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La sangre Sergi Belbel

LA SANGRE
Sergi Belbel

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La sangre Sergi Belbel

La sangre
Sergi Belbel

Personajes:
MUJER: víctima del secuestro.
HOMBRE / HOMBRE TÍMIDO
NIÑA / NIÑA EXTRAVIADA
MUJER JOVEN / JOVEN MENSAJERA
CHICO
CHICA
HOMBRE POLICÍA
MUJER POLICÍA
MARIDO
AMANTE

Tiempo: Ahora.

Espacio: Un interior y tres exteriores, los cuales contrastan vivamente con el interior por
su amplitud, su luz, sus olores, el aire, el sol, el viento y la placidez.

Nota importante: Hombre y Hombre tímido, Niña y Niña extraviada, y Mujer joven y Joven
Mensajera tienen que ser interpretados por los mismos intérpretes (un actor y dos
actrices) para mantener, en los tres casos, la ambigüedad de si se trata de un solo
personaje que se disfraza o de dos personajes diferentes. Los actores que
interpreten a estos personajes (Hombre/Hombre tímido, Niña/Niña extraviada, y
Mujer joven/Joven mensajera) pueden tener un acento, o un color de piel, o un
aspecto común que los diferencie del resto. Aunque no es necesario.
El resto de personajes, excepto la Mujer, pueden ser interpretados, eventualmente,
por un solo actor y una sola actriz: Actor: Chico, Hombre Policía y Marido; actriz:
Chica, Mujer Policía y Amante.

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ESCENA 1

Interior pequeño, oscuro, claustrofóbico. Un tiempo en silencio. De repente,


ruido de una puerta que se abre, en un lateral. Débil haz de luz. Aparece,
violentamente empujado por alguien, un cuerpo con los ojos vendados y las
manos atadas a la espalda. Cae al suelo. La puerta se cierra. Penumbra.
Inmovilidad. Tras una larga pausa, empieza a moverse, muy levemente.
Parece una mujer. Se oye una voz de hombre que proviene de la oscuridad
del fondo.

VOZ: Ya ha llegado. (Pausa.) ¿Me oye?

La mujer se mueve débilmente. Largo silencio.

VOZ: ¿Se encuentra bien?


MUJER: ¿Dónde estoy?
VOZ: No haga preguntas.
MUJER: Me duele todo el cuerpo.
VOZ: Pronto se le pasará.
MUJER: ¿Por qué me han vendado los ojos?
VOZ: He dicho que no haga preguntas.
MUJER: No puedo moverme. Me han atado muy fuerte.
VOZ: No se preocupe. En seguida la desataremos.
MUJER: Gracias. (Pausa.) ¿Que no me preocupe?
VOZ (después de una pausa): ¿No puede incorporarse?
MUJER: Creo que sí. (Pausa.) No.

De un rincón oscuro, aparece una silueta que se acerca a la mujer. Es el


hombre de la voz, de aspecto normal. Se agacha y le quita a la mujer la
venda de los ojos. Se levanta. La mujer gira la cabeza e intenta mirarlo.

MUJER: Las manos.


HOMBRE: Todavía no.
MUJER: ¿Nos conocemos? (Pausa.) Que no haga preguntas. (Pausa.) Hay demasiada
oscuridad.
HOMBRE: ¿Quiere que encienda la luz? Le dañará la vista.
MUJER: Me gustaría verle mejor la cara.
HOMBRE: ¿Por qué? Es una cara como cualquier otra. No, no nos conocemos de nada.
Es la primera vez que nos vemos.
MUJER: Su voz.

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HOMBRE: Como cualquier otra. Todas las voces se parecen.


MUJER: No. Puede que usted no se fije en ellas. (Pausa.) Me gustaría sentarme.
HOMBRE: Un momento.

El hombre vuelve al rincón. Desaparece en la oscuridad. Ella mira a ambos


lados, asustada. Intenta incorporarse. No lo consigue. Le duele una pierna.
De repente se detiene. Cree que está sola.

MUJER: ¿Eh? (Pausa.) ¿Se ha ido? (Pausa.) Perdone que siga haciendo preguntas,
pero... ¿se ha ido? (Pausa.) Mierda. (Pausa.) Me parece que me he roto una
pierna... que me han roto una pierna, sus hombres me han roto la pierna, ¿me oye?
¿Dónde está? ¡Eh, usted! ¡Vuelva! ¿No irá a dejarme aquí en este estado, no? ¡Eh!
VOZ DEL HOMBRE (después de una pausa): ¿Por qué ha dicho "sus hombres"?
MUJER: Ah, ¿está aquí?

Aparece el hombre desde la oscuridad con una silla. La deja en el centro de


la habitación, en el lugar más iluminado. Se acerca a la mujer y le desata la
cuerda de las muñecas.

HOMBRE: Siéntese.

La mujer se incorpora con esfuerzos. Se da friegas en la pierna. Va hacia la


silla. Se cae. Vuelve a incorporarse como puede. Llega hasta la silla,
arrastrándose y cogiéndose la pierna con las manos. Se sienta. Se pone a
llorar en silencio, a pesar de los esfuerzos que ha hecho hasta ahora por
contenerse.

HOMBRE: No llore.
MUJER: Me duele.
HOMBRE: No tiene nada roto.
MUJER: ¿Cómo lo sabe?

Silencio. El hombre se le acerca. Se agacha delante de ella y le coge la


pierna con delicadeza. La palpa. Ella está aterrorizada, pero no hace
ningún gesto para deshacerse de él.

HOMBRE: No tiene nada roto.

La mujer mira al hombre. Ahora sí puede verle la cara. Se asusta al verle el


rostro descubierto.

MUJER: ¿Me matarán?

Silencio. El hombre se levanta y se queda inmóvil, mirando a la mujer, sin


decir nada. Ella lo mira a los ojos. Un tiempo así, mirándose los dos. Él
introduce la mano en el bolsillo interior de su chaqueta y saca un teléfono
móvil. Comprueba si hay cobertura. Saca un papelito de otro bolsillo.
Comprueba un número de teléfono. Marca. Alarga el teléfono a la mujer.

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MUJER (al teléfono): Soy yo. (Pausa.) Estoy bien... (Pausa.) No, no me han hecho nada.
Todavía. (Pausa.) ¿Lo sabe la policía? Ya. Sí. Claro. (Pausa.) Paga lo que te pidan,
por favor. (El hombre hace el gesto de quitarle el teléfono. Rápida:) Intenta que el
niño no se entere de nada.

El hombre le coge el teléfono y cuelga.

HOMBRE: Será difícil. ¿Qué edad tiene?


MUJER: Nueve años.
HOMBRE: Será difícil. (Mira el reloj.) Ya debe de haber salido la noticia en todas partes.
(Pausa.) Nueve años. Ya no es un niño. (Pausa.) ¿Cómo se llama?
MUJER (angustiada): ¿Por qué no lleva la cara cubierta? (Pausa.) Tanto tiempo con los
ojos vendados, tanta oscuridad, tengo las pupilas dilatadas, ahora le veo muy bien
la cara. Demasiado bien. (Pausa.) Preferiría no vérsela. (Pausa.) ¿Por qué está
conmigo todo el tiempo? (Pausa.) ¿Qué plazo han exigido? (Pausa.) ¿Cuánto
dinero? (Pausa.) Tal vez me he equivocado y no es usted quien manda. Quizá usted
no es ningún jefe. (Pausa.) ¿Es usted el jefe?
HOMBRE: ¿Tiene hambre?
MUJER: ¿Es usted quien tiene que matarme?
HOMBRE: ¿Sed? ¿Quiere beber algo?
MUJER: Ha querido que hablara con mi marido para que supiera que estoy viva. (Pausa.)
Que aún estoy viva.
HOMBRE: Recibirá una visita.
MUJER: ¿El "cerebro" de todos ustedes?
HOMBRE: No tenemos cerebro.
MUJER: Por supuesto que no, ja, ja. (Pausa.) Perdone.
HOMBRE: Si estuviera en su lugar, yo comería antes.
MUJER: ¿Antes? (Pausa.) ¿Antes de qué? (Pausa.) ¿De qué? (Pausa.) De... recibir la
visita? (Pausa.) No tienen cerebro. (Pausa.) ¿De quién? (Pausa.) ¿Del... torturador?
(Pausa.) Mi marido pagará, no tienen por qué torturarme. (Pausa.) ¿O del ejecutor?
(Pausa.) Pagará, no tienen por qué ejecut... (Pausa.) ¿Por qué me ha desatado?
(Pausa.) ¿Por qué cree que tendría que comer? ¿Acaso cree que tengo hambre?
(Pausa.) ¿Es más fácil de soportar con el estómago lleno, tal vez? (Pausa.) No debo
hacer preguntas, ya lo sé. Encienda alguna luz, por favor.
HOMBRE: Será mejor que no lo haga. El calor.
MUJER: ¿Cuánto tiempo van a tenerme aquí encerrada?
HOMBRE: Hay fruta y algunas verduras. Todo muy fácil de digerir.
MUJER: Evidentemente, no tengo escapatoria. (El hombre sonríe.) Áteme. Me dan ganas
de abalanzarme sobre usted y clavarle las uñas en el cuello. Y sé que no me
conviene hacerlo.
HOMBRE: No. No le conviene. Lo sabe perfectamente. Por eso no lo hará.

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MUJER: ¿Tan sensata le parezco? Nadie puede predecir cómo reaccionan las personas
en situación de peligro. Las más indefensas se vuelven a veces las más crueles.
Aunque esa crueldad no lleve a ninguna parte, o precipite aún más su inevitable
final. Tengo caca.
HOMBRE: Allí.
MUJER: Qué detalle, en el rincón más oscuro.

La mujer se levanta, indecisa.

HOMBRE: Soy más fuerte que usted. Cualquier agresión que intente contra mí no será
nada comparada con la que yo podría infligirle.
MUJER (apreciando irónicamente la terminología): Infligirme...

La mujer se dirige, tambaleándose, al rincón oscuro. Apenas se la ve. Se


baja los pantalones y las bragas. Se se sienta sobre una especie de letrina.
Se oye una ventosidad, seguida del inevitable sonido de evacuación de
excrementos no precisamente sólidos.

MUJER: Supongo que en estas situaciones, todo el mundo reacciona como yo.
Cagándose encima. (Pausa.) Qué peste. (Pausa.) No hay ventanas ni ventilación
alguna, cómo no. Quedará flotando un buen rato. La peste. Me alegro por usted.
Afortunadamente, a nadie le resulta del todo molesto el olor de su propia mierda.
Tan repugnante que suele ser para los demás, ¿verdad? (Pausa. Sonido de
ventosidad.) ¿Verdad? (Pausa.) Casi se me escapa la risa, ja, ja. (Pausa.) Si no
fuera por el miedo que tengo. (Pausa.) La risa es fruto de la ridiculización, denota
bajeza y va acompañada de insensibilidad y de distanciamiento. Bergson. Míreme a
mí: tengo miedo, luego cago. Cago y sin embargo me río. ¿Soy una insensible?
¿Me he distanciado de mí misma? A la mierda Bergson. (Pausa.) La mierda y la
risa. (Pausa.) El ser y la nada, ja ja ja. (Pausa.) Sartre. Otra buena mierda. La
náusea de la nada. Si hubiera estado aquí, la náusea se le habría convertido en
descomposición, pura diarrea cien por cien empírica, como la mía, se lo aseguro.
(Suelta una risita. Más ruido de excrementos.) Si mis alumnos pudieran verme así...
Una profesora tan distinguida. (Ventosidad.) Ya sé de qué le conozco. Usted fue
alumno mío en la Facultad. (Pausa.) ¿Verdad que sí? (Pausa.) Hace tres... no,
cuatro años. (Pausa.) Se sentaba siempre en la última fila. A la izquierda. Al lado de
la ventana. Aula 39. (Pausa.) Sí, es usted. (Pausa.) Un día me hizo una pregunta en
mitad de la clase. (Pausa.) Me acuerdo muy bien del hecho pero no de la
formulación exacta de la pregunta. Lo que sí recuerdo es que no se la contesté.
(Pausa.) Algo así como cuál era la naturaleza de los... "límites de una moral
comunitaria". Así lo dijo. (Pausa.) No sé por qué no le contesté. (Pausa.) O sí.
(Pausa.) No me caía nada bien. (Pausa.) Quizá por eso. No hay papel.
HOMBRE: No era yo.
MUJER: Papel, por favor.
HOMBRE: Si no lo ve, no hay.
MUJER: Lo cual quiere decir que tengo que ponerme las bragas sin limpiarme. (Pausa.)
¿No ha oído lo suelta que estoy? (Pausa.) Papel, por favor. (Pausa.) Vaya a buscar.
HOMBRE: En unos minutos llegará alguien. No puedo salir hasta que no esté aquí.

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MUJER: Supongo que "unos minutos" en esta situación pueden ser horas. (Pausa.) O
días.
HOMBRE: Unos minutos son unos minutos.
MUJER: Muy bien. Allá usted.

La mujer, en el rincón, en penumbra, se levanta sin ponerse las bragas ni


los pantalones y se sujeta la camisa con las manos, por encima del
ombligo. Busca algo con la mirada a derecha e izquierda.

MUJER: Tampoco hay cisterna.


HOMBRE: Traerán cubos de agua.
MUJER: ¿Quién? ¿El "alguien" ese que llegará en unos minutos?

La mujer se acerca al centro, hacia la silla, y entra en el círculo de luz, con


los pantalones y las bragas en los tobillos y sujetándose la camisa para que
no le toque el culo.

HOMBRE: ¿Qué hace?


MUJER: Ya he acabado. Tengo el culo lleno de mierda. (Pausa.) Si le molesta, no mire.
(Pausa.) A mí el olor no me molesta, ya se lo he dicho. Me da igual. (Pausa.) Si no
hay papel, esperaré a que se me seque la mierda. Luego me la quitaré con las
manos. (Pausa.) Y haré bolitas. (Pausa.) Pelotitas. (Pausa.) Y las iré dejando por el
suelo. A sus pies. (Pausa.) Usted es un hombre fuerte, cualquier agresión que
intente yo contra usted no será nada comparada con la que usted podría...
infligirme, ¿por qué me mira así?

El hombre mete una mano en el bolsillo de su pantalón y saca un pañuelo.


Se lo alarga. Ella lo coge, y, sin ningún pudor, se limpia el culo delante del
hombre, el cual, incómodo, no sabe a dónde mirar.

