente a
la cara, muy cerca como para ser cómodo.
—Genial —dijo Josh. Se paró y se fue. Mientras rodeaba la esquina del granero,
miró sobre su hombro una última vez hacía mi. Casi podría jurar que vi una mirada
de arrepentimiento en su cara cuando hizo eso, pero ¿como iba a volver a confiar
en algo que viera? Yo era, como, la peor persona del mundo en leer lo que alguien
estaba pensando. Bien podría estamparme INGENUA, en la frente.
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—Si ella se sale de línea —dijo Troy, acercándose tanto que mi cabello se movió
cuando me habló—. Sólo le hablaré en su propio lenguaje. —Troy inclinó su dedo
índice y el pulgar en forma de pistola y lo apretó contra mi sien. Me encogí de
hombros alejándome llena de rabia. Gruñí, tratando de ponerme en pie.
—¿Cuál es tu problema? —dijo Troy—. ¿No eres tan fuerte sin tu novio? —Su boca
ahora estaba tan cerca que sentí una pequeña partícula de saliva pegar en mi
oído—. Alex me dijo que venías esta noche. Al parecer a tus nuevos amigos no son
muy felices teniéndote alrededor de sus fiestas.
—Mi hermana estaba en esa cafetería —dijo—. Ella vio a sus amigos morir, gracias
a ti y a ese asqueroso novio tuyo. Ella sigue teniendo pesadillas sobre eso. Él
obtuvo lo que se merecía, pero tú tuviste un pase libre. Eso no está bien. Tú debiste
morir ese día, Hermana Muerte. Todos desean que lo hubieras hecho. Mira a tu
alrededor. ¿Donde está Jessica, si ella te quiere tanto? Ni siquiera los amigos con
los que viniste, quieren estar contigo.
—Aléjate de mí —le dije de nuevo, sacando sus dedos. Pero sólo me pincharon más
fuerte.
—Tu novio no es el único que puede poner las manos en un arma, ¿sabes? —dijo.
Poco a poco se puso de pie de nuevo. Metió la mano en sus jeans y sacó algo
pequeño y negro. Me apuntó, y cuando la luz de la luna lo iluminó, jadeé y me
presioné contra la pared del granero.
—¿Así era el tipo de arma que tu psicópata novio usó? —me preguntó, girando la
pistola en su mano para que la contemplara. La apuntó a mi pierna—. ¿La
reconoces? No es tan difícil conseguir una. Mi padre esconde ésta en las vigas
debajo de las escaleras. Si quisiera, podría hacer que la gente se fuera, justo como
lo hizo Nick.
Traté de mirar lejos, me forcé a ser fuerte, al menos pararme y correr. Pero no
podía hacer nada más que mirar el arma que colgaba de la mano de Troy y me sentí
sin huesos, mis músculos inservibles. Mis oídos empezaron a zumbar justo como el
día del tiroteo, y sentí que no podía respirar. Imágenes del comedor trataron de
entrar en mí.
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—Para. —Medio gruñí. Lágrimas brotaron de mis ojos y me las limpié con mis
temblorosas manos.
Troy me miró, su cara formando una sonrisa. Movió el arma hacia mí y se rió como
si todo fuera una gran broma.
Me senté en el pasto haciendo un profundo, roto sonido con mi garganta que no era
como un llanto y tampoco un grito, pero era algo en medio. Sentí como si mis ojos
se fueran a salir de sus orbitas, y en todo lo que podía pensar era en huir.
Me puse de pie y corrí con todas mis fuerzas a través del pasto hacia la carretera,
ignorando el dolor en mi pierna que latía cada vez que mi pie se golpeaba contra el
suelo.
Seguí corriendo hasta que mis pulmones se sintieron fundidos. Después entré,
primero por los caminos de grava y luego en el camino pavimentado, siguiendo las
vías del ferrocarril a la carretera. Una vez que paré y me senté en una pequeña
pared cerca de un estanque para tomar aliento y dejar descansar mi pierna.
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Asentí.
—Maldita sea, Valerie —dijo—. ¿Ése es el por qué me llamaste? ¿Por qué estás
ebria?
—Sólo fueron un par de cervezas. Por favor, no le digas a mamá. Por favor. La
matará.
Me dio una mirada que claramente decía: ¿Y qué hay de mí? Pero lo pensó mejor.
Tal vez se dio cuenta de que no sólo era yo la que estaba matando a mamá. Él
también tenía algo que ver con la muerte de sus sueños.
—No puedo creer que tu madre esté dejándote ir a fiestas —murmuró bajo su
aliento.
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Tal vez era el alcohol o quizá era la brusquedad que sentí después de la amenaza
de Troy, o tal vez ambos, pero por alguna razón no podía dejar fuera la furia que
sentía correr a través de mí. Era mi papá. Se suponía que tenía que protegerme, al
menos estar preocupado cuando lo llamé de una gasolinera en medio de ninguna
parte a medianoche, pidiéndole que me recogiera.
Me miró de nuevo.
—¿Por qué no debería mamá confiar en mí, Papá? ¿Por qué estás tan determinado
a hacer que yo sea la mala todo el tiempo? —Miré un costado de su cara, dispuesta
a hacer contacto visual. Él no—. He estado haciéndolo realmente bien últimamente
y ni siquiera te preocupa.
—Aun así te las arreglaste para meterte en problemas esta noche —dijo.
—No tienes idea de lo que sucedió esta noche —dije, mi voz alzándose un poco—.
Todo lo que sabes es que, porque estuve involucrada, de alguna manera soy
culpable de algo. Al menos podrías pretender que te importa, ¿sabes? Al menos
podrías intentar entenderlo.
—Te diré lo que entiendo —dijo, su voz adquiriendo causticidad—. Entiendo que
cuando te fuiste por tus propios medios, te metiste en problemas, eso es lo que
entiendo. Entiendo que estaba tratando de tener una feliz, relajada tarde con Briley
y otra vez lo arruinaste.
—Perdón por arruinar tu perfecta vida con la pequeña y perfecta Briley —dije—.
Siento que hayas sido molestado por tu familia real. Pero en caso de que tú…
—Pero no estabas ahí, papá. Ése es el punto. Nunca estás ahí. Incluso cuando estás
cerca, no estás aquí. Briley no es tu familia. Yo soy tu familia. Yo lo soy. Briley es
sólo una… estúpida aventura.
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Se relajó un poco, pero no lo dejó ir, y todavía habló en pequeños reportes de ira a
través de sus dientes.
—Bien. Ahora voy a llevarte a mi casa con Briley quien, te guste o no, también es
mi familia, y será mejor que no te desquites con ella mientras estés ahí. Y si sientes
que no puedes manejar actuar normal por una maldita noche, entonces te llevaré a
tu casa ahora, pero tendrás cinco minutos para recoger tu mierda y largarte. Lejos
de esta familia. Un tiempo. No me pruebes.
—¿Está todo bien aquí? —gritó ella. Ninguno de nosotros se movió al principio,
nuestros ojos cerrados, nuestros cuerpos todavía en la sombra del auto.
Finalmente, papá, respirando duro a través de sus fosas nasales, dejó ir mis
hombros y miró hacia arriba.
—Bien. Estamos bien —dijo él, caminando alrededor del frente del carro.
Lentamente, como si lo hiciera a través del agua, me giré y la miré. Ella tenía un
celular en la mano y me lo tendió, sus ojos parpadeando en papá, mientras él abría
la puerta del conductor y entraba al auto. Parte de mí quería correr hacia ella,
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Asentí.
—De acuerdo —dijo ella inseguramente—. Ten una buena noche. —Mantuvo sus
ojos en mí mientras subía el vidrio de nuevo y el carro comenzaba a alejarse,
desapareciendo en la noche.
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—Vamos —dijo ella. Tocó mi hombro ligeramente, no muy diferente del toque que
papá le había dado en la oficina el otro día. El toque que los había unido—. Te
conseguiré un pijama.
—¿Sería más fácil decirme, entonces? —preguntó ella. No lo dijo en una voz
demasiado agradable y no intentó ser toda gentileza o llegar hasta mí, lo que
aprecié. Podría haber metido un mechón de pelo detrás de mi oreja o frotar la
parte baja de mi espalda o algo. Ella sólo se sentó a mi lado en la cama y descansó
sus palmas en el colchón a su lado y dijo—: Dímelo y se lo diré a él. De cualquier
manera él tiene que saberlo. No puedes estar aquí si no vas a decirle. Llamaré a tu
madre yo misma.
Se lo conté todo. Ella nunca dijo una palabra mientras hablé y no intentó
abrazarme cuando terminé. Sólo se levantó y alisó su abrigo a los costados de sus
piernas con sus palmas y dijo:
La siguiente cosa que supe era que estaba sentada de piernas cruzadas en el sofá
de cuero, bebiendo un vaso de leche que ella me había dado, y escuchándolos
pelear en la cocina.
—Ella no puede dejarlo salirse con la suya —siseó la voz de Briley desde la
cocina—. Sabes eso.
—Ella tiene miedo. Seguramente puedes entenderlo. —La voz de papá ni siquiera
se molestó en sisear—. Además, ella no va a escuchar una maldita cosa que diga
esta noche. Eso está perfectamente claro.
Una parte de mí quería sentirse presuntuosa por causar su pelea. Sobre causar una
grieta entre la feliz pareja. Como si hubiera reído al último, a pesar de la amenaza
de papá. Pero no podía hacerlo. Todo lo que podía sentirme era cansada y
entumecida. Y estúpida. Increíblemente estúpida.
—Ella está pasando por un tiempo difícil en la escuela tal como están las cosas. Él
no le hizo daño. Ni siquiera va a esa escuela ya. Se graduó. —Papá estaba diciendo.
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—Pero no estaba cargada. Ni siquiera sabemos si era una pistola real. Además…
esto no nos corresponde a nosotros. Deja a su madre lidiar con ello, si ella decide
contarle a su madre. Jenny la deja salir; ella puede manejar el problema.
Mi boca cayó abierta cuando dijo eso y me encontré sintiéndome mal por Briley.
Ella debió haber reaccionado porque de pronto la voz de él se volvió baja, en
controlada ira.
