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Retiros
SANDRA DE LOURDES FLORES VILCHES
“Entrar por la puerta estrecha”
(Lucas 13, 22-30) 5
CARLOS A. ESPINOZA I.
“Haz a otros lo que quisieras que te
hicieran a ti”
(Mateo 7, 12) 12
JOSÉ ANTONIO ATUCHA
Quien los ve a ustedes que me vea a mí 25
JOSÉ MA. GUERRERO
El evangelio de la misericordia.
Déjate envolver en la misericordia
de Dios 36
JOSÉ MARÍA ARNAIZ
Dar razón de nuestra esperanza
(Juan 20 y 1 Pedro 3, 15) 45
JOSÉ-ROMÁN FLECHA
“En esto conocerán que son mis
discípulos” 50
ROSA SUAZO
“Les he dado el ejemplo…”
(Juan 13, 1-15)
Servir a los demás como lo hizo Jesús 58
SANDRA HENRÍQUEZ
Una propuesta hacia la transformación
del corazón
(Mt 5, 43-48) 66
JULIÁN RIQUELME
Descubrir y asumir las sombras activas
en el mundo 71
JAVIER GONZÁLEZ
¡Como ovejas!
Los envío como ovejas en medio
de lobos
(Mateo 10, 16-23) 78
ALEJANDRO FERNÁNDEZ BARRAJÓN
“Soy yo quien os ha elegido”
(Juan 15, 16) 83
FREDY PEÑA T.
“El Reino de Dios está entre ustedes”
(Lucas 17, 20-25; Mateo 13, 28-32) 88
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SANTIAGO (Chile)
ISSN: 0718-3984
VALOR SUSCRIPCIÓN:
NACIONAL $ 35.000
AMÉRICA US$ 75,00
EUROPA y RESTO DEL MUNDO US$ 80,00
E
l hablar, el escuchar, el mirar, el sentir y el actuar de un religioso
tiene que ser el mismo de Jesús. Con su vida debe evocar y hacer
presente a Jesús; lo irradiará y lo contagiará. Donde hay un religioso
tiene que salir con mucha fuerza algo semejante a ese grito popular: “Se
siente, se siente Jesús está presente”. Lleva a Jesús y nos deja en su compa-
ñía. Es una fotocopia fiel de quien se atrevió a decir que era nuestro cami-
no, verdad y vida.
Los retiros de este año 2020 quieren cultivar la autenticidad evangélica en
nuestras vidas. El religioso tiene que ser lo más lejano del “Padre Gatica”,
que predica, pero no practica (cf. Juan 13, 15). Está invitado a practicar y
predicar, a hacer de su práctica del evangelio su mejor predicación. Estas
propuestas de retiros invitan a tomar conciencia del grupo en el que esta-
mos, y nos animan para predicar lo que practicamos. Los hay que ni practi-
can ni predican, otros predican pero no practican y no faltan los que practi-
can y no predican. Estos tres grupos están necesitados de pedir perdón y de
cambiar de rumbo.
El decir del que vive el evangelio, del que encarna los valores, las compe-
tencias, los procederes de Jesús, es entusiasta, alegre, inspirado, original,
apasionado; es una mezcla de mística y profecía. Tiene un hilo conductor:
el bien, la verdad y la belleza.
Sin ninguna duda, solo el que es buen discípulo de Jesús (cf. Juan 13, 35)
puede ser un buen maestro, dar razón de su esperanza (cf. Lucas 6, 39) y
dejar claro que ama lo que cree y cree lo que ama, y terminar haciendo
Revista Testimonio No 297 / Año 2020 – 3
I. Necesidad de autotrascendencia
El Evangelio de Lucas 13, 22-30 nos pone en directa relación con unos
interrogantes que son intrínsecos a todos los seres humanos, de todos los
tiempos y culturas: ¿a qué aspiro? ¿qué deseo? ¿qué anhelo? ¿tiene sentido
mi vida? ¿para qué vivo? Es en esa búsqueda que se manifiesta la necesi-
dad de autotrascendencia, y desde ahí se puede comprender la pregunta de
la persona del Evangelio: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se sal-
van?” (v. 23). Interrogante que nos pone en directa relación con el sentido
de la vida y los valores.
La persona se encuentra enmarcada en una inquietante lucha por encontrar
su identidad, por llegar a la esencia misma de su ser. Lucha por ser ella
misma y lucha por salir de sí misma. Estas son dos de las motivaciones
que aparecen mezcladas en nosotros y, por tanto, surge una nueva pregun-
ta, la esencia misma del ser humano: ¿es ser-en-el-mundo, ser-con-el-otro?
o ¿es ser uno mismo? La búsqueda por encontrarse a sí mismo es legítima,
pero no debemos dejar de lado que la persona solo se encontrará si abre su
existencia hacia los otros y, mirándolos, se reconoce. Y al mismo tiempo,
al reconocerse a sí mismo, reconocerá a Dios.
El camino hacia Dios es un camino hacia el sí mismo, hacia el propio co-
nocimiento. La unión con él, en el centro del sí mismo, implica la posesión
más plena de la propia vida, porque nos llama a la vida y a la plenitud de
nuestra personalidad. Por eso la invitación constante en todo el Evangelio
es a salir de sí y alcanzar un sentido que se conseguirá cuando nos olvide-
mos de nosotros mismos y nos pongamos al servicio de una causa o nos
entreguemos al amor de otra persona. Salir de uno mismo implica ser-en-
el-mundo y por lo tanto ser-con-otros, lo que no solo significa convivir,
sino también autoconstruirse mediante la interacción con ellas y responder
así al llamado de una misión trascendente. La conciencia de una misión en
la vida posee un extraordinario valor psicohigiénico y psico-terapéutico.
No hay nada que ayude más a la persona a soportar las penalidades objeti-
vas y subjetivas que la conciencia de tener una misión que cumplir.
En este texto Jesús nos invita a tomar conciencia de esta realidad más pro-
funda. Él no responde directamente a la pregunta que le hacen, sino que va
introduciendo a la persona por un camino que lo lleva a tomar conciencia
de su libertad, a asumir las consecuencias de sus opciones, a encontrarse
con sus sombras, a gritar desde lo más profundo del propio ser, a enmen-
dar el camino y lograr la felicidad plena junto a Él.
lo que hace daño al ser humano. Dios es amigo de la vida: salud integral,
bienestar completo, una convivencia dichosa en familia y sociedad, una
vida llena de bendiciones de Dios. ¿No es esta la lucha que están librando
nuestros pueblos?
Jesús no excluye a nadie de esta invitación, a todos anuncia la buena
noticia, por eso no responde si serán pocos o muchos los que se salven.
Pero sabe bien que no todos lo escuchan de la misma manera; de ahí sus
palabras: “Les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán”
(v. 24). La misericordia de Dios sigue urgiendo que se haga justicia a
los más pobres y humillados. Por eso la venida de Dios nos pone frente
a nuestras opciones y a las consecuencias de las mismas. “Si no os ha-
céis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18, 2).
La puerta estrecha es la puerta del pobre y del excluido que nos pone en
relación con el juicio final: “Cuando lo hicisteis con uno de estos mis
hermanos más pequeños, lo hicisteis conmigo” (Mateo 25, 40). Y en pala-
bras de San Juan de la Cruz: “A la tarde de la vida nos examinarán en el
amor”. La propuesta de Jesús genera una sociedad compasiva, acogedora
e incluyente.
Es el momento de dejarnos confrontar por la Palabra de Dios: ¿la bús-
queda de la justicia ha sido en nosotros, consagrados, expresión del celo
por el Reino de Dios? ¿Podemos decir sin miedo que todas nuestras op-
ciones son urgidas por el Reino de Dios? ¿Podemos detectar signos de
este Reino en nuestra realidad social, eclesial y consagrada?
