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XXIII
Delaciones de un perdido.— Exposicion singular.—El cuarto negro.—
Jodlums.— Embaucadores.—Los vidrios azules.
XXIV
Casas de habitacion.—Baños turcos y rusos.—Una aventura de wagon.
XXV
Colegio de Corredores.—Ojeada retrospectiva.—Las costas del Pacífico.
XXVI
Varios amigos.—Otra mirada restrospectiva.—Rectificaciones.—
Ferrocarriles urbanos.—Los carritos que andan solos.
XXVIII
El Templo chino.—Confucio.—Fábrica de vinos.—El Bwilden Hotel.
Señor Don Francisco, dije á Gomez del Palacio, aquí me tienes con mi
librillo y con mi lápiz en regla, para ir á obsequiar tus consejos; me siento
chino hasta la médula de los huesos, y si á mano viniese, para cobrar mi
naturalizacion en el celeste imperio, me hallo en disposicion de almorzarme
una rata con el mayor desplante.
—Vé, hombre, vé y no dejes de buscar la compañía del policía aquel, tan
conocedor y tan atento con nosotros.
—Voy en su busca, clamé, cerrando la puerta con tiento, porque le enojan
mucho los puertazos, y dejándolo, como pasaba las horas enteras, sin despegar
los ojos de su libro.
En tres brincos subí á la calle de Dupont, con sus cuestas y hondonadas,
sus arboledas, sus casitas provocativas, sus tarjas de metal en las puertas:—
Mis Adeline.—Madamoisel Printemps.—Carlotita.—Lola,—y otros nombres
de personas que saben saludar con un para servir á vd., que allá para los
biencriados dicen que tiene mucho chiste.
Como lo esperaba, en medio del barullo inmenso del mercado chino, me
encontré á mi policía, tieso como un pilar, esperándome impasible.
Me parece que indiqué cuando visité el barrio chino que el policía de que
se trata es un cumplido caballero, que sirvió como coronel en el ejército
invasor de México, que habla perfectamente castellano y que ha hecho
especial estudio de las costumbres chinas.
Agreguen vdes. á todo esto, que M. M*** es de trato franco y alegre, y
pocas veces me habrán visto en mejor compañía.
—Oll rihgt, me dijo al verme, á tres pasos tenemos uno de los grandes
templos chinos.... perderá vd. poco tiempo.
—Se lo quitaré á vd., debia decir.... que mi sola ocupacion es perder
tiempo; pero yo no veo, continué, entre estos balcones salientes y entre esas
tupidas celosías, nada que indique un templo.
—Ni lo veria vd., si á eso se atuviese, aunque recorriera toda la ciudad: los
templos están por dentro; por fuera son casas como todas.
—¿Lo mismo será en China?
—Allá es otra cosa; pero aquí tienen carácter muy provisional los templos,
sin duda por las hostilidades de que son objeto los chinos, ó por la
desconfianza que tienen de amalgamarse con la raza anglo-sajona.
—¿Y es una misma la secta ó religion dominante?
—Diré á vd., que por lo poco que he podido comprender en San Francisco,
las sectas chinas de más prestigio son dos: la de Confucio y la de los Teonistas
ó Buddistas; esta última es la que tiene más privanza.
—Me saca vd. de un error: yo creia que Confucio no tenia rival.
—Como es aceptado, en efecto, por muchos, como el divino maestro de los
hombres, el mecanismo gubernativo está basado en sus máximas, y los sabios
se dedican á la lectura de sus obras para comprender bien sus instituciones.
El Libro de los Ritos de los chinos, es, como si dijéramos, ley suprema aun
para los discípulos de Budda ó del divino Lao-Tsze.
—Y vd., que habrá leido algo, dígame lo que sepa de la vida de Confucio.
—Si mal no recuerdo, continuó el coronel mi guía, Confucio nació el 19 de
Junio, 551 años ántes de J. C., en la pequeña provincia de Lu; su nombre era
Kong; pero sus discípulos y admiradores le llamaban Kong-fu-tzi, que
significa maestro de los maestros, de cuyo nombre, latinizado por los
misioneros jesuitas, viene el de Confucio.
