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Introducción al Derecho

DERECHO 2021-I

Nota de Introducción al Derecho


Capítulo 7: Contratos

24. Contrato en general

Noción.

El contrato es un acuerdo entre dos o más partes para crear, regular, modificar o extinguir
relaciones jurídicas patrimoniales. El contrato es un tipo de negocio jurídico, cuyas
peculiaridades están en la pluralidad de partes y en la patrimonialidad de su objeto. Es la
más importante manifestación de la autonomía privada.

Las partes pueden determinar libremente el contenido del contrato, si no contradice leyes
imperativas. Pero las normas sobre contratos suelen ser supletorias de la voluntad de las
partes, prevaleciendo así, normalmente, lo que éstas digan.

Los contratos se deben negociar, celebrar y ejecutar según la buena fe y común intención
de las partes. Una vez celebrados, obligan en cuanto se haya expresado en ellos. En
realidad, pueden ser objeto de contrato todo tipo de relaciones patrimoniales, no sólo
obligaciones, pero éstas son sin duda los efectos más importantes de la mayoría de
contratos. Los contratos sólo producen efectos entre las partes que los celebran y, dado el
caso, sus herederos, pero no pueden afectar la esfera jurídica ajena sino en los casos
expresamente permitidos por la ley.

En estricto, el contrato es distinto de sus efectos. Según esto, el contrato debería tenerse
por concluido una vez que se ha celebrado correctamente; lo que subsiste luego sería la
relación obligatoria nacida de él. Pero el uso ha determinado que también se llame
“contrato” a la relación obligatoria, normalmente compleja, surgida de un contrato, hasta
su extinción. Así, se habla de cumplir el “contrato” de venta, de resolver el “contrato” de
alquiler, etc., en lugar de cumplir o resolver las relaciones obligatorias correspondientes.
Lo mismo se hará aquí, de modo que al tratar de los “contratos típicos” se hará referencia

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sobre todo a las “relaciones obligatorias típicas”. De momento se verán algunos aspectos
del contrato como negocio jurídico.

El consentimiento.

Como negocio jurídico, el contrato tiene una estructura constituida por la manifestación de
voluntad, los sujetos, el objeto, la forma y el fin o causa. Si la esencia de todo negocio es
la manifestación de voluntad, en el contrato, que es obra de varios sujetos, tal
manifestación es común a todos los contratantes, y se llama consentimiento. Para que
exista, las partes deben estar totalmente de acuerdo sobre la celebración del contrato y
sobre sus términos.

Normalmente, al consentimiento se llega con la oferta y la aceptación. La oferta es la


propuesta de contratar que se dirige a otro. Desde que es recibida, la oferta liga al
oferente a la aceptación que pueda emitir el destinatario. Pero esa vinculatoriedad de la
oferta no puede ser eterna. Por eso caducará si, desde su recepción, transcurre el tiempo
previsto en ella misma, o en su defecto, el tiempo suficiente para responder, sin que la
aceptación llegue al oferente. La llegada al oferente de la aceptación perfecciona el
contrato e inicia su eficacia.

Pero las partes también pueden celebrar un contrato por adhesión, en el que una de ellas,
puesta en la alternativa de aceptar o rechazar íntegramente lo estipulado por la otra, lo
acepta (como ocurre cuando se abre una cuenta bancaria). En tales casos, normalmente
se usarán cláusulas generales de contratación, estipulaciones redactadas previa y
unilateralmente por una persona o entidad para fijar el contenido de una serie indefinida
de futuros contratos. Cada uno de estos contratos se formará normalmente por adhesión,
con o sin elementos propios. Las cláusulas generales y los contratos por adhesión a que
dan lugar son medios específicos, propios del tráfico de masas, de lograr el
consentimiento.

La falta de consentimiento se llama disenso y, como implica falta de manifestación de


voluntad, es el supuesto más elemental de nulidad del contrato como negocio.

Clasificación de los contratos.