—Lo siento… lo siento. Sé que querías ser una familia, pero ahora todavía es
demasiado pronto. No eres madre todavía. Pero yo soy padre.
—Entonces actúa como uno. —Vino la ilegible respuesta, entonces pasos, el sonido
de zapatillas golpeando la madera del piso del vestíbulo, y una puerta se cerró
suavemente en el dormitorio.
—Te llevaré a casa en la mañana —dijo él en voz mesurada—. ¿Qué hay sobre la
chica con la que se suponía que pasarías esta noche? ¿Crees que ella vaya a llamar
a tu madre cuando se dé cuenta de que estás desaparecida?
—La llamé y le dije que estaba sintiéndome enferma y que tú me habías recogido.
No debería preocuparse por mí.
Él asintió.
—Piénsalo mucho —dijo él, y luego hizo una pausa—. Y tienes que decirle a tu
madre.
—Es mejor que te vayas pronto a la cama —dijo, haciendo un gesto a la almohada y
a la manta próximas a mí en el sofá—. Estaré llevándote a casa a primera hora de la
mañana. Tengo cosas que hacer.
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—Dile a Frankie que los recogeré a ustedes chicos el sábado en la mañana —dijo—.
Saldremos a comer o algo.
Asentí.
Él consideró esto, buscando mi rostro con sus ojos. Después de un momento dio un
pequeño asentimiento.
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Sin embargo, después de que mamá me había dejado, rodé sobre mi espalda y me
encontré mirando al techo una vez más, incapaz de volverme a dormir. Después de
un tiempo me levanté y le pedí que me llevara donde Bea.
—Oh —dijo Bea, viendo la expresión de mi cara cuando entré en el estudio de arte
una hora más tarde—. ¡Oh Dios mío! —Pero no dijo nada más. Sólo volvió a la
fabricación de sus joyas, sacudiendo la cabeza lastimosamente cada cierto tiempo y
chasqueando su lengua.
No le dije algo a Bea, tampoco. Sólo quería que me dejaran sola. Quería pintar, para
alejarme de todo.
Finalmente tomé un pincel y lo unté en la paleta, sin saber qué color elegir.
—¿Sabías qué —murmuró Bea, arrancando una brillante perla verde de una caja
con las uñas y uniéndola a un brazalete—, que algunas personas piensan
erróneamente que todo lo que los pinceles hacen es pintar? Cuán cerrada pueden
tener las personas la mente.
Miré mi pincel. Mis manos de repente se pusieron a trabajar sin mí, como habían
hecho tantas veces antes, girando el pincel de modo que las cerdas se acurrucaran
en mi palma. Hice un puño apretado alrededor de ellas. Sentí las cerdas aplastarse
en mi puño.
Llevé la punta del mango de pincel al lienzo y la presioné en él. Un poco, y luego un
montón. Y luego sentí un chasquido, y escuché un pequeño desgarro cuando el
cepillo se asomó a través de la lona, abriendo un agujero en el centro. Saqué el
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pincel y lo miré, luego lo hice de nuevo, a alrededor de dos centímetro y medio del
primer rasgón.
Decir que estaba creando algo en particular, sería una mentira. No había nada
pasando por mi mente mientras trabajaba. Sólo sabía que mis manos se movían y
que con cada golpe a través de la tela, sentía un alivio no identificable correr a
través de mí. No era un sentimiento, sólo estaba buscando algo que estaba siendo
dibujado por mi interior.
Pronto tuve diez rasgones en mi lienzo. Los pinté de rojo. Les rodeé de un montón
de negro, salpicando con unas gotas acuosas que parecían manchas de lágrimas.
Me eché hacia atrás y lo miré. Era feo, oscuro y sin control. Al igual que la cara de
un monstruo. O tal vez lo que vi fue mi propia cara. No podía decirlo. ¿El rostro era
la imagen de algo malo o la imagen de mí misma?
—Ambos —murmuró Bea, como si hubiera dicho mi pregunta en voz alta—. Por
supuesto que es ambas cosas. Pero no debería serlo. Por Cristo, no.
Sin embargo, sabía lo que tenía que hacer. En cierto modo, Troy estaba en lo cierto.
No pertenecía. No con Jessica, ni con Meghan y definitivamente tampoco con Josh.
No pertenecía a esas fiestas. No tenía cabida en el Consejo Estudiantil. No
pertenecía con Stacey y Duce. Con mis padres que habían sufrido tanto. Con
Frankie que hacía amigos con tanta facilidad.
Bea estaba equivocada. Yo era el monstruo y la niña triste. No podía separar a los
dos.
Así que solté el pincel, este cayó al suelo, rociando puntitos de pintura en las botas
de mi pantalón, y salí de ahí, fingiendo no escuchar los gritos de aliento de Bea
detrás de mí.
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—No puedes dejarlo ahora —dijo Jessica. Una molesta línea se dibujó sola en su
frente—. Sólo tenemos unos pocos meses para hacer esto juntos. Necesitamos tu
ayuda. Tu compromiso.
—¡Esta escuela es mi problema! —le dije con los dientes apretados—. Tus amigos
imbéciles son mi problema. Sólo quiero estar sola. Sólo quiero terminar e irme de
aquí. ¿Por qué no puedes entender eso? ¿Por qué siempre me estás presionando a
ser alguien que no soy? —No reduje la velocidad.
—Dios, ¿cuándo vas a dejar esa cosa de “no soy una de ustedes”, Valerie? ¿Cuántas
veces tengo que decirte que sí lo eres? Creí que éramos amigas.
Paré y me volteé para ponerme enfrente de ella. Eso era casi un error. Me sentí tan
culpable —podía ver el dolor en su rostro—, pero sabía que debía alejarme de ella.
Alejarme del Consejo Estudiantil. Alejarme de Meghan. Alejarme de Alex Gold
quien me odiaba tanto como para dejar a Josh como mi niñera, y que Troy me
amenazara en su fiesta. Alejarme de toda la confusión y el dolor. No podía decirle a
Jessica la verdad de lo que pasó con Troy en la fiesta. Ya se había armado
fuertemente contra Meghan para que me aceptara. Ella probablemente irrumpiría
en la puerta de Troy y lo pondría en arresto ciudadano. Podía imaginármela
haciéndome su causa, forzando a todos en Garvin a aceptarme de nuevo. Aún si no
quisieran. Estaba cansada de ser el proyecto de caridad de Garvin, siempre bajo el
escrutinio, siempre bajo las cámaras, sólo no podía hacerlo más.
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Su cara se enrojeció.
—En caso que no lo hayas notado, Valerie, Nick está muerto. Así que ya no importa
lo que él piense. Y para aclarar, no creo que lo haya hecho, excepto por unos
minutos en mayo. Pero pensé que eras diferente. Pensé que eras mejor. Me
salvaste la vida, ¿recuerdas?
—¿No lo entiendes? No quería salvarte —le dije—. Sólo quería que él parara de
disparar. Tú pudiste ser cualquier otro.
Me volteé y continué caminando. Justo cuando iba a alcanzar las puertas dobles, la
voz de Jessica se escuchó detrás de mi espalda.
—¿De verdad crees que esto ha sido fácil para mí? —me llamó.
Me paré, y me di la vuelta.
Ella estaba parada adonde la había dejado. Su cara se veía graciosa, casi como si se
estuviera retorciendo por las emociones.
—¿Lo crees?
Tiró su bolso al suelo y caminó hacia mí, firmemente, con una mano en su pecho.
—No me caías bien... antes. No puedo cambiar eso. He tenido que pelear con mis
amigos para incluirte. He tenido que pelear con mis padres. Pero al menos he
tratado.
—Nadie te pidió que trataras —le dije—. Nadie dijo que tenías que hacerme tu
amiga.
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—Te equivocas —me dijo—. El dos de mayo me lo dijo. Viví, y eso hizo todo
diferente.
Ella consiguió estar a sólo unos pasos de mí y todo en lo que podía pensar era en
salir se allí, aún si eso me hacía egoísta o no. Me sumergí a través de las puertas
dentro del aire abierto. Me dejé caer en el carro de mi madre y hundí mi espalda en
el asiento.
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—¿Aún sin hablar? —preguntó el Dr. Hieler, sentándose en su silla. Me entregó una
Coca-Cola. No dije nada. No había dicho nada desde que él había entrado en la sala
de espera a buscarme. No había dicho una palabra cuando me preguntó si quería
un refresco, tampoco le había agradecido cuando me dijo que iba a salir para
conseguirnos algo de tomar y que volvería enseguida. Sólo me senté, malhumorada
en su sofá, encorvada en los almohadones con mis brazos cruzados y un ceño
fruncido oscureciendo mi cara.
—¿Me trajiste ese cuaderno? Aún quiero ver tus dibujos —dijo él.
—¿Ajedrez?
—¿Quieres hablar sobre ello? —preguntó, y antes de que pudiera hacer algo para
detenerlo, una lágrima bajó por mi mejilla.
—Jessica y yo no somos más amigas —dije. Rodé mis ojos y me golpeé la mejilla
con enojo—. Ni siquiera sé porqué estoy llorando por ello. No es como si en
realidad hubiésemos sido amigas de cualquier manera. Es tan estúpido.
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—No —dije.
—¿Ginny?
Suspiré.
—Sólo quiero que todo se vaya. Sólo quiero que todo el drama se detenga. Nadie
me creería de cualquier manera —susurré—. A nadie le importaría.
El Dr. Hieler se movió, se inclinó hacia delante en su silla, y elevó sus ojos para que
pudieran encontrarse con los míos.
Le creí. Si a alguien le importara lo que ocurrió en la fiesta, lo que ocurrió con Troy,
sería al Dr. Hieler. Y mantenerlo todo dentro, lo que se sentía cómodo sólo hasta
hace una semana, de repente se sintió pesado y casi físicamente doloroso. La
siguiente cosa que supe fue que, me encontraba, increíblemente, hablando. Como si
incluso el silencio ya no me era más amistoso.