Confucio no se dió jamás tono de sabio ni de gran filósofo; se contentaba
con predicar su doctrina, sin armar campaña con alma viviente. El enseñó á los
hombres el cómo debian vivir, y dejó el cuidado de morirse á cada cual, como
negocio muy privado.
En sus obras no habla de Dios; pero en cuanto al hombre, le creia capaz de
llegar al más alto grado de perfeccion moral é intelectual.
Sus obras tienen un carácter moral marcadísimo, y en mi juicio, son
admirables sus doctrinas: recae todo sobre las relaciones:
1ª.—Del soberano y el súbdito.
2ª.—Del padre y del hijo.
3ª.—Del marido y la mujer.
Proclama como capitales, cinco virtudes:—Caridad universal,—Justicia,—
Conformidad en el infortunio,—Rectitud,—y Sinceridad en pensamiento,
palabra y obra.
Dicen que se ocupó mucho de la conmemoracion de los muertos, y que sus
preceptos se siguen hasta el dia.
Confucio desempeñó con integridad é inteligencia notables, cargos
públicos; fué legislador sapientísimo y se le recuerda como introductor de
utilísimas reformas. Murió á la edad de 70 años, 479 años ántes de J. C.... vd.
me perdone, esto lo puede vd. ver en cualquier catecismo de biografía.
—Prosiga vd., dije á mi guía; en eso tengo mucho interes y estoy
avergonzado de mi ignorancia.... ya se ve, el vulgo es muy estúpido; yo tengo
un amigo muy querido á quien han valido en mi patria sátiras y ridículo, su
indisputable instruccion en estas materias: el Sr. Caravantes, á quien guardo un
lugar muy privilegiado en mi estimacion.
—La doctrina de Confucio es muy digna de estudiarse, y los que ensalzan
la escuela positivista, deberian no atribuir á Comte y á otros, méritos que no
les pertenecen.
¡Qué sencillez de principios! ¡qué esplendor de la moral universal,
conservadora de las sociedades!
Lao-Tsze, fundador de la escuela Taonista, de la razon mística, floreció 604
años ántes de J. C.: fué contemporáneo de Confucio, con quien no se avino en
las pocas conferencias que sostuvieron.
Con la doctrina Taonista especularon multitud de farsantes alquimistas y
adivinadores: atribuyéronle longevidad fabulosa, y al fin fingieron sus adeptos
una ascension al cielo, montado el apóstol en un búfalo.
—Soberbio! dije yo: ese viaje en búfalo me agrada. ¿Y no dice más el
repertorio religioso de vd.?
—Mi escasísimo repertorio acaba en Budda el inspirado; las creencias del
Indostan de que habla tan elocuentemente Jacoliot, que sé que le es á vd.
conocido: lo curioso de este dogma es lo referente á la trasmigracion; hay
muchos cielos para estos creyentes chinos, y la friolera de 136 infiernos...
En San Francisco hay seis grandes templos de las diferentes sectas de que
hemos dado idea.
Como dije al principio, la vista del templo que visitábamos, era de
apariencia comun.
La entrada al templo, es una galera oscura y angosta; de distancia en
distancia hay sobre una especie de altares, toscos nichos y en ellos unos
ídolos, que verdaderamente faltan á la gente al respeto, de puro feos.
Los vestidos de esos ídolos son magníficos; sedas deslumbradoras de
riqueza, bordados, afrenta del pincel, y ramajes, aves y flores, de embebecer
de encanto y admiracion.
Al frente de alguno de los dioses, dentro de bombillas de cristal, habia
pequeños, pero robustos cirios de cera, y al pié de su altar, braseros en donde á
fuego lento se quemaban dia y noche granos de incienso y astillas de sándalo,
que tienen no poco tiznados, ojos y narices de aquellas divinidades.
Contra las paredes se ven aquí y allá mesas con ramilletes semejantes á los
de los altares de los pueblos de indios de nuestra tierra, y regados en las
mismas mesas pedacitos de bambou, que es una especie de carrizo flexible,
varitas, astillas y menudos fragmentos de papel, cuyo objeto no supieron
explicarme.
Entre ese pintoresco basurero veíanse figurillas humanas y de animales,
muy quitados de la pena: sin duda eran de la comitiva de los dioses ó de los
héroes.... pero nadie me sacó de dudas.