MUJER (mientras se va limpiando con toda parsimonia los restos de excrementos): No


me acuerdo de su nombre, pero aquella pregunta me dejó atónita. Sí, sí. Cuáles
son... "los límites de una moral comunitaria", qué risa... Ah, me escuece. Siempre
iba vestido de negro. Veo que ha cambiado de costumbre. Es bueno cambiar de
costumbres, ¿sabe? ¡Oh, qué barbaridad, mire, la de mierda que llega a salir de un
solo cuerpo! ¿Cuatro años o tres? ¿O ya son cinco? Usted no quería una respuesta
filosófica. Quería una respuesta política. Buscarme las cosquillas. A todos los
profesores les buscaba las cosquillas. No sólo usted, claro. Todos los de su... grupo.
No quería una respuesta filosófica y no le contesté. Los razonamientos que ustedes
utilizan siempre me han parecido inmaduros. Moral comunitaria, ja ja. La moral no
es un conjunto de reglas establecidas por un individuo, y menos aún por un conjunto
de fanáticos retrógradas, es una disposición del ánimo. Kierkegaard. Bueno, lo de
fanáticos retrógradas es mío. ¿Se acuerda de Kierkegaard? Él detestaba una
palabra: "nosotros". (Pausa.) Yo también la detesto. (Termina de limpiarse. Mira al
hombre, que desvía la mirada. Mira el pañuelo.) Ha quedado precioso, con este
estampado. (Pausa. Se le acerca y le tiende el pañuelo.) Muy amable.
HOMBRE: Quédeselo.
MUJER: No acepto regalos de desconocidos.

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HOMBRE: ¿No dice que me conoce?


MUJER: No acepto regalos de la gente que no aprecio.
HOMBRE: Tírelo al váter.
MUJER: Tírelo usted.

Le lanza el pañuelo a la cara. Él se aparta con un gesto brusco y el pañuelo


cae al suelo. Ella se pone las bragas y los pantalones. Se sienta en la silla.

MUJER: Quiero agua. (Pausa.) Tengo que beber agua, mucha agua. (Pausa.) Lo mejor
que se puede hacer para la diarrea es beber agua. (Pausa.) Antes me ha
preguntado si tenía sed. (Pausa.) Pues ahora sí, tengo sed. (Pausa.) ¿Dónde está el
agua?
HOMBRE: La traerán.
MUJER: En unos minutos, el "alguien" misterioso. (Pausa.) Llámele por el móvil y dígale
que sea puntual. (Pausa.) ¿No lo va a hacer?

Se abre la puerta. Haz de luz. Ella se gira y se levanta. Aparece una silueta
en la puerta, recortada por la luz que proviene del otro lado. Es alguien muy
bajo. Larga pausa.

HOMBRE (a la silueta): Está muy nerviosa.


MUJER: Estoy más serena que usted (A la silueta.) ¿Por qué no entra? Con lo bien que
se está aquí dentro, con esta iluminación tan sugerente y este delicado perfume.
(Pausa.) ¿Se va a quedar ahí todo el tiempo?

La silueta avanza unos pasos. Es una niña de unos diez años. La mujer la
mira, sorprendida.

NIÑA: ¿Qué necesita?


HOMBRE: Agua. Y papel higiénico. Por ahora, no quiere comer.

La niña se acerca y ve el pañuelo en el suelo.

NIÑA: ¿Qué es eso?


MUJER: El pañuelo del señor lleno de mierda mía. (Pausa.) ¿Quién eres, niña?
NIÑA: ¿Perdone?

La niña mira fijamente a la mujer. Ésta tiene un escalofrío.

NIÑA (con una serenidad aplastante): ¿Por qué me llama "niña"?


MUJER: Porque... eres... una... niña. (Al hombre:) ¿Es ella quien tenía que llegar?

El hombre no responde. Silencio. Se agacha, recoge el pañuelo por un


extremo, se tapa la nariz con los dedos de la otra mano y sale. Cierra la
puerta. La niña se acerca a la mujer y con un gesto amabilísimo la sienta
en la silla. La mujer no sabe cómo reaccionar. La niña empieza a andar por
la habitación con pasos rítmicos y lentos. Da una vuelta a la silla.

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MUJER: ¿Eres la hija de alguien de la... organización?


NIÑA: ¿La organización?
MUJER: La organización... (Pausa.) Bien entrenados desde pequeñitos. ¿Sabes por qué
estoy aquí, hija?
NIÑA: Cállese, se lo ruego. Me duele la cabeza. Y no me llame "hija". (Pausa.) Yo no soy
su hija.

Pausa. La niña se sitúa detrás de la mujer y le pone, muy delicadamente, la


mano encima de la cabeza.

NIÑA: Puedo cantarle una canción. (Pausa.) Así se distraerá un poquito.

Pausa. La mujer permanece muy quieta, expectante. La niña empieza a


cantar una cancioncilla infantil, más bien tétrica.

NIÑA: "De noche salen las brujas


con sus escobas negras.
Y van desde la tierra
volando hasta la luna.
Quiero ser una bruja, tralará,
subida en una escoba, tralarí,
quiero dejar la tierra, tralará,
tralarí, tralarí, a la luna quiero ir."

Pausa. La mujer tiene la mirada perdida en el vacío. La niña quita la mano


de su cabeza, da unos pasos y se coloca delante de ella.

NIÑA: Es una canción idiota. (Pausa.) Pero a mí me parece triste. (Pausa.) ¿A usted no
le parece triste esta canción?
MUJER: No lo sé.
NIÑA: ¿La conocía?
MUJER: No.
NIÑA: Claro que no. Me la inventé yo. (Pausa.) Yo me invento cosas. (Pausa.) ¿Usted no
se inventa nada?
MUJER: No (Pausa.) Me gustaría.
NIÑA: Lo más triste de la canción es cuando dice... "quiero dejar la tierra, tralará". La
chica de la canción es una desgraciada. (Pausa.) No se encuentra bien, en la tierra.
(Pausa.) Quizá tiene problemas. (Pausa.) Por eso dice que se quiere ir. (Pausa.) A
la luna, vaya sitio más tonto adonde ir, ¿no le parece?
MUJER: ¿Quién eres?

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NIÑA: Dice que se quiere ir a la luna por decir algo. (Pausa.) La luna es hermosa desde
la tierra. Pero nada más. No hay aire, ni agua, ni fuego. Sólo un desierto de piedras.
La luna es un sitio horrible. No podría vivir, la chica, en la luna. (Pausa.) Supongo
que al decir que quiere ir a la luna, lo que está diciendo en realidad es que tiene
ganas de morirse. (Pausa.) ¿No?
MUJER: ¿Cuántos años tienes?
NIÑA: Doce. (Pausa.) Mentira. (Pausa.) Diez. (Pausa.) Es que me gusta pensar que soy
mayor. (Pausa.) ¿Se ha creído que tenía doce?
MUJER: No lo sé. Sí.
NIÑA: Sé engañar. Me lo enseñó mi madre. Si quieres ser algo en la vida, tienes que
saber engañar, me dijo.
MUJER: ¿Quién es tu madre?
NIÑA: Está muerta.
MUJER: ¿Y tu padre?
NIÑA: También. (Pausa.) Los asesinaron. (Pausa.) El enemigo. (Pausa.) Delante de mí.
(Pausa.) Hace cuatro años. (Pausa.) Todavía tengo pesadillas.
MUJER: ¿El enemigo?
NIÑA: Yo he mamado el odio al enemigo desde que nací. (Pausa.) No es fácil
deshacerse del odio cuando lo has mamado. (Pausa.) Y crece con los años.
(Pausa.) Y con todo el dolor que día tras día nos va provocando el enemigo.
(Pausa.) Mi madre era muy lista. Me enseñaba cosas importantes. Engañar. Callar.
Sentir.

Se abre la puerta. Haz de luz. Aparece la silueta de una mujer joven. Lleva
algunas bolsas y una caja. Se dirige a la niña, desde el umbral de la puerta.
No le vemos la cara. La mujer se gira. La niña va hacia ella.

NIÑA: Ahora ya está más tranquila. ¿No le harás mucho daño, verdad?
MUJER JOVEN: Sólo el imprescindible. Será mejor que te vayas.
NIÑA: Me dijiste que podría quedarme.

La mujer se levanta.

MUJER JOVEN: Siéntese.


MUJER: ¿Qué pasa? (Se sienta.) ¿Qué van a hacerme?
MUJER JOVEN (a la niña): Vete.
NIÑA: No. Déjame ayudarte.
MUJER JOVEN: No debes ver esto.
NIÑA: Me prometiste que lo haríamos entre las dos.
MUJER JOVEN: Todavía eres demasiado pequeña.
NIÑA: No soy pequeña. (A la mujer.) ¿Verdad que no soy pequeña? (A la mujer joven.)
Se lo ha creído. Le he dicho que tenía doce años y se lo ha creído. ¿Verdad que sí?

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MUJER: Por favor... ¿qué... qué significa todo esto... ? ¿Quién es usted?
MUJER JOVEN (a la niña): No te quedarás, pero ayúdame a atarla. Luego te irás.

La mujer se levanta y se acerca a la mujer joven, nerviosa. La mujer joven


reacciona con rapidez, cierra la puerta, deja las bolsas y la caja, se acerca
velozmente a la mujer y le asesta un puñetazo en la cara que la tumba al
suelo.

NIÑA (refiriéndose al golpe): ¡Buena directa!

La mujer yace en el suelo medio inconsciente. Le sangra la boca.

MUJER JOVEN: Venga, ayúdame a sentarla en la silla.

La niña y la mujer joven cogen a la mujer y la arrastran hasta la silla.


Cuando están sentándola, ésta vuelve en sí, reacciona violentamente y
quiere deshacerse de ellas con gestos bruscos. La niña cae al suelo. La
mujer joven da un puñetazo en el estómago a la mujer y la deja sin
respiración durante unos instantes. La mujer se retuerce de dolor. La mujer
joven va hacia la niña y la ayuda a incorporarse con delicadez.

MUJER JOVEN: ¿Te has hecho daño?


NIÑA: Sí.
MUJER JOVEN: ¿Dónde te duele?
NIÑA (mintiendo): Aquí, en el pecho. Me parece que me ha roto una costilla. Ah... Sí...
Me duele mucho... Ahhhhh....
MUJER JOVEN: Cálmate, cálmate. Luego te llevaré al hospital, que te hagan una
radiografía.
NIÑA: ¿Mientras tanto, puedo quedarme?
MUJER JOVEN: Está bien.

La mujer joven va hacia a la mujer. La niña sonríe y hace un gesto de


victoria, imperceptible, que la mujer joven no ve. Ésta coge a la mujer, que
aún se retuerce de dolor, y la sienta en la silla. Coge las bolsas y la caja.
Saca cuerdas, cinta adhesiva y toda clase de utensilios. La mujer lo ve.
Está a punto de gritar, pero la mujer joven actúa rápidamente: introduce
una bola metálica en la boca de la mujer y se la tapa con un trozo de cinta
adhesiva. La mujer empieza a forcejear. La mujer joven la reduce y
consigue atarla a la silla. La niña lo está mirando todo desde un rincón.

NIÑA: ¿Qué le vas a hacer?


MUJER JOVEN: Cortarle un dedo.

La mujer reacciona violentamente, con espasmos y convulsiones. Quiere


escaparse. Grita sordamente. Consigue caerse al suelo, siempre atada a la
silla. Intenta arrastrarse patéticamente por el suelo. Las lágrimas brotan
abundantemente de sus ojos. La mujer joven y la niña la contemplan,

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impasibles. Finalmente, la mujer deja de moverse. Sólo llora. Súbitamente,


se queda muy quieta y mira a la mujer joven, implorando clemencia.

MUJER JOVEN: Obedezco órdenes. (Pausa.) Lo siento.

La mujer joven coge la caja y se acerca a la mujer. Se agacha y empieza a


sacar objetos de la caja: una mascarilla con inhalador, desinfectantes,
vendas, y, por último, una pequeña sierra eléctrica. La conecta a la
corriente. La mujer vuelve a gritar y a moverse. La niña está excitada.

NIÑA: Tenía tantas ganas de verlo... Por fin... Por fin...

La mujer joven pone en marcha la sierra. Leve ruido agudo y persistente


del motor. La mujer sufre un ataque de convulsiones histéricas. La mujer
joven hace un gesto a la niña para que la ayude. La niña se agacha y coge
a la mujer como puede. Con un gesto brusco de la cabeza y el cuerpo, la
mujer aparta a la niña, que, esta vez sí, cae al suelo y se golpea la cabeza.
La niña grita.

MUJER JOVEN: ¡¿Quizá prefiere que le corte la mano entera?!...

La mujer niega con la cabeza. Respira agitadamente. La niña se levanta,


furiosa, con la cara colorada por el dolor y la rabia.

NIÑA: ¡¡¡Ahora sí que me ha hecho daño de verdad!!!

La niña escupe sobre la mujer, se abalanza sobre la sierra eléctrica, la coge


fuertemente y se acerca a la mujer. La mujer joven la detiene con un gesto rápido. Le
quita la sierra. La mujer, todavía en el suelo atada a la silla y con la boca
amordazada, es presa del pánico. La niña y la mujer joven discuten acaloradamente.

NIÑA: ¿No lo puedo hacer yo?


MUJER JOVEN: No.
NIÑA: Es que me ha hecho daño.
MUJER JOVEN: Es demasiado complicado. Hay que hacer fuerza.
NIÑA: ¿Qué te crees, que yo no tengo?
MUJER JOVEN: Sale mucha sangre.
NIÑA: ¿Y qué?
MUJER JOVEN: Tú no puedes hacerlo, ¿no lo entiendes? Cortar el hueso no es nada fácil.
La piel, ningún problema, pero el hueso es demasiado duro. Hay que insistir. Y tiene
que ser un corte perfecto. Limpio. El dedo bien cortado. No a trocitos. Tú lo harías de
cualquier manera. Ni siquiera sabrías como cortarle la hemorragia. ¿Te crees que sale
una gotita de sangre al cortar un dedo? Chorros de sangre, niña, que no sabrías cómo
parar. Además, tardarías horas en cortarle el dedo con esa torpeza tuya, con ese
arrebato que te ha cogido de golpe, ese fervor que me da miedo, ese impulso tan...
tan... apasionado. No me gusta esta actitud tuya, ¿me oyes? Cuando he entrado, me
has dicho que no le hiciera daño, ¿qué te ha pasado? Ahora en cambio, si fuera por ti,
la destrozarías de arriba abajo como a un cerdo en una matanza, y todo... ¿por qué?