Le conté al Dr. Hieler todo. Se sentó de nuevo en su silla y escuchó, sus ojos se
volvían más y más vívidos, su cuerpo se ponía más tenso mientras hablaba. Juntos
llamamos a la policía para reportar la amenaza de Troy. Ellos verificarían las cosas,
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—Ahora necesitas decirle a tu mamá lo que ocurrió —dijo. Mamá levantó la vista,
sobresaltada. Su boca formó una pequeña o mientras miraba de él a mí—. Y vas a
tener que trabajar demasiado para mejorarte —advirtió—. No tienes que
abandonar ahora. No te dejaré. Tienes más trabajo duro al frente de ti.
Pero no me sentía como trabajando duro, y cuando llegué a casa todo lo que pude
pensar fue en desplomarme de vuelta en mi cama y dormir.
Después de un rato escuché la puerta principal abrirse, seguida por los murmullos
de mamá nuevamente. Abrí mi puerta y espié escaleras abajo. Papá estaba parado
en la entrada, con sus manos en las caderas, y su cara arrugada con irritación.
Noté que él estaba en sus ropas informales, las cuales encontré raras porque era un
día de trabajo y papá nunca dejaba el trabajo antes de que se hiciera de noche. Pero
entonces noté algunas manchas de pintura en su remera y me di cuenta de que él
debía haber estado en casa todo el día, pintando el departamento de Briley.
Haciéndolo para ambos. Silenciosamente cerré mi puerta y caminé hacia la ventana.
Briley estaba sentada en el auto al volante esperando por él.
—¿Qué se suponía que debía hacer? —Una pausa y entonces su voz de nuevo—.
Envíala de vuelta al maldito centro psiquiátrico, eso es lo que pienso. ¡Me importa
una mierda de lo que ese psiquiatra dice sobre el progreso! —Y entonces escuché a
la puerta principal cerrarse de un golpe. Caminé hacia la ventana de nuevo y lo
miré entrar al auto con Briley e irse.
No mucho tiempo después de que papá se fue, sentí movimiento cerca de la puerta
y abrí un ojo. Frankie estaba de pie inclinándose tentativamente contra el marco de
la puerta. Él se veía de alguna manera más viejo, con su rizado pelo corto brillando
con gel y el botón inferior de su camisa desabotonado sobre una remera de
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Desde que papá se mudó, Frankie casi se había ido a vivir con su mejor amigo, Mike.
Había oído por casualidad a mamá diciéndole a la mamá de Mike que necesitaba
algo de tiempo para aclarar las cosas con su pasado y apreciaba que la familia de
Mike cuidara a Frankie. Me imaginé que fue este tiempo con Mike lo que explicaba
la transformación de Frankie. La mamá de Mike era una de esas mamás perfectas
que nunca tendrían un chico con pelo en punta, mucho menos uno que disparara
en una escuela. Frankie era un buen chico. Incluso yo podía reconocer eso.
Asentí, me incorporé.
Casi me reí. De hecho, me reí entre dientes sólo un poco, lo cual hizo doler mi
cabeza. Sacudí mi cabeza en señal de no. No estaba loca. Al menos no pensaba que
lo estuviera.
Pero no dije ninguna de esas cosas. No dije nada en absoluto, porque de alguna
manera no decir nada parecía más humano que darle todas esas palabras de
consuelo. Después de todo, ¿cómo se suponía que yo sabría algo de todo eso?
Él se alegró de repente.
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—Eso es increíble —dije con tanta convicción como pude reunir. Era fantástico ver
a Frankie sonreír y emocionado de nuevo, incluso si no creía por un minuto que
papá iba a comprarle algo. Eso sería tan… de un padre que da gustos… y ambos
sabíamos que nuestro padre no era un padre de dar gustos.
—Puedes manejarlo, también —dijo—. Si, tú sabes, vienes a lo de papá alguna vez.
Él se sentó algo más cerca, viéndose incómodo de la manera en que los chicos lo
hacen cuando están sentados en algún lugar bajo extrema coacción. Si fuera una
buena hermana le habría dicho fuera a hacer algo más divertido. Pero no me
importaba sentarme con él. Él irradiaba algo que me hacía sentir bien en mi
interior. Esperanzada.
—Bueno. Tengo que irme a lo de Mike. Vamos a ir a la iglesia esta noche. —Bajó la
cabeza, como si la iglesia fuera avergonzante. Caminó hacia la puerta—. Bueno…
nos vemos —dijo con torpeza. Y se fue.
Me hundí de vuelta en mis almohadas y miré a los caballos en mi papel tapiz yendo
hacia ningún lado. Cerré mis ojos e intenté imaginarme a mí misma en uno de ellos
de nuevo, de la manera que solía hacerlo cuando era chica. Pero no pude verlo.
Todo lo que podía ver era a los caballos sacudiéndome hacia atrás una y otra vez,
dejándome caer sobre mi trasero contra el duro suelo. Ellos tenían caras,
también… la de papá, la del Sr. Angerson, la de Troy, la de Nick. La mía.
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A pesar de nunca haber visto la tumba de Nick, sabía el lugar exacto donde estaba.
Por un lado estuvo en los noticieros cada diez segundos los primeros dos meses
después del tiroteo. Por el otro, había escuchado a bastantes personas hablando
sobre ella como para hacerme una muy buena idea.
Caminé por unas cuantas filas de tumbas perfectamente mantenidas con lápidas
nuevas y pulidas, y ramos de flores a la intemperie, y la encontré entre su abuelo
Elmer y su tía Mazie, de los cuales había escuchado, pero nunca había conocido.
Me quedé de pie y miré fijamente por un minuto. El viento, que apenas había
comenzado a quitarse de encima el invierno, jugaba alrededor de mis tobillos y me
hacía estremecer. Todo se sentía bien… mi desesperación, mi pecho doliendo por el
esfuerzo, el frío, el viento, lo gris. Así era como se suponía que eran las tumbas,
¿verdad? Es así como siempre se veían en las películas de todos modos. Frías,
tenebrosas. ¿El sol nunca brillaba cuando uno visitaba el lugar de eterno descanso
de alguien que amaba? Lo dudaba.
La tumba de Nick brillaba al igual que aquellas que la rodeaban, la luz del cielo
nublado proyectaba grandes sombras grises sobre las palabras. Aun así podía
leerlas:
1990–2008
Amado Hijo
Las palabras “Amado Hijo” me tomaron por sorpresa. Estaba pequeño, en cursiva,
casi oculto en el césped. Como si fuera una disculpa. Pensé en su mamá.
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Por supuesto que Ma habría querido recordar a Nick como “Amado Hijo”.
Obviamente lo haría de la manera más relajada posible, susurrándoselo en
diminutas letras sobre su lápida. Un simple susurro. Fuiste amado, hijo. Fuiste mi
amado. A pesar de todo esto, todavía recuerdo amarte. No puedo olvidar.
—Vas a lamentarlo —dijo desde alguna parte proveniente de la sala de estar. Había
una sonrisa en su voz y, a pesar de que estaba burlándome de él por un nombre
que verdaderamente odiaba que lo llamaran, supe que quería atraparme pero no
para castigarme sino para ser juguetón—. Cuando ponga mis manos sobre ti… —
Saltó por la esquina con un “¡Ajá!”. Grité y corrí, riendo por la cocina y subiendo las
escaleras hacia el baño.
Tracé el nombre de su lápida otra vez con mi dedo. Y después una vez más. De
alguna manera me hacía sentir como que el viejo Nick —el que me hacía cosquillas
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en el pasillo fuera del baño, en el segundo piso de su casa— estaba más vivo de lo
que nunca lo había estado.
—¿Hace cuanto tiempo que estás sentado ahí? —pregunté, tratando de ralentizar
mi corazón apoyando una palma sobre mi pecho.
—Lo sé.
Nos miramos el uno al otro por un minuto. La mirada de Duce se sentía como un
desafío. De la manera en que un perro miraría a otro perro cuando está preparado
para pelear.
—Tú fuiste quien pasó la noche en su casa dos días antes del tiroteo —espeté, y
después agregué con suavidad—. Podemos hacer esto todo el día. Es estúpido. Y no
nos va a devolver a nadie.
Un coche llegó y un anciano se bajó con cuidado del asiento trasero, luego hizo su
camino a una tumba cercana, sosteniendo flores en su cadera. Lo miramos
arrodillarse lentamente, con la cabeza gacha, y su barbilla casi tocándole el pecho.
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—Sí, lo sé —dijo, su rostro era amargado—. Estabas apiadándote de ti, pobre de ti,
pobre de Valerie. Te dispararon. Estabas de duelo. Eras una sospechosa. Nunca
consideraste siquiera al resto de nosotros. Nunca preguntaste siquiera, hombre,
como lo estábamos llevando el resto de nosotros. Simplemente nos abandonaste.
—Oh, Dios mío —susurré, y de repente pude escuchar la voz de Jessica en mi oído:
Eres egoísta, Valerie—. Lo siento. No pensé…
—No me advirtió a mí tampoco —dije, pero mi voz fue casi un susurro—. Lo siento
tanto, Duce.
—Me sentí realmente estúpido por un tiempo, por no saber. Pensé que quizás no
éramos tan buenos amigos como pensaba. Y culpable, también. Como si debería
haberlo sabido y después poder haber hecho algo. Ayudarlo. Pero ahora… no lo sé.
Quizás no nos dijo nada para no lastimarnos.
—No me digas.
Duce sonrió.
—Sí, fuiste una pesada ese día. Estuviste toda quejosa sobre el frío, el hambre, y
gruñona, gruñona, gruñona. No lo dejaste tener nada de diversión ese día.
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—Sí —dije. Volví la vista a la tumba. Nicholas Anthony—. Y al final del día cuando
ustedes se fueron y Stacey y yo tuvimos que buscarlos por todas partes y
finalmente los encontramos comiendo Oreos con aquellas dos rubias de Mount
Pleasant…
Asentí.
—Sí, lo eran. ¿Y recuerdas lo que le dije a Nick cuando los encontré allí?
Alcé la vista hacia Duce. Él sacudió la cabeza diciendo que no. Sonriendo. Las
manos le colgaban.
