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Tato era un conejo muy tragón, por eso le llamaban “Conejito Comilón”. El
conejo Tato se había puesto gordo de tanto comer, y casi no se podía mover.
Al oír sus llantos apareció un hada, y le dijo al conejo, con voz aterciopelada:
-No llores, conejo Tato, que tengo yo un aparato con el que te puedo ayudar.
-Pero yo quiero comer, hada bonita. ¿No podrías hacer un truco con tu
varita?
-Vale, amiga hada, acepto tu aparato, pero antes debemos hacer un trato.
-Lo sé, amigo glotón, antes quieres comer un melocotón. Comerás todos los
que quieras, y también manzanas, sandías y peras.
Tato se comió la fruta que el hada le dio, y estaba tan buena que enseguida
se animó.
-Habrá que ir a por él, pues no la he traído. Vivo al fondo del bosque, ¿te
importaría hacerme un favorcillo?. Vete a buscarlo, flojo, y así mueves la
cola.
Y Tato corrió, veloz como el viento. Pero los magos nos estaban, y el aparato
tampoco. Y el conejo volvió corriendo como un loco.
-No había nadie, y estoy agotado, dame algo de beber y un poco de helado.
-Sólo una vez más, ahora seguro que lo encontrarás. Busca al fondo del
todo, lo habrán ocultado de algún modo.
Y Tato volvió, y todo, todo, todo removió. Pero del cacharro, ni rastro.
-Pues parece que los has encontrado. ¡Al menos yo ya te veo más delgado!
-Pero, ¡que no he encontrado nada! Hay que ver, qué muchacha tan chalada!
Aunque, ahora que me estoy viendo, estoy estupendo.
-¡Son tus pies! ¿No te has dado cuenta? Y cuanto más los usas su eficacia
aumenta.
Usando sus pies para caminar el conejito, Tato consiguió adelgazar. Y ahora
come, corre y no deja de reír. El conejo Tato es muy feliz.