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Un pequeño pueblo de la región pesquera llamado Porto Mont había sido escogido
por el equipo nacional como centro de las actividades de capacitación. Yo ya había
sugerido a los miembros del equipo nacional que la capacitación de educadores y
educadoras no se efectuase siguiendo ciertos métodos tradicionales que separan
la teoría de la práctica. Ni tampoco a través de ningún tipo de trabajo
dicotomizante de la teoría y de la práctica que menospreciase la teoría, negándole
toda importancia y enfatizando exclusivamente la práctica como la única valedera,
o bien negase la práctica atendiendo exclusivamente la teoría. Por el contrario, mi
intención era que desde el comienzo del curso viviésemos la relación
contradictoria que hay entre la teoría y la práctica, la cual será objeto de análisis
en una de mis cartas.
Por esta razón yo rechazaba cualquier forma de trabajo en que se reservasen los
primeros momentos del curso para las exposiciones llamadas teóricas, sobre el
tema fundamental de la capacitación de los futuros educadores y educadoras.
Momento éste para los discursos de algunas personas, consideradas como las más
capaces para hablarle a los otros. Mi convicción era otra. Pensaba en una forma
de trabajo en que una misma mañana se hablase de algunos conceptos clave –
codificaciones y descodificaciones, por ejemplo- como si estuviésemos en un
momento de presentaciones, sin pensar ni por un instante que la presentación de
ciertos conceptos fuese suficiente para dominar la comprensión de los mismos.
Eso lo lograría de la discusión crítica sobre la práctica en que iban a iniciarse.
Así, la idea básica, aceptada y puesta en práctica, era la de que los jóvenes que se
preparasen para la tarea de educadoras y educadores populares, debían coordinar
las discusiones sobre codificaciones en un círculo de cultura de veinticinco
participantes. Los participantes del círculo de cultura tenían conciencia de que se
trataba de un trabajo de capacitación de educadores. Antes del comienzo se
En cada tarde del curso, son dos horas de trabajo con los veinticinco
participantes, cuatro candidatos asumían la dirección de los debates. Los
responsables del curso, asistían en silencio, sin interferir, tomando sus notas. Al
día siguiente, durante el seminario de evaluación y capacitación de cuatro horas,
se discutían las equivocaciones, los errores y los aciertos de los candidatos en
presencia de todo el equipo, desocultándose entre ellos, la teoría que se
encontraba en su práctica. Difícilmente se repetían los errores y las
equivocaciones que se habían cometido y que habían sido analizados. La teoría
emergía empapada de la práctica vivida.
Nadie que lee, que estudia, tiene derecho de abandonar la lectura de un texto
como difícil, por el hecho de no haber entendido lo que significa la palabra
epistemología, por ejemplo.
Así como el albañil no puede prescindir de un conjunto de instrumentos de trabajo, sin los cuales
no levantará las paredes de la casa que está construyendo, del mismo modo el lector estudioso
precisa de ciertos instrumentos fundamentales sin los cuales no pude leer o escribir con
eficiencia. Diccionarios, entre ellos el etimológico, el filosófico, el de sinónimos y antónimos,
manuales de conjugación de los verbos, de los sustantivos y adjetivos, enciclopedias. La lectura
comparativa de texto de otro autor que trate el mismo tema y cuyo lenguaje sea menos complejo.
Como lectores no tenemos derecho a esperar, mucho menos a exigir, que los
escritores realicen su tarea –la de escribir- y casi la nuestra –la de comprender lo
escrito- explicando lo que quisieron decir con esto o con aquello a cada paso en el
texto o en cada nota al pie de la página. Su deber como escritores es escribir de
un modo simple, escribir ligero, es facilitar, no dificultar, la comprensión del
lector, pero no es darle las cosas hechas y prontas.
La comprensión es trabajada, forjada por quien lee, por quien estudia, que al ser
el sujeto de ella, debe instrumentarse para hacerla mejor. Por eso mismo leer,
estudiar, es un trabajo paciente, desafiante, persistente. No es trabajo para
gente demasiado apresurada o poco humilde que, en vez de asumir sus
deficiencias prefiere transferirlas al autor o a la autora del libro considerando
que es imposible estudiarlo.
También hay que dejar bien claro que existe una relación necesaria entre el nivel
del contenido del libro y el nivel de capacitación actual del lector. Estos niveles
abarcan la experiencia intelectual del autor y del lector.
