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Viernes 14 de mayo de 2021

Carta abierta a la comunidad de Medicina UV,

¿Qué tan lejos tuvimos que llegar para reaccionar ante los gritos de auxilio? Fracasamos
como comunidad. Le fallamos como compañeros, le fallaron como docentes, y le fallaron
como cuerpo directivo. ¿Cuántas encuestas se habían hecho ya evidenciando la
problemática de salud mental en la carrera, sin tomar realmente cartas en el asunto?

En los primeros años, todos los exámenes de cátedras anuales se acumulan en la misma
semana. Se nos pregona sobre el enfoque preventivo dirigido a la Atención Primaria en
Salud, y se nos enseña con un enfoque de especialista. ¿Qué sentido tiene una carga
académica tan grande, mal distribuida e incoherente? ¿Qué sentido tienen las noches de
desvelo si sólo consigues humillaciones por falta de docencia? ¿Para qué esforzarse día a
día si nunca te sientes suficiente? Qué sentido tiene estudiar 7 años enfocados en la
Universidad, si eso significa abandonarnos a nosotros mismos o necesitar terapia y
medicamentos para enfrentar el estrés. La culpa nos acecha constantemente por preferir el
autocuidado, por preferirnos. Es contraproducente intentar contener a una gran cantidad de
estudiantes de una carrera cuando ya están deprimidos, angustiados, con ideación o
intentos suicidas; cuando es mucho más fácil prevenirlo. Ni siquiera somos capaces de
cuidarnos a nosotros mismos y a nuestros compañeros, y se nos intenta enseñar cómo
cuidar a la población.

Lo que nos conduce a estos lamentables hechos es la persistencia del tabú de la salud
mental. ¿Tan difícil es aceptar que los patrones antiguos no funcionan? ¿Admitir que nos
cansamos y nos equivocamos como cualquier persona, y que no por eso somos menos?
¿Comprender que necesitamos espacios de recreación, un tiempo con nuestras familias,
amigos o salir a pasear; y que no todo sea estar estudiando, haciendo un trabajo o
planificando algo para la universidad? Somos humanos y no máquinas, necesitamos que se
comience a empatizar y trabajar desde ahí. Se nos juzga de flojos y poco esforzados a
quienes lo pasan mal y no llegan al estándar, desde una perspectiva de exitismo,
competencia descarnada y privilegio; lo que nos consume al punto de no dar tregua. Darse
cuenta ahora, ahora que nos falta uno, ya es muy tarde.

Somos el reflejo de la salud en Chile: una salud que no se preocupa del autocuidado, una
salud que ataca los problemas cuando ya es muy tarde, cuando tu cuerpo ya está muy
cansado, cuando tu mente está agotada, cuando tus ganas de seguir ya no existen; cuando
sientes un vacío contigo mismo porque no hay momentos que te rescaten del agotamiento,
porque ya te quedaste sin herramientas para enfrentarlo y estás quemado. Somos el reflejo
de una sociedad exitista, competitiva, autoritaria e individualista, donde cada uno vela por
su propio camino, como caballo de carrera que busca no desviarse. ¿Cómo podríamos
pretender promover la salud, si nosotros mismos no la habitamos?
Necesitamos empezar a pensar en nosotros, a comprender que nuestra vida es mucho más
que medicina y que no podemos seguir consumidos por la carrera. Tenemos que darnos el
tiempo para parar y descansar, mirar al de al lado y preguntarle cómo está, saber cómo se
siente. Es tiempo ya de cambiar el paradigma.

Es bien sabido que tanto los estudiantes de medicina como médicos tienen tasas altísimas
de depresión, ansiedad, ideación e intentos suicidas y suicidios consumados; más altas que
la población general. Pero, ¿Dónde está la estrategia institucional para evitar situaciones
tan lamentables como la que estamos viviendo como comunidad? ¿Cuántas personas han
buscado ayuda con profesionales de la Universidad y no la han encontrado? ¿Dónde está la
inquietud por cómo está quien presenta una licencia médica por salud mental, una que
incluso señale crisis de pánico y suicidio? ¿Dónde está la preocupación real y seguimiento
de quienes la han solicitado? ¿Dónde está la inquietud y preocupación por las personas que
han vivido duelos personales y familiares durante la carrera? E insistiendo en la prevención,
¿Dónde están las intervenciones en los mechones, que aún no sufren las consecuencias?
¿Tienen las herramientas para detectar si ellos o sus compañeros están deprimidos o
ansiosos? ¿Sabrán siquiera el riesgo al cual se exponen al estudiar medicina? ¿A quién
deben acudir si sufren de estos problemas? ¿Queremos que esto continúe así o se tomarán
cartas en el asunto?

Nos preguntamos dónde está la humanidad de la que tanto se jactan, si en la práctica


evidencian que la prioridad es la productividad y respetar convenios. Decretaron un día de
duelo, pero ni siquiera se explicitó si incluía al internado. Como no se le informó
oportunamente a nuestros coordinadores, la mayoría tuvo que asistir al hospital como
cualquier otro día. Extendieron el duelo dos días, pero sin incluir a los internos e internas,
quienes fuimos compañeros de José Miguel en los primeros años de la carrera. Tenemos
que seguir rindiendo, presentar temas, trabajar y dar pruebas como si nada hubiese pasado,
secándonos las lágrimas de los ojos en los pasillos. Dejándonos a merced de personas
insertas en una realidad deshumanizada, apelamos al buen criterio, pero la mayoría no hizo
nada al respecto. Se nos recordaron las evaluaciones en medio de un proceso tan doloroso
como este, donde cada uno se siente identificado en distintos grados con el agotamiento de
nuestro compañero.

Una vez más la prioridad fue el rendimiento académico y asistencial, la productividad ante
todo; a costa del olvido del ser humano, de las emociones, del bienestar y del buen vivir.
Nos enseñan con miedo que nuestra salud mental no es prioridad, y que reclamar al
respecto puede tener consecuencias. Duele la deshumanización en esta carrera, nos
sentimos abandonados. Esto no puede continuar así. El aguante a cualquier costo no puede
ser lo único que tengamos para aferrarnos.

Nos duele esta realidad, nos duele su partida, nos duele lo tarde que llegaron. Nos duele.

Atentamente,

Internas e Internos de Séptimo año


Medicina UV
Casa Central

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