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NIÑA: No sé.
MUJER JOVEN: Porque te ha hecho daño. Por un burdo sentimiento de venganza. Mal.
Muy mal, de verdad. No te hemos educado para que tengas este sentimiento. La
venganza. Nada de lo que hacemos se debe a la venganza. Te lo hemos explicado
mil veces. Pero tú parece que sigas sin escucharnos...
NIÑA: No me riñas, por favor.
MUJER JOVEN: No puedes comportarte así. Me decepcionas. Me decepcionas a mí y
nos decepcionas a todos. Tú tienes que sobrevivirnos. Eres el futuro. En ti
depositamos todas nuestras esperanzas. Y tienes que estar limpia. Tienes que ser
blanca. Sin rencor, ningún rencor...
NIÑA: ¿Y el odio?
MUJER JOVEN: El odio contra el opresor. No contra las personas. Mírala. Es una pobre
mujer indefensa. ¿Qué te ha hecho? Te ha empujado. Nada más. Porque se
defendía. Tiene miedo y le da pánico el dolor. Es normal.
NIÑA: Pero ella forma parte del enemigo.
MUJER JOVEN: Ahora ya no. Ahora sólo es una mujer. Como tú y como yo.

Pausa. La mujer, aún en el suelo, no da crédito a lo que oye. Por unos


momentos, casi llega a creer que está viviendo una pesadilla.

MUJER JOVEN: Además, has cometido otra falta grave.


NIÑA: ¿Cuál?
MUJER JOVEN: Me has mentido. La primera vez que te has caído no te hacía daño
nada. Ni el pecho ni ninguna costilla. Me has engañado.
NIÑA: Ha sido una mentira... pequeña... pequeñita... Mamá siempre decía... Una pequeña
mentira no hace ningún daño si produce un gran bien... Tenía tantas ganas de quedarme...
MUJER JOVEN: ¿Un gran bien? ¿Quedarte ha de producirte un gran bien, pequeño
monstruo morboso?

Pausa tensa. A la mujer joven se le llenan los ojos de lágrimas.

MUJER JOVEN: No puedo más...

La mujer joven desconecta la sierra, se agacha en un rincón y rompe a


llorar. La mujer está expectante. La niña se acerca llorosa a la mujer joven.

MUJER JOVEN: Tantos años de lucha, de esperanzas inútiles... Y yo aquí, con esta
mujer histérica y tú... tú... con esa especie de sadismo que te sale de dentro y que
me asusta... No puedo más... Oh, ¿cómo acabará todo esto?...
NIÑA: Perdóname, no volveré a hacerlo.
MUJER JOVEN: ¿Qué sentido tiene todo esto, por dios? Oh... No debería haber consentido
que... Vete. Vete. ¿Cómo se me ha podido ocurrir que te quedaras? Todavía eres una
criatura inmadura que no entiende nada, un cerebro poco desarrollado. Has asimilado
tan mal todo lo que te hemos enseñado... Se me cae el alma a los pies cuando lo
pienso... Tengo tantas ganas de que crezcas y dejes de ser una insensata...

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NIÑA: No soy una insensata, te lo juro. Sí, lo reconozco, le quería hacer daño. Al principio
me caía bien, tienes razón, es una pobre mujer que seguramente no tiene la culpa
de ser como es, de pensar lo que piensa. Una víctima. Además, ya sabemos que el
cerdo es su marido y no ella. Eso os he oído decir, ¿no? Lo que pasa es que...
luego, cuando ha empezado a darme empujones y golpes... Sí, te he mentido,
primero no me ha hecho daño. He fingido que sí para ablandarte, para que me
dejaras asistir al... al... acto. Mi primera tortura. Es importante para mí. ¿No lo
entiendes? Pero luego sí que me ha hecho daño, y he notado dentro de mí una
especie de fuerza que quería salir, como un grito, sí, ganas de matarla... He visto el
cuchillo... El ruidito que hacía... Ella ahí, sin entender nada... Mirándonos con esa
mirada de desgraciada... Y... Sí, por unos momentos, me han entrado ganas de
despedazarla... Pero estoy contenta de que me lo hayas impedido. ¡¡Reconozco mi
error, pido perdón, impónme el castigo que merezco, por favor, castígame, necesito
ser castigada, te lo ruego, te lo suplico a gritos, con lágrimas en los ojos, por favor,
castíiiigameeeeee!!!!!

Mientras ha ido hablando, la niña se ha puesto de rodillas con los brazos


abiertos. Finalmente, se ha estirado en el suelo boca abajo con los brazos
en cruz.

MUJER JOVEN: Lo hará ella.

La mujer joven mira a la mujer. Va hacia ella. Ésta reacciona con terror. La
joven la incorpora. Le quita la mordaza y la bola de la boca. La mujer
respira agitadamente.

MUJER: No me haga daño, por favor...


MUJER JOVEN: No, a usted después, después... Y no le haré ningún daño, porque antes
la sedaré. Ahora debo castigar a la niña. ¿No ha visto qué comportamiento?
MUJER: Por favor, sáquenme de aquí...
MUJER JOVEN: ¿Perdón?
MUJER: Ya han hablado con mi marido, les dará el dinero...
MUJER JOVEN: ¿Y qué?
MUJER: ¿Eh?
MUJER JOVEN: ¿Qué le hace pensar que sólo queremos dinero? (Pausa.) Y ahora
propóngame un castigo para la niña. (Pausa.) El que usted quiera. Tiene todo el
derecho a hacerlo, le iba a hacer una salvajada.
MUJER: Usted también.
MUJER JOVEN: Sí, pero por motivos legítimos, no es lo mismo.
MUJER: ¿Legítimos?
MUJER JOVEN: Ahora no nos vamos a poner a discutir, ¿no le parece?. Tenemos
cuarenta horas por delante, ya tendremos tiempo de hacerlo. Lo que le pido ahora
es que me diga cómo debo castigar a la niña. Se hará lo que usted ordene.
MUJER: ¿Cuarenta horas? ¿Por qué dice cuarenta horas?

14
La sangre Sergi Belbel

MUJER JOVEN: Ah, pero ¿no se lo han contado? (Pausa.) El plazo. (Pausa.) Le
amputaremos una parte del cuerpo cada diez horas. Cuarenta horas, cuatro partes
del cuerpo. Ya las hemos decidido. La primera, un dedo. La segunda, una oreja. La
tercera, un pie. La cuarta, la cabeza. (Pausa.) Es fácil sobrevivir a las tres primeras.

La mujer quiere gritar, pero no le sale ni un solo sonido. Se le corta la


respiración y acaba desmayándose.

MUJER JOVEN (a la niña): Mira lo que has conseguido.


NIÑA: ¿Y el castigo?
MUJER JOVEN: Te lo tendré que imponer yo. Levántate. (La niña obedece.) Acércate.
(La niña se le acerca.) ¿Cuál sería el peor castigo para ti?
NIÑA: (Pausa. Mira a la mujer, desmayada.) No volver a verla. (Pausa.) No volver a verla
antes de que muera. (Pausa.) No verla muerta.
MUJER JOVEN: No volverás a verla. No la verás antes de que muera. No la verás muerta.

La niña llora. La mujer joven se dirige hacia la puerta y la abre. Luz


cegadora que entra de detrás de la puerta. La mujer joven indica con un
gesto a la niña que salga. La niña empieza a caminar hacia la puerta,
cabizbaja y lloriqueando. Cuando ya está en el umbral de la puerta, se gira
y mira a la mujer, que yace aún inconsciente.

NIÑA: El dedo. La oreja. El pie. Y la cabeza. (Pausa.) ¿Tampoco me los enseñarás?


MUJER JOVEN: No.
NIÑA: ¿Su sangre?
MUJER JOVEN: Tampoco.
NIÑA: Se derramará por el suelo.
MUJER JOVEN: Se secará. Desaparecerá.
NIÑA: Se unirá a la de los suyos. Se quedará aquí dentro. (Pausa.) La sangre es una
parte de nosotros. (Pausa.) Eso es lo que me habéis enseñado. (Pausa.) La sangre
de esta mujer se unirá a la de los suyos. (Pausa.) Este suelo está lleno. (Pausa.)
Una parte de todos ellos vive todavía aquí dentro. (Pausa.) Tengo mucha hambre.
MUJER JOVEN: Hay huevos en la nevera. Hazte una tortilla.
NIÑA: ¿Cenarás con nosotros?
MUJER JOVEN: Me quedaré con ella. No me esperéis.

La niña cierra la puerta. Penumbra. La mujer joven se acerca a la mujer. Se agacha. La mira.

MUJER JOVEN: Intentaré no derramar ni una sola gota.

Oscuro.

15
La sangre Sergi Belbel

ESCENA 2
Un parque público. Un banco. Un chico y una chica, sentados, a distancia.
Los dos están leyendo, libros o periódicos.

CHICO: ¿Puedes decirme qué hora es, por favor?


CHICA: Las seis.
CHICO: ¿Ya? Vaya, hace cinco minutos eran las cinco.
CHICA: Hace cinco minutos eran las cinco cincuenta y cinco.
CHICO: Sí, claro. Bueno, pues, si son las seis, me tengo que ir.
CHICA: Muy bien.
CHICO: ¿Muy bien?
CHICA: ¿Eh?
CHICO: ¿Te parece bien?
CHICA: ¿El qué?
CHICO: Que me tenga que ir de aquí, ahora que me encuentro tan bien, ¿te parece bien?
¿Eh?
CHICA: Lo siento, son las seis. (Vuelve a leer.)
CHICO: Gracias. (Pausa.) ¿Lo sientes, has dicho?
CHICA: ¿Eh?
CHICO: ¿Sientes que me vaya? Al decir "lo siento, son las seis", ¿estás queriendo decir
que no quieres, que desearías que no me fuera? Sabes que si son las seis me
tengo que ir porque te lo he dicho antes, pero ahora, cuando has vuelto a decir "son
las seis", se te ha escapado ese "lo siento" que seguramente has dicho con retintín,
quiero decir que tenía una primera lectura de "¡qué tío más pesado, que se largue
de una vez!"; pero luego, cuando ese "lo siento son las seis" me ha vuelto a la
cabeza, ¿sabes?, en el brevísimo instante de silencio que ha habido después de
que yo te dijera "gracias", gracias que te he dicho con retintín, para devolvértelo,
claro (el retintín)... pues en aquel breve silencio me he dicho: no señor, quizá no
había retintín alguno, quizá esta chica es una pobre chica solitaria y no lo sabe y se
cree que te suelta una indirecta al decirte "lo siento, son las seis", como diciéndote
que te vayas al carajo, cuando en realidad, segunda y más profunda lectura, te está
diciendo a gritos NO TE VAYAS; hace más de una hora que compartimos el banco
los dos, sin atrevernos a pronunciar una sola palabra, sin cruzar una sola mirada,
por miedo a lo que pueda pensar el uno del otro, la una del otro o la otra del uno, tu
de mí yo de ti, de tu cara de pobre chica solitaria, de mi facha de pobre chico
solitario; "lo siento, son las seis" me has dicho, claro, ahora me doy cuenta, ahora sé
que lo sientes de verdad, me quieres un poquito, has querido decirme; te
imaginabas sola en el banco, sin mí, y ya me añorabas un poco, ésta es tu verdad,
pero mi verdad es que ya pasan algunos minutos de las seis y me tengo que ir
porque tengo una cita -amorosa no, que lo sepas- y por eso me voy.

Pausa. El chico se levanta. Se queda quieto. Finalmente, da un paso.

16
La sangre Sergi Belbel

CHICA: ¡Espera!

El chico se detiene. Se miran.

CHICO: Creía que no ibas a decir nada.


CHICA: Te dejas esto.

La chica señala un paquete que hay en el banco. Silencio.

CHICO: No es mío.
CHICA: ¿Eh?

Pausa. El chico se le acerca lentamente.

CHICO: Una bona excusa para retenerme, ¿eh? ¡Un diez!


CHICA: Una bona excusa para que yo te retuviera. Irse dejándose algo. Un truco muy
visto. Cuando he llegado y me he sentado aquí ya estabais los dos. (Pausa.) Tú y
esto.
CHICO: ¿Yo he llegado primero? No. Ya estabas cuando me he sentado en el banco.
CHICA: Mentira. Yo no he llegado primero. Tú estabas aquí cuando yo me he sentado.
Ya estabas, mentiroso.
CHICO: ¿Ha sido porque yo estaba en el banco que te has sentado en el banco?
CHICA: ¿Eh?
CHICO: ¿Eres sorda o dices "eh" para evitar decir la verdad?
CHICA: Estás como una cabra. Anda, coge eso y vete al carajo.
CHICO: No pienso coger algo que no es mío. Hala, adiós, reprimida.

El chico desaparece. La chica mira en la dirección por dónde ha salido. Se


le escapa un suspiro. Se pone a leer. Bosteza. De repente, mira el paquete
con curiosidad. Un tiempo. Va a tocarlo cuando aparece repentinamente el
chico, corriendo.

CHICO: ¡¡¡NO LO TOQUES!!!


CHICA: ¡¡¡Ah!!!
CHICO: Te he asustado.
CHICA: Ya me había parecido que tenías cara de imbécil, me había dicho "seguro que es
un imbécil, como la mayoría", pero no, eres mucho más imbécil que la mayoría.
CHICO: ¿Ibas a abrirlo?
CHICA: Conque es tuyo, ¿eh? Mira, me voy, ya tengo bastante.

Ella se levanta.

17
La sangre Sergi Belbel

CHICO: ¡No! No, espera. Perdóname si te he asustado. Cuando me he ido, he pensado,


que se joda, otra reprimida histérica como la mayoría; y nada más llegar a aquel
pino, me he detenido y he pensado: "¿por qué eres tan malo, por qué esa manía
tuya de juzgar continuamente a la gente, de criticarla, si ni siquiera hace una hora
que la conoces y no has entablado con ella una conversación de más de tres o
cuatro monosílabos?" Y estaba reflexionando en ello, apoyado en el tronco del pino,
mira, aquél, ¿lo ves?, y de repente se ha caído una piña y me ha dado en mitad de
la cabeza. Mira qué chichón. Entonces, he tenido una revelación. Como Newton y la
manzana. ¿O era una pera? Da igual, una piña seguro que no. Entonces, he mirado
la piña en el suelo, a mis pies y me he dicho: "¡alto ahí!, ¿qué debe de haber dentro
del paquetito ese que ella decía que era mío y que yo creía que era suyo?" Y he
sentido dentro de mí un impulso poderoso de volver a verte y he vuelto corriendo y
en ese preciso instante he visto que ibas a abrirlo y he pensado: "¡No!, vete a saber
lo que hay dentro, la pobre chica solitaria reprimida e histérica quizá corre peligro,
voy a salvarla". Y entonces me ha salido el grito: ¡¡¡NO LO TOQUES!!!
CHICA: ¡¡¡Ah!!!
CHICO: Te he asustado.
CHICA: Ya me había parecido que tenías cara de imbécil, me había dicho "seguro que es
un imbécil, como la mayoría", pero no, eres mucho más imbécil que la mayoría.
CHICO: ¿Ibas a abrirlo?
CHICA: Conque es tuyo, ¿eh? Mira, me voy, ya tengo bastante.

Pausa. Se miran.

CHICA: El anillo de Moebius.


