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Editorial 3

Retiros
SANDRA DE LOURDES FLORES VILCHES
“Entrar por la puerta estrecha”
(Lucas 13, 22-30) 5
CARLOS A. ESPINOZA I.
“Haz a otros lo que quisieras que te
hicieran a ti”
(Mateo 7, 12) 12
JOSÉ ANTONIO ATUCHA
Quien los ve a ustedes que me vea a mí 25
JOSÉ MA. GUERRERO
El evangelio de la misericordia.
Déjate envolver en la misericordia
de Dios 36
JOSÉ MARÍA ARNAIZ
Dar razón de nuestra esperanza
(Juan 20 y 1 Pedro 3, 15) 45
JOSÉ-ROMÁN FLECHA
“En esto conocerán que son mis
discípulos” 50
ROSA SUAZO
“Les he dado el ejemplo…”
(Juan 13, 1-15)
Servir a los demás como lo hizo Jesús 58
SANDRA HENRÍQUEZ
Una propuesta hacia la transformación
del corazón
(Mt 5, 43-48) 66
JULIÁN RIQUELME
Descubrir y asumir las sombras activas
en el mundo 71
JAVIER GONZÁLEZ
¡Como ovejas!
Los envío como ovejas en medio
de lobos
(Mateo 10, 16-23) 78
ALEJANDRO FERNÁNDEZ BARRAJÓN
“Soy yo quien os ha elegido”
(Juan 15, 16) 83
FREDY PEÑA T.
“El Reino de Dios está entre ustedes”
(Lucas 17, 20-25; Mateo 13, 28-32) 88

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Revista Bimestral de Vida Religiosa
Publicada por la Conferencia de Religiosos
y Religiosas (CONFERRE) de Chile.
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PINTURA: “La Samaritana”, año 2000
AUTOR: Sieger Köder
No 297
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RETIROS Equipo Gráfico Impresores
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Santiago - Chile
Santiago de Chile

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I N D I C E

Editorial 3 Rosa Suazo


“Les he dado el ejemplo…”
Retiros (Juan 13, 1-15)
Servir a los demás como
Sandra de Lourdes Flores Vilches lo hizo Jesús 58
“Entrar por la puerta estrecha”
(Lucas 13, 22-30) 5 Sandra Henríquez
Una propuesta hacia la
Carlos A. Espinoza I. transformación del corazón
“Haz a otros lo que quisieras (Mt 5, 43-48) 66
que te hicieran a ti”
(Mateo 7, 12) 12 Julián Riquelme
Descubrir y asumir las sombras
José Antonio Atucha activas en el mundo 71
Quien los ve a ustedes que
me vea a mí 25 Javier González
¡Como ovejas!
José Ma. Guerrero Los envío como ovejas en medio
El evangelio de la misericordia. de lobos
Déjate envolver en la (Mateo 10, 16-23) 78
misericordia de Dios 36
Alejandro Fernández Barrajón
José María Arnaiz “Soy yo quien os ha elegido”
Dar razón de nuestra esperanza (Juan 15, 16) 83
(Juan 20 y 1 Pedro 3, 15) 45
Fredy Peña T.
José-Román Flecha “El Reino de Dios está
“En esto conocerán que entre ustedes”
son mis discípulos” 50 (Lucas 17, 20-25;
Mateo 13, 28-32) 88

2 – Revista Testimonio No 297 / Año 2020

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EDITORIAL

Para irradiar y contagiar


a Jesús

E
l hablar, el escuchar, el mirar, el sentir y el actuar de un religioso
tiene que ser el mismo de Jesús. Con su vida debe evocar y hacer
presente a Jesús; lo irradiará y lo contagiará. Donde hay un religioso
tiene que salir con mucha fuerza algo semejante a ese grito popular: “Se
siente, se siente Jesús está presente”. Lleva a Jesús y nos deja en su compa-
ñía. Es una fotocopia fiel de quien se atrevió a decir que era nuestro cami-
no, verdad y vida.
Los retiros de este año 2020 quieren cultivar la autenticidad evangélica en
nuestras vidas. El religioso tiene que ser lo más lejano del “Padre Gatica”,
que predica, pero no practica (cf. Juan 13, 15). Está invitado a practicar y
predicar, a hacer de su práctica del evangelio su mejor predicación. Estas
propuestas de retiros invitan a tomar conciencia del grupo en el que esta-
mos, y nos animan para predicar lo que practicamos. Los hay que ni practi-
can ni predican, otros predican pero no practican y no faltan los que practi-
can y no predican. Estos tres grupos están necesitados de pedir perdón y de
cambiar de rumbo.
El decir del que vive el evangelio, del que encarna los valores, las compe-
tencias, los procederes de Jesús, es entusiasta, alegre, inspirado, original,
apasionado; es una mezcla de mística y profecía. Tiene un hilo conductor:
el bien, la verdad y la belleza.
Sin ninguna duda, solo el que es buen discípulo de Jesús (cf. Juan 13, 35)
puede ser un buen maestro, dar razón de su esperanza (cf. Lucas 6, 39) y
dejar claro que ama lo que cree y cree lo que ama, y terminar haciendo
Revista Testimonio No 297 / Año 2020 – 3

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a los otros lo que querría que le hicieran a él (cf. Mateo 7, 12). Trans-
mite la experiencia del perdón dado y recibido, entra por la puerta estre-
cha (cf. Lucas 13, 24), atiende a los últimos (cf. Mateo 25, 31-46), a los
pequeños; se convierte (cf. Lucas 15, 1-32), vence el mal con el bien
(cf. Mateo 10, 16-23), está esperanzado y es fuerte en sus luchas en medio
de lobos; por dentro es bueno, es Reino de Dios y desde dentro viene su
fecundidad (cf. Lucas 17, 20-25). Anda por la vida –y se le nota– como
elegido del Señor (cf. Juan 15, 16), aprendiendo a perder para ganar,
poniendo intensidad y plenitud a sus días y reduciendo y quitando el mal
(cf. Juan 1, 29-34), sin odiar a sus enemigos (cf. Mateo 5, 46-48).
Jesús nos respalda y el religioso, encarnación de Jesús, respalda a Jesús.
Le mueve la sabiduría nueva de Jesús. Quiere que Jesús haga en él lo
que él dice (cf. Lucas 11, 38). Si María entra en este empeño y por ella
quedamos atraídos por lo humilde; si consigue que su canto y el de Jesús
sea también el nuestro: “Mi alma engrandece al Señor”; conseguiremos
que Jesús nos modele a su imagen y no intentemos modelar a Jesús según
nuestro capricho.
Estos retiros del 2020 se orientan a que nuestro modo de vivir sea tal
que en buena hora la gente se confunda y nos llame Jesús porque hemos
hablado como él, reído como él, amado como él y servido como él,
sanado como él, y nos hemos apasionado por el Padre como él. Sin nin-
guna duda que la oración intensa de un retiro es un estupendo instrumento
para lograrlo. El religioso vale lo que vale su oración. Cuando rezamos
cambiamos. Si oramos de verdad arrojamos luz sobre nuestra mente y
nuestra voluntad se fortalecerá. No cabe duda que la oración es un termó-
metro infalible. No dudemos que unos retiros con este enfoque nos hacen
sanos/as, sabios/as y santos/as.

José María Arnaiz, sm


Director Revista Testimonio

4 – Revista Testimonio No 297 / Año 2020

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RETIROS

“Entrar por la puerta


estrecha”
(Lucas 13, 22-30)

■ sandra dE lourdEs FlorEs vilChEs, CtsJ


Formadora bachiller en Teología, Encargada de Pastoral Vocacional en Chile

Un día de retiro es la experiencia de un encuentro personal con el Señor


y, por tanto, una gracia muy grande, porque si nosotros buscamos a Dios,
mucho más nos busca él a nosotros. La invitación es a dejarse encontrar, a
dejarse llamar, a dejarse amar, a dejarse confrontar, a dejarse … con este
texto del Evangelio de Lucas 13, 22-30 que nos interpela, nos cuestiona,
nos invita a revisar nuestra vida de consagrados y nos moviliza, desde lo
más íntimo de nuestro ser, a acogernos a la misericordia de Dios y pedir la
gracia del arrepentimiento y de la transformación, para ser los discípulos
de Jesucristo en el aquí y ahora de nuestra realidad.
Experimentamos la alegría y la ilusión de poder compartir con Quien nos
sentimos en casa, por eso no tememos abrirle el corazón, lo que somos, lo
que vivimos y lo que sentimos porque nos sabemos seguros en su corazón
de padre, madre, hermano, amigo, esposo.
Ora con estas palabras y hazlas tuyas:
Señor, me conmueve tu preocupación por mí.
Me presento hoy ante ti, porque yo quiero encontrarme contigo.
Quiero darte todo mi corazón y amarte sinceramente.
Ayúdame a ir a lo profundo, a esos rincones de mi conciencia para descu-
brir qué más debo entregarte o en qué parte de mi vida no te dejo entrar.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 5

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

I. Necesidad de autotrascendencia
El Evangelio de Lucas 13, 22-30 nos pone en directa relación con unos
interrogantes que son intrínsecos a todos los seres humanos, de todos los
tiempos y culturas: ¿a qué aspiro? ¿qué deseo? ¿qué anhelo? ¿tiene sentido
mi vida? ¿para qué vivo? Es en esa búsqueda que se manifiesta la necesi-
dad de autotrascendencia, y desde ahí se puede comprender la pregunta de
la persona del Evangelio: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se sal-
van?” (v. 23). Interrogante que nos pone en directa relación con el sentido
de la vida y los valores.
La persona se encuentra enmarcada en una inquietante lucha por encontrar
su identidad, por llegar a la esencia misma de su ser. Lucha por ser ella
misma y lucha por salir de sí misma. Estas son dos de las motivaciones
que aparecen mezcladas en nosotros y, por tanto, surge una nueva pregun-
ta, la esencia misma del ser humano: ¿es ser-en-el-mundo, ser-con-el-otro?
o ¿es ser uno mismo? La búsqueda por encontrarse a sí mismo es legítima,
pero no debemos dejar de lado que la persona solo se encontrará si abre su
existencia hacia los otros y, mirándolos, se reconoce. Y al mismo tiempo,
al reconocerse a sí mismo, reconocerá a Dios.
El camino hacia Dios es un camino hacia el sí mismo, hacia el propio co-
nocimiento. La unión con él, en el centro del sí mismo, implica la posesión
más plena de la propia vida, porque nos llama a la vida y a la plenitud de
nuestra personalidad. Por eso la invitación constante en todo el Evangelio
es a salir de sí y alcanzar un sentido que se conseguirá cuando nos olvide-
mos de nosotros mismos y nos pongamos al servicio de una causa o nos
entreguemos al amor de otra persona. Salir de uno mismo implica ser-en-
el-mundo y por lo tanto ser-con-otros, lo que no solo significa convivir,
sino también autoconstruirse mediante la interacción con ellas y responder
así al llamado de una misión trascendente. La conciencia de una misión en
la vida posee un extraordinario valor psicohigiénico y psico-terapéutico.
No hay nada que ayude más a la persona a soportar las penalidades objeti-
vas y subjetivas que la conciencia de tener una misión que cumplir.
En este texto Jesús nos invita a tomar conciencia de esta realidad más pro-
funda. Él no responde directamente a la pregunta que le hacen, sino que va
introduciendo a la persona por un camino que lo lleva a tomar conciencia
de su libertad, a asumir las consecuencias de sus opciones, a encontrarse
con sus sombras, a gritar desde lo más profundo del propio ser, a enmen-
dar el camino y lograr la felicidad plena junto a Él.

6 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

II. Una propuesta desconcertante


(cf. J.A. PAGOLA, Jesús Aproximación Histórica. Madrid: PPC, 2008. Cap. 4)
Jesús hace una propuesta sorprendente a la gente de su tiempo y también
para nosotros: “Traten de entrar por la puerta estrecha, porque les aseguro
que muchos querrán entrar y no lo conseguirán” (v. 24), pero ¿qué signifi-
cado e implicaciones tiene esta proposición de Jesús?
Contextualizando un poco, el Imperio Romano se distinguía por las estu-
pendas y amplias vías que construía para conectar los territorios conquis-
tados. En tiempos de Jesús, hasta Jerusalén llegaban las amplias vías cons-
truidas por el emperador, las cuales desembocaban en los enormes pórticos
principales de la ciudad. Vías que, en épocas de festival, se atestaban de
gente que subían a Jerusalén desde los diferentes puntos del territorio. Sin
embargo, había unos pocos israelitas que preferían usar los antiguos sende-
ros aledaños a la ciudad. Senderos estrechos que los padres habían andado.
Actuaban así, porque estaban convencidos de que a Dios no le gustaba que
anduvieran por los caminos construidos por los paganos que, si bien eran
más cómodos, seguros y agradables, no eran lo que Dios quería para su
pueblo, que siempre debía distinguirse por ser diferente a los demás.
Jesús utiliza esta vivencia tan vieja pero tan sorprendentemente actual para
hablarnos del camino que debe elegir y recorrer el creyente que en verdad
desea encontrar la salvación: un camino estrecho que conduce a una puerta
estrecha. Es simple y lógico a la vez: un camino amplio, pensado para ser
transitado por multitudes, jamás desembocará en una puerta estrecha. De
la misma manera, un camino estrecho, por el cual transita poca gente, no
necesita desembocar en un gran portal, sino que es suficiente una puerta
estrecha. De ahí, que todos tenemos que escoger entre estos dos caminos.
Pero el Señor nos invita a entrar por la puerta estrecha. Podemos pregun-
tarnos, ¿por qué le interesa tanto esta puerta? Porque la puerta estrecha es
señal de haber optado por el camino estrecho, que es el del Reino de Dios.
El Reino de Dios es la clave para captar el sentido que Jesús dio a su vida
y para entender el proyecto que quiere ver realizado en todos los pueblos,
y que desea, al mismo tiempo, que sea nuestro sentido y proyecto de vida.
Él pretende que se implante el Reino de Dios y con él la justicia y la paz.
Lo que le preocupa al Padre es liberar a las gentes de cuanto los deshuma-
niza y les hace sufrir, y puedan vivir con dignidad.
Al proponernos entrar por esta puerta, nos quiere ayudar a intuir cómo
es y cómo actúa Dios y cómo va a ser el mundo y la vida si todos actua-
mos como él. Hemos de aprender a captar la presencia del Reino de Dios
desde la pobreza, porque éste se abre camino allí donde los enfermos son
rescatados del sufrimiento, los endemoniados se ven liberados y los po-
bres recuperan su dignidad. Dios es el anti mal que busca destruir todo

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 7

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

lo que hace daño al ser humano. Dios es amigo de la vida: salud integral,
bienestar completo, una convivencia dichosa en familia y sociedad, una
vida llena de bendiciones de Dios. ¿No es esta la lucha que están librando
nuestros pueblos?
Jesús no excluye a nadie de esta invitación, a todos anuncia la buena
noticia, por eso no responde si serán pocos o muchos los que se salven.
Pero sabe bien que no todos lo escuchan de la misma manera; de ahí sus
palabras: “Les aseguro que muchos querrán entrar y no lo conseguirán”
(v. 24). La misericordia de Dios sigue urgiendo que se haga justicia a
los más pobres y humillados. Por eso la venida de Dios nos pone frente
a nuestras opciones y a las consecuencias de las mismas. “Si no os ha-
céis como niños, no entraréis en el Reino de los Cielos” (Mateo 18, 2).
La puerta estrecha es la puerta del pobre y del excluido que nos pone en
relación con el juicio final: “Cuando lo hicisteis con uno de estos mis
hermanos más pequeños, lo hicisteis conmigo” (Mateo 25, 40). Y en pala-
bras de San Juan de la Cruz: “A la tarde de la vida nos examinarán en el
amor”. La propuesta de Jesús genera una sociedad compasiva, acogedora
e incluyente.
Es el momento de dejarnos confrontar por la Palabra de Dios: ¿la bús-
queda de la justicia ha sido en nosotros, consagrados, expresión del celo
por el Reino de Dios? ¿Podemos decir sin miedo que todas nuestras op-
ciones son urgidas por el Reino de Dios? ¿Podemos detectar signos de
este Reino en nuestra realidad social, eclesial y consagrada?
La puerta aún está abierta para dejar pasar, entrar y salir. Entrar significa
al mismo tiempo salir del imperio que tratan de imponer los jefes de las
naciones y los poderosos del dinero. Hay que terminar con los odios. Hay
que superar la vieja ley del talión, hay que contener la agresividad, hay
que dar con generosidad a los necesitados que viven mendigando ayuda.
Somos responsables de lo que nos está sucediendo como Vida Consagrada,
como sociedad y como Iglesia. Es justo y necesario revisar ¿qué me pasa
y cómo participo en las decisiones que se toman en mi congregación, en
la sociedad y en la Iglesia? Muchas veces nos quejamos del otro o de los
otros y no nos vemos a nosotros mismos. Siempre tenemos la posibilidad
de elegir y de participar activamente en la construcción de nuestra propia
realidad, incluso cuando optamos por no elegir.
Jesús también se vio enfrentado a estos dos caminos: el camino ancho de
la manifestación ilimitada de su fuerza y de la búsqueda de poder, y el ca-
mino estrecho de la cruz y del abajamiento aceptado por amor (cf. Lucas 4,
1-13). La puerta estrecha del Espíritu es la meta de un camino de descenso,
de abajamiento, de anonadamiento, y de pobreza. Tú, ¿qué camino eliges?
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

III. Todo tiene su tiempo


En este texto, Lucas nos sitúa frente a otra realidad que no siempre la per-
cibimos cercana: un día la puerta se cerrará. Jesús cierra la puerta a los que
se contentaban con jactarse de que lo conocían y sabían de su mensaje, o
que habían comido o bebido ocasionalmente con él. Para alcanzar a entrar
es requisito haber participado de su vida, cuyo distintivo es la comunión
de mesa con los humildes.
Mientras tengamos tiempo podemos arrepentirnos, pensar de modo dife-
rente, reconsiderar nuestra conducta y enmendarla. Aún estamos a tiempo
de bajar a las profundidades de nuestro ser y encontrarnos con nuestra
sombra, que es todo aquello que vive en nosotros y que no queremos ver,
que rechazamos, porque es como el lado oscuro de nuestra personalidad
que proyectamos en los otros, en el mundo y que se hace cada vez más de-
moniaca cuanto más la rechacemos y reprimamos. Necesitamos descender
a nuestra pobreza y miseria, porque el mayor obstáculo para el encuentro
con Dios es el orgullo espiritual y un cierto fariseísmo que todos llevamos
dentro. Es necesario aceptar exponerse, incluso a los ojos de los otros,
como seres débiles, heridos y al mismo tiempo entregados a la misericor-
dia de Dios. Es en el corazón de nuestra debilidad, de nuestra sombra, don-
de Dios nos espera. Mientras nos opongamos o la neguemos el Señor no
puede actuar en nosotros, no puede operar nuestra transformación.
Nosotros consagrados estamos llamados y apremiados, hoy más que nun-
ca, a abandonar el camino ancho del orgullo sutil, de la suficiencia y de la
voluntad de poder para tomar el camino de la verdadera humildad y de la
pobreza de corazón. Solo así podremos entrar por la puerta estrecha en el
tiempo oportuno sin correr el riesgo de que se nos cierre. Me parece opor-
tuno traer a la memoria estas sabias palabras de León Blois, citadas por
André Daigneault: “No se entra en el paraíso mañana, ni pasado mañana;
se entra hoy, cuando se es pobre y crucificado”.

IV. Darse cuenta


¡Qué mal nos sentimos cuando nos damos cuenta de que nos hemos equi-
vocado y ya no podemos hacer nada! ¡Qué impotencia cuando nos percata-
mos que no podemos regresar el tiempo! ¡Qué terrible cuando advertimos
que lo que podíamos hacer hoy lo dejamos para mañana y ya se hizo tarde!
Que no nos pase a nosotros que al cerrarse la puerta veamos como en una
película toda nuestra vida y nos demos cuenta que la desperdiciamos bus-
cando ser vistos, admirados, aprobados, amados, distinguidos, queriendo
controlar al prójimo y poseer su corazón. Que nuestra reputación era nues-
tro ídolo y más importante que la vida.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Qué fácil decimos: “Venga a nosotros tu Reino”, mínimo tres veces al día.
Pero ¿lo decimos de verdad? O más bien decimos –citando a André Daig-
neault– “que yo haga que tu Reino venga. Y si tu Reino viniera por otros
que no sea yo, eso no me interesa mucho. ¡Que yo haga venir tu Reino! Y,
si fuéramos al fondo de las cosas, eso quiere decir: ‘Que mi reino venga’.
Y como se trata de actividades apostólicas, esto quiere decir, ‘que mi rei-
no venga, Señor, por medio del tuyo. Tal como otros hacen llegar su reino
a través de la literatura, de la política, de la gloria humana, yo lo hago
llegar a través del apostolado’” (A. Daigneault, El camino de la imperfec-
ción. Santidad de los pobres. Madrid, PPC 2019, p. 27).
Tenemos que ver claramente la verdadera motivación de todas nuestras
obras, incluso apostólicas y, a veces, esto es aterrador. Pero mucho más
terrible es encontrar la puerta cerrada y decir: “Señor, ábrenos” (v. 25), y
que nos responda: “No sé de dónde son ustedes” (ídem). Gritemos a Dios
“¡misericordia!”, ahora cuando experimentamos la necesidad de ser salva-
dos, de ser curados, reconociendo que no podemos salvarnos ni convertir-
nos por nosotros mismos. Cuando tocamos nuestra pobreza comprendemos
que verdaderamente, “sin él no podemos hacer nada”.
• Te recomiendo que pares un poco y tomes conciencia de lo que se va
moviendo en ti. Deja que el Espíritu Santo ore y obre en ti.

V. No es suficiente haber comido y bebido contigo


Sentarse a la mesa con alguien es siempre una prueba de respeto, de
confianza y de amistad. No se come con cualquiera; cada uno come con
los suyos.
La mesa de Jesús está abierta a todos, nadie se ha de sentir excluido por-
que en el Reino de Dios todo ha de ser diferente, a todos siente él como
amigos/as, dignos de compartir su mesa. Dios no se sienta como juez
severo sino como amigo acogedor. El problema principal con el que se
encontró Jesús, es que las personas justas y legalmente correctas, no
entendían su manera de ver las cosas. Dios es amor y perdón, de ahí su
reclamo: “Hemos comido y bebido contigo, y tú enseñaste en nuestras
plazas” (v. 26) y la respuesta de Jesús: “Les digo que no sé de dónde son
ustedes” (ídem).
Seguramente estas personas se juzgaron mejores que los demás. Y a noso-
tros, por nuestras obras apostólicas o por nuestra “sabiduría” o por nuestra
consagración, nos puede pasar lo mismo. Es probable que comprendamos
que nos equivocamos de camino y, por tanto, de puerta, y que nuestra bús-
queda de la virtud y del trabajo perfecto –a nuestros ojos y a nuestros jui-
cios– solo agravaron nuestro orgullo sutil.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

• Preguntémonos: nuestra participación en la doble mesa del Señor (de


la Palabra y eucarística) ¿nos ha llevado asumir cada día más su vida
y su destino? ¿Somos dignos de sentarnos a su mesa?

VI. ¡Apártense de mí todos los que hacen mal! (v. 27)


Hacer el mal en este contexto del Evangelio viene a significar que todas
nuestras acciones, incluso las mejores, estuvieron infectadas de egoísmo.
Que el amor que testimoniamos a Dios y a los hermanos no fue más que
trabajar para nuestro propio reino y no para el Reino de Dios. Que, en
lugar de servir a nuestros hermanos, nos servimos de ellos para acrecen-
tar nuestro egoísmo y narcisismo malsanos. Que nos hicimos a nosotros
mismos el centro del mundo y, por tanto, dioses. Solo a la luz de Dios, el
fariseo que habita en nosotros se queda completamente desenmascarado.
Seremos arrojados afuera, si no hemos hecho nuestra la causa de Jesús en
favor de los pobres y excluidos, porque Dios está cerca de ellos y de todos
los que le invocan con confianza, pero se aparta de los orgullosos que se
revisten de autosuficiencia.

VII. Hay muchos que son últimos y serán los primeros, y hay
otros que son los primeros y serán los últimos (v. 30)

En el Evangelio hay una pedagogía desconcertante. Dios no se revela a los


fuertes y a los inteligentes, sino a los débiles; no a los virtuosos y a los fari-
seos sino a los publicanos, a las prostitutas, a los pecadores; no a los podero-
sos de este mundo sino a los niños desprotegidos (cf. 1 Corintios 1, 18-31).
Jesús está escondido en el pobre y en el herido, y está oculto en nuestras
propias heridas. Él vino a anunciar la Buena Nueva no a los que se ocupan
de los pobres sino a los que son pobres, a los que ahora pasan hambre, a
los que lloran, a los que son odiados, excluidos, insultados y despreciados
en su nombre (cf. Lucas 6, 20-22). El “precio” de nuestra salvación no es
el hecho de haber comido y bebido en la presencia del Señor o de haberle
escuchado enseñar, sino de ser muy pequeño, de ser del mismo tamaño que
Jesús, que se despojó a sí mismo por nosotros (Filipenses 2, 6-8).
Se puede terminar el retiro recogiendo todos aquellos sentimientos y mo-
ciones que se fueron suscitando a lo largo de la oración y presentarlas al
Señor a modo de oración de alabanza, de acción de gracias o de súplica.
Que el Espíritu nos siga conduciendo y nos haga más fieles a Jesucristo.

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 11

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“Haz a otros lo que quisieras
que te hicieran a ti”
(Mateo 7, 12)

■■ Carlos A. Espinoza I., o. de m.