—Le dije que lo odiaba. Lo dije, en esas palabras. “Te odio, Nick”. —Bajé mi mano y
levanté una hoja seca y empecé a destrozarla en pedazos con mis dedos—. ¿Crees
que él sepa que no lo quise decir en serio? No crees que murió pensando que lo
odiaba, ¿no? Quiero decir, fue hace mucho, sabes, y nos reconciliamos ese día. Pero
a veces me preocupa que él todavía pensara en mí diciendo eso y que quizás, el día
del… tiroteo… cuando traté de detenerlo me recordó diciéndole eso en el
Serendipity y que esa sea la razón por la que suicidó. Porque pensó que lo odiaba.
—Quizás sí lo odias.
—Lo amaba tanto. —Dejé salir una risa exasperada, sacudiendo la cabeza—. Mi
trágico defecto. —Así es como Nick lo habría llamado, había sido uno de los
sufridos personajes de una de sus amadas tragedias Shakesperianas.
Escuché el roce de ropa contra el concreto. Duce se había movido a un costado del
banco y estaba acariciando el concreto junto a él. Me levanté y me senté junto a él.
Bajó su mano y agarró la mía. Estaba usando guantes y la calidez de su mano
envolvió la mía, expandiéndose a todo mi cuerpo.
—Creo que ni siquiera él tenía idea de por qué lo hizo, hombre. —Era una
posibilidad que nunca había considerado antes. Quizás nunca había sabido lo que
Nick estaba a punto de hacer porque ni el mismo Nick lo sabía.
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estaría de nuevo. De alguna manera, se sintió como la mano de Nick detrás de mí, la
calidez de Nick a mi lado. Incliné mi cabeza en el hueco de su hombro.
Asentí.
—Lo sé —dijo. Había una arista en su voz pero fue muy suave—. Supongo. Como
sea.
Asentí.
—Nos vemos.
Me quedé sentada allí por uno cuantos minutos luego de que Duce se fuera. Miré
fijamente la tumba de Nick hasta que mis ojos se aguaron y los dedos de mis pies
se adormecieron por el frío. Al final me levanté y barrí una hoja de su lápida con mi
dedo del pie.
Me alejé caminando, temblando, y no volví la vista atrás, a pesar de que supe que
nunca más volvería a visitar su tumba. Era el Amado Hijo de Ma. Las palabras
esculpidas en el granito no decían nada de mí en absoluto.
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—¡Oh, gracias a Dios! —gritó mamá, corriendo desde la sala hasta la puerta
principal. Envolvió sus brazos en mi cuello—. ¡Gracias a Dios!
Un oficial uniformado la siguió hasta la entrada. Lucía muy poco feliz de estar allí.
Fue seguido por mi papá, que estaba aún más disgustado que el oficial. Recorrí con
la mirada la sala y vi al Dr. Hieler sentado en el sofá, las líneas en su rostro lo
hacían ver severo y cansado.
—Estábamos a punto de emitir una Alerta AMBAR —dijo papá, su voz llena de
furia—. Jesús, ¿qué vendrá después?
—Probablemente no quieras ser etiquetada como una fugitiva —me dijo—. Sólo
para que lo sepas.
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Una vez más pensé en su familia, en su hogar. ¿De qué serenidad doméstica lo
había privado yo esta noche? ¿Estaba su esposa en su casa, deseando secretamente
que hubiese huido de una vez por todas?
—¿La tumba? —me preguntó en voz baja. Ni mamá ni papá lo escucharon. Asentí;
asintió—. Te veré el sábado —dijo—. Hablaremos entonces.
Y luego él habló con mamá en voz baja en la puerta, disculpas salieron de ambos
interlocutores, y estrechó la mano de papá cuando se fue. Vi al oficial irse
rápidamente en su patrulla y al Dr. Hieler montarse en su Jeep e irse sin ninguna
fanfarria.
Papá colocó una mano en el hombro de mamá y le dio una rápida palmada, luego
desapareció a través de la puerta principal.
—Esto fue un gran espectáculo —dijo ella amargamente—. Una vez más, tuvimos
reporteros en la entrada. Una vez más, el Dr. Hieler tuvo que ahuyentarlos. Te
estaba dando el beneficio de la duda, Valerie, y una vez más mira lo que ocurrió.
Tal vez tu padre tenga razón. No te podemos dar un centímetro porque agarrarás
un kilómetro.
—Lo siento —dije—. No sabía. Lo juro. No estaba huyendo. Sólo salí a caminar.
—Has estado fuera por horas, Valerie. No le dijiste a nadie adónde ibas. Pensé que
te habían secuestrado. O peor. Pensé que ese chico Troy te había hecho algo tal
como había amenazado.
—Mentira —dijo una voz desde el pasillo de arriba. Ambas miramos hacia arriba.
Frankie estaba de pie allí, con un par de bóxers y una camiseta, su pelo parado en
línea recta hacia un lado.
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—Dije que lo lamento —repetí. Parecía lo único que podía hacer—. No estaba
tratando de causar nada. Fui al cementerio y comencé a hablar con Duce. Perdí la
noción del tiempo, supongo. Debí haber llamado.
—¿Duce Barnes?
—Oh, Valerie, él es uno de ellos. —Exhaló—. Él es uno de esos del tipo de Nick. ¿No
aprendiste? Con todo lo que está ocurriendo, ¿lo que haces es andar con chicos y
meterte en problemas?
—Tuve las pruebas de selección de fútbol hoy —gritó Frankie desde lo alto de las
escaleras—. Pero no pude ir porque mamá y papá estaban aquí, enloqueciendo
porque tú estabas desaparecida. Dios, Valerie, traté de estar de tu lado, pero todo
en lo que piensas es en ti misma. Crees que tú y Nick eran las víctimas de todos —
dijo—, pero incluso ahora que Nick ya no está, aún haces cosas para hacer infeliz a
la gente. Es imposible. Justo como dijo papá. Tú eres imposible. Estoy harto de que
mi vida siempre tenga que girar en torno a la tuya. —Corrió hacia su habitación y
cerró la puerta de un golpe.
—Muy bien —dijo mamá, señalando el espacio donde había estado parado
Frankie—. ¿Por qué no nos puedes dejar tener un buen día? Aquí estaba yo,
confiando en ti y tú…
—No, no hice nada malo —la interrumpí, prácticamente gritando—. Fui a caminar,
mamá. No arruiné tu día. Tú lo arruinaste por no confiar en mí. —La boca de mamá
estaba abierta, sus ojos muy abiertos—. ¿Cuándo lo van a comprender? ¡Yo no le
disparé a nadie! ¡Yo no lo hice! Dejen de tratarme como una criminal. Estoy harta y
cansada de llevar toda la culpa aquí.
Escuché la puerta de Frankie chirriar cuando la abrió un poco, pero no miré hacia
arriba. En vez de eso, cerré mis ojos un momento y respiré profundamente,
tratando de calmarme. Lo último que quería hacer era causarle más drama a
Frankie.
—Salí a caminar para decirle adiós —dije sencillamente, abriendo mis ojos y
mirando a mamá—. Deberías estar muy feliz. Nick está fuera de mi vida
oficialmente. Tal vez ahora si puedas confiar en mí.
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Frankie se fue a vivir con papá durante la semana y sólo volvía a casa para el fin de
semana. Mamá juró que no era por mí, pero era difícil creerlo después de la escena
que había hecho, especialmente desde que se fue sin decir adiós. Me sentí muy
culpable acerca de eso. Nunca quise herir a Frankie. Nunca quise que su vida girara
en torno a la mía. Pero parecía haber una manera en la que, sin querer, le hacía
daño a la gente.
Para cuando la primavera llegó del todo, me di cuenta que él se cortó el pelo como
el resto del equipo de fútbol y llevaba un par de anteojos que completaban un bien
definido look que jamás habría imaginado en él.
—Papá tiene un auto nuevo. —Solía decir, o—: Briley es muy agradable, Val,
deberías darle una oportunidad. Escucha punk, ¿lo puedes creer? ¿Puedes
imaginarte ver a mamá escuchando punk?
El divorcio casi había terminado. Me di cuenta, sin embargo, que Mel, el abogado de
mamá, seguía viniendo casi todas las noches y a veces traía sándwiches calientes
de Sal's y una botella de vino. También me di cuenta que mamá se maquillaba los
días que él venía y se sentaba absorta en la mesa de la cocina con él, se reían cada
pocos minutos y le tocaba en el antebrazo suavemente con la yema de sus dedos.
—Aún sigo casada con tu padre, Valerie. —Pero se alejó como en un ensueño
jugueteando con su collar y sonriendo levemente, así como Cenicienta hizo la
mañana después del baile.
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Era una tradición en nuestra escuela que cada uno de los estudiantes que se
graduaba le pasara al administrador algo pequeño y discreto cuando se
estrechaban la mano en el escenario durante la graduación. Un año fueron maníes.
Otro año peniques. Un año fueron pelotitas rebotadoras. Angerson se vería
obligado a guardar lo que sea que le dieran en su bolsillo y, para el final de la
ceremonia, su bolsillo estaría abultado por la tensión de las setecientas bolas
rebotadoras o peniques o maníes. El rumor que había era que este año serían
condones, pero las animadoras encabezaron una campaña contra eso. Propusieron
cascabeles, así él no podría moverse sin hacer ruido. Personalmente, me gustó la
idea de los cascabeles. O tal vez ninguna. Tal vez lo que el pobre de Angerson
necesitaba simplemente de nuestra clase era un cambio. Una gran sacudida de
mano o nada.
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Todos los días en el almuerzo, la Sra. Tate me interrogaba sobre mis planes
futuros.
—Valerie, no es tarde para tomar una beca en una de las universidad comunitarias
—decía ella, luciendo dolorida.
Yo sacudía mi cabeza.
—No.
—¿Qué es lo que vas a hacer? —me preguntó un día mientras comíamos juntas
nuestros almuerzos.
Había considerado eso, créeme. ¿Qué voy a hacer cuando la graduación haya
terminado? ¿Adónde iré? ¿Cómo viviré? ¿Me quedaré en casa y esperaré a que
mamá y Mel posiblemente se casen? ¿Me mudaré con mi padre, Briley y Frankie, y
trataré de arreglar la relación que estoy muy segura de que papá no quiere de
ninguna manera? ¿Me iré y conseguiré un trabajo? ¿Un compañero de cuarto? ¿Me
enamoraré?
