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luz y vestuario.
Autora: Inés Adán a partir de los textos de Luis D’Ors.
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En la Edad Media, con el teatro ubicado en la iglesia, la iluminación se limitaba en
principio a las velas y a la luz natural a través de vidrieras, aunque parece haber habido
una creciente iluminación para representar determinados efectos, como el infierno o el
paraíso en los Misterios. Esto se incrementa en el teatro de calle del final de la edad
media, por ejemplo en las «mansiones» francesas.
Con el desarrollo del teatro de corte vemos el desarrollo de un esquema común respecto
a la iluminación: una alta intensidad de luz en la escena y en el palco del príncipe, y una
baja intensidad de luz en el resto de la sala. Para facilitar la visibilidad de la escena se
empiezan a establecer las tres posiciones básicas: desde el suelo, sobre las cabezas de los
intérpretes y ocultas a los lados, tal y como son descritas por Sabbatini en su Pratica di
fabbricar scene e machine nei teatri (1638).
Durante el siglo XVII se asiste a una formalización del sistema de iluminación, el cual
estará inmutable hasta todo el s. XIX, con la llegada de la luz eléctrica. Esta formalización
puede caracterizarse así: 1. Gran número de luces (velas, antorchas, lámparas de aceite)
en el interior de la escena, en la parte superior y laterales; 2. Luces entre bastidores y
patas: se ubicaban en altura si los bastidores eran reforzados, en caso contrario, al pie de
los mismos; 3. Arañas suspendidas delante de la boca de escena y en el escenario, las
cuales podían descender para recambio y mantenimiento durante las pausas; 4. Luces de
proscenio con espejos metálicos, los cuales reflejaban la luz hacia la escena y evitaban
que la luz incidiera sobre el público.
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Por su parte, la iluminación de la sala también se realizaba por medio del gas. En la
segunda mitad del siglo XIX se consigue aislar lumínicamente el escenario de la sala,
manteniendo esta en la penumbra y aquel iluminado. Este cambio, unido a las
posibilidades que da el cuadro de control, es el origen de una revolución en la forma de
iluminar la escena, que adquiere categoría de arte al encontrarse con una serie de
posibilidades desconocidas hasta entonces. Se puede iluminar con diferente intensidad
diversas partes del escenario, se puede variar la intensidad a lo largo de la representación
e incluso se puede producir el oscuro total y tras él, iluminar de nuevo la escena en
cuestión de segundos.
A la luz de gas sucedieron otras fuentes de iluminación: la luz de calcio, el arco voltaico y
la lámpara incandescente que, con notables variaciones en su diseño original es la que se
ha mantenido hasta nuestros días. Pero la base de la transformación que supuso la luz de
gas se ha mantenido y ha ido completándose progresivamente, de tal forma que la
iluminación ha formado un complejo lenguaje escénico con autonomía propia.
Podemos definir el diseño de iluminación como el uso creativo de la luz para reforzar el
entendimiento y la apreciación de una producción visual. Se parte de unos conocimientos
técnicos y perceptivos, dentro de un proceso creativo, en el que es necesario tener en
cuenta las reuniones con el resto del equipo artístico (dirección, escenografía, etc).
En este proceso hemos de considerar las funciones que cumple la iluminación dentro de
la puesta en escena. La mayoría de los libros de iluminación parten de los textos de
Stanley McCandless para establecer cinco funciones principales de la luz, que están en la
base de todo diseño de luces.
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Visibilidad selectiva. Es la primera función de la luz en el teatro, sin ella no son
posibles las demás. El espectador debe ver cómoda y claramente aquello que se quiere
mostrar. La visibilidad depende del tamaño del objeto, de su colocación, del contraste
con el fondo, de la distancia entre objeto y espectador, de la intensidad de luz que
reciba y del color de esta. La calidad de la luz estará en función de todas estas
condiciones.
Pero también es cierto que no todo debe ser iluminado por igual. La visibilidad debe
ser selectiva para que el público vea en cada momento solo aquello que debe ver.
Habrá objetos que convendrá iluminar débilmente en determinados momentos e
incluso dejar de ver, para así resaltar la importancia de otros.