CHICO: ¿Eh?
CHICA: Qué?
CHICO: ¿El anillo de quién? ¿Un anillo es lo que hay en el paquete? ¿Ibas a regalarle un
anillo al tal...? ¿Es tu novio? ¿Moe...qué? ¿Moé Bius? ¿Es extranjero?
CHICA: ¿Qué?
CHICO: ¿Así que él es tu novio? ¿Me has tendido una trampa? Qué listas sois las
mujeres. Tenderme una trampa vil, y ahora resulta que lo que hay ahí es una
alianza para sellar su amor eterno con otra persona. Por eso me hace perder más
de una hora aquí, y me hace llegar tarde a la cita, y me abre la cabeza con una piña,
para decirme que es un anillo para otro, y encima extranjero, refinado, ¡seguro!,
culto, listo, inteligentísimo...
CHICA: ¿No sabes qué es el anillo de Moebius?
CHICO: ¿Es de oro?
CHICA: Un anillo, o una cinta que sólo tiene una cara. La representación tridimensional del infinito.

Pausa.

CHICO: Qué bonito.

Pausa.

18
La sangre Sergi Belbel

CHICA: Me voy.

La chica desaparece por el mismo lugar por donde lo ha hecho el chico.


Éste se queda absorto mirando al infinito. Se sienta en el banco. Mira el
paquete. Deja de mirarlo. Un tiempo de inmovilidad. Aparece la chica con
una piña en la mano.

CHICA: ¿Era verdad?


CHICO: ¿Eh?
CHICA: Lo de la piña... Me la he encontrado al pie del pino. La he cogido y la he mirado.
Tiene una pequeña mancha de sangre. ¿Es sangre tuya?

El chico se lleva la mano a la cabeza y se palpa el chichón. Se mira los


dedos. Están ligeramente manchados de sangre.

CHICA: Era verdad...


CHICO: Sangre.
CHICA: ¿Te duele?
CHICO: No. Ni siquiera lo noto.

La chica mira al chico con ternura. Se sienta en el banco. Vuelve a quedar


como al principio de la escena, con el paquete en medio Miran al vacío. De
repente, los dos giran la cabeza y miran el paquete. Luego, se miran a los
ojos.

CHICO: Me muero de ganas de abrirlo.


CHICA: Yo también.
CHICO: Pero eso no se hace. Es feo.
CHICA: Mucho.

Pausa. El chico y la chica se quedan absortos. Aparece una niña, no muy


bien vestida. Camina en dirección al banco, llorosa.

NIÑA EXTRAVIADA: ¿Han visto a una mujer muy alta y vestida de negro?
CHICO: ¿Eh?
CHICA: No. ¿Por qué?
NIÑA EXTRAVIADA: Me he perdido.
CHICA: ¿Es tu madre?
NIÑA EXTRAVIADA: Mi tía. Hemos salido juntas de compras. Mamá no me dejaba ir.
Primero, porque en realidad no tenemos dinero para comprar nada. Nunca
compramos, sólo miramos. Pero mi tía siempre dice: ¡vamos de compras! y a mamá
eso la pone enferma. Segundo, porque la tiíta es muy despistada. No es la primera
vez que me pierdo cuando voy con ella. Yo vivo lejos de aquí. En un barrio de esos
horribles, donde la gente vive amontonada y encasillada. Y no sé qué debo hacer
para volver a casa.

19
La sangre Sergi Belbel

CHICO: Lo siento mucho, niña. Busca a un guardia.


CHICA: ¿Dónde has perdido a tu tía?
NIÑA EXTRAVIADA (al chico, casi simultáneamente): ¿Qué hay en esa cajita?
CHICO: ¿Eh?
NIÑA EXTRAVIADA (a la chica): En la salida de los grandes almacenes. Había un gentío
en la puerta... Uf. Un grupo de japoneses que entraban a comprar. Salíamos las dos
juntas. Y de repente, miro a un lado: un japonés. Miro al otro lado: una japonesa. Ni
rastro de la tiíta.
CHICO: Nena, bonita...
NIÑA EXTRAVIADA: Les estoy molestando, ¿verdad? ¿Qué estaban haciendo? Ah, ya.
El hombre regala algo a la mujer. Como antes. ¿Se van a casar? ¿Es el anillo?
CHICO: ¿Una mujer muy alta vestida de negro? ¿No es aquella?
NIÑA EXTRAVIADA: No. Mi tía es más delgada. Y va vestida de negro negro, no de gris
negro. ¿Y cuándo se van a casar? ¿Es el anillo?
CHICO: Sí... De Moebius...
NIÑA EXTRAVIADA: ¿Qué?
CHICA: No le hagas caso.
NIÑA EXTRAVIADA: Le sale sangre.
CHICO: ¿Todavía?
NIÑA EXTRAVIADA: No soporto la sangre. ¿Cómo se ha hecho eso?
CHICO: Un ladrón, guapita, que me quería robar la cartera, un tío con cara de asesino
que me ha arreado un golpe en la cabeza con la culata de la pistola... Este parque
es peligrosísimo para los que pasean solos... Yo, en tu lugar, volvería a los grandes
almacenes, si no quieres que te atrape el ladrón y te abra la cabeza o te raje de
arriba abajo a ti también...
NIÑA EXTRAVIADA (a la chica): ¿Es verdad?
CHICA: No.
CHICO: Además, seguro que la tiíta esa tan alta y tan negra que tienes no se ha movido
de la perfumería, que está en la planta baja, y se está probando una por una todas
las colonias, que es lo que hacen todos los que no tienen un puto duro.
NIÑA EXTRAVIADA: Le tendrían que curar la herida esa de la cabeza, cada vez dice
más tonterías.
CHICO: Sí. Hala, guapa, ve corriendo a llamar a la policía, o a una ambulancia, antes de
que me desmaye.
NIÑA EXTRAVIADA: Uy, no, es que yo soy tonta. Eso de hablar con la gente yo no lo sé hacer. Y
menos aún con la policía, o con los hospitales. No lo he hecho nunca. ¿Cómo se hace?
¿Por teléfono? ¿A qué número hay que llamar? ¿Qué hay que decir cuando cojan el
auricular y digan "diga"? Me aturullaré. Ni siquiera sé cómo se llama este sitio. Me pondré
histérica, no me saldrán las palabras y colgaré. Y mientras tanto, usted, aquí, ¡hala!,
sangrando a borbotones por la cabeza. Menuda ayuda, la que les puedo ofrecer yo... Ya se
lo he dicho: es que soy tonta. Por cierto, ahora que lo pienso... ¿por qué no llaman ustedes?

20
La sangre Sergi Belbel

CHICO: ¿Eh? ¡¿A quién?!


NIÑA EXTRAVIADA: A la policía, a la ambulancia. Usted.
CHICA: ¿Yo? ¿Y por qué yo?
NIÑA EXTRAVIADA: O sea que tiene a su novio ahí, desangrándose a la intemperie y
resulta que usted está más pendiente del regalito que él le ha comprado que de su
estado de salud físico y mental... Porque además de perder la sangre, está
perdiendo el seso, ¿no lo ve? Claro que en realidad las dos cosas están
relacionadas, la semana pasada nos lo explicó la profe de ciencias: la sangre lleva
oxígeno a la cabeza, al cerebro; sin oxígeno, el cerebro no funciona: ahora a él le
está saliendo todo el oxígeno de la cabeza por la herida esa, ¿verdad?, por lo tanto,
cada minuto que pasa le funciona menos la cabeza. No es bueno que salga la
sangre, nos vuelve locos.
CHICO: Lo siento, no puedo más, voy a abrir el paquete.
NIÑA EXTRAVIADA: He captado la indirecta. Me voy. Quieren estar solos. Es normal.
Supongo que dentro de unos pocos años, yo estaré en su lugar, en un banco como
éste, con un hombre a mi lado que se me estará declarando y cuando se me
acerque un niño del parque y me diga que se ha perdido, me importará un bledo y
también querré se vaya al carajo.
CHICA: Yo no quiero que te vayas al carajo...
NIÑA EXTRAVIADA: Falsa. (Pausa.) Muchas gracias por su ayuda.

La niña extraviada se va. La chica la mira alejarse. El chico abre el paquete


con mucho cuidado. Mira fijamente lo que contiene. La chica mira al chico
sin fijarse en lo que hay en el paquete. El chico se queda lívido, con los
ojos muy abiertos y con un gesto brusco, cierra el paquete.

CHICA: ¿Qué es?

Silencio. Al chico le cuesta articular las palabras. Saca un papelito del interior del paquete.

CHICO: Hay una nota. (Lee.) "Llévenlo inmediatamente a la policía".


CHICA: Pero, ¿qué es?
CHICO (después de una pausa): Un dedo cortado.

Pausa. La chica sonríe, incrédula. Coge el paquete. Lo abre. Lo mira. Se queda


petrificada. Cierra el paquete. Lo vuelve a dejar donde estaba al principio. No
sabe cómo reaccionar. Tiembla. Se levanta. Se le escapa una risita histérica que
va convirtiéndose en llanto. Sale corriendo, llorando a lágrima viva. El chico no
sabe qué hacer. Mira a derecha e izquierda. Sale en dirección contraria a la
chica. Se detiene. Vuelve sobre sus pasos. Mira el paquete. Se rasca la cabeza,
dubitativo, asustado. Siente una punzada en la cabeza. Deja de rascarse y se
mira los dedos. Están llenos de sangre. Mira el paquete.

Oscuro.

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La sangre Sergi Belbel

ESCENA 3

Terraza o patio de un edificio muy antiguo, sede de una comisaría de policía. Un


pedazo de cielo por donde penetran los rayos de sol y una ligera brisa. Un hombre
policía y una mujer policía, embarazada de ocho meses, toman el sol. En la mano,
ambos llevan bocadillos envueltos en papel de aluminio. El de la mujer es enorme.

HOMBRE POLICÍA: Ni una pizca de emoción en el comunicado de ayer noche.


MUJER POLICÍA: Mantenía la serenidad.
HOMBRE POLICÍA: ¿Qué serenidad se puede mantener en esa situación?
MUJER POLICÍA: Así son los políticos. La imagen, por encima de todo.
HOMBRE POLICÍA: Es su mujer. A la mierda la imagen. A la mierda la serenidad.
MUJER POLICÍA: La procesión debe de ir por dentro.
HOMBRE POLICÍA: ¿Sí?
MUJER POLICÍA: Supongo.
HOMBRE POLICÍA: ¿Tú crees que ha pagado?
MUJER POLICÍA: No.
HOMBRE POLICÍA: ¿Pagará?
MUJER POLICÍA: Yo qué sé.
HOMBRE POLICÍA: Yo sé que pagaría.
MUJER POLICÍA: Ya has oído lo que ha dicho el vicepresidente.
HOMBRE POLICÍA: Me da igual, aún así, pagaría... Pobre mujer...
MUJER POLICÍA: Lo peor es el sufrimiento inútil.
HOMBRE POLICÍA: ¿Qué quieres decir?
MUJER POLICÍA: La matarán.
HOMBRE POLICÍA: No. Quieren dinero.
MUJER POLICÍA: No sólo.
HOMBRE POLICÍA: Dinero y presión para conseguir sus reivindicaciones.
MUJER POLICÍA: Qué poca psicología tienes.
HOMBRE POLICÍA: ¿Psicología?
MUJER POLICÍA: Quieren poder.
HOMBRE POLICÍA: ¿Qué?
MUJER POLICÍA: Poder. Y punto. Saben perfectamente que nunca van a conseguir nada
de lo que reivindican. Poder.
HOMBRE POLICÍA: ¿A qué te refieres?
MUJER POLICÍA: Y saben cómo hacerlo.

22
La sangre Sergi Belbel

HOMBRE POLICÍA: Animales.


MUJER POLICÍA: O demasiado humanos.
HOMBRE POLICÍA: ¿Qué?
MUJER POLICÍA: Nada.

Pausa. Desenvuelven los bocadillos.

MUJER POLICÍA: ¿De qué es el tuyo?


HOMBRE POLICÍA: Tortilla.
MUJER POLICÍA: Qué suerte.
HOMBRE POLICÍA: ¿Y el tuyo?
MUJER POLICÍA: Jamón dulce.
HOMBRE POLICÍA: No está mal.
MUJER POLICÍA: Sí. Está mal. Me gustaría que fuera de tortilla. Me encanta la tortilla.
Pero no puedo comer huevos.
HOMBRE POLICÍA: ¿Por qué no?
MUJER POLICÍA: Me provocan acidez.
HOMBRE POLICÍA: ¿Siempre, o ahora que estás...?
MUJER POLICÍA: No, no. Ahora. Claro que desde hace un par de semanas casi todo me
provoca acidez. A veces, hasta el jamón dulce me provoca acidez.

Pausa. Comen.

HOMBRE POLICÍA: Debe de ser duro.


MUJER POLICÍA: ¿El qué?
HOMBRE POLICÍA: Lo del embarazo.
MUJER POLICÍA: Depende.
HOMBRE POLICÍA: ¿Es el primero?
MUJER POLICÍA: El tercero. ¿No lo sabías? (Pausa.) Mira. (Mete la mano en un bolsillo
del pantalón, saca una cartera, busca en su interior y saca una fotografía. Se la
enseña.) La mayor y la pequeña.
HOMBRE POLICÍA: Muy monas. ¿Ya sabes qué es?
MUJER POLICÍA: Niño.
HOMBRE POLICÍA: Qué bien.
MUJER POLICÍA: ¿Por qué?
HOMBRE POLICÍA: Dos niñas, y el tercero, un niño. Está bien, ¿no?
MUJER POLICÍA: Qué quieres que te diga. A mí, tres niñas, me parecía bien. En realidad
a mí me da igual. En cambio, mi marido salta de alegría. Por fin un macho en la
familia, dice. Se le cae la baba. A mí, me da exactamente lo mismo. Mientras sea
sano, como las niñas. Y sea feliz, qué más da un sexo que el otro, ¿no crees?

23
La sangre Sergi Belbel

HOMBRE POLICÍA: Sí, sí.


MUJER POLICÍA: Antes, no te digo que no, pero ahora... ¿qué importa ahora ser de un
sexo o del otro?
HOMBRE POLICÍA: Sí, sí. Y el próximo siglo va a ser el siglo de la mujer...
MUJER POLICÍA: ¿Qué?
HOMEBRE POLICÍA: E...e...eso dicen, ¿no?
MUJER POLICÍA: Tampoco hay que pasarse, ¿eh?... Anda, come y deja ya de decir
chorradas, que se nos va a acabar la hora del patio...

Pausa. Comen. Aparece un hombre tímido, con una vieja bolsa de plástico
en la mano. No va bien vestido. Avanza unos pasos. Los policías lo miran
mientras comen.

HOMBRE TÍMIDO: Buenas.