Todo parecía que iba bien hasta un viernes lluvioso, el olor de los vidrios mojados
penetraba los pasillos. Las nubes de tormenta eran densas afuera y hacían parecer
adentro de la escuela como si fuera de noche. El timbre de salida sonó y los pasillos
fueron una ráfaga de actividad. Como lo es usualmente no soy parte de eso, sólo
moviéndome alrededor en mi burbuja, esperando por marcar otra X en mi
calendario… otro día más cercano a la graduación.
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—¿No escuchaste? Alguna de último curso trató de suicidarse hace unos días.
Tomó píldoras, creo. O tal vez se cortó las muñecas, no recuerdo. Su nombre era
Ginny algo.
Yo jadeé.
—La chica que trató de suicidarse. Tú dijiste que su nombre era Ginny algo. ¿Era
Ginny Baker?
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Tuve que morderme el interior de la mejilla cuando salí del ascensor en el cuarto
piso en el vestíbulo de la sección de psiquiatra del Hospital General de Garvin.
Sentía un malestar en mi estómago, como una amenaza de que si arruinaba algo,
alguien vendría con una camisa de fuerza y me llevaría a mi viejo cuarto, me haría
quedarme ahí e ir a esas enfermizas sesiones grupales. Me haría escuchar al
estúpido Dr. Dentley diciendo: “Déjame repetir lo que dijiste, déjame validarlo”.
Salí a la estación de las enfermeras. Una con rulos me miró. Me sorprendió saber
que no la reconocía de ningún lado, lo que significaba que, o estaba demasiado
idiotizada y absorbida para prestar atención cuando venía, o era nueva. Tampoco
pareció reconocerme, así que apostaba a la segunda.
—¿Si? —preguntó con esa cara de sospecha que tienen todas las enfermeras de
locos, como si fuera a ayudar a alguien a huir para arruinarle el día.
Me miró. No parecía creerme, pero ¿qué podía hacer? ¿Exigirme un ADN? Suspiró,
hizo un gesto hacia la derecha con la cabeza, y dijo:
Ginny estaba sentada en la cama, con los brazos con intravenosas y monitores.
Estaba mirando fijamente la TV. Había pastillas y un vaso con agua en la mesita de
noche. Su madre estaba sentada junto a la cama, también mirando la tele, que
pasaba algún programa de chismes dramáticos matutino. Nadie hablaba. Ni
tampoco parecían haberse bañado en un tiempo.
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—Perdón por irrumpir así —dije. O creo que lo hice. Mi voz se sintió muy débil.
Ginny me miró, y otra vez me golpeó la desfiguración que tenía su cara. Otra vez
me sentí mal. Sin importar cuántas veces mirara su rostro destruido, no dejaría de
sorprenderme.
La mamá de Ginny había saltado de la silla, pero se puso de pie detrás de ella, como
escondiéndose. Casi esperaba que me echara, o llamara a los guardias.
Los ojos de Ginny volaron a su mamá y a mí, pero ninguna de las dos habló. Entré
un poco más en el cuarto.
—Yo estuve en el cuarto cuatrocientos dieciséis —dije. No sabía por qué era
importante, pero por alguna razón parecía lo correcto—. Es mejor de este lado,
porque tienen a los que no pueden dormir en los cuartos 450 a 460.
Entonces oí una voz que reconocí y unos zapatos acercándose. Me preparé para ser
expulsada, lo que apestaba porque aunque no sabía qué quería decirle a Ginny,
sabía que todavía no lo había dicho.
—Bueno, ¿cómo le va a Ginny hoy? —dijo la voz detrás de mí, entrando al cuarto.
El Dr. Dentley.
—No creo que, dadas las circunstancias, debas estar aquí. La señorita Baker
necesita este tiempo para…
—Está bien —dijo Ginny. El Dr. Dentley dejó de empujarme. Ginny asintió cuando
lo miró—. No me importa que esté aquí.
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Ginny asintió, con una mirada que parecía decir que lo último que quería era
tiempo a solas con el Dr. Dentley.
Salí del cuarto, sintiéndome más libre ahora que me había reconocido e invitado a
quedarme. Me senté en el piso, escuchando la voz del Dr. Dentley a través de la
puerta.
Casi me pasó por alto, pero lo pensó mejor. Su rostro era una línea recta cuando me
vio.
—Supongo que debería agradecerte por detener los disparos —dijo, y luego
caminó por el pasillo, lejos de mí. Miró al escritorio de la enfermera y pasó por las
puertas dobles con fuerza y desapareció. Ella suponía que debería… aunque no lo
hizo. No exactamente.
—El Dr. Hieler dice que vas muy bien —dijo—. Espero que sigas con tus medicinas.
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Inspiré hondo varias veces y volví al cuarto de Ginny. Se estaba secando los ojos
con un pañuelito.
—Es un idiota —dijo—. Quiero salir. No me dejará. Dice que soy una amenaza para
mí misma y es la ley que me impide irme. Estúpido.
—Sí —digo—. Hacen que los suicidas se queden por tres días o algo así. Pero la
mayoría terminan más tiempo porque sus padres están locos. ¿Tu madre
enloqueció?
Nos sentamos mirando la tele un momento, que ahora tenía una serie de comedia.
Luego algo de chismes de Hollywood, hablaban de una celebridad adolescente, que
en la foto no parecía ni una diva ni glamorosa, sólo otra chica, creo que se parecía
un poquito a mí.
—¿Si? —Nick nunca mencionó haber sido amigo de Ginny Baker—. No lo sabía.
Ella asintió.
—Hablábamos casi todos los días. Me gustaba. Era muy listo. Y agradable. Eso es lo
que me mata. Era muy agradable.
—Lo sé. —De repente parecía que Ginny y yo teníamos un mundo en común ahora.
No era la única que lo vio. Hubo alguien más. Alguien más vislumbró lo bueno de
Nick. Incluso con su rostro destruido lo seguía viendo.
Apoyó la cabeza en la almohada y cerró los ojos. Las lágrimas seguían cayendo,
pero no intentó secárselas. Estuvimos calladas un ratito y finalmente me incliné y
saqué un pañuelito de una caja que había en la silla al lado mío. Lo pasé
suavemente por su rostro, entre sus ojos cerrados.
—Cuando comencé a salir con Chris Summers al final de ese año, Chris me vio
hablando con Nick y enloqueció. Totalmente celoso. Creo que ahí comenzó. Creo
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que si nunca hubiera sido amiga de Nick, Chris lo habría ignorado. Era tan malo con
Nick.
—Tuve que dejar de hablar con Nick. Tuve que hacerlo porque Chris nunca lo
olvidaría. ¿Qué, quieres ser amiga de un tipo raro como él? —imitó a Chris.
—Es que no puedo dejar de pensar… quizás si en ese entonces no hubiera sido
amiga de Nick... o quizás si hubiera seguido a su lado y mandado a volar a Chris…
quizás el tiroteo… —Se detuvo, con una mueca de dolor—. Y ahora ambos
murieron.
Las imágenes de la tele mostraron a un rapero que nunca había visto. Llevaba uno
de esos collares con el signo de dólar gigante en su cuello y le hacía un gesto
extraño a la cámara. Ginny abrió los ojos, se sorbió la nariz, y lo miró.
—No fue tu culpa Ginny —dije—. Tú no causaste esto. Y yo… eh, realmente
lamento lo de Chris. Sé que te gustaba mucho. —En otras palabras, Ginny también
veía lo bueno en Chris. Lo que de alguna manera la hacía mejor que yo, porque yo
nunca lo hice.
¿Eso hacía que Chris y Nick fueran más parecidos que diferentes, ambos con un
lado oculto de sí mismos que era el mejor?
—He querido morir desde que Nick me hizo esto —dijo. Se señaló el rostro—. No
tienes idea de cuántas cirugías he tenido y aun así mírame. Antes no quería morir,
cuando disparaba. Estaba rezando porque no me matara. Pero de alguna manera
desearía que hubiera seguido y me matara. Oigo a la gente hablando cada vez que
salgo en público y cuando creen que no puedo hacerlo comienzan: “Eso es una
pena. Era una chica bonita”. Era, como del pasado ¿sabes? Y no es como si la belleza
fuera la cosa más importante del mundo. Pero… —Se volvió a detener, pero no
necesitó terminar la frase. Sabía lo que estaba pensando: ser bonita no lo es todo,
pero ser fea sí.
No sabía qué decir. Había sido tan abierta respecto a todo, tan transparente. Miré
mis jeans. Tenían un pequeño agujero en el muslo. Metí mi dedo ahí.
—Sabes —dijo—. No recuerdo todo lo que ocurrió ese día. Pero sé que no tuviste
que ver con eso. Le dije eso a la policía. Acompañé a Jessica a la estación y todo. Mis
padres estaban muy enojados. Creo que querían tener a alguien con vida a quién
culpar. Seguían diciéndome que no conocía toda la historia aunque sí lo hacía. Que
podría olvidar cosas y todo eso. Pero sí sabía que no le disparaste a nadie. Te vi
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El artículo estaba escrito por Angela Dash, por supuesto. De repente tuve una idea.
Me estiré y tomé el diario, lo doblé y guardé en mi mochila.
—Debería irme y dejarte dormir —dije—. Creo que tengo algo que hacer. Volveré
luego —añadí, casi por instinto.
—Sí, eso sería lindo —dijo Ginny, aún con los ojos cerrados mientras me iba.
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—Creo que deberías hacerlo —dijo el Dr. Hieler, vertiendo media taza de café en el
lavabo de la pequeña cocina en la oficina.
Cuando me marché del hospital, fui directo hacia a su oficina al final de la calle, no
muy segura de adonde más ir, y totalmente segura de que necesitaba hablar.
Estaba en un período entre pacientes, pero tenía unos minutos mientras se
preparaba. Lo seguía por la oficina, mirándolo juntar latas de gaseosas de otros
clientes y ordenar papeles a la vez.
—Escribe algo. No tiene que ser una disculpa ni nada. Sólo algo que represente a la
clase para ti.
—Un poema es una buena idea. Sólo algo. —Volvió a su oficina y lo seguí.
—Sip. —Usó su mano para aplastar una bolsa vacía de papas fritas y luego tirarla al
cesto de basura.