Licenciado en Teología

Para disponernos a este momento de retiro, dejemos que sea la misma Pa-
labra de Dios la que nos haga sentir la necesidad de entrar en la intimidad
de Dios.
Lee sin prisa el salmo 42 (Como la sierva sedienta busca las corrientes
de agua…).
El orante del salmo se encuentra lejos de la ciudad santa y arde en de-
seos por volver a encontrarse ante la presencia del Señor en su santuario,
compartiendo la fiesta junto a la comunidad. Es que encontrarse con Dios
es siempre una fiesta y fiesta de comunión con los demás. No anhela un
placer individualista sino una fiesta entre cantos de alegría y alabanza, en
medio de la multitud. No va cada uno por su lado, somos Pueblo de Dios
en marcha en medio del mundo, haciendo y compartiendo la historia junto
a los hombres y mujeres de esta tierra. Es una tierra siempre necesitada de
alegría y de cantos, porque tendemos a convertirla en “valle de lágrimas”,
tierra de sufrimientos y penurias que, sin embargo, nos ayudan a convertir-
la en “cielo nuevo y tierra nueva” con la fuerza del amor-fermento pascual.
No falta, sin embargo, la experiencia de sentirse abandonado al presente,
pero esto no es obstáculo para mantener la confianza en el reencuentro con
Dios; es el mismo Señor que guiará nuestros pasos hacia el santuario situa-
do en la montaña de Sión, la nueva Jerusalén. No es extraño que también
12 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

a nosotros se nos pregunte: “¿Dónde está tu Dios?”. Muchos lo han descar-


tado, otros se han alejado; otros creen, pero sin convicción. La experiencia
del silencio de Dios es muy frecuente en el caminar de creyentes, en medio
de los sufrimientos y las tormentas que nos depara nuestra ruta. No es un
caminar ni sereno ni contemplativo siempre; es aprender a caminar entre
luces y sombras. ¿Qué sombras nos envuelven? ¿Dónde está la luz anhela-
da? Ahí, en medio de la furiosa tormenta, está también el Señor, el Resuci-
tado, aunque nos cueste descubrirlo.
Diré a mi Dios: “Mi Roca ¿por qué me has olvidado? ¿Por qué tendré que
estar triste, oprimido por mi enemigo?”
Interioriza el salmo preguntándote si tus anhelos, deseos, inquietudes están
en sintonía con la sed de Dios o el deseo de contemplar el rostro de Dios.
Es bueno hacerse cargo de lo que nos pasa en nuestro camino discipular.
No siempre está todo impecable y resuelto. Aceptarlo con profunda hones-
tidad, nos ayuda para comprender y aceptar el propio camino, como tam-
bién el camino de los demás.
Es igualmente muy importante recordar algo que tendemos a olvidar. El
lugar pedagógico del deseo de Dios es muy importante, porque nos hace
tomar conciencia que no tenemos a Dios a nuestro alcance como acontece
con las cosas humanas que deseamos. San Agustín, comentado las palabras
de la primera carta de San Juan: “Sabemos que cuando se manifieste sere-
mos semejantes a él, porque lo veremos tal como es” (1 Juan 3, 2), dice:
“Toda la vida del buen cristiano es un santo deseo. Lo que deseas no lo ves
todavía, mas por tu deseo te haces capaz de ser saciado cuando llegue el
momento de la visión. Supón que quieres llenar una bolsa, y que conoces
la abundancia de lo que van a darte; entonces tenderás la bolsa, el saco, el
odre o lo que sea; sabes cuán grande es lo que has de meter dentro y ves
que la bolsa es estrecha, y por esto ensanchas la boca de la bolsa para au-
mentar su capacidad. Así Dios, difiriendo su promesa, ensancha el deseo;
con el deseo, ensancha el alma y, ensanchándola, la hace capaz de sus do-
nes” (Tratado sobre la primera carta de San Juan).
Podemos mantener el deseo de Dios pero no podemos manipular a Dios;
lo que podemos hacer es tan solo predisponernos a su venida y suplicarle
que venga. Una clara muestra de esto es, por ejemplo, la crisis de la aridez
espiritual que nos enseña que por nosotros mismos no podemos obtener lo
que pedimos. Dios siempre es ese misterio que nos sobrecoge y nos atrae,
que nos habla o permanece en silencio. Es necesario volver una y otra vez
a tomar conciencia de esta realidad que nos envuelve, haciendo de nuestra
experiencia una aventura de fe, de esperanza y de amor.
Es muy oportuna la respuesta que San Juan de la Cruz dio a quien le pre-
guntó cómo llegamos a saber que nos estamos encontrando precisamente
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con Dios y no simplemente con nuestra imaginación. “La mejor prueba,


contestó el santo contemplativo, de que se trata realmente de Dios es que,
a menudo, está ausente cuando lo buscamos, y presente cuando no lo bus-
camos, o tal vez no queremos ni siquiera que esté presente. Esta experien-
cia frustrante del Señor es la mejor prueba de que no es un simple fruto de
nuestra imaginación; si lo fuera, podríamos hacerlo aparecer o desaparecer
a voluntad, o podríamos encontrar una explicación puramente natural para
explicar su ausencia” (Th. Green, Cuando el pozo se seca, p. 104).
Mirémonos en nuestra condición de discípulos de Jesucristo que estamos
llamados a poner en práctica su palabra, a hacer camino con la certeza de
que la experiencia de Dios es pura gracia, don gratuito que Él concede
como, cuando y a quien quiere.

I. Jesús nos llama y nos comparte su misión


“La alegría del Evangelio llena el corazón y la vida entera de los que se
encuentran con Jesús. Quienes se dejan salvar por Él son liberados del
pecado, de la tristeza, del vacío interior, del aislamiento. Con Jesucristo
siempre nace y renace la alegría” (Evangelii Gaudium [EG]1).
Queremos recordar estas palabras del Papa Francisco porque nos ayudan
a comprender que la vida cristiana no se reduce a una doctrina o a una
moral, aunque incluye a ambas; el ser discípulo de Jesús compromete la
vida entera, en su complejidad humana y espiritual. Es la persona ente-
ra la que se ve afectada por el encuentro con Jesucristo. Ser discípulo es
ser aprendiz, alumno, pero no de manera intermitente sino a partir de una
relación continua en el espacio y en el tiempo. A toda hora somos discípu-
los del Señor. Se trata de “quedarse con Jesús” o “permanecer en el amor
de Jesús” como nos lo recuerda san Juan (cf. Juan 15, 4.9), para lo cual
“hay que dejarse salvar por él” y no siempre esto es tan evidente, incluso
entre los más cercanos a Jesús y su evangelio. Podemos llevar una vida
distraída, dispersa, mediocre. El retiro espiritual es una oportunidad para
despertar, en cada uno y en la comunidad, la centralidad vital de Jesús y su
evangelio, para ser sal y luz en el mundo de hoy.
Hagámonos cargo de la invitación urgente y paternal que nos hace el Papa:
“Invito a cada cristiano, en cualquier lugar y situación en que se encuen-
tre, a renovar ahora mismo su encuentro personal con Jesucristo o, al
menos, a tomar la decisión de dejarse encontrar por Él, de intentarlo cada
día sin descanso… ¡Nos hace tanto bien volver a Él cuando nos hemos
perdido!” (EG 3).
Nos ayuda a comprender mejor lo que significa ser discípulo de Jesús si
tenemos en cuenta lo que significaba ser alumno o discípulo en los tiempos
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antiguos. En efecto, el aprendiz debía estar atento a cada palabra que salía
de los labios del maestro, atento a seguir sus huellas, en dormir a la puerta
de su casa con el fin de no perder ninguna de las perlas de la sabiduría que
caían de sus labios, estar atento a todos los comportamientos en los diver-
sos lugares y circunstancias donde se movía el maestro. Ser discípulo en el
mundo antiguo era comprometerse a vivir en el mismo ambiente del maes-
tro y respirar su mismo aire. No era posible imaginar un aprendizaje espo-
rádico, discontinuo. En los relatos vocacionales de los evangelios se insiste
en esta convivencia del discípulo con el maestro Jesús de Nazaret como lo
expresa san Marcos: “Subió al monte y llamó a los que él quiso. Cuando
estuvieron junto a él, creó un grupo de Doce, para que estuvieran con él y
para enviarlos a predicar con poder de expulsar los demonios” (3, 13-14).
El discipulado se va a expresar en este ambiente de llamada “para estar
con él” y “para ser enviados por él” que hemos recordado. Una diferen-
cia esencial que no podemos olvidar. Mientras en el sistema antiguo es el
discípulo quien elige a su maestro, en el caso de Jesús es exactamente lo
opuesto: Jesús es el que llama a quien él quiera. La iniciativa está siempre
en Jesús, razón por la cual el llamado está revestido de la gratuidad más
absoluta, incluso cuando la naciente comunidad cristiana acoge las diver-
sas vocaciones como mediación histórica de la salvación, se afirma la gra-
tuidad de la llamada que el Resucitado sigue suscitando “para estar con él”
y “para ser enviados por él”.
El discipulado cristiano implica acoger y vivir un estilo o forma de vida
centrada en la escucha ininterrumpida de la Palabra del maestro, en la
centralidad en la Persona que lo ha llamado a seguirlo. Aceptar la llamada
a seguir a Jesús implica configurar el propio estilo de vida al de Jesús en
todas las dimensiones de la persona. Nada debe quedar fuera del ámbito
de ser discípulo que aprende, ama, mira, escucha, siente, proyecta, sirve,
comparte, trabaja, etc. Toda la persona queda involucrada en el misterio de
la llamada y de su respuesta constante. Se trata de vivir de manera cons-
ciente, con los ojos abiertos, con los oídos alertas, la mente y el corazón
expectantes ante lo nuevo que va surgiendo. Es decisivo para el discípulo
esta expectación porque, como dice Jesús: “A vosotros se os ha concedido
el misterio del Reino de Dios, pero a los que están fuera todo se les pre-
senta en parábolas” (Mt 4, 11).

II. Con la fuerza transformadora del amor


Sin duda el rasgo distintivo de Jesús y su reino es el amor. Su vida y su
propuesta se resumen en su “mandamiento nuevo”: “Este es mi manda-
miento: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie
tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos” (Juan 15, 12-13).
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De este modo, se abre un nuevo espacio para desplegar la fuerza transfor-


madora del amor, cuya medida es el amor del Maestro, no solo con sus
palabras sino con la entrega de su vida por sus amigos, los hombres. El
amor fraterno, el amor al prójimo a secas, sin título añadido, el amor a
toda persona de este sufrido planeta tierra, es la nota configurante del amor
cristiano. Es un amor que no se encierra en el pequeño círculo o grupo; se
abre abrazando la realidad de los seres humanos, creyentes o no creyentes,
buenos y malos, ricos y pobres, sanos y enfermos, superdotados y limí-
trofes, negros y blancos, de toda edad y condición social, cultural. Es por
esencia un amor que abraza la universalidad de los seres, porque también
cabe el amor a la creación que Dios ha puesto bajo el señorío de su Cristo
y de los hombres. El amor es la plenitud que todos anhelamos, de tal modo
que cuando falta o no es suficientemente manifiesto, genera un vacío que
difícilmente puede llenarse.
No puedo dejar de ceder a la sana tentación de citar a San Juan de la Cruz
cuando dice tan acertadamente: “A la tarde te examinarán en el amor;
aprende a amar como Dios quiere ser amado y deja tu condición” (Dichos
de luz y amor I, 66). Y cómo no recordar al Apóstol de los gentiles cuando
dice: “Pues toda la ley alcanza su plenitud en este solo precepto: Amarás
a tu prójimo como a ti mismo” (Gálatas 5, 14). El único que perdura y
cuenta es el amor y de acuerdo con él seremos juzgados al final de nues-
tra vida. Ya sabemos sobre qué se nos juzgará en el juicio final de nuestra
vida como nos lo recuerda San Mateo (25, 31-46), una palabra cumbre del
discurso escatológico donde Jesús es Rey y Juez soberano que se identifica
con los pobres, forasteros, perseguidos y prisioneros a quienes considera
hermanos suyos. Es interesante señalar que el destino final está determina-
do por lo que hicimos al “más pequeño de mis hermanos, lo hicieron con-
migo” o dejamos de hacer “con el más pequeño de mis hermanos, tampoco
lo hicieron conmigo”. Con toda razón, la sentencia de San Juan de la Cruz
nos ayuda a recordar una de las más hermosas páginas del evangelio de
Jesús, verdadera síntesis de la profundidad y alcance de la caridad evan-
gélica, centrada en el prójimo concreto, en sus más variadas situaciones
carenciales. El amor no es una palabra, un cliché de moda, un slogan pu-
blicitario. El amor es la más grande expresión de entrega, donación, servi-
cio, disponibilidad que brota de Dios y abraza a la persona entera y a los
demás. El amor es expansivo, abraza, integra, comparte, se alegra y sufre
con el otro. Así aparece en una página insuperable de San Pablo cuando
nos propone –en el magnífico himno al amor– “un camino más perfecto
todavía” (1 Corintios 12, 31) que todos los dones y carismas, el de la pree-
minencia del amor (1 Corintios 13).
En este sentido, el papa Francisco nos advierte muy acertadamente sobre
el posible repliegue sobre sí mismo que pone en jaque la apertura y servi-
cio al Reino que el discípulo de Cristo se compromete a realizar en el amor
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y desde el amor. Al respecto dice: “Cuando la vida interior se clausura en


los propios intereses, ya no hay espacio para los demás, ya no entran los
pobres, ya no se escucha la voz de Dios, ya no se goza la dulce alegría de
su amor, ya no se palpita el entusiasmo por hacer el bien” (EG 2). Nos
hace bien reflexionar esta oportuna advertencia. ¿Qué lugar ocupan en mi
vida las situaciones aflictivas de tantos pobres, no solo los de carencias
materiales sino también los otros portadores de las “nuevas formas de po-
breza”? En mi propia comunidad, ¿qué síntomas de individualismo nos es-
tán torpedeando la apertura hacia los demás? ¿Vivo en una comunidad que
se esmera por la apertura, la atención, el servicio, la disponibilidad a los
demás? ¿Qué síntomas de encierro percibo en mi propia vida?
No cabe duda que la advertencia formulada por el Papa hay que entenderla
en el contexto actual que vivimos como sociedad con fuerte sello indivi-
dualista y consumista, aunque sea sombrío, hay que asumirlo dentro de
nuestra propia experiencia personal y comunitaria y siempre desde nuestra
condición fundamental de discípulo de Cristo, el Redentor del hombre. La
tentación del encierro intimista nunca se vence del todo y siempre está al
acecho, especialmente en aquellos que se proponen vivir como discípulos
de Cristo. Si caemos en esta tentación, ya no irradiamos el evangelio como
estilo de vida nueva, como fraternidad, como servicio al pobre, como sal y
luz del mundo real. Y lo más preocupante del encierro intimista es que nie-
ga la fuerza transformadora del amor a Dios y al prójimo, que es como po-
ner la luz debajo de un tiesto y no en el candelero para que ilumine a todos.

III. La novedad del amor de Jesús


El legado de Jesús a los suyos, en la última cena, es el mandamiento nuevo
del amor fraterno como él nos ha amado. Y el amor será la carta de pre-
sentación de autenticidad y credibilidad de sus discípulos. Así dice a sus
discípulos: “Todos conocerán que sois discípulos míos en una cosa: en
que os tenéis amor los unos a los otros” (Juan 13, 35). La gran novedad
que aporta Jesús a la humanidad es el amor al prójimo que los discípulos
practican según el modelo del amor de Jesús. El “ama a tu prójimo como a
ti mismo” (Levítico 19, 18) se convierte en una novedad inaudita en Jesús
que, con justa razón, le llama “mandamiento nuevo”. Esto significa que el
amor es el corazón y la síntesis de la nueva alianza fundada en el amor de
Jesús a la humanidad, que caracteriza a la comunidad cristiana, que repro-
duce en el mundo el amor que Cristo siente por los suyos y que es signo y
garantía de los “cielos nuevos y de la tierra nueva”, ya que el amor es la
verdadera novedad escatológica.
Pero ¿cómo se puede amar al prójimo al estilo de Jesús? No basta con
repetir lo que Jesús ha dicho sobre el amor en el evangelio. Es bueno
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reflexionar sobre nuestra forma de abrir nuestra existencia al otro, al pró-


jimo. Y la primera condición es que le prestemos atención, nos demos
cuenta, tengamos la percepción de la presencia del otro como otro. Es de-
cir, que ejercitemos una actitud indispensable que es la consideración por
el otro. En este sentido cobra mucho sentido la mirada con que percibo al
otro. Si no “veo” al otro, si no lo percibo o no me doy cuenta de su pre-
sencia, es muy difícil que pueda amarlo. En nuestra sociedad hay muchos
síntomas del anonimato, de la indiferencia o la falta de sensibilidad, para
“darse cuenta” que existe el otro. No solo me refiero al pobre, sino en ge-
neral a todo prójimo. No nos estamos conectando con la persona real sino
con su imagen y su texto en el celular. Y perdemos la capacidad de ver a
la persona real con la cual no tenemos como interactuar. Es esta una de las
denuncias que hace el papa Francisco cuando habla del deterioro de la ca-
lidad de la vida humana y del medio ambiente (cf. Laudato Si’ [LS], 47).
Es oportuno que revisemos cómo estamos usando los medios del mundo
digital y si acaso no reclama una revisión en profundidad, teniendo como
criterio que las relaciones reales con los demás, los desafíos que implican,
no pueden suplirse por una comunicación mediada por la internet. Dígase
otro tanto de nuestra consideración por el Señor, darnos cuenta de su pre-
sencia y orar desde ese encuentro personal y comunitario con él.
Percibir al otro, tomarlo como realmente es y no como pensamos o quere-
mos que sea significa acoger su verdad, su realidad personal. Y este es el
primer peldaño del amor auténtico. Para ello tenemos que desprendernos
de nuestros prejuicios, de imágenes, de intereses, de todo lo que procede
de nuestro ego. Se trata de ver al otro en su verdad, en su realidad. Es la
difícil cercanía al otro sin condenarlo y sin rechazarlo; es la eliminación
de toda curiosidad y crítica. ¡Qué difícil puede resultar nuestra aper-
tura al otro cuando estamos cargados de prejuicios, descalificaciones,
temores, sospechas!
La consideración por el otro es clave, la consideración liberada de todo
aquello que hace difícil o imposible la verdadera caridad con el prójimo.
Hay muchos cristianos que aman a todos los pobres del mundo, pero no
son capaces de descubrir el rostro del pobre que está cerca, en su propia
casa, en su comunidad. Es indispensable acercarse al otro con todo respeto
y consideración, como lo haría Jesús en mi lugar. Se trata de acoger con el
corazón. Podemos acercarnos al otro no necesariamente porque nos inte-
resa amarlo, considerarlo como otro de mi misma naturaleza; corremos el
peligro de hacerlo movidos más bien por nuestro egocentrismo, “porque a
mí me gusta ayudar” o “porque me siento muy bien haciéndolo”.
No puede darse el amor auténticamente evangélico sin desprendimiento,
sin renuncia al imperio del propio ego. Salir al encuentro del otro demanda
abandonar la autorreferencialidad y decidirse a dar el paso que te saca de
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tu órbita estrictamente individualista. Los maestros espirituales señalan


que el enemigo de nuestra vida espiritual, el más difícil de vencer, es el
amor propio, el orgullo, el egoísmo. Y tan persistente actitud torpedea tam-
bién la relación con Dios. El amor al prójimo, seriamente comprendido, es
una auténtica ascesis, un esfuerzo constante. Este empeño ascético hoy es
más urgente que nunca porque la sociedad y la comunidad atraviesa por un
difícil momento donde la intolerancia y el desinterés están socavando las
bases de unas relaciones más humanas, tolerantes, solidarias y fraternas.
¡Gran reto para los cristianos como es vivir la novedad del amor de Jesús!

IV. La regla de oro


El hilo conductor de nuestro retiro espiritual es la meditación con este tex-
to de Mateo 7, 12, que resume nada menos que el llamado “programa” de
las bienaventuranzas, auténtica “hoja de ruta” para los cristianos. Cuando
leemos con atención este primer discurso de Jesús (cf. Mateo 5-7), que
conocemos como el sermón de la montaña, percibimos que estamos ante
el nuevo pueblo de Dios, la comunidad cristiana, Jesús de Nazaret como
el nuevo Moisés y la nueva ley que representa las cláusulas de la nueva y
definitiva alianza que Dios consagra a través de su Hijo con la humanidad.
Es el magistral proyecto de una nueva humanidad. Se promulga desde la
montaña, con toda la rica tradición del Antiguo y Nuevo Testamento que
subyace. En efecto, la montaña es el lugar donde Dios se revela, hace
alianza con Israel, su pueblo y es el lugar de encuentro de Dios con Moi-
sés. Todo esto subyace en este significativo marco, que nos recuerda el
Sinaí, y desde donde Jesús proclama las bienaventuranzas evangélicas. Sin
lugar a dudas, representa un marco extraordinariamente emblemático, so-
lemne e importante.
En este marco de profundas reminiscencias bíblicas, Jesús proclama las
bienaventuranzas o dichas. Y la regla de oro se enmarca en la conclusión
del sermón de la montaña. A esto apunta la expresión inicial: Por tanto.
Se la llama así porque es la cima del sermón de las bienaventuranzas y de
todo lo referente al amor al prójimo. Sintetiza todo lo que se puede decir
acerca del amor al prójimo. San Mateo nos la transmite en el último ca-
pítulo del sermón, en Mateo 7, 12 que dice así: “Por tanto, todo cuanto
queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos. En
esto consisten la Ley y los Profetas”.
Esta máxima, sin embargo, tiene antecedentes en el Antiguo Testamento,
concretamente en el Libro de Tobías 4, 15, aunque con una forma negati-
va: “No hagas a nadie lo que no quieras que te hagan”. También el famo-
so maestro fariseo Hillel comenta sobre ella diciendo: “No hagas a otro lo
que no quieres que hagan contigo. Ahí está toda la Ley. ¡Ve y apréndelo!”.
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Todavía podemos señalar que la formulación del libro de Tobías como


también de algunos mandamientos, en forma negativa, expresa, más bien,
los límites de la acción: no matar, no robar, etc. Se nos dice lo que no de-
bemos hacer, lo que está prohibido. En cambio, la palabra de Jesús, “Ama
a tu prójimo como a ti mismo”, como también la regla de oro, están formu-
ladas en forma positiva: “Todo cuanto queráis que os hagan los hombres,
hacédselo también vosotros a ellos”. Lo que significa que esta norma de
conducta deja abierta la posibilidad de un amplio campo acciones que
pueden expresar la reciprocidad del amor. De este modo, la regla de oro
nos deja situados ante el amplio horizonte del amor que deseamos que los
demás nos hagan y el compromiso de desear y hacer lo mismo con ellos.
Así, dentro de esta regla de oro, cabe todo lo bueno y saludable que desea-
mos recibir de los demás y la vuelta de mano en los mismos términos. Y el
amor verdadero es creativo, no se agota, y siempre está abierto a recrear
nuevas acciones que lo expresen y renueven. El evangelio deja abierto el
espacio del “sí”, superando el estrecho límite del “no”. La palabra de Jesús
realmente nos abre la puerta a la inmensa realidad del amor al prójimo de-
jándonos un desafío hermoso e inmenso.
No podemos tomar la regla de oro aisladamente. Desde ya es muy impor-
tante su ubicación en el sermón de la montaña. Tenemos que comprenderla
dentro de la espiritualidad de las bienaventuranzas, centro de la predica-
ción de Jesús y expresión majestuosa de las dichas del Reino de los Cielos.
Las obras que emprende el cristiano, para que sean acordes con el “todo
cuanto queráis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a
ellos” es vivir el corazón y el alma de la ley, como nos lo propone Jesús.
La regla de oro nos ofrece un criterio fundamental para discernir la volun-
tad de Dios expresada en la ley y los profetas. Tampoco podemos olvidar
que no siempre es evidente la voluntad de Dios, razón por la cual hay que
discernir los verdaderos motivos de nuestra conducta centrada en el amor a
Dios y el amor al prójimo.
Te invito a meditar este texto de Karl Rahner: Dios dirigió a nuestro mun-
do su última, más profunda, más hermosa palabra, en la Palabra hecha
carne. Y esta Palabra dice: “te amo a ti; a ti, mundo; a ti, ser humano. Es-
toy aquí: estoy contigo. Soy tu vida. Soy tu tiempo. Lloro tus lágrimas. Soy
tu alegría. No tengas miedo. Si no sabes cómo seguir adelante, yo estoy
contigo. Estoy en tu miedo, pues lo he sufrido contigo. Estoy en tu miseria
y en tu muerte, pues he empezado a vivir y a morir contigo. Yo estoy en tu
vida. Te prometo: tu meta es la vida. También para ti se abre la puerta”.
Bajo esta certeza de que el misterio de la encarnación del Hijo abre un ca-
mino de una nueva manera de entender la relación de hombre con Dios, con
los demás seres humanos y con la creación misma, es posible recordar algu-
nos compromisos ineludibles que emergen de la regla de oro que sintetiza
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

el sermón de la montaña, el evangelio de Jesús, la buena noticia del Reino.