MUJER POLICÍA (con la boca llena): Hola.
HOMBRE POLICÍA (con la boca llena): Hola.
HOMBRE TÍMIDO: No había nadie en la puerta.
MUJER POLICÍA (con la boca llena): ¿Qué puerta?
HOMBRE TÍMIDO: La de la entrada.
MUJER POLICÍA: ¿Cómo que no?
HOMBRE TÍMIDO: No.
MUJER POLICÍA: ¿Qué quiere?
HOMBRE TÍMIDO: He encontrado esto en el metro, con esta nota. (El hombre tímido
alarga un papelito a la Mujer policía.) Hay un departamento de objetos perdidos en
esta comisaría, ¿verdad?
HOMBRE POLICÍA: Segunda planta.
MUJER POLICÍA (lee la nota): "Llévenlo inmediatamente a la policía". No es para objetos
perdidos. Es para la policía. Para nosotros. Démelo.
HOMBRE TÍMIDO (le da la bolsa a la Mujer policía): Bueno, pues eso, pues nada.
Gracias. Adiós.
MUJER POLICÍA: Espere. (Pausa.) ¿Sabe lo que es?
HOMBRE TÍMIDO: No. No lo he abierto.
HOMBRE POLICÍA: Quizá deberíamos pasarlo por el detector de metales.
MUJER POLICÍA (palpando la bolsa): No creo que haya ningún metal.
HOMBRE TÍMIDO: ¡¿No será una bomba, no?!
MUJER POLICÍA: ¿Una bomba?
HOMBRE TÍMIDO: Bueno, pues me voy.
MUJER POLICÍA: Usted no se mueve de aquí hasta que abramos el paquete. (Pausa.)
Puede que tengamos que tomarle declaración.

24
La sangre Sergi Belbel

HOMBRE TÍMIDO: ¿Declaración? Imposible... Yo... no dispongo de tiempo... Oiga, yo... Mire, yo
tengo prisa, mucha prisa. Mi mujer está... embarazada... no tanto como usted.... bueno,
quiero decir como usted, pero de cuatro meses... Y he quedado con ella para ir al
ginecólogo... Uh, ya casi es la hora... es que hoy nos van a decir si es niño o niña...
¿Sabe?, es su tercer embarazo, pero los otros dos los perdimos... Abortó...
espontáneamente, quiero decir... Nos hace tanta ilusión esta criatura... Y yo... oh, voy a
llegar tarde... Si lo llego a saber, me llevo la bolsa al ginecólogo y se la traigo después de
la visita... Porque después sí que tengo tiempo, tengo toda la tarde libre... Quiero decir,
que si quiere, no la abra, y dentro de dos horitas vuelvo a estar aquí, abre usted la bolsa
delante de mí y me toman todas las declaraciones que deseen... Por favor... En realidad,
soy imbécil... Eso me pasa por ser tan buen ciudadano... He visto que ponía
"urgentemente" en la nota y por eso he venido primero aquí, incumpliendo mis deberes de
padre. Mi mujer debe de estar ya en la consulta, seguro. Y debe de estar preocupadísima.
La pobre se cree que ella tiene la culpa de los abortos y que yo ya estoy harto de todo este
asunto de los embarazos, y en este preciso instante debe de estar pensando: "no va a
venir, me deja sola, me odia porque ya le he matado a dos de sus hijos"... está tan
nerviosa, la pobre... No podemos perder a este tercer hijo... Y hoy nos tienen que decir si la
cosa va bien, y si es niño o niña. Yo... yo quiero niña y ella, niño. En realidad, nos da
exactamente lo mismo, pero si fuera niña, yo sería tan feliz... Le...le...le...le pondríamos
María. Es un nombre precioso, tan sencillo. María. Si es niño, todavía no lo hemos
decidido. Se lo ruego, no tengo tiempo, soy un buen ciudadano, ¿me dejan que me vaya?
Mire usted, devuélvame la bolsa, hagan ver que no he venido, olvídense de mí, y regreso
en un par de horitas, que ya estaré más relajado y sabré si el feto está bien implantado y si
es un macho o una María, y tendré para ustedes todo el tiempo que deseen, señores
policías, todo el tiempo del mundo, todo el del mundo, sí, todo, porque yo... yo... (Se pone
a llorar desconsoladamente.) Lo siento, lo siento mucho...
HOMBRE POLICÍA: ¿No se encuentra bien?
HOMBRE TÍMIDO: No, yo... yo... Es que hace ya un año y ocho meses que busco trabajo...
Estoy en el paro... Por eso digo que tengo todo el tiempo del mundo... Pero eso no es
todo... A mi mujer se le acaba el contrato con la empresa en la que trabaja dentro de
tres semanas, y ayer le dijeron que no se lo renovarían. Por el embarazo y la criatura. El
mes que viene no podremos pagar el alquiler, y nos echarán del piso. ¿Qué futuro creen
que le espera a mi hijita? (Vuelve a llorar.) O a mi hijito. Perdonen, oh, qué vergüenza...
MUJER POLICÍA: No se lo tome así, hombre... Hay que ser positivo...
HOMBRE TÍMIDO (deja de llorar de golpe y mira fijamente a la mujer policía): ¿Positivo? Para
usted debe de ser muy fácil. Un sueldo digno, un trabajo fijo, baja de maternidad,
seguridad social, vacaciones pagadas... Seguro que a estas alturas ya le ha comprado al
hijo que va a parir dentro de pocos días la ropita y la cunita, la bañerita y los juguetitos
más bonitos y más caros; seguro que usted es de las que pagan reglamentariamente su
hipoteca, y las facturas de la casa, y el seguro de vida y el plan de pensiones y eso la
hace feliz; seguro que incluso le sobra dinero para comprarse el coche de sus sueños...
Míreme a mí. No tengo nada. Nada. Sólo la ilusión de que un día, mi hija María, si
tenemos la suerte de que llegue a nacer, crezca en un mundo diferente, en el que la
felicidad no se mida por la cantidad de facturas que puedes pagar ni las condiciones del
contrato que acabas de firmar sino por los auténticos valores de tu personalidad, y así
ella pueda vengarme. Yo soy una buena persona, mínimamente inteligente, sensible,
educado, generoso y mire adónde he ido a parar. No me diga que tengo que ser positivo.
Yo ahora no puedo ser positivo. Ahora no me lo pida. No me lo pida, por favor. (Pausa.)
Perdonen, yo no quería...

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La sangre Sergi Belbel

HOMBRE POLICÍA (después de una pausa): Váyase.


MUJER POLICÍA: Déjenos su teléfono.
HOMBRE TÍMIDO: 909.33.44.55.87. Buenos días. Y buen provecho. ¿Para cuándo le
toca?
MUJER POLICÍA: Para dentro de quince días.
HOMBRE TÍMIDO: Que tenga suerte.
MUJER POLICÍA: Usted también.
HOMBRE TÍMIDO: Gracias.

El hombre tímido sale. Los policías lo miran. La mujer policía sonríe.

MUJER POLICÍA: Pues sí que estamos buenos.


HOMBRE POLICÍA: Un poco más y me quita el hambre. Esta gente me deprime. No
puedo evitarlo. Hasta me cuesta mirarles a los ojos. Me pasa siempre igual. No sé
qué decirles, cómo reaccionar, si darles dinero o comprarles un bocadillo, o darles
conversación. Al final, me quedo parado, mudo, no hago nada, no digo nada, hago
ver que ni los he oído, y ellos se van y yo me quedo con la mierda esta de la mala
conciencia el resto del día. (Pausa. Refiriéndose a la bolsa:) Dame, la llevaré arriba.
MUJER POLICÍA: Primero ábrela.
HOMBRE POLICÍA: No. Mejor que...
MUJER POLICÍA: Ábrela, que tengo curiosidad.

El hombre policía da un bocado al bocadillo. Coge la bolsa. La abre. Saca


un pequeño objeto envuelto en papel de aluminio. La mujer policía mira. El
hombre policía desenvuelve el objeto. Lo mira. De pronto, se lo pasa a la
mujer policía, va a un rincón y escupe los trozos de bocadillo. Tiene
arcadas. La mujer policía mira atónita el pequeño paquete. Deja el
bocadillo. Coge lo que hay en el papel de aluminio. Es una oreja cortada.

MUJER POLICÍA: ¡Sal, corre, ve a buscarlo!

El hombre policía sale corriendo. La mujer policía deja la oreja en el papel


de aluminio. Se queda absorta. Adivina de quién es la oreja.

MUJER POLICÍA: Mierda, mierda, mierda.

El hombre policía vuelve a entrar, corriendo, sin aliento. Le sale sangre de


la boca. A partir de ahora, los dos hablan muy de prisa, atropelladamente.

HOMBRE POLICÍA: Lo hemos perdido. De todos modos, ha dicho que no lo había


abierto.
MUJER POLICÍA: ¿Y qué? ¡Mierda!
HOMBRE POLICÍA: Voy a dar parte al comisario.
MUJER POLICÍA: Espera.
HOMBRE POLICÍA: Qué.

26
La sangre Sergi Belbel

MUJER POLICÍA: Ya sabes de quién es, ¿no?


HOMBRE POLICÍA: Claro.
MUJER POLICÍA: Mierda. Se nos va a llenar toda la comisaría de periodistas, no soporto
a los periodistas, nos querrán hacer entrevistas, morbosos, desgraciados. Sólo
pensando en el sensacionalismo de la noticia, los muy cerdos. Pero aquella mujer ya
se ha quedado sin dedo y ahora sin oreja... mierda, mierda, mierda... Ah, me duele...
HOMBRE POLICÍA: ¿Contracciones?
MUJER POLICÍA: Acidez... (Lo mira.) ¿Qué tienes en la boca?
HOMBRE POLICÍA: ¿Qué tengo?
MUJER POLICÍA: Sangre.
HOMBRE POLICÍA (se pasa la mano por los labios): Me he mordido la lengua.
MUJER POLICÍA: Tienes una hemorragia.
HOMBRE POLICÍA: No me asustes.
MUJER POLICÍA: Ponte un pañuelo.
HOMBRE POLICÍA: No tengo.
MUJER POLICÍA: Toma, coge el mío. Está limpio.
HOMBRE POLICÍA: Gracias. Oye... me voy a desmayar... Tienes que dar parte al
comisario...
MUJER POLICÍA: Estás sangrando una barbaridad... Mierda, y encima yo, con la
acidez... Y aquella mujer...(Está a punto de echarse a llorar.) ...aquella pobre mujer
desgraciada...
HOMBRE POLICÍA: No noto la lengua. Me estoy mareando...
MUJER POLICÍA: Ven, te acompaño al lavabo.
HOMBRE POLICÍA: No puedo, se me nubla la vista, no puedo dar ni un paso... Me voy a
caer.
MUJER POLICÍA: Déjame a mí. Abre la boca. Así. Ahora ciérrala. Apriétate la lengua
bien fuerte. Buf, no te la has mordido, chico, prácticamente te la has arrancado.
Fuerte, más fuerte. Así, no tengas miedo. No te muevas, quédate ahí. ¿Dónde está
la oreja? (La coge.) Voy a avisar al comisario. Y de paso llamaré al servicio de
urgencias. No te preocupes. Respira hondo, sin nervios. Seguro que no es nada.
Ahora traigo el botiquín. Te haré un buen tapón hasta que llegue el médico. Luego,
unos cuantos puntos, unos pocos días sin comer bocatas, y no habrá pasado nada,
ya lo verás. (Mira la oreja.) Ella, en cambio... ella ya está condenada, consuélate
con eso.
HOMBRE POLICÍA: Sí.
MUJER POLICÍA: Ojalá estuviera muerta...
HOMBRE POLICÍA: ¿Por qué lo dices?
MUJER POLICÍA: Para no tener que sufrir.

27
La sangre Sergi Belbel

HOMBRE POLICÍA: Los encontraremos. (La mujer policía sonríe amargamente.) Los
encontrarán. (La mujer policía niega con la cabeza, débilmente.) Se me va la
cabeza.

El hombre policía se deja caer al suelo, débil. Tiene el pañuelo en la boca,


el cual ya está completamente rojo. Se mira la mano. Está llena de sangre.
La mujer policía va a salir, pero de repente se gira, impulsada por un
pensamiento.

MUJER POLICÍA: ¿Te has creído la historia de aquel hombre?


HOMBRE POLICÍA: Sí.
MUJER POLICÍA: Aguanta. En seguida vuelvo.
HOMBRE POLICÍA: Espera.
MUJER POLICÍA: ¿Qué?
HOMBRE POLICÍA: Llámale. Nueve cero nueve, treinta y tres, cuarenta y cuatro, sesenta
y seis... no, cincuenta y cinco... sí, ochenta... no... setenta... no... ochenta...
ochenta... ochenta...
MUJER POLICÍA: ¿Ochenta y ocho?
HOMBRE POLICÍA: No. ¿Ochenta y... seis?
MUJER POLICÍA: ¿Ochenta y nueve?
HOMBRE POLICÍA: ¿Ochenta y uno?
MUJER POLICÍA: Da igual. Tranquilo.

La mujer policía sale. El hombre policía mira al vacío. Está lleno de sangre.
Pausa.

HOMBRE POLICÍA: Condenada.

Cierra los ojos.

Oscuro.

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La sangre Sergi Belbel

ESCENA 4

Jardín de una casa lujosa. Césped. Aire transparente. Sol. Muy cerca, una
piscina. Reflejos azules del agua. Una mujer en una tumbona, con gafas de
sol, la amante. Aparece sigilosamente una mujer vestida con un uniforme
rojo, la joven mensajera. Lleva un paquete en las manos. La mujer no la ve.
Parece dormida, o ausente. La mensajera entra boquiabierta,
contemplando la casa y el jardín. Se acerca a la amante, que sigue sin
reparar en ella. La mensajera se está un tiempo quieta, delante de la
amante. Tose. La amante se sobresalta y la mira.

AMANTE: ¿Quién es usted? ¿Cómo ha entrado aquí?


JOVEN MENSAJERA: Por la puerta. Me ha abierto una chica.
AMANTE: ¿Por qué la ha dejado entrar?
JOVEN MENSAJERA: Para poder entregarle este paquete.
AMANTE: ¿Por qué no se lo ha dado a ella?
JOVEN MENSAJERA: Está a su nombre. Debo entregárselo en mano. Lo pone aquí,
mire.
AMANTE: ¿A mi nombre? No espero nada.
JOVEN MENSAJERA: ¿Y yo qué quiere que le diga?
AMANTE: ¿Cómo ha burlado a la policía?
JOVEN MENSAJERA: ¿La policía? ¿Qué policía?
AMANTE: La que está en la puerta.
JOVEN MENSAJERA: No he visto a nadie. Como no vayan camuflados...

La amante se levanta y desaparece un momento. La mensajera deja el


paquete en la tumbona. La amante regresa.