—Yo.
—Tú.
—¿Pero no te estás olvidando de que soy la Hermana Muerte, La Chica que Odiaba
a Todos? ¿La cual todos aman odiar?
—Ésa es exactamente la razón por la cual deberías hacerlo. No eres esa chica, Val.
Nunca lo fuiste. —Miró su reloj—. Tengo a alguien esperando…
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—¿Aquí? ¿En la oficina del periódico? —preguntó—. ¿Qué necesitas hacer aquí?
—Es para un proyecto escolar —dije—. El proyecto del memorial. Tengo que
recoger una investigación de una señora que trabaja aquí.
Parecía muy escéptica de que hiciera exactamente lo que dije que iba a hacer, pero
probablemente estaba tan aliviada de que no hubiera patrullas de policía
siguiéndonos a casa y de que no estuviera esposada que no presionó más.
Sonreí.
—Sólo haz lo que tengas que hacer —dijo, acomodándose detrás del volante—.
Estaré aquí.
Salí del coche y me abrí paso a través de las puertas dobles de la oficina del Sun-
Tribune. Un guardia de seguridad sentado señaló una hoja de registro sin decir una
palabra. Una vez que había firmado, le dio la vuelta y leyó mi nombre.
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—No —admití—. Pero ha escrito mucho sobre mí, así que pensé que querría
hablar conmigo.
Unos minutos más tarde, una morena regordeta, en una falda de mezclilla
demasiado apretada y unas botas fuera de estilo, llegó caminando hacia mí. Ella
abrió la puerta para dejarme entrar en las oficinas interiores.
—Sé quién eres —respondió. Su voz era un poco masculina. Caminó por el pasillo y
me encontré detrás de ella para mantener el ritmo. Desapareció en una sórdida
oficina con muy poca luz, a excepción de la iluminación gris de la pantalla de la
computadora. La seguí adentro.
Se sentó en su escritorio.
—No sabía que estaban deteniendo mis llamadas hasta mucho más tarde —dije—.
Pero probablemente no habría hablado contigo de cualquier modo. En realidad no
quería hablar con nadie. Ni siquiera con mis protectores padres.
—¿Qué te trae aquí ahora? ¿Finalmente estás lista para hablar? Porque, si es así,
tengo que decirte que no creo que te vayamos a necesitar después de todo. Es una
historia muy exagerada ya. Excepto por el intento de suicidio y el minuto de
silencio, no hay nada nuevo aquí. Estamos listos para seguir. El tiroteo es una vieja
noticia.
Mientras que Angela Dash no se parecía a la persona que pensé que sería,
definitivamente actuaba como ella, lo que me animó.
Su dedo dejó de hacer clic. Se quitó las gafas y utilizó el dobladillo de su camiseta
para limpiarlos. Se los puso de nuevo y parpadeó.
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—¿Disculpa?
Señalé el papel.
—Las cosas que escribes no son ciertas. No fue como lo dices en tus artículos. Tú
estás haciendo que todo el mundo piense que ya todo pasó y que hay un gran
festival de amor en la escuela, pero no es así.
—Hiciste que Ginny Baker parecía un fenómeno suicida —dije—. Y es una mentira.
Tú no hablaste nunca con Ginny Baker. Nunca. La única persona con la que has
hablado es con el Sr. Angerson y estás contando las mentiras que él quiere que
cuentes. Él no quiere perder su trabajo, por lo que tiene que hacer que todo suene
normal de nuevo en la preparatoria.
Se inclinó hacia delante en sus codos y me dio una gran sonrisa poco engreída.
—De vivirla —dije—. Estoy en la escuela todos los días. Estoy ahí para ver lo que la
gente sigue haciéndose el uno al otro. Estoy ahí para ver que Ginny Baker no es la
única chica que aún está sufriendo. Estoy ahí para decir que lo que el Sr. Angerson
ve y lo que el Sr. Angerson quiere que tú veas, son dos cosas totalmente diferentes.
Nunca has estado ahí. Ni un sólo día. Nunca has estado en mi casa. Nunca has
estado en un partido de fútbol o en una carrera de atletismo o en un baile. Nunca
has ido al hospital a ver a Ginny.
Se puso de pie.
—Voy a tomar en consideración tu consejo —dijo con ese falso tono de voz
agradable—. Pero me perdonarás si escucho primero a mi editor, y después a ti.
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—Tengo una historia para volver —dijo—. Si quieres ver “la verdad” escrita, tal
vez deberías considerar escribir un libro. Puedo ser la escritora fantasma20 de una
parte, si estás interesada.
Y de repente supe que la historia que Angerson quería que el mundo supiera
acerca de la preparatoria Garvin era la historia que debía decirse. Que Angela Dash
era una perezosa y una mala periodista y que tenía que decir lo que él quería que
dijera. Que la verdad sobre Garvin nunca sería escuchada. Y que no había nada que
pudiera hacer al respecto.
20 Escritor fantasma: Del inglés ghostwriter- o también llamados negro, es un escritor profesional
al cual se contrata para escribir autobiografías, cuentos, artículos, novelas u otras obras sin recibir
oficialmente los créditos por tales.
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—Oye —dije desde la puerta. Ella alzó la vista—. ¿Dónde están todos? Pensé que
había una reunión.
—Oh, hola —dijo—. Se canceló. Stone tiene gripe. Estoy estudiando para mi final
de cálculo. —Frotó sus codos y me miró de reojo—. ¿Querías venir a una reunión?
Pensé que te habías renunciado.
—Tengo una idea para presentar en el memorial —le dije. Crucé la habitación y me
senté en la mesa a su lado. Saqué el pedazo de papel en el que había estado
trabajando toda la noche —un resumen de mi plan— y se lo entregué. Ella lo tomó
y comenzó a leerlo.
—Sí —dijo, con una sonrisa creciendo lentamente por su rostro—. Sí. Esto está
bien. Es genial, Val. —Ella me echó un vistazo de lado—. ¿Necesitas que te lleve?
Le sonreí.
—De acuerdo.
Nuestra primera parada fue la casa del Sr. Kline. Era una pequeña y acogedora casa
marrón con jardines de flores desatendidos en la parte delantera y un delgado gato
naranja sentado en las escaleras del porche.
—¿Estás lista para esto? —preguntó. Asentí. La verdad era, que nunca estaría
probablemente lista para esto, pero era algo que tenía que hacer.
Mira las cosas por lo que realmente son, me recordé a mí misma. Mira lo que está
realmente allí.
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Salimos del coche y subimos las escaleras hasta la puerta principal. El gato nos
maulló lastimosamente y se escurrió bajo un arbusto. Toqué el timbre.
Pude oír un pequeño perro ladrando ferozmente junto a la puerta y algunos ruidos
callándolo que no estaban haciendo nada para reprimir el ruido. Finalmente la
puerta se abrió y una mujer tímida con el cabello revuelto y gafas gigantes se
asomó hacia nosotras. Estaba flanqueada por un niño con los ojos entrecerrados
chupando una paleta.
Su voz era como fragmentos de hielo y sentí que mi valentía se derretía. Jessica me
miró y me debe haberme visto asustada… porque elevó la voz.
—Un memorial —añadí que sin pensar. Mi cara inmediatamente se quemó después.
Me sentí avergonzada por mencionar la muerte de su esposo delante de ella. Como
si mencionarlo de alguna manera haría que fuese más real que esta mujer robusta
criara a sus hijos sola.
Ella nos miró en silencio durante mucho tiempo. Parecía considerar las cosas con
mucho cuidado. Tal vez estaba preocupada de que llevara una pistola, le disparara
y convirtiera en huérfanos a sus hijos.
—Está bien —dijo, empujando la puerta un poco más. Al mismo tiempo se apoyó a
un lado, dándonos a Jessica y a mí el espacio suficiente para meternos en la sala de
estar desordenada detrás de ella—. Pero sólo tengo unos pocos minutos.
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sus muñecas. Iba a estar allí por un tiempo, y ella no era feliz al respecto.
Conversamos con su mamá en la sala de espera del hospital.
A las ocho, nos moríamos de hambre y tuvimos que dejar una parada por hacer.
Jessica se detuvo en una gasolinera y nos atestamos de Slim Jims y bolsas de
patatas fritas. Llamé a mi mamá y le dije que estaría en casa un poco tarde y casi
grité de alegría cuando me dijo que no era problema, que sólo estuviera pendiente
y fuera cuidadosa. Algo que habría dicho antes del tiroteo. Nos sentamos en
aparcamiento de la gasolinera, estancadas.
—Tal vez esto no es una buena idea —le dije, sintiendo náuseas después de toda
esa grasa.
—Sólo estoy pensando que tal vez será más perjudicial que útil. Sólo pienso…
—Sólo piensas eso porque te asusta ir a la casa de Christy Bruter. No te culpo, Val,
pero vamos.
—Ella no es la razón por la que todo ocurrió. Nick fue la razón por la que todo
ocurrió. O el destino. O lo que sea. No importa. Vamos.
Ella arrugó su bolsa vacía de Cheez Doodle en una pelota y la tiró en el asiento
trasero. Giró la llave en la ignición y el coche se encendió a la vida.
—Yo estoy segura. Vamos —dijo. Salió del estacionamiento. No tuve otra opción.
Íbamos.
—Sólo duele a veces —dijo Christy, sentada entre su mamá y su papá en el sofá.
Ella sólo miraba a Jessica cuando hablaba. No la culpo. Tuve malos momentos al
mirarla, también—. Y en realidad ya ni siquiera diría “duele”. Sólo se siente raro.
Como que mi cuerpo es raro. La peor parte, honestamente, es no poder jugar más
softbol. Ya me habían ofrecido una beca. Además, mi papá solía entrenarme y
ahora…
—Ahora, él se alegra de haber entrenado durante todos estos años —dijo—. Ahora,
él está contento de tener una hija que está viva para ir a la universidad.
La madre de Christy hizo un pequeño ruido que sonaba como “Amén” y golpeó
suavemente la esquina de su ojo con su dedo. La Sra. Bruter no había dicho mucho
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—¿Tú...? —solté, pero vacilé, insegura de lo que quería preguntarle. ¿Me culpas?