Es interesante destacar que la regla de oro de la conducta cristiana expresa
la insistencia en la acción: “Todo lo que deseen que los demás hagan por
ustedes, háganlo por ellos: en esto consiste la Ley y lo Profetas”, nos dice
Mateo 7, 12. En Lucas 6, 31: “Hagan por los demás lo que quieren que los
hombres hagan por ustedes”. Y el corazón de la Ley de Dios, según Jesús,
es el amor. Un amor que no discrimina entre amigos y enemigos y que se
abre a la universalidad simplemente del prójimo, es decir, de todo hombre
y mujer sin excepción.
Procediendo de esta manera que nos señala la regla de oro tendremos la
seguridad que amaremos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, es
decir, cuando no solo pensamos o deseamos sino cuando hacemos el bien
que deseamos para nosotros mismos y actuamos desde una sincera compa-
sión por él, al verle sufrir el mal que tampoco nosotros queremos, entonces
lo amamos verdaderamente. Proceder de otra manera sería simplemente no
vivir el amor fraterno que Jesús nos manda poner en práctica.
Sabemos que no es fácil llegar a esta cumbre del amor evangélicamente
posible. Hay que el camino estrecho que conduce a la práctica del amor al
prójimo. Es necesario para ello evitar todo lo que pueda ofender al próji-
mo, ya que no nos gusta que nos ofendan. Esto supone un auténtico pro-
ceso pascual, un vivir el camino de Jesús muerto y resucitado. Se trata de
hacer nuestro el paso de Jesús de la muerte a la vida. Es necesario morir a
todo aquello que nos impide amar con la más completa disponibilidad “al
estilo de Jesús”, para servir al prójimo como lo haría Jesús en mi lugar. El
signo extraordinario del lavado de los pies que Jesús realiza con sus dis-
cípulos en la última cena, deja al descubierto hasta qué punto el amor que
Jesús nos propone es manifestación del servicio al otro. El amor verdadero
se convierte en humilde actitud y acción de servicio al prójimo.
Una acción que retrata de cuerpo entero el proceder de Jesús y del cris-
tiano es el perdón de las ofensas. Es una de las exigencias fundamentales
donde se trasparenta la belleza de la regla de oro. Ya sabemos que hay
una directa relación entre el perdón que imploramos de Dios cuando lo
ofendemos y el perdón que tenemos que dar a quien nos ha ofendido. Pero
también es una acción de la caridad fraterna el pedir perdón cuando hemos
actuado mal frente al prójimo. Jesús llega hasta enseñar que si no perdona-
mos de corazón las ofensas del prójimo no recibiremos el perdón que pedi-
mos a Dios. La ofrenda que presentamos a Dios se posterga hasta cuando
te hayas reconciliado con tu hermano. El perdón no puede separarse del
ámbito del amor al prójimo, por difícil que sea la situación. Quien no per-
dona de corazón a su hermano, no espere recibir el perdón de Dios. “Per-
dona nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”,
decimos en la oración del Padre nuestro. Hay que perdonar siempre como
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

el Padre nos perdona siempre. Postergar o negar el perdón es apartarse de


esta regla de oro de la conducta cristiana.
Convengamos que todo lo que hemos dicho a propósito del amor al pró-
jimo supone abrazar, real y conscientemente, un gran desafío con que
siempre la persona se encuentra como es el de la alteridad, es decir, la
búsqueda de su realización en otro y en el Otro. La persona se construye
a sí misma en la relación, la apertura permanente al otro, al prójimo, para
lo cual debe salir de sí misma y abrirse al encuentro con el otro, con los
demás. El hombre no puede realizarse sino en la relación interpersonal nos
dice la psicología. Se trata de una realidad y no solo de un concepto, que
exige un cierto nivel de madurez cuya base es la apertura al otro y al Otro.
Aceptar la alteridad nos conduce a descubrir otra verdad esencial: por un
lado, el otro nos pone un límite en el sentido que no estamos solos en el
mundo ni tenemos todo el poder del mundo. Sin límite, el ser humano se
pierde en su solitario encierro, en el ensimismamiento.
El amor al prójimo adquiere diversas manifestaciones que nos ayudan a
comprender cuán profundo es este manantial evangélico y cuántas nuevas
experiencias puede animar. Al respecto podemos enumerar las siguientes:
En primer lugar, mencionemos el amor fraterno. Ver en el otro un herma-
no, más allá de los vínculos naturales de la carne y de la sangre, constitu-
ye un aspecto del amor de Jesús tan importante que se convierte en algo
maravilloso. Él mismo declaró con sus acciones y sus palabras que vino
a establecer una nueva forma de relacionarnos: la nueva fraternidad. Toda
persona accede a esta forma de realización del amor al prójimo acogiendo
a Jesucristo. Los discípulos aprenden a acoger y aceptar esta forma de re-
lacionarse en la cual se expresa el amor de Jesús. La fraternidad universal
supera los vínculos humanos naturales: se puede decir que somos invitados
a ser miembros de una nueva familia, la de los hermanos y hermanas.
Otro aspecto que podemos destacar de la regla de oro del evangelio es el
amor solidario. La solidaridad es la traducción actualizada de la caridad
cristiana. No se es naturalmente solidario; más bien, se llega a serlo a tra-
vés de una educación que sensibiliza y hace visible la realidad del otro, es-
pecialmente el más necesitado, pobre, abandonado, enfermo, etc. Un amor
solidario abraza al prójimo, lo acoge y hace suya la situación que afecta al
otro. La auténtica solidaridad no se confunde sin más con el asistencialis-
mo. La solidaridad está motivada por una verdadera promoción humana
del otro, una promoción verdaderamente fraterna, un aprender también
con el otro. La solidaridad vela por el desarrollo integral del otro, incluso
anunciándole el evangelio.
Una forma de realización de la regla de oro del evangelio es el amor he-
roico redentor. Se cimenta en la palabra y el ejemplo de Jesús: “No hay
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

amor más grande que dar la vida por los amigos” (Juan 15, 13). El amor
de Jesús se expresa aquí como “dar la vida” y es la mayor prueba del amor.
Es la señal indiscutible del Buen Pastor “que da su vida por las ovejas”, es
una vida libremente entregada ya que “nadie me la quita, sino que la doy
por mí mismo” y “tengo el poder de darla y de recobrarla”. El amor reden-
tor consiste en una entrega absoluta y desinteresada por nosotros. Jesús es
el Pastor que no se limita a cuidar las ovejas, sino que vive hasta el extre-
mo de dar su vida por ellas.
Desde la regla de oro de Mateo 7, 12 se comprende otro gran compromiso
que nos afecta tanto como habitantes del planeta tierra como miembros del
Pueblo de Dios. En palabras del Papa “el desafío urgente de proteger nues-
tra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia humana
en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que
las cosas pueden cambiar” (LS 13). La confianza que transmite el Papa en
este documento, considerado como el más importante que una autoridad
religiosa haya escrito antes, por la magnitud del problema y la seriedad de
las propuestas, es manifiesta cuando afirma que “la humanidad aún posee
la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común”. La causa
ecológica no se reduce al tema ambiental natural, sino que compromete
gravemente también la degradación de la calidad de la vida humana. Dice
el Papa resaltando este vínculo que “la violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que ‘gime y sufre dolores de parto’
(Romanos 8, 22)” (LS 2).

V. Para meditar:
Hoy siento, Señor, que me preguntas: “¿Qué es lo que estás buscando?”
“¿Un puesto bien vistoso, el predominio sobre los otros?”
¿Cuál es hoy mi sitio, Señor? ¿Cómo puedo orientarme en las decisiones
importantes, esas que expresan de modo claro mi identidad de hombre o
mujer creyente?
El mundo me sacude a derecha e izquierda: con mil enseñas brillantes me
atrae a sus redes, imponiéndome tomar posición. Cada uno compite para
hacerse con mi atención, con mi tiempo, con mi consentimiento, con mi
inteligencia, con mis brazos, con mis votos y, sobre todo, con un pedazo
de mi billetera… Con sonrisas amistosas, la vida de hoy me invita con los
brazos abiertos a que acomode en su banquete, hasta tal punto que es casi
imposible sustraerse, hacer valer lo que más cuenta: el bien último, mi sal-
vación y la de mis hermanos. Es de pequeño cabotaje, volar bajo, buscar el
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

compromiso de una vez por todas: es mejor un beneficio egoísta inmediato


que esperar –hasta quién sabe cuándo– que un día alguien salga a buscar
afuera y me diga: “¡Amigo, pasa más adelante! ¡Tú mereces más: eres una
persona valiosa!”.
¡Pero tu Palabra no deja escapatoria! Me inquieta, me ilumina, me infunde
ánimo. Me impone vigorosamente confrontarme con la verdad que eres
tú. Señor, me llamas a la humildad, me ensanchas los horizontes hasta los
confines escatológicos. Gracias, Señor, por esta luz que no disminuye. Per-
manece siempre cerca y llévame de la mano a ocupar mi sitio, el que tú me
muestras con tu palabra y tu vida: que la felicidad consiste más en dar y
darse que en recibir (Lectio Divina, 8, p. 236 s).
Dios de amor, muéstranos nuestro lugar en este mundo como instrumentos
de tu cariño por todos los seres de esta tierra, porque ninguno de ellos
está olvidado ante ti (papa Francisco).

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Quien los ve a ustedes
que me vea a mí
■■ José Antonio Atucha, pbro.
Sacerdote de la Diócesis de Valparaíso
Administrador Parroquia de San Antonio - Viña del Mar

I. Lo primero es conocerse a sí mismo


La importancia del conocimiento propio no es de una opinión unánime.
Algunos piensan que puede llevar al narcisismo y egocentrismo. Otros
creen que es casi una pérdida de tiempo o un lujo, al considerar las urgen-
cias de la vida, del apostolado y los apremiantes problemas de las perso-
nas. Lo necesario es hacer, trabajar, comprometerse y producir. Los hay
quienes le temen, ya que puede sacar a luz aspectos que se rechazan de
sí mismo, que no han sido sanados, asumidos y por ello se evita tratarlos.
Cuando la madurez está débil la voluntad no se inclina al discernimiento ni
al conocimiento personal, más bien gusta de lo espontáneo, de ser como se
es y vivir el momento, muchas veces “empujados” por los requerimientos
externos. El religioso poco reflexivo no se muestra atraído a esta práctica,
la encuentra estresante y puede rebajar su autoestima. Para quienes viven
del deseo de seguir e imitar a Jesús, es una necesidad, un estilo de vida.
¿Qué se busca a través del conocimiento propio? ¿Tiene actualidad? Tam-
bién la respuesta es compleja. No es un fin en sí mismo. Debe orientarse
a conocerse-sanarse, a conocerse-crecer, conocerse-madurar, conocerse-
cambiar, conocerse-entregarse. Si parte en uno y termina en uno, es un
ejercicio estéril y agotador. Guarda estrecha relación y dependencia al de-
seo de santidad y madurez en Cristo. Si este está flojo, poco interés habrá
en conocerse.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Sus frutos deben demostrarse en el diario vivir, en cambios concretos, no


quedar pegados en un eterno ejercicio de introspección que nunca madura
ni se constata en actitudes reales. También se puede convertir en un vicio,
en un querer estar siempre analizándose, buscando nuevos estilos o proce-
sos que le ayuden, o asistiendo a innumerables jornadas y terapias. No fal-
tará quien diga: “¿Y para qué? Me gusta ser como soy”. Ante la pregunta
sobre la importancia y actualidad del conocimiento propio la respuesta va
a ser afirmativa, pero necesita ser motivada. ¿Desde dónde (sobre qué prin-
cipios y valores), por qué y para qué?
El autoconocimiento tiene sus propios enemigos, ellos buscan desvirtuar
nuestra verdad e impedirnos madurar y vivir con y para los demás. Señalo
algunos de ellos:
– El primero es el desinterés por conocernos a la luz de la verdad y la fe.
Es dejarnos llevar por el conformismo y decaer en el deseo de crecer
interiormente. “No es pequeña lástima y confusión que, por nuestra
culpa, no entendamos a nosotros mismos, ni sepamos quienes somos”
(Santa Teresa, Moradas I, 1, 8). Si este fuera mi caso ¿Cómo podría tra-
bajar este desinterés?
– El segundo es el ego, que desvirtúa la visión que de nosotros tenemos
y nos encierra en uno mismo. “Dios es suma verdad y la humildad es
andar en verdad” (Santa Teresa, Moradas VI, 10, 7). El ego dificulta el
crecimiento integral y los procesos personales, favorece la inmadurez
interior haciéndonos tropezar y rechazar nuestra verdad. “Pongamos
los ojos en Cristo, nuestro bien y allí aprenderemos la verdadera humil-
dad… Terribles son los ardides y mañas del demonio para que las al-
mas no se conozcan ni entiendan sus caminos” (Santa Teresa, Moradas,
I, 2, 11). Cultivar la actitud de éxodo, de salir de uno mismo y dejar
atrás viejos ídolos. ¿Tengo demasiada confianza en mí?
– El tercero es la tibieza o desencanto por el deseo de santidad, frater-
nidad y caridad. Reconocer y superar la tibieza es una empresa difí-
cil, hay que aprender a descubrir las inclinaciones del corazón, y este
aprendizaje requiere educación, tiempo, empeño y los auxilios de la
gracia. “Este ejercicio de conocernos y enmendarnos es de tanta im-
portancia y tan principal, que, sin él, todas las otras devociones y mi-
sas, confesiones y sacramentos son de poco fruto. Porque el que no se
examina, ni se conoce, ni se enmienda, más trata de parecer cristiano
que de serlo” (San Juan de Ávila, Carta 232). ¿He abierto la puerta a la
tibieza? ¿Me preocupa?
– El cuarto es la poca motivación que recibo de quienes componen mi
comunidad. Respondiendo a la llamada de Dios, se ha optado por una
vida religiosa en comunidad. Se entra con el anhelo de tener compañeros
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

fieles y generosos en el camino. Si el ejemplo mutuo decae, también


afecta el deseo de conocerse y superarse. De ahí la suma importancia de
regalarnos el testimonio humilde y perseverante de la vocación gratuita-
mente recibida y vivida en diaria fidelidad y alegría. ¿Mi estilo de vida
motiva la fidelidad y santidad de los demás?
¿Cómo superarlos? El principio de la solución está en encontrar razones
para ello.
– La primera, reencantarnos con nuestra vocación. El camino vocacional
no dura si no lo comenzamos con una determinación que sea dinámica,
osada y generosa, sin vacilaciones. Acojamos la recomendación de San-
ta Teresa: “Importa el todo tener una grande y muy determinada deter-
minación de no parar hasta llegar” (Camino de Perfección 21, 2), pues
“quiere Su Majestad y es amigo de ánimas animosas, como vayan con
humildad y ninguna confianza de sí” (Libro de la Vida, 13, 2).
– La segunda, abrirnos a la persona de Jesús que nos ilumina y sana.
Centralidad de la persona y el mensaje de Jesús en nuestro conocimien-
to propio. Somos invitados a fijar siempre en él nuestros ojos y corazón.
En todo buscar imitarlo.
– La tercera, caminar en humildad, aceptando nuestra verdad y la de los
demás. “Los que se conocieron flacos y ciegos, necesitados e ignoran-
tes, estos fueron sanos y recibieron la luz de Dios” (San Juan de Ávila,
Sermón 13, n. 15).
Luego de este breve diagnóstico y posibles soluciones, tratemos de desa-
rrollarlas un poco más.
La desmotivación o conformismo tiene, generalmente, su causa en la tibie-
za espiritual, es decir, en el enfriamiento del primer amor (cf. Apocalipsis
3, 16). ¿Hay algún momento de mi vida que ha sido causa de desmoti-
vación en mi consagración? ¿Cómo superarlo? Se requiere volver a ver
nuestra vida desde Jesús y no solo desde nuestros intereses. Desde Dios
florece la alegría, el deseo de crecer y amar; desde el ego se profundiza la
pobreza personal, sin mirar a los demás y sus necesidades. Cuando se está
débil en la entrega personal, nuestros propósitos son, como los llama Santa
Teresa, unas “determinacioncillas” (Camino de perfección 16, 6), insu-
ficientes para reencantarnos con Jesús, nuestra consagración y una vida
de testimonio.
La vida comunitaria favorece mucho el conocimiento propio, nos cuestio-
na y estimula, nos saca de nuestra zona de confort, nos abre a los demás.
¿A qué cosas o personas me he apegado y acomodado?
Se nos desafía a no tener miedo al discernimiento espiritual, a ir a lo pro-
fundo de mi verdad. Evitar la superficialidad y la excesiva simplicidad.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Profundizar nuestra verdad para poder avanzar en nuestra relación con


Dios y los hermanos. Volver a escuchar la llamada de Dios, reencantarnos
con ella, volver al primer amor. “Es cosa tan importante este conocernos
que no querría en ello hubiese jamás relajación, por subidas que estéis en
los cielos; pues mientras estamos en esta tierra no hay cosa que más nos
importe que la humildad… y a mi parecer jamás nos acabamos de cono-
cer si no procuramos conocer a Dios; mirando su grandeza, acudamos a
nuestra bajeza; y mirando su limpieza, veremos nuestra suciedad; consi-
derando su humildad, veremos cuán lejos estamos de ser humildes” (Santa
Teresa, Moradas I, 2, 9).

II. Fortalecer y ensanchar la conciencia


Teniendo un sentido y unas razones profundas de vida y consagración, el
conocimiento propio es un camino de crecimiento y amplitud de miras.
“Las cosas del alma siempre se han de considerar con plenitud y anchura
y grandeza” (Santa Teresa, Moradas I, 2, 8). Para ello nada mejor que salir
de uno mismo y dejar de ver la vida centrados en nosotros. Las razones y
el sentido de nuestra vida y consagración, las encontraremos siempre en
el Corazón de Cristo, en su interioridad, en su estilo de vida y en sus pala-
bras. A él hemos de volver una y mil veces y se renovará nuestro corazón.
¿Trabajo por ensanchar mi espíritu? ¿Me conformo con cumplir?

III. Cultivar el sentido de la trascendencia


Es obra del Espíritu Santo. La acción del Espíritu permite conocernos y, a
su vez, producir una sanación interior y un crecimiento integral en nuestras
vidas. Esta apertura a la gracia nos hace trascender nuestro mundo íntimo
y abrirnos a lo profundo de nuestro ser y de nuestra vocación. La luz del
Espíritu penetra toda nuestra vida y nos muestra la infinita misericordia de
Dios por cada uno de nosotros. Su acción evita el desánimo que, inevita-
blemente, viene al ver nuestras muchas limitaciones y carencias de todo
tipo. Nos abre a la esperanza de –con su ayuda– crecer, madurar y llegar a
la plenitud de nuestra llamada.
En todos los aspectos de la Vida Consagrada, María es guía y modelo a
seguir. Conviene aprender de ella a ver las maravillas y obras grandes que
el Señor hace en los humildes y pobres de corazón (cf. Lucas 1, 46-55).
¿Cultivo el sentido de trascendencia en mi vida? ¿Qué maravillas ha hecho
Dios en mí, y por medio de mí?

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

IV. Meditar en la misericordia como base de nuestra vida


consagrada

Partir desde lo más sencillo, sentirnos –en palabras del papa Francis-
co– misericordiados en lo diario y habitual, desde la luz de la revelación,
desde la cruz, desde la comunidad, desde la sociedad. Muchos problemas
en nuestra práctica de la misericordia con los hermanos, vienen del hecho
que la misericordia que Dios tiene por mí aún no ha tocado las vetas más
profundas e íntimas de mi personalidad y espíritu. Esto debe ser materia
de oración, discernimiento y conversación con el acompañante espiritual.
Nuestra vida debe transparentar que vivimos de la misericordia de Dios, y
querer que en ese mismo ambiente se desarrolle nuestra vida comunitaria.
Santa Teresa se asombra y regocija de que es “tanta su misericordia y bon-
dad, que aun estándonos en nuestros pasatiempos y negocios y contentos
y baraterías del mundo, y aun cayendo y levantando en pecados…, no
nos deja de llamar” (Santa Teresa, Moradas II, 2). Y en otro lugar agrega:
“Muchas veces he pensado espantada (“maravillada”) de la gran bondad
de Dios, y se ha regalado mi alma de ver su gran magnificencia y miseri-
cordia” (Santa Teresa Vida, 4, 10).
El papa Francisco nos dice: “La palabra misericordia cambia todo. Es lo
mejor que podemos escuchar: cambia el mundo” (Ángelus, 17 de marzo
de 2013). La comunidad religiosa está llamada a ser el lugar de la miseri-
cordia gratuita, donde podemos y debemos hacernos sentir acogidos, ama-
dos, perdonados y alentados (cf. Evangelii Gaudium [EG] 114). ¿Trabajo
estas actitudes en mi comunidad y apostolado?

V. Aprender a discernir los signos de los tiempos


Cada día hemos de volver al discernimiento espiritual. Ver nuestra vida a
la luz de la fe, desde Dios, desde las bienaventuranzas (cf. Mateo 5, 1-12;
tb. Lucas 6, 20-23) y el “Himno de la caridad” (1 Corintios 13, 1-13). Es
en lo diario, en lo habitual, en las personas y hechos concretos de la vida
donde debemos pedir la gracia del discernimiento. No perdernos en gran-
des elucubraciones, ser fiel en lo poco para luego serlo en lo grande (cf.
Lucas 16, 10). Se requiere aprender y perseverar, pedir ayuda, escuchar,
orar y tener unos ideales a seguir con los cuales confrontar nuestro proceso
vocacional.
Cuando el discernimiento no es suficientemente maduro, difícilmente
podrá transformar la vida, predomina el querer huir de toda cruz, buscar
lo fácil, cómodo y placentero, aun al precio de abandonar o traicionar a
Jesús. Ante el fracaso humano de Jesús, se ve quienes le siguen de ver-
dad, de corazón, quienes le son leales y quienes solo buscan aprovechar
su amistad.

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Caminar atentos a las necesidades de los hermanos, a su lenguaje silencio-


so que solo lo entienden los que no viven centrados en sí, sino abiertos y
atentos a las personas concretas con quienes viven. Desterrar del corazón
todo atisbo de indiferencia o desinterés por las necesidades de los demás,
comprometernos en gestos reales y permanentes de servicio y donación.
¿Estoy abierto a las señales de Dios? ¿Discierno mi vida desde Dios?

VI. Vivir el principio de la sabiduría nueva de Jesús: que se


amen unos a otros

La caridad tiene capacidad creadora y regeneradora en las relaciones hu-


manas de una comunidad religiosa. Nada puede superar la fuerza de la
caridad. Todo problema, división, desconfianza, desencuentro, inclusos
pecados, son vistos, asumidos y sanados desde la caridad que Dios ha
derramado en nuestros corazones (cf. Romanos 5, 5). Es un soplo de au-
tenticidad que penetra y sana cuanto somos, decimos y hacemos. ¿Estoy
recreando y regenerando relaciones en mi comunidad?
La sabiduría de Jesús pasa a través de su cruz, en ella se vive la verdad de
la caridad fraterna, y se realiza el plan reconciliador de Dios (cf. 2 Corin-
tios 5, 19). El amor trae la verdadera libertad (cf. Gálatas 5, 13-14); alegría
(cf. Hechos 20, 35), una armonía plena y estable en nosotros mismos (cf.
Juan 16, 22), que se proyecta a la comunidad. La caridad potencia y supera
la justicia en nuestras relaciones, expulsa el legalismo estéril, no se confor-
ma con dar a cada uno lo suyo, va por más, quiere dar de lo propio, de lo
que le pertenece, para la edificación de la comunidad, para sanar heridas,
para reestablecer confianzas. Así se harán vida las palabras de Jesús: “En
esto reconocerán todos que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros”
(Juan 13, 35). Nos viene muy bien el consejo que nos brinda Santa Teresa:
“Pues procuremos siempre mirar las virtudes y cosas buenas que viéremos
en los otros y tapar sus defectos con nuestros grandes pecados” (Moradas
V, 13, 10). Teresa de Calcuta decía: “Si estás juzgando a las personas, no
tienes tiempo de amarlas”. ¿Qué reflexiones puedes hacer sobre esta últi-
ma frase? ¿Por qué la sabiduría de Dios tiene que pasar a través de la cruz?

VII. Revitalizar la actitud de servicio


Siempre se ha dicho que “servir es reinar”. ¿Lo entiendo yo así? Servir es
una forma concreta de amar, no se enreda en teorías, sentimientos u otro
tipo de condicionantes. Simplemente ama y sirve, en ello se realiza, en ello
se santifica. Mientras estemos curvados sobre nosotros mismos, nuestros
prejuicios, intereses e ideas, no hay posibilidad de encontrar nada que no
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

sean eso mismo. Para encontrar hay que salir. ¿Tengo esquemas demasia-
dos individualistas? ¿Giro demasiado en torno a mí?
Inspirándonos en la actitud de Jesús, quien dijo que había venido “no para
ser servido, sino para servir, y para dar su vida en rescate por muchos”
(Mateo 20, 28), en el religioso adulto servir es y será su modo habitual de
vivir. No se concibe a sí mismo si no es sirviendo, dándose, gastándose
por los hermanos y sus necesidades. Su vida está en fuerte contraste con
la actitud egoísta y ambiciosa de tantas personas de hoy a quienes no les
preocupan las necesidades de otros. El servicio es lo que cambia a la gen-
te, y da sentido a la vida. En este servicio debe sobresalir la primacía de la
gracia, más que nuestro empeño o cualidades naturales.

VIII. Reconciliarse con los enemigos interiores


“Que no se turben sus corazones. Creen en Dios, crean también en mí”
(Juan 14, 1). “Mi paz les dejo, mi paz les doy, no se las doy como las da
el mundo” (Juan 14, 27). Esta frase nos recuerda el gozo pascual. Para
Jesús resucitado no hay muros, puertas ni miedos que le impidan hacerse
presente en nuestra vida y comunidad. Él está con nosotros, su fidelidad
es eterna. Todos necesitamos sanación interior, reconciliarnos con nuestra
historia y madurar espiritualmente.
Algunos de nuestros enemigos interiores pueden ser: desgana e insatisfac-
ción, descubrimiento de los propios límites y errores, impotencia ante el
mal, pérdida de ilusiones, sinsentido de la vida, vocación sin emociones
ni entusiasmo, naturalismo religioso que no interpela la vida, soberbia que
atribuye el malestar a omisiones y mala voluntad por parte de los demás.
¿Conozco mis enemigos interiores? ¿Cómo sanarlos?

IX. Descubrir y afrontar las sombras activas en el mundo


Es apasionante descubrir la presencia y acción de Dios en nuestra vida,
sociedad y también en la creación. La revelación será nuestra luz y nuestro
apoyo. El cristiano adulto tiene para ello el discernimiento espiritual. Gra-
cias a él se puede ver, descubrir, evaluar y optar por aquello que más nos
une al querer de Dios y al bien de los hermanos.
La esperanza y confianza en Dios son signos preclaros de que el Evange-
lio de Jesús ha puesto su morada en nuestra mente, corazón y actitudes de
vida. Pareciera que las sombras quieren eclipsar la luz de Cristo y robarnos
las razones para seguir amando. Este sentimiento se acrecienta al constatar
nuestra debilidad y poca fidelidad en el seguimiento evangélico. Precisa-
mente por eso proclamamos a Jesús como nuestro Salvador. La salvación
no viene de nosotros, Cristo nos la ofrece como gracia, como don, como
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

misericordia; a nosotros nos corresponde aceptarla en fe, esperanza, cari-


dad y ser sus testigos y profetas en medio de nuestra sociedad.
También en nuestras comunidades se da el combate espiritual entre la luz
y las tinieblas. Es ahí, en primer lugar, donde debemos afrontar esas som-
bras activas que enfrían nuestra entrega, vocación y vida comunitaria. Es
un tema delicado y sensible, por ello necesita en primer lugar la luz sana-
dora de Cristo. Partir por nuestra comunidad no nos distrae de la realidad
concreta de nuestra sociedad, pero tampoco nos engaña al abocarnos hacia
el mundo, descuidando o negando que es en mi comunidad donde debo dar
el testimonio más coherente de mi opción por la luz del evangelio.
¿Qué sombras veo en mi comunidad y en la sociedad? ¿De cuáles soy yo
responsable?

X. Reconocer los clamores y las necesidades que viven nues-


tros hermanos

Ser sensibles ante los clamores de nuestros hermanos es propio de las


personas maduras y profundas, tanto en lo humano como en lo espiritual.
Cuando se pone el Evangelio en el centro de la vida, es una nueva oportu-
nidad y llamada a la vigilancia para estar preparados a las señales de Dios.
El religioso debe estar atento a todas las situaciones humanas que claman
por ser escuchadas y liberadas, porque “el hombre que hay que evangeli-
zar no es un ser abstracto, sino un ser sujeto a los problemas sociales y
económicos” (Evangelii Nuntiandi 31). La parábola del “Buen Samarita-
no” (cf. Lucas 10, 25-37) nos brinda varios elementos de discernimiento:
salir de uno mismo, cambiar nuestros planes, aprender a mirar las necesi-
dades de otro, para acogerlo y hacer espacio en nuestro interior (tiempo,
gustos, actividades), para sentir con el hermano y ponernos en su lugar. Lo
esencial es hacerse prójimo de cada uno, esto es, acercarse a cada hermano
como lo hizo el samaritano.
¿Vivo atento a las necesidades existenciales de la comunidad y sociedad?
¿Soy indiferente? ¿Voy por lo mío?
Partamos por casa. Es en nuestra comunidad donde debemos discernir
acerca de las necesidades concretas de los hermanos con quienes vivimos
y que Dios me ha regalado como compañeros de camino. En ocasiones nos
cuesta más reconocer los clamores de la comunidad que los de la sociedad.
El consagrado tiene la misión de insertar el evangelio en las circunstancias
humanas concretas de la vida social, cultural e histórica, especialmente en
aquellas que son de pobreza, sufrimiento y marginación. Iluminar con el
Evangelio la economía de la exclusión, la idolatría del dinero, la iniquidad
que genera violencia (cf. EG 52-60).
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

¿Confronto en fe, esperanza y caridad los clamores e injusticias sociales?