AMANTE: Debe de ser la hora del cambio de turno...


JOVEN MENSAJERA: Firme este recibo, por favor.
AMANTE (mirando el paquete): ¿Qué es?
JOVEN MENSAJERA: Nuestra empresa no acostumbra a fisgonear el interior de los
paquetes que se encarga de mandar.
AMANTE: No, claro, pero...
JOVEN MENSAJERA: Pero, ¿qué?
AMANTE: Nada. (Firma.) Tenga.
JOVEN MENSAJERA: La copia, para usted.
AMANTE: Gracias... En este momento, no llevo nada... para... para...
JOVEN MENSAJERA: ¿Perdón?

29
La sangre Sergi Belbel

AMANTE: De propina, me refiero.


JOVEN MENSAJERA: Tampoco aceptamos propinas.
AMANTE: Ah, muy bien. No es necesario que la acompañe, ¿verdad?
JOVEN MENSAJERA: No. (Pausa. Va a salir, pero se detiene, a una cierta distancia. Se
gira. Sonríe sensualmente. Mira a la amante.) Tiene una casa preciosa.
AMANTE: Gracias.
JOVEN MENSAJERA: Me encantaría tener una casa como ésta. Siempre lo he deseado.
Es la casa de mis sueños.
AMANTE: Me alegro.
JOVEN MENSAJERA: Tendría que casarme con un multimillonario. Como usted.
AMANTE: Yo no estoy casada.
JOVEN MENSAJERA: Es hija de millonarios.
AMANTE: Tampoco. Oiga usted, ¿no le parece que...?
JOVEN MENSAJERA: ¿Entonces de qué trabaja para tener tanto dinero? (La amante la
mira severamente.) Perdóneme.

Suena un teléfono móvil que está sobre la tumbona. La amante se precipita


al teléfono y lo coge. Mira a la mensajera.

AMANTE: Adiós.
JOVEN MENSAJERA: Adiós.

La mensajera se dispone a salir. La amante responde al teléfono. La


mensajera se detiene de espaldas a la amante y escucha la conversación,
disimuladamente.

AMANTE: ¿Diga? Ah, hola. Bien. ¿Cómo te encuentras? ¿Y el niño? Ya. ¿Dónde estás?
(Mira en dirección a la calle.) Sí, sí, te estoy viendo. No, no quiero salir. Aparca el
coche y entra. Te espero. Hasta ahora. Un beso.

La amante cuelga. Pausa. Se queda absorta mirando el paquete. De


repente, nota la presencia de la mensajera detrás de ella. Se gira
bruscamente.

AMANTE: ¿Por qué no se ha marchado?


JOVEN MENSAJERA: ¿Le ocurre algo?
AMANTE: Haga el favor de salir inmediatamente de mi casa.
JOVEN MENSAJERA: ¿No puedo ayudarla en nada?
AMANTE: Me gustaría poderle decir que sí. Pero no. Adiós.
JOVEN MENSAJERA: ¿Por qué hay policía en la puerta de su casa?
AMANTE: ¿No me ha oído?

30
La sangre Sergi Belbel

JOVEN MENSAJERA: ¿De dónde ha sacado esta casa si no tiene marido, ni es hija de
ricos, ni ha podido comprarla con el dinero que gana?
AMANTE: Ya están aquí los policías del siguiente turno.
JOVEN MENSAJERA: No creo que me detengan por hacer preguntas. ¿Quién es usted?
(Pausa.) Ya me voy. (Va a salir. Se detiene de nuevo y mira fijamente a la amante.)
Lo siento mucho. Yo sólo pretendía ayudarla.
AMANTE: ¿Por qué cree que necesito ayuda?
JOVEN MENSAJERA: Parece asustada.
AMANTE: ¿Y usted?, ¿quién es usted?
JOVEN MENSAJERA: ¿Perdón?
AMANTE (bajando la mirada): Exigiré que la interroguen.
JOVEN MENSAJERA: ¿A mí? ¿Qué me interroguen? ¿Por qué? Yo no he hecho nada.
Sólo traerle este paquete. Jamás he tenido ningún problema con la empresa. Me he
quedado... porque la veía... perdida, triste. Usted tiene un problema grave. Se le
nota en la mirada... Y tiene ganas de contárselo a alguien... De quitárselo de encima
para que desaparezca la angustia. Tiene ganas de hablar, de explotar, decir algo
que está callando desde hace algún tiempo, ya no puede más... Eso es lo que he
pensado al verla. Pero, claro... mírese usted y míreme a mí... Sus cabellos, su
peinado, su vestido, su piel, su casa... En cambio, yo... Bah, soy una ingenua...
Como si yo pudiera... servirle de... Discúlpeme.

La mensajera sale. La amante se ha quedado mirándola. Tiene los ojos


llorosos. Va a la tumbona. Se sienta. Mira el paquete. Lo coge. Lo sopesa.
Lo mira por arriba y por abajo. Desgarra el precinto con las uñas. Saca un
par de grapas. Involuntariamente, se clava una de las grapas en el dedo
pulgar de la mano derecha. Débil exclamación de dolor. Se quita la grapa.
Le sale sangre del dedo. Se lo mira. Lo introduce en la boca. Sigue
abriendo el paquete mientras succiona la sangre del dedo. Abre el paquete.
Saca una bolsa casi transparente que contiene una cosa blancuzca. Abre el
plástico por la parte superior y contempla lo que hay. Se queda
completamente inmóvil mirando el interior de la bolsa de plástico.
Súbitamente, la lanza sobre la tumbona, profiere un grito sordo y empieza a
temblar, presa del pánico. Se queda de pie, inmóvil, aterrada, paralizada, a
cierta distancia del paquete, sin poder apartar la vista de él.

Pausa. Aparece, por donde había salido la mensajera, el marido. Un


hombre de mediana edad. Con traje. Sin corbata. Camina despacio. La
amante no parece advertir su presencia.

El marido se le acerca. Va a besarla en la boca, pero al ver su estado, se


detiene y la contempla.

MARIDO (con una voz apenas audible): ¿Qué te pasa?

La amante no dice nada. Sólo mira la bolsa. El marido mira en la dirección


de la mirada de ella. Ve la caja abierta y la bolsa de plástico. Se acerca.
Coge la bolsa. Quita el plástico. Dentro hay un pie cortado por encima del

31
La sangre Sergi Belbel

tobillo. Él lo coge. Se queda lívido. Se le acelera el corazón, salvajemente.


Le cuesta respirar. Está a punto de sufrir una crisis nerviosa, pero cierra los
ojos y empieza a respirar profundamente, en un gesto de dolor. Intenta
mantener la calma, con grandes esfuerzos para controlarse. Finalmente, lo
consigue. Vuelve a abrir los ojos. Respira con normalidad. Se queda
prácticamente impasible. Se sienta en la tumbona, sin soltar el pie, que
coloca en su falda.

Silencio. El marido empieza a hablar con una aparente serenidad, y la


amante en estado de shock, ambos atropelladamente y muy deprisa.

MARIDO: Acabo de pagar.


AMANTE: Dios mío...
MARIDO: La escolta está en la puerta. Ve a llamarlos.
AMANTE: No puedo.
MARIDO: ¿Cómo ha llegado hasta aquí?
AMANTE: Una chica... lo acaba de traer...
MARIDO: ¿Se ha ido?
AMANTE: Sí.
MARIDO: ¿La has dejado marcharse?
AMANTE: Sí.
MARIDO: ¿Por qué?
AMANTE: No lo había abierto.
MARIDO: ¿Y no has sospechado que podía ser...?
AMANTE: No. ¿Por qué tenía que sospecharlo? ¿Aquí? ¿En mi casa?
MARIDO: Ve a llamarlos.
AMANTE: No puedo.

El marido deja el pie sobre el césped y se levanta. Va a salir.

AMANTE: ¡No! No me dejes sola. Con... eso.


MARIDO: ¿"Eso"?
AMANTE: Sí.
MARIDO: ¿Qué tienes en la mano?
AMANTE: ¿Qué mano?
MARIDO: Sangre.

La amante se mira la mano. Está roja de sangre.

AMANTE: No es nada.
MARIDO: Ahora vuelvo.

32
La sangre Sergi Belbel

AMANTE: Que no te vayas, te he dicho.


MARIDO: ¿Por qué?
AMANTE: La matarán, ¿verdad?
MARIDO: Te repito que acabo de pagar.
AMANTE: No quieren dinero.
MARIDO: Sí, quieren dinero. Ya lo tienen. Dentro de cinco o seis horas, ya habrá pasado
todo.
AMANTE: Si quisieran dinero, no le harían daño.
MARIDO: Esa gente no razona igual que nosotros.
AMANTE: Gracias a dios.
MARIDO: ¿Qué?
AMANTE: ¿Cómo puedes estar tan tranquilo?
MARIDO: No estoy tranquilo.
AMANTE: ¿No piensas en ella?
MARIDO: Sí.
AMANTE: Creo que me voy a desmayar.
MARIDO: Respira hondo.
AMANTE: No puedo. No puedo moverme.
MARIDO: Cálmate.
AMANTE: ¡Llévate eso de ahí, por lo que más quieras!

El marido va a coger el pie. Lo detiene la voz de la amante.

AMANTE: ¿Cómo sabían quién era yo?


MARIDO: No lo sé.
AMANTE: ¿Por qué me lo han enviado a mí?
MARIDO: No lo sé.
AMANTE: Ha sido ella.
MARIDO: ¿Qué?
AMANTE: Ella.
MARIDO: Entra en casa, necesitas descansar.
AMANTE: Lo sabía todo. Es más lista que tú y que yo y que nadie. ¿Y si todo es una
farsa?
MARIDO: Estás delirando.
AMANTE: ¡Entonces, ¿por qué me han enviado eso a mí?!
MARIDO: "Eso" es su pie.
AMANTE: ¿Y si no es el suyo?

33
La sangre Sergi Belbel

MARIDO: ¿Acaso crees que no reconocería el pie de mi mujer? Llevo quince años
viéndolo cada día.
AMANTE: ¿El mío también lo reconocerías? (Pausa.) ¿De dónde has sacado el dinero?
MARIDO: Ahora eso no importa.
AMANTE: Sí que importa.
MARIDO: No importa.
AMANTE: Quiero morir.
MARIDO: No es verdad.
AMANTE: No quiero que ella muera.
MARIDO: Nadie lo quiere.
AMANTE: ¿Nadie? (Lo mira fijamente.) ¿Nadie?
MARIDO: Nadie.
AMANTE (prácticamente sin respirar, histéricamente): Este pie tendría que ser el tuyo, no
el de tu mujer, tú eres el político, tú eres el personaje, tú eres quien debería ser
mutilado, ella no ha hecho nada, nada, sólo ser tu mujer y mi desgracia, tú eres el
corrupto y el hipócrita hijo de puta que nunca ha tenido problemas para pisotear a
cualquiera que se te pusiera por delante si eso te daba poder, poder y más poder...
la han secuestrado a ella porque no tenía escolta, ya le han cortado un dedo, una
oreja y ahora el pie, dentro de unas cuantas horas le cortarán la cabeza y ya se
habrán embolsado el dinero que has ido a mendigar a tus amigos mafiosos
empresarios de mierda, a saber qué te coño te van a pedir ahora éstos a cambio, se
te ha acabado la vida. (Pausa.) Se nos ha acabado la vida.
MARIDO: La vida seguirá igual le hagan lo que hagan a mi mujer.
AMANTE: El cielo se está tapando. Está a punto de llover.
MARIDO: Sabes muy bien que te necesito...
AMANTE: No me toques. (Pausa.) Ella es quien tiene ahora todo el poder, ¿no lo
entiendes? Incluso sobre nosotros.
MARIDO: Tienes que curarte esa herida, cada vez te sale más sangre.
AMANTE: Si a mí me sale sangre por un ridículo rasguño como éste, ¿cuánta debe haber
derramado ella?
MARIDO: Cállate, por favor.
AMANTE: ¿Cuánta y por qué? ¿Por qué? ¡¡¿Por qué por qué por qué por qué por qué
por qué por qué...POR QUÉ?!!
MARIDO : Ven conmigo, apóyate en mi hombro...
AMANTE: QUE NO ME TOQUES, ME DAS ASCO, ME DAS ASCO, TODA LA CULPA
ES TUYA, MACHISTA DE MIERDA, INSENSIBLE DE MIERDA, CREÍAS QUE LO
TENÍAS TODO, ¿EH?, TODO, UN CARGO IMPORTANTE, UNA POSICIÓN
PRIVILEGIADA Y SEGURA A PESAR DE LOS ATAQUES DE LA OPOSICIÓN,
CON UN BRILLANTÍSIMO FUTURO POR DELANTE, QUIÉN SABE SI DENTRO
DE POCOS AÑOS HASTA PRESIDENTE Y TODO DE TU QUERIDÍSIMO PAÍS
QUE EN EL FONDO DE TI MISMO TE LA SUDA, DINERO, DINERO, DINERO Y

34
La sangre Sergi Belbel

MÁS DINERO SALIDO DE VETE A SABER DÓNDE, UNA MUJER COMO DEBE
SER, CULTA, INTELIGENTE, UN HIJO PRECIOSO, NO SÉ CUÁNTAS CASAS, NO
SÉ CUÁNTOS COCHES, UNA AMANTE SECRETA, NI DEMASIADO JOVEN NI
DEMASIADO VIEJA, MÁS GUAPA QUE INTELIGENTE PARA COMPENSAR LO
QUE LA MUJER OFICIAL NO PUEDE OFRECERTE, UNA AMANTE A LA CUAL TE
PERMITES EL LUJO DE REGALAR A TRAVÉS DE NO SÉ QUÉ MIERDA DE
SOCIEDAD QUE TIENES CON CUATRO MAFIOSOS MÁS UNA PRECIOSA
MANSIÓN CON TODAS LAS COMODIDADES, QUE NO HACE PREGUNTAS,
PERO AHORA RESULTA QUE NO ES TAN SECRETA COMO PENSABAS,
PORQUE ACABA DE RECIBIR EL PIE DE LA MUJER LEGAL QUE UNOS
TERRORISTAS FANTASMAS LE ACABAN DE MUTILAR DESPUÉS DE HABER
HECHO LO MISMO CON UN DEDO SUYO Y UNA OREJA SUYA, UNA AMANTE
QUE JAMÁS HACE PREGUNTAS PERO QUE AHORA TIENE GANAS DE
HABLAR, DE EXPLOTAR, DE DECIR LO QUE HA ESTADO CALLANDO: TODA LA
CULPA ES TUYA, POR SER QUIEN ERES, POR HABER HECHO LO QUE HAS
HECHO, Y AHORA ME DAS ASCO, TU VIDA ES UNA MENTIRA, COMO ESA
MONSTRUOSA SERENIDAD TUYA, TU MUJER CORTADA A PEDAZOS
DISEMINADA POR TODA LA CIUDAD, Y YO, TU AMANTE, DESTROZADA PARA
SIEMPRE POR DENTRO, LA SANGRE DERRAMADA DE TU MUJER, QUE YA
DEBE DE ESTAR MUERTA, SANGRE QUE POR SUERTE SOBREVIVIRÁ EN LAS
VENAS DE TU HIJO, AUNQUE MEZCLADA CON LA TUYA, POR DESGRACIA, TU
SANGRE PODRIDA, SI ES QUE ALGUNA VEZ HA CORRIDO SANGRE POR TUS
VENAS, POLÍTICO DE MIERDA, A MÍ NO ME ENGAÑAS, NO HAY NINGÚN
TERRORISTA, NINGUNO, TODA LA CULPA ES TUYA.
MARIDO: Tienes razón, deberíamos entrar, está empezando a llover.