Los contratos se clasifican según criterios diversos. Algunas clasificaciones de los


negocios jurídicos en general valen también para los contratos. Entre las clasificaciones
más importantes de contratos, a veces referidas más bien a las relaciones obligatorias a
que dan lugar, están:

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1) Por el modo y el momento de su perfeccionamiento, los contratos son reales (si se
perfeccionan por la realización de un acto material, como la entrega de una cosa) y
consensuales (si en cambio quedan perfectos por el solo hecho del acuerdo). En el
ordenamiento peruano los contratos se perfeccionan por el solo consenso, evitando la
categoría de los contratos reales.

2) Por sus efectos, existen contratos con eficacia real (contratos traslativos o
constitutivos de derechos reales, como la prenda o el usufructo) y contratos
simplemente obligatorios o con eficacia meramente personal (como el mandato).

3) Por el momento en que se manifiesta su eficacia, hay contratos de ejecución


inmediata y de ejecución diferida (sometidos a plazo o a condición suspensiva).

4) Por la duración de sus efectos, los contratos son de ejecución instantánea (como la
permuta) o de duración; y éstos, a su vez, de ejecución continuada (la locación de
servicios) o de prestaciones periódicas (la mayoría de los suministros). Los de
duración sin plazo resolutorio legal o convencional los puede resolver cualquiera de las
partes con aviso notarial, que será eficaz al cabo de al menos treinta días.

5) Todo contrato es plurilateral como negocio jurídico, pues tiene más de una parte, pero
según cuántas partes asuman obligaciones en ellos, los contratos pueden ser a su vez
bilaterales (ambos asumen obligaciones, como en el depósito) o unilaterales (sólo uno
las asume, como en la donación). Esta distinción no coincide con la que contrapone
contratos gratuitos y onerosos, pues los hay bilaterales gratuitos (el propio depósito o
el mutuo no retribuidos) y se pueden pensar los unilaterales onerosos (si se admiten
los reales: el depósito o el mutuo retribuidos en el caso de que se perfeccionasen con
la entrega del bien).

6) Según cuántas partes asuman sacrificios patrimoniales, el contrato será gratuito (como
el comodato) u oneroso (como el mutuo con intereses). Los onerosos, a su vez,
pueden ser de prestaciones recíprocas o autónomas, según se ha visto. Y los de
prestaciones recíprocas, por último, pueden ser conmutativos, si la correspondencia
de prestaciones es más o menos precisa desde el comienzo, pues no dependen de un
riesgo (como la compraventa normal o el hospedaje), o aleatorios, si ocurre lo
contrario: que una o más prestaciones están, por previsión del propio contrato, sujetas
en su medida final a la verificación de un riesgo (por ejemplo, el seguro o la renta
vitalicia).

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Grupos de contratos típicos.

Los contratos también pueden clasificarse en típicos y atípicos, según estén o no


definidos en una ley. Los contratos típicos del Código Civil pueden agruparse así:

1) Cuatro contratos que se orientan, como función típica, a la transferencia de bienes:


compraventa, permuta, suministro y donación.

2) Cuatro contratos que se distinguen por conceder temporalmente a una de las partes el
uso económico de un bien (contratos de goce temporal de bienes): mutuo,
arrendamiento, comodato y hospedaje. En esta categoría se cuenta el mutuo, pues si
bien jurídicamente transfiere la propiedad de lo mutuado, económicamente es una
forma de préstamo de valor, que se debe devolver al mutuante en su integridad,
aunque no en su identidad.

3) Cinco contratos claramente agrupados como contratos de prestación de servicios:


locación de servicios, contrato de obra, mandato, depósito y secuestro

Estos grupos se tratarán con más detalle en los números siguientes. Pero el Código
regula otros contratos, difíciles de agrupar, a los que se aludirá a continuación.

Contratos típicos no agrupados.

Por la fianza una parte (el fiador), se obliga ante el acreedor de un tercero, llamado fiado,
a realizar una prestación, normalmente dineraria, si el fiado incumple su propia obligación.
La fianza es la típica garantía personal. Debe celebrarse por escrito, bajo sanción de
nulidad. El fiador normalmente goza del beneficio de excusión, que le permite posponer
su propio cumplimiento hasta que haya resultado infructuosa la cobranza intentada contra
el fiado. Este beneficio puede excluirse por pacto.