En un marco de palo habia suspendida una gran campana y á su lado una
tambora....
—¿Qué significan esos dos instrumentos de dulce música? dije á mi guía.
—Son para despertar á los dioses, me dijo con mucha seriedad el coronel.
Frente á los dioses principales se veian varias mesas para que los fieles
coloquen las ofrendas.... esto es, la tesorería general, porque sus divinas
majestades quieren ver sin duda con la que pierden.
En esas mesas hay siempre buen thé y bizcochos, porque los dioses saben
lo que es una necesidad.... y á cada momento.... esto es, en cuanto los dejan
solos, toman un tente en pié, como lo puede hacer cualquiera persona decente.
La parte interior del dosel de los principales dioses, así como las paredes,
pilastras y artesones, están pintados de color morado, y escrito en letras de oro
sobre los altares:
Ching-Ti-Ling-Zoi,
que me dijeron que queria decir: Galería espiritual de los dioses
omnipotentes, y adelante
Ching-Cham-Mo-Keung,
ó sea: Dioses cuya santa edad es perpétua. Y con ese par de rengloncitos,
siento inclinado el cuerpo por hablar chino.
Por otra parte, ¿quién quita que sea verdad eso que me dijo tan formal el
coronel?
Las principales imágenes que en aquel templo se adoran, son:
Young-Zen-Tin.—Dios de los cielos sombríos.
Koban-Tai.—Dios de la guerra.
Gua-Tau.—Dios de la medicina.
En fin, dios que se encarga de remediar en algo las averías del compañero
de poder, y Tsot-Pah-Sheing, dios de la riqueza, que aunque puesto en último
término, ha de ser en último resultado el que mueva los alambres; pero como
no sé chino, nada puedo decir. Bastante trabajo me ha costado ver multitud de
librejos para explicarme lo mismo que veia. Esta relacion la ilustré
principalmente con los libros titulados “Luces y Sombras.”—“César
Cantú.”—“Jacoliot”—y “Joseph Ferrari.”
Diré sí que los creyentes me parecieron los hombres de más confianza con
sus dioses: entran al templo conversando, cubiertos con sus bonetes, fumando
sus pipas, se pasean y no gastan ceremonias.
Hay no obstante algunos que hacen profundas reverencias.... y otros más
fervorosos que se postran de remate y como quien se va á dormir.... No
obstante, por lo poco que ví, las ofrendas no escasean y el presupuesto de los
siervos de los dioses no arroja deficiente....
Salia medio mareado por el humo del templo chino, cuando á tres pasos oí
la voz de Francisco G. del Palacio.
—¿No se los dije á vdes? decia; yo sabia que por aquí andaba Fidel....
¡Hola! eh! por aquí, Guillermo.
Eran Francisco, M. Collen y otros amigos que andaban en mi busca.
—¿Qué se ofrece? estoy á la disposicion de vdes., dije á mis amigos.
—Aquí hacemos á vd. prisionero, dijo con excelente humor M. Collen. De
frente, marchen!
Me despedí á toda prisa del coronel, mi guía, y seguí obediente la voz de
mando.
Anduvimos no sé cuántas cuadras, dimos vuelta por callejones y vericuetos
embarazados con carros, cajones vacíos y no sé cuántos despojos más, y nos
detuvimos en una especie de bodega, toda travesaños y escaleras, cordeles de
elevadores y signos de tragin extraordinario.
En uno de los lados de la bodega, formado de latas, habia un departamento
dividido en dos secciones: en uno, gran caja de fierro, mostrador para contar
dinero y grande aparato de escritorio; en el otro, mesas, sillas, bitoques,
canillas y varios instrumentos de esos que extraen los vinos de los barriles, y
que no recuerdo cómo se llaman, y no soy yo quien me he de estar diez
minutos con la mano en la mejilla para atinar con el nombre.
Por negada que sea la persona, conoce con esas señas que se trata de
empinar el codo.... Así era en efecto.... y para quitar dudas, el dueño, á nuestra
entrada, nos recibió con sendas charolas repletas de copas, con vinos de todos
colores y de todos los nombres conocidos.