El marido se acerca a la amante y la coge. Ella se desprende bruscamente


de él y le empuja. Él cae al suelo, muy cerca de dónde se halla el pie
cortado.

AMANTE: Todavía hay sangre suya en su pie. Aunque esté medio seca, es suya. (Pausa.
Señala el pie con la cabeza.) Cómetelo. A lo mejor su sangre te purifica. (Pausa.)
Hazme caso, aunque sólo sea una vez. La primera y última vez. (Pausa.) Cómetelo.

La amante sale. El marido mira el pie y se abraza a él con todas sus fuerzas.

Empieza a llover. El marido llora abrazado al pie de su mujer. Mira al cielo.


Las gotas de lluvia resbalan por su cara y se mezclan con sus lágrimas.
Baja la cabeza y mira al infinito.

MARIDO: La cabeza. (Pausa.) Mi cabeza.

El marido deja el pie, se lleva las manos a la cara y se clava fuertemente las
uñas en la parte superior de la mejilla. Se desgarra la cara con las uñas,
fuertemente, de arriba abajo. La piel se le salta y empieza a sangrar
abundantemente. Sus ojos ni siquiera parpadean. Mira el pie. Con las manos
ensangrentadas lo coge. Toca la uña del dedo gordo. La zarandea hasta que
se desprende de la carne. Mira al infinito. Abre la boca. Con un gesto lento, se
introduce la uña en la boca. Cierra los labios. Empieza a masticar.

Oscuro.

35
La sangre Sergi Belbel

ESCENA 5 y última.

Espacio cerrado de la primera escena.

Penumbra.

La mujer está sola, sentada en el centro, vestida sólo con una camisa
arremangada. Le falta el dedo índice de la mano derecha, la oreja izquierda
y el pie derecho. Tiene vendadas estas tres partes del cuerpo. Un vendaje
muy bien realizado, pulcro. Ni una gota de sangre traspasa las vendas. La
pierna del pie amputado reposa encima de una caja. Está descalza del otro
pie. Tiene los ojos cerrados.

De repente, abre los ojos y mira delante de ella. Su rostro no expresa nada.
Absolutamente nada. Se queda así, con la mirada fija, perdida en el infinito.
Sus ojos se llenan de lágrimas que no llegan a deslizarse por sus mejillas.
Permanece un tiempo completamente inmóvil, sin moverse ni pestañear.
Luego, con un hilo de voz apenas audible, empieza a tararear la melodía de
la canción que le cantó la niña. Se le entienden algunas palabras, hasta
que acaba cantándola entera.

MUJER: ...las brujas... escobas negras... la tierra... la luna.


Quiero ser una bruja, tralará,
subida en una escoba, tralarí,
quiero dejar la tierra, tral.larà,
tralarí, tralarí, a la luna quiero ir.

Se calla. Permanece un tiempo más en silencio. Se abre la puerta.


Resplandor. Ella no se gira. Sigue inmóvil con la mirada fija. Aparece el
hombre con una enorme caja llena de herramientas. Cierra la puerta. Mira a
la mujer. Se queda quieto, con la caja debajo del brazo, detrás de ella.

HOMBRE: ¿Quiere alguna cosa?


MUJER: Sólo faltan unos minutos, ¿verdad?
HOMBRE: ¿Comida?
MUJER: Sé que mi marido ha pagado.
HOMBRE: ¿Algo de beber?
MUJER: ¿Qué importa ahora si tengo hambre o tengo sed?
HOMBRE: ¿No desea nada?
MUJER: Salir de aquí.
HOMBRE: ¿Cómo sabe que ha pagado?
MUJER: Lo sé.
HOMBRE: ¿Seguro que no quiere nada?

36
La sangre Sergi Belbel

MUJER: Ya le he dicho lo que quiero.

Pausa. El hombre va al rincón oscuro. Ella aún permanece inmóvil. Pero su


respiración es cada vez más agitada y empieza a sudar.

MUJER: Sí. Quiero dos cosas. (El hombre no responde. Aún está en el rincón oscuro.)
Deseo dos cosas. (Pausa.) Dos. (Pausa.) Si me quedan pocos minutos, pueden
concedérmelas. (Pausa.) Porque me quedan pocos minutos, ¿no es así? (Pausa.)
¿Cuántos, exactamente? (Pausa.) Deben de haber pasado dos horas desde el
último calmante que me inyectó su... compañera... ¿O no es su compañera? Por
cierto, ya se me ha pasado el efecto. Estos calmantes no sé de dónde los han
sacado, no valen nada.

Se oyen algunos ruidos desde el rincón oscuro. El hombre manipula en la


oscuridad las herramientas. Sonidos metálicos, golpes de las herramientas
entre sí y contra el suelo.

MUJER: No haga tanto ruido, por favor, tengo el oído muy sensible. El de la oreja que
aún tengo. Y el otro, todavía más.

Aparece el hombre en el círculo de luz. Se acerca a la mujer. Ella gira la


cabeza y lo mira a los ojos, con un gesto solemne.

HOMBRE: ¿Qué es lo que quiere?


MUJER: Primero un favor personal. Tengo... una necesidad física. Tiene que ayudarme. No
creo que tenga fuerzas para hacerlo yo sola. Apenas puedo moverme. ¿Me ayudará?
HOMBRE: ¿A qué?
MUJER: Me pica mucho. Necesito que me rasque muy fuerte.
HOMBRE: ¿Dónde?
MUJER: ¿Lo hará?
HOMBRE: Sí.
MUJER: Gracias.
HOMBRE: ¿Qué quiere que le rasque?
MUJER: El pie.

Él se agacha, le coge el pie y se lo rasca delicadamente.

MUJER: Lo hace muy bien. Pero hay un pequeño problema. (Pausa.) No es éste el pie que me pica.

El hombre deja de rascar. Mira a la mujer, que lo desafía con la mirada. Él


no puede sostenérsela. Deja el pie y se levanta.

HOMBRE: No se burle de mí.


MUJER: No me burlo. Me pica mucho. Los dedos, la planta, el tobillo, el empeine, el pie
entero. (Pausa.) Lo único que he notado al volver en sí ha sido este picor
insoportable. He mirado. No he visto el pie y aún así me pica. Y el dedo. Y la oreja.
Eso me tranquiliza. Cuando me corten la cabeza, durante una milésima de segundo,

37
La sangre Sergi Belbel

mis ojos quizá verán mi cuerpo en otro sitio, pero yo todavía lo sentiré como parte
de mí. En mi cabeza. La realidad es otra, pero me da igual. En la cabeza, todo sigue
en su sitio. ¿Dónde deben de haber tirado mi pie? ¿Dónde debe de estar
pudriéndose? A mí me da exactamente lo mismo. Mi pie y mi dedo y mi oreja
todavía están en mí. Físicamente. Se lo juro. Los siento. Los muevo. Me pican. Me
cuesta incorporarme, pero voy a hacer un esfuerzo. Mire.

La mujer se inclina hacia adelante, con esfuerzos. Alarga el brazo derecho


hacia la pierna en alto y dirige la zona del dedo índice que no tiene al
espacio vacío donde debería tener el pie. Mueve la mano de arriba abajo y
de derecha a izquierda, rascando el aire.

MUJER: Ah... Así, así, eso está mucho mejor...


HOMBRE: Basta.
MUJER: Qué delicia.
HOMBRE: Basta, he dicho.
MUJER: Le molesta que me rasque. ¿Por qué?
HOMBRE: Se está burlando de mí.
MUJER: ¿Y qué, si fuera verdad? ¿Le da miedo? ¿Le aterroriza pensar que mi último
pensamiento, el último de todos, que quizá seguiré teniendo incluso cuando ya me
habrán separado la cabeza del cuerpo, será para ustedes? ¿Una burla de ustedes?
(Pausa.) ¿Preferiría que me echara a llorar, a suplicar, a pedir clemencia, a
recordarle que todavía soy joven y tengo un hijo aún pequeño y toda la vida por
delante? (Pausa.) ¿Eso es lo que preferiría oír de mí?
HOMBRE: Tal vez sí.
MUJER: Muy bien. Míreme a los ojos. (Las lágrimas empiezan a resbalarle abundantemente
por las mejillas. Habla serenamente.) No me maten. Todavía soy joven. Tengo un hijo,
aún es pequeño. Tengo toda una vida por delante. Pido clemencia.

Silencio.

HOMBRE: No soy yo quien pueda concedérsela.


MUJER: Entonces, ¿quién?
HOMBRE: Yo no.
MUJER: Entonces, usted no es nadie.
HOMBRE: Yo soy yo. Y no puedo...
MUJER: Le admiro.
HOMBRE: ¿Qué?
MUJER: A usted y a su... compañera. Les admiro. No son nadie.
HOMBRE: ¿Por qué lo dice?
MUJER: Ejecutan órdenes. Sólo eso. Para el bien común. Para su bien común. El de su
gente, su pequeño grupo, pequeño pero poderoso. Un grupo con sus propias reglas.
Si éstas implican matar, da igual. Sea como sea, jamás se mata a nadie del grupo y

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nadie mata en realidad. Mata el grupo. Usted sabe perfectamente que no es usted
quien me mata. Usted no es nadie. Sólo su grupo es alguien. Acaba de decir "yo soy
yo" y es mentira. No tiene yo. Usted no tiene yo. Sólo "nosotros". Nuestro territorio,
nuestra lucha, nuestra casa, nuestra lengua, nuestra cultura, nuestro aspecto,
nuestro carácter... Nuestro, nuestro, nuestro... Pero, ¿quién es, dónde está, qué es
"nosotros"? ¿Qué rostro tiene? ¿Cómo respira? ¿Cómo habla? ¿Cómo se mueve?
¿Qué piensa? ¿De qué color es su sangre? A mí esta palabra me resulta extraña.
Terrible. De otro lugar. De otro tiempo. (Pausa.) Sé que para entrar en este lugar,
me han hecho atravesar la máquina del tiempo. Lo que no sé es si la programaron
para ir a la prehistoria o si estoy en el siglo XXV. (Pausa.) ¿Por qué no dice nada?
HOMBRE: No entiendo lo que dice.
MUJER: Ahora el segundo deseo.
HOMBRE: ¿Qué?
MUJER: He dicho que quería dos cosas. La primera ya se la he dicho. La segunda...
HOMBRE: ¿Qué?
MUJER: Quiero ver a la niña.
HOMBRE: No puede ser.
MUJER: Tengo que verla.
HOMBRE: Está castigada.
MUJER: Es lo único que deseo.
HOMBRE: ¿Por qué quiere verla?
MUJER: No lo sé, quiero verla.
HOMBRE: ¿Por qué?
MUJER: Le acabo de decir que no lo sé. (Pausa.) O puede que sí. (Pausa.) Quiero
despedirme de ella.
HOMBRE: Ya lo haré yo por usted.
MUJER: No es lo mismo.
HOMBRE: ¿Por qué quiere despedirse de ella?
MUJER: Quiero verla y punto, necesito verla, necesito despedirme de ella.
HOMBRE: ¿Por qué?
MUJER: Deje de preguntarme "por qué", me pone histérica, mis motivos debo de tener, del
mismo modo que ustedes deben de tener los suyos para hacer lo que han hecho, y en
ningún momento les he preguntado "por qué"; puedo entender que me secuestren,
necesitan dinero, necesitan ocupar las primeras páginas de los periódicos, sentirse
poderosos, tienen sus motivos, es una guerra para ustedes; ahora ya tienen el dinero
que pedían y no van a cumplir su palabra, ya estoy muerta, lo sé, estoy muerta y no les
he preguntado por qué lo han hecho, estoy muerta desde el momento en que me
metieron en este agujero y no les he preguntado por qué antes de matarme han tenido
que cortarme a pedazos, no les he preguntado por qué no me pegaron un tiro en la sien
en el primer momento, habría sido más fácil, ni sedantes, ni torturas, ni nervios, ni
hemorragias, ni sufrimiento inútil, no les he preguntado por qué no cumplirán su palabra

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La sangre Sergi Belbel

y qué es lo que realmente les mueve, no se lo he preguntado porque no soy imbécil; su


lógica y la mía se encuentran en dos planos diferentes condenados a no encontrarse
nunca, como dos líneas paralelas, sabemos que en el infinito se juntan, pero el infinito
no se deja ver. Porque no existe. El universo es limitado, no tiene infinito, empezó y
acabará. Por lo tanto, me importa una mierda que teóricamente no haya líneas
absolutamente paralelas, me importa una mierda la teoría, lo único que sé es que yo no
las veré nunca juntas. Aunque... Basta. Haga el favor de decir a la niña que baje, y deje
de preguntarme por qué quiero verla. Si se lo explicara, tampoco lo entendería.
HOMBRE: Aún así, le exijo que me lo explique.
MUJER: Muy bien: me da miedo la muerte. Ya está.
HOMBRE: ¿Eso qué tiene que ver con la niña?
MUJER: Yo tengo un hijo.
HOMBRE: ¿Y qué?
MUJER: ¿Todavía no lo entiende?
HOMBRE: No. Ella no tiene nada que ver con su hijo. No se le parece en nada.
MUJER: Claro que sí.
HOMBRE: ¿En qué?
MUJER: La edad. La estatura. La mirada. La voz. Los gestos. La sonrisa. El lenguaje. La
sangre. ¿Le parece poco?
HOMBRE: La sangre, no.
MUJER: ¿No?

La mujer lo mira. Silencio. Se abre la puerta. Haz de luz muy débil. Aparece
la silueta de la mujer joven. El hombre la mira.

HOMBRE: ¿Lo traes?


MUJER JOVEN: Sí.
HOMBRE: ¿Ya lo has preparado?
MUJER JOVEN: Sí.
MUJER: ¿A qué se refieren?

La mujer joven entra en el círculo de luz. Lleva una jeringuilla llena de


líquido. La mujer la ve. Siente un escalofrío. Su corazón se acelera.
Tiembla y respira dificultosamente.

MUJER: No, por favor.