¿He perdido la paz?

XI. Sentirse elegidos, enviados y respaldados por Jesús


“Yo estaré con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo” (Mateo 28,
16-20).
La vocación es un misterio. ¿Por qué Dios me llamó y me eligió? Habien-
do tantos mejores que yo, compañeros de estudios, amigos, familiares.
Nunca sabremos decir en plenitud el origen y la razón de nuestro llamado,
el por qué Jesús se fijó en mí. De lo que sí estamos seguros es que fue y es
con “amor eterno” (cf. Jeremías 31, 3).
La alegría de la vocación consiste en que él nos amó primero, nos llamó
por nuestro nombre, nos santifica y envía. Su fidelidad es nuestra alegría.
Jesús nos invita a ser sus amigos y colaboradores (cf. Mateo 4, 19; 25, 34).
La elección de Dios es siempre un especial amor suyo, no un amor mayor
que el que recibieron nuestros padres o hermanos; es simplemente un amor
especial. Jesús es el elegido y amado del Padre (cf. Mateo 12, 18), y mi
vocación es una humilde participación en la de él.
Los cristianos somos los llamados por medio de una elección eterna (cf.
Jeremías 1, 5). La llamada es libre y gratuita, y siempre viene acompañada
de la gracia divina para ser fiel a ella. No nos llama por nuestros méritos y
virtudes. San Pablo así lo enseñaba: “Mas para los llamados, tanto judíos
como griegos, Cristo es poder de Dios, y sabiduría de Dios. Porque lo in-
sensato de Dios es más sabio que los hombres, y lo débil de Dios es más
fuerte que los hombres. Pues mirad, hermanos, vuestro llamamiento, que
no hay muchos sabios según la carne, ni muchos poderosos, ni muchos
nobles; sino que lo necio del mundo escogió Dios para avergonzar a los
sabios; y lo débil del mundo escogió Dios para avergonzar a lo fuerte;
y lo vil del mundo y lo menospreciado escogió Dios, y lo que no es, para
anular lo que es, para que ninguna carne se jacte en su presencia” (1 Co-
rintios 1, 24-29; cf. 2 Timoteo 1, 9). Somos llamados porque Dios nos ha
hecho objeto de una elección por pura gracia (cf. Romanos 11, 5-6). No
dejemos de admirarnos por el don recibido, es un tesoro, una perla pre-
ciosa (cf. Mateo 13, 44-45). Sabemos por experiencia que “llevamos este
tesoro en vasijas de barro” (2 Corintios 4, 7), pero más nos admira cómo
el Señor nos colma de abundancia de dones y gracias para ser fieles; es la
belleza de la perla, de la llamada, de la elección.
¿Me sigue admirando mi vocación? ¿Me considero “vasija de barro”? ¿Me
siento en el grupo de los débiles?
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

XII. Vivir y comunicar la alegría del Reino


Estamos consagrados a Dios y a los hermanos, pero a veces se nota muy
poco; nuestra consagración no siempre refleja la alegría del Reino (cf. Ma-
teo 11, 25). Es bueno preguntarnos si, en algo, la falta de vocaciones es
fruto de dar un testimonio pobre en gozo y alegría por nuestra vocación.
La tristeza, el desánimo, el arrastrar la vida, no vienen de Dios.
La alegría a la que nos referimos supera el mero estado de ánimo, el éxito,
el que las cosas salgan a mi parecer o que mi idea y opinión sea la domi-
nante. Es la alegría de los sencillos, de las bienaventuranzas, de los que
perdonan y olvidan, de los que dan sin esperar nada a cambio, de los que
desprendidos de sí mismos que gastan su vida para los demás, de los que
están a los pies de Jesús acogiendo su palabra, de aquellos que encontraron
la dracma perdida (cf. Lucas 15, 8-10). La fidelidad de Dios es la fuente
inagotable que nos llena de gozo. Vivir y sentir esa alegría puede satisfacer
las aspiraciones más profundas de nuestro corazón, lo cual solo es posible
cuando se transforman las circunstancias humanas, también las dolorosas,
en donación.
Somos invitados, en primer lugar, a vivir y sentir esa alegría, rechazando
toda nostalgia de otras alegrías, pasadas, presentes o futuras.
¿Qué otras alegrías “compiten” con la del Reino?
De lo que se trata es que esa alegría llegue a ser un estado de vida: una
vida en la alegría del Espíritu.
Luego, somos invitados a comunicarla, en primer lugar, en la propia
comunidad.
¿Mi presencia es causa de alegría en la comunidad? ¿Cómo lo sé?

XIII. María, madre y maestra


Concluyamos nuestra reflexión contemplando a María y aprendiendo de
ella a decirle siempre “sí” al Señor. Con el “sí” de María toda su vida que-
dó comprometida. Su “sí” es más por confianza y fe, que por conocimien-
to. Ella apenas podía entender lo que le había sido explicado y, sin em-
bargo, dice “sí”. Además, la fe de María será puesta a prueba cada día. Su
voluntad se funde con la del Señor. Es la plena conformidad de la voluntad
humana con la divina. Por eso María da su consentimiento, pronuncia su
fiat (“hágase”) con todo el amor de su alma; acepta voluntariamente y vo-
luntariamente se abandona a la acción de Dios. “Así María... aceptando la
palabra divina, fue hecha Madre de Jesús y abrazando la voluntad salvífica
de Dios, con generoso corazón... se consagró totalmente, cual esclava del
Señor, a la persona y a la obra de su Hijo” (Lumen Gentiun 56). Nadie
34 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

puede decir con tanta realidad como María: “Ya no vivo yo, es Cristo quien
vive en mí” (Gálatas 2, 20).
¿Podemos decir que nuestro “sí” vocacional compromete toda nuestra
existencia? ¿Hay zonas de nuestro corazón que mantenemos solo para
nosotros? ¿Me gustaría entregarme plenamente al Señor y al Evangelio?
¿Qué me detiene?

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 35

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El evangelio de la
misericordia.
Déjate envolver en la
misericordia de Dios
■■ José Ma. Guerrero, sj
Miembro del Consejo de Dirección y Redacción de Testimonio

Introducción: ¿cómo llego a este retiro?


Desde las prisas y el ruido, como un puzzle desordenado.
Solemos llegar tironeados y tensionados por mil comisos. Nos sobran
tensiones y nos falta relajación física, psicológica y espiritual. Estamos
expuestos a compromisos que nos ahogan; expuestos a que perdamos el
sentido de la misión, absolutizando el trabajo como una profesión. “Hacer
cosas”, estar ocupados nos hace sentirnos importantes y nos da prestigio
ante nosotros y ante los demás.
Un religioso lleno de experiencia y realismo decía: “En la vida religiosa
muchos nos pasamos la vida corriendo, no tenemos espacios de descanso;
hacemos piruetas y equilibrios para poder dedicar serenamente unos días
al retiro, a la oración reposada. Quizás es hora de pararse mucho más, de
suavizar los ritmos, humanizar la vida, gozarla, contemplar mucho más,
escuchar mucho más… Tal vez el Espíritu Santo nos está diciendo que
tenemos que hacer menos, que tenemos que dejar de hacer para hacer
mejor y para que Él haga más; que hay que descargar las agendas de acti-
vidades para llevarlas adelante con serenidad y calidad, para orar con más
calma y serenidad, para que la gente nos encuentre alguna vez más accesi-
bles y sin prisa; no siempre corriendo para servirles, pero sin tener tiempo
para ello”.
36 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

Testimonio RETIROS 297.indb 36 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Es verdad que mil preocupaciones nos rondan por la cabeza e incluso an-
gustian nuestro corazón, pero si no logramos adueñarnos de ellas, termina-
rán ellas por adueñarse de nosotros, esclavizándolas. No es fácil aparcar-
las, pero es necesario integrarlas con serenidad y paz.
Se hace necesario crear un ambiente ecológico que serene y relaje, y así
favorezca el recogimiento contemplativo ante la Palabra de Dios. Leer
la Biblia es como convivir con un amigo. Los dos exigen un máximo de
atención, de respeto y de amistad, de entrega y de escucha atenta. Hay que
ponerse a escuchar en silencio, a descifrar el código secreto en que vienen
cifradas las palabras de la Escritura, a familiarizarse con ese modo de ha-
blar del Espíritu que tiene más de convivencia que de imperativo.
Ponerse a orar es decidirse a cruzar la frontera y arrostrar el peligro de
aproximarse a una presencia que invade, inunda, quema, persigue y alcan-
za. Eso es lo “suyo”. Lo nuestro es acoger esa presencia agradecida y escu-
char esa Palabra que nos habla al corazón.
Para eso hay que soltar tensiones, dejar de lado las preocupaciones, no
apurar el tiempo, mirar delante de quien estás. Esta frase suele estar escri-
ta en la puerta de las sinagogas de Palestina. Es una llamada de atención
para tratar de evitar distracciones parásitas. Estás delante de Alguien que
te ama a pesar de todo, que te ama a fondo perdido, sensible a tus lágri-
mas, comprensivo sin límites, dador de libertad, incondicionalmente fiel,
implicado en la pequeñez humana, gozoso de vernos crecer y disfrutar,
pues su gloria es que vivamos felices; que nos acepta como somos, aunque
nos sueñe mejores.
Ponte a los pies del Señor de tu vida, que quiere revelarte su designio de
amor para contigo; ponte a sus pies con la actitud de María de Betania
(cf. Lucas 25-37), silenciosa y silenciada, centrada en lo único necesario
en ese momento: escuchar al Maestro. Tú también deseas escucharlo hoy.
Invoca al Espíritu que es el que crea, recrea, transforma y hace nuevo tu
corazón, es decir, acogedor y disponible.
Ven Espíritu Santo,
haz fecunda mi tierra,
para acoger la semilla de tu Palabra.
Ven Espíritu Santo,
que eres impetuoso y libre,
y nadie puede dominarte ni domesticarte a su antojo.
Que silbas mansamente, susurrando al oído libertad y audacia
y ensordeces con tu rugido imponente las palabras huecas.
Que soplas sobre las ascuas del Amor primero
para que se mantengan vivas,
y barres las cenizas de mi fogón viejo.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 37

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Dame el don del discernimiento


para que encuentre lo que a ti te agrada
y a mí me realiza, llenándome de gozo.
Dame el don de la libertad
para serte dócil y disponible,
para servirte donde quieras.
Dame el don de la fortaleza
para no fallarte nunca
cuando me llames a aventuras inéditas.
Ven Espíritu Santo,
silencia en este retiro el ruido de tantas palabras parásitas
y agudiza mi oído a tu Palabra que salva;
que la goce, la saboree y que la ponga en práctica.
Y cuando no la comprenda y quede sorprendido ante ella,
no la rechace ni la relegue,
sino que la medite y la guarde como María,
y persista en un diálogo de fe ante el Dios que me habla.

I. ¿Qué dice el texto?


“Mira que estoy a la puerta y llamo” (Apocalipsis 3, 20).
“Voy a escuchar lo que dice el Señor” (Salmo 85, 9).
Haz silencio en tu corazón. Ponte en la actitud de Samuel: “Habla, que
tu siervo escucha” (1 Samuel 3, 10). Tienes una cita con Dios. El quiere
hablarte. Oye qué te dice: “Mira que estoy a tu puerta y llamo”. Escucha
el golpear insistentemente y ábrele. Y entonces: “Entraré a su casa y ce-
naré con él y él conmigo” (Apocalipsis 3, 20). Es tiempo de intimidad y
confidencias.
La palabra de Dios es viva y eficaz: interpela, cuestiona, inspira, anima,
mueve. “Era dentro de mí –dice Jeremías– como fuego ardiente encerrado
en mis huesos” (Jeremías 20, 9), y como “martillo que tritura la roca” (Je-
remías 24, 29).
¿Sientes así la Palabra, como Jeremías? Es “un fuego que enciende otros
fuegos” (P. Hurtado). Te quema por dentro y te hace exclamar como a Pa-
blo: “Ay de mí si no evangelizare” (1 Corintios 9, l6).
El Señor conoce tu corazón hasta los sótanos de tu personalidad, lo que
lo motiva, lo que lo paraliza, lo que lo entusiasma. Él conoce tu historia
personal palmo a palmo: tus dolores, tus miedos, tus frustraciones, tus fra-
casos, tus logros y tus alegrías. Es ahí donde él quiere llegar para dolerse
contigo, consolarte, alegrarse y animarte a compartir tu alegría.
38 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Y ahora lee este otro texto pausadamente (Lucas 15, 1-32)


Parte de la fe absoluta en la presencia de Dios que te envuelve con su
ternura, en su mirada amorosa, desde una confianza a toda prueba y una
gozosa serenidad. Por eso lee el texto y “rúmialo”. Aparca las inquietudes
que te molestan y atemorizan e incluso los sentimientos que te distraen y
te dispersan. Y esto porque ese Dios que te habla lo hace como un Padre
que te tiene tatuado en la palma de sus manos (cf. Isaías 49, 16). “Yo te he
llamado por tu nombre y eres mío... y es que tú vales mucho para mí, eres
valioso y yo te amo” (Isaías 43, 1.4). Y por eso, aunque una madre se olvi-
de del hijo de sus entrañas, yo no te olvidaré jamás (cf. Isaías 49, 15).
Lee el texto de Lucas sin prisa: deja que sus palabras te empapen. Detente
allí donde encuentres más gusto, más asombro más interpelación. Repite
sencillamente aquellas frases que más resuenen en tu corazón, gustándolas
en tu interior.
Tanto el Antiguo como el Nuevo Testamento rezuman la misericordia
de Dios a raudales. Es una experiencia que no cabe en una palabra. Por
eso usan los autores tantas para expresarla: desde rahamin (“vísceras” y
en singular “seno materno”): sentimiento íntimo, profundo, espontáneo
y amoroso; hasta hus (conmoverse, sentir piedad); pasando por hesed
(compasión, bondad y perdón), hanan (mostrar gracia, ser clemente),
etc. Y es la tónica que va resonando una y otra vez a lo largo de esa
sinfonía del amor “trepidante” de Dios a su Pueblo y a cada uno de no-
sotros (cf. Juan Pablo II, Dives in misericordia, 52). Una expresión de
una gran fuerza emocional y entrañable se halla en el Éxodo 34, 67, que
suena como una profesión de fe: “El Señor, el Señor, Dios clemente y
compasivo, paciente, lleno de amor y fiel; que mantiene su misericordia
eternamente”.
De esta certeza dimana ese estribillo gozoso que tantas veces se escucha
en las páginas sagradas: “Su amor es eterno” (Salmo 100, 5; Salmo 107, 1;
Salmo 118, 1-4; 136; 1 Crónicas 16, 34.41; Jeremías 33, 11). Finalmente,
todo va a desembocar en Cristo, imagen del Padre misericordioso.
a. En realidad, toda la vida de Jesús es un despliegue de amor y de mise-
ricordia. Esto ya aparece en la sinagoga de Nazaret al leer el rollo de
Isaías (cf. Lucas 4, 16-30).
b. No fue solo médico de los cuerpos sino, sobre todo, de las almas (cf.
Marcos 2, 17; Lucas 5, 21). En él los pecadores siempre contaron con
un “amigo” que los acogía, les ofrecía su amistad y les abría horizontes
de esperanza y de futuro. Y por eso se sentaba a su mesa (cf. Lucas 5,
27-32; 7, 36-50), signo de aceptación y de perdón, de amistad, es decir,
de misericordia.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 39

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

c. En los Evangelios nunca pasó frente a nadie con un corazón distraído.


Siente compasión por todos (cf. Marcos 1, 41; Mateo 9, 36; Lucas 3,
13). Por eso todos recurren a él invocando su misericordia (cf. Marcos
10, 47-48; Lucas 18, 38-39), suplicándole: “Ten compasión de mí, Se-
ñor” (Mt 15, 22; cf. 20, 30-31).
d. Fue siempre un buen samaritano por los caminos de los hombres. Nun-
ca dio un rodeo cómodo y egoísta como el sacerdote y el levita (cf. Lu-
cas 10, 25-37). Y este actuar suyo hacía creíble su palabra.

II. ¿Qué me dice el texto?


Déjate envolver en su alegría que desborda la tuya
No faltan hoy creyentes que todavía se enfrentan con un Dios mezquino,
puntilloso, rico en reproches, agobiante en sus imposiciones y arbitrario en
sus exigencias; un Dios altivo, encerrado en su autosuficiencia, despreocu-
pado de nuestras lágrimas y tal vez aburrido de nuestras inconsecuencias.
Así no es el Dios de Jesús.
En efecto, el Dios de Jesús es el que nos ama a fondo perdido, sin pasar-
nos nunca la factura. Los protagonistas del texto que meditamos no son
la oveja aventurera, ni la moneda extraviada ni el hijo que se escapa de la
casa del padre sin permitirle seguir amándolo, sino un Dios lleno de mise-
ricordia: el pastor que busca por cerros y collados a la oveja descarriada,
la mujer que revuelve afanosa la casa hasta encontrar la moneda perdida,
el Padre que desde lejos descubre el regreso del hijo, hecho una piltrafa y
se le estremece el corazón de alegría y corre aprisa a su encuentro y se lo
come a besos. No le echa nada en cara. Nos desconcierta su misericordia,
así como le pasó a Jonás (cf. Jonás 4, 1-11).
No hace mucho di un taller de discernimiento y me quedé sorprendido
ante la confidencia de una señora que se había pasado 25 años “temiendo
a Dios”. Tenía el corazón encogido y la sonrisa helada. Se esforzaba bien,
por temor. Cuando en su proceso de reflexión orante descubrió al Dios de
Jesús, al leer la parábola del Padre misericordioso explotó en un desahogo
lleno de gozo: “Me lo decía mi corazón de madre, Dios no podía ser así”.
Hacer esa experiencia de la misericordia de Dios que nos envuelve con su
ternura es lo mejor que nos puede suceder en la vida. Y desde ahí gritar
con nuestra vida el gozo de haberla vivido en carne propia es la mejor no-
ticia que los cristianos podemos anunciar en medio de un mundo en el que
las “acciones” de Dios se cotizan poco: misericordia, ternura, perdón, re-
conciliación; y, en cambio, otras están al alza: indiferencia, insolidaridad,
el “a mí qué”, “sálvese quien pueda”, “el que me hace, la paga”, etc. Y si
Dios actúa así, sus discípulos no podemos actuar de otra manera.

40 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Y eso es lo que hizo la Sra. Gabriela, una mujer creyente de una sola
pieza. En 1981 secuestraron a su marido Pino Taliercio, Director del
Petroquímico de Marghera (Italia). Ella siempre esperó en la humanidad
de los secuestradores que pertenecían a Las Brigadas Rojas. Y no dudaba
en llamarlos “hermanos”. Pero lo asesinaron. Frustraron su esperanza, pero
no mellaron su fe en el ser humano. “Vendrá un día –decía ella–, dentro
de 10 años, si estoy viva, en el que aquel que mató a mi marido, vendrá a
pedirme perdón”. Solo se equivocó en su tiempo de espera. Mucho antes
recibió una carta de Antonio Savasta, uno de los asesinos: “En los días del
secuestro su marido era, como Ud. lo describía: sereno, lleno de fe, inca-
paz de odiarnos y con una altísima dignidad. Lo sé, señora, esto no se lo
restituirá, pero sepa que dentro de mí ha vencido la palabra y la actitud de
su marido. ¡Soy otro! Espero solamente colmar ese vacío suyo restituyen-
do y enseñando a otros lo que aprendí de Ud., y de su marido”. Y eso tiene
un nombre: el perdón hecho misericordia.
– ¿Qué sientes en tu corazón ante este hecho donde triunfó el perdón y la
misericordia?
– Evoca en tu vida los momentos más intensos en que has experimentado
la misericordia de Dios y la urgencia de un agradecimiento desbordado
que te ha impulsado a hacer de tu vida un “cántico nuevo”.
– ¿Qué personas te has encontrado a lo largo de tu vida de las que pue-
des decir en verdad que son misericordiosas? Ponles nombres y recuer-
da los hechos que te impactaron.
Medita ahora la parábola del Padre misericordioso (cf. Lucas 15, 11-32).
Es la que mejor expresa ese amor incondicional y sin fronteras de Dios.
Uno se queda desconcertado y conmovido por el actuar del Padre que per-
dió a los dos hijos: el menor porque se escapó de casa en busca de libertad
y felicidad –era un juerguista–, y el mayor porque era un ejecutivo resigna-
do y un funcionario modélico, pero que le faltaba lo esencial: la alegría de
estar trabajando no para su padre sino con su Padre.
El hijo menor se fue acompañado de mucho dinero, mucha salud y mucha
juventud. Era joven sin cabeza. Y, claro, pronto sobrevino una crisis moral
y espiritual. Era una criatura vacía y superficial. Vivió como un libertino
y, cuando se desinfló la burbuja de su herencia, se encontró dentro de una
situación miserable. Buscó el amor incondicional donde no puede hallarse.
– Este hijo pródigo evoca tus búsquedas y decepciones.
– ¿Por qué sigo ignorando el lugar del amor verdadero y me empeño en
buscarlo donde no está?
– Evoca los momentos en que te has “escapado del hogar” y, también, el
reencuentro con el Padre. ¿Qué sentiste?

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 41

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

También en nuestra vida se esconde, a veces, el hijo mayor que, al enterarse


de la fiesta con que su Padre está celebrando el encuentro de su hermano,
no quiere entrar, no expresa su alegría, sino todo lo contrario. Pareciera
que para él la obediencia y el deber para con su padre se han convertido en
una pesada carga, y el servicio en esclavitud. Aparentemente el hijo mayor
no tenía fallos, era un hijo modélico, pero cuando vio la alegría de su Pa-
dre por la vuelta de su hermano, aparece la personalidad resentida, orgullo-
sa, severa y egoísta, que con los años se había hecho más fuerte.
– ¿Me siento, a veces, reflejado en ese hijo mayor? ¿Por qué?
– “Trabajo en la casa del Padre” por amor o por dar la talla?
– ¿Vivo en la casa del Padre, pero con alma de mercenario?

III. ¿Qué me hace decirle a Dios este texto?


Desgrana ante el Señor los deseos de tu corazón agradecido. Probable-
mente, al impacto de la Palabra de Dios a lo largo de la oración, hayan ido
brotando no pocos deseos en tu corazón. Ponles nombre. Anótalos y ex-
présalos sencillamente. Es el momento de ponerlos ante Dios, recordando
lo que dice San Pablo: “Porque es Dios quien, según su designio, produce
en ustedes los buenos deseos, y es quien les ayuda a llevarlos a cabo”
(cf. Filipenses 2, 13). Es una forma de oración agradecida que expresa
aquellas palabras de Jesús: “Sin mí no pueden hacer nada” (Juan 15, 5). Es
la fuerza de su Espíritu la que necesitamos para que los buenos deseos se
conviertan en vida.
– Exprésale al Señor tu inmensa gratitud por su misericordia, que te ha
liberado de un abatismo de culpabilidades y remordimientos insanos, y
te ha recreado y reconstruido, haciéndote una creatura nueva y feliz.
– Háblale del deseo que sientes en tu corazón de corresponder a ese de-
rroche de amor que ha inundado tu vida, y la ha convertido en un to-
rrente de acción de gracias y de servicio.
– Cultiva en tu interior esa alegría y el deseo de compartir con otros el
calor de su presencia y una esperanza sin horizontes; el deseo de conta-
giar esa misericordia a todos los que viven lejos de la casa del Padre.
– Has experimentado que rehusar su oferta de vida, defraudar su amor es
entrar en un callejón sin salida, en una vía muerta. Y, en cambio, acoger
su misericordia es volver a la vida, al reencuentro, al calor del hogar.
– Cuenta a los otros, desde tu experiencia, que la gracia triunfa sobre el
pecado y que la reconciliación es pasar de la esclavitud a la libertad.
42 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

– Y cuando alguien camine por el valle sombrío de una vida vacía y


desprovista de sentido, dile, sobre todo con tu vida, que hay una senda
que nos lleva a una vida de plenitud y de gozo, porque sentimos a Dios
como Padre y a todos como hermanos.
Y sigue así expresándole tus deseos al Señor y a los hermanos.

IV. Cómo cambia tu mirada


Te sacó de la “decepción” que fuiste a la “ternura” que experimentas
Al ir concluyendo tu retiro entra en tu interior y proyecta sobre tu corazón
todo lo que ha pasado en este día de silencio contemplativo y de escucha
atenta. ¿Cuál ha sido el impacto de la Palabra de Dios en tu vida? Es na-
tural que el paso de Dios haya dejado huellas y haya cambiado tu mirada.
Si oras tu vida se transforma. El que escucha, medita y ora la Palabra de
Dios siente que le van brotando en su corazón actitudes nuevas que son las
huellas que la Palabra ha dejado en tu corazón; conformándolo más y más
con el de Jesús y cambiando tu mirada miope y cegatona en penetrante y
esperanzada como la suya.
– ¿Cuáles serían entonces las huellas que estas parábolas de la misericor-
dia deben dejar en la vida de todo creyente que las ha leído, reflexiona-
do y orado?
– ¿Descubres que vales mucho más de lo que pudieras imaginarte? En
efecto, no hay razón para sentirte un cero a la izquierda, ni para vivir
bajoneado y deprimido por tu insignificancia. Nunca olvides que le
perteneces a Dios, eres valioso/a para él, te ama incondicionalmente.
Y porque te ama apasionadamente no descansa en tu búsqueda; y el
encontrarte le produce una alegría que no puedes ni imaginarte. Quien
se decide a creer esto siente que su corazón se le va esponjando y en-
sanchando. Esta aceptación asombrosa del hecho de ser tan amado tiene
el poder de arrastrar como un vendaval nuestras viejas culpabilidades y
complejos, nuestros tontos encogimientos y falsas humildades. ¿Sientes
en tu corazón que esto está pasando en tu retiro?
Probablemente descubres también un cambio de 180 grados en tu relación
con Dios y con las la personas cuando has pasado de una experiencia de
sentirte solo y perdido al gozo del encuentro con alguien que de verdad te
ama y te busca. Imagínate por un momento cómo habrá sido para el hijo
pródigo la mañana siguiente a la fiesta que celebró el Padre a su llegada.
Todo sería nuevo: la relación con el Padre a quien descubrió en el abrazo
entrañable y los besos apasionados de la acogida; su propia actitud: ya
no la de querer escaparse para vivir como un libertino, sino la de un ca-
riño agradecido a su Padre y a su hogar; sentiría tal vez que una gratitud
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Testimonio RETIROS 297.indb 43 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

desbordante le brotaba del corazón, y su alegría era incontenible ante tanto


derroche de amor.
¿Descubres que esta experiencia de misericordia vivida se convierte en ti
en un dinamismo imparable de comprensión de los fallos de los demás,
que va generando ese talante de disculparlo todo, creerlo todo, esperarlo
todo, soportarlo todo, que son los rasgos con los que San Pablo define al
amor (cf. 1 Corintios l3, 7)? Esto nos llevará –como dice Dolores Aleixan-
dre– a una obstinada terquedad, aprendida en “la escucha de Dios”, aquella
que no da por perdido a nadie y busca estrategias para encontrar a esos
hermanos y hermanas que creemos perdidos, y planear posibilidades de
reconciliación.
¿Sientes que en tu corazón se han despertado estos sentimientos que te
convierten en una persona misericordiosa?
Podrías terminar tu retiro evocando los momentos en que has experimen-
tado la misericordia del Señor para contigo y haciendo tu propio salmo de
gratitud con el estribillo: “Porque es eterno tu amor”.