Acogióse aquel recibimiento con regocijo, no porque hubiese copólogos en
nuestra comitiva, sino por los sacerdotes de aquel templo, esto es, adeptos
apasionados, de nariz escarlata, ojos llorosos y alegrones, franco reir y vientres
prominentes.
Aquel era el jubileo de los vinos; la California del licor del Tokay al Jerez
y al Chacoli; desde el Burdeos y el Champaña, hasta el Joanisbert y el
Lacrimæ Christi. ¡Qué magnificencia de beberecua, como diria un pelado de
mi tierra! Por supuesto todo era allí técnico: por aquí se hablaba del buen
bouquet; por allí de que estaba muy cabeceado; más adelante de la
preeminencia del Jerez; de la excelencia del Burdeos para las familias; de la
virtud del Rhin, porque dizque no ataca al cerebro. Hicimos los honores á las
copas, y nos dispusimos á visitar la riquísima fábrica.
Eran océanos, que no pipas ni tanques de vinos, colocados en secciones,
los que nos iban enseñando, explicándonos peculiarmente cada elaboracion al
pié del edificio, porque así podia llamarse cada una de aquellas tinas.
Entre los que se agregaron de la calle, sin saberse cómo, á nuestra
comitiva, y se entraron con nosotros á la fábrica, iba un jóven de poco ménos
de veinticinco años, blanco, robusto, sin ser obeso, de tez femenil, de
hermosos ojos azules, de desordenado y delgado cabello rubio sobre la angosta
frente.
Tenia sombrero ancho á la mexicana, chaleco de lienzo, una mascada azul
detenida por un anillo de diamantes por corbata, ajustado pantalon y zapato de
gamuza: era el yankee neto; pero, segun me dijeron, estaba perdidamente
enamorado de una mexicana, y Coelupaita (Guadalupita), lo volvia loco.
Este chico, por otra parte muy servicial y amable, aunque bobalicon y
sincerote, se apoderó de mí y no me dejó imponer de todos los grandes
misterios del templo de Baco.
—Cuando vienes tú por mi casa, me decia, yo prepara mis botella de
pulque por tu chocolata.
—Muchas gracias!
—Tú nos vende los mecsicana Sonora, y yo voy allá por Coelupaita....
—Excelente idea....
—¿Está cierta que las señorita de Mecsico tienen navaca por el amor....
—Hombre! qué me está vd. diciendo? las señoritas mexicanas son de lo
que vdes. ni sospechan de finura y amabilidad.
—Oll rihgt, ¿cuando baila su palomito?
—Hombre! ¿pues qué no ve vd. aquí que las mexicanas dan el tono de
buen trato y delicadeza?
—Esas está ya americana, and habla yo de la casa de tu tiera....
—¿Y todos vdes. andan en dos piés? me dieron ganas de decirle.
La comitiva proseguia: íbamos por dilatadísimos subterráneos, alumbrados
por gas; las paredes del subterráneo las componian grandes armazones llenos
de cientos de miles de botellas.
—En tu tiera, me decia M. Foolisch, que este es su nombre, toda la
lampara está ocota....
—Toda, le decia yo, y está bruta.... (me iba amoscando aquel maldito que
se moria por mí).
Llegamos á un punto donde unos chinos estaban fabricando el Champaña:
llegar los cascos, llenarlos, revolver el dedo en el vino del cuello, taparlo con
unas maquinitas y volverlos al carro conductor, era obra de un instante.
—Dicen que todo lo suegro é suegra de tu tiera está como un pero de
rabias.... ¿é por qué están robadoras las señoritas mecsicanas?
—Yo veo que vd. es incapaz de ofendernos; pero ni vd. conoce México, ni
sabe lo que está diciendo, y le solté un espiche que lo dejé espantado.
Entónces medió uno de los que venian con M. Collen, y nos dijo que aquel
jóven era del Kentuky, hijo de buena familia, que se habia apasionado de una
mexicana y que no tenia más noticias de México que las comunes á la gente
vulgar de los Estados-Unidos, que es mucha.
Así, estaba creido en que nos desayunábamos con tortillas con chile.... que
hombres y señoras pasan el dia sentados al sol con sus guitarritas, en el bosque
de Chapultepec.... que en los ridículos cargan los tamalitos y que son capaces
de robarle la dentadura postiza á cualquiera que pasa con la boca cerrada.