La puerta aún está abierta para dejar pasar, entrar y salir. Entrar significa
al mismo tiempo salir del imperio que tratan de imponer los jefes de las
naciones y los poderosos del dinero. Hay que terminar con los odios. Hay
que superar la vieja ley del talión, hay que contener la agresividad, hay
que dar con generosidad a los necesitados que viven mendigando ayuda.
Somos responsables de lo que nos está sucediendo como Vida Consagrada,
como sociedad y como Iglesia. Es justo y necesario revisar ¿qué me pasa
y cómo participo en las decisiones que se toman en mi congregación, en
la sociedad y en la Iglesia? Muchas veces nos quejamos del otro o de los
otros y no nos vemos a nosotros mismos. Siempre tenemos la posibilidad
de elegir y de participar activamente en la construcción de nuestra propia
realidad, incluso cuando optamos por no elegir.
Jesús también se vio enfrentado a estos dos caminos: el camino ancho de
la manifestación ilimitada de su fuerza y de la búsqueda de poder, y el ca-
mino estrecho de la cruz y del abajamiento aceptado por amor (cf. Lucas 4,
1-13). La puerta estrecha del Espíritu es la meta de un camino de descenso,
de abajamiento, de anonadamiento, y de pobreza. Tú, ¿qué camino eliges?
8 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
Qué fácil decimos: “Venga a nosotros tu Reino”, mínimo tres veces al día.
Pero ¿lo decimos de verdad? O más bien decimos –citando a André Daig-
neault– “que yo haga que tu Reino venga. Y si tu Reino viniera por otros
que no sea yo, eso no me interesa mucho. ¡Que yo haga venir tu Reino! Y,
si fuéramos al fondo de las cosas, eso quiere decir: ‘Que mi reino venga’.
Y como se trata de actividades apostólicas, esto quiere decir, ‘que mi rei-
no venga, Señor, por medio del tuyo. Tal como otros hacen llegar su reino
a través de la literatura, de la política, de la gloria humana, yo lo hago
llegar a través del apostolado’” (A. Daigneault, El camino de la imperfec-
ción. Santidad de los pobres. Madrid, PPC 2019, p. 27).
Tenemos que ver claramente la verdadera motivación de todas nuestras
obras, incluso apostólicas y, a veces, esto es aterrador. Pero mucho más
terrible es encontrar la puerta cerrada y decir: “Señor, ábrenos” (v. 25), y
que nos responda: “No sé de dónde son ustedes” (ídem). Gritemos a Dios
“¡misericordia!”, ahora cuando experimentamos la necesidad de ser salva-
dos, de ser curados, reconociendo que no podemos salvarnos ni convertir-
nos por nosotros mismos. Cuando tocamos nuestra pobreza comprendemos
que verdaderamente, “sin él no podemos hacer nada”.
• Te recomiendo que pares un poco y tomes conciencia de lo que se va
moviendo en ti. Deja que el Espíritu Santo ore y obre en ti.
VII. Hay muchos que son últimos y serán los primeros, y hay
otros que son los primeros y serán los últimos (v. 30)
Para disponernos a este momento de retiro, dejemos que sea la misma Pa-
labra de Dios la que nos haga sentir la necesidad de entrar en la intimidad
de Dios.
Lee sin prisa el salmo 42 (Como la sierva sedienta busca las corrientes
de agua…).
El orante del salmo se encuentra lejos de la ciudad santa y arde en de-
seos por volver a encontrarse ante la presencia del Señor en su santuario,
compartiendo la fiesta junto a la comunidad. Es que encontrarse con Dios
es siempre una fiesta y fiesta de comunión con los demás. No anhela un
placer individualista sino una fiesta entre cantos de alegría y alabanza, en
medio de la multitud. No va cada uno por su lado, somos Pueblo de Dios
en marcha en medio del mundo, haciendo y compartiendo la historia junto
a los hombres y mujeres de esta tierra. Es una tierra siempre necesitada de
alegría y de cantos, porque tendemos a convertirla en “valle de lágrimas”,
tierra de sufrimientos y penurias que, sin embargo, nos ayudan a convertir-
la en “cielo nuevo y tierra nueva” con la fuerza del amor-fermento pascual.
No falta, sin embargo, la experiencia de sentirse abandonado al presente,
pero esto no es obstáculo para mantener la confianza en el reencuentro con
Dios; es el mismo Señor que guiará nuestros pasos hacia el santuario situa-
do en la montaña de Sión, la nueva Jerusalén. No es extraño que también
12 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
antiguos. En efecto, el aprendiz debía estar atento a cada palabra que salía
de los labios del maestro, atento a seguir sus huellas, en dormir a la puerta
de su casa con el fin de no perder ninguna de las perlas de la sabiduría que
caían de sus labios, estar atento a todos los comportamientos en los diver-
sos lugares y circunstancias donde se movía el maestro. Ser discípulo en el
mundo antiguo era comprometerse a vivir en el mismo ambiente del maes-
tro y respirar su mismo aire. No era posible imaginar un aprendizaje espo-
rádico, discontinuo. En los relatos vocacionales de los evangelios se insiste
en esta convivencia del discípulo con el maestro Jesús de Nazaret como lo
expresa san Marcos: “Subió al monte y llamó a los que él quiso. Cuando
estuvieron junto a él, creó un grupo de Doce, para que estuvieran con él y
para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (3, 13-14).
El discipulado se va a expresar en este ambiente de llamada “para estar
con él” y “para ser enviados por él” que hemos recordado. Una diferen-
cia esencial que no podemos olvidar. Mientras en el sistema antiguo es el
discípulo quien elige a su maestro, en el caso de Jesús es exactamente lo
opuesto: Jesús es el que llama a quien él quiera. La iniciativa está siempre
en Jesús, razón por la cual el llamado está revestido de la gratuidad más
absoluta, incluso cuando la naciente comunidad cristiana acoge las diver-
sas vocaciones como mediación histórica de la salvación, se afirma la gra-
tuidad de la llamada que el Resucitado sigue suscitando “para estar con él”
y “para ser enviados por él”.
El discipulado cristiano implica acoger y vivir un estilo o forma de vida
centrada en la escucha ininterrumpida de la Palabra del maestro, en la
centralidad en la Persona que lo ha llamado a seguirlo. Aceptar la llamada
a seguir a Jesús implica configurar el propio estilo de vida al de Jesús en
todas las dimensiones de la persona. Nada debe quedar fuera del ámbito
de ser discípulo que aprende, ama, mira, escucha, siente, proyecta, sirve,
comparte, trabaja, etc. Toda la persona queda involucrada en el misterio de
la llamada y de su respuesta constante. Se trata de vivir de manera cons-
ciente, con los ojos abiertos, con los oídos alertas, la mente y el corazón
expectantes ante lo nuevo que va surgiendo. Es decisivo para el discípulo
esta expectación porque, como dice Jesús: “A vosotros se os ha concedido
el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les pre-
senta en parábolas” (Mt 4, 11).
amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15, 13). El amor
de Jesús se expresa aquí como “dar la vida” y es la mayor prueba del amor.
Es la señal indiscutible del Buen Pastor “que da su vida por las ovejas”, es
una vida libremente entregada ya que “nadie me la quita, sino que la doy
por mí mismo” y “tengo el poder de darla y de recobrarla”. El amor reden-
tor consiste en una entrega absoluta y desinteresada por nosotros. Jesús es
el Pastor que no se limita a cuidar las ovejas, sino que vive hasta el extre-
mo de dar su vida por ellas.