La renta vitalicia es el contrato por el que una parte se obliga a pagar a la otra una suma
de dinero u otra prestación de bienes fungibles en periodos determinados a lo largo de
toda la vida de una persona, que puede ser el mismo acreedor de la renta, el deudor o un
tercero. El contrato puede ser gratuito u oneroso y debe celebrarse por Escritura Pública,
bajo sanción de nulidad.

Por el contrato de juego y apuesta dos personas se comprometen recíprocamente a una


prestación, determinada en un sentido o en otro por el resultado de un acontecimiento
futuro e incierto, o pasado, pero desconocido para las partes, de modo que el perdedor
deba cumplir la prestación al ganador. El juego y apuesta puede estar: permitido, en cuyo

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caso la obligación resultante es perfecta; ni autorizado ni prohibido, en cuyo caso la
obligación resultante no es exigible, pero su cumplimiento resulta válido; o prohibido
expresamente, en cuyo caso el contrato es nulo, lo mismo que el pago que se hiciera.

25. Compraventa y otros contratos de transmisión de bienes

Nociones generales sobre la compraventa.

Por la compraventa una parte (el vendedor) se obliga a transferir la propiedad de un bien
a la otra (el comprador), quien a su vez se obliga a pagar su precio en dinero.

Sin ser el único, la compraventa es el medio más usual de transferencia de la propiedad


entre vivos. Es también el contrato mejor descrito, sirviendo como modelo de los demás.
La venta y la compra forman un solo contrato con prestaciones recíprocas, pues a las
obligaciones del vendedor corresponden otras opuestas del comprador. Es consensual y
de eficacia obligatoria, pero también traslativo, en la medida en que se cumplan los
modos de transferencia de bienes, y las condiciones impuestas por las partes.

Aparte de los esenciales de todo contrato, la compraventa tiene como elementos


constitutivos los que forman su propio objeto: bien y precio. Por eso el contenido mínimo
del contrato, al margen de los demás pactos que puedan establecerse, es el acuerdo
sobre ellos. Con eso ya puede existir una compraventa perfecta, supliendo la ley lo que
las partes no hayan determinado de la relación obligatoria.

El bien vendido y el precio.

El bien vendido debe cumplir con los requisitos de existencia (real o posible), certeza (ser
determinado o determinable) y lícito comercio (de enajenación no prohibida).

Si la existencia del bien es sólo posible al celebrarse el contrato, habrá compraventa de


bien futuro, o contrato aleatorio de compraventa. En la venta de bien futuro las
obligaciones de ambas partes se condicionan a que el bien llegue a existir, mientras que
en un contrato aleatorio de compraventa el comprador asume el riesgo sea de la
existencia del bien (compra de esperanza), sea sólo de su cuantía y calidad (compra de
cosa esperada), y debe el precio desde el inicio. Los “futuros” se negocian mucho en las

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Bolsas más desarrolladas. También se admite la compraventa de bien ajeno, que es
totalmente válida si ambas partes saben que el bien no es del vendedor.

El precio, a su vez, debe ser verdadero (no irrisorio, pues entonces habría donación, o
bien una lesión), y cierto (determinado o determinable).

El precio puede determinarse delegando en la decisión de un tercero (nunca de una de


las partes), o por referencia al precio de bolsa o de mercado (indicando el lugar y día de
referencia), o con cláusulas de reajuste (según índices de referencia), o según el precio
habitual del vendedor. Si no se ha fijado el precio ni la manera de determinarlo, la ley
presume que se compra al precio de bolsa o de mercado del lugar donde debe entregarse
el bien; y si no lo hay, al precio habitual del vendedor.

El precio puede fijarse para el bien como un todo (compraventa ad corpus) o bien por
unidad de medida (compraventa sobre medida). En el primer caso el precio se debe
íntegro aunque el bien no tenga la medida esperada, mientras que en el segundo las
partes tienen derecho al reajuste de lo que se halle de más o de menos.

La permuta.

La permuta obliga a las partes a transferirse recíprocamente la propiedad de bienes


distintos del dinero. Se rige por las normas de compraventa que le sean aplicables.

El suministro.