MUJER JOVEN: No le dolerá.
MUJER: Esperen un momento, sólo un momento.
HOMBRE: Quiere ver a la niña.
MUJER JOVEN: ¿La niña? Hace rato que ha salido.
HOMBRE: ¿A dónde?

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La sangre Sergi Belbel

MUJER JOVEN: Ha dicho que iba a jugar con unos amigos.


MUJER: Jugar...
HOMBRE: ¿Con qué amigos?
MUJER JOVEN: No lo sé.
HOMBRE: Ve a buscarla.
MUJER JOVEN: ¿Para qué?
HOMBRE: Para que pueda verla...antes.
MUJER JOVEN: No.
MUJER: Por favor, no quiero morir...
HOMBRE: Cállese.
MUJER JOVEN: Tengo que cumplir mi palabra.
HOMBRE: ¿No puedes hacer una excepción?
MUJER: ¡¡¡NO QUIERO MORIR!!!
HOMBRE: ¡¡¡Que se calle!!!
MUJER JOVEN: La castigué. Tengo que ser coherente. No puedo...
MUJER: ¿Coherente? ¿Su palabra? ¡¡Su palabra también fue que me dejarían en libertad
si mi marido pagaba el rescate!!
MUJER JOVEN: No ha pagado.
MUJER: ¡¡¡Claro que ha pagado, sé perfectamente que lo ha hecho!!!
MUJER JOVEN: Estaba dispuesto a hacerlo, pero se lo ha impedido la cúpula de su
partido. Qué raro es su marido. Prefiere no tener problemas con su cargo político a
tenerlos con su conciencia.
MUJER: ¿Dónde está el teléfono? ¡¡¡Déjenme que vuelva a hablar con él!!!
HOMBRE: Ya lo hizo en su momento. Si no le hizo caso entonces, ¿por qué iba a hacerlo ahora?
MUJER: Me están mintiendo. Claro que ha pagado. Lo que pasa es que no pueden
soltarme. Me van a matar. Lo tenían todo planeado. Y les ha salido tal como
querían. ¿Por qué no tienen el valor de admitirlo?
MUJER JOVEN: Está bien, ha pagado. ¿Se siente mejor? Puede que su marido la
quiera, pero sólo un poquito, no ha soltado el dinero hasta el último minuto, el hijo
de puta. Y ahora, acabemos de una vez. (Al hombre.) Cógela.
MUJER: Aún no, por lo que más quieran...
MUJER JOVEN: ¿Por qué quiere alargar todavía más este sufrimiento?
MUJER: Déjenme hablar sólo un segundo con la niña...
MUJER JOVEN (al hombre.): Que la cojas, te he dicho.

El hombre coge a la mujer por detrás y la agarra fuertemente. Ella balbucea


palabras incomprensibles y llora desconsoladamente. La mujer joven le
coge el brazo izquierdo y le inyecta el líquido. Silencio.

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MUJER: ¿Ya está?

Silencio. La mujer empieza a relajarse. El hombre y la mujer joven


permanecen de pie, a una cierta distancia, esperando a que la mujer pierda
el conocimiento y muera. La mujer mira fijamente a la mujer joven.

MUJER (con una voz cada vez más débil, haciendo esfuerzos sobrehumanos para no
desfallecer y para seguir hablando:) ¿Usted no tiene hijos? (Mira al hombre.) ¿Y
usted? (Pausa. A la mujer joven:) Yo tengo uno. Un niño. Ya es un hombrecito, casi
tiene la misma edad que ella. (Pausa.) Me duermo. (Pausa.) No tienen hijos, pero ella
es como si fuera hija suya, ¿verdad? ¿Le dirán una cosa de mi parte? Por eso quería
verla. (Pausa.) Por favor. (Pausa.) No puedo... (Pausa.) Díganle que me gustaría...
que me gustaría mucho que... (Pausa.) Se me va la cabeza. (Pausa.) La misma
estatura... (Pausa.) La misma mirada. (Pausa.) El mismo... lenguaje. (Pausa.) Me
gustaría que supiera... que pudiera... (Pausa.) Líneas paralelas. (Pausa.) Quizás...
(Pausa.) Pero la sangre... (Pausa.) A lo mejor... (Pausa.) Antes de que se acabe
todo... (Pausa.) La sangre... (Pausa.) No veo nada... (Pausa.) Nada...

Muere. La mujer joven mira al hombre. Él se acerca a la mujer, le toma el


pulso. Mira a la mujer joven y asiente con la cabeza. Silencio.

MUJER JOVEN: Es muy tarde. Hazlo ya, voy a buscar a la niña.


HOMBRE: ¿Cenamos aquí?
MUJER JOVEN: No. Hay reunión.
HOMBRE: ¿Otra reunión?
MUJER JOVEN: Sí.

Silencio largo. La mujer joven mira el cadáver de la mujer. El hombre mira a


la mujer joven y esboza una tímida sonrisa, amarga.

HOMBRE: Te quiero.
MUJER JOVEN: Yo también.

La mujer joven se le acerca y le da un beso en los labios.

HOMBRE (dulce): ¿Cuánto... cuántos días hace que no follamos?


MUJER JOVEN: Siempre piensas en lo mismo. Primero acaba el trabajo.
HOMBRE: Lo acabaré, pero, ¿y qué?; luego iremos a la reunión, y se hará tarde y después...
MUJER JOVEN: Es importante.
HOMBRE: No digo que no sea importante. Pero también lo somos tú y yo.
MUJER JOVEN: No digas eso.
HOMBRE: ¿Por qué no?
MUJER JOVEN: Hay cosas bastante más importantes que tú y que yo.
HOMBRE: Esto, ¿verdad?
MUJER JOVEN: Sí.

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HOMBRE: No lo sé. No sé nada...


MUJER JOVEN: Es normal que estés así. A mí también me cuesta. Pero ya está. Ya ha
pasado todo. (Lo mira. Pausa.) Podemos irnos unos días, los dos solos.
HOMBRE: ¿Y la niña?
MUJER JOVEN: Que se la quede alguien. Por un par de semanas, no le va a pasar nada.
HOMBRE: ¿No nos echará de menos?
MUJER JOVEN: Sí. Pero a ella también le sentará bien cambiar de aires.
HOMBRE: ¿Y si la dejamos con su abuela?
MUJER JOVEN: ¿Querrá?
HOMBRE: Claro que sí.
MUJER JOVEN: Quiero decir la niña.
HOMBRE: Si la convencemos...
MUJER JOVEN: Se aburre tanto, en aquella casa tan grande y tan vieja.
HOMBRE: Pero está el perro, y el jardín, y los hijos de los vecinos, que se mueren de
ganas de jugar con ella.
MUJER JOVEN: Si no les hace ni caso....
HOMBRE: Que sí. Le gusta hacerse rogar. Como a todos los críos.
MUJER JOVEN: Tú ganas, la llamaré por teléfono, a ver qué opina.
HOMBRE: Ya verás, pobre mujer, estará encantada de quedársela unos días.
MUJER JOVEN: Pero se cansará, está tan mayor.
HOMBRE: Le llevaremos un regalo. Para compensar las molestias.
MUJER JOVEN: Un buen vino. Nada la hace más feliz.

Pausa. Se miran.

HOMBRE: Entonces, ¿qué?


MUJER JOVEN: ¿Qué?
HOMBRE: ¿Estás segura de que quieres que nos vayamos tú y yo solos, unos días?
MUJER JOVEN: ¿No acabo de decirte que sí?
HOMBRE: ¿Nos dejarán marchar?
MUJER JOVEN: Todo ha salido como estaba previsto. ¿Qué problema puede haber?
HOMBRE: ¿Nos darán dinero, esta noche?
MUJER JOVEN: Sí. Y documentos.
HOMBRE: Muy bien.
MUJER JOVEN: Voy a buscar a la niña.
HOMBRE: Espera. (Pausa.) ¿A dónde podemos ir?
MUJER JOVEN: No lo sé. ¿Dónde te gustaría?

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HOMBRE: Al mar.
MUJER JOVEN: Está bien.
HOMBRE: ¿Y si saliéramos esta misma noche, después de la reunión?
MUJER JOVEN: ¿No es demasiado precipitado?
HOMBRE: Ya conduzco yo. Tú puedes dormir, si quieres. Iremos al sur. Con un poco de
suerte, llegaremos a la playa antes de que salga el sol. Te llevaré a un sitio bestial,
paradisíaco. Aparcaré el coche frente al mar y te despertaré. Cuando abras los ojos,
no te lo vas a creer. (Pausa.) Y no vas a poder resistirlo, y...
MUJER JOVEN: ¿En qué estás pensando?
HOMBRE: Ya lo sabes. El rumor de las olas... la salida del sol... el ruido de las gaviotas...
la humedad de la arena... Tú y yo solos...
MUJER JOVEN (sonriendo): Eres...
HOMBRE: ¿Qué?
MUJER JOVEN: Nada. No hace falta ir tan lejos para pegar un buen polvo.
HOMBRE: Me hace ilusión. ¿A ti no?
MUJER JOVEN: Sí... Después de estos días. Sí, puede que tengas razón. Un lugar
paradisíaco. Pero todavía te queda...
HOMBRE: No te preocupes. Es un momento. Va, ve a buscar a la niña. Puedo yo solo.

La mujer joven vuelve a darle un beso. Sale. El hombre mira el cuerpo de la


mujer. Se acerca. La coge por las piernas y la arrastra hasta el rincón
oscuro. No los vemos. Se oyen sonidos metálicos, golpes. Es el hombre,
que está cogiendo utensilios para cortarle la cabeza a la mujer. Conecta
una sierra eléctrica. Se oye el ruido inconfundible del contacto de la sierra
con la piel y los huesos del cuello.

Provenientes del rincón oscuro, vemos salpicaduras de sangre. Luego, el


hombre desconecta la sierra.

HOMBRE (aún en la oscuridad): Mierda.

Aparece el hombre en el círculo de luz. Tiene todo el cuerpo y las manos


ensangrentadas y va dejando un rastro de sangre por donde pasa. Busca
algo con la mirada para secarse. No encuentra nada. Va a la puerta y la abre.

HOMBRE (gritando): ¿Has salido ya? (Pausa.) ¡Eh! (Pausa.) Sale mucha sangre,
necesito un par o tres de mantas, o trapos, o... (Pausa.) ¿Me oyes?

Se espera un instante. Mira hacia el rincón. Un espeso charco de sangre


surge de la oscuridad y avanza por el suelo lentamente hacia sus pies.

HOMBRE: Mierda.

Sale escaleras arriba.

Silencio.

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La sangre Sergi Belbel

La sangre sigue avanzando hacia el círculo de luz.

Del rincón oscuro del otro lado, aparece una silueta que avanza lentamente. Es la
niña, que ha estado escondida allí todo el tiempo.

Mira la sangre, muy impresionada. Hay ya un charco enorme, que, ahora sí, se detiene
bajo el círculo de luz. La niña se acerca. Se agacha. Habla dirigiéndose a la sangre.

NIÑA: No he ententido qué querías decirme. (Pausa.) Les he engañado. Se creen que estoy
en el parque, jugando con mis amigos. No me han visto entrar aquí. Tú tampoco.
Estabas durmiendo. (Pausa.) Me ha gustado mucho cómo has cantado mi canción. La
has cantado mejor que yo. (Pausa.) No me ha gustado nada el ruido de la sierra,
cuando te ha cortado la cabeza. He estado a punto de gritar. Me he mordido la mano,
mira, para no gritar. Pero no me he hecho sangre. (Pausa.) Bueno, sí, un poquito nada
más. (Pausa.) Qué rabia me da que no hayas sabido que te estaba escuchando, me
hubiera gustado mirarte y que me miraras, pero no podía salir de ahí, me habrían
castigado más todavía. Y no me gustan los castigos. Tú tampoco me gustabas al
principio, me hiciste daño, pero como te has aprendido mi canción... y tenías tantas
ganas de verme y de hablarme... ahora me gustas un poco. (Pausa.) Te pido disculpas
por lo del otro día. (Pausa.) Gracias. Sabía que me perdonarías. (Pausa. Con un dedo,
delicadamente, toca la sangre. Se mira el dedo.) El mismo color. Espesa y caliente
como la de mamá, cuando la mataron. Igual, igual. (Se lleva el dedo a los labios.) El
mismo sabor. (Pausa.) Me dejó empapada. Se murió encima de mí y me dejó
empapada. Las manos, el cuerpo, la cara, todo. Le dispararon directamente al
corazón, o un poco más abajo, ahora no me acuerdo, y tuvo tiempo de entrar en mi
habitación y echárseme encima para abrazarme. Decía cosas que no entendía. Yo
sólo veía su sangre. Me tragué un buen trago. Grité tanto que estuve un mes entero
sin poder hablar. (Pausa.) No temas, no estás muerta. Como mamá. Como papá. No
estás muerta. Estás aquí. Y aquí te quedarás para siempre. (Pausa.) Son tan tontos...
¿Cómo quieren que no salga la sangre? Tendrían que haberlo hecho fuera de aquí.
Muy lejos de aquí. (Pausa.) O no hacerlo. (Pausa.) Por cierto, ¿qué querías decirme?
(Pausa.) Decías algo de tu hijo, pero, ¿qué? (Pausa.) Oh, estás aquí, pero no puedes
hablar, qué rabia, te has llevado tu último pensamiento, que era para mí, y ya no me lo
podrás decir. (Pone una mano entera dentro del charco de sangre.) Qué calentita.
(Pausa. Se mira la mano.) Me ha encantado conocerte, de verdad. (Pausa.) Eres una
enemiga, pero eres una enemiga diferente. (Pausa.) Me ha encantado tu voz. (Pausa.)
Y las cosas que decías, que no sé si he acabado de entender. (Pausa.) Una enemiga
amiga, ji ji ji. (Pausa.) No tengas miedo, no se lo diré a nadie, será un secreto entre tú
y yo. Un pacto de sangre. (Se pone sangre de la mujer en la pequeña herida que tiene
en la mano.) Ya está. (Pausa.) ¿Sabes una cosa? Me parece que uno de estos días
que voy a estar en casa de la abuela, le pediré que salgamos a pasear. Ella es muy
inocente, siempre hace todo lo que le pido. Antes, me habré enterado de la dirección
de tu casa. Nos acercaremos a ella. Diré a la abuela que en esa casa vive un niño que
conozco. Llamaremos a la puerta. Preguntaremos por él a quien nos abra. Lo irán a
buscar. Él aparecerá, me mirará y dirá que no me conoce de nada. (Pausa.) Pero da
igual, él me habrá mirado y yo ya lo habré visto.

Silencio. La niña introduce las dos manos dentro de la sangre. Cierra los
ojos. Sonríe. Levanta la cabeza. Su rostro es el de una Virgen.

Fin.
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