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Entre la vida y la muerte

2 una razón de suprema sabiduría para que nos guardemos de la avaricia: <<
porque la vida del hombre no consiste en la abundancia que tenga a causa de
sus posesiones>> (v. 15b). Esto es, la felicidad que todo ser humano busca en
este mundo no depende de que tenga muchas riquezas materiales, las cuales
no pueden llenar ese abismo de anhelos y ansiedades que es el corazón
humano, ni pueden satisfacer las necesidades más perentorias del espíritu. Ni
siquiera la salud y el bienestar del cuerpo dependen de la abundancia de
riquezas materiales, puesto que hay muchas personas que se contentan con
manjares sencillos y gozan de buena salud, mientras que muchas otras que
nadan en dinero y comen cosas exquisitas padecen diversas enfermedades o
viven miserablemente por amasar una fortuna cada vez más copiosa.
3 Jesús ilustra esta enseñanza por medio de una parábola cuya intención es
confirmar la advertencia de mirar y guardarse de la avaricia. La parábola nos
describe resumidamente la vida de un hombre muy rico, y deja a nuestra
consideración el juzgar si este hombre fue feliz o no,
(A) Nos describe primero la abundancia de riquezas de este hombre: la
heredad de un hombre rico había producido mucho (v. 16). Su riqueza
consistía en frutos del campo: tenía mucha tierra y, además le producía
esplendidas cosechas.

(B) Luego vemos lo que pensaba su corazón: y él pensaba dentro de sí


diciendo (v. 17a). El Dios de los cielos conoce y se fija en todo lo que
pensamos en nuestro interior, y todo de todo ello hemos de darle cuenta.

Observamos: (a) cuales eran las preocupaciones de este hombre. Cuando se


dio cuenta que la cosecha de aquel año era extraordinaria en lugar de dar
gracias a Dios por ello, o regocijarse pensando en las oportunidades que
tendría de hacer el bien, se aflige con el siguiente pensamiento: ¿Qué haré,
porque no tengo donde almacenar mis frutos? (v. 17v). Habla como quien
sufre una pérdida y está perplejo sobre la manera de remediarla: ¿Qué haré?
El pordiosero más menesteroso de toda la nación, que no supiese donde
encontrar un pedazo de pan no mostraría mayor ansiedad que este hombre.
Precisamente la abundancia era lo que no dejaba dormir a este avaro
desgraciado por tanto cavilar sobre lo que tendría que hacer con la cosecha.
¿Qué haré?, parece repetir una y otra vez en su interior. ¿Qué problema tan
grande es ese? Si tiene mucho, ¡que busque un lugar donde ponerlo!, y se
acabó.
(b) cual fue el proyecto que sacó en conclusión: esto haré: derribaré mis
graneros, y edificaré otros más grandes, y allí almacenaré todos mis frutos y
mis bienes (v. 18). Obsérvese el número de necedades que contiene este
proyecto: (i) habla de sus frutos y viene como si fuera el dueño absoluto de
ellos, cuando es Dios el dueño de todo, y nosotros somos meros
administradores de lo que él nos otorga; (ii) piensa en almacenarlo todo para
sí, sin compasión para el pobre, el extranjero, el huérfano y la viuda; (iii)
piensa en derribar los graneros que ya tiene y construir otros más grandes,
como si el año siguiente no pudiesen los campo rendirle escaso fruto y
resultarle demasiado grandes los graneros que había edificado; (iv) habla de
derribar, en vez de ampliar, con lo que va a salirle más caro el proyecto y van
a aumentar las preocupaciones; (v) habla con falsa seguridad: esto haré, sin
tener en cuenta lo que leemos en Santiago 4:13-15
(13 ¡Vamos ahora! Los que decís: Hoy y mañana iremos a tal ciudad, y
estaremos allá un año, traficaremos y ganaremos; 14 Cuando no sabéis lo
que será mañana. Porque ¿qué es vuestra vida? Ciertamente es neblina que
se aparece por un poco tiempo, y luego se desvanece. 15 En lugar de lo cual
deberíais decir: Si el señor quiere, viviremos y haremos esto o aquello.).
Expresiones como estas son insensatas, porque nuestros días están en manos
de Dios, no en las nuestras, y no sabemos ni siquiera si veremos el día del
mañana

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