Por el suministro, una parte (suministrante) debe entregar de manera periódica o continua
bienes en favor de la otra (suministrado). Puede ser oneroso o gratuito, pero en este caso
debe constar por escrito, bajo sanción de nulidad. La entrega puede hacerse o no en
propiedad, que es lo usual. El precio del suministro oneroso se determina por las reglas
de la compraventa.

En el suministro puede pactarse preferencia (quien la concede debe comunicar al otro las
condiciones ofrecidas por terceros para nuevos suministros, para que quien goza de
preferencia pueda usarla), exclusividad (quien la concede no puede pactar suministros
semejantes con terceros) y promoción (el suministrado en exclusiva debe además
promover la venta de los bienes objeto del contrato).

El incumplimiento de las prestaciones singulares sólo da lugar al derecho de resolver el


contrato si disminuye la confianza en la exactitud de los sucesivos cumplimientos.

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La donación.

Por la donación una parte (el donante) se obliga a transferir gratuitamente a la otra (el
donatario) la propiedad de un bien. Es el contrato gratuito por excelencia, y su régimen
permite integrar el de los demás contratos de liberalidad.

26. El arrendamiento y los préstamos.

Nociones generales sobre el arrendamiento.

Por el arrendamiento una parte (arrendador) cede a la otra (arrendatario) el uso temporal
de un bien a cambio de una prestación dineraria, normalmente periódica, llamada renta.
Arrendamiento es sinónimo de alquiler. El bien arrendado puede ser mueble o inmueble.
La renta se debe por periodos vencidos, salvo pacto contrario.

El arrendador debe entregar el bien en estado de servir para el fin pactado, y mantener al
arrendatario en el uso pacífico del mismo durante el plazo convenido. Además de pagar
puntualmente la renta, el arrendador debe cuidar el bien, darle el mantenimiento ordinario,
destinarlo al fin previsto y devolverlo al finalizar el plazo.

Duración y conclusión del contrato.

El arrendamiento puede ser de duración determinada, no mayor de diez años, o


indeterminada. El arrendamiento de duración determinada concluye al vencerse el plazo,
sin necesidad de preaviso de ninguna de las partes. El de duración indeterminada puede
ser resuelto por cualquiera de las partes avisando a la otra con antelación de treinta días.

Cualquiera de las partes puede resolver el contrato por el incumplimiento de las


obligaciones de la otra. Sin embargo, para que el arrendador pueda hacerlo a causa del
impago de la renta, éste debe extenderse por dos periodos y medio, para periodos de un
mes, o bien un periodo y quince días, para periodos mayores, o bien tres periodos, si son
menores.

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Termina el arrendamiento si el arrendador pierde su derecho sobre el bien, o si lo
transfiere y el adquirente no quiere continuar el alquiler, a menos que resulte obligado a
ello por el título de su adquisición o por estar el arrendamiento inscrito en el Registro
Público. Si concluye el arrendamiento por enajenación del bien, el arrendatario tiene
derecho a ser indemnizado por el transferente.

Comodato.

El comodato es un préstamo gratuito de uso: una de las partes (el comodante) se obliga a
entregar gratuitamente un bien no consumible a la otra (el comodatario), para que ésta lo
use temporalmente y luego lo devuelva.

Mutuo.

El mutuo es, en cambio, un préstamo de consumo. Una de las partes (el mutuante) se
obliga a entregar a la otra (el mutuatario) cierta cantidad de dinero u otro bien consumible,
y éste a devolverle luego otros bienes de la misma especie y cantidad, más sus intereses,
salvo que el contrato sea gratuito. Como se entregan los bienes para ser consumidos, el
mutuatario se apropia de ellos al recibirlos.

Si no se fijó plazo para el mutuo ni puede inferirse de las circunstancias, el mutuatario


debe cumplir sus obligaciones a los treinta días de recibido el capital.

Hospedaje.

Por el hospedaje una parte (el hospedante) se obliga a prestar albergue a la otra (el
huésped), así como alimentación y otros servicios que contemplen la ley y la costumbre, a
cambio de una retribución. En el hospedaje se mezcla el goce de bienes y la prestación
de servicios, incluyendo el servicio de custodia de los bienes que el huésped introduzca
en el establecimiento o confíe al hospedante.