Sobre todo, él delira con ser padrecita ó general, que le parece que es lo único
que puede llenar el ojo á Coelupaita.
Despues de hacer las paces con M. Foolisch, á quien fué forzoso
considerar como una especie de salvaje blanco, nos unimos á nuestros
compañeros que estaban en una verdadera oficina.... de nuevo género.
En grandes estantes, con cuidadoso esmero, habia tapones, alambres,
lacres, sellos, y sobre todo, variadísimas etiquetas para hacer los pasaportes de
la falsificacion de todos los licores, porque realmente se trataba de una gran
negociacion de falsificaciones.
—Aquí tiene vd. todos los sacramentos del Burdeos: nada le falta para
Chateau Laffite: esta marca, este lacre, estos tapones.... para San Vicente esta
imprenta más tosca; para el Champaña esta cubierta, estas botellas, este
estaño; y vea vd., el cometa Cliquot, exactísimo. Aquí tiene vd. el Jerez que
enloquece á los ingleses....
Y todo se decia con tal desenfado, en tono de tan plena legalidad, que yo
estaba, lo mismo que mis compañeros, aturdido.
—Las ventas son locas, decia el dueño; muchos prefieren el Champaña de
aquí al de por allá.
Despues de nuestra excursion, volvimos al despacho.
Allí volvieron las copas á despedirnos con mayor ostentacion.
M. Foolisch, que trataba de desenojarme, me dijo:
—Toma este vinito dulce y haz cuenta de que está Tlachico, del que te
bebe en Mecsico con tus señoritas.
—Así bebiera vd. arsénico, para no decir tanta atrocidad.
Despedímonos del dueño de la fábrica y de los sacerdotes del templo de
Baco.
Durante nuestra monótona comida promoví la cuestion china, que me traia
profundamente preocupado.
—Pero, véamos, me decia uno de los compañeros, tú cómo consideras la
cuestion?
—Yo, así en extracto, les diré que la veo como cuestion de concurrencia de
salario; el chino trabaja más barato, quita el trabajo al yankee.
—Pero bien, esa baratura cede en beneficio público; sin los chinos no se
habrian efectuado las grandes obras de que se vanagloría California; por otra
parte, ese odio es consecuente con la doctrina proteccionista; nada más
perjudicial á una industria atrasada que un obrero adelantado.
—Entónces, échele vd. un galgo á las cuestiones de colonizacion.
—Yo aborrezco á los chinos, porque los chinos no tienen mujeres.... ya
vdes. lo ven, chinas perdidas es todo lo que aquí se conoce.
—Pues todo eso tengan vdes. en cuenta: el chino se incrusta en un pueblo,
sin asimilarse jamás, ni perder su tipo, ni consumir nada.... ya lo ven vdes.:
vestidos, zapatos, frutas, legumbres, trastos, lienzos, dioses, todo se trae de
China, y habitantes así, sin cohesion, más bien son un elemento disolvente en
un pueblo....
—Eso lo produce la persecucion: otra cosa seria con la paz......
Hablábamos en estos términos, poco más ó ménos, cuando me dijeron que
un caballero que habia preguntado por mí, se paseaba al frente de mi cuarto.
Subí precipitado: era el finísimo Sr. Gaxiola.
—Ha concluido vd.? yo no deseo molestarle, puedo esperar.
—Vd. no puede molestarme jamás, pase vd.: no quiere vd. tomar café con
nosotros?
—No, Fidel querido, mil gracias; como los tiempos se acercan, he querido
que vea vd., aunque no está concluido, el “Bwilden Hotel” ántes de nacer,
anunciado como el rey de los hoteles de San Francisco.
—Vamos allá, dije.... y salimos á la calle.
—Ya tendrá vd. noticia, me dijo el Sr. Gaxiola, de que Mr. Baldwin es uno
de los pocos hombres de mérito con quien ha sido justa la fortuna.
—No estoy en pormenores, repliqué, de la vida de este caballero; sé que es
del Ohio; que desde 1853 reside en California y que ha sido tan atinado y feliz
en sus negocios, que siempre se le menciona con el sobrenombre del
“afortunado Baldwin.”