Desde la regla de oro de Mateo 7, 12 se comprende otro gran compromiso
que nos afecta tanto como habitantes del planeta tierra como miembros del
Pueblo de Dios. En palabras del Papa “el desafío urgente de proteger nues-
tra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana
en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que
las cosas pueden cambiar” (LS 13). La confianza que transmite el Papa en
este documento, considerado como el más importante que una autoridad
religiosa haya escrito antes, por la magnitud del problema y la seriedad de
las propuestas, es manifiesta cuando afirma que “la humanidad aún posee
la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”. La causa
ecológica no se reduce al tema ambiental natural, sino que compromete
gravemente también la degradación de la calidad de la vida humana. Dice
el Papa resaltando este vínculo que “la violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’
(Romanos 8, 22)” (LS 2).
V. Para meditar:
Hoy siento, Señor, que me preguntas: “¿Qué es lo que estás buscando?”
“¿Un puesto bien vistoso, el predominio sobre los otros?”
¿Cuál es hoy mi sitio, Señor? ¿Cómo puedo orientarme en las decisiones
importantes, esas que expresan de modo claro mi identidad de hombre o
mujer creyente?
El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me
atrae a sus redes, imponiéndome tomar posición. Cada uno compite para
hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi
inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con un pedazo
de mi billetera… Con sonrisas amistosas, la vida de hoy me invita con los
brazos abiertos a que acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi
imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi sal-
vación y la de mis hermanos. Es de pequeño cabotaje, volar bajo, buscar el
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 23
Partir desde lo más sencillo, sentirnos –en palabras del papa Francis-
co– misericordiados en lo diario y habitual, desde la luz de la revelación,
desde la cruz, desde la comunidad, desde la sociedad. Muchos problemas
en nuestra práctica de la misericordia con los hermanos, vienen del hecho
que la misericordia que Dios tiene por mí aún no ha tocado las vetas más
profundas e íntimas de mi personalidad y espíritu. Esto debe ser materia
de oración, discernimiento y conversación con el acompañante espiritual.
Nuestra vida debe transparentar que vivimos de la misericordia de Dios, y
querer que en ese mismo ambiente se desarrolle nuestra vida comunitaria.
Santa Teresa se asombra y regocija de que es “tanta su misericordia y bon-
dad, que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos
y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados…, no
nos deja de llamar” (Santa Teresa, Moradas II, 2). Y en otro lugar agrega:
“Muchas veces he pensado espantada (“maravillada”) de la gran bondad
de Dios, y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y miseri-
cordia” (Santa Teresa Vida, 4, 10).
El papa Francisco nos dice: “La palabra misericordia cambia todo. Es lo
mejor que podemos escuchar: cambia el mundo” (Ángelus, 17 de marzo
de 2013). La comunidad religiosa está llamada a ser el lugar de la miseri-
cordia gratuita, donde podemos y debemos hacernos sentir acogidos, ama-
dos, perdonados y alentados (cf. Evangelii Gaudium [EG] 114). ¿Trabajo
estas actitudes en mi comunidad y apostolado?
sean eso mismo. Para encontrar hay que salir. ¿Tengo esquemas demasia-
dos individualistas? ¿Giro demasiado en torno a mí?
Inspirándonos en la actitud de Jesús, quien dijo que había venido “no para
ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”
(Mateo 20, 28), en el religioso adulto servir es y será su modo habitual de
vivir. No se concibe a sí mismo si no es sirviendo, dándose, gastándose
por los hermanos y sus necesidades. Su vida está en fuerte contraste con
la actitud egoísta y ambiciosa de tantas personas de hoy a quienes no les
preocupan las necesidades de otros. El servicio es lo que cambia a la gen-
te, y da sentido a la vida. En este servicio debe sobresalir la primacía de la
gracia, más que nuestro empeño o cualidades naturales.
puede decir con tanta realidad como María: “Ya no vivo yo, es Cristo quien
vive en mí” (Gálatas 2, 20).
¿Podemos decir que nuestro “sí” vocacional compromete toda nuestra
existencia? ¿Hay zonas de nuestro corazón que mantenemos solo para
nosotros? ¿Me gustaría entregarme plenamente al Señor y al Evangelio?
¿Qué me detiene?
Es verdad que mil preocupaciones nos rondan por la cabeza e incluso an-
gustian nuestro corazón, pero si no logramos adueñarnos de ellas, termina-
rán ellas por adueñarse de nosotros, esclavizándolas. No es fácil aparcar-
las, pero es necesario integrarlas con serenidad y paz.
Se hace necesario crear un ambiente ecológico que serene y relaje, y así
favorezca el recogimiento contemplativo ante la Palabra de Dios. Leer
la Biblia es como convivir con un amigo. Los dos exigen un máximo de
atención, de respeto y de amistad, de entrega y de escucha atenta. Hay que
ponerse a escuchar en silencio, a descifrar el código secreto en que vienen
cifradas las palabras de la Escritura, a familiarizarse con ese modo de ha-
blar del Espíritu que tiene más de convivencia que de imperativo.
Ponerse a orar es decidirse a cruzar la frontera y arrostrar el peligro de
aproximarse a una presencia que invade, inunda, quema, persigue y alcan-
za. Eso es lo “suyo”. Lo nuestro es acoger esa presencia agradecida y escu-
char esa Palabra que nos habla al corazón.
Para eso hay que soltar tensiones, dejar de lado las preocupaciones, no
apurar el tiempo, mirar delante de quien estás. Esta frase suele estar escri-
ta en la puerta de las sinagogas de Palestina. Es una llamada de atención
para tratar de evitar distracciones parásitas. Estás delante de Alguien que
te ama a pesar de todo, que te ama a fondo perdido, sensible a tus lágri-
mas, comprensivo sin límites, dador de libertad, incondicionalmente fiel,
implicado en la pequeñez humana, gozoso de vernos crecer y disfrutar,
pues su gloria es que vivamos felices; que nos acepta como somos, aunque
nos sueñe mejores.
Ponte a los pies del Señor de tu vida, que quiere revelarte su designio de
amor para contigo; ponte a sus pies con la actitud de María de Betania
(cf. Lucas 25-37), silenciosa y silenciada, centrada en lo único necesario
en ese momento: escuchar al Maestro. Tú también deseas escucharlo hoy.
Invoca al Espíritu que es el que crea, recrea, transforma y hace nuevo tu
corazón, es decir, acogedor y disponible.
Ven Espíritu Santo,
haz fecunda mi tierra,
para acoger la semilla de tu Palabra.
Ven Espíritu Santo,
que eres impetuoso y libre,
y nadie puede dominarte ni domesticarte a su antojo.
Que silbas mansamente, susurrando al oído libertad y audacia
y ensordeces con tu rugido imponente las palabras huecas.
Que soplas sobre las ascuas del Amor primero
para que se mantengan vivas,
y barres las cenizas de mi fogón viejo.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 37
Y eso es lo que hizo la Sra. Gabriela, una mujer creyente de una sola
pieza. En 1981 secuestraron a su marido Pino Taliercio, Director del
Petroquímico de Marghera (Italia). Ella siempre esperó en la humanidad
de los secuestradores que pertenecían a Las Brigadas Rojas. Y no dudaba
en llamarlos “hermanos”. Pero lo asesinaron. Frustraron su esperanza, pero
no mellaron su fe en el ser humano. “Vendrá un día –decía ella–, dentro
de 10 años, si estoy viva, en el que aquel que mató a mi marido, vendrá a
pedirme perdón”. Solo se equivocó en su tiempo de espera. Mucho antes
recibió una carta de Antonio Savasta, uno de los asesinos: “En los días del
secuestro su marido era, como Ud. lo describía: sereno, lleno de fe, inca-
paz de odiarnos y con una altísima dignidad. Lo sé, señora, esto no se lo
restituirá, pero sepa que dentro de mí ha vencido la palabra y la actitud de
su marido. ¡Soy otro! Espero solamente colmar ese vacío suyo restituyen-
do y enseñando a otros lo que aprendí de Ud., y de su marido”. Y eso tiene
un nombre: el perdón hecho misericordia.