27. Contratos de servicios

Locación de servicios.

En la locación de servicios una de las partes (el locador) se obliga ante la otra (el
comitente), sin subordinarse a ella, a prestarle servicios por cierto tiempo o para un
trabajo determinado, a cambio de una retribución. Es esencial la independencia de la
persona que presta el servicio (de no haberla, sería un contrato de trabajo).

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Los servicios prestados pueden ser de cualquier tipo: materiales o intelectuales (lavar un
carro, supervisar un proyecto). Pero siempre se entiende que la persona que se ha
buscado para que preste el servicio ha sido escogida en atención a sus virtudes
profesionales o técnicas. Por eso no puede subcontratar el servicio en otro, aunque sí
servirse de asistentes, según lo previsto en el contrato o la costumbre.

Contrato de obra.

Por el contrato de obra una de las partes (el contratista) se obliga a realizar una obra
determinada a favor de la otra (el comitente) y ésta a pagarle una retribución. En el
contrato de obra el contratista debe el resultado de su trabajo, a diferencia de la locación
de servicios, donde el locador sólo asume una obligación de medios. El contratista sólo
cumple cuando entrega lo hecho.

El contratista tampoco puede subcontratar íntegramente la obra sin autorización escrita


del comitente, pero sí parcialmente. El contratista responde de los vicios (defectos en los
materiales o en la ejecución) y diversidades (aspectos en que lo hecho se aparta de los
planos o instrucciones proporcionados por el comitente) de la obra, pues están bajo su
control; pero no de su destrucción o deterioro antes de la entrega por caso fortuito o
fuerza mayor.

Mandato.

Por el mandato una parte (mandatario) se obliga ante la otra (mandante) a celebrar
negocios jurídicos por cuenta de ésta. Es una prestación de servicios específicos: celebrar
negocios en lugar de otro. Generalmente es remunerado. Puede o no incluir el poder de
representación. Si éste se confiere, los negocios no sólo se harán por cuenta del
mandante, sino también en su nombre y con eficacia directa en su esfera jurídica. De lo
contrario, el mandatario se relaciona con los terceros en nombre propio, obligándose a
transferir después al mandante los derechos adquiridos.

Depósito y secuestro.

Por el depósito una de las partes (depositario) se obliga ante la otra (depositante) a recibir
un bien y a custodiarlo por cierto plazo o hasta que el depositante lo reclame. Es otro
contrato de servicios específicos, en este caso la custodia de bienes.

El secuestro es una versión del depósito prevista especialmente para casos de litigio
sobre el bien, de modo que los litigantes lo confían en común al depositario mientras se
aclara la disputa, debiendo ser devuelto sólo al que venza el pleito.
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28. La responsabilidad civil.

Noción y clases.

La responsabilidad civil impone al responsable la obligación de resarcir los daños injustos


que haya causado a los derechos de otras personas, ya sea incumpliendo una obligación
asumida voluntariamente (responsabilidad contractual) o fuera de esa situación
(responsabilidad extracontractual). Aunque sea criticable, en el Perú se regulan por
separado las dos formas de responsabilidad.

Requisitos generales para la atribución de responsabilidad.

Pero en uno y otro caso deben cumplirse algunos requisitos para que determinado hecho
genere responsabilidad civil:

1) Que se produzca un daño indemnizable.

2) Que entre él y el acto del presunto responsable exista un nexo de causalidad.

3) Que se verifiquen los criterios de imputación aplicables.

Es indemnizable todo daño cierto, incluyendo el actual y el futuro, el patrimonial y el


personal. El patrimonial puede ser daño emergente (cuanto sale del patrimonio que tenía
la víctima al producirse el hecho) o lucro cesante (lo que pudo añadir a su patrimonio
según el curso normal de las cosas y no ganó como consecuencia del hecho dañoso). El
no patrimonial, daño a la persona en su integridad física, o bien daño moral, a los
sentimientos, el proyecto de vida, etc.

El nexo causal es la relación necesaria entre el hecho y el daño, de modo que la


existencia de éste depende de la realización del primero.