44 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

Testimonio RETIROS 297.indb 44 10-03-20 10:24


Dar razón de nuestra
esperanza
(Juan 20 y 1 Pedro 3, 15)

■■ José María Arnaiz, sm


Director Revista Testimonio

Revivir el misterio pascual es el mejor modo para recuperar la esperanza


y capacitarse para dar razón de la misma. Por lo mismo, invitamos como
primer paso de esta reflexión a hacer una lectura orante del capítulo 20
del evangelio de San Juan. En un segundo momento, ofrecemos un cami-
no para ejercitarnos en vivir la esperanza en nuestra realidad cotidiana y
descubrir los signos de esperanza que brotan cada día en nuestra vida. Ter-
minaremos ofreciendo una oración o confesión de la esperanza que nace o
renace con la renovación de nuestra fe en Cristo resucitado.

I. Hacer la lectura orante de Juan 20


Recorrer el via-lucis, los pasos que Jesús dio para infundir y contagiar la
alegría y la esperanza de su presencia de resucitado entre sus más cercanos
seguidores, es el mejor camino para reavivar la esperanza. Es la primera
invitación que hago para esta jornada de retiro centrada en la esperanza y
orientada a tener, crecer y dar razón de la misma.
Este capítulo 20 de Juan es, sin duda, de todos los evangelios el que más
nos lleva a creer en el Resucitado y a evitar ver nuestras vidas solo como
un paréntesis entre dos inmensos vacíos. Apoyándonos en Jesús, resucita-
do por el Padre, intuimos, deseamos y creemos que Dios está conduciendo
hacia su verdadera plenitud el gran anhelo de vida, de justicia y de paz que
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 45

Testimonio RETIROS 297.indb 45 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

se encierra en el corazón de la humanidad, en la creación entera y en cada


uno de nosotros.
Después de hacer la lectura orante del mismo, bien podemos hablar del
real misterio de la esperanza; de una esperanza que nace de la superación
de la oscuridad, del miedo, de la tristeza y de la muerte. Este texto nos ha-
bla de un auténtico recorrido de la esperanza y nos lleva a donde realmente
hay vida (Juan 20, 1-9).
Esa esperanza no nace sin el real encuentro con el resucitado; por lo de-
más a Jesús solo lo encuentran los que lo buscan; lo buscan los que se dan
cuenta que les falta, como es el caso de María Magdalena. Ella no puede
vivir sin Jesús, sin amar a Jesús. Juan nos describe con detalle el proceso de
búsqueda de esta apasionante y apasionada mujer. Ella, al fin, “ve a Jesús”
vivo. Ese encuentro de María Magdalena nos debe impactar. Así comienza
esta mujer una nueva vida, en la que se tiene que dedicar a anunciar esa ma-
ravillosa noticia que enciende en la gente –como lo que más– el fuego de la
esperanza. Jesús no está entre los muertos. Por tanto, se trata de escuchar a
quienes anuncian que Jesús está vivo (Juan 20, 10-18) y con nosotros está.
Buscar al resucitado y encontrarlo es dar con el verdadero rostro de Dios,
es llegar al final glorioso de la vida plena. Cristo resucitado es el corazón
del mundo. Nos transmite un especial aliento de vida, que nos lleva a un
nuevo inicio (cf. Juan 20, 19-23) y a estar abiertos al Espíritu. Sin ninguna
duda que este encuentro con Jesús resucitado dejó a sus seguidores y nos
deja a nosotros con alegría, paz y esperanza (cf. Juan 20, 19-31); por lo
mismo abrimos las puertas de todo nuestro ser humano, desaparece el mie-
do y nos hacemos creyentes esperanzados.
La resurrección de Jesús ha hecho nacer la esperanza, ha puesto al mundo
entero en movimiento hacia la vida eterna, hacia la salvación. Desde en-
tonces nos anima una esperanza secreta: vivimos buscando una vida feliz
y eterna. Lo más grande y atrevido del cristianismo es la fe en la resurrec-
ción y la esperanza que brota de esa fe, y que nos lleva a estar al lado de la
gente que sufre en este mundo sin conocer la dicha y la paz.

II. Para organizar nuestras vidas en clave de esperanza


Las convicciones son algo en lo que se cree y se espera firmemente y con
certeza. Nacen cuando se ama lo que se espera; así se persuade uno de lo
que mueve y motiva nuestro actuar como personas. Cuando esas convic-
ciones son teológicas vienen de Dios y cuando son de la esperanza nos
dejan esperanzados y esperanzadores.
Voy a presentar cuatro convicciones que nacen de la experiencia mística y
profética de la Vida Consagrada y solo las pueden tener quienes han hecho
46 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

Testimonio RETIROS 297.indb 46 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

esa experiencia, quienes se han ejercitado en la mística y la profecía y así


les ha nacido la esperanza; quienes han escuchado a Dios donde la vida
clama y hacen brotar la tan necesaria esperanza.
La sensación sentida con la esperanza es la vida liberada, liberadora y soli-
daria. Esa vida se hace voz, se hace clamor y voz de Dios y clamor a Dios;
esa vida se hace acción, opción, proyecto y compromiso esperanzado.

1ª convicción
Una persona, una comunidad, un grupo que no identifica sus signos de
vida –allí donde la vida clama–, no tiene ningún futuro. Los clamores son
los gritos o voces que se pronuncian con fuerza; a veces son personales;
otras veces vienen de las multitudes; con frecuencia indican sufrimiento
o angustia; siempre van unidos a la fuerza y a la potencia y a la súplica.
Todos y cada uno necesitamos poner nombre a los signos de vida y a las
auténticas expresiones de esperanza.

2ª convicción
Los signos de vida se tienen que situar en contexto, completar y desarro-
llar. Ello supone saber:
– ¿De dónde vienen?: cuáles son los nuevos escenarios en los que se ha-
cen patentes los signos de vitalidad.
– ¿Quién los produce o proclama?: son los nuevos sujetos autores y mul-
tiplicadores de la vida.
– ¿Quién los escucha?: los nuevos destinatarios.

3ª convicción
Convertir los signos de vida en punto de partida de una nueva etapa para
nosotros, nuestra comunidad y nuestro país. Así comienzan los nuevos
tiempos y las verdaderas reformas.

4ª convicción
Celebrar los signos de vida que hay en nosotros y que nos ejercitan en la
esperanza. Ello supone:
– Pedir perdón por no identificar, ver o vivir a veces los reales signos de
vida y caer en el pesimismo y en la negación sistemática del bien real;
que, de hecho, se rechaza.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

– Iluminar y fortificar esa realidad de los signos de vida con la palabra de


Dios y con las de esas personas cercanas sabias, esperanzadas y, por su-
puesto, esperanzadoras.
– Interceder y pedir gracia para que aumente en nosotros la esperanza y la
conciencia de los signos de vida que hay en nosotros.
– Transformar los signos de vida y de esperanza en auténtica acción de
gracias y alabanza al Señor.

III. Renovar nuestra fe en Cristo resucitado


• Creo en Jesús Resucitado, y creo que él está conduciendo mi vida hacia
su verdadera plenitud, poniendo en ella anhelos de justicia y de paz que
se encuentran en el corazón de Jesús y en el mío.
• Creo en el Resucitado y, por eso, me rebelo con todas mis fuerzas por-
que sea tan grande la cantidad de hombres y mujeres, de niños y ancia-
nos que solo conocen en esta vida la miseria, humillación y sufrimiento
y que, de hecho, quedan olvidados para siempre.
• Creo en el Resucitado y, por ello, confío en una vida donde ya no habrá
pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar.
• Creo en el Resucitado y, por eso, me acerco con esperanza a tantas per-
sonas sin salud, enfermos crónicos, discapacitados físicos y psíquicos,
personas hundidas en la depresión, cansadas de vivir y de luchar. Un día
conocerán lo que es vivir con paz y salud total y escucharán las palabras
del Padre: “Entra para siempre en el gozo de tu Señor” (Mateo 25, 21).
• Creo en el Resucitado y por eso no me resigno a que Dios sea un “Dios
oculto” del que no podamos conocer su mirada, su ternura y sus abra-
zos, el Dios que encontramos encarnado para siempre y gloriosamente
en Jesús.
• Creo en el Resucitado y por eso confío en que mis esfuerzos por un
mundo más humano y dichoso no se perderán en el vacío. Sin ninguna
duda que van a llegar los días en que los últimos serán los primeros y
los primeros los últimos, y las prostitutas nos precederán en el reino.
• Creo en el Resucitado y por eso sé que todo lo que aquí ha quedado a
medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra
torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará su plenitud. Nada se perderá
de lo que hemos vivido con amor o de aquello a lo que hemos renuncia-
do por amor.
• Creo en el Resucitado y eso implica esperar que las horas alegres y las
experiencias amargas, las “huellas” que hemos dejado en las personas
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

y en las cosas, lo que hemos construido o hemos disfrutado generosa-


mente, quedará transfigurado. Ya no conoceremos la amistad que termi-
na, la fiesta que se acaba ni la despedida que entristece. Dios será todo
en todos.
• Creo en el Resucitado y eso lleva a creer que un día escucharemos estas
increíbles palabras que el libro del Apocalipsis pone en boca de Dios:
“Ya no habrá muerte ni habrá llanto, no habrá gritos ni fatigas, porque
todo eso habrá pasado… Yo soy el origen y el final, el principio y el fin
de todo. Al que tenga sed yo le daré gratis del manantial del agua de la
vida” (Apocalipsis 21, 4.6).
• Creo en el Resucitado y por eso comparto el gozo de María al ver que
su Hijo Jesús ha pasado de la muerte a la vida ya que como él mismo le
había dicho “si el grano de trigo no cae en el surco y muere no brota y
da vida”. Jesús ha brotado y tiene una nueva vida y por eso con su ma-
dre canta sin cesar: “¡Aleluya!”.
Con evangelio en mano, con la oración de nuestra vida esperanzada, con
la renovación de nuestra fe en Cristo Jesús resucitado, no hay duda que
crecerá nuestra esperanza y daremos razón de ella; y así viviremos una
jornada de retiro que contribuirá a que quienes nos rodean reconozcan la
presencia y la acción de Jesús en lo que decimos, mostramos y somos, y de
ese modo daremos razón de nuestra esperanza.

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“En esto conocerán
que son mis discípulos”
■■ José-Román Flecha, pbro.
Profesor Emérito en la Universdad Pontificia de Salamanca
Sacerdote de la Diócesis De León - España

Cuando salió Judas del cenáculo, dijo Jesús:


– Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él…
Hijos míos, me queda poco de estar con vosotros. Os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo os he amado.
La señal por la que conocerán que sois discípulos míos, será que os
amáis unos a otros.
(Juan 13, 31-35)
I. Una mirada de fe
El mensaje del Evangelio es inabarcable como el mar. El texto del evange-
lio de Juan, especialmente, nos recuerda las olas que llegan mansas hasta
la playa. Todas se parecen. Pero cada una de ellas avanza un poco más has-
ta bañar nuestros pies.
Un poco de atención nos ayudará a rememorar el momento en que estas
palabras fueron pronunciadas y a preguntarnos por el sentido del mensaje.

1. La hora
El evangelio que se recoge como pauta para nuestra reflexión (Juan 13, 31-
35) se sitúa en el escenario de la última cena de Jesús con sus discípulos.
Exactamente después de que Judas salió del Cenáculo para internarse en
la noche.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Para él había llegado la hora de entregar a su maestro en manos de los sa-


cerdotes del templo de Jerusalén. Y para Jesús había llegado la hora que
venía esperando y anunciando desde el principio de su misión.
• “Ahora es glorificado el hijo del hombre, y Dios es glorificado en él”.
Para Jesús, aquella salida del discípulo traidor marcaba la llegada de
su glorificación. Jesús había previsto este momento. Es más, lo había
anunciado a sus seguidores. Pero ellos nunca hubieran sospechado que
la glorificación iba a coincidir con la crucifixión.
• “Hijitos, me queda poco de estar con vosotros”. Nos sorprende la ternu-
ra con que Jesús se dirige a sus discípulos. Solamente en esta ocasión
aparece la palabra hijitos en los evangelios. Nos sorprende también la
claridad con la que Jesús ha previsto su suerte y su muerte. El tiempo
de su misión terrestre toca a su fin. Y él lo sabe.

II. El Mensaje
Jesús había hecho del amor a los demás el tema de sus enseñanzas y, sobre
todo, la pauta de su conducta. En la hora de su despedida y ante la seriedad
de su entrega definitiva, el amor se convirtió en lazo de unión para los que
habían aceptado su invitación al seguimiento.
Un amor que no podía ser reducido al nivel de los sentimientos, sino que
había de manifestarse en el compromiso fiel, afectivo y efectivo, personal
e institucional.

1. El amor es el vínculo de las mentes


¡El amor! No hay palabra que se repita tanto en las canciones. Sabemos
lo que vale, aunque el amor sea para nosotros una nostalgia, o tal vez una
palabra vacía. No es fácil amar al que te abandona o humilla, al que inició
en la droga a tu hijo o al desalmado que viola a tu hija, al conductor que
te cierra el paso y al policía que te pone una multa, al terrorista que se ha
criado en nuestra ciudad y al que nos llega de fuera, al político del otro
bando y a los comediantes que se burlan de tu fe.
Sin embargo, el amor es un ideal humano, con dimensión universal, tanto
para los creyentes como para los no creyentes. En el sermón 350 decía San
Agustín: “Hermanos, perseguid el amor, el dulce y saludable vínculo de
las mentes sin el que el rico es pobre y con el que el pobre es rico. El amor
da resistencia en las adversidades y moderación en la prosperidad; es fuer-
te en las pruebas duras y alegre en las buenas obras; confiado en la tenta-
ción y generoso en la hospitalidad; alegre entre los verdaderos hermanos y
muy paciente entre los falsos”.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

¿Sabremos lo que significa el amor? El amor no se confunde con la simple


tolerancia ni con la solidaridad pasajera. Su contrario no es el odio, como a
veces se dice, sino el egoísmo. “El alma dura en su amor propio se endure-
ce”, como escribía San Juan de la Cruz.

2. El amor no es solo sentimiento


La primera encíclica de Benedicto XVI, Deus caritas est, ha sido dedicada
al amor. El amor que es Dios, el amor que viene de Dios, el amor de Dios
que, gracias a él, queremos trasmitir a nuestros hermanos.
En su carta, el Papa responde a diversas objeciones que se han formulado
y se formulan a la comprensión cristiana del amor. Una de ellas dice que
“el amor no se puede mandar porque a fin de cuentas es un sentimiento que
puede tenerse o no, pero que no puede ser creado por la voluntad”.
Benedicto XVI responde que “Dios no nos impone un sentimiento que no
podamos suscitar en nosotros mismos”. Es más, “el amor no es solamente
un sentimiento. Los sentimientos van y vienen. Pueden ser una maravillosa
chispa inicial, pero no son la totalidad del amor”.
Por otra parte, cinco veces se repite en la encíclica que el amor no es ya un
“mandamiento” externo, impuesto al ser humano, sino que es la respuesta
más auténtica a un amor que nos viene dado por Dios.

III. El Testamento
Jesús es consciente de que llega “su hora”: la hora de su entrega. La hora
en que, contra toda apariencia, será glorificado el Hijo del hombre y Dios
será glorificado en él. En el horizonte de sus palabras se adivina ya su
muerte salvadora en la cruz y su resurrección de entre los muertos.
Es la hora de la entrega al Padre celestial y a los hijos de Dios. La hora del
encargo final y del mandamiento nuevo, que él ha querido ratificar con una
alianza nueva.

1. El mandamiento
En esos momentos finales, Jesús deja a sus discípulos un don que es un
encargo: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como
yo os he amado”. Tres palabras de ese mensaje atraen nuestra atención.
• El “mandamiento” no puede ser entendido como una imposición ni
como un sentimiento efímero. El amor es la vida. Refleja nuestro deseo
más profundo y nuestra misma necesidad de ser personas.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

• Amarnos “unos a otros” no es una obligación pesada de la que uno


trata de librarse. Al amarnos nos hacemos a nosotros mismos. Nos
realizamos. El amor es el signo que revela la riqueza de la vida y su
sentido final.
• Nos amamos “como” él nos amó. En el evangelio se recoge varias
veces la regla de oro de todas las éticas: “amad como queráis que os
amen”. Al final, Jesús cambia esa referencia: no amamos según nuestra
necesidad, sino según el modelo de su entrega.

2. La novedad
Así pues, el evangelio pone ante nuestros ojos el resumen del testamento
de Jesús: “Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como
yo os he amado” (Juan 13, 34). Son unas palabras que hemos oído cientos
de veces, pero otras tantas veces nos interpelarán todavía.
¿Qué era lo nuevo de ese mandamiento? La antigua regla de oro, aceptada
en todas las culturas, ordenaba amar a los demás como uno quisiera ser
amado. También la Ley de Moisés ordenaba amar al prójimo (Levítico 19,
18). Lo difícil era determinar quién era el “prójimo” y cuándo merecía ser
amado. No es extraño que se discutiera en las escuelas quién era el próji-
mo que merecía el amor, como se ve en la pregunta que un legista dirige a
Jesús (cf. Lucas 10, 29).
Pues bien, también Jesús había aceptado como buena aquella regla de oro
(cf. Lucas 6, 38). En la hora de su despedida, repetía el antiguo ideal, pero
le añadía una referencia inquietante: “Como yo os he amado”. En conse-
cuencia, para los seguidores del Maestro, el criterio del amor ya no habría
de ser la igualdad con el amor que ellos habían demostrado. El criterio no
eran ellos sino él: su Maestro y Señor.
Sus discípulos no habían de amar “como” ellos deseaban ser amados, sino
“como” Jesús los había amado y los amaba: es decir hasta el punto de
aceptar la traición de un discípulo y hasta la misma muerte.

IV. La Identidad
Tanto los amigos como los enemigos habían tratado una y otra vez de en-
casillar a Jesús en un grupo o en otro. Unos lo identificaban con un profeta
de los antiguos. Y otros trataban de subrayar los rasgos que lo acercaban o
alejaban de Juan el Bautista.
Unos y otros se preguntaban si se diferenciaban en el ayuno o en el estilo
de su oración. Pues bien, Jesús mismo quería dejar a sus discípulos la se-
ñal por la que habrían de diferenciarse. Una señal que era todo un desafío.

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

1. La señal
Los miembros de las diversas religiones tratan de diferenciarse de los
demás creyentes. A veces esas señales son externas, como la cruz de los
cristianos, la media luna de los musulmanes, o la estrella de David entre
los judíos.
También Jesús quiso que sus seguidores se diferenciaran de los demás.
Pero la señal que les dio no fue exterior sino interior. No fue una señal
muda y pasiva, sino una señal dinámica y activa: el ejercicio del amor, que
se convertía en mandamiento.
Como si no quedara suficientemente claro el mensaje, Jesús añade todavía
una advertencia importante: “La señal por la que conocerán que sois discí-
pulos míos, será que os amáis unos a otros” (Juan 13, 35).
• La señal por la que se reconocen los que siguen a Cristo no es el simple
aprecio de la cultura cristiana: el arte, la música, las costumbres o la
ética, las realizaciones sociales o la educación de la juventud. Menos
aún nos define como cristianos el hecho de aceptar y admirar tal o cual
película sobre la vida o la pasión de Jesús.
• La señal que distingue a los cristianos es la decisión de amar a los de-
más con la fidelidad y la radicalidad con la que amaba Jesús: es decir,
hasta estar dispuestos a entregar la vida por los otros. Ese amor ha lle-
vado a muchos a la muerte, pero lleva a muchos más a sacrificarse cada
día por el bien de sus semejantes.
• La auténtica señal del amor, vivido al modo de Jesús, es el signo que
revela de modo definitivo nuestra pertenencia a él. No todos los que se
dicen seguidores suyos lo son de verdad. Y tal vez alguno de los que no
lo conocen o no lo reconocen como Mesías esté viviendo ya de ese es-
píritu. Ese amor nos define.

2. El desafío
Ya está dicho. Jesús nos dejó un criterio para ser identificados en medio
del mundo: “La señal por la que conocerán que sois discípulos míos será
que os amáis unos a otros” (Juan 13, 35).
Los cristianos nos distinguimos de los miembros de otras religiones por al-
gunas señales externas. La presencia de la cruz y la celebración de la euca-
ristía son las más conocidas. Pero Jesús insistió en la importancia del amor
como signo cristiano. Tres palabras lo resumen:
• “La señal”. Pretendemos pasar inadvertidos en medio de la multitud.
Pero el Maestro no quería que los suyos viajaran de incógnito por el
mundo, sino que fueran reconocidos. Habrían de estar ahí, pero siendo
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

diferentes. Esa es la clave del testimonio y el primer paso de la evange-


lización, como ya escribió el santo papa Pablo VI.
• “Discípulos míos”. No quería Jesús que los suyos fueran admirados
como sabios o como superdotados. Habrían de ser identificados como
“discípulos”, es decir, como compañeros suyos, aprendices de su estilo
y testigos de su suerte.
• “Os amáis unos a otros”. El Señor no quería que los suyos se distin-
guieran por su riqueza o su saber. Ni siquiera por los honores que pu-
dieran recibir. Solo por el amor. El amor no es un deber derivado de
vivir en comunidad: es el constitutivo de la comunidad.
El amor es la señal definitiva de los “discípulos” de Jesús. Por esa señal
hemos de ser reconocidos. Por ella manifestamos que hemos seguido a
Jesús y que hemos asimilado las lecciones de aquel al que reconocemos
como Maestro de vida.
El amor mutuo no se basa en la comunidad de intereses. Tampoco se fun-
damenta en las mutuas simpatías. Esas razones son válidas también para
los no cristianos. Nosotros amamos a los demás cómo Jesús los amó y con
el amor con que él los ama.

V. La Misión
El amor constituye la enseñanza de la segunda parte del texto evangélico
que encabeza esta reflexión: “Hijos míos, me queda poco de estar con vo-
sotros. Os doy un mandamiento nuevo: que os améis unos a otros como yo
os he amado”.
Las palabras de Jesús, cargadas de dulzura, suenan a despedida. Es cons-
ciente de que su vida toca a su término. Lo ha aceptado con generosidad y
con plena conciencia de la misión que le había sido confiada.
Toda una tarea para la nueva comunidad, que se había de conocer como
la Iglesia, es decir la “convocada”. La enviada para establecer vínculos de
acción y de diálogo con los hombres. Y para mantenerse en comunicación
con su Maestro, su Hermano y su Señor.

1. El signo público de la Iglesia


El encargo de Jesús no era puramente teórico. Había de definir su misión.
Pero definir no es solo marcar los límites, como sugiere la etimología
de la palabra. Es señalar los ideales, subrayar las preferencias y orientar
los compromisos.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

• La señal del discipulado distingue a cada cristiano. No podemos enga-


ñarnos, pretendiendo identificarnos solamente por los signos externos.
No es el turbante o el velo. No son nuestras peregrinaciones a los luga-
res santos. No son los ayunos o los ritos. Solo el amor mutuo nos iden-
tifica como discípulos de Jesús.
• La señal del amor interpela a toda la Iglesia. Es importante la fideli-
dad a la doctrina. Y es importante el respeto a la liturgia. La Iglesia no
puede callar cuando en la sociedad se aplasta la dignidad humana. Pero
todas sus manifestaciones y propuestas han de brotar solo del amor con
el que hace presente a su Señor.
• La señal del amor no es una clave secreta para que se puedan reconocer
entre sí los miembros de una secta. Es un signo público. Bien lo saben
los no creyentes. Gracias a él pueden exigirnos fidelidad a nuestros
principios. Lo hacen mil veces, sin darse cuenta de que así nos invitan a
ser lo que hemos de ser: testigos del amor de Dios.

2. La comunicación con el Señor


• Jesús Maestro, enséñanos a comprender que la misma naturaleza y el
don de la gracia nos hacen compañeros de camino de todos los hombres
y de todas las mujeres del mundo.
Enséñanos a estimar y cumplir el mandamiento nuevo que nos dejaste
como señal y testamento. Y ayúdanos a amar a los demás con el amor que
el Padre nos ha manifestado en tu vida y en tu entrega.
Tú que has sido un desafío para el mundo, enséñanos a vivir ese amor que
revela tu presencia entre nosotros. Y enséñanos a amar como tú nos has
amado: hasta la cruz.
• Jesús Hermano, te damos gracias por el ejemplo de tu vida y por el
mandamiento del amor que nos has dejado como señal de identidad,
como grito profético y como ideal de vida para siempre.
Sabemos y creemos que tú nos has amado hasta el extremo. Nunca debere-
mos olvidar tu ejemplo.
Si tú has llamado hijos a tus discípulos, eso significa que ellos son herma-
nos entre sí. Que somos hermanos. Y que solo el amor puede ser la señal
para reconocernos y hacernos reconocer. Danos tu luz para que compren-
damos el signo y el significado de esa entrega personal.
• Jesús Señor, mira con piedad a esta sociedad nuestra que ha caído en la
trampa de sustituir el ideal y la práctica de la fraternidad por el simple
pacto de la solidaridad.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Perdona nuestro egoísmo y la indiferencia con la que pasamos al lado de


los demás. Perdona nuestros pecados de omisión y prepara nuestro corazón
para llevar a cabo la misión que tú nos has confiado.
Te lo pedimos a ti, que vives, y reinas y nos guías con amor, por los siglos
de los siglos. Amén1.

1  Para ampliar este tema puede verse J. R. Flecha, “La caridad”, en Virtudes para una vida buena, Secre-
tariado Trinitario, Salamanca 2018, 137-171, y también J. R. Flecha, Amor y alegría. El fruto del Espíri-
tu, Secretariado Trinitario, Salamanca 2019.