La comprensión de lo que se lee tiene que ver con esa relación. Cuando la distancia
entre esos niveles es demasiado grande, cuando uno no tiene nada que ver con el
otro, todo esfuerzo en búsqueda de la comprensión es inútil. En este caso, no se
está dando la consonancia entre el tratamiento indispensable de los temas por
parte del autor del libro y la capacidad de aprehensión por parte del lector del
lenguaje necesario para este tratamiento. Es por esto por lo que estudiar es una
preparación para conocer, es un ejercicio paciente e impaciente de quien, sin
pretenderlo todo de una sola vez, lucha para hacerse la oportunidad de conocer1.
1
Freire, Paulo, Cartas a quien pretende enseñar, Edit. Siglo XXI, 1994, Pp. 33-38
“PALABRAS BONITAS”
En aquella época yo daba largas charlas sobre los temas escogidos. Repitiendo el
camino tradicional del discurso sobre, que se hace a los oyentes, pasé al debate, a
la discusión, al diálogo en torno a un tema con los participantes. Y aún cuando me
preocupaba el ordenamiento, el desarrollo de las ideas, hacía casi como si
estuviera hablando a los alumnos de la universidad. Digo casi porque en verdad mi
sensibilidad ya me había advertido sobre las diferencias del lenguaje, las
diferencias sintácticas y semánticas, entre los obreros y las obreras con quienes
trabajaba y el mío propio. De ahí que mis pláticas estuvieran siempre cortadas o
permeadas por quiero decir, esto es, etc. Por otra parte, a pesar de algunos años
de experiencia como educador, con trabajadores urbanos y rurales, yo todavía
partía casi siempre de mi mundo, sin más explicación, como si éste tuviera que ser
el “sur” que los orientase. Era como si mi palabra, mi tema, mi lectura del mundo,
en sí mismos, tuvieran el poder de “surearlos”.
Fue un aprendizaje largo, que implicó un recorrido, no siempre fácil, casi siempre
sufrido, hasta que me convencí de que aún cuando estaba seguro de mi tesis, de
mi propuesta y no tenía ninguna duda respecto a ellas, era imperioso, primero,
saber si coincidían con la lectura del mundo de los grupos o de la clase social a
quien me dirigía; segundo, se me imponía estar más o menos familiarizado con su
lectura del mundo, puesto que sólo a partir del saber contenido en ella, explícito o
implícito, podría discutir mi lectura del mundo, que igualmente guarda y se funda
en otro tipo de saber.
Casi siempre, en las ceremonias académicas en que me torno doctor honoris causa
de alguna universidad, reconozco cuánto debo también a hombres como éste del
que hablo ahora, y no sólo a científicos, pensadores y pensadoras que igualmente
me enseñaron y continúan enseñándome y sin los cuales y las cuales no me habría
sido posible aprender, inclusive del obrero de aquella noche. Es que sin el rigor,
que me lleva a la mayor posibilidad de exactitud en los descubrimientos, no podría
percibir críticamente la importancia del sentido común y lo que hay en él de buen
sentido. Casi siempre, en las ceremonias académicas, lo veo de pie, en uno de los
costados del salón grande, la cabeza erguida, los ojos vivos, la voz fuerte, clara,
seguro de sí mismo, hablando su habla lúcida.
“Acabamos de escuchar –empezó- unas palabras bonitas del Doctor Paulo Freire.
Palabras bonitas de veras. Bien dichas. Algunas incluso simples, que uno entiende
fácil. Otras más complicadas, pero pudimos entender las cosas más importantes
que todas juntas dicen”. “Ahora yo quería decirle al Doctor algunas cosas en que
creo que mis compañeros están de acuerdo –me contempló con ojos mansos,
penetrantes y preguntó-: Doctor Paulo ¿usted sabe dónde vivimos nosotros?
El hecho de que no haya olvidado nunca la trama en que se dijo ese discurso es
significativo. El discurso de aquella noche lejana se aparece junto a mí como si
fuese un texto escrito, un ensayo que tuviese que revisar constantemente. En
realidad fue el punto culminante de un aprendizaje iniciado mucho antes –el de
que el educador o la educadora, aun cuando a veces tenga que hablarle al pueblo,
debe ir transformando ese al en con el pueblo. Y eso implica el respeto al “saber
de experiencias” hecho del que siempre hablo, a partir del cual únicamente es
posible superarlo.
Aquella noche, ya dentro del carro que nos llevaría de vuelta a casa, hablé un poco
amargado con Elza, que raramente no me acompañaba a las reuniones y hacía
excelentes observaciones que me ayudaban siempre.
-Pensé que había sido tan claro –dije-. Parece que no me entendieron.
-¿No habrás sido tú, Paulo, quien no los entendió? –preguntó Elza, y continuó-:
Creo que entendieron lo fundamental de tu plática. El discurso del obrero fue
claro sobre eso. Ellos te entendieron a ti pero necesitaban que tú los entendieras
a ellos. Esa es la cuestión3.