El color también es una forma de selección. Unos colores necesitarán más intensidad
de luz que otros para permitir la visibilidad. El ámbar o el blanco empleados
habitualmente en escenas diurnas no necesitan tanta intensidad como el azul
nocturno, que oscurece la escena y debilita los contornos.
Appia decía que la penumbra, el matiz y la sombra son tan importantes como la luz
misma. Leonardo aseguraba que: «Cada cuerpo opaco está rodeado y tiene su
superficie revestida de sombras y de luz. El exceso de luz hace que las cosas parezcan
duras, y demasiada oscuridad no nos permite verlas. El justo medio es excelente».
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Composición del espacio. Componer plásticamente el espacio mediante la luz,
para generar un efecto pictórico en el ambiente. Mostramos el espacio y sus
características, revelamos texturas y colores de fondo y de suelos, equilibramos los
contrastes y decidimos que elementos escenográficos están presentes en cada momento
de la escena.
Mediante la luz se busca expresar las emociones y los estados de ánimo. Esta es la
función más difícil de cumplir al no existir normas de carácter general que orienten el
trabajo, pero por medio de la luz es posible influir anímicamente al espectador o
prepararle para la escena que se avecina. Existen colores asociados a estados de ánimo
y con ellos es posible jugar, lo mismo que con la proyección de sombras. Además la
intensidad lumínica también es fundamental. Podemos ver muchos ejemplos; así
resulta mucho más efectivo mostrar la sombra de un personaje siniestro
aproximándose, que mostrar claramente al propio personaje. Un actor iluminado
desde arriba y detrás, de manera que no se le vea el rostro, puede resultar inquietante
o al menos misterioso; lo mismo que, aislado en el interior de un cono de luz vertical,
da impresión de soledad, etc.
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Además, la luz es una excelente forma de situar al espectador en el lugar, época del
año y hora del día reproduciendo las condiciones de la luz natural. Es posible crear la
sensación de cálida luz tropical, fría luz nórdica, de puesta de sol o de noche. Las
sombras de follaje o de rejas de ventana proyectadas sobre el decorado son suficientes
para sugerir un bosque o un interior sin necesidad de mostrarlos.
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hoy es de uso común. De uso menos general, pero aplicable al teatro es el simbolismo
de los colores: por ejemplo el blanco significa pureza, verdad, o el rojo significa fuego,
pasión, violencia.
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Para el actor, el vestuario no es solo un embalaje exterior, sino que marca la relación con
su propio cuerpo. A veces se adapta al cuerpo y favorece el movimiento; en ocasiones, sin
embargo, lo somete con su forma, impide el movimiento y lo atenaza.
Hasta mediados del s. XVIII el vestuario fue suntuoso, jugando el papel de llamada de
atención sobre el actor que lo llevaba. Los actores se vestían de forma que poco a nada
tenía que ver con el personaje y la época. Una característica que se mantuvo durante
mucho tiempo es que el actor se encargaba de su ropa, por lo que no había un criterio
común en el vestuario global de la obra, ni cronológico ni de estético. Teóricos, como
Diderot y Voltaire, y actores, como Garrick, Talma y Lekain, fueron imponiendo la
imitación de la realidad y la adecuación cronológica como patrones que se han
mantenido hasta la actualidad y que, actualmente, resultan normales. Durante casi un
siglo el vestuario teatral casi se limitó a jugar un papel informativo en cuanto conocer
datos sobre el personaje que permitiesen al espectador identificarlo rápidamente. El
valor estético del vestuario fue secundario en la puesta en escena en la que todos sus
elementos deben armonizarse.
El realismo demostró ser una fórmula que se agotaba en sí misma. Con la revolución
escénica de comienzos del siglo XX se impuso la tendencia que, sin rechazar la imitación
de la realidad ni el rigor histórico, apoyaba la unión estética del vestuario con la totalidad
de la puesta en escena, estableciendo así códigos unitarios para todos los elementos del
montaje. Las vanguardias plantearon una experimentación con el vestuario desde un
punto de vista formal, que no se puede desligar de las nuevas concepciones de trabajo
actoral y del cuerpo.