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“Les he dado el ejemplo…”
(Juan 13, 1-15)
Servir a los demás como lo hizo Jesús

■■ Rosa Suazo, hma


Miembro del Consejo de Dirección y Redacción de Testimonio

Introducción
Una jornada de retiro, de encuentro con el Señor y consigo mismo, es una
oportunidad que nos puede ayudar a profundizar un poco más la compren-
sión de nuestra vida religiosa; no de manera aislada, sino en contacto con-
creto con las alegrías, las penas y la ansiedad de la humanidad, para buscar
los caminos que el Señor nos presenta para ser sus testigos y servir mejor a
los hermanos. Se trata de escuchar la Palabra de Dios en las escrituras y su
voz en el grito de los pobres. La verdadera espiritualidad consiste en rela-
cionar la una con la otra de manera significativa.
También nuestra mirada concentrada sobre el mundo no deberá cerrarnos
los ojos delante de las realidades crudas en las cuales vivimos: corrupción
y violencia, injusticias y abusos, búsqueda de sentido.
Pero el misterio es que, a través de cada evento y situación, el designio de
Dios se cumple y su fin viene realizado. Aún de un mal, Él puede sacar un
bien. Su Espíritu está obrando cuando las estructuras no son significativas,
cuando se debilitan las vocaciones y nuestros sistemas de valores son de-
safiantes. Él pasa por alto nuestros intereses y nos obliga a interrogarnos, a
tener claros los desafíos para que nuestra vida religiosa responda a ellos a
través del testimonio y el servicio concreto y generoso.
Jesús, el Hijo de Dios, el Rey de reyes y Señor de señores, nunca se colocó
en una posición por encima de los demás. Él amó y sirvió humildemente,
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

dirigiendo y enseñando a los perdidos. Él alimentó a miles, sanó a los


enfermos y levantó a los muertos. Él pasó tiempo con aquellos que nadie
quería gastar el tiempo.
Jesús da un ejemplo para que nosotros lo podamos seguir. Después de la-
var los pies de sus discípulos –un acto de amor, humildad y servicio–, les
animó a seguir su ejemplo de servirse unos a otros: “Les he dado el ejem-
plo, para que hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes” (Juan 13, 15).

I. Jesús realizó algo impresionante


El Padre había puesto todas las cosas bajo su dominio. Tenía el dominio
completo, autoridad y poder. ¿Qué hizo Jesús con este poder? Realizó un
acto sencillo y profundo: “Se levantó de la mesa, se quitó el manto y se
ató una toalla a la cintura. Luego echó agua en un recipiente y comenzó a
lavarles los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que llevaba a
la cintura” (Juan 13, 4-5). No apareció ningún esclavo, el que apareció fue
Jesús. Se humilló. Lavó los pies de todos. Usó todo su poder para servir.
Jesús sabía bien quién era y no necesitaba el poder para completar su iden-
tidad. No hizo mal uso del poder y no lo manejó para sentirse importante o
llenar un vacío en su vida. Podemos usar mal y abusar del poder cuando no
sabemos realmente quienes somos, no tenemos clara nuestra identidad y a
quién tenemos que ser semejantes.
Cuando nos fijamos en la vida de Cristo constatamos que refleja su amor
por la humanidad y que este debe ser nuestro mayor deseo también. Jesús
recomienda su manera de actuar como modelo de vida para sus seguidores.
Por eso exige que prestemos atención a su comportamiento y nos esfor-
cemos en imitarlo. “¿Entienden esto?... les he dado el ejemplo para que
hagan lo mismo que yo he hecho con ustedes… Dichosos serán si lo ponen
en práctica” (Juan 13, 12.15.17).

II. Jesús muestra el modelo de mansedumbre, humildad, ser-


vicio y amabilidad fraternal

Jesús hace una exposición dramatizada de la grandeza de su amor: ofreció


su servicio a gente que no lo merecía, que lo abandonarían, incluso ofreció
su servicio a Judas. Demostró que el amor divino llega hasta las últimas
consecuencias: “Los amó hasta el fin”.
Es probable que este gesto de lavar los pies fuera provocado por alguna
mala conducta de los discípulos. Quizás estaban discutiendo en qué orden
se debían sentar a la mesa o quién debía ser el siervo que lavase los pies
de todos. Lucas en su evangelio nos relata que tuvieron un altercado sobre
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 59

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

quién sería el más importante (cf. Lucas 22, 24-27). Los discípulos estaban
dispuestos a pelearse por un trono, pero no por una toalla. No era proba-
ble que alguno tomase la toalla para lavar los pies de su compañero. Ellos
preferían sentarse a comer sin lavarse, antes que estar limpios. Lo que nos
cuesta entender es el mensaje central: Jesucristo sirve y da su vida por los
pecadores. Su humillación lo engrandece una vez más y de aquí nace el
modelo del Siervo, el modelo del pastor, el modelo del discipulado.
A partir de los criterios de nuestro mundo se hace difícil hacer lo que el
Señor hizo. Jesús deja claro que su humildad no ignora quién y qué es.
Su humildad es la de un rey, la de un ser divino. No solemos ver esto en
nuestras mentes y rendirnos en adoración. Los modelos aprendidos muchas
veces son otros y distorsionan nuestra comprensión.

III. ¿Y nosotros?
Nosotros estamos llamados a ser “memoria viviente del modo de existir y
de actuar de Jesús” (Vita Consecrata [VC] 22). La Vida Consagrada nace
de la memoria de Jesús y existe en su nombre.
La respuesta a este llamado nos permite tomar conciencia de que hemos
iniciado un camino de seguimiento de Cristo para dedicar toda nuestra
vida a él, con radicalidad, en comunión con hermanos/as, asumiendo su
misma forma vida. Lleva dentro la experiencia del encuentro con él y es
testimonio de aquel que está vivo (cf. Lucas 24, 23). El Espíritu ha graba-
do las palabras y gestos de Jesús en el corazón de quien se consagra. Por
eso en nosotros se puede reconocer al Maestro.
La Vida Consagrada es memoria viva de aquellos primeros discípulos que
siguieron al Maestro por los caminos de Galilea. Vivieron la pobreza y
disponibilidad de quien “no tiene donde reclinar la cabeza” (Lucas 9, 58);
no se ataron a ningún vínculo social, ni de raza, ni familiar, pues su familia
la forman ahora “los que escuchan la palabra de Dios y la guardan” (Lucas
11, 28). Les movía la misma pasión que ardía en Jesús: la voluntad del Pa-
dre y la suerte de los últimos.
La Vida Consagrada es memoria de aquella primera Eucaristía que se
actualiza, no solo en cada celebración, sino en la entrega cotidiana. La
Eucaristía nos adentra en la comunión de vida con él, de tal manera que
vivimos en su misma dinámica de entrega; y no solo eso, sino que en la
comunión con él recibimos el don de la comunión con todos aquellos a los
que él se entrega. El don de la comunión se convierte en misión.
La Vida Consagrada está llamada a encarnar la Buena Noticia en el segui-
miento de Cristo, a hacer propia la forma de existir y de actuar de Jesús.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Significa continuar la misión de Jesucristo en el mundo extendiendo el


Reino de Dios en medio de la sociedad.
Como consagrados/as somos un “don del Padre” que se muestra en las di-
ferentes expresiones de vida religiosa y, de forma particular, en la entrega
y el servicio a los hermanos.
Es muy importante que como cristianos, sigamos el ejemplo de Jesucristo.
No importa dónde o con quién estemos. Por nuestra consagración estamos
llamados/as a hacer de nuestros espacios, lugares de la presencia de Dios.

IV. El servicio es nuestra misión


Jesús no dice a los Apóstoles que formen un grupo exclusivo, un grupo de
élite. Hoy nos llama a salir de nuestro encierro. Nos invita a estar siempre
en salida, para ser fermento de Dios en medio de la humanidad. Nos invita
a romper el miedo e ir a la “otra orilla”
A partir de ese don maravilloso de la vocación es que se puede “anunciar y
llevar la salvación de Dios a este mundo nuestro, que a menudo se pierde,
necesitado de tener respuestas que alienten, que den esperanza, que den
nuevo vigor en el camino” (Evangelii Gaudium 114). ¡Qué linda forma de
servir a la que nos llama Jesús!
De una sola cosa tenemos necesidad: de mirar la vida de Jesús, su manera
de vivir el designio del Padre. Jesús andaba en medio de la gente, se aso-
ciaba a las personas sencillas; predicaba, curaba, animaba y transformaba
la vida de los pecadores.
Los religiosos y religiosas estamos al servicio de la comunidad cristiana,
no solos o independientemente, sino como comunidad religiosa y con el
testimonio concreto del amor fraterno. Así puede ser vivida la santidad a la
que estamos llamados todos, en la entrega alegre y generosa a los herma-
nos y hermanas. La espiritualidad del discípulo, consagrado, misionero, se
desarrolla interactuando con la gente, ayudando a la comunidad a crecer en
la fe, en medio de las tensiones y conflictos.
Nuestro desafío es el de la misión compartida, desafío que exige aprender
a ser animadores para guiar las relaciones comunitarias hacia la paz y la
armonía, siempre sembrando alegría, siendo cercanos con los enfermos y
sufrientes, ofreciendo compasión y ayuda; siempre llenos de trabajo y, sin
embargo, siempre prontos a afrontar oposición o rechazo.
Nosotros gozamos con quien goza de la alegría de una fiesta y comparti-
mos el dolor de quien llora la muerte de una persona querida.
El consagrado puede sentir cansancio en la actitud de compasión y ayuda
a quien tiene necesidad, pero ofrece todo para unirse al sufrimiento del
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

otro. La Vida Consagrada es una vocación, no una carrera. La gente quiere


ver en el consagrado/consagrada, la persona que comprende el significado
de la propia vocación: ser un signo transparente, un ejemplo de quien ora,
de quien sirve porque ama. La evangelización no reclama alguna supe-
rioridad. Son más bien personas que sienten la necesidad del perdón, de
acoger la misericordia que nos viene del Padre. Es como una voz que grita
en el desierto, la voz del que siente la necesidad de aquel mensaje de amor
y perdón.
Un testimonio elocuente y un compromiso generoso de servicio sería:
1. Estar cercanas y cercanos al dolor humano (físico, psicológico, espiri-
tual); estar cerca de la angustia social, del dolor de una comunidad; no
para demostrar generosidad, sino para ser verdaderamente una ayuda.
Compartir la agonía de la gente en toda su intensidad, responder del
mejor modo que sea posible, buscar hacer camino en la comprensión
profunda de las personas en cada contexto. Sentir la responsabilidad de
responder de modo nuevo, creativo, atento y humilde a las necesidades.
2. Estar cerca de los más pobres, de sus necesidades concretas, de sus an-
siedades, de sus problemas en general; cerca de sus maneras de vivir la
solidaridad y el desprendimiento, de su experiencia de fe.
3. Estar cerca de los hermanos y hermanas creyentes sencillas, que viven
en profundidad su fe, en medio de las alegrías, esperanzas y dificultades
de cada día. Ellos tienen mucho que enseñarnos.
4. Estar cerca de las nuevas generaciones para animar los proyectos, idea-
les y aspiraciones que buscan sentido, desplegando sus capacidades y
talentos en bien de los demás.
La Misión nos invita a salir de nosotros mismos y caminar al lado de otros.
Quien pone a Cristo en el centro de su vida se des-centra. Estamos al ser-
vicio de Cristo y de la Iglesia.
Condición indispensable para un servicio auténtico a los demás es ser hu-
mildes. Cristo nos invita a colocarnos con humildad junto a los elegidos de
Dios: los pobres, los lisiados, los cojos, los ciegos, las personas difíciles e
irritantes; estar al mismo nivel que ellos para encontrarnos a nosotros mis-
mos. Nos invita a estar en medio de aquellos que Dios ama con especial
ternura y compartir con ellos mesa y amistad.
Una reflexión rápida es suficiente para darse cuenta de que todo lo que
somos es un regalo de Dios: vida, belleza, fuerza, inteligencia; cualidades
que hemos recibido de él. Nada es nuestro, no hay nada de lo que poda-
mos presumir. Mostrar el regalo de Dios como si fuera algo propio no es
solo malo, sino ridículo. Los que hacen alarde de las cualidades que han
recibido para imponerse a los demás, aunque sea realizando un servicio en
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

favor de ellos, son víctimas de la locura. Los dones de Dios nos son dados
para que, a su vez, podamos hacer de ellos un don a los hermanos y her-
manas. Humilde es quien, siendo muy consciente de sus talentos, aptitudes
y habilidades, se pone al servicio de todos. Considera a los demás como
maestros por la presencia de Dios en sus vidas. La humildad es grata a
Dios. Él se complace cuando aceptamos nuestra condición de criaturas y
de hijos suyos y establecemos la forma adecuada de relación con él y con
toda la creación.
Por el contrario, la falta de humildad destruye nuestra armonía interior y la
del universo, y esta ruptura no puede ser agradable al Creador. Es por eso
que en el Eclesiástico leemos: “Cuanto más grande seas, más humildemen-
te deberías comportarte, y así encontrarás el favor del Señor” (Eclesiástico
3, 18); y en el Evangelio: “Todo aquel que se ensalce será humillado, y
el que se humille será ensalzado” (Lucas 14, 11). ¿Por qué la humildad
es agradable a Dios? Precisamente porque la persona humilde no busca
suplantar a Dios, “ser como Dios” o considerarse un superhombre o un
hombre sabio por encima de los demás. Análogamente a lo que ocurre con
la semilla en la tierra, una persona humilde ha pasado por un proceso que
ha exigido algunas muertes y cambios, una pérdida de ego, y ha crecido
hasta convertirse en un tipo de persona maravillosamente enriquecedora
para otros.
La persona humilde agrada a Dios porque no considera a Dios como un ri-
val, sino como padre y amigo, y así mismo se presenta ante los hermanos,
con amor generoso y sencillo.

V. María servidora invita al servicio


En la mariología actual encontramos subrayado el aspecto de María como
servidora de los demás, lo cual remite al evangelio de Lucas en la visita-
ción de María a Isabel (cf. Lucas 1, 39-45) y, sobre todo, al magníficat (cf.
Lucas 1, 46-56). El amor a María se debe expresar también en actitudes de
servicio, especialmente a los más pobres y sencillos. María es una mujer
liberadora en la causa del Reino.
María, servidora humilde y fiel, nos invita al servicio sin alardes y con
alegría. A ella le pedimos nos enseñe a vivir en esa actitud constante de
maternidad oblativa, de fraternidad generosa, de filiación confiada y atenta
a las necesidades de los hermanos.
Terminemos meditando las siguientes oraciones:
María, mujer en contemplación del misterio de Dios en el mundo y en
la historia, mujer diligente al ayudar con prontitud a los otros, y por
esto modelo de cada discípulo-misionero… nos acompañe con su mirada
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

materna (Papa Francisco, homilía en la apertura del Año de la Vida Consa-


grada, 29 de noviembre de 2014).
Dios Padre nuestro,
tú nos has alimentado con tu Palabra y enviado a amar y servir,
y nos has llamado a ser testigos de tu amor a los hermanos y hermanas.
Conociendo nuestra pequeñez, nos elegiste para cantar el canto de tu
amor, el himno de tu misericordia, el himno de tu justicia.
Guía nuestro camino, Señor, para aprender de ti la humildad
en el servicio concreto y generoso a todos.
Que las palabras que salen de nuestros labios
sean para invocar la presencia y la acción de tu Espíritu
y así puedan llevar esperanza, consuelo y ternura a quienes más necesitan.
Que no desfallezcamos en el camino.
Ayúdanos a levantarnos cada vez que caigamos.
Que María, Virgen de la Visitación, nos enseñe a acudir a las necesidades
humanas con el fin de socorrerlas, pero sobre todo para que lleven a Jesús.
Enséñanos a proclamar las maravillas que el Señor hace en el mundo,
para que todos los pueblos ensalcen su nombre.
Sostennos en nuestras obras a favor de los pobres, de los hambrientos,
de los que no tienen esperanza, de los últimos
y de todos aquellos que buscan a tu Hijo con sincero corazón.

Para la reflexión
1. Jesús ofreció su servicio a personas que –podríamos decir– no lo
merecían (Pedro que lo traicionó, Judas que lo entregó, los discí-
pulos que lo abandonaron, la gente que le dio la espalda…).
• ¿He tenido la experiencia de haber recibido el servicio desinte-
resado de alguien?
• ¿Y mi servicio a los demás es siempre así?
2. Jesús fue una persona que amó de un modo particular, demostró
que el amor divino llega hasta las últimas consecuencias, por eso
“los amó hasta el fin” (Juan 13, 1).
• ¿He tenido la oportunidad de arriesgarme significativamente
en algún servicio que me ha tocado realizar? ¿Cómo he vivido
esa situación?

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

3. Nosotros estamos llamados a ser “memoria viviente del modo de


existir y de actuar de Jesús” (VC 22).
• En este momento histórico que estamos viviendo como Iglesia
y sociedad, ¿qué espera el Señor de mi compromiso de seguir-
lo y de actuar en todo como él actuó?
• Como consagrados y como Iglesia, ¿cómo podemos ser cada
día memoria viviente de la humildad de Jesús en el servicio a
los demás?

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 65

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Una propuesta hacia la
transformación del corazón
(Mt 5, 43-48)

■■ Sandra Henríquez, cm
Subdirectora de la Revista Testimonio

Motivación
En tiempos recios como los que estamos viviendo, cuando el día a día
adquiere ese tono de incertidumbre e inestabilidad, la pregunta que va
anidándose en nuestro interior es ¿qué pasará mañana? Las revueltas, vio-
laciones a los derechos humanos y saqueos, junto a la nula credibilidad de
nuestros sistemas políticos, sociales y eclesiales nos hacen vivir en actitud
de sospecha hacia cualquier persona que pasa a nuestro lado, hiriendo sin
darnos cuenta la confianza tan necesaria para entablar relaciones profundas
y con sentido. Y en esto tampoco ayudan mucho los medios de comunica-
ción social, siendo las redes sociales el primer nicho para expresar pala-
bras, que si no estamos atentos y atentas pueden ir llenando nuestro cora-
zón de enemigos, perseguidos y perseguidores.
Es en este momento cuando la Palabra de Dios viene a trastocar en
nosotros(as) cualquier atisbo de sospecha, descrédito y difamación mutua.
Es el evangelista Mateo quien nos lanza en boca de Jesús una frase que a
primera vista parece sacada de una espiritualidad pasiva, idealista e inge-
nua: “Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan para que
seáis hijos de vuestro Padre celestial, que hace salir su sol sobre justos
e injustos” (Mt 5, 43-45). ¿Cómo podemos vivir bajo esta sentencia tan
contrastante y revolucionaria que pone como cúlmen del amor cristiano el
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

amor al enemigo? Pero si vamos un poco más adentro del texto esta sen-
tencia se convierte en propuesta para la transformación del corazón.
Amar al enemigo no es simplemente hacer el esfuerzo por tener sentimien-
to de afecto y cariño por quienes nos han dañado o son potencialmente
dañinos, sino, como dice José Antonio Pagola: Cuando Jesús habla del
amor al enemigo, habla de una relación radicalmente humana… Quien es
humano hasta el final descubre y respeta la dignidad humana del enemigo,
por muy desfigurada que pueda aparecer ante nuestros ojos. No adopta
ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud positiva de
interés real por su bien (El camino abierto por Jesús. Mateo 1, pp. 73-74).
Rogar por los que nos persiguen es aún más transformante, porque requie-
re tener el corazón humanamente libre para dejar pasar por él toda realidad
deshumanizada, traer a la memoria del corazón a aquel o aquellos que en
condición de deshumanización necesitan ser re-configurados en el amor,
devolverles a su imagen original por medio de nuestra oración. Y esto de
verdad es revolución del corazón, porque el ruego se convierte en ese lu-
gar teológico espiritual restituyente de la dignidad humana, más aún cuan-
do este ruego se tiene que concretar en actitudes de perdón.

Para tu reflexión:
¿Cuán profundamente humano es tu corazón para albergar en él a aque-
llas personas desfiguradas en el amor y hacerles el bien, aunque te hayan
dañado?

I. Primer momento
Volvamos a nuestra propia humanidad, a nuestro interior y recuperemos
esa profunda capacidad que todos tenemos de hacer el bien. Te invito en
este día de retiro a realizar este viaje.

Encontrase consigo mismo. Saber para quienes soy


La propuesta de Jesús de amar a los enemigos y rogar por quienes nos
persiguen tiene como intención volvernos al principio humanizador de la
misericordia, pues, solo así seremos misericordiosos como el Padre (v.
48), que hace salir su sol sobre buenos y malos (v. 45), es decir, que hace
resplandecer su rostro en toda persona, aunque esta esté desfigurada por su
accionar injusto y malo. Somos creados por Dios para el amor y fuera de él
nos perdemos, se oscurece ese sol que resplandece en cada uno, por eso es
necesario volver con confianza a lo que nos estructura, y desde ahí revitali-
zar nuestro proceso de conversión al amor.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 67

Testimonio RETIROS 297.indb 67 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Teresa, la mística de Ávila, nos ofrece como núcleo y fundamento para


vivir en el amor humanizador, la necesidad de conocerse a sí mismo y para
eso nos propone viajar al centro y mitad, a esa habitación central donde
resplandece como sol la identidad divina trinitaria, es decir, el sí mismo, el
espacio interior, “donde suceden las cosas entre Dios y el alma” allí, diría
San Juan de la Cruz, usando en el cántico espiritual la metáfora del manza-
no, se restablece la dignidad primera.
Lo primero que Teresa nos propone para el viaje:
1° Libérate, porque “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mu-
cho y así lo que más os despertare a amar, eso haced” (4M 1, 4-7).
2° Sitúate, desde el mayor realismo posible, porque ¿Sabéis para cuándo
es muy bueno y cosa en que yo me deleito mucho? Para cuando está au-
sente la misma persona, o quiere darnos a entender lo está con muchas
sequedades, es gran regalo ver una imagen de quien con tanta razón
amamos (C 34, 11).
3° Reconócete, desde lo relacional-afectivo, porque es el impulso que mo-
viliza la vida y solo desde ahí se puede ver la realidad y determinarse:
“Dióme gran fatiga, y como si yo pudiera algo o fuera algo, lloraba
con el Señor y le suplicaba remediase tanto mal”….“Me determiné a
hacer eso poquito que era en mí...” (C1, 2).
4° Fortalece y ensancha tu conciencia espiritual (cf. Romanos 12, 2).
Acostúmbrate a la soledad. “Esta ha de ser el cimiento de esta casa”
(C4, 9), pon los ojos en Cristo nuestro Bien (1M2, 11) y en el Centro
que es la pieza o palacio donde está el Rey (1M2, 8) para así cono-
cernos en verdad. Finalmente, pon los ojos en el verdadero y perpetuo
Reino que pretendemos ganar (V15, 11), pues necesitas saber para
quién eres, y así el viaje no se convertirá en una introspección narcisista
para lograr solo tu desarrollo humano, sino que irá cargado de vida en
el Espíritu.

Para la reflexión:
1. En este viaje al encuentro contigo mismo(a) para revitalizar tu llamado
a amar con entrañas de misericordia, ¿cómo se va armonizando en tu
vida la experiencia de soledad, presencia de Jesús y opción por el Rei-
no y su justicia?
2. La urgencia de Jesús por respetar al ser humano más allá de su accionar
violento o injusto ¿qué resonancias te deja? ¿Qué desafíos de conver-
sión? ¿Desde dónde necesitas iniciar tu viaje?
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

II. Segundo momento


Encontrarse con los demás. Saber con quiénes soy
Te ofrezco como primer paso esta hermosa reflexión de Edith Stein (Teresa
Benedicta de la Cruz) carmelita descalza que murió en Auschwitz.
Ella decía que la unidad personal del ser humano (su ser sí mismo) es su
vocación, es persona espiritual porque está en una libre posición no solo
frente a su cuerpo, sino también frente a frente de su alma, y en cuanto
humanidad es llamada a la relación, a desarrollarse en medio de la comu-
nidad humana donde encuentra su razón de ser (Ser finito y ser eterno,
p. 442); decía también que “estamos en el mundo para servir a la humani-
dad” (Estrellas amarillas, p. 136).
Así entendido, es en la comunidad humana, en su devenir social donde va-
mos adquiriendo identidad; si permanecemos en eso que somos: memoria,
vida, interioridad, podemos recuperar la sanidad en nuestra relación con
nosotros(as) mismos(as) y encarnar humanidad en el corazón del mundo
y ser, como dice el evangelio, perfectos como es perfecto vuestro Padre
(v. 48).
Cuando ponemos en el centro la semejanza con Dios en el amor y la comu-
nión que configura a cada ser humano, podemos vivir la experiencia fas-
cinante de una vida libre y, a partir de ella, encontrarnos con el Otro y los
otros sin miedo, sin deseos de dominio ni de servilismos.

Para la reflexión:
1. ¿Cómo vas acogiendo la realidad que se te presenta día a día?
2. ¿Qué poderes y servilismos vas reconociendo en ti que no te dejan des-
encadenar humanización?
El proceso de humanización no pasa por perdernos en nosotros(as), sino en
encontrar a Dios en los otros; no es la búsqueda del yo lo que nos libera,
sino el encuentro con el “tú” en un colectivo.
Nuevamente te puede ayudar Edith Stein. Cuando quiere proponer el prin-
cipio de la complementariedad varón/mujer, utiliza el recurso de la ima-
gen para remitirnos a esa capacidad de estar uno frente al otro: Se puede
pensar en una imagen de espejo en la que el hombre puede ver su propia
naturaleza. Por eso las traducciones hablan de una ayuda semejante a él;
se puede pensar también en un complemento… en que las dos partes se
corresponden; pero no en un sentido pleno, sino de tal modo que se com-
pleten mutuamente como una mano con la otra.
Ambas imágenes, ayuda y espejo, nos dicen que recién cuando nos en-
contramos en reciprocidad se supera el vacío de la soledad humana, que
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

claramente no cubre Dios, porque, como dice el libro del Génesis (2, 18),
no es él la compañía que el hombre necesita, sino el distinto a mí y sin em-
bargo idéntico en rango y naturaleza.
Esta antropología iluminada a la luz de la fe que propone Edith podría
configurar tus opciones personales, direccionar tus intereses y situarte
más allá de cualquier principio religioso, porque toda la realidad humana
y cada persona es tu espejo, tu mano, tu “sí mismo”, es decir, tu propia
naturaleza trinitaria. En el otro te ves figurado o desfigurado. ¿Podríamos
entonces odiar a nuestros enemigos, hacerles mal si en cada uno de ellos se
refleja mi propia naturaleza divina y mi propio rostro?