– ¿Qué sientes en tu corazón ante este hecho donde triunfó el perdón y la
misericordia?
– Evoca en tu vida los momentos más intensos en que has experimentado
la misericordia de Dios y la urgencia de un agradecimiento desbordado
que te ha impulsado a hacer de tu vida un “cántico nuevo”.
– ¿Qué personas te has encontrado a lo largo de tu vida de las que pue-
des decir en verdad que son misericordiosas? Ponles nombres y recuer-
da los hechos que te impactaron.
Medita ahora la parábola del Padre misericordioso (cf. Lucas 15, 11-32).
Es la que mejor expresa ese amor incondicional y sin fronteras de Dios.
Uno se queda desconcertado y conmovido por el actuar del Padre que per-
dió a los dos hijos: el menor porque se escapó de casa en busca de libertad
y felicidad –era un juerguista–, y el mayor porque era un ejecutivo resigna-
do y un funcionario modélico, pero que le faltaba lo esencial: la alegría de
estar trabajando no para su padre sino con su Padre.
El hijo menor se fue acompañado de mucho dinero, mucha salud y mucha
juventud. Era joven sin cabeza. Y, claro, pronto sobrevino una crisis moral
y espiritual. Era una criatura vacía y superficial. Vivió como un libertino
y, cuando se desinfló la burbuja de su herencia, se encontró dentro de una
situación miserable. Buscó el amor incondicional donde no puede hallarse.
– Este hijo pródigo evoca tus búsquedas y decepciones.
– ¿Por qué sigo ignorando el lugar del amor verdadero y me empeño en
buscarlo donde no está?
– Evoca los momentos en que te has “escapado del hogar” y, también, el
reencuentro con el Padre. ¿Qué sentiste?
1ª convicción
Una persona, una comunidad, un grupo que no identifica sus signos de
vida –allí donde la vida clama–, no tiene ningún futuro. Los clamores son
los gritos o voces que se pronuncian con fuerza; a veces son personales;
otras veces vienen de las multitudes; con frecuencia indican sufrimiento
o angustia; siempre van unidos a la fuerza y a la potencia y a la súplica.
Todos y cada uno necesitamos poner nombre a los signos de vida y a las
auténticas expresiones de esperanza.
2ª convicción
Los signos de vida se tienen que situar en contexto, completar y desarro-
llar. Ello supone saber:
– ¿De dónde vienen?: cuáles son los nuevos escenarios en los que se ha-
cen patentes los signos de vitalidad.
– ¿Quién los produce o proclama?: son los nuevos sujetos autores y mul-
tiplicadores de la vida.
– ¿Quién los escucha?: los nuevos destinatarios.
3ª convicción
Convertir los signos de vida en punto de partida de una nueva etapa para
nosotros, nuestra comunidad y nuestro país. Así comienzan los nuevos
tiempos y las verdaderas reformas.
4ª convicción
Celebrar los signos de vida que hay en nosotros y que nos ejercitan en la
esperanza. Ello supone:
– Pedir perdón por no identificar, ver o vivir a veces los reales signos de
vida y caer en el pesimismo y en la negación sistemática del bien real;
que, de hecho, se rechaza.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 47
1. La hora
El evangelio que se recoge como pauta para nuestra reflexión (Juan 13, 31-
35) se sitúa en el escenario de la última cena de Jesús con sus discípulos.
Exactamente después de que Judas salió del Cenáculo para internarse en
la noche.
50 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
II. El Mensaje
Jesús había hecho del amor a los demás el tema de sus enseñanzas y, sobre
todo, la pauta de su conducta. En la hora de su despedida y ante la seriedad
de su entrega definitiva, el amor se convirtió en lazo de unión para los que
habían aceptado su invitación al seguimiento.
Un amor que no podía ser reducido al nivel de los sentimientos, sino que
había de manifestarse en el compromiso fiel, afectivo y efectivo, personal
e institucional.
III. El Testamento
Jesús es consciente de que llega “su hora”: la hora de su entrega. La hora
en que, contra toda apariencia, será glorificado el Hijo del hombre y Dios
será glorificado en él. En el horizonte de sus palabras se adivina ya su
muerte salvadora en la cruz y su resurrección de entre los muertos.
Es la hora de la entrega al Padre celestial y a los hijos de Dios. La hora del
encargo final y del mandamiento nuevo, que él ha querido ratificar con una
alianza nueva.
1. El mandamiento
En esos momentos finales, Jesús deja a sus discípulos un don que es un
encargo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como
yo os he amado”. Tres palabras de ese mensaje atraen nuestra atención.
• El “mandamiento” no puede ser entendido como una imposición ni
como un sentimiento efímero. El amor es la vida. Refleja nuestro deseo
más profundo y nuestra misma necesidad de ser personas.
52 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
2. La novedad
Así pues, el evangelio pone ante nuestros ojos el resumen del testamento
de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como
yo os he amado” (Juan 13, 34). Son unas palabras que hemos oído cientos
de veces, pero otras tantas veces nos interpelarán todavía.
¿Qué era lo nuevo de ese mandamiento? La antigua regla de oro, aceptada
en todas las culturas, ordenaba amar a los demás como uno quisiera ser
amado. También la Ley de Moisés ordenaba amar al prójimo (Levítico 19,
18). Lo difícil era determinar quién era el “prójimo” y cuándo merecía ser
amado. No es extraño que se discutiera en las escuelas quién era el próji-
mo que merecía el amor, como se ve en la pregunta que un legista dirige a
Jesús (cf. Lucas 10, 29).
Pues bien, también Jesús había aceptado como buena aquella regla de oro
(cf. Lucas 6, 38). En la hora de su despedida, repetía el antiguo ideal, pero
le añadía una referencia inquietante: “Como yo os he amado”. En conse-
cuencia, para los seguidores del Maestro, el criterio del amor ya no habría
de ser la igualdad con el amor que ellos habían demostrado. El criterio no
eran ellos sino él: su Maestro y Señor.
Sus discípulos no habían de amar “como” ellos deseaban ser amados, sino
“como” Jesús los había amado y los amaba: es decir hasta el punto de
aceptar la traición de un discípulo y hasta la misma muerte.
IV. La Identidad
Tanto los amigos como los enemigos habían tratado una y otra vez de en-
casillar a Jesús en un grupo o en otro. Unos lo identificaban con un profeta
de los antiguos. Y otros trataban de subrayar los rasgos que lo acercaban o
alejaban de Juan el Bautista.
Unos y otros se preguntaban si se diferenciaban en el ayuno o en el estilo
de su oración. Pues bien, Jesús mismo quería dejar a sus discípulos la se-
ñal por la que habrían de diferenciarse. Una señal que era todo un desafío.
1. La señal
Los miembros de las diversas religiones tratan de diferenciarse de los
demás creyentes. A veces esas señales son externas, como la cruz de los
cristianos, la media luna de los musulmanes, o la estrella de David entre
los judíos.
También Jesús quiso que sus seguidores se diferenciaran de los demás.
Pero la señal que les dio no fue exterior sino interior. No fue una señal
muda y pasiva, sino una señal dinámica y activa: el ejercicio del amor, que
se convertía en mandamiento.
Como si no quedara suficientemente claro el mensaje, Jesús añade todavía
una advertencia importante: “La señal por la que conocerán que sois discí-
pulos míos, será que os amáis unos a otros” (Juan 13, 35).
• La señal por la que se reconocen los que siguen a Cristo no es el simple
aprecio de la cultura cristiana: el arte, la música, las costumbres o la
ética, las realizaciones sociales o la educación de la juventud. Menos
aún nos define como cristianos el hecho de aceptar y admirar tal o cual
película sobre la vida o la pasión de Jesús.