Quería preguntar. ¿Me odias aún más ahora? ¿Lamentas que Nick no me hubiera
matado? ¿Tienes pesadillas conmigo en ellas? Mi boca se abrió y se cerró. Tragué.
El Sr. Bruter debió sentir mi malestar porque se inclinó hacia delante con los codos
en sus rodillas y me miró directamente a los ojos. Sus manos colgaban entre sus
piernas.
—Hemos aprendido mucho sobre el perdón desde que esto pasó —dijo—. No
tenemos interés en que nadie más sufra por esta tragedia. Nadie.
—Hay héroes que murieron por su escuela —dijo el Sr. Bruter suavemente—. Y
hay héroes que casi murieron por su escuela. Y hay héroes que detuvieron el
tiroteo. Quién llamó al 911 cuando Christy se desmayó. Quien sostuvo su estómago
para detener el sangrado. Héroes que... que perdieron la gente que amaban.
Apreciamos a todos los héroes de la Preparatoria Garvin.
Cuando llegué a casa, totalmente agotada, mamá y Mel estaban sentados en el sofá
viendo la televisión.
—Se está haciendo tarde —dijo mamá, envuelta en su capullo de Mel. Sus pies se
tiraron a un lado. Parecía cómoda de una manera que nunca había visto antes, ni
siquiera cuando mi padre era su capullo—. Me estaba preocupado por ti.
—Lo siento —dije—. Este proyecto tiene que estar terminado antes de la
graduación.
Él asintió en aprobación.
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—No, gracias —dije—. Jess y yo ya comimos algo. —Me acerqué y me puse detrás
del sofá—. Creo que iré a la cama. —Le di a mamá un beso en la mejilla… un gesto
que no le había dado en años. Ella se mostró sorprendida—. Buenas noches, mamá
—dije, caminando hacia las escaleras—. Buenas noches, Mel.
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—Creo que estoy empezando a descubrir quién soy —le dije, sonriendo
ampliamente mientras me dejaba caer en el sofá y abría mi Coca-Cola.
—¿Quién eres? —preguntó el Dr. Hieler, con una gran sonrisa. Él se dejó caer en su
asiento y puso una de sus piernas sobre el brazo de la silla, como siempre.
—Sí, quiero decir, sé que esto suena estúpido, pero creo que haber hablado con
toda esa gente me recordó quién soy realmente.
El Dr. Hieler asintió con la cabeza, presionando su dedo índice contra sus labios.
—Y la Lista de Odio era de verdad. Realmente estaba enojada. No era para llamar la
atención de Nick. Quiero decir, no estaba tan enfadada como él lo estaba, sabes. Ni
siquiera me di cuenta de lo enojado que estaba. Pero yo también estaba enfadada.
La intimidación, las burlas, los insultos… mis padres, mi vida… todo parecía estar
tan jodido y sin sentido; y realmente estaba enfadada por ello. Es posible que en
ese entonces una parte de mí fuera suicida y sólo no lo sabía.
—¿No lo ve? No estaba fingiendo. No por completo. —Me volví y miré por la
ventana. La niebla se estaba asentando sobre los coches en el lote del
estacionamiento—. Por lo menos no era una farsante —le dije, mirando el agua en
el capó de los coches—. Por lo menos no era eso.
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—Pero soy bueno en eso —dijo él—. Y estoy orgulloso de ti, Val. No estoy
mintiendo sobre eso. —Nos movimos hacia el tablero de ajedrez, como siempre.
Me venció, como siempre.
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—Sé que no quieres que me emocione —dijo la Sra. Tate. Había un buñuelo a
medio comer en su escritorio. La taza de café humeaba. Olía bien la oficina de la
Sra. Tate a primera hora de la mañana. Olía como debía oler al levantarse por la
mañana; rico, alegre y reconfortante—. Pero no puedo evitarlo, tú sabes. Son unas
noticias geniales.
—No son noticias —dije adormilada desde la silla frente a su escritorio—. Sólo
estoy diciendo que quiero esos folletos. Para después.
—¡Por supuesto! ¡Por supuesto que para después! Totalmente. ¿Quién puede
culparte? Después es algo bueno. ¿Qué tanto después?
Me encogí de hombros.
—No lo sé. Lo que sea que tarde. Necesito tiempo para aclarar todo. Pero tiene
razón, la universidad siempre estuvo en mis planes y no debería dejar de ser quien
soy. —Ahora que sabía lo que no era, estaba decidida a recordar quién era. En
quién me convertiría.
—No puedo decirte, Valerie, lo orgullosa que me siento al oírte decir eso —dijo,
dando saltitos—. Aquí tienes. Muchos para elegir. Sabes que puedes llamarme si
tienes dudas o necesitas ayuda en algo.
Me dio los libros y me incliné para tomarlos. Se sentían pesados. Me gustaba eso.
Por una vez en la vida el futuro se veía más pesado que el pasado.
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PARTE
CUATRO
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Traducido por flochi
No puedo decir que las cámaras de la televisión no me pongan algo nerviosa. Había
tantas. Habíamos esperado algunas —estábamos contando con eso, en realidad—
¿pero tantas? Sentí mi garganta secarse y raspar cuando traté de hablar.
Estaba caliente para ser mayo y la bata se pegaba a mis piernas cuando el viento
soplaba. La graduación era, como siempre lo había sido, celebrada en el exterior,
en el vasto césped de la escuela en el lado este. Un día de estos, la administración
siempre había sido advertida al respecto, la graduación sería trasladada a un gran
auditorio para acomodar toda la expansión de la escuela y el impredecible clima
del medio Oeste. Pero no el día de hoy. Hoy estábamos siguiendo la tradición. Al
menos podíamos hacer eso, esta problemática clase de 2009. La tradición se sentía
bien para nosotros.
Pude ver a mi familia… Frankie sentada sentado entre mamá y papá, a un costado,
cerca del fondo. Briley sentada al otro lado de papá.
Papá parecía bastante miserable, atrapado entre mamá y Briley, pero cada vez que
nuestros ojos se encontraban, un destello de alivio cruzaba su rostro. Y ese alivio
era real, puedo asegurarlo. En sus ojos vi esperanza y supe, con cierto grado de
certeza, que a pesar de lo que podríamos habernos dicho, que con el tiempo nos
perdonaríamos mutuamente. Incluso si nunca pudiéramos olvidar. Y todo lo que
tomaría sería tiempo.
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Frankie parecía aburrido, pero sospechaba que esa era una mirada planificada. El
próximo año sería el turno de Frankie probar los corredores de la Preparatoria
Garvin. Su turno de huir bajo la mirada atenta del Sr. Angerson. Su turno de
sentarse en la oficina de la Sra. Tate, sorprendida y reconfortada por la indisciplina.
Tenía el presentimiento que Frankie lo haría bien. A pesar de todo, él estaría bien.
El Dr. Hieler estaba allí, también. Sentado en la fila detrás de mamá y papá. Tenía
su brazo enroscado alrededor de su esposa. No se parecía en nada a como esperaba
que ella fuera. No era hermosa ni glamorosa. Tampoco tenía un porte como el de
Madonna de interminable paciencia y gracia en su cara. Revisaba su reloj a menudo
y entrecerraba los ojos contra el sol, y una vez gritó algo en su teléfono celular. Me
gustaba más mi versión mejorada de ella. Realmente quería creer que las familias
como la que había imaginado para el Dr. Hieler existían. Especialmente para él.
Detrás del Dr. Hieler había un toque de púrpura. Bea, su cabello elevado la delataba
y adornado con tantas lentejuelas púrpuras que tintineaban a medida que se movía,
sentada allí. Vestía un vaporoso traje púrpura y se aferraba frente de ella a un
bolso púrpura del tamaño de una maleta pequeña. Me sonrió, su rostro sereno y
hermoso, como una pintura.
Angerson se puso de pie y pidió silencio para que la ceremonia iniciara. Dio un
breve discurso acerca de la perseverancia, pero parecía no saber con exactitud qué
decir respecto a esta clase. Todos los viejos discursos no funcionaban aquí. ¿Qué
podría decir acerca del futuro a aquellos padres que no podían dejar ir el pasado,
que no podían hacer nada más que ver como las esperanzas por los futuros de sus
hijos se desvanecían, sus hijos idos hace más de un año ya y que nunca volverían?
¿Qué podía decirnos al resto de nosotros, tan aturdidos por lo que había pasado
dentro de esos salones de educación que conocíamos y una vez amamos? No
habría más recuerdos dulces… aquellos estarían por siempre eclipsados. No habría
reuniones… esas serían traumáticas.
Prontamente, volvió las cosas en dirección a Jessica, quien se levantó con confianza
y subió las escaleras hacia el podio. Habló en una voz suave y calma acerca del
instituto y la escuela… cosas insulsas que no podrían provocar lágrimas. Y luego
dudó, su cabeza cabizbaja hacia el fajo de papeles en su mano.
Hizo una larga pausa en que las personas empezaron a toser y removerse
incómodas, una ola de incomodidad. Casi parecía como si estuviera orando y, no lo
sé, quizás efectivamente ella lo hacía. Angerson parecía nervioso y un par de veces
vaciló ligeramente hacia ella, como si él fuera a darle un codazo o conducirla fuera
del escenario. Cuando ella finalmente alzó la vista, su rostro había cambiado.
Suavizado, de alguna manera, de la resuelta presidenta del Consejo Estudiantil a la
chica que acariciaba mi brazo cuando el papá de Christy Bruter hablaba acerca del
perdón.
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—Nuestra clase —comenzó Jessica—, siempre estará definida por una fecha en
nuestro calendario. Dos de mayo del 2008. Ningún miembro de esta clase pasará
esa fecha sin recordar a alguien que él o ella amó, y que ahora no está. Recordando
las imágenes y sonidos de esa mañana. Recordando el dolor, la pérdida, la
profunda pena y la confusión. Recordando el perdón. Simplemente recordando.
Nosotros, la clase del Consejo Estudiantil 2009, vamos a obsequiar a la
Preparatoria Garvin un conmemorativo para recordar… —Su voz se quebró en la
palabra y se detuvo, su cabeza gacha otra vez, para componerse a sí misma. Cuando
alzó la vista una vez más, su nariz estaba muy roja y su voz tembló—. Recordar a
las víctimas de ese día. Aquellos a los que nunca olvidaremos.