Para la reflexión:
¿Qué “resplandores” poseo que irradian perdón y amor en mis relaciones,
engrandeciendo a mis prójimos?
El imperativo de Jesús ama, ruega por tus enemigos, se convierte en este
momento de tu retiro en llamada a amarte, hacerte próximo, a compartir
desde la empatía, como dice Edith, fragmento a fragmento creando un
nosotros que hace resplandecer lo esencialmente humano y nos permite,
entrar en la raíz del amor/caridad, hasta el extremo.
“Yo siento mi alegría y empatizando percibo la de los otros y veo: es la
misma… Fragmento por fragmento coincide, ciertamente, aquella alegría
fugitiva con la mía realmente viva y, en una realidad tan viva como yo
siento la mía, ellos sienten la suya; lo que ellos sienten lo tengo yo ahora
intuitivamente frente a mí, obtiene cuerpo y vida en mi sentimiento, y del
yo y del tú emerge el nosotros como un sujeto de grado más elevado….
Pero yo y tú y él permanecen contenidos en el nosotros, ningún yo, sino un
nosotros es el sujeto de la empatía (Sobre el problema de la empatía, Ciu-
dad de México: U. Iberoamericana, 1995, p. 42).
Dejo para tu reflexión el texto Evangélico que nos ha acompañado este
día, Mt 5, 43-48, vuelve sobre él y deja resonar en ti estas palabras: Padre,
amor, hijo, humanidad, perfecto, malos-buenos, justos-injustos, sol-lluvia.
¿Qué nuevos ecos te proponen? ¿Qué nuevas formas de vivir tu cristianis-
mo, tu Vida Consagrada y vocación laical hoy?
A María, la mujer que llevó en su vientre la humanidad completa, que amó
y perdonó en la cruz de su hijo a quienes no sabían lo que hacían, porque
estaban fuera de sí, habían perdido humanidad, complementariedad, iden-
tidad; a ella, que día a día nos va enseñando cómo amar, le pedimos nos
acompañe en el camino de la vida… Dios te salve María…

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Descubrir y asumir las
sombras activas en el mundo
■■ Julián Riquelme, o.p.
Miembro del Equipo de Dirección y Redacción de Testimonio

Invocamos al Espíritu Santo para que sea nuestro principal maestro en este
retiro. Él es Señor y dador de vida, padre de los pobres, que ora en noso-
tros, celebra con nosotros los sacramentos y nos da la vida eterna.
Durante el retiro invoca con tus palabras al Espíritu Santo o al Padre o
al Señor Jesús: al que tú quieras, porque ninguno de ellos es envidioso
del otro.

I. Abramos el evangelio
1. Juan Bautista presenta a Jesús (Juan 1, 29-34)
29Juan Bautista vio acercarse a Jesús, y dijo: “Este es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo. 30A Él me refería, cuando dije: Después de
mí viene un hombre, que me precede, porque existía antes que yo. 31Yo no
lo conocía, pero he venido a bautizar con agua, para que Él fuera manifes-
tado a Israel”.
32Y Juan dio este testimonio: “He visto al Espíritu descender del cielo
en forma de paloma, y permanecer sobre Él. 33Yo no lo conocía, pero
el que me envió a bautizar con agua me dijo: ‘Aquél sobre el que veas
descender el Espíritu, y permanecer sobre Él, ése es el que bautiza en el
Espíritu Santo’.
34Yo lo he visto, y doy testimonio de que Él es el Hijo de Dios”.
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

2. Comprensión inicial
El texto fue redactado en Jerusalén hacia el año 100. Pretende que los des-
tinatarios crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan
Vida en su Nombre (Juan 20, 31).
¿Qué significa creer en Jesús en el Evangelio de Juan? Incluye, por lo me-
nos, tres requisitos:
Primero: Vivir la misma experiencia en el Espíritu que experimentó Jesús:
“Yo rogaré al Padre, y Él les dará otro Paráclito, para que esté siempre
con ustedes: el Espíritu de la Verdad […] estará en ustedes” (Juan 14,
16. 17b).
Segundo: Identificarse como amigo con la persona de Cristo a través de su
palabra: “El que me ama será fiel a mi palabra, y mi Padre lo amará; ire-
mos a él y habitaremos en él” (Juan 14, 23).
Tercero: Practicar la enseñanza de sabiduría, que invita a amar como Jesús
a las otras personas: “Les doy un mandamiento nuevo: ámense los unos a
los otros. Así como Yo los he amado, ámense también ustedes los unos a
los otros. En esto todos reconocerán que ustedes son mis discípulos: en el
amor que se tengan los unos a los otros” (Juan 14, 34-35).
¿Cuál es el propósito más profundo del Buen Padre Dios al propiciar la fe
en Cristo? Que nosotros tengamos vida en su nombre, es decir, en su per-
sona (Juan 20, 31b).
Porque en Jesús, palabra de Dios encarnada, “estaba la vida y esta vida
era la luz de los seres humanos” (Juan 1, 4; 8, 12). Cuando lo aceptamos,
vamos revistiéndonos de luz y liberándonos de las tinieblas (Juan 1, 5),
crece la vida nueva en nosotros y es vencida la muerte (1 Juan 3, 14-18).

3. “Este es el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”


(Jn 1, 29)
En casi todos los ritos occidentales de la Misa se proclaman estas pala-
bras antes de comulgar. Tienen un hondo significado, que a primera vista
no se percibe. En primer lugar, la expresión “Cordero de Dios” posee una
larga historia. Se refiere a la cena pascual de los israelitas, que recordaba
la liberación de Egipto, realizada principalmente por el amor de Dios. Se
celebraba como “caminantes”, “viajeros” y “peregrinos” (se puede leer
Éxodo 12, 1-8.11-14).
El profeta Isaías con la misma expresión describe la misión del pueblo me-
siánico. Es el Siervo de Yahvé, que asume el sufrimiento por amor para li-
berar a todos: “Al ser maltratado se humillaba y ni siquiera abría la boca:
como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

la esquila, él no abría la boca” (Isaías 53, 7). En el Nuevo Testamento el


Bautista señala a Jesús como el “Cordero de Dios”.
Por su parte, el Apocalipsis presenta a Cristo resucitado con los rasgos de
un cordero degollado (Apocalipsis 5, 6.12; 13, 8), pero vivo y glorioso
(Apocalipsis 5, 8.13; 7, 9s; 14, 1).
En resumen, Jesús es el centro de la nueva Pascua, el Señor de la historia
(Apocalipsis 1, 6. 16s; 14, 10), que invita a los seres humanos a seguirle
(Apocalipsis 7.17; 14, 4; 15, 3) para celebrar juntos un gran banquete de
bodas (Apocalipsis 19, 7.9; 21, 9)1.
En segundo lugar, lo que quita el Cordero de Dios es el “pecado del mun-
do”. “Pecado” (del griego hamartía) aquí no tiene el sentido de una ofensa
a Dios ni tampoco el de una transgresión a un precepto, sino el de “errar
el blanco”, no lograr la plenitud esperada en un crecimiento, no alcanzar
la plena fidelidad a la alianza. En el fondo es una situación de lejanía de la
amistad con Dios y de la unión con la comunidad. Este término y sus sinó-
nimos se encuentran relacionados con sus respectivos opuestos en el Evan-
gelio de Juan, de la manera siguiente: claridad y sombras, luz y tinieblas,
amor y odio, vida y muerte, verdad y mentiras, libertad y esclavitud. De
modo similar el apóstol Pablo opone también gracia y pecado, don y delito
(cf. Romanos 5, 15).
Las anteriores oposiciones ocurren en un proceso interior en todas las
personas y colectividades: así su interioridad alberga al inconsciente co-
lectivo, que hace caminar a los seres humanos entre la luz y las tinieblas;
el Espíritu Santo es quien ayuda a preferir las sendas que conducen hacia
la plenitud (cf. Juan 16, 8-11). Cuando se acepta la Pascua de Jesús, hasta
el mismo “Príncipe de este mundo”, que no es una realidad personal sino
simbólica (P. Arturo Sosa, SJ)2, es echado afuera: “Ahora el Príncipe de
este mundo será arrojado afuera; y cuando Yo sea levantado en alto sobre
la tierra, atraeré a todos hacia mí” (Juan 12, 31-32; 14, 30).
Por último, al afirmar Jesús que “Ninguna cosa externa, que entra en el
hombre, puede mancharlo; lo que lo hace impuro es aquello que sale del
hombre” (Marcos 7, 15), permite tomar conciencia de que Dios no manda
practicar ninguna ley de la pureza, sino preocuparse del amor al prójimo
(Marcos 7, 21-23). Por tanto, el pecado no ofende a Dios, sino que daña a
uno mismo y a nuestros prójimos. Razón tiene entonces el Concilio Vatica-
no II, al considerar el pecado como una disminución del ser humano, pues
le impide alcanzar la propia plenitud (cf. Gaudium et Spes 37).

1  Cf. X. Léon-Dufour, art. Cordero de Dios, en Diccionario del Nuevo Testamento, Ediciones
Cristiandad, Madrid 1977, p. 154.
2 https://www.infocatolica.com/?t=noticia&cod=35608

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 73

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

4. Conclusión
Si, por un lado, hay una convocatoria a la vida plena hecha por Dios, y,
por otro lado, el pecado del mundo es un conjunto de obstáculos que impi-
den el crecimiento de las personas y de los grupos, quiere decir, que estos
experimentan consciente o inconscientemente una tensión, una desarmo-
nía, un refrenar el camino hacia la felicidad.
Pregunta: ¿Qué tensiones descubres a) dentro de ti mismo; b) en tu comu-
nidad; c) en tu país?

II. La experiencia del Espíritu Santo (Juan 1, 32-33)


El Precursor reconoce en Jesús a aquél que tiene el Espíritu Santo, y que
puede entregarlo. Se ve que Juan se dispone interiormente a descubrir al
Mesías cultivando en sí la presencia del Espíritu, para ser después su testi-
go entre la gente.
Esta es la base para la proclamación del Evangelio. El Mesías sigue pre-
sente en la vida de nuestro pueblo, en los procesos históricos, en nues-
tra propia vida, en nuestra historia, pero necesita que personalmente lo
descubramos.
Si el Pecado del mundo hace que nos habituemos a experimentar una
tensión, una desarmonía, un refrenar el crecimiento hacia la vida plena,
con esto estamos perdiendo energía, fuerza, impulsos que permitirían la
germinación del reinado de Dios en nuestra existencia. Por eso, convie-
ne que, con la luz del Espíritu Santo, revisemos nuestra vida personal
y comunitaria.
Primer paso: ¿trabajo en mi persona y con los cercanos el sentido de igual-
dad con todos los seres humanos?, sea blanco, negro, indígena, varón o
mujer, pobre o rico, sano o enfermo, niño, joven, adulto o anciano, amigo
o enemigo. ¿Trato de desapegarme de la soberbia, que es una forma de
idolatría centrada en el propio yo? ¿Asumo la humildad como actitud fun-
damental del propio crecimiento y del diálogo con otras personas? En las
otras personas está Cristo (Mateo 25, 31-46; 1 Juan 4, 20). Ellos están do-
tados de la misma dignidad mía y nadie se las debe quitar.
Segundo paso: ¿en mi calidad de pedagogo de personas, mi testimonio,
escucha, acompañamiento, deja que ellas sean protagonistas de su propio
crecimiento? ¿Soy sobreprotector o despreocupado de los educandos? ¿En
el momento oportuno dejo que el Espíritu Santo sea el maestro de ellos?
¿Le doy importancia al arte, a la música y al patrimonio en la docencia, la
investigación y la extensión? ¿Prefiero ofrecer instrumentos de aprendizaje
en lugar de doctrinas construidas? ¿Propicio el crecimiento de la concien-
cia crítica en los evangelizandos?
74 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Jesús enseñaba con parábolas para estimular la conciencia crítica de la


gente (Marcos 4, 2).
Es muy humanizante ensanchar la conciencia, porque así las personas pue-
den encontrar hábitos o modelos alternativos.
Tercer paso: ¿invito a los otros a darle importancia a la vida comunitaria?
¿Sea en la familia, en el trabajo en equipo y en la ayuda mutua? ¿Evito
el individualismo y el sectarismo? ¿Hago de la amistad y el amor la raíz
de los trabajos en común? ¿Practico la aceptación mutua en el grupo, res-
petando el carácter y el quehacer de cada uno? ¿Propicio primero el bien
común antes que el particular? ¿Suplo a los demás, si es necesario, en su
trabajo? ¿Ayudo a quienes están sobrecargados? ¿Planifico y evalúo con
otros nuestro trabajo?
Jesús llama a vivir y a anunciar el Evangelio en comunidad (Mateo 4,
18-22; 18, 15-20; Lucas 10, 1). Cuando se da más importancia al indivi-
dualismo que a la vida comunitaria, surge la anarquía y las dictaduras en
las sociedades.
Cuarto paso: ¿cultivo el servicio a los demás buscando el crecimiento de
ellos? ¿Proveo a sus necesidades? ¿Expongo la Palabra de Dios a otras
personas? ¿Oro por quienes más sufren? ¿Pido la opinión de otros para
servir mejor? ¿Estimulo las responsabilidades de quienes se acercan a mí?
¿Fomento la colaboración de todos en pro del bien común? ¿Promuevo
siempre y de distintas formas la humanización y la ecología?
Jesús sirve a sus discípulos y les pide ser servidores de todos (Juan 13,
1-15; Mateo 10, 42-45).

III. Una mirada al fondo de los procesos


Jesús dice: “Busquen el Reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se les
dará por añadidura” (Mateo 6, 33).
Miremos cada uno de nuestros países de América Latina y El Caribe (en
mi caso Chile): ¿qué injusticias están ocurriendo? Las encuestas en Chile
señalan las exiguas pensiones de los jubilados y ancianos, los estrechos sa-
larios de los pobres y de muchos de la clase media, y la dispareja atención
de salud. ¿Qué otros ejemplos de situaciones de injusticia puedes agregar
tú que estás haciendo este retiro?
Estas situaciones injustas impactan en el inconsciente personal y colectivo.
Provocan historias pobladas de hechos que producen temores, vergüenzas,
culpas, resentimientos, iras, frustraciones y hasta traumas. Tales senti-
mientos no son placenteros. El Yo consciente de las personas no las tolera.
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 75

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Ponen a prueba sus “principios” con respecto a sí mismo o a los demás,


pues coartan su sentido de la vida.
Paralelamente varias élites viven distanciadas de los pobres y de quienes
sufren. En ellas el placer, el prestigio, el poder y el dinero no les dejan ver
la luz. No es que estas realidades sean malas en sí mismas, pero las han
convertido en ídolos, pues les entregan prioritariamente su atención (cf.
Mateo 4, 1-11; 6, 24).
Hay quienes sostienen que, social y políticamente, estamos influenciados
por el jansenismo económico. Esta doctrina, si bien inicialmente religiosa,
invadió a partir del siglo XVII parte de la vida social, política, económica
y artística de Europa y después pasó a América del Norte. El jansenismo
económico defiende que los ricos son los que ya están salvados, mientras
que los pobres son los que ya están condenados. ¡Doctrina intrínsecamente
perversa!3
En suma, el “estallido social”, que comenzó el 18 de octubre de 2019, vis-
to desde nuestra fe, es signo de que estamos encerrados en una situación
de pecado, que tensiona, desarmoniza y frena el caminar hacia la humani-
zación plena (Romanos 11, 32).
No todo está perdido. Según Ireneo de Lyon (140-176), en estas situacio-
nes de pecado, supuesta la libertad, Dios persigue la educación y el creci-
miento de los seres humanos (PG 7, 1103-1104).

IV. Hacia la liberación del pecado del mundo


Solo una “conversión” radical de uno mismo, que contagie a los cercanos,
puede liberarnos del pecado del mundo.
He aquí dos sentencias de Carl Gustav Jung:
– “Cada uno lleva dentro de sí una Sombra. Y mientras menos la incor-
pore en la vida propia consciente, más densa y oscura se pone”.
– “Uno no se ilumina imaginando figuras de luz, sino haciendo conscien-
te la oscuridad”.
Para hacer más consciente la sombra personal y colectiva, es necesario
asumirla desde la oración, el diálogo y la práctica. Así los núcleos de vida,
de energía y de cualidades comienzan a formar parte de nuestras personali-
dades y a tener canales de expresión en nuestra vida humana.
Puede haber varios senderos para asumir la sombra y el pecado del mundo,
pero aquí se indican solo tres:

3  Cf. Gastón Soublette, Manifiesto: Peligro y oportunidad, en: https://www.youtube.com/


watch?v=PZBTGgS2Qvs

76 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

1º Admitir que, si hemos provocado consciente o inconscientemente situa-


ciones de injusticia, desde ahora en adelante queremos reparar el daño
causado. Cuando reconocemos que hemos tocado fondo, hemos conse-
guido el 50% de la solución.
2º Buscar con otros la verdad, el proyecto de vida, el pacto social, pues la
verdad no se defiende, sino que se busca. Cuando la defendemos, con
toda probabilidad excluimos a otras personas. En nuestros diálogos no
ha de primar el “ya no” somos lo que éramos, sino el “todavía no” so-
mos nuestra verdad total.
3º Tratar de encontrar en el error de otra persona una verdad cautiva. Por
ejemplo, si otro piensa que para el cambio hay que desconcentrar el
poder y la economía, pedir las razones que fundamentan esta opinión y
aceptar lo que en consciencia vemos claro.

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 77

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¡Como ovejas!
Los envío como ovejas
en medio de lobos
(Mateo 10, 16-23)

■■ Javier González, omd


Formador Casa Formación San Juan Leonardi y Asesor Pastoral Juvenil Leonardina

La experiencia creyente tiene como elemento esencial sacar a la luz la


capacidad de encontrarse. Es un movimiento y actitud que exige “salir
de sí” para relacionarse con Dios y, en consecuencia, con el hermano y el
prójimo. Somos capaces de Dios. Más aún, la fe no es solo un “decir que
crees” sino más radicalmente “creer que crees”. De aquí que el ser cristia-
no sea fruto de un encuentro y experiencia de Jesucristo. Esto es, conocer
y creer en sus dichos y palabras, pero también –y es lo apasionante, desa-
fiante y profético– hacerlo parte de tu propia vida.
Quien está en este redil está llamado y enviado, pero no sin nada, sino con
lo que Dios te dota y sostiene: fe, esperanza y amor. Entonces a caminar…

I. ¡Déjate llevar!
Para orar
Déjate llevar
Todo se mueve y se renueva. Se mueve el sol, la luna y la tierra,
el átomo y la estrella. Se mueve el aire, el agua, la llama, la hoja.
Se mueve la sangre, el corazón, el cuerpo, el alma.
Todo se mueve, nada se repite.

78 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Todo es calma y danza, quietud en movimiento.


Lo que no se mueve se muere,
pero incluso en lo que muere todo se mueve.
Se mueve el Espíritu de Dios,
energía del amor, verdor de la Vida.
Se mueve Dios, el Misterio que todo lo mueve
y lo impulsa al amor y la belleza.
Déjate llevar.
(José Arregui)

Para meditar
La acción de Jesús de enviar a los apóstoles, de animarlos a salir al en-
cuentro de otros, no ha sido antojadiza ni caprichosa. El mismo evange-
lista Mateo relata que precedentemente el Señor lo había llamado a él y a
todos sus hermanos apóstoles confiriéndoles determinados dones para po-
ner al servicio del rebaño (cf. Mateo 10, 1-4). Sin embargo, esta acción de
llamar del Nazareno, al igual que la de enviar, no son palabras en el aire,
sino que se gestan a partir de un sentimiento y actuar divinamente humano
y revolucionario: la compasión. “Al ver a la multitud, tuvo compasión,
porque estaban fatigados y abatidos, como ovejas que no tienen pastor”
(Mateo 9, 36). He aquí que el corazón de Buen Pastor comienza a palpitar
más y más fuerte, al punto que no puede quedarse quieto ante tal conmo-
ción. A partir de esto, enciende el corazón de sus amigos para expandir la
fragancia del amor compasivo. Es la cándida inquietud que taladra la cora-
za de la indiferencia, es la consecuencia del amor.
¿Por qué se dejan enviar? ¿Por qué acogen este mandato? ¡Porque lo reco-
nocen! ¡Porque aman esa voz que los amó desde antes! ¡Porque su voz no
es ajena, sino cercana! ¡Porque quien llama no es el asalariado o un farsan-
te pastor, es el Señor!: “… conozco a mis ovejas, y mis ovejas me conocen
a mí” (Juan 9, 14).
Hay una libre aceptación de parte de quien viene enviado, ya que Dios
hace que todo se remueva, te remueve. Y pasa en la propia vida cuando te
dejas conducir por Dios a la luz de la vivencia de la experiencia más honda
del amor que seduce: “Yo la seduciré, la llevaré al desierto y le hablaré de
su corazón” (Oseas 2, 16).

Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 79

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

II. Cuando aflora todo lo humano


Para orar
Dame un corazón amante, y sentirá lo que digo.
Dame un corazón que desee y que tenga hambre;
dame un corazón que se mire como desterrado, y que tenga sed,
y que suspire por la fuente de la patria eterna;
dame un corazón así,y éste se dará perfecta cuenta de lo
que estoy diciendo.
(San Agustín)

Para meditar
Cada vez que nos enfrentamos a situaciones de denigración, de tortura, de
vejaciones, de abuso, etc., decimos que estamos ante un hecho indigno e
inhumano. Entonces se instala la pregunta y la inquietud por la humani-
zación de lo que no es tal. Es cuando nos aflora todo lo humano. Solemos
decir que es humano pecar, que es humano sentir, que es humano vivir. Y
más allá de reparos o bemoles moralistas, estamos claros que hay un de-
seo de esto, sobre todo cuando la realidad nos hace ponernos delante de
nuestro límite y de nuestra condición. Pero no hay que distanciarse de una
cuestión fundamental: lo más humano es ante todo el amar. Es el piso co-
mún que compartimos y desde el cual no podemos negar lo más preciado
de nuestra humanidad.
Por otra parte, el envío generalmente tiene, junto con la riqueza de la ex-
periencia vital de amar, una vivencia del temor ante lo que se podría aveci-
nar. Pasó así con la joven María de Nazaret, con el carpintero José, con el
profeta Jeremías… ¿y contigo?
El miedo es parte de aquello humano que vivimos, pero que puede ser
trampolín para llevarnos a vivir un amor a medias o imperfecto, como
dice el apóstol Juan: “En el amor no hay temor. El amor perfecto echa
fuera el temor” (1 Juan 4, 18). Por lo tanto, ¡las ovejas no temen al Pas-
tor! Puede que teman a las amenazas o a los peligros que se les pueden
presentar, tal como lo advierte Jesús ante el envío: “Serán entregados…”
(Mateo 10, 17), “serán odiados…” (Mateo 10, 22). Pero al Pastor no se
le teme jamás: “Aunque cruce por oscuras quebradas, no temeré ningún
mal, porque tú estás conmigo: tu vara y tu bastón me infunden confianza”
(Salmo 23, 4).

80 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

III. ¡Como ovejas!


Para orar
Dime quién eres y por qué me visitas,
por qué bajas a mí que estoy tan necesitado
y por qué te separas sin decirme tu nombre.
Dímelo ahora que tiembla todo mi ser en libertad,
ahora que brota mi vida y te llamo como nunca.
Sostenme entre tus manos;
sostenme en mi tristeza,
tú que andas sobre la nieve.
(Himno de la liturgia romana)

Para meditar
Sería bueno preguntarse, considerando mi entorno, quién sería hoy la ove-
ja y quién el lobo. Esto porque en el escenario en que vivimos daríamos
por cierto que de este lado están las ovejas y del otro los lobos. Pero ¿qué
tanto de oveja soy o me queda? Y ¿qué tanto de lobo he asumido? O bien,
¿por qué la tendencia aplica de inmediato un calificativo moral a estos
animales si son solo animales? ¿Por qué ser lobo sería “malo” y oveja
“bueno”, si cada uno hace lo que su instinto le dice? Ahora bien, aplicado
a nuestro ser creyente tiene un claro enfoque simbólico. No canoniza a uno
en desmedro del otro. Es solo la analogía para referir que la aceptación
del dejarse enviar implica de suyo entrar en un camino que puede tener
baches, curvas, desvíos y quiebres. No obstante, con cautela se llega a
buen destino.
Ante esto, ¿Cuál es el paisaje en el que hoy estoy llamado a ello? Y
¿Cómo ser creyente, oveja, hoy?
Sobre lo primero, es la pregunta por el entorno y contexto. Acá es impor-
tante reconocer que hoy el deseo del bien y un anhelo de amor compasivo
no es apetitoso en un clima de sequedad de lo humano, no vende. Estar en
medio de lobos es reconocer diversos peligros que la libertad y la gracia
de la fe implican resolver o sobrellevar. No es ser masoquista, sino actuar
por amor, porque quien ama es capaz de más de lo que cree y piensa. Por
eso que nuestro ambiente (visto desde el rebaño) es una manada de lobos,
un cuadro de hostilidad, que hace que el modo de ser ovejas sea el de estar
siempre atentos a la escucha del Pastor, desterrando toda sordera o dispo-
sición voluntaria a no oír, y mirando lo que acontece alrededor. Todo el
escenario previo para salir al encuentro.
En cuanto al modo de ser ovejas, Jesús invita a ser cuidadosos y prudentes
para no correr el riesgo de caer en la boca del lobo, lo que en otras palabras
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 81

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

sería poner el pie en el freno para no desbarrancarse. Y por otro lado, te


llama a la humildad y sencillez, ícono del que cree y ama a Dios y a la
humanidad. No significa permutar la dignidad y dejarte atropellar ¡Jamás!
Sino dejar que la sangre de la humildad siempre irrigue todo tu ser, ya que
de lo contrario todo se estancaría y correrías el riesgo de que la necrosis se
haga parte de ti. Aunque la manada social no tolere este mensaje, el rebaño
lo custodia y proclama. Es por tanto, el Espíritu, quien pondrá las palabras
necesarias y dará el fresco soplo en los momentos de ahogo y temor. Esto
generará una fe esperanzada, la de ser como ovejas.
Por último, ¿cómo me acerco o hago cargo hoy de las “ovejas con piel de
lobos”? ¿Qué pasa con quienes siendo hombres y mujeres de fe, se han
vestido con piel de lobo, producto de lo inhabitable del rebaño, del des-
encanto, de las situaciones de dolor, etc.? Cuando para muchos son solo
lobos, el Señor sigue viendo y amando a ovejas lastimadas, heridas y des-
encantadas, que más que nunca necesitan de su consuelo, misericordia y
amor. ¡A ellos hoy habla fuertemente Dios! ¿Eres tú acaso una de ellas…?
¿Lo escuchas…?

“Tengan bien presente que debemos estar


dispuestos a escuchar” (Santiago 1, 19).

82 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

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“Soy yo quien os ha elegido”
(Juan 15, 16)

■■ Alejandro Fernández Barrajón, o. de m.


Ex-presidente de la Conferencia de Religiosos de España (CONFER)

No es igual sentir que hemos conquistado algo a que eso mismo nos haya
sido regalado. En el primer caso, nos creemos dueños y propietarios
con derechos, en el segundo caso solo huéspedes y agradecidos. Vivir la
vida y la vocación, sea la que fuere, de una u otra manera, nos cambia
sustancialmente.
Pues bien, no hemos elegido nosotros al Señor, es él quien nos ha elegido a
nosotros, a pesar de nuestra pequeñez. Y nos ha elegido respetando nuestra
historia, nuestra condición y nuestro pecado. A mí me eligió cuando era un
niño, como Samuel, un pastor de cabras, como Amós, y lo hizo en pleno
monte donde solo la naturaleza, mis cabras y yo éramos testigos. Un pas-
torcillo que no iba mucho a la iglesia porque olía a estiércol y mi madre no
tenía mucha ropa para vestirme de limpio el domingo. Las señoras nobles
creyentes y pudientes del pueblo se escandalizarían si me vieran en la igle-
sia con un vestido de pastor remendado y con olor a cabra. Eso sí, nunca
faltaba a la catequesis, porque la señora Juani, mi catequista, miraba con
los ojos del corazón y no se fijaba en apariencias humanas. Mi catequesis
y la naturaleza, que todos los días me hablaban de Dios, fueron los peda-
gogos que me acercaron a Cristo. Y cuando él me vio, me miró y me dijo:
“Tú ven y sígueme” ¡Y cualquiera le llevaba la contraria! Es un experto
seductor y yo me dejé seducir.
Y no pude entenderlo hasta que vi que Dios hace las cosas así y que ha
ocultado esto a los sabios y a entendidos y se lo ha revelado a la gente
sencilla. Y he descubierto también que la iglesia, los hombres de fe, como
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 83

Testimonio RETIROS 297.indb 83 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

las señoras pudientes y devotas de mi pueblo, aún no lo hemos entendido


porque no aceptamos a muchos a quienes Dios elige por su condición es-
pecial, por ser mujeres para el sacerdocio, por ser homosexuales, por ser
pecadores… y por no pensar como dicen las leyes. ¿Pero si Dios nos ha
elegido, quién podrá separarnos de su amor y de su elección?.