• La señal que distingue a los cristianos es la decisión de amar a los de-
más con la fidelidad y la radicalidad con la que amaba Jesús: es decir,
hasta estar dispuestos a entregar la vida por los otros. Ese amor ha lle-
vado a muchos a la muerte, pero lleva a muchos más a sacrificarse cada
día por el bien de sus semejantes.
• La auténtica señal del amor, vivido al modo de Jesús, es el signo que
revela de modo definitivo nuestra pertenencia a él. No todos los que se
dicen seguidores suyos lo son de verdad. Y tal vez alguno de los que no
lo conocen o no lo reconocen como Mesías esté viviendo ya de ese es-
píritu. Ese amor nos define.
2. El desafío
Ya está dicho. Jesús nos dejó un criterio para ser identificados en medio
del mundo: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será
que os amáis unos a otros” (Juan 13, 35).
Los cristianos nos distinguimos de los miembros de otras religiones por al-
gunas señales externas. La presencia de la cruz y la celebración de la euca-
ristía son las más conocidas. Pero Jesús insistió en la importancia del amor
como signo cristiano. Tres palabras lo resumen:
• “La señal”. Pretendemos pasar inadvertidos en medio de la multitud.
Pero el Maestro no quería que los suyos viajaran de incógnito por el
mundo, sino que fueran reconocidos. Habrían de estar ahí, pero siendo
54 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
V. La Misión
El amor constituye la enseñanza de la segunda parte del texto evangélico
que encabeza esta reflexión: “Hijos míos, me queda poco de estar con vo-
sotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo
os he amado”.
Las palabras de Jesús, cargadas de dulzura, suenan a despedida. Es cons-
ciente de que su vida toca a su término. Lo ha aceptado con generosidad y
con plena conciencia de la misión que le había sido confiada.
Toda una tarea para la nueva comunidad, que se había de conocer como
la Iglesia, es decir la “convocada”. La enviada para establecer vínculos de
acción y de diálogo con los hombres. Y para mantenerse en comunicación
con su Maestro, su Hermano y su Señor.
1 Para ampliar este tema puede verse J. R. Flecha, “La caridad”, en Virtudes para una vida buena, Secre-
tariado Trinitario, Salamanca 2018, 137-171, y también J. R. Flecha, Amor y alegría. El fruto del Espíri-
tu, Secretariado Trinitario, Salamanca 2019.
Introducción
Una jornada de retiro, de encuentro con el Señor y consigo mismo, es una
oportunidad que nos puede ayudar a profundizar un poco más la compren-
sión de nuestra vida religiosa; no de manera aislada, sino en contacto con-
creto con las alegrías, las penas y la ansiedad de la humanidad, para buscar
los caminos que el Señor nos presenta para ser sus testigos y servir mejor a
los hermanos. Se trata de escuchar la Palabra de Dios en las escrituras y su
voz en el grito de los pobres. La verdadera espiritualidad consiste en rela-
cionar la una con la otra de manera significativa.
También nuestra mirada concentrada sobre el mundo no deberá cerrarnos
los ojos delante de las realidades crudas en las cuales vivimos: corrupción
y violencia, injusticias y abusos, búsqueda de sentido.
Pero el misterio es que, a través de cada evento y situación, el designio de
Dios se cumple y su fin viene realizado. Aún de un mal, Él puede sacar un
bien. Su Espíritu está obrando cuando las estructuras no son significativas,
cuando se debilitan las vocaciones y nuestros sistemas de valores son de-
safiantes. Él pasa por alto nuestros intereses y nos obliga a interrogarnos, a
tener claros los desafíos para que nuestra vida religiosa responda a ellos a
través del testimonio y el servicio concreto y generoso.
Jesús, el Hijo de Dios, el Rey de reyes y Señor de señores, nunca se colocó
en una posición por encima de los demás. Él amó y sirvió humildemente,
58 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
quién sería el más importante (cf. Lucas 22, 24-27). Los discípulos estaban
dispuestos a pelearse por un trono, pero no por una toalla. No era proba-
ble que alguno tomase la toalla para lavar los pies de su compañero. Ellos
preferían sentarse a comer sin lavarse, antes que estar limpios. Lo que nos
cuesta entender es el mensaje central: Jesucristo sirve y da su vida por los
pecadores. Su humillación lo engrandece una vez más y de aquí nace el
modelo del Siervo, el modelo del pastor, el modelo del discipulado.
A partir de los criterios de nuestro mundo se hace difícil hacer lo que el
Señor hizo. Jesús deja claro que su humildad no ignora quién y qué es.
Su humildad es la de un rey, la de un ser divino. No solemos ver esto en
nuestras mentes y rendirnos en adoración. Los modelos aprendidos muchas
veces son otros y distorsionan nuestra comprensión.
III. ¿Y nosotros?
Nosotros estamos llamados a ser “memoria viviente del modo de existir y
de actuar de Jesús” (Vita Consecrata [VC] 22). La Vida Consagrada nace
de la memoria de Jesús y existe en su nombre.
La respuesta a este llamado nos permite tomar conciencia de que hemos
iniciado un camino de seguimiento de Cristo para dedicar toda nuestra
vida a él, con radicalidad, en comunión con hermanos/as, asumiendo su
misma forma vida. Lleva dentro la experiencia del encuentro con él y es
testimonio de aquel que está vivo (cf. Lucas 24, 23). El Espíritu ha graba-
do las palabras y gestos de Jesús en el corazón de quien se consagra. Por
eso en nosotros se puede reconocer al Maestro.
La Vida Consagrada es memoria viva de aquellos primeros discípulos que
siguieron al Maestro por los caminos de Galilea. Vivieron la pobreza y
disponibilidad de quien “no tiene donde reclinar la cabeza” (Lucas 9, 58);
no se ataron a ningún vínculo social, ni de raza, ni familiar, pues su familia
la forman ahora “los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas
11, 28). Les movía la misma pasión que ardía en Jesús: la voluntad del Pa-
dre y la suerte de los últimos.
La Vida Consagrada es memoria de aquella primera Eucaristía que se
actualiza, no solo en cada celebración, sino en la entrega cotidiana. La
Eucaristía nos adentra en la comunión de vida con él, de tal manera que
vivimos en su misma dinámica de entrega; y no solo eso, sino que en la
comunión con él recibimos el don de la comunión con todos aquellos a los
que él se entrega. El don de la comunión se convierte en misión.
La Vida Consagrada está llamada a encarnar la Buena Noticia en el segui-
miento de Cristo, a hacer propia la forma de existir y de actuar de Jesús.
60 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
favor de ellos, son víctimas de la locura. Los dones de Dios nos son dados
para que, a su vez, podamos hacer de ellos un don a los hermanos y her-
manas. Humilde es quien, siendo muy consciente de sus talentos, aptitudes
y habilidades, se pone al servicio de todos. Considera a los demás como
maestros por la presencia de Dios en sus vidas. La humildad es grata a
Dios. Él se complace cuando aceptamos nuestra condición de criaturas y
de hijos suyos y establecemos la forma adecuada de relación con él y con
toda la creación.
Por el contrario, la falta de humildad destruye nuestra armonía interior y la
del universo, y esta ruptura no puede ser agradable al Creador. Es por eso
que en el Eclesiástico leemos: “Cuanto más grande seas, más humildemen-
te deberías comportarte, y así encontrarás el favor del Señor” (Eclesiástico
3, 18); y en el Evangelio: “Todo aquel que se ensalce será humillado, y
el que se humille será ensalzado” (Lucas 14, 11). ¿Por qué la humildad
es agradable a Dios? Precisamente porque la persona humilde no busca
suplantar a Dios, “ser como Dios” o considerarse un superhombre o un
hombre sabio por encima de los demás. Análogamente a lo que ocurre con
la semilla en la tierra, una persona humilde ha pasado por un proceso que
ha exigido algunas muertes y cambios, una pérdida de ego, y ha crecido
hasta convertirse en un tipo de persona maravillosamente enriquecedora
para otros.