Precisamente por eso existen los criterios de imputación o factores de atribución de


responsabilidad, que son las razones jurídicas que, por sí mismas o en conjunto, son
valoradas por el ordenamiento como determinantes para imputar la responsabilidad al
causante de un daño cualquiera. Entre tales criterios se comprenden elementos objetivos
(del propio acto) y elementos subjetivos (del autor).

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De acuerdo con esto, hay una ruptura del criterio objetivo de imputación cada vez que un
evento extraordinario, imprevisible e irresistible determina que el acto del causante tenga
por efecto un daño para otro. A estos sucesos aplica el Código Civil el nombre de “caso
fortuito o fuerza mayor”. La doctrina y algunas leyes distinguen ambos conceptos: el caso
fortuito propiamente dicho (un suceso de la naturaleza, también llamado acto de Dios,
como un terremoto), la fuerza mayor (actos de la autoridad, o hecho del Príncipe, como la
prohibición de exportar ciertos productos), el hecho determinante de tercero (sucesos
producidos por otras personas) y la imprudencia de quien padece el daño (de la propia
víctima).

Es importante advertir que, en los casos señalados, aunque algunos hablen de “ruptura
del nexo causal”, lo que realmente deja de existir es el criterio objetivo de imputación,
aunque subsista una relación de causalidad natural o efectiva entre el hecho analizado y
el daño. Se da en cambio una auténtica ruptura del nexo causal cuando se puede probar
que el daño tuvo de hecho otra causa, independiente de la acción analizada, y por lo tanto
se hubiese producido incluso sin mediar ésta.

Al hablar del criterio subjetivo de imputación de responsabilidad se hace referencia sobre


todo a la culpa. Hay culpa cuando se omite la diligencia o cuidado ordinarios exigidos por
la actividad que se realiza y por las circunstancias de las personas, tiempo y lugar.
Considerar a alguien culpable implica reprochar su conducta. Se entra entonces de lleno
en el ámbito del acto ilícito.

La culpa admite diversos grados. Se llama dolo (distinto del engaño en la celebración de
negocios jurídicos) cuando la inobservancia del cuidado debido es intencional. El
elemento intencional implicado no se refiere al daño mismo, sino a la omisión consciente
del cuidado debido, pudiendo ponerlo, cualquiera fuese el fin perseguido con esa
conducta.

La culpa es inexcusable cuando implica negligencia grave: una actuación torpe o


descuidada en extremo. Es una torpeza de tal magnitud que se compara con el dolo,
equiparándose ambos jurídicamente para evitar que el malvado se haga pasar por tonto.

La culpa es leve cuando implica descuido, pero sin que se den las circunstancias que la
harían inexcusable o la convertirían en dolo.

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Responsabilidad contractual.

La responsabilidad contractual es la que la ley atribuye al deudor por el daño causado a


su acreedor por la inejecución de la prestación debida, o su ejecución parcial, tardía o
defectuosa. Pero tal responsabilidad sólo surge si la inejecución de la prestación puede
ser calificada de incumplimiento, es decir, si el deudor no realiza su deber jurídico de
manera imputable. Si la prestación no se ejecutó en la forma debida por causas no
imputables al deudor, por regla general éste puede excusarse.

Para exigir indemnización, el acreedor debe probar que ha sufrido un daño indemnizable.
Pero el mero hecho de no haber obtenido la prestación es de suyo un daño, aunque
seguramente no el único. Por eso, el daño mínimo indemnizable en el caso de la
responsabilidad contractual es el valor de la prestación inejecutada, al que se añadirá
todo el perjuicio causado por el hecho de no haberla obtenido.

Además de probarse la conexión causal entre la inejecución y el daño, deben verificarse


los criterios objetivos y subjetivos de imputación. Según el Código Civil, para que el daño
causado por el incumplimiento sea resarcible, debe ser “consecuencia inmediata y
directa” de la inejecución de la obligación.