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En la representación escénica, el vestuario juega varias funciones de forma simultánea.
Las resumimos en estas seis:
Reflejar el carácter del personaje y sus cambios. El traje sirve no solo para
identificar al personaje y proporcionar un reflejo de su posición social. También debe
dar indicaciones al espectador sobre el espíritu del personaje, su mundo interno, su
actividad o pasividad y su relación con otros personajes. Si el carácter del personaje
sufre un cambio a lo largo de la obra, es conveniente que la evolución experimentada
se refleje en el traje. Si el cambio es físico o de posición social, el cambio operado en
el traje y la caracterización será evidente.
Por un lado una serie de relaciones internas que por medio de signos tienden a unir
todos los trajes en un sistema coherente de significados. No solo se trata de dar unidad
estética y estilística al conjunto de trajes sino que se intenta expresar con ellos
relaciones de dependencia, antagonismo, atracción, etc.
Por otro lado una relación con el exterior en la que el espectador identifica cada
personaje con una idea o un modelo existente en la realidad.
La elección del vestuario, según este doble juego de significados, supone un compromiso
y una tensión entre la lógica interna de la puesta en escena y la referencia externa al
mundo del espectador. (Pavis, 1984, p. 537).
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El vestuario y la caracterización
Deben reflejar el carácter del personaje y sus cambios. Cada traje debe
reflejar la posición económica y social del personaje, así como sus gustos y dar pistas
sobre su temperamento y mundo interno. El traje es un signo que descifra el alma del
personaje. No sería correcto vestir a Shylock, de El mercader de Venecia, con ricos
ropajes, pues a pesar de que sea un hombre adinerado su fortuna se basa en que gasta
únicamente lo imprescindible; ni tampoco sería correcto emplear una gama de colores
cálidos y brillantes, pues es un hombre atormentado por la marginación. Sí es correcto
hacerlo con Antonio al comienzo de la obra, pero el cambio de fortuna que sufre
debería tener reflejo en la evolución de su vestuario.
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minuciosidad en el detalle, las telas originales pueden ser sustituidas por otras de
similar aspecto y los colores deben tener en cuenta la potente iluminación.
El color tomado individualmente en el traje de cada actor tiene una doble función: por
un lado identificar al personaje dentro del conjunto de la obra, y por otro lado reflejar su
carácter. Esta segunda función es relativamente reciente y está poco desarrollada en el
teatro occidental, mientras que en el oriental, sobre todo en el indio y el chino, los colores
forman parte de un código que es familiar para todos los espectadores.
Pero el color debe tenerse también en cuenta dentro del conjunto de toda la puesta en
escena. Los colores empleados en cada personaje deben armonizarse y tienen que ver con
el mensaje que, evidente o velado, se envía al espectador.
Por ejemplo, en la Salomé dirigida por Steven Berkoff, todos los personajes de la corte
del gobernador de Judea estaban tratados en blanco y negro, mientras que Yokanaán
estaba tratado en tonos ocres y tierras. Esto le separaba del resto no solo por las palabras
que decía, sino por su aspecto externo elevado a categoría de código poético: la frialdad
del blanco / negro de la corte contra la humanidad de Yokanaán.
Al proyectar el color del traje debe tenerse también en cuenta la luz que se va a emplear.
Una luz blanca muy potente tenderá a empalidecer los colores, una luz de baja intensidad
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se volverá ámbar y en consecuencia virará algunos tonos hacia otros diferentes a los
proyectados; por último si se emplean filtros de color, es evidente que cambiarán los
colores de todos los trajes iluminados.
Lo mismo puede decirse de las texturas de los tejidos, que implican la adopción de una
«personalidad» diferente de acuerdo a la textura empleada. En el mismo ejemplo
anterior de la Salomé de Berkoff, los personajes de la corte usaban tejidos lisos, sin
relieve y apenas sin pliegues, con un preciso corte geométrico mientras que Yokanaán
vestía una tela basta, parecida a la arpillera, toscamente cortada.