La persona humilde agrada a Dios porque no considera a Dios como un ri-
val, sino como padre y amigo, y así mismo se presenta ante los hermanos,
con amor generoso y sencillo.
Para la reflexión
1. Jesús ofreció su servicio a personas que –podríamos decir– no lo
merecían (Pedro que lo traicionó, Judas que lo entregó, los discí-
pulos que lo abandonaron, la gente que le dio la espalda…).
• ¿He tenido la experiencia de haber recibido el servicio desinte-
resado de alguien?
• ¿Y mi servicio a los demás es siempre así?
2. Jesús fue una persona que amó de un modo particular, demostró
que el amor divino llega hasta las últimas consecuencias, por eso
“los amó hasta el fin” (Juan 13, 1).
• ¿He tenido la oportunidad de arriesgarme significativamente
en algún servicio que me ha tocado realizar? ¿Cómo he vivido
esa situación?
■■ Sandra Henríquez, cm
Subdirectora de la Revista Testimonio
Motivación
En tiempos recios como los que estamos viviendo, cuando el día a día
adquiere ese tono de incertidumbre e inestabilidad, la pregunta que va
anidándose en nuestro interior es ¿qué pasará mañana? Las revueltas, vio-
laciones a los derechos humanos y saqueos, junto a la nula credibilidad de
nuestros sistemas políticos, sociales y eclesiales nos hacen vivir en actitud
de sospecha hacia cualquier persona que pasa a nuestro lado, hiriendo sin
darnos cuenta la confianza tan necesaria para entablar relaciones profundas
y con sentido. Y en esto tampoco ayudan mucho los medios de comunica-
ción social, siendo las redes sociales el primer nicho para expresar pala-
bras, que si no estamos atentos y atentas pueden ir llenando nuestro cora-
zón de enemigos, perseguidos y perseguidores.
Es en este momento cuando la Palabra de Dios viene a trastocar en
nosotros(as) cualquier atisbo de sospecha, descrédito y difamación mutua.
Es el evangelista Mateo quien nos lanza en boca de Jesús una frase que a
primera vista parece sacada de una espiritualidad pasiva, idealista e inge-
nua: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre justos
e injustos” (Mt 5, 43-45). ¿Cómo podemos vivir bajo esta sentencia tan
contrastante y revolucionaria que pone como cúlmen del amor cristiano el
66 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
amor al enemigo? Pero si vamos un poco más adentro del texto esta sen-
tencia se convierte en propuesta para la transformación del corazón.
Amar al enemigo no es simplemente hacer el esfuerzo por tener sentimien-
to de afecto y cariño por quienes nos han dañado o son potencialmente
dañinos, sino, como dice José Antonio Pagola: Cuando Jesús habla del
amor al enemigo, habla de una relación radicalmente humana… Quien es
humano hasta el final descubre y respeta la dignidad humana del enemigo,
por muy desfigurada que pueda aparecer ante nuestros ojos. No adopta
ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud positiva de
interés real por su bien (El camino abierto por Jesús. Mateo 1, pp. 73-74).
Rogar por los que nos persiguen es aún más transformante, porque requie-
re tener el corazón humanamente libre para dejar pasar por él toda realidad
deshumanizada, traer a la memoria del corazón a aquel o aquellos que en
condición de deshumanización necesitan ser re-configurados en el amor,
devolverles a su imagen original por medio de nuestra oración. Y esto de
verdad es revolución del corazón, porque el ruego se convierte en ese lu-
gar teológico espiritual restituyente de la dignidad humana, más aún cuan-
do este ruego se tiene que concretar en actitudes de perdón.
Para tu reflexión:
¿Cuán profundamente humano es tu corazón para albergar en él a aque-
llas personas desfiguradas en el amor y hacerles el bien, aunque te hayan
dañado?
I. Primer momento
Volvamos a nuestra propia humanidad, a nuestro interior y recuperemos
esa profunda capacidad que todos tenemos de hacer el bien. Te invito en
este día de retiro a realizar este viaje.
Para la reflexión:
1. En este viaje al encuentro contigo mismo(a) para revitalizar tu llamado
a amar con entrañas de misericordia, ¿cómo se va armonizando en tu
vida la experiencia de soledad, presencia de Jesús y opción por el Rei-
no y su justicia?
2. La urgencia de Jesús por respetar al ser humano más allá de su accionar
violento o injusto ¿qué resonancias te deja? ¿Qué desafíos de conver-
sión? ¿Desde dónde necesitas iniciar tu viaje?
68 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020
Para la reflexión:
1. ¿Cómo vas acogiendo la realidad que se te presenta día a día?
2. ¿Qué poderes y servilismos vas reconociendo en ti que no te dejan des-
encadenar humanización?
El proceso de humanización no pasa por perdernos en nosotros(as), sino en
encontrar a Dios en los otros; no es la búsqueda del yo lo que nos libera,
sino el encuentro con el “tú” en un colectivo.
Nuevamente te puede ayudar Edith Stein. Cuando quiere proponer el prin-
cipio de la complementariedad varón/mujer, utiliza el recurso de la ima-
gen para remitirnos a esa capacidad de estar uno frente al otro: Se puede
pensar en una imagen de espejo en la que el hombre puede ver su propia
naturaleza. Por eso las traducciones hablan de una ayuda semejante a él;
se puede pensar también en un complemento… en que las dos partes se
corresponden; pero no en un sentido pleno, sino de tal modo que se com-
pleten mutuamente como una mano con la otra.
Ambas imágenes, ayuda y espejo, nos dicen que recién cuando nos en-
contramos en reciprocidad se supera el vacío de la soledad humana, que
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 69
claramente no cubre Dios, porque, como dice el libro del Génesis (2, 18),
no es él la compañía que el hombre necesita, sino el distinto a mí y sin em-
bargo idéntico en rango y naturaleza.
Esta antropología iluminada a la luz de la fe que propone Edith podría
configurar tus opciones personales, direccionar tus intereses y situarte
más allá de cualquier principio religioso, porque toda la realidad humana
y cada persona es tu espejo, tu mano, tu “sí mismo”, es decir, tu propia
naturaleza trinitaria. En el otro te ves figurado o desfigurado. ¿Podríamos
entonces odiar a nuestros enemigos, hacerles mal si en cada uno de ellos se
refleja mi propia naturaleza divina y mi propio rostro?
Para la reflexión:
¿Qué “resplandores” poseo que irradian perdón y amor en mis relaciones,
engrandeciendo a mis prójimos?
El imperativo de Jesús ama, ruega por tus enemigos, se convierte en este
momento de tu retiro en llamada a amarte, hacerte próximo, a compartir
desde la empatía, como dice Edith, fragmento a fragmento creando un
nosotros que hace resplandecer lo esencialmente humano y nos permite,
entrar en la raíz del amor/caridad, hasta el extremo.
“Yo siento mi alegría y empatizando percibo la de los otros y veo: es la
misma… Fragmento por fragmento coincide, ciertamente, aquella alegría
fugitiva con la mía realmente viva y, en una realidad tan viva como yo
siento la mía, ellos sienten la suya; lo que ellos sienten lo tengo yo ahora
intuitivamente frente a mí, obtiene cuerpo y vida en mi sentimiento, y del
yo y del tú emerge el nosotros como un sujeto de grado más elevado….
Pero yo y tú y él permanecen contenidos en el nosotros, ningún yo, sino un
nosotros es el sujeto de la empatía (Sobre el problema de la empatía, Ciu-
dad de México: U. Iberoamericana, 1995, p. 42).