I. Buenas noticias para los pobres


Jesús, el Hijo amado, tuvo una obsesión enfermiza, como diríamos hoy los
psicólogos: anunciar el Reino a toda criatura. No quiso fundar la iglesia
católica ni ninguna otra iglesia ni una filosofía ni un movimiento de espi-
ritualidad. No quiso anunciar el Reino de Dios como un regalo. Donde los
cojos andan, los ciegos ven y a los pobres se les anuncia un tiempo de gra-
cia. Hasta ahora nada que ver con el Derecho Canónico. Un Reino de los
descartados y marginados donde los listos del mundo, escribas y fariseos,
lo tuvieran difícil porque ya tienen su recompensa.
Después hemos venido nosotros con nuestros oropeles y prejuicios a decir
lo que está bien y lo que no, lo que es según Derecho y lo que está conde-
nado, quién recoge y quién desparrama. Lo que merecemos con nuestros
currículums y oposiciones y lo que se nos niega por falta de méritos. Y
hemos perdido –este es el drama de hoy– la dimensión de pura gratuidad
del Reino de Dios. Él deja entrar a los que quiere y paga igual a los prime-
ros que a los que se han apuntado a última hora, a los que han pedido el
nihil obstat como a los que no cumplieron ese requisito. Porque a él nadie
puede impedirle hacer con lo suyo lo que quiere ni ser bueno con quien le
place. ¡Faltaba más! Diga lo que diga el Derecho.
La iniciativa es de Dios siempre y tiene una mano muy ancha para dejar
pasar de nuevo al banquete al hijo malgastador o a Zaqueo, el publicano, o
a la pecadora que estaba a punto de ser lapidada. Tal vez porque le tejió la
túnica la virgen María y se la hizo holgada para que estuviera más cómo-
do. Dios es holgado en demasía para nuestra estrechez.
Es él quien nos ha elegido y, si nos ha elegido él, ya podemos tener cuida-
do los hombres con separarnos, excomulgarnos o ponernos mil trabas para
ser de los suyos, de sus discípulos.
Y hoy los hombres de nuestro tiempo no acaban de ver que es él quien nos ha
elegido, porque no somos imagen y semejanza suya, y se van detrás de otros
predicadores oportunistas y facilones que todo lo dan con rebajas y bonos.
Y nuestro drama no es otro que este: haber sido elegidos por él y no ser re-
flejo de él. Tal vez porque lo mostramos más desde el centro que desde las
periferias, desde Betania más que desde el Calvario, desde la conformidad
más que desde la profecía, desde la servidumbre más que desde la libertad,
desde mis conquistas más que desde su voluntad.
84 – Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020

Testimonio RETIROS 297.indb 84 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

II. Elegidos y enviados


Creer que él nos ha elegido es como saberse enviado a ser palabra y gesto
que cuestiona la domesticación religiosa que vivimos, para anunciar que
otra iglesia es posible. ¿Dónde está el mordiente que caracterizó a los
primeros cristianos hasta dar la vida por la verdad, que es Jesucristo? Nos
hemos acomodado a una iglesia que no profetiza, sino que narcotiza; que
ofrece muchos sacramentos en su pastoral, pero vacíos de Jesucristo; que
tiene muchos príncipes, pero pocos pastores; grandes iglesias, pero pocas
comunidades pequeñas donde se viva y se dialogue sobre la Palabra y
sus exigencias.
Él nos ha elegido para que vayamos y demos fruto y nuestro fruto perdure.
– “Para que vayamos”. Hay que ser una iglesia en salida que abandone
los castillos de invierno y se atreva a adentrarse en las estepas frías de
la pobreza y la marginación. Una iglesia del testimonio y la coherencia,
donde Jesús es Palabra de vida que sana, hiere y purifica.
– “Para que demos fruto”. Solo podemos dar fruto desde la unidad del
corazón y la acción. Porque solo siendo uno el mundo creerá. Y porque
un reino en guerra civil no subsiste. Y estamos asistiendo atónitos a una
guerra sin cuartel contra el papa Francisco –por parte de algunos obis-
pos y cardenales que quieren seguir manteniendo privilegios y estatus
de otros tiempos que ya creíamos superados– para acallar sus reformas.
¿Cómo vamos a extrañarnos de que muchos de nuestros hermanos se
cansen y abandonen?
– “Y nuestro fruto perdure”. El fruto perdura con la oración y la entrega
generosa, con la paciencia y la confianza, con la coherencia de vida y
la humildad. Y se destruye con las actitudes que dañan la confianza,
como es el clericalismo –sea de los clérigos o de laicos– en una iglesia
autoritaria y prepotente. Se destruye cuando no anteponemos la Palabra
a nuestra palabra, su Vida a nuestra vida, su Evangelio a nuestro progra-
ma, las Bienaventuranzas a nuestra ideología.
Sentir que Dios nos ha escogido es gozarse en él y proclamar con María
que los poderosos de este mundo tienen los días contados y que Dios se ha
fijado en lo pequeño para confundir a los fuertes; que los abundantes tira-
nos de nuestros pueblos tienen los pies de barro y sus días están acabando
y llega un tiempo de gracia y salvación.
Saber que nos ha elegido es estar dispuesto a no cruzarnos de brazos en la
tarea de construir el Reino, anunciando y denunciando, viviendo y creando
espacios de vida, de libertad y de perdón. Optando por los excluidos y no
dejando fuera de la mesa común a nadie, sea de la condición que sea, por
su manera de ser, de pensar, de sentir, de actuar, de vivir, de soñar…
Revista Testimonio Nº 297 / Año 2020 – 85

Testimonio RETIROS 297.indb 85 10-03-20 10:24


Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Donde la mujer sea llamada a participar de los lugares donde tantas veces
ha sido excluida solo por ser mujer. A pesar de haber sido marcada como
sacerdotisa, profetisa y reina en su bautismo.
Un tiempo de revolución, desde la ternura, porque así es el Evangelio,
tiempo de convertirse y de dar un giro radical en nuestras vidas.
Siempre he creído en la utopía porque la utopía es lo que nos hace vivir
despiertos y en camino. Y todo lo que hoy no es, un día podrá ser por-
que es el Espíritu de Dios, y no nosotros, quien conduce los corceles de
la historia.

III. Una realidad en cambio permanente


Todo está en cambio permanente. La vida es dinamismo en acción. Todo
intento por querer parar el mundo es estéril. Cambiamos nosotros. Nues-
tras células se renuevan sin cesar hasta dejarnos completamente nuevos
biológicamente. Cambia la naturaleza, la climatología, la orografía. Todo
se mueve constantemente interpelado por una llamada, por una extraña vo-
cación de novedad y de encuentro. Es, sin duda, la llamada a la perfección
para el encuentro final con El Perfecto, el Padre de los astros, el Creador;
y con su hijo Jesucristo, el que recapitula todas las cosas. Detenerse es es-
tancarse, debilitarse y morir. La muerte, tal vez, sea simplemente dejar de
cambiar y detenerse para siempre.
Si algo parece evidente es nuestra condición de peregrinos. Siempre en ca-
mino. Si nos falta una meta, un ideal, una utopía, se nos paran los pies del
alma y no sabemos hacia dónde dirigirnos, como turistas despistados que
han perdido el rumbo.
Percibimos en nuestra sociedad, en nuestra iglesia y en la vida religiosa,
síntomas turísticos. Estamos, pero sin saber muy bien dónde. Vamos de acá
para allá sin encontrar nuestro lugar. Decimos –y así nos serenamos– que
estamos en crisis. Nos falta la hondura del peregrino que sueña con las
torres de Compostela –yo he sido peregrino a Santiago y sé muy bien qué
significa descubrir las torres de Compostela después de 800 kilómetros a
pie–, la esperanza del palmero que sueña con Jerusalén o la ilusión del pe-
regrino que sueña con la ciudad eterna.
Digo todo esto para partir de un lugar seguro: que somos eternos peregri-
nos, que no podemos dejar de serlo y que, por tanto, hemos de estar abier-
tos a la novedad, al cambio, a salir de nosotros y de nuestros albergues,
para alcanzar cimas nuevas y horizontes de luz.
Con frecuencia nos viene la tentación de estancarnos, de quedarnos en al-
gún lugar. Es la tentación más frecuente del peregrino. Todavía peor es la
tentación del retorno, de la vuelta atrás; la misma tentación del pueblo de

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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

Dios por el desierto, que solo supo vencer por el anhelo de la tierra prome-
tida, la de la libertad. Solo abandonando la seguridad del albergue llega el
peregrino a Compostela.
En la iglesia, en la vida religiosa hay una tentación indisimulada por dete-
nerse, por no seguir el ritmo de los tiempos y el latido de la calle; incluso,
por volver atrás, tal vez convencida de que los tiempos pasados fueron me-
jores: los de Egipto.
Por suerte la iglesia es pluriforme y la vida religiosa también; y frente a las
tentaciones inmovilistas y las consignas de antaño, hay una iglesia joven,
viva, de vanguardia y martirial, que empuja, con la fuerza del Espíritu, a la
iglesia para que siga siendo vino nuevo en odres nuevos; para que se sienta
peregrina y sueñe con llegar al santuario de Dios, que son los pobres, y los
más pobres de los pobres que son los ricos cuando se fían de su riqueza.
¡Qué bien lo dice León Felipe!
“Ser en la vida romero,
romero solo que cruza siempre por caminos nuevos.
Ser en la vida romero,
sin más oficio, sin otro nombre y sin pueblo.
Ser en la vida romero, romero..., solo romero.
Que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo,
pasar por todo una vez,
una vez solo y ligero,
ligero, siempre ligero”.
Y termina mejor aún:
“Sensibles a todo viento
y bajo todos los cielos,
poetas, nunca cantemos
la vida de un mismo pueblo
ni la flor de un solo huerto.
Que sean todos los pueblos
y todos los huertos nuestros”.
Algunos de nuestros hermanos se asustan de los cambios que ha dado la
Iglesia y, en ella, la vida religiosa desde el Concilio Vaticano II. El susto
sería aún mayor si supieran cuánto va a cambiar en los años próximos para
estar a la altura de los tiempos y codearse con la modernidad si no quiere
ser disecado dinosaurio.
Porque no le hemos escogido nosotros a él… ha sido él quien nos ha esco-
gido a nosotros y nos llevará por sus caminos polvorientos hasta Jerusalén
para saborear, a su lado, el vinagre del calvario y la luz de la Pascua.

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“El Reino de Dios está
entre ustedes”
(Lucas 17, 20-25; Mateo 13, 28-32)

■■ Fredy Peña T., ssp


Miembro del Equipo de Dirección y Redacción de Testimonio

A menudo hemos leído y escuchado por las enseñanzas de Jesús que el


Reino de Dios está por venir y que su llegada es inminente, pero también
se desprende de los evangelios entenderlo como un don de Dios que ne-
cesita de la colaboración del hombre para ser construido. Jesús siempre
quiso en su mensaje dar señales de esperanza y, en ese sentido, la “buena
noticia” a lo largo de su ministerio así lo evidenció. En efecto, no solo sus
parábolas trataron de este Reino, el cual el Padre y su Hijo habían prepara-
do antes de la existencia del hombre en “la fundación del mundo” (Mateo
25, 34), sino también a través de sus milagros y actos de caridad.
En las parábolas del Reino, Jesús explicó lo que nosotros debemos hacer
para entrar en su Reino y cómo serán las condiciones en él. Después de
aleccionar a los Doce, los envió “a predicar el Reino de Dios y a sanar a
los enfermos” (Lucas 9, 2). Luego de su crucifixión y resurrección, Jesús
apareció ante sus discípulos y continuó “hablándoles acerca del reino de
Dios” (Hechos 1, 3). Más tarde, será el propio san Pablo quien predique
las bondades del Reino, lo que implica cómo ha de entenderse (Hechos 14,
22; 19, 8; 1 Corintios 6, 9-10; 15, 24). El Apóstol aludió también a la nece-
sidad de “colaboradores” para construir ese Reino (ver Colosenses 4, 11),
pero también que esta construcción del Reino brota principalmente por la
fuerza renovadora del Espíritu Santo. “Después de todo, el Reino de Dios
no es cuestión de comida o de bebida, sino de justicia, de paz y de gozo en
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

el Espíritu Santo. El que sirve a Cristo de esta manera es agradable a Dios


y goza de la aprobación de los hombres. Busquemos, por lo tanto, lo que
contribuye a la paz y a la mutua edificación…” (Romanos 14, 17-20).
No obstante, el propio Jesús, consciente de que no era fácil entender esta
parte de su mensaje, termina diciéndonos que este Reino, al cual rendi-
mos tributo en nuestra vocación cristiana, se define como un “misterio”.
“Y Jesús les decía: ‘A ustedes se les ha confiado el misterio del Reino de
Dios; en cambio, para los de afuera, todo es parábola, a fin de que miren y
no vean, oigan y no entiendan, no sea que se conviertan y alcancen el per-
dón’” (Marcos 4, 11-12).

I. La vocación como signo del Reino


La llamada de Dios nos pone en camino hacia la construcción del Reino,
insertándonos en la historia del mundo para ser instrumentos de su obra.
Le ocurrió al propio Abram, que para responder a su Señor, se dirigió a la
tierra prometida; Moisés se convirtió en líder de un pueblo, el cual renegó
contra su Dios por carecer de lo esencial para vivir, como tenían en Egipto.
Asimismo, Isaías entrará decididamente como el responsable y encargado
en la gestión de los negocios de Estado. Es decir, el Señor nos elige para
que nos comprometamos en la construcción de su Reino, pero no para se-
cuestrarnos sino para que en nuestra condición de consagrados hagamos
del mundo aquella imagen que Dios tiene de él. Es en la “consagración”
donde se crea el hombre nuevo y responde al proyecto de vida que Dios
quiere. Por lo cual, cuando una vocación se realiza en plenitud, el camino
de la humanidad progresa hacia el cumplimiento de los designios de Dios:
la consagración en el mundo se plasma y manifiesta como signo del Reino.

II. Optar por el Reino trae sus costos


Vivir es escoger; escoger es renunciar; y el compromiso crece en la me-
dida que nos hacemos responsables de nuestra propia vocación. Cuántas
veces por amor al Reino de Dios nuestra vocación se ve probada y cuesta
asimilar que Dios, de alguna manera, permita tal o cual situación para ver
qué tan fieles somos. Si Dios nos llamó para un proyecto concreto, su rea-
lización exige un “costo” de dolor y de gozo, de fatiga y de cansancio, de
hastío y de satisfacción. Sabemos que el gozo es el amigo inseparable del
sufrimiento y, en ese sentido, quien no pasa por el crisol de la hostilidad y
la prueba no puede estar preparado para colaborar y hacer realidad la cons-
trucción del Reino.
Dios ha señalado el camino que debemos recorrer desde su insondable
eternidad. Así lo vemos en Jeremías, quien siente la llamada del Señor
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

antes que se formara en las entrañas de su madre (Jeremías 1, 4-5) y en una


situación histórica bien concreta y penosa (587 a. C., caída de Jerusalén
y deportación en masa de los judíos). Al igual que Jeremías, hemos sido
llamados por Dios a una misión concreta, que busca modelar los signos
de amor de una elección, pero que como toda opción de vida convive con
los binomios alegría/tristeza, gozo/sufrimiento, seguridad/incertidumbre,
luz/oscuridad, mal/bien, etc. Dar a conocer el Reino de Dios por medio de
nuestro testimonio y acciones siempre trae consigo la vivencia de estas dos
caras de la moneda, donde se pone en entredicho la fidelidad real a Dios.

III. El Reino de Dios está “entre ustedes”


Cuando el evangelista Lucas nos señala, en palabras de Jesús, que el Reino
de Dios está entre ustedes, adquiere una dimensión colectiva e individual.
Colectiva porque ese Reino se construye entre todos; individual, porque a
Jesús se le lleva en el corazón. En ambos casos, el entre nosotros está ape-
lando al sentido de mi vida y de la presencia del Reino en mi opción por
Jesús. Pero también es un llamado de alerta para saber hacia adónde va a
parar la historia del hombre y del universo, revelando el tiempo presente
a partir de la persona del Mesías, el Salvador. Es decir, el final de todo no
es el triunfo de la muerte, sino de la vida, que está presente en el Reino de
Dios, bajo el signo de la cruz. Todo quedará claro en el día del Hijo del
hombre (ver Lucas 17, 22), cuya venida llena de esperanza nuestra con-
sagración y a todo creyente, iluminando las decisiones actuales. De este
modo, el Reino de Dios no se sitúa en un lugar ni en un tiempo puntual,
pero sí abarca cada momento y lugar. Se hace realidad donde y cuando el
hombre orienta la propia vida según los criterios de Dios y no de este mun-
do. Por eso somos llamados a hacer realidad el Reino de Dios abandonan-
do toda nostalgia del pasado y ansia del futuro, para vivir el presente con
una vigilancia atenta y expectante.

IV. La palabra de Dios, semilla del Reino


El evangelista Mateo propone la parábola de la cizaña para clarificar que
en el desarrollo y construcción del Reino pueden convivir el mal y el
bien, sin que necesariamente la cizaña arruine todo lo bueno; es más, lo
pone como una condición sine qua non que la instauración del Reino ha
de experimentar. Con frecuencia, en nuestra vida de fe, hemos escucha-
do la frase “sembrar cizaña”, es decir, discordia, rivalidad, malignidad,
etcétera; sin embargo, en tiempos de Jesús indicaba una mala hierba que
podía distinguirse del trigo en el momento en que se formaban las espigas.
Pero que haya tanta como propone la parábola, va contra toda regla, es
fruto de fuerzas adversas. En este sentido, los campesinos que escuchaban
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

a orillas del lago no necesitaban de muchas explicaciones para identificar a


los sembradores de la cizaña, pues los fariseos y líderes del Templo habían
hecho lo suficiente para manifestar que eran los enemigos del reinado de
Dios: ¡cuántas veces criticaron a Jesús por sanar en día sábado! A veces
nuestras acciones también pueden ser “cizaña” e impedimento para la
construcción del Reino.
A través de la parábola de la cizaña, Jesús nos enseña una propuesta del
nuevo ser humano y de la nueva sociedad. Hay que tener la convicción de
que la realidad tangible del mal será siempre compañera inseparable de la
historia de la salvación. Dividir la humanidad entre buenos que hay que
salvar y malos que hay que condenar ha traído consecuencias nefastas. Es
mejor dejar a Dios que sea Dios y entendernos nosotros como “colabora-
dores” de su Reino.

V. El Reino de Dios está cerca


En más de alguna ocasión, Jesús manifestó la necesidad de la conversión
para entrar en el Reino de Dios: “Conviértanse, porque está cerca el reino
de los cielos” (Mateo 4, 17). Es como una llamada y anuncio al mismo
tiempo. La expresión “reino de los cielos” solo se encuentra en el evange-
lio de Mateo y es sinónimo del “Reino de Dios”. De esta manera se expre-
sa el señorío de Dios como rey. Toda la obra de Jesús está en referencia al
Reino y habla de Dios mismo como Señor y rey. Este Reino de Dios está
cerca, pero aún no es una realidad completamente presente. Se vive como
en una tensa espera, es el “ya, pero todavía no” donde Dios no tardará ni
permanecerá oculto por siempre y por eso no abandonará al hombre a su
suerte, y a los poderes de este mundo no les dará la victoria. Jesús escla-
rece la naturaleza de su Reino, sobre todo en su mensaje de Dios como
Padre y en sus acciones de misericordia. Pero también hace un llamado:
“conviértanse”.
Ese llamado es responder a Dios escuchando con atención y confianza las
enseñanzas del Maestro. El movimiento que hemos dado a Dios por medio
de nuestro “sí” responde a aquel que tuvo siempre la iniciativa de invitar-
nos. La conversión es vivida en el seguimiento de Jesús. Quien lo sigue, se
une a él y se somete a ser guiado por él. Esta unión no pretende desvincu-
larlos de los demás, sino prepararlos para una nueva tarea con relación a
Jesús y quienes lo siguen.

VI. Hacia el encuentro del Reino


Los fariseos y maestros de la ley nunca lograron comprender el mesianismo
de Jesús ni menos aceptarlo, ya que aguardaban uno distinto en términos
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

de poder y de gloria. En este sentido, los discípulos también lo pensaban


así. Pero el mesianismo de Jesús evade y desilusiona toda expectativa
humana, sobre todo en su misterio de humillación y de exaltación o el día
de su resurrección. Además, el Señor les señala a sus contemporáneos que
para ver el Reino no se necesita buscarlo en señales recónditas sino que se
deben volcar los ojos en el presente, en el cual estamos llamados a vivir el
amor del Padre con el prójimo: “este es el Reino”. ¿Cuántas veces, tene-
mos la tentación de evadir el Reino presente y cercano, para darle lugar en
otro tiempo o espacio diferente de aquel en el cual nos encontramos?
Como discípulos de Jesús, no podemos dejarnos llevar por cualquier gurú
o profeta de turno, que anuncian un “falso Cristo”. Casi siempre estos
modelos terminan sucumbiendo a su sobreexposición, autorreferencia y
ostentación. En cambio, el Señor es modesto y humilde, y sus huellas son
visibles. Es visible únicamente para el que lo acepta y se convierte a él.
Por consiguiente, para el Reino no es necesario conocer los tiempos ni los
momentos que el Padre se ha reservado; basta discernir el presente como
instancia de conversión y dar testimonio de Hijo en la fuerza del Espíritu.
Por ahora, este es el Reino y no necesitamos saber más. Por eso el hombre
siempre busca otras seguridades y persigue cualquier sombra de esperanza,
ya sea religiosa o laica, porque no tiene fe ni menos confía en Dios, pues
es lo que en definitiva no le permite ver ese Reino, aquí y ahora, que está
presente en medio de nosotros. La fe en la Palabra de Dios hace que cada
uno de nuestros días sea contemporáneo al de Cristo: nos actualiza al nivel
de su tiempo.
Es cierto que actualizamos nuestra fe en la medida que la vivimos por
amor a Cristo; quizá todavía nos falta madurar como cristianos para dar-
nos cuenta de que el Reino es todo lo bonito que podamos imaginar, pero
al mismo tiempo también es la cizaña que no se quiere aceptar. A veces
tenemos la impresión de que el Reino debe ser únicamente felicidad y nos
olvidamos que la felicidad no es ausencia de dolor y sufrimiento. Dice Je-
sús: “¿No era necesario que Cristo padeciera y entrara así a su gloria?” En
este sentido, buscamos el Reino en otro lugar, para evadir el aquí y ahora
del gran misterio de la cruz, que es lo común y lo cotidiano de la propia
vida. En vez de preocuparnos por cuándo vendrá este Reino, ¿no es mejor
pedir a Dios discernimiento para vivir el presente y estar preparados en el
momento de la cruz?
Vivimos en una sociedad que piensa que la felicidad es sinónimo de no te-
ner problemas, enfermedades, fracasos, desgracias, sufrimientos, etc. Aun-
que sabemos que hoy más que nunca hemos de aprender a convivir con el
mal en todas sus manifestaciones. En la parábola de la cizaña, los adver-
sarios de Jesús se escandalizaban ante la aparente impotencia de él y de
sus acciones. Estos pensaban que el Reino debía imponerse por medio de
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Quien los ve a ustedes, que me vea a mi

la fuerza y el dominio. Aquí radica la dificultad que experimenta todo cre-


yente, pues el Reino de Dios se fragua también en la injusticia y, por tanto,
hay que dejar que esa cizaña (injusticia) crezca con el fruto bueno, porque
al final será el Señor quien decida cómo y qué se debe cortar. Solo Cristo,
como justo juez y Rey, tiene el derecho de ordenar la selección final, cuyo
criterio serán los “buenos frutos”. Por ahora, hay que esperar. Por tanto,
la justicia que hace surgir el Reino de Dios se decide en una comunidad
de creyentes que vive su fe en una constante lucha y conflictos. A los que
aún creemos en este Reino de Dios no nos corresponde hacer justicia con
nuestras propias manos y criterios, sino únicamente, por amor al Reino,
debemos “sembrar” la semilla oportuna y necesaria para la construcción
del Reino.

Para la reflexión
1. ¿Cómo se explica la existencia y el crecimiento de la injusticia en
la sociedad y hasta en las comunidades cristianas?
2. ¿Cómo vivimos el poder? ¿Podemos distinguir a la autoridad del
poder en la vida práctica? ¿Somos capaces de ser fermento y luz
para la sociedad?
3. ¿Cómo nos comportamos y qué hacemos frente al mal?

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Editorial 3

Retiros
SANDRA DE LOURDES FLORES VILCHES
“Entrar por la puerta estrecha”
(Lucas 13, 22-30) 5
CARLOS A. ESPINOZA I.
“Haz a otros lo que quisieras que te
hicieran a ti”
(Mateo 7, 12) 12
JOSÉ ANTONIO ATUCHA
Quien los ve a ustedes que me vea a mí 25
JOSÉ MA. GUERRERO
El evangelio de la misericordia.
Déjate envolver en la misericordia
de Dios 36
JOSÉ MARÍA ARNAIZ
Dar razón de nuestra esperanza
(Juan 20 y 1 Pedro 3, 15) 45
JOSÉ-ROMÁN FLECHA
“En esto conocerán que son mis
discípulos” 50
ROSA SUAZO
“Les he dado el ejemplo…”
(Juan 13, 1-15)
Servir a los demás como lo hizo Jesús 58
SANDRA HENRÍQUEZ
Una propuesta hacia la transformación
del corazón
(Mt 5, 43-48) 66
JULIÁN RIQUELME
Descubrir y asumir las sombras activas
en el mundo 71
JAVIER GONZÁLEZ
¡Como ovejas!
Los envío como ovejas en medio
de lobos
(Mateo 10, 16-23) 78
ALEJANDRO FERNÁNDEZ BARRAJÓN
“Soy yo quien os ha elegido”
(Juan 15, 16) 83
FREDY PEÑA T.
“El Reino de Dios está entre ustedes”
(Lucas 17, 20-25; Mateo 13, 28-32) 88

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