“HABLE USTED”
...Recuerdo ahora una visita que hice, con un compañero chileno, a un asentamiento
de la reforma agraria, a algunas horas de distancia de Santiago. Al atardecer
funcionaban varios “círculos de cultura”, y fuimos para acompañar el proceso de
lectura de la palabra y de relectura del mundo. En el segundo o tercer círculo al
que llegamos sentí un fuerte deseo de intentar un diálogo con el grupo de
campesino. En general evitaba hacerlo debido a la lengua; temía que mi “portuñol”
perjudicara la buena marcha de los trabajos. Aquella tarde resolví dejar de lado
esa preocupación y, pidiendo permiso al educador que coordinaba la discusión del
grupo, pregunté a éste si aceptaba conversar conmigo.
“Disculpe, señor –dijo uno de ellos-, que estuviéramos hablando. Usted es el que
puede hablar porque es el que sabe. Nosotros no”
Cuántas veces había oído ese discurso en Pernambuco y no sólo en las zonas
rurales, sino también en Recife. A fuerza de oír discursos así aprendí que para el
educador o la educadora progresistas no hay otro camino que el de asumir el
“momento” del educando, partir de su “aquí” y de su “ahora”, para superar en
términos críticos, con él, su “ingenuidad. No está de más repetir que respetar su
ingenuidad, sin sonrisas irónicas ni preguntas malévolas, no significa que el
educador tenga que acomodarse a su nivel de lectura del mundo.
3
Tomado de Freire, Paulo, Pedagogía de la Esperanza, Edit. Siglo XXI, 1996, Pp. 21-25
Por otra parte, después de haber oído lo dicho por el campesino, disculpándose
porque habían hablado cuando el que podía hacerlo era yo, porque sabía, no tenía
sentido que yo les diera una lección, con aires doctorales, sobre “la ideología del
poder y el poder de la ideología”.
Es aquí donde reside, en última instancia, la gran importancia política del acto de
enseñar. Entre otros ángulos, éste es uno que distingue al educador o la
educadora progresistas de su colega reaccionario.
Primera Pregunta:
-¿Qué significa la mayéutica socrática?
Carcajada general, y yo registré mi primer gol.
Ahora les toca a ustedes hacerme una pregunta a mí –dije.
Hubo un murmullo y uno de ellos lanzó la pregunta:
-¿Qué es la curva de nivel?
No supe responder, y registré uno a uno.
-¿Cuál es la importancia e Hegel en el pensamiento de Marx?
Dos a uno.
-¿Para qué sirve el calado del suelo?
Dos a dos.
-¿Qué es un verbo intransitivo?
Tres a dos.
Al despedirme de ellos hice una sugerencia: “Piensen en lo que ocurrió aquí esta
tarde. Ustedes empezaron discutiendo muy bien conmigo. En cierto momento se
quedaron en silencio y dijeron que sólo yo podía hablar porque sólo yo sabía, y
ustedes no. Hicimos un juego sobre saberes y empatamos diez a diez. Yo sabía
diez cosas que ustedes no sabían y ustedes sabían diez cosas que yo no sabía.
Piensen en eso”.
-Muy bien –les dije-, yo sé, ustedes no saben. Pero ¿por qué yo sé y ustedes no
saben?
A partir de ahí, habría sido posible también ir comprendiendo el papel del patrón,
inserto en determinado sistema socioeconómico y político, ir comprendiendo las
relaciones sociales de producción, los intereses de clase, etc.
La falta total de sentido sería después del silencio que interrumpió bruscamente
nuestro diálogo yo hubiera pronunciado un discurso tradicional, con frases
hechas, vacío, intolerante4.
4
Tomado de Freire, Paulo, Pedagogía de la Esperanza, Edit. Siglo XXI, 1996, Pp. 42-47
Estos textos están tomados, básicamente, de dos obras de Paulo Freire *. En ellos, nos
comparte, nos provoca, nos evoca y nos convoca a una práctica coherente. La coherencia
es para él, el valor principal en la acción educativa y organizativa; es el vía para transitar
por el difícil camino de la transformación de la Realidad; es un camino de búsquedas,
hallazgos, dudas, quiebres, y convivencia con los diferentes que, finalmente, nos
permitirá luchar contra los antagónicos. Ser coherente significa no claudicar, pero
también significa no imponer, es luchar contra nuestro propio mito, contra nuestra terca
claridad de cambiar las estructuras.
**
El título que aquí damos a esta separata de textos, está tomado de su libro: “Cartas a quien pretende
enseñar”, editado por Siglo XXI.
*
“Pedagogía de la Esperanza” y “Cartas a quien pretende enseñar”