Jessica asintió hacia mí y me puse de pie. Mis piernas se sentían como goma
cuando subí las escaleras al podio. Jessica se movió a un costado cuando la alcancé,
pero se abalanzó sobre mí y me envolvió en sus brazos cuando me acerqué un paso.
La dejé abrazarme, sintiendo su calidez siendo absorbida por mi vestido,
haciéndolo pegarse aún más. Pero no me importó.
La recordé caminando hacia mí en el salón el día que traté dejar el proyecto del
Consejo Estudiantil. Sus ojos habían estado mojados, desesperados, su corazón a
simple vista, su voz intensa y espesa. Yo viví y eso lo cambió todo, dijo ella. En su
momento, le había dicho que estaba loca, pero ahora, aferrada a ella en el escenario
de nuestra graduación, nuestro proyecto completado, supe lo que quiso decir, y
supe que ella estaba en lo correcto. El día que lo cambió todo. Nos habíamos hecho
amigas no porque habíamos querido, sino porque de alguna manera debíamos. Y
llámenme loca, pero casi se sintió como si nos hubiéramos hecho amigas debido a
que se suponía que lo fuéramos.
A lo lejos, pude sentir, en vez de ver, los flashes de las cámaras estallando. Pude
escuchar el murmullo de los reporteros en el fondo. Cuando Jessica y yo nos
separamos subí al podio y aclaré mi garganta.
Vi a todos mis viejos amigos: Stacey, Duce, David, y Mason. Vi a Josh y a Meghan e
incluso a Troy, sentado en la parte posterior con los padres de Meghan. Los vi a
todos, un mar cambiante de incomodidad y tristeza, cada persona portando su
propio dolor, cada uno contando su propia historia, ninguna historia más o menos
trágica o triunfante que otra. En cierto modo, Nick había tenido razón: todos
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tenemos que ganar a veces. Pero lo que él no entendió era que todos teníamos que
ser perdedores, también. Debido a que uno no podía tener uno sin el otro.
La Sra. Tate se comió una uña mientras me miraba. Mamá estaba sentada con los
ojos cerrados. Parecía como si no estuviera respirando. Se me ocurrió, sólo
brevemente, que tal vez debería seguir mi primer instinto después de todo y
utilizar este momento para disculparme. Formalmente. Quizás, más de lo que
estaba a punto de darles, una disculpa era lo que les debía.
Pero sentí la mano de Jessica deslizarse en la mía, su hombro frotarse contra el mío,
y al mismo tiempo vi a Angela Dash sumergir su cabeza en un cuaderno y empezar
a escribir. Miré mi discurso.
—En la Preparatoria Garvin recibimos una fuerte dosis de realidad este año. El
odio de las personas. Ésa es nuestra realidad. Las personas odian y son odiadas, y
llevan rencores y quieren castigos. —Miré al Sr. Angerson, quien parecía estar
sentado en el borde de su silla, listo para levantarse y detenerme si iba demasiado
lejos. Me sentí estremecer, tambaleándome un poco. La mano de Jessica apretó la
mía sólo un poco. Continué—: Las noticias nos dicen que el odio no es nuestra
realidad.
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—Como presidenta de la clase de último año del 2009, les estoy pidiendo a todos
ustedes que recuerden a las víctimas del tiroteo del dos de mayo y escuchen la
realidad de quienes eran aquellas personas.
Aclaré mi garganta.
—Muchas de las personas que murieron lo hicieron debido al tirador… —Mi voz se
fue apagando. Ni siquiera pude mirar al Dr. Hieler, quien supe que en este
momento estaría asintiendo con coraje hacia mí—. Mi novio, Nick Levil, y pensaba
que eran malas personas. Sólo vimos lo que quisimos ver y… —Y me pasé la mano
sobre un ojo. Jessica dejó ir mi mano y en su lugar empezó a frotarme la espalda—.
Um… nosotros no… Nick y yo no… no conocíamos… la realidad de quienes eran
aquellas personas.
—Abby Dempsey —dijo ella—, era una ávida jinete a caballo. Tenía su propio
caballo llamado Nietzsche, y montaba a Nietzsche cada sábado a la mañana. Fue
elegida para participar el próximo verano en el Knofton Junior Rodeo. Estaba tan
emocionada debido a eso. También era mi mejor amiga —agregó roncamente—.
Pusimos un mechón de la crin de Nietzsche en la cápsula del tiempo en nombre de
Abby.
Ella retrocedió y yo me adelanté otra vez. Mis dedos estaban temblando alrededor
de las tarjetas que estaba sosteniendo y aún no podía alzar la vista. Pero se fue
haciendo más fácil a medida que recordaba los rostros de todos los padres con los
que Jessica y yo habíamos hablado. Todos los padres con los que finalmente me
disculpé personalmente. Todos los padres que aceptaron mis disculpas… aquellos
que me perdonaron. Aquellos que no. Aquellos que dijeron que nunca les debí una.
Habíamos llorado juntos y habían estado encantados de compartir historias de sus
hijos con nosotras. La mayoría de ellos se encontraban entre la audiencia ahora
mismo, sospechaba yo.
—Jeff Hicks acababa de llegar del hospital de ver a su nuevo hermanito por
primera vez en la mañana del dos de mayo. Estaba llegando tarde a la escuela, pero
estaba emocionado cuando dejó el hospital, emocionado por tener otro chico en la
familia. Incluso sugirió un nombre para el bebé… Damon, en honor de un jugador
de fútbol favorito. En honor de Jeff, sus padres nombraron al bebé Damon Jeffrey.
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—Ginny Baker —dije, respiré profundamente. Había tanto que quería decir sobre
Ginny. Ginny, quien sufrió tanto. Quien seguía sufriendo. Quien no pudo estar aquí
porque estaba ocupada tratando de encontrar maneras para terminar el trabajo
comenzado por Nick. Castigándose a sí misma por la intimidación que sentía que
ella misma había puesto en marcha—. Ginny fue ganadora del concurso de Lads
and Lassies21 cuando tenía dos años. Su mamá dice que ella siempre se estaba
presentando en shows de talento y aprendió cómo girar el bastón cuando sólo
tenía seis. Ginny ha decidido… —Me detuve, tratando de no llorar—, no poner nada
en la cápsula del tiempo. —Bajé mi cabeza.
—Hay dos más —dijo ella en el micrófono. Fruncí el ceño, contando con mis dedos.
Pensé que los habíamos hecho a todos. Jessica respiró profundamente.
—Valerie Leftman es una heroína. Más valiente que nadie que haya conocido… una
bala es lo menor de las cosas escalofriantes que la vi enfrentar este año. Salvó mi
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vida sin ayuda y detuvo el tiroteo de mayo de 2008, de ser peor de lo que ya era. Y
soy muy afortunada de ser capaz de llamarla amiga. Valerie ha colocado un libro de
dibujos en la cápsula de tiempo. —Sacó mi cuaderno negro de espiral y lo tiró
encima del Hamlet de Nick. Mi realidad y el escape de Nick… uno encima del otro.
Pensé en la maleta que estaba abierta sobre mi cama. Mis cosas, casi llenas. La foto
de Nick y yo sentados en esa roca en el Lago azul ubicada bajo la ropa interior y lo
sujetadores adicionales. La copia de The Gift of Fear que el Dr. Hieler me compró,
con una advertencia de “mantente a salvo”. La pila de tarjetas telefónicas que papá
había presionado silenciosamente en mi mano el pasado sábado cuando vino a
recoger a Frankie. Los catálogos de universidades que había recibido de la Sra.
Tate.
Imaginé las cosas que podría perderme mientras estuviera lejos. ¿Mamá y Mel se
Casarían sin mí? ¿Me perdería ver a Frankie conseguir su primer trabajo, quizás
como salvavidas en la piscina del barrio? ¿Me perdería el anuncio de que Briley
estaba embarazada? ¿Me lo perdería todo y, escuchar de esas cosas, y sentiría que
ellos se merecían por lo menos eso, mi ausencia durante esas cosas felices?
—¿Estás segura acerca de esto? —El Dr. Hieler me había preguntado en nuestra
última sesión—. ¿Tienes suficiente dinero?
Asentí.
—Y su número. —Pero creo que ambos sabíamos que nunca lo llamaría, ni siquiera
cuando despertara en las sombras de un albergue oliendo a moho, mi pierna
doliendo y la voz de Nick haciendo eco en mis orejas. Ni siquiera si mi cerebro
finalmente me permitía recordar la imagen borrosa de Nick poniendo una bala en
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su cerebro en frente de mis ojos llorosos. Ni para decir Feliz Navidad o Feliz
Cumpleaños o Estoy bien o Ayúdeme.
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Jennifer Brown
La columna de humor semanal de Jennifer dos veces ganadora del Premio Erma
Bombeck Mundial del Humor (2005 y 2006), apareció en The Kansas City Star por
más de cuatro años, hasta que ella renunció para ser una novelista para jóvenes-
adultos a tiempo completo.
La novela debut de Jennifer, HATE LIST (Little, Brown Books para Jóvenes
Lectores) recibió reseñas de tres estrellas y fue seleccionada como Mejor Libro
para Jóvenes Adultos por la ALA (American Library Association. Asociación
Americana de libros), un "Diez Perfecto" para VOYA (siglas de la revista Voice of
Youth Advocates) y el mejor libro del año para la Biblioteca de una Escuela. HATE
LIST también ganó el premio Thumbs Up! de la Asociación de Bibliotecas de
Michigan, y recibió un buen puesto en la lista de lectura de la preparatoria Taysha
de la Asociación de Bibliotecas de Texas, así como en la lista Asociación de
Bibliotecas de Missouri lectura de la escuela, así como la lista del premio Gateway
de la Asociación de Bibliotecas de Missouri, y ha sido nominado para el Premio de
Oklahoma Sequoyah.
La segunda novela de Jennifer, BITTER END, recibió una crítica con estrellas de
parte del Publishers Weekly, y está programado para ser lanzado en mayo del
2011.
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