Dejo para tu reflexión el texto Evangélico que nos ha acompañado este
día, Mt 5, 43-48, vuelve sobre él y deja resonar en ti estas palabras: Padre,
amor, hijo, humanidad, perfecto, malos-buenos, justos-injustos, sol-lluvia.
¿Qué nuevos ecos te proponen? ¿Qué nuevas formas de vivir tu cristianis-
mo, tu Vida Consagrada y vocación laical hoy?
A María, la mujer que llevó en su vientre la humanidad completa, que amó
y perdonó en la cruz de su hijo a quienes no sabían lo que hacían, porque
estaban fuera de sí, habían perdido humanidad, complementariedad, iden-
tidad; a ella, que día a día nos va enseñando cómo amar, le pedimos nos
acompañe en el camino de la vida… Dios te salve María…
Invocamos al Espíritu Santo para que sea nuestro principal maestro en este
retiro. Él es Señor y dador de vida, padre de los pobres, que ora en noso-
tros, celebra con nosotros los sacramentos y nos da la vida eterna.
Durante el retiro invoca con tus palabras al Espíritu Santo o al Padre o
al Señor Jesús: al que tú quieras, porque ninguno de ellos es envidioso
del otro.
I. Abramos el evangelio
1. Juan Bautista presenta a Jesús (Juan 1, 29-34)
29Juan Bautista vio acercarse a Jesús, y dijo: “Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo. 30A Él me refería, cuando dije: Después de
mí viene un hombre, que me precede, porque existía antes que yo. 31Yo no
lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que Él fuera manifes-
tado a Israel”.
32Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo
en forma de paloma, y permanecer sobre Él. 33Yo no lo conocía, pero
el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre el que veas
descender el Espíritu, y permanecer sobre Él, ése es el que bautiza en el
Espíritu Santo’.
34Yo lo he visto, y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios”.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 71
2. Comprensión inicial
El texto fue redactado en Jerusalén hacia el año 100. Pretende que los des-
tinatarios crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan
Vida en su Nombre (Juan 20, 31).
¿Qué significa creer en Jesús en el Evangelio de Juan? Incluye, por lo me-
nos, tres requisitos:
Primero: Vivir la misma experiencia en el Espíritu que experimentó Jesús:
“Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito, para que esté siempre
con ustedes: el Espíritu de la Verdad […] estará en ustedes” (Juan 14,
16. 17b).
Segundo: Identificarse como amigo con la persona de Cristo a través de su
palabra: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; ire-
mos a él y habitaremos en él” (Juan 14, 23).
Tercero: Practicar la enseñanza de sabiduría, que invita a amar como Jesús
a las otras personas: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a
los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a
los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros” (Juan 14, 34-35).
¿Cuál es el propósito más profundo del Buen Padre Dios al propiciar la fe
en Cristo? Que nosotros tengamos vida en su nombre, es decir, en su per-
sona (Juan 20, 31b).
Porque en Jesús, palabra de Dios encarnada, “estaba la vida y esta vida
era la luz de los seres humanos” (Juan 1, 4; 8, 12). Cuando lo aceptamos,
vamos revistiéndonos de luz y liberándonos de las tinieblas (Juan 1, 5),
crece la vida nueva en nosotros y es vencida la muerte (1 Juan 3, 14-18).
1 Cf. X. Léon-Dufour, art. Cordero de Dios, en Diccionario del Nuevo Testamento, Ediciones
Cristiandad, Madrid 1977, p. 154.
2 https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=35608
4. Conclusión
Si, por un lado, hay una convocatoria a la vida plena hecha por Dios, y,
por otro lado, el pecado del mundo es un conjunto de obstáculos que impi-
den el crecimiento de las personas y de los grupos, quiere decir, que estos
experimentan consciente o inconscientemente una tensión, una desarmo-
nía, un refrenar el camino hacia la felicidad.
Pregunta: ¿Qué tensiones descubres a) dentro de ti mismo; b) en tu comu-
nidad; c) en tu país?
I. ¡Déjate llevar!
Para orar
Déjate llevar
Todo se mueve y se renueva. Se mueve el sol, la luna y la tierra,
el átomo y la estrella. Se mueve el aire, el agua, la llama, la hoja.
Se mueve la sangre, el corazón, el cuerpo, el alma.
Todo se mueve, nada se repite.
Para meditar
La acción de Jesús de enviar a los apóstoles, de animarlos a salir al en-
cuentro de otros, no ha sido antojadiza ni caprichosa. El mismo evange-
lista Mateo relata que precedentemente el Señor lo había llamado a él y a
todos sus hermanos apóstoles confiriéndoles determinados dones para po-
ner al servicio del rebaño (cf. Mateo 10, 1-4). Sin embargo, esta acción de
llamar del Nazareno, al igual que la de enviar, no son palabras en el aire,
sino que se gestan a partir de un sentimiento y actuar divinamente humano
y revolucionario: la compasión. “Al ver a la multitud, tuvo compasión,
porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor”
(Mateo 9, 36). He aquí que el corazón de Buen Pastor comienza a palpitar
más y más fuerte, al punto que no puede quedarse quieto ante tal conmo-
ción. A partir de esto, enciende el corazón de sus amigos para expandir la
fragancia del amor compasivo. Es la cándida inquietud que taladra la cora-
za de la indiferencia, es la consecuencia del amor.
¿Por qué se dejan enviar? ¿Por qué acogen este mandato? ¡Porque lo reco-
nocen! ¡Porque aman esa voz que los amó desde antes! ¡Porque su voz no
es ajena, sino cercana! ¡Porque quien llama no es el asalariado o un farsan-
te pastor, es el Señor!: “… conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen
a mí” (Juan 9, 14).
Hay una libre aceptación de parte de quien viene enviado, ya que Dios
hace que todo se remueva, te remueve. Y pasa en la propia vida cuando te
dejas conducir por Dios a la luz de la vivencia de la experiencia más honda
del amor que seduce: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de
su corazón” (Oseas 2, 16).
Para meditar
Cada vez que nos enfrentamos a situaciones de denigración, de tortura, de
vejaciones, de abuso, etc., decimos que estamos ante un hecho indigno e
inhumano. Entonces se instala la pregunta y la inquietud por la humani-
zación de lo que no es tal. Es cuando nos aflora todo lo humano. Solemos
decir que es humano pecar, que es humano sentir, que es humano vivir. Y
más allá de reparos o bemoles moralistas, estamos claros que hay un de-
seo de esto, sobre todo cuando la realidad nos hace ponernos delante de
nuestro límite y de nuestra condición. Pero no hay que distanciarse de una
cuestión fundamental: lo más humano es ante todo el amar. Es el piso co-
mún que compartimos y desde el cual no podemos negar lo más preciado
de nuestra humanidad.
Por otra parte, el envío generalmente tiene, junto con la riqueza de la ex-
periencia vital de amar, una vivencia del temor ante lo que se podría aveci-
nar. Pasó así con la joven María de Nazaret, con el carpintero José, con el
profeta Jeremías… ¿y contigo?
El miedo es parte de aquello humano que vivimos, pero que puede ser
trampolín para llevarnos a vivir un amor a medias o imperfecto, como
dice el apóstol Juan: “En el amor no hay temor. El amor perfecto echa
fuera el temor” (1 Juan 4, 18). Por lo tanto, ¡las ovejas no temen al Pas-
tor! Puede que teman a las amenazas o a los peligros que se les pueden
presentar, tal como lo advierte Jesús ante el envío: “Serán entregados…”
(Mateo 10, 17), “serán odiados…” (Mateo 10, 22). Pero al Pastor no se
le teme jamás: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún
mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza”
(Salmo 23, 4).