Complementos son todos los adornos no clasificables como prendas de ropa pero que
forman parte del traje: bastones, bolsos, paraguas, joyas, armas, etc. El tratamiento que
deben tener estos objetos es similar al del vestuario: deben armonizarse con el traje al
que corresponden y con la totalidad de la puesta en escena, identifican al personaje y son
una prolongación de su espíritu.
Los complementos pueden tener una gran importancia y significación; puede llegar
incluso a ser decisivos en la identificación y caracterización de un personaje en aquellas
escenificaciones en que se emplea un vestuario neutro y por lo tanto con poco valor como
elemento diferenciador entre papeles.
El maquillaje solo existe en el rostro del actor, no tiene una existencia autónoma, y
aunque altera las facciones del actor, las toma como punto de partida y apoyo. Cuando el
actor gesticula y mueve partes de su rostro el maquillaje se mueve con él. La máscara,
por el contrario, existe con autonomía del rostro del actor, se la puede separar de este y
manipular. La máscara permanece inalterable y por lo tanto hace que el rostro del actor
permanezca inalterable una vez que este se la ha colocado.
Construye una
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imagen físico • Por lo tanto sirve para identificar al personaje, al
facial del mismo tiempo que puede proporcionar o sugerir
personaje y puede información sobre el carácter y condición social. En el definir su
caso de la máscara lleva a cabo una despersonalización
condición social de la expresión del actor.
Dentro de una puesta en escena realista el maquillaje se limita a facilitar la visión del
rostro del actor. La fuerte iluminación y la distancia existente entre intérprete y
espectador pueden volver poco visible la cara de este, de manera que se hace necesario
amplificar sus rasgos. La transformación será mayor si el actor debe interpretar un
personaje de una edad muy diferente a la suya; en ese caso el maquillaje deberá cambiar
los rasgos, añadiendo o quitando años, pero siempre manteniéndose dentro de los límites
de la reproducción de la realidad.
Si se trata de una puesta en escena no realista, el maquillaje puede jugar otro papel
simultáneo al anterior. Al igual que el traje, puede poner en evidencia el carácter, el
interior del personaje, exagerando o caricaturizando las partes dominantes de la
personalidad: avaricia, ingenuidad, astucia, impetuosidad, dolor, etc. En este caso todo
es válido: aumento o disminución de partes del rostro, colores poco naturales, etc. Ese
tipo de maquillaje tiene el inconveniente de que implica una cierta inmovilidad del
rostro, lleva a una expresión facial casi fija, le acerca a la máscara.
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Las dimensiones de la sala. Cuanto más alejado esté el espectador del escenario
más difusos se volverán los rasgos, y por lo tanto la gesticulación del actor. Por ello
hay que resaltar las líneas de expresión del rostro de los actores, pues al crear un
contraste mayor entre la línea de expresión y el fondo pálido de la piel que el que
produce la débil proyección de sombras en un escenario fuertemente iluminado, será
más fácil para un espectador alejado apreciar el reflejo facial de la interpretación.
La máscara.
Máscara completa, cubriendo la totalidad de la cabeza del actor, como ocurre con
los cabezudos, o la totalidad del rostro, como ocurría con los actores del teatro clásico
griego.
También puede ser media máscara, que deja libre una parte del rostro, que suele ser
la inferior (boca y mandíbula), como ocurría en la commedia dell’arte. Este tipo de
máscara tiene la ventaja de que no pone ningún obstáculo a la emisión de la voz y por
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eso es la utilizada habitualmente en espectáculos donde el diálogo tiene un papel
importante; además permite apreciar el juego facial de parte del rostro del actor.
El empleo de la máscara inmoviliza el rostro del actor, que es la parte de la que se puede
obtener más información sobre el personaje y, por esta razón, obliga al intérprete a
compensar la pérdida con un esfuerzo físico considerable: debe expresar con el resto del
cuerpo lo que no puede con el rostro. La máscara ofrece una expresión facial fija y por lo
tanto determina un carácter, de manera que los movimientos del actor deberán estar
amplificados pero obedecer a ese carácter. Esto lleva inevitablemente a una estilización
de la puesta en escena.
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