Llegamos á la calle del Mercado, en la union de las de Ellis, Powel.... de
luego á luego me pareció el edificio de rara grandiosidad.
—Su frente, me dijo G*** en esta calle, es de 210 piés, y en la Porwel, por
donde está la entrada, 275.
Volteamos á la calle de Powel, y abracé entónces en su conjunto el
monstruoso edificio.
El Hotel Baldwin tiene seis pisos, y 162 piés de alto; es una manzana como
de una pieza, alta como las torres de Catedral, y con sus cuatro fajas de nichos
ó ventanas á los cuatro vientos.
Y si he dicho seis pisos, es porque las cuatro fajas de ventanas, descansan
en esas portalerías de cristales, que tienen sus columnas y pórticos salientes y
que hacen aparecer como en el aire el edificio.
Además, el subterráneo es un piso en forma, y ese, como se deja suponer,
no está á la vista.
Pero lo que se ve es, en las alturas del hotel monstruo, otra especie de
ciudad en las nubes, con sus edificios, sus torres, sus rotondas, sus linternillas,
sus cúpulas, un verdadero tumulto de prominencias, que se las disputan con
acueductos y con extensos lagos, pues no pueden llamarse tanques los
depósitos que existen verdaderamente en la region de las aves.
Las cúpulas son de tal magnificencia, como la de nuestra iglesia de Santo
Domingo y Loreto, y pudiera dar ligera idea de su forma, la cúpula del Señor
de Santa Teresa de México, ó la del Cármen de Celaya.
Penetramos al interior del hotel; pero ¡qué! si aquello era una Babilonia
incapaz de dejar que se juntaran dos ideas.
Suspendidos en los aires, brotando del suelo, embarrados á las paredes,
encaramados en escaleras, colgando de los techos, por todas partes habia
carpinteros, herreros, hojalateros, pintores, tapiceros, cargadores y traficantes,
entre un ruido, superior á toda ponderacion, al redoble de tambores y al
repique, á un altercado de costeños y á un ¡al hígado! de muchachos
desaforados.
Virutas, pedruscos, retazos de lienzos, cubetas, carrillos, obstruian el aire y
el piso, y sin embargo, se perdia la vista en corredores espaciosos, salones,
rotondas y bóvedas de una grandiosidad indescriptible.
G*** me decia:
—No nos engañaron: la arquitectura es del estilo frances del renacimiento.
Esas columnas corintias, esas cornisas del gusto clásico, son airosas y
correctas.
En este primer piso, como vd. lo ve, revestido de mármol, está el despacho,
la biblioteca, los bar-roms. Esta escalera que va del primero al segundo piso,
como vd. ve, toda es de mármol; tendrá poco ménos de diez varas; las
balaustradas son de maderas finísimas de varios colores.
Subimos la escalera, y en el segundo piso me dijo, al frente de un salon con
grandes ventanas y columnas:
—Este es el comedor: tiene más de cincuenta varas de largo, por doce de
ancho. Como vd. ve, está dividido en varios departamentos. Hay otro comedor
preciosísimo para los niños.
Todo ese laberinto de salones de este segundo piso son piezas de
recepcion, para negocios, tertulias y solaz de los huéspedes.
—Y los pisos superiores?
—Los pisos superiores son viviendas, porque este propiamente es un hotel
para familias.
Cada una de las viviendas de esos pisos, continuó mi amigo, tiene cinco
piezas, que son: dos recámaras, una sala, un cuarto para vestirse y un
riquísimo tocador. Comunican extensos corredores todo el edificio y se
concentran en la escalera principal, escaleras privadas y elevadores haciendo
calle por los aires, de arriba para abajo y de abajo para arriba.
En cada grupo de piezas hay sus linternillas, que dan luz, aire y sol á todas
y cada una de las piezas.
Tomamos uno de aquellos elevadores ó simones del aire, y subimos al
techo.
A mí se me volteó el mundo al revés, porque me encontré en una inmensa
calzada y tenia á mis piés la ciudad, la bahía y los paisajes deliciosos de los
alrededores de San Francisco.