Por regla general, sobre estos criterios objetivos de imputación debe acumularse el
criterio subjetivo constituido por el dolo o la culpa, como se ha visto, aunque se presume
que la inejecución obedece a culpa leve del deudor (quien, para librarse, tendría que
probar que actuó con la diligencia debida). Mas quien se vale de terceros en la ejecución
de su prestación responde ante el acreedor de la inejecución que sea imputable a ellos,
así el deudor no hubiese cometido ningún descuido (pues debe garantizar de manera
enteramente objetiva la gestión de los terceros). Además, en algunos contratos (los que
engendran obligaciones de resultado) existen ámbitos de responsabilidad objetiva por
riesgo, en los que carece de relevancia el criterio de imputación subjetivo.

Un supuesto especial ocurre cuando la obligación no se incumple pura y simplemente,


sino que tan sólo se retrasa su cumplimiento. En tales casos se produce la mora, que es
un retraso en el pago en que incurre el deudor. Para que exista mora, el retraso debe ser
imputable al deudor (concurriendo los criterios objetivos y subjetivos para ello), pero
además debe haber aún posibilidad de cumplir la prestación, porque, si no, ya se habría
incumplido. La ley exige, además, para que el deudor quede constituido en la situación de

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mora, que el acreedor exija expresamente al deudor el cumplimiento (acto denominado
interpelación), salvo en algunos casos en que el transcurso del propio plazo de la
obligación, por ser considerado esencial, produce ese efecto por sí mismo.

Como consecuencia de haber incurrido en mora, el deudor debe indemnizar los daños y
perjuicios derivados del retraso y pagar intereses moratorios. Además, el deudor moroso
responde por la imposibilidad de cumplimiento que sobrevenga, incluso si ella obedece a
causas imprevisibles, como el caso fortuito o la fuerza mayor, salvo que pruebe que la
prestación habría sido afectada así hubiese cumplido a tiempo (o sea, que su demora no
es realmente causante del daño). En otras palabras, quien incurre en mora (que debe ser
en sí misma imputable) asume una responsabilidad mucho más rigurosa que el deudor
cumplido, enteramente objetiva, atribuida por la simple causalidad.

Responsabilidad extracontractual.

Otras veces la obligación de resarcir surge entre personas que no se encontraban


vinculadas por una relación obligatoria previa: es la llamada responsabilidad
extracontractual. La expresión tiene carácter negativo, pues designa lo opuesto a la
responsabilidad contractual: cualquier daño causado por un hecho del hombre diferente
de la inejecución de una prestación debida será extracontractual.

Respecto del criterio subjetivo de imputación, la responsabilidad extracontractual se divide


en dos campos: en general, sólo se responde de los daños causados con culpa, pero los
generados por actividades o bienes riesgosos deben indemnizarse independientemente
de toda culpa (no se exige el criterio subjetivo de imputación).

Un problema de la noción de “actividad o bien riesgoso”, es que todo bien y toda actividad
es más o menos riesgosa o peligrosa: toda actividad, incluso caminar pacíficamente por
un parque, está sujeta a determinados riesgos “típicos”, por muy pequeños que sean (por
ejemplo, el paseante puede tropezar accidentalmente con un niño que juguetea por allí y
causarle daño, sin que medie necesariamente culpa de ninguno de los dos). En tal
contexto, cabe preguntarse si todavía hay lugar para la aplicación de la responsabilidad
por culpa. Para salvar este escollo, la doctrina y la jurisprudencia han entendido que la
responsabilidad objetiva por el simple riesgo sólo se debe aplicar a determinados casos
de bienes o actividades anormalmente peligrosos.

No se puede establecer un catálogo completo de las actividades sujetas a responsabilidad


objetiva. Por eso, junto a los supuestos típicos contemplados en el Código Civil

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(responsabilidad del representante legal de un incapaz privado de discernimiento por el
daño que éste cause; del dueño o guardador del animal que produzca un daño; del dueño
del edificio que se cae; del que tiene a otro bajo sus órdenes por los daños que éste
cause en el ejercicio del cargo o en cumplimiento del encargo), la mayoría de los casos
que se rigen por este criterio de imputación deben ser determinados por los jueces. Las
actividades consideradas peligrosas con más frecuencia por las sentencias son las que
utilizan medios de transporte modernos y la actividad empresarial (productos o servicios
defectuosos).

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