Para meditar
Sería bueno preguntarse, considerando mi entorno, quién sería hoy la ove-
ja y quién el lobo. Esto porque en el escenario en que vivimos daríamos
por cierto que de este lado están las ovejas y del otro los lobos. Pero ¿qué
tanto de oveja soy o me queda? Y ¿qué tanto de lobo he asumido? O bien,
¿por qué la tendencia aplica de inmediato un calificativo moral a estos
animales si son solo animales? ¿Por qué ser lobo sería “malo” y oveja
“bueno”, si cada uno hace lo que su instinto le dice? Ahora bien, aplicado
a nuestro ser creyente tiene un claro enfoque simbólico. No canoniza a uno
en desmedro del otro. Es solo la analogía para referir que la aceptación
del dejarse enviar implica de suyo entrar en un camino que puede tener
baches, curvas, desvíos y quiebres. No obstante, con cautela se llega a
buen destino.
Ante esto, ¿Cuál es el paisaje en el que hoy estoy llamado a ello? Y
¿Cómo ser creyente, oveja, hoy?
Sobre lo primero, es la pregunta por el entorno y contexto. Acá es impor-
tante reconocer que hoy el deseo del bien y un anhelo de amor compasivo
no es apetitoso en un clima de sequedad de lo humano, no vende. Estar en
medio de lobos es reconocer diversos peligros que la libertad y la gracia
de la fe implican resolver o sobrellevar. No es ser masoquista, sino actuar
por amor, porque quien ama es capaz de más de lo que cree y piensa. Por
eso que nuestro ambiente (visto desde el rebaño) es una manada de lobos,
un cuadro de hostilidad, que hace que el modo de ser ovejas sea el de estar
siempre atentos a la escucha del Pastor, desterrando toda sordera o dispo-
sición voluntaria a no oír, y mirando lo que acontece alrededor. Todo el
escenario previo para salir al encuentro.
En cuanto al modo de ser ovejas, Jesús invita a ser cuidadosos y prudentes
para no correr el riesgo de caer en la boca del lobo, lo que en otras palabras
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 81
No es igual sentir que hemos conquistado algo a que eso mismo nos haya
sido regalado. En el primer caso, nos creemos dueños y propietarios
con derechos, en el segundo caso solo huéspedes y agradecidos. Vivir la
vida y la vocación, sea la que fuere, de una u otra manera, nos cambia
sustancialmente.
Pues bien, no hemos elegido nosotros al Señor, es él quien nos ha elegido a
nosotros, a pesar de nuestra pequeñez. Y nos ha elegido respetando nuestra
historia, nuestra condición y nuestro pecado. A mí me eligió cuando era un
niño, como Samuel, un pastor de cabras, como Amós, y lo hizo en pleno
monte donde solo la naturaleza, mis cabras y yo éramos testigos. Un pas-
torcillo que no iba mucho a la iglesia porque olía a estiércol y mi madre no
tenía mucha ropa para vestirme de limpio el domingo. Las señoras nobles
creyentes y pudientes del pueblo se escandalizarían si me vieran en la igle-
sia con un vestido de pastor remendado y con olor a cabra. Eso sí, nunca
faltaba a la catequesis, porque la señora Juani, mi catequista, miraba con
los ojos del corazón y no se fijaba en apariencias humanas. Mi catequesis
y la naturaleza, que todos los días me hablaban de Dios, fueron los peda-
gogos que me acercaron a Cristo. Y cuando él me vio, me miró y me dijo:
“Tú ven y sígueme” ¡Y cualquiera le llevaba la contraria! Es un experto
seductor y yo me dejé seducir.
Y no pude entenderlo hasta que vi que Dios hace las cosas así y que ha
ocultado esto a los sabios y a entendidos y se lo ha revelado a la gente
sencilla. Y he descubierto también que la iglesia, los hombres de fe, como
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 83
Donde la mujer sea llamada a participar de los lugares donde tantas veces
ha sido excluida solo por ser mujer. A pesar de haber sido marcada como
sacerdotisa, profetisa y reina en su bautismo.
Un tiempo de revolución, desde la ternura, porque así es el Evangelio,
tiempo de convertirse y de dar un giro radical en nuestras vidas.
Siempre he creído en la utopía porque la utopía es lo que nos hace vivir
despiertos y en camino. Y todo lo que hoy no es, un día podrá ser por-
que es el Espíritu de Dios, y no nosotros, quien conduce los corceles de
la historia.
Dios por el desierto, que solo supo vencer por el anhelo de la tierra prome-
tida, la de la libertad. Solo abandonando la seguridad del albergue llega el
peregrino a Compostela.
En la iglesia, en la vida religiosa hay una tentación indisimulada por dete-
nerse, por no seguir el ritmo de los tiempos y el latido de la calle; incluso,
por volver atrás, tal vez convencida de que los tiempos pasados fueron me-
jores: los de Egipto.
Por suerte la iglesia es pluriforme y la vida religiosa también; y frente a las
tentaciones inmovilistas y las consignas de antaño, hay una iglesia joven,
viva, de vanguardia y martirial, que empuja, con la fuerza del Espíritu, a la
iglesia para que siga siendo vino nuevo en odres nuevos; para que se sienta
peregrina y sueñe con llegar al santuario de Dios, que son los pobres, y los
más pobres de los pobres que son los ricos cuando se fían de su riqueza.
¡Qué bien lo dice León Felipe!
“Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., solo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez,
una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero”.
Y termina mejor aún:
“Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros”.
Algunos de nuestros hermanos se asustan de los cambios que ha dado la
Iglesia y, en ella, la vida religiosa desde el Concilio Vaticano II. El susto
sería aún mayor si supieran cuánto va a cambiar en los años próximos para
estar a la altura de los tiempos y codearse con la modernidad si no quiere
ser disecado dinosaurio.
Porque no le hemos escogido nosotros a él… ha sido él quien nos ha esco-
gido a nosotros y nos llevará por sus caminos polvorientos hasta Jerusalén
para saborear, a su lado, el vinagre del calvario y la luz de la Pascua.
Para la reflexión
1. ¿Cómo se explica la existencia y el crecimiento de la injusticia en
la sociedad y hasta en las comunidades cristianas?
2. ¿Cómo vivimos el poder? ¿Podemos distinguir a la autoridad del
poder en la vida práctica? ¿Somos capaces de ser fermento y luz
para la sociedad?
3. ¿Cómo nos comportamos y qué hacemos frente al mal?
Retiros
SANDRA DE LOURDES FLORES VILCHES
“Entrar por la puerta estrecha”
(Lucas 13, 22-30) 5
CARLOS A. ESPINOZA I.
“Haz a otros lo que quisieras que te
hicieran a ti”
(Mateo 7, 12) 12
JOSÉ ANTONIO ATUCHA
Quien los ve a ustedes que me vea a mí 25
JOSÉ MA. GUERRERO
El evangelio de la misericordia.
Déjate envolver en la misericordia
de Dios 36
JOSÉ MARÍA ARNAIZ
Dar razón de nuestra esperanza
(Juan 20 y 1 Pedro 3, 15) 45
JOSÉ-ROMÁN FLECHA
“En esto conocerán que son mis
discípulos” 50
ROSA SUAZO
“Les he dado el ejemplo…”
(Juan 13, 1-15)
Servir a los demás como lo hizo Jesús 58
SANDRA HENRÍQUEZ
Una propuesta hacia la transformación
del corazón
(Mt 5, 43-48) 66
JULIÁN RIQUELME
Descubrir y asumir las sombras activas
en el mundo 71
JAVIER GONZÁLEZ
¡Como ovejas!
Los envío como ovejas en medio
de lobos
(Mateo 10, 16-23) 78
ALEJANDRO FERNÁNDEZ BARRAJÓN
“Soy yo quien os ha elegido”
(Juan 15, 16) 83
FREDY PEÑA T.
“El Reino de Dios está entre ustedes”
(Lucas 17, 20-25; Mateo 13, 28-32) 88