Cuando ménos lo esperaba, y en lo más alto de una torre, ¡señores de mi
alma! que me voy encontrando una pequeña pieza, elegantemente tapizada,
con primorosos muebles, y en medio de todo esto, dos ó tres mesas de billar,
¡adivinen!.... para las ladies (ya aprendí á escribir el plural), para ellas, y tacos
á propósito para sus.... ya iba yo á decir manecitas; pero no, para sus manos de
marfil.
Al rededor de la estancia etérea, prisioneras en sus jarrones las más
exquisitas flores, envían sus suspiros de perfume á los campos y á los mares, y
el sol poniente, rompiendo sus reflejos en los cristales de las cúpulas,
centuplica su luz como para caer en lluvias de centellas en aquella mansion de
las hadas.
Preguntando por el subterráneo donde no quise descender, me dijo G***
que allí están las piezas de los almacenes, carnicerías, lavaderos, máquinas de
vapor, bombas y calderas.
Un elevador particular comunica la cocina con el segundo piso, y así se
hace el servicio perfectamente.
La proteccion contra el incendio es completa; hay telégrafos para dar
toques de alarma, luego que se eleva la temperatura de un modo desusado en
cualquier departamento: cruzan tubos enormes en todas direcciones, y en un
momento dado, cúpulas, torres, acueductos, etc., pueden convertirse en
caudalosas cataratas, é impetuosos rios, que sin comprometer la vida de los
habitantes del hotel, vierten 100,000 galones de agua, que son los que acopian
dia á dia los pozos y los tanques.
Estos son de una magnitud tal, que me llamó la atencion de cómo no los
han hecho navegables aquellos caballeros para recreacion de las señoritas.
Mr. Alexander Macabee es el superintendente del edificio, y coadyuva con
gran inteligencia á las ideas de Mr. Baldwin.
Hay una particularidad en este hotel, y es que cada departamento tiene su
provision de gas separada, y bajo una sola y constante inspeccion.
La campana para llamar á todos los cuartos de cada piso, está colocada en
una estacion central del corredor, que comunica con el despacho por medio de
un pequeño elevador particular.
Hay una persona en constante espectativa de esta campana, para hacer
acudir al llamamiento de los huéspedes.
Haciendo observaciones á mi amigo sobre lo muy costosa que deberia ser
la vida en aquella mansion, me aseguró que el cálculo estaba hecho de manera
que el costo fuese menor de lo que seria en una habitacion comun.
Por supuesto, que solo he podido describir el cuerpo muerto del hotel:
cuando se tendrá verdadera idea de su magnificencia será cuando palpite en él
la vida y surja una poblacion entera en el auge de la opulencia, y por decirlo
así, en el corazon de una gran ciudad.
Al salir del hotel volví á fijarme en el Conservatorio de Música de
Baldwin, que está inmediato al hotel y que es un ornamento de la ciudad. El
teatro, porque eso es propiamente, puede contener 1,700 personas.
El arquitecto que ideó y dirigió el hotel y el teatro, es M. Jhon A. Renier, y
el pintor de todos los hermosos frescos es un artista de New-York, llamado
Garriboldi. La obra de pintura costó treinta mil pesos.
El importe total de la obra del Conservatorio excede de dos millones de
pesos, habiéndose pagado solamente por la pintura de la cúpula del teatro diez
mil pesos; por uno de los telones, seis mil, y por cada uno de los dos candiles
que están á los lados del palco escénico, tres mil cuatrocientos pesos.
Segun estos antecedentes, el auge y la preponderancia de la música
deberian ser extraordinarios; y aunque en todas las casas hay pianos y es ramo
de educacion el conocimiento del arte divino, no se hace sensible el buen
gusto como en México, ni se habla de compositores de alta nombradía, como
hay novelistas y poetas.
Ahora, si dicen vdes. que tanto trabajo y tanto apunte es paseo.... me
calumnian cruelmente mis lectores.
XXIX
Cosas que á muchos dan sueño y yo pasaré á carrera.—El amor.
XXX
Lo de enántes.—La marina.—El Cementerio.
XXXI
Preparativos de salida.—Compra.—El Express.—Visitas.—Albums.
XXXII
El 4 de Marzo.—El muelle.—El ferry.—Amigos cariñosos.—Ibarra y
Alatorre.—Capitan Hagen.—La estacion.—